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III.

La Liberalización de los servicios públicos en Venezuela

Venezuela no se ha mantenido aislada de esta transformación del


servicio público, sino que ha sido receptora de las ideas liberales en
boga en Europa, pero con ciertos matices propios de la ordenación de
los servicios públicos en Venezuela, que lo diferencian de la
regulación que de éstos se ha hecho en otros países.

El Estado venezolano no se ha caracterizado por tener una política


liberalizadora de los servicios públicos, muy por el contrario, el modelo
de Estado plasmado en la Constitución de 1999 evidencia su decidida
intervención en la economía, pero no como un ente regulador y
fiscalizador de las actividades económicas de los particulares, sino
como un gestor de las mismas, lo cual es incompatible con el proceso
liberalizador de los servicios públicos.

En efecto, la libertad económica no es un derecho absoluto, muy por el


contrario aparece en la Constitución de 1999 como un derecho
limitable por razones de interés social, es decir, el Estado puede
disminuir y regular el ejercicio de dicho derecho dentro del marco de la
planificación de su política económica orientada hacia el desarrollo
integral del país.

Asimismo, conforme lo dispuesto en el artículo 299 del Texto


Constitucional, el Estado, conjuntamente con la iniciativa privada,
promoverá el desarrollo armónico de la economía nacional con el fin
de generar fuentes de trabajo, alto valor agregado nacional, elevar el
nivel de vida de la población, y garantizar el desarrollo sustentable de
la economía.

Por su parte, los artículos 300 y 301 de nuestra Carta Magna disponen
que el Estado podrá intervenir en la economía a través de empresas
públicas, pudiendo además, conforme lo señalado en el artículo 302
de la Constitución, reservarse mediante la ley orgánica respectiva y
por razones de conveniencia nacional, la actividad petrolera y otras
industrias, explotaciones, servicios y bienes de interés público y
carácter estratégico.

Además la exposición de motivos del texto constitucional señala que


«(...) el Estado no está ausente, tiene un papel fundamental como ente
regulador de la economía (...) En suma, se plantea un equilibrio entre
el Estado y mercado, en razón de que el problema no es más Estado o
menos Estado, sino un mejor estado y el mercado no es un fin en sí
mismo, sino un medio para satisfacer las necesidades colecivas, ese
equilibrio debe prevalecer entre productividad y solidaridad, entre
eficiencia económica y justicia social, dando libertad a la iniciativa
privada y preservando el interés colectivo (...)»

De la exposición de motivos de la Constitución y del propio texto


constitucional se evidencia la ausencia de neutralidad económica del
Texto Fundamental, pues favorece un determinado orden económico,
en vez de partir de una base neutral a los fines de que sea el
legislador quien lo configure. El modelo económico consagrado en la
Constitución evidencia el carácter intervensionista del Estado
venezolano, cuyo objetivo es el de participar en la economía como
gestor de actividades económicas y no como regulador de dichas
actividades.

A la Constitución no le corresponde el establecimiento de paradigmas


económicos; el carácter mutable de las necesidades del Estado y la
coyuntura económica justifican la neutralidad política de la
Constitución. Ello se traduce en la imposibilidad de deducir de la letra
de dicho Texto, modelo económico alguno o una orientación político-
económica concreta, pues se entiende que éstas son tareas que están
encomendadas al legislador, a quien corresponderá dar un sentido
específico a los lineamientos establecidos en la Ley Fundamental.

La tesis de la neutralidad política excede la mera flexibilidad del


régimen económico; la neutralidad debe entenderse como una clave
interpretativa conforme a la cual, en primer lugar, la Constitución no
determina ni prevé una garantía de modelo económico alguno; en
segundo lugar, no deben establecerse juicios en relación con el
modelo económico a partir de las disposiciones constitucionales y, en
tercer lugar, existe una delegación a favor del legislador quien -
atendiendo a las necesidades y a las circunstancias- dentro de los
márgenes que la propia Constitución le ha impuesto, y sin más
legitimación que la que deriva de su carácter de cuerpo colegiado
elegido popularmente, debe establecer la orientación político-
económica del Estado.
La neutralidad política de la Constitución evita comprometer al Estado
con unas específicas doctrinas económicas y con la garantía o
imposición de las correspondientes concepciones acerca de la política
de ordenación óptima o adecuada[5]. No obstante, debe advertirse,
esa neutralidad de la Constitución no implica en modo alguno la
ausencia de bases jurídicas sobre las cuales pueda desarrollarse una
economía; antes por el contrario, lo que hace es delegar en el
legislador el desarrollo de dichas bases.

Lo que se persigue en definitiva con la neutralidad política del texto


Constitucional es que pueda dotarse al estado de un instrumento que,
además de dar espacio al legislador para que produzca leyes
adecuadas a los requerimientos del grupo social, también pueda
convertirse en un instrumento eficaz y predecible para asegurar los
derechos fundamentales de los ciudadanos.

En el logro de ese objetivo fue exitoso el Constituyente de 1961,


cuando optó por dejar «Cierta flexibilidad al legislador ordinario para
resolver cuestiones e injertar modificaciones que correspondieran a las
necesidades y a la experiencia de la República sin tener que apelar a
una reforma constitucional»[6]. Sin embargo, la Constitución de 1999
dista mucho de este concepto.

La política interventora del Estado venezolano en la economía, es


contraria a la liberalización de los servicios públicos, en virtud de la
cual el Estado, a los fines de incentivar la participación de los
particulares en la prestación de los servicios públicos, debe
abandonado su gestión, permitiendo a los entes privados su
prestación en un régimen de libertad económica y libre competencia,
interviniendo en el mercado sólo como regulador y fiscalizador de las
actividades privadas en esos sectores liberalizados.

No obstante, a pesar del modelo socio-económico intervensionista del


Estado venezolano consagrado en la Constitución de 1999, el
legislador, consiente de la necesidad de adaptar el modelo tradicional
de servicio público a la nueva realidad socio-económica imperante,
que ha evidenciado que el Estado no ha sido competente para
gestionar los servicios públicos, ha dictado una serie de instrumentos
normativos tendientes a la liberalización de distintos sectores de la
economía.
Así, fueron promulgadas distintas leyes que liberalizaron las
actividades de telecomunicaciones, electricidad e hidrocarburos
gaseosos, a los fines de promover la iniciativa privada en estos
sectores, haciéndolos más competitivos y procurando que los usuarios
se beneficiaran de servicios públicos de calidad. Ciertamente, puede
asegurarse que se está produciendo en Venezuela un proceso de
revisión de la intervención administrativa en la economía, tal vez no en
sus planteamientos originales, sino más bien en sus consecuencias
prácticas. Efectivamente, la promulgación de diversas leyes cuyo
objeto es la liberalización económica, pone de manifiesto esta
intención.

Para la realización de esta política liberalizadora del Estado


Venezolano, el legislador se ha valido de tres técnicas específicas, a
saber: la despublificación, la desregulación y la neo-regulación.

Así, en primer lugar, la despublificación se manifiesta en la derogación


de la reserva que sobre determinado sector económico, se había
declarado, por lo que como principio general, estaba excluida la
intervención de los particulares, quienes sólo podían explotarla previa
concesión. Ciertamente, la despublificación es uno de los valores
fundamentales de la liberalización, pues es el instrumento que permite
al particular participar libremente en actividades originalmente
reservadas por Ley al estado, reserva que imponía la necesaria
exclusión de la iniciativa privada en la actividad.

En segundo término, el legislador ha consagrado diversos principios


para afianzar el ejercicio de la iniciativa privada en los sectores
liberalizados a los fines de consolidar la vigencia del régimen de
libertad económica a través de la desregulación, la cual persigue la
racionalización de las regulaciones de la actividad liberalizada para
llevarlas a su mínima expresión necesaria.

La desregulación, en todo caso, no implica una supresión absoluta de


regulaciones administrativas, pues la apertura del mercado y la
vocación de incrementar la concurrencia dentro del mismo exigen fijar
unas reglas del juego claras y que compensen las debilidades propias
del mercado para auto regularse. Debe por tanto establecerse normas
que autovinculen a los actores en el mercado y que se pueda exigir su
cumplimiento.

Sin embargo, si bien es cierto que la Administración debe regular la


economía, no debe dirigirla, pues su intervención en la economía
debería limitarse al mantenimiento del orden económico pero con un
sentido muy distinto al tradicionalmente perseguido, desde que se
dirigen a proteger el interés general presente en el sector y la vigencia
del mercado, lo cual es, precisamente, la tercera técnica utilizada por
el legislador para la liberalización de actividades económicas: la neo-
regulación.

La neo-regulación por tanto se diferencia del modelo regulatorio del


servicio público tradicional, pues no tiene como objetivo el control de la
actividad y de los operadores, sino que, por el contrario, trata de
promover la competencia en los casos en los que ello sea posible y se
limita a proteger los intereses de los usuarios del servicio. Por tanto,
los aspectos fundamentales hacia donde debe orientarse la neo-
regulación son dos: (i) garantizar la prestación presente y futura del
servicio de que se trate y (ii) establecer los niveles adecuados en la
relación calidad-precio. En la medida en que para obtener esos fines
sea necesaria e imprescindible la intervención de la Administración en
la actividad y en las decisiones empresariales, estará justificada este
modelo de regulación o neo-regulación.

De allí que la liberalización deba ser entendida como la política a


través de la cual el Estado fomenta la iniciativa privada y la libre
competencia en actividades en las cuales se encontraba originalmente
excluida o disminuida, despublificando la actividad y aplicando nuevas
técnicas de regulación orientadas a la protección del interés público
que subyace en estas actividades.

Ahora bien, la nota característica de las actividades liberalizadas es la


vigencia de la libertad económica en dichas actividades y su
prestación en régimen de libre competencia. Sin embargo, debe
tenerse en cuenta que en Venezuela no es una novedad la existencia
de “servicios públicos” sometidos a la libertad económica y la libre
competencia, sino que, por el contrario, es común que el Legislador
califique ciertas actividades como “servicios públicos” sin contemplar
su reserva al Estado, por lo cual, serían servicios públicos prestados
en régimen de libre competencia.[7]

Sobre este particular ya se había pronunciado la Sala Político


Administrativa mediante decisión de fecha 18 de junio de 1998, caso
Avensa, en la cual señaló que la libertad económica y la libre
competencia son principios presentes, también, en los “servicios
públicos”. Lo anterior, tampoco es una novedad en el Derecho Francés
–J.I. Hernández- , «(...) creador del servicio público, en virtud de que a
partir de la decisión del Consejo de Estado de fecha 23 de diciembre
de 1921, caso Société Général d` armements, se aceptó la existencia
de servicios públicos sometidos al régimen de Derecho Privado y de
libre competencia, lo que imponía la necesidad de reformular el
concepto de Derecho Administrativo.»[8]

En tal sentido, sobre la base de las anteriores consideraciones nos


dedicaremos a analizar la liberalización en tres sectores específicos de
la economía en Venezuela: las telecomunicaciones, el sector eléctrico
y los hidrocarburos gaseosos, las cuales son las actividades
liberalizadas, que llevan el estandarte del nuevo servicio público en
Venezuela.

IV. Liberalización de las Telecomunicaciones

La entrada en vigor de la Ley Orgánica de Telecomunicaciones[9]


(LOT) supuso la introducción de importantes cambios en el régimen
jurídico tradicional de las telecomunicaciones; en ese sentido, no sólo
fue derogada la ya anticuada Ley de Telecomunicaciones de 1940,
sino que además, la nueva Ley permitió la incorporación de varios
elementos dirigidos a la liberalización de este sector. En tal virtud, las
telecomunicaciones no se regulan bajo el modelo de los servicios
públicos tradicionales, sino conforme los principios del “nuevo servicio
público”, claro está, adaptado a nuestro ordenamiento jurídico.

Bajo la nueva ordenación de las telecomunicaciones, estas pasaron a


ser actividades económicas privadas. El principal cambio entonces ha
operado en lo que respecta a la titularidad de estas actividades. Así, la
LOT derogó la reserva que sobre ese sector de la economía había
establecido la Ley de Telecomunicaciones de 1940. A partir de dicha
derogatoria, las telecomunicaciones pueden ser explotadas por los
particulares en ejercicio del derecho constitucional a la libertad
económica.[10]

Un examen de la LOT permite derivar los principios generales sobre


los cuales se liberalizó el sector de las telecomunicaciones. La Ley
plantea un cambio radical en la regulación de las telecomunicaciones
en Venezuela; pero además las disposiciones de la LOT tienen
profundas implicaciones en el régimen jurídico de los servicios
públicos y, en general, en el Derecho Administrativo Económico
venezolano, al establecer mecanismos que propenden a una
racionalización de la intervención estatal en el sector de las
telecomunicaciones, promoviendo así una mayor eficiencia y
fomentando la iniciativa privada y la libre competencia.

Estos planteamientos quedaron reflejados en la Exposición de Motivos


del Proyecto de Ley de Telecomunicaciones elaborado por CONATEL:

«(...) La nueva regulación pretende convertirse en el marco normativo


general que regule los servicios de Telecomunicaciones de cara al
milenio que comienza, creando el sustento legal necesario para
garantizar estabilidad y seguridad jurídica indispensables, mediante el
establecimiento de reglas claras y transparentes de actuación, con la
finalidad de que ello se traduzca en servicios de telecomunicaciones
de mejor calidad, cantidad, acceso y precio para la población, teniendo
como norte fomentar la competencia entre los operadores, a la vez de
que se garantice la presencia y vigilancia del Estado sobre las
desviaciones perniciosas del mercado (...)».

La LOT parte de una serie de principios cuya intencionalidad última es


la liberalización del sector, lo que supone el fomento y protección de la
libertad económica, y la introducción y defensa de la libre
competencia. Todo ello con la intención de sancionar una ley-marco,
contentiva de principios cuyo desarrollo corresponderá a otras leyes y,
también, a normas reglamentarias, dentro del ámbito de validez propio
de éstas.

1. Principios de la liberalización de las telecomunicaciones en la


LOT
La principal innovación de la LOT, como se ha dicho, es la
liberalización de las telecomunicaciones, en virtud de lo cual ese
sector no se regularía bajo el modelo de los servicios públicos
tradicionales, sino conforme los principios del “nuevo servicio
público”. Las principales consecuencias de ello son cuatro:

a. Amplitud de la libertad económica: La LOT despublificó las


telecomunicaciones y, en consecuencia, éstas pasaron a ser
actividades que pueden ser explotadas directamente por los
particulares, en ejercicio de su derecho a la libertad económica. Así,
se entiende ahora que las telecomunicaciones son actividades
privadas regidas por el principio de libertad económica consagrado en
el artículo 112 de la Constitución. Además, la liberalización y la
vigencia del derecho de libertad económica en los servicios de
telecomunicaciones, permite predicar en este sector el carácter
restrictivo de las actuaciones que limitan las libertades
económicas[11].

Entre nosotros ello es consecuencia de los principios fundamentales


de la Constitución vigente, pues como se lee en su Exposición de
Motivos, han sido incorporados «al texto constitucional como valores
superiores del ordenamiento jurídico del Estado y de su actuación, la
vida, la libertad, la justicia [y] la igualdad»[12]. Así, en los sistemas
constitucionales en los que, como el nuestro, se ha consagrado como
principio general la libertad (e.g. libertad de industria y comercio, de
culto, de expresión, etc.), asignándole una posición preferente en el
marco jurídico-constitucional, rige en toda su plenitud el principio del
favor libertatis, que obliga a resolver a favor de la libertad, cualquier
duda interpretativa que pudiera existir respecto de la aplicación de la
limitación o delimitación de derechos.

El principio del favor libertatis, en definitiva, impide a la Administración


abusar de su discrecionalidad para dictar medidas que afecten la
libertad individual cuando existen otros medios en el ordenamiento
jurídico para el logro de la misma finalidad que ella se ha propuesto,
obligando a la Administración a favorecer siempre el derecho o libertad
que, con carácter general, ha consagrado la ley.

b. Principio de libre competencia: Se ha señalado que “...La libertad de


competencia es aquella que permite a todo particular ejercer a su
voluntad el comercio de su escogencia, de iniciar una empresa,
continuarla o finalizar su explotación; permite el libre acceso al ejercer
cualquier actividad económica...”[13]. Las telecomunicaciones pasan a
regirse, así, por el principio de libre competencia, lo que supone que la
Administración debe favorecer la libertad en el ejercicio de estos
servicios.

Bajo el modelo establecido por la Ley de Telecomunicaciones de


1940, las telecomunicaciones eran servicios públicos tradicionales y su
ejercicio estaba sujeto a las amplísimas potestades de disciplina,
control, fiscalización, ordenación y dirección de la Administración, la
cual podía en consecuencia, imponer cargas o limitaciones sin
necesidad de una previa habilitación legal. Esta situación desaparece
–al menos formalmente con la LOT- desde que las telecomunicaciones
pasaron a ser actividades amparadas por la libertad económica y, por
virtud de ello, sólo pueden ser limitadas por la Ley.

Ciertamente, téngase en cuenta, en primer lugar, que la libre


competencia es el régimen natural en el cual se ejercita la libertad de
industria y comercio, a que se refiere el artículo 112 constitucional; en
segundo término, la libre competencia es un principio de valor
constitucional, consagrado como tal en los artículos 113 y 299 de la
Constitución. Por último, como habíamos ya señalado, la libre
competencia es uno de los principales objetivos de toda liberalización
de actividades económicas estratégicas. Por tanto, a pesar del silencio
de la Ley en la materia, la libre competencia sí rige el desarrollo de las
actividades económicas de telecomunicaciones, más ahora que se ha
producido la despublificación de la actividad. Por lo tanto las
telecomunicaciones se regirán por el principio de libre competencia y,
en especial, por las normas de la Ley para Promover y Proteger el
Ejercicio de la Libre Competencia.

c. Su configuración como actividades de interés general: Las


telecomunicaciones no son consideradas ahora servicios públicos
tradicionales, ni se encuentran reservadas. Son, insistimos,
actividades privadas, catalogadas de interés general por el artículo 5
de la Ley, según el cual:

«(...) El establecimiento o explotación de redes de telecomunicaciones,


así como la prestación de servicios de telecomunicaciones se
consideran actividades de interés general, para cuyo ejercicio se
requerirá la obtención previa de la correspondiente habilitación
administrativa y concesión de ser necesaria, en los casos y
condiciones que establece la ley, los reglamentos y las Condiciones
Generales que al efecto establezca la Comisión Nacional de
Telecomunicaciones (...)»

Nótese que, en primer lugar, no existe reserva o publicatio de las


telecomunicaciones a favor del Estado, por lo que la explotación de
esas actividades se realizará en ejercicio de la libertad económica.
Además, la Ley no califica a las telecomunicaciones como servicios
públicos, sino como actividades de interés general, término que,
indudablemente, parte del concepto servicios de interés económico
general contenido en el anterior artículo 90 del Tratado de la
Comunidad Europea.

Precisamente, uno de los cambios producidos entre el Proyecto


elaborado por CONATEL y el que definitivamente fue aprobado, es la
calificación de las actividades de telecomunicaciones. En efecto, el
Proyecto de CONATEL calificaba a las telecomunicaciones como
actividades económicas de interés general, incorporando así al
Derecho Venezolano un concepto propio del Derecho Comunitario,
contenido en el artículo 90 del Tratado de la Comunidad Europea, y al
cual aludimos ya. Creemos que el Proyecto de CONATEL se
influenció, en este punto, en el Proyecto de Ley de
Telecomunicaciones aprobado por la entonces Cámara de Diputados
del Congreso, el 22 de noviembre de 1999, que empleaba en su
artículo 3 el término actividades económicas de interés general.

Durante la discusión del Proyecto ante la Comisión Legislativa


Nacional se sustituyó el concepto interés general por interés público.
Esta sustitución ninguna trascendencia jurídica hubiese implicado,
pues los términos interés público e interés general son sinónimos. En
efecto, como se ha expresado «...en el campo del Derecho público, y
concretamente en el administrativo, la idea de interés público o
general se sitúa como factor motivador y condicionante de todo
ejercicio de las potestades administrativas...»[14]. En definitiva, la
sustitución del término “interés general” por “interés público” no
modifica en modo alguno la regulación de las telecomunicaciones
como una actividad económica bajo régimen de libertad económica,
pero sometida a regulación y control por parte del Estado, dado el
interés público o general que ésta satisface.

Finalmente, la LOT aprobada, en su artículo 5°, calificó a las


telecomunicaciones como actividades de interés general, eliminando el
calificativo “económica” utilizado en el Proyecto elaborado por
CONATEL. Sin embargo, tal omisión ningún cambio apareja, pues el
propio artículo 1° de la LOT, al señalar su objeto, indica que las
telecomunicaciones son actividades económicas.[15] Además,
independientemente de la consideración anterior, dicho cambio no
produce ninguna consecuencia jurídica: las telecomunicaciones, por
Ley, son actividades de interés general y, al ser esencialmente
actividades económicas, son, por tanto, actividades económicas de
interés general.

El término “actividades de interés general”, como hemos señalado


antes, sustituye en la actualidad al concepto de servicio público
tradicional, y alude a dos ideas: (i) que la actividad se desarrolla a
través de ejercicio de la libertad económica y (ii) que en virtud de su
vinculación con el interés general, puede el Estado intervenir en su
ejercicio.

La referencia al interés general permite que, sin ser las


telecomunicaciones un sector de actividad excluida de la libertad de
económica, su ejercicio se halle sujeto a especiales controles y
sometido a un intenso régimen de policía administrativa -regulación y
control- por parte del Estado. De allí que la calificación de la actividad
de telecomunicaciones como una actividad de interés general o
público no implica que ésta deba ordenarse bajo el régimen del
servicio público, pues aun cuando el servicio público presupone
también el interés público, aquél implica siempre la expresa reserva de
la actividad (publicatio). Como bien señalara la jurisprudencia de la
Sala Político-Administrativa, respecto de la hoy derogada Ley de
Telecomunicaciones, era la reserva de la actividad -y no su conexión
con el interés general- lo que erigía a las telecomunicaciones como
servicios públicos.

Este concepto –actividades de interés general- tampoco es novedoso


en el Derecho Administrativo venezolano. Así, Lares Martínez en su
manual de Derecho Administrativo destaca la existencia de actividades
económicas y comerciales que afectan al interés general, por
satisfacer necesidades colectivas, y respecto a las cuales el Estado
despliega sus técnicas de intervención en el orden económico. Para
este autor, el interés general se asocia a la necesidad de dar
satisfacción de modo regular y continuo a una necesidad colectiva,
que en caso de ser abandonada a la libre iniciativa de los particulares,
no hallaría sino una satisfacción incompleta o llena de inconvenientes.
Que una actividad económica afecte al interés general, no impone
necesariamente que el Estado deba asumir su titularidad: bien puede -
como enseña Lares Martínez- limitarse a controlarla.

Eso es en definitiva lo que ha ocurrido con las telecomunicaciones en


Venezuela. En efecto, bajo la legislación de 1940, las
telecomunicaciones eran actividades comerciales, dirigidas a
satisfacer necesidades colectivas. Bajo la LOT de 2000, igualmente,
las telecomunicaciones son actividades económicas destinadas a
satisfacer necesidades de interés general. El cambio, por tanto, no
operó respecto de la naturaleza jurídica de las telecomunicaciones,
sino en cuanto a las técnicas de intervención del Estado en ese sector.
Bajo la legislación derogada, las telecomunicaciones eran actividades
reservadas al Estado, esto es, de titularidad pública. Ahora, con la
nueva Ley, las telecomunicaciones son actividades de titularidad
privada sometidas al control del Estado. Se ha sustituido entonces la
técnica de reserva por la técnica de la regulación económica.

Resulta en nuestra opinión un tanto criticable el empleo del término


actividades de interés general, concepto que, como ya señalamos,
nace del Derecho Comunitario y pareciera haber sido trasladado a
nuestro ordenamiento jurídico fuera de contexto. Al elaborar la vigente
LOT no se tomaron en cuenta las distintas discusiones que, en
Derecho Comparado, se han planteado en torno al concepto
actividades de interés general, dada la vaguedad, imprecisión y
amplitud de ese término.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que la amplitud del concepto es
plenamente justificable en el Derecho Comunitario. En efecto, al
elaborar el Tratado de las Comunidades Europeas, sus redactores
tuvieron que acudir a un término lo suficientemente amplio para que
abarcara los conceptos de servicio público en los distintos países de
Europa. Y es que, como se sabe, no hay en el Derecho Europeo un
concepto unívoco de servicio público, existiendo, cuando menos, tres
posiciones: las derivadas del Derecho francés, las derivadas del
Derecho alemán, y las provenientes del Derecho anglosajón. Para
comprender esas tres realidades en un solo concepto, se acudió
entonces, deliberadamente, al amplísimo término actividades
económicas de interés general[16].
De allí que, al traspolar ese concepto al Derecho Venezolano, se ha
debido tener en cuenta que la amplitud del término se justificaba en el
Derecho Europeo, pero que, en el ordenamiento jurídico venezolano,
podía prestarse a confusiones. Es por ello que hemos tratado de
delinear ese concepto, en atención a los principios que informan el
Derecho Administrativo venezolano. En nuestra opinión, habría sido
preferible que la Ley se limitara a disponer que las telecomunicaciones
se desarrollarán en ejercicio de la libertad económica, sin perjuicio de
las cargas que, por razones de interés general o público, pudiera
establecer la propia Ley.

d. La intervención del Estado en las telecomunicaciones y el respeto a


la libertad económica. La liberalización de las telecomunicaciones
declarada por la LOT no implica la ausencia de intervención del
Estado; ésta, por el contrario, puede incluso incrementarse a través de
la neo-regulación. Así expresamente se deriva del citado artículo 5 de
la LOT, conforme al cual «en su condición de actividad de interés
general y de conformidad con lo que prevean los reglamentos
correspondientes, los servicios de telecomunicaciones podrán
someterse a parámetros de calidad y metas especiales de cobertura
mínima uniforme, así como a la prestación de servicios bajo
condiciones preferenciales de acceso y precios a escuelas,
universidades, bibliotecas y centros asistenciales de carácter público.
Así mismo, por su condición de actividad de interés general el
contenido de las transmisiones o comunicaciones cursadas a través
de los distintos medios de telecomunicaciones podrán someterse a las
limitaciones y restricciones que por razones de interés público
establezca la Constitución y la ley”.

Las actividades de telecomunicaciones, luego de la liberalización -


como ha destacado la doctrina- se caracteriza entonces por (i) estar
altamente regladas; (ii) sujetas a la actuación de policía administrativa;
(iii) la aplicación del régimen de concesiones, en ciertas actividades;
(iv) con imposición de obligaciones de servicio público, e incluso (v)
con limitaciones en cuanto a los operadores que pueden intervenir en
el mercado[17].

La justificación de la intervención del Estado en las


telecomunicaciones, deriva de su relación con el interés general.
Como señalamos antes, siguiendo la posición de Lares Martínez, el
interés general impide que esas actividades sean abandonadas a la
libre iniciativa privada y a la libre competencia: por ello, la intervención
del Estado es necesaria para garantizar la adecuada satisfacción de
esas necesidades públicas.

Para garantizar ese interés general, decíamos, el Estado recurre a la


regulación económica, la cual se instrumenta ahora conforme técnicas
proporcionales, que respeten e incluso fomenten la libre iniciativa
privada y la libre competencia. Tal es la denominada neo-regulación,
que se caracteriza entonces por la ordenación de actividades
económicas para la defensa del mercado y, también, para la defensa
del interés general presente en éstas. Siguiendo a Ariño Ortiz[18], se
trata de una regulación al servicio del mercado, esto es, una
regulación conforme al mercado, pensada «...para favorecer el
funcionamiento de los mercados y no para alcanzar objetivos
políticos...». Pero también la regulación se dirige a la protección del
usuario y la calidad del servicio. Es pues, una regulación que, bajo el
principio de libre competencia, persigue alcanzar –con criterios de
mayor eficacia- los mismos fines que el servicio público tradicional.

No hay por tanto en la LOT una desaparición de la Administración


económica: muy por el contrario, la liberalización ha demostrado -
como enseña Sebastián Martín-Retortillo- que la Administración
económica permanece con un grado de intervención «mucho más
penetrante que el que venía siendo habitual»[19]. De allí que la LOT
haya dotado a CONATEL de potestades amplísimas destinadas a la
ordenación del sector de las telecomunicaciones.

A esta misma idea -protección del interés general en la liberalización


de las telecomunicaciones- responden las denominadas cargas de
servicio público que la LOT ha incorporado bajo la denominación –
tributaria también del Derecho Europeo- del Servicio Universal.
Trátese de servicios concretos que, por satisfacer directamente
necesidades colectivas (como la telefonía básica) deben ser
asegurados por el Estado, quien “impone” como “carga”, la obligación
de satisfacer tales prestaciones de manera universal. La libre
competencia, en esas actividades, podría afectar negativamente su
normal desarrollo.

Esta técnica de neo-regulación debe siempre respetar los principios de


libertad económica y la libre competencia que sirven de fundamento al
régimen que prevé la LOT y esa es la principal limitación de la
Administración reguladora (CONATEL) en las telecomunicaciones,
quien no puede sustraerse del efecto liberalizador de la nueva Ley,
implementando mecanismos de regulación que vacíen el contenido
privado de la libertad económica: la regulación subsiste, pero en modo
alguno puede ésta suplantar o derogar la vigencia de la libertad
económica en las telecomunicaciones.

e. El necesario retorno a la legalidad. Hemos dicho ya que la


liberalización de las telecomunicaciones supone en los términos de la
LOT,que esa actividad económica, ahora, se entienda comprendida
dentro de la libertad económica prevista en el artículo 112 de la
Constitución, el cual es explícito al disponer que las limitaciones a esa
libertad además de las que derivan de la Constitución - son materia de
la reserva legal.

Bajo la derogada Ley, las telecomunicaciones -como servicios públicos


tradicionales- estaban sujetas a las amplísimas potestades de
disciplina, ordenación y dirección de la Administración concedente, la
cual podía en consecuencia, imponer cargas o limitaciones sin
necesidad de una previa habilitación legal. Esa situación desaparece -
al menos formalmente- con la LOT, desde que, ahora, las
telecomunicaciones, como actividades amparadas por la libertad
económica, sólo pueden ser limitadas por la Ley. Se produce,
entonces, un retorno a la legalidad.

IV. La Liberalización del Sector Eléctrico

Paralelamente a la promulgación de la Constitución de 1999, que


como señalamos anteriormente se caracteriza por su carácter
interventor de la economía por haber plasmado un modelo económico
en el que el Estado participa no como un ente regulador y fiscalizador
de las actividades económicas de los particulares, sino como un gestor
de las mismas, fue dictada la Ley de Servicio Eléctrico que impuso una
liberalización moderada del sector eléctrico, permitiendo, de una parte,
la libre iniciativa privada en determinadas materias y, por la otra, la
regulación de mayor o menor intensidad, en atención a la actividad de
que se trate (generación, transmisión, comercialización).
Posteriormente, fue dictada la Ley Orgánica del Servicio Eléctrico (en
adelante LOSE) la cual reguló en los mismos términos que su
predecesora la liberalización del sector eléctrico.

Sin embargo, antes de tratar el tema de la liberalización del sector


eléctrico en Venezuela, es conveniente realizar algunas
consideraciones en torno a el régimen tradicional de este sector, dado
lo ambiguo y confuso de este régimen. En tal sentido, es pertinente
señalar que antes de la entrada en vigencia de la LOSE que no existía
ningún texto con rango y fuerza de Ley que regulara el sector, por el
contrario, la regulación de este estaba contenido en normas de rango
sublegal, por lo que éste sector no se encontraba reservado al Estado.

El Decreto No. 1.558 del de 30 de octubre de 1996[20], en su artículo


4°, calificaba la prestación de servicio eléctrico como un servicio
público nacional; tal declaratoria sólo podía ser hecha a través de un
instrumento con rango legal, dadas las implicaciones que ello tiene
sobre el derecho de libertad económica. En efecto, como lo ha
apuntado la doctrina, cuando una actividad se erige en servicio
público, su prestación se impone obligatoriamente al Estado y se
derivan restricciones a los particulares en el sentido de que no pueden
ejercer libremente dicha actividad. El alcance concreto de dicha
restricción no es uniforme, pues depende de la regulación concreta
que establezca la ley, la cual establece una variada gama de
restricciones a la libertad económica: desde la exclusión total de los
particulares en el ejercicio de la actividad, hasta una concurrencia casi
sin restricciones entre actividad pública y actividad privada, incluyendo
los supuestos en los cuales el Estado habiéndose reservado servicio,
habilita a los particulares para su prestación mediante concesión[21].

La declaratoria de una actividad como servicio público no apareja


necesariamente la imposición de un obstáculo o una negación a la
participación del sector privado en el servicio; sin embargo, pueden
derivarse limitaciones importantes que inciden notablemente en el
ámbito de libertad económica de los particulares, tales como controles
en la fijación de tarifas, términos y condiciones mínimas para la
prestación del servicio, régimen de policía administrativa aplicable,
entre otras.

La inserción de la noción de servicio público en cualquier actividad


apareja su sujeción a un régimen jurídico especial y la aplicación de
restricciones de diversa gradación al derecho constitucional de libertad
económica; en consecuencia, para la declaratoria formal del servicio
eléctrico como un servicio público, así como la imposición de las
limitaciones correspondientes, se requería una normativa de rango
legal.

Ahora bien, si entrar en consideraciones sobre la inconstitucionalidad


que tradicionalmente caracterizó las restricciones a la libertad
económica en el ámbito del sector eléctrico, es necesario señalar que
el alto grado de participación del Estado en dicho sector y el propósito
de liberalizarlo exigía una normativa que equilibrara la necesaria
intervención del Estado como regulador del servicio eléctrico, la
garantía constitucional de libertad económica y la libre competencia.

En este contexto surge la LOSE, la cual tiene por finalidad establecer


un régimen jurídico moderno, acorde con las necesidades del sector,
que favoreciera el desarrollo de la industria eléctrica en el país y el
fomento de la libre iniciativa privada en el sector. Esta Ley puede
enmarcarse dentro del denominado proceso de liberalización de los
servicios públicos, pues emplea una variedad de disposiciones e
instrumentos a los fines de llevar adelante dicho proceso.

Dentro de estos instrumentos destaca, obviamente, la introducción de


competencia en el sector, la cual es uno de los pilares fundamentales
en los cuales de funda la liberalización de los servicios públicos. El
principio de libre competencia está contenido en el artículo 3 de la
LOSE, el cual prevé a la letra lo siguiente:

«El Estado promoverá la competencia en aquellas actividades del


servicio eléctrico dentro de las que sea pertinente, regulará aquellas
situaciones de monopolios donde la libre competencia no garantice la
prestación eficiente en términos económicos y fomentará la
participación privada en el ejercicio de las actividades que constituyen
el servicio eléctrico.
Parágrafo Unico.- El Estado se reserva la actividad de generación
hidroeléctrica en las cuencas de los ríos Caroní, Paragua y Caura».

La existencia de condiciones de competencia en el mercado eléctrico


implica la existencia de más de un agente que, al menos en teoría,
actúen en como rivales. Sin embargo, la competencia es una noción
mucho más amplia que se utiliza para designar todo tipo de situación
en la cual no hay un monopolio. La doctrina ha sido cautelosa en dar
definiciones de competencia, pues se trata de un noción cuyo
contenido puede variar de acuerdo con las circunstancias.

El término utilizado en la legislación venezolana es el de “libre


competencia” y, en tal sentido, el artículo 3° de la Ley para Promover y
Proteger el Ejercicio de la Libre Competencia, hay libre competencia
cuando existen «las condiciones para que cualquier sujeto económico,
sea oferente o demandante, tenga completa libertad de entrar o salir
del mercado, y quienes están dentro de él, no tengan posibilidad, tanto
individualmente como en colusión con otros, de imponer alguna
condición en las relaciones de intercambio.».

Sobre la base de esta definición, debe tenerse claro que la


liberalización de un sector económico no implica necesariamente que
deba desaparecer el sector empresarial público. Ejemplo de ello es
precisamente el sector eléctrico en Venezuela, en el que si bien es
cierto que se liberalizó la actividad, nada impide que las empresas
públicas continúen participando en el sector, es decir, el sector
empresarial público puede mantenerse actuando en régimen de libre
iniciativa económica.

No obstante, un sector de la doctrina considera que si la misma parte


que actúa en concurrencia con otros operadores fija las reglas del
juego, la concurrencia no es real. Por esta razón se ha insistido en
separa las figuras de ente regulador y sujeto regulado, sin que una
misma persona pudiera asumir ambos cometidos. A partir de esta
premisa se ha desarrollado el concepto de actividad de regulación,
como actividad que se diferencia de la actividad de actuar en el
mercado de acuerdo con las reglas previamente establecidas.
Ahora bien, la liberalización del sector eléctrico comprende la apertura
del sector a la iniciativa privada, en condiciones de libre competencia,
en las áreas en que ello sea posible o viable. La libre competencia es
un atributo de determinadas actividades económicas, en las cuales
existen las condiciones para que cualquier sujeto económico, sea
oferente o consumidor, tenga completa libertad de entrar o salir del
mercado, de manera que quienes estén dentro de él, no tengan
posibilidad, ni individualmente ni en colusión con otros, de imponer
alguna condición en las relaciones de intercambio (art. 3º de la Ley
para Promover y Proteger el Ejercicio de la Libre Competencia).

La libre competencia es, por tanto, un concepto afín a la libertad


económica, prevista en el artículo 112 de la Constitución, por lo que -
en principio- de no regir esa libertad, mal podría hablarse de libre
competencia (CPCA del 24.09.97, caso: Aeropostal).

El artículo 3 de la LOSE se ha referido a la libre competencia en


aquellas actividades del servicio eléctrico dentro de las que sea
pertinente; en tal sentido, es oportuno observar que hay actividades en
el sector eléctrico que su propia naturaleza no podrían ser
desarrolladas en condiciones plenas de libre competencia y en las que
dicho principio se aplica en forma relativamente restringida; en
concreto, nos referimos a las actividades de transmisión y distribución,
para las cuales el legislador exige a los particulares la obtención de
una concesión.

Por tal motivo, el legislador se ha valido de la separación de


actividades en el sector eléctrico, a los fines de introducir competencia
en aquellos sectores que no sean monopolios naturales, de manera de
incentivar la iniciativa privada en esos sectores. Ciertamente, la Ley se
sirve de la separación de actividades, la cual implica la desintegración
del sector y el establecimiento de un régimen diferenciado para las
actividades competitivas (como son la generación y la
comercialización especializada) y las no competitivas o de
competencia atenuada (transmisión y distribución) y, correlativamente,
la aplicación de un régimen jurídico distinto a unas y otras en un
mercado eléctrico en dos niveles: un mercado mayorista eléctrico y un
mercado con tarifas reguladas.
Las “actividades competitivas", a su vez están presididas por tres
principios fundamentales: libertad de entrada al mercado y libertad de
inversión; libre acceso a las infraestructuras y libertad de contratación
y formación competitiva de precios. Todos y cada uno de esos
principios están previstos en la Ley del Sector Eléctrcio, la cual
establece un régimen de autorizaciones para el desarrollo de las
actividades de generación y comercialización especializada (arts. 24 y
38), garantiza a todos los operadores del servicio eléctrico libre acceso
a las infraestructuras de red (art. 7°) y prevé la posibilidad de que los
agentes en el mercado mayorista eléctrico puedan contratar
libremente con otros agentes la venta de potencia y energía eléctrica
(art. 25, num. 5).

De allí que pueda afirmarse que la liberalización del sector eléctrico no


supone un modelo de competencia perfecta sino, más bien, de
competencia regulada en el cual las distintas actividades que integran
el sector están sometidas a regímenes «claramente diferenciados, en
los que se reservan cometidos muy diversos al principio de libre
competencia y a la regulación o intervención pública y en los que estos
elementos se integran y complementan bajo muy diversas
combinaciones [...]»[22]

La liberalización del sector eléctrico no implica la adopción –J.I.


Hernández- de un modelo de competencia sin reglas, sino más bien
de competencia regulada. En tal sentido, «(...) tal y como lo señala
Ariño Ortiz, siempre será un sector regulado, lo importante es
entonces el cuestionamiento del alcance y sentido de la regulación,
pues lo que se pretende con la liberalización es minimizar tal
regulación. Se erige como objeto de la acción administrativa, por tanto,
la protección y promoción de la libre competencia y de la iniciativa
privada, postulados que, sin embargo, se contradicen con algunas
disposiciones de la Ley del Sector Eléctrico –derivadas del régimen
derogado- que preservan una clara intención de intervención sobre el
sector.»[23]

V. La Liberalización de los Hidrocarburos Gaseosos

La Ley Orgánica de Hidrocarburos Gaseosos (en lo adelante,


LOHG)[24] en su artículo 2° estableció que las actividades de
exploración y explotación de los yacimientos de hidrocarburos
gaseosos no asociados, así como la recolección, almacenamiento y
utilización tanto del gas natural no asociado como el asociado a
petróleo y otros fósiles; al igual que las actividades de procesamiento,
industrialización, transporte, distribución, comercio interior y exterior de
dichos gases pueden ser ejercidas tanto por el Estado como por
personas privadas nacionales o extranjeras.

Sobre la base de lo dispuesto en el artículo 2° de la LOHG puede


afirmarse que ha operado en Venezuela la liberalización de los
hidrocarburos gaseosos, pues estas actividades, tradicionalmente
reservadas al Estado, pasaron a explotarse mediante actividades
económicas privadas, regidas por los principios de libertad económica
y libre competencia, sometidas, sin embargo, a diversos controles por
parte de los Poderes Públicos, muy especialmente de la
Administración.

1. El régimen jurídico tradicional de los hidrocarburos gaseosos

El régimen jurídico tradicional de los hidrocarburos gaseosos estuvo


caracterizado por su carácter reservado. Ciertamente, Ley que
Reserva al Estado la Industria del Gas Natural, posteriormente
modificada por la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y
Comercio de los Hidrocarburos, estableció que dicha actividad sería
ejercida por el Estado, excluyendo en consecuencia la participación
del sector privado en las mismas.

Dicha reserva trajo como consecuencia la exclusión de la libertad


económica en el sector, con la consecuente necesidad de que la
Administración concediese previamente a los particulares el derecho a
intervenir en dichas actividades. Esta intervención fue establecida, sin
embargo, con un marcado carácter excepcional –J.I. Hernández- ,
pues sólo a través de tres vías podían los particulares participar en el
sector, a saber, (i) mediante la celebración de convenios operativos;
(ii) a través de convenios de asociación –que suponen una
intervención más activa, siempre bajo el control del Estado- y por
último, (iii) mediante convenios de comercialización del Gas de
Petróleo Licuado (GPL).[25]
Puede entonces afirmarse que la participación de la iniciativa privada
en el sector quedaba sumamente reducida. Y siempre, tal participación
se efectuaba no en virtud de un derecho propio de los particulares,
sino en atención a los distintos convenios celebrados con el Poder
Ejecutivo.

2. La Liberalización de los Hidrocarburos Gaseosos y la nueva


regulación del sector

Como ya hemos señalado anteriormente, como principio general rige


en la Constitución venezolana el derecho a la libertad económica, por
lo que, de no estar reservado determinado sector de la economía al
Estado, rige en el mismo el principio de libre iniciativa privada. En tal
sentido, al quedar derogada la Ley que Reserva al Estado la Industria
del Gas Natural con la entrada en vigencia de la LOHG, se derogó la
reserva que sobre dichas actividades regía y, en consecuencia, ha
operado en el sector de los hidrocarburos gaseosos su
despublificación.

Lo anterior queda ratificado por el artículo 2° de la LOHG, el cual


dispuso que las actividades relacionadas con los hidrocarburos
gaseosos podría ser ejercidas tanto por el Estado directamente, como
por particulares nacionales o extranjeros. En tal sentido, la
despublificación implicó que a partir de la entrada en vigencia de la
LOHG las actividades del sector son actividades económicas privadas,
que pueden ser desarrolladas en ejercicio del derecho a la libertad
económica y en régimen de libre competencia.

No obstante, tal y como lo ha señalado la jurisprudencia, el derecho


constitucional a la libertad económica no es un derecho absoluto, pues
se encuentra sometido a las limitaciones establecidas por la Ley.[26]
En tal sentido, la LOHG establece una serie de limitaciones para el
acceso de los particulares al ejercicio de las actividades del sector de
los hidrocarburos gaseosos. Así, de conformidad con lo establecido en
el único aparte del artículo 22 de la LOHG «Las actividades a ser
realizadas por personas privadas nacionales o extranjeras, con o sin la
participación del Estado, requerirán licencia o permiso, según el caso,
y deberán estar vinculados con proyectos o destinos determinados,
dirigidos al desarrollo nacional, conforme el artículo 3° de esta Ley».
De la norma antes transcrita se evidencia que los particulares que
deseen realizar actividades en el sector de los hidrocarburos gaseosos
deberán obtener licencia o permiso. Conforme lo dispuesto en el
artículo 24 eiusdem, para la exploración y explotación de
hidrocarburos gaseosos no asociados se requerirá una licencia. Por su
parte, de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 27 de la LOHG, quienes
deseen realizar actividades de procesamiento, almacenamiento,
transporte, distribución, industrialización, comercialización y
exportación de gases asociados o no asociados, producidos por otras
personas, deberán obtener previamente un permiso. En dichos títulos
se establecerán los requisitos y condiciones para que los particulares
puedan realizar tales actividades.

Ahora bien, debe tenerse presente que las licencias y permisos a los
que hemos hecho referencia están orientados, únicamente, a la
realización de las actividades de hidrocarburos gaseosos, lo cual no
implica que si la realización de dichas actividades requiere la
exploración y explotación de yacimientos de hidrocarburos gaseosos,
el particular no deba obtener una concesión para la utilización de
bienes del dominio público.

En efecto, conforme lo dispuesto en el artículo 1° de la LOHG, los


yacimientos de hidrocarburos gaseosos existentes en el territorio
nacional, bajo el lecho del mar territorial, de la zona marítima contigua
y en la plataforma continental, pertenecen a la República, son bienes
del domino público y por tanto inalienables e imprescriptibles.

Lo anterior no es una situación extraña, el hecho de que para realizar


actividades privadas se requiera la utilización de bienes del dominio
público es común en el régimen de liberalización de los servicios
públicos en Venezuela. Recuérdese por ejemplo que de conformidad
con lo previsto en la LOT, los servicios de telecomunicaciones que
requieran la utilización del espectro radioeléctrico que es un bien del
dominio público, no sólo requerirán de la habilitación para la prestación
de la actividad de telecomunicaciones que deseen realizar, sino que
además, deberán obtener la respectiva concesión para la utilización de
bienes del dominio público (espectro radioeléctrico).

Por tal motivo, dada la vinculación con bienes del dominio público de
la prestación de actividades de hidrocarburos gaseosos, el Estado
debe regular en forma directa y especial dichas actividades, por lo que
puede afirmarse que si bien es cierto que ha operado la liberalización
de los hidrocarburos gaseosos a raíz de la entrada en vigencia de la
LOHG, dicha liberalización es más bien matizada, pues el Estado no
ha pretendido adoptar un sistema de competencia absoluta en el
sector.

De allí que pueda afirmarse que la LOHG parte de un modelo de


“competencia regulada”, caracterizado por el incentivo de la iniciativa
privada y la libre competencia en el sector, sin perjuicio de la
intervención de los Poderes Públicos como entes reguladores de la
actividad, lo cual, en aplicación del artículo 113 del Texto
Constitucional, no pretende establecer u sistema de competencia
perfecta en el sector, sino más bien la competencia efectiva.[27]

Para el logro de dicho objetivo, el legislador ha utilizado la técnica de


la neo-regulación de la actividad, mediante la cual se han establecido
distintos mecanismos de regulación destinados a garantizar la
adecuada prestación del suministro de hidrocarburos gaseosos en
forma regular y continua manteniendo altos estándares de calidad, sin
afectar con ello, en forma determinante, la libre competencia. Lo que
se pretende con esta neo-regulación del sector es corregir las posibles
deficiencias del mercado, a los fines de evitar que una competencia
absoluta impida un adecuado suministro del gas natural.

Es por ello que de conformidad con lo previsto en el artículo 3 de la


LOHG las actividades relativas a este sector deben estar dirigidas al
desarrollo nacional, mediante el aprovechamiento intensivo y eficiente
de tales sustancias como combustibles para uso doméstico o
industrial, como materia prima a los fines de su industrialización y para
su eventual exportación en cualquiera de sus fases. Además señala el
referido artículo que dichas actividades se realizarán atendiendo a la
defensa y uso racional de los hidrocarburos gaseosos y a la
protección, conservación y preservación del medio ambiente.

De allí que la Administración, a fin de garantizar los objetivos antes


señalados pueda imponer a quienes desarrollen estas actividades
determinadas obligaciones de servicio público o servicio universal. Así
por ejemplo, el artículo 8 de la LOHG establece que los
almacenadores, los transportistas y los distribuidores de hidrocarburos
gaseosos, tendrán que prestar el servicio en forma continua y de
conformidad con las normas legales, reglamentarias y técnicas de
eficiencia, calidad y seguridad.

Por tanto, la neo-regulación en el sector de los hidrocarburos


gaseosos pretende «(...) al igual que con el resto de las actividades
liberalizadas en Venezuela, establecer un régimen jurídico que
propenda al adecuado desarrollo del sector, a través de la
incorporación del libre competencia, utilizando nuevas técnicas de
regulación que propendan al adecuado desarrollo del sector, en vista
del interés general que revisten tales actividades.»[28]

Para concluir, una última reflexión, el viejo concepto de servicio


público –monopólico, igualitario, de mínimos, uniforme-, ha quedado
agotado, ya no satisface las necesidades de la población. Hoy hay que
abrir camino a nuevas realidades, más competitivas, diferenciadas,
innovadoras, que son las que la nueva realidad social reclama. Hay
que mejorar la prestación de los servicios públicos, pero sin perder lo
ya conseguido hasta ahora que es, básicamente, la existencia de un
servicio universal dirigido a todos los ciudadanos en todos los niveles,
para lo cual es necesario un nuevo servicio público, un nuevo modelo
de regulación económica, un cambio profundo en la política económica
de Estado. Si bien es cierto ya se ha dado un primer paso en esta
dirección con la liberalización de algunos sectores de la economía
nacional, no debemos perder de vista el largo camino que aún nos
queda por recorrer.

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