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INJURIAS, CALUMNIA, DIFAMACIÓN Y

FACEBOOK (REDES SOCIALES)


Rama del Derecho: Derecho Penal. Descriptor: Derecho Penal Especial.

Palabras Claves: Difamación, Injuria, Calumnia, Facebook, Red Social, Libertad de Expresión,
Delitos contra el Honor, Messenger, Artículos 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 155
del Código Penal.

Fuentes de Información: Normativa y Jurisprudencia. Fecha: 26/11/2018.

Nombre del Investigador: Simons Salazar García.

Contenido

RESUMEN ...................................................................................................................................2

NORMATIVA ............................................................................................................................. 2
Delitos contra el Honor ....................................................................................................2

JURISPRUDENCIA ....................................................................................................................4
1. Acusación por Injuria Interpuesta con Base en Publicación Aparecida
en Página Web de Facebook ........................................................................................... 4
2. Alcances de la Red Social Facebook Respecto a los Delitos Contra el
Honor ......................................................................................................................................6
3. Publicación en Facebook sobre la Falta de Pago de una Deuda .................8
4. Facebook y Delitos contra el Honor .....................................................................9
5. Delitos contra el Honor y las Publicaciones en Facebook ......................... 15
6. Comunicaciones por el Messenger de Facebook .......................................... 20
7. Libertad de Expresión, Facebook y Delitos contra el Honor .................... 24

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RESUMEN

El presente informe de investigación recopila normativa y jurisprudencia sobre las


Injurias, Calumnias y Difamación y Facebook (Redes Sociales), considerando los
supuestos normativos de los artículos 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 154,
155 del Código Penal y el criterio de los Tribunales de Justicia costarricenses.

NORMATIVA

Delitos contra el Honor

[Código Penal]i

Artículo 145. Injurias. Será reprimido con diez a cincuenta días multa el que ofendiere
de palabra o de hecho en su dignidad o decoro, a una persona, sea en su presencia,
sea por medio de una comunicación dirigida a ella.

La pena será de quince a setenta y cinco días multa si la ofensa fuere inferida en
público.

Artículo 146. Difamación. Será reprimido con veinte a sesenta días multa en que
deshonrare a otro o propalare especies idóneas para afectar su reputación.

Artículo 147. Calumnia. Será sancionado con cincuenta a ciento cincuenta días multa
en que atribuya falsamente a una persona la comisión de un hecho delictivo.

Artículo 148. Ofensa a la memoria de un difunto. Será sancionado con diez a


cincuenta días multa, el que ofendiere la memoria de una persona muerta con
expresiones injuriosas o difamatorias. El derecho de acusar por este delito comprende
al cónyuge, hijos, padres, nietos y hermanos consanguíneos del muerto.

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Artículo 149. Prueba de la verdad. El autor de injuria o de difamación no es punible, si
la imputación consiste en una afirmación verdadera y ésta no ha sido hecha por puro
deseo de ofender o por espíritu de maledicencia.

Sin embargo, el acusado sólo podrá probar la verdad de la imputación:

1) Si la imputación se hallare vinculada con la defensa de un interés público actual; y

2) Si el querellante pidiere la prueba de la imputación contra él dirigida, siempre que


tal prueba no afecte derechos o secretos de terceras personas.

El autor de calumnia y de difamación calumniosa podrá probar la verdad del hecho


imputado, salvo que se trate de delitos de acción o de instancia privada y que éstas no
hayan sido promovidas por su titular.

(Nota de Sinalevi: Con respecto a la incompatibilidad de este artículo con


el párrafo primero del artículo 13 de la Convención Americana de Derechos
Humanos, ver Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
de 2 de julio de 2004. H.U. vs. C.R.)

Artículo 150. Prejudicialidad. Si el hecho imputado es objeto de un proceso pendiente,


el juicio por calumnia o difamación calumniosa, quedará suspendido hasta que en
aquél se dicte sentencia, la cual hará cosa juzgada acerca de la existencia o inexistencia
del hecho.

Artículo 151. Exclusión de delito. No son punibles como ofensas al honor los juicios
desfavorables de la crítica literaria, artística, histórica, científica o profesional; el
concepto desfavorable expresado en cumplimiento de un deber o ejerciendo un
derecho siempre que el modo de preceder o la falta de reserva cuando debió haberla,
no demuestren un propósito ofensivo.

Artículo 152. Publicación de ofensas Será reprimido, como autor de las mismas, el que
publicare o reprodujere, por cualquier medio ofensas al honor inferidas por otro.

(Nota de Sinalevi: Con respecto a la incompatibilidad de este artículo con


el párrafo primero del artículo 13 de la Convención Americana de Derechos
Humanos, ver Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
de 2 de julio de 2004. H.U. vs. C.R.)

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Artículo 153. Difamación de una persona jurídica. Será reprimido con treinta a cien
días multa, el que propalare hechos falsos concernientes a una persona jurídica o a sus
personeros por razón del ejercicio de sus cargos que puedan dañar gravemente la
confianza del público o el crédito de que gozan.

Artículo 154. Ofensas en juicio. Las ofensas contenidas en los escritos presentados o
en las manifestaciones o discursos hechos por los litigantes, apoderados o defensores
ante los Tribunales, y concernientes al objeto del juicio, quedarán sujetas únicamente
a las correcciones disciplinarias correspondientes.

Artículo 155. Publicación reparatoria. La sentencia condenatoria por ofensas al honor


cometidas públicamente deberá ordenar, si el ofendido lo pidiere, la publicación del
pronunciamiento a cargo del condenado. Esta disposición es también aplicable en caso
de retractación.

JURISPRUDENCIA

1. Acusación por Injuria Interpuesta con Base en Publicación Aparecida en


Página Web de Facebook

[Tribunal de Apelación de Sentencia Penal, III Circuito Judicial de Alajuela, San Ramón]ii
Voto de mayoría:

“ III. […] Examinada la sentencia y ponderados los autos, le asiste razón al querellante.
El Tribunal de Juicio de Aguirre y Parrita dictó sentencia de sobreseimiento definitivo
contra persona ignorada. Para fundamentar esa decisión, el juez de juicio indicó que
de conformidad con el artículo 74 inciso b) del Código Procesal Penal, la querella se
debió declarar inadmisible, por cuanto el querellante no aportó información valiosa
para identificar a la persona que pretendía acusar. Además sustentó su decisión, al
expresar que de conformidad con el artículo 6 de la Convención Interamericana sobre
Asistencia Mutua en Materia Penal, se requiere que el delito investigado esté
reprimido con un mínimo de un año de prisión, y el delito querellado está reprimido
con días multas, por lo que no es factible gestionar la ayuda judicial. El razonamiento
esbozado por el aquo es incorrecto. El artículo 381 del Código Procesal Penal, dispone,
entre otros aspectos, que para el trámite de las querellas por delitos de acción privada,
cuando sea necesario individualizar al imputado, el Tribunal de Juicio prestará el
auxilio correspondiente al querellante. La normativa procesal citada es clara, al

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establecer que es competencia del Tribunal de Juicio, realizar todas aquellas diligencias
que el querellante por sí mismo no puede realizar, a fin de lograr individualizar al
encartado de un delito de acción privada. Aclarado este punto, se tiene que esta
sumaria penal inició por querella privada interpuesta por [Nombre 003], por el delito
de injurias, previsto en el artículo 145 del Código Procesal. Del escrito de interposición,
se deduce que la acción penal se interpuso contra persona ignorada (folios del 1 al 5),
por desconocerse quién es el administrador de la página web donde hicieron varias
publicaciones. Además, según se desprende de los hechos acusados, el administrador
de la página “Corazón Quepeño” hospedada en la red social Facebook, realizó una
serie de comentarios, los cuales a criterio del querellante son injuriosos y dañan el
honor del ofendido [Nombre 003]. Ahora bien, una vez instaurada la querella, y
conforme lo solicitó el querellante, el Tribunal de Juicio de Aguirre y Parrita, prestó el
auxilio judicial previo a la parte gestionante (artículo 381 del Código Procesal Penal), a
fin de realizar las diligencias de investigación necesarias para identificar al probable
autor de los hechos querellados. Para ello, la jueza Maureen Víquez Córdoba,
mediante oficio número 68-TJQP-2016, solicitó ante la Delegación del Organismo de
Aguirre y Parrita, se realizaran las diligencias pertinentes para individualizar al
imputado (folio 30). Dicha gestión dio como resultado los informes numerados 0452-
SI-SDRQP-2016 y 148- SDI-2016, de los cuales se deduce que el único mecanismo para
individualizar al administrador de la página web “Corazón Quepeño”, es que la
empresa Facebook, con sede en Estados Unidos, remita el historial de ingresos de
direcciones “ips”, así como las fechas y horas de acceso a dicha página, con la finalidad
de establecer la identidad de la persona responsable del uso de esa página web
(folios31 al 35). Por otra parte, se tiene que la Oficina de Asesoría Técnica y Relaciones
Internacionales de la Fiscalía General, informó al juez del Tribunal de Juicio, que en
este caso concreto, el único mecanismo legal existente para solicitar información al
Gobierno de los Estados Unidos, es mediante una carta rogatoria, toda vez que no se
puede utilizar el mecanismo establecido en la Convención Interamericana sobre
Asistencia Mutua en Materia Penal, debido a que ese instrumento sólo es aplicable
para causas penales, en las que el delito investigado esté reprimido con un año o más
de prisión (folios 44 al 45). Es decir, no es correcta la afirmación que contiene el fallo,
en la que se expresa que se han agotado todos los mecanismos existentes para
identificar al imputado, toda vez, que el Tribunal de Juicio está facultado para expedir
la carta rogatoria, que ha solicitado la parte querellante. Sobre este particular, es
necesario indicar que en nuestro ordenamiento jurídico, el artículo 41 de la
Constitución Política, indica “ocurriendo a las leyes, todos han de encontrar reparación
para las injurias o daños, que hayan recibido en su persona, propiedad o intereses
morales. Debe hacérseles justicia pronta, cumplida, sin denegación y en estricta
conformidad con las leyes”. El anterior precepto constitucional garantiza el acceso a la
justicia, e incluye la tutela judicial efectiva para las ofensas contra el honor de una
persona. Por lo que en el caso concreto, existiendo todavía un mecanismo legal para

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diligenciar la solicitud de información al exterior, consistente en la carta rogatoria, el
Tribunal de Juicio, según lo dispone el numeral 381 del Código Procesal Penal, debe
agotar esa vía, a fin de que la autoridad competente del Gobierno de los Estados
Unidos, indique si es factible o no obtener los datos que se requieren de la empresa
Facebook, que permitan individualizar a la persona administradora de la página web
de interés en este caso. En consecuencia, se anula la sentencia de sobreseimiento
definitivo número 92-TJPQP-2016. Se remiten los autos ante el Tribunal de Juicio de
Aguirre y Parrita, para que realice el trámite respectivo al que se ha hecho alusión en
este fallo”.

2. Alcances de la Red Social Facebook Respecto a los Delitos Contra el


Honor

[Tribunal de Apelación de Sentencia Penal de Cartago]iii


Voto de mayoría

“II. En el primer motivo interpuesto, alega el recurrente violación a la oralidad y


concentración de la prueba. Indica, que el tribunal de instancia optó por la absolutoria
de la querellada por considerar que la acusación particular se encontraba mal
planteada, al incluir una historia y no, una relación precisa y circunstanciada del hecho
atribuido. Se entendió que, de esa forma, no se puede deducir cuándo, dónde y cómo
se dieron los hechos. Sin embargo, en criterio del quejoso, ello no es así y, por el
contrario, la querella presentada sí detalla la fecha en que ocurrieron los insultos y el
medio utilizado, la red social "facebook". Además, la prueba documental y testimonial,
estableció el cómo de la conducta atribuida, pero el juzgador ni siquiera la tomó en
cuenta. Agrega quien recurre que, además, el tribunal de sentencia entendió que la
situación aludida constituye un vicio no subsanable por encontrarse la causa en
debate, cuando desde el inicio se planteó la existencia del mismo por parte de la
defensa. Para el recurrente, debió aplicarse el artículo 15 del Código Procesal Penal y
advertirse el vicio para su corrección oportuna. La queja es de recibo. Al margen de lo
alegado por el interesado, esta Cámara advierte que existe un defecto de carácter
absoluto, relacionado con la integración del tribunal sentenciador, según lo prevé el
artículo 178 inciso b) del Código Procesal Penal. De la simple lectura de los hechos
querellados, se entiende con absoluta claridad que se trata de hechos denunciados
como cometidos mediante la red social "Facebook" (cfr. archivo digital en expediente
electrónico de interposición de querella). De ahí que, en la especie nos encontramos
frente a un delito cometido contra el honor, mediante el empleo de un medio de
comunicación colectiva, cuya juzgamiento corresponde a un tribunal colegiado, de
conformidad con lo dispuesto por el artículo 96 inciso 3) de la Ley Orgánica del Poder
Judicial. Dicha norma establece, en lo que interesa: "...Los tribunales penales de juicio
estarán conformados al menos por cuatro jueces y se integrarán, en cada caso, con tres

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de ellos, para conocer de los siguientes asuntos:...3.-Del proceso por delitos de injurias
y calumnias realizados por los medios de comunicación colectiva. En tal caso, el
tribunal nombrará a uno de sus miembros para que ejecute los actos preliminares al
juicio."

Así debe entenderse, pues este tipo de red social reúne el carácter de medio de
comunicación social, por su capacidad de transmitir información en tiempo real, a un
número indeterminado de personas. Este mismo tribunal, con una integración diversa,
tuvo oportunidad de pronunciarse al respecto, y entendió que: "...La página dicha de
Facebook funciona dentro de Internet; esto reviste una serie de particularidades que
conviene reseñar, sobre todo porque es una red social, y las redes sociales pertenecen a
una fase más evolucionada de Internet denominada Web 2.0, que puede definirse
como el conjunto de redes, tecnologías y sistemas que conforman la sociedad de la
información. Estos elementos mencionados, encuentran en Internet su principal
escenario de acción. Esta nueva web, es una web dinámica, participativa y
colaborativa, donde los usuarios se convierten en protagonistas activos, creando y
compartiendo contenido, opinando, participando, relacionándose. (Ver O'Reilly (Tim).
¿Qué es Web 2.0.? Patrones del diseño y modelos del negocio para la siguiente
generación del software
http://sociedadinformacion.fundacion.telefonica.com/DYC/SHI/seccion=1188&idioma=
es_ES&id=2009100116300061&activo=4.do?elem=2146/ 17 de octubre de 2012). Si
bien en la actualidad, el mismo Tim O'Reilly, quien acuñó el término Web 2.0. considera
que con el advenimiento de la "nube" (entendida ésta como un sistema de
almacenamiento de archivo que permite un respaldo en tiempo real de información
que funciona a nivel global) y los celulares inteligentes se ha avanzado un poco más
allá en este modelo, no cabe duda que Facebook, Twitter y otras redes sociales
permiten una interacción comprensiva entre sus usuarios, lo cual corresponde al
modelo de la Web 2.0. 2) los delitos contra el Honor, pueden perpetrarse a través de las
redes sociales, sin que sea necesario replantearse el concepto de acción, dado que lo
que ha variado es el modo, en razón de los medios tecnológicos actuales, de tal manera
que tener una página en Facebook a nombre propio implica una posibilidad de
expresión equivalente a hacerlo a título personal, pensar de otra manera negaría el
sentido mismo de ese canal de comunicación colectivo diseñado para estar en contacto
en tiempo real con una comunidad virtual..." (Resolución número 2012-546, de las
15:00 horas, de 24 de octubre de 2012, Tribunal de Apelación de Sentencia Penal de
Cartago, Sección Primera, integrado por Jaime Robleto Gutiérrez, Rónald Cortés Coto y
Guillermo Sojo Picado). De modo que, salta a la vista que, un tribunal unipersonal
carece de toda competencia funcional para conocer de supuestos como el que nos
ocupa, contrario a lo que ocurrió en la especie. Esa sola circunstancia justifica la
ineficacia del fallo y así se declara.”

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3. Publicación en Facebook sobre la Falta de Pago de una Deuda

[Tribunal de Apelación de Sentencia Penal, III Circuito Judicial de Alajuela, San Ramón]iv
Voto de mayoría

“ÚNICO. El querellante M interpone recurso de apelación contra la sentencia Nº 06-


TJPAP-13, dictada oralmente por el Tribunal de Juicio de Puntarenas, sede de Aguirre y
Parrita, a las 13:30 horas del 7 de febrero de 2013. Mediante dicho fallo, cuya parte
dispositiva se lee a folio 62, se absolvió a C de toda pena y responsabilidad por los
hechos que se le atribuían en daño de M. Como único motivo , el recurrente alega que
se incurrió en actividad procesal defectuosa, pues el Juez admitió que no utilizaba el
Facebook, por lo que no conocía su funcionamiento. Invocando el artículo 369 del
Código Procesal Penal, sostiene que se vulneraron las reglas de la sana crítica racional,
toda vez que por desconocer cómo se usa la mencionada red social, el juzgador
descartó que se pudiera tener certeza de que fuera el querellado quien colocó la
fotografía del ofendido y escribiera mensajes en relación con él. Manifiesta que
cualquiera que conozca de redes sociales sabe que el dueño de la cuenta es quien la
utiliza y critica que no se apreciara que el justiciable es el dueño de la computadora, así
como también es el titular de la cuenta en Facebook y expresa que aún si alguien
hubiera colocado los mensajes en daño suyo (del querellante), entonces debía
eliminarlos. Finaliza su alegato sosteniendo que si el órgano decisor no sabía cómo
utilizar dicha red social, debía asesorarse por un consultor técnico. El reclamo no es
atendible. El tema en discusión no es cómo opera (desde el punto de vista técnico o
científico) el Facebook, por lo que no se requiere de consultor técnico alguno para
dilucidar este punto (véase en el artículo 126 del Código Procesal Penal para qué está
concebida esa figura). Aquí el problema es el de si el querellado fue quien publicó una
foto del querellante e introdujo una serie de comentarios que este último considera
lesivos. Realizando un examen integral del asunto, tal como lo permite el artículo 464
del Código Procesal Penal, debe señalarse que ciertamente, el que la esposa del
querellante haya sido quien buscó en el muro de C las publicaciones que M estimó
ofensivas, ello en nada lleva a descartar al justiciable como el responsable de publicar
dicha información. En ese sentido, la resolución recurrida sí contiene un vicio. Lo que
sucede es que la misma no causa agravio al impugnante. Ello porque si se leen las
impresiones aportadas por el ahora impugnante cuando formuló su querella (folios 8 a
14), en ellas lo que se atribuye al querellante es no haber pagado una deuda que
estaba siendo fiada por la esposa del querellado y se le achaca no haber dado la cara y
hacerse responsable de la misma. Eso es lo que manifiesta el querellado. Otra cosa son
los comentarios que otras personas hicieron ante esa información, pero esas otras
personas no figuran aquí como querelladas. Ahora bien, respecto de las
manifestaciones del querellado, sucede que en lo primordial, son admitidas por el
querellante, quien -aunque ofrece algunas explicaciones en su propio escrito de folios
1 a 7- expresamente indicó que él no había podido hacer frente a la deuda que le era

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fiada por la esposa del querellado. Así, en esencia, el hecho divulgado por C es cierto.
Ahora bien, las valoraciones que sobre el mismo hicieron otras personas (que no han
sido querelladas, cabe reitera) es un problema diferente al planteado por M en su
acción. Además, debe tenerse en cuenta que en la prueba documental aportada por él
en soporte de su querella, no consta que C haya "posteado" la fotografía del
querellante con la leyenda de que se le busca para que trabaje, pague la deuda y sea
más responsable (hecho sétimo de la querella, visible a folio 3) y en todo caso, pedirle
a quien dejó de honrar una deuda que busque los medios para pagarla, no resultaría
lesivo al honor. De conformidad con todo lo expuesto, es criterio de esta Cámara que
aún cuando se da el yerro del juzgador a la hora de valorar la prueba, lo cierto es que
sigue subsistiendo la falencia de elementos de convicción que permitan establecer la
responsabilidad penal del justiciable, por lo que siempre se mantendría la absolutoria
dictada por el a quo.”

4. Facebook y Delitos contra el Honor

[Tribunal de Apelación de Sentencia Penal, II Circuito Judicial de San José]v


Voto de mayoría

“III. Se declara la existencia de un vicio absoluto atinente a la constitución del órgano


jurisdiccional. Esta Cámara si bien tiene limitada su competencia a los puntos de la
resolución a que se refieren los agravios (principio dispositivo regulado en los
numerales 446 y 459 del Código de rito); lo cierto es que, en aplicación de lo dispuesto
por la legislación procesal penal, así como con resguardo de los derechos y garantías
previstos por la Constitución Política, el Derecho Internacional y Comunitario vigente
en el país y la ley, podrá declarar, aun de oficio, “…los defectos absolutos y quebrantos
al debido proceso que se encuentren en la sentencia”, apreciándose en este caso
concreto, la vulneración de la garantía de juez regular o natural. En aras del correcto
desarrollo del proceso penal se ha establecido que los actos cumplidos con
inobservancia de las formas y condiciones previstas en el bloque de constitucionalidad,
los instrumentos internacionales sobre derechos humanos y la legislación procesal, no
podrán ser valorados para justificar una decisión ni utilizarse como su presupuesto,
salvo que el defecto haya sido saneado; interpretándose que únicamente puede
convalidarse el vicio cuya rectificación, renovación, o cumplimiento del acto omitido,
no hubiere sido solicitada por las partes oportunamente; o bien, cuando habiendo
tenido el derecho de impugnación, aquellas lo hayan aceptado de manera tácita o
expresa; o si, pese a su irregularidad, el acto alcanzó el fin asignado, o cuando el vicio
no afecta los derechos y las facultades de las personas intervinientes (artículo 177 del
Código Procesal Penal). Sin embargo, tratándose de defectos absolutos, aparte de que
estos no pueden convalidarse, tampoco -por su trascendencia- requieren protesta
previa de la persona interesada al momento en que los conoce sino que, incluso,

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pueden ser alegados por cualquiera de las partes. Precisamente, por esta razón, dichos
vicios también podrán ser detectados y declarados de oficio; considerándose de tal
carácter, para lo que aquí más interesa, aquellos que están relacionados con el
“...nombramiento, capacidad y constitución de jueces o tribunales” (artículo 178 inciso
b del Código de rito). Se alude así a la designación de las personas juzgadoras, al
número y forma de su integración, su capacidad, constitución e intervención del
órgano jurisdiccional, como características o condiciones esenciales para dar lugar al
reconocimiento de la citada garantía. En lo atinente a la conformación, dispone el
artículo 3 del Código de rito que no es legalmente válida la especial integración de un
tribunal para juzgar un asunto específico, sino que la potestad de aplicar la ley
corresponderá solo a los tribunales ordinarios, instituidos de acuerdo con la
Constitución y la ley. De igual manera, los numerales 35 y 39 de la Carta Magna
determinan que nadie puede ser juzgado por comisión, tribunal o juez especialmente
nombrado para el caso sino por los tribunales debidamente establecidos, es decir, por
la autoridad competente; mientras el ordinal 8.1 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, estipula que: “ Toda persona tiene derecho a ser oída, con las
debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez o tribunal competente,
independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la ley, en la sustanciación
de cualquier acusación penal formulada contra ella, o para la determinación de sus
derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.” En
similar sentido, los cánones 10 y 11.1 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, respectivamente, señalan que: “ Toda persona tiene derecho, en condiciones
de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente
e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de
cualquier acusación contra ella en materia penal” y que “ Toda persona acusada de
delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su
culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado
todas las garantías necesarias para su defensa.” Además, el principio de juez regular se
interpreta integrado al de imparcialidad, dada su finalidad orientada a una
constitución e integración del órgano jurisdiccional que sea consecuente con los
criterios objetivos previstos y para que también la sustitución de sus miembros evite
todo tipo de interferencia en quienes realizarán el juzgamiento de cada caso particular;
de modo que no se estimaría su quebranto, por ejemplo, si la integración del tribunal
tuvo que modificarse antes del debate por encontrarse el designado realizando otro
juicio, sin que ello sea atribuible a razones arbitrarias o de carácter subjetivo (según lo
consideró la Sala Constitucional en el voto N° 1626-2001). Asimismo, habiéndose
determinado que la transgresión a las reglas de la distribución de la competencia
(recogidas, entre otros, en los numerales 152, 155 y 166 de la Ley Fundamental) incide
en la garantía de juez natural, el tribunal constitucional nacional (por ejemplo, en el
pronunciamiento N° 1133-1997 de la citada Sala) también ha establecido que la
asignación de los asuntos según dichos criterios competenciales, forma parte del

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debido proceso; garantía compleja e integradora de otras de distinta naturaleza cuya
mayor difusión en el ámbito jurisdiccional costarricense se produce a partir del
histórico fallo Nº 1739-1992 de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia,
sin que exista estipulación en la Carta Magna que la reproduzca íntegra ni literalmente,
aunque suele vinculársele con el artículo 41 constitucional. Por ende, la lesión a las
formas establecidas para la distribución de los casos y la organización de los tribunales
de acuerdo con tales regulaciones, conlleva a la lesión del debido proceso. A su vez,
tales reglas competenciales responden a diversos criterios, entre otros, por división del
trabajo (roles o turnos), cercanía o descentralización (territorial), especialización (por
materias), razones jerárquicas (atinentes a la competencia funcional o por grado), etc.
Interesa considerar acá la competencia objetiva establecida a partir del tipo de hecho
delictivo acusado porque, tratándose de delitos de acción privada donde se agrupan
los ejecutados contra el honor, los cuales son tramitados en un procedimiento especial
(artículos 19 inciso a), 72 a 74 y 380 a 387 del Código Procesal Penal) y juzgados por
tribunales unipersonales, existe la salvedad legal de que, cuando tales eventos hayan
sido realizados a través de medios de comunicación colectiva, su juzgamiento compete
a un órgano colegiado. Así lo manda expresamente el numeral 96 de la Ley Orgánica
del Poder Judicial: “Los tribunales penales de juicio estarán conformados al menos por
cuatro jueces y se integrarán, en cada caso, con tres de ellos, para conocer de los
siguientes asuntos: 3.- Del proceso por delitos de injurias y calumnias realizados por los
medios de comunicación colectiva. En tal caso, el tribunal nombrará a uno de sus
miembros para que ejecute los actos preliminares al juicio” (la negrilla no corresponde
al original). Ahora bien, se observa que en este caso concreto, en el hecho cuarto de la
querella (transcrita en el primer resultando de la sentencia apelada), se especifica que
las expresiones estimadas como contrarias al honor, respondían a “…una publicación
en la página social de Facebook de la demandada , donde aparecía mi foto con una
gran leyenda que decía textualmente así, SE BUSCA POR ROBAR si alguien ve a esta
persona por favor decirle que devuelva las cosas que se robó de mi local, ya que no
contesta mis msj (…) de forma muy poco ortodoxa la demandada indica que la suscrita
le robó cosas de su local, tildándola de ladrona ante todos los usuarios de la página
social Facebook, sin haber sido nunca procesada por delito alguno y mucho menos
condenada, por lo que la señora con sus manifestaciones maliciosas e infundadas
incurre en el delito de injurias, calumnias y difamación…” (sic, el énfasis es suplido).
Con otras palabras, conforme a la querella, la acción delictiva fue acusada como
cometida mediante la utilización de la red social Facebook, la cual, dada su amplia
difusión respecto de un número indeterminado de personas, constituye, para los
efectos descritos, un medio de comunicación colectiva. Por su parte, la jueza a quo, en
el Considerando IV de la sentencia, distingue entre un “perfil” de Facebook y una
“página” de Facebook, aseverando que “… el perfil de Facebook es una plataforma
para personas físicas y funciona como una ficha dentro del Facebook , que contiene
información personal del usuario (…) y lo más importante un número limitados de

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contactos amigo, así como otras herramientas de uso personal. Es menester señalar
que lo que es publicado a través de un perfil, aparece como firmado por el autor del
posteo y busca una interacción más individual. Mientras que la página, tiene un
objetivo diferente, el cual es presentar contenidos a un sin números de personas, ya
que no cuenta con la limitación que si tiene un perfil personal, incluso las páginas de
Facebook se pueden administrar mediante usuarios distintos y publicar en nombre de
una empresa y no de una persona en particular. Entre las diferencia más destacadas
entre una página y un perfil de Facebook, podemos mencionar que un perfil es de uso
personal, mientras la página es de uso profesional, en el perfil debes ser agregado
como amigo, mientras que en la página no, un perfil es administrado por un único
usuario y la pagina como supra se indico, puede ser administrado por múltiples
usuarios, sin dejar de lado que la pagina cuenta con pestañas especiales, estadísticas y
plataforma de anuncios, lo cual no lo encontramos en un perfil personal.” (sic) Los
anteriores razonamientos son la base utilizada por la juzgadora de instancia para
asegurar que, en el presente asunto, la publicación denunciada se realizó mediante un
“perfil” personal de Facebook y no mediante una “página” de dicha red social,
distinguiendo entre una y otra, para luego hacerlo respecto de un medio de
comunicación colectiva, el cual –según argumenta el tribunal sentenciador- transmite
mensajes públicamente y se caracteriza por ser “…institucionalizada, el emisor es una
empresa o institución que realiza numerosas actividades, como por ejemplo los
noticieros. Otra de sus características es una Transmisión pública del mensaje, o sea
debe darse en un ámbito abierto de difusión de sus contenidos y de interés general.
Debe emitirse mediante medios técnicos de comunicación, como por ejemplo radio,
prensa, cine o páginas en internet” (sic, archivo en el expediente virtual, en
documentos asociados, incorporado el 18-07-2017, a las 11:19:58 horas). No obstante
tales argumentos no tienen ningún sustento. En primer lugar, en la querella se indica,
de manera expresa, que la publicación contraria al honor fue realizada en una “página”
de Facebook, por lo que -independientemente de que sean valederos o no los criterios
expuestos por la a quo para su distinción con el perfil- la competencia de este asunto
igual hubiese correspondido –con base en sus propios argumentos- al órgano
colegiado, dado que si la hipótesis acusatoria señala que la publicación fue en una
“página” y está, según la jueza, está dirigida a “un sin número de personas” se cae, sin
mayor razonamiento, en la conceptualización de la comunicación colectiva que da
origen a la protección especial en este tipo de juzgamiento. Por otra parte, a esa
conclusión arriba la juzgadora de mérito de manera individual, pese a que la decisión
competía a un órgano plural o colegiado. En todo caso, el principal motivo para
determinar la vulneración de la garantía de juez natural y, en consecuencia, del debido
proceso, se afianza en que la publicación de referencia ocurre a través de una red
social, encontrándose dicha forma de divulgación comprendida en el concepto de
medio de comunicación colectiva, donde el énfasis está puesto en su naturaleza
“colectiva”, la cual se caracteriza por ser indirecta, unilateral y pública (según

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Maletzke, citado por López Escobar “Comunicación colectiva y desarrollo
socioeconómico: cambio social, información y libertad”, documento recuperado en
Internet: file:///C:/Users/acerr/Downloads/PD_V_07%20(1).pdf). No se desconoce que
también el término “comunicación colectiva” está asociado a otras condiciones, por
ejemplo, sobre el desarrollo de tal actividad por parte de organizaciones formales y
con recursos financieros y humanos destinados a ese propósito específico, así como
por la existencia de estructuras jerárquicas, en las cuales la información es abierta y
dirigida a amplios públicos, y pudiendo transmitirse de forma simultánea a una gran
cantidad de personas o colectividades ( Mcquail citado por López Escobar; documento
recuperado el 20 de noviembre de 2017 en Internet:
file:///C:/Users/acerr/Downloads/PD_V_07%20(1).pdf); identificándose como sus
medios tradicionales de difusión a la prensa, la radio y la televisión, los cuales “…dotan
a la comunicación de un carácter centrífugo: lo propio es irradiar desde un centro
común en todas las direcciones” (López Escobar; documento recuperado el 20 de
noviembre de 2017 en Internet:
file:///C:/Users/acerr/Downloads/PD_V_07%20(1).pdf) ; empero, tales formas de
comunicación colectiva y los medios utilizados para la transmisión de los mensajes, no
pueden dimensionarse al margen de la evolución humana, el desarrollo
socioeconómico de los pueblos y los logros de la sociedad de la información; es decir,
ajeno a la universalización del Internet, al amplio desarrollo tecnológico y a la
consolidación de las redes sociales virtuales, las cuales facilitan un punto de encuentro
comunitario, generando que, en la primera década del siglo XXI, se haya producido una
significativa transformación en los modos de comunicación civil y mediática, con el
consecuente impacto en los modelos de transmisión masiva de mensajes; así como en
la producción de nuevos modos de creación y de difusión de la información. (Ver Túñez
López y Sixto García “Las redes sociales en las estrategias de comunicación: del
Prestige a Fukushima”, documento recuperado el 20 de noviembre de 2017 en
Internet: http://www.aeic2012tarragona.org/comunicacions_cd/ok/147.pdf) Con otras
palabras, aun y cuando las citadas formas virtuales de expresión colectiva no
respondan íntegramente al concepto tradicional de “medio de comunicación
colectiva”, es decir, a una empresa formalmente instituida para la transmisión de
información mediante la organización de sus recursos económicos y humanos dirigidos
a ese fin, ni que refleje una estructura jerárquica; lo cierto es que sí está presente la
nota característica de su carácter colectivo porque, por tratarse de una web, son
amplios sus alcances no solo a nivel local sino mundial, lo cual permite enviar mensajes
a una cantidad indeterminada de personas, independientemente de que sea desde
una página o de un perfil de una red social (que también tiene una esfera pública que
aunque no sea usada, no obsta para que el mensaje sea retransmitido a otro número
de usuarios de la red) y en este caso de Facebook . Es un hecho público y notorio
(exento de prueba) la facilidad de difusión de tal información a un gran público, al igual
que si se hiciera a través de la prensa, la radio y la televisión, e, incluso, en algunas

13
ocasiones, con mayor fluidez y rapidez que la información que circula a través de estos
medios. Nótese que “En el entorno virtual, la estructura reticular de las redes sociales
interconectadas unas con otras a través de sus miembros brinda la posibilidad de que
la información formal e informal circule de forma rápida y sencilla al margen de
sistemas mediáticos organizados de forma rígida y jerárquica para intercambio de
información formal. Esto significa que los flujos y las actitudes de la comunicación
están cambiando. La universalización de la posibilidad de ser distribuidor y emisor de
mensajes que lleguen a grupos numerosos a través de Internet ha provocado la ruptura
del esquema tradicional de comunicación lineal y su sustitución por modelos circulares
o en racimo en los que cualquier individuo puede ser receptor, y emisor (o reemisor) a
la vez (…) —Facebook: como red social de encuentro que, en 2011, se ha convertido en
la red generalista más popular en todo el mundo y la segunda web con mayor
audiencia en el planeta, solamente superada por Google. Los medios han visto en
Facebook una forma de ampliar sus públicos, un nuevo escenario en el que establecer o
favorecer sus relaciones comerciales y un nuevo soporte de divulgación de sus
mensajes con posibilidad de redireccionar visitantes de la red social a su página web y
de lograr difusión en progresión geométrica o viral (…) La repercusión de los
acontecimientos crece y los ciudadanos se convierten también en productores de
información y noticias. Los nuevos espacios sociales 2.0 ayudan a facilitar la difusión de
información y al mismo tiempo ayudan a los activistas a estimular la conciencia social.”
(Túñez López y Sixto García “Las redes sociales en las estrategias de comunicación: del
Prestige a Fukushima”, documento recuperado el 20 de noviembre de 2017 en
Internet: http://www.aeic2012tarragona.org/comunicacions_cd/ok/147.pdf). Por
ende, no cabe duda que el juzgamiento de estos hechos es competencia de un órgano
colegiado y no de uno unipersonal, apreciándose en este caso que –contrario a ello-
tanto el debate como la sentencia impugnada fueron realizadas por el Tribunal Penal
de Juicio del Primer Circuito Judicial de la Zona Atlántica integrado unipersonalmente
cuando la ley exige, como mayor garantía para dicho juzgamiento, que lo hiciera un
órgano colegiado (véase sobre este tema los votos N° 38-F-99 y N° 923-2001 del
Tribunal de Casación Penal de Goicoechea). Este criterio, aplicado al juzgamiento de
delitos contra el honor ejecutados por medios de comunicación colectiva tradicionales,
es desarrollado por el Tribunal de Casación Penal de Goicoechea en reiteradas
resoluciones (vgr. N° 340-2002 y N° 674-2001). También, respecto del uso de las redes
sociales como forma comunicación colectiva, el criterio es compartido por el Tribunal
de Apelación de Sentencia Penal de Cartago, Sección Primera, esbozado en el
pronunciamiento N° 2012-0546 y reiterado en el voto N° 335-2015. En la primera
sentencia se indicó: “Así debe entenderse, pues este tipo de red social reúne el carácter
de medio de comunicación social, por su capacidad de transmitir información en
tiempo real, a un número indeterminado de personas. Este mismo tribunal, con una
integración diversa, tuvo oportunidad de pronunciarse al respecto, y entendió
que:"...La página dicha de Facebook funciona dentro de Internet; esto reviste una serie

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de particularidades que conviene reseñar, sobre todo porque es una red social, y las
redes sociales pertenecen a una fase más evolucionada de Internet denominada Web
2.0, que puede definirse como el conjunto de redes, tecnologías y sistemas que
conforman la sociedad de la información. Estos elementos mencionados, encuentran en
Internet su principal escenario de acción. Esta nueva web, es una web dinámica,
participativa y colaborativa, donde los usuarios se convierten en protagonistas activos,
creando y compartiendo contenido, opinando, participando, relacionándose. (Ver
O'Reilly (Tim). ¿Qué es Web2.0.? Patrones del diseño y modelos del negocio para la
siguiente generación del software.
http://sociedadinformacion.fundacion.telefonica.com/DYC/SHI/seccion=1188&idioma=
es_ES&id=2009100116300061&activo=4.do?elem=2146/17 de octubre de 2012). Si
bien en la actualidad, el mismo TimO'Reilly, quien acuñó el término Web
2.0.consideraque con el advenimiento de la "nube" (entendida ésta como un sistema de
almacenamiento de archivo que permite un respaldo en tiempo real de información
que funciona a nivel global) y los celulares inteligentes se ha avanzado un poco más
allá en este modelo, no cabe duda que Facebook, Twitter y otras redes sociales
permiten una interacción comprensiva entre sus usuarios, lo cual corresponde al
modelo dela Web2.0.2) los delitos contra el Honor, pueden perpetrarse a través de las
redes sociales, sin que sea necesario replantearse el concepto de acción, dado que lo
que ha variado es el modo, en razón de los medios tecnológicos actuales, de tal manera
que tener una página en Facebook a nombre propio implica una posibilidad de
expresión equivalente a hacerlo a título personal, pensar de otra manera negaría el
sentido mismo de ese canal de comunicación colectivo diseñado para estar en contacto
en tiempo real con una comunidad virtual..." (Resolución N° 2012-546: Robleto, Cortés
y Sojo). Habiéndose constatado el vicio descrito, en tanto un tribunal unipersonal
carece de competencia para conocer los delitos contra el honor ejecutados a través de
los medios de comunicación colectiva, se justifica la ineficacia de la resolución
impugnada, así como del debate que la precedió y debe ordenarse el reenvío al
tribunal de juicio para su respectiva sustanciación.”

5. Delitos contra el Honor y las Publicaciones en Facebook

[Tribunal de Apelación de Sentencia Penal de Cartago]vi


Voto de mayoría

“ I. […] El reclamo es de recibo por las razones que se indican a continuación: De


acuerdo a la querella particular, se acusaron tres hechos concretos, considerados
como difamantes y calumniosos, siendo que dos de ellos se refieren a dos
publicaciones en una red social: concretamente Facebook, efectuadas los días 10 y 13
de marzo de 2011 en la página perteneciente al querellado J. […] d) Los Jueces
ponderaron que las únicas manifestaciones que -de manera objetiva- se extraen del

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perfil del querellado son: "Me envían esto... Así se trabaja la cantera! Eso sí es
"identidad Azul" y "propio de una fiesta farandulera", las cuales no revisten un carácter
ofensivo claramente dirigido a afectar la reputación del ofendido, siendo que en
cambio sí le dan ese carácter a los que denominan como personas desconocidas,
quienes son postores de Facebook del querellado, el Tribunal concluye que la
responsabilidad penal es personalísima y por eso no le cabe responsabilidad penal al
accionado. Sin embargo los Jueces enuncian que: " ... resulta de importancia analizar si
el querellado , por haber colocado la fotografía con la frase "Me envían esto... Así se
trabaja la cantera! Eso sí es "identidad Azul" en su Facebook, resulta responsable por
los comentarios ofensivos que terceros no identificados plasmaron en la red social que
administraba, y de igual manera si por haberlos permitido y mantenerlos en el sitio
tiene responsabilidad alguna." (Ver folio 219 frente), sin mayor consideración al
respecto, es decir, sin fundamentar, el Tribunal estimó que lo último indicado era
atípico (folio 219 vuelto); e) Finalmente, y al parecer, los Jueces estimaron que ésta era
la duda más importante, ya que la califican de "contundente", no se demostró que J.
haya sido la persona que colocó la mencionada fotografía del querellante con las
"Brumositas" en su página de Facebook. A folio 220 vuelto, los Juzgadores dan
credibilidad a lo depuesto por el testigo S., en cuanto a que los encargados de manejar
las múltiples cuentas del querellado J. al momento de los hechos eran dos personas: F.
y otro sujeto cuyo nombre no recuerda el testigo, dado que a J. le resulta imposible
encargarse de las redes sociales porque anda siempre en cuarenta cosas (sic) y el
declarante citado dijo que le consta porque siempre estuvo al tanto de dichas cuentas.
De ahí derivan los Jueces una duda razonable en cuanto a si fue el querellado J. quien
colocó esa fotografía. De lo anterior, se colige que la aplicación de la duda en favor del
imputado deriva de los supuestos ahí apuntados, sin embargo, la motivación del fallo
bajo estudio es incompleta e insuficiente, lo que repercute en una errónea aplicación
de los principios del correcto entendimiento humano como se verá: 1) no cabe duda
ninguna que la página de Facebook en cuestión pertenece al querellado J., toda vez
que no se ha tenido por acreditado, que la misma se haya duplicado, "gemeleado" o
bien se haya "hackeado" su cuenta. La página dicha de Facebook funciona dentro de
Internet; esto reviste una serie de particularidades que conviene reseñar, sobre todo
porque es una red social, y las redes sociales pertenecen a una fase más evolucionada
de Internet denominada Web 2.0, que puede definirse como el conjunto de redes,
tecnologías y sistemas que conforman la sociedad de la información. Estos elementos
mencionados, encuentran en Internet su principal escenario de acción. Esta nueva
web, es una web dinámica, participativa y colaborativa, donde los usuarios se
convierten en protagonistas activos, creando y compartiendo contenido, opinando,
participando, relacionándose. (Ver O'Reilly (Tim). ¿Qué es Web 2.0.? Patrones del
diseño y modelos del negocio para la siguiente generación del software.
http://sociedadinformacion.fundacion.telefonica.com/DYC/SHI/seccion=1188&idioma=
es_ES&id=2009100116300061&activo=4.do?elem=2146/ 17 de octubre de 2012). Si

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bien en la actualidad, el mismo Tim O'Reilly, quien acuñó el término Web 2.0. considera
que con el advenimiento de la "nube" (entendida ésta como un sistema de
almacenamiento de archivo que permite un respaldo en tiempo real de información
que funciona a nivel global) y los celulares inteligentes se ha avanzado un poco más
allá en este modelo, no cabe duda que Facebook, Twitter y otras redes sociales
permiten una interacción comprensiva entre sus usuarios, lo cual corresponde al
modelo de la Web 2.0. 2) los delitos contra el Honor, pueden perpetrarse a través de
las redes sociales, sin que sea necesario replantearse el concepto de acción, dado que
lo que ha variado es el modo, en razón de los medios tecnológicos actuales, de tal
manera que tener una página en Facebook a nombre propio implica una posibilidad de
expresión equivalente a hacerlo a título personal, pensar de otra manera negaría el
sentido mismo de ese canal de comunicación colectivo diseñado para estar en
contacto en tiempo real con una comunidad virtual. 3) Cabe la posibilidad de que
alguien asuma falsamente la identidad digital de otra persona para cometer delitos en
la red, entre ellos, delitos contra el honor. También es posible delegar la
"administración" de los contenidos de las redes sociales en terceros, porque ello no
está expresamente prohibido, ergo está permitido. Sin embargo, las reglas de la
experiencia y la psicología informan que en principio, las redes sociales tienen un uso
individual para personas físicas o instituciones que precisamente facilitan un
acercamiento directo y auténtico entre el dueño de la cuenta y los seguidores(as) de la
red social concreta, de tal manera que el delegar la administración de la página
desnaturaliza en alguna medida el propósito para el cual fue creada. Pese a lo anterior,
de manera excepcional, tal situación es propio de personajes muy importantes que
cuentan con recursos económicos para ello y que disponen de poco tiempo para
manejar esos medios sociales que además le son indispensables, porque de alguna
manera le reditúan algún tipo de beneficio. Pese a lo anterior, en última instancia,
quien toma las decisiones respecto a qué contenidos se divulgan o se mantienen
publicados en su página de Facebook, como en la causa que nos ocupa, es el dueño de
la misma, sea en esta causa, el querellado J. Éste ha negado ser quien haya subido la
foto donde el querellante aparece rodeado de las damas denominadas como "Las
Brumositas", sin embargo el Tribunal de mérito nunca analizó si J. fue quien comentó
la foto dicha insertando el siguiente texto a dicha fotografía: " Me envían esto... Así se
trabaja la cantera! Eso sí es "identidad Azul", el a quo se limitó a motivar el fallo
otorgando credibilidad al deponente S., quien manifestó haber trabajado para el
querellado administrando sus redes sociales por tres años, e indicó a los Jueces que
para la fecha de los hechos, los encargados de manejar las páginas de Facebook eran F.
y otro sujeto cuyo nombre no recuerda. Es decir, los Juzgadores aplicaron la duda por
no poder lograr certeza respecto a quién colocó la citada foto en la página de
Facebook de J., pero no justipreciaron si éste es o no es el autor del texto que
acompaña a dicha fotografía, omisión que es grave, dado que es precisamente la unión
semántica y semiótica del texto con la fotografía lo que permite el examen de si

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existiría un propósito difamante o de alguna manera insultante de parte del
querellado, sin ese nexo, no es posible un examen completo de la conducta atribuida a
éste, máxime que en el plenario J. negó haber escrito ese texto (ver folio 209 vuelto).
4) Sumado a lo anterior, los Juzgadores no tomaron en cuenta para una correcta
valoración de la prueba dentro de un completo análisis intelectivo un dato muy
relevante, cual es es que el texto del día domingo 13 de marzo de 2011, que apareció
en el facebook del querellado J. no se limitó a un mero título denominado "Propio de
Fiesta Farandulera", sino que tal y como consta en el acervo probatorio (ver folio 29)
ese escrito alude directamente a la publicación anterior de ese mismo Facebook (del
10 de marzo de 2011) y tiene connotaciones que ameritaban un análisis profundo
respecto a las figuras penales acusadas mediante la querella, ponderación que no se
encuentra en el fallo impugnado, el cual se limita a citar el título del artículo y no
justiprecia los alcances del contenido allí descrito, siendo que además sobre lo allí
escrito no existe una negativa expresa del querellado sobre su autoría. Tampoco
analiza intelectivamente el Tribunal que a folios 29 y 30, el mismo querellado J.
interactúa con los posteadores de su Facebook, con lo cual se descarta que
desconociese los contenidos de lo que se estaba colocando en su red social y además
el a quo no se ocupa de relacionar dicha interrelación con las conductas que se le están
atribuyendo, lo que evidentemente implica que faltó análisis en cuanto a elementos
importantes para decidir el caso correctamente. 5.) Pese a que el mismo fallo admite
que: "... y precisamente la acusación plasmada en la querella que formulo (sic) el
ofendido en contra del querellado J., consiste en subir esta fotografía a su Facebook,
como elemento incitador o provocador para que los postores de su Facebook realicen
comentarios ofensivos en su contra." (ver folio 218 vuelto)" y aunque haya aplicado la
duda en cuanto a quién subió la foto referida, por lo expuesto en el punto 4), sí es
posible establecer que el dueño de la página, sea el querellado J., supo del contenido
de las dos publicaciones colocadas en la misma, tanto es así que participó
interactuando con los ponentes como se indicó, pese a ello, paradójicamente, la
sentencia es omisa en analizar qué implicaciones tuvo ello, además de estudiar otras
formas posibles de participación en los delitos investigados, aun cuando enuncia esa
posibilidad en la misma sentencia. La doctrina en general define técnicamente a la
instigación como la determinación dolosa que genera en el autor principal la decisión a
la realización de un injusto doloso (Cfr. Welzel (Hans). Derecho Penal Alemán.
Santiago. Editorial Jurídica de Chile,1993, p.139); recordemos que determinar es
ejercer una influencia psíquica que origina la decisión al hecho en el autor
(Stratenwerth Gunter). Derecho Penal Parte General I. El Hecho Punible. Buenos Aires,
Editorial. Fabián J. Di Plácido. 1999, pág. 264), siendo indiferente el medio utilizado, si
bien siempre deberá ser de tipo psíquico, intelectual o espiritual ya que debe influirse
el psiquismo ajeno para que el autor tome la decisión. (Así en Welzel, ob cit, Jakobs
(Günther). Derecho Penal parte general. Madrid, Ed. Marcial Pons, 1997). A mayor
abundamiento Soler indica que: "Pueden coexistir las intenciones de autor e instigador

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sin excluirse mutuamente, toda vez que cuando los motivos puestos por el instigador
son recibidos por el instigado, y resultan determinantes para él, pueden no formar la
totalidad de la resolución, pero al menos pueden fortalecerla." Soler (Sebastián).
Derecho Penal Argentino, Tomo II. Buenos Aires, 1º reimpresión, Tipográfica Editora
Argentina, 1951, página 290). Por lo anterior, se colige claramente que la sentencia
impugnada carece de una adecuada fundamentación intelectiva y jurídica con relación
a los dos hechos acusados como perpetrados a través de la red social Facebook, los
días 10 y 13 de marzo de 2011, razón por la cual, debe anularse y ordenarse el reenvío
en cuanto a esos extremos para una nueva sustanciación conforme corresponde en
Derecho.

II. Siempre, dentro del primer motivo y con relación al hecho acusado de la querella
del 22 de marzo de 2011, en donde en el programa televisivo "Mano a Mano"
conducido por el querellado J., se le atribuye a éste referirse al querellante J. como
presidente de un equipo de fútbol que debía tener cuidado con una demanda de acoso
sexual a una secretaria, que se cree dueño de UNAFUT, que no vale nada (ver folio 221
frente); el Tribunal de mérito estimó que no se podía acreditar lo anterior ya que se
trata de una manifestación que no se dirige en forma directa al ofendido, sino una
expresión abierta hacia algún presidente de fútbol y los Jueces admiten que pudo
tratarse del presidente del Club Sport Cartaginés, del Puntarenas (sic), u otro club
deportivo (ver folio 221 frente), por lo que no se logra la certeza necesaria para arribar
a una condenatoria. El Tribunal ejemplifica indicando que es usual que en los diarios se
generalice que todos los políticos son corruptos, sin individualizar al sujeto pasivo. Los
Jueces consideraron que no es una afirmación calumniosa que el querellado indicara
que le informaron que el querellante parece ser que debía 12 o 14 millones al señor T.
En cuanto a la pregunta formulada por el invitado a su programa, M., dado que éste se
refiere a J.L. como ex presidente del Club Sport Cartaginés, los Jueces ponderaron que
la alegría que dijo sentir el querellado sólo establece la posición de éste y no
constituye una afirmación ofensiva que afecte su reputación. Finalmente, los
Juzgadores consideraron que el querellado no se refería al querellante, sino al
exgerente del club, ante una pregunta de M. sobre la supuesta mala administración del
mismo, por lo que no habiéndose individualizado la opinión contra el accionante, no
encuadra su conducta en los supuestos normativos de las delincuencias acusadas. El
reproche es de recibo: Esta Cámara considera como insuficientes las razones
esbozadas por el Tribunal para considerar que no se pudo acreditar que el querellado
se refería al querellante por el hecho de no referirse nominalmente a él, cuando indicó
en el programa televisivo citado que había un presidente de un equipo de fútbol que
debía tener cuidado con una demanda de acoso sexual a una secretaria, que además
se cree dueño de UNAFUT y que no vale nada, ello por cuanto para proferir un insulto
no es un requisito sine qua non la indicación nominal de la persona aludida, sino que se
puede insinuar la identidad del afectado de tal manera que sea posible para un

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número indeterminado de televidentes deducir de quién se trata, si se provee de una
serie de elementos identificatorios suficientes dentro de un contexto que lo permita.
Nótese que con posterioridad el querellado sí se refirió específicamente al querellante
con nombre y apellidos, pese a que el tema del programa de ese día no era el analizar
la función de ese dirigente, de tal manera que no es difícil correlacionar ambas
intervenciones. Sumado a lo anterior, en doctrina se hace distinción también entre
injuria manifiesta y una injuria encubierta o larvada. Manifiesta es aquella que no deja
lugar a dudas sobre su naturaleza ofensiva, en tanto que encubierta es una ofensa
disfrazada, equívoca, que permite que la persona aludida exija "explicaciones
satisfactorias acerca de ella", si el autor no las da o las que expresa no son
satisfactorias, se le castiga como responsable de injuria manifiesta (Ver Garrido Montt
(Mario). Derecho penal especial. Tomo III. Santiago de Chile, Editorial Jurídica de Chile,
2010, página 201). En otras palabras, se puede insultar a través de indirectas y
eufemismos si la línea lógica del uso idiomático conduce a develar el ánimo
difamatorio o insultante de quien profiere tales frases aparentemente inocuas, de ahí
que deba analizarse cada caso en particular con cuidado y no hacer un descarte a priori
como el efectuado por el a quo por la mera circunstancia de que el querellado no
dijese el nombre del querellante. Por otra parte, como la sentencia es omisa en el
análisis antes indicado, lo expuesto por los Jueces respecto a que que no es una
afirmación calumniosa que el querellado indicara que le informaron que el querellante
parece ser que debía 12 o 14 millones al señor T., entonces, el dar a conocer esta
información no parece tener ningún interés público para el desarrollo futbolístico del
país, si bien el deber dinero, en sí mismo no constituye un delito, la divulgación de la
supuesta existencia de ese débito del querellante no le beneficia en nada y podría
eventualmente empañar su imagen, aspecto que tampoco es justipreciado por los
Jueces de mérito. […].”

6. Comunicaciones por el Messenger de Facebook

[Tribunal de Apelación de Sentencia Penal, II Circuito Judicial de San José]vii


Voto de mayoría

“ÚNICO. […] (A) En este proceso se presentó querella y acción civil resarcitoria,
atribuyéndole a la querellada haber enviado mensajes desde su celular donde
manifestaba que el querellante todo el tiempo anda de "cacería" "persiguiendo
chiquillas" en el COLYPRO, les toca el cabello, el cuello, las manos y que su hija corría
peligro, ya que tiene trece años de edad y podría ser atacada sexualmente por él.
Además, que el querellante tiene una amante. En la acusación se dijo, también, que el
demandante es educador en el Colegio de Señoritas y esos comentarios lo perjudican y
le pueden causar más daño a su imagen ante la comunidad y el Ministerio de
Educación Pública. Finalmente se acusó que la querellada manifestó que haría pública

20
esa situación con las pruebas que tenía. La sentencia se respaldó en los archivos
audiovisuales c0000170116143859.vgz y c0000170116150000 y fue en la secuencia
horaria 14:53:12 a 15:06:37 que se desarrolló la fundamentación probatoria
intelectiva. En este sentido en la decisión se expuso que, en relación con el primer
hecho, aunque los testigos manifestaron que los mensajes tenían un contenido
perturbatorio, no se evacuó prueba que revelara la existencia de esas comunicaciones
o dónde podían ser visualizadas. En cuanto al segundo hecho, refiere el Tribunal que ni
siquiera se demostró que el querellante es profesor en dicho Colegio. Se argumentó,
sobre el hecho tercero, que lo que ocurrió fue que la querellada mantuvo una
conversación con la testigo Judith Carmona Rojas donde sí se habló sobre ese tema
pero en un contexto de privacidad. En relación con el hecho cuarto, se expuso que no
hay prueba de que la acusada dijera que él tocaba a las chiquillas, pues ni siquiera
Judith Carmona Rojas contó que la querellada hubiera manifestado que las tocó, y lo
único que se expresó fue que andaba de cacería de chiquillas, aunado a que en los
mensajes analizados, incorporados como prueba, no se encuentra ninguna situación
diferente, lo único que se menciona es que el acusado anda de cacería y así lo admitió
la querellada. Sobre este punto, el Tribunal amplió indicando que, del estudio de esos
mensajes, no se aprecia que la querellada hubiera querido ofender la imagen y el
decoro del querellante, ya que todo se dio dentro de una conversación privada
protegida por los derechos constitucionales de libertad de expresión e intimidad de las
conversaciones. Se fundamentó que, tratándose de delitos contra el honor, el sujeto
debe tener el dolo de afectar el honor de una persona y, en este caso, no se observa
dónde está el elemento subjetivo del tipo penal por el contexto en el que se dio la
conversación, vía mensajes privados por la herramienta facebook. Se indicó que no se
aportó prueba acerca de qué manera esa frase "anda de cacería" afectó el honor y la
imagen del querellante, porque ni siquiera él fue ofrecido como prueba testimonial y la
sentencia no se puede basar en suposiciones. En este sentido, estima esta Cámara que
el argumento vertido por el Tribunal fue incorrecto, ya que aunque el afectado no sea
formalmente ofrecido como testigo tiene derecho a declarar pues es parte procesal y,
de lo contrario, se le limitaría su acceso a la justicia, violentándose lo dispuesto en el
numeral 41 de la Constitución Política. No obstante, ese tema no fue impugnado por el
afectado y, entonces, fue convalidado, de modo que el otro tópico, referente a que no
hay prueba de la cual derivar aquellos extremos, debe mantenerse desde que no basta
la querella escrita, sin prueba en el juicio, para acogerlos, como se pretende. En
relación con el hecho quinto se argumentó que no se probó que la encartada fuera a
hacer de conocimiento público que el ofendido solía "andar de cacería de chiquillas" y
de qué manera lo haría, porque fue solo un anuncio sobre algo que se haría pero que
no sucedió porque no se hizo la publicación que eventualmente hubiera afectado el
honor del querellante. En síntesis, se dijo que no existía prueba adecuada y procedía
absolver en lo penal. Esta Cámara observa que los puntos medulares en los que se
basó la decisión son, en primer lugar, que el querellante no rindió su testimonio por lo

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que se desconoce si realmente es educador, si su honor fue mancillado, de qué
manera o si se le afectó emocionalmente y las dimensiones de cualquier daño que
haya sufrido si es que sucedió, criterio que, como se indicó, a pesar de que tiene una
base falsa (pues el ofendido sí podía declarar sin ser formalmente ofrecido) es correcto
en la medida en que no hubo prueba de esos extremos y, tratándose de delitos de
acción privada y de la demostración del daño civil, aspectos en los que rige el principio
dispositivo, su omisión convalidó eventuales vicios (incisos a y b del artículo 177 CPP).
En segundo lugar, se indicó en la sentencia impugnada que lo único que se acreditó es
que, dentro de una comunicación privada que la querellada tuvo con Judith Carmona
Rojas, esta manifestó que el querellante andaba de cacería, sin que se denote, por el
contexto en que se dio, que existiera dolo para afectar el honor. Este último tema,
aunque el Tribunal a quo no lo abordó con profundidad, es esencial para la decisión del
asunto ya que la prueba que se aportó no podía justificar la sentencia condenatoria
pretendida por la parte querellante y, por ende, la decisión impugnada debe
mantenerse. En primer término es preciso aclarar que no es cierto, como lo señala el
impugnante, que el messenger de facebook, no sea un medio privado sino un medio de
comunicación masiva. Es preciso delimitar lo que es el Facebook, que sí es un medio
público, a lo que es su correo interno o plataforma de mensajería privada denominada
Messenger que constituye un elemento adicional y diferente de la red social para la
comunicación interpersonal privada y a este respecto debe indicarse que las copias
(fotografías de pantalla o impresiones) de dichas comunicaciones aportadas por la
parte querellante son prueba espuria y no es posible usarlas para acreditar este tipo de
delitos sin haber cumplido los procedimientos legalmente previstos para ello, lo que
en este asunto no sucedió. Nótese que el artículo 9 de la Ley sobre Registro, Secuestro
y Examen de Documentos Privados e Intervención de las Comunicaciones, al regular la
autorización de intervenciones de comunicaciones, establece lo siguiente: "Dentro de
los procedimientos de una investigación policial o jurisdiccional, los tribunales de
justicia podrán autorizar la intervención de comunicaciones orales, escritas o de otro
tipo, incluso las telecomunicaciones fijas, móviles, inalámbricas y digitales, cuando
involucre el esclarecimiento de los siguientes delitos: secuestro extorsivo, corrupción
agravada, proxenetismo agravado, fabricación o producción de pornografía, tráfico
de personas y tráfico de personas para comercializar sus órganos; homicidio
calificado; genocidio, terrorismo y los delitos previstos en la Ley sobre
estupefacientes, sustancias psicotrópicas, drogas de uso no autorizado, legitimación
de capitales y actividades conexas, Nº 8204, del 26 de diciembre del 2001. En los
mismos casos, dichos tribunales podrán autorizar la intervención de las comunicaciones
entre los presentes, excepto lo dispuesto en el segundo párrafo del artículo 26 de la
presente Ley; cuando se produzcan dentro de domicilios y recintos privados, la
intervención solo podrá autorizarse si existen indicios suficientes de que se lleva a cabo
una actividad delictiva ..."

22
( el resalto es suplido). De la norma se desprende que, para un caso como este por
delitos de acción privada, no existe autorización para la intervención de esa
comunicación establecida por una plataforma de mensajería privada como es el
messenger de facebook, por lo que ni aunque se hubiera solicitado el auxilio judicial
previo establecido en el artículo 381 del Código Procesal Penal, la intervención hubiera
sido procedente, pues tampoco se trató de un delito considerado grave o de los
contemplados en el artículo 16 de la Ley contra la Delincuencia Organizada. Por su
parte, el numeral 29 de la citada ley, al regular el consentimiento del derecho
habiente, establece lo siguiente: "...No existirá intromisión ilegítima cuando el titular
del derecho otorgue su consentimiento expreso. Si son varios los titulares, deberá
contarse con el consentimiento expreso de todos. Este consentimiento será revocable
en cualquier momento. Cuando la persona que participa en una comunicación oral,
escrita o de otro tipo, mediante la cual se comete un delito tipificado por la ley, la
registre o la conserve, esta podrá ser presentada por la persona ofendida , ante las
autoridades judiciales o policiales, para la investigación correspondiente. Si las
comunicaciones indicadas en el párrafo anterior han servido a las autoridades
jurisdiccionales para iniciar un proceso penal, las grabaciones de tales comunicaciones
o los textos que las transcriben podrán presentarse como pruebas ante el juez, en el
juicio correspondiente ..."

(el resalto es suplido). En este caso, como se ha venido indicando, la prueba resulta
espuria porque fue presentada por el querellante, quien no era el derecho habiente o
titular del derecho de la intimidad de las comunicaciones, pues no fue parte
interviniente en el messenger de facebook, y los que sí fueron titulares (la querellada y
Judith Carmona Rojas), no consintieron la captación o divulgación de esa comunicación
privada ni la contraparte del proceso de comunicación fue afectada por el delito. En
este sentido, se tiene que la querellada intervino en la comunicación pero que no dio
el consentimiento para que esa comunicación fuera difundida y la otra parte no era la
afectada de un posible delito, por lo que no podía usarse. Dicho de otro modo, la
comunicación interpersonal, aunque técnicamente, en tiempos de facilidades
tecnológicas, puede circular por muchas partes, es una información privada, de tal
manera que quien la pone a circular (salvo que ella sea la afectada por un eventual
delito) sin el consentimiento de la contraparte del proceso de comunicación responde
por eventuales delitos. Por lo anterior se concluye que la prueba es espuria porque se
equipara a una conversación telefónica, en la que un tercero, sin el consentimiento de
los intervinientes en la comunicación y sin que existiera una orden judicial que lo
autorizara, la intercepta y la graba para difundirla, o bien, alguna de las partes
involucradas en el proceso de comunicación (receptor y emisor) es quien realiza esa
grabación y difusión sin la venia de la otra parte y sin que sea afectado directo por el
delito. En ese caso, la prueba sería espuria por tratarse de una captación ilegal de la
comunicación privada telefónica, lo que no es en nada diferente a la que dos personas

23
mantendrían por messenger de Facebook, como ocurrió en este caso. Finalmente, en
relación con lo que alega el impugnante, en el sentido de que se dictó sentencia
absolutoria sin tenerse certeza si las copias de conversaciones en el messenger de
Facebook, aportadas por la querellada, fueron manipuladas o no, aunado a que fue
una probanza extemporánea, el argumento se rechaza porque conforme con el
principio de amplitud probatoria, la imputada tenía derecho a ofrecerla para mejor
resolver durante el debate, por lo que bien hizo el Tribunal sentenciador al haberla
admitido, sin perjuicio de que, por lo dicho atrás, no pudiera ser usada en cuanto al
fondo. En cuanto a su valoración, resulta intrascendente que el Tribunal argumentara
que no se tenía certeza si fueron manipuladas o no, pues, aun suprimiendo esa
valoración, la decisión absolutoria debe mantenerse incólume porque existía, como
principal tema de fondo, la ilicitud de la prueba por las razones ya dichas y que
justifican confirmar lo resuelto, aun cuando el tópico no hubiera sido abordado con
extensión por el Tribunal a quo. En consecuencia, se desestiman estos alegatos.”

7. Libertad de Expresión, Facebook y Delitos contra el Honor

[Tribunal de Apelación de Sentencia Penal, II Circuito Judicial de San José]viii


Voto de mayoría:

“TERCER MOTIVO. […] B. Aspectos jurídicamente relevantes para la solución del caso
conforme a Derecho. El presente caso tiene dos particularidades que necesariamente
deben valorarse con detenimiento y rigurosidad para la correcta solución jurídica del
litigio que se conoce, sean en éstos: 1. que la querellante [Nombre 001] ostentaba el
cargo de […] para la fecha en que Guillermo Alberto Rodríguez Baldí –querellado-
publicó en su perfil de “Facebook” el texto que se acusa como difamatorio; 2. que los
hechos objeto de juzgamiento están vinculados directamente con dos derechos de
rango constitucional, cuya tutela en el ámbito penal revela su importancia para el
desarrollo social e individual de cada uno de los habitantes de nuestro país, sean: i. el
derecho al honor y; ii.- el derecho a la libre expresión. En atención y bajo el prisma de
estos dos pilares de carácter esencial del sublitem, se deben definir los aspectos
jurídicamente relevantes y necesarios para la solución del caso conforme a Derecho.
Así, se procede a individualizar tales supuestos. b.1. Marco jurídico normativo. En
primer término es necesario establecer el marco normativo que está vinculado a los
hechos que se juzgan y que es necesario apreciar y aplicar para su correcto
conocimiento. De esta forma debe definirse en primer lugar la normativa que es parte
del bloque de constitucionalidad que está relacionada y que regula la temática en
cuestión, siendo esta la siguiente: i. Artículo 11 de la Constitución Política; En su
normativa se regula un principio que es de carácter esencial para la debida aplicación
del derecho penal –y sin duda alguna para el caso concreto- como lo es el principio de
legalidad. En dicho precepto constitucional se estipula lo siguiente: “(…) Los

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funcionarios públicos son simples depositarios de la autoridad. Están obligados a
cumplir los deberes que la ley les impone y no pueden arrogarse facultades no
concedidas en ella. Deben prestar juramento de observar y cumplir esta Constitución y
las leyes. La acción para exigirles la responsabilidad penal por sus actos es pública. La
Administración Pública en sentido amplio, estará sometida a un procedimiento de
evaluación de resultados y rendición de cuentas, con la consecuente responsabilidad
personal para los funcionarios en el cumplimiento de sus deberes. La ley señalará los
medios para que este control de resultados y rendición de cuentas opere como un
sistema que cubra todas las instituciones públicas. (Así reformado por Ley N° 8003 del 8
de junio del 2000) (…)”. Otro aspecto de carácter esencial para la solución del caso, y
que se deriva del artículo 11 constitucional, es el deber de rendición de cuentas de los
funcionarios públicos así como la exigencia de responsabilidad personal en el
cumplimiento de sus deberes. ii . Artículo 41 de la Constitución Política. En este
precepto se establece el derecho al honor con rango constitucional, es decir, se le
concede el grado de derecho fundamental, de ahí la relevancia que tiene esta norma
para resolver el fondo del litigio que se conoce en la especie. En dicho artículo se
establece: “(…) Ocurriendo a las leyes, todos han de encontrar reparación para las
injurias o daños que hayan recibido en su persona, propiedad o intereses morales. Debe
hacérseles justicia pronta, cumplida, sin denegación y en estricta conformidad con las
leyes (…)”. iii. Otro artículo de nuestra Constitución Política cuya normativa es
aplicable e importante para la solución del presente caso, es la establecida en su
numeral 28, en el que se regula lo siguiente: “(…) Nadie puede ser inquietado ni
perseguido por la manifestación de sus opiniones ni por acto alguno que no infrinja la
ley. Las acciones privadas que no dañen la moral o el orden públicos, o que no
perjudiquen a tercero, están fuera de la acción de la ley (…)”.iv. Por otra parte,
tenemos el artículo 29 de nuestra Carta Magna en el cual se tutelan como derechos
fundamentales la libertad de expresión, información y prensa, las que sin duda alguna
están directamente vinculadas al evento querellado en la presente causa penal.
Literalmente, en dicha norma se regula lo siguiente: “(…) Todos pueden comunicar sus
pensamientos de palabra o por escrito, y publicarlos sin previa censura; pero serán
responsables de los abusos que cometan en el ejercicio de este derecho, en los casos y
del modo que la ley establezca (…)”. De igual forma, es necesario puntualizar la
regulación del Derecho Convencional que está vinculada y debe ser valorada en la
solución del presente caso, sea esta la siguiente: i. Artículo 11 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos. En esta norma se reconoce expresamente como
un derecho humano la protección a la honra y a la dignidad de la persona. Así, se
dispone lo siguiente: “(…) Protección de la Honra y de la Dignidad.1. Toda persona
tiene derecho al respeto de su honra y al reconocimiento de su dignidad. 2. Nadie
puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en la de su
familia, en su domicilio o en su correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra o
reputación (…)”. ii. También, como parte del “bloque convencional” que rige en

25
nuestro ordenamiento jurídico, en el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos se reconoce expresamente el derecho a la libertad de expresión y de
información, siendo que tales derechos se regulan de la siguiente forma: “(…) 1. Nadie
podrá ser molestado a causa de sus opiniones. 2. Toda persona tiene derecho a la
libertad de expresión; este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir
informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente,
por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su
elección. 3. El ejercicio del derecho previsto en el párrafo 2 de este artículo entraña
deberes y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas
restricciones, que deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser
necesarias para: a) Asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás;
b) La protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral
públicas (…)”. iii . En el mismo orden, en el artículo 13 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos se estipula lo siguiente: “(…) 1. Toda persona
tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la
libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin
consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o
artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección. 2. El ejercicio del derecho
previsto en el inciso precedente no puede estar sujeto a previa censura sino a
responsabilidades ulteriores, las que deben estar expresamente fijadas por la ley y ser
necesarias para asegurar: a) el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, o
b) la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral
públicas. 3. No se puede restringir el derecho de expresión por vías o medios indirectos,
tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos, de
frecuencias radioeléctricas, o de enseres y aparatos usados en la difusión de
información o por cualesquiera otros medios encaminados a impedir la comunicación y
la circulación de ideas y opiniones (…)”. iv. Una norma relacionada con las previamente
expuestas y que es relevante para la decisión del subjudice, es la dispuesta en el
artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en la cual se establece
lo siguiente: “(…) Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión;
este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y
recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por
cualquier medio de expresión (…)”. Por otra parte, en el ámbito legal de nuestro
ordenamiento jurídico, se contempla una serie de regulaciones que son de vital
importancia para la solución de la presente querella conforme a Derecho, sean éstas
las siguientes: i. El artículo 146 del Código Penal tipifica el delito de difamación, que es
precisamente el hecho punible que se querelló como cometido por el imputado
Guillermo Alberto Rodríguez Baldí. En dicho artículo se establece: “(…) Difamación.
Será reprimido con veinte a sesenta días multa en que deshonrare a otro o propalare
especies idóneas para afectar su reputación (…)”. Así, es claro que el derecho
fundamental al honor está de por medio en la solución del subjudice, con la

26
particularidad que también es importante para tal efecto la apreciación rigurosa del
derecho a la libertad de expresión tutelado en las normas jurídicas
superiores supra expuestas; ii. La normativa que se regula en el artículo 25 del Código
Penal, está directamente vincula con la temática objeto de discusión, específicamente,
en cuanto al ejercicio legítimo del derecho a la libertad de expresión. En su regulación
se dispone lo siguiente: “(…) Cumplimiento de la ley. No delinque quien obrare en
cumplimiento de un deber legal o en el ejercicio legítimo de un derecho (…)”. Esta causa
de justificación es de suma importancia a efecto de definir en un caso como el que se
resuelve, si existe responsabilidad penal o no por la difusión de hechos que se
querellan como lesivos al honor. iii. También es jurídicamente relevante en el presente
caso, el contenido normativo del artículo 22 del Código Civil, ya que en este se regula
expresamente la prohibición del abuso de un derecho, disposición que está vinculada a
la libertad de expresión según las normas que reconocen y tutelan tal derecho
fundamental en los instrumentos jurídicos que conforman el bloque de
constitucionalidad, tal y como supra se expuso. En dicho artículo se dispone lo
siguiente: “(…) La ley no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial de éste.
Todo acto u omisión en un contrato, que por la intención de su autor, por su objeto o
por las circunstancias en que se realice, sobrepase manifiestamente los límites
normales del ejercicio de un derecho, con daño para tercero o para la contraparte, dará
lugar a la correspondiente indemnización y a la adopción de las medidas judiciales o
medidas administrativas que impidan la persistencia en el abuso (…)”. iv. Por otra
parte, en virtud de la especial condición personal de la querellante [Nombre 001],
debe apreciarse que en la Ley General de Administración se regulan disposiciones
relacionadas con el tema de fondo, las que son relevantes para la solución del caso. En
primer término, en el artículo 11 de la ley citada se regula el principio de legalidad
como rector esencial de la actuación de los funcionarios públicos, siendo que se
estipula lo siguiente: “(…) La Administración Pública actuará sometida al ordenamiento
jurídico y sólo podrá realizar aquellos actos o prestar aquellos servicios públicos que
autorice dicho ordenamiento, según la escala jerárquica de sus fuentes. Se considerará
autorizado el acto regulado expresamente por norma escrita, al menos en cuanto a
motivo o contenido, aunque sea en forma imprecisa (…)”. Por su parte, en el artículo
113 de la Ley General de la Administración Pública se dispone lo siguiente: “(…) 1. El
servidor público deberá desempeñar sus funciones de modo que satisfagan
primordialmente el interés público, el cual será considerado como la expresión de los
intereses individuales coincidentes de los administrados. 2. El interés público
prevalecerá sobre el interés de la Administración Pública cuando pueda estar en
conflicto. 3. En la apreciación del interés público se tendrá en cuenta, en primer lugar,
los valores de seguridad jurídica y justicia para la comunidad y el individuo, a los que no
puede en ningún caso anteponerse la mera conveniencia (…)”. Otra norma legal
relevante, es el artículo 114 de la Ley General de la Administración Pública, en la cual
se establece: “(…) 1. El servidor público será un servidor de los administrados, en

27
general, y en particular de cada individuo o administrado que con él se relacione en
virtud de la función que desempeña; cada administrado deberá ser considerado en el
caso individual como representante de la colectividad de que el funcionario depende y
por cuyos intereses debe velar. 2. Sin perjuicio de lo que otras leyes establezcan para el
servidor, considérese, en especial, irregular desempeño de su función todo acto, hecho
u omisión que por su culpa o negligencia ocasione trabas u obstáculos injustificados o
arbitrarios a los administrados (…)”. El marco normativo expuesto, contiene las
disposiciones que deben considerarse y aplicarse en la solución del subjudice, el que ,
tal y como anteriormente se apuntó, presenta dos particularidades de gran relevancia
jurídica que deben valorarse, necesariamente, para dictar la decisión que conforme a
Derecho corresponde, sean éstos; que la querellante [Nombre 001] ocupaba el cargo
de […] para el momento en que Guillermo Alberto Rodríguez Baldí publicó en su
cuenta personal de “ Facebook” el texto que se querelló como difamatorio en la
presente causa y; que los hechos objeto de juzgamiento están vinculados
directamente con dos derechos de rango constitucional, cuya tutela en el ámbito penal
revela su importancia para el desarrollo social e individual de cada uno de los
habitantes de nuestro país, sean: i. el derecho al honor y; ii. el derecho a la libre
expresión. Así, del estudio y aplicación de las normas supra apuntadas, se determina
que en el presente caso existe lo que se puede enunciar como una especie de
“fricción” entre los derechos fundamentales al honor y el de la libertad de expresión,
sobre los que debe indicarse, expresamente, que a pesar de tal situación no son
excluyentes entre sí. Esto, por cuanto lo que se determina en tal sentido, con base en
lo regulado en nuestro ordenamiento jurídico, es que ambos derechos
fundamentales están estrechamente vinculados el uno con el otro, puesto que tanto
el derecho al honor como la libertad de expresión, son esenciales para el desarrollo
individual y social de toda persona, a lo que debe sumarse que la libertad de
expresión tiene una cualidad esencial desde el punto de vista político-institucional y
social, como lo es que la tutela y respeto de tal derecho son absolutamente
necesarios para garantizar la estructuración, vigencia y desarrollo de una sociedad
basada en un Estado Democrático, como el que se enmarca en nuestra Constitución
Política. Así las cosas, las disposiciones contenidas en los instrumentos normativos
de referencia, permiten establecer que no es dable pensar o considerar, que uno de
tales derechos humanos es de grado superior o que deba aplicarse en detrimento
absoluto del otro, ya que lo que corresponde a efecto de garantizar y proteger
ambos derechos humanos, debidamente, conforme a los preceptos de nuestro
ordenamiento jurídico, es su aplicación igualitaria, siendo que en el supuesto de
darse una colisión entre ambos –en virtud de su especial vinculación- lo que
corresponde es valorar las circunstancias objetivas y subjetivas de cada caso
concreto, con el fin de modular racional y proporcionalmente, el valor que
corresponde otorgar al derecho al honor con respecto a la libertad de expresión en
un determinado asunto de relevancia jurídico penal. Es importante complementar la

28
idea anterior, de modo que aunado a las consideraciones propias del caso en particular
en cuanto a la “modulación” de los derechos fundamentales de referencia, debe
apreciarse también y definirse con cuidado, el alcance o ámbito de cada uno de tales
preceptos fundamentales. Esto, con el objetivo de determinar si en un caso concreto el
derecho a la libre expresión se extralimitó o se “salió” de su ámbito legítimo de tutela.
Lo anterior es importante porque, normalmente, el derecho al honor se verá afectado
con manifestaciones, opiniones o críticas de terceros, pero esa afectación –por sí sola-
no debe ser el parámetro único a considerar, ya que también debe apreciarse y
definirse hasta dónde la honra y el decoro –en el caso de los funcionarios públicos-
debe tolerar dichas críticas, de modo que no sólo es suficiente “modular” el ámbito de
tutela específico de uno u otro derecho humano, sino que además, se deben fijar
límites y alcances de tales derechos. Lo anterior se sustenta en el estudio y análisis
objetivo e integral de la normativa enunciada, análisis que lleva a concluir que la
libertad de expresión no puede limitarse o restringirse a priori, lo cual implicaría que
tales restricciones se traduzcan en una censura previa que desnaturalizaría y
significaría a su vez, el vaciamiento del contenido y eficacia de la libertad de expresión,
lo que es absolutamente nocivo para el adecuado desarrollo y vigencia de un Estado
Democrático de Derecho. De la normativa expuesta, así como de la naturaleza jurídica
y fines de la libertad de expresión, lo pertinente es que los límites a su ejercicio se
den a posteriori, sí y sólo sí, en los casos en que se haya dado un uso abusivo de la
libertad de expresión que exceda su contenido normativo, y que implique, a su vez, la
vulneración de otros derechos fundamentales, tal y como puede darse con respecto al
derecho al honor, con el que ya se ha indicado que el derecho a la libre expresión está
estrechamente vinculado. De esta forma no procede establecer como regla absoluta
que el derecho a la libertad de expresión va a prevalecer en todo caso y sin límite
alguno sobre el derecho al honor, siendo lo jurídicamente procedente considerar y
definir en cada caso concreto, cuál es el peso o el valor que le corresponde a uno u
otro, a efecto de garantizar adecuadamente y conforme a los parámetros
constitucionales, la vigencia y tutela efectiva de ambos derechos fundamentales bajo
su equilibrio y reconocimiento adecuado. Lo antes expuesto es de suma relevancia
jurídica para la solución del subjudice conforme a Derecho y para garantizar uno de los
pilares fundamentales del debido proceso penal, como lo es el derecho a una
sentencia justa y sujeta a la legalidad, tal y como se establece en la célebre
resolución N° 1739-92 de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia.
Específicamente en virtud de que, tal y como se ha establecido previamente, la
querellante [Nombre 001] ocupaba la […] en el momento en que acaecieron los hechos
objeto de juzgamiento. Tal situación introduce a otra temática esencial en el análisis
del subjudice, a saber, la condición de funcionario público y la obligación que, en
virtud de tal calidad, existe para con los administrados en general, de modo que en
razón de lo preceptuado por los principios de legalidad y rendición de cuentas, todo
aquel que ostente el cargo de funcionario público tiene una mayor responsabilidad

29
en el ejercicio de las competencias propias de su investidura, así como está sujeto a
un mayor escrutinio y fiscalización en el ejercicio de la función pública, parámetro
que en definitiva le da un matiz especial al derecho fundamental a la libertad de
expresión versus el derecho al honor. Así, es claro que en razón del principio de
rendición de cuentas derivado de los artículos 11 de la Constitución Política, así como
de los artículos 11, 113 y 114 de la Ley General de la Administración Pública, quien sea
funcionario público y ejerza un cargo de tal naturaleza, ya sea de elección popular o de
cualquier otro tipo, en virtud de su condición de funcionario público y por haber
optado voluntariamente a la gestión de un puesto de esa categoría, está obligado a
soportar un mayor nivel de tolerancia en el escrutinio y fiscalización del ejercicio de su
cargo, así como en la realización de sus actuaciones –incluso de carácter personal- que
directa o indirectamente se vinculen, afecten o tengan incidencia en la gestión de su
función pública. En razón de lo anterior, no cabe duda que quien ostenta un cargo
como el que ocupaba para la fecha de los hechos la querellante [Nombre 001], sea el
de la […] –y en general todo aquel que ocupe o ejerza la función pública-, tiene el
deber de someterse –y aceptar- un mayor control en el ejercicio de sus funciones, no
sólo por los órganos o mecanismos formales creados para tal efecto, como por
ejemplo la Contraloría General de la República, sino también –y en un grado de suma
importancia- por los medios de control y fiscalización informal, tal como lo son los
medios de prensa y la opinión pública en general. Así, se garantiza que la
administración de los bienes y recursos del Estado –que en realidad pertenecen a
todos los habitantes del país y los han delegado para su correcto gobierno a los
funcionarios públicos- se realice conforme a los fines y con la eficiencia exigida por la
ley, por parte de quienes ejercen algún cargo público. A su vez, se tutela el efectivo
resguardo y vigencia del Estado democrático, en el que no caben en modo alguno
restricciones previas –o de algún otro tipo- a la libertad de expresión como medio de
control y dominación social, siendo más bien que en un esquema democrático como el
que rige en nuestro país debe garantizarse la libertad de expresión como una forma de
control del ejercicio del poder público. De esta forma, y concretamente, quien ejerza el
cargo de la […], está sujeto a un mayor nivel de tolerancia en el escrutinio de sus
funciones, lo cual sin duda alguna abarca los aspectos atinentes al ejercicio de la
libertad de expresión con respecto al derecho al honor del […] o la […], de modo que
quien ostenta el cargo está sujeto a críticas, cuestionamientos, opiniones o
manifestaciones que se dirijan o se sustenten en el ejercicio de su función pública o
que estén vinculadas directa o indirectamente a su condición de funcionario público y
a las competencias que desempeña. No obstante lo anterior, y desde ya es preciso
establecer, no es legalmente procedente la interpretación que de las
normas supra expuestas lleva a cabo el tribunal penal en la sentencia de mérito. Esto,
por cuanto tal criterio deriva de una interpretación subjetiva de la realidad político-
social costarricense por parte de los juzgadores de instancia, postura conforme a la
que definen una base ideológica de su decisión, la que, según expresamente así lo

30
indican en el fallo, sustenta el criterio o parámetro esencial con base el que resuelven
el fondo del presente asunto, sea éste, que los juzgadores aprecian o consideran que
quien ocupa la […] debe soportar o tolerar aún mayores limitaciones a su derecho al
honor con respecto al resto de los funcionarios públicos, en cuanto al ejercicio de la
libertad de expresión, de modo que sólo las ofensas directas a tal derecho
fundamental o la referencia a hechos que expresamente constituyen un delito, serían
los supuestos en que podría darse la vulneración ilícita del derecho al honor del […] o
[…], criterio con el cual descartan la afectación al derecho al honor en la especie de la
[…] y querellante, [Nombre 001]. En tal sentido, el estudio e interpretación que
conforme a Derecho corresponde del marco normativo previamente definido, no
permite establecer que se regule expresa o tácitamente que el nivel de tolerancia de
quien ostenta el cargo de la […] sea distinto al del resto de los funcionarios públicos
que son miembros de los Supremos Poderes de la República, o de cualquier otro cargo
público de grado inferior a los antes señalados. Así, la diferenciación que lleva a cabo
el a quo –distinguiendo donde la norma no lo hace- en cuanto al punto objeto de
análisis, no es objetiva ni jurídicamente sustentada, sino que deriva de su parecer o
postura subjetiva en cuanto a lo que estiman los juzgadores de instancia que es la
respuesta que corresponde a las interrogantes que se auto plantean en su fallo, sean
éstas: “[…] ¿qué tipo de Estado y de sociedad quiere la mayoría de los
costarricenses? ¿Se quiere un Estado fuerte donde el honor de los servidores públicos
tenga mayor protección legal que la libertad de expresión? o ¿Se quiere un Estado
Constitucional donde exista una justa protección entre el honor de los funcionarios
públicos y la libertad de expresión de los demás costarricenses […]” (cfr. folio 360 del
legajo principal). Las limitaciones y relación existentes entre el derecho a la libertad de
expresión con respecto al derecho al honor de los funcionarios públicos costarricenses,
no se define a partir de la interpretación o individualización subjetiva de la ideología de
lo que en tal sentido se considere que quieren las mayorías de nuestro país, tal y como
equívocamente lo lleva a cabo el a quo en la sentencia de mérito. La relación jurídica
entre el derecho al honor y la libertad de expresión en aras de garantizar
adecuadamente los principios de legalidad, de transparencia y rendición de cuentas de
los funcionarios públicos, para la vigencia y correcto desarrollo del modelo
democrático que instaura nuestra Carta Magna, debe definirse con base en la
aplicación del marco normativo supra expuesto, del cual se determina lo siguiente: i.
Los funcionarios públicos están sujetos a los principios de legalidad y de rendición de
cuentas en su calidad de depositarios de la función pública. ii. La aplicación estricta de
tales principios implica que los funcionarios públicos tienen un mayor nivel de
tolerancia en el escrutinio y fiscalización del ejercicio de sus cargos, a efecto de
garantizar el adecuado manejo de los recursos públicos de todos los administrados, así
como para garantizar el desarrollo pleno del principio democrático y el resguardo del
Estado Democrático que instaura nuestra Constitución Política. iii. La normativa
constitucional, convencional y legal supra expuesta, determina que los funcionarios

31
públicos, a pesar del deber de tolerancia al que están sometidos por su condición de
tal, sí poseen y son titulares del derecho al honor, el cual debe tutelarse y garantizarse
bajo la aplicación estricta del principio de rendición de cuentas y transparencia propios
de un Estado Democrático de Derecho, los que dan un especial matiz y un umbral de
tolerancia mayor, en la relación honor versus libertad de expresión de los funcionarios
públicos, el que jurídicamente no puede traducirse en el vaciamiento o
desconocimiento de facto de la tutela al honor de quienes ejercen la función pública,
en los que, obviamente, se incluye el cargo de […]. Así, si bien la persona que ostente
dicho cargo debe soportar críticas, cuestionamientos u opiniones, las que incluso,
pueden ser fuertes, ácidas e incómodas, mantiene su derecho al honor, de modo que
el mismo no puede vulnerarse bajo la cortina o la mampara del ejercicio legítimo de un
derecho (artículo 25 del Código Penal), sea el de la libertad de expresión, cuando en
realidad lo que existe es un ejercicio abusivo e ilegítimo de tal derecho fundamental
que implica una vulneración del decoro y dignidad de la persona que no sólo la afecta
en su ámbito individual, sino que además, en virtud de su condición especial, la afecta
con respecto al ejercicio de la función y administración pública. Tal uso abusivo del
derecho al honor se puede realizar de muchas formas, tal y como expresamente se ha
estipulado en la jurisprudencia constitucional, convencional y de nuestra Sala III de la
Corte Suprema de Justicia –a la cual se hará referencia en un acápite subsiguiente- y no
sólo mediante ofensas directas o señalamientos delictivos expresos en contra de un
[…] o […], tal y como sin un sustento objetivo y jurídico lo estimaron los jueces de
instancia en la sentencia de mérito. Así las cosas, para garantizar la tutela y aplicación
efectiva de la normativa supra expuesta que regula los derechos fundamentales al
honor y a la libertad de expresión en un caso como el que se dilucida en el subjudice,
sin que se dé un menoscabo ilegítimo de uno de tales derechos en detrimento del
otro, y lograr así el resguardo y eficacia de ambos, no deben valorarse o definirse
formas a priori o taxativas como propias o necesarias para la ofensa al honor de un
determinado funcionario público, sea en el presente asunto el de quien ocupe la […],
sino que lo procedente es apreciar o valorar en cada caso concreto la especie que se
acusa o querella como ofensiva al honor del funcionario público, desde dos
perspectivas; 1. que el texto o contenido del material publicado se realice, exprese o
plantee de una forma o manera que conlleve a una afectación o un menoscabo
objetivamente constatables del honor, decoro o dignidad del funcionario público, en
virtud del ejercicio abusivo de la libertad de expresión. Es decir, que lo principal es el
contenido ofensivo de la publicación, mas sin embargo, tal y como lo ha indicado la
Sala Tercera en la resolución supra estudiada, es importante valorar la forma en que se
expresan, se plasman las ideas o se lleva a cabo la publicación; 2. que de “la especie”
que se querella o reputa como lesiva al honor, se derive la existencia de un dolo
común de quien la realiza, es decir, el conocimiento y voluntad de que la
manifestación es ofensiva al honor, sea afectar la honra o decoro del funcionario
público, voluntad que se aparta y excede el ejercicio de la libertad de expresión que

32
corresponde al escrutinio y fiscalización que deben tolerar los funcionarios públicos
como parte del deber de transparencia y rendición de cuentas que está aparejada al
cargo que ostentan. En términos sencillos, puede puntualizarse que lo mínimo que
puede requerírsele a una persona que lleva a cabo una publicación o difusión de una
expresión con respecto a una persona que ostenta un cargo público –a posteriori a
efecto de evitar cualquier posibilidad de censura previa-, es el que se haya cerciorado
al menos, de la seriedad o existencia real de la fuente, es decir, apreciar y definir al
menos una base objetiva que justifique el cuestionamiento, crítica, denuncia,
comentario etc., que se difunde o pública. Es claro que dependiendo de cada caso en
particular, y en atención al grado de responsabilidad, jerarquía y grado de exposición
del cargo de un determinado funcionario público, será más común y se tendrá que
aceptar con mayor habitualidad el margen de tolerancia a la crítica, cuestionamientos
u opiniones desfavorables que se lleven a cabo en el ejercicio serio y mesurado de la
libertad de expresión, como medio de control y formación de opinión pública, tal y
como ocurre en el cargo de la […]. iv. De la normativa expuesta, se colige que la
libertad de expresión en torno al derecho al honor de los funcionarios públicos, no
cubre ni ampara el ejercicio de aquella mediante el señalamiento o divulgación de
hechos falsos, simples especulaciones o comentarios maliciosos que tienen como
verdadera finalidad la de afectar el honor del funcionario público involucrado, y no la
de hacer efectivo el ejercicio legítimo de un derecho con el objetivo de informar o
generar opinión pública con respecto a situaciones que son relevantes para el correcto
ejercicio de la función pública. Lo anterior no se traduce en que quien lleva a cabo una
manifestación, crítica u opinión con respecto a la actuación de un funcionario público,
esté obligado a demostrar la verdad del contenido de su publicación, ya que tal
postura podría limitar indebidamente la libertad de expresión como una forma de
censura previa. Lo que procede en cada caso concreto –tal y como supra se adelantó-,
es analizar en primer término, la base objetiva del comentario, opinión o publicación, y
en segundo lugar, que su emisión y difusión no tengan como verdadera finalidad la de
afectar indebidamente el derecho al honor de un funcionario público bajo la apariencia
o subterfugio de invocar el ejercicio de la libertad de expresión. Esto, en razón de que
aceptar abiertamente y sin discriminación alguna cualquier tipo de expresión o
comentario negativos en contra de un funcionario público, sin tamizar tales
manifestaciones bajo la óptica del mayor nivel de tolerancia que les corresponde no es
procedente. Tampoco es de recibo, afectar radicalmente su derecho al honor, en
virtud de la definición y apreciación de presupuestos de hecho taxativos que no se
derivan ni regulan, en el marco jurídico supra expuesto en modo alguno, tal y como lo
hace el a quo. Tal postura lejos de satisfacer, procurar y permitir el control, escrutinio y
fiscalización de quienes ostentan cargos públicos, a efecto de garantizar los deberes de
transparencia y rendición de cuentas constitucionalmente establecidos, para la
vigencia y desarrollo del Estado democrático a través de la formación de opinión
pública y el cuestionamiento de los distintos actos que se dan en el ejercicio del poder

33
y la administración estatal, lo que genera es la “deformación de la opinión pública”, lo
que conlleva al desencanto y pérdida de confianza indebidos en quienes ejercen la
administración pública y, en consecuencia, a la posible afectación irregular del correcto
orden institucional. Lo anterior no solo afecta el honor individual de tales personas,
sino que además y lo que es sumamente perjudicial para un Estado Democrático,
menoscaba la institucionalidad y la gobernabilidad del mismo, ya que se produce
indebidamente un ambiente de desconfianza y desencanto de los administrados en
general, con respecto de quienes ejercen la función pública por su delegación y en su
representación. De esta forma, la libertad de expresión y comunicación en un esquema
constitucional democrático, no solo incluye la posibilidad de llevar a cabo las
manifestaciones de modo libre y sin censura previa por los habitantes del Estado, sino
que además, contempla el derecho a recibir y que se difunda información veraz, seria,
objetiva y responsable sobre la actuación de quienes ostentan la función pública, a
efecto de garantizar la formación de una adecuada opinión pública que enriquezca y
consagre el principio de democrático a través de la tutela y correcta aplicación de los
principios de transparencia y rendición de cuentas los que, obviamente, atañen y
vinculan a quien ejerza la […]. En razón de todo lo expuesto, se determina que la base
ideológica que se definió subjetivamente por el a quo, a partir de su apreciación
particular de la realidad de nuestro país, para definir parámetros que según su
apreciación descartan la existencia de conductas ilícitas lesivas al honor en perjuicio de
la [Nombre 001] por los hechos que querelló en contra del imputado Guillermo Alberto
Rodríguez Baldí, es una decisión que no se acuerpa ni se ajusta a las normas que en
nuestro ordenamiento jurídico regulan el derecho al honor de los funcionarios públicos
con respecto al ejercicio de la libertad de expresión. b.2. Precedentes
jurisprudenciales aplicables al tema de fondo. En la sentencia de mérito los
juzgadores de instancia invocan y aprecian en su argumentación, precedentes
jurisprudenciales de las Salas Constitucional y Tercera, de la Corte Suprema de Justicia,
así como de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. No obstante lo anterior, el
examen integral del fallo deja ver que, tal y como lo reclama el impugnante, el tribunal
de juicio no valoró de modo íntegro el contenido de tales pronunciamientos, a pesar
de que resultan muy importantes para decidir el fondo del presente asunto, toda vez
que en ellos se estudia y desarrolla el tema relativo a los preceptos y criterios que
deben seguirse en el abordaje jurídico-penal de la relación que existe entre los
derechos fundamentales a la libertad de expresión con respecto al derecho al honor de
quienes ejercen la función pública, así como también definen otros aspectos
jurídicamente relevantes para la solución del caso. Por tal motivo y en virtud de que el
marco jurisprudencial de referencia ha sido apreciado y valorado a efecto de
fundamentar el presente pronunciamiento, es necesario recapitular y analizar los
contenidos más importantes de cada uno de los precedentes invocados en el fallo de
mérito, relacionados con el tema objeto de litigio. 1. Sala Constitucional de la Corte
Suprema de Justicia. El estudio del fallo de mérito permite establecer que los

34
juzgadores de instancia utilizaron, en el fundamento de su decisión de absolver al
querellado Guillermo Alberto Rodríguez Baldí, el precedente jurisprudencial de la Sala
Constitucional N°2006-05977, de las 15:16 horas del 3 de mayo de 2006, en el que se
resolvió una acción de inconstitucionalidad planteada en contra del texto "Los
responsables de delitos de calumnias o injuria cometidos por medio de la prensa, serán
castigados con la pena de arresto de uno a ciento veinte días", contenido en el párrafo
primero del artículo 7º de la Ley de Imprenta, N° 32 del 12 de julio de 1902. En dicho
pronunciamiento, cuyas disposiciones debe recordarse que son erga omnes, se
destacan los siguientes aspectos: i. En el precedente objeto de estudio se analiza el
derecho fundamental a la libertad de prensa, siendo que la Sala Constitucional indica
en tal sentido, que el caso se aborda desde la perspectiva de dicho derecho en relación
con funcionarios públicos y la divulgación de temas de relevancia social -hechos
noticiosos-, esto aún y cuando la norma está concebida dentro de un marco más
amplio de sujetos. Al respecto, cabe señalar que en la sentencia de mérito los
juzgadores no apreciaron en modo alguno que si bien el caso analizado en el
precedente constitucional de referencia, tiene algunos aspectos que son aplicables al
presente asunto -por estar relacionados en cierto grado con los hechos que se juzgan
en el sublitem-, el tema que se trató en específico por la Sala Constitucional fue el de la
libertad de prensa, lo cual difiere de lo que se discute en esta querella, toda vez que
“la especie” que se querelló como lesiva al honor de [Nombre 001] no se publicó en un
medio de prensa, ni tampoco se llevó a cabo por alguna persona dedicada a tal ámbito
profesional. Esto, por cuanto Guillermo Alberto Rodríguez Baldí no es periodista, a lo
debe sumarse que el querellado tampoco realizó la publicación de marras como
resultado de una investigación periodística, ni bajo las características de la difusión que
se estila y que son propias de los medios de comunicación de tal naturaleza. Esta
situación debe tenerse presente para poder dimensionar los alcances del
pronunciamiento en cuestión, a efecto de derivar los aspectos que del mismo sí son
aplicables en la solución del subjudice, lo cual se dejó totalmente de lado por el a
quo en la valoración que llevó a cabo en el fallo del precedente constitucional que se
estudia. ii. Otro aspecto que no valoró el tribunal penal con el peso que jurídicamente
corresponde, es la afirmación que hace la Sala Constitucional en cuanto a los límites
que tiene la libertad de prensa –que en algún momento de su razonamiento identifica
como libertad de expresión- con respecto a quienes ejercen la función pública y su
derecho al honor. En tal sentido se estipula, en términos generales, que las normas
que establecen restricciones a dicho derecho fundamental no tienen como finalidad
limitar el deber de transparencia, pero sí la de sancionar la mala fe y la negligencia
inexcusable de quien utiliza la libertad de prensa como medio para lesionar el honor
de un funcionario público. Literalmente, sobre los aspectos previamente apuntados la
Sala Constitucional establece: “[…] No se trata entonces de una norma configurada
para escudar la función pública, ni evitar la necesaria transparencia que debe existir
sobre sus actos, sino que pretende en general, sancionar a quien de mala fe o por

35
negligencia inexcusable, utiliza la libertad de prensa como medio para lesionar el honor
de las personas y el derecho de los ciudadanos a recibir información adecuada y
oportuna de parte de los periodistas y medios que difunden información a través de
medios escritos. No se abordan por no ser parte del caso, los temas ajenos al marco
señalado, como lo son los otros sujetos no periodistas o medios de comunicación, que
se expresan e informan sobre los distintos temas diariamente a la ciudadanía por
medio de la imprenta que engloba de manera genérica todos los tipos de impresos,
impresión, edición, circulación de folletos, revistas y publicaciones de toda clase
[…]”. Lo anterior revela las debilidades en el razonamiento y, en consecuencia, en el
fundamento de la decisión objeto de impugnación. iii. En cuanto a la libertad de
expresión, la Sala Constitucional establece que tal derecho fundamental es un pilar
esencial de la democracia, lo cual asume y comparte plenamente esta cámara de
alzada, según lo expuesto en el punto precedente de este pronunciamiento.
Específicamente, en tal sentido la Sala Constitucional estipula lo siguiente: “[…] La
libertad de expresión como requisito indispensable de la democracia. La libertad de
expresión sin duda alguna es una de las condiciones -aunque no la única-, para que
funcione la democracia. Esta libertad es la que permite la creación de la opinión
pública, esencial para darle contenido a varios principios del Estado constitucional,
como lo son por ejemplo el derecho a la información, el derecho de petición o los
derechos en materia de participación política; la existencia de una opinión pública libre
y consolidada también es una condición para el funcionamiento de la democracia
representativa. La posibilidad de que todas las personas participen en las discusiones
públicas constituye el presupuesto necesario para la construcción de una dinámica
social de intercambio de conocimientos ideas e información, que permita la generación
de consensos y la toma de decisiones entre los componentes de los diversos grupos
sociales, pero que también constituya un cauce para la expresión de los disensos, que
en la democracia son tan necesarios como los acuerdos. Por su parte, el intercambio de
opiniones e informaciones que se origina con la discusión pública contribuye a formar
la opinión personal, ambas conforman la opinión pública, que acaba manifestándose
por medio de los canales de la democracia representativa […]”. iv. En el precedente
objeto de estudio, la Sala Constitucional define el contenido de la libertad de expresión
encuadrándola en distintas facetas, categorización que es de capital importancia para
solución del presente caso. Al respecto se estipula lo siguiente: “[…] Contenido de la
libertad de expresión . La libertad de información podría decirse que tiene varias
facetas, según lo ha reconocido la doctrina nacional (de las cuales las tres primeras se
relacionan con lo que aquí se discute): a) la libertad de imprenta en sentido amplio, que
cubre cualquier tipo de publicación, b) la libertad de información por medios no
escritos, c) el derecho de rectificación o respuesta. La libertad de prensa engloba de
manera genérica todos los tipos de impresos, impresión, edición, circulación de
periódicos, folletos, revistas y publicaciones de toda clase. Es por su naturaleza vehículo
natural de la libertad de expresión de los ciudadanos. Se traduce en el derecho para los

36
administrados de buscar y difundir las informaciones y las ideas a un número
indeterminado de personas sobre hechos que por su naturaleza son de interés de la
generalidad por considerarse noticiosos. Por su naturaleza, está sujeta a las mismas
limitaciones que la libertad de expresión. Tiene como funciones en la democracia:
informar (hechos, acontecimientos noticiosos), integrar la opinión (estimulando la
integración social) y controlar el poder político, en cuanto es permanente guardián de
la honestidad y correcto manejo de los asuntos públicos. Dado su vínculo simbiótico
con la ideología democrática, un sin fin de instrumentos internacionales y
prácticamente todas las Constituciones del mundo libre, desde la Declaración
Francesa de 1789 (art.11) la han reconocido (…) La libertad de expresión tiene como
consecuencia la prohibición de toda forma de censura, en un doble sentido: no se
puede censurar a los interlocutores, por una parte; y no se puede, en general, tampoco
censurar en forma previa los contenidos posibles de la discusión: en principio, en una
democracia, todos los temas son discutibles. La no censurabilidad de los sujetos tienen
un carácter prácticamente universal, como lo establece nuestra Constitución, nadie
puede ser privado de la libertad de hablar y expresarse como mejor le parezca; la
no censurabilidad de los contenidos, si bien no se da en forma previa, encuentra
algunas limitaciones, sin embargo, éstas deben ser tales que la libertad siga teniendo
sentido o no sea vaciada de su contenido, básicamente, como toda libertad, debe
ejercerse con responsabilidad, en fin para perseguir fines legítimos dentro del
sistema […]” (El subrayado no es parte del texto original). De lo expuesto se coligen
dos puntos fundamentales con respecto al ejercicio de la libertad de expresión, a
efecto de cumplir con los fines propios de un Estado Democrático, a saber: a. se le
define como el derecho de los administrados a difundir ideas a un número
indeterminado de personas sobre hechos que por su naturaleza con de interés de la
generalidad por considerarse noticiosos. Así, es claro que lo que la libertad de
expresión permite difundir son “hechos” que sean relevantes y tengan el carácter de
noticiosos, por estar vinculados al ejercicio de la función pública. Tales aspectos no
fueron valorados por el a quo a pesar de utilizar en su razonamiento de fondo el
contenido jurisprudencial del precedente de referencia, siendo que no llevó a cabo
apreciación alguna para definir si en el presente asunto, “la especie” que se querelló
como idónea para afectar el derecho al honor de [Nombre 001] por ser difamatoria,
reviste el carácter de “hecho” y, a su vez, si puede considerarse de interés para la
generalidad de las personas por ser de carácter noticioso. En este sentido cabe reiterar
según fue establecido supra por este tribunal de alzada, que desde el punto de vista
penal quien ejerce el derecho a libertad de expresión o de prensa no está obligado a
demostrar la veracidad de los hechos que difunde, sin embargo, sí es necesaria la
constatación de cierta base objetiva que permita descartar que lo que se esconde
detrás de la publicación es una falsedad o una mera especulación que de manera
maliciosa se pone a circular o se difunde a sabiendas de que es idónea para afectar el
honor del funcionario público que se involucra, tal y como la misma Sala Constitucional

37
lo estipula en la jurisprudencia que se examina. El examen integral del fallo recurrido
deja ver que el tribunal de mérito no valoró, con la rigurosidad que exigen los artículos
142 y 184 del Código Procesal Penal, los aspectos antes apuntados a pesar de ser
esenciales para categorizar y decidir adecuadamente los hechos querellados en la
presente causa. b. La Sala Constitucional expresamente establece que no son
procedentes límites previos al ejercicio de la libertad de expresión, ya que tal tipo de
restricciones podría implicar una especie de censura previa. No obstante lo anterior,
nuestro Tribunal Constitucional establece que sí son procedentes ciertos límites a
posteriori, mismos que no supriman el contenido del derecho fundamental, límites que
se justifican en que toda libertad debe ejercerse con responsabilidad, a efecto de
procurar y alcanzar los fines legítimos dentro del sistema. v. Otro aspecto esencial que
se toca en el precedente objeto de estudio, es el relativo a los límites que la Sala
Constitucional estipula que le corresponden a la libertad de expresión. En tal sentido
se establece que no todas las expresiones tienen el mismo valor, y en consecuencia, no
gozan de la misma protección constitucional. Al respecto, retoma la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional español, siendo que indica lo siguiente: “[…] Para determinar
cuáles expresiones se pueden limitar y en qué medida, es importante tomar en cuenta
que no todas las expresiones pueden tener el mismo valor ni gozar, en consecuencia, de
la misma protección constitucional. Así por ejemplo, incluso la jurisprudencia
internacional, vgr. el Tribunal Constitucional español, ha señalado que carecen de
protección constitucional, los insultos o los juicios de valor formalmente injuriosos e
innecesarios para la expresión de una idea, pensamiento u opinión […]”. De lo anterior
se colige que carecen de protección los insultos, así como los juicios de valor
formalmente injuriosos e innecesarios para la expresión de una idea, pensamiento u
opinión. En tal sentido, el examen comprensivo del fallo de mérito permite concluir
que los juzgadores de instancia no valoraron bajo los parámetros estipulados por la
Sala Constitucional, el contenido de la publicación que se querelló como difamatoria
en el presente asunto, siendo que no apreciaron si la manera en que se redactó tal
manifestación y su contenido, eran necesarios para la expresión de la especie que se
difundió en el perfil de “Facebook” del Guillermo Alberto Rodríguez Baldí. En este
sentido cabe agregar que el a quo analizó la publicación de marras de manera
segmentada y restrictivamente, a partir del criterio que de modo subjetivo definió
como la “base ideológica” de su fallo, del cual estableció los parámetros que consideró
y determinó como los únicos que pueden generar la afectación del derecho al honor
de quien ocupa la […]. Así, limitó su examen del caso en apreciar si el texto en cuestión
era directamente injurioso o atribuía indubitablemente una conducta delictiva a la
querellante, análisis que evidentemente no se ajusta a los parámetros definidos por
nuestra Sala Constitucional en el precedente de referencia, situación que se traduce en
la errónea fundamentación jurídica de la sentencia recurrida. Siguiendo con el análisis
que dicha Sala realiza en la jurisprudencia objeto de estudio, en cuanto a las
limitaciones que constitucionalmente le corresponden al derecho a libertad de

38
expresión, es importante destacar los siguientes puntos que delimitan el legítimo
ejercicio de dicho derecho fundamental: “[…] En otro peldaño se encuentran las
opiniones, es decir, los juicios de valor personales que no sean formalmente injuriosos e
innecesarios para lo que se quiere expresar, aunque contengan lo que se conoce como
"opiniones inquietantes o hirientes"; estas opiniones sí estaría protegidas
constitucionalmente por la libertad de expresión y podría tener como contenido incluso
la ironía, la sátira y la burla. En otro escalón estaría la información, entendiendo por tal
la narración veraz de hechos, que estaría protegida como regla general, a menos que
vulnere otros derechos fundamentales o bienes constitucionalmente protegidos (por
ejemplo, el honor, la intimidad, el orden y tranquilidad de la nación, los derechos de los
niños y adolescentes). En otro nivel estaría la noticia, entendiendo por tal la narración
veraz de hechos que tienen relevancia pública, ya sea por los hechos en sí mismos, o
por las personas que intervienen en ellos; las noticias contribuyen de manera
destacada a la creación de la opinión pública libre. En el último escalón se encontrarían
las falsedades, los rumores o insidias que se esconden detrás de una narración neutral
de hechos y que en realidad carecen por completo de veracidad. Sobre el tema de la
veracidad, la Comisión de Derechos Humanos ha señalado (Declaración de Principios
sobre Libertad de Expresión, adoptada por la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos en su 108 periodo ordinario de sesiones en octubre de 2000) que se considera
censura previa cualquier condicionamiento previo, a aspectos tales como veracidad,
oportunidad o imparcialidad de la información, pero a criterio de este Tribunal, debe
entenderse que está referido a la posibilidad de utilizar dichos argumentos como
justificantes de una censura previa de la información, no para impedir el derecho a una
tutela judicial efectiva frente a las injurias o daños que hayan recibido en su persona,
propiedad o intereses morales, como lo establece el artículo 41 de nuestra Constitución
al señalar: “Ocurriendo a las leyes, todos han de encontrar reparación para las injurias
o daños que hayan recibido en su persona, propiedad o intereses morales. Debe
hacérseles justicia pronta, cumplida, sin denegación y en estricta conformidad con las
leyes.” Se reconoce que el ejercicio de la libertad de prensa, entendida como parte del
derecho a informar y por lo tanto una forma de libertad de expresión, debe ejercerse
dentro de principios éticos elementales, pues “la libertad de prensa no es sinónimo de
derecho a injuriar”. Esto porque existe otro derecho fundamental que justifica que el
sistema jurídico provea un equilibrio que será determinado siempre con análisis del
caso concreto. No quiere esto decir que en todos los casos el honor de las personas
debe prevalecer, o que son derechos del mismo rango. Son más bien libertades que se
relacionan entre sí dentro del sistema de libertad que soporta nuestra institucionalidad
democrática […]” (El subrayado no es parte del texto original). De lo antes señalado se
derivan dos aspectos muy importantes en cuanto al derecho al honor, que no fueron
valorados debidamente por el a quo, a saber: a. Las opiniones o juicios de valor
personales no están exentos per se o de modo absoluto de generar un abuso del
derecho a la libertad de expresión en detrimento de otros derechos fundamentales.

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Así, conforme lo dispone nuestro Tribunal Constitucional, para descartar tal uso
abusivo del derecho a la libertad de expresión, debe apreciarse y definirse si las
opiniones son formalmente injuriosas e innecesarias para difundir lo que se quiere
expresar, análisis que omitió llevar a cabo el tribunal de mérito en el subjudice, en
virtud de la preponderancia absoluta que le dio al parámetro que subjetivamente
definió, para delimitar las conductas que taxativamente determinó como las únicas
que pueden afectar el derecho al honor en el caso específico de quien ostenta la […].
Cabe agregar que las opiniones inquietantes, hirientes, irónicas, satíricas o burlescas,
siempre que no sean formalmente injuriantes e innecesarias para expresar lo que se
publica, no exceden la libertad de expresión según lo estipula la Sala Constitucional en
el precedente que se analiza. Al respecto, debe indicarse que en el fallo de mérito el
tribunal penal señala que lo referido por el querellado Rodríguez Baldí en contra de
[Nombre 001], se llevó a cabo a través de un texto “fuerte”, “sarcástico” y sin duda
“molesto” para dicha querellante, a partir de los hechos que Rodríguez Baldí informó
como base para su manifestación u opinión. En tal sentido debe reiterarse que en la
sentencia impugnada, no se establece ni se deriva el razonamiento lógico ni tampoco
con base en qué medios probatorios el a quo le otorgó, certeramente, el carácter de
“hechos” a los puntos que se engloban en el texto publicado en el perfil de “Facebook”
de Rodriguez Baldí, en contra de la [Nombre 001]. De igual manera, en el fallo los
jueces de instancia tampoco expresaron los motivos por los que consideraron que “la
especie” difundida por el querellado, se hizo de una manera que no es formalmente
injuriosa e innecesaria para comunicar lo que se difundió en la cuenta de “Facebook”
de Rodríguez Baldí. b. Otro defecto en el fundamento jurídico de la sentencia, que se
constata de su examen integral –con base en lo preceptuado por la Sala
Constitucional en el pronunciamiento que el a quo invocó en su fallo-, es que el
tribunal de mérito no expresó criterio o razón algunos en virtud de los que descartó en
el subjudice que las manifestaciones que fueron querelladas como difamatorias no
constituyen falsedades, rumores o insidias que se difundieron bajo una aparente
“narración neutral de hechos” en el perfil de “Facebook” de Guillermo Alberto
Rodríguez Baldí –pues no se analizó- si la publicación de marras carece por completo
de veracidad. En este sentido, tal y como lo alega el recurrente Rodríguez Campos, el
tribunal penal no valoró íntegramente la declaración de la querellante [Nombre 001]
rendida en el juicio, ya que sólo la apreció a efecto de concluir en el análisis
segmentado de la publicación de marras que realizó en el fallo, que “los sentimientos
expresados por la querellante eran meras apreciaciones personales y derivaciones
entre muchas otras que se podían colegir del contenido de la publicación querellada
como difamatoria” (sin que en el fallo se precisen objetivamente cuáles son esas “otras
muchas derivaciones”). En relación con el punto que se analiza, debe indicarse que la
Sala Constitucional, en el precedente objeto de estudio, establece que no puede
pretenderse la acreditación de la verdad de lo que se publica a priori, ya que tal
situación implicaría una especie de censura previa y afectaría el derecho a la libertad

40
de expresión, pero a su vez considera nuestro Tribunal Constitucional que en el caso
en que una persona decidió ejercer tal derecho fundamental a sabiendas de que el
mismo tiene límites y le puede generar responsabilidades, es procedente y necesario a
posterioriestablecer que lo expresado no se trata de falsedades o rumores que carecen
por completo de veracidad. Este supuesto, definido como uno de los parámetros
constitucionales para limitar la libertad de expresión, no se valoró adecuadamente por
el tribunal penal en la sentencia de mérito. vi. Uno de los puntos de mayor relevancia
para la solución del subjudice, que se desarrolla en la jurisprudencia de la Sala
Constitucional objeto de estudio, es el relativo a la forma en que debe resolverse la
colisión que puede darse entre el derecho al honor y el ejercicio a la libertad de
expresión, en el caso en que de por medio esté una persona o personas que ejerzan la
función pública, siendo que en tal sentido la Sala valora la doctrina de la “posición
preferente” del derecho a la información. Al respecto, se estipula lo siguiente: “[…] Es
reconocido que la libertad de expresión en su más amplio sentido, es tan fundamental
que representa el fundamento de todo el orden político, es decir, no es una libertad
más, de ahí que haya surgido -principalmente por influencia norteamericana-, la
doctrina de la "posición preferente" del derecho a la información en materia de control
de constitucionalidad, entendida como aquella que afirma que cuando el derecho a
informar libremente entra en conflicto con otros derechos, aunque sean derechos
fundamentales, tiende a superponerse a ellos, posición que explica el porqué aspectos
del derecho a la intimidad y al honor de las personas públicas deban ceder ante el
interés de la información. El Tribunal Constitucional español se ha referido a la posición
preferente de la libertad de expresión frente a otros derechos fundamentales en los
siguientes términos: Dada su función institucional, cuando se produzca una colisión de
la libertad de información con el derecho a la intimidad y al honor aquélla goza, en
general, de una posición preferente y las restricciones que de dicho conflicto puedan
derivarse a la libertad de información deben interpretarse de tal modo que el contenido
fundamental del derecho a la información no resulte, dada su jerarquía institucional,
desnaturalizado ni incorrectamente relativizado (sentencias 106/1986 y 159/1986). Sin
embargo es evidente que la posición preferente existe en cuanto el derecho sea
ejercido para cumplir con su función legítima en la democracia y por ende como parte
esencial del mismo, no para permitir falsedades, rumores o insidias que se esconden
detrás del ejercicio de un derecho fundamental con la excusa como se indicó, de una
supuesta narración neutral de hechos carentes por completo de veracidad, que causan
violaciones a libertades también esenciales desde el punto de vista del sistema de
libertad, como lo son el honor de las personas y el derecho a ser informados en forma
adecuada y oportuna. Es tan importante esta libertad, que efectivamente goza de
especiales protecciones en aras de su correcto ejercicio, como la libertad de conciencia,
la protección de la fuente, la no censura previa para mencionar algunas, todo en aras
de que ejerza la función social que está llamada a cumplir dentro del marco
democrático. En ese sentido lleva razón el recurrente cuanto señala que la libertad de

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prensa, contrario al derecho al honor, tiene además de su dimensión de protección
individual, una dimensión social. Se olvida sin embargo que la otra cara de la libertad
de prensa, también con una dimensión social evidente, es precisamente el derecho de
las personas a recibir una información, adecuada y oportuna (no manipulada), con lo
cual se excluye la posibilidad de ejercer esta libertad en forma contraria a fines
legítimos del sistema o que, a su vez, lesione intereses igualmente legítimos del
mismo. En ese sentido la posición preferente vale en tanto y en cuanto no se utilice
como mecanismo para violar otros fines relevantes del sistema, porque para eso no fue
concebida. De lo contrario se estaría autorizando una manipulación o desinformación
de las personas o de las masas, objetivo tan contrario para la democracia, como la
censura misma. En ese sentido, cuando se habla de que el derecho a transmitir
información respecto de hechos o personas de relevancia con preeminencia sobre el
derecho a la intimidad y al honor, en caso de colisión, resulta obligado concluir que en
esa confrontación de derechos, el de la libertad de información, como regla general,
debe prevalecer siempre que la información transmitida sea veraz, y esté referida a
asuntos públicos que son de interés general por las materias a que se refieren, por las
personas que en ellas intervienen, contribuyendo, en consecuencia, a la formación de la
opinión pública en forma legítima. En este caso el contenido del derecho de libre
información alcanza su máximo nivel de eficacia justificadora frente al derecho al
honor, el cual se debilita, proporcionalmente, como límite externo de las libertades de
expresión e información (sentencia STC 107/ 1988 ). Cabe aclarar que jurídicamente no
es posible exigir que todo lo que se publique sea verdadero o exacto, pues como lo ha
señalado el Tribunal Constitucional español, de imponerse la verdad como condición
para el reconocimiento del derecho, la única garantía de la seguridad jurídica sería el
silencio (STC 28/96), pero tampoco puede amparar al periodista que ha actuado con
menosprecio de la verdad o falsedad de lo comunicado. Lo que sí protege es la
información rectamente obtenida y difundida “aunque resulte inexacta, con tal de que
se haya observado el deber de comprobar su veracidad mediante las oportunas
averiguaciones propias de un profesional diligente”. (STC 178\93). Igualmente protege,
el reportaje neutral, entendido como “aquellos casos en que un medio de comunicación
se limita a dar cuenta de declaraciones de terceros, aun y cuando resulten ser
contrarias a los derechos de honor, intimidad personal y familiar y la propia imagen,
(STC 22|93), siempre que medie la buena fe, es decir que no se haya enterado el
responsable de la difusión de su inexactitud o falta de veracidad, porque a partir de ese
momento, de no corregirse se estaría actuando de mala fe, en afectación de otras
garantías relevantes para el sistema de libertad […]” (el subrayado no es parte del
texto original). En cuanto a la doctrina de la “posición preferente” de la libertad de
comunicación con respecto a la tutela de otros derechos fundamentales como el
derecho al honor, debe indicarse que sin duda alguna, el tribunal de mérito le otorgó
preferencia a la libertad de expresión por sobre el derecho al honor de la querellante
[Nombre 001], tal y como en principio se establece que es lo que corresponde por la

42
Sala Constitucional en el precedente de referencia. No obstante lo anterior, en el
razonamiento que se plasmó en el fallo de marras, no se realizó consideración alguna
en cuanto a los aspectos que según nuestro Tribunal Constitucional, deben apreciarse
para determinar si la “posición preferente” es aplicable o no en un caso determinado,
sea específicamente, que el a quo no expresó los razonamientos con base en los que
determinó que en el presente asunto era plenamente aplicable dicha doctrina. Así, en
la sentencia impugnada no se realizó análisis alguno para descartar que las
manifestaciones o información difundida por el querellado Rodríguez Baldí en su perfil
de “ Facebook” no constituyan falsedades, rumores o insidias escondidas detrás del
aparente ejercicio de un derecho fundamental bajo la fachada de una supuesta
narración neutral de hechos carentes por completo de veracidad. En este sentido, el
examen integral del fallo deja ver que el a quo se limitó a considerar que en el
presente asunto no era necesario establecer si la información que difundió el
querellado era veraz o no, ya que se trató de su “opinión” con respecto a los hechos
que se incluyeron en la publicación de marras, siendo que tal y como supra se indicó,
el tribunal penal tampoco estableció las razones -ni las pruebas- con base en las que
estimó como “hechos” las afirmaciones expresadas por Rodríguez Baldí en contra de la
querellada, o por qué calificó dichas afirmaciones como una mera opinión, todo lo cual
contraviene los preceptos definidos por la Sala Constitucional y evidencia la
errónea fundamentación jurídica de la sentencia absolutoria dictada en la presente
causa. vii. En el fundamento del precedente de la Sala Constitucional objeto de
estudio, se hace hincapié en cuanto a que no se puede exigir previamente a quien
ejerce su libertad de expresión o de prensa, que constate de antemano la veracidad de
lo que publica, ya que se estaría en presencia de una situación que puede degenerar
en la censura previa como forma de limitar tales derechos fundamentales, empero, la
misma Sala Constitucional, de igual forma, reitera que no es posible invocar la libertad
de expresión para difundir situaciones que se sabe son falsas o respecto de las cuales
no se hizo esfuerzo alguno por quien hace la publicación, para tratar de constatar
algún aspecto objetivo que descarte su falsedad, así como la necesidad de valorar el
caso concreto para desvirtuar la mala fe como objetivo real de la publicación. En tal
sentido, en el precedente de referencia se retoma lo que ha indicado la Corte
Interamericana de Derechos Humanos sobre el tema de la censura previa, así como se
analiza el contenido de la sentencia dictada por la Corte Suprema de Justicia de los
Estados Unidos en el caso New York Times vs. Sullivan, consideraciones que sin duda
alguna deben tenerse presentes y valorarse en la solución del presente caso. Al
respecto, la Sala Constitucional consideró lo siguiente: “(…) Evidentemente que como
se indicó, la protección del Estado no puede darse como lo ha señalado la Corte de
Derechos Humanos, con el derecho a censurar previamente las informaciones, lo cual
será a todas luces inconstitucional (art. 28), sino que se refiere a su control a posteriori,
en el caso que haya existido intención de infligir daño o actuado con pleno
conocimiento de que se estaban difundiendo noticias falsas o se condujo con

43
manifiesta negligencia en la búsqueda de la verdad o falsedad de las mismas y con ella
resultó afectado el honor y reputación de alguna persona. La Sala comparte la opinión
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (opinión consultiva 5/85) en el
sentido de que: 33. ... No sería lícito invocar el derecho de la sociedad a estar
informada verazmente para fundamentar un régimen de censura
previa supuestamente destinado a eliminar las informaciones que serían falsas a
criterio del censor. Como tampoco sería admisible que, sobre la base del derecho a
difundir informaciones e ideas, se constituyeran monopolios públicos o privados sobre
los medios de comunicación para intentar moldear la opinión pública según un solo
punto de vista. De igual forma reconoce la jurisprudencia sentada en el
caso New York Times vs. Sullivan de 1964 en la que se señala que la protección que la
Constitución ofrece a la libertad de expresión no depende de la verdad, popularidad o
utilidad social de las ideas y creencias manifestadas, y reconoce que un cierto grado de
abuso es inseparable del uso adecuado de esa libertad, a partir de la cual el gobierno y
los tribunales deben permitir que se desarrolle un debate "desinhibido, robusto y
abierto", lo que puede incluir expresiones cáusticas, vehementes y a veces ataques
severos desagradables hacia el gobierno y los funcionarios públicos. Los enunciados
erróneos son inevitables en un debate libre, y deben ser protegidos para dejar a la
libertad de expresión aire para que pueda respirar y sobrevivir. Las normas deben
impedir que un funcionario público pueda demandar a un medio de comunicación o a
un particular por daños causados por una difamación falsa relativa a su
comportamiento oficial, a menos que se pruebe con claridad convincente que la
expresión se hizo con malicia real, es decir, con conocimiento de que era falsa o con
indiferente desconsideración de si era o no falsa. Esta salvedad que se hace es
indispensable frente a la obligación del Estado de proteger la reputación y honra de las
personas y más aún, dentro de la obligación que tiene de velar porque el mal uso o
desvío de esta libertad no se utilice para violar fines igualmente esenciales del sistema
democrático, entre los que se incluye el sistema de derechos fundamentales […]” (el
subrayado no es parte del texto original). El contenido del segmento del precedente
antes expuesto no fue valorado en modo alguno por el tribunal de juicio, a efecto de
establecer si, en el presente caso, con la publicación realizada por Guillermo Alberto
Rodríguez Baldí se hizo un mal uso de la libertad de expresión, ya que el a quo sin
mayor fundamento dejó de lado el considerar si la difusión de las afirmaciones en
contra de la querellante tenían algún grado de objetividad o incluso de veracidad, así
como tampoco valoró si el texto publicado en el perfil de “Facebook” de
Rodríguez Baldí, se hizo con “conocimiento de que era falsa o con indiferente
desconsideración de si era o no falsa,” tal y como lo define nuestra Sala Constitucional
a partir del análisis de lo resuelto en el caso New York Times vs. Sullivan. En conclusión,
de todo lo expuesto de determinan dos aspectos fundamentales: a. El
pronunciamiento N° 2006-05977 de la Sala Constitucional desarrolla una
interpretación y análisis extensos de la forma en que debe entenderse la colisión entre

44
el derecho a la libertad de expresión y el derecho al honor, así como los límites que
constitucionalmente corresponden al ejercicio de la libertad de expresión y
comunicación, lo cual sin duda alguna constituye un insumo jurídico necesario para la
correcta solución del presente caso; b. A pesar de que en el fallo de mérito el a
quo hace referencia y valora un segmento del precedente constitucional antes
enunciado, no lo aplica de modo íntegro y adecuado en el análisis jurídico de los
hechos que se querellaron como difamatorios por la [Nombre 001] en contra de
Guillermo Alberto Rodríguez Baldí, lo cual implica no sólo el desconocimiento de lo
preceptuado por la Sala Constitucional para el análisis de un caso como el que se
dilucida en la especie. 2. Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia. En la sentencia
objeto de impugnación, el tribunal de instancia invocó el contenido jurisprudencial de
la resolución N° 2002-01050, de las 8:50 horas del 25 de octubre de 2002 de nuestra
Sala de Casación Penal. El estudio de tal pronunciamiento con respecto al tema de
fondo que se conoce en el subjudice, permite establecer que en tal precedente se
analiza y desarrolla una serie de aspectos jurídicos que son de suma relevancia para
determinar la forma en que procede abordar penalmente el tema relativo al ejercicio
de la libertad de expresión versus la tutela del derecho al honor, a efecto de definir en
qué casos existe un ejercicio legítimo del derecho fundamental a expresar y comunicar
las ideas, y en qué supuestos se da un ejercicio abusivo de tal garantía constitucional
que signifique la violación del bien jurídico “honor” penalmente tutelado, sea en
el sublitem, en lo que respecta al delito de difamación dispuesto en el artículo 146 del
Código Penal que se querelló en contra de Guillermo Alberto Rodríguez Baldí. Es
preciso indicar que el examen integral del fallo recurrido permite establecer que los
juzgadores de instancia no analizaron de modo integral el pronunciamiento de la
Sala de Casación que citaron en el fundamento de la sentencia impugnada, ya que no
apreciaron con la rigurosidad que exigen los artículos 142 y 184 del Código Procesal
Penal su contenido, a efecto de sustentar adecuadamente la absolutoria dictada en la
presente causa. A efecto de sustentar el presente pronunciamiento, se procede a
definir y valorar los principales aspectos establecidos por la Sala Tercera de la Corte
Suprema de Justicia en torno al asunto de fondo que es objeto de discusión en
el subjudice, sean éstos los siguientes: i. La resolución objeto de estudio versa,
específicamente, sobre el ejercicio a la libertad de comunicación de quien se dedica al
periodismo, en torno a la tutela del derecho al honor de las personas desde la
perspectiva penal. Tal particularidad debe apreciarse con el fin de marcar la diferencia
que existe con respecto a los hechos juzgados en la especie, sin embargo, de la
resolución de la Sala de Casación Penal de referencia se derivan aspectos que sí son
aplicables para el adecuado análisis jurídico y solución del presente asunto. ii. Al igual
que lo ha establecido esta cámara de apelaciones y se ha desarrollado en el acápite A)
de esta resolución, la Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia considera que un
caso de relevancia penal en el que existe colisión entre los derechos fundamentales al
honor y la libertad de comunicación, expresión o prensa, no se puede decidir

45
atendiendo únicamente a las normas de carácter penal, sino que es necesario valorar
normas constitucionales y convencionales con el fin de analizar y resolver
adecuadamente el caso. En tal sentido, en el voto de referencia se estipula lo
siguiente: “[…] El conflicto entre el derecho al honor y las libertades de información y
prensa es uno de los más difíciles de resolver, pues se está ante derechos
fundamentales de la persona y ello obliga a definir muy bien cuándo alguno de ellos
tiene primacía sobre los otros. El problema no se resuelve teniendo en cuenta
solamente lo dispuesto en el Código Penal, sino que debe partirse directamente de la
Constitución y de la normativa internacional sobre derechos humanos para así
comprender los alcances de la legislación punitiva […]”. El criterio externado porla Sala
Tercera es el que sigue y justifica en el presente pronunciamiento, que se haya
enumerado el marco jurídico cuya normativa se vincula con el conflicto de fondo que
se resuelve en la especie, y que a vez, es el que se aprecia para demostrar la
errónea fundamentación jurídica de la sentencia de mérito. iii. La Sala de Casación
Penal establece que en caso de conflicto o colisión entre el derecho al honor y la
libertad de expresión, el primero de tales derechos fundamentales cede ante el
segundo, salvo en los casos en que se haga un uso abusivo del derecho a la libertad de
comunicación – en razón de que excede o extralimita el ámbito de protección que este
contempla-, supuesto en que el que sí son aplicables las disposiciones penales que
tutelan el derecho al honor como un bien jurídico penalmente relevante. Así, la Sala
Tercera consideró lo siguiente: “[…] Como salta a la vista, se está en presencia de
bienes jurídicos merecedores de igual tutela por parte del ordenamiento. En virtud de lo
recién indicado, el problema que debe abordarse en este caso es el de cuándo
prevalece el derecho al honor sobre las libertades indicadas. De conformidad con las
disposiciones constitucionales e internacionales humanitarias, ese conflicto entre
derechos fundamentales sólo puede resolverse a favor del derecho al honor cuando se
constata un ejercicio abusivo de las libertades de información y de prensa. Lo anterior
obedece a que el ordenamiento jurídico costarricense contempla como regla general
(consagrada en el artículo 22 del Código Civil) el no amparar el abuso del derecho ni el
uso antisocial de éste. Ello se debe precisamente a que si se abusa de un derecho, eso
implica que se ha excedido o extralimitado el ámbito de protección que el mismo
contempla, de modo que dicho exceso no queda cubierto por éste y carece de tutela.
Así, si no se incurre en abuso alguno, sino que se ejercen legítimamente las libertades
de información y de prensa, entonces no hay posibilidad alguna de sancionar
penalmente al comunicador, pues no habría cometido ningún delito contra el
honor […]”. De lo expuesto se determina que, en los casos en que se da un exceso en la
realización de conductas humanas relacionadas con el tema penal de fondo, sea por el
abuso de la libertad de comunicación o de expresión y se llega a un uso antisocial de la
misma, tal exceso no queda cubierto por el contenido del derecho fundamental,
siendo que por tal motivo carece de tutela y más bien surge la tutela penal del derecho
al honor. Lo anterior se aplica plenamente en el supuesto en que estén involucradas

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personas que sean funcionarios públicos, ya que no es posible discriminar o definir
ámbitos de exclusión que permitan o justifiquen un ejercicio antisocial y abusivo de la
libertad de expresión o comunicación, por el solo hecho de que la persona afectada
ocupe un cargo público, sea cual sea dicho cargo, incluso el de la […], ya que la postura
que se cuestiona no atiende a criterios de racionalidad y proporcionalidad que deben
apreciarse para la tutela y aplicación de los derechos fundamentales. Así, no se puede
desconocer un derecho constitucionalmente consagrado como lo es el derecho al
honor, el que conservan plenamente quienes ejercen la función pública, eso sí,
matizado y atemperado por el deber o la obligación de soportar una mayor tolerancia
en aspectos relativos a los cuestionamientos, críticas, opiniones, control y fiscalización
–relacionados sin duda alguna con el derecho al honor- que se deriva del ejercicio de
su función y de su especial condición, y que se sustenta en los deberes de
transparencia y rendición de cuentas constitucional y legalmente estipulados. Por lo
anterior, el criterio mediante el que el a quo define un mínimo y prácticamente nulo
ámbito de tutela penal del derecho al honor de quien ostenta la […], en virtud de
ejercer tal cargo, es forzado y jurídicamente infundado, toda vez que lo que se deriva
en realidad de su razonamiento es que erróneamente se equiparan el deber de
tolerancia supra indicado con el vaciamiento de facto del bien jurídico honor de quien
ocupa dicho cargo, siendo que tal postura permitiría sin posibilidades de exclusión, el
ejercicio abusivo y antisocial de la libertad de expresión y comunicación, lo cual -tal y
como supra se indicó- lejos de garantizar y reforzar el modelo democrático que nos
rige, implicaría la afectación del derecho a recibir información veraz para la formación
de una adecuada opinión pública, así como para la idónea fiscalización de la función
pública y, obviamente, del ejercicio de los poderes públicos por parte de todos los
administrados. iv. En la resolución de la Sala de Casación que se estudia, se define y
encuadra jurídicamente el principio de rendición de cuentas al que están sujetos todos
los funcionarios públicos, en virtud del cual están sometidos a un amplio control y
escrutinio por parte de órganos oficiales o formales establecidos para tal efecto –por
ejemplo la Contraloría General de la República- y por sectores informales –prensa,
medios de comunicación colectiva, los administrados en general- los que tienen una
gran peso e importancia en un régimen democrático como el que rige en nuestro país.
Asimismo, la Sala Tercera estipula cuáles son los actos de quienes ejercen la función
pública que están sometidos a tal tipo de escrutinio, sea en términos generales,
aquellos que son de interés público y que corresponden a la faceta pública de la vida
de quienes ocupan un cargo de tal naturaleza. Tales parámetros permiten establecer
los alcances jurídico-penales del deber de tolerancia, así como en qué ámbitos de la
vida o existencia de quien ejerce un cargo público, tiene la obligación de soportar un
mayor escrutinio y control, siendo que en tal sentido y en torno a la relación derecho
al honor versus libertad de expresión, la Sala de Casación establece que el derecho al
honor del funcionario público prevalece y debe tutelarse penalmente cuando se da un
exceso en el ejercicio de la libertad de comunicación o expresión, incluso, por quienes

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ejercen la actividad periodística. Los puntos antes expuestos no fueron apreciados en
modo alguno en la sentencia de mérito, a pesar de ser esenciales para el correcto
análisis jurídico de los hechos querellados como difamatorios en la presente causa. En
el contenido de la resolución que se examina en lo atinente a los aspectos previamente
expuestos, se estipula lo siguiente: “[…] Los acontecimientos que aquí interesan –sea la
grabación en video del vehículo del querellante, así como la información divulgada
por Noti-Catorce y la respuesta dada por V.N. a los reportajes de dicho noticiero-
ocurrieron entre octubre y diciembre de 1999. En aquel entonces la Constitución
Política disponía en su artículo 11 lo siguiente: “Los funcionarios públicos son simples
depositarios de la autoridad y no pueden arrogarse facultades que la ley no les
concede. Deben prestar juramento de observar y cumplir esta Constitución y las leyes.
La acción para exigirles la responsabilidad penal de sus actos es pública.” (Cabe acotar
que tras la reforma constitucional efectuada mediante Ley N° 8003 de 8 de junio de
2000, publicada en el Diario Oficial La Gaceta N ° 126 de 30 de junio de 2000, se
modificó dicho artículo de la Constitución y se agregó una disposición en el sentido de
que los funcionarios públicos deben cumplir los deberes que la ley les impone; además,
se instauró formalmente el principio de rendición de cuentas, aspectos que estima esta
Sala –como se verá a lo largo de este Considerando- podían extraerse de la redacción
anterior aunada a disposiciones de la Ley General de la Administración Pública, aunque
ciertamente la reforma hace más fácil de apreciar el rango constitucional de dicho
principio). Como puede observarse, la Ley Fundamental (tal cual es aplicable al caso
concreto) claramente establece que los servidores públicos están sujetos al
ordenamiento jurídico, eso es lo que se deriva de que se les califique como simples
“depositarios de la autoridad”; en otras palabras, no están por encima del Derecho. En
esa tesitura, se desprende de la disposición constitucional de comentario (precepto que
se revitaliza con la reforma del año 2000 ya aludida) que los funcionarios públicos se
ven vinculados tanto por las normas permisivas, como por las ordenatorias y las
prohibitivas, agregándose además que sólo pueden hacer aquello que la ley
expresamente les autoriza. Así las cosas, en Costa Rica todo funcionario público (sea
que haya sido elegido popularmente, haya sido designado por otro o algún cuerpo
colegiado, o haya ganado la plaza mediante concurso; sea propietario, suplente o
interino; esté nombrado indefinidamente o a plazo; sea de confianza o goce de
estabilidad laboral; sea funcionario de carrera o no; etc.) está expuesto, desde que
asume el cargo, a la fiscalización de sus actos en el desempeño del cargo. Ello obedece
a que todo lo que haga esa persona con ocasión del puesto público que ocupa es de
interés para la generalidad de habitantes de la República, ya que de lo que se trata es
de velar porque actúe, como servidor, en estricta conformidad con el ordenamiento
jurídico. Esa supervisión constante de sus actos es una de las consecuencias que
acarrea el ser servidor público, de modo que quien asume un cargo de esta naturaleza
acepta de forma implícita que se examine públicamente su actuación. Por la
investidura, el funcionario está sujeto al principio de legalidad, según el cual sólo le

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está autorizado hacer aquello que la ley –en sentido amplio y en adecuación de la
escala normativa- expresamente le permite, estándole prohibido todo lo demás. Así las
cosas, desempeñar una función pública conlleva para la persona una sujeción a
controles, los cuales han sido concebidos para verificar que el ejercicio de las
atribuciones que derivan del puesto sea correcto, así como para evitar que se
incumplan los deberes inherentes al cargo. Ahora bien, dentro de estos controles se
cuentan no sólo los institucionalizados (como lo son los propios de la Administración
Pública, al igual que los judiciales), sino que en un Estado democrático –la
Constitución define a Costa Rica como tal en su artículo 1- es necesario considerar
también el papel de los comunicadores. Si todo ser humano tiene el derecho de ser
informado, si existe además la libertad para comunicar pensamientos y opiniones,
incluso publicándolos, y si se considera que los comunicadores tienen como profesión el
recabar datos, analizarlos y con base en ellos informar a los demás sobre los temas que
les interesan, entonces es evidente que la práctica del periodismo es una manifestación
perfecta de las libertades de información y de prensa. En esa tesitura, es irrebatible que
los medios de comunicación colectiva, los periodistas y demás comunicadores tienen el
derecho de informar –haciendo públicos los datos que manejan- a los habitantes. Esa
es la premisa que debe prevalecer en una sociedad democrática. Lo anterior requiere
de ciertas precisiones cuando se está ante un asunto de interés público relacionado con
la actuación de un servidor estatal. Lo primero es que asunto de interés público es todo
aquello que de manera razonablemente presumible atrae de forma coincidente el
interés individual de los administrados (artículo 113 inciso 1) de la Ley General de la
Administración Pública); obsérvese que al hablarse de “administrados” se pone en
evidencia que se trata de temas relacionados con la conducción del Estado (en sentido
amplio, es decir, el Gobierno de la República –descrito en el artículo 9 constitucional- y
los demás entes públicos) y el manejo de sus recursos, aspectos que se puede
válidamente presumir interesan a la generalidad de habitantes de un país, pues son
ellos quienes contribuyen a sufragar los gastos del Estado. Lo segundo es que lo
normal, tratándose de asuntos de interés público, es que medie la intervención de un
funcionario estatal, aunque también es posible (aspecto que se verá al final de este
Considerando) que haya sujetos no investidos como servidores públicos que llevan a
cabo una tarea que sí es pública, por lo que también estarían sujetos a la fiscalización
de sus actuaciones en el ejercicio de esa función pública. Así, tratándose de asuntos de
interés público, las libertades de información y de prensa que amparan a los
comunicadores es tan importante, por constituir uno de los medios de control de la
gestión pública en un Estado democrático, que si se le enfrenta con el derecho al honor
que como personas también ostentan quienes cumplen una función pública, este
último puede ceder ante las primeras, sólo en lo que atañe a la faceta pública de su
conducta. De conformidad con ese planteamiento, únicamente cuando se incurra en
abuso por parte del comunicador a la hora de informar, será posible anteponer el
derecho al honor del funcionario frente a las libertades de información y prensa que

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amparan al comunicador, así como al derecho de ser informado que le asiste a toda
persona. Hay gran cantidad de normas que respaldan esta posición. Por ejemplo,
obsérvese que el artículo 26 constitucional garantiza a los habitantes del país el
reunirse pacíficamente y sin armas para examinar la conducta pública de los
funcionarios. Esto es importante, pues salta a la vista que el constituyente tuvo
conciencia de que hay aspectos públicos y privados en el comportamiento de los
servidores del Estado, siendo sólo los primeros susceptibles de examen y discusión
abiertos por parte de la sociedad. Esos actos públicos de los funcionarios son
precisamente los que aquí se ha establecido se relacionan con el cumplimiento del
cargo; los privados –y por ende no susceptibles de ser debatidos públicamente- son los
propios de la intimidad personal y familiar no conexos con el ejercicio de la función. Si
se puede debatir públicamente, en una reunión, aspectos de la actuación pública de los
servidores estatales, es entonces innegable que ha de poderse informar sobre sus actos
para que sean examinados por los habitantes del territorio nacional. Además, debe
recordarse que al tenor del artículo 28 constitucional, nadie puede ser siquiera
inquietado por la manifestación de sus opiniones, ni por actos que no infrinjan la ley.
Como corolario de lo anterior, debe observarse que el artículo 29 de la
Constitución expresamente prevé la posibilidad de que toda persona comunique (que
dirija a otra) sus pensamientos, de palabra o por escrito, e incluso que los publique (que
los haga de conocimiento público) sin previa censura, de modo que sólo serán
responsables si abusan de estos derechos. En esa tesitura, resulta que el ejercicio de la
actividad de los comunicadores, que es indispensable para garantizar el derecho de ser
informado que le asiste a toda persona, permite informar libremente aspectos
relacionados con el desarrollo de la función pública, por ser éste un asunto de evidente
interés público […]”. Cabe agregar a lo supra expuesto, que la Sala Tercera al definir la
tutela penal del derecho al honor que corresponde a la situación particular de los
funcionarios públicos, no realiza discriminación alguna en cuanto al tipo de cargo en
específico que ocupe una persona determinada, sea de elección popular o que su
nombramiento corresponda a un concurso público, etc. Lo anterior evidencia que la
tesis sostenida por el a quo, y con base en la que descarta la afectación del derecho al
honor de la querellante [Nombre 001], no atiende a los preceptos establecidos por la
Sala de Casación Penal en cuanto a la tutela de dicho derecho fundamental que debe
garantizarse a quienes ejercen la función pública, independientemente del tipo de
cargo que ocupen, incluso, los que se designan por elección popular, dentro de los que
claro está el de la […]. En tal sentido, el examen integral del fallo permite establecer
que el tribunal penal no establece argumentos jurídicos de peso que justifiquen
apartarse de los preceptos jurisprudenciales definidos por la Sala Tercera en cuanto al
tema objeto de juzgamiento, siendo que lo único que se deriva del fundamento
intelectivo de la sentencia impugnada, es el criterio que definen los juzgadores de
instancia con base en su lectura particular de la realidad costarricense y “la ideología”
que, expresamente, señalan que derivan de tal aspecto, determinando a partir de tal

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argumentación un margen de tutela penal excepcional y específico del derecho al
honor que particularmente estiman que le corresponde a quien ocupa la […], criterio
que, tal y como se ha venido estableciendo a lo largo del presente pronunciamiento,
no está intelectiva ni jurídicamente fundamentado conforme legalmente se exige,
según lo dispuesto en los artículos 39 y 41 de la Constitución Política, y en los
numerales 1, 142, 184 y 363 del Código Procesal Penal. Otro aspecto que la Sala de
Casación Penal precisa como jurídicamente relevante, para definir en qué casos se
debe tutelar penalmente el derecho al honor de los funcionarios públicos con respecto
al ejercicio abusivo de la libertad de comunicación y expresión, es el atinente a las
maneras en que puede darse la difusión o exposición de comentarios, opiniones o
pensamientos que tienen la entidad suficiente para vulnerar el honor del funcionario
público, y por tal motivo la procedencia de la tutela penal de su honra y decoro. En
este sentido es claro que la Sala Tercera no restringe los supuestos de tutela penal del
derecho al honor de los funcionarios públicos, a los exiguos márgenes y supuestos
subjetivamente definidos por el a quo en el fallo de mérito , sea a partir de su criterio
de “excepcionalidad absoluta” o régimen de excepción de tutela penal, que el tribunal
de instancia estima que corresponde al honor de quien ejerce la […], a saber, las
injurias directas o la imputación de hechos delictivos como únicas interpretaciones
posibles de “la especie” objeto de publicación. Al respecto, la Sala de Casación Penal
establece que la honra y el decoro de un funcionario público puede afectarse por la
manera en que se expresan las ideas, el modo en que se da la publicación, cuando se
de la divulgación de datos falsos a sabiendas que los son, cuando no se trate de
obtener la versión del funcionario involucrado con el fin de brindar información
balanceada, etc. En tal sentido, la Sala Tercera estipuló lo siguiente: “[…] Sólo cuando
se abuse de las libertades de información y de prensa (como podría ser el caso de que
se divulguen datos falsos a sabiendas de que lo son, que no se trate de obtener la
versión del funcionario para ofrecer una información balanceada, que se le niegue al
servidor sus derechos de rectificación y/o respuesta, que se trate de asuntos
meramente privados o información sensible que no se relacionen con el cargo que
ocupa la persona, que se dé por cierto ante el público que la conducta del servidor es
delictiva sin que medie sentencia judicial en ese sentido, que se tenga como intención
únicamente el ofender a alguna persona –aspecto que ha de examinarse caso por caso
y en el que podrían tener relevancia varios factores, tales como el contexto en que se
divulgue alguna información, la forma como se manejen fotografías o imágenes, la
manera como se presente la noticia o los comentarios en torno a la misma, o
situaciones semejantes) se podrá responsabilizar al comunicador, pues el abusar de un
derecho (situación que habrá de verificarse en cada caso concreto) implica que se
excede el ámbito de protección del mismo. Ese abuso no es amparado por el
ordenamiento jurídico (artículo 29 constitucional relacionado con el 22 del Código
Civil), por lo que aquel comunicador que incurra en una conducta abusiva habrá de
responder por sus actos (lo cual podría incluso acarrear eventualmente la

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responsabilidad del medio que difundió la información). […]”. Así las cosas, se
determina que el tribunal penal no apreció ni valoró adecuadamente el precepto
jurisprudencial en cuestión –a pesar de haberlo mencionado expresamente en su fallo-
, a efecto de sustentar el criterio con base en el que analizó los hechos querellados y
los descartó como lesivos al honor de la [Nombre 001], lo cual acredita la
errónea fundamentación jurídica del criterio esbozado por el a quo y, en consecuencia,
la falta de fundamento jurídico de su decisión de absolver al querellado Guillermo
Alberto Rodríguez Baldí. v. Otro punto tocado en la resolución de la Sala de Casación
objeto de estudio, que es relevante para el adecuado análisis jurídico del subjudice, es
el relativo al interés público, el que se define como un parámetro que debe apreciarse
para delimitar el grado de tutela penal que debe darse al derecho al honor de un
funcionario público con respecto al ejercicio de la libertad de expresión y
comunicación. En tal sentido, se señala lo siguiente: “[…] Claro está que la coexistencia
de esas dos disposiciones en el mismo texto normativo revela que son
complementarias. En ese sentido, las libertades de información y de prensa
relacionadas con asuntos de interés público desplazaría la protección de la honra y la
dignidad en lo que se refiere a los funcionarios públicos; adviértase de una vez que esta
regla no se aplicaría a las personas que no ostentan tal carácter. Ello se debe a que en
estos supuestos (cuando se está ante un caso de trascendencia pública relacionado con
servidores estatales) de lo que se trata no es de la intimidad de una persona, sino de la
forma como ella se desempeña en el ejercicio de un cargo público, aspecto que –ante el
conflicto de los bienes jurídicos en cuestión, a saber el derecho al honor y las libertades
de información y de prensa- es el más importante desde el punto de vista de la
comunidad nacional. Si lo difundido es correcto y en efecto corresponde a un asunto de
interés público, entonces no hay posibilidad alguna por parte del funcionario de
reclamar que su honor se ha visto lesionado (en todo caso, si de lo que trata la noticia
es de algún acto inapropiado, quien habría lesionado su honor sería el propio servidor y
no el comunicador, de modo que a este último no podría trasladársele la
responsabilidad de aquél). Claro que si la información es falsa o no se relaciona con
un asunto de interés público, entonces eventualmente podría estarse ante alguno de
los supuestos de conducta abusiva mencionados supra (que incluso podrían ser
constitutivos de delito) que sí conllevan la declaratoria de responsabilidad del
comunicador. En esa tesitura, las dos disposiciones internacionales de comentario
(artículos 11 y 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos), vistas en
conjunto, revelan que tratándose de asuntos de interés público relativos a la forma
como los servidores desempeñan sus cargos, el derecho al honor cede ante la
libertades de información y de prensa, así como ante el derecho de ser informado.
Entender que no lo desplaza sería tanto como crear una esfera muy amplia de temas
en la que no podrían ejercerse las libertades referidas, lo cual sería un atentado contra
el régimen democrático que se contempla en la Constitución costarricense. Aunado a lo
anterior debe indicarse que en los artículos 17 y 19 del Pacto Internacional de Derechos

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Civiles y Políticos también se aborda el problema que nos ocupa. En el primero de ellos
se establece que nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en su vida
privada, ni de ataques ilegales a su honra o reputación. Esta redacción es importante
destacarla porque –examinada a contrario sensu- evidencia que el honor puede verse
afectado legalmente, lo cual refuerza la tesis de que hay casos (como los que aquí
interesan) en que pese a existir una afectación de dicho bien jurídico no se puede
responsabilizar a nadie por ello. Estima esta Sala que lo anterior se da precisamente en
los casos en que se publican informaciones sobre asuntos de interés público
relacionados con actuaciones cuestionables por parte de funcionarios públicos (o
incluso de personas que cumplen una función pública), supuestos en los que
evidentemente se ve afectado (como consecuencia y no como intención) el honor de las
personas involucradas. En esos supuestos en que lo divulgado inevitablemente afectará
a algún servidor público, en los cuales además no ha de mediar un único ánimo de
ofender, las libertades de información y de prensa deben prevalecer sobre el derecho al
honor, ya que el comunicador actúa cumpliendo con su derecho de informar y no
deviene responsable por la consecuente afectación del honor de los funcionarios (que
en todo caso, como ya se dijo, tendría su causa en sus propios actos y no en lo que se
publica) relacionados con la noticia. Claro está –vale la pena reiterarlo- que si la
información no es de interés público, se quiere solamente ofender a alguna persona,
o lo que se informa es falso, ahí sí deviene responsable el comunicador (y
eventualmente el medio) por el abuso cometido. En síntesis, tanto en la Constitución
Política como en las disposiciones internacionales de Derechos Humanos aplicables en
Costa Rica hay normativa que permite afirmar que los funcionarios públicos (no así los
particulares, salvo en los supuestos en que cumplen una función pública) están
sometidos al examen público de sus actuaciones en el ejercicio del cargo, por lo que la
libertad de difundir informaciones sobre sus actos en relación con asuntos de interés
público desplaza su derecho al honor, de modo que ningún comunicador puede ser
penalmente responsable por ese tipo de informaciones, salvo que hubiese actuado de
manera abusiva. Esto obedece a que, de conformidad con lo establecido en el artículo
25 del Código Penal, quien ejerce legítimamente un derecho no delinque. A lo ya
expuesto debe agregarse que también existen disposiciones de rango legal que
refuerzan el criterio que aquí se sostiene. Reviste especial importancia lo establecido en
los artículos 113 y 114 de la Ley General de la Administración Pública. El primero de
ellos dispone: “1. El servidor público deberá desempeñar sus funciones de modo que
satisfagan primordialmente el interés público, el cual será considerado como la
expresión de los intereses individuales coincidentes de los administrados. 2. El interés
público prevalecerá sobre el interés de la Administración Pública cuando pueda estar
en conflicto. 3. En la apreciación del interés público se tendrá en cuenta, en primer
lugar, los valores de seguridad jurídica y justicia para la comunidad y el individuo, a los
que no puede en ningún caso anteponerse la mera conveniencia.” Por su parte, el
segundo de los numerales mencionados estipula: “1. El servidor público será un

53
servidor de los administrados, en general, y en particular de cada individuo o
administrado que con él se relacione en virtud de la función que desempeña; cada
administrado deberá ser considerado en el caso individual como representante de la
colectividad de que el funcionario depende y por cuyos intereses debe velar. 2. Sin
perjuicio de lo que otras leyes establezcan para el servidor, considérese, en especial,
irregular desempeño de su función todo acto, hecho u omisión que por su culpa o
negligencia ocasione trabas u obstáculos injustificados o arbitrarios a los
administrados.” Como puede apreciarse, el legislador otorga gran importancia a la
satisfacción del interés público como eje rector de la actividad administrativa, tanto
que formula el principio de objetividad de la función pública como el actuar en aras de
satisfacer dicho interés. Además, salta a la vista el deber de rendición de cuentas por
parte de los servidores públicos, quienes deben considerarse –en cada caso concreto-
servidores de la persona con la que se relacionen en virtud del cargo que desempeñan
(cabe acotar que estas disposiciones existen desde 1978, de modo que si se les
relacionaba con la redacción anterior del artículo 11 constitucional era evidente la
consagración en el ordenamiento costarricense del principio de rendición de cuentas,
aún antes de la reforma constitucional del año 2000 a la que se aludió previamente).
Esto realza aún más el carácter público de la actuación de los funcionarios en lo que se
refiere al cumplimiento de las atribuciones propias del puesto que ocupan. En esa
tesitura, es impensable –salvo que se desconozca el principio democrático establecido
en la Constitución Política- sancionar penalmente a una persona que actúe de
conformidad con su derecho de divulgar informaciones relacionadas con las
actuaciones de funcionarios estatales en asuntos de interés público, salvo que haya
incurrido en algún abuso (como los expuestos líneas atrás) a la hora de hacer pública la
información. […]” (El resaltado en negrita no es parte del texto original) . Con base en
lo antes expuesto es oportuno indicar que el examen comprensivo de la sentencia de
mérito deja ver que los juzgadores de instancia no llevaron a cabo consideración
alguna en cuanto a los motivos de hecho y de derecho por los que concluyeron que el
contenido del texto difundido en el perfil de “Facebook” del querellado Guillermo
Alberto Rodríguez Baldí, corresponde a una situación propia o vinculada directa o
indirectamente, con el ejercicio de la […], cargo público que la querellante [Nombre
001] desempeñaba en aquel entonces. De igual forma, en la sentencia recurrida
tampoco se observa un análisis amplio y suficiente que permita establecer si el
contenido de la publicación difundida por dicho querellado es correcto -o al menos
sustentada en ciertos datos objetivos y constatables-, o que se refiere a una actuación
realizada por [Nombre 001] como […] que constituya una actuación cuestionable en el
desempeño de dicho cargo público. Lo anterior, con el fin de descartar que la
publicación objeto de la presente querella no sea en realidad una mera especulación
maliciosa o una falsedad que no se vincula o deriva de una actuación realizada por
[Nombre 001] durante su gestión. Tal ejercicio intelectivo debe realzarse
necesariamente en el subjudice, para determinar certeramente si el contenido de tal

54
publicación corresponde a un asunto de interés público o no, ya que es en este
supuesto en el que la Sala Tercera define que no existe posibilidad alguna por parte de
quien ejerce la función pública, de reclamar que su derecho a la honra o decoro se ha
lesionado, criterio que comparte esta cámara de apelaciones y que debió apreciarse
con mayor rigurosidad por el a quo para cumplir con los parámetros
de fundamentación que legalmente se exigen para la eficacia y validez de la sentencia
penal. En conclusión, la Sala de Casación Penal determina en el pronunciamiento
objeto de estudio, que el derecho al honor de quienes ejercen la función pública cede
ante el ejercicio de la libertad de expresión en razón del deber de rendición de cuentas
y por la propia condición de funcionario público –mayor nivel de tolerancia-, cuando se
trata de asuntos de interés público o actuaciones cuestionables de los servidores
estatales en el desempeño de sus funciones o en asuntos relacionados con tales
labores públicas, sin importar el cargo que desempeñe, lo cual tiene su límite y justifica
la protección o tutela penal del derecho al honor de los servidores estatales, en los
casos en que se haga un uso abusivo de la libertad de expresión o comunicación que
exceda el ámbito de protección de dicho derecho fundamental. Tales supuestos no
fueron valorados ni razonados de forma amplia, precisa y suficiente por parte del a
quo en la sentencia de mérito, en virtud de su criterio subjetivo de restringir los
supuestos que definieron ad hoc, como propios para la procedencia de la tutela penal
del derecho al honor de quien ocupa el cargo de […]. Ese razonamiento no es
suficiente para desconocer y desatender los criterios de interpretación y aplicación
que, a partir de un análisis profundo, amplio e integral de las normas vinculadas con el
tema de fondo, han sido establecidos por nuestra Sala de Casación Penal, criterios
sobre los que debe indicarse que siguen los lineamientos jurisprudenciales estipulados
por la Sala Constitucional, en el precedente analizado supra en la presente
resolución. 3. Corte Interamericana de Derechos Humanos. En el fallo objeto de
impugnación, el tribunal penal invoca y cita algunos segmentos contenidos en dos
precedentes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sean éstos, el dictado
en el caso Herrera Ulloa vs Costa Rica el 2 de julio de 2014, así como el emitido en el
caso Kimel vs Argentina el 2 de mayo de 2008, sentencias en las que se tocaron temas
y emitieron criterios relativos al ejercicio y tutela del derecho a la libertad de expresión
y de comunicación regulado en el artículo 13 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos. 3.1. Sentencia del caso Herrera Ulloa vs Costa Rica. En cuanto al
análisis que de dicho precedente dictado en el Sistema Interamericano de Derechos
Humanos, fue realizado por el a quo en la sentencia de mérito, así como con respecto
a su relevancia para la solución del subjudice, es oportuno indicar los siguiente: i. En
primer término, debe indicarse que lleva razón el impugnante Rodríguez Campos en
cuanto a que el a quo yerra al citar y valorar el pronunciamiento de referencia. Esto, en
virtud de que el tribunal penal equivocadamente y sin justificación alguna, hace
referencia y valora en el fundamento del fallo recurrido el criterio particular
establecido en el “voto concurrente razonado del juez Sergio García Ramírez” (En este

55
sentido los párrafos que se identifican como 26 y 27 en la cita textual que se incluye en
el fallo de mérito visible a folios 356 y 357 del legajo principal), como si las
consideraciones individuales de dicho juez fueren parte de la decisión que la Corte
Interamericana de Derechos Humanos –como órgano jurisdiccional colegiado- dictó en
torno al caso supra indicado, lo cual es evidentemente incorrecto y revela la debilidad
del razonamiento jurídico de la sentencia impugnada. Lo anterior, en razón de que los
juzgadores de instancia le otorgaron un valor y peso jurídicos a un voto de minoría que
no le corresponde, al invocar y apreciar su contenido como si fuera parte del
fundamento que la mayoría de los miembros de la Corte Interamericana consideró y
estableció para dictar la sentencia del caso Herrera Ulloa vs Costa Rica, siendo que ni
siquiera llevó a cabo aclaración alguna en cuanto a que avalaba la tesis unipersonal del
juez García Ramírez. Así las cosas, la sentencia de mérito tiene un defecto
de fundamentación jurídica en cuanto a los parámetros y supuestos que valoró el a
quo para sustentar su criterio, en cuanto a la definición de un ámbito restrictivo y
específico para la tutela del derecho al honor de quien ocupa el cargo público de la […],
criterio con base en el que descartó la existencia de un hecho punible en el subjudice y
decidió absolver de toda pena y responsabilidad a Guillermo Alberto
Rodríguez Baldí. ii. Es importante indicar que en el caso de Mauricio Herrera Ulloa
estuvieron presentes dos aspectos muy importantes que difieren de los que se
discuten en el presente caso, sea que Herrera Ulloa es periodista y fue en el ejercicio
de tal profesión que se le querelló y, en segundo término, que su actuación consistió
en reproducir en cuatro artículos periodísticos que elaboró, el contenido de reportajes
realizados por periódicos europeos en los que se hacía referencia a supuestas
actuaciones ilícitas de una persona que era parte del servicio diplomático
costarricense. Tales aspectos son importantes de considerar a efecto de dimensionar
los alcances de lo resuelto por la Corte Interamericana en el caso Herrera
Ulloa vs Costa Rica y modular su contenido a las circunstancias objetivas y subjetivas
del caso que se juzga, análisis intelectivo que omitió realizar el a quo en la sentencia de
mérito iii. El examen integral del fallo impugnado permite establecer que los
juzgadores de instancia hicieron referencia al contenido de la sentencia del
caso Herrera Ulloa y lo valoraron, para establecer su criterio de que quien ostenta el
cargo de la […] tiene el máximo nivel de tolerancia con respecto a su derecho al honor,
en atención a la preferencia que tiene el ejercicio de la libertad de expresión, margen
de tolerancia que el a quo consideró que no se equipara al del resto de los funcionarios
públicos, específicamente, en virtud de grado jerárquico que le corresponde a quien
ocupa la […]. No obstante lo anterior, del examen del análisis realizado por los
juzgadores de instancia en cuanto a la jurisprudencia de la Corte Interamericana de
referencia, no se coligen elementos de juicio suficientes que, al ser cotejados con lo
dispuesto en la sentencia del caso Herrera Ulloa, permitan arribar al criterio sostenido
por el tribunal de instancia y apreciado para dictar el fallo absolutorio objeto de
impugnación. En tal sentido, la lectura y estudio de la sentencia dictada en el caso de

56
referencia permite establecer que la Corte Interamericana de Derechos Humanos no
lleva a cabo discriminación alguna en cuanto a los márgenes de tutela del derecho al
honor que le corresponde a quien ejerce la función pública, con respecto al ejercicio
de la libertad de expresión independientemente del cargo –tipo o jerarquía- que ocupe
la persona. Concretamente, la Corte Interamericana establece que en la situación
objeto de estudio, se exige un mayor nivel de tolerancia a quien ejerce la función
pública, con el fin de no restringir inadecuadamente el derecho a la libertad de
comunicación y expresión, cuyo respeto y efectividad establece como absolutamente
necesarios para la consolidación y dinámica de una sociedad democrática. De igual
forma, la Corte Interamericana establece que si bien existe un mayor nivel de
tolerancia de los funcionarios públicos en cuanto a la tutela de su derecho a la honra o
al decoro, en virtud de los deberes de transparencia de las actividades
gubernamentales y probidad al que aquellos están sometidos -y con el objetivo de
garantizar la vigencia y desarrollo de una sociedad democrática-, que el ejercicio de la
libertad de expresión no es absoluto y tiene límites que deben observarse, los que no
pueden aplicarse a modo de censura previa, sino a partir de responsabilidades
ulteriores establecidas expresamente por ley, y con el fin de garantizar el respeto a los
derechos de los demás o de su reputación. Al respecto, en el fallo en cuestión se
establece: “[…] 120. Es importante destacar que el derecho a la libertad de expresión
no es un derecho absoluto, este puede ser objeto de restricciones, tal como lo señala el
artículo 13 de la Convención en sus incisos 4 y 5. Asimismo, la Convención Americana,
en su artículo 13.2, prevé la posibilidad de establecer restricciones a la libertad de
expresión, que se manifiestan a través de la aplicación de responsabilidades ulteriores
por el ejercicio abusivo de este derecho, las cuales no deben de modo alguno limitar,
más allá de lo estrictamente necesario, el alcance pleno de la libertad de expresión y
convertirse en un mecanismo directo o indirecto de censura previa. Para poder
determinar responsabilidades ulteriores es necesario que se cumplan tres requisitos, a
saber: 1) deben estar expresamente fijadas por la ley; 2) deben estar destinadas a
proteger ya sea los derechos o la reputación de los demás, o la protección de la
seguridad nacional, el orden público o la salud o moral pública; y 3) deben ser
necesarias en una sociedad democrática (…) 123. De este modo, la restricción debe ser
proporcionada al interés que la justifica y ajustarse estrechamente al logro de ese
objetivo, interfiriendo en la menor medida posible en el efectivo ejercicio del derecho a
la libertad de expresión [...]”. iv. De lo expuesto se determina que la Corte
Interamericana reconoce que el derecho a la libertad de expresión no es absoluto, y
que por tal motivo puede tener límites o restricciones que no deben darse a
priori, sino que sólo pueden ser ulteriores y proporcionales al interés que justifica tales
limitaciones, y conforme a lo absolutamente necesario para el logro de tal objetivo, de
modo que se interfiera en el menor grado posible en el ejercicio de la libertad de
expresión. Tal postura de la Corte Interamericana, apreciada con respecto a lo que
establece nuestra Constitución Política y la normativa supra analizada en el presente

57
pronunciamiento, permite concluir que la tutela del derecho al honor de los
funcionarios públicos en los casos del ejercicio abusivo de la libertad de expresión y
pensamiento, es proporcional con el interés del ordenamiento jurídico-penal de
salvaguardar los ataques dolosos, malintencionados y ofensivos a la honra y el decoro
de quienes ejercen la función pública bajo el aparente ejercicio de la libre expresión de
las ideas o los pensamientos, o en su caso, de la libertad de comunicación, siendo a su
vez que tal limitación excepcional y a posteriori, es proporcional e interfiere en un
grado mínimo con la libertad de expresión, tal y como lo preceptúa la Corte
Interamericana. Esto por cuanto, según nuestro marco normativo constitucional,
convencional y legal, y como lo han establecido las Salas Constitucional y Tercera de
nuestro país en los precedentes analizados supra, sólo procede la restricción de la
libertad de expresión e información en el caso de excesos y abusos en el ejercicio de
dicho derecho fundamental que sobrepasen el contenido propio de su tutela. Tal
irregularidad no solo conlleva a la afectación del derecho al honor de la persona
ofendida, sino que además, vulnera el componente social del derecho a la
comunicación y expresión, por cuanto implica la vulneración del derecho que tiene la
sociedad de que se compartan ideas, pensamientos o información ajustados a la
realidad, de tal forma que se procure y se logre la correcta formación de la opinión
pública y el debido control del ejercicio de la función pública. El cumplimiento de estos
objetivos es lo que permite lograr el fortalecimiento del marco institucional y
democrático de la sociedad, como un efecto propio del correcto ejercicio de la libertad
de expresión, lo cual no se logra, e incluso se puede obtener un resultado contrario, si
se avalan sin límite alguno ataques maliciosos y expresiones abusivas en contra del
decoro y la honra de los funcionarios públicos, lo cual no constituye en modo alguno
una labor de fiscalización y control del ámbito público, sino simplemente una forma de
afectar la actividad pública mediante la desacreditación de su honor injustamente, lo
cual sin duda afecta la credibilidad de quienes ejercen la actividad estatal. Esta
situación sería sumamente grave en el caso particular de quien ejerce la […], ya que se
afectaría indebidamente no sólo su honor personal, sino la envestidura y el respeto
por el cargo que desempeña, lo que genera problemas de desconfianza pública,
pérdida de fe en las instituciones públicas y la actividad estatal, lo cual no es adecuado
para el desarrollo de una sociedad basada en un modelo democrático. Así, del
precedente objeto de estudio como de lo estipulado por la Sala Constitucional y la Sala
Tercera, el derecho al honor de quien ejerce la actividad estatal –como lo son quienes
ocupan cargos políticos-, cede ante el ejercicio de la libertad de expresión, en virtud de
tener que soportar por tal condición, un mayor grado de tolerancia, así como en razón
de la tutela de los principios de transparencia, probidad y rendición de cuentas, siendo
incluso que son procedentes las críticas fuertes, incómodas y molestas realizadas en
torno a situaciones que son de interés público y están vinculadas directa o
indirectamente con las actuaciones que en el desempeño de su función realicen los
servidores estatales, lo cual tiene como límite –ulterior- el ejercicio abusivo e irregular

58
de la libertad de expresión o comunicación, el que no se ajusta y excede el ámbito de
tutela de tal derecho fundamental. El examen comprensivo de la sentencia de mérito
evidencia que el a quo no realizó un análisis fáctico y jurídico adecuado y cuidadoso del
contenido normativo de las disposiciones que en nuestro ordenamiento rigen la
materia objeto de discusión, así como tampoco llevó a cabo un ejercicio intelectivo y
racional suficiente para desaplicar los precedentes que se han dictado sobre el punto
jurídico objeto de juzgamiento, siendo que los juzgadores de instancia optaron por
crear un criterio ad hoc para la solución del caso –previa y reiteradamente señalado en
el presente pronunciamiento-, el que sustentaron en su particular apreciación de la
realidad contemporánea político-institucional y social costarricense, así como en la
definición de una ideología igualmente particular, aspectos con base en los que
concibieron y particularizaron –sin mayor sustento objetivo- un ámbito de tutela penal
específico y desproporcionadamente restrictivo del derecho al honor de la persona
que ocupe la […]. v. Es preciso acotar que en la sentencia dictada en el caso Herrera
Ulloa vs Costa Rica por la Corte Interamericana -ampliamente transcrita, pero sin
embargo, no tan amplia ni rigurosamente valorada en la sentencia por el tribunal de
mérito- expresamente se establece que “los políticos” tienen un mayor nivel de
tolerancia en la relación derecho al honor versus libertad de expresión. No obstante lo
anterior, la Corte Interamericana establece que a pesar de la situación particular de
quienes ejercen la función estatal según lo antes expuesto, sí debe tutelarse su
derecho a la honra y al decoro, siendo que en tal sentido en el fallo Herrera Ulloa se
estipula lo siguiente: “[…] 127. El control democrático, por parte de la sociedad a través
de la opinión pública, fomenta la transparencia de las actividades estatales y promueve
la responsabilidad de los funcionarios sobre su gestión pública, razón por la cual debe
existir un margen reducido a cualquier restricción del debate político o del debate sobre
cuestiones de interés público. 128. En este contexto es lógico y apropiado que las
expresiones concernientes a funcionarios públicos o a otras personas que ejercen
funciones de una naturaleza pública deben gozar, en los términos del artículo 13.2 de la
Convención, de un margen de apertura a un debate amplio respecto de asuntos de
interés público, el cual es esencial para el funcionamiento de un sistema
verdaderamente democrático. Esto no significa, de modo alguno, que el honor de los
funcionarios públicos o de las personas públicas no deba ser jurídicamente protegido,
sino que éste debe serlo de manera acorde con los principios del pluralismo
democrático […]”. Al respeto es necesario indicar que, a pesar de que en la sentencia
de mérito se citan varios segmentos de lo resuelto en el caso Herrera Ulloa , en la
misma no se valoran integralmente los preceptos jurisprudenciales señalados por la
Corte Interamericana en el fallo de referencia, siendo que sin mayor justificación el
tribunal penal desconoce el ámbito de tutela del derecho al honor que la Corte
Interamericana establece que es proporcional a la condición de funcionario público y al
mayor nivel de tolerancia al que están sometidos por tal condición. En este mismo
sentido, el a quo no aprecia en su razonamiento de fondo, que la Corte

59
Interamericana en cuanto a la tutela del derecho a la honra que corresponde a quienes
ejercen cargos públicos, no puntualiza o determina que existan distintos grados de
protección de tal derecho fundamental dependiendo de la jerarquía o el tipo de cargo
estatal que ocupe la persona. Así, es claro que el tribunal penal no valoró
adecuadamente tal precedente del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, al
establecer criterios ad hoc y desproporcionadamente restrictivos con respecto a la
tutela penal del derecho al honor que consideraron que le corresponde
particularmente a quien ejerza el cargo de la […], siendo que tal postura implica y se
traduce en realidad en el vaciamiento casi absoluto del contenido de la tutela
constitucional y legal que en nuestro ordenamiento jurídico le corresponde a dicho
derecho fundamental, lo cual es improcedente. Al respecto es importante señalar que
los mismos juzgadores de instancia establecieron en su fallo que, de la publicación
realizada por el querellado Rodríguez Baldí, se derivan algunas acepciones que sí
pueden considerarse como ofensivas para la querellante [Nombre 001], pero que sin
embargo al estimarse que no son unívocas o las únicas que emanan del contenido del
texto difundido, puesto que según el a quo surgen otras acepciones –sin que se
definan en el fallo cuáles son las otras derivaciones posibles- que no tienen nada que
ver con situaciones ofensivas, no se quebrantó el derecho al honor de la [Nombre
001]. Para arribar a tal conclusión, el tribunal penal expone el criterio que definió,
conforme a lo expuesto supra para restringir el ámbito de tutela penal que consideró
que le corresponde al cargo de la […], sea que sólo son punibles como lesivas del honor
y el decoro de quien ocupa dicho cargo público, las ofensas directas y la expresión de
ideas u opiniones que tengan como única acepción la imputación de un hecho
delictivo. Tal argumentación no deriva de los lineamientos jurídicos que han sido
definidos en los precedentes jurisprudenciales estudiados en este pronunciamiento -y
citados en el fallo impugnado-, en cuanto a la interpretación y aplicación de las normas
que regulan la situación fáctica y jurídica de un caso como el que se discute en
el subjudice, incluso, por la jurisprudencia vinculante de la Sala Constitucional, todo lo
cual revela una seria debilidad en la fundamentación intelectiva y jurídica del fallo
objeto de impugnación. 3.2. Sentencia del caso Kimel vs Argentina. i. En el fallo
recurrido se citan dos segmentos de la sentencia dictada por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos en el caso Kimel vs. Argentina, siendo que en tal
sentido los juzgadores de instancia establecieron lo siguiente: “[…] Ahora bien, acerca
de este punto la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ha dicho que las
actividades de los servidores públicos: “...salen del dominio de la esfera privada para
insertarse en la esfera del debate público. Este umbral (…) se asienta en el interés
público de las actividades que realiza.” (Caso Kimel vs. Argentina, 2 de mayo de 2008,
párrafo 86). Nótese que el máximo órgano continental de los derechos humanos,
establece que en América los funcionarios públicos están más expuestos a la crítica,
que ello es inherente al cargo que voluntariamente aceptaron, y que las actividades
que realizan son de interés público. Ahora bien, debe notarse que estas afirmaciones

60
de la Corte Interamericana, han sido producidas en el marco de casos donde están
involucrados servidores públicos de alto rango, pero no del máximo rango como lo es
en esta querella, la [… […] Estas valoraciones son importantes porque si afirmamos
con la Corte Interamericana “…que en una sociedad democrática los funcionarios
públicos están más expuestos al escrutinio y la crítica del público.” (Caso Kimen vs.
Argentina, ídem), aún mayor es la exposición del máximo jerarca de la función pública
y, correlativamente, aún mayor debe ser la crítica pública […]” (Cfr. folios 346 y
347. La transcripción es literal) . En tal sentido se debe establecer que el a quo no
valora íntegra, ni tampoco correctamente, el contenido de la resolución dictada en el
caso Kimel vs. Argentina, ya que haciendo referencia a tal precedente, los juzgadores
de instancia determinan que se debe diferenciar el ámbito de tutela del derecho al
honor de quien ocupe la […] con respecto a los demás funcionarios públicos que no
tienen tal envestidura ni jerarquía. Esto, en razón de que el a quo consideró que en
el caso Kimel se establece un mayor grado de tolerancia de los servidores estatales y,
en consecuencia, de suyo propio consideran que el grado de tolerancia debe ser mayor
conforme al cargo público que se ocupa, conclusión a la que arriba el tribunal penal a
pesar de que en tal precedente no se hace tal diferenciación. Asimismo, los juzgadores
de instancia concluyen motu proprio que a quien ostenta la […] le corresponde un
parámetro específico de tutela más restrictivo de protección del derecho al honor con
respecto al resto de los funcionarios públicos, diferenciación que estimaron que
correspondía realizar en virtud de que en el caso Kimel vs. Argentina no se resolvió en
cuanto a la situación particular de quien ostenta dicho tipo de cargo público. Tal
interpretación y análisis del precedente en cuestión no es lógica, y en realidad lo que
deja ver es que la tesis del a quo no se deriva en modo alguno de lo estipulado por la
Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de referencia, sino que es un
criterio que define el tribunal de mérito a partir de su apreciación particular de lo que
estimó que es la ideología que desea la mayoría de los costarricenses en cuanto a la
gestión de los cargos públicos, particularizando tal deseo popular para el caso de la
[…]. ii . En el mismo sentido es importante señalar que, del análisis integral de lo
establecido en los precedentes de la Sala Constitucional y de la Sala Tercera, así como
de lo señalado por la Corte Interamericana, no se deriva ni puede considerarse que la
totalidad de los actos de la vida privada de quienes ejercen un cargo público sean
parte o puedan incluirse en el mayor ámbito de tolerancia que con respecto a su
derecho al honor están sometidos por su condición de funcionarios públicos. Esto, por
cuanto el mayor margen de tolerancia del derecho al honor de los servidores estatales
con respecto al ejercicio de la libertad de expresión, versa sobre sus actuaciones que
sean de interés público y que estén relacionadas directa o al menos indirectamente,
con el ejercicio de las actividades propias del cargo, a lo que debe sumarse que es
preciso analizar cada caso en concreto para definir la proporcionalidad del margen de
tolerancia que corresponde amparar a efecto de garantizar la vigencia de los derechos
fundamentales al honor y a la libertad de expresión, todo lo cual no se apreció

61
debidamente por los juzgadores en la sentencia de mérito. Específicamente, en cuanto
a los puntos previamente analizados, en el fallo del caso de Eduardo Kimel, se estipula
lo siguiente: “[…] 51. En torno a estos hechos las partes presentaron diversos alegatos
en los que subyace un conflicto entre el derecho a la libertad de expresión en temas de
interés público y la protección de la honra de los funcionarios públicos. La
Corte reconoce que tanto la libertad de expresión como el derecho a la honra, acogidos
por la Convención, revisten suma importancia. Es necesario garantizar el ejercicio de
ambos. En este sentido, la prevalencia de alguno en determinado caso dependerá de la
ponderación que se haga a través de un juicio de proporcionalidad. La solución del
conflicto que se presenta entre ciertos derechos requiere el examen de cada caso,
conforme a sus características y circunstancias, para apreciar la existencia e intensidad
de los elementos en que se sustenta dicho juicio (…)53.Respecto al contenido de la
libertad de pensamiento y de expresión, la Corte ha señalado que quienes están bajo la
protección de la Convención tienen el derecho de buscar, recibir y difundir ideas e
informaciones de toda índole, así como también el de recibir y conocer las
informaciones e ideas difundidas por los demás. Es por ello que la libertad de expresión
tiene una dimensión individual y una dimensión social: ésta requiere, por un lado, que
nadie sea arbitrariamente menoscabado o impedido de manifestar su propio
pensamiento y representa, por tanto, un derecho de cada individuo; pero implica
también, por otro lado, un derecho colectivo a recibir cualquier información y a conocer
la expresión del pensamiento ajeno. 54. Sin embargo, la libertad de expresión no es un
derecho absoluto. El artículo 13.2 de la Convención, que prohíbe la censura previa,
también prevé la posibilidad de exigir responsabilidades ulteriores por el ejercicio
abusivo de este derecho. Estas restricciones tienen carácter excepcional y no deben
limitar, más allá de lo estrictamente necesario, el pleno ejercicio de la libertad de
expresión y convertirse en un mecanismo directo o indirecto de censura previa. 55. Por
su parte, el artículo 11 de la Convención establece que toda persona tiene derecho al
respeto de su honra y al reconocimiento de su dignidad. Esto implica límites a las
injerencias de los particulares y del Estado. Por ello, es legítimo que quien se considere
afectado en su honor recurra a los medios judiciales que el Estado disponga para su
protección.. 56. La necesidad de proteger los derechos a la honra y a la reputación, así
como otros derechos que pudieran verse afectados por un ejercicio abusivo de la
libertad de expresión, requiere la debida observancia de los límites fijados a este
respecto por la propia Convención. Estos deben responder a un criterio de estricta
proporcionalidad. 57. Dada la importancia de la libertad de expresión en una sociedad
democrática y la elevada responsabilidad que ello entraña para quienes ejercen
profesionalmente labores de comunicación social, el Estado no sólo debe minimizar las
restricciones a la circulación de la información sino también equilibrar, en la mayor
medida de lo posible, la participación de las distintas informaciones en el debate
público, impulsando el pluralismo informativo. En consecuencia, la equidad debe regir
el flujo informativo. En estos términos puede explicarse la protección de los derechos

62
humanos de quien enfrenta el poder de los medios y el intento por asegurar
condiciones estructurales que permitan la expresión equitativa de las ideas (…)
71. Como quedó establecido en el párrafo 55 supra, los jueces, al igual que cualquier
otra persona, están amparados por la protección que les brinda el artículo 11
convencional que consagra el derecho a la honra. Por otra parte, el artículo 13.2.a)
de la Convención establece que la “reputación de los demás” puede ser motivo para
fijar responsabilidades ulteriores en el ejercicio de la libertad de expresión. En
consecuencia, la protección de la honra y reputación de toda persona es un fin legítimo
acorde con la Convención. Asimismo, el instrumento penal es idóneo porque sirve el fin
de salvaguardar, a través de la conminación de pena, el bien jurídico que se quiere
proteger, es decir, podría estar en capacidad de contribuir a la realización de dicho
objetivo. Sin embargo, la Corte advierte que esto no significa que, en la especie que se
analiza, la vía penal sea necesaria y proporcional, como se verá infra (…) 79.De otro
lado, en el marco de la libertad de información, el Tribunal considera que existe un
deber del periodista de constatar en forma razonable, aunque no necesariamente
exhaustiva, los hechos en que fundamenta sus opiniones. Es decir, resulta válido
reclamar equidad y diligencia en la confrontación de las fuentes y la búsqueda de
información. Esto implica el derecho de las personas a no recibir una versión
manipulada de los hechos. En consecuencia, los periodistas tienen el deber de tomar
alguna distancia crítica respecto a sus fuentes y contrastarlas con otros datos
relevantes (…) 82. Los representantes concordaron con la Comisión y alegaron que “los
hechos sobre los que informó el señor Kimel son de interés público”, teniendo en cuenta
que la investigación se refería “a un caso paradigmático de la represión” y que la
“investigación efectuada por el periodista es parte de [la] revisión que la sociedad
argentina debe realizar y de la discusión acerca de las causas por las cuales el gobierno
militar desplegó su accionar sin haber encontrado obstáculos en el [P]oder [J]udicial”.
Agregaron que el señor Kimel “no utilizó lenguaje alguno que pudiera considerarse
abusivo” ni utilizó “palabras desmedidas ni mucho menos ultrajantes”; que se refirió al
juez “única y exclusivamente con motivo de su actuación funcional y no incursionó en
ningún aspecto de su vida o de su personalidad que no guardara relación con su labor
como funcionario público”; que en los apartados del libro donde se manifiestan
afirmaciones de hecho “todo lo que sostuvo se ajusta a la realidad” y que “los párrafos
que formaron parte del juicio penal” contienen “juicios de valor críticos sobre el poder
judicial de aquella época”, razón por la cual “no son susceptibles de ser verdaderos o
falsos, ni pueden justificar, por sí mismos, una restricción a la libertad de expresión, en
tanto se trata del derecho de toda persona de opinar libremente sobre asuntos de
interés público y sobre la actuación funcional de un juez en un asunto de la mayor
relevancia pública”. 83.En este último paso del análisis se considera si la restricción
resulta estrictamente proporcional, de tal forma que el sacrificio inherente a aquella no
resulte exagerado o desmedido frente a las ventajas que se obtienen mediante tal
limitación. La Corte ha hecho suyo este método al señalar que: para que sean

63
compatibles con la Convención las restricciones deben justificarse según objetivos
colectivos que, por su importancia, preponderen claramente sobre la necesidad social
del pleno goce del derecho que el artículo 13 de la Convención garantiza y no limiten
más de lo estrictamente necesario el derecho proclamado en dicho artículo. Es decir, la
restricción debe ser proporcional al interés que la justifica y ajustarse estrechamente al
logro de ese legítimo objetivo, interfiriendo en la menor medida posible en el efectivo
ejercicio del derecho a la libertad de expresión. 84.Para el caso que nos ocupa, la
restricción tendría que lograr una importante satisfacción del derecho a la reputación
sin hacer nugatorio el derecho a la libre crítica contra la actuación de los funcionarios
públicos. Para efectuar esta ponderación se debe analizar i) el grado de afectación de
uno de los bienes en juego, determinando si la intensidad de dicha afectación fue
grave, intermedia o moderada; ii) la importancia de la satisfacción del bien contrario,
y iii) si la satisfacción de éste justifica la restricción del otro. En algunos casos la
balanza se inclinará hacia la libertad de expresión y en otros a la salvaguarda del
derecho a la honra (…) 86. Respecto al derecho a la honra, las expresiones
concernientes a la idoneidad de una persona para el desempeño de un cargo público o
a los actos realizados por funcionarios públicos en el desempeño de sus labores gozan
de mayor protección, de manera tal que se propicie el debate democrático. La Corte ha
señalado que en una sociedad democrática los funcionarios públicos están más
expuestos al escrutinio y la crítica del público. Este diferente umbral de protección se
explica porque se han expuesto voluntariamente a un escrutinio más exigente. Sus
actividades salen del dominio de la esfera privada para insertarse en la esfera del
debate público. Este umbral no se asienta en la calidad del sujeto, sino en el interés
público de las actividades que realiza, como sucede cuando un juez investiga una
masacre en el contexto de una dictadura militar, como ocurrió en el presente caso
[…]”. De lo expuesto se determina cómo el tribunal de mérito realizó un análisis
sesgado y parcial del precedente dictado por la Corte Interamericana en el
caso Kimel vs. Argentina, siendo que limitó sus consideraciones a un segmento mínimo
de tal resolución, el que ajustó forzadamente al criterio particular con base en el que
analizó los hechos de la querella, sea la diferenciación exclusiva de la tutela del
derecho al honor que los juzgadores de instancia definieron que le corresponde a
quien ejerce la […], lo cual evidencia que no analizaron ni le dieron el valor que
jurídicamente corresponde al contenido de la resolución del caso Kimel para la
correcta solución del subjudice, el que no ampara ni sirve de base para justificar en
modo alguno el criterio con el que descartaron la vulneración del derecho al honor de
la querellante [Nombre 001] en virtud de los hechos acusados en contra del Guillermo
Alberto Rodríguez Baldí, todo lo cual implica la falta de fundamentación jurídica de la
sentencia. En razón de todo lo expuesto, se concluye que los precedentes
jurisprudenciales analizados supra en el presente pronunciamiento, son sumamente
importantes para la solución del presente asunto. Asimismo, se establece que tales
precedentes no fueron apreciados íntegra y correctamente por el tribunal penal en la

64
sentencia de mérito, siendo que ninguno de éstos acuerpa el criterio con base en el
que el a quo limitó de modo casi absoluto la tutela al derecho al honor de quien
ocupa la […] en la relación de dicho derecho fundamental con el ejercicio de la
libertad de expresión y comunicación, el que si bien debe soportar un margen de
tolerancia mayor en el caso de los funcionarios públicos con respecto al resto de la
colectividad, tal limitación no puede implicar el vaciamiento del derecho
fundamental a la honra y el decoro de ninguna persona, incluso de quien ejerce la
función pública sin importar la jerarquía del cargo que ostente. Así, no cabe duda
que en una sociedad democrática como la que se instituye en el componente
orgánico de nuestra Constitución Política, se debe garantizar el ejercicio y efectividad
de la libertad de expresión dándole preferencia, incluso, por sobre la protección del
derecho al honor de los servidores del Estado. De esta forma, es procedente amparar
un amplio margen para la denuncia, opinión, investigación, cuestionamientos, la
crítica fuerte y molesta del colectivo social, así como de quienes directamente son
actores y están vinculados al desarrollo de libertad de prensa y comunicación, con
respecto al escrutinio y fiscalización de la actividades relacionadas con el ejercicio de
la función pública por parte de aquellos que son sus simples depositarios, lo cual
permite mantener vigente el pluralismo democrático, fiscalizar el correcto ejercicio
de la función pública y evitar restricciones indebidas a la libertad de expresión a
efecto de evitar un ambiente propicio o terreno fértil para el surgimiento de
sistemas políticos autoritarios. No obstante lo anterior, tal y como ya lo han
señalado con toda claridad y precisión las Salas Constitucional y de Casación Penal
costarricenses, así como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la libertad
de expresión y comunicación no es absoluta, ya que tiene restricciones que deben
aplicarse a posteriori con el fin de evitar la censura previa, pero que implican la
responsabilidad por la vulneración de otros derechos fundamentales por quienes la
ejercen de modo abusivo y desproporcionado, tal y como sucede en el caso del
derecho constitucionalmente tutelado al honor, incluso, de los funcionarios
públicos. En tal sentido es importante resaltar que ninguno de los entes
jurisdiccionales antes citados ha establecido discriminación o diferenciación algunas,
en cuanto al derecho o ámbito de tutela del honor y el decoro de los servidores
públicos, en virtud del cargo específico o jerarquía que desempeñen, criterio que solo
emana de la postura definida ad hoc por el tribunal de mérito para analizar el fondo
del evento que es objeto de juzgamiento en el presente caso. Al respecto debe
establecerse que la postura del tribunal de instancia no está debidamente
fundamentada –desde la perspectiva jurídica-, ya que atiende a una forma muy
particular de razonar y de definir un parámetro ideológico, para crear una tesis muy
subjetiva en cuanto al ámbito de tutela del derecho al honor que estiman que le
corresponde, exclusivamente, a quien ejerza la […], postura que carece de un objetivo
y riguroso sustento jurídico y jurisprudencial En tal sentido, a lo largo del desarrollo del
presente pronunciamiento se ha demostrado que el a quo no aplicó de modo riguroso

65
ni analizó de modo suficiente, el marco jurídico que regula el tema objeto de discusión,
así como tampoco valoró de modo íntegro y suficiente los precedentes
jurisprudenciales que cita en su fallo, y que han sido previamente analizados en la
presente resolución. b.3. Las redes sociales y su importancia en el ejercicio de la
libertad de expresión y comunicación, en torno a la tutela del derecho al honor. En el
presente caso la publicación que se querella como difamatoria por [Nombre 001] en
contra de Guillermo Alberto Rodríguez Baldí, se llevó a cabo en uno de los más
modernos y, sin duda alguna, más efectivos medios de comunicación, sea, en una red
social de la Internet, específicamente, “Facebook”. A efecto de analizar y definir la
importancia jurídico-penal que tiene la existencia de tales grupos socio-virtuales, con
respecto a la tutela del derecho al honor, debe apuntarse que una de las principales
características de las redes sociales en nuestra realidad contemporánea es el efecto
amplificador del espectro de difusión de las ideas, comentarios, fotografías, videos,
noticias, textos, etc., que se comparten y publican por cualesquiera de los miembros
que conforman la “comunidad virtual”, hacia la totalidad de esta, o a un grupo de sus
integrantes que conforman su entorno o grupo virtual en la red social. En el caso
específico de “Facebook”, por ejemplo, la comunidad virtual está compuesta por todos
aquellos que tienen una cuenta o perfil, lo que les permite tener su propia página –o
perfil- en la Internet y dentro de la red social, con lo cual son parte de esa comunidad,
y de esa forma pueden estar en contacto con todos los otros miembros de “Facebook”
y compartir toda la información y contenido de su perfil. Asimismo, quien posee una
cuenta de Facebook puede restringir el acceso a cierto número de usuarios a su perfil,
de modo que comparte comunicación con ese grupo, así como puede limitar el acceso
a una parte del contenido de su perfil, por ejemplo de su “muro”, fotos, algunas
publicaciones, amigos, etc. De igual forma, el usuario puede limitar la difusión de lo
que publica en su página de “Facebook”, ya sea a un grupo de miembros con los que
está vinculado virtualmente, o lo que se conoce como el “grupo de amigos” o incluso a
algunos de los que pertenecen a ese grupo o algún otro del que sea parte. Así, es claro
el poder de difusión y comunicación que tiene “Facebook”, siendo que se puede
compartir información de todo tipo “on line” o comunicarse mediante “chats” o
conversaciones en todo momento, y en cualquier parte del mundo en que se
encuentre cualquiera de los miembros de la comunidad virtual, ya sea a nivel nacional
o, incluso, del orbe. Lo anterior revela la gran importancia que tienen las redes sociales
en la formación de la opinión pública en la actualidad, a través de la expresión de
ideas, pensamientos y críticas, así como en la difusión de información de cualquier
tipo, al punto de que los mismos medios de comunicación colectiva tradicionales,
como la radio, la televisión y la prensa, se nutren del contenido y participan en el
tráfico de información que circula en Internet a través de las redes sociales, de ahí la
importancia que para la tutela del derecho al honor con respecto al ejercicio de la
libertad de expresión, tienen tales formas de comunicación en la actualidad. Otra
característica de suma importancia de las redes sociales, no sólo de “Facebook”, sino

66
también de otra importante cantidad de grupos de ese tipo que existen en el
ciberespacio, como por ejemplo “Twitter”, “ Instagram”, “Linkedin”, etc, es la facilidad
de acceso de la mayor parte del conglomerado social a las distintas comunidades
virtuales que existen y se desarrollan en la Internet y, en consecuencia, a toda la
información y la gran gama de contenidos que se transmiten, divulgan, comparten o
difunden por los miembros de tales redes sociales –por ejemplo mediante la
publicación de “posts”, fotografías, videos, comentarios, etc-, siendo que hoy en día
los distintos acontecimientos, puntos de vista, informaciones noticiosas -entre otros-
de la realidad social, política, económica, científica, etc., se publican y reproducen
prácticamente “on line” o en tiempo real. Así, cualquier acontecimiento puede llegar a
ser de mucha importancia en la red, y su difusión se dará en un espacio muy corto de
tiempo y entre una gran cantidad de personas que tienen acceso o son parte del
entorno virtual. En este último aspecto se deben tener presentes los grandes avances
de la tecnología actual, la que ha llegado a producir aparatos electrónicos que
prácticamente permiten a una grandísima cantidad de personas estar “on line” -o en
línea- en todo momento, como por ejemplo a través de los “smartphones” –teléfonos
inteligentes-, las “ tablets” –tabletas electrónicas-, computadoras personales
portátiles, etc., artefactos que cada día son económicamente más accesibles para la
gran mayoría de la población de nuestro país y de muchos países del mundo. En el
presente caso el estudio del elenco probatorio producido en el juicio deja ver que la
publicación realizada por el querellado Guillermo Alberto Rodríguez Baldí generó una
gran cantidad de comentarios y apreciaciones respecto del contenido de la misma, por
parte de un gran número de usuarios de “Facebook”, participaciones dentro de las que
existe una cantidad importante que expresa ofensas directas en contra de la
querellante [Nombre 001], quien para aquel entonces era la […] (En este sentido ver
folios 23 a 37 del legajo principal), situación que evidencia el supremo impacto y
trascendencia que tienen las redes sociales en la difusión de ideas y formación de
opinión pública en la actualidad, difusión de información que incluso es más veloz que
las hoy en día alcanzan los medios de comunicación tradicionales. Así las cosas, es
claro que las conductas que se realicen en la Internet tienen gran relevancia jurídico-
penal hoy en día, siendo que por tal motivo ha sido necesario crear legislación
específica al respecto, como por ejemplo el marco de Delitos Informáticos introducidos
al Código Penal mediante Ley N° 9048 del 10 de julio de 2012. De igual forma existen
normas en la legislación penal común que regulan y son aplicables a las conductas que
se realicen a través de los medios informáticos, tal y como se da en el caso de los
delitos contra el honor, tipificados en los artículos 145, 146 y 147 del Código Penal.
Con base en todo lo expuesto, se concluye que en el presente caso es dable y
necesario analizar con profundidad y con la rigurosidad que exige el deber
de fundamentación jurídica de la sentencia penal, si la publicación realizada por el
querellado Guillermo Alberto Rodríguez Baldí en su perfil público de “Facebook”
generó una lesión al honor de la querellante [Nombre 001], para lo cual se requiere y

67
es importante apreciar las particularidades que, según lo antes expuesto, tienen las
redes sociales en nuestra realidad actual, así como deben considerarse los aspectos
atinentes a la relación derecho al honor de los funcionarios públicos versus el ejercicio
de la libertad de expresión, en una sociedad democrática, y conforme a los límites que
este último derecho fundamental tiene como resultado de su ejercicio abusivo y
desproporcionado, según lo considerado a lo largo del presente pronunciamiento. C.
Defectos puntuales de la sentencia impugnada que constituyen el vicio de falta
de fundamentación. En los acápites precedentes de este pronunciamiento y con base
en el examen integral del fallo por parte de esta cámara de apelaciones, se han
establecido y expuesto razones de hecho y de derecho que evidencian y confirman,
que la sentencia de mérito quebranta el deber de fundamentación jurídica que se
requiere para su validez y eficacia, conforme a lo establecido en los artículos 39 y 41
de la Constitución Política, así como en lo regulado en los artículos 1, 142, 184 y 363
del Código Procesal Penal. Así, y como complemento de lo previamente expuesto, es
oportuno puntualizar ciertos aspectos del fallo que revelan de igual forma
su erróena fundamentación jurídica, tal y como lo reclama el licenciado Rodríguez
Campos. Así, se tiene lo siguiente: i. Si bien es cierto los funcionarios públicos tienen
un mayor nivel de tolerancia con respecto al ejercicio de la libertad de expresión en
torno a la tutela de su derecho al honor, en razón de que voluntariamente se
sometieron al mayor escrutinio público, el que se deriva de los principios de
transparencia y rendición de cuentas, tal particularidad no está aparejada al
vaciamiento absoluto del derecho a la honra y el decoro que se les debe tutelar a
quienes ejercen la función estatal, siendo que el criterio definido en tal sentido por el
tribunal de mérito conlleva en términos prácticos al vaciamiento de dicho derecho
fundamental, ya que prácticamente ninguna conducta podría afectar el derecho al
honor de quien sea […]. Tales aspectos no fueron debidamente valorados por el a quo,
toda vez que dejó de lado toda consideración objetiva respecto de la normativa
constitucional, convencional y legal que está vinculada al tema de fondo, así como
omitió valorar íntegra y objetivamente los precedentes jurisprudenciales que en
cuanto al punto objeto de litigio han sido dictados previamente por la Sala
Constitucional y de Casación Penal costarricenses, y también por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Esto, por cuanto los juzgadores de instancia se
limitaron a sustentar el criterio con base en el que decidieron absolver al querellado
Rodríguez Baldí, a partir de la definición y apreciación de la ideología que consideraron
que es la que corresponde a la mayoría de la sociedad costarricense en cuanto al tema
en discusión, razonamiento a partir del que el tribunal de mérito fijó un criterio ad hoc
y exclusivo para delimitar el ámbito de tutela al honor que estimó como propio de
quien ocupa […]. Tal postura es subjetiva y, conforme al principio de legalidad, excede
las funciones propias de la actividad jurisdiccional, sea esta la de interpretar y aplicar la
ley, ya que no es procedente que un tribunal penal defina motu proprio una ideología
que, según su apreciación particular, le corresponde a las mayorías sociales, y de esa

68
forma, valorar supuestos ideológicos para definir parámetros de tutela de un derecho
fundamental y constitucionalmente reconocido como lo es el honor de los servidores
estatales, y lo que es más sensible e inadecuado aún, para establecer criterios ad hoc y
exclusivos para la protección de tal derecho del ciudadano o ciudadana que ostenten
la […], lo cual lejos de garantizar el principio de igualdad establecido en el artículo 33
de la Constitución Política, implica un trato discriminatorio y la falta de protección de
la esencia del derecho humano de referencia en virtud de una situación particular que
no justifica la supresión absoluta del mismo. Así, el tribunal penal no aprecia el marco
normativo que está vinculado y que regula el tema de fondo en cuanto a la garantía de
la libertad de expresión y comunicación con respecto a la tutela del derecho a la honra
y el decoro de quienes ejercen la función pública, lo cual evidencia la debilidad del
razonamiento en que el a quo sustenta la decisión objeto de impugnación. Asimismo,
los juzgadores de instancia no exponen razones jurídicas y objetivas suficientes que
justifiquen su decisión de no seguir los criterios jurisprudenciales vertidos previamente
sobre la forma en que debe abordarse legalmente la relación derecho al
honor versus el ejercicio de la libertad de expresión en el caso de los funcionarios
públicos, siendo que renuncian a llevar a cabo un análisis integral de los precedentes
jurisprudenciales que solamente citan y reproducen sesgadamente en su fallo, y en su
lugar, limitan su razonamiento de fondo a la consideración de una tesis subjetiva, la
que según su particular apreciación crea una línea jurisprudencial en cuanto al ámbito
de tutela que exclusivamente le corresponde a quien ostenta la […], análisis que es
jurídicamente incorrecto. Esto, por cuanto no procede definir los ámbitos de
protección de un derecho fundamental a partir de supuestos ideológicos que, aún y
cuando podrían coincidir con la postura de las mayorías, podrían no coincidir con la
voluntad del constituyente, aspecto que no es propio de dilucidar mediante el control
difuso de constitucionalidad, sino únicamente, mediante el control directo y
concentrado que le corresponde a la Sala Constitucional, situación que evidencia la
extralimitación de sus competencias que el a quo llevó a cabo para establecer el
criterio con base en el que afincó su decisión de fondo. ii. Tal y como se ha analizado
ampliamente en el presente pronunciamiento, no es posible lograr la tutela adecuada
de la libertad de expresión en un sociedad democrática, si se establecen limitaciones
que operen como una censura previa y que desmotiven el ejercicio de tal derecho
fundamental, lo cual es propio de regímenes autoritarios que no corresponden al
esquema que contempla nuestra Constitución Política. Así, no es procedente exigir
genéricamente y de previo, que lo que se publicará tenga que ser cierto o previamente
constatado –probado-, ya que tal postura implica establecer limitaciones que pueden
tener como resultado la imposición de la censura previa de opiniones,
cuestionamientos y críticas de situaciones que son de interés público, tal y como
sucedería con los actos que realizan los funcionarios estatales en el ejercicio de su
competencias o en relación a estas, supuesto que sin duda alguna es de interés público
y está sujeto a un mayor control y fiscalización por parte de todos los administrados, lo

69
cual como se indicó deriva de los principios de transparencia y rendición de cuentas de
los servidores estatales. No obstante lo anterior, tal y como lo establece la
normativa supra expuesta, y se estipula en los precedentes jurisprudenciales que
previamente han sido objeto de análisis, sí es procedente, sin que se vulnere la libertad
de expresión y comunicación, que se den controles a posteriori o se exijan
responsabilidades ulteriores de quienes ejercen abusiva y desproporcionadamente
tales derechos fundamentales. Así, en cada caso concreto debe establecerse si el
ejercicio de la libertad de expresión no es una mampara o cortina que se utiliza para
difundir hechos falsos, especulativos o insidiosos que tengan como objetivo real,
afectar el honor de un funcionario público, lo cual es un supuesto que no está cobijado
por los alcances de la tutela o ámbito de protección que corresponde a la libertad de
expresión y comunicación, incluso, cuando se haga referencia a quien ostenta un cargo
público sin importar su jerarquía. Esto, por cuanto ni la Sala Constitucional, la Sala
Tercera, ni la Corte Interamericana de Derechos Humanos, establecen alguna
diferencia en cuanto al margen de tutela del derecho al honor que le corresponde a
quienes ejercen la función pública, ya sea que su cargo sea de elección popular o de
algún otro tipo, tal y como supra se apuntó. Así las cosas, no es procedente el criterio
con base en el que el a quo renunció a conocer los argumentos y tesis de la defensa de
la querellante [Nombre 001], en cuanto a que en el subjudice es necesario definir si el
contenido de la publicación realizada por Guillermo Alberto Rodríguez Baldí es falso y
especulativo, y que se difundió con el conocimiento de la idoneidad para afectar el
honor de quien ostentaba la […]. En tal sentido los juzgadores de instancia se limitaron
a establecer que por tratarse de la [Nombre 001] no era necesario establecer si lo que
se difundió por el querellado es cierto o falso, ya que aquel simplemente expuso su
idea, opinión o pensamiento personal sobre los “hechos” que público en su perfil de
“Facebook”. Así las cosas, se determina que el razonamiento del a quo es infundado,
toda vez que dejó de lado los alcances de tutela del derecho al honor que le
corresponde a los funcionarios públicos establecidos incluso, por nuestra Sala
Constitucional, cuya jurisprudencia es vinculante “erga omnes”. En igual forma, omitió
llevar a cabo un análisis jurídico o valoración rigurosa en cuanto al contenido de la
“especie” difundida en el perfil de “Facebook” de Rodríguez Baldí, limitando su
razonamiento, en tal sentido, a indicar que no era necesario establecer si tal contenido
era cierto o no, pues se trata de una opinión, y las opiniones no deben de acreditarse,
lo cual es incorrecto según lo supra expuesto en tal sentido. En este sentido cabe
agregar, que el a quo tampoco expone los razonamientos que jurídicamente le
permiten calificar como “una mera o simple opinión” la publicación de marras, pese a
que la misma parte de la afirmación de una serie situaciones que, en principio, se
acerca más una imputación que a una opinión sobre “los hechos” que son parte de la
publicación. A lo anterior debe sumarse que el a quo no establece en el fundamento
del fallo de mérito, qué pruebas valoró y de qué forma logró otorgarle el carácter de
“hechos” –tal y como lo establece en su razonamiento- a los eventos que cita el

70
querellado en su publicación, y con respecto a los que se limitó a indicar que fueron de
su conocimiento, y a partir de tal situación, dio su opinión y la difundió en su perfil
público de “Facebook”. En igual sentido, en la sentencia impugnada no se establecen
los aspectos que valoró el a quo para establecer certeramente que los “hechos”
difundidos y criticados por el querellado Rodríguez Baldí, son de interés público en
virtud de estar relacionados con la actividad –constatable u objetivamente presumible-
de las funciones públicas de la querellante [Nombre 001] en el ejercicio de su cargo
como […]. Así, se tiene que el tribunal de mérito no valoró adecuadamente el punto
objeto de análisis, a efecto de definir si los “hechos” puestos a la luz de la opinión
pública por Rodríguez Baldí son evidentemente falsos o meramente especulativos,
esto con la finalidad de establecer la aptitud legal de aquellos para ser objeto de
crítica, en virtud de corresponder al ejercicio de la función pública de la querellante, o
en su defecto, si la exposición del contenido de la publicación de marras sin atender o
menospreciar la calidad o realidad de la información difundida, constituye por sí
misma una actuación que persigue y evidencia una finalidad difamante en perjuicio de
la querellante [Nombre 001], quien negó en su declaración en el debate de modo
enfático, que los hechos ventilados por Rodríguez Baldí fuesen ciertos, aspecto que se
reitera el a quo no valoró con la profundidad y rigurosidad que legalmente se
requiere. iii. En relación con lo antes expuesto, el examen integral de la sentencia
revela que el tribunal penal no define ni fundamenta con precisión, de qué forma
concluye certeramente que en el subjudice se está en presencia de simples
pensamientos, ideas o cuestionamientos difundidos por el querellado Rodríguez Baldí,
y no en presencia de una ofensa matizada del derecho al honor de [Nombre 001]. Así,
el a quo no valoró si a través del contenido y la forma en que se dio la exposición de
los “hechos” de marras, no acreditados, bajo la apariencia y afirmación de ser
verdaderos o ciertos, y escritos de una forma que podría llevar a la conclusión de que
existió un tráfico de influencias o conductas incorrectas de la querellante para
enriquecerse en virtud del ejercicio de la función pública, se podría estar en presencia
de una especie apta, idónea y suficiente para afectar el derecho al honor de la
querellante. Tal situación se da en razón de que el tribunal de mérito analizó los
eventos querellados, única y exclusivamente, con base en su criterio
definido ad hoc para establecer el ámbito de tutela del derecho al honor que el a
quo estimó que le corresponde a quien ejerce la […], criterio que conforme a lo
ampliamente expuesto a lo largo del presente pronunciamiento, no está debidamente
fundamentado ya que no se ajusta a la interpretación y aplicación de las
normas supra analizadas que regulan la protección que le corresponde al derecho al
honor versus a la tutela y ejercicio de la libertad de expresión en el caso de quienes
ejercen la función pública. iv. La fundamentación de una sentencia penal no puede
radicar en la definición de una ideología derivada de lo que un órgano de la jurisdicción
penal ordinaria, considere que es la postura de “las mayorías”, sino que debe
circunscribirse a la aplicación e interpretación de la ley, así como debe apreciar los

71
criterios jurisprudenciales vinculantes, así como los emanados de autoridades
judiciales superiores que sin limitar el principio de independencia judicial, son
aplicables al caso concreto. En tal sentido es oportuno agregar que no puede
desconocerse la naturaleza humana de quien ostenta el cargo de juez o jueza de la
República, así como su relación con el entorno social, lo cual conlleva a que tenga una
ideología determinada que indirectamente podría tener algún peso al interpretar y
aplicar la norma jurídica, mas sin embargo, no es aceptable que el sustento de una
decisión judicial tenga un fundamento directa y manifiestamente ideológico, derivado
de una percepción particular de la realidad social. En la especie, esta última situación
es la que en realidad define los alcances de la tutela del derecho al honor que los
juzgadores de instancia concretaron como la que le corresponden a quien ostente la
[…], al considerar que sólo puede verse afectado tal bien jurídico cuando la ofensa sea
directa o expresamente se endilgue la comisión de un delito a quien ocupa tal cargo
público. Tal apreciación, como ya se indicó, no sólo es infundada, sino que, además,
desconoce los preceptos que la Sala Constitucional y los criterios que la Sala
Tercera y la Corte Interamericana de Derechos Humanos han definido en torno a los
alcances y límites del derecho al honor de los funcionarios públicos versus el ejercicio
de la libertad de expresión en un Estado democrático, los que son muy claros en
establecer que sí existe y debe reconocerse un mayor nivel de tolerancia, pero a su
vez, recalcan que no son amparables los excesos y abusos de la libertad de
comunicación, que en realidad procuren disfrazar a través del supuesto ejercicio de tal
derecho fundamental, la exposición de hechos falsos que resulten injuriantes y
difamatorios, a sabiendas de que con tal acción se puede afectar el derecho al honor
del funcionario público. Lo anterior, lejos de garantizar la vigencia de la sociedad
democrática, más bien le causa un perjuicio, al vulnerarse el componente social del
derecho a la libertad de expresión de recibir información pertinente y adecuada para la
correcta formación de la opinión pública, y de esa forma garantizar el correcto discurrir
de la función pública de tal forma que la misma no sea vea afectada por ataques
injustos, que afecten la institucionalidad, gobernabilidad y credibilidad de quienes
ostenta el poder público, lo cual es más sensible y delicado en los casos de quienes
ejercen los Supremos Poderes de la República. v. El tribunal realiza un análisis
segmentado y no comprensivo de la totalidad del texto que se querelló como
difamatorio, abordaje que no corresponde a lo que la Sala Tercera ha establecido que
procede en tal sentido conforme a lo supra expuesto, toda vez que debe apreciarse en
cada caso en concreto no sólo el contenido de la información difundida, sino que
además debe valorarse la forma en que la misma se difunde –redacción, vocabulario,
posición de fotografías, etc.- para establecer si la publicación es idónea o no, para
alcanzar un resultado difamatorio. Así, el análisis del elenco de hechos probados de la
sentencia de mérito (cfr. folios 323 y 324 del legajo principal), permite establecer que
los juzgadores tuvieron por demostrado que en el contenido de la publicación de
marras se presenta como cierto que la querellante adquirió una finca valorada en la

72
suma de dos millones y medio de dólares, así como que la misma es dueña de
generación eólica, siendo que partir de tales afirmaciones el querellado
Rodríguez Baldí hace una comparación con el caso de una persona -un reconocido
futbolista- que en aquel entonces era investigada penalmente, respecto de quien
indica que al “descubrir el agua tibia” y con cinco días de estudio en el INCAE se hizo
millonario y poseedor de yates, aviones y una vida de lujo. Asimismo, de modo expreso
el querellado señala que “[…] comparo la riqueza de la Señora con este jugador, a
quienes aplaudimos su emprendedurismo y visión para los negocios, esa facilidad para
pagar millones de dólares, sin que los mortales encontremos una explicación en
nuestra vida cotidiana en donde el dinero cuesta hacerlo toda una vida de esfuerzo y
trabajo (…) estas riquezas instantáneas nos asombran y no encontramos explicaciones
lógicas. Ahora bien, será que leyeron el Libro de los Secretos y descubrieron el camino
corto a la riqueza. De cualquier forma felicitamos a la [Nombre 001] quien prepara su
salida de la función pública siendo millonaria y poseedora de riquezas materiales que a
cualquiera de los ciudadanos les cuesta una vida y a los funcionarios públicos y a los
futbolistas parece solo cinco días de tocar bola […]” (cfr. folio 324, la transcripción es
literal). De lo expuesto se colige que, en el presente caso, es necesario analizar de
modo íntegro y no segmentado como lo realizó el tribunal de mérito, el contenido y la
forma en que se dio la publicación difundida por Rodríguez Baldí, a efecto de definir si
la misma fue divulgada en el ejercicio puro del derecho de la libertad de expresión del
querellado, de un modo irónico, pesado y molesto, o si por el contrario, el texto
difundido en el perfil de “Facebook” de Rodríguez Baldí corresponde al ejercicio
abusivo y desproporcionado de tal derecho fundamental. Este análisis no se realizó por
el a quo, en razón de que no apreció de modo integral el contenido de la publicación
de marras, y a su vez, en virtud de que analizó el texto en cuestión, únicamente, a
partir de su criterio de que solo las ofensas directas y la imputación de hechos
delictivos como única acepción posible de una publicación, pueden vulnerar el derecho
al honor de quien ejerce la […]. Sumado a lo expuesto, el tribunal de instancia
consideró que la querellante estimó como afectado su honor a partir de apreciaciones
subjetivas que derivó de “la especie” publicada por Rodríguez Baldí, las que
consideró el a quo que no son las únicas posibles de derivar de la misma –sin dar
mayor fundamento en este sentido tal y como ya se ha apuntado-, todo lo cual apreció
para concluir que los hechos querellados en el presente caso no son difamatorios. Con
base en todo lo expuesto se concluye que el análisis fáctico, intelectivo y jurídico
realizado en la sentencia de mérito, no se ajusta a los preceptos normativos
establecidos en los artículos 39 y 41 de la Constitución Política, así como en lo
estipulado en los artículos 1, 142, 184 y 363 del Código Procesal Penal, lo que implica
el vicio de errónea fundamentación jurídica del fallo que se reclama por el
representante de la querellante [Nombre 001]. En consecuencia, se declara con lugar
el recurso de apelación incoado por el licenciado Alexánder Rodríguez Campos, y se

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anula totalmente el fallo recurrido. Se ordena el reenvío de la causa ante el tribunal de
origen para que con distinta integración resuelva lo que en derecho corresponde.”

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de utilizar el material indicado.

i
ASAMBLEA LEGISLATIVA. Ley 4573 del cuatro de mayo de 1970. Código Penal. Vigente desde:
15/11/1970. Versión de la Norma: 52 de 52 del 04/07/2018. Publicada en: Gaceta No 257 del
15/11/1970. Alcance: 120 A.

ii
TRIBUNAL DE APELACIÓN DE SENTENCIA PENAL, TERCER CIRCUITO JUDICIAL DE ALAJUELA SAN
RAMÓN. Sentencia 967 de las nueve horas con treinta y dos minutos de nueve de noviembre de dos mil
dieciséis. Expediente: 16-000005-0016-PE.

iii
TRIBUNAL DE APELACIÓN DE SENTENCIA PENAL DE CARTAGO. Sentencia 335 de las diez horas con
treinta y siete minutos del dieciséis de junio de dos mil quince. Expediente: 14-000003-0459-PE.

iv
TRIBUNAL DE APELACIÓN DE SENTENCIA PENAL, TERCER CIRCUITO JUDICIAL DE ALAJUELA SAN
RAMÓN. Sentencia 222 de las catorce horas con dieciséis minutos del diez de abril de dos mil trece.
Expediente: 12-000002-0588-PE.

v
TRIBUNAL DE APELACIÓN DE SENTENCIA PENAL SEGUNDO CIRCUITO JUDICIAL DE SAN JOSÉ. Sentencia
1408 de las ocho horas con veinticinco minutos del veintitrés de noviembre de dos mil diecisiete.
Expediente: 15-000003-0459-PE.

vi
TRIBUNAL DE APELACIÓN DE SENTENCIA PENAL DE CARTAGO. Sentencia 546 de las quince horas del
veinticuatro de octubre de dos mil doce. Expediente: 11-000013-0335-PE.

vii
TRIBUNAL DE APELACIÓN DE SENTENCIA PENAL SEGUNDO CIRCUITO JUDICIAL DE SAN JOSÉ. Sentencia
1008 de las trece horas con cuarenta y cinco minutos del veintiuno de agosto de dos mil diecisiete.
Expediente: 15-000083-0016-PE.

viii
TRIBUNAL DE APELACIÓN DE SENTENCIA PENAL SEGUNDO CIRCUITO JUDICIAL DE SAN JOSÉ. Sentencia
235 de las dieciséis horas con cinco minutos del trece de febrero de dos mil quince. Expediente: 13-
000052-0016-PE.

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