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SINOPSIS
Joseph Bruce Ismay: Personaje histórico, presidente de la compañía naviera Withe Star
Line en el momento del viaje inaugural del Titanic. Al principio del naufragio se
comportó como un héroe, ayudando a salvar pasajeros, quizá por tener un sentimiento
de culpabilidad, en los momentos finales esa actitud cambió.
Morgan Robertson: Personaje histórico, escritor, en una de sus obras predijo la tragedia
del Titanic. No iba en el barco.
John Rowland: Personaje de ficción, aprendiz de escritor, sube al Titanic para escribir
su hundimiento, su nombre coincide, casualmente, con el del protagonista del libro de
Morgan Robertson.
Sandra Carleigster: Personaje de ficción, cantante contratada para amenizar las veladas
de lujo del trasatlántico.
Edward John Smith: Personaje histórico, capitán del Titanic. Murió en el hundimiento.
William Murdoch: Personaje histórico, primer oficial del Titanic. Murió en el naufragio.
Fran Dumont: Personaje de ficción, ocupante del camarote B-101, primera víctima
mortal del Titanic.
Alfred Wolfgang: Personaje de ficción, sospechoso de asesinato y de robar el puñal
Henry Wilde: Personaje histórico, jefe de oficiales del Titanic. Murió en el naufragio.
Thomas Drake Martínez Cardeza: Personaje histórico, uno de los hombres más ricos a
bordo del barco.
Charlotte Wardle Cardeza: Personaje histórico, madre de Thomas.
Dorothy Gibson: Personaje histórico, modelo y actriz con cierta fama en Europa, se
embarcó en el Titanic para acceder al nuevo mundo donde buscaría una oportunidad de
triunfar en su carrera. Sobrevivió y en el mismo año del Hundimiento protagonizó una
película en blanco y negro y muda titulada “Save from the Titanic”. Esta película se
considera perdida, se destruyó en un incendio en los estudios Eclaire en 1914.
James Paul Moody: Personaje histórico, sexto oficial del Titanic. Murió en el naufragio.
Manuel Uruchurtu Ramírez: Personaje histórico, diputado mejicano y único pasajero de
esa nacionalidad a bordo. Como diplomático tenía preferencia para abandonar el barco
durante el naufragio, una vez instalado en el bote salvavidas cedió su puesto a una
mujer desesperada. Elizabeth Ramell Nye.
Un símbolo de fuerza infinita, la esperanza de una vida mejor en un nuevo mundo, esa
era su imagen, un sueño hecho realidad, un lujoso palacio flotante, una verdadera obra
de arte que como todo buen cuadro, desde lejos se apreciaba mejor.
Visto desde cierta distancia parecía un barco, sin embargo, conforme la
proximidad al puerto era mayor, se apreciaba que en realidad era una ciudad, una gran
ciudad flotante e insumergible.
Los niños lo miraban con la boca abierta y sus rostros plenos de asombro; los
mayores lo admiraban con su alma abierta y los ojos desorbitados por la impresión.
Joseph Bruce Ismay, actual presidente de la compañía naviera, lo observaba con el
pecho henchido de orgullo y la frente muy altiva apuntando a su casco; Morgan
Robertson, ex marino y escritor especializado en relatos marítimos, lo miraba con
recelo, con miedo y con el corazón abatido por la angustia.
El escritor pronto divisó la figura del hombre a quien buscaba en el muelle;
asiéndose con intensidad a una mínima esperanza y aferrando con fuerza su libro en la
mano diestra, fue abriéndose paso entre la multitud con la siniestra, avanzó con enorme
decisión hasta la zona delimitada como únicamente accesible para el personal de la línea
de barcos y conteniendo el temblor de sus labios y su alma pronunció un nombre:
_ Señor Ismay- dijo cuando llegó a un par de metros del presidente-, tengo que
hablar con usted, se trata de una emergencia.
_ ¿Quién demonios es usted?- respondió con una pregunta y de manera airada el
interpelado, apuntando con sus ojos oscuros y su severo bigote a los labios de donde
partió la voz que le requería-, y ¿por qué se encuentra aquí, en una zona reservada al
personal de la compañía?
_ Disculpe mi atrevimiento señor Ismay, soy Morgan Robertson, aunque ahora
soy escritor, antes fui marino, trabajé en la compañía y sé como acceder a sus zonas
restringidas, me he introducido sin permiso, es cierto, pero sin ninguna maldad ni ánimo
de molestar, entre tanta confusión y expectación no ha sido difícil, me he colado en esta
zona solamente para hablar con usted. Señor Ismay debe cancelar el viaje del Titanic,
hágame caso y salvará muchas vidas, quizá también la suya, este barco se va a hundir.
Nunca había resultado tan fácil complacer al presidente como en aquella ocasión. El
Titanic era impresionante y ver el inicio de su desplazamiento suponía un espectáculo
indescriptible, una prodigiosa exaltación de la más avanzada tecnología. El capitán
transmitió la orden de zarpar al señor Henry Wilde, jefe de oficiales, quien hizo lo
propio repartiendo instrucciones entre sus seis oficiales de rango inferior. También eran
seis las anclas que mantenían al trasatlántico varado en el puerto y al unísono, como si
de una sola se tratara, fueron izadas; dos cohetes estallaron de forma inmediata, ese
estruendo era la señal convenida para que los remolcadores empezaran a tirar de la
mole, los carboneros y fogoneros llevaban ya tiempo trabajando cada cual en su
cometido, no obstante los silbatos de los remolcadores les indicaron que debían
intensificar su tarea y emplearse con el máximo esfuerzo. El cuarto de máquinas
empezó a rugir, se produjeron los primeros movimientos perezosos y estos fueron
recibidos con expresiones de estupor y admiración.
La botadura se estaba consumando, el sueño se había materializado, las cuatro
chimeneas expulsaban ya un humo negro que ganaba densidad, el viaje inaugural del
Titanic era un hecho irreversible.
Y próximo estuvo de ser el principio, también la conclusión del viaje. Apenas
iniciado el movimiento del gigante surgió un primer percance que estuvo a punto de
poner punto y final al recorrido inaugural. El trasatlántico Nueva York, permanecía
amarrado y anclado en el puerto, no obstante el agua que el Titanic desplazaba al
moverse era de un volumen tan elevado y brusco que consiguió romper sus amarras y
sin rumbo concreto, sólo el barco impulsado por el oleaje provocado, se puso en
movimiento y se desplazó peligrosamente hacia el Titanic. Su proa pasó a dos metros
escasos del barco, fue un milagro que no chocaran, una circunstancia cuya existencia
pasó desapercibida a casi todo el mundo, pero que pareció una más de las múltiples
señales, una más de las múltiples advertencias, de las muchas profecías que indicaban la
inminente tragedia, sin embargo el incidente fue olvidado muy pronto por sus escasos
conocedores, tanto tripulación como pasajeros sabían, tenían la seguridad de estar a
bordo del mejor y más seguro trasatlántico de la historia.
Cinco minutos más tarde y 500 metros más allá, el barco empezó a moverse sin
ayuda de los remolcadores, las tres hélices impulsaban ya con su poderoso movimiento