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CAPÍTULO 1
Abril de 1887
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- Me siento como el infierno - dijo, obligándole a su boca formar una sonrisa.- Dallas lo
tiró contra su pecho.
- Maldito seas, chico, ¿qué diablos creías que estabas haciendo?
Austin salió del fuerte agarre de su hermano. La última vez que había visto a
Dallas, su hermano mayor había estado luchando por su vida. Austin había temido el
momento en el que tendría que enfrentar su intransigente mirada castaña y explicar
sus acciones.
- Lo que pensé que era correcto.
Al darse la vuelta, le resultó más fácil encontrarse con la mirada de Houston. Su
hermano del medio se había sentado detrás de él durante el juicio. La guerra había
destrozado la cara de Houston, pero los años transcurridos lo habían tratado con más
amabilidad. O tal vez, era simplemente que el parche de cuero negro permanecía sin
cambios, así que parecía que todo lo demás había permanecido igual.
Austin tenía la intención de darle a Houston nada más que un apretón de
manos, pero tan pronto como sus ásperas palmas se encontraron, se vio envuelto en
un abrazo feroz. Houston siempre había sido un hombre de pocas palabras, y ahora
Austin estaba agradecido por el silencio de su hermano.
- Mira, trajiste a Trueno Negro.
Se liberó del pecho de Houston y montó en el semental de ébano en un ágil y
suave movimiento, saboreando la sensación de tener un caballo debajo suyo y seguro
de que sus hermanos lo seguirían, golpeó sus talones en los flancos del animal, y lo
envió a un duro galope.
El camino se abrió ante él, pero temía que no importaba qué tan rápido o lejos
cabalgara, nunca escaparía de las paredes que lo habían rodeado... no hasta que viera
a Becky. Hasta que la tocara. Hasta que la sostuviera. Hasta que la hiciera su esposa.
- ¿De veras? - Miró más allá de ella hacia el chico alto que estaba apoyado contra la
columna de la galería, su cabello negro pulcramente recortado y su ropa mostrando
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poco uso.
- Así es - le aseguró.
Dejó a la pequeña y lentamente se acercó a Rawley Cooper. No le había
sorprendido cuando Dallas había escrito para informarle que él y Dee habían
adoptado al niño.
- Escucha, dicen que soy tu tío ahora.
- No lo eres, ya que no tenemos la misma sangre, pero… si quieres serlo...
Austin acercó al chico y lo abrazó fuertemente.
- Oh, sí que lo quiero.
¿Por qué no se había dado cuenta de que los niños continuarían creciendo sin
él, y que perdería tanto?
Oyó el rápido golpeteo de pies diminutos y vio a cuatro niñas pequeñas que
salieron en estampida por la puerta, sus voces agudas le recordaron a los pájaros que
pedían comida en sus nidos.
- Pa! Pa! Pa!
Arrodillándose, Houston acunó a tres chiquillas rubias contra su pecho. Amelia
había dado a luz a Laurel la Navidad antes de que Austin fuera a prisión. Amanda y A.
J. hasta este momento, habían sido poco más que palabras garabateadas en una carta.
Al igual que Faith, la belleza de pelo oscuro que Dallas alzó en sus brazos.
- ¡Estás en casa! - lloró Dee. Alta y esbelta, era un espectáculo para los ojos doloridos,
mientras se deslizaba grácilmente por la galería, su sonrisa era lo suficientemente
brillante como para cegar a un hombre.
- Estás tan flaco - dijo mientras lo abrazaba y le daba una palmada en la espalda.
- No cocinaban como tú.
Ella rió. Señor, había olvidado cómo una verdadera risa desinhibida inundaba a
un hombre y lo llenaba de una alegría incontenible.
- Yo no cocino Austin - le recordó - Amelia lo hace - Ella se hizo a un lado y antes de
que pudiera recuperar el aliento, Amelia se lanzó contra él y envolvió sus brazos en su
cuello, abrazándolo estrechamente. La primera mujer en entrar en sus vidas. Dios, la
amaba... casi tanto como amaba a Becky.
Cuando Amelia se alejó, Austin sonrió.
- Sé que una de esas chicas tiene que ser Laurel Joy. Ni siquiera podía gatear cuando
me fui. Las otras ni siquiera estaban aquí.
- Tendrás muchas oportunidades para conocerlas y ponerte al día - le aseguró Amelia -
En este momento, tenemos la cena esperando.
- Suena como el cielo. No he tenido una comida decente... en años.
Amelia y Dee deslizaron sus brazos entre los suyos y lo condujeron a la casa.
Como un hombre perdido en el desierto, Austin buscó lugares reconocibles que lo
guiaran hacia el refugio de la familiaridad, pero no encontró ninguno. Un retrato de
Dallas y su familia colgado en la pared. Una alfombra nueva corría a lo largo del
pasillo.
Las chicas pasaron a su lado entrando al comedor. La vieja mesa de roble había
desaparecido, reemplazada por una más larga que podía acomodar a la creciente
familia. Dallas y Houston acomodaron a las más pequeñas en sillas altas, antes de
tomar sus lugares. Maggie dio unas palmaditas en la silla vacía entre ella y Rawley.
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- Siéntate a nuestro lado, tío Austin.
Inesperadamente sintiéndose incómodo y fuera de lugar, se dejó caer en la
silla. El cuenco que estaba ante él rebosaba de estofado y el vapor ascendía en espiral.
Su boca se hizo agua. No se había dado cuenta de lo hambriento que estaba. Levantó la
cuchara, se inclinó hacia adelante y colocó los codos sobre la mesa, permitiendo que
sus brazos rodeasen el cuenco, formando una barrera protectora alrededor de su
cena. Había sorbido dos cucharadas antes de que se le erizaran los pelos de la nuca y
se diera cuenta de que todos lo estaban mirando.
Cambió su mirada hacia Maggie, que con grandes ojos verdes, lo miraba como
si fuera un extraño.
- No robarás mi comida, ¿verdad? - preguntó, en voz baja, avergonzado de haberse
puesto en evidencia con su extraño comportamiento.
Ella apretó los labios, arrugó la frente mientras movía lentamente la cabeza de
un lado a otro.
Austin se enderezó y miró alrededor de la mesa, preguntándose por qué se
sentía tan aislado cuando estaba contenido por su familia.
- Mis disculpas. Parece que he olvidado cómo comer rodeado de gente decente.
- No hay necesidad de disculparse - dijo Amelia - Somos familia, por el amor de Dios.
Deberías haber comido en esta mesa durante los últimos cinco años de todos modos.
Austin cambió su mirada hacia Dallas, habían viajado hasta el rancho al igual
que habían viajado a través de la vida… antes de Amelia… sin hacer preguntas, sin
compartir tristezas.
- Supongo que querrás hablar de eso.
Dallas negó con la cabeza.
- Era tu vida, tu decisión. Pero debes saber que contraté a un detective para encontrar
al asesino de Boyd. Desafortunadamente no ha tenido suerte.
- ¿Sigue buscando?
- Ya no se está dedicando a eso, pero tiene la oreja pegada al piso. Quien sea que mató
a Boyd sabía lo que estaba haciendo. No dejó ninguna pista.
- ¿Por qué no discutimos esto después de la cena? - sugirió Dee.
Extendiendo la mano, Dallas cubrió la de su esposa.
- Lo siento, cariño. A veces, me es difícil recordar que Boyd era tu hermano.
Dallas no pudo haber dicho palabras más verdaderas. Boyd McQueen había
poseído un temperamento que indicaba que el diablo lo había engendrado, mientras
que Dee tenía la disposición de un ángel.
- Tengo pastel esperando en la cocina - anunció Amelia - Necesitamos comer para que
podamos disfrutarlo mientras todavía está caliente.
Estofado y cálido pastel, las constantes sonrisas y formas inocentes de los
niños, cosas que Austin había dado por constantes en su juventud, pero estaba
decidido a apreciarlas a partir de este momento, como nunca lo había hecho.
Nunca había ensillado un caballo más rápido, ni había cabalgado tan duro. Los
cascos de Trueno Negro se comieron la distancia entre Austin... y Becky.
Cuando las luces tenues, ardiendo en la noche de las farolas de Leighton
aparecieron a la vista, Austin tiró de las riendas. El semental protestó por el trato rudo
y se encabritó, su relincho resonó sobre las vastas llanuras. Austin recuperó el control
y palmeó el cuello sudoroso de su caballo.
- Lo siento, viejo.
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Dirigió su mirada a la ciudad. Pudo distinguir la silueta del Gran Hotel de Dee. Y
el depósito de trenes. Las vías del ferrocarril habían llegado a la ciudad mientras él
había estado en prisión. Vio el contorno de los edificios que no reconocía, calles, casas,
una ciudad... una ciudad que en una época había conocido por completo... una ciudad
que ahora le resultaba dolorosamente desconocida.
Y en algún lugar dentro de esa ciudad, bajo las sombras de la noche, Becky
yacía entre los brazos de otro hombre.
El dolor lo atravesó, intenso y abrumador. Las lágrimas que había mantenido a
raya durante cinco largos y tortuosos años, finalmente se liberaron. Inclinando la
cabeza, clavó los dedos en sus muslos cuando los sollozos le hicieron temblar el
cuerpo.
Becky lo había abandonado cuando más la necesitaba... y él ni siquiera lo había
sabido.
Los recuerdos llevaron a Austin a la tienda general. Había negocios surgiendo a
cada lado del edificio donde Becky Oliver había trabajado con su padre. Le molestaban
todas las estructuras que olían a madera nueva, le molestaba lo poco que había
permanecido igual.
Detuvo su caballo y miró el letrero que todavía rezaba: LA TIENDA GENERAL
DE OLIVER. Becky había vivido en las habitaciones de arriba. La luz pálida se
derramaba por las ventanas del piso de arriba, por lo que Austin imaginó que todavía
vivía allí… con Cameron.
Desmontó, ató su caballo a la barandilla y caminó por el callejón entre los dos
edificios. Vio el rellano donde besó a Becky por primera vez. ¿Cameron la había
besado allí? Sus entrañas se apretaron con la idea.
Oyó el golpe de una caja contra el suelo. Al doblar la esquina, dentro de la luz
proyectada por la linterna que colgaba de la pared trasera de la tienda, vio que
Cameron McQueen sacaba una caja de madera de un carro, la apilaba junto a la puerta
trasera y buscaba otra. Si él y Cameron siguieran siendo amigos, le habría hecho pasar
un mal rato por el delantal blanco almidonado que llevaba sobre su impecable camisa
blanca.
Cameron buscó otra caja, luego se quedó quieto como si sintiera la presencia de
otra persona. Miró por encima de su hombro, el pelo rubio cayendo sobre su frente.
Con mirada cautelosa, se acercó lentamente.
- Austin, es bueno verte.
- Lo dudo - Austin golpeó con su puño cerrado la cara de Cameron, que se tambaleó
hacia atrás y golpeó el suelo con un ruido sordo que sonó como una caja de tomates
reventados.
le proporcionaba satisfacción, que solo servía para aumentar su enojo ante una
situación que no podía cambiar.
Él asintió enérgicamente.
- Bueno, me alegra oír eso - Abruptamente, giró sobre sus talones y cruzó el callejón a
grandes zancadas hasta llegar al entarimado. Nunca se había sentido más perdido en
su vida.
Aunque su familia lo había recibido en su casa con los brazos abiertos, ya no se
sentía parte de ellos. Sus hermanos tenían esposas, hijos y negocios exitosos. ¿Y qué
tenía él? Nada más que una reputación empañada, que nunca debería haber poseído.
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Acechando por el camino de tablas, se sorprendió de que sus pies no las
partieran con el peso de su ira, mientras se dirigía hacia el otro extremo de la ciudad,
donde el salón le hacía señas.
El humo espesó el aire mientras entraba furioso por las puertas batientes del
salón. Un enorme espejo dorado, colgado en la pared detrás de la barra reflejaba a los
clientes que ocupaban las sillas o se paraban contra las paredes.
Sintió que las miradas se clavaban en él, e incluso en medio del estruendo de
las voces masculinas y las risas roncas, creyó oír a la gente susurrar su nombre con
desprecio. Caminó hacia la abarrotada barra y enganchó el talón de su bota en la
baranda de bronce que corría abajo, a lo largo de la barra. Los hombres más cercanos
a él se apartaron como si tuviera llagas supurantes que lo cubrían. Colocó con fuerza
una moneda en el mostrador.
- Whisky.
El cantinero recogió un vaso y sirvió la infusión color ámbar, su mirada nunca
abandonó a Austin. Siempre le había sorprendido que Beau pudiera servir bebidas y
nunca mirar para ver qué estaba haciendo.
- Escuché que estarías en casa pronto - dijo Beau mientras miraba cautelosamente a
Austin.
- Bueno, escuchaste bien - Austin cruzó los brazos sobre la barra y se inclinó
ligeramente hacia adelante.
Beau dejó el vaso lleno frente a él.
- No quiero problemas aquí.
- No planeo comenzar nada - le aseguró Austin. Con un asentimiento brusco, Beau se
dirigió al otro extremo del mostrador, limpiando la madera brillante mientras
avanzaba.
Un escalofrío helado recorrió la columna vertebral de Austin. Despreciaba la
sensación de ser observado y juzgado. En la prisión, los guardias lo habían mirado con
furia, los perros habían seguido todos sus movimientos, otros prisioneros lo habían
examinado y lo habían medido con sus propios bajos estándares.
Sacudió la cabeza y clavó su mirada azul en Lester Henderson. El corpulento
banquero estaba de pie en la barra, ojos oscuros en una cara que se parecía mucho a la
masa del pan, desvió su mirada, y se bebió el resto de su cerveza. Se pasó una mano
regordeta por la boca, enderezó los hombros y se acercó a Austin.
- No tuve más remedio que votar por culpable - dijo Henderson, su voz apagándose -
La evidencia…
- Todos estos años pensé que Duncan le había disparado a Boyd y había arreglado las
pruebas para echarme la culpa - Miró de reojo a su amigo de juventud, de repente se
dio cuenta de que perder la amistad de Cameron dolía casi tanto como perder el amor
de Becky - Pero nuestros caminos se cruzaron esta noche y me di cuenta de que estaba
equivocado. Sin embargo, Rawley dijo algo que me hizo pensar. ¿Qué pasaría si Boyd
no hubiera escrito mi nombre en la tierra?
- Lo hizo. El Sheriff Larkin me llevó al lugar donde encontró a Boyd. Había escrito tu
nombre en la tierra tan claro como el día.
- ¿Y si él no se refería a mí, sino a la ciudad? ¿Y si no sabía el nombre de quien lo mató,
pero sabía que venía de Austin?
- Eso sería como buscar una aguja en un pajar, ¿no?
- Eso es todo lo que tengo - dijo Austin - La gente me evita como si tuviera fiebre de
garrapatas o algo peor. Sabía que los hombres del jurado habían votado culpable por
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la evidencia, pero en el fondo, nunca pensé que realmente creyeran que asesiné a
Boyd. Tengo que demostrar que… soy inocente, y solo puedo hacer eso si descubro
quién lo mató. ¿Tu hermano tenía algún negocio en Austin?
- Boyd nunca me confió nada. A veces se marchaba por unos días, pero nunca decía a
dónde había ido.
Austin dio unos pasos hacia atrás.
- Supongo que no hará daño ir a Austin y ver si puedo averiguar algo.
- Supongo que haría lo mismo si estuviera en tus botas, pero ten cuidado. Si el hombre
que mató a Boyd está en Austin, no imagino que le alegre la posibilidad de ser
encontrado.
Austin se giró hacia las escaleras, se detuvo y miró por encima del hombro.
- Si alguna vez escucho que Becky no es feliz, terminaré lo que comencé esta noche.
Cameron le sostuvo la mirada.
- Me parece justo.
Austin apresuró los pasos que lo alejaban de su amor y de su amigo.
Algún bastardo había robado cinco años de su vida.
Austin estaba malditamente seguro de que le haría pagar caro por cada
momento.
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CAPITULO 2
- Medio día de viaje en un buen caballo - El chico inclinó la cabeza, el ala arrugada de
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su sombrero proyectaba sombras sobre su rostro - Tu caballo parece estar mal de su
pata derecha.
La perspicacia del chico tomó a Austin con la guardia baja, aunque ciertamente
lo admiraba.
- Sip. Él cortó su casco sobre una roca. ¿Tu gente está cerca? - El chico asintió
rápidamente.
- Sí y mi hermano. Me sentiría mejor si te quitaras el arma.
Austin desató la tira de cuero de su muslo y lentamente se desabrochó el
cinturón. Con cuidado quitó la pistolera, dejó el arma en el suelo, su mirada rodeó el
área. Se preguntó dónde estaba trabajando el resto de la familia. No vio campos que
necesitaran cuidados o ganado que necesitara verse. El aroma del pan recién
horneado y la carne hirviendo se filtraba por la puerta abierta de la casa.
- Estoy seguro de que algo huele muy bien.
- Guiso de conejo.
- ¿Crees que podrías convidarme un cuenco si termino de cortar esa madera por ti?
El chico cambió su mirada hacia la madera esparcida alrededor de un viejo
tocón de árbol, luego miró a Austin.
- ¿Cuál es tu interés en Austin?
- Ando buscando a alguien.
- ¿Eres un caza recompensas?
- No. Mi caballo está herido. He estado caminando más de lo que me gustaría pensar.
Estoy cansado, sucio y hambriento. Puedo cortar esa madera dos veces más rápido
que tú y puedo hacerlo por un plato de estofado. Luego, me pondré en camino.
Lentamente, el chico relajó los dedos y bajó el rifle.
- Suena como un trato justo.
Levantando sus mangas más allá de sus codos, Austin caminó hacia el tocón del
árbol. Haciendo caso omiso del gruñido que avanzaba pesadamente para inspeccionar
más de cerca sus botas, Austin recogió el hacha, colocó un tronco en el tocón y la
golpeó contra la madera seca. Sofocó un gemido cuando un ardiente dolor estalló en
su espalda. Cuando llegara a su destino, su primera tarea sería encontrar un médico.
- Voy a tomar tu arma - dijo el chico vacilante - Y tu rifle.
- Bien. Hay un cuchillo Bowie en las alforjas - No le reprochaba al chico sus
precauciones, pero anhelaba la confianza absoluta que una vez había dado por
sentado. Al escuchar los pies descalzos del niño moverse suavemente sobre el suelo
mientras caminaba hacia la casa, Austin miró por encima del hombro, el niño también
había agarrado sus alforjas.
Austin miró al perro.
- Tu amo no es muy confiado, ¿verdad? - El perro ladró. Austin miró a su izquierda y
vio un gallinero y una estructura de madera de tres lados que ofrecía protección a una
vaca lechera. Lo encontró extraño ya que la propiedad tenía un enorme granero.
Arrojó su mirada al bosque, preguntándose si estaba perdiendo el tiempo
viajando a Austin. Si tuviera algún sentido, iría a casa e intentaría reconstruir una vida
que nunca debería haber abandonado. Pero su obstinado orgullo no le permitiría el
lujo de dar marcha atrás. Su familia creía que era inocente. Becky sabía que era
inocente. Pero las dudas siempre quedarían en la mente de los demás.
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Cuando paró de hachar, había apilado suficiente madera para la familia por una
semana, se dirigió a la casa, se dejó caer en el porche y se apoyó en la viga que
soportaba el alero que corría a lo ancho de la casa. El perro se le acercó, se desperezó,
bostezó y se tumbó en el suelo, cerca de los pies de Austin.
- Cambiaste de opinión sobre mí, ¿verdad?
Levantando la cabeza, el perro lanzó un pequeño gemido antes de volver a
acomodarse en su lugar. Austin tuvo la tentación de acurrucarse junto al perro y
dormir. En cambio, miró hacia el horizonte donde el sol se estaba hundiendo
gradualmente detrás de los árboles. Mientras cumplía su condena, odiaba ver que el
sol se pusiera, había despreciado la noche. La soledad siempre había acompañado a la
oscuridad.
- Aquí está tu comida - dijo el chico detrás de él.
Austin miró por encima de su hombro, su mano extendida se detuvo a medio
camino de tomar el cuenco. El aire retrocedió en sus pulmones, lentamente se puso de
pie. Los pantalones y los pies descalzos eran iguales, pero todo lo demás había
cambiado. El sombrero arrugado y la chaqueta raída se habían ido. También el chico.
- ¿Que estas mirando? - preguntó una voz indignada.
Austin podría haber nombrado cien cosas. La larga y gruesa trenza de pelo
rubio claro que caía sobre un hombro angosto. El delantal blanco almidonado que
ceñía la cintura más pequeña que jamás había visto. O unos ojos, que sin la sombra del
sombrero, brillaban de un color oro rojizo.
Arrancó su Stetson de la cabeza y retrocedió un paso.
- Mis disculpas, señora. Creí que eras un niño.
Una sonrisa tentativa jugó en sus labios.
- Es más fácil hacer el trabajo cuando estoy usando los pantalones de mi hermano.
Además, no hay nadie cerca para notarlo.
- ¿Qué hay de tu familia?
Una cantidad inconmensurable de tristeza se reflejó en las profundidades
doradas de sus ojos.
- Enterrados más allá. – señaló hacia un pequeño claro cercano.
Así que era verdad, estaban cerca de ella, como le había dicho, pero no estaban
en condiciones de ayudarla.
Ella extendió el tazón hacia él.
- Toma.
Él alcanzó la ofrenda, sus dedos ásperos tocaron los de ella. Ambos se
apartaron de un tirón, dejando caer el cuenco, ambos se apresuraron a recuperarlo,
entonces sus cabezas chocaron. Maldiciendo mientras el dolor retumbaba en su
cabeza, Austin extendió rápidamente la mano y agarró el cuenco, deteniendo
efectivamente su caída. El estofado se derramó por los lados y quemó el interior de su
pulgar.
- ¡Maldita sea! – Protestó Austin cambiando el cuenco a su otra mano y chupándose el
pulgar. Miró a la mujer. Sus ojos se habían ensanchado, y se estaba limpiando las
manos en el delantal. Recordó las muchas veces que Houston lo había regañado por
maldecir delante de Amelia, y sintió el calor bañando su rostro.
- Mis disculpas por las maldiciones - ofreció.
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Ella sacudió la cabeza.
- Debería haberte advertido que el estofado estaba caliente. Conseguiré un paño frío.
Antes de que pudiera detenerla, había desaparecido en la casa. Austin se dejó
caer en el porche, preguntándose si tenía fiebre. ¿Cómo podía haber confundido a esa
diminuta mujercita con un niño?
Pensó que si la presionaba contra su cuerpo, la parte superior de su cabeza
encajaría en el centro de su pecho. Era increíblemente delicada y le recordó a la fina
porcelana que Dee había puesto sobre la mesa para festejar su retorno. Un golpe
descuidado la destrozaría en mil fragmentos.
Vio un destello de pantalones de color estiércol justo antes de que la mujer se
arrodillara frente a él, tomó su mano sin preguntar y presionó un paño húmedo en el
área roja.
- Puse un poco de aceite sobre la tela. Eso debería aliviar el dolor.
Su voz era tan suave como una nube flotando en el cielo, y nuevamente se
preguntó cómo la había confundido con un niño. Ligeramente, su mano lo sostuvo,
pero aún sentía los callos en su palma. Tenía las uñas cortas, astilladas en un lugar o
dos, pero limpias. Y su toque fue lo más dulce que había sentido en cinco años.
Ella miró debajo de la tela.
- No creo que se vaya a ampollar - tocó con el dedo la cicatriz rosa que rodeaba su
muñeca - ¿Qué te pasó aquí?
Austin se puso rígido, se le cerró la garganta y deseó haberse tomado el tiempo
de bajarse las mangas después de terminar de cortar la leña. Pensó en mentir, pero ya
había aprendido lo que las mentiras traían.
- Grilletes. - Levantó la mirada hacia él, su delicado ceño fruncido, la ansiedad
oscureciendo sus ojos, implorándole que respondiera una pregunta que parecía incapaz
de hacer en voz alta. Austin tragó saliva. - Pasé un tiempo en prisión.
- ¿Por qué? - susurró.
- Asesinato.
Había esperado que el horror se reflejara en su cara, no la habría culpado si
hubiera corrido a la casa para buscar su rifle. En cambio, continuó sosteniendo su
mirada, estudiándolo silenciosamente como si buscara un secreto por mucho tiempo
enterrado. Pensó en decirle que no había matado a nadie, pero había aprendido que
las voces de doce hombres, hablaban más fuerte que la de solo uno.
Desafortunadamente, hasta que demostrara que alguien más había matado a Boyd
McQueen, él era el hombre que lo hizo.
- ¿Cuánto tiempo estuviste en prisión? - finalmente preguntó.
- Cinco años.
- No fue mucho tiempo por asesinato.
- El suficiente.
Soltando su mano y su mirada, se alejó de él.
- Deberías comer. Te lo has ganado.
No tenía ojos de asesino. Loree repitió ese pensamiento como una letanía
reconfortante mientras se sentaba con las piernas cruzadas en su cama, el rifle
cargado descansaba sobre su regazo, su mirada enfocada en la puerta.
Cinco años atrás, ella había mirado a los ojos de un asesino. Sabía que eran
implacables y fríos. Los ojos de Austin Leigh no eran ninguna de las dos cosas. Ella
cambió su atención al fuego que ardía en el hogar. En el centro, donde el calor
quemaba más, las retorcidas llamas azules reflejaban el color de sus ojos. Ojos que
reflejaban tristeza y dolor. Se preguntó si alguno de los pliegues que se extendían por
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las comisuras de sus ojos había sido tallado por la risa.
Al oír un trueno retumbar en la distancia, deseó que la tormenta se mantuviera
lejos hasta que él se fuera, pero pensó que era poco probable. El reloj en la repisa de la
chimenea acababa de dar la medianoche.
El techo del granero tenía más agujeros que estrellas el cielo nocturno. Aun así
le ofrecería más protección que los árboles. Y probablemente tenía un impermeable.
Todos los vaqueros lo tenían, y ciertamente parecía ser un vaquero. Alto y larguirucho
con un andar suelto y relajado que no demostraba tener prisa por estar en ningún
lado.
La lluvia comenzó a azotar el techo con un ritmo staccato constante. Ella se
encogió. Las noches eran frescas, pero no había pedido mantas adicionales ni una
almohada, y no podía encender un fuego dentro del granero. Loree maldijo en voz
baja. Él no era su preocupación. Él era un asesino, por el amor de Dios.
Si tan solo tuviese los ojos de un asesino. Entonces podría dejar de preocuparse
por él y preocuparse más por ella misma. Si tan solo sus ojos no hubieran tenido una
tristeza tan profunda cuando había hablado de la prisión. Se preguntó a quién había
matado y si había tenido una buena razón para asesinar a alguien.
Apretó sus dedos alrededor del rifle. ¿Alguna razón justifica el asesinato? Se
había hecho esa pregunta innumerables veces desde la noche en que el maldito
asesino se había abalanzado sobre ellos. La respuesta siempre la eludió. O tal vez, solo
la respuesta que ella quería, la eludió.
Bajó de la cama y caminó hacia su cofre de la esperanza. Se arrodilló frente a él
y dejó el rifle en el suelo. Pasó la mano por el cedro que su padre había lijado y
barnizado para su decimocuarto cumpleaños. Durante tres años ella había puesto
doblados cuidadosamente sus sueños dentro... hasta la noche en que el asesino la
arrastró hasta el establo. Sus sueños habían muerto esa noche, junto con su madre, su
padre y su hermano.
La lluvia golpeaba más fuerte. El viento raspó las ramas de los árboles a través
de las ventanas. El trueno rugió.
Levantó la tapa del cofre por primera vez desde aquella fatídica noche. Los
sueños olvidados la llamaron. Pasó los dedos sobre la suave franela de un camisón.
Ella había querido sentirse delicada en su noche de bodas, así que había bordado
flores en la parte delantera y alrededor de los puños. Ella había cosido y decorado los
bordes de la ropa de cama y un pequeño vestido de nacimiento para un niño que
ahora sabía nunca llegaría.
El asesino había irrumpido en su vida con la fuerza de un tornado. Se había
robado todo, y cuando había tratado de recuperar una parte de lo que había tomado,
con una risa, una risa horrible que había resonado durante esa noche, y por todas las
demás noches, le había quitado el último trozo de su alma.
La única respuesta fue un gemido. Al entrar al puesto, notó que su ropa estaba
empapada y temblaba visiblemente. Abrazando las colchas, se arrodilló a su lado.
Pequeños riachuelos de transpiración le corrían por la cara. Se había quitado el
chaleco que llevaba y lo había metido debajo de la cabeza. Su camisa empapada
abrazaba su cuerpo, delineando la curva de su espina dorsal y la estrechez de su
espalda.
- ¿Señor Leigh?- Lentamente abrió los ojos.
- Señorita Grant, no la lastimaría.
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- Ya me di cuenta de eso.
- ¿Lo hiciste? - Él soltó una breve carcajada - Tomaste mis armas porque no confías en
mí porque he estado en prisión. Un hombre toma decisiones en su vida, y tiene que
aprender a vivir con ellas. Pero no siempre sabe lo que costarán esas decisiones… si
supiéramos el precio antes de tomarlas…
La angustia reflejada en su voz y en su rostro, iluminado por la luz de la
linterna, hizo que quisiera atraerlo a sus brazos y consolarlo como lo había hecho con
su hermano cuando era niño. Nunca se le había ocurrido que él se ofendería porque
ella tomó sus armas. Deseó no haberlo hecho, pero él se las había dado tan fácilmente.
- Lo siento. - Sus labios se curvaron en una sonrisa sardónica.
- Tú no me enviaste a prisión. Me hice eso a mí mismo - Se levantó sobre un codo y se
inclinó hacia ella, la sonrisa se desvaneció en el olvido - ¿Sabes la peor parte? La
soledad. ¿Alguna vez te sientes sola, señorita Grant?
- Todo el tiempo - susurró mientras dejaba la linterna a un lado, sacudía una colcha y
se la ponía sobre la espalda. Estaba temblando y la calidez de su cuerpo la sorprendió.
Presionó la mano contra su frente - Dios mío, estás hirviendo. ¿Estás enfermo?
- Un hombre no creyó que mis cinco años en prisión hayan sido un castigo justo. Pensó
que debería pagar con mi vida y me acuchilló en la espalda. Creo que la herida podría
estar pudriéndose.
- Tenemos que llevarte a la casa para que pueda verlo.
- No sería... correcto.
La curiosidad estalló en ella, haciendo que se preguntara por las circunstancias
que habían causado que un hombre que se preocupaba por su respetabilidad
cometiera asesinato. La gente parecía matar por una pequeña provocación: una carta
que surgía desde el fondo del mazo en vez de desde arriba, una pequeña verdad a
medias que se convertía en una fea mentira.
- Agradezco tu preocupación por mi reputación, pero nadie está cerca para darse
cuenta - Agarrándole de los brazos, luchó para hacerlo ponerse de pie. Gimiendo, se
tambaleó hacia delante antes de recuperar el equilibrio. Ella recogió la linterna.
- Apóyate en mí - le ordenó.
- Te aplastaré.
- Soy más fuerte de lo que parezco.
Él colocó un brazo sobre sus hombros, y ella apuntaló las rodillas en su lugar.
- Soy más pesado de lo que parezco - dijo en voz baja, pero casi creyó escuchar una
sonrisa escondida. Deslizó un brazo alrededor de su cintura.
- Vamos.
Austin se dejó caer en el borde de la cama y se quitó las botas, haciendo una
mueca cuando el dolor lo asaltó. Debería haberse dado cuenta de que su espalda
estaba podrida y buscar un médico antes de ahora, pero limpiar su nombre había
hecho que todo lo demás pareciera insignificante.
Luchó por quitarse los pantalones empapados y los tiró al suelo. Haciendo caso
omiso de la toalla, se metió en la cama, subió las mantas hasta la cintura y rodó sobre
su estómago. Los siguientes minutos iban a ser desagradables, pero al menos estaría
en compañía de una bella dama.
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Entró en la habitación y colocó el cuenco y un cuchillo sobre la mesita de noche.
Frunciendo el ceño, se sentó en la cama y le tocó la
mejilla.
- No te secaste.
Pensó en decirle que con suerte había llegado a la cama, pero no creía que
valiera la pena el esfuerzo. Ella cogió la toalla y palmeó suavemente la humedad de su
cara, los surcos en su frente se hicieron más profundos. La toalla se enganchó en la
barba que le cubría la mandíbula, y deseó haberse tomado el tiempo para afeitarse esa
mañana. Ella se inclinó más cerca, y él sintió la suave curva de su pequeño pecho
presionando contra su hombro, mientras envolvía la toalla alrededor de su cabello y le
exprimía la lluvia. Cerrando los ojos, inhaló su dulce aroma y recordó las colinas
cubiertas de flores azules que había visto mientras viajaba.
Su toque era gentil, suave, cuidadoso, como si pensara que podría lastimarlo.
¿Cuántas veces en los últimos cinco años había pensado en Becky tocándolo así?
Cuando había deseado un baño caliente, aunque sabía que le faltaban años para
dárselo, pensaba en dárselo con ella, secándola después, y disfrutando mientras ella lo
secaba a él. Luego harían el amor hasta el amanecer, lenta, pausadamente, de la forma
en que deberían haberlo hecho la primera vez.
Abrió los ojos, el fuego interno aumentaba, y temió que tuviera poco que ver
con la fiebre. Tiernamente, la mujer le tocó la mejilla, la preocupación en sus ojos
atrajo las palabras de su corazón destrozado.
- ¿Por qué no me esperó?
Ella se inclinó más cerca hasta que vio los anillos negros que rodeaban el oro de
sus ojos.
- ¿Quién?
- Becky. Me prometió que me esperaría hasta que saliera de la cárcel... pero se casó
con Cameron. - Cerró los ojos con fuerza, deseando haber dejado la lluvia en su rostro
para que sus lágrimas tuvieran un lugar donde esconderse.
Loree nunca había visto llorar a un hombre. No pensó que este hombre
acostumbrara rendirse a las lágrimas. La fiebre y el dolor estaban derribando las
paredes que seguramente hubiera preferido que permanecieran en su lugar. La mujer
que nunca conocería un amor tan profundo, que estaba dentro de ella, sufría por este
hombre, y deseaba que esa mujer de la que no sabía nada, lo hubiera esperado.
Él enterró su cara en la almohada.
- Solo haz lo que tengas que hacer y termina con esto - graznó.
Se preguntó si él se había dado cuenta de que se había tomado el tiempo de
secarse la cara y el pelo, para poder posponer la desagradable tarea que le esperaba.
No le gustaba la idea de cortarle la carne. Permitió que su mirada vagara por la
longitud de la espalda desnuda. Algunas cicatrices indicaban que no era ajeno al dolor.
Se preguntó qué habría hecho para merecer las cicatrices y si la mujer que lo
había abandonado sabía todo lo que había sufrido.
Su mirada se detuvo abruptamente donde la sábana se encontraba con sus
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estrechas caderas. Tragó saliva. Debajo no había nada más que carne. Agarró una
colcha y cubrió el contorno de sus piernas y nalgas, como si haciéndolo lo estuviera
vistiendo. Apretó sus manos juntas para evitar que temblaran.
- Voy a ser tan amable como pueda. Sé que va a doler, pero trata de no moverte.
Austin apretó los puños alrededor de la almohada, comprimiendo los músculos
de su espalda. Tomando una respiración profunda para fortalecerse, levantó el
cuchillo y pinchó la herida. Él se estremeció.
- Lo siento - susurró repetidamente mientras abría la larga herida. Luego tomó la tela
que le quedaba, la remojó en el agua caliente salada y la aplicó sobre ella.
Escuchó su aliento salir por entre los dientes.
- Lo siento, sé que duele. Los rasguños y cortes de mi hermano siempre se estaban
pudriendo. Gritaba muy fuerte cuando Ma los limpiaba, al menos tú no gritas.
Sabía que estaba divagando, tratando de distraerse de la tarea, tanto como a él
del dolor. Sus músculos eran firmes, y sabía que había trabajado mucho en su vida.
Pero incluso con todo el trabajo, logró tener las manos más bellas que jamás había
visto. Aunque sus dedos estaban apretando las sábanas, recordó haberlo notado
cuando lo había visto comer. No podía imaginar que manos tan hermosas hubieran
matado. En cambio, las imaginó acariciando las cuerdas de un violín. Su padre poseía
dedos largos y con ellos había creado la música más mágica.
No, un asesino no debía tener manos hermosas. Deberían ser feas, como las de
ella, con dedos cortos y rechonchos, manchados y ásperos.
Además un asesino no debería poseer profundos ojos azules llenos de lágrimas.
Después de aplicar repetidamente la tela mojada y caliente a la herida, acercó la
lámpara y escudriñó la herida. Todavía se veía roja y tierna, pero estaba limpia.
- Creo que eso es todo lo que podré hacer esta noche.
Él soltó un aliento tembloroso y las manos relajaron su agarre sobre la
almohada. Girando ligeramente la cabeza, la miró.
- Siento las molestias.
No sabía si alguna vez había escuchado a alguien sonar tan cansado. Ella pasó
sus dedos a través de su pelo negro.
- Intenta dormir. Queremos que tu fiebre baje.
Le colocó mantas adicionales sobre sus brazos y parte de su espalda, dejando la
herida expuesta al aire. Lenta y suavemente, deslizó su mano hacia adelante y hacia
atrás sobre sus anchos hombros, por encima de la herida. Luego comenzó a cantar la
balada que había causado la deserción de su padre a la guerra y que lo había traído de
vuelta a casa, mientras que muchos otros se habían quedado y habían perecido. La
habían llamado Loree en honor a esa canción, y ella a menudo se preguntaba si le
debía el regalo de su existencia a un compositor.
Cantó hasta que sintió la tensión dejar el cuerpo de Austin, hasta que escuchó
su respiración tranquila y pareja. Se trasladó a una mecedora y lo cuidó durante toda
la noche, secándole el sudor perlado de la frente, manteniendo las mantas alrededor
de él, preguntándose qué clase de hombre iría a prisión por asesinato... y luego lloraría
porque una mujer no había esperado su regreso.
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CAPÍTULO 3
Con cuidado, tocó la tapa de la caja y lentamente la levantó. Una suave música
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tintineó. Cerró la tapa de golpe. Era una caja de música.
Negando con la cabeza, Austin se dispuso a afeitarse varios días de barba de la
cara. Luego sacó ropa limpia de sus alforjas, se puso los pantalones y las botas.
Agarrando su camisa y una toalla, caminó hacia la puerta y la abrió en silencio.
Los aromas de galletas recién horneadas y café recién hecho flotaban hacia él.
Se apoyó en la jamba de la puerta y vio a Loree revolver algo en una olla sobre la
estufa de hierro fundido. Llevaba un vestido lleno de margaritas y el mismo delantal
blanco que llevaba el día anterior ceñido a la cintura. Sus caderas estrechas se
balancearon en un movimiento circular como si siguieran el camino de la cuchara. El
toque de su suave voz llenó la habitación con una canción.
- ¿Qué estás cantando? - Se giró, con los ojos muy abiertos, la mano presionada justo
debajo de su garganta.
- Oh, me sobresaltaste.
- Lo siento. - Ella sacudió la cabeza.
- Está bien. Simplemente no estoy acostumbrada a tener compañía. Estaba cantando
Loree. Mi padre me dijo que la cantaban alrededor de las fogatas durante la guerra. Le
hizo sentir tanta nostalgia, que una noche se levantó y comenzó a caminar de vuelta a
casa - se volvió hacia la estufa - No quise molestarte con mis aullidos.
- Difícilmente los llamaría aullidos. - lo miró por encima del hombro.
- ¿Encontraste todo lo que necesitabas?
- Sí, señora. - levantó la toalla - Me preguntaba si podrías asegurarte de que mi espalda
está seca.
- Oh sí.- Se limpió las manos en el delantal antes de sacar una silla de la mesa y girarla
- ¿Por qué no te sientas?
Austin cruzó la corta distancia que los separaba, le tendió la toalla, se sentó a
horcajadas sobre la silla y cruzó los brazos sobre el respaldo recto. Ella presionó la
toalla contra su herida. Cerró los ojos, saboreando su toque, tan gentil como el primer
aliento de la primavera. Había pasado demasiado tiempo sin una mujer, sin la
tranquilidad que la presencia de una mujer le ofrecía a un hombre. Más que el toque
real, era el tono de su voz, su fragancia floral, la sonrisa que no dudaba en dar, el oro
de sus ojos.
Ligeramente, ella presionó sus dedos alrededor de la herida.
- No veo señales de que la infección se esté gestando, pero sigue estando roja y de
aspecto enojado. Me pregunto si debería coserla.
- ¿Está sangrando?
- No.
- Entonces simplemente déjala. He traído suficientes problemas.
- Va a dejar una fea cicatriz.
- No será la primera.
Estirándose sobre la mesa, recogió una botella marrón que había sido colocada
cerca de algunas telas. Sospechaba que había anticipado que necesitaría más cuidados
esta mañana. Le irritaba necesitar ayuda. ¿Por qué Duncan no lo había herido en algún
lugar donde pudiera haberse tratado a sí mismo? Supuso que debería estar agradecido
por haberse movido lo suficientemente rápido como para evitar darle a Duncan la
oportunidad de herirlo más profundo.
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- Pensé en ponerle una tintura de yodo esta mañana - ofreció.
- Bien.
Ella tiró del tapón y el olor acre asaltó sus fosas nasales, empapó la tela con el
líquido marrón rojizo. Dallas siempre había tenido una afición por la medicación,
vertiéndola en cada corte y arañazo que Austin había tenido alguna vez. Supuso que
era porque su hermano había visto a demasiados hombres morir a causa de la
infección durante la guerra. Probablemente no estaría sentado aquí ahora si le hubiera
contado a Dallas sobre el corte.
- Esto va a picar - dijo en voz baja. Austin apretó los dientes y clavó los dedos en el
respaldo de la silla. Cuando tocó la tela saturada de su espalda, aspiró aire con un
áspero silbido. - Lo siento, lo siento - susurró, y creyó oír lágrimas en su voz.
Concentró su atención en pensar en el hombre que esperaba encontrar en
Austin. Cada día, ese tipo le debía más. Él no estaría sentado aquí luchando contra el
dolor, si el hombre no se hubiera escapado después de matar a Boyd.
Ella quitó la tela, y Austin lanzó un largo y lento respiro. Se alejó del respaldo
de la silla mientras ella envolvía una venda alrededor de su pecho y sobre su espalda.
- Querrás mantenerlo limpio y hacer que un médico lo mire cuando llegues a Austin.
- Sí, señora.
Sus dedos se desviaron hacia una vieja herida en su hombro.
- Alguien te disparó - dijo en voz baja.
- Sí, señora. Hace poco más de seis años.
Sacó su mano rápidamente como si la hubiera mordido algo. Puso la botella de
yodo en un estante, se restregó las manos en el fregadero y se las secó en el delantal,
una y otra vez, hasta que Austin pensó que podría quitarse la piel.
- Es extraño - dijo mientras se ponía de pie y encogía los hombros al ponerse su
camisa - No esperaba que trabajaras tanto.
Su sonrojo lo complació más que las palabras.
- Yo... Tengo algunas gachas cocinadas aquí si quieres desayunar.
Giró la silla y se dejó caer en el asiento.
- Solo un poco de café.
Ella colocó la avena en un cuenco y la puso frente a su lugar en la mesa, antes
de verter el café en una taza y entregárselo.
- Tengo leche y…
- Solo negro. - Envolvió sus manos alrededor de la taza, absorbiendo su calor y
esperando mientras ella se servía un café y tomaba asiento. Mientras vertía seis
cucharadas de azúcar en su café, la miraba divertido. No se había divertido en mucho
tiempo. Era increíblemente inocente. Viviendo aquí sola, lejos de la ciudad, lejos de la
influencia de la gente, ¿cómo podría ser de otra manera?
Tal vez no completamente inocente. Incluso mientras le ofrecía comida y
refugio, una cautela permanecía en sus ojos, un temor, como si en cualquier momento
temiera que él pudiera volverse contra ella como un perro rabioso.
Levantó la vista y se sonrojó de nuevo.
dolor agudo de una mordida rebotara en su trasero. Dejó caer el casco y saltó lejos del
caballo.
- ¡Hijo de...! ¡Maldición!
Se frotó la espalda mientras miraba al caballo que sacudía la cabeza como una
mujer inclinando la nariz con indignación. Entonces escuchó la risa.
Vibrante y luminosa, como una estrella que baja del cielo. Dirigió su atención a
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la mujer. Había presionado los dedos contra sus labios, pero él vio que las comisuras
de sus labios se inclinaban hacia arriba, llevando la sonrisa a sus ojos, brillantes como
dos monedas de oro.
- ¿Crees que es gracioso, señorita Grant?
Negó con la cabeza vigorosamente.
- No, Sr. Leigh. Solo que no es lo yo le hubiera entrenado para hacer. - Una burbuja de
risa escapó de sus labios y tocó un acorde de calidez en lo profundo de su pecho.
- Créeme, aprendió ese truco mientras yo no estaba.
Ella dejó caer su mano, y él la miró mientras luchaba por contener su risa.
- Simplemente no parece que tengas suerte.
- Oh, tengo suerte, señorita Grant. Desafortunadamente, todo lo demás está mal.
Su sonrisa se marchitó.
- Lo siento.
- No eres la causante. - movió su pulgar hacia el caballo - Mantendré su cabeza quieta
si frotas el queroseno en su casco.
Agarró el cabestro a cada lado de la cabeza del semental. Cuando Loree se
inclinó para agarrar el casco, Austin casi le agradeció al caballo por haberle mordido el
trasero. Su falda se levantó para mostrar sus tobillos desnudos y se tensó sobre su
trasero. ¿Cómo diablos la había confundido con un chico el día anterior? La fiebre
debe haber enmarañado su cerebro.
Loree Grant era un pequeño paquete de delicada feminidad. Tal como lo había
hecho en la estufa, balanceó ligeramente sus caderas con el movimiento de su mano,
frotando el queroseno en el casco del caballo. Dulce Señor, era pura tortura mirar,
imaginar esa parte trasera presionada contra él, acomodándose, balanceándose...
Dejó caer la pezuña, se enderezó y se enfrentó a él.
- ¿Hay algo más que deba hacer por el caballo?
Tragó saliva y soltó el cabestro.
- No.
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Ella bajó la mirada y dibujó una línea ondulada en el suelo con su dedo gordo
del pie.
- Probablemente debería… - miró hacia arriba rápidamente, luego hacia abajo -
…revisar tu trasero, asegurarme de que no se rompió la piel - levantó su mirada - No
quieres que se te infecte… - hizo un gesto con la mano en el aire - …allá atrás.
Él sonrió cálidamente.
- No, señora, seguro que no. Lo juro, señorita Grant, cuando me detuve aquí ayer, no
tenía intención de traerte tantos problemas.
- No es problema, Sr. Leigh. Además, pondré tintura de yodo en la herida desde un
principio, así que no debería infectarse en absoluto.
Él la vio correr hacia la casa y decidió que era bueno que el medicamento
ardiera más que el infierno. De lo contrario, no sabía cómo soportaría que sus suaves
dedos tocaran su trasero sin que su cuerpo reaccionara y lo traicionara.
Loree metió agua en el fregadero y luego se frotó las temblorosas manos. ¿Qué
demonios la había poseído para ofrecer mirarle el trasero a Austin Leigh? Se preguntó
si la tintura de yodo sería tan efectiva si simplemente la vertiera en una sartén y le
dijera que se sentara en ella y empapara su herida. Si existía incluso la cura de una
herida en remojo.
Oyó las botas golpeando el porche. Inhaló profundamente, agarró una toalla y
se secó las manos. Miró por encima del hombro. Él entró en la cocina, luciendo tan
incómodo como ella.
Había apartado las cortinas para permitir que el sol de la mañana se filtrara
dentro. Señaló la silla frente a la que se había sentado esa mañana.
- Probablemente pueda usar mejor el sol si te paras allí.
Asintió lentamente con la cabeza, pero ella creyó ver reflejada la preocupación
en sus ojos azules.
- Seré gentil,- le aseguró.
- Eso no es lo que me preocupa - refunfuñó mientras se movía para pararse detrás de
la silla.
Ella agarró la botella de yodo y un paño. Se apresuró a llegar a la mesa, pero
una vez que llegó deseó haber caminado más despacio. Tiró del tapón y empapó la
tela. Solo quería hacer esto una vez, realmente no quería hacerlo en absoluto. Levantó
la vista. Estaba mirando fijamente a algo en la pared del fondo.
- Yo... supongo que necesitas bajar... tus pantalones - dijo vacilante.
Ella vio contraerse un músculo en su mejilla.
- ¿Por qué no te pones detrás de mí? - sugirió el.
Lo rodeó e intentó no pensar en los botones que sus dedos estaban soltando. Su
respiración se redujo a pequeños jadeos y lo miró mientras él agarraba la parte
trasera de sus pantalones y luchaba por bajar un lado mientras mantenía al otro
levantado. Él se inclinó levemente.
- ¿Puedes levantar tu camisa? - le preguntó y miró con asombro cuando su piel
apareció a la vista. Tan increíblemente blanca que le recordaba a las nubes en un día
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de verano, pero justo por encima de su cadera, su piel se volvía tan marrón como la
tierra. Debía haber trabajado a menudo sin camisa, y se dio cuenta con repentina
inquietud de que estaba a punto de tocar una parte de él que el sol nunca había visto.
- ¿Está rota la piel? - Ella se estremeció ante la dureza de su voz y bajó la vista al área
donde había detenido el viaje de descenso de su pantalón. La carne rasgada y la sangre
estropeaban su parte posterior sumamente lisa.
- Sí. - Con cuidado, tocó los pantalones y la punta de su dedo lo rozó. Él saltó como si
hubiera presionado una marca al rojo vivo en su carne.
- Lo siento. Yo solo... solo necesito bajar esto un poco más - lo bajó todo lo que se
atrevió, agradecida de que el caballo no lo hubiera mordido en la mejilla. Presionó el
yodo en la herida, escuchó su fuerte aliento y vio que sus dedos se apretaban
alrededor de la camisa - Lo siento mucho.
- Confía en mí. Cuanto más pica, mejor.
Escuchó la tensión en su voz y trabajó tan rápido como pudo, presionando la
tela contra la herida.
Dewayne resopló.
- ¿Se supone que debo creer eso solo porque tú lo dices?
- He mentido una sola vez en mi vida y casi le costó la vida a mi hermano. Necesitaría
una maldita buena razón antes de volver a mentir. - Él inclinó la cabeza hacia Loree. -
Aprecio sus amables atenciones, señorita Grant. Terminaré de atender a mi caballo
ahora.
Ella lo vio cruzar la puerta, con la espalda rígida, y de alguna manera supo que
la desconfianza de Dewayne había herido a Austin más de lo que su caballo o algún
hombre en un salón.
- No me gusta que esté aquí - dijo Dewayne, la inflexión en su voz le recordaba a un
petulante niño de tres años - ¿Qué pasa si él descubre lo que hicimos?
- ¿Cómo va a averiguarlo? - Dewayne sacó el labio inferior.
- Podrías decírselo.
- ¿Por qué habría de hacer eso?
- Como confías en él lo suficiente como para dejar que baje sus pantalones, podrías
confiar en él con nuestro secreto.
- No tiene ningún interés en nada por aquí. Solo quiere curar a su caballo para poder
seguir adelante. Ha sido un perfecto caballero. Me cortó leña.
- Yo podría cortar leña para ti.
Sonriendo suavemente, ella tocó el borde de su barbilla, recordando el día que
había cabalgado, después de su primer afeitado, para mostrárselo.
- No siempre podrás cuidar de mí.
Dewayne se sonrojó y agachó la cabeza. En momentos como este, le resultaba
difícil mirarlo y no ver cómo podría haber sido su hermano si hubiera llegado a ser
hombre. Solo tenía catorce años cuando el asesino lo colgó de las vigas. Solo catorce.
¿Cuántas veces deseó haber sido ella quien muriera, y él el único en sobrevivir?
- ¿Entonces por qué no te mudas a la ciudad, Loree?
- Me gusta vivir aquí. - Era su autoimpuesto exilio, su castigo por lo que había sucedido
esa noche y todo lo que vino después.
- ¿Pero qué pasa si un día se detiene un hombre que no es un caballero?
- Tengo un rifle y a Cavador. ¿Recuerdas cómo te atacó la primera vez que apareciste
después de que lo encontré?
Dewayne se rió.
- Todavía tengo las cicatrices en mi pantorrilla. ¿Estás segura de que fue el caballo del
hombre y no Cavador quien lo mordió?
Loree inclinó la cabeza mientras pensaba.
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- Curiosamente, solo le gruñó al Sr. Leigh. No lo atacó.
- Quizás Cavador se ha vuelto como tú, demasiado confiado.
Sonriendo, negó con la cabeza.
- No, la semana pasada ahuyentó a un hombre que venía en un vagón de medicina.
Creo que atacaría a cualquiera que creyera que me haría daño.
- Bueno, si la tormenta no hizo ningún daño aquí, entonces creo que iré a casa. Si ese
tipo todavía está aquí esta noche, tranca la puerta.
Simplemente para apaciguarlo, ella dijo:
- Lo haré.
Salió con él, lo abrazó como siempre lo hacía, como había abrazado a su
hermano, y lo vio partir en su caballo. Luego se acercó al hombre que cepillaba a su
semental cerca del corral.
- Dewayne no quería ofenderte - dijo en voz baja.
- No me ofendió - Dejó de cepillar su caballo y se encontró con su mirada - ¿Por qué no
me dijiste que alguien había asesinado a tu familia?
- ¿Por qué no me dijiste que eras un asesino?
- No es lo mismo.
- ¿Cómo que no es lo mismo?
- Simplemente no lo es - Caminó alrededor de su caballo y comenzó a cepillar el otro
lado como si necesitara poner distancia entre ellos - Te dije que cumplí condena en
prisión por asesinato - Su mano se detuvo, su mirada azul capturó la de ella - No soy
un asesino.
Su garganta se tensó. Ella sabía que él decía la verdad. Él no era un asesino a
sangre fría. Recordando la carne fruncida en su hombro, una cicatriz similar a la que
ella poseía, el tipo de cicatriz que dejaba una herida de bala al cicatrizar, dedujo que
había matado en defensa propia al hombre que le había disparado.
- Lo sé. No tienes los ojos de un asesino.
Pareció relajarse como si ella hubiera levantado una carga de sus hombros.
- ¿A quién colgó? - preguntó en voz baja.
Loree tropezó, su corazón acelerado.
- ¿Qué?
- Hay una cuerda colgando de las vigas en el establo.
Tenía que darle crédito a Austin Leigh. No se le escapaba nada. Dewayne había
bajado a su hermano. Hasta la noche anterior, nunca había tenido el coraje de regresar
al establo, y mucho menos quitar la cuerda que le había quitado la vida a su hermano.
- A mi hermano. Nos arrastró hasta el establo, nos ató y ahorcó a mi hermano antes de
dispararle al resto de nosotros.
El horror se adentró en las profundidades de sus ojos.
- ¿Él te disparó?
Por extraño que parezca, su reacción le dijo más sobre él que sobre cualquier
otra cosa. Él no era un hombre que lastimaría a una mujer.
- Sí, pero no lo comprobó, no se aseguró de que estaba muerta. Supongo que como soy
tan pequeña, asumió que una bala sería suficiente.
- ¿La ley lo encontró?
- No.
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Él rió con tristeza.
- Es así ¿verdad? A mí me envían a prisión y dejan en libertad a un hombre que
asesinó a tres personas. A veces habría que preguntarse ¿cómo funciona el sistema de
justicia? - A lo largo de los años, se había preguntado mucho sobre la justicia, y se
preguntaba si siquiera existía - ¿Es por eso que dejaste que el establo se arruine?
Una vez más, su perspicacia la sorprendió y asintió.
- No puedo entrar, no lo soporto.
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CAPÍTULO 4
Siguió a la mujer hasta la casa, Austin admiraba más que el suave balanceo de
sus caderas, admiraba el coraje que había necesitado para dejar de lado sus miedos y
recuerdos desagradables y acudir en su ayuda la noche anterior. Más que eso, había
pasado por alto lo que sabía sobre su pasado.
No había recibido un regalo tan generoso en mucho tiempo. No era de extrañar
que llorara en su cama, poseía un corazón tan puro como el oro de sus ojos.
Demonios, una vez que encontrara al hombre que le había robado cinco años
de su vida, buscaría al hombre que había matado a su familia y lo llevaría ante la
justicia.
Ella se detuvo y señaló con su brazo el jardín.
- Tu tarea.
La tarea resultó no ser nada rutinaria: arrancar fresas rojas y maduras de su
jardín y colocarlas suavemente en el balde para que no se magullaran. Le había dicho
que no soportaba la fruta cuando estaba magullada. Basándose en el hecho de que
había dedicado más de la mitad de su jardín a cultivar fresas, Austin pensó que les
tenía cariño.
Cerca del anochecer, colocó una colcha debajo de un árbol y sacó dos cuencos
grandes. Uno estaba lleno de fresas lavadas. El otro lleno de azúcar.
Se dejó caer sobre la colcha, sacó una fresa del cuenco, la rodó en el azúcar y se
la metió en la boca. Cerró los ojos y soltó un gemido grave y gutural que hizo que
Austin quisiera gemir.
En contra de su buen juicio, se tendió en la colcha junto a ella y se levantó sobre
un codo. Loree abrió los ojos y le sonrió.
- No hay nada mejor que la primera fresa de la temporada.
Él no estaba de acuerdo. Podría haber nombrado cien cosas mejores: su
sonrisa, sus mejillas bañadas por el sol, los mechones de su cabello que habían
escapado de su trenza y enmarcaban su rostro como los pétalos de un diente de león.
Cuando era niño, a menudo respiraba profundamente antes de soplar los
pétalos de diente de león a la brisa. En este momento, quería soplar suave, tierna y
silenciosamente su aliento sobre su nuca.
Cavador apareció por la esquina de la casa. Loree agarró una fresa y la arrojó al
aire. El perro saltó y sus mandíbulas sujetaron la fruta madura, el animal volvió al
suelo y se dio la vuelta. Loree se rió alegremente, recordándole a Austin la primera vez
que había colocado un arco sobre las cuerdas de un violín. La música había sonado
igual de dulce, porque había sido inesperada: algo que él había creado. Se encontró
deseando haber sido él quien hiciera reír a Loree. No el estúpido perro.
- Sírvete fresas - dijo mientras arrojaba otra al perro antes de tomar una para ella.
Austin se llevó una fresa a los labios y mordió la suculenta fruta. La dulzura
llenó su boca. No necesitaba azúcar. Le divertía ver a Loree cubrir cuidadosamente
cada fresa con azúcar antes de comérsela. Él ardía mientras veía como su lengua
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lentamente, capturaba con meticulosidad cada grano errante de azúcar que se pegaba
a sus labios. Imaginó que su beso sabría a fresas y azúcar.
Había estado demasiado tiempo sin una mujer, y estaba pasando por un
infierno tratando de domesticar sus pensamientos. Mientras veía el viento azotarle el
cabello alrededor del rostro, él también quería jugar con sus finas hebras. Quería
sentir sus mejillas redondeadas con las yemas de sus dedos y la punta de su nariz
respingona con los labios. Había conocido a muy pocas mujeres en su vida, y aunque
una le había arrancado el corazón y lo había destrozado, no podía odiar a todas las
mujeres.
Pensó que las mujeres eran como los hombres. Algunas buenas. Algunas malas.
Algunas inconstantes. Se había aferrado a una inconstante la primera vez y le había
costado caro. Pero a pesar del alto precio que había pagado, no podía verse a sí mismo
pasando los días que le quedaban sin la compañía de una mujer. Una vez que hubiera
limpiado su nombre, tomaría una esposa. Él quería lo que sus hermanos mayores
tenían. Ninguno de los dos había ganado a sus esposas sin pagar un precio.
El reconfortante silencio se instaló a su alrededor mientras las sombras se
alargaban. El perro se deslizó hasta el borde del claro, ladró y corrió hacia atrás para
atrapar otra fresa. Austin estaba empezando a dudar de la capacidad del perro para
proteger a Loree. Aparte de la tarde anterior cuando el perro le gruñó, no había visto
en él signos de agresividad. El perro le recordaba a un cachorro tendido en la maleza.
- ¿Por qué está aquí, señorita Grant? - giró la cabeza para mirarlo.
- Me gusta ver el atardecer, me gusta comer fresas.
- No. Quiero decir, ¿por qué vives sola aquí? ¿Por qué no te mudas a la ciudad? No
puedo ver que esta sea una granja en funcionamiento. ¿Qué te mantiene aquí?
- Los recuerdos. Vivimos muy felices aquí. Siento que si me fuera, estaría
abandonando a mi familia.
A lo lejos, vio una valla blanca rodeando tres lápidas de granito.
- ¿Cuántos años tenías?
- Diecisiete. ¿Cuántos años tenías cuando fuiste a prisión?
- Veintiuno.
- Eras tan joven.
- No tan joven como diecisiete años.
Ella hundió otra fresa en el azúcar.
- Mencionaste a un hermano...
El asintió.
- Houston. - Sus ojos se agrandaron cuando mordió la fresa y se rió cuando el jugo rojo
goteó por su barbilla. Austin apretó las manos para evitar que sus dedos recogieran el
zumo y lo pusieran entre sus labios, o mejor aún, entre los suyos. Se limpió la boca con
el delantal - ¿Otra ciudad?
- Sí. Mis padres vivieron allí por un tiempo.
- ¿Has estado en Houston?
- Nah, vivieron allí antes de que yo naciera. - Suspiró melancólicamente y miró hacia
los árboles.
- Solía soñar con viajar por el mundo y mirar las estrellas de diferentes ciudades - Ella
volvió su mirada hacia él - ¿Crees que las estrellas se ven diferentes en el otro lado del
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mundo?
- No sé. Nunca pensé en eso. Nunca soñé tan grande.
- ¿Con qué soñabas?
Con casarme con Becky. Con formar una familia. Pero antes de eso... un
recuerdo lejano parpadeó en el fondo de su mente: estar parado al borde de un
barranco, gritando su sueño... y escuchando mientras el eco lo transportaba de regreso
hasta él. Entonces el recuerdo murió, como una llama apagada porque no había
suficiente aire para mantenerla encendida.
- No recuerdo.
- Mi padre solía decirme que tenía que poner mi corazón en mis sueños si quería que
se convirtieran en realidad. ¿Cómo pones tu corazón en algo?
Austin no tenía ni idea. Había visto a sus hermanos poner sus corazones en las
mujeres que amaban, pensó que él había hecho lo mismo con Becky, pero si lo hubiera
hecho, ella habría esperado por él. Estaba convencido de eso. Fuera lo que fuera su
amor, no había sido lo suficientemente fuerte como para soportar la separación, y no
pudo evitar preguntarse qué más podría haber hecho.
El perro regresó a la carga desde el borde del claro, se dejó caer al suelo y
gruñó, enseñando los dientes. Con la preocupación grabada en su rostro, Loree se
puso de rodillas.
- ¿Qué pasa Cavador?
El perro ladró y saltó hacia los árboles, desapareciendo en la maleza. Un agudo
chillido llenó el aire.
- ¡Un lince! - Loree lloró mientras se ponía de pie - ¡Cavador!
El perro ladró, el grito felino se escuchó nuevamente, seguido por un alarido
que reflejaba un agudo dolor.
- ¡No! - Gritó Loree mientras comenzaba a correr hacia los árboles. Austin se puso de
pie, corrió tras ella y la agarró del brazo, deteniendo su frenética carrera hacia los
árboles.
- ¿Dónde está mi rifle?
- En la esquina de la sala principal, junto a la chimenea.
- Ven conmigo mientras lo busco. - Ella negó con la cabeza vigorosamente.
- Esperaré aquí, pero apúrate. - No confiaba en que ella se quedara, pero escuchó el
llanto del perro y el grito victorioso del gato, y supo que no tenía tiempo para discutir.
Con su corazón atronando, corrió dentro de la casa. Agarró su rifle, lo cargó y metió un
puñado de balas en su bolsillo. Luego salió corriendo, dobló la esquina y se detuvo
tambaleante en el claro.
¡La mujer se había ido!
- ¡Loree! - El miedo por ella borró cualquier pensamiento racional. Se dirigió hacia los
árboles donde el perro había desaparecido - ¡Loree!
Ya no se escuchaban signos de batalla. Un silencio espeluznante se había
instalado en el bosque. Caminó cuidadosamente entre los árboles, su corazón
martilleando. Cuando encontrara a la mujer, planeaba sacudirla en todos los sentidos,
por haberlo asustado de esa manera. ¿Cómo se atrevía a poner en riesgo su vida por
un estúpido perro?
La encontró arrodillada entre dos poderosos robles, meciéndose adelante y
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atrás, con lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas y los brazos alrededor de su
perro. Austin se arrodilló junto a ella.
- ¿Loree? - Ella abrió los ojos, las profundidades doradas revelaban un dolor
devastador.
- Él era todo lo que me quedaba - susurró roncamente - Era solo un perro, pero lo yo
amaba tanto.
- Lo sé - dijo Austin en voz baja - Toma el rifle y lo llevaré a la casa.
- Déjame sostenerlo por un momento... mientras todavía está caliente - Enterró su
rostro en el espeso pelaje de Cavador. Austin escaneó los árboles, sus oídos alerta. No
le gustaba la idea de que Loree viviera aquí sola rodeada de animales salvajes. El
ciervo no le preocupaba, pero un lince era otra historia.
Suavemente, tocó su hombro.
- Tenemos que regresar antes de que esté demasiado oscuro.
Ella levantó la cabeza, sorbió profundamente y asintió. La sangre había
manchado la parte delantera de su vestido y el pánico se apoderó de él.
- Estás herida. - miró hacia abajo antes de levantar una mirada vacía hacia él.
- No, es la sangre de él. El lince ya se había ido para cuando llegué aquí.
- Deberías haberte quedado junto a la casa como te dije.
- Estaba preocupada por Cavador. Él nunca retrocedía, jamás se alejaba de una pelea.
- Cristo Loree, tu madre tenía razón. Pusiste a un perro antes que a ti.
- Pondría a cualquiera, a cualquier cosa que amara antes que a mí misma. No lo veo
como una falla.
No quería sonar duro, no quería sermonearla, pero la idea de que podría haber
sido la siguiente víctima del lince lo hizo temblar hasta las botas.
- Toma el rifle.
Ella lo agarró, y él deslizó sus brazos debajo del perro. Ignoró el dolor que le
recorría la espalda mientras se esforzaba por levantar a la pesada bestia. Con la
oscuridad cerrándose a su alrededor, caminaron en silencio hacia la casa, sus botas
rompían las ramitas secas y los pies e Loree dispersaban las frágiles hojas que habían
muerto el otoño anterior.
- ¿Lo enterrarías cerca del jardín? Ahí es donde le gustaba cavar - dijo en voz baja
mientras se acercaban a la casa.
- Claro que lo haré. ¿Tienes una pala?
- En el granero.
- La buscaré. ¿Por qué no entras y te lavas?
Asintiendo, se inclinó y presionó un beso en la parte superior de la cabeza del
perro.
- Adiós, Cavador.
Austin la observó correr hacia el frente de la casa, dejándolo inútil. Dar
consuelo nunca había sido su fuerte, era algo que ni siquiera sabía que existía hasta
que Amelia había entrado en sus vidas.
Con una palma áspera, él le acunó la mejilla e inclinó su rostro hasta que sus
miradas se encontraron y se sostuvieron. Ella escuchó su respiración desigual. Debajo
de su mano que había apoyado en el pecho masculino, sintió los latidos rápidos y
constantes de su corazón.
Loree había aceptado hacía mucho tiempo el hecho de que viviría los días
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restantes de su vida sola. No se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos
el aroma, la vista, los sonidos y el tacto creados por otra persona. Ella pensó que no
sabía cómo había vivido tanto tiempo en soledad.
Ahora, sabía que solo había estado escondida, reuniendo fuerzas, esperando
hasta que sus defensas estuvieran listas para enfrentar el destino. Todos los días de
silencio y las noches que había pasado sola, de repente surgieron ante ella. La vida
valía la pena vivirla, y ella odiaba la soledad. Odiaba al hombre cuyas acciones la
habían condenado a esa soledad.
De repente se sintió simple y pobre, anhelando cosas que nunca conocería: la
sonrisa de un marido, la risa de unos niños.
La mirada de Austin se posó en sus labios, el azul de sus ojos oscureciéndose
hasta que sintió el calor como de un fuego, ardiente y brillante, creando incluso
mientras la consumía. Él bajó la cabeza ligeramente y abrió los labios.
- Tan dulce - susurró, y ella se preguntó si dentro de las palabras, oyó una disculpa.
Luego su boca se presionó contra la de ella, cálida, suave, húmeda, y tuvo su
primer sabor de hombre. En el fondo, ella sonrió. Él sabía a fresas.
Luego profundizó el beso, y cuando su lengua buscó la de ella, se puso de
puntillas, le rodeó el cuello con los brazos y le dio todo lo que le pidió.
Él gimió profundamente en su garganta y ella sintió su pecho contra los suyos.
Su brazo la rodeó, presionándola más contra su cuerpo.
Nunca había sido desvergonzada, pero antes la soledad nunca había sido tan
grande, tan consumidora. Tampoco era tan fuerte la necesidad de ser sostenida, de ser
amada. No se engañó a sí misma. Él no la amaba. En sus ojos, había visto la misma
rígida soledad que reflejaban los suyos. Eran corazones afines, con un pasado
inquietante que les había robado los sueños. Aun así, él se iría y nunca miraría atrás. Y
con ese pensamiento, ella encontró consuelo. Podía aceptar lo que él le ofrecía,
sabiendo que nunca descubriría los secretos que el asesino la había forzado a
encerrar.
Austin Leigh nunca la miraría con repugnancia.
Dentro de unos años, cuando ella trajera los recuerdos de este hombre, solo
vería el deseo que profundizaba el azul de sus ojos.
Su boca se arrastró a lo largo de su garganta, presionó besos contra la carne
sensible debajo de su oreja.
- Tan dulce - repitió en un aliento desigual, como una letanía que movía sus acciones.
La guió hasta la cama, sacándole la ropa que le quedaba antes de acostarla. Mirándola,
lentamente, se desabotonó los pantalones como si le diera tiempo para decirle que lo
que le estaba ofreciendo no era lo que ella quería.
Pero ella quería, más de lo que nunca había deseado algo, estar sin la soledad
como única compañía.
Cuando estiró su largo y delgado cuerpo junto al de ella, nunca se había sentido
tan pequeña, tan delicada. Él ahuecó su pecho con una mano, moldeando y modelando
su carne, mientras su boca se acercaba y se burlaba de su erecto pezón. El deseo se
disparó en espiral a través de ella, lo suficientemente fuerte como para enviar la
soledad al olvido. Por una noche, ella tendría lo que nunca podría tener: el toque de un
hombre, las palabras susurradas de un hombre, la fuerza y la capacidad de un hombre
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para mantener a raya a la soledad.
Finalmente su boca se posó sobre el lugar que tanto ansiaba, allí estuvo un rato,
luego le dio la misma atención a su otro pecho y finalmente cubrió la de ella, dura,
devoradora, pero sus manos permanecieron suaves, como si estuviera tallando en
vidrio soplado a mano. Ella arrastró sus manos sobre los firmes músculos de sus
hombros, clavando sus dedos en su espalda, cuidando de evitar la herida que había
forjado un vínculo entre ellos.
Cuando su mano rozó su estómago, ella se estremeció. Cuando la tocó
íntimamente, ella jadeó, cuando sus dedos hicieron promesas que sabía que su cuerpo
mantendría, ella enloqueció de deseo.
Él se movió hasta que sus caderas estuvieron cobijadas por sus muslos. Luego,
lenta, cautelosamente, unió su cuerpo al de ella. El dolor fue fugaz, la plenitud de él fue
satisfactoria. Mientras se mecía contra ella, el pasado se borró en la insignificancia, el
futuro que la esperaba perdió importancia. Todo lo que importaba era ese momento,
esa unión. Sensaciones que nunca había sabido que existían se entrelazaron a su
alrededor, a través de ella, creando belleza donde solo había conocido fealdad. Ella se
deleitó con el sonido de sus gemidos guturales, con la sensación de sus rápidas y
seguras embestidas.
Y luego ella gritó, arqueándose debajo de él mientras todo se colmaba de
éxtasis.
Cuando él se estremeció, ella escuchó susurrar roncamente un nombre más allá
de sus labios. De repente, todo lo que había pasado antes no significaba nada... y la
soledad se multiplicó por diez.
vez. Lo habría pateado si se hubiera puesto las botas. Clavó los dedos en la barandilla
superior del corral, apretó los ojos e inclinó la cabeza.
Podía argumentar que había pasado demasiado tiempo sin una mujer, pero la
discusión habría estado plagada de mentiras, porque sabía que aunque hubiera estado
esa tarde con una mujer, todavía habría querido estar con Loree esa noche.
Era tan increíblemente dulce, pura e inocente... todos los aspectos deliciosos de
la juventud que un hombre perdía a medida que crecía. Cuando la besó, sintió el toque
vacilante de su lengua, había vuelto a ser el hombre que había sido antes de la prisión.
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Un hombre que creía en el bien. Ella había tocado su parte tierna, la que había
encerrado en un confinamiento solitario para sobrevivir dentro de los muros de la
prisión. Cuando sintió sus brazos rodeándole el cuello, había enviado sus buenas
intenciones a la basura y había desatado deseos y necesidades que había mantenido
estrictamente controlados.
Y en esos pocos momentos de esplendor, cuando la había tenido tan cerca, la
soledad que siempre se había comido su alma, había dejado de darse un banquete.
Hasta que él había susurrado descuidadamente el nombre de otra.
Entonces la soledad lo consumió una vez más, ahora con la culpa como invitada
de honor al banquete.
Golpeó su palma nuevamente contra la madera. ¿Por qué diablos el nombre de
Becky había escapado de sus labios? Si ni siquiera había estado en sus pensamientos.
Demonios, no había estado pensando en ella en absoluto. Había estado apreciando el
momento, sintiendo con una intensidad que no había experimentado en años. Tal vez
esa era la razón por la que había pronunciado su nombre. Siempre había asociado
cualquier emoción profunda con Becky.
Y eso, seguro como el infierno, no había sido justo para Loree.
Podría haber sido capaz de perdonarse a sí mismo si tuviera algo que ofrecerle,
pero no tenía nada. ¿Qué mujer querría casarse con un hombre recién salido de la
cárcel? ¿Con un hombre que no podía probar su inocencia? Él no tenía trabajo, no
tenía perspectivas.
En su mente, vio unos ojos dorados llenos de confianza. Ella había querido lo
que él tenía para ofrecerle, y al tomarlo, ella se lo había devuelto con creces. Nunca
había querido saborear algo, tanto como había deseado saborearla, tocar algo, tanto
como había querido tocarla, saber... Le resultaba imposible creer que había pasado tan
poco tiempo desde que había puesto los ojos en ella por primera vez.
Nuevamente, golpeó su palma contra el poste. Una delicada mano cubrió la
suya mientras se agarraba al pilar.
- Vas a reventar tu mano si no tienes cuidado - dijo en voz baja.
El corazón de Austin tronó tan fuerte que apenas escuchó el sonido de los
grillos. Loree estaba de pie, bajo la pálida luz de la luna con su mirada vigilante. Se
había puesto un camisón y se había cubierto los hombros con una manta.
- No creo que sea una gran pérdida.
Ella tomó su mano, la giró y le dio un beso en la palma áspera.
- Estoy en desacuerdo.
- Loree…
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CAPÍTULO 5
Un fuerte golpe sobresaltó a Loree de su sueño. Con la nariz tapada y los ojos
escocidos, se arrastró fuera de la cama. La luz del sol de la mañana se filtraba a través
de las cortinas.
Oyó otro golpe. ¿Qué demonios estaba haciendo Austin ahora? Salió corriendo
de la casa y se paró en seco. Levantando la mano para protegerse los ojos del
resplandor del sol de la mañana, contempló al hombre agazapado en el techo de su
granero. Arrancó una tabla suelta y la arrojó al suelo.
- ¿Qué estás haciendo? - le preguntó.
Con el pecho desnudo, se giró y se quitó el sombrero de la frente con el pulgar.
- Pensé que querías quemar el granero.
- Lo quiero.
- Pretendo quemarlo. Imaginé que sería más fácil separarlo en montones de madera
que podamos manejar, que cortar los árboles que rodean el lugar.
- Vas a abrir la herida en tu espalda.
- Ese es mi problema.
- Será mi problema si se pudre.
Frotó su pulgar sobre la cabeza del martillo, estudiándolo. Luego levantó su
solemne mirada hacia ella.
- Me iré tan pronto como haya terminado con el establo.
Escuchó arrepentimiento entrelazado en su voz, y su corazón se tensó como si
se estirara hacia un sueño que nunca podría alcanzar. Siempre había sabido que él se
iría. Aun así, no había esperado que se llevara una parte de ella.
- Voy a hacer el desayuno.
- Solo café para mí.
Él volvió a su tarea. Durante varios minutos lo vio trabajar y se dio cuenta de
que, aunque la noche anterior, él le había causado una gran angustia, no se arrepentía
de lo que había pasado entre ellos. A pesar de que él había estado en la cárcel, ella
sabía que él era un buen hombre, honorable a su manera.
Y se preguntó si la mujer a la que amaba había pensado alguna vez en él, sí
realmente sabía cuán firme era su lugar en el corazón de éste hombre.
Entró a la casa, se lavó la cara, se cepilló el cabello y se puso un vestido limpio.
En la cocina comenzó a preparar sus gachas de la mañana. La vida de una mujer
estaba plena de rutina. Tuvo que recordarse a sí misma que no debía preparar un
plato de comida para Cavador, pero no podía evitar escuchar su ladrido. Sintió
profundamente su ausencia mientras trabajaba en la cocina, al no encontrarlo bajo los
pies. Él nunca más perseguiría a otra mariposa, ni lamería su mano.
Las lágrimas que le escocían los ojos cayeron cuando colocó una taza de café
sobre la mesa y vio el tazón con azúcar que había dejado afuera la noche anterior.
Recordó haberlo derribado, derramando su contenido sobre la colcha, trazó con su
dedo una línea imaginaria por el borde. Ahora estaba lleno.
¿Qué clase de hombre era Austin Leigh para tomarse la molestia de recuperar
el tazón y llenarlo de azúcar?
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Oyó sus botas golpear el porche y cruzar la puerta.
- Tu café está listo - le dijo, desviando la mirada y girando hacia la estufa para colocar
su avena en un cuenco. Escuchó mientras él sacaba su silla y se sentaba, un gesto que
parecía más íntimo, después de todo lo que habían compartido la noche anterior.
Se sentó a la mesa y, con dedos temblorosos, levantó la cuchara y espolvoreó
azúcar sobre su potaje. Sintió su mirada sobre ella, pero no se atrevió a mirarlo.
- Loree, sobre anoche…
- Prefiero no discutirlo - Ella perdió la cuenta de la cantidad de cucharadas de azúcar y
decidió que no importaba. Simplemente vertía azúcar hasta que ya no veía la avena.
- No tengo nada que ofrecerte, Loree.
Levantó su mirada hacia él. Se había quitado el sombrero y se había puesto una
camisa. El cabello negro se enroscaba sobre su cuello. Ella anhelaba pasar los dedos a
través de él.
- No recuerdo haber pedido nada.
Sus ojos eran sombríos.
- No lo hiciste, pero te mereces todo, todo lo que un hombre le daría a una mujer si
pudiera.
- No me obligaste. Sabía hacia dónde nos llevaría el camino que estábamos tomando, y
estaba dispuesta a seguirlo.
- Te dije que a veces un hombre toma decisiones sin conocer el costo. ¿Tú sabes el
costo al que podrías enfrentarte?
Bajó la mirada hacia las gachas.
- No - admitió en voz baja - Pero estoy dispuesta a pagarlo. - Mirándolo, forzó una
sonrisa temblorosa - Aunque no sé cómo voy a mirar a Dewayne a los ojos la próxima
vez que venga después de lo que dijo ayer.
- No se puede mirar a una mujer y saber si ella ha estado o no con un hombre. Salvo
ella misma, nadie lo sabrá. - Ella se sentía como si no hubiera dado nada y se hubiera
llevado todo.
- A veces dices cosas de tal manera que me pregunto si eres un poeta.
Sacudió la cabeza.
- No tengo ningún don con las palabras. Anoche fue una evidencia de eso. Gracias por
el café. Será mejor que regrese al establo.
Al verlo salir de la casa, se preguntó qué tan pronto saldría, para no volver
jamás. Apartó su cuenco de gachas, y el dolor alzó su fea cabeza. Súbitamente
codiciosa de recuerdos que pudiera atesorar y resucitar en las noches más solitarias,
se levantó de la silla y salió corriendo hacia el corral. Su caballo pastaba cerca. Una
hermosa bestia que pertenecía a un hermoso hombre.
Dirigió su atención al granero. Con melancolía, supo que no tenía nada que
hacer, salvo verlo trabajar. Anoche había recibido una muestra de lo que nunca habría
tenido de no ser por él. No había esperado anhelar tan intensamente lo que nunca
podría tener.
- ¡Busca el keroseno!
- Estoy aquí porque quiero. Estoy... contenta. - O al menos así había estado hasta la
noche anterior.
Su mirada le dijo que él no le creía.
- Pasé cinco años rodeado de hombres, pero estaba solo porque no había nadie que me
importara, nadie en quien confiara. No tienes que vivir así, Loree. Empaca tus
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pertenencias y te llevaré a Austin…
Ella se apartó de él.
- No puedo.
- ¿Por qué?
- ¡Porque esa noche todavía vive dentro de mí! ¡No sabes lo que hice!
- Sobreviviste.
Las lágrimas le quemaron los ojos.
- Si fuera así de simple. Estoy aquí, sola, porque lo merezco. Llámalo castigo. Llámalo
sentencia de por vida. Llámalo como quieras. Tomé mi decisión y no la voy a cambiar -
Las lágrimas rodaron sobre sus mejillas - A pesar de lo que piensas, sabía exactamente
de lo que querías decir cuando dijiste que una persona toma decisiones sin conocer el
costo, pero a pesar de ello, una vez que tomas la decisión, todavía tienes que pagar el
precio. - Hace cinco años, el precio habían sido sus sueños.
- ¿Incluso si te cuesta la vida? - Loree, tu amigo Dewayne tenía razón. No sabías nada
de mí cuando aceptaste mi oferta de cortar tu leña por un cuenco de estofado. Podría
haber intentado lastimarte.
- Tomé tus armas.- Él lanzó una risa sin alegría.
- ¿Crees que eso me hubiera detenido?
- Cavador te habría detenido.
- Ya no lo tienes.- Ella se estremeció ante el recordatorio.
Austin maldijo con dureza y la buscó.
- Ven acá. - Intentó resistirse, pero él insistió, la atrajo a sus brazos y presionó su
rostro contra su pecho - Lo siento. No debería haber dicho eso, pero estoy preocupado
por ti, Dulce. No me gusta la idea de que vivas aquí sola.
- Estaré bien - le aseguró, a pesar de que sabía que no era la verdad absoluta. Después
de que él se fuera, estaría más sola que nunca en su vida.
Él la sostuvo, sus manos se deslizaron arriba y abajo de su espalda,
reconfortantes y fuertes, el silencio roto solo por el chasquido y crujido del fuego.
Pareció pasar una eternidad antes de que finalmente hablara, y cuando lo hizo, fue
como si su discusión nunca hubiera tenido lugar.
- Creo que estaremos bien si mantenemos un fuego pequeño como este. Puedo volver
al granero, derribar algunas tablas más, y tú puedes alimentar el fuego.
Liberándola, él encontró su mirada.
- Ten cuidado, por si las cosas se salen de control.
Ella asintió en silencio, sabiendo que al trabajar con él, aceleraría su partida.
Sabiendo que cada vez que miraba hacia las profundidades más recónditas del fuego,
ella veía el azul de sus ojos.
Al caer la noche, Loree estaba exhausta, pero sintió una cierta paz. Más de la
mitad del granero ya había ardido y ahora era ceniza.
Estaba acostada en su cama, acurrucada bajo las sábanas, escuchando mientras
Austin se movía en la habitación del frente. Después de la cena, él arrastró la bañera y
la ayudó a llenarla con agua caliente. Mientras él había atendido a su caballo y
empapado las cenizas una vez más, ella había disfrutado del calor lujoso del agua y se
había mimado usando un jabón francés que había guardado en su cofre de la
esperanza.
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Cuando se secó y se puso un camisón limpio, abrió la puerta y descubrió que
estaba sentado en los escalones.
- ¿Te importaría si me bañara? - había preguntado en voz baja, y no pudo ignorar la
súplica en sus ojos, implorándole que confiara en él, que ignorara el sol que se alzaba
en el horizonte.
Así que ahora él estaba bañándose, y en todo lo que podía pensar era en el agua
deslizándose sobre un pecho que había tocado. Lo imaginó afeitándose, peinándose y
poniéndose los pantalones.
Se preguntó dónde se acostaría esa noche, y continuamente se preguntó dónde
quería ella que durmiera. Escuchó varios golpes seguidos de rasguños y supo que
estaba vaciando la bañera y llevándola afuera. Contuvo el aliento, esperando,
escuchando, preguntándose.
La casa guardó silencio. Se dio la vuelta y presionó su rostro contra la
almohada en un esfuerzo por ocultar su decepción. Él la había dejado sola.
Austin caminó por la casa varias veces, buscando el sueño difícil de alcanzar.
Sabía por experiencia que sería mucho después de la medianoche que lo encontraría.
Además necesitaba salir al aire exterior. Loree había usado sales de baño de
olor sofisticado, y aunque olían a dulce en ella, apestaban al cielo abierto. Señor, si sus
hermanos lo percibieran ahora, nunca oiría el final de sus burlas.
Esa idea lo hizo girar hacia el noroeste, mirando a una parte de Texas que
descansaba más allá de su visión. Se preguntó qué estarían haciendo sus hermanos.
Sin duda, fuera lo que fuera, lo estaban haciendo con sus esposas. No les reprochaba el
amor que tenían en sus vidas, pero sí envidiaba que tuvieran la dicha de dormir con
una mujer todas las noches, simplemente por el placer de dormir con ella.
Nunca había permanecido acostado con una mujer durante toda la noche…
hasta la noche anterior. Le había parecido increíblemente reconfortante escuchar la
suave y uniforme respiración de Loree una vez que sus lágrimas habían desaparecido.
Ojalá nunca le hubiera causado esas lágrimas. Miró la silueta restante del establo. Al
menos podría pagarle, quitándole algunos de sus dolorosos recuerdos, recuerdos que
deseó no hubiera tenido nunca.
Con un profundo suspiro, se dirigió al porche donde había dejado sus alforjas
antes de que comenzara a derribar el granero. Pensó en poner las mantas debajo de
las estrellas, pero la prisión le había enseñado a apreciar los buenos momentos
cuando aparecían. Y había pasado mucho tiempo desde que había tenido algo mejor
que Loree Grant.
- Es un hotel elegante.
- Eso escuché. - llevó la punta de su dedo hasta el borde de su sombrero. - Señorita
Grant, usted es sin lugar a dudas, la mujer más dulce que he conocido.
Y envió su semental negro al galope.
Loree observó hasta que desapareció en la penumbra del crepúsculo. Luego
cayó de rodillas y lloró. Él estaba equivocado. Una mujer como ella no merecía más
que recuerdos en su vida.
Ella merecía estar colgada.
Austin caminó por las calles de la capital del estado, preguntándose qué diablos
pensaba que estaba haciendo. Su experiencia de rastreo se limitaba a encontrar
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estiércol de vaca en las llanuras del oeste de Texas. Dallas le había enseñado a usar un
rifle, una pistola y un cuchillo, pero incluso esas habilidades eran inútiles aquí. Había
dejado su arma en la alforja, en la habitación del hotel.
Había llegado cerca de la medianoche, ansioso por registrarse en una
habitación y dormir. Estaba tan cansado que le dolían hasta los huesos y esperaba
dormirse tan pronto como su cabeza golpeara la almohada.
Pero la almohada no olía como la que adornaba la cama de Loree. Tan cómoda
como era la cama, no tenía lo único que quería: una pequeña dama que de alguna
manera había logrado deslizarse bajo las puertas que rodeaban su corazón.
Era absurdo estar tan necesitado de ella como lo estaba después de conocerla
por tan poco tiempo, pero no podía sacarla de su mente. Cada vez que oía una risa
suave, se volvía para ver si era la suya. Cuando pasó junto a unas mujeres en la calle,
las comparó con la mujer que le había curado la herida, y las encontró a todas faltas.
Ninguna tenía su sonrisa inocente. Ninguna caminaba sin pretensiones. No podía
verles los dedos de los pies desnudos, las mejillas manchadas o los ojos dorados llenos
de lágrimas.
Y él quería lo que no podía darle: ver esos ojos llenos de felicidad. Pero incluso
la idea de volver junto a ella no tenía cabida en su corazón, él no tenía nada que
ofrecerle. Él solo le traería más dolor. Hasta que limpiara su nombre. Si la llevaba a
Leighton, tendría que soportar las miradas sospechosas que la seguirían a cada paso.
La sombra de su pasado la tocaría, y no podía soportar la idea. Con esa comprensión,
su determinación de encontrar al asesino de Boyd McQueen aumentó.
Atravesó las puertas de un salón y comenzó a sentirse más en su elemento. Los
salones no diferían tanto de una ciudad a otra.
Mientras limpiaba un vaso, el cantinero alzó una ceja oscura.
- ¿Qué puedo hacer por ti?
Austin inclinó su cabeza hacia el letrero sobre el bar que se jactaba de que
BARTON SPRINGS WHISKEYS - ALTO GRADO.
- Tomaré un whisky.
El barman sonrió.
- Buena elección.
con un movimiento silencioso - Y caminas como un hombre que acaba de pasar cinco
años en prisión y no sabe si puede confiar en alguien.
Austin se bebió el whisky, volvió a llenar el vaso y vertió el líquido ámbar en el
vaso vacío que descansaba junto al brazo del hombre. No le gustaba especialmente
que el hombre lo hubiera resumido tan fácil y precisamente. Entre la gente de su
pueblo, que realmente lo consideraba capaz de asesinar y la traición de Becky, había
perdido una gran parte de su fe en el prójimo. Aunque el toque de Loree ciertamente
lo había hecho querer creer en el valor de la gente.
- Dallas no me dijo tu nombre.
- Wylan Alexander.
- ¿Qué te trajo a esta ciudad?
- Tu hermano me envió un telegrama.
Austin se inclinó hacia adelante.
- ¿Qué piensas de mi teoría sobre que Boyd se refería a esta ciudad y no a mí cuando
escribió 'Austin' en la tierra?
Wylan golpeó las cartas sobre la mesa y se tragó todo el whisky de su vaso
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antes de encontrarse con la mirada de Austin.
- Estoy aquí, ¿verdad?
- Pero… crees que es una tontería.
Wylan negó con la cabeza y pacientemente comenzó a colocar seis cartas boca
arriba, seis boca abajo.
- Debo admitir que cuando recibí el telegrama de tu hermano, diciéndome lo que
pensabas, me reí a carcajadas, pero estoy tan desesperado como tú y muy enojado.
Nunca me llevó más de seis semanas resolver un caso, he estado dando vueltas mucho
tiempo y está arruinando mi reputación, por no mencionar que está afectando mi
orgullo. Si McQueen no hubiera escrito tu nombre en la tierra, diría que él estaba en el
lugar equivocado en el momento equivocado y que algún vagabundo tuvo suerte.
Austin se frotó las manos arriba y abajo de la cara.
- Pero… sí escribió mi nombre. Maldición, desearía que mis padres hubieran estado
viviendo en Galveston cuando nací.
Wylan se rió entre dientes.
- Sí, podría habernos ahorrado un poco de dolor. - Austin tomó un sorbo del whisky.
- ¿No has averiguado nada?
- Lamentablemente no.
- ¿Así que… qué hacemos?"
Wylan comenzó a contar cartas y a reorganizar las que estaban sobre la mesa.
- Esperaremos.
Esperar… la paciencia nunca había sido el punto fuerte de Austin. Creía que los
guardias de la prisión lo habían golpeado suficiente como para que apreciara lo
positivo de tener paciencia, pero ahora que ya era su propio amo, que ya no era un
esclavo del estado, por contrario, la impaciencia se había convertido en su compañera.
Había pasado tres días caminando por las calles y hablando con la gente en los
salones. Mientras más sórdido era el salón, más optimista se había sentido de qué
obtendría alguna información. A pesar de que Boyd McQueen se había mostrado
respetuoso con muchos en la comunidad, poseía un lado oscuro que acrecentaba las
especulaciones de Austin. Tenía que admitir que no le molestaba que el hombre
hubiera tenido un final prematuro. Lo único que lamentaba era que él hubiera sido el
que pagara por ello.
Esperaba que el investigador hubiera tenido un atisbo de información. Pasó
por delante de la oficina de correos y se acercó a los establos de Griedenweiss. Tenía
la necesidad de cabalgar rápido y duro sobre las colinas, sentir los cascos de Trueno
Negro golpeando el suelo debajo de él, alejándolo de una búsqueda que lo eludía
hacia... un futuro desconocido.
Por el rabillo del ojo, vio un ligero movimiento y giró su mirada. Un niño no
mayor de siete años estaba tirando de un vagón de madera por el entarimado. Un
cartel colgaba sobre el costado del carrito.
CACHORROS EN VENTA
2 BITS
55
Austin cambió de dirección, cruzó la calle y detuvo al niño.
- ¿Qué tienes allí? - preguntó. El chico se detuvo y frunció el ceño.
- ¿No sabes leer? - Austin sonrió.
- Sí, sé. ¿Pero qué clase de perros son? - La confusión llenó los ojos marrones del chico
mientras se pasaba la manga por la nariz.
- Del tipo que tiene cuatro patas y una cola. - Sofocando una sonrisa, Austin se acuclilló
al lado del carro. El niño, obviamente, no sabía mucho sobre perros. Austin miró a los
dos cachorros que daban vueltas en el reducido espacio. El más pequeño, marrón y
blanco atrapó su atención. Lo recogió y lo estudió desde todos los ángulos.
- Ese es un niño - le dijo el pequeño.
- Sí, puedo ver eso. ¿Qué tan grande es su mamá?
El chico sostuvo su mano a la altura de su cintura.
- Así de grande.
- ¿Crees que será un buen perro de caza? - El chico asintió con la cabeza
enérgicamente. Austin pensó que no sabía si el perro sería bueno para cazar, pero sí
sabía que tenía que deshacerse de él. El cachorro se retorció, ladró y le mordió el
pulgar. Un luchador. A él le gustó eso - Me llevaré este.
- El otro es mejor - dijo el chico.
- ¿Por qué es eso?
- Porque el otro es una niña, y si quieres, algún día podrás tener más perros que no te
costarán nada.
Sonriendo, Austin desplegó su cuerpo y metió la mano en el bolsillo buscando
un cuarto de dólar.
- Solo necesito a este.
Le entregó la moneda de plata al niño.
- Espero que lo sea - Mirándola, le dio una sonrisa triste. - Realmente espero que lo
sea.
Extendiendo la mano, ella entrelazó sus dedos con los suyos.
- Imagino que ella desea lo mismo para ti.
Extrañamente, pensó que probablemente tenía razón. Cerró sus dedos
gentilmente alrededor de los de ella y acarició sus nudillos con el pulgar de su mano
libre.
- Entonces cuéntame sobre Jake.
Ella frunció el ceño.
- ¿Jake?
La alegría injustificada se disparó a través de él, y tuvo que luchar como el
diablo para mantener la sonrisa enterrada en lo profundo de su pecho, y mantener su
rostro serio. Había sospechado que no había habido ningún Jake en su vida.
- Sí, Jake. ¿Recuerdas? Pensabas en él…
Sus ojos se agrandaron.
- Oh, Jake.
Intentó apartar su mano de la de él, pero Austin la apretó con más fuerza.
- Entonces… háblame de él.
El perro cayó de su regazo, golpeó el suelo con un aullido y se abalanzó sobre
un insecto. Loree dejó de forcejear y bajó la vista hasta sus dedos desnudos.
- No hay ningún Jake.
Austin deslizó un dedo debajo de su barbilla y le inclinó la cara hacia atrás
hasta que su mirada se encontró con la suya.
58
- Lo sospechaba.
- ¿Por qué? ¿Porque soy tan poca cosa?
- Sinceramente, Loree. Hay algo en ti, una dulzura que simplemente brota desde lo
más profundo de ti. Toca tus ojos, tus labios. Una vez que un hombre gane tus afectos,
sería un tonto al dejarte. - Él rozó su pulgar sobre el labio inferior de punta a punta. - Y
yo soy un reconocido tonto.
- Dices eso como si hubieras ganado mis afectos. Si crees eso, asumes demasiado. Ni
siquiera te conozco. Estaba sufriendo y necesitaba consuelo. Me lo ofreciste, y por muy
equivocada que estuviera, lo tomé. Eso es todo.
- ¿Estuvo mal, Loree?
En la oscuridad invasora, él todavía veía lágrimas en sus ojos mientras asentía
enérgicamente.
- ¿Por qué tuviste que decir su nombre? - dijo con voz ronca - Ahora, ni siquiera puedo
fingir que me quieres. Sé que estabas pensando en otra persona - Salió disparada del
porche como una bala disparada desde un rifle. Agitó su mano desdeñosamente en el
aire - No importa. Me usaste. Te usé - recogió al perro y lo abrazó contra su pecho - No
me debes nada.
Pero sí importaba, y él le debía algo porque no creía que Loree Grant pudiera
usar a alguien así su vida dependiera de ello. Se puso lentamente de pie, sin apartar su
mirada de la de ella.
- Quizás sí te deba algo.
59
CAPÍTULO 6
Austin Leigh no le debía nada. Loree repitió esa letanía en los días siguientes
mientras observaba a Dos bits paseando por su jardín. Él era un protector feroz.
Cuando lo vio atacar a los gusanos que descubrió, no podía recordar cuándo se había
reído tanto.
Dos bits nunca reemplazaría a Cavador en su corazón, pero lentamente estaba
ganando su propio lugar, diferente pero igual de precioso. Se preguntó si alguna mujer
reemplazaría a la mujer que Austin tenía en su corazón. Pensó que era poco probable,
dudaba que su corazón incluso tuviera espacio para otra.
Deseó haber mantenido su dolor enterrado en lo más profundo y no habérselo
mostrado cuando la visitó. Lo había echado con sus acusaciones. Él ahora nunca
volvería. Sabía que era lo mejor, pero la soledad había aumentado porque, por alguna
insondable razón, cuando lo vio sentado a horcajadas sobre su caballo, sintió como si
una parte de ella hubiera vuelto a casa.
De pie en el jardín, escuchó el sonido de cascos de caballos y de ruedas de
carreta que se acercaban. Giró, con el corazón a la misma velocidad que el par de
caballos que tiraban de la calesa y que se acercaban a la casa. Vio que Austin tiraba de
las riendas, saltaba del coche negro y se quitaba el sombrero de la cabeza.
- Buenos días, señorita Grant.
Ella contuvo el aliento ante la cálida sonrisa que él le dedicó.
- ¿Qué estás haciendo?
- Bueno... - Él giró su sombrero entre las manos mientras caminaba hacia ella - Te dije
que mis padres habían vivido cerca de Austin. Mi hermano me dibujó un mapa de la
zona antes de irme. Me levanté esta mañana con ganas de ver la vieja granja. Esperaba
que me concedieras el placer de tu compañía. - Detuvo sus pasos mientras sus dedos
apretaban fuertemente el borde del sombrero - Pero no te estoy cortejando, Loree. No
tengo nada que ofrecerte, así que quiero dejar eso en claro desde el principio, pero ya
que has mencionado que no me conoces bien... y pensando que deberías hacerlo, solo
pensé era posible que te gustara acompañarme - Su sonrisa disminuyó - Y a mí me
gustaría que estuvieras allí conmigo.
- Podría llevar algo de comida y podríamos hacer un picnic.
Su sonrisa regresó, más profunda que antes.
- Pedí algo en la cocina del hotel y traje las mantas de mi cama... - Su mirada la recorrió
lentamente - Así no tendrías que ensuciarte los pantalones.
- Oh. - Echó un vistazo a la ropa de su hermano. - ¿Tienes tiempo para que pueda
cambiarme a un vestido?
Él colocó su sombrero en su lugar.
- Tengo tiempo para que hagas lo que quieras.
- No tardaré mucho - le aseguró mientras pasaba corriendo junto a él y corría hacia la
casa, su corazón latía tan fuerte que estaba segura de que él lo había escuchado. Había
regresado. Sus razones no importaban, y a ella no le importaba que él no la estuviera
cortejando. Pasaría el día sin que la soledad la devorara.
- Las recojo, las seco, y rocío los pétalos alrededor de la casa. A veces los pongo en el
agua de mi baño.
61
Sus ojos se oscurecieron y ella se preguntó si él estaba pensando en la noche en
que la había lavado. Su mirada descendió a sus labios y supo que él lo estaba haciendo.
- ¿Qué tan lejos está tu antiguo hogar? - preguntó apresuradamente.
- Si el mapa de mi hermano es preciso, calculo que a una hora más o menos.
El viaje duró poco más de dos horas, y Loree pensó que habían sido las dos
horas más agradables de su vida, aunque hablaron poco. Cuando Austin finalmente
detuvo el carruaje, Loree sintió que algo sombrío se apoderaba de él. Ella no podía
decir que lo culpaba. Las hierbas crecidas excesivamente y una estructura en ruinas,
que podría haber sido una vez una habitación, los saludó.
Aunque lo conocía poco, sabía que él había tenido más en su vida, de lo que
podría haber tenido aquí.
El coche se balanceó mientras bajaba. Caminó alrededor de los caballos y se
acercó a ella, extendiendo su mano. La ayudó a salir y luego buscó debajo del asiento,
recogió un puñado de bluebonnets. Ella se sorprendió al sentir el ligero temblor en su
mano mientras la envolvía alrededor de la suya.
- No recuerdo mucho sobre el lugar - dijo en voz baja mientras la alejaba de la calesa.
- ¿Qué edad tenías cuando te fuiste? - le preguntó.
- Cinco.
Caminaron hasta llegar a un alto roble, las ramas se extendían con gracia, las
abundantes hojas susurrando con la brisa. Colgando de la rama más baja, un columpio
hecho de cuerda deshilachada y madera desgastada se balanceó ligeramente. En el
suelo, a la derecha, entre las malas hierbas y las zarzas, había un cartel de madera.
Lovita Leigh.
Esposa y madre
Profundamente amada, profundamente perdida
1829-1865
- Sí, la recuerdas o no hubieras sentido la necesidad de venir aquí - Tocó los pétalos
azules de las flores que había puesto en el suelo - Apuesto a que escogiste las flores
para ella.
Una mirada lejana apareció en sus ojos y una comisura de su boca se arqueó.
- Sí, lo hice. - Ella se rió. No porque pensara que era gracioso, sino porque la hacía feliz.
62
Él cerró los ojos - Señor, ella tenía una bonita risa... como música.
- ¿Te contó historias a la hora de dormir?
Abrió los ojos, y le alegró el corazón ver que una pequeña porción de la tristeza
se había desvanecido.
- Ella me contó historias, pero no con palabras. Utilizó canciones. Recuerdo que se
sentaba en el borde de mi cama, y veía sus dedos acariciar las cuerdas del violín
mientras movía el arco y los sonidos más hermosos fluían de la madera a través de las
cuerdas. Intentaba con todas mis fuerzas no quedarme dormido para poder seguir
mirando sus manos. Me encantaba mirar sus manos. - Girando ligeramente la cabeza,
sonrió cálidamente - Recuerdo sus manos. Tenía los dedos largos...
- Como los tuyos.
La sorpresa revoloteó en su rostro. Levantó la mano que no la sostenía, la giró y
la estudió desde todos los ángulos.
- Creo que sí. Nunca me había dado cuenta antes.
- Deberías aprender a tocar el violín.
Ella sintió que su mano se tensaba dentro de la de ella.
- Tienes que escuchar la música en tu corazón antes de poder crearla con un violín. No
puedo hacer eso - dijo.
- Tú podrías intentar…
- No puedo.
Austin se puso en pie, tirando de ella hacia arriba, sus dedos apretados
mientras se alejaban de la tumba. Loree tropezó al seguirlo. Se giró, la atrapó y la
tranquilizó.
- ¿Estás bien? - preguntó, la preocupación se reflejaba claramente en sus ojos.
Sus mejillas se calentaron, y de repente deseó haber pasado los últimos cinco
años practicando como ser una dama, como su madre lo hubiera querido, en lugar de
una marica pensando que ningún hombre la miraría como la estaba mirando él ahora.
Loree asintió con la cabeza y le dedicó una leve sonrisa.
- Solo es que estoy acostumbrada a tener la tierra bajo mis pies, en vez de cuero.
Entretenido, él negó lentamente con la cabeza y miró sus zapatos desgastados.
Inesperadamente, se dejó caer sobre una rodilla y golpeó con la mano su muslo
levantado.
- Pon tu pie aquí.
- ¿Qué vas a hacer?
Él le agarró el tobillo y le levantó el pie, fuera de balance, ella colocó las manos
sobre sus hombros para no caerse. Ella lo miró con asombro mientras liberaba los
botones de su zapato. Pensó en tirar de su pie hacia atrás, insistiendo en que los
zapatos permanecieran donde estaban, pero él echó la cabeza hacia atrás y ella cayó
en las profundidades de sus azules ojos cristalinos. ¿Cuántas veces durante la última
La noche había caído cuando Austin detuvo el coche frente a la casa de Loree.
Puso la caja que contenía el perrito dormido sobre la mesa, encendió una lámpara, y
caminó por la casa como si fuera su dueño, revisando todos los rincones oscuros y los
armarios.
- Todo parece estar en orden - dijo, en voz baja, y Loree se preguntó por qué todo el
mundo siempre hablaba más despacio por la noche.
Su mirada se dirigió hacia la puerta de la habitación, y se preguntó qué
esperaba, si es que esperaba algo. Una vez que se compartía la intimidad, ¿cómo se
establecían los límites?
- Te agradezco que fueras conmigo hoy.
Ella encontró su mirada.
- Me gustó mucho.
66
CAPÍTULO 7
71
Sintió como si acabara de golpearlo en el pecho con una sartén de hierro.
- ¿Que quieres decir con
no?
- Quiero decir que no quiero casarme.
- Entonces, ¿por qué me enviaste la nota?
- Solo pensé que tenías derecho a saber sobre el niño.
- Tengo más que el derecho a saber. Tengo la responsabilidad de cuidarlo. No lo voy a
etiquetar como un bastardo.
Ella se estremeció y dobló su barbilla.
- Una…
- ¿Qué?
- Creo que es una niña.
Eso tenía sentido para él, ya que parecía que los hombres Leigh solo eran
capaces de producir chicas.
- Está bien, está bien. Es una niña. ¿Quieres que susurren sobre su nacimiento?,
porque eso es lo que va a pasar. - suavizó su voz - Y también susurrarán acerca de ti, y
no me digas que no hay nadie alrededor para darse cuenta. No puedes vivir como un
ermitaño con un niño. No puedes negarle el mundo, solo porque has visto el lado más
feo de él. Cásate conmigo, Loree.
- ¿Me amas?
Su pregunta suave fue como un puño cerrándose alrededor de su corazón.
- Me gustas lo suficiente - respondió honestamente - ¿Yo no te gusto?
- Me gusta lo que sé de ti, pero ¿qué es lo que realmente sé? Hasta hace unos minutos,
tu hogar podría haber estado en la luna hasta donde yo sabía.
- Bueno, yo no vivo en la luna. Vivo en el oeste de Texas, y tengo los medios para
proporcionarte una vida, no la grandiosa que me gustaría, pero creo que sería…
tolerable.
- ¿Tolerable?
Estaré condenado antes de que un hijo mío sufra por los errores que cometí.
Esas palabras resonaron en la mente de Loree mientras yacía en la cama sin poder
dormir. Le dijeron mucho sobre el hombre. Él aceptaba la responsabilidad de sus
acciones.
Pero, si ella era sincera consigo misma, ya lo sabía, había aprendido ese hecho
sobre él la primera noche en que había cortado leña por un plato de guiso.
No sabía las pequeñas cosas sobre él: sus comidas favoritas, sus colores
preferidos. No sabía si él bailaba o cantaba.
Pero sabía las cosas importantes: era un hombre raro que pensaba más con su
corazón que con su cabeza. Cuando amaba, amaba profundamente y los años no
disminuían sus afectos, incluso cuando los recuerdos se desvanecían. Lo había visto
llorar por la pérdida de una mujer, lo había visto colocar flores en la tumba de su
madre de hace veinte años. Le había dado regalos: un granero quemado y un cachorro.
Por encima de todo, Loree había acogido con satisfacción la comodidad de su
presencia, la calidez de su toque. Por un tiempo, él había aliviado el dolor y la soledad.
Durante las últimas dos horas, había escuchado a Austin caminando por su casa. No
tenía granero donde dormir. Había dejado la puerta delantera abierta, la puerta de su
habitación entreabierta, una parte esperaba que él se acostara con ella, simplemente
que durmieran juntos, con su brazo rodeándola, con su aliento rozándole la nuca.
Forzó sus oídos por unos momentos, pero ya no lo escuchó moverse afuera.
Probablemente se había estirado en la carreta que había traído junto con los planes de
empacarla y llevarla al oeste de Texas como su esposa.
- Eso fue antes de saber que necesitabas mi apellido. - Él acunó su mejilla - Te daría el
mundo si pudiera, Loree, pero tomé una decisión hace cinco años que limitará las
cosas que puedo ofrecerte. Lo único que tengo, que puedo darte es mi nombre, y odio
no poder dártelo sin tacha. Pero trabajaré duro y creo que puedo darte a ti y a
nuestros hijos una buena vida. Sé que puedo darte una vida mejor que la que tienes
aquí. Al menos conmigo, no tendrás la soledad.
Durante el mes anterior, ella había podido contar la cantidad de días que
contenían una promesa de felicidad. La promesa siempre llegaba cuando él aparecía.
Su hijo podría tener un padre que estuvo en prisión o no tener padre. ¿Era el pasado
más importante que el presente? ¿Y quién era ella para juzgar? Su pasado estaba tan
manchado como el suyo.
- ¿Me podrías prometer algo? - preguntó vacilante.
- Cualquier cosa.
Su estómago se estremeció, y juntó fuertemente las manos.
- ¿Prometes nunca hacerme el amor si estás pensando en Becky?
Un profundo silencio se extendió entre ellos. Anteriormente había mencionado
niños, no niño, y sabía que él esperaba algo más que un matrimonio de nombre
solamente. También sabía que fácilmente podría cuidarlo, tal vez ya había hecho más
de lo que debería. Su corazón se rompería si alguna vez él volvía a susurrar el nombre
de otra mientras unía su cuerpo al de ella.
74
- Lo prometo - dijo con voz áspera.
- Entonces me casaré contigo… por el bien del niño.
Una cálida sonrisa se dibujó sobre su rostro, y rozó suavemente los nudillos
sobre su mejilla.
- Lo haré bien por ti, Dulce. No te arrepentirás de haber tenido que casarte conmigo.
Él atrajo su rostro y la besó. No con pasión, ni con fuego. Como disculpándose y
comprendiéndola.
Sabía que nunca se arrepentiría de casarse con él, y esperaba que Austin nunca
descubriera lo que había hecho, las acciones que la habían llevado a conformarse con
una vida de soledad. Porque si lo hacía, temía que fuera él quien lamentaría
profundamente haberse casado con ella.
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CAPÍTULO 8
- ¡Oh Dios mío! - Mientras la carreta rodaba, Loree abrazó a Dos Bits en su regazo y
miró la enorme estructura de adobe. Torretas en las esquinas. Un techo almenado. Ella
nunca había visto algo así - ¿Es eso una posada?
A su lado en el asiento de la carreta, Austin se rió entre dientes.
- No. Esa es la casa de mi hermano.
Loree presionó la mano contra su estómago como para proteger al niño.
- Es tan grande.
- Creo que es horriblemente fea.
- Bueno, no es exactamente como me gustaría que fuera mi casa...
- ¿Cómo te gustaría, Loree?
Ella se volvió ante el tono serio de su voz. Se habían casado en Austin, con solo
Dewayne y su familia presentes. Había usado un vestido blanco y nuevos zapatos de
cuero suave que Austin le había comprado. Había llevado un ramo de flores silvestres
que él había elegido para ella. Aunque había estado muy nerviosa, también había
sentido una chispa de felicidad porque él la trataba con reverencia y respeto, y
constantemente se preocupaba por ella. Habían pasado demasiados años desde que
alguien más que Dewayne se había preocupado por ella.
Él había empacado sus pertenencias, las había subido a la carreta, y había
conducido más lento que el paso de un caracol por temor a que el prolongado viaje le
hiciera perder al bebé. Por la noche, dormían, bajo las estrellas uno pegado al otro,
pero nunca había intentado ejercer sus derechos maritales.
- Algo más pequeño - le aseguró y sonrió brillantemente - Algo mucho más pequeño.
Él le devolvió la sonrisa.
- Debería poder darte eso.
Loree colocó a Dos Bits en su caja que estaba en el piso. Ya no parecía un
cachorro y estaba superando la altura de la caja. Austin había prometido construir un
refugio para el perro tan pronto como llegaran.
- ¿Vamos a quedarnos con tu hermano?
- Por un tiempo. Hasta que nos establezcamos y decidamos lo que queremos, dónde
queremos vivir. Tengo un poco de dinero ahorrado, pero no nos llevará muy lejos.
El coche siguió hasta un enorme granero que no se parecía en nada al que había
en su propiedad. Oyó los golpes del herrero que trabajaba cerca del granero. Había
caballos trotando alrededor de un gran corral. A lo lejos, vio una casa larga y estrecha
de tablillas y un edificio de ladrillos. Se sentía como si estuviera viajando a través de
una ciudad en miniatura. Hombres vestidos con chaparreras y sombreros
polvorientos paseaban entre los edificios. Solo una pareja reconoció a Austin mientras
conducía la carreta.
Loree podría haber pensado que él no los había visto si no fuera por el
endurecimiento en su mandíbula. Dejó el carro en frente de la galería. Un hombre y
una mujer sentados en una hamaca se pusieron de pie lentamente. El hombre era tan
alto como Austin, y por los rasgos faciales supo que era su hermano. La mujer, delgada
y casi tan alta como él, se movió con gracia por el porche.
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- Deberías haber avisado que venías a casa - dijo mientras bajaba flotando los
escalones. Austin saltó de la carreta, caminó rápidamente hacia ella y la abrazó
ferozmente.
- No sabía cuánto tiempo tardaríamos, y no quería que te preocuparas por nosotros.
- ¿Has averiguado algo? - preguntó su hermano, y Loree sintió en el tono de su voz que
era un hombre que no daba cuartel.
- Ni una maldita cosa - dijo Austin mientras se acercaba al carro y levantaba sus
brazos hacia ella.
Loree se secó las sudorosas palmas en la falda, antes de poner las manos sobre
sus hombros. Él la agarró por la cintura, y ella sintió su temblor a través de la ropa. Se
encontró con su mirada y vio la preocupación en sus ojos. Trató de darle una sonrisa
tranquilizadora, pero temió haber fallado miserablemente.
La dejó en el suelo y deslizó el brazo alrededor de su cintura.
- Este es mi hermano Dallas y su esposa, Dee.
Dee sonrió con simpatía y Dallas parecía que estaba esperando que sonara un
trueno.
- ¿Tus padres nombraron a todos sus hijos como ciudades? - preguntó Loree.
- Sí, lo hicieron - Austin encontró la mirada oscura de su hermano - Esta es Loree. Mi
esposa.
Dallas entrecerró los ojos.
- ¿Tu esposa?
El shock se reflejó en la cara de su cuñada, antes de que sus ojos se calentaran,
y le dirigiera a Loree una sonrisa sincera. Dando un paso adelante, envolvió los brazos
alrededor de sus hombros.
- ¡Qué maravilloso! Bienvenida a la familia.
Cuando Dee la liberó, una oleada de náuseas la golpeó, y el mundo de repente
giró a su alrededor. Se tambaleó hacia atrás y Austin se acercó, estabilizándola. Sus
mejillas ardieron cuando la preocupación cruzó la cara de Dee.
- ¿Estás bien? - le preguntó.
Loree asintió.
- Es solo el bebé. Me mareo cuando paso demasiado tiempo sin comer.
- ¡¿El bebé?! - Dallas casi gritó con voz entrecortada - ¿Y cuándo tendrá lugar este
bendito evento?
Por el tono de su voz, Loree no estaba segura de que realmente considerara
que se trataba de un evento bendecido, pero no iba a dejar que pensara que estaba
avergonzada de llevar al hijo de su hermano. Ella inclinó la barbilla hacia arriba y dijo:
- Finales de enero.
- Dee, ¿por qué no te llevas a Loree adentro y le das algo fresco para beber? - sugirió
Austin - Me temo que pude habernos apresurado un poco demasiado, para poder
llegar antes del anochecer.
¿Cómo puedes haberle fallado cuando lo criaste para ser un joven tan bueno, capaz de
aceptar las responsabilidades de sus actos? - después de un momento continuó - Loree
y yo no tuvimos mucha oportunidad de hablar, pero sé que la conoció en su camino a
Austin. Ella ni siquiera sabía dónde vivía hasta el día de hoy. Podría haber salido de su
vida y nunca volver a verla. En cambio, la convenció de que se casara con él. No le
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fallaste, Dallas. Lo criaste como el tipo de hombre del que puedes estar orgulloso de
llamar "hermano".
Dallas lanzó un suspiro de cansancio.
- Si no le fallé en los veinte años que lo crié, me temo que hoy le pude haber fallado.
- Solo si dejas que lo que pasó esta tarde los mantenga enfadados. Nos necesita más
ahora que nunca, y estoy segura de que mañana se despertará con algunos
remordimientos. Ve a hablar con él a primera hora de la mañana.
- ¿Qué demonios hice para merecer una esposa tan sabia?
Ella sonrió seductoramente.
- Ven a la cama, y trataremos de resolverlo.
Riendo, él la tomó en sus brazos, esperando que su hermano menor no hubiera
cometido el mayor error de su vida.
Con la cortina a un lado, Austin miró hacia la tranquila calle donde las linternas
luchaban para mantener a raya la oscuridad. Nunca se había sentido tan inseguro de sí
mismo en su vida.
Oyó los movimientos de su esposa mientras se ponía el camisón detrás del
biombo. El día que se casaron, volvieron a la casa y durmieron en su cama. Solo
durmieron. Abrazados.
Habían continuado ese ritual durante el viaje, pero esta noche él necesitaba
más. La única familia que le quedaba compartía esta habitación con él, y los recuerdos
que habían creado solo abarcaban unas pocas semanas.
Los recuerdos con Dallas abarcaban años.
Quería, necesitaba, el toque de Loree en su piel, su aroma llenando sus fosas
nasales, su sabor en sus labios. Y maldición, él no sabía cómo conseguirlo.
Había hecho el amor dos veces en su vida. Ninguna había sido planeada.
La única vez que había buscado consuelo y desahogo había estado en una
habitación con una mujer sabiendo que tenía derecho a su cuerpo, y aun así se había
ido porque no importaba lo mucho que le había pagado, no podía obligarse a desearla.
- Nunca he estado en un lugar tan bonito - dijo Loree en voz baja.
Austin soltó su agarre mortal en la cortina y se enfrentó a su esposa. Las manos
estaban cruzadas en su regazo. Él sonrió, esperando aliviar su nerviosismo tanto como
el suyo.
- Dee solo se conformaría con lo mejor.
- ¿Por qué no nos quedamos con tu hermano?
Austin se pasó las manos por el pelo.
- Porque todavía me ve como un niño. Nunca se dio cuenta de que crecí.
- Está enojado porque te casaste conmigo.
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Capítulo 9
- Me gustaría, pero depende de Loree. Su familia fue asesinada hace unos años y ha
vivido sola desde entonces. Pensé que le sería más fácil vivir aquí donde podría
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acostumbrarse a tener gente a su alrededor, y además quería alejarla de los recuerdos.
- Parece que ayer me comporté como un tonto, y te debo una disculpa por eso.
Austin siempre había sabido que su hermano era un hombre grande, pero
nunca había parecido más grande que en ese momento. Austin apretó la garganta.
- Me doy cuenta ahora que debería haber enviado un telegrama.
- Eso podría haber hecho las cosas un poco más fáciles para Loree. Una esposa y un
bebé atan a un hombre aunque éste no lo quiera.
- Lo quise antes de pedirle a Loree que se casara conmigo, pero se merecía algo mejor
que la vida que podía darle yo.
Dallas miró hacia la distancia.
- Dee me enseñó que lo único que importa es lo que le des de tu corazón.
- Mi corazón no es del todo libre.
Dallas lo atravesó con una mirada sombría.
- Entonces diría que la trataste de forma malditamente injusta.
- No trataré excusarme sobre eso, pero mi objetivo es compensarla.
Dallas asintió lentamente con la cabeza.
- Bueno, este imperio se está haciendo demasiado grande para que lo maneje un solo
hombre. Creo que podría necesitar algo de ayuda.
- ¿Mismo pago que antes?
Una esquina de la boca de Dallas se levantó, llevándose la punta del bigote.
- Esos eran los salarios de un niño. - Se frotó el hematoma en la mandíbula. - Como me
hiciste notar, con mucho tacto el día de ayer, es hora de que me dé cuenta de que eras
un hombre. Regresemos a la casa y arreglaremos los detalles.
Loree estaba parada en el entarimado fuera del hotel. La ciudad había crecido.
Nunca la hubiera reconocido si no fuera por el hotel. Mientras cabalgaban la noche
anterior, la enorme silueta del edificio se alzaba ante ellos y la devolvió a una noche,
cinco años atrás.
- ¿Por qué precisamente esta ciudad? - susurró en voz baja. A pesar de lo vasto que era
el oeste de Texas, ¿por qué Austin no se había establecido en otro lugar?
El destino le estaba mostrando una racha cruel corriendo a través de ella. No
había duda de eso.
La ciudad no tenía un letrero cuando había estado aquí antes. No sabía su
nombre. Y no le había importado. Pero ahora, con orgullo, tenía un letrero en las
afueras: "Leighton".
Nombrado por la familia de su marido. ¿Por qué había elegido la casualidad
llevar a su puerta a un hombre que vivía en el único lugar del mundo que no había
querido ver nunca más?
Pero aún más, se preguntó si el Destino sería tan amable de devolverle al
hombre.
Se dejó caer sentado en la cama, apoyó los codos en sus muslos, se inclinó hacia
adelante y enterró la cara entre las manos. Ella escuchó su respiración áspera, vio la
tensión en sus hombros. Austin extendió una mano.
- Ven acá. - Pero sus pies permanecieron enraizados en el lugar. Ella no sabía nada
sobre cómo lo afectaba la ira. ¿Y si daba tanto de sí mismo a la ira como lo hizo con la
pasión...? Levantó la vista, el tormento en sus ojos se hizo más profundo cuando se
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encontró con su mirada - Ven aquí, Loree. Por favor.
La angustia en su voz la hizo caminar hacia él, necesitaba consolarlo de los
dolorosos sentimientos que le inspiraba su constante malhumor. Mientras ella se
acercaba, él extendió una mano, la puso en su cintura y la ubicó entre sus muslos.
Austin tomó una respiración profunda y temblorosa, mirando fijamente un
botón de su corpiño.
- Sí, ella era mi Becky. - Echó la cabeza hacia atrás, su mirada azul profunda
capturando la suya - Pero ella ya no lo es y nunca volverá a serlo.
Presionó un beso en su estómago ligeramente redondeado, el lugar donde
crecía su hijo.
- Te necesito, Loree - dijo con voz ronca.
Ella envolvió los brazos alrededor de su cabeza, presionándola contra su
vientre. ¿Cómo pudo esa mujer no haberlo esperado? Con los demonios
persiguiéndola y sin familia, los últimos cinco años habían sido una eternidad, pero al
menos había tenido las estrellas por la noche, el disfrute de los amaneceres y la
libertad de caminar por donde quisiera.
- La odio porque te lastimó - dijo, con la voz hirviendo.
- Ella no merece tu odio.
- Ella no merece tu lealtad o tu amor.
Él inclinó la cabeza hacia atrás, encontrando su mirada.
- Cinco años es mucho tiempo.
- Yo te hubiera esperado - dijo, sorprendida por la convicción en su voz, más
sorprendida de darse cuenta de que las palabras eran ciertas. Si ella fuera lo
suficientemente afortunada de poseer su amor, lo esperaría por siempre.
Una esquina de su boca se arqueó y colocó unos mechones de pelo detrás de su
oreja.
- ¿Sabes qué?, creo que lo hubieras hecho.
- Odio que te haya lastimado.
- Yo odio haberte lastimado a ti.
- No me lastimaste a propósito. Lo sé.
- No me imagino que ello haya disminuido el dolor.
No, el dolor había sido agudo y agónico, pero estaba cansada de dejar que la
herida se infectara. Necesitaba limpiarla, cocerla y dejarla sanar.
- Ella es muy bonita - admitió a regañadientes.
Él sonrió ampliamente.
- Ella lo es.
Él tiró de ella hasta que la sentó en su regazo, y acunando su mejilla le dijo:
- Pero tú también lo eres.
en su vida, podría comprender mejor lo difícil que le era dejarla ir. Así y todo, sabía
que deseaba que no hubiera habido nadie antes que ella.
- Anoche, temía que no volvieras - confesó en voz baja.
Sus labios se extendieron en una sonrisa que hizo que el calor se arremolinara
a través de ella, desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
- Me extrañaste, ¿verdad? - preguntó, y ella escuchó la leve burla en su voz.
- ¿A dónde fuiste? - le preguntó, no lista para admitir cuánto lo había extrañado.
- A cabalgar. - suspiró profundamente - Solo necesitaba montar mi caballo.
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- ¿Toda la noche?
- Toda la noche.
Entonces se dio cuenta de lo cansado que estaba. Las sombras descansaban
bajo sus ojos. Su rostro estaba sin afeitar.
- Terminaré de empacar si quieres dormir un poco antes de irnos - le ofreció.
- Lo que quiero es un pequeño beso - Él acercó su rostro al suyo - Sé que es difícil
Loree, pero créeme.
Ella asintió vacilante.
- Lo estoy intentando.
Él unió sus labios a los de ella y rodó sobre la cama, como estaban abrazados,
cayeron juntos, su boca nunca la abandonó. Acunando su cabeza, la mantuvo en el
lugar mientras hundía la lengua en su boca.
Torpemente, ella se sentó a horcajadas sobre sus muslos mientras los labios de
su esposo trabajaban la magia. El calor creció a través suyo, y deseó que la besara para
siempre.
Él gimió bajo en su garganta y apartando la boca de la de ella dijo:
- Tan dulce - presionó el rostro en el hueco de su hombro, con su respiración suave y
pareja. Loree levantó la cabeza ligeramente para mirarlo, se había quedado dormido.
Trató de alejarse, pero él apretó su agarre, giró sobre el costado subiendo las piernas
a la cama y formó un capullo a su alrededor - No te vayas todavía - le pidió.
- No lo haré - susurró, acurrucándose contra él. Estaba decidida a dejar de sentir celos
por la bella mujer que trabajaba en la tienda general. Esa mujer era parte de su
pasado. Ella era su futuro.
- No dije que lo hubiera - dijo Austin - Solo he señalado que no todos lo hacen.
Una vez que estuvo firmemente en el suelo, Loree miró alrededor, sintiéndose
como un arbusto rodeado de poderosos árboles de roble. Incluso el hijo de Dallas
estaba centímetros sobre ella.
Dallas se quitó el sombrero de la cabeza.
- Creo que ayer olvidé darle la bienvenida a la familia. - Antes de que supiera de qué se
trataba, él la tomó de la mano, se inclinó hacia adelante y la besó en la mejilla - Es un
placer tenerte aquí - dijo mientras soltaba su mano - Este es mi hijo, Rawley.
El chico se quitó el sombrero de la misma manera que su padre.
89
- Estamos contentos de tenerte aquí, tía Loree.
Dirigió una furtiva mirada a su padre, quien le dio un asentimiento de
aprobación, y se preguntó cuántas veces habían practicado el saludo. Dos Bits eligió
ese momento para hacer conocer su presencia. Dio un salto, colocó sus patas en el
costado del carro y comenzó a ladrar.
Una amplia sonrisa dividió la cara de Rawley mientras corría hacia el vagón.
- ¡¿Tienes un perro?!
- Sip. ¿Por qué no lo sacas? - sugirió Austin - Probablemente tenga ganas de correr un
poco.
El muchacho levantó a Dos Bits en sus brazos. El perro se retorció y sacó la
lengua para probar la nariz de Rawley. Éste lo colocó en el suelo y cayó de rodillas
para frotar la panza del perro que rodaba sobre su lomo.
- ¿Cuál es su nombre? - preguntó.
- Dos Bits - le dijo Loree, con un poco de dolor en su corazón. El chico le recordaba
mucho a su hermano. Calculó que estaba cerca de la edad que tenía su hermano al
morir.
Rawley miró por encima del hombro, con la cara torcida.
- ¿Quién lo llamó así?
- Yo lo hice - dijo Austin - ¿Por qué no lo llevas a la parte de atrás? Probablemente
tendremos que atarlo por la noche para que no se pierda - dijo Austin.
- Él puede quedarse en mi habitación - sugirió Rawley.
- No lo creo - dijo Dallas.
La cara de Rawley se transformó incluso cuando le hizo una brusca inclinación
de cabeza a su padre.
- Vamos, Dos Bits - gritó mientras comenzaba a correr. El perro lo persiguió como si
hubiera encontrado un nuevo amigo.
- ¡Rawley! - gritó Dallas.
El chico se detuvo y giró.
- ¿Sí señor?
- Está lo suficientemente cálido, así que puedes acostarte en el porche esta noche si
tienes ganas.
Rawley sonrió alegremente.
- ¡Gracias, Sr. D! - Loree volvió su atención a Dallas a tiempo para echar un vistazo a
una mueca antes de que la escondiera.
- ¿Todavía no logras que te llame 'Pa'? - le preguntó Austin en voz baja.
- No.
- Pero sería un tributo a tu madre, un camino…
- No, yo no puedo tocar y tú no puedes enseñarme.
- ¿Pero cómo sabes si no lo intentas?
- Créeme lo sé.
Desconcertada, lo vio volverse hacia la puerta. No quería que el momento
terminara con tristeza.
- ¿Austin?
Echó un vistazo por encima del hombro.
- Voy a buscar el resto de nuestras cosas.
Ella le dio una sonrisa vacilante.
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- ¿Crees que podrías dibujarme un mapa de la casa para que no me pierda cuando esté
por allí?
Él sonrió.
- Es muy grande, ¿no?, Dallas no hace nada con pequeñas medidas.
- Supongo que planean tener una gran familia - comentó.
Su sonrisa menguó.
- Lo estaban planeando, pero Dee tuvo un accidente hace unos años. No puede darle
más hijos a Dallas.
Ella se abrazó a sí misma.
- Lo siento mucho. ¿Estará ella cómoda teniendo a un bebé por aquí que la moleste?
Austin negó con la cabeza.
- Una cosa importante sobre los hombres Leigh, tienden a casarse con mujeres
generosas.
Austin desapareció por la puerta y Loree cruzó la habitación, abrió un doble
juego de puertas - ventanas y salió al balcón. Estaba contenta de que hubieran dejado
la ciudad. Había despertado recuerdos que le habían impedido dormir la noche
anterior.
Esperaba que esta noche la presencia de Austin mantuviera a raya las
pesadillas.
92
CAPÍTULO 10
Austin sostuvo a Loree mientras sorbía la leche tibia que Dee le había
preparado. Estaba temblando tanto que la cama vibraba.
Después de todo lo que había vivido, no le sorprendía que todavía tuviera
pesadillas. En el viaje, la había escuchado gimotear unas cuantas veces mientras
dormía. Parecía que cuanto más se alejaban de Austin, más inquieta se mostraba al
dormir. Esperaba que llevarla a su casa no hubiera sido un error, pero temía que ella
siguiera viviendo como un ermitaño si se hubieran quedado en la de ella.
Loree le dio una sonrisa temblorosa y le entregó la taza vacía.
- Gracias - susurró.
Dejó la taza a un lado y, con el pulgar, le secó el bigote lechoso de los labios.
- De nada.
Ella lanzó una risita incómoda.
- Estoy tan avergonzada. Tu hermano debe pensar…
- Él no piensa nada - le aseguró, tumbándola y colocándola contra su cuerpo. Señor,
ella se ajustaba tan bien, a pesar de que estaba empezando a hincharse con su hijo.
Mientras descansaba contra su pecho, su mano se curvó como los pétalos de una flor
cerrándose para pasar la noche. Él envolvió una mano alrededor de la suya, mientras
que con la otra la acariciaba lentamente. La besó en la frente.
Austin detuvo el cochecillo de Dallas, incapaz de hacer nada más que mirar
fijamente la enorme y desconocida casa. Un balcón sobresalía de una habitación en el
segundo piso. Una especie de barandilla de lujo rodeaba el porche alrededor de la casa
y un lado se abría en un semicírculo. Las cortinas amarillas ondeaban desde los
grandes ventanales.
- ¿Qué pasa? - preguntó Loree.
- Houston siempre prefirió la soledad. Nunca esperé verlo como mi vecino.
- Ciertamente es una casa elegante - dijo Loree.
- Sip - respondió Austin, la aprehensión se apoderaba de sus entrañas. Golpeó las
riendas, enviando a las dos yeguas negras al trote. Más allá del corral donde Houston
trabajaba con un mustang palomino, vio la casa que él había ayudado a construir,
parecía abandonada.
Austin desvió su mirada hacia la casa más grande. Una mujer salió al porche
con una pequeña niña plantada en su cadera y los saludó con la mano, otra niña se
aferraba a su falda.
- Dios mío - murmuró Austin.
Loree se inclinó hacia él.
- ¿Qué?
Sacudió la cabeza.
- Nunca lo hubiera creído - Hizo detener a los caballos y el carruaje cerca del corral
justo cuando Houston atravesaba las tablillas. Austin puso el freno y salió del coche.
- ¿Dime que no es tu casa? - le ordenó.
Houston hizo una mueca.
- Asquerosa, ¿no? No lo estaba buscando, pero el éxito me encontró. Pensé que lo
mínimo que podía hacer era darle a la mujer una casa elegante. - Se frotó el lado con
cicatrices de su cara. - Escuché que la flecha de Cupido te atravesó.
Interiormente, Austin se encogió ante el fraseo de su hermano. Los vaqueros lo
usaban cada vez que sentían la necesidad de casarse.
- Sí, puedes decir eso. - Girando hacia Loree, Austin la ayudó a salir del coche y deslizó
su brazo protectoramente a su alrededor de su cintura.
- Mi esposa necesita un caballo.
- A. J.
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Austin la acomodó en sus brazos.
- Hola, A. J. Apuesto a que no recuerdas a tu tío Austin, ¿verdad?
Ella se cubrió los ojos y enterró su pequeña nariz contra su hombro. Señor, ella
era increíblemente pequeña y cálida. Un nudo se elevó en su garganta con la idea de
que pronto tendría uno que sería suyo.
- Desde que te vi en el coche de Dallas, imaginé que arreglaron sus cosas - dijo
Houston.
- Él te contó sobre eso, ¿verdad? - preguntó Austin.
Houston le dio una sonrisa torcida.
- Sí.
- ¿Que es tan gracioso?
- Todo el mundo le tiene miedo a Dallas. Solo lo han golpeado dos veces en su vida, y
las dos veces el puño estaba unido a uno de sus hermanos.
Austin se rió entre dientes.
- Había olvidado que lo golpeaste. Nunca supe por qué - Houston se encogió de
hombros y comenzó a caminar hacia la casa. Austin iba tras él - ¿Por qué le pegaste?
- Cuestionó la virtud de Amelia y me ofendí por sus dudas.
Austin se sintió aliviado de saber que la de Loree no había sido la única virtud
de la que Dallas había dudado, pero también sabía que Amelia llevaba mucho tiempo
casada antes de que empezara a crecer un niño en su vientre. Austin tragó saliva.
- Loree está embarazada.
Houston lo miró.
- Lo sé.
- Ella es una mujer decente.
- Ni por un minuto dudé de eso. Demonios, Austin, te llevé a tu primer prostíbulo y
saliste tan puro como lo eras antes de entrar. Las mujeres decentes son las únicas que
te han atraído.
- No creo que le hayas mencionado eso a Dallas cuando vino.
- Imaginé que lo sabía desde que me dijo que si alguien se atrevía a mirar a tu esposa
con algo más que admiración y respeto, tendría que responderle a él.
El nudo en la garganta de Austin se tensó un poco.
- No estaba seguro de cómo se sentía…
- Eres su hermanito. Él te hubiera protegido del mundo si hubiera podido, y es
probable que hubiera fallado. Algunas lecciones simplemente tienen que aprenderse
de la manera difícil.
Loree dobló una manta, la colocó en la caja y levantó la vista hacia la mujer que
estaba del otro lado de la cama y que estaba haciendo lo mismo.
- Espero que no hayamos herido tus sentimientos.
Dee levantó la vista.
- Por supuesto que no. ¿Por qué piensas eso?
Loree se encogió de hombros.
- Me hiciste sentir tan bienvenida, y aquí estamos, después de solo una noche,
mudándonos.
99
Dee sonrió con comprensión.
- Me alegro de que Amelia y Houston les hayan ofrecido vivir en su casa vacía. Sé que
es difícil casarte con alguien a quien conoces desde hace poco tiempo. Yo no conocía a
Dallas cuando me casé con él, y si mi familia hubiera estado viviendo con nosotros,
creo que nunca lo hubiera conocido.
- Me siento mal quitando los muebles de esta habitación.
- Siempre han sido de Austin. A menudo pensé en reemplazarlos, pero quería que
cuando volviera a casa encontrara algo familiar. Tenía miedo de que todos los otros
cambios lo abrumaran.
Loree recogió un hilo suelto de la manta.
- Debes amarlo mucho para aceptar lo que hizo.
- Entiendo por qué lo hizo. Odiaba verlo ir a prisión, pero la decisión era suya, y la
respeto.
Comprensión, respeto, aceptación. Se preguntó si Austin se los daría tan
fácilmente si supiera toda la verdad sobre su pasado. Supuso que uno tenía que
construir una base de amor, antes de que las fallas pudieran quedar al descubierto y
fueran aceptadas.
- Dallas y Austin ya deberían haber dejado la mesa fuera del cobertizo. ¿Quieres salir y
hacerles saber que casi hemos terminado aquí? - preguntó Dee.
Loree asintió, caminó hacia la puerta y se detuvo.
- ¿Dee? - cuando su cuñada la miró, Loree se mordió el labio inferior. - Aprecio que no
pareces estar juzgándome.
Los ojos marrones de Dee se ensancharon.
- ¿Por el bebé? - Loree asintió con la cabeza rápidamente. Una gran cantidad de
comprensión y simpatía llenaron los ojos marrones de Dee - Un niño es un regalo,
Loree, independientemente de las circunstancias de su gestación. Y si es el hijo de
Austin, más, vamos a echar a perder a ese bebé, te lo prometo.
Loree no lo dudó, ya había visto evidencias de que todos los niños en esta
familia se consideraban preciosos.
Caminó hacia el pasillo y bajó por la ancha escalera. Las notas discordantes de
un piano viajaron desde el salón delantero. Caminó hacia la habitación mientras los
acordes fuera de tono le crispaban los nervios, antes de llegar se hizo el silencio. Miró
detenidamente dentro de la habitación.
- ¿Practicaste una hora al día como te dije? - una mujer rolliza le preguntó a Rawley. Él
se encogió de hombros.
- Levántate, joven - ordenó. Más despacio que el hielo que se derrite en invierno, se
deslizó del banco y se levantó.
- Extiende tu mano.
Vio a Rawley tensarse mientras extendía la mano, con la palma hacia arriba. La
mujer recogió un fino palo de madera y lo levantó.
- Ni siquiera piense en golpearlo - gruñó Loree mientras entraba violentamente a la
habitación.
Rawley giró tan rápido, que perdió el equilibrio y se dejó caer en el banco. Los
ojos de la mujer sobresalían más allá de su nariz.
- ¿Cómo se atreve a interferir con esta lección…
100
- Estoy interfiriendo con su crueldad, no con la lección.
- El señor Leigh me está pagando un buen dinero...
- Para enseñar a su hijo, no para golpearlo.
- Es perezoso e irresponsable...
- ¿Irresponsable? ¿A qué hora salió de la cama esta mañana?
- No veo que eso sea asunto suyo.
- Este niño se levantó antes de que saliera el sol, cumple con sus tareas durante el día
y continúa haciéndolo hasta un poco después de que todos piensan que está en la
cama, así que no me diga que es irresponsable. Usted es la irresponsable - Loree le
arrebató el palo de la mano a la mujer y lo partió en dos.
Su mandíbula tembló.
- ¡¿Cómo se atreve?! Espere a que el señor Leigh se entere de esto - y salió furiosa de la
habitación.
Loree se deslizó en el banco al lado de Rawley, le dio una cálida sonrisa y
comenzó a tocar
- Greensleeves.
- Yo soy su padre.
- No por sangre…
- Por todo lo que importa - Dallas empujó la mesa y la envió chocando contra la parte
trasera de la carreta.
101
- ¡Jackson!
Un hombre alto y larguirucho salió corriendo del granero.
- ¿Sí señor?
- Escolta a la Sra. Henderson a casa.
Dejando a la mujer bufando y resoplando, Dallas se dirigió hacia la casa. Austin
se enderezó y con largas zancadas lo alcanzó.
- Hay que compadecer al pobre Lester por estar casado con eso - Dallas solo resopló -
¿Qué pretendes hacer? - preguntó Austin mientras Dallas entraba por la puerta
principal.
- Descubrir lo que sucedió realmente.
Austin escuchó la música filtrándose desde el salón. Dallas se detuvo en la
entrada de la sala. Queriendo estar seguro de poder interponerse entre Dallas y Loree
si surgía la necesidad, pasó a su hermano y se congeló.
Loree estaba tocando el piano con Rawley sentado a su lado, mirando mientras
sus manos se movían sobre las teclas. Golpeó el acorde final y cruzó las manos en su
regazo.
- Nunca podría tocar así - dijo Rawley con su voz llena de asombro.
- Podrías si quisieras - dijo Loree - Pero el secreto es, ¿quieres?
Rawley negó con la cabeza.
- Preferiría estar afuera cuidando ganado.
- Entonces eso es lo que debes hacer.
- Pero no quiero decepcionar al Sr. D. No le va a gustar nada lo que sucedió con Miss
Henderson, - dijo Rawley en voz baja.
- Por supuesto que no le va a gustar - dijo Loree - Ella fue la que tuvo suerte de que yo
haya entrado en esta habitación y no tu padre. Él le habría roto el palo en la cabeza, si
hubiera visto que iba a golpearte.
- ¿De verdad lo crees?
- Estoy segura - se movió en el banco - Él te quiere mucho Rawley.
- Sé que lo hace, pero realmente no soy su hijo. Su hijo está enterrado junto al molino
de viento. Murió por mí - Agachando la cabeza, Rawley pasó el dedo por el borde del
piano - Nunca me dijeron eso en voz alta, pero sé que es verdad.
- ¡Rawley! - el niño saltó de la banca ante la voz retumbante de su padre, y Loree
parecía haber salido de su piel.
- ¿Sí señor?
- Tengo que hablar contigo, hijo - dijo Dallas en voz más baja - Afuera…
Dallas giró bruscamente y se dirigió al pasillo. Rawley corrió tras él. Austin
entró en la habitación y se tumbó en una silla cerca del piano.
- ¿Qué crees que le dirá a Rawley? - preguntó Loree, la preocupación grabada
profundamente entre sus cejas.
- Imagino que va a explicarle al chico que en verdad es su hijo.
- Entonces eso es lo que haríamos - Austin señaló hacia la casa - Ahora van a mi
ventana favorita.
Loree miró por encima de su hombro. Otras dos ventanas estaban ahora
escondidas en la oscuridad. Vio como la luz de la última ventana desaparecía.
- Esa es la habitación de Maggie. Dale un minuto... - La luz volvió a encenderse dentro
de la ventana. Austin se rió entre dientes.
- ¿Qué está haciendo ella? - preguntó Loree.
- No tengo idea, pero reenciende esa lámpara todas las noches.
- La amas mucho.
- Amo a todos mis sobrinos, pero conozco más a Maggie... y a Rawley. Poco a poco voy
105
a ir conociendo a las demás. Él bostezó y le dio unas palmaditas en los pies - Supongo
que será mejor que vayamos a la cama.
Desplegó su cuerpo, tomó su mano y la hizo ponerse de pie.
- No sé si te enteraste que el teatro que Dee construyó en la ciudad, va a tener su
primera función la próxima semana. Y ha invitado a ir a toda la familia.
- Eso debería ser divertido.
- Sí - respondió, pero ella pensó que había escuchado dudas en su voz - Entra. Estaré
allí en un momento.
Siguiendo su ritual nocturno, fue a su habitación, se puso el camisón, se metió
en la cama, bajó la lámpara y esperó. Escuchó a su esposo caminar por el perímetro de
la casa como si odiara renunciar a otro día. Se unió a ella un poco antes que la noche
anterior. Presionando un beso en su sien, la atrajo hacia el círculo de sus brazos.
Mientras yacía allí, escuchando su respiración y sabiendo que estaba dando
todo lo que podía sin deshonrar su voto, maldijo la noche en que le había extraído la
promesa.
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CAPÍTULO 11
- De alguna manera - admitió Amelia - Me dijo que necesitabas algo para ponerte.
Insistió en que fuera amarillo porque te ves hermosa en amarillo.
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- Dijo que… ¿que me veía hermosa? - preguntó Loree dubitativa.
Amelia sonrió cálidamente.
- Dijo eso. Pero al no tener idea de cómo funcionan las modas en la ropa de mujer... y
después de haber tenido una experiencia desafortunada con los gustos de Dallas en
vestimenta femenina, supervisé los esfuerzos de la modista.
- No tenía idea - comenzó Loree.
- Creo que quería que fuera una sorpresa.
- Oh, lo es.
- ¿Por qué no te lo pones? - sugirió Dee - y luego veremos cómo arreglar tu cabello.
Loree agarró su trenza.
- No creo que se pueda colocar encima de mi cabeza.
- Podemos hacer lo que quieras.
Loree había visto el exterior del teatro desde el hotel, pero nunca había
imaginado la opulencia que había estado escondida en su interior. Velas parpadeaban
en candelabros de cristal. Una gruesa alfombra roja con diseños atravesados cubría
cada centímetro del piso. Espejos dorados adornaban las paredes. Las amplias
escaleras a ambos lados del vestíbulo conducían a los balcones.
En un extremo del vestíbulo había una sala donde los padres podían dejar a sus
hijos en las manos capaces de mujeres pagadas para cuidarlos. Por lo que Loree podía
determinar, Dee había pensado en todo y había diseñado el teatro para darle a la
gente de Leighton una noche que nunca olvidarían.
Parecía que todos los que estaban a menos de mil millas habían venido para la
función de apertura. Loree nunca había estado en una habitación con tanta gente.
Austin la tomó del codo y se inclinó.
- Están sirviendo champaña allí. ¿Quieres un poco?
- ¿Crees que tendrán un poco de agua?
Sonriendo, él metió un mechón de cabello detrás de su oreja.
- Si no tienen, buscaré para ti. ¿Por qué no esperas aquí con Rawley hasta que Dee y
Dallas regresen de llevar a Faith a la habitación de bebés?
Ella asintió levemente.
- Rawley, dejo a tu tía a tu cuidado. Cuida de ella.
Rawley se enderezó.
- Sí señor.
El corazón de Loree se hinchó cuando vio a su esposo abrirse paso entre la
multitud. Alto, delgado, se veía increíblemente guapo con su chaqueta negra y su
camisa blanca almidonada.
- ¿Cuánto tiempo dura una obra después de todo? - Preguntó Rawley, alejando su
atención de Austin.
- Un par de horas, me imagino.
- ¿Crees que hay alguna posibilidad de que Romeo y Julieta es una historia sobre un
niño y su perro? - preguntó Rawley.
Loree luchó contra su sonrisa.
Austin sonrió cálidamente, bajó la cabeza y le dio un rápido beso en los labios.
- Yo también te extrañé.
Loree cambió su mirada y vio como la comprensión se hacía evidente en los
ojos de Becky y la sangre desaparecía de su rostro.
- Austin, es tan bueno verte de nuevo - dijo Becky, con voz vacilante. - ¿Cómo estás?
110
- Más sabio.
- Cameron me dijo que te habías casado... yo solo... no me había dado cuenta... que ya
había conocido a tu esposa - tartamudeó Becky.
- Ella mencionó conocerte. Loree, Dulce, ¿conociste a Cameron?
- Lo vi, pero no creo que nos hayamos conocido.
- Es el hermano de Dee. No estoy seguro de mencionarlo alguna vez - dijo Austin.
- No, no lo hiciste. Solo mencionaste que había sido tu mejor amigo.
Cameron parecía que podría enfermar en cualquier momento.
- Austin…
- Si nos disculpan - dijo Austin - tenemos que encontrar nuestros asientos. Dee nunca
nos perdonará si nos perdemos la escena de apertura.
Él extendió su brazo. Loree se agarró a él, temerosa de hundirse en el piso si no
tenía su apoyo. La multitud se separó mientras caminaban hacia la escalera de caracol.
Escuchó un "asesino" que alguien murmuró y su corazón tropezó. Miró a su
marido, vio su mandíbula apretada y se dio cuenta de que la gente murmuraba sobre
él. Ella alzó su barbilla con orgullo.
- Nunca antes había visto una obra de teatro. Siempre he querido asistir a una - Austin
la miró y ella sonrió con el corazón en los ojos - Estoy muy contenta de que seas tú
quien me lleve.
- Dulce, no creo que hubiera subido por estas escaleras sin ti a mi lado.
Él tomó su mano en la parte superior de las escaleras y caminaron por el
rellano, pasaron varias entradas con cortinas antes de que Austin recogiera unas y
llevara a Loree a la oscuridad de un balcón.
- Gracias, Loree, por verte como si estuvieras orgullosa de tenerme a tu lado - susurró.
- Estoy orgullosa.
Ella sintió un momento de vacilación antes de que la tomara en sus brazos y
bajara su boca hasta la de ella. Loree le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el
beso con un fervor que la sorprendió. Había querido arañarles los ojos y arrancarles el
pelo, quería preguntarles a esas dos personas cómo podían haber traicionado a su
marido, al padre de su hijo, al hombre del que se estaba enamorando.
Cuando la cortina se apartó, y Dallas se recortaba en la entrada, Austin gruñó y
se corrió a un lado, llevando a su esposa con él.
- ¿Qué estás haciendo? - exigió Dallas.
- Buscando nuestros asientos - dijo Austin, su mano rozando la de ella antes de
cerrarla con seguridad.
Entonces el caos estalló, toda la familia se apretujó dentro del pequeño balcón.
- Todos tomen asiento - dijo Dee emocionada - Abrirán el telón en cualquier momento.
- ¿Qué silla es la mía? - preguntó Maggie - Quiero sentarme al frente.
- Damas al frente - dijo Dallas - Hombres detrás.
- Date la vuelta, jovencita - Le dio a Austin una sonrisa de disculpa antes de sentarse
junto a Maggie. Houston se instaló a su lado.
Dee se sentó junto a Loree y se rió a la ligera.
- No me di cuenta de que iba a ser una dura prueba - Palmeó la rodilla de Dallas -
Manejaste muy bien la situación.
- La próxima vez, todos tendrán su propio balcón.
Un hombre caminó hacia el escenario, y un silencio cayó sobre la audiencia.
- ¡Damas y caballeros! El Royal Shakespearean Theatre se siente honrado de estar en
112
su encantadora ciudad. La actuación de esta noche es Romeo y Julieta.
Salió del escenario. El telón comenzó a abrirse lentamente, pero Loree
descubrió que no estaba interesada en la obra. En cambio, se preguntó qué
pensamientos se apoderaban de la mente de su marido. Su mano se había apretado
alrededor de la suya cuando Maggie le hizo su pregunta. Su agarre aún no se había
aflojado. Él miró al frente, pero no creía que estuviera prestando más atención a la
obra que ella. Loree se inclinó hacia él.
- Quiero ir afuera.
Él sacudió la cabeza, e incluso en las sombras, ella vio la preocupación grabada
en su rostro. Su mano se cerró con más fuerza alrededor de la de ella.
- ¿Estás bien?
Ella asintió levemente.
- Solo necesito un poco de aire fresco.
Se inclinó hacia un lado y le susurró a Dallas:
- Vamos a salir un momento.
Rawley se revolvió en su silla.
- ¿Puedo ir?
Dallas asintió rápidamente y se levantó. Austin ayudó a Loree a levantarse y se
abrieron paso entre las sillas.
- Lo siento - susurró mientras pisó el pie de Dee. Pero Dee no pareció darse cuenta
mientras les hacía señas con la mano, su mirada clavada en el escenario. Pasaron entre
las cortinas, y Loree respiró hondo.
- ¿Estás segura de que estás bien? - le preguntó Austin.
- Me sentí un poco débil.
- ¿Quieres ir a sentarte en el coche?
- ¿Podríamos dar un paseo?
- Por supuesto. - Envolvió su mano con la de ella, y descendieron las escaleras.
- ¿Pudieron entender todo lo que los actores estaban diciendo? - Preguntó Rawley
mientras caminaba detrás de ellos.
- Ni una palabra - dijo Austin.
Atravesaron el vestíbulo, abrió la puerta de entrada para que Loree pasara a su
lado, Austin miró por encima del hombro.
- ¿Vienes?
Loree notó la vacilación de Rawley, miró hacia adentro, en el otro extremo, en
la habitación de los bebés, Faith tenía su nariz presionada contra el cristal.
- Supongo que iré con Faith - murmuró Rawley.
Loree tropezó cuando el talón de su zapato golpeó una tabla suelta. Austin la
estabilizó, luego se arrodilló y se dio una palmada en el muslo.
- Dame tu pie.
- ¿Qué vas a hacer?
Él la miró y ella vio la respuesta en su mirada.
- Estoy vestida toda elegante. No puedo ir descalza.
Él inclinó la cabeza y levantó una ceja.
- ¿Regresaremos al teatro para ver la obra?
Recordaba lo tenso que había estado dentro del edificio, cómo su cuerpo y su
agarre se habían relajado una vez que salieron.
- No.
114
- Entonces Señora, levante el pie aquí.
Colocando las manos sobre sus hombros, ella plantó el pie sobre su muslo y
observó como él desprendía los botones ágilmente y quitaba el zapato de su pie.
- Tienes tan buenos dedos - dijo ella mientras le sacaba la media.
- ¿Eso crees?
- Mmm-ah - Ella saboreó la sensación del entarimado bajo la planta de su pie desnudo
y colocó el otro en su muslo - Desearía que me permitieras enseñarte a tocar el violín
de tu madre - Sus manos se aquietaron - Se necesita tiempo y paciencia, pero tengo
ambas cosas - le aseguró.
Él liberó su pie, puso las medias dentro, agarró los zapatos y se levantó.
- No puedo tocar el violín, Loree.
- Si lo intentases…
- No puedo - Sus palabras sonaron definitivas - No puedo… nunca podré - murmuró.
- ¿Qué? - Ella sacudió su cabeza.
- Solo algo que mi mamá solía decirme - Él tomó los zapatos con una mano, envolvió
su mano libre con la de ella y comenzó a caminar.
- Dallas tiene su ganado, Houston tiene sus caballos. ¿Y qué tienes tú?
- A ti. - Su sonrisa era cálida, y su corazón se agitó.
- Antes que yo, ¿qué tenías? ¿Cuáles eran tus sueños?
Sus pasos se ralentizaron como si siguieran su pensamiento, a un tiempo en el
que tenía sueños.
- Dallas es un hombre de poderosa influencia - Él la atravesó con la mirada - Lo amo y
lo admiro, Loree. Nunca pienses que no lo hago.
- Nunca lo haría.
Él asintió bruscamente.
- Quería ir a un lugar donde la gente nunca hubiera oído hablar de él. Quería hacerme
un nombre, sabiendo que me había ganado el reconocimiento por mí mismo, no por él.
¿Tiene algún sentido?
Loree asintió con total comprensión.
- ¿A dónde hubieras ido? - Él negó con la cabeza lentamente.
- Nunca llegué tan lejos en mi pensamiento. Una vez que... Una vez que conocí a Becky,
la idea de irme se me fue de la cabeza.
- Ella se convirtió en tu sueño, entonces.
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CAPÍTULO 12
- No puedo sacar la sangre - dijo Loree con los dientes apretados mientras se lavaba
las manos en el cuenco de agua tibia que el doctor le había traído.
Austin oyó el temblor de pánico en su voz, observó la manera en que se frotaba
brutalmente las manos y temía que se lastimara la piel. Se alejó del médico que estaba
examinando su cabeza.
- Oye, joven amigo - comenzó el Dr. Freeman.
Austin levantó una mano.
- Solo un minuto. - Cruzó la habitación y tomó las manos de Loree. Ella levantó su
mirada hacia él, y casi pudo ver los horribles recuerdos en sus ojos dorados.
- No puedo sacar la sangre - dijo con voz áspera. Recordaba cómo ella había seguido
frotándose la noche en que Cavador había muerto, a pesar de que había lavado toda la
sangre.
- Yo puedo quitártela - le dijo en voz baja, sumergió sus manos en el agua y luego lenta
y suavemente arrastró sus dedos sobre las manos limpias de su esposa. Tiernamente,
las secó con un trapo. - Ahí, ¿ves? , la sangre ya no está.
Con el ceño fruncido, Loree miró sus manos y luego levantó una para tratar de
tocar la parte posterior de su cabeza. Él la agarró antes de que pudiera ensuciarse con
sangre nuevamente. Las lágrimas brotaron en sus ojos.
- Alguien te lastimó.
Él besó la punta de sus dedos.
- Voy a estar bien. Ve a sentarte en la habitación delantera con Dee.
Ella asintió antes de salir de la habitación, cerrando la puerta a su paso. Deseó
haber podido evitar que viera la sangre. Volvió a la silla y se sentó. Hizo una mueca
cuando el doctor colocó algo contra su cabeza.
- ¡Maldición! Eso quema.
- Solo quiero asegurarme de que el corte esté limpio antes de coserlo. No necesitamos
ninguna infección - dijo el Dr. Freeman, su cuerpo esquelético más delgado de lo que
Austin recordaba.
- ¿Estás seguro de que Loree está bien? - preguntó. Temeroso de que estuviera
lastimada, había insistido en que el doctor Freeman la examinara primero.
- Ella está bien - dijo el Dr. Freeman - simplemente no tiene mucho estómago para la
sangre, eso es todo.
Austin pensó que tampoco lo tendría si hubiera visto a alguien asesinar a su
familia.
- ¿Quién te atacó? - preguntó Dallas desde la puerta.
- No lo sé.
- ¿Duncan?
Austin miró a su hermano.
- Dije que no sé. Me atacó por detrás y me golpeó la cabeza contra la pared. Todo pasó
de negro a más negro.
- Lo buscaré y hablaré con Duncan mañana…
- ¿Y qué? ¿Le dirás que se mantenga alejado de mí cuando ni siquiera sabes si fue él?
117
No es el único en la ciudad que cree que deberían haberme ahorcado.
Dallas entornó los ojos.
- ¿Quién más?
- La mayor parte de la ciudad.
- Entonces hablaré con todos.
- Será tu palabra, contra un veredicto de culpabilidad. Solo mantente alejado de esto.
Solo estarás pidiendo problemas si te involucras.
- ¡Maldición! ¡Esto comenzó conmigo!
- Y terminará conmigo - Austin lanzó un suspiro de cansancio - Aprecio tu disposición
a tomar una posición, pero la verdad es que hice algunas cosas estúpidas sin pensar en
ellas. Fueron mis errores, y yo soy el que tiene que pagar por ellos. Sin esos errores,
ningún jurado me hubiera encontrado culpable.
Él esperaba una discusión adicional. En cambio, vio un respeto inquebrantable
en el fondo de los ojos de su hermano mayor.
- Cristo, creciste, ¿verdad?
Austin le dio una media sonrisa.
- Sí.
118
La puerta se abrió y Dee asomó la cabeza por la abertura.
- Dr. Freeman, Loree dijo que algo está sucediendo con el
bebé.
Austin salió disparado de la habitación.
- ¡Maldición! Creí que la habías revisado.
- Lo hice - dijo el Dr. Freeman mientras salía arrastrando los pies de la sala, siguiendo
la estela de Austin.
Loree estaba sentada en una silla de pana en el salón delantero del doctor
Freeman. Austin se arrodilló a su lado y envolvió el apretado puño con su mano.
- ¿Loree? - Las lágrimas brillaban en sus ojos.
- Oh, Austin, creo que estoy perdiendo al bebé. - él oyó crujir los huesos del Dr.
Freeman cuando se puso de rodillas.
- ¿Qué tan mal te dolió? - preguntó.
Una mirada de sorpresa barrió la cara de Loree.
- Bueno, no dolió exactamente.
- ¿Qué fue exactamente lo que sentiste? - preguntó el Dr. Freeman.
Loree echó una mirada de soslayo a Austin antes de volver su atención al
médico.
- Bueno, sentí… - se mordió el labio inferior y frunció el ceño - como cuándo saltas a un
arroyo y el aire queda atrapado en tus pantalones y por lo tanto se queda allí por un
rato después de golpear el agua y luego es burbujeante y estimulante. Así es como se
sentía.
Austin pensó que el doctor Freeman estaba a punto de reventar, con el rostro
enrojecido y podría decir que estaba luchando por contener la risa.
- No puedo decir que alguna vez haya tenido aire atrapado en mis pantalones - Miró
por encima del hombro a Dee - ¿Crees que acaba de sentir que el bebé se movió?
Dee sonrió cálidamente.
Estaba parado mirando hacia el campo, con el aire fresco de finales de agosto
colgando fuera de la ventana abierta, haciendo poco para enfriar el cuerpo sudoroso
de Austin. La luna derramándose en el dormitorio, bailando un vals con la oscuridad.
Se giró y vio la sombra de su violín que descansaba en la parte superior del
escritorio. Una vez había sido capaz de escuchar la música mucho antes de tocar las
cuerdas.
Una vez, había soñado con un violín especial, creado con sus propias manos y
que haría la música más dulce jamás escuchada.
Ahora, se contentaría con poder tocar el violín marcado y lleno de cicatrices de
su madre, si tan solo volviera a tener la capacidad de darle vida a la música dentro de
su corazón.
119
- Austin, ¿qué estás haciendo? - susurró Loree somnolienta.
Caminó hacia la cama, se estiró a su lado y extendió los dedos sobre su
estómago.
- Simplemente no podía dormir.
- ¿Te duele la cabeza?
- Nah, está bien.
- El hombre por el que fuiste a prisión…
- No vale la pena preocuparte por un lamentable hijo de puta.
- Debe haber significado algo para alguien, ya que un hombre te atacó. Lo escuché
decir que deberían haberte ahorcado.
Él acunó su mejilla.
- Te diré la clase de tipo que fue. Una noche detrás del hotel, empujó unas cajas de
madera encima de Dee y se fue sin mirar atrás. Dee perdió al bebé que llevaba y casi
perdió la vida. Le pagó al padre de Rawley para que matara a Dallas. No me arrepiento
de su muerte. Solo me arrepiento de haber ido a prisión por eso. - Tiernamente, rozó
sus labios sobre los de ella - Voy a ser el que despierte con pesadillas si seguimos por
este camino. Hablemos de otra cosa. Dime otra vez cómo se sintió cuando el bebé se
movió dentro de ti.
- Me asustó al principio porque pensé que algo andaba mal. Mi madre nunca me contó
cosas sobre tener un bebé. No sabía que sentiría sus movimientos... o que sería tan
maravilloso - Ella se volvió hacia él, enterrando la cara en el hueco de su hombro - Me
alegro de que lo tengamos. Me avergonzó al principio... pero incluso avergonzada...
Él inclinó su cara hacia atrás. No podía ver el oro en sus ojos, pero eso no le
impidió buscarlo.
- Loree, la vergüenza es mía, no tuya, nunca tuya.
- Austin, te quería cerca de mí esa noche. Nunca me había sentido tan sola en toda mi
vida.
121
Él se rió entre dientes.
- Oh, es un niño ahora, ¿verdad?
- Creo que sí.
Él la atrajo más cerca. La noche era cálida, insoportablemente cálida, pero la
mantuvo dentro del círculo de sus brazos. No había mentido cuando le había dicho
que sería él quien se despertaría con pesadillas, pero había descubierto que mientras
ella permanecía acurrucada contra él, podía mantener los odiados recuerdos a raya.
- Cuéntame sobre tu boda. - Loree dejó de apretar la masa de pan y miró la cara
expectante de Maggie. La niña estaba sentada al final de la mesa, con las piernas
recogidas debajo de su trasero en la silla, la mano sosteniendo su lápiz sobre el diario.
- ¿Mi boda?
Maggie asintió enérgicamente.
- Quiero escribir una historia al respecto.
Loree miró hacia la ventana y vio los cielos grises. No podía creer lo rápido que
el otoño había dado paso al invierno. Volvió su atención a Maggie.
- ¿Escribes muchas historias? - Maggie sacudió la cabeza - ¿Cuándo escribes todas
estas historias?
- Por las noches es mejor. Por lo general es el momento más tranquilo, cuando Pa tiene
anhelo de besos. Dice que quiere ver los dedos de los pies de Ma encresparse, y ella
comienza a reírse. Entonces, de repente, todo se calma. ¿Se te rizan los dedos de los
pies cuando el tío Austin te besa?
Loree sintió que su rostro se calentaba. Tenía que admitir que Maggie no era
una niña tímida, pero no podía esperar para decirle a Austin que sabía lo que Maggie
estaba haciendo por las noches cuando la luz volvía a ser visible en su habitación. Ella
comenzó a golpear la masa de pan.
- A veces.
- Apuesto a que los dedos de los pies de la tía Becky se rizan, porque cuando el tío
Cameron se casó con ella, la besó durante mucho tiempo. Hasta que el tío Dallas
carraspeó en voz alta, me hizo saltar de mi piel.
Loree imaginó que cualquier ruido que Dallas hiciera a propósito la asustaría.
- ¿Fue agradable su boda?
Maggie se encogió de hombros.
- Era muy pequeña. Simplemente estábamos nosotros. Y la tía Becky era tan tonta.
Comenzó a llorar. Dijo que creyó que no iríamos porque primero amaba al tío Austin y
luego adoraba al tío Cameron - Maggie puso los ojos en blanco - Pero una vez que
amas a alguien, no dejas de amarlo.
- No, supongo que no - Loree se preguntó de dónde habría sacado la niña su sabiduría,
y si la perdería una vez que creciera.
Un leve golpe sonó en la puerta antes de que Houston la abriera, con expresión
de pánico en su rostro. Sus otras tres hijas estaban con él, con los ojos muy abiertos.
- Amelia tendrá al bebé. ¿Puedo dejar a las niñas contigo?
- Por supuesto. - Limpiándose las manos en el delantal, Loree cruzó la habitación e
hizo pasar a las pequeñas al interior.
122
Los fríos vientos de noviembre azotaron a Austin mientras guiaba a Trueno
Negro a casa. Subió el cuello de la chaqueta de piel de oveja y bajó el sombrero sobre
la frente. La noche se acercaba y ya disfrutaba su regreso.
Las noches se habían convertido en su hora favorita del día. Loree lo recibía
con los brazos abiertos, con una comida caliente y con un beso aún más cálido. Se
sentaban frente al fuego, se enroscaban el uno alrededor del otro y esperaban que su
hijo se moviera.
Austin había crecido en torno a un hermano que criaba ganado, y a un hermano
que criaba caballos... y sin embargo la maravilla de un niño que había ayudado a crear,
creciendo dentro de la mujer que apreciaba... lo humillaba.
Hizo detener a su caballo, desmontó e, impaciente, se puso a la tarea de
atenderlo, antes de atender sus propias necesidades. Vio la luz de la lámpara que se
derramaba por la ventana, y el frío de la noche dio paso a una calidez inesperada.
Terminó su tarea y caminó hacia la casa, la expectativa apresurando su paso.
Abrió la puerta y se congeló.
- ¡Tío Austin! - trinaron pequeñas urracas que corrieron por la habitación para
envolverse alrededor de sus piernas.
- Estamos haciendo galletas para bebés - dijo Laurel - ¿Quieres una? - le preguntó
mientras extendía una hacia él para que le diera un mordisco. Loree caminó por la
habitación y comenzó a despegar a las chicas de sus piernas.
- Vamos, chicas. Al menos dejen que el tío Austin se quite la chaqueta.
Se encontró con los ojos de Loree, mientras se quitaba la chaqueta. Ella lo miró
implorante.
- Amelia se puso de parto esta mañana. Houston trajo a las niñas para que las pudiera
cuidar.
Austin miró más allá de ella hacia la mesa cargada de galletas.
- Dije que cocinaríamos galletas hasta que naciera el bebé. No sabía que tomaría todo
el día.
La puerta se abrió y el frío golpeó a Austin en el medio de la espalda. Maggie se
abrió paso a empujones.
- Todavía no. Pa dice que en cualquier momento. Entonces, ¿podemos hornear más
galletas?
- ¿No crees que tienes suficientes galletas? - preguntó Austin.
- Pero la tía Loree dijo…
- Ella no sabía que tu mamá tardaría tanto - explicó Austin - Y la tía Loree me parece
muy cansada.
- Podríamos jugar a Go Fish - sugirió Maggie.
- Es un poco tarde para ir a pescar - dijo Austin.
Maggie se rió.
- Eres tan tonto, tío Austin. Es un juego.
Loree se sentó en la mecedora, viendo a su marido jugar un juego de cartas con
sus sobrinas. Sentados en círculo, dibujando cartas, colocando tarjetas. Ella
sospechaba que estaba haciendo trampas porque la pequeña A. J. que estaba sentada
en su regazo sosteniendo sus cartas, así como también las suyas, estaba ganando
varias manos mientras que Austin repetidamente terminaba sin cartas en su haber.
123
Fue un extraño momento para darse cuenta de que se había enamorado de él.
Su padre también había hecho trampas, pero siempre fue en su beneficio... y
aún no había visto a Austin hacer nada que lo pusiera por delante a expensas de nadie.
A medida que avanzaba la noche, llevó a cada niña dormida a la cama. Cerca de
la medianoche, finalmente un golpe sonó en la puerta. Luciendo agotado, Houston
entró en la casa.
- Es una niña. Gracie.
- ¿Cómo está Amelia? - preguntó Austin.
- La pasó mal. El Dr. Freeman dice que probablemente sea la última. Déjeme reunir a
las chicas...
- ¿Por qué no les dejas quedarse? - dijo Loree en voz baja - Ya están dormidas. Las
puedes llevar en la mañana.
- ¿Estás segura?
- Estamos seguros.
- Si Maggie enciende la lámpara después de que te hayas ido a dormir, ¿la ignorarás?
Sé que se deslizó dentro de la casa y sacó su diario antes. Le gusta escribir después de
que todos los demás están dormidos. No se supone que lo sepamos.
Austin le dio una palmadita en el hombro a su hermano.
- Ve. Parece que estás listo para colapsar.
Houston salió por la puerta y Austin se volvió hacia Loree.
- Acuéstate conmigo junto al fuego por un rato.
Se tendió en el sofá, y ella se acurrucó contra su costado, mirando las llamas
bailar dentro del hogar.
- Ya casi me quedé sin azúcar - dijo Loree en voz baja.
- Compraré otras diez libras mañana.
- No soy tan mala - dijo ella, sabiendo que él la estaba tomando el pelo.
- No eres mala en absoluto. - El silencio se tejió a su alrededor. Extendiéndose, Austin
cubrió con sus dedos el estómago hinchado de su esposa - Eres más pequeña que
Amelia.
- Mi madre era pequeña y no tuvo ningún problema.
- Dallas quería ser padre. Houston quería ser padre. No es que no quiera ser padre,
pero la idea de que este pequeño chico venga al mundo me asusta.
- También me asusta - admitió Loree.
Él envolvió su mano alrededor de la de ella.
- He cometido muchos errores en mi vida, Loree. Quiero que sepas que no considero
que este niño sea uno de ellos.
Ella encontró su mirada, el amor que sentía por él se hizo más profundo.
- Nunca pensé que lo hicieras.
124
CAPÍTULO 13
había dicho Houston a Amelia el día que se casó con ella?... <Contigo a mi lado soy
mejor hombre de lo que nunca he sido solo.> Austin no había entendido el significado
126
de las palabras en ese momento, pero ciertamente estaban empezando a tener sentido
ahora.
Tomando una respiración profunda, golpeó la puerta. Los pesados pasos
resonaron en el otro lado. Cameron abrió la puerta, y Austin vio cómo el shock
rápidamente dio paso a la preocupación.
- ¿Le ha pasado algo a Dee? - Preguntó Cameron.
- No. A Maggie.
- Ah, Jesús. ¿Qué necesitas que hagamos?
Austin se giró cuando los recuerdos lo inundaron, y el escozor en sus ojos tenía
poco que ver con el fuerte viento. Cameron había sido el primero a quien había
recurrido por cualquier problema, su mejor amigo, el tipo de hombre que siempre
había puesto a otros antes que a sí mismo.
- Déjame obtener las llaves de la tienda y la abriré. Puedes llevar lo que necesites.
- Necesito heno de reno.
La boca de Cameron se abrió.
- ¡¿Qué?! Dijiste que algo le había sucedido a Maggie.
- Sip. Se le rompió el corazón cuando descubrió que no vendrías con tu heno especial
de reno, así que empaca a tu familia. Quiero regresar antes de que anochezca.
- No me necesitas. Solo pon algo de heno en sacos de arpillera y dile que es heno de
reno. Tengo algunos sacos en la tienda que puedo darte. - Cameron giró para regresar
a la casa.
- No es suficiente - dijo Austin. Cameron se detuvo y miró por encima del hombro. -
Piensa que eres el único que puede entregar el heno especial.
- Mira, Austin…
- Me imagino que tienes dos opciones. Puedes venir conmigo ahora, o con Dallas más
tarde, porque tan pronto como vea las caras tristes de esas niñas...
- ¡Becky, empaca! - gritó Cameron - Vamos a pasar la Navidad con mi hermana.
Austin se rió entre dientes cuando Cameron desapareció en la casa. Se sintió
bien al darse cuenta que después de todo este tiempo, algo había permanecido
exactamente igual en los últimos años: Cameron le tenía terror a Dallas.
- ¡Tío Cameron, has venido! - Maggie lloraba mientras saltaba al suelo, derramando el
tazón de palomitas de maíz que había estado enhebrando - ¿Trajiste el heno de reno?
De pie en la entrada del salón delantero, Austin observó con interés que su
familia acogía con amor a los visitantes. Las sonrisas se hicieron más grandes. La risa
estalló junto con abrazos y contragolpes.
Con una amplia sonrisa, Dee se acercó y le besó la mejilla.
- Gracias. Sé que fue difícil para ti.
Miró a Loree mientras saludaba a Becky con una cálida sonrisa y le tendía una
galleta a Drew.
- No tienes idea - dijo Austin bruscamente - Tengo que ocuparme de los caballos.
- Ay, Dulce, estoy... - El movimiento bajo su mano detuvo sus palabras. Le dio a su
esposa una cálida y lenta sonrisa - Señor, me encanta cuando hace eso.
Sus rodillas crujieron cuando se agachó y puso la mejilla contra el estómago de
Loree. Ella entrelazó los dedos en su cabello, y se dio cuenta de que la felicidad existía
en el más minúsculo de los momentos. De repente, no importaba que antes hubiera
celebrado la Navidad con menos de la mitad de las personas que hoy estaban en la
128
casa de su hermano.
Lo que importaba era que compartiría el día con Loree y con un niño que aún
no había nacido.
- ¡Tío Austin! - Maggie se detuvo tambaleante justo después de doblar la esquina del
establo. Sus ojos se convirtieron en dos grandes círculos verdes. - ¿Puedo escuchar? -
No esperó una respuesta, sino que se apresuró a avanzar, con dos sacos de arpillera en
una mano, y apretarse contra el estómago de Loree. Austin levantó la vista para ver la
expresión de asombro de Loree.
Maggie frunció el ceño.
- No parece una niña - anunció.
- Creo que tú deberías saberlo - dijo Austin.
Maggie asintió con la cabeza con entusiasmo, sus rizos rubios rebotando.
- Ma siempre nos deja escuchar a papá y a mí. ¡Pa incluso habla con el bebé antes de
que nazca!
- No lo creo - le dijo Austin.
Ella sacudió la cabeza hacia arriba y hacia abajo.
- Lo hace. Lo escuché cuando me habló antes de nacer. Me dijo que me amaba más que
a nada. - y sin transición le puso una bolsa de arpillera en la mano - Tenemos que
colocar el heno para los renos. ¡Vamos!
Y salió corriendo del granero. Austin desplegó lentamente su cuerpo y tomó la
mano de su esposa, escoltándola afuera.
- No me imagino a Houston haciendo el ridículo y hablando con el vientre de su esposa
- dijo Austin.
- Estaba hablando con el bebé.
Austin giró la cabeza.
- Dices eso como si creyeras que el bebé podría oírlo.
Loree se encogió de hombros.
- Tal vez. No sé.
Echó un vistazo al vientre redondeado de su esposa. Se sentiría tonto hablando
con eso. Él encontró su mirada.
- Esperaré hasta que nazca.
Él cerró sus dedos más firmemente alrededor de ella mientras se acercaban a la
casa. Los niños, riéndose estaban hurgando en sacos de arpillera y arrojando heno
sobre el patio, la terraza y ante ellos.
- ¿Hay un truco para esto? - preguntó cuándo se acercaba a Dallas.
- No lo pongas en manos de un niño de tres años - advirtió Dallas mientras esperaba
pacientemente mientras Faith recogía con cuidado una sola pieza de paja del montón
que conducía a la cocina, llevando más comida. Tomó algo que parecía un pastel
pequeño, lo sostuvo debajo de su nariz y olfateó. Olía a pasas.
- ¿Qué es esto?
Amelia dejó de cortar trozos de pastel y miró hacia arriba.
- Pastel de carne picada.
Austin asintió lentamente y se lo metió en la boca. Una combinación de ácido y
dulce golpeó su lengua.
- Bastante bueno - dijo mientras tragaba y buscaba otro.
- ¿Me harías un favor y le dirías a Maggie que ahora puede decorar las galletas?
130
- Claro - dijo mientras tomaba otro pastel y se dirigía hacia el salón. Nunca hubiera
creído que la gran casa de adobe de Dallas podría parecer tan cálida y acogedora. Dee
había agregado tantos pequeños toques, que la convertían en placentera. Envoltura en
las puertas, verdor aquí y allá, cintas rojas y lazos satinados.
Dobló la esquina para entrar en el salón y se detuvo tambaleante en el umbral,
el camino estaba bloqueado por Becky, que obviamente había planeado abandonar el
salón. Su cara ardía carmesí, recordándole las medias que Dee había colgado sobre la
chimenea. Entonces su mirada azul pálido se disparó hacia arriba. Lentamente cambió
su mirada al arco sobre su cabeza y su estómago se tensó como una cinta apretada
alrededor de un paquete.
¡Maldito muérdago!
Si hubiera sido cualquier otra persona allí parada, Dee o Amelia, él se habría
reído de buena gana y le habría dado un beso sonoro en los labios. Pero no a Becky.
Habían pasado cinco largos años desde que la abrazó, la besó, que estuvo lo
suficientemente cerca como para oler su aroma a vainilla y contar las pecas en su
nariz.
No tuvo que mirar al salón para saber que habían logrado llamar la atención de
todos. Su boca se volvió tan seca como una tormenta de polvo. Becky le dio una
sonrisa temblorosa, y él reconoció la súplica silenciosa en sus lindos ojos azules, pero
maldición si él podía entender lo que estaba pidiendo.
Él tragó saliva, bajó la cabeza, le dio un rápido beso en la mejilla y se volvió
hacia un lado, dándole la libertad de deslizarse junto a él. Nunca había estado tan
contento de escuchar algo, como lo había estado al oír el rápido clic de sus zapatos
cuando salía de la habitación.
Alzando la mano, arrebató el muérdago del amarre y miró brevemente a su
hermano mayor, desafiándolo a decir algo sobre lo que acababa de hacer.
- Maggie… - su voz sonaba como la de un hombre a punto de ahogarse por última vez.
Se aclaró la garganta. - Maggie, tu madre dice que las galletas están listas para decorar.
Maggie empujó el regalo que había estado sacudiendo debajo del árbol y salió
corriendo del salón.
Austin cruzó la habitación y se acurrucó junto a la mecedora. Loree calmó su
suave balanceo y se encontró con su mirada. Él apartó un rizo perdido de su mejilla.
- ¿Crees que puedes devolverle a Houston su hija y venir conmigo un minuto?
Ella no había planeado decirle que lo amaba, pero había pensado que él
necesitaba escuchar las palabras tanto como ella. Sabía que no podía competir con sus
Entraron al salón. Alguien había encendido las velas en las ramas del árbol de
hoja perenne. Las llamas parpadeaban, haciendo que las sombras bailaran alrededor
de la habitación.
Las cortinas fueron abiertas. La noche se filtró en el interior. El fuego en el
hogar ardió brillantemente. Todos se habían reunido dentro de la habitación, algunos
sentados, algunos de pie, muchos de los niños tumbados en el suelo.
- Oh, ahí estás - dijo Dee sonriendo. Ella tomó la mano libre de Loree - Tenemos una
tradición de cantar una canción antes de abrir los obsequios. Nos preguntábamos si
tocarías el piano mientras cantamos.
Loree sintió la comodidad de pertenecer, deslizándose a su alrededor como una
manta cálida cuando Austin le apretó la mano.
- Me encantaría. ¿Qué debería tocar?
- ¿Noche silenciosa?
- Una de mis favoritas - dijo Loree mientras soltaba la mano de Austin y caminaba
hacia el piano. Se sentó en el banco y se pasó las húmedas palmas por la falda. Austin
133
se puso a su lado.
- Lo harás bien - murmuró.
Ella sonrió y asintió.
- Eso espero.
- Está bien, todos, Loree va a tocar a Noche silenciosa. Todos se ponen de pie para que
podamos cantar juntos como una familia - ordenó Dee.
Loree miró por encima del hombro. Los maridos y las esposas habían reunido a
sus hijos a su alrededor, familias diferentes que se unieron para formar una.
Se limpió las manos otra vez en la falda antes de colocar los dedos en las teclas
de marfil. Sonaron las notas y la habitación se llenó de voces sin tono, y por primera
vez, escuchó la voz de su marido entonando una canción. Llevaba la melodía como
nadie más en la habitación, como si la melodía fuera parte de él.
Su mirada capturó la de ella, manteniéndola en trance, y deseó que la canción
nunca terminara, pero eventualmente terminó, dejando un momento de respetuoso
silencio a su paso.
Austin le sonrió, se frotó las manos como anticipando y se alejó un paso del
piano. Loree se revolvió en el banco del piano para mirar el intercambio de regalos.
- Puedes ayudarme a repartir regalos, metida, - dijo Rawley mientras se arrodillaba
frente al árbol.
- No tienes que decirme - Maggie respondió mientras se dejaba caer a su lado - Te he
estado ayudando por siempre.
Austin seguía sonriendo, dio un paso atrás y se dejó caer en el banco junto a
Loree, su mirada fija en el árbol. Él tomó su mano.
- Pienso que tocaste muy bien - dijo en voz baja.
Ella pensó que su corazón podría romperse al recordar que él había dicho
antes, que necesitaba repartir los regalos. Durante los años que estuvo ausente, la
responsabilidad obviamente había recaído en Rawley, hasta que todos habían
olvidado que alguien más los había repartido antes.
Apretó el brazo de Austin.
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CAPÍTULO 14
Austin se despertó como lo había hecho durante varios meses, mucho antes de
que saliera el sol, con su esposa acurrucada contra su costado, su mano replegada
apoyada en el centro de su pecho desnudo. Adoraba estos primeros momentos de
conciencia, escuchar la respiración de Loree, sentir su calor, saber que serían suyos
por el resto de su vida.
Presionó un beso en su frente y se alejó cautelosamente. Ella suspiró
suavemente y se movió hasta que estuvo acurrucada en el lugar donde había estado él.
Austin subió las mantas hasta sus hombros.
Llevó la lámpara al tocador y aumentó la llama un poco. Echó un vistazo hacia
la cama. Loree no se había movido. Volvió a su tarea y pasó la mano por el estuche de
madera para violín que le había regalado por Navidad. En la parte superior, alguien
había tallado su nombre en una letra elegante. Su obsequio para ella, una pequeña caja
de música, había palidecido en comparación.
- Si no vas a tocar el violín de tu madre, debes mantenerlo protegido - le había dicho
Loree - Algún día, tal vez tu hijo lo tocará.
Su hijo. Pensó en los diminutos dedos de Drew y se preguntó cuándo los dedos
de un niño serían lo suficientemente largos como para tocar un violín. La hija de
Houston, Laurel, probablemente podría tocar. Ahora tenía cinco años, pero así y todo
necesitaría un violín más pequeño.
Imaginaba las alegrías de enseñar a un niño las maravillas de la música. Podría
enseñarles a sus propios hijos... Desplegó una de las hojas de música que Loree le
había dado. Todos los puntos negros parecían errores que se arrastraban por la
página. Leerlos no era como leer un libro. Loree podría enseñarles a sus hijos a tocar.
En silencio, se vistió y se deslizó por el pasillo. La casa parecía increíblemente
silenciosa después de toda la fiesta de la noche anterior. Los niños finalmente se
habían quedado dormidos alrededor de la medianoche, abandonando su búsqueda
para ver a Santa Claus. Sus medias ahora estaban llenas de golosinas y regalos
adicionales estaban esperando debajo del árbol en el salón.
Bajó sigilosamente la ancha escalera sinuosa y agarró su chaqueta de piel de
cordero del perchero que había junto a la puerta principal. Luego entró a la cocina,
preparó su café de la mañana y salió al porche trasero.
Se sentó en el escalón superior, rodeó con sus manos la cálida taza de lata y
esperó... esperó a que el primer rayo de sol tocara el cielo y revelara su belleza...
esperó a escuchar la música en su alma que siempre había acompañado al amanecer,
antes de ir a prisión.
Oyó que se abría la puerta y miró por encima del hombro, esperando ver a su
esposa, arrugada por el sueño.
- ¿Qué estás haciendo? - Preguntó Cameron.
Él evitó su mirada y apretó el agarre sobre la taza.
- Estaba disfrutando del amanecer.
- ¿Te importa si me uno a ti?
- Hasta un tonto ciego podría ver que ella te ama más de lo que alguna vez me amó.
¿Por qué diablos crees que he estado tan enojado todos estos meses? No porque se
haya casado contigo, sino porque ella no me amaba tanto como te ama a ti.
- ¿Sí?
Austin asintió rápidamente.
138
- Sí - Estudió a Cameron un minuto - ¿Dijiste que tu padre mató a tu verdadero padre?
Cameron dio un lento y vacilante asentimiento.
- Es difícil de creer que viví con un asesino todos esos años y nunca lo supe.
- ¿Crees que hay una posibilidad de que él haya matado a Boyd?
- Se me ocurrió, más de una vez, pero ¿por qué habría matado a Boyd? Boyd no hacía
nada en contra suyo. Al contrario.
Austin exhaló un profundo suspiro.
- Demonios. Ojalá supiera quién lo mató. No me gusta tener este veredicto de
culpabilidad colgando de mi cabeza.
- A Loree, no parece molestarle.
- Loree mira el mundo de manera diferente a la mayoría de la gente. Alguien asesinó a
su familia, pero de alguna manera logró aferrarse a una parte de su inocencia. Me
temo que si nos quedamos aquí... si escucha a mucha gente susurrando sobre mí,
especulando sobre a quién asesinaré próximamente... perderá ese poco de inocencia.
- ¿Estás pensando en irte?
Austin se encogió de hombros.
- No sé a dónde iríamos o qué haría, probablemente no, pero a veces lo pienso.
Houston me dijo una vez que cuando un hombre ama a una mujer, hace lo que es
mejor para ella, sin importar el costo para sí mismo. Pagaría cualquier precio para ver
a Loree feliz.
- Parece lo suficientemente feliz.
- Creo que puedo hacerla más feliz. Sé que puedo. Houston me dijo que posiblemente
se enamoró de Amelia desde el mismo momento en que la vio. A mí no me pasó así con
Loree, pero cuando la vi abandonar su casa, sentí como si... al fin… hubiera llegado a
casa.
- ¿Crees que Dallas se enamoró de Dee cuando la vio por primera vez?
Austin negó con la cabeza, recuerdos alegres surgieron en su mente como un
caleidoscopio de imágenes olvidadas.
- No. Probablemente se enamoró de ella cuando descubrió que tenía nariz. ¿Recuerdas
la expresión de su rostro cuando levantó el velo y vio su rostro por primera vez? -
Austin se rió entre dientes y Cameron comenzó a reír a carcajadas.
- ¿Su cara? ¡Deberías haber visto tu cara!
- ¿La mía? ¿Y la tuya?
Su risa creció más fuerte, mezclándose con el amanecer.
Loree deslizó los dedos entre las cortinas de la cocina y miró a través de la
pequeña abertura. Austin se rió tan fuerte que estuvo a punto de caerse, la barbilla
casi golpeando sus rodillas levantadas.
- ¡Oh Dios mío! - Becky susurró detrás de ella - Dime que son Austin y Cameron
quienes se ríen.
Loree dio un paso atrás, sorprendida de ver lágrimas desbordando de los ojos
de Becky mientras miraba a través de la cortina.
- No podría haber pedido un mejor regalo de Navidad. - Becky cerró los ojos y dejó
escapar un suspiro - Casi mató a Cameron perder la amistad de Austin - abrió los ojos,
se secó las lágrimas y agarró la mano de Loree - Vamos. Vamos a sentarnos con ellos.
- No estoy segura de que deberíamos...
139
- Oh, yo lo estoy. Sé que nunca será como era... pero es lo suficientemente cercano -
Becky abrió la puerta - ¿De qué se ríen ustedes dos? - exigió a los hombres sentados en
el porche.
Conteniendo la respiración, Loree miró a Becky, que estaba de pie con las
manos apoyadas en las caderas y las piernas en jarras. Ella vio que la sonrisa de Austin
aumentaba, sus ojos se volvían cálidos mientras le tendía la mano. Ella quería
arrastrarse de vuelta a la casa y morir, hasta que se dio cuenta de que su mirada
estaba fija en ella.
- Ven aquí, Dulce, - dijo en un lento acento que hizo que su corazón se acelerara.
Esquivó a Becky y deslizó su mano en la de él, pensando que nunca la había
sentido tan cálida y reconfortante, se sentía tan bien cuando sus dedos se envolvieron
alrededor de su mano y la arrastró hasta su regazo. Abrió su chaqueta y la metió
dentro como si fuera una joya fina protegida entre terciopelo. La abrazó con un brazo
y le rodeó los pies descalzos con el otro. Ella estaba a la altura de sus ojos y, por la
intensidad de su mirada azul, habría pensado que estaban solo ellos dos sentados en
el porche en el frío amanecer.
- ¿De qué se estaban riendo? - Becky repitió cuando se dejó caer sobre el regazo de
Cameron y casi lo envió de espaldas sobre el porche.
- Estábamos recordando el día en que Dallas se casó con Dee, - dijo Cameron,
enderezándose y abrazando a Becky.
- ¿Qué fue tan gracioso sobre eso? - preguntó Becky.
- Cameron me había dicho que los indios le habían cortado la nariz a Dee - dijo Austin,
sin dejar de mirar a Loree. Ella se puso más cálida, pero pensó que tenía poco que ver
con el calor que su cuerpo y su ropa le proporcionaban - Yo se lo dije a Dallas. Fue una
sorpresa para él descubrir que su esposa tenía nariz.
- Ahora lo recuerdo. La boca de todos se abrió cuando levantó el velo, pero nunca supe
por qué - dijo Becky. Ella arrugó la frente - ¿Se casó con ella, pensando que no tenía
nariz?
- Era un hombre desesperado - dijo Austin en voz baja - Los hombres desesperados no
siempre piensan bien las cosas.
Loree quería decirle que las mujeres desesperadas tampoco pensaban bien las
cosas. Había estado desesperada una vez, tan increíblemente desesperada que había
hecho algo que nunca creyó capaz de hacer. En momentos inesperados, el recuerdo
golpeaba como una serpiente de cascabel... solo que una serpiente de cascabel
advertía su presencia. Su memoria del demonio no era tan amable.
Oyó pisadas fuertes y se torció ligeramente. Dallas dobló la esquina, con sacos
de arpillera en la mano.
- ¿Qué demonios están haciendo aquí? - exigió sin interrumpir su paso. Arrojó las
bolsas de arpillera al porche. - Recojan todo el maldito heno especial.
Alejando las manos de su esposa, Austin agarró los sacos y entregó una pareja a
Cameron.
- Creo que será mejor que lo hagamos.
Loree se deslizó de su regazo y apretó su abrigo alrededor de ella.
- Necesito vestirme.
La mano de Austin la sujetó por la cintura, impidiéndole deslizarse dentro de la
140
casa.
- Yo también - dijo Becky - Te veré en un momento, Cam.
- Asegúrate de sacar el heno del balcón de la habitación de Rawley.
Ella sonrió.
- Supongo que olvidó que íbamos a dormir en su habitación anoche - y desapareció en
la casa.
Austin cambió su mirada de Loree a Cameron.
- ¿Por qué no comienzas? Yo ya voy.
- Bueno - Cameron saltó del porche y se dirigió hacia una montañita distante de heno.
Austin volvió su mirada hacia Loree, los dedos apretaron su agarre.
- ¿Está todo bien? - le preguntó.
Observó cómo su nuez de Adán se deslizaba lentamente hacia arriba y hacia
abajo. Sus ojos azules ardían como llamas a punto de volver a la vida.
- Todo está bien. De hecho, creo que ha estado bien por un tiempo y simplemente no
me había dado cuenta - Él acunó su mejilla - Te amo, Loree.
El corazón se estrelló contra sus costillas.
- No tienes que decirlo solo porque yo lo hice…
- No es por eso que lo digo - Él bajó la cabeza ligeramente - Lo digo porque es verdad -
cerró la distancia entre sus bocas, y entre sus corazones, con un beso que hizo que su
cuerpo se sintiera como un charco derretido de cera, cálido y fundido, fácil de modelar
a sus deseos. Y más para satisfacer los suyos, esos deseos que se movían en espiral a
través de ella. Deslizó las manos debajo de los hombros de su chaqueta de piel de
oveja y sintió el calor reconfortante de su cuerpo. Él cerró su abrigo a su alrededor.
Sus pies se arrastraron sobre sus botas. Y el bebé se movió entre ellos.
Austin se apartó y echó un vistazo al pequeño montículo. Luego levantó la
mirada.
- Me imagino que pasaremos el día aquí, juntaremos nuestras cosas, veremos el baile
de Navidad que Dee preparó en la ciudad... y luego volveremos a casa. - Ella le dio un
rápido asentimiento - Cuando lleguemos a casa, no me recuerdes las promesas que
hice en el pasado.
Su voz se le atragantó en la garganta, obligándola a expulsar las palabras.
- No lo haré.
Una sonrisa lenta y perezosa se extendió por el rostro de su esposo y en ella,
leyó una nueva promesa, una promesa que deseaba ardientemente que él cumpliera.
Con pasos largos, Austin llevó la caja de regalos a la carreta. Él y Loree habían
sido premiados con una variedad de regalos que iban desde artículos útiles para el
bebé, hasta un dibujo de Faith que sospechaba que era un caballo porque había sido
garabateado en marrón.
Después de colocar la caja en la parte trasera, hurgó entre los contenidos hasta
que encontró un cartón con las partituras que Loree le había dado. Lo abrió y estudió
de nuevo los óvalos negros con los extraños palos y banderas. Supuso que no estaría
mal dejar que Loree se los explicara. Si tenían sentido para ella, tal vez podrían tener
sentido para él.
- ¿Austin?
La voz serena de Becky surgió detrás de él. Metió el cartón en la caja, se giró y
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se dio cuenta de que le había mentido a Loree. Le había dicho una vez que un hombre
no podía decir si a una mujer le habían hecho el amor, pero de pie allí, mirando el
cálido resplandor en las mejillas de Becky, no tenía dudas de que acababa de ser
seducida y amada.
- Solo quería agradecerte - dijo en voz baja.
- ¿Por qué?
- Lo que sea que le hayas dicho a Cameron, fue lo que lo hizo dejara de dudar de mi
amor.
- Simplemente le dije la verdad - Dio media vuelta y empujó la caja más atrás en el
carro.
Becky se acercó a él.
- Te amaba, sabes - dijo en voz baja.
Él encontró su mirada.
- Lo sé.
- Lo que teníamos era increíblemente dulce... y joven - Ella frunció el ceño - No sé si
eso tiene sentido.
- Lo tiene.
- Si nos hubiéramos casado hace cinco años, incluso sin que tú fueras a la cárcel, no sé
si nuestro amor hubiera sobrevivido a los años. Creo que hubiéramos estado
contentos, pero nunca verdaderamente felices. - Las palabras giraron en su cabeza y
no pudo hacer más que darle un gesto de comprensión. - Sé que ha sido duro para ti
desde que regresaste. Cameron y yo acabamos de hablar de algunas cosas que no
habíamos discutido antes. Estoy dispuesta a hacer un anuncio público diciendo que
estaba contigo la noche en que mataron a Boyd.
Austin sintió como si le hubieran quitado el aire de los pulmones. Las
emociones se atascaron en su garganta. Sabía que el anuncio le costaría a Becky más
que su reputación. Le costaría a Cameron su orgullo.
- Te lo agradezco, Becky. Más de lo que nunca sabrás, pero creo que causaría más daño
que bien. Esa es la razón por la que te dije que no dijeras nada hace cinco años. La
mayoría de las personas pensarán que mientes para protegerme, pero tus palabras
todavía sembrarán la semilla de la duda sobre tu reputación en la mente de todos. No
vale la pena correr el riesgo de herirte no solo a ti y a Cameron, sino también a Drew.
Él vio como el alivio bañaba su rostro.
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CAPÍTULO 15
El Gran Salón de baile del Grand Hotel había cambiado a lo largo de los años,
como todo lo demás en la vida de Austin. Las ventanas ya no adornaban la pared, en
cambio lo hacían espejos dorados del piso al techo, la habitación parecía más grande
de lo que había sido.
Austin estaba allí, parado junto a sus hermanos y a Loree mientras Amelia y
Dee corrían por la habitación asegurándose de que todo estuviera en orden, las niñas
sentadas en sillas a lo largo de la pared, ordenadas como escalones, desde la más alta
hasta la más pequeña, y la bebé acurrucada en los brazos de Houston. Las nenas
balanceaban los pies, con los talones golpeando la parte inferior de las sillas. Rawley
estaba caído sobre una, parecía aburrido como el infierno. Austin entendía ese
sentimiento.
El cocinero de Dallas entró, sus piernas arqueadas como un hombre que
todavía tenía un caballo sentado debajo de él y su violín metido debajo del brazo.
Vestía un elegante traje negro que Austin nunca había esperado que fuera suyo.
- El violinista está aquí - anunció Maggie - Tendrás que bailar conmigo, Rawley.
El horror barrió la cara de Rawley.
- No lo haré.
- ¿No lo harás? - Maggie levantó la nariz - Tío Dallas, ¿Rawley no tendría que bailar
conmigo?
Ausente, Dallas agitó su mano en el aire, con su atención centrada en su esposa.
- No puedo ver que te haría ningún daño, Rawley. Probablemente sea una buena
práctica.
Gimiendo, Rawley miró ceñudo a Maggie, que tenía una sonrisa de triunfo.
Faith se deslizó de su silla, caminó de puntillas por el suelo y se subió al regazo de
Rawley.
- Danza con mí también, Wawley.
Él levantó un dedo.
- Un baile - Miró a Maggie - Un baile - Sosteniendo a Faith en su lugar con un brazo, se
inclinó hacia delante y miró a cada una de sus primas, con el dedo apuntando al techo.
- Un baile con cada una y eso es todo.
Se dejó caer contra la pared, metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó un
zarcillo de zarzaparrilla.
- Dame un poco - ordenó Faith.
- Es el último - dijo Rawley, incluso mientras procedía a dividirlo en seis partes y
distribuirlo entre las chicas, llevándose la última y más pequeña pieza a la boca.
Se encontró con la mirada de Austin sobre la cabeza de Faith.
- Espero que tu bebé sea un niño.
- Supongo que necesitamos emparejar las cosas un poco, ¿no?
Rawley asintió bruscamente con la cabeza.
- Nosotros, los hombres, somos muy inferiores en número.
Giró sobre sus talones y se dirigió a la casa. Austin agarró la caja de regalos de
la parte trasera de la carreta y entró tras ella. Los rayos de luz de la luna perforaron la
oscuridad.
- ¿Prenderás un fuego en el hogar? - ella preguntó - Tengo frio.
Puso la caja sobre la mesa, caminó hacia la chimenea y se agachó. Encendió una
cerilla y vio que las llamas se encendían. Oyó un ruido y un golpe. Se giró y vio a Loree
quitar algo de la caja.
- Tu caja de música está en la parte inferior - le dijo.
- No estoy buscando la caja de música.
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Lentamente, desplegó su cuerpo.
- Loree…
Ella giró, marchó hacia la chimenea y arrojó algo sobre ella.
Las partituras de música.
Austin cayó de rodillas, las sacó del fuego y apagó las llamas que ya devoraban
con avidez las páginas. Miró a Loree.
- ¿Por qué hiciste eso?
- Ya sabes tocar el violín. Durante todos estos meses, me has dejado hacer de tonta.
- No, nunca quise hacer eso.
- ¿Por qué no me lo dijiste? Cuando te pregunté, te supliqué, que me permitieras
enseñarte, por qué no dijiste: <Ya sé cómo tocar, Loree>.
Él vio las lágrimas brillando en sus ojos.
- Loree…
- Me dijiste que me amabas. ¿Crees que se supone que el amor duele? No, no duele. Lo
que Becky te enseñó sobre el amor fue malo. Se supone que debe sanarte. Se supone
que debe hacerte sentir feliz de estar vivo. Se supone que sirve para ayudarte a vivir
con el pasado. No puedes amarme si no me dejas entrar en tu corazón. Abre tu
corazón, invítame a entrar o llévame a mi casa. Pero no me digas que me amas cuando
no sabes lo que es amar.
Giró sobre sus talones, caminó hacia su habitación y dio un portazo.
Austin reprimió el gemido agonizante que habría sido pronunciar su nombre.
¿Qué sabía ella sobre las cosas en su corazón? ¿Qué sabía ella sobre el amor?
El amor miraba profundamente dentro de una persona. ¿Acaso Amelia no había
mirado más allá de las cicatrices de Houston?
El amor entendía lo que otros no podían comenzar a comprender. ¿No había
entendido Dee la naturaleza dura de Dallas, cuando nadie más lo había hecho?
Loree era quien no sabía nada sobre el amor.
Se dirigió a la puerta del dormitorio, puso la mano en el pomo, escuchó sus
sollozos y presionó la frente contra la puerta.
Cristo, ¿cuántas veces la había hecho llorar? ¿Con qué frecuencia la había
lastimado?
Ella tenía razón. Debería llevarla a su casa. Ya tenía su nombre y eso era todo lo
que necesitaba.
Loree se despertó con el sonido de un niño llorando. Frotó la sal de las lágrimas
secas de las comisuras de sus ojos y entrecerró los ojos en la oscuridad. Los rayos de
luz de la luna atravesaban la ventana, contorneando la silueta de un hombre, de pie,
con la cabeza gacha, el brazo lentamente empujando y tirando, empujando y tirando el
arco sobre las tensas cuerdas de un violín.
Los acordes resonantes se profundizaron y una inmensa soledad llenó la
habitación. Loree se sentó en la cama, sorbiendo su nariz chorreante. Agarró su
149
pañuelo mientras los gemidos continuaban. Quería levantarse de la cama y abrazar a
alguien, aliviar el dolor que escuchaba en los ecos del violín. La melodía conmovedora
liberó lágrimas frescas y causó que su corazón se contrajera. En toda su vida, nunca
había escuchado una canción que capturara su alma.
La melodía se sumió en un doloroso silencio. Austin levantó la cabeza, y ella vio
sus lágrimas, cayendo a lo largo de sus mejillas, brillando a la luz de la luna.
Se deslizó de debajo de las mantas, sus pies descalzos golpearon el frío suelo.
- ¿Qué estabas tocando? - le preguntó con reverencia, no queriendo perturbar el
ambiente que giraba en la habitación.
- Ese fue mi corazón roto - dijo, con voz irregular.
Sintió como si su propio corazón se rompiera al dar un paso hacia él.
- Austin…
- No dejes de amarme, Loree. Quieres que aprenda lo qué significan esos pequeños
insectos negros en el papel. Aprenderé. Quieres que toque el violín desde el amanecer
hasta el anochecer, demonios, tocaré, hasta la medianoche si quieres, simplemente no
dejes de amarme.
Ella echó los brazos alrededor de su cuello y sintió sus brazos rodearle la
espalda, el violín apoyado contra su trasero.
- Oh, Austin, no podría dejar de amarte aunque quisiera.
- Sí sé cómo amar, Loree. Simplemente no sé cómo conservar a mi lado a una mujer
que me ame.
- Siempre te amaré, Austin - dijo dándole besos en su rostro - Siempre.
Sintió que con un ligero movimiento dejaba el violín a un lado, y luego la
abrazaba con fuerza, más fuerte que antes.
- Déjame amarte, Loree. Necesito amarte.
Su boca descendió, capturando la suya, la desesperación evidente cuando su
lengua se adentró rápida y profundamente. Luego, como si sintiera su rendición, su
exploración se suavizó. Sus manos giraron, apoyándose a ambos lados de sus caderas,
caderas que se habían ensanchado mientras llevaba a su hijo.
Sus manos viajaron hacia arriba, hasta que los senos llenaron sus palmas. Los
largos dedos modelaron y moldearon lo que la naturaleza ya había alterado,
preparándola para el día en que alimentara a su hijo.
- Yo ya estoy feliz.
Austin se levantó sobre su codo.
- Todo va a ser mejor, Loree. Todo.
Bajó su boca a la de su esposa con renovada urgencia. Ella le tocó el pecho con
la mano y sintió el duro y constante latido de su corazón. Solo sentía la presión de su
cuerpo contra su costado, su cálida mano se deslizó por su abultado estómago hasta la
unión entre los muslos.
Loree gimió cuando sus dedos imitaron la acción de la lengua, barriendo,
zambulléndose, calentándose, hirviendo. Pasó la mano por el costado masculino,
clavando sus dedos en la delgada cadera, y rodando para ubicarse frente a él,
necesitándolo cerca, descubriendo en un breve momento de remordimiento que su
hinchado estómago nunca le permitiría estar tan cerca como lo necesitaba.
La necesidad se disparó a través de ella y el deseo ardió. Presionó besos en su
cara, su garganta y su pecho cubiertos de rocío, deseándolo, como nunca había
151
deseado nada en su vida. Él pareció comprenderla, cayó sobre su espalda y tiró de su
mano.
- Ven aquí, Loree.
La ayudó a levantarse y a subir sobre él, puso las grandes manos a cada lado de
sus caderas, guiándola hasta que ella se sentó a horcajadas. Observó como las sombras
y la luz de la luna acariciaban su magnífico cuerpo como ella quería hacerlo y tuvo un
momento de duda. Manteniendo una mano plantada en su cadera, él acunó su mejilla
con la otra y sostuvo su mirada.
- Detenme si te hago daño.
Ella paseó su mirada a lo largo de su cuerpo hasta el lugar donde se encontraba
con el de él. Envolvió los dedos alrededor de los suyos, apretados en su cadera. Él
gimió y ella sintió el temblor en su cuerpo. La levantó y la bajó tan fácilmente como el
amanecer se encontraba con el día, hasta que fueron uno.
Él lanzó un largo y profundo suspiro.
- Oh, Dulce, te sientes tan bien.
Ella inclinó sus hombros hacia adelante.
- Tú también.
Riéndose entre dientes, él pasó los dedos por su cabello, colocando el rostro
entre sus palmas.
- No quiero hacerte daño, así que necesito... que me digas... para no hacer el ridículo.
Ella deseó poder doblarse lo suficiente como para besar los surcos en su frente.
Parecía tener miedo de decepcionarla. ¿Pero cómo podía decepcionarla cuando la
amaba?
Loree pasó las manos sobre su pecho, a lo largo de su costado, se inclinó
ligeramente hacia adelante, rodeando sus caderas, y disfrutando del sonido de su
aguda inhalación. Él le había dado tanto: el poder de amarlo, el poder de satisfacerlo.
Manteniendo los ojos fijos en los suyos, comenzó a mover las caderas hacia
arriba y hacia abajo con una lenta cadencia. Sus manos se deslizaron hacia sus pechos,
los largos dedos que ella amaba la rozaban, se burlaban y se dio cuenta de que no
había renunciado a todo el poder.
- Principalmente seguía a Dallas y recogía bosta, para las fogatas de la noche. Bueno,
una noche estaba durmiendo debajo de la carreta. Escuché un ruido. Sonaba como el
viento, pero esa noche no soplaba ni una leve brisa. Como la muerte, como si algo
estuviera agazapado esperando. Así que me levanté. Cookie, el hombre que tocó el
violín esta noche, estaba preparando la comida para los hombres que estaban a punto
de salir ya que era su turno de vigilar. Le pregunté si había escuchado algo. El viejo
quería saber cómo sonaba lo que yo había escuchado. No podía describírselo. Él
siempre tenía su violín cerca, así que lo tomé... y toqué lo que escuché.
- ¿Así? - le preguntó con asombro.
- Así.
Loree levantó la cabeza.
- ¿Cómo pudiste?
- Lo único que puedo imaginar es que todas esas noches que vi a mi mamá, cuando era
un niño tocando para mí, me dejaron una enseñanza. - Nunca había oído hablar de
algo así, pero no podía descartar el hecho de que la música que había hecho hacía un
rato, había sido perfecta. - Entonces Cookie me enseñó algunas notas, un par de
153
canciones, pero él no tenía paciencia. Luego, una Navidad, Dallas y Houston me
regalaron un violín, recién cuando tuve dieciséis años descubrí que había sido de mi
madre.
- Pero me dijiste que no podías tocar. ¿Por qué me mentiste?
Él la hizo rodar hasta que apoyó la espalda en la cama, se levantó sobre ella y
ahuecando su mejilla le dijo:
- No te estaba mintiendo, Loree. Siempre escuché la música en mi corazón... pero perdí
la capacidad de hacerlo cuando fui a prisión. Era como si la música se hubiera
marchitado y hubiera muerto. Pensé que tal vez nunca volvería a oírla. ¿Cómo podría
tocar el violín si no podía escuchar la música? Luego, últimamente, comencé a
volverme loco porque escuchaba fragmentos de música, cuando me mirabas o me
sonreías, no podía agarrarla, no podía retenerla. Entonces, anoche, me dijiste que me
amabas y escuché la música, tan dulce, tan suave. Me asustó oírla tan claramente,
después de no hacerlo por tanto tiempo… Esta noche, te lastimé otra vez. Loree, iba a
dejarte ir. Te iba a llevar de regreso a tu casa. Pero en ese mismo momento, escuché
mi corazón romperse... y supe que esa música sería la única que escucharía por el
resto de mi vida. No me dejes, Dulce.
La alegría la llenó y apartó los mechones de cabello de su frente.
- No lo haré.
Ella vio su amplia sonrisa a la luz de la luna.
- Deberías escuchar la música que está llenando mi corazón en este momento - dijo en
voz baja.
- ¿La tocarás para mí? - preguntó.
- Claro que sí, Dulce, pero no con mi violín.
Su boca descendió para cubrir la suya, y sus manos comenzaron a tocar
una increíble canción de amor sobre su cuerpo.
154
CAPÍTULO 16
Los vientos de enero soplaban fríos e insensibles, cuando Loree se deslizó por
el banco de la carreta y se acurrucó contra Austin.
- Mujer obstinada - murmuró mientras deslizaba el brazo alrededor de ella - Podrías
estar en casa sentada frente a un buen fuego caliente.
- Prefiero estar sentada a tu lado.
Él se inclinó hacia ella y le dio un rápido beso en los labios.
- Me alegro.
Se metió el chal debajo de la barbilla, levantándolo sobre sus orejas. Los vientos
aullaron a través de las llanuras como una mujer llorando un amor perdido. Imaginaba
que Austin tocaría la melodía para ella cuando llegaran a casa.
La ciudad surgió a lo lejos. Su estómago siempre se anudaba ante el recuerdo
que emergía a su mente. Ella introdujo el aire helado en los pulmones, soplando un
aliento humeante.
- Parece que Santa le trajo a Cameron un nuevo letrero - dijo Austin.
Loree miró hacia la tienda general, con el aliento entrecortado.
LA TIENDA GENERAL DE MCQUEEN.
Sus dedos se apretaron en el brazo de Austin.
- Pensé que su nombre era Oliver.
- No, ese era el padre de Becky - la miró de reojo, una expresión incrédula en su rostro
- ¿Todo este tiempo pensaste que su nombre era Oliver?
Ella asintió con la cabeza, el miedo obstruyendo su garganta.
- ¿Entonces Dee también es una McQueen?
- No, ella es una Leigh. Solía ser una McQueen.
- ¿Tienen otra familia?
- Tienen un hermano, Duncan.
- ¿Eso es todo?
- Por lo que sé.
Hizo detener el carro frente a la tienda, bajó, y levantó sus brazos hacia ella, se
deslizó por el banco y él la ayudó a llegar al suelo, sus brazos la rodearon.
- Dios mío, Loree, estás temblando como una hoja en el viento.
- Solo tengo frío - mintió.
- Ven vamos a entrar.
Se dirigió a la tienda, el último lugar al que quería ir. Empujó la puerta y la
metió dentro. Las campanas de la puerta resonaron y casi la hicieron saltar de su piel.
Cameron salió de la parte de atrás, secándose las manos con una toalla.
- Escogiste un mal día para venir a la ciudad.
- No estaba tan frío cuando nos fuimos - Dijo Austin mientras conducía a Loree a la
estufa negra barrigona - Siéntate aquí, Loree.
Ella hizo lo que le indicó y lo miró mientras le quitaba los guantes.
- Solo frótate las manos frente a la estufa.
- Estaré bien - le aseguró.
Él sonrió y se inclinó.
155
- Te calentaré cuando lleguemos a casa. Te lo prometo.
Ella le devolvió la sonrisa.
- Te obligaré a cumplirla.
Le tocó la nariz con el dedo antes de volverse hacia Cameron.
- ¿Siguen vendiendo cuerdas de violín?
La cara de Cameron se dividió en una amplia sonrisa.
- ¿Estás tocando de nuevo?
Austin se encogió de hombros.
- Un poco. De vez en cuando. Cuando la música se apodera de mí.
Loree escuchó con media oreja mientras la conversación continuaba. Una vez
había conocido a un hombre llamado McQueen, pero Cameron no se le parecía en lo
más mínimo, ni en apariencia ni en temperamento. Tal vez eran primos o parientes
lejanos o no tenían nada más en común que el mismo apellido.
Se frotó las manos y le pareció que veía en las llamas de la estufa, el rojo
brillante de la sangre, brillando a la luz de la luna.
- Austin, ¿podría volver a tener mis guantes?
- Por supuesto.
Le devolvió los guantes gruesos y ella deslizó sus manos dentro. Siempre se
sintió más segura cuando tenía las manos cubiertas.
- ¿Querías enseñarme ese estilo del que me hablabas? - preguntó.
Asintió distraídamente y se obligó a permanecer de pie con las piernas
temblorosas. Volvió a mirar a Cameron, él le dio una cálida sonrisa que calmó sus
temores. Nadie tan bueno como él podría estar relacionado con el diablo que había
asesinado a su familia.
- No entiendo por qué tenemos que estar aquí afuera mientras ella está allí - dijo
Austin mientras quitaba las malas hierbas frente a su porche con un ritmo constante.
Dos Bits lo secundaba en cada paso, como si él también se diera cuenta de que había
motivos para preocuparse. El crepúsculo se estaba instalando. ¿Qué les estaba
tomando tanto tiempo?
- Así es como se hace - dijo Houston.
- Creo que es una manera tonta de hacerlo - dijo Austin.
- Estoy de acuerdo - dijo Dallas - Creo que si quieres estar ahí viendo su sufrimiento,
deberías estar allí.
Austin se tambaleó hasta detenerse.
- ¿Cuánto crees que está sufriendo?
Dallas se encogió de hombros.
- Bueno, ella no está gritando...
- Eso no significa nada. Amelia nunca grita y sufre mucho - dijo Houston.
- Entonces, ¿por qué les hacemos esto? - preguntó Austin. Sus hermanos lo miraron
como si acabara de comer hierba mala. - ¿Por qué tarda tanto? - preguntó nuevamente
- Así son las cosas - dijo Houston.
Él miró a su hermano.
- ¿Crees que podrías encontrar algunas mejores respuestas?
160
Él llevó al niño al hueco de su brazo.
- Hola, joven amigo.
El bebé parpadeó sus ojos azules.
- Me está mirando, Loree. Mira eso. - Él inclinó al bebé hacia ella. - Me está mirando.
¿Crees que sabe quién soy?
- Estoy segura de que lo hace.
- ¿Puedo mostrárselo a Houston y a Dallas? - preguntó, sintiéndose como un niño con
un juguete nuevo.
- No veo por qué no.
Con el mayor cuidado, se levantó y se volvió hacia la puerta. Sus hermanos ya
estaban allí de pie, sonriendo casi tanto como él.
- Tengo un hijo. ¿Pueden creer eso? Un hijo.
Miró por encima del hombro a Loree.
- ¿Cómo lo llamaremos?
Ella se lamió los labios.
- Me gustaría llamarlo como mi familia, Grant.
- Grant - repitió Austin - Me gusta.
Esa noche, después de que todos se fueron, Loree escuchó con lágrimas en los
ojos, como Austin arrullaba a su hijo para que se durmiera, tocando con el violín, una
canción que llevaba su nombre.
161
CAPÍTULO 17
- ¿Por qué... por qué a la gente le importaría que estuviera contigo la noche en que
murió Boyd McQueen?
162
- Si hubieran sabido que estaba conmigo, entonces podrían haber creído que no había
matado a Boyd.
Loree soltó a Becky y se hundió en la silla.
- ¿Boyd McQueen? ¿Fue a la cárcel por matar a Boyd McQueen?
- Seguramente lo sabías - dijo Becky.
Loree negó con la cabeza.
- Sabía que había ido a prisión por asesinato. Nunca me dijo el nombre del hombre que
se suponía que había asesinado. Nunca se me ocurrió preguntar.
- Bueno, déjame decirte aquí y ahora que no asesinó a Boyd McQueen.
Loree levantó la mirada hacia Becky.
- Lo sé. Con todo mi corazón lo sé.
Austin llamó a la puerta y esperó una eternidad para que Becky la abriera.
- ¿Qué le dijiste exactamente a Loree?
Becky hizo una mueca y gruñó.
- Le dije que estábamos juntos la noche en que mataron a Boyd. - Austin maldijo
ásperamente y se quitó el sombrero de la cabeza. - ¡Pensé que ella lo sabía!
- ¿Pensaste que quién sabía qué? - Cameron dijo mientras se acercaba a la puerta.
Austin observó cómo la sangre se escurría del rostro de Becky.
- Pensé que Loree sabía que Austin estaba conmigo la noche en que murió Boyd.
Las mejillas de Cameron se pusieron rojas y él desvió la mirada.
- Oh.
- No quiero causarte ninguna vergüenza, Becky, ¿pero es eso todo lo que dijiste?
- Eso es todo lo que dije.
- ¿No dijiste nada específico, algo que podría haberla... herido?
- Nada. Lo siento mucho.
Austin se colocó el sombrero.
- No es tu culpa. Por alguna razón, esta maldita cosa no desaparecerá nunca.
- Está bien - entrecerró los ojos - ¿Cómo supo que estaba equivocada sobre ti después
de todo este tiempo?
Austin bajó la vista y pateó la punta de su bota en la tierra.
- Becky. Visitó a Loree y de alguna forma surgió la conversación de que ella y yo
estábamos juntos esa noche.
- Probablemente se esté sintiendo ofendida entonces - dijo Dallas.
- ¿Por qué se sentiría ofendida? Eso fue hace seis años...
- Como dije antes, no se puede entender a las mujeres. No tienen sentido.
165
- Entonces, ¿qué hago al respecto?
- Habla con Dee.
- Habla con Amelia.
Sus hermanos le ofrecieron su consejo al mismo tiempo, y se preguntó por qué
no le habían dicho eso para empezar.
- Ambos son inútiles, ¿lo sabían? - les dijo.
- Bueno, esto podría alegrarte - dijo Dallas - Recibí un telegrama de Wylan. Estaba
jugando en un juego privado de póquer y apareció el nombre de Boyd. Algo sobre
engañar a alguien con unas tierras. Así que verá qué más puede averiguar.
Austin negó con la cabeza.
- Estoy seguro de que es un buen hombre, pero después de tanto tiempo, no
encontrará nada. Cualquier rastro que haya quedado atrás no es más que polvo en el
viento ahora.
Ella esperaba más protestas, pero en cambio solo escuchó el eco de los tacones
de sus botas al salir de la habitación. Podría evitar que la gente lo mirara fijamente.
Podría evitar que la gente susurrara sobre él. Podría evitar que las personas lo
atacaran. Pero no podía devolverle los cinco años que sin saberlo le había robado. Y
sin eso, ¿de qué servía lo demás?
Oyó el agudo y breve gemido del violín y se giró. Austin estaba parado en la
entrada, con el instrumento en la mano.
- ¿Por favor? - Dio tres golpes rápidos a las cuerdas. - ¿Por favor, por favor, por favor?
Ella se mordió la sonrisa.
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- No.
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Tres golpes más rápidos cuando entró en la habitación.
- Tendré que tocar algo triste - Un sonido triste llenó la habitación - Y preferiría tocar
algo alegre. - Tocó una canción rápida rápida - Dame una razón para tocar algo alegre.
Por él, se obligó a dejar de lado sus temores.
- Está bien.
Él gimió, arrojó el violín a la cama, le puso las manos en la cintura y la alzó
hacia el techo.
- Te alegrarás, Dulce.
Ella miró su amado rostro, sus brillantes ojos azules, y deseó a Dios que nunca
se hubiera enamorado de él.
El vestíbulo estaba casi vacío cuando llegaron, y Loree no podría haber estado
más agradecida cuando Austin tomó su mano y corrió por la escalera hasta el nivel del
balcón.
Él echó hacia atrás las cortinas y ella entró en el palco oscuro. Apenas
distinguió la silueta de Dee cuando la mujer se volvió, sonrió y los llamó con un gesto
indicándoles donde sentarse. Loree se acomodó en la silla junto a Dee, que le apretó la
mano.
- Estoy tan feliz de que pudieras venir. Esta es una actuación especial.
Austin se inclinó hacia adelante.
- ¿Qué obra es de todos modos?
La sonrisa de Dee creció.
- No es una obra.
Las cortinas del escenario se abrieron para revelar a un grupo de personas
sentadas en semicírculo, con los instrumentos preparados. Loree se quedó sin aliento
cuando Austin envolvió su mano con la suya y se movió en su silla.
Un hombre caminó por el escenario, se inclinó bruscamente desde la cintura
hacia el público y luego subió a una pequeña caja. Levantó un palo largo y delgado, lo
movió en el aire y la música surgió.
La mano de Austin se cerró con más fuerza alrededor de la de ella, y supo que
él había dicho la verdad. La alegraría haber venido, contenta de haberle dado la
oportunidad de escuchar una sinfonía. Loree se acomodó en la silla, las lágrimas le
escocían al ver el asombro y la maravilla revelados en su rostro.
- Mira todos esos violines - susurró. - Todos se mueven igual, como una manada de
ganado que se dirige hacia el agua.
- Están siguiendo la misma música.
- Leyendo esos pequeños bichos negros. ¿Cuánto tiempo crees que les llevó aprender a
tocar juntos así?
- Años.
- Suena muy bien, ¿no? - le preguntó.
Ella pasó los dedos por su cabello y presionó la mejilla en su hombro.
- Maravillosamente.
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Llegaron a casa sin contratiempos. Loree deseó poder creer que Austin estaba a
salvo. Había pasado un año desde su liberación, seis meses desde que alguien lo había
golpeado contra un edificio. Si tan solo ella supiera con certeza que no sufriría ningún
daño, podría mantener su secreto enterrado profundamente dentro de su alma.
Grant emitió un pequeño sonido maullador. Se sentó en la cama, se desabotonó
el corpiño y sonrió cuando se abalanzó sobre su pezón, su boca estaba trabajando
febrilmente.
- Tienes hambre, ¿verdad? - preguntó ella mientras pasaba los dedos sobre su cabello
negro. - Cuando seas más grande, podrás ayudar a tu papá a guardar los caballos
después de que vayamos a la ciudad - Inclinándose, ella le dio un beso en la frente. -
Voy a mejorar, Grant. Voy a dejar de preocuparme. No puedo cambiar el pasado, pero
puedo ser una buena esposa para tu padre y hacer todo lo posible para que sea feliz.
Me di cuenta esta noche cuando lo estaba viendo. Deberías haber visto su cara…
Oyó que la puerta del frente se cerraba y acomodó a Grant entre sus brazos.
Austin entró en la habitación, se dejó caer en la cama y arrojó las hojas de música
hacia su falda.
- Enséñame, Loree.
Ella parpadeó.
- ¿Qué cosa?
- Enséñame. No me voy a quejar. Tocaré la misma canción una y otra vez, justo como
querías que hiciera. Haré lo que sea necesario.
- Toma tiempo…
- Que es lo único que no tengo, pero esta noche, enséñame una canción, una canción
elegante.
Ella colocó a Grant sobre su hombro y comenzó a frotar su espalda.
- ¿Quieres que te enseñe esta noche?
Rodó de la cama y comenzó a caminar.
- Toda mi vida, Loree, he estado buscando algo, preguntándome a dónde pertenecía.
Dallas siempre supo que él pertenecía al ganado y Houston... demonios, prácticamente
se convierte en un caballo cuando trabaja con ellos. Pero yo nunca supe lo que debería
hacer. No hasta esta noche. Hubo un momento en que pensé que si podía construir un
violín podría encontrar una manera de vivir para siempre. Nunca se me ocurrió que
podía pararme en un escenario y llenar los corazones de las personas con música.
Loree lo vio partir al amanecer, con el violín guardado en la caja de madera que
le había regalado por Navidad, metida bajo el brazo. Luego se sentó en el escalón
superior con Grant en sus brazos, y esperó. Calculó la distancia a la ciudad, el tiempo
que le tomaría tocar, y pensó que volvería a casa al galope.
Era tarde en la mañana cuando lo vio regresar, y ella nunca había estado tan
contenta de ver a nadie.
Desmontó, dejó el estuche del violín en el porche y se sentó a su lado.
Loree detuvo la carreta y estudió a su marido, parado con una pierna recta, la
otra doblada con la punta clavada en la tierra y el codo apoyado en la retorcida y
áspera cerca, el alambre de púas enroscado en el suelo como una cinta recién extraída
del cabello de una niña.
El sombrero le ensombrecía la cara, pero sabía que estaba mirando a lo lejos,
hacia las vías del ferrocarril, que no podía ver, pero que sabía que existía. Oyó que el
solitario silbido del tren rasgaba el aire de la tarde.
Austin dio un paso atrás, se volvió, se quitó el sombrero de la frente con el
pulgar y le dio una cálida y perezosa sonrisa.
- Oye, Dulce, no esperaba verte por aquí.
Caminó hasta la carreta y la garganta de Loree se secó.
- Te traje un picnic.
- Genial podría comer algo.
Él puso las manos en su cintura y la levantó del banco de la carreta.
- Podría necesitar un poco de azúcar también - dijo, su mirada sosteniendo la de ella,
que se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos, besándolo como no lo
había hecho en semanas.
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CAPÍTULO 18
Austin sentado en el porche, miraba el cielo sin luna sabiendo que era tan
oscuro como sus sueños.
Oyó que se abría la puerta, pero no se molestó en darse la vuelta. Dallas una vez
le había dicho que un hombre tenía que aprender de los errores que había cometido.
Austin nunca había esperado que las lecciones fueran tan duras.
Vislumbró unos pequeños dedos desnudos mientras Loree se sentaba a su lado.
Sintió un fantasma de sonrisa tocar sus labios. Giró levemente, tomó los pies de su
esposa, los apoyó en su regazo y comenzó a frotarle el empeine con el pulgar.
- ¿Soñando despierto de nuevo? - ella le preguntó.
- No se puede soñar despierto por la noche - dijo en voz baja - Pero estaba pensando
que no hay razón para no poder tocar en el teatro de Dee - se inclinó hacia ella y
sonrió - Una actuación especial.
- ¿Eso te haría feliz?
Movió el pulgar en un círculo cada vez más amplio.
- Tú me haces feliz. - Ella apartó los pies de su regazo. Incluso en las sombras, pudo
distinguir lágrimas brillando en sus ojos - Te dije que haré que todo esté bien.
- Nunca va a estar bien. Oh, Dios, Austin. No lo sabía, y ahora estoy tan asustada, más
asustada que antes porque tengo mucho más que perder.
- Loree, no tiene ningún sentido.
Ella se arrastró por el porche hasta que sus muslos se tocaron y tomó su mano
entre las suyas, sosteniéndola abierta, frotando sus dedos sobre ella una y otra vez,
como si quisiera memorizar cada línea y callo.
- Mi madre odiaba el oeste de Texas.
Se le crisparon los intestinos y deseó haber guardado para sí mismo su sueño
de tocar para la orquesta. Le había dado la esperanza de irse, solo para decepcionarla
con los errores de su pasado.
- Viajaremos, Loree.
Ella sacudió la cabeza.
- Déjame decir todo… antes de decir algo.
- Muy bien.
Loree aclaró la garganta.
- Mi padre compró un terreno después de la guerra. Lo consiguió a bajo precio, y no
era una gran cantidad de tierra. Así que amplió sus límites y publicó un aviso en un
periódico.
- ¿Tu padre era un acaparador de tierras?
Su esposa asintió. La práctica se usó ampliamente después de la guerra, lo que
les ahorraba a los hombres tiempo y esfuerzo considerables en la presentación de los
hechos. Dallas siempre había advertido a sus hermanos que la práctica traería
problemas. Había presentado reclamaciones legales por cada pulgada de tierra que
poseía.
- Mi padre solía decir que el acaparamiento de tierras era como el juego: a veces
ganabas, otras veces no. Era un buen hombre, pero el juego era su debilidad. Cuando
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mi madre se negó a mudarse aquí, dirigió su ingenio y su sueño hacia la ganadería.
Solía llamarme en mi cumpleaños, mostrarme la tierra en el mapa y decirme que
podía ser un ranchero. Una noche se involucró en un juego privado de póquer por
mucho dinero en Austin. Terminó debiendo a uno de los jugadores una gran cantidad
de dinero... dinero que no tenía. Así que le entregó la escritura de las tierras, con los
límites más allá de su extensión original. La tierra era tan extensa. Muchos ganaderos
exitosos habían ampliado sus fronteras mediante el acaparamiento de tierras, por lo
que mi padre se sentía seguro de que Boyd McQueen estaría satisfecho con la
negociación que habían realizado.
Austin sintió un nudo en el estómago.
- ¿Boyd McQueen le arrebató su tierra a tu padre?
- Un poco al oeste de aquí. Mi padre no sabía que alguien tenía un derecho legal a una
buena parte de la tierra, la mejor parte, donde fluía el río. No sé por qué le tomó a
McQueen tanto tiempo cobrar venganza una vez que se dio cuenta de que mi padre lo
había engañado. No me pareció un hombre muy paciente...
- ¿Él fue quien mató a tu familia?
- Y yo lo maté.
Ella pronunció las palabras sin emoción: sin odio, sin ira, sin miedo.
Austin la miró y luego se echó a reír.
- Dios, Loree, me asustaste de muerte por un minuto. Estabas tan seria. - Tomó un
profundo respiro - Aprecio que estés dispuesta a mentir y echarte la culpa del
asesinato de Boyd para que yo pueda...
- No estoy mintiendo. Tardé tres meses en reponerme del disparo que me efectuó,
cuando estuve lo suficientemente fuerte como para viajar, tardé otro mes para
localizarlo.
Apartó su mano de la de ella y se puso en pie.
- ¿Me estás diciendo con una mano en el corazón que le disparaste a Boyd?
- Le disparé y lo maté. Dewayne estaba conmigo.
Temblaba tanto que pensó que el suelo se movería. Su esposa era una asesina.
¡Su esposa era una asesina!
No importaba cómo lo repitiera en su mente, sin importar cómo lo pensara, no
podía ver a Loree asesinando a nadie. Él comenzó a caminar. La música que tronaba
en su alma era horrible. Quería cubrirse los oídos para bloquearlo.
Quería encontrar a la persona que había matado a Boyd para poder limpiar su
nombre.
Y no solo había encontrado a esa persona, sino que se había casado con ella y se
había enamorado de ella. Se detuvo abruptamente y miró a su esposa.
- Perdóname por dudar de tu palabra, Loree, pero eres el ser más dulce…
Ella se puso en pie.
- Tenía diecisiete años, estaba atada como un cerdo para el sacrificio, junto con mi
madre y padre. Se llevó a mi hermano afuera del establo y Dios solo sabe lo que le
hizo. Todo lo que escuchamos fueron sus gritos. Luego lo trajo de vuelta y lo ahorcó…
Él… Él tenía catorce años, Austin. Miré a Rawley e imaginé lo que McQueen podría
haberle hecho.
Austin no tuvo que imaginárselo. Sabía exactamente lo que Boyd le había
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hecho, algo que ningún hombre debería hacerle a un niño.
- ¿Sabes cuánto tiempo le toma a una persona morir cuando la cuelgan? - ella preguntó
- Mi hermano no merecía morir de esa manera. Mi papá no merecía ver a su hijo sufrir
así - Se dejó caer en el porche, se abrazó las piernas y comenzó a balancearse de
adelante hacia atrás. - Sé que debería haber ido a las autoridades, pero... no quería que
el nombre de mi padre se arrastrara por el barro. Y no quería que la gente supiera lo
que McQueen le había hecho a mi hermano. No había testigos, solo mi palabra contra
la suya. No vine aquí con la intención de asesinarlo. Quería una pelea justa, pero
entonces comenzó a reír...
"Estábamos agazapados en el oscuro crepúsculo, Dewayne y yo, esperando.
Cuando Boyd McQueen salió de su casa, montó en su caballo, y se dirigió hacia el
norte, lo seguimos hasta que el rancho ya no estaba a la vista y yo había logrado reunir
coraje. Luego espoleé a mi caballo al galope, seguida de cerca por Dewayne.
Grité su nombre. McQueen se dio vuelta y detuvo su caballo. Saqué mi arma y le
dije: -Bájate de tu caballo. - Hizo lo que le indiqué, y también desmonté. - Eres la hija
de Grant, pensé que te había matado.- me dijo - Pensaste mal - le respondí con una
falsa bravuconería.
Mi corazón latía con fuerza y me temblaban las manos. Había practicado sacar
el arma de la pistolera, pero temía que, cuando llegara el momento, no fuera capaz de
hacerlo. - Te daré lo que no le diste a mi familia, una oportunidad.- le dije.
Entonces lanzó una carcajada sardónica que no llegó a tocar sus ojos. - ¿Ah,
como un duelo? Apuntas, Apunto, ¿y el que queda es el ganador? ¿Y qué hay de tu
amigo aquí? ¿Puedo matarlo también? - Él bufó burlonamente - No tienes las agallas
para matar. ¿Quieres saber lo que le hice a tu hermano cuando lo llevé afuera? Disfruté
al oírlo gritar - Y él comenzó a reír - Tu hermano quería que me detuviera - su risa se
hizo más dura - me rogó que parara…
No me di cuenta de que había apretado el gatillo hasta que oí la explosión y vi a
McQueen agitar los brazos mientras se tambaleaba hacia atrás, hacia el suelo.
- Oh, Dios - grité y lloré mientras me dejaba caer junto a él, sacaba un pañuelo
que sobresalía de su bolsillo y lo presionaba contra la mancha oscura que se extendía
sobre su camisa blanca. Él gimió.
Dewayne se arrodilló junto a mí - Tuviste que dispararle, Loree. Está muerto.
Tenemos que salir de aquí.
- Ayúdame a parar la sangre - le pedí. Entonces McQueen lanzó un rugido
profundo y agarró mi muñeca. La sangre que cubría sus manos facilitaba el
deslizamiento, tropecé hacia atrás.
- ¡Perra! Te arrastraré al infierno conmigo - me dijo y comenzó a reír - ¡Cree
mis palabras! ¡Te arrastraré al infierno conmigo!
Y lo hizo. Él sí me arrastró al infierno. Yo vivía sola, con miedo de que si tenía
una familia, lo que había hecho llegaría a lastimarlos. No sabía que ya te había
lastimado - Con lágrimas corriendo por sus mejillas, Loree se dobló y presionó su
rostro sobre sus rodillas.
- ¿Pensaste que podrías ocultarlo? - Austin preguntó atónito.
- Culpa a mi juventud, a mi pena o a mi vergüenza. Simplemente no quería que nadie
supiera todo lo que condujo a esa noche, todo lo que sucedió esa noche. Y no podía
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hacer nada.
- Entonces, ¿una vez que le disparaste, te fuiste?
Limpiándose las lágrimas, ella asintió.
- Trató de sacar su arma de la funda, así que montamos y salimos al galope. Llegamos
a un río. No pude sacar su sangre de mis manos. Intenté e intenté, pero no pude - Ella
comenzó a secarse las manos en su vestido - A veces, siento que su sangre todavía está
allí.
Austin había escuchado con creciente horror y terror... y más, con la
comprensión de que ella decía la verdad. Estaba conectada con las tierras... el eslabón
perdido que el detective había descubierto. Él se dejó caer a su lado y tomó sus manos
frías, heladas en las suyas.
- Loree, escúchame - Él la sacudió hasta que su cabeza se echó hacia atrás y la mirada
vacía desapareció de sus ojos para ser reemplazada por lágrimas.
- Lo siento tanto, Austin. Nunca supe que alguien había ido a prisión por haber matado
a McQueen. Pensé que estábamos a salvo. Hubiera regresado y confesado si hubiera
sabido...
- No importa, pero tengo que hablar con Dallas ahora mismo. Quiero que vayas a la
casa y cuides a Grant. ¿Puedes hacer eso por mí? Confía en que me ocuparé de todo.
¿De acuerdo?
- Le dirás al sheriff, ¿verdad? Vamos a limpiar tu nombre…
Él presionó un dedo en sus labios.
- Necesito hablar con Dallas esta noche. Entonces decidiremos mañana qué vamos a
hacer. - La rodeó con un brazo y la ayudó a ponerse de pie. Ella estaba temblando
tanto como él. La acompañó a la casa, la metió en la cama, y la cubrió con las mantas,
metiéndolas debajo de su barbilla.
- No me odies, Austin - dijo en voz baja.
- No te odio, Loree. Cuida a Grant si se despierta. ¿Recuerdas meses atrás, antes de que
naciera, cuando dijimos que él tenía que ser lo primero? Eso sigue siendo cierto. Nada
ha cambiado eso.
Ella le dio un débil asentimiento. Señor, no quería dejarla, pero sabía que era
imperativo que hablara con Dallas tan pronto como pudiera.
- No tardaré - prometió.
Se apresuró a salir de la casa, ensilló a Trueno Negro, montó y cabalgó a través
de la noche como un hombre perseguido por los demonios.
había llegado a darle la satisfacción que planeaba. Cubrió su boca con la suya,
bebiendo profundamente de la gloria que ella le ofrecía.
La puerta del dormitorio chocó contra la pared, y salió disparado de la cama,
desnudo como el día en que nació. Arrancó una manta de la cama para cubrirse y miró
a su hermanito.
- ¿Qué diablos crees que estás haciendo?
- Necesito hablar contigo - dijo Austin, con la respiración entrecortada. Su mirada
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preocupada se movió hacia Dee - Contigo también.
- ¿Te importa si nos vestimos? - ladró Dallas.
Austin lo miró como si recién notara su falta de ropa. Asintió bruscamente.
- Eso estaría bien - y desapareció por el pasillo.
Dallas miró a Dee.
- La última vez que uno de mis hermanos irrumpió en mi habitación de esa manera,
perdí una esposa.
Sonriendo, se levantó de la cama y alcanzó su bata.
- Bueno, no tienes que preocuparte de que eso suceda esta vez.
Se puso los pantalones antes de seguirla a su estudio. Como un animal
enjaulado, Austin se paseaba de un lado a otro frente a la ventana que corría a lo largo
de la pared. Señaló el escritorio sin romper su zancada.
- ¿Por qué no te sientas?
Dallas se dejó caer en la silla de cuero detrás de su escritorio, apoyó el codo en
el apoyabrazos, se frotó el bigote con el pulgar y el índice mientras Dee se sentaba en
una silla junto al escritorio y colocaba las piernas debajo de ella. Austin continuó su
ritmo.
- ¿Tenías algo que decirnos a esta hora impía?
- No sé cómo decirlo.
- Directamente será lo mejor.
Austin asintió y se detuvo abruptamente.
- Maté a Boyd.
Dallas permaneció inmóvil como la muerte y miró a su hermano.
- ¿Disculpa?
- Maté a Boyd.
Dallas plantó sus manos sobre el escritorio y lentamente se puso de pie.
- Déjame asegurarme de que entiendo lo que acabas de decir. Durante seis años, dijiste
que eras inocente, permitiste que tu familia estuviera a tu lado y proclamara tu
inocencia, y he estado pagando a un hombre para encontrar pruebas sobre eso. ¿Y
ahora me estás diciendo que eres culpable de asesinato? - Observó cómo la sangre se
escurría de la cara de Austin antes de asentir bruscamente - Muy bien.
- Pero estabas con Becky esa noche - le recordó Dee.
- Después, lo maté y luego fui a buscar a Becky, planeando usarla como mi coartada,
pero finalmente no pude hacerlo. Sé que he destruido tu confianza en mí y que nunca
podré recuperar eso, empacaré, reuniré a mi familia y nos iremos.
- No hagamos nada precipitado - ordenó Dallas - Iremos a dormir, por la mañana las
cosas se verán más claras.
- En la mañana, quiero que telegrafíes a Wylan y le digas que detenga la búsqueda del
asesino.
Dallas entrecerró los ojos y le dio a su hermano un largo y lento gesto de
medición.
Austin dio un paso hacia el escritorio.
- Dame tu palabra de que enviarás ese telegrama a primera hora de la mañana.
- Te doy mi palabra.
Observó cómo el alivio descendía por la cara de su hermano, como el agua que
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corre sobre las caídas rocosas. Austin se volvió hacia Dee.
- Sé que te debo más, Dee, Boyd era tu hermano y todo. No sé cómo, pero encontraré la
manera de devolver todo lo que debo.
- No me debes nada, Austin - le aseguró.
- Tengo que decirles a Houston y a Amelia. Lo haré mañana. Y a Cameron. - Dirigió su
mirada hacia Dallas - Podría sacar un anuncio en el periódico, ¿no?
- Como dije, no hagamos nada sin pensarlo bien.
Austin deslizó una mano en su bolsillo trasero y dio un paso hacia atrás.
- Necesito volver a casa con Loree.
- Ven por la mañana y resolveremos esto.
Austin asintió.
- Lo siento mucho.
- Yo también - dijo Dallas en voz baja. Observó a su hermano salir de la habitación.
Caminó hacia la ventana y vio a Austin galopando en la noche - Entonces, ¿a quién
diablos crees que está protegiendo ahora?
- Si sigue los pasos de sus hermanos mayores, tendría que ser a la mujer que ama, -
dijo Dee suavemente cuando se acercó por detrás de él y le rodeó el pecho con los
brazos.
- Cristo, espero que estés equivocada.
- No te preocupes por mi nombre. Debes preocuparte por ese niño que está
durmiendo en su cuna en nuestra habitación.
- No le dijiste a Dallas, ¿verdad?
Echó la cabeza hacia atrás y se pasó las manos por el pelo.
- Dallas contrató al detective del que te hablé. Recientemente le notificó que creía
haber descubierto un vínculo con unas tierras. No sé por qué le tomó tanto tiempo...
- Porque mi padre compró las tierras con un nombre falso. Tantos hombres usaron
nombres diferentes después de la guerra, especialmente si tenían algo que ocultar.
Había desertado. Tenía miedo de que no le vendieran la tierra si conocían la verdad... -
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Ella lo miró implorante - Honestamente, mi padre no era un mal hombre.
- Simplemente mintió y engañó.
Las lágrimas le quemaron los ojos.
- Nunca quise que nadie lo supiera…
- Nadie lo sabrá. Le dije a Dallas que enviara un telegrama al detective y le dijera que
sus servicios ya no eran necesarios.
- Y aceptó hacer eso... ¿por tu pedido?
- Es mi hermano. Él confía en mí. - Se acuclilló ante el hogar - Encenderé el fuego. Ve a
la cama. Estaré allí en un minuto.
Entró en su habitación y trepó a la cama, cubriéndose con las mantas. El alivio
la inundó cuando escuchó sus pasos y vio su silueta en la entrada. Como si nunca
volviera a verlo, observó la forma en que se agarraba al marco de la puerta mientras
deslizaba el tacón de su bota en el botín y se la quitaba. Ella escuchó al caer el ruido
sordo de una, luego de la otra, y el suave roce de sus pies con medias mientras
caminaba hacia la cama, tirando de su camisa sobre su cabeza mientras avanzaba.
Loree observó su sombra mientras dejaba caer los pantalones al suelo. Por la mañana,
con gusto recogería toda su ropa y verificaría si tenía roturas o botones faltantes antes
de lavarla.
La cama se hundió bajo su peso mientras se estiraba junto a ella, cruzaba los
brazos debajo de la cabeza y miraba el techo.
- ¿Por qué creyeron que mataste a McQueen? - finalmente ella se armó de coraje para
preguntar.
Ella lo escuchó tragar en el silencio que siguió a su pregunta.
- Muchas razones.
- Dijiste que habías cometido algunos errores…
- Sí.
- ¿Qué hiciste?
Él suspiró profundamente.
- Las tierras que tu padre dijo que eran de su propiedad, eran de Dallas. Boyd y Dallas
pelearon por ella. Dallas hizo un pacto con el diablo. Se casaría con su hermana y
cuando ella le diera un hijo, le cedería la tierra a Boyd. Te dije lo que pasó detrás del
hotel. No sabíamos que había sido Boyd en ese momento. Dee había escuchado a un
niño gritar: Rawley. Boyd lo había lastimado de manera que un niño nunca debería ser
herido. Cuando Rawley me lo confió, entré en el salón como un Gran macho, disparé
mi arma sobre la cabeza de Boyd y le dije que nada me gustaría más que deshacerme
lentamente y recogió una nota. Con líneas desiguales como si hubiera estado
temblando en ese momento, Loree había garabateado: "Perdóname".
El terror se disparó a través de sus signos vitales como una bala bien apuntada
de un rifle Winchester. Atravesó la puerta principal y tropezó en el porche.
- ¡Loree!
Sosteniendo a su hijo cerca, tratando de no sacudirlo, Austin corrió al corral
como si acercarse a él pudiera cambiar lo que ya estaba sospechando. Su caballo no
estaba. Golpeó con su palma el poste y gritó su nombre, sabiendo incluso mientras lo
hacía que no tenía sentido. Ella no podía escucharlo.
Grant comenzó a preocuparse. Austin lo hamacó levemente.
- Está bien. Estoy seguro de que tu mamá fue a dar un paseo temprano por la mañana -
Dios querido, él esperaba que eso fuera todo lo que ella había hecho. Volvió a la casa y
miró cada centímetro como si la viera por primera vez - Supongo que echamos de
menos el amanecer. No sé cómo comenzar el día sin ver el amanecer, pero todavía
necesito mi café de la mañana.
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Puso a Grant sobre una pila de colchas, pero el chico comenzó a gritar como si
su corazón se rompiera. Grandes lágrimas gotearon por sus mejillas.
- Está bien, está bien - dijo Austin mientras metía a su hijo en el hueco de su brazo. Las
lágrimas y los gritos se detuvieron tan rápido como habían comenzado - Esperaré
hasta que tu mamá llegue a casa para tomar mi café - Se pasó una mano por el pelo -
No puede ser mucho más tiempo.
Escuchó un caballo relinchar y el alivio se apoderó de él. Salió corriendo y se
detuvo al ver a Dallas sentado a horcajadas sobre su caballo.
- ¿Le enviaste ese telegrama a Wylan?
Dallas se quitó el sombrero de la cabeza y agachándose sobre el caballo cruzó
un brazo con el antebrazo contrario.
- Claro que sí. Lo primero que hice esta mañana, tal como lo prometí.
- Bien.
- Me encontré con el sheriff Larkin mientras estaba en la ciudad. Parece que tu esposa
le hizo una visita muy temprano esta mañana.
Austin sintió que toda la sangre se escurría de su cara, sus rodillas se
debilitaron, y su corazón latió como el ganado en estampida.
- Le dijo al Sheriff Larkin que mató a Boyd McQueen.
Sabía por la mirada dura en los ojos del sheriff que había dado la respuesta
incorrecta.
- Un pañuelo de lino que tenía las iniciales de Boyd cosidas y su sangre empapada, -
dijo el sheriff.
- Larkin, déjala ir.
- No puedo hacer eso. Mi trabajo es asegurarme de que se haga justicia, y hace seis
años se cometió una injusticia que no puedo pasar por alto - sacudió la cabeza hacia
un lado - ¿Quieres hablar con ella?
- No, yo no quiero hablar con ella - Giró sobre sus talones, atravesó la oficina y cerró la
puerta al salir.
Si la veía, temía decirle que al entregarse le había quitado el sueño más
precioso que alguna vez había tenido.
¿Y de qué le serviría ese conocimiento a ninguno de los dos?
Austin dejó a su hijo dormido en la cuna. Habían pasado tres días, tres días sin
Loree, y cada minuto había sido un infierno. Quería verla como nunca había querido
algo en su vida, pero temía que verla tras las rejas, enjaulada como un animal, lo haría
arrodillarse.
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Tan silencioso como un ratón, salió de puntillas de la habitación.
- Te ves como el infierno.
Levantó la cabeza y miró a Houston, de pie en la entrada principal.
- Me siento como el infierno. ¿Quieres un café?
- No - Houston entró con el sombrero en la mano - Solo pensé que querrías saber que
llegó el juez del circuito. El juicio de Loree será mañana. - Austin sintió un nudo en el
estómago
- Teniendo en cuenta el hecho de que McQueen mató a su familia, tal vez la dejen ir -
dijo con esperanza.
- Si te hubieras reunido con su abogado como el resto de la familia, sabrías que Boyd
no es el que está en juicio aquí.
No le gustó la censura que escuchó en la voz de su hermano.
- ¿Qué quieres que haga, Houston? Mis responsabilidades no desaparecieron solo
porque mi esposa decidió limpiar su conciencia. Tengo que ocuparme de las tareas
domésticas junto con un bebé. Me lleva horas darle la leche. Cada vez que voy a
cambiarlo, me molesta…
- Sabía que eras inteligente.
- ¿Qué significa eso?
- Una vez me dijiste que si una mujer te amara tanto como Amelia me amaba a mí, te
arrastrarías por el infierno por ella.
- Me he arrastrado por el infierno, y no recomiendo el viaje - La furia que se había
estado formando dentro de él estalló inesperadamente como un río embravecido.
Plantó sus manos debajo de la mesa y la envió volando hacia una de las paredes - Y
ahora será Loree la que se arrastrará por el infierno. Le dije que me haría cargo de
todo - Se giró, la angustia casi lo dobló - ¿Por qué tenía que confesar?
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CAPÍTULO 19
Envolviendo sus brazos alrededor de sí misma como si sintiera dolor, se giró. Él vio
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sus estrechos hombros temblar. Incluso si pasaba sus brazos a través de los barrotes,
no llegaría a tocarla.
- ¿Loree? - él jadeo.
Ella giró lentamente, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas caminó hacia él, y
sus manos se agarraron a los barrotes hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
- Austin, ¿no lo ves? Perdiste cinco años de tu vida por mí. Si no fuera por mí, nunca
habrías perdido la música para empezar, podrías tener tu sueño de tocar el violín en
una orquesta. Si no fuera por mí, estarías casado con la mujer que amas.
Las lágrimas se le atragantaron en la garganta y le quemaron los ojos. Pasando
las manos a través de los barrotes, le ahuecó las mejillas.
- Loree, estoy casado con la mujer que amo. ¿He sido tan ineficaz demostrándotelo?
Un sollozo desigual brotó de su pecho. Austin la atrajo hacia sí y sintió sus
brazos rodearle la espalda.
- ¡Larkin! - gritó
El sheriff se acercó al pasillo y se apoyó contra la puerta.
- Abre la celda para que yo pueda entrar.
Larkin se quitó la cerilla de entre los dientes y negó con la cabeza.
- No puedo hacerlo.
- No se va a escapar. Solo déjame entrar.
- Cada vez que algún miembro de tu familia entra aquí, tengo que doblar las reglas. No
esta vez. - giró sobre sus talones y se marchó.
Loree aspiró fuertemente.
- Está bien, Austin.
- No, no lo está.
Él la soltó, caminó hacia atrás hasta que sintió la pared contra su espalda y se
deslizó hacia abajo hasta que su trasero cayó al suelo. Loree dentro de la celda hizo lo
mismo. Deslizaron sus manos a través de los barrotes y las envolvieron una sobre la
otra.
- ¿Estas asustado? - preguntó Loree en voz baja.
- Aterrorizado.
Un silencio sofocante comenzó a extenderse entre ellos.
- ¿Me harías un favor? - le preguntó Loree.
- Cualquier cosa.
- ¿Pensarás en algo agradable para contarle a Grant sobre mí cuando esté creciendo?
Creo que será la parte más difícil, extrañaré verlo crecer... y verte envejecer.
Él no podía discutir eso. Pensó en todo lo que había perdido: cuán rápido sus
sobrinos y sobrinas habían crecido y cambiado, como se habían convertido en
personas que apenas había reconocido.
- Le diré cuánto te gusta el azúcar y lo dulce que eso te hizo.
Una esquina de su boca se levantó momentáneamente, luego bajó más bajo que
antes.
- Quiero que te divorcies de mí.
- ¡¿Qué?!
- ¿Tía Loree?
Austin giró su cabeza hacia la voz vacilante de Rawley. Sintió como los dedos de
Loree se apretaban más alrededor de los suyos, y supo que ella deseaba que el chico
no la hubiera visto allí.
- Oye, Rawley, ¿no deberías estar en la escuela? - Austin preguntó amablemente.
Rawley dio un paso hacia él.
- Hoy no hay escuela a causa del juicio.
Loree lo miró como si deseara estar en cualquier lugar menos donde estaba.
- Tía Loree, dicen que mataste a Boyd McQueen. ¿Lo hiciste?
- Rawley… - comenzó Austin, pero Loree llevó un dedo hasta sus labios.
Ella inclinó la cabeza, las lágrimas brillaban en el fondo dorado de sus ojos.
- Sí, Rawley, lo hice.
Se quitó su polvoriento Stetson negro como si acabara de entrar en la iglesia.
- Entonces estoy agradecido contigo.
Loree sacudió su mirada desconcertada hacia Austin, luego miró a Rawley.
- Rawley, no estoy orgullosa de lo que hice.
- No pensé que lo estuvieras. Una vez el Sr. D me dijo que hay una diferencia entre ser
bueno y hacer cosas malas. A veces, una persona hace algo porque no tiene otra
opción. Puede que no te guste lo que hiciste... pero eso no hace que seas mala. Creo
que esa es la situación en la que estás, yo mismo he estado allí. - Colocó su sombrero
en su lugar y continuó - Pretendo cuidar bien de Dos Bits por ti, hasta que vuelvas a
casa, así que no te preocupes por eso.
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- Te lo agradezco - dijo Loree suavemente, dándole una cálida sonrisa y con lágrimas
cayendo por sus mejillas.
Él asintió bruscamente antes de irse.
Loree apretó sus ojos cerrados.
- Al menos McQueen nunca tocará a nuestro hijo.
Fuertes pasos resonaron afuera del pasillo. Larkin entró, girando el llavero
alrededor de su dedo.
- Bueno, es hora.
Austin se hizo a un lado y Larkin metió la llave en la cerradura y abrió la puerta
chirriante.
- Afuera.
Loree salió vacilante de la celda. Austin la tomó en sus brazos, ignorando el
ceño fruncido que Larkin lanzó en su dirección.
- Todo va a estar bien, Dulce. - Ella asintió contra su pecho - Recuerda que te esperaré,
sin importar cuánto tiempo.
Loree levantó la cara alejándose unos centímetros de él, las lágrimas brotaban
de sus ojos.
- Desearía que no lo hicieras.
Austin le dio una cálida sonrisa y se secó con el dorso de la mano una lágrima
que le resbalaba por el rabillo del ojo.
- Tenías razón, Dulce. Si me dices cuál es tu deseo, no se hará realidad.
Escuchó el ruido de las cadenas y miró por encima del hombro de Loree para
ver a Larkin abriendo los grilletes.
- Jesús, Larkin, no se los pongas a ella.
- No tengo elección. Es la regla.
- ¿Quién puso esa maldita regla? - exigió Austin - Ella se entregó, por el amor de Dios.
Muéstrale al menos, respeto por ello.
Larkin rodó el fósforo de un lado de su boca al otro.
- Está bien - dijo a regañadientes y sacudió la cabeza hacia un lado - Vámonos.
Loree dio un paso adelante, se detuvo y miró por encima del hombro. Austin
negó con la cabeza.
- No puedo ir, Loree
Su esposa le dio una sonrisa llena de simpatía y comprensión.
- Lo sé - levantó la barbilla con orgullo, cuadró los hombros, y siguió a Larkin por el
pasillo hacia la oficina principal.
Austin esperó hasta que oyó que se cerraba la puerta, antes de ceder al dolor.
Su agonizante gemido hizo eco entre las celdas vacías. Golpeó la pared de ladrillo
hasta que sus nudillos quedaron raspados y sangrando.
De alguna manera, a pesar de todo lo que había soportado, Loree había logrado
mantener un aura de inocencia y dulzura. La prisión haría lo que Boyd McQueen no
había podido hacer: mataría su espíritu y le arrancaría toda la bondad.
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Loree decidió que no era un juicio, sino más bien una audiencia. La gente la oyó
decir cómo había matado a Boyd McQueen. Oyeron a Duncan exigir que la ahorcaran
por matar a su hermano. Y llegaron a escuchar a su abogado pedir clemencia porque
había confesado.
Y ahora el juez Wisser estaba reflexionando sobre su destino, aunque parecía
que se había quedado dormido, con las manos cruzadas sobre el estómago, los labios
fruncidos y los ojos cerrados. Solo las moscas en la habitación llena de gente, se
atrevieron a hacer un sonido.
Estaba contenta de que Austin no lo hubiera presenciado y de que no estuviera
allí. Podía aceptar su sentencia con dignidad siempre que no tuviera que ver cuánto
daño le haría a él, que ella fuera a prisión.
El juez Wisser abrió los ojos y se inclinó hacia adelante.
- Loree Leigh, el fallo de este tribunal es que usted realmente es culpable del asesinato
de Boyd McQueen. ¿Tiene algo que decir en su defensa antes de que pronuncie su
sentencia?
La boca de Loree se secó como la tierra árida, y su corazón latió con tanta
fuerza contra sus costillas que estaba segura de que se romperían. Ella solo pudo
sacudir la cabeza.
- Muy bien, entonces. A la luz de las circunstancias…
- Tengo algo que decir.
Loree giró al escuchar esa voz. Austin caminaba por el pasillo entre los asientos
de la sala, con un propósito en cada zancada, mientras la gente estiraba el cuello para
no perderse nada, susurrando y murmurando.
- Hace seis años me envió a prisión por un asesinato que no cometí.
- Una injusticia que pretendo solucionar hoy mismo...
- No puede solucionarla - le dijo Austin - No importa lo que haga, no puede deshacer lo
que ya ha hecho. Viví en el infierno durante cinco años, no por Loree, sino por Boyd
McQueen. Era un hombre mezquino que lastimaba a los niños por el placer de hacerlo.
Mi esposa tuvo que escuchar los gritos de su hermano de catorce años mientras
McQueen lo torturaba. Luego tuvo que ver mientras lo colgaba frente a sus ojos por un
interminable tiempo, hasta que murió. Luego McQueen le disparó a su madre, a su
padre y a ella misma, dejándola por muerta. Y como si eso fuera poco, le pagó a un
hombre para que matara a mi hermano, degolló a tres hombres en la pradera mientras
dormían...
- ¡No puedes probar eso! - rugió Duncan poniéndose de pie.
Austin se dio vuelta.
- Entonces, ¿quién lo hizo, Duncan? Cooper le dijo a Dee que su hermano le pagó para
matar a Dallas. Si no era Boyd, tenías que ser tú, porque estoy seguro de que no era
Cameron.
Duncan palideció y se dejó caer en la silla.
- No fui yo.
Austin se volvió hacia el juez.
- Sé que no podemos tomar la justicia en nuestras propias manos. No estoy diciendo
que Loree debió ir tras Boyd, pero sé que el hombre no merece nuestra compasión.
Una injusticia se llevó a cabo aquí hace seis años. No lo empeore hoy buscando justicia
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para un hombre que no conocía el significado de la palabra. Renuncié a cinco años de
mi vida por su asesinato. Deje que esos años cuenten como si los hubiera cumplido
Loree y, si eso no es suficiente, entonces envíeme de vuelta a prisión.
Loree se puso de pie de un salto y gritó
- ¡No!
- Duncan quiere que alguien cuelgue, pues cuélgueme...
- ¡No! - lloró Loree.
- Porque por Dios que si me la quita ahora, voy a morir de todos modos, ¿y dónde está
la justicia en eso?
Loree nunca había estado tan aterrorizada en toda su vida, porque le parecía
que el juez estaba considerando seriamente lo que Austin acababa de decir.
El juez Wisser la miró muy serio y dijo:
- Loree Leigh, te sentencio a cadena perpetua… - Austin cerró los ojos, inclinó la
cabeza y apretó los puños - …con este hombre.
Austin levantó la cabeza bruscamente.
- Que Dios se apiade de tu alma. - Y el juez Wisser bajó el martillo, agregando - Este
tribunal se disuelve.
La sala del tribunal estalló en gritos y vítores. Loree miró a su abogado. Él
sonrió y le dio un codazo en el brazo.
- Ve. Eres libre.
Se volvió y encontró a Austin esperándola con los brazos abiertos y ella se
zambulló contra él, entrelazando los brazos alrededor de su cuello, mientras él la
envolvía en su abrazo.
- Ah, Loree - susurró cerca de su oreja - Deberías escuchar la música.
- Fue la canción más hermosa que he escuchado - dijo Cowan mientras tomaba otra
galleta - No podía sacarla de mi mente.
- Austin tiene la capacidad de reproducir la música que proviene de su corazón. Creo
que eso la hace inolvidable.
- Y si la música es inolvidable, así será él, querida, inolvidable - Se inclinó hacia
adelante y le guiñó un ojo - Y yo, junto con él.
Loree oyó los pasos en el porche y se levantó de la silla cuando Austin cruzó la
puerta. Ella sonrió brillantemente.
- Austin, mira quién está aquí.
Austin se quitó el sombrero y estudió al Sr. Cowan con escepticismo.
- ¿Qué le trae por aquí?
- Tú lo haces, mi querido muchacho. Le estaba contando aquí, a tu encantadora esposa,
que tu canción me ha perseguido desde que la escuché. Quiero que vengas a tocar para
mí.
Austin colgó su sombrero en la clavija.
- Lo aprecio, Sr. Cowan, pero no estoy interesado.
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La noche era agradable cuando Austin detuvo su caballo. Habían dejado a Grant
con Amelia, para que ella y él tuvieran algo de tiempo para hablar tranquilos. Loree le
había permitido hacer el camino en silencio, porque sentía que algo le estaba
molestando.
Después de todo lo que había sucedido en los últimos días, ella no lo culparía
por querer el divorcio.
Oyó el agua corriendo entre las rocas. A través de la oscuridad, vio una serie de
cascadas a la luz de la luna. Austin la ayudó a desmontar, luego la guió hacia la colcha
que había extendido cerca de las cataratas y se dejó caer a su lado.
- Esto es hermoso - susurró asombrada.
- Houston se casó con Amelia aquí. Ni siquiera sabía que el lugar existía hasta ese día -
Hubo un momento de silencio entre ellos antes de que dijera en voz baja: - Aquí es
donde estaba la noche en que murió Boyd.
Su corazón se estrelló contra las costillas.
- Austin…
- Quiero contarte sobre esa noche…
- No es necesario. Becky lo hizo…
Él acunó su mejilla.
- Loree, necesito contarte sobre esa noche.
Bajó la mirada a su regazo y asintió.
- Muy bien.
- Dallas siempre había estado ahí para mí, tan fuerte. Empecé a pensar en él como
invencible. El padre de Rawley había dado latigazos en la espalda de Dallas hasta que
parecía carne molida. Dee logró llevar a Dallas a casa, pero estaba luchando contra la
fiebre, él había perdido mucha sangre. Estaba aterrorizado de que él muriera... ¿Y
entonces a quién recurriríamos? Sabíamos que Boyd estaba detrás y planeé
enfrentarlo. Pero me detuve para ver a Becky primero y vinimos aquí - Él inclinó su
rostro hasta que sus miradas se encontraron. Sostener su mirada era lo más difícil que
había hecho alguna vez. - Quiero que entiendas que tenía veintiún años y estaba
asustado. Amaba a Becky tanto como un hombre de veintiún años que sabe muy poco
de la vida puede amar. Cuando ella me ofreció consuelo, con mucho gusto lo tomé -
Ella lo escuchó tragar - Las prostitutas nunca me habían atraído... hasta esa noche,
nunca... - Su voz se apagó.
- No tienes que decirme.
- Nunca había estado con una mujer hasta esa noche, no de esa manera. Y nunca toqué
a otra mujer hasta ti. - Soltó su agarre sobre ella y tomó su violín - Escucha esto -
ordenó y comenzó a tocar una melodía suave, una y otra vez - Esa es la canción de
Becky.
Ella se lamió los labios.
- Es encantadora.
- Pero nunca cambia. Se mantiene igual. No crece. No se profundiza. No desafía. Nunca
lo hizo - Volvió a colocar el violín en su hombro - Ahora quiero que escuches la
canción que interpreté para el Sr. Cowan, la canción que no pudo olvidar.
Loree levantó las piernas hasta su pecho y envolvió sus brazos alrededor de sus
rodillas. La música comenzó suave, muy suavemente, y ella imaginó a un niño
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descubriendo las maravillas de un diente de león, soplando los pétalos, y viéndolos
flotar en la brisa. Tan suavemente como el amanecer empujaba hacia atrás la noche, la
canción se hizo más profunda, más fuerte. Los acordes resonaron a su alrededor,
retumbaron contra las cataratas, llenando la noche hasta que un escalofrío la recorrió
y su corazón sintió una inmensa alegría. La canción sonó a destino, a gloria y a
esplendor.
Se maravilló que la melodía procediera del hombre que amaba, y sabía que la
recordaría por siempre, incluso cuando los acordes finales vibraron en el silencio. No
conocía palabras dignas de sus esfuerzos, ninguna alabanza lo suficientemente
adecuada para lo que acababa de compartir con ella, por lo que solamente dijo:
- Eso fue hermoso.
- La llamo "Mi Loree". Eso es lo que escucho en mi corazón cuando te miro, cuando te
abrazo, cuando te amo. - Dejó el violín a un lado y se deslizó hasta que estuvieron
conectados de la cadera a la cadera. Él enmarcó su cara con las manos - Becky fue
parte de mi juventud y siempre la amaré, igual que siempre amaré a mi madre. Eso no
significa que te quiera menos. Ella fue la primera mujer a la que le hice el amor, y ese
recuerdo nunca me dejará. Pero todo sobre ella palidece en comparación con todo lo
que aprecio de ti. La amaba tanto como un niño puede amar. - Le pasó el pulgar por la
mejilla - Te amo tanto como un hombre puede amar.
Austin colocó su boca sobre la de ella con una ternura que reflejaba sus
palabras. Le quitó la ropa de la misma manera que el amanecer removía la oscuridad,
con calma, en silencio, con reverencia y tranquilidad. Luego se quitó su propia ropa y
suavemente la apoyó en la colcha.
El aire de la noche traía un toque de primavera, y sabía que debería sentir frío,
pero todo lo que sentía era la gloriosa calidez de su cuerpo cubriendo el de ella. Tocó
con sus dedos la vieja cicatriz en su hombro.
- Nunca me dijiste quién te disparó.
Presionó un beso en la carne fruncida en su hombro.
- El mismo hombre que te disparó - dijo mientras besaba la cicatriz sobre su pecho.
- Estaba tan intrincadamente entretejido a través de nuestras vidas…
- A través de nuestro pasado, Loree. Él nunca nos tocará de nuevo.
Estaba cansada de que el pasado tuviera tan fuerte control sobre su presente.
Ella quería un futuro enriquecido con el amor que este hombre podría darle.
- Ámame, Austin.
EPÍLOGO
(1) 'im' es 'Ighness"… lo nombraría "Alteza", mantuve el texto original por el comentario posterior de Austin.
- Ma dijo que la plataforma se rompería por el peso de toda la familia, por eso todos
los demás están esperando en el salón de baile del hotel.
- ¡Caray! ¿Eres un vaquero? - preguntó Zane.
Una lenta sonrisa tiró de la esquina de la boca de Rawley.
- Creo que lo soy.
- ¿Tienes un arma?
- Sí, pero no puedo llevarla en la ciudad a causa de una ordenanza que prohíbe las
armas de fuego.
- ¿Y un "orse"? (caballo)
- Sí. - Rawley buscó el estuche del violín - Lo llevaré por ti.
- Gracias - dijo Austin mientras se lo entregaba.
Rawley sacudió su pulgar hacia atrás.
- Será mejor que vayamos al hotel antes de que mamá envíe a la pandilla a buscarnos.
- ¿Alguna vez has visto una pandilla? - preguntó Zane mientras se apresuraba para
seguir el ritmo de los largos pasos de Rawley.
- Una vez vi una. Algunos hombres asaltaron el banco aquí en la ciudad, y eso no nos
sentó bien a nosotros.
- ¿Los atraparon? - preguntó Zane.
- No. Lo último que escuché es que estaban escondidos en algún agujero en la pared.
Rawley bajó de la plataforma y se golpeó el muslo. - ¡Dos bits!
El perro salió de la sombra y trotó a su lado. Loree se arrodilló en el suelo,
riendo con deleite mientras el perro le lamía la cara.
- ¿Tienes un perro? - preguntó Zane mientras los niños comenzaban a acariciar a Dos
bits.
- Nah, él es el perro de tu mamá. Solo he estado cuidando de él.
- ¿Eso significa que vivirá con nosotros? - preguntó Matt.
- Supongo que sí - dijo Rawley.
Loree se puso de pie.
- ¿No lo extrañarás?
Rawley miró por encima del hombro.
- Realmente tenemos que llegar al hotel.
- ¿Dos Bits va a vivir con nosotros, mamá? - preguntó Zane.
- No lo creo. Creo que echaría mucho de menos a Rawley - éste volvió la cabeza, y ella
vio el alivio en sus ojos - Pero estoy segura de que podemos encontrar otro perro en
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alguna parte.
- Eso es si decidimos quedarnos - Austin le recordó a ella y a los niños.
- Quiero quedarme - dijo Zane - si eso significa que podemos tener un perro.
- Y un "orse" - intervino Matt.
Austin deslizó su mano alrededor de Loree.
- Vamos.
La ciudad había crecido, y Austin no pudo evitar sentir que su hermano se
había superado. Y cualquier hombre habría reventado los botones por haber criado al
joven que pacientemente respondía las preguntas de los chicos cuando entraron al
hotel. Rawley abrió la puerta del salón de baile.
- Loree nos envió todos los recortes de periódico... - Echó un vistazo a su esposa, que
simplemente le sonrió - …por supuesto, no pudimos leer la mayoría de ellos por sus
escritos en un idioma extranjero y todo, pero...
- Ahora puedo leer los de Francia - dijo Maggie.
Rawley puso los ojos en blanco.
- Ves, te dije que ella piensa que es más inteligente que todos nosotros…
- No más inteligente, solo más educada - dijo.
- La experiencia es la mejor educación - dijo Rawley - Dallas me enseñó eso.
- Y yo que pensé que no estabas prestando atención.
Austin se volvió hacia la voz resonante de su hermano mayor. Los años habían
plateado el cabello de Dallas y sombreado su bigote con diferentes tonos de gris. Los
pliegues se habían profundizado alrededor de sus ojos y boca. La mirada de Dallas
vagó lentamente por él, estudiándolo, esperaba con todo su corazón que su hermano
no lo encontrara deficiente.
Una lenta sonrisa apareció en la cara de Dallas.
- Siempre supe que tus sueños te alejarían de nosotros. Es solo que no esperaba que te
mantuvieran lejos tanto tiempo.
- Bueno, estamos en casa ahora - No supo que las palabras eran ciertas hasta que
abrazó a su hermano. Le había dado a Loree el mundo... y ahora quería darle a ella y a
sus hijos… un hogar.
porque no había manera de que pudiera ganar una discusión con Faith. Sacó un
zarcillo de zarzaparrilla del bolsillo.
- Dame - le ordenó tendiéndole la mano.
- Es el último - dijo mientras lo partía por la mitad y le daba un pedazo - ¿Quieres
decirme qué te está molestando realmente?
- Amo a John Byerly y él ama a Samantha Curtiss. Sé que es porque ella ya tiene pechos
y yo no.
- ¿Qué quieres con John de todos modos? Él es un enano.
- Todos los niños son pigmeos junto a mí.
Él no podía discutir eso. Ella ya se había acercado a su hombro, y tenía la
sensación de que no había terminado de crecer.
- Nadie me amará nunca, Rawley.
Se apartó de la pared y la rodeó con el brazo.
- Te amo, Faith.
- Pero eres mi hermano, así que eso no cuenta.
Él ahuecó su mentón.
- No quieres a alguien que solo esté mirando afuera de ti. Quieres a alguien que se
preocupe lo suficiente como para mirar dentro, porque lo que hay adentro nunca se
vuelve viejo, arrugado o gris.
Ella aspiró.
- Si nadie me pide que baile, ¿bailarás conmigo?
- Me sentiría honrado, señorita Leigh.
Deslizó su brazo entre los suyos y la condujo al Grand Salón. Tenía la sensación
de que en los años futuros, Faith estaba destinada a romper una gran cantidad de
corazones. Su mayor temor era que uno de ellos fuera el suyo.
Con sus hermanos flanqueándolo a ambos lados, Austin permitió que su mirada
divagara por la habitación. Cookie tocaba su violín y las parejas bailaban el vals. Los
hombres todavía superaban en número a las mujeres, pero no mucho. Sus sobrinas se
estaban convirtiendo en jóvenes damas, su sobrino un excelente joven.
- ¿Es esto lo que imaginabas cuando respondiste al anuncio de Amelia hace tantos
años? - le preguntó a Dallas.
- No. No tenía idea de que saldría así de bien - dijo Dallas.
- ¿Aunque no terminaste con ella? - preguntó Houston.
- Aunque me la robaste - enfatizó Dallas.
- Siempre pensé que fue para mejor - dijo Austin.
- Lo fue, - coincidieron sus hermanos a la vez.
Austin vio a Rawley parase frente a ellos.
- Dallas, tengo que volver al rancho y controlar la manada.
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Dallas afirmó lentamente con la cabeza.
- Lo que sea que creas mejor.
Rawley extendió su mano hacia Austin.
- Tío Austin, es bueno tenerte en casa. Creo que te veremos en la casa más tarde.
- Supongo que sí.
- Tío Houston, vigilaría a ese chico bailando con Laurel.
- A él y a los otros tres que la siguieron a casa desde la escuela. Le dije que podía faltar
a la escuela porque era una ocasión especial, pero esos muchachos... no están
concentrados en sus estudios me parece.
- Ellos están concentrados en ella - Riendo, Rawley palmeó el hombro de Houston
antes de salir de la habitación.
- ¿Todavía no puedes lograr que te llame 'Pa'? - preguntó Austin.
Dallas negó con la cabeza.
- No, pero no importa. Es mi hijo y él lo sabe muy bien.
Austin vio a su propio hijo caminando hacia él, con una joven a cuestas.
- Padre, esta es Mary McQueen - dijo Grant.
La niña tenía los ojos azules de un cielo de verano y cabello que brillaba en rojo.
Austin se agachó.
- Hola, Mary McQueen.
- Tu chico habla gracioso.
- Eso es porque no ha estado en Texas por mucho tiempo.
- ¿Intentas remediar eso? - Ante el sonido de la voz de su viejo amigo, Austin desplegó
lentamente el cuerpo y le tendió la mano.
- Cameron.
Su apretón de manos fue firme.
- Austin, te ves como un hombre que ha tenido un gran éxito.
- Podría decir lo mismo de ti. ¿Cómo está el negocio de la tienda general?
- En auge, aunque es demasiado modesto para admitirlo - dijo Becky mientras
permanecía de pie a su lado - Amplió la tienda para incluir el segundo piso y tiene toda
la mercancía dividida en departamentos. Actualmente vivimos en una casa. - Su
sonrisa se suavizó - Hemos estado tan orgullosos de seguirte por todo el mundo. Dee
tiene todos los periódicos con las noticias de tus conciertos.
- Te ves feliz, Becky.
- Lo soy - Se volvió levemente hacia el niño que estaba a su lado - ¿Te acuerdas de
Drew?
- Claro que sí.
- Y acabas de conocer a nuestra Mary.
- Le dije a Mary que tocarías para ella - le informó Grant.
Austin levantó una ceja hacia su hijo mayor.
- Oh, lo hiciste, ¿verdad?
Su hijo asintió.
- Si tocas para ella, tocaré para ti, porque sé que mamá quiere bailar, y el caballero que
está tocando no tiene la habilidad suficiente.
- No le digas eso.
- No, señor, no quisiera herir sus sentimientos. Entonces, ¿tocarás para Mary?
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- Creo que es una idea maravillosa - dijo Dee mientras deslizaba su brazo por el de
Dallas - Podrías tocar para todos nosotros. Me doy cuenta de que no somos la realeza…
pero…
- ¿Cómo puedes decir eso, Dee, cuando estás casada con el rey del oeste de Texas?
Dallas resopló.
FIN
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Traducción: FABYFER junio 2018.
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