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El horizonte de la nostalgia:

el significado del nóstos homérico

Jerónimo Uribe Correa


Historia antigua de Grecia y Roma
Código: 2015927-01
Español y Filología Clásica

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage

JOACHIM DU BELLAY

A finales del siglo XVII, luego del fragor de las guerras de religión en Europa, el fisiólogo
suizo Johannas Hofer (1669-1752) presentó la tesis Disertación médica sobre la nostalgia
(1688) para recibirse como médico por la Universidad de Basilea. Tras alguna vacilación
entre posibles términos clínicos para referir la patología estudiada en su disertación, Hofer
acabó por acuñar la palabra «nostalgia», neologismo compuesto por los sustantivos griegos
νόστος ‘viaje de regreso’ y ἄλγος ‘sufrimiento, dolor, pena’. Entre las opciones descartadas
por razones eufónicas, estaban nosomanía ‘síndrome del regreso’ y filopatridomanía
‘síndrome de amor a la patria’, ambas demasiado largas y malsonantes para los propósitos
de síntesis y precisión de los estándares propios de la investigación científica (Boym,
2002).
Las conclusiones consignadas en la disertación del joven médico eran el resultado
de un largo proceso de observación del «desconcierto emotivo experimentado por los
mercenarios suizos al servicio del rey de Francia Luis XIV, obligados a permanecer durante
años lejos de los valles y de las montañas de su patria» (Marcolongo, 2017, p. 126). Como
los asuntos de la guerra siempre han sido una cantera de innovación léxica, los soldados
pronto empezaron a llamar el mal que los aquejaba Heimweh (del alemán heim ‘casa’ y weh
‘pena’) y, en francés, mal du pays. Hofer, no satisfecho con designar el padecimiento que
estudiaba con palabras puestas en circulación por la inventiva popular, buscó en el acervo
del griego antiguo los términos justos para designar la dolencia asociada a la añoranza
persistente del regreso.
En el primer canto de la Odisea, en versos sucesivos, aparecen los dos componentes
de «nostalgia» como parte de los temas cantados por la Musa: νόστον, en acusativo
singular, y ἄλγεα, en acusativo plural (Odisea, I, 4-6). No resultaría aventurado ver en la

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cercanía de estos dos sustantivos un posible origen de la palabra propuesta por Hofer.
Incluso, otra conjetura que cabría hacerse es si el médico suizo reconoció en Ulises al
primer nostálgico y vio en el nóstos del héroe griego más que un relato mítico una suerte de
prefiguración de los casos de los mercenarios suizos que sufrían aquellos accesos de
tristeza por el recuerdo del queso de sus vacas o por la brisa de los Alpes a cierta hora de la
tarde (Boym, 2002).
Ulises, como los soldados estudiados por Hofer, extraña por encima de todo esa
suma de elementos cotidianos que constituyen su hogar. Desde luego, también guarda
impulsos codiciosos y se regocija con los afortunados tesoros acumulados tras años de
errancia, pero nunca deja de sentir por Ítaca «una ternura y una nostalgia tan intensas que
parecen corroer su mente compacta y que ningún otro héroe homérico conoce» (Citati,
2008, p. 101). Ulises mismo, cuando se presenta frente a la corte de los feacios, habla de
Ítaca con un inconfundible tono de idealización y añoranza: «Es fragosa la tierra […] / pero
es mía, y no sé que otra tierra más dulce se encuentre» (Odisea, IX, 27-28).
Con Ulises, se funda la «religión del hogar», aquella «donde todo —los muros, el
mégaron, las estancias, el lecho, la bodega […] los rebaños y los bienes— posee el mismo
valor que las personas o sentimientos» (Citati, 2008, p. 101). Regresar al solar señorial es la
máxima aspiración del hijo de Laertes aun cuando en cada parada intenten disuadirlo de
este propósito ofreciéndole dones espléndidos y suntuosos bienes. El aqueo decisivo en la
avanzada triunfal contra Troya, estima en poco el renombre adquirido por haber ideado el
dispositivo de la victoria. Allí reside, por ejemplo, la diferencia fundamental con Aquiles,
quien finca todos sus esfuerzos en la consecución del κλέος ‘gloria’ a la vez que anticipa la
imposibilidad de la realización de su regreso: «a la patria no regresaré y será eterna mi
gloria» (Ilíada, IX, 413)1. Ulises, en cambio, siendo también un personaje heroico de valía
notoria, rechaza el fasto de la gloria para cifrar en el regreso a casa el objetivo superior de
sus trabajosos empeños.
El viaje de regreso del héroe tras una ausencia prolongada es uno de los temas
míticos de mayor número de paralelos en las tradiciones indoiranias y griegas, como bien

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En el original griego, la oposición entre la gloria (κλέος) y el regreso (νόστος) está más fuertemente marcada
por el uso de la conjunción adversativa «ἀτάρ» ‘pero’. En la traducción española, el uso de la conjunción
copulativa «y» elimina el sentido que establece este contraste y, así, la oposición fundamental entre una y otra
forma de realización heroica.

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han documentado los trabajos antropológicos de George Dumézil y Albert B. Lord. De
naturaleza iniciática y formativa, la etimología de «nóstos» deja entrever una antigua
simbología solar indoeuropea de tránsito entre un estadio de oscuridad a uno de luz (Frame,
1978). De hecho, uno de los significados primitivos de la palabra (‘regreso a la luz y a la
vida’) refuerza la concepción mística detrás de este periplo de años emprendido por un
héroe. El análisis etimológico también ofrece otro sentido clave para entender el
componente ritual del nóstos en tiempos arcaicos: la común raíz indoeuropea *nes- de la
que se derivan tanto este sustantivo como νόος ‘mente, conciencia’ (Nagy, 2013). El viaje
equivaldría así a un despertar de la conciencia, a una llegada a la luz. También de esta raíz
deriva el nombre propio «Νέστωρ», cuyo signifcado sería ‘aquel que regresa felizmente’
(Bonifazi, 2009).
Aun cuando la amplitud semántica del término ofrezca cuantos sentidos
figurados se puedan desprender de la idea de «viaje», en la épica griega significa
principalmente ‘el regreso a casa, desde Troya, de los héroes aqueos’ (Bonifazi, 2009). El
nóstos, además, se refiere tanto a la acción del regreso como al canto de la tradición épica
que recuenta las peripecias y desventuras de quienes lo emprendieron. Al tratarse de un
género narrativo, presenta motivos comunes: la tormenta que desvía la ruta de la
embarcación, la pérdida de los miembros de la tripulación producto de un naufragio y el
arribo del sobreviviente a una isla desconocida desde donde retoma el camino de regreso
tras el encuentro con una figura no humana (Bonifazi, 2009).
Los temas, desde luego, no eran inmotivados ni brotaban de la imaginación de los
aedos; guardaban una estrecha correspondencia con la realidad histórica de la audiencia y
con las circunstancias geográficas de la cuenca mediterránea. Los cantos homéricos estaban
presumiblemente dirigidos a «auditorios de marinos y de precursores que se habían lanzado
a la conquista de las riberas bárbaras» (Mireaux, 1962, p. 239). El uso de muchos términos
náuticos en la Ilíada y en la Odisea demuestra un conocimiento profundo por parte de la
audiencia de los asuntos del mar. Además, no es gratuito que las epopeyas tomen como
escenario dos escalas privilegiadas de las rutas de navegación por el Mediterráneo: el
estrecho del Helesponto, vía de acceso a los mares del noreste, y la isla de Córcira (actual
Corfú), puerta de salida hacia la navegación occidental (Mireaux, 1962). También el
peligro del naufragio aparece representado en la iconografía pictórica, evidencia de una

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familiaridad con las desventuras a las que se exponían las embarcaciones cuando no
navegaban a cabotaje (Mark, 2011).
Otras razones sociológicas e históricas ayudan a comprender igualmente la
importancia del nóstos. Todavía en tiempos homéricos el gobierno sobre una comunidad no
estaba desligado de una concepción atávica que veía en el rey a una suerte de «padre» de
los ciudadanos. Ulises, de hecho, rige a los suyos como un «tierno padre» (Odisea, V, 12).
Así, como el poder estaba encarnado en un solo individuo, cuando este participaba de
alguna expedición colonizadora o en una empresa bélica, la comunidad quedaba privada del
centro regulador del orden social y sobrevenía un debilitamiento de las relaciones de
respeto y poder, como sucede con el asedio permanente de los pretendientes al solar de
Ulises. La única forma de restablecer el orden era el regreso del rey: «Despojados de los
detalles míticos y narrativas, los diversos regresos a la patria [léase nóstoi] son justamente
lo que habría ocurrido en ese mundo con su equilibrio de poderes delicado y fácilmente
trastornado» (Finley, 1961, p. 95).
Otra dimensión del nóstos, de menor atención entre la crítica histórica y literaria, es
la de reconocer en él una forma de sentimiento (el germen de la «nostalgia» de Hofer).
Contrario a quienes validan únicamente un discurso histórico sustentado en hechos
concretos, comprobables, Jacob Burckhardt oponía un planteamiento que reconocía la
posibilidad de hacer historiografía sobre intangibles: «las realidades que nosotros buscamos
son maneras de pensar, que, también, a su modo, son hechos» (Burckhardt, 1953, p. 9).
Siguiendo la idea del historiador suizo, no sería desacertado incluir allí mismo «maneras de
sentir», fundamentales para la comprensión cabal de una cultura o un pueblo.
¿Qué sentía entonces Ulises por su nóstos? Uno de los episodios más reveladores
está en el canto V de la Odisea, cuando aparece por primera vez el héroe en persona, luego
de los cantos iniciales de la Telemaquia. El mensajero Hermes, tras un concilio de dioses,
es encomendado para rescatar a Ulises de la desesperanza de seguir retenido por la voluntad
lúbrica de la ninfa Calipso. La isla donde mora la ninfa con Ulises es un lugar paradisíaco,
un típico locus amoenus, donde corre abundante el agua y crecen esplendentes los frutos:
«[…] vertíase / una vid floreciente cargada de grandes racimos; / cuatro fuentes seguidas
manaban un agua clarísima» (Odisea, v, 68-70). Era un paraje donde cualquier «[…]

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inmortal que llegara / bien se hubiera admirado y hubiese alegrado su ánimo» (Odisea, V,
73-74).
La descripción luminosa de la isla de Ogigia contrasta con la imagen del
desconsuelo lacerante de Ulises cuando Calipso lo busca para anunciarle el cese de la
penosa espera y el recomienzo del viaje de regreso a Ítaca: «Y sentado en la playa lo halló y
anegados tenía, / como siempre, los ojos, y se iba su dulce existencia / consumiendo,
esperando partir […]» (Odisea, V, 151-153). «Esperando partir», sin embargo, no recoge el
sentido del original griego «νόστον ὀδῡρομένῳ», donde νόστον es el complemento directo
del participio ὀδῡρομένῳ ‘lamentarse, llorar’; Ulises, literalmente, está «lamentándose (o
llorando) por su regreso», una actitud típicamente asociada a la nostalgia (Pache, 2008).
Para Ulises, la plenitud material de la morada de Calipso no puede reemplazar el
calor doméstico de la tierra paterna. Ítaca es un erial yermo, escarpado, cuyos despeñaderos
y peñascos solo son aptos para criar cabras: «En Ítaca no existen lugares tan vastos ni
prados; es capraria […]» (Odisea, IV, 605-606). El hecho de que Ulises añore un lugar
donde no crecen praderas (meadows) es un claro indicio de un sentimiento nostálgico, pues
la añoranza por un lugar no se basa en las condiciones favorables que este pueda tener, sino
en la fuerza de la memoria afectiva como elemento constitutivo del individuo (Pache,
2008). Otro punto clave mencionado por Pache (2008) es que Ulises en ningún momento
llora en la Ilíada, mientras sí lo hace en la Odisea, como sucede en la corte de los feacios
cuando el aedo Demódoco recuenta las hazañas del héroe (Odisea, VIII, 83-86).
Si bien la investigación académica ha sido demasiado cauta para reconocer en el
nóstos una forma primigenia de expresión de la nostalgia, poetas y escritores sí han
favorecido esta lectura. La figura de Ulises ha sido recreada como el arquetipo del hombre
para quien «la experiencia en sí misma era el propósito último» (Cahill, 2005, p. 94), como
en el poema «Ulysses» de Alfred Tennyson o en «Ítaca» de Constantino Cavafis. El matiz
en la interpretación puede variar, pero lo cierto es que el nóstos, además de su significado
histórico, simbólico y etimológico, guarda una dimensión sentimental profunda: la
añoranza universal de volver al lugar de origen. El gran ensayista inglés del siglo XVIII

Samuel Johnson lo expresó con palabras contundentes: «Ser feliz en el hogar es el logro
máximo de toda ambición, el fin hacia el que tienden toda empresa y todo esfuerzo, y lo
que motiva la realización de todo deseo» (citado por Cahill, 2005, p. 93).

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Bibliografía:

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6
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