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portante. De hecho, más que un problema, el desempleo puede ser una viola-
ción de un derecho humano. John Dewey dijo en una ocasión: «El primer gran
requisito para un orden social mejor […] es la garantía del derecho a trabajar
de cualquier persona que sea apta para el trabajo» (Dewey y Ratner, 1939,
págs. 420-421). De hecho, desde 1948, el trabajo es un derecho humano inter-
nacional reconocido. Así lo proclaman de forma inequívoca el artículo 23 de
la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) y el artículo 6 del
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC),
adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de
1966 y ratificado por 164 países en marzo de 2015.
Entonces, ¿por qué hasta la fecha no se ha resuelto adecuadamente la
cuestión del desempleo? En la década de 1960, las principales economías del
mundo tenían interés por garantizar el derecho de toda persona a tener la
oportunidad de ganarse la vida mediante un trabajo libremente escogido o
aceptado, un interés que parece haberse abandonado en la sociedad actual. A
diferencia de lo que cabría esperar legítimamente en un mundo en el que los
derechos humanos han sido aceptados de forma tácita como legislación con-
suetudinaria internacional, parece como si el derecho al trabajo, entre otros
derechos económicos y sociales, no se hubiera tomado en serio.
Lanse Minkler, por ejemplo, achaca a las diferencias históricas y cultu-
rales entre los países, y a las consiguientes diferencias en sus prioridades polí-
ticas, el hecho de que todavía no se haya alcanzado un consenso amplio sobre
las mejores formas de hacer realidad los derechos económicos (Minkler 2007,
pág. 2). Por su parte, Guy Mundlak menciona algunos argumentos de carácter
general, como que los derechos económicos son difíciles de aplicar y que el
derecho al trabajo en particular es un valor orientador demasiado impreciso,
teniendo en cuenta la creciente incerteza en torno a la regulación de los mer-
cados laborales (Mundlak, 2007, pág. 216). Por último, Jeremy Sarkin y Mark
Koenig aducen que cualquier legislación social que proteja el derecho al tra-
bajo ha tenido que competir con los objetivos gubernamentales de reducir los
presupuestos estatales y minimizar la injerencia del gobierno en el mercado
libre (Sarkin y Koenig, 2011, pág. 7).
El presente artículo mantiene, fundamentalmente, que la corriente eco-
nómica dominante no se ha tomado en serio el derecho humano al trabajo. Por
consiguiente, si deseamos tomarnos en serio los derechos humanos, debemos
empezar por adoptar una mirada crítica hacia el discurso económico y hacia
la manera en que se produce. No vamos a aplicar esa misma mirada crítica
al derecho al trabajo. Esto puede parecer reduccionista y parcial, ya que los
principios de los derechos humanos son tan discutibles como los postulados
económicos (véase, por ejemplo, Collins, 2015). Sin embargo, el propósito de
este estudio no es discutir el paradigma del derecho humano al trabajo –una
empresa para la que el autor no se siente, ni mucho menos, capacitado–, sino
explorar las implicaciones paradigmáticas para la economía de la aceptación
tácita de los derechos humanos en general, y del derecho al trabajo en parti-
cular, como legislación consuetudinaria internacional.
Economía para el derecho al trabajo 69
El derecho al trabajo
El concepto del derecho al trabajo, es decir, el derecho de toda persona a un
trabajo libremente elegido que le permita tener una existencia digna, se reco-
noce explícitamente por primera vez tras la Revolución de 1789 en la Cons-
titución francesa de 1793 (Harvery, 2002; Tanghe, 1989). Medio siglo después,
los debates que acompañaron la redacción de la Constitución francesa de
1848 son, probablemente, una de las discusiones mejor documentadas sobre
este tema. En ellos se presentan discursos apasionados tanto de los defenso-
res como de los detractores del reconocimiento de un derecho constitucional
al trabajo (véase Garnier, 1848; Proudhon, 1938).
A partir de 1848 el derecho al trabajo aparece citado en varias fuentes
jurídicas (véase Harvey, 2002), como, por ejemplo, la Ley de Empleo de Es-
tados Unidos de 1946 –en virtud de la cual se garantizaba a los ciudadanos
estadounidenses el derecho al pleno empleo y se otorgaba al gobierno fede-
ral el mandato de utilizar todos los medios a su disposición para lograrlo– o
la Declaración de Filadelfia de 1944, que se incorporó a la Constitución de
la Organización Internacional de Trabajo (OIT) de 1946 y reconoce el dere-
cho a perseguir el «bienestar material». Sin embargo, hubo que esperar hasta
1948, cuando se inició el debate sobre los derechos humanos universales con
la creación de las Naciones Unidas, para que el derecho al trabajo obtuviera
70 Revista Internacional del Trabajo
Artículo 7
Los Estados Partes en el presente Pacto reconocen el derecho de toda persona
al goce de condiciones de trabajo equitativas y satisfactorias que le aseguren en
especial:
a) Una remuneración que proporcione como mínimo a todos los trabajadores:
[...]
ii) Condiciones de existencia dignas para ellos y para sus familias conforme a
las disposiciones del presente Pacto.
El derecho al trabajo tiene dos dimensiones principales tanto en la
DUDH como en el PIDESC. La primera es cuantitativa y, de acuerdo con
ella, asegurar el derecho al trabajo significa garantizar la existencia de suficien-
tes empleos para todos, no solo el derecho a competir en términos de igualdad
por unas escasas oportunidades de empleo (Harvey, 2005; Gomes Canotilho,
1991). La segunda dimensión del derecho al trabajo es cualitativa y tiene que
ver con los criterios que determinan si un determinado empleo puede califi-
Economía para el derecho al trabajo 71
Turgot, otro economista liberal del siglo xviii, en una crítica al mercado
laboral corporativo, afirma:
Debemos a todos nuestros súbditos la garantía del pleno disfrute de sus derechos;
debemos esta protección sobre todo a esa clase de hombres que, al carecer de otra
propiedad que no sea su trabajo y diligencia, tienen todavía más necesidad de un
puesto de trabajo y más derecho a tenerlo [...] puesto que es el único recurso que
poseen para subsistir (en Tanghe, 1989).
No obstante, aunque comparten afiliación liberal, la economía dominante
y los derechos humanos no hablan el mismo idioma y esta falta de comunica-
ción parece llegar a su paroxismo precisamente en lo concerniente al derecho
al trabajo. A continuación vamos a examinar cómo se materializa este conflicto
presentando cuatro argumentos basados en el análisis del discurso dominante,
para el cual: 1) el trabajo es un costo; 2) el empleo es un objetivo de segun-
da categoría; 3) las personas son recursos con especificaciones productivas; y
4) los derechos son rigideces.
El trabajo es un costo
En el discurso económico dominante el trabajo se considera un recurso y, como
sucede con cualquier otro recurso, se supone que tanto sus proveedores como
sus receptores deben proceder al intercambio en un mercado. En este contexto,
la mano de obra representa el lado de la oferta y el capital, el lado de la de-
manda; los trabajadores venden su capacidad de trabajo y los propietarios del
capital lo compran. El sueldo o el salario es el precio del producto sometido a
transacción, lo que convierte el trabajo en un costo. Este enfoque se encuentra
profundamente enraizado en el pensamiento económico desde hace tiempo.
David George, por ejemplo, detectó en artículos publicados en el New York
Times a partir de 1900 que el dinero que se destina al trabajo tiene el doble de
probabilidades de recibir el calificativo de costo que el de salario, sueldo o in-
gresos (George, 2013, pág. 94). Sin embargo, desde 1980, el dinero destinado a
los directivos tiene el doble de probabilidades de denominarse salario que de
denominarse costo (ibid. pág. 95). Así pues, si el trabajo se considera ante todo
un costo, resulta bastante lógico que para intentar minimizar los costos se mi-
nimice la cantidad de mano de obra empleada en el proceso de producción.
Por lo general, la economía dominante ve la racionalidad fundamental-
mente como sinónimo de eficiencia, por lo que una actividad que implique
unos medios económicos sin buscar la maximización de la producción o la
minimización de los recursos empleados se considera irracional. La eficiencia
es un cálculo cuantitativo del esfuerzo y el tiempo invertidos para lograr un
objetivo. El reconocido economista y diplomático polaco Oskar Lange llamó a
este enfoque del proceso de maximización el principio del gasto mínimo. Este
principio establece que debe invertirse la cantidad de medios mínima necesa-
ria para alcanzar un determinado grado de cumplimiento de un objetivo de-
terminado (en Passet, 1979, pág. 124).
Como la mano de obra es un medio de producción como cualquier otro,
y además es costosa, para la economía dominante resulta bastante lógico inten-
Economía para el derecho al trabajo 73
derecho. La economía laboral dominante sostiene que las rigideces del mer-
cado laboral son la principal causa de las altas tasas de desempleo. Por ejem-
plo, en un artículo frecuentemente citado de Nickell, Nunziata y Ochel (2005)
se afirma que:
[...] las tendencias generales del desempleo en la OCDE pueden explicarse por
los cambios en las instituciones del mercado de trabajo. Para ser más exactos, los
cambios institucionales explican alrededor del 55 por ciento del aumento del de-
sempleo europeo desde la década de 1960 hasta la primera mitad de la década de
1990 […] (ibid., pág. 22).
La protección excesiva del empleo, por ejemplo, se considera una de
las causas del desempleo (Borjas, 2013, pág. 539) o, al menos, de la dificultad
de luchar contra él, ya que, supuestamente, desalienta la creación de empleo.
Esto se basa en la hipótesis de que crear un puesto de trabajo en un momen-
to relativamente favorable de la economía puede ser problemático porque la
empresa no tendrá la posibilidad de suprimirlo cuando la economía empeore.
Por su parte, la rigidez de los salarios se considera un obstáculo para el ajuste
de la demanda de mano de obra, al impedir a las empresas crear empleos con
unos salarios inferiores al mínimo legal.
Finalmente, unas prestaciones excesivamente generosas y prolongadas
para los desempleados, con una alta tasa de sustitución, pueden reducir tanto
la intensidad de la búsqueda de empleo como la movilidad geográfica de los
trabajadores (Borjas, 2013; Shackleton, 1998) y contribuir a aumentar la tasa
natural de desempleo (Samuelson y Nordhaus, 2008). Reducir estas presta-
ciones estimularía a los trabajadores desempleados a aceptar más fácilmente
ciertos empleos que, de otro modo, rechazarían.
En primer lugar, este enfoque del desempleo contradice el artículo 23 de
la DUDH, donde se proclama que «toda persona tiene derecho al trabajo [...]
y a la protección contra el desempleo». En segundo lugar, se le dice al desem-
pleado, por una parte, que es el principal responsable de la situación en la que
se encuentra (véase Forrester, 1996) y, por otra, que la única solución para obli-
garlo a trabajar es amenazarlo con la miseria, lo que nos retrotrae al sistema
de trabajo preindustrial. Esto es, precisamente, lo que se pretendía evitar al
proclamar «el derecho de toda persona a tener la oportunidad de ganarse la
vida mediante un trabajo libremente escogido o aceptado» (artículo 6, párra-
fo 1 del PIDESC). ¿Actúa alguien con libertad cuando acepta un puesto de
trabajo no deseado porque se le han retirado las prestaciones por desempleo?
La economía dominante considera que el desempleo se ha convertido en
un problema de dependencia de los servicios sociales más que en una cues-
tión de insuficiencia de empleos (véase Mitchell, 2013, pág. 6), sin importarle
si esta protección que considera excesiva constituye o no una parte esencial
del derecho al trabajo, tanto por otorgar un cierto grado de seguridad a las
personas que tienen empleo como por ofrecer una compensación financiera a
las que no lo tienen. Los derechos humanos se concibieron para proteger a las
personas del comportamiento de terceras partes, no para forzarlas a compor-
tarse de una manera determinada. La precariedad laboral que habitualmen-
78 Revista Internacional del Trabajo
El trabajo es un activo
Una economía favorable al derecho al trabajo debe revertir la lógica de la
economía dominante, considerar el trabajo como un activo en lugar de como
un costo y, en consecuencia, maximizar el número de empleos en lugar de
minimizarlo. Ya hemos visto que en Illinois los agricultores descendientes de
inmigrantes católicos alemanes utilizaban tecnologías intensivas en mano de
obra, precisamente con el objetivo de dar trabajo a todos los miembros de la
familia. Una economía a favor del derecho al trabajo debería considerar esto
como un criterio de buen desempeño y no lo contrario. Tras la revolución del
25 de abril de 1974, el Estado portugués obligó a algunas grandes explotacio-
nes agrícolas del sur del país a contratar a más trabajadores, por considerar,
sobre la base de criterios técnicos como la extensión de la superficie cultivable
y la productividad de los factores, que era posible y deseable desde un punto
de vista económico que la explotación agrícola tuviera un mayor número de
trabajadores (Branco 1988).
No obstante, el objetivo de este estudio no es demonizar la tecnología
que permite ahorrar mano de obra. Maximizar el número de empleos no sig-
nifica que los empleos deban crearse o mantenerse en cualquier tipo de cir-
cunstancias, ni tampoco que, con el fin de proporcionar empleo a todas las
personas aptas y dispuestas a trabajar se deba, por ejemplo, diluir la impor-
tancia del capital frente a la mano de obra hasta el punto de que ello dificul-
te la posibilidad de proporcionar trabajo decente a todos. Ello sería el caso
si tuvieran que reducirse los salarios hasta el punto de no permitir una vida
digna al trabajador y a su familia, como consecuencia de la reducción de la
productividad del trabajo. Además, como ya hemos mencionado, la mejora
Economía para el derecho al trabajo 79
de las condiciones de trabajo puede muy bien entrañar el uso de unas tecno-
logías intensivas en capital, aunque en un primer análisis, ello pueda parecer
que contradice el objetivo de maximizar el número de empleos. Los derechos
humanos son indivisibles, por lo que la protección, promoción y cumplimiento
de uno de ellos no debería crear obstáculos para la protección, promoción y
cumplimiento de cualquier otro (Elson, 2002, pág. 80). En este caso, ello sig-
nifica que la dimensión cuantitativa del derecho al trabajo no debe oponerse
a su dimensión cualitativa.
Lo que se pretende aquí es argumentar que las decisiones económicas o
políticas deben evaluarse también conforme a criterios basados en los dere-
chos humanos (véase Balakrishnan y Elson 2008; Naciones Unidas, 2011). En
el caso que nos ocupa, esto quiere decir que las decisiones y políticas deberían
valorarse en función de su impacto en la promoción del derecho al trabajo.
Por lo tanto, además del habitual análisis de la relación costo-beneficio, que
sigue siendo pertinente en muchos casos, una visión de la economía desde la
perspectiva de los derechos humanos debería empezar por ampliar el alcance
de los costos y beneficios que se consideran. En primer lugar, debemos reco-
nocer que, en el análisis tradicional de la relación costo-beneficio, los precios
de mercado no reflejan todos los costos. No se tienen en cuenta, por ejemplo,
los costos sociales, que, según William Kapp (1978), son un elemento intrínseco
a las medidas aplicadas por las empresas para la maximización de los benefi-
cios, que en la vida real no puede internalizarse. Para Kapp la esencia de los
costos sociales es el hecho de que recaen sobre terceras personas e implican
el sacrificio del bienestar humano. En segundo lugar, tampoco se contabilizan
plenamente los beneficios intangibles o, simplemente, no monetarios, que a
menudo coinciden con los derechos humanos.
Dadas estas deficiencias, la evaluación del impacto en los derechos huma-
nos surge como una herramienta complementaria para este tipo de análisis. Con
esta metodología se pretenden revelar las consecuencias no intencionadas de
las normativas, políticas y programas propuestos sobre el goce de los derechos
humanos (MacNaughton y Frey, 2011). Todavía no se ha diseñado ninguna he-
rramienta específica para evaluar y supervisar las repercusiones sobre el dere-
cho al trabajo, pero pueden utilizarse varios ejemplos genéricos de evaluaciones
del impacto en los derechos humanos (véase, por ejemplo, Abrahams y Wyss,
2010). Estos mecanismos están concebidos, por una parte, para que se tengan en
cuenta las implicaciones sobre los derechos humanos de una política a la hora
de desarrollarla o para evaluar el impacto de una determinada política sobre
la situación de los titulares de derechos tras su aplicación (Baxewanos y Raza,
2013) y, por otra parte, para hacer posible la incorporación sistemática de los
riesgos y los impactos sobre los derechos humanos en los procesos de gestión
empresarial (Abrahams y Wyss, 2010). La evaluación del impacto en los dere-
chos humanos no es una herramienta para medir los costos y beneficios econó-
micos y relativos a los derechos humanos, sino un instrumento para identificar
las obligaciones preexistentes en materia de derechos humanos que prevalecen
sobre cualquier otra obligación (Naciones Unidas, 2011, pág. 5)
80 Revista Internacional del Trabajo
Una evaluación de este tipo podría revelar que las políticas propias de
la economía laboral dominante, como la desregulación del mercado de traba-
jo, tienen repercusiones negativas sobre el derecho al trabajo. Aparte de no
resolver eficazmente las cuestiones cuantitativas asociadas al mismo, son muy
perjudiciales para los aspectos cualitativos (véase Branco, 2009). La integra-
ción de los derechos humanos en el sistema de gestión proporcionaría, ade-
más, a las empresas una herramienta con la que podrían arbitrar a favor de
decisiones organizativas o de inversión que aseguraran aspectos del derecho al
trabajo como el derecho a unas condiciones de trabajo favorables, a una remu-
neración justa o a la igualdad de remuneración por trabajo de igual valor. Sin
duda, la incorporación de la evaluación del impacto en los derechos humanos
en la elaboración tanto de teorías como de políticas económicas aumentaría las
probabilidades de diseñar una economía más favorable al derecho al trabajo.
nivel compatible con el pleno empleo […]. La sostenibilidad fiscal tiene que
ver con el cumplimiento de la responsabilidad del gobierno de mantener una
sociedad inclusiva en la que todas las personas que quieran trabajar puedan
hacerlo» (Mitchell 2013, pág. 16).
Por otra parte, el hecho de que los estudios económicos no hablen sobre
la tasa de desempleo no aceleradora de la inflación (TDNAI) es bastante re-
velador de cuál de los dos bandos, el capital y la mano de obra, ha captado
más la atención de los investigadores en este ámbito. La teoría económica do-
minante no solo ha establecido la supremacía del capital, especialmente del
capital financiero, sino que también ha producido un discurso que transmite
la idea de que los derechos laborales chocan con lo que generalmente se ha
denominado libertad económica, la cual, a su vez, se ha elevado al nivel de
derecho fundamental.
Conclusión
La comunidad internacional, a pesar de haber asignado un carácter vinculante
al derecho al trabajo en 1966 y haber reconocido el papel desestabilizador del
desempleo, no ha logrado todavía resolver adecuadamente este problema. El
presente estudio sostiene que el discurso de la economía dominante es una
84 Revista Internacional del Trabajo
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