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La práctica espiritual impresiona. Hay tanto por aprender, tanto que meditar y tanto que transformar que a
veces resulta abrumadora. Nos pasa a todos. Entonces corremos el riesgo de caer en la autoexigencia
tóxica y obsesionarnos con lograr resultados. En pocas palabras: padecemos el síndrome del kamikaze
espiritual.
Nuestro objetivo es tener (y mantener) un interés sano hacia la práctica espiritual. La motivación es un
ingrediente indispensable para tener éxito en ella, porque nos energiza y evita que nos estanquemos.
Consiste en intentar ser y hacer más de lo que podemos. Pero, como tenemos límites, esa actitud solo
garantiza nuestra frustración y fracaso. Nos estrellamos.
Volverse un kamikaze espiritual es un mecanismo de defensa del falso yo cuando la práctica amenaza su
poder. Pero no está todo perdido. Hay solución.
Nuestra visión de la realidad determina quiénes somos. También cómo nos comportamos y, por supuesto,
qué es la práctica espiritual. Por eso, es vital detectar si nuestra visión sobre ella está contaminada.
La distorsión más común es peligrosamente simple. Consiste en creer que, como practicantes espirituales,
solo contamos con dos modos de ser:
La Santidad Inmaculada.
El Mal Absoluto
Como tenemos las cosas claras elegimos la primera, y automáticamente surge en nosotros un pensamiento
atroz:
Sentimos ansiedad por avanzar y cambiar y florecer y madurar y ser diferente y lograr la Iluminación YA.
Cuando —obviamente— no lo logramos, nos desilusionamos.
Entonces concluimos que ni debemos ni podemos intentarlo.
Y abandonamos.
Por eso, es esencial detectar la distorsión que desencadena todo, esa actitud binaria que piensa en blanco
o negro, en todo o nada. Identificarla debería disparar todas nuestras alarmas.
Y lo haré poco a poco, dando un paso cada día. (Dos no, porque tropezaré.)
Para ese lema no hay excusas, ni propias ni ajenas. Es lo máximo que se puede pedir de nosotros: ni yo ni
otros me pueden exigir un milímetro más. Y tampoco podemos justificar hacer menos.
Nuestra misión es dar un paso, pero que sea óptimo. Y el tercer remedio muestra tanto en qué dirección
como la motivación para darlo.
Tenemos que reconciliar dos referencias: la meta con el camino. Para entenderlo, el ejemplo clásico es
cómo cruzar un riachuelo:
En la práctica espiritual, estas dos referencias son los dos aspectos de la bodhichitta (“mente iluminada”):
1. El ojo en la otra orilla es la bodhichitta que aspira: nuestro compromiso de lograr la Iluminación para
el beneficio de todos los seres.
2. El ojo en la siguiente piedra es la bodhichitta que emprende: nuestro compromiso de desarrollar las
causas y condiciones necesarias para avanzar hacia la Iluminación.
Con estos criterios, da igual el progreso logrado por nuestros compañeros, o las austeridades que Siddharta
practicó en la jungla. Cada uno tenemos que descubrir nuestro camino del medio. Y lo hacemos
preguntándonos:
Esa actitud es realista, beneficiosa y genuina. Todo lo demás sobra. El futuro es una proyección y el pasado
una leyenda. La única verdad es el presente, y la única pregunta es cómo podemos aprovecharlo.
No nos importa cuándo dará resultado nuestra práctica, cual kamikazes espirituales. Solo queremos
maximizar cada oportunidad. Eso es el interés sano, y la única garantía de que tendremos éxito.
Adaptado de las enseñanzas de Lama Rinchen Gyaltsen durante el retiro sobre las Tres Visiones de agosto
de 2018.
Bodhicitta
En el budismo, la Bodhicitta es el deseo de lograr el despertar para servir en beneficio de todos los seres
sintientes que están atrapados en la existencia cíclica del samsara y no han alcanzado la iluminación.
La palabra es una combinación de dos términos sanscritos: bodi y citta. Bodhi significa despertar o
iluminación. Citta puede traducirse como mente o espíritu. Bodhicitta puede ser traducido entonces como
Mente de Iluminación o Espíritu de Despertar.