Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
Se cuenta que (el pintor) Parrasio compitió con Zeuxis: éste presentó unas uvas
pintadas con tanto acierto que unos pájaros se habían acercado volando a la
escena, y aquél presentó una tela pintada con tanto realismo que Zeuxis,
henchido de orgullo por el juicio de los pájaros, se apresuró a quitar la tela para
mostrar la pintura, y al darse cuenta de su error, con ingenua vergüenza,
concedió la palma a su rival, porque él había engañado a los pájaros, pero
Parrasio le había engañado a él, que era artista3.
7
George DIDI-HUBERMAN, Lo que vemos, lo que nos mira, Buenos Aires, Manantial, 1997.
8
Cf. Gérard WAJCMAN, Fênetre. Chroniques du regard et l’intime, París, Verdier, 2004.
9
Honoré de BALZAC, ―La obra maestra desconocida‖, en AA.VV., Relatos célebres sobre pintura,
Madrid, Áltera, 1999.
10
―—¿Ve usted algo? —Preguntó Poussin a Porbus. —No. ¿Y usted? —Nada‖.
2
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
pintores intentan convencer al anciano de que realmente en el lienzo no hay nada: ―tarde
o temprano se dará cuenta de que no hay nada en su lienzo‖. Y al final, Frenhofer, mira
el lienzo en lo que pudiera un acto de ditanciamiento crítico y grita: ―¡Nada! ¡Nada!‖.
Pero acto, seguido, con el tamiz de sus lágrimas, vuelve a ver a la bella mujer que había
pintado. Y, acusando a Porbus y Poussin de envidiosos, los echa del taller. Al día
siguiente Porbus se entera de que Frenhofer ―había muerto durante la noche, después de
haber quemado todos sus cuadros‖.
El relato de Balzac, como sabiamente ha analizado Dore Ashton, prefigura en
muchos sentidos el imaginario del arte moderno, tanto que, como una flecha que
atraviesa la modernidad, es posible observar una influencia directa en artistas como
Cézanne o Picasso, escritores como Rilke o músicos como Schoenberg11. Para Ashton,
lo que realmente se encuentra en el fondo de la obra de Balzac, entre otras muchas
cosas, como la duda, la cuestión de la finalización de la obra o del tormento del genio,
es la voluntad, inherente al arte moderno, de ―aspiración a lo absoluto‖, una ―imperiosa
necesidad de imaginar un absoluto, un universo más allá de lo mundano‖12. Sin
embargo, ese absoluto aparece siempre como un camino, una vía sin llegada, un
horizonte imposible de alcanzar13. El relato de Balzac, en este sentido, aparece
precisamente, como un absoluto truncado. El trabajo de diez años de Frenhofer remite a
un intento de lograr la perfección. Una perfección que al final se ve frustrada.
En el lienzo de Frenhofer hay dos mundos, el visible y el invisible. Uno que está
a la vista y otro que está oculto. Al ver el pie desnudo, la única muestra de algo
―reconocible‖ en el cuadro, Porbus exclama: ―¡Hay una mujer ahí debajo!‖14, para,
después, señalar a Poussin ―las capas de colores que el pintor había superpuesto
sucesivamente, creyendo perfeccionar su obra‖. Ellos, por tanto, sí que ven algo, y no
sólo una nada, ―un lienzo vacío‖, como luego dirán. Al ver el pie desnudo, toman
conciencia de que sí hay algo ―ahí debajo”. Lo que no pueden entender, como buenos
pintores clásicos, es que precisamente ese algo no esté dado todo en la superficie, que
no se muestre para satisfacer su mirada. El ―ahí debajo‖ indica una insatisfacción, como
el velo que intenta descorrer Zeuxis, y como la escultura que, en su evanescencia, quiere
atrapar el escultor Matiegka. El ―ahí debajo‖ rompe la totalidad de la mirada, la parte en
dos, lo que vemos, el velo, y lo que está debajo, la mujer, de la que, sin embargo, queda
una huella, una pista, un resto que hace que podamos creer que hay algo detrás –o
debajo– de lo que vemos, pero que ese algo es inaccesible, que se encuentra –
entendiendo el término también en sentido pictórico– ―velado‖.
La amalgama de colores informes que prefiguran la abstracción, en el fondo, al
esconder a la bella mujer, hace aparecer en la obra de Frenhofer la estrategia antivisual
de la ocultación, a la que está dedicada este capítulo. La utilización de este
procedimiento, que elimina de la vista del asunto principal de la obra y lo pone –a
salvo– en otro lugar, cuya situación intuimos, pero no podemos constatar; el ―escondite‖
de aquello que ―debiésemos –deseásemos– ver‖ y la mostración de un resto de lo
11
Cf. Dore ASHTON, Una fábula del arte moderno, Madrid /México, Turner/Fondo de Cultura
Económica, 2001 [1980]. Otro ensayo singular, más centrado en el análisis de la relación entre la belleza
viva de la modelo y la imposible consecución de la belleza artística, inerte es el de George DIDI-
HUBERMAN, La peinture incarné, suivi de Le chef d’oeuvre inconnu par Honoré de Balzac, París, Minuit,
1985.
12
Ibidem, p. 150.
13
Cf. John GOLDING, Caminos a lo absoluto. Mondrian, Malévich, Kandinsky, Pollock, Newman, Rothko
y Still, Madrid/México, Turner / F.C.E., 2003.
14
H. BALZAC, La obra maestra desconocida. [La cursiva es mía]
3
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
ocultado, de una suerte de ―punta de iceberg‖ de lo visible; da cuenta, junto a las
estrategias examinadas en los capítulos anteriores (reducción y desmaterialización) de
otro modus de la antivisión en el arte moderno y contemporáneo: la ocultación, la
estrategia antivisual más efectiva y dramática, pues produce como ninguna otra en el
espectador una sensación de frustración, fracaso e insatisfacción del placer visual, casi
como una especie de castración: una amputación de la mirada.
Maneras de esconder
A lo largo del siglo XX, un gran número de artistas han optado por una estrategia
inversa a la descrita por Heidegger, y se han decantado por ocultar, esconder y velar eso
que debiera salir a la luz. Una rápida ojeada a las prácticas artísticas contemporáneas
nos hace identificar una gran variedad de estrategias de ocultación: tachadura,
desplazamiento, opacidad, obstrucción, mimetismo… todas ellas caracterizadas por
provocar una fractura de la mirada y establecer simbólicamente una distancia insalvable
entre las partes de la obra, quedando a la vista, por lo general, sólo un indicio o una
huella del asunto principal, que se mantiene siempre, ―en otro lado‖, a salvo del ojo del
27
José Luis BREA, ―Saltos en la episteme escópica: del inconsciente óptico a la e-image‖, Conferencia
pronunciada en el curso Los estudios visuales: Una geopolítica del conocimiento, Madrid, Foro de
Expertos de Arte Contemporáneo-Arco, 12 de febrero de 2006. Cito por el texto manuscrito.
28
Ibidem.
29
Cf. Félix DUQUE, ―La verdad puesta en obra‖, en Duque et al., Heidegger y el arte de verdad, pp. 11-
54.
30
En este sentido la relación del pensamiento de Heidegger con el de Lacan parece más que evidente.
Para eso, Cf. Jorge ALEMÁN y Sergio LARRIERA, Lacan: Heidegger. El psicoanálisis en la tarea del
pensar, Málaga, Miguel Gómez Ediciones, 1998.
6
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
espectador. Como sugiere Galder Reguera, ―una obra velada será aquella en la que al
menos una de sus partes esté conscientemente oculta al espectador, quien, sin embargo,
conocerá de la existencia de esa parte a través de la palabra (por el título, por una
explicación a la hora de su contemplación, etc.)‖31. Se trata, en esencia, de ocultar y
arrebatar de la vista del espectador lo que hay para ver. Pero esconderlo dejando pistas,
restos de lo escondido: tapando, vallando, tapiando…. introduciendo una disyunción
entre lo mostrado y lo escondido, entre lo accesible y lo imposible de poseer, entre lo
que se ve y lo que se sabe que hay: entre lo visible y lo cognoscible. Una disyunción
que fractura la visión de totalidad y produce una escisión en el ver, una escisión, por
decirlo en palabras de Didi-Huberman, entre lo que vemos y lo que nos mira, que es
precisamente aquello que no podemos ver32.
Recientemente Anne Cauquelin ha observado que una de las formas de
―incorporalidad‖ en el arte contemporáneo es, justamente, el desplazamiento, la retirada,
―el movimiento que hace aparecer lo uno en el lugar de lo otro‖33. Y en este
desplazamiento en el que se quita de la vista el objeto dado a ver, entra en juego, según
Cauquelin, una dimensión semejante a la del secreto, pues es sólo el artista o alguien
que no es el espectador el único que tiene acceso al conocimiento de lo no mostrado, de
tal manera que la visión se inquieta ante la imposibilidad de resolver aquello que la obra
plantea. Sin lugar a dudas, una obra que manifiesta esa inquietud es Un ruido secreto
(1916), de Marcel Duchamp, uno de los primeros readymades en el que un objeto –no
sabemos cuál– se encuentra enigmáticamente en el centro de una bobina de hilo sujeta
por dos pequeñas placas de metal. Cuando este ―readymade asistido‖ se agita, el
pequeño objeto resuena en su interior. La obra es el ruido, el ruido secreto. Pero algo se
oculta al ver, el pequeño objeto que produce la obra. Un objeto misterioso, desconocido
incluso por el propio Marcel Duchamp, dado que fue su amigo y mecenas Walter
Arensberg quien allí lo colocó34.
La figura de Marcel Duchamp se erige como una de las que de modo más
brillante han desarrollado la estrategia antivisual de la ocultación. De hecho, la
producción ocultacionista de Duchamp también abarcaría toda la serie de puertas y
ventanas completamente cerradas, como Fresh Widow (1920) o las coberturas de
objetos como aquella cubierta de la máquina de escribir Underwood (Traveler’s Folding
Item, 1916). Una retórica que acabaría desvelándose en el último gran proyecto de
Duchamp: Étant Donnés (1945-1966). Desde lejos, la puerta parece también tapar la
mirada, ocultar lo que hay para ver. Pero si nos acercamos, un pequeño agujero desvela
el misterio: todas las puertas y ventanas que antes permanecían completamente opacas,
ahora se desvelan, se agrietan, y por una grieta se desvela ese ruido secreto: un sexo, la
luz de una vela, una cascada… todo se ha consumado.
En 1968, Sol LeWitt realizó Buried Cube Containing an Object of Importance
but Little Value, una serie de tres fotos en las que mostraba el enterramiento de un
objeto. Una doble ocultación que, en primer lugar encerraba, a la manera de Un ruido
secreto, un objeto en una caja, y, en segundo, enterraba la propia caja. Como si se
tratase de una cápsula del tiempo, la obra de LeWitt simbolizaba también el
31
Galder REGUERA: ―La cara oculta de la luna‖, Lápiz, 218 (2006), pp. 34-53, p.
39. Ver también del mismo autor La cara oculta de la luna, Murcia, Cendeac, 2008.
32
Cf. Georges DIDI-HUBERMAN: Lo que vemos, lo que nos mira, Cit.
33
Anne CAUQUELIN : Fréquenter les incorporels. Contribution à une théorie de l’art contemporain.
París : Presses Universitaires de France, 2006, p. 57.
34
Un interesante análisis de esta se encuentra en: José Luis BREA: Un ruido secreto. El arte en la era
póstuma de la cultura. Murcia: Mestizo, 1996, pp.5-28.
7
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
enterramiento del objeto artístico –del arte objetual– y el comienzo de la era de la idea.
Un enterramiento semejante es el realizado por Walter de Maria para la sexta
Documenta de Kassel en 1977, sepultando verticalmente bajo tierra una barra de metal
de doce toneladas y de un kilómetro de largo, de la que sólo es visible, la parte superior
y, como una lápida –el sentido fúnebre del enterramiento parece evidente–, la
inscripción que da título a la obra, aquello por la que el artista hace al espectador
conocedor de aquello que no puede ver.
En una iconografía de la ocultación se debería, por supuesto, hablar de las
envolturas de Christo y Jean-Claude, que mediante el velamiento de un espacio lo hacen
visible en su calidad de escondido. Y también en la producción de Piero Manzoni, tanto
en las líneas ocultas en el interior de recipientes, como su aliento en el interior de un
globo o, incluso, sus propios excrementos, clausurados en noventa latas de Merda
d’artista (1961), que no dejan ver aquello que se encuentra en el interior, dando un
―visible de un no visible‖ que supone una ―retirada de la percepción‖35, que se deriva a
los dispositivos de enmarcado36.
Realmente los ejemplos de este tipo de obras son tan numerosos que su mera
relación se podría multiplicar ad infinitum. Me gustará, no obstante, detenerme en una
obra que considero esencial por su tratamiento de la idea de ocultación, pero sobre todo
por la relación que establece entre el secreto y la mirada del espectador. Se trata de
Seedbed, la performance-instalación realizada en 1972 por Vito Acconci en la galería
Sonnabend. Lo que el espectador veía en la sala era una simple rampa en una de las
esquinas que recordaba a ciertas piezas minimalistas de Robert Morris. Escondido bajo
esa pequeña elevación, Acconci podía escuchar los pasos de los espectadores sobre él,
podía sentir su deseo escópico insatisfecho porque nada era ofrecido a la mirada. Y
entonces, ―construyendo fantasías sexuales sobre sus pisadas‖, el artista se masturbaba
―desde la mañana hasta la noche‖37. Mientras todo eso ocurría, el espectador podía
escuchar la voz de Acconci, creyendo en todo momento que se trataba de una grabación.
El sonido de los pasos del espectador y la situación de deseo recordaba a la concepción
de la mirada que realiza Jean-Paul Sartre, en especial cuando, para constatar que el
sonido puede ver, relata la experiencia del voyeur que se siente visto y descubierto al
escuchar los pasos de alguien detrás de él38. Aquí, sin embargo, nadie es descubierto, y
el voyeur –que ya no es el espectador, sino el propio artista– disfruta en su ceguera, pero
imaginando estar en un lugar en el que no está, al otro lado de la rampa, en el lugar del
espectador. Sin embargo, el propio Acconci prefería pensar que el espectador intuía su
presencia, que era buscado, que tenía un cuerpo y que era su cuerpo el que era deseado,
―que permanecía oculto; pero no realmente que era invisible‖39.
Entre otras muchas cosas, Seedbed plantea una importante reflexión aplicable a
esta estrategia de la ocultación de lo visible. Cuando no vemos algo, pero intuimos su
35
Benjamin Buchloh ha señalado la relación de Manzoni con la retórica de la ocultación: ―Aunque en la
obra de Manzoni están presentes tanto la idea de la pura dimensión espacial como su concreción material,
la obra como objeto material se niega por completo en favor de su dimensión conceptual invisible‖ (B.
BUCHLOH: ―Formalismo e historicidad‖, en Formalismo e historicidad. Modelos y métodos en el arte del
siglo XX. Madrid: Akal, 2004, p.27 [la cursiva es mía]).
36
Cf. Jacques DERRIDA: La verdad en pintura. Barcelona: Paidós, 2002.
37
Vito ACCONCI: ―Tapes with Liza Bear: The Avalanche Interview (1972)‖, en Frazer WARD, Mark C.
TAYLOR y Jennifer BLOOMER: Vito Acconci. Nueva York y Londres: Phaidon, 2002, p. 96.
38
Jean-Paul SARTRE: El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica. Buenos Aires: Losada, 1998
(10ª ed.), pp. 328-388.
39
Vito ACCONCI: ―Tapes with Liza Bear: The Avalanche Interview (1972)‖, p. 98
8
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
presencia, nos sentimos observados. El objeto que está fuera nos mira. Se esconde
siempre en el afuera. Y desde allí nos acecha. El espectador se siente acechado, irrumpe
en el espacio de la obra y es lo que no ve, lo que siente que lo observa. Ante las obras
donde lo visible ha sido quitado de la vista, emerge una sensación de desconfianza y de
temor ante lo in-visible, dado que el observador se convierte, entonces, en observado. El
desplazamiento del objeto a otro lugar, hace que sea el espectador el que ocupe el lugar
de ese objeto. Pervirtiendo el título de la obra de Didi-Huberman, podremos afirmar
ante las obras ocultas: lo que “no” vemos es lo que nos mira. Se trata, en definitiva, de
plantear una imposibilidad espacial. Negar la consumación del deseo, negar el goce. En
cierto modo, se evidencia aquí una concepción de la existencia contemporánea, de la
experiencia del individuo como sujeto partido, imposible de reconciliar con el otro y
consigo mismo. Y sobre todo, la imposible adquisición del goce pleno. Una
insatisfacción ineludible semejante al desencuentro consustancial que Lacan observó en
la relación amorosa: ―Cuando, en el amor, pido una mirada, es algo intrínsicamente
insatisfactorio y que siempre falla porque —Nunca me miras desde donde yo te veo‖40.
O, a la inversa: ―lo que miro nunca es lo que quiero ver‖41.
40
Jaques LACAN: Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis, Cit., p. 109.
41
Ibídem.
42
Carlos JIMÉNEZ, ―Turbulencias en el panóptico‖, Lápiz, 167, noviembre 2000, pp. 43-49, p. 45.
43
Michel SERRES, Atlas, Madrid, Cátedra, 2001.
9
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
polariza el espacio provocando una dualidad imposible de salvar: un dentro y un fuera,
un lado y otro, de tal modo que el espectador no es sólo quien entra en el Pabellón, sino
también aquel que contempla la exterioridad del muro. Todo el que queda al otro lado
también está atrapado en la lógica del muro-frontera, ya que ―la única manera de
escapar de la obra es no acudir al Pabellón‖44.
Aunque, en principio, esta obra se situaría en la estela de lo que Nicolas
Bourriaud ha llamado estética relacional45, el procedimiento de Sierra, como ha notado
Claire Bishop, se aleja de la ingenuidad bondadosa de un Tiravanija y estaría más cerca
del ―antagonismo‖, una lectura mucho más dramática de la situación contemporánea46,
una lectura que presenta la infranqueable escisión del sujeto contemporáneo. El muro es
un espacio que separa, un espacio imposible de habitar, que polariza entre lo uno y lo
otro, dejando siempre lo otro en el otro lado. Sierra parece derribar aquí la ficción del
―tercer espacio‖, que se ha convertido en un lugar común en la crítica postcolonial. Una
crítica, por tanto, a la ingenua fusión de horizontes del multiculturalismo.
A lo largo de los últimos años autores como Homi Bhabha47 o García Canclini48,
han coincidido en predicar la necesidad de encontrar un ―tercer espacio‖ o un lugar
intermedio para la hibridación de la cultura, un lugar, más que para el multiculturalismo
—un significante flotante representado por lo políticamente correcto49—, para la
interculturalidad, un espacio de diálogo que intente ir más allá del ―mimetismo‖ o
aprovechamiento del otro que, según Bhabha, no es más que una estrategia de
―normalización‖ de la diferencia que la asume e introyecta dentro del propio discurso
del amo. Sin embargo, el ―espacio intermedio‖, a pesar de la apariencia bondadosa,
vuelve a repetir una estructura dicotómica con dos roles o lugares bien diferenciados
que se hibridan; el sujeto dominante y el sujeto dominado.
Ante dicha ilusión, Santiago Sierra opone un muro real que hace evidente el
esencial antagonismo irradicable en la conformación de las de las sociedades modernas
tal y como ha sido entendido por Laclau y Mouffe50. Y esa realidad antagonista que
derriba la ficción de la porosidad del límite se realiza aquí desde los presupuestos del
minimalismo: el trabajo con el espacio real, no con el ilusiorio, pero con un
minimalismo resentido: ―en el fondo soy un minimalista con complejo de culpa‖51.
Dentro de esta lógica de la frontera real y la supresión del espacio ilusorio de fusión
entre lo uno y lo otro, parecería que Sierra retoma la famosa frase de Judd (―las tres
dimensiones son el espacio real‖) para reconvertirla en ―la frontera es el espacio real‖52.
Este es el modo de presentar la ―aporía‖ del sujeto contemporáneo, la imposibilidad del
salvar la frontera que, como un muro, cierra el espacio. Un muro tras el cual no hay
44
Santiago Sierra entrevistado por Rosa Martínez. Catálogo del Pabellón de España. 50ª Bienal de Venecia, Madrid,
Ministerio de Asuntos Exteriores, 2003.
45
Nicolas BOURRIAUD, Esthétique relationnelle, París, Les presses du réel, 2001.
46
Claire BISHOP, ―Relational Aesthetics and Antagonism‖, October 110, pp. 45-67.
47
Homi K. BHABHA, El lugar de la cultura, Buenos Aires, Manantial, 2002; ―El entre-medio de la cultura‖, en Stuart
HALL y Paul DU GAY (comps.), Cuestiones de identidad cultural. Buenos Aires, Amorrortu, 2003, pp. 94-106.
48
Néstor GARCÍA CANCLINI, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Barcelona, Paidós,
2001.
49
―La multiculturalidad, reconocida en el menú de muchos museos, de empresas editoriales, discográficas y
televisivas, es administrada con un sistema de embudo en unos pocos centros del norte (…) ¿Cómo reinventar la
crítica en un mundo donde la diversidad cultural es algo que se administra: en los Estados, en las corporaciones y en
las ONG?‖ (Néstor GARCÍA CANCLINI, Diferentes, desiguales, desconectados, Barcelona, Gedisa, 2005, p. 22.).
50
Cf. Ernesto LACLAU y Chantal MOUFFE, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la
democracia, México, Fondo de Cultura Económica, 2004.
51
Santiago Sierra entrevistado por Rosa Martínez, p. 168.
52
La relación con el minimalismo también es posible encontrarla en la literalidad de los títulos, que dicen lo que
físicamente hay, nada de alegoría, tan sólo descriptivos.
10
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
nada. Aquellos que consiguen franquear el límite, sólo a los que les está permitido, no
encuentran allí nada en especial. Tras el muro no hay nada. Las fronteras son barreras
tras las que no existe sino lo mismo. Lo Otro siempre está tras la frontera, pero cuando
la franqueamos cambia de lugar. Sierra deja claro casi en términos lacanianos que el
goce (jouissance) cambia de lugar cuando se va a llegar al él. Cuando se entra al
Pabellón, cuando se atraviesa una frontera, siempre por la parte de atrás, el goce ya
está en otro lugar. El deseo siempre se mantiene insatisfecho.
Sin lugar a dudas, esta fue la obra más ―visible‖ de la intervención, la obra con la que
todos toparon. Sin embargo, las otras dos intervenciones completaban y daban un
carácter aún más dramático al programa. Palabra tapada consistía en el ocultamiento
con plástico negro –del utilizado para las bolsas de basura– y cinta americana de la
palabra España grabada sobre la puerta de entrada en la fachada del pabellón. Por medio
del ocultamiento, en realidad Sierra hacía visible y reseñaba el nombre de España. No
era la primera vez que se jugaba con la simbología y las implicaciones del pabellón en
sí, ni tampoco la primera vez que se ocultaba el nombre de un país, intentando librarse
del complejo de culpa implicacional53. Pero aquí tiene un carácter mucho más efímero.
Esta ocultación con plástico, que formalmente nos trae a la mente tanto los embalajes de
Christo como sobre todo el Traveler’s Folding Item (1916) de Marcel Duchamp, ha sido
leída en más de una ocasión como una negación de cualquier nacionalidad y una
afirmación del nuevo espacio transnacional del sujeto globalizado, así como a una
crítica ―al internacionalismo benevolente de la bienal (y del mundo de arte en general),
abierto a todos, que enmascara la realidad de la un mundo con barreras, excluyente y
segregador, en el que la condición nacional puede ser dterminante para cceder a las
bases que permiten la simple superivencia de muchos seres humanos‖54.
Sin embargo, también se podría leer como una alusión directa a un problema mucho
más específico del territorio español, que Sierra conoce bastante bien. Uno de los
traumas de la identidad española es precisamente la carga simbólica que tiene su
significante, ya que durante la dictadura franquista (1939-1975) el gobierno del general
Franco se ―apropió‖ de todos los signos de la nación, como la bandera, el himno
nacional, la historia del país o la propia idea de españolidad. Signos que ahora están
preñados de un pasado insalvable. El nombre de España, el propio idioma español,
aparecen como un excedente dentro del proceso democrático que sufrió España a finales
de los setenta. Para muchos españoles el signo ―España‖, más allá de su significante, se
configura como un resto imposible de dejar atrás, como aquello que recuerda el trauma
del que es imposible desprenderse, aquello que siempre que aparece está recubierto por
el fantasma, el muerto viviente del que es imposible escapar. La diferencia y la
contradicción, las fuerzas del antagonismo aparecen aquí como ―DisemiNación‖ en el
sentido en que lo ha entendido Homi Bhabha55.
Lo ―español‖ es algo siempre diferido, llevado a los márgenes, para no encontrarse
con él. Es el trauma de lo Real. La identidad española es diferencia en sí misma. El
plástico que cubre la palabra ―España‖ en la obra de Sierra, oculta algo que ya parecía
haberse intentado ocultar, ya que estaba tamizado por las enredaderas que se habían
dejado crecer sobre el pabellón y que dejaban la palabra como una mancha casi
invisible, una mancha que tendía a la transparencia. Sierra, al esconder por completo la
53
Recordemos que a lo largo de la década de los noventa, Hans Hacke intervino el pabellón de Alemania y Scarpa el
de Italia.
54
Juan Antonio RAMÍREZ, ―El arte en España: Tres escenarios del 2003‖, en J. A. RAMÍREZ y J. CARRILLO (eds.)
Tendencias del arte, arte de tendencias a principios del siglo XXI, Madrid, Cátedra, 2004, pp. 257-301, p. 291.
55
Homi K. BHABHA, El lugar de la cultura, p. 174.
11
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
palabra, por un lado pone en evidencia el mecanismo de invisibilización o tamización de
la palabra, y por otro señala la palabra como mancha, la aleja de nuestros ojos, quitando
el excedente de lo real, pero poniendo en evidencia el velo de lo real. Al hacerla
desaparecer, la vuelve visible, y al esconderla, nos hace esforzamos en verla: ―tapar esa
palabra que todos saben que está ahí, anunciando la propiedad del pabellón, es como
subrayarla o iluminarla‖56. Se trata de una negación que pone de relevancia el término
negado: ―la omisión tiene más fuerza que la acción‖57. En aquello que no se dice, en el
lapsus, siempre se esconde lo real.
Por último, el programa de la Bienal se completaba con Mujer con capirote
sentada frente a la pared una acción realizada sin público el día 1 de mayo de 2003
(festividad del trabajo en España). Igual que ocurrió con la Fountain de Duchamp en El
salón de los Independientes, nadie vio la obra real en la exposición, y tan sólo queda
una fotografía del acto privado. Iconográficamente la acción se sitúa en la tradición del
imaginario español de Goya, de los aquelarres y las brujas, pero también, como
acertadamente ha apuntado Juan Antonio Ramírez, se encuentra en la órbita del castigo
que se popularizó en las escuelas durante el franquismo: ―otra forma de oclusión, la
tachadura del rostro, una manera de encarcelar la identidad‖58. Se trata del castigo, de
cuya estética Sierra es muy deudor. La coincidencia con la fecha de la fiesta del trabajo
hace que la lectura del castigo al trabajador sea evidente. Además esto se encuentra
dentro del discurso de Sierra, donde el concepto de trabajo, como el de remuneración,
está siempre presente59.
Esa sería quizá la lectura canónica, la que la obra pide, pero el propio autor señala
que no quiere hablar demasiado de la obra, que prefiere dejar hablar a la pieza: ―confío
plenamente en el lenguaje plástico‖60. Siguiendo esto, esa mujer que remite al castigo al
trabajador, también podría entenderse como un tipo de castigo relacionado con la visión,
un castigo por haber franqueado el muro –es curioso que las condenas de Sierra siempre
se produzcan en espacios interiores; condenado a mirar a la pared, pero siempre desde
dentro– una especie de condena a ―no ver nada‖. En cierto modo, y aquí quería llegar,
se trata también del castigo al que metafóricamente está sujeto el espectador: la condena
a no ver. Estés del lado que estés, nunca hay nada para ver, sólo un muro que impide la
visión. Sólo está el deseo de ver, pero un deseo nunca satisfecho, porque el goce, el
objeto causa del deseo, está en otra parte, siempre al otro lado. Sierra pone eso en
evidencia, pero además castiga por ello. Estamos condenados a observar lo que no está.
Se podría decir que, en cierto modo, la obra de Santiago Sierra se sitúa en los límites
de lo visible, rompiendo por completo con el placer visual del espectador, rasgando,
igual que el ojo de Un chien andalou, su mirada. Por medio del alejamiento, obstrucción
y vaciamiento, se elimina de la escena todo lo que allí hay para ver, con lo que se
revierte el mandato de ―dar a ver‖ propio del arte desde su nacimiento. El procedimiento
de Sierra, pues, es producir en el espectador una suerte de ceguera transitoria, una
evitación de la imagen. Por ese efecto de ceguera y tomando prestado la enunciación de
Paul Virilio –―procedimiento silencio‖– o la de Benjamin Buchloh –―Procedimientos
alegóricos‖–, quizá la mejor manera de denominar la manera de trabajar de Sierra sea la
de ―procedimiento ceguera‖.
56
Santiago Sierra entrevistado por Rosa Martínez, Cit., p. 200
57
Ibidem.
58
Juan Antonio RAMÍREZ, ―El arte en España: tres escenarios del 2003‖, p. 299.
59
Fernando CASTRO FLÓREZ: ―Castigados (consideraciones sobre el trabajo de Santiago Sierra), Exit: imagen y
cultura, 12, Noviembre 2003, pp. 25-42.
60
Santiago Sierra entrevistado por Rosa Martínez, p. 188.
12
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
Si se observa con detenimiento estas prácticas, encontramos que más que con la
―abstención‖, fundamental para Heidegger en el desocultamiento de la verdad, trabajan
con la ―negación‖ y la frustración consciente del conocimiento, con no dar todo lo que
hay o, en cualquier caso, con hacer creer que en lo mostrado no está todo lo que hay. Y
es en esta dimensión donde, más que con el enigma, nos encontramos con el secreto.
Las obras de arte que esconden y quitan de la vista se encuentran sujetas a la lógica del
secreto: alguien ha puesto eso ahí; alguien por tanto, ―custodia‖ y gestiona la economía
de lo escondido.
Es, pues, el secreto y no el enigma el que aparece en las obras ocultas. Pero, a
pesar de lo que pudiera pensarse, ese secreto no se encuentra en las antípodas del
enigma, sino que, podríamos decir, es su condición primera. La lógica del secreto
camina hacia la puesta en juego del enigma, a su reactualización en tanto que algo
imposible de conocer, en tanto que –por decirlo de nuevo con la expresión
benjaminiana– ―inconsciente óptico‖.
Pero ¿a qué se debe esta ―reocultación‖, que revierte del presupuesto
heideggeriano? En ―La época de la imagen del mundo‖, Heidegger caracteriza la era
moderna como la de la representación, la de la imagen de la cosa61. Al principio del
texto, enumera cinco fenómenos en los que se dejaría ver la impronta de la metafísica de
la modernidad: la ciencia –a la que dedica gran parte del texto–, la técnica mecanizada,
la estética, la cultura y la desdivinización. En lo referente al arte, a pesar de ser parco en
palabras, deja bien claro que el resultado de la metafísica moderna es un progresivo
proceso que introduce al arte en el ámbito de la estética, lo cual ―significa que la obra de
arte se convierte en objeto de la vivencia y, en consecuencia, el arte pasa por ser
expresión de la vida del hombre‖62. O lo que es lo mismo, pero dicho en la perversión
del enunciado llevado a cabo por Félix Duque, ―que toda expresión de la vida humana
es considerada como arte‖63. Es decir, de lo que está hablando Heidegger es de una
estetización de lo cotidiano, ya que, casi con más radicalidad que el propio Benjamin, se
anuncia aquí ―la globalización de la estética en todos los órdenes de la vida, anticipando
así la implantación universal de la sociedad del espectáculo, examinada por Guy
Debord‖64. Esto hará, en consecuencia, que, por un lado, todo objeto pueda ser
vivenciado como una obra de arte y que, por otro, toda obra de arte no pueda escapar a
la cualidad del objeto65. Es decir que el arte se hace objeto en lugar de cosa, muestra su
transparencia, su uso, su cualidad de mercancía, y en este sentido se elimina su falta
primordial, su enigma, lo que Agamben, en las proximidades del concepto freudiano de
lo siniestro, llamará ―lo más inquietante‖66. El mundo, por medio de la extensión de la
61
Martin HEIDDGER, ―La época de la imagen del mundo‖, en Caminos de bosque, pp. 63-90.
62
Ibidem, p. 63.
63
Félix DUQUE, ―La puesta en obra de la verdad‖, p. 32.
64
Ibidem, p. 33.
65
Nótese la relación entre la idea heideggeriana y la objetualidad enunciada por Michael Fried. Cf.
Michael FRIED, Arte y objetualidad, Madrid, Antonio Machado, 2004.
66
Giorgio AGAMBEN, El hombre sin contendido, Madrid, Áltera, 2005. Para Agamben, el arte ha sido
pervertido por la estética, por el desinterés kantiano, que ha arrebatado la estructura originaria de la obra
de arte, relacionada con el terror, con el interés. Agamben deslegitima a la estética y a la crítica como
13
Centro de Estudios Visuales de Chile: Miguel Ángel Hernández-Navarro
http://www.centroestudiosvisuales.cl
Agosto de 2009
técnica a todos los ámbitos de lo cotidiano, se hace transparente, y nace entonces la
ilusión de que nada hay oculto, que ―ya no hay nada que descubrir‖. Y en ese mundo
que se ha propuesto enseñarlo todo, descubrirlo todo, el arte deja de poseer el privilegio
de la aletheia, el desocultamiento de la verdad, ya no es diferencia, sino que es vencido
por el uso, y la tierra que debiera desocultar, deja de mostrarse como opaca. Entonces,
como afirma Arturo Leyte, ―de la cosa, entendida ya como objeto, sólo quedan sus
lados, sus caras, sus imágenes, pero no el fondo del que justamente se entendía que la
imagen era imagen: no hay fondo por que sólo se dan y quedan imágenes‖67.
A conclusiones semejantes ha llegado Félix Duque al mostrar el
desmantelamiento del enigma y la, contradictoria, reversión del sentido heidegeriano del
arte en la sociedad contemporánea:
disciplinas que se ocupan del arte, ya que éstas sólo pueden ocuparse de una parte de la obra, el logos, lo
que es decible.
67
Arturo LEYTE, ―El arte a la luz de la muerte‖, en F. Duque et Al., Heidegger y el arte de verdad, pp.
101-138, p. 110.
68
Felix DUQUE, La fresca ruina de la tierra, Palma de Mallorca, Calima, 2002, p. 7. [La cursiva es mía]
69
Cf. Jacques DERRIDA, Dar la muerte, Barcelona, Paidós, 2000.
70
Martin HEIDEGGER, ―La época de la imagen del mundo‖, p. 90.
71
Ibidem.
14