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5.1 INTRODUCCIÓN
En los trabajos sobre cultura escolar no se ha planteado, hasta los años ochenta, la naturaleza del
problema de violencia en los centros escolares. El acoso escolar (bullying) era un fenómeno
invisible hasta hace unos años excepto para los antecedentes de la pedagogía crítica, que entendían
la escuela como una institución inherentemente violenta, en tanto que legitimadora de la
desigualdad social a través de la imposición de sentidos y la legitimación del orden social
capitalista.
A nivel internacional, las políticas educativas públicas no estaban consiguiendo frenar la violencia
escolar en su raíz (prevención), sino que se limitaban a tomar medidas coercitivas y de control sobre
los estudiantes conflictivos una vez que el problema existía.
El academicismo de los centros ha impedido afrontar aspectos relativos al desarrollo emocional,
social y afectivo de los agentes educativos (no sólo estudiantes); por ello los problemas de
convivencia escolar han sido inteRpretados como trastornos individuales de la conducta. El
matonismo no se trataría de un fenómeno político, social y cultural ligado a estereotipos sociales,
sino que desde este punto de vista, el problema se psicologiza, señalando al individuo per se como
responsable y obviando así aspectos relevantes (como el clima escolar) para la comprensión del
fenómeno complejo.
Las soluciones que se proponen a menudo son fórmulas salvadoras que por su generalidad no sirven
para que los agentes educativos modifiquen sus relaciones y sus prácticas. Al contrario, para frenar
la violencia lo que hay que hacer es cultivar las relaciones afectivas y la sensibilidad (compasión,
empatía) en el contexto escolar. Y por otro lado, hay que señalar que en la mayoría de los estudios
las unidades de análisis no han sido el propio sistema, el centro como totalidad, sino los estudiantes,
las familias o el profesorado.
Las prácticas escolares que rompen la convivencia se encuadran dentro de un conjunto más amplio
de cambios que están experimentando los centros escolares en su vida cotidiana: aumento de la
edad escolar, multiculturalidad, cambios en las leyes... Los conflictos y la violencia son la parte
visible de un problema mucho mayor, que requiere de un análisis en profundidad. Los profesores se
sienten impotentes y desconcertados por la falta de estrategias con las que afrontar estas situaciones,
si bien es cierto que en general la vida institucional es estable y está libre de violencia.
1. El centro escolar como unidad de observación
El centro escolar es la unidad física e institucional que tiene por intención educar a un conjunto de
individuos que, en principio, demandan tal educación, ya sea directamente o a través de los padres,
y es conceptuado como unidad sistémica, con recursos a su disposición, claramente diferenciados
de su entorno. Tomando el centro como unidad de análisis, hay que entender la violencia como un
fenómeno ligado intrínsecamente a la conciencia social; por lo tanto la observación de esta
conciencia es vital para estudiar la violencia. Aunque los miembros del centro no sean conscientes
de su propia conciencia de la violencia, ésta siempre está vigilada y controlada por normas y
prácticas que a veces asumen de forma natural.
Es el centro escolar (la unidad de observación) quien establece la diferencia entre violencia y
fenómenos como maltrato, abuso de poder, mal comportamiento, intimidación, acoso, robo... Sólo
la observación de la institución podrá explicarnos las razones por las que surge la violencia y cómo
lo afrontan/combaten las víctimas. La violencia está influenciada por el clima del centro, el cual
depende a su vez de factores como el éxito educativo y el ethos del centro.
Las consecuencias de la violencia son dos: la agresividad y, si ésta se comunica, la intervención de
los dispositivos sistémicos. Dependiendo de si se comunica o no, la violencia puede integrarse en
una espiral de denuncias o en una espiral de silencio.
Es importante entender el centro como unidad de observación porque es también la unidad de
acción donde se construye la convivencia y porque las formas de afrontar problemas (reales o
hipotéticos de forma preventiva) puede variar de un centro a otro. De esta manera el estudio
expuesto en el capítulo no pretende mostrar cuántos actos de violencia hay ni describir las
expulsiones, sino comprender las prácticas, qué sentido tienen, a quién favorecen. El objetivo es
averiguar qué elementos entran en juego en la construcción de una convivencia positiva o negativa,
especialmente, qué buenas prácticas escolares conducen a una relación positiva entre los actores.
Para ello hay que prestar especial atención al modo en que el currículo y la organización
interaccionan con los diferentes agentes educativos (a veces, tras la elaboración de un listado de
normas, la dirección y el profesorado se eximen de más responsabilidad y culpan a factores
personales o familiares de todo conflicto).
Para estudiar los centros, se ha preferido el término genérico 'convivencia' al de 'violencia' y la
metodología cualitativa a la cuantitativa. A partir de ahí, se ha desarrollado un modelo de análisis de
la convivencia escolar.