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BAJO TIERRA

de David Olguín
Para Ludwik y Juan
¿Dónde leí aquello de un condenado a muerte que,

en el momento de morir, decía o pensaba que si le concedieran vivir en un alto, en una roca

y en un espacio tan reducido que apenas pudiera posar en él los

dos pies –y todo alrededor no hubiera más que

el abismo, el mar, tiniebla eterna, eterna soledad y tempestad perenne- y hubiera de estarse

así (...) su vida toda, mil años, toda la eternidad..., preferiría

vivir así a morir enseguida?

F. M. Dostoievski
Personajes

La Catrina, que a su vez encarna a: Porfiria, hija de Trastada; Trastada, coronel; María

Lejana, prostituta.

Homero Pérez, músico ciego, que a su vez encarna a: Godínez, soldado; Francisco

Madero, Presidente.

Josefo, aprendiz, que a su vez encarna a: Virgilio, enterrador; un Papelero; Pacheco,

soldado; Padre Cobos, pastor de almas; un Revolucionario.

José Guadalupe Posada, grabador, que a su vez encarna a: Dionisio, enterrador; Padre

Cobos, pastor de almas; Victoriano Huerta, general.

Catulo Prieto, poeta, que a su vez encarna a: Victoriano Huerta

Un mismo actor encarna a: un Soldado; un Violinista; Henry Lane Wilson, embajador; un

Gendarme.

A Porfirio Díaz lo representa un esqueleto real. Viste un traje militar de gala


cubierto de condecoraciones y un tricornio. Luce un largo bigote cano.

La Catrina aparece al principio con el atuendo de la Muerte según la imaginería

europea. Hasta la escena final aparecerá con el atuendo de la Muerte mexicana.

El vestuario está, en general, raído por el tiempo. Lleva un siglo bajo tierra.

¿Y el espacio? Gordon Craig se preguntó ¿cuántos árboles se necesitan en escena

para crear un bosque? La acción de Bajo tierra transcurre en una imprenta, un burdel,

Palacio Nacional, un camposanto y otros lugares. ¿Cuántos muros, lápidas y puertas se

requieren para crearlos…? Tal vez las imágenes internas y los objetos podrían bastar

para vestir un espacio que se sueña a sí mismo.

Por último, cabría pensar, si el presupuesto lo permite, en una pequeña banda de

pueblo. Así, los balazos se darían con el sonido de instrumentos musicales (a excepción

del disparo que remata a Posada). Los músicos, también, se integrarían a la acción de

este mundo al revés.

ACTO PRIMERO
I

En la imprenta: penumbra lunar. A lo lejos se escuchan letanías. En el piso está un ataúd

donde Josefo duerme cubierto con una manta. Entra la Catrina.

CATRINA: Aquí muerte es todo lo que despiertos vemos; lo que dormidos, sueño.

(Pausa.) ¿Me oyes, Posada? O Lupe, para entrar en confianza. Aunque una vez muerto,

¿de qué sirve saber tu nombre? Ya da lo mismo. Se terminó el viaje y tú no vuelves a

despertar... Bajo tierra yace un mar de polvo. Del agua sólo queda un eco lejano, un

lamento que se pierde entre las rocas secas. Y el viento habla, muerde, pero no sopla... Se

terminó el viaje y tú no vuelves a despertar.

El Ciego, arrinconado y oculto, se entona:

CIEGO: Murió un grabador galante

sin amor que lo quisiera,

pero lo aguarda su amante

al cruzar la otra ribera.

Siempre soñó con un puerto

y la vida disfrutar;

hoy soñó que estaba muerto,

ya no pudo despertar.

Triste grabador, ¿qué sueñas


si muerte despiertos vemos,

y al zarpar sin vida enseñas

de la mar ambos extremos?

Entrégate a la Catrina,

sombra que cubre la tierra.

Josefo despierta sobresaltado. La Catrina se oculta.

JOSEFO: ¡No, no es posible...! Ella otra vez. El mismo sueño. Me persigue, me acosa. Es

una pesadilla interminable. (Se sienta sobre el ataúd.) La mujer de negro clava sus ojos en

los míos. Me habla, pero no puedo oír su voz. Su boca gesticula en silencio, me llama una

y otra vez... “Josefo, ven... Acércate, Josefo... ya es hora”. ¡Dios me libre! Su mirada es un

pozo con agua estancada, sucia. Y ese olor...

Se escuchan golpes en el ataúd. Josefo mueve la manta y se levanta asombrado. Rodea el

ataúd con temor y finalmente lo abre.

JOSEFO: Un muerto.

Posada se incorpora ante la mirada incrédula de Josefo.

POSADA: ¡¿Dónde?!

Pausa. Se miran con cautela.


JOSEFO: ¿Es usted, don Lupe?

POSADA: Josefo...

Pausa.

JOSEFO: ¿Qué pasa aquí? (Recoge la manta.) ¿Dónde diablos está mi cama? ¿Y usted?

¿Ya se murió?

POSADA: Dios me ampare; yo estoy vivito y coleando.

JOSEFO: Pues se ve bastante desmejorado... un poco lívido, sin brillo en los ojos. ¿Qué le

pasó? ¿Qué fue de su barriga, de su opulencia?

POSADA: ¿Estoy muy flaco?

JOSEFO: Demasiado. Está en los huesos.

POSADA: Válgame.

JOSEFO: El padre Cobos dice que los gordos pagan su gula en el banquete.

POSADA: ¿Qué banquete?

JOSEFO: No donde comen, sino donde son comidos.

POSADA: Yo no estoy muerto, Josefo.

JOSEFO: ¿Y el ataúd? ¿Será una broma?

POSADA: Sabrá Dios.

Josefo se acerca a revisar la caja. Saca del ataúd una botella.

JOSEFO: Oiga, ¿hasta muerto quería seguir en el agua?

POSADA (confundido, se aparta): ¿No estaré soñando?


JOSEFO: Pues vaya pesadilla, ¿eh?

POSADA: Recuerdo que pasé varias noches solo. Todo era confuso. Tenía náuseas,

visiones, mi cabeza estallaba...

JOSEFO: ¿Bebió demasiado?

POSADA: Más que de costumbre.

JOSEFO: Ay, don Lupe, el doctor le dijo que ni un trago más. No'mbre, usted ya está en el

sueño eterno.

POSADA: ¿Por qué no despierto, maldita sea?

JOSEFO: El padre Cobos dice que las ánimas regresan a despedirse. La verdad yo no estoy

muy templado para eso... Así que... Dios lo cuide en su viaje y hasta la próxima.

POSADA: Espera, Josefo. Yo no puedo estar muerto.

JOSEFO: No le queda más que aguantar vara y resignarse.

POSADA: No puede ser, no puede ser...

La Catrina los encara.

CATRINA: ¿Y por qué no?

JOSEFO: Válgame Dios, la muerte...

CATRINA: A todos les llega su hora. Es inevitable... ¿Listo, Lupe? Pero quita esa cara,

por amor de Dios. ¿Qué son unos cuántos kilos de tierra sobre tu cuerpo? Ándale. Hay que

sepultarte cuanto antes.

JOSEFO: ¿Y yo, señora?

CATRINA: De ti me encargo al rato. (A Posada.) ¿Nos vamos?

POSADA: Concédame mi última gracia.

CATRINA: Imposible.
POSADA: Se lo suplico. Tengo que despedirme de unos amigos.

CATRINA: Va en contra de mis reglas.

POSADA: Por lo que más quiera. Es un asunto de honor. Yo la alcanzo en el camposanto.

CATRINA: Lo siento.

POSADA: Señora, le haré un regalo a cambio del favor.

CATRINA: ¿Dinero? No, Lupe, yo no tengo carne que me muerdan.

POSADA: No, escuche.... Todos dicen que usted es un costal de huesos podridos, una

mujer horrible, sucia, amarilla...

JOSEFO: Eso es cierto. Y también se dice que huele a perro muerto.

CATRINA: ¿Quién lo dice?

JOSEFO: La gente, señora, la gente.

POSADA: Y yo podría, ¿sabe?... cambiar un poco esa imagen.

CATRINA: ¿Y a mí que me importa lo que la gente diga?

POSADA: Una mujer tan interesante como usted merece otra fama.

CATRINA: ¿Te parezco interesante?

POSADA: Interesante es poco... Por eso pienso que no le vendría mal una manita de gato.

Créame, yo podría ayudarla.

CATRINA: ¿Cómo?

POSADA: Con un dibujo, un grabado donde usted luciera su auténtica belleza. No como

esas pinturas que espantan a los pecadores, sino una imagen radiante, irresistible. ¿Qué le

parece?

CATRINA: No sé... Ultimamente las lluvias me han arruinado el cutis, pero todavía me

defiendo.

POSADA: Imagínese con un vestido de seda al talle, corsé, tápalo aplomado, botitas de

tipo borceguí...
CATRINA: ¿Sombrero de plumas?

POSADA: Y un fleco sobre sus lindos ojos, aretes, anillos, polvo de arroz sobre ese rostro

perfecto... También podría perfumarla. Ocultar ese... usted me entiende.

CATRINA: Mmmnnn... De acuerdo. A media noche en el camposanto. (Falso mutis.) Ah,

¿podrías agregar un collar de perlas y un paraguas de seda?

POSADA: Muy bien, yo me encargo.

CATRINA: Gracias.

La Catrina sale. Posada, feliz, abraza a Josefo.

POSADA: Cayó en la trampa, Josefo. Hasta la muerte está enferma de vanidad.

JOSEFO: ¿Qué no piensa ir al camposanto?

POSADA: No. Vamos a seguir con vida, vamos a escapar de la muerte.

JOSEFO: ¿Pero cómo?

POSADA: Nos ocultaremos.

JOSEFO: Usted está loco. Eso es imposible.

El Ciego se apersona.

CIEGO: Claro que es posible, pero a la larga inútil.

POSADA: ¿Quién es usted?

CIEGO: Homero Pérez, servidor, un pobre ciego condenado a ver más allá de su nariz. A

decir verdad, me sorprendió su ingenio para engañar a la muerte.

JOSEFO: ¿Y qué hace aquí?

CIEGO: Aburrirme. Cuando el porvenir me alcanza, ya nada me sorprende. Sé que así


estaba escrito. Si gustan puedo ayudarlos en su intento por escapar de la muerte.

POSADA: ¿No dijo que era inútil?

CIEGO: Nada se pierde con probar. Aparte necesito distraerme. El tiempo va y viene, pero

siempre ocurre lo mismo. Es un fastidio. Vengan acá.

El Ciego abre una trampilla y saca vestuarios, máscaras, sombreros, postizos...

POSADA: ¿Y esto?

CIEGO: Disfraces. Van a ser otros; vivirán otras vidas. Como en el teatro.

POSADA: ¿Y usted cree que funcione?

CIEGO: Claro que sí. Bueno, siempre y cuando vivan su papel y lo crean de verdad.

JOSEFO: Yo quiero ser un Catrín. Visitar el Jockey Club, la Alameda, hablar franchute,

asistir a los cocteles de don Porfirio...

POSADA: Esto no es un juego. Estamos al borde del abismo, ¿no te das cuenta?

JOSEFO: Ay, don Lupe, usted siempre tan severo.

POSADA (al Ciego): ¿Qué tenemos que hacer?

El Ciego les entrega dos trajes de manta, una pala y una cubeta.

CIEGO: Por ahora cambiar de vestuario.

JOSEFO: ¿Y estas garras? Yo quiero ser catrín, Homero.

POSADA: Tú vístete y cierra la boca.

Josefo y Posada empiezan a cambiarse.


CIEGO: El reino de las tinieblas tiene el orden de un sueño: arriba es abajo, lo blanco es

negro y ustedes pueden ser otros. Cambiar de personaje, ir de una situación a otra. Todo

consiste en dejarse llevar por el destino de cada uno de estos trajes.

POSADA: A mí no me complique las cosas. Yo quiero vivir y punto.

JOSEFO: Listo.

POSADA: ¿Qué vamos a ser?

CIEGO: Enterradores.

POSADA: ¿Qué?

CIEGO: Sí, enterradores.

JOSEFO: No piensa mandarnos al camposanto, ¿verdad?

CIEGO: ¿Y dónde más puede trabajar un sepulturero?

JOSEFO: ¡Pero ahí está ella!

CIEGO: Calma... La muerte los perseguirá por todas partes. pero nunca los va a buscar en

el camposanto. ¿Se dan cuenta?

POSADA: Tiene razón, Josefo. ¿Entiendes? Este ciego nos guiará por la buena senda.

El Ciego se tropieza.

JOSEFO: Eso espero.

CIEGO: Andando, señores.

POSADA: Por lo pronto, todavía respiramos.

Salen con música.

CIEGO: Vida eres una condena,


triste sueño de la muerte,

amor que sólo das pena

si uno se atreve a quererte.

Entrégate a la Catrina,

sombra que cubre la tierra.

II

Palacio Nacional frente al camposanto. Las puertas abiertas del Palacio dejan ver, al

fondo, la silla presidencial. En ella está sentado el esqueleto que representa a Porfirio

Díaz. Un Soldado monta guardia. Aparece Prieto.

PRIETO: Soy Catulo Prieto, un poeta al servicio de la patria.

“-¡Ni yo sabía quién yo era!

pero ¡es claro! soy quien soy

y aunque el último... yo voy

a ganar la delantera”. 1

Saca un rollo de papel. Toma la punta y lo suelta.

PRIETO (lee): Ciudadano de mirada férrea y frente broncínea, yo pregunto: ¿quién, sino el

Vespasiano de Oaxaca, puede llevar las riendas de un caballo desbocado? ¿quién puede

asegurar nuestro crecimiento material y espiritual? Y el pueblo al unísono contesta...

1 Texto en un grabado de Posada.


¡Nadie! Tan sólo el señor presidente Porfirio Díaz. ¡Viva don Porfirio! (Aplausos.) El

partido Reeleccionista reitera su apoyo al héroe que, durante más de veinte años de

gobierno, ha demostrado un inagotable pundonor y patriotismo, cualidades que dejarán

impreso su nombre en los anales de la historia. ¡Sufragio efectivo y reelección!

Aparecen Josefo, Posada y el Ciego que se entona:

CIEGO: Todo el futuro se encierra

en un triste camposanto,

la luz se fue de la tierra

quedó un sol negro y quebranto.

Sólo hay dos trabajadores

en nuestros pueblos desiertos:

los nobles enterradores

y las legiones de muertos.

Entrégate a la Catrina,

sombra que cubre la tierra.

PRIETO interrumpe la canción.

PRIETO: ¿Cuál es su oficio, señores?

POSADA: Sepultar cristianos.

PRIETO (al Ciego): ¿Y tú?


CIEGO: Vidente.

PRIETO: Largo de aquí, ciego inútil. (El Ciego sale) Y ustedes a trabajar.

JOSEFO: Sí, señor.

PRIETO: Para que la patria colecte los frutos del progreso debemos ser productivos. A

trabajar.

POSADA: En seguida, señor.

Josefo y Posada cavan una fosa.

PRIETO: ¡Orden y progreso!

Prieto y el Soldado salen al tiempo que las puertas del Palacio se cierran. Entra la

Catrina.

CATRINA: Progreso... Avanzamos, pero en círculo, persiguiendo nuestra propia sombra.

POSADA: Buenas, su merced... Media noche y ningún muerto, ¿verdad?

CATRINA: Espero a un cristiano, pero no llega el infeliz. Ten lista una fosa. Voy por otro

que ya le toca.

Sale. Posada y Josefo siguen cavando.

POSADA: “Cuando era joven y amaba, amaba,

y me parecía tan dulce matar el tiempo,

ay, el tiempo que pasaba,

aunque el tiempo,
ay, nada bueno me dejara”. 2

Josefo se sienta.

JOSEFO: Por fin... un minuto de descanso.

POSADA: ¿Descanso, imbécil? ¿Cuál descanso?

JOSEFO: Pues éste, Dionisio.

POSADA: ¿Me podrías decir qué pasa si no cumples con tu trabajo?

JOSEFO: Te corren.

POSADA: Exactamente, Virgilio. No eres tan bruto como aparentas. Ahora, si eres

enterrador y no estás sepultando cristianos, quiere decir que no cumples con tu trabajo y

que el señor te puede correr, ¿cierto?

JOSEFO: Claro... ¿pero qué señor?

POSADA: Don Porfirio, el que está en todas partes y todo lo ve.

JOSEFO: Vaya...

POSADA: ¿Te das cuenta, animal? Aquí abundan los sepultureros. Si no quieres dejar a

tus hijos sin frijoles, ponte a trabajar.

Posada cava. Josefo se arrulla con el canto y se duerme.

POSADA: “Un pico y una pala,

una pala y una mortaja,

ay, y un hoyo profundo

a este huésped bien le cuadra”. 3

Canción del First Clown en Hamlet, Acto V.


2

3 Ibid.
Posada despierta a Josefo.

POSADA: ¡¿Qué diablos esperas?!

JOSEFO: Ay, Dionisio... pues al que vamos a enterrar.

POSADA: Ah caray, no pensé en eso. Ni modo, apañaremos al primero que pase. Ya lo

dijo el catrín: hay que ser productivos.

JOSEFO: Pero si aquí no hay cristianos de carne y hueso... Puras ánimas del purgatorio.

¿A quién vamos a enterrar?

POSADA: Ya sé... Vamos a echar un volado. El que pierda, al hoyo.

JOSEFO: ¡Zaz!

POSADA: Si cae águila pierdes y yo te entierro. Y si cae sol también.

JOSEFO: Mejor alrevés.

POSADA: ¿Si cae sol te entierro y si cae águila también?

JOSEFO: ¡Ta bueno!

POSADA (lanza la moneda al aire): Sol... perdiste, Virgilio. Lica con cuidado; no quiero

que después tu ánima venga a reclamarme. ¡A darle!

Cavan con denuedo.

JOSEFO: ¿Es en serio, Dionisio? ¿Me vas a enterrar vivo?

POSADA: Perdiste y el que pierde la paga por güey. Así que cávale.

Josefo intenta huir.


POSADA: ¿A dónde tan apurado, marica?

JOSEFO: Algo se movió.

POSADA: No me digas.

JOSEFO: Sí... allá, por el camino.

POSADA: ¡Alucinaciones de moribundo! ¡A trabajar!

JOSEFO: Por el señor de Villa Seca, te juro que vi un cristiano.

POSADA: Un ánima sería.

JOSEFO: Será lo que quieras pero algo se movió.

POSADA: Ya basta. De nada te valdrá hacer tiempo. Al cabo un día de estos te tenía que

tocar.

Cavan. Posada silba contento.

POSADA: Listo.

JOSEFO: ¿Y mis escuincles? ¿Qué será de ellos?

POSADA: Dios dirá.

JOSEFO: ¿Y mi mujer?

POSADA: Que la providencia la encamine... pero ya que tanto insistes, yo te la voy a

cuidar.

JOSEFO: Gracias.

POSADA: Apúrate, Virgilio. Los malos espíritus huyen por las fosas abiertas.

JOSEFO: Dios mío, ten piedad de mi alma.

Entra a la fosa. Posada empieza a cubrirlo.


JOSEFO: ¡Orale, no salpiques! Comienza por los pies.

POSADA: Si eso te reconforta.

JOSEFO: Dionisio... Dionisio...

POSADA: Dime.

JOSEFO: ¿No ves a nadie?

POSADA: Pura tiniebla.

JOSEFO: Espérate... Mi cinturón. Dáselo a mi hijo; es lo único que puedo dejarle.

Posada lo toma y se lo pone.

JOSEFO: Vamos. No hagas la agonía más larga.

POSADA: Ya voy... Miraba por si aparecía un cristiano que tomara tu lugar.

JOSEFO: Gracias, eres muy bueno... ¡Ah, jijo!

POSADA: ¿Y ahora qué?

JOSEFO: No me confesé.

POSADA: ¿Ves? Por no estar prevenido.

JOSEFO: ¿Me voy a ir al infierno?

POSADA: Tal vez no al infierno, pero de que te vas, te vas.

JOSEFO: ¿A dónde?

POSADA: Dios dirá.

JOSEFO: Oye, Dionisio, ¿en el paraíso hay de comer y de beber?

POSADA: No sé, Virgilio. Quizá también hay hambre y carestía en el cielo. Pero

resígnate, hombre. De los bienaventurados será la gloria.

JOSEFO: Tienes razón… ¿No estaré soñando?

POSADA: Creo que no, pero déjame ver.


Posada toma una piedra y se la arroja con saña.

JOSEFO: ¡Me descalabraste!

POSADA (ríe): No estás soñando, Virgilio, no estás soñando.

JOSEFO: Dice el padre Cobos que las lágrimas purifican el purgatorio... ¿Por qué no lloras

por mí?

POSADA: Si así te sientes mejor.

Posada finge llorar, aunque más bien ríe.

JOSEFO: Más fuerte. Que te escuche Dios.

POSADA: Basta de sentimentalismos. Hay que afrontar la muerte con coraje y dignidad.

Confía en la resurrección de los muertos.

JOSEFO: Tal vez... Sí, tus palabras me reconfortan. Eres muy bueno conmigo.

POSADA: Pues ahora que estés allá intercede por mí.

JOSEFO: ¡Argh...! ¡Espérate!

POSADA: ¿Qué pasa?

JOSEFO: Me entró tierra en la boca.

POSADA: Ahí es donde debe entrar.

Se escucha la música de un violín destemplado.

JOSEFO: ¡Argh...! ¿Qué fue eso?

POSADA: No sé... Voy a ver. Algo se mueve... Es ella... y viene con un músico... Sí, es un
músico. ¡Ya te salvaste, Virgilio!

Posada empieza a desenterrar a Josefo. Entra la Catrina. Guía al Violinista.

CATRINA: ¿Ya está la tumba?

POSADA: En seguida, señora.

CATRINA: ¿Y éste quién es?

POSADA: Un pobre cristiano al que le estaba dando sepultura. Como no había trabajo.

JOSEFO: ¡Argh...!

POSADA: ¿Le parece bien esta fosa?

CATRINA (señalando al músico): Es para este muerto.

POSADA: ¿Muerto? (Se acerca receloso y lo toca.) Pero si bien que resuella.

CATRINA: Resollaba. (Pasa su guadaña por el cuello del Violinista.) Manos a la obra.

Posada saca a Josefo y mientras éste se desempolva, arroja al Violinista a la fosa.

JOSEFO: ¡Es usted un cabrón, don Lupe! Está bien que se apropie de su papel, pero cómo

carajos se le ocurre enterrarme vivo.

POSADA: ¡Cállate, Virgilio!

JOSEFO: Qué Virgilio ni que nada... Yo soy Josefo y usted un ojete, un abusivo. ¡Ojalá y

se muera!

CATRINA: ¡Perros!

POSADA: ¡Corre, Josefo! ¡Ya lo echaste todo a perder!

Persecución, mecanismo de caricatura. Josefo y Posada logran huir.


CATRINA: Vaya atrevimiento... ¡Engañar a la muerte! Pero a ese tal Posada le voy a

pudrir las entrañas. Miles de gusanos entrarán al banquete hasta corromper su carne, hasta

que se devoren unos a otros. ¡Ay, de ti, Posada! ¡Toda mi furia caerá sobre tu débil carne!

(Pausa.) Aunque sería mejor... Tal vez... (Se dirige hacia la imprenta donde está la

trampilla con los disfraces. Toma un vestido.) ¿Por qué no? Una muerte lenta, rodeada de

angustia y desesperación. (Va entrando en el papel de Porfirio.) Vigilarlo de cerca, usar

sus mismas armas. Claro... Ya veremos quién gana en esta mascarada inútil. Al cabo polvo

eres y en polvo te convertirás, Posada.

Transición de luz.

III

Camposanto. Al final de una procesión religiosa, aparece Posada -disfrazado con sotana

y capelo- en la guisa del Padre Cobos. La Catrin, bajo el disfraz de Porfiria, lo aborda.

CATRINA: Buenos días, padre. ¿Cómo ha estado?

POSADA: Muy temeroso, hija. El apocalipsis se cierne sobre el mundo.

Entra Josefo, como PAPELERO, con un paquete de impresos.

JOSEFO: ¡Gran cometa y quemazón! ¡Entérese del espeluznante porvenir que le aguarda a

la humanidad en este siglo! ¡El mundo se va a acabar! ¡La destrucción será total,
irremisible! ¡Los muertos se levantarán de sus tumbas!

POSADA (en secreto): Ese no es un buen disfraz, hijo. Vete a cambiar de inmediato.

Posada toma un impreso. Josefo se retira.

POSADA (mostrando el grabado): ¿No te lo dije, Porfiria? El fin está próximo. Ya

tenemos pruebas evidentes.

CATRINA: ¡Mire! El cielo se está nublando. Igual que en el día del calvario. Tengo

miedo, padre Cobos.

POSADA: O bone jesu, exaudi me et ne permitas me separi a te, ab hoste maligno defende

me.

CATRINA: ¿Es latín?

POSADA: Sabrá Dios. Por lo menos una lengua extranjera que nos protege del demonio.

CATRINA: ¿Y qué tiene de raro un cometa?

POSADA: Son espíritus volátiles que se engendran con la putrefacción de la tierra. Es un

misterio que anuncia la llegada del juicio final.

CATRINA: ¿Qué es un misterio, padre?

POSADA: Bueno, Porfiria... Un misterio... Un misterio…

CATRINA: ¿Es una verdad que debemos creer aunque no la podamos demostrar?

POSADA: Precisamente.

CATRINA: Pues tengo un misterio en mi pecho, padre.

POSADA: Abre tu corazón y confiésalo.

CATRINA: Creo estar enamorada.

POSADA: ¿Cómo? ¿No escuchaste el ominoso futuro que nos aguarda?

CATRINA: Sí, padre, pero...


POSADA: No hay pero que valga. Sólo Cristo tiene derecho a gozar las delicias de tu

amor.

Sin ser advertido, aparece Josefo en la guisa de Pacheco.

CATRINA: Pacheco no me mira con malos ojos.

POSADA: Pacheco es un soldado vulgar y tonto, a fe mía.

CATRINA: Pero no es mala gente.

POSADA: Si fuera un buen hombre no trabajaría con tu padre, Porfiria. Mi querido

coronel Trastada es algo serio.

Josefo se apersona.

POSADA: ¡Buenas, Pacheco!

JOSEFO: ¡Las tenga, padre!

Josefo va hacia la Catrina, pero Posada se lo impide.

POSADA (a la Catrina): Y tú vete a aprender la página siete del catecismo.

CATRINA: Ésa ya me la sé.

POSADA: Entonces que sea la quinientos. Y de paso, criatura, no te caería nada mal un

baño. No hueles precisamente a rosas.

CATRINA: Ay, padre.

Sale.
JOSEFO: Oiga, don Lupe...

POSADA: Calla... Sigamos con las partes. Parece que la huesuda está cerca. (Retomando

su papel.) ¿Ya te confesaste, Pacheco?

JOSEFO: No, padre Cobos. ¿Para qué?

POSADA: La muerte ronda, hijo. Más vale estar prevenido... Y bien, pasemos a otro

santificar las fiestas.

JOSEFO: ¿Y eso qué es?

POSADA: Ir a misa los domingos. Tú vas a misa los domingos supongo.

JOSEFO: Y siempre que puedo. No ve que allí Porfiria y yo nos... Ya usted me entiende.

POSADA: Calla, insensato. A la iglesia se va a rezar. Arrepiéntete.

JOSEFO: Pues me arrepentiré, pero de cualquier modo no creo que su papa deje que nos

júntemos.

POSADA: Si ella te quiere, pide al coronel Trastada que te dé su mano.

JOSEFO: ¿Y para qué me sirve la mano? Yo la quiero enterita, padre. Si sólo me da la

mano, se queda con el papá lo mejor.

POSADA: Bruto, tú la pides y te casas con ella. Enterita, como tú dices. Yo te arreglo el

matrimonio por cinco reales.

JOSEFO: ¿Y sin casarme por cuánto me la arregla?

POSADA: Demonio... Aquel que trafica con la lujuria se va directo al infierno, óyelo bien.

Pero a ver, ¿has dado falso testimonio?

JOSEFO: ¿Falso testiqué?

POSADA: Testimonio, animal.

JOSEFO: ¿Y eso con qué se come?

POSADA: Dar falso testimonio es mentir. ¿Lo haces a menudo?


JOSEFO: A menudo, no... Sólo en confesión.

POSADA: ¿Qué dices?

JOSEFO: Entre más confiese más infierno me toca, ¿no? Mejor me hago güey.

POSADA: Necio recalcitrante, ya veo la clase de infierno que te calcina el alma. Recuerda

que estás con un ministro de Dios. (Pausa.) ¿Al menos amas a tus semejantes como a ti

mismo?

JOSEFO: Depende, padre.

POSADA: ¿Cómo que depende?

JOSEFO: Si de semejantas se trata... uuuyyy, me voy derechito al cielo porque las amo a

todas.

POSADA: ¿De modo que has deseado alguna vez a la mujer de tu prójimo? Responde...

¡Sólo esto me faltaba!

Reaparece la Catrina, disfrazada de Porfiria, y los espía desde un nivel alto.

JOSEFO: Perdóneme, padrecito, pero acá entre nos deseo a la mujer de un prójimo que

está divina. Mire, tiene unas pantorrillas que hasta el chamorro se le dibuja, y unos colores

en la cara y unos dientes apartadillos y un...

POSADA: ¡Calla, impío! ¡Calla! ¡Te voy a bañar con agua bendita! (Descubre a la

Catrina.) ¿Y tú qué diablos haces ahí?

CATRINA (después de cantar un salmo con suma devoción): In nomine Christi. Amen.

POSADA: ¡He aquí un cuadro edificante, Pacheco! ¡Qué imagen más sublime! ¿Estudiaste

el catecismo, niña?

CATRINA: Sí, padre.

POSADA: Adelante, criatura. El reino será de los puros. Persevera por el sendero que
conduce al creador. (A Josefo.) ¿Te das cuenta, hijo? La fe mueve montañas.

La Catrina desaparece coqueteando con Josefo.

JOSEFO: Porfiria sí las mueve...

POSADA: Silencio, demonio.

Posada se aparta y verifica que ella se ha ido.

JOSEFO: ¿Qué pasa, don Lupe?

POSADA: Tengo un mal presentimiento, Josefo. Encuentro algo raro en esa mentada

Porfiria.

JOSEFO: Yo francamente la veo guapísima.

POSADA: Pero su mirada es un tanto extraña... Sí, Josefo, sus ojos no tienen expresión. Es

como si estuvieran fijos, mirando al vacío. ¿Entiendes? Sus ojos no hablan, no muestran

ningún sentimiento. Sólo caos, caos.,.. La noche anida en sus pupilas. Y ese olor...

JOSEFO: ¿Qué sospecha?

POSADA: ¿No será la muerte?

JOSEFO: Es posible. Su poder es tan grande que podría prepararnos una celada. Mejor

vámonos.

POSADA: No, conserva la calma. El ciego dijo que debíamos seguir el destino que tiene

cada disfraz.

JOSEFO: Es un ciego, don Lupe. ¿Desde cuándo un ciego es de fiar?

POSADA: Homero tiene algo especial. Ten calma. A ver qué pasa.

JOSEFO: Nos arriesgamos demasiado. ¿Qué caso tiene tentar al destino?


POSADA: Hay que arriesgar para sobrevivir. Le vendería mi alma al diablo con tal de

seguir con vida.

JOSEFO: No blasfeme; respete su hábito.

Aparece la Catrina en la guisa del coronel Trastada - trae un parche en el ojo.

CATRINA: Padre Cobos, qué gusto verlo. ¿Confiesa a mi pupilo?

POSADA: Ay, coronel Trastada... este engendro se resiste a comprender la palabra de

Dios.

JOSEFO: Oh, qué la chin...

POSADA: ¿No le digo?

CATRINA: Es un muchacho bronco, padre. (A Josefo.) ¿Y cómo se siente mi gallo? ¿Listo

para su prueba de fuego?

JOSEFO: ¿Y qué otra me queda? Ya estoy embarcado, coronel.

CATRINA: Así se habla, Pacheco. Mírame. He perdido un ojo, pero nunca una batalla.

Además la razón está de nuestro lado. Ya es tiempo de acabar con la brutal dictadura de

Porfirio. No tengas miedo. Nuestro plan es perfecto. Después del atentado te enviaremos

sin riesgos a Cuba.

JOSEFO: Estoy dispuesto a todo, mi coronel. Sólo quiero pedirle un favor.

CATRINA: Pide lo que sea. Pero pronto que ya no tarda en empezar el festejo.

JOSEFO: ¿Podríamos apalabrarnos a solas?

CATRINA: Si el padre consiente.

POSADA (a Josefo): Ya veo tus intenciones, satán. Pero no te saldrás con la tuya.

Sale.
CATRINA: ¿De qué se trata?

JOSEFO: Coronel Trastada, estoy enamorado de su hija Porfiria. Le quiero pedir su mano.

CATRINA: ¿Es todo, hijo?

JOSEFO: Bueno, no sólo la mano, pero le aseguro que mis intenciones son sinceras.

CATRINA: Es tuya. Lo que harás merece recompensa.

JOSEFO: Muchas gracias, coronel. No fallaré el tiro, suegro. Estoy más seguro que nunca.

CATRINA: ¿Recuerdas la señal convenida?

JOSEFO: Perfectamente. Un guiño de ojo y el viejo morirá.

CATRINA: En esto se requiere precisión: ni un segundo antes ni uno después. Vamos...

Dios estará contigo.

Música. Josefo se aparta y espera montando guardia. Se abren las puertas del Palacio

descubriendo la silla con el esqueleto (Porfirio Díaz). Un Soldado, Prieto y el Ciego

arrojan confeti. Aplausos.

-¡Viva don Porfirio Díaz!

-¡Viva por siempre el patriarca!

-¡Viva el héroe de la paz!

La Catrina (Trastada) se coloca junto a la silla. El redoble de un tambor se sobrepone a

otros gritos. De pronto, a una señal de la Catrina, Josefo corre hacia el esqueleto con una

pistola en mano.

JOSEFO: ¡Viva México, jijos de la chingada!


Cuando está a punto de tirar contra "Don Porfirio", la Catrina lo cubre con su cuerpo y

acribilla a Josefo. Revuelo. Todos salen, a excepción del Ciego. Las puertas del Palacio se

cierran al tiempo que los gritos se pierden.

-¡Viva Trastada!

-¡Muerte a los traidores!

-¡Gloria al coronel Trastada!

-¡Viva don Porfirio Díaz!

-¡Orden y progreso!

El Ciego se acerca a Josefo y le toca la frente. Josefo se incorpora.

JOSEFO: ¡Vida de mierda! ¡De veras que el destino se ensaña con algunos! Y de qué

manera... Mire nada más cómo le fue al infeliz de Pacheco: le dejaron el pecho como una

coladera. Oiga, Homero, ¿qué pasó?

CIEGO: Así estaba escrito.

JOSEFO: ¿Y por qué no me lo dijo?

CIEGO: Se perdería la tensión dramática, muchacho. Sin sorpresas, aunque sean

desagradables, nadie estaría dispuesto a vivir.

JOSEFO: ¿Y ahora qué?

CIEGO: Cambia de vestuario y vive con otro disfraz.

JOSEFO: ¿Se puede?

CIEGO: Por supuesto. Ponte el disfraz de papelero. Te salió tan bien. Anda... y salúdame a

Lupe.

JOSEFO: ¿No piensa ir a verlo?


CIEGO: No está escrito que nos encontremos este día. Hasta pronto.

JOSEFO: Pobre Pacheco... Ya empezaba a identificarme con el personaje.

Salen.

IV

En la imprenta: Posada se quita el traje del Padre Cobos.

POSADA: ¿Es para esto que morimos tánto? ¿Para acabar en un juego? Voy a necesitar

mucha suerte para salir con vida.

Abre una botella. Bebe un largo trago. Entra Josefo.

POSADA: ¿Qué haces aquí? Pensé que ya estarías en Cuba haciéndola de Pacheco.

JOSEFO: Cuba... ¿Sabe en qué acabó ese asunto?

POSADA: ¿Qué pasó?

JOSEFO: Me mataron.

POSADA: Estás delirando.

JOSEFO (mostrando su camiseta ensangrentada): Hablo en serio. Mire.

POSADA: Dios mío... (Va a tocarlo.) ¿Pero tú estás bien?

JOSEFO: Así parece. Bueno, creo que no me tocó a mí, sino al soldado Pacheco. Lo

mataron a traición. Fue víctima de un complot de Trastada.

POSADA: Válgame...
JOSEFO: ¿Se da cuenta? Estamos en peligro. A los personajes también les llega su hora.

POSADA: Nunca contamos con eso.

JOSEFO: Me encontré al ciego y dijo que así estaba escrito.

POSADA: Ese hombre es un verdadero vidente. Tiene que evitarme a toda costa un

encuentro con la huesuda. Lo obligaré a que me revele el porvenir. Eso es... me tengo que

salvar a como dé lugar.

JOSEFO: ¿Y yo qué? Esta vez le tocó a Pacheco, pero quién sabe la próxima.

POSADA (señalando los disfraces): Tú tienes tus pellejos y yo los míos.

JOSEFO: Claro, a mí que me lleve el carajo, ¿verdad?

POSADA: No es eso, Josefo. Pero más vale que cada quien vea para su santo. Yo haré

hasta lo imposible para que mis personajes sigan a salvo.

JOSEFO: Vaya... Ahora sí sálvese quien pueda. ¡Pues a la mierda!

POSADA: No me grites.

JOSEFO: He trabajado con usted desde que era niño, don Lupe. La imprenta ha sido mi

casa. Usted es mi único amigo y ahora que estoy en aprietos, me da la espalda. Sálvese

quien pueda. Qué fácil, ¿no? Cabrón egoísta...

POSADA: Cálmate, ¿quieres?

Josefo toma el disfraz de Papelero y se lo pone.

POSADA: Espérate. Vamos a pensar qué hacer. No te vayas.

JOSEFO: ¡Al carajo!

POSADA: Está bien. Haz lo que quieras. Yo soy yo y seguiré vivo contra viento y marea.

JOSEFO: Deme la última noticia.

POSADA: Tómala. Ahí están los impresos. (Pausa.) Si te ves en aprietos, regresa.
Josefo toma los grabados y se retira. Posada bebe un largo trago. Toma sus instrumentos

y se aplica sobre un grabado.

POSADA: Ni los personajes escapan de sus garras... Más vale dejar listo su grabado.

Acciones simultáneas. La habitación de un lujoso burdel. La Catrina, disfrazada de

prostituta, baila con Prieto. Lane Wilson abre una botella de champagne. Ella los

entretiene mientras Posada, en la imprenta, trabaja en el grabado de la Catrina y bebe sin

reposo.

PRIETO: Cuando la política me satura, mister Lane, escucho a mi musa libertina y me voy

de putas como Dios manda.

LANE: Oh, yes... París corrompe...

PRIETO: Qué va, señor embajador. En México el blof parisino ya no sirve de nada. Bueno,

a excepción de Víctor Hugo: “Dans sa création le poete tresaille...”

LANE: Come on, Prieto. Poesía y política no se llevan.

PRIETO: México es tierra de poetas y aquí los poetas somos profetas, señor embajador.

LANE: Take it easy, Prieto. Nadie es profeta en su tierra.

POSADA: La muerte vestida de Catrina...

PRIETO: Espere, mister Lane. Deje que la poesía nos revele secretos. Aguce su olfato.

(Pausa.) Sí... ¿A qué huele?


LANE (acariciando a la Catrina): Magnolias.

PRIETO: ¿Y más allá de las magnolias?

POSADA: Tocado de flores y plumas, tápalo aplomado...

PRIETO: ¿Más allá de la apariencia?

LANE: ¿Qué insinúa, Prieto?

PRIETO: El olor a cadaverina recorre las calles. La Revolución ya se acerca. Pero no se

preocupe, señor embajador. Usted goce la Revolufia. Llamarse Henry Lane Wilson es una

bendición en estas circunstancias. Hay que ver la corrida sangrienta desde la barrera,

esperar a que un gobierno amigo agarre el toro por los cuernos.

POSADA (bebe): Botitas borceguí, vestido al talle...

LANE: ¿Y si el nuevo gobierno se niega a ser amigo?

PRIETO: ¿Setenta barcos de su país bastan para respaldarlo, my friend?

LANE: Right, Prieto. Tu poesía es luminosa.

POSADA (contemplando lo que lleva del grabado): Como si fuera un sueño...

PRIETO: La cuestión está en saber quiénes somos sus amigos, mister. Yo anhelo una

solidaridad amplia entre México y su país. ¿Se imagina el mañana? (Recita.)

¡Oh, mi Patria! Tus hijos juran

sufragar por tu hijo predilecto.

El progreso y la paz aquí maduran

en aras de un futuro perfecto.

Lane y la Catrina aplauden.

PRIETO: No se necesita ser poeta para imaginar un porvenir tan esplendoroso.

POSADA (viendo el grabado): Será una imagen perfecta.


PRIETO: La patria, como dijera un célebre vate, es una oveja mansa: cada cordero la

mama. Claro, siempre y cuando seamos unos cuantos los corderitos.

LANE (ríe): Tu eres solidario. Haremos negocios.

PRIETO: Yo me iría bajo tierra por usted, my friend. ¡Salud!

Brindan en el burdel. Posada, somnoliento, se ha quedado dormido en la imprenta junto a

su botella vacía. Josefo, bajo el disfraz del Papelero, irrumpe en el camposanto.

JOSEFO (mostrando un grabado): ¡Espantosísima noticia! ¡Sangre y represión! ¡La huelga

acabó con un baño de sangre! ¡Cananea está de luto!

Prieto, Lane y la Prostituta (Catrina) miran desde el burdel hacia el camposanto.

JOSEFO: Los mineros de Cananea, a punta de sable y fusil, reanudaron labores después de

cinco días de represión... Los rangers gringos, con la aceptación de Porfirio Díaz, cruzaron

la frontera y sometieron a los mineros mexicanos. Hay decenas de muertos y heridos.

PRIETO: ¡Orden y progreso!

Prieto suena un silbato y aparece un Gendarme que después de vapulear a Josefo, lo

amordaza.

PRIETO: Ya, ya... sin aspavientos. Mátalo en caliente.

El Gendarme dispara y se va.


PRIETO: ¡Así se gobierna…! ¡Oh Cananea! ¡Cuántos embustes se dicen en tu nombre! Es

decir, ¿cuales asesinatos? ¿cuándo entraron los yanquis? Hubo una huelga, pedradas y

palos, pero eso fue todo.

LANE: I like your type, Prieto. ¿Dónde trabajas?

PRIETO: Soy un modesto poeta; diputado en mis tiempos libres. Pero ya que me está

tuteando, Mister Lane, podría llamarme Catulo. Mi desdichado apellido se presta a

equívocos.

LANE: De acuerdo, Catulo. Te presentaré con el general Victoriano Huerta.

Oscuro paulatino en el burdel. El Ciego se acerca a Josefo, le toca la frente y éste se

incorpora.

CIEGO: Así estaba escrito. ¿Qué le vamos a hacer?

JOSEFO: Ya no entiendo nada... (El Ciego ríe.) Usted se divierte a nuestra costa, ¿verdad?

CIEGO: Son las reglas del juego, muchacho. Pero no te preocupes. Ve a la imprenta y

ponte otro disfraz. De paso, salúdame a Lupe. Es más, dile que ya se acerca su hora.

Josefo sale. El Ciego atraviesa el espacio mientras canta:

CIEGO: Mis ojos son un desierto

y vivo para cantar,

sueño a veces que estoy muerto

y no me puedo despertar.

Cruza por la imprenta, acaricia la cabeza de Posada y sale. Posada despierta


sobresaltado.

POSADA: ¡Ciego! ¡Ciego!

VI

Posada bebe. Reconoce su habitación.

POSADA: Un sueño, sólo un sueño... No, no puede ser... Necesito recordar... Sí, estoy

vivo. (Retoma su trabajo en el grabado.) Mi corazón late como un segundero, mi aliento...

No quiero morir. Aunque vengan caballos con las crines de fuego, jinetes disparando sus

treinta-treinta.... Aunque el hambre y la peste arrasen la tierra, yo no quiero morir.

Aparece la Catrina en su guisa de prostituta.

CATRINA: Hola…Vine a hacerte compañía. ¿Me das un trago?

POSADA (extrañado): Se acabó.

CATRINA: Todo por servir se acaba.

POSADA: ¿Cómo entraste?

CATRINA: Acércate.

POSADA: ¿Quién eres?

CATRINA: ¿No me reconoces? (Pausa.) No estás soñando, Lupe. Soy real. Existo.

Tócame. Mi piel es suave.

POSADA: Estoy muy mareado.

CATRINA: Pero acércate. ¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo?


POSADA: Tus ojos...

CATRINA: ¿Qué tienen mis ojos?

POSADA: Me atraviesan. ¿Cómo te llamas?

CATRINA: María Lejana. Ven.

POSADA: No puedo.

Ella se aleja hacia la penumbra.

CATRINA: Muy bien, Posada. Tú lo quisiste. Estaba en el apogeo de mi belleza... Pero

ahora pagarás lo que me debes.

Ella lo encara: se ha transformado en la Muerte. POSADA se acerca a su mesa de

trabajo. Toma su grabado y se lo entrega.

POSADA: Le debo su grabado. Todavía no termino, pero...

CATRINA: Es mejor de lo que yo esperaba.

POSADA: ¿Le gusta?

CATRINA: Es magnífico.

POSADA: Entonces déjeme vivir. Le podría hacer mil grabados más.

CATRINA: Eres un tramposo, Lupe. (Empieza a preparar una horca.) Además, ¿para qué

quieres vivir? Aquí no hay nada seguro. Tal vez tus aventuras no son más que sueños,

visiones que te asaltan mientras te pudres en tu ataúd...

POSADA: Yo soy de carne y hueso.

CATRINA: ¿Y quién te lo asegura?


Pausa.

POSADA (señalando la horca): ¿Es para mí?

CATRINA: Tal vez te aguarda el paraíso.

POSADA: No... por favor. Deme unas cuantas horas. Al menos déjeme terminar su

grabado.

CATRINA: No hay salida.

POSADA: Por favor.

CATRINA: No. Hoy te vas conmigo. Ya agotaste mi paciencia.

Pausa.

POSADA: De acuerdo, señora. Que sea por mi propia voluntad.

CATRINA: Si eso te conforta... Qué estúpidos los hombres. Creen que pueden decidir su

muerte. Bueno, terminemos la persecución de una vez por todas. Como dices, por tu propia

voluntad.

Posada, resignado, se ha subido a una silla para alcanzar la soga. Se ajusta el nudo.

CATRINA: Pero conserva la esperanza, Lupe. Cierto día ahorcaban a un delincuente y

decía su mujer: no tengas pena, pariente, todavía puede ser que la soga se reviente.

La CATRINA ríe, patea la silla. Posada queda en vilo. Un gemido largo. De pronto, la

soga se revienta y él cae estrepitosamente al piso.


CATRINA: Nos vemos pronto. Termina mi grabado.

Oscuro súbito.

ACTO SEGUNDO

VII

En la imprenta: Posada yace en el piso. El Ciego está oculto en la habitación. Llega

Josefo. Quita la soga del cuello de Posada.

JOSEFO: Don Lupe... Don Lupe...

POSADA (despierta extrañado): …Estoy aquí... todavía...


JOSEFO: ¿Se siente bien?

POSADA: Sí, creo que sí.

JOSEFO: ¿Qué pasó, don Lupe?

POSADA: Estoy vivo.

JOSEFO: Así parece.

POSADA: No estás muy convencido...

JOSEFO: Ya no sé nada. Ahora le tocó al Papelero. ¡Lo mataron! ¡Me mataron! Estamos

cercados, don Lupe. Ya me han madrugado dos veces y seguramente la tercera es la

vencida. Odio este juego. Me doy.

POSADA: Calma, Josefo. Seguimos aquí, vivos, de carne y hueso. Déjame pensar. Debe

haber un modo de salir bien parados.

JOSEFO: El Ciego me dijo que a usted ya se le acerca la hora.

Posada mira la soga. Pausa.

POSADA: Ayer soñé con una mujer... Tenía unos ojos que parecían devorarlo todo. Era

ella. Vino a buscarme. ¿Pero por qué no me sacó con los pies por delante? ¿por qué no me

llevó de una vez al camposanto? ¿Todo fue una broma? (Pausa.) Ya no quiero pensar, no

quiero pensar... Acción, ésa es la cosa... Basta de palabras. ¿Dónde dejaste al maldito

ciego?

JOSEFO: ¿Quiere que vaya a buscarlo?

POSADA: Pero de inmediato. Me urge hablar con él. (Josefo sale; Posada observa la

soga.) A mí también me está fastidiando este juego. Quiere orillarme a la desesperación,

eso es. Acosarme apretando la soga, pero no lo suficiente como para matarme.
El Ciego deja su escondite.

CIEGO: La mar de polvo, bajo tierra:

la luz dormida, tras el cielo:

sólo un sueño la mar encierra

en su triste desconsuelo.

POSADA: ¿Dónde te has escondido todo este tiempo, perro ciego? Dijiste que serías

nuestro guía.

CIEGO: Nunca garanticé el éxito de su aventura. ¿Aparte de qué te quejas? Todavía no te

atrapa.

POSADA: Pero está tendiendo el cerco. Ayer estuvo aquí y tú sabías que vendría, ¿no es

así?

CIEGO: Así estaba escrito.

POSADA: No me vengas con medias tintas o te rompo el hocico, ciego.

CIEGO (con calma): Ya sabía que ibas a reaccionar así. Suéltame.

POSADA: De ahora en adelante yo soy el guía y tú mi simple informante, ¿de acuerdo?

CIEGO: Sí, Lupe. También eso ya estaba escrito.

POSADA: Muy bien... ¿Dónde está la muerte en este momento?

CIEGO: Aquí y en todas partes.

POSADA: No te pases de listo, ciego de mierda. Responde con claridad.

CIEGO: Es todo lo que sé. Lo juro.

POSADA: Tú eres un vidente…

CIEGO: Según se mire.

POSADA: ¡¿Sí o no?!

CIEGO: Sí.
POSADA: Por tanto sabes cuál de mis personajes va a morir. Dí algo. ¿Cuál de ellos

encontrará la muerte? ¿Quién?

CIEGO: ¿Quién qué?

POSADA: ¿Quién es ese personaje, imbécil?

CIEGO: Bien a bien, no lo sé... Ultimamente padezco de insomnio y sólo en sueños se me

revela el porvenir.

POSADA: ¿Ah, sí? Veo que no quieres cooperar por las buenas. Excelente. (Toma una

gubia y la coloca en el cuello del Ciego.) Este metal hace cantar a los mudos y ver a los

ciegos. ¡Canta!

CIEGO: No lo ensucies. Está escrito que tú derramarás mi sangre, pero no ahora...

POSADA: ¡Ciego de mierda, te voy a vaciar las cuencas! ¡Canta! ¿Quién de mis

personajes va a morir? ¡Canta!

CIEGO: Mis ojos son un desierto

y vivo para cantar,

sueño a veces que estoy muerto

y no me puedo despertar...

Posada está a punto de encajarle la gubia, pero finalmente no se atreve. El Ciego repite

una y otra vez su canto. Posada se aleja derrotado.

CIEGO: Está bien. Te lo diré. (Pausa.) El padre Cobos es el siguiente.

POSADA: Eso es, ciego. Tú y yo seremos buenos amigos.

Corre por la sotana y está a punto de desgarrarla, cuando el Ciego lo detiene.


CIEGO: No, Lupe... Alguien tiene que ser el padre Cobos. Así está escrito.

POSADA: No te preocupes. Yo me encargo. (Cuelga la sotana en un perchero.) Ahora

dime de qué disfrazarme. Tiene que ser un personaje que tenga muchos años por delante.

El Ciego saca de la trampilla un disfraz de general.

POSADA: ¿Cuántos le quedan?

CIEGO: Mínimo diez años.

POSADA: Perfecto. (Empieza a cambiarse.) ¿Y quién voy a ser?

CIEGO: Un militar borrachín, sanguinario. No le tiene miedo a la muerte. Serás una pieza

importante en la revolución.

POSADA: ¿La revolución? ¿Ya se armó la revolución?

CIEGO: Ay, Posada, te duermes unas horas y despiertas años después.

POSADA: No me confundas, cabrón ciego. Habla claro.

CIEGO: Don Porfirio está a punto de caer. Madero tomó las armas en el norte. Lo siguen

Villa, Zapata, la indiada... (señala el disfraz) pero a él, a Victoriano Huerta, le toca el papel

de traidor.

POSADA: Un traidor...

CIEGO (ríe): ¿Lo tomas o lo dejas?

Posada duda; finalmente acepta.

POSADA: Lo tomo. (Saca un uniforme de soldado y se lo da al Ciego.) Serás mi

guardaespaldas. Ay de ti si me engañas, pinche ciego. No te me pierdas.


El Ciego sale.

POSADA: Con su ayuda seguiré vivo a como dé lugar. ¡Qué ojos tiene ese desgraciado!

Reaparece Josefo.

JOSEFO: Ya me cansé de buscarlo, don Lupe. Parece que se lo tragó la tierra.

POSADA: No te preocupes, acaba de estar aquí. Dejó instrucciones precisas para que la

muerte ni por un descuido nos atrape. Es una idea magnífica.

JOSEFO: ¿De qué se trata?

POSADA: Según el ciego, debemos intercambiar nuestros disfraces de vez en cuando. Así

que ahora te toca ser el padre Cobos.

JOSEFO: Excelente. Siempre quise ser cura.

Josefo se pone la sotana y el capelo.

POSADA: Adelante, pescador de hombres. Desparrama tu mensaje pastoral a lo largo y

ancho del mundo. Convierte, santifica, lucha por cada una de tus ovejas descarriadas. “Y

ante todo te ruego que digas tus diálogos con soltura y naturalidad. Si los dices a grito en

cuello, como muchos de nuestros actores, más valdría que le diera mi personaje a un

voceador. Acomoda la acción a la palabra y la palabra a la acción. Y pon especial cuidado

en no traspasar los límites de la naturaleza”. 4

JOSEFO (ya en papel): Agradezco tus consejos, hijo. Dios te bendiga.

POSADA: Hasta pronto, padre. (Josefo sale. Posada termina de cambiarse.) Dios te

bendiga... Vivir, vivir, sea como fuere pero vivir.

4 Paráfrasis de las sugerencias de Hamlet a los cómicos.


Transición de luz.

VIII

Otro cuarto en el burdel: el despacho de Victoriano Huerta. Prieto y la Catrina -en la

guisa del coronel Trastada quien viene, además de tuerto, sin un brazo- se escubren.

PRIETO: Nos encontramos en el mejor momento, coronel Trastada. Necesito tratar un

asunto urgente con usted.

CATRINA: ¿Para qué soy bueno, Prieto?

PRIETO: Seré breve, coronel. Cuando la muerte apremia, dejo que Melpómene dicte el

tono trágico necesario para...

CATRINA: Al grano.

PRIETO: Sé que pretenden asesinarlo. Ahí lo tiene, más claro que el agua.

CATRINA: Nombres.

PRIETO: Ha gozado de su confianza por años y no sería fácil...

CATRINA: ¿Quinientos de plata bastan?

PRIETO: La conspiración está en marcha desde hace tiempo, coronel.

CATRINA: ¿Quién es el traidor?

PRIETO: Un pez bastante gordo. Con quinientos más...

CATRINA: De acuerdo, Prieto. Lo que quiera. (Una bolsa cambia de manos.) ¿De quién

se trata?

PRIETO: Huerta, el chacal. Váyase; las paredes oyen.

CATRINA: Gracias, Prieto. Tomaré mis precauciones.

PRIETO: Los hombres tenemos mala sangre, coronel... Más vale prevenir que lamentar.
Aparece Posada en la guisa de Huerta. Lo sigue su guardaespaldas, el Ciego bajo el

disfraz del soldado Godínez.

PRIETO: ¡Oh, Victoriano Huerta…!

POSADA: Después, Prieto…

PRIETO: Un héroe de la abnegación…

POSADA: ¡Después! (Pausa.) Trastada, hermano del alma...

CATRINA: ¡Vicky, hermano mío!

POSADA: Trastada…

CATRINA: ¡Ven acá, cabrón!

POSADA: Venga esa mano.

Toma la manga donde falta el brazo de Trastada. Ríen.

CATRINA: Te burlas, querido Victoriano. Pero sábete, he perdido dos miembros, sí…

POSADA: Pero nunca una batalla. (Ríe.) ¿Te sirvo un trago?

CATRINA: No, gracias. Voy de paso.

POSADA: No te enojes. En esta vida todos estamos de paso, hermano. Pensar en la muerte

me provoca la misma sensación que una hoja cayendo de un árbol. Échate un trago.

Recordemos viejos tiempos.

CATRINA: Será en otra ocasión, Vicky. Me tengo que retirar.

POSADA: Tú siempre celoso de cumplir con el deber. Qué lástima. Prieto, acompaña al

coronel a la puerta.

CATRINA: Nos vemos… y pronto, hermano.


La Catrina y Prieto salen. Posada se desparrama en una silla. Al fondo, el Ciego

(Godínez) monta guardia.

POSADA: ¡Godínez!

CIEGO: ¿Sí, mi general?

POSADA: A ver... cuádrese, Godínez. Conteste con claridad. ¿Le gustan las adivinanzas?

CIEGO: Algunas, mi general.

POSADA: Pues póngase avispa porque ahí le va una muy difícil... ¿Su jefe es villista,

zapatista, huertista, maderista, porfirista o felicista?

CIEGO: ¿La mera verdad? Sabrá Dios.

Posada le dispara; el Ciego cae, se queja.

POSADA: Huertista, Godínez... Huertista.

Reaparece Prieto.

PRIETO: Lo busca el padre Cobos, general.

POSADA: Hazlo pasar. (Prieto sale. Al Ciego.) ¡Atención! ¡Firmes! (El Ciego se

incorpora al instante.) Marchando... ¡Ya!

El Ciego sale cruzándose con Josefo que entra en la guisa del Padre Cobos.

POSADA: Dichosos los ojos, padrecito. ¿Cómo le va?


JOSEFO: Arrastrando mi cruz, general. No es fácil ser cristiano.

POSADA: ¿Le ofrezco una copita?

JOSEFO: Pero sólo una...

POSADA: Si no hasta me vende la catedral, ¿verdad?

JOSEFO: Más respeto, don Victoriano.

POSADA (sirve): Yo no me ando por las ramas, padre. México está en mi corazón y sé

que usted también es un patriota dispuesto al sacrificio.

JOSEFO: Ya le dije que lo que es del César...

POSADA: Juárez ya está bajo tierra, padre.

JOSEFO: Gracias a Dios.

POSADA: Estamos en otros tiempos.

JOSEFO: Para Dios no hay tiempo.

POSADA: Pero sí para la patria que en este momento lo necesita. Usted bien sabe que

Trastada colabora con los revolucionarios y eso es traición. Usted siempre está cerca de él.

No le sería difícil...

JOSEFO: Insisto en que eso es una infamia...

POSADA: Que le proporcionará cuatro mil en plata y la absoluta gratitud de la nación.

Así de claro.

JOSEFO: Por una acción así, echaría por tierra una vida encaminada a la santidad. Polvo

somos, general Huerta.

POSADA: Dígame de una vez cuál es el precio de su santidad.

JOSEFO: La gloria.

POSADA: A cambio, la nación le dará cinco mil en plata. (Le extiende la bolsa con el

dinero.) México nos necesita, entiéndalo. (Frente a la duda de Josefo, sale de personaje.)

Toma ese dinero, Josefo. No seas bruto.


JOSEFO: La gloria es más importante que el dinero, don Lupe. Más cuando uno desconoce

si la muerte está cerca.

POSADA: Tú agarra el dinero. Nos vamos a mitas, menso.

JOSEFO: A ver qué decide el padre... (Entra en papel y después de meditarlo, toma la

bolsa.) Dios me perdone, pero todo sea por la patria.

POSADA: Por la patria. Salud.

JOSEFO: Con su permiso, general.

POSADA: Que Dios lo ayude, padre.

Josefo sale. Posada bebe. Entra Prieto.

PRIETO: Sus aposentos huelen a gloria, mi general.

POSADA: Todo marcha bien, Prieto. México será un país tan grande como la honorable y

cultísima Alemania... Y yo, ¿me oyes bien? Yo me consagraré a la realización de ese ideal.

PRIETO: A propósito de Teutones, permítame dedicarle este pasaje de exquisitez épica...

(Lee.) “¡Oh, Victoriano Huerta! Un arquetipo de lealtad, un héroe de la abnegación y en su

marcial figura se concentran los esplendores de esos prestigios, como los rayos de un sol

de oro que rompe la noche, se fijan en los basaltos de una cumbre enhiesta”. 5

POSADA: Ah, qué Prieto... Siempre tan oscuro y complicado. Basta con decir que México

es una serpiente furiosa y yo, muy pronto, voy a ser su cabeza. Acompáñame. Necesito que

me indiquen los pasos a seguir en el futuro.

Salen.

IX

5 Fragmento del texto “El señor general Victoriano Huerta”, de José Juan Tablada.
Camposanto: el Ciego despierta de un mal sueño.

CIEGO: Acérquense. Homero Pérez no vino a venderles nada... vino a mostrar los poderes

mentalistas, curativos y adivinatorios que la Virgen de la Soledad le revela en sueños. Y

aquí me tienen... He recorrido todo el continente mexicano favoreciendo a miles de

personas que han conocido su futuro librándose de males de ojo, roñas y hambre; que han

recuperado su salud por medio del muérdago doradilla huaco incienso de lágrima alumbre

baldo sanguinaria prieta y destripa rengos que Homero Pérez, este modesto servidor de

Dios, les ha traído de su tierra natal. Si tienes prisa, vete; si crees que te quito el tiempo,

márchate; si me consideras un loco transa alucinado perverso mariguano puto infame o

estrafalario, dame la espalda y aléjate de inmediato. Que vengan a mí los desamparados,

los que sufren persecución, los que sí tienen fe... De nuevo llega el tiempo de los videntes

y los profetas. Dos más dos siempre ha sido igual a cinco. ¡Detente, Demonio! Hay que dar

marcha atrás, atrás, porque este mundo de mierda no puede seguir así. ¡Dioses del sueño y

de la muerte, volved con nosotros!

Entra Posada en la guisa de Huerta. Lo sigue Prieto.

¡Tú no te acerques, demonio! ¡Detente! ¡Vade retro! ¡Ojalá y te pudras! ¡Soñé contigo,

Posada! ¡Ten cuidado! ¡La hora se acerca! ¡Aléjate, demonio!

El Ciego cae fulminado. Posada corre a reanimarlo.

POSADA: Homero... ¿estás bien? ¿Qué viste? ¿Qué me aguarda el porvenir?

CIEGO (recuperándose): Vas a morir muy pronto.


POSADA: Dejame a solas, Prieto. Te alcanzo en Palacio.

PRIETO: General Huerta, considero prudente...

POSADA: ¡A mosquear otra carne! ¡Largo de aquí!

Sale.

POSADA: Dijiste que a Huerta le quedaban diez años por delante. ¿Por qué me engañas?

CIEGO: Porque estás ciego. A Huerta le quedan tres o cuatro años, pero a ti unas cuantas

horas. Tú eres Posada, no lo olvides. Las palabras confunden, pero los sueños son

cristalinos. Y yo soñé con tu muerte. Prepárate... Déjame pasar.

POSADA: Yo no quería lastimarte, Homero. Créeme. Lo del balazo fue un accidente.

Huerta es así...

CIEGO: Y tú eres peor.

POSADA: No, ciego. Estoy acorralado y quiero vivir. Sólo me queda probar un último

recurso, el más peligroso de todos. Necesito tu ayuda.

CIEGO: ¿Y ahora qué tramas?

POSADA: Matar a la muerte.

CIEGO: ¿Qué?

POSADA: Sí, una vez muerta la muerte ya no habrá más muertes.

CIEGO: ¿Pero cómo? Ella no es de carne y hueso... Es... nada.

POSADA: Pero también se disfraza como yo, se apropia de otras vidas para perseguirme.

Tengo que aprovechar esa situación. ¿Lo crees posible, ciego? Tú puedes prever el

resultado. Por favor, dime algo.

CIEGO: No sé... Me da miedo de sólo pensarlo.

POSADA: Tengo que acabar con ella.


CIEGO: Estás completamente loco.

POSADA: Es mi última carta. Sólo necesito saber de qué se va a disfrazar.

CIEGO: Sería atentar contra el orden del mundo.

POSADA: Por favor... Ayúdame. También a ti te conviene. Nunca sabrás lo que es la

muerte.

CIEGO: Ay, Posada, la he seguido durante siglos y nunca me ha querido llevar.

POSADA: Te lo suplico... Dime de qué se va a disfrazar.

Pausa.

CIEGO: Porfiria. Se disfrazará de Porfiria.

POSADA: Claro, yo tenía razón. Noté algo extraño en su mirada. ¿Y dónde la puedo

encontrar?

CIEGO: En la despedida de Porfirio Díaz. Ya renunció.

POSADA: ¿Estás seguro que ahí estará?

CIEGO: La muerte siempre ronda esas ceremonias. Suele acabar con sus muertitos entre

manos.

POSADA: Gracias, ciego. Ya tengo un plan extraordinario. ¡Cántate algo a ritmo de

revolución!

CIEGO: Un cuerpo cuelga inerte,

otro al paredón se aferra,

todos huirán de la muerte,

sombra que cubre la tierra.

Yo mejor le pido al cielo


que me quite de vivir;

si se puede estar bien muerto,

¿para qué tánto sufrir?

POSADA: No te pongas así. Todo saldrá bien. Ten fe, Ciego. Yo seré tu lazarillo. Necesito

que te disfraces... Vamos a preparar el plan con Josefo. ¡Y que viva la revolución!

Camposanto. Las puertas de Palacio permanecen cerradas. Un tren ha partido. La Catrina

-en la guisa de PORFIRIA-, Josefo -como el Padre Cobos-, el Gendarme y Prieto

despiden al patriarca desde el andén de una estación imaginaria.

JOSEFO: Te lo dije, Porfiria, la aparición de los cometas es el preludio de la desgracia.

CATRINA: ¿Qué haremos sin don Porfirio?

JOSEFO: Dios nos agarre confesados. Madero y esa turba revolucionaria serán la ruina de

la nación.

PRIETO: Silencio. No más llanto. No hagamos más duro este difícil momento. Digamos

nuestro último adiós al héroe de la paz.

CATRINA: Adiós, París. Adiós, delicada elegancia. El íntimo decoro se va para no volver.

JOSEFO: La revolución está ciega, don Porfirio. Perdónelos, no saben lo que hacen.
Prieto y el Gendarme se retiran. Posada -bajo el disfraz de Huerta- se asoma de vez en

cuando, desde algún escondite, para cambiar señales cómplices con Josefo.

CATRINA: ¿Qué será de nosotros, padre Cobos?

JOSEFO: Esto no se puede quedar así. Imagínate que el Jockey Club abra sus puertas a la

indiada. Sería el apocalipsis, criatura.

CATRINA: ¡Qué horror!

JOSEFO: Y todo por culpa de ese enano espiritista. Madero es el anticristo. (Pausa.) Ay,

Porfiria, vieras qué dolor me causó saber que tu padre, mi coronel Trastada, se alió a los

maderistas. Dios lo castigará de una manera atroz.

CATRINA: Ojalá, padre. Por traidor.

JOSEFO: Imagínate que los ateos del norte cerraran las iglesias...

CATRINA: Sería capaz de matarlos.

JOSEFO: ¿Qué dices, criatura? ¿Serías capaz?

CATRINA: Los despellejaría vivos.

Josefo, sin que ella lo note, se acerca al sitio donde POSADA se oculta y recibe un

revólver. Lo guarda.

JOSEFO: ¿Recuerdas la devota historia de Judith?

CATRINA: …Vestida con su legendaria belleza, entró al cuartel de su enemigo y lo mató.

JOSEFO: Exactamente... Hija mía, ¿serías capaz de...? No es más que un tirano. Muerto

Madero se acabaría la rabia. (Le extiende el revólver.) Está cargada.

Pausa.
CATRINA (tomando el arma): Rece por mí.

JOSEFO: Bendita seas entre todas las mujeres, criatura. Yo te daré la señal para el disparo.

Que Dios te bendiga. Vamos. Ahí vienen.

Música. Se abren las puertas de Palacio Nacional. El Ciego, bajo el disfraz de Francisco

Madero, está sentado en la silla presidencial. Posada, disfrazado de Huerta, Prieto y el

Gendarme lo vitorean.

-¡Viva la democracia!

-¡Sufragio efectivo y no reelección!

-¡Muera Porfirio Díaz!

POSADA: “Con tu sombrero en la mano

en todo México entero,

grita pueblo soberano:

¡viva Francisco Madero!”. 6

TODOS: ¡Viva!

CIEGO: Tengo la firme voluntad de conciliar a todos los mexicanos. Repartiremos las

tierras y los campesinos... ¿Dónde están?

PRIETO (en secreto): No se les permitió la entrada, señor Madero. Venían muy sucios.

CIEGO: Y los campesinos, decía, no volverán a ser sojuzgados.

Aplausos. Porfiria (la Catrina) aguarda a distancia.

JOSEFO (susurra): ¿Está seguro de que es ella?

6 Fragmento de un corrido anónimo.


POSADA: Completamente. Llámala.

JOSEFO: Ahora va a saber lo que se siente.

Josefo da la señal. La Catrina se acerca al Ciego, saca el revólver y dispara. Sólo suena

el percutor. Lo acciona una y otra vez con el mismo resultado.

POSADA: Ay, muchacha, tan guapa y tan traidora. Esa pistola no está cargada, pero la mía

sí.

Posada le dispara a bocajarro. La Catrina cae al piso.

PRIETO: Válgame Dios, la muerte ronda.

POSADA: Ya no ronda, Prieto, ya no ronda.

JOSEFO (acercándose a ella): Está muerta. ¿Qué demonio se habrá adueñado de esta

criatura? ¡Atentar contra el quinto mandamiento!

POSADA: ¿Se siente bien, señor Madero?

CIEGO: Perfectamente.

Prieto y el Gendarme se retiran.

JOSEFO: Procedamus in pace. In nomine Christi. Amen.

POSADA: Ya no se me angustie, don Panchito. Usted podrá gobernar en paz por los siglos

de los siglos. La muerte ha muerto.

JOSEFO: ¡Lo logramos!

POSADA: ¡Vamos a celebrarlo, Josefo!


Salen.

CIEGO (quitándose su disfraz): No me dejen aquí. Todo está oscuro. (Pausa.) ¿Y si en

verdad está muerta? Dios no lo quiera. Sin la muerte todo pierde sentido. (Tentalea en la

penumbra.) Dios mío, ahora sí se me nubló la vista. Ni un alma. Seguro ya es de noche...

(Se entona.)

“Parióme mi madre

una noche oscura,

cubrióme de luto,

faltóme ventura.

Muriendo, mi madre,

con voz de tristura,

púsome por nombre

hijo sin ventura”. 7

Hay que cantar para hacerse compañía en este mundo desolado. Ya ni los jejenes hacen

ruido. La tierra es un camposanto: pura tiniebla, pura sombra cubriendo la mirada. Ya no

puedo ver, estoy confundido. ¡Ay, Virgen de la Soledad! ¿Para dónde jalar, virgencita?

¿Existe algún lugar donde la muerte no esté muerta? ¿Para dónde jalar? Estoy perdido.

¿Para donde jalar?

El Ciego, desesperado, permanece inmóvil. La Catrina se incorpora con lentitud.

CATRINA: Tierra adentro... donde nadie te conozca y puedas de nuevo empezar. (Pausa.)

Ahora sí, Posada. Polvo eres. Nada más que polvo.

7 Endecha medieval anónima.


La Catrina sale seguida del Ciego. Transición de luz.

XI

Imprenta: Josefo y Posada se quitan sus disfraces.

JOSEFO: Fue todo un acto de heroísmo. Brindemos por el éxito de nuestra hazaña.

POSADA: De la que te salvaste... ¿Sabes a quién iban a matar…? A Cobos. (Ríe.) El

Ciego me lo dijo.

JOSEFO: ¿Cobos? ¿Cómo…?

POSADA: Sí, pero por eso planeé matar a la muerte. Te salvé la vida.

JOSEFO: Gracias, don Lupe. Y yo que lo llame egoísta.

POSADA: Olvídalo. (Sirve; brinda.) Este día se recordará por siempre: la muerte ha

muerto, el paraíso renace, el sol vence a las tinieblas, y el amor y la pureza reinan... Así sea

por los siglos de los siglos... y etcétera, etcétera.

JOSEFO: Gloria Patri et Filiu et Spiritui Sancto Halleluya... Amen. (Beben; escupe.) ¿No

le parece miserable un sotol para que brinden dos héroes?

POSADA: Nuestro oficio no da para más, Josefo.

JOSEFO: Si usted quisiera, podríamos vivir mejor.

Josefo toma los lentes y el traje de Huerta. POSADA, a medida que lo escucha, se va

transformando en el general.
JOSEFO: Todos tenemos derecho a gozar los placeres del paraíso, don Lupe: manjares,

licores importados, riquezas, en fin... Si seguimos el juego podríamos dejar esta pocilga y

vivir como potentados. ¿Qué tal convertir Palacio Nacional en un burdel? Don Victoriano

rodeado de mil mujeres cachondas, querendonas... (Empieza a recomponer su disfraz de

Cobos.) Yo podría hacerme de la vista gorda frente a ciertos pecadillos.

La Catrina, bajo el disfraz del coronel TRASTADA, se acerca sigilosamente con un

revólver en mano. Viene tuerto, manco, y con una pata de palo.

JOSEFO: ¿No es justo después de tanto sufrir? ¿Qué más pueden merecer dos héroes que

le han hecho tanto bien a la humanidad?

POSADA (ya siendo Huerta): Tienes razón... ¡A Palacio Nacional!

CATRINA: ¡Quieto, Victoriano! ¡Ahora sí te madrugué!

POSADA: ¡Trastada, felicidades! (Señalando la pata de palo.) ¡Ganaste otra batalla,

hermano mío!

CATRINA: ¡Hermanos los huevos y no se hablan! ¿Creíste que podías acabar conmigo?

Pues aquí me tienes y más vale que te encomiendes a Dios porque hoy terminan tus días.

JOSEFO: Está frente a un pastor de almas, coronel.

CATRINA: Cállese o también me lo trueno, padrecito.

POSADA: Coronel Trastada, está equivocado... Es decir, yo no soy el que usted cree que

soy...

JOSEFO: Ni yo. Soy un impío, un pecador...

CATRINA: ¡A mí no me engañan, cabrones!

POSADA: Tranquilo, coronel. Soy un impostor. (Se quita los lentes.) ¿Conforme?

CATRINA: ¿Según tú, quién eres?


POSADA: Posada, un grabador humilde...

JOSEFO: Y yo soy Josefo, su aprendiz.

Ella ríe.

POSADA: Créame, yo no soy Huerta.

CATRINA: Aquí te chingaste, Victoriano.

POSADA: Pues ultimadamente, dispare. No le tengo miedo, coronelito de pacotilla. Por si

no lo sabe, gracias a mí los hombres ya somos inmortales.

JOSEFO: Sí, como dioses.

POSADA: Vamos, dispare.

La Catrina dispara y Posada cae fulminado.

CATRINA: Inmortales... pendejos.

Ella sale. Josefo se acerca al cadáver de Posada.

JOSEFO: Crucem tuam adoramus Domine; et sanctam resurrectionem tuam laudamus...

Levántese, don Lupe. Nos aguarda el paraíso... Está bromeando, ¿verdad? Hay que

bendecir Palacio Nacional con vino de consagrar. Levántese... In taberna quando sumus...

(Le hace cosquillas.) Ándele, don Lupe, nos esperan el vino generosum y tal vez dos o tres

monjitas. (Pausa. Transición.) Válgame... Está sangrando. Don Lupe, por favor... Dígame

algo... Ya no respira... No se vaya. No me deje solo. ¡Despierte, don Lupe! (Pausa.) Dios

mío, la muerte no ha muerto. (Pausa.) Cobos... El siguiente es Cobos.


Josefo se quita la sotana y la tira. Huye. Desde lejos se escucha el canto del Ciego hasta

que entra.

CIEGO: De lo que fui queda nada,

de lo que deseaba hacer

no resta ni una chingada,

maldigo a quien me dio el ser.

No sé qué fue de mi padre,

crecí solo en lo desierto,

desde el vientre de mi madre

supe que yo estaba muerto.

Le toca la frente a Posada y éste se incorpora.

POSADA: Se me nubló la vista por completo.

CIEGO: En cambio la mía se aclaró. He vuelto a ver. Soñé que la muerte me hablaba. Le

pregunté su verdadero nombre. Soledad, me contestó. Como la virgen. Y yo le dije: hasta

el más allá me voy con usted, Soledad.

POSADA: ¿Y quién murió? ¿Huerta o yo?

CIEGO: Tú, querido. Tú. Pero no sufras. Muerte es lo que despiertos vemos; lo que

dormidos, sueño. Y tú sigues dormido. Escoge. (Señalando la sotana.) A Cobos le queda

muy poco tiempo, pero si quieres vivir más años, déjate llevar por el disfraz de Huerta y

cumple su destino.
POSADA: No, yo quiero ser yo, vivir yo en carne y hueso. Lo que tú me propones no es

vida.

CIEGO: La vida es una farsa actuada por carroñas verticales, entiéndelo de una vez.

POSADA: ¡Mientes, ciego!

CIEGO: Es un tinglado donde los cómicos brillan un instante. El claroscuro, Lupe: la luz

me da vida, pero tras bambalinas no hay nada, sólo oscuridad. La vida es puro teatro. Así

está escrito. (Le extiende un papel.) Mira, aquí están tus parlamentos.

POSADA: ¡A mí no me engañas, ciego de mierda! La vida es lo más preciado que

tenemos. Vemos el mar, las estrellas, el cielo... Somos algo grandioso y ruín, el bien y el

mal, ¿me oyes? Un ser vivo, eso es, vivo... La vida no puede ser una farsa... La vida es la

vida.

CIEGO: Estás ciego, Lupe. Pero si tanto aprecias la vida no te queda más que ser Huerta...

o Cobos. El show debe continuar y ya estuvo bueno de confundir al respetable con tantos

disfraces. ¿Huerta o Cobos...? (Pausa,) Nuestra farsa pierde ritmo. ¡Acción!

POSADA: Está bien. Huerta.

Posada recompone su vestuario de general y va hacia el cuartel de Huerta donde lo

aguardan Prieto y Lane. El Ciego, por su parte, empieza a disfrazarse de Francisco

Madero. La sotana queda en el piso.

CIEGO: ¿Cómo no vamos a estar en una farsa carnavalesca? Basta un bigote, una nariz,

una calva y ya somos otro. Vaya mascarada... La risa se ríe de la risa, se ríe de lo

desdichado.

El Ciego ocupa la silla de Palacio mientras Posada (Huerta), Lane y Prieto discute en el
burdel.

LANE: Lo hemos buscado por todas partes, general.

POSADA: Take it easy… easy, easy…Usted piensa mucho en el futuro, Mister Lane. Siga

las huellas que deja el destino y punto.

LANE: ¿Y qué de la amistad entre nuestros pueblos, Huerta?

POSADA: Basta de discusiones; los dos están arrestados. (Pausa tensa; ríen.) ¿Ah,

verdad?

LANE: Usted siempre tan impredecible.

PRIETO: Ya tenemos todo listo, general. Incluso escribí una elegía a la muerte de Madero.

POSADA: Despacio, Prieto... Aquí la estamos pasando muy campechana. Ya pensaremos

en borrarlo del mapa.

CIEGO: Mientras viva Madero, no serás nadie, Huerta.

POSADA: ¿Qué tal un trago, amigos? ¿O mandamos traer unas putitas?

PRIETO: ¡Juega!

LANE: No nos distraiga del tema, general... Madero is a fool, a lunatic... Madero debe

desaparecer.

PRIETO: Yes, yes...

POSADA: Señores, México es un águila a punto de levantar el vuelo y yo represento las

alas. Sólo déjenme reposar tantito y ya verán qué alto llegamos.

CIEGO: Un vuelo directo al abismo.

POSADA: ¿Cuál es la prisa para matarlo?

LANE: Time is money.

PRIETO: Un apóstol en la presidencia es como un cura en un burdel.

LANE: Let's go straight to the point... ¿Lo mata o no?


CIEGO: Cumple tu destino, Huerta.

POSADA: Déjame en paz, maldito ciego. No quiero derramar sangre. Yo admiro a

Madero.

CIEGO: ¡Vamos, Huerta!

POSADA: No quiero matarlo... Así... a sangre fría.

CIEGO: Está escrito, es inevitable. La historia es una pesadilla, llénate de sangre...

PRIETO: ¿Se siente mal, don Victoriano?

POSADA: Es la emoción, Prieto.

PRIETO: ¿Le sirvo una copa?

POSADA: Por favor.

LANE: ¿Sotol?

POSADA: No, de ahora en adelante coñac… y whiskey.

LANE: Well, well... ¿Y qué responde, general? ¿Preparamos el funeral de Madero?

Posada, angustiado, duda; después asiente. Brindan.

PRIETO: ¡Magnífico! ¡Por la solidaridad con la gran nación del norte!

LANE: ¡Salud!

CIEGO: ¡Ya es tiempo, Huerta!

POSADA: Mi destino me llama. Con su permiso, señores.

Se dirige hacia Palacio donde está el Ciego.

PRIETO: No es más que un huichol rencoroso, sucio, prieto.

LANE: Admira a los germanos y eso es un peligro. La guerra en Europa es inminente.


PRIETO: ¿De plano?

LANE: Anyway, si Huerta preferir teutones, ya veremos qué hacer. Acaso un desembarco

en Veracruz.

PRIETO: Excelente idea. Yo podría ser el cronista oficial de la nueva conquista de

México.

Lane y Prieto se retiran. Posada, completamente abatido, intenta quitarse el disfraz pero

algo se lo impide. Se acerca al Ciego y lo abraza.

POSADA: Todo sea por la concordia nacional, don Panchito.

CIEGO: ¡Perro traidor!

Posada lo estrangula.

POSADA (apesadumbrado): Muera Madero... Viva Victoriano Huerta... Perdóneme, yo no

quería... Siento asco, señor Madero. Me avergüenza ser el que soy... Poco a poco me

convertí en un animal, en un asesino.

CIEGO (se incorpora): No te sobreactúes, maestro. ¿Quién te va a creer esa retórica

sentimental? Actúa con emociones profundas...

POSADA: ¡Eres tú, ciego!

CIEGO: ¿Qué tal, eh? ¿No te la esperabas? ¿Entonces la vida es o no una farsa?

El Ciego, haciéndose el muerto, vuelve a tenderse en el piso.

POSADA: Ya no entiendo nada... Ya basta. Quiero salir de esta pesadilla. ¡María Lejana,
¿donde estás?! ¡María Lejana! ¡Llévame contigo! Fue una estupidez huir de ti ¡Quiero

salir, despertar de esta pesadilla!

Entra Prieto. Toma la punta de un rollo de papel y suelta el carrete.

PRIETO (señalando el cadáver del Ciego): “Hay que apartar los ojos de los sombríos

dramas callejeros y del bajo rencor y levantarlos hacia donde brillen genios como don

Victoriano Huerta, un astro que habrá de guiar a la patria sin rumbo enmedio de la noche

oscura y del océano proceloso”. 8

Aparece el Soldado llevando preso a Josefo, bajo el disfraz de un Revolucionario. Posada

se arranca el traje de Huerta.

JOSEFO: Don Lupe... Algo me decía que usted estaba vivo. Escapemos. Vístase de

revolucionario. Andamos en bola. Somos tantos que la muerte nunca podrá reconocerlo.

POSADA: No, Josefo. Yo quiero morir. Perdóname todo lo que te hice.

PRIETO: General Huerta, ¿qué pasa?

POSADA: ¡Yo no soy Huerta! Soy Posada, un grabador, un pobre diablo, un hombre...

SOLDADO: ¿Y cuál es el problema, amigo? Sigamos con las partes. Acá entre nos yo

también ando huyendo de la muerte. (Se quita la peluca y un postizo.) ¿Se da cuenta? He

sido un músico, el embajador Lane Wilson, un soldado, un gendarme... en fin, tantos que

ya no sé quién soy.

POSADA: Sigan ustedes con la farsa.

SOLDADO: Pero lo necesitamos, amigo. ¿Quién va a ser Huerta?

POSADA: ¡Déjeme en paz! ¡Yo sólo quiero encontrar la muerte!

8 op. cit. 5
JOSEFO: No me deje solo, don Lupe.

POSADA: Adiós, Josefo.

JOSEFO: ¡Don Lupe!

Posada deja tirada la casaca de Huerta -junto a la sotana de Cobos- y sale. Prieto se

acerca y recoge el disfraz de Huerta mientra el Soldado hace lo propio con el de Cobos.

Se cambian.

SOLDADO: ¿Y usted sí es usted o es otro?

PRIETO: Siempre he querido ser un hombre poderoso y ahora soy el que soy: general

Victoriano Huerta. ¡A darles!

SOLDADO (en papel de Cobos): Así se habla, general. Acabemos con los herejes. Yo

siempre quise ser cura.

PRIETO: Ajusticiemos a este piojoso.

SOLDADO (Cobos): In nomine Christi... Amen.

PRIETO (arma en mano): Preparen, apunten... ¡fuego!

Al oírse la descarga, el Soldado (Cobos) y Prieto caen como si ellos hubieran sido los

fusilados.

JOSEFO (a los cadáveres): No se hagan. Ya sé que al rato van a resucitar. Si aquí todo es

al revés, ya es tiempo de que se levanten los muertos y jalemos con Zapata y Villa, ¿no?

Por lo pronto yo estoy vivito y coleando. ¡A mí no me atrapa la muerte! ¡Viva la

Revolufia, jijos de la chingada!


Transición de luz.

XII

Imprenta: penumbra. Posada bebe, trabaja enfebrecido en el grabado de la Catrina.

POSADA: ¿Es para esto que morimos tánto? ¿Para sólo morir, tenemos que morir a cada

instante? Valor... La muerte se toma por los cuernos... Que se cumpla lo que está escrito...

Eso es. Entregarse al destino. (Contemplando el grabado.) Es hermoso.

De la penumbra, surge la Catrina. Se miran.

POSADA: Te he esperado tanto tiempo.

CATRINA: ¿Ah, sí? ¿Te convenciste de que soy irresistible?

POSADA: Me convenciste. Aunque es difícil aceptarlo.

CATRINA: Y triste acabar como uno empieza: completamente solo.

POSADA: Ni tanto. Tú me acompañas: me has cautivado. (Pausa.) De veras.

CATRINA: ¿Dónde está mi grabado? (Lo recibe.) Al fin lo terminaste.

POSADA: ¿Qué te parece?

CATRINA: Me encanta.

POSADA: Abrázame, María Lejana.

CATRINA: Catrina.

POSADA: No, María Lejana. Una hermosa mujer pública.


CATRINA (sonríe): Si eso te consuela... pero no pienses que soy una mujer fácil, ¿eh?

POSADA: Desde que te vi me encantaron tus ojos.

CATRINA: ¿Sí? ¿Y qué más?

POSADA: Tus piernas son fascinantes.

CATRINA: Bueno, mis fémures no están mal, pero creo que ya estás delirando.

POSADA: En serio, pensar en tu cuerpo me trastorna por completo.

CATRINA: C'est l'amour.

POSADA: Debí quedarme contigo desde la primera vez que nos vimos.

CATRINA: Los hombres no saben apreciar una amante hasta que la pierden. Y tú, ingrato,

hasta querías matarme.

POSADA: Del odio al amor hay un paso. ¿Quieres un trago?

CATRINA: Bueno.

Beben.

POSADA: La muerte se aprende, ¿verdad? (Pausa.) ¿Y crees que tú y yo...? Digo, la gente

se separa porque en realidad se quiere.

CATRINA: ¿Qué quieres decir?

POSADA: La persecución me enseñó a quererte.

CATRINA: No me digas.

POSADA: Te lo juro. Llévame al camposanto y quiéreme siempre.

CATRINA: Eso sí que no; para siempre, no. Yo no soy mujer de un solo hombre.

POSADA: No me importa. Llévame contigo.

CATRINA: No sé... La verdad me gustas, pero me causaste tantos problemas...

POSADA: Te lo ruego. Ya quiero morir. Créeme.


CATRINA: Ay, Lupe...

POSADA: ¿Lo harás?

CATRINA: Está bien.

A lo lejos se escucha la música del Ciego. Posada se acerca. Ella responde, lo besa.

Posada se desploma y queda inmóvil.

CATRINA: Duerme, duerme... sueña.

Oscuro lento.
Bajo Tierra se estrenó el 2 de mayo de 1992 en el Teatro Santa Catarina con el siguiente

reparto:

LA CATRINA: Lucero Trejo

HOMERO PÉREZ: José Carlos Rodríguez

JOSEFO: Diego Jáuregui

JOSÉ GUADALUPE POSADA: Erando González

CATULO PRIETO: Moisés Manzano

LANE WILSON Y OTROS: Juan Carlos Beyer

MUSICOS: Antonio Segura,

Alejandro Duprat y

Jacobo Sefami

Escenografía e iluminación: Gabriel Pascal

Música original: Leopoldo Novoa

Dirección musical: Ernesto Anaya

Coreografía: Marco Antonio Silva

Vestuario: Adriana Olivera

Utilería: Susana Valera

Asistencia de dirección: Flavio González Mello

Dirección: David Olguín

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