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Durante las tres últimas décadas del siglo XVIII los vestidos se hacen más simples, se reducen
las dimensiones del guardainfante o tontillo y la moda se vuelve un poco más informal. Se
prefieren los tejidos más vaporosos de algodón y muselina, y se abandonan los brocados y
encajes para vestir telas sin estampados de colores lisos. Son los vestidos a la polonesa, más
cortos que permitíen enseñar los zapatos y con volantes recogidos en la espalda, y los vestidos
a la inglesa, inspirados en la moda masculina, con chaquetas de amplias solapas y mangas
largas anchas. Son los vestidos que vemos en los retratos de Gainsborough.
En cuanto a la moda masculina, se eliminan los
excesos decorativos del barroco y se mantiene el
traje de chaqueta de inspiración militar muy
elegante y refinado. Este traje está compuesto de
unos calzones que llegan hasta un poco más
abajo de la rodilla, una camisa de manga larga
sobre la que se viste una sobre camisa o camisola
que adornaba la camisa con una sencilla chorrera
o guirindola, lisa o con encajes. Finalmente, los
hombres vestían la chaqueta o casaca, a juego
con los calzones, provista de mangas que se van
acortando hasta conformar el chaleco que
conocemos hoy en día. Remataba el conjunto un
pañuelo a modo de corbata llamado corbatín.
La moda rococó fue la indumentaria característica del Antiguo Régimen. Los trajes femeninos se
denominaban trajes a la francesa, constando de falda, sobrefalda y chaqueta adornada con peto,
confeccionados con telas de seda y raso y adornados con encajes y brocados. Hacia 1770
surgen nuevos vestidos más cómodos, informales y vaporosos, como los trajes a la polonesa y
los trajes a la inglesa. La indumentaria masculina sigue inspirada en los trajes militares con
calzón, camisola sobre camisa y chaqueta o casaca. Las pelucas son más pequeñas que en la
etapa anterior de color blanco, y el sombrero es de tres picos.