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CAPÍTULO 1

Abril de 1887

Momentos robados... para nunca ser recuperados. Evocaciones que no valía la


pena recordar, persistentes al borde de la conciencia, no dispuestas a ser olvidadas.
Cinco años de morir lentamente.
Austin Leigh miró las puertas de la prisión de Huntsville, sabiendo que el resto
de su vida esperaba del otro lado, tal como lo había dejado cinco años antes, cuando
doce hombres en los que confiaba, lo encontraron culpable de asesinato.
Después de sobrevivir mil ochocientos veinticinco días como un "esclavo del
estado", una vez más, se puso su propia ropa. La camisa azul de batista colgaba suelta
de sus anchos hombros, y sus pantalones de mezclilla amenazaban con deslizarse más
allá de sus estrechas caderas. Pero era su ropa, la que había usado a los veintiún años,
cuando estaba lleno de la vitalidad de la juventud, cuando había creído tontamente
que una persona, solo debía tener un sueño para obtenerlo.
Con el paso de los años, nadie había lavado su ropa, y cuando cerró los ojos,
imaginó que sentía una vaga fragancia de mujer, que sentía los delgados dedos
agarrando su camisa una vez más, que saboreaba sus lágrimas mientras sus labios
rozaban los de ella durante una agónica despedida.
Becky. Dulce Becky Oliver. Dentro de su corazón, los lejanos recuerdos bailaban
y él la veía claramente, sonriéndole, riéndose con él, amándolo bajo las estrellas en
una noche sombreada por la luna. Una noche en la que se habían dado tanto el uno al
otro, sin saber que las acciones de alguien más les arrebatarían todo.
Las cadenas que colgaban de sus muñecas, lo sacudieron de la ensoñación. Con
repugnancia, miró al guardia que estaba abriendo las esposas de hierro. Los grilletes
cayeron y Austin frotó las cicatrices rosadas que se habían formado a lo largo de los
años.
- Ahora, chico - comenzó el guardia - no hagas nada por ahí, que te traiga de vuelta
aquí. Tal vez no sea tan comprensivo la próxima vez.
- Solo abre la maldita puerta - gruñó Austin con los dientes apretados.
El guardia entornó los ojos como si contemplara las consecuencias de golpear a
un hombre a punto de recuperar la libertad. Luego empujó la puerta. Las bisagras
crujientes resonaron en la quietud del amanecer.
Austin fijó su mirada en el brillante cielo que se extendía más allá de las
paredes. Parecía no tocado por la inmundicia y la degradación que existía dentro de la
prisión. Con pasos largos, caminó hacia la libertad, saboreando su primer aliento de
aire puro. Su corazón se tensó cuando vio a sus dos hermanos parados frente a tres
caballos.
- Te ves como el infierno - dijo Dallas, con la voz estrangulada por las emociones.
Austin se preguntó ¿cuándo la plata había atravesado el cabello negro de
Dallas? ¿Cuándo los surcos en su frente se habían profundizado y trocitos de nieve
habían salpicado su grueso bigote?

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- Me siento como el infierno - dijo, obligándole a su boca formar una sonrisa.- Dallas lo
tiró contra su pecho.
- Maldito seas, chico, ¿qué diablos creías que estabas haciendo?
Austin salió del fuerte agarre de su hermano. La última vez que había visto a
Dallas, su hermano mayor había estado luchando por su vida. Austin había temido el
momento en el que tendría que enfrentar su intransigente mirada castaña y explicar
sus acciones.
- Lo que pensé que era correcto.
Al darse la vuelta, le resultó más fácil encontrarse con la mirada de Houston. Su
hermano del medio se había sentado detrás de él durante el juicio. La guerra había
destrozado la cara de Houston, pero los años transcurridos lo habían tratado con más
amabilidad. O tal vez, era simplemente que el parche de cuero negro permanecía sin
cambios, así que parecía que todo lo demás había permanecido igual.
Austin tenía la intención de darle a Houston nada más que un apretón de
manos, pero tan pronto como sus ásperas palmas se encontraron, se vio envuelto en
un abrazo feroz. Houston siempre había sido un hombre de pocas palabras, y ahora
Austin estaba agradecido por el silencio de su hermano.
- Mira, trajiste a Trueno Negro.
Se liberó del pecho de Houston y montó en el semental de ébano en un ágil y
suave movimiento, saboreando la sensación de tener un caballo debajo suyo y seguro
de que sus hermanos lo seguirían, golpeó sus talones en los flancos del animal, y lo
envió a un duro galope.
El camino se abrió ante él, pero temía que no importaba qué tan rápido o lejos
cabalgara, nunca escaparía de las paredes que lo habían rodeado... no hasta que viera
a Becky. Hasta que la tocara. Hasta que la sostuviera. Hasta que la hiciera su esposa.

El corazón de Austin se hinchó cuando vio la gran casa de ladrillo. Llevaba el


polvo de varios días de viaje, pero en ese momento, no le importó.
Él estaba en casa.
Cuando se acercaban a la casa de Dallas, Austin vio a una chica saltar los
escalones de la galería y correr adentro. Detuvo su caballo y desmontó, sus hermanos
hicieron lo mismo.
La pequeña salió a la galería nuevamente, sus rizos rubios rebotando alrededor
de sus pequeños hombros, sus brazos abiertos de par en par.
- ¡Tío Austin! ¡Has vuelto! - saltó hacia sus brazos, y él la levantó hacia su pecho.
- ¡Estoy tan feliz! - ella gritó - ¡Te extrañé mucho! - Su suave y redondeada mejilla se
apoyó en la suya que estaba áspera, con la barba de varios días, sus brazos
fuertemente apretados alrededor de su cuello.
Austin echó la cabeza hacia atrás, disfrutando del brillo verde de sus ojos. La
hija mayor de Houston tenía tres años cuando se había ido.
- Maggie May, ¿cuándo creciste tanto?
- Hace mucho tiempo. Yo y Rawley vamos a la escuela ahora.

- ¿De veras? - Miró más allá de ella hacia el chico alto que estaba apoyado contra la
columna de la galería, su cabello negro pulcramente recortado y su ropa mostrando
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poco uso.
- Así es - le aseguró.
Dejó a la pequeña y lentamente se acercó a Rawley Cooper. No le había
sorprendido cuando Dallas había escrito para informarle que él y Dee habían
adoptado al niño.
- Escucha, dicen que soy tu tío ahora.
- No lo eres, ya que no tenemos la misma sangre, pero… si quieres serlo...
Austin acercó al chico y lo abrazó fuertemente.
- Oh, sí que lo quiero.
¿Por qué no se había dado cuenta de que los niños continuarían creciendo sin
él, y que perdería tanto?
Oyó el rápido golpeteo de pies diminutos y vio a cuatro niñas pequeñas que
salieron en estampida por la puerta, sus voces agudas le recordaron a los pájaros que
pedían comida en sus nidos.
- Pa! Pa! Pa!
Arrodillándose, Houston acunó a tres chiquillas rubias contra su pecho. Amelia
había dado a luz a Laurel la Navidad antes de que Austin fuera a prisión. Amanda y A.
J. hasta este momento, habían sido poco más que palabras garabateadas en una carta.
Al igual que Faith, la belleza de pelo oscuro que Dallas alzó en sus brazos.
- ¡Estás en casa! - lloró Dee. Alta y esbelta, era un espectáculo para los ojos doloridos,
mientras se deslizaba grácilmente por la galería, su sonrisa era lo suficientemente
brillante como para cegar a un hombre.
- Estás tan flaco - dijo mientras lo abrazaba y le daba una palmada en la espalda.
- No cocinaban como tú.
Ella rió. Señor, había olvidado cómo una verdadera risa desinhibida inundaba a
un hombre y lo llenaba de una alegría incontenible.
- Yo no cocino Austin - le recordó - Amelia lo hace - Ella se hizo a un lado y antes de
que pudiera recuperar el aliento, Amelia se lanzó contra él y envolvió sus brazos en su
cuello, abrazándolo estrechamente. La primera mujer en entrar en sus vidas. Dios, la
amaba... casi tanto como amaba a Becky.
Cuando Amelia se alejó, Austin sonrió.
- Sé que una de esas chicas tiene que ser Laurel Joy. Ni siquiera podía gatear cuando
me fui. Las otras ni siquiera estaban aquí.
- Tendrás muchas oportunidades para conocerlas y ponerte al día - le aseguró Amelia -
En este momento, tenemos la cena esperando.
- Suena como el cielo. No he tenido una comida decente... en años.
Amelia y Dee deslizaron sus brazos entre los suyos y lo condujeron a la casa.
Como un hombre perdido en el desierto, Austin buscó lugares reconocibles que lo
guiaran hacia el refugio de la familiaridad, pero no encontró ninguno. Un retrato de
Dallas y su familia colgado en la pared. Una alfombra nueva corría a lo largo del
pasillo.

Las chicas pasaron a su lado entrando al comedor. La vieja mesa de roble había
desaparecido, reemplazada por una más larga que podía acomodar a la creciente
familia. Dallas y Houston acomodaron a las más pequeñas en sillas altas, antes de
tomar sus lugares. Maggie dio unas palmaditas en la silla vacía entre ella y Rawley.
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- Siéntate a nuestro lado, tío Austin.
Inesperadamente sintiéndose incómodo y fuera de lugar, se dejó caer en la
silla. El cuenco que estaba ante él rebosaba de estofado y el vapor ascendía en espiral.
Su boca se hizo agua. No se había dado cuenta de lo hambriento que estaba. Levantó la
cuchara, se inclinó hacia adelante y colocó los codos sobre la mesa, permitiendo que
sus brazos rodeasen el cuenco, formando una barrera protectora alrededor de su
cena. Había sorbido dos cucharadas antes de que se le erizaran los pelos de la nuca y
se diera cuenta de que todos lo estaban mirando.
Cambió su mirada hacia Maggie, que con grandes ojos verdes, lo miraba como
si fuera un extraño.
- No robarás mi comida, ¿verdad? - preguntó, en voz baja, avergonzado de haberse
puesto en evidencia con su extraño comportamiento.
Ella apretó los labios, arrugó la frente mientras movía lentamente la cabeza de
un lado a otro.
Austin se enderezó y miró alrededor de la mesa, preguntándose por qué se
sentía tan aislado cuando estaba contenido por su familia.
- Mis disculpas. Parece que he olvidado cómo comer rodeado de gente decente.
- No hay necesidad de disculparse - dijo Amelia - Somos familia, por el amor de Dios.
Deberías haber comido en esta mesa durante los últimos cinco años de todos modos.
Austin cambió su mirada hacia Dallas, habían viajado hasta el rancho al igual
que habían viajado a través de la vida… antes de Amelia… sin hacer preguntas, sin
compartir tristezas.
- Supongo que querrás hablar de eso.
Dallas negó con la cabeza.
- Era tu vida, tu decisión. Pero debes saber que contraté a un detective para encontrar
al asesino de Boyd. Desafortunadamente no ha tenido suerte.
- ¿Sigue buscando?
- Ya no se está dedicando a eso, pero tiene la oreja pegada al piso. Quien sea que mató
a Boyd sabía lo que estaba haciendo. No dejó ninguna pista.
- ¿Por qué no discutimos esto después de la cena? - sugirió Dee.
Extendiendo la mano, Dallas cubrió la de su esposa.
- Lo siento, cariño. A veces, me es difícil recordar que Boyd era tu hermano.
Dallas no pudo haber dicho palabras más verdaderas. Boyd McQueen había
poseído un temperamento que indicaba que el diablo lo había engendrado, mientras
que Dee tenía la disposición de un ángel.
- Tengo pastel esperando en la cocina - anunció Amelia - Necesitamos comer para que
podamos disfrutarlo mientras todavía está caliente.
Estofado y cálido pastel, las constantes sonrisas y formas inocentes de los
niños, cosas que Austin había dado por constantes en su juventud, pero estaba
decidido a apreciarlas a partir de este momento, como nunca lo había hecho.

La noche había caído cuando Austin se detuvo en la galería viendo como el


carro repleto con la familia de Houston, se dirigía al norte. Una luna creciente sonreía
en un cielo negro con las estrellas parpadeando a cada lado.
- No puedo creer que Houston tenga un montón de niñas - dijo Austin.
Alejando su mirada del coche en retirada, Dallas se apoyó contra la columna.
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- Creo que puede haber otro en camino. Amelia no comió mucho esta noche.
- ¿Y tú y Dee? ¿Vas a tener más?
Dallas negó lentamente con la cabeza.
- No. Faith fue un milagro que no esperábamos. Supongo que un hombre debe
considerarse el más afortunado del mundo si tiene un milagro en su vida.
Austin entendía de milagros. Tenía uno de ellos esperándolo.
- Podría ir a la ciudad.
Un silencio espeso impregnaba el aire, flotando, como si algo más tuviera que
decirse.
Permiso, decidió Austin. Estaba esperando que Dallas le diera permiso para ir,
pero ya no necesitaba permiso, ni del carcelero, ni de su hermano. Era un hombre
libre y adulto que podía ir y venir cuanto quisiera. A punto de bajar de la galería, en
dirección al establo para buscar su caballo, escuchó a Dallas decir en voz baja
- Becky se casó.
Austin sintió como si alguien le hubiera clavado un puño cerrado en las tripas.
Incapaz de llevar aire a sus pulmones, temió que sus rodillas se doblaran. Envolvió su
brazo alrededor del poste para no tropezar con sus pies. Tragando con dificultad,
forzó las palabras más allá del doloroso nudo que se había formado en su garganta.
- ¿Becky Oliver?
Dallas lo enfrentó directamente.
- Sí.
- ¿Con quién se casó?
- Con Cameron.
¿Cameron McQueen? ¿El hermano de Dee? ¿Su amigo del alma? Austin se tragó
la bilis ardiente que le había subido a la garganta.
- ¿Cuando?
- Hace un par de años.
Austin miró a su hermano.
- ¿Por qué demonios no mencionaste esa pequeña noticia en tus cartas?
- No me pareció que la cárcel fuera el mejor lugar para enterarte sobre eso.
- Podrías habérmelo dicho en cualquier momento de los días que nos llevó el viaje de
regreso.
- No vi ninguna razón para arruinar tu regreso a casa.
¿Su regreso a casa? Sin Becky no había regreso. Saltó del porche y golpeó el
suelo con un propósito en su zancada.
- ¿A dónde vas? - gritó Dallas.
- A donde sea que me apetezca ir - Austin contestó sobre su hombro, mientras
caminaba hacia el granero.

Nunca había ensillado un caballo más rápido, ni había cabalgado tan duro. Los
cascos de Trueno Negro se comieron la distancia entre Austin... y Becky.
Cuando las luces tenues, ardiendo en la noche de las farolas de Leighton
aparecieron a la vista, Austin tiró de las riendas. El semental protestó por el trato rudo
y se encabritó, su relincho resonó sobre las vastas llanuras. Austin recuperó el control
y palmeó el cuello sudoroso de su caballo.
- Lo siento, viejo.
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Dirigió su mirada a la ciudad. Pudo distinguir la silueta del Gran Hotel de Dee. Y
el depósito de trenes. Las vías del ferrocarril habían llegado a la ciudad mientras él
había estado en prisión. Vio el contorno de los edificios que no reconocía, calles, casas,
una ciudad... una ciudad que en una época había conocido por completo... una ciudad
que ahora le resultaba dolorosamente desconocida.
Y en algún lugar dentro de esa ciudad, bajo las sombras de la noche, Becky
yacía entre los brazos de otro hombre.
El dolor lo atravesó, intenso y abrumador. Las lágrimas que había mantenido a
raya durante cinco largos y tortuosos años, finalmente se liberaron. Inclinando la
cabeza, clavó los dedos en sus muslos cuando los sollozos le hicieron temblar el
cuerpo.
Becky lo había abandonado cuando más la necesitaba... y él ni siquiera lo había
sabido.
Los recuerdos llevaron a Austin a la tienda general. Había negocios surgiendo a
cada lado del edificio donde Becky Oliver había trabajado con su padre. Le molestaban
todas las estructuras que olían a madera nueva, le molestaba lo poco que había
permanecido igual.
Detuvo su caballo y miró el letrero que todavía rezaba: LA TIENDA GENERAL
DE OLIVER. Becky había vivido en las habitaciones de arriba. La luz pálida se
derramaba por las ventanas del piso de arriba, por lo que Austin imaginó que todavía
vivía allí… con Cameron.
Desmontó, ató su caballo a la barandilla y caminó por el callejón entre los dos
edificios. Vio el rellano donde besó a Becky por primera vez. ¿Cameron la había
besado allí? Sus entrañas se apretaron con la idea.
Oyó el golpe de una caja contra el suelo. Al doblar la esquina, dentro de la luz
proyectada por la linterna que colgaba de la pared trasera de la tienda, vio que
Cameron McQueen sacaba una caja de madera de un carro, la apilaba junto a la puerta
trasera y buscaba otra. Si él y Cameron siguieran siendo amigos, le habría hecho pasar
un mal rato por el delantal blanco almidonado que llevaba sobre su impecable camisa
blanca.
Cameron buscó otra caja, luego se quedó quieto como si sintiera la presencia de
otra persona. Miró por encima de su hombro, el pelo rubio cayendo sobre su frente.
Con mirada cautelosa, se acercó lentamente.
- Austin, es bueno verte.
- Lo dudo - Austin golpeó con su puño cerrado la cara de Cameron, que se tambaleó
hacia atrás y golpeó el suelo con un ruido sordo que sonó como una caja de tomates
reventados.

- ¡Levántate, hijo de puta!


Moviendo la mandíbula hacia ambos lados, Cameron se dio la vuelta.
- No voy a pelear contigo.
- No tienes que pelear conmigo, pero al menos dame la satisfacción de golpearte
estando de pie.
Cameron se arrodilló, lo suficientemente erguido, como para considerarlo de
pie, pensó Austin. Lo golpeó de nuevo y lo envió de vuelta al suelo.
- Eras mi mejor amigo, ¡maldita sea! ¡Confiaba en ti!
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Cameron lo miró con los ojos entrecerrados, la sangre le corría por la mejilla.
- Juro por Dios que traté de no amarla.
- No te esmeraste lo suficiente. Ponte de pie.
Cameron luchó para ponerse de pie y lo logró, con los brazos colgando a los
costados como las inútiles cuchillas rotas de un molino de viento.
- Al menos pon tus manos en alto, dame algo de satisfacción - ordenó Austin.
Cameron negó con la cabeza.
- Me quieres dar una paliza, adelante. No te detendré.
La furia impotente surgió en Austin. Lo golpearía hasta matarlo, de acuerdo, y
un poco más, llevó su brazo hacia atrás…
- Cameron - escuchó la voz más dulce que conocía.
Austin giró la cabeza. La luz de la linterna iluminó a Becky que estaba de pie en
la puerta, sosteniendo un pequeño niño cerca de su pecho.
Ella era la cosa más hermosa que jamás había visto. Los años perdidos
comenzaron a desvanecerse, justo como sabía que lo harían.
- ¡Papá! - gritó el niño, retorciéndose en los brazos de su madre.
Los años volvieron estrepitosamente, con una cruel certeza. Ella no era Becky
Oliver, su chica. Ella era Becky McQueen, la esposa de su mejor amigo.
- Cameron, ¿aún no terminaste? - le preguntó suavemente.
Austin se dio cuenta entonces de que las sombras lo ocultaban, que la luz de la
linterna no lo estaba tocando. Desde donde estaba, Becky no podía verlo, ni la sangre
que caía por la cara de Cameron.
- Estaré allí en un minuto - dijo Cameron en voz baja, mostrándole sólo su perfil a ella.
- Bueno, no tardes demasiado. La cena se está enfriando - Desapareció en la tienda, y
Austin sabía que probablemente subiría las escaleras interiores que conducían al
segundo piso, a la casa que compartía con Cameron.
- Juro por Dios, Austin, que no quise que las cosas salieran de esta manera - dijo
Cameron, en voz baja.
Austin dio un paso amenazante hacia él. Cameron se estremeció pero no
retrocedió.
- Piensa en esto - dijo Austin, su voz hirviendo con el dolor de la traición - Ella me amó
primero.
- Créeme, ese pensamiento me persigue día y noche.
Austin deseó haberlo golpeado de nuevo y también haber mantenido la boca
cerrada. Había querido herirlo, y supo por la desesperación que había surgido en los
ojos azules de Cameron, que había tenido éxito. No sabía por qué ese conocimiento no

le proporcionaba satisfacción, que solo servía para aumentar su enojo ante una
situación que no podía cambiar.
Él asintió enérgicamente.
- Bueno, me alegra oír eso - Abruptamente, giró sobre sus talones y cruzó el callejón a
grandes zancadas hasta llegar al entarimado. Nunca se había sentido más perdido en
su vida.
Aunque su familia lo había recibido en su casa con los brazos abiertos, ya no se
sentía parte de ellos. Sus hermanos tenían esposas, hijos y negocios exitosos. ¿Y qué
tenía él? Nada más que una reputación empañada, que nunca debería haber poseído.
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Acechando por el camino de tablas, se sorprendió de que sus pies no las
partieran con el peso de su ira, mientras se dirigía hacia el otro extremo de la ciudad,
donde el salón le hacía señas.
El humo espesó el aire mientras entraba furioso por las puertas batientes del
salón. Un enorme espejo dorado, colgado en la pared detrás de la barra reflejaba a los
clientes que ocupaban las sillas o se paraban contra las paredes.
Sintió que las miradas se clavaban en él, e incluso en medio del estruendo de
las voces masculinas y las risas roncas, creyó oír a la gente susurrar su nombre con
desprecio. Caminó hacia la abarrotada barra y enganchó el talón de su bota en la
baranda de bronce que corría abajo, a lo largo de la barra. Los hombres más cercanos
a él se apartaron como si tuviera llagas supurantes que lo cubrían. Colocó con fuerza
una moneda en el mostrador.
- Whisky.
El cantinero recogió un vaso y sirvió la infusión color ámbar, su mirada nunca
abandonó a Austin. Siempre le había sorprendido que Beau pudiera servir bebidas y
nunca mirar para ver qué estaba haciendo.
- Escuché que estarías en casa pronto - dijo Beau mientras miraba cautelosamente a
Austin.
- Bueno, escuchaste bien - Austin cruzó los brazos sobre la barra y se inclinó
ligeramente hacia adelante.
Beau dejó el vaso lleno frente a él.
- No quiero problemas aquí.
- No planeo comenzar nada - le aseguró Austin. Con un asentimiento brusco, Beau se
dirigió al otro extremo del mostrador, limpiando la madera brillante mientras
avanzaba.
Un escalofrío helado recorrió la columna vertebral de Austin. Despreciaba la
sensación de ser observado y juzgado. En la prisión, los guardias lo habían mirado con
furia, los perros habían seguido todos sus movimientos, otros prisioneros lo habían
examinado y lo habían medido con sus propios bajos estándares.
Sacudió la cabeza y clavó su mirada azul en Lester Henderson. El corpulento
banquero estaba de pie en la barra, ojos oscuros en una cara que se parecía mucho a la
masa del pan, desvió su mirada, y se bebió el resto de su cerveza. Se pasó una mano
regordeta por la boca, enderezó los hombros y se acercó a Austin.
- No tuve más remedio que votar por culpable - dijo Henderson, su voz apagándose -
La evidencia…

- Sé lo de la evidencia. Estuve en el maldito juicio.


- No se puede dar un préstamo a un hombre recién salido de prisión.
- ¿Pedí un préstamo?
- No, solo quería evitarte el preguntar. - Henderson se escabulló como una ardilla que
había visto la última nuez en el suelo.
Austin envolvió sus dedos alrededor del vaso de whisky y estudió el contenido.
Tan pronto como lo terminó, estaba decidido a limpiar su nombre. No creía que
tomaría mucho tiempo. Siempre supo que Duncan McQueen le había echado la culpa a
él. Pidió otro trago y cuando inclinó la cabeza hacia atrás llevándose el vaso a los
labios, captó en el espejo el reflejo de un cuchillo levantado.
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Se movió rápidamente, pero no lo suficientemente rápido. Un dolor agonizante
le atravesó la espalda. Se lanzó hacia un lado, se dio la vuelta y golpeó con su puño la
cara de Duncan McQueen, antes de que el hombre pudiera atacar de nuevo. Cuando
Duncan retrocedió tambaleándose, Austin agarró la mano que sostenía el cuchillo y la
golpeó con fuerza contra el mostrador de madera. El cuchillo cayó al suelo.
Austin sintió un inesperado puñetazo justo debajo de la mandíbula. El dolor
rebotó en su cabeza cuando sus rodillas se doblaron. Golpeó el piso con fuerza y la
negrura invadió su visión. Se puso de rodillas, luchando por ponerse de pie, el sabor
amargo de la sangre llenando su boca.
- ¡Bastardo! - rugió Duncan antes de lanzarse hacia Austin, que revirtió sus esfuerzos,
se dejó caer a un lado y pateó a Duncan en la rodilla. Gruñendo, Duncan cayó al suelo y
agarró el cuchillo. El odio ardía brillantemente en sus ojos oscuros mientras se ponía
de pie - ¡Cinco años! Eso es todo lo que te dieron por asesinar a mi hermano, porque
Dallas es dueño de parte del estado. ¡Deberían haberte ahorcado! - Blandió el cuchillo
ensangrentado en el aire - Creo que depende de mí hacer justicia.
- ¡No en mi salón! - Dijo Beau mientras salía por la esquina de la barra, pistola en mano
y con ella empujó a Duncan en el hombro.
- Basta.
Con la cabeza palpitante y la espalda dolorida, Austin luchó para ponerse de pie
y miró a Duncan.
- ¿Qué diablos estás despotricando, Duncan? Tú mataste a tu hermano e hiciste que
pareciera que lo hice yo.
- No veo cómo pudo haberlo hecho - dijo Beau con voz calma. - Duncan apareció aquí a
última hora de la tarde y se sentó en esa esquina justo allí… hasta el amanecer,
emborrachándose.
- ¿Por qué iba a matar a mi hermano? - Preguntó Duncan, con asco en la voz.
Esa era la única respuesta que Austin no tenía.
- Todos saben que lo asesinaste - gruñó Duncan.
Austin escudriñó a los hombres que se habían reunido alrededor del bar. El
desprecio en sus ojos hablaba más alto que las palabras de Duncan. Él no vio dudas. Ni
una mirada de interrogación. No vio nada más que absoluta certeza mirándolo. Todos
pensaron que había asesinado a Boyd McQueen.
- ¿Por qué demonios más habría escrito mi hermano tu nombre en la tierra antes de
morir? - exigió Duncan. ¿Por qué de hecho?

Austin se sentó en los escalones traseros de la casa de Dallas y miró la luna.


Rodó sus hombros, haciendo una mueca ante el dolor causado por el movimiento.
Después de salir del salón, se había detenido en la casa del médico, pero el hombre no
estaba allí. Para cuando Austin llegó a su casa, el sangrado se había detenido, así que
simplemente se había cambiado la camisa. No había necesidad de alarmar a la familia.
Ya se habían preocupado lo suficiente en los últimos cinco años. Además, había
sobrevivido a cosas peores en prisión.
Oyó la puerta abrirse y el eco de suaves pisadas. Mirando por encima del
hombro, vio a Dee que se sentaba en el escalón, a su lado.
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- Tenías razón. Me dijiste que para una persona que no tiene libertad, cinco años era
una eternidad - dijo en la quietud de la noche.
Usando los dedos, ella apartó los oscuros mechones de cabello de su frente.
- No todas las prisiones tienen paredes. Dallas fue la llave que abrió la mía.
Austin giró su mirada al dosel de estrellas, permitiendo que un silencio
amistoso se instalara a su alrededor.
- ¿Cuál es el nombre de su hijo?
- Andrew. Lo llamamos Drew - dijo Dee en voz baja.
- Golpeé a su padre esta noche.
- No estoy del todo segura de que Cameron no lo mereciera. - Su cuñada colocó la
mano sobre la suya - Pero sé lo mucho que ama a Becky. Creo que ya la amaba antes
de que fueras a prisión.
- Eso no justifica lo que hizo.
Dee suspiró.
- Sé que esto es difícil para ti, pero Dallas perdonó a Houston por llevarse a Amelia.
Quizás con el tiempo, puedas perdonar a Cameron...
- Mi situación es completamente diferente a la de Dallas. Todo lo que él le dio a Amelia
fue un boleto de tren. Yo le di mi corazón a Becky y cinco años de mi vida.
- Becky se ofreció a testificar que estaba contigo la noche en que mataron a Boyd, pero
no se lo permitiste. No puedes culparla ahora por los años que pasaste en prisión. Eso
no es justo.
- La vida nunca es justa, Dee. Tener a Houston y a Dallas por hermanos debería
haberme enseñado eso hace mucho tiempo, pero tuve que aprenderlo por mi cuenta -
Miró hacia la distancia - Todo ha cambiado, todo es tan diferente… no me lo esperaba.
- No todo. Tu violín está igual. Lo guardé para ti tal como me lo pediste. Esperaba que
tocaras algo para mí esta noche.
Austin echó un vistazo a la silueta del instrumento que descansaba en su
regazo.
- Ya no escucho la música, Dee. Mientras estaba en prisión, simplemente se marchitó y
murió. - Se puso de pie y caminó hacia el granero. Necesitaba montar, sentir el viento
estrellándose contra su rostro. Había terminado de ensillar a Trueno Negro cuando
escuchó un golpe sordo y un gruñido procedente de la parte posterior del granero.
Caminó hacia allí y miró dentro. Rawley luchaba por mover una caja.

- ¿No deberías estar en la cama? - preguntó Austin.


Rawley se giró, su rostro ardía de un rojo intenso.
- Quería limpiar esta habitación primero. Tengo que ganarme la vida.
Austin se apoyó contra el marco de la puerta.
- Rawley, nunca trabajé tan duro como tú, y Dallas nunca me echó.
- Eres sangre, yo no - Rawley caminó hacia la mesa de trabajo y comenzó a guardar las
herramientas que alguien más había dejado fuera de lugar.
- Eso no le importa a Dallas.
- Me importa a mí.
Austin estudió al chico mientras arreglaba la habitación.
- ¿Es por eso que no tomaste el apellido de Dallas cuando te adoptó?
Rawley se calmó.
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- Solo pensé que era lo mejor, es todo. - Miró a Austin - Siempre me he preguntado...
¿qué hiciste para conseguir que una ciudad llevara tu nombre?
Austin sonrió.
- No tengo una ciudad que lleve mi nombre.
- Claro que sí. Pasé por una ciudad llamada Austin una vez.
- La verdad… es al revés. Me llamo así, porque nuestro padre nos nombró por las
ciudades... - La mente de Austin se tambaleó por las posibilidades que nunca antes
había considerado - ¡Dulce Señor!
- ¿Qué? - preguntó Rawley.
- Me tengo que ir - Austin corrió a través del establo, montó a Trueno Negro y galopó
en la noche.
Una hora más tarde, golpeó la puerta del segundo piso que estaba sobre la
tienda general. Cuando se abrió, la voz se le atascó en la garganta. ¿Por qué no había
considerado la posibilidad de que podría ver a Becky si viniera aquí? ¿Por qué el dolor
tuvo que atravesar su corazón y abrir la herida fresca?
Dios Todopoderoso, deseó poder odiarla. Él quería sacudirla. Quería gritarle.
Pero, sobre todo, quería abrazarla, para que el calor de su cuerpo ruborizado contra el
suyo, descongelara el frío que impregnaba su alma.
- Tengo que hablar con Cameron - gruñó.
El impacto, reflejado en sus ojos azules, rápidamente dio paso a la ira. Becky
plantó las manos firmemente sobre su pecho y lo empujó con fuerza, causando que
tropezara hacia atrás.
- Bueno, él no necesita hablar contigo. ¿Cómo te atreviste a golpearlo?
- ¡Becky! - Ella giró, Cameron estaba de pie en la puerta, con un ojo morado e hinchado
- Drew te está llamando. Me ocuparé de esto.
Austin vio la hermosa mandíbula apretarse, antes de lanzarle una mirada
asesina, luego giró y se abrió paso para volver a la casa.
- ¿Querías entrar? - Preguntó Cameron.
Austin negó con la cabeza, preguntándose por qué había acudido al hombre
que lo había traicionado. Caminó hacia la barandilla y miró la ciudad, la luz de las
linternas luchando contra la oscuridad. Cameron llegó junto a él, los pasos indecisos y
vacilantes trajeron recuerdos de confidencias compartidas.

- Todos estos años pensé que Duncan le había disparado a Boyd y había arreglado las
pruebas para echarme la culpa - Miró de reojo a su amigo de juventud, de repente se
dio cuenta de que perder la amistad de Cameron dolía casi tanto como perder el amor
de Becky - Pero nuestros caminos se cruzaron esta noche y me di cuenta de que estaba
equivocado. Sin embargo, Rawley dijo algo que me hizo pensar. ¿Qué pasaría si Boyd
no hubiera escrito mi nombre en la tierra?
- Lo hizo. El Sheriff Larkin me llevó al lugar donde encontró a Boyd. Había escrito tu
nombre en la tierra tan claro como el día.
- ¿Y si él no se refería a mí, sino a la ciudad? ¿Y si no sabía el nombre de quien lo mató,
pero sabía que venía de Austin?
- Eso sería como buscar una aguja en un pajar, ¿no?
- Eso es todo lo que tengo - dijo Austin - La gente me evita como si tuviera fiebre de
garrapatas o algo peor. Sabía que los hombres del jurado habían votado culpable por
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la evidencia, pero en el fondo, nunca pensé que realmente creyeran que asesiné a
Boyd. Tengo que demostrar que… soy inocente, y solo puedo hacer eso si descubro
quién lo mató. ¿Tu hermano tenía algún negocio en Austin?
- Boyd nunca me confió nada. A veces se marchaba por unos días, pero nunca decía a
dónde había ido.
Austin dio unos pasos hacia atrás.
- Supongo que no hará daño ir a Austin y ver si puedo averiguar algo.
- Supongo que haría lo mismo si estuviera en tus botas, pero ten cuidado. Si el hombre
que mató a Boyd está en Austin, no imagino que le alegre la posibilidad de ser
encontrado.
Austin se giró hacia las escaleras, se detuvo y miró por encima del hombro.
- Si alguna vez escucho que Becky no es feliz, terminaré lo que comencé esta noche.
Cameron le sostuvo la mirada.
- Me parece justo.
Austin apresuró los pasos que lo alejaban de su amor y de su amigo.
Algún bastardo había robado cinco años de su vida.
Austin estaba malditamente seguro de que le haría pagar caro por cada
momento.

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CAPITULO 2

Maldiciendo profusamente, Austin miró el corte irregular en la parte inferior


de la pezuña de Trueno Negro. Soltó la pata delantera del caballo, desplegó su cuerpo
dolorido y se quitó el polvoriento Stetson negro de la cabeza. Agotado, resentido por
la suciedad que se abría paso en cada pliegue de su cuerpo, tenía la sensación de que
el sol de abril calentaba como si estuviera a mediados de agosto.
Utilizando la manga de su camisa de batista, se secó el sudor que adornaba su
frente e hizo una mueca cuando el dolor estalló en su espalda, desde la mitad del
hombro izquierdo hasta justo debajo de las costillas. Había esperado que la herida que
había recibido durante la pelea con Duncan ya hubiera sanado, pero supuso que
cabalgar todo el día, hasta bien entrada la noche, y dormir en el suelo, no había sido el
mejor tratamiento para la herida. Cuando había salido de Leighton varios días antes,
no había considerado que no tendría manera de limpiar o atender la lesión. Solo había
tenido un pensamiento: que la ciudad de Austin podría tener la llave que lo llevaría al
asesino de Boyd, al hombre cuya culpabilidad demostraría su inocencia.
Deslizando los dedos en el bolsillo de su chaleco, sacó el mapa que Dallas le
había dado. Cansado, estudió las líneas que marcaban el comienzo de su viaje y su
destino final. Volvió a guardar el papel arrugado en su bolsillo. No llegaría a la ciudad
esta noche.
Se colocó el sombrero sobre la frente y suspiró pesadamente. No estaba de
humor para caminar, pero la herida del semental no le dejaba otra opción. Mirando
hacia la distancia, vio humo que se elevaba en espiral a través de los árboles. Enredó
las riendas entre los dedos y se adentró en el bosquecillo. Los rayos del sol y las
sombras que se alargaban se entrelazaban entre las ramas, ofreciéndole un respiro del
maldito calor. Con una sensación de pérdida, recordó una época en la que habría
apreciado la belleza simple que lo rodeaba. Ahora solo quería llegar a donde iba.
Escuchó un golpe ocasional como si alguien estuviera cortando leña. Con la
abundancia de árboles y arbustos, no imaginó que alguien tuviera que depender del
carbón para tener un buen fuego.
Un gran claro se abrió ante él. Cortinas blancas de encaje ondeaban a través de
las ventanas abiertas de una pequeña casa de madera blanca. La puerta desgastada
estaba entreabierta. Cerca de la casa, un chico escuálido que llevaba un sombrero
maltratado, una chaqueta raída y pantalones de punto gastados, luchaba por cortar los
troncos. Un perro grande dormía bajo la sombra de un árbol cercano. Los diferentes
tonos de su pelaje marrón y blanco le recordaron a Austin una colcha de retazos.
Mientras se acercaba cautelosamente, el perro abrió los ojos, gruñó, se elevó
lentamente a su altura, mostrando los dientes y profundizando su gruñido.
Moviéndose rápidamente, el chico se inclinó, tomó algo del costado, giró y
apuntó con un rifle a Austin. Éste levantó sus manos al aire.
- ¡Guau! No estoy buscando problemas.
- ¿Qué estás buscando?
- Austin. ¿Qué tan lejos está de aquí?

- Medio día de viaje en un buen caballo - El chico inclinó la cabeza, el ala arrugada de
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su sombrero proyectaba sombras sobre su rostro - Tu caballo parece estar mal de su
pata derecha.
La perspicacia del chico tomó a Austin con la guardia baja, aunque ciertamente
lo admiraba.
- Sip. Él cortó su casco sobre una roca. ¿Tu gente está cerca? - El chico asintió
rápidamente.
- Sí y mi hermano. Me sentiría mejor si te quitaras el arma.
Austin desató la tira de cuero de su muslo y lentamente se desabrochó el
cinturón. Con cuidado quitó la pistolera, dejó el arma en el suelo, su mirada rodeó el
área. Se preguntó dónde estaba trabajando el resto de la familia. No vio campos que
necesitaran cuidados o ganado que necesitara verse. El aroma del pan recién
horneado y la carne hirviendo se filtraba por la puerta abierta de la casa.
- Estoy seguro de que algo huele muy bien.
- Guiso de conejo.
- ¿Crees que podrías convidarme un cuenco si termino de cortar esa madera por ti?
El chico cambió su mirada hacia la madera esparcida alrededor de un viejo
tocón de árbol, luego miró a Austin.
- ¿Cuál es tu interés en Austin?
- Ando buscando a alguien.
- ¿Eres un caza recompensas?
- No. Mi caballo está herido. He estado caminando más de lo que me gustaría pensar.
Estoy cansado, sucio y hambriento. Puedo cortar esa madera dos veces más rápido
que tú y puedo hacerlo por un plato de estofado. Luego, me pondré en camino.
Lentamente, el chico relajó los dedos y bajó el rifle.
- Suena como un trato justo.
Levantando sus mangas más allá de sus codos, Austin caminó hacia el tocón del
árbol. Haciendo caso omiso del gruñido que avanzaba pesadamente para inspeccionar
más de cerca sus botas, Austin recogió el hacha, colocó un tronco en el tocón y la
golpeó contra la madera seca. Sofocó un gemido cuando un ardiente dolor estalló en
su espalda. Cuando llegara a su destino, su primera tarea sería encontrar un médico.
- Voy a tomar tu arma - dijo el chico vacilante - Y tu rifle.
- Bien. Hay un cuchillo Bowie en las alforjas - No le reprochaba al chico sus
precauciones, pero anhelaba la confianza absoluta que una vez había dado por
sentado. Al escuchar los pies descalzos del niño moverse suavemente sobre el suelo
mientras caminaba hacia la casa, Austin miró por encima del hombro, el niño también
había agarrado sus alforjas.
Austin miró al perro.
- Tu amo no es muy confiado, ¿verdad? - El perro ladró. Austin miró a su izquierda y
vio un gallinero y una estructura de madera de tres lados que ofrecía protección a una
vaca lechera. Lo encontró extraño ya que la propiedad tenía un enorme granero.
Arrojó su mirada al bosque, preguntándose si estaba perdiendo el tiempo
viajando a Austin. Si tuviera algún sentido, iría a casa e intentaría reconstruir una vida
que nunca debería haber abandonado. Pero su obstinado orgullo no le permitiría el

lujo de dar marcha atrás. Su familia creía que era inocente. Becky sabía que era
inocente. Pero las dudas siempre quedarían en la mente de los demás.
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Cuando paró de hachar, había apilado suficiente madera para la familia por una
semana, se dirigió a la casa, se dejó caer en el porche y se apoyó en la viga que
soportaba el alero que corría a lo ancho de la casa. El perro se le acercó, se desperezó,
bostezó y se tumbó en el suelo, cerca de los pies de Austin.
- Cambiaste de opinión sobre mí, ¿verdad?
Levantando la cabeza, el perro lanzó un pequeño gemido antes de volver a
acomodarse en su lugar. Austin tuvo la tentación de acurrucarse junto al perro y
dormir. En cambio, miró hacia el horizonte donde el sol se estaba hundiendo
gradualmente detrás de los árboles. Mientras cumplía su condena, odiaba ver que el
sol se pusiera, había despreciado la noche. La soledad siempre había acompañado a la
oscuridad.
- Aquí está tu comida - dijo el chico detrás de él.
Austin miró por encima de su hombro, su mano extendida se detuvo a medio
camino de tomar el cuenco. El aire retrocedió en sus pulmones, lentamente se puso de
pie. Los pantalones y los pies descalzos eran iguales, pero todo lo demás había
cambiado. El sombrero arrugado y la chaqueta raída se habían ido. También el chico.
- ¿Que estas mirando? - preguntó una voz indignada.
Austin podría haber nombrado cien cosas. La larga y gruesa trenza de pelo
rubio claro que caía sobre un hombro angosto. El delantal blanco almidonado que
ceñía la cintura más pequeña que jamás había visto. O unos ojos, que sin la sombra del
sombrero, brillaban de un color oro rojizo.
Arrancó su Stetson de la cabeza y retrocedió un paso.
- Mis disculpas, señora. Creí que eras un niño.
Una sonrisa tentativa jugó en sus labios.
- Es más fácil hacer el trabajo cuando estoy usando los pantalones de mi hermano.
Además, no hay nadie cerca para notarlo.
- ¿Qué hay de tu familia?
Una cantidad inconmensurable de tristeza se reflejó en las profundidades
doradas de sus ojos.
- Enterrados más allá. – señaló hacia un pequeño claro cercano.
Así que era verdad, estaban cerca de ella, como le había dicho, pero no estaban
en condiciones de ayudarla.
Ella extendió el tazón hacia él.
- Toma.
Él alcanzó la ofrenda, sus dedos ásperos tocaron los de ella. Ambos se
apartaron de un tirón, dejando caer el cuenco, ambos se apresuraron a recuperarlo,
entonces sus cabezas chocaron. Maldiciendo mientras el dolor retumbaba en su
cabeza, Austin extendió rápidamente la mano y agarró el cuenco, deteniendo
efectivamente su caída. El estofado se derramó por los lados y quemó el interior de su
pulgar.
- ¡Maldita sea! – Protestó Austin cambiando el cuenco a su otra mano y chupándose el
pulgar. Miró a la mujer. Sus ojos se habían ensanchado, y se estaba limpiando las

manos en el delantal. Recordó las muchas veces que Houston lo había regañado por
maldecir delante de Amelia, y sintió el calor bañando su rostro.
- Mis disculpas por las maldiciones - ofreció.
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Ella sacudió la cabeza.
- Debería haberte advertido que el estofado estaba caliente. Conseguiré un paño frío.
Antes de que pudiera detenerla, había desaparecido en la casa. Austin se dejó
caer en el porche, preguntándose si tenía fiebre. ¿Cómo podía haber confundido a esa
diminuta mujercita con un niño?
Pensó que si la presionaba contra su cuerpo, la parte superior de su cabeza
encajaría en el centro de su pecho. Era increíblemente delicada y le recordó a la fina
porcelana que Dee había puesto sobre la mesa para festejar su retorno. Un golpe
descuidado la destrozaría en mil fragmentos.
Vio un destello de pantalones de color estiércol justo antes de que la mujer se
arrodillara frente a él, tomó su mano sin preguntar y presionó un paño húmedo en el
área roja.
- Puse un poco de aceite sobre la tela. Eso debería aliviar el dolor.
Su voz era tan suave como una nube flotando en el cielo, y nuevamente se
preguntó cómo la había confundido con un niño. Ligeramente, su mano lo sostuvo,
pero aún sentía los callos en su palma. Tenía las uñas cortas, astilladas en un lugar o
dos, pero limpias. Y su toque fue lo más dulce que había sentido en cinco años.
Ella miró debajo de la tela.
- No creo que se vaya a ampollar - tocó con el dedo la cicatriz rosa que rodeaba su
muñeca - ¿Qué te pasó aquí?
Austin se puso rígido, se le cerró la garganta y deseó haberse tomado el tiempo
de bajarse las mangas después de terminar de cortar la leña. Pensó en mentir, pero ya
había aprendido lo que las mentiras traían.
- Grilletes. - Levantó la mirada hacia él, su delicado ceño fruncido, la ansiedad
oscureciendo sus ojos, implorándole que respondiera una pregunta que parecía incapaz
de hacer en voz alta. Austin tragó saliva. - Pasé un tiempo en prisión.
- ¿Por qué? - susurró.
- Asesinato.
Había esperado que el horror se reflejara en su cara, no la habría culpado si
hubiera corrido a la casa para buscar su rifle. En cambio, continuó sosteniendo su
mirada, estudiándolo silenciosamente como si buscara un secreto por mucho tiempo
enterrado. Pensó en decirle que no había matado a nadie, pero había aprendido que
las voces de doce hombres, hablaban más fuerte que la de solo uno.
Desafortunadamente, hasta que demostrara que alguien más había matado a Boyd
McQueen, él era el hombre que lo hizo.
- ¿Cuánto tiempo estuviste en prisión? - finalmente preguntó.
- Cinco años.
- No fue mucho tiempo por asesinato.
- El suficiente.
Soltando su mano y su mirada, se alejó de él.
- Deberías comer. Te lo has ganado.

Él asintió bruscamente, antes de concentrarse en el guiso.


Ella se sentó en el escalón inferior del porche y puso un pie encima del otro.
Tenía los dedos de los pies más lindos que había visto en su vida. El segundo dedo del
pie estaba torcido y apuntaba lejos del dedo gordo, como un letrero que indica las
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direcciones de una ciudad.
Ella golpeó su muslo.
- Ven aquí, Cavador.
El perro trotó y apoyó la cabeza en su regazo. Con ojos lúgubres, miró a Austin.
- ¿Cavador? - preguntó Austin.
Enterró los dedos en el espeso pelaje marrón y blanco del animal.
- Sí, él siempre está cavando cosas. ¿Tienes un nombre?
- Austin Leigh.
- Pensé que era hacia donde te dirigías.
- Lo es. Nací cerca de aquí. Mis padres me pusieron el nombre de la ciudad.
- Debe ser confuso.
- No realmente. No he vuelto en más de veinte años. - Devolvió su atención al estofado,
recordando una época en que hablar había sido fácil, cuando sonreír a las mujeres
había traído infinitos placeres.
- Soy Loree Grant.
- Aprecio tu hospitalidad, señorita Grant - Raspó lo último del guiso de su plato.
- ¿Quieres más estofado? - le preguntó.
- Si tienes algo de sobra.
Se levantó, tomó su cuenco y entró a la casa. El perro lanzó un pequeño gemido.
Austin se acercó para acariciar al animal. Una ola de mareos lo asaltó. Se agarró al
borde del porche y respiró profundamente.
- ¿Estás bien?
Echó un vistazo por encima del hombro. Loree estaba insegura en el porche,
con el cuenco de estofado caliente en la mano. Se puso de pie, temeroso de que lo que
ya había comido no fuera a quedarse en su lugar.
- Supongo que un plato era suficiente. Lamento haberte molestado. Me estaba
preguntando... con la noche aproximándose... ¿te importaría si me acuesto en tu
granero?
La alarma revoloteó en sus ojos dorados, pero asintió con un movimiento de
cabeza.
- Lo aprecio. Puedes quedarte con las alforjas y las pistolas hasta la mañana, si eso te
ayuda a calmar tus miedos sobre mi estadía. Dime, qué tareas puedo hacer antes de
irme para pagar el techo que tendré sobre la cabeza.
Caminó hacia Trueno Negro, esperando poder calmar al caballo antes de
colapsar por agotamiento.

No tenía ojos de asesino. Loree repitió ese pensamiento como una letanía
reconfortante mientras se sentaba con las piernas cruzadas en su cama, el rifle
cargado descansaba sobre su regazo, su mirada enfocada en la puerta.

Cinco años atrás, ella había mirado a los ojos de un asesino. Sabía que eran
implacables y fríos. Los ojos de Austin Leigh no eran ninguna de las dos cosas. Ella
cambió su atención al fuego que ardía en el hogar. En el centro, donde el calor
quemaba más, las retorcidas llamas azules reflejaban el color de sus ojos. Ojos que
reflejaban tristeza y dolor. Se preguntó si alguno de los pliegues que se extendían por
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las comisuras de sus ojos había sido tallado por la risa.
Al oír un trueno retumbar en la distancia, deseó que la tormenta se mantuviera
lejos hasta que él se fuera, pero pensó que era poco probable. El reloj en la repisa de la
chimenea acababa de dar la medianoche.
El techo del granero tenía más agujeros que estrellas el cielo nocturno. Aun así
le ofrecería más protección que los árboles. Y probablemente tenía un impermeable.
Todos los vaqueros lo tenían, y ciertamente parecía ser un vaquero. Alto y larguirucho
con un andar suelto y relajado que no demostraba tener prisa por estar en ningún
lado.
La lluvia comenzó a azotar el techo con un ritmo staccato constante. Ella se
encogió. Las noches eran frescas, pero no había pedido mantas adicionales ni una
almohada, y no podía encender un fuego dentro del granero. Loree maldijo en voz
baja. Él no era su preocupación. Él era un asesino, por el amor de Dios.
Si tan solo tuviese los ojos de un asesino. Entonces podría dejar de preocuparse
por él y preocuparse más por ella misma. Si tan solo sus ojos no hubieran tenido una
tristeza tan profunda cuando había hablado de la prisión. Se preguntó a quién había
matado y si había tenido una buena razón para asesinar a alguien.
Apretó sus dedos alrededor del rifle. ¿Alguna razón justifica el asesinato? Se
había hecho esa pregunta innumerables veces desde la noche en que el maldito
asesino se había abalanzado sobre ellos. La respuesta siempre la eludió. O tal vez, solo
la respuesta que ella quería, la eludió.
Bajó de la cama y caminó hacia su cofre de la esperanza. Se arrodilló frente a él
y dejó el rifle en el suelo. Pasó la mano por el cedro que su padre había lijado y
barnizado para su decimocuarto cumpleaños. Durante tres años ella había puesto
doblados cuidadosamente sus sueños dentro... hasta la noche en que el asesino la
arrastró hasta el establo. Sus sueños habían muerto esa noche, junto con su madre, su
padre y su hermano.
La lluvia golpeaba más fuerte. El viento raspó las ramas de los árboles a través
de las ventanas. El trueno rugió.
Levantó la tapa del cofre por primera vez desde aquella fatídica noche. Los
sueños olvidados la llamaron. Pasó los dedos sobre la suave franela de un camisón.
Ella había querido sentirse delicada en su noche de bodas, así que había bordado
flores en la parte delantera y alrededor de los puños. Ella había cosido y decorado los
bordes de la ropa de cama y un pequeño vestido de nacimiento para un niño que
ahora sabía nunca llegaría.
El asesino había irrumpido en su vida con la fuerza de un tornado. Se había
robado todo, y cuando había tratado de recuperar una parte de lo que había tomado,
con una risa, una risa horrible que había resonado durante esa noche, y por todas las
demás noches, le había quitado el último trozo de su alma.

Él había conseguido destrozar su alma.


Bajó la tapa del cofre y clavó los dedos en sus muslos. No tenía futuro porque el
pasado mantenía ceñido su presente.
Se puso en pie, caminó hacia la chimenea y agarró la linterna que estaba sobre
la repisa, la encendió, tomó su impermeable de la pared y se deslizó en él, llamándose
tonta a sí misma. Caminó hacia un rincón y sacó dos colchas de una pila donde
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también había sábanas. Cavador luchó para ponerse de pie, su cuerpo temblando
desde el cogote hasta la cola.
- ¡Quédate! - le ordenó. Su gemido le desgarró el corazón. Loree suavizó su voz. - Si te
mojas y te embarras, no podré dejarte entrar nuevamente. No tardaré. - Ella salió de la
casa. Un rayo atravesó el cielo de obsidiana. La lluvia caía fuertemente sobre la tierra.
El establo estaba tan negro como una tumba. No recordaba si todavía había una
linterna colgada en el granero.
Se estremeció cuando los recuerdos la asaltaron. Satanás había abandonado las
entrañas del Infierno y había hecho de su granero su dominio. También había llovido
esa noche, y el agua había lavado su sangre en la tierra.
Presionó su espalda contra la puerta, no había ido al granero desde entonces.
Su boca se secó, su carne se congeló. Hacía tanto frío. Estaba tan fría como la muerte
que casi la había reclamado.
Austin Leigh no era su preocupación, pero las palabras sonaron huecas. Su
madre lo habría invitado a entrar a la casa y le habría proporcionado abrigo y calidez.
Las amables palabras de su madre fluyeron a través de ella.
- No hay extraños en este mundo, Loree. Solo amigos que aún no conocemos. - Qué
inocente.
Finalmente reunió coraje. Apretando fuertemente las colchas contra su pecho y
con la linterna balanceándose a su lado, Loree corrió hacia el granero, saltando sobre
algunos charcos, aterrizando en otros. Tropezó al detenerse en la entrada del granero.
- ¿Señor Leigh? - levantó la linterna. Las sombras retrocedieron ligeramente, flotando
justo más allá del brillo pálido de la luz. Con todos los agujeros en el techo, el granero
se parecía a una caverna llena de cascadas. Apoyándose en los recuerdos, dio un paso.
- ¿Señor Leigh? - había vendido todos sus animales a excepción de una vaca y algunas
gallinas. Oyó que el caballo del forastero resoplaba y lo vio en el puesto distante.
Usando la linterna para alumbrar su camino, miró en los puestos que pasaba hasta
que llegó al semental, asegurado en el lugar más seco del establo. ¿Cómo podía ser un
asesino un hombre que puso su caballo por encima de sí mismo?
Sosteniendo la linterna más alto, miró el resto del establo. El caballo le dio un
golpecito en el hombro.
- ¿Dónde está tu dueño? - El animal negó con la cabeza.
- Eres una gran ayuda - giró ante el sonido de un gemido bajo. El resplandor de la
linterna se extendió en abanico hacia el puesto opuesto, revelando a un hombre
acurrucado en la esquina, tendido de costado, con las rodillas dobladas y los brazos
apretados contra su cuerpo. Ella se dirigió hacia allí - Señor Leigh, le traje algunas
cobijas.

La única respuesta fue un gemido. Al entrar al puesto, notó que su ropa estaba
empapada y temblaba visiblemente. Abrazando las colchas, se arrodilló a su lado.
Pequeños riachuelos de transpiración le corrían por la cara. Se había quitado el
chaleco que llevaba y lo había metido debajo de la cabeza. Su camisa empapada
abrazaba su cuerpo, delineando la curva de su espina dorsal y la estrechez de su
espalda.
- ¿Señor Leigh?- Lentamente abrió los ojos.
- Señorita Grant, no la lastimaría.
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- Ya me di cuenta de eso.
- ¿Lo hiciste? - Él soltó una breve carcajada - Tomaste mis armas porque no confías en
mí porque he estado en prisión. Un hombre toma decisiones en su vida, y tiene que
aprender a vivir con ellas. Pero no siempre sabe lo que costarán esas decisiones… si
supiéramos el precio antes de tomarlas…
La angustia reflejada en su voz y en su rostro, iluminado por la luz de la
linterna, hizo que quisiera atraerlo a sus brazos y consolarlo como lo había hecho con
su hermano cuando era niño. Nunca se le había ocurrido que él se ofendería porque
ella tomó sus armas. Deseó no haberlo hecho, pero él se las había dado tan fácilmente.
- Lo siento. - Sus labios se curvaron en una sonrisa sardónica.
- Tú no me enviaste a prisión. Me hice eso a mí mismo - Se levantó sobre un codo y se
inclinó hacia ella, la sonrisa se desvaneció en el olvido - ¿Sabes la peor parte? La
soledad. ¿Alguna vez te sientes sola, señorita Grant?
- Todo el tiempo - susurró mientras dejaba la linterna a un lado, sacudía una colcha y
se la ponía sobre la espalda. Estaba temblando y la calidez de su cuerpo la sorprendió.
Presionó la mano contra su frente - Dios mío, estás hirviendo. ¿Estás enfermo?
- Un hombre no creyó que mis cinco años en prisión hayan sido un castigo justo. Pensó
que debería pagar con mi vida y me acuchilló en la espalda. Creo que la herida podría
estar pudriéndose.
- Tenemos que llevarte a la casa para que pueda verlo.
- No sería... correcto.
La curiosidad estalló en ella, haciendo que se preguntara por las circunstancias
que habían causado que un hombre que se preocupaba por su respetabilidad
cometiera asesinato. La gente parecía matar por una pequeña provocación: una carta
que surgía desde el fondo del mazo en vez de desde arriba, una pequeña verdad a
medias que se convertía en una fea mentira.
- Agradezco tu preocupación por mi reputación, pero nadie está cerca para darse
cuenta - Agarrándole de los brazos, luchó para hacerlo ponerse de pie. Gimiendo, se
tambaleó hacia delante antes de recuperar el equilibrio. Ella recogió la linterna.
- Apóyate en mí - le ordenó.
- Te aplastaré.
- Soy más fuerte de lo que parezco.
Él colocó un brazo sobre sus hombros, y ella apuntaló las rodillas en su lugar.
- Soy más pesado de lo que parezco - dijo en voz baja, pero casi creyó escuchar una
sonrisa escondida. Deslizó un brazo alrededor de su cintura.
- Vamos.

La colcha cayó de sus hombros y encajada entre los cuerpos, se arrastró en el


barro mientras avanzaban penosamente hacia la casa. El viento aulló, arrojando la
lluvia punzante de lado. El alero del porche no podía protegerlos de la tormenta
despiadada. Loree soltó al hombre y descorrió el pestillo de la puerta. El viento la
empujó, abriéndola de golpe y casi arrancándole el brazo. Ella tiró de Austin.
- ¡Ven entra!
Él tropezó al entrar. Ella lo siguió, cerró de un portazo y colocó el cerrojo en su
lugar, imaginando que oía que el viento aullaba su protesta. Cavador levantó la cabeza,
soltó un pequeño gemido y volvió a dormirse.
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Loree miró al hombre que estaba en su casa, preguntándose ¿qué demonios iba
a hacer con él ahora? Parecía listo para colapsar en cualquier momento. Puso la
linterna sobre la mesa y sacó una silla de debajo.
- Siéntate.
Él obedeció, encogiéndose de hombros y envolviendo sus brazos alrededor de
sí mismo. Se puso detrás de él y se encogió cuando vio la mancha marrón en la parte
posterior de su camisa. Podría haberlo notado antes, si él no hubiera estado usando un
chaleco.
- Quítate la camisa - Con dedos temblorosos, se desabrochó la camisa, sacó de los
pantalones los extremos y se la quitó de su cuerpo. Loree estudió la larga herida
irregular llena de pus. La carne roja e irritada lo rodeaba, y se preguntó brevemente
cómo había logrado cortar la leña - Voy a tener que coserla. Vamos a llevarte a la
cama.
Lo ayudó a ponerse de pie. Siguió sin quejarse mientras lo conducía a su
habitación.
- ¿Puedes terminar de desvestirte? - Él la miró, envuelto en silencio. Ella acunó sus
ásperas y calientes mejillas entre sus manos y lo miró directamente a los ojos. La
inundaron imágenes de su padre haciendo lo mismo con ella, justo antes de haberle
dado un beso de buenas noches cuando era una niña - Escúchame. Tienes que salir de
esta ropa mojada y meterte en la cama. ¿Puedes hacer eso?
Él asintió brevemente como si incluso eso fuera demasiado esfuerzo.
- Bueno. - Corrió hasta el armario, sacó una toalla y la arrojó sobre la cama - Puedes
usar eso para secarte. Voy a preparar un poco de agua salada caliente para extraer la
infección después de que la haya abierto. Regresaré en unos minutos - Salió de la
habitación, haciendo clic en la puerta cerrada.

Austin se dejó caer en el borde de la cama y se quitó las botas, haciendo una
mueca cuando el dolor lo asaltó. Debería haberse dado cuenta de que su espalda
estaba podrida y buscar un médico antes de ahora, pero limpiar su nombre había
hecho que todo lo demás pareciera insignificante.
Luchó por quitarse los pantalones empapados y los tiró al suelo. Haciendo caso
omiso de la toalla, se metió en la cama, subió las mantas hasta la cintura y rodó sobre
su estómago. Los siguientes minutos iban a ser desagradables, pero al menos estaría
en compañía de una bella dama.

Un suave golpe sonó en la puerta antes de que se abriera.


- ¿Estás en la cama? - preguntó en voz baja.
Forzó la palabra más allá de su áspera lengua.
- Sí.

22
Entró en la habitación y colocó el cuenco y un cuchillo sobre la mesita de noche.
Frunciendo el ceño, se sentó en la cama y le tocó la
mejilla.
- No te secaste.
Pensó en decirle que con suerte había llegado a la cama, pero no creía que
valiera la pena el esfuerzo. Ella cogió la toalla y palmeó suavemente la humedad de su
cara, los surcos en su frente se hicieron más profundos. La toalla se enganchó en la
barba que le cubría la mandíbula, y deseó haberse tomado el tiempo para afeitarse esa
mañana. Ella se inclinó más cerca, y él sintió la suave curva de su pequeño pecho
presionando contra su hombro, mientras envolvía la toalla alrededor de su cabello y le
exprimía la lluvia. Cerrando los ojos, inhaló su dulce aroma y recordó las colinas
cubiertas de flores azules que había visto mientras viajaba.
Su toque era gentil, suave, cuidadoso, como si pensara que podría lastimarlo.
¿Cuántas veces en los últimos cinco años había pensado en Becky tocándolo así?
Cuando había deseado un baño caliente, aunque sabía que le faltaban años para
dárselo, pensaba en dárselo con ella, secándola después, y disfrutando mientras ella lo
secaba a él. Luego harían el amor hasta el amanecer, lenta, pausadamente, de la forma
en que deberían haberlo hecho la primera vez.
Abrió los ojos, el fuego interno aumentaba, y temió que tuviera poco que ver
con la fiebre. Tiernamente, la mujer le tocó la mejilla, la preocupación en sus ojos
atrajo las palabras de su corazón destrozado.
- ¿Por qué no me esperó?
Ella se inclinó más cerca hasta que vio los anillos negros que rodeaban el oro de
sus ojos.
- ¿Quién?
- Becky. Me prometió que me esperaría hasta que saliera de la cárcel... pero se casó
con Cameron. - Cerró los ojos con fuerza, deseando haber dejado la lluvia en su rostro
para que sus lágrimas tuvieran un lugar donde esconderse.

Loree nunca había visto llorar a un hombre. No pensó que este hombre
acostumbrara rendirse a las lágrimas. La fiebre y el dolor estaban derribando las
paredes que seguramente hubiera preferido que permanecieran en su lugar. La mujer
que nunca conocería un amor tan profundo, que estaba dentro de ella, sufría por este
hombre, y deseaba que esa mujer de la que no sabía nada, lo hubiera esperado.
Él enterró su cara en la almohada.
- Solo haz lo que tengas que hacer y termina con esto - graznó.
Se preguntó si él se había dado cuenta de que se había tomado el tiempo de
secarse la cara y el pelo, para poder posponer la desagradable tarea que le esperaba.
No le gustaba la idea de cortarle la carne. Permitió que su mirada vagara por la
longitud de la espalda desnuda. Algunas cicatrices indicaban que no era ajeno al dolor.

Se preguntó qué habría hecho para merecer las cicatrices y si la mujer que lo
había abandonado sabía todo lo que había sufrido.
Su mirada se detuvo abruptamente donde la sábana se encontraba con sus
23
estrechas caderas. Tragó saliva. Debajo no había nada más que carne. Agarró una
colcha y cubrió el contorno de sus piernas y nalgas, como si haciéndolo lo estuviera
vistiendo. Apretó sus manos juntas para evitar que temblaran.
- Voy a ser tan amable como pueda. Sé que va a doler, pero trata de no moverte.
Austin apretó los puños alrededor de la almohada, comprimiendo los músculos
de su espalda. Tomando una respiración profunda para fortalecerse, levantó el
cuchillo y pinchó la herida. Él se estremeció.
- Lo siento - susurró repetidamente mientras abría la larga herida. Luego tomó la tela
que le quedaba, la remojó en el agua caliente salada y la aplicó sobre ella.
Escuchó su aliento salir por entre los dientes.
- Lo siento, sé que duele. Los rasguños y cortes de mi hermano siempre se estaban
pudriendo. Gritaba muy fuerte cuando Ma los limpiaba, al menos tú no gritas.
Sabía que estaba divagando, tratando de distraerse de la tarea, tanto como a él
del dolor. Sus músculos eran firmes, y sabía que había trabajado mucho en su vida.
Pero incluso con todo el trabajo, logró tener las manos más bellas que jamás había
visto. Aunque sus dedos estaban apretando las sábanas, recordó haberlo notado
cuando lo había visto comer. No podía imaginar que manos tan hermosas hubieran
matado. En cambio, las imaginó acariciando las cuerdas de un violín. Su padre poseía
dedos largos y con ellos había creado la música más mágica.
No, un asesino no debía tener manos hermosas. Deberían ser feas, como las de
ella, con dedos cortos y rechonchos, manchados y ásperos.
Además un asesino no debería poseer profundos ojos azules llenos de lágrimas.
Después de aplicar repetidamente la tela mojada y caliente a la herida, acercó la
lámpara y escudriñó la herida. Todavía se veía roja y tierna, pero estaba limpia.
- Creo que eso es todo lo que podré hacer esta noche.
Él soltó un aliento tembloroso y las manos relajaron su agarre sobre la
almohada. Girando ligeramente la cabeza, la miró.
- Siento las molestias.
No sabía si alguna vez había escuchado a alguien sonar tan cansado. Ella pasó
sus dedos a través de su pelo negro.
- Intenta dormir. Queremos que tu fiebre baje.
Le colocó mantas adicionales sobre sus brazos y parte de su espalda, dejando la
herida expuesta al aire. Lenta y suavemente, deslizó su mano hacia adelante y hacia
atrás sobre sus anchos hombros, por encima de la herida. Luego comenzó a cantar la
balada que había causado la deserción de su padre a la guerra y que lo había traído de
vuelta a casa, mientras que muchos otros se habían quedado y habían perecido. La
habían llamado Loree en honor a esa canción, y ella a menudo se preguntaba si le
debía el regalo de su existencia a un compositor.
Cantó hasta que sintió la tensión dejar el cuerpo de Austin, hasta que escuchó
su respiración tranquila y pareja. Se trasladó a una mecedora y lo cuidó durante toda
la noche, secándole el sudor perlado de la frente, manteniendo las mantas alrededor

de él, preguntándose qué clase de hombre iría a prisión por asesinato... y luego lloraría
porque una mujer no había esperado su regreso.

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CAPÍTULO 3

Loree no había tenido la intención de entrometerse. Había recuperado las


alforjas de Austin Leigh con la intención de descubrir si tenía otra ropa para ponerse.
Su búsqueda se detuvo en el momento en que encontró su recuerdo más preciado.
Sentada con las piernas cruzadas, en el suelo junto a la bañera de agua humeante,
acarició los mechones de cabello castaño rojizo que estaban atados con una cinta de
terciopelo blanca. Tenía pocas dudas de que los hilos de seda habían pertenecido a su
amada Becky. Cuando los sostuvo bajo la luz del sol matutino que se filtraba por la
ventana, se volvieron de un rojo cálido, a diferencia de su propio cabello, que no tenía
ningún color.
Razonó que él había poseído el valioso recuerdo antes de ir a prisión. Ya que no
podía imaginarlo pidiéndole un poco de su cabello a una mujer que se había casado
con otro. Cuando colocó las hebras debajo de su nariz, sintió una tenue fragancia a
vainilla que iba desvaneciéndose, mezclada con otro aroma que reconoció como
perteneciente al hombre acostado en su cama. Después de velarlo durante la noche,
ella se había familiarizado con muchos aspectos de su persona.
Se preguntó cuánto tiempo había poseído esa muestra del afecto de su corazón
y se maravilló por un amor tan grande que incluso ahora, no se había separado de una
parte de la mujer que lo había traicionado.
- ¿Qué estás haciendo?
Loree soltó un pequeño chirrido ante el rugido de la voz enojada y volvió a
meter el mechón de pelo en la alforja antes de mirar por encima del hombro. Austin
Leigh se había levantado sobre un codo, su penetrante mirada azul la había clavado en
el lugar.
- Nada. Yo... te lavé la ropa esta mañana y luego se me ocurrió que no tendrías nada
que ponerte. Como tu fiebre se desvaneció al amanecer, pensé que querrías un baño. -
golpeó su mano temblorosa contra la bañera de madera para enfatizar sus buenas
intenciones. Levantó la alforja - Estaba buscando para ver si tenías algo de ropa
limpia.
Sus ojos se estrecharon con sospecha.
- Tengo.
- Que bueno.- Se puso de pie y dejó la alforja al pie de la cama, segura de que no
apreciaría saber lo que había encontrado - ¿Te sientes lo suficientemente fuerte para
manejarte solo?
- Estoy dispuesto a intentarlo.
- Iré a preparar el desayuno.

Austin observó a la mujer salir corriendo de la habitación como un conejo


asustado. No tenía nada en su poder que valiera la pena robar, y aunque lo hiciera, no
creía que Loree Grant fuera alguien que robara. A pesar de su cautela, había sido
generosa con él, ofreciéndole comida, refugio y ayuda cuando podría haberlo dejado
25
para morir solo. Aun así, había tenido poca privacidad en los últimos años y ahora la
codiciaba.
Se sentía como un hombre que se había tragado tres botellas de whisky barato
sin tomar aliento. Rodó hasta una posición sentada, cada músculo y hueso que poseía
protestaron por el movimiento. Balanceó las piernas sobre el costado de la cama y se
tomó un momento para recuperar el aliento. Su mirada se posó en sus botas, pulidas
hasta el brillo, colocadas junto a la mecedora. Dios mío, ¿cómo iba a pagarle a esta
mujer por todo lo que había hecho desde su llegada?
Se puso de pie. Una ola de debilidad lo asaltó y cerró los ojos, deseando no
haberse levantado. Con los movimientos de un anciano que había sido arrojado del
caballo demasiadas veces, se dirigió a la bañera. La mujer había pensado en todo. Se
hundió en el calor celestial, dejándolo abatir días de suciedad y mugre de su cuerpo.
Echándose hacia atrás, cerró los ojos. Los momentos entretejidos en la noche llenaban
su mente como un elaborado tapiz. Suaves toques sobre su frente febril. Agua fría
deslizándose por su garganta chamuscada. Una voz suave que le ofrecía tranquilidad.
Y lágrimas. Sus lágrimas. Él gimió. ¿Que lo había poseído para contarle a la
mujer sobre Becky? Inclinó la cabeza y clavó los dedos en los costados de la bañera.
Los pensamientos sobre Becky habían llenado su mente y su corazón desde el primer
momento en que su mirada había caído sobre ella siete años atrás. Era tan parte de él
como su nombre.
Un nombre que podría ser el responsable de haberle costado su amor.
Con el jabón duro de lejía, frotó despiadadamente su cara, su cuerpo y lavó su
cabello. El dolor todavía palpitaba en su espalda, pero no tanto como el día anterior.
Había sido un tonto al salir de su casa sin molestarse en ser atendido por un médico,
pero parecía que había adquirido la habilidad de ser un tonto.
Se puso de pie y se secó. Envolviendo la toalla alrededor de su cintura, caminó
hacia la cama y tomó el equipo de afeitar de su alforja. Caminó hacia la cómoda de la
mujer y estudió su reflejo en el espejo. Realmente no se había tomado el tiempo de
mirarse desde que salió de prisión. De repente fue golpeado con la dura comprensión
de que había envejecido más que cualquiera de sus hermanos. Profundas grietas se
desplegaban desde las comisuras de sus ojos. El viento, la lluvia y el sol habían
trabajado juntos para desgastar, dar forma y moldear la cara de un niño en la cara
endurecida de un hombre. Apenas se reconoció a sí mismo y echaba de menos los ojos
azules risueños que siempre le habían devuelto la mirada.
Bajó la barbilla al pecho y soltó un profundo suspiro. De todas las cosas que
habían cambiado, odiaba sobre todo que él hubiera cambiado, por dentro y por fuera.
Era tan extraño para sí mismo como para la mujer que le preparaba el desayuno.
Moviendo a un lado un cepillo para el pelo, un peine y un espejo de mano, dejó
su caja de afeitar sobre la cómoda. Usando el agua tibia que había dejado en el cuenco,
colocó un poco de espuma en su cara, su mirada observó todas las pequeñas cosas
esparcidas sobre su tocador. Dejó de moverse y pasó los dedos por una caja de
madera lisa. Grabada en la madera estaba la silueta de un violín. Desvió la mirada
hacia la puerta. Ella había revisado sus pertenencias...

Con cuidado, tocó la tapa de la caja y lentamente la levantó. Una suave música
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tintineó. Cerró la tapa de golpe. Era una caja de música.
Negando con la cabeza, Austin se dispuso a afeitarse varios días de barba de la
cara. Luego sacó ropa limpia de sus alforjas, se puso los pantalones y las botas.
Agarrando su camisa y una toalla, caminó hacia la puerta y la abrió en silencio.
Los aromas de galletas recién horneadas y café recién hecho flotaban hacia él.
Se apoyó en la jamba de la puerta y vio a Loree revolver algo en una olla sobre la
estufa de hierro fundido. Llevaba un vestido lleno de margaritas y el mismo delantal
blanco que llevaba el día anterior ceñido a la cintura. Sus caderas estrechas se
balancearon en un movimiento circular como si siguieran el camino de la cuchara. El
toque de su suave voz llenó la habitación con una canción.
- ¿Qué estás cantando? - Se giró, con los ojos muy abiertos, la mano presionada justo
debajo de su garganta.
- Oh, me sobresaltaste.
- Lo siento. - Ella sacudió la cabeza.
- Está bien. Simplemente no estoy acostumbrada a tener compañía. Estaba cantando
Loree. Mi padre me dijo que la cantaban alrededor de las fogatas durante la guerra. Le
hizo sentir tanta nostalgia, que una noche se levantó y comenzó a caminar de vuelta a
casa - se volvió hacia la estufa - No quise molestarte con mis aullidos.
- Difícilmente los llamaría aullidos. - lo miró por encima del hombro.
- ¿Encontraste todo lo que necesitabas?
- Sí, señora. - levantó la toalla - Me preguntaba si podrías asegurarte de que mi espalda
está seca.
- Oh sí.- Se limpió las manos en el delantal antes de sacar una silla de la mesa y girarla
- ¿Por qué no te sientas?
Austin cruzó la corta distancia que los separaba, le tendió la toalla, se sentó a
horcajadas sobre la silla y cruzó los brazos sobre el respaldo recto. Ella presionó la
toalla contra su herida. Cerró los ojos, saboreando su toque, tan gentil como el primer
aliento de la primavera. Había pasado demasiado tiempo sin una mujer, sin la
tranquilidad que la presencia de una mujer le ofrecía a un hombre. Más que el toque
real, era el tono de su voz, su fragancia floral, la sonrisa que no dudaba en dar, el oro
de sus ojos.
Ligeramente, ella presionó sus dedos alrededor de la herida.
- No veo señales de que la infección se esté gestando, pero sigue estando roja y de
aspecto enojado. Me pregunto si debería coserla.
- ¿Está sangrando?
- No.
- Entonces simplemente déjala. He traído suficientes problemas.
- Va a dejar una fea cicatriz.
- No será la primera.
Estirándose sobre la mesa, recogió una botella marrón que había sido colocada
cerca de algunas telas. Sospechaba que había anticipado que necesitaría más cuidados
esta mañana. Le irritaba necesitar ayuda. ¿Por qué Duncan no lo había herido en algún
lugar donde pudiera haberse tratado a sí mismo? Supuso que debería estar agradecido

por haberse movido lo suficientemente rápido como para evitar darle a Duncan la
oportunidad de herirlo más profundo.
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- Pensé en ponerle una tintura de yodo esta mañana - ofreció.
- Bien.
Ella tiró del tapón y el olor acre asaltó sus fosas nasales, empapó la tela con el
líquido marrón rojizo. Dallas siempre había tenido una afición por la medicación,
vertiéndola en cada corte y arañazo que Austin había tenido alguna vez. Supuso que
era porque su hermano había visto a demasiados hombres morir a causa de la
infección durante la guerra. Probablemente no estaría sentado aquí ahora si le hubiera
contado a Dallas sobre el corte.
- Esto va a picar - dijo en voz baja. Austin apretó los dientes y clavó los dedos en el
respaldo de la silla. Cuando tocó la tela saturada de su espalda, aspiró aire con un
áspero silbido. - Lo siento, lo siento - susurró, y creyó oír lágrimas en su voz.
Concentró su atención en pensar en el hombre que esperaba encontrar en
Austin. Cada día, ese tipo le debía más. Él no estaría sentado aquí luchando contra el
dolor, si el hombre no se hubiera escapado después de matar a Boyd.
Ella quitó la tela, y Austin lanzó un largo y lento respiro. Se alejó del respaldo
de la silla mientras ella envolvía una venda alrededor de su pecho y sobre su espalda.
- Querrás mantenerlo limpio y hacer que un médico lo mire cuando llegues a Austin.
- Sí, señora.
Sus dedos se desviaron hacia una vieja herida en su hombro.
- Alguien te disparó - dijo en voz baja.
- Sí, señora. Hace poco más de seis años.
Sacó su mano rápidamente como si la hubiera mordido algo. Puso la botella de
yodo en un estante, se restregó las manos en el fregadero y se las secó en el delantal,
una y otra vez, hasta que Austin pensó que podría quitarse la piel.
- Es extraño - dijo mientras se ponía de pie y encogía los hombros al ponerse su
camisa - No esperaba que trabajaras tanto.
Su sonrojo lo complació más que las palabras.
- Yo... Tengo algunas gachas cocinadas aquí si quieres desayunar.
Giró la silla y se dejó caer en el asiento.
- Solo un poco de café.
Ella colocó la avena en un cuenco y la puso frente a su lugar en la mesa, antes
de verter el café en una taza y entregárselo.
- Tengo leche y…
- Solo negro. - Envolvió sus manos alrededor de la taza, absorbiendo su calor y
esperando mientras ella se servía un café y tomaba asiento. Mientras vertía seis
cucharadas de azúcar en su café, la miraba divertido. No se había divertido en mucho
tiempo. Era increíblemente inocente. Viviendo aquí sola, lejos de la ciudad, lejos de la
influencia de la gente, ¿cómo podría ser de otra manera?
Tal vez no completamente inocente. Incluso mientras le ofrecía comida y
refugio, una cautela permanecía en sus ojos, un temor, como si en cualquier momento
temiera que él pudiera volverse contra ella como un perro rabioso.
Levantó la vista y se sonrojó de nuevo.

- Me gusta un poco de café con mi azúcar.


- ¿Por qué eres tan dulce? - Su rubor se hizo más profundo cuando bajó la mirada.
Austin se maldijo a sí mismo y se preguntó qué diablos pensaba que estaba haciendo.
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No tenía ninguna necesidad de coquetear con una mujer, especialmente con una tan
inocente como ella - Aprecio todo lo que hiciste por mí anoche.
- Nunca deberías dejar que una herida quede desatendida tanto tiempo.
- Tenía otras cosas en mente - Se llevó la taza a los labios y miró por encima del borde
a la mujer sentada frente a él. Estaba rociando azúcar sobre su avena. Una esquina de
su boca se curvó. Pensó que ella podría ahorrar tiempo si simplemente vertiera las
gachas en el azucarero.
Habiendo conocido a tan pocas mujeres en su vida, había desarrollado un
aprecio por ellas, una apreciación que incluso la traición de Becky no podía disminuir.
Él no tenía memoria de su madre. La esposa de Houston, Amelia, fue la primera mujer
que realmente le había hablado y lo había escuchado alguna vez. Siempre le había
gustado la forma en que lo escuchaba, como si realmente pensara que tenía algo de
importancia que compartir. Incluso había tocado el violín para ella cuando nunca se
había atrevido a tocarlo para nadie más. Luego Becky Oliver se mudó a la ciudad, y
Austin pensó que era un ángel, su ángel. Por mucho que quisiera odiarla, solo parecía
capaz de extrañarla.
- Además de construir un nuevo granero, ¿qué puedo hacer para pagar tu bondad? -
preguntó bruscamente, con más dureza de lo que pretendía, recuerdos de Becky
empañando su estado de ánimo.
Loree levantó la cabeza, sus cejas delicadas se juntaron sobre los ojos sumidos
en la confusión.
- Creo que deberías pasar el día descansando y reuniendo fuerzas.
- Necesito ver a mi caballo.
- Lo alimenté y lo cepillé esta mañana.
- Y lavaste mi ropa y me lustraste las botas. Dios mío, ¿nunca dejas de trabajar?
Bajó su mirada hacia las gachas restantes.
- Me gusta mantenerme ocupada. - Se puso de pie, recogió el cuenco y la taza, y los
llevó al fregadero.
- Mis disculpas, señorita Grant. No tenía motivo para descargar mi frustración en ti.
- No importa.
Pero sí importaba, más aún porque pensó que no debía ser así. Austin raspó su
silla y se levantó. Ella se giró, la cautela volvió a sus ojos.
- No dudo que hayas cuidado bien de mi caballo, pero quiero verificarlo de todos
modos. - Él salió de la casa. El perro cruzó el patio y saltó sobre el pecho de Austin, sus
enormes patas mojadas y embarradas. Austin le rascó detrás de las orejas. - Si eres su
protector, debes hacer un mejor trabajo para protegerla de mí.
El perro bajó sus patas y lo miró como midiendo su valía. Luego ladró y se alejó
para perseguir a una mariposa.
Austin entró al granero. La luz del sol fluía a través de los agujeros. Trueno
Negro se puso alerta. Frotó la nariz del semental.
- Así que ella te está cuidando a ti también, ¿o no?

Echó un vistazo alrededor de la estructura destartalada. Cortada y


deshilachada al final, una cuerda colgaba de una viga en el centro del granero. Se
preguntó qué hacía que una mujer viviera sola allí. ¿Por qué no empacó y se mudó a la
ciudad? Él la había estado probando cuando mencionó que repararía el granero, ya
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que no estaba seguro de poder cortar suficiente cantidad de leña como para pagar su
deuda.
Cogió un cabestro que colgaba de la pared y lo deslizó sobre su caballo antes de
llevar al semental a la luz del sol. En el corral, se inclinó y levantó la pata delantera del
animal entre sus rodillas. Estudió la herida supurante y se preguntó si su espalda se
habría visto tan fea cuando la señorita Grant la había cuidado.
Al soltar la pata delantera, supo que no viajaría hoy. Miró hacia la casa. El perro
había capturado la mariposa o la había abandonado porque estaba tendido bajo la
sombra de un árbol distante. Una debilidad se instaló en sus piernas. Le irritaba tener
que admitir que Loree podía haber tenido razón, no estaba del todo recuperado.
Caminó hacia el árbol. Siempre atento, el perro abrió un ojo y lo cerró. Un
destello amarillo llamó la atención de Austin y cambió su mirada. Se apoyó en el
áspero tronco del árbol. Una extraña sensación de satisfacción se apoderó de él
cuando vio a Loree parada en medio de un huerto con un cervatillo mordisqueando
algo de su palma ahuecada. Otros tres ciervos pisaba el follaje en crecimiento. Una
familia, reflexionó, y la paz hizo a un lado la irritación.
- Podría colocar un poco de alambre de púas para ti - dijo.
El ciervo saltó a la espesura de árboles. Loree se volvió, sus cejas ligeramente
doradas se juntaron con fuerza.
- ¿Para qué necesitaría alambre de púas?
- Para proteger tu jardín y mantener alejados a los animales molestos. - Miró hacia los
árboles donde el ciervo había desaparecido.
- No son molestos, y siempre cultivo más de lo que necesito. - caminó hacia él,
mirándolo con sospecha - ¿Cómo te sientes?
Como si se hubiera caído del caballo, con su pie trabado en el estribo y
arrastrado a través del estado.
- Un poco cansado. ¿Tienes queroseno? La pezuña de mi caballo se está pudriendo.
Necesito curarla.
- Lo siento. Ni siquiera pensé en ver tan a fondo.
No como a mí. Le había mostrado mucho más de sí mismo de lo que él quería
que ella viera. Era una extraña, pero tenía recuerdos desconcertantes de haberle
contado cosas...
Él la siguió hasta la casa para buscar el cuchillo de su alforja mientras ella
encontraba el queroseno. Cuando regresó afuera, ya estaba esperándolo junto a
Trueno Negro, acariciándole la crin. Se apartó del semental y bajó la mirada hacia el
cuchillo que sostenía Austin.
- ¿Quieres que le agarre la cabeza?
- No es necesario. Está entrenado - Le dio al caballo su trasero, levantó la pezuña entre
sus rodillas y clavó el cuchillo en la herida. Escuchó un relincho justo antes de que el

dolor agudo de una mordida rebotara en su trasero. Dejó caer el casco y saltó lejos del
caballo.
- ¡Hijo de...! ¡Maldición!
Se frotó la espalda mientras miraba al caballo que sacudía la cabeza como una
mujer inclinando la nariz con indignación. Entonces escuchó la risa.
Vibrante y luminosa, como una estrella que baja del cielo. Dirigió su atención a
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la mujer. Había presionado los dedos contra sus labios, pero él vio que las comisuras
de sus labios se inclinaban hacia arriba, llevando la sonrisa a sus ojos, brillantes como
dos monedas de oro.
- ¿Crees que es gracioso, señorita Grant?
Negó con la cabeza vigorosamente.
- No, Sr. Leigh. Solo que no es lo yo le hubiera entrenado para hacer. - Una burbuja de
risa escapó de sus labios y tocó un acorde de calidez en lo profundo de su pecho.
- Créeme, aprendió ese truco mientras yo no estaba.
Ella dejó caer su mano, y él la miró mientras luchaba por contener su risa.
- Simplemente no parece que tengas suerte.
- Oh, tengo suerte, señorita Grant. Desafortunadamente, todo lo demás está mal.
Su sonrisa se marchitó.
- Lo siento.
- No eres la causante. - movió su pulgar hacia el caballo - Mantendré su cabeza quieta
si frotas el queroseno en su casco.
Agarró el cabestro a cada lado de la cabeza del semental. Cuando Loree se
inclinó para agarrar el casco, Austin casi le agradeció al caballo por haberle mordido el
trasero. Su falda se levantó para mostrar sus tobillos desnudos y se tensó sobre su
trasero. ¿Cómo diablos la había confundido con un chico el día anterior? La fiebre
debe haber enmarañado su cerebro.
Loree Grant era un pequeño paquete de delicada feminidad. Tal como lo había
hecho en la estufa, balanceó ligeramente sus caderas con el movimiento de su mano,
frotando el queroseno en el casco del caballo. Dulce Señor, era pura tortura mirar,
imaginar esa parte trasera presionada contra él, acomodándose, balanceándose...
Dejó caer la pezuña, se enderezó y se enfrentó a él.
- ¿Hay algo más que deba hacer por el caballo?
Tragó saliva y soltó el cabestro.
- No.

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Ella bajó la mirada y dibujó una línea ondulada en el suelo con su dedo gordo
del pie.
- Probablemente debería… - miró hacia arriba rápidamente, luego hacia abajo -
…revisar tu trasero, asegurarme de que no se rompió la piel - levantó su mirada - No
quieres que se te infecte… - hizo un gesto con la mano en el aire - …allá atrás.
Él sonrió cálidamente.
- No, señora, seguro que no. Lo juro, señorita Grant, cuando me detuve aquí ayer, no
tenía intención de traerte tantos problemas.
- No es problema, Sr. Leigh. Además, pondré tintura de yodo en la herida desde un
principio, así que no debería infectarse en absoluto.

Él la vio correr hacia la casa y decidió que era bueno que el medicamento
ardiera más que el infierno. De lo contrario, no sabía cómo soportaría que sus suaves
dedos tocaran su trasero sin que su cuerpo reaccionara y lo traicionara.

Loree metió agua en el fregadero y luego se frotó las temblorosas manos. ¿Qué
demonios la había poseído para ofrecer mirarle el trasero a Austin Leigh? Se preguntó
si la tintura de yodo sería tan efectiva si simplemente la vertiera en una sartén y le
dijera que se sentara en ella y empapara su herida. Si existía incluso la cura de una
herida en remojo.
Oyó las botas golpeando el porche. Inhaló profundamente, agarró una toalla y
se secó las manos. Miró por encima del hombro. Él entró en la cocina, luciendo tan
incómodo como ella.
Había apartado las cortinas para permitir que el sol de la mañana se filtrara
dentro. Señaló la silla frente a la que se había sentado esa mañana.
- Probablemente pueda usar mejor el sol si te paras allí.
Asintió lentamente con la cabeza, pero ella creyó ver reflejada la preocupación
en sus ojos azules.
- Seré gentil,- le aseguró.
- Eso no es lo que me preocupa - refunfuñó mientras se movía para pararse detrás de
la silla.
Ella agarró la botella de yodo y un paño. Se apresuró a llegar a la mesa, pero
una vez que llegó deseó haber caminado más despacio. Tiró del tapón y empapó la
tela. Solo quería hacer esto una vez, realmente no quería hacerlo en absoluto. Levantó
la vista. Estaba mirando fijamente a algo en la pared del fondo.
- Yo... supongo que necesitas bajar... tus pantalones - dijo vacilante.
Ella vio contraerse un músculo en su mejilla.
- ¿Por qué no te pones detrás de mí? - sugirió el.
Lo rodeó e intentó no pensar en los botones que sus dedos estaban soltando. Su
respiración se redujo a pequeños jadeos y lo miró mientras él agarraba la parte
trasera de sus pantalones y luchaba por bajar un lado mientras mantenía al otro
levantado. Él se inclinó levemente.
- ¿Puedes levantar tu camisa? - le preguntó y miró con asombro cuando su piel
apareció a la vista. Tan increíblemente blanca que le recordaba a las nubes en un día
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de verano, pero justo por encima de su cadera, su piel se volvía tan marrón como la
tierra. Debía haber trabajado a menudo sin camisa, y se dio cuenta con repentina
inquietud de que estaba a punto de tocar una parte de él que el sol nunca había visto.
- ¿Está rota la piel? - Ella se estremeció ante la dureza de su voz y bajó la vista al área
donde había detenido el viaje de descenso de su pantalón. La carne rasgada y la sangre
estropeaban su parte posterior sumamente lisa.
- Sí. - Con cuidado, tocó los pantalones y la punta de su dedo lo rozó. Él saltó como si
hubiera presionado una marca al rojo vivo en su carne.
- Lo siento. Yo solo... solo necesito bajar esto un poco más - lo bajó todo lo que se
atrevió, agradecida de que el caballo no lo hubiera mordido en la mejilla. Presionó el

yodo en la herida, escuchó su fuerte aliento y vio que sus dedos se apretaban
alrededor de la camisa - Lo siento mucho.
- Confía en mí. Cuanto más pica, mejor.
Escuchó la tensión en su voz y trabajó tan rápido como pudo, presionando la
tela contra la herida.

- ¡Dios mío, Dios mío! ¡¿Qué estás haciendo, Loree?!


Loree se giró hacia la puerta de la casa ante la voz inesperada, tan rápidamente
que perdió el equilibrio y cayó sobre Austin, que estaba luchando por levantarse los
pantalones. Extendió la mano para sostenerla firmemente, juró con dureza, y la soltó
para agarrar sus pantalones antes de que resbalaran más abajo.
Loree se hubiera reído si no hubiera sido por la cara del joven que estaba
parado en su puerta, mirándola. Su corazón latía con tanta fuerza que sonaba como
una manada de caballos en estampida entre sus orejas.
- Dewayne, ¿qué estás haciendo aquí? - Dewayne Thomas se quitó el sombrero, su
cabello rubio brillaba a la luz del sol, sus ojos marrones se estrecharon mientras
escudriñaba a Austin.
- Vine a ver cómo estabas después de la tormenta de anoche. Oí que hubo tornados y
quería asegurarme de que estabas bien - Él extendió su barbilla - ¿Quién es éste?
- El señor Leigh. Viajaba hacia Austin, pero su caballo se lastimó...
- Entonces, ¿cómo es que se quita la ropa en tu casa?
- No se quitaba la ropa. Estaba curando a su caballo y le mordió el trasero - Ella le
mostró la tela manchada como evidencia - Solo estaba aplicando una tintura de yodo
en su herida para que no se infecte.
- Dios mío, Loree, creí que tendrías más sentido común al dejar entrar a un extraño a
tu casa, después de que un extraño asesinó a toda tu familia. - Por el rabillo del ojo, vio
que Austin Leigh movía la cabeza y su mirada se clavaba en ella.
- ¿Qué sabes sobre este hombre? - preguntó Dewayne.
- Sé todo lo que necesito saber.
- ¿Sabes lo que un hombre puede hacer una vez que le quitan los pantalones?
- ¡Es suficiente, Dewayne! - le gritó. Se apresuró a ir al fregadero, arrojó la tela y
comenzó a bombear agua frenéticamente y lavarse las manos. Las lágrimas picaban en
sus ojos, y sintió el pesado silencio que impregnaba la habitación. Oyó pasos
vacilantes.
- No quise lastimarte, Loree, pero yo era el mejor amigo de Mark. Él quería que cuidara
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de su hermana.
Agarró una toalla, comenzó a secarse las manos, se giró lentamente y se obligó
a sonreír.
- Lo sé, Dewayne.
Como si sus palabras reforzaran su posición, él se volvió hacia Austin.
- ¿Cuál es tu negocio en Austin?
- Mi negocio en Austin es asunto mío - dijo Austin, con los ojos duros y la boca firme. -
Pero no soy una amenaza para la señorita Grant. Tan pronto como mi caballo se cure,
me pondré en camino.

Dewayne resopló.
- ¿Se supone que debo creer eso solo porque tú lo dices?
- He mentido una sola vez en mi vida y casi le costó la vida a mi hermano. Necesitaría
una maldita buena razón antes de volver a mentir. - Él inclinó la cabeza hacia Loree. -
Aprecio sus amables atenciones, señorita Grant. Terminaré de atender a mi caballo
ahora.
Ella lo vio cruzar la puerta, con la espalda rígida, y de alguna manera supo que
la desconfianza de Dewayne había herido a Austin más de lo que su caballo o algún
hombre en un salón.
- No me gusta que esté aquí - dijo Dewayne, la inflexión en su voz le recordaba a un
petulante niño de tres años - ¿Qué pasa si él descubre lo que hicimos?
- ¿Cómo va a averiguarlo? - Dewayne sacó el labio inferior.
- Podrías decírselo.
- ¿Por qué habría de hacer eso?
- Como confías en él lo suficiente como para dejar que baje sus pantalones, podrías
confiar en él con nuestro secreto.
- No tiene ningún interés en nada por aquí. Solo quiere curar a su caballo para poder
seguir adelante. Ha sido un perfecto caballero. Me cortó leña.
- Yo podría cortar leña para ti.
Sonriendo suavemente, ella tocó el borde de su barbilla, recordando el día que
había cabalgado, después de su primer afeitado, para mostrárselo.
- No siempre podrás cuidar de mí.
Dewayne se sonrojó y agachó la cabeza. En momentos como este, le resultaba
difícil mirarlo y no ver cómo podría haber sido su hermano si hubiera llegado a ser
hombre. Solo tenía catorce años cuando el asesino lo colgó de las vigas. Solo catorce.
¿Cuántas veces deseó haber sido ella quien muriera, y él el único en sobrevivir?
- ¿Entonces por qué no te mudas a la ciudad, Loree?
- Me gusta vivir aquí. - Era su autoimpuesto exilio, su castigo por lo que había sucedido
esa noche y todo lo que vino después.
- ¿Pero qué pasa si un día se detiene un hombre que no es un caballero?
- Tengo un rifle y a Cavador. ¿Recuerdas cómo te atacó la primera vez que apareciste
después de que lo encontré?
Dewayne se rió.
- Todavía tengo las cicatrices en mi pantorrilla. ¿Estás segura de que fue el caballo del
hombre y no Cavador quien lo mordió?
Loree inclinó la cabeza mientras pensaba.
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- Curiosamente, solo le gruñó al Sr. Leigh. No lo atacó.
- Quizás Cavador se ha vuelto como tú, demasiado confiado.
Sonriendo, negó con la cabeza.
- No, la semana pasada ahuyentó a un hombre que venía en un vagón de medicina.
Creo que atacaría a cualquiera que creyera que me haría daño.
- Bueno, si la tormenta no hizo ningún daño aquí, entonces creo que iré a casa. Si ese
tipo todavía está aquí esta noche, tranca la puerta.
Simplemente para apaciguarlo, ella dijo:

- Lo haré.
Salió con él, lo abrazó como siempre lo hacía, como había abrazado a su
hermano, y lo vio partir en su caballo. Luego se acercó al hombre que cepillaba a su
semental cerca del corral.
- Dewayne no quería ofenderte - dijo en voz baja.
- No me ofendió - Dejó de cepillar su caballo y se encontró con su mirada - ¿Por qué no
me dijiste que alguien había asesinado a tu familia?
- ¿Por qué no me dijiste que eras un asesino?
- No es lo mismo.
- ¿Cómo que no es lo mismo?
- Simplemente no lo es - Caminó alrededor de su caballo y comenzó a cepillar el otro
lado como si necesitara poner distancia entre ellos - Te dije que cumplí condena en
prisión por asesinato - Su mano se detuvo, su mirada azul capturó la de ella - No soy
un asesino.
Su garganta se tensó. Ella sabía que él decía la verdad. Él no era un asesino a
sangre fría. Recordando la carne fruncida en su hombro, una cicatriz similar a la que
ella poseía, el tipo de cicatriz que dejaba una herida de bala al cicatrizar, dedujo que
había matado en defensa propia al hombre que le había disparado.
- Lo sé. No tienes los ojos de un asesino.
Pareció relajarse como si ella hubiera levantado una carga de sus hombros.
- ¿A quién colgó? - preguntó en voz baja.
Loree tropezó, su corazón acelerado.
- ¿Qué?
- Hay una cuerda colgando de las vigas en el establo.
Tenía que darle crédito a Austin Leigh. No se le escapaba nada. Dewayne había
bajado a su hermano. Hasta la noche anterior, nunca había tenido el coraje de regresar
al establo, y mucho menos quitar la cuerda que le había quitado la vida a su hermano.
- A mi hermano. Nos arrastró hasta el establo, nos ató y ahorcó a mi hermano antes de
dispararle al resto de nosotros.
El horror se adentró en las profundidades de sus ojos.
- ¿Él te disparó?
Por extraño que parezca, su reacción le dijo más sobre él que sobre cualquier
otra cosa. Él no era un hombre que lastimaría a una mujer.
- Sí, pero no lo comprobó, no se aseguró de que estaba muerta. Supongo que como soy
tan pequeña, asumió que una bala sería suficiente.
- ¿La ley lo encontró?
- No.
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Él rió con tristeza.
- Es así ¿verdad? A mí me envían a prisión y dejan en libertad a un hombre que
asesinó a tres personas. A veces habría que preguntarse ¿cómo funciona el sistema de
justicia? - A lo largo de los años, se había preguntado mucho sobre la justicia, y se
preguntaba si siquiera existía - ¿Es por eso que dejaste que el establo se arruine?
Una vez más, su perspicacia la sorprendió y asintió.
- No puedo entrar, no lo soporto.

- Entraste anoche… a buscarme.


Sintió que el calor inundaba sus mejillas.
- Porque estaba preocupada por ti. Mi madre siempre me regañó porque me
preocupaba más por los demás que por mí misma. Dijo que algún día eso me metería
en problemas. He pensado en incendiarlo, pero tengo miedo de quemar toda la ladera.
- Imagino que el amigo de tu hermano te habría ayudado.
- Dewayne es dulce y tiene buenas intenciones, pero algunas veces hace o dice cosas
sin pensar en las consecuencias.
- Parece que se preocupa por ti.
- Él fue quien nos encontró. Probablemente estaría muerta si no fuera por él - Ella se
dio vuelta, los amargos recuerdos producían tantas imágenes de dolor que se le
abrasaba el alma. Una mano cálida y suave se posó sobre su hombro.
- Lo siento.
Miró unos ojos azules que reflejaban no solo un dolor igual al suyo, sino
también, una ausencia de sueños. Ambos habían sufrido como resultado de un
asesinato, y no pudo evitar sentir que él era tan víctima como ella. Ninguno había
escapado ileso.
- No fue culpa tuya.
- No, no lo fue, pero sí hacerte recordar. - Él retiró la mano de su hombro y lanzó un
suspiro. - Así que ahora te debo más que antes. Debe haber algo por aquí que pueda
hacer por ti.
- De hecho, sí necesito algo.
- Dime de qué se trata y lo haré. Yo pago mis deudas.
Él pagaba sus deudas. Loree se preguntó si esa era la razón por la que no
parecía demasiado amargado por haber pasado tiempo en prisión. Había matado a
alguien. Había renunciado a una parte de su vida. Había pagado su deuda.
Ahora él quería pagarle. Ella no creía que su orgullo aceptara que su compañía
era suficiente pago. No, él necesitaba una tarea. Sonriendo, comenzó a alejarse,
confiando en que la seguiría. Conocía la tarea perfecta para esos hermosos y largos
dedos suyos.

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CAPÍTULO 4

Siguió a la mujer hasta la casa, Austin admiraba más que el suave balanceo de
sus caderas, admiraba el coraje que había necesitado para dejar de lado sus miedos y
recuerdos desagradables y acudir en su ayuda la noche anterior. Más que eso, había
pasado por alto lo que sabía sobre su pasado.
No había recibido un regalo tan generoso en mucho tiempo. No era de extrañar
que llorara en su cama, poseía un corazón tan puro como el oro de sus ojos.
Demonios, una vez que encontrara al hombre que le había robado cinco años
de su vida, buscaría al hombre que había matado a su familia y lo llevaría ante la
justicia.
Ella se detuvo y señaló con su brazo el jardín.
- Tu tarea.
La tarea resultó no ser nada rutinaria: arrancar fresas rojas y maduras de su
jardín y colocarlas suavemente en el balde para que no se magullaran. Le había dicho
que no soportaba la fruta cuando estaba magullada. Basándose en el hecho de que
había dedicado más de la mitad de su jardín a cultivar fresas, Austin pensó que les
tenía cariño.
Cerca del anochecer, colocó una colcha debajo de un árbol y sacó dos cuencos
grandes. Uno estaba lleno de fresas lavadas. El otro lleno de azúcar.
Se dejó caer sobre la colcha, sacó una fresa del cuenco, la rodó en el azúcar y se
la metió en la boca. Cerró los ojos y soltó un gemido grave y gutural que hizo que
Austin quisiera gemir.
En contra de su buen juicio, se tendió en la colcha junto a ella y se levantó sobre
un codo. Loree abrió los ojos y le sonrió.
- No hay nada mejor que la primera fresa de la temporada.
Él no estaba de acuerdo. Podría haber nombrado cien cosas mejores: su
sonrisa, sus mejillas bañadas por el sol, los mechones de su cabello que habían
escapado de su trenza y enmarcaban su rostro como los pétalos de un diente de león.
Cuando era niño, a menudo respiraba profundamente antes de soplar los
pétalos de diente de león a la brisa. En este momento, quería soplar suave, tierna y
silenciosamente su aliento sobre su nuca.
Cavador apareció por la esquina de la casa. Loree agarró una fresa y la arrojó al
aire. El perro saltó y sus mandíbulas sujetaron la fruta madura, el animal volvió al
suelo y se dio la vuelta. Loree se rió alegremente, recordándole a Austin la primera vez
que había colocado un arco sobre las cuerdas de un violín. La música había sonado
igual de dulce, porque había sido inesperada: algo que él había creado. Se encontró
deseando haber sido él quien hiciera reír a Loree. No el estúpido perro.
- Sírvete fresas - dijo mientras arrojaba otra al perro antes de tomar una para ella.
Austin se llevó una fresa a los labios y mordió la suculenta fruta. La dulzura
llenó su boca. No necesitaba azúcar. Le divertía ver a Loree cubrir cuidadosamente
cada fresa con azúcar antes de comérsela. Él ardía mientras veía como su lengua

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lentamente, capturaba con meticulosidad cada grano errante de azúcar que se pegaba
a sus labios. Imaginó que su beso sabría a fresas y azúcar.
Había estado demasiado tiempo sin una mujer, y estaba pasando por un
infierno tratando de domesticar sus pensamientos. Mientras veía el viento azotarle el
cabello alrededor del rostro, él también quería jugar con sus finas hebras. Quería
sentir sus mejillas redondeadas con las yemas de sus dedos y la punta de su nariz
respingona con los labios. Había conocido a muy pocas mujeres en su vida, y aunque
una le había arrancado el corazón y lo había destrozado, no podía odiar a todas las
mujeres.
Pensó que las mujeres eran como los hombres. Algunas buenas. Algunas malas.
Algunas inconstantes. Se había aferrado a una inconstante la primera vez y le había
costado caro. Pero a pesar del alto precio que había pagado, no podía verse a sí mismo
pasando los días que le quedaban sin la compañía de una mujer. Una vez que hubiera
limpiado su nombre, tomaría una esposa. Él quería lo que sus hermanos mayores
tenían. Ninguno de los dos había ganado a sus esposas sin pagar un precio.
El reconfortante silencio se instaló a su alrededor mientras las sombras se
alargaban. El perro se deslizó hasta el borde del claro, ladró y corrió hacia atrás para
atrapar otra fresa. Austin estaba empezando a dudar de la capacidad del perro para
proteger a Loree. Aparte de la tarde anterior cuando el perro le gruñó, no había visto
en él signos de agresividad. El perro le recordaba a un cachorro tendido en la maleza.
- ¿Por qué está aquí, señorita Grant? - giró la cabeza para mirarlo.
- Me gusta ver el atardecer, me gusta comer fresas.
- No. Quiero decir, ¿por qué vives sola aquí? ¿Por qué no te mudas a la ciudad? No
puedo ver que esta sea una granja en funcionamiento. ¿Qué te mantiene aquí?
- Los recuerdos. Vivimos muy felices aquí. Siento que si me fuera, estaría
abandonando a mi familia.
A lo lejos, vio una valla blanca rodeando tres lápidas de granito.
- ¿Cuántos años tenías?
- Diecisiete. ¿Cuántos años tenías cuando fuiste a prisión?
- Veintiuno.
- Eras tan joven.
- No tan joven como diecisiete años.
Ella hundió otra fresa en el azúcar.
- Mencionaste a un hermano...
El asintió.
- Houston. - Sus ojos se agrandaron cuando mordió la fresa y se rió cuando el jugo rojo
goteó por su barbilla. Austin apretó las manos para evitar que sus dedos recogieran el
zumo y lo pusieran entre sus labios, o mejor aún, entre los suyos. Se limpió la boca con
el delantal - ¿Otra ciudad?
- Sí. Mis padres vivieron allí por un tiempo.
- ¿Has estado en Houston?
- Nah, vivieron allí antes de que yo naciera. - Suspiró melancólicamente y miró hacia
los árboles.

- Solía soñar con viajar por el mundo y mirar las estrellas de diferentes ciudades - Ella
volvió su mirada hacia él - ¿Crees que las estrellas se ven diferentes en el otro lado del
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mundo?
- No sé. Nunca pensé en eso. Nunca soñé tan grande.
- ¿Con qué soñabas?
Con casarme con Becky. Con formar una familia. Pero antes de eso... un
recuerdo lejano parpadeó en el fondo de su mente: estar parado al borde de un
barranco, gritando su sueño... y escuchando mientras el eco lo transportaba de regreso
hasta él. Entonces el recuerdo murió, como una llama apagada porque no había
suficiente aire para mantenerla encendida.
- No recuerdo.
- Mi padre solía decirme que tenía que poner mi corazón en mis sueños si quería que
se convirtieran en realidad. ¿Cómo pones tu corazón en algo?
Austin no tenía ni idea. Había visto a sus hermanos poner sus corazones en las
mujeres que amaban, pensó que él había hecho lo mismo con Becky, pero si lo hubiera
hecho, ella habría esperado por él. Estaba convencido de eso. Fuera lo que fuera su
amor, no había sido lo suficientemente fuerte como para soportar la separación, y no
pudo evitar preguntarse qué más podría haber hecho.
El perro regresó a la carga desde el borde del claro, se dejó caer al suelo y
gruñó, enseñando los dientes. Con la preocupación grabada en su rostro, Loree se
puso de rodillas.
- ¿Qué pasa Cavador?
El perro ladró y saltó hacia los árboles, desapareciendo en la maleza. Un agudo
chillido llenó el aire.
- ¡Un lince! - Loree lloró mientras se ponía de pie - ¡Cavador!
El perro ladró, el grito felino se escuchó nuevamente, seguido por un alarido
que reflejaba un agudo dolor.
- ¡No! - Gritó Loree mientras comenzaba a correr hacia los árboles. Austin se puso de
pie, corrió tras ella y la agarró del brazo, deteniendo su frenética carrera hacia los
árboles.
- ¿Dónde está mi rifle?
- En la esquina de la sala principal, junto a la chimenea.
- Ven conmigo mientras lo busco. - Ella negó con la cabeza vigorosamente.
- Esperaré aquí, pero apúrate. - No confiaba en que ella se quedara, pero escuchó el
llanto del perro y el grito victorioso del gato, y supo que no tenía tiempo para discutir.
Con su corazón atronando, corrió dentro de la casa. Agarró su rifle, lo cargó y metió un
puñado de balas en su bolsillo. Luego salió corriendo, dobló la esquina y se detuvo
tambaleante en el claro.
¡La mujer se había ido!
- ¡Loree! - El miedo por ella borró cualquier pensamiento racional. Se dirigió hacia los
árboles donde el perro había desaparecido - ¡Loree!
Ya no se escuchaban signos de batalla. Un silencio espeluznante se había
instalado en el bosque. Caminó cuidadosamente entre los árboles, su corazón
martilleando. Cuando encontrara a la mujer, planeaba sacudirla en todos los sentidos,

por haberlo asustado de esa manera. ¿Cómo se atrevía a poner en riesgo su vida por
un estúpido perro?
La encontró arrodillada entre dos poderosos robles, meciéndose adelante y
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atrás, con lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas y los brazos alrededor de su
perro. Austin se arrodilló junto a ella.
- ¿Loree? - Ella abrió los ojos, las profundidades doradas revelaban un dolor
devastador.
- Él era todo lo que me quedaba - susurró roncamente - Era solo un perro, pero lo yo
amaba tanto.
- Lo sé - dijo Austin en voz baja - Toma el rifle y lo llevaré a la casa.
- Déjame sostenerlo por un momento... mientras todavía está caliente - Enterró su
rostro en el espeso pelaje de Cavador. Austin escaneó los árboles, sus oídos alerta. No
le gustaba la idea de que Loree viviera aquí sola rodeada de animales salvajes. El
ciervo no le preocupaba, pero un lince era otra historia.
Suavemente, tocó su hombro.
- Tenemos que regresar antes de que esté demasiado oscuro.
Ella levantó la cabeza, sorbió profundamente y asintió. La sangre había
manchado la parte delantera de su vestido y el pánico se apoderó de él.
- Estás herida. - miró hacia abajo antes de levantar una mirada vacía hacia él.
- No, es la sangre de él. El lince ya se había ido para cuando llegué aquí.
- Deberías haberte quedado junto a la casa como te dije.
- Estaba preocupada por Cavador. Él nunca retrocedía, jamás se alejaba de una pelea.
- Cristo Loree, tu madre tenía razón. Pusiste a un perro antes que a ti.
- Pondría a cualquiera, a cualquier cosa que amara antes que a mí misma. No lo veo
como una falla.
No quería sonar duro, no quería sermonearla, pero la idea de que podría haber
sido la siguiente víctima del lince lo hizo temblar hasta las botas.
- Toma el rifle.
Ella lo agarró, y él deslizó sus brazos debajo del perro. Ignoró el dolor que le
recorría la espalda mientras se esforzaba por levantar a la pesada bestia. Con la
oscuridad cerrándose a su alrededor, caminaron en silencio hacia la casa, sus botas
rompían las ramitas secas y los pies e Loree dispersaban las frágiles hojas que habían
muerto el otoño anterior.
- ¿Lo enterrarías cerca del jardín? Ahí es donde le gustaba cavar - dijo en voz baja
mientras se acercaban a la casa.
- Claro que lo haré. ¿Tienes una pala?
- En el granero.
- La buscaré. ¿Por qué no entras y te lavas?
Asintiendo, se inclinó y presionó un beso en la parte superior de la cabeza del
perro.
- Adiós, Cavador.
Austin la observó correr hacia el frente de la casa, dejándolo inútil. Dar
consuelo nunca había sido su fuerte, era algo que ni siquiera sabía que existía hasta
que Amelia había entrado en sus vidas.

Él puso al perro en el suelo. Caminó hacia la colcha donde había compartido


algunos momentos de paz con Loree. En su prisa por alcanzar al perro, había tirado el
tazón, derramando azúcar sobre la colcha. Las hormigas se estaban haciendo un
picnic. Austin tomó el cuenco y sacudió el resto del azúcar, deseando saber cómo
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lograra aliviar el dolor de Loree con la misma facilidad.

Ella había encendido una lámpara para protegerse de la oscuridad y de los


miedos constantes que la rodeaban. Había calentado un cubo de agua, se había
quitado la ropa ensangrentada, la había hecho un paquete y la había dejado en una
esquina de su dormitorio. Ahora estaba delante del tocador, desnuda hasta la cintura,
sin más ropa que sus calzones de lino, fregando, frotando la sangre de su pecho, sus
manos y sus brazos. Tanta sangre.
Levantó la mirada hacia el espejo y captó el reflejo de Austin Leigh de pie en la
puerta de la casa, mirándola con una intensidad que pensó que la habría asustado en
circunstancias normales.
Pero esta noche no era normal. Ella acababa de perder el último pedazo de
amor que había tenido en su vida. Se volvió para mirar al hombre que le había dado a
su amado perro un lugar para su descanso final.
- No puedo quitar la sangre.
Observó cómo trabajaban los músculos de su garganta mientras tragaba, vio
cómo apretaba y aflojaba las manos antes de caminar calladamente por la habitación
descalzo. En una parte distante de su mente, se dio cuenta de que debía haber dejado
sus botas sucias afuera.
En silencio, le quitó la tela de la mano, la sumergió en el cubo de agua, la
exprimió y, lentamente, frotó la tela sobre su rostro, su mirada profunda y azul la
tocaba mientras el sol se despedía del atardecer, calentándola cuando solo momentos
antes ella estaba helada.
Él le lavó la garganta, los hombros y bajó la tela. Tocó con el pulgar la cicatriz
justo encima de su pecho izquierdo.
- ¿Es aquí donde te disparó? - preguntó roncamente. Podía hacer poco más que
asentir, sabiendo que no necesitaba respuesta cuando su boca reemplazó su pulgar -
¿Cómo pudo haberte lastimado?
Otra pregunta para la cual no tenía respuesta. Ella lo sintió temblar mientras
sus nudillos rozaban el interior de su pecho. Él negó con la cabeza ligeramente.
- No hay más sangre - dijo con voz áspera mientras daba un paso atrás. Ella agarró su
mano.
- Hay sangre en ti. - Él miró su camisa. Con sus dedos, Loree comenzó a desprenderle
los botones, escuchó su dificultad para respirar. Nunca había sido tan atrevida, nunca
había desnudado a un hombre. La vergüenza que había anticipado fue ahogada por la
necesidad. Una necesidad que no entendía del todo, pero que sabía que existía porque
le hacía señas desde lo más profundo de su corazón y de su alma.
Ella le quitó la camisa y el vendaje ensangrentado. Tomando la tela húmeda de
su mano, se la pasó por el pecho a pesar de que no veía sangre.

Con una palma áspera, él le acunó la mejilla e inclinó su rostro hasta que sus
miradas se encontraron y se sostuvieron. Ella escuchó su respiración desigual. Debajo
de su mano que había apoyado en el pecho masculino, sintió los latidos rápidos y
constantes de su corazón.
Loree había aceptado hacía mucho tiempo el hecho de que viviría los días
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restantes de su vida sola. No se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos
el aroma, la vista, los sonidos y el tacto creados por otra persona. Ella pensó que no
sabía cómo había vivido tanto tiempo en soledad.
Ahora, sabía que solo había estado escondida, reuniendo fuerzas, esperando
hasta que sus defensas estuvieran listas para enfrentar el destino. Todos los días de
silencio y las noches que había pasado sola, de repente surgieron ante ella. La vida
valía la pena vivirla, y ella odiaba la soledad. Odiaba al hombre cuyas acciones la
habían condenado a esa soledad.
De repente se sintió simple y pobre, anhelando cosas que nunca conocería: la
sonrisa de un marido, la risa de unos niños.
La mirada de Austin se posó en sus labios, el azul de sus ojos oscureciéndose
hasta que sintió el calor como de un fuego, ardiente y brillante, creando incluso
mientras la consumía. Él bajó la cabeza ligeramente y abrió los labios.
- Tan dulce - susurró, y ella se preguntó si dentro de las palabras, oyó una disculpa.
Luego su boca se presionó contra la de ella, cálida, suave, húmeda, y tuvo su
primer sabor de hombre. En el fondo, ella sonrió. Él sabía a fresas.
Luego profundizó el beso, y cuando su lengua buscó la de ella, se puso de
puntillas, le rodeó el cuello con los brazos y le dio todo lo que le pidió.
Él gimió profundamente en su garganta y ella sintió su pecho contra los suyos.
Su brazo la rodeó, presionándola más contra su cuerpo.
Nunca había sido desvergonzada, pero antes la soledad nunca había sido tan
grande, tan consumidora. Tampoco era tan fuerte la necesidad de ser sostenida, de ser
amada. No se engañó a sí misma. Él no la amaba. En sus ojos, había visto la misma
rígida soledad que reflejaban los suyos. Eran corazones afines, con un pasado
inquietante que les había robado los sueños. Aun así, él se iría y nunca miraría atrás. Y
con ese pensamiento, ella encontró consuelo. Podía aceptar lo que él le ofrecía,
sabiendo que nunca descubriría los secretos que el asesino la había forzado a
encerrar.
Austin Leigh nunca la miraría con repugnancia.
Dentro de unos años, cuando ella trajera los recuerdos de este hombre, solo
vería el deseo que profundizaba el azul de sus ojos.
Su boca se arrastró a lo largo de su garganta, presionó besos contra la carne
sensible debajo de su oreja.
- Tan dulce - repitió en un aliento desigual, como una letanía que movía sus acciones.
La guió hasta la cama, sacándole la ropa que le quedaba antes de acostarla. Mirándola,
lentamente, se desabotonó los pantalones como si le diera tiempo para decirle que lo
que le estaba ofreciendo no era lo que ella quería.
Pero ella quería, más de lo que nunca había deseado algo, estar sin la soledad
como única compañía.

Cuando estiró su largo y delgado cuerpo junto al de ella, nunca se había sentido
tan pequeña, tan delicada. Él ahuecó su pecho con una mano, moldeando y modelando
su carne, mientras su boca se acercaba y se burlaba de su erecto pezón. El deseo se
disparó en espiral a través de ella, lo suficientemente fuerte como para enviar la
soledad al olvido. Por una noche, ella tendría lo que nunca podría tener: el toque de un
hombre, las palabras susurradas de un hombre, la fuerza y la capacidad de un hombre
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para mantener a raya a la soledad.
Finalmente su boca se posó sobre el lugar que tanto ansiaba, allí estuvo un rato,
luego le dio la misma atención a su otro pecho y finalmente cubrió la de ella, dura,
devoradora, pero sus manos permanecieron suaves, como si estuviera tallando en
vidrio soplado a mano. Ella arrastró sus manos sobre los firmes músculos de sus
hombros, clavando sus dedos en su espalda, cuidando de evitar la herida que había
forjado un vínculo entre ellos.
Cuando su mano rozó su estómago, ella se estremeció. Cuando la tocó
íntimamente, ella jadeó, cuando sus dedos hicieron promesas que sabía que su cuerpo
mantendría, ella enloqueció de deseo.
Él se movió hasta que sus caderas estuvieron cobijadas por sus muslos. Luego,
lenta, cautelosamente, unió su cuerpo al de ella. El dolor fue fugaz, la plenitud de él fue
satisfactoria. Mientras se mecía contra ella, el pasado se borró en la insignificancia, el
futuro que la esperaba perdió importancia. Todo lo que importaba era ese momento,
esa unión. Sensaciones que nunca había sabido que existían se entrelazaron a su
alrededor, a través de ella, creando belleza donde solo había conocido fealdad. Ella se
deleitó con el sonido de sus gemidos guturales, con la sensación de sus rápidas y
seguras embestidas.
Y luego ella gritó, arqueándose debajo de él mientras todo se colmaba de
éxtasis.
Cuando él se estremeció, ella escuchó susurrar roncamente un nombre más allá
de sus labios. De repente, todo lo que había pasado antes no significaba nada... y la
soledad se multiplicó por diez.

Austin se quedó inmóvil, le costaba respirar, el sudor brillaba sobre su cuerpo


tembloroso y se odió a sí mismo, la culpa aumentó al sentir a Loree ponerse rígida
debajo suyo.
Irónicamente, no había tenido ningún pensamiento sobre Becky hasta que su
nombre escapó de sus labios, pero pensó que no mitigaría el dolor de Loree si se lo
contaba. De hecho, no podía pensar en nada que decir, nada que hacer que aliviara el
dolor que le había causado, y lastimarla era lo último que pretendía.
Se bajó de ella, para aliviarla de su peso. Ella rodó hacia su lado, dándole la
espalda y llevando las rodillas hacia su pecho, él levantó una manta y la cubrió.
Se levantó de la cama, agarró los pantalones, se los puso y salió de la
habitación. Irrumpió en el corral y golpeó con la palma de la mano uno de los postes.
El sonido de la madera vibrando hizo eco a su alrededor. Él golpeó el poste una y otra

vez. Lo habría pateado si se hubiera puesto las botas. Clavó los dedos en la barandilla
superior del corral, apretó los ojos e inclinó la cabeza.
Podía argumentar que había pasado demasiado tiempo sin una mujer, pero la
discusión habría estado plagada de mentiras, porque sabía que aunque hubiera estado
esa tarde con una mujer, todavía habría querido estar con Loree esa noche.
Era tan increíblemente dulce, pura e inocente... todos los aspectos deliciosos de
la juventud que un hombre perdía a medida que crecía. Cuando la besó, sintió el toque
vacilante de su lengua, había vuelto a ser el hombre que había sido antes de la prisión.
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Un hombre que creía en el bien. Ella había tocado su parte tierna, la que había
encerrado en un confinamiento solitario para sobrevivir dentro de los muros de la
prisión. Cuando sintió sus brazos rodeándole el cuello, había enviado sus buenas
intenciones a la basura y había desatado deseos y necesidades que había mantenido
estrictamente controlados.
Y en esos pocos momentos de esplendor, cuando la había tenido tan cerca, la
soledad que siempre se había comido su alma, había dejado de darse un banquete.
Hasta que él había susurrado descuidadamente el nombre de otra.
Entonces la soledad lo consumió una vez más, ahora con la culpa como invitada
de honor al banquete.
Golpeó su palma nuevamente contra la madera. ¿Por qué diablos el nombre de
Becky había escapado de sus labios? Si ni siquiera había estado en sus pensamientos.
Demonios, no había estado pensando en ella en absoluto. Había estado apreciando el
momento, sintiendo con una intensidad que no había experimentado en años. Tal vez
esa era la razón por la que había pronunciado su nombre. Siempre había asociado
cualquier emoción profunda con Becky.
Y eso, seguro como el infierno, no había sido justo para Loree.
Podría haber sido capaz de perdonarse a sí mismo si tuviera algo que ofrecerle,
pero no tenía nada. ¿Qué mujer querría casarse con un hombre recién salido de la
cárcel? ¿Con un hombre que no podía probar su inocencia? Él no tenía trabajo, no
tenía perspectivas.
En su mente, vio unos ojos dorados llenos de confianza. Ella había querido lo
que él tenía para ofrecerle, y al tomarlo, ella se lo había devuelto con creces. Nunca
había querido saborear algo, tanto como había deseado saborearla, tocar algo, tanto
como había querido tocarla, saber... Le resultaba imposible creer que había pasado tan
poco tiempo desde que había puesto los ojos en ella por primera vez.
Nuevamente, golpeó su palma contra el poste. Una delicada mano cubrió la
suya mientras se agarraba al pilar.
- Vas a reventar tu mano si no tienes cuidado - dijo en voz baja.
El corazón de Austin tronó tan fuerte que apenas escuchó el sonido de los
grillos. Loree estaba de pie, bajo la pálida luz de la luna con su mirada vigilante. Se
había puesto un camisón y se había cubierto los hombros con una manta.
- No creo que sea una gran pérdida.
Ella tomó su mano, la giró y le dio un beso en la palma áspera.
- Estoy en desacuerdo.
- Loree…

- Está bien. Estaba pensando en otra persona también.


Sus palabras cortaron profundamente su corazón como un cuchillo afilado, el
dolor lo tomó por sorpresa. Sabía que lo merecía, sabía que ella tenía todo el derecho a
decir eso, pero no le gustaba oírlo.
- ¿En quién estabas pensando?
Ella inclinó la barbilla desafiante.
- En Jake.
Escuchó una leve vacilación en su voz y supo sin lugar a dudas que estaba
mintiendo. Si ella esperaba hacerle daño o salvar su orgullo, no importaba. Le
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devolvería lo que pudiera de su orgullo aplastado por su estupidez.
- Entonces es un maldito hombre afortunado - dijo, sorprendido por la aspereza en su
voz.
Bajó la mirada a sus pies descalzos y le dijo:
- De todos modos, no hay ninguna razón para que duermas aquí. El granero
probablemente todavía esté húmedo.
Incluso ahora, después de haberla lastimado, ella todavía estaba más
preocupada por él que por ella misma.
- Dormir no es fácil para mí.
- Para mí tampoco.
Él inclinó su rostro, y con su pulgar, limpió una lágrima brillante que caía por el
rabillo de su ojo.
- Somos una buena pareja, ¿verdad?
Ella le dio una sonrisa vacilante y asintió. Él tomó su mejilla y bajó su boca
hasta la suya, dándole con su beso la disculpa que no aceptaría en palabras. Ella se
balanceó hacia él y envolvió los brazos alrededor de su cuello.
Él arrastró sus labios a lo largo de su garganta hasta que llegó a la curva de su
hombro.
- Loree, quiero que sepas que nunca quise lastimarte.
- Lo sé.
Él deslizó su brazo debajo de sus rodillas y la alzó. Acunándola, la llevó a la
casa. Con su pie, cerró la puerta detrás suyo y entró en el dormitorio.
Con cuidado, la acostó en la cama. Ella se acurrucó sobre su costado y él la
cubrió con una manta. Caminó hacia el otro lado de la cama y sin quitarse los
pantalones, se tumbó sobre las sábanas y la rodeó con el brazo. Ella se puso rígida y él
presionó los labios en la parte superior de su cabeza.
- Voy a abrazarte, Loree. Lo creas o no, eso es todo lo que tenía la intención de hacer
antes, cuando llegue a la casa buscándote. - Él escuchó un sollozo amortiguado y la
abrazó con fuerza. Otro sollozo vino y con cautela, la giró hacia él.
- Ven aquí, Dulce. - Ella rodó en el círculo de sus brazos y presionó su rostro contra su
pecho. Sus cálidas lágrimas humedeciéndolo.
- Lo siento, Loree. Lo siento mucho. - Sus sollozos se hicieron más fuertes, sus lágrimas
fluyeron más libremente, y él podía hacer poco más que abrazarla, sabiendo que él era
la causa del dolor de su corazón.

45
CAPÍTULO 5

Un fuerte golpe sobresaltó a Loree de su sueño. Con la nariz tapada y los ojos
escocidos, se arrastró fuera de la cama. La luz del sol de la mañana se filtraba a través
de las cortinas.
Oyó otro golpe. ¿Qué demonios estaba haciendo Austin ahora? Salió corriendo
de la casa y se paró en seco. Levantando la mano para protegerse los ojos del
resplandor del sol de la mañana, contempló al hombre agazapado en el techo de su
granero. Arrancó una tabla suelta y la arrojó al suelo.
- ¿Qué estás haciendo? - le preguntó.
Con el pecho desnudo, se giró y se quitó el sombrero de la frente con el pulgar.
- Pensé que querías quemar el granero.
- Lo quiero.
- Pretendo quemarlo. Imaginé que sería más fácil separarlo en montones de madera
que podamos manejar, que cortar los árboles que rodean el lugar.
- Vas a abrir la herida en tu espalda.
- Ese es mi problema.
- Será mi problema si se pudre.
Frotó su pulgar sobre la cabeza del martillo, estudiándolo. Luego levantó su
solemne mirada hacia ella.
- Me iré tan pronto como haya terminado con el establo.
Escuchó arrepentimiento entrelazado en su voz, y su corazón se tensó como si
se estirara hacia un sueño que nunca podría alcanzar. Siempre había sabido que él se
iría. Aun así, no había esperado que se llevara una parte de ella.
- Voy a hacer el desayuno.
- Solo café para mí.
Él volvió a su tarea. Durante varios minutos lo vio trabajar y se dio cuenta de
que, aunque la noche anterior, él le había causado una gran angustia, no se arrepentía
de lo que había pasado entre ellos. A pesar de que él había estado en la cárcel, ella
sabía que él era un buen hombre, honorable a su manera.
Y se preguntó si la mujer a la que amaba había pensado alguna vez en él, sí
realmente sabía cuán firme era su lugar en el corazón de éste hombre.
Entró a la casa, se lavó la cara, se cepilló el cabello y se puso un vestido limpio.
En la cocina comenzó a preparar sus gachas de la mañana. La vida de una mujer
estaba plena de rutina. Tuvo que recordarse a sí misma que no debía preparar un
plato de comida para Cavador, pero no podía evitar escuchar su ladrido. Sintió
profundamente su ausencia mientras trabajaba en la cocina, al no encontrarlo bajo los
pies. Él nunca más perseguiría a otra mariposa, ni lamería su mano.
Las lágrimas que le escocían los ojos cayeron cuando colocó una taza de café
sobre la mesa y vio el tazón con azúcar que había dejado afuera la noche anterior.
Recordó haberlo derribado, derramando su contenido sobre la colcha, trazó con su
dedo una línea imaginaria por el borde. Ahora estaba lleno.

¿Qué clase de hombre era Austin Leigh para tomarse la molestia de recuperar
el tazón y llenarlo de azúcar?
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Oyó sus botas golpear el porche y cruzar la puerta.
- Tu café está listo - le dijo, desviando la mirada y girando hacia la estufa para colocar
su avena en un cuenco. Escuchó mientras él sacaba su silla y se sentaba, un gesto que
parecía más íntimo, después de todo lo que habían compartido la noche anterior.
Se sentó a la mesa y, con dedos temblorosos, levantó la cuchara y espolvoreó
azúcar sobre su potaje. Sintió su mirada sobre ella, pero no se atrevió a mirarlo.
- Loree, sobre anoche…
- Prefiero no discutirlo - Ella perdió la cuenta de la cantidad de cucharadas de azúcar y
decidió que no importaba. Simplemente vertía azúcar hasta que ya no veía la avena.
- No tengo nada que ofrecerte, Loree.
Levantó su mirada hacia él. Se había quitado el sombrero y se había puesto una
camisa. El cabello negro se enroscaba sobre su cuello. Ella anhelaba pasar los dedos a
través de él.
- No recuerdo haber pedido nada.
Sus ojos eran sombríos.
- No lo hiciste, pero te mereces todo, todo lo que un hombre le daría a una mujer si
pudiera.
- No me obligaste. Sabía hacia dónde nos llevaría el camino que estábamos tomando, y
estaba dispuesta a seguirlo.
- Te dije que a veces un hombre toma decisiones sin conocer el costo. ¿Tú sabes el
costo al que podrías enfrentarte?
Bajó la mirada hacia las gachas.
- No - admitió en voz baja - Pero estoy dispuesta a pagarlo. - Mirándolo, forzó una
sonrisa temblorosa - Aunque no sé cómo voy a mirar a Dewayne a los ojos la próxima
vez que venga después de lo que dijo ayer.
- No se puede mirar a una mujer y saber si ella ha estado o no con un hombre. Salvo
ella misma, nadie lo sabrá. - Ella se sentía como si no hubiera dado nada y se hubiera
llevado todo.
- A veces dices cosas de tal manera que me pregunto si eres un poeta.
Sacudió la cabeza.
- No tengo ningún don con las palabras. Anoche fue una evidencia de eso. Gracias por
el café. Será mejor que regrese al establo.
Al verlo salir de la casa, se preguntó qué tan pronto saldría, para no volver
jamás. Apartó su cuenco de gachas, y el dolor alzó su fea cabeza. Súbitamente
codiciosa de recuerdos que pudiera atesorar y resucitar en las noches más solitarias,
se levantó de la silla y salió corriendo hacia el corral. Su caballo pastaba cerca. Una
hermosa bestia que pertenecía a un hermoso hombre.
Dirigió su atención al granero. Con melancolía, supo que no tenía nada que
hacer, salvo verlo trabajar. Anoche había recibido una muestra de lo que nunca habría
tenido de no ser por él. No había esperado anhelar tan intensamente lo que nunca
podría tener.
- ¡Busca el keroseno!

Loree volvió al presente mientras Austin bajaba ágilmente de su granero.


- También trae algunas mantas viejas - le dijo - Traeré algunos baldes de agua, por las
dudas.
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- No hay mucho para quemar - dijo, estudiando la exigua pila de madera podrida.
- Pensé que era mejor comenzar de a poco hasta que descubriéramos lo que podemos
controlar.
Ella cogió el queroseno y las mantas como él le había indicado, al volver lo vio
poniendo el último balde de agua en su lugar. Le quitó el queroseno y roció la madera.
El sudor brillaba sobre su espalda bronceada, y ella se preocupó por su herida. No
parecía tan dolorido como el día anterior, pero estaba segura que le dejaría una
cicatriz dentada.
Cuando terminó, sostuvo una cerilla.
- ¿Quieres hacer los honores? - Ella asintió bruscamente.
Austin levantó el pie, golpeó el fósforo en la parte inferior de su bota y se lo
entregó. Se acercó lo más que pudo y arrojó la cerilla sobre la madera empapada de
queroseno. Vio cómo la llama crecía y se extendía por la pira. La madera crepitaba y se
ennegrecía. El humo se elevó hacia las nubes. Ella cruzó los brazos bajo sus pechos,
sintiendo como si finalmente estuviera haciendo algo para dejar la pesadilla atrás.
El establo había sido un recordatorio cavernoso de cómo los que ella amaba
habían muerto. Odiaba la cuerda más que nada, pero nunca había sido capaz de
tocarla.
- También quiero quemar la cuerda - susurró con voz ronca sin apartar la mirada del
ardiente fuego rojo.
Él se colocó detrás de ella, la envolvió con sus brazos, apoyándola contra el
pecho. Ella agradeció la solidez de su abrazo. Él rozó sus labios ligeramente sobre su
sien.
- Ya está ardiendo.
Sus palabras no la sorprendieron. De alguna manera, parecía capaz de anticipar
sus necesidades antes de saber que las tenía.
- Mi hermano era muy pequeño. Ojalá me hubiera ahorcado a mí.
Los brazos de Austin se apretaron alrededor de ella.
- ¿Es por eso que vives aquí sola, para castigarte por vivir cuando los demás
murieron? - mantuvo silencio, porque él tenía la extraña habilidad de entender mucho
más que cualquier otra persona.
Suavemente, él la giró en sus brazos, metió un nudillo debajo de su barbilla e
inclinó su cabeza hacia atrás.
- Loree, te he escuchado hablar de tu familia. Sé que te amaban. Porque para que tú los
ames tanto como lo haces, ellos tienen que haberte amado a cambio. Y estoy seguro
que no querrían que vivieras aquí sola.
Mirándole fijamente a los ojos, ella deseaba desesperadamente explicar todo: el
miedo, la furia, el odio. Seguramente un hombre que había vivido una vida como la
suya lo entendería, pero… y si él no la entendía, la esperaba algo mucho peor que vivir
una vida sola.

- Estoy aquí porque quiero. Estoy... contenta. - O al menos así había estado hasta la
noche anterior.
Su mirada le dijo que él no le creía.
- Pasé cinco años rodeado de hombres, pero estaba solo porque no había nadie que me
importara, nadie en quien confiara. No tienes que vivir así, Loree. Empaca tus
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pertenencias y te llevaré a Austin…
Ella se apartó de él.
- No puedo.
- ¿Por qué?
- ¡Porque esa noche todavía vive dentro de mí! ¡No sabes lo que hice!
- Sobreviviste.
Las lágrimas le quemaron los ojos.
- Si fuera así de simple. Estoy aquí, sola, porque lo merezco. Llámalo castigo. Llámalo
sentencia de por vida. Llámalo como quieras. Tomé mi decisión y no la voy a cambiar -
Las lágrimas rodaron sobre sus mejillas - A pesar de lo que piensas, sabía exactamente
de lo que querías decir cuando dijiste que una persona toma decisiones sin conocer el
costo, pero a pesar de ello, una vez que tomas la decisión, todavía tienes que pagar el
precio. - Hace cinco años, el precio habían sido sus sueños.
- ¿Incluso si te cuesta la vida? - Loree, tu amigo Dewayne tenía razón. No sabías nada
de mí cuando aceptaste mi oferta de cortar tu leña por un cuenco de estofado. Podría
haber intentado lastimarte.
- Tomé tus armas.- Él lanzó una risa sin alegría.
- ¿Crees que eso me hubiera detenido?
- Cavador te habría detenido.
- Ya no lo tienes.- Ella se estremeció ante el recordatorio.
Austin maldijo con dureza y la buscó.
- Ven acá. - Intentó resistirse, pero él insistió, la atrajo a sus brazos y presionó su
rostro contra su pecho - Lo siento. No debería haber dicho eso, pero estoy preocupado
por ti, Dulce. No me gusta la idea de que vivas aquí sola.
- Estaré bien - le aseguró, a pesar de que sabía que no era la verdad absoluta. Después
de que él se fuera, estaría más sola que nunca en su vida.
Él la sostuvo, sus manos se deslizaron arriba y abajo de su espalda,
reconfortantes y fuertes, el silencio roto solo por el chasquido y crujido del fuego.
Pareció pasar una eternidad antes de que finalmente hablara, y cuando lo hizo, fue
como si su discusión nunca hubiera tenido lugar.
- Creo que estaremos bien si mantenemos un fuego pequeño como este. Puedo volver
al granero, derribar algunas tablas más, y tú puedes alimentar el fuego.
Liberándola, él encontró su mirada.
- Ten cuidado, por si las cosas se salen de control.
Ella asintió en silencio, sabiendo que al trabajar con él, aceleraría su partida.
Sabiendo que cada vez que miraba hacia las profundidades más recónditas del fuego,
ella veía el azul de sus ojos.

Al caer la noche, Loree estaba exhausta, pero sintió una cierta paz. Más de la
mitad del granero ya había ardido y ahora era ceniza.
Estaba acostada en su cama, acurrucada bajo las sábanas, escuchando mientras
Austin se movía en la habitación del frente. Después de la cena, él arrastró la bañera y
la ayudó a llenarla con agua caliente. Mientras él había atendido a su caballo y
empapado las cenizas una vez más, ella había disfrutado del calor lujoso del agua y se
había mimado usando un jabón francés que había guardado en su cofre de la
esperanza.
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Cuando se secó y se puso un camisón limpio, abrió la puerta y descubrió que
estaba sentado en los escalones.
- ¿Te importaría si me bañara? - había preguntado en voz baja, y no pudo ignorar la
súplica en sus ojos, implorándole que confiara en él, que ignorara el sol que se alzaba
en el horizonte.
Así que ahora él estaba bañándose, y en todo lo que podía pensar era en el agua
deslizándose sobre un pecho que había tocado. Lo imaginó afeitándose, peinándose y
poniéndose los pantalones.
Se preguntó dónde se acostaría esa noche, y continuamente se preguntó dónde
quería ella que durmiera. Escuchó varios golpes seguidos de rasguños y supo que
estaba vaciando la bañera y llevándola afuera. Contuvo el aliento, esperando,
escuchando, preguntándose.
La casa guardó silencio. Se dio la vuelta y presionó su rostro contra la
almohada en un esfuerzo por ocultar su decepción. Él la había dejado sola.

Austin caminó por la casa varias veces, buscando el sueño difícil de alcanzar.
Sabía por experiencia que sería mucho después de la medianoche que lo encontraría.
Además necesitaba salir al aire exterior. Loree había usado sales de baño de
olor sofisticado, y aunque olían a dulce en ella, apestaban al cielo abierto. Señor, si sus
hermanos lo percibieran ahora, nunca oiría el final de sus burlas.
Esa idea lo hizo girar hacia el noroeste, mirando a una parte de Texas que
descansaba más allá de su visión. Se preguntó qué estarían haciendo sus hermanos.
Sin duda, fuera lo que fuera, lo estaban haciendo con sus esposas. No les reprochaba el
amor que tenían en sus vidas, pero sí envidiaba que tuvieran la dicha de dormir con
una mujer todas las noches, simplemente por el placer de dormir con ella.
Nunca había permanecido acostado con una mujer durante toda la noche…
hasta la noche anterior. Le había parecido increíblemente reconfortante escuchar la
suave y uniforme respiración de Loree una vez que sus lágrimas habían desaparecido.
Ojalá nunca le hubiera causado esas lágrimas. Miró la silueta restante del establo. Al
menos podría pagarle, quitándole algunos de sus dolorosos recuerdos, recuerdos que
deseó no hubiera tenido nunca.
Con un profundo suspiro, se dirigió al porche donde había dejado sus alforjas
antes de que comenzara a derribar el granero. Pensó en poner las mantas debajo de
las estrellas, pero la prisión le había enseñado a apreciar los buenos momentos

cuando aparecían. Y había pasado mucho tiempo desde que había tenido algo mejor
que Loree Grant.

Loree escuchó la puerta abrirse y contuvo la respiración. Hacía tiempo que


había renunciado a que Austin se uniera a ella y había apagado la llama de la lámpara.
Ahora solo la pálida luz de la luna se derramaba en la habitación. Escuchó la suave
pisada de sus pies desnudos cada vez más cerca. Sintió la cama hundirse bajo su peso.
Se acostó sobre las sábanas como lo había hecho la noche anterior. Su brazo la
rodeó, firme y pesado. Ella sintió su pecho desnudo calentándole la espalda a través de
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su camisón. Él presionó su mejilla contra la parte superior de su cabeza. Escuchó lo
que pensó que era un suspiro tranquilo de satisfacción seguido de un suave ronquido.
Para un hombre que afirmaba que el sueño no le era fácil, se había quedado
dormido increíblemente rápido. Contenta, ella cerró los ojos y se durmió.
Austin se despertó cerca del amanecer. En algún momento de la noche, Loree
se dio vuelta. Su mejilla estaba presionada contra su pecho, su mano curvada sobre su
costado. Su cálido aliento abanicándose sobre su piel. Esta mañana su cara no estaba
manchada por el llanto y su nariz no estaba roja. La tentación de despertarla con un
beso y hacerle el amor era casi más de lo que podía resistir.
Pero ya la había lastimado una vez. No correría el riesgo de volver a hacerlo. Se
merecía un hombre cuyo corazón no estuviera atado al pasado.
Nunca encontraría a un hombre así si continuaba viviendo como un ermitaño.
¿Qué le había hecho el bastardo que asesinó a su familia? Austin sabía que no la había
violado, pero la había obligado a hacer algo que la atormentaba. Dee había tenido
razón cuando le dijo que no todas las prisiones tenían paredes. Austin deseaba
profundamente tener la llave que liberara a Loree del pasado.
Suspiró y se acurrucó más cerca de él. Tuvo la tentación de quedarse allí todo el
día, simplemente abrazándola, escuchando los pequeños ruidos que hacía, disfrutando
el aroma de las flores que formaban parte de ella, pero se conocía a sí mismo lo
suficiente como para saber que su resistencia se estaba debilitando.
Y si le hacía el amor otra vez, tendría que quedarse. La primera vez, una
necesidad compartida de comodidad los había impulsado. La culpa aún lo mordía,
pero de alguna extraña manera, podía justificar alejarse. Pero si solo sus necesidades
lo llevaban a enterrarse profundamente dentro de ella...
Presionó los labios en su sien. Tenía que irse antes de que cayera la noche.

Loree observó a Austin trabajar como si los sabuesos del infierno lo


persiguieran. Los tablones de madera caían al suelo con un ritmo constante. Y con
cada ruido sordo, ella sabía que estaba mucho más cerca de irse.
Cerca del anochecer, estaban parados observando cómo las brasas brillaban
lentamente. Loree se envolvió con sus propios brazos.
- Debería haber hecho esto hace mucho tiempo. - se giró y encontró su mirada -
Gracias.

Él tocó su mejilla, dejó caer su mano y sonriendo irónicamente dijo:


- Tenías un poco de hollín en la mejilla. Pensé que podría limpiarlo, pero lo empeoré.
Parece en lo que a ti respecta, ser un mal hábito mío.
- Supongo que un baño nos vendría bien.
Austin golpeó el sombrero contra su muslo.
- No para mí. No esta noche.
Pasó junto a ella hasta el porche, levantó la silla de montar y, con pasos largos y
seguros, se acercó al semental. Su corazón se tensó.
- Seguramente, querrás comer algo antes de irte - dijo, aunque sabía que cuanto más
tiempo se quedara, más difícil sería verlo partir.
- Conseguiré algo en la ciudad.
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Loree se retorció las manos.
- Será medianoche cuando llegues allí.
- Encontraré algo - terminó de colocar la silla de montar y dejó caer el estribo. Colgó
las alforjas sobre la grupa del caballo.
- Prométeme que verás a un médico para que te revise la espalda.
Él se calmó.
- No valgo tu preocupación, Loree.
- Prométemelo - repitió obstinadamente.
La miró por encima del hombro y sonrió, la primera sonrisa genuina que había
visto cruzar su rostro, y casi le quitó la respiración. Ojalá se la hubiera brindado a ella
al mediodía, en lugar de en el crepúsculo donde se desvanecería y no sería más que
un recuerdo sombrío.
- Lo prometo - dijo.
- Cumples tus promesas, ¿no?
- Todas las que he hecho.
- Entonces prométeme también que te cuidarás.
- Solo si prometes hacer lo mismo.
Ella asintió con la cabeza, ya que tenía cargada la garganta con todo lo que no
decía. ¿Cómo pudo haber intimado con un hombre y no saber cómo decirle todo lo que
quería que él supiera?
- Piensa en lo de mudarte a la ciudad - dijo en voz baja.
- No puedo.
- Una mujer como tú, merece más que recuerdos en su vida.
- Tienes que ponerte en marcha antes de que se vuelva mucho más oscuro - susurró,
las lágrimas le escocían en la parte posterior de los ojos.
- Cuando termine con mi negocio en Austin, podría volver aquí.
- No. - negó con la cabeza enfáticamente - Sería mejor si no lo hicieras.
- Voy a preocuparme por ti, Dulce, - dijo en voz baja, como si no se sintiera cómodo
admitiendo su preocupación.
- Estaré bien - le aseguró.
Asintió bruscamente y, con un movimiento ágil, se acomodó en la silla.
- Si necesitas ponerte en contacto conmigo, por cualquier motivo, me alojaré en el
Hotel Driskill.

- Es un hotel elegante.
- Eso escuché. - llevó la punta de su dedo hasta el borde de su sombrero. - Señorita
Grant, usted es sin lugar a dudas, la mujer más dulce que he conocido.
Y envió su semental negro al galope.
Loree observó hasta que desapareció en la penumbra del crepúsculo. Luego
cayó de rodillas y lloró. Él estaba equivocado. Una mujer como ella no merecía más
que recuerdos en su vida.
Ella merecía estar colgada.

Austin caminó por las calles de la capital del estado, preguntándose qué diablos
pensaba que estaba haciendo. Su experiencia de rastreo se limitaba a encontrar
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estiércol de vaca en las llanuras del oeste de Texas. Dallas le había enseñado a usar un
rifle, una pistola y un cuchillo, pero incluso esas habilidades eran inútiles aquí. Había
dejado su arma en la alforja, en la habitación del hotel.
Había llegado cerca de la medianoche, ansioso por registrarse en una
habitación y dormir. Estaba tan cansado que le dolían hasta los huesos y esperaba
dormirse tan pronto como su cabeza golpeara la almohada.
Pero la almohada no olía como la que adornaba la cama de Loree. Tan cómoda
como era la cama, no tenía lo único que quería: una pequeña dama que de alguna
manera había logrado deslizarse bajo las puertas que rodeaban su corazón.
Era absurdo estar tan necesitado de ella como lo estaba después de conocerla
por tan poco tiempo, pero no podía sacarla de su mente. Cada vez que oía una risa
suave, se volvía para ver si era la suya. Cuando pasó junto a unas mujeres en la calle,
las comparó con la mujer que le había curado la herida, y las encontró a todas faltas.
Ninguna tenía su sonrisa inocente. Ninguna caminaba sin pretensiones. No podía
verles los dedos de los pies desnudos, las mejillas manchadas o los ojos dorados llenos
de lágrimas.
Y él quería lo que no podía darle: ver esos ojos llenos de felicidad. Pero incluso
la idea de volver junto a ella no tenía cabida en su corazón, él no tenía nada que
ofrecerle. Él solo le traería más dolor. Hasta que limpiara su nombre. Si la llevaba a
Leighton, tendría que soportar las miradas sospechosas que la seguirían a cada paso.
La sombra de su pasado la tocaría, y no podía soportar la idea. Con esa comprensión,
su determinación de encontrar al asesino de Boyd McQueen aumentó.
Atravesó las puertas de un salón y comenzó a sentirse más en su elemento. Los
salones no diferían tanto de una ciudad a otra.
Mientras limpiaba un vaso, el cantinero alzó una ceja oscura.
- ¿Qué puedo hacer por ti?
Austin inclinó su cabeza hacia el letrero sobre el bar que se jactaba de que
BARTON SPRINGS WHISKEYS - ALTO GRADO.
- Tomaré un whisky.
El barman sonrió.
- Buena elección.

Vertió la infusión ámbar en un vaso y la colocó frente a Austin. Éste se inclinó


hacia adelante, colocó los codos sobre el mostrador y envolvió sus manos alrededor
del vidrio.
- ¿Tienes muchos clientes aquí?
El barman asintió.
- En la noche principalmente. No tanto durante el día.
- ¿Podrías comentar que estoy pagando cincuenta dólares a cualquiera que sepa algo
sobre un hombre llamado Boyd McQueen?
El camarero se chupó una punta del bigote en la comisura de la boca y comenzó
a masticar, entrecerrando los ojos al pensar.
- Muchacho, otro hombre paga quinientos.
El estómago de Austin se apretó en una dura bola.
- ¿Qué hombre?
El cantinero señaló con la barbilla hacia la parte de atrás.
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- El que está en esa mesa de la esquina.
Austin se volvió y estudió al hombre sentado en una mesa distante. Vestido con
una chaqueta negra y un chaleco de brocado rojo, a Austin le recordó a un jugador. Sus
dedos ágilmente colocaron una carta tras otra sobre la mesa.
- Solo se sienta allí y juega a las cartas él solo todo el día - comentó el barman.
- Tomaré la botella de whisky - dijo Austin mientras dejaba su dinero y agarraba el
cuello de la botella junto con su vaso. Cruzó el piso de madera, sus espuelas
tintinearon. Encontró consuelo en el sonido que había estado ausente durante cinco
años - Escuché que estás buscando información sobre Boyd McQueen.
El hombre levantó los ojos de las cartas, fijando en Austin su mirada oscura.
- Sí.
- ¿Has descubierto algo hasta ahora?
- No. - Sin apreciar las breves respuestas del hombre, Austin sujetó su temperamento.
- Quinientos dólares es mucho dinero.
- No están saliendo de mi bolsillo. - La sospecha acechaba en la parte posterior de la
mente de Austin.
- ¿De quién es el bolsillo del que salen?
- De tus hermanos - Con la punta de la bota, el hombre apartó una silla de la mesa -
Toma asiento.
- ¿Eres el detective que Dallas contrató?
- Sí. - Cautelosamente Austin se sentó en la silla.
- ¿Cómo supiste quién era?
- Tienes los ojos de tu hermano.- Austin soltó un soplo de disgusto.
- No es de extrañar que no hayas localizado a la persona que asesinó a Boyd. Dallas
tiene ojos marrones. - Se inclinó hacia delante, abriendo mucho los ojos - Los míos son
azules.
- Tienen la misma forma, y ambos muestran a un hombre de poca paciencia. Tienes
sus cejas gruesas, su barbilla cuadrada y una mandíbula que se aprieta cuando estás
enojado. - Con una mano, recogió las cartas extendidas sobre la mesa y las reorganizó

con un movimiento silencioso - Y caminas como un hombre que acaba de pasar cinco
años en prisión y no sabe si puede confiar en alguien.
Austin se bebió el whisky, volvió a llenar el vaso y vertió el líquido ámbar en el
vaso vacío que descansaba junto al brazo del hombre. No le gustaba especialmente
que el hombre lo hubiera resumido tan fácil y precisamente. Entre la gente de su
pueblo, que realmente lo consideraba capaz de asesinar y la traición de Becky, había
perdido una gran parte de su fe en el prójimo. Aunque el toque de Loree ciertamente
lo había hecho querer creer en el valor de la gente.
- Dallas no me dijo tu nombre.
- Wylan Alexander.
- ¿Qué te trajo a esta ciudad?
- Tu hermano me envió un telegrama.
Austin se inclinó hacia adelante.
- ¿Qué piensas de mi teoría sobre que Boyd se refería a esta ciudad y no a mí cuando
escribió 'Austin' en la tierra?
Wylan golpeó las cartas sobre la mesa y se tragó todo el whisky de su vaso
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antes de encontrarse con la mirada de Austin.
- Estoy aquí, ¿verdad?
- Pero… crees que es una tontería.
Wylan negó con la cabeza y pacientemente comenzó a colocar seis cartas boca
arriba, seis boca abajo.
- Debo admitir que cuando recibí el telegrama de tu hermano, diciéndome lo que
pensabas, me reí a carcajadas, pero estoy tan desesperado como tú y muy enojado.
Nunca me llevó más de seis semanas resolver un caso, he estado dando vueltas mucho
tiempo y está arruinando mi reputación, por no mencionar que está afectando mi
orgullo. Si McQueen no hubiera escrito tu nombre en la tierra, diría que él estaba en el
lugar equivocado en el momento equivocado y que algún vagabundo tuvo suerte.
Austin se frotó las manos arriba y abajo de la cara.
- Pero… sí escribió mi nombre. Maldición, desearía que mis padres hubieran estado
viviendo en Galveston cuando nací.
Wylan se rió entre dientes.
- Sí, podría habernos ahorrado un poco de dolor. - Austin tomó un sorbo del whisky.
- ¿No has averiguado nada?
- Lamentablemente no.
- ¿Así que… qué hacemos?"
Wylan comenzó a contar cartas y a reorganizar las que estaban sobre la mesa.
- Esperaremos.

Esperar… la paciencia nunca había sido el punto fuerte de Austin. Creía que los
guardias de la prisión lo habían golpeado suficiente como para que apreciara lo
positivo de tener paciencia, pero ahora que ya era su propio amo, que ya no era un
esclavo del estado, por contrario, la impaciencia se había convertido en su compañera.

Había pasado tres días caminando por las calles y hablando con la gente en los
salones. Mientras más sórdido era el salón, más optimista se había sentido de qué
obtendría alguna información. A pesar de que Boyd McQueen se había mostrado
respetuoso con muchos en la comunidad, poseía un lado oscuro que acrecentaba las
especulaciones de Austin. Tenía que admitir que no le molestaba que el hombre
hubiera tenido un final prematuro. Lo único que lamentaba era que él hubiera sido el
que pagara por ello.
Esperaba que el investigador hubiera tenido un atisbo de información. Pasó
por delante de la oficina de correos y se acercó a los establos de Griedenweiss. Tenía
la necesidad de cabalgar rápido y duro sobre las colinas, sentir los cascos de Trueno
Negro golpeando el suelo debajo de él, alejándolo de una búsqueda que lo eludía
hacia... un futuro desconocido.
Por el rabillo del ojo, vio un ligero movimiento y giró su mirada. Un niño no
mayor de siete años estaba tirando de un vagón de madera por el entarimado. Un
cartel colgaba sobre el costado del carrito.

CACHORROS EN VENTA
2 BITS
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Austin cambió de dirección, cruzó la calle y detuvo al niño.
- ¿Qué tienes allí? - preguntó. El chico se detuvo y frunció el ceño.
- ¿No sabes leer? - Austin sonrió.
- Sí, sé. ¿Pero qué clase de perros son? - La confusión llenó los ojos marrones del chico
mientras se pasaba la manga por la nariz.
- Del tipo que tiene cuatro patas y una cola. - Sofocando una sonrisa, Austin se acuclilló
al lado del carro. El niño, obviamente, no sabía mucho sobre perros. Austin miró a los
dos cachorros que daban vueltas en el reducido espacio. El más pequeño, marrón y
blanco atrapó su atención. Lo recogió y lo estudió desde todos los ángulos.
- Ese es un niño - le dijo el pequeño.
- Sí, puedo ver eso. ¿Qué tan grande es su mamá?
El chico sostuvo su mano a la altura de su cintura.
- Así de grande.
- ¿Crees que será un buen perro de caza? - El chico asintió con la cabeza
enérgicamente. Austin pensó que no sabía si el perro sería bueno para cazar, pero sí
sabía que tenía que deshacerse de él. El cachorro se retorció, ladró y le mordió el
pulgar. Un luchador. A él le gustó eso - Me llevaré este.
- El otro es mejor - dijo el chico.
- ¿Por qué es eso?
- Porque el otro es una niña, y si quieres, algún día podrás tener más perros que no te
costarán nada.
Sonriendo, Austin desplegó su cuerpo y metió la mano en el bolsillo buscando
un cuarto de dólar.
- Solo necesito a este.
Le entregó la moneda de plata al niño.

- No te lo gastes todo en un solo lugar, - dijo Austin, metiendo al perro debajo de su


brazo.
Sintiéndose más contento que en días, Austin se dirigió al establo y ordenó a
uno de los trabajadores que ensillara su caballo. Se montó en él y colocó al perro en el
hueco de su muslo. Luego, giró al semental hacia el oeste y lo guió hacia su destino.
Llegó justo cuando el sol comenzaba a despedirse en el cielo. Había pasado
mucho tiempo desde que había pensado en la puesta de sol como algo menos que el
sol que se ponía, sin embargo, casi imaginaba haber escuchado la ardiente bola
anunciando el final de su jornada diaria.
Con el corazón latiéndole con fuerza, mientras la desgastada casa aparecía a la
vista, llevó a Trueno Negro al paso. Vio a Loree sentada en el porche, con los codos
apoyados en las rodillas y la barbilla apoyada en las palmas de las manos, mientras
miraba a lo lejos. La trenza estaba sobre su hombro, la parte inferior se curvaba cerca
de su cintura. Como si presintiera su presencia, ella se enderezó y miró en su
dirección. Lentamente, se puso de pie con una sonrisa tentativa jugando en sus labios.
- Hola.
Sentía el corazón como si alguien acabara de cerrar un puño carnoso a su
alrededor. Hizo detener al caballo cerca del porche.
- Hola.
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Loree cruzó un pie descalzo sobre el otro y puso sus manos detrás de su
espalda, causando que el gastado material de su vestido se estirara tenso sobre sus
pechos. La boca de Austin se volvió tan seca como el viento del oeste de Texas en
agosto.
- ¿Encontraste al hombre que estabas buscando?
- No.
Miró al caballo, con obvia curiosidad frunciendo su delicada frente.
- ¿Qué estás sosteniendo? - Austin miró su muslo.
- Perro.
Desmontando, recordó un momento en el que podría haber hablado más de
una palabra sin que se le cerrara la garganta. Ella le había instado a que no volviera, y
él había estado desconfiando de la bienvenida que le otorgaría. No la habría culpado si
le hubiera apuntado con su rifle, esta vez apretando el gatillo.
Acunando al animal en su palma, lo extendió hacia ella.
- Es para ti.
Las lágrimas brotaron de sus ojos, y su sonrisa vaciló antes de volverse más
brillante que antes. Tomó al cachorro y lo frotó contra su mejilla.
- Es hermoso.
Se dejó caer en el porche y colocó al perro en su regazo, pasando sus pequeñas
manos sobre el pelaje marrón y blanco, Austin sintió una punzada de envidia.
Ella se inclinó cerca del perro.
- ¿Tienes un nombre? - Su lengua rosada serpenteó y lamió su barbilla, su nariz. Loree
se rió y Austin sintió que un chorro de pura alegría perforaba su alma. Ella lo miró a él.
- ¿Tiene nombre?

Austin se dirigió al porche, manteniendo una respetuosa distancia, sabiendo


que era absurdo preocuparse por la respetabilidad después de todo lo que habían
compartido.
- Entre la ciudad y aquí, lo estaba llamando dos bits. Eso es lo que me costó.
- Dos bits, - repitió mientras rascaba detrás de las orejas cortas del perro. El cuerpo
del perro tembló visiblemente, y emitió un pequeño sonido en lo profundo de su
garganta que hizo que Austin moviera su trasero en el porche, preguntándose qué
haría falta para que Loree frotara sus manos sobre él.
Ella lo miró.
- Gracias.
- Fue un placer. - Realmente había sido un placer ver sus ojos brillando como el oro
tocado por el sol, y deseó tener más para ofrecerle. Loree volvió su atención al perro, y
Austin giró su mirada hacia la puesta de sol, dándose cuenta de por qué había venido.
En la ciudad, rodeado de gente, la soledad se había agudizado y crecido. Pero aquí en
este porche, sentado al lado de esta mujer, la soledad se aliviaba.
- ¿Estaban tú y Becky comprometidos? - Él giró la cabeza y se encontró con su mirada
vacilante. Ella se lamió los labios - Solo tenía curiosidad. Siempre pensé que sabría
todo lo que había que saber sobre un hombre antes de... - Incluso a la luz que se
desvanecía, vio la vergüenza que ardía en sus mejillas. Él la vio tragar - Simplemente
me parece que... nos adelantamos - dijo en voz baja.
Loree luchó por mantener la mirada fija, y su corazón se volcó hacia ella. Él se
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lo debía. Más de lo que podría pagarle. Inclinándose hacia adelante, él plantó los codos
en sus muslos y unió las manos fuertemente.
- No, no estábamos comprometidos. Habíamos hablado de casarnos, pero nunca lo
anunciamos. Supongo que pensé que hablar sobre ello era como grabarlo en la piedra,
y en realidad no lo fue.
- ¿Conocías al hombre con el que se casó?
- Él era mi mejor amigo.
La simpatía llenó sus ojos.
- Debe haber sido terriblemente difícil: perder a Becky y a tu mejor amigo.
Él se encogió de hombros.
- Siempre le dije a Cameron que debería cuidar de Becky si yo no podía. Creo que tomó
mis instrucciones al pie de la letra. Movió su mandíbula hacia arriba y hacia abajo,
sabiendo que debería detenerse allí, pero esta mujer tenía una forma de mirar que lo
hacía querer continuar - Tienen un hijo. Me dolió, verlo por primera vez. Hasta
entonces, pensé...
Ella se inclinó hacia él.
- ¿Qué pensaste?
Se le secó la boca y se quedó mirando las puntas raspadas de sus botas.
- Que tal vez ella no se acostara en brazos de Cameron todas las noches - Se soltó las
manos, temeroso de que la tensión que irradiaba le rompiera un hueso.
- ¿Crees que ella es feliz?
Se secó las sudorosas manos en los muslos.

- Espero que lo sea - Mirándola, le dio una sonrisa triste. - Realmente espero que lo
sea.
Extendiendo la mano, ella entrelazó sus dedos con los suyos.
- Imagino que ella desea lo mismo para ti.
Extrañamente, pensó que probablemente tenía razón. Cerró sus dedos
gentilmente alrededor de los de ella y acarició sus nudillos con el pulgar de su mano
libre.
- Entonces cuéntame sobre Jake.
Ella frunció el ceño.
- ¿Jake?
La alegría injustificada se disparó a través de él, y tuvo que luchar como el
diablo para mantener la sonrisa enterrada en lo profundo de su pecho, y mantener su
rostro serio. Había sospechado que no había habido ningún Jake en su vida.
- Sí, Jake. ¿Recuerdas? Pensabas en él…
Sus ojos se agrandaron.
- Oh, Jake.
Intentó apartar su mano de la de él, pero Austin la apretó con más fuerza.
- Entonces… háblame de él.
El perro cayó de su regazo, golpeó el suelo con un aullido y se abalanzó sobre
un insecto. Loree dejó de forcejear y bajó la vista hasta sus dedos desnudos.
- No hay ningún Jake.
Austin deslizó un dedo debajo de su barbilla y le inclinó la cara hacia atrás
hasta que su mirada se encontró con la suya.
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- Lo sospechaba.
- ¿Por qué? ¿Porque soy tan poca cosa?
- Sinceramente, Loree. Hay algo en ti, una dulzura que simplemente brota desde lo
más profundo de ti. Toca tus ojos, tus labios. Una vez que un hombre gane tus afectos,
sería un tonto al dejarte. - Él rozó su pulgar sobre el labio inferior de punta a punta. - Y
yo soy un reconocido tonto.
- Dices eso como si hubieras ganado mis afectos. Si crees eso, asumes demasiado. Ni
siquiera te conozco. Estaba sufriendo y necesitaba consuelo. Me lo ofreciste, y por muy
equivocada que estuviera, lo tomé. Eso es todo.
- ¿Estuvo mal, Loree?
En la oscuridad invasora, él todavía veía lágrimas en sus ojos mientras asentía
enérgicamente.
- ¿Por qué tuviste que decir su nombre? - dijo con voz ronca - Ahora, ni siquiera puedo
fingir que me quieres. Sé que estabas pensando en otra persona - Salió disparada del
porche como una bala disparada desde un rifle. Agitó su mano desdeñosamente en el
aire - No importa. Me usaste. Te usé - recogió al perro y lo abrazó contra su pecho - No
me debes nada.
Pero sí importaba, y él le debía algo porque no creía que Loree Grant pudiera
usar a alguien así su vida dependiera de ello. Se puso lentamente de pie, sin apartar su
mirada de la de ella.
- Quizás sí te deba algo.

- ¿Qué significa eso? - preguntó.


- No estoy seguro. - Montó su caballo, tocó con su dedo el borde de su sombrero y
agregó - Cuídate, señorita Grant.
Golpeó los talones a los lados de su caballo y lo envió a correr. Austin había
pasado cinco años pensando en una belleza de ojos azules y cabello rubio. No tenía la
intención de pasar el resto de su vida pensando en una mujer rubia de ojos dorados
que lo había tocado una noche y había enviado todo su sentido común a la perdición.
Él le había dado el maldito perro. No tenía nada más que ofrecerle. Y ella tenía
razón. Ni siquiera su corazón no era libre.

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CAPÍTULO 6

Austin Leigh no le debía nada. Loree repitió esa letanía en los días siguientes
mientras observaba a Dos bits paseando por su jardín. Él era un protector feroz.
Cuando lo vio atacar a los gusanos que descubrió, no podía recordar cuándo se había
reído tanto.
Dos bits nunca reemplazaría a Cavador en su corazón, pero lentamente estaba
ganando su propio lugar, diferente pero igual de precioso. Se preguntó si alguna mujer
reemplazaría a la mujer que Austin tenía en su corazón. Pensó que era poco probable,
dudaba que su corazón incluso tuviera espacio para otra.
Deseó haber mantenido su dolor enterrado en lo más profundo y no habérselo
mostrado cuando la visitó. Lo había echado con sus acusaciones. Él ahora nunca
volvería. Sabía que era lo mejor, pero la soledad había aumentado porque, por alguna
insondable razón, cuando lo vio sentado a horcajadas sobre su caballo, sintió como si
una parte de ella hubiera vuelto a casa.
De pie en el jardín, escuchó el sonido de cascos de caballos y de ruedas de
carreta que se acercaban. Giró, con el corazón a la misma velocidad que el par de
caballos que tiraban de la calesa y que se acercaban a la casa. Vio que Austin tiraba de
las riendas, saltaba del coche negro y se quitaba el sombrero de la cabeza.
- Buenos días, señorita Grant.
Ella contuvo el aliento ante la cálida sonrisa que él le dedicó.
- ¿Qué estás haciendo?
- Bueno... - Él giró su sombrero entre las manos mientras caminaba hacia ella - Te dije
que mis padres habían vivido cerca de Austin. Mi hermano me dibujó un mapa de la
zona antes de irme. Me levanté esta mañana con ganas de ver la vieja granja. Esperaba
que me concedieras el placer de tu compañía. - Detuvo sus pasos mientras sus dedos
apretaban fuertemente el borde del sombrero - Pero no te estoy cortejando, Loree. No
tengo nada que ofrecerte, así que quiero dejar eso en claro desde el principio, pero ya
que has mencionado que no me conoces bien... y pensando que deberías hacerlo, solo
pensé era posible que te gustara acompañarme - Su sonrisa disminuyó - Y a mí me
gustaría que estuvieras allí conmigo.
- Podría llevar algo de comida y podríamos hacer un picnic.
Su sonrisa regresó, más profunda que antes.
- Pedí algo en la cocina del hotel y traje las mantas de mi cama... - Su mirada la recorrió
lentamente - Así no tendrías que ensuciarte los pantalones.
- Oh. - Echó un vistazo a la ropa de su hermano. - ¿Tienes tiempo para que pueda
cambiarme a un vestido?
Él colocó su sombrero en su lugar.
- Tengo tiempo para que hagas lo que quieras.
- No tardaré mucho - le aseguró mientras pasaba corriendo junto a él y corría hacia la
casa, su corazón latía tan fuerte que estaba segura de que él lo había escuchado. Había
regresado. Sus razones no importaban, y a ella no le importaba que él no la estuviera
cortejando. Pasaría el día sin que la soledad la devorara.

Se lavó rápidamente, antes de ponerse el descolorido vestido amarillo. Rodó las


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medias sobre sus pies callosos y las subió por sus pantorrillas antes de buscar debajo
de la cama y arrastrar sus zapatos negros. Metió los pies en el odiado cuero, tomó el
gancho de botones y selló sus pies con lo que siempre había considerado un
instrumento de tortura.
Pero por razones que no podía entender, hoy, estaba contenta de haberlos
tenido. Casi se tuerce el tobillo con el primer paso hacia el espejo. Contempló su
reflejo, deseando que el vestido fuera un poco más de moda y su cabello más colorido.
No era una belleza. Sin embargo, Austin había alquilado una calesa y dos caballos, y
había ido a buscarla para disfrutar de su compañía, cuando seguramente había
encontrado muchas mujeres en la ciudad.
Tiró la trenza sobre su hombro, odiando la forma en que la hacía parecer una
niña pequeña. Pero nunca había tratado de peinarlo al estilo de mujer y no tenía idea
por dónde empezar. Con un suspiro, agarró un chal harapiento, por si acaso no volvían
antes del anochecer y se dirigió a la puerta.
Austin se apartó de la viga del porche en la que estaba apoyado, cuando ella
cerró la puerta y el chal le cubrió el brazo. No había notado antes que su camisa
parecía recién lavada y planchada. Su cabello ya no se enroscaba alrededor de su
cuello, sino que estaba ligeramente más corto y cuando la brisa sopló sobre él y llegó
hasta ella, olía a jabón y a un aroma que era exclusivamente suyo. Para ser un hombre
que no cortejaba, se había tomado muchas molestias. Cuando terminó de observarlo
lentamente, levantó la mirada hacia sus chispeantes ojos azules.
- Estás usando zapatos - dijo en voz baja, pero ella escuchó la diversión - Estaba
empezando a preguntarme si poseías un par.
- Me los pongo en invierno... y en ocasiones especiales - El calor calentó sus mejillas -
Nunca me he subido a una calesa.
- Entonces te espera un gran placer. Esta calesa es muy cómoda.
Ella bajó del porche, y él se puso a su lado, su mano se posó con facilidad sobre
la parte baja de su espalda. El coche tenía dos asientos. El espacio en la parte posterior
tenía dos cajas.
- ¿Qué hay en las cajas? - le preguntó.
- Nuestro almuerzo está en una, y tu perro está en la otra. Mirándolo, casi tropezó con
sus pies. Él la estabilizó y sonrió - No pensé que querrías dejarlo aquí solo. Lo puse en
la caja con algunas mantas y mi reloj de bolsillo. Se fue directo a dormir.
La tomó de la mano, la ayudó a subir al carruaje y se acomodó a su lado, su
muslo rozó el de ella. Loree presionó sus rodillas juntas y apretó las manos en su
regazo. Austin levantó las riendas y les dio a los caballos una suave palmada en la
espalda. Al unísono, avanzaron al trote.
Cabalgaron en silencio durante varios minutos, el campo se desplegaba ante
ellos, bañado en el azul de las bluebonnets.
- Me encanta esta época del año - dijo Loree con melancolía - cuando las flores cubren
las colinas.
- Su fragancia me recuerda a ti.
Al mirarlo fijamente y al encontrar su mirada fija en ella, soltó una risa tímida.

- Las recojo, las seco, y rocío los pétalos alrededor de la casa. A veces los pongo en el
agua de mi baño.
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Sus ojos se oscurecieron y ella se preguntó si él estaba pensando en la noche en
que la había lavado. Su mirada descendió a sus labios y supo que él lo estaba haciendo.
- ¿Qué tan lejos está tu antiguo hogar? - preguntó apresuradamente.
- Si el mapa de mi hermano es preciso, calculo que a una hora más o menos.
El viaje duró poco más de dos horas, y Loree pensó que habían sido las dos
horas más agradables de su vida, aunque hablaron poco. Cuando Austin finalmente
detuvo el carruaje, Loree sintió que algo sombrío se apoderaba de él. Ella no podía
decir que lo culpaba. Las hierbas crecidas excesivamente y una estructura en ruinas,
que podría haber sido una vez una habitación, los saludó.
Aunque lo conocía poco, sabía que él había tenido más en su vida, de lo que
podría haber tenido aquí.
El coche se balanceó mientras bajaba. Caminó alrededor de los caballos y se
acercó a ella, extendiendo su mano. La ayudó a salir y luego buscó debajo del asiento,
recogió un puñado de bluebonnets. Ella se sorprendió al sentir el ligero temblor en su
mano mientras la envolvía alrededor de la suya.
- No recuerdo mucho sobre el lugar - dijo en voz baja mientras la alejaba de la calesa.
- ¿Qué edad tenías cuando te fuiste? - le preguntó.
- Cinco.
Caminaron hasta llegar a un alto roble, las ramas se extendían con gracia, las
abundantes hojas susurrando con la brisa. Colgando de la rama más baja, un columpio
hecho de cuerda deshilachada y madera desgastada se balanceó ligeramente. En el
suelo, a la derecha, entre las malas hierbas y las zarzas, había un cartel de madera.

Lovita Leigh.
Esposa y madre
Profundamente amada, profundamente perdida
1829-1865

Austin soltó la mano de Loree, se quitó el sombrero, se arrodilló junto a la


tumba, arrancó las hierbas hasta que hizo un pequeño claro y colocó las flores delante
de la madera. Apoyó su antebrazo en su muslo e inclinó la cabeza.
Loree tuvo un momento de vacilación, sintiéndose incómoda porque estaba
familiarizada con todos los aspectos exteriores del hombre y entendía tan poco del
hombre que habitaba en su interior. Sin embargo, desde el principio, ella se sintió
atraída por él y por la angustia en sus ojos que habló cuando su voz no lo hizo.
Se arrodilló a su lado y le puso la mano en el antebrazo, apretando suavemente.
Giró su mano ligeramente y la movió hacia atrás hasta que pudo entrelazar sus dedos
con los de ella.
- No recuerdo cómo se veía - dijo en voz baja - Un hombre debería recordar a su
madre.

- Sí, la recuerdas o no hubieras sentido la necesidad de venir aquí - Tocó los pétalos
azules de las flores que había puesto en el suelo - Apuesto a que escogiste las flores
para ella.
Una mirada lejana apareció en sus ojos y una comisura de su boca se arqueó.
- Sí, lo hice. - Ella se rió. No porque pensara que era gracioso, sino porque la hacía feliz.
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Él cerró los ojos - Señor, ella tenía una bonita risa... como música.
- ¿Te contó historias a la hora de dormir?
Abrió los ojos, y le alegró el corazón ver que una pequeña porción de la tristeza
se había desvanecido.
- Ella me contó historias, pero no con palabras. Utilizó canciones. Recuerdo que se
sentaba en el borde de mi cama, y veía sus dedos acariciar las cuerdas del violín
mientras movía el arco y los sonidos más hermosos fluían de la madera a través de las
cuerdas. Intentaba con todas mis fuerzas no quedarme dormido para poder seguir
mirando sus manos. Me encantaba mirar sus manos. - Girando ligeramente la cabeza,
sonrió cálidamente - Recuerdo sus manos. Tenía los dedos largos...
- Como los tuyos.
La sorpresa revoloteó en su rostro. Levantó la mano que no la sostenía, la giró y
la estudió desde todos los ángulos.
- Creo que sí. Nunca me había dado cuenta antes.
- Deberías aprender a tocar el violín.
Ella sintió que su mano se tensaba dentro de la de ella.
- Tienes que escuchar la música en tu corazón antes de poder crearla con un violín. No
puedo hacer eso - dijo.
- Tú podrías intentar…
- No puedo.
Austin se puso en pie, tirando de ella hacia arriba, sus dedos apretados
mientras se alejaban de la tumba. Loree tropezó al seguirlo. Se giró, la atrapó y la
tranquilizó.
- ¿Estás bien? - preguntó, la preocupación se reflejaba claramente en sus ojos.
Sus mejillas se calentaron, y de repente deseó haber pasado los últimos cinco
años practicando como ser una dama, como su madre lo hubiera querido, en lugar de
una marica pensando que ningún hombre la miraría como la estaba mirando él ahora.
Loree asintió con la cabeza y le dedicó una leve sonrisa.
- Solo es que estoy acostumbrada a tener la tierra bajo mis pies, en vez de cuero.
Entretenido, él negó lentamente con la cabeza y miró sus zapatos desgastados.
Inesperadamente, se dejó caer sobre una rodilla y golpeó con la mano su muslo
levantado.
- Pon tu pie aquí.
- ¿Qué vas a hacer?
Él le agarró el tobillo y le levantó el pie, fuera de balance, ella colocó las manos
sobre sus hombros para no caerse. Ella lo miró con asombro mientras liberaba los
botones de su zapato. Pensó en tirar de su pie hacia atrás, insistiendo en que los
zapatos permanecieran donde estaban, pero él echó la cabeza hacia atrás y ella cayó
en las profundidades de sus azules ojos cristalinos. ¿Cuántas veces durante la última

semana se había encontrado mirando las llamas de un fuego, buscando en el centro el


calor de su mirada?
Le quitó el zapato, y cuando ella movió el pie con medias del muslo, para
quitarlo de allí, lo cubrió con la palma y lo sostuvo en su lugar. Sus miradas ancladas,
lentamente guió sus manos sobre el tobillo, debajo de la falda, arriba de la pantorrilla,
más allá de su rodilla hasta que sus dedos rozaron la carne desnuda de su muslo justo
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encima de sus medias. Un calor escalofriante la atravesó y ella le clavó los dedos en los
hombros.
Usando los pulgares, rodó su media por su pierna, mientras sus dedos se
arrastraban sobre su piel. Su mirada nunca dejó la de ella, el azul oscureciéndose
hasta que sintió como si él hubiera encendido un fuego dentro de ella. Su corazón latía
tan fuerte que estaba segura de que él sería capaz de sentir el martilleo en los dedos
de sus pies. Él deslizó su media sobre su pie, y finalmente bajó la mirada a su pie
descalzo. Frotó el dedo sobre su empeine.
- Tienes los dedos más lindos que he visto.
- Están torcidos - le dijo ella como si él no tuviera una visión clara de los dedos de sus
pies mientras se los masajeaba a fondo antes de pasar al siguiente.
Sintiéndose como si cada hueso de su cuerpo se estuviera derritiendo, se
sorprendió de que todavía tuviera la capacidad de mantenerse parada.
- ¿Te rompiste este dedo? - preguntó cuándo llegó al dedo índice.
- No. Mi papá tenía los dedos de los pies igual. Lo llamaba el dedo martillo. Mira,
parece un martillo.
Austin le dio una sonrisa que casi hizo que todo el aliento abandonara su
cuerpo. Era muy consciente de él. Los recuerdos de como la había tocado, como un
hombre toca a una mujer, amenazaron con convertir las frías cenizas en un fuego
ardiente. Por eso sacudió el pie de su muslo.
Como si supiera exactamente lo que había estado recordando, su sonrisa creció
y se dio unas palmaditas en el muslo.
- El otro pie.
Ella tomó una respiración profunda y tranquilizadora.
- Puedo quitármelo - Para su vergüenza, la voz se le quebró, pero él no se rió. Solo giró
sus increíbles ojos azules hacia ella, desafiándola.
- Vamos, Dulce. Dame el otro pie antes de que rompas tu bonito cuello.
Ella nunca había sido capaz de resistirse a un desafío. Y mientras bufaba, puso
el pie sobre su muslo. Él se rió profunda y ricamente, como un hombre que recuerda
lo que era disfrutar de la vida.
- Así que tienes algo de carácter - dijo mientras atacaba los botones.
- A veces - y observando la destreza con que trabajaban sus dedos agregó - No muy a
menudo.
Él dejó caer el zapato al suelo y comenzó a deslizar sus manos sobre su pierna.
No estaba segura de poder sobrevivir a que le sacara la otra media, y cuando levantó
la mirada hacia ella, estaba segura de que no lo haría.
- ¿Dónde está tu padre? - espetó, para distraerse de la sensación celestial del
deslizamiento de sus dedos debajo de la falda.

Parpadeó, deteniendo sus manos detrás de su rodilla.


- Murió en Chickamauga.
- Entonces peleó en la guerra.
- Sí.
- ¿Quién te crió entonces?
- Mis hermanos - había mencionado a uno.
- ¿Cuántos tienes?
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- Dos. Son bastante mayores que yo. Ambos pelearon en la guerra junto a mi padre. No
recuerdo en absoluto a mi papá, pero supuestamente mi hermano mayor se parece a
él - comenzó a masajearle la rodilla.
- ¿No estás cansando de estar arrodillado?
Él sonrió cálidamente.
- No.
- Yo me estoy cansando de estar de pie sobre una pierna.
Apenas parecía contrito, mientras se disculpaba y bajaba la media. Tan pronto
como su media abandonó los dedos de sus pies, ella retiró el pie de su muslo. Él no
parecía ofendido, mientras metía la media en el zapato.
Loree se tomó un momento para saborear la sensación de la hierba bajo sus
plantas, pero de alguna manera palideció en comparación con el cálido muslo contra
su pie. Él agarró sus zapatos y desplegó su largo y delgado cuerpo.
- los pondré en el carruaje - ofreció.
Lo vio caminar hacia el carruaje, deseando no tener tantas emociones
mezcladas en lo que a él respectaba. Le temía a sus sentimientos, a lo que su tacto
agitaba dentro de ella, a desear desesperadamente lo que su presencia lograba, alejar
la soledad. Cada vez que DeWayne la visitaba, nunca lograba ahuyentar la soledad.
Austin sacó a Dos Bits de la caja y lo dejó en el suelo, riendo mientras el perro
correteaba detrás de una mariposa. Le gustaba el sonido de su risa, el brillo en sus
ojos mientras caminaba hacia ella, la ligera curva en sus labios, y la calidez de su mano
mientras la envolvía alrededor de la suya, antes de continuar juntos su viaje hacia el
pasado.

La noche había caído cuando Austin detuvo el coche frente a la casa de Loree.
Puso la caja que contenía el perrito dormido sobre la mesa, encendió una lámpara, y
caminó por la casa como si fuera su dueño, revisando todos los rincones oscuros y los
armarios.
- Todo parece estar en orden - dijo, en voz baja, y Loree se preguntó por qué todo el
mundo siempre hablaba más despacio por la noche.
Su mirada se dirigió hacia la puerta de la habitación, y se preguntó qué
esperaba, si es que esperaba algo. Una vez que se compartía la intimidad, ¿cómo se
establecían los límites?
- Te agradezco que fueras conmigo hoy.
Ella encontró su mirada.
- Me gustó mucho.

- ¿De veras? - preguntó, girando el sombrero en sus manos.


Ella sonrió suavemente.
- Sí, lo disfruté.
- Bueno. - Echó un rápido vistazo a la habitación - Sería mejor que volviera a la ciudad,
para devolver la calesa y los caballos al establo. - Con pasos largos cruzó la habitación
y abrió la puerta. Loree lo siguió al porche, la pálida luz de la lámpara se derramaba
por la puerta y cruzaba su rostro. Dentro de las sombras, ella vio sus dedos trabajando
el borde de su sombrero.
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- Loree...
Su respiración se detuvo y esperó. No sabía dónde encontraría la fuerza para
rechazarlo si le pedía volver adentro. Estaba a solo un paso de ella y mientras se
frotaba la mejilla con los nudillos le dijo en voz baja:
- Loree, no te estoy cortejando.
- Me dijiste eso hoy temprano. No lo he olvidado.
- Solo quiero asegurarme de que lo entiendas.
- Lo hago.
- Bueno.
Su boca descendió para cubrir la de ella, su brazo serpenteó alrededor de su
cintura, atrayéndola a su cuerpo. Caliente, húmedo y hambriento, sus labios la
recorrieron y se burlaron. Por su propia voluntad, ella le rodeó el cuello con los brazos
y le devolvió el beso con igual fervor. Sabía que estaba mal. Ella tampoco tenía nada
para ofrecerle.
Cuando finalmente se alejó, Loree se sorprendió de que sus piernas pudieran
sostenerla.
- Entra antes de que haga algo que los dos lamentemos - dijo con voz áspera.
Ella asintió con la cabeza, se deslizó dentro y cerró la puerta, presionó su oreja
contra ella. Pasaron unos momentos antes de que oyera sus botas en el porche,
llevándolo lejos, antes de que oyera el carruaje rodar en la noche.
Se dejó caer al suelo y hundió la cara entre las manos, pero no podía
esconderse de la verdad. Si él hubiera preguntado, ella lo habría invitado a quedarse.

66
CAPÍTULO 7

Austin miró las cinco cartas en su mano. La reina de corazones parecía


malditamente sola sin otras cartas con rostro para hacerle compañía. Él entendía ese
sentimiento. Cristo, la soledad había sido su compañera la mayor parte de su vida.
Amaba a sus hermanos, pero aferrándose a las faldas de su camisa, había encontrado
poco afecto, y cuando había llegado, había sido poco más que un rápido asentir con la
cabeza por un trabajo bien hecho. No le molestaba eso. El mundo de un hombre era
decididamente diferente al de una mujer.
Amelia le había enseñado que el afecto se profundizaba con un toque: dedos
delgados sobre un puño cerrado, una mano frotando un hombro, un abrazo o un beso
en la mejilla. Pequeñas cosas que rompían la poderosa pared de la soledad. Pero
Amelia había pertenecido primero a Dallas, luego a Houston, nunca a Austin. Por
mucho que ella hubiera aliviado su triste corazón, también lo había dejado con ganas.
Hasta que él había visto a Becky.
Habían sido suyas: sus miradas, sus sonrisas, sus risas, cuando ella las quisiera.
Pero había mantenido sus manos y sus labios lejos de ella, esperando hasta que fuera
lo suficientemente mayor. Tenía casi diecisiete años, la primera vez que la había
besado. Y nueve meses después, estaba sentado en una fría y estéril celda, con nada
más que los recuerdos. Y la soledad había crecido, porque en ese momento, él sabía lo
que era vivir sin ella.
Se dijo a sí mismo que era la soledad lo que lo llevaba a la casa de Loree Grant
hasta altas horas de la madrugada. Simplemente se sentaba sobre Trueno Negro y
miraba a la casa en sombras. Más de una vez tuvo que contenerse para no desmontar
y tocar a la puerta. No imaginaba que ella apreciaría que la despertaran de su sueño a
las dos de la mañana. ¿Y qué podría haberle dicho?
No puedo dormir sin tenerte, sin olerte, sin escuchar tu aliento susurrando en
la noche.
Había llegado a cortar bluebonnets de los campos y meterlos debajo de la
almohada en el hotel, solo para poder fingir que ella estaba cerca suyo.
Había pasado una semana desde que la había llevado a la vieja granja y la
soledad había aumentado con cada día que pasaba. No estaba en condiciones de
cortejarla, no tenía nada que ofrecerle, y aunque se lo había dicho, había visto cierta
esperanza reflejada en sus ojos dorados. No podía soportar la idea de decepcionarla, y
temía que si pasaba mucho más tiempo con ella, podría hacerlo.
- ¿Estás dentro o fuera?
Austin levantó su mirada hacia la del detective. Wylan había levantado una
ceja. Austin arrojó las cartas.
- Siento que estamos perdiendo el tiempo. O al menos yo lo hago. También podría
estar escupiendo a un viento fuerte, por todo lo bueno que estoy haciendo aquí.
Wylan recogió las cartas y comenzó a mezclarlas silenciosamente.
- Terminé de visitar el último de los burdeles anoche. No obtuve ninguna información.
- ¿Has estado visitando burdeles?

- Sip. No se sabe lo que un hombre podría decir en el calor de la pasión.


67
Austin sabía demasiado bien la verdad de esa declaración.
- Podría haberte ahorrado el problema.
Wylan sonrió.
- Oh, no fue ningún problema.
La actitud recia del hombre comenzaba a debilitarse. Austin apoyó los codos en
la mesa y se inclinó hacia adelante.
- Boyd McQueen tenía preferencia por los niños.
Las cartas que Wylan había estado barajando, salieron volando de sus manos y
la incredulidad se extendió por su rostro.
- ¡¿Qué?!
Austin se frotó la mandíbula preguntándose cuánto podría decir sin causar
daño. Se había enterado de las perversiones de Boyd por parte de Rawley. Furioso por
un pasado que no había podido cambiar, Austin había disparado una bala sobre la
cabeza de Boyd en el salón y había anunciado que nada le habría proporcionado más
placer que deshacerse de su sombra. Esas palabras, tanto como Boyd escribiendo
"Austin" en la tierra, habían servido para condenarlo. Austin suspiró profundamente.
- A Boyd le complacía lastimar a los niños, entre otras cosas.
- ¿Al hijo de tu hermano?
- Yo no dije eso.
- No tienes que hacerlo. El chico tiene una mirada atormentada en sus ojos. No podía
entender qué cosa la había puesto allí. - Wylan se sirvió un whisky y lo tragó de un
trago - Tengo que decirte, que cuanto más se sobre Boyd McQueen, más espero no
encontrar al hombre que lo mató. Pero está el asunto de tu inocencia.
Austin agarró su vaso de whisky.
- Pasé cinco años pensando que alguien lo había matado y que me había culpado a
propósito, con la idea de deshacerse también de mí. Ahora, estoy empezando a pensar
que solo tuve mala suerte. Nadie se propuso lastimarme. Alguien asesinó a Boyd, y me
culparon por eso. Si no hubiera destruido mi vida, estaría aplaudiendo a quien lo haya
hecho.
- Esa es la razón por la que seguiré buscando, pero esto me da un ángulo diferente: un
padre iracundo, un niño pequeño que McQueen podría haber lastimado y que
finalmente llegó a la edad adulta... Las personas tendrán menos deseos de compartir
ese tipo de información, pero yo lo tendré en cuenta mientras estoy investigando.
- Estoy pensando en volver a casa. No veo que esté haciendo ningún bien aquí. Boyd se
robó cinco años de mi vida. No quiero que se lleve más.
Wylan recogió sus cartas dispersas y comenzó a jugar un solitario.
- Me quedaré aquí unos días más, luego regresaré a Kansas para ver si esta nueva
información trae algo a la superficie.
Los McQueen se habían mudado a Texas desde Kansas varios años antes. Si Dee
no hubiera traído tanta felicidad a la vida de Dallas, Austin habría deseado que nunca
hubieran salido de Kansas.
- ¿Señor Leigh?

Austin levantó la vista hacia la voz vacilante, reconoció al hombre y lentamente


se puso de pie.
- Dewayne, ¿no es así?
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- Sí, señor. Estuve visitando a Loree hoy. Se ve muy mal. Tengo la sensación de que
usted es la causa, pero ella dijo que no soy quien para juzgarla.
La culpa lo atravesó como un cuchillo oxidado. Debería haber cumplido su
pedido de nunca regresar.
- Fue muy generosa conmigo.
- Es demasiado generosa, es su defecto, si quiere saber la verdad. No me gusta verla
herida.
- No tengo intención de lastimarla. - Esa era la intención que lo había mantenido
alejado cuando todo dentro de él quería volver a verla.
- Bueno, asegúrese de no hacerlo, porque deberá responder ante mí si lo hiciera -
Dewayne giró sobre sus talones. Austin se dejó caer en la silla y se encontró con la
mirada especulativa de Wylan.
- ¿Qué fue todo eso?
- Personal - dijo Austin justo antes de tomar su whisky, saboreando el ardor en su
estómago. Loree obviamente, era un punto débil para Dewayne. Demonios, ¿para
quién no?
- ¿Nada que pueda ayudarme a encontrar al asesino de Boyd?
- No, pero ¿cuánto me saldría tener que buscar otro asesino?
- Ni un centavo. Tu hermano me está pagando lo suficiente como para encontrar diez
asesinos.
- ¿Qué información necesitarías?
- El nombre ayudaría. Su descripción. Cualquier cosa. ¿Qué sabes de él?
- No mucho. Mató a una familia completa...
- ¿Señor Leigh?
Austin sacudió la cabeza. Dewayne le tendió un sobre.
- Me olvidé de que Loree me pidió que dejara esto en el hotel para usted, pero supongo
que puedo entregárselo aquí.
Austin tomó el sobre, estudiando los garabatos en el papel que parecían haber
sido escritos con mano temblorosa.
- Muchas gracias. - Dewayne asintió lentamente antes de alejarse.
- ¿Es de tu Loree?
- Ella no es mi Loree - Austin abrió el sobre y sacó la carta que había escrito. Las
palabras lo atravesaron con júbilo, miedo y finalmente con terror. Se puso de pie de un
salto y derribó la silla.
- ¿Qué sucede?
- Estaba equivocado. Ella es mi Loree. Haz lo que sea necesario para encontrar al
asesino de Boyd. Voy a regresar al rancho de Dallas.

Su Loree. Austin estaba en la puerta de su habitación, mirándola. Era


demasiado confiada, dejando abierta la puerta de entrada a la casa y la puerta de su

habitación. Y el perro no era para nada bueno. No había escuchado ni olfateado su


cercanía, continuaba mordiendo uno de los zapatos negros de Loree cerca de la cama,
gruñendo como si fuera una amenaza, cuando la verdadera amenaza estaba apoyada
contra la jamba de su puerta.
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Con su vestido lleno de margaritas, estaba sentada en el suelo, con las piernas
metidas debajo de ella y los dedos de los pies asomándose por debajo de su trasero. Su
gruesa trenza estaba sobre su hombro. Abrió un cofre de madera y lentamente quitó
pequeñas piezas de ropa, las extendió sobre su regazo y las presionó con los dedos,
como si cada prenda fuera preciosa, tan preciosa como el niño que crecía dentro de
ella.
Su niño.
Sus rodillas se sentían como un par de fresas dejadas demasiado tiempo en la
planta, suaves y sin fuerza. Su nota no había pedido nada de él. Ella no esperaba nada
de él. Simplemente quería que supiera que estaba llevando a su hijo en el vientre.
Había recogido sus pertenencias del hotel, comprado una carreta, un par de
caballos y recorrido el camino como si el mismísimo demonio lo persiguiera, cada
palabra de la carta grabada en su mente, haciendo eco a través de su corazón. Deseaba
poder ofrecerle más que un futuro incierto y sueños rotos.
Se apartó de la jamba de la puerta. Los tacones de sus botas resonaron en la
habitación mientras caminaba hacia ella, con el estómago apretado como si alguien lo
hubiera atado y le hubiera dado un fuerte tirón a la cuerda. Ella giró la cabeza, la
cautela en sus ojos dorados permanecía a medida que él se acercaba. Se quitó el
sombrero de la cabeza y se agachó junto a ella.
- Hola.
Ella le dio una sonrisa vacilante, sus dedos arrugando el pequeño vestido que
acababa de alisar en su regazo.
- Hola.
- Dewayne me dio tu carta.
- No tenías que venir.
Un rayo de profunda tristeza perforó su alma.
- No me conoces en absoluto, Loree, si crees eso.
Las lágrimas brotaron de sus ojos cuando bajó la mirada hacia la delicada ropa
en su regazo. Austin acercó el pulgar y capturó una lágrima que rodaba lentamente
desde el rabillo del ojo.
- Me voy a casa, Loree.
Ella levantó su mirada hacia él.
- ¿Has encontrado al hombre que estabas buscando?
- No, pero creo que es poco probable que lo haga, después de todo este tiempo. Pasé
los últimos cinco años muriendo. Quiero comenzar a vivir de nuevo.
Ella le dio una sonrisa vacilante.
- Ni siquiera sé dónde está tu casa.
- West Texas. Mi hermano tiene un rancho. Desde que puedo recordar, lo he ayudado a
trabajar en la cría y en resguardar su ganado.
Su sonrisa creció.

- Supuse que eras un vaquero.


No por elección. Siempre había odiado la ganadería, siempre había soñado con
irse, pero a los lugares que la vida lo había llevado no eran exactamente los que él
tenía en mente. Su mirada se desvió hacia su estómago, plano como una tabla. Estaba a
punto de seguir otro camino que no había elegido a sabiendas, pero extrañamente,
70
tenía la sensación de que este no le dejaría remordimientos.
- Me sentiría muy honrado si te casaras conmigo - dijo, en voz baja.
Más lágrimas llenaron sus ojos justo antes de que desviara la mirada. Deseó
que las flores azules no hubieran desaparecido de las colinas. Le hubiera gustado
traerle algunas. Tal vez debería haberse conformado con las flores rojas y amarillas
que quedaban. O tal vez debería haberle traído una cinta amarilla brillante para su
cabello, cualquier cosa para acompañar las palabras que sonaron tan frías como un río
en enero. Observó impotente mientras ella se secaba las lágrimas de los ojos, sabiendo
que él era el causante.
Ella lo miró y le dio la sonrisa más triste que jamás había visto.
- No.

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Sintió como si acabara de golpearlo en el pecho con una sartén de hierro.
- ¿Que quieres decir con
no?
- Quiero decir que no quiero casarme.
- Entonces, ¿por qué me enviaste la nota?
- Solo pensé que tenías derecho a saber sobre el niño.
- Tengo más que el derecho a saber. Tengo la responsabilidad de cuidarlo. No lo voy a
etiquetar como un bastardo.
Ella se estremeció y dobló su barbilla.
- Una…
- ¿Qué?
- Creo que es una niña.
Eso tenía sentido para él, ya que parecía que los hombres Leigh solo eran
capaces de producir chicas.
- Está bien, está bien. Es una niña. ¿Quieres que susurren sobre su nacimiento?,
porque eso es lo que va a pasar. - suavizó su voz - Y también susurrarán acerca de ti, y
no me digas que no hay nadie alrededor para darse cuenta. No puedes vivir como un
ermitaño con un niño. No puedes negarle el mundo, solo porque has visto el lado más
feo de él. Cásate conmigo, Loree.
- ¿Me amas?
Su pregunta suave fue como un puño cerrándose alrededor de su corazón.
- Me gustas lo suficiente - respondió honestamente - ¿Yo no te gusto?
- Me gusta lo que sé de ti, pero ¿qué es lo que realmente sé? Hasta hace unos minutos,
tu hogar podría haber estado en la luna hasta donde yo sabía.
- Bueno, yo no vivo en la luna. Vivo en el oeste de Texas, y tengo los medios para
proporcionarte una vida, no la grandiosa que me gustaría, pero creo que sería…
tolerable.
- ¿Tolerable?

- ¡Maldición, Loree! Me aproveché de ti y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario


para remediarlo.
- ¿Remediarlo… convenciéndome para que me case con un hombre que no me ama?
- Tal vez no sea lo mejor para nosotros, pero lo será para la bebé. Y tenemos que
ponerla primero.
- ¿Todavía amas a Becky?
Su estómago se ciñó, y como reflejo apretó su mandíbula. Wylan ciertamente
había tenido razón sobre las palabras pronunciadas en el calor de la pasión. Él había
pronunciado una palabra, y esta mujer la iba a esgrimir contra él por el resto de su
vida. Él se puso de pie y salió furioso de la casa. Se dirigió a la pila de leña, sacó el
hacha del tronco y comenzó a trozar la leña.
Trató de ponerse en el lugar de Loree, recordando el alivio que había sentido
cuando ella había confesado que no había ningún Jake. Solo que para ella, siempre
habría una Becky. Su primer amor.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó detrás de él.
Tiró la madera partida sobre la pila y levantó otro tronco hacia el tocón.
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- Te cortaré veinte años de madera. Repararé tu casa, la pintaré y haré cualquier cosa
que sea necesaria por aquí. ¿No quieres casarte conmigo? Bien, pero estaré condenado
antes de que un hijo mío sufra por los errores que cometí.

Estaré condenado antes de que un hijo mío sufra por los errores que cometí.
Esas palabras resonaron en la mente de Loree mientras yacía en la cama sin poder
dormir. Le dijeron mucho sobre el hombre. Él aceptaba la responsabilidad de sus
acciones.
Pero, si ella era sincera consigo misma, ya lo sabía, había aprendido ese hecho
sobre él la primera noche en que había cortado leña por un plato de guiso.
No sabía las pequeñas cosas sobre él: sus comidas favoritas, sus colores
preferidos. No sabía si él bailaba o cantaba.
Pero sabía las cosas importantes: era un hombre raro que pensaba más con su
corazón que con su cabeza. Cuando amaba, amaba profundamente y los años no
disminuían sus afectos, incluso cuando los recuerdos se desvanecían. Lo había visto
llorar por la pérdida de una mujer, lo había visto colocar flores en la tumba de su
madre de hace veinte años. Le había dado regalos: un granero quemado y un cachorro.
Por encima de todo, Loree había acogido con satisfacción la comodidad de su
presencia, la calidez de su toque. Por un tiempo, él había aliviado el dolor y la soledad.
Durante las últimas dos horas, había escuchado a Austin caminando por su casa. No
tenía granero donde dormir. Había dejado la puerta delantera abierta, la puerta de su
habitación entreabierta, una parte esperaba que él se acostara con ella, simplemente
que durmieran juntos, con su brazo rodeándola, con su aliento rozándole la nuca.
Forzó sus oídos por unos momentos, pero ya no lo escuchó moverse afuera.
Probablemente se había estirado en la carreta que había traído junto con los planes de
empacarla y llevarla al oeste de Texas como su esposa.

Presionó la mano en su estómago. No era la primera vez que las acciones de


una noche cambiarían para siempre su vida, pero estas acciones se habían extendido
para tocar a un niño inocente.
Austin tenía razón. Su hija sufriría a causa de su error. Nacida fuera del
matrimonio, ella cargaría la vergüenza que legítimamente les pertenecía.
Tiró las mantas y se levantó de la cama. Con los pies descalzos, sin más ropa
que su camisón, abrió la puerta principal y vio a Austin sentado en los escalones del
porche. Echó un vistazo por encima del hombro. Ella sintió que su mirada viajaba
desde la parte superior de su cabeza hasta la punta de los dedos de los pies antes de
volver su atención a la negrura que se extendía por el cielo.
Sabía que rechazar su propuesta lo había lastimado. Él no se había reunido con
ella para la cena. Le había preparado un baño, pero no se había permitido el lujo de
dárselo el mismo. Parecía decidido a darle todo y a no quitarle nada.
Su boca se volvió tan seca como el algodón. Cruzó el porche y se sentó a su lado.
Tenía las rodillas extendidas, los codos apoyados sobre los muslos, las manos juntas,
la mirada fija en la distancia. En las sombras de la noche, vio la ligera brisa acariciando
su cabello negro sobre su cuello.
- Muchas estrellas cayendo del cielo esta noche. - dijo. Ella siguió la dirección de su
73
mirada. Una bola de luz se arqueó a través del vacío negro y desapareció como un
sueño que nunca debió haber sido - Pide un deseo, Loree - dijo en voz baja.
Ella cerró los ojos. Un deseo. Si solo le permitían un deseo, desearía poder
descargar su pasado sobre este hombre sentado a su lado. Pensó que él, de todas las
personas del mundo, entendería todo lo que había hecho, las cosas que el asesino la
había llevado a hacer. Deseó poder decirle y no arriesgarse a perder el afecto que
pudiera tener por ella.
- ¿Qué deseaste? - preguntó.
Al abrir los ojos, lo miró. Él la miró, e incluso en la oscuridad, sintió la
intensidad de su mirada.
- Si te digo, no se hará realidad. ¿Pediste un deseo?
Se inclinó hacia ella, apoyándose en un codo.
- Deseé que te casaras conmigo. - Su corazón latía más rápido, más duro que la pata
trasero de un conejo. Tomó el extremo de su trenza y se lo llevó a los labios. Ella casi
imaginó que sintió su aliento abanicándose allí, sus suaves labios rozándolo - Quiero
que te cases conmigo por el bien de nuestra hija.
- Hijo. - Su mano se detuvo, los mechones de su cabello descansando contra su
barbilla.
- Antes dijiste…
- Bueno, ahora estoy pensando que es un niño - Ella giró su cabeza hacia su hombro -
No puedo decidir qué es.
Él se rió entre dientes.
- Cásate conmigo porque me haces sonreír cuando no lo he hecho en mucho tiempo.
- Hace menos de una semana, me dijiste que no me cortejabas, que no tenías nada que
ofrecerme.

- Eso fue antes de saber que necesitabas mi apellido. - Él acunó su mejilla - Te daría el
mundo si pudiera, Loree, pero tomé una decisión hace cinco años que limitará las
cosas que puedo ofrecerte. Lo único que tengo, que puedo darte es mi nombre, y odio
no poder dártelo sin tacha. Pero trabajaré duro y creo que puedo darte a ti y a
nuestros hijos una buena vida. Sé que puedo darte una vida mejor que la que tienes
aquí. Al menos conmigo, no tendrás la soledad.
Durante el mes anterior, ella había podido contar la cantidad de días que
contenían una promesa de felicidad. La promesa siempre llegaba cuando él aparecía.
Su hijo podría tener un padre que estuvo en prisión o no tener padre. ¿Era el pasado
más importante que el presente? ¿Y quién era ella para juzgar? Su pasado estaba tan
manchado como el suyo.
- ¿Me podrías prometer algo? - preguntó vacilante.
- Cualquier cosa.
Su estómago se estremeció, y juntó fuertemente las manos.
- ¿Prometes nunca hacerme el amor si estás pensando en Becky?
Un profundo silencio se extendió entre ellos. Anteriormente había mencionado
niños, no niño, y sabía que él esperaba algo más que un matrimonio de nombre
solamente. También sabía que fácilmente podría cuidarlo, tal vez ya había hecho más
de lo que debería. Su corazón se rompería si alguna vez él volvía a susurrar el nombre
de otra mientras unía su cuerpo al de ella.
74
- Lo prometo - dijo con voz áspera.
- Entonces me casaré contigo… por el bien del niño.
Una cálida sonrisa se dibujó sobre su rostro, y rozó suavemente los nudillos
sobre su mejilla.
- Lo haré bien por ti, Dulce. No te arrepentirás de haber tenido que casarte conmigo.
Él atrajo su rostro y la besó. No con pasión, ni con fuego. Como disculpándose y
comprendiéndola.
Sabía que nunca se arrepentiría de casarse con él, y esperaba que Austin nunca
descubriera lo que había hecho, las acciones que la habían llevado a conformarse con
una vida de soledad. Porque si lo hacía, temía que fuera él quien lamentaría
profundamente haberse casado con ella.

75
CAPÍTULO 8

- ¡Oh Dios mío! - Mientras la carreta rodaba, Loree abrazó a Dos Bits en su regazo y
miró la enorme estructura de adobe. Torretas en las esquinas. Un techo almenado. Ella
nunca había visto algo así - ¿Es eso una posada?
A su lado en el asiento de la carreta, Austin se rió entre dientes.
- No. Esa es la casa de mi hermano.
Loree presionó la mano contra su estómago como para proteger al niño.
- Es tan grande.
- Creo que es horriblemente fea.
- Bueno, no es exactamente como me gustaría que fuera mi casa...
- ¿Cómo te gustaría, Loree?
Ella se volvió ante el tono serio de su voz. Se habían casado en Austin, con solo
Dewayne y su familia presentes. Había usado un vestido blanco y nuevos zapatos de
cuero suave que Austin le había comprado. Había llevado un ramo de flores silvestres
que él había elegido para ella. Aunque había estado muy nerviosa, también había
sentido una chispa de felicidad porque él la trataba con reverencia y respeto, y
constantemente se preocupaba por ella. Habían pasado demasiados años desde que
alguien más que Dewayne se había preocupado por ella.
Él había empacado sus pertenencias, las había subido a la carreta, y había
conducido más lento que el paso de un caracol por temor a que el prolongado viaje le
hiciera perder al bebé. Por la noche, dormían, bajo las estrellas uno pegado al otro,
pero nunca había intentado ejercer sus derechos maritales.
- Algo más pequeño - le aseguró y sonrió brillantemente - Algo mucho más pequeño.
Él le devolvió la sonrisa.
- Debería poder darte eso.
Loree colocó a Dos Bits en su caja que estaba en el piso. Ya no parecía un
cachorro y estaba superando la altura de la caja. Austin había prometido construir un
refugio para el perro tan pronto como llegaran.
- ¿Vamos a quedarnos con tu hermano?
- Por un tiempo. Hasta que nos establezcamos y decidamos lo que queremos, dónde
queremos vivir. Tengo un poco de dinero ahorrado, pero no nos llevará muy lejos.
El coche siguió hasta un enorme granero que no se parecía en nada al que había
en su propiedad. Oyó los golpes del herrero que trabajaba cerca del granero. Había
caballos trotando alrededor de un gran corral. A lo lejos, vio una casa larga y estrecha
de tablillas y un edificio de ladrillos. Se sentía como si estuviera viajando a través de
una ciudad en miniatura. Hombres vestidos con chaparreras y sombreros
polvorientos paseaban entre los edificios. Solo una pareja reconoció a Austin mientras
conducía la carreta.
Loree podría haber pensado que él no los había visto si no fuera por el
endurecimiento en su mandíbula. Dejó el carro en frente de la galería. Un hombre y
una mujer sentados en una hamaca se pusieron de pie lentamente. El hombre era tan

alto como Austin, y por los rasgos faciales supo que era su hermano. La mujer, delgada
y casi tan alta como él, se movió con gracia por el porche.
76
- Deberías haber avisado que venías a casa - dijo mientras bajaba flotando los
escalones. Austin saltó de la carreta, caminó rápidamente hacia ella y la abrazó
ferozmente.
- No sabía cuánto tiempo tardaríamos, y no quería que te preocuparas por nosotros.
- ¿Has averiguado algo? - preguntó su hermano, y Loree sintió en el tono de su voz que
era un hombre que no daba cuartel.
- Ni una maldita cosa - dijo Austin mientras se acercaba al carro y levantaba sus
brazos hacia ella.
Loree se secó las sudorosas palmas en la falda, antes de poner las manos sobre
sus hombros. Él la agarró por la cintura, y ella sintió su temblor a través de la ropa. Se
encontró con su mirada y vio la preocupación en sus ojos. Trató de darle una sonrisa
tranquilizadora, pero temió haber fallado miserablemente.
La dejó en el suelo y deslizó el brazo alrededor de su cintura.
- Este es mi hermano Dallas y su esposa, Dee.
Dee sonrió con simpatía y Dallas parecía que estaba esperando que sonara un
trueno.
- ¿Tus padres nombraron a todos sus hijos como ciudades? - preguntó Loree.
- Sí, lo hicieron - Austin encontró la mirada oscura de su hermano - Esta es Loree. Mi
esposa.
Dallas entrecerró los ojos.
- ¿Tu esposa?
El shock se reflejó en la cara de su cuñada, antes de que sus ojos se calentaran,
y le dirigiera a Loree una sonrisa sincera. Dando un paso adelante, envolvió los brazos
alrededor de sus hombros.
- ¡Qué maravilloso! Bienvenida a la familia.
Cuando Dee la liberó, una oleada de náuseas la golpeó, y el mundo de repente
giró a su alrededor. Se tambaleó hacia atrás y Austin se acercó, estabilizándola. Sus
mejillas ardieron cuando la preocupación cruzó la cara de Dee.
- ¿Estás bien? - le preguntó.
Loree asintió.
- Es solo el bebé. Me mareo cuando paso demasiado tiempo sin comer.
- ¡¿El bebé?! - Dallas casi gritó con voz entrecortada - ¿Y cuándo tendrá lugar este
bendito evento?
Por el tono de su voz, Loree no estaba segura de que realmente considerara
que se trataba de un evento bendecido, pero no iba a dejar que pensara que estaba
avergonzada de llevar al hijo de su hermano. Ella inclinó la barbilla hacia arriba y dijo:
- Finales de enero.

- Dee, ¿por qué no te llevas a Loree adentro y le das algo fresco para beber? - sugirió
Austin - Me temo que pude habernos apresurado un poco demasiado, para poder
llegar antes del anochecer.

Dee envolvió su brazo alrededor de la cintura de Loree.


- Me encantaría sacarla de este calor. Ven adentro.
Loree lo miró por encima del hombro.
77
- Ve - la instó.
Austin vio a Dee guiar a su esposa hacia la casa, luego se encontró con la
mirada ardiente de Dallas.
- ¿Ella es tu esposa y no sabía el nombre de tu hermano? - preguntó.
- Le dije que tenía hermanos. Le mencioné a Houston. Creo que nunca mencioné tu
nombre. No lo tomes como algo personal - Austin subió al porche. Dallas lo agarró del
brazo y lo empujó nuevamente hacia abajo.
- Déjame aclarar esto - dijo Dallas, con la voz hirviendo - Hace cinco años, te acostaste
con Becky Oliver y para proteger su reputación, mantuviste la boca cerrada y
terminaste en la cárcel. Ahora, te has ido hace menos de cuatro meses y te presentas
en mi puerta con una esposa, una esposa embarazada además. ¿Tienes algún
problema para mantenerte abrochado los pantalones o simplemente tienes una
tendencia a involucrarte con mujeres que no tienen moral?
La diatriba de Dallas terminó en el instante en que el puño de Austin hizo
contacto con su mandíbula y lo envió tambaleándose hacia atrás, hasta hacerlo
aterrizar con fuerza en la tierra. Se requirió cada onza de control que Austin pudiera
reunir para no golpear a su hermano y convertirlo en una sangrienta pulpa.
- ¡No sabes absolutamente nada sobre eso, y hasta que lo sepas, mantén la maldita
boca cerrada!
Austin subió los escalones y abrió la puerta.
- ¡Loree, nos vamos!
Bajó los escalones, respirando profundamente, tratando de calmarse antes de
que Loree saliera.
Dallas se puso de pie, ignorando la sangre que se arrastraba por la esquina de
su boca.
- ¿Dónde diablos crees que vas, chico? - exigió Dallas.
- No soy un chico. Esa es una de las cosas que mueren en la prisión. Y a dónde voy no
es asunto tuyo - gruñó Austin. Se giró al oír los pasos y sostuvo su mano hacia Loree -
Vamos, Dulce.
Preocupada por las arrugas grabadas en su frente y mientras pasaba su mirada
entre los dos hombres, su esposa preguntó:
- ¿Hay algo mal?
- No, decidí que estaríamos mejor quedándonos en el hotel de la ciudad - La ansiedad
no desapareció de su rostro. Él le apretó la mano - Es verdad.
Él la ayudó a subir al carro, luego subió, soltó el freno y golpeó las riendas.
Sabía que volver a casa con una esposa sería difícil. Simplemente no había esperado
que rompiera los últimos lazos que tenía con su familia.

Mirando el cielo nocturno a través de la ventana de su oficina, Dallas sintió la


necesidad de cruzar las llanuras, subir a la cima de uno de sus molinos de viento y

escuchar el estrépito creado por la brisa constante. En cambio, sorbió tranquilamente


su whisky y se preguntó dónde se había equivocado.
Oyó suaves pasos, bebió el whisky restante y dejó el vaso a un lado.
- ¿Estás listo para decirme por qué Austin te golpeó? - Dee preguntó en voz baja.
78
- Cuestioné la moral de su esposa.
- Entonces, me alegro de que te haya golpeado. Dice mucho sobre sus sentimientos por
la mujer.
- Y cuestioné su capacidad para mantener sus pantalones abotonados.
- Oh, Dallas, dime que no lo hiciste.
Se giró y miró a su esposa.
- Maldita sea, Dee, según mis cálculos, debe haberse acostado con ella dos minutos
después de conocerla. Se ha dado el mismo una condena a cadena perpetua con una
mujer a la que apenas conoce...
Ella inclinó la cabeza y levantó una oscura ceja.
- ¡Maldición! Nuestra situación era diferente.
- Me doy cuenta de eso. Ni siquiera me conocías cuando nos casamos.
Se giró, mirando hacia la noche, hacia el pasado.
- Lo crié, Dee. Desde que tenía cinco años, yo fui más un padre que un hermano. Odio
verlo arruinar su vida, tomando decisiones que no lo llevan a ninguna parte.
Ella colocó la mano sobre su hombro, un hábito que había adquirido cuando se
dio cuenta de que su espalda tenía poca sensibilidad después de los latigazos que
había recibido cinco años antes como resultado de la codicia de su hermano mayor.
- Le diste una buena base. Ahora debes darle la libertad para construir sobre ella.
Él giró la cabeza.
- ¿Y si no me gusta la vida que está construyendo sobre esa base?
- Tan difícil como es, tienes que aprender a aceptarlo. Algún día Rawley y Faith nos
dejarán. Todo lo que podemos hacer es esperar que la base que les damos sea lo
suficientemente fuerte como para sustentar sus sueños... y sus fracasos.
Él la atrajo hacia su abrazo y presionó su mejilla contra la parte superior de su
cabeza.
- Recuerdo haber llegado a casa después de la guerra y haberlo encontrado viviendo
como un animal. No sé cuánto tiempo estuvo muerta nuestra madre antes de que
llegáramos o cómo Austin logró sobrevivir. Nos llevó semanas a Houston y a mí,
ganarnos su confianza. Luego miraba todo lo que le dábamos, como si temiera que se
lo arrebatáramos. Siempre esperé que tuviera sueños más grandes, que fuera más
lejos de lo que jamás me atreví a ir. Siento que le he fallado.
Ella se inclinó hacia atrás y acunó su cara entre sus manos.
- ¿Sabes cuál fue el mayor temor de Cameron?
Dallas parpadeó ante el abrupto cambio de tema.
- No tengo ni idea.
- Que una vez que Austin supiera de que él se había casado con Becky, publicara un
anuncio en el periódico diciéndole a la ciudad que había estado con Becky la noche en
que mataron a Boyd. Ni él ni Becky lo habrían culpado si lo hubiera hecho, pero no lo
hizo. Becky confió en tu hermano esa noche y él no iba a traicionar esa confianza.

¿Cómo puedes haberle fallado cuando lo criaste para ser un joven tan bueno, capaz de
aceptar las responsabilidades de sus actos? - después de un momento continuó - Loree
y yo no tuvimos mucha oportunidad de hablar, pero sé que la conoció en su camino a
Austin. Ella ni siquiera sabía dónde vivía hasta el día de hoy. Podría haber salido de su
vida y nunca volver a verla. En cambio, la convenció de que se casara con él. No le
79
fallaste, Dallas. Lo criaste como el tipo de hombre del que puedes estar orgulloso de
llamar "hermano".
Dallas lanzó un suspiro de cansancio.
- Si no le fallé en los veinte años que lo crié, me temo que hoy le pude haber fallado.
- Solo si dejas que lo que pasó esta tarde los mantenga enfadados. Nos necesita más
ahora que nunca, y estoy segura de que mañana se despertará con algunos
remordimientos. Ve a hablar con él a primera hora de la mañana.
- ¿Qué demonios hice para merecer una esposa tan sabia?
Ella sonrió seductoramente.
- Ven a la cama, y trataremos de resolverlo.
Riendo, él la tomó en sus brazos, esperando que su hermano menor no hubiera
cometido el mayor error de su vida.

Con la cortina a un lado, Austin miró hacia la tranquila calle donde las linternas
luchaban para mantener a raya la oscuridad. Nunca se había sentido tan inseguro de sí
mismo en su vida.
Oyó los movimientos de su esposa mientras se ponía el camisón detrás del
biombo. El día que se casaron, volvieron a la casa y durmieron en su cama. Solo
durmieron. Abrazados.
Habían continuado ese ritual durante el viaje, pero esta noche él necesitaba
más. La única familia que le quedaba compartía esta habitación con él, y los recuerdos
que habían creado solo abarcaban unas pocas semanas.
Los recuerdos con Dallas abarcaban años.
Quería, necesitaba, el toque de Loree en su piel, su aroma llenando sus fosas
nasales, su sabor en sus labios. Y maldición, él no sabía cómo conseguirlo.
Había hecho el amor dos veces en su vida. Ninguna había sido planeada.
La única vez que había buscado consuelo y desahogo había estado en una
habitación con una mujer sabiendo que tenía derecho a su cuerpo, y aun así se había
ido porque no importaba lo mucho que le había pagado, no podía obligarse a desearla.
- Nunca he estado en un lugar tan bonito - dijo Loree en voz baja.
Austin soltó su agarre mortal en la cortina y se enfrentó a su esposa. Las manos
estaban cruzadas en su regazo. Él sonrió, esperando aliviar su nerviosismo tanto como
el suyo.
- Dee solo se conformaría con lo mejor.
- ¿Por qué no nos quedamos con tu hermano?
Austin se pasó las manos por el pelo.
- Porque todavía me ve como un niño. Nunca se dio cuenta de que crecí.
- Está enojado porque te casaste conmigo.

La tristeza en su voz lo hizo cruzar la habitación con un solo pensamiento:


consolarla. Él acunó su delicada cara entre sus grandes manos.
- No importa. No tiene perro en esta pelea.
Ella parpadeó, una esquina de su boca se curvó.
- ¿Qué significa eso?
- Significa que tú y nuestro matrimonio, no es de su incumbencia - Le pasó el borde de
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los pulgares por la frente, por la sien y por la mejilla - Mis razones para casarnos son
mi asunto - Sus ojos lo atraían de la misma forma que a los mineros los atraía el oro, y
sintió como si estuviera viajando hacia una mina, guiado por la luz y la oscuridad, en
busca de los tesoros que había dentro. Con los pulgares tocó la comisura de su boca.
Le había dado un beso superficial después de haber intercambiado los votos. Había
sido menos que satisfactorio. No estaba seguro de lo que ella esperaba de este
matrimonio, pero estaba seguro de que sabía lo que quería.
Bajó la boca hasta la de ella, saboreando su dulzura en la lengua. Las pequeñas
manos presionaron contra su pecho, y se preguntó si ella sentiría los fuertes latidos de
su corazón. La guió hacia la cama y cayeron juntos en la profunda suavidad del
colchón. Tendía que acordarse de felicitar a Dee por su gusto en el mobiliario.
Austin metió el cuerpo finamente torneado de Loree debajo del suyo. Se
tomaría su tiempo esta noche, iría despacio, saboreando cada momento, cada
centímetro de ella, asegurándose de que no causarle ninguna molestia. Arrastró los
labios a lo largo de la delgada columna de su garganta y sumergió la lengua en el
hueco en la base de su garganta.
- Recuerda tu promesa - le suplicó en voz baja.
¿Su promesa? Había hecho tantas últimamente. Encontrar al hombre que
asesinó a Boyd. Amar a Loree, honrarla y apreciarla...
Nunca tocarla si estuviera pensando en Becky.
Gimiendo, rodó bajándose de ella y cubrió sus ojos con su brazo, el cuerpo le
dolía por la necesidad y los deseos que no se cumplirían. Sintió la rigidez del cuerpo
femenino que yacía a su lado. No se había movido, ni un cabello, ni un dedo del pie. Él
ni siquiera estaba seguro de si todavía estaba respirando.
Miró por debajo de su brazo y vio una lágrima solitaria escaparse de sus ojos
fuertemente cerrados y dirigirse hacia la oreja. La ira, la tristeza y la culpa lo
inundaron.
Bajó las piernas de la cama, se sentó y se frotó con las manos la cara. Luego se
levantó, quitó el sombrero del poste de la cama y se dirigió hacia la puerta.
- ¿A dónde vas?
- Necesito un poco de aire fresco - Abrió la puerta, se detuvo y miró por encima del
hombro a la mujer que ahora estaba sentada en la cama, su rostro una máscara de
angustia - No estaba pensando en ella, Loree - dijo, en voz baja - Pero no voy a hacer
ese anuncio cada vez que te toque. Vas a tener que aprender a confiar en que soy
capaz de cumplir con mis promesas - Forzó su cuerpo tenso para no golpear la puerta
a su paso.

Salió del hotel a grandes zancadas. La sofocante noche de verano lo envolvió,


sin ofrecer consuelo. Los tacones de sus botas resonaron en el entarimado. Bajó de los
tablones y permitió que la tierra amortiguara su paso.
Se detuvo abruptamente frente a la tienda general. Vio una luz pálida que
brillaba en una ventana de arriba. Se preguntó dónde dormiría el chico. Se preguntó
dónde estarían Becky y Cameron durante toda la noche.
Comenzó a caminar de nuevo, hacia el otro extremo de la ciudad. Oyó el sonido
apagado de un piano que salía del salón. Una botella de whisky le atraía, pero nunca
había disfrutado bebiendo solo.
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El compañero de bebida de su juventud probablemente estaba haciendo el
amor apasionadamente con Becky ahora mismo. Fue al establo, ensilló a Trueno
Negro y cabalgó hacia la noche, tratando de escapar de la prisión invisible que
rodeaba su corazón.
Sintió el mismo terror que lo había envuelto cuando lo pusieron en
confinamiento solitario. La soledad había sido absoluta, aterradora. Tal como era
ahora. Amar a Becky había sido tan fácil. Nunca habían discutido, ella nunca había
cuestionado nada.
Pero mientras cabalgaba, no era Becky quien obsesionaba sus pensamientos,
era Loree que no confiaba demasiado en él, con sus ojos dorados, y un corazón que
nunca podría ser suyo.

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Capítulo 9

Sosteniendo el sombrero en un puño cerrado, Austin se apoyó contra la


columna del porche de la casa de Dallas y vio como el amanecer traía los majestuosos
colores del día. Recordaba un momento en que había celebrado el amanecer con su
violín. Ahora, la mayoría de las veces, lo recibía con una maldición.
La puerta de entrada se abrió y Dallas que estaba saliendo, se detuvo cuando su
mirada se clavó en la de Austin, que se apartó de la viga.
- Estoy aquí para rogarte. Tengo una esposa, un bebé en camino, y no tengo forma de
mantenerlos. Cameron es probablemente el único en la ciudad que me contrataría,
pero no puedo verme apilando latas y barriendo pisos. - Tragó saliva - Pero lo haré si
es necesario.
- Buenos días tengas tú también - dijo Dallas, una esquina de su boca levantando su
bigote.
Austin se desplomó contra la viga.
- Necesitaba escupir lo que vine a decir antes de perder el valor.
Dallas asintió lentamente mientras caminaba hacia el borde de la galería. El sol
de la mañana golpeó su rostro magullado.
- ¿Cómo está tu mandíbula? - preguntó Austin.
- Dolorida. Me aflojaste un maldito diente.
Austin se estremeció.
- Lo siento.
- Me lo merecía, y fue menos doloroso que los regaños que mi esposa me dio anoche. -
Dallas colocó el Stetson negro de ala ancha en su cabeza y salió de la terraza - Estaba
yendo a buscarte, y como me ahorraste la molestia de encontrarte, ¿darías un paseo
conmigo?
Austin conocía a su hermano lo suficiente como para saber que nunca había
preguntado nada. Incluso las palabras que sonaban como una pregunta eran una
orden. Austin montó cuando Dallas se subió al caballo que le trajo su capataz. Luego,
como lo había hecho la mayor parte de su vida, siguió el rastro resplandeciente de su
hermano mayor.
Cabalgaron en silencio por un largos rato, las llanuras abriéndose ante ellos.
Austin nunca había apreciado la gran extensión de tierra como lo hacía su hermano.
Hasta hace poco, las ciudades le atraían, el constante movimiento de personas que
iban a lugares, el estruendo de las ruedas de carretas, el ruido de los cascos de los
caballos.
- Nunca supe cuáles eran tus sueños - dijo Dallas, su profunda voz retumbando en la
pradera - pero pensé que te llevarían más allá de este lugar. Siempre miraste hacia el
horizonte como si hubieras heredado la racha errante de Pa.
- Pensé en irme más de una vez, pero cuando finalmente lo hice, quédate tranquilo que
no fui a donde quería ir.
- ¿Entonces estás pensando en hacer de este lugar tu hogar? - preguntó Dallas.

- Me gustaría, pero depende de Loree. Su familia fue asesinada hace unos años y ha
vivido sola desde entonces. Pensé que le sería más fácil vivir aquí donde podría

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acostumbrarse a tener gente a su alrededor, y además quería alejarla de los recuerdos.
- Parece que ayer me comporté como un tonto, y te debo una disculpa por eso.
Austin siempre había sabido que su hermano era un hombre grande, pero
nunca había parecido más grande que en ese momento. Austin apretó la garganta.
- Me doy cuenta ahora que debería haber enviado un telegrama.
- Eso podría haber hecho las cosas un poco más fáciles para Loree. Una esposa y un
bebé atan a un hombre aunque éste no lo quiera.
- Lo quise antes de pedirle a Loree que se casara conmigo, pero se merecía algo mejor
que la vida que podía darle yo.
Dallas miró hacia la distancia.
- Dee me enseñó que lo único que importa es lo que le des de tu corazón.
- Mi corazón no es del todo libre.
Dallas lo atravesó con una mirada sombría.
- Entonces diría que la trataste de forma malditamente injusta.
- No trataré excusarme sobre eso, pero mi objetivo es compensarla.
Dallas asintió lentamente con la cabeza.
- Bueno, este imperio se está haciendo demasiado grande para que lo maneje un solo
hombre. Creo que podría necesitar algo de ayuda.
- ¿Mismo pago que antes?
Una esquina de la boca de Dallas se levantó, llevándose la punta del bigote.
- Esos eran los salarios de un niño. - Se frotó el hematoma en la mandíbula. - Como me
hiciste notar, con mucho tacto el día de ayer, es hora de que me dé cuenta de que eras
un hombre. Regresemos a la casa y arreglaremos los detalles.

Loree estaba parada en el entarimado fuera del hotel. La ciudad había crecido.
Nunca la hubiera reconocido si no fuera por el hotel. Mientras cabalgaban la noche
anterior, la enorme silueta del edificio se alzaba ante ellos y la devolvió a una noche,
cinco años atrás.
- ¿Por qué precisamente esta ciudad? - susurró en voz baja. A pesar de lo vasto que era
el oeste de Texas, ¿por qué Austin no se había establecido en otro lugar?
El destino le estaba mostrando una racha cruel corriendo a través de ella. No
había duda de eso.
La ciudad no tenía un letrero cuando había estado aquí antes. No sabía su
nombre. Y no le había importado. Pero ahora, con orgullo, tenía un letrero en las
afueras: "Leighton".
Nombrado por la familia de su marido. ¿Por qué había elegido la casualidad
llevar a su puerta a un hombre que vivía en el único lugar del mundo que no había
querido ver nunca más?
Pero aún más, se preguntó si el Destino sería tan amable de devolverle al
hombre.

No había regresado a la habitación del hotel, y se preguntó que haría si la había


abandonado. Deseó haber mantenido sus inseguridades para ella misma y su boca
cerrada. ¿Qué importaba si pensaba en otra persona mientras la abrazaba?
¡Estúpida, estúpida! se reprendió a sí misma. Sabía por el dolor reflejado en la
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mirada de su esposo, que lo había lastimado hasta el corazón. Ella quería confiar en él,
pero la vida le había enseñado a valorar la precaución. Y debido a las lecciones de la
vida, sabía que necesitaba un arma.
Caminó a lo largo de los tablones, su estómago temblando mientras la gente
pasaba a su lado. Los hombres llevaban los dedos hasta el borde de sus sombreros,
para saludarla, algunos hasta le sonrieron, pero ella se negó a mirarlos a los ojos.
Se sintió agradecida cuando vio el letrero de la tienda general de Oliver. Se
deslizó dentro, encogiéndose cuando el cencerro que estaba sobre la puerta anunció
su llegada.
Una mujer de pie detrás del mostrador levantó la vista y sonrió cálidamente.
- ¿Hola puedo ayudarte?
Loree se secó las húmedas palmas en la falda.
- Solo me gustaría mirar.
- Avísame si puedo ayudarte con algo.
Loree asintió con la cabeza, agradeció la oferta y se dirigió al pasillo más
cercano. Juguetes de todas las formas y tamaños la saludaron. No había visto muchos
niños en la ciudad, pero había notado la escuela roja cerca del hotel. Suponía que su
hijo asistiría a esa escuela. Ella y Austin podrían comprar juguetes aquí. ¿O tallaría él
mismo los juguetes?
Tomó un sonajero de madera. ¿Podría tallar uno su marido? ¿Qué talentos
ocultos poseía? El escaso conocimiento que tenía de él, se volvió frustrante con cada
día de viaje que pasaba. Había creído que estar juntos, iba a ser suficiente para
conocerse, para que él fuera más abierto con ella. Sin embargo, no pudo evitar sentir
que retenía una parte de sí mismo, una parte que no quería que ella conociera. Se
preguntó si siempre había estado distante de la gente o si la prisión lo había
reformado.
¿Cómo no lo iba a reformar?
El corazón de Loree aceleró su ritmo, tronando inestable ante la idea de barras
de hierro, paredes de ladrillo y guardias. ¿Cómo había sobrevivido cinco años sin
libertad? Sabía que muy probablemente a ella la hubiera matado.
Cuidadosamente, colocó el sonajero nuevamente en el estante. Tendría que
averiguar si Austin planeaba tallar uno, antes de comprarlo. Y tendría que averiguar si
tenían los medios para comprarlo. Ella necesitaba el poco dinero que poseía para algo
más importante.
Caminó hacia el mostrador. La mujer dejó de sacudir las estanterías que
estaban detrás y se volvió. Su cabello rubio estaba recogido en un moño elegante. El
color le recordó a Loree los mechones que había descubierto en las alforjas de Austin.
La mujer tenía los ojos azules del cielo en verano.
- ¿Encontraste lo que buscabas? - le preguntó con voz suave.
Loree apretó los dedos alrededor de su bolso.

- Estaba buscando un arma pequeña, algo así como una Derringer.


La delicada frente de la mujer se arrugó.
- Ya no tenemos armas, no desde que el armero llegó a la ciudad. Encontrarás su
tienda…
- ¡Becky!
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El corazón de Loree se sentía como si un puño de hierro acabara de sujetarlo.
¿Cuántas Beckis podrían residir en esta ciudad? ¿Cuántas con el pelo del color de las
hojas de otoño?
Un hombre alto irrumpió desde la cortina detrás del mostrador. Con la mano,
se peinó el pelo rubio de la frente.
- Acabo de ver a Austin.
- ¿Está de vuelta?
- Sip, y sabes que es lo más extraño. Se casó - Loree vio que la sangre se escurría del
rostro de Becky, y esperaba que sus propios sentimientos no fueran tan visibles.
- ¿Se ha casado? ¿Con quién se casó? - susurró, su voz dolorosamente baja. Luego,
como recordando que tenía un cliente, parpadeó varias veces y volvió su atención a
Loree - Lo siento. Querías al armero. Lo encontrarás al final de Main Street, cerca del
salón. Sé que el señor Wesson podrá ayudarte - se volvió hacia el hombre - Cameron,
¿te contó sobre su esposa?
Loree no quería escuchar la respuesta. Salió apresuradamente de la tienda
general. Una vez afuera, se desplomó contra el frente del edificio. La mujer dentro de
la tienda era hermosa. Siendo increíblemente sincera… ¿cómo podía esperar que
Austin no pensara en esa mujer?
Entonces recordó lo que el hombre había dicho. Acababa de ver a Austin. Corrió
por el entarimado, de regreso al hotel. Siguió corriendo hasta adentro y subió las
escaleras, irrumpiendo en su habitación.
Austin estaba frente a la cama, metiendo su ropa en la bolsa de viaje. Se echó
hacia atrás, su frente profundamente surcada.
- ¿Dónde has estado?
Cerró la puerta más silenciosamente que cuando la abrió y entró a la
habitación.
- Necesitaba algo. Fui a la tienda general.
Él extendió la mano por la cama, agarró su camisón y lo metió en la bolsa.
- Volveremos con Dallas.
- Conocí a una mujer en la tienda general. A Becky - Él se puso rígido. Su corazón latía
tan fuerte que estaba segura de que su esposo lo estaría escuchando - ¿Es ella tu
Becky?
- No, ella no es mi Becky - respondió con la mandíbula apretada. Agarró su cepillo de
la mesita de noche y lo arrojó a la bolsa.
- ¿Ella era tu Becky? - le preguntó. Por razones que no podía entender, era incapaz de
dejarlo ir.
Con un movimiento rápido, estrelló la bolsa y todo lo que había en ella contra el
piso. Loree tropezó hacia atrás. Nunca lo había visto realmente enojado y se preguntó
si no lo habría empujado demasiado lejos.

Se dejó caer sentado en la cama, apoyó los codos en sus muslos, se inclinó hacia
adelante y enterró la cara entre las manos. Ella escuchó su respiración áspera, vio la
tensión en sus hombros. Austin extendió una mano.
- Ven acá. - Pero sus pies permanecieron enraizados en el lugar. Ella no sabía nada
sobre cómo lo afectaba la ira. ¿Y si daba tanto de sí mismo a la ira como lo hizo con la
pasión...? Levantó la vista, el tormento en sus ojos se hizo más profundo cuando se
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encontró con su mirada - Ven aquí, Loree. Por favor.
La angustia en su voz la hizo caminar hacia él, necesitaba consolarlo de los
dolorosos sentimientos que le inspiraba su constante malhumor. Mientras ella se
acercaba, él extendió una mano, la puso en su cintura y la ubicó entre sus muslos.
Austin tomó una respiración profunda y temblorosa, mirando fijamente un
botón de su corpiño.
- Sí, ella era mi Becky. - Echó la cabeza hacia atrás, su mirada azul profunda
capturando la suya - Pero ella ya no lo es y nunca volverá a serlo.
Presionó un beso en su estómago ligeramente redondeado, el lugar donde
crecía su hijo.
- Te necesito, Loree - dijo con voz ronca.
Ella envolvió los brazos alrededor de su cabeza, presionándola contra su
vientre. ¿Cómo pudo esa mujer no haberlo esperado? Con los demonios
persiguiéndola y sin familia, los últimos cinco años habían sido una eternidad, pero al
menos había tenido las estrellas por la noche, el disfrute de los amaneceres y la
libertad de caminar por donde quisiera.
- La odio porque te lastimó - dijo, con la voz hirviendo.
- Ella no merece tu odio.
- Ella no merece tu lealtad o tu amor.
Él inclinó la cabeza hacia atrás, encontrando su mirada.
- Cinco años es mucho tiempo.
- Yo te hubiera esperado - dijo, sorprendida por la convicción en su voz, más
sorprendida de darse cuenta de que las palabras eran ciertas. Si ella fuera lo
suficientemente afortunada de poseer su amor, lo esperaría por siempre.
Una esquina de su boca se arqueó y colocó unos mechones de pelo detrás de su
oreja.
- ¿Sabes qué?, creo que lo hubieras hecho.
- Odio que te haya lastimado.
- Yo odio haberte lastimado a ti.
- No me lastimaste a propósito. Lo sé.
- No me imagino que ello haya disminuido el dolor.
No, el dolor había sido agudo y agónico, pero estaba cansada de dejar que la
herida se infectara. Necesitaba limpiarla, cocerla y dejarla sanar.
- Ella es muy bonita - admitió a regañadientes.
Él sonrió ampliamente.
- Ella lo es.
Él tiró de ella hasta que la sentó en su regazo, y acunando su mejilla le dijo:
- Pero tú también lo eres.

Ella apartó su mano y desvió la mirada, el calor flameando en su rostro.


- No, no lo soy. Soy más fea que la parte trasera de una mula - Cuando él no saltó en su
defensa, se atrevió a mirarlo. Estrechando los ojos, le escudriñaba los rasgos - No me
mires así.
- ¿De qué otra forma voy a encontrar lo feo?
- Está ahí para que todo el mundo lo vea.
- ¿Dónde?
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Ella frunció los labios.
- Por un lado… mi nariz. El extremo se abre como una ramita rota.
- Y yo que pensé que parecía un pétalo desplegándose.
Sus ojos se abrieron y un toque de humor centelleó en el centro.
- Y mis labios. Apenas tengo labio superior y mi labio inferior parece hinchado como si
una abeja lo hubiera picado.
- Me recuerda a una fresa regordeta y madura que espera ser degustada.
Sintió el calor bañar su rostro, mientras sus ojos se oscurecían.
- Mi cabello - dijo en un apuro, desesperada por convencerlo de sus defectos - No tiene
color.
Tomó su trenza y se llevó el extremo a los labios.
- Siempre pensé que parecía que había sido tejido a partir de los rayos de la luna. Creo
que es por eso que robé algo de él.
Ella frunció el ceño.
- ¿Qué? - Austin se inclinó ligeramente hacia atrás, metió la mano en el bolsillo y sacó
varios mechones de su cabello, atados con una delicada cinta - ¿Cuándo hiciste eso?
- Esa primera noche que dormí contigo, después de que te hubieras dormido.
Las lágrimas le escocían los ojos cuando se llevó la mano a la boca.
- Oh, Austin. Debes querer que yo lleve un mechón de tu cabello conmigo - sin
prestarle atención y mirándola intensamente le dijo:
- Me gustas Loree, y mucho. De lo contrario, no me hubiera casado contigo.
Sabía que no debería preguntar, sabía que corría el riesgo de volver a
enfadarlo, pero tenía que saberlo.
- ¿Y qué pasa con los mechones de cabello de Becky que llevabas?
- Sé que las palabras no pueden deshacer las acciones, pero espero que las acciones
puedan deshacer el daño causado por una palabra descuidada. - Vio cómo su nuez de
Adán se deslizaba lentamente hacia arriba y hacia abajo mientras tragaba - Los
quemé... el día que quemamos el granero.
Loree lo estudió, tratando de entender el significado de sus acciones.
- ¿Por qué? No tenías que castigarte a ti mismo.
- No me estaba castigando a mí mismo. Quemar el granero era una forma de dejar tu
pasado atrás. Pensé que era hora de que yo también dejara el mío.
- Pero todavía la amas.
Con el pulgar acarició su mejilla.
- Me encanta el recuerdo de ella.
La diferencia le sonaba leve, si es que existía. Ya no competía contra una mujer,
solo con un recuerdo. Quizás si hubiera amado a alguien antes de que Austin entrara

en su vida, podría comprender mejor lo difícil que le era dejarla ir. Así y todo, sabía
que deseaba que no hubiera habido nadie antes que ella.
- Anoche, temía que no volvieras - confesó en voz baja.
Sus labios se extendieron en una sonrisa que hizo que el calor se arremolinara
a través de ella, desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
- Me extrañaste, ¿verdad? - preguntó, y ella escuchó la leve burla en su voz.
- ¿A dónde fuiste? - le preguntó, no lista para admitir cuánto lo había extrañado.
- A cabalgar. - suspiró profundamente - Solo necesitaba montar mi caballo.
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- ¿Toda la noche?
- Toda la noche.
Entonces se dio cuenta de lo cansado que estaba. Las sombras descansaban
bajo sus ojos. Su rostro estaba sin afeitar.
- Terminaré de empacar si quieres dormir un poco antes de irnos - le ofreció.
- Lo que quiero es un pequeño beso - Él acercó su rostro al suyo - Sé que es difícil
Loree, pero créeme.
Ella asintió vacilante.
- Lo estoy intentando.
Él unió sus labios a los de ella y rodó sobre la cama, como estaban abrazados,
cayeron juntos, su boca nunca la abandonó. Acunando su cabeza, la mantuvo en el
lugar mientras hundía la lengua en su boca.
Torpemente, ella se sentó a horcajadas sobre sus muslos mientras los labios de
su esposo trabajaban la magia. El calor creció a través suyo, y deseó que la besara para
siempre.
Él gimió bajo en su garganta y apartando la boca de la de ella dijo:
- Tan dulce - presionó el rostro en el hueco de su hombro, con su respiración suave y
pareja. Loree levantó la cabeza ligeramente para mirarlo, se había quedado dormido.
Trató de alejarse, pero él apretó su agarre, giró sobre el costado subiendo las piernas
a la cama y formó un capullo a su alrededor - No te vayas todavía - le pidió.
- No lo haré - susurró, acurrucándose contra él. Estaba decidida a dejar de sentir celos
por la bella mujer que trabajaba en la tienda general. Esa mujer era parte de su
pasado. Ella era su futuro.

La inquietud recorrió a Loree cuando se acercaban a la casa de Dallas. Vio al


hermano de Austin de pie junto al corral con un joven parado a su lado. Cuando Austin
detuvo la carreta frente a la casa, ambos se volvieron y se dirigieron hacia ellos. Loree
sabía sin lugar a dudas que el niño era el hijo de Dallas. Tenía la caminata de su padre.
- Esperaba que aparecieras antes - dijo Dallas, con un tono autoritario en su voz que
hizo pensar a Loree que el hombre siempre obtenía lo que esperaba.
- Me quedé dormido - dijo Austin mientras ayudaba a Loree a bajar del coche.
- ¿Durante el día? - le preguntó Dallas.
- Sí, no todos trabajan desde el amanecer hasta la medianoche construyendo imperios
- dijo Austin, guiñándole un ojo.
- No hay nada de malo en construir imperios - le informó Dallas.

- No dije que lo hubiera - dijo Austin - Solo he señalado que no todos lo hacen.
Una vez que estuvo firmemente en el suelo, Loree miró alrededor, sintiéndose
como un arbusto rodeado de poderosos árboles de roble. Incluso el hijo de Dallas
estaba centímetros sobre ella.
Dallas se quitó el sombrero de la cabeza.
- Creo que ayer olvidé darle la bienvenida a la familia. - Antes de que supiera de qué se
trataba, él la tomó de la mano, se inclinó hacia adelante y la besó en la mejilla - Es un
placer tenerte aquí - dijo mientras soltaba su mano - Este es mi hijo, Rawley.
El chico se quitó el sombrero de la misma manera que su padre.
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- Estamos contentos de tenerte aquí, tía Loree.
Dirigió una furtiva mirada a su padre, quien le dio un asentimiento de
aprobación, y se preguntó cuántas veces habían practicado el saludo. Dos Bits eligió
ese momento para hacer conocer su presencia. Dio un salto, colocó sus patas en el
costado del carro y comenzó a ladrar.
Una amplia sonrisa dividió la cara de Rawley mientras corría hacia el vagón.
- ¡¿Tienes un perro?!
- Sip. ¿Por qué no lo sacas? - sugirió Austin - Probablemente tenga ganas de correr un
poco.
El muchacho levantó a Dos Bits en sus brazos. El perro se retorció y sacó la
lengua para probar la nariz de Rawley. Éste lo colocó en el suelo y cayó de rodillas
para frotar la panza del perro que rodaba sobre su lomo.
- ¿Cuál es su nombre? - preguntó.
- Dos Bits - le dijo Loree, con un poco de dolor en su corazón. El chico le recordaba
mucho a su hermano. Calculó que estaba cerca de la edad que tenía su hermano al
morir.
Rawley miró por encima del hombro, con la cara torcida.
- ¿Quién lo llamó así?
- Yo lo hice - dijo Austin - ¿Por qué no lo llevas a la parte de atrás? Probablemente
tendremos que atarlo por la noche para que no se pierda - dijo Austin.
- Él puede quedarse en mi habitación - sugirió Rawley.
- No lo creo - dijo Dallas.
La cara de Rawley se transformó incluso cuando le hizo una brusca inclinación
de cabeza a su padre.
- Vamos, Dos Bits - gritó mientras comenzaba a correr. El perro lo persiguió como si
hubiera encontrado un nuevo amigo.
- ¡Rawley! - gritó Dallas.
El chico se detuvo y giró.
- ¿Sí señor?
- Está lo suficientemente cálido, así que puedes acostarte en el porche esta noche si
tienes ganas.
Rawley sonrió alegremente.
- ¡Gracias, Sr. D! - Loree volvió su atención a Dallas a tiempo para echar un vistazo a
una mueca antes de que la escondiera.
- ¿Todavía no logras que te llame 'Pa'? - le preguntó Austin en voz baja.

Dallas negó con la cabeza.


- No, pero no importa. Es mi hijo. Encontraré a Dee. Seguramente tendrá una o dos
habitaciones vacías en las que puedes guardar tus pertenencias - dijo Dallas.
Loree esperó hasta que Dallas desapareció en la casa antes de preguntar:
- ¿Por qué Rawley no lo llama 'Pa'?
- Dallas y Dee lo adoptaron. No lo habían tratado bien antes de que ellos lo cobijaran
bajo su ala. Creo que aún le resulta difícil confiar en los hombres.
- ¿Alguien lo golpeó?
- Entre otras muchas cosas. - Como indicando el final de la conversación, Austin tomó
su mano - Vamos, te mostraré la casa.
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Si él no se lo hubiera dicho, Loree todavía sabría qué habitación había
pertenecido a Austin. Sonriendo, ella recogió una camisa arrugada y unos pantalones
de lona del piso.
- Supongo que Dee no ha estado aquí desde que me fui - dijo mientras dejaba su bolsa
sobre la cama.
Loree no creía que alguien hubiera estado en la habitación. Llevaba su
persistente aroma, débil por sus ausencias, pero arraigado debido a los años que había
dormido allí.
Ella subió las mantas de la cama para cubrir las almohadas y sonrió
tímidamente.
- Nunca tuvo mucho sentido hacer una cama por la mañana solo para deshacerla por
la noche. - Colocó las manos en la espalda y dijo - Déjame pedirle a Dee algunas
sábanas limpias.
Salió por la puerta, y Loree deambuló por la habitación. Imaginó que sería un
reflejo del hombre que había sido antes de la prisión. Estaba escasamente amueblado,
como si nunca hubiese planeado quedarse: una cama, una cómoda, una silla.
No había retratos adornando las paredes. Nada insinuaba su permanencia, pero
era su habitación y en la cómoda descansaba un violín. Reverentemente, Loree deslizó
su dedo sobre el barniz opaco. Un rayón aquí, un rasguño allí no disminuía la belleza
del instrumento. Aun así, parecía triste y solitario.
- Dee pensó que la criada había limpiado aquí - dijo Austin mientras regresaba a la
habitación - Dijo que enviaría a María para que se ocupara de nosotros.
- Puedo cambiar las sábanas.
- Disfruta del lujo de ser atendido porque solo lo tendrás mientras estés aquí.
- Tu hermano es muy rico, ¿no?
- Sí, pero no lo envidio. Trabajó duro por cada centavo.
Ella volvió su atención al tocador.
- ¿Es este el violín que tu madre tocó para ti?
Metiéndose las manos en los bolsillos, se acercó lentamente a ella.
- Sí lo es.
- Mi padre tocaba el violín. Pensó que la música era importante. Me llevaba a Austin
una vez a la semana para que yo pudiera tomar clases de piano. No tenía talento
natural, pero traté de aprender. Podría enseñarte lo que sé, podrías tocar el violín de
tu madre.

- No.
- Pero sería un tributo a tu madre, un camino…
- No, yo no puedo tocar y tú no puedes enseñarme.
- ¿Pero cómo sabes si no lo intentas?
- Créeme lo sé.
Desconcertada, lo vio volverse hacia la puerta. No quería que el momento
terminara con tristeza.
- ¿Austin?
Echó un vistazo por encima del hombro.
- Voy a buscar el resto de nuestras cosas.
Ella le dio una sonrisa vacilante.
91
- ¿Crees que podrías dibujarme un mapa de la casa para que no me pierda cuando esté
por allí?
Él sonrió.
- Es muy grande, ¿no?, Dallas no hace nada con pequeñas medidas.
- Supongo que planean tener una gran familia - comentó.
Su sonrisa menguó.
- Lo estaban planeando, pero Dee tuvo un accidente hace unos años. No puede darle
más hijos a Dallas.
Ella se abrazó a sí misma.
- Lo siento mucho. ¿Estará ella cómoda teniendo a un bebé por aquí que la moleste?
Austin negó con la cabeza.
- Una cosa importante sobre los hombres Leigh, tienden a casarse con mujeres
generosas.
Austin desapareció por la puerta y Loree cruzó la habitación, abrió un doble
juego de puertas - ventanas y salió al balcón. Estaba contenta de que hubieran dejado
la ciudad. Había despertado recuerdos que le habían impedido dormir la noche
anterior.
Esperaba que esta noche la presencia de Austin mantuviera a raya las
pesadillas.

92
CAPÍTULO 10

Sangre. Estaba en todas partes. Espesa, roja, cálida, reluciente en la noche.


Cubriendo sus manos, empapando su ropa.
No podía evitar que fluyera como un río embravecido. Ella estaba ahogándose,
se estaba ahogando en sangre.
El grito desgarró la noche tranquila.

Dallas se enderezó de golpe cuando Dee se apartó hacia un lado y encendió la


llama de la lámpara.
- ¿Qué diablos fue eso? - preguntó Dallas.
El grito aterrorizado se escuchó de nuevo.
- Vino de la habitación de Austin - dijo Dee mientras se dirigía a la puerta.
Dallas se levantó rápidamente de la cama y corrió tras ella por el pasillo, la
agarró del brazo.
- ¿A dónde crees que vas?
- A ayudar.
- Déjame ir primero - ordenó, tomando la lámpara de su mano. Sin importar lo que
estuviera esperando del otro lado, la mujer siempre corría hacia lugares donde no
debería.
Muy despacio abrió la puerta de la habitación de Austin y miró adentro. La luz
de la lámpara arrojaba un pálido resplandor alrededor de la habitación. Oyó los
fuertes sollozos de una mujer.
Dee pasó a su lado y entró en la habitación, sin darle otra opción que seguirlo.
Sentado en la cama, con las mantas alrededor de la cintura, dándole la espalda
desnuda a la puerta, Austin sostenía a Loree, mientras acariciaba suavemente su
espalda y le decía:
- Está bien, Loree. Fue solo un mal sueño - en voz baja mientras la balanceaba hacia
adelante y hacia atrás.
- No sabía dónde vivías. No lo sabía. No debería haber venido aquí - gimió.
- Está bien, Dulce. Nadie te hará daño aquí.
Ella inclinó la cabeza lejos de su hombro y la luz de la lámpara brilló sobre sus
lágrimas.
- Estoy tan asustada, Austin.
Él presionó su rostro en el rincón entre su hombro y su cuello.
- Sé que lo estás, pero voy a hacer las cosas bien, Loree. Ya lo verás.
Dee se dirigió hacia la cama.
- ¿Por qué no le doy leche a Loree? - le susurró - Siempre ayuda a los niños a volver a
dormir cuando se despiertan de un mal sueño.
Austin la miró por encima del hombro, la gratitud grabada en sus rasgos.
- Y ponle mucha azúcar.
Dee caminó hacia Dallas y puso la mano sobre su brazo.

- Enciende su lámpara para ellos, luego dales un poco de privacidad mientras yo


caliento un poco de leche.
93
Cuando se fue de su lado, Dallas caminó hacia la mesita de noche y encendió la
lámpara.
- ¿Necesitan algo más?
Negando con la cabeza, Austin se acomodó apoyando la espalda en la cabecera
de la cama y llevando a su esposa con él. Dallas escuchó los sollozos sofocantes y las
repetidas palabras de consuelo de Austin. Regresó a su habitación, abrió la puerta del
balcón y salió a la noche. Estaba temblando casi tanto como imaginaba que estaría
Loree. Tomando varias respiraciones profundas, miró el dosel de estrellas sobre su
cabeza.
Pasaron largos minutos antes de escuchar los suaves pasos de Dee. Se unió a él
en el balcón y le pasó la mano por el brazo desnudo.
- Loree está durmiendo. Vuelve a la cama.
- ¿Viste su espalda? Lo golpearon en la cárcel - No era una pregunta, pero ella
respondió de todos modos.
- Parece que así fue.
- Cuando encontremos al hombre que mató a tu hermano, lo encadenaré al árbol más
cercano y le daré su merecido.
- Tienes que dejar que la ley lo maneje…
Él se giró.
- La ley envió a mi hermano a prisión.
- La ley no es perfecta, pero debes confiar en que le sirva a la justicia. Debes dejar que
la ley envíe al verdadero asesino a prisión, para que finalmente se haga justicia.
- Más vale que cuelguen al hombre, y quiero un asiento en primera fila.

Austin sostuvo a Loree mientras sorbía la leche tibia que Dee le había
preparado. Estaba temblando tanto que la cama vibraba.
Después de todo lo que había vivido, no le sorprendía que todavía tuviera
pesadillas. En el viaje, la había escuchado gimotear unas cuantas veces mientras
dormía. Parecía que cuanto más se alejaban de Austin, más inquieta se mostraba al
dormir. Esperaba que llevarla a su casa no hubiera sido un error, pero temía que ella
siguiera viviendo como un ermitaño si se hubieran quedado en la de ella.
Loree le dio una sonrisa temblorosa y le entregó la taza vacía.
- Gracias - susurró.
Dejó la taza a un lado y, con el pulgar, le secó el bigote lechoso de los labios.
- De nada.
Ella lanzó una risita incómoda.
- Estoy tan avergonzada. Tu hermano debe pensar…
- Él no piensa nada - le aseguró, tumbándola y colocándola contra su cuerpo. Señor,
ella se ajustaba tan bien, a pesar de que estaba empezando a hincharse con su hijo.
Mientras descansaba contra su pecho, su mano se curvó como los pétalos de una flor
cerrándose para pasar la noche. Él envolvió una mano alrededor de la suya, mientras
que con la otra la acariciaba lentamente. La besó en la frente.

- ¿Estabas soñando con tu familia?


Ella movió su cabeza hacia arriba y hacia abajo contra su pecho.
- Y en el hombre que los mató. Había tanta sangre - susurró roncamente.
94
- ¿Cómo se veía?
Sintió el estremecimiento recorrer su cuerpo.
- No quiero hablar de él.
- Mientras estaba en Austin, hablé con un detective sobre buscar al hombre...
Loree se apartó y lo miró, el miedo reflejado en sus ojos.
- ¿Qué?
- Pensé que te daría paz, que el hombre fuera encontrado y ahorcado por lo que le hizo
a tu familia. Pero no pude darle suficiente información al detective, si me dices lo que
sabes de él...
Ella sacudió la cabeza violentamente.
- No, no, no quiero que lo busque.
- Dulce, no dejaré que el hombre te lastime…
- ¡No! - Loree enterró la cara contra su pecho - Han pasado más de cinco años. Por
favor, déjalo estar.
- No está bien que haya asesinado a tres personas y que se haya salido con la suya. - La
sintió tensa entre sus brazos mientras negaba con la cabeza. La atrajo más cerca - No
te presionaré Loree, pero piensa en esto, ¿qué te parecería si él estuviera matando a
otros?
Cerró los ojos con fuerza.
Debería haberle contado a Austin todo antes de casarse, a pesar de que
probablemente habría sacrificado el afecto que tenía por ella. Lo que no quería, era
sacrificar lo que Austin le estaba ofreciendo a su bebé.
Era extraño cómo una criatura, aún no nacida, podía venir con tantas
responsabilidades. Ella tenía que hacer lo que fuera mejor para su bebé, tenía que
ponerlo en primer lugar, siempre. Por eso se mantendría en silencio.
Un detective buscando al hombre que había matado a su familia, era una
pesadilla peor que la que la había despertado. Si alguien buscaba al hombre que había
matado a su familia, sin duda descubriría cosas sobre su padre que Loree quería
mantener en secreto.
La única tranquilidad que sintió residía en el hecho de que sabía que el asesino
no iba a matar a nadie más.

- ¿Loree? ¿Es la abreviatura de Lorena? - preguntó Dallas.


Austin vio a su esposa estremecerse y mirar a su hermano a través de la mesa
del desayuno. Las sombras descansaban bajo sus ojos. Deseó tener el poder de librarla
de las pesadillas.
- Sí, lo es - dijo - Mi padre me dijo que era su canción favorita alrededor de la fogata,
durante la guerra. Le recordaba a su hogar.
- No en mi unidad - dijo Dallas - Yo prohibí a mis hombres que hablaran, cantaran o
pensaran en eso.

- ¿Por qué? - preguntó Rawley.


- Porque hacía que los hombres echaran de menos todo lo relacionado con sus casas, y
eso podía llevarlos a desertar. Nunca puede tolerar que un hombre eludiera sus
responsabilidades.
95
Loree lo miró rápidamente, él notó el carmesí abanicando sus mejillas y le hizo
un guiño. Dallas toleraba menos que la mayoría de los hombres, y Austin se alegró de
que Loree no hubiera compartido la historia militar de su padre con su hermano.
- ¿Puedo agregar el cuidado del perro de la tía Loree, a mi lista de tareas? - preguntó
Rawley.
Austin bebió un sorbo de café mientras veía a Rawley esperar con expectación
el permiso de su padre.
- ¿No crees que tienes suficientes tareas? - preguntó Dallas mientras comía sus
huevos.
- Pero me gusta cuidar a los perros, y no tengo uno para cuidar desde que Ma dejó que
Preciosa se fuera a vivir con sus amigos.
Por el rabillo del ojo, Austin vio que su esposa se inclinaba hacia adelante y
miraba a Dee atentamente.
- Mientras estaba preñada, se puso un poco irritable, así que pensé que era mejor
dejarla en libertad. Todavía viene a la casa a visitarme, pero no tan a menudo - dijo
Dee.
Loree negó con la cabeza.
- No entiendo por qué tuviste que dejarla libre...
- Era un perro de las praderas - dijo Dallas con disgusto.
Loree parpadeó, la confusión reflejada en sus ojos.
- ¿Tenías un perro de las praderas como mascota?
- Sip - dijo Austin, sonriendo ampliamente - Dallas incluso le hizo una correa y grabó el
nombre del perro en ella.
- Yo y Wrawley queremos un perro - dijo Faith desde su silla alta junto a Dee.
- Tal vez puedas pedirle que te preste el suyo a tu tía Loree - sugirió Dallas.
- ¿Nos lo prestas, tía Loree? - Rawley preguntó - Lo cuidaré muy bien.
Loree sonrió suavemente.
- Les agradecería la ayuda.
- Ahora que todo está arreglado… - comenzó Dallas. Austin escuchó a medias mientras
su hermano recitaba todas las cosas que él debía atender ese día. Recordó una época
en que había realizado sus tareas y todavía tenía tiempo para ir a la ciudad y visitar a
Becky.
En este momento, parecía que su lista de responsabilidades lo dejaría con poco
tiempo para visitar a su esposa, aunque vivieran juntos. Observó mientras Loree
rociaba dos cucharadas de azúcar en su café y comenzaba a revolverlo. Austin se
inclinó sobre la mesa y le quitó la taza, cuando comenzó a protestar, él la silenció con
una ceja levantada, luego colocó cuatro cucharadas más de azúcar en la infusión antes
de devolvérsela.
- No hay escasez de azúcar por aquí.
Sus mejillas tomaron el tono de un amanecer.

- La mayoría de la gente no usa tanta azúcar como yo.


- Tal vez si lo hicieran, serían tan dulces como tú.
Su rubor se hizo más profundo y bajó la mirada hacia su plato.
- ¿Has oído una maldita palabra que te he dicho? - preguntó Dallas.
Austin cambió su mirada hacia el extremo de la mesa.
96
- Escuché cada palabra. Quiero llevar a Loree con Houston esta mañana, para que
pueda elegir un caballo.
Estrechando los ojos, Dallas se frotó el bigote con el pulgar y el índice.
- Sí, supongo que Amelia tendrá tu cabeza si no le llevas a Loree y se la presentas.
Austin le hizo un gesto de asentimiento a su hermano.
- Supuse lo mismo. Prefería enfrentar tu ira que la de Amelia.
Dallas se reclinó en su silla y se rió.

Austin detuvo el cochecillo de Dallas, incapaz de hacer nada más que mirar
fijamente la enorme y desconocida casa. Un balcón sobresalía de una habitación en el
segundo piso. Una especie de barandilla de lujo rodeaba el porche alrededor de la casa
y un lado se abría en un semicírculo. Las cortinas amarillas ondeaban desde los
grandes ventanales.
- ¿Qué pasa? - preguntó Loree.
- Houston siempre prefirió la soledad. Nunca esperé verlo como mi vecino.
- Ciertamente es una casa elegante - dijo Loree.
- Sip - respondió Austin, la aprehensión se apoderaba de sus entrañas. Golpeó las
riendas, enviando a las dos yeguas negras al trote. Más allá del corral donde Houston
trabajaba con un mustang palomino, vio la casa que él había ayudado a construir,
parecía abandonada.
Austin desvió su mirada hacia la casa más grande. Una mujer salió al porche
con una pequeña niña plantada en su cadera y los saludó con la mano, otra niña se
aferraba a su falda.
- Dios mío - murmuró Austin.
Loree se inclinó hacia él.
- ¿Qué?
Sacudió la cabeza.
- Nunca lo hubiera creído - Hizo detener a los caballos y el carruaje cerca del corral
justo cuando Houston atravesaba las tablillas. Austin puso el freno y salió del coche.
- ¿Dime que no es tu casa? - le ordenó.
Houston hizo una mueca.
- Asquerosa, ¿no? No lo estaba buscando, pero el éxito me encontró. Pensé que lo
mínimo que podía hacer era darle a la mujer una casa elegante. - Se frotó el lado con
cicatrices de su cara. - Escuché que la flecha de Cupido te atravesó.
Interiormente, Austin se encogió ante el fraseo de su hermano. Los vaqueros lo
usaban cada vez que sentían la necesidad de casarse.
- Sí, puedes decir eso. - Girando hacia Loree, Austin la ayudó a salir del coche y deslizó
su brazo protectoramente a su alrededor de su cintura.
- Mi esposa necesita un caballo.

- ¿Te molestarían las presentaciones? - preguntó Houston.


- Pensé que era obvio que eres mi hermano y que esta es mi esposa.
Houston se quitó el sombrero de la cabeza. Austin oyó el pequeño jadeo de
Loree. Él había crecido con las cicatrices de Houston. No había pensado en advertir a
Loree sobre ellas.
- Bienvenida a la familia - dijo Houston en voz baja.
97
Los labios de Loree se extendieron en la sonrisa más comprensiva que Austin
había visto alguna vez.
- Estoy muy feliz de estar aquí - dijo.
Houston le dio una sonrisa distorsionada.
- Tienes que ser el alma más indulgente de la tierra para decir eso después de conocer
a Dallas.
- Creo que nuestro anuncio lo tomó por sorpresa - dijo.
- Sí, podrías decir que a todos nos tomó por sorpresa, pero a Austin siempre le costó
trabajo averiguar cuándo abrir la boca y cuándo mantenerla cerrada.
- ¿Cuánto tiempo planeabas quedarte aquí con los caballos, en lugar de llevar a tu
esposa a la casa para que pueda conocerla?
Austin giró en torno a la acogedora voz de Amelia. Ella se arrastró hacia él, con
una chica en cada brazo. Houston se acercó a ella y se llevó a las dos niñas.
- Te dije que no los cargaras - dijo.
- Me dices muchas cosas - dijo, su voz cargada de burlas.
Austin sonrió ante su estómago hinchado.
- ¿Otra vez? Lo sospeché cuando Dallas dijo que desayunara porque tú no ibas a
comer.
Amelia se rió.
- No puedo comer nada durante los primeros tres meses. Uno pensaría que me
pondría flaca, pero me sigo poniendo más regordeta con cada niña que tenemos. - se
giró levemente y sonrió - Debes ser Loree. Estoy tan agradecida de que Austin tenga al
fin a alguien a quien amar.
Austin vio que la cara de su esposa se ruborizaba.
- Bueno, no estoy segura… - comenzó.
- Yo lo estoy - dijo Amelia, interrumpiéndola. Abrazó a Loree estrechándola con fuerza
- Bienvenida a la familia. - Dio un paso atrás, sonriendo - Y mira esto. Alguien a mi
altura. Dee es tan alta como un árbol, y estos hombres aquí no son diferentes - Pasó su
brazo por la cintura de Loree - ¿Por qué no vienes a la casa por un refresco? Nuestras
otras dos chicas están horneando galletas. No serán comestibles, pero podemos
pretender mordisquearlas.
Austin escuchó la risa de su esposa mientras caminaba hacia la casa con
Amelia, siempre había tenido una forma especial de tranquilizar a la gente. Nunca
había estado más agradecido con ella de lo que estaba ahora. Echó un vistazo a
Houston.
- ¿Quieres que tome una de esas niñas?
- Por supuesto - Houston le entregó la más pequeña.
- ¿Cuál es esta? - le preguntó.

- A. J.

98
Austin la acomodó en sus brazos.
- Hola, A. J. Apuesto a que no recuerdas a tu tío Austin, ¿verdad?
Ella se cubrió los ojos y enterró su pequeña nariz contra su hombro. Señor, ella
era increíblemente pequeña y cálida. Un nudo se elevó en su garganta con la idea de
que pronto tendría uno que sería suyo.
- Desde que te vi en el coche de Dallas, imaginé que arreglaron sus cosas - dijo
Houston.
- Él te contó sobre eso, ¿verdad? - preguntó Austin.
Houston le dio una sonrisa torcida.
- Sí.
- ¿Que es tan gracioso?
- Todo el mundo le tiene miedo a Dallas. Solo lo han golpeado dos veces en su vida, y
las dos veces el puño estaba unido a uno de sus hermanos.
Austin se rió entre dientes.
- Había olvidado que lo golpeaste. Nunca supe por qué - Houston se encogió de
hombros y comenzó a caminar hacia la casa. Austin iba tras él - ¿Por qué le pegaste?
- Cuestionó la virtud de Amelia y me ofendí por sus dudas.
Austin se sintió aliviado de saber que la de Loree no había sido la única virtud
de la que Dallas había dudado, pero también sabía que Amelia llevaba mucho tiempo
casada antes de que empezara a crecer un niño en su vientre. Austin tragó saliva.
- Loree está embarazada.
Houston lo miró.
- Lo sé.
- Ella es una mujer decente.
- Ni por un minuto dudé de eso. Demonios, Austin, te llevé a tu primer prostíbulo y
saliste tan puro como lo eras antes de entrar. Las mujeres decentes son las únicas que
te han atraído.
- No creo que le hayas mencionado eso a Dallas cuando vino.
- Imaginé que lo sabía desde que me dijo que si alguien se atrevía a mirar a tu esposa
con algo más que admiración y respeto, tendría que responderle a él.
El nudo en la garganta de Austin se tensó un poco.
- No estaba seguro de cómo se sentía…
- Eres su hermanito. Él te hubiera protegido del mundo si hubiera podido, y es
probable que hubiera fallado. Algunas lecciones simplemente tienen que aprenderse
de la manera difícil.

Loree dobló una manta, la colocó en la caja y levantó la vista hacia la mujer que
estaba del otro lado de la cama y que estaba haciendo lo mismo.
- Espero que no hayamos herido tus sentimientos.
Dee levantó la vista.
- Por supuesto que no. ¿Por qué piensas eso?
Loree se encogió de hombros.

- Me hiciste sentir tan bienvenida, y aquí estamos, después de solo una noche,
mudándonos.
99
Dee sonrió con comprensión.
- Me alegro de que Amelia y Houston les hayan ofrecido vivir en su casa vacía. Sé que
es difícil casarte con alguien a quien conoces desde hace poco tiempo. Yo no conocía a
Dallas cuando me casé con él, y si mi familia hubiera estado viviendo con nosotros,
creo que nunca lo hubiera conocido.
- Me siento mal quitando los muebles de esta habitación.
- Siempre han sido de Austin. A menudo pensé en reemplazarlos, pero quería que
cuando volviera a casa encontrara algo familiar. Tenía miedo de que todos los otros
cambios lo abrumaran.
Loree recogió un hilo suelto de la manta.
- Debes amarlo mucho para aceptar lo que hizo.
- Entiendo por qué lo hizo. Odiaba verlo ir a prisión, pero la decisión era suya, y la
respeto.
Comprensión, respeto, aceptación. Se preguntó si Austin se los daría tan
fácilmente si supiera toda la verdad sobre su pasado. Supuso que uno tenía que
construir una base de amor, antes de que las fallas pudieran quedar al descubierto y
fueran aceptadas.
- Dallas y Austin ya deberían haber dejado la mesa fuera del cobertizo. ¿Quieres salir y
hacerles saber que casi hemos terminado aquí? - preguntó Dee.
Loree asintió, caminó hacia la puerta y se detuvo.
- ¿Dee? - cuando su cuñada la miró, Loree se mordió el labio inferior. - Aprecio que no
pareces estar juzgándome.
Los ojos marrones de Dee se ensancharon.
- ¿Por el bebé? - Loree asintió con la cabeza rápidamente. Una gran cantidad de
comprensión y simpatía llenaron los ojos marrones de Dee - Un niño es un regalo,
Loree, independientemente de las circunstancias de su gestación. Y si es el hijo de
Austin, más, vamos a echar a perder a ese bebé, te lo prometo.
Loree no lo dudó, ya había visto evidencias de que todos los niños en esta
familia se consideraban preciosos.
Caminó hacia el pasillo y bajó por la ancha escalera. Las notas discordantes de
un piano viajaron desde el salón delantero. Caminó hacia la habitación mientras los
acordes fuera de tono le crispaban los nervios, antes de llegar se hizo el silencio. Miró
detenidamente dentro de la habitación.
- ¿Practicaste una hora al día como te dije? - una mujer rolliza le preguntó a Rawley. Él
se encogió de hombros.
- Levántate, joven - ordenó. Más despacio que el hielo que se derrite en invierno, se
deslizó del banco y se levantó.
- Extiende tu mano.
Vio a Rawley tensarse mientras extendía la mano, con la palma hacia arriba. La
mujer recogió un fino palo de madera y lo levantó.
- Ni siquiera piense en golpearlo - gruñó Loree mientras entraba violentamente a la
habitación.

Rawley giró tan rápido, que perdió el equilibrio y se dejó caer en el banco. Los
ojos de la mujer sobresalían más allá de su nariz.
- ¿Cómo se atreve a interferir con esta lección…
100
- Estoy interfiriendo con su crueldad, no con la lección.
- El señor Leigh me está pagando un buen dinero...
- Para enseñar a su hijo, no para golpearlo.
- Es perezoso e irresponsable...
- ¿Irresponsable? ¿A qué hora salió de la cama esta mañana?
- No veo que eso sea asunto suyo.
- Este niño se levantó antes de que saliera el sol, cumple con sus tareas durante el día
y continúa haciéndolo hasta un poco después de que todos piensan que está en la
cama, así que no me diga que es irresponsable. Usted es la irresponsable - Loree le
arrebató el palo de la mano a la mujer y lo partió en dos.
Su mandíbula tembló.
- ¡¿Cómo se atreve?! Espere a que el señor Leigh se entere de esto - y salió furiosa de la
habitación.
Loree se deslizó en el banco al lado de Rawley, le dio una cálida sonrisa y
comenzó a tocar
- Greensleeves.

- ¡Señor Leigh! ¡Señor Leigh!"


De pie en la carreta, sosteniendo un extremo de la pesada mesa, Austin miró
por encima del hombro para ver algo que parecía el comienzo de una tormenta de
polvo lanzada hacia ellos.
- ¡Déjala caer! - ordenó Dallas, y Austin se lo agradeció de buena gana, al oír que el
carro gemía bajo el peso.
La esposa del banquero se detuvo tambaleante.
- ¡Ella rompió mi palo!
- ¿Quién lo hizo? - preguntó Dallas.
Señaló con el dedo a Austin.
- Creo que ella es su esposa - dijo con desdén.
Austin apoyó su trasero en el costado del carro.
- Si Loree rompió su palo - se tragó la risa - estoy seguro de que tuvo una buena razón.
- No toleraré interferencias de alguien que no tiene dos dedos de frente cuando le
estoy enseñando a ese niño - dijo la mujer.
- Hablaré con ella - dijo Dallas.
- Diablos, no lo harás - dijo Austin y miró a la mujer - Y ella no es eso.
- Está casada con un asesino...
- Mi hermano no es un asesino.
- Estuve en el juicio…
- Eso será suficiente, Sra. Henderson. ¿Por qué no se va a casa?, lo hablaremos mañana
- sugirió Dallas.
Ella levantó su nariz al aire.
- No creo poder enseñarle a Rawley. Ese chico es tan perezoso como su padre...

- Yo soy su padre.
- No por sangre…
- Por todo lo que importa - Dallas empujó la mesa y la envió chocando contra la parte
trasera de la carreta.
101
- ¡Jackson!
Un hombre alto y larguirucho salió corriendo del granero.
- ¿Sí señor?
- Escolta a la Sra. Henderson a casa.
Dejando a la mujer bufando y resoplando, Dallas se dirigió hacia la casa. Austin
se enderezó y con largas zancadas lo alcanzó.
- Hay que compadecer al pobre Lester por estar casado con eso - Dallas solo resopló -
¿Qué pretendes hacer? - preguntó Austin mientras Dallas entraba por la puerta
principal.
- Descubrir lo que sucedió realmente.
Austin escuchó la música filtrándose desde el salón. Dallas se detuvo en la
entrada de la sala. Queriendo estar seguro de poder interponerse entre Dallas y Loree
si surgía la necesidad, pasó a su hermano y se congeló.
Loree estaba tocando el piano con Rawley sentado a su lado, mirando mientras
sus manos se movían sobre las teclas. Golpeó el acorde final y cruzó las manos en su
regazo.
- Nunca podría tocar así - dijo Rawley con su voz llena de asombro.
- Podrías si quisieras - dijo Loree - Pero el secreto es, ¿quieres?
Rawley negó con la cabeza.
- Preferiría estar afuera cuidando ganado.
- Entonces eso es lo que debes hacer.
- Pero no quiero decepcionar al Sr. D. No le va a gustar nada lo que sucedió con Miss
Henderson, - dijo Rawley en voz baja.
- Por supuesto que no le va a gustar - dijo Loree - Ella fue la que tuvo suerte de que yo
haya entrado en esta habitación y no tu padre. Él le habría roto el palo en la cabeza, si
hubiera visto que iba a golpearte.
- ¿De verdad lo crees?
- Estoy segura - se movió en el banco - Él te quiere mucho Rawley.
- Sé que lo hace, pero realmente no soy su hijo. Su hijo está enterrado junto al molino
de viento. Murió por mí - Agachando la cabeza, Rawley pasó el dedo por el borde del
piano - Nunca me dijeron eso en voz alta, pero sé que es verdad.
- ¡Rawley! - el niño saltó de la banca ante la voz retumbante de su padre, y Loree
parecía haber salido de su piel.
- ¿Sí señor?
- Tengo que hablar contigo, hijo - dijo Dallas en voz más baja - Afuera…
Dallas giró bruscamente y se dirigió al pasillo. Rawley corrió tras él. Austin
entró en la habitación y se tumbó en una silla cerca del piano.
- ¿Qué crees que le dirá a Rawley? - preguntó Loree, la preocupación grabada
profundamente entre sus cejas.
- Imagino que va a explicarle al chico que en verdad es su hijo.

- ¿Por cuánto tiempo estuvieron ahí?


- El tiempo suficiente como para saber que Rawley, estará arreando ganado en lugar
de golpeando un piano.
Loree exhaló un suspiro de alivio.
- Estoy empezando a pensar que tu hermano es más ladrido que mordisco.
102
- Solo en lo que concierne a la familia. No te equivoques sobre eso.

Austin escuchó la risa de Loree mientras llevaba a su caballo al corral. Mudarse


a su propio lugar pareció poner a Loree más a gusto con su nuevo entorno. Fue
tranquilamente hacia la casa, dobló la esquina y se apoyó contra la viga que sostenía la
galería. La satisfacción se apoderó de él cuando su mirada se posó en Loree, sentada
en el suelo, con los pies desnudos asomando por debajo de su falda. Rawley estaba
agachado junto a ella, mientras Dos Bits ladraba y movía la cola como si no hubiera un
mañana.
- ¡Sentado! - ordenó Rawley, profundizando la voz.
El perro agarró su sacudidora cola con la boca antes de volver a levantarla y
comenzar a moverla otra vez.
- ¡Sentado! - repitió Rawley. Austin pensó que sonaba mucho a Dallas.
Esta vez, el perro dejó caer su trasero en el suelo. Loree sonrió alegremente y
aplaudió mientras Rawley arrojaba al perro un trozo de comida. Loree miró a Austin y
su sonrisa se hizo más cálida.
- Ya estás en casa.
Se dirigió hacia ella, extendió la mano y la ayudó a ponerse en pie.
- Sip. ¿Qué están haciendo ustedes dos?
- Enseñándole a Dos Bits cómo sentarse - explicó Rawley mientras arrojaba al perro
otro bocado. El perro lo devoró como si no hubiera comido en semanas, cuando Austin
sabía que ese no era el caso.
- Rawley le hizo un collar - dijo Loree mientras se inclinaba y acariciaba al perro.
- Usé un cinturón viejo. El Sr. D me enseñó a tallar el cuero - Rawley señaló - Mira, tallé
el nombre del perro.
- Hiciste un muy buen trabajo - dijo Austin, contento de ver cómo sus palabras
complacían a Rawley. El niño había recibido muy pocos elogios antes de venir a vivir
con Dallas.
- El Sr. D dijo que cuando Dos Bits tenga algunos cachorros, puedo tener uno.
- Eso podría ser en algún un tiempo - dijo Austin.
- El Sr. D dijo lo mismo. Dijo que me conseguiría un perro ahora si quería, pero decidí
esperar un perro de Dos Bits - Rawley retrocedió un paso - Bueno, será mejor que me
vaya a casa.
- Dile a tu padre que mañana verifico el rango norte.
Rawley lo saludó rápidamente.
- Sí, señor. Adiós, tía Loree.
- Gracias por el collar - dijo cálidamente.
- De nada - Corrió hacia su caballo, montó y lo pateó, saliendo al galope.
Austin observó el camino, hasta que el polvo se asentó.

- Lo hiciste a propósito, ¿no? - preguntó Loree.


Él cambió su mirada hacia ella.
- ¿Qué cosa?
- Lo del mensaje para llevar a su "padre". Supongo que Dallas ya sabe que verificarás
el norte mañana.
Austin se frotó el costado de la nariz.
103
- ¿Fue tan obvio que quería que el chico se diera cuenta de que Dallas es su padre?
- Probablemente no para él, pero estoy empezando a conocerte un poco más. Dallas le
dice a la gente lo que quiere. Tú tienes la tendencia de tratar de guiarlos sin que sepan
que lo estás haciendo.
Extendiendo la mano, tomó la suya y tiró de ella hacia él hasta que los dedos de
sus pies se deslizaron sobre sus botas.
- Entonces, si quisiera guiarte hacia un beso <estoy contenta de que estés en casa>,
¿qué debería hacer?
- Lo que haces todas las noches. Pon mis manos sobre tus hombros y tus manos en mi
cintura. Luego, inclínate hacia abajo...
Él no la dejó terminar, solo plantó sus labios sobre los de ella, permitiendo que
la semilla del amor comenzara a echar raíces. Deseaba con todas sus fuerzas que no se
hubiera visto obligada a casarse con él, pero si no lo hubiera hecho, ella estaría en
Austin y él estaría aquí, deseando estar con ella.
Mantuvo el beso dulce y breve porque su resolución se estaba debilitando. Lo
que realmente quería era levantarla en sus brazos, guiarla hacia el dormitorio y
hacerle el amor hasta el amanecer, pero la maldita promesa lo detuvo, porque no
había encontrado todavía la manera de convencerla, de que solo estaba pensando en
ella.

Loree reprimió el gemido cuando su boca dejó la suya. Ella esperaba


ansiosamente su regreso a casa cada noche. Sonrió cálidamente.
- ¿Estás listo para la cena?
- Estoy muerto de hambre.
Loree entró a la casa. Una sala de estar principal en el primer piso se abrió a un
área de cocina. El dormitorio que ella y Austin compartían estaba a un lado. Las
escaleras dentro de esa habitación conducían al segundo piso donde otras dos salas
esperaban a que decidieran cómo usarlas.
Ella había traído algunas cosas de su casa: una mecedora, su tocador, su caja de
música. También tenían los muebles del dormitorio de Austin, la mesa de Dee y Dallas,
y un sofá de Amelia y Houston.
Nada que sugiriera permanencia... y sin embargo, ella se sentía contenta. Estaba
aprendiendo mucho acerca de su esposo. Él era un hombre de hábitos simples. Se
despertaba cada mañana antes del amanecer y se sentaba en el porche, esperando la
salida del sol, con las manos alrededor de una taza de lata que contenía su café negro.
Nunca comenzaba el día con una comida, siempre almorzaba con los vaqueros, y
volvía por la noche con un apetito voraz.

La noche había caído cuando terminaron de comer, y se unió a Austin en el


porche. Ella disfrutaba estos momentos, ya que parecía más relajado y contento. Se
sentó en el último escalón.
- ¿Que tal tu día? - ella preguntó en voz baja.
Una esquina de la boca de Austin se arqueó.
- Cansador. De seguro no recuerdo haberme sentido así de cansado en las noches
anteriores. Debe ser la edad que me alcanza.
Ella rió ligeramente.
104
- Eres tan increíblemente viejo - Girando, presionó la espalda contra la viga, levantó
las piernas y llevó los pies a su regazo. Él frotó sus pulgares sobre la planta.
- ¿Que tal tu día?
- Amelia me visitó.
- No estará siendo una vecina molesta, ¿verdad?
- No, creo que está tratando a propósito de dejarnos en paz. Me dijo que habías
ayudado a construir la casa.
- Ayudé a agregar el dormitorio y las habitaciones de arriba.
- Me gusta la idea de que nuestros niños jueguen en un piso que hayas construido - Se
mordió el labio inferior, levantó una mano y entrecerró los ojos para mirar al sol
poniente. - ¿Ves ese árbol de allí?
Austin miró por encima del hombro.
- ¿Sí? - El árbol no era lo que el llamaría hermoso. Doblado, nudoso y torcido, parecía
haber pasado gran parte del tiempo luchando contra los vientos solitarios y rara vez
ganando.
- ¿Podemos colgar un columpio de él?
- Podemos colgar todo lo que quieras, Dulce - Dos bits saltó al porche, moviendo la
cola y soltó un ladrido antes de sentarse junto a su cadera. Austin se rió entre dientes -
Es un guardián tan feroz.
- Es una buena compañía y le da a Rawley una excusa para visitarme. Me recuerda
mucho a mi hermano.
Los dedos de Austin calmaron su relajante viaje por las plantas de sus pies.
- Realmente extrañas a tu hermano, ¿verdad?
- Algunos días son más difíciles que otros, pero supongo que siempre es así cuando
pierdes a alguien que amas.
Él comenzó a frotarle los pies otra vez.
- Hablando de gente que se ama, ya han puesto a los que aman en la cama - La noche
había caído. Loree miró la casa de Houston a lo lejos. Las luces se derramaban desde
las ventanas en el segundo piso. Una ventana ya estaba en la oscuridad.
- Esa debe ser la de A. J. - dijo Austin.
- ¿Qué significa A. J? - preguntó Loree.
- Anita June. El segundo nombre de Amanda es April. Cuando les conviene, tienen una
tendencia a nombrar a sus hijas después del mes en que nacieron. Espero que no estés
planeando hacer eso.
- ¿Y si lo hiciera? - lo desafió.

- Entonces eso es lo que haríamos - Austin señaló hacia la casa - Ahora van a mi
ventana favorita.
Loree miró por encima de su hombro. Otras dos ventanas estaban ahora
escondidas en la oscuridad. Vio como la luz de la última ventana desaparecía.
- Esa es la habitación de Maggie. Dale un minuto... - La luz volvió a encenderse dentro
de la ventana. Austin se rió entre dientes.
- ¿Qué está haciendo ella? - preguntó Loree.
- No tengo idea, pero reenciende esa lámpara todas las noches.
- La amas mucho.
- Amo a todos mis sobrinos, pero conozco más a Maggie... y a Rawley. Poco a poco voy
105
a ir conociendo a las demás. Él bostezó y le dio unas palmaditas en los pies - Supongo
que será mejor que vayamos a la cama.
Desplegó su cuerpo, tomó su mano y la hizo ponerse de pie.
- No sé si te enteraste que el teatro que Dee construyó en la ciudad, va a tener su
primera función la próxima semana. Y ha invitado a ir a toda la familia.
- Eso debería ser divertido.
- Sí - respondió, pero ella pensó que había escuchado dudas en su voz - Entra. Estaré
allí en un momento.
Siguiendo su ritual nocturno, fue a su habitación, se puso el camisón, se metió
en la cama, bajó la lámpara y esperó. Escuchó a su esposo caminar por el perímetro de
la casa como si odiara renunciar a otro día. Se unió a ella un poco antes que la noche
anterior. Presionando un beso en su sien, la atrajo hacia el círculo de sus brazos.
Mientras yacía allí, escuchando su respiración y sabiendo que estaba dando
todo lo que podía sin deshonrar su voto, maldijo la noche en que le había extraído la
promesa.

106
CAPÍTULO 11

Loree miró su reflejo en el espejo. La cinta amarilla en el extremo de su trenza


parecía increíblemente infantil, incluso si era un regalo de Austin. La sacó de su
cabello y se dejó caer en la cama, tirando de la cinta entre sus dedos, una y otra vez.
Austin había ido hasta lo de Houston tan pronto como había visto llegar a
Dallas y su familia en su carruaje, dejando que Loree terminara de vestirse sola. No
quería avergonzarlo con el aspecto de una niña cuando asistieran a la obra teatral.
Solo que no tenía idea de cómo hacer para parecer mayor. Oyó un suave golpe en su
puerta.
- Adelante.
Dee asomó la cabeza por la puerta.
- ¿Cómo te va?
Loree levantó la cinta.
- Solo necesito saber qué hacer con esta cinta. No quiero herir los sentimientos de
Austin al no usarla. - dijo tristemente con el labio inferior hacia afuera.
Dee entró en la habitación, y Loree, al verla, deseó poder encontrar una excusa
plausible para no ir al teatro. El vestido rojo de Dee complementaba su tez pálida, su
cabello negro y sus ojos marrones, dejándola devastadoramente hermosa.
- Oh, estoy segura de que podemos pensar en algo que hacer con ella. ¿No lo crees,
Amelia?
Sonriendo cálidamente y sosteniendo una caja grande, Amelia entró
valientemente detrás de Dee. El pelo dorado de Amelia estaba recogido en un gracioso
ramo de rizos. El verde de su vestido enfatizaba el verde de sus ojos. Se veía radiante.
Dee sacó la silla que estaba frente al tocador con espejo.
- Loree, ¿por qué no te sientas aquí?
- ¿Por qué no le ponemos primero el vestido? - sugirió Amelia.
Increíblemente avergonzada, Loree miró su mejor vestido.
- Estoy usando mi vestido.
Amelia caminó hacia la cama, dejó la caja y tiró de la tapa.
- Pensé que querrías ponerte el que Austin ordenó para ti.
Loree dio un paso vacilante hacia adelante.
- ¿Qué vestido?
Con un floreo, Amelia sacó una nube de encaje y seda de la caja y lo levantó
para que Loree lo viera.
- Éste.
Las lágrimas picaron los ojos de Loree. El corpiño amarillo pálido formaba una
V. El encaje adornaba el área entre la V y corría a lo largo de los hombros. Una falda
superior se dividía por la mitad y se retiraba, sujeta en su lugar con cintas amarillas,
para revelar una falda de encaje plisado debajo.
- ¿Austin ordenó este vestido? - preguntó Loree, tocando el material suave con
asombro.

- De alguna manera - admitió Amelia - Me dijo que necesitabas algo para ponerte.
Insistió en que fuera amarillo porque te ves hermosa en amarillo.
107
- Dijo que… ¿que me veía hermosa? - preguntó Loree dubitativa.
Amelia sonrió cálidamente.
- Dijo eso. Pero al no tener idea de cómo funcionan las modas en la ropa de mujer... y
después de haber tenido una experiencia desafortunada con los gustos de Dallas en
vestimenta femenina, supervisé los esfuerzos de la modista.
- No tenía idea - comenzó Loree.
- Creo que quería que fuera una sorpresa.
- Oh, lo es.
- ¿Por qué no te lo pones? - sugirió Dee - y luego veremos cómo arreglar tu cabello.
Loree agarró su trenza.
- No creo que se pueda colocar encima de mi cabeza.
- Podemos hacer lo que quieras.

Austin se sentó en el salón de Houston, tumbado en la silla, mirando por la


ventana, y deseando que se le ocurriera una forma digna de eludir la obligación
familiar.
Por la forma en que Rawley estaba crujiendo sus dientes, Austin pensó que
también estaba buscando una excusa. Su sobrino clavó el dedo entre el cuello de la
almidonada camisa blanca y su cuello, con aspecto de ahogarse en cualquier momento.
Luego su rostro se iluminó.
- Probablemente debería controlar la manada.
Dallas desvió su mirada de la ventana y asintió lentamente.
- Probablemente deberías… - El alivio recorrió la cara de Rawley mientras se dirigía
hacia la puerta - …si la manada significa más para ti que tu madre. - agregó Dallas.
Rawley se detuvo y miró por encima del hombro - El teatro es uno de los sueños de
ella y está un poco nerviosa esta noche - dijo Dallas.
Rawley tomó una respiración profunda.
- Entonces creo que debería estar allí.
- Supongo que sí.
Rawley metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó una barra de
zarzaparrilla. Silenciosamente, Faith se acercó a él.
- Dame.
- Es la última - dijo Rawley, incluso mientras lo partía por la mitad y le entregaba una
pieza. Luego miró a Maggie que estaba sentada en la esquina, cuidando de sus tres
hermanas. - Supongo que quieres también.
Ella levantó una bolsa.
- Todavía tenemos las gotas de limón que trajo el Tío Dallas.
- Si esas mujeres no se dan prisa, todas las chicas tendrán dolor de estómago antes de
que salgamos de aquí - dijo Houston.
- Mientras estén todas en tu carreta, eso no es un problema para mí - dijo Dallas.
- ¿Qué las entretiene? - preguntó Austin.
- Demonios, nunca se sabe con mujeres - dijo Dallas.

Austin escuchó el ruido de pasos en el porche delantero. La puerta se abrió.


Amelia y Dee se apresuraron a entrar, parecían niñas pequeñas tratando de mantener
un secreto enorme. Luego, Loree cruzó la puerta y Austin sintió como si un salvaje
108
mustang acabara de darle una patada en el pecho. Bendito Señor, la pequeña Dulce
con la que se había casado, iba a llamar la atención de todos los hombres de la ciudad.
Lentamente se puso de pie. La sonrisa de Loree vaciló y se llevó la mano
enguantada a la nuca.
- ¿No te gusta? - le preguntó.
- Me gusta, mucho - dijo, preguntándose de dónde había venido esa voz áspera.
- Amelia dijo que me compraste el vestido.
- Lo hice. Simplemente es que no sabía que iba a ser así.
- Puedo cambiar…
- ¡No! - tres voces masculinas sonaron a la vez.

Loree había visto el exterior del teatro desde el hotel, pero nunca había
imaginado la opulencia que había estado escondida en su interior. Velas parpadeaban
en candelabros de cristal. Una gruesa alfombra roja con diseños atravesados cubría
cada centímetro del piso. Espejos dorados adornaban las paredes. Las amplias
escaleras a ambos lados del vestíbulo conducían a los balcones.
En un extremo del vestíbulo había una sala donde los padres podían dejar a sus
hijos en las manos capaces de mujeres pagadas para cuidarlos. Por lo que Loree podía
determinar, Dee había pensado en todo y había diseñado el teatro para darle a la
gente de Leighton una noche que nunca olvidarían.
Parecía que todos los que estaban a menos de mil millas habían venido para la
función de apertura. Loree nunca había estado en una habitación con tanta gente.
Austin la tomó del codo y se inclinó.
- Están sirviendo champaña allí. ¿Quieres un poco?
- ¿Crees que tendrán un poco de agua?
Sonriendo, él metió un mechón de cabello detrás de su oreja.
- Si no tienen, buscaré para ti. ¿Por qué no esperas aquí con Rawley hasta que Dee y
Dallas regresen de llevar a Faith a la habitación de bebés?
Ella asintió levemente.
- Rawley, dejo a tu tía a tu cuidado. Cuida de ella.
Rawley se enderezó.
- Sí señor.
El corazón de Loree se hinchó cuando vio a su esposo abrirse paso entre la
multitud. Alto, delgado, se veía increíblemente guapo con su chaqueta negra y su
camisa blanca almidonada.
- ¿Cuánto tiempo dura una obra después de todo? - Preguntó Rawley, alejando su
atención de Austin.
- Un par de horas, me imagino.
- ¿Crees que hay alguna posibilidad de que Romeo y Julieta es una historia sobre un
niño y su perro? - preguntó Rawley.
Loree luchó contra su sonrisa.

- No, es una historia de amor.


- Un niño podría amar a su perro - dijo con esperanza.
La sonrisa de Loree se liberó.
- En esta historia, él ama a una mujer.
109
Rawley hizo una mueca.
- No va a haber ningún beso, ¿o sí?
- ¿No te gusta besar?
- Nunca lo intenté, pero no puedo ver dónde estaría lo divertido. Por lo que puedo ver,
me parece que las dos personas están intercambiando saliva. Prefiero intercambiar
canicas.
- ¡Rawley! - Loree se volvió, justo cuando Maggie se abalanzaba sobre Rawley. Sin
aliento, ella le apretó el brazo - Rawley, uno de los actores está por allí mostrando a la
gente su espada. ¡Su espada de verdad! ¡Vamos!
La pequeña tiró de su brazo, pero Rawley retrocedió. Lanzó una rápida mirada
a Loree, quien vio el anhelo en sus ojos.
- No puedo. Le dije al tío Austin que me quedaría aquí con la tía Loree.
Maggie no fue tan discreta en su decepción.
- Diablos, Rawley, no estaremos tan lejos.
El niño vaciló y luego negó con la cabeza.
- No puedo hacerlo. Di mi palabra.
Loree colocó la mano sobre su hombro.
- Ve. Estaré bien.
- Al tío Austin podría no gustarle.
- Yo se lo explicaré.
- Bueno, solo iré, echaré un vistazo rápido y volveré.
Maggie agarró su mano.
- Vamos, Rawley. No vas a creer lo brillante que es su espada. Parece que está lo
suficientemente afilada como para cortar la cabeza de un gato montés.
Loree los observó avanzar entre la multitud. Su hermano había tenido la edad
de Rawley cuando murió. No podía recordar si alguna vez había visto una espada.
Seguramente no.
Sintió un ligero toque en su brazo y se giró. Su estómago cayó hasta sus rodillas
al ver al hombre y a la mujer de pie frente a ella.
- Hola - dijo Becky sonriendo cálidamente - No sabía que todavía estabas en la ciudad.
Loree asintió bruscamente.
- Sí. Sí, vivo aquí ahora.
- ¡Qué maravilloso! Tendrás que venir un domingo cuando la tienda esté cerrada.
¿Encontraste el arma que estabas buscando?
- ¿Por qué necesitaría ella un arma? - preguntó Austin detrás de ella.
El corazón de Loree latía tan fuerte que estaba segura de que él lo sintió cuando
le puso la mano posesivamente en la cintura.
- Aquí está tu agua - dijo en voz baja.
Con mano temblorosa, Loree le quitó el vaso.
- Gracias. Ya empezaba a extrañarte.

Austin sonrió cálidamente, bajó la cabeza y le dio un rápido beso en los labios.
- Yo también te extrañé.
Loree cambió su mirada y vio como la comprensión se hacía evidente en los
ojos de Becky y la sangre desaparecía de su rostro.
- Austin, es tan bueno verte de nuevo - dijo Becky, con voz vacilante. - ¿Cómo estás?
110
- Más sabio.
- Cameron me dijo que te habías casado... yo solo... no me había dado cuenta... que ya
había conocido a tu esposa - tartamudeó Becky.
- Ella mencionó conocerte. Loree, Dulce, ¿conociste a Cameron?
- Lo vi, pero no creo que nos hayamos conocido.
- Es el hermano de Dee. No estoy seguro de mencionarlo alguna vez - dijo Austin.
- No, no lo hiciste. Solo mencionaste que había sido tu mejor amigo.
Cameron parecía que podría enfermar en cualquier momento.
- Austin…
- Si nos disculpan - dijo Austin - tenemos que encontrar nuestros asientos. Dee nunca
nos perdonará si nos perdemos la escena de apertura.
Él extendió su brazo. Loree se agarró a él, temerosa de hundirse en el piso si no
tenía su apoyo. La multitud se separó mientras caminaban hacia la escalera de caracol.
Escuchó un "asesino" que alguien murmuró y su corazón tropezó. Miró a su
marido, vio su mandíbula apretada y se dio cuenta de que la gente murmuraba sobre
él. Ella alzó su barbilla con orgullo.
- Nunca antes había visto una obra de teatro. Siempre he querido asistir a una - Austin
la miró y ella sonrió con el corazón en los ojos - Estoy muy contenta de que seas tú
quien me lleve.
- Dulce, no creo que hubiera subido por estas escaleras sin ti a mi lado.
Él tomó su mano en la parte superior de las escaleras y caminaron por el
rellano, pasaron varias entradas con cortinas antes de que Austin recogiera unas y
llevara a Loree a la oscuridad de un balcón.
- Gracias, Loree, por verte como si estuvieras orgullosa de tenerme a tu lado - susurró.
- Estoy orgullosa.
Ella sintió un momento de vacilación antes de que la tomara en sus brazos y
bajara su boca hasta la de ella. Loree le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el
beso con un fervor que la sorprendió. Había querido arañarles los ojos y arrancarles el
pelo, quería preguntarles a esas dos personas cómo podían haber traicionado a su
marido, al padre de su hijo, al hombre del que se estaba enamorando.
Cuando la cortina se apartó, y Dallas se recortaba en la entrada, Austin gruñó y
se corrió a un lado, llevando a su esposa con él.
- ¿Qué estás haciendo? - exigió Dallas.
- Buscando nuestros asientos - dijo Austin, su mano rozando la de ella antes de
cerrarla con seguridad.
Entonces el caos estalló, toda la familia se apretujó dentro del pequeño balcón.
- Todos tomen asiento - dijo Dee emocionada - Abrirán el telón en cualquier momento.
- ¿Qué silla es la mía? - preguntó Maggie - Quiero sentarme al frente.
- Damas al frente - dijo Dallas - Hombres detrás.

- Loree se sienta a mi lado - dijo Austin.


- Sí, yo quiero sentarme junto a Amelia - agregó Houston.
- Bien - dijo Dallas.
- Pondremos a los niños, Austin y Loree en la parte de atrás - comenzó Dallas.
- Los niños no podrán ver - señaló Amelia.
- No me importa si no puedo ver - dijo Rawley.
111
- Pero entonces no verás la pelea con espada - le dijo Maggie - Tienes que ver la lucha
con espada.
- No me importa sentarme en la parte de atrás.
- Houston y yo nos sentaremos en la parte de atrás - dijo Amelia.
- No, Dallas y yo somos más altos. Nos sentaremos en la parte posterior - ofreció Dee.
- No, Dee, este es tu sueño.
- Pero quiero que veas...
Austin tiró de la mano de Loree.
- Vamos - susurró - Nos quedaremos sentados en la parte de atrás.
Él la guió hacia el lado opuesto y mientras estaban sentados, él mantuvo su
mano apretando la suya. Ella escuchó su baja risa.
- Supongo que comencé esto queriendo sentarme a tu lado.
- Estoy agradecida de que lo hicieras porque realmente no quería sentarme con nadie
más.
Él arrastró su dedo a lo largo de su mandíbula.
- Me alegro. - hizo una pequeña pausa - Loree, lo siento, fue tan incómodo allí abajo,
con la gente mirándonos y susurrando. Simplemente no están acostumbrados a que
esté en casa todavía.
- Mi casa podría darnos las cosas que necesitamos.
- Quiero que tengas las cosas que quieras, no solamente las cosas que necesitas.
- ¡Muy bien! - rugió Dallas - Todo el mundo tiene cinco segundos para plantar sus
colillas en un asiento. Cualquiera que se quede parado al final de ese tiempo volará
por el balcón.
Se produjo una lucha loca.
- Vamos, Rawley - lloró Maggie mientras lo llevaba a un asiento al frente, se dejó caer
delante de Austin. Él le tocó el hombro.
- Cambia lugares con Rawley para que tu tía Loree pueda ver.
Ella y Rawley cambiaron de silla. Mientras los adultos restantes discutían los
arreglos de los asientos, Maggie se volvió y miró a Austin.
- ¿Podemos escupir Rawley y yo por el balcón?
- Claro, especialmente si tu tío Cameron está sentado allí.
- Él no está allí. También tienen asientos en el balcón - señaló hacia un lado - Están ahí
- Loree vio como la mirada de Austin seguía la dirección del dedo de Maggie. Se puso
rígido. Cameron y Becky estaban sentados a solas en el balcón contiguo al suyo - Ya no
te gusta el tío Cameron, ¿verdad? - preguntó Maggie.
Austin sacudió la cabeza y la miró. Amelia puso la mano en el hombro de su
hija.

- Date la vuelta, jovencita - Le dio a Austin una sonrisa de disculpa antes de sentarse
junto a Maggie. Houston se instaló a su lado.
Dee se sentó junto a Loree y se rió a la ligera.
- No me di cuenta de que iba a ser una dura prueba - Palmeó la rodilla de Dallas -
Manejaste muy bien la situación.
- La próxima vez, todos tendrán su propio balcón.
Un hombre caminó hacia el escenario, y un silencio cayó sobre la audiencia.
- ¡Damas y caballeros! El Royal Shakespearean Theatre se siente honrado de estar en
112
su encantadora ciudad. La actuación de esta noche es Romeo y Julieta.
Salió del escenario. El telón comenzó a abrirse lentamente, pero Loree
descubrió que no estaba interesada en la obra. En cambio, se preguntó qué
pensamientos se apoderaban de la mente de su marido. Su mano se había apretado
alrededor de la suya cuando Maggie le hizo su pregunta. Su agarre aún no se había
aflojado. Él miró al frente, pero no creía que estuviera prestando más atención a la
obra que ella. Loree se inclinó hacia él.
- Quiero ir afuera.
Él sacudió la cabeza, e incluso en las sombras, ella vio la preocupación grabada
en su rostro. Su mano se cerró con más fuerza alrededor de la de ella.
- ¿Estás bien?
Ella asintió levemente.
- Solo necesito un poco de aire fresco.
Se inclinó hacia un lado y le susurró a Dallas:
- Vamos a salir un momento.
Rawley se revolvió en su silla.
- ¿Puedo ir?
Dallas asintió rápidamente y se levantó. Austin ayudó a Loree a levantarse y se
abrieron paso entre las sillas.
- Lo siento - susurró mientras pisó el pie de Dee. Pero Dee no pareció darse cuenta
mientras les hacía señas con la mano, su mirada clavada en el escenario. Pasaron entre
las cortinas, y Loree respiró hondo.
- ¿Estás segura de que estás bien? - le preguntó Austin.
- Me sentí un poco débil.
- ¿Quieres ir a sentarte en el coche?
- ¿Podríamos dar un paseo?
- Por supuesto. - Envolvió su mano con la de ella, y descendieron las escaleras.
- ¿Pudieron entender todo lo que los actores estaban diciendo? - Preguntó Rawley
mientras caminaba detrás de ellos.
- Ni una palabra - dijo Austin.
Atravesaron el vestíbulo, abrió la puerta de entrada para que Loree pasara a su
lado, Austin miró por encima del hombro.
- ¿Vienes?
Loree notó la vacilación de Rawley, miró hacia adentro, en el otro extremo, en
la habitación de los bebés, Faith tenía su nariz presionada contra el cristal.
- Supongo que iré con Faith - murmuró Rawley.

- Hay mujeres adentro mirándolos - le aseguró Austin. - Ella está bien.


- No se ve bien. Se ve francamente miserable - dijo Rawley - No me gusta que mi
hermana sea infeliz - y se dirigió a la habitación.
Austin rió entre dientes.
- Creo que Faith no podría haber pedido un mejor hermano. - Echó un vistazo a Loree.
- Y yo no podría haber pedido una esposa más fina.
Loree sintió que se sonrojaba cuando salió al entarimado. Austin la siguió
afuera y la tomó de la mano.
- ¿A dónde quieres ir?
113
- No importa.
- Nos dirigiremos al otro extremo de la ciudad, entonces. - Había dado cuatro largas
zancadas antes de ajustar la longitud de su caminata a la de ella - Entonces, ¿por qué
necesitabas un arma? - preguntó en voz baja.
Su paso vaciló, y lo miró.
- Esperaba que te hubieras olvidado de eso.
- No hay mucho que olvide.
Loree suspiró pesadamente.
- Estaba en una ciudad extraña y no sabía si volverías. - Él se detuvo abruptamente y la
hizo girar para mirarlo, con evidente dolor en los ojos.
- ¿Pensaste que te había abandonado?
- No, en realidad no. Estaba sola... estaba asustada.
Sintió que él miraba su rostro, como buscando algo que ella nunca podía
dejarlo ver.
- ¿Qué es exactamente a lo que le tienes miedo?
- Al pasado. Me temo que tiene una influencia más fuerte sobre nosotros de lo que
ninguno se da cuenta.
-¿Por Becky?"
- Por muchas cosas.
- No puedo cambiar mi pasado.
Desafortunadamente, tampoco podía cambiar el suyo. Solo podía esperar que
nunca levantara su fea cabeza para tocar a Austin o a sus hijos.
- Comparte algo bueno conmigo. - le pidió.
Sus ojos azules se oscurecieron, y sus labios se extendieron en una cálida
sonrisa llena de promesas apasionadas. Él colocó las manos a ambos lados de su
cintura y la atrajo hacia sí.
- ¿Qué es exactamente lo que tienes en mente?
- Una historia. Cuéntame una buena historia de tu pasado.
Riendo, él liberó su cintura, tomó su mano, y comenzó a caminar.
- No soy bueno contando historias.
La noche se cerró alrededor de ellos. Las lámparas arrojaban luz ceniza sobre
las calles desoladas. La ciudad parecía casi desierta con la mayoría de los residentes
asistiendo a la obra. Vio la luz pálida de una lámpara que se derramaba desde el salón
al otro extremo de la calle, escuchó una risa bulliciosa y el eco de un piano metálico.

Loree tropezó cuando el talón de su zapato golpeó una tabla suelta. Austin la
estabilizó, luego se arrodilló y se dio una palmada en el muslo.
- Dame tu pie.
- ¿Qué vas a hacer?
Él la miró y ella vio la respuesta en su mirada.
- Estoy vestida toda elegante. No puedo ir descalza.
Él inclinó la cabeza y levantó una ceja.
- ¿Regresaremos al teatro para ver la obra?
Recordaba lo tenso que había estado dentro del edificio, cómo su cuerpo y su
agarre se habían relajado una vez que salieron.
- No.
114
- Entonces Señora, levante el pie aquí.
Colocando las manos sobre sus hombros, ella plantó el pie sobre su muslo y
observó como él desprendía los botones ágilmente y quitaba el zapato de su pie.
- Tienes tan buenos dedos - dijo ella mientras le sacaba la media.
- ¿Eso crees?
- Mmm-ah - Ella saboreó la sensación del entarimado bajo la planta de su pie desnudo
y colocó el otro en su muslo - Desearía que me permitieras enseñarte a tocar el violín
de tu madre - Sus manos se aquietaron - Se necesita tiempo y paciencia, pero tengo
ambas cosas - le aseguró.
Él liberó su pie, puso las medias dentro, agarró los zapatos y se levantó.
- No puedo tocar el violín, Loree.
- Si lo intentases…
- No puedo - Sus palabras sonaron definitivas - No puedo… nunca podré - murmuró.
- ¿Qué? - Ella sacudió su cabeza.
- Solo algo que mi mamá solía decirme - Él tomó los zapatos con una mano, envolvió
su mano libre con la de ella y comenzó a caminar.
- Dallas tiene su ganado, Houston tiene sus caballos. ¿Y qué tienes tú?
- A ti. - Su sonrisa era cálida, y su corazón se agitó.
- Antes que yo, ¿qué tenías? ¿Cuáles eran tus sueños?
Sus pasos se ralentizaron como si siguieran su pensamiento, a un tiempo en el
que tenía sueños.
- Dallas es un hombre de poderosa influencia - Él la atravesó con la mirada - Lo amo y
lo admiro, Loree. Nunca pienses que no lo hago.
- Nunca lo haría.
Él asintió bruscamente.
- Quería ir a un lugar donde la gente nunca hubiera oído hablar de él. Quería hacerme
un nombre, sabiendo que me había ganado el reconocimiento por mí mismo, no por él.
¿Tiene algún sentido?
Loree asintió con total comprensión.
- ¿A dónde hubieras ido? - Él negó con la cabeza lentamente.
- Nunca llegué tan lejos en mi pensamiento. Una vez que... Una vez que conocí a Becky,
la idea de irme se me fue de la cabeza.
- Ella se convirtió en tu sueño, entonces.

Él dejó de caminar, apoyó un hombro contra el costado del edificio y la acercó.


- No. No, ella no lo era. Ella simplemente me hizo dejar de pensar en eso. - arrastró sus
largos dedos a lo largo de su mandíbula - Tú me hiciste empezar a pensar en los
sueños otra vez - bajó la cabeza y rozó sus labios sobre los de ella - Me haces pensar
en muchas cosas. Desde el primer momento en que me di cuenta de que no eras un
niño.
Él colocó su boca sobre la de ella, poniéndola de puntillas. Sus pies se
arrastraron sobre sus botas, llevándola más alto. Su brazo la rodeó, abrazándola
mientras acunaba su mejilla con la otra mano e inclinaba su cabeza hacia atrás.
Arrastró la boca caliente por su garganta.
- Dulce, dulce Loree. Dios, te necesito - dijo con voz ronca.
El calor se arremolinaba a través, alrededor, sobre ella. Su cabeza cayó hacia
115
atrás.
- Dime... dime qué hubieras hecho para hacerte un nombre.
- Me habría gustado... - Él hizo un sonido gutural y tropezó hacia atrás. Loree salió
volando de su agarre y aterrizó con fuerza sobre su trasero.
- ¡Maldito hijo de puta asesino! - un hombre gritaba mientras golpeaba a Austin contra
el edificio de ladrillo. Austin gruñó y se deslizó en un montón al suelo.
- ¡Deberían haberte ahorcado! - El hombre le dio una patada en el costado. Gimiendo,
Austin se hizo un ovillo.
- ¡No! - Loree gritó mientras se arrastraba hacia uno de los zapatos que Austin había
dejado caer, lo tomó y se lo arrojó al hombre, golpeándolo directamente en el costado
de la cabeza.
El hombre retrocedió y ella le lanzó el otro zapato, agradecida de verlo correr
hacia las sombras.
Loree trepó por el entarimado.
- ¿Austin? - Él gimió cuando lo giró y gentilmente apoyó su cabeza en su regazo. Sintió
la humedad cálida y pegajosa cubriéndole las manos y soltó un grito espeluznante.

116
CAPÍTULO 12

- No puedo sacar la sangre - dijo Loree con los dientes apretados mientras se lavaba
las manos en el cuenco de agua tibia que el doctor le había traído.
Austin oyó el temblor de pánico en su voz, observó la manera en que se frotaba
brutalmente las manos y temía que se lastimara la piel. Se alejó del médico que estaba
examinando su cabeza.
- Oye, joven amigo - comenzó el Dr. Freeman.
Austin levantó una mano.
- Solo un minuto. - Cruzó la habitación y tomó las manos de Loree. Ella levantó su
mirada hacia él, y casi pudo ver los horribles recuerdos en sus ojos dorados.
- No puedo sacar la sangre - dijo con voz áspera. Recordaba cómo ella había seguido
frotándose la noche en que Cavador había muerto, a pesar de que había lavado toda la
sangre.
- Yo puedo quitártela - le dijo en voz baja, sumergió sus manos en el agua y luego lenta
y suavemente arrastró sus dedos sobre las manos limpias de su esposa. Tiernamente,
las secó con un trapo. - Ahí, ¿ves? , la sangre ya no está.
Con el ceño fruncido, Loree miró sus manos y luego levantó una para tratar de
tocar la parte posterior de su cabeza. Él la agarró antes de que pudiera ensuciarse con
sangre nuevamente. Las lágrimas brotaron en sus ojos.
- Alguien te lastimó.
Él besó la punta de sus dedos.
- Voy a estar bien. Ve a sentarte en la habitación delantera con Dee.
Ella asintió antes de salir de la habitación, cerrando la puerta a su paso. Deseó
haber podido evitar que viera la sangre. Volvió a la silla y se sentó. Hizo una mueca
cuando el doctor colocó algo contra su cabeza.
- ¡Maldición! Eso quema.
- Solo quiero asegurarme de que el corte esté limpio antes de coserlo. No necesitamos
ninguna infección - dijo el Dr. Freeman, su cuerpo esquelético más delgado de lo que
Austin recordaba.
- ¿Estás seguro de que Loree está bien? - preguntó. Temeroso de que estuviera
lastimada, había insistido en que el doctor Freeman la examinara primero.
- Ella está bien - dijo el Dr. Freeman - simplemente no tiene mucho estómago para la
sangre, eso es todo.
Austin pensó que tampoco lo tendría si hubiera visto a alguien asesinar a su
familia.
- ¿Quién te atacó? - preguntó Dallas desde la puerta.
- No lo sé.
- ¿Duncan?
Austin miró a su hermano.
- Dije que no sé. Me atacó por detrás y me golpeó la cabeza contra la pared. Todo pasó
de negro a más negro.
- Lo buscaré y hablaré con Duncan mañana…

- ¿Y qué? ¿Le dirás que se mantenga alejado de mí cuando ni siquiera sabes si fue él?
117
No es el único en la ciudad que cree que deberían haberme ahorcado.
Dallas entornó los ojos.
- ¿Quién más?
- La mayor parte de la ciudad.
- Entonces hablaré con todos.
- Será tu palabra, contra un veredicto de culpabilidad. Solo mantente alejado de esto.
Solo estarás pidiendo problemas si te involucras.
- ¡Maldición! ¡Esto comenzó conmigo!
- Y terminará conmigo - Austin lanzó un suspiro de cansancio - Aprecio tu disposición
a tomar una posición, pero la verdad es que hice algunas cosas estúpidas sin pensar en
ellas. Fueron mis errores, y yo soy el que tiene que pagar por ellos. Sin esos errores,
ningún jurado me hubiera encontrado culpable.
Él esperaba una discusión adicional. En cambio, vio un respeto inquebrantable
en el fondo de los ojos de su hermano mayor.
- Cristo, creciste, ¿verdad?
Austin le dio una media sonrisa.
- Sí.

118
La puerta se abrió y Dee asomó la cabeza por la abertura.
- Dr. Freeman, Loree dijo que algo está sucediendo con el
bebé.
Austin salió disparado de la habitación.
- ¡Maldición! Creí que la habías revisado.
- Lo hice - dijo el Dr. Freeman mientras salía arrastrando los pies de la sala, siguiendo
la estela de Austin.
Loree estaba sentada en una silla de pana en el salón delantero del doctor
Freeman. Austin se arrodilló a su lado y envolvió el apretado puño con su mano.
- ¿Loree? - Las lágrimas brillaban en sus ojos.
- Oh, Austin, creo que estoy perdiendo al bebé. - él oyó crujir los huesos del Dr.
Freeman cuando se puso de rodillas.
- ¿Qué tan mal te dolió? - preguntó.
Una mirada de sorpresa barrió la cara de Loree.
- Bueno, no dolió exactamente.
- ¿Qué fue exactamente lo que sentiste? - preguntó el Dr. Freeman.
Loree echó una mirada de soslayo a Austin antes de volver su atención al
médico.
- Bueno, sentí… - se mordió el labio inferior y frunció el ceño - como cuándo saltas a un
arroyo y el aire queda atrapado en tus pantalones y por lo tanto se queda allí por un
rato después de golpear el agua y luego es burbujeante y estimulante. Así es como se
sentía.
Austin pensó que el doctor Freeman estaba a punto de reventar, con el rostro
enrojecido y podría decir que estaba luchando por contener la risa.
- No puedo decir que alguna vez haya tenido aire atrapado en mis pantalones - Miró
por encima del hombro a Dee - ¿Crees que acaba de sentir que el bebé se movió?
Dee sonrió cálidamente.

- Creo que sí.


Con la maravilla reflejada en sus ojos dorados, Loree presionó su mano contra
el estómago.
- ¿Sentí que el bebé se movió? ¿Entonces está bien?
- Estoy seguro de que está bien - dijo el Dr. Freeman.

Estaba parado mirando hacia el campo, con el aire fresco de finales de agosto
colgando fuera de la ventana abierta, haciendo poco para enfriar el cuerpo sudoroso
de Austin. La luna derramándose en el dormitorio, bailando un vals con la oscuridad.
Se giró y vio la sombra de su violín que descansaba en la parte superior del
escritorio. Una vez había sido capaz de escuchar la música mucho antes de tocar las
cuerdas.
Una vez, había soñado con un violín especial, creado con sus propias manos y
que haría la música más dulce jamás escuchada.
Ahora, se contentaría con poder tocar el violín marcado y lleno de cicatrices de
su madre, si tan solo volviera a tener la capacidad de darle vida a la música dentro de
su corazón.
119
- Austin, ¿qué estás haciendo? - susurró Loree somnolienta.
Caminó hacia la cama, se estiró a su lado y extendió los dedos sobre su
estómago.
- Simplemente no podía dormir.
- ¿Te duele la cabeza?
- Nah, está bien.
- El hombre por el que fuiste a prisión…
- No vale la pena preocuparte por un lamentable hijo de puta.
- Debe haber significado algo para alguien, ya que un hombre te atacó. Lo escuché
decir que deberían haberte ahorcado.
Él acunó su mejilla.
- Te diré la clase de tipo que fue. Una noche detrás del hotel, empujó unas cajas de
madera encima de Dee y se fue sin mirar atrás. Dee perdió al bebé que llevaba y casi
perdió la vida. Le pagó al padre de Rawley para que matara a Dallas. No me arrepiento
de su muerte. Solo me arrepiento de haber ido a prisión por eso. - Tiernamente, rozó
sus labios sobre los de ella - Voy a ser el que despierte con pesadillas si seguimos por
este camino. Hablemos de otra cosa. Dime otra vez cómo se sintió cuando el bebé se
movió dentro de ti.
- Me asustó al principio porque pensé que algo andaba mal. Mi madre nunca me contó
cosas sobre tener un bebé. No sabía que sentiría sus movimientos... o que sería tan
maravilloso - Ella se volvió hacia él, enterrando la cara en el hueco de su hombro - Me
alegro de que lo tengamos. Me avergonzó al principio... pero incluso avergonzada...
Él inclinó su cara hacia atrás. No podía ver el oro en sus ojos, pero eso no le
impidió buscarlo.
- Loree, la vergüenza es mía, no tuya, nunca tuya.
- Austin, te quería cerca de mí esa noche. Nunca me había sentido tan sola en toda mi
vida.

Buscó en la oscuridad, encontró su mano y se la llevó a los labios.


- En prisión…
- ¿Qué?
Tragó saliva. Si tan solo con quitar los grilletes se hubieran eliminado los
recuerdos.
- Había una caja. El interior era negro como el alquitrán. Si el guardia tenía dolor de
muelas o tenía ganas de ser malo, metería a alguien en la caja - Sintió que el sudor le
salpicaba la piel y se estremeció, aunque la noche era cálida. Sus dedos se apretaron
alrededor de los suyos - No se podía respirar en la caja. Pensé que me volvería loco. La
noche que llegué a casa y Dallas me dijo que Becky se había casado, sentí como si me
hubieran metido dentro de la caja nuevamente.
Loree presionó un beso contra su pecho.
- Lo siento.
- Esa noche, la primera en que te sostuve, sentí un destello de esperanza, esperanza
de poder escapar de la caja - Sintió que sus cálidas lágrimas se deslizaban por su
pecho - Una de estas noches, Loree, voy a dejar cada recuerdo que tengo fuera de esa
puerta. Cuando eso ocurra, te haré el amor hasta el amanecer - deslizó los brazos a su
alrededor y ella acomodó su cuerpo lo suficientemente cerca del suyo como para
120
sentir cada curva - Señor, me encanta cuando haces eso - susurró, atrayéndola más
cerca.
- Son buenas personas, ¿verdad?
Su pecho amortiguó sus palabras, pero él supo sin preguntar a quienes se
refería. Becky y Cameron.
- Sí, lo son. Eso es lo que hace que esto sea mucho más difícil. No puedo encontrar en
mí alguna parte que los odie.
El agarre sobre él se tensó, y sintió ligeros temblores corriendo a través de ella.
- Me alegro - susurró roncamente - El odio puede comerte... hacerte hacer cosas...
Presionó un beso en su sien y probó la sal de una lágrima.
- ¿Qué sabes del odio, Loree?
- El hombre que asesinó a mi familia. Lo quería muerto. Lo quería tan muerto que era
como si él se hubiera arrastrado dentro de mí.
Comenzó a jadear, y escuchó un sollozo roto.
- Shh. Shh. Loree, no te inquietes. Ha sido una mala noche. No pienses en el pasado.
Piensa en el futuro. - continuó arrullándola, y sintió que su cuerpo se relajaba en sus
brazos. Sus boqueadas dieron paso a una respiración lenta y pareja - Eso es, Dulce.
Piensa en nuestra pequeña niña.
Ella absorbió por la nariz.
- Niño.

121
Él se rió entre dientes.
- Oh, es un niño ahora, ¿verdad?
- Creo que sí.
Él la atrajo más cerca. La noche era cálida, insoportablemente cálida, pero la
mantuvo dentro del círculo de sus brazos. No había mentido cuando le había dicho

que sería él quien se despertaría con pesadillas, pero había descubierto que mientras
ella permanecía acurrucada contra él, podía mantener los odiados recuerdos a raya.

- Cuéntame sobre tu boda. - Loree dejó de apretar la masa de pan y miró la cara
expectante de Maggie. La niña estaba sentada al final de la mesa, con las piernas
recogidas debajo de su trasero en la silla, la mano sosteniendo su lápiz sobre el diario.
- ¿Mi boda?
Maggie asintió enérgicamente.
- Quiero escribir una historia al respecto.
Loree miró hacia la ventana y vio los cielos grises. No podía creer lo rápido que
el otoño había dado paso al invierno. Volvió su atención a Maggie.
- ¿Escribes muchas historias? - Maggie sacudió la cabeza - ¿Cuándo escribes todas
estas historias?
- Por las noches es mejor. Por lo general es el momento más tranquilo, cuando Pa tiene
anhelo de besos. Dice que quiere ver los dedos de los pies de Ma encresparse, y ella
comienza a reírse. Entonces, de repente, todo se calma. ¿Se te rizan los dedos de los
pies cuando el tío Austin te besa?
Loree sintió que su rostro se calentaba. Tenía que admitir que Maggie no era
una niña tímida, pero no podía esperar para decirle a Austin que sabía lo que Maggie
estaba haciendo por las noches cuando la luz volvía a ser visible en su habitación. Ella
comenzó a golpear la masa de pan.
- A veces.
- Apuesto a que los dedos de los pies de la tía Becky se rizan, porque cuando el tío
Cameron se casó con ella, la besó durante mucho tiempo. Hasta que el tío Dallas
carraspeó en voz alta, me hizo saltar de mi piel.
Loree imaginó que cualquier ruido que Dallas hiciera a propósito la asustaría.
- ¿Fue agradable su boda?
Maggie se encogió de hombros.
- Era muy pequeña. Simplemente estábamos nosotros. Y la tía Becky era tan tonta.
Comenzó a llorar. Dijo que creyó que no iríamos porque primero amaba al tío Austin y
luego adoraba al tío Cameron - Maggie puso los ojos en blanco - Pero una vez que
amas a alguien, no dejas de amarlo.
- No, supongo que no - Loree se preguntó de dónde habría sacado la niña su sabiduría,
y si la perdería una vez que creciera.
Un leve golpe sonó en la puerta antes de que Houston la abriera, con expresión
de pánico en su rostro. Sus otras tres hijas estaban con él, con los ojos muy abiertos.
- Amelia tendrá al bebé. ¿Puedo dejar a las niñas contigo?
- Por supuesto. - Limpiándose las manos en el delantal, Loree cruzó la habitación e
hizo pasar a las pequeñas al interior.
122
Los fríos vientos de noviembre azotaron a Austin mientras guiaba a Trueno
Negro a casa. Subió el cuello de la chaqueta de piel de oveja y bajó el sombrero sobre
la frente. La noche se acercaba y ya disfrutaba su regreso.
Las noches se habían convertido en su hora favorita del día. Loree lo recibía
con los brazos abiertos, con una comida caliente y con un beso aún más cálido. Se

sentaban frente al fuego, se enroscaban el uno alrededor del otro y esperaban que su
hijo se moviera.
Austin había crecido en torno a un hermano que criaba ganado, y a un hermano
que criaba caballos... y sin embargo la maravilla de un niño que había ayudado a crear,
creciendo dentro de la mujer que apreciaba... lo humillaba.
Hizo detener a su caballo, desmontó e, impaciente, se puso a la tarea de
atenderlo, antes de atender sus propias necesidades. Vio la luz de la lámpara que se
derramaba por la ventana, y el frío de la noche dio paso a una calidez inesperada.
Terminó su tarea y caminó hacia la casa, la expectativa apresurando su paso.
Abrió la puerta y se congeló.
- ¡Tío Austin! - trinaron pequeñas urracas que corrieron por la habitación para
envolverse alrededor de sus piernas.
- Estamos haciendo galletas para bebés - dijo Laurel - ¿Quieres una? - le preguntó
mientras extendía una hacia él para que le diera un mordisco. Loree caminó por la
habitación y comenzó a despegar a las chicas de sus piernas.
- Vamos, chicas. Al menos dejen que el tío Austin se quite la chaqueta.
Se encontró con los ojos de Loree, mientras se quitaba la chaqueta. Ella lo miró
implorante.
- Amelia se puso de parto esta mañana. Houston trajo a las niñas para que las pudiera
cuidar.
Austin miró más allá de ella hacia la mesa cargada de galletas.
- Dije que cocinaríamos galletas hasta que naciera el bebé. No sabía que tomaría todo
el día.
La puerta se abrió y el frío golpeó a Austin en el medio de la espalda. Maggie se
abrió paso a empujones.
- Todavía no. Pa dice que en cualquier momento. Entonces, ¿podemos hornear más
galletas?
- ¿No crees que tienes suficientes galletas? - preguntó Austin.
- Pero la tía Loree dijo…
- Ella no sabía que tu mamá tardaría tanto - explicó Austin - Y la tía Loree me parece
muy cansada.
- Podríamos jugar a Go Fish - sugirió Maggie.
- Es un poco tarde para ir a pescar - dijo Austin.
Maggie se rió.
- Eres tan tonto, tío Austin. Es un juego.
Loree se sentó en la mecedora, viendo a su marido jugar un juego de cartas con
sus sobrinas. Sentados en círculo, dibujando cartas, colocando tarjetas. Ella
sospechaba que estaba haciendo trampas porque la pequeña A. J. que estaba sentada
en su regazo sosteniendo sus cartas, así como también las suyas, estaba ganando
varias manos mientras que Austin repetidamente terminaba sin cartas en su haber.
123
Fue un extraño momento para darse cuenta de que se había enamorado de él.
Su padre también había hecho trampas, pero siempre fue en su beneficio... y
aún no había visto a Austin hacer nada que lo pusiera por delante a expensas de nadie.

A medida que avanzaba la noche, llevó a cada niña dormida a la cama. Cerca de
la medianoche, finalmente un golpe sonó en la puerta. Luciendo agotado, Houston
entró en la casa.
- Es una niña. Gracie.
- ¿Cómo está Amelia? - preguntó Austin.
- La pasó mal. El Dr. Freeman dice que probablemente sea la última. Déjeme reunir a
las chicas...
- ¿Por qué no les dejas quedarse? - dijo Loree en voz baja - Ya están dormidas. Las
puedes llevar en la mañana.
- ¿Estás segura?
- Estamos seguros.
- Si Maggie enciende la lámpara después de que te hayas ido a dormir, ¿la ignorarás?
Sé que se deslizó dentro de la casa y sacó su diario antes. Le gusta escribir después de
que todos los demás están dormidos. No se supone que lo sepamos.
Austin le dio una palmadita en el hombro a su hermano.
- Ve. Parece que estás listo para colapsar.
Houston salió por la puerta y Austin se volvió hacia Loree.
- Acuéstate conmigo junto al fuego por un rato.
Se tendió en el sofá, y ella se acurrucó contra su costado, mirando las llamas
bailar dentro del hogar.
- Ya casi me quedé sin azúcar - dijo Loree en voz baja.
- Compraré otras diez libras mañana.
- No soy tan mala - dijo ella, sabiendo que él la estaba tomando el pelo.
- No eres mala en absoluto. - El silencio se tejió a su alrededor. Extendiéndose, Austin
cubrió con sus dedos el estómago hinchado de su esposa - Eres más pequeña que
Amelia.
- Mi madre era pequeña y no tuvo ningún problema.
- Dallas quería ser padre. Houston quería ser padre. No es que no quiera ser padre,
pero la idea de que este pequeño chico venga al mundo me asusta.
- También me asusta - admitió Loree.
Él envolvió su mano alrededor de la de ella.
- He cometido muchos errores en mi vida, Loree. Quiero que sepas que no considero
que este niño sea uno de ellos.
Ella encontró su mirada, el amor que sentía por él se hizo más profundo.
- Nunca pensé que lo hicieras.

124
CAPÍTULO 13

Austin se paró contra la pared en el área de comedor de Dallas y observó la


bulliciosa actividad con interés. La Navidad siempre había sido su época favorita del
año.
A su lado, Loree acunaba a Gracie. Habían pasado seis semanas desde su
nacimiento, y era evidente que Houston finalmente había engendrado a una hija que
se parecía a él, con cabello negro y ojos oscuros. Austin disfrutó viendo a Loree cuidar
a las niñas.
No recordaba que creía que iba a ser su bebé esta semana, pero ya fuera un
niño o una niña, quería que tuviera la única cosa de la que él había carecido: la
comodidad de una madre. Y sabía sin lugar a dudas que con Loree, sus hijos tendrían a
la mejor.
- ¿Cuándo llegará el tío Cameron? - preguntó Maggie mientras sacaba una nuez de un
cuenco rojo brillante y se la metía en la boca.
Dee se detuvo, el plato de puré de manzana a medio camino de la mesa. Lanzó
una furtiva mirada a Austin antes de contestar.
- No va a celebrar la Navidad con nosotros este año.
Una expresión de horror recorrió la cara de Maggie.
- ¿Pero qué pasa con el heno especial de reno?
Aclarándose la garganta, Dee colocó el plato sobre la mesa entre tartas de
calabaza y velas que olían a canela.
- Estoy segura de que Santa vendrá incluso si no tenemos el heno.
- No, no lo hará - dijo Maggie mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y sacaba el
labio inferior.
- Alguien debería decirle la verdad: que no existe Santa - susurró Rawley al lado de
Austin, mientras se dirigía hacia su prima y le apoyaba la mano en el hombro.
No sabía si podría soportar ver cómo la decepción se instalaba en la cara de
Maggie cuando escuchara la verdad.
- Oye, metida, probablemente podríamos usar algo del heno del establo - le dijo
Rawley con voz reconfortante. Ella arrugó la nariz.
- No es heno de renos. ¿Qué pasa si les da dolor de estómago?
- Entonces sabríamos con certeza que hay un Santa Claus - Maggie se rió, sus ojos
verdes centellearon como las velas encendidas sobre el árbol de hoja perenne que
estaba en la esquina del salón principal. Rawley empujó su hombro - Vamos. Tal vez
podamos encontrar alguno que funcione.
- Pónganse las chaquetas - ordenó Dee mientras se dirigía a la cocina.
Mientras caminaban hacia la puerta, Faith se puso de pie y corrió tras ellos.
- Wawley, yo también quiero ir.
- Vamos, enana.
Ella chilló mientras la levantaba en sus brazos.
- Es una maravilla que la niña haya aprendido a caminar - dijo Amelia mientras se
ponía junto a Austin - La forma en que su hermano la cuida.

Giró la mirada y encontró a Amelia estudiándolo.


125
- No me mires así - ordenó.
- ¿Cómo lo hago? - preguntó, sus ojos verdes contenían una inocencia en la que él no
creía.
- Como si supieras lo que estoy pensando. Es muy molesto cuando haces eso, y lo has
hecho desde que te conozco. Diablos, probablemente descubriste que mentí sobre que
el caballo de Houston se rompió la pata, hace tantos años.
Ella le sonrió de la forma en que él suponía que las madres le sonreían a sus
hijos descarriados.
- Lo sospeché en ese momento.
- ¿Entonces por qué no dijiste algo entonces?
- Porque pensé que era algo que necesitabas hacer por ti mismo, como ahora - Ella le
dio unas palmaditas en el hombro antes de sacarle a su hija de los brazos de Loree.
Austin giró sobre sus talones y alcanzó a los niños mientras metían los brazos
en las mangas de sus abrigos. Abrió la puerta y los siguió al exterior, se apoyó en la
viga de la galería y los observó avanzar pesadamente hacia el granero. El viento frío
que latía a su alrededor se sentía más cálido que su corazón.
Oyó que la puerta se abría silenciosamente y miró por encima del hombro. La
mujer tenía la capacidad de entrar en su vida cuando más la necesitaba. Extendiendo
la mano, agarró la mano de Loree y la jaló contra su costado, sus brazos formando un
capullo alrededor de su pecho.
- Heno especial para renos - se bufó - ¿De dónde salió Cameron con eso? - Aunque
mantuvo silencio mientras miraba el establo, sintió que su mirada escrutadora se
adentraba en su alma - Amo a esos niños - finalmente logró pasar el nudo que se le
había subido a la garganta. - Haría cualquier cosa por ellos - cambió su mirada hacia
ella, tomándose su tiempo, necesitando medir su reacción para encontrar la verdad -
No iré a la ciudad a buscar a Cameron y a su familia si te hace daño tenerlos aquí.
El calor y la seguridad hicieron que el oro de sus ojos brillara como el tesoro de
un minero, mientras se ponía de puntillas. Él bajó la cabeza, dando la bienvenida al
ligero roce de sus labios sobre los suyos.
- Buscaré tu chaqueta - dijo, alejándose de él.
Él la atrajo a sus brazos, bajó su boca a la de ella y la besó como un hombre que
había vivido demasiado tiempo en las entrañas del infierno y apenas comenzaba a
vislumbrar el cielo.

De pie en el rellano del segundo piso, Austin se subió el cuello de la chaqueta de


piel de oveja. A través de la ventana acristalada, vio las ramas ralas de un árbol que
parecía haber quedado de una Navidad anterior, o que había sido traído rápidamente
para acomodarse a planes de última hora.
Cameron nunca había celebrado la Navidad en la casa de Dallas antes de que
Austin fuera a prisión, pero supuso que, dado que era el hermano de Dee, su familia lo
había recibido en su casa después de que Austin se fuera. Metió sus manos
temblorosas y húmedas en los bolsillos de su chaqueta. Debería haber traído a Loree
con él. A veces creía que podía enfrentar cualquier cosa si Loree estaba a su lado. ¿Qué

había dicho Houston a Amelia el día que se casó con ella?... <Contigo a mi lado soy
mejor hombre de lo que nunca he sido solo.> Austin no había entendido el significado
126
de las palabras en ese momento, pero ciertamente estaban empezando a tener sentido
ahora.
Tomando una respiración profunda, golpeó la puerta. Los pesados pasos
resonaron en el otro lado. Cameron abrió la puerta, y Austin vio cómo el shock
rápidamente dio paso a la preocupación.
- ¿Le ha pasado algo a Dee? - Preguntó Cameron.
- No. A Maggie.
- Ah, Jesús. ¿Qué necesitas que hagamos?
Austin se giró cuando los recuerdos lo inundaron, y el escozor en sus ojos tenía
poco que ver con el fuerte viento. Cameron había sido el primero a quien había
recurrido por cualquier problema, su mejor amigo, el tipo de hombre que siempre
había puesto a otros antes que a sí mismo.
- Déjame obtener las llaves de la tienda y la abriré. Puedes llevar lo que necesites.
- Necesito heno de reno.
La boca de Cameron se abrió.
- ¡¿Qué?! Dijiste que algo le había sucedido a Maggie.
- Sip. Se le rompió el corazón cuando descubrió que no vendrías con tu heno especial
de reno, así que empaca a tu familia. Quiero regresar antes de que anochezca.
- No me necesitas. Solo pon algo de heno en sacos de arpillera y dile que es heno de
reno. Tengo algunos sacos en la tienda que puedo darte. - Cameron giró para regresar
a la casa.
- No es suficiente - dijo Austin. Cameron se detuvo y miró por encima del hombro. -
Piensa que eres el único que puede entregar el heno especial.
- Mira, Austin…
- Me imagino que tienes dos opciones. Puedes venir conmigo ahora, o con Dallas más
tarde, porque tan pronto como vea las caras tristes de esas niñas...
- ¡Becky, empaca! - gritó Cameron - Vamos a pasar la Navidad con mi hermana.
Austin se rió entre dientes cuando Cameron desapareció en la casa. Se sintió
bien al darse cuenta que después de todo este tiempo, algo había permanecido
exactamente igual en los últimos años: Cameron le tenía terror a Dallas.

- ¡Tío Cameron, has venido! - Maggie lloraba mientras saltaba al suelo, derramando el
tazón de palomitas de maíz que había estado enhebrando - ¿Trajiste el heno de reno?
De pie en la entrada del salón delantero, Austin observó con interés que su
familia acogía con amor a los visitantes. Las sonrisas se hicieron más grandes. La risa
estalló junto con abrazos y contragolpes.
Con una amplia sonrisa, Dee se acercó y le besó la mejilla.
- Gracias. Sé que fue difícil para ti.
Miró a Loree mientras saludaba a Becky con una cálida sonrisa y le tendía una
galleta a Drew.
- No tienes idea - dijo Austin bruscamente - Tengo que ocuparme de los caballos.

Salió y se tomó su tiempo para llevar el coche al granero y desenganchar los


caballos. El viento que aullaba a través de las grietas no era lo suficientemente fuerte
como para ahogar el sonido de las risas que había escuchado dentro de la casa. Dio
una palmada a cada caballo en la grupa, enviándolos al corral a través de la puerta
127
lateral del granero.
El crepúsculo se estaba acercando. Dallas tendría la casa llena de gente esta
noche. Se preguntó si él y Loree deberían regresar a su propio hogar, en lugar de
dormir como habían planeado en su antigua habitación con muebles nuevos.
- ¿Estás bien? - preguntó una voz tranquila detrás de él.
Girando sonrió, tomó la mano de Loree y la atrajo hacia sí.
- Solo ahora.
Sus mejillas adquirieron un tono rosado como si hubiera pasado la tarde
sentada frente a un fuego acogedor. Repentinamente deseó estar en su casa, sentado
frente al hogar crepitante, envueltos uno alrededor del otro.
- ¿Fue incómodo el viaje de vuelta? - le preguntó.
Él se encogió de hombros.
- No hablamos. Habrías pensado que íbamos a un funeral si Drew no hubiera estado
brincando en el asiento, cantando 'Jingle Bells' durante todo el camino.
Sus ojos se agrandaron.
- Becky dijo que solo tiene dieciocho meses. Creo que es impresionante que pueda
cantar una canción...
Austin negó con la cabeza.
- No era una canción. Solo una palabra. Cascabeles, cascabeles, cascabeles. Una y otra
vez. Todo el camino hasta aquí.
- Los niños están tan emocionados… - comenzó.
- Sí. Sonaba como una estampida de caballos salvajes cuando entró Cameron.
Ella colocó su mano sobre su corazón.
- Incluso si no hubieran venido, esta Navidad te parecería difícil.
- La última Navidad que tuve aquí... - Su voz se apagó mientras negaba con la cabeza. -
Fue tan diferente. Dee acababa de perder al bebé. Rawley había estado viviendo allí
durante un par de semanas, pero todavía tenía miedo - Le rozó la mejilla con los
nudillos y sonrió - La única sobrina que tenía era Maggie. Realmente fue una noche
silenciosa. Tengo la sensación de que esta noche no será nada tranquila.
- Mi familia murió poco después de Navidad. No he celebrado la Navidad desde
entonces.
Él envolvió sus brazos alrededor de ella y presionó la mejilla en la parte
superior de su cabeza.
- Ah, Loree, lo siento mucho. No he pensado en lo que esta época del año debe
significar para ti.
Ella echó la cabeza hacia atrás y se encontró con su mirada.
- Es maravilloso tener niños alrededor, husmeando los dulces y agitando regalos -
Tomando su mano, ella la colocó sobre su estómago hinchado - Me alegro de estar
aquí.

- Ay, Dulce, estoy... - El movimiento bajo su mano detuvo sus palabras. Le dio a su
esposa una cálida y lenta sonrisa - Señor, me encanta cuando hace eso.
Sus rodillas crujieron cuando se agachó y puso la mejilla contra el estómago de
Loree. Ella entrelazó los dedos en su cabello, y se dio cuenta de que la felicidad existía
en el más minúsculo de los momentos. De repente, no importaba que antes hubiera
celebrado la Navidad con menos de la mitad de las personas que hoy estaban en la
128
casa de su hermano.
Lo que importaba era que compartiría el día con Loree y con un niño que aún
no había nacido.
- ¡Tío Austin! - Maggie se detuvo tambaleante justo después de doblar la esquina del
establo. Sus ojos se convirtieron en dos grandes círculos verdes. - ¿Puedo escuchar? -
No esperó una respuesta, sino que se apresuró a avanzar, con dos sacos de arpillera en
una mano, y apretarse contra el estómago de Loree. Austin levantó la vista para ver la
expresión de asombro de Loree.
Maggie frunció el ceño.
- No parece una niña - anunció.
- Creo que tú deberías saberlo - dijo Austin.
Maggie asintió con la cabeza con entusiasmo, sus rizos rubios rebotando.
- Ma siempre nos deja escuchar a papá y a mí. ¡Pa incluso habla con el bebé antes de
que nazca!
- No lo creo - le dijo Austin.
Ella sacudió la cabeza hacia arriba y hacia abajo.
- Lo hace. Lo escuché cuando me habló antes de nacer. Me dijo que me amaba más que
a nada. - y sin transición le puso una bolsa de arpillera en la mano - Tenemos que
colocar el heno para los renos. ¡Vamos!
Y salió corriendo del granero. Austin desplegó lentamente su cuerpo y tomó la
mano de su esposa, escoltándola afuera.
- No me imagino a Houston haciendo el ridículo y hablando con el vientre de su esposa
- dijo Austin.
- Estaba hablando con el bebé.
Austin giró la cabeza.
- Dices eso como si creyeras que el bebé podría oírlo.
Loree se encogió de hombros.
- Tal vez. No sé.
Echó un vistazo al vientre redondeado de su esposa. Se sentiría tonto hablando
con eso. Él encontró su mirada.
- Esperaré hasta que nazca.
Él cerró sus dedos más firmemente alrededor de ella mientras se acercaban a la
casa. Los niños, riéndose estaban hurgando en sacos de arpillera y arrojando heno
sobre el patio, la terraza y ante ellos.
- ¿Hay un truco para esto? - preguntó cuándo se acercaba a Dallas.
- No lo pongas en manos de un niño de tres años - advirtió Dallas mientras esperaba
pacientemente mientras Faith recogía con cuidado una sola pieza de paja del montón

que sostenía en la mano. Ella se inclinó y lo colocó en el suelo. Luego meticulosamente


cernió la paja en su mano, buscando otra pieza a su gusto.
Austin se aclaró la garganta.
- Estarás aquí toda la noche.
- Sip, y esta no es la peor parte. Debemos recordar dónde ponen todo el maldito heno
para que podamos recogerlo por la mañana antes de que se despierten - Él levantó
una ceja - Entonces pensarán que el reno Dadgum se lo comió.
Austin se arrodilló junto a su sobrina. Ella se quedó quieta, con la pajita
129
presionada entre su pequeño dedo índice y su pulgar y sus enormes ojos marrones
mirándolo. Él sonrió ampliamente.
- ¿Quieres poner mi heno para el reno también?
Ella sacudió la cabeza, tomó su saco y se lo mostró a su padre. Dallas frunció el
ceño y extendió su advertencia a través de sus dientes apretados,
- Solo espera hasta el próximo año.
Austin echó la cabeza hacia atrás y se rió. Dios, era bueno estar en casa... saber
que habría una Navidad el próximo año... y que él estaría aquí.
Sin aliento, Maggie se abalanzó sobre él, Rawley a su paso.
- Tío Dallas, ¿podemos Rawley y yo poner algunos en el balcón afuera de tu
habitación?
- Por supuesto.
- Yo también - dijo Faith mientras extendía sus brazos hacia Rawley.
Él la levantó en sus brazos.
- Consigue su bolsa, metida.
Maggie alivió a Dallas de su carga y corrió tras Rawley, con sus cortas piernas
incapaces de seguir el ritmo de sus largas zancadas.
- A ella nunca parece importarle que la llame metida - dijo Loree en voz baja - ¿Por qué
la llama así?
- Creo que porque ella es como su madre y dice lo que piensa, incluso cuando él
desearía que no lo hiciera. Cuando Rawley comenzó a ir a la escuela, de alguna manera
se puso del lado malo de la maestra, que lo castigaba por no aprender lo
suficientemente rápido. Rawley estaba demasiado avergonzado de contarme sobre
eso. Creo que pensó que se lo merecía. Maggie pensó diferente y me lo contó.
- ¿Así que hablaste con la maestra y resolviste las cosas? - preguntó Loree.
- Demonios, no. Le di su salario y la envié por el camino. Contraté a otra maestra.
Nadie, pero nadie, castiga a mis hijos excepto yo. Y tenías razón, le hubiera partido el
palo en la cabeza a la profesora de piano si la hubiera visto levantar la mano sobre mi
niño. Nunca te agradecí por interferir en ese momento - Se fue, con Loree mirándolo.
- No me gustaría estar en su contra - dijo en voz baja.
- No creo que tengas que preocuparte. Es lo más parecido a un <Te debo una> que
haya escuchado de Dallas - dijo su esposo.

Austin estudió la abundancia de comida que se extendía a lo largo de la pesada


mesa de roble. Cada vez que se daba la vuelta, Dee o Amelia entraban por la puerta

que conducía a la cocina, llevando más comida. Tomó algo que parecía un pastel
pequeño, lo sostuvo debajo de su nariz y olfateó. Olía a pasas.
- ¿Qué es esto?
Amelia dejó de cortar trozos de pastel y miró hacia arriba.
- Pastel de carne picada.
Austin asintió lentamente y se lo metió en la boca. Una combinación de ácido y
dulce golpeó su lengua.
- Bastante bueno - dijo mientras tragaba y buscaba otro.
- ¿Me harías un favor y le dirías a Maggie que ahora puede decorar las galletas?
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- Claro - dijo mientras tomaba otro pastel y se dirigía hacia el salón. Nunca hubiera
creído que la gran casa de adobe de Dallas podría parecer tan cálida y acogedora. Dee
había agregado tantos pequeños toques, que la convertían en placentera. Envoltura en
las puertas, verdor aquí y allá, cintas rojas y lazos satinados.
Dobló la esquina para entrar en el salón y se detuvo tambaleante en el umbral,
el camino estaba bloqueado por Becky, que obviamente había planeado abandonar el
salón. Su cara ardía carmesí, recordándole las medias que Dee había colgado sobre la
chimenea. Entonces su mirada azul pálido se disparó hacia arriba. Lentamente cambió
su mirada al arco sobre su cabeza y su estómago se tensó como una cinta apretada
alrededor de un paquete.
¡Maldito muérdago!
Si hubiera sido cualquier otra persona allí parada, Dee o Amelia, él se habría
reído de buena gana y le habría dado un beso sonoro en los labios. Pero no a Becky.
Habían pasado cinco largos años desde que la abrazó, la besó, que estuvo lo
suficientemente cerca como para oler su aroma a vainilla y contar las pecas en su
nariz.
No tuvo que mirar al salón para saber que habían logrado llamar la atención de
todos. Su boca se volvió tan seca como una tormenta de polvo. Becky le dio una
sonrisa temblorosa, y él reconoció la súplica silenciosa en sus lindos ojos azules, pero
maldición si él podía entender lo que estaba pidiendo.
Él tragó saliva, bajó la cabeza, le dio un rápido beso en la mejilla y se volvió
hacia un lado, dándole la libertad de deslizarse junto a él. Nunca había estado tan
contento de escuchar algo, como lo había estado al oír el rápido clic de sus zapatos
cuando salía de la habitación.
Alzando la mano, arrebató el muérdago del amarre y miró brevemente a su
hermano mayor, desafiándolo a decir algo sobre lo que acababa de hacer.
- Maggie… - su voz sonaba como la de un hombre a punto de ahogarse por última vez.
Se aclaró la garganta. - Maggie, tu madre dice que las galletas están listas para decorar.
Maggie empujó el regalo que había estado sacudiendo debajo del árbol y salió
corriendo del salón.
Austin cruzó la habitación y se acurrucó junto a la mecedora. Loree calmó su
suave balanceo y se encontró con su mirada. Él apartó un rizo perdido de su mejilla.
- ¿Crees que puedes devolverle a Houston su hija y venir conmigo un minuto?

Loree asintió levemente y se enderezó en el asiento. Austin deslizó la mano


debajo de su codo y la ayudó a ponerse de pie. Houston dejó de ayudar a sus otras tres
hijas a pegar trozos de papel de colores en una cadena y se levantó.
- No precisa que la hagas dormir, a veces no hay nada como el toque de una mujer.
- ¿Tía Loree te gustaría ayudarnos? - preguntó Amanda.
- Tal vez después - dijo Houston pacientemente - Creo que tu tío Austin la necesita en
este momento.
Su hermano no podría haber dicho palabras más verdaderas. Austin envolvió
su mano alrededor de Loree y la guió fuera de la habitación. La risa de las mujeres se
derramó fuera del comedor. Echó una mirada vacilante a Loree.
- ¿Querías unirte a ellas?
- Tal vez más tarde. Pensé que necesitabas algo.
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- Lo hago - admitió mientras abría la puerta del estudio de Dallas.
Un fuego bajo ardía dentro del hogar y servía como la única luz en la
habitación. Las cortinas fueron retiradas para revelar el cielo nocturno sin nubes, un
millar de estrellas y una brillante luna dorada.
- Solo necesitaba un poco de soledad. Te llevaría afuera si no estuviera tan frío - dijo
mientras la conducía hacia la ventana que cubría la mayor parte de la pared.
- Me gusta estar aquí donde hace calor, sabiendo que hace frío afuera - dijo en voz
baja.
Él deslizó los dedos a lo largo de su mejilla y ahuecó su mentón.
- Quería disculparme por lo de antes, besar a Becky en la entrada... No sabía qué
hacer... si te lastimé...
- No lo hiciste. Ella y Cameron eran amigos, ahora son familia. Nuestros caminos se
cruzarán constantemente, y no siempre de la manera que preferiríamos, pero puedo
aceptar eso - bajó las pestañas - Además, parecía tan incómoda como tú.
- Supongo que podrías besar a Cameron para vengarte.
- Ahora, ¿por qué querría besar a Cameron cuando te amo?
Loree agachó la cabeza como avergonzada, mientras su corazón latía como un
semental indomable que tronaba sobre las llanuras. Había escuchado esas tres
pequeñas palabras antes, en su juventud, pero no habían logrado ponerlo de rodillas.
En este momento, no estaba seguro de cuánto tiempo podría permanecer de pie. Lo
amaba. Esta dulce pequeña mujer lo amaba.
- ¿Loree?
Ella levantó la vista y vio a Austin colgando el muérdago delante de su nariz.
Sonrió cálidamente.
- No necesitas eso - se puso de puntillas, entrelazó los brazos alrededor de su cuello, y
presionó los labios contra los de él. Él la recibió como lo había hecho la primera noche
cuando los dos necesitaban consuelo. Tenía la boca caliente y devoradora, como si no
pudiera saborearla lo suficiente.

Ella no había planeado decirle que lo amaba, pero había pensado que él
necesitaba escuchar las palabras tanto como ella. Sabía que no podía competir con sus

recuerdos, pero se había cansado de preocuparse de cómo el pasado, el de él y el de


ella, podría afectar su futuro.
Tenía este momento, cuando él la había abrazado como si nunca la fuera a
soltar, este momento, cuando el mundo contenía todo lo que importaba: calidez,
seguridad y posibilidad de amor. Ella no tenía dudas de que él la quería y la atesoraba.
Tal vez no de la misma manera en que había amado a Becky, pero él era más joven
entonces. De vez en cuando, vislumbraba al joven que podría haber sido. No podía
devolverle su juventud, pero podía darle su amor incondicionalmente.
Y si él seguía amando a otra, no permitiría que su amor por él disminuyera.
Él cambió su boca, por el área sensible debajo de su oreja. Sentía como si el
fuego hubiera saltado del hogar y la estuviera rodeando, las llamas lamiendo su carne.
Desabrochó ágilmente los botones superiores de su corpiño y sumergió la lengua en el
hueco en la base de su garganta. Ella clavó los dedos en sus hombros, necesitando su
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fuerza para evitar derretirse en el suelo.
- Ah, Dulce - dijo con voz ronca, su aliento rozando la curva de su seno, - ¿por qué no
hacemos esto en casa?
Ella echó la cabeza hacia atrás, dándole un acceso más fácil.
- Por tu promesa, supongo.
- ¿Mi promesa? - Sus labios se movieron más abajo - ¿Mi promesa? ¡Maldición, al
infierno la promesa! - presionó su boca en el valle entre sus pechos - Solo pensaba en
ti, Loree. Lo juro por Dios, solo pensaba en ti. Siempre has sido tú.
Se apartó de ella, apoyó el antebrazo en la ventana y presionó la frente contra
el cristal, su respiración era áspera y trabajosa. Estudiando su torturado perfil, Loree
observó como su nuez de Adán se levantaba y caía mientras tragaba. Las lágrimas
picaron sus ojos. Sin pensar, había respondido a su pregunta, a la excusa de que se
entregaba cada noche, cuando él simplemente la abrazaba y no pedía más.
- Austin…
Extendiendo la mano, tomó la suya, se la llevó a los labios y le dio un beso en la
punta de los dedos.
- Probablemente deberíamos volver con los demás. Tendré que repartir los regalos
pronto.
Girando, le dio una sonrisa caprichosa y comenzó a abotonarse el corpiño.
- Me haces olvidar todo sobre la corrección, Loree... y las promesas - Deslizó el último
botón a través de su lazo y enderezó el cuello - Uno de estos días, Dulce, te voy a besar
hasta que te olvides de las promesas.
- ¿Promesa? - ella preguntó, un toque de burla en su voz.
Sus ojos se calentaron.
- Promesa.
Deslizó sus dedos entre los de ella, presionando su áspera palma contra la suya.
- Vamos. Mi parte favorita de la Navidad ya casi está aquí.
Su emoción fue contagiosa cuando la condujo desde la oficina de Dallas.
Creaban recuerdos nuevos para reemplazar a los viejos, y ella imaginaba que cada
Navidad sería simplemente más maravillosa que la anterior.

Entraron al salón. Alguien había encendido las velas en las ramas del árbol de
hoja perenne. Las llamas parpadeaban, haciendo que las sombras bailaran alrededor
de la habitación.
Las cortinas fueron abiertas. La noche se filtró en el interior. El fuego en el
hogar ardió brillantemente. Todos se habían reunido dentro de la habitación, algunos
sentados, algunos de pie, muchos de los niños tumbados en el suelo.
- Oh, ahí estás - dijo Dee sonriendo. Ella tomó la mano libre de Loree - Tenemos una
tradición de cantar una canción antes de abrir los obsequios. Nos preguntábamos si
tocarías el piano mientras cantamos.
Loree sintió la comodidad de pertenecer, deslizándose a su alrededor como una
manta cálida cuando Austin le apretó la mano.
- Me encantaría. ¿Qué debería tocar?
- ¿Noche silenciosa?
- Una de mis favoritas - dijo Loree mientras soltaba la mano de Austin y caminaba
hacia el piano. Se sentó en el banco y se pasó las húmedas palmas por la falda. Austin
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se puso a su lado.
- Lo harás bien - murmuró.
Ella sonrió y asintió.
- Eso espero.
- Está bien, todos, Loree va a tocar a Noche silenciosa. Todos se ponen de pie para que
podamos cantar juntos como una familia - ordenó Dee.
Loree miró por encima del hombro. Los maridos y las esposas habían reunido a
sus hijos a su alrededor, familias diferentes que se unieron para formar una.
Se limpió las manos otra vez en la falda antes de colocar los dedos en las teclas
de marfil. Sonaron las notas y la habitación se llenó de voces sin tono, y por primera
vez, escuchó la voz de su marido entonando una canción. Llevaba la melodía como
nadie más en la habitación, como si la melodía fuera parte de él.
Su mirada capturó la de ella, manteniéndola en trance, y deseó que la canción
nunca terminara, pero eventualmente terminó, dejando un momento de respetuoso
silencio a su paso.
Austin le sonrió, se frotó las manos como anticipando y se alejó un paso del
piano. Loree se revolvió en el banco del piano para mirar el intercambio de regalos.
- Puedes ayudarme a repartir regalos, metida, - dijo Rawley mientras se arrodillaba
frente al árbol.
- No tienes que decirme - Maggie respondió mientras se dejaba caer a su lado - Te he
estado ayudando por siempre.
Austin seguía sonriendo, dio un paso atrás y se dejó caer en el banco junto a
Loree, su mirada fija en el árbol. Él tomó su mano.
- Pienso que tocaste muy bien - dijo en voz baja.
Ella pensó que su corazón podría romperse al recordar que él había dicho
antes, que necesitaba repartir los regalos. Durante los años que estuvo ausente, la
responsabilidad obviamente había recaído en Rawley, hasta que todos habían
olvidado que alguien más los había repartido antes.
Apretó el brazo de Austin.

- Me sorprendió oír lo bien que cantabas.


Se encogió de hombros.
- Sólo cuando disfruto de la música.
- Desearía que me dejaras enseñarte a tocar…
- Aquí, tío Austin, este es para ti - dijo Maggie, tendiéndole un paquete grande.
- Bueno, lo abriré - dijo Austin con una sonrisa mientras sacudía la caja - Esto es casi
tan grande como la caja que obtuvo Rawley el primer año que me ayudaste a repartir
los regalos. ¿Recuerdas eso?
Maggie frunció el ceño y negó con la cabeza.
- ¿Qué era?
- Una silla de montar.
- No, no recuerdo.
Austin se tocó la nariz.
- No importa. Será mejor que vuelvas a ayudarlo.
Se escabulló. Loree se inclinó y susurró:
- No puede haber sido muy grande cuando te fuiste...
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- Tres.
Él la miró y sonrió tristemente.
- Creo que no siempre podemos elegir qué recuerdos guardamos cuando comenzamos
a crecer.
Pero sabía que por siempre conservaría el recuerdo de la primera Navidad de
su esposo después de su liberación de prisión. Incluso con ella a su lado, pensó que
nunca se había sentido más solo.

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CAPÍTULO 14

Austin se despertó como lo había hecho durante varios meses, mucho antes de
que saliera el sol, con su esposa acurrucada contra su costado, su mano replegada
apoyada en el centro de su pecho desnudo. Adoraba estos primeros momentos de
conciencia, escuchar la respiración de Loree, sentir su calor, saber que serían suyos
por el resto de su vida.
Presionó un beso en su frente y se alejó cautelosamente. Ella suspiró
suavemente y se movió hasta que estuvo acurrucada en el lugar donde había estado él.
Austin subió las mantas hasta sus hombros.
Llevó la lámpara al tocador y aumentó la llama un poco. Echó un vistazo hacia
la cama. Loree no se había movido. Volvió a su tarea y pasó la mano por el estuche de
madera para violín que le había regalado por Navidad. En la parte superior, alguien
había tallado su nombre en una letra elegante. Su obsequio para ella, una pequeña caja
de música, había palidecido en comparación.
- Si no vas a tocar el violín de tu madre, debes mantenerlo protegido - le había dicho
Loree - Algún día, tal vez tu hijo lo tocará.
Su hijo. Pensó en los diminutos dedos de Drew y se preguntó cuándo los dedos
de un niño serían lo suficientemente largos como para tocar un violín. La hija de
Houston, Laurel, probablemente podría tocar. Ahora tenía cinco años, pero así y todo
necesitaría un violín más pequeño.
Imaginaba las alegrías de enseñar a un niño las maravillas de la música. Podría
enseñarles a sus propios hijos... Desplegó una de las hojas de música que Loree le
había dado. Todos los puntos negros parecían errores que se arrastraban por la
página. Leerlos no era como leer un libro. Loree podría enseñarles a sus hijos a tocar.
En silencio, se vistió y se deslizó por el pasillo. La casa parecía increíblemente
silenciosa después de toda la fiesta de la noche anterior. Los niños finalmente se
habían quedado dormidos alrededor de la medianoche, abandonando su búsqueda
para ver a Santa Claus. Sus medias ahora estaban llenas de golosinas y regalos
adicionales estaban esperando debajo del árbol en el salón.
Bajó sigilosamente la ancha escalera sinuosa y agarró su chaqueta de piel de
cordero del perchero que había junto a la puerta principal. Luego entró a la cocina,
preparó su café de la mañana y salió al porche trasero.
Se sentó en el escalón superior, rodeó con sus manos la cálida taza de lata y
esperó... esperó a que el primer rayo de sol tocara el cielo y revelara su belleza...
esperó a escuchar la música en su alma que siempre había acompañado al amanecer,
antes de ir a prisión.
Oyó que se abría la puerta y miró por encima del hombro, esperando ver a su
esposa, arrugada por el sueño.
- ¿Qué estás haciendo? - Preguntó Cameron.
Él evitó su mirada y apretó el agarre sobre la taza.
- Estaba disfrutando del amanecer.
- ¿Te importa si me uno a ti?

Austin se encogió de hombros.


136
- No es mi porche.
Cameron se dejó caer a su lado y se envolvió con los brazos alrededor de la
cintura.
- ¡Qué frío hace esta mañana!
Austin vio cómo se elevaba el vapor de su café.
- Loree parece agradable - dijo Cameron.
Austin cortó su mirada hacia Cameron.
- Ella es… agradable.
Cameron asintió.
- No parece que le quede mucho más tiempo para comprar.
Austin entrecerró los ojos.
- ¿Estás contando los meses?, porque si lo haces, tendré que llevarte detrás del
granero y darte una lección para que te ocupes de tus propios asuntos.
- Nah, no estaba contando. Solo estaba diciendo. Eso es todo.
- Bien, porque no me gustaría nada que estuvieras contando meses. - Austin extendió
la taza hacia Cameron - Bebe un sorbo de esto antes de que tus ruidosos dientes
despierten a todos. Te ayudará a calentarte.
Cameron tomó la taza sin vacilar y bebió un largo trago antes de devolvérsela.
- Gracias.
- Becky probablemente nunca me perdonaría si dejo que te congeles hasta morir aquí-
dijo Austin, entrecerrando los ojos en la distancia, en busca de ese primer indicio de
luz solar.
- Te extrañó muchísimo mientras estabas en prisión - Cameron juntó las manos entre
sus rodillas - Y yo también.
Austin se rió sin alegría.
- Ustedes dos tienen una manera fantástica de demostrármelo.
Un silencio sofocante se entrelazó entre ellos, a su alrededor. Austin vio los
dedos plumosos del amanecer empujando hacia atrás la noche.
- Después de la muerte de Boyd, mi padre no quería saber nada de mí, ya que yo no
aprobaba lo que había hecho Boyd: pagarle a alguien para matar a Dallas. Dallas me
ofreció un trabajo.
Austin volvió su atención hacia Cameron.
- Habrás mojado los pantalones cada vez que te dio una orden.
Una sonrisa tiró de la esquina de la boca de Cameron.
- Sí, eso es lo que pensé que pasaría, así que fui a trabajar para el padre de Becky. Ella
y yo pusimos una caja en la sala de almacenamiento… para ti, cada vez que llegaba un
artilugio nuevo, lo poníamos en la caja, porque sabíamos cuánto amabas nuevos los
artilugios.
Austin tomó un sorbo de su café antes de pasarle la taza a Cameron.
- Realmente no me importaban. Solo eran una excusa para ir a la ciudad y ver a Becky.
Cameron tragó el café negro y se la devolvió.

- Ella te escribió algunas cartas. Sin embargo, no se atrevió a enviártelas a la cárcel. No


soportaba pensar en que estuvieras allí, así que simplemente las puso en la caja para
que te estuvieran esperando cuando llegaras a casa.
Austin cortó su mirada azul hacia Cameron.
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- ¿Una de esas cartas me dice cómo se enamoró de ti?
- Lo dudo... ya que ella nunca se enamoró de mí - Observó a Cameron tragar -
Habíamos estado casados un poco más de ocho meses cuando nació Drew.
- Los bebés suelen llegar temprano.
- No este. Mi papá se estaba muriendo y me pidió que lo viera. Siempre tuve la
sensación de que no le agradaba demasiado. Nunca supe por qué, pero no quería
morir sin decírmelo personalmente. Salió de sus entrañas. Le llevó seis años darse
cuenta de que mi madre se había enamorado del capataz. Y que él era mi verdadero
padre. Se llamaba Joe Armstrong. Mi padre... bueno… no puedo dejar de pensar en él
como mi padre. Dijo que le disparó a Joe Armstrong al corazón y lo enterró donde
nadie lo encontraría nunca.
- ¿Tú le crees?
Cameron asintió.
- Sí. Dee recordó al capataz. Dijo que yo siempre le recordaba a él, pero era tan
inocente que nunca había ordenado sus conjeturas.
- Y cuando descubriste la verdad, recurriste a Becky.
Cameron asintió con la cabeza.
- Su papá había muerto unos meses antes, así que supongo que sabía cuánto me dolía.
La había amado desde siempre, pero no quise que las cosas salieran como lo hicieron -
Él plantó los codos en sus muslos y enterró la cara en sus manos - Cristo, nunca quise
que se casara conmigo.
Austin miró hacia la luz dorada que se extendía por el horizonte, tan brillante
como los ojos de Loree. Se preguntó si ella ya estaría despierta. Ya era hora de que se
reuniera con él en el porche. Señor, como la extrañaba.
- Drew parece un buen chico - dijo en voz baja.
Cameron levantó la cabeza.
- Oh, él es grandioso. Y Becky lo adora. Temía que pudiera resentirlo, como mi padre
me resintió a mí, pero no lo hizo. Lo ama con todo su corazón.
- Ella también te ama, Cameron - Las palabras cortaron profundamente, abriendo la
herida que había quedado supurando demasiado tiempo.
La duda surgió en los ojos de Cameron.
- ¿Es cierto eso?
- ¿Por qué demonios te diría algo así si no fuera cierto? ¿No crees que aliviaría mi
orgullo pensar que todavía me ama?
- No la he tocado desde que saliste de la cárcel. Tenía miedo... miedo de que la
reclamaras. Miedo de que tal vez ella estuviera pensando en ti, mientras yo le hacía el
amor. Y no podía soportar la idea.
Austin arrojó el café restante sobre el suelo frío. Había hecho una promesa a
Loree y, de repente, no parecía que fuera difícil de cumplir. Lo que sea que Becky y él
alguna vez habían tenido... no era más que un recuerdo lejano.

- Hasta un tonto ciego podría ver que ella te ama más de lo que alguna vez me amó.
¿Por qué diablos crees que he estado tan enojado todos estos meses? No porque se
haya casado contigo, sino porque ella no me amaba tanto como te ama a ti.
- ¿Sí?
Austin asintió rápidamente.
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- Sí - Estudió a Cameron un minuto - ¿Dijiste que tu padre mató a tu verdadero padre?
Cameron dio un lento y vacilante asentimiento.
- Es difícil de creer que viví con un asesino todos esos años y nunca lo supe.
- ¿Crees que hay una posibilidad de que él haya matado a Boyd?
- Se me ocurrió, más de una vez, pero ¿por qué habría matado a Boyd? Boyd no hacía
nada en contra suyo. Al contrario.
Austin exhaló un profundo suspiro.
- Demonios. Ojalá supiera quién lo mató. No me gusta tener este veredicto de
culpabilidad colgando de mi cabeza.
- A Loree, no parece molestarle.
- Loree mira el mundo de manera diferente a la mayoría de la gente. Alguien asesinó a
su familia, pero de alguna manera logró aferrarse a una parte de su inocencia. Me
temo que si nos quedamos aquí... si escucha a mucha gente susurrando sobre mí,
especulando sobre a quién asesinaré próximamente... perderá ese poco de inocencia.
- ¿Estás pensando en irte?
Austin se encogió de hombros.
- No sé a dónde iríamos o qué haría, probablemente no, pero a veces lo pienso.
Houston me dijo una vez que cuando un hombre ama a una mujer, hace lo que es
mejor para ella, sin importar el costo para sí mismo. Pagaría cualquier precio para ver
a Loree feliz.
- Parece lo suficientemente feliz.
- Creo que puedo hacerla más feliz. Sé que puedo. Houston me dijo que posiblemente
se enamoró de Amelia desde el mismo momento en que la vio. A mí no me pasó así con
Loree, pero cuando la vi abandonar su casa, sentí como si... al fin… hubiera llegado a
casa.
- ¿Crees que Dallas se enamoró de Dee cuando la vio por primera vez?
Austin negó con la cabeza, recuerdos alegres surgieron en su mente como un
caleidoscopio de imágenes olvidadas.
- No. Probablemente se enamoró de ella cuando descubrió que tenía nariz. ¿Recuerdas
la expresión de su rostro cuando levantó el velo y vio su rostro por primera vez? -
Austin se rió entre dientes y Cameron comenzó a reír a carcajadas.
- ¿Su cara? ¡Deberías haber visto tu cara!
- ¿La mía? ¿Y la tuya?
Su risa creció más fuerte, mezclándose con el amanecer.
Loree deslizó los dedos entre las cortinas de la cocina y miró a través de la
pequeña abertura. Austin se rió tan fuerte que estuvo a punto de caerse, la barbilla
casi golpeando sus rodillas levantadas.
- ¡Oh Dios mío! - Becky susurró detrás de ella - Dime que son Austin y Cameron
quienes se ríen.

Loree dio un paso atrás, sorprendida de ver lágrimas desbordando de los ojos
de Becky mientras miraba a través de la cortina.
- No podría haber pedido un mejor regalo de Navidad. - Becky cerró los ojos y dejó
escapar un suspiro - Casi mató a Cameron perder la amistad de Austin - abrió los ojos,
se secó las lágrimas y agarró la mano de Loree - Vamos. Vamos a sentarnos con ellos.
- No estoy segura de que deberíamos...
139
- Oh, yo lo estoy. Sé que nunca será como era... pero es lo suficientemente cercano -
Becky abrió la puerta - ¿De qué se ríen ustedes dos? - exigió a los hombres sentados en
el porche.
Conteniendo la respiración, Loree miró a Becky, que estaba de pie con las
manos apoyadas en las caderas y las piernas en jarras. Ella vio que la sonrisa de Austin
aumentaba, sus ojos se volvían cálidos mientras le tendía la mano. Ella quería
arrastrarse de vuelta a la casa y morir, hasta que se dio cuenta de que su mirada
estaba fija en ella.
- Ven aquí, Dulce, - dijo en un lento acento que hizo que su corazón se acelerara.
Esquivó a Becky y deslizó su mano en la de él, pensando que nunca la había
sentido tan cálida y reconfortante, se sentía tan bien cuando sus dedos se envolvieron
alrededor de su mano y la arrastró hasta su regazo. Abrió su chaqueta y la metió
dentro como si fuera una joya fina protegida entre terciopelo. La abrazó con un brazo
y le rodeó los pies descalzos con el otro. Ella estaba a la altura de sus ojos y, por la
intensidad de su mirada azul, habría pensado que estaban solo ellos dos sentados en
el porche en el frío amanecer.
- ¿De qué se estaban riendo? - Becky repitió cuando se dejó caer sobre el regazo de
Cameron y casi lo envió de espaldas sobre el porche.
- Estábamos recordando el día en que Dallas se casó con Dee, - dijo Cameron,
enderezándose y abrazando a Becky.
- ¿Qué fue tan gracioso sobre eso? - preguntó Becky.
- Cameron me había dicho que los indios le habían cortado la nariz a Dee - dijo Austin,
sin dejar de mirar a Loree. Ella se puso más cálida, pero pensó que tenía poco que ver
con el calor que su cuerpo y su ropa le proporcionaban - Yo se lo dije a Dallas. Fue una
sorpresa para él descubrir que su esposa tenía nariz.
- Ahora lo recuerdo. La boca de todos se abrió cuando levantó el velo, pero nunca supe
por qué - dijo Becky. Ella arrugó la frente - ¿Se casó con ella, pensando que no tenía
nariz?
- Era un hombre desesperado - dijo Austin en voz baja - Los hombres desesperados no
siempre piensan bien las cosas.
Loree quería decirle que las mujeres desesperadas tampoco pensaban bien las
cosas. Había estado desesperada una vez, tan increíblemente desesperada que había
hecho algo que nunca creyó capaz de hacer. En momentos inesperados, el recuerdo
golpeaba como una serpiente de cascabel... solo que una serpiente de cascabel
advertía su presencia. Su memoria del demonio no era tan amable.
Oyó pisadas fuertes y se torció ligeramente. Dallas dobló la esquina, con sacos
de arpillera en la mano.

- ¿Qué demonios están haciendo aquí? - exigió sin interrumpir su paso. Arrojó las
bolsas de arpillera al porche. - Recojan todo el maldito heno especial.
Alejando las manos de su esposa, Austin agarró los sacos y entregó una pareja a
Cameron.
- Creo que será mejor que lo hagamos.
Loree se deslizó de su regazo y apretó su abrigo alrededor de ella.
- Necesito vestirme.
La mano de Austin la sujetó por la cintura, impidiéndole deslizarse dentro de la
140
casa.
- Yo también - dijo Becky - Te veré en un momento, Cam.
- Asegúrate de sacar el heno del balcón de la habitación de Rawley.
Ella sonrió.
- Supongo que olvidó que íbamos a dormir en su habitación anoche - y desapareció en
la casa.
Austin cambió su mirada de Loree a Cameron.
- ¿Por qué no comienzas? Yo ya voy.
- Bueno - Cameron saltó del porche y se dirigió hacia una montañita distante de heno.
Austin volvió su mirada hacia Loree, los dedos apretaron su agarre.
- ¿Está todo bien? - le preguntó.
Observó cómo su nuez de Adán se deslizaba lentamente hacia arriba y hacia
abajo. Sus ojos azules ardían como llamas a punto de volver a la vida.
- Todo está bien. De hecho, creo que ha estado bien por un tiempo y simplemente no
me había dado cuenta - Él acunó su mejilla - Te amo, Loree.
El corazón se estrelló contra sus costillas.
- No tienes que decirlo solo porque yo lo hice…
- No es por eso que lo digo - Él bajó la cabeza ligeramente - Lo digo porque es verdad -
cerró la distancia entre sus bocas, y entre sus corazones, con un beso que hizo que su
cuerpo se sintiera como un charco derretido de cera, cálido y fundido, fácil de modelar
a sus deseos. Y más para satisfacer los suyos, esos deseos que se movían en espiral a
través de ella. Deslizó las manos debajo de los hombros de su chaqueta de piel de
oveja y sintió el calor reconfortante de su cuerpo. Él cerró su abrigo a su alrededor.
Sus pies se arrastraron sobre sus botas. Y el bebé se movió entre ellos.
Austin se apartó y echó un vistazo al pequeño montículo. Luego levantó la
mirada.
- Me imagino que pasaremos el día aquí, juntaremos nuestras cosas, veremos el baile
de Navidad que Dee preparó en la ciudad... y luego volveremos a casa. - Ella le dio un
rápido asentimiento - Cuando lleguemos a casa, no me recuerdes las promesas que
hice en el pasado.
Su voz se le atragantó en la garganta, obligándola a expulsar las palabras.
- No lo haré.
Una sonrisa lenta y perezosa se extendió por el rostro de su esposo y en ella,
leyó una nueva promesa, una promesa que deseaba ardientemente que él cumpliera.

Con pasos largos, Austin llevó la caja de regalos a la carreta. Él y Loree habían
sido premiados con una variedad de regalos que iban desde artículos útiles para el
bebé, hasta un dibujo de Faith que sospechaba que era un caballo porque había sido
garabateado en marrón.
Después de colocar la caja en la parte trasera, hurgó entre los contenidos hasta
que encontró un cartón con las partituras que Loree le había dado. Lo abrió y estudió
de nuevo los óvalos negros con los extraños palos y banderas. Supuso que no estaría
mal dejar que Loree se los explicara. Si tenían sentido para ella, tal vez podrían tener
sentido para él.
- ¿Austin?
La voz serena de Becky surgió detrás de él. Metió el cartón en la caja, se giró y
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se dio cuenta de que le había mentido a Loree. Le había dicho una vez que un hombre
no podía decir si a una mujer le habían hecho el amor, pero de pie allí, mirando el
cálido resplandor en las mejillas de Becky, no tenía dudas de que acababa de ser
seducida y amada.
- Solo quería agradecerte - dijo en voz baja.
- ¿Por qué?
- Lo que sea que le hayas dicho a Cameron, fue lo que lo hizo dejara de dudar de mi
amor.
- Simplemente le dije la verdad - Dio media vuelta y empujó la caja más atrás en el
carro.
Becky se acercó a él.
- Te amaba, sabes - dijo en voz baja.
Él encontró su mirada.
- Lo sé.
- Lo que teníamos era increíblemente dulce... y joven - Ella frunció el ceño - No sé si
eso tiene sentido.
- Lo tiene.
- Si nos hubiéramos casado hace cinco años, incluso sin que tú fueras a la cárcel, no sé
si nuestro amor hubiera sobrevivido a los años. Creo que hubiéramos estado
contentos, pero nunca verdaderamente felices. - Las palabras giraron en su cabeza y
no pudo hacer más que darle un gesto de comprensión. - Sé que ha sido duro para ti
desde que regresaste. Cameron y yo acabamos de hablar de algunas cosas que no
habíamos discutido antes. Estoy dispuesta a hacer un anuncio público diciendo que
estaba contigo la noche en que mataron a Boyd.
Austin sintió como si le hubieran quitado el aire de los pulmones. Las
emociones se atascaron en su garganta. Sabía que el anuncio le costaría a Becky más
que su reputación. Le costaría a Cameron su orgullo.
- Te lo agradezco, Becky. Más de lo que nunca sabrás, pero creo que causaría más daño
que bien. Esa es la razón por la que te dije que no dijeras nada hace cinco años. La
mayoría de las personas pensarán que mientes para protegerme, pero tus palabras
todavía sembrarán la semilla de la duda sobre tu reputación en la mente de todos. No
vale la pena correr el riesgo de herirte no solo a ti y a Cameron, sino también a Drew.
Él vio como el alivio bañaba su rostro.

- Solo quería que supieras que estamos dispuestos.


Él la saludó con la cabeza.
- Será mejor que vuelvas con tu esposo. No querría ponerlo celoso.
- Una parte de mí siempre te amará, Austin - se inclinó y le dio un beso en la mejilla y
su corazón se tensó.
- Igual yo - dijo roncamente.
La vio caminar hacia la casa, moviendo suavemente las caderas de un lado a
otro. Dentro de su corazón, le ofreció al amor de su juventud una silenciosa despedida.

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CAPÍTULO 15

El Gran Salón de baile del Grand Hotel había cambiado a lo largo de los años,
como todo lo demás en la vida de Austin. Las ventanas ya no adornaban la pared, en
cambio lo hacían espejos dorados del piso al techo, la habitación parecía más grande
de lo que había sido.
Austin estaba allí, parado junto a sus hermanos y a Loree mientras Amelia y
Dee corrían por la habitación asegurándose de que todo estuviera en orden, las niñas
sentadas en sillas a lo largo de la pared, ordenadas como escalones, desde la más alta
hasta la más pequeña, y la bebé acurrucada en los brazos de Houston. Las nenas
balanceaban los pies, con los talones golpeando la parte inferior de las sillas. Rawley
estaba caído sobre una, parecía aburrido como el infierno. Austin entendía ese
sentimiento.
El cocinero de Dallas entró, sus piernas arqueadas como un hombre que
todavía tenía un caballo sentado debajo de él y su violín metido debajo del brazo.
Vestía un elegante traje negro que Austin nunca había esperado que fuera suyo.
- El violinista está aquí - anunció Maggie - Tendrás que bailar conmigo, Rawley.
El horror barrió la cara de Rawley.
- No lo haré.
- ¿No lo harás? - Maggie levantó la nariz - Tío Dallas, ¿Rawley no tendría que bailar
conmigo?
Ausente, Dallas agitó su mano en el aire, con su atención centrada en su esposa.
- No puedo ver que te haría ningún daño, Rawley. Probablemente sea una buena
práctica.
Gimiendo, Rawley miró ceñudo a Maggie, que tenía una sonrisa de triunfo.
Faith se deslizó de su silla, caminó de puntillas por el suelo y se subió al regazo de
Rawley.
- Danza con mí también, Wawley.
Él levantó un dedo.
- Un baile - Miró a Maggie - Un baile - Sosteniendo a Faith en su lugar con un brazo, se
inclinó hacia delante y miró a cada una de sus primas, con el dedo apuntando al techo.
- Un baile con cada una y eso es todo.
Se dejó caer contra la pared, metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó un
zarcillo de zarzaparrilla.
- Dame un poco - ordenó Faith.
- Es el último - dijo Rawley, incluso mientras procedía a dividirlo en seis partes y
distribuirlo entre las chicas, llevándose la última y más pequeña pieza a la boca.
Se encontró con la mirada de Austin sobre la cabeza de Faith.
- Espero que tu bebé sea un niño.
- Supongo que necesitamos emparejar las cosas un poco, ¿no?
Rawley asintió bruscamente con la cabeza.
- Nosotros, los hombres, somos muy inferiores en número.

Austin se rió, recordando un momento en que eso era exactamente lo que


Dallas quería: más mujeres en el oeste de Texas.
143
Sin aliento, Amelia corrió hacia Houston y alzó a Gracie.
- Creo que tenemos todo listo para comenzar.
- ¿Quién va a ver a la bebé mientras tú y yo bailamos? - preguntó Houston.
- Estaré feliz de ver a las niñas - dijo Loree, apretando con fuerza los dedos de Austin -
No me puedo imaginar bailando esta noche. En este vestido rojo, parezco una
manzana a punto de explotar.
Austin le dedicó una larga y lenta mirada, luego se inclinó y le susurró al oído:
- Siempre me ha gustado mordisquear las manzanas.
Su cara ardió con un intenso carmesí, y deseó poder encontrar alguna esquina
oscura y apartada donde pudiera saborearla por completo. Su único temor era que
una vez que comenzara, no podría detenerse. No recordaba haber deseado algo, tanto
como deseaba a Loree en este momento.
La gente comenzó a llegar. La noche en que habían ido al teatro, Austin solo
había visto a los ciudadanos exitosos de Leighton. Pero esta noche, también estaban
aquí, los vaqueros, los herreros, los constructores, los carpinteros. Las mujeres que
trabajaban en el hotel y restaurante de Dee se deslizaron por la habitación con sus
elegantes vestidos y fueron requeridas para bailar antes de que la música comenzara a
tocar.
Cuando las primeras notas del violín de Cookie llenaron el aire, se escuchó un
rugido y la gente comenzó a bailar en serio.
- Vamos a aceptar esa oferta sobre cuidar a las chicas, si estás segura de que no te
importa - dijo Houston.
- No me importa - le aseguró Loree mientras soltaba la mano de Austin y tomaba a
Gracie en brazos.
- Simplemente será un baile - dijo Amelia.
- Baila todos los que quieras.
- Voy a hacer que mi esposa deje de trabajar y baile - dijo Dallas antes de irse.
Con un bufido, Rawley apartó a Faith de su regazo, se levantó y tendió la mano
hacia Maggie.
- Vamos, metida. Tú preguntaste primero.
Maggie saltó de la silla y lo siguió a la pista de baile.
Austin ayudó a Loree a sentarse en la silla que Maggie había dejado vacante, y
luego se sentó a su lado, colocando a Faith en su regazo, quién apoyó una mano
perfumada de pegajosa zarzaparrilla en su mejilla y le plantó un tierno beso diciendo:
- Te amo.
- Yo también te amo - dijo Austin en voz baja.
Echó un vistazo a Loree.
- Y a ti. - Ella presionó su mejilla contra su hombro. - No nos quedaremos mucho
tiempo - prometió y miró hacia las parejas que bailaban el vals.
- Todos se ven tan felices - dijo Loree en voz baja.
Cameron y Becky pasaron rápidamente frente a ellos antes de desaparecer
entre la multitud.

- Sí, lo están - dijo Austin.


Cuando la música se detuvo momentáneamente, Amelia se acercó y se llevó a
Gracie.
144
- Vamos, chicas. Vamos por un jugo.
Houston tomó a A.J. en sus brazos antes de sostener una mano hacia Faith.
- ¿Tienes sed? - Ella asintió y se deslizó del regazo de Austin, observó cómo sus
sobrinas, todas con idénticos vestidos rojos, caminaban hacia la mesa como acróbatas
en un desfile de circo. Luego miró a Loree, con las manos cruzadas sobre su estómago
rojo manzana. Él se inclinó hacia ella.
- ¿Bailas?
Ella arrugó la nariz.
- Fui a un par de bailes en Austin, pero eso fue hace mucho tiempo. - Tiró suavemente
de un rizo que colgaba cerca de su sien.
- ¿Es ahí donde conociste a Jake?
- Te dije que no había ningún Jake.
- ¿Con quién bailaste?
Suspirando, entrecerró los ojos.
- Bailé con alguien llamado John y... con Michael.
- ¿Sólo ellos?
- No era exactamente la belleza del baile.
- ¿Qué saben los muchachos de ciudad? - preguntó.
- Que una mujer es guapa, cuando ven una.
- En realidad, no te vieron - Se levantó, le tendió la mano y la ayudó a ponerse en pie.
- Pensé que te había visto por aquí - dijo Cameron, desviando la atención de Austin de
Loree - ¿Te importaría si bailara con tu esposa?
Austin captó la mirada de sorpresa en los ojos de Loree, y de repente, quería
que todos los hombres de esta habitación bailaran con ella.
- No, no me importaría.
- No te importa ¿verdad? - Cameron le preguntó a Becky - Te dejaré en buena
compañía.
Becky sonrió.
- Adelante.
Cameron sostuvo su mano hacia Loree. Ella vaciló antes de deslizar su mano en
la suya.
- No estoy muy equilibrada en estos días.
Cameron sonrió.
- Está bien. Yo tampoco - Austin observó a Cameron llevar a Loree a la pista de baile.
Sus pasos fueron incómodos, no coincidentes. Cameron se rió, e incluso con el alboroto
de los otros bailarines, Austin escuchó la suave risa de Loree.
- Tú y yo nunca llegamos a bailar - dijo Becky en voz baja.
Austin deslizó su mirada hacia ella. El azul real de su vestido realzaba el tono
de sus ojos.
- No, no lo hicimos.
Ella se lamió los labios.

- No vamos a bailar esta noche, ¿verdad?


- No, no lo haremos.
Ella cambió su mirada a los bailarines.
- A Cameron no le importaría.
145
- Pero podría lastimar a Loree.
Ella lo miró.
- ¿La amas?
- Sí lo hago.
- Entonces ella es una mujer muy afortunada.
- No ha sido consiente hasta ahora, pero mi objetivo es cambiar eso. - Él inclinó su
cabeza mientras la música se convertía en silencio - Si me disculpas, creo que bailaré
con mi esposa ahora.
Miró hacia la pista de baile, conteniendo su impaciencia, mientras Cameron
escoltaba a Loree de regreso a él. Tenía las mejillas sonrojadas, los ojos brillantes. Él la
habría agarrado y arrastrado de regreso a la pista de baile en ese mismo momento,
pero tenía algo especial en mente.
- No se derrumbó, ¿eh? - preguntó mientras se acercaban. Él rió cuando Loree le sacó
la lengua.
- Vamos, Dulce, siéntate - ordenó.
Loree se dejó caer en la silla, agradecida de ya no estar de pie.
- Gracias, Cameron - gritó.
Cameron miró por encima de su hombro y le guiñó un ojo antes de llevar a
Becky hacia la zona de baile. Loree lanzó un profundo suspiro.
- No quería, pero creo que me gusta Cameron. Es bueno.
- Por supuesto, que es bueno. ¿Crees que tendría amigos malos? - dijo Austin mientras
se arrodillaba frente a ella y le levantaba el pie.
Ella se inclinó hacia adelante.
- ¿Qué estás haciendo?
- Quitándote los zapatos.
Ella sacudió su pie hacia atrás.
- Austin, aquí no - susurró roncamente.
Él la miró con ojos azules que reflejaban la inocencia de un niño.
- ¿Por qué?
Ella lo miró, tratando de pensar en una razón aceptable.
- No es apropiado. Una mujer no muestra sus tobillos en público.
- Tu falda es lo suficientemente larga como para que tus tobillos no se vean. Además,
tus dedos tienen que estar aplastados. He visto bailar a Cameron antes, puede ser
bueno, pero no distingue su pie derecho del izquierdo - Se tapó la boca con una mano
para evitar reírse a carcajadas. Los dedos de los pies le dolían. Él palmeó su muslo -
Vamos, Dulce.
Ella mordió su labio inferior. Suponía que si se apoyaba allí...
- Oh, está bien, pero no dejes que nadie vea lo que estás haciendo - susurró mientras
colocaba el pie sobre su muslo.

Le encantaba ver cómo sus largos dedos trabajaban ágilmente para


desabrocharle los zapatos. Quería ver sus dedos deslizándose a lo largo de las cuerdas
del violín de su madre. Sabía que le había conmovido la caja que le había regalado en
Navidad, pero le había decepcionado que no mostrara más interés en las partituras
que le había dado.
Él deslizó su zapato debajo de la silla, y cuando ella habría llevado su pie al
146
suelo, lo sostuvo en su lugar en su muslo, frotando sus pulgares en círculo sobre las
puntas del pie.
- Oh, Señor, eso se siente tan bien - dijo - Tienes tan buenas manos.
- Espera a ver lo buenas que van a ser más adelante.
No sabía si el brillo en sus ojos hablaba de bromas o seriedad, y no estaba
segura de querer saber. Puso su pie en el suelo, levantó el otro pie, le quitó el zapato y
lo frotó hasta que cada pequeño dolor desapareció.
- ¿Cómo se siente? - preguntó.
- Maravilloso.
- Bueno - Se levantó y le tendió la mano - ¿Me honrarás con este baile?
Loree abrió los ojos.
- No tengo zapatos.
Él sonrió cálidamente.
- Lo sé, Dulce. Te los quité.
- No puedo bailar sin zapatos.
- Seguro que puedes.
Pensó en estar entre sus brazos, con los pies en calcetines deslizándose sobre
el suave suelo de madera dura...
- Cameron dijo que nunca aprendiste a bailar.
- Él no sabe todo.
La música se aquietó.
- Entonces has bailado antes.
- Una vez... con Amelia.
Ella se levantó de la silla, la esperanza flameando en su interior.
- ¿Solo con Amelia?
- Solo que con Amelia. La estaba compartiendo con una docena de vaqueros en ese
momento, y todo lo que sabíamos hacer era dar la vuelta, pisar fuerte y aplaudir.
- ¿Alguna vez has bailado el vals con alguien?
- Nunca.
Lentamente, ella se puso de pie.
- ¿Qué otra cosa nunca has hecho?
Por el oscurecimiento de sus ojos supo que él entendía lo que estaba
preguntando.
- Nunca bailé con una mujer que amo.
La jactancia era algo mezquino, pero nunca había sentido tanta alegría. Ella
sonrió cálidamente.
- No me gustaría perder la oportunidad de ser la primera.
- Dulce, lo más importante es que tengo la intención de que seas la última.

Antes de que tuviera la oportunidad de responder, él le puso la mano en la


cintura y la llevó a la pista de baile. La habitación contenía dos fogones, pero ninguno
de los dos era tan brillante como sus ojos. Sus pies en calcetines se deslizaban por el
piso y se preguntó por qué las mujeres se molestaban en usar zapatos.
Cuando la música se convirtió en silencio, ella deslizó su brazo a través del suyo
y le permitió llevarla fuera de la pista de baile.
Cameron y Becky los alcanzaron.
147
- Nunca te había visto bailar antes - dijo Cameron - No sabía que podías.
Austin se encogió de hombros.
- Ahora, ya lo sabes.
- Supongo que es porque siempre estabas haciendo la música.
Austin comenzó a alejarse, pero Loree se mantuvo firme, mirando a Cameron, el
corazón retumbando en sus oídos.
- ¿Qué... qué quieres decir con que hacía la música?
- Austin toca el violín y cada vez que tuvimos ocasión de bailar, él proporcionaba la
música - Echó un vistazo a Austin - Pensé que estarías tocando esta noche.
- No toco más.
- Lamento escuchar eso - dijo Cameron - Nadie hizo música de la manera en que lo
hiciste. Deberías haberlo escuchado, Loree. Era hermoso.
Sintió la mirada de Austin clavándose en ella, dejó de sujetar su brazo y agregó:
- Sí, debería haberlo escuchado. - Las tensiones del vals flotaban alrededor de la
habitación. Loree comenzó a temblar de la cabeza a los pies - No me siento bien. ¿Me
disculpan?
No esperó respuesta. No se molestó en recoger sus zapatos o su abrigo.
Simplemente corrió. Abriéndose paso entre la multitud como una mujer loca, como
una mujer con el corazón roto.
Finalmente logró irrumpir en el vestíbulo. Corrió hacia el frente, empujó la
puerta y tropezó con la fría noche. Las lágrimas picaban en sus ojos.
Ella le había dicho que lo amaba.
Y ahora se dio cuenta de que no sabía nada de él.

El viaje a casa fue tranquilo. Silencioso. Muy silencioso.


Austin había dado sus disculpas por tener que irse temprano. Naturalmente,
todos querían ver a Loree y asegurarse de que el bebé no planeaba llegar temprano.
La única vez que había encontrado su mirada, no había visto nada más que
dolor en sus ojos. Al llegar a la casa, él detuvo la carreta y Loree se movió en el asiento.
- Loree, espera a que te ayude. - Saltó de la carreta y corrió hacia el otro lado. Ella ya
había llegado al suelo.
- Te vas a lastimar por tu terquedad - la retó.
- Tú me lastimas con tus mentiras.
- Nunca mentí.
- Nunca me dijiste la verdad, tampoco.

Giró sobre sus talones y se dirigió a la casa. Austin agarró la caja de regalos de
la parte trasera de la carreta y entró tras ella. Los rayos de luz de la luna perforaron la
oscuridad.
- ¿Prenderás un fuego en el hogar? - ella preguntó - Tengo frio.
Puso la caja sobre la mesa, caminó hacia la chimenea y se agachó. Encendió una
cerilla y vio que las llamas se encendían. Oyó un ruido y un golpe. Se giró y vio a Loree
quitar algo de la caja.
- Tu caja de música está en la parte inferior - le dijo.
- No estoy buscando la caja de música.
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Lentamente, desplegó su cuerpo.
- Loree…
Ella giró, marchó hacia la chimenea y arrojó algo sobre ella.
Las partituras de música.
Austin cayó de rodillas, las sacó del fuego y apagó las llamas que ya devoraban
con avidez las páginas. Miró a Loree.
- ¿Por qué hiciste eso?
- Ya sabes tocar el violín. Durante todos estos meses, me has dejado hacer de tonta.
- No, nunca quise hacer eso.
- ¿Por qué no me lo dijiste? Cuando te pregunté, te supliqué, que me permitieras
enseñarte, por qué no dijiste: <Ya sé cómo tocar, Loree>.
Él vio las lágrimas brillando en sus ojos.
- Loree…
- Me dijiste que me amabas. ¿Crees que se supone que el amor duele? No, no duele. Lo
que Becky te enseñó sobre el amor fue malo. Se supone que debe sanarte. Se supone
que debe hacerte sentir feliz de estar vivo. Se supone que sirve para ayudarte a vivir
con el pasado. No puedes amarme si no me dejas entrar en tu corazón. Abre tu
corazón, invítame a entrar o llévame a mi casa. Pero no me digas que me amas cuando
no sabes lo que es amar.
Giró sobre sus talones, caminó hacia su habitación y dio un portazo.
Austin reprimió el gemido agonizante que habría sido pronunciar su nombre.
¿Qué sabía ella sobre las cosas en su corazón? ¿Qué sabía ella sobre el amor?
El amor miraba profundamente dentro de una persona. ¿Acaso Amelia no había
mirado más allá de las cicatrices de Houston?
El amor entendía lo que otros no podían comenzar a comprender. ¿No había
entendido Dee la naturaleza dura de Dallas, cuando nadie más lo había hecho?
Loree era quien no sabía nada sobre el amor.
Se dirigió a la puerta del dormitorio, puso la mano en el pomo, escuchó sus
sollozos y presionó la frente contra la puerta.
Cristo, ¿cuántas veces la había hecho llorar? ¿Con qué frecuencia la había
lastimado?
Ella tenía razón. Debería llevarla a su casa. Ya tenía su nombre y eso era todo lo
que necesitaba.

Cruzó a toda velocidad la habitación, abrió la puerta principal, corrió a través


de ella, y la golpeó a su paso. Lo último que necesitaba era que ella oyera su corazón
roto.

Loree se despertó con el sonido de un niño llorando. Frotó la sal de las lágrimas
secas de las comisuras de sus ojos y entrecerró los ojos en la oscuridad. Los rayos de
luz de la luna atravesaban la ventana, contorneando la silueta de un hombre, de pie,
con la cabeza gacha, el brazo lentamente empujando y tirando, empujando y tirando el
arco sobre las tensas cuerdas de un violín.
Los acordes resonantes se profundizaron y una inmensa soledad llenó la
habitación. Loree se sentó en la cama, sorbiendo su nariz chorreante. Agarró su
149
pañuelo mientras los gemidos continuaban. Quería levantarse de la cama y abrazar a
alguien, aliviar el dolor que escuchaba en los ecos del violín. La melodía conmovedora
liberó lágrimas frescas y causó que su corazón se contrajera. En toda su vida, nunca
había escuchado una canción que capturara su alma.
La melodía se sumió en un doloroso silencio. Austin levantó la cabeza, y ella vio
sus lágrimas, cayendo a lo largo de sus mejillas, brillando a la luz de la luna.
Se deslizó de debajo de las mantas, sus pies descalzos golpearon el frío suelo.
- ¿Qué estabas tocando? - le preguntó con reverencia, no queriendo perturbar el
ambiente que giraba en la habitación.
- Ese fue mi corazón roto - dijo, con voz irregular.
Sintió como si su propio corazón se rompiera al dar un paso hacia él.
- Austin…
- No dejes de amarme, Loree. Quieres que aprenda lo qué significan esos pequeños
insectos negros en el papel. Aprenderé. Quieres que toque el violín desde el amanecer
hasta el anochecer, demonios, tocaré, hasta la medianoche si quieres, simplemente no
dejes de amarme.
Ella echó los brazos alrededor de su cuello y sintió sus brazos rodearle la
espalda, el violín apoyado contra su trasero.
- Oh, Austin, no podría dejar de amarte aunque quisiera.
- Sí sé cómo amar, Loree. Simplemente no sé cómo conservar a mi lado a una mujer
que me ame.
- Siempre te amaré, Austin - dijo dándole besos en su rostro - Siempre.
Sintió que con un ligero movimiento dejaba el violín a un lado, y luego la
abrazaba con fuerza, más fuerte que antes.
- Déjame amarte, Loree. Necesito amarte.
Su boca descendió, capturando la suya, la desesperación evidente cuando su
lengua se adentró rápida y profundamente. Luego, como si sintiera su rendición, su
exploración se suavizó. Sus manos giraron, apoyándose a ambos lados de sus caderas,
caderas que se habían ensanchado mientras llevaba a su hijo.
Sus manos viajaron hacia arriba, hasta que los senos llenaron sus palmas. Los
largos dedos modelaron y moldearon lo que la naturaleza ya había alterado,
preparándola para el día en que alimentara a su hijo.

Él acunó su mejilla, profundizando el beso, mientras su otra mano liberaba los


botones del camisón. Deslizó su mano a través del material entreabierto, su palma
áspera ahuecó su suave pecho. Ella sintió que los dedos temblaban cuando su pulgar le
rodeó el pezón, causando que se endureciera y anhelara su toque.
Con la respiración áspera, arrastró la boca a lo largo de la columna de su
garganta, sumergiendo la lengua en el hueco.
- Solo estoy pensando en ti, Loree - dijo con voz ronca.
Ella deslizó la cabeza hacia atrás, para poder mirar sus ojos.
-Lo sé. - Y lo sabía, en lo más profundo de su alma, donde la música se había atrevido a
viajar unos momentos antes, sabía que estaba pensando en ella. Las lágrimas que
había derramado habían sido para ella. La música que había tocado había sido para
ella.
Su beso y su toque gentil, ahora le pertenecían a ella, así como todo lo que era.
150
La boca rozó su carne, entre el valle de los pechos, su aliento cálido como una
brisa de verano. Sobre la curva de su pecho. La lengua rodeó su pezón antes de
cerrarla alrededor de la punta tensa y amamantar.
Como un fósforo, su cuerpo respondió al calor llameante de la vida. Sus rodillas
se afianzaron atrapándola contra él, estabilizándola. Lentamente, irguió el cuerpo y
gracias a los tenues rayos de luna, ella vio el azul profundo de su mirada ardiente.
Deslizó las manos entre la tela separada de su camisón, extendiéndola sobre los
hombros hasta que se deslizara libremente por su cuerpo y se amontonara a sus pies.
Ella lo escuchó tragar.
- Dios, eres hermosa.
Su voz sonaba tan espesa como melaza, y su mirada hablaba más
elocuentemente que sus palabras. Los dedos le temblaban mientras pasaba las manos
por sus anchos hombros y por su amplio pecho, sabiendo que estaba a punto de sellar
para siempre el arcón que contenía viejas promesas. Un movimiento, un toque, una
palabra... y nunca podrían regresar a lo que había sido.
- Dímelo otra vez - susurró.
- Solo estoy pensando en ti, Loree - dijo, con voz ronca, su respiración desigual.
Ella sonrió cálidamente al rostro del hombre que amaba.
- No, dime que me amas.
- Te amo.
Ella envolvió su mano con la suya, dio un paso atrás hacia la cama, y vio sus
labios extenderse en una sonrisa lenta y seductora. Otro paso atrás y ella se hundió en
la cama.
Austin se sacó la camisa por la cabeza y dejó caer los pantalones al suelo. Vio
cómo la luz de la luna jugueteaba con los duros músculos de su cuerpo antes de
tenderse a su lado en la cama.
- Ahora, tienes que decirlo tú - dijo mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja y
giraba la lengua alrededor del pabellón.
- Te amo - susurró mientras su cuerpo se curvaba.
- Ah, Dulce, haré que estés feliz por hacerlo.
Su promesa le aseguró que no dudaba.

- Yo ya estoy feliz.
Austin se levantó sobre su codo.
- Todo va a ser mejor, Loree. Todo.
Bajó su boca a la de su esposa con renovada urgencia. Ella le tocó el pecho con
la mano y sintió el duro y constante latido de su corazón. Solo sentía la presión de su
cuerpo contra su costado, su cálida mano se deslizó por su abultado estómago hasta la
unión entre los muslos.
Loree gimió cuando sus dedos imitaron la acción de la lengua, barriendo,
zambulléndose, calentándose, hirviendo. Pasó la mano por el costado masculino,
clavando sus dedos en la delgada cadera, y rodando para ubicarse frente a él,
necesitándolo cerca, descubriendo en un breve momento de remordimiento que su
hinchado estómago nunca le permitiría estar tan cerca como lo necesitaba.
La necesidad se disparó a través de ella y el deseo ardió. Presionó besos en su
cara, su garganta y su pecho cubiertos de rocío, deseándolo, como nunca había
151
deseado nada en su vida. Él pareció comprenderla, cayó sobre su espalda y tiró de su
mano.
- Ven aquí, Loree.
La ayudó a levantarse y a subir sobre él, puso las grandes manos a cada lado de
sus caderas, guiándola hasta que ella se sentó a horcajadas. Observó como las sombras
y la luz de la luna acariciaban su magnífico cuerpo como ella quería hacerlo y tuvo un
momento de duda. Manteniendo una mano plantada en su cadera, él acunó su mejilla
con la otra y sostuvo su mirada.
- Detenme si te hago daño.
Ella paseó su mirada a lo largo de su cuerpo hasta el lugar donde se encontraba
con el de él. Envolvió los dedos alrededor de los suyos, apretados en su cadera. Él
gimió y ella sintió el temblor en su cuerpo. La levantó y la bajó tan fácilmente como el
amanecer se encontraba con el día, hasta que fueron uno.
Él lanzó un largo y profundo suspiro.
- Oh, Dulce, te sientes tan bien.
Ella inclinó sus hombros hacia adelante.
- Tú también.
Riéndose entre dientes, él pasó los dedos por su cabello, colocando el rostro
entre sus palmas.
- No quiero hacerte daño, así que necesito... que me digas... para no hacer el ridículo.
Ella deseó poder doblarse lo suficiente como para besar los surcos en su frente.
Parecía tener miedo de decepcionarla. ¿Pero cómo podía decepcionarla cuando la
amaba?
Loree pasó las manos sobre su pecho, a lo largo de su costado, se inclinó
ligeramente hacia adelante, rodeando sus caderas, y disfrutando del sonido de su
aguda inhalación. Él le había dado tanto: el poder de amarlo, el poder de satisfacerlo.
Manteniendo los ojos fijos en los suyos, comenzó a mover las caderas hacia
arriba y hacia abajo con una lenta cadencia. Sus manos se deslizaron hacia sus pechos,
los largos dedos que ella amaba la rozaban, se burlaban y se dio cuenta de que no
había renunciado a todo el poder.

Las sensaciones desenfrenadas la atravesaron, y sintió como si la tocara tan


fácilmente como tocaba el violín. Los estremecimientos aumentaron hasta que su
cuerpo se tensó, y lanzó un grito de éxtasis.
Oyó el gemido gutural de Austin mientras se estremecía debajo de ella, y en la
quietud que siguió, escuchó su respiración áspera. Sosteniéndola por los hombros, los
rodó suavemente hacia el costado, su cuerpo nunca dejó el de ella. Pasó los dedos por
su pelo, hasta que la palma descansó pesadamente sobre su mejilla como si toda la
fuerza hubiera sido drenada de él. Loree sentía debajo de la mano, su corazón latiendo
con fuerza.
Los labios de su esposo se extendieron en una sonrisa satisfecha y suspiró.
Entonces ella recordó algo y frunció el ceño.
- ¿Austin?
- ¿Mmm?
- ¿Qué pequeños insectos negros?
- ¿Qué? - preguntó somnoliento.
152
Ella levantó la cabeza, tratando de distinguir sus rasgos en las sombras.
- Antes, dijiste algo sobre insectos negros en el papel...
- Oh, eso. Estaba hablando de las partituras que me diste para Navidad. Dejaré que me
enseñes a leerlas.
Ella se apoyó sobre su codo.
- ¿No sabes cómo leer música?
- No.
- Pero esa música que tocaste…
- Te lo dije... fue mi corazón roto. Y espero no volver a escucharlo.
Se sentó por completo y se cubrió los hombros desnudos con las mantas para
protegerse del frío de la habitación.
- Austin, no entiendo.
- No sé si puedo explicarlo.
- Trata.
Austin colocó un brazo en su nuca.
- Acurrúcate contra mí primero. - acomodó la mejilla contra el hueco de su hombro
mientras él la rodeaba con el otro brazo, su mano deslizándose en una tierna caricia
desde el hombro hasta el codo. Ella colocó una mano sobre su pecho, sus dedos
jugueteando con la ligera capa de pelo que a veces le hacía cosquillas en la nariz.
- No sé por dónde empezar…
Ella dijo en voz baja
- Por el principio sería bueno.
- Explicar cosas con palabras, nunca ha sido fácil para mí. No sé si lo que digo tendrá
sentido para los demás.
- Soy una oyente muy paciente.
- Ya lo creo, Dulce. Está bien. Lo intentaré - Se aclaró la garganta - Creo que tenía siete
años la primera vez. Estábamos arreando ganado hacia el norte a lo largo del Camino
Shawnee.
- ¿Estabas arreando ganado cuando solo tenías siete años?

- Principalmente seguía a Dallas y recogía bosta, para las fogatas de la noche. Bueno,
una noche estaba durmiendo debajo de la carreta. Escuché un ruido. Sonaba como el
viento, pero esa noche no soplaba ni una leve brisa. Como la muerte, como si algo
estuviera agazapado esperando. Así que me levanté. Cookie, el hombre que tocó el
violín esta noche, estaba preparando la comida para los hombres que estaban a punto
de salir ya que era su turno de vigilar. Le pregunté si había escuchado algo. El viejo
quería saber cómo sonaba lo que yo había escuchado. No podía describírselo. Él
siempre tenía su violín cerca, así que lo tomé... y toqué lo que escuché.
- ¿Así? - le preguntó con asombro.
- Así.
Loree levantó la cabeza.
- ¿Cómo pudiste?
- Lo único que puedo imaginar es que todas esas noches que vi a mi mamá, cuando era
un niño tocando para mí, me dejaron una enseñanza. - Nunca había oído hablar de
algo así, pero no podía descartar el hecho de que la música que había hecho hacía un
rato, había sido perfecta. - Entonces Cookie me enseñó algunas notas, un par de
153
canciones, pero él no tenía paciencia. Luego, una Navidad, Dallas y Houston me
regalaron un violín, recién cuando tuve dieciséis años descubrí que había sido de mi
madre.
- Pero me dijiste que no podías tocar. ¿Por qué me mentiste?
Él la hizo rodar hasta que apoyó la espalda en la cama, se levantó sobre ella y
ahuecando su mejilla le dijo:
- No te estaba mintiendo, Loree. Siempre escuché la música en mi corazón... pero perdí
la capacidad de hacerlo cuando fui a prisión. Era como si la música se hubiera
marchitado y hubiera muerto. Pensé que tal vez nunca volvería a oírla. ¿Cómo podría
tocar el violín si no podía escuchar la música? Luego, últimamente, comencé a
volverme loco porque escuchaba fragmentos de música, cuando me mirabas o me
sonreías, no podía agarrarla, no podía retenerla. Entonces, anoche, me dijiste que me
amabas y escuché la música, tan dulce, tan suave. Me asustó oírla tan claramente,
después de no hacerlo por tanto tiempo… Esta noche, te lastimé otra vez. Loree, iba a
dejarte ir. Te iba a llevar de regreso a tu casa. Pero en ese mismo momento, escuché
mi corazón romperse... y supe que esa música sería la única que escucharía por el
resto de mi vida. No me dejes, Dulce.
La alegría la llenó y apartó los mechones de cabello de su frente.
- No lo haré.
Ella vio su amplia sonrisa a la luz de la luna.
- Deberías escuchar la música que está llenando mi corazón en este momento - dijo en
voz baja.
- ¿La tocarás para mí? - preguntó.
- Claro que sí, Dulce, pero no con mi violín.
Su boca descendió para cubrir la suya, y sus manos comenzaron a tocar
una increíble canción de amor sobre su cuerpo.

154
CAPÍTULO 16

Los vientos de enero soplaban fríos e insensibles, cuando Loree se deslizó por
el banco de la carreta y se acurrucó contra Austin.
- Mujer obstinada - murmuró mientras deslizaba el brazo alrededor de ella - Podrías
estar en casa sentada frente a un buen fuego caliente.
- Prefiero estar sentada a tu lado.
Él se inclinó hacia ella y le dio un rápido beso en los labios.
- Me alegro.
Se metió el chal debajo de la barbilla, levantándolo sobre sus orejas. Los vientos
aullaron a través de las llanuras como una mujer llorando un amor perdido. Imaginaba
que Austin tocaría la melodía para ella cuando llegaran a casa.
La ciudad surgió a lo lejos. Su estómago siempre se anudaba ante el recuerdo
que emergía a su mente. Ella introdujo el aire helado en los pulmones, soplando un
aliento humeante.
- Parece que Santa le trajo a Cameron un nuevo letrero - dijo Austin.
Loree miró hacia la tienda general, con el aliento entrecortado.
LA TIENDA GENERAL DE MCQUEEN.
Sus dedos se apretaron en el brazo de Austin.
- Pensé que su nombre era Oliver.
- No, ese era el padre de Becky - la miró de reojo, una expresión incrédula en su rostro
- ¿Todo este tiempo pensaste que su nombre era Oliver?
Ella asintió con la cabeza, el miedo obstruyendo su garganta.
- ¿Entonces Dee también es una McQueen?
- No, ella es una Leigh. Solía ser una McQueen.
- ¿Tienen otra familia?
- Tienen un hermano, Duncan.
- ¿Eso es todo?
- Por lo que sé.
Hizo detener el carro frente a la tienda, bajó, y levantó sus brazos hacia ella, se
deslizó por el banco y él la ayudó a llegar al suelo, sus brazos la rodearon.
- Dios mío, Loree, estás temblando como una hoja en el viento.
- Solo tengo frío - mintió.
- Ven vamos a entrar.
Se dirigió a la tienda, el último lugar al que quería ir. Empujó la puerta y la
metió dentro. Las campanas de la puerta resonaron y casi la hicieron saltar de su piel.
Cameron salió de la parte de atrás, secándose las manos con una toalla.
- Escogiste un mal día para venir a la ciudad.
- No estaba tan frío cuando nos fuimos - Dijo Austin mientras conducía a Loree a la
estufa negra barrigona - Siéntate aquí, Loree.
Ella hizo lo que le indicó y lo miró mientras le quitaba los guantes.
- Solo frótate las manos frente a la estufa.
- Estaré bien - le aseguró.

Él sonrió y se inclinó.
155
- Te calentaré cuando lleguemos a casa. Te lo prometo.
Ella le devolvió la sonrisa.
- Te obligaré a cumplirla.
Le tocó la nariz con el dedo antes de volverse hacia Cameron.
- ¿Siguen vendiendo cuerdas de violín?
La cara de Cameron se dividió en una amplia sonrisa.
- ¿Estás tocando de nuevo?
Austin se encogió de hombros.
- Un poco. De vez en cuando. Cuando la música se apodera de mí.
Loree escuchó con media oreja mientras la conversación continuaba. Una vez
había conocido a un hombre llamado McQueen, pero Cameron no se le parecía en lo
más mínimo, ni en apariencia ni en temperamento. Tal vez eran primos o parientes
lejanos o no tenían nada más en común que el mismo apellido.
Se frotó las manos y le pareció que veía en las llamas de la estufa, el rojo
brillante de la sangre, brillando a la luz de la luna.
- Austin, ¿podría volver a tener mis guantes?
- Por supuesto.
Le devolvió los guantes gruesos y ella deslizó sus manos dentro. Siempre se
sintió más segura cuando tenía las manos cubiertas.
- ¿Querías enseñarme ese estilo del que me hablabas? - preguntó.
Asintió distraídamente y se obligó a permanecer de pie con las piernas
temblorosas. Volvió a mirar a Cameron, él le dio una cálida sonrisa que calmó sus
temores. Nadie tan bueno como él podría estar relacionado con el diablo que había
asesinado a su familia.

- Oh, vamos, Loree. ¡Por favor!


Loree frunció los labios, cruzó los brazos sobre el abultado estómago y luchó
con fuerza para resistir el ruego en aquellos ojos azules hipnotizantes. Había
reemplazado la cuerda que había roto dos días antes, y ya no tenía excusa para no
practicar.
- No. No hasta que hayas dominado esto.
Austin se dejó caer en la silla como un niño caprichoso y comenzó a tocar al
azar las cuerdas de su violín.
- Es una canción tan aburrida. Los mismos sonidos una y otra vez. No me extraña que
Rawley odiara sus lecciones de piano.
- No puedes tocar las canciones complicadas hasta que hayas aprendido las fáciles.
Él brincó hacia adelante.
- Ten piedad de mí, y solo déjame intentarlo. Si tienes razón... volveré a "María tenía
un corderito"... a menos que primero mate al corderito.
Loree no pudo evitar que su risa burbujeara. ¿Cómo podía pretender que un
hombre que tocaba desde su corazón estuviera satisfecho con la música de otras
personas? Por primera vez, estaba captando verdaderos destellos del joven que había
sido antes de ir a prisión.

Cuando despertaba al amanecer, todavía llevaba su café al porche y se sentaba


en el último escalón, pero en vez de mirar a lo lejos, metía el violín bajo su barbilla, y
156
Loree veía y escuchaba la salida del sol sin verla.
Conocía el sonido del crepúsculo y la medianoche... y la risa fácil de su marido.
Las tareas del rancho que una vez lo habían agotado ya no lo tenían enojado. Llegaba a
casa, ansioso por sus besos y por sus brazos alrededor del cuello. A través de su violín,
él le hacía un recuento de su día, hasta podía escuchar el berrido del ganado que había
marcado o el chasquido del alambre de púas que había reparado. Puede que no fuera
un hombre que pudiera explicar las cosas con palabras, pero con su música, tenía la
capacidad de crear mundos.
En contra de su buen juicio, desplegó una pieza de música más complicada y la
colocó frente a él.
- Ahí está. Toca eso.
Con impaciencia, se deslizó hacia arriba y estudió la hoja de música. Luego
respiró hondo, levantó el violín y, sin apartar la mirada de las notas, comenzó a tocar
la melodía más hermosa que había escuchado jamás.
Loree se sentó asombrada, viendo cómo sus dedos estiraban las notas de las
cuerdas, siguiendo el camino del diapasón mientras las acariciaba, lenta y
lánguidamente, una y otra vez. No era de extrañar que el hombre fuera tan hábil a la
hora de acariciarla.
Levantó la mirada a la suya solo para encontrar sus ojos cerrados y su
expresión serena. Él detuvo el arco, abrió los ojos y se encontró con su mirada.
- Tenías razón - dijo en voz baja. Con un suspiro, arrojó la partitura a un lado y volvió
su atención a la canción que había estado tocando antes.
- Estaba equivocada - dijo ella mientras le quitaba la hoja - ¿Qué estabas tocando?
- ¿Te gustó?
- Me pareció hermoso.
- ¿Qué tan hermoso?
- ¿Cuánto elogio quieres?
- Mucho. ¿Qué tan hermoso era?
Ella se sentó en la silla, entrecerrando los ojos, preguntándose si la verdad se le
iría a la cabeza, pero ¿cómo podría mentirle?
- Pensé que era la canción más hermosa que he escuchado jamás.
Una lenta y cálida sonrisa se extendió por su rostro.
- La llamo "Loree". Es lo que escucho en mi corazón cada vez que te miro.
- O tú o tu corazón necesitan gafas.
Dejó el violín a un lado, se levantó de la silla y se arrodilló junto a ella,
envolviendo sus manos con las suyas.
- ¿Por qué no puedes creer que eres hermosa?
Loree se había enojado con él por no haberle dicho que tocaba el violín. ¿Cómo
se sentiría si le revelara la verdad sobre ella… ahora? Acababa de ganarse su amor.
Con unas pocas palabras mal elegidas, sabía que podría perderlo... y nunca
recuperarlo.

Se inclinó hacia adelante, cerrando su boca sobre la de ella, barriendo el pasado


y las dudas. Sus huesos se convirtieron en papilla, sus pensamientos se dispersaron
como hojas de otoño antes de los vientos del invierno. Ella clavó los dedos en sus
hombros.
157
- Eres hermosa, Loree - dijo con voz áspera mientras arrastraba la boca por su
garganta - Dios, como te quiero.
Ella amaba esas palabras, susurró en sus labios.
- Lo sé, pero el médico dice que ahora debemos practicar la abstinencia.
Con un profundo suspiro, se balanceó sobre sus talones.
- Eso es peor que practicar "María tenía un corderito".
- No será por mucho más tiempo.
Girándose, agarró el violín y golpeó el arco contra su protuberante estómago.
- Escucha, joven amigo - Con la boca abierta, Loree lo miró mientras deslizaba el violín
entre su barbilla y su hombro.
- Dijiste que era una tontería hablar con un niño antes de que naciera.
- Es una tontería hablar con él - dijo, sonriendo - Pero voy a tocar para él. Eso no es
tonto en absoluto.
- ¿Qué vas a tocar?
- Algo rápido y lleno de vida para distraerme del beso largo y lento que quiero tocar
contra los labios de su madre.

Mientras tomaba su café, Austin se sentó en el porche en la oscuridad antes del


amanecer. Su abrigo evitaba el frío aire de finales de invierno. La primavera llegaría
pronto. El año pasado había anunciado su liberación de prisión. Este año celebraría la
llegada de la primavera con una esposa y un niño.
Y un futuro incierto.
Menos personas lo miraban. Ya no oía susurros a sus espaldas. Pero el hecho
era que a los ojos de la ley, él era un asesino. Ese hecho se había extendido para tocar a
Loree. Temía que también tocara a su hijo.
Entendía sobre ganadería, pero Dallas era el único ganadero que conocía que
contrataría a un hombre con familia. Odiaba la ganadería, pero era la única habilidad
que poseía. Quería darle a Loree el mundo, pero no veía como podría hacer que eso
sucediera alguna vez.
Oyó los suaves pasos de su esposa. Sonriendo, se giró. El miedo en el rostro
amado envió una oleada de pánico a través de él. Se puso de pie.
- Loree, ¿qué pasa?
- Sentí un tirón en el estómago y escuché un fuerte estallido. Cuando me levanté de la
cama, el agua corría por el interior de mis piernas y había un poco de sangre.
- ¿Crees que tal vez viene el bebé?
Sus ojos se agrandaron y se agarró a la jamba de la puerta. Austin corrió a su
lado, abrazándola mientras respiraba pesadamente. Finalmente su respiración se
calmó y ella lo miró.
- Creo que el bebé viene.
- Está bien. No entres en pánico.

- No lo haré - le aseguró. La tomó en sus brazos y comenzó a bajar los escalones.


- ¿A dónde vamos? - le preguntó.
- Te llevaré al médico.
- ¿Qué pasa si no hay tiempo? No quiero estar en la pradera…
- Tienes razón. Tienes razón. Simplemente... - Se giró y se dirigió a la casa - Te dejaré
158
en la cama..." - Con cautela, la acostó sobre el colchón. Envolvió su mano con la suya y
presionó su frente contra su sien - Dulce, no sé qué hacer.
- Ve por Amelia y envía a Houston por el doctor.
El alivio lo recorrió, y se preguntó a dónde diablos se había ido su sentido
común. Levantó la cabeza y se sacudió el pelo de la frente.
- Yo puedo hacer eso.
Su mano se apretó alrededor de él, y comenzó a respirar con dureza otra vez,
su rostro una mueca de dolor. ¿Qué demonios había poseído a Houston para someter a
su esposa cinco veces a eso? Austin planeó practicar la abstinencia por el resto de su
vida.
Su agarre se aflojó, y el miedo reflejado en sus ojos fue más profundo que antes.
- No creo que se suponga que los dolores lleguen tan rápido y tan seguidos.
- Claro que sí - mintió - Recuerdo que cuando Amelia tuvo a Maggie, todo sucedió tan
rápido que apenas tuvimos tiempo de recuperar el aliento.
- Quiero una niña - dijo sin aliento.
- Entonces eso es lo que tendremos.
- O un niño.
Él se rió entre dientes.
- Va a ser uno de los dos, Dulce. Puedo prometértelo.

- No entiendo por qué tenemos que estar aquí afuera mientras ella está allí - dijo
Austin mientras quitaba las malas hierbas frente a su porche con un ritmo constante.
Dos Bits lo secundaba en cada paso, como si él también se diera cuenta de que había
motivos para preocuparse. El crepúsculo se estaba instalando. ¿Qué les estaba
tomando tanto tiempo?
- Así es como se hace - dijo Houston.
- Creo que es una manera tonta de hacerlo - dijo Austin.
- Estoy de acuerdo - dijo Dallas - Creo que si quieres estar ahí viendo su sufrimiento,
deberías estar allí.
Austin se tambaleó hasta detenerse.
- ¿Cuánto crees que está sufriendo?
Dallas se encogió de hombros.
- Bueno, ella no está gritando...
- Eso no significa nada. Amelia nunca grita y sufre mucho - dijo Houston.
- Entonces, ¿por qué les hacemos esto? - preguntó Austin. Sus hermanos lo miraron
como si acabara de comer hierba mala. - ¿Por qué tarda tanto? - preguntó nuevamente
- Así son las cosas - dijo Houston.
Él miró a su hermano.
- ¿Crees que podrías encontrar algunas mejores respuestas?

- No. Siempre hago las mismas preguntas.


- Nunca volveré a tocarla - juró Austin.
- La tocarás - dijeron sus hermanos al unísono.
Y maldita sea, sabía que lo haría, en la primera oportunidad que tuviera. Saltó
al porche, irrumpió en la casa, abrió la puerta de su habitación, y deseó a Dios no
haberlo hecho.
159
La cara de Loree se contorsionó de dolor cuando se esforzó y empujó, gruñó y
gimió. Luego se dejó caer en la cama, respirando pesadamente. Austin escuchó un
pequeño gemido de indignación, y el adorable rostro de Loree se llenó de asombro y
de amor.
- Es un niño - anunció el Dr. Freeman.
Austin observó al médico colocar al niño en el hueco del brazo de Loree. Ella
sonrió suavemente y luego miró a Austin, con los ojos llenos de lágrimas a través de
las cuales el oro brillaba como un tesoro.
Pero el tesoro estaba acurrucado en sus brazos.
- Es un niño - dijo sin aliento - Sabía que lo sería.
Sonriendo, Austin caminó hacia la cama como un hombre flotando en una nube.
Él tenía una esposa. Él tuvo un hijo. La responsabilidad debería haber pesado en él,
pero pensó que en realidad podría flotar hasta las nubes.
Se arrodilló junto a la cama. Ella tocó la cabeza del niño.
- Mira, él tiene el pelo negro como tú - Su sonrisa era radiante mientras procedía a
acariciar la mano del bebé - Y tus largos dedos - giró su mirada hacia Austin - Estoy
tan contenta de que tenga tus manos y no las mías.
Él acunó su mejilla.
- Es hermoso, Loree. Como su madre - rozó sus labios sobre los de ella - Dios… te amo.
- ¿Quieres abrazarlo?
Dirigió la mirada a su hijo.
- ¿Sostenerlo?
- Sí. - Ella movió al niño más cerca de él - Seguramente quieres abrazarlo.
- ¿Qué pasa si lo dejo caer?
- ¿Alguna vez dejaste caer a tus sobrinas?
- Nunca las sostuve mientras eran tan pequeñas. Esperé hasta que fueran lo
suficientemente grandes como para agarrarse a mí.
- Todavía no tiene dientes, así que no morderá - le aseguró.
Tragó saliva y asintió, no queriendo decepcionarla después de haber trabajado
tanto. Deslizó sus manos debajo de las suyas.
- Su cabeza está temblorosa, así que asegúrate de sostenerla.
- No se caerá o nada, ¿verdad? - preguntó.
Ella se rió con alegría.
- No.

160
Él llevó al niño al hueco de su brazo.
- Hola, joven amigo.
El bebé parpadeó sus ojos azules.

- Me está mirando, Loree. Mira eso. - Él inclinó al bebé hacia ella. - Me está mirando.
¿Crees que sabe quién soy?
- Estoy segura de que lo hace.
- ¿Puedo mostrárselo a Houston y a Dallas? - preguntó, sintiéndose como un niño con
un juguete nuevo.
- No veo por qué no.
Con el mayor cuidado, se levantó y se volvió hacia la puerta. Sus hermanos ya
estaban allí de pie, sonriendo casi tanto como él.
- Tengo un hijo. ¿Pueden creer eso? Un hijo.
Miró por encima del hombro a Loree.
- ¿Cómo lo llamaremos?
Ella se lamió los labios.
- Me gustaría llamarlo como mi familia, Grant.
- Grant - repitió Austin - Me gusta.
Esa noche, después de que todos se fueron, Loree escuchó con lágrimas en los
ojos, como Austin arrullaba a su hijo para que se durmiera, tocando con el violín, una
canción que llevaba su nombre.

161
CAPÍTULO 17

La brisa fresca soplaba sobre el porche mientras Loree se balanceaba,


acunando a su hijo en los brazos. Habían pasado tres semanas desde su nacimiento, y
no creía haber anticipado tan bien la llegada de la primavera.
Oyó el ruido de las ruedas de un carruaje y levantó la vista de la cara de su hijo
dormido. Ella sonrió y saludó cuando Becky detuvo los caballos.
Loree había enviado la chispa de celos que solía sentir cuando veía a Becky, al
olvido. Le había dado a Austin la única cosa que Becky nunca le dio: un hijo.
Becky saltó por los peldaños y se inclinó, apartando el chal de la mejilla de
Grant.
- ¿No es precioso? - susurró Becky. Sonriendo ampliamente, se encontró con la mirada
de Loree. - Creo que se parece a Austin.
- Tiene sus ojos - admitió Loree - Cuando están abiertos.
Becky se enderezó y se apoyó en la barandilla del porche.
- Siempre pensé que Austin tenía los ojos más bonitos, realmente demasiado bonitos
para un hombre. - Suspiró como si estuviera borrando un recuerdo.
- ¿Te gustaría algo de beber? - ofreció Loree cuando comenzó a levantarse.
Becky colocó una mano sobre su hombro y la guió hacia abajo.
- No te levantes. Acabo de traerte algunas cosas. Quería venir antes, pero Drew se
contagió la varicela. Luego Cameron se la pescó. Nunca he visto a alguien tan enfermo
como él. Quería esperar hasta estar segura de que no la traería aquí, pero fue difícil no
venir.
- Aprecio que hayas venido.
Becky sonrió.
- No puedo decirte lo feliz que estoy por Austin - Su sonrisa creció - Deberías haberlo
visto, pavoneándose por la ciudad, repartiendo cigarros. Nunca lo había visto tan
orgulloso y ha pasado mucho tiempo desde que lo he visto tan feliz. Me alegró mucho
ver eso.
Ella miró hacia la distancia.
- Siempre me sentí tan culpable.
- ¿Por casarte con Cameron?
Becky desvió la mirada hacia Loree.
- No, por no decirle a la gente que Austin estaba conmigo la noche en que Boyd
McQueen fue asesinado.
Loree sintió que su corazón se golpeaba contra sus costillas, y la sangre se
escurría de su rostro. Los ojos de Becky se abrieron de par en par.
- Oh, Dios mío. ¿No te lo dijo? Estaba segura de que lo habría hecho, tú eres su esposa y
todo. Lo siento mucho. Debería haber mantenido la boca cerrada. Déjame bajar de la
calesa, los artículos que traje.
Loree se puso de pie y clavó sus dedos en el brazo de Becky para detener su
partida.

- ¿Por qué... por qué a la gente le importaría que estuviera contigo la noche en que
murió Boyd McQueen?
162
- Si hubieran sabido que estaba conmigo, entonces podrían haber creído que no había
matado a Boyd.
Loree soltó a Becky y se hundió en la silla.
- ¿Boyd McQueen? ¿Fue a la cárcel por matar a Boyd McQueen?
- Seguramente lo sabías - dijo Becky.
Loree negó con la cabeza.
- Sabía que había ido a prisión por asesinato. Nunca me dijo el nombre del hombre que
se suponía que había asesinado. Nunca se me ocurrió preguntar.
- Bueno, déjame decirte aquí y ahora que no asesinó a Boyd McQueen.
Loree levantó la mirada hacia Becky.
- Lo sé. Con todo mi corazón lo sé.

Austin entró tranquilamente a la casa, con las primeras flores de primavera en


su mano. Vio a Loree sentada en un balancín frente al hogar vacío, balanceándose
hacia atrás y hacia adelante.
Se arrodilló a su lado, la tristeza en sus ojos le provocó un nudo en el pecho.
- ¿Dónde está Grant?
- Dormido en su cuna.
Él extendió su regalo hacia ella.
- Te traje algunas flores.
Ella cambió su mirada vacía a su mano.
- Eras inocente.
Estirando el brazo, agarró el balancín y lo giró para poder verla más
claramente.
- ¿Perdón?
Ella levantó los ojos apagados a los suyos.
- Becky vino hoy.
- ¿Dijo algo para molestarte?
Negó con la cabeza ligeramente, las lágrimas brotaban de sus ojos, él tocó sus
mejillas temblorosas con sus dedos temblorosos.
- Fuiste a la cárcel por matar a Boyd McQueen. No lo sabía. Durante todos estos años,
no sabía.
- ¿Durante todos estos años? Dulce, me conoces hace menos de un año. Si nunca
mencioné su nombre, fue porque no pensé que significaría algo para ti.
- No sabía que eras inocente.
- Te dije que no era un asesino.
- Pensé que querías decir que no habías matado a nadie a sangre fría. Pensé que había
sido en defensa propia.
- ¿Y tú te casaste conmigo de todos modos, pensando que había matado a alguien?
- Fueron tus ojos, tus malditos ojos azules. No eran los ojos de un asesino.
Él sonrió cálidamente.

- ¿Ves? Lo sabías. Simplemente no escuchabas a tu corazón. Yo hacía lo mismo con mi


música. No escuchando.
- Te golpearon en prisión, ¿no es así?
163
- Loree, eso está todo en el pasado. Ya no importa. Te tengo a ti y a Grant…
- ¿Quién te dio esa cuchillada en la espalda? La que yo cuidé.
Él dio un profundo suspiro preguntándose por qué estaba aferrada a este
descubrimiento como un perro muerto de hambre con un hueso.
- Duncan McQueen, el hermano de Boyd. Nos metimos en una pelea justo después de
salir de la cárcel. Parece que cree que deberían haberme ahorcado.
- ¿Es él quien te atacó la noche de la obra?
- No sé quién me atacó esa noche. Estaba oscuro.
- Pero podría haber sido él…
- ¿Qué importa…
Salió disparada del balancín como una bala disparada con un arma y se volvió
hacia él.
- ¡Importa! Dios, no sabes cuánto importa y me odiarás cuando lo sepas.
Ella corrió al dormitorio y cerró la puerta. Escuchó a su hijo emitir un lastimoso
gemido. El silencio le siguió rápidamente, y supo instintivamente que Loree había
acercado a su hijo al pecho.
En este momento no le importaría apoyarse contra el pecho de Loree, que lo
consolara, que lo amara.
Miró las flores caídas de su mano y de alguna manera sintió como si reflejaran
su vida.

Austin llamó a la puerta y esperó una eternidad para que Becky la abriera.
- ¿Qué le dijiste exactamente a Loree?
Becky hizo una mueca y gruñó.
- Le dije que estábamos juntos la noche en que mataron a Boyd. - Austin maldijo
ásperamente y se quitó el sombrero de la cabeza. - ¡Pensé que ella lo sabía!
- ¿Pensaste que quién sabía qué? - Cameron dijo mientras se acercaba a la puerta.
Austin observó cómo la sangre se escurría del rostro de Becky.
- Pensé que Loree sabía que Austin estaba conmigo la noche en que murió Boyd.
Las mejillas de Cameron se pusieron rojas y él desvió la mirada.
- Oh.
- No quiero causarte ninguna vergüenza, Becky, ¿pero es eso todo lo que dijiste?
- Eso es todo lo que dije.
- ¿No dijiste nada específico, algo que podría haberla... herido?
- Nada. Lo siento mucho.
Austin se colocó el sombrero.
- No es tu culpa. Por alguna razón, esta maldita cosa no desaparecerá nunca.

- ¿Tú y Loree están distanciados? - preguntó Houston.


Austin miró hacia el porche delantero de la casa de Houston, donde su esposa
estaba sentada en el balancín. No podía decir si estaba hablando con Amelia.
Maldición, deseaba que hubiera hablado con alguien.
Levantó el tirante para el nuevo corral de Houston y lo mantuvo en su lugar,
mientras que éste golpeaba un extremo del poste y Dallas golpeaba en el otro extremo.
- No sé lo que pasó. No tiene sentido para mí. Se casó conmigo, creyendo que había
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matado a alguien. Descubrió que yo no lo hice y ahora no me habla. No lo puedo
entender.
- Eso pasa porque es una mujer - dijo Dallas con unos clavos que sobresalían de su
boca. Se los quitó de entre los dientes y los apuntó a la nariz de Austin - No se puede
entender a las mujeres, así que ni siquiera lo intentes. Estuve casado con Dee por
semanas antes de darme cuenta de que ella decía que algo estaba bien, cuando no
estaba bien para nada.
- ¿Pero no estarías feliz si descubrieras que no estabas casado con un asesino? -
insistió Austin.
- Es el bebé - dijo Houston.
Austin sacudió la cabeza y miró a Houston.
- ¿Qué tiene que ver Grant con esto?
Houston propinó un golpe final al clavo y dio un paso atrás para inspeccionar
su trabajo antes de agitar el martillo hacia Austin.
- Cada vez que Amelia tiene un bebé, ella se pone… - Raspó su pulgar sobre las
cicatrices en el lado izquierdo de su rostro, justo debajo del parche de cuero del ojo -
Se pone... difícil. Sí, esa es la mejor manera de describirlo.
- No puedo imaginar que Amelia se ponga difícil - dijo Dallas - No lo estuvo cuando
estuve casado con ella.
- Ella tampoco te dio ningún bebé. Confía en mí. Se pone difícil.
- ¿En qué manera? - preguntó Austin, pensando que tal vez Houston había descubierto
su problema.
- Bueno, como sabes, Gracie nació en noviembre. Aproximadamente una semana
después de que ella naciera, Amelia gritó llamándome. Casi me rompo el cuello
llegando hasta ella, ¿y sabes lo que ella quería?
Austin miró a Dallas que negaba con la cabeza.
- Quería que me sentara en ese momento y la ayudara a seleccionar regalos de
Navidad del catálogo de Montgomery Ward. Tenía en mente que teníamos que
encargarlos ese día o que no llegarían a tiempo. En la oficina de correos en Leighton,
ese día no importaba. Como tampoco importaba que tuviera caballos para domar...
- Podrías haberle dicho que no - dijo Dallas.
Houston miró a Dallas como si el hombre se hubiera vuelto loco.
- Supongo que le dices a Dee que no todo el tiempo.
- Nunca le dije que no, pero no estamos hablando de mí. Estamos hablando de ti.
- En realidad, estamos hablando de mí - Austin les recordó a sus hermanos con
disgusto.
Ambos dirigieron su atención hacia él. Houston se frotó el costado de la nariz.

- Está bien - entrecerró los ojos - ¿Cómo supo que estaba equivocada sobre ti después
de todo este tiempo?
Austin bajó la vista y pateó la punta de su bota en la tierra.
- Becky. Visitó a Loree y de alguna forma surgió la conversación de que ella y yo
estábamos juntos esa noche.
- Probablemente se esté sintiendo ofendida entonces - dijo Dallas.
- ¿Por qué se sentiría ofendida? Eso fue hace seis años...
- Como dije antes, no se puede entender a las mujeres. No tienen sentido.
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- Entonces, ¿qué hago al respecto?
- Habla con Dee.
- Habla con Amelia.
Sus hermanos le ofrecieron su consejo al mismo tiempo, y se preguntó por qué
no le habían dicho eso para empezar.
- Ambos son inútiles, ¿lo sabían? - les dijo.
- Bueno, esto podría alegrarte - dijo Dallas - Recibí un telegrama de Wylan. Estaba
jugando en un juego privado de póquer y apareció el nombre de Boyd. Algo sobre
engañar a alguien con unas tierras. Así que verá qué más puede averiguar.
Austin negó con la cabeza.
- Estoy seguro de que es un buen hombre, pero después de tanto tiempo, no
encontrará nada. Cualquier rastro que haya quedado atrás no es más que polvo en el
viento ahora.

- No quiero ir - insistió Loree.


Austin suspiró pesadamente.
- Dee dice que tienes que salir de la casa.
- Salí de la casa el domingo pasado cuando fuiste a ayudar a Houston con su corral -
señaló.
Lo vio mover su mandíbula de un lado a otro. Sabía lo que tenía que hacer.
Necesitaba decirle la verdad y pedirle perdón. Pero, ¿y si no pudiera perdonarla?
Austin sostuvo los boletos hacia ella.
- Esta es una actuación especial. Solo esta noche estarán en el teatro. Amelia se ofreció
a mirar a Grant...
- ¿Y qué pasa si alguien te ataca?
La simpatía llenó sus ojos y acunó su rostro.
- ¿Es eso lo que te preocupa? Ahora que entiendes por qué fui atacado, ¿tienes miedo
de que me lastimen?
Ella asintió enérgicamente.
- Vamos a quedarnos aquí, Austin.
- Dulce, ¿no lo ves? Si nos escondemos aquí, quien me haya atacado habrá ganado.
Quien mató a Boyd habrá ganado. Y no voy a dejar que ninguno de esos bastardos
maneje mi vida.
Loree se dio vuelta, envolviendo los brazos alrededor de sí misma.
- No puedo ir.

Ella esperaba más protestas, pero en cambio solo escuchó el eco de los tacones
de sus botas al salir de la habitación. Podría evitar que la gente lo mirara fijamente.
Podría evitar que la gente susurrara sobre él. Podría evitar que las personas lo
atacaran. Pero no podía devolverle los cinco años que sin saberlo le había robado. Y
sin eso, ¿de qué servía lo demás?
Oyó el agudo y breve gemido del violín y se giró. Austin estaba parado en la
entrada, con el instrumento en la mano.
- ¿Por favor? - Dio tres golpes rápidos a las cuerdas. - ¿Por favor, por favor, por favor?
Ella se mordió la sonrisa.
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- No.

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Tres golpes más rápidos cuando entró en la habitación.
- Tendré que tocar algo triste - Un sonido triste llenó la habitación - Y preferiría tocar
algo alegre. - Tocó una canción rápida rápida - Dame una razón para tocar algo alegre.
Por él, se obligó a dejar de lado sus temores.
- Está bien.
Él gimió, arrojó el violín a la cama, le puso las manos en la cintura y la alzó
hacia el techo.
- Te alegrarás, Dulce.
Ella miró su amado rostro, sus brillantes ojos azules, y deseó a Dios que nunca
se hubiera enamorado de él.

El vestíbulo estaba casi vacío cuando llegaron, y Loree no podría haber estado
más agradecida cuando Austin tomó su mano y corrió por la escalera hasta el nivel del
balcón.
Él echó hacia atrás las cortinas y ella entró en el palco oscuro. Apenas
distinguió la silueta de Dee cuando la mujer se volvió, sonrió y los llamó con un gesto
indicándoles donde sentarse. Loree se acomodó en la silla junto a Dee, que le apretó la
mano.
- Estoy tan feliz de que pudieras venir. Esta es una actuación especial.
Austin se inclinó hacia adelante.
- ¿Qué obra es de todos modos?
La sonrisa de Dee creció.
- No es una obra.
Las cortinas del escenario se abrieron para revelar a un grupo de personas
sentadas en semicírculo, con los instrumentos preparados. Loree se quedó sin aliento
cuando Austin envolvió su mano con la suya y se movió en su silla.
Un hombre caminó por el escenario, se inclinó bruscamente desde la cintura
hacia el público y luego subió a una pequeña caja. Levantó un palo largo y delgado, lo
movió en el aire y la música surgió.
La mano de Austin se cerró con más fuerza alrededor de la de ella, y supo que
él había dicho la verdad. La alegraría haber venido, contenta de haberle dado la
oportunidad de escuchar una sinfonía. Loree se acomodó en la silla, las lágrimas le
escocían al ver el asombro y la maravilla revelados en su rostro.

- Mira todos esos violines - susurró. - Todos se mueven igual, como una manada de
ganado que se dirige hacia el agua.
- Están siguiendo la misma música.
- Leyendo esos pequeños bichos negros. ¿Cuánto tiempo crees que les llevó aprender a
tocar juntos así?
- Años.
- Suena muy bien, ¿no? - le preguntó.
Ella pasó los dedos por su cabello y presionó la mejilla en su hombro.
- Maravillosamente.

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Llegaron a casa sin contratiempos. Loree deseó poder creer que Austin estaba a
salvo. Había pasado un año desde su liberación, seis meses desde que alguien lo había
golpeado contra un edificio. Si tan solo ella supiera con certeza que no sufriría ningún
daño, podría mantener su secreto enterrado profundamente dentro de su alma.
Grant emitió un pequeño sonido maullador. Se sentó en la cama, se desabotonó
el corpiño y sonrió cuando se abalanzó sobre su pezón, su boca estaba trabajando
febrilmente.
- Tienes hambre, ¿verdad? - preguntó ella mientras pasaba los dedos sobre su cabello
negro. - Cuando seas más grande, podrás ayudar a tu papá a guardar los caballos
después de que vayamos a la ciudad - Inclinándose, ella le dio un beso en la frente. -
Voy a mejorar, Grant. Voy a dejar de preocuparme. No puedo cambiar el pasado, pero
puedo ser una buena esposa para tu padre y hacer todo lo posible para que sea feliz.
Me di cuenta esta noche cuando lo estaba viendo. Deberías haber visto su cara…
Oyó que la puerta del frente se cerraba y acomodó a Grant entre sus brazos.
Austin entró en la habitación, se dejó caer en la cama y arrojó las hojas de música
hacia su falda.
- Enséñame, Loree.
Ella parpadeó.
- ¿Qué cosa?
- Enséñame. No me voy a quejar. Tocaré la misma canción una y otra vez, justo como
querías que hiciera. Haré lo que sea necesario.
- Toma tiempo…
- Que es lo único que no tengo, pero esta noche, enséñame una canción, una canción
elegante.
Ella colocó a Grant sobre su hombro y comenzó a frotar su espalda.
- ¿Quieres que te enseñe esta noche?
Rodó de la cama y comenzó a caminar.
- Toda mi vida, Loree, he estado buscando algo, preguntándome a dónde pertenecía.
Dallas siempre supo que él pertenecía al ganado y Houston... demonios, prácticamente
se convierte en un caballo cuando trabaja con ellos. Pero yo nunca supe lo que debería
hacer. No hasta esta noche. Hubo un momento en que pensé que si podía construir un
violín podría encontrar una manera de vivir para siempre. Nunca se me ocurrió que
podía pararme en un escenario y llenar los corazones de las personas con música.

Cayó de rodillas junto a la cama y envolvió el brazo alrededor de su cintura.


- Quiero ir a ver al señor Cowan, el director, mañana. Quiero tocar para él. Quiero
pedirle que me lleve con él, que me permita ser parte de su orquesta.
- ¿Qué pasará con nosotros?
- Tú y Grant vendrán conmigo. Puede que tengamos que dejar a Dos Bits con Rawley,
pero el chico lo ama. Le dará un buen hogar. Y te mostraré el mundo.
El mundo. Echaría de menos a Dos Bits, pero veía el sueño de Austin reflejado
tan claramente en sus ojos del azul más brillante y más caliente que cualquier llama en
el centro de un fuego, y supo en lo profundo de su corazón que cada sueño que había
perdido alguna vez, había sido por culpa de ella.
Este último sueño que había encontrado sería suyo. Puso a Grant, dormido, en
la cama junto a ella y pasó los dedos por los rizos brillantes y oscuros de Austin.
169
- No - dijo en voz baja.
- ¿No? - La confusión oscureció sus ojos.
- No, no te enseñaré a tocar una canción. Si vas a impresionar al Sr. Cowan, vas a tener
que tocar desde tu corazón, y solo podrás hacerlo si tocas las canciones que están
dentro de ti.
Ella lo miró tragar.
- ¿Qué pasa si no le gusta lo que toco?
- ¿Cómo puede no gustarle? Tienes un don raro. Tu corazón no está en ninguna de las
canciones que te regalé en Navidad. Necesitas tocar una de tus canciones.
- ¿Cuál?
- La que más signifique para ti.
Dio un lento y vacilante asentimiento.
- ¿Cómo puedo convencerlo de que podré tocar con los demás?
- Simplemente toca para él, y él encontrará la manera de hacerlo funcionar.
- ¿Vas a planchar mi camisa de domingo para ir a verlo?
Ella sonrió.
- Y te cortaré el pelo y las uñas.
Él se rió entre dientes.
- Probablemente también deberás afeitarme - levantó las manos - Mira como estoy
temblando.
Ella envolvió sus manos alrededor de las suyas.
- Solo toca desde tu corazón.
- Quiero esto, Loree, como nunca he querido nada en la vida.

Loree lo vio partir al amanecer, con el violín guardado en la caja de madera que
le había regalado por Navidad, metida bajo el brazo. Luego se sentó en el escalón
superior con Grant en sus brazos, y esperó. Calculó la distancia a la ciudad, el tiempo
que le tomaría tocar, y pensó que volvería a casa al galope.
Era tarde en la mañana cuando lo vio regresar, y ella nunca había estado tan
contenta de ver a nadie.
Desmontó, dejó el estuche del violín en el porche y se sentó a su lado.

- Traje esto para ti - dijo, tendiéndole un puñado de flores rojas y amarillas.


- Son hermosas - dijo mientras las tomaba.
- No pude encontrar ninguna azul.
- Está bien. Me gustan estas.
Tocó el pequeño puño de Grant. Los dedos del bebé se desplegaron y se
envolvieron en el dedo más grande que lo estaba esperando.
- Tiene un fuerte agarre - dijo Austin en voz baja - Parece que sus dedos serán largos,
será capaz de sostener un arco.
- No pensé que te llevaría tanto tiempo - dijo Loree, ansiosa por saber todo lo que
había pasado - Supongo que tienes muchos detalles para resolver, como organizar el
viaje…
- No puede emplearme, Loree.
No podría haber estado más sorprendida si él le hubiera dicho que el sol iba a
170
comenzar a ponerse en el este.
- ¿Está sordo?
Él le dio una sonrisa triste.
- No.
- ¿Por qué no te querría entonces?
Ella vio subir y bajar su nuez de Adán.
- No creyó que la gente de su compañía se sintiera cómoda viajando con un asesino.
- ¡Pero no eres un asesino!
- La ley dice que lo soy y eso es todo lo que importa - Desplegó su cuerpo - Necesito
cambiarme de ropa y reparar una valla de Dallas en el lado este.
Loree lo vio desaparecer en la casa, e incluso sin la ayuda de su violín, escuchó
su corazón romperse.

Loree detuvo la carreta y estudió a su marido, parado con una pierna recta, la
otra doblada con la punta clavada en la tierra y el codo apoyado en la retorcida y
áspera cerca, el alambre de púas enroscado en el suelo como una cinta recién extraída
del cabello de una niña.
El sombrero le ensombrecía la cara, pero sabía que estaba mirando a lo lejos,
hacia las vías del ferrocarril, que no podía ver, pero que sabía que existía. Oyó que el
solitario silbido del tren rasgaba el aire de la tarde.
Austin dio un paso atrás, se volvió, se quitó el sombrero de la frente con el
pulgar y le dio una cálida y perezosa sonrisa.
- Oye, Dulce, no esperaba verte por aquí.
Caminó hasta la carreta y la garganta de Loree se secó.
- Te traje un picnic.
- Genial podría comer algo.
Él puso las manos en su cintura y la levantó del banco de la carreta.
- Podría necesitar un poco de azúcar también - dijo, su mirada sosteniendo la de ella,
que se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos, besándolo como no lo
había hecho en semanas.

- Mmm, esto es lo que necesitaba - Estirando un brazo, agarró la canasta de picnic


mientras Loree recogía a Grant.
Se sentó en la colcha que Austin había extendido sobre el suelo y colocó a Grant
cerca de su cadera. Austin se estiró a su lado.
- Me pillaste soñando despierto - dijo, en voz baja.
- ¿Qué estabas soñando?
- Diferentes cosas. Esta mañana me encontré con Houston en mi camino de regreso de
la ciudad, y comenzamos a hablar.
- ¿Acerca de? - le preguntó, entregándole un trozo de queso. Habían preparado el
picnic juntos tan rápidamente como habían preparado su matrimonio.
Apartó el queso como si realmente no le interesara.
- Está ganando una gran reputación por tener los mejores caballos de este lado del Río
Grande. Necesita ayuda, así que le ofrecí comenzar a trabajar para él en mi día libre.
Pensé que podríamos apartar ese dinero hasta que tengamos lo suficiente como para
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ir a algún lugar en un pequeño viaje.
- ¿A dónde iríamos?
- Donde quieras. - Él se inclinó hacia ella y le tomó la barbilla. - Te voy a dar una buena
vida, Loree. Ya lo verás. Puede que nunca se llene con ninguna de las cosas que
soñaste, pero va a estar bien.
- Si encontraran a la persona que mató a Boyd McQueen, todo cambiaría para ti, ¿no es
así?
- Maldita sea, lo haría. Pero eso no va a suceder, Loree. Han pasado seis años. El hecho
es que el hombre tuvo suerte y yo no.

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CAPÍTULO 18

Austin sentado en el porche, miraba el cielo sin luna sabiendo que era tan
oscuro como sus sueños.
Oyó que se abría la puerta, pero no se molestó en darse la vuelta. Dallas una vez
le había dicho que un hombre tenía que aprender de los errores que había cometido.
Austin nunca había esperado que las lecciones fueran tan duras.
Vislumbró unos pequeños dedos desnudos mientras Loree se sentaba a su lado.
Sintió un fantasma de sonrisa tocar sus labios. Giró levemente, tomó los pies de su
esposa, los apoyó en su regazo y comenzó a frotarle el empeine con el pulgar.
- ¿Soñando despierto de nuevo? - ella le preguntó.
- No se puede soñar despierto por la noche - dijo en voz baja - Pero estaba pensando
que no hay razón para no poder tocar en el teatro de Dee - se inclinó hacia ella y
sonrió - Una actuación especial.
- ¿Eso te haría feliz?
Movió el pulgar en un círculo cada vez más amplio.
- Tú me haces feliz. - Ella apartó los pies de su regazo. Incluso en las sombras, pudo
distinguir lágrimas brillando en sus ojos - Te dije que haré que todo esté bien.
- Nunca va a estar bien. Oh, Dios, Austin. No lo sabía, y ahora estoy tan asustada, más
asustada que antes porque tengo mucho más que perder.
- Loree, no tiene ningún sentido.
Ella se arrastró por el porche hasta que sus muslos se tocaron y tomó su mano
entre las suyas, sosteniéndola abierta, frotando sus dedos sobre ella una y otra vez,
como si quisiera memorizar cada línea y callo.
- Mi madre odiaba el oeste de Texas.
Se le crisparon los intestinos y deseó haber guardado para sí mismo su sueño
de tocar para la orquesta. Le había dado la esperanza de irse, solo para decepcionarla
con los errores de su pasado.
- Viajaremos, Loree.
Ella sacudió la cabeza.
- Déjame decir todo… antes de decir algo.
- Muy bien.
Loree aclaró la garganta.
- Mi padre compró un terreno después de la guerra. Lo consiguió a bajo precio, y no
era una gran cantidad de tierra. Así que amplió sus límites y publicó un aviso en un
periódico.
- ¿Tu padre era un acaparador de tierras?
Su esposa asintió. La práctica se usó ampliamente después de la guerra, lo que
les ahorraba a los hombres tiempo y esfuerzo considerables en la presentación de los
hechos. Dallas siempre había advertido a sus hermanos que la práctica traería
problemas. Había presentado reclamaciones legales por cada pulgada de tierra que
poseía.

- Mi padre solía decir que el acaparamiento de tierras era como el juego: a veces
ganabas, otras veces no. Era un buen hombre, pero el juego era su debilidad. Cuando
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mi madre se negó a mudarse aquí, dirigió su ingenio y su sueño hacia la ganadería.
Solía llamarme en mi cumpleaños, mostrarme la tierra en el mapa y decirme que
podía ser un ranchero. Una noche se involucró en un juego privado de póquer por
mucho dinero en Austin. Terminó debiendo a uno de los jugadores una gran cantidad
de dinero... dinero que no tenía. Así que le entregó la escritura de las tierras, con los
límites más allá de su extensión original. La tierra era tan extensa. Muchos ganaderos
exitosos habían ampliado sus fronteras mediante el acaparamiento de tierras, por lo
que mi padre se sentía seguro de que Boyd McQueen estaría satisfecho con la
negociación que habían realizado.
Austin sintió un nudo en el estómago.
- ¿Boyd McQueen le arrebató su tierra a tu padre?
- Un poco al oeste de aquí. Mi padre no sabía que alguien tenía un derecho legal a una
buena parte de la tierra, la mejor parte, donde fluía el río. No sé por qué le tomó a
McQueen tanto tiempo cobrar venganza una vez que se dio cuenta de que mi padre lo
había engañado. No me pareció un hombre muy paciente...
- ¿Él fue quien mató a tu familia?
- Y yo lo maté.
Ella pronunció las palabras sin emoción: sin odio, sin ira, sin miedo.
Austin la miró y luego se echó a reír.
- Dios, Loree, me asustaste de muerte por un minuto. Estabas tan seria. - Tomó un
profundo respiro - Aprecio que estés dispuesta a mentir y echarte la culpa del
asesinato de Boyd para que yo pueda...
- No estoy mintiendo. Tardé tres meses en reponerme del disparo que me efectuó,
cuando estuve lo suficientemente fuerte como para viajar, tardé otro mes para
localizarlo.
Apartó su mano de la de ella y se puso en pie.
- ¿Me estás diciendo con una mano en el corazón que le disparaste a Boyd?
- Le disparé y lo maté. Dewayne estaba conmigo.
Temblaba tanto que pensó que el suelo se movería. Su esposa era una asesina.
¡Su esposa era una asesina!
No importaba cómo lo repitiera en su mente, sin importar cómo lo pensara, no
podía ver a Loree asesinando a nadie. Él comenzó a caminar. La música que tronaba
en su alma era horrible. Quería cubrirse los oídos para bloquearlo.
Quería encontrar a la persona que había matado a Boyd para poder limpiar su
nombre.
Y no solo había encontrado a esa persona, sino que se había casado con ella y se
había enamorado de ella. Se detuvo abruptamente y miró a su esposa.
- Perdóname por dudar de tu palabra, Loree, pero eres el ser más dulce…
Ella se puso en pie.
- Tenía diecisiete años, estaba atada como un cerdo para el sacrificio, junto con mi
madre y padre. Se llevó a mi hermano afuera del establo y Dios solo sabe lo que le
hizo. Todo lo que escuchamos fueron sus gritos. Luego lo trajo de vuelta y lo ahorcó…

Él… Él tenía catorce años, Austin. Miré a Rawley e imaginé lo que McQueen podría
haberle hecho.
Austin no tuvo que imaginárselo. Sabía exactamente lo que Boyd le había
174
hecho, algo que ningún hombre debería hacerle a un niño.
- ¿Sabes cuánto tiempo le toma a una persona morir cuando la cuelgan? - ella preguntó
- Mi hermano no merecía morir de esa manera. Mi papá no merecía ver a su hijo sufrir
así - Se dejó caer en el porche, se abrazó las piernas y comenzó a balancearse de
adelante hacia atrás. - Sé que debería haber ido a las autoridades, pero... no quería que
el nombre de mi padre se arrastrara por el barro. Y no quería que la gente supiera lo
que McQueen le había hecho a mi hermano. No había testigos, solo mi palabra contra
la suya. No vine aquí con la intención de asesinarlo. Quería una pelea justa, pero
entonces comenzó a reír...
"Estábamos agazapados en el oscuro crepúsculo, Dewayne y yo, esperando.
Cuando Boyd McQueen salió de su casa, montó en su caballo, y se dirigió hacia el
norte, lo seguimos hasta que el rancho ya no estaba a la vista y yo había logrado reunir
coraje. Luego espoleé a mi caballo al galope, seguida de cerca por Dewayne.
Grité su nombre. McQueen se dio vuelta y detuvo su caballo. Saqué mi arma y le
dije: -Bájate de tu caballo. - Hizo lo que le indiqué, y también desmonté. - Eres la hija
de Grant, pensé que te había matado.- me dijo - Pensaste mal - le respondí con una
falsa bravuconería.
Mi corazón latía con fuerza y me temblaban las manos. Había practicado sacar
el arma de la pistolera, pero temía que, cuando llegara el momento, no fuera capaz de
hacerlo. - Te daré lo que no le diste a mi familia, una oportunidad.- le dije.
Entonces lanzó una carcajada sardónica que no llegó a tocar sus ojos. - ¿Ah,
como un duelo? Apuntas, Apunto, ¿y el que queda es el ganador? ¿Y qué hay de tu
amigo aquí? ¿Puedo matarlo también? - Él bufó burlonamente - No tienes las agallas
para matar. ¿Quieres saber lo que le hice a tu hermano cuando lo llevé afuera? Disfruté
al oírlo gritar - Y él comenzó a reír - Tu hermano quería que me detuviera - su risa se
hizo más dura - me rogó que parara…
No me di cuenta de que había apretado el gatillo hasta que oí la explosión y vi a
McQueen agitar los brazos mientras se tambaleaba hacia atrás, hacia el suelo.
- Oh, Dios - grité y lloré mientras me dejaba caer junto a él, sacaba un pañuelo
que sobresalía de su bolsillo y lo presionaba contra la mancha oscura que se extendía
sobre su camisa blanca. Él gimió.
Dewayne se arrodilló junto a mí - Tuviste que dispararle, Loree. Está muerto.
Tenemos que salir de aquí.
- Ayúdame a parar la sangre - le pedí. Entonces McQueen lanzó un rugido
profundo y agarró mi muñeca. La sangre que cubría sus manos facilitaba el
deslizamiento, tropecé hacia atrás.
- ¡Perra! Te arrastraré al infierno conmigo - me dijo y comenzó a reír - ¡Cree
mis palabras! ¡Te arrastraré al infierno conmigo!
Y lo hizo. Él sí me arrastró al infierno. Yo vivía sola, con miedo de que si tenía
una familia, lo que había hecho llegaría a lastimarlos. No sabía que ya te había

lastimado - Con lágrimas corriendo por sus mejillas, Loree se dobló y presionó su
rostro sobre sus rodillas.
- ¿Pensaste que podrías ocultarlo? - Austin preguntó atónito.
- Culpa a mi juventud, a mi pena o a mi vergüenza. Simplemente no quería que nadie
supiera todo lo que condujo a esa noche, todo lo que sucedió esa noche. Y no podía
175
hacer nada.
- Entonces, ¿una vez que le disparaste, te fuiste?
Limpiándose las lágrimas, ella asintió.
- Trató de sacar su arma de la funda, así que montamos y salimos al galope. Llegamos
a un río. No pude sacar su sangre de mis manos. Intenté e intenté, pero no pude - Ella
comenzó a secarse las manos en su vestido - A veces, siento que su sangre todavía está
allí.
Austin había escuchado con creciente horror y terror... y más, con la
comprensión de que ella decía la verdad. Estaba conectada con las tierras... el eslabón
perdido que el detective había descubierto. Él se dejó caer a su lado y tomó sus manos
frías, heladas en las suyas.
- Loree, escúchame - Él la sacudió hasta que su cabeza se echó hacia atrás y la mirada
vacía desapareció de sus ojos para ser reemplazada por lágrimas.
- Lo siento tanto, Austin. Nunca supe que alguien había ido a prisión por haber matado
a McQueen. Pensé que estábamos a salvo. Hubiera regresado y confesado si hubiera
sabido...
- No importa, pero tengo que hablar con Dallas ahora mismo. Quiero que vayas a la
casa y cuides a Grant. ¿Puedes hacer eso por mí? Confía en que me ocuparé de todo.
¿De acuerdo?
- Le dirás al sheriff, ¿verdad? Vamos a limpiar tu nombre…
Él presionó un dedo en sus labios.
- Necesito hablar con Dallas esta noche. Entonces decidiremos mañana qué vamos a
hacer. - La rodeó con un brazo y la ayudó a ponerse de pie. Ella estaba temblando
tanto como él. La acompañó a la casa, la metió en la cama, y la cubrió con las mantas,
metiéndolas debajo de su barbilla.
- No me odies, Austin - dijo en voz baja.
- No te odio, Loree. Cuida a Grant si se despierta. ¿Recuerdas meses atrás, antes de que
naciera, cuando dijimos que él tenía que ser lo primero? Eso sigue siendo cierto. Nada
ha cambiado eso.
Ella le dio un débil asentimiento. Señor, no quería dejarla, pero sabía que era
imperativo que hablara con Dallas tan pronto como pudiera.
- No tardaré - prometió.
Se apresuró a salir de la casa, ensilló a Trueno Negro, montó y cabalgó a través
de la noche como un hombre perseguido por los demonios.

A Dallas le encantaban esos primeros momentos cuando se metía en la cama y


su esposa se acurrucaba contra él. Ella ronroneó como un gatito contento, y ni siquiera

había llegado a darle la satisfacción que planeaba. Cubrió su boca con la suya,
bebiendo profundamente de la gloria que ella le ofrecía.
La puerta del dormitorio chocó contra la pared, y salió disparado de la cama,
desnudo como el día en que nació. Arrancó una manta de la cama para cubrirse y miró
a su hermanito.
- ¿Qué diablos crees que estás haciendo?
- Necesito hablar contigo - dijo Austin, con la respiración entrecortada. Su mirada
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preocupada se movió hacia Dee - Contigo también.
- ¿Te importa si nos vestimos? - ladró Dallas.
Austin lo miró como si recién notara su falta de ropa. Asintió bruscamente.
- Eso estaría bien - y desapareció por el pasillo.
Dallas miró a Dee.
- La última vez que uno de mis hermanos irrumpió en mi habitación de esa manera,
perdí una esposa.
Sonriendo, se levantó de la cama y alcanzó su bata.
- Bueno, no tienes que preocuparte de que eso suceda esta vez.
Se puso los pantalones antes de seguirla a su estudio. Como un animal
enjaulado, Austin se paseaba de un lado a otro frente a la ventana que corría a lo largo
de la pared. Señaló el escritorio sin romper su zancada.
- ¿Por qué no te sientas?
Dallas se dejó caer en la silla de cuero detrás de su escritorio, apoyó el codo en
el apoyabrazos, se frotó el bigote con el pulgar y el índice mientras Dee se sentaba en
una silla junto al escritorio y colocaba las piernas debajo de ella. Austin continuó su
ritmo.
- ¿Tenías algo que decirnos a esta hora impía?
- No sé cómo decirlo.
- Directamente será lo mejor.
Austin asintió y se detuvo abruptamente.
- Maté a Boyd.
Dallas permaneció inmóvil como la muerte y miró a su hermano.
- ¿Disculpa?
- Maté a Boyd.
Dallas plantó sus manos sobre el escritorio y lentamente se puso de pie.
- Déjame asegurarme de que entiendo lo que acabas de decir. Durante seis años, dijiste
que eras inocente, permitiste que tu familia estuviera a tu lado y proclamara tu
inocencia, y he estado pagando a un hombre para encontrar pruebas sobre eso. ¿Y
ahora me estás diciendo que eres culpable de asesinato? - Observó cómo la sangre se
escurría de la cara de Austin antes de asentir bruscamente - Muy bien.
- Pero estabas con Becky esa noche - le recordó Dee.
- Después, lo maté y luego fui a buscar a Becky, planeando usarla como mi coartada,
pero finalmente no pude hacerlo. Sé que he destruido tu confianza en mí y que nunca
podré recuperar eso, empacaré, reuniré a mi familia y nos iremos.
- No hagamos nada precipitado - ordenó Dallas - Iremos a dormir, por la mañana las
cosas se verán más claras.

- En la mañana, quiero que telegrafíes a Wylan y le digas que detenga la búsqueda del
asesino.
Dallas entrecerró los ojos y le dio a su hermano un largo y lento gesto de
medición.
Austin dio un paso hacia el escritorio.
- Dame tu palabra de que enviarás ese telegrama a primera hora de la mañana.
- Te doy mi palabra.
Observó cómo el alivio descendía por la cara de su hermano, como el agua que
177
corre sobre las caídas rocosas. Austin se volvió hacia Dee.
- Sé que te debo más, Dee, Boyd era tu hermano y todo. No sé cómo, pero encontraré la
manera de devolver todo lo que debo.
- No me debes nada, Austin - le aseguró.
- Tengo que decirles a Houston y a Amelia. Lo haré mañana. Y a Cameron. - Dirigió su
mirada hacia Dallas - Podría sacar un anuncio en el periódico, ¿no?
- Como dije, no hagamos nada sin pensarlo bien.
Austin deslizó una mano en su bolsillo trasero y dio un paso hacia atrás.
- Necesito volver a casa con Loree.
- Ven por la mañana y resolveremos esto.
Austin asintió.
- Lo siento mucho.
- Yo también - dijo Dallas en voz baja. Observó a su hermano salir de la habitación.
Caminó hacia la ventana y vio a Austin galopando en la noche - Entonces, ¿a quién
diablos crees que está protegiendo ahora?
- Si sigue los pasos de sus hermanos mayores, tendría que ser a la mujer que ama, -
dijo Dee suavemente cuando se acercó por detrás de él y le rodeó el pecho con los
brazos.
- Cristo, espero que estés equivocada.

Loree oyó los pasos en el porche y lentamente se levantó de la mecedora. La


puerta se abrió en silencio y Austin se deslizó dentro. Colgó su sombrero en la percha
junto a la puerta y se quedó mirando sus botas. Parecía un hombre que acababa de
soportar el peso del mundo sobre sus hombros.
- ¿Austin?
Él giró la cabeza y le dio una débil sonrisa.
- Pensé que estarías dormida. Debe ser cerca de la medianoche.
- Casi. ¿Qué dijo Dallas?
- Que nos ocuparemos de todo.
Ella frunció el ceño.
- ¿Qué significa eso?
Cruzó la corta extensión que los separaba.
- Significa que nos ocuparemos de todo. No quiero que le cuentes a nadie lo que me
dijiste esta noche.
- ¿Cómo eso va limpiar tu nombre?

- No te preocupes por mi nombre. Debes preocuparte por ese niño que está
durmiendo en su cuna en nuestra habitación.
- No le dijiste a Dallas, ¿verdad?
Echó la cabeza hacia atrás y se pasó las manos por el pelo.
- Dallas contrató al detective del que te hablé. Recientemente le notificó que creía
haber descubierto un vínculo con unas tierras. No sé por qué le tomó tanto tiempo...
- Porque mi padre compró las tierras con un nombre falso. Tantos hombres usaron
nombres diferentes después de la guerra, especialmente si tenían algo que ocultar.
Había desertado. Tenía miedo de que no le vendieran la tierra si conocían la verdad... -
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Ella lo miró implorante - Honestamente, mi padre no era un mal hombre.
- Simplemente mintió y engañó.
Las lágrimas le quemaron los ojos.
- Nunca quise que nadie lo supiera…
- Nadie lo sabrá. Le dije a Dallas que enviara un telegrama al detective y le dijera que
sus servicios ya no eran necesarios.
- Y aceptó hacer eso... ¿por tu pedido?
- Es mi hermano. Él confía en mí. - Se acuclilló ante el hogar - Encenderé el fuego. Ve a
la cama. Estaré allí en un minuto.
Entró en su habitación y trepó a la cama, cubriéndose con las mantas. El alivio
la inundó cuando escuchó sus pasos y vio su silueta en la entrada. Como si nunca
volviera a verlo, observó la forma en que se agarraba al marco de la puerta mientras
deslizaba el tacón de su bota en el botín y se la quitaba. Ella escuchó al caer el ruido
sordo de una, luego de la otra, y el suave roce de sus pies con medias mientras
caminaba hacia la cama, tirando de su camisa sobre su cabeza mientras avanzaba.
Loree observó su sombra mientras dejaba caer los pantalones al suelo. Por la mañana,
con gusto recogería toda su ropa y verificaría si tenía roturas o botones faltantes antes
de lavarla.
La cama se hundió bajo su peso mientras se estiraba junto a ella, cruzaba los
brazos debajo de la cabeza y miraba el techo.
- ¿Por qué creyeron que mataste a McQueen? - finalmente ella se armó de coraje para
preguntar.
Ella lo escuchó tragar en el silencio que siguió a su pregunta.
- Muchas razones.
- Dijiste que habías cometido algunos errores…
- Sí.
- ¿Qué hiciste?
Él suspiró profundamente.
- Las tierras que tu padre dijo que eran de su propiedad, eran de Dallas. Boyd y Dallas
pelearon por ella. Dallas hizo un pacto con el diablo. Se casaría con su hermana y
cuando ella le diera un hijo, le cedería la tierra a Boyd. Te dije lo que pasó detrás del
hotel. No sabíamos que había sido Boyd en ese momento. Dee había escuchado a un
niño gritar: Rawley. Boyd lo había lastimado de manera que un niño nunca debería ser
herido. Cuando Rawley me lo confió, entré en el salón como un Gran macho, disparé
mi arma sobre la cabeza de Boyd y le dije que nada me gustaría más que deshacerme

de su sombra. Hubo muchos testigos. Entonces, cuando apareció muerto, pensaron


que había llevado a cabo mi amenaza.
- Pero Becky sabía la verdad, - dijo en voz baja, comprendiendo el alcance de su amor
por Becky. Tenía que haber sabido lo que su silencio podría costarle.
- No pensé que me encontrarían culpable, así que le dije que no dijera nada.
- Pero después de que te encontraron culpable...
- No vi que hubiera cambiado nada. Boyd escribió "Austin" en la tierra antes de morir.
- Me pregunto por qué no escribió mi nombre.
- Creo que él planeó hacerlo, pero murió antes de hacerlo. Escribir tu nombre no
habría ayudado, si nadie sabía dónde encontrarte, así que primero escribió el lugar
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donde vivías.
Su corazón se estrelló contra las costillas al darse cuenta de que era lo que lo
había llevado hasta Austin.
- El hombre que estabas buscando en Austin…
Él se dio vuelta y acunó su mejilla.
- Parece que él no era un hombre en absoluto.
Ella apretó sus ojos cerrados.
- Cómo debes odiarme.
Su pulgar rodeó su mejilla en una suave caricia.
- Loree, no te confundas. Lo habría matado esa noche, pero Becky sin saberlo me lo
había impedido. Boyd había pagado a algunos hombres para que mataran a Dallas, y lo
azotaron hasta casi matarlo. No pudimos probar nada porque él los asesinó mientras
dormían. Fue engendrado por el demonio, y estoy condenadamente cansado de que
llegue desde el infierno y toque nuestras vidas. Vamos a dejar esto atrás. No digo que
sea fácil, pero por Dios, no voy a dejar que me robe algo más. - Él dejó caer su mano
sobre su hombro y la apretó suavemente. - Ven acá. Loree se deslizó hasta que estuvo
acurrucada en su abrazo - Mañana, decidiremos qué vamos a hacer - le dijo - Pero
ahora tengo que dormir un poco - Ella escuchó un profundo bostezo - Anoche, no
dormí en absoluto, preocupándome por la entrevista de esta mañana.
Esta mañana. Parecía tanto tiempo desde que partió en busca de su sueño.
Todos los sueños que había soñado, se los habían robado.
Su agarre sobre ella se aflojó, sus dedos desplegándose alrededor de su
hombro. Escuchó su respiración más profunda y lenta. Se sorprendió de que se
durmiera después de todo lo que le había contado, y pensó que sería mucho más fácil
si él hubiera echado ramalazos y le hubiera dicho que la odiaba.
Solo podía suponer que las implicaciones de su confesión no le habían afectado
todavía. Tarde o temprano, miraría al otro lado de la habitación y se daría cuenta de
todo lo que ella le había costado.
Escuchó el suave grito, templado por la noche. Se deslizó por debajo del peso
del brazo de Austin y caminó por el camino familiar en la oscuridad, levantando a su
hijo en brazos y colocándose en el balancín cerca de la ventana. Lo sostuvo contra su
pecho. Su pequeño puño presionó contra su carne mientras amamantaba con avidez.

Amaba al niño tanto como amaba a su padre. Su mirada recorrió la habitación


hasta que vio la sombra oscura de su marido, dormido. Se preguntaba qué soñaría esta
noche.
Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que su amor se convirtiera en odio.
Cuánto tiempo antes de que él comprendiera y contara todas las cosas que ella le
había robado.
Pasó cinco años de su vida en prisión, y solo podía imaginar qué horrores había
experimentado allí: un hombre con un corazón que escuchaba música tan hermosa
como la suya. No era de extrañar que la música hubiera muerto dentro de él.
No podía devolverle esos años. No podía quitarle las cicatrices de la espalda... ni
devolverle a la mujer que había amado una vez, una mujer con la que estaría casado
hoy, si Loree hubiera sabido que habían arrestado a alguien por matar a Boyd
McQueen. Se habría entregado seis años antes, habría confesado entonces… si lo
180
hubiera sabido.
No podía devolverle a Austin nada, que sin saberlo le había quitado, pero podía
devolverle lo que había tomado recientemente. Con su inocencia comprobada, estaría
verdaderamente libre de las paredes que aún lo sostenían. Él podría perseguir su
sueño y no habría nada que le impidiera alcanzarlo.
Miró el bultito de amor entre sus brazos. ¿Cómo podría dejarlo? Si se
entregaba, tenía pocas dudas de que perdería a su hijo. Iría a prisión tal como lo hizo
su esposo. Para darle a Austin su sueño, ella tenía que renunciar al suyo. Su corazón se
hizo añicos con la idea de no volver a abrazar a este niño, de no verlo crecer, de no
verlo dar el primer paso. Pero cada día que ella esperara, aumentaría la deuda que
tenía por haber matado a McQueen.
Y ya no podía tolerar la idea de que Austin pagara continuamente por sus
acciones. Las lágrimas corrían por sus mejillas. ¿Cómo iba a saber que el destino sería
más cruel que Boyd McQueen?

Austin se despertó con un sentimiento extraño, que no podía identificar.


Escuchó los pájaros gorjeando afuera de la ventana. Escuchó a su hijo gorgoteando en
la cuna cercana. Pero no podía escuchar a Loree.
Echó hacia atrás las mantas y sacó las piernas de la cama. Su mirada se posó en
su hijo, sus ojos azules muy abiertos, sus puños y pies balanceándose en el aire.
- Hola, joven amigo. ¿Dónde está tu mamá? - Grant balbuceaba y pataleaba
emocionado. Austin se puso los pantalones antes de levantar a su hijo en brazos. -
Bueno, estás seco y no gritas, así que mamá debe haberte dado de comer - Con su
pulgar, limpió la baba de la boca del pequeño. - Tenemos un montón de cosas que
resolver, tu madre y yo, pero no quiero que te preocupes por nada. Yo me preocupo
por todos nosotros.
Enfiló hacia la habitación delantera. La luz de la mañana se inclinaba a través
de las ventanas. Un escalofrío lo recorrió, tan frío como la estufa donde debería arder
un fuego acogedor. Se dirigió a la puerta. Algo en la mesa llamó su atención. Regresó

lentamente y recogió una nota. Con líneas desiguales como si hubiera estado
temblando en ese momento, Loree había garabateado: "Perdóname".
El terror se disparó a través de sus signos vitales como una bala bien apuntada
de un rifle Winchester. Atravesó la puerta principal y tropezó en el porche.
- ¡Loree!
Sosteniendo a su hijo cerca, tratando de no sacudirlo, Austin corrió al corral
como si acercarse a él pudiera cambiar lo que ya estaba sospechando. Su caballo no
estaba. Golpeó con su palma el poste y gritó su nombre, sabiendo incluso mientras lo
hacía que no tenía sentido. Ella no podía escucharlo.
Grant comenzó a preocuparse. Austin lo hamacó levemente.
- Está bien. Estoy seguro de que tu mamá fue a dar un paseo temprano por la mañana -
Dios querido, él esperaba que eso fuera todo lo que ella había hecho. Volvió a la casa y
miró cada centímetro como si la viera por primera vez - Supongo que echamos de
menos el amanecer. No sé cómo comenzar el día sin ver el amanecer, pero todavía
necesito mi café de la mañana.
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Puso a Grant sobre una pila de colchas, pero el chico comenzó a gritar como si
su corazón se rompiera. Grandes lágrimas gotearon por sus mejillas.
- Está bien, está bien - dijo Austin mientras metía a su hijo en el hueco de su brazo. Las
lágrimas y los gritos se detuvieron tan rápido como habían comenzado - Esperaré
hasta que tu mamá llegue a casa para tomar mi café - Se pasó una mano por el pelo -
No puede ser mucho más tiempo.
Escuchó un caballo relinchar y el alivio se apoderó de él. Salió corriendo y se
detuvo al ver a Dallas sentado a horcajadas sobre su caballo.
- ¿Le enviaste ese telegrama a Wylan?
Dallas se quitó el sombrero de la cabeza y agachándose sobre el caballo cruzó
un brazo con el antebrazo contrario.
- Claro que sí. Lo primero que hice esta mañana, tal como lo prometí.
- Bien.
- Me encontré con el sheriff Larkin mientras estaba en la ciudad. Parece que tu esposa
le hizo una visita muy temprano esta mañana.
Austin sintió que toda la sangre se escurría de su cara, sus rodillas se
debilitaron, y su corazón latió como el ganado en estampida.
- Le dijo al Sheriff Larkin que mató a Boyd McQueen.

Tomando una respiración profunda, Austin abrió la puerta de la cárcel y entró


en la oficina. Las celdas estaban detrás de otra puerta, Austin sabía por experiencia
que Larkin mantenía entreabierta. El sudor apareció en la frente de Austin y tembló
como si fuera él el que estaba encerrado.
No tenía buenos recuerdos de la cárcel. Su juicio se había llevado a cabo en el
salón. El juez había presidido desde un banquillo detrás de la barra. Austin se había
sentado a una mesa, la humillación envolviéndolo porque Larkin no había soltado sus
manos. Se frotó las muñecas ahora, como si el metal frío aún le mordiera la piel.

Larkin estaba despatarrado en su silla, con los pies sobre el escritorio y el


vientre lamiéndole el cinturón. Austin sabía que en algún lugar detrás de esa mirada
insolente el hombre tenía algunas cualidades redentoras o su hermano nunca lo
habría contratado.
Austin tragó saliva.
- Escuché que mi esposa llegó esta mañana con un cuento sobre matar a Boyd
McQueen.
Larkin se quitó la cerilla de entre los dientes.
- Sí.
- Ella mintió.
Larkin levantó una ceja canosa.
- Sigue.
Austin sintió que una chispa de esperanza se encendía dentro de él y se acercó.
- Quería irme de la ciudad con la orquesta que estaba aquí hace unos días, pero no
querían que un hombre que había sido condenado por asesinato viajara con ellos.
Loree, bendito sea su dulce corazón, pensó que si ella decía que mató a Boyd, me
dejarían ir con ellos. - Él se burló y negó con la cabeza - Mujeres. No entienden las
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complejidades de la ley.
Larkin le apuntó con el fósforo.
- ¿Entonces me estás diciendo que mataste a Boyd?
- Eso es correcto. Cuando me arrestaste hace seis años, seguro que sabías lo que
estabas haciendo. Me molestaba como el diablo que supieras que había sido yo, pero
también tenía que admirarte.
Larkin dejó caer sus pies al suelo.
- Bueno, entonces voy a estar condenado. Tu esposa contó una historia muy
convincente.
- Apuesto a que lo hizo.
Larkin se levantó y recogió un anillo de llaves de su escritorio. Caminó hacia la
puerta de atrás como un hombre sin prisa. Luego se detuvo, se volvió y se frotó la
oreja.
- Supongamos que le dijiste dónde escondiste el arma.
Austin sintió como si Larkin acabara de darle un puñetazo.
- ¿Qué?
- El arma que usaste para matar a Boyd. Tu esposa sabía exactamente dónde había
estado todos estos años. Supongo que debes habérselo dicho.
- Sí, lo hice.
- ¿Y dónde estaba?
Austin cerró de golpe los ojos. Demonios, ni siquiera sabía dónde había muerto
Boyd.
- La enterré debajo de una artemisa... - Abrió los ojos y exhaló un suspiro de alivio
cuando Larkin asintió lentamente.
- Y tú habías envuelto algo alrededor del arma antes de enterrarla. ¿Quieres decirme
qué fue eso?
- Una tira de manta.

Sabía por la mirada dura en los ojos del sheriff que había dado la respuesta
incorrecta.
- Un pañuelo de lino que tenía las iniciales de Boyd cosidas y su sangre empapada, -
dijo el sheriff.
- Larkin, déjala ir.
- No puedo hacer eso. Mi trabajo es asegurarme de que se haga justicia, y hace seis
años se cometió una injusticia que no puedo pasar por alto - sacudió la cabeza hacia
un lado - ¿Quieres hablar con ella?
- No, yo no quiero hablar con ella - Giró sobre sus talones, atravesó la oficina y cerró la
puerta al salir.
Si la veía, temía decirle que al entregarse le había quitado el sueño más
precioso que alguna vez había tenido.
¿Y de qué le serviría ese conocimiento a ninguno de los dos?

Austin dejó a su hijo dormido en la cuna. Habían pasado tres días, tres días sin
Loree, y cada minuto había sido un infierno. Quería verla como nunca había querido
algo en su vida, pero temía que verla tras las rejas, enjaulada como un animal, lo haría
arrodillarse.
183
Tan silencioso como un ratón, salió de puntillas de la habitación.
- Te ves como el infierno.
Levantó la cabeza y miró a Houston, de pie en la entrada principal.
- Me siento como el infierno. ¿Quieres un café?
- No - Houston entró con el sombrero en la mano - Solo pensé que querrías saber que
llegó el juez del circuito. El juicio de Loree será mañana. - Austin sintió un nudo en el
estómago
- Teniendo en cuenta el hecho de que McQueen mató a su familia, tal vez la dejen ir -
dijo con esperanza.
- Si te hubieras reunido con su abogado como el resto de la familia, sabrías que Boyd
no es el que está en juicio aquí.
No le gustó la censura que escuchó en la voz de su hermano.
- ¿Qué quieres que haga, Houston? Mis responsabilidades no desaparecieron solo
porque mi esposa decidió limpiar su conciencia. Tengo que ocuparme de las tareas
domésticas junto con un bebé. Me lleva horas darle la leche. Cada vez que voy a
cambiarlo, me molesta…
- Sabía que eras inteligente.
- ¿Qué significa eso?
- Una vez me dijiste que si una mujer te amara tanto como Amelia me amaba a mí, te
arrastrarías por el infierno por ella.
- Me he arrastrado por el infierno, y no recomiendo el viaje - La furia que se había
estado formando dentro de él estalló inesperadamente como un río embravecido.
Plantó sus manos debajo de la mesa y la envió volando hacia una de las paredes - Y
ahora será Loree la que se arrastrará por el infierno. Le dije que me haría cargo de
todo - Se giró, la angustia casi lo dobló - ¿Por qué tenía que confesar?

Escuchó el grito de pánico de Grant y sintió como si el techo se derrumbara


sobre él en cualquier momento.
- Déjame acunarlo - ofreció Houston, yendo hacia la habitación sin esperar una
respuesta. Austin escuchó el maravilloso silencio y se preguntó cuánto duraría.
Houston salió de la habitación, sosteniendo a Grant en sus brazos - ¿Por qué no lo
llevo a casa? Amelia puede alimentarlo…
- No sé lo que voy a hacer, Houston. No soporto la idea de que vaya a prisión.
- Si no soportas esa idea, piensa en ésta. Duncan ha pedido que la cuelguen.

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CAPÍTULO 19

Austin estaba de pie en el umbral, mirando el largo pasillo de barras de hierro


que formaban las celdas de la cárcel. Vio a Loree en la celda final, la celda en la que
una vez él había dormido, comido y en la que se había preocupado mientras esperaba
su juicio. No había tenido la intención de abandonarla, pero ahora se daba cuenta con
sorprendente claridad de que lo había hecho.
Su esposa estaba parada sobre el catre que estaba apoyado en la pared de
ladrillos, estirada sobre sus pies desnudos, colgada de los barrotes de la ventana y
mirando hacia la noche.
- ¿Qué estás haciendo? - le preguntó mientras se dirigía hacia la última celda.
Ella giró y casi se cayó de la cama antes de recuperar el equilibrio. Con los ojos
muy abiertos, la mano presionada justo debajo de su garganta, se agarró a una de las
barras de hierro y bajó del catre, a lo que él sabía que era un frío suelo de piedra.
- Estaba buscando una estrella fugaz para poder pedir un deseo.
- ¿Qué querías pedir?
Ella inclinó la cabeza ligeramente y le dio una sonrisa temblorosa.
- Si te lo digo, no se hará realidad. Pero de todos modos probablemente no se haga
realidad. Estaba deseando que me perdonaras.
Se veía tan malditamente pequeña parada en esa celda con un vestido amarillo
y sus pies descalzos. Austin frunció el ceño.
- ¿Ese es un vestido nuevo?
Asintió rápidamente.
- Dee lo trajo. Ella hizo que Larkin me llevara al hotel para poder tomar un baño. Él no
quería, pero cuando ella comenzó a gritar, él lo autorizó. Me gustaría tener su coraje.
Austin sonrió levemente ante un recuerdo distante.
- Deberías haberla visto cuando se casó con Dallas. En la noche de bodas, se escondió
debajo de su escritorio.
Sus ojos se agrandaron.
- No puedo imaginar eso.
- Así fue.
Loree mordió su labio inferior.
- ¿Cómo está Grant?
- Perdiendo a su madre. - Las lágrimas brillaron en los ojos femeninos. - No comía
mucho, así que Houston se lo llevó a Amelia para que lo amamantara.
- Ya no podría hacerle ningún bien. Mi leche se secó... a causa de la preocupación,
supongo.
En contra de su voluntad, la mirada se posó en sus pechos... en su pequeña
cintura... y en sus redondeadas caderas. ¿Cómo sobreviviría ella a la dureza de la
prisión?
- ¿Por qué tuviste que confesar? Te dije que me haría cargo de todo.
- Afirmando que mataste a McQueen. ¿No fue así como te encargaste de todo? ¿No es
eso lo que le dijiste a Dallas para que le enviara el telegrama al detective? -

Envolviendo sus brazos alrededor de sí misma como si sintiera dolor, se giró. Él vio
185
sus estrechos hombros temblar. Incluso si pasaba sus brazos a través de los barrotes,
no llegaría a tocarla.
- ¿Loree? - él jadeo.
Ella giró lentamente, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas caminó hacia él, y
sus manos se agarraron a los barrotes hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
- Austin, ¿no lo ves? Perdiste cinco años de tu vida por mí. Si no fuera por mí, nunca
habrías perdido la música para empezar, podrías tener tu sueño de tocar el violín en
una orquesta. Si no fuera por mí, estarías casado con la mujer que amas.
Las lágrimas se le atragantaron en la garganta y le quemaron los ojos. Pasando
las manos a través de los barrotes, le ahuecó las mejillas.
- Loree, estoy casado con la mujer que amo. ¿He sido tan ineficaz demostrándotelo?
Un sollozo desigual brotó de su pecho. Austin la atrajo hacia sí y sintió sus
brazos rodearle la espalda.
- ¡Larkin! - gritó
El sheriff se acercó al pasillo y se apoyó contra la puerta.
- Abre la celda para que yo pueda entrar.
Larkin se quitó la cerilla de entre los dientes y negó con la cabeza.
- No puedo hacerlo.
- No se va a escapar. Solo déjame entrar.
- Cada vez que algún miembro de tu familia entra aquí, tengo que doblar las reglas. No
esta vez. - giró sobre sus talones y se marchó.
Loree aspiró fuertemente.
- Está bien, Austin.
- No, no lo está.
Él la soltó, caminó hacia atrás hasta que sintió la pared contra su espalda y se
deslizó hacia abajo hasta que su trasero cayó al suelo. Loree dentro de la celda hizo lo
mismo. Deslizaron sus manos a través de los barrotes y las envolvieron una sobre la
otra.
- ¿Estas asustado? - preguntó Loree en voz baja.
- Aterrorizado.
Un silencio sofocante comenzó a extenderse entre ellos.
- ¿Me harías un favor? - le preguntó Loree.
- Cualquier cosa.
- ¿Pensarás en algo agradable para contarle a Grant sobre mí cuando esté creciendo?
Creo que será la parte más difícil, extrañaré verlo crecer... y verte envejecer.
Él no podía discutir eso. Pensó en todo lo que había perdido: cuán rápido sus
sobrinos y sobrinas habían crecido y cambiado, como se habían convertido en
personas que apenas había reconocido.
- Le diré cuánto te gusta el azúcar y lo dulce que eso te hizo.
Una esquina de su boca se levantó momentáneamente, luego bajó más bajo que
antes.
- Quiero que te divorcies de mí.
- ¡¿Qué?!

Sus dedos se apretaron alrededor de los suyos.


- Mi abogado cree que me darán al menos cinco años, tal vez más. Ya le dije que
186
redacte los documentos para que podamos firmarlos antes de irme. Quiero que te
cases con alguien que sea una buena madre para Grant.
Él se acomodó sobre una cadera, así que la miró de frente.
- No. Te voy a esperar, Loree. El día que salgas de la cárcel, estaré en la puerta con
Grant a mi lado.
Loree negó con la cabeza vigorosamente.
- Ambos sabemos lo fácil que es hacer esa promesa y lo difícil que es mantenerla.
- Diez años, veinte, veinticinco. No importa, Loree. Te esperaré. - Buscó a través de los
barrotes, atrayéndola tan cerca como pudo con el maldito hierro separándolos,
deseando tener el poder de evitar que llegara el amanecer.

Pero el alba llegó, rayos de luz que atravesaban la penumbra de la cárcel.


Austin le había traído a Loree una comida del hotel y la observó mientras
mordisqueaba la tostada que había cubierto con mantequilla, azúcar y canela. Había
vertido tanta azúcar en el café que el fondo de la taza se sentía como el cieno de un río
cuando trató de removerlo.
Ahora estaban de pie, mirándose, los dedos de los pies de Loree, sobre la punta
de las botas de Austin, con las manos entrelazadas. Las palabras eran insignificantes
mientras esperaban al sheriff Larkin. Lo único que Austin agradeció fue el hecho de
que Leighton ahora tenía un ayuntamiento y su juicio no se celebraría en el salón.

- ¿Tía Loree?
Austin giró su cabeza hacia la voz vacilante de Rawley. Sintió como los dedos de
Loree se apretaban más alrededor de los suyos, y supo que ella deseaba que el chico
no la hubiera visto allí.
- Oye, Rawley, ¿no deberías estar en la escuela? - Austin preguntó amablemente.
Rawley dio un paso hacia él.
- Hoy no hay escuela a causa del juicio.
Loree lo miró como si deseara estar en cualquier lugar menos donde estaba.
- Tía Loree, dicen que mataste a Boyd McQueen. ¿Lo hiciste?
- Rawley… - comenzó Austin, pero Loree llevó un dedo hasta sus labios.
Ella inclinó la cabeza, las lágrimas brillaban en el fondo dorado de sus ojos.
- Sí, Rawley, lo hice.
Se quitó su polvoriento Stetson negro como si acabara de entrar en la iglesia.
- Entonces estoy agradecido contigo.
Loree sacudió su mirada desconcertada hacia Austin, luego miró a Rawley.
- Rawley, no estoy orgullosa de lo que hice.
- No pensé que lo estuvieras. Una vez el Sr. D me dijo que hay una diferencia entre ser
bueno y hacer cosas malas. A veces, una persona hace algo porque no tiene otra
opción. Puede que no te guste lo que hiciste... pero eso no hace que seas mala. Creo

que esa es la situación en la que estás, yo mismo he estado allí. - Colocó su sombrero
en su lugar y continuó - Pretendo cuidar bien de Dos Bits por ti, hasta que vuelvas a
casa, así que no te preocupes por eso.
187
- Te lo agradezco - dijo Loree suavemente, dándole una cálida sonrisa y con lágrimas
cayendo por sus mejillas.
Él asintió bruscamente antes de irse.
Loree apretó sus ojos cerrados.
- Al menos McQueen nunca tocará a nuestro hijo.
Fuertes pasos resonaron afuera del pasillo. Larkin entró, girando el llavero
alrededor de su dedo.
- Bueno, es hora.
Austin se hizo a un lado y Larkin metió la llave en la cerradura y abrió la puerta
chirriante.
- Afuera.
Loree salió vacilante de la celda. Austin la tomó en sus brazos, ignorando el
ceño fruncido que Larkin lanzó en su dirección.
- Todo va a estar bien, Dulce. - Ella asintió contra su pecho - Recuerda que te esperaré,
sin importar cuánto tiempo.
Loree levantó la cara alejándose unos centímetros de él, las lágrimas brotaban
de sus ojos.
- Desearía que no lo hicieras.
Austin le dio una cálida sonrisa y se secó con el dorso de la mano una lágrima
que le resbalaba por el rabillo del ojo.
- Tenías razón, Dulce. Si me dices cuál es tu deseo, no se hará realidad.
Escuchó el ruido de las cadenas y miró por encima del hombro de Loree para
ver a Larkin abriendo los grilletes.
- Jesús, Larkin, no se los pongas a ella.
- No tengo elección. Es la regla.
- ¿Quién puso esa maldita regla? - exigió Austin - Ella se entregó, por el amor de Dios.
Muéstrale al menos, respeto por ello.
Larkin rodó el fósforo de un lado de su boca al otro.
- Está bien - dijo a regañadientes y sacudió la cabeza hacia un lado - Vámonos.
Loree dio un paso adelante, se detuvo y miró por encima del hombro. Austin
negó con la cabeza.
- No puedo ir, Loree
Su esposa le dio una sonrisa llena de simpatía y comprensión.
- Lo sé - levantó la barbilla con orgullo, cuadró los hombros, y siguió a Larkin por el
pasillo hacia la oficina principal.
Austin esperó hasta que oyó que se cerraba la puerta, antes de ceder al dolor.
Su agonizante gemido hizo eco entre las celdas vacías. Golpeó la pared de ladrillo
hasta que sus nudillos quedaron raspados y sangrando.
De alguna manera, a pesar de todo lo que había soportado, Loree había logrado
mantener un aura de inocencia y dulzura. La prisión haría lo que Boyd McQueen no
había podido hacer: mataría su espíritu y le arrancaría toda la bondad.

Golpeó su palma contra la pared y el dolor rebotó en su brazo. Incluso


conociendo el infierno que le esperaba, con gusto iría a prisión en su lugar.

188
Loree decidió que no era un juicio, sino más bien una audiencia. La gente la oyó
decir cómo había matado a Boyd McQueen. Oyeron a Duncan exigir que la ahorcaran
por matar a su hermano. Y llegaron a escuchar a su abogado pedir clemencia porque
había confesado.
Y ahora el juez Wisser estaba reflexionando sobre su destino, aunque parecía
que se había quedado dormido, con las manos cruzadas sobre el estómago, los labios
fruncidos y los ojos cerrados. Solo las moscas en la habitación llena de gente, se
atrevieron a hacer un sonido.
Estaba contenta de que Austin no lo hubiera presenciado y de que no estuviera
allí. Podía aceptar su sentencia con dignidad siempre que no tuviera que ver cuánto
daño le haría a él, que ella fuera a prisión.
El juez Wisser abrió los ojos y se inclinó hacia adelante.
- Loree Leigh, el fallo de este tribunal es que usted realmente es culpable del asesinato
de Boyd McQueen. ¿Tiene algo que decir en su defensa antes de que pronuncie su
sentencia?
La boca de Loree se secó como la tierra árida, y su corazón latió con tanta
fuerza contra sus costillas que estaba segura de que se romperían. Ella solo pudo
sacudir la cabeza.
- Muy bien, entonces. A la luz de las circunstancias…
- Tengo algo que decir.
Loree giró al escuchar esa voz. Austin caminaba por el pasillo entre los asientos
de la sala, con un propósito en cada zancada, mientras la gente estiraba el cuello para
no perderse nada, susurrando y murmurando.
- Hace seis años me envió a prisión por un asesinato que no cometí.
- Una injusticia que pretendo solucionar hoy mismo...
- No puede solucionarla - le dijo Austin - No importa lo que haga, no puede deshacer lo
que ya ha hecho. Viví en el infierno durante cinco años, no por Loree, sino por Boyd
McQueen. Era un hombre mezquino que lastimaba a los niños por el placer de hacerlo.
Mi esposa tuvo que escuchar los gritos de su hermano de catorce años mientras
McQueen lo torturaba. Luego tuvo que ver mientras lo colgaba frente a sus ojos por un
interminable tiempo, hasta que murió. Luego McQueen le disparó a su madre, a su
padre y a ella misma, dejándola por muerta. Y como si eso fuera poco, le pagó a un
hombre para que matara a mi hermano, degolló a tres hombres en la pradera mientras
dormían...
- ¡No puedes probar eso! - rugió Duncan poniéndose de pie.
Austin se dio vuelta.
- Entonces, ¿quién lo hizo, Duncan? Cooper le dijo a Dee que su hermano le pagó para
matar a Dallas. Si no era Boyd, tenías que ser tú, porque estoy seguro de que no era
Cameron.
Duncan palideció y se dejó caer en la silla.

- No fui yo.
Austin se volvió hacia el juez.
- Sé que no podemos tomar la justicia en nuestras propias manos. No estoy diciendo
que Loree debió ir tras Boyd, pero sé que el hombre no merece nuestra compasión.
Una injusticia se llevó a cabo aquí hace seis años. No lo empeore hoy buscando justicia
189
para un hombre que no conocía el significado de la palabra. Renuncié a cinco años de
mi vida por su asesinato. Deje que esos años cuenten como si los hubiera cumplido
Loree y, si eso no es suficiente, entonces envíeme de vuelta a prisión.
Loree se puso de pie de un salto y gritó
- ¡No!
- Duncan quiere que alguien cuelgue, pues cuélgueme...
- ¡No! - lloró Loree.
- Porque por Dios que si me la quita ahora, voy a morir de todos modos, ¿y dónde está
la justicia en eso?
Loree nunca había estado tan aterrorizada en toda su vida, porque le parecía
que el juez estaba considerando seriamente lo que Austin acababa de decir.
El juez Wisser la miró muy serio y dijo:
- Loree Leigh, te sentencio a cadena perpetua… - Austin cerró los ojos, inclinó la
cabeza y apretó los puños - …con este hombre.
Austin levantó la cabeza bruscamente.
- Que Dios se apiade de tu alma. - Y el juez Wisser bajó el martillo, agregando - Este
tribunal se disuelve.
La sala del tribunal estalló en gritos y vítores. Loree miró a su abogado. Él
sonrió y le dio un codazo en el brazo.
- Ve. Eres libre.
Se volvió y encontró a Austin esperándola con los brazos abiertos y ella se
zambulló contra él, entrelazando los brazos alrededor de su cuello, mientras él la
envolvía en su abrazo.
- Ah, Loree - susurró cerca de su oreja - Deberías escuchar la música.

Agotada, Loree se hundió en el agua caliente y humeante. El día lo había pasado


disfrutando de su libertad: sintiendo cómo la brisa soplaba sobre su rostro,
escuchando a cada uno de los niños decirle cuánto la habían echado de menos,
abrazando a Grant, disfrutando del calor de la mano de Austin sobre la de ella.
Y ahora estaban en casa, y él estaba frotando la tela llena de jabón sobre su
brazo inerte.
- No tienes que lavarme - dijo en voz baja, aunque no estaba segura de tener la fuerza
para hacerlo ella misma. No había dormido nada después de entregarse al sheriff
Larkin.
- Quiero hacerlo.
Él pasó la tela lentamente sobre la curva de sus pechos.
- El Dr. Freeman dijo que si dejaba que Grant amamantara nuevamente, mi leche
podría volver - Sus ojos se cerraron - Me gustaría eso.

- Entonces espero que suceda.


- Tú... no... tienes que lavarme.
- Ya lo dijiste - le recordó y ella escuchó la sonrisa en su voz - Tampoco tengo que
amarte, pero lo hago.
Ella se esforzó para que sus ojos permanecieran abiertos.
- ¿Cómo puedes amarme cuando tomé tanto de ti?
190
- ¿Cómo puedo no amarte cuando me diste tanto?
Las lágrimas brotaron de sus ojos.
- Me habría matado si te hubieran ahorcado.
- Bueno, no lo hicieron. Cameron y Dee tuvieron una larga conversación con Duncan
después del juicio. Creo que no podía aceptar el tipo de hombre que era su hermano.
- ¿Así que te dejará en paz?
Él le corrió el pelo lejos de la cara.
- Nos dejará en paz.
- ¿Qué hay de tu sueño?
- Voy a terminar de lavarlo, lo secaré y luego voy a acostarlo.
Loree sonrió cansadamente.
- Quise decir tu música.
- Tocaré para ti. Tocaré para Grant. Tocaré para mi familia.
Se preguntó si él estaría siempre satisfecho con eso, sabía que si ella le
preguntaba, él le diría que sí, fuera verdad o no. Se guardó sus dudas y preocupaciones
para sí misma, y disfrutó de la atención que le prestaba mientras la lavaba, la secaba y
la llevaba a la cama.
Colocó las mantas a su alrededor, y mientras ella se quedaba dormida, lo
escuchó acariciar el arco sobre el violín, creando una música que sonaba muy parecida
a la felicidad.

- Fue la canción más hermosa que he escuchado - dijo Cowan mientras tomaba otra
galleta - No podía sacarla de mi mente.
- Austin tiene la capacidad de reproducir la música que proviene de su corazón. Creo
que eso la hace inolvidable.
- Y si la música es inolvidable, así será él, querida, inolvidable - Se inclinó hacia
adelante y le guiñó un ojo - Y yo, junto con él.
Loree oyó los pasos en el porche y se levantó de la silla cuando Austin cruzó la
puerta. Ella sonrió brillantemente.
- Austin, mira quién está aquí.
Austin se quitó el sombrero y estudió al Sr. Cowan con escepticismo.
- ¿Qué le trae por aquí?
- Tú lo haces, mi querido muchacho. Le estaba contando aquí, a tu encantadora esposa,
que tu canción me ha perseguido desde que la escuché. Quiero que vengas a tocar para
mí.
Austin colgó su sombrero en la clavija.
- Lo aprecio, Sr. Cowan, pero no estoy interesado.

El Sr. Cowan parecía sorprendido. Loree simplemente miró a su marido.


- ¿Qué quieres decir con que no estás interesado?
- No fui lo suficientemente bueno antes. Nada ha cambiado eso.
- Todo ha…
- No, Loree. Esto no es lo que quiero.
Con ojos suplicantes, Loree miró al señor Cowan.
- Déjeme hablarle en privado sobre esta oportunidad…
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- No voy a cambiar de opinión - insistió Austin.
Loree en ese momento deseó tener una sartén en la mano para poder golpearla
contra su dura cabeza. Sabía que el orgullo lo hacía lanzar su sueño al viento.
El señor Cowan se puso de pie.
- Sé que esto no es una decisión que debe tomarse a la ligera. Va a afectar a tu familia
durante muchos años. Me voy a quedar en el Grand Hotel en Leighton, el mejor hotel
de este lado del Mississippi, y tengo que confesar que era parte de la razón por la que
no me importaba viajar de regreso a esta área. Pero debo tomar el tren por la mañana,
así que dejaré una lista de mis destinos con la Sra. Curtiss en la recepción. Si en algún
momento cambias de opinión, solo envíame un telegrama. - Él levantó un dedo - Pero
tendrás que decidirte antes de la próxima primavera, porque nos iremos a Europa y
será más difícil para mí hacer los arreglos.
Levantó su bombín de la mesa.
- Señora Leigh, fue un placer pasar la tarde en su compañía.
Salió de la casa como un hombre sin preocupaciones.
- No deberías haberle enviado un telegrama sin discutirlo primero conmigo - dijo
Austin.
- No le envié ningún telegrama.
- ¿No le dijiste que era inocente?
- No.
Austin salió corriendo, Loree a su paso. El Sr. Cowan estaba subiendo al
pequeño carro.
- Señor Cowan, ¿cómo se enteró de mi inocencia?
El Sr. Cowan bajó su pie del carro y se enderezó.
- No me enteré hasta este momento. Pero son excelentes noticias.
- ¿Viniste hasta aquí pensando que yo era culpable de asesinato?
- Así es.
- No entiendo. Hace una semana...
- Hace una semana tu canción no me había mantenido despierto con pesar todas las
noches.
Austin miró a Loree y deslizó su mano alrededor de la de ella antes de mirar al
señor Cowan.
- No sé leer música. Loree me ha estado enseñando, pero no soy un estudiante muy
aplicado.
El Sr. Cowan se encogió de hombros.
- No importa, querido muchacho. No tocarás con la orquesta.
Austin frunció el ceño.

- Me has vuelto a perder. ¿Por qué estás aquí entonces?


- Porque quiero que seas mi solista. Son tus canciones las que quiero. Tu don.
- ¿Qué pasa con mi familia?
- Irán contigo, por supuesto.
Austin asintió con la cabeza.
- Déjame hablar con mi esposa esta noche, y te daré mi respuesta por la mañana.
- Perfecto.

192
La noche era agradable cuando Austin detuvo su caballo. Habían dejado a Grant
con Amelia, para que ella y él tuvieran algo de tiempo para hablar tranquilos. Loree le
había permitido hacer el camino en silencio, porque sentía que algo le estaba
molestando.
Después de todo lo que había sucedido en los últimos días, ella no lo culparía
por querer el divorcio.
Oyó el agua corriendo entre las rocas. A través de la oscuridad, vio una serie de
cascadas a la luz de la luna. Austin la ayudó a desmontar, luego la guió hacia la colcha
que había extendido cerca de las cataratas y se dejó caer a su lado.
- Esto es hermoso - susurró asombrada.
- Houston se casó con Amelia aquí. Ni siquiera sabía que el lugar existía hasta ese día -
Hubo un momento de silencio entre ellos antes de que dijera en voz baja: - Aquí es
donde estaba la noche en que murió Boyd.
Su corazón se estrelló contra las costillas.
- Austin…
- Quiero contarte sobre esa noche…
- No es necesario. Becky lo hizo…
Él acunó su mejilla.
- Loree, necesito contarte sobre esa noche.
Bajó la mirada a su regazo y asintió.
- Muy bien.
- Dallas siempre había estado ahí para mí, tan fuerte. Empecé a pensar en él como
invencible. El padre de Rawley había dado latigazos en la espalda de Dallas hasta que
parecía carne molida. Dee logró llevar a Dallas a casa, pero estaba luchando contra la
fiebre, él había perdido mucha sangre. Estaba aterrorizado de que él muriera... ¿Y
entonces a quién recurriríamos? Sabíamos que Boyd estaba detrás y planeé
enfrentarlo. Pero me detuve para ver a Becky primero y vinimos aquí - Él inclinó su
rostro hasta que sus miradas se encontraron. Sostener su mirada era lo más difícil que
había hecho alguna vez. - Quiero que entiendas que tenía veintiún años y estaba
asustado. Amaba a Becky tanto como un hombre de veintiún años que sabe muy poco
de la vida puede amar. Cuando ella me ofreció consuelo, con mucho gusto lo tomé -
Ella lo escuchó tragar - Las prostitutas nunca me habían atraído... hasta esa noche,
nunca... - Su voz se apagó.
- No tienes que decirme.
- Nunca había estado con una mujer hasta esa noche, no de esa manera. Y nunca toqué
a otra mujer hasta ti. - Soltó su agarre sobre ella y tomó su violín - Escucha esto -

ordenó y comenzó a tocar una melodía suave, una y otra vez - Esa es la canción de
Becky.
Ella se lamió los labios.
- Es encantadora.
- Pero nunca cambia. Se mantiene igual. No crece. No se profundiza. No desafía. Nunca
lo hizo - Volvió a colocar el violín en su hombro - Ahora quiero que escuches la
canción que interpreté para el Sr. Cowan, la canción que no pudo olvidar.
Loree levantó las piernas hasta su pecho y envolvió sus brazos alrededor de sus
rodillas. La música comenzó suave, muy suavemente, y ella imaginó a un niño
193
descubriendo las maravillas de un diente de león, soplando los pétalos, y viéndolos
flotar en la brisa. Tan suavemente como el amanecer empujaba hacia atrás la noche, la
canción se hizo más profunda, más fuerte. Los acordes resonaron a su alrededor,
retumbaron contra las cataratas, llenando la noche hasta que un escalofrío la recorrió
y su corazón sintió una inmensa alegría. La canción sonó a destino, a gloria y a
esplendor.
Se maravilló que la melodía procediera del hombre que amaba, y sabía que la
recordaría por siempre, incluso cuando los acordes finales vibraron en el silencio. No
conocía palabras dignas de sus esfuerzos, ninguna alabanza lo suficientemente
adecuada para lo que acababa de compartir con ella, por lo que solamente dijo:
- Eso fue hermoso.
- La llamo "Mi Loree". Eso es lo que escucho en mi corazón cuando te miro, cuando te
abrazo, cuando te amo. - Dejó el violín a un lado y se deslizó hasta que estuvieron
conectados de la cadera a la cadera. Él enmarcó su cara con las manos - Becky fue
parte de mi juventud y siempre la amaré, igual que siempre amaré a mi madre. Eso no
significa que te quiera menos. Ella fue la primera mujer a la que le hice el amor, y ese
recuerdo nunca me dejará. Pero todo sobre ella palidece en comparación con todo lo
que aprecio de ti. La amaba tanto como un niño puede amar. - Le pasó el pulgar por la
mejilla - Te amo tanto como un hombre puede amar.
Austin colocó su boca sobre la de ella con una ternura que reflejaba sus
palabras. Le quitó la ropa de la misma manera que el amanecer removía la oscuridad,
con calma, en silencio, con reverencia y tranquilidad. Luego se quitó su propia ropa y
suavemente la apoyó en la colcha.
El aire de la noche traía un toque de primavera, y sabía que debería sentir frío,
pero todo lo que sentía era la gloriosa calidez de su cuerpo cubriendo el de ella. Tocó
con sus dedos la vieja cicatriz en su hombro.
- Nunca me dijiste quién te disparó.
Presionó un beso en la carne fruncida en su hombro.
- El mismo hombre que te disparó - dijo mientras besaba la cicatriz sobre su pecho.
- Estaba tan intrincadamente entretejido a través de nuestras vidas…
- A través de nuestro pasado, Loree. Él nunca nos tocará de nuevo.
Estaba cansada de que el pasado tuviera tan fuerte control sobre su presente.
Ella quería un futuro enriquecido con el amor que este hombre podría darle.
- Ámame, Austin.

- Siempre - mordisqueó su barbilla, antes de arrastrar la boca a lo largo de la columna


de su garganta - Tan dulce - dijo con voz ronca.
Y ella se sintió dulce. Por primera vez en más de cinco años, ella realmente se
sintió dulce y no mancillada por el pasado. Él conocía sus feos secretos, sus tontos
errores, los aceptaba y la amaba a pesar de ellos. Sabía que para ambos, la inocencia se
había perdido para siempre, pero juntos podían recuperar la risa, la alegría y la
promesa del mañana.
Y la música. Aunque no estaba tocando el violín, ella imaginó que casi podía oír
los acordes vibrando en su corazón mientras rozaba los labios sobre la curva de su
pecho. Su lengua se arremolinaba alrededor de su pezón, provocando, incitando. Le
pasó las manos a lo largo de los músculos de sus hombros, hombros que habían
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tratado de soportar su carga.
- Escucha la música, Loree - susurró antes de volver su boca a la suya, caliente y
devoradora, sus dedos acariciando, sacando a la superficie la sinfonía que albergaba
su alma.
Luego él introdujo su cuerpo en el suyo y el crescendo alcanzó nuevas alturas,
tronando a su alrededor, con la fuerza del amor. Cada empuje la llevó más arriba, más
lejos, hasta que alcanzó el pináculo más alto. Cuando se levantó por encima suyo, ella
sostuvo su asombrosa mirada azul y sintió el calor de las llamas más calientes,
mientras la llevaba por el borde, hacia la realización.
Su cuerpo se arqueó como lo hizo él, ambos temblando como las cuerdas tensas
de un violín, magistralmente tocado. Con su impulso final, él gritó su nombre.
Resonó sobre las cataratas y a través de su corazón de tal manera, que incluso
cuando cayó el silencio... permaneció.

EPÍLOGO

Abril de 1898 (diez años después)

- ¡Caray! ¿Qué es eso?


Los dedos de Austin se apretaron alrededor de la mano de Loree, y ella supo
que estaba encogiéndose ante la elección de palabras de su hijo de ocho años. Se
inclinó ligeramente hacia adelante para mirar por la ventanilla del vagón de pasajeros
mientras el tren retumbaba sobre las vías.
- Una vaca - le dijo a Zane.
- Pero tiene cuernos tan largos.
- Es por eso que lo llamamos Cuernolargo. Si pudiéramos ver su parte trasera,
sabríamos por su marca a quién pertenece.
- Apuesto a que pertenece al tío Dallas - dijo Grant. A los diez, él era la autoridad en
todas las cosas.
- Padre, ¿puedo montar uno de los caballos del tío 'Ouston'? - preguntó Matt, de seis
años.
- Claro que sí. No me sorprendería si te regala uno.
- ¿Regalar? - preguntó Matt, con los ojos muy abiertos por la incredulidad.
- Regalar.
- Voy a nombrarlo 'im' es 'Ighness"(1) - dijo Matt, sus ojos azules brillando.
Austin se inclinó hacia Loree.
- Por favor, dime que en algún lugar de todo nuestro equipaje empacaron sus H.
Riendo, ella le apretó la mano para ofrecerle consuelo.
- Estoy segura de que aparecerán una vez que nuestros hijos hayan pasado algún
tiempo con sus primos.
- No debimos habernos quedado en Londres tanto tiempo como lo hicimos.
- ¿Eso significa que nunca volveremos?
- Dulce, si quieres volver, volveremos. Te daré lo que quieras. Tú lo sabes.
Sí, ella lo sabía. A lo largo de los años, le había dado el mundo: Roma, París,
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Londres, entre otros, su mano en la suya todo el tiempo, y cinco hijos.
Joseph se bajó de su asiento, cruzó la pequeña extensión y colocó sus pequeñas
manos sobre la rodilla de Austin. A diferencia de sus hermanos que habían heredado
los largos y delgados dedos de Austin, Joseph tenía los dedos cortos y rechonchos de
Loree.
- ¿Puedo ser un vaquero? - susurró.
Austin lo levantó sobre su regazo.
- Puedes ser lo que quieras ser.
- No toco música tan bien - dijo como si compartiera un secreto.
- Tocas mejor que yo cuando tenía cuatro años.

(1) 'im' es 'Ighness"… lo nombraría "Alteza", mantuve el texto original por el comentario posterior de Austin.

Los ojos dorados de Joseph se ensancharon cuando el sol se reflejó en su


cabello rubio.
- ¿De verdad?
- Te doy mi palabra.
Loree le dirigió a su esposo una sonrisa de agradecimiento. A los cuatro años,
Austin nunca había tocado el violín, pero sabía que nunca le mencionaría ese hecho a
Joseph. Amaba a Joseph porque el chico se parecía a Loree. Y ella amaba a todos sus
otros hijos porque se parecían a él en apariencia, temperamento y talento.
El silbato del tren perforó el aire.
- ¡Veo la ciudad! - Zane gritó, los chicos corrieron hacia la ventana y presionaron sus
narices contra el cristal.
Austin tomó Mark del regazo de Loree y lo sostuvo en alto para que pudiera ver
por encima de la cabeza de sus hermanos.
- ¿Es ese gran edificio el teatro de la tía Dee? - preguntó Zane.
- Sí.
- ¿Vamos a actuar allí? - preguntó Grant.
- Podríamos. Tendremos que discutirlo con tu tía Dee.
- Apuesto a que ella nos dejará - le aseguró Grant.
El tren se detuvo bruscamente. Dándoles a los otros pasajeros tiempo para
desembarcar, Loree juntó a los niños mientras Austin buscaba el estuche de su violín.
Igual que el instrumento ubicado dentro de él, había ganado algunas cicatrices
recordatorios de todos sus viajes a lo largo de los años.
Con Mark de dos años firmemente colocado en su cadera, permitió que Austin
llevara a los niños a la plataforma de madera y luego tomó su mano que estaba
estirada hacia ella.
- No estarás nervioso, ¿verdad? - le preguntó.
- Ha sido un largo tiempo.
- ¿Tío Austin?
Austin se volvió hacia el lento y grave acento. Loree vio el reconocimiento y la
sorpresa en sus ojos, mientras miraba al hombre alto y larguirucho, vestido como si
acabara de entrar en un campo de tiro.
- ¡Dios mío! ¿Rawley?
El hombre sonrió y extendió una mano.
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- Sí señor.
Austin lo atrajo a sus brazos.
- Dios mío, muchacho. Has crecido.
Rawley dio un paso atrás.
- Sí, señor, creo que sí - Se quitó el sombrero y le dirigió a Loree una cálida sonrisa -
Tía Loree.
Austin tomó Mark de ella. Se puso de puntillas y abrazó a Rawley.
- Es muy bueno verte.
Él la abrazó muy estrechamente.
- Eres un espectáculo para estos ojos cansados, eso es seguro.
Él liberó su agarre de ella.

- Ma dijo que la plataforma se rompería por el peso de toda la familia, por eso todos
los demás están esperando en el salón de baile del hotel.
- ¡Caray! ¿Eres un vaquero? - preguntó Zane.
Una lenta sonrisa tiró de la esquina de la boca de Rawley.
- Creo que lo soy.
- ¿Tienes un arma?
- Sí, pero no puedo llevarla en la ciudad a causa de una ordenanza que prohíbe las
armas de fuego.
- ¿Y un "orse"? (caballo)
- Sí. - Rawley buscó el estuche del violín - Lo llevaré por ti.
- Gracias - dijo Austin mientras se lo entregaba.
Rawley sacudió su pulgar hacia atrás.
- Será mejor que vayamos al hotel antes de que mamá envíe a la pandilla a buscarnos.
- ¿Alguna vez has visto una pandilla? - preguntó Zane mientras se apresuraba para
seguir el ritmo de los largos pasos de Rawley.
- Una vez vi una. Algunos hombres asaltaron el banco aquí en la ciudad, y eso no nos
sentó bien a nosotros.
- ¿Los atraparon? - preguntó Zane.
- No. Lo último que escuché es que estaban escondidos en algún agujero en la pared.
Rawley bajó de la plataforma y se golpeó el muslo. - ¡Dos bits!
El perro salió de la sombra y trotó a su lado. Loree se arrodilló en el suelo,
riendo con deleite mientras el perro le lamía la cara.
- ¿Tienes un perro? - preguntó Zane mientras los niños comenzaban a acariciar a Dos
bits.
- Nah, él es el perro de tu mamá. Solo he estado cuidando de él.
- ¿Eso significa que vivirá con nosotros? - preguntó Matt.
- Supongo que sí - dijo Rawley.
Loree se puso de pie.
- ¿No lo extrañarás?
Rawley miró por encima del hombro.
- Realmente tenemos que llegar al hotel.
- ¿Dos Bits va a vivir con nosotros, mamá? - preguntó Zane.
- No lo creo. Creo que echaría mucho de menos a Rawley - éste volvió la cabeza, y ella
vio el alivio en sus ojos - Pero estoy segura de que podemos encontrar otro perro en
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alguna parte.
- Eso es si decidimos quedarnos - Austin le recordó a ella y a los niños.
- Quiero quedarme - dijo Zane - si eso significa que podemos tener un perro.
- Y un "orse" - intervino Matt.
Austin deslizó su mano alrededor de Loree.
- Vamos.
La ciudad había crecido, y Austin no pudo evitar sentir que su hermano se
había superado. Y cualquier hombre habría reventado los botones por haber criado al
joven que pacientemente respondía las preguntas de los chicos cuando entraron al
hotel. Rawley abrió la puerta del salón de baile.

Cerrando su mano alrededor de la de Loree, Austin respiró hondo y entró.


Gritos y vítores resonaron a su alrededor. Pedazos diminutos de papel y cinta volaron
frente a su cara.
Lo recibía, no solo su familia, parecía que la mayoría de la maldita ciudad se
había apiñado en la habitación.
- ¡Tío Austin!
Girando, Austin se sintió como si hubiera sido lanzado hacia atrás en el tiempo,
más de veinte años, mirando a Amelia de nuevo, sonriente y radiante... solo que él
nunca había sido el tío de Amelia.
- ¿Maggie eres tú?
Ella asintió enérgicamente y le echó los brazos al cuello.
- Te extrañé mucho - gritó.
- Yo también te extrañé - dijo Austin roncamente.
Rawley se inclinó cerca.
- Cuida lo que le dices. Cree que es más inteligente que todos nosotros ahora que va a
esa universidad en Austin.
- Tú también puedes ir, Rawley - dijo Maggie, con un destello atrevido en sus ojos
verdes.
- No en tu vida, mocosa. Tengo vacas que mirar.
- Tú y tus vacas - Ella miró a los hijos de Austin - ¿Chicos van a ayudar a Rawley a
cuidar de su ganado?
Todos sus hijos afirmaron con la cabeza entusiastamente.
- Dios mío, ¿no sabes cómo hacer niñas? - preguntó Houston.
Austin sonrió a su hermano.
- No has cambiado en absoluto.
- No es tan notable cuando una cara es tan poco atractiva como la mía.
Austin vio lágrimas derramarse de los ojos de la mujer parada al lado de
Houston. Su cabello no era tan rubio como una vez, pero pensó que todavía parecía
haber sido tejido a partir de los rayos de la luna. Él extendió sus brazos.
- Amelia… - se abrazaron estrechamente - …empezaste todo esto, ¿sabes? - le susurró -
Fuiste la primera, que nos enseñó que no teníamos que ser tan fuertes.
Ella le dio unas palmaditas en la espalda.
- Realmente fue un placer hacerlo.
- Necesito un abrazo. - Austin miró por encima de la cabeza de Amelia y sonrió a Dee.
- ¿Quién hubiera pensado que serías tan mandona?
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Sus brazos lo rodearon en un abrazo feroz.
- Todavía no me has visto ser mandona. He programado para ti tres funciones en mi
teatro.
- Dee…
Lo apuntó con su dedo y le dijo seriamente.
- ¿Voy a tener un violinista de fama mundial en nuestra ciudad y no voy a hacer que
toque en mi teatro?
- No sé si soy famoso en todo el mundo.

- Loree nos envió todos los recortes de periódico... - Echó un vistazo a su esposa, que
simplemente le sonrió - …por supuesto, no pudimos leer la mayoría de ellos por sus
escritos en un idioma extranjero y todo, pero...
- Ahora puedo leer los de Francia - dijo Maggie.
Rawley puso los ojos en blanco.
- Ves, te dije que ella piensa que es más inteligente que todos nosotros…
- No más inteligente, solo más educada - dijo.
- La experiencia es la mejor educación - dijo Rawley - Dallas me enseñó eso.
- Y yo que pensé que no estabas prestando atención.
Austin se volvió hacia la voz resonante de su hermano mayor. Los años habían
plateado el cabello de Dallas y sombreado su bigote con diferentes tonos de gris. Los
pliegues se habían profundizado alrededor de sus ojos y boca. La mirada de Dallas
vagó lentamente por él, estudiándolo, esperaba con todo su corazón que su hermano
no lo encontrara deficiente.
Una lenta sonrisa apareció en la cara de Dallas.
- Siempre supe que tus sueños te alejarían de nosotros. Es solo que no esperaba que te
mantuvieran lejos tanto tiempo.
- Bueno, estamos en casa ahora - No supo que las palabras eran ciertas hasta que
abrazó a su hermano. Le había dado a Loree el mundo... y ahora quería darle a ella y a
sus hijos… un hogar.

Rawley salió del salón de baile hacia la terraza.


- Faith, el tío Austin y la tía Loree están aquí. ¿No vas a entrar a darles la bienvenida a
casa?
Ella se giró, las lágrimas brotaban de sus ojos.
- Oh, Rawley, no quiero que me vean así, no después de todos estos años.
Él la miró de arriba abajo. No entendía las modas de las damas, pero pensó que
se veía hermosa con su vestido rojo.
- No hay nada malo en la forma en que te ves.
- No tengo pecho.
Su mirada se posó en su pecho, plano como una tabla de madera bien lijada. La
irritación surgió a través de él porque había mirado esa parte de su cuerpo.
- Jesús, Faith, solo tienes trece años. Se supone que no debes tener senos aún.
- Tengo casi catorce años. A. J. tiene once y ella tiene senos.
- No llamaría a esas dos pequeñas lomas en su pecho…
- ¡Los notaste!
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Él cerró los ojos con fuerza.
- Me estás despellejando vivo. - abrió los ojos - No es como si la estuviera deseando o
algo así. Ella es mi prima, por el amor de Dios.
- Pero los notaste.
¿Y quién no? Todas las hijas del tío Houston tenían curvas agradables, pero eso
no significaba que tuviera pensamientos lascivos solo porque se había dado cuenta. Se
apoyó contra la pared, cavó el talón de su bota entre los ladrillos, y decidió callarse

porque no había manera de que pudiera ganar una discusión con Faith. Sacó un
zarcillo de zarzaparrilla del bolsillo.
- Dame - le ordenó tendiéndole la mano.
- Es el último - dijo mientras lo partía por la mitad y le daba un pedazo - ¿Quieres
decirme qué te está molestando realmente?
- Amo a John Byerly y él ama a Samantha Curtiss. Sé que es porque ella ya tiene pechos
y yo no.
- ¿Qué quieres con John de todos modos? Él es un enano.
- Todos los niños son pigmeos junto a mí.
Él no podía discutir eso. Ella ya se había acercado a su hombro, y tenía la
sensación de que no había terminado de crecer.
- Nadie me amará nunca, Rawley.
Se apartó de la pared y la rodeó con el brazo.
- Te amo, Faith.
- Pero eres mi hermano, así que eso no cuenta.
Él ahuecó su mentón.
- No quieres a alguien que solo esté mirando afuera de ti. Quieres a alguien que se
preocupe lo suficiente como para mirar dentro, porque lo que hay adentro nunca se
vuelve viejo, arrugado o gris.
Ella aspiró.
- Si nadie me pide que baile, ¿bailarás conmigo?
- Me sentiría honrado, señorita Leigh.
Deslizó su brazo entre los suyos y la condujo al Grand Salón. Tenía la sensación
de que en los años futuros, Faith estaba destinada a romper una gran cantidad de
corazones. Su mayor temor era que uno de ellos fuera el suyo.
Con sus hermanos flanqueándolo a ambos lados, Austin permitió que su mirada
divagara por la habitación. Cookie tocaba su violín y las parejas bailaban el vals. Los
hombres todavía superaban en número a las mujeres, pero no mucho. Sus sobrinas se
estaban convirtiendo en jóvenes damas, su sobrino un excelente joven.
- ¿Es esto lo que imaginabas cuando respondiste al anuncio de Amelia hace tantos
años? - le preguntó a Dallas.
- No. No tenía idea de que saldría así de bien - dijo Dallas.
- ¿Aunque no terminaste con ella? - preguntó Houston.
- Aunque me la robaste - enfatizó Dallas.
- Siempre pensé que fue para mejor - dijo Austin.
- Lo fue, - coincidieron sus hermanos a la vez.
Austin vio a Rawley parase frente a ellos.
- Dallas, tengo que volver al rancho y controlar la manada.
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Dallas afirmó lentamente con la cabeza.
- Lo que sea que creas mejor.
Rawley extendió su mano hacia Austin.
- Tío Austin, es bueno tenerte en casa. Creo que te veremos en la casa más tarde.
- Supongo que sí.
- Tío Houston, vigilaría a ese chico bailando con Laurel.

- A él y a los otros tres que la siguieron a casa desde la escuela. Le dije que podía faltar
a la escuela porque era una ocasión especial, pero esos muchachos... no están
concentrados en sus estudios me parece.
- Ellos están concentrados en ella - Riendo, Rawley palmeó el hombro de Houston
antes de salir de la habitación.
- ¿Todavía no puedes lograr que te llame 'Pa'? - preguntó Austin.
Dallas negó con la cabeza.
- No, pero no importa. Es mi hijo y él lo sabe muy bien.
Austin vio a su propio hijo caminando hacia él, con una joven a cuestas.
- Padre, esta es Mary McQueen - dijo Grant.
La niña tenía los ojos azules de un cielo de verano y cabello que brillaba en rojo.
Austin se agachó.
- Hola, Mary McQueen.
- Tu chico habla gracioso.
- Eso es porque no ha estado en Texas por mucho tiempo.
- ¿Intentas remediar eso? - Ante el sonido de la voz de su viejo amigo, Austin desplegó
lentamente el cuerpo y le tendió la mano.
- Cameron.
Su apretón de manos fue firme.
- Austin, te ves como un hombre que ha tenido un gran éxito.
- Podría decir lo mismo de ti. ¿Cómo está el negocio de la tienda general?
- En auge, aunque es demasiado modesto para admitirlo - dijo Becky mientras
permanecía de pie a su lado - Amplió la tienda para incluir el segundo piso y tiene toda
la mercancía dividida en departamentos. Actualmente vivimos en una casa. - Su
sonrisa se suavizó - Hemos estado tan orgullosos de seguirte por todo el mundo. Dee
tiene todos los periódicos con las noticias de tus conciertos.
- Te ves feliz, Becky.
- Lo soy - Se volvió levemente hacia el niño que estaba a su lado - ¿Te acuerdas de
Drew?
- Claro que sí.
- Y acabas de conocer a nuestra Mary.
- Le dije a Mary que tocarías para ella - le informó Grant.
Austin levantó una ceja hacia su hijo mayor.
- Oh, lo hiciste, ¿verdad?
Su hijo asintió.
- Si tocas para ella, tocaré para ti, porque sé que mamá quiere bailar, y el caballero que
está tocando no tiene la habilidad suficiente.
- No le digas eso.
- No, señor, no quisiera herir sus sentimientos. Entonces, ¿tocarás para Mary?
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- Creo que es una idea maravillosa - dijo Dee mientras deslizaba su brazo por el de
Dallas - Podrías tocar para todos nosotros. Me doy cuenta de que no somos la realeza…
pero…
- ¿Cómo puedes decir eso, Dee, cuando estás casada con el rey del oeste de Texas?
Dallas resopló.

- Si vas a tocar, hazlo. Tengo ganas de bailar con mi esposa.

Loree supo en el momento en que la multitud acalló, que Austin tenía la


intención de tocar para ellos. La reverencia que sintió de parte de todos fue evidente
tan pronto como subió al escenario y se llevó el violín al hombro.
Los primeros acordes de la dulce música llenaron el aire, y Loree sonrió. Ella
conocía la canción. Siempre comenzaba de la misma manera, pero el final había
cambiado a lo largo de los años, haciéndose más profundo y más fuerte, un reflejo de
su amor. Ella nunca se cansaba de escucharlo. Nunca se cansaba de ver a su marido
embelesar la melodía de las cuerdas, de la misma manera que provocaba la pasión:
con cuidado, dedicación y atención al más mínimo detalle.
Sus tres hijos mayores ya habían exhibido una preferencia por la música. Grant,
en ocasiones, se había unido a Austin en el escenario y había seducido al público con
su talento.
- Irá más allá de lo que alguna vez haya soñado - le había dicho Austin una vez. Y se
preguntó si era esa revelación lo que lo había traído de vuelta a casa, para poder
darles a sus hijos raíces y alas.
La música se alejó como pétalos de diente de león en el viento. Un silencio
reverente impregnaba el aire antes de que alguien se atreviera a molestarlo
aplaudiendo. Austin sonrió y se inclinó. El grito se elevó por otra canción, y su esposo
simplemente negó con la cabeza.
- Si me disculpan, me gustaría bailar con mi esposa ahora - Le pasó el violín a Grant y
le susurró algo al oído antes de bajar del improvisado escenario.
El corazón de Loree se aceleró cuando su esposo se acercó, se arrodilló frente a
ella y se dio una palmada en el muslo.
- Vamos, Dulce.
Le quitó un zapato y luego el otro, antes de pararse y asentir hacia su hijo. La
música flotó hasta ellos, y Austin la llevó a la pista de baile. Su mirada azul nunca se
apartó de la de ella, pero se hizo más cálida anticipando promesas que sabía que iba a
cumplir.
Ella había recorrido el mundo. Había bailado el vals con la realeza. Pero se
sentía más feliz cuando Austin la mantenía dentro del círculo de sus brazos, y ella
estaba rodeada por el esplendor de su amor.

FIN

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Traducción: FABYFER junio 2018.

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