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LA ESENCIA DE LO ESTÉTICO

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Friedrich Kainz*

Puntos de vista teórico, práctico y estético

El adjetivo "estético" no tiene para nosotros una significación objetiva, sino, en primer
término, una significación de estado, funcional. Designa un determinado punto de vista, un tipo
de apercepción, una manera de concebir la vivencia de la captación de los valores y del
comportamiento cultural-espiritual. El mejor camino para explicar la peculiaridad y el carácter
específico e irreductible de este punto de vista consiste en poner algunos ejemplos que ilustren
la mutua distinción entre este modo de enfocar las cosas y los demás. Supongamos que tres
hombres recorren un bosque. Uno de ellos es botánico. La belleza del bosque le es indiferente;
lo que busca en los árboles y en las plantas, al examinarlos, es una visión teórica de su
morfología, de la fisiología genética y sistemática vegetal; toda su preocupación se dirige a ver
las cosas tal y como ellas son en sí mismas. Su actitud obedece a un punto de vista teórico-
intelectual. El segundo de los tres hombres de nuestro ejemplo es un leñador: ha recibido orden
de entregar una determinada cantidad de madera, y examina los árboles buscando los más
adecuados para cortarlos y sacar de ellos la madera que debe suministrar. El punto de vista de
este segundo personaje es absolutamente práctico. El tercero es un excursionista, entusiasta de
la naturaleza. No ha venido al bosque tratando de enriquecer sus conocimientos ni su visión
teórica; tal vez no sabe siquiera —o, si lo sabe, no se preocupa de ello— si los árboles que tiene
delante son pinos o abetos. Le tiene sin cuidado, asimismo, el aspecto económico material del
bosque. Lo único que en él busca es contemplarlo, recrear en él su mirada. No mira, por decirlo
así, por encima del bosque, hacia otros objetivos, sino que deja que su mirada se pose
amorosamente en él complaciéndose en contemplarlo con despierta y profunda sensibilidad. El
suyo es el punto de vista estético.

Otro ejemplo. Varias personas ven cómo una casa arde en medio de la noche. Una de
ellas se pone a cavilar cómo ha podido producirse el incendio y examina la posibilidad o las
posibilidades de que se extienda. Adopta, al hacerlo así, el punto de vista teórico intelectual.
Otra, impulsada por un sentimiento activo de compasión hacia los moradores de la casa, corre
a ella para prestarles socorro y ayudar en la extinción del incendio: adopta, por tanto, una
actitud eminentemente práctica. El tercer punto de vista posible, el estético, es el de quien no
se para a pensar ni corre a apagar el fuego, sino que lo contempla, sencillamente, viendo en él
un espectáculo bello, aunque pavoroso. Ni siquiera las obras de arte pueden estar seguras de
encontrarse siempre con una actitud estética por parte de quien las contempla, aunque en este
caso la actitud del espectador no es tan facultativa como en los casos anteriores, sino que —
siempre y cuando que sea la adecuada al objeto— se ve encauzada por él hacía determinados
derroteros. Cuando un profesor de estética examina una catedral gótica para ver cómo se han
resuelto en ella los problemas planteados por la técnica de la bóveda, aborda la obra
arquitectónica contemplada con una actitud teórico-intelectual. El que, a la vista de la catedral,
se lamenta de lo que considera como un derroche de dinero y de trabajo, por creer que los
medios empleados para levantarla habrían podido invertirse con mejor fruto, se coloca en el
punto de vista práctico. Quien contempla la catedral desde el punto de vista estético es el que
se limita a recrearse con la sublime belleza de su fábrica, sin ver en ella más que los valores
impresionantes, emotivos, que la mera contemplación de la obra revela. La vivencia de gozo que
se produce en los casos del pleno y puro comportamiento estético se distingue por rasgos
propios y característicos de los valores positivos de vivencia en que se traduce el
comportamiento intelectual, ético-práctico, religioso, etc. Quien contempla con deleite un
capullo de rosa recién abierto y bañado por el rocío de la mañana, quien escucha con placer una
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bella melodía o sigue con profunda emoción el desarrollo de un drama en la escena, se entrega
a una vivencia de una estructura psíquica específica y peculiar. No es necesario tener una gran
capacidad de introspección para darse cuenta, en lo que a esa estructura psíquica se refiere, de
que la satisfacción del espíritu que en tales casos se produce fluye directamente del simple
hecho de contemplar o escuchar lo que nos deleita o conmueve. Nos comportamos
estéticamente ante las cosas y ante sus formas cuando las contemplamos y vivimos sin buscar
otra finalidad que lo que ellas puedan dar a nuestro sentimiento. Lo específico y peculiar de la
actitud estética reside en que, al adoptarla, nos entregamos por entero a la contemplación o a
las percepciones del oído, sintiendo con ello como un estado de beatitud, sin ir más allá ni buscar
nada más allá de esta pura impresión. Sin que, al decir esto, queramos referirnos tan sólo,
naturalmente, al lado externo de la percepción sensible, sino al acto de la captación y asimilación
espiritual, considerado en su conjunto.

Añadiremos aún unas cuantas palabras para tratar de esclarecer todavía más a fondo la
distinción entre estos tres puntos de vista Al punto de vista intelectual, que, plenamente
desarrollado y en toda su pureza, es siempre un punto de vista teórico, no le interesa nada del
objeto, ya que éste no tiene, para él, ningún contenido real de vida, ningún valor real. El teórico
aspira únicamente a conocer las cosas, sin extraer de ellas ninguna utilidad práctica. El objeto
sobre el que recae la consideración teórica es objeto de un conocimiento puro; lo que se busca
es la verdad, siendo relativamente secundario, para el teórico puro, el que esta verdad sea o no
provechosa, el que se pueda o no sacar de ella alguna utilidad. El punto de vista que asumimos
en la conducta de la vida real y que sometemos, en primer lugar, a la normación de la ética y, en
segundo lugar, a las reglas de la economía, es un punto de vista eminentemente práctico. Lo que
aquí se tiene en cuenta es la licitud moral y jurídica de los actos, así como también la utilidad y
la conveniencia de éstos para la vida, valorándose las cosas según su idoneidad para la
consecución de ciertos fines. El concepto de fin ocupa, aquí, un lugar primordial, lo que hace
que el comportamiento práctico se revele como lo diametralmente contrario a la actitud
estética.

Considerado desde el punto de vista estético, el objeto no es nunca medio para un fin,
sino siempre un fin en sí (es lo que llamamos la autotelia de lo estético). No se busca ni se indaga,
aquí, la utilidad real, la idoneidad práctica, el progreso del conocimiento, la verdad ni el valor
moral El punto de vista estético es, por ello, el reverso completo del comportamiento práctico.
Pero también se distingue esencialmente del punto de vista teórico, aunque tenga con éste, sin
embargo, ciertos puntos de contacto. Más adelante nos referiremos de nuevo a esto Nos
sentimos incitados a adoptar una actitud estética, dice K. Köstlin, cuando el objeto nos atrae y
fascina de tal modo por su forma, que nos entregamos con deleite a su contemplación, sin
apartar la mirada de él. Lo característico de esta actitud contemplativa, que no es una actitud
intelectual, ni una actitud operante, activa, pero tampoco una actitud de goce sensual, consiste
en que nos estimula y llena nuestro espíritu de afanes deleitosos, pero de un modo fácil y
agradable, con una gran libertad y sin imponernos el esfuerzo de un trabajo "serio", práctico,
obligatorio y encaminado a un fin.

Contemplación, desinterés y pureza

Es usual la tendencia a expresar el comportamiento estético por medio de los criterios


estampados en este epígrafe, siendo bastante marcada la coincidencia que en este sentido
apreciamos. Contemplación es la antítesis de todo comportamiento activo, desplegado para la
consecución de fines externos y puesto al servicio de las aspiraciones y los objetivos prácticos
de la voluntad La pureza tiende, asimismo, a significar que la conducta contemplativa, entregada
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a la intuición sensible, se halla libre de toda relación con cualquier fin práctico, de todo interés
egoísta. Según Kant, el comportamiento psíquico del hombre puede denominarse estético
cuando es desinteresado (o, por mejor decir, ainteresado). Esta característica, esencial para
llegar a captar la esencia de lo estético, no significa, ciertamente, carencia de interés,
indiferencia: lejos de ello, toda auténtica obra de arte suscita en nosotros un interés intenso y
profundo. Existe, ciertamente, un interés, en el sentido de la simpatía por el objeto, pero no un
interés de orden práctico, el afán de obtener ventajas materiales o una utilidad real para la vida.
La palabra "interés" tiene, como es sabido, dos sentidos. Significa, en primer lugar, el estímulo
espiritual, la excitación de las funciones psíquicas, el interés espiritual por algo. Interpretado en
este sentido, el interés es una sensación intelectual, enlazada a los actos de intuición y de
conocimiento y que para nada perturba o tergiversa la vivencia estética. Significa, en segundo
lugar, una ventaja, el deseo de una utilidad material para la vida, el interés en algo; en este
sentido, se habla de los intereses de un capital o se llama interesado a un hombre que vive
atento a lo que pueda reportarle una ventaja. Nos referimos, con ello, a una sensación de la
voluntad que nos impulsa a realizar actos encaminados a apropiarnos aquello que apetecemos
o a sacar de ello ciertas ventajas de orden material. Este interés es el que Kant considera
incompatible con la conducta puramente contemplativa, característica del comportamiento
plenamente estético.

He aquí las palabras de Kant: "La complacencia que determina los juicios del gusto es
ajena a todo interés. Llamamos interés a la complacencia que lleva aparejada para nosotros la
representación de la existencia de un objeto. Este guarda siempre, por tanto, relación con
nuestra capacidad de apetencia, bien como razón determinante de ella, bien como algo
necesariamente relacionado con su razón determinante. Ahora bien, cuando nos preguntamos
si algo es bello, no tratamos de saber si esperamos o podríamos esperar algo de la existencia de
una cosa, sino sencillamente cómo la enjuiciamos desde el punto de vista de la simple
contemplación (intuición o reflexión),

La existencia real del objeto de mi vivencia estética de percepción o representación es


indiferente para mí, toda vez que no quiero ni espero de él nada práctico, que no mantengo con
él ninguna relación seria. Se trata, simplemente de saber si la sola representación del objeto
lleva aparejada, en mí, una sensación de agrado Según Kant, "los juicios del gusto son puramente
contemplativos, es decir, juicios que, mostrándose indiferentes en lo que se refiere a la
existencia de su objeto, sólo se preocupan de una cosa: de saber si provocan en nosotros la
sensación de agrado o desagrado". Cuando digo que tengo interés por un objeto, quiero decir,
entendida la cosa en este sentido, que la existencia de ese objeto significa algo para mí, que me
importa su existencia empírica, el objeto mismo, y no meramente su imagen, su representación,
la qualitas y la essentia, pura y simplemente. En cambio, cuando por "interés" entendemos el
que nos sugiere el puro y simple modo de ser de algo dado, nada puede objetar a ello la estética
de la contemplación. Hay que saber distinguir, por tanto, entre interés real e interés ideal. Y
asimismo subraya E. Von Hartmann, quien en éste como en otros puntos atenúa el rigorismo
estético de Kant, que la forma de la apariencia estética es perfectamente compatible con la
existencia de un interés ideal por la representación de un objeto, por la existencia irreal de éste.

Toda otra actividad humana, si ha de tener un sentido, tiene que encaminarse a un fin;
el comportamiento estético, en cambio, se caracteriza por ser algo desinteresado, entendiendo
por interés la referencia práctica a un fin. El comportamiento no aspira, aquí, a nada fuera de sí
mismo y del objeto que le sirve de contenido, puramente en cuanto a su modo de manifestarse,
en la imagen pura con que se revela a nuestra contemplación. En el instante mismo en que se
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desliza en el comportamiento estético un fin externo, cualquiera que él sea, aquel deja de ser lo
que es o pierde, por lo menos, su pureza. El modisto que estudie los cuadros históricos de un
Delacroix para sacar de ellos modelos de vestidos, no experimentará una vivencia estética ante
esas obras de arte. El comportamiento estético debe entregarse al objeto en actitud de pura
contemplación, no debe trascender de él, exceptuando las asociaciones necesarias, es decir, las
impuestas por el objeto mismo Y debe hallarse, sobre todo, libre de todos los pensamientos
egoístas inspirados por el afán de posesión o el sentimiento de la repulsión La contemplación de
un cuerpo desnudo de mujer no constituye una vivencia estética cuando el hombre que lo
contempla se siente dominado por el impulso erótico o torturado por el deseo de que el cuerpo
que se ofrece a su mirada fuese el de su mujer. Estos pensamientos frustran la vivencia estética,
por muy perfecta que sea la belleza del cuerpo femenino que se tiene ante la vista. Quien
contemple una espléndida casa de campo, no desde el punto de vista de sus cualidades
arquitectónicas, sino acuciado por el deseo, determinante de toda su actitud y de todos sus
pensamientos, de llegar a poseer una mansión tan confortable como aquélla, es decir, con un
sentimiento de envidia o apetencia que empaña la pureza de la contemplación, rompe con ello
la vivencia estética Pero más destructivo aún que el afán de la posesión es el sentimiento de la
repulsión. Ante cosas desagradables, es corriente oír exclamar: "¡Qué horror! ¡Eso es
antiestético!" Esta reacción de repugnancia indica que nada atenta tanto contra el punto de
vista puramente contemplativo, morosamente apegado al objeto, como el sentimiento de asco.

Para que la pura contemplación sea posible, es necesario que el objeto se halle
distanciado de nosotros, fuera de órbita de nuestra vida práctica, que pase a segundo plano en
nuestra conciencia toda relación real con el objeto, ya sea positiva o negativa, favorable o
perjudicial Es lo que queremos decir cuando hablamos del aislamiento estético. Lo estítico es un
valor muy frágil, fácil de quebrar, al que perjudica todo contacto con lo práctico, de cualquier
clase que ello sea. Difícilmente podríamos encontrar un motivo de contemplación estética en el
incendio que devora nuestra propia casa La persona que se sienta objeto cómico a los ojos de
los demás no encontrará en ello, ciertamente, una fuente de humorismo. La muerte de Sócrates,
que hoy nos parece sublime y trágica, sólo pudo producir en sus deudos y amigos, en el
momento de ocurrir, una sensación de espanto y de tristeza

Por tanto, para que pueda darse la contemplación estética, hace falta que el objeto se
desconecte de toda motivación de orden práctico, de todo interés. Esta ausencia de interés
constituye una de las características esenciales del punto de vista estético.

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