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(Este documento ha sido elaborado basado en los textos Teoría Sociológica Clásica
(Págs. 333-354) y Teoría Sociológica Contemporánea, Editorial Mac Graw Hill,
Interamericana de España, año 1993 (Págs. 213-235) de George Ritzer para los
estudiantes de la carrera de Trabajo Social de la Universidad Miguel de Cervantes
(Extracto)
(Este material es proporcionado a los estudiantes de Psicología del curso Métodos
Cualitativos de Investigación 2019 de la U. Mayor, impartido por el profesor Andrés
Llanos S. con fines educativos, respetando las reglamentaciones de derecho de autor.
Este documento no tiene costo)
INTERACCIONISMO SIMBOLICO
Esta corriente exhibe diferentes matices, aunque se reconoce como precursor a George Mead,
quien perfiló el núcleo básico de esta corriente teórica, aunque posteriormente se desarrollaron
otras perspectivas, entre las que figuran la concepción del interaccionismo simbólico tradicional
con Hubert Blumer, el enfoque científico de Manford Kuhn, así como el enfoque dramatúrgico
de Erving Goffmann. No obstante, Mead y Blumer son reconocidos como los representantes
centrales de esta concepción.
Al igual que los fenomenólogos, Mead no concibe la mente como una estructura sino como un
proceso, y específicamente como un proceso de pensamiento que contiene una secuencia de
fases: la definición de los objetos del mundo social, la determinación de los posibles modos de
conducta, la anticipación de las consecuencias de cursos alternativos de acción, la eliminación
de las posibilidades improbables y la elección del modo óptimo de acción.
Mead comulga, ciertamente, con esta última visión, y no conecta con la orientación nominalista
que adoptó el Interaccionismo Simbólico, representado por Herbert Blumer. Esta discrepancia
de pareceres es clave porque para el interaccionismo psicológico (postulado por Blumer) los
significados de los símbolos no se consideran universales, sino individuales y subjetivos,
sosteniéndose que es el actor quien asigna significados a los símbolos de acuerdo cómo los
interpreta.
Mead, también acoge las nociones del conductismo, pero las extiende más allá del análisis de la
conducta en términos de estímulos y respuestas; por esa razón considera el acto como unidad
de estudio que contiene aspectos encubiertos (procesos mentales, como la atención, la
percepción, imaginación, el razonamiento, la emoción), y aspectos descubiertos de la acción
humana. Los conductistas radicales, desestiman los procesos internos entre estímulo y
respuesta que Mead sí considera, y por esa razón critica que los conductistas radicales
despojan a la conducta del contexto social en que ocurre y adquiere significado. Por cierto.
Mead extiende el conductismo a los procesos mentales, reconoce las partes del acto que no
aparecen a la observación externa y considera que el estímulo provoca una respuesta reflexiva
del sujeto).
Por la preeminencia que otorga al factor social, se considera que su obra que Mind, Self and
Society, traducida como Espíritu, Persona y Sociedad, en rigor, debiera tener el nombre inverso
Society, Self and Mind (Sociedad, Persona y Espíritu), porque esa secuencia refleja más
palmariamente la lógica de su pensamiento, pues estimaba que el todo social precedía a la
mente individual. Más aún, siguiendo su línea de pensamiento, la existencia de individuos
conscientes y pensantes sería imposible sin un grupo social que lo precediera; el grupo social es
anterior y es el que da lugar al desarrollo de los estados mentales autoconscientes.
Mead considero “el acto” como la unidad básica de su teoría, del cual emergen los demás
aspectos de su análisis. Identificó cuatro fases interrelacionadas del acto:
1º Impulso, que implica el registro de un estímulo sensorial inmediato y la reacción que el
actor desarrolla frente a ese estímulo, es decir, la necesidad de hacer algo como
respuesta. En el impulso, es importante admitir que está implicado tanto el actor como
el entorno
2º Percepción, en que el actor procesa y reacciona frente a un estímulo relacionado con el
impulso y con distintas maneras de satisfacerlo. En consecuencia, la percepción implica
el reconocimiento de los estímulos entrantes y las imágenes mentales que crean,
sopesando las posibles respuestas a través de esas imágenes. Se reconoce que el actor
enfrenta muchos estímulos, y que tiene la capacidad de elegir unos y descartar otros.
3º Manipulación, manifestado el estímulo y el objeto percibido, la persona emprende una
determinada acción (respuesta). La manipulación implica una pausa que permite al actor
contemplar diversas respuestas, en la que tiene en cuenta el pasado y el futuro, es decir,
reflexiona sobre experiencias pasadas, y sopesa las consecuencias de su acción.
4º Consumación, emprende la acción que satisface el impulso original
El acto involucra a una sola persona, en tanto, el acto social implica a dos o más personas.
Al respecto, Mead sostiene que el Gesto es el mecanismo básico del acto social, en particular, y
del proceso social, en general, y diferencia las acciones inconscientes como “gestos no
significantes”, de las acciones reflexivas, que tienen intención y que conforman los “gestos
significativos”. Estos últimos se caracterizan porque implican una reflexión del actor antes que
se genere la reacción o respuesta del otro.
Al respecto, denomina como Símbolos significantes a aquellos gestos que solo los seres
humanos son capaces de realizar; surgen cuando son compartidos por una comunidad y, por
tanto, generan similar respuesta en un conjunto de individuos. En consecuencia, la
comunicación se logra sólo cuando se emplean símbolos significantes; generalmente, son las
vocalizaciones las que se convierten en símbolos significantes (mas que los gestos físicos), por
cuanto son símbolos que responden a un significado en la experiencia de las personas, y por ello,
es que el lenguaje resulta fundamental.
Consecuente con el pragmatismo, Mead analiza las funciones de los gestos, en general, y de los
símbolos significantes, en particular. Estima que la función del gesto “es posibilitar la adaptación
entre los individuos involucrados en cualquier acto social dado, con referencia al objeto u
objetos con que dicho acto está relacionado” (Mead, 1934/1962: 46). Cuando comunicamos,
una expresión verbal funciona mejor que un complicado gesto corporal.
Los símbolos significantes cumplen la función de hacer posible los procesos mentales. Los
pensamientos solo son posibles mediante símbolos significantes, especialmente el lenguaje.
Para Mead, “pensar es lo mismo que hablar con otra persona”(1982: 155), por lo cual esta
definición no alude al pensamiento en términos de la mente, sino que tiene una impronta
decididamente conductista.
Son los símbolos significantes los que hacen posible la interacción simbólica, pues las personas
interactúan no solo con gestos, sino fundamentalmente con símbolos significantes, y por ello,
se le asigna al símbolo significante un papel central en la teoría de Mead.
Resulta necesario asumir que los procesos mentales no remiten a estructuras o contenidos, sino
a procesos funcionales. Así, por ejemplo, la inteligencia para Mead permite la adaptación mutua
de los actos de los organismos, de modo que todos los seres vivos tienen inteligencia, pero
solamente los seres humanos se adaptan unos a otros con símbolos significantes.
También Mead rechaza la idea que el significado resida en la consciencia, pues estima que el
significado no es un fenómeno psíquico, sino que reside dentro del acto social. Sostiene que es
la respuesta del segundo organismo la que le da significado al gesto del primer organismo, pues
“el significado de un gesto puede considerarse como “la capacidad de predecir la conducta
probable” (Balwin, 1986: 72). El significado se hace consciente cuando va asociado a símbolos,
pero está presente en el acto social con carácter previo a la aparición de la consciencia y a la
consciencia del significado.
Respecto del pensamiento, destaca que también es un proceso social que precede a la mente,
y no producto de esta. En efecto, los pensamientos no surgen en la mente de cada individuo,
sino en el proceso social y se reflejan en la mente. Para Mead, la mente, en sentido pragmático
está orientada hacia la resolución de problemas. El mundo real plantea problemas y la función
de la mente es intentar solucionarlos y permitir a las personas que se comporten con eficacia en
el mundo, y por tanto, con la mente se responde no a un individuo, sino a toda la comunidad.
La reflexión sobre la mente contiene ideas sobre el concepto más importante: el self o la
capacidad de considerarse a uno mismo como objeto, es decir, de ser sujeto y objeto de
pensamiento a la vez, y como todos los conceptos de Mead, presupone un proceso social: la
comunicación entre los seres humanos.
El self surge con el desarrollo y a través de la actividad social y las relaciones sociales y se concibe
que el mecanismo general para el desarrollo del self es la reflexión o la capacidad de ponernos
en el lugar de otros y de actuar cómo lo harían ellos; así, las personas somos capaces de
examinarnos a nosotros mismos de la misma forma como otros nos examinarían. “Solo
asumiendo el papel de otros somos capaces de volver a nosotros mismos” (1959; 184-185).
Mead sitúa el origen del self en la fase del juego y del deporte. En el juego, el niño aprende a
adoptar la actitud de otros, y aunque reconoce que todos los animales juegan, enfatiza que solo
los seres humanos juegan a ser otros. El niño es capaz de adoptar el papel de otros
determinados y particulares, sin capacidad aún de elaborar un significado de sí mismo mas
general y organizado (por ejemplo, se evalúan a sí mismos como lo haría su mamá o como su
papá). Esta fase se denomina internalización del “otro significativo”.
El deporte, en cambio, permite el desarrollo pleno del self, porque allí el niño aprende a asumir
el papel no de otros determinados, sino que de todos los que están involucrados en la
interacción (no es preciso que estén todos presentes en la consciencia al mismo tiempo. En el
deporte, se tiene que considerar qué harán todos los demás para desarrollar la propia conducta,
en un tramado de expectativas recíprocas.
Es por ello que en el deporte, se internaliza la organización social, es decir, se asume lo que
Mead denomina “el otro generalizado”, que es la actitud del conjunto de la comunidad; aquí
debe asumir la actitud de cualquier otro, y no de un sujeto particular. El individuo se convierte
en parte de una comunidad y refleja en su mente la organización social en su conjunto.
Con el self plenamente desarrollado, la persona puede hacer lo que se espera de ella en una
situación determinada y responder a las expectativas del grupo, en coordinación con el grupo.
Esta supeditación al grupo, no debe entenderse, sin embargo, como conformismo ni como que
está determinado por el grupo, pues cada self es particular; los selfs comparten una estructura
común, pero cada uno recibe una peculiar articulación biográfica.
Tampoco existe un único otro generalizado, sino muchos otros generalizados debido a la
pluralidad de grupos que existen en la sociedad, y debido a que las personas tienen una
pluralidad de otros generalizados, poseen también, una pluralidad de selfs. El conjunto
particular de selfs de cada persona le hace diferente a los demás.
Mead identifica dos fases del self, que denomina el “yo” y el mí”. El yo lo asocia a la respuesta
inmediata que una persona da a otra, y lo entiende como el aspecto imprevisible y creativo del
self; señala que somos solo conscientes del yo una vez que se ha realizado el acto, es decir,
cuando está presente en nuestra memoria.
El “mi”, en cambio, “es el conjunto organizado de actitudes de los demás que uno asume”
(Mead, 1934/1962: 175); es decir, es la adopción del otro generalizado. A diferencia de lo que
ocurre con el “yo”, las personas son conscientes del “mi”, pues el “mi” implica la responsabilidad
consciente. La sociedad controla al individuo a través del “mi”, y por ello, Mead define el control
social como la dominación de la expresión del “mi” sobre la expresión del “yo”.
Mead también analiza pragmáticamente estas dos nociones: el “mi” permite al individuo vivir
cómodamente adaptado al mundo social, y el “yo” hace posible el cambio de la sociedad. La
sociedad produce la suficiente conformidad para permitir que funcione, y produce el flujo
constante de nuevos desafíos para evitar que se estanque. Así, el “yo” y el “mi” forman parte
del proceso social en su conjunto, y permiten a los individuos y a la sociedad que funcione con
mayor eficacia.
En la biografía de cada persona, las experiencias vividas y las exigencias específicas de la vida de
cada cual le proporcionan una combinación distintiva de su “yo” y de su “mi”; por ello, en los
actos que desarrollamos hay elementos compartidos por las expectativas de los otros que
debemos satisfacer, pero a la vez, cada cual impone su sello e impronta personal, como
expresión libre y creativa de su “yo”.