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La satisfacción laboral depende, directamente, de la motivación al logro y de la

sensación de éxito que se desprende de hecho presente y patente del alcance


de los objetivos trazados. Este es un aserto que se descubrió hace mucho
tiempo y que Koontz (2011) desarrolla extensamente en todos sus escritos.
Lamentablemente, este es un aspecto muy descuidado del proceso educativo,
por considerar como prioritario la atención a la inmensa cantidad de papeleo,
considerado “clave” en todo el sistema.

En ese sentido, la burocracia ha sustituido a la inteligencia y el trabajo


administrativo se ha superpuesto a la gerencia de procesos educativos,
dejando de lado el objetivo real del mismo: formar ciudadanos aptos para
desenvolverse, exitosamente, en la vida. Siendo esta no solo una desiderata,
sino el propio mandato de la sociedad; con cuyo abandono la escuela ha ido
perdiendo legitimidad a lo interno de la colectividad que la sostiene y detenta.

De allí parte, para un análisis muy somero es cierto, quien suscribe este breve
documento, para adherir a algunos autores (Macha,2006; Schmelhes, s.f.)
cuando abordan el deber de un Directivo inteligente y comprometido, como el
proceso de provocar la innovación, generar espacios para la creatividad,
superar los desafíos, recibiendo todos los aportes y haciendo partícipe a todos
los actores educativos del proyecto colectivo de convertir a las nuevas
generaciones en líderes del desarrollo de su localidad y de su nación.

No obstante, es evidente que este tipo de directivo debe estar dispuesto a


romper paradigmas, a dejar la oficina y el papeleo y convertirse en un ente
profundamente activo, incorporado a todos los eventos de su escuela pero,
sobre todo, un gran conocedor de la vida escolar. No basta con que tenga una
gran escolaridad, es necesario que posea una amplia experiencia y que sienta
como suyos los logros de su personal, es imperativo que su propósito sea el
éxito de toda la gestión: desde el trabajo del aseador hasta el más elevado
nivel gerencial de su escuela, pasando por la integración – real, efectiva, activa,
comprometida y consciente - de los padres y representantes en todo el
proceso.

En virtud de ello y, conociendo que, desde un punto de vista epistemológico. la


Dirección se asocia con la Gerencia: el Director de escuela es un animador por
excelencia. Es esa persona que descubre las necesidades de su personal,
estructura un plan para satisfacerlas y hace que este proceso se imbrique con
la satisfacción del cliente externo, esto es: los padres y representantes, quienes
aspiran para sus representados(as) la mejor de las educaciones; y esta, a su
vez, solo es posible cuando todos los actores se encuentran absolutamente
comprometidos con todos los términos del plan que se debe seguir.

No cabe duda que lograr tal cometido va a tropezar, en forma frontal y


repetidas veces, con los presupuestos administrativos y las posturas
epistemológicas que sostienen los “mandos superiores” del sistema educativo;
más ocupados, la mayoría de ellos, en satisfacer las demandas del proyecto
político que anima a sus cófrades que en escuchar las verdaderas demandas
de la comunidad, de los padres; que, al fin y al cabo, son quienes tienen la
medida exacta de las insuficiencias que se viven, de las dificultades que se
afrontan y de las necesidades reales de formación de sus representados.

En ese orden de ideas, cabe destacar que este proceso solamente se logrará
si, además de motivados, los docentes y todo el personal a su cargo, tienen en
el Director un promotor de la formación permanente, de la investigación, del
análisis, del diálogo constructivo y el debate de las ideas, del crecimiento
personal y colectivo; junto a un adecuado plan de formación que coincida
también con un mejoramiento integral de la calidad de vida, tanto del docente
como del resto del personal, siendo este un elemento motivador de incalculable
valor y, a la postre, una herramienta para el incremento de las oportunidades
de éxito de cualquier plan educativo, en presencia de una mayor experticia de
los activadores.

Vale la pena destacar que tales presupuestos implican también un


compromiso: la defensa a ultranza del salario y los beneficios laborales de todo
su personal; formarse debe implicar también ascenso, estabilidad laboral, mejor
tratamiento económico y laboral, ser reconocido y premiado. Solo así se
conseguirá mantener el nivel educativo y mejorarlo; de lo contrario, solamente
se estarán alimentando el desaliento, el ausentismo y, finalmente, la deserción:
muchos son los docentes que se han retirado antes de tiempo, decepcionados;
otros, permanecen en el sistema vegetando, esperando su jubilación.

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