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El racismo en el Perú

Por Jorge Rendón Vásquez


Fuente: Librosperuanos.com
Enero 2013

Nuestro país está enfermo de racismo. No es un racismo oculto, sino ostensible y cotidiano, pese a no ser
un apartheid legalmente admitido y a la existencia de leyes contra la discriminación que, en general, no se
cumplen.

El racismo o discriminación racial implica la preferencia de los blancos y blancoides o blancones en el trabajo,
en las instituciones privadas y públicas y en otros aspectos de la vida social, y la exclusión correlativa de los
indios, negros y mestizos, considerados inferiores por los blancos.

Este racismo presenta dos manifestaciones: una originaria y otra, de sumisión.

La primera se manifiesta como discriminación y desprecio impulsados y practicados por gentes de raza blanca
y otras con acusados rasgos faciales correspondientes a esta raza contra los indios, negros y mestizos. (Por
mestizos se comprende al grupo humano resultante de las uniones de blancos, indios, negros, asiáticos y su
descendencia.) Es el racismo que va de arriba hacia abajo, impuesto activamente por la diminuta cúspide
blanca, poseedora del mayor poder económico de la sociedad, a través de sus maneras de pensar, actitudes
personales y medios de comunicación social animados por modelos blancos. Este racismo es asumido por los
mestizos de caracteres blancos (blancoides o blancones) contra otros mestizos menos claros que ellos, y
obviamente también contra los indios y los negros. Cuanto más se asemeje el rostro de un blancoide al de los
blancos su valoración personal será mayor y su desdén por las personas con rostros de rasgos indios o
negros más acentuado. A raíz de esta discriminación, para muchos mestizos raciales o culturales la unión
matrimonial o convivencial con una persona de caracteres más blancos que los suyos constituye un avance
en su promoción social. Ciertas mujeres con rasgos blancos aceptan esas asociaciones, intuyendo que
podrían ofrecerles la seguridad y la posición económica más elevada de su pretendiente. Los hijos comunes
irán luego a colegios particulares con un alumnado preferentemente blanco o blancoide, y, si acceden a la
educación superior y disponen de los recursos suficientes para el pago de las pensiones, continuarán en
ciertas universidades privadas creadas para recibir a esos grupos racialmente claros y convertirlos en cuadros
de los aparatos empresarial y estatal.

La otra faz del racismo se ubica en la conducta sumisa de los mestizos e indios frente a los blancos y en su
actitud discriminatoria de sus propios congéneres, como una manera normal de vivir en la sociedad.
Manifestaciones de este racismo inverso o de sumisión, que va de abajo hacia arriba, es la tendencia general
en numerosos indios y mestizos a considerar a los blancos como sujetos superiores a ellos, a creerles más
que a quienes no lo son, a obedecerlos sin reflexión si los blancos tienen el poder de mandar y a preferirlos en
las múltiples relaciones sociales. Un policía, un militar, un juez y un fiscal mestizos serán más benévolos o
condescendientes con un blanco o un blancoide que con un indio o un mestizo de rasgos indígenas, sobre
quienes descargarán todo el rigor de la ley y los harán víctimas de sus abusos más execrables, en tanto que
hallarán siempre para aquéllos una causa eximente de responsabilidad; los blancos y blancoides gozarán
para ellos de preeminencia en el ingreso al trabajo y a ciertas instituciones y en los ascensos; un guardián
mestizo dejará pasar a un blanco o blancoide y hará valer la prohibición contra un indio o un mestizo; un
vendedor, funcionario o empleado mestizo dejará de atender a un indio o un mestizo más prieto que él para
ocuparse de un blanco o blancoide que llegó después. Para este racismo de sumisión no existen el orden de
llegada, la igualdad de oportunidades, ni, finalmente, la igualdad ante la ley. Parece obvio que el racismo
originario sería menos agresivo o de hecho no existiría si el racismo de sumisión fuera erradicado de la
conciencia de los mestizos que lo practican, como se extirpa un hongo parasitario que sólo puede vivir de la
savia de la planta a la que se adhiere.

¿Cuál es el origen del racismo tan metido en la conciencia de nuestro pueblo?

Apareció con la conquista de América por los españoles y portugueses en el siglo XVI. La derrota de los
pueblos aborígenes trajo como correlato su esclavización y posterior servidumbre. Para los conquistadores
blancos los habitantes de América eran seres inferiores. Cuando hacia 1540, fray Bartolomé de las Casas
llevó a España sus denuncias contra el aniquilamiento de las poblaciones aborígenes por los conquistadores,
a punta de torturas, asesinatos y explotación ilimitada, el Consejo de Indias le hizo firmar al rey ciertas
disposiciones de protección de los indios para impedir su aniquilamiento como fuerza de trabajo, que los
conquistadores españoles de América se negaron a cumplir. La réplica ideológica contra la campaña de
Bartolomé de las Casas provino del fraile Ginés de Sepúlveda, quien enarbolando la tesis de que los
habitantes de América eran seres inferiores a los humanos, sostuvo que no merecían otro trato que la
dominación total. En el famoso debate de Valladolid, en 1550, entre ambos monjes ante una junta de
teólogos, no hubo vencedor ni vencido. Poco después el Consejo de Indias emitió las leyes de estructuración
social de las colonias de América por castas raciales minuciosamente jerarquizadas. Por ellas, un español
peninsular estaba en un nivel superior que un español nacido en América; los hijos de un español con una
india eran mestizos; los de un español con una negra, mulatos; los hijos de mestizos entre sí eran mestizos, y
así sucesivamente. En último lugar, después de los negros que sólo podían ser esclavos, estaban los indios.
Y todos estos sujetos descendientes de progenitores de razas diferentes y legalmente excluidos de la
educación, salvo los hijos de los curacas colaboradores del poder español, debían respeto y sumisión a los
blancos peninsulares y americanos.

Durante los tres siglos que duró la dominación colonial en América tal estratificación racial de la sociedad
modeló la conciencia de los habitantes de América tan fuertemente como la imposición del feudalismo, de la
lengua castellana, de la religión católica y de los usos y costumbres hispánicos.

La revolución de la independencia, a comienzos del siglo XIX, si bien anuló las leyes de estratificación racial,
no pudo ni siquiera mellar esa conciencia de discriminación. Al contrario, la continuación de los blancos
nacidos en América en el poder político, la mantuvo con caracteres más pronunciados. El racismo, ingrediente
consustancial de la explotación del indio, del negro y del mestizo, siguió irradiándose desde los centros de
dominación blancos en la ciudad y en el campo. Las autoridades judiciales, policiales y eclesiásticas a su
servicio se desplegaban contra los indios, negros y mestizos con más ensañamiento y rabia que los mismos
gamonales. Y así continuamos viviendo.

No se libran del racismo ni siquiera ciertos profesionales e intelectuales descendientes de familias blancas o
blancoides, simpatizantes de alguna tendencia de izquierda. Lo exhalan y transpiran en sus actitudes y
actividades profesionales, políticas y literarias, y, si gozan del poder de decidir, prefieren a los blancos y
blancoides frente a los mestizos e indios; y si, por ejemplo, acceden a la conducción de alguna revista,
periódico o institución se desvivirán por destacar los íconos blancos, dejando de lado a otros con mayores
méritos, pero considerados por ellos de razas inferiores, para halagar a algún jefe blanco.

La discriminación en las empresas es más abominable todavía. Las hay que sólo reciben para sus puestos de
dirección, de oficina y de trato con el público a hombres y mujeres blancos y blancoides. Las leyes contra la
discriminación laboral carecen de vigencia en esos ámbitos que gozan en la práctica de extraterritorialidad.

¿Qué hacer para eliminar el racismo?

Se requiere completar el elenco de normas contra él, pero más que eso, es imprescindible un cambio en el
comportamiento de las mayorías sociales mestizas e indias, que equivaldría a una revolución en su
conciencia. Si aún no lo saben, estas mayorías mestizas e indias deben aprender a reaccionar contra la
discriminación, especialmente en el acceso a los empleos estatales y privados y a los bienes y servicios a los
cuales tengan derecho, y a contestar el menoscabo y el insulto racial. Este cambio podría ser promovido a
través de la educación en todos sus niveles, y, si ésta fuera incapaz de cumplir esa tarea por hallarse
manipulada por la cúpula gobernante y por grupos interesados en mantener el racismo, por la acción de los
partidos, movimientos sociales y personas que asuman la misión de sanear la conciencia colectiva e individual
de ese trauma heredado para arribar a un espíritu nacional más diáfano y homogéneo.

Los movimientos y partidos políticos llamados a sí mismos de izquierda deberían ser descalificados por las
mayorías sociales si en sus programas no inscribieran en primer lugar la erradicación del racismo y si no
practicasen una conducta compatible con este propósito.

En 1972, varios funcionarios del gobierno de Velasco Alvarado convencimos a los coroneles del COAP sobre
la necesidad de dar una ley que destinase el 50% de la programación de las televisoras y radios a las
manifestaciones culturales nacionales, sobre todo la música folclórica y criolla. Algunos intelectuales de
derecha se escandalizaron ante lo que calificaron como una osadía inadmisible, pero carecieron en absoluto
de eco. No era ese un gobierno apto para aceptar su influencia; y esa ley se dio y se cumplió. Fue a su modo
uno de los primeros ataques contra la discriminación racial en el Perú, con el mismo espíritu que la ley de
Reforma Agraria, dirigida a acabar con la herencia feudal de los conquistadores blancos.
Racismo y poder en el Perú de hoy
Por Roger Merino*
30 de marzo, 2014.- No hay peor racista que aquel que niega el racismo o lo minimiza, pues con ello no solo
agrava la situación de discriminación constante que se sufre en el país, sino que además la normaliza.
Argumentos tales como el racismo inverso o que los “prejuicios contra los blancos son igualmente
nocivos” (Pasquel, 2014; Santillana, 2013) no solo muestran un total desconocimiento del grave problema del
racismo en el Perú, sino que además reafirman el profundo racismo de muchas élites intelectuales y
profesionales.
El racismo no es un simple problema de prejuicios o resentimiento que afectaría a todos por igual, como se
pretende hacer creer. El racismo como discurso e instrumento de dominación nace en la colonia mediante el
establecimiento de una jerarquía de poder que organiza la sociedad en términos sociales, políticos y
económicos. La explotación y exterminio del indígena en las minas de la serranía y las haciendas durante la
colonización y buena parte de la república, el exterminio y esclavitud a que fueron sometidos los indígenas
amazónicos durante la fiebre del caucho (1879 – 1912) y muchos otros ejemplos históricos, se enmarcan en
un sistema fundamentado en el racismo como base de la colonialidad del poder, tal como señala Aníbal
Quijano.
El racismo justificó la negación de la humanidad y la inferioridad del indígena y del afroperuano. Esta jerarquía
de poder es tan arraigada que los diferentes matices del color de piel siguen jerarquizando a los individuos
incluso dentro de los grupos marginados. Como señala Marisol de la Cadena, no se trata solo de blancos,
mestizos, indios y negros. Los mestizos más blancos son jerarquizados como superiores a los mestizos más
indios, los indios que esconden su lengua materna y su indigenidad son jerarquizados como superiores a los
indios que persisten en sus normas culturales. Esta situación se mantiene hasta hoy en la vida cotidiana, en
donde los insultos racistas entre mestizos, indígenas y negros se enmarcan en esa jerarquía que tiene en su
cúspide a las élites sociales.
Esa jerarquía de poder no es solo un problema de estereotipos en los programas de televisión o
discriminación en el consumo. Es un problema que se enmarca en la lógica más profunda del poder público,
tan normalizada que su ejercicio es simplemente ignorado. Por ejemplo, cuando Fernando Belaúnde escribió
La conquista del Perú por los peruanos (1959) o Alan García escribió El perro del hortelano (2007), ambos
observaron a la Amazonía como un espacio libre a explotar pasando por encima de sus habitantes. Estos
discursos implícita o explícitamente retratan a los indígenas amazónicos como obstáculos al desarrollo y por
ello lo instrumentalizan o lo hacen dispensables en el proyecto modernizador.
Y es que el racismo es tan grave que está en la base de muchas políticas públicas en el país hasta el día de
hoy. El racismo se convierte en una violencia institucional que justifica el hecho de que, por ejemplo, la mayor
parte de los territorios indígenas se encuentren concesionados sin ningún tipo de consulta ni respeto a sus
habitantes. Ese racismo permite esencializar al indígena como “anti-minero”, “anti-desarrollo” o simplemente
mediocre, sin que nadie se inmute.
En dicho contexto, banalizar el problema señalando que los blancos también son “víctimas” de prejuicios y
que los indígenas son racistas al ser “resentidos”, es un argumento deleznable y profundamente racista pues
pretende ignorar la jerarquía de poder instaurada en la consciencia colectiva, estructura institucional, procesos
económicos y discursos sociales por más de 500 años en América.
Reconocer el problema del racismo y desmantelar su jerarquía de poder en términos políticos, jurídicos,
económicos y sociales es fundamental en nuestro país. Para ello, un primer paso es desmantelar la fachada
“multicultural” y “tolerante” de ciertas élites verdaderamente racistas.

Referencias
Belaunde, F., 1959. La Conquista del Perú por los peruanos. Lima: Tawantinsuyu.
De la Cadena, M., 1998. Silent Racism and Intellectual Superiority in Peru. Bulletin of Latin American
Research, 17 (2), pp. 143-164.
García, A., 2007. El síndrome del perro del hortelano. El Comercio, 28 October, Lima.
Pasquel, E., 2014. China Jacinta, Paisana Tudela. El Comercio, martes 25 de
Marzo.http://elcomercio.pe/opinion/mirada-de-fondo/china-jacinta-paisana-tudela-enrique-pasquel-noticia-
1718090
Quijano, A., 2000. Coloniality of Power, Eurocentrism, and Latin America. Nepantla: Views from South, 1 (3),
pp. 533-580.
Santillana, M., 2013. El racismo es de doble vía. Semana Económica, 20 de agosto del
2013.http://semanaeconomica.com/oso-decirlo/2013/08/20/el-racismo-es-de-doble-via/

*Roger Merino es Ph.D. (c) en Ciencias Sociales y Políticas por la Universidad de Bath del Reino Unido,
donde obtuvo el grado de Máster en Políticas Públicas Internacionales y Globalización. Es abogado por la
UNMSM, con maestría en Derecho Comparado y Economía por la Universidad Internacional de Turín.
Las razas no existen pero sí el racismo. Con esa provocadora frase, los científicos sociales en
nuestro país propusieron que las razas constituyen una construcción social. En otras palabras, -si
bien poseemos rasgos físicos diversos-, el imaginarlos como razas y atribuirles distintos valores
morales, es un asunto que las sociedades definen: no vienen dados genéticamente.
Desde el siglo XVIII biólogos como Darwin y Linneo comenzaron a clasificar en razas a los seres
humanos que iban conociendo en sus viajes a lo largo y ancho de los continentes que visitaban.
Sin embargo, esas clasificaciones fueron utilizadas para desvalorizar a aquellas poblaciones que
no se consideraban blancas. Los peruanos adoptamos esa manera de mirar el mundo, de tal modo
que en la vida cotidiana utilizamos los conceptos raciales para clasificar a las personas con las que
interactuamos (Valdivia, 2009).

Sin embargo, no resulta sencillo señalar quién pertenece a


qué raza en nuestro país.
Sin embargo, no resulta sencillo señalar quién pertenece a qué raza en nuestro país: no resulta
evidente ni sencillo identificar cuáles son los criterios y límites para incluir a unos u otros como
parte de un grupo racial. Por ejemplo, una persona A puede decir que B es blanco; pero C, puede
clasificarlo como mestizo. O por el contrario, D puede auto representarse como mulato y E decir
que es negro. En realidad, resulta muy complejo señalar quiénes pertenecen a un grupo racial e
incluso, que dichas personas acepten esa clasificación como propia. Esto es, resulta complicado
medir a qué razas pertenecemos los peruanos.

Cuando se pregunta en el Perú, a qué raza correspondemos, se obtienen los siguientes


porcentajes,

Mestizo Blanco Indígena Mulat o Negro Asi ático Otra raza

76 6 7 1 1 1 1

Fuente: elaboración propia a partir de (Corporación Latinobarómetro, 2011, pág. 58)

En síntesis, utilizamos las categorías raciales en nuestra vida cotidiana e incluso en las
estadísticas oficiales; sin embargo no resulta sencillo señalar quién pertenece o no, a determinado
grupo racial.

En parte dicha dificultad está vinculada al hecho de que las clasificaciones raciales aparecen
ligadas a otras categorías. Por ejemplo, las comunidades nativas de la Amazonía se han
representado como un conjunto más o menos homogéneo, marcado por sus lenguas originarias y
su ubicación territorial; a la población afro descendiente se la identifica por sus rasgos físicos;
mientras a los aimaras y quechuas a partir de una combinación de pobreza y sus características
culturales o lingüísticas. Los blancos son evaluados por el color de su piel y criterios de poder y
riqueza; sin embargo, la mayoría mestiza termina perteneciendo una categoría de lo no clasificado
(Valdivia, Benavides, & Torero, 2007) .
La discriminación racial no ha desaparecido, sino que sigue
manifestándose en la vida social.
En este contexto complejo los científicos sociales se preguntan si el mestizaje tan significativo en
nuestro país ha permitido desdibujar paulatinamente la discriminación racial; es decir, si dado el
alto porcentaje de población mestiza, la discriminación basada en la raza habría ido
desapareciendo.

La respuesta es bastante compleja, ya que necesitaríamos conocer los contextos particulares en


los que se ejerce discriminación racial, muchas veces ligada a otras condiciones de la persona
como el sexo, la edad, su orientación sexual, su lengua, etc. Casi la mitad de los peruanos (47%)
sentimos que somos discriminados por algún motivo (Corporación Latinobarómetro, 2011, pág. 56).
E incluso, cuando se pregunta en nuestro país, <cuántos de 100 peruanos imagina que son
discriminados por raza>, la respuesta es 39. Esto es, consideramos que la discriminación racial no
ha desaparecido, sino que se sigue manifestando en la vida social.

En el ámbito nacional, existen tres medios de protección frente a los actos de discriminación: el
constitucional; el administrativo (que sanciona al servidor público, al sector de educación, al sector
trabajo y al mercado de consumo en caso incurran en actos discriminatorios); y el penal.

El número de denuncias por discriminación recibidas por la


Defensoría –si bien en aumento-, sigue siendo bastante
reducido.
A partir del 2006, los gobiernos locales han implementado ordenanzas regionales, municipales y
distritales contra la discriminación. De éstas, las más complejas al momento de definir
discriminación son las establecidas por las Municipalidades Provinciales de Huamanga, Sullana y
Chanchamayo y la Municipalidad Distrital de Jesús Nazareno; las cuales denominan discriminación
a “la acción de excluir, despreciar o tratar como inferior a una persona, o grupo de personas, sobre
la base de su pertenencia a un grupo social, por razón de raza, sexo, religión, condición
económica, clase social, posición política, indumentaria, orientación sexual, actividad, condición de
salud, discapacidad, lugar de origen o residencia, edad, idioma o de cualquier otra índole, que
tiene como el objetivo o efecto disminuir sus oportunidades o anular o menoscabar el
reconocimiento de sus derechos” (Defensoría del Pueblo , 2007).

A pesar de la legislación vigente, el número de denuncias por discriminación recibidas por la


Defensoría –si bien en aumento-, sigue siendo bastante reducido (Defensoría del Pueblo, 2009,
pág. 34). Es tarea de todos, construir una sociedad más justa donde los ciudadanos sean tratados
con dignidad y respeto, al margen de sus diferencias.

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