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CIENCIA QUE LADRA...

SERIE MAYOR

Una geografía
del tiempo
O cómo cada cultura percibe el tiempo
de manera un poquito diferente

Robert Levine
CIENCIA QUE LADRA...
SERIE MAYOR

Colección
dirigida p o r
DIEGO
GOLOMBEK
Traducción de
Luz FREIRÉ
TJ^—T CIENCIA QUE LADRA...
vL SERIE MAYOR

m Una geografía
del tiempo
O cómo cada cultura percibe el tiempo
de manera un poquito diferente

Robert Levine

yQC I veintiuno
V^^XI editores
Siglo veintiuno editores Argentina s.a.
TUCUMÁN 1621 7* N (C1050AAG), BUENOS AIRES. REPÚBLICA ARGENTINA

Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.


CERRO DEL AGUA 248. DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F.

Siglo veintiuno de España editores, s.a.


C/MENÉNDEZ PIDAL, 3 BIS (28036) MADRID

Levine, Robert
Una geografía del tiempo: O cómo cada cultura percibe el
tiempo de manera un poquito diferente - 1 ' ed. - Buenos Aires:
Siglo XXI Editores Argentina, 2006.
264 p.; 23x16 cm. (Ciencia que ladra.... Serie Mayor dirigida por
Diego Golombek)

Traducido por: Luz Freiré

ISBN 987-1220-66-9

1. Divulgación Científica. I Luz Freiré. II Título


CDD 507

Título original: A Geography of Time: The Temporal Misadventures of a Social Psychologist, or


How Every Culture Keeps Time justa üttle Bit Differently, Basil Books, a M e m b e r of the Perseus
Books Group

© 1997, Robert Levine

Diseño: Estudio Lo Bianco

Imagen de tapa: Adolfo Nigro, Calendario III. 1981. Collage, 32 x 33,5 c m

© 2006, Siglo XXI Editores Argentina S. A.

ISBN-10: 987-1220-66-9
ISBN-13: 978-987-1220-66-3

Impreso en Artes Gráficas Delsur


Alte. Solier 2450, Avellaneda,
en el mes de noviembre de 2006

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina - Made in Argentina
ÍNDICE

Este libro (y esta colección) 13

Agradecimientos 17

Prefacio: El t i e m p o h a b l a , c o n a c e n t o 19

La psicología de lugar 24

PRIMERA PARTE
El t i e m p o social: El latido de la cultura

CAPÍTULO 1
T e m p o . La velocidad de la vida 31

El tempo en el mundo.. 32
Los elementos del tempo 35
Al son del propio tambor 47
Más allá del tempo 52

CAPÍTULO 2
D u r a c i ó n . El reloj psicológico 55

El reloj psicológico distorsionado 57


Alargando el tiempo 62
El aburrimiento: el lado oscuro del alargamiento del tiempo 65
Cinco influencias en el reloj psicológico 67
Irregularidades en el tiempo 79
8 ROBERT LEVINE

CAPÍTULO 3
B r e v e historia del t i e m p o del reloj 83

Breve historia del reloj 85


La indiferencia en la Antigüedad ante el tiempo del reloj 91
El movimiento de la estandarización 94
Venta de las virtudes del tiempo del reloj 98
La mecánica eficaz de Frederick Taylor 102
La pelea por el Tiempo Nuevo 103
Las guerras del tiempo 108
La desaparición del Hombre del Tictac 111

CAPÍTULO 4
Vivir de a c u e r d o c o n el t i e m p o de los a c o n t e c i m i e n t o s 113

Sumergirse en el tiempo de los acontecimientos 117


¿Dónde están las vacas? Cómo se mide el tiempo en Burundi 118
¿El tiempo es dinero? 121
Otras culturas que viven de acuerdo con el tiempo
de los acontecimientos 123
Evitar que todo ocurra a la vez 126
Las ventajas de la flexibilidad temporal 127
Más guerras de tiempo 130

CAPÍTULO 5
T i e m p o y p o d e r . Las reglas del j u e g o de la espera 133

El juego internacional de la espera 157

S E G U N D A PARTE
R a p i d e z , l e n t i t u d y calidad de vida

CAPÍTULO 6
¿Dónde es m á s veloz el ritmo de vida? 161

El ritmo de vida en treinta y un países 163


Treinta y un países comparados 164
Donde la vida es lenta 167
¿Dónde se encuentra la dolce vita? Comparación entre
Europa occidental, el Japón y los Estados Unidos 171
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 9

El ritmo de vida en treinta y seis ciudades de los Estados Unidos 179


Ciudades rápidas y lentas en los Estados Unidos 181
El veloz Noreste 182
El bocinasegundo 185

CAPÍTULO 7
S a l u d , r i q u e z a , felicidad y g e n e r o s i d a d 187

Bienestar físico: la ciudad Tipo A 188


Bienestar psicológico: ¿dónde es más feliz la gente? 192
Bienestar social: ¿dónde presta ayuda la gente? 194

CAPÍTULO 8
Las c o n t r a d i c c i o n e s del J a p ó n 205

La adicción al trabajo al estilo japonés 205


Protección contra las afecciones coronarias 210
Conozca su giri 215
Karoshi, o muerte por trabajar en exceso 218
Aprendamos del Japón , 219

TERCERA PARTE
Cambio de ritmo

CAPÍTULO 9
A l f a b e t i s m o t e m p o r a l . El aprendizaje de la l e n g u a silenciosa 223

La enseñanza del tiempo 226


Ocho lecciones 228
El estuario temporal 240

CAPÍTULO 1 0
Cuida el t i e m p o , regula t u m e n t e 245

La atención puesta en el tiempo 246


La vida en el tiempo moderado 249
La adecuación de la persona al ambiente 253
Muí ti temporalidad 256
Tomar el mando 259
Para Trudi, Andy y, por supuesto, Mr. Zach
ESTE LIBRO (Y ESTA COLECCIÓN)

... una serie infinita de tiempos, en una red creciente de


tiempos paralelos, divergentes y convergentes... No existi-
mos en la mayoría de estos tiempos; en algunos existe
usted y no yo...; en otros, existimos ambos...
¿Por qué imaginar una sola serie de tiempo? Yo no sé si la
imaginación de ustedes acepta esa idea.
J O R G E LUIS BORGES

Voy a matarme. Debiera ir a París y saltar desde lo alto de


la Torre EifFel. En realidad, si vuelo en el Concorde podría
estar muerto unas tres horas antes, lo que sería perfecto.
O... esperen un minuto. Con los cambios de zona horaria
podría estar vivo por seis horas en Nueva York pero muer-
to por tres horas en París. Podría terminar de hacer algu-
nas cosas y estar muerto al mismo tiempo.
WOODYALLEN

El tiempo, el implacable, el tirano, eso que según John Lennon es lo que


"nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes", ese algo
que cuando tratamos de definirlo se nos escapa como granitos de arena
de las manos. Porque el tiempo, considera el tiempo, juega Julio Cortázar en
alguno de sus poemas. Un juego que todo filósofo que se precie debe
practicar a lo largo de su filosófica carrera. Porque el Tiempo, en defi-
nitiva, es una de Las Grandes Preguntas para Ponerse a Filosofar, y para
muchos, es La Más Grande de esas preguntas. Claro, cada maestrito con
su tiempito, y habrá muchas más respuestas que preguntas en esta bús-
queda: el concepto mismo de tiempo ha experimentado numerosos
cambios históricos, religiosos y hasta geográficos. Ni que hablar de la
medición del tiempo, desde la estaca con que los boy scouts trazan relo-
jes de sol (que ya usaban los antiguos egipcios y turcos allá por los siglos
VI o Vil a.C.) hasta los ultraprecisos relojes atómicos, pasando por mara-
villas como el reloj de la catedral de Estrasburgo o de la plaza de Praga.
Uno se imagina a los señores filósofos sentados en la academia, o en
un banco de plaza, seguidos a todos lados por decenas de discípulos,
rascándose la cabeza hasta que de repente, ¡Eureka!, dicen alguna fra-
se célebre para pasar a la posteridad. Pero no: seguramente andaban
tratando de ganarse el pan (o el gyros, o la focaccid) dando clases a niños
14 DIEGO GOLOMBEK

ricos con tristeza, y desburrando a gobernantes demasiado ocupados en


guerras y orgías. Profesión nada envidiable la del filósofo, entonces.
Pero de vez en cuando se despachaban con Algunas Grandes Respuestas
que dejaban boquiabiertos a discípulos y adversarios.
En 1927 se publicó un libro con el pomposo título de Un experimen-
to con el tiempo. Más cerca del místico Swedenborg que de H. G. Wells, su
autor, J . W. Dunne, proponía una nueva teoría sobre el tiempo, según la
cual las nociones de pasado, presente y futuro no eran tan rígidas como
se suponía, ya que en varias ocasiones estos conceptos se mezclaban.
Dunne quería explicar las profecías y las premoniciones, comenzando
por las propias: según el libro, muchos de sus sueños nocturnos se con-
vertían en realidad al despertarse y leer el diario. El deja vu, entonces, no
sería más que el recuerdo de un sueño que habíamos olvidado. El expe-
rimento propiamente dicho consistió en registrar de manera meticu-
losa sus sueños (Dunne también desarrolló técnicas para facilitar el
recuerdo onírico) y luego correlacionar su contenido con sucesos ocu-
rridos los dos días posteriores. Por supuesto, somos bichos complicados
y podemos hacer que un sueño coincida con la realidad muy fácilmen-
te, interpretándolo de la manera más conveniente. Para evitar ese pro-
blema, Dunne se propuso registrar sólo los hechos ocurridos en el
sueño. Pues bien: videntes del mundo, unios, porque la estadística usa-
da por Dunne le daba la razón; según sus "investigaciones", los sueños
eran verdaderamente premonitorios. El futuro llegó hace rato, enton-
ces, y para encontrarlo, no hay más que dormir...
Pero los sueños tiempos son, y hay otros enfoques para enfrentarse
al reloj. Hay, también, cuestiones lingüísticas. Para nuestro idioma,
"tiempo" significa demasiadas cosas, desde lo que pasa hasta lo que dura
(timeen inglés, zeiten alemán), incluyendo, por qué no, el tiempo que
hace {weather, wetter). Y ni hablar del tiempo que pasa y deja huellas que,
pomposamente, llamamos envejecimiento. Por último, también hay otro
tiempo: el del lado de adentro, que tiene que ver con el desarrollo de los
organismos, la memoria de hechos recientes o lejanos, la percepción
subjetiva y los acontecimientos cíclicos de los ritmos biológicos (que
estudia la cronobiología).
Efectivamente, el tiempo no está solamente fuera del cuerpo. Más
allá de su representación en fórmulas, de su carácter absoluto o relati-
vo, lo cierto es que el tiempo se las ha arreglado para estar dentro de
nosotros, colado en un rinconcito del cerebro que, como no podía ser
de otra manera, se llama reloj biológico. ¿Es este tiempo también rela-
tivo? ¿Varía de cultura en cultura o de persona en persona? Si yo soy
ESTE LIBRO (Y ESTA COLECCIÓN) 15

alguien excesivamente matutino, ¿mejor me olvido de esa muchacha


maravillosa y noctámbula?
Parece haber un reloj encargado de ese tiempo subjetivo, y hay
algunos candidatos para alojar ese mecanismo temporal. Lo interesante
es que estos^ sospechosos están en el cerebro, y tienen en común meca-
nismos químicos bastante conocidos y que se alteran en determinadas
enfermedades neurológicas. El tiempo subjetivo varía tombíéfí--CQlL.?]
metabolismo (hagan la prueba de estimar un minuto cuando tengan fie-
bre y se llevarán una buena sorpresa) y es afectado por diversas drogas.
Hay modelos muy interesantes de este tiempo interno, que investigan en
el cerebro de ratitas y humanitos los mecanismos cerebrales para estimar
períodos breves.
Todo cierra muy bien en términos individuales, pero el tiempo es
también una variable social. Como veremos en Una geografía del tiempo,
algo así pensó el psicólogo Robert (Bob) Levine cuando le tocó ir a
enseñar un semestre a Río de Janeiro: a la hora señalada para el comien-
zo de las clases no había ningún alumno en el aula. Los estudiantes iban
llegando de a poco, con cara de playa y de almohada, sin remordimien-
tos. Aunque tampoco le prestaban demasiada atención a la hora de fina-
lización de la clase, y se quedaban lo que fuera necesario. "Aquí hay
tiempo encerrado", habrá pensado Levine, comparando a esos alumnos
con los norteamericanos, y comenzó una investigación sistemática sobre
el uso del tiempo y la temporalidad en diferentes culturas. Para ello orga-
nizó equipos de investigadores y los mandó por todo el mundo a estudiar
la velocidad de caminata, el tiempo que lleva comprar una estampilla en
el correo, la precisión de los relojes de los bancos y otras variables no
menos divertidas. La conclusión es (si bien obvia) fascinante: el tiempo
es también un hecho cultural, que varía de comunidad en comunidad.
Hasta llegó a hacer un ranking de puntualidades y respetos al tiempo,
con países como Japón y Suiza a la cabeza, y los latinoamericanos y cari-
beños en la fila allá al fondo...
Este concepto de tiempo geográfico es uno de los más ricos que
han aparecido entre las huestes de los amantes de estudios temporales.
En lo personal, influidos por Levine y sus mediciones de tiempos en las
ciudades, hemos realizado estudios acerca del concepto, la percepción y
la estimación del tiempo en poblaciones mapuches de la Patagonia, en
lugares en donde no hay luz eléctrica y los días cambian muchísimo a lo
largo del año. Fue una experiencia fascinante y comprobamos que, efec-
tivamente, el tiempo y sus circunstancias varían con las estaciones e influ-
yen en las sociedades humanas más, mucho más de lo que sospechamos.
16 DIEGO GOLOMBEK

P o r supuesto, la contraparte del tiempo m a p u c h e a p a r e c e en lo que


Levine llama "ciudades tipo A", en las que todo ocurre rápido, demasia-
do rápido (una buena prueba experimental podría ser el registro de
cuántas veces se aprieta el botón de "cerrar puertas" en los ascensores,
que usualmente n o acelera nada y sólo sirve panoriedirJa^ajisiedad de
los usuarios).
Éste es un libro fascinante que nos lleva de paseo p o r el m u n d o y
por los relojes. U n viaje por el tiempo h e c h o de palabras, experimentos
y datos de lo más originales, todo narrado en un estilo atrapante, de la
mano de un guía entusiasta y con ganas de contar. Después de todo, fue
el mismo H o m e r o quien dijo (o dicen que dijo) que hay un tiempo para
las palabras. Y lo demás es silencio.

L a Serie Mayor de Ciencia que L a d r a es, al igual que la Serie Clá-


sica, u n a colección de divulgación científica escrita p o r científicos que
c r e e n que ya es h o r a de a s o m a r la cabeza p o r fuera del laboratorio y
c o n t a r las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de
eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue e n c e r r a d o ,
puede volverse inútil. Esta nueva serie nos permite ofrecer textos más
extensos y, en m u c h o s casos, compartir la obra de autores extranjeros
contemporáneos.
Ciencia que ladra... n o muerde, sólo da señales de que cabalga. Y si
es Serie Mayor, ladra más fuerte.
AGRADECIMIENTOS

Me he visto rodeado de tantos estudiantes, colegas y amigos serviciales


y cultos e inteligentes que me resulta difícil precisar dónde empiezan y
dónde terminan mis propias ideas. Permítanme nombrar a algunos de
ellos para expresarles mi especial agradecimiento. Me siento en deuda
con las siguientes personas por su generosa colaboración en cuanto a
percepciones y relatos utilizados en este libro: Neil Altman, Stephen
Buggie, Kris Eyssell, Alex González, Eric Hickey, James Jones, William
Kir-Stimon (fallecido recientemente), Shirley Kirsten, Todd Martínez,
Kuni Miyake, Salvatore Niyonzima, Harry Reis, Suguru Sato, Jean Trao-
re, Fred Turk y Jyoti Verma. En mi universidad, Sergio Aguilar-Gaxiola,
Jean Ritter, Aroldo Rodrigues y Lynnette Zelezny han sido fuentes indis-
pensables de información y apoyo. Entre otros colegas serviciales, qui-
siera agradecer a Rick Block, Richard Brislin (cuya enseñanza fue la
inspiración para el capítulo 9 ) , Edward Diener y Harry Triandis, por su
enseñanza sobre los temas del tiempo y las culturas, y su buena voluntad
para satisfacer mis muchos pedidos de datos e información. Nunca
podré agradecerle a Phil Zimbardo lo suficiente por su apoyo cons-
tante: no es sólo el profesor más estimulante de Psicología Social, sino
quizá también su más grande mensch. Agradezco a Suguru Sato y Yoshio
Sugiyama de la Universidad de Medicina de Sapporo; a Lars Nystedt y
a Hanna y Hannes Eisler, de la Universidad de Estocolmo; y a la Admi-
nistración de la Universidade Federal Fluminense en el Brasil, por haber
hecho que mis experiencias durante mis residencias en sus universida-
des fueran tan exitosas; estas aventuras son el corazón de este libro.
Agradezco a Ellen Wolff, que me inició en este proyecto hace muchos
18 ROBERT LEVINE

años. Mi esposa, Trudi Thom, realizó consultas sobre muchos aspectos


de este proyecto y siempre ha estado disponible cuando la he necesita-
do. Alex González, mi colega, jefe, compañero de viajes sobre el tiempo,
ha sido una fuente de apoyo y guía durante varias encarnaciones de mi
programa de investigación. Mi colega Connie Jones, que ha leído todas
y cada una de las palabras del manuscrito, ha sido un editor suplente y
una fuente de apoyo en todos los aspectos. Tom Breen, como siempre,
ha sido simplemente especial.
Estoy en deuda con las siguientes personas por su colaboración en
reunir y analizar datos en una o más ciudades en los Estados Unidos o
en otros países: Timothy Baker, Laura Barton, Karen Bassoni, Stephen
Buggie, Brigette Chua, Andy Chuang, Holly Clark, Lori Conover, J o h n
Evans, Kris Eyssell, David Hennessey, Kim Khoo, Robert Lautner, Marta
Lee, Royce Lee, Andy Levine, Martin Lucia, Thom Ludwig, Alien Miller,
Michiko Moriyama, Walter Murphy, Carlos Navarette, Julie Parravano,
Karen Philbrick, Harry Reis, Aroldo Rodrigues, Michelle St. Peters, Arme
Sluis, Kerry Sorenson, David Tan, Jyoti Verma, Karen Villerama, Sachiko
Watanabe y Laude West. Vaya mi agradecimiento a Philip Halpern, por
sus aportes técnicos. Gary Brase, Karen Lynch, Todd Martínez, Kuni Miya-
ke y Ara Norenzayan han desempeñado funciones especialmente impor-
tantes en estos estudios, y les agradezco toda su ayuda e inspiración.
Mi agente, Kris Dahl, abrió puertas que yo no sabía que existían. Eli-
zabeth Kaplan propuso el título que finalmente quedó. Gail Winston, mi
editora en Basic Books, ha sido maravillosa. Su asesoramiento paciente,
positivo y práctico me ayudó a pulir varios capítulos hasta que adquirie-
ron la forma de un libro. Fui muy afortunado en poder trabajar con ella.
PREFACIO

El tiempo habla, con acento

Cada cultura tiene sus propias huellas digitales temporales


únicas. Conocer un pueblo es conocer los valores del tiem-
po por los que se rige su vida.
JEREMY RiFKIN, Guerras del tiempo

El tiempo me ha intrigado desde que tengo memoria. Como a la mayo-


ría de los niños estadounidenses, me enseñaron que el tiempo se mide
simplemente con un reloj, en segundos y minutos, horas y días, meses y
años. Pero cuando observaba a mis mayores, las cuentas nunca me
daban el mismo resultado. ¿Por qué - m e preguntaba- daba la impresión
de que algunos adultos se quedaban siempre sin horas del día, mientras
que otros parecían tener todo el tiempo del mundo? Pensé en el segun-
do grupo, los que irían al cine a mitad de una jornada de trabajo o lle-
varían a su familia de vacaciones seis meses al Pacífico Sur, como si
fueran millonarios temporales, y me prometí ser uno de ellos.
Cuando empecé a planear mi carrera, no le hice caso a la constan-
te preocupación de mis compañeros acerca de la cantidad de dinero que
podía ganar en un trabajo y me concentré más bien en el tipo de vida
temporal que podía ofrecerme. Hasta qué punto podría imponer mi pro-
pio ritmo: ¿cuánto control podría tener de mi tiempo?, ¿podría pasear
en bicicleta durante el día? Sin duda, Thoreau se dirigía a mí cuando
afirmó: "Influir en la calidad del día, ése es el mayor arte de todos". Ele-
gí una profesión, la de profesor universitario, que ofrece la movilidad
temporal que buscaba. Y para mi buena suerte, encontré una especiali-
dad -psicología social- que me ha permitido dedicarme al concepto del
tiempo que me ha fascinado desde niño.
El comienzo de mi viaje científico se remonta a una experiencia
temprana en mi carrera. Hasta entonces, mi investigación se había cen-
trado en lo que, en esa época, era el tema de moda en psicología social:
la teoría de la atribución. Había limitado mis experimentos a problemas
20 ROBERT LEVINE

más bien técnicos, tales como de qué modo los hombres y las mujeres
difieren en sus explicaciones sobre el éxito y el fracaso, qué condiciones
llevan a las personas a atribuir sus éxitos a causas externas y cómo la con-
fianza en sí mismo afecta el estilo atributivo de cada uno. Ya tienen una
idea: éstos eran temas importantes en mi propio ámbito académico,
pero no podía dejar de notar cómo se les ponían vidriosos los ojos a mis
amigos cuando describía mis investigaciones.
Mi interés por esas cuestiones técnicas cesó en forma abrupta en el
verano de 1976. Acababa de empezar mi curso como profesor de psico-
logía visitante en la Universidad Federal, en Niteroi, Brasil, una ciudad
no muy grande, al otro lado de la bahía de Río de Janeiro. Llegué ansio-
so por observar de primera mano qué características específicas de ese
ambiente extraño exigirían las mayores adaptaciones de mi parte. De
mis experiencias en viajes anteriores, anticipé dificultades en cuestiones
de idioma, privacidad y pautas de limpieza. Pero éstas resultaron ser
insignificantes comparadas con la angustia que me causó la noción del
tiempo y la puntualidad que tienen los brasileños.
Por supuesto que antes de mi llegada, ya estaba al tanto del este-
reotipo de la actitud amanhá de los brasileños (la versión portuguesa de
a mañana), según el cual queda sobreentendido que, siempre que sea
posible, todo lo de hoy se deja para mañana. Sabía que iba a tener que
bajar mi ritmo y reducir mis expectativas de logros. Sin embargo, yo era
un muchacho de Brooklyn, donde a uno le enseñan desde muy peque-
ño a darse prisa o quitarse del camino. Años atrás había aprendido a
sobrevivir en la cultura extranjera de Fresno, California, una ciudad don-
de hasta los tranquilos y relajados habitantes de Los Angeles deben
aprender a bajar la velocidad. Supuse que habituarme al ritmo de vida
del Brasil no me exigiría más que una mínima adaptación. Lo que obtu-
ve, en cambio, fue una fuerte dosis de conmoción cultural que no le
desearía ni a un pirata aéreo.
Las lecciones empezaron poco después de mi llegada. Cuando
salía de la casa camino a mi primer día de enseñanza, le pregunté la
hora a alguien. Eran las nueve y cinco de la mañana, lo que me daba
tiempo suficiente para llegar a mi clase de las diez. Supuse que ya había
transcurrido media hora y eché una mirada a un reloj que vi al pasar.
¡Marcaba las diez y veinte! En pánico, corrí hacia el aula, seguido de
amables saludos, como Aló, Professory Tudo bem, professor? de parte de
los calmados alumnos; muchos de ellos, me di cuenta después, perte-
necían a mi clase. Llegué sin aliento y me encontré con una sala vacía.
Salí del aula frenético para preguntarle la hora a un transeúnte:
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 21

"Nueve y cuarenta y cinco", me respondió. No, eso no podía ser cierto.


Le pregunté a otra persona: "Nueve y cincuenta y cinco". Otro entrece-
rró los ojos para mirar su reloj y me dijo, orgulloso: "Exactamente las
nueve y cuarenta y tres minutos". El reloj de una oficina cercana marca-
ba las tres y cuarto. Acababa de recibir mis dos primeras lecciones: los
relojes brasileños nunca están en hora, y a nadie parecía importarle,
excepto a mí.
Mi clase estaba programada de diez de la mañana a doce del medio-
día. Muchos alumnos llegaron tarde; otros, después de las diez y media;
y unos pocos, cerca de las once. Dos aparecieron incluso más tarde.
Todos los que se retrasaron mostraban la sonrisa relajada que, con el
tiempo, aprendí a apreciar. Cada uno me saludó, y a pesar de que unos
pocos expusieron una breve excusa, ninguno pareció muy preocupado
por llegar tarde. Suponían que yo comprendía.
El hecho de que los brasileños llegaran tarde no resultó tan sor-
prendente, a pesar de que para mí fue, sin duda, una nueva experiencia
constatar que algunos estudiantes ingresaban tranquilos en el aula con
un retraso de una hora para una clase de dos. La verdadera sorpresa
ocurrió a las doce de ese primer día, cuando terminó la clase.
En California, nunca necesito mirar el reloj para saber cuándo con-
cluye la clase. El ruido que hacen los alumnos al reordenar papeles y
libros viene siempre acompañado de expresiones angustiadas que indi-
can: "Tengo hambre / Tengo sed / Necesito ir al baño / Voy a morir asfi-
xiado si nos retiene aquí un segundo más". (He descubierto que el dolor
se vuelve insoportable dos minutos antes de la hora para los universita-
rios, y cinco minutos antes para los graduados).
Sin embargo, cuando dieron las doce en mi primera clase brasile-
ña, sólo unos pocos alumnos se fueron de inmediato. Algunos salieron
con lentitud durante los siguientes quince minutos, y otros continuaron
haciendo preguntas hasta bastante tiempo después. Cuando varios alum-
nos se quitaron los zapatos a las doce y media, fui yo quien empezó con
la súplica de hambre/sed/baño/asfixia. (Para ser honesto, no podía
atribuir su permanencia a mi excelente estilo de enseñanza. De hecho,
había pasado dos horas hablándoles de estadística en mi deficiente por-
tugués. Les pido mil disculpas a meus pobres estudantes).
Con la esperanza de comprender el comportamiento de mis estu-
diantes, concerté una cita para las once de la mañana siguiente con mi
nueva cheje, es decir, la directora del departamento. Llegué a su oficina
con puntualidad. Ni ella ni su secretaria estaban allí. De hecho, tuve
que encender las luces para poder leer las revistas en la recepción: un
22 ROBERT LEVINE

ejemplar de hacía un año de la revista Timey otro de hacía tres años de


la Sports Illustrated.
A las once y media llegó la secretaria, dijo aló, me preguntó si quería
beber un cafézinho (la bebida tradicional brasileña compuesta de mitad de
café cargado y mitad de azúcar, que, por lo que he podido observar, pone
a todo el mundo tan tenso que ya no se toman el trabajo de moverse) y se
fue. A las doce menos cuarto, llegó mi nueva che/e, también me ofreció un
cafézinho, y también se fue. Volvió a los diez minutos, se sentó detrás del
escritorio y empezó a leer la correspondencia. A las doce y veinte, por fin
me llamó a su oficina, me pidió disculpas con toda naturalidad por ha-
berme hecho esperar, habló unos minutos y luego se excusó porque tenía
que "correr" a otra entrevista a la que ya llegaba tarde. Me enteré después
de que eso era cierto. Tenía la costumbre de concertar muchas citas a la
misma hora y retrasarse en todas. Al parecer, le gustaban las citas.
Más tarde ese día, tenía una reunión programada con varios alum-
nos de mi clase. Cuando llegué a mi "oficina", dos de ellos ya estaban allí
y se habían puesto bastante cómodos. No parecía preocuparles que yo
hubiese llegado con algunos minutos de retraso y, de hecho, no tenían
ningún apuro por empezar. Uno de ellos había puesto los pies sobre mi
escritorio y estaba leyendo su Sports Illustrated (que, como pude ver, era
sólo de hacía tres meses).
Unos quince minutos después de haber transcurrido el tiempo
previsto, me puse de pie y les expliqué que tenía otros compromisos
pendientes. Los estudiantes no se movieron y me preguntaron con ama-
bilidad: "¿Con quién?". Cuando les dije los nombres de dos de sus com-
pañeros, uno de ellos respondió entusiasmado que los conocía a ambos.
Corrió a la puerta e hizo pasar a mi oficina a uno de ellos, que se encon-
traba en la recepción - e l otro aún no había llegado-. Entonces, todos
empezaron a charlar y a hojear la revista Sports Illustrated. Cuando su
compañero entró sin ningún apuro cinco minutos antes del fin del tiem-
po programado para nuestra entrevista, empecé a perder la noción de
quién había llegado temprano y quién tarde... que era, como me ente-
raría después, la lección que iba a tener que aprender. Sin embargo, en
ese momento, sólo estaba confundido.
Mi última cita del día era con el dueño de un departamento que
pensaba alquilar. Esta vez creí que iba a poder adelantarme a los acon-
tecimientos. No bien llegué, le pregunté a la secretaria cuánto tendría
que esperar. Dijo que sujefe estaba retrasado. "¿Cuánto tiempo?", le pre-
gunté. "Media hora, mais ou menos", me respondió. Me preguntó si quería
un cafézinho. No acepté la invitación y le dije que volvería en veinte minu-
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 23

tos. A mi regreso, me informó que tardaría un poco más. Me fui de nue-


vo. Cuando regresé diez minutos después, me comunicó que su jefe se
había cansado de esperarme y que ya no volvería hasta el día siguiente.
En cuanto empecé a soltarle un mensaje irritado para que se lo trans-
mitiera al Señor Propietario, la secretaria me explicó que a él no le que-
dó más remedio que pasarme por alto. "Tiene que comprender que él
es el dueño y no usted. Se comporta como una persona arrogante, doc-
tor Levine". Esa fue la última vez que intenté superar a un brasileño en
el juego de la espera.

Durante el año que pasé en el Brasil, repetidas veces me sentí des-


concertado, frustrado, fascinado y obsesionado por las costumbres y las
nociones del tiempo social que los brasileños me transmitían. Pronto
me di cuenta de que la razón por la cual las reglas de puntualidad de
los brasileños me confundieron tanto tuvo que ver con que estuvieran
mezcladas en forma inseparable con los valores culturales. Y cuando
ingresamos en la red cultural, las respuestas no son ni simples ni trans-
parentes. Las creencias culturales son como el aire que respiramos, tan
naturales que rara vez se discuten o siquiera se mencionan. No obstan-
te, suele aparecer una reacción explosiva cuando se violan esas reglas no
escritas. Los extraños desprevenidos como yo pueden meterse sin saber-
lo en un campo minado.
No hay creencias más arraigadas y, por lo tanto, ocultas que las que
se refieren al tiempo. Hace casi treinta años, el antropólogo Edward Hall
llamó a las reglas del tiempo social "el lenguaje silencioso". En todo el 1

mundo, los niños no hacen más que adquirir los conceptos de su socie-
dad sobre las nociones de temprano y tarde; la espera y el apuro; el pasa-
do, el presente y el porvenir. Para ellos no hay diccionarios que definan
las reglas del tiempo, como tampoco los hay para los extraños que tro-
piezan con las incongruencias enloquecedoras entre el sentido del
tiempo que traen consigo y el que encuentran en el país extranjero.
El Brasil me permitió ver con toda claridad que el tiempo me esta-
ba hablando, pero entender lo que decía no era muy sencillo. Después
de varios meses de metidas de pata referidas a lo temporal, diseñé mis
primeros experimentos sistemáticos sobre el tiempo en el intento de
comprender las creencias y las reglas de los brasileños acerca de la pun-

Edward T. Hall, The Silent Language, Garden City, Nueva York, Doubleday, 1959. [El lenguaje
silencioso, Madrid, Alianza, 1989.]
24 ROBERT LEVINE

tualidad. El trabajo —para mi frustración, primero, y para mi apreciación,


después- planteó más preguntas que respuestas. Lo que descubrí me
intrigó a tal punto que me he pasado la mayor parte de las últimas dos
décadas investigando tanto la psicología del tiempo como la de los luga-
res. Mi investigación ha pasado de los estudios sobre la puntualidad a los
relacionados con los ritmos más abarcadores/generales de la vida. Estu-
dios subsiguientes han planteado interrogantes sobre las consecuencias
que tiene el ritmo de vida para el bienestar físico y psicológico de la gen-
te y sus comunidades. Este trabajo me ha llevado a muchas ciudades de
los Estados Unidos y a gran parte del resto del mundo. Ha confirmado
mis intuiciones tempranas: que el modo en que la gente interpreta el
tiempo de su vida abarca un mundo de diversidad. Hay diferencias drás-
ticas en todos los niveles; de cultura a cultura, de ciudad a ciudad y de
vecino a vecino. Y sobre todo, como he aprendido, el tiempo que marca
el reloj sólo es el comienzo de la historia.

La psicología de lugar

Como psicólogo social, he llegado a apreciar, en muchos niveles, el


valor de estudiar el tiempo en general y el ritmo de vida en particular. La
psicología social abarca un campo muy amplio. A diferencia de nuestros
colegas en las disciplinas de la psicología de la personalidad y de la socio-
logía -la primera de las cuales tiende a centrar su interés en el funcio-
namiento interior y privado de las personas, y la segunda, en los grupos
sociales-, a los psicólogos sociales les interesa el intercambio entre los
individuos y los grupos que rigen su comportamiento. Estudiamos, con
no poca arrogancia, lo que nuestro fundador Kurt Lewin llamó el "espa-
cio de vida", la suma total del comportamiento de los individuos dentro
de su ambiente: de pies a cabeza / de cabo a rabo / ponemos toda la car-
ne al asador. En su totalidad.
El trabajo presentado en los capítulos siguientes empieza con la
hipótesis de que los lugares, al igual que la gente, tienen personalidad
propia. Estoy en absoluto acuerdo con el sociólogo Anselm Strauss en
que "el complejo entero de la vida urbana puede ser pensado como una
persona y no como un lugar característico, y es posible adjudicarle a la
ciudad una personalidad propia". Los lugares están marcados por sus
2

2
A. L. Strauss, Images of the American City, New Brunswick, N. J., Transaction Books, 1976.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 25

propias culturas y subculturas, cada uno con sus huellas digitales tem-
porales únicas.
Me he dedicado a seguir esas huellas digitales a través de estudios
sobre la noción del tiempo de localidades geográficas. Mi meta ha sido
la de estudiar en forma sistemática de qué modo se diferencian los luga-
res con respecto a su ritmo de vida y hasta dónde se extienden esas dife-
rencias. El intento de clasificar la psicología social de los lugares es,
intrínsecamente, una tarea desordenada. Creo que mi obligación es la
de atenuar el ruido tanto como sea posible. El objetivo no es descubrir
diferencias invariables entre los lugares, sino describir todas las diferen-
cias existentes de la manera más minuciosa posible. En cierto sentido,
estos estudios son pruebas objetivas y empíricas de la materia prima de
los estereotipos populares.
Para el investigador empírico, la enormidad y el carácter difuso de
la noción del ritmo de vida pueden llegar a ser problemáticos; a menu-
do conducen a caminos desalentadores y oscuros. El tema dispara cade-
nas de asociaciones y tangentes acerca de tantos aspectos del tiempo
- p o r ejemplo, el tiempo de la física, la biología, la salud, la cultura, las
relaciones personales, la música, el arte-, que a veces crea una asocia-
ción libre y masiva sobre la experiencia misma. La indagación sobre la
experiencia del tiempo es un poco como la pregunta: "¿Qué es el arte?".
Ambos indagan de una forma tan profunda y amplia sobre la experien-
cia personal que suelen derivar en preguntas como éstas: "¿Cómo debo
vivir mi vida?"; o su correlato: "¿Cuál es el sentido de la vida?". Estos son
temas interesantes, sin duda alguna, pero un poco difíciles de manejar
para un investigador que intenta llegar a la precisión metodológica.
Las generalizaciones sobre las características de lugares entrañan
peligros; en especial, cuando se refieren a las "personalidades" colectivas
de sus habitantes. La idea de adjudicarle un único conjunto de caracte-
rísticas a una población entera o, para el caso, a cualquier grupo impli-
ca un pensamiento poco riguroso. El hecho es que los individuos en
cualquier medio difieren mucho entre sí. Imponerles etiquetas globales
a las personas de una ciudad o un país en particular es caer en la este-
reotipia excesiva; y como tal es maliciosa en potencia.
No obstante, aunque pudiera ser poco riguroso generalizar dema-
siado con respecto a la gente de un lugar, sería ingenuo, por otra parte,
negar la existencia de diferencias significativas y totales entre lugares
y culturas. Por supuesto, muchos italianos se parecen más al estereoti-
po del suizo consciente de la hora que a Marcello Mastroiani (sólo pre-
gúntenles a los milaneses); algunos brasileños viven más apurados que
26 ROBERT LEVINE

el neoyorquino medio. Pero hay pruebas de que, tomados en conjun-


to, los suizos tienden a ser más conscientes de la hora que los italia-
nos, y que los cariocas son por lo general más relajados que los
neoyorquinos. En cualquier situación dada, el Tipo A más apurado
puede ser más relajado que el Tipo B de puntaje más alto. En igual-
dad de condiciones, sin embargo, lo más probable es que se dé el caso
contrario.
El grado de variación en una cultura puede ser comprendido como
una característica reveladora en sí misma. En el Japón, por ejemplo, la
conformidad se considera una virtud. Hay un dicho japonés de gran
aceptación: "Hay que martillar de inmediato el clavo que sobresale".
Como resultado, hay mucha mayor uniformidad pública en el Japón que
en una cultura individualista como la de los Estados Unidos, donde "la
rueda chirriante obtiene la grasa". El grado de apertura cultural repre-
senta una diferencia importante entre estos dos países.
Mis estudios comparan el ritmo de vida de los diferentes lugares, y
van desde experimentos realizados con anterioridad que comparan el
Brasil con los Estados Unidos hasta los más recientes que comparan
treinta y un países diferentes. Una de las metas de esta investigación ha
sido la de calificar los ritmos de distintas ciudades y países, a fin de pro-
porcionarle al psicólogo social una especie de guía de clasificación de
los lugares con vida más vertiginosa y los lugares con vida más lenta.
Estas listas forman parte de una vieja tradición estadounidense. Ya en el
siglo XVII, los promotores de Maryland trataban de persuadir a los colo-
nos de que eligieran ese estado en vez de Virginia por medio de estadís-
ticas que mostraban pavos más gordos, mayor cantidad de venados y
menos muertes debidas a enfermedades estivales serias y a masacres per-
petradas por indios, ventajas que podían obtener si se establecían en las
costas norteñas de la Bahía de Chesapeake. Hoy en día, las clasificacio-
nes de lugares generan más debates que nunca. Como dice un periodis-
ta de la revista Time. "Más allá de que el tema sea la hamburguesa más
sustanciosa o la corporación más grande, los estadounidenses sienten
una gran predilección por hacer listados de lo mejor y lo peor, a fin de
discutir después los resultados. Ningún ranking ha despertado mayores
desacuerdos que los que se relacionan con el hogar, dulce hogar". 3

No obstante, mientras que la mayoría de los estudios dedicados a


la clasificación de lugares se basan en estadísticas referidas a condicio-

3
Revista Time, 11 de marzo de 1985.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 27

nes objetivas de vida (vivienda, salud pública, crimen, transporte, edu-


cación, arte, instalaciones recreativas, trabajos), mi investigación explo-
ra la calidad de vida sociopsicológica de las personas. ¿Hasta dónde es
acertado el estereotipo de los tranquilos californianos del sur? ¿O el de
los neoyorquinos Tipo A? ¿Cómo se compara el ritmo de vida del
Japón con el de Indonesia? ¿O el de Siria con respecto al del Brasil?
¿En qué ciudades es más probable que la gente disponga de tiempo
para ayudar a un extranjero? Estas son algunas de las preguntas que
me he planteado, juntos con mis colegas.
De modo imperioso, mi propio objetivo en clasificar los lugares ha
trascendido el de determinar cuáles son las "mejores" y las "peores" ciu-
dades. Más bien, ha sido el de comprender las consecuencias que el rit-
mo de vida tiene en la calidad de vida de las personas. ¿Las personas en
lugares más lentos son más felices que sus homólogos del Tipo A? ¿Son
más saludables? ¿Invierten más tiempo en sus responsabilidades sociales?
Mis colegas y yo hemos analizado las consecuencias del ritmo de vida en
varios niveles, que van desde las características económicas y sociales de
las ciudades hasta el comportamiento de ayuda y las tasas de mortalidad
por enfermedades coronarias.
Las diferencias en el ritmo de vida suelen tener, como veremos,
consecuencias de largo alcance. No debería sorprendernos. Al fin y al
cabo, el ritmo de nuestra vida rige nuestra experiencia del paso del tiem-
po, y cómo transitamos a través del tiempo es en última instancia el
modo en que vivimos nuestra vida. Como dice J . T. Fraser, el fundador
de la Sociedad Internacional de Estudio del Tiempo: "Dime qué pien-
sas del tiempo y sabré qué pensar de ti".
Este libro no pretende ser un trabajo más o una declaración sobre
el "estadounidense que trabaja en exceso" o la "escasez de tiempo" (time
crunch) o la "adicción a la urgencia", aunque mencionaré estos temas.
Tampoco está pensado como un libro sobre cómo administrar mejor el
tiempo o uno de autoayuda, aunque ofreceré algunas sugerencias pro-
venientes de mi trabajo.
Ya hay muchos buenos libros sobre esos temas. Mi interés es más4

amplio. En Una geografía del tiempo pretendo comprender la riqueza y la


complejidad de los puntos de vista sobre el tiempo y el ritmo de vida en
culturas, ciudades e individuos de todo el mundo. Puesto que el tiempo
es el pilar de la vida social, el estudio de las construcciones temporales

4
Para un buen ejemplo de esto, véase R. Keyes, Timelock, Nueva York, HarperCollins, 1991
28 ROBERT LEVINE

de los pueblos abre una maravillosa ventana a la psique de la cultura,


incluso la nuestra.
Al investigar otros lugares, he aprendido tanto de mi propia cultu-
ra como de las otras. En este sentido, la exploración del científico social
de otros pueblos y lugares no es muy diferente de cualquier otro tipo de
escritos sobre viajes. Si son buenos, ambos deberán, finalmente, echar
nueva luz sobre la vida de nuestro propio hogar. Como dijo el escritor
Russell Banks en un simposio sobre la literatura de viajes:

Toda la literatura de viajes de interés duradero -obras que seguimos leyen-


do, obras escritas por escritores en calidad de viajeros, no de viajeros en
calidad de escritores- suele ser escrita, en realidad, para comprender
mejor el propio hogar. El principal objetivo de la observación minuciosa
y esforzada del otro consiste en clarificar la naturaleza y los límites del yo,
lo que nos lleva a concluir que los mejores escritores de viajes son perso-
nas que, al necesitar ese esclarecimiento, en el fondo, están inseguros de
la naturaleza y de los límites de su propio hogar y de la relación que esta-
blecen con él. Se van de su casa. De modo que, al igual que Wakefield, el
personaje de Hawthorne, puedan mirar atrás y descubrir qué es lo que hay
de verdadero allí. 5

Si he realizado bien mi trabajo, este libro podrá brindar una visión


más clara tanto del ritmo de nuestra propia vida como del de los otros.
¿Cómo utilizamos el tiempo? ¿Cómo incide esa utilización en nuestras
ciudades? ¿En nuestras relaciones? ¿En nuestros cuerpos y psiques?
¿Hemos tomado decisiones sin elegirlas a conciencia? ¿Hay tempos alter-
nativos que hubiéramos preferido? Quizá podamos, como Wakefield,
"mirar atrás y descubrir qué es lo que hay de verdadero allf', y, a nuestra
manera, obtener prosperidad temporal.

5
"Itchy feet and pencils: A s y m p o s i u m " , The New York Times Book Review, 3, 18 de agosto de
1991, p. 23.
P R I M E R A PARTE

El tiempo social:
El latido de la cultura
CAPÍTULO 1

Tempo.
La velocidad de la vida

La cuestión del tempo... depende no sólo de los gustos y


aptitudes personales, sino hasta cierto punto del instru-
mento individual y del lugar o la sala donde se lleva a cabo
la ejecución.
WlLLARD PALMER, Chopin: An Introductiva to His Piano Works

El ritmo de vida es el fluir o el movimiento del tiempo tal como la gen-


te lo experimenta. Se caracteriza por ritmos (¿cuál es la pauta del tiem-
po activo al tiempo de inactividad?, ¿hay regularidad en las actividades
sociales?), secuencias (¿el trabajo antes que la diversión?, ¿o al revés?) y
sincronías (¿hasta qué punto están en armonía las personas y sus activi-
dades?). Pero, ante todo, el ritmo de vida es una cuestión de tempo.
El término "tempo" viene de la teoría de la música, donde se refie-
re a la velocidad con que se ejecuta una pieza. El tempo musical, así
como el tiempo de la experiencia personal, es subjetivo en extremo. Al
comienzo de casi todas las partituras clásicas, el compositor inserta una
marca de tempo no cuantitativa: largo o adagio, para sugerir un tempo
lento; allegro o presto para tempos rápidos; accelerando o ritardando para
tempos variables. Incluso hay una directiva llamada tempo raboto -tradu-
cida literalmente significa "tiempo robado"- que exige un tempo de
intercambio entre las dos manos. Sin embargo, a menos que el compo-
sitor especifique la medición del metrónomo (que la mayoría de los
compositores clásicos no hicieron o no pudieron hacer, pues el metró-
nomo no fue comercializado sino hasta 1816), la traducción métrica pre-
cisa de la notación queda abierta a múltiples interpretaciones. Según la
velocidad que el pianista le adjudique al metrónomo, el Vals del minuto
de Chopin puede tomar dos minutos de ejecución.
Lo mismo vale para el tiempo humano. Podemos tocar las mismas
notas en la misma secuencia, pero siempre está la cuestión del tempo.
Depende de la persona, la tarea y el contexto. Un estudiante puede que-
darse despierto toda la noche para aprender el mismo material que un
amigo mejor dotado asimila en una tarde. El novelista tal vez espere con
32 ROBERT LEVINE

paciencia la aparición de su siguiente imagen, mientras que su colega


del diario corre de hora de cierre en hora de cierre. Un padre que dis-
pone de una hora con su hijo puede utilizar ese tiempo para leer en voz
alta; en cambio, otro juega con el niño a un exigente juego de video. Mi
primo universitario viaja por Europa durante dos meses, mientras que su
padre, hombre de negocios, realiza el mismo recorrido en sólo dos
semanas.
La velocidad puede medirse en períodos inmediatos y breves de
tiempo, como cuando experimentamos la rapidez del tránsito que se
nos viene encima o plazos de entrega inminentes; o en intervalos más
largos y sostenidos, tales como los que se relacionan con el tempo ace-
lerado de la vida del siglo XX. Por ejemplo, Alvin Toffler, en su conoci-
do libro El shock delfuturo, toca el tema del tempo cuando se refiere a la
perturbación psíquica causada por demasiados cambios en tiempos
demasiado cortos. El trauma no se debe a la conmoción del cambio per
se, sino a la velocidad del cambio. Ya sea que se lo considere en interva-
los cortos o largos y más allá de cómo sea medido, existen enormes dife-
rencias culturales, históricas e individuales en el tempo de vida.

El t e m p o en el mundo

Cuanto más lejos viajo hacia el Este, más descuidada se


hace la percepción del tiempo. Me irrita en Polonia y me
saca de quicio en la Unión Soviética.
VIAJERO INGLÉS ANÓNIMO

La adaptación a los tempos impropios plantea tantas dificultades


como el aprendizaje de una lengua extranjera. En un estudio de parti-
cular importancia sobre las raíces de la conmoción cultural, los sociólo-
gos James Spradley y Mark Phillips le pidieron a un grupo de voluntarios
del Cuerpo de Paz que acababan de regresar del extranjero que clasifi-
cara treinta y tres elementos en cuanto a la cantidad de adaptación cul-
tural que cada uno había exigido de ellos. La lista incluía un amplio
espectro de elementos conocidos por los viajeros paranoicos, tales como
"tipo de alimentos que habían comido", "higiene personal de la mayoría
de la gente", "la cantidad de personas de su propia raza" y "el estándar
general de vida". Pero, aparte del dominio de la lengua extranjera, las
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 33

dos dificultades más grandes con las que se enfrentaron los voluntarios
se referían al tiempo social: "el ritmo general de vida", seguido por uno
de sus componentes más significativos, "la puntualidad de la mayoría de
las personas". 1

Neil Alunan era uno de esos voluntarios del Cuerpo de Paz deso-
rientados con relación al tiempo. Alunan, que hoy en día es psicólogo
clínico en la ciudad de Nueva York, pasó un tiempo como consultor agrí-
cola en un pueblo en el sur de la India. "Cuando llegamos a la India
-recuerda- solía ir a la oficina local de horticultura a buscar semillas y
cosas por el estilo. Me dirigía a la oficina del jefe a pedirle lo que que-
ría, pero me encontraba con seis u ocho personas sentadas alrededor de
su escritorio; al parecer, cada una tenía algún asunto que tratar. Le
explicaba el propósito de mi visita con impaciencia: 'Buenos días, señor
Khan, ¿podría darme algunas semillas de tomate, por favor?'. 'Buenos
días, voluntario sahib, ¿no quisiera compartir con nosotros una taza de
té?'. No me quedaba más remedio que sentarme y esperar hasta que
algún empleado saliera a buscar el té. Luego el señor Khan me pregun-
taba cómo estaba mi mujer, etc., y después toda esa gente reunida me
hacía cientos de preguntas sobre mi vida, los Estados Unidos, etc., etc.,
etc. Me resultaba difícil saber cómo volver a pedir las semillas de tomate
sin parecer grosero. Al final, después de una o dos horas, decidía correr
el riesgo de ser grosero. Conseguía mis semillas y me iba, mientras nota-
ba que ninguna de las personas sentadas alrededor del escritorio había
conseguido que atendieran sus asuntos". 2

Mis viajes al tercer mundo me han llevado a las mismas confron-


taciones con respecto al tempo. A veces parece que la vida en esos paí-
ses es una larga espera: de ómnibus y trenes, visas de entrada y salida,
almuerzos o cenas, baños. Una vez, cuando intentaba ir a la estación
de tren de Nueva Delhi, esperé un ómnibus cuarenta y cinco minutos,
y estaba tan lleno de gente que me pasé dos paradas hasta poder bajar
después de un gran esfuerzo. De allí caminé hasta la estación donde
esperé cerca de una hora más para comprar el boleto. Cuando por fin
llegué a la ventanilla, el boletero me saludó con el tradicional "Ñamas-
te" y de inmediato puso un cartel que decía: "Cerrado por almuerzo"
(en inglés, además). Con la presión sanguínea tan alta como las mon-
tañas de Cachemira, me di vuelta en busca de apoyo, pero todos mis

1
J . P. Spradley y M. Phillips, "Culture and stress: A quantitative analysis", American Anthropolo-
gist 74, 1972, pp. 518-529.
2
Comunicado personal, 16 de enero de 1996.
34 ROBERT LEVINE

compatriotas ya estaban sentados en el suelo, con las mantas extendi-


das, almorzando sus picnics. "¿Qué puedo hacer?", le pregunté a una
pareja que estaba a mi lado. "Puede almorzar con nosotros", me res-
pondieron. Después de una serie de vanos intentos, al final, acepté su
invitación.
Cuando la boletería volvió a abrir, una familia de seis había toma-
do mi sitio. Me ofrecieron maní y me bendijeron en hindi. No bien les
pedí que me cedieran mi sitio, el mayor de los hombres se sonrió con
cortesía y murmuró algo que juro que sonó como "cuando Shiva vuele
a Miami Beach". Cuando por fin llegué hasta la boletería, me dijeron
que los pasajes de mi tren estaban agotados. Y todo ese ajetreo tenía que
ver con un tren que no saldría hasta tres días después. Más tarde conse-
guí un boleto (ah, los milagros que puede hacer un poco de baksheesh
[coima]). Sin embargo, aun con boleto, me dijeron que debía llegar a la
estación una hora antes; así y todo tuve que abrirme paso a través de
varias oleadas de gente hasta llegar a mi lugar y pedirle a alguien que se
levantara de mi asiento reservado. Por si esto fuera poco, el tren salió tar-
de y llegó mucho más tarde aún, nada de lo cual tuvo ninguna impor-
tancia porque el señor con quien debía encontrarme en la estación se
retrasó más que yo.
Hay una inscripción en el Expreso Darjeeling Himalayo de trocha
angosta que dice: "'Lento' se escribe con cinco letras, y también 'vivir';
'rápido' se escribe con seis letras, y también 'muerte'". De veras.
Los problemas interculturales sobre el tempo ocurren en todo el
mundo. Por ejemplo, mi colega Alan Button me cuenta que una vez lle-
gó tarde a una cita cuando viajaba por Rusia. Su guía empezó a gritarle
al chofer del taxi una frase en ruso (Pahyeh kaly) que quiere decir "para
ayer", o literalmente, "fuimos". Su guía le había advertido que palabras
como "dése prisa" o "apúrese" no connotan la misma urgencia en ruso
que en inglés. Si el guía le hubiese ordenado al chofer simplemente
"vaya tan rápido como pueda", le informó a Button, hubieran llegado
mucho más tarde. Tal como ocurrieron las cosas, se retrasaron bastante,
pero aun así mi colega llegó unos veinte minutos antes que la persona
que debía ver.

La literatura está llena de relatos de viajeros apurados, para quienes


el tiempo es dinero. Su manera de correr de un lado a otro empuja a los
residentes de los mundos más lentos a buscar un lugar donde esconder-
se. Durante el año que pasé en el Brasil, me parece que no oí palabras
más repetidas entre mis descansados anfitriones que su amable súplica:
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 35

"Calma, Bobby, calma". A pesar de lo mucho que intenté bajar el ritmo,


casi siempre me decían, "calma, por favor", a veces como un ruego y a
veces con un compasivo movimiento de cabeza. Y eso que yo me condu-
cía en el tempo de un profesor universitario de Fresno... ni de lejos el
prototipo del apuro estadounidense.
El psicólogo social James Jones, un colega de la Universidad de
Rhode Island, tuvo una experiencia similar, hace varios años, cuando
vivió en la isla de Trinidad, en las Indias Occidentales. Fue a Trinidad
con una beca Guggenheim a estudiar el humor de su gente. Sin embar-
go, lo que aprendió ante todo fue que siempre estaba seriamente desfa-
sado. Las personas que llegaban tarde a las citas, según contaba, ante su
impaciencia, le respondían: "Eh, hombre, ¿cuál es su apuro, eh? El mar
no se va a ninguna parte. Relájese, hombre. Ya vine, ¿no?". "Así que
-como decía J o n e s - me resignaba a esperar". Quizás el parecido más
notable entre mis experiencias y las de Jones fueron las profundas con-
secuencias que tuvieron en nuestra carrera. A pesar de que ambos logra-
mos cumplir con cierto éxito las metas iniciales de nuestros proyectos
-su estudio sobre el humor en Trinidad y mi estudio sobre la percepción
social en el Brasil-, estos intereses pronto pasaron a un segundo plano.
La intriga más apremiante, tanto para el viajero como para el psicólogo
social que llevábamos dentro, fue la riqueza del tiempo social con la que
nos encontramos y la confusión que nos provocó. Como resultado, el
estudio del tiempo se ha convertido en el interés principal de todos nues-
tros programas de investigación. Jones es ya una autoridad internacional
en psicología de la perspectiva del tiempo, y a mí me sigue obsesionando
el estudio del ritmo de vida.

Los e l e m e n t o s del tempo

¿Qué características de los lugares y las culturas los hacen más rápi-
dos o más lentos? Para responder a esta pregunta, mi propio grupo de
investigación acaba de completar una serie de estudios de comparación
del ritmo de vida en treinta y un países diferentes en todo el mundo. Los
resultados de esos experimentos, junto con los descubrimientos de inves-
tigaciones llevadas a cabo por otros científicos sociales, establecen varios
factores decisivos para la definición de las normas del tempo.
Permítanme hacer una breve descripción sobre cómo fueron lleva-
dos a cabo mis experimentos (a los que retornaré en detalle en un capí-
tulo posterior). En cada país, fuimos a una o más de las ciudades más
36 ROBERT LEVINE

importantes a fin de medir tres indicadores del tempo de vida. (Para sim-
plificar: nos referimos aquí a Hong Kong como un país pese a su estatuto
colonial.) Primero, a lo largo de una distancia de 18,29 metros, medimos
4

la rapidez promedio de la velocidad al caminar de peatones elegidos al


azar. Las mediciones se realizaron en días soleados de verano durante las
horas de mayor actividad comercial, en especial durante la hora pico mati-
nal, al menos en dos lugares de las calles principales de la zona céntri-
ca. Los lugares elegidos eran planos, sin obstáculos, con veredas anchas,
y no estaban tan concurridos como para impedirles a los peatones cami-
nar, en potencia, a su propia velocidad máxima preferida. Con el fin de
controlar los efectos de la socialización, se utilizaron sólo peatones que
caminaban solos. No fueron cronometradas personas con aparentes dis-
capacidades físicas ni las que parecían mirar vidrieras. En cada ciudad, se
evaluó un mínimo de treinta y cinco caminantes de cada sexo.
El segundo experimento se centró en un ejemplo de rapidez en un
lugar de trabajo: el tiempo que les llevaba a los empleados de correo cum-
plir con un pedido normal de estampillas. En cada ciudad, les entregá-
bamos a los empleados de correo una nota en el idioma del lugar en la
que les pedíamos una estampilla común. También les dábamos un bille-
te (el equivalente de cinco dólares). Medimos el tiempo que pasó entre el
momento en que entregábamos la nota y la terminación del pedido.
Tercero, para realizar el cálculo del interés de una ciudad por el tiem-
po del reloj, observamos la exactitud de quince relojes de bancos seleccio-
nados al azar en el centro de cada ciudad. Las horas de los quince relojes
fueron comparadas con la hora que proporciona la compañía de teléfono.
Luego los tres puntajes de cada país fueron combinados estadísti-
camente en un puntaje total general de ritmo de vida.

3
En la mayoría de los países, recolectamos información de la ciudad más importante de una ciu-
dad similar: Amsterdam (Países Bajos), Atenas (Grecia), Budapest (Hungría), Dublín (Irlanda),
Frankfurt (Alemania), Guanzhou (China), Hong Kong (Hong Kong).
4
Yakarta (Indonesia), Londres (Inglaterra), Ciudad de México (México), Nairobi (Kenya), Ciudad de
Nueva York (Estados Unidos), París (Francia), Río de Janeiro (Brasil), Roma (Italia), San José (Cos-
ta Rica), San Salvador (El Salvador), Seúl (Corea del Sur), Singapur (Singapur), Estocolmo (Sue-
cia), Taipei (Taiwan), Tokio (Japón), Toronto (Canadá) y Viena (Austria). Por varias razones, en
cuatro países más realizamos las observaciones en varias ciudades. En Polonia, conseguimos
información en Wroclaw, Lodz, Poznan, Lublin y Varsovia. En Suiza, hicimos los cálculos en Ber-
na y en Zúrich. En Siria y Jordania, hicimos muchas observaciones en las ciudades capitales de
Damasco y A m m á n , pero también las llevamos a cabo en poblaciones de menor importancia.
En cada uno de los casos, la información recogida en distintas ciudades se combinó con la del
país correspondiente. Los datos de todos los países fueron recogidos durante el verano y en
los meses de clima cálido, entre los años 1992 y 1995.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 37

De esos experimentos y de la investigación de otros profesionales,


es posible determinar cinco factores principales que definen el tempo
de las culturas en todo el mundo. Las personas son más propensas a
moverse con mayor rapidez en lugares con economías vitales, un alto
grado de industrialización, grandes poblaciones, climas más fríos y
orientación cultural hacia el individualismo.

Bienestar económico
C U A N T O M Á S S A N A E S LA E C O N O M Í A DE U N L U G A R ,
M Á S RÁPIDO ES S U T E M P O

A medida que una ciudad crece, el valor del tiempo de sus


habitantes se acrecienta con el continuo aumento de los
salarios y el alza del costo de vida, de modo que el hecho
de economizar tiempo se hace más urgente, y la vida se
vuelve más apurada y a la vez más hostil.
IRVING H O C H 5

El determinante número uno del tempo de los lugares es la econo-


mía. Sin duda alguna, el descubrimiento menos variable y más relevan-
te de nuestros experimentos es que los lugares con economías vitales
tienden a tener tempos más rápidos. La gente más veloz que encontra-
mos se hallaba en las naciones más ricas de América del Norte, de Euro-
pa del Norte y de Asia. La más lenta vivía en países del tercer mundo, en
especial en América del Sur, Centroamérica y Oriente Medio. (Véase el
capítulo 6 para resultados más detallados.)
Los tempos generales más veloces están muy relacionados con el
bienestar económico de un país en todos los niveles: con la salud eco-
nómica de un país en su totalidad (de acuerdo con el producto bruto
interno per cápita); con el bienestar económico experimentado por el
ciudadano promedio (de acuerdo con la paridad de poder adquisitivo,
que es un cálculo de la capacidad de compra del ingreso promedio de
un país), y con la manera en que la gente puede satisfacer sus necesida-

5
I. Hoch, "City size effects, trends and policies", Science 193, 1976, pp. 856-863, 857. Para más
información sobre hipótesis económicas, véase M. H. Bomstein, "The pace of life: Revisited",
International Journal of Psychology 14, 1979, pp. 83-90.
38 ROBERT LEVINE

des mínimas (de acuerdo con el consumo de calorías promedio). En


realidad, la gente de las naciones más ricas y de las naciones más pobres
marcha al son de diferentes tambores.
Podemos especular sobre la dirección de causalidad entre el tempo
de vida y las condiciones económicas. Lo más probable es que la flecha
apunte hacia ambos lados. Los lugares con economías activas otorgan
mayor valor al tiempo, y los lugares que valoran el tiempo son más pro-
clives a tener economías activas. Las variables económicas y el tempo
tienden a reforzarse mutuamente; vienen en el mismo paquete.
No necesitamos viajar a otros países para ver la conexión entre la
economía y el tempo. Parte de la evidencia más significativa para la expli-
cación económica se da en las subculturas dentro de los países. En los
Estados Unidos, por ejemplo, muchos grupos minoritarios empobreci-
dos desde el punto de vista económico se esfuerzan por diferenciar sus
propias reglas temporales de las de la mayoría angloamericana predo-
minante. A los indios estadounidenses les agrada hablar de "vivir en
tiempo indio". Los mexicanos estadounidenses diferencian la hora ingle-
sa, que se refiere a la hora del reloj, de la hora mexicana, que interpreta
la hora del reloj con mayor informalidad.
Los afroestadounidenses a menudo distinguen su propio sentido cul-
tural del tiempo -al que a veces se refieren con un término ya no tan acep-
table, "tiempo de la gente de color" (TGC) *— del estándar de la mayoría, o
sea, "tiempo de la gente blanca". Jules Henry, un antropólogo, se pasó más
de un año en la década de los años sesenta haciendo entrevistas sobre todo
a familias afroestadounidenses pobres que vivían en un complejo habita-
cional de St. Louis. Una de las distinciones más importantes que hicieron
sus entrevistados entre su vida y la de los de la comunidad anglo de los
alrededores se relacionaba con su propia interpretación del TGC. "Según
su tiempo GC -explica Henry-, una actividad programada puede ocurrir
en cualquier momento dentro de un amplio lapso de tiempo, o puede no
ocurrir en absoluto". Los entrevistados de Henry se apresuraban en seña-
lar lo mucho que esto contrastaba con el mundo de la gente blanca, alta-
mente organizado y programado con precisión. 7

El sociólogo John Horton propone un sesgo más actual al TGC y lo

6
Las estadísticas se basan en datos recientes disponibles en el Banco Mundial [World Bank].
World Bank, The World Bank Atlas: 1995, Washington, D.C., World Bank, 1994.
* En inglés, CPT, "colored people's t i m e " , o sea, "tiempo de la gente de color". [T.J
7
J . Henry, "White people's time-colored people's t i m e " , Trans-Action 2, marzo-abril de 1965, pp.
31-34.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 39

utiliza para referirse al "tiempo de la gente calmada". El término "gente


calmada" se refiere a la "población de los jóvenes negros que se reúnen
en las esquinas y que están desocupados en forma esporádica". Horton
se pasó dos años entrevistando a muchas de esas personas de la calle.

De m o d o característico —informa—, la gente de la calle se levanta tarde, sale


a la calle cerca del mediodía o temprano p o r la tarde, y se dirige al grupo. El
lugar sirve para la actividad social relajada. Estar c o n los muchachos del gru-
p o es la m a n e r a más importante de pasar el tiempo y de esperar que se dé
alguna actividad necesaria o deseable... E n el grupo, el día de ayer se con-
funde con el día de hoy, y m a ñ a n a es un vacío que habrá de llenarse con la
búsqueda del pan y la diversión. 8

Dicho de otro modo, el tempo predominante es muy lento. Sin


embargo, como aclara Horton, la gente de la calle puede apurar el tem-
po cuando la situación lo exige. El tipo de la calle, según Horton, es pun-
tual de acuerdo con el reloj estándar cuando así lo decide, y no lo es
cuando no quiere. Lo último es lo más frecuente. El tiempo para la per-
sona calmada está "muerto" cuando escasean los recursos: por ejemplo,
cuando falta el dinero o cuando está en la cárcel. Pero el tiempo está
"vivo" cuando o donde quiera que haya "acción". El tempo es lento al
comienzo de la semana, cuando el dinero es escaso, pero se acelera de
manera exponencial las noches del viernes y el sábado. 9

El grado de industrialización
C U A N T O M Á S D E S A R R O L L A D O E S U N P A Í S , M E N O S T I E M P O LIBRE Q U E D A POR D Í A

¿Qué clase de regla es ésta? A mayor cantidad de maqui-


naria que ahorra tiempo, más presionadas están las perso-
nas en lo que se refiere al tiempo.
SEBASTIAN DE GRAZIA, Tiempo, trabajo y ocio

No debería sorprendernos que los lugares más ricos que estudia-


mos en nuestros experimentos se rijan por normas más rápidas. La vita-

8
Ibid., p. 24.
9
J. Horton, "Time and cool people", en T. Kochman (ed.), Rappin and Stylin' Out, Urbana, III, Uni-
versity of Illinois Press, 1972, pp. 19-31.
40 ROBERT LEVINE

lidad económica está íntimamente relacionada con la industrialización.


De hecho, desde el punto de vista histórico, el suceso divisorio y crucial
por excelencia en la aceleración del tempo de Occidente fue la Revolu-
ción Industrial.
Una de las grandes ironías de la época moderna es que, con todas
nuestras creaciones que ahorran tiempo, la gente cuenta con mucho
menos tiempo para sí que antes. Por lo general, se considera que la vida
en la Edad Media era triste y deprimente, pero un artículo de consumo
del que la gente disfrutaba entonces mucho más que sus descendientes
era el tiempo libre. En realidad, hasta la Revolución Industrial, la mayor
parte de los hechos indican que la gente mostraba poca inclinación por
el trabajo. En Europa, durante la Edad Media, el promedio de días feria-
dos al año era de ciento quince días. Es interesante notar que aun hoy los
países más pobres, en promedio, tienen más feriados que los más ricos.
A menudo han sido las mismas creaciones diseñadas para ahorrar
tiempo las responsables del incremento del volumen de trabajo. Investi-
gaciones recientes demuestran que las esposas de granjeros en los años
veinte, que no tenían electricidad, dedicaban mucho menos tiempo a los
quehaceres domésticos que las mujeres suburbanas, con toda su maqui-
naria moderna, en la última mitad del siglo XX. Una de las razones es que
casi todo progreso técnico parece venir acompañado de mayores expec-
tativas. Por ejemplo, cuando apareció el vidrio de bajo precio para ven-
tanas en Holanda a fines del siglo XVII, resultó imposible pasar por alto
la suciedad que se acumulaba dentro de las casas. Las aspiradoras actua-
les y otros productos han elevado mucho más los estándares de limpieza
de la gente; al hacerlo, exigen que las personas inviertan el tiempo reque-
rido para hacer funcionar esos productos contra el polvo y las bacterias
de la casa que ahora pueden ser eliminados. La promesa de vivir mejor
10

gracias a Westinghouse, según un conocido aviso publicitario.


Es interesante observar cómo los artefactos modernos han afectado
la manera en que la gente utiliza el tiempo. Por ejemplo, un estudio lle-
vado a cabo por el antropólogo Alien Johnson comparaba el uso del tiem-
po entre los indios machiguenga con el de los trabajadores que vivían en
Francia. Descubrió que los trabajadores franceses pasaban más tiempo tra-
bajando y consumiendo cosas (comiendo, leyendo, mirando televisión),
pero tenían bastante menos tiempo libre que los trabajadores machi-

a s . Hunt, " W h y tribal peoples and peasants of the Middle Ages had more free time than w e d o " ,
Maine Times, 25 de mayo de 1984, p. 40.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 41

guenga. Las diferencias se referían tanto a hombres como a mujeres. Los


franceses se pasan cuatro veces más horas consumiendo los frutos de su
trabajo, pero pagan un alto precio por esos bienes: tienen cuatro horas
menos de tiempo libre por día que sus homólogos machiguengas. Como
uno de los aspectos más reveladores, Johnson descubrió que el manteni-
miento de los artefactos de la vida moderna exige una enorme cantidad
de tiempo. Los machiguengas dedican tres o cuatro veces más de su tiem-
po productivo en el hogar a la manufactura (por ejemplo, canastos y telas)
que al trabajo de mantenimiento (lavado de ropa, limpieza, reparaciones
varias). El modelo francés es casi lo opuesto. Al final, como advierte el
antropólogo Marvin Harris, los aparatos caseros modernos son "dispositi-
vos economizadores de trabajo que no ahorran trabajo".
Johnson, a partir de teorías económicas recientes, plantea que la
industrialización produce una progresión evolutiva de la sociedad desde
el "superávit de tiempo" pasando por la "opulencia de tiempo" hasta lle-
gar a la "hambruna de tiempo", que es como caracteriza a la mayoría de
los países desarrollados. Johnson sostiene que el resultado final afecta el
tempo de la vida de las personas:

Como resultado de producir y consumir más, estamos experimentando


un incremento en la escasez de tiempo. Esto funciona de la siguiente
manera: el incremento en la eficacia de la producción significa que cada
individuo debe producir más bienes por hora; el incremento en la pro-
ductividad significa [...] que, para mantener activo el sistema, debemos
consumir más bienes. El tiempo libre queda convertido en tiempo de con-
sumo porque el tiempo que no se dedica a la producción o al consumo es
considerado cada vez más una pérdida [...] El incremento en el valor del
tiempo (su creciente escasez) es vivido subjetivamente como un incre-
mento en el tempo o ritmo. Corremos siempre el peligro de ser lentos en
la línea de producción o de llegar tarde al trabajo; en nuestro tiempo libre
siempre corremos el peligro de perder el tiempo. 11

En el extremo de lentitud del continuo del tempo se ubica la eco-


nomía de la Edad de Piedra de las llamadas sociedades primitivas agrí-
colas y cazadoras-recolectoras. Los kapauku de Papua, por ejemplo,
sostienen que no se debe trabajar dos días consecutivos. Los bosqui-
manos !kung trabajan dos días y medio por semana, y por lo general,

11
A. Johnson, "In search of the affluent society". Human Nature, septiembre de 1978, pp. 50-59.
42 ROBERT LEVINE

seis horas por día. En las islas Sandwich, los hombres sólo trabajan
cuatro horas por día. 12

En general, como lo demuestran los estudios, las mujeres en eco-


nomías menos avanzadas promedian de quince a veinte horas semana-
les de trabajo, y los hombres trabajan cerca de quince horas. El cambio
al cultivo con arado, que exige la alimentación y el cuidado de animales
de tiro, aumenta la semana de trabajo de los hombres de veinticinco a
treinta horas. En Australia, a una mujer dobe le toma un día juntar comi-
da suficiente para alimentar a su familia durante tres días. Puede dispo-
ner como propio del resto del tiempo, ya sea para hacer visitas, recibir
en su casa, dedicarse al bordado, o, como suele suceder a menudo, para
no hacer nada.
Hay algunas culturas subdesarrolladas donde parece que se hubie-
ra parado el reloj, si es que por casualidad existiera alguno. Edward Hall,
antropólogo, cuenta la anécdota de un afgano en Kabul que no podía
localizar a su hermano con quien había hecho una cita. Una averigua-
ción realizada tiempo después por un miembro de la embajada esta-
dounidense reveló la raíz del problema. Los dos hermanos se habían
puesto de acuerdo para reunirse en Kabul, pero no habían especificado
el a ñ o . Lo que suele sorprender más a los angloeuropeos conscientes
13

del reloj con relación a esta anécdota es el hecho de que mucha gente
alrededor del mundo no vea el lado humorístico del relato de Hall; la
mayoría se muestra muy comprensiva e indulgente con respecto al
malentendido en la comunicación.
No obstante, sería una generalización demasiado flagrante concluir
que la industrialización y el tempo son una misma cosa. A veces los tem-
pos de las culturas del tercer mundo pueden ser diferentes en extremo,
incluso entre vecinos similares en apariencia. El antropólogo Paul Bohan-
nan, por ejemplo, ha estudiado estilos de saludos tribales. En un estudio, 14

comparó a los tiv de Nigeria con sus vecinos, los hausa. Descubrió que los
tiv son personas apuradas. Pierden poco tiempo en rituales superficiales,
tales como los saludos. Tratan de deshacerse de los saludos lo antes posi-
ble para dedicarse al asunto en cuestión. Al lado de estos Tipos A del ter-
cer mundo viven los hausas, sus vecinos, a quienes no se les ocurriría
reducir la merecida duración de los saludos. Bohannan cuenta que una

12
J. B. Schor, The Overworked American, Nueva York, Basic Books, 1991, p. 10.
13
E. T. Hall, op. cit.
14
P. Bohannan, "Time, rhythm, and pace", Science80,1980, pp. 1, 18-20.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 43

vez vio a un antropólogo inglés y a un hausa alargar los saludos a veinte


minutos. Parecía que ambos disfrutaban del ritual, cuyos aspectos com-
plejos habían estado practicando y perfeccionando durante muchos años.
Las reglas con respecto a cuándo debería empezar el saludo tam-
bién pueden variar. Sushila Niles, en la actualidad profesora de Psicolo-
gía en la Universidad del Territorio Norte en Darwin, Australia, relata un
desagradable encuentro con un funcionario de gobierno durante su
estadía como maestra en un país africano. Después de que la secretaria
la hizo pasar a la oficina del funcionario, Niles lo encontró conversando
con otra persona. "Me quedé en silencio a un costado -recuerda-. De
pronto, se volvió hacia mí y me preguntó: '¿Cómo, señora, no saluda?'.
Yo había infringido las convenciones de interacción social al no salu-
darlo en el mismo instante en que entré en su oficina. Le dije que me
habían enseñado que toda interrupción era un signo de mala educa-
ción. A pesar de mi explicación, él no se aplacó". 15

Stephen Buggie, un profesor de Psicología del Presbyterian Colle-


ge de Carolina del Sur, pasó tres años enseñando en Zambia y nueve
años en Malawi. "En Zambia -recuerda-, el tempo de vida es lento por
lo general, con una consideración ocasional hacia la puntualidad y el
tiempo. Sin embargo, la velocidad con que se camina en el centro de
Lusaka (la capital y la ciudad más grande) es rápida, como una manera
de disuasión individual para desalentar a los proliferantes carteristas. El
vecino Malawi es muy diferente. Las reuniones empiezan con mayor
puntualidad que en Zambia. El presidente vitalicio de Malawi, Kamuzu
Banda, ejerció la medicina en Escocia durante treinta años antes de
ingresar en la política de su nación. Gobierna el país con derechos abso-
lutos y es muy exigente con la puntualidad. En los años setenta, declaró
ilegal que los relojes mostraran la hora equivocada. Había que retirar los
relojes descompuestos o cubrirlos con un manto". 16

Cantidad de habitantes
LAS CIUDADES M Á S GRANDES TIENEN T E M P O S M Á S RÁPIDOS

Después del bienestar económico, la variable de predicción más


importante en cuanto a las diferencias con respecto al tempo de los luga-

15
S. Niles, mensaje de correo electrónico en Intercultural Network, 19 de mayo de 1995.
16
Comunicado personal, 21 de noviembre de 1993.
44 ROBERT LEVINE

res es la cantidad de habitantes. Los estudios han demostrado una y otra


vez que, en general, las personas en grandes ciudades se desplazan con
mayor rapidez que sus homologas en lugares más pequeños. 17

En uno de los primeros estudios de este tipo, Herbert Wright, como


parte de su reconocido proyecto "Ciudad-pueblo", estudió el comporta-
miento de los niños en un supermercado típico de ciudad y en almace-
nes de pueblos pequeños. Una de las diferencias más marcadas entre los
dos ambientes fue la velocidad al caminar. El niño medio de la ciudad
caminaba casi dos veces más rápido en el supermercado que el niño de
pueblo en el almacén, mucho más pequeño que el supermercado. Los
niños de pueblo dedicaban tres veces más tiempo a interactuar con los
empleados y otros clientes. También dedicaron mucho más tiempo a
tocar físicamente los objetos de la tienda. 18

El psicólogo australiano Paul Amato descubrió diferencias compa-


rativas en el otro lado del mundo, en Nueva Guinea. A través de una
serie de interesantes experimentos, Amato observó la rapidez de los pea-
tones, la rapidez con que se entregaba el cambio en las tiendas euro-
peas y el tiempo que transcurría en las transacciones de nueces betel en
mercados al aire libre en una ciudad grande (Port Moresby) y en dos
pueblos rurales (Wewak y Mount Hagen). El lugar urbano marcó las
velocidades más rápidas en el modo de caminar y las transacciones de
nueces betel. No hubo diferencias urbanas y rurales con respecto a la
entrega del cambio; es significativo que nadie, en ninguno de los luga-
res de Nueva Guinea, pareció interesarse lo más mínimo en esta clase de
actividad. 19

El tratado definitivo sobre la relación entre la velocidad al caminar


y la cantidad de habitantes se encuentra en una serie de estudios inter-
nacionales realizados por el psicólogo Marc Bornstein y sus colegas. En
el primer grupo de experimentos, el equipo de Bornstein midió las velo-
cidades al caminar en la zona céntrica principal en un total de veinti-
cinco ciudades en Checoslovaquia, Francia, Alemania, Grecia, Israel y
los Estados Unidos. Hallaron una relación asombrosamente alta entre la

17
Como nuestro estudio de 31 países se basó más que nada en los datos de la ciudad más impor-
tante de cada país, no hice una evaluación profunda de las hipótesis sobre la magnitud de la
población.
18
H. F. Wright, "The city-town project: A study of children ¡n communities differing in size", infor-
me inédito, 1961.
19
P. R. Amato, "The effects of urbanizaron on interpersonal behavior", Journal of Cross-Cultural
Psychology 14, 1983, pp. 353-367.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 45

cantidad de habitantes y la velocidad al caminar en esa muestra hete-


rogénea de ciudades. (En términos estadísticos, descubrieron una rela-
ción de r = 0,91 entre la cantidad de habitantes y la velocidad al
caminar, donde 1,00 es la correlación más alta posible; es decir, una
relación casi perfecta). 20

Cuando se dan relaciones matemáticas relevantes en estudios trans-


culturales de este tipo, se hace necesario repetirlos. Aceptando el desa-
fío, Bornstein llevó a cabo una segunda serie de estudios. Aplicó las
condiciones de su investigación anterior a una nueva muestra de ciuda-
des y pueblos de Irlanda, Escocia y los Estados Unidos. Una vez más, des-
cubrió que había una correlación relevante en extremo entre la cantidad
de habitantes y la velocidad al caminar (r = 0,88). Bornstein sostiene que
"pareciera haber una relación muy predecible entre el ritmo de vida
que caracteriza un lugar y su cantidad de habitantes". Dados los resul- 21

tados de Bornstein - n o solemos descubrir a menudo correlaciones de


esa magnitud en la ciencia de la psicología social, que es intrínseca-
mente aleatoria-, resulta difícil cuestionar sus conclusiones.

Clima
LOS LUGARES M Á S CALUROSOS S O N M Á S LENTOS

El antiguo estereotipo de que la vida en los lugares más calurosos es


más lenta no deja de tener validez. Todas las naciones lentas en nues-
22

tro estudio de treinta y un países -los más lentos fueron México, el Bra-
sil e Indonesia- tienen climas tropicales. Son los lugares que eligen para
pasar las vacaciones de invierno las personas de los países más rápidos,
como Suiza, Irlanda y Alemania. Al analizar los treinta y un países en su
totalidad, descubrimos una marcada relación entre el clima (de acuerdo
con las temperaturas máximas promedio) de las ciudades y la lentitud
23

que mostraban en nuestras mediciones.


Algunas personas creen que el tempo lento de los lugares cálidos
tiene una explicación ergonómica, que resulta de una falta general de

" M . H . Bornstein, "The pace of life: Revisited", International Journalof' Psychology ~\4,1979, pp.
83-90.
21
M. Bornstein y H. Bornstein, "The pace of life", Nature 259, 1976, pp. 557-559.
22
Se pueden encontrar pruebas de esta hipótesis en un estudio de L. A. Hoel, "Pedestrian travel
rates in central business districts", Traffic Engineer 38, 1968, pp. 10-13.
23
No se encuentran disponibles índices más sofisticados de temperatura y humedad para muchas
ciudades internacionales.
46 ROBERT LEVINE

energía. Sin duda, quien haya padecido una ola de calor sabe que las
temperaturas altas pueden llegar a agotarlo. Otros lanzan la hipótesis de
que la lentitud contiene una susceptibilidad evolutiva/económica. Sos-
tienen que la gente en lugares cálidos no necesita trabajar tanto. Requie-
ren pocas pertenencias de bajo costo: menos ropa y hogares sencillos.
¿Para qué apurarse, entonces? Y también hay personas que creen que los
climas más cálidos inducen, sencillamente, a tomarse tiempo para dis-
frutar de la vida. Sea cual fuere la explicación, sabemos que los lugares
cálidos son más proclives a tener tempos más lentos.

Valores culturales
LAS CULTURAS INDIVIDUALISTAS S O N M Á S RÁPIDAS
Q U E LAS Q U E P O N E N É N F A S I S E N EL C O L E C T I V I S M O

El sistema básico de valores de una cultura también se ve reflejado


en sus normas sobre el tempo. Es probable que las diferencias culturales
más marcadas se relacionen con lo que se ha dado en llamar el indivi-
dualismo contra el colectivismo, ya sea que la orientación básica cultural
apunte al individuo y la familia nuclear, o a la colectividad en sentido
más amplio. Estados Unidos es una cultura individualista típica. El Asia
tradicional, por otra parte, tiende a poner énfasis en lo colectivo. En
Pakistán y la India, por ejemplo, muchas personas comparten grandes
casas con su clan familiar: algo así como departamentos individuales con
dependencias compartidas, como la cocina. En el Tíbet y Nepal, las fami-
lias viven juntas y es común que los hermanos compartan la misma espo-
sa, un arreglo conveniente desde el punto de vista económico para los
sherpas (cargadores) que pasan la mayor parte de su vida fuera de casa.
En algunas culturas colectivistas, el sentido de familia se extiende hacia
todo el villorrio, e incluso hacia la "tribu" nacional. Muchos psicólogos
transculturales sostienen que el continuo de individualismo-colectivismo
es, de hecho, la característica más significativa de los modelos sociales de
una cultura.
Harry Triandis, psicólogo social de la Universidad de Illinois y
reconocido especialista en el tema del individualismo-colectivismo, ha
descubierto que las culturas individualistas comparadas con las colecti-
vistas hacen mayor hincapié en el logro que en la afiliación. El énfa- 24

H. Triandis, Culture and Social Behavior, Nueva York, McGraw-Hill, 1994.


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 47

sis en el logro, por lo general, estimula la mentalidad del "tiempo es


dinero", que a su vez deriva en la urgencia de hacer valer cada momen-
to. Sin embargo, en las culturas en las que las relaciones sociales son
prioritarias, hay una actitud más calmada con respecto al tiempo. Así
pues, las culturas colectivistas deberían mostrar tempos más lentos
como característica principal. Sometimos a prueba esta suposición en
nuestro estudio de treinta y un países por medio de la comparación de
los puntajes individualistas-colectivistas de cada país con sus tiempos 25

en nuestros tres experimentos. Los resultados confirmaron nuestra


hipótesis: el individualismo más intenso estaba muy relacionado con los
tempos más rápidos.
El énfasis puesto en las personas, como veremos más adelante, no
se condice con el tempo dictado por los horarios y el tiempo del reloj.
De hecho, en algunas culturas colectivistas, la urgencia del tiempo no
sólo es desaconsejada sino vista con franca hostilidad. Por ejemplo, el
antropólogo Pierre Bourdieu ha estudiado el pueblo kabyle, una socie-
dad colectivista de Argelia. Descubrió que los kabyle no quieren saber
nada con la rapidez. Desprecian toda demostración de apuro en sus acti-
vidades sociales y la consideran una "falta de decoro combinada con una
ambición diabólica". Llaman al reloj "molino del diablo". 26

Al son del propio tambor

El t i e m p o m a r c a distintos pasos c o n diversas personas.


WlLLIAM SHAKESPEARE, Como gustéis, a c t o III, e s c e n a II

La presente obra se ocupa del ritmo de vida y de la forma en que


difiere entre culturas y lugares. Sin embargo, también se dan, como es
obvio, grandes diferencias de tempo entre individuos de una misma cul-
tura y entre los que viven en el mismo pueblo o la misma ciudad. Los veci-
nos pueden presentar variantes significativas tanto en sus preferencias
personales como en el tempo de vida que experimentan en realidad.

Los resultados sobre individualismo y colectivismo fueron cedidos por Harry Triandis.
Pierre Bourdieu, "The attitude of the Algerian peasant t o w a r d t i m e " , en J. Pitt-Rivers (ed.),
Mediterranean Countrymen, París, Mouton, 1963, pp. 55-72.
48 ROBERT LEVINE

La mayor parte de la atención respecto de las diferencias individua-


les se ha centrado en el concepto de la urgencia de tiempo: el esfuerzo
por lograr lo máximo posible en el menor período de tiempo. La urgen-
cia de tiempo es uno de los componentes más terminantes de la pauta del
comportamiento del Tipo A. Meyer Friedman y Ray Rosenman descri-
bieron a la personalidad propensa a sufrir afecciones coronarias como
impaciente, con tendencia a caminar a gran velocidad, comer rápido,
hacer dos cosas a la vez y jactarse de ser siempre puntual. La prueba 27

más utilizada para el comportamiento del Tipo A, la Jenkins Activity Survey


[Encuesta de Actividades Jenkins], mide estas características con una
escala de "Velocidad e Impaciencia". Se han desarrollado varias escalas
28

más recientes del Tipo A, con calificativos como "Urgencia de Tiempo",


"Activación Perpetua" y "Cerradura de Tiempo". En todas esas prue-
29 30

bas se dan amplias diferencias individuales en la medida en que las per-


sonas estén preocupadas por sacarle provecho a cada minuto.
Sin embargo, debemos tener cuidado en no exagerar las generali-
zaciones sobre personas "rápidas" y personas "lentas". Al igual que en las
culturas, el ritmo de cada individuo puede presentar importantes varia-
ciones según la hora, el lugar y lo que esté haciendo. Si desea saber cuál
es la medida de su propia tendencia hacia la urgencia de tiempo, debe
tomar en cuenta una amplia diversidad de comportamientos. Puede
empezar por analizar su comportamiento en los diez campos siguientes:

• Preocupación por la hora. Comparado con la mayoría de las per-


sonas, ¿está usted particularmente consciente de la hora? Por
ejemplo, ¿mira el reloj con frecuencia? O, más bien, ¿es usted el
tipo de persona que a veces se olvida de la hora o del día de la
semana?
• Pautas del modo de hablar. ¿Habla muy rápido? ¿Tiende a hablar
más rápido que las otras personas? Cuando alguien da demasia-
dos rodeos antes de plantear el tema principal, ¿siente a menudo
ganas de apurarlo? ¿Acepta usted las interrupciones?

27
M. Friedman y R. H. Rosenman, "Association of specific overt behavior patterns w i t h blood and
cardiovascular findings", Journal of the American Medical Association 240, 1959, pp. 761-763.
28
C . D. Jenkins, S. J . Zyzanski y R. H. Rosenman, Jenkins Activity Survey: Form C. Nueva York,
Psychological Corporation, 1979.
29
L. Wright, S. McCurdy y G. Rogoll, "The TUPA Scale: A self-report measure for the Type A sub-
component of t i m e urgency and perpetual activation", Psychological Assesment 4, 1992, pp.
352-356.
30
R. Keyes, op. cit.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 49

• Hábitos de alimentación. ¿Come demasiado rápido? ¿Suele ser


usted el primero en terminar de comer en la mesa? ¿Se toma el
tiempo necesario para comer tres comidas al día en forma lenta
y relajada?
• Velocidad al caminar. ¿Camina más rápido que la mayoría de las
personas? ¿Las personas que caminan con usted le piden a veces
que camine más despacio?
• Manejo. ¿Se enoja mucho cuando el tránsito es lento? Si se
encuentra atrapado detrás de un conductor lento, ¿suele tocarle
bocina o hacerle gestos groseros para intentar apurarlo?
• Horarios. ¿Es usted adicto a imponer o mantener horarios? ¿Le
otorga un tiempo determinado a cada actividad? ¿Valora en
demasía la puntualidad?
• Listados. ¿Hace listas en forma compulsiva? Cuando se prepara
para un viaje, por ejemplo, ¿hace una lista de las cosas que debe
hacer o de las cosas que debe traer?
• Energía nerviosa. ¿Tiene excesiva energía nerviosa? ¿Es usted el
tipo de persona que se irrita cuando permanece sentada una
hora sin tener algo que hacer?
• Espera. ¿Se siente más molesto que la mayoría de las personas
cuando se ve obligado a esperar en la cola más de uno o dos
minutos en el banco, en la tienda o para conseguir mesa en el
restaurante? ¿Se va de esos lugares cuando se da cuenta de que va
a tener que esperar aunque sea poco tiempo?
• Alertas. ¿Le advierten otros que debe bajar el ritmo? ¿Cuántas
veces sus amigos o cónyuge le han dicho que se tome la vida con
más calma o que se ponga menos tenso?

Casi todos mostramos cierta urgencia de tiempo en al menos algu-


nas de estas preguntas. Pero si sus respuestas indican demasiada preocu-
pación por la hora y la velocidad en la mayoría o en todas las categorías,
o si usted es especialmente exagerado aunque fuera en unas pocas acti-
vidades, entonces lo más probable es que sea clasificado como una per-
sonalidad de urgencia de tiempo. 31

31
Para medidas más detalladas de autoevaluación del apremio del tiempo, dos buenas fuentes
son F. J . Landy, H. Restegary, J. Thayer y C. Colvin, "Time urgency: The construct and its mea-
ning", Journal of Applied Psychology 76, 1991, pp. 644-657; o M. Friedman, N. Fleischmann y
V. Price, "Diagnosis of Type A behavior pattern", en Robert Alian y Stephen Scheidt (eds.), Heart
and Mind: The Practice of Cardiac Psychology. Washington, D.C., American Psychological Asso-
ciation, 1996, pp. 179-196.
50 ROBERT LEVINE

Cuando el sentido de la urgencia de tiempo se vuelve extremo y


habitual -cuando la gente se siente forzada a correr aunque no existan
presiones externas de tiempo reales-, éste puede llevar a lo que los psi-
cólogos cardíacos Diane Ulmer y Leonard Schwartzburd denominan "la
enfermedad del apuro". Si siente curiosidad por saber si su caso se
32

encuentra en esa etapa avanzada, revise los siguientes síntomas:

¿Ha notado...

• ... cierto deterioro de la personalidad, marcado sobre todo por


la pérdida de interés en otros aspectos de la vida, excepto los que
se relacionan con el logro de metas, y por la preocupación por
los números, con una tendencia creciente a evaluar la vida en tér-
minos de cantidad en vez de calidad?
• ... el síndrome de la mente veloz, caracterizado por pensamientos
rápidos y cambiantes que desgastan en forma gradual la habilidad
para prestar atención y concentrarse, y que crean perturbaciones
de sueño?
• ... la pérdida de la capacidad para acumular recuerdos agrada-
bles, debido sobre todo a la preocupación por sucesos futuros o
por la cavilación en sucesos pasados, con poca atención en el pre-
sente? La concentración que se le dedica al presente se limita a
menudo a crisis o problemas: por lo tanto, los recuerdos acumu-
lados tienden a ser desagradables.

Ulmer y Schwartzburd descubrieron que las respuestas afirmativas


a estas preguntas garantizan un diagnóstico de enfermedad del apuro.
Las personas que padecen esta "enfermedad" experimentan innumera-
bles dificultades, que van desde problemas de salud, en especial los rela-
cionados con el sistema cardiovascular, hasta la fragmentación de las
relaciones sociales y la poca autoestima. No obstante, el concepto de
enfermedad del apuro generaliza con exageración las consecuencias de
llevar una vida en tempo rápido. Hay un dicho que sostiene que para un
martillo todo parece un clavo. Y si eres un psicólogo cardíaco, juzgas el
comportamiento a través del patrón de la enfermedad. Un tempo rápi-

D. K. Ulmer y L. Schwartzburd, "Treatment of time pathologies", en Robert Alian y Stephen


Scheidt (eds.), op. cit, pp. 329-362.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 51

do en sí mismo, sin embargo, no necesariamente significa enfermedad.


La relación entre la presión del tiempo, la urgencia de tiempo y la
enfermedad del apuro no es más unidireccional para los individuos que
para la cultura: la presión externa de tiempo no siempre lleva a un sen-
tido de urgencia de tiempo, como tampoco ninguna de las dos genera
siempre los síntomas de la enfermedad del apuro.
El tempo no puede reducirse tan sólo a la presencia o ausencia de
un problema. Mis estudiantes y yo hemos elaborado un test que mide las
diferencias en tempo en un sentido más amplio. Descubrimos que el 33

tempo de la experiencia personal se divide en cinco categorías diferen-


tes, y sólo una de ellas se refiere a la urgencia de tiempo. Ante preguntas
sobre el tempo de vida, la personas toman en cuenta las que se relacio-
nan con la urgencia de tiempo, pero también se centran en la velocidad
que perciben en su lugar de trabajo, la velocidad que detectan fuera de
éste, el nivel de actividad que prefieren en su vida y el tempo que pre-
fieren en el ambiente que las rodea.
Resulta significativo que las respuestas de las personas sobre cual-
quiera de estos temas temporales no sean muy predecibles con res-
pecto a sus respuestas sobre los otros temas. Esto indica que cada una
de las cinco categorías constituye distintas facetas del tempo de vida
general que experimenta la gente. Lo que es más, descubrimos que los
tempos rápidos y lentos per se pueden tener mucho menos que ver con
contraer la enfermedad del apuro que la adaptación entre las catego-
rías de temperamento personal y las que se refieren a las realidades
físicas. Por ejemplo, las personas con preferencias de niveles altos de
actividad tienden, en realidad, a estar mejor en ambientes y estilos de vida
veloces. Asimismo, el equilibrio entre el tempo que experimentan las
personas dentro del lugar de trabajo, comparado con el de su vida per-
sonal, puede ser más importante para su salud física y psíquica que el
hecho de que trabajen en una actividad de alta presión de tiempo o en
una más relajada.
Para evaluar el tempo de su vida dentro de un marco más amplio,
podría hacerse las siguientes preguntas adicionales:

Para mayor información sobre la escala, véanse R. Levine y L. Conover, "The pace of life scale:
Development of a measure of individual differences in the pace of life", artículo presentado ante
la Sociedad Internacional para el Estudio del Tiempo, Normandía, Francia, julio de 1992; y J. R.
Soles, K. Eyssell, A. Norenzayan y R. Levine, "Personality correlates of the pace of life", artícu-
lo presentado en los encuentros de la Asociación de Psicología Occidental, Kona, Hawaii, abril
de 1994.
52 ROBERT LEVINE

¿Siente que el tempo de vida es demasiado rápido, demasiado len-


to o adecuado cuando se trata de...

• ... su vida escolar o laboral?


• ... la ciudad o el pueblo donde vive?
• ... su vida hogareña?
• ... su vida social?
• ... su vida en general?

No necesita un psicólogo para interpretar sus respuestas a estas


preguntas. El hecho es que lo que es demasiado rápido para una per-
sona significa aburrimiento para otra. Y la presión de un momento
puede servir de estimulante en el siguiente. Por cada Charles Darwin
("El hombre que desperdicia una hora de su tiempo no ha descubier-
to el significado de la vida), hay un Osear Levant ("Tan poco tiempo,
tan poco que hacer"). Si pudiera decidir por sí mismo, ¿viviría su vida
en un tempo descansado? ¿Cree que el tempo rápido actual es estimu-
lante? ¿Siente que las personas siempre lo están apurando y obligan-
do a hacer las cosas más rápido de lo que usted quisiera? ¿Su trabajo o
escuela le piden a menudo que invierta más tiempo del que usted pre-
feriría invertir? ¿Le gusta el dinamismo y la excitación de las grandes
ciudades o, si pudiera elegir, preferiría vivir en un ambiente de ritmo
más lento?
No hay nada inherentemente bueno o malo en el tempo individual.
Lo que hacemos con el tiempo es una cuestión muy personal.

M á s allá del tempo

¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si


deseo explicárselo a alguien que pregunta, no lo sé.
SAN AGUSTÍN, Confesiones, libro II, sec. 14

Los términos "tempo" y "ritmo de vida" se utilizan a veces en forma


intercambiable. De hecho, la velocidad de nuestra vida no siempre abar-
ca la totalidad de nuestra experiencia personal. Un estudio llevado a
cabo por la psicóloga Marilyn Dapkus recalca la importancia del tempo
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 53

de cada u n o . Dapkus, interesada en averiguar qué tipo de conceptos


34

utilizan las personas para describir su experiencia del tiempo, entrevis-


tó a un grupo de adultos sobre la extensión total de su conciencia tem-
poral. Descubrió que las personas tendían a encuadrar sus respuestas en
términos de tempo, más allá del campo de experiencia personal al que
se referían. Cuando se les preguntó sobre "cambio y continuidad" en la
vida, por ejemplo, una respuesta típica fue ésta:

A medida que uno crece, la gente dice que el tiempo parece transcurrir
más rápido. Cuando mi hijo cumple un año más, es el diez por ciento
de su vida, pero cuando yo cumplo un año más, es sólo el dos por cien-
to de mi vida.

Al tratar el concepto temporal de que el tiempo es limitado, una


persona respondió esto:

Mi marido no se siente tan apurado como yo; él es más relajado, se toma


la vida con calma si se acaba el tiempo. Dice: "Bueno, ya está". Pero yo tra-
taría de meter una actividad más.

En música, los atributos como tempo y ritmo son entidades dife-


rentes. Se pueden analizar en forma independiente. En el mundo del
tiempo social, sin embargo, las separaciones son más difusas.

Sin embargo, el ritmo de vida que las personas experimentan va


más allá del tempo. El ritmo de vida es un arreglo enmarañado de
cadencias, ritmos y secuencias, tensiones y calmas, ciclos y picos que no
cesan de cambiar. Puede ser regular o irregular, y estar dentro o fuera de
sincronización con el entorno. El ritmo de vida trasciende las medidas
simples de rápido o lento. Es esta superposición e interconexión del
tempo con las muchas dimensiones del tiempo social, me parece, lo que
constituye el ritmo de vida que experimenta la gente. Los capítulos
siguientes exploran algunas de estas otras facetas del ritmo de vida,
empezando con quizás el pariente más cercano del tempo, la experien-
cia psicológica de la duración.

34
M. Dapkus, " A thematic analysis of the experience of t i m e " , Journal of Personality and Social
Psychology 49, 1985, pp. 408-419.
CAPÍTULO 2

Duración.
El reloj psicológico

Cuando te sientas dos horas junto a una muchacha agra-


dable, te parecen dos minutos; cuando te sientas dos
minutos sobre una plancha caliente, te parecen dos horas.
Eso es la relatividad.
ALBERT EINSTEIN

En un estudio de percepción del tiempo de 1936, los investigadores


Robert Macleod y Merrill Ruff confinaron a dos personas en unidades
aisladas en los laboratorios psicológicos de la Universidad de Cornell
durante períodos de cuarenta y ocho horas. La mañana del primer día,
la persona número uno ya se sentía confundida. Cuando en realidad
eran las siete y veinte de la mañana, escribió esto en su diario:

¡Ah, diablos! Ya estoy perdiendo de nuevo la noción del tiempo. Debo


repetirme que en realidad no me importa. No obstante, trataré de man-
tenerte informado lo mejor que pueda, ya que quieres saber. Pero, por
favor, toma en cuenta que, a menos que lo especifique de otro modo, estoy
adivinando sin ton ni son... De acuerdo con lo que creo que es mi hora-
rio, ya deben ser más o menos las once y media de la mañana.

La segunda persona era el mismo Macleod. Esa misma tarde del pri-
mer día, él también ya había perdido toda noción objetiva de la dura-
ción del tiempo. Un extracto de su diario decía esto:

Las últimas apreciaciones que he hecho han sido casi al azar. Descubro que
he perdido casi todo interés por el problema de la estimación del tiempo.
Cuando llega la señal sólo hago una conjetura un tanto descabellada. 1

Informe en S. Campbell, "Circadian rhythms and human temporal experience", en E. Block (ed.).
Cognitive Models of Psychological Time, Hillsdale, N. J., Lawrence Erlbaum, 1990, pp. 101-118.
56 ROBERT LEVINE

La duración se refiere al tiempo que duran los sucesos. Si conside-


ramos que el tempo es la velocidad de los sucesos, entonces la duración
es la velocidad del reloj. Para el físico, la duración de un "segundo" es
precisa y no ambigua: es igual a 1.192.631.700 ciclos de la frecuencia aso-
ciada con la transición entre dos niveles de energía del isótopo cesio
133. Sin embargo, en el campo de la experiencia psicológica, la cuanti-
ficación de unidades de tiempo es una operación mucho más torpe.
Como descubrieron Macleod y Ruff, cuando se separa a las personas de
los indicios de tiempo "real" -ya sea el sol, la fatiga del cuerpo o los relo-
j e s - muy pronto se perturba su sentido del tiempo. Y es este reloj psico-
lógico impreciso, a diferencia de la hora en el propio reloj, el que crea
la percepción de duración que experimentan las personas.
En teoría, una persona que en su mente alarga la duración del tiem-
po debería de experimentar un tempo más lento. Imagine, por ejemplo,
que a dos bateadores diferentes les lanzan pelotas de béisbol. Las pelotas
se lanzan cada cinco segundos durante cincuenta segundos, de modo que
son diez las pelotas lanzadas en total. Entonces, les preguntamos a los
bateadores cuánto tiempo ha pasado. Digamos que el bateador número
uno (a quien le encanta batear) cree que la duración fue de cuarenta
segundos. El bateador número dos (a quien le aburre el béisbol) piensa
que fueron sesenta segundos, un margen de distorsión muy común entre
dos individuos, como pronto veremos. Desde el punto de vista psicológi-
co, pues, la primera persona ha experimentado la llegada de las pelotas
cada cuatro segundos (10 pelotas de béisbol/40 segundos = 4 pelotas por
segundo), mientras que la segunda la ha percibido cada seis segundos (10
pelotas de béisbol/60 segundos = 6 pelotas por segundo). En otros térmi-
nos, el tempo percibido es 150% más rápido para el bateador número
uno. A medida que el reloj externo se retrasa, también lo hace el tempo
experimentado.
Existen pruebas, por ejemplo, de que las temperaturas corporales
más frías pueden causar que el reloj interno de las personas funcione a
ritmo más lento. Un experimento estableció que los buceadores sumergi-
dos en aguas marinas de 39° calcularon que un intervalo de sesenta segun-
dos había pasado más de un 10% más rápido que antes de que entraran
en el agua. Otros estudios han establecido que personas con fiebre alta
sienten que el reloj anda más lento que en la realidad (hacen un cálculo
excesivo de los intervalos de tiempo). Estos hallazgos plantean la posibi-
2

2
R. A. Block, "Temperature and psychological t i m e " , en S. L. Macey (ed.), Encyclopedia of Time,
Nueva York, Garfield, 1994, pp. 594-595.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 57

lidad de que la gente en lugares más cálidos funcione con relojes internos
más lentos. Esto, a su vez, causaría que la velocidad de los sucesos les pare-
ciera más rápida, lo que quizás explicaría por qué sus normas temporales
reales son más lentas. Dicho de otro modo, en términos de sus propios
metrónomos internos, puede haber una pequeña o ninguna diferencia en
el tempo subjetivo que perciben las personas en climas más cálidos o más
fríos. El tempo en ambos casos parecería el adecuado.
Sin embargo, como veremos enseguida, la experiencia de duración
tiene muchas permutaciones. La medición de la velocidad externa de los
sucesos es, por lo general, un ejercicio objetivo y directo. Pero la percepción
de la duración - e l denominador de la ecuación del tempo- pertenece al
campo de la experiencia subjetiva. El reloj psicológico, o la velocidad con
que se percibe el transcurso del tiempo, sufre distorsiones debido a una
serie de factores psicológicos, cada uno de los cuales puede llegar a tener
profundos efectos en la manera en que se experimenta el ritmo de vida.

El reloj psicológico distorsionado

El hombre mide el tiempo, y el tiempo mide al hombre.


ANTIGUO PROVERBIO ITALIANO

Los acontecimientos que duran menos de unos cuantos milise-


gundos son percibidos como instantáneos, sin duración. Sin embargo,
más allá de esos pocos milisegundos, los sucesos pasan a ser experien-
cias conscientes y a formar parte de la memoria. Entonces, son encua-
drados en unidades temporales de duración percibida. La experiencia
de la duración es multifacética. Podemos experimentar la duración del
momento mientras transcurre y luego podemos volver a experimentar
el mismo período de tiempo en forma retrospectiva, lo que el psicólogo
cognitivo Richard Block denomina "duración experimentada" en con-
traposición a "duración recordada". Hay pruebas considerables de que
estas dos formas de ver pasar el tiempo no sólo son divergentes, sino
que son propensas a grandes distorsiones. También presentan diferen-
3

cias sustanciales de una situación a otra en cuanto a inexactitud, y cada


individuo y cultura las experimenta de maneras muy diferentes.

3
R. Block, " M o d e l s of psychological t i m e " , en R. Block (ed.), Cognitive Models of Psychological
Time, Hillsdale, N. J., Lawrence Erlbaum, 1990, pp. 1-36.
58 ROBERT LEVINE

Uno de los primeros estudios sobre cálculos de tiempo de interva-


los cortos, realizado por el científico alemán E. von Skramlik, determinó
que el reloj psicológico humano es unas cuatrocientas veces menos exac-
to que el mejor de los cronómetros mecánicos (según los estándares de
1930, ni más ni menos). Aunque la precisión de los cálculos de Von
4

Skramlik pueda ser discutida, hay pocas dudas de que la gente, en reali-
dad, encuentra dificultades para calcular con exactitud la duración de
los intervalos de tiempo. Los estudios han demostrado, en forma cons-
tante, por ejemplo, que la mayoría de las personas cometen graves erro-
res de exactitud cuando se le pide que calcule intervalos de tiempo más
o menos largos. En dos experimentos típicos, los investigadores des-
cubrieron que sólo un cuarto de las personas podía medir con exacti-
tud el paso de períodos que iban de una a veinticinco horas en un +/-10%
del intervalo real. En otras palabras, al no contar con relojes, tres de
cada cuatro personas sienten que un día promedio varía en más de dos
y una hora y media en cualquier dirección. 5

La exactitud de las apreciaciones de las personas también varía de


una hora a otra. Por ejemplo, en un experimento, la desviación están-
dar (una medida estadística de variabilidad) de cada cálculo realizado
de una hora a otra variaba más o menos de 25 a 4 9 % de los intervalos de
sesenta minutos. Dicho de otro modo, estos números indican que la
variación promedio de los cálculos realizados por una persona de perío-
dos consecutivos de una hora variaba más o menos de quince a veinte
minutos en cualquier dirección. Entonces, no sólo todas las personas
fluctuaban en forma drástica en sus cálculos de la duración de diferen-
tes horas, sino que las fluctuaciones de algunas eran casi el doble que las
de otras. 6

En igualdad de condiciones, las distorsiones de la duración tienden


a ir hacia abajo: el reloj va más rápido de lo que la gente cree. En situa-
ciones "normales", las personas por lo general calculan el paso de una
hora en poco más de sesenta y siete minutos. Sin embargo, cuanto más
7

lejos se encuentran de señales externas, más exagerados son sus errores.


En un estudio, los individuos que fueron confinados en unidades aisla-

4
R. B. Macleod y M. F. Roff, "An experiment ¡n temporal disorientation", Acta Psychologica 1,
1936, pp. 381-423.
5
Véase S. Campbell, op. cit, pp. 101-118.
6
J. Aschoff, " O n the perception of time during prolonged temporal isolation", Human Neurobio-
logyA, 1985, pp. 41-52.
7
S. Campbell, op. cit, pp. 101-118.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 59

das por períodos que iban de una semana a un mes calcularon por deba-
j o el paso de las horas en poco menos de 50%. Juzgaron que los perío-
dos de una hora duraban un promedio de poco más de una hora y
veintiocho minutos. 8

La experiencia del tiempo se vio aún más distorsionada en un estu-


dio poco convencional realizado por un minucioso geólogo francés lla-
mado Michel Siffre. Desempeñando el papel de experimentador y de
sujeto del experimento a la vez, Siffre se encerró durante dos meses en
una "unidad aislada" de 2,44 por 3,96 metros (una tienda de campaña
de nailon), en una cueva, ubicada en un glaciar, a 99 metros bajo la
superficie de la tierra. Siffre descubrió, como era de esperarse, que sus
apreciaciones con respecto al paso de períodos cortos y largos de tiem-
po estaban absolutamente distorsionadas. Por ejemplo, percibió que los
intervalos de una hora duraban, en promedio, más de dos horas, y cre-
yó que el experimento estaba sólo en el día treinta y cuatro cuando
subió a la superficie después de dos meses. A sólo cinco días de su expe-
rimento, consignó su confusión temporal en su diario:

Aunque son sólo las seis o siete de la tarde, según mi gráfico de tiempo,
ya he empezado a bostezar. ¡Es ridículo! ¡Significa que estoy perdiendo
medio día cada veinticuatro horas! Cuando me despierto, estoy convenci-
do de que es muy temprano, que son sólo las dos o tres de la mañana. Y
cuando tengo hambre, sospecho que son las once. Y el lapso de tiempo
entre estos dos períodos [parece] muy corto... No bien termino de comer,
siento sueño, y entonces creo que deben de ser las cuatro de la tarde.

En los últimos días de su aislamiento, Siffre ya estaba inmerso en la


parte temporal más profunda.

Por ejemplo, cuando llamo por teléfono a la superficie y digo qué hora
creo que es, pensando que sólo ha pasado una hora desde que me des-
perté y tomé el desayuno, bien puede ser que hayan pasado entre cua-
tro y cinco horas. Y en esto hay algo muy difícil de explicar: lo más
importante, creo, es la noción de tiempo que tengo cuando hago la lla-
mada por teléfono. Si hubiera llamado una hora antes, habría dicho la
misma hora. 9

J. Aschoff, op. cit, pp. 41-52.


M. Siffre, Beyond Time, Nueva York, McGraw-Hill, 1964, pp. 118 y 182.
60 ROBERT LEVINE

Sería difícil contradecir a Siffre cuando dice que estaba "perdiendo


toda noción del tiempo".
El recuerdo de intervalos cortos de tiempo sufre tantas o más dis-
torsiones en algunos contextos. Por ejemplo, los cálculos de la dura-
ción de delitos -situaciones en que la exactitud es esencial- están
plagados de imprecisiones. En un experimento, los estudiantes de una
universidad fueron testigos de un asalto ficticio que duró 34 segundos.
Más tarde, cuando se los interrogó, calcularon que la duración del
delito se aproximaba, en promedio, a los ochenta y un segundos: un
cálculo excesivo que alcanzó el 2 5 0 % . En otra serie de experimentos,
10

la investigadora de la memoria Elizabeth Loftus y sus colegas les pidie-


ron a unas personas que vieran un video corto de un asalto a un ban-
co y que, cuarenta y ocho horas después, calcularan la duración del vi-
deo. Constataron que, en promedio, los observadores dijeron que el
video de treinta segundos había durado cerca de ciento cincuenta
segundos, un error del orden del 500%. Sólo dos de las sesenta y seis
personas hicieron cálculos por debajo de la duración del suceso. Ade-
más, aunque ambos sexos mostraron la tendencia a calcular por enci-
ma de la duración real, las mujeres fueron aún menos exactas que los
hombres: calcularon que el intervalo había durado 5 0 % más tiempo
que el calculado por los hombres. 11

Hay situaciones en las que la exactitud de los cálculos de la dura-


ción de delitos tiene serias ramificaciones. Loftus, por ejemplo, describe
un caso de 1974 en el que el fiscal presentó cargos por homicidio en pri-
mer grado, mientras que el abogado defensor alegó defensa propia:

El juicio se debió a un incidente en el que una mujer y su novio empeza-


ron una discusión acalorada: la mujer corrió al dormitorio, agarró un
arma y le disparó seis veces. Durante el juicio surgió una controversia acer-
ca del tiempo transcurrido entre el momento en que la mujer agarró el
arma y el primer disparo. La acusada y su hermana dijeron que habían
transcurrido dos segundos, mientras que otro testigo dijo que habían pasa-
do cinco minutos. El tiempo exacto transcurrido era de suma importancia

10
R . Buckhout, "Eyewitness identification and psychology ¡n the courtroom", CriminalDefense4,
1977, pp. 5-10.
" E. F. Loftus, J. W. Schooler, S. M. Boone y D. Kline, "Time w e n t by so slowly: Overestimation
of event duration by males and females", Applied Cognitive Psychology 1, 1987, pp. 3-13.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 61

para la defensa, que insistía en que el homicidio había ocurrido en forma


repentina, por temor y sin vacilación. 12

¿Ocurren a menudo en el mundo real los cálculos excesivos de


duración de tiempo por parte de testigos? En un ingenioso estudio, un
grupo de investigadores aprovechó los datos de una encuesta sobre vic-
timización criminal llevada a cabo por la ciudad de Portland, Oregon.
Parte de la encuesta consistía en pedirles a los encuestados que calcula-
ran cuánto tiempo había tardado la policía en llegar a la escena del cri-
men. Así, los investigadores pudieron comparar las respuestas de los
encuestados sobre los intervalos de tiempo - c o n respecto a 212 delitos-
con los registros oficiales de la policía sobre los mismos incidentes. Los
informes de la policía suelen ser muy precisos, pues, en los partes, se
anotan hasta los segundos. Al igual que Loftus, los investigadores descu-
brieron que casi todos los encuestados (excepto dos) estimaron que la
policía había llegado más tarde de lo que en realidad había ocurrido.
Cerca de la mitad de esos cálculos fallaron en más de quince minutos.
No obstante, quizá lo más notable fue que más del 10% de las víctimas
calculó el tiempo por encima de dos horas o m á s . 13

Las diferencias individuales agregan aún más desorden a la exactitud


de la percepción del tiempo. Sabemos, por ejemplo, que las personas
extravertidas son calculadoras de tiempo más exactas que las introverti-
das, las personas obesas son más precisas que las personas de peso nor-
14

m a l y que los consumidores de drogas fuertes tienden a ser más exactos


15

que los consumidores de drogas livianas. También sabemos que el tiem-


16

po psicológico transcurre más rápido que el del reloj para los maníacos,
histéricos, psicópatas, delincuentes y esquizoparanoides, mientras que
parece transcurrir con mayor lentitud que el reloj para los melancólicos,
neuróticos depresivos, personas con reacciones de angustia y esquizofré-
nicos no paranoicos. Asimismo, la creencia popular que sostiene que el
17

12
Ibid. p. 3.
13
A . L. Schneider, W. F¡. Griffith, D. H. Sums y J. M. Burcart, Portland Forward Records Checkof
Crime Victims, Washington, D.C., U.S. Department of Justice, 1978.
,4
T . L. Veach y J. C. Touhey, "Personality correlates of accurate time perception", Perceptualand
Motor Skills 33, 1971, pp. 765-766.
,5
R. M. Gardner, S. J. Brake y V. E. Salaz, "Reproduction and discrimination of time in obese sub-
jects", Personality and Social Psychology Bulletin 10", 1984, pp. 554-563.
16
J. M. A n d r e w y M. R. Bentley, "The quick minute: Delinquents, drugs, and t i m e " , OriginalJus-
2
tice & Behavior3 ( ), 1976, pp. 179-186.
17
Muchos de estos descubrimientos se encuentran resumidos en J . E. Orme, Time, Experíence
and Behavior, Londres, lliffe Books, 1969.
62 ROBERT LEVINE

tiempo pasa más rápido a medida que envejecemos cuenta ya con algunas
pruebas empíricas; a la gente mayor quizá le interese saber que incluso los
estudiantes universitarios afirman que esto es cierto. 18

Alargando el tiempo

La mente rápida es enferma. La mente lenta es sana. La


mente quieta es divina.
M E H E R BABA

No siempre la subjetividad del tiempo psicológico es una falla. Para


algunas personas la distorsión de la duración del tiempo es una habili-
dad muy preciada. Constituye una estrategia activa y consciente para
controlar el ritmo de los acontecimientos.
Se dice que para el maestro budista, por ejemplo, el instante pue-
de ser eterno. Una de las primeras tareas del zen es aprender a experi-
mentar el aquí y el ahora de manera tan absoluta que parece que el
tiempo se hubiera detenido, que nos "hemos liberado del tiempo",
como dice Alan Watts. Algunos maestros de artes marciales son famosos
por su habilidad para alargar psicológicamente el instante. "En el
momento de vida y muerte -dice el maestro zen D. T. Suzuki-, lo que
más cuenta es el tiempo, y éste debe de ser utilizado del modo más efi-
caz". Los artistas marciales controlan el momento aprendiendo a bajar
19

psicológicamente la velocidad de los movimientos del adversario, de


modo que el ataque parece desarrollarse en cámara lenta. Así, son capa-
ces de prestar especial atención a cada detalle significativo del aconteci-
miento de impacto inminente. El maestro responde a cada ataque, uno
por vez, como si éste estuviera esperando su turno. El psicólogo Robert
Ornstein denomina a esos momentos, en los que las personas son capa-
ces de experimentar la acción como si ocurriera en el presente infinito,
como viviendo "dentro del tiempo".

' W . Friedman, About Time: Inventing the Fourth Dimensión, Cambridge, Massachusetts, MIT
Press, 1990.
1
D . T. Suzuki, Zen and Japanese Culture, Nueva York, Pantheon Books, 1959. [El zen y la cultura
japonesa, Barcelona, Paidós, 1996.]
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 63

En la actualidad, los atletas occidentales se expresan en sus propios


términos zen acerca de la expansión del tiempo. El gran jugador de
tenis Jimmy Connors ha descrito ocasiones trascendentes en las que su
juego alcanzó un nivel que le hizo sentir que había ingresado en una
"zona". Recuerda que en esos momentos la pelota parecía enorme cuan-
do cruzaba la red, y daba la impresión de estar suspendida en cámara
lenta. En ese aire rarificado, Connors sentía que tenía todo el tiempo del
mundo para decidir cómo, cuándo y dónde lanzar la pelota. Claro que
su aparente eternidad, en lo real, sólo duraba una fracción de segundo.
Las conversaciones en basquetbol también contienen referencias de
apariencia mística con respecto a "ingresar en zonas" donde el tiempo
se detiene. Los jugadores describen ocasiones inexplicables en que
todos los que los rodean parecen moverse en cámara lenta. Durante esos
momentos, dicen tener la sensación de poder moverse a voluntad alre-
dedor, entre y a través de sus adversarios.
En el fútbol, el ex defensor J o h n Brodie recuerda cómo en los
momentos más intensos del partido "el tiempo parecía hacerse más
lento, de un modo un tanto siniestro, como si todos se estuvieran
moviendo en cámara lenta. Parecía como que tenía todo el tiempo
del mundo para observar los juegos de los receptores y, sin embargo,
sabía que la línea defensiva se me acercaba con la misma rapidez de
» 20
siempre
El ex campeón del Gran Prix, el corredor de autos Jackie Stewart,
cree que las actuaciones exitosas en su deporte de alta velocidad exigen
actuar sobre los elementos en cámara lenta:
La mente tiene que incorporar esos elementos y absorberlos por com-
pleto de modo de tener una visión total en cámara lenta. Por ejemplo, al
llegar a la Masta la velocidad es de trescientos catorce kilómetros por
hora. Es posible tomar la curva a doscientos setenta y ocho kilómetros
por hora. A trescientos doce kilómetros por hora aún se puede tener
una muy clara visión, casi en cámara lenta, de estar tomando esa curva,
de modo que hay tiempo para frenar, tiempo para enderezar el auto,
tiempo para reconocer el desplazamiento, y entonces se alcanza el pun-
to culminante, se lo roza apenas, se llega a la salida y se sale a doscien-
tos setenta y cinco kilómetros por h o r a . 21

M. Murphy y R. White, The Psychic Side of Sports, 46, Reading, Mass., Addison-Wesley, 1978.
Ibid, 45.
64 ROBERT LEVINE

No sólo los maestros zen y los grandes atletas tienen la habilidad


para alargar el tiempo. Varios estudios psicológicos han demostrado que
la expansión del tiempo está al alcance del común de los mortales. Algu-
nos descubrimientos de especial interés han surgido de la investigación
sobre la hipnosis. Los psicólogos Philip Zimbardo, Gary Marshall y Chris-
tina Maslach, por ejemplo, les sugirieron a estudiantes universitarios hip-
notizados que "permitieran que el presente se expandiera y que el
pasado y el futuro se volvieran lejanos e insignificantes". Las instruccio-
nes condujeron a una concentración drásticamente ampliada en el
momento presente, en el lenguaje de las personas, los sentimientos, los
procesos de pensamiento y la percepción sensorial en casi todas las
tareas que se les pidió que llevaran a c a b o . 22

Las personas del "presente expandido" no sólo se sienten más inmer-


sas en el aquí y el ahora; también hay pruebas de que la expansión de
tiempo inducida a través de la hipnosis puede derivar en mayores logros
por unidad de tiempo real, del mismo modo que lo hacen por su cuenta
los maestros de zen y adetismo. Por ejemplo, en una serie de estudios, a
individuos hipnotizados se les presentaron sugerencias, tales como "ahora
voy a darte mucho más tiempo del que necesitas para hacer este experi-
mento. Te voy a dar veinte segundos de tiempo real, según el reloj, pero
en tu tiempo especial, los veinte segundos te serán suficientes para com-
pletar tu tarea. Puede ser un minuto, un día, una semana, un mes o inclu-
so años, y te tomarás todo el tiempo que necesites". Una de las personas
hipnotizadas en este estudio era una secretaria interesada en el diseño de
ropa pero que no había tenido éxito en sus intentos anteriores. Durante
dos períodos de media hora en su estado consciente no pudo realizar nin-
gún diseño. Sin embargo, cuando se le dieron instrucciones de alargar el
tiempo, pudo producir varios diseños muy bien hechos, en intervalos de
menos de un minuto. Desde el punto de vista psicológico, experimentó
los breves períodos de tiempo medidos por reloj como una hora o más,
cada uno. De igual modo, una violinista profesional informó que pudo
usar su tiempo expandido subjetivamente para practicar y estudiar piezas
musicales largas. Luego informó que el tiempo extra había mejorado su
memoria y su desempeño técnico. 23

22
P. G. Zimbardo, G. Marshall y C. Maslach, "Liberating behavoir from time-bound control: expan-
ding the present through hypnosis", Journal of Applied Social Psychology 1, 1971, pp. 305-323.
2 3
L . F. C o o p e r y M. H. Erickson, Time Distortion in Hypnosis, Baltimore, Williams and Wilkins,
1959.
una g e o g r a f í a d e l tiempo 65

La capacidad de la hipnosis para alargar el tiempo ha sido muy bien


expresada por Aldous Huxley. El escritor, que experimentó con la hip-
nosis (y, quizá no por casualidad, también con drogas psicodélicas), des-
cribe en su obra La isla cómo una persona en un profundo trance.. . 2 4

... puede aprender a distorsionar el tiempo. Se empieza por aprender


cómo experimentar veinte segundos como si fueran diez minutos. Un
minuto es media hora. En trance profundo, es en realidad muy fácil. Escu-
chas las sugerencias del maestro y te sientas en silencio durante largo, lar-
go rato. Dos horas completas. Jurarías que así fue. Cuando despiertas,
miras el reloj. Tu experiencia de dos horas ocurrió en exactamente cua-
tro minutos de tiempo real.

El aburrimiento: el lado oscuro


del alargamiento del t i e m p o

Sin embargo, el tiempo lento no siempre es bienvenido. Como


todos sabemos, demasiado tiempo puede ser opresivo en extremo.
Cuando la duración se siente demasiado lenta, la vida se torna simple-
mente aburrida. A medida que la velocidad del tiempo desciende por
debajo de un punto crítico - l o que los psicólogos de la personalidad lla-
man el "nivel óptimo de lucidez" de cada uno-, el reloj parece andar
muy l e n t o . Entonces, ese aburrimiento puede eternizarse como una
25

profecía autocumplida; por definición, una de las características del abu-


rrimiento es la falta de interés en lo que está ocurriendo alrededor, lo
que a su vez nos quita la energía requerida para lograr la estimulación
necesaria con el propósito de llevar la velocidad del paso del tiempo a
un nivel más placentero.
¿Qué es lo que determina que la disminución de la velocidad del
tiempo sea una experiencia enriquecedora o -como solíamos decir en
los años sesenta- una horrible pesadez? En gran parte, la diferencia
entre el mundo en cámara lenta del artista de las artes marciales y el del
aburrimiento se reduce a una cuestión del control percibido. El artista

24
A. Huxley, Island, Nueva York, Harper and Row, 1962. [La isla, Barcelona, Edhasa, 1996.]
25
Existen muchos estudios psicológicos sobre las diferencias individuales del "nivel de excitación
ó p t i m o " . Véase, por ejemplo, A. Mehrabian y J. Russell, An Approach to Environmental Psycho-
logy, Cambridge, Mass., MIT Press, 1974.
66 ROBERT LEVINE

marcial controla la velocidad de los sucesos. Él o ella lentifican el mun-


do exterior con la finalidad de hacerse cargo de lo que se volvería dema-
siado complejo de abordar de otro modo. La sensación jubilosa de
capacidad que resulta de ello es estimulante. En el zen, la lentificación
extrema del tiempo deriva en una sensación absoluta de ausencia de
tiempo; literalmente, el nirvana. En el caso del aburrimiento, el retardo
del reloj queda fuera de nuestro control. El aburrimiento controla la
sensación del tiempo del individuo. En el campo del artista marcial,
pareciera que todos se lentifican, pero el reloj propio sigue andando a
la velocidad óptima. En el aburrimiento, se deprime el tiempo de la
experiencia interior. El tiempo pasa con lentitud, tanto en el mundo
interno como en el externo. Desde el punto de vista afectivo, esa lentifi-
cación se vive por lo menos como desagradable; a menudo resulta dolo-
rosa en extremo.
En el extremo patológico del aburrimiento se presenta una sensación
de desesperanza. Los individuos deprimidos clínicamente suelen describir
su sufrimiento con las mismas palabras que utiliza el artista marcial, o sea,
que cada momento es vivido como una eternidad. No obstante, para la
persona deprimida, el alargamiento del tiempo es una experiencia ate-
rradora. Un paciente deprimido decía: "El futuro me parece frío y deso-
lador, y yo me siento congelado en el tiempo". La disminución de la26

velocidad mental del paciente deprimido lleva por sí misma a una espiral
hacia abajo. La disminución impide la acción eficaz, lo que causa deses-
peranza con respecto al futuro, lo que puede ocasionar que la persona se
dé por vencida, todo lo cual conduce a una mayor disminución de la velo-
cidad mental del paciente. En el peor de los casos, la creencia en que no
hay futuro y que el dolor del presente es eterno puede llevar al suicidio. El
psiquiatra Frederick Melges sostiene que esa conexión laxa con el futuro
es lo que hace que el tiempo de la depresión transcurra con tanta lentitud.
Plantea que lo fundamental en el tratamiento de la desesperanza de la
depresión es "descongelar el futuro". La angustia temporal es común
también en los esquizofrénicos. En el caso de un esquizofrénico grave pre-
sentado por Melges, el dolor del paciente se expresaba en la frase: "El
tiempo se ha detenido; no hay tiempo... El pasado y el futuro se han hun-
dido en el presente, y no puedo diferenciarlos". La lentitud del paso del
27

tiempo -su duración- se ha vuelto insoportable.

F. T. Melges, Time and the Inner Future, Nueva York, John Wiley, 1982, p. 177.
Ibid., p. xix.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 67

Herbert Spencer definió el tiempo como "aquello que el hombre


siempre trata de matar, pero que al final termina por matarlo". Una de
las ironías más curiosas de la vida pareciera ser que el tiempo, el más
valioso de los bienes, y sin duda el menos reemplazable, no siempre es el
más preciado de los dones.

Cinco influencias en el reloj psicológico

V L A D I M I R : E S O hizo p a s a r el t i e m p o .
ESTRAGÓN: Hubiera pasado d e todos modos.
VLADIMIR: S Í , p e r o n o tan rápido.
SAMUEL BECKETT, Esperando a Godot

Hay por lo menos cinco factores esenciales que influyen en la expe-


riencia de la duración. Las personas tienden a percibir que el paso del
tiempo es más rápido cuando las experiencias son agradables y no hay
sensación de urgencia, cuando están ocupadas, cuando experimentan
cosas variadas y durante las actividades relacionadas con los modos de
pensamiento del hemisferio derecho. Pero existen grandes diferencias
culturales e individuales en la manera de interpretar cada una de esas
influencias. La misma actividad puede parecer un instante para una per-
sona, pero una eternidad para otra.

Lo agradable

Los experimentos confirman la sabiduría del viejo dicho: "El tiem-


po vuela cuando te estás divirtiendo". Una de las ironías más crueles de
la vida es que el tiempo parece avanzar muy lento cuando queremos que
vaya rápido y pasa demasiado rápido cuando queremos saborear cada
instante. Por ejemplo, algunos estudios han demostrado que las perso-
nas juzgan mucho más cortas las experiencias exitosas que las experien-
cias de fracaso. 28

J. J. Hartón, " A n investigaron of the influence of success and failure on the estimation of t i m e "
Journal of General Psychology 2 1 , 1939, pp. 51-62.
68 ROBERT LEVINE

Algunos psicólogos cognitivos han intentado explicar este fenó-


meno. Robert Ornstein cree que la percepción de la duración está
determinada por el modo en que experimentamos y recordamos una
situación. Sostiene que una experiencia exitosa está mejor organizada
en la memoria que un fracaso. La memoria mejor organizada almace-
na el resultado en pequeños bloques, que se perciben como si hubie-
ran durado menos tiempo. Dicho de otro modo, nuestros recuerdos
29

de las experiencias positivas ocupan menos espacio cortical y, en con-


secuencia, se experimentan como si hubieran transcurrido en menos
tiempo.
Richard Block y sus colegas han propuesto un refinamiento para el
modelo de Ornstein al que se refieren como el modelo de "cambio con-
textuar. Han demostrado que tal vez no sea el tamaño almacenable per
se el factor decisivo para el recuerdo de la duración, sino la cantidad de
cambios que ocurren en el contexto cognitivo; por ejemplo, lo que la
gente está haciendo o lo que está pasando en el trasfondo.
Lo contrario también parece ser cierto. Cuando el tiempo pasa
rápido, las personas sienten, por lo general, que lo que están haciendo
es más agradable. Los psicólogos y los planificadores han utilizado a
veces el fenómeno del "tiempo vuela" para beneficio propio. En un pro-
yecto, por ejemplo, el psicólogo Robert Meade pudo levantarles la moral
a los trabajadores al apurar el reloj psicológico. Meade se aprovechó del
hecho de que se percibe el tiempo como más corto cuando las personas
creen que están progresando hacia una meta. Descubrió que el sentido
de progreso se puede ampliar por medio de procesos sencillos, como
el de establecer un fin determinado para la tarea y el de proporcionar
incentivos para alcanzar las metas. Antes de su experimento, Meade oyó
comentarios de los trabajadores, tales como "pareciera que el día no se
va a acabar nunca", o "tengo la sensación de que he estado aquí todo el
día y todavía ni siquiera es la hora de almuerzo". Después de establecer
un sentido de progreso, hubo frases como "el día se pasó volando; ten-
go la sensación de que acabo de empezar". Es difícil determinar, por
cierto, hasta qué punto el hecho de apurar el paso del tiempo llevó a
una experiencia más agradable, o viceversa. No obstante, la dirección de
causa y efecto es menos importante que el efecto neto en el bienestar
de los trabajadores. A los empleadores quizá les interese saber que esos

a
R. Ornstein, The Psychology of Consciousness (2 ed.), Nueva York, Harcourt, Brace, Jovano-
vich, 1977.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 69

apuntalamientos de la moral suelen venir acompañados de producción


acelerada. 30

Grado de urgencia

Cuanto mayor es la urgencia, mayor es la lentitud con la que pasa


el tiempo. A un padre con un hijo enfermo o herido, el trayecto al
hospital le parece eterno. El amante infatuado cuenta compulsiva-
mente los minutos que pasan mientras espera el retorno de su amada.
La mujer que desea un hijo puede llegar a obsesionarse con su reloj
biológico cuando siente que llega a los cuarenta. La regla de la urgen-
cia se aplica a un amplio espectro de necesidades: desde las exigencias
fisiológicas básicas hasta aquéllas más abarcadoras, generadas por la
cultura.
Los vendedores tienen conciencia del poder de crear una sensa-
ción de urgencia. Las ofertas de tiempo limitado son el pilar de la estrate-
gia de mercadotecnia. Los negocios siempre ofrecen rebajas de un día,
una hora o incluso de cinco minutos. Los vendedores de automóviles a
menudo presentan ofertas a los clientes que caducan en cuanto se van
del lugar. A los publicistas de cine, en particular, les encanta crear sen-
saciones de urgencia. Un cartel reciente en un cine aludía a la urgencia
del tiempo tres veces en un anuncio de ocho palabras: "¡La acción exclu-
siva y limitada se acaba pronto!". 31

Mi anuncio favorito es un aviso de Pepto-Bismol. El enorme cartel


estaba colocado en la autopista de Santa Ana a unos veinticinco kilóme-
tros del centro de Los Angeles. En medio del anuncio había un hombre,
como los que dibuja Gahan Wilson, dolorido, angustiado y con náuseas,
que estaba inclinado sobre el volante del auto, mientras conducía en el
tránsito de la misma autopista de Santa Ana. Al final de la caricatura, en
grandes letras irregulares decía: "¿Diarrea? Los últimos quince minutos
son los peores". Debajo estaba la propaganda de un frasco risueño de
Pepto-Bismol: Nunca salga de su hogar sin él.
Todas las culturas tienen normas relativas a la urgencia. Como,
sin duda, han notado los estadounidenses que viajan al exterior, sus

30
R . D. Meade, "Time on their hands", Personnel Journal39. 1960, pp. 130-132.
31 S
Informe en R. Cialdini, Influence: Science and Practice (3 ed.), Nueva York, HarperCollins, 1993,
p. 197.
70 ROBERT LEVINE

actitudes suelen entrar en conflicto con las actitudes de la mayoría de


los otros países, aun con las de sus colegas del primer mundo en
Europa occidental. En general, los estadounidenses tienden a nece-
sitar mayor urgencia antes de sentirse forzados a descargar la tensión.
A su favor, puede decirse que la gente en los Estados Unidos suele
obtener altos puntajes en mediciones de "postergación de la gratifi-
cación", un rasgo que los psicólogos, por lo general, identifican con
la madurez emocional y el logro. En el lado negativo, sin embargo, el
hecho de no querer enfrentar las necesidades inmediatas puede deri-
var en situaciones desagradables e innecesarias. A riesgo de caer en
cuestiones de aseo, merece mencionarse una observación del antro-
pólogo Edward Hall:

La distribución de baños públicos en los Estados Unidos refleja nuestra


propensión a negar la existencia de la urgencia incluso con respecto a
necesidadesfisiológicasnormales. No conozco ningún otro lugar en el
mundo donde se somete a la persona que sale de la oficina o de su hogar
a torturas periódicas por el cuidado extremo que se pone en ocultar el
lugar de los baños. Sin embargo, los estadounidenses son personas que
juzgan el progreso de los otros por sus trabajos de plomería. Casi
podríamos oír al arquitecto y al propietario hablando sobre el cuarto de
baño de una nueva tienda. Propietario: "¡Muy agradable! ¿Pero por qué
lo esconden? Se necesita un mapa para encontrarlo". Arquitecto: "Me
alegro de que le guste. Nos esforzamos bastante para hacer este baño;
tuvimos muchos problemas para encontrar los azulejos que hicieran jue-
go. ¿Vio las canillas especiales oreadas que no salpican de los lavatorios?
Sí, es difícil de encontrar, pero creemos que la gente no lo usará a menos
que tenga urgencia de hacerlo, y entonces le preguntará a algún emplea-
do o algo así". 32

Dicho de otro modo, lo que alguien quiere decir con "¡ahora!",


bien puede requerir más de un diccionario para poder traducirlo.

32
E . T . Hall, op. cit, pp. 152-153.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 71

La cantidad de actividad

En vez de decir "No te quedes sentado; haz algo", debería-


mos decir lo contrario: "No hagas nada; quédate sentado".
E L MAESTRO ZEN T H I C H NHAT HANH

Como los observadores de relojes y de hornos bien lo saben, el


tiempo parece transcurrir más rápido cuando la tarea es absorbente y
excitante, cuando exige un esfuerzo mental y cuando ocurren varias
cosas a la vez. De hecho, un experimento demostró con fidelidad que
33

el paso del tiempo es más lento para las personas que sólo deben encar-
garse de esperar a que hierva el agua. En otros términos, cuando el
34

tempo de los sucesos es rápido, la duración del tiempo también parece


comprimirse. En realidad, ninguna dimensión temporal nos dice más
acerca de la psique de una cultura que lo que sus miembros piensan
sobre la actividad y la inactividad, y cómo esos sucesos -y no sucesos-
afectan el paso psicológico del tiempo.
Por lo general, en la mayor parte de los Estados Unidos, se consi-
dera que mantenerse siempre ocupado es un rasgo positivo, mientras
que no hacer nada es un desperdicio. La inactividad es tiempo muerto.
En los Estados Unidos, incluso el tiempo libre se planifica y tiene que
incluir una serie de actividades. Vivimos en una cultura en la que no es
extraño que la gente corra literalmente para relajarse, o que pague para
ejercitar en una cinta rodante. A veces parece como si la vida tuviera
como meta principal evitar a toda costa la incomodidad y, en ocasiones,
el terror de no tener nada que hacer.
Sin embargo, en muchas culturas hay menos diferencias entre ser
activo y no hacer nada. En Brunei, la gente se levanta a la mañana pre-
guntándose: "¿Qué no va a pasar hoy?". En Nepal y la India, he obser-
35

vado a personas que van a la casa de sus amigos sólo para sentarse y
quedarse calladas. En esas visitas, todos parecen experimentar una per-
fecta comodidad (excepto yo, por supuesto). A veces el silencio se alar-

33
W. Friedman, op. cit.
34
D. Cahoon y E. M. Edmonds, "The watched pot still w o n ' t boil: Expectancy as a variable in esti-
mating the passage of t i m e " , Bulletin of the Psychonomic Society 16, 1980, pp. 115-116.
3 5
M . A. Weaver, "Brunei", The NewYorker, 7 de octubre de 1991, p. 64.
72 ROBERT LEVINE

ga durante horas, luego de lo cual estalla la conversación, a menudo lle-


na de risas, como por combustión espontánea. Después, aparece de nue-
vo el silencio, que puede continuar hasta la partida. Esas personas se
desconcertaron cuando les pregunté si no se sentían incómodas por no
hacer nada. Me explicaron que quedarse sentados ya era hacer algo.
La escritora Eva Hoffman describe cómo, durante una reciente y
larga excursión por Europa oriental, llegó a apreciar la aceptación de los
silencios por parte de la gente:

Otra vez esperamos, mirándonos en silencio. Tiempo de los Balcanes. Nos


sentamos, como se sientan los maestros zen. No hay ninguna incomodidad
en hacerlo, ni movimientos nerviosos de cabeza ni sonrisas tranquilizado-
ras. Empiezo a descubrir que, aunque extraño, es relajante. Me estoy des-
plazando hacia otro sentido de los acontecimientos, en los que no es
necesario cumplir ningún plan, sino esperar lo que viene después. 36

En el transcurso del viaje, Hoffman empezó a comprender que el


silencio confiado exige fe en la dinámica del cambio y en la misma natu-
raleza humana:

Algo siempre pasa después: he ido absorbiendo ese principio con lentitud.
No se acaba el mundo, como tampoco los seres humanos, los que son en
general una fuente de ayuda y no de amenaza. 37

Cuando se valora el silencio, deja de ser tiempo perdido. Ya no se


prolonga tediosamente en el reloj.
En algunas culturas, no hacer nada es algo muy preciado. No se ve
como una simple interrupción de la actividad, sino como una fuerza
productiva y creativa. Los japoneses, por ejemplo, tienen el concepto de
ma - l o que se refiere, más o menos, a los espacios o intervalos entre los
objetos y la actividad- en muy alta estima. Los occidentales consideran
el espacio entre la mesa y la silla como un espacio vacío. Los japoneses
denominan ese espacio como "lleno de nada". Para los japoneses, lo que
no ocurre suele ser más importante que lo que llega a ocurrir, un con-
cepto que con frecuencia desconcierta a los visitantes occidentales. Por

E. Hoffman, Exit into History: A Journey through the New Eastern Europe. Nueva York, Penguin,
1993, p. 78.
Ibid. p. 282.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 73

ejemplo, la comprensión del significado de la comunicación verbal en el


Japón exige estar mucho más atento a lo que no se dice que a lo que se
dice en concreto. Debido a esto, el simple hecho de comprender la dife-
rencia entre "sí" y "no" puede llevar al ingenuo gaijin (extranjero) a
sufrir un ataque de nervios. A pesar de que los japoneses tienen una
palabra específica para "no" (iie), rara vez la usan. Sucede que la mayoría
de las preguntas recibe como respuesta un "sí" (hai), o no recibe ningu-
na respuesta, más allá de que el que responda quiera decir "sí" o "no".
Como recalca Keiko Ueda en su ensayo, "Dieciséis maneras de evitar
decir 'no' en el Japón", por lo general, los japoneses consideran gro-
38

sero responderle a quien pregunta con una negación directa. A la vez, se


espera que quien pregunta escuche lo que no se dice. Con frecuencia,
ese "no" que no es verbalizado se expresa de dos maneras. La forma más
común es una pausa antes de decir "sí". Cuanto más larga es la pausa
antes del hai, más probable es que quiera decir "iie". La segunda mane-
ra, más transparente, es la de no dar ninguna respuesta directa al pedi-
do. En ambos casos, es, literalmente, el silencio el que contiene el
significado, mientras que las palabras pronunciadas no significan nada
en absoluto.
Marsiela Gómez, estudiante del doctorado en farmacología en
Johns Hopkins, es maya en parte, y creció en una cultura donde se ense-
ña que esperar a que los otros hablen primero es un cualidad muy pre-
ciada. Esa costumbre le ha causado problemas en los Estados Unidos:
"Es muy frustrante, porque la gente cree que ya no tengo nada que agre-
gar. A veces ocurre que cuando espero antes de hablar, aparecen las res-
puestas. En esta sociedad es tan importante que los individuos tengan un
punto de vista, que todos sienten la necesidad de ser el primero en
expresar una opinión. A menudo, si espero el tiempo suficiente, alguien
expresará mi punto de vista". Luego agrega: "A veces, si espero dema-
siado, el tema cambia y entonces mi respuesta deja de ser pertinente. La
necesidad de ser escuchado primero parece ser más importante que la
respuesta apropiada". 39

Noriko Kito, una enfermera japonesa de psiquiatría que estudia


para obtener el doctorado en la Escuela de Medicina de Georgia, com-
prende muy bien las dificultades de Marsiela: "En mi país, no tenemos

K. Ueda, "Sixteen ways to avoid saying 'no' in J a p a n " , en J . Condón y M. Saito, Intercultural
Encounters with Japan, Tokio, The Simul Press, 1974.
Mensaje de correo electrónico, 29 de abril-2 de mayo de 1995, y 7 de septiembre de 1995.
74 ROBERT LEVINE

que damos prisa para hablar. Siempre tenemos tiempo de pensar antes
de hablar... contamos con un momento de silencio que nos ayuda a pro-
cesar la información... Además, siempre alguien toma en cuenta al gru-
po, de modo que nadie se quede fuera de la conversación. Aquí eso no
pasa. Mis amigos estadounidenses me dicen que debo ser más afirmati-
va". Un amigo japonés una vez me dijo sin rodeos: "Para los occiden-
40

tales, lo contrario de hablar no es escuchar, sino esperar".


Para la mayoría de los occidentales, la falta de actividad evidente
indica que nada está ocurriendo. Sin embargo, mucha gente alrede-
dor del mundo sabe que el hecho de que la vida se muestre quieta en
la superficie no significa ausencia de cambio. Los períodos de inacti-
vidad se consideran precursores necesarios de cualquier acción signi-
ficativa. Por ejemplo, se dice que los chinos son maestros de la espera
del momento apropiado. Sostienen que la espera misma es lo que crea
ese momento. ¿Cuánto tiempo dura esa espera? Tanto como sea nece-
sario. Acortar en forma artificial el estado de incubación sería tan
absurdo como querer escatimar gastos al construir los cimientos de un
edificio. Hellmut Callis señaló que "la espera de medio siglo no es
demasiado de acuerdo con el concepto de tiempo de los chinos", un 41

cálculo que muchos sabios asiáticos consideran conservador. Es obvio


que la ausencia de actividad en la superficie no tiene el mismo signi-
ficado en todas las culturas, como tampoco indica siempre que el
tiempo pase con lentitud.

Variedad

Cuanta más variedad, más rápido parece transcurrir el tiempo. La


falta de variedad es uno de los componentes principales del aburri-
miento, que no es otra cosa que el retardo psicológico del reloj.
Sin embargo, tal como ocurre con la actividad, los estándares anglo-
americanos sobre la variedad no son compartidos en forma universal. La
cultura angloamericana es adicta al cambio rápido y perpetuo, en todo,
desde la moda hasta el entretenimiento, el hogar y las ciudades donde la
gente elige vivir. Sin embargo, la mayoría de la gente en el resto del
mundo sabe exactamente dónde va a vivir, qué trabajo va a tener e inclu-

40
Ibid.
" H. Callis, China: Confucian and Communist, 37, Nueva York, Henry Holt, 1959.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 75

so qué comidas va a comer por el resto de su vida, siempre y cuando


cuente con los recursos necesarios.
En los Estados Unidos, el último éxito de hoy, por su naturaleza, se
convierte en lo desechable de mañana. Fred Turk, colega mío durante
mi año de estadía en el Brasil, es un ciudadano estadounidense que ha
pasado la mayor parte de su vida adulta enseñando en países de Sud-
américa. "No sé si podré volver alguna vez a los Estados Unidos - m e
dijo—. No deja de asombrarme lo raro que me siento cuando voy de visi-
ta. Cada vez que regreso tengo la impresión de que la gente se ha des-
hecho de las modas de ayer, no sólo de la ropa, sino también de la
música, del arte y de todo lo demás. Hasta el idioma parece cambiar.
Nunca sé cómo vestirme, de qué hablar, o incluso cuáles son las palabras
que suenan tontas. En ocasiones, en especial con gente joven, ni siquie-
ra puedo seguir su conversación".
Lo que Turk describe es la adicción al cambio en los Estados Uni-
dos, que ocurre en el lapso de pocas semanas y meses. Más drásticas aún
son las ansias de variedad que pueden advertirse en los cambios de un
momento a otro. Eso puede observarse, por ejemplo, en la atención
cada vez más reducida de los televidentes. La popularización de los apa-
ratos de control remoto y los múltiples canales de cable han producido
una generación que los analistas de los medios denominan "consumi-
dores de bocadillos". Estudios recientes demuestran que esos televiden-
tes cambian de canal hasta veintidós veces por minuto o una vez cada
2,73 segundos. Se acercan a los canales como si fueran un enorme
42

bufé que hay que probar en su totalidad, por pequeñas que sean las por-
ciones. Comparemos a esos consumidores con la gente tradicional de
Indonesia, cuyo entretenimiento principal consiste en ir a ver las mismas
y pocas obras de teatro y bailes, mes tras mes, año tras año. Todos los
espectadores conocen cada pequeño detalle del movimiento y cada pala-
bra del diálogo, pero se sienten muy satisfechos de volver a verlos una y
otra vez.
O pensemos (tomando el término bufé en el sentido más literal de
mesa de variedad de bocadillos) en los sherpas de Nepal cuya dieta anual,
para toda la vida, está compuesta de tres comidas diarias que incluyen
papas, té y bebidas alcohólicas para después de la cena, hechas también
a base de papa. En una oportunidad, mientras viajaba por los pueblos de
Nepal, comí una dieta diaria de panqueques de papa en el desayuno,

42
R. Keyes, op. cit.
76 ROBERT LEVINE

papas hervidas en el almuerzo y "guiso sherpa" (¿adivinen de qué está


hecho?) en la comida durante siete días seguidos. A nadie parecía
importarle excepto a mí.

Tareas atemporales

El tipo de tareas que realizamos y la clase de habilidades que


requieren también pueden afectar de modo drástico nuestras percep-
ciones de la duración. El investigador en biopsicología, ganador del
premio Nobel, Roger Sperry, y sus colegas del Instituto de Tecnología
de. California demostraron que los dos hemisferios del cerebro tien-
den a concentrarse en diferentes tipos de información y a procesar esa
información de maneras diferentes. El modo de saber del hemisferio
izquierdo se da a través del pensamiento analítico y verbal. Se destaca en
tareas que exigen clasificación, numeración, planificación paso a paso
de procedimientos, declaraciones racionales basadas en la lógica y la
marcación del tiempo. El modo de saber del hemisferio derecho es no
verbal. Es intuitivo, subjetivo, relacional, holístico y atemporal. En senti-
do amplio, tenemos dos tipos de conciencia, lo que podría ser llamado
conciencia del hemisferio izquierdo y conciencia del hemisferio dere-
cho. Como dice Jerre Levy, uno de los especialistas más destacados en
el campo de la asimetría cerebral: "El hemisferio izquierdo analiza en el
tiempo, mientras que el hemisferio derecho sintetiza en el espacio". 43

43
J. Levy, "Psychological implication of bilateral asymmetry", en S. J . Dimond y J . G. Beaumont,
Hemisphere Function ofthe Human Brain, Nueva York, John Wiley & Sons, 1974.
Los descubrimientos de Roger Sperry y sus colegas se basan en el estudio de los llamados
pacientes con cerebro dividido. Esos individuos sufrieron daño cerebral o bien, durante una inter-
vención quirúrgica, padecieron cortes del corpus callosum (el grueso cable nervioso que permi-
te la comunicación de los dos hemisferios del cerebro, lo que es característico de la conciencia
"normal"). Los investigadores descubrieron que sin un corpus callosum intacto, los dos hemis-
ferios del cerebro pueden trabajar en forma independiente. Sperry y sus sucesores lograron des-
cubrir, por medio de pruebas para cada hemisferio en los pacientes con cerebro dividido, las
operaciones propias de cada hemisferio. Sin embargo, en las personas normales el corpus callo-
sum hace que los dos hemisferios se comuniquen, por lo que ambos operan juntos en casi
todas las tareas. En otras palabras, si bien es adecuado utilizar los términos hemisferio izquier-
do y derecho al hablar de los modos de pensar de la gente normal, no hay bases científicas para
tomar al pie de la letra las expresiones de moda, propias de la psicología popular, de pensa-
miento del hemisferio derecho y pensamiento del hemisferio izquierdo, como si una mitad del
cerebro se encendiera cuando la otra se apaga, según las circunstancias. Para más información
sobre el tema, véase el capítulo de Howard Gardner, "What W e Know (and Do Not Know) About
the Two Halves of the Brain", en su libro Art, Mindand Brain, 1982. [Arte, mente y cerebro, Bar-
celona, Paidós, 1996.]
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 77

La noción de pensamiento atemporal se refiere a las veces en que


la gente pierde por completo el sentido del tiempo. A las personas les
resulta difícil juzgar la duración del tiempo cuando llevan a cabo activi-
dades que se concentran en el pensamiento del hemisferio derecho. No
se trata tan sólo de que el tiempo del reloj adquiera mentalmente mayor
velocidad (aunque así ocurre), sino que ese estado mental parece exis-
tir fuera del tiempo. Más allá de la rapidez del ritmo de vida que nos
rodea, el hecho de entrar en el modo atemporal nos tranquiliza, desde
el punto de vista temporal.
Para la mayoría de las personas, ese pensamiento atemporal tiende a
aparecer en la ejecución de actividades no verbales, como el arte o la músi-
ca: tareas que requieren la disposición de los elementos en el espacio y el
ordenamiento de las cosas para componer una totalidad. Suele darse en
particular durante la realización de tareas que nos obligan a dejar de lado
el pensamiento analítico y verbal. Por ejemplo, muchos profesores de arte
creen que las personas que se han convencido a sí mismas de que son
incapaces de dibujar ("ni siquiera puedo hacer una línea recta") fallan
porque abordan el dibujo según el modo-I, cuando la competencia artís-
tica requiere el modo-D de pensamiento. (El modo-D y el modo-I se refie-
ren a los estilos de percepción que tipifican los dos hemisferios
cerebrales.) Con el fin de enseñarles a los aspirantes al arte a v^rdel modo
adecuado -y casi todos los artistas concuerdan en que la creación del arte
visual es sobre todo un ejercicio relacionado con el hecho de ver-, profe-
sores populares como Betty Edwards han desarrollado ejercicios que obli-
gan a los estudiantes a salir del modo lógico, verbal y analítico, y a entrar,
por consiguiente, en el modo-D de ver. 44

Ejemplos de estos ejercicios son dibujos hechos al revés (una foto


vista de arriba abajo) y dibujos del espacio negativo (el espacio entre
objetos en lugar del objeto mismo). Esas tareas impiden la estereotipi-
ficación analítica del pensamiento del modo-I y le exigen al estudian-
te ver cada elemento como es en realidad, sin preconceptos. Edwards
enseña a sus alumnos que una manera de saber si están viendo correc-
tamente, y adquiriendo competencia artística, es la pérdida de la
noción del tiempo.
Quizás el epítome del pensamiento atemporal que caracteriza el
modo-D es lo que el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi llama "fluidez". 45

" B . Edwards, Drawing on the Right Side ofthe Brain, Los Ángeles, Houghton-Mifflin, 1979.
45
M. Csikszentmihalyi, Flow: The Psychology of Óptima! Experience, Nueva York, Harper & Row,
1990.
78 ROBERT LEVINE

La experiencia de la fluidez es el estado de conciencia en el que la per-


sona está completamente enfrascada en la actividad. Durante la flui-
dez, la persona existe en apariencia fuera del tiempo y de sí misma.
Csikszentmihalyi descubrió el concepto de fluidez mientras observaba
a artistas que se pasaban una exorbitante cantidad de tiempo en su tra-
bajo con lo que parecía ser una concentración absoluta. Madeleine
L'Engel compara la concentración del artista con el juego infantil: "En
el juego real, que es concentración real, el niño no sólo está fuera del
tiempo, está fuera de sí mismo. Se ha volcado por completo a lo que
está haciendo, sea lo que sea... ha perdido la conciencia de sí; su con-
ciencia está absolutamente concentrada en algo externo a él". El gran
psicólogo que desarrolló el concepto de la autoactualización, Abraham
Maslow, al referirse a las personas creativas en general, dijo una vez
que éstas se encuentran "allí en su totalidad, plenamente sumergidas,
fascinadas y absortas en el presente, en la situación actual, en el aquí y
ahora, con lo que están haciendo". También pierden la noción del
46

tiempo. "Cuando la conciencia está activa y bien ordenada -plantea


Csikszentmihalyi-, las horas parecen pasar en minutos, y de vez en
cuando unos pocos segundos se alargan en lo que parece ser la infini-
dad. El reloj ya no sirve como análogo eficaz de la calidad temporal de
la experiencia". 47

Además, sabemos que algunos grupos culturales tienden, más que


otros, a favorecer el modo-D de pensamiento. Por ejemplo, según algu-
nas clasificaciones, los balineses son personas del hemisferio derecho,
mientras que los angloamericanos de los Estados Unidos se inclinan más
hacia las características del pensamiento del modo-I. Esas diferencias se
reflejan con claridad en las actitudes con respecto al tiempo. Es revela-
dor que los balineses -cuyas actividades diarias incluyen rituales religio-
sos, musicales, dramáticos y artísticos- suelen referirse a la hora del reloj
como la "hora elástico" (jam kerat). Por ejemplo, cuando se le pregunta
a un balines "a qué hora sale el ómnibus", la repuesta típica puede ser,
"a las cuatro, hora elástica".
La vida que contiene el modo de fluidez atemporal puede adquirir
una apariencia relacionada con el juego. Csikszentmihalyi observa que
eso ocurre "cuando una cultura tiene éxito en desarrollar una serie de

46
Las dos citas son de D. Myers, The Pursuit of Happiness, Nueva York, Avon, 1992, p. 133.
47
M. Csikszentmihalyi, "The flow experience and its significance for human psychology", en M .
Csikszentmihalyi e I. Csikszentmihalyi, Optimal Experience: Psychological Studies of Flow in
Consciousness. Cambridge, Cambridge University Press, 1988.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 79

metas y normas tan precisas y bien adaptadas a las habilidades de la


población que sus miembros pueden experimentar la fluidez con una
frecuencia e intensidad inusitadas... En ese caso, podemos decir que la
cultura en su totalidad se ha convertido en un 'gran j u e g o ' " . Una exce- 48

lente descripción de la vida en Bali.


Claro que también existe un mundo de diferencias, dentro y entre
culturas, con respecto a los tipos de tareas que son las más propensas a
caer en el modo atemporal. Hay pruebas, por ejemplo, de que la músi-
ca está más claramente asociada al modo del hemisferio izquierdo en el
Japón, mientras que lo contrario ocurre en los Estados Unidos. Incluso
se ha sugerido que el tipo de música establece una diferencia; que las
piezas más estructuradas, como los conciertos barrocos de Vivaldi, exi-
gen más del modo (dentro del tiempo) del hemisferio izquierdo, mien-
tras que la música más impresionista, como la de Ravel y Debussy, está
más ligada al modo (atemporal) del hemisferio derecho.

Irregularidades en el tiempo

El tiempo es un estiramiento de fibras nerviosas, aparen-


temente continuo de lejos pero inconexo de cerca, con
aberturas microscópicas entre las fibras. La actividad ner-
viosa fluye a través de un segmento de tiempo, se detiene
en forma abrupta, hace una pausa, salta a través de un
vacío y continúa en el siguiente segmento.
ALAN LIGHTMAN, LOS sueños de Einstein

El tiempo tiene una textura en permanente cambio. Hay ocasiones


en las que el tiempo parece fluir con suavidad y en forma pareja, pero
hay momentos en los que se siente áspero, duro o blando, pesado o livia-
no. A pesar de que la naturaleza específica de las actividades puede
variar en las culturas e individuos, es claro que todos experimentan de
modo diferente el paso de algunos períodos de tiempo.
Los físicos han establecido que el tiempo del universo -su paso des-
de el Big Bang al presente- no ha sido suave ni continuo. Esta afirma-
ción se opone a la metáfora newtoniana, que domina el pensamiento de

48
M. Csikszentmihalyi, op. cit, p. 8 1 .
80 ROBERT LEVINE

la cultura angloamericana, de agujas que se mueven en la esfera de un


reloj mecánico. El tiempo no fluye ni universal ni suavemente. Para la
teoría de la relatividad de Einstein, es fundamental la comprensión de
que el tiempo no es absoluto. En el nivel subatómico, es claro que las
partículas se mueven hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Cada par-
tícula, de acuerdo con la teoría de campo, tiene sus propios patrones de
energía, y cada una parece bailar según su propio ritmo. Quizá la varia- 49

ción más desconcertante de la distorsión del tiempo físico ocurre en los


infames agujeros negros del universo, donde, para un observador ubi-
cado en el exterior del agujero, el tiempo literalmente está inmóvil.
La nueva física describe el movimiento del tiempo físico como
"irregular". Las irregularidades en el espacio - e n el espacio-tiempo, para
ser precisos- surgen de la dinámica de la atracción gravitacional. Lo mis-
mo puede decirse de la experiencia psicológica de la duración en el
tiempo social. A diferencia del movimiento aparentemente invariable
del tiempo en el reloj, la fluidez del tiempo psicológico es irregular a
veces y más fluida otras. 50

En los años sesenta, se le pidió a uno de los primeros programas de


computación diseñados para descifrar el significado de las oraciones,
que analizara una frase sobre el movimiento temporal: "El tiempo vuela*
como una flecha". El programa dio las siguientes respuestas:

1. El tiempo actúa como una flecha (es decir, rápido y en una


dirección).
2. Hay que medir la velocidad de las moscas del modo que se mide
la velocidad de una flecha.
3. Hay que medir la velocidad de las moscas del mismo modo que
la flecha mide la velocidad de las moscas.
4. Hay que medir la velocidad de las moscas que se parecen a una
flecha.
5. A ciertos tipos de moscas, tiempo-moscas, les gusta la flecha.

49
F. Capra, The Tao ofPhysics, Boulder, Coló., Shambhala, 1975. [El Tao de la física, Málaga, Sirio,
2003.]
50
R. Rucker, The Fourth Dimensión: A Guided Tour of the Higher Universes, Boston, Houghton
Mifflin, 1984.
* Juego de palabras intraducibie: Time flies like an arrow. Flies es la tercera persona del presen-
te singular del verbo fly, "volar"; pero flies también significa " m o s c a s " (plural de fly, " m o s c a " ) .
IT.]
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 81

Un experto en computación le dio después su propia vuelta de


tuerca: "El tiempo vuela como una flecha: la fruta vuela como una
banana".* 51

La experiencia psicológica de la duración no es menos desorienta-


dora. ¿Cuál es la velocidad del tiempo que pasa? Depende de a quién le
preguntemos y dónde.

* Juego de palabras intraducibie: Time flies like an arrow; fruit flies like a banana. Ahora bien, fruit
flies puede entenderse en dos sentidos: "la fruta vuela" o "moscas de la f r u t a " . También el
término like puede significar dos cosas: " c o m o " , adverbio de modo, o "les gusta", tercera per-
sona del presente plural del verbo to like, "gustar". Así, la frase puede leerse en castellano de
las siguientes maneras: "El tiempo vuela como una flecha; la fruta vuela como una banana" o
"...a las moscas de las frutas les gusta la banana". IT.]
51
S. Pinker, The Language Instinct, Nueva York, William Morrow, 1994, p. 209 [El instinto del len-
guaje, Madrid, Alianza, 1995]; citado en un mensaje de correo electrónico de Mark Aultman en
ISSTL@PSUVM.PSU.EDU, 26 de febrero de 1996.
CAPÍTULO 3

Breve historia del tiempo del reloj

... y así va. Así va. Así va. Y así va, va, va, tictac, tictac, tictac,
y un buen día ya no nos servimos del tiempo, sino que nos
ponemos al servicio del tiempo, y nos convertimos en sus
esclavos transitorios, confinados a una vida basada en res-
tricciones, porque el sistema no habrá de funcionar si no
observamos un horario estricto...
El Hombre del Tictac: de más de un metro ochenta de
altura, silencioso a menudo, un hombre de ronroneo
suave cuando todo anda a favor del tiempo. El Hombre
del Tictac.
Aun en los ámbitos de las más altas jerarquías, donde se
generó el miedo, raras veces experimentado, se lo llamaba
el Hombre del Tictac. Pero nadie se lo dice en su cara.
No llamas a un hombre con un apelativo odiado, y menos
cuando ese hombre, detrás del rostro, es capaz de anular
los minutos, las horas, los días y las noches, los años de tu
vida. En su cara, le decían el Señor Marcador de Tiempo.
Era más seguro de ese modo.
HARLAN ELLISON, "Arrepiéntete, Arlequín"

No hay símbolo más gráfico del paso rápido de la vida que las agujas
móviles del reloj. Las imágenes del comediante del cine mudo Harold
Lloyd, que cuelga durante veinte minutos de un reloj a ocho pisos de
una calle urbana llena de gente apurada, o de los relojes de Salvador
Dalí, que se derriten en un desierto surrealista, suministran impresiones
imborrables y duraderas del tiempo como el gran dictador.
También en la literatura los relojes ocupan el centro de la escena, a
menudo en el papel de villano. Quizá la frase más famosa sobre el paso
de la vida -la frase de Thoreau: "Si un hombre no lleva el mismo ritmo
que sus compañeros, es porque oye otro tambor"- estaba dirigida a una
sociedad controlada por el reloj. A través de los años, varios de sus suce-
sores literarios han sido más directos y más cáusticos sobre la urgencia de
eliminar a los tambores draconianos. Más de un siglo después de Walden,
Nathaneal West en Nada Tríenos que un millón fue el vocero de muchos: "No
se equivoquen sobre mí, indios. No soy un filósofo rousseauniano. Sé que
84 ROBERT LEVINE

ustedes no pueden atrasar el reloj, pero sí hay algo que pueden hacer.
Pueden detener el reloj; pueden romper ese reloj".
Desde sus primeras apariciones, los relojes mecánicos se usaron no
sólo para marcar el comienzo y el fin de las actividades, sino también
para dictar sus planificaciones. Regulan la velocidad de la actividad y, tal
como temían críticos como Thoreau y West, el ritmo mismo de la socie-
dad. El tiempo del reloj ha revolucionado la cadencia de la vida diaria.
Exige una regularidad inflexible en el paso de los acontecimientos. A los
que pertenecen al ámbito administrativo, les puede parecer que el gol-
pe rítmico y repetitivo del reloj es lo que impulsa la producción. A los
críticos sociales, por otro lado, les suele parecer que es la base de una
amplia monotonía temporal. Sin embargo, ambas partes podrían con-
cordar en que, con frecuencia, la regularidad del reloj ha aumentado la
rapidez del ritmo de los sucesos como nunca antes; para muchos ese rit-
mo está más allá del límite de la comodidad.
Para la mayor parte de la sociedad industrializada, vivir de acuerdo
con el reloj es un hecho indiscutible. Como dijo un sociólogo: "No tener
la hora correcta en la sociedad moderna significa caer en la incompe-
tencia social". 1

La gente puede luchar para escapar del tiempo del reloj, al menos
tomarse unas vacaciones, pero al final el Hombre del Tictac sigue sien-
do invencible, al mando de la producción y el progreso. El físico Alan
Lightman capta ese destino aparentemente inevitable en su descripción
de un pueblo ficticio de Italia:

Entonces, en un pequeño pueblo de Italia, hicieron el primer reloj mecá-


nico. Las personas quedaron fascinadas. Más tarde se sintieron espantadas.
Se trataba de un invento humano que cuantificaba el paso del tiempo, que
imponía reglas y límites a la extensión del deseo, que medía con precisión
los momentos de una vida. Era mágico; era insoportable; quedaba fuera
de la ley natural. Sin embargo, era imposible ignorar el reloj. Tendrían
que adorarlo. 2

Una mirada a la historia, sin embargo, revela que la aparición de la


norma basada en la hora del reloj es muy reciente. Para la mayor parte

' J . D. L e w i s y A. J. Weigart, "The structures and meaning of social t i m e " . Social Forces 6 0 , 1 9 8 1 ,
pp. 432-462.
2
A. Lightman, Einstein's Dreams, Nueva York, Pantheon, 1993, pp. 150-151. [Los sueños de Eins-
tein, Barcelona, Tusquets, 1993.]
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 85

de la civilización humana, no había modo de asegurar la puntualidad,


aunque se quisiera ser puntual, y aunque la persona llegara a tiempo, no
tenía manera de probarlo. Las ideas contemporáneas sobre la puntuali-
dad y la vida dominada por el reloj le hubieran resultado incomprensi-
bles a la mayoría de nuestros antepasados. La historia de los sucesos que
conducen al estatus deificado ya familiar de los relojes y el tiempo de
reloj es un caso práctico de la evolución del tiempo de la naturaleza al
del tiempo medido.

Breve historia del reloj

El primer gran descubrimiento fue el tiempo, el escenario


de la experiencia. Sólo a través de la división en meses,
semanas, y años, días y horas, minutos y segundos, la huma-
nidad quedaría libre de la monotonía de la naturaleza. El
fluir de sombras, arena y agua, y el tiempo mismo, traspa-
sado al staccato del reloj, se volvió una medida útil de los
movimientos del hombre a través del planeta... Las comu-
nidades del tiempo propiciarían las primeras comunidades
del conocimiento, modos de compartir los descubrimien-
tos, una frontera común en lo desconocido.
DANIEL BOORSTIN, LOS descubridores

Los antiguos astrónomos podían determinar los años y, hasta cier-


to punto, los meses. No obstante, la medición de horas uniformes es
un invento moderno. La división de minutos y segundos es aún más
reciente. 3

Uno de los más grandes descubrimientos de la humanidad fue el


reloj solar o reloj de sombra. Hace cinco mil quinientos años, la gente
detectó que un poste vertical proyectaba una sombra más larga cuando
el sol estaba en la parte más baja del cielo. El más primitivo de esos dis-
positivos era un simple palo, conocido como gnomon (del griego,
"saber"), clavado en el suelo con el fin de captar la luz del sol y las som-

3
Existen fuentes excelentes que ofrecen una descripción completa de los relojes. Véase, por
ejemplo, D. J. Boorstin, The Discoverers, Nueva York, Random House, 1983. [Los descubrido-
res, Madrid, Crítica, 1986.]
86 ROBERT LEVINE

bras. Estructuras más elaboradas, como las halladas en Stonehenge, le


permitían a la gente medir el tiempo en unidades útiles. Por primera
vez en la historia, la gente no sólo podía determinar el tiempo, sino
hacer citas, para, digamos, el ancho de una mano después de que la
sombra apareciera en la segunda roca. Con el tiempo, se inventaron
gran cantidad de dispositivos calibrados con mucho cuidado para
medir las horas del día. Los antiguos egipcios, por ejemplo, desarrolla-
ron un reloj de sol que consistía en una barra horizontal de más o
menos treinta centímetros de largo con una estructura en forma de T
en un extremo. La T proyectaba una sombra sobre la barra, que enton-
ces podía ser calibrada con mayor exactitud para medir el paso del
tiempo. Colocaban la barra con la T mirando hacia el Este en la maña-
na, y al mediodía la daban vuelta, de modo que la T miraba hacia el
Oeste hasta la puesta del sol. Aún sobrevive uno de esos dispositivos de
la época de Tutmosis III (c. 1500 a. de C ) .
Sin embargo, determinar la puntualidad en el reloj de sol, un dis-
positivo que los griegos llamaban "cazar la sombra", no resultaba muy
exacto ni en el mejor de los casos. ¿Qué pasaba cuando el sol se oculta-
ba detrás de una nube o se ponía en el atardecer? Absque solé, absque usu
(sin sol, sin uso) decía la inscripción de un reloj de sol. En este mundo
de calibraciones imprecisas, los relojes sólo podían medir las horas más
luminosas, e incluso en esas horas los cálculos eran sólo aproximados.
Por supuesto que la idea de hacer citas para "horas" nocturnas determi-
nadas no tenía ningún sentido.
La siguiente generación de relojes se proponía medir tanto el día
como la noche sin tener que depender del clima o del sol. El primero de
esos dispositivos revolucionarios fue el reloj de agua. Menos de cinco
siglos después de los primeros relojes de sol, los inventores empezaron
a medir el paso del tiempo por medio de la cantidad de agua que gotea-
ba de un recipiente. Los relojes de agua adoptaron muchas formas, pero
en todos se trataba de medir la cantidad de agua que pasaba por un
agujero.
Una versión egipcia, por ejemplo, consistía en un recipiente de ala-
bastro con una escala interna y un solo agujero en el fondo. A medida
que el agua goteaba por el hueco, se podía medir el paso del tiempo con
la caída del nivel del agua de una marca a la siguiente.
Los relojes de agua a veces eran muy elaborados. Daniel Boorstin
describe una versión gigante que adornaba la puerta del este de la Gran
Mezquita de Damasco.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 87

A cada "hora" del día o la noche dos pesas de bronce reluciente caían de
las bocas de dos halcones de bronce a copas de bronce, perforadas para
permitir que las bolas volvieran a su posición. Encima de los halcones
había una fila de puertas abiertas, una para cada "hora" del día, y encima
de cada puerta había una lámpara apagada. A cada hora del día, cuando
caían las bolas, golpeaban una campana y se cerraba la puerta de una hora
completa. Luego, al atardecer, las puertas se abrían en forma automática.
A medida que caían las bolas anunciando cada "hora" de la noche, se
encendía la lámpara de esa hora y emitía un brillo rojo, de modo que
finalmente, al amanecer, todas las lámparas quedaban iluminadas. 4

Se necesitaba la atención continua de once hombres para poder


mantener ese dispositivo.
El reloj de agua tuvo una larga y distinguida carrera. Desde los tiem-
pos del antiguo Egipto hasta la invención del reloj de péndulo, que apa-
reció alrededor de 1700, fue el dispositivo más preciso para medir el
tiempo cuando no brillaba el sol. De hecho, durante casi toda la historia,
los relojes de sol servían para medir las horas diurnas, mientras que los
relojes de agua marcaban las horas nocturnas. En la antigua Roma, se usa-
ban los relojes de sol para calibrar y poner en hora los relojes de agua.
Lo romanos valoraron mucho el tiempo. El tiempo significaba
dinero. Los abogados romanos a menudo trataban de convencer a los
jueces de que les dieran más tiempo de reloj de agua para presentar el
caso de un cliente. La frase aquam daré, "otorgar agua", significaba darle
tiempo a un abogado, mientras que el término aquam perderé, "perder
agua", significaba perder tiempo. Cuando un orador en el Senado habla-
ba demasiado tiempo, sus colegas gritaban para que le retiraran el agua.
Sin embargo, aun en esas sencillas derivaciones, los relojes de
agua adolecían de una serie de fallas. Por ejemplo, en los climas fríos
la viscosidad cambiante del agua producía mediciones distorsionadas.
Otro problema crónico de mantenimiento era evitar que se tapara el
agujero, o que se alargara. Para prevenir el desgaste y la obstrucción en
los relojes de agua, los romanos hicieron sus mejores modelos con pie-
dras preciosas, precursoras de las "joyas" que utilizarían posterior-
mente los relojeros.
Basándose en la lógica del reloj de agua, se inventaron dispositivos
que usaban cualquier cosa que fluyera, se consumiera o fuera consumi-

4
Ibid. p. 33.
88 ROBERT LEVINE

da. Algunos de los más populares medían el tiempo quemando aceite y


velas, y, por supuesto, pasando arena en los relojes de arena. Los chinos
desarrollaron un reloj de incienso. El dispositivo de madera consistía en
una serie de pequeñas cajas del mismo tamaño conectadas entre sí. Cada
caja contenía una fragancia distinta de incienso. Sabiendo cuánto tiem-
po le tomaba a una caja quemar su contenido, y el orden en que se que-
maban los aromas, los observadores podían determinar la hora del día
por el olor en el aire.
Los primeros relojes mecánicos aparecieron en Europa alrededor
del siglo XIV. Eran dispositivos accionados por pesas que no estaban pen-
sados para pequeñas unidades de tiempo, y tampoco eran capaces de
medirlas. En general, no eran más precisos que los relojes de agua. Los
primeros relojes fueron inventados con un propósito determinado: para
informarles a los piadosos monjes cuándo debían rezar. Antes de este
nuevo invento, los monjes dependían en gran parte de los relojes de are-
na, que presentaban el inconveniente de tener que ser dados vuelta con
regularidad. De hecho, en algunos monasterios, un monje debía que-
darse despierto toda la noche para mantener el reloj en funcionamien-
to hasta que llegara la hora de las oraciones matinales o de la iniciación
del trabajo. Los primeros relojes fueron concebidos y fabricados con el
fin de tocar una campanilla a la hora fijada para las oraciones. La mayor
parte de esos relojes primitivos, que se convirtieron en relojes comuni-
tarios, no tenían agujas u horas marcadas en ninguna parte. Fueron dise-
ñados no tanto para mostrar la hora, sino para tocarla. La palabra clok
[reloj] del inglés medieval deriva de la palabra "campana" del holandés
y el alemán medieval. Los primeros relojes mecánicos, desde el punto de
vista técnico, no eran considerados relojes si no tocaban campanas. Pasa-
ron varios siglos antes de que aparecieran las esferas del reloj, y éstas usa-
ban agujas que sólo marcaban las horas.
La puntualidad definida por un reloj accionado por pesas -olvi-
démonos de los relojes de agua o del incensario- no tendría mucho
éxito en el mundo industrializado de hoy, en el que se les asignan valo-
res en dólares a las horas, los minutos y los segundos e incluso a las
fracciones de segundo (hace poco recibí una factura por el uso de
1,6832 segundos de una computadora local). Cuando las medidas de
tiempo no tenían minuteros, la puntualidad tal como la conocemos
hoy era inexistente. La idea de llegar "a tiempo" o de pedir disculpas
por llegar tarde "cinco minutos" empezó a tener sentido sólo después
de la aparición de relojes que podían medir con exactitud unidades
pequeñas de tiempo. Antes, decirle a un amigo "encontrémonos a las
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 89

5.45" hubiese sido equivalente a pedirle a una persona sin calendario


que nos visitara el 27 de octubre.
El descubrimiento más importante en cuanto a los implementos de
los relojes se dio a fines del siglo XVI, con el descubrimiento de Galileo del
funcionamiento del péndulo. Galileo pudo determinar que el vaivén
del péndulo y su período de oscilación eran independientes. Pocas déca-
das después, alrededor de 1700, un matemático holandés llamado Chris-
tiaan Huygens creó el primer reloj de péndulo. El mejor de estos relojes se
retrasaba poco menos de diez segundos por día. Hace más de mil años, la
humanidad logró un notable progreso al medir las estaciones del año, las
semanas, e incluso las horas del día y de la noche. No obstante, sólo en los
últimos trescientos años, el reloj de péndulo ofreció la posibilidad de vivir
de acuerdo con la hora precisa, sin mencionar el minuto y el segundo.
El término "velocidad" -speed, en inglés- se introdujo en la lengua
inglesa después de que los primeros relojes mecánicos empezaron a
marcar las horas. A fines del siglo XVII, la palabra "puntual" -punctual, en
inglés- que, en ese idioma, se refería a una persona puntillosa respecto
de la conducta, adquirió el significado de persona que llega a la hora
señalada. Sólo un siglo después, la palabra "puntualidad" —punctuality,
en inglés- apareció en la lengua inglesa en su acepción actual.
Los relojes no sólo han evolucionado hacia una mayor exactitud,
sino que han penetrado más hondo en nuestro espacio personal. En su
libro Wristwatches: History of a Century 's Development, Helmut Kahlert y sus
colegas, Richard Muhe y Gisbert Brunner, han recopilado una enorme
cantidad de material sobre relojes de pulsera, probablemente el estudio
más detallado hasta la fecha. Observan cómo, a través de la historia, los
relojes se han acercado cada vez más a nosotros. Los relojes han progre-
sado desde los relojes públicos de la Edad Media y los relojes del hogar
hasta el reloj de bolsillo y el reloj literalmente pegado al cuerpo. "El reloj
de pulsera, aparte del uso especializado del marcapasos, es la última eta-
pa de este desarrollo, al menos por ahora", afirman los autores. "Está
tan pegado a nosotros como la piel y siempre a la vista, incluso de
noche". Muchos miran con desconfianza este desarrollo, pues parecie-
5

ran estar de acuerdo con Sigmund von Radecki, que afirmó a principios
del siglo X X que el reloj de pulsera eran "las esposas de nuestro tiempo".
El primer reloj de pulsera con esferas tal como lo conocemos (los

5
H. Kahlert, R. Muhe, G. L. Brunner, Wristwatches: History of a Century's Development, West
Chester, Pa., Schiffer Publishing, 1986, pp. 12-13.
90 ROBERT LEVINE

primeros relojes con esferas estaban armados en forma lateral) hizo su


aparición alrededor de 1850. Durante un tiempo, sin embargo, el diseño
fue considerado una falla que no duraría mucho. Kahlert y sus colegas
citan a un profesor de Alemania que, en 1917, compartía la creencia de
casi todos los que estaban en el negocio de los relojes: "La tonta moda de
llevar el reloj en la parte más inestable del cuerpo, expuesto a variaciones
extremas de temperatura, en un brazalete, pronto desaparecerá, como es
de esperarse". Difícilmente: hasta 1986, la producción de relojes de pul-
6

sera en el mundo entero se calculó en trescientos millones por año.


En los últimos dos siglos, las mejoras en relojes se han dado con
rapidez. En la actualidad, vivimos en un mundo donde las computado-
ras miden el tiempo en nanosegundos (un mil millonésimo de segun-
do). El Instituto Nacional de Estándares y Tecnología en Boulder,
Colorado, hace poco presentó un reloj atómico, NIST-7, que no ganará
ni perderá un segundo en un millón de años. El mecanismo, creen, es
un adelanto significativo con respecto a su predecesor, NIST-6, que sólo
garantizaba la precisión al segundo durante trescientos mil años más.
(¿A quién, aparte de los físicos, le importa ese grado de exactitud? Un
periódico nacional respondió a esta pregunta señalando el hecho de
que "El condado de Los Angeles reduce los embotellamientos sincroni-
zando los semáforos con NIST-7"). 7

Como señala el físico Stephen Hawking, ahora podemos medir el


tiempo con mayor precisión que la longitud. En consecuencia, la longitud
se define con mayor exactitud en unidades de tiempo. Puede definirse el
metro como la distancia que recorre la luz en 0,000000003335640952
segundos. Por otra parte, hay una distancia nueva y más conveniente
conocida como "segundo-luz", la distancia que recorre la luz en un
segundo, y que también puede utilizarse para definir tanto el espacio
como el tiempo. 8

Por menos de lo que cuesta una remera, el consumidor de hoy pue-


de comprar un reloj calibrado al centesimo de segundo. Como resulta-
do, los lugares públicos están llenos de sinfonías de pequeños bips que
brotan de los relojes al comienzo de cada hora. Es irónico, pero nuestros
progresos con respecto a la precisión masiva a menudo magnifican las
inexactitudes. No deja de parecerme interesante que, aunque esas seña-

6
Citado en Kahlert et al., op. cit, p. 1 1 .
7
J. Greenhill, "Running late? Never in a million years", USA Today, 23 de abril de 1993, p. 1.
8
S. Hawking, A Bríef History of Time: From the Big Bang to Black Holes, Nueva York, Bantam,
1988. [Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros, Madrid, Grijalbo, 1988].
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 91

les están calibradas para sonar con la precisión de un centesimo de


segundo, los bips casi siempre suenan en diferentes momentos. Cuan-
do llega la hora en mis conferencias, por lo general oigo los relojes en
la sala durante un buen par de minutos. Y siempre hay un distraído que
por poco me interrumpe en la mitad de una frase con un bip que suena
varios minutos después.
Sin embargo, para las personas cuya vida se basa en la puntualidad,
la precisión de hoy puede ser notable. Una vez le comenté a un entre-
vistador de la radio mis observaciones sobre los bips no sincronizados
que marcan las horas. El, a su vez, me refirió una notoria excepción que
acababa de observar en una reunión de la Asociación Nacional de
Radiodifusoras. Casi todos en la convención llevaban reloj y casi todos
los relojes sonaron con precisión en el instante mismo del comienzo de
cada hora. El gorjeo que cundió por la sala fue "más bien pavoroso",
observó el entrevistador. En una profesión en la que los segundos pue-
den significar cientos de miles de dólares, la precisión referida a la hora
está alcanzando la perfección.

La i n d i f e r e n c i a e n la A n t i g ü e d a d a n t e el t i e m p o del reloj

En la actualidad, la era de horarios y planificaciones, resulta casi


gracioso enterarnos, cuando leemos a Herodoto, de que este gran
viajero y hombre bien informado de su tiempo nunca se encontró
con el concepto de "hora" en su mundo y tampoco pudo hallar la
palabra apropiada para nombrarla. En su época, e incluso mucho
después, era la actividad humana la que servía como medida de
tiempo, y no al revés.
A L E X A N D E R SZALAI

El desarrollo de relojes precisos y baratos proporcionó un meca-


nismo técnico que ofrecía la posibilidad de llevar una vida calibrada y
coordinada. ¿Pero por qué la gente eligió concretar ese potencial?
9

¿Cómo llegó el reloj a dictar el ritmo de vida, en lugar de servir simple-


mente como un marcador de sucesos ya ocurridos? Comprender de qué

9
La cita de Szalai proviene de A. Szalai, "Differential evaluation of time budgets for comparative
purpose", en R. Merritt y S. Rokkan (eds.), Comparing Nations: The Use of Quantitative Data in
Cross-National Research, New Haven, Yale University Press, 1966, pp. 239-358.
92 ROBERT LEVINE

modo el reloj alcanzó su grado de omnipotencia va más allá de la des-


cripción de los avances técnicos. El cambio hacia el tiempo del reloj se
produjo a través de un conjunto complejo de fuerzas económicas, socia-
les y psicológicas, y de una comercialización muy agresiva. Y el momen-
to elegido para el cambio fue impecable.
Antes de la invención de los primeros relojes mecánicos, la idea de
coordinar las actividades de las personas era casi imposible. Las citas que
hubiera que realizar por lo general tenían lugar al amanecer. No es nin-
guna coincidencia que, a lo largo de la historia, tantos sucesos impor-
tantes ocurrieran a la salida del sol: duelos, batallas, reuniones.
El historiador Marc Bloch relata los pormenores de una de esas
citas. Había un duelo en Mons que debía llevarse a cabo a la hora usual
10

del "amanecer". Pero sólo acudió uno de los participantes. El personaje


puntual esperó hasta lo que creyó que era la hora del mediodía, la que
marcaba el requerido límite de tiempo de espera de nueve horas. Luego
exigió que quedara registrada la cobardía de su rival, y se retiró rápida-
mente. El único problema fue que los padrinos, después de mucha
discusión, no se ponían de acuerdo en si era en realidad el mediodía
cuando el hombre se marchó.
Más adelante, fue necesario llevar el caso a la corte. Después de pre-
sentar las pruebas -la posición del sol, consultas con los clérigos que eran
considerados expertos en tales cuestiones y un acalorado debate-, ganó el
alegato del mediodía. El personaje que llegó a tiempo fue reconocido
como el triunfador oficial y el ausente fue declarado cobarde.
El incidente es un ejemplo típico de lo que Bloch describe como
"una gran indiferencia ante el tiempo" en la época medieval. Antes de la
industrialización, el cálculo del tiempo dependía en gran parte de las
exigencias del medio ambiente. La naturaleza dictaba los tiempos para
sembrar, cosechar o para quedarse sentado sin hacer nada.
La tradición de contar por medio de los relojes de la naturaleza se
remonta a los comienzos de la historia. El antiguo calendario egipcio,
por ejemplo, era un "nilómetro", una escala vertical que medía la subi-
da y la bajada del río Nilo. Aún hoy las sociedades agrícolas no indus-
trializadas dependen del reloj de la naturaleza. La tribu luval en Zambia
divide el año en doce períodos heterogéneos de diferentes duraciones,
marcadas por los cambios del clima y la vegetación del entorno. Los
bahan de Borneo dividen el año en ocho períodos, cada uno de los cua-

10
M. Bloch, Feudal Society, Chicago, University of Chicago Press, 1 9 6 1 . [La sociedad feudal,
Madrid, Akal, 1987].
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 93

les coincide con una actividad agrícola particular, desde los comienzos
de la limpieza de la maleza hasta la celebración del nuevo año del arroz.
Los isleños trobriand del norte de Nueva Guinea dan inicio a su
calendario anual, que marca el comienzo de la estación de siembra, con
la llegada de un gusano, el desove del anélido marino, que hace su apari-
ción anual en el extremo sur de la cadena de islas después de la luna
llena de entre mediados de octubre y noviembre (según nuestro calenda-
rio) . Los mursi del sudoeste de Etiopía también confían en un calendario
para organizar sus actividades de agricultura. Sin embargo, reconocen
la variabilidad anual de sucesos agrícolas clave, en especial en el comien-
zo del mayor período de lluvias que causa la inundación de los ríos.
Como resultado, los mursi tratan el calendario como un asunto que
debe ser estudiado y discutido. A menudo incluyen variantes durante
las discusiones. 11

Para el reloj diario, la mayoría de las sociedades recurre al sol como


el marcador más adecuado. Las fases de la luna se han usado a menudo
como marcadoras de los meses. Los indios norteamericanos, cuando
querían diferenciar con mayor exactitud un mes de otro, a veces utiliza-
ban nombres poéticos para las lunas, tales como "la luna cuando se con-
gelan los grandes árboles".
Sin embargo, todo esto se modifica cuando y donde aparecen en la
escena, y a la vez, la industrialización y los relojes asequibles. Por cierto,
en su mayoría, los primeros relojes fueron recibidos con gran entusias-
mo. La invención era considerada una gran liberadora de las medidas
poco confiables de tiempo de las que la gente había dependido con
anterioridad. Emergió una nueva clase de tiempo: el tiempo "del reloj".
De modo significativo, se consideraba un símbolo de estatus realizar el
cambio al tiempo del reloj. Los relojes aparecieron en pinturas y en poe-
sía. Un francés medieval le rindió homenaje en una canción: 12

El reloj es, cuando lo piensas,


un instrumento bello y notable
y también es útil y agradable
porque nos da la hora noche y día
a través de la sutileza de su mecanismo
incluso cuando falta el sol.
Mayor razón, pues, para apreciar la máquina propia

11
A. Aveni, Empires of Time, Nueva York, Basic Books, 1989.
"Citado en R. Keyes, op. cit, p. 20.
94 ROBERT LEVINE

porque ningún otro instrumento puede hacer esto


por más que fuera hecho con gran arte y precisión.
Así pues, consideramos valiente y sabio
al que inventó este artefacto
y con su conocimiento emprendió e hizo
algo tan noble y de tan alto valor.

No obstante, a pesar de la fascinación con el nuevo invento, la gen-


te reconoció que los marcadores verdaderamente significativos de tiem-
po en su vida, aquellos de los que dependía para sobrevivir, seguían
estando en manos de la naturaleza. Los relojes permitían acordar hora-
rios de reunión más precisos, y eran apreciados como adornos exóticos.
Pero los sucesos temporales más importantes en la vida de las personas
aún eran agrícolas, y la naturaleza seguía proporcionándoles los marca-
dores funcionales más exactos. La mayoría hubiera estado de acuerdo
con el trovador moderno Bob Dylan, que decía "no necesitas a un meteo-
rólogo para saber hacia dónde sopla el viento". Hasta el siglo XIX, los
relojes mecánicos eran considerados pobres imitaciones del tiempo
medido por la naturaleza.

El m o v i m i e n t o d e la estandarización

El reloj no es un simple medio de controlar el paso del tiempo,


sino de sincronizar las actividades de los hombres. El reloj, no la
locomotora de vapor, es la máquina clave de la era industrial... En
su relación con cantidades determinables de energía, con la estan-
darización, con la acción automática y, por último, con su propio
producto especial, la marcación precisa del tiempo, el reloj ha
sido la máquina primordial en la técnica moderna, y en cada
período se ha mantenido a la delantera; define una perfección a
la que otras máquinas aspiran.
LEWIS MUMFORD

Pero nos estamos adelantando en el relato de la historia. Retor- 13

nemos a mediados del siglo XIX, cuando el potencial para la regimenta-

13
Mumford se encuentra citado en G. Westergren, Time: Experiences, Perspectives and Coping-
Strategies, Estocolmo, Almqvist and Wiksell, 1990, p. 8.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 95

ción que ofrecían los relojes aún estaba lejos de ser una realidad. A pesar
de que los relojes eran cada vez más numerosos y de mejor calidad, la
mayor parte de la vida seguía girando alrededor del ciclo de los aconte-
cimientos naturales. Uno de los obstáculos más formidables para el
logro de la aceptación del tiempo del reloj era que no había hora uni-
forme de un reloj a otro. Los relojes eran cada vez más confiables y ase-
quibles, pero la falta de sincronización volvía improcedente cualquier
progreso con respecto a la precisión. "Condados, provincias e incluso
pueblos vecinos usaban distintos medios para medir el tiempo", recalca
Ralph Keyes, en uno de sus escritos sobre ciencias de la conducta. "En
algunos lugares se consideraba la medianoche como la hora base; en
otros, era el mediodía, o el amanecer o el atardecer. Incluso después del
invento de los relojes mecánicos, los viajeros tenían que volver a poner
en hora sus relojes repetidas veces mientras viajaban de una localidad a
otra". En más de un sentido, el cálculo de la hora del día era tan caó-
14

tico como en la época de los duelos medievales.


El historiador Michael O'Malley, en su libro Keeping Watch: A History
of American Time* describe una disputa electoral de 1843 que ocurrió
15

en Pottsville, Pensilvania. El horario oficial de cierre de la votación era


a las siete, pero muchos testigos dijeron que habían visto a varios ciuda-
danos ingresar en los lugares de votación hasta las ocho y veinte de la
noche. ¿Era cierto? "Es bien sabido -alegó el diario Miner's foumal de
Pottsville- que no contamos con estándares exactos o precisos de tiem-
po en este pueblo". Era un hecho aceptado, observó el editor, que los
relojes de Pottsville se retrasaban por lo general "tanto como una hora".
Un inspector de las elecciones, utilizando un cronómetro calibrado en
Filadelfia tres días antes, había declarado que la votación, en efecto,
había terminado a las siete. Sin embargo, la hora de Pottsville no era la
hora de Filadelfia, y el partido perdedor inició una campaña para anu-
lar los resultados de la elección. O'Malley relata esto:

Las audiencias que siguieron revelaron las múltiples fuentes para saber el
tiempo que utilizaba el pueblo, y la confusión -y oportunismo político- que
resultó de ello. Varios testigos de la localidad nombraron la "Campana de

14
R. Keyes, op. cit, p. 18.
* Traducción literal. El autor hace un juego de palabras con "keeping watch " que significa "estar de
guardia", pero "watch" también significa reloj (de bolsillo, de pulsera). Véase más adelante otra
posible traducción de la frase, que incluye "relojear" en el sentido corriente de "mirar, observar,
sin ser advertido" y en un sentido publicitario con la finalidad de vender relojes. [T.]
15
M. O'Malley, Keeping Watch: A History of American Time, Nueva York, Viking, 1990.
96 ROBERT LEVINE

la Fundición de Heywood y Snyder" como su forma de conocer la hora. La


importancia de la campana la convirtió en un punto común de referencia,
pero al menos un residente de la localidad admitió que, por lo general, ponía
su reloj "con quince minutos de retraso con respecto a la campana" porque
"tenía la impresión de que la campana adelantaba demasiado". Uno de los
electores que no tenía reloj testificó: "Fui hasta Geisse [la joyería del pue-
blo] ... y su reloj marcaba las ocho y veinte. El reloj de Henry Geisse -agre-
gó- está siempre retrasado en diez o quince minutos con respecto a la
campana [de la fundición]". Intervino un relojero: la campana de Heywood
y Snyder estaba "adelantada un cuarto de hora" con respecto al reloj de sol
que usaba para reglamentar el tiempo de su negocio. El empleado del bar
del hotel, a su vez, dio otra hora, cerca de las nueve de la noche, en "el reloj
mejor calibrado" del hotel, mientras que Nathaniel Mills insistía en que
"según mi reloj, la elección se cerró a las siete y cuarto".
16

¿Cuál era la hora correcta? Sin un estándar previamente acordado,


es imposible saberlo.
De hecho, hasta bien avanzado el siglo XIX, el mundo entero estaba
cubierto de calendarios y husos horarios no coordinados. Sólo en los
Estados Unidos, según O'Malley, había unos setenta husos horarios dife-
rentes en 1860. La Revolución Industrial modificó todo eso. Las nuevas
tecnologías exigían una regimentación y una coordinación de activida-
des impensadas en épocas anteriores. El reloj empezó a ocupar el centro
de la escena. En 1880, la cantidad de husos horarios se había reducido
a cerca de cincuenta, y los científicos estaban discutiendo la posibilidad
de implementar la coordinación total de los estándares temporales.
Gran parte de la presión surgió de dos fuentes con particular frus-
tración: las compañías de ferrocarriles y los servicios meteorológicos.
Para la creciente red de transporte ferroviario, la falta de coordinación
en la hora oficial convertía en una pesadilla la tarea de establecer hora-
rios sensatos y eficientes. A menudo, las estaciones a sólo kilómetros de
distancia establecían la hora de sus relojes según estándares diferentes,
de modo que los trenes viajaban hacia atrás y luego rápidamente hacia
adelante con respecto a la hora, al menos de acuerdo con los relojes en
cada parada. Solía haber dos relojes en las estaciones de tren, uno con
la hora del tren y el otro con la hora local. Durante la década de 1870,
la estación de Buffalo, Nueva York, por ejemplo, tenía tres relojes con

16
ibid. p. 40.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 97

horas diferentes: uno con la hora de la ciudad de Buffalo, y los otros dos
con las horas de las líneas de ferrocarril que utilizaban la estación.
Los servicios meteorológicos se enfrentaban con un problema para-
lelo. "Era difícil saber cómo interpretar un pronóstico del tiempo
-informa O'Malley- si una estación en Wisconsin decía: 'Son las doce
aquí, y está lloviendo'; los que leían el pronóstico necesitaban saber si
significaba las doce de acuerdo con el sol, con la hora de Milwaukee u
otro estándar. El servicio meteorológico y la comunidad geofísica inter-
nacional insistieron mucho en la estandarización". 17

Gran parte de la fuerza que impulsaba los pedidos de sincroniza-


ción surgía de las exigencias de la industrialización. Pero no toda: había
también algunos empresarios que reconocían el potencial del "tiempo"
de comercialización como producto. Dos de ellos, Samuel Langley y Leo-
nard Waldo, habrían de desempeñar papeles de fundamental impor-
tancia en el movimiento a favor de la estandarización.
Samuel P. Langley, que con el tiempo llegaría a ser secretario del
Instituto Smithsonian, fue el primero en sacar provecho de la creciente
demanda de coordinación de tiempo. En 1867, Langley se hizo cargo de
la dirección del observatorio de Allegheny, Pensilvania, que funciona-
ba a duras penas, y éste muy pronto desarrolló sus capacidades para
medir el tiempo. Langley luego convenció a la Western Union de que
conectara el observatorio a la ciudad. Poco tiempo después, empezó lite-
ralmente a vender tiempo, en la forma de señales de tiempo del obser-
vatorio, por medio de la transmisión telegráfica a las industrias en todo
Pittsburgh. Por ejemplo, en 1871, el ferrocarril de Pensilvania adoptó la
hora del Observatorio Allegheny como su hora oficial y firmó un con-
trato de mil dólares anuales para recibir las señales de Langley. Langley
se esforzó muchísimo por lograr la estandarización y escribió gran can-
tidad de artículos sobre las ventajas de contar con una hora oficial en
lugar de un sinfín de horas locales no coordinadas. Se refería a la hora
local como una "ficción" y una "reliquia de la antigüedad", similar a los
pesos y las medidas o las monedas locales, que "el progreso de la cen-
tralización, y el intercambio comercial y los viajes" habían vuelto obso-
letos. Langley convirtió el tiempo en un artículo de consumo. Era una
nueva vuelta de tuerca de la noción de que el tiempo es dinero.

17
"The times of our uves: Conversation with Michael O'Malley", U.S. News & World Report, 22
de octubre de 1990, p. 66.
98 ROBERT LEVINE

Pocos años después, Leonard Waldo, director de un servicio similar


de tiempo en la Universidad de Harvard y después en la de Yale, fue un
paso más allá. Waldo asumió la posición moral de que el tiempo debía
de estar bajo el control de los científicos. "El suministro de la hora
correcta -declaró- es educativo en su naturaleza, ya que inculca en las
masas cierta exactitud en la realización del trabajo diario de la vida, que
conduce, quizás, a una moralidad más sólida". En un informe destinado
a los comisionados del ferrocarril sobre las necesidades de los obreros
industriales, Waldo afirmó que "todo servicio que les inculque a estas
personas hábitos de precisión y puntualidad, hecho que afectará a todos
los empleadores y a los empleados con la misma estricta imparcialidad,
redundará en gran beneficio para el Estado en lo que se refiere a suel-
dos por el tiempo utilizado". Argumentaba que las autoridades tenían
18

la obligación de establecer la hora oficial como la autoridad reguladora


de los que eran, hasta entonces, trabajadores desorganizados.
Es probable que los motivos de Waldo no fuesen del todo altruistas.
Para empezar, se le pagaba un sueldo como director del servicio de tiem-
po del Observatorio de Yale. Luego, en 1880, fundó la Oficina Horoló-
gica en el Observatorio Winchester de Yale, que estaba diseñado para
promover la idea de la hora oficial por medio de la revisión y clasifica-
ción de relojes. Se alentaba a los clientes corporativos a que enviaran sus
relojes para su revisión, por lo cual pagaban una suma considerable. Por
último, en 1882, fundó la Standard Time Company [Compañía de Hora
Oficial], una sociedad por acciones que, a cambio del pago de una tari-
fa, telegrafiaba señales precisas de tiempo a hogares y oficinas.
En 1883, en gran parte como resultado de las campañas de Langley
y Waldo, los ferrocarriles establecieron los cuatro husos horarios que
aún se utilizan en los Estados Unidos. En 1918, el gobierno federal lega-
lizó los cuatro husos horarios, y de ese modo se completó la estandari-
zación de la hora en los Estados Unidos.

V e n t a de las v i r t u d e s del t i e m p o del reloj

Los servicios de tiempo de Langley y Waldo y sus competidores


ofrecían sistemas sincronizados que vinculaban relojes "maestros" a
relojes "esclavos" o "controlados" ubicados a cierta distancia. Confor-

M. O'Malley, op. cit, p. 95.


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 99

me se extendió el nuevo sistema, lo mismo sucedió con la cantidad de


cronómetros locales. La adquisición de relojes sincronizados con el
reloj principal se convirtió primero en un enorme negocio, y luego en
pequeñas empresas. Pronto comenzó la comercialización de relojes al
gran público. Al mismo tiempo que Langley y Waldo vendían "la hora",
las compañías de relojes aumentaban sus ventas por medio de la publi-
cidad activa de relojes.
Siguiendo el ejemplo de Waldo, una de las principales estrategias
de mercadotecnia de las compañías relojeras fue publicitar la integri-
dad (la inherente superioridad) del tiempo del propio reloj. Los avisos
comerciales hicieron hincapié en la virtud moral de la puntualidad. El
catálogo de 1891 de la Electric Signal Clock Company, por ejemplo,
promocionaba relojes programados para hacer sonar campanas en
ciertos intervalos, la misma clase de campanero regido por relojes que
se suele ver en los colegios: "Si existe una virtud que deba ser cultiva-
da, antes que cualquier otra, por el que desea tener éxito en la vida, se
trata de la puntualidad: si existe un error que deba evitarse, es llegar
con atraso". La compañía aseguraba que su mejor modelo (con el
impresionante nombre de El Autócrata) "ofrece precisión militar, y
enseña practicidad, puntualidad y precisión dondequiera que sea usa-
do. La escuela, la oficina o la fábrica donde se instale este sistema
-rezaba el catálogo- no estará sujeta a un olvidadizo campanero, ni a
la tutela de nadie, pues el reloj de la oficina marcará la hora oficial de
toda la planta". El Autócrata no sólo regulaba el tiempo, como expli-
caba el folleto, sino que ofrecía a los supervisores un medio para ase-
gurar la disciplina aún más allá de sus ojos. "Revolucionaría a los
rezagados y a los lentos", resaltaba el folleto, porque "no hay excusa
que valga ante sus señales, que son la voz del jefe hablando por medio
del reloj oficial de su oficina".
19

Su competidora, la Blodgett Clock Company, hizo una propuesta


similar para aumentar las ventas: "El orden, la puntualidad y la regulari-
dad son principios cardinales para inculcarles a los jóvenes", afirmaba su
catálogo de 1896. "En una escuela, nada ilustra mejor tales principios
como este reloj". Para confirmar lo dicho, el catálogo reproduce una
carta con el testimonio del director de una escuela secundaria de Mas-
sachusetts, en la que dice que "ningún asistente en la escuela es superior
[al reloj Blodgett] en puntualidad y exactitud... No dudo en recomen-

Citado en ibid., p. 95.


100 ROBERT LEVINE

darlo a todos los funcionarios escolares que busquen un asistente valio-


so (e incluso debo decir, indispensable) para la escuela". 20

En la década de 1880, un joyero neoyorquino llamado Willard


Bundy y un físico y matemático escocés llamado Alexander Dey desa-
rrollaron, cada uno por su cuenta, sistemas de medida del tiempo que
permitirían a los empleados registrar la entrada y la salida del trabajo
con precisión; en otras palabras, marcar la hora. Para 1907, una orga-
nización llamada International Time Recording Company, que luego se
convertiría en IBM, compró todos los fabricantes de sistemas de mar-
cado de tarjetas. O'Malley informa que también ellos publicitaban su
producto resaltando las virtudes de la puntualidad. El catálogo de 1914
de la International Time Recording Company decía que los relojes
podían "ahorrar dinero, reforzar la disciplina y aumentar el tiempo de
producción". También, que "el historial de tiempo promueve la pun-
tualidad porque inculca el valor del tiempo en cada individuo". La com-
pañía afirmaba que el mecanismo mejoraba la condición de la fábrica.
"No hay nada peor, para la disciplina de la planta -explica otro folleto-
ni nada tan desastroso para su trabajo afable y provechoso que un con-
junto de hombres de apariencia irregular, que llegan tarde y se van a
distintas horas". Los historiales de tiempo prometen ayudar a "extirpar
a los indeseables". 21

"Reloj ear" a la gente se volvió una palabra popular de doble senti-


do. Los relojeros fueron los mayores promotores del término. La tapa de
un panfleto de 1887, de la Waterbury Watch Company, anunciaba:
"Atención, trabajadores: en estos tiempos se ha hecho necesario 'relojear'
a todo el mundo. Para instrucciones más precisas de cómo [hacerlo], lean
este libro". La última página del folleto mostraba a un policía con una
mano en el hombro de un sujeto, con la explicación, abajo: "No tiene
que 'relojearme', Señor Policía, porque ya tengo el mejor reloj del mun-
do: T H E W A T E R B U R Y " . 22

Los guardianes de la moral de la nueva sociedad industrial también


se convencieron de las virtudes del tiempo del reloj y estuvieron más que
dispuestos a unir sus voces a las promociones comerciales. El que llega-
ba tarde era considerado un ser social inferior y, en algunos casos, un
incompetente moral.

20
lbid, p. 157.
21
Ibid, p. 161.
22
Waterbury Watch Company, Keep a Watch on Everybody, Nueva York, BAC, Bx 6, folleto de la
Waterbury Watch Co., 1887.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 101

En los textos escolares se enseñaba, con estricto proselitismo, la


urgencia de un comportamiento puntual. Una lección para quinto gra-
do de la edición de 1881 del manual escolar McGuffey 's Readers, por ejem-
plo, comienza de la siguiente manera: "Un ferrocarril corre casi a la
velocidad de un rayo. El conductor se había atrasado, pero espera pasar
por la curva sin peligro... en un instante, se produce una colisión: un
grito, una conmoción, cincuenta almas camino a la eternidad, y todo
por culpa de un maquinista que perdió el tiempo". Luego, la lección
describe un negocio que falló porque su agente hizo un pago demasia-
do tarde, y la forma en que un hombre fue ejecutado porque el mensa-
j e r o que llevaba el perdón llegó a su destino con cinco minutos de
retraso. Como gran final, la lección certifica que "Napoleón murió como
prisionero en Santa Helena porque uno de sus mariscales llegó tarde".
(Michael O'Malley dijo: "¡Qué pena que los mariscales de Napoleón no
tuvieran una edición del McGuffey's ReadersV). La lección concluye: "Es
así en la vida. Los planes mejor concebidos, los asuntos más importantes,
las fortunas individuales, el honor, la felicidad, la vida misma, todo es
sacrificado día a día por culpa de alguien que no llega a tiempo". 23

El rasgo de puntualidad llegó a ser asociado con éxito y logro. Vivir


según la hora del reloj se convirtió en una característica definitoria de
una pujante nueva clase de personas. Tener un reloj era un símbolo de
pertenencia a esa fraternidad. El historiador J o h n Cawelti subraya el
hecho de que en los cuentos de Horatio Alger los dos eventos cruciales
que señalaban el ascenso de un héroe a la clase media eran, primero,
comprarse un buen traje y, segundo, recibir un buen reloj. "El reloj nue-
vo -explica Cawelti- señala el logro del héroe que alcanza una posición
elevada, y es un símbolo de puntualidad y de su respeto por el tiempo". 24

Los relojes se volvieron un símbolo de estatus tan valioso que algunos


estadounidenses pobres formaron "clubes del reloj". En esencia, se trata-
ba de loterías de relojes, en las que cada participante pagaba una cuo-
ta semanal con el fin de comprar un reloj nuevo. Al final de la semana,
cada uno sacaba una pajilla, y el que ganaba se lo llevaba como premio.
Incluso el buen mantenimiento del reloj propio se volvió un rasgo
de carácter. Un joven en ascenso era conocido como un "experto en dar
cuerda". El reloj formaba la identidad y daba muestras del estatus social
de una persona.

23
O'Malley, op. cit, p. 148.
24
J. G. Cawelti, Apostles ofthe Self-Made Man, Chicago, University of Chicago Press, 1965, p. 118.
102 ROBERT LEVINE

La mecánica eficaz de Frederick Tayior

La pasión por el tiempo del reloj llegó a su climax con la aparición


de Frederick Taylor y su sistema de "mecánica eficaz". Conocido como el
"padre de la administración científica", Taylor llevó el reloj a una cruzada
para obtener el Santo Grial de la administración de fábricas: la eficiencia
absoluta. Un invento interesante del movimiento de administración cien-
tífica fue, por ejemplo, los estudios de movimiento y tiempo, creación de
Frank B. Gilbreth, antiguo discípulo de Taylor. Su técnica consistía en fil-
mar cada movimiento del trabajador, con el fin doble de dividir las tareas
de una compañía en sus partes componentes y establecer tiempos mode-
lo para cada movimiento corporal. Los tiempos óptimos, calibrados en
fracciones de segundo, fueron establecidos para prácticamente cada tarea.
En el proceso, como describe Jeremy Rifkin:

... cada uno de los movimientos... recibió un nombre estándar, según la


terminología de la maquinaria. Por ejemplo, "alcance de contacto" se
refería a levantar un objeto con la punta de los dedos; "alcance de puño"
quería decir que los pulgares estaban en dirección opuesta a los otros
dedos; "alcance envuelto", que la mano envolvía el objeto... Si la tarea
consistía en levantar un lápiz, se describía de la siguiente manera: trans-
porte vacío, alcance de puño, transporte lleno. 25

Después de que se establecieran los modelos óptimos, se tomó el


tiempo a los movimientos de cada trabajador. Los dueños de la fábrica
podían separar entonces los movimientos "excedentes" (como hablar,
bostezar, rascarse la cabeza o cualquier otro movimiento "extra") de
los que guardaban relación directa con la producción en sí. Al tiempo,
la precisión de los cálculos fue perfeccionada hasta el nivel de diez
milésimas de minuto. Taylor creía que su método de mecánica científi-
ca, cuando era aplicado con absoluta objetividad, producía el "tiempo
modelo" más eficaz y perfecto para cualquier trabajo.
La técnica de Taylor se aplicó luego a la fábrica en su conjunto. Tras
establecer el tiempo modelo mínimo de cada trabajo, los estadios indi-
viduales del proceso fueron unidos en una secuencia de pasos bajo la
regulación de un reloj "amo" en la oficina central. Cuando los trabaja-
dores comenzaban y terminaban una tarea específica, marcaban tarje-

25
J . Rifkin, Time Wars, Nueva York, Henry Holt, 1987, p. 110. [Las guerras del tiempo, Buenos
Aires, Sudamericana, 1989].
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 103

ta en un reloj "esclavo" secundario. Las tarjetas iban a un "cajero de tiem-


po" en la oficina central de planificación, donde se comparaba el tiempo
que había pasado con el modelo oficial.
Los estudios de tiempo y movimiento fueron aplicados en casi todo
ambiente de trabajo. Se asignaron tiempos modelos a las tareas más
pequeñas. Un cuadro de la Asociación de Sistemas y Procedimientos de
América, por ejemplo, muestra los tiempos adecuados para las siguien-
tes actividades: abrir y cerrar cajones de carpetas, sin seleccionarlos =
0,04 segundos; escritorio, abrir cajón central = 0,026 segundos; cerrar
cajón central = 0,27 segundos; cerrar cajón lateral = 0,015 segundos;
levantarse de la silla = 0,033 segundos; sentarse en la silla = 0,033 segun-
dos; dar una vuelta en la silla giratoria = 0,009 segundos; moverse en
la silla hasta un escritorio adyacente o una carpeta (máx. 1,3 metro) =
0,050 segundos. 26

El taylorismo aumentó el valor de la eficacia y llevó la importan-


cia del tiempo del reloj a nuevos niveles. El economista Harry Braver-
man afirma que el trabajo de Taylor y sus discípulos "bien puede haber
sido la contribución más valiosa de América a Occidente desde las
disertaciones de los federalistas". "El nuevo hombre y la nueva mujer
27

-dice Jeremy Rifkin- habrían de ser objetivados, cuantificados y rede-


finidos por medio del mecanismo de los relojes y el lenguaje mecani-
cista ... Por sobre todo, su vida y su tiempo serían amoldados para
ajustarse al régimen del reloj, los prerrequisitos del horario y los dic-
tados de la eficacia". En poco tiempo, el propio cronómetro tomó el
28

lugar del taylorismo. Luego, habría de dar lugar a los enemigos del
Hombre del Tictac.

La pelea por el T i e m p o N u e v o

¡Que los dioses confundan al hombre que descubrió


cómo distinguir las horas! ¡Y que confundan al que,
en este lugar, colocó un reloj de sol
que corta y destruye mis días, con tal perfidia,
en pedazos! Cuando era un muchacho,

Ibid., p. 111.
H. Braverman, Labor and Monopoly Capital, Nueva York, Monthly Review Press, 1974, p. 3 2 1 .
J. Rifkin, op. cit, p. 111.
104 ROBERT LEVINE

mi estómago era mi reloj de sol... uno mas seguro,


veraz y exacto que cualquier otro.
Este reloj me decía cuándo era el momento apropiado
para cenar, cuando tenía necesidad de comer;
pero, hoy en día, aunque lo tengo,
no puedo seguirlo, a menos que el Sol me dé el visto bueno.
La ciudad está llena de esos confusos relojes...
(Escrito hace unos dos mil años
por el comediógrafo romano Plauto)

A principios del siglo XX, en los Estados Unidos, en particular, el


tiempo del reloj se instituyó como el regulador de la vida pública. Sin
embargo, no todo el mundo recibió al nuevo tiempo con los brazos
abiertos. Muchos se dieron cuenta de la profundidad de la estandariza-
ción temporal y temieron las consecuencias. Comprendieron que ésta
establecía una nueva concepción de cálculo del tiempo y, lo que era más
grave, que implicaba nuevas prioridades de orden social. Algunas de sus
críticas estuvieron dirigidas al acto de estandarización: otras hicieron
hincapié en la tiranía general y la rigidez del reloj.
La estandarización fue recibida con particular oposición. Desde el
origen del movimiento de estandarización, a mediados del siglo XIX,
hubo un levantamiento de detractores que no estaban dispuestos a dar
el visto bueno a la nueva autoridad del reloj. Por ejemplo, en 1883, el
New York Herald observó que el tiempo modelo "va más allá de los pro-
pósitos públicos de los hombres e ingresa en su vida privada como par-
te de ellos". El Washington Post describió la estandarización como "algo
de una importancia quizá comparable a la reforma del calendario de
Julio César, y luego, la del papa Gregorio X I I I " .29

Entre 1883 y 1918, cuando el nuevo tiempo era promulgado por las
industrias privadas sin que lo establecieran las leyes federales, hubo pro-
testas por parte de las localidades. "¡Queremos mantener nuestro propio
mediodía!", reclamó el prestigioso diario Evening Transcript de Boston,
respecto de la difusión del plan de ferrocarriles. El diario CourierJournal
de Louisville se refirió a la estandarización como un "fraude monstruo-
so", una "mentira compulsiva" y una "estafa". Michael O'Malley habla de
una carta que recibió el editor de ese diario:

n
lb¡d, p. 124.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 105

[La carta preguntaba:] "¿Me podrían decir si alguien tiene la autoridad y


el derecho de cambiar el tiempo de una ciudad sin el consentimiento de
la gente, y cuál es el beneficio que Louisville obtiene con eso?". Los edito-
res respondieron que nadie tenía tal autoridad, y al parecer, no había nin-
gún beneficio en lo que se intuía como "un paso disfrazado hacia la
centralización... una puñalada por la espalda a nuestros amados derechos
de Estado. Cuando todos nuestros relojes y cronómetros marquen la hora
al unísono -preguntaban los editores en una alarmada reflexión- ¿acaso
no podría haber una moción para unir las zonas estatales en distritos o
provincias?". 30

Algunas de las objeciones que se hicieron oír provenían del estado de


Ohio. La Commercial Gazettede Cincinnati, cuya hora local fue retrasada 22
minutos, escribió: "La propuesta de que debemos alejarnos de los hechos
por una media hora para armonizar con la línea imaginaria que cruza
Pittsburgh es por completo ridicula... Que la gente de Cincinnati esté al
tanto de la verdad tal como es escrita por el Sol, la Luna y las estrellas". La
Commercial Gazette, que consideró una "reverenda estupidez" adaptar las
necesidades de los ferrocarriles, continuó publicando hasta 1890 los hora-
rios de los ferrocarriles bajo el título: "Este es el tiempo de Cincinnati.
Veintidós minutos más rápido que el tiempo del ferrocarril". 31

Por encima de la oposición a la estandarización y más allá de ella,


estaba el aspecto más abarcador de la autoridad del reloj sobre el tiempo
de la vida diaria. Estos ataques eran más fuertes y ambiciosos que los
que iban contra la estandarización. No es una exageración decir que
los ataques al tiempo del reloj suelen dirigirse contra los valores funda-
mentales de la propia vida moderna.
Las objeciones pertenecen a muchas categorías. Algunas, por ejem-
plo, están dirigidas al taylorismo y su visión mecánica de los seres huma-
nos. Como testimonio, durante las audiencias del Congreso relacionadas
con el taylorismo en 1912, un maquinista subrayó: "No critico sus estu-
dios acerca de cuánto dura [un trabajo], sino el hecho de que me exa-
minen con un cronómetro como si yo fuera un caballo de carrera o un
automóvil". 32

x
lb¡d., p. 134.
31
Ibid. p. 136.
32
lb¡d, p. 169.
106 ROBERT LEVINE

Otro tipo de protesta se centró en el aspecto controlador del tiem-


po del reloj: el argumento Gulliver. Tales críticos solían poner en entre-
dicho el sentido común de una sociedad que permite que una creación
artificial someta su existencia. Algunos de los ataques más elocuentes de
la destrucción del tiempo natural aparecieron en la literatura. Kurt Von-
negut, por ejemplo, escribió esto en Matadero 5:

El tiempo no iba a transcurrir. Alguien había jugado con los relojes, y no


sólo con los relojes eléctricos, sino también con los que eran a cuerda. El
segundero de mi reloj haría un tic, luego pasaría un año, y entonces haría
otro tic.
No había nada que pudiera hacer al respecto. Era un terrícola y tenía que
creer en lo que decían los relojes y los calendarios.

Y Peter Beagle escribió lo siguiente en El último unicornio'.

Cuando estaba vivo, creía (al igual que ustedes) que el tiempo era real y
sólido, como yo, y quizá más que yo. Decía "la una" como si pudiera verla;
y "lunes" como si pudiera encontrarlo en un mapa... Como todo el mun-
do, vivía en una casa cimentada en segundos y minutos, fines de semana y
Años Nuevos, y nunca salí de ella hasta que morí, porque no hay otra
puerta que ésa para salir. Ahora me doy cuenta de que pude haber atra-
vesado las paredes.

Una razón adicional para molestarse era la pérdida del tiempo


natural. El editor Charles Dudley Warner, en un escrito de 1884, poco
después del invento del tiempo modelo, criticaba la rigidez e invariabi-
lidad del tiempo de vida que ofrecía el reloj: "Desmenuzar el tiempo en
períodos rígidos es una invasión a la libertad individual y no abre la posi-
bilidad a las diferencias de temperamento y sentimiento". 33

Norman Mailer acometió contra la monotonía inorgánica de un


tiempo en el que toda la vida está planeada y preestablecida; en el que
los eventos se manipulan para adecuarse a las exigencias del reloj. En Un
sueño americano, publicado en 1964, equipara el tiempo inorgánico con
el mismo infierno. Uno de sus personajes se topa con una "visión del
infierno" cuando visita el penthouse de un astro de la estructura del poder
estadounidense:

^Ibid. p. 145.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 107

... un reloj del siglo XIX, de dos metros cincuenta de altura y con rostros
tallados en la madera: Franklin, Jackson, Lincoln, Cleveland, Washington,
Grant, Harrison y Victoria; el año es 1888; en un círculo alrededor del
reloj se veía un ramo de tulipanes que parecían tan plásticos que tuve que
inclinarme y tocarlos para descubrir que eran reales.

Algunos críticos, como Jeremy Rifkin, opinan que el tiempo de las


computadoras ha terminado de martillar los últimos clavos en el ataúd del
tiempo natural: "Los eventos del mundo de las computadoras existen en
un espacio temporal que nunca podremos experimentar. El nuevo 'com-
putiempo' representa la última abstracción del tiempo y su completa sepa-
ración de la experiencia humana y el ritmo de la naturaleza". 34

No obstante, incluso en las culturas más sujetas al reloj, en ocasio-


nes especiales el tiempo de la naturaleza mantiene un nostálgico lugar
preponderante. Cuando priman las fuerzas de la naturaleza, la gente
que se sirve del tiempo del reloj suele retornar a los procedimientos más
"primitivos" de cálculo del tiempo. El difunto escritor Alex Haley des-
cribió una vez la manera en que su sentido del tiempo se perturbaba, en
forma placentera, cuando navegaba en pequeños cargueros: "Cuando
pasas un par de días en el mar, el tiempo pierde su significado", afirma-
ba Haley. "Una pregunta frecuente es '¿qué día es hoy?', y los días tien-
den a identificarse con sus características relacionadas con el clima y el
mar, o con algún suceso importante, como 'el día después de que vimos
ese enorme banco de tortugas verdes'". Haley también creía que escri-
35

bía sus mejores obras dentro de los parámetros del tiempo natural.
Los desastres naturales también suelen llevar a "regresiones" simi-
lares en el cálculo del tiempo. En un momento, durante las devastado-
ras inundaciones que sufrió el Oeste de los Estados Unidos en el verano
de 1993, el New York Times le preguntó a un residente de Missouri cuál
había sido la noche más terrible. El residente, según informa el diario,
"recuerda todo lo sucedido en la noche que el río lo obligó a él y a su
esposa a abandonar la casa en la que habían vivido veintisiete años...
excepto una cosa: 'no puedo decirles qué día fue. Lo único que puedo
decirles es que la altura del río, cuando nos fuimos, era de seis metros'".
El título del artículo era "Miden el tiempo por metros". 36

3/1
Ibid, p. 15.
36
A. Haley, "Writer's Guide", Los Angeles Times Magazine, 16 de marzo de 1986, p. 16.
36
S. Rimer, "They measure time by feet", The Fresno Bee, 13 de julio de 1993, A 1 , A8.
108 ROBERT LEVINE

Las guerras del tiempo

Al imponer su propio ritmo, el enemigo se convirtió en


amo del tiempo, y el tiempo mismo se convirtió en nuestro
enemigo.
ELIE WlESEL, Todos los ríos van al mar

Jeremy Rifkin describió al Homo sapiens como el único animal que


puede "sujetar el tiempo". "Todas las percepciones que tenemos de nues-
tra persona y nuestro mundo se miden por la forma en que imaginamos,
explicamos, usamos e instrumentamos el tiempo", observa Rifkin. No 37

es de sorprenderse que la gente reaccione de manera inflexible cuando


alguien se entromete con su comprensión del tiempo. Los críticos de la
estandarización y del tiempo del reloj formulan sus ataques en términos
de vida o muerte. Las creencias sobre el tiempo residen en una zona muy
personal, en lo más profundo de nuestro espacio psicológico, e incluso la
mínima intromisión recibe una respuesta defensiva.
El caos que produjeron la estandarización y el nuevo tiempo del
reloj en los Estados Unidos fue una de las tantas guerras del tiempo. El
conflicto por el ritmo de vida siempre fue el centro de las luchas de
poder en muchos niveles.
En una dimensión personal, por ejemplo, hay pocas fuentes de fric-
ción en las parejas tan importantes como los desacuerdos en asuntos
relacionados con la manera de pasar el tiempo, cuándo empezar las acti-
vidades y cuándo volver a casa, cuándo algo va demasiado rápido o
demasiado lento, y quién debe esperar a quién. Jenny Shaw, socióloga de
la Universidad de Sussex, en Inglaterra, les pidió a más de 700 personas
que escribieran sobre sus experiencias con el tiempo y la puntualidad.
Uno de sus mayores descubrimientos fue el grado de intensidad emo-
cional con el que la gente escribía. Por ejemplo, una mujer se quejó:

Mi m a r i d o se volvía l o c o p o r q u e r e r cumplir c o n el t i e m p o . . . Se p o n í a
furioso c u a n d o alguien llegaba t a r d e . . . actuaba c o n descortesía y el enojo
le d u r a b a u n b u e n rato. A m í n o m e gusta t e n e r q u e e s p e r a r a la g e n t e ,
p e r o n o veo qué sentido tiene h a c e r u n escándalo c u a n d o alguien llega

J. Rifkin, op. cit, p. 1.


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 109

tarde. Pero, bueno, las mujeres actúan de modo más sensible y racional
cuando alguien hace algo malo.

Otra persona escribió sobre la discrepancia entre los relojes psico-


lógicos de ella y de su marido: "en los primeros años de nuestro matri-
monio fue esto, además de la falta de dinero, lo que causó más peleas". 38

Esto no habría sorprendido al psicólogo, ya fallecido, William Kir-


Stimon, que dedicó gran parte de su carrera profesional a entender el
significado de los tempos personales para la terapia de parejas. Kir-Sti-
mon, que también era editor de la revista de psicoterapia llamada Voices,
descubrió que lo que él denominada "territorialidad temporal" y "tem-
postasis" producía con frecuencia una comunicación equilibrada y sin-
crónica en las parejas. Afirmaba que, además de los obvios factores
culturales y familiares, hay un fundamento genético para las diferencias
individuales de tempo. Kir-Stimon resaltaba esos conflictos temporales
en sus sesiones de terapia. A veces, por ejemplo, llevaba un metrónomo
para que cada miembro de la pareja lo pusiera en la cadencia que pre-
fería. Kir-Stimon usaba luego esa información para ayudar a que la pare-
j a reconociera sus diferencias y resolviera sus conflictos temporales. 39

Los desajustes temporales también podían producir dificultades entre


padres e hijos. Incluso poco después de dar a luz, las madres experi-
mentan ansiedad si el niño succiona muy rápido o muy lento cuando se
lo amamanta. A menos que la madre logre reconocer que el tiempo del
niño es distinto del suyo, se creará tensión entre ambos.

Las luchas de poder relacionadas con el tiempo a menudo son


más violentas que las guerras entre naciones y culturas. Históricamen-
te, las autoridades religiosas toman el control del calendario como
medio de afirmar y legitimar su poder. Por su parte, los revolucionarios
han dirigido sus batallas con el fin de que el corazón y la mente del
pueblo pongan en entredicho el sistema temporal del régimen rei-
nante. Queda como legado de la permanencia de las normas tempo-
rales, sin embargo, que las revoluciones en el tiempo hayan tenido
siempre una corta vida.

J. Shaw, "Punctuality and the everyday ethics of t i m e " , Time and Society3,1994, pp. 79-97, 86-87.
Comunicado personal. Para información de su trabajo sobre el metrónomo, véase William Kir-
Stimon, "Tempo-stasis' as a factor in psychotherapy: Individual tempo and life rhythm, tempo-
ral territoriality, time planes and communication", Psychotherapy: Theory, Research and Practíce
14, 1977, pp. 245-248.
110 ROBERT LEVINE

Un intento, bastante radical, de cambio temporal formó parte de la


Revolución Francesa. En 1793, la Convención Nacional francesa esta-
bleció un "calendario revolucionario" para reemplazar el gregoriano.
Entre otras cosas, el nuevo calendario declaraba que el año 1792 de la
era cristiana sería el año uno del nuevo calendario republicano; cada
año nuevo debía comenzar el día 22 de septiembre del antiguo calen-
dario; los meses tendrían treinta días, y se añadirían cinco días al final
del año; los meses se dividirían en tres ciclos de diez días; los días se divi-
dirían en unidades de diez, en vez de 24 horas. Se llegó a pronunciar 40

que el tiempo, a partir de ese momento, se mediría en unidades de déca-


das (minutos decimales y segundos decimales).
La meta de esos cambios masivos, observa el sociólogo Eviatar Zeru-
bavel, no era otra que "obtener control social por medio de la imposi-
ción de un nuevo ritmo de vida colectiva". Sin embargo, el nuevo 41

calendario se topó con una amplia resistencia tanto dentro como fuera
de Francia. Un problema era que la semana de diez días implicaba sus-
tituir con un décimo día el día séptimo del Sabbat, por lo que los días
anuales de descanso pasarían de 52 a 36. El nuevo calendario también
anulaba más de la mitad de los feriados presentes en el antiguo sistema.
Por esas y otras razones, la nueva medida fue abandonada luego de unos
complicados trece años.
Los líderes de la Revolución Rusa intentaron realizar un golpe tem-
poral parecido. En 1929, Joseph Stalin, en un esfuerzo por abolir el año
cristiano, estableció un calendario revolucionario que debía tomar el
lugar del gregoriano. Al principio, el nuevo sistema introdujo una
semana de cinco días (cuatro días de trabajo, seguidos de un día de des-
canso), mientras que cada mes constaba de seis semanas. Luego apare-
ció un ciclo de semanas de seis días. El proyecto revolucionario fue
abandonado en 1940 cuando el país también regresó al calendario gre-
42
gonano. ¿

Jeremy Rifkin predice que guerras del tiempo como ésas irán en
aumento y dominarán la política del futuro. "Una batalla se cierne sobre
la política del tiempo -opina-. De su resultado depende el curso futuro
de la política mundial en el próximo siglo". La división tradicional del

40
R. H. Lauer, Temporal Man: The Meaning and Uses of Social Time, Nueva York, Praeger, 1981.
11
E. Zerubavel, "The French Revolution calendar: A case study ¡n the sociology of t i m e " , Ameri-
can Sociológica! Fteview 42, 1977, p. 870.
n
E. Zerubavel, Hldden Rhythms: Schedules and Calendars in Social Life, Chicago, University of
Chicago Press, 1981.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 111

espectro político en grupos de izquierda y derecha, afirma Rifkin, será


reemplazada por un "nuevo espectro temporal de ritmos empáticos por
un lado y ritmos de poder por el otro". Los que se alineen con el grupo
del tiempo de poder se comprometerán con los valores de eficiencia y
velocidad que caracterizan el dogma "tiempo es dinero" de la era indus-
trial moderna. Los partidarios del grupo de tiempo empático lucharán
contra "los esquemas artificiales de tiempo que hemos creado [... ] Su
interés consiste en redirigir la conciencia humana hacia una unión más
empática con los ritmos de la naturaleza". Rifkin predice que "la políti-
ca, vista desde siempre como una ciencia espacial, pronto será conside-
rada un arte temporal". 43

La desaparición del H o m b r e del Tictac

Los hábitos temporales tardan en desaparecer. Así como los esta-


dounidenses se rebelaron contra el tiempo modelo, y los franceses y los
rusos rechazaron los calendarios revolucionarios, la gente seguirá
luchando contra el control impuesto a favor de un ritmo de vida prefe-
rido, más "natural". Incluso los cambios más pequeños se notan pronto.
Desde hace unos ciento cincuenta años la mayoría de las quejas se
ha dirigido al reemplazo del suave flujo del tiempo natural por los
momentos discretos y regulares del reloj mecánico. En los últimos
años, sin embargo, los cambios en la medida del tiempo han proveni-
do de direcciones diversas. Un nuevo oponente del tiempo de la natu-
raleza, e incluso del reloj mecánico, es el cronómetro digital. También
éste se ha topado con resistencia. Joseph Meeker, por ejemplo, ofreció
las siguientes reflexiones sobre su reloj digital en la revista trimestral
Minding the Earth:

Sin importar lo exactos que los relojes y los cronómetros sean, nunca pue-
den decir la verdad sobre el tiempo. Mi reloj convencional (que hoy en día
se llama un modelo "análogo") es un conjunto simbólico de números que
representa doce horas adyacentes, con manecillas que se mueven conti-
nuamente para indicar el paso del tiempo. Cuando lo miro, veo un lapso
de doce horas, y me entero de en qué parte de él me muevo. El reloj mide
el tiempo acomodando sus objetos en el espacio, algo análogo a lo que

J. Rifkin, op. cit., pp. 2, 5.


112 ROBERT LEVINE

hace el sistema solar. La velocidad de la manecilla que indica la hora tie-


ne su base en la velocidad de la rotación diaria de la Tierra, por lo que,
cuando miro mi muñeca, eso me recuerda que la Tierra gira.
Los relojes digitales no comunican la misma idea. Como son instrumentos
imperfectos, no comprenden más que un instante a la vez, y no ofrecen
indicación alguna de que se lleva a cabo un proceso que incluye algo pre-
cedente y algo venidero. Un reloj digital se parece a un especialista entre-
nado muy bien para hacer una sola cosa, para hacerla como corresponde,
pero ignorando el contexto y las relaciones. Los relojes digitales y la visión
estrecha son tal para cual, y ambos son signos de nuestro tiempo. 44

¿Acaso el siguiente paso en la evolución del reloj será la nostalgia


por el Hombre del Tictac? ¿El regreso al tiempo real del minutero y el
segundero? Hace unos años, cuando vivía en Tallahassee, Florida, el
gobierno del estado quiso promulgar una ley para cambiar la hora local
y así aprovechar la luz del día. Como oposición a esa medida, un furi-
bundo grupo religioso fundamentalista inició una campaña para con-
vencer a la gente de que mantuviera el antiguo tiempo estándar. Su
eslogan era "preservemos el tiempo natural de Dios".
La manera como definimos y medimos nuestro tiempo puede, a
veces, bordear lo religioso y la gente no cambia de religión tan fácil-
mente.

J. Meeker, "Reflections on a digital w a t c h " , citado en Utne Reader, septiembre-octubre de


1987, p. 57.
CAPÍTULO 4

Vivir de acuerdo con el t i e m p o


de los acontecimientos

En un mundo donde no se puede medir el tiempo, no hay


relojes, ni calendarios, ni citas definidas. Son los aconteci-
mientos los que desencadenan otros acontecimientos, no
la hora. Se empieza a edificar la casa cuando la piedra y la
madera llegan al lugar de la construcción. La cantera de
piedras entrega la piedra cuando el picapedrero necesita
dinero... Los trenes salen de la estación... cuando los
coches se llenan de pasajeros... Hace mucho, antes del
Gran Reloj, los cambios en los cuerpos celestes medían el
tiempo: el lento paso de las estrellas a través del cielo noc-
turno, el arco del Sol y la variación de la luz, la Luna cre-
ciente y menguante, las mareas, las estaciones. El tiempo
también se medía por medio de los latidos del corazón, los
ritmos de la somnolencia y el sueño, la recurrencia del
hambre, los ciclos menstruales de las mujeres y la duración
de la soledad.
A L A N L I G H T N Í A N , LOS sueños de Einstein

Quien haya viajado al exterior - o esperado en el consultorio de un médi-


co; para el caso es lo mismo- sabe que el reloj o el calendario es a veces
tan sólo un adorno. En esas ocasiones, el acontecimiento del que se
trate empieza y termina a menudo sin tomar en cuenta para nada los
tecnicismos del reloj. Nosotros, los que vivimos en el mundo industria-
lizado, contamos con la puntualidad. Sin embargo, es claro que la vida
de acuerdo con la hora del reloj carece de interés en la mayor parte de
la historia. Las costumbres temporales son poco respetadas, no sólo des-
de la perspectiva histórica; aún hoy, la idea de vivir de acuerdo con el
reloj sigue siendo totalmente ajena a gran parte del mundo.
Una de las diferencias más significativas en el ritmo de vida es si la
gente utiliza la hora del reloj para planificar el comienzo y el fin de las
actividades o si permite que las actividades transcurran según su propio
horario espontáneo. Estos dos enfoques son conocidos, respectivamen-
te, como vivir de acuerdo con el reloj o vivir de acuerdo con el tiempo
114 ROBERT LEVINE

de los acontecimientos. La diferencia entre el tiempo del reloj y el de los


acontecimientos es más que una diferencia con respecto a la velocidad,
aunque la vida, sin duda, tiende a ser más rápida para la gente que vive
de acuerdo con el reloj. Permítanme recurrir a un ejemplo personal.
Pocos años después de mi estadía en el Brasil, la universidad me
otorgó un año sabático. Decidí dedicar ese tiempo de "descanso y reno-
vación" a un estudio de las diferencias internacionales con respecto al
ritmo de vida. También decidí aprovechar la oportunidad para concre-
tar un sueño de mi infancia: viajar alrededor del mundo.
No tenía del todo claro adonde iría. La frase "viajar alrededor del
mundo" sonaba muy bien, pero tengo que reconocer que no estaba muy
seguro de lo que implicaba. Como nunca fui bueno en Geografía, tenía
muy poco conocimiento de cómo estaban dispuestas las naciones en el
mundo y menos aún de cómo eran en el interior. Al no saber qué encon-
traría, era imposible planificar con exactitud qué lugares visitar o cuán-
to tiempo quedarme en cada país. Decidí, por lo tanto, dejar que el viaje
tomara su propio derrotero. Por suerte, la investigación que me había
propuesto me permitía suficiente flexibilidad para decidir cuándo y
dónde recabar información.
Me compré un mapamundi y marqué los lugares de los cuatro sitios
más exóticos que podía recordar: la Gran Muralla china, el monte Eve-
rest, el Taj Majal y las pirámides de Egipto. Tracé una línea uniendo las
marcas. Aunque no estaba seguro de cuántas de esas maravillas llegaría
a ver en realidad, le dieron a mi viaje un circuito aproximado. Decidí
volar hasta el extremo de Asia occidental y luego seguir por tierra, en
dirección más o menos hacia el Oeste, hasta completar la vuelta al mun-
do. Cuando buscaba en el mapa el límite exterior de Asia, mi dedo cayó
sobre Indonesia.
Compré un pasaje aéreo sólo de ida a Jakarta, con paradas en el
Japón, Taiwan y Hong Kong. Ese era mi único pasaje. De Indonesia via-
jaría a la península Malaya hacia Tailandia, y luego seguiría hacia el Oes-
te a través de Asia, en dirección a casa. Mis únicas reglas serían las de
viajar en segunda clase y permanecer en tierra la mayor parte del tiem-
po posible. Anulé el alquiler de mi casa, presté mi auto, guardé mis cosas
en un depósito y les dije a todos los que necesitaban saberlo que me iba
por un semestre. (Los profesores no piensan en términos de meses.
Nuestra unidad de tiempo es el semestre.) El semestre se alargó a dos
semestres (un año, además de las vacaciones de verano).
El viaje empezó con el vuelo de San Francisco a Tokio. Me acomo-
dé para un largo viaje y traté de concentrarme en lo que me había pro-
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 115

puesto empezar. Lo primero que me vino a la mente fue que no tenía lla-
ves en el bolsillo. Después, que en lugar de una agenda, por primera vez
en mi vida, llevaba un diario. Y luego me di cuenta de que no tenía com-
promisos. No había necesidad de hacer nada, excepto llevar a cabo mis
proyectos de investigación, que eran bastante flexibles. No tenía que
estar en ningún lugar a una hora específica durante seis meses. No había
planes u horarios que interfirieran con lo que podría pasar. Podía dejar
que se presentaran las oportunidades y luego decidir cuál de ellas me
interesaba aprovechar. ¡Me sentía libre, libre, libre!
Mi alegría duró casi medio minuto. Luego, el terror: ¿qué iba a
hacer durante todo un semestre sin horarios ni planes? Miré hacia ade-
lante y vi capas y capas de nada. ¿Cómo ocuparía el tiempo? Creo que
nunca en mi vida deseé tanto tener una cita... con cualquiera para cual-
quier cosa. Era de veras penoso. Allí estaba yo, más libre y disponible de
lo que la mayor parte de la gente se atrevería siquiera a soñar. Era Mar-
Ion Brando en motocicleta, con pasaporte, un doctorado y un sueldo
seguro. Y mi repuesta fue un ataque de ansiedad.
Un poco más tarde, durante el vuelo, cuando me quedé dormido,
soñé con un pasaje de la novela Luz de agosto, de William Faulkner. Ocu-
rre cuando el personaje llamado Christmas, que está hambriento y
huyendo del sheriff, empieza a obsesionarse con el tiempo. Después bus-
qué la cita precisa:

... no he comido desde, no he comido desde trataba de recordar cuántos días


habían pasado desde el viernes en Jefferson, en el restaurante donde había
cenado, hasta poco después, en la quietud de la espera hasta que los
hombres comieran y salieran al campo, el nombre del día de la semana
parecía más importante que la comida. Porque cuando los hombres se
fueron al fin y bajó, surgió, al sol llano, teñido de junquillo, y se dirigió a
la puerta de la cocina, no fue comida lo que pidió... oyó que su boca
decía: "¿Puede decirme qué día es? Sólo quiero saber qué día es".
"¿Qué día es?" Tenía la cara tan macilenta como la suya, el cuerpo tan
macilento y tan infatigable y tan exigido. Ella dijo: "¡Vete de aquí! ¡Es mar-
tes! ¡Voy a llamar a mi hombre!".
El respondió: "Gracias", mientras resonaba el portazo.

Cuando al fin llegué a Tokio, me registré en el hotel donde un ex


estudiante me había reservado una habitación. No tenía ninguna otra
reserva para los seis meses siguientes (en realidad, doce meses, pero, por
suerte, no lo sabía entonces). Después de deshacer las valijas, me puse la
116 ROBERT LEVINE

bata y las zapatillas del hotel. El largo de la bata mostraba mucho más
muslo del necesario y las zapatillas sólo me cubrían tres dedos del pie.
De todos modos, me gustó la imagen y, después de un baño caliente y
una botella grande de cerveza Sapporo, me fui a dormir con cierto entu-
siasmo por mi futuro inmediato.
Cuando desperté a la mañana siguiente, me encontré con la vista
de techos de tejas verdes, árboles banianos y un enorme Buda recostado.
Al ver mi pequeña bata y mis pequeñas zapatillas retornaron mis espe-
ranzas. Estaba listo para permitir que los sucesos siguieran su curso.
¿Qué hacer primero? Me había encantado el baño caliente de la noche
anterior, así que decidí empezar el día con otro remojón. Después
encontré un salón de té al lado. El mozo hablaba un poco de inglés, la
comida era buena e incluso había un ejemplar del diario Herald Tribune
para hacerme compañía. Cuando terminé el desayuno, fui a explorar el
Buda recostado de mi barrio, que estaba descansando en un gran tem-
plo rodeado de un hermoso parque. Abrí un libro, estiré las piernas y
me puse a observar la vida de Tokio que pasaba a mi lado. ¿Y después?
Un amigo me había dado una lista de jardines que valía la pena visitar.
¿Por qué no? Elegí uno al azar y disfruté mucho de la visita. Esa noche
comí una excelente cena en un restaurante cerca del hotel, y terminé el
día con un baño caliente, mi bata, mis zapatillas y una Sapporo.
A la mañana siguiente, me levanté lleno de adrenalina. ¿Qué me
traería este nuevo día? ¿Cómo empezar? Primero un baño caliente, por
supuesto. Luego, al recordar la agradable mañana del día anterior, vol-
ví al salón de té a tomar el desayuno. Después de eso, no se me ocurría
nada mejor que sentarme al lado de mi Buda local. Esa tarde fui a otro
jardín. A la noche, volví al mismo restaurante y por supuesto tomé un
baño caliente y bebí tranquilo mi Sapporo antes de irme a dormir. Otro
día encantador.
El tercer día fue algo como baño caliente/desayuno en el salón de
té/Buda/jardines/cena/baño caliente/Sapporo. El día siguiente, lo
mismo. Y el siguiente. Y el siguiente.
Al recordar la primera semana, veo que podrían haber puesto el
reloj en hora siguiendo mis actividades. ¿Qué hora es?, usted pregunta.
"Está leyendo su libro en el parque, así que deben de ser las diez de la
mañana". "Ahora está saliendo del baño, de modo que tiene que ser un
poco después de las ocho". Sin querer, había creado la estructura que
tanto había anhelado durante el vuelo. Irónicamente, una de las razones
por las que había elegido una carrera en la enseñanza académica era, en
primer lugar, porque ésta, más que ninguna otra profesión, me permitía
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 117

coordinar mis propios horarios. Sin embargo, al enfrentarme con la


ausencia de límites, me había ido al otro extremo. Para mi sorpresa, y
también para mi humillante decepción, había armado un horario
mucho más estricto que el que seguía en mi trabajo.

S u m e r g i r s e en el t i e m p o de los a c o n t e c i m i e n t o s

Mi conducta, ahora me doy cuenta, fue una lucha entre las fuerzas
del tiempo del reloj, por un lado, y el tiempo de los acontecimientos,
por el otro. Según el tiempo del reloj, la hora en el reloj gobierna el
comienzo y el fin de las actividades. Cuando predomina el tiempo de los
acontecimientos, las actividades determinan el horario. Los aconteci-
mientos comienzan y terminan cuando, por mutuo consenso, los parti-
cipantes "sienten" que la hora es la adecuada. La diferencia entre el
tiempo del reloj y el del acontecimiento es grande. En su libro Temporal
Man [Hombre temporal], el sociólogo Robert Lauer llevó a cabo una
exhaustiva revisión de la literatura relacionada con el significado del
tiempo a través de la historia. Descubrió que la diferencia más impor-
tante se daba entre los pueblos que se rigen por el reloj y los que miden
el tiempo por los acontecimientos sociales. 1

Muchos países alaban el tiempo de los acontecimientos como una


filosofía de vida. En México, por ejemplo, hay un refrán popular que
dice: "Hay que darle tiempo al tiempo". En toda África, se dice que "has-
ta el tiempo se toma su tiempo". La psicóloga Kris Eysell, en la época en
que fue voluntaria del Cuerpo de Paz en Liberia, se encontró con una
variación del dicho popular. Cuenta que todos los días, durante su cami-
nata de doce kilómetros desde su casa al trabajo, personas totalmente
desconocidas le decían: "Tómese su tiempo, señorita".
Mis experiencias en el Japón fueron las de un adicto al tiempo del
reloj, que tropezaba con situaciones en las que la programación de la
hora por reloj ya no tenía efectividad. Desde entonces me he enterado
de que muchos otros padecieron lo mismo. El psicólogo social James
Jones se enfrentó con desafíos temporales aún más complicados duran-
te su estadía en Trinidad. Jones, un afroestadounidense, conocía bien la
despreocupación implícita en lo que solía denominarse el "tiempo de la
gente de color" (TGC), pero no estaba preparado para el desorden de

1
R. H. Lauer, op. cit.
118 ROBERT LEVINE

vida en el tiempo de los acontecimientos. No bien llegó, Jones se encon-


tró con el lema popular "cualquier hora es la hora de Trinidad", y cuen-
ta que se pasó el resto de su estadía tratando de entender exactamente
qué quería decir:

TGC significaba tan sólo que llegar tarde a todo era la norma y contrasta-
ba con la reverencia angloeuropea por la puntualidad y la exactitud. Sin
embargo, durante el año que viví en Trinidad, llegué a comprender que
sus habitantes ejercían un control personal sobre el tiempo. Más o menos
iban y venían como querían o sentían. "Hoy no tenía ganas de ir a traba-
jar" era el modo normal de expresar esa preferencia. El tiempo se medía
más por el comportamiento que por el reloj. Las cosas empezaban cuan-
do llegaba la gente y terminaban cuando se iban todos, no cuando el reloj
marcaba las 8.00 o la 1.00. 2

A los visitantes del mundo de los relojes, la vida basada en el tiem-


po de los acontecimientos les parece a menudo, en palabras de James
Jones, "una anarquía cronométrica".

¿Dónde están las vacas?


C ó m o se m i d e el t i e m p o en Burundi

Cuando la gente del tiempo de los acontecimientos decide escu-


char el reloj, a menudo el que oye es el reloj de la naturaleza. Salvatore
Niyonzima, uno de mis ex alumnos de posgrado, describe Burundi, su
país natal, como un ejemplo de esto.
Al igual que en gran parte de África central, dice Niyonzima, la vida
en Burundi se rige por las estaciones. Más del 8 0 % de la población de
Burundi son granjeros. Como resultado, "la gente todavía depende de
las ciclos de la naturaleza -explica- Cuando empieza la estación seca es
el momento de la cosecha y cuando vuelve la estación de las lluvias,
entonces, claro, es el momento de volver al campo y plantar y cultivar,
porque así es el ciclo".
En Burundi, los ciclos naturales también regulan los horarios de las
citas. "Las citas no se hacen necesariamente para una hora precisa del

2
J. Jones, " A n exploration of temporality ¡n human behavior", en R. Schank y E. Langer (eds.),
Beliefs, Reasoning and Decision-Making: Psycho-Logic in Honor of Bob Abelson, Hillsdale, N. J.,
Lawrence Erlbaum, 1993.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 119

día. Las personas que se criaron en las zonas rurales y que no han teni-
do mucha educación formal podrían hacer una cita para una hora tem-
prana, diciendo, 'bueno, te veré mañana por la mañana cuando las vacas
salgan a pastar"'. Si quieren reunirse a mitad del día, "acuerdan la cita
para el momento en que 'las vacas van a beber al arroyo', que es el lugar
donde las arrean al mediodía". Con el fin de evitar que las terneras
beban demasiada agua, explica Niyonzima, los granjeros suelen perma-
necer con ellas dos o tres horas en lugares resguardados, mientras las
vacas siguen bebiendo en el arroyo. "Luego, por la tarde, digamos alre-
dedor de las tres, llega el momento de que las terneras vuelvan a pastar
al campo. De modo que si queremos hacer una cita cerca del atardecer,
podríamos decir 'te veré cuando salgan las terneras'".
Ser más preciso -decir, por ejemplo, "te veré en la última parte del
tiempo en que las vacas salen a beber"-, dice Niyonzima, sería "dema-
siado. Si estás de acuerdo en venir a verme cuando las vacas salen a
beber, entonces, será más o menos al mediodía. No importa si es una
hora antes o una hora después. Sabes que has hecho una cita y que allí
voy a estar". La precisión es problemática y en realidad innecesaria, por-
que es casi imposible saber con exactitud, en primer lugar, a qué hora
las personas van a sacar a las vacas. "Podría decidir llevarlas al río una
hora más tarde porque, o bien las saqué del pastoreo una hora después,
o bien me pareció que no habían comido lo suficiente porque el lugar
donde estaban pastando no tenía mucho pasto".
En Burundi, las personas también utilizan imágenes tangibles
para marcar las horas nocturnas. "Nos referimos a una noche muy
oscura como 'la noche ¿quién eres?' -explica Niyonzima-. Esto signi-
fica que estaba tan oscuro que no podías reconocer a nadie antes de
oírle la voz. Sabes que hay alguien, pero no puedes verlo porque está
demasiado oscuro, así que le dices '¿quién eres?' a modo de saludo.
Entonces, quien sea habla, le oyes la voz y ya sabes quién es. La hora
'¿quién eres?' es una manera de describir el anochecer. Podríamos
referirnos a un hecho determinado diciendo que ocurrió durante 'la
noche ¿quién eres?'".
Tratar de precisar las citas nocturnas, afirma Niyonzima, "puede
llegar a ser muy difícil. '¿Quién eres?' sólo se refiere a una condición
física de la oscuridad. De ningún modo la persona diría una hora
como las ocho o las nueve de la noche. Si alguien quisiera nombrar
una hora de la noche en particular, podría hacer referencia a las eta-
pas del sueño. Podría decir, por ejemplo, que algo ocurrió cuando
'nadie estaba despierto', o, si quiere ser un poco más específico, en el
120 ROBERT LEVINE

momento 'en que las personas empezaban el primer período del sue-
ño'. La noche avanzada podría llamarse 'casi la luz de la mañana', o
cuando 'canta el gallo', o, para ser muy específico, 'cuando canta el
gallo por primera vez', o por segunda vez, etcétera. Y entonces ya esta-
mos listos para las vacas otra vez".

Comparen los relojes naturales de Burundi con la programación de


acuerdo con el tiempo del reloj que prevalece en la cultura angloameri-
cana reinante en los Estados Unidos. Nuestros relojes dictan cuándo hay
que ir a trabajar y cuándo podemos jugar; cuándo debe empezar un
encuentro y cuándo debe terminar.
Incluso los acontecimientos biológicos están programados por el
reloj. Es normal decir que es "demasiado temprano para irse a dormir"
o "todavía no es la hora de la cena", o que es muy tarde para hacer una
siesta o comer un sandwich. Es la hora del reloj, en lugar de las mani-
festaciones del cuerpo, la que nos dicta, por lo general, cuándo debemos
empezar y cuándo terminar. Aprendemos estos hábitos a edad muy tem-
prana. Un recién nacido sabe muy bien cuándo tiene hambre o cuándo
tiene sueño. No obstante, muy pronto los padres intentarán adaptar la
rutina del bebé a la suya o - d e acuerdo con las normas culturales de
moda (a menudo definidas por manuales populares de consejos al esti-
lo del doctor Spock)- educar al niño para que coma y duerma a ritmos
más "sanos". Entonces, el niño aprenderá cuándo tener hambre o cuán-
do tener sueño.
Como adultos, algunas personéis tienen una sensibilidad particular
ante el control del reloj. Hace varios años, en una serie de estudios clá-
sicos, el psicólogo social Stanley Schachter y sus colegas estudiaron los
hábitos con respecto a la comida de personas obesas y de peso normal.
Schachter teorizó que el factor principal en la obesidad es la tendencia
a que el acto de comer esté regulado por señales exteriores provenien-
tes del entorno. Según él, las personas de peso normal responden más
a las punzadas internas de hambre. Una significativa señal externa, plan-
teó Schachter, es el reloj.
Para poner a prueba su hipótesis, llevaron a los estudiantes del
internado de la Universidad de Columbia a una habitación donde los
experimentadores habían manipulado los relojes de modo que algunos
de los alumnos pensaron que era más temprano que la hora usual de la
cena, y otros pensaron que ya había pasado la hora usual de la cena. Se
les dijo a los participantes que se sirvieran unas galletas que había en pla-
tos frente a ellos. Como había predicho Schachter, las personas obesas
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 121

comieron más galletas cuando pensaron que ya había pasado la hora de


la cena que cuando creyeron que todavía no era la hora de cenar. La
hora del reloj no tuvo ninguna relación con la cantidad de galletas que
comieron las personas de peso normal. Comían cuando tenían hambre.
Las personas obesas comieron cuando la hora del reloj les indicaba que
era el momento apropiado. Como me respondió mi tío de más de cien-
3

to treinta y cinco kilos cuando le pregunté si tenía hambre: "No he teni-


do hambre en cuarenta y cinco años".

¿El t i e m p o es dinero?

Cuando predomina el reloj, el tiempo se convierte en una mercan-


cía valiosa. Las culturas del tiempo del reloj dan por hecho la realidad
del tiempo como fija, lineal y mensurable. Como aconsejó Ben Franklin
una vez: "Recuerden que el tiempo es dinero". Por el contrario, para las
culturas del tiempo de los acontecimientos, para las que el tiempo es
mucho más flexible y ambiguo, el tiempo y el dinero son entidades sepa-
radas del todo.
El choque entre estas actitudes puede ser muy irritante. Cuando salí
de mi rutina de baño caliente/desayuno/Buda durante mi viaje sabáti-
co y me dirigí al Taj Mahal, por ejemplo, los comentarios más frecuentes
que oí en boca de los visitantes del primer mundo se referían a la canti-
dad de trabajo que había exigido el mausoleo; por ejemplo, variaciones
de la pregunta "cuánto tiempo les habrá llevado construirlo". Quizás el
segundo comentario más frecuente que les oí a los turistas en la India
fue: "Ese bordado le debe de haber llevado una eternidad. ¿Te imaginas
lo que eso podría llegar a costar en nuestro país?". De hecho, una de las
actividades favoritas de muchos occidentales consiste en encontrar gan-
gas desde el punto de vista del tiempo extranjero. Sin embargo, estos
comentarios no tendrían mucho sentido para el artista indio que se pasó
meses bordando una tela o para sus antepasados que construyeron el Taj
Mahal. Cuando predomina el tiempo de los acontecimientos, el mode-
lo económico del tiempo del reloj tiene poco sentido. El tiempo y el
dinero son entidades separadas. Hay que darle tiempo al tiempo, como
dicen en México.

3
S. Schachter y L. Gross, "Manipulated time and eating behavior", Journal of Personality and
Social Psychology 10, 1968, pp. 93-106.
122 ROBERT LEVINE

En mis viajes por América del Sur y Asia, me he sentido confundido


en repetidas ocasiones y, a veces, fastidiado por comentarios como "a dife-
rencia de ustedes, los estadounidenses, para nosotros el tiempo no es dine-
ro". Por lo general, mi respuesta suele ser algo así: "Pero el tiempo es lo
único que tenemos. Es nuestra posesión más valiosa, nuestra única pose-
sión de veras valiosa. Y ustedes, ¿cómo pueden perderlo de esa manera?".
La típica respuesta, con frecuencia en un tono menos colérico que el
mío, empieza con el total acuerdo de que el tiempo es, en efecto, nuestra
posesión más valiosa. Los partidarios del tiempo de los acontecimientos
sostienen que, precisamente por esa razón, el tiempo no debería mal-
gastarse acuñándolo en unidades monetarias inorgánicas.
Una vez más, Burundi nos suministra un buen ejemplo. "Los cen-
troafricanos -comenta Salvatore Niyonzima- por lo general pasan por
alto el hecho de que el tiempo siempre sea dinero. Cuando quiero que
el tiempo me espere, lo hace. Y cuando no quiero hacer algo hoy, por
cualquier motivo, sea el que sea, sólo tengo que tomar la decisión de
hacerlo mañana, y dará lo mismo. Si pierdo algún tiempo, no estoy per-
diendo nada demasiado importante, porque, después de todo, tengo
muchísimo y me sobra".
Para Jean Traore, un estudiante de intercambio de Burkina Faso en
África occidental, el concepto de "perder tiempo" es confuso. "No exis-
te tal cosa como perder el tiempo donde yo vivo - c o m e n t a - ¿Cómo se
puede perder el tiempo? Si no estás haciendo una cosa, estás haciendo
otra. Aunque estés conversando con un amigo o descansando, eso es lo
que estás haciendo". Se espera que un ciudadano responsable de Burki-
na Faso comprenda y acepte este punto de vista sobre el tiempo y que
reconozca que lo que es en verdad un desperdicio -pecaminoso para
algunos- es no tener tiempo suficiente para las personas que forman
parte de tu vida.
México es otro ejemplo. Muchos comerciantes estadounidenses
frustrados se suelen quejar de que los mexicanos están plagados de falta
de apego al tiempo. Pero como señala el escritor Jorge Castañeda, "son
simplemente diferentes... Dejar y contemplar que pase el tiempo, llegar
tarde (una hora, un día, una semana) no son ofensas graves. Sólo ocu-
pan un peldaño más bajo en la escala de prioridades. Es más importan-
te ver a un amigo de la familia que cumplir con un compromiso o ir a
trabajar, en especial cuando el trabajo consiste en pregonar mercancías
en las calles". También se da una explicación económica: "Hay una
importante falta de incentivos para llegar a tiempo, entregar a tiempo o
trabajar horas extras. Puesto que a la mayoría de la gente se le paga poco
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 123

por lo que hace, el premio por la puntualidad o la formalidad puede ser


insignificante: con frecuencia el tiempo no es dinero en México".
El tiempo de los acontecimientos y el tiempo del reloj no están del
todo separados, pero el tiempo de los acontecimientos abarca mucho
más que el reloj. Es el producto de una gestalt más amplia: el resultado
de señales sociales, económicas y ambientales, y, por supuesto, de valo-
res culturales. En consecuencia, el tiempo del reloj y el tiempo de los
acontecimientos a menudo conforman mundos propios. Como refle-
xiona Jorge Castañeda sobre México y los Estados Unidos, "el tiempo
separa nuestras dos naciones tanto como cualquier otro factor". 4

Otras culturas que viven de acuerdo


con el t i e m p o de los a c o n t e c i m i e n t o s

La vida en la sociedad industrializada está tan comprometida con el


reloj, que sus habitantes rara vez toman conciencia de lo extravagantes
que pueden parecerles a otros sus creencias sobre el tiempo. Pero
mucha gente en el mundo no es tan "civilizada" como nosotros. (El psi-
cólogo Julián Jaynes define la civilización como "el arte de vivir en ciu-
dades tan grandes que nadie conoce a nadie".) Aún hoy, los relojes
orgánicos, como el tiempo de las vacas en Burundi, son las únicas nor-
mas que los miembros de un grupo están dispuestos a aceptar. Para
mucha gente en el mundo, por no decir la mayoría, el hecho de vivir
según el reloj mecánico sería tan anormal y confuso como vivir sin un
horario concreto para el occidental Tipo A.
Los antropólogos presentan muchos ejemplos de culturas contem-
poráneas que viven de acuerdo con el tiempo de los acontecimientos.
Por ejemplo, Philip Bock analizó la secuencia temporal de un velorio
entre los indios micmac del este del Canadá. Descubrió que es posible
dividir el velorio con nitidez en los tiempos de reunión, rezo, canto,
intermedio y comida. Sin embargo, ninguno de esos tiempos está rela-
cionado de modo directo con la hora del reloj. Los asistentes al velorio
pasan de un tiempo a otro por mutuo consenso. ¿Cuándo comienza y
termina cada parte? ¿Cuándo llega el momento, y no antes ni después? 5

4
J. Castañeda, "Ferocious differences", The Atlantic Monthly, julio de 1995, pp. 68-76, 73, 74.
5
P. Bock, "Social structure and language structure", Southwestern Journal of Anthropology 20,
1964, pp. 393-403.
124 ROBERT LEVINE

Robert Lauer relata la vida de los nuers en Sudán, cuyos calendarios


están basados en los cambios estacionales en su ambiente. Por ejemplo,
construyen los diques de pesca y arman los campamentos para el gana-
do en el mes de kur. ¿Y cómo saben que es kur? Porque es kur cuando
construyen los diques y arman los campamentos. Levantan el campa-
mento y retornan a sus aldeas en los meses de dwat. ¿Cuándo es dwaü
Cuando empiezan a ponerse en marcha. Hay un viejo chiste de un esta-
6

dounidense que está haciendo una excursión por Europa en tiempo


récord, y cuando le preguntan dónde está, responde: "Si es martes, tie-
ne que ser Bélgica". Si se les hiciera la misma pregunta a los nuers, bien
podrían contestar: "Si es Bélgica, tiene que ser martes".
Muchos pueblos utilizan sus actividades sociales para marcar el
tiempo en lugar de hacer lo contrarío. En algunas regiones de Mada-
gascar, por ejemplo, las preguntas acerca de cuánto tiempo lleva hacer
algo reciben respuestas como "el tiempo en que se cocina el arroz" (alre-
dedor de media hora) o "la fritura de un saltamontes" (un instante). De
modo similar, se ha oído decir a los habitantes nativos de Cross River, en
Nigeria, que "el hombre murió en menos tiempo en que se tuesta del
todo el maíz" (menos de quince minutos). Más cerca de casa, hace no
muchos años, el diccionario New English incluía el término "tiempo de
orinar"; quizá no era una medida exacta, pero no dejaba de tener cierta
traducción transcultural.
La mayoría de las sociedades cuenta con algún tipo de semana, pero
ésta no siempre tiene siete días. Los incas tenían semanas de diez días.
Sus vecinos, los muyscas de Bogotá, tenían semanas de tres días. Algunas
semanas pueden llegar a tener dieciséis días. Con frecuencia la duración
de la semana refleja ciclos de actividades, en vez de lo contrario. Para
muchos pueblos, la actividad primordial que requiere coordinación gru-
pal son los mercados. Los khasis de Assam, según cuenta Pitirim Sorokin,
arman el mercado cada ocho días. Como son personas prácticas, han ins-
tituido la semana de ocho días, y los días de la semana llevan los nombres
de los lugares donde se realizan los mercados principales. 7

Los habitantes nativos de la selva de las islas Andaman, en la india,


son otro pueblo que no necesita comprar almanaques. Los andamane-
ses han elaborado un complejo calendario anual relacionado con la
secuencia de los aromas dominantes de los árboles y las flores de su

6
R. H. Lauer, op. cit.
1
R Sorokin, Sociocultural Causality, Space, Time, Nueva York, Russel and Russel,1964.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 125

entorno. Cuando quieren saber cuál es la época del año, los andamane-
ses se limitan a oler los aromas que rodean su casa. 8

Los monjes en Birmania han desarrollado un reloj despertador


infalible. Saben cuál es el momento apropiado para levantarse al ama-
necer "cuando hay suficiente luz para verse la venas de la mano". 9

Hay también grupos que, aunque tienen relojes de pulsera, pre-


fieren medir el tiempo de modo impreciso. El antropólogo Douglas
Raybeck, por ejemplo, ha estudiado a los campesinos kelanteses de la
península Malaya, un grupo al que denomina el pueblo del "reloj de
coco". Los kelanteses miden el tiempo con relojes de coco, un invento
que usan para tomar el tiempo de las competencias deportivas. El reloj
se compone de media cascara de coco con un pequeño agujero en el
medio, que se coloca en un balde de agua. Los intervalos se miden por el
tiempo que le lleva a la cascara llenarse de agua y luego hundirse, por
lo general, entre tres y cinco minutos. Los kelanteses reconocen que el
reloj es inexacto, pero lo prefieren a sus relojes de pulsera. 10

Algunos pueblos ni siquiera tienen una sola palabra para "tiem-


po". E. R. Leach ha estudiado al pueblo kachin del norte de Birmania.
Los kachin usan la palabra ahkyingpara referirse al tiempo del reloj.
La palabra na significa mucho tiempo y tawng, poco tiempo. La pala-
bra ta se refiere a la primavera y asak al tiempo de vida de una perso-
na. Para los kachin estos términos no son sinónimos. Mientras que la
mayoría de los occidentales tratan el tiempo como una entidad obje-
tiva - e s un sustantivo en la lengua inglesa-, las palabras kachin para el
tiempo son más bien adverbios. El tiempo no tiene una realidad tan-
gible para ellos. 11

En sus lenguas, muchas de las culturas de los indios norteamerica-


nos también tratan el tiempo de manera indirecta. Los sioux, por ejem-
plo, no tienen una sola palabra para "tiempo", "tardanza" o "espera".
Como observa Edward Hall, los hopi no tienen tiempos verbales para
pasado, presente y futuro. Al igual que los kachin, los hopi tratan los
conceptos temporales más como adverbios que como sustantivos. Cuan-

8
J . Rifkin, "Time wars: A n e w dimensión shaping our f u t u r e " , Utne Reader, septiembre-octubre
de 1987, pp. 46-57.
9
E. P. Thompson, "Time, work-discipline, and industrial capitalism", Past and Present 38, 1967,
pp. 56-97.
10 3
D. Raybeck, "The coconut-shell dock: Time and cultural identity". Time and Society 1 ( ), 1992,
pp. 323-340.
" E. R. Leach, Rethinking Anthropology, Londres, The Athlone Press, 1961.
126 ROBERT LEVINE

do hablan de las estaciones, por ejemplo, "los hopi no pueden decir que
hace calor en verano, porque verano es la cualidad del calor, así como
la manzana tiene la cualidad de rojo -relata Hall-. ¡El verano y el calor
son lo mismo! El verano es una condición: calor". A los kachin y a los hopi
les resulta muy difícil concebir el tiempo como una cantidad. Por cierto,
no se equipara con el dinero ni con el reloj. El tiempo sólo existe en el
eterno presente.
Muchas culturas árabes del Mediterráneo definen sólo tres series
o clases de tiempo: ningún tiempo, ahora (cuya duración varía) y para
siempre (demasiado largo). Como resultado, los comerciantes esta-
dounidenses se han tropezado a menudo con frustrantes fracasos de
comunicación al intentar que los árabes distingan entre diferentes
períodos de espera... entre, digamos, un tiempo largo y un tiempo
muy l a r g o . 12

Una vez me encontré con problemas similares en el diccionario


cuando trataba de traducir al español una encuesta sobre el tiempo,
con el propósito de adaptarla al cuestionario mexicano. Tres de mis
preguntas en inglés preguntaban a los encuestados cuándo "espera-
ban" [expected] que llegara una persona a una cita determinada, a qué
hora "esperaban" [hoped] que la persona llegara, y durante cuánto
tiempo la "esperarían" [waif]. Resulta que los tres verbos en inglés -to
expect, to hopey to wait-se traducen en español por "esperar". (También
en portugués se usa el mismo verbo para los tres significados.) Al final,
me vi obligado a utilizar un rodeo para hacer las debidas distinciones.
Hay un antiguo proverbio ídish que dice: "Es bueno tener espe-
ranzas, pero es la espera lo que las arruina". Comparen esto con una
cultura cuya lengua no distingue por lo general entre las esperas rela-
cionadas con las expectativas, las ilusiones y el tiempo de aguardar, y
tendrán una clara idea de cómo esta última se relaciona con el reloj.
Al principio, me sentí frustrado por la imposibilidad de traducir mis
encuestas. De todos modos, más adelante me di cuenta de que mis di-
ficultades me estaban dando tanta información sobre los conceptos
latinoamericanos del tiempo como sus respuestas a mis preguntas for-
males. Las lenguas silenciosas y verbales del tiempo se alimentan unas
a otras.

12
E. Hall, The Dance of Life. Garden City, N. Y., Doubleday, 1983.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 127

Evitar que t o d o ocurra a la vez

Podemos afirmar que la función primordial del tiempo del reloj es


la de impedir que los sucesos que ocurren en forma simultánea se cho-
quen unos con otros. "El tiempo es la manera en que la naturaleza impi-
de que todo suceda a la vez", dice un grafito contemporáneo. Cuanto
más compleja es la red de nuestras actividades, mayor es la necesidad de
formalizar los horarios. El compromiso compartido de respetar el tiem-
po del reloj sirve para ordenar y coordinar el tránsito. Los khasis y los
nuers pueden eludir el control del reloj porque las exigencias de su
tiempo son más o menos claras y poco complicadas.
Sin embargo, no es necesario que crucemos continentes para ver gru-
pos que aún se manejan con el tiempo de los acontecimientos. Incluso en
culturas dominadas por el tiempo del reloj, hay pueblos cuyas exigencias
temporales se parecen más a los largos intervalos de los aldeanos asiáticos
que a los de las sociedades que los rodean, regidas por el reloj. En estas
subculturas, la vida asume el ritmo del tiempo de los acontecimientos.
Alex González, psicólogo social y colega, que creció en un barrio
mexicano-estadounidense de Los Angeles, describe la actitud hacia el
tiempo de sus amigos de la infancia que se quedaron en el viejo vecin-
dario. Muchos de ellos no tienen trabajo, pocas posibilidades de conse-
guirlo y - c o m o advierte- casi ninguna perspectiva de futuro. Su viejo
vecindario, nos cuenta González, está lleno de gente que se reúne todos
los días de modo informal y que espera que algo atraiga su interés. Su
problema no es tanto el de tener tiempo para sus actividades como el
de tener actividades para llenar el tiempo. Hacen lo mismo hasta que, de
común acuerdo, sienten que deben seguir adelante. El tiempo es monó-
tono. En su mayoría, los relojes son adornos o símbolos de nivel social.
Casi nunca sirven para ver la h o r a . 13

¿Cómo reaccionarían estas personas si les regaláramos una agenda


Day Runner? Con toda seguridad, igual que los liliputienses de Jonathan
Swift con respecto a Gulliver, que consultaba su reloj antes de hacer cual-
quier cosa. Lo llamaba su oráculo. Los liliputienses que conoció duran-
te sus viajes llegaron a la conclusión de que el reloj de Gulliver debía de
ser su dios. En otras palabras, pensaron que estaba loco.

13
González también ha hecho muchas investigaciones sobre el t e m a del tiempo. Véase A. Gon-
zález y P. Zimbardo, "Time ¡n perspective", Psychology Today, marzo de 1985, pp. 20-26.
128 ROBERT LEVINE

Las ventajas d e la f l e x i b i l i d a d temporal

Las culturas que se guían por el tiempo del reloj tienden a ser
menos flexibles en la planificación de sus actividades. Se parecen más a
lo que el antropólogo Edward Hall llama programadores M-tiempo o
monocrónicos: son personas que se concentran en una sola actividad
por vez. En cambio, los pueblos que se guían por el tiempo de los acon-
tecimientos, prefieren la programación P-tiempo o policrónica, o sea,
hacer varias cosas a la vez. Las personas M-tiempo optan por trabajar
14

de comienzo a fin, en secuencia lineal: empiezan y terminan la primera


tarea antes de comenzar otra, que entonces empiezan y terminan. En el
tiempo policrónico, sin embargo, un proyecto continúa hasta que se
siente la necesidad o la inspiración para dedicarse a otro, que puede lle-
var a una idea para comenzar otro, y luego volver al primero, con pau-
sas intermitentes e impredecibles y reanudaciones de una u otra tarea.
En el P-tiempo se progresa poco a poco en cada tarea.
Lo que caracteriza a las culturas P-tiempo es el fuerte compromiso
con las personas. Ponen énfasis en la terminación de las transacciones
humanas y no en el respeto por los horarios o las planificaciones. Dos
habitantes de Burundi, por ejemplo, sumidos en una charla, prefieren
llegar tarde a su siguiente compromiso antes que detener el curso nor-
mal de la conversación. De hecho, ambos se ofenderían si su compañe-
ro interrumpiera la charla en forma abrupta sin esperar a que terminara
de modo espontáneo. "Si valoras a las personas -refiere Hall sobre la
sensibilidad de las culturas P-tiempo- tienes que escucharlas hasta el
final y no puedes interrumpirlas tan sólo por un horario".
El P-tiempo y el M-tiempo no se relacionan muy bien. Alien Blue-
dorn, profesor de administración de empresas de la Universidad de
Missouri, y sus colegas observaron que los individuos M-tiempo están
más contentos y son más productivos en las organizaciones M-tiempo,
mientras que las personas policrónicas rinden mejor en las organizacio-
nes policrónicas. Estos descubrimientos no sólo se aplican a las culturas
extranjeras, sino también a las culturas de organización diferente en los
Estados Unidos. 15

14
E. Hall, op. cit.
15
A. Bluedorn, C. Kaufman y P. Lañe, " H o w many things do you like to do at once? An ¡ntroduction
to monochronic and polychronic t i m e " , Academy of Management ExecutiveQ, 1992, pp. 17-26.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 129

En sociedades industrializadas y orientadas hacia el logro, como los


Estados Unidos, priman el pensamiento M-tiempo y el pensamiento rela-
cionado con el tiempo del reloj. El P-tiempo y el tiempo de los aconte-
cimientos son más comunes en las economías del tercer mundo. Por lo
general, las personas que viven de acuerdo con el P-tiempo son menos
productivas -al menos, según las normas económicas occidentales— que
las personas M-tiempo. No obstante, en ocasiones la policronicidad no
sólo está más orientada hacia las personas, sino que también resulta más
productiva. La adhesión rígida a las planificaciones puede interrumpir
las actividades justo en el momento en que empiezan a avanzar. Además,
como el invento del procesador de texto le ha enseñado, incluso a la
gente más inflexible de M-tiempo, la posibilidad de trabajar en progre-
sión no lineal, desplazando la atención en forma espontánea de una par-
te del proyecto a otra, haciendo conexiones de atrás para adelante y
viceversa, puede ser liberador y productivo a la vez.
Sin embargo, el enfoque más productivo es el que se mueve con
facilidad entre los dos mundos, el de P-tiempo y M-tiempo -tiempo de
los acontecimientos y tiempo del reloj-, de acuerdo con las exigencias
de cada situación. Algunos de los nuevos participantes en la economía
industrializada han logrado éxitos monetarios sin sacrificar del todo su
compromiso tradicional con las obligaciones sociales. Una vez más, los
japoneses nos dan un ejemplo notable, a través de la manera en que han
armonizado la cultura oriental tradicional con la cultura occidental.
Hace algunos años, recibí una carta de Kiyoshi Yoneda, un comer-
ciante de Tokio que ha vivido más de cinco años en Occidente. Mi inves-
tigación sobre las diferencias entre naciones con respecto al ritmo de
vida, que reveló que el ritmo de vida de los japoneses era el más rápido
del mundo, acababa de aparecer en la prensa internacional. El señor
Yoneda me escribió porque estaba preocupado (y con razón, debo admi-
tir) por mi superficial comprensión de las actitudes japonesas respecto
del tiempo. Quería que entendiera que los japoneses podían ser rápidos,
pero que eso no significaba que trataran el reloj con la misma venera-
ción que la gente de Occidente.
Las reuniones en el Japón, indicó, no empiezan con tanta puntua-
lidad y terminan con más "lentitud" que en los Estados Unidos. "En la
empresa japonesa en la que trabajo —me decía- las reuniones duran has-
ta que se llegue a un acuerdo o hasta que todos se cansen, y el final del
encuentro no está predeterminado de antemano, según un horario.
Con frecuencia, el acuerdo no queda planteado con claridad. Quizá
para compensar por lo impredecible del momento del cierre, nadie cul-
130 ROBERT LEVINE

pa a nadie si se va antes de que termine la reunión. Además, no está mal


visto dormirse durante una reunión. Por ejemplo, si eres ingeniero y no
estás interesado en los aspectos financieros del proyecto, nadie espera
que permanezcas totalmente despierto y prestes atención a las discusio-
nes sobre detalles de contabilidad. Puedes dormir, leer o escribir, o ir a
buscar café o té".
Las organizaciones monocrónicas y policrónicas tienen, cada una,
sus debilidades. Los sistemas monocrónicos tienen la propensión a
subestimar el aspecto humano de sus miembros. Los policrónicos tien-
den hacia el caos improductivo. Tal vez el enfoque más adecuado a P-tiem-
po y a M-tiempo sea el de pulir los aspectos positivos de ambos y ejecutar
técnicas mixtas según las exigencias de cada situación. La combinación
japonesa es un ejemplo sugestivo del modo en que las personas llegan a
controlar su tiempo, y no al revés.

M á s guerras de t i e m p o

Debido a que nuestra sociedad comparte las mismas normas cultu-


rales, la gente olvida a menudo que sus propias reglas son arbitrarias. Es
fácil confundir normalidad cultural con superioridad etnocéntrica.
Cuando interactúan personas de diferentes culturas, la posibilidad del
malentendido se da en varios niveles. Por ejemplo, las personas de las
culturas latinas y árabes por lo general se acercan más a la persona con
quien hablan que nosotros en los Estados Unidos, un hecho que se
suele interpretar como agresión o falta de respeto. Del mismo modo,
tendemos a malinterpretar las intenciones de las personas que tienen
costumbres temporales diferentes de las nuestras. Así se presentan las
dificultades en la comunicación de las lenguas silenciosas de la cultura.
Casi todos los viajeros han sufrido en carne propia estos equívocos,
tanto por su propia incomprensión de las motivaciones de la cultura aje-
na como por las malas interpretaciones de las suyas por parte de los
otros. El choque entre el tiempo del reloj y el tiempo de los aconteci-
mientos suele ser, en particular, una fuente constante de contratiempos.
Por suerte la mayoría de nuestras torpezas se limita a desagradables equi-
vocaciones. Sin embargo, cuando los malentendidos suceden en las altas
esferas, pueden ser graves.
Un ejemplo de esto ocurrió en 1985, cuando un grupo de terroris-
tas chiítas musulmanes secuestraron un avión de la TWA, tomaron como
rehenes a cuarenta estadounidenses y exigieron que Israel liberara a 764
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 131

prisioneros chiítas libaneses. Poco después, los terroristas entregaron los


rehenes estadounidenses a sus líderes chiítas musulmanes, que asegura-
ron que no pasaría nada si los israelitas cumplían con sus demandas.
Mientras se llevaban a cabo las delicadas negociaciones, Ghassan
Sablini, el número tres de la milicia chiíta amal (que estaba el mando de
las fuerzas combativas), anunció que los rehenes serían devueltos a los
secuestradores en dos días si no se empezaba a dar curso a la demanda
de que Israel liberara a los prisioneros chiítas. Se creó así una situación de
gran peligro. Los negociadores de los Estados Unidos sabían que ni ellos
ni los israelitas podían acceder a las exigencias de los terroristas sin tra-
tar primero de llegar a un acuerdo que salvara las apariencias. Pero al
establecer el límite de "dos días", los líderes chiítas dificultaban la posi-
bilidad de llegar a un acuerdo, y llevaron la crisis a un extremo muy peli-
groso. Todo el mundo contuvo el aliento. Sin embargo, a último minuto,
se le hizo comprender a Sablini de qué modo se había interpretado su
declaración. Para alivio de todos, explicó: "Dijimos un par de días, pero
no nos referíamos necesariamente a 48 horas". 16

Una mala interpretación del significado de la palabra "día" casi pro-


voca cuarenta muertes y una posible guerra. Para los negociadores de los
Estados Unidos, la palabra se refería al aspecto técnico del tiempo: 24
horas. Para el líder musulmán, un día era sólo una manera de decir
"algún tiempo". Los negociadores de los Estados Unidos estaban pen-
sando en términos del tiempo del reloj. Sablini se encontraba en el tiem-
po de los acontecimientos.

16
UPI, "Ships w i t h 1,800 Marines off Lebanon", The Fresno Bee, 23 de junio de 1985, A1
CAPÍTULO 5

Tiempo y poder.
Las reglas del juego de la espera

Q u é r a r o q u e es q u e las p e r s o n a s q u e te están e s p e r a n d o
se d e s t a q u e n c o n m u c h a m e n o s nitidez q u e la q u e tú estás
esperando.
JEAN GlRAUDOUX, No habrá guerra de Troya, a c t o I

El refrán tradicional del soldado, "apúrate y espera", se ha vuelto una


perogrullada de nuestra época. Esperamos ómnibus y ascensores, en
tiendas y en el tránsito, a mozos y a vendedores. Hacemos colas para
sacar boletos de tren que salen tarde, para citas con médicos que nos
dejan sentados horas en la sala de espera.
Esperar es desagradable. El escritor Alexander Rose solía decir que
"la mitad del sufrimiento de la vida es la espera". Aunque los psicólogos
no podrían precisar la cantidad de dolor que causa la espera, tenemos
suficientes pruebas de que con frecuencia sus efectos son nocivos. Algu-
nos estudios muestran reacciones que van desde la frustración modera-
da hasta la aparición de úlceras, además de altos riesgos de mortalidad
por afecciones coronarias. El investigador Edgar Osuna ha llegado al
punto de plantear una relación matemática directa entre el tiempo de
espera y el estrés y la ansiedad. 1

Si aceptamos que el tiempo es dinero, la espera entonces, además,


es cara. Muchos intelectuales creen que el tiempo perdido fue una de las
patologías principales que causaron la caída definitiva de la Unión Sovié-
tica. El economista Y. Orlov, por ejemplo, calculó que se perdían cerca
de treinta mil millones de horas por año esperando durante las activi-
dades relacionadas con hacer compras solamente: el equivalente al tra-

1
E. Osuna, " T h e psychological cost of w a i t i n g " , Journal of Mathematical Psychology 29, 1985,
pp. 82-105.
134 ROBERT LEVINE

bajo de un año de quince millones de personas. Otro estudio calcula


que, sólo en Moscú, más de veinte millones de horas-hombre se perdían
haciendo colas para el pago de alquileres y servicios. 2

En los Estados Unidos, en 1988, una serie de estudios de campo lle-


vados a cabo por investigadores de la firma consultora Priority Manage-
ment Pittsburgh Inc., llegó a la conclusión de que el estadounidense
medio se pasaba el equivalente a cinco años de su vida haciendo colas,
seis meses esperando delante de los semáforos y dos años tratando de
responder llamadas telefónicas. A pesar de que la espera en los Estados
3

Unidos no es exactamente el mismo pasatiempo nacional que supuso


para las repúblicas soviéticas, nuestra conciencia del tiempo nos hace
sentir que toda pérdida de tiempo es antieconómica.
No es sorprendente, dado el acelerado crecimiento de la población
y la mayor escasez de nuestros recursos, que las colas sean cada vez más
largas y los problemas, más serios. No obstante, la espera implica más
que la frustración y los costos. Para los científicos sociales, la dinámica
del juego de la espera tiene la misma importancia, ya que provee una
excelente oportunidad de comprender los funcionamientos básicos de
la cultura. Las reglas y los principios que rigen la espera -quién espera
adelante, quién espera atrás, y quién no espera nunca- proporcionan
información muy valiosa. Esas reglas forman parte del lenguaje silencio-
so de la cultura. No están escritas en ninguna parte, pero los mensajes
que envían suelen hablar más fuerte que las palabras. 4

Primera regla: El tiempo es dinero

En casi todo el mundo, ésta es la regla básica de la que derivan


todas las demás. A los trabajadores se les paga por hora, los abogados
cobran por minuto, y los avisos publicitarios se venden por segundos. A
través de un curioso ejercicio intelectual, la mente civilizada ha reduci-
do el tiempo -el más oscuro y abstracto de todos los entes intangibles—
a la más concreta de todas las cantidades: el dinero. Con el tiempo y las

2
B. Gwertzman, "Soviet shoppers spendyears in line", New York Times, 13 de mayo de 1969, p. 13.
3
C. Dressler, " M i n u t e here, an hour there: They add u p " , The Fresno Bee, 21 de junio de 1988,
A1.
4
Sin duda, la mejor fuente de información sobre este tema es B. Schwartz, Queuing and Waiting,
Chicago, University of Chicago Press, 1975. El presente capítulo se basa, en su mayor parte,
en el trabajo pionero de Schwartz.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 135

cosas en la misma escala de valores, ahora es posible calcular cuántas


horas de trabajo equivalen al precio de un televisor en color.
No sólo vendemos nuestro tiempo por dinero, sino que hay un mer-
cado que vuelve a comprar nuestro tiempo. "El nuevo y genial produc-
to para la familia es el 'tiempo libre"', según Heloise, que escribe una
columna nacional con consejos para el hogar. "Si puedo darles otros
veinte minutos, aunque les cueste cuatro dólares de tintorería, conside-
ro que he tenido éxito", comenta sobre su función. 5

En la actualidad, los sondeos de opinión pública preguntan en


forma rutinaria a los estadounidenses que trabajan en exceso cuánto
dinero darían por más tiempo para sí mismos. En la encuesta nacional
de 1991 sobre valores de tiempo llevada a cabo por la Hilton Hotel
Corporation, dos tercios de los entrevistados dijeron que aceptarían
sueldos más bajos a cambio de menos horas de trabajo. El deseo de
intercambiar dinero por tiempo fue constante en género, grupo eta-
rio, educación, clase económica y cantidad de hijos. La pregunta se 6

convierte en "¿Tiempo o dinero?", como si los dos fueran partes inter-


cambiables de la misma entidad flexible, como agua y hielo, o efectivo
y cheque.
Un caso muy distinto es el de las culturas que no acatan la regla del
tiempo es dinero. Una vez, en Katmandú, Nepal, tenía que hacer una lla-
mada a los Estados Unidos. En este país, la gente tiene que adelantar el
reloj exactamente diez minutos cuando cruza la frontera con la India. Y,
sabe Dios por qué, Katmandú está adelantada cinco horas y cuarenta
minutos con respecto a la hora de Greenwich. Estaba listo para lo peor.
Para evitar el gentío, fui al centro principal de telefonía a las siete y
media de la mañana. En la ventanilla internacional, esperé diez minutos
antes de que se acercara el empleado. Llevaría algunos minutos lograr la
comunicación con la operadora internacional, me dijo. Me senté, abrí
un libro y esperé.
Y esperé. A las nueve y media todavía no había oído que llamaran a
nadie. Tampoco vi al empleado que me había atendido. Para saber qué
pasaba con mi pedido, volví a acercarme a la ventanilla, donde ahora
había una larga cola adelante. Esperé veinticinco minutos. Cuando lle-
gó mi turno, el nuevo empleado me informó que las líneas estaban ocu-
padas y que debía tener paciencia.

5
Citado en N. Gibbs, " H o w America has run out of t i m e " , Time, 24 de abril de 1989, pp. 58-67.
6
J. Robinson, "Your money or your t i m e " , American Demographics, noviembre de 1991, pp. 22-25.
136 ROBERT LEVINE

Al mediodía aún no me habían llamado. El nuevo empleado tam-


bién se había ido. Volví a la ventanilla. Después de esperar cuarenta y
cinco minutos esta vez - m e tocó el bullicio de la hora de almuerzo—, otro
nuevo empleado tuvo dificultades para localizar mi pedido. Varios minu-
tos después, lo encontró en el montón de "desactivados". Decía que el
que llamaba (yo) había desistido y se había ido.
Volví a sentarme y compré algo para comer en un restaurante
ambulante que circulaba en ese momento por la zona de espera. No sé
por qué, pero el hecho de ver a un hombre cuyo único sustento depen-
día de vender almuerzos a las personas que esperaban para hacer lla-
madas telefónicas no me devolvía la confianza en la compañía de
teléfonos. Terminé de leer el libro. Por fin, a eso de las tres de la tarde,
el empleado nos anunció que las líneas internacionales habían dejado
de funcionar. ¿Podríamos, por favor, volver al otro día?
A la mañana siguiente, después de casi dos horas, oí que me llama-
ban. Corrí hasta la ventanilla. "Sólo quería verificar el número que me
dio", me explicó el empleado. Le confirmé que los dígitos estaban bien.
"Tenga la amabilidad de sentarse y esperar -dijo-. Lo llamaré cuan-
do me comunique con la operadora."
Por alguna razón, no me enojé al oír esas palabras. De hecho, de un
modo medio desquiciado, sentí que había dado un gran paso hacia ade-
lante. Antes de ese pequeño reconocimiento, me sentía igual que el pro-
tagonista de El proceso, de Kafka, que no sabe de qué lo acusan, por qué
está donde está, qué está esperando o cuánto tiempo va a tener que
esperar. Regresé a la zona de espera, sintiéndome un poco superior a
mis compatriotas, que aún seguían sentados en sus asientos. Algunos
de ellos me preguntaron qué había pasado en la ventanilla. Les revelé de
mala gana los detalles de mi audiencia personal con el empleado. Me
había convertido en un personaje importante.
Me senté y esperé. No mucho después lo oí. Quizá sonara como un
susurro para los que no comprendían su significado, pero a mis oídos
era un anuncio maravilloso: "Looween, su llamada está lista en la cabi-
na dos", llamó el empleado.
Mientras sentía sobre mí las miradas de mis compañeros menos
afortunados, que seguían esperando, caminé despacio hacia la ventani-
lla, con la dignidad propia de un hombre en mi posición, un hombre a
quien el empleado de la central telefónica de Katmandú había llamado
dos veces en una hora. Ya estaba pensando en qué les respondería a mis
compañeros en espera cuando me preguntaran sobre mi largo y solita-
rio viaje hacia la cabina número dos; en cómo no había perdido la fe en
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 137

ningún momento; en que pronto serían ellos, y no el señor Looween, los


que harían la triunfante caminata.
Entré en la cabina. El empleado me preguntó si estaba listo. Oye,
¿los budistas dicen om manipadme hurri? Y entonces oí la encantadora voz
de la operadora internacional. En perfecto inglés me preguntó:
-¿Es usted el señor Lou Green?
Improvisé.
—Sí, soy el señor Green -respondí.
-Hable, por favor. La persona con la que pidió la comunicación ya
está en la línea.
-Hola, Beverly -grité-. Soy Bob, Bob Le Green. Estoy en Nepal. En
la cabina telefónica número dos.
Del otro lado oí algo parecido al ruido que mi perro solía hacer
cuando le pisaban la cola. Luego, silencio. Llamé a gritos al empleado.
Me dijo que seguramente había algún problema con la conexión. Iba a
tener que volver a llamar a la operadora internacional.
"Tome asiento. Sólo tardará unos pocos minutos."
Miré hacia la zona de espera. Las mismas caras estaban allí. No fal-
taba ninguna. Me resulta difícil admitir lo desagradable que me pare-
cía la sola idea de sentarme otra vez entre mis humildes compañeros
de espera. Salí del edificio. De regreso al campamento, a dormir y a un
nuevo día.
La mañana siguiente fue mejor. Esperé quizás unos veinte minutos
antes de que el empleado (el segundo del primer día) nos anunciara
que no habría llamadas al exterior ese día: "El rey ha ocupado hoy todas
las líneas". Como me comentó otro extranjero sentado a mi lado: "Esa
sí que es una buena excusa".
Recién al cuarto día pude por fin lograr la comunicación. Pero lo
que de veras me impresionó, incluso más que la demora, fue lo poco que
mis compañeros compartieron mi sufrimiento. Al parecer, la espera es
tan natural en la vida de la mayoría de los nepaleses que el hecho de
tener que esperar horas para hacer una llamada de larga distancia no es
ni inesperado ni irritante.
Sin embargo, la compañía de teléfonos de Nepal quizás advierta
que la regla de "el tiempo es dinero" no puede tener demasiadas excep-
ciones. Sería bueno que tomaran en cuenta lo que les ocurrió a sus cole-
gas al otro lado de la frontera en la India.
El servició telefónico en la India es tan lento que algunas empresas
comerciales emplean a muchachos con el único fin de que esperen el
tono de marcar para poder hacer una llamada. Si se logra la comunica-
138 ROBERT LEVINE

ción con el número deseado, el muchacho mantiene la línea abierta por


si alguien pudiera necesitarla más tarde. Hace unos años, la compañía
de teléfonos se pasó de la raya. P. C. Sethi, un miembro del Parlamento,
había perdido la mayor parte del día tratando de llamar a Bombay. Des-
pués de varias horas de esperar sin éxito la llamada, Sethi tomó una pis-
tola y, acompañado de una escolta armada, tomó por asalto la compañía
de teléfonos. En los diarios en inglés aparecieron titulares en primera
página del estilo de: "P. C. Sethi enloqueció". Con o sin monopolio,
Sethi decidió que la compañía no había respetado las reglas al hacer
esperar tanto a una persona de su importancia.
El ataque armado es, sin duda, una reacción extrema a una frustra-
ción, pero en este caso recibió considerable apoyo. Como declaró el
gerente de una compañía india: "El sistema [telefónico] sólo funciona
a punta de pistola. Me parece bien lo que [Sethi] hizo. Voy a escribirle
una carta para decirle que estoy de acuerdo con él". 7

Segunda regla: La ley de la oferta y la demanda


rige la línea

Donde el tiempo es dinero priman las reglas generales de la econo-


mía. Esperamos para obtener lo que valoramos. Cuanto mayor es la
demanda y más escasa la oferta, más larga es la cola. Así, la gente hace
colas para ir a ver a sus cantantes populares, en el tránsito para llegar a sus
playas favoritas y en los estudios para consultar a abogados prestigiosos.
Cuando la demanda sobrepasa la oferta, el tiempo de espera exce-
de el valor original del producto. En esos casos, el tiempo que pasamos
esperando se convierte, literalmente, en el costo del producto. Por
ejemplo, en la Polonia comunista, una vez vi gente esperando más de
dos horas para tener el privilegio de comprar un par de zapatos (y "por
favor, no hay tiempo para que se los prueben"). En cuanto salían de la
tienda, muchos de los afortunados clientes daban media vuelta y ofre-
cían su compra a precios de mercado negro. Como me enteré, el pre-
cio de reventa se calculaba de una manera muy simple: según el tiempo
que el comprador original había tenido que esperar en la cola. La cali-
dad de los zapatos, en un lugar donde no había nada que elegir, no
venía al caso.

7
Ved Mehta, "Carta de Nueva Delhi", The New Yorker, 19 de enero de 1987, pp. 52-69.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 139

Cualquiera que haya tenido tratos con los revendedores de boletos


aquí, en los Estados Unidos, sabe que no sólo los europeos del Este equi-
paran el tiempo de espera al valor del objeto.
Las personas a veces estiman el valor del tiempo como si fuera una
mercancía en la Bolsa. En un artículo de fondo de la revista Time, titula-
do "Cómo los Estados Unidos se han quedado sin tiempo", Nancy Gibbs
escribe esto:

Hubo una época en que el tiempo era dinero. Ambos podían despilfarrar-
se o utilizarse con provecho, pero al final el premio mayor era el oro. Sin
embargo, como pasa con cualquier mercancía, el valor depende de la esca-
sez. Y éstos son días de gran escasez de tiempo... Si todo sigue así, el tiem-
po podría llegar a ser en los años noventa lo que el dinero fue en los
ochenta. De hecho, a los yuppies inexpertos de Wall Street, con sus abultadas
ganancias y poca libertad, lo que más les cuesta comprar es el tiempo libre.

Louis Harris, cuyas encuestas muestran una reducción del 37% del
tiempo libre de los estadounidenses en los últimos veinte años, afirma
que "el tiempo libre bien puede haberse convertido en la mercancía más
valiosa del país". 8

A medida que sube el precio del tiempo, las reglas que rigen su dis-
tribución se vuelven más significativas. El juego de la espera se convier-
te en un asunto de alto riesgo.

Tercera regla: Valoramos lo que nos hace esperar

Haz que rían, haz que lloren, pero sobre todo, haz que
esperen.
BILL SMETHURST, productor de telenovelas

Este es un corolario psicológico que ayuda a racionalizar las heridas


de la espera. Por curioso que parezca, sucede que, en realidad, creemos
que los zapatos son más valiosos cuando las colas son largas. Hay, por lo
menos, dos razones que lo explican.

8
ibid. p. 58.
140 ROBERT LEVINE

En primer lugar, existe una necesidad psicológica de justificar el gas-


to... en este caso, nuestro tiempo. En psicología social, esto se conoce
como la ley de disonancia cognitiva: estamos motivados para encontrar
- o , cuando es necesario, inventar- una explicación de los comporta-
mientos que de otro modo podrían parecer tontos. Ante la alternativa de
sentir "qué tonto fui en perder mi valioso tiempo por un par de zapatos
de porquería" frente a "estos tesoros bien valieron todo ese tiempo de
espera", la mayoría de las personas sanas opta por la segunda.
A decir verdad, cuando algo es demasiado fácil de conseguir, la gen-
te no lo quiere. ¿A quién le gusta comer en un restaurante vacío? Nos
decimos a nosotros mismos que elegimos un restaurante con una larga
cola porque es probable que sirva mejores menús. No obstante, la espe-
ra en sí es una parte importante de la atracción. De algún modo, la comi-
da no parece tan apetitosa sin una multitud alrededor.
En segundo lugar, hay un motivo humano para valorar lo que no
está disponible. El psicólogo social Robert Cialdini, durante tres años, se
infiltró en varias organizaciones con el propósito de observar las técni-
cas que utilizaban los profesionales expertos en persuasión, personas
que se ganan la vida convenciendo a los demás de que accedan a sus
deseos. Descubrió que una de las técnicas más eficaces saca ventaja de lo
que se ha dado en llamar el principio de la escasez: cuanto más inacce-
sibles las oportunidades, más valiosas parecen. Los astutos profesionales
de la persuasión se aprovechan a menudo de los compradores inseguros
instándolos a creer que enfrentarán largas esperas si no actúan de inme-
diato. Cialdini recuerda:

La táctica se llevaba a cabo a la perfección en una tienda de electrodo-


mésticos que investigué, donde sólo se incluía en la lista de ventas el 30 o
50% del stock. Supongamos que, a la distancia, una pareja en la tienda
parece estar más o menos interesada en determinado artículo... entonces
un vendedor se acerca y le dice: "Veo que están interesados en este mode-
lo y puedo comprender muy bien por qué; es un excelente artefacto a
muy buen precio. Pero, por desgracia, se lo acabo de vender a otra pare-
ja hace menos de veinte minutos. Y si no me equivoco, era el último que
nos quedaba".
La decepción del cliente es inequívoca. Debido a que ya no es accesible, el
electrodoméstico, de repente, se vuelve más atractivo. En forma caracte-
rística, uno de los clientes pregunta si por casualidad no queda otro en el
depósito o en el almacén o en cualquier otro lado. "Bueno -concede el
vendedor- es posible, y con todo gusto iré a ver si queda alguno. Entien-
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 141

do que éste es el modelo que quiere y si puedo conseguírselo al mismo


precio, ¿va a comprarlo?". En esto radica la maravilla de la técnica. De
acuerdo con el principio de escasez, se les pide a los clientes que se com-
prometan a comprar el electrodoméstico cuando parece menos accesible
y, por lo tanto, más deseable. Muchos clientes aceptan comprarlo en ese
momento de especial vulnerabilidad. 9

También se ha descubierto que a muchos clientes que luego se


enteran de que hay un amplio surtido del modelo deseado -que no es
necesario esperar para conseguirlo- a menudo les vuelve a parecer
menos atractivo. Cuanto más larga la cola, mejor se ve el producto.

Así pues, la espera tiene su origen en los recursos limitados, pero las
leyes de la economía son sólo el principio. El modo en que se distribu-
yen los recursos constituye el verdadero meollo del juego de la espera. Si
miramos más de cerca, veremos cuál es la esencia del nivel social, del
poder y la autoestima.

Cuarta regla: El estatus decide quién espera

Cuanto más importantes somos, mayor es la demanda de nuestro


tiempo. Y como el tiempo es limitado, su valor se incrementa con el
modo en que se percibe nuestra importancia. Al igual que cualquier
mercancía valiosa, el tiempo de la gente importante tiene que ser pro-
tegido, lo que conduce a dos corolarios de la regla: a la gente importan-
te sólo se la puede ver con cita previa; y, aunque a las personas de alto
nivel se les permite hacer esperar a las personas de categorías más bajas,
lo contrario queda estrictamente prohibido. Mientras las personas de
alto nivel ofrezcan algo de valor -ya sea productos, servicios, acceso a
recursos valiosos o tan sólo el placer de su compañía-, las reglas adquie-
ren legitimidad.
Las distinciones de niveles en el juego de la espera suelen ser muy
precisas. En universidades como la mía, por ejemplo, había una regla
tácita de que los estudiantes debían esperar diez minutos a un profesor
auxiliar que llegaba tarde a clase, veinte minutos a un profesor adjunto
y treinta minutos al profesor titular. Hay una enorme diferencia cuando

9
R. Cialdini, op. cit., p. 230.
142 ROBERT LEVINE

se da el caso contrario. En un estudio llevado a cabo por los psicólogos


James Halpern y Kathryn Isaacs, se les preguntó a estudiantes y a profe-
sores cuánto tiempo estaban dispuestos a esperar a un estudiante y a un
profesor que tardaban en llegar a una cita. Todos los encuestados res-
pondieron que esperarían mucho más tiempo a un profesor que a un
alumno. Además, los estudiantes, comparados con los profesores, dije-
ron que esperarían más tiempo en el caso de una cita, ya sea con un
alumno o con un profesor. Estas normas ponen de manifiesto nuestro
10

valor relativo: se me permite hacerles perder el tiempo a mis alumnos,


sin excepción, pero ellos tienen prohibido quitarme el mío.
A veces esa relación lleva a encuentros extraordinarios. Los ins-
tructores experimentados saben, muy a pesar suyo, que la conferencia
favorita de casi todos los estudiantes es que no haya ninguna conferen-
cia. Cuando, culposo, anuncio la cancelación de una clase, los alumnos
siempre me responden con alegres exclamaciones de "¡qué bien!", aplau-
sos e incluso gritos triunfales, nada de lo cual he oído ni siquiera al final
de mis mejores conferencias. Y eso que se trata de estudiantes a los que
les caigo bien.
Lo peculiar de todo esto es que los estudiantes me pagan el sueldo.
Desde el punto de vista monetario, son dueños de mi tiempo, y no al
revés. Pero junto con el ejercicio de mi profesorado, se me ha otorgado
el control de sus notas, lo que hasta cierto punto determina su futuro. Al
final, las reglas de la espera dejan bien en claro quién manda a quién.

En algunos países, hacer que los otros esperen se encuentra en la


base de las categorías sociales. En una encuesta en el Brasil, mis colegas
y yo preguntamos a la gente de qué modo creía que la puntualidad en
las citas se relacionaba con el éxito. Para mi sorpresa, los brasileños con-
sideraron que las personas que siempre llegan tarde a las citas son las
más exitosas y que las personas puntuales son las menos exitosas. Nues-
tra información también mostró que los brasileños consideraban que
una persona que siempre llegaba tarde a una cita era más relajada, ale-
gre y agradable, todo lo cual suele asociarse con el éxito. 11

Las respuestas me desconcertaron al principio. Aun en un país que


aparenta tener una infinita tolerancia temporal, esto me pareció un tan-

'°J. Halpern y K. Isaacs, "Waiting and ¡ts relation to status", Psychological Reports46, 1980, pp.
351-354.
11
Véase R. Levine, L. West y H. Reis, "Perceptions of time and punctuality ¡n the United States
4
and Brazil", Journal of Personality and Social Psychology 38 ( ), 1980, pp. 541-550.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 143

to exagerado. Una cosa es ser flexible, pero otra muy diferente es creer
que la tardanza, en realidad, trae beneficios. Mis intenciones habían sido
cuestionar el estereotipo de la amanhá, pero en cambio me sentía inmer-
so en una vieja película de Carmen Miranda. Sin embargo, había pasa-
do por alto lo esencial.
Los brasileños califican a las personas que siempre llegan tarde a las
citas como las más exitosas porque eso es un hecho. La gente importan-
te siempre hace esperar a los subalternos. La impuntualidad no lleva al
éxito, sino que es su consecuencia. La falta de puntualidad es un símbo-
lo de logro. Es parte del atuendo, como usar zapatos lindos. En los Esta-
dos Unidos, nos sentimos ofendidos cuando las personas poderosas,
como los médicos, nos hacen esperar. Pero los brasileños no se sentían
ofendidos por tener que esperar ni tampoco por ganar menos que sus
superiores. En realidad, sentían envidia. Además, ansiaban alcanzar
algún día, ellos también, una posición exitosa que les permitiera tener
una buena casa, un auto lujoso y hacer esperar a los demás.
En muchas culturas árabes, según es costumbre, una joven que
mantiene relaciones íntimas con un hombre con el que no está casada
puede ser asesinada por sus hermanos. Para los occidentales, éste es un
comportamiento incivilizado. Pero el hermano tiene la obligación de
proteger el papel que cumple una institución importante -la familia-
dentro de las normas sociales. Es su responsabilidad. La hermana es un
vínculo sagrado e inviolable entre familias y resulta imperativo para la
supervivencia del orden social que ella se mantenga sin tacha. Del mis-
mo modo, la conducta con respecto al tiempo de los brasileños impor-
tantes debe comprenderse como parte de un orden más amplio. La
regla dicta que se espere a aquel que posee las llaves. Y, en el Brasil al
menos, no se tolera la queja.

A veces, la regla del estatus puede conducir a divertidas luchas de


poder, como las que el escritor E. B. White describió hace muchos
años, en "Impasse in the Business World".

Mientras esperábamos en la recepción de la compañía, donde habíamos


ido en busca de fortuna, oímos, a través de un tabique delgado, a un gene-
ral de brigada de la industria tratando de conseguir una comunicación
telefónica con otro general de brigada, y ambos llegaron, según nos pare-
ció, a un saludable impase. Sonó el teléfono en la oficina del señor
Auchincloss, y oímos que la secretaria del señor Auchincloss tomaba la lla-
mada. Era la secretaria del señor Birstein, que le decía que el señor Birstein
144 ROBERT LEVINE

quería hablar con el señor Auchincloss. "Muy bien, ponió en la línea -le
pidió la bien entrenada secretaria del señor Auchincloss-, y enseguida lo
comunicaré con el señor Auchincloss". "No —respondió al parecer la otra
muchacha—, pásame primero con el señor Auchincloss, y lo comunicaré
con el señor Birstein". "De ningún modo —prosiguió la muchacha detrás
del tabique—. No se me ocurriría hacer esperar al señor Auchincloss".
La batalla de titanes, liderada por sus tenientes para decidir cuál de los
titanes poseía el tiempo más valioso, continuó con pleno vigor cinco o
diez minutos más. Durante ese intervalo, los titanes, al parecer, seguían
allí sin hacer nada, mirando el techo. Por fin, una de las muchachas se
dio por vencida, o fue avasallada, pero la lid bien podría haber termina-
do en empate. Mientras seguíamos consumiéndonos en la recepción, la
parálisis momentánea de la industria nos pareció rica en promesas de un
futuro mejor: días en que la auténtica igualdad ingresara en la vida
comercial, y nadie pudiera hablar con nadie porque todos estarían igual-
mente ocupados. 12

Quinta regla: Cuanto más tiempo te esperan,


mayor es tu estatus

Procuren verlo ante todo en su simplicidad, la espera, el


no saber por qué, o dónde o cuándo o para qué.
SAMUEL BECKETT

Lo contrario de la regla cuatro - q u e el estatus decide quién espe-


r a - también es cierto. La posición en la jerarquía de la espera a menu-
do determina la importancia. Igual que en el caso del precio de
reventa de los zapatos polacos, las colas largas los vuelve más impor-
tantes y caros para la gente. El valor de los consultores financieros,
abogados o expertos aumenta por el simple hecho de que los contra-
tan con anticipación. Esto produce una demanda aún mayor de su
tiempo, y así continúa el ciclo.
En las grandes compañías, los límites sociales se reflejan a veces en
la organización arquitectónica del edificio. En sentido literal, cuanto

, 2
E . B. White, The Second Tree from the Comer, Nueva York, Harper & Bros., 1935, pp. 225-226.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 145

más arriba, más larga la espera. Barry Schwartz, en su libro Queuing and
Waiting, describe una experiencia de esta índole:

Más abajo en la escala están los hombres a los que es posible acercarse direc-
tamente. Por lo general, están detrás de un mostrador en la planta baja, o
al menos en los pisos más bajos, listos para ofrecer sus servicios. A medida
que se avanza en la burocracia, las personas se encuentran en los pisos más
altos y en oficinas: primero la oficina general, luego oficinas privadas, luego
oficinas privadas con secretaria; a cada paso, aumenta la inaccesibilidad y,
por lo tanto, la necesidad de citas previas y la posibilidad de hacer esperar a
la gente. Por ejemplo, hace poco tuve que ir a una compañía de tarjetas de
crédito. Primero, fui a la planta baja donde le presenté mi queja a la mucha-
cha en el escritorio de la entrada. La recepcionista no pudo ayudarme y me
mandó al octavo piso a hablar con alguien en una oficina general. Después
de hacerme esperar un buen rato, la persona salió para hablar conmigo del
problema en la misma recepción. Pensé que si quería arreglar el asunto, iba
a tener que buscar a un vicepresidente a cargo de algo, que me haría espe-
rar el resto del día. No tenía tiempo para esperar, así que intenté hacerlo
con dicho empleado, que por supuesto no pudo hacer nada. Todavía estoy
esperando el momento en que pueda perder toda la tarde para volver y bus-
car a ese vicepresidente capaz de resolver el problema de mi cuenta. 13

Cuando la disonancia cognitiva y la ley de la escasez (tercera regla)


acrecientan psicológicamente el valor del servidor, las personas menos
accesibles suelen adquirir dimensiones salvadoras. Un caso extremo de
esto ocurre en la obra de teatro de Samuel Beckett Esperando a Godot.
Godot es un servidor que no sirve. Su valor deriva del hecho de que lo
esperan.
Para las personas que esperan, por otra parte, no hay nada como
una larga espera para ponerlos en su sitio. No necesitan que les recuer-
den que el significado original de la palabra waiter* como el término
francés attendant deja en claro, se refería al sirviente que satisfacía los
caprichos de su superior.
La posición del que espera se hace evidente cuando nos hacen
esperar durante la cita misma; por ejemplo, cuando alguien al que nos
ha costado trabajo llegar se digna recibirnos y luego contesta una 11a-

, 3
B . Schwartz, op. cit, p. 2 1 .
* Waiter, literalmente "el que espera", significa en la actualidad " m o z o " , " c a m a r e r o " , " m e s e -
r o " . [T.l
146 ROBERT LEVINE

mada mientras estamos allí. Qué humillante resulta el momento en


que él o ella retorna al tema que nos ha costado semanas tratar, ha per-
dido el hilo de la conversación y nos comunica, pidiéndonos disculpas,
que nuestro asunto va a tener que esperar hasta que se presente otra
oportunidad. Mejor sería que nos dijera de frente: "Usted es menos
importante que yo, que la persona con la que acabo de hablar y que
cualquier otra cosa que pudiera presentarse en los próximos minutos".

Sexta regla: El dinero compra un lugar


en las primeras filas

No sólo las personas importantes suelen hacer esperar a sus subor-


dinados, sino que hay una clase privilegiada que es casi siempre inmu-
ne a la espera. Obtiene servicios especiales para no gastar su precioso
tiempo, que puede utilizar con el fin de hacer más dinero para pagar los
servicios especiales.
La élite puede darse el lujo, por ejemplo, de hacer compras en tien-
das donde los vendedores esperan a los clientes en la puerta o, si son
aun más afortunados, de mandar a otros para que hagan las compras. Si
desean ir a un concierto de entradas agotadas llaman a un agente de
venta de boletos. Ni siquiera esperan en los bancos. Cuando se tiene una
cuenta importante, el banco suele ir a atenderlos.
El caso es muy diferente para los que están más abajo de todo.
Incluso cuando se trata de los mismos servicios, la cola es más larga para
las personas carentes de recursos. En un estudio realizado por Barry
Schwartz, por ejemplo, a una muestra representativa de estadouni-
14

denses se le preguntó cuánto tiempo tenía que esperar normalmente


en un consultorio médico. Los afroestadounidenses - q u e tienden a
pertenecer a un nivel socioeconómico más b a j o - dijeron que espera-
ban más tiempo que los blancos. Y cuanto más bajo el nivel socioeco-
nómico, más larga la espera: el 3 6 % de los blancos de alto nivel dijo que
esperaba treinta minutos o más, comparado con el 5 0 % de los negros
de alto nivel, el 5 1 % de los blancos de bajo nivel y el 6 9 % de los negros de
bajo nivel.
En algunos países, hay personas cuya única función es la de hacer
colas para los adinerados... algo así como una nodriza temporal. En

"Ibid, pp. 110-132.


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 147

México, donde la burocracia local hace que la de los Estados Unidos


parezca una máquina muy bien aceitada, la vida está jalonada de inter-
minables trámites o procedimientos burocráticos. Por ejemplo, la reno-
vación del registro de conducir puede llevar un día entero de espera en
colas. Sin embargo, para los que tienen dinero, hay personas llamadas
gestores—o coyotes* en términos menos formales— que se prestan a espe-
rar por dinero. Es posible encontrar a muchos gestores en las puertas de
las agencias gubernamentales. Algunos incluso tienen sus propias ofici-
nas. El cliente simplemente le da la información necesaria - e l gestor por
lo general está provisto de una buena cantidad de formularios en blan-
c o - y hace una cita para ir a buscar los papeles correspondientes.
El precio negociado se basa en la cantidad de tiempo que el clien-
te podrá ahorrar. Una de las responsabilidades del gestor eficiente es la
de acortar el proceso burocrático, por lo general pagando coimas a las
personas apropiadas. Como resultado, el tiempo que ahorra el cliente -y
paga- puede ser más largo que el que pierde el gestor. Aunque el traba-
j o del gestor se basa en las coimas, no hay nada sórdido en la imagen de
la profesión. Los gestores son considerados intermediarios útiles. Pres-
tan un servicio importante y necesario.
Para algunos trámites en México, es posible, literalmente, alquilar
cuerpos para que hagan cola por nosotros. Por ejemplo, conseguir una
visa exige a menudo hacer cola fuera del consulado desde la noche ante-
rior para asegurarse un buen lugar cuando se abran las puertas la maña-
na siguiente. Delante del edificio, suele haber personas que se ofrecen
por dinero a hacer la cola por nosotros durante la noche. Por el precio
adecuado, lo harán familias enteras.

En el Brasil, hay profesionales de la espera muy calificados, cono-


cidos como despachantes ** Son paraprofesionales que sirven de inter-
mediarios entre ciudadanos acomodados y el interminable papeleo
burocrático. Para dar una idea de hasta dónde llega el papelerío en el
Brasil, durante los doce meses que viví en ese país, el gobierno me exi-
gió que obtuviera, sólo en visas: una visa de entrada al llegar, sendas
visas temporales de salida las cuatro veces que fui a visitar países veci-
nos, visas temporales de entrada para poder volver a ingresar en el país
después de cada uno de los cuatro viajes y una visa de salida para per-

* En castellano en el original. [T.]


* * En portugués en el original. [T.]
148 ROBERT LEVINE

mitirme salir del Brasil al final de mi estadía. En total, obtuve cerca de


una visa por mes.
El papelerío llegó al colmo del absurdo cuando, cerca del final de
mi estadía, presenté una solicitud para una visa permanente de salida,
que, según me informaron, era necesaria para obtener el pasaje de
regreso a mi país. Al acercarme al edificio adecuado, me encontré con
el grupo usual de despachantes, la mayoría muy bien vestidos, con porta-
folios de aspecto profesional. (Los despachantes tienen más prestigio que
sus primos, los gestores.) Le pregunté a uno que conocía, con quien ya
había tenido éxito en una ocasión anterior con respecto a una visa, cuán-
to tiempo tomaría el trámite. Si lo hacía yo mismo, me explicó, tomaría
unas tres semanas, pues los papeles tenían que pasar por varias oficinas
en tres edificios diferentes. Pero me urgía salir del Brasil en dos semanas
y se lo dije.
-Nao ha problema - m e respondió en portugués-. Puedo llevarle la
solicitud a alguien que conozco en el tercer edificio, que está autorizado
para firmar por todos los que están en los dos primeros edificios, y en
dos días se la puedo entregar.
-Pero si es posible pasar por alto los dos primeros edificios - l e pre-
gunté—, ¿para qué sirven esas agencias?
- E n realidad, para nada -contestó-. Sólo son trabajos guberna-
mentales.
Mientras revisábamos el material de mi solicitud, el despachante me
pidió mi "Carteira de Indentidade: Estrangeiro Temporario" (Docu-
mento de Identidad No Permanente para Extranjeros). Era necesaria la
notificación de ese estado legal antes de que se me permitiera trabajar
en el Brasil - l o que venía haciendo durante los últimos once meses-, y
era un prerrequisito para la obtención de mi visa de ingreso inicial.
Solicité y recibí la autorización para el estado legal de extranjero no
permanente antes de ingresar en el Brasil, pero nunca me enviaron el
documento. Entonces el despachante me dijo que, técnicamente, no tenía
ninguna prueba de que cumplía con los requisitos para ingresar en el
Brasil, de modo que no podían darme el visto bueno para salir. Necesi-
taba conseguir los papeles de ingreso antes de poder solicitar la visa de
salida. El nuevo giro de la situación desconcertó al despachante.
-Los papeles de entrada para un extranjero deben pasar por más
de una ciudad, y el trámite puede llevar cerca de un año. Voy a tener que
ocuparme de eso también.
Me dijo que iba a poder hacer todo en una semana. Yo no me sen-
tía tan optimista. Pero seis días después, mientras consideraba la posibi-
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 149

lidad de buscar a un verdadero delincuente que me sacara del país en


forma ilegal, el despachante llegó a mi puerta con los documentos. Cin-
cuenta y una semanas después de entrar en el Brasil, me fue otorgado
el permiso oficial para iniciar mi visita, la que iba a terminar en siete
días. Y, en el mismo momento, recibí la autorización para salir.

En los Estados Unidos, la venta de tiempo también es, en la actua-


lidad, una profesión floreciente. Pero, en un estilo típico estadouniden-
se, los contratistas pretenden abarcar una gama mayor de actividades
que las que atienden los gestores y despachantes. Un ejemplo es una com-
pañía llamada "At Your Service" fundada hace pocos años por Glenn
Partin y Richard Rogers, en Winter Park, Florida. At Your Service reali-
za cualquier tarea que los clientes no quieren hacer para no perder tiem-
po, desde esperar en la cola hasta la limpieza de la casa, ir de compras y
hacer diligencias. Este negocio es un caso típico de lo que la periodista
Nancy Gibbs denomina "el número creciente de contratistas que pres-
tan cualquier servicio dentro de su campo de conocimiento, lo que sue-
le costar entre veinticinco y cincuenta dólares la hora. Lo que antes era
una industria casera o artesanal de personas que proporcionaban servi-
cios en el hogar se está convirtiendo en la actualidad en un negocio flo-
reciente en todo el país. Cualquiera que pueda proteger el tiempo libre
de la familia tiene el éxito asegurado". 15

Aun cuando los ricos no puedan evitar del todo la espera, sufren
menos que los que no tienen nada. En la mayoría de las circunstancias,
hacen que su ambiente de espera sea lo más cómodo posible. Milla Ali-
ñan, en su libro Corporate Etiquette, aconseja esto:

Hacerle perder tiempo a un hombre de negocios es equivalente a robarle


la billetera. Mantenerlo en espera es una mala práctica comercial y pésima
educación.
[Si la demora es inevitable], su secretaria debe explicarle cuáles son los
motivos y preguntarle si le importa esperar. Su secretaria podría hacerlo
pasar a su oficina privada, tomar su sobretodo y sombrero, y asegurarse de
que esté sentado y cómodo. Podría preguntarle si desea que le traiga una
revista o café o té, o alguna gaseosa mientras lo espera. 16

, 5
N . Gibbs, " H o w America has run out of t i m e " , Time, 24 de abril de 1989, p. 67.
6
' Citado en B. Schwartz, op. cit., p. 135.
150 ROBERT LEVINE

Las investigaciones realizadas indican que esta sugerencia se suele


llevar a cabo, pero en forma selectiva. En un estudio, Barry Schwartz y
sus colegas observaron el trato que se les dispensaba a los clientes en la
oficina ejecutiva de una empresa de hipotecas en una ciudad del este de
los Estados Unidos. No sólo había una relación directa entre el nivel del
cliente y el tiempo que lo hacían esperar, sino que era cuatro veces más
probable ( 3 6 % contra 8%) que a los clientes de alto nivel les ofrecie-
ran una bebida durante la espera que a los clientes de nivel más bajo.
También era dos veces más probable ( 7 5 % contra 33%) que los clien-
tes de alto nivel fueran acompañados desde la sala de espera hasta el
lugar de la cita. 17

A la élite se le conceden con frecuencia espacios aislados del todo.


En los aeropuertos, por ejemplo, tiene acceso a los salones VIP, que
ofrecen buena comida y bebidas, y otras comodidades de lujo; entre
ellas, estar separada de la gran masa de plebeyos que tienen que espe-
rar y que son obligados a armarse de paciencia en la llamada, de modo
ignominioso, "zona de espera" o en la "puerta de embarque". Hasta el
sistema legal ofrece mejores condiciones de espera a los que cuentan
con recursos. Mientras esperan la fecha del juicio, los ricos casi siem-
pre reúnen el dinero necesario para el pago de la fianza, y esto les per-
mite esperar en libertad en su propio hogar. Los pobres, las más de las
veces, deben esperar en la cárcel. Si las condenan a prisión, las perso-
nas con recursos tienen más posibilidades de cumplir la sentencia en
instalaciones más cómodas, como las infames cárceles VIP, que los
menos privilegiados.

Séptima regla: Los más poderosos controlan


quién espera

Así pues, el estatus y el dinero incluyen la capacidad de controlar


el tiempo, tanto el propio como el de los demás. Y aquí llegamos al meo-
llo del juego de la espera: el tiempo es poder. No hay símbolo de domi-
nación de mayor jerarquía, pues el tiempo es la única posesión que no
puede reemplazarse de ningún modo una vez que se agota. El principio
del poder se presenta en forma de tríada: en primer lugar, hacer esperar
a alguien es un ejercicio de poder; en segundo lugar, los poderosos tie-

"Ibid, pp. 135-152.


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 151

nen la capacidad de hacer que los otros los esperen; y en tercer lugar,
estar dispuesto a esperar legitima y reconoce ese poder.
Los jugadores profesionales del poder, muy conscientes de esta
regla, suelen llevar a cabo ataques al tiempo personal. Una mujer de alta
jerarquía en el antiguo imperio religioso de Bhagwan Shree Rajneesh
me dijo: "El objetivo de Bhagwan era la devoción absoluta. Durante los
fines de semana introductorios en los Estados Unidos, empezábamos el
proceso pidiéndoles a los nuevos reclutas que asumieran un compromi-
so. Nuestro primer pedido era que renunciaran a sus relojes, seguido de
su dinero y su ropa. Bhagwan sabía que en cuanto poseyera su tiempo
-primero en forma simbólica, y luego literalmente-, los tendría a ellos".
A veces los poderosos hacen esperar a otros como una manera de
mostrar su fuerza, para recordarles a los subalternos quién está al man-
do. Dicen que el papa medieval Gregorio VII apreciaba mucho este ejer-
cicio. Una vez forzó al emperador del Sacro Imperio Romano Enrique IV
-que había cuestionado su autoridad- a permanecer de pie descalzo en
la nieve y el hielo durante tres días y tres noches antes de concederle una
audiencia.
Los rusos, para quienes la espera ocupa un lugar central en la vida
cotidiana, sienten una fascinación particular con la espera como arma.
Aleksandr Solzhenitsyn, por ejemplo, escribe en Pabellón cáncer:

Al encontrarse con el hombre (o telefonearle, o incluso mandarlo llamar


especialmente), le podría decir: "Por favor, venga a mi oficina mañana
temprano a las diez". "¿No puedo ir ahora?", preguntaría, sin duda, el indi-
viduo, puesto que estaría ansioso por saber para qué lo llamaban y acabar
de una vez con el asunto. "No, ahora no", amonestaría Rusanov con ama-
bilidad, pero también con tono estricto. No diría que estaba ocupado en
ese momento o que tenía que asistir a una conferencia. De ningún modo
daría una razón clara y sencilla, algo que pudiera asegurarle al hombre
que había mandado llamar (porque eso era lo esencial de su estratagema).
Pronunciaría las palabras "ahora no" en un tono que daría lugar a muchas
interpretaciones, y no todas favorables. "¿Para qué?", podría preguntar el
empleado, ya sea por audacia o por inexperiencia. "Lo sabrá mañana", le
respondería Pavel Nikolaevich con voz suave, pasando por alto la pregun-
ta desatinada. Pero qué tiempo tan largo hasta mañana. 18

A. Solzhenitsyn, The Cáncer Ward, Nueva York, Dial, 1968, p. 222.


152 ROBERT LEVINE

Los estrategas militares son expertos en utilizar el tiempo como un


arma ofensiva. Cuando desarrollan bien el juego, pueden ganarles la
partida a enemigos mejor armados. A comienzos de la presidencia de
Lyndon Johnson, por ejemplo, éste recibió un memo de Nicholas Kat-
zenbach que pedía (sin éxito) que los Estados Unidos suspendieran el
bombardeo e iniciaran la retirada gradual de las tropas estadouniden-
ses de Vietnam. Clark Clifford, que pertenecía al círculo íntimo del pre-
sidente Johnson, llamó al memo "impresionante y profético":

Hanoi utiliza el tiempo del mismo modo que los rusos utilizaron el terre-
no antes del avance de Napoleón a Moscú, retrocediendo siempre, per-
diendo todas las batallas, pero, finalmente, creando condiciones en las
que el enemigo ya no puede actuar. Para Napoleón, fue su larga vía de
abastecimiento y el invierno ruso; Hanoi espera que para nosotros sea la cre-
ciente disconformidad, la impaciencia y la frustración causada por la
guerra prolongada sin frentes ni señales visibles de éxito... El tiempo es
el elemento crucial en esta etapa de nuestra participación en Vietnam. ¿La
tortuga del progreso en Vietnam podrá mantener la ventaja frente a la lie-
bre de la oposición en los Estados Unidos? 19

Mi elección personal para el Mejor Jugador de la Década del Juego


de la Espera, relativo al poder, es el líder iraquí Saddam Hussein. Desde
el punto de vista militar más objetivo, los Estados Unidos y las fuerzas
aliadas le han infligido a Saddam una serie despiadada de derrotas. Bag-
dad ha soportado bombardeos implacables y embargos comerciales casi
totales sin apelar a ningún contraataque militar. La única defensa de
Saddam -y, a la larga, su ofensiva- ha sido la inacción y la paciencia. Des-
pués de cada amenaza, Washington espera su respuesta, y en todas las
oportunidades, Bagdad marca el tempo.
Cuando en agosto de 1990, los Estados Unidos recurrieron a su
influencia por primera vez para imponer el embargo comercial casi total
en Iraq, el titular en el diario USA Today fue un prototipo para el futuro:
AHORA, EL J U E G O DE LA ESPERA. Después de la típica falta de respuesta
por parte de Saddam, los Estados Unidos se vieron forzados a intensifi-
car las amenazas militares. Un experto en el Oriente Medio, Ahmad
Khalidi, le dijo al New York Times: "Con cada día que pasa se hace más

C. Clifford, con R. Holbrooke, "Annals of Government (The Vietnam Years)", Primera parte, The
New Yorker. 6 de mayo de 1991, p. 79.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 153

evidente que cuanto más aguante Saddam Hussein, mayor será la mare-
jada de apoyo hacia Iraq". Un especialista en inteligencia militar de los
20

Estados Unidos comentó esto: "Me preocupa que, una vez más, Saddam
esté controlando el tempo de la guerra sin casi ningún costo para él". 21

Aun después de su rendición, Saddam ha ejercido el mismo control tem-


poral. ¿Cuándo se retirarían sus tropas? ¿Cuándo destruiría su arma-
mento? ¿Cuándo permitiría el acceso de los equipos de inspección?
Siempre llegaban los ultimátum de sus enemigos, y siempre se quedaban
esperando la respuesta de Saddam.
En el perfil de Saddam de junio de 1996 en el New Yorker, T. D. All-
man advirtió que "hoy todos están de acuerdo en que el control de Sad-
dam sobre el poder sigue intacto". Si la victoria se mide por la capacidad
de mantenerse en el poder, concluye Allman, "Saddam no sólo salió vic-
torioso de su 'derrota' en la guerra del Golfo, sino que cada vez está más
fuerte". Tariq Aziz, que fue ministro de relaciones exteriores y primer
ministro de Saddam, se jacta en el mismo artículo: "Por supuesto que
salimos victoriosos... ¡Nosotros los derrotamos a ustedes! Iraq no ha que-
dado reducido a lo más primitivo y aún estamos al mando. Bush y Baker
ya no tienen poder". Cuando le preguntaron cuánto tiempo Saddam y
su gobierno pensaban conservar el mando, Aziz respondió: "Para siem-
p r e " . Ese es el poder que se adquiere con el control del ritmo de vida.
22

Octava regla: La espera puede ser un instrumento eficaz


de control (o la Movida Siddhartha)

El caso de Saddam muestra un modo especial de aplicar la regla del


poder: cómo la espera en sí misma puede llegar a ser un acto poderoso.
Recordemos al joven Siddhartha, de Hermán Hesse, que creía que
"todos pueden practicar la magia, todos pueden alcanzar su meta, si pue-
den pensar, esperar y ayunar". Con la actitud correcta, la espera es un
instrumento poderoso contra los obstáculos de la vida.
La clave aquí es desplazar la mente del tiempo del reloj al tiempo
de los acontecimientos; olvidar la hora que marca el reloj y la idea de
que el tiempo es dinero. Siddhartha estaba dispuesto a utilizar todo el

20
Y. M. Ibrahim, "In the mideast, a fear that war ¡s only the beginning", The New York Times Week
¡n Review. 3 de febrero de 1991, pp. 1-2.
21
F. Greve y J. Donnelly, "Oil nears water supply", The Fresno Bee, 27 de enero de 1991, A 1 , A8.
22
T. D. Allman, "Saddam wins again", The New Yorker, 17 de junio de 1996, pp. 60-65.
154 ROBERT LEVINE

tiempo que fuera necesario para el logro de sus objetivos. Reconocía el


valor de su tiempo, pero no tenía nada que ver con el pago por hora. El
ser gobernado por el reloj de la sociedad significaba para él un desper-
dicio de su recurso más valioso. El poeta Ranier Maria Rilke lo expresó
de modo más sucinto. Encima de su escritorio, escribió una sola palabra:
"ESPERE". Rilke comprendió que esperar era, después de todo, el inter-
valo y el enlace entre el presente y el futuro. Es lo que San Agustín lla-
maba "el presente del futuro".
El enfoque Siddhartha puede ser muy eficaz, en particular para per-
sonas que cuentan con recursos limitados. Pero como demuestra Sad-
dam Hussein, no queda restringido a búsquedas espirituales. A veces
adquiere formas poco atractivas. En términos generales, Walter Winchell
era considerado el periodista más poderoso de su época, y era por cier-
to el más temido. Winchell no descansaba nunca. Una vez dijo de sí mis-
mo: "Llevo un ritmo de vida matador". Pero, curiosamente, logró su
mayor poder a través de su capacidad de espera. En su autobiografía,
Winchell escribe sobre todos los "ingratos" que lo habían abandonado:

He perdonado, pero no tengo que olvidar. No soy un luchador. Soy una


persona que espera. Espero hasta que pesco al ingrato con la bragueta
abierta, y entonces le tomo una foto.
Cuando un cretino me hace una malajugada (después que lo he ayudado,
a él o a ella), en algún momento le devuelvo el cumplido. En el periódi-
co, en el aire o con un frasco de ketchup en la cabeza. No invento cosas
sucias y después escribo sobre ellas. Espero hasta que los encierran por
consumir drogas o por ejercer la prostitución, y entonces lo Publico. 23

No era Siddhartha, pero Winchell comprendía muy bien las ense-


ñanzas del maestro sobre el tiempo.

No se puede negar el poder latente del principio Siddhartha. No


obstante, pese a que es una carta sencilla y poderosa, su posibilidad de
uso puede ser limitada. El problema radica en que su empleo requiere
la reinterpretación de la primera regla (el tiempo es dinero), un hecho
menos aceptable para mucha gente que para Saddam Hussein. El resul-
tado habitual para muchos Siddharthas del siglo X X ha sido expresado
con exactitud, me temo, en el poema de Mary Montgomery Singleton:

N. Gabler, Winchell: Gossip, Power and the Culture ofCelebrity, xv, Nueva York, Knopf, 1994.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 155

Ah, "todo llega a los que esperan ",


(me digo esto para alegrarme un poco),
pero algo me responde, con suavidad y tristeza,
"llega, pero a menudo llega demasiado tarde".

Novena regla: Se puede dar el tiempo


como un obsequio

Se puede utilizar la espera como un acto autoimpuesto de genero-


sidad. La mayoría de las veces, estos ofrecimientos suelen ser directos o
personales: esperar a que alguien se cure o cuidar a alguien en su lecho
de muerte. Pero también se puede dar el tiempo como un obsequio sin
ningún contacto cara a cara. Quizá la manera más peculiar de todas las
personificaciones de la espera se da cuando la gente elige dar su tiem-
po públicamente como una muestra de respeto hacia un superior.
Después del asesinato de J o h n Kennedy, por ejemplo, casi doscien-
tas cincuenta mil personas esperaron a la intemperie, con bajas tempe-
raturas, cerca de diez horas en la rotonda del Capitolio, donde el cuerpo
del presidente yacía en la capilla ardiente. Nadie obligó a la gente a acu-
dir al velorio. Nadie se lo agradeció tampoco. Las personas tan sólo eli-
gieron ofrendar su tiempo a su amado líder, así como un budista podría
depositar fruta a los pies de una deidad. Como dijo uno de los partici-
pantes: "íbamos a verlo por televisión en nuestra habitación en la ' V , *
pero cuanto más mirábamos, más sentíamos que teníamos que hacer
algo... algo". En una sociedad en la que el tiempo es dinero, la espera
24

voluntaria es, en efecto, una ofrenda valiosa.


La ofrenda es un caso especial de utilización del tiempo para mos-
trar respeto. La espera autoimpuesta expresa deferencia por otra perso-
na. Por ejemplo, las recomendaciones que da Emily Post sobre las reglas
de etiqueta en la Casa Blanca dicen esto:

El invitado a la Casa Blanca debe llegar, por lo menos, varios minutos antes
de la hora especificada. No hay falta de etiqueta más imperdonable que la

* Abreviatura de YMCA [Young Men's Christian Association], Asociación Cristiana de Jóvenes. IT.]
24
New York Times, 25 de noviembre de 1963; citado en B. Schwartz, op. cit, p. 42.
156 ROBERT LEVINE

de no estar presente en la sala de recepción cuando el Presidente hace su


entrada. 25

Las reglas de respeto también exigen que se espere a que el supe-


rior se vaya primero. El manual de etiqueta de Millicent Fenwick orde-
na: "Dos puntos fundamentales de etiqueta en la Casa Blanca son:
ningún invitado llega tarde y ningún invitado se va antes de que el Pre-
sidente y su esposa se hayan retirado al piso superior". 26

La "ofrenda" de tiempo es notable porque va más allá de cualquier


explicación relacionada con la utilidad y la ganancia o con la oferta y la
demanda, que es donde empezó nuestro análisis sobre la espera. Su úni-
co propósito es hacer valer su sentido social. Se trata de la manifestación
plena de la lengua silenciosa cuando no bastan las palabras.

Décima regla: Si vas a meterte en la cola,


hazlo en la parte de atrás de la fila

Por lo general, los que se meten en la cola deben hacerlo cerca de


la parte de atrás de la fila para evitarse problemas. Todos los años en
agosto, los australianos fanáticos del fútbol hacen cola desde el día ante-
rior en el estadio conocido como el Melbourne Cricket Ground con la
esperanza de poder conseguir los pocos asientos que quedan para el
equivalente en Australia del Super Bowl, o sea, el Campeonato Nacional
de Fútbol. Cuando el psicólogo León Mann y sus colegas estudiaron las
colas durante los años sesenta, descubrieron, para su sorpresa, que la
mayoría de las veces la gente se colaba en la parte de atrás, donde hay
menos probabilidades de conseguir entradas. Una de las razones resul-
tó ser que la parte de atrás de la fila no suele estar bien organizada. Los
que llegaron tarde habían estado juntos menos tiempo y aún no se
habían familiarizado con las personas que se encontraban a su alrede-
dor, de modo que era menos probable que reconocieran o trataran de
sacar a un intruso. 27

Otra razón por la que es más frecuente colarse en la parte de atrás


de la fila es que menos personas se quejan. Stanley Milgram y sus colegas

E. Post, Emily Post's Etiquette: The Blue Book of Social Usage, Nueva York. Funk and Wagnall's,
1965, p. 48.
Citado en B. Schwartz, op. cit. p. 43.
L. Mann, "The social psychology of waiting lines", American Scientist 58, 1970, pp. 389-398.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 157

estudiaron las reacciones de la gente cuando se metieron en las colas


de espera de las boleterías de tren, agencias de apuestas y otros lugares de
la ciudad de Nueva York. Con respecto al total de objeciones, consta-
28

taron que el 7 3 % provino de las personas que se hallaban detrás del


punto de entrada forzada en la cola, es decir, de las personas que se
veían afectadas en sus posibilidades de obtener boletos u otros servicios.
Así pues, cuanto más atrás sea la entrada forzada, menos serán las obje-
ciones con las que tendrá que lidiar el intruso. Si extrapolamos la diná-
mica de la cola a un orden social más amplio, podremos apreciar, una
vez más, cómo los que están abajo resultan siempre los perdedores en el
juego de la espera.

El juego internacional de la espera

Aunque las personas sean expertas en las reglas de la espera en su


propio país, el aprendizaje de este intrincado juego en otra cultura pue-
de llegar a ser bastante complicado. Las reglas son a menudo tan distin-
tas como los propios países.
Los británicos, por ejemplo, se enorgullecen del orden de sus colas.
Los israelitas, en cambio, se resisten, con terquedad, a hacer colas en
hileras bien formadas. Pero cuando León Mann observó a los israelitas
en las paradas de ómnibus, comprobó que éstos establecían reglas implí-
citas, de modo que, casi sin excepción, los viajeros abordaban el ómni-
bus por orden de llegada. Concluyó que este sistema refleja la naturaleza
ordenada e igualitaria de la sociedad israelita, que valora la indepen-
dencia y el servicio de acuerdo con la necesidad, pero rechaza la regi-
mentación. 29

Las reacciones con respecto a la espera también varían de cultura


a cultura. Por ejemplo, un estudio mostró que hay más probabilidades
de que las colas italianas se caractericen por la conversación despreocu-
pada y un ambiente generalizado de buen humor, en contraste con la
irritabilidad y la impaciencia que tipifican las colas estadounidenses.
Otro estudio comprobó que los católicos en los Estados Unidos tienden
a ser más impacientes en la espera que los protestantes. 30

28
S. Milgram, H. Liberty, R. Toledo y J. Wackenhut, "Response to the intrusión into waiting lines",
Journal of Personality and Social Psychology b"\, 1986, pp. 683-689.
29
L. Mann, op. cit, pp. 389-398.
30
B. Schwartz, op. cit, pp. 153-166.
158 ROBERT LEVINE

Debido a que las reglas de la espera no suelen ser explícitas, los


forasteros por lo general interpretan mal su significado. El resultado
inevitable es el conflicto. El rey Hassan de Marruecos, por ejemplo, es
famoso por llegar siempre tarde, y su falta de puntualidad ha llegado a
perjudicar las relaciones exteriores de su país. En 1981, cuando la reina
Isabel II fue de visita, el Rey la hizo esperar quince minutos. La Reina no
quedó muy complacida.
En otra ocasión, Hassan fue uno de los pocos miembros de presti-
gio de la realeza que no asistió a la boda de Carlos y Diana. Hubo que
invitarlo debido a su posición encumbrada. Pero la invitación hacía
especial hincapié en el alto valor que los anglosajones conceden a la
puntualidad y en el sincero deseo de que Su Majestad pudiera llegar a
tiempo a la ceremonia. El Rey respondió, en su debido momento, que
por desgracia ciertos asuntos urgentes le impedían asistir en persona.
Envió al Príncipe heredero en su lugar.
Los marroquíes aún no comprenden por qué los británicos se sen-
tían tan molestos por la impuntualidad del Rey. "El Rey nunca hizo espe-
rar a la Reina o a cualquier otra persona -declaró luego uno de ellos-
porque el Rey no puede llegar tarde". 31

Si escuchan con cuidado, oirán la lengua silenciosa.

31
The New Yorker, King Hassan of Morocco, 9 de julio de 1984, p. 47.
SEGUNDA PARTE

Rapidez, lentitud
y calidad de vida
CAPÍTULO 6

¿Dónde es más veloz


el ritmo de vida?*

Dawia sostenía que los europeos eran favorecidos de ese


modo por Alá porque a Alá le gustaban los automóviles y
tenía la esperanza de que los europeos trajeran sus autos al
cielo. Sin embargo, Ornar dijo que no, que Alá amaba a los
europeos porque los europeos siempre llegaban puntuales
a sus citas.
JANE KRAMER, Honor to the Bride

Cuando se empieza a indagar en las otras culturas, hay algo que obliga
a compararlas... a comparar una cultura con la otra, a comparar su pro-
pia vida con la vida de cada uno de ellos. En mi caso, las comparaciones
siempre suelen centrarse en el tiempo. En los últimos diez años, mis dos
intereses, viajar y la psicología social, han derivado en dos preguntas:
¿qué culturas son las más rápidas o las más lentas?, ¿cómo afecta el tem-
po cultural la calidad de vida de la gente? Mi interés en estas preguntas
ha surgido de mis visitas a otras culturas; pero he buscado las respuestas
a través de los métodos sistemáticos de la ciencia social.
La comparación de las personalidades de culturas diferentes es un
asunto complicado. Etiquetar a los individuos ya resulta bastante com-
plejo: ¿cómo se atreve un científico a clasificar grupos enteros de perso-
nas? La medición del tempo de vida con algún grado de objetividad
exige ir más allá de las descripciones anecdóticas. Debemos concentrar-
nos en situaciones que no son sólo reveladoras en cuanto a experiencias
temporales, sino también similares en sus significados psicológicos en las
diferentes culturas. El desarrollo de esas mediciones ha sido más difícil
de lo que había anticipado.
Un tipo de situación que quería medir, por ejemplo, era el de un indi-
cador de velocidad en un lugar de trabajo. Necesitaba encontrar un

* Todas las bastardillas en este capítulo indican que las palabras están escritas así en el original,
excepto la traducción de los títulos de las obras mencionadas. [T]
162 ROBERT LEVINE

comportamiento habitual de trabajo que fuera cronometrable, observa-


ble con facilidad y equivalente en significado en otras culturas; asimis-
mo, tenía que estar seguro de que los trabajadores estudiados fueran
residentes del país. Durante un tiempo, la investigación sólo me condu-
cía a callejones sin salida. Por ejemplo, una posibilidad rechazada al final
fue la de observar a vendedores de pasajes de líneas aéreas. El problema,
como descubrí, era que estos empleados no eran del lugar en el que tra-
bajaban, pues solían venir de otras ciudades, e incluso de otros países.
Resultaba difícil saber si la velocidad de su trabajo reflejaba las normas
del país de procedencia, del país donde se encontraban o, simplemente,
de la convenciones de la industria de la aviación.
Otra posibilidad fallida fue la de cronometrar la velocidad de los
trabajadores en estaciones de servicio. El problema con ese tipo de
negocio, como descubrí, es que difiere bastante de país a país. Las esta-
ciones de servicio atienden a una clientela muy diversa, y atraen a una
clase distinta de trabajadores en lugares como el Brasil e Indonesia que
en países como los Estados Unidos y el Japón. Incluso en países des-
arrollados, puede ser difícil comparar las estaciones de servicio. A su
regreso del Lejano Oriente a los Estados Unidos, el periodista Edwin
Reingold observó: "En lo que solía llamarse una estación de servicio [en
los Estados Unidos], el empleado, que se sienta detrás de un vidrio blin-
dado nada puede hacer para ayudar al novato a aprender la nueva ruti-
na, sucia y maloliente, de cargar su propia nafta. Me viene a la memoria
la típica estación de Tokio, donde una horda de empleados expertos,
bien vestidos y educados toman a su cargo el auto, le llenan el tanque, lo
lavan y controlan el aire de las gomas. Luego se quitan la gorra, dan las
gracias y paran el tránsito para que el cliente pueda salir de la estación". 1

Es obvio que cronometrar la velocidad de los trabajadores de una esta-


ción de servicio revelaría más, pero también menos, de la cultura que sus
normas de temporalidad.
Más adelante, fue posible desarrollar tres mediciones del ritmo de
vida: 1) velocidad al caminar: la velocidad con que los peatones en zonas
céntricas caminan una distancia de 18,29 metros; 2) la velocidad de tra-
bajo: en cuánto tiempo los empleados de correo completan un pedido
normal de compra de estampillas, y 3) la exactitud de los relojes públi-
cos. (Estos experimentos fueron descritos en detalle en el primer capí-
tulo.) Mis estudiantes y yo hemos hecho estas observaciones en todos los

E. M. Reingold, " A homecoming lament", Time, 2 de febrero de 1987, p. 55.


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 163

países a los que nos fue posible ir. En algunos de esos países, yo mismo
llevé a cabo los experimentos; pero en general los datos fueron reunidos
por estudiantes interesados de mi universidad que viajaron a otros paí-
ses o regresaron a sus ciudades o países de origen durante el verano. En
conjunto, reunimos datos en al menos una gran ciudad de cada uno de
los treinta y un países que visitamos en todo el mundo.

El r i t m o de vida en t r e i n t a y un países

Los números en el cuadro representan la posición que ocupa cada


país en las tres mediciones. Las posiciones más bajas indican velocidades
más rápidas en la forma de caminar, velocidades más rápidas en el
correo y mayor exactitud en los relojes públicos. El total del puntaje del
ritmo de vida fue calculado combinando estadísticamente los tiempos
para cada país en cada medición. 2

PAÍS TOTAL RITMO VELOCIDAD TIEMPOS EXACTITUD


DE VIDA AL CAMINAR POSTALES DE RELOJES

Suiza 1 3 2 1
Irlanda 2 1 3 11
Alemania 3 5 1 8
Japón 4 7 4 6
Italia 5 10 12 2
Inglaterra 6 4 9 13
Suecia 7 13 5 7
Austria 8 23 8 3
Países Bajos 9 2 14 25
H o n g Kong 10 14 6 14
Francia 11 8 18 10
Polonia 12 12 15 8
Costa Rica 13 16 10 15
Taiwan 14 18 7 21
Singapur 15 25 11 4
Estados Unidos 16 6 23 20
continúa

2
Calculamos los resultados globales nivelando en forma estadística los tiempos netos de los
experimentos, para medir los resultados de cada experimento en forma pareja, y luego suman-
do estos tres resultados.
164 ROBERT LEVINE

PAÍS TOTAL RITMO VELOCIDAD TIEMPOS EXACTITUD


DE VIDA AL CAMINAR POSTALES DE RELOJES

Canadá 17 11 21 22
Corea del Sur 18 20 20 16
Hungría 19 19 19 18
Rep. Checa 20 21 17 23
Grecia 21 14 13 29
Kenia 22 9 30 24
China 23 24 25 12
Bulgaria 24 27 22 17
Rumania 25 30 29 5
Jordán 26 28 27 19
Siria 27 29 28 27
El Salvador 28 22 16 31
Brasil 29 31 24 28
Indonesia 30 26 26 30
México 31 17 31 26

Treinta y un países c o m p a r a d o s

El Japón y los países de Europa occidental obtuvieron los mejores


puntajes en rapidez. Ocho de los nueve países más rápidos fueron de
Europa occidental. El Japón fue el único intruso en este monopolio.
3

En total, Suiza tuvo el honor de ocupar el primer puesto. Su velo-


cidad al caminar ocupó el tercer puesto; los tiempos postales, el segun-
do, y - e n un impresionante hallazgo, debo admitir- en exactitud de
relojes ocupó la primera posición: los relojes de los bancos no coinci-
dían en un promedio de un gran total de diecinueve segundos. Irlanda
ocupó el segundo lugar, con la velocidad máxima al caminar entre los
treinta y un países. (Cuando le mostré el resultado a un sorprendido
colega sueco, al principio movió la cabeza y preguntó: "¿La pequeña
Dublín es las más rápida?". Un momento después se sonrió y dijo: "Por
supuesto, ese frío infernal los obliga a caminar más rápido".) Alemania
ocupó el tercer puesto en el total, por escasa diferencia.

3
Para hablar con exactitud, se trata de los países de Europa oriental que no forman parte del "ex
bloque soviético".
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 165

El Japón llegó cuarto, muy de cerca. Los tres países obtuvieron las
mejores posiciones por escaso margen: unos pocos segundos aquí y allá, y
los japoneses hubieran alcanzado el primer puesto. De hecho, hay prue-
bas considerables de que el Japón puede ser el país más rápido de todos.
Por ejemplo, en las mediciones postales, el Japón tuvo que resignarse a
ocupar el cuarto puesto, ¿pero en qué otro país hay empleados de correo
que a veces envuelven la estampilla en un pequeño paquete o, sin necesi-
dad o sin que se lo pidan, en ocasiones emiten recibos, como descubrió
nuestro encuestador? Tratamos de tomar en cuenta estos segundos extras
en nuestro ajuste final, ¿pero podemos darles realmente el reconoci-
miento que se merecen a los empleados de correo que operan a veloci-
dades muy cercanas a su máxima capacidad, mientras brindan servicios de
lujo? Los empleados en Frankfurt trabajaron unos pocos segundos más
rápido; sin embargo, es difícil imaginar a los clientes locales sintiéndose
como si acabaran de hacer una compra en Tiffany al salir del correo. ¿O
en comparación con China, donde varios empleados se rieron del encues-
tador, pensando que estaba loco cuando les comunicó el pedido por
medio de una nota? ¿Y en la India, donde tuvimos que desistir de nuestros
experimentos porque la mayoría de los empleados consideraba que no
estaba dentro de sus obligaciones contar con cambio?
¿O la ciudad de Nueva York? En el correo central (el orgulloso
poseedor del código postal 10001), una empleada levantó la nota por
encima de su cabeza y procedió a anunciar, muy despacio y bien fuerte,
a la cola que se extendía detrás de mí y a casi todos los habitantes del
centro de Manhattan: " ¿ M E . . . ESTÁ... DICIENDO... Q U E . . . QUIERE...
UNA... PIOJOSA... ESTAMPILLA... Y . . . Q U E . . . M E . . . VA... A . . . DAR... U N . . .
(hablaba cada vez más despacio y más fuerte, mientras el ritmo de su voz
se parecía cada vez más al Bolero de Ravel)... B I L L E T E . . . D E . . . CINCO...
DÓLARES?". Después de una breve pausa, y de mirarme a mí y a la nota
varias veces, como si no pudiera creer lo que veían sus ojos, levantó el
volumen unos cuantos decibles más y anunció: "DIOS MÍO, CÓMO ODIO
ESTA CIUDAD". No sólo fue el momento más embarazoso que he vivido
como investigador, sino que su forma de hablar me asustó tanto que me
olvidé de tomar el tiempo del trámite. (Nueva York y Budapest fueron
las únicas ciudades donde los encuestadores informaron que los emplea-
dos de correo los habían insultado.)

Es materia de discusión si el Japón o Suiza merecen la medalla de


oro por velocidad, pero lo más notable fue, sin duda, el hecho de com-
probar que en los primeros puestos con respecto a mayor velocidad se
166 ROBERT LEVINE

ubicaban, en forma constante, los países de Europa occidental. Ocho de


los nueve países europeos occidentales investigados (Suiza, Irlanda, Ale-
mania, Italia, Inglaterra, Suecia, Austria y los Países Bajos) eran más velo-
ces que cualquier otro país, excepto el Japón. El único "atrasado" de
Europa occidental fue Francia, que permitió que Hong Kong (ningún
neófito en la categoría de dedicación al trabajo) le sacara una pequeña
ventaja. De todos modos, ese pequeño retraso tal vez se deba a un hecho
poco común: las mediciones parisinas se hicieron durante uno de los
veranos más calurosos de París.

Antes de empezar el estudio, algunos colegas predijeron que una o


más de las potencias económicas del Asia, en rápido y reciente desarro-
llo, ocuparían las primeras posiciones. Michael Bond, un reconocido psi-
cólogo transcultural de la Universidad China de Hong Kong, sostuvo
que su cultura les ganaría a todas las demás. "El ritmo de vida aquí [en
Hong Kong] -le aseguró a un periodista de la revista Time- es más rápi-
do que en cualquier otra parte del mundo". Con la ayuda de Bond y de
4

sus alumnos pudimos reunir varios conjuntos de datos confiables en


Hong Kong. Pero, por desgracia, Hong Kong no sólo se ubicó detrás del
Japón en las tres mediciones, sino que lo pasaron casi todos los países de
Europa occidental. Sin embargo, fue un poco más veloz que las otras tres
naciones industrializadas de Asia -Taiwan, Singapur y Corea del Sur-,
que quedaron en la decimocuarta, decimoquinta y decimoctava posi-
ción, respectivamente.
Los Estados Unidos, representados por la ciudad de Nueva York
-cuya velocidad ya es tradicional-, ocuparon, de modo inesperado, la
decimosexta posición en el ritmo total. De hecho, quedamos tan sor-
prendidos por la relativa lentitud de Nueva York que, a modo de control
de confiabilidad, mandamos a un segundo investigador a realizar una
nueva serie de observaciones. Estas resultaron casi idénticas a las prime-
ras. Los neoyorquinos ocuparon una respetable posición en velocidad al
caminar, pero quedaron en la posición veintitrés en tiempos postales y
en la veinte en exactitud de relojes.
Por supuesto, la velocidad directa puede no ser el mejor criterio
para calibrar el tempo de los neoyorquinos. Se suele encontrar una
determinada habilidad y una actitud afirmativa en las calles de Nueva
York que no necesariamente aparecen en un cronómetro. Así como los

4
"The perils of 1997", Time, 13 de mayo de 1991, p. 14.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 167

peatones en Tokio por lo general son disciplinados, meticulosos, punti-


llosos e incluso dóciles, los neoyorquinos son un modelo de anarquía. El
sociólogo William Whyte, que ha pasado gran parte de su vida profesio-
nal observando el comportamiento de los peatones en grandes ciuda-
des, señaló la intensidad con que los neoyorquinos se desafían unos a
otros y el poco respeto por los semáforos en rojo; son "peatones impru-
dentes e incorregibles", zigzaguean entre los autos e intimidan a los
vehículos, como si les dijeran: "Déjame pasar o mátame". (Por desgracia,
esas bravatas a menudo chocan con las de los automovilistas. En 1994,
por ejemplo, 12.730 peatones neoyorquinos fueron atropellados por
autos: cerca de un accidente cada 41 minutos. Doscientos cuarenta y
nueve murieron en los accidentes.) Y, bueno, ¿qué importa que hayan
5

quedado detrás de los habitantes de Tokio por unas pocas décimas de


segundo? Los más fieles podrían argumentar que la verdadera velocidad
de los neoyorquinos radica en los matices. Whyte, por ejemplo, conclu-
yó: "Puede ser que parezca provinciano, pero creo que entre todos los
peatones, los de Nueva York son los mejores". Quizá nuestras catego-
6

rías en realidad subestiman el ritmo de vida que llevan los habitantes de


las grandes ciudades de los Estados Unidos. Más adelante, agregaré más
leña al fuego en esta contienda. 7

Donde la vida es lenta

En el Brasil
lleva un día caminar una milla.
El tiempo simplemente se detiene.
MlCHAEL FRANKS, Sleeping Gypsy (canción)

Hubo pocas sorpresas en la lista con respecto a los más lentos. Las
últimas ocho posiciones fueron ocupadas por países no industrializados
de África, Asia, Oriente Medio y América latina. Los más lentos fueron
las grandes cunas de amanhá, tiempo elástico y a mañana: el Brasil, segui-
do de Indonesia, y en el último lugar, México.

5
"Mean Streets", The New York Times, 10 de diciembre de 1996. p. A13.
6
W. Whyte, City, Nueva York, Doubleday, 1988, p. 60.
7
Ibid. pp. 60-61.
168 ROBERT LEVINE

La lentitud en estos países se filtra en la textura misma de la vida


cotidiana. En nuestras encuestas de medición de tiempo en el Brasil,
mis colegas y yo descubrimos que los brasileños no sólo contaban con un
comportamiento informal respecto del tiempo, sino que habían dejado
de lado toda fidelidad al reloj. Cuando se les preguntó cuánto tiempo
esperarían a alguien en la fiesta de cumpleaños de un sobrino, por ejem-
plo, la mayoría dijo que estarían dispuestos a esperar un promedio de
ciento veintinueve minutos. ¡Más de dos horas! Entre mi propio círculo
de padres amigos, las fiestas de cumpleaños se programan, por lo gene-
ral, para que duren dos horas en total. Ni pensar en perderse el comien-
zo de la fiesta. Los padres que llegan ciento veintinueve minutos después
de lo programado ya tienen nueve minutos de retraso para retirar a sus
hijos, lo que el anfitrión consideraría un descuido temporal más bien
serio. Los brasileños mostraron el mismo comportamiento hacia los que
llegaban temprano: aceptaban un promedio de cuarenta y cuatro minu-
tos antes de concluir que alguien había llegado temprano a una fiesta de
cumpleaños, mientras que los estadounidenses ponían el límite en vein-
tiséis minutos.
En una cita para almorzar, los brasileños dijeron que esperarían un
promedio de sesenta y dos minutos. Comparemos esto con los Estados
Unidos, donde muy rara vez se le otorga más de una hora al almuerzo.
En un día laboral, al menos, el estadounidense medio tendría que estar
de regreso en su oficina dos minutos antes de que el tardío almuerzo bra-
sileño esté recién por empezar.
De hecho, en el Brasil, la comida del mediodía suele ser muy pausa-
da. Por ejemplo, durante mi estadía, a menudo almorzaba en casa de la
familia de un amigo brasileño que, en esa época, era el vicepresidente de
la universidad. En esas ocasiones, entre las doce y las doce y media del
mediodía, mi amigo, que vestía el traje formal que convenía a su función
de persona muy importante, salía de la oficina a toda velocidad, se iba a su
dormitorio y volvía a salir rápidamente en pantalones cortos y remera, de
pronto muy descansado y sonriente... siempre muy descansado y son-
riente. Todos compartíamos un largo almuerzo, bebíamos vino o cerveza,
conversábamos un poco, jugábamos con los niños o veíamos televisión,
hasta que empezaban los bostezos. Entonces nos retirábamos a diferentes
habitaciones para dormir una buena siesta. Alrededor de las tres de la tar-
de -mais ou menos, por supuesto-, mi amigo salía de su habitación, otra vez
vestido con su traje de vicepresidente, con la cara seria que convenía a la
persona importante que era, y continuaba haciéndose cargo de la univer-
sidad durante unas horas más. Tal es el lujo de la siesta brasileña.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 169

Muchos menos brasileños que estadounidenses usan relojes, y los


que usan son mucho menos exactos. La predominancia de relojes
inexactos, o la falta de relojes, también ha sido incorporada a la cultura
de la lentitud. Mi excusa favorita del brasileño que llegaba tarde era: "O
relógio causou o meu atraso" ("El reloj tiene la culpa de mi tardanza"), lo
cual quiere decir que su demora fue causada por un reloj que estaba
retrasado y mal puesto en hora.
Pero en el Brasil, incluso a una persona con un reloj de primera
calidad le cuesta trabajo llegar a tiempo. Pocas personas tienen auto pro-
pio, y el transporte público no es de fiar, para decir lo menos. En más de
una ocasión, el chofer de ómnibus dejaba el vehículo en medio del tra-
yecto. Una vez volvió diez minutos después, comiéndose el último boca-
do de un sandwich, y nos agradeció a todos por nuestra paciencia. Otro
chofer se disculpó por "un momento" y regresó quince minutos después
con una bolsa de comestibles. En ambos casos, yo parecía ser la única
persona que estaba perdiendo la paciencia. "Calma, Bobby", me solían
decir mis compañeros, como hicieron en muchas situaciones durante mi
experiencia brasileña. En esas condiciones, todo el mundo se ve forzado
a tomarse las cosas con calma o a volverse loco, de modo que la lentitud
se convierte en una profecía autocumplida.
Muchos de los brasileños que encuestamos no tenían la menor idea
de la hora del reloj. Un caballero que no llevaba puesto un reloj, a quien
le pregunté la hora, me miró a los ojos y con orgullo - e n realidad, con
cierta condescendencia- me anunció que eran "exactamente las 2.14".
Se equivocó en más de tres horas. En comparación, cuando le hice la
misma pregunta a uno de mis estudiantes en California, miró su reloj y
me respondió: "Tres y doce con dieciocho segundos".
En México, que ocupa el último lugar, las personas que están
demasiado pendientes del reloj pueden llegar a ser una verdadera
molestia. Mi colega Sergio Aguilar-Gaxiola, con una maestría y un doc-
torado en psicología clínica, se crió en México, pero divide su vida pro-
fesional entre México y los Estados Unidos. "Si te invitan a una fiesta a
una hora determinada -comenta Aguilar-Gaxiola- queda sobreenten-
dido que debes llegar tarde. Si te presentas a la hora programada -en
punto-, puedes resultar un estorbo para tus anfitriones que aún siguen
con los preparativos de la fiesta o no han terminado de vestirse. Las
reglas sobre la puntualidad desempeñan un papel muy importante en
la cultura mexicana".
La lentitud está tan arraigada en la cultura mexicana que las perso-
nas que se guían por el reloj pueden llegar a recibir insultos. "En Méxi-
170 ROBERT LEVINE

co -dice Aguilar- se da por sentado que de todas maneras la gente va a


llegar tarde. Si se programa una reunión para las 11.00, hora mexicana, se
sobreentiende que significa las 11.15,11.30 o incluso las 12.00, según las
circunstancias. El que llega a las 11, no encontrará a nadie y lo más pro-
bable es que se sienta bastante incómodo por su puntualidad. Con fre-
cuencia, los que llegan tarde - o los puntuales, según los cánones de la
hora mexicana o de la hora inglesa— les toman el pelo a los que llegan a la
hora exacta. Hay una frase,'¿llegaste a barrer?, que significa más o menos
'¿viniste con los empleados de la limpieza?', que es lo que, en tono sar-
cástico, se les suele decir a los que llegan temprano. Es una frase muy
despectiva. De hecho, en los Estados Unidos, todavía tengo dificultades
para reprogramar mentalmente mis citas y pasar de la hora mexicana a la
hora inglesa - a llegar en punto-, porque temo caer en la burla condes-
cendiente de '¿llegaste a barrer?".
Algunos elementos que no aparecen en los datos revelan aun
mucho más sobre la lentitud de los rezagados en la lista. Por ejemplo,
en mi primera visita al correo central en Jakarta, Indonesia, la penúl-
tima en el listado, pregunté dónde estaba la cola para comprar estam-
pillas y me señalaron a un grupo de vendedores privados que estaban
sentados afuera. Todos trataron de hacerme alguna venta: "¡Oiga,
señor, tengo buenas estampillas!". "¡Aquí las mejores estampillas!". En
Solo, una ciudad más pequeña, cuando fui al correo central un viernes
por la tarde, se estaba jugando un partido de voleibol. Me dijeron que
ya no se atendía. Al volver el lunes, el empleado estaba más interesado
en hablar de sus parientes en los Estados Unidos. ¿Si me gustaría
conocer a su tío en Cincinnati? ¿Qué me gustaba más? ¿California o los
Estados Unidos? Cinco personas en la cola esperaban con paciencia.
Para mi asombro, en vez de quejarse, empezaron a prestarle atención
a nuestra charla. Así que no sólo descubrimos que los indonesios eran
más lentos, sino que -entre la necesidad de llevar a cabo pruebas
extras debido a irregularidades experimentales y la de tener que movi-
lizarnos en bicimotos y bicitaxis- nos llevó mucho más tiempo que en
otros países descubrir estos datos.
"Ah, ¿dónde están los paseantes de antaño?", pregunta Milán Kun-
dera, en su novela La lentitud. Muchos de ellos, podríamos decir sin
temor a equivocarnos, están en las calles de Yakarta, Río de Janeiro y
Ciudad de México.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 171

¿Dónde se encuentra la dolce vital


Comparación e n t r e Europa o c c i d e n t a l ,
el J a p ó n y los Estados Unidos

-¿Podrías caminar un poco más rápido? -le dijo la merlu-


za al caracol-. Hay un pulpo cerca de nosotros y me está
pisando la cola.
LEWIS CARROLL, Alicia en el País de las Maravillas

Hace algunos años, el periodista del diario New York Times Alan
Riding, comparó la compulsión al trabajo en los Estados Unidos y en el
Japón con la facilidad con que gran parte de Europa aprovecha los pla-
ceres de la buena vida. Con el título de "Por qué la dolce vita es fácil
para los europeos... mientras que los japoneses trabajan cada vez más pa-
ra poder relajarse", Riding preguntaba: "¿Cómo es que los europeos
se pasan todo el día tomando café, le dedican largas horas a la cena, se
visten con elegancia, se levantan tarde, se toman vacaciones largas...?
¿Por qué, en suma, los europeos viven mucho mejor que los estadou-
nidenses?". 8

¿Cómo conciliar los resultados de nuestros experimentos con este


estereotipo popular? ¿Deberíamos concluir de nuestros datos que la dol-
ce vita de la Europa occidental es un sueño del pasado, que los japoneses
y los europeos occidentales son, en el mundo, los nuevos Tipo A estre-
sados, presionados por la hora, mientras que los Estados Unidos al fin
han aprendido a relajarse? Para responder a esta pregunta, puede ser de
gran ayuda ver más allá de nuestras tres mediciones de velocidad, que
fueron diseñadas para estudiar las facetas del tempo de la vida laborable.
¿Qué pasa con la duración de este tempo? ¿Cuánto duran las horas
libres de las personas? ¿Se divierten en las vacaciones? ¿Cuál es el equili-
brio entre la dedicación al trabajo y el descanso? ¿En esto sigue radican-
do la diferencia de Europa occidental con los Estados Unidos y más aún
con el Japón?
Para empezar, la semana promedio de trabajo es más corta en la
mayoría de los países europeos que en los Estados Unidos, y ambos tra-

A. Riding, " W h y la dolce vita is easy for Europeans", New York Times: The Week in Review, 7
de julio de 1991, p. 2; y D. Sanger, "As Japanese work ever harder to relax", New York Times:
The Week in Review, 7 de julio de 1991, p. 2.
172 ROBERT LEVINE

bajan menos horas que en el Japón. Nuestros cálculos recientes demues-


tran que el promedio de horas pagas de trabajo anuales son 2159 en el
Japón, comparadas con 1957 en los Estados Unidos, 1646 en Francia, y
1638 en la antigua Alemania occidental. En otras palabras, los trabaja-
dores en el Japón trabajan un promedio anual de 202 horas más que sus
homólogos en los Estados Unidos, y 511 horas más que los trabajadores
de Alemania occidental. Tomando de base una semana de 40 horas,
estas cifras significan que el japonés asalariado promedio pasa cinco
semanas más en el trabajo que sus colegas en los Estados Unidos, y más
de doce semanas y media -¡más de tres meses!- que los trabajadores de
Francia y Alemania occidental. Desde otra perspectiva, sólo el 2 7 %
9

de la fuerza laboral japonesa trabaja sólo cinco días por semana, en un


trabajo de 40 horas semanales, en comparación con el 85,1% en los Esta-
dos Unidos y el 91,7% en Francia.
Italia, la cuna de la dolce vita, es un buen ejemplo. Los empleados de
correo romanos ocuparon un respetable duodécimo puesto en nuestras
mediciones, lo que me sorprendió. Al fin y al cabo, el correo de Italia
tiene tan mala reputación que, no hace mucho, hubo informes muy
publicitados de que camiones procedentes de Roma descargaban costa-
les de cartas viejas en campos desiertos. Sin embargo, visto en detalle, ha
quedado demostrado que las calificaciones de los romanos en nuestras
encuestas no presagiaban necesariamente la instauración de una ética
laboral de punta. Un informe reciente de la confiable fundación guber-
namental Censis pone de relieve las esperas y las demoras continuas y
generalizadas en instituciones como el correo. Nuestros datos sólo indi-
can que las tramitaciones en Italia son cada vez más rápidas detrás de las
ventanillas, pero no nos dicen nada con respecto al tiempo que toma
llegar hasta ellas. Quizá la combinación de tiempos veloces y largas espe-
ras cobran sentido cuando tenemos en cuenta que las oficinas en Italia
sólo abren cerca de cinco horas diarias. 10

Es digno de notar que la diferencia en horas laborables entre los


países de Europa occidental y otros países del primer mundo se esté
ampliando. Hasta 1940, el promedio de horas, tanto en Europa como en
los Estados Unidos, declinaba en tándem desde hacía casi un siglo. Des-
de el principio, en los Estados Unidos, como en Europa, el punto prin-
cipal del movimiento obrero giró alrededor de menos horas de trabajo:

9
JETRO, Nippon 1992 Business Facts & Figures, Tokio, Japón, External Trade Organizaron, 1992.
1 0
G . Gasparini, " O n waiting", lime and Society4, 1995, pp. 29-45.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 173

el tema de las horas de trabajo fue "la causa del despertar" del trabaja-
dor estadounidense. "Ocho horas de trabajo; ocho horas de sueño;
ocho horas para hacer lo que queramos" era el grito de los sindicalis-
tas de fines del siglo XIX. Muchos de los sucesos más dramáticos y sig-
nificativos en la historia del movimiento obrero - p o r ejemplo, los
paros de 1886, los disturbios de Haymarket y la huelga de los trabado-
res del acero en 1 9 1 9 - tenían que ver con la duración del día laboral.
Al principio, incluso los empleadores apoyaban el recorte horario, y no
por idealismo, sino porque estaban convencidos de que el trabajo
excesivo y la fatiga eran contraproducentes, y porque creían que la
seguridad, la salud, el descanso y una suerte de vida familiar serían más
beneficiosos a la larga. Como resultado, a fines del siglo XIX, hubo una
reducción gradual y constante de las horas laborables en los Estados
Unidos, y una reducción drástica - d e días de diez horas a días de ocho
horas- durante las dos primeras décadas del siglo X X . Luego, la sema-
na laborable promedio pasó de seis a cinco días, lo que dio por resul-
tado la semana de cuarenta horas. 11

Durante un tiempo, pareció que continuaría la tendencia hacia


abajo de las horas laborables en los Estados Unidos. Por ejemplo, en
1930, durante la crisis de la depresión, el visionario en economía W. K.
Kellogg (como la marca de los copos de maíz) dio a conocer un expe-
rimento revolucionario: a partir de ese momento, casi todos los
empleados en su enorme planta de Battle Creek trabajarían seis horas
diarias. La reducción de las horas ocasionó un mínimo recorte de sala-
rio, puesto que Kellogg creía que la mayor dedicación al trabajo reem-
plazaría la mayor cantidad de horas. El historiador laboral Benjamín
Hunnicutt, en su obra Kellogg's Six-Hour Day, deja sentado que el pro-
grama tuvo un éxito inmediato. Fue alabado por los medios de comuni-
cación, el comercio y los líderes sindicales, e incluso por el presidente
Hoover. Como ejemplo de la reacción, la primera plana de una revista
de negocios proclamó que se trataba de "la noticia industrial más impor-
tante desde que Ford anunció su política de cinco dólares por día". 12

Durante casi dos décadas, desde todo punto de vista, el invento


genial de Kellogg funcionó en forma brillante. Los trabajadores disfru-
taban del tiempo extra. Las mujeres, en especial, informaron que dedi-
caban con gusto las horas libres a actividades como la jardinería, la

11
B. J. Hunnicutt, Work Without End, Filadelfia, Temple University Press, 1988, p. 17.
12
B. J. Hunnicutt, Kellogg's Six-Hour Day, Filadelfia, Temple University Press, 1988.
174 ROBERT LEVINE

costura, la preparación de conservas, el cuidado de miembros de la fami-


lia y la ayuda en el vecindario. Kellogg también estaba contento con los
resultados. Presentó un informe en el que decía que, como fruto del
horario reducido, "los costos generales se redujeron en un 2 5 % [...] los
costos de unidad laboral, en un 10% [...], los accidentes, en un 4 1 %
[...] [los días perdidos por accidentes] mejoraron en un 5 1 % [...y]
3 9 % más empleados trabajaban en Kellogg que en 1929". Kellogg con-
cluyó que "con el día reducido de trabajo, la eficiencia y la moral de
nuestros empleados ha aumentado tanto, los accidentes y las tasas de las
pólizas de seguros han mejorado tanto, y el costo de unidad de produc-
ción ha bajado tanto, que podemos permitirnos pagar por seis horas lo
que antes pagábamos por o c h o " .
13

Sin embargo, en una nación cada vez más obsesionada por el traba-
j o , el idílico experimento de Kellogg estaba condenado a fracasar. Luego
de las consecuencias desastrosas de la Segunda Guerra Mundial, la geren-
cia adoptó el punto de vista de un ex trabajador de Kellogg, que había
declarado, en voz baja, que "sólo un idiota puede creer que se puede
lograr tanto trabajando menos en vez de más horas por semana". Después
de la guerra, la empresa promovió una nueva política que relacionaba
salarios más altos con mayor productividad. Los trabajadores, con la espe-
ranza de sacar provecho de la bonanza del consumidor de posguerra,
empezaron a exigir ocho horas de trabajo. Incluso el sindicato luchó por
volver a las ocho horas. De un modo que reflejaba el sentir nacional, los
trabajadores de Kellogg, la gerencia y el sindicato empezaron a trivializar
la idea del ocio: el tiempo libre era un "desperdicio", una "pérdida" y una
"tontería". Se feminizó el hecho de trabajar menos horas. "Seis horas eran
para las mujeres", recuerda un trabajador. Los que seguían defendiendo
14

la vieja norma de seis horas eran considerados "afeminados", "ociosos" o


sencillamente "raros". A lo largo de las décadas de los años cincuenta y
sesenta, los empleados de Kellogg lograron poco a poco el día laboral de
ocho horas. En 1985, los escasos defensores de las seis horas, mujeres en
su mayoría, se dieron por vencidos. El acontecimiento apenas mereció
unas cuantas líneas en los medios de comunicación.
En todos los Estados Unidos, la semana laborable promedio ha
permanecido estable durante más de medio siglo. De hecho, muchos
expertos creen que, en realidad, el tiempo de ocio ha ido decreciendo.

13
Ibid, p. 35.
"Ibid., p. 145.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 175

La historiadora Juliet Schor, por ejemplo, en su publicitado libro The


Overworked American: The Unexpected Decline ofLeisure sostiene, en forma
convincente, que el estadounidense medio cuenta con menos tiempo
para sí que hace veinte años. Esa pérdida del ocio no es accidental.
Schor demuestra que los sindicatos en los Estados Unidos han presta-
do poca atención al tema de las horas de trabajo y han optado, en cam-
bio, por volcar sus energías hacia cuestiones como salarios y seguridad
laboral.
Por otro lado, en Europa la tendencia hacia la reducción de las
horas de trabajo no ha cesado en ningún momento. A diferencia de los
Estados Unidos, las organizaciones laborales europeas han mantenido,
durante el período de posguerra, el tema de las horas laborables a la
orden del día. Cuando se han dado las crisis económicas, los trabajadores
han luchado contra la presiones a favor del aumento de las horas labora-
bles. Por ejemplo, en Alemania, través de una serie de huelgas encarni-
zadas en los años ochenta, los miembros del poderoso sindicato alemán
de IG Metal obtuvieron el contrato de semana laborable de treinta y cin-
co horas. Se espera que esta norma se extienda a toda la fuerza de traba-
j o de Alemania. De modo que, en alrededor de cien años, la semana de
trabajo en los Estados Unidos no ha sufrido modificaciones, y en las últi-
mas cinco décadas incluso ha aumentado la cantidad de horas de traba-
j o , a diferencia de lo que ocurre en Europa.
Los trabajadores en Francia -donde el trabajo a veces es considera-
do una irritante, pero necesaria interrupción en la vida- están luchando
por contratos aún más flexibles. En 1996, después que los camioneros
pusieron en jaque al país con una serie de terribles huelgas, el gobierno
aceptó bajar la edad de jubilación a los cincuenta y cinco años. (Para
personas como los bailarines y los músicos de las compañías de ópera,
la edad de jubilación en Francia, en la actualidad, es de cuarenta y cin-
co años.) Una vez resuelto ese punto, los sindicatos han empezado a
concentrarse en la duración de la semana laborable. Mientras escribo
estas frases, en enero de 1997, seis sindicatos de transporte público han
convocado a una nueva huelga para exigir la semana laborable de trein-
ta y dos horas, sin reducción de la paga. Así, después de casi cien años
15

de reducción simultánea, la semana laborable en los Estados Unidos ha


permanecido sin modificaciones, o incluso ha aumentado en los últimos

5
' "France's Privileged Workers", informe de la National Public Radio's Morning Edition, 22 de ene-
ro de 1997.
176 ROBERT LEVINE

cincuenta años, mientras que en Europa insiste en su placentera dismi-


nución. 16

Europa occidental también les saca ventaja a los Estados Unidos y el


Japón, y por un margen aun mayor, respecto al tiempo dedicado a las
vacaciones. En Francia, por ejemplo, los trabajadores reciben por ley al
menos cinco semanas y a menudo seis semanas de vacaciones pagas. De
hecho, todos los países europeos tienen acuerdos colectivos de negocia-
ción que les garantiza el mínimo de vacaciones pagas, que van de cua-
tro a cinco semanas y media. En la mayoría de los casos, el período
obligatorio de vacaciones es de seis semanas. En Suecia, llega a las ocho
semanas. También se otorgan generosas licencias por otros motivos. En
Francia, por ejemplo, las mujeres tienen derecho, como política oficial
nacional, a veintidós semanas de licencia paga por maternidad y a un
año adicional de licencia sin goce de sueldo. Los Estados de bienestar
17

social escandinavos, donde la mejora de la calidad psicológica de vida es


desde hace tiempo un tema prioritario tanto para el gobierno como
para el pueblo, van aún más lejos. Por ejemplo, en Suecia, a los nuevos
padres les corresponde una licencia temporal combinada de doce meses
con casi igual paga y otros tres meses con paga reducida. Los padres sue-
cos también tienen derecho a sesenta días por año (ciento veinte días en
algunos casos), con el 8 0 % de su sueldo normal, para cuidar a un hijo
enfermo. 18

En los Estados Unidos, en cambio, el tiempo de vacaciones para la


mayoría de los trabajadores sigue siendo el de las tradicionales dos
semanas; esto es, si han tenido la suerte de evitar los contratos tempora-
les, en cuyo caso es posible que no tengan siquiera derecho a vacaciones
pagas. Los resultados de las encuestas de Harris indican que los esta-
dounidenses han sufrido una reducción del 37% con relación al tiem-
po de ocio en los últimos veinte años. 19

Incluso el tiempo de licencia por duelo se ha reducido en los Esta-


dos Unidos en el último siglo. En 1927, Emily Post recomendaba que el
tiempo de luto formal y apropiado para una viuda fuera de tres años.
Alrededor de los años cincuenta, el período había quedado reducido a

16
Jul¡et B. Schor, op. cit.
17
European Trade Union Institute, Collective Bargainingin Western Europe in 1988 and Prospects
for 1989, Bruselas, Eurolnt 1988/1989, p. 62.
18
S. Hadeniusy A. Lindgren, On Sweden, Helsingborg, Suecia, The Swedish Institute, 1992.
19
N. Gibbs, Time. 22 de abril de 1989, pp. 58-67.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 177

tres meses. En 1972, Amy Vanderbilt aconsejaba que los deudos "reto-
maran o trataran de retomar su vida social normal más o menos una
semana después del funeral". La socióloga Lois Pratt, en un estudio
20

sobre las políticas referidas al duelo en las empresas comerciales de los


Estados Unidos, descubrió que en la actualidad la mayoría de las com-
pañías limita la licencia oficial por duelo a más o menos setenta y dos
horas. Se supone que los empleados llevarán a cabo el duelo en tres días
y volverán al trabajo como de costumbre. Las instrucciones para el
21

duelo apropiado son a veces muy específicas. Para el caso de muertes


durante los fines de semana, por ejemplo, la American Management
Association ha establecido las siguientes pautas: "Cuando la muerte del
familiar ocurre un día sábado, se espera, por lo general, que el emplea-
do retorne al trabajo el martes siguiente; de este modo se cumple con el
tiempo normal dedicado a los funerales". 22

En el Japón, las vacaciones son incluso más cortas que en los Esta-
dos Unidos. A pesar de que el promedio de días pagos de vacaciones de
los japoneses abarca unas respetables tres semanas, el Ministerio de Tra-
bajo del Japón informa que sólo se utiliza cerca de la mitad de ese tiem-
po. Por ejemplo, en 1990, sólo fue autorizado un promedio de 15,5 días
de vacaciones, de los cuales se tomaron 8,2 días. 23

Las estadísticas de una encuesta de Eurobarómetro de 1989 confir-


man la impresión de que los europeos están más conformes con el uso
de su tiempo. Como parte de esta encuesta, a los encuestados de cada
una de las doce naciones de la Unión Europea se les preguntó cómo se
sentían respecto "del tiempo que tenían a su disposición para hacer las
cosas que debían hacer". Promediando los doce países, el 83,4% de la
totalidad de encuestados respondió que se sentía "muy bien" o "bastan-
te bien" sobre el tiempo disponible. ¿Dónde se encuentra la dolce vita?
24

Al parecer, donde empezó: en la Europa occidental, donde los trabaja-


dores no sólo han dominado el arte de la velocidad y la productividad en
el trabajo, sino que también parece que lograron conservar, al menos,
parte de la buena vida en sus horas de ocio.

" C i t a d o en J . Rifkin, op. cit, p. 5 1 .


2 1
L . Pratt, "Business temporal norms and bereavement behavior", American Sociological Review
46, 1981, pp. 317-333.
22
R. McCaffery, Managing the Employees Benefit Program, Nueva York, American Management
Association, 1972, p. 125.
2 3
J E T R O , Nippon 1992 Business Facts & Figures, Tokio, Japón, External Trade Organization, 1992.
24
De E. H. Respondents y P. K. Respondents (eds.), Index to International Public Opinión, 1989-
1990. Nueva York, Greenwood Press, 1991.
178 ROBERT LEVINE

Las respuestas a las preguntas en encuestas similares en el Japón


y los Estados Unidos presentan una imagen muy diferente. En los
Estados Unidos, una encuesta de 1992 llevada a cabo por National
Recreation and Park Association halló que más de un tercio de los
estadounidenses (38%) se quejaban de que "siempre se sentían apre-
miados". Este porcentaje de personas que se siente apremiada en for-
ma constante ha subido abruptamente, del 2 2 % en 1971 y un poco
más del 3 2 % en 1985, según los resultados de las encuestas llevadas a
cabo por el Proyecto de J o h n Robinson del Uso del Tiempo en los
Estados Unidos. Otras encuestas enfatizan el grado en que la mayo-
25

ría de los trabajadores estadounidenses anhelan contar con tiempo


libre. En la encuesta nacional de 1991 sobre valores de tiempo llevada
a cabo por la Hilton Hotel Corporation, dos tercios de los entrevistados
dijeron que aceptarían sueldos reducidos si eso les permitiera conseguir
menos horas de trabajo. El porcentaje de dos tercios fue relativamente
constante en género, grupo etario, educación, clase económica y canti-
dad de hijos. Los datos de encuestas más recientes indican que la
impresión que tienen los estadounidenses de sentirse siempre apre-
miados está alcanzando, por fin, un punto de estabilidad. Aun así, 26

queda claro que los trabajadores estadounidenses sienten que trabajan


más de la cuenta; por otra parte, los datos de tempo en nuestros expe-
rimentos plantean el interrogante de cuánto se logra en realidad duran-
te esas horas. 27

En el Japón, las personas tienen una impresión aún más pesimista de


su tiempo disponible. Cuando una encuesta de 1991, llevada a cabo por el
periódico Mainichi Shimbun, preguntó "¿Hasta qué punto se siente presio-
nado con respecto al tiempo en su vida cotidiana?", el 70% de los encues-

25
G. Godbey y A. Graefe, "Rapid growth in rushin' Americans", American Demographics, abril de
1993, pp. 26-28.
26
J. P. Robinson y G. Godbey, "The great American s l o w d o w n " , American Demographics, junio
de 1996, pp. 42-48.
27
Información reciente, de John Robinson y Ann Bostrum, indica que la cantidad de horas que los
estadounidenses recuerdan haber trabajado, en estudios retrospectivos, es mucho mayor que
la cantidad de trabajo que registran minuto a minuto. Esta diferencia creció de un promedio de
una hora a la semana en 1965 a siete horas en 1985. El salto de memoria es mayor en perso-
nas que recuerdan haber trabajado durante largas horas. Los que estimaban su cantidad de tra-
bajo en 50 y 54 horas mostraban un promedio de 9 horas menos en sus tiempos diarios. Los
que recordaban haber trabajado 75 o más horas añadían un promedio de 25 horas. No existen
comparaciones similares en otros países. Todos los datos sobre trabajo y ocio que se encuen-
tran en este capítulo provienen de estudios retrospectivos. Véase C. Russell, "Overworked?
Overwhelmed?", American Demographics, marzo de 1995, pp. 8, 5 1 .
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 179

tados respondió "más o menos" (44%) o "fuertemente" (26%) presiona-


do. Los porcentajes fueron casi iguales para hombres y mujeres. En una 28

encuesta realizada en 1989 por el periódico Yomiuri Shimbun, apenas el


12% de los japoneses dijo que estaba bastante satisfecho con su tiempo de
ocio. Además, en la misma encuesta, sólo el 24% contestó que el tiempo
de ocio desempeñaba un papel de especial importancia en la satisfacción
global de su vida, un tema que retomaré más adelante. 29

El r i t m o de vida en t r e i n t a y seis ciudades


de los Estados Unidos

Los ejemplos más vividos de diferencias culturales suelen aparecer


cuando se comparan países. Pero ciudades y regiones dentro de los pro-
pios países también pueden ser muy distintas entre sí. Esto es muy cier-
to en los Estados Unidos. En la superficie, zonas de los Estados Unidos
pueden parecer más o menos homogéneas; la mayoría habla la misma
lengua y casi todos comparten los principales sistemas de comunicación.
Sin embargo, el neoyorquino que es transferido al Sur Profundo, o el
habitante de Medio Oeste que se muda a Los Angeles, harán bien en
prepararse para un choque cultural de alto voltaje.
Incluso pequeños cambios geográficos pueden ser profundos.
Cuando la escritora Jan Morris se mudó de Oklahoma a Texas, fue,
según sus palabras,

... como llegar a Francia, digamos, desde Suiza. No bien crucé el río Rojo
al salir de Oklahoma, me asaltó la nacionalidad de Texas, casi en forma
xenófoba, y me pareció que pasaba a otra sensibilidad, otra experiencia
histórica, otro conjunto de valores, quizá. 30

¿Se dan diferencias significativas en el ritmo de vida entre las ciu-


dades de los Estados Unidos? ¿Es cierto que los neoyorquinos hacen
honor a su fama de vivir en el carril de alta velocidad? ¿Es verdad que los
californianos son más relajados que los habitantes de otras partes del
país? ¿Cuáles son los lugares más rápidos y más lentos?

De E. H. Respondents y P. K. Respondents (eds.), op. cit.


Ibid.
J. Morris, "Trans-Texas", en Journey, Oxford, Oxford University Press, 1984, p. 111.
180 ROBERT LEVINE

Para responder estas preguntas, mis estudiantes y yo realizamos cua-


tro mediciones en treinta y seis ciudades a lo largo de los Estados Uni-
dos. Elegimos estas ciudades para obtener muestras representativas de
31

las áreas metropolitanas del país. De cada una de las cuatro regiones defi-
nidas según los censos -el Noreste, el Medio Oeste, el Sur y el Oeste-,
analizamos tres grandes áreas metropolitanas (más de 1.800.000 habi-
tantes), tres ciudades medianas (entre 850.000 y 1.300.000 habitantes) y
tres ciudades más pequeñas (entre 350.000 y 560.000 habitantes) , 3 2

Nuestras mediciones del ritmo de vida fueron variaciones de las uti-


lizadas en la investigación de treinta y un países. Primero, tomamos el
tiempo de la velocidad al caminar de los peatones que iban solos en dis-
tancias de 18,29 metros en lugares céntricos durante las horas de mayor
actividad comercial. Segundo, como indicador de la velocidad de traba-
j o , medimos cuánto tiempo les tomaba a bancarios ya sea dar cambio en
valores predeterminados de dos billetes de veinte dólares, o darnos dos
billetes de veinte dólares como cambio. (Los pedidos de cambio fueron
alternados con los de dar cambio tan sólo para que los encuestadores no
tuvieran que llevar grandes fajos de dinero en los bolsillos.) Tercero, 33

para medir la relación de las personas con la hora del reloj, contamos la
proporción de hombres y mujeres elegidos al azar en zonas céntricas
que llevaban relojes durante las horas de mayor actividad comercial. En
la mayoría de los casos, tenían mangas cortas, lo que nos permitía obser-
var con facilidad si llevaban o no reloj. A las personas de mangas largas
se les preguntó la hora. También agregamos un cuarto indicador del rit-
mo de vida: la velocidad del habla. En cada ciudad, grabamos las res-
puestas de empleados de correo a una pregunta estándar: que nos
explicaran la diferencia entre correo común, certificado y asegurado.
Más tarde, los asistentes de la investigación escucharon las grabaciones
y calcularon los "índices de articulación" dividiendo el número de síla-
bas por el tiempo total de la respuesta.

31
Este estudio fue publicado originalmente en R. Levine, K. Lynch, K. Miyaké y M . Lucia, "The
Type A city: Coronary heart diseasé and the pace of life", Journal of Behavioral Medicine 12,
1989, pp. 509-524.
32
El tamaño de las ciudades se basa en los estimados de población de las áreas metropolitanas (lo
que el Instituto de Censos llama el Área Estadística Metropolitana, MSA según su sigla en inglés,
o, en el caso de áreas pobladas de mayor densidad, el Área Primaria Estadística Metropolitana,
PMSA) para cada ciudad. Para una mejor definición, véase U.S. Bureau of Census, State and Metro-
politan Área Data Book, 1991, Washington, D.C., U.S. Government Printing Office, 1991.
33
El tiempo que pasa entre dos situaciones se combina en estadísticas.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 181

Ciudades rápidas y lentas en los Estados Unidos

Las posiciones más bajas indican velocidades más rápidas y mayor


uso de relojes.

TOTAL R I T M O VELOCIDAD VELOCIDAD VELOCIDAD CANTIDAD

DE V I D A 3 4
AL C A M I N A R BANCARIA AL HABLAR DE RELOJES

Boston, M A 1 2 6 6 2
Buffalo, NY 2 5 7 15 4
Nueva York, NY 3 11 11 28 1
Salt Lake City. UT 4 4 16 12 11
Columbus, O H 5 22 17 1 19
Worcester, M A 6 9 22 6 6,
Providence, Rl 7 7 9 9 19
Sprinqfield, M A 8 1 15 20 22
Rochester, NY 9 20 2 26 7
Kansas City, M O 10 6 3 15 32
St. Louis, M O 11 15 20 9 15
H o u s t o n , TX 12 10 8 21 19
Paterson, NJ 13 17 4 11 31
Bakersfield, CA 14 28 13 5 17
Atlanta, GA 15 3 27 2 36
Detroit, M I 16 21 12 34 2
Youngstown, OH 17 13 18 3 30
Indianapolis, IN 18 18 23 8 24
Chicago, IL 19 12 31 3 27
Filadelfia, PA 20 30 5 22 11
Louísville, KY 21 16 21 29 15
Cantón, O H 22 23 14 26 15
Knoxville, T N 23 25 24 30 11
San Francisco, CA 24 19 35 26 5
Chattanooga, TN 25 35 1 32 24
Dallas, TX 26 26 28 15 28
Oxnard, CA 27 30 30 23 7
Nashville, T N 28 8 26 24 33
San Diego, CA 29 27 34 18 9
continúa

34
Como en el experimento anterior, los resultados totales de ritmo de vida derivan de resultados
nivelados en forma estadística según el experimento, y luego sumando los resultados.
182 ROBERT LEVINE

TOTAL R I T M O VELOCIDAD VELOCIDAD VELOCIDAD CANTIDAD

DE V I D A AL CAMINAR BANCARIA A L HABLAR DE RELOJES

East Lansing, M I 30 14 33 12 34
Fresno, CA 31 36 25 17 19
Memphis, TN 32 34 10 19 34
San J o s é , CA 33 29 29 30 22
Shreveport, LA 34 32 19 33 28
Sacramento, CA 35 33 32 36 26
Los Á n g e l e s , CA 36 24 36 35 13

El v e l o z Noreste

En general, nuestros resultados confirmaron las impresiones muy


difundidas de que el Noreste de los Estados Unidos acusa un ritmo rápi-
do de vida, mientras que el Oeste (o más precisamente, California, que
proporcionó ocho de las nueve ciudades del Oeste), es mucho más rela-
jado. Las tres ciudades más rápidas, y siete entre las nueve más rápidas,
son del Noreste. Los habitantes de esa región por lo general caminan
más rápido, dan cambio más rápido, hablan más rápido y son más pro-
pensos a llevar relojes que en otras ciudades de los Estados Unidos.
Boston derrotó por muy poco a Buffalo y ocupó el primer lugar.
La ciudad de Nueva York, la favorita en el preestudio, quedó tercera,
también por poco. Pero quizás habría que adjudicarles a los neoyor-
quinos unas cuantas décimas de segundo a fin de compensarlos por las
festividades que se llevaron a cabo durante nuestra recolección de
datos. Waiter Murphy, que midió allí la velocidad al caminar, informó
que en un punto tuvo que interrumpir la tarea debido a la irrupción
de un concierto musical improvisado mientras tomaba el tiempo de los
peatones. Luego, cuando se trasladó a otro lugar, Murphy se topó con
un intento de robo de cartera seguido de un asalto fallido. Ello ocurrió
en un período de una hora y media. Los peatones de Nueva York
maniobraron a través de todo esto con la actitud afirmativa que los
caracteriza, haciendo demostraciones de habilidades circenses no
incluidas en los resultados finales.
En conjunto, las ciudades de California mostraron el ritmo más len-
to, debido en gran parte a la peculiar lentitud de los peatones y banca-
rios. Los tiempos más lentos recayeron en el símbolo estadounidense de
sol, diversión y vida relajada: Los Angeles. Los habitantes de Los Ángeles
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 183

obtuvieron el puesto veinticuatro en velocidad al caminar, el penúltimo


en velocidad al hablar y estuvieron muy, pero muy por detrás de todas las
ciudades en velocidad bancaria. De hecho, la única concesión al reloj
fue la de llevar puesto un reloj de pulsera: la ciudad fue la decimotercera
en uso de reloj. Las actitudes relajadas de los californianos con respecto
al tiempo también quedaron demostradas de otros modos. Por ejemplo,
para obtener la hora exacta en la mayoría de las ciudades californianas, se
llama a un número de teléfono que, trasladado a letras, dice: P-O-P-C-O-R-N.*
Comparemos esto con Boston, que ocupó el primer lugar, donde el núme-
ro para obtener la misma información es N-E-R-V-O-U-S.**
El mayor problema que tuvieron nuestros encuestadores en
muchas de las ciudades de la costa oeste - L o s Angeles y Fresno, mi
hogar, como ejemplos principales- fue el del experimento de la velo-
cidad al caminar, pues resultó muy difícil encontrar siquiera peatones.
La mayor parte del tránsito peatonal en estas ciudades suburbanas
parece estar limitado a playas de estacionamiento y a centros comer-
ciales, ninguno de los cuales pueden compararse con las zonas céntri-
cas principales que investigamos en otras ciudades. A menudo las
personas en zonas céntricas que sí caminaron los 18,29 metros, fueron
mucho menos representativas (así lo espero) de las poblaciones subur-
banas en general: los peatones eran, sobre todo, los sin techo, los des-
empleados y las prostitutas. Vimos corredores, ciclistas, patinadores e
incluso unos cuantos patinadores de skate pasados de moda, pero la
mayoría de los peatones observados no caminaron más allá de sus
autos estacionados. El verdadero camino público en la mayoría de esos
lugares es la autopista. Joan Didion no estaba muy equivocada cuando
observó que la experiencia en la autopista es la única forma secular de
comunión de Los Angeles. Después de un tiempo considerable, pudi-
mos juntar muestras mínimamente adecuadas de peatones en lugares
céntricos, pero debo confesar que más de una vez estuve tentado de ir
a los gimnasios y clubes de salud a medir el tiempo de las personas en
sus cintas rodantes.
¿Cuánta diferencia hubo entre ciudades? A menudo no demasia-
da de una posición a otra. En los extremos, sin embargo, la gente se
mueve a ritmos muy diferentes. En velocidad al caminar, por ejemplo,
los peatones más rápidos-en Springfield (11,1 segundos) y Boston ( 1 1 , 3 ) -

* Pochoclo o palomitas de maíz. [T.]


* * Nervioso. IT.]
184 ROBERT LEVINE

recorrieron la distancia de 18,29 metros, 3,5 segundos más rápido, en


promedio, que los de Chattanooga (14,6 segundos) y Fresno (14,7
segundos). En otros términos, si hubieran estado caminando en un
campo de fútbol, los equipos de Massachusetts estarían cruzando la
línea de gol cuando sus rivales californianos estuvieran a 22,86 centí-
metros de la meta.
Las diferencias en la velocidad del habla fueron mucho mayores.
Los empleados de correo más rápidos - e n Columbus, Ohio, (3,9 síla-
bas/segundo)- pronunciaron casi un 4 0 % más sílabas por segundo
que sus colegas en Sacramento (2,9 sílabas/segundo) y Los Angeles
(2,8 sílabas/segundo). Si hubieran estado leyendo las noticias de las seis,
a los empleados californianos les hubiera tomado casi hasta las 7.25
relatar lo mismo que los empleados de Ohio terminaron de transmitir
a las siete.
Dividido por regiones, los tiempos totales más rápidos se dieron en
el Noreste, seguidos por el Medio Oeste, el Sur y luego el Oeste. Esto
concordó con las predicciones. Por cierto, la diferencia entre las costas
del Este y el Oeste confirma el estereotipo popular. Cuando Horace
Greeley* aconsejaba a los hombres jóvenes que fueran al Oeste, estaba
pensando en la aventura y en las oportunidades económicas. Pero la
mayoría de mis amigos y conocidos del Este que han migrado allí espe-
raban encontrar un estilo de vida menos frenético y más manejable. Dis-
fruto observando las reacciones de los neoyorquinos que me visitan en
Fresno. Algunos se sienten impresionados por la maravillosa vida que he
descubierto, mientras que otros creen que debo ver a un neurólogo. Es
usual que los que la aprueban encuentren relajante mi lugar de adop-
ción: comentan a menudo cuántas horas de más parece haber en el día
en Fresno. Los descontentos pasan un montón de tiempo preguntando
qué hace la gente para divertirse. (Comentaré más adelante el tema de
la adaptación de las personas a los diferentes ambientes.) En ambos
casos, el ritmo de vida más lento en Fresno es no sólo obvio para mis invi-
tados, sino el sitio que marca las diferencias entre nuestros lugares de
residencia.

* Periodista y político estadounidense, nacido en 1811, que fundó y editó el diario New York Tri-
bune y fue candidato a la presidencia de los Estados Unidos en 1872, el mismo año en que
murió. [T.]
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 185

El bocinasegundo

Por supuesto, hay muchas maneras de juzgar el ritmo de vida. Expe-


rimentos alternativos pueden tener resultados diferentes, como muchos
críticos no vacilan en señalar. Una de mis sugerencias favoritas provino
de un periodista de Los Angeles:

¿Qué tal si calculamos cuántos automovilistas giran repentinamente a la


izquierda delante de ü? ¿Cuánto demora un policía en multarte por cru-
zar por el medio de la calle? ¿O con qué rapidez un cajero automático des-
pliega el cartel de "fuera de servicio" justo cuando vas a insertar tu tarjeta?
¿O cuál es el porcentaje de hombres y mujeres que llevan beepers? Según
nuestros indicadores, estamos dispuestos a apostar que Los Angeles ocu-
paría el lugar de la ciudad más rápida del país. 35

Un profesor de la Universidad de California en Los Angeles me


sugirió que midiera los "'bocinasegundos'... el tiempo que transcurre
entre el cambio de luz del semáforo y el momento en que la persona de
atrás empieza a tocar la bocina en Los Angeles". El bocinasegundo, afir-
ma, es "la medida de tiempo más pequeña conocida por la ciencia".
Cada una de nuestras mediciones experimentales tiene sus singu-
laridades. El número de personas que llevan reloj, por ejemplo, muestra
no sólo la preocupación de la sociedad por la hora, sino también su
apreciación de la m o d a y quizás el nivel económico. El hecho de basar
36

las mediciones en interacciones con empleados de correo y bancarios


pone demasiado énfasis en subpoblaciones más bien especializadas, y
el comportamiento de los empleados y los bancarios depende de su
habilidad y conocimiento, como también de su tendencia general a
apurarse o a perder el tiempo. No obstante, en conjunto, representan
un amplio espectro de personas y actividades y revelan muchas facetas
del ritmo de vida de una ciudad.

"The wristwatch factor". Los Angeles Times, 22 de octubre de 1989, M 4 .


En un principio, habíannos incluido en nuestro primer estudio internacional la proporción de indi-
viduos que usan relojes de pulsera, pero no pudimos terminarlo a causa de mi falta de com-
prensión de la moda. En Taiwan, en particular, me sorprendí en un principio al ver que muy pocas
mujeres usaban relojes. Cuando volví a casa me enteré, no obstante, de que había hecho mal
la investigación. La moda del momento entre las mujeres, me dijeron, era usar relojes en el cue-
llo, una tendencia que no había notado. Como resultado de esto, tuvimos que desechar la infor-
mación.
CAPÍTULO 7

Salud, riqueza, felicidad


y generosidad

Sin duda alguna, la característica más notable de la vida en


estos últimos años del siglo XIX es su velocidad -lo que
podemos llamar su apremio, la celeridad con que nos
movemos, las altas presiones bajo las cuales trabajamos-, y
el asunto que debemos tratar es, primero, si esa celeridad
es buena en sí misma; y luego, si vale la pena el precio que
pagamos por ella, un precio calculado y no muy fácil de
determinar con exactitud.
W. R. GREG, Life at High Pressure (1877)

No deja de fascinarme el hecho de que algunos lugares sean más rápidos


que otros. Pero si usted, como yo, es el tipo de persona que tiene como
pasatiempo la búsqueda de una vida mejor, los temas de veras impor-
tantes van más allá de los índices de velocidad y tienen que ver, en defi-
nitiva, con preguntas sobre dónde vive mejor la gente. ¿Dónde es más
saludable? ¿Dónde está más contenta? ¿Dónde es más generosa?
Al responder a estas preguntas, es tentador suponer que la lentitud
es saludable y que la rapidez es insalubre, que la calidad de vida en los
lugares donde la gente trabaja rápido y mucho es inferior a la de aque-
llos donde la vida es más pausada. La imagen de los trabajadores com-
pulsivos y frenéticos que trabajan sin descanso, por un lado, y la de los
Zorbas que aprovechan llenos de alegría cada segundo de su tiempo,
por el otro, constituyen un buen estereotipo. Pero los valores culturales,
en especial los que son tan profundos como el tiempo, muy rara vez pue-
den clasificarse en categorías tan tajantes como las de bueno y malo.
De hecho, el ritmo de vida influye en forma directa y vital en la cali-
dad de vida. Proyecta su sombra en la salud física y psicológica de los
individuos, y en el bienestar social de las sociedades. Pero la mayoría de
las veces las consecuencias son una combinación de "buenas noticias y
malas noticias". Todo ritmo de vida tiene sus pros y sus contras.
188 ROBERT LEVINE

Bienestar físico: la ciudad Tipo A

Quien por todo se apura, su muerte apresura.


PROVERBIO ESPAÑOL

A mediados de los años cincuenta, dos cardiólogos de San Francis-


co, Meyer Friedman y Ray Rosenman, notaron que los pacientes con
afecciones cardíacas parecían más tensos en la sala de espera que otros
pacientes. Para mayor precisión, como ambos reconocieron, fue un tapi-
cero el que les señaló el hecho peculiar de que las sillas de la sala de
espera estuvieran gastadas sólo en la parte delantera del asiento. Una
corazonada los llevó a iniciar un programa de investigación sobre la posi-
bilidad, casi inexplorada, de que el estrés psicológico pudiera contribuir,
de modo significativo, a la posibilidad de un ataque al corazón. En esa
época, la creencia predominante entre los médicos era que el trata-
miento de las afecciones coronarias era puramente mecánico. Como
dijo un cirujano del corazón: "Es una cuestión de plomería".
En un estudio anterior, Friedman y Rosenman midieron de enero
a junio el nivel de colesterol en la sangre de los contadores. Los hábitos
de comida y ejercicio no se modificaron durante ese período. Sin embar-
go, en las dos primeras semanas de abril, a medida que se acercaba el 15
de abril, fecha de presentación del impuesto a las ganancias, el prome-
dio del colesterol en la sangre se elevó en forma abrupta, y aumentó la
velocidad de la coagulación de la sangre. En mayo yjunio las mediciones
retornaron a sus niveles normales.
Friedman y Rosenman llegaron a la conclusión de que algunas per-
sonas viven con una actitud autoimpuesta de tensión crónica. Desde el
punto de vista psicológico, los pacientes estresados en su sala de espera
serían siempre contadores a mediados de abril. Sondeos posteriores - e n
especial la investigación del Western Collaborative Group Study [Estudio del
Grupo de Colaboración del Oeste], que controló los patrones de salud
y enfermedad de 3500 hombres durante un período de ocho años y
medio- han confirmado esa aseveración. De modo más específico, se ha
descubierto que los pacientes con cardiopatías coronarias son propen-
sos a padecer un síndrome de comportamiento caracterizado por una
sensación de apremio temporal, hostilidad y competitividad. Personas
con esos patrones de comportamiento "Tipo A" tienen siete veces más
probabilidades que las del "Tipo B" (normales) de presentar síntomas
una geografía del tiempo 189

de afecciones cardíacas y dos veces más probabilidades de sufrir un ata-


que al corazón. 1

El ritmo rápido de vida es un elemento definitorio de los patrones


Tipo A. Los Tipo A tienden a caminar y comer con rapidez, a enorgu-
2

llecerse de su puntualidad y a realizar varias actividades en forma simul-


tánea. Se impacientan con el comportamiento "lento" de otras personas.
Por ejemplo, los Tipo A tienen la costumbre de completar las frases de
los que tardan demasiado en ir al grano. Y, por supuesto, los Tipo A tra-
bajan más horas que los Tipo B.
Con estos estudios Tipo A en mente, parecía lógico preguntarse si
el ritmo de vida en distintos lugares podía estar relacionado con la inci-
dencia de cardiopatías coronarias entre la población. ¿Hay tal cosa como
una ciudad Tipo A? Para responder a la pregunta, revisamos los resulta-
dos de nuestros experimentos sobre ritmos de vida en diferentes países
y ciudades, y comparamos los resultados con los índices de mortalidad
por cardiopatías coronarias en esos lugares. 3

Nuestros datos apoyan la hipótesis de que las ciudades también


pueden ser del Tipo A. Los lugares más rápidos tenían más probabilida-
des de contar con índices más altos de mortalidad por afecciones car-
díacas. Así quedó demostrado tanto en nuestro estudio de treinta y un
países diferentes como en el de las treinta y seis ciudades de los Estados
Unidos. Nuestros resultados no sólo señalaron una obvia relación entre
el ritmo de vida y las enfermedades del corazón; también pusieron en
evidencia que la magnitud de la relación era aún más alta que la halla-
da por lo general entre las afecciones del corazón y los test de persona-
lidad Tipo A en el nivel individual. En otras palabras, nuestros datos dan

' A. Friedman y D. Ulmer, Treating TypeA behavior, Nueva York, Random House, 1984.
2
Muchos investigadores se vieron imposibilitados de reproducir los resultados de Friedman y
Rosenman. Muchos creen que la relación entre el esquema comportamiento de Tipo A y las
enfermedades coronarias surge de la toxicidad de un componente del Tipo A, que se llama "ira
hostil". Estos estudios afirman que el apremio del tiempo también podría ser característica en
personas con ¡ra hostil, pero no lleva por sí misma a la afección coronaria. No obstante, otros
investigadores serios del Tipo A descubrieron que apremio del tiempo, además de la tendencia
relacionada a mantenerse activo y "con los ojos abiertos" en forma crónica, bien podrían pro-
vocar enfermedades cardíacas (véase, por ejemplo, L. Wright, "The Type A behavior pattern and
coronan/ artery disease", American Psychologist43 [1], 1988, pp. 2-14). Para reseñas de litera-
tura sobre el Tipo A, véanse S. Booth-Kewley y H. Friedman, "Psychological predictors of heart
disease; a quantitative review", Psychological Bulletin 101, 1987, pp. 343-362; yK. Matthews,
"Coronary heart disease and Type A behaviores: Update on an alternative to the Booth-Kewley
and Friedman (1987) quantitative review", Psychological Bulletin 104, 1988, pp. 373-380. Vol-
veré sobre este tema en el siguiente capítulo.
3
Muertes por enfermedades cardíacas isquémicas (disminución del flujo de sangre en el corazón).
190 ROBERT LEVINE

a entender que la velocidad del medio ambiente de la persona es por lo


menos un mecanismo de predicción tan eficaz sobre la posibilidad de
que muera de un ataque al corazón como lo son sus puntajes en una
prueba de personalidad Tipo A. 4

¿Por qué las personas en lugares rápidos tienen más probabilidades


de morir de afecciones coronarias? Es por cierto poco factible que cami-
nar rápido o trabajar mucho cause ataques cardíacos. Si ése fuera el
caso, las calles estarían llenas de peatones jadeando y respirando con
dificultad y de corredores tumbados en las veredas. En los Estados Uni-
dos, sin duda, donde la gente gasta bastante dinero en hacer ejercicios
en cintas rodantes con el propósito de mantener en buen estado el sis-
tema respiratorio, parece contradictorio equiparar el ejercicio físico
fuerte con la enfermedad física.
Sospecho que la razón principal por la que las afecciones cardíacas
son más comunes en las ciudades rápidas es que estos lugares atraen y
crean una excesiva concentración de individuos Tipo A. Los lugares
rápidos resultan atractivos para las personas rápidas, y las personas rápi-
das suelen crear lugares rápidos. El psicólogo social Timothy Smith y sus
colegas han demostrado que los Tipo A buscany crean ambientes basados
en el apremio temporal donde se vive apurado. Las ciudades más rápi-
das en nuestro estudio bien podrían ser sus sueños más atesorados y sus
creaciones más ingeniosas. 5

Así pues, el desarrollo de la ciudad de ritmo rápido podría expli-


carse de la siguiente manera: primero, los Tipo A se sienten atraídos por
las ciudades de ritmo rápido, lo cual da por resultado más residentes
Tipo A. Asimismo, estos Tipo A se empeñan en lograr que el ritmo sea
cada vez más rápido. Mientras tanto, los individuos más lentos, Tipo B,
tienen la tendencia a migrar de las ciudades de ritmo rápido a sitios más
descansados. En las ciudades de ritmo rápido, tal como indica la investi-
gación de Smith, se espera que todo el mundo responda al apremio tem-
poral, tanto los Tipo A como los Tipo B. El resultado es que los Tipo B

4
La correlación entre los índices de ritmo de vida y muertes por afecciones coronarias fue 0,51
en 36 ciudades estadounidenses y 0,35 en el estudio de 31 países. Como la edad suele estar
relacionada con la incidencia de enfermedades cardíacas, ajustamos en forma estadística los
índices de muerte por edad (tomando en cuenta, primero, la mediana edad y, segundo, el por-
centaje de residentes de 65 años o más) para cada ciudad. Estos ajustes no afectan en forma
significativa la magnitud de las correlaciones.
5
T. Smith y N. Anderson, "Models of personality and disease: An interactional approach to Type
A behavior and cardiovascular risk", Journal of Personality and Social Psychology 50, 1986,
pp. 1166-1173.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 191

tratan de cumplir con las exigencias de los Tipo A, y los Tipo A se esfuer-
zan por acelerar aún más el ritmo, todo ello en un ambiente en el que
los patrones migratorios ya han producido una presencia excesiva de
personalidades con propensión a las cardiopatías coronarias.
Las ciudades Tipo A son lugares estresantes. Las presiones del apre-
mio temporal pueden conducir a comportamientos insalubres: el con-
sumo de cigarrillos, alcohol y drogas, dietas malsanas, y la falta de ejercicio
saludable. Estos, a su vez, exponen a las personas al peligro de contraer
afecciones coronarias. Tanto nuestros estudios como la información
estadística del Ministerio de Salud y Servicios Sociales muestran, por
ejemplo, que se fuma más en las ciudades y en los países rápidos. En los
Estados Unidos, el índice de consumo de tabaco sigue los mismos patro-
nes regionales que el porcentaje de las afecciones coronarias y el ritmo
de vida: los índices de consumo de tabaco y de afecciones coronarias son
más altos y el ritmo de vida es más rápido en el Noreste, seguido por el
Medio Oeste, el Sur y finalmente el Oeste. 6

Una ciudad que se aleja en forma radical del modelo de ciudad


Tipo A nos brinda una confirmación anecdótica con respecto al ciga-
rrillo. Salt Lake City, cuya población es mormona en su mayoría, ocu-
pó el cuarto puesto en ritmo de vida, pero el treinta y uno (el sexto
contando desde abajo) en afecciones coronarias. Esto se debe en gran
parte al hecho de que la religión mormona fomenta el trabajo duro,
pero prohibe terminantemente fumar. Eric Hickey, un profesor de Cri-
minología y miembro de la Iglesia mormona, explica que el "mormo-
nismo es un compromiso de veinticuatro horas y de siete días por
semana. Si combinamos esto con la vida familiar y el trabajo, no me
sorprende que Salt Lake City tenga un ritmo de vida tan rápido. Pero
al mismo tiempo, los mormones son personas espirituales. Creemos en
la moderación en todas las cosas; pero las actividades que más debili-
tan el lado físico - c o m o el consumo de alcohol, cafeína, tabaco o dro-
gas-, ésas no las practicamos en absoluto". Así pues, en Salt Lake City
los valores mormones actúan como un amortiguador para contrarres-
tar el ritmo rápido de vida: el feliz resultado es la menor incidencia de
afecciones coronarias.

U.S. Department of Health and Human Services, "Regional variation in smoking prevalence and
cessation: Behavioral risk factor surveillance", Morbidity and Mortality Weekly Report36,1987,
pp. 751-754.
192 ROBERT LEVINE

Bienestar psicológico: ¿dónde es más feliz la gente?

Sería lógico pensar que el ritmo lento de vida permite que la gen-
te se sienta más contenta. El tema evoca la imagen soñadora de nativos
felices -fotografiados, con toda seguridad, por turistas ansiosos pero
mucho más ricos- en pueblos perezosos, al lado de playas exóticas
donde no transcurre el tiempo. Sin embargo, las investigaciones reali-
zadas han demostrado que la productividad económica está relacionada
en alto grado con la satisfacción de la gente. Estos resultados pueden
verse en las investigaciones sobre el bienestar económico tanto de las
personas como de las naciones: en general, las personas más prósperas
viven más contentas y las personas en los países más prósperos viven
más contentas. Por ejemplo, en un estudio reciente, el psicólogo
Edward Diener y sus colegas en la Universidad de Illinois descubrieron
que el promedio de satisfacción vital estaba muy correlacionado con
una amplia gama de indicadores económicos, que incluyen el produc-
to bruto interno (PBI), el poder de compra y la cobertura de las nece-
sidades básicas. 7

Puesto que en nuestro propio estudio pudimos establecer una rela-


ción muy fuerte entre la vitalidad económica y el ritmo de vida, elabo-
ramos la hipótesis de que esto también debería de llevar a una relación
positiva entre el ritmo de vida y la satisfacción. Y eso es precisamente lo
que encontramos: en todos nuestros experimentos sobre ritmo de vida,
la gente en los lugares más rápidos se mostraba, en general, más satisfe-
cha con su forma de vida. 8

Estos resultados plantean una paradoja aparente: la gente en los


lugares más rápidos es más propensa a sufrir afecciones coronarias, pero
también tiene mayores probabilidades de sentirse más contenta con su
forma de vida. Si el ritmo rápido de vida crea las tensiones que llevan a
fumar y a padecer ataques al corazón, ¿no deberían las mismas tensiones
hacer la vida más desgraciada?

7
E. Diener, M. Diener y C. Diener, "Factors predicting the subjective well-being of nations",
manuscrito inédito, University of Illinois, 1994.
8
Para calcular la satisfacción de vida, utilizamos información de algunos de los estudios de gran
escala que se llevan a cabo en forma regular por los gobiernos y los grupos de investigación en
muchos países. Se encuentran disponibles los datos de las investigaciones para la mitad de los
países de nuestro estudio. Los índices de satifacción de vida de los países están basados en la
última encuesta nacional de cada país, y resumidos en R. Veenhoven, Happiness in Nations,
Rotterdam, Risbo, 1993.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 193

La base de esta aparente incongruencia es, creo, la economía y los


valores culturales que la acompañan. Las culturas que ponen el énfasis en
la productividad y en hacer dinero crean, por lo general, una sensación de
apremio temporal y un sistema de valores que fomentan el pensamiento
individualista; y ese sentimiento de apremio temporal y el individualismo
derivan, a su vez, en una economía productiva. Estas fuerzas -vitalidad
económica, individualismo y apremio temporal- tienen consecuencias
tanto positivas como negativas para el bienestar de las personas. Por una
parte, originan los elementos de tensión que conducen a hábitos insalu-
bres como el consumo de cigarrillos y las afecciones coronarias. Por otra
parte, proporcionan comodidades materiales y un nivel general de vida
que acrecientan la calidad de vida. La productividad y el individualismo
-resulta muy difícil separar una del otro- tienen consecuencias de doble
filo. Como escribe la economista Juliet Schor en The Overworked American:

Hemos pagado un precio muy alto por la prosperidad. El capitalismo nos


ha permitido alcanzar un espectacular nivel de vida, pero al costo de una
vida de trabajo mucho más exigente. Comemos más, pero quemamos esas
calorías en el trabajo. Tenemos televisiones de color y reproductores de
discos compactos, pero los necesitamos para relajarnos después de un día
agotador en la oficina. Tomamos vacaciones, pero hemos trabajado tanto
durante el año que éstas se vuelven indispensables para mantener la cor-
dura. La creencia popular de que el progreso económico nos ha dado más
cosas, así como más descanso, es difícil de sostener.9

No resulta sorprendente que estas consecuencias paradójicas en


apariencia también se encuentren presentes en otros comportamientos.
Diener y sus colegas, por ejemplo, observaron que, aunque el divorcio es
mucho más alto en las naciones individualistas, la satisfacción marital
también es mayor: los Estados Unidos son un caso ejemplar. En sus inves-
tigaciones descubrieron, además, que el suicidio y el bienestar psicoló-
gico también son más frecuentes en las culturas individualistas que en las
colectivas. 10

Se ha dicho que el ideograma chino que equivale a "crisis" está


compuesto de los trazos "peligro" y "oportunidad". Y la palabra "crisis"
deriva de la palabra griega que significa "decisión". En forma similar,

9
Juliet B. Schor, op. cit., p. 10.
10
E. Diener, comunicado personal del 23 de marzo de 1995.
194 ROBERT LEVINE

pues, los frutos del individualismo y el trabajo duro suministran el poten-


cial, tanto para la riqueza psicológica como para el desastre. En última 11

instancia, el modo en que organizamos nuestro tiempo depende de la


elección que hagamos entre diversas posibilidades. Un ritmo de vida
rápido no es, en sí mismo, ni mejor ni peor que uno lento.

Bienestar social: ¿dónde presta ayuda la gente?

No sólo el ritmo de vida afecta el bienestar psicológico y físico; tam-


bién puede tener gran incidencia en la forma en que las personas se tra-
tan unas a otras. La lentitud es una norma social y, como todas las
normas, puede calar hondo en los códigos aceptados de conducta.
Los kelanteses de la península Malaya, por ejemplo, ponen énfasis
en la lentitud, la cual está muy arraigada en sus creencias sobre el bien
y el mal. El apuro se considera una falta de ética. Los kelanteses son juz-
gados por un código de reglas sobre el buen comportamiento conocido
como budi bahasa, o el "lenguaje del carácter". La base de este código de
ética está conformada por la voluntad de tomarse el tiempo necesario
para cumplir con las obligaciones sociales y visitar y presentar sus respe-
tos a los amigos, parientes y vecinos. Cualquier indicio de apuro implica
codicia y demasiada preocupación por las.cosas materiales. Pero lo más
importante es que da muestras de un irreverente descuido de las obli-
gaciones del budi bahasa. Los transgresores son una amenaza para los
valores básicos referentes a las relaciones interpersonales y a la solidari-
dad del pueblo. Se habla de ellos, se los considera poco refinados (halus)
y a menudo se sospecha que tienen algo que ocultar. 12

La sensibilidad del budi bahasa - e l cual indica que el apuro y el


hecho de tener tiempo para las personas son excluyentes- resulta muy
atractiva. Funciona bien, sin duda, para los kelanteses, que son personas
no industrializadas y con relativamente pocas exigencias que les ocupen
el tiempo. Además, viven en pequeñas aldeas donde todos son vecinos,

" Debemos resaltar el hecho de que nuestra información comprende los promedios de los países.
No nos dice si las mismas personas que en culturas donde el tiempo apremia son propensas a
ataques cardíacos también se encuentran satisfechas con otros aspectos de sus vidas, o si se
trata tan sólo de una tendencia de algunas personas a sentirse a gusto con un ritmo rápido,
mientras que otro grupo de personas sufre a causa de ese ritmo.
12
D. Raybeck, op. cit, pp. 323-340.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 195

de modo que el comportamiento en favor de lo social se basa en el


hecho de saber que cada uno de ellos será tratado de la misma manera
que trata a los demás. Esto plantea la pregunta de si la filosofía budi baha-
sa podría adaptarse a lugares más industrializados y populosos, ambien-
tes donde la mayor parte de los contactos diarios involucran a extraños
que quizá nunca más se vuelvan a encontrar. ¿El ritmo de vida y la res-
ponsabilidad cívica también podrían tener una relación estrecha en
lugares urbanos e industrializados?
La mayoría de las teorías urbanas actuales creen que sí. Plantean
que la conexión entre el tiempo y el comportamiento social no depen-
de de cuestiones morales, como en el caso de los kelanteses, sino de la
realidad psicológica social. El psicólogo social Stanley Milgram sostenía
que el ritmo rápido de vida en las sociedades modernas enfrenta a las
personas con más estímulos sensoriales de los que pueden procesar,
creando lo que él llama la sobrecarga psicológica. Cuanto más grande es
la ciudad, mayor es la sobrecarga. Para poder adaptarse a esta difícil
situación, el citadino sobrecargado selecciona sólo lo que es importante
para el logro de sus objetivos. En suma, el habitante de la ciudad se con-
centra en sus metas y se dirige hacia ellas tan rápido como puede. No tie-
ne el tiempo ni la energía psicológica para dedicarse a personas que son
ajenas a su vida. Los extraños, en particular, suelen ser ignorados debi-
do al proceso de selección: para Milgram, el ritmo rápido de vida de las
grandes ciudades exige pasar por alto, casi por completo, las necesida-
des de los desconocidos. 13

¿Es menos probable que las personas en las ciudades rápidas se


tomen tiempo para ayudar a desconocidos, como sostiene Milgram? En
los últimos años, mis alumnos y yo hemos llevado a cabo varios estudios
para poner a prueba esta afirmación. En los Estados Unidos, regresamos
a las mismas treinta y seis ciudades donde hicimos las investigaciones
14

de ritmo de vida. Esta vez observamos el comportamiento relacionado


con la ayuda en un total de seis situaciones:

1) Levantar una lapicera del suelo. El encuestador (un muchacho en


edad universitaria muy bien vestido), caminando a ritmo modera-
do, mete la mano en el bolsillo y "accidentalmente", y sin darse
cuenta, deja caer la lapicera y sigue caminando. En cada ciudad,

13
S. Milgram, "The experience of living in cities", Science 167, 1970, pp. 1461-1468.
M
C o n una sola excepción: Santa Bárbara, California, fue sustituida por Oxnard, California.
196 ROBERT LEVINE

observamos la cantidad de veces en que un peatón le devolvió la


lapicera al encuestador.

2) Pierna herida. Caminando con una fuerte renguera y llevando


una enorme y obvia férula ortopédica en la pierna (la más fea que
pudimos encontrar), el encuestador deja caer "accidentalmente"
varias revistas y luego trata con grandes esfuerzos de levantarlas del
suelo sin éxito. ¿Cuántos peatones se ofrecieron a ayudarlo?

3) Ciego que cruza la calle. Un encuestador con anteojos oscuros y


bastón blanco simula ser un ciego que necesita ayuda para cruzar la
calle. Medimos el porcentaje de veces en que le ofrecieron ayuda.
15

4) Cambio para una moneda de veinticinco centavos. Con una moneda


de veinticinco centavos a la vista, el encuestador se acerca a los pea-
tones que caminan en dirección opuesta y, muy cortésmente, les
pide cambio. Observamos cuántos peatones se detuvieron para ver
si tenían cambio.

5) Carta perdida. A un sobre estampillado, con la dirección del


encuestador, se le agrega una nota escrita a mano con buena letra
que dice: "Encontré esto al lado de su auto". Se coloca la carta en
el parabrisas de un auto seleccionado al azar, estacionado en un
parquímetro en una zona comercial importante. ¿Cuántas de las
cartas llegaron a destino?

6) Contribuciones a United Way. A fin de averiguar el grado de con-


tribuciones a sociedades de beneficencia, investigamos la contribu-
ción de cada ciudad, per cápita, a las campañas de United Way. 16

¿En qué ciudades de los Estados Unidos la gente está más dispues-
ta a tomarse tiempo para asistir a un desconocido que necesita ayuda?

15
El Fresno Friendship Center for the Blind proporcionó los bastones y el entrenamiento para los roles.
16
Las contribuciones del United Way son del año 1990, pues era la última información disponible
en el momento del estudio. Todos los experimentos de campo se realizaron en zonas céntricas
en días despejados de verano, durante horas de oficina. Se eligió un número relativamente uni-
forme de peatones de ambos sexos. En total, llevamos a cabo 379 pruebas para el episodio del
ciego, nos acercamos a unas 700 personas para la de la lapicera que se cae "accidentalmen-
t e " , para el de la pierna lastimada y para el episodio en el que pedíamos cambio, y nos queda-
ron un total de 1032 cartas "perdidas".
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 197

Después de combinar estadísticamente los puntajes de cada una de las


ciudades en las seis pruebas, obtuvimos las siguientes posiciones, de más
a menos serviciales. 17

1. Rochester, Nueva York


2. Lansing, Michigan
3. Nashville, Tennessee
4. Memphis, Tennessee
5. Houston, Texas
6. Chattanooga, Tennessee
7. Knoxville, Tennessee
8. Cantón, Ohio
9. Kansas City, Missouri
10. Indianapolis, Indiana
11. St. Louis, Missouri
12. Louisville, Kentucky
13. Columbus, Ohio
14. Detroit, Michigan
15. Santa Bárbara, California
16. Dallas, Texas
17. Worcester, Massachusetts
18. Springfield, Massachusetts
19. San Diego, California
20. San José, California
21. Atlanta, Georgia
22. Bakersfield, California
23. Buffalo, Nueva York
24. Salt Lake City, Utah
25. Boston, Massachusetts
26. Shreveport, Louisiana
27. Providence, Rhode Island
28. Filadelfia, Pensilvania
29. Youngstown, Ohio
30. Chicago, Illinois
31. San Francisco, California

Para los resultados completos de nuestros experimentos de ayuda en los Estados Unidos, véan-
se R. Levine, "Cities w i t h heart", American Demographics, octubre de 1993, pp. 46-54; y R.
Levine, T. Martínez, G. Brase y K. Sorenson, "Helping in 36 U.S. cities", Journal of Personality
and Social Psychology 6 7 , 1 9 9 4 , pp. 69-81.
198 ROBERT LEVINE

32. Sacramento, California


33. Fresno, California
34. Los Angeles, California
35. Paterson, Nueva Jersey
36. Nueva York, Nueva York

Clasificada por regiones, la ayuda tendió a ser mayor en el Sudes-


te, luego en el Medio Oeste y, por último, en las grandes ciudades en
el Noreste: más o menos a la inversa del ritmo de vida en estas regio-
nes, que es lo que predice el sistema de Milgram sobre la teoría de la
sobrecarga. Sin embargo, hubo una excepción notable. Las once ciu-
dades californianas, en conjunto, fueron las más lentas en los experi-
mentos de ritmo de vida, pero las menos generosas con su tiempo en
los experimentos de ayuda. Además, sus contribuciones per cápita a
18

United Way fueron menos de la décima parte de las de Rochester, la


primera en la lista.
En el estado de Nueva York se encuentran las ciudades más (Roches-
ter) y menos (Ciudad de Nueva York) serviciales de las treinta seis
encuestadas. Harry Reis, un profesor de Psicología en la Universidad
de Rochester desde hace más de veinte años que se crió en la ciudad de
Nueva York, no se mostró sorprendido en absoluto por el comporta-
miento de sus dos lugares de residencia. "Rochester es una ciudad
donde las relaciones sociales no se han deteriorado tanto como en
otros lugares. Muy rara vez las personas están demasiado ocupadas
para prestar ayuda".
No obstante, aunque las ciudades como Rochester y Nueva York se
ajustan a las predicciones de Milgram, el comportamiento poco amisto-
so que observamos en la mayoría de las ciudades de California pone de
relieve lo complejas que son, en realidad, las normas culturales de res-
ponsabilidad cívica. Aquellas ciudades del Oeste demuestran que el
hecho de contar con tiempo para prestar asistencia no significa que se
ofrezca la ayuda. Las nociones sobre la distribución del tiempo y el com-
portamiento social apropiado deben estar unidas a un código moral,

18
Como en el caso de la información sobre ritmo de vida, no hubo mucha diferencia entre una
categoría y la otra. En la situación del lápiz caído, por ejemplo, un extraño hubiera perdido, antes
de recibir ayuda, más de tres veces la cantidad de lápices en Chicago que en Springfield, Mas-
sachusetts. Cuando se trató de pedir el cambio de una moneda, casi el 8 0 % buscó primero en
sus bolsillos en Louisville, comparado con el 11 % que buscó al último, en Patterson. M i propia
ciudad natal. Fresno, quedó en último lugar en dos de los cálculos. Devolvimos casi la mitad de
las cartas (53%) que en San Diego (¡100 por ciento!).
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 199

como lo están para los kelanteses, si esperamos que la gente emplee su


tiempo "extra" en aras del bienestar común. A falta de ese código, el rit-
mo lento de vida sirve apenas para sentirse más descansado.
Este hecho resulta evidente al comparar las ciudades del Sur con las
del Oeste. Aunque ambas regiones comparten un ritmo de vida pausa-
do, el conjunto de valores sociales que rige sus normas temporales es
muy diferente. En el caso del Sur, tomarse su tiempo tiende a vincularse
a la idea de las damas y los caballeros sureños, es decir, a la tradición de
la cortesía y los buenos modales. En cambio, en el Oeste, hacer todo con
mayor lentitud tiene que ver más con... bueno, con tomarse las cosas
con calma. Las normas de vida descansada se basan menos en valores
sociales elevados que en el simple hecho de llevar una buena vida.
La música popular expresa muy bien esta distinción. Cuando Hank
Williams Jr. canta, "bendecimos la mesa, decimos 'señora'", todos saben
que no se está refiriendo a California del sur. Y cuando los Beach Boys
cantaban "ella se va a divertir, divertir, divertir, hasta que su papi le qui-
te el T-Bird",* ¿qué otro lugar podía ser sino California del sur? Un
residente de Nashville, que hizo algunas observaciones sobre nuestros
resultados, resumió el estereotipo de manera concisa: "Aquí decimos:
'¿Cómo estás?'. En Los Angeles dicen: '¿Cómo está tu auto?'. Y en Nue-
va York dicen: 'Dame tu auto'".
Para que el ritmo lento de vida dé como resultado una mayor preo-
cupación por las necesidades de los desconocidos, debe incluir un códi-
go de responsabilidad cívica, como el que han logrado los kelanteses con
el budi bahasa. Un ritmo lento de vida, por sí mismo, puede servir de pro-
tección contra los ataques cardíacos, pero carece de una filosofía moral
intrínseca. No es sorprendente, pues, que cinco de las siete ciudades con
espíritu más servicial fueran del Sur, donde sí existe dicho código. De
hecho, si volviéramos a clasificar la amabilidad con sólo las cinco medi-
ciones de ayuda cara a cara (sin las contribuciones a la United Way), las
ciudades del Sur ocuparían posiciones más altas.
Lynnette Zelezny, profesora de Psicología en mi universidad, creció
en varios lugares del Sur. "En el Sur -comenta- ser amable con la gen-
te es parte de las normas sociales, al menos en apariencia. Aunque no
asistas a la iglesia, ésa sigue siendo la norma social. Cuando era niña, si
no me portaba bien en público -la palabra clave es 'en público'-, mi

* Se refiere al Thunderbird, modelo deportivo de la Ford, auto muy popular en los años sesenta.
IT.)
200 ROBERT LEVINE

abuela me reprendía diciéndome 'compórtate con dulzura', lo cual que-


ría decir 'sé amable'. Debíamos mostrar qué tipo de familia éramos a tra-
vés de nuestro comportamiento. En el Sur, es muy importante hacer
ostentación de amabilidad. Es necesario que los demás sepan que eres
cordial. Si aquí en California te encuentras con un conocido en el alma-
cén es probable que lo saludes. En el Sur es natural tomarse tiempo para
iniciar una conversación, no sólo con quien esté en la cola, sino también
con la persona que te atiende a la salida".
Jean Ritter, también una colega de mi facultad, creció en Litde Rock.
"El ritmo de vida en el Sur tradicional es más lento -admite Ritter-.
Tiene que ver con la etiqueta. Es mala educación apurar o interrumpir
a los otros o no respetar las reglas de cortesía más allá del tiempo que te
tomen. Por ejemplo, cuando se espera en la cola, la gente debe tener
paciencia y charlar con toda cordialidad con los que lo rodean. Es un
modo de vida más amable en muchos aspectos. La gente se toma tiem-
po para detenerse, sonreír y saludarse en la calle. Y si no lo haces, te con-
sideran grosero y maleducado. En la pequeña universidad a la que asistí,
se daba por sentado que hablarías con todas las personas con las que te
encontraras en la calle, y si no lo hacías, era porque algo raro te pasaba.
La norma es que hay que tomarse tiempo para ser amigable. En Cali-
fornia, es completamente distinto".

Descubrimos también que hay diferencias entre prestar ayuda y ser


corteses. Las personas en los lugares más rápidos, aun cuando daban una
mano, en la mayoría de los casos, era menos probable que fueran corte-
ses. En la ciudad de Nueva York, la ayuda se daba, por lo general, de modo
cortante. Durante el experimento de la lapicera, por ejemplo, los neoyor-
quinos serviciales le gritaban al encuestador que se le había caído la lapi-
cera, y luego caminaban apurados en dirección contraria. En cambio, era
mucho más probable que las personas serviciales en las ciudades del Sud-
este, con puntajes más altos, devolvieran la lapicera ellas mismas, a veces
corriendo para alcanzar al encuestador. En la situación del ciego, los neo-
yorquinos serviciales solían esperar que cambiara el semáforo a verde y
luego le avisaban al encuestador, en forma escueta, que podía cruzar la
calle, mientras se alejaban caminando con rapidez. En el Sudeste, era más
probable que las personas serviciales se ofrecieran a cruzar la calle junto
con el ciego, y a veces le preguntaban si necesitaba más ayuda.
En términos generales, daba la impresión de que los neoyorquinos
estaban dispuestos a brindar ayuda siempre y cuando tuvieran la seguri-
dad de que no habría ningún contacto posterior, como si dijeran: "Cum-
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 201

pliré con mi obligación social, pero no me pidan más". Resulta difícil


determinar cuánto de esta actitud se debe al temor y cuánto, al simple
hecho de no querer perder el tiempo. Pero en ciudades más serviciales,
como Rochester y gran parte del Medio Oeste y del Sur, el contacto
humano parecía a menudo el motivo principal del impulso a ayudar. Era
mucho más probable que las personas prestaran ayuda con una sonrisa
y respondieran a las expresiones de gratitud.
Quizás el más vivo ejemplo de ayuda poco cortés se dio con el expe-
rimento de la carta perdida. En muchas ciudades, recibí sobres que, sin
duda alguna, habían sido abiertos. En casi todos los casos, quienes los
encontraron volvieron a cerrarlos o mandaron la carta por correo en un
sobre nuevo. A veces, agregaron notas, por lo general pidiendo disculpas
por haber abierto la carta. Sólo de Nueva York recibí un sobre que tenía
todo un lado roto y abierto. En la parte de atrás de la carta, la persona
que lo había encontrado había escrito en castellano "Hijo de puta irres-
ponsable", lo cual es una acusación grosera contra mi madre. Y debajo
había agregado, en buen inglés: "F You"* Resulta interesante imagi-
narse a este neoyorquino enojado, quizá maldiciendo mi irresponsabili-
dad mientras caminaba hacia el buzón del correo, pero, no obstante,
sintiéndose compulsado, por alguna extraña razón, a cumplir con su
deber cívico a favor de un desconocido que desde ya detestaba. Es iróni-
co, por supuesto, pero su grosera carta devuelta pasó a formar parte de la
columna de prestación de ayuda en el puntaje de Nueva York.
Comparemos esto con la nota que recibí en la parte de atrás de una
de las cartas devueltas de Rochester:

Hola, encontré esto en mi parabrisas donde alguien lo puso con una nota
en la que decía que lo habían encontrado al lado de mi auto. Pensé que
era una multa. La estoy poniendo en el buzón el 19/11. Dígale a la perso-
na que le envió esta carta que fue encontrada en el puente cerca/al otro
lado de la biblioteca y del taller de automóviles de la Avenida Sur, a las 5
pm, el 18/11.

P. D. ¿Es usted pariente de los Levine de Nueva Jersey o Long Island?

L. L.

* Así en el original. La frase puede traducirse por " J ó d e t e " . [T.]


202 ROBERT LEVINE

Los no serviciales también se diferenciaron en cuanto al grado de


civismo. En esos casos, los neoyorquinos no fueron en realidad los más
groseros. Todd Martínez, que reunió los datos tanto en Nueva York
como en Los Angeles, notó claras diferencias entre ambas ciudades.
"Detesté hacer el trabajo en L. A. La gente me miraba pero no parecía
tener ganas de tomarse ninguna molestia. Hice unas cuantas pruebas de
la pierna herida en una vereda angosta, con espacio suficiente para que
pudiera pasar apretada una sola persona. Después de que dejé caer las
revistas, recuerdo a un hombre que pasó muy cerca de mí, se percató de
la situación y luego me esquivó sin decir una palabra. L. A. fue la única
ciudad (de doce) en la que trabajé donde me sentí frustrado y colérico
cuando la gente no me ayudó. En Nueva York, por alguna razón, nunca
me di por aludido. La gente parecía demasiado apurada para detenerse
a dar una mano. Era como si me miraran pero en realidad no me vie-
ran.. . no sólo a mí, sino a todo lo que los rodeaba".
Para el desconocido necesitado de ayuda, por supuesto, los pensa-
mientos son menos graves que los actos. Nuestros datos demuestran que
algunas personas se dan el tiempo suficiente para prestar ayuda tanto en
los lugares rápidos como en los lentos. Rochester, el lugar más servicial de
todos, obtuvo un noveno puesto entre los más o menos rápidos en nues-
tro estudio de ritmo de vida de treinta y seis ciudades. El ritmo de vida
más lento le correspondió a Los Angeles, una de las ciudades menos ser-
viciales (posición treinta cuatro). El punto fundamental es que nuestras
perspectivas son tan poco prometedoras en Nueva York como en Los
Angeles.

También hemos encontrado la misma relación intermitente y espo-


rádica entre el ritmo de vida y la capacidad de ayuda en ciudades en el
ámbito internacional. En los últimos años, mis alumnos y yo hemos rea-
lizado pruebas en varias ciudades alrededor del mundo con variaciones
de cinco de las mediciones de ayuda que utilizamos en los Estados Uni-
dos. Al igual que en nuestros estudios en los Estados Unidos, algunas
19

ciudades extranjeras confirman la hipótesis de que el ritmo lento de vida

Estos experimentos forman parte de un estudio en curso sobre las diferencias internacionales
de comportamiento de ayuda. Para una descripción más detallada de estos experimentos, véa-
se: Levine, Martínez, Brase, y Sorenson, "Helping in 36 U.S. cities", Journal of Personality and
Social Psychology 67', 1994, pp. 69-81. Para un informe preliminar de los resultados de estos
experimentos, véase A. Norenzayan y R. Levine, "Helping in 18 international cities", artículo pre-
sentado en la reunión de la Asociasión de Psicología Occidental, Kona, Hawaii, abril de 1994.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 203

conduce a la responsabilidad cívica. Descubrimos, por ejemplo, que la


gente de Río de Janeiro, que lleva un ritmo de vida muy lento, es en
extremo servicial y amable con los desconocidos, de acuerdo con nues-
tras mediciones. Y la gente de Amsterdam, donde hay un ritmo de vida
más o menos rápido, obtiene un puntaje bajo en colaboración y amabi-
lidad. En cambio, otros lugares demuestran ser incompatibles, en forma
manifiesta, con esta hipótesis. Los búlgaros, por ejemplo, son muy len-
tos en nuestras mediciones de ritmo de vida, pero no son más servicia-
les que los neoyorquinos de vida apurada en cuanto a mediciones de
ayuda. Descubrimos también que la gente en Copenhague camina a
gran velocidad y lleva por lo general un ritmo rápido de vida, pero aun
así obtiene puntajes altos en su buena disposición para brindar ayuda a
desconocidos.
Los resultados ponen en evidencia que incluso la gente con ritmos
rápidos de vida es capaz de dedicar a otros el tiempo que sea necesario;
un ritmo de vida lento no garantiza que la gente llegue a invertir su tiem-
po en la práctica de ideales cívicos. Tanto en los lugares rápidos como en
los lentos, las personas o se dan tiempo para ayudar o no se lo dan.
CAPÍTULO 8

Las contradicciones del Japón

La única manera de ir más allá del trabajo es a través del


trabajo. No es que el trabajo sea en sí valioso; se supera
el trabajo con el trabajo. El verdadero valor del trabajo
radica en la fuerza del renunciamiento.

KOBO ABE, La mujer de la arena

Una vida dedicada a la investigación me ha convencido de que, en tér-


minos generales, un ritmo rápido de vida crea las condiciones que con-
ducen tanto a una existencia más satisfactoria como a una afección
coronaria. Pero en la maraña de la psicología transcultural, las excep-
ciones son a veces más edificantes que la regla. ¿Qué pasa cuando un rit-
mo rápido de vida es inseparable de un sistema de valores que protege
contra las tensiones? El Japón nos brinda un ejemplo fascinante.

La adícción al t r a b a j o al estilo japonés

El ritmo de vida en el Japón es uno de los más exigentes del mun-


do. Como hemos visto, no sólo los japoneses trabajan con rapidez, sino
que trabajan mucho. Evitan las vacaciones y sienten horror por la jubi-
lación. La mayor recompensa para el empleado sobresaliente es, de
hecho, que la empresa le permita seguir trabajando con posterioridad a
la edad de retiro obligatorio.
Los lunes deprimentes no son problema para los trabajadores japo-
neses. Lo más probable es que padezcan angustia y síntomas psicosomá-
ticos de afecciones con nombres como "Enfermedad del Domingo"
(Nichiyoy byou) y el "Síndrome del Feriado {Kyuujitu byou). Por ejemplo,
un médico cuenta el caso de un contador indispuesto: "Todos los vier-
nes, sin excepción, siente un dolor agudo en la parte de atrás del cue-
llo. Se pasa todo el fin de semana en cama, demasiado cansado para
moverse. Pero no bien llega el lunes, se cura en forma milagrosa". El sin-
206 ROBERT LEVINE

drome del feriado, de acuerdo con el psiquiatra Toru Sekiya, "es una
enfermedad japonesa única. Esos hombres no pueden soportar no
seguir trabajando". 1

Lo más notable, tal vez, sea que el síndrome del feriado no es con-
siderado una patología. El psicólogo Isao Imai trabaja para Stress Mana-
gement, una compañía japonesa que presta servicios a los directores de
las corporaciones sobre asuntos relacionados con las tensiones de los
empleados. Imai afirma que sus clientes de las compañías lo alientan a
tratar de minimizar las charlas "Tipo A" con los empleados. "Los direc-
tores tienden a calificar la adicción al trabajo como una meta en vez de
un problema". 2

La magnitud de la dedicación japonesa al trabajo puede ser impre-


sionante. El empeño del gobierno por lograr que la gente trabaje menos
constituye una muestra de la dimensión de este compromiso con el tra-
bajo. En lo que debe de ser un proyecto japonés sin paralelo, los fun-
cionarios gubernamentales encargados de los planes de acción llevan a
cabo, desde hace varios años, una campaña constante a fin de lograr que
los trabajadores disminuyan el ritmo de trabajo. En el verano de 1987,
cuando el gobierno lanzó esta cruzada de "trabaje menos, diviértase
más", dio la casualidad de que me encontraba trabajando en el Japón,
en la Universidad de Medicina de Sapporo. Una mañana, mientras be-
bíamos café, le comenté a una pareja de colegas japoneses, ambos psi-
cólogos de sanidad, lo bien que debían sentirse de que el gobierno reco-
nociera por fin los costos psicológicos de la sobrecarga de trabajo.
Ambos se quedaron sorprendidos de mi ingenuidad gaijin. Los verda-
deros motivos, me explicaron, eran económicos. Poco después uno de
ellos me trajo un editorial del Asahi Evening News, un periódico japonés
escrito en inglés: "Para que se recupere el mercado interno, según las
aspiraciones del gobierno, es necesario que aumenten los gastos del con-
sumidor. Pero para que ello ocurra, los trabajadores de las empresas
deben contar con más tiempo libre. De ahí surge la campaña del Minis-
terio de Trabajo de trabaje menos y diviértase más". Fin del propósito 3

de llevar una vida más relajada en el Japón.


Más allá de los motivos del gobierno, su campaña no ha podido
competir con la compulsión japonesa por el trabajo. Primero, en su Plan

1
Business Week, 24 de marzo de 1986.
2
Comunicado personal, 15 de julio de 1987.
3
"Vacation Competently", Asahi Evening News, 16 de julio de 1987.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 207

Económico Quinquenal de 1988, el gobierno se propuso reducir la


duración del año laboral en más del 20%, a mil ochocientas horas, para
1992. Se aprobó una nueva ley con el fin de acortar en forma gradual la
semana laboral de cuarenta y ocho horas a cuarenta. Funcionarios del
Ministerio de Trabajo iniciaron una gira de conferencias en cuarenta y
siete ciudades. Sus discursos motivadores incluían temas tales como
"Cómo trabajar y descansar en una sociedad sin tensiones" y "La apaci-
ble semana de nuestra compañía". Sin embargo, todos los esfuerzos ter-
minaron en un fracaso casi total. Encuestas posteriores registraron que
hubo apenas modificaciones mínimas en las horas de trabajo, lo que
ocurre hasta hoy. 4

Poco después el gobierno decidió atacar la aversión notoria de los


japoneses por tomarse vacaciones. Como mencionamos antes, los tra-
bajadores japoneses aprovechan sólo la mitad de los días de vacacio-
nes que les corresponden. Ikuro Tagaki, profesor de la Universidad
Femenina del Japón y experto en el problema nacional de la sobre-
carga de trabajo, comenta: "Tomarse vacaciones era casi un pecado
cuando el Japón era un país pobre. El trabajo duro era una virtud uni-
versal hasta hace muy poco". Incluso la lengua japonesa refuerza la éti-
ca del trabajo. La palabra japonesa para tiempo libre, yoka, se traduce
como "tiempo restante" en su sentido literal. "Sencillamente, no se
considera que el tiempo libre tenga el mismo valor [que el trabajo]",
explica Tagaki. 5

El gobierno - a sabiendas del firme apego que los japoneses sienten


por su lugar de trabajo- decidió alentar las vacaciones de un modo muy
japonés. Las campañas publicitarias llenaron el país de lemas tales como:
"Tomarse vacaciones es la demostración de su competencia". Un verano,
aparecieron carteles en toda la nación que mostraban un idílico paisaje
montañoso con dos japoneses con trajes de safari, descansando en el
suelo al lado de un leopardo echado. En cada uno de los carteles se leía
el lema: "Semana Hotto", el término japonés para descanso y un juego
de palabras con la palabra inglesa hot* Al lado había un mensaje más
directo en japonés del Ministerio de Trabajo, que en esencia decía lo
siguiente: "Le ordenamos que se tome una semana de vacaciones". El

4
"Its official! Vacations really aren't un-Japanese", The New York Times International Edition, 16
de agosto de 1988, p. 4.
5
D. Sanger, "...As Japanese work even harder to relax", New York Times, 7 de julio de 1991, p. 2.
* Entre otros significados, hot puede traducirse por caliente, caluroso, ardiente, apasionante,
pasional, excitante, etcétera. [T.]
208 ROBERT LEVINE

Asahi Shimbun, un importante periódico japonés, llenó las paredes de su


local con carteles que mostraban un jefe con expresión feroz, que grita-
ba por teléfono: "Si viene a trabajar, está despedido". No obstante, una 6

vez más la adicción al trabajo ganó la batalla. El índice de días de vaca-


ciones tomados apenas se ha modificado desde que empezó la campa-
ña gubernamental: 5 0 % en 1986 contra 5 3 % en 1992.
Hace poco, en ese país hubo una campaña que alentaba el asue-
to después del nacimiento de un hijo. Pero los motivos detrás de esas
licencias son muy distintos de los de las licencias prolongadas por
maternidad de países como Francia o Suecia. Al estilo tradicional japo-
nés, las razones tienen más que ver con lo comercial y productivo que
con la preocupación por la salud metal de las mujeres y sus familias. En
general, han sido relacionadas con los índices de fertilidad en baja
constante. En 1991, cuando los índices bajaron hasta 1,53, el gobier-
no aprobó una ley que ofrecía tanto a hombres como a mujeres una
licencia temporal después del alumbramiento. "De pronto las empre-
sas empiezan a preocuparse por la posibilidad de que en el futuro no
haya suficientes trabajadores", declaró Sumiko Iwao, experta en la fun-
ción que desempeñan las mujeres en el Japón. Los legisladores mas-
culinos "parecían sentir que la raza japonesa se encontraba al borde de
la extinción". 7

La rapidez es una virtud muy valorada en la cultura japonesa tradi-


cional. Se dice que el hombre que se mueve despacio es un tonto. El des-
perdicio del tiempo, aun debido a necesidades biológicas básicas, es muy
mal visto. Hay un dicho (aunque no se suele repetir en círculos refina-
dos): "Hayameshi, hayaguso, geinouchi". Su traducción aproximada sería:
"Comer rápido y defecar rápido es un arte".
El trabajador que se mueve con demasiada lentitud, aunque la
tarea no requiera rapidez, comete el peor de los pecados en el ambien-
te laboral japonés: no entregarse por completo. Garr Reynolds, un
estadounidense que trabaja para Sumitomo Electric en el Japón, comen-
ta que los japoneses creen que "siempre deben parecer ocupados en la
oficina aunque no le estén". Una manera de parecer ocupados es
hacer las cosas lo más rápido posible: por ejemplo, corriendo los tres
metros hasta la fotocopiadora, golpeando fuerte el teclado de la compu-

6
Ibid.
7
Citado en D. E. Sanger, "The career and the k i m o n o " , The New York Times Magazine, 30 de
mayo de 1993, p. 29.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 209

tadora mientras escribimos una carta de rutina, levantándonos de un


salto de la silla ("¡Sí, señor!") cada vez que el j e f e pronuncia tu nom-
bre. Estar o parecer ocupado es una virtud en esta sociedad, y aparen-
tar que hacemos las cosas con rapidez y con un toque de pánico, les
hace saber a los demás que estás muy ocupado, en efecto, y que por lo
tanto eres un buen empleado. 8

Los japoneses están tan concentrados en las virtudes de la velocidad


y el trabajo duro que pueden ocurrir serios conflictos culturales. Ciertos
comentarios de los líderes japoneses sobre la ética laboral en declive en
los Estados Unidos causaron algunos de los desacuerdos más turbulen-
tos. A principios de 1992, Yoshio Sakurauchi, el presidente de la Cáma-
ra baja de la Dieta japonesa (el Congreso), comentó en público que "la
raíz del problema [comercial] de los Estados Unidos se halla en la cali-
dad inferior del trabajo estadounidense". En términos más directos,
Masao Kunihiro, un antropólogo que también es miembro de la Cáma-
ra alta de la Dieta, declaró en la misma época: "Por desgracia, la ética
puritana de trabajo ha sufrido un severo desgaste en los Estados Uni-
dos, un país que tanto nos ha enseñado". Las críticas fueron respondi-
das con una explosión de estadísticas, benfranklinismos* y algunos
ataques malignos por parte de funcionarios del gobierno en Washing-
ton en defensa de los trabajadores estadounidenses subestimados e
incomprendidos. Pero para los japoneses, resultaba obvio que si las
9

personas no producían era porque no estaban haciendo el esfuerzo


debido. La solución: trabajen más y más rápido.
Los japoneses son conscientes en grado extremo de lo que el tra-
bajo duro puede lograr. En el cuarto de siglo posterior a la Segunda
Guerra Mundial, vieron cómo las finanzas de su país surgían de las ceni-
zas de la guerra, en sentido literal, hasta alcanzar la posición presente de
prominencia mundial. Comprenden bien que hubo muy poca magia en
su "milagro económico". Fue el resultado del esfuerzo y el sacrificio per-
sonal. Los japoneses consideran que el trabajo duro y el fracaso son
excluyentes.

8
G. Reynolds, carta de correo electrónico en el Intercultural Network, 27 de abril de 1995.
* Benjamín Franklin (1706-1790) es una de las personalidades más célebres de los Estados Uni-
dos. Fue funcionario público, escritor, científico y editor. (T.]
9
"Japan in the mind of America / America in the mind of Japan", Time, 10 de febrero de 1992, p . 22.
210 ROBERT LEVINE

Protección contra las afecciones coronarias

[Las] características culturales externas que nos parecen


tan importantes son como el caparazón de la tortuga: ocul-
tan y protegen al verdadero Japón. El comodoro Perry tal
vez creyó que había "abierto" el Japón a Occidente; de
hecho, como pasa con todas las culturas, lo que aparecía
en la superficie era apenas una ilusión.
EDWARD H A L L y MILDRED MAY, Diferencias ocultas

La adicción al trabajo es el estilo de vida japonés. ¿Deberíamos de


llegar a la conclusión, pues, de que el Japón va rumbo al encuentro con
las afecciones de la arteria coronaria? Como dijo una vez de sí mismo el
periodista estadounidense Walter Winchell, ¿llevan los japoneses "un rit-
mo de vida matador"?
Las estadísticas de salud presentan un rotundo "no". Al parecer,
más bien ocurre lo contrario. A pesar de su ritmo de vida vertiginoso en
apariencia, los índices de mortalidad por enfermedades coronarias son
muy bajos en el Japón. Tienen el quinto índice más bajo en afecciones
coronarias de los veintiséis países de nuestro estudio (no nos fue posi-
ble acceder a las estadísticas sobre afecciones coronarias de otros cinco
países de nuestro estudio). En realidad, los índices de mortalidad por
afecciones coronarias fueron los más bajos de los veintisiete países indus-
trializados comparados en un informe de la Organización Mundial de la
Salud. 10

¿Cómo hace la mayoría de los trabajadores para evitar las afeccio-


nes coronarias en una población rápida y pujante Tipo A? Sin duda, la
dieta baja en colesterol ayuda, pero los datos indican que ésa no es la res-
puesta definitiva. Los valores culturales parecen ofrecer una protección
de igual importancia. Los investigadores Michael Marmot y Leonard
Syme descubrieron que los hombres japoneses estadounidenses que no
tuvieron una educación cultural japonesa tradicional eran de 2 a 2,7
veces más propensos a sufrir afecciones coronarias que los que habían
sido criados en hogares tradicionales. Las estadísticas siguieron siendo
las mismas aun después de tomar en cuenta los factores de riesgo tradi-

10
World health statistics annual, 1980: Vital statistics and causes of death, Ginebra, World Health
Organization [Organización Mundial de la Salud].
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 211

cionales con respecto a las afecciones coronarias: dieta, cigarrillos, coles-


terol, presión sanguínea, triglicéridos, obesidad, glucosa y edad. 11

Desde su base, los valores culturales japoneses apuntan, en forma


intensa y estricta, hacia el bienestar de lo colectivo. La adicción al traba-
j o al estilo japonés está configurada de un modo muy diferente del de su
homologa en Occidente. La ética de trabajo japonesa tradicional -"sen-
yu koraku" [esfuércese primero, diviértase después]- está enmarcada
dentro de su sistema colectivista de valores. El trabajo duro y la produc-
tividad no son simples medios para mantener a la familia, como suele
ocurrir en las naciones individualistas, sino la obligación cívica de todos
respecto del progreso de la "tribu". En los Estados Unidos, al trabajo
duro y a las largas horas se los ha embellecido tradicionalmente con los
atributos de la masculinidad: constituyen la función principal y la res-
ponsabilidad del sostén de la familia. En el Japón, esos esfuerzos adquie-
ren dimensiones de patriotismo.
La mezcla especial de colectivismo en el Japón se centra en la devo-
ción al grupo. Para la mayoría de los trabajadores, el más importante
entre todos los grupos es su empresa. El individualismo le es ajeno al tra-
bajador japonés, cuyo éxito personal se mide por la prosperidad de
toda la compañía. En el Japón, la lealtad y la devoción al grupo no son
opciones, sino un hecho reconocido. El novelista Yukio Mishima inten-
tó capturar la intensidad de esta identificación colectiva en su ensayo
"Sol y acero":

El grupo estaba interesado en todas esas cosas que jamás podrían surgir de
las palabras: sudor, lágrimas y gritos de alegría y dolor. Si indagábamos a
mayor profundidad, estaba interesado en la sangre que las palabras nun-
ca podrían hacer fluir... sólo a través del grupo, me di cuenta -al com-
partir el sufrimiento del grupo—, de que el cuerpo podría alcanzar ese
nivel de la existencia que el individuo por sí solo jamás podría alcanzar. 12

La identificación con la compañía puede verse en todas partes. Los


empleados empiezan cada día laborable cantando los himnos de la
empresa, recitando frases como "un brillante corazón que rebosa de vida

1 1
M . G. Marmot y S. Syme, "Acculturation and coronary heart disease in Japanese-Americans",
American Journal ofEpidemiology 104, 1976, pp. 225-247.
12
Y. Mishima, Sun and Steel, en H. Stokes, The Life and Death of Yukio Mishima, Tokio, Charles
E. Tuttle, 1975, p. 160.
212 ROBERT LEVINE

unida, Matsushita Electric". Suelen llevar los colores de la compañía


para mostrar su identificación con sus empleadores. Los japoneses tra-
bajan a favor del éxito de su compañía, y luego viven los logros de la
empresa como propios. "Su equipo puede ganar, aunque usted no pue-
da" es una de sus consignas favoritas. Como me explicó Suguru Sato,
mi colega de la Universidad de Medicina de Sapporo: 'Yo siento por mi
Departamento lo que usted siente por su familia". Sato no lo dijo sólo en
sentido metafórico. Datos tomados de encuestas indican que el 6 6 % de
los trabajadores japoneses -hombres en su mayoría, al estilo japonés-
considera que su compañía es al menos tan importante como su vida
personal. 13

A cambio de su devoción, los trabajadores han recibido, histórica-


mente, el apoyo permanente e incondicional y la seguridad del grupo
al que sirven. Yoshiya Ariyoshi, ex director de la compañía naviera más
grande del Japón, comentó una vez: "Desde el principio, la vida es muy
diferente para los estadounidenses y los japoneses. En los Estados Uni-
dos, tengo entendido, se alienta a los niños a afirmar su identidad, sepa-
rada de la de los demás. Aquí, en el Japón, lo primero que aprendes es
a congeniar con el grupo. A cambio de esta conformidad, todos serán
amables y considerados contigo. No es necesario que pidas nada, pues te
concederán tus deseos. En términos infantiles, si te portas bien y tus exi-
gencias no son exageradas, te van a mimar y consentir". 14

Para la mayoría de los japoneses, en especial para los hombres, el


grupo de apoyo más importante es su empresa. Según la tradición, los
universitarios recién graduados eligen a sus empleadores con tanto cui-
dado como a una esposa. Al igual que el matrimonio, la relación con la
compañía es para toda la vida. Mucho se ha escrito acerca de la seguri-
dad laboral y financiera vitalicia de la que gozan los trabajadores japo-
neses desde siempre. Pero el apoyo emocional es lo que más valor tiene
para ellos. Cuando un empleado se enferma, por ejemplo, no sólo la
compañía envía un médico de la organización; es costumbre también
que el jefe le haga una visita para brindarle consuelo. Tal vez este espíri-
tu corporativo llegó a extremos hace varios años cuando los empleados
de la Compañía de Cerámica Kyoto compraron tumbas para sus traba-

13
Informe en J . R. Weisz, F. M. Rothbaums y T. C. Blackburn, "Standing out and standing in: The
psychology of control in America and Japan", American Psychologist 39, 1984, pp. 955-969.
14
R. C. Christopher, TheJapanese Mind: The Goliath Explained. Tokio, Charles E. Tuttle, 1983, p. 70.
UNA G E O G R A F Í A DEL T I E M P O 213

jadores y familiares. Querían estar seguros de que sus empleados "no se


sintieran solos" después de muertos. 15

En especial para los hombres, los compañeros de trabajo no son


sólo el telón de fondo del día laborable, sino casi todo su mundo social,
lo que convierte a la soledad en un problema muy poco común para el
empleado japonés. De hecho, este tipo de apoyo emocional puede ser
una razón más para explicar el bajo índice de afecciones coronarias. Los
psicólogos de sanidad proveen bastantes pruebas de que la sensación de
apoyo social es una poderosa protección contra las tensiones y la enfer-
medad. Estudios llevados a cabo en varios países han descubierto que un
sistema sólido de apoyo reduce las probabilidades de contraer muchas
enfermedades, disminuye el tiempo de convalecencia y reduce la pro-
babilidad de mortalidad debida a enfermedades graves. Ha quedado
demostrado, por ejemplo, que las personas que cuentan con niveles
altos de apoyo se recuperan más rápido de enfermedades renales, leu-
cemia infantil y ataques apopléticos; tienen diabetes mejor controladas,
sienten menos dolores artríticos y son más longevos. Como dato muy 16

significativo en nuestras investigaciones, los estudios muestran que tie-


nen menos probabilidades de sufrir ataques al corazón y también menos
probabilidades de morir por esa causa. Redford Williams, de la Univer-
sidad de Duke, en un amplio estudio de pacientes con afecciones coro-
narias avanzadas, halló que el 8 2 % de los que contaban con redes de
apoyo extensivo sobrevivieron al menos cinco años, en comparación con
sólo el 5 0 % de los que estaban completamente aislados desde el punto
de vista social. 17

Aparte del apoyo emocional que brinda la compañía, el trabajador


japonés sabe que todos sus colegas comparten el peso de la carga y eso
también lo beneficia. Al trabajar para y con el grupo, la presión se divi-
de entre todos los trabajadores. Como resultado, los trabajadores japo-
neses evitan gran parte de las tensiones que suelen acompañar, por lo
general, el trabajo duro en Occidente.
Dicha teoría se sustenta en los estudios transculturales que miden
el comportamiento Tipo A. La Jenkins Activity Survey [Encuesta de Acti-

,5
to/d., p. 148.
16 a
Para una reseña de estos estudios, véase S. E. Taylor, Health Psychology (2 ed.), Nueva York,
McGraw-Hill, 1991.
17
R. Williams, "Prognostic importance of social and economic resources among medically treated
patients w i t h angiographically documented coronary artery disease", Journal of the American
Medical Association 267, 1992, pp. 520-524.
214 ROBERT LEVINE

vidades Jenkins], la medición más utilizada para el comportamiento


Tipo A, incluye una serie de preguntas sobre ser un trabajador exigente
en extremo -competitivo, de mal genio e impaciente-, así como una
serie de preguntas sobre ser un trabajador que trabaja intensamente. Para
las personas en los Estados Unidos (donde se desarrolló la escala), los altos
puntajes en la primera serie de preguntas coinciden, por lo general, con
los altos puntajes en la segunda; ambos siguen el mismo patrón de com-
portamiento. Pero en el Japón, donde la armonía social es el valor social
más respetado, la competitividad y la agresión son casi inexistentes. Los
estudios muestran que cuando los japoneses toman la prueba de escalas
de personalidad Tipo A las respuestas a preguntas relacionadas con el tra-
bajo duro se relacionan poco con las respuestas a las preguntas sobre
temas que miden el comportamiento exigente en extremo. 18

Incluso la traducción de las preguntas sobre el trabajador exigen-


te en extremo es un problema. Un investigador frustrado informó que
la mejor traducción al japonés que podía encontrar para la pregunta
"¿le gusta la competencia en su trabajo?" era "¿le gusta la descortesía
en su trabajo?". Sobre el problema de la traducción al japonés de
19

palabras como "competitividad", "afirmativo" y "agresión", Sato comen-


ta: "En japonés, la palabra 'agresión' se traduce por 'kougeki sei', cuyo
sentido literal es 'ataque'. Cuando se describe a una persona como
'kougeki sei\ significa que es hostil o muy malgeniado. Tiene una con-
notación muy negativa". En Occidente, ser agresivo también puede
tener una connotación positiva, como en "afirmativo". Pero "afirmati-
vo" es una palabra difícil de traducir al japonés. Mientras que en Occi-
dente se les enseña a los niños "pide y recibirás", el japonés bien
adaptado al medio social cree que obtendrá las cosas que pide cuando
permanece en silencio.
Al parecer, la hostilidad y la ira competitivas desempeñan un papel
insignificante en el intenso ritmo de trabajo de los japoneses. Pero en los
Estados Unidos y otras culturas occidentales, donde nuestros estudios
pudieron observar una relación estrecha entre el ritmo rápido de vida y
las afecciones coronarias, hay a menudo una línea de separación muy
delgada entre velocidad y apremio temporal, por un lado, y competitivi-
dad y hostilidad, por el otro.

18
J. B. Cohén, S. L. Syme, C. D. Jenkins, A. Kagan y S. J. Zyzanski, "The cultural context of Type
A behavior and the risk of C H D " , American Journal of Epidemiology'Wl, 1975, p. 434.
19
A . Appels, " A psychosocial model of the pathogenesis of coronary heart disease", Gedrag
Ujdschriñ Voor Psychologie, 1979, pp. 6-21.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 215

El caso del Japón sugiere que el apremio temporal no es una causa


directa de las afecciones coronarias. La velocidad y las presiones tempo-
rales se relacionan en forma sustancial con las afecciones coronarias sólo
cuando coexisten con los elementos tóxicos de la hostilidad y la i r a . No 20

obstante, los bajos índices de dolencias cardíacas en el Japón demues-


tran que la velocidad y el apremio temporal no tienen por qué ser leta-
les en sí mismos. Estas son buenas noticias para los occidentales adictos
al trabajo que no hacen caso de las advertencias de sus cardiólogos de
bajar el ritmo de sus actividades. Mientras se emprenda el trabajo con la
actitud correcta, sin hostilidad ni competitividad, hay poco o no hay
mayor riesgo de padecer afecciones cardíacas.

Conozca su g\r\

El equilibrio y la flexibilidad temporal que caracterizan la adicción


al trabajo en el Japón tienen origen en el principio de giri, o deber hacia
los demás. Las reglas que guían el comportamiento social apropiado
están trazadas en forma estricta. Todas las relaciones sociales están
estructuradas alrededor de deberes delineados con nitidez: el giri de
cada uno. A veces se vincula a lo trivial. Por ejemplo, la gente habla de
"girichoco" en el día de San Valentín, o sea, el "deber del chocolate". En
realidad, hay tanto giri en el Japón que existen negocios de regalos de
segunda mano dedicados a reciclar los obsequios que se intercambian.
Sin embargo, el concepto de giri va mucho más allá del intercambio
de regalos. En la base de los deberes de cada uno se encuentran, pres-
critas con meticulosidad, las obligaciones para con la familia, la empre-
sa y el país. Es ese nivel del giri el que potencia la concentración en el
grupo y define la adicción al trabajo en el Japón.
Alien Miller, un australiano que enseñaba inglés en Nagoya, men-
ciona el orgullo que los japoneses sienten cuando cumplen con éxito su
giri. Al referirse a la propensión de los japoneses a planificar bien todo,
dice: "Los japoneses que he conocido a menudo se ponen casi eufóricos
cuando comprenden con precisión cuál es su obligación con respecto a
mí. Lo importante no es cuánta obligación tienen, sino comprender con

Nuestros descubrimientos concuerdan con la afirmación de muchos investigados modernos del


Tipo A de que el apremio del tiempo es una característica común entre personas de elevada ira
hostil -al menos en los Estados Unidos- pero que, por sí misma, no causa afecciones coronarias.
216 ROBERT LEVINE

exactitud qué es lo que se espera de ellos. Entonces se sienten contentos


de llevar a cabo el cumplimiento de esa obligación". 21

El giri de su ética de trabajo les ha permitido a los japoneses volver-


se expertos en cambiar de una modalidad temporal a otra según lo
requiera la situación. No tienen rival cuando el contexto exige un tem-
po rápido. Pero a veces, el giri en el lugar de trabajo exige disminuir el
tempo, y los japoneses adictos al trabajo pueden desempeñarse también
a ese ritmo con igual habilidad.
La mezcla japonesa de modalidades temporales refleja sus actitudes
fundamentales hacia la naturaleza del trabajo y el tiempo de ocio. En los
Estados Unidos, existe una gran diferencia entre el tiempo dedicado al tra-
bajo y el tiempo dedicado a la diversión. Nuestro compromiso con la com-
pañía empieza y termina en horarios específicos, a menudo calibrados al
minuto. Se espera que el empleado, dentro de parámetros definidos,
dedique toda su atención a la tarea del día. El empleador, por su parte,
sabe que el tiempo del empleado después del trabajo queda fuera de los
límites de la compañía, a menos que se hayan hecho arreglos especiales.
Para los trabajadores japoneses -nuevamente, hombres en particu-
lar- existe una línea borrosa entre las horas de trabajo y la vida social.
Para la mayoría de los japoneses, sus compañeros de trabajo y sus amigos
son los mismos. Las horas de los trabajadores japoneses son largas, pero
su producción no es tan grande como podrían suponer los occidentales.
Pasan gran parte del tiempo hablando con colegas, yendo a reuniones y
conversando sin apuro. En otros términos, su día laborable no está
orientado sólo hacia el trabajo. Suguru Sato, miembro subalterno de su
departamento, describe cómo uno de los girisde su trabajo es, de hecho,
estar presente cuando sus colegas superiores toman el café de la maña-
na, cuando almuerzan o juegan juegos de mesa entre ellos, aunque haya
un trabajo que requiera su atención en ese momento, lo que lo obliga-
rá a quedarse más horas para poder terminarlo. El tiempo social inacti-
vo, explicó, es necesario para el wa (equilibrio y armonía) que él y sus
colegas, y la sociedad japonesa en general, valoran tanto. Así, el joven
percibe aquellas cosas -que un profesor estadounidense podría consi-
derar una pérdida de tiempo- como una parte muy importante de su
trabajo. "Cuando una empresa te contrata para toda la vida -observa- la
armonía se vuelve decisiva". 22

2
' Comunicado personal, 22 de julio de 1987.
" S a t o , ibid.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 217

Los japoneses, tan orientados hacia el grupo, sienten mucho menos


necesidad de contar con tiempo privado que las personas en los Estados
Unidos. Aun después de un largo día de trabajo, los empleados en la
Universidad de Medicina de Sapporo suelen reunirse con sus compañe-
ros de trabajo un par de horas más, quizá para tomar cerveza o mirar
algún deporte en la televisión. Estas costumbres fomentan la deseada
armonía en las relaciones sociales. El wa resultante alimenta el senti-
miento de responsabilidad personal y de motivación intrínseca que
impulsa la productividad de la fuerza de trabajo japonesa.
La aceptación del giri personal, y la buena voluntad con que las per-
sonas asumen lo que se espera de ellos, sin que importe cuánto trabajo
o tiempo requiera, está en la base de la dedicación japonesa a la empre-
sa. Todos comprenden que su giri es importante... que el bienestar de
la familia, el éxito de su compañía y el futuro del Japón dependen del
modo en que cada individuo lleva a cabo su trabajo. En parte, éste es el
resultado del sistema de jerarquías del Japón, por el cual casi todos los
líderes futuros empiezan haciendo las tareas más humildes. El presi-
dente de la compañía de ómnibus empezó conduciendo un ómnibus; el
administrador del restaurante se inició como mozo. Todos los trabaja-
dores son parte de la misma operación, y cada uno sabe que el trabajo
manual del obrero es fundamental para el éxito de la operación.
Alien Miller cuenta cómo, en sus clases, "no podía lograr que las
personas comprendieran lo que significaba que un jefe solidario, en los
Estados Unidos, le contestara a un empleado que daba parte de enfer-
mo: 'No se preocupe y descanse. Nos arreglaremos sin usted'. Los alum-
nos simple y llanamente no lo podían entender. En el Japón, la respuesta
es algo así como 'ah, haremos todo lo posible por seguir adelante sin
usted, pero va a ser muy difícil'".
23

El principio del giri permite explicar mejor la habilidad japonesa


para trabajar tanto sin llegar a matarse. Los japoneses que trabajan
muchas horas saben que ése es su giri. Todos sus deberes están planea-
dos al detalle y, mientras cumplan con sus obligaciones, el sistema de
jerarquías los recompensará con justeza. Es esa fe - e n que lo que hacen
es importante, en que es apreciado por sus superiores y en que forma
parte del esfuerzo grupal— lo que muchos japoneses creen que es su pro-
tección contra las tensiones.

23
Ibid.
218 ROBERT LEVINE

Karoshi, o m u e r t e por trabajar en exceso

Esto no quiere decir que la adicción al trabajo de los japoneses no


tenga consecuencias. De hecho, cada vez más japoneses temen que el
deber compulsivo hacia el lugar de trabajo haya llegado a un punto exce-
sivo. .. que ya no beneficie a los individuos ni a la "tribu". Los críticos plan-
tean que el trabajo duro se ha convertido en una adicción y que demanda
un precio exorbitante al bienestar de muchas personas y sus familias.
Pocas personas están más al tanto del costo de la adicción al traba-
j o al estilo japonés que el abogado de Tokio, Hiroshi Kawahito, director
de la Línea de Emergencia Karoshi. La palabra "karoshi" se refiere a
muerte por trabajar en exceso, debida, por lo general, a afecciones coro-
narias. No sólo la línea atiende llamadas de empleados que padecen
enfermedades relacionadas con el trabajo, sino que ofrece asesora-
miento a familias que sufren la pérdida de un padre o un marido debi-
do a los tiempos suplementarios de la empresa. La primera Línea de
Emergencia Karoshi, que empezó en Osaka en 1988, recibió trescientas
nueve llamadas el primer día de atención al público. Poco más de un
año después, había Líneas de Emergencia Karoshi en veintiocho pre-
fecturas. Kawahito dice que la cantidad de casos karoshi sigue aumen-
tando. "Al principio había Líneas de Emergencia Karoshi en siete
lugares, pero a veces recibíamos llamadas en Tokio de personas que
viven en Okinawa, que queda bastante lejos, así que creímos convenien-
te aumentar la cantidad de oficinas de líneas de emergencia", nos expli-
ca. "Ahora estoy intentando llevar a cuarenta y siete los centros de
Líneas de Emergencia Karoshi, uno para cada prefectura". Mencione-
mos al pasar que el mismo Kawahito trabaja diez horas por día en sus
esfuerzos por evitar que la gente se mate trabajando. 24

Resulta evidente que muchos japoneses están pagando un alto pre-


cio por su adicción al trabajo. La Línea de Emergencia Karoshi puede
ser una señal de que, para muchos trabajadoresjaponeses, la protección
psicológica del grupo esté empezando a desgastarse. Además, tenemos
motivos para creer que los problemas relacionados con las tensiones se
están volviendo cada vez más comunes en el Japón, a medida que las pre-
siones económicas comienzan a amenazar los elixires intocables del sis-
tema de jerarquías y la seguridad laboral vitalicia del pasado.

2 Í
"Lawyer laments death by overwork", The Japan Times Weekiy Overseas Edition, 7 de octu-
bre de 1989, p. 5.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 219

En conjunto, sin embargo, las pruebas a favor de la resistencia psi-


cológica del trabajador japonés siguen siendo fuertes. Gran parte de los
japoneses parecen sentirse bastante cómodos con su régimen de trabajo
duro, comparados al menos con sus colegas en Occidente. A primera vis-
ta, la norma japonesa se ajusta al rótulo occidental de adicción al traba-
j o . Pero si es adicción al trabajo, pertenece a un género muy diferente.

A p r e n d a m o s del Japón

Se dice que el Japón es el sitio ideal desde el cual observar


al resto del mundo. Entendemos por qué, pues ubicados
en el borde exterior de Asia, a menudo parece que estu-
viéramos mirando al mundo desde afuera.
IAN BURUMA, Behind the Mask

Se dice que en el Japón siempre hay contradicciones. Los japoneses


son inigualables cuando se trata de velocidad, pero no viven tiranizados
por el reloj. El escritor Pico Iyer, que pasó un año en Kioto, observó que
los japoneses son connaisseurs del tiempo. "Envasan el Tiempo y con-
vierten el accidentado caos de sucesivos momentos en una elegía tan
bella como el arte". Tienen la habilidad de destacarse tanto en la lenti-
tud como en la rapidez. "De tal modo que el Japón -sentía Iyer- [está]
armado como un repliegue del Tiempo, un modo de detener el Tiem-
po o de salirse de él". 25

Quizás el mensaje más importante del Japón sea lo que nos enseña
sobre nosotros mismos. La gente en Occidente percibe a menudo la
elección entre la actividad apurada y la descansada como un intercam-
bio entre logros, por un lado, y tensiones, por el otro. Sin duda, el tra-
bajo duro puede, de hecho y con frecuencia, demandar un precio
exorbitante a los trabajadores actuales, pero como demuestra la expe-
riencia japonesa, esta relación no es universal.
Investigadores recientes del Tipo A han planteado que comporta-
mientos tales como moverse rápido, hablar rápido y sentirse involu-
crado con el trabajo no conducen, como consecuencia inevitable, a

P. Iyer, The Ladyand the Monk, Nueva York, Alfred Knopf, 1991
220 ROBERT LEVINE

problemas coronarios mientras sean abordados sin competitividad y hos-


tilidad excesivas. Dado que estas conclusiones se basan, sobre todo, en
26

datos de los Estados Unidos, donde se ha llevado a cabo la mayoría de


las investigaciones sobre el Tipo A, resulta paradójico que parte de la sus-
tentación más válida para este caso provenga del borde exterior de Asia.
A pesar de que los resultados de nuestros estudios de ritmo de vida indi-
can que en muchos países, los Estados Unidos y gran parte de Europa
occidental en particular, el apremio temporal puede asociarse con más
frecuencia a las afecciones coronarias de lo que creen muchos investi-
gadores de Tipo A, el modelo japonés indica que esta relación no es
inevitable; la exigencia de hacer valer cada segundo, de trabajar duro y
moverse a un ritmo rápido no tiene por qué ser necesariamente des-
tructiva para la salud.
El uso del tiempo es otro ejemplo de cómo los japoneses adoptaron
algunos de los aspectos más atrayentes de la cultura occidental; pero, en
un nivel más profundo, permanecieron fieles a sus propios valores tra-
dicionales. En años recientes, los empresarios han empezado a recono-
cer, con humildad, que ha llegado el momento de aprender de las
técnicas de producción de los japoneses. Así que, tal vez, también tomen
algunas lecciones sobre el control del tiempo de acuerdo con el mode-
lo japonés.

C. Wood, "The hostile heart", Psychology Today, septiembre de 1986, pp. 10-12.
T E R C E R A PARTE

Cambio de ritmo
CAPÍTULO 9

Alfabetismo t e m p o r a l .
El aprendizaje de la lengua silenciosa

Cuando se acepta una invitación, es prudente respetar las


reglas. La puntualidad es obligatoria, ya que a menudo no
hay cócteles antes de la cena. Si la invitación es a las siete,
debe tocar el timbre del departamento del anfitrión a las
siete en punto, y en pocos minutos se lo sentará a la mesa.
Si el taxi lo llevó antes de la hora señalada, deberá esperar
abajo. Quizás otros invitados ya se encuentren reunidos
allí, y podrá proceder en forma debida sólo cuando las
campanadas de la iglesia del vecindario den las siete.
LILLY LORENZEN, Of Swedish Ways

El historiador Lewis Mumford comentó una vez que "cada cultura


cree que todos los demás espacios y tiempos son aproximaciones - o
una perversión- del verdadero espacio y tiempo en los que ella se
desenvuelve". Pero la verdad es que no hay ritmos de vida buenos y
1

malos, correctos o incorrectos. Lo que hay, en efecto, son modos de


vida diferentes, cada uno con sus propios signos positivos y negativos.
Así pues, todas las culturas tienen algo que aprender de los conceptos
del tiempo de las demás.
Sin duda, el acceso a los códigos temporales de otras culturas exige
esfuerzos. Lo patrones temporales se encuentran en la encrucijada de
una vasta red de características culturales e impregnan la personalidad
del lugar. Como pone en evidencia el caso del Japón, el significado psi-
cológico que tiene para los habitantes del lugar no se puede com-
prender con claridad fuera de un contexto más amplio. Es necesario
entender los valores fundamentales de la cultura antes de adaptarse a su
concepto del tiempo. No sorprende, pues, que los extranjeros se sientan
confundidos cuando tratan de comprender la lengua silenciosa.

L. M u m f o r d , Technics and Civilization, Nueva York, Harcourt, Brace, and World, 1963, p. 18. [Téc-
nica y civilización, Madrid, Alianza, 1982.]
224 ROBERT LEVINE

Muchas veces, el analfabetismo temporal lleva a situaciones torpes


o embarazosas, pero en otras ocasiones la falta de conocimiento puede
invalidar socialmente a las personas. Lo último ocurre a menudo cuan-
do la gente que no se guía por el reloj debe comportarse de acuerdo con
las normas de las culturas de ritmo rápido. Hay subpoblaciones enteras
dentro de comunidades prósperas desde el punto de vista económico,
que son marginadas por su incapacidad de llegar a manejar el ritmo
regido por el reloj de la cultura dominante. Estos subgrupos invalidados
en términos de tiempo suelen ser comunes en sociedades con grandes
poblaciones multiétnicas y multiculturales, en especial las que pasan por
rápidos cambios sociales. Su perspectiva temporal se limita con frecuen-
cia al momento presente. El crítico Jeremy Rifkin plantea, de hecho, que
la privación temporal es una característica inherente a todas las socie-
dades desarrolladas. "En las culturas industriales, los pobres son pobres
con respecto a lo temporal como lo son con respecto a lo material", afir-
ma Rifkin. "En efecto, la privación temporal y la privación material se
condicionan de modo mutuo... los que están más orientados hacia el
presente son arrastrados al futuro que otros han dispuesto para ellos". 2

Edward Banfield, en su libro sobre la pobreza urbana, The Unheavenly


City va aún más allá: "La orientación extrema hacia el presente, y no la
falta de ingresos o de riqueza, es la causa principal de la pobreza en el
sentido de 'cultura de la pobreza"'. 3

Hay zonas en los Estados Unidos que sustentan esas afirmaciones.


Dolores Norton, profesora de la Facultad de Administración de Servi-
cios Sociales de la Universidad de Chicago, por más de una década, ha
realizado estudios sobre el desarrollo intelectual de niños en familias
pobres estadounidenses. Sus investigaciones se han centrado en las
experiencias de una muestra de alto riesgo: los hijos de madres adoles-
centes negras de bajos ingresos que viven en los distritos más pobres y
abandonados de Chicago.
Norton graba en cintas de video las interacciones sociales de los
niños en sus hogares y luego utiliza la información para determinar con
exactitud los obstáculos más difíciles que enfrentan en la escuela. Ha
hallado amplias pruebas que confirman las teorías de la privación de Rif-
kin y Banfield, pues ha podido comprobar, una y otra vez, que los pro-

2
J . Rifkin, op. cit, p. 166.
3
E. C. Banfield, The Unheavenly City: The Nature and Future of Our Urban Crisis, Boston, Little
Town, 1968, pp. 125-126.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 225

blemas más serios de los niños se relacionan, en su mayoría, con la falta


de preparación respecto de los modos de uso del tiempo de la cultura
dominante.
Según sus hallazgos, los conflictos temporales son casi inevitables
para esos niños, porque la vida en el hogar está casi desprovista de refe-
rencias al tiempo. Las rutinas cotidianas, como padres que salen a tra-
bajar a diario o las comidas a horas determinadas, no son experiencias
comunes para niños cuyos progenitores están siempre preocupados por
evitar las drogas y la violencia de las pandillas y por conseguir el alimen-
to de cada día. La mayoría de los padres de esos niños muy raras veces
les dan instrucciones como "ordena tu cuarto antes de ver tu programa
favorito de televisión a las once", o incluso indicaciones consecutivas sen-
cillas, tales como "primero ponte las medias y después los zapatos". 4

Cuando los niños ingresan en la escuela, se sienten perplejos a menu-


do por las expectativas temporales de la institución. Norton describe:

Imagínese que usted es un niño en un aula con adultos que hablan su mis-
mo idioma, pero cuyas órdenes no puede entender, aunque su deseo sea
el de complacerlos. Cuando usted se pone de pie para ver los jerbos le
dicen que debe sentarse, terminar de dibujar y esperar hasta el recreo para
poder ver a los animalitos. Cuando usted se sienta para seguir dibujando,
le quitan la hoja de papel antes de que termine, porque ya son las diez y
es la hora del jugo. Antes de que termine de beber el jugo, ha llegado la
hora de "la pélela" o bacinica. 5

Norton descubrió que este tipo de situaciones constituye la norma


para los niños de los barrios carenciados que ha estudiado. Los niños
observan cómo les interrumpen el juego del recreo a la mitad porque ya
es la hora para el refrigerio y luego les quitan el sandwich a medio comer
porque empieza una nueva lección. Cuanto menos concuerde su con-
cepto del tiempo con el del aula, más deficientes serán sus logros. El des-
concierto de los niños y su frustración los incitan a menudo a rebelarse
o a aislarse. Es probable que los califiquen de alborotadores o retarda-
dos con problemas de aprendizaje. Y así continúa la espiral hacia abajo.

4
"Time is not on their side", Time, 17 de febrero de 1989, p. 74.
5
D. G. Norton, "Understanding the early experience of black children in high risk environments:
Culturally and ecologically relevant research as a guide to support for families", Zero to Three
10, abril de 1990, pp. 1-17, y D. G. Norton, "Diversity, early socialization, and temporal develop-
ment: The dual perspective revisited". Social Work 38, 1993, pp. 82-90.
226 ROBERT LEVINE

El dominio de la lengua silenciosa de otra cultura, como pone en


evidencia el relato desalentador de Norton, es una tarea colosal y trai-
cionera. Las dificultades para adaptarse a otras medidas de tiempo no se
dan únicamente, por supuesto, en subculturas que sufren privaciones
económicas; en capítulos anteriores hemos visto cómo, con apresura-
miento y ligereza, algunas de las personas más mundanas, desde polí-
ticos y reyes hasta psicólogos transculturales, han cometido graves
torpezas respecto de las reglas temporales de otros grupos. Pero tam-
bién hay anécdotas de éxitos multitemporales.
Un grupo que ha demostrado gran competencia en flexibilidad
temporal es el de los miles de mexicanos que viven en Tijuana, pero que
se trasladan todos los días al lado californiano de la frontera donde tra-
bajan. El psicólogo Vicente López, director de la biblioteca y profesor en
el Departamento de Comunicaciones de la Universidad del Mayab en
Mérida, México, se considera a sí mismo representativo del grupo (con
respecto a lo temporal, al menos). López pasó cinco años trasladándose
de Tijuana a San Diego. Cuenta que cada vez que cruzaba la frontera
parecía como si se le accionara un botón por dentro. Cuando ingresaba
en los Estados Unidos, sentía que la totalidad de su ser cambiaba al
modo veloz del tiempo del reloj; caminaba más rápido, conducía el auto
más rápido, hablaba más rápido y cumplía con sus compromisos. En el
viaje de regreso a su hogar, el cuerpo se le relajaba y se adecuaba a la
velocidad del tiempo de los acontecimientos no bien veía al agente de
aduanas mexicano. "Hay un grupo grande de personas como yo que van
y vienen entre los diferentes tipos de tiempo", comenta López. Cree que
muchos de ellos insisten en vivir en el lado mexicano precisamente por
su ritmo de vida más pausado. "En México, estamos dentro del tiempo.
No controlamos el tiempo. Vivimos con el tiempo. Hay que decirles a los
estadounidenses, 'por favor, entiendan cómo actuar en el tiempo mexi-
cano'. Luego, hay que decirles a los mexicanos, 'por favor, comprendan
que los estadounidenses son así'. Y entonces vas a poder ir y venir entre
los dos tiempos diferentes". López dice que este cambio se ha vuelto
6

una segunda naturaleza para muchos de los viajeros de Tijuana-San Die-


go, incluido él mismo.

6
V. López, comunicado personal, 6 de junio de 1995.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 227

La e n s e ñ a n z a d e l tiempo

Vicente López demuestra que es posible dominar los patrones poco


familiares del tiempo. Por supuesto, la mayoría de los viajeros intercul-
turales preferiría evitar los cinco años de errores in situ que López come-
tió y tuvo que padecer antes de alcanzar la debida competencia en
multitemporalidad. Para simplificar el proceso, ¿sería posible enseñar de
modo formal los fundamentos del sentido del tiempo de otra cultura,
de la misma manera en que se enseña el idioma? De hecho, esto es ni
más ni menos lo que Dolores Norton ha empezado a hacer con su gru-
po de Chicago.
Su programa de enseñanza temporal no es el único. En Israel -qui-
zás el otro país que cuenta con la misma diversidad demográfica de los
Estados Unidos-, los psicólogos Ephraim Ben-Baruch, Zipora Melitz y
sus colegas en la Universidad de Ben-Gurion en el Negev han tenido éxi-
to, según informan, con una serie de ejercicios de enseñanza sobre el
tiempo que han diseñado con el propósito de entrenar a los niños del
tercer mundo a adaptarse al ritmo de vida dominante de Israel. El pro-
grama consta de veintinueve actividades de amplia extensión que ense-
ñan ocho conceptos básicos sobre el tiempo. Muchos de los temas se
asemejan a los cursos correctivos de desarrollo temporal de Piaget. Por
ejemplo, un conjunto de actividades enseña el concepto de "antes y des-
pués". En este módulo, los niños aprenden nociones que van desde
cómo hacer un registro de asistencia hasta llegar a comprender cómo
clasifica la cultura dominante los conceptos de pasado, presente y futu-
ro. Otro módulo, "día y noche", enseña cuáles son las normas culturales
aceptadas del día y de la noche (mañana, mediodía, atardecer, noche),
y la serie del tipo de actividades que se dan dentro de esos parámetros
de tiempo. Un tercer módulo enseña los días de la semana y las dife-
rentes expectativas según el día.
Otros módulos se centran en conceptos temporales menos tangibles.
Durante una serie de actividades, se introduce a los niños al concepto de
duración. Por ejemplo, los niños llevan a cabo varias actividades como
abotonarse la camisa y atarse los cordones de los zapatos, y luego se les
pide que calculen cuánto tiempo les tomó hacer cada cosa y cuál fue la
más larga. Luego se les pone a consideración duraciones temporales
más extensas. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo tardan las semillas en ger-
minar? ¿Subir escaleras y bajar por toboganes? ¿Cuánto tiempo toma
crecer? Ejercicios posteriores enseñan el concepto de simultaneidad, es
decir, que algunos sucesos ocurren uno tras otro, pero que otras cosas
228 ROBERT LEVINE

pueden pasar al mismo tiempo. Los tres últimos módulos se concentran


en los diferentes patrones del paso del tiempo: tiempo cíclico, tiempo
lineal y la comprensión de la noción de tiempo como una entidad limi-
tada. Para explicar el concepto del tiempo cíclico, se les enseña a los
niños, por ejemplo, cuáles son los ciclos de los días feriados, los de la
naturaleza, y el modo en que estos sucesos se repiten en el mismo orden
una y otra vez. Al captar el tiempo como cíclico, llegan a comprenderlo
también como reversible: volverá la primavera, habrá otras fiestas de
cumpleaños, mañana es un nuevo día... Luego se les solicita a los niños
que comprendan el concepto menos "natural" del tiempo lineal. Este
concepto suele ser más difícil para ellos, pues muchos de ellos provienen
de la educación beduina tradicional o de otros pueblos u otras culturas
del desierto. Para entender el tiempo lineal, estudian los tipos de suce-
sos que tienden a no repetirse y que "fluyen en una sola dirección". Se
les enseña cómo el concepto lineal de tiempo está relacionado con la
compresión de los comienzos, las duraciones y las terminaciones. En el
último módulo de ejercicios, los niños aprenden el concepto de tiempo
como una entidad limitada. 7

El programa de estudios de Norton y Ben-Baruch enseña a los


niños la realidad a veces desagradable de que muchas tareas en la cultu-
ra dominante deben completarse en tiempos ya asignados y delimitados.
Al preparar a los niños para manejarse con nociones como limitaciones
de tiempo, valor del tiempo y utilidad de la eficiencia, los ayudan a com-
prender que en su nueva cultura el que falle con respecto al dominio del
reloj puede llegar a ser considerado un fracaso.

Ocho lecciones

Los programas elaborados por Norton y Ben-Baruch están dirigi-


dos a personas que viven dentro del tiempo de los acontecimientos y
que se preparan para enfrentarse con culturas más veloces. Pero si se
trata de moverse en la dirección temporal opuesta, de rápido a lento,
hay tanto o más que aprender del entrenamiento temporal. ¿Qué lec-

7
El programa de actividades completo se encuentra descrito en Z. Melitz, E. Ben-Baruch, S. Hen-
delmen y L. Friedman, Time in the world of kindergarten children (experimental edition), Beers-
heva, University of Ben-Gurion in the Negev, 1993 (se encuentra información disponible de
cualquiera de los dos primeros autores).
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 229

ciones se le puede brindar a un viajero procedente de una cultura "del


tiempo es dinero", como los Estados Unidos, para ayudarlo a adaptar-
se al sentido del tiempo del México de Vicente López? ¿Y qué pasa si
éste no tiene intenciones de dejar físicamente su propia cultura, pero
desea ampliar su repertorio temporal, con el fin de conocer enfoques
alternativos del tiempo que podrían proporcionarle una vida más satis-
factoria? ¿Podemos asignarle palabras a la lengua silenciosa? A conti-
nuación presentamos algunas lecciones que los que se guían por el
reloj pueden aprovechar si desean comprender la lógica temporal de
las culturas más lentas. 8

Primera lección

Puntualidad: aprendamos a interpretar los horarios de las citas. ¿Cuál es


la hora apropiada para llegar a una cita con un profesor? ¿Con un fun-
cionario de gobierno? ¿Para una fiesta? ¿A qué hora se supone que lle-
garán los demás, si es que llegan? Cuando una clase está programada
para empezar a las diez, ¿a qué hora debe el profesor empezar a anotar
la tardanza de los alumnos? ¿Cuánta importancia se le debe atribuir a lle-
gar tarde? ¿Qué tipo de disculpas o excusas se espera que den los que
llegan tarde y cuáles son aceptables? ¿Con qué puntualidad deben ter-
minar las clases? ¿Hay algún mensaje social en llegar tarde (un persona-
j e muy importante) o en ser puntual (un don nadie: "¿Viniste con los
empleados de la limpieza?", como se burlan en México)? ¿Deberíamos
suponer que nuestros anfitriones van a enfadarse si llegamos tarde o si
somos puntuales? ¿Se espera que la gente asuma la responsabilidad de
su tardanza?
Se pueden aprender muchas de estas normas culturales. Los viaje-
ros deberían buscar orientación sobre las variantes de la puntualidad, si
las hubiera, con respecto a las situaciones con las que es probable que se
encuentren. Es posible aprender a traducir la hora inglesa a encuadres
temporales como el de la hora mexicana, hora brasileña* hora india,
"tiempo de la gente de color" (TGC) y tiempo elástico. Así es posible
estar preparado para el tipo de situaciones que pueden darse cuando el

8
Adapté muchas de estas categorías dé una charla de Richard Brislin que formó parte de un sim-
posio sobre Tiempo y Cultura presentado durante el Encuentro Anual de la Asociación de Psi-
cología Occidental, Kona, Hawaü, abril de 1994.
* En castellano y portugués, respectivamente, en el original. [T]
230 ROBERT LEVINE

concepto de puntualidad del invitado no corresponde con el del anfi-


trión. Digamos, por ejemplo, que la empresa nos ha transferido a las ofi-
cinas de Arabia Saudita. El primer día de trabajo llegamos llenos de
entusiasmo, pero muy pronto, sin embargo, nos sentimos descorazona-
dos, cuando la primera persona citada no llega después de media hora
de espera. ¿Nos han rechazado? Antes de hacer las valijas para regresar
a casa, nos evitaría muchos problemas saber que treinta minutos tienen
un significado muy diferente en Arabia Saudita que el que tienen en
nuestro país de origen. En los Estados Unidos, la mayor unidad de tiem-
po para determinar la puntualidad, por lo general gira alrededor de los
cinco minutos. En cambio, cuando visitamos las culturas árabes tradi-
cionales, deberíamos saber que la unidad correspondiente de tiempo es
de quince minutos. Si un árabe llega con un retraso de treinta minutos
según nuestro reloj, sólo se ha atrasado diez minutos de acuerdo con sus
propias normas. Tendríamos que estar dispuestos a esperar media hora
o más a nuestro anfitrión; de no ser así, éste se sentirá ofendido. 9

También podemos aprender las costumbres de una cultura para


concertar citas y cumplir con ellas. El choque cultural básico se reduce
con frecuencia a qué es más importante: ¿la información y los datos pre-
cisos o los sentimientos de las personas? Por mi parte, no he tenido
mucho éxito en este rubro y me ha costado caro. Antes de aceptar mi
puesto en el Brasil, por ejemplo, le pregunté a mi empleadora futura
sobre la posibilidad de conseguirle también un trabajo a un amigo que
quería viajar conmigo. "Nao tem problema", respondió mi empleadora,
una respuesta que habría de convertirse para mí en una muletilla fami-
liar pero carente de sentido. No bien llegamos, volvimos a averiguar
sobre el trabajo de mi amigo. Mi chefehizo una llamada telefónica, escri-
bió en un papel un nombre y una dirección y nos pidió que estuviéra-
mos delante de ese edificio al día siguiente a las nueve de la mañana, en
punto, hora en la que su chofer nos llevaría a la entrevista. Impresionan-
te, pensamos. Excepto que el chofer nunca apareció. La misma escena
volvió a repetirse al siguiente día. Estábamos furiosos con mi chefe, sobre
todo porque no se dignó siquiera a pedir disculpas. Decidí entonces
hacer las cosas por mi cuenta, y empezamos a preguntarles a personas

Adapté este ejemplo de R. Brislin, K. Cushner, C. Cherrie y M. Yong, Intercultural Interactions:


A Practica! Guide, Beverly Hills, Sage, 1986. El libro describe varios ejemplos de incidentes cru-
ciales. Otro compendio bueno es R. Brislin y T. Yoshida, Intercultural Communication Training:
An Introduction, Thousand Oaks, Calif., Sage, 1994.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 231

que parecían bien conectadas acerca de algún trabajo para mi amigo. En


todos los casos, nos aseguraron con rapidez y entusiasmo que conocían
justo a la persona adecuada con la que podría hablar. Nao tem problema!
Sin excepción, nos dijeron que su chofer nos llevaría allí. Y ninguno
de esos choferes llegó a presentarse ni una sola vez. Después de cinco de
esos fracasos, cambié de táctica. La siguiente vez que recibí un "sí" a mi
pedido, con el usual ofrecimiento del chofer, expliqué con mi encanta-
dora franqueza estadounidense que no importaba si no nos podían ayu-
dar, y que sería mucho mejor que me respondieran "no" de frente, en
lugar de obligarme a esperar a un chofer que nunca aparecería. Mi cole-
ga se mostró incómodo y ofendido. "Pero, doctor Levine - m e respon-
dió-, le estoy diciendo que conozco a la persona que puede ayudar a su
amigo". Y enseguida lanzó uno de los más estentóreos Nao tem problemas
que había oído hasta ese momento. Y luego lo usual: no apareció el cho-
fer; no hubo trabajo ni disculpas.
Cuando le referimos nuestra frustración a un amigo brasileño, me
explicó mi error, uno que habría de repetir innumerables veces: que un
"sí" a menudo quería decir "no" y que era más importante para un bra-
sileño dar la impresión de ser colaborador y cortés, que cumplir con su
palabra. Entonces, mi amigo me reprendió por haber puesto a mis cono-
cidos en un aprieto al hacer un pedido al que no podían negarse pero
tampoco podían cumplir. El hecho de rechazar mi solicitud habría sido
descortés y suponía a la vez el reconocimiento de su incapacidad para
poder hacerla efectiva. Faltar a una cita es apenas un caso serio de retra-
so, un comportamiento brasileño aceptado. Y en el Brasil, los senti-
mientos de las personas son más importantes que la afirmación certera.
Richard Brislin relata una experiencia similar con un amigo japo-
nés: "La mayoría de las veces un 'sí' es sólo una manera de decir: 'Qué
buena idea se te ha ocurrido'. Una de mis colegas es japonesa... [y
podría decirle]: 'Reunión de trabajo, al mediodía, el viernes en el res-
taurante Jardín de los Arces. ¿Está bien?'. Ella me responde: 'Restau-
rante Jardín de los Arces, qué buena elección'. Dime, ¿ése es un 'sí' o un
'no'? Desde mi punto de vista, es un 'sí' pero, desde el suyo, sólo me está
diciendo que tengo muy buen gusto para elegir restaurantes. No se ha
comprometido a ir. A menudo, el 'sí' que quiere decir 'no' y el 'no' que
significa 'sí' sirven para que siga fluyendo una corriente positiva en la
relación". 10

'"Brislin, Simposio sobre Tiempo y Cultura.


232 ROBERT LEVINE

La incomprensión de los mensajes silenciosos suele llevar a choques


culturales en los que los comportamientos bienintencionados son atribui-
dos a defectos de carácter. Los hombres de negocios occidentales, por
ejemplo, a menudo han llegado a conclusiones de que sus colegas japo-
neses no son dignos de confianza; que son personas falsas, deshonestas y
poco creíbles que hacen promesas durante las reuniones, que después no
cumplen. Por su parte, los japoneses tienden a interpretar la acusación de
que han mentido como prueba de la poca sensibilidad social de los occi-
dentales: el occidental es demasiado lerdo o incapaz de interpretar el sig-
nificado del sí, del no o de los silencios dentro del contexto social.
Muchos de estos problemas pueden evitarse. Las personas que
conocen la cultura determinada están capacitadas para exponer las nor-
mas de puntualidad y concertación de citas en la mayor cantidad posible
de situaciones y también, a través de la mirada interna de un conocedor,
pueden tratar de explicar cuál es la lógica de esas reglas.

Segunda lección

Cómo entender la línea que separa el tiempo de trabajo y el tiempo social.


¿Cuál es la relación entre el tiempo de trabajo y el tiempo de inactivi-
dad? Hay respuestas fáciles para algunas preguntas: ¿cuántas horas hay
en un día de trabajo?, ¿en una semana de trabajo?, ¿son cinco días segui-
dos de dos días de descanso?, ¿o seis seguidos de uno, o cuatro y medio
seguidos de dos y medio?, ¿cuántos días se destinan a las vacaciones y
cómo se distribuyen?
Otras preguntas son más difíciles de responder. Por ejemplo, ¿cuán-
to tiempo del día laborable se dedica a la tarea y cuánto a la vida social, a
la conversación y a ser amable? Para los estadounidenses en una ciudad
grande, la proporción usual es de 80/20: cerca de 8 0 % del tiempo se
dedica a trabajar y cerca de 20% a fraternizar, charlar y realizar activida-
des similares. Sin embargo, muchos países se apartan en gran medida de
esa fórmula. En países como la India y Nepal, por ejemplo, lo usual es un
equilibrio cercano a 50/50. 11

En el Japón, la distinción entre el trabajo y el tiempo social a menu-


do no es significativa. El día laborable contiene un elemento social de
importancia y el tiempo social es gran parte del trabajo. La meta decisiva

11
Ibid.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 233

que se encuentra por encima de ambos tiempos es el wa del grupo de tra-


bajo. Como resultado, los trabajadores japoneses entregados a su oficio
comprenden que tomar el té con sus compañeros a la mitad de un día
muy atareado o quedarse después del trabajo para beber unas cervezas y
mirar un deporte por televisión es una parte esencial y productiva de su
trabajo. El tiempo privado, que muchos estadounidenses consideran
inherente a sus derechos constitucionales, no es demasiado valioso para
los japoneses. ¿Quieren reírse un rato? Traten de explicarle al empleado
japonés de una empresa qué significa el reclamo del estadounidense con-
temporáneo de una licencia garantizada para "días personales".
El extranjero que no está familiarizado con las normas culturales
relacionadas con el equilibrio entre el tiempo laboral y el social, o que
no está preparado para adaptarse a ellas, muy pronto, él o ella, se encon-
trarán aislados.

Tercera lección

Estudiemos las reglas del juego de la espera. Al llegar a una cultura


extranjera, es necesario averiguar cuáles son los detalles específicos de
su versión del juego de la espera. ¿Se basan las reglas en el principio de
que el tiempo es dinero? ¿Quién se supone que espera a quién, bajo qué
circunstancias y por cuánto tiempo? ¿Algunos jugadores no tienen la
obligación de jugarlo? ¿Cuándo y dónde es una alternativa factible la
Movida Siddhartha? ¿Cuál es el protocolo para esperar en la cola? ¿Es un
procedimiento ordenado o, como en la India, la gente tan sólo se abre
camino a los codazos a través del gentío, empujando a las personas que
se encuentran delante, hasta que se las arregla de algún modo para lle-
gar al frente de la cola? ¿Existe algún procedimiento para comprar un
lugar al frente de la cola o fuera de ella? ¿Cuál es el mensaje implícito
cuando no se observan las reglas? O aprendemos estas reglas o nos vere-
mos condenados a abrirnos paso con dificultad, como un sapo de otro
pozo, a través del paisaje temporal de nuestros anfitriones.

Cuarta lección

Aprendamos a reinterpretar el "no hacer nada". ¿Cómo tratan nuestros


anfitriones las pausas, los silencios o no hacer nada en absoluto? ¿El
hecho de aparentar que estamos siempre ocupados es una cualidad
234 ROBERT LEVINE

admirable o más bien digna de compasión? ¿El no hacer nada es tiem-


po perdido? ¿Se considera la actividad constante una mayor pérdida de
tiempo aun? ¿Existe una palabra o un concepto para referirse al tiempo
perdido? ¿Que nada ocurra? ¿No hacer nada? ¿Cómo debe ser vivir en
un país como Brunei, donde la gente empieza el día preguntando "qué
es lo que no va a pasar hoy"?
Podríamos tener la oportunidad de descubrir lo relajante que pue-
de llegar a ser sentarse con otros en silencio, sin ningún plan, esperan-
do sencillamente lo que ocurra más adelante, y adquirir, por fin, la
seguridad de que algo siempre pasa. De los japoneses podemos apren-
der que los espacios entre sucesos son tan significativos como los hechos
en sí mismos. En gran parte, las personas en Occidente están en armo-
nía con la disposición de los objetos; en el Japón, es la disposición de los
espacios - e l ma o los intervalos- la que ocupa el centro de atención. El
ma enseña que las interrupciones que se dan en el camino son tan
importantes como el destino final. El jardín japonés tradicional, por
ejemplo, está diseñado con piedras escalonadas que exigen que el obser-
vador se detenga y mire hacia abajo, y luego hacia arriba nuevamente:
como resultado cada escalón ofrece una perspectiva diferente. Como 12

el occidental Artur Schnabel comentó sobre su propio arte: "Las pausas


entre las notas... ah, ahí es donde reside el arte". 13

¿Un período de incubación no debería de preceder a toda acción


significativa? Si vamos a China, descubriremos que el período de espera
no es sólo una demora que hay que soportar hasta que llegue el momen-
to justo. Se lo respeta como el verdadero creador de aquel momento.

Quinta lección

Debemos averiguar cuál es la secuencia aceptable de los hechos. Cada cultu-


ra establece reglas con respecto a la secuencia de los hechos. ¿El trabajo
antes de la diversión, o al revés? ¿La gente duerme sólo por la noche o hay
siesta después del almuerzo? ¿Se espera que tomemos café o té y charle-
mos antes de tratar los asuntos de negocios, y si es así, por cuánto tiempo?
También hay costumbres sobre la secuencia de los hechos a largo plazo:
por ejemplo, ¿cuánto tiempo dura, desde el punto de vista social, el perío-

12
E. Hall, op. cit.
13
Citado en P. Jackson y H. Delehanty, Sacred Hoops, Nueva York, Hyperion, 1995, p. 169.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 235

do aceptable de la infancia, si lo hubiera, y cuándo llega el momento de


asumir las responsabilidades de la vida adulta?
Los malentendidos con respecto a la secuencia aceptable de los
hechos pueden crearle serios problemas al visitante. Un terreno vulne-
rable y volátil en particular, por ejemplo, es el amor y la intimidad. Inclu-
so en la propia cultura, resulta difícil avanzar con delicadeza a través del
ciclo de la intimidad. Pero cuando cruzamos las fronteras culturales, se
convierte en un campo minado. ¿Cuándo llega el momento apropiado
para pasar de una etapa romántica a la otra? ¿En qué punto la pareja
deja de salir en citas para establecer una relación exclusiva? A menudo
los indicios no tienen el mismo valor al otro lado de las fronteras. Por
ejemplo, en los Estados Unidos, muchas jóvenes creen que tiene que
haber un encuentro físico antes de que la relación se vuelva exclusiva.
Ese encuentro no tiene que ser un coito, pero existe la necesidad de que
haya al menos algún contacto físico, tomarse de la mano y, por cierto,
besos largos y apasionados. En cambio, en muchas otras culturas -Japón,
Israel y Taiwan, por ejemplo-, el contacto físico no es necesario. En con-
secuencia, una joven estadounidense que no establece una relación físi-
ca con un hombre en uno de esos países podrá suponer que se trata de
una amistad platónica o profesional. Sin embargo, para su asombro, la
mujer se entera de que todo el mundo está hablando de que son una
pareja inseparable. En su opinión, es imposible porque no es el tiempo
adecuado ni ha habido ningún contacto físico de importancia. Pero
para alguien de otra cultura, el contacto físico no es necesario para inter-
pretar que la relación sigue progresando. 14

Si llegamos a establecer una relación íntima larga con alguien, hay


que tener en cuenta que las secuencias previstas pueden ser problemá-
ticas. En los Estados Unidos, la gran mayoría cree que el amor románti-
co - e l amor "verdadero", por supuesto— es un requisito esencial para el
matrimonio. Pero esto no es cierto en todas partes del mundo. En una
investigación reciente, mis colegas y yo les preguntamos a los encuesta-
dos de once países: "Si un hombre [una mujer] tuviera todas las cuali-
dades que usted desea, ¿se casaría con él [ella] aunque no estuviera
enamorada [o]?". En los Estados Unidos, cerca del 8 0 % respondió con
un rotundo "no". Sin embargo, el porcentaje que rechazó el matrimonio
sin amor fue mucho más bajo en otros países: sólo el 2 4 % en la India;
el 3 4 % en Tailandia, y el 3 9 % en Pakistán, por ejemplo. En general, en

Ibid.
236 ROBERT LEVINE

los once países, hallamos que las personas de culturas individualistas


(frente a las colectivistas) tienden a creer que el amor romántico debe
preceder al matrimonio. Esto también es válido para las personas de
países prósperos desde el punto de vista económico. Puede no ser una
coincidencia que esas dos características -individualismo y vitalidad
económica- también estuvieran relacionadas con un ritmo de vida más
rápido en nuestro estudio de treinta y un países. 15

La mayoría de las culturas creen en algún tipo de amor romántico.


En casi la totalidad de los casos, sin embargo, se da por sentado que el
amor surge después del compromiso matrimonial y no antes. Después de
todo, ¿cómo se puede querer a alguien de verdad antes de convivir con
esa persona? ¿Y no resulta un poco ridículo establecer un compromiso
de por vida sustentado en una reacción emocional? La suposición de
que el amor surge después del matrimonio suele ser común en culturas
donde las decisiones matrimoniales están basadas, tradicionalmente, en
acuerdos económicos entre familias: la amplia mayoría de las culturas
del mundo. En un estudio sobre patrones matrimoniales de ochocientas
cincuenta sociedades distintas, las antropólogas Erika Bourguignon y
Lenora Greenbaum descubrieron que alguna forma de pago por la
16

novia o dote u otro tipo de intercambio financiero es común en más del


70% de esos grupos. (En muchos países, los acuerdos matrimoniales se
han vuelto más caros. En Libia, por ejemplo, para casar a sus hijas, los
padres solían exigir una tarifa de cerca de 3.500 dólares en efectivo,
además de un camello, ovejas y unas cuantas monedas de oro. Después del
auge del petróleo en Libia, ya no resulta inusual que la familia del novio
entregue regalos por la suma de 35.000 dólares o más, lo cual ha genera-
do el temor en algunos sectores de que muchas mujeres libias empiecen
a quedarse fuera del mercado matrimonial por la suba de precios.)
¿Cuándo es el momento adecuado para casarse? ¿Y para enamorar-
se? Depende del lugar donde se esté. Pero, para mayor seguridad, el visi-
tante inteligente haría bien en aprender algunas respuestas antes de
comprometerse demasiado.
Antes de dejar atrás la lección "¿Cuándo es el momento...?", es
necesario mencionar otro equívoco cultural desagradable: el tiempo que

15
R. Levine, S. Sato, T. Hashimoto y J. Verna, "Love and marriage ¡n eleven cultures", Journal of
Cross-Cultural Psychology 26, 1995, pp. 554-571.
16
E. Bourguignon y L. Greenbaum, Diversity and Homogeneity in World Societies, N e w Haven,
HRAF Press, 1973.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 237

lleva pasar de ser un extraño a ser aceptado en el grupo. ¿Cuánto tiem-


po hay que esperar para ser incluido en el grupo? Tal vez nos traten con
gran amabilidad, pero aun así podríamos sentirnos frustrados por la
resistencia de nuestros anfitriones a acercarse más a nosotros. Lo más
importante en esta lección es poder llegar a detectar que las culturas
varían en sus tiempos modales con respecto a la aceptación en el grupo.
En algunas regiones de los Estados Unidos, acostumbradas a grandes
migraciones, el tiempo de espera es bastante más corto que en aquellas
culturas cerradas como la del Japón, donde muchos de los extranjeros
perciben que la categoría del extraño es permanente e inalterable. (El
término japonés para "extranjero", gaijin, significa "extraño" en su sen-
tido literal.) Incluso desde el punto de vista legal, ha sido casi imposible
para los inmigrantes -con la excepción, quizá, de algunos destacados
luchadores de sumo- adquirir la nacionalidad japonesa. Debemos estar
preparados para reconocer los encuadres de tiempo.

Sexta lección

¿Se guía la gente por el tiempo del reloj o por el tiempo de los aconteci-
mientos ? Esta bien podría ser la lección más delicada de todas. Las cin-
co primeras lecciones se refieren a aspectos de las reglas culturales que
pueden entenderse de modos más o menos concretos: los límites de la
puntualidad en una determinada situación; el porcentaje del día labo-
rable que se dedica a la socialización; quién se supone que espera a
quién; el tiempo que el silencio debe durar para comprender si un "sí"
quiere decir "no"; e incluso muchos de los indicios que le sirven al
extraño para saber cuándo ha llegado el momento de que ocurra algo.
Pero el paso del tiempo del reloj al tiempo de los acontecimientos
demanda un cambio casi total de conciencia. Implica la suspensión de
la regla de oro temporal de la sociedad industrializada: el Tiempo es
Dinero. Para la mayoría de los que crecimos con esta fórmula, el paso
exige un gran salto.
No obstante, los extraños pueden aprender algunas de las conduc-
tas propias de las culturas donde rige el tiempo de los acontecimientos.
Por ejemplo, Richard Brislin describe una situación común que deben
enfrentar los profesores visitantes: "Imagínense que han concertado una
cita a las once y media con un estudiante muy aplicado que siempre
entrega sus trabajos a tiempo y está muy comprometido con el progra-
ma académico. Siempre cumple con lo requerido. Hay otro estudiante,
238 ROBERT LEVINE

sin embargo, que ha tardado en definir su proyecto de tesis y se saca


notas regulares (en el programa)... A las once y veinticinco se presenta
este último estudiante y dice: 'Profesor, por fin se me ha ocurrido algo;
por fin tengo un tema para mi tesis'. ¿Quién tiene más derecho a nues-
tro tiempo? ¿El estudiante que tenía la cita a las once y media o el estu-
diante que se aparece a las once y veinticinco? ¿Quién tiene derecho a
nuestro tiempo?".
En las culturas que se rigen por el tiempo del reloj, como los Esta-
dos Unidos, la prioridad la tiene el estudiante que ha concertado la cita.
Pero si nos encontramos en una cultura regida por el tiempo de los
acontecimientos, no hay que sorprenderse si la visita imprevista supone
que la atenderán de inmediato. "Estoy muy contento de trabajar en cul-
turas que se rigen por el tiempo de los acontecimientos -explica Bris-
lin-. Sólo espero que me digan en qué tiempo estamos (del reloj o de los
acontecimientos). Eso es todo lo que les pido que hagan". 17

El mismo tipo de lecciones sirve para nuestras expectativas cuando


nos trasladamos de las culturas monocrónicas, donde se programa una
actividad por vez, a las policrónicas, donde la gente prefiere cambiar de
una actividad a otra. En la cultura policrónica, no hay que ofenderse
cuando nuestros anfitriones no nos prestan la atención debida. Sólo se
trata de cuestiones culturales. No es nada personal. De hecho, para los
prolicrónicos, sería de muy mala educación pasar por alto un hecho ines-
perado cuando éste se presenta. Además, se supone que nosotros tam-
bién debemos practicar la flexibilidad policrónica, pues de lo contrario
es probable que nos consideren groseros, malos compañeros de equipo
y trabajadores ineficientes.

Séptima lección

La práctica. La comprensión intelectual de las normas temporales


no garantiza en sí misma una transición exitosa. Podemos esforzarnos
por aprendernos de memoria las reglas de otras personas sobre el tiem-
po, pero aun así podemos fracasar por completo cuando nos vemos con-
frontados con la realidad. Como dice el refrán: "No basta con parecerlo,
hay que serlo". El visitante prevenido debería buscar tareas que incluye-
ran prácticas in situ. Se sabe de algunos maestros innovadores que han

17
Ibid.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 239

propuesto ejercicios más bien complejos. El antropólogo Greg Trifono-


vich del Centro Oriente-Occidente, por ejemplo, solía preparar a volun-
tarios del Cuerpo de Paz y a profesores para enfrentar las condiciones de
vida de las sociedades rurales del Pacífico, y para ello creaba una aldea
simulada. Uno de los comportamientos que enseñaba Trifonovich era el
de cómo vivir sin el tiempo del reloj. Por ejemplo, les mostraba a los
estudiantes cómo saber la hora con sólo observar el sol y las mareas. 18

Cualquiera que sea la técnica que elijamos, es importante tener en cuen-


ta que el dominio del lenguaje del tiempo requiere mucha práctica y
también cometer errores.
Pero es bueno saber que bien vale la pena el esfuerzo. El entrena-
miento transcultural permite la adquisición de una amplia gama de des-
trezas positivas. Por ejemplo, las investigaciones han demostrado que las
personas que están bien preparadas para los encuentros transculturales
establecen mejores relaciones de trabajo con la gente de ambientes cul-
turales mixtos; son más eficientes a la hora de fijar y cumplir objetivos rea-
listas en entornos foráneos; son más aptos para comprender y resolver los
problemas que podrían encarar, y son más exitosos en sus trabajos en otras
culturas. Además, según informan, mantienen buenas relaciones con sus
anfitriones tanto en el trabajo como en su tiempo libre; se sienten más
cómodos en contextos interculturales, y es muy probable que disfruten de
sus responsabilidades en el extranjero. Los más sagaces entre los estu-
diantes transculturales también suelen desarrollar un interés y una preo-
cupación más amplia sobre la vida y los sucesos en distintos países, lo que
se ha dado en llamar una "mundanalidad" general. 19

Octava lección

No debemos criticar lo que no comprendemos. Por último, una guía sobre


la observación de las culturas en general: la trampa más difícil de evitar
o eludir que se le presenta al estudiante de la cultura tiene que ver con
la inferencia del significado. Casi por definición, los comportamientos
culturales significan algo muy diferente para los locales que para el visi-
tante. Cuando atribuimos la tardanza del brasileño a la irresponsabili-

18
G. Trifonovich, "On cross-cultural orientation techniques", en R. Brislin (ed.), Cultural Learning:
Concepts, Applications and Research, Honolulú, University Press of Hawaü, 1977, pp. 213-222.
19
R. Brislin y T. Yoshida, op. cit.
240 ROBERT LEVINE

dad, o el desvío de la atención del marroquí a su incapacidad de con-


centrarse, nos comportamos en forma desconsiderada y hacemos gala
de nuestra estrechez mental etnocéntrica. Esas malas interpretaciones
son ejemplos de lo que los psicólogos sociales llaman el error funda-
mental de atribución: es decir que, al explicar los comportamientos
de los otros, hay una tendencia generalizada por parte de las personas de
subestimar el peso de la situación y de sobrestimar las disposiciones
de la personalidad interna. Por ejemplo, cuando me entero de que los
extranjeros se enojan, deduzco que son gente colérica. Cuando yo pier-
do la paciencia, le echo la culpa a la situación: la otra persona me esta-
ba molestando, o la situación era frustrante. Después de todo, sé que
muy pocas veces pierdo la paciencia, así que debe de haber algo parti-
cular en esa situación que me enfureció.
Un ingrediente importante en el error fundamental de atribución
es la cantidad de información que tenemos sobre la persona que juzga-
mos. Cuanto menos conozcamos a los otros, mayores serán las probabi-
lidades de que recurramos a explicaciones relacionadas con lo que reside
en su interior. Cuando entramos en ambientes extranjeros - q u e son
extraños, por definición-, el error fundamental de atribución es un acci-
dente a punto de ocurrir.
Es aconsejable que el observador sensato preste atención al conse-
j o de Clifford Geertz: "El análisis cultural es (o debería ser) hacer con-
jeturas sobre los significados, evaluar las conjeturas y sacar conclusiones
explicativas de las mejores conjeturas". Sin conocer bien el contexto cul-
tural, es probable que interpretemos mal los motivos de las personas. De
modo inevitable, el conflicto es el resultado.

El estuario t e m p o r a l

El hecho de poder adquirir la conciencia de otro ritmo de vida, sin


que importe cuál sea la orientación, tiene sus ventajas. Cuando la gente
del tiempo de los acontecimientos aprende a darse prisa según el ritmo
de vida controlado por el tiempo del reloj, abre las puertas a riquezas y
logros imposibles de obtener de otro modo. Y cuando la gente del tiem-
po del reloj se adapta a culturas más lentas, bueno, ¿qué tiene de dolo-
roso adquirir una conciencia en la que las relaciones personales se
anteponen a los logros, en la que se permite que los acontecimientos
sigan su propio curso en forma espontánea, y en la que se le da tiempo
al tiempo? Asumir el control del tiempo -aprender a vivir "dentro del
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 241

tiempo"- es una experiencia muy satisfactoria. El hecho de dominar los


conceptos temporales de las culturas foráneas es en sí muy gratificante.
Neil Alunan, el psicoanalista de Nueva York que fue voluntario del
Cuerpo de Paz en el sur de la India, es un vivo ejemplo de esto. Altman
describe la lentitud de la vida -la sensación de la inmovilidad del tiem-
po— que sintió a su llegada a la India. "Cuando bajé del avión en el aero-
puerto de Calcuta, entré en un pequeño edificio, en la terminal, en
realidad, donde nadie se movía. Había varios empleados de limpieza con
escobas pequeñas, parados allí, de grandes ojos negros, que nos miraban
fijo mientras bajábamos del avión y nos dirigíamos a la terminal. Los ven-
tiladores de techo giraban lánguidos en el aire húmedo. La percepción
era la de haber salido fuera del tiempo. Daba la impresión de que el
tiempo se hubiera detenido. No sólo nada parecía cambiar de un ins-
tante a otro, sino que había una sensación de continuidad con otros
tiempos, producida en mí por el ritmo lento y la ausencia de máquinas.
Tenía la sensación de que no avanzaba para ningún lado".
Durante todo un año, recuerda Altman, le resultó difícil soportar la
quietud del ritmo de vida:

Al comienzo, era muy angustiante, porque me encontraba en una situa-


ción poco familiar que me hacía sentir inseguro. Me tomó un año desem-
barazarme de mi sentimiento, basado en mi cultura estadounidense, de
que tenía que hacer que pasara algo. El primer año en la India, me uní a
las filas de los "perros rabiosos y de los ingleses" que eran los únicos que
estaban en la calle bajo el sol del mediodía, mientras montaba mi bicicle-
ta en busca de algo que hacer cuando todos los demás dormían. Siendo
estadounidense, y un estadounidense más o menos obsesivo, mi primera
estrategia fue la de intentar sentirme seguro tratando de hacer cosas y de
sentirme útil cumpliendo objetivos. Mi tiempo era algo que tenía que lle-
nar con el avance hacia esa meta. Pero te provoca mucha angustia encon-
trarte con personas que están en una especie de tiempo distinto del tuyo.
Por ejemplo, dices: "Bueno, ¿cuándo puedo ir a verlo a su campo para
hablar sobre plantar unas legumbres?". Y te responden: "A las cuatro". Y
entonces vas a las cuatro y no están, porque no toman las citas en sentido
literal. Y entonces te llenas de ansiedad porque estás tratando de hacer
algo y ellos no cooperan contigo.

Pasado ese año, sin embargo, Altman no sólo se rindió al sentido


del tiempo de sus anfitriones, sino que empezó a disfrutarlo:
242 ROBERT LEVINE

Al segundo año, me relajé y caí en la cuenta de cómo hay que vivir en una
aldea india. Puesto que no había teléfonos, a menudo me levantaba por
la mañana y recorría en mi bicicleta unos ocho kilómetros, digamos, para
encontrarme con un granjero en particular. Cuando llegaba, lo usual era
que no estuviera o que me dijeran que lo esperaban de un momento a
otro, lo que bien podía querer decir el día siguiente. Al segundo año, ese
tipo de suceso ya no me producía ninguna decepción, porque, en reali-
dad, desde un principio, no esperaba lograr nada. De hecho, resultaba
casi gracioso pensar que cumpliría lo que me había propuesto. En cambio,
sólo iba y me sentaba en la casa de té del lugar y me encontraba con todo
tipo de gente o sencillamente miraba pasar a los animales, a los niños y a
los variados transeúntes. Luego, quizás, ocurría algo muy distinto de lo
que tenía planeado. O quizá no. Cualquiera que fuera el trabajo que había
que hacer, éste vendría a mí. Al segundo año, el tiempo indio se me
había metido adentro.

Irónicamente, Altman descubrió que la actividad de su vida pre-


sente en la que más influyó su experiencia temporal india es la de su tra-
bajo como psicoanalista.

Con frecuencia he usado mi yo indio internalizado como psicoanalista. En


mi experiencia, la sesión psicoanalítica tiene su propia cultura, similar a la
de la aldea india. Es necesario iniciar una sesión con la mente abierta a lo
inesperado. Las expectativas del paciente y del analista, la fijación a un
resultado en particular, pasan a formar parte del proceso de la sesión. Lo
importante es ser capaz de seguir el curso de la sesión, el "estar aquí aho-
ra", sin distracciones, hasta donde sea posible, por el deseo de que algo
suceda además de lo que ya sucede. Creo que esto es parecido a lo que el
psicoanalista Wilfred Bion -que, como dato interesante, nació en la India-
quiso decir cuando aconsejaba empezar cada sesión sin memoria ni deseo.
Creo que tener metas prefijadas en terapia es tan fútil como proyectar
hacer algo en la India. Si pretendes conservar la cordura como terapeuta,
debes tomarte con humor la pretensión de que vas a cambiar a la persona
según un plan prefijado y un programa. En este sentido, el haber vivido en
el tiempo indio me ha permitido ser un mejor terapeuta. 20

Estos comentarios provienen de una entrevista personal del 30 de enero de 1995. Altman repi-
tió algunos de sus comentarios en N. Altman, The Analyst in the Inner City, Hillsdale, N. J., The
Analytic Press, 1995, pp. 110-111.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 243

El relato de Altman trata, de modo elocuente, los beneficios del


sentido del tiempo bicultural. Sin embargo, antes de cerrar este capítu-
lo, vale la pena destacar que la capacidad de entender el sistema tem-
poral de otra cultura también puede llevar a la adquisición de una
conciencia que va más allá de la flexibilidad bitemporal. Vicente López,
cuando describía su antigua cultura chicana de viajero entre fronteras,
decía que sus compañeros de viajes temporales lograron más que el
dominio de los tiempos de dos culturas; desarrollaron su propio senti-
do del tiempo, un sentido único de su subcultura, lo que López llama la
cultura del "estuario". En la naturaleza, el estuario es la desembocadura
de un río donde fluyen las corrientes, un espacio donde se mezclan el
agua dulce del río y el agua salada del mar. "En un estuario -dice López-
la naturaleza crea un conjunto de organismos que no son ni de un lado
ni del otro, sino completamente diferentes. Del mismo modo, la gente
que vive en la frontera de Tijuana se guía por este tipo de tiempo de
estuario. No es la hora mexicana. No es la hora estadounidense. Es una
hora diferente. Los chícanos no son estadounidenses, pero tampoco son
mexicanos. Viven según sus propias reglas y tienen sus propios valores,
tiempos y ritmos de vida".
¿Y cómo podría ser de otro modo? Oswald Spengler dijo una vez:
"Una cultura se diferencia de otra por el significado que, de modo intui-
tivo, le adjudica al tiempo". Cuando nace una nueva cultura, también
21

surge un sentido singular del tiempo.

2
' 0 . Spengler, The Decline ofthe West, volumen I, Nueva York, Knopf, 1926. [La decadencia de
Occidente, Madrid, Espasa Calpe, 1966.]
CAPÍTULO 10

Cuida el t i e m p o ,
regula tu mente

¡Afiérrate al tiempo! ¡Guárdalo, vigílalo, cada hora, cada


minuto! Se va sin ser notado cuando es desatendido, como
la lagartija, suave, escurridiza, desleal... Considera sagrado
cada instante. A cada uno dale claridad y sentido, a cada
uno el peso de tu conciencia, a cada uno su verdadera y
auténtica plenitud.
THOMAS MANN, Carlota en Weimar

No hay nada como estudiar otras culturas para que surjan preguntas
sobre la propia. De un modo curioso, la posición ventajosa del extraño
1

nos permite mirar nuestro hogar con otros ojos y otra objetividad, a la
manera del extranjero de De Tocqueville. (No obstante, el comentario
más profundo que se le ocurrió a De Tocqueville sobre el sentido del
tiempo de los estadounidenses fue que "siempre estaban apurados".) La
mayoría de las veces, como dice Craig Storti, psicólogo transcultural, "el
expatriado promedio, incluso el turista promedio, regresa de una esta-
día en el extranjero sabiendo más acerca de su propio país que del que
acaba de visitar". 2

Para casi todos los viajeros del tiempo, la contribución más dura-
dera del conocimiento transcultural consiste en lo que agrega a su vida
en su país. Una vez que comprendemos que existen construcciones
alternativas del tiempo, se nos presenta una nueva gama de opciones.
¿Hay ocasiones en las que sería más conveniente pasar al tiempo de los
acontecimientos? ¿Es necesario que siempre esté ocupado? ¿Cuándo
podría beneficiarme de no hacer nada? Ofrezco algunas sugerencias en
este último capítulo.

1
El título proviene de J. A. Michon, "Tlming you mind and minding your t i m e " , en J. T. Fraser
(ed.), Time and Mind: Interdisciplinary Issues, Madison, Conn., International Universities Press
1989, pp. 17-39.
2
C. Storti, The Art of Crossing Cultures, Yarmouth, Me., Intercultural Press 1990, pp. 94-95.
246 ROBERT LEVINE

La atención puesta en el tiempo

De mis raíces culturales judías, he heredado una filosofía que enfa-


tiza la atención cuidadosa del tiempo. El judaismo es en todo sentido
una religión del tiempo. Les otorga mayor importancia a la historia y a
los acontecimientos -el éxodo de Egipto, la revelación de la Tora- que
a las cosas. Por ejemplo, los profetas enseñan que el día del Señor es más
sagrado que la casa del Señor. Encuadres temporales, en vez de los espa-
ciales, enmarcan los textos sagrados judíos. El Talmud empieza con
"¿Desde cuándo?" y la Tora "En el principio".
Una serie de rituales enmarcados en el tiempo son la guía del judío
religioso. El día se organiza alrededor de las horas de oración. El infan-
te masculino recibe el brit (el ritual de la circuncisión) en el octavo día.
El baty el bar mitzvah ocurren a los trece años. El año tradicional de due-
lo está bien delimitado: los requisitos para los primeros siete días (shiva)
son distintos de los del primer mes (shloshim), que se diferencian de los
siguientes once meses. El año judío establece ocho días para encender
las velas de la Hanukkah, seis días de ayuno y ocho para comer sólo pan
sin levadura. "Contar es nuestra manera de observar -explica la escrito-
ra Letty Pogrebin sobre su judaismo-. Nos recuerda que un día cuenta
o no cuenta. Contar atribuye sentido: no contamos lo que no valora-
mos". Incluso el calendario se resiste a que lo den por hecho. El judío
3

moderno vive de acuerdo con dos series de fechas. Estoy escribiendo


esta frase en el año 1997 del calendario gregoriano, pero cuando entro
en la sinagoga del barrio, donde el tiempo se mide de acuerdo con el
calendario lunar hebreo, estoy en el año 5757.
La esencia de la dedicación al tiempo del judaismo es el Sabbat. "Y
Dios consagró el séptimo día y lo hizo sagrado", está escrito en el libro de
Génesis. Dios le dedicó seis días a la creación del cielo y de la tierra. Y
entonces, en el séptimo día, el trabajo estaba terminado, no a través de la
construcción de un lugar sacro, sino a través de la creación de un tiempo
sagrado. Aunque el mundo fue creado en los primeros seis días, su super-
vivencia depende de la santidad del séptimo día. "¿Qué fue creado en el
séptimo día? La tranquilidad, la serenidad, lapazy el reposo". Elfilósofojudío
Abraham Herschel, que escribió con tanta elocuencia sobre el Sabbat,
observó: "Dedicamos seis días de la semana a dominar el mundo, en el
séptimo intentamos dominar al yo... En el tempestuoso océano del tiem-

3
L. C. Pogrebin, "Time is all there i s " , Tikkun 1 1 , mayo-junio de 1996, pp. 43-47, 46.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 247

po y el trabajo, hay islas de quietud donde el hombre puede entrar en una


ensenada y reconstruir su dignidad. La isla es el séptimo día, el Sabbat, el
día del desprendimiento de las cosas, de los instrumentos y de los asuntos
prácticos como también el día de la unión con el espíritu".
El Sabbat no es un interludio, sino el pináculo de la vida. El sépti-
mo día, de acuerdo con la tradición judía, es un palacio en el tiempo.
Es un santuario que nosotros construimos, un santuario temporal. Hers-
chel se refiere al Sabbat como el don del tiempo de Dios. ("Les he dado
algo que Me pertenece. ¿Qué es ese algo? El día.") El tiempo puro: el día
cuando vivimos dentro del tiempo. El Sabbat es la oportunidad libre de
distracciones para convertirnos en amos del tiempo. "El trabajo es un
oficio -reflexiona Herschel-, pero el descanso perfecto es un arte". Y "el
tiempo -escribe- es la presencia de Dios en el mundo". 4

El ritual del Sabbat también se extrapola a períodos temporales más


largos. La Tora dice que cada séptimo año es un año sabático. En los
tiempos bíblicos, lo sabático significaba el cese de todas las actividades
agrícolas (como también, cosa notable, la cancelación de las grandes deu-
das). Hoy en día, en particular en mi mundo académico, se refiere al
tiempo del descanso psicológico y el rejuvenecimiento. Asimismo, el Leví-
tico manda que cada quincuagésimo año, el fin de los ciclos sabáticos,
5

sea el año del sagrado jubileo. Históricamente, el jubileo decretaba el


cese de una amplia gama de actividades: la tierra debía ser devuelta a sus
propietarios originales o a sus descendientes; todos los israelitas que
6

hubieran sido vendidos como esclavos a causa de sus deudas debían ser
liberados y, como en todos los años sabáticos, la tierra debía permanecer
improductiva. Es una lástima que el concepto del jubileo haya perdido su
popularidad. Quizá debamos recuperarlo como un emblema del quin-
cuagésimo cumpleaños. Podríamos decretar que el jubileo fuera el año
en el que dejamos de producir, hacemos una pausa y reflexionamos acer-
ca de dónde hemos estado y hacia dónde vamos, y, lo más importante, en
el que nos permitimos ceder a la dinámica del tiempo sin que importe lo
que ésta proponga. Suena mucho mejor que cumplir los cincuenta.
El judaismo no es, por supuesto, la única tradición que valora el tiem-
po. Una de mis culturas temporales favoritas es la de los indios quiche que

4
Véanse A. Heschel, Between Godand Man.An Interpretation ofJudaism, Nueva York, The Free
Press, 1959; y A. Heschel, "The Sabbath-a day of a r m i s t i c e " , en S. Greenberg, A Modern
Treasury of Jewish Thoughts, Nueva York, Thomas Yoseloff, 1960, p. 129.
5
Cada cuarenta y nueve años, según algunas interpretaciones.
6
Excepto casas en ciudades amuralladas (a menos que haya sido comprada a un levita).
248 ROBERT LEVINE

viven las aldeas de las regiones montañosas de Guatemala. Los quiche son
descendientes de los mayas, de quienes heredaron una gran tradición
horológica. El calendario maya era uno de los más avanzados del mundo
durante la época de la Conquista española de América. De hecho, en
muchos casos, los mayas eran cronometristas más exactos y precisos que
los conquistadores europeos. Sin embargo, los mayas, a diferencia de los
europeos, estaban menos interesados en las cantidades de tiempo que en
sus cualidades, en particular, en lo que significaba para la vida humana.
Un aspecto muy interesante del tiempo quiche es el cuidado con que
tratan la singularidad de cada día. El día no sólo tiene un nombre propio,
sino también uno divino. Cuando los quiche se refieren a un día de modo
directo, lo que hacen a menudo, le anteponen el respetuoso título ajaw al
nombre, lo que es equivalente a decir: "Saludos, señor, Su Majestad Jue-
ves". Los quiche creen que cada día tiene su propia "cara", una naturale-
za, un signo, que gobierna la marcha de los acontecimientos de modo
diferente para cada persona. Para comprender esa naturaleza, se debe
interpretar el calendario, pero una lectura apropiada requiere una consi-
derable experiencia. Los quiche viven con dos calendarios: el calendario
seglar de 365 días y el calendario religioso de 260 días. Este último tiene la
forma de una rueda, sin principio ni fin. Cada día de la rueda tiene un
nombre, un signo y un número, los cuales cambian en diferentes contex-
tos. Para hacer predicciones precisas a partir de este complejo sistema, los
quiche acuden a especialistas: adivinos conocidos como ajk'ij, que quiere
decir "cuidador del día". Entre los quiche, se considera que el acto de cui-
dar el día es una función sagrada. Los ajk'ij son respetados a la vez como
sacerdotes y chamanes. Se comunican con los dioses en forma directa para
ayudar a las personas laicas a decidir cómo enfrentar el día.
En esa forma de celebrar el día, hay un aspecto que se asemeja, de
manera inquietante, a las predicciones poco científicas de la astrología.
El hecho de que esto sea cierto o no y de que la crítica tenga alguna vali-
dez, es un asunto discutible.
No obstante, la lección más importante de los quiche es que piensan
cada día en profundidad y con especial cuidado. No existe tal cosa como
un lunes más. Para el angloeuropeo típico, el desafío temporal de la mayo-
ría de los días es volver productivo cada momento. La tarea del quiche es
más delicada: tiene que descifrar cómo debe ser vivido cada momento. 7

7
Para una discusión más detallada del sentido del tiempo quiche, véase B. Tedlock, Time and the
Highland Maya (Revised Edition), Albuquerque, N. M., University of N e w México Press, 1992.
También se habla de los quiche en E. Hall, op. cit.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 249

"El incentivo primordial de la Tora -según la profesora Debbie


Weissman de Jerusalén- es el de enseñarnos cómo emplear nuestro
tiempo limitado en la Tierra de un modo juicioso". Lo mismo podría 8

decirse de la filosofía temporal de los quiche.

La v i d a e n ei t i e m p o moderado

Viajar, ya sea como turista o como psicólogo transcultural, enseña la


estética del tiempo moderado: encontrar un equilibrio entre la rapidez
y la lentitud, el tiempo del reloj y el tiempo de los acontecimientos, y el
tiempo con altibajos. Cuando los adictos al trabajo, siempre urgidos por
el tiempo, visitan culturas relajadas, es casi seguro que regresarán a su
país con la determinación de bajar el ritmo de sus regímenes de vida
gobernados por el reloj. La escritora Eva Hoffman describe el esfuerzo
por alcanzar un nivel de moderación cuando relata su propio proceso
adaptativo, desde su infancia en Polonia pasando por su adolescencia en
Canadá, hasta su madurez en los Estados Unidos:

El placer psicológico es, creo, canalizado en el tiempo, a medida que el


dolor físico o la satisfacción corren por los conductos de nuestros nervios.
Cuando el tiempo se comprime o se acorta, sofoca el placer; cuando se
difunde sin propósito fijo, el yo se diluye en el letargo carente de anhelos.
El placer aparece en el tiempo moderado, en un tiempo que no es ni
demasiado acelerado ni demasiado lento. 9

Los experimentos de los psicólogos sociales Jonathan Freedman y


Donald Edwards confirman las observaciones de Hoffman. Freedman
y Edwards descubrieron que la relación entre el placer y la presión tem-
poral puede medirse en una U invertida. El mayor placer se siente bajo
un nivel intermedio de presión. Demasiado peso temporal puede ser
estresante, y muy poco conduce al aburrimiento. También descubrieron
una relación invertida con forma de U entre la presión temporal y el
buen desempeño de las personas. Una vez más, el mejor desempeño se
da en un grado intermedio de presión temporal. 10

8
Citado en L. Pogrebin, op. cit., p. 46.
9
E. Hoffman, Lost in Translation, Nueva York, Penguin, 1989, p. 279.
1 0
J . Freedman y D. Edwards, "Time pressure, task performance, and enjoyment", en J . E.
McGrath (ed.), The Social Psychology of Time: New Perspectives, Newbury Park, Calif., Sage,
1988, pp. 113-133.
250 ROBERT LEVINE

El psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi ha descubierto que, al menos


para los estadounidenses, la gente más descontenta es la que no está pre-
sionada por el tiempo en absoluto.

Según nuestros estudios, p a r a las personas q u e viven solas y n o van a la


iglesia, las m a ñ a n a s d e los d o m i n g o s son la p a r t e más d e p r i m e n t e de la
semana, p o r q u e al n o t e n e r n a d a en qué fijar la a t e n c i ó n , n o saben qué
hacer. El resto de la semana dirigen su energía psíquica a rutinas externas:
trabajo, compras, programas favoritos d e televisión y actividades similares.
¿Pero qué se p u e d e h a c e r el d o m i n g o p o r la m a ñ a n a después d e t o m a r el
desayuno y de leer el periódico? Para m u c h o s , la falta d e estructura de esas
horas es d e v a s t a d o r a . 11

Las personas ingresan en la experiencia descrita en un capítulo


anterior como el concepto de fluidez cuando se encuentran en el terre-
no neutral entre la presión máxima y la mínima. Cuando Csikszentmi-
halyi realizó un control de las personas pidiéndoles que llevaran beepers
y preguntándoles con cierta frecuencia qué estaban haciendo y cómo se
sentían, los informes más positivos provinieron de las personas que
estaban realizando tareas moderadamente exigentes, según sus habili-
dades. Las personas que hacían demasiadas cosas a la vez tendían a
sentirse muy estresadas. Pero las que no estaban haciendo nada, expe-
rimentaban poca sensación de fluidez y poco placer. Muchos psicólo-
gos contemporáneos creen que la experiencia de fluidez es un factor
importante para tener una vida feliz y satisfactoria. Los estudios muestran
que las experiencias de fluidez no son sólo estimulantes sino también
fortalecedoras: aumentan la autoestima, la competencia y la sensación
general de bienestar. 12

Mis propios estudios, como hemos visto, señalan las consecuencias


mixtas del ritmo rápido de vida. Las personas que viven en ambientes
rápidos son las más propensas en potencia a padecer las tensiones más
nocivas, como lo confirman los altos índices de afecciones cardíacas.
Pero también son las que cuentan con más probabilidades de lograr un
estándar alto de vida y, al menos en parte, debido a esto se sienten más
satisfechas en general con la vida que llevan. Los trabajos de Freedman
y Edwards y de Csikszentmihalyi apuntan a un campo diferente de satis-

11
Citado en D. Myers, op. cit, p. 137.
12
Estos y otros estudios relacionados se encuentran descritos en ibid.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 251

facción psicológica. Tratan sobre el placer y las tensiones que la gente


encuentra en el trabajo que está realizando cuando lo realiza, mientras
que nuestros estudios se refieren a cómo se siente la gente con respecto
a su vida en general. Pero es digno de notarse que sus resultados, al igual
que los nuestros, indican que la presión temporal tiene sus pros y sus
contras. El hecho de trabajar contra el reloj no siempre es estresante,
como tampoco la falta de presión temporal es relajadora en sí misma. La
presión temporal puede proporcionar energía y vigor cuando se toma
en la dosis adecuada.
Otra confirmación del argumento de los pros y los contras son los
resultados de un reciente estudio de padres que informan que están
bajo constante presión temporal en el trabajo. Ellen Greenberger y
sus colegas en la Universidad de California, en Irvine, observaron el
comportamiento paterno de ciento ochenta y ocho madres y padres
trabajadores, de niños entre cinco y siete años. Descubrieron amplias
diferencias en la manera en que los padres con presiones temporales
reaccionan a las exigencias en el hogar. Muchos de ellos seguían el
patrón estereotipado de regresar a su casa muy cansados y de tratar a
sus seres queridos con dureza. Pero los padres con trabajos exigentes
que son también complejos, competitivos y estimulantes tienen, en rea-
lidad, más probabilidades de ser cariñosos, cordiales y tolerantes en su
hogar. Estos hallazgos confirman lo que también pone en evidencia
13

nuestra investigación: el logro de un equilibrio entre el ritmo de vida


laboral y la vida no laboral puede ser más importante para la salud psi-
cológica y física que el hecho de realizar un trabajo de mucha o de poca
presión. 14

No hay, por supuesto, ninguna fórmula para el tiempo moderado.


La tarea difícil -el arte de vivir, en realidad- es descubrir el grado de pre-
sión adecuado para cada persona y actividad. Una estrategia útil que he
encontrado, por mi parte, para permanecer en los límites del tiempo
moderado es la de establecer reguladores temporales: alarmas de reali-
mentación que se disparan cuando estoy fuera de mi escala de velocidad
óptima. A veces las señales surgen de procedencias inverosímiles. En mi

13
E. Greenberg, R. O'Neil y S. Nagel, "Linking workplace and homeplace: Relations between the
nature of adults' work and their parenting behaviors", Developmental Psychology 30, 1994, pp.
990-1002.
" R . Levine y L. Conover, "The pace of tife scale: Development of a measure of individual diffe-
rences in the pace of Ufe", op. cit.
252 ROBERT LEVINE

caso particular, uno de los reguladores más claros y confiables ha resul-


tado ser un antiguo y desagradable impedimento al hablar, mi tenden-
cia a tartamudear cuando hablo más rápido que lo acostumbrado. No le
recomiendo a nadie, por supuesto, que empiece a tartamudear como
quien adquiere una nueva habilidad. (¡Dios nos libre!) Pero mi defecto
me ha permitido adquirir esta pequeña joya psicológica: con frecuencia,
éste impide que la cadencia de mi discurso se eleve a extremos manía-
cos, y aparece justo en el límite, más allá del cual mi velocidad empieza
a volverse desagradable e improductiva. Cuando era más joven, aprendí
a disminuir la velocidad de mis pensamientos para prevenir mi tartamu-
deo. Hoy en día, suelo usar mi tartamudeo para que me ayude a dismi-
nuir la velocidad de mis pensamientos. Para mi buena suerte, mi
regulador verbal ha resultado ser un medidor calibrado a la perfección.
Su zona de velocidad permitida armoniza muy bien con mi ritmo prefe-
rido de actividad interna.
El editor y escritor británico Robert McCrum cuenta que, no hace
mucho, un regulador temporal mucho más tiránico ingresó en su vida
por la fuerza. Durante el verano de 1995, sin ningún aviso, sufrió un ata-
que de apoplejía que le produjo una seria imposibilidad física. En un
ensayo titulado "Mi vieja y nueva vida", describe su frustración inicial con
la lentitud que causó en su vida.

En el pasado, era conocido por la velocidad impresionista con que hacía


las cosas. Al principio, el contraste era motivo de gran frustración. Tuve
que aprender a ser paciente. En inglés, los significados adjetivales y nomi-
nales de "paciente" vienen del latín y se refieren a "sufrimiento" o "aguan-
te": patientia. Un paciente es, por definición, el que atraviesa un "largo
sufrimiento".

Cuando preparaban a McCrum para la etapa de recuperación des-


pués de la crisis, uno de sus médicos le advirtió que el mundo le iba a pare-
cer en extremo veloz en su cuerpo limitado. "Usted está a punto de
ingresar en los rápidos", le dijo a modo de prognosis. Pero un año des-
pués, McCrum empezó a apreciar su cambio de vida temporal. "Me he
hecho amigo -declara- de la lentitud, como concepto y modo de vida". 15

Como bien observó Thoreau, debemos escuchar el son de nuestros


propios tambores. Lo que le genera aburrimiento a una persona puede

15
Robert McCrum, " M y oíd and new lives", The New Yorker, 27 de mayo de 1996, pp. 112-119.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 253

ser sobreestimulante para otra. A menudo oímos hablar a los citadinos


acerca de "salirse de la carrera de ratas" como si fuera un sentimiento
compartido por todos los habitantes de la ciudad, del mismo modo que
los adolescentes que viven en pueblos pequeños suponen que cualquier
persona en su sano juicio querría irse del "pueblucho" a buscar mayor
diversión. Pero el ritmo de un ambiente afecta a la gente de distintas
maneras. Las escalas de personalidad de ritmo de vida han demostrado
que es posible encontrar en ambientes tanto lentos como rápidos a per-
sonas con temperamentos tanto lentos como rápidos. Así llegamos a la
más complicada de todas las artes: el logro de una buena adaptación de
la persona a su ambiente (P-A).

La adecuación de la persona al a m b i e n t e

La adecuación de la persona al ambiente se relaciona con el placer


que experimentan las personas en general, con respecto a su vida social,
de ocio y de trabajo, e incluso a su ciudad y al país donde viven. Si ten-
demos hacia un nivel de gran actividad y preferimos ambientes veloces,
es mejor buscar trabajos exigentes con relación al tiempo y lugares de
vida más rápida; si sus preferencias se inclinan por un ritmo de vida más
lento, los trabajos frenéticos y las ciudades pueden convertirse (en sen-
tido literal, incluso) en el beso de la muerte.
Un estudio ya clásico de Robert Caplan, John French y sus colegas
en el Instituto de Investigación Social en la Universidad de Michigan
muestra cuáles son las consecuencias de la adecuación de la persona al
ambiente. Caplan y sus colegas midieron el grado de tensión y de fatiga
que padecían más de dos mil hombres que realizaban una mezcla hete-
rogénea de veintitrés diferentes trabajos de fábrica o manuales. El mejor
mecanismo de predicción de tensión laboral resultó ser la adecuación
del temperamento personal del trabajador a las características del tra-
bajo. El grado de la adecuación guardaba mayor relación con la tensión
psicológica que con el trabajo de la persona o con su temperamento,
considerados por separado. En otros términos, la adecuación es más
importante que el nivel objetivo de tensión del trabajo. De hecho, des-
pués de tomar en cuenta la adecuación de la persona al ambiente, casi
no hubo diferencias en la cantidad de tensión que los trabajadores expe-
rimentaron en las veintitrés ocupaciones diferentes. La adecuación P-A
estaba fuertemente relacionada con la satisfacción laboral, con la satis-
facción respecto de la cantidad de trabajo, el aburrimiento, la depresión,
254 ROBERT LEVINE

la ansiedad y la irritabilidad general. Estos hallazgos son notables, en


especial, porque dan algunas sugerencias fáciles de aplicar para el
aumento de la satisfacción laboral: los empleadores no suelen tener con-
trol sobre las características de un trabajo en particular, pero pueden
decidir quién realiza la tarea, basándose en el "temperamento" de los
trabajadores. 16

Del mismo modo, podemos interpretar la conexión entre el ritmo


de vida y la afección coronaria como una consecuencia de la adecuación
P-A. Debido a que tanto los lugares de ritmo rápido de vida como las per-
sonas que llevan ritmos rápidos de vida cuentan con altos porcentajes de
mortalidad debido a las afecciones coronarias, sería lógico esperar lo
peor para las personas Tipo A que viven en culturas Tipo A. Pero sería
caer en una sobregeneralización suponer que todos los individuos
siguen las pautas de su cultura, un estereotipo que los psicólogos trans-
culturales llaman la falacia ecológica. Los ambientes Tipo A afectan a las
personas de maneras diferentes. Hasta Ray Rosenman, uno de los coini-
ciadores y defensores acérrimos del concepto relativo al Tipo A, ha plan-
teado que debe tomarse en consideración tanto la persona como al
ambiente antes de hacer pronósticos sobre las afecciones coronarias.
Sostiene que la aflicción será mayor para los individuos Tipo A en
ambientes Tipo B y para los individuos Tipo B en ambientes Tipo A . 17

En el estudio de la Universidad de Michigan, por ejemplo, el


empleo que obtuvo los más altos puntajes en la escala de la personalidad
Tipo A fue el de administradores académicos. En la mayoría de las uni-
versidades, los administradores provienen de las filas de los profesores.
La vida laboral de los administradores académicos es, por lo general, de
ritmo rápido e incluye exigencias de límite de tiempo, mientras que los
profesores suelen tener más control sobre su tiempo. Pero los estudios
de Michigan descubrieron que los administradores no se sienten más
presionados por su trabajo que sus colegas, que permanecen en las filas
de los profesores. Un explicación posible sería el hecho de que los pro-
fesores a quienes atraen los trabajos administrativos Tipo A cuentan por

16
J. R. Frenen, R. D. Caplan y W. Harrison, The Mechanisms ofJob Stress and Strain, Nueva York,
John Wiley, 1982; y R. D. Caplan, S. Cobb, J. R. French, R. V. Harrison y S. R. Pinneau, Job
Demands and Worker Health: Main Effects and Occupational Differences, Ann Arbor, Mich., Ins-
titute for Social Research, 1980.
17
R. Rosenman, "The impact of anxiety and non-anxiety in cardiovascular disorders", artículo pre-
sentado en una conferencia sobre "Aplicaciones de diferencias individuales en la psicología del
estrés y la salud", Winnipeg, Manitoba, Canadá, 1987.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 255

lo general con temperamentos Tipo A, y éstas son las personas que sue-
len sentirse bien con las exigencias temporales de dichos trabajos. Del
mismo modo, mucho mejor sería que los neoyorquinos adictos al bulli-
cio de Wall Street se quedaran exactamente donde están.
Las afecciones coronarias siguen siendo la mayor causa de muerte
en los Estados Unidos. Los factores tradicionales (no Tipo A) de riesgo,
como la dieta, el cigarrillo y en especial la hipertensión, sólo dan cuen-
ta del 5 0 % de las causas. Si, como parece, la relación, en términos
18

temporales, entre personas y ambientes es una parte importante del


5 0 % restante, bien valdría la pena hacer un esfuerzo para que dichas
adecuaciones llegasen a funcionar.

El estimulante paradigma para comprender la adecuación persona-


ambiente surge de la investigación sobre el entrainment? social que lleva
a cabo el psicólogo Joseph McGrath y sus colegas en la Universidad de
Illinois. El concepto de entrainment, tomado de la biología, se refiere al
proceso a través del cual un ritmo temporal se ve capturado y modifica-
do por otro. Por ejemplo, una bandada de pájaros se vuelve bandada a
través del entrainment cada miembro utiliza su aparato sensorial bien afi-
nado para detectar y luego adaptarse a las señales ambientales. Del mis-
mo modo, los animales de manada se vuelven manadas por medio de la
sincronización de sus ritmos particulares. En las autopistas, los choferes
de vehículos motorizados pueden alcanzar grandes velocidades para
grandes distancias (en la mayoría de los casos) sin chocar unos con otros
debido al entrainment mutuo. En sus experimentos, McGrath y sus cole-
gas han demostrado que el entrainment aparece en un amplio espectro
de situaciones, que van desde la rapidez con que trabajan las personas
hasta el tempo de sus encuentros sociales. 19

La posibilidad de entrainment plantea una serie de preguntas.


¿Hasta dónde pueden las personas adaptarse a ambientes desagrada-
bles desde el punto de vista temporal, y viceversa? ¿En qué condiciones

18
L. Wright, "The Type A behavior pattern and coronary artery disease", American Psychologist
43, 1988, pp. 2-14.
* A falta de una traducción oficial del entrainment, hemos optado por dejarlo en inglés. El con-
cepto del término incluye, entre otros, los significados de "sincronización", "acoplamiento" y
"ajuste". [T]
,9
Véanse, por ejemplo, J. R. Kelly, "Entrainment in individual and group behavior", en J. McGrath
(ed.), op. cit, pp. 89-110; y J . McGrath, "The place of time ¡n social psychology: Nine steps
toward a social psychology of t i m e " , artículo presentado en la reunión de la Sociedad Interna-
cional para el Estudio del Tiempo, Glacier Park, Montana, junio de 1989.
256 ROBERT LEVINE

es más probable que ocurra, y cuándo es más exitoso? ¿Qué tipo de


persona es la más apropiada para la adaptación temporal? ¿Podemos
diseñar ambientes capaces de adaptarse a los ritmos preferidos de los
individuos?
La posibilidad de entrainment recalca la importancia de ajustar nues-
tros ritmos al de los que nos rodean. Si deseamos alcanzar lo que Cari
Jung llama sincronicidad, tiene que haber flexibilidad temporal en
ambas partes de la ecuación persona-ambiente.

Multitemporalidad

En la psicología personal existe un concepto interesante conocido


con el término de "androginia psicológica". Las investigaciones tradi-
cionales sobre las diferencias sexuales psicológicas han tratado la mas-
culinidad y la feminidad como polos opuestos. Los primeros estudios
constataron el nada sorprendente hecho de que las personalidades de
tipo masculino estereotipado tienen más probabilidades de lograr sus
objetivos en situaciones que requieren cualidades tales como la agresivi-
dad, mientras que los tipos "femeninos" se desempeñan mejor en situa-
ciones que requieren rasgos tales como los relacionados con el cariño y
el cuidado y la expresión de emoción. Puesto que el éxito profesional
siempre fue asociado con las destrezas masculinas, como resultado de
este estereotipo muchas mujeres profesionales se han visto en la necesi-
dad de confrontar dudas acerca de su feminidad; cuanto más exitosas
eran, más sentían que eran miradas como hombres en mayor medida
que como mujeres.
Pero una generación reciente de psicólogas sociales -líderes
como Sandra Bem y Janet Spence- ha cuestionado la hipótesis de que
la habilidad de las mujeres para competir en tareas masculinas tradi-
cionales exija por fuerza la renuncia de su lado femenino. Fueron ellas
las que desarrollaron el concepto de androginia psicológica. Las per-
sonas andróginas desde el punto de vista psicológico combinan los ras-
gos masculinos tradicionales (tales como la agresividad) y los rasgos
femeninos (tales como los de proporcionar cariño y cuidado) en las
características de su personalidad. La persona andrógina no es un
ente neutro desde el punto de vista psicológico, ubicado a mitad de
camino entre la extrema masculinidad y la extrema feminidad, sino
alguien que tiente fuertes atributos masculinos como femeninos a su
disposición.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 257

Varios estudios han puesto en evidencia el valor de la androginia


psicológica. Mientras que los tipos masculinos se desempeñan mejor en
situaciones "masculinas" y los tipos "femeninos" sobresalen en situacio-
nes femeninas, los experimentos han demostrado que las personas
andróginas -tanto hombres como mujeres— tienen más probabilidades
de triunfar en tareas que son a la vez masculinas y femeninas. Ha que-
dado demostrado, por ejemplo, que las personalidades masculinas y
andróginas están mejor equipadas que los tipos femeninos para sopor-
tar las presiones de grupo que exigen conformidad, pero que las per-
sonas femeninas y andróginas realizan mejor tareas tales como la de
asesoramiento a estudiantes con problemas. Cónyuges andróginos y 20

femeninos, tanto maridos como esposas, también tienden a ser más feli-
ces en su matrimonio. En otras palabras, la persona andrógina tiene
21

acceso a lo mejor de ambos mundos.


El ritmo de vida transcurre de modo análogo. "La cuestión no es
en qué piso del edificio vives - c o m o dice Ken Wilber, el psicólogo
transpersonal- sino a cuántos pisos tienes acceso mientras te abres
camino en la vida". Para su mejor solución, muchas situaciones exi-
22

gen el enfoque temporal relacionado con un ritmo rápido de vida:


velocidad, atención al reloj, orientación futura, la capacidad de valorar
el tiempo como si fuera dinero... Otros aspectos de la vida - e l descan-
so, el ocio y el tiempo libre, la reflexión, las relaciones sociales- res-
ponden en forma más adecuada a las actitudes relajadas con respecto
al tiempo. La persona, o la cultura, que combina ambas formas en su
registro temporal -y mejor aun si puede disponer de una multiplicidad
de modos temporales- tiene más probabilidades de enfrentar con éxi-
to todas las situaciones. Jeremy Rifkin menciona los peligros de los
guetos temporales. Las personas que se ven limitadas a bandas tempo-
rales rígidas y estrechas no están preparadas para decidir sobre su
futuro o su destino político. La multitemporalidad es la vía de esca-
23

pe de los guetos temporales. La mejor respuesta a la pregunta "¿cuál es


el mejor ritmo de vida?" bien puede ser la de tener la habilidad para

20
S. L. Bem, W. Martyna y C. Watson, "Sex typing and androgyny: Further explorations of the
expressive domain", Journal of Personality and Social Psychology 43, 1976, pp. 1016-1023.
2
' T. N. Bradbury y F. D. Fincham, "Individual difference variables in cióse relationships: A contex-
tual model of marriage as an integrative f r a m w o r k " , Journal of Personality and Social Psycho-
logy 54, 1988, pp. 713-721.
"Citado en T. Schwartz, What Really Matters, Nueva York, Bantman, 1995, p. 367.
2 3
J . Rifkin, op. cit.
258 ROBERT LEVINE

actuar con rapidez cuando la ocasión lo requiere, aflojar cuando se


acabe la presión y comprender las muchas tonalidades de gris que ello
implica. Según Lewis Mumford:

Si bien nuestra p r i m e r a reacción ante la presión e x t e r n a del t i e m p o


adquiere p o r fuerza la f o r m a de reducción d e la velocidad, los efectos sub-
siguientes de liberación tendrán que ser los d e hallar el t e m p o y la medi-
da adecuados p a r a todas las actividades h u m a n a s ; en síntesis, llevar el
ritmo en la vida c o m o se lleva en la música; n o se trata de o b e d e c e r el c o m -
pás m e c á n i c o del m e t r ó n o m o - u n aparato p a r a principiantes-, sino d e
e n c o n t r a r los tempos apropiados d e pasaje en pasaje, m o d u l a n d o el ritmo
c o n f o r m e a la necesidad y al designio h u m a n o . 2 4

Al igual que el andrógino psicológico, la persona y la cultura mul-


titemporal no forman parte del promedio; más bien tienen la habili-
dad de conducirse con rapidez o con lentitud según las exigencias.
Otro resultado nada sorprendente y muy significativo del estudio de la
Universidad de Michigan fue que la flexibilidad personal (en oposi-
ción a la rigidez) constituye un amortiguador eficaz contra las tensio-
nes y la insatisfacción laboral, sin importar cuál sea la ocupación de la
persona. El europeo que trabaja duro para alcanzar sus metas, pero
que puede bajar la velocidad para disfrutar de la dolce vita, el fruto de
su trabajo, posee un elemento de la multitemporalidad. El trabajador
japonés que se destaca tanto en la velocidad como en la lentitud tam-
bién conoce dicha habilidad. No quiero decir con esto que todos los
trabajadores europeos y japoneses han logrado dominar la multitem-
poralidad. De hecho, los datos más bien ponen en evidencia el alto
costo que el ritmo rápido de vida impone a muchos de esos países. No
es casual que los índices de afecciones coronarias en Europa occiden-
tal sean los más altos del mundo y que el suicidio se haya convertido en
un problema serio en el Japón. Sin embargo, los valores tradicionales
en estas culturas ofrecen modelos potenciales -especies de recetas-
que iluminan caminos por medio de los cuales el individuo sensato
puede asumir el control de su tiempo.
Como afirma Joyce Carol Oates: "El tiempo es el elemento en el
que existimos... O nos lleva consigo o nos ahoga". Cómo ser producti-
vo con comodidad, cómo reducir la tensión temporal en la que se basa

Citado en R. Keyes, op. cit, p. 192.


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 259

ese logro y cómo encontrar, a la vez, el tiempo necesario para las rela-
ciones afectivas y para una sociedad civilizada: en esto consiste el desa-
fío multitemporal.

T o m a r el mando

Y el fin de toda exploración será llegar a donde empezamos


Y conocer el lugar por primera vez...
T. S. ELIOT, Cuatro cuartetos

Una última anécdota. Mientras planeaba lo que acabaría siendo mi


viaje de doce meses alrededor del mundo, parecía como si todos los via-
jeros habituales o frustrados que me encontré en esos días tenían siem-
pre algún consejo que darme. Los consejos incluían desde listas de
lugares que yo no podía dejar de visitar, o de evitar, hasta descripciones
de lo que me pasaría con sólo pensar en beber el agua. Pero la frase más
profética de todas apareció en el lugar más inusitado. Mientras estaba
sentado en la silla de un dentista poco mundano, con la boca llena de
esas cosas desagradables, éste me hizo la observación no odontológica
más larga desde que lo conozco: "Una vez fui a otro país. Se aprende
mucho sobre uno mismo".
Dio en el clavo, sin duda. Después de un año de vagabundear por
unos veinte países en tres continentes, visitando las maravillas turísti-
cas de lugares distantes, desde la Gran Muralla china hasta el Muro de
los Lamentos en Jerusalén, mientras reunía los datos multinacionales
que se convertirían en el centro de mi investigación profesional desde
entonces, lo que sobre todo traje conmigo al regresar a casa fue un
nuevo punto de vista.
Mis percepciones más duraderas, las que siguen siendo decisivas
en la manera en que llevo mi vida, siempre parecen girar en torno al
tema del tiempo. Cuando las personas viajan por períodos extensos,
parece como si llegaran a un punto en el que se deslizan hacia la con-
ciencia de la persona errante. La mayoría de los viajeros a los que les
he preguntado sobre esta transición me dijeron que el momento críti-
co suele darse alrededor de los tres meses. Después, los días de la sema-
na e incluso los meses del año - e n especial para los que tenemos la
sensatez de buscar los lugares con clima cálido- empiezan a fusionar-
260 ROBERT LEVINE

se entre sí. Las expectativas y los planes para el futuro se atrofian o se


vuelven inexistentes.
Hay algo con respecto a los cambios frecuentes y rápidos, y a menu-
do drásticos, que pareciera constituir la base misma de los viajes prolon-
gados: por ejemplo, decidir a mitad del desayuno hacer las valijas y seguir
rumbo a otro país antes de la hora de salida del hotel; o poner fin a una
amistad porque uno de los compañeros decide ir hacia el este y el otro
hacia el oeste. Y todo eso no deja otra alternativa que la de vivir en el pre-
sente, día a día. La fuerza es tan grande que la elección parece más somá-
tica que volitiva. Sé por mi experiencia que, al final de cada excursión
larga, me sentía como si fuera incapaz, en términos físicos, de fijar la men-
te en el futuro o en el pasado. Esto no significa de ningún modo que yo
hubiera trascendido el tiempo hasta alcanzar alguna idílica conexión zen
con el presente; la mayoría de las veces, estaba en la luna, como suele
decirse. Era una especie de limbo temporal. Dado que había pasado has-
ta ese momento la mayor parte de mi vida como una persona orientada
hacia el futuro -mi futuro definido a menudo por las expectativas de los
demás-, me parecía incluso casi cómico observar cómo mi mente era
incapaz de concentrarse en lo que podría pasar al día siguiente, aun cuan-
do se tratara de algo que hubiera anticipado durante meses, como mi pri-
mera visita a las grandes pirámides de Egipto. Pero era sin duda alguna
el tictac de mi propio reloj. Como dijo alguna vez el filósofo Johann
Herder: "Todo lo pasajero lleva la medida de su tiempo dentro de sf'.
Así que al regresar a mi país para volver a desempeñar mi papel
como profesor universitario tenía la sensibilidad de un vagabundo. Mi
intelecto estuvo temporalmente fuera de servicio, y me sentía des-
orientado debido a gran parte de los componentes habituales de la
conmoción cultural. Muchos viajeros frecuentes podrán contarles que
la conmoción del retorno a casa suele ser más perturbadora que la de la
partida. Creo que esto se debe a que volvemos con la ilusión de que,
estando en casa, nos es permitido por fin bajar la guardia e interrum-
pir la trabajosa tarea de enfrentarnos con el cambio continuo. (Y con
razón, la palabra inglesa "traveV* está relacionada con el término fran-
cés "travail", que significa trabajo duro y tormento). Pero los psicólo-
gos sociales les dirán que, en realidad, las personas se vuelven blancos
fáciles en el preciso instante en que empiezan a sentir la "ilusión de
invulnerabilidad".

* "Viaje" en castellano. [T.l


UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 261

Me dirigí a mi despacho de la universidad tratando de parecerme


a Mr. Chips - e l maestro tímido y dedicado-, pero sintiéndome más
como Rip Van Winkle -insensible y anestesiado-. Estaba asustado,
tenía miedo de regresar a casa otra vez; no en el sentido descrito por
Thomas Wolfe, temía no poder volver a representar el papel profesio-
nal que se esperaba de mí. Lo que ocurrió acto seguido me tomó por
sorpresa. De pronto, como si se hubiera movido una palanca, sentí
que la mente se me transformaba, como la imagen de una mala pelí-
cula, en la psique impulsada por el tiempo que había estado allí, en
ese mismo lugar, un año antes. Sentí como si todas las tareas que se
esperaban del "profesor Levine" se me hubieran venido encima de
golpe. Sabía lo que tenía que hacer y la hora y el lugar donde debía
hacerlo. Durante todo el año a mi universidad le había ido muy bien,
aun sin mí. Y ahora, con la atemorizante inmediatez, mi futuro se ati-
borraba de nuevo con una buena ración de obligaciones y deberes. Mi
agenda estaba llena.
Un parte en mí le daba la bienvenida a la vida estructurada y a la
normalidad. Pero una voz más poderosa protestaba diciendo que el
retorno a casa no significaba actuar con excesivo ardor y celo. ¿Debía
reprimir todos los cambios que había atravesado? En uno de esos raros
instantes de cordura interior, la voz más fuerte me ordenó salir del edi-
ficio para reflexionar con cuidado sobre estas cosas.
Cuando me sentí capaz de considerar mi situación con cierta obje-
tividad, se me ocurrió que mi conmoción cultural era tan sólo una para-
da en el limbo, es decir, en el puente entre dos modos de vida: por un
lado, la espontaneidad del día a día del viaje de larga duración y, por la
otra, la vida manejada por horarios de mi actividad profesional. De
hecho me encontraba oprimido entre las mismas fuerzas temporales
que me había dedicado a estudiar. Quizá se trataba de un poco de curry
nepalés no digerido, pero de pronto me di cuenta de que estaba pen-
sando en el Libro Tibetano de los Muertos, el sagrado texto budista que
nos enseña cómo controlar en forma consciente los procesos de agonía,
de muerte y de renacimiento. Según el libro, la muerte es el estado inter-
medio entre la vida y la inevitable reencarnación (excepto la de los
pocos que pertenecen a la categoría de súper budas) en la Tierra. La
transición después de la muerte debe ser manejada con cuidado y pre-
cisión, ya que ofrece la singular oportunidad de moldear consciente-
mente el carácter de la próxima vida:
262 ROBERT LEVINE

Imprevisor eres al desperdiciar la gran oportunidad;


equivocado, en verdad, será ahora tu propósito si retornas
con las manos vacías.
El Libro Tibetano de los Muertos 25

Me sentí como si yo también estuviera entre dos encarnaciones. Mi


deber ahora era descubrir lo que podía conservar de la vida que dejaba
y realzar la vida a la que me estaba acercando. Y en ese momento tuve
una percepción más bien sencilla que me ayudó a mejorar mi vida: com-
prendí que tenía la rara oportunidad de romper el círculo de los hábi-
tos inútiles y las compulsiones. Tomé la resolución de que cada vez que
me viera a mí mismo retomando las actividades previas a mi viaje -ya
fuera una tarea profesional, como encontrarme con un alumno, dictar
una clase o redactar un trabajo de investigación; ya fuera una actividad
social, desde salir a almorzar con un colega o intercambiar saludos con
un conocido hasta contestar el teléfono- estaría pendiente de mis reac-
ciones automáticas con el fin de atajarlas. Y haría una pausa: entonces
me plantearía dos preguntas. Primero, ¿esto es algo que debo hacer de
todas maneras? Y segundo, ¿se trata de algo que elijo hacer? A menos que
hubiera una respuesta afirmativa a alguna de esas dos preguntas, no per-
dería el tiempo en el intento.
En las semanas siguientes me planteé las preguntas en forma com-
pulsiva. Descubrí que la respuesta a la pregunta sobre el deber era "no"
por lo general; por cierto, hubo más negativas de las que había anticipa-
do. Reconozco, por supuesto, que mi cociente potencial de "noes" pue-
de ser más alto que el de la mayoría. Después de todo, tengo la suerte de
ejercer una profesión que permite una enorme capacidad de control
personal. Por otra parte, en esa época, no tenía la responsabilidad de
una esposa e hijos. Pero aun así, me resultaba sorprendente comprobar
la tranquilidad con que mis colegas y compañeros podían, al parecer,
sobrevivir sin mi participación. La mayoría de las veces esa respuesta de
"no" modal me dejaba pensando con respecto a mis opciones en cuan-
to al segundo criterio. Y en este caso, quedé sorprendido de la cantidad
de mis respuestas afirmativas. Lo más inesperado fueron las veces que
elegí actividades más bien mundanas.

Citado en Lama Anagarika Govinda, "Introducción", lii-lxiv, en W. Y. Evans-Wentz, The Tibetan


Book oí the Dead, LX, Nueva York, Oxford University Press, 1960.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO 263

Después de todo lo dicho y hecho, después de que se cumplió mi


período de transición, sentí que controlaba mi vida como nunca antes,
y es una sensación que guardo hasta el presente. Comprendo que mi
tiempo es de veras mi tiempo. Y a pesar de que el ritmo de mi vida, como
el de todos los demás, sigue las pautas del mundo que me rodea, he lle-
gado a la conclusión de que la gente tiene mucho más control sobre sus
tempos de lo que se permite creer. Y he podido vislumbrar otra verdad
fundamental: que nuestro tiempo es nuestra vida. Como dijo Miles
Davis: "El tiempo no es lo principal. Es lo único". Al final, el modo en
26

que construimos y utilizamos nuestro tiempo define la textura y la cali-


dad de nuestra vida. El hecho de asumir el control de la estructura de
nuestro tiempo es mi definición de lo que significa evitar "dedicarse a las
actividades inútiles de esta vida", como figura en el Libro Tibetano de los
Muertos.
Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que he obtenido de mis
estudios sobre el sentido del tiempo de otras culturas. Me permito recu-
rrir una vez más a la imagen del Wakefield de Hawthorne, según Russell
Banks: había salido de mi casa y esto es lo que se me apareció cuando
miré hacia atrás para "descubrir qué es lo que hay de verdadero allí". 27

Eso, nada más. Quizá no esté a la altura de la "clara luz primaria" que los
budistas tibetanos esperan ver a la entrada de la vida después de la muer-
te, pero sí sé que mi tiempo ha sido un poco más mío desde entonces.

26
S. Pínker, op. cit, p. 209.
27
"Itchy feet and pencils: A s y m p o s i u m " , The New York Times Book Review, 18 de agosto de
1991.
¿Qué es el tiempo? ¿Cómo se mide y se percibe? ¿Es el
mismo para los habitantes de distintas ciudades?
Como ocurre con otras creencias culturales, el tiempo que
vivimos nos resulta tan natural como el aire que respiramos.
Pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre cuánto
demoran en darnos el vuelto en el banco, si los relojes de
las oficinas públicas tienden a estar en hora o cuánto se
tarda en cruzar la calle. Será acaso porque, en todo el
mundo, los niños adquieren los conceptos básicos de su
propia sociedad sobre las nociones de temprano y tarde; la
espera y el apuro; el pasado, el presente y el porvenir.
En este libro, Robert Levine nos zambulle en esa dimen-
sión de la experiencia diaria que habitualmente damos
por sentada: nuestra percepción del tiempo. El autor, que
ha dedicado su carrera al estudio de ese precioso objeto,
nos invita a un encantador paseo por el tiempo a través de
las épocas y alrededor del mundo. Con él viajamos a
Brasil, donde llegar tres horas tarde es algo perfectamen-
te aceptable, y al Japón, donde se nos revela un sentido
del largo plazo inaudito en Occidente. En algunas comu-
nidades de los Estados Unidos descubrimos que el creci-
miento demográfico afecta el transcurso de la vida, e
incluso el de una caminata. Recorremos la Antigua Grecia
para examinar los primeros instrumentos de medición y
los relojes de sol, y luego nos desplazamos a través de los
siglos hasta el inicio del "tiempo reloj" creado durante la
revolución industrial.
UNA GEOGRAFÍA DEL TIEMPO muestra que el modo
en que la gente interpreta el tiempo de su vida abarca un
mundo de diversidad: de cultura a cultura, de ciudad a
ciudad y de vecino a vecino. Dado que el tiempo es una
construcción humana que define y demarca culturas, que
influye sobre la vida social y hasta sobre la salud de las per-
sonas, deberíamos aprender a funcionar en medio de una
sociedad multitemporal, donde cada individuo sea el por-
tador de su propia geografía del tiempo.

ISBN: 987-1220-66-9

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