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BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA

“…muérete, sino no serás libre”. Y sí, la guerra tiene ese filo, no de querer matarnos, sino peor

aún, de querer morirnos para encontrar paz, estar vivos escogiendo la muerte, aunque suene algo

contradictorio es lo que nos ha invadido desde el origen de los tiempos, sea cual sea el credo, la

ideología, todo ha sido una eterna guerra, a la cual aparentemente la única solución es morir.

Pareciera que todo fuera un juego de palos y lápiz labial prohibido, que al cruzar el río todo

habrá acabado y será diferente, que quien lidere lo hará mejor y pensará en el otro, pero

erradamente vivimos bajo estas ideas que a lo único que nos terminará conduciendo será a

tercera, cuarta, quinta, vigésimas guerras mundiales.

¿Cómo lograr la liberación propia del sufrimiento? Buda habrá pensado alguna vez como sería

libre una niña en medio de tanta guerra, cómo lograría escapar de piedras, huecos de lodo los

cuales le significarían su muerte. Es inconcebible creer que hay alguna liberación propia a tanto

poder, a tanta ideología abrazadora y dominante que en lugar de profesar un dios misericordioso

–sin involucrar propiamente algún credo- termina inculcando y enseñando un dios destructivo,

intolerante y déspota.

Casualmente, nuestros gobernantes han asimilado este dios de esta forma, pero no solo desde

aquellos tiempos donde los asemejaban con bestias o con ídolos de bigote y uniforme militar,

claro está, que ha sido una saga de diferentes representaciones de dicho poder, sin embargo, hasta

el día de hoy sigue vigente. Y es ahí, donde se evidencia que jamás ha dejado de ser llanamente

una historia o representaciones infantiles de batallas entre ideologías y desacuerdo al aceptar

aquella “verdad absoluta”.


En alguna parte, en algún momento todos hemos sido una Baktay, desde el hogar hasta en el

trabajo, desde niños hasta adultos. Incluso y ensimismados un poco más, la mujer de hoy sigue

siendo una Baktay, rechazada por la figura del hombre poderoso y pedante, limitada en su forma

de vestir, actuar, mirar, comer y hasta en su modus operandi de progresar. Rechazo categórico a

esa “verdad absoluta” que condiciona cada vez a cada miembro de una sociedad, de un estado.

Porque no importa, si eres mujer y tu fuerza te diferencia de un hombre, o si eres niño y no tienes

la misma capacidad de entender y aceptar igual que un adulto, o si no pudiste escoger libremente

tu credo, tu color de piel o tu ideología política, al momento de morir no se mira que o cómo.

Aparentemente nadie le importa hablar de armonía y si lo hace, francamente no es

desinteresadamente.

Evidentemente, en esta representación cinematográfica no hay sospecha alguna, que no existen

tales principios de cortesía o cooperación, únicamente la exhibición de un poder dictatorial.

Porque si bien lo dijo buda “…millones perderán sus tesoros, no a causa de bandidos sino a

manos de aquellos asignados para sus cuidados…”[CITATION CAN11 \l 9226 ], plasmó un

escenario no solo para aquellos de sus fieles creyentes, sino para todo un mundo; creo una

verdad de muchos líderes políticos –e incluso religiosos- que se llevarían consigo a varios

pueblos que obedecerían hasta la muerte, literalmente, una lealtad a cualquiera que fuese la

decisión de su dios. Aquella confianza que ciegamente depositaron en un estado al que creyeron

como amigo, aquel que los defendería de quien quisiera arrebatar lo poco que tenía, se terminó

convirtiendo en su mismo verdugo.

Quizá es por esto, que los representantes crean una figura amistosa para crear un falso positivo

de servicio e interés por su pueblo, ganar la lealtad de sus fieles, quienes serán medio para lograr
un aumento de poder, de territorio, de capital y de superioridad. Buda explotó por vergüenza,

muestra como aquel servicio que creemos que nos ofrecen, pero no es más sino un derecho,

como la educación está tan inalcanzable y brindado para aquellos “aptos” en una sociedad, en

este caso para los hombres varones. Una dictadura sumergida en elecciones deslumbradas por

una persistente ausencia de promesas dadas a conseguir un bien individual, el bien de un dios.

Y en colaboración en tiempo y en espacio con “Buda explotó por verguneza” en Afganistán, se

ha evidenciado un tejemaneje de violencia e imposiciones ideológicas, que en el transcurso del

tiempo ha cambiado constantemente su territorio a través de su naturaleza conflictiva,

potencializándola a mediano plazo y en lo cual no se ve un cese voluntario de aquella violencia

mortífera. Esto, al contrario, es promovido por un interés de engrandecer un nivel militar, el cual

únicamente trae como resultado aquel fortalecimiento a una violencia y un total olvido a la paz, a

una cooperación internacional, por ende, elevando a los más altos estándares ese terrorismo

eterno.

Es un terrorismo que terminó destruyendo aquella estatua, del mismo dios que profesaba:

”Responde siempre con el bien; sólo así es posible hacer de este mundo un mejor lugar.

Responde con bondad o no respondas. Si respondes con maldad a la maldad sólo habrá más

maldad”., pero que aún ignorada su enseñanza, se dio paso a la destrucción de al menos una

figura que representaba una sensatez y una realidad de esa palpante maldad.

Es paradójico, que los mismos seguidores y defensores de dioses que comparten ciertas doctrinas

sean los destructores del mundo que sus dios pretenden “salvar y defender”, el mismo ideal que

quieren recalcar aquellos niños inocentes creyendo, y sin ninguna acusación mal intencionada,

que es su verdad, sin saber que más allá de creer, es una realidad.
Estamos inmersos, por donde se mire, en una guerra sinfín donde ni los convenios

internacionales darán origen a una igualdad y a un respecto por aquello que llamamos “dignidad

humana”, porque partiendo desde ahí, no todos asimilan el mismo concepto de dignidad. No

“hablamos el mismo idioma” cuando nos referimos a dignidad. Si bien es claro, en pleno siglo

XXI aún no se acepta a la mujer como un ser autónomo y merecedor de los mismos derechos del

hombre, esto basado en el hecho que hay millones de niñas a quienes se les violan su derecho a

la educación y evidentemente, no tenemos un concepto universal para el respeto por la dignidad

humana.

Se vive día a día, la constante negación a reconocer a cada quien su derecho a la libertad,

incluso, tomando como cierto la universalidad de la libertad, el respeto por ella es ajeno a todo

credo, pues basta con recordar una figura representativa como el uso de bolsas en la cabeza, un

símbolo de desigualdad y de esclavitud que hoy por hoy, simplemente ha cambiado de bolsas de

papel a ideales disfrazados de servicios pensados para el pueblo.

Baktay, es un ejemplo de resistencia a esa violencia: “No me gusta jugar a la

guerra”. Solo aquella guerra, resultado de desigualdad, machismo,

intereses particulares, falsos enemigos y poder en manos de

fraudulentos dioses, es la culpable de una inexistencia real de

estados sociales de derecho,

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