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Benito Quinquela Martín (Buenos Aires, 1 de marzo de 1890- ibídem, 28 de enero de 1977), cuyo nombre

de nacimiento fue Benito Juan Martín, fue un pintor argentino. Hijo de una madre desconocida que lo
abandonó en la Casa de Niños Expósitos, siete años después fue adoptado por la familia Chinchella, dueños
de una carbonería.
Quinquela Martín es considerado el pintor de puertos y es uno de los pintores más populares del país. Sus
pinturas portuarias muestran la actividad, vigor y rudeza de la vida diaria en la portuaria La Boca. Le tocó
trabajar de niño cargando bolsas de carbón y dichas experiencias influenciaron la visión artística de sus obras.
Exhibió sus obras en varias exposiciones realizadas en el país y en el extranjero, logró vender varias de sus
creaciones y otras tantas las donó. Con el beneficio económico obtenido por estas ventas realizó varias obras
solidarias en su barrio, entre ellas una escuela-museo conocida como Escuela Pedro de Mendoza.
No tuvo una educación formal en artes sino que fue autodidacta, lo que ocasionó que la crítica no fuera
siempre positiva. Usó como principal instrumento de trabajo la espátula en lugar del tradicional pincel.
Trayectoria
No ha podido determinarse con certeza su nacimiento porque fue abandonado el 20 de marzo de 1890 en la
Casa de los Expósitos, un orfanato con una nota que decía "Este niño ha sido bautizado con el nombre de
Benito Juan Martín". Se encontraba con ropas de buena calidad. Por su forma física, se dedujo que habría
nacido 20 días antes, por lo que se fijó aquella fecha para su cumpleaños.1 Hay otras versiones que afirman
que esta nota nunca existió y que fueron las autoridades del orfanato quienes tomaron cartas en el asunto. Lo
que si es cierto es que la madre biológica nunca se presentó para reclamarlo, dejó en el bebé como recuerdo
un pañuelo cortado en diagonal, adornado con una flor bordada. Podría haberse quedado con la otra mitad
para intentar encontrarlo en alguna oportunidad, cosa que nunca sucedió y nunca se encontró la otra mitad.4
Sus primeros siete años los vivió en un asilo de San Isidro, el artista tenía escasos recuerdos de esa época y
aparecía en su memoria como desdibujada y nebulosa. Vivió entre los delantales grises y hábitos negros de las
Hermanas de Caridad, careciendo de figuras paternas en una edad crítica para la formación psíquica. Fue una
infancia triste y solitaria donde prevaleció el encierro. Sin embargo, su carácter no se vio alterado por estos
hechos, siempre fue alegre y compasivo y sus actitudes eran agradables. A pesar de todo el asilo era amplio y
limpio, la comida nunca faltaba.
La familia Chinchella
Con seis años, fue adoptado por Manuel Chinchella y Justina Molina, y él adquirió el apellido de su padre
adoptivo (que luego sería fonetizado como "suena" en el italiano, al castellano como Quinquela). “Mi vieja
me conquistó en seguida –dicta Quinquela en su autobiografía recogida por Andrés Muñoz y publicada en
1963– y desde el primer momento encontró en mí un hijo y un aliado”.
Manuel, oriundo de Nervi, Italia, era un italiano de costumbres antiguas, quien nunca imaginó que terminaría
educando a un artista plástico. Era un hombre robusto, de gran fuerza muscular, que había llegado a Argentina
para mejorar su situación económica. Vivió un tiempo en Olavarría, por lo cual se le apodó "El gaucho de
Olavarría") y luego se trasladó a La Boca donde trabajaba descargando carbón en el puerto.
Una tarde de trabajo se cruzó con Juana, quien sería su esposa, proveniente de Entre Ríos, de quien se
enamoró a primera vista. Justina Molina tenía sangre india, venía de Gualeguaychú y era analfabeta, lo cual
no le impedía atender la carbonería en el barrio porteño de la Boca con perfecta eficiencia: se acordaba mejor
que nadie del estado de cuentas de cada cliente. Previamente había trabajado como sirvienta y en una fonda de
la calle Pedro de Mendoza (donde hoy se encuentra el Museo Escuela Pedro de Mendoza donado por el
pintor). Ese trabajo lo dejó porque a Manuel no le convencía la idea de que se ganara la vida sirviendo, e
instalaron juntos una carbonería en la calle Irala al 1500. Manuel Chinchella aprovechaba su fuerza física para
redondear los ingresos de la carbonería con trabajos en el puerto, donde cargaba de a dos las bolsas de 60 kg.
Justina no podía quedar embarazada pese a que ambos deseaban un hijo. Tomaron la decisión de adoptar uno
y el 16 de noviembre de 1897 fueron a la Casa Cuna en busca de un varón crecidito que pudiera colaborar en
la carbonería. Benito en ese momento tenía entre seis y ocho años, no se sabe exactamente la edad. El trato de
su madre fue tierno sin escatimar en los abrazos mientras que el trato del padre con el niño era un poco
distante, de ruda ternura, pero cada tanto una caricia cuando el padre llegaba del puerto le tiznaba la cara al
"purrete" (niño). Mientras el padre trabajaba, la madre y el niño atendían la carbonería y hacían los
quehaceres domésticos.
Ese mismo año comenzó su educación primaria en la escuela Berrutti de Australia al 1081, su maestra fue
Margarita Erlin quien le enseñó los conocimientos elementales: leer, escribir y nociones de matemáticas.
Cursó hasta tercer grado, porque la situación económica no dio para más y debió trabajar con el padre. Según
Manuel los conocimientos adquiridos le permitían no ser estafado.
Entabló amistad con los mellizos García, conocidos por pendencieros pero inteligentes y capaces. Ellos
ayudaron a Benito en sus tareas y cuando supieron que abandonaba sus estudios le enseñaron conocimientos
callejeros como usar la honda, tirar piedras con puntería certera y robar alambres de las cercas para
emplearlos en defensa propia. En ese entonces se armaban peleas barriales, los de Barracas (descendientes de
españoles) contra los de La Boca (italianos).
En 1904 la familia se mudó a la calle Magallanes 970, una zona donde era popular la militancia social y la
política parecía ser el camino para construir un futuro mejor. Nacían entonces los sindicatos, los gremios y los
centros educativos. Benito comenzó a participar de la campaña de Alfredo Palacios, candidato a diputado
socialista. Aunque era menor de edad, lo que aprendió en esos años de trabajo lo inclinaban hacia ese sector
político. Colaboró repartiendo volantes y manifiestos izquierdistas y pegando carteles. Esa elección la ganó
Palacios y Benito aprendió a luchar por lo que se quiere y entendió que la participación tiene su rédito.
Pero las cosas empeorarían al año siguiente en lo económico y su padre pensó que si podía trabajar en política
también lo podría hacer en el puerto. Su tarea era subir barco por barco con una bolsa vacía, llenarla con
carbón hasta la parada de los compradores en los diques de Vuelta de Rocha. La paga era de cincuenta
centavos cada veinticinco bolsas y el agregado de agudos dolores de espalda. Se destacó en esta labor porque
pese a su contextura física -era flaco, menudo y huesudo- contaba con una firme voluntad de hierro. Trabajaba
desde las siete hasta las diecinueve horas y, lo apodaron "el mosquito" por el contraste entre su físico y la
velocidad del trabajo.
Sus comienzos como pintor
Había empezado a dibujar inspirado en las escenas y colores que observó en el puerto, usaba técnicas
intuitivas dado que ignoraba los más elementales conocimientos de dibujo, eran rudimentarios, torpes
utilizando carbón y lienzos de madera como elemento de trabajo que posteriormente eliminaba para evitar las
bromas de sus compañeros.
A los 14 iba a una escuela nocturna de pintura en la Sociedad Unión de La Boca, un centro cultural vecinal
donde se reunían estudiantes y obreros para conversar. En esa academia se enseñaba casi de todo, desde
música y canto, economía hogareña y otros cursos prácticos, mientras de día trabajaba en la carbonería
familiar. Su maestro fue Alfredo Lazzari, pintor que le dio sus primeros conocimientos técnicos sobre el arte.
Como práctica le daba yesos donde reproducía dibujos en claroscuro y realizaron excursiones a la Isla Maciel
los domingos por la tarde para entrenarse con el dibujo de las escena al natural. Continuó hasta los veintiún
años con el curso. Con 17 años entra al Conservatorio Pezzini Stiatessi, donde estudia hasta 1920. En esa
academia conoció a Juan de Dios Filiberto y otros colegas con quienes se relacionaría durante toda su vida.
Como este ambiente era muy distinto al que estaba acostumbrado, lleno de carbón y alejado de los libros
intentó incorporar todo el conocimiento de golpe, después del trabajo iba a alguna biblioteca para intentar
cubrir la carencia de educación formal. De toda la literatura que leyó la que más le impactó fue El arte del
escritor Augusto Rodin, fue la que le despertó su vocación. En ese texto Rodin dice que el arte debe ser
sencillo y natural para el artista, la obra que requiere esfuerzo no es personal ni valedera, conviene más pintar
el propio ambiente que "quemarse las pestañas persiguiendo motivos ajenos", de esas enseñanzas Quinquela
extrajó: "Pinta tu aldea y pintaras el mundo", nunca se apartó de este dicho. Su aldea sería el barrio de La
Boca, sus vecinos y el puerto. Asistió además a las tertulias que se realizaban en la peluquería de Nuncio
Nucíforo en Olavarría al 500, donde se conversaba de política, de cultura, de técnicas pictóricas y otros temas,
se compartían lecturas y preocupaciones.
En 1909 se enfermó de tuberculosis, en esa época la enfermedad causaba muertes. Sus padres lo mandaron a
la casa de su tío, en Villa Dolores, Córdoba, para que se curara con el aire serrano. Fueron seis meses de
reposo que no solo le sirvieron para curarse sino también para relacionarse con otro pintor, Walter de Navazio,
exponente de la pintura romántica que dibujaba los sauces y algarrobos que adornaban el paisaje. Pero este
ambiente le hizo reforzar su idea de retratar solamente su propio mundo, el paisaje cordobés no lo inspiraba
tanto como el puerto.
De regreso a su hogar, ya con la idea firme de continuar con su obra, montó un taller en los altos de la
carbonería, donde recibió la visita de Montero, Stagnaro y la de Juan de Dios Filiberto quien además fue
modelo vivo. Más tarde además de visitantes se convirtieron en inquilinos del lugar. Esta situación, los óleos
sobre el lugar, el constante paso de gente y las discusiones hasta altas horas de la madrugada, sorprendió a los
Chinchella. Además Benito usaba huesos humanos para estudiar su anatomía y se difundió el rumor que en el
taller habitaban los fantasmas de los "dueños" de los esqueletos, se exageraba tanto que un día un amigo llevó
todos los restos óseos al cementerio. Todo esto no contaba con la simpatía de Don Manuel, el padre, ni los
fantasmas, ni los jóvenes ni la pintura. Y mucho menos que su hijo fuera un artista porque descuidaba su
trabajo en el puerto. Un día a raíz de las fuertes discusiones y a pesar de que su madre lo apoyaba, Benito
abandonó el hogar familiar, aunque siguió trabajando en el puerto para mantenerse y le dedicó más horas a la
pintura debiendo alimentarse sólo de mate y galletas marineras.
Su vida fue a partir de entonces muy parecida al vagabundeo: durante un tiempo vivió en la Isla Maciel donde
se relacionó con ladrones y malandra, lo cual no le incomodó. Llegó a conocer una escuela de punguismo con
base en esa zona y le ofrecieron ser parte de ella pero no le interesó la idea. Pintó muchas telas con imágenes
del lugar y aprendió mucho de los punguistas que -además del robo disimulado- tenían una serie de códigos
de honor y hermandad que le interesó. Todos estos saberes abrieron su mente e hicieron más rica su pintura.
Montó sus talleres en distintos lugares, desde altillos hasta barcos (tuvo uno en el "Hércules", un navío
anclado en el cementerio de embarcaciones de Vuelta de Rocha) sin embargo no duraría mucho con estas
mudanzas, los ruegos de su madre para que regresara porque no vivía tranquila, más el consejo que le dio: "Si
no te gusta el carbón, búscate un empleo del gobierno" lo hicieron retornar al hogar y conseguir un empleo
como ordenanza en la Oficina de Muestras y Encomiendas de la Aduana en la Dársena Sur. Su nuevo empleo
consistía en limpiar ventanas y cebar mate lo que le dejaba tiempo libre para pintar. Trabajó allí hasta que le
solicitaron tareas de mensajero y traslado de caudales. Presentó su renuncia indeclinable, temeroso de lo que
podía pasar si le robaban una encomienda, para entonces sabía mucho de punguismo.
A los pocos meses, en el año 1910, se presentó en una exposición, una muestra de todos los alumnos del taller
de Alfredo Lazzari en la Sociedad Ligur de Socorro Mutuo de La Boca con motivo del veinticinco aniversario
de esta sociedad. Participaron Santiago Stagnaro, Arturo Maresca, Vicente Vento y Leónidas Magnolo todos
ellos principiantes y aficionados. Era el debut de Quinquela quien expuso cinco obras: el óleo Vista de
Venecia, dos dibujos realizados a pluma Vista de Venecia y dos paisajes confeccionados con témpera. Estas
obras, que no se conservan actualmente (excepto los dibujos en pluma) y no es posible recuperarlas, eran algo
torpes pues no había adquirido la habilidad suficiente en sus manos
Benito deseaba crecer como pintor y sabía que debía mejorar su técnica para lograrlo. El maestro Pompeyo
Boggio le enseñó técnicas de dibujo natural. Junto a él estudiaron con Boggio Adolfo Bellocq, Guillermo
Facio Hébecquer, José Arato y Abraham Vigo, todos ellos se inspiraban en los problemas sociales del país
según afirma el crítico Jorge López Anaya. Formaron el denominado "Grupo de los Cinco" o "Artistas del
Pueblo". También escribieron artículos en el diario La Montaña de Leopoldo Lugones.
Ninguno de estos pintores era aceptado en el Salón Nacional, la principal galería que tenía la ciudad y por eso
parecían condenados a las galerías menores. A partir de una idea de no se sabe quién crearon el Primer Salón
de los Recusados, dedicados a los artistas no admitidos en el Salón Nacional. Fue creado en la avenida
Corrientes 655 en un local cedido por la Cooperativa Artística. Allí Benito expuso Quinta en la Isla Maciel y
Rincón del Arroyo Maciel, obtuvo críticas divididas: positiva del diario La Nación y de Crítica y negativa
considerada un desacato por parte de los jóvenes pintores por el diario La Prensa, el semanario Fray Mocho y
José Gabriel de la revista Nosotros. Lo significante es que la prensa, mal o bien, se había empezado a fijar en
sus trabajos.
Se anotó como profesor de Dibujo en la escuela Fray Justo Santa María de Oro, dependiente del Consejo
General de Educación, donde los obreros adultos concurrían a completar sus estudios secundarios, en el
horario vespertino. Quinquela les enseñaba los secretos del dibujo ornamental con el fin de aplicar el arte a la
industria. La idea concebida junto al maestro Santiago Stagnaro era acercar el arte a la clase obrera.
Nota en Fray Mocho
La revista Fray Mocho le dedicó una nota publicada en abril de 1916 que hablaba exclusivamente sobre él,
redactada por Ernesto Marchese titulada "El carbonero" donde el autor expresaba la admiración por su obra.
Este artículo lo ayudó a tomar la decisión de dedicarse por entero a la pintura y además le permitió conseguir
su primer cliente, el inmigrante español Dámaso Arce radicado en Olavarría, Buenos Aires, quien le escribió
alentado por la publicación. La obra se tituló Preparativos de salida y fue entregada por el pintor en persona a
su comprador que se acercó hasta el puerto. Allí conversaron y el español se interesó por la vida de Benito
dado que él mismo había adoptado chicos huérfanos porque era incapaz de tener hijos propios. Y tras conocer
este caso se cree que adoptó quince chicos más, con el objetivo de descubrir otro talento artístico. No llegaron
tan lejos pero el último de los nenes estudió pintura y atendió la colección de pintura de su padre que llegaría
a ser el Museo Hispanoamericano de Arte de Olavarría.
Los editores de Caras y Caretas prestaron atención a la publicación y publicaron una copia de uno de sus
cuadros, lo que provocó que Benito se sintiera a gusto pintando sin tener que esconder sus útiles bajo la bolsa
de carbón. Y su padre al leer la noticia en el diario sintió más respeto por la vocación de su hijo y solía
comentar: "Tenemos a un gran artista en casa, lo he leído en los diarios".
Nuevas amistades
Benito se encontraba en el puerto con Facio Hécquecquer, un pintor con ideas afines sobre el arte. Sostenían
que la pintura aprendida en la escuela no es la que está incorporada en el alma y el mensaje transmitido es
más importante que la técnica. Ellos junto a otros colegas fundaron Artistas del Pueblo" con la idea de
incentivar el descubrimiento del arte entre personas de recursos insuficientes que no podían concurrir a
institutos privados.
Con Hécquecequer pintaron en la nueva casa ubicada en Magallanes 887, a donde Benito se fue a vivir con su
familia. Además siguió colaborando en las tareas domésticas y con el trabajo del carbón de su padre, aunque
la mayor cantidad de horas se la dedicaba a la pintura, generalmente con su nuevo amigo.
Hécquecequer le presentó además a Pío Collivadino, director de la Academia Nacional de Bellas Artes que lo
conduciría por el circuito de las grandes galerías y en viajes. Collivadino se asombró con la pintura de
Quinquela, sobre todo con los cuadros de La Boca y cuando le comentó a su secretario Eduardo Taladrid
sobre lo que había visto le contagió la curiosidad de conocer al famoso pintor carbonero.
Cuando el padre de Quinquela vio a Taladrid en la puerta de su casa preguntando por un pintor y al ver que
era de buenos modales y bien vestido tardó en comprender que ese pintor era su hijo. Cuando se dio cuenta
tomó un palo de escoba, como acostumbraba, y golpeó varias veces el techo diciendo, "Benito, te busca un
señor de guantes". Benito abrió una escotilla en el techo y bajó por una escalera de mano de madera. Por esta
escalera tuvo que subir Taladrid para conocer el estudio del pintor. En este momento nació la amistad entre
ambos. A Taladrid le agradó su personalidad humilde y educada a pesar de ser un artista talentoso.
Taladrid le recomendó pintar en telas grandes y financió de su bolsillo la carrera a Quinquela, pues se dio
cuenta de que le sobraba voluntad de trabajo pero le faltaban recursos económicos. La beca consistió en
materiales, telas, pinturas, marcos y una sala de exposición alquilada para realizar su primera muestra
individual. A partir de este momento Benito cambió su forma de trabajar, sus técnicas de pintura. Utilizó
exclusivamente la espátula y el pincel lo usó para firmar solamente.
Aunque la beca obtenida lo obligaba a dedicarse firmemente a su labor de pintura, fundó junto con sus amigos
Facio y Stagnaro la Sociedad Nacional de Artistas Pintores y Escultores para promocionar la actividad
cultural y proteger a los autores.
La primera muestra individual de Quinquela tuvo lugar en la Galería Witcomb ubicada en Florida 364 el 4 de
noviembre de 1918, dieciocho meses de otorgada la beca y de un trabajo constante, que él vivió como una
oportunidad de progreso. Fueron expuestas cuarenta y ocho obras, los catálogos se agotaron el primer día y en
total se vendieron diez cuadros. Collivadino compró la primera obra y la de mayor precio fue comprada por
un señor llamado Francisco Baldino a un valor de mil pesos, un monto muy superior a lo que podía haber
ganado Quinquela trabajando en el puerto. Esta vez la prensa se mostró a favor del artista, fue considerado el
embajador de La Boca y del puerto.
Primera exposición en el Salón Nacional de las Artes
En el año 1919, después de mucho tiempo de enviar sus obras al Salón Nacional de las Artes, el jurado aceptó
una de ellas. Había enviado dos obras: Día de sol en La Boca y Buque en reparaciones pero solamente fue
admitida una. Este dictamen enojó tanto a Benito como a Filiberto. Este último propuso presentarse en la
exposición armados con cuchillos, robar las telas de ambas pinturas y llevarlas al Salón de los Recusados.
Benito aceptó el plan pensando en la publicidad que traería pero al presentarse en el Salón para cometer el
hecho se encontraron con las dos obras expuestas. Eduardo Taladrid les había ganado de mano y había
convencido a sus influencias de presentar ambos cuadros. Esa fue la entrada de Quinquela al Salón Nacional
de las Artes que continuó con los cuadros Rincón del Riachuelo en 1919 y Escena del trabajo, premiado en
1920.
Después de este éxito, Taladrid empezó a organizarle una segunda exposición individual, contando con la
ayuda de un artículo del diario La Nación de Julio Navarro Monzó con el cual se presentó en la Sociedad de
Beneficiencia de la capital presidida por la señora Inés Dorrego de Unzué. Con estas referencias, la nota y la
recomendación de Taladrid, la señora de Unzué se encargó especialmente de conseguir un lugar para la
segunda muestra individual de Quinquela. Ese lugar fue el salón del Jockey Club, lugar de reunión de la clase
alta porteña.
El día de la exposición se entremezclaron con el público banqueros, terratenientes, industriales y otros
miembros de la alta sociedad con carboneros, navegantes y vagos del puerto amigos de Quinquela. Los
cuadros se presentaron en marcos de alta calidad, costeados por Taladrid acompañados por una orquesta con
piano y violin que interpretaba obras de Schubert, Schumann, Beethoven y Filiberto. A pesar del lujo,
Quinquela nunca se olvidó de sus amistades y de su barrio.
Chinchella por Quinquela
En italiano, la "c" con la "h" se pronuncia "k" pero en Argentina se pronuncia como el fonema "ch". Para
evitar confusiones lo "argentinizó" y lo empezó a escribir como se pronuncia en italiano. Por medio de un
abogado realizó el cambio ante la Justicia. El trámite tardó en hacerse, cuando consiguió la audiencia con el
juez aprovechó para cambiar su nombre: "Benito Juan Martín Chinchella" paso a ser "Benito Quinquela
Martín" eliminando el segundo nombre y pasando el tercero al apellido y de esta forma simplificarlo y
conseguir que su país natal nadie se confundiera. Aunque cuando viajaba a Italia, al ver "Quinquela" escrito lo
pronunciaban "Cuincuela".
El debut oficial de su nuevo nombre fue en 1920 con un premio a su tela Escena de trabajo exhibida en el
Salón Nacional y en su tercera exposición individual en la galería Witcomb de Mar del Plata donde presentó
veinte obras. A esta presentación se le sumó un viaje en avión a esa ciudad, su primer vuelo. Desde la
ventanilla pintó las nubes vistas desde arriba. No se conoce el paradero actual de ese cuadro.
En esa ciudad balnearia pintó las vistas de la playa y disfrutó del dinero que obtuvo por esa exposición y que
invirtió para alquilar su primer taller que fue solamente suyo, en la calle Almirante Brown.
Calle Caminito
En 1950 un grupo de vecinos, entre los que se encontraba el pintor boquense Benito Quinquela Martín,
decidieron recuperar una vía de tren abandonada. En 1959, a iniciativa de Quinquela Martín, el gobierno
municipal construyó allí una calle museo, con el nombre que le había puesto el tango, "Caminito".
Un buen día se me ocurrió convertir ese potrero en una calle alegre. Logré que fueran pintadas con colores
todas las casas de material o de madera y zinc que lindan por sus fondos con ese estrecho caminito (...)Y el
viejo potrero, fue una alegre y hermosa calle, con el nombre de la hermosa canción y en ella se instaló un
verdadero Museo de Arte, en el que se pueden admirar las obras de afamados artistas, donadas por sus autores
generosamente.
Temática
De todos los motivos que se podía elegir en el barrio para representar en su trabajo eligió el trabajo. Quizá por
sus comienzos como carbonero, sabía de las dificultades que tenía y quería reflejarla con el arte. Todas las
escenas portuarias pintadas por Quinquela son homenajes al trabajo, protagonizadas por figuras humanas,
dinámicas y en constante movimiento cargando bolsas de carbón. En muy contadas ocasiones pintó escenas
sin figuras humanas, pues el protagonista siempre fue el hombre.
La crítica Graciela di María, autora de Candido López, Benito Quinquela Martín y Florencio Molina Campos
como paradigma de la plástica argentina dijo: "En obras como The bridge al Boca y Descargando carbón
Quinquela representa la actividad y agitación de las horas de trabajo. Son escenas de gran dinamismo, de
sobriedad colorística, de una paleta tonal baja, sin fuertes contrastes...".
Gené añadió: "Por algo nadie, ni antes ni después de Quinquela, intentó plasmar la representación de la vida
ajetreada, de la actividad constante y sin descansos, de la inclaudicable intensidad de las labores de La Boca.
Es como si, inventor de una temática y, lo que es más evidente, de una forma de decir desbordante, con él se
hubiera agotado ese tema"
Técnica
La originalidad de la técnica de Quinquela sobresale sobre el resto de los pintores contemporáneos. Exigió
una pintura muy rápida, agilidad, fuerza y virilidad en cada trazo. A golpe de espátula demoraba poco en crear
un cuadro pero muchas horas en idearlo. Partía de un sólido conocimiento de su medio, de su atmósfera y de
la dinámica del paisaje que iba a ilustrar. Con carbonilla hacía un bosquejo que después rellenaba con la
espátula. Esta herramienta fue la exclusiva a partir de 1918, antes utilizaba también el pincel. Gené dijo sobre
esta técnica que la elección de la espátula supone la necesidad de servir una urgencia realizativa que el pincel
hubiese hecho lento. Quinquela empastó su obra aún en los casos que usó pincel, como si lo persiguiera la
necesidad de terminar cada una de sus piezas en el menor tiempo posible
El pintor popular
Es el más popular de los pintores argentinos, y el más querido. Fue endiosado, convertido por sus seguidores
en una especie de héroe patrio por haberse mezclado la calidad de su obra artística con la de su obra solidaria.
Han aparecido detractores entre la crítica más especializada que pone en duda su condición de artista, su
talento y habilidad.
Gené dice cuando se refiere a sus seguidores y detractores que es necesario denunciar una y otra actitud
extrema, ya que ambas dañan la imagen del artista, como pintor y hombre. Para poder evaluar la calidad
artística del pintor es necesario separar su obra de su vida social.
El hecho de no pertenecer dentro de ninguna escuela o corriente pictórica determinada lo mantuvo al margen
del centro de atención de críticos y galeristas y provocó que su pintura no fuera del todo impresionista ni del
todo expresionista; no es del todo fovista ni del todo realista, no concuerda con ninguna de las corrientes
pictóricas de la época. Para Quinquela era más importante La Boca que el sistema que estuviese de moda.
Además fue autodidacta, jamás estudió pintura en un establecimiento educativo, decía que el exceso
académico atentaba contra la originalidad y la personalidad de la obra. Quinquela siempre fue un autodidacta
acérrimo y negaba rotundamente el progreso a partir de los programas formales que ofrecían las instituciones
oficiales. En sus propias palabras sus dibujos eran diferentes de los académicos que eran fríos y calculados
pero afirmaba que la belleza era otra cosa. Él aprendió a pintar solo, dibujando con los carbones, bocetando
sin descanso ni escuela, según dijo Gené. El elemento escritor no era carbonilla ni una mina untuosa, sensible
a la superficie del papel, sino de un trozo de carbón.
Quinquela tuvo sentimientos nacionales, tanto en su obra artística como solidaria y en su temática y método.
Lo defendió siempre que pudo con argumentos convincentes. Siempre defendió que la parte patriótica era
función del arte y no consideraba que la función didáctica desmereciera en modo alguno su pintura. Lo
expresó en sus murales y en sus dichos. Lo afirmó en una conferencia radial en Tucumán donde sostuvo que
mezclar el arte con la política es un error. Por este hecho muchos muros los pintó gratis para beneficiar al
país. Por eso defendió la decoración de la Escuela-Museo Pedro de Mendoza.

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