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Cuerpos callosos (trece obras dramáticas) / Alfredo Bushby


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Cuerpos callosos
(trece obras dramáticas)

Alfredo Bushby
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© Alfredo Bushby

© Códice ediciones S.A.C.


para su sello editorial Ediciones El Santo Oficio
Doña Bárbara de Braganza 182,
La Castellana,Santiago de Surco. Telf.: 449 0543
guilceb@hotmail.com

Con la colaboración de
Estudios Generales Letras de la PUCP

Fotografía y diseño de carátula:


Alfredo Bushby

Hecho el depósito legal


en la Biblioteca Nacional del Perú:
xxxxxxxxx

ISBN:
xxxxxxx

Impresión: Códice ediciones SAC


Cuerpos callosos
(trece obras dramáticas)

Lima, marzo 2013


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A Harold, Philip, Oliver, Alyssa y Arianna


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Índice

Examen de la obra de Alfredo Bushby ..................................... 011


Las tocadas ....................................................................... 037
La dama del laberinto ........................................................ 055
Perro muerto ..................................................................... 105
Lengua larga ...................................................................... 149
Historia de un gol peruano ................................................ 183
Conrado y Lucrecia ............................................................ 243
El joven calvo .................................................................... 287
Dominante de si bemol ...................................................... 309
Maribel dice los pieses ...................................................... 357
1975 .................................................................................. 387
Nuestra señora de los desmadres ...................................... 427
Por qué cojea Candy .......................................................... 467
Simposio ........................................................................... 487
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Examen de la obra de Alfredo Bushby


por
Roberto Sánchez-Piérola

La obra dramatúrgica de Alfredo Bushby es innegablemente va-


riada y atractiva. Su calidad reside tanto en la riqueza formal de
sus propuestas como en los asuntos que problematiza en cada
una de ellas. La presente colección de sus obras completas se
agradece por dos motivos. Por un lado, al hacer públicos nuevos
textos para el teatro que manifiesten la sensibilidad local, está
abriendo el camino para la articulación discursiva de una gene-
ración que, agobiada por las fórmulas de los medios de comuni-
cación, ya parece no tener nada que decir. Por el otro, este libro
aporta un material muy valioso para comprender el proceso
creativo del autor.
Una de las respuestas más contundentes a la uniformización
de lo global es el reconocimiento de la propia posición desde lo
local; y el teatro, en tanto que reclama la presencia viva de un
grupo de personas, aparece como uno de sus posibles bastio-
nes. Frente a una cultura estandarizante, cuyas fórmulas redu-
cen nuestra capacidad para desarrollar ideas y pensamientos,
el rescate de lo local por medio del teatro se vuelve una alterna-
tiva de resistencia y reproducción de la identidad.
Frente a la virtualidad de los medios de (in)comunicación, el
teatro reclama la presencia física tanto del actor como del pú-
blico. El cuerpo se tiene que hacer presente en su individuali-
dad y diferencia, con toda la carga de memoria actualizada y
operante que cada uno trae consigo. Esta presencia viva trae
como consecuencia la afirmación de un aquí y ahora sin los
cuales se hace imposible la representación.
Toda recepción implica una estructura previa, como nos lo
recuerdan pensadores desde Kant en el campo de la filosofía
hasta Ausubel en el campo de la educación, pasando por Gadamer
en el campo de la hermenéutica. Sólo si reconocemos la posi-
ción desde la cual recibimos y clasificamos la información, po-
dremos desarrollar una identidad desde la cual producir conoci-
mientos. No se puede emitir un discurso desde la nada así como
tampoco se lo puede recibir desde la nada. Por ello, no se puede
ser parte de una cultura global sin antes ser parte de una cultu-
ra local. Y el teatro es uno de los mecanismos que tenemos
para reconocernos como parte de una localidad y una cultura.
No se dirige a las grandes masas virtuales, sino a grupos reales
de personas en lugares y momentos específicos.
Sin embargo, en nuestro medio, este tipo de encuentros en
que lo simbólico se pone en juego a través de la ficción se ha visto
reducido a su mínima expresión. La puesta en escena de nuestras
propias formas de ver el mundo y relacionarnos con él, para así
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poder identificarnos o replantearnos frente a ello, va despareciendo


frente a la proyección en múltiples pantallas de formas acríticas
que no reproducen ni cuestionan nuestra cultura.
Por eso, la aparición de este libro es bienvenida, ya que las
obras de Bushby presentan una rica variedad formal que se co-
rresponde con asuntos muy locales propios de nuestra idiosin-
crasia, y, al hacerlo, no sólo les proporcionan a los teatreros
algo de qué hablar, sino también les plantean retos formales
que reclaman propuestas escénicas pertinentes a nuestro en-
torno. Y lo que nos muestra Bushby en este libro, es un recorri-
do creativo en el que trata de procesar diversas técnicas del
teatro contemporáneo en la búsqueda de un lenguaje que le
permita explorar de manera divertida cuestiones muy actuales
de nuestra cultura usando sus propias formas.

Trece obras; cuatro categorías


Lo cual nos lleva a nuestro segundo motivo para celebrar la
aparición de este libro; y es que nos permite comprender el pro-
ceso creativo de un autor contemporáneo, puesto que ésta no
es una selección o antología sino la colección de sus obras com-
pletas presentadas de manera cronológica. Esto nos permite
tanto encontrar relaciones y constantes entre las obras como
trazar las evoluciones del autor.
A diferencia de muchos escritores, en este volumen, Bushby
decide desnudar su proceso, o -por decirlo en lenguaje teatral-
hacer "ensayos abiertos" que le permitirán al lector acceder a
aquellos ejercicios en los que se apoyan sus obras más logradas.
Tenemos frente a nosotros a un autor que explora diferentes
posibilidades para la escritura teatral en busca de una voz que
logre expresar la sensibilidad colectiva actual, sin perder indivi-
dualidad. En ese recorrido, encontramos un grupo de obras de
gran calidad que prácticamente se intercalan en la cronología con
ejercicios que resultan interesantes para el análisis de los pro-
cesos creativos de la dramaturgia peruana contemporánea.
Para comprender este proceso en particular, realizaremos una
taxonomía del corpus publicado. Esta división en categorías no
responde a criterios cronológicos. El criterio principal para esta
clasificación es el formal, puesto que nos interesa investigar la
construcción de un lenguaje y su aporte a nuestra tradición
dramatúrgica. Esto no quiere decir que el aspecto temático no
sea relevante en la clasificación, pues, como veremos, lo formal
va estrechamente ligado con los asuntos problematizados.
Independientemente de su orden cronológico, distinguimos
cuatro categorías en la obra de Bushby. La primera la integran
las siguientes obras: Las tocadas (1990), El joven calvo (2006),
Maribel dice los pieses (2009), Simposio (2013), así como Conrado
y Lucrecia (2005), que, si bien comparte los rasgos principales
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de las otras obras de este grupo, quizás se diferencia de las


demás por plantear una situación y un lenguaje más cotidia-
nos. Una categoría aparte merece Lengua larga (1994), la única
enteramente en verso. En la tercera categoría, que es la que
más nos ocupará, tenemos La dama del laberinto (1993), Perro
muerto (1994), Historia de un gol peruano (1999), Dominante de si
bemol (2006), 1975 (2010) y Nuestra señora de los desmadres
(2011). Reservaremos la última categoría para Por qué cojea
Candy (2012).
Proponemos el cuadro siguiente para dar una mejor idea de
nuestra clasificación:

Categoría
Orden cronológico 1 2 3 4
Las tocadas (1990) x
La dama del laberinto (1993) x
Perro muerto (1994) x
Lengua larga (1994) x
Historia de un gol peruano (1999) x
Conrado y Lucrecia (2005) x
El joven calvo (2006) x
Dominante de si bemol (2006) x
Maribel dice los pieses (2009) x
1975 (2010) x
Nuestra señora de los desmadres (2011) x
Por qué cojea Candy (2012) x
Simposio (2013) x

Nuestro interés principal es analizar las obras de la tercera


categoría: seis piezas que pueden ser consideradas las obras
maestras de Bushby, propuestas inteligentes y divertidas que
nos muestran a un autor con pleno manejo de sus recursos y
consciente del rol del teatro en su entorno. Antes, sin embargo,
revisaremos las otras categorías.

Primera categoría: juegos, experimentos y palabras


En la primera categoría, tenemos un conjunto de obras cuya
principal preocupación formal es el diálogo. Su nivel de explora-
ción apunta a lo verbal, y, en cada una, se establecen particula-
res juegos dialógicos entre los personajes. Además, exhiben
constantes y exploran aspectos formales que aparecen aplica-
dos y madurados en las obras de la tercera categoría.
Una de las constantes de este grupo de obras es la recurrencia
de personajes divididos o ausentes. La particular forma de abordar
y desarrollar a los personajes cuestiona en sí misma el propio
estatuto de lo que es un personaje, en tanto representación de
una persona humana.
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Tanto en Las tocadas como en El joven calvo tenemos sólo per-


sonajes femeninos: tres, en la primera; y dos, en la segunda; en
un caso, cubiertos de barro; y, en el otro, con vestidos verdes.
Pero, en ambos casos, estos personajes están "desnudos". En el
primer caso, "tienen el cuerpo y la cabeza única y totalmente
cubiertos de costras de barro seco". Y en el segundo:

MINA: No me había dado cuenta […] de que estábamos des-


nudas.
LIDIA: Sí, creo que sí.
MINA: ¿Y estas ropas? ¿Son transparentes?
LIDIA: Peor, son verdes. Y, con el verde, puedes proyectar lo
que quieras encima. Para quien nos vea y tenga la imagina-
ción, la voluntad y la tecnología necesarias, es como si estu-
viéramos desnudas.

En estas dos obras, los personajes parecen representar dife-


rentes aspectos del mundo interior de un sujeto, cuya persona-
lidad está escindida de modo que podemos "ver" sus tribulacio-
nes. Esto se ve particularmente en Simposio, que nos presenta
a un personaje escindido en dos: el protagonista y su alter ego,
el Muchacho.
Los lazos familiares aparecen como relacionantes en estos
grupos de personajes cuando son femeninos, pues, en Las toca-
das, son "hermanas"; y se sugiere que los personajes de El jo-
ven calvo son suegra y nuera. Este tipo de lazo engarza con los
personajes de Maribel dice los pieses pues los tres resultan ser
mujer, hermano e hijo del doctor Gutiérrez.
En las obras de esta categoría, se hace referencia directa y
constante a uno o más personajes que no aparecen nunca, su-
jetos ausentes que, sin embargo, en mayor o menor medida,
determinan lo que se hace y deja de hacer por parte de los per-
sonajes presentes.
Cuando el personaje ausente es un hombre, se le asigna un
rol dominante y hasta omnipotente, al punto de que, en el caso
de El joven calvo, asume el rol de demiurgo o dios que juzga y
vigila a los personajes presentes. El joven calvo establece tal
poder sobre los personajes que todas sus acciones están orien-
tadas a complacerlo o seguir su ley, ya sea representando un
concurso o cantando versiones de su canción favorita. Así pode-
mos encontrar, en esta obra, un parlamento como "No, ya trata-
mos todos los temas que obsesionan al joven calvo." Y, en Maribel
dice los pieses, intervenciones del tipo "Creo que la embarré. No
puedo decirle que la original decía Gutiérrez. No saben cómo es
él. De repente se mata de risa; de repente se molesta y nos
manda a rodar a todos." En ambos casos, este otro ausente
asume el rol de la autoridad y con ello es fácilmente identifica-
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ble con el autor, sujeto omnisciente que pone en el papel sus


propias obsesiones para intentar manejarlas a su antojo, aun-
que los objetivos sean siempre rebelarse contra sus designios.
En esta misma línea, discurre Las tocadas: ellas son hechura de
este personaje ausente (Joe, su amante) y terminan por matar
al culpable de que fueran como son (su autor). El hecho de que
sean paradójicamente omniscientes con respecto a su creador
(pues son capaces de saber lo que piensa y teme) refuerza la
idea de que pueden ser entendidas como seres que habitan en
la mente de Joe. Su acción pricipal es tratar de eliminarlo, lo
que puede ser visto como un acto de liberación.
En Conrado y Lucrecia, los ausentes son los mismos perso-
najes del título. En Simposio, si bien hay una serie de persona-
jes ausentes representados por los otros ocupantes del edifi-
cio, el más interesante viene a ser el "monstruo", cuyo solo
recuerdo aparece como una sombra que atormenta al protago-
nista. En estas obras, los personajes ausentes también son los
motores del conflicto, ya sea porque se trata de complacerlos o
de averiguar qué pasó con ellos.
Cabe mencionar que la relación con el personaje ausente
está, en todos los casos, teñida de erotismo. En Las tocadas, la
relación erótica pasa por lo directamente sexual; en Conrado y
Lucrecia, si bien la relación con los personajes ausentes es
amical, pasa por la pregunta acerca de la relación sexual entre
estos dos personajes; en El joven calvo, la relación también está
marcada por lo sexual (la desnudez, el tocar); en Maribel dice los
pieses, los diferentes personajes establecen relaciones de tipo
erótico directa o indirectamente ya sea con el doctor Gutiérrez o
con la misma Maribel; y, por último, en Simposio, la curiosidad
del protagonista por los vecinos está teñida por un juego de
atracciones y repulsiones marcadamente erótico.
Otro dato importante en la relación con el personaje ausen-
te es que, en dos de las obras, los personajes le cantan. Tanto
en Las tocadas como en El joven calvo (obras "hermanas" en mu-
chos sentidos, al punto que Mina y Lidia acaban confesando ser
"tocadas" por el joven calvo), los personajes femeninos le can-
tan a este hombre "la canción de siempre". Y, en Maribel dice los
pieses, los personajes también cantan para agradar al doctor
Gutiérrez. La relación va entonces más allá de las palabras y se
establece un vínculo afectivo marcado por la música.
Pero, a la par con el vínculo erótico-afectivo, la relación es
siempre conflictiva: de algún modo, se busca la liberación o ex-
clusión de los personajes ausentes. Como vimos, en Las toca-
das, ellas tratan de matar a Joe; en El joven calvo, ellas tratan
de salir de la prisión en que las observa el joven calvo cual
panóptico; y, en Maribel dice los pieses, se da lo mismo: los tres
personajes tratan de cumplir con las reglas impuestas por el
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doctor Gutiérrez para poder liberarse. Pero, también en Conrado


y Lucrecia, el desciframiento del poema será lo que pueda libe-
rar a Haydee y compañía del influjo de los ausentes. Y, en Sim-
posio, es explícito el rechazo del protagonista hacia los vecinos
y en su terror al "monstruo".
En esta categoría, tenemos, entonces, lo siguiente: la pre-
sencia de personajes grupales cuyos fuertes vínculos los llevan
a parecer diferentes aspectos de uno mismo, y personajes au-
sentes que provocan las acciones y relaciones conflictivas con
éstos (de tipo erótico pero a la vez de liberación). Aparece en-
tonces el sujeto fragmentado, controlado por el otro ausente en
una relación de la que se quiere escapar.
Estas ausencias explícitas se relacionan con las grandes au-
sencias de las obras de la tercera categoría, que veremos más
adelante: el tesoro en La dama del laberinto, la secta de los
mendicantes en Perro muerto, la voz de la madre y especialmente
el padre en Historia de un gol peruano, el Kambul Mondragón en
Dominante de si bemol, las ilusiones en 1975 y Lady Huayanay en
Nuestra señora de los desmadres.
Las obras de esta primera categoría también comparten en-
tre ellas propuestas o situaciones fantásticas u oníricas. Las
mujeres de El joven calvo están encerradas en un cubo repre-
sentado por un cuadrado de luz en el piso, y dan la impresión de
estar en la mente de su autor. Algo similar ocurre con Las toca-
das, quienes esperan a un Joe que nunca vemos para enterrar-
lo. En Maribel dice los pieses, tres personajes adictos a los
antihistamínicos tratan de mantener una secuencia dialógica
hasta la medianoche. En Simposio, un hombre mayor intenta
justificar su vida tratando de conseguir un momento de gloria. Y
en Conrado y Lucrecia, un grupo de amigos en un bar trata de
descifrar un poema con la ayuda de una sorprendentemente
perspicaz mesera para saber lo que le ocurrió a un compañero.
A partir de asociaciones libres, se va saltando de un tema a otro
con una excepcional fluidez pero sin llegar a cerrar las ideas,
sino más bien dispersándolas a lo largo del diálogo. Así se crea
una especie de collage o mosaico que habrá de descifrarse no de
manera lineal sino a partir del efecto que los fragmentos cau-
sen en la mente del receptor.
Otro elemento que contribuye con lo onírico o absurdo es la
presencia de juegos lingüísticos. En algunos pasajes de Las
tocadas, se utiliza un lenguaje inventado. En El joven calvo,
aparecen el inglés y el portugués por momentos. En Maribel
dice los pieses, parte del diálogo gira en torno a la forma correc-
ta de usar el lenguaje (tal como sugiere el título). En Simposio,
resalta la exploración de las formas del lenguaje religioso, que
se manifiestan en la utilización del verso a manera de leta-
nías, y del registro lingüístico de los sermones. Y, en Conrado
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y Lucrecia, se mezcla la jerga y usos coloquiales con las imáge-


nes de un poema.
Gracias a los juegos lingüísticos, estas obras se caracteri-
zan por la fluidez de sus diálogos. Están estructuradas en una
sola escena continua, a excepción de Simposio, estructurada en
quince cuadros, de los cuales seis son "conferencias". Es como
si el ejercicio del autor hubiera consistido en sacarle el jugo a
las situaciones que plantean los textos. Se pasa de un asunto
a otro sin mayor complicación, usualmente con algunas dosis
de humor, causado por la exageración de las situaciones: la
desesperación de Begonia en Maribel dice los pieses, la zozobra
de Simposio en la obra homónima, la irreverencia de Haydee en
Conrado y Lucrecia, o las actitudes competitivas entre las muje-
res en Las tocadas y El joven calvo. Cada una de estas dos últi-
mas obras establece su propio juego dialógico. Por un lado, te-
nemos el diálogo entre tres hermanas de diferente edad que
han estado con el mismo hombre. Es un diálogo ácido que osci-
la entre la rivalidad y la complicidad. Por otro lado, tenemos el
de las dos mujeres de El joven calvo, marcado por las preguntas
y respuestas del programa de concursos, y sus intentos conjun-
tos por comprender el mundo en el que están. También está el
diálogo hiperrealista de Conrado y Lucrecia, definido por usos
corrientes del lenguaje pero con momentos de complicidad que
replantean el flujo del diálogo, como:

HAYDEE: De todo se liberaban... de zapatos y de moños...


MANUEL: ... de sostenes y sustentos, de ciencias y núme-
ros...
HAYDEE: ... de letras, de impuestos...
MANUEL: ... de supuestos y presupuestos...
MARTÍN: ... de guerras...
MANUEL: ... de gallinazos, de ratas y pericotes, de buitres...
"LAURA": ... de perros...
MARTÍN: ... de pulpas y culpas, de púlpitos y pálpitos...

En Maribel dice los pieses, el juego está marcado por el orden (A-
B-C) que deben respetar para hablar los tres personajes (Aurelio
- Begonia - Charlie). Por último, en Simposio, si bien aparecen
varios monólogos a modo de conferencias en los que el Mucha-
cho se dirige al público, el juego está marcado por las interven-
ciones de este personaje en los diálogos entre Simposio y su
asistente, Parvaneh.
La necesidad de referirse a los personajes ausentes introdu-
ce una fuerte carga de narratividad en este grupo de obras. En
Las tocadas, la mayoría de las intervenciones de los personajes
están dedicadas a narrar lo que hace o deja de hacer el ausente.
En Conrado y Lucrecia, se van narrando, poco a poco, los aconte-
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cimientos relacionados con los ausentes. En El joven calvo, la


narración se orienta a los intentos de explicación de su situa-
ción y de las preferencias del ausente. En Maribel dice los pieses,
también se narran las posibles historias de los ausentes
(Maribel y el doctor Gutiérrez). En Simposio, la narratividad está
dada no tanto por la referencia a los personajes ausentes como
a una situación pasada y, por lo tanto, igualmente ausente.
Curiosamente, esta obra requiere los mismos tipos de persona-
je que la obra Maribel dice los pieses: un muchacho de 20, una
mujer de 35 y un hombre de 50 años.
Tenemos, entonces, en una primera categoría, cinco textos
que nos permiten acercarnos a las obsesiones e intereses del
autor. Y, dadas las constantes que hemos identificado, se pre-
sentan como una herramienta útil para comprender el proceso
creativo de Bushby.

Segunda y cuarta categorías: dos casos singulares


Lengua larga vendría a pertenecer a una segunda categoría den-
tro de la producción artística de Bushby. A diferencia de las
anteriores, el trabajo formal en esta obra está más depurado y
va más allá del ejercicio. La experimentación justifica su uso
más allá de la experimentación misma, en tanto que logra con-
figurar un discurso en relación con el mundo. La ficción se pre-
senta de manera cuidadosamente estructurada y la acción reve-
la una orientación dramatúrgica que indica un manejo más ma-
duro de los recursos.
Esta obra apela a un mecanismo que se trabaja también en
La dama del laberinto y Perro muerto, que es el de enmarcar la
trama ficticia en un contexto histórico determinado. Pero a di-
ferencia de esas obras, acá se parte de un hecho fantástico: un
poblador andino de niño había estado mirando a una niña ba-
ñarse en el río cuando fue mordido por una serpiente y su vista
se congeló en la visión de ese lugar. Desde entonces, perdió la
capacidad de ver cualquier otra cosa que no fuera esa parte del
río, sin importar el lugar donde estuviera. Podía saber lo que
pasaba ahí sin estar presente, lo que le creó la fama de adivino.
Este hecho se asocia más al surrealismo de las obras de la
primera categoría que a las de la tercera; sin embargo, está
enmarcado en una situación histórica realista y verosímil: la
evangelización durante la colonia. No es éste el único hecho
fantástico; además tenemos la transformación de una concha
marina en un novicio que, después de violar a una pobladora
andina, vuelve a su forma original. Como este acontecimiento
está enmarcado en lo que sería el sueño o el desmayo de uno de
los personajes, se relaciona de modo más directo con las imá-
genes oníricas de la primera categoría. Sin embargo, la fantasía,
en esta obra, es parte de una estructura mayor y cumple una
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función determinada en el desarrollo de la trama. Se inserta en


una historia con personajes más desarrollados que aquéllos de
la primera categoría, contextualizados en una situación que, al
estar más delimitada, propone retos cuya superación requiere
de mecanismos más complejos.
El mecanismo con el que más se luce nuestro autor es el
rompimiento de la linealidad temporal. Éste no surge como mera
exploración sino que responde a planteamientos que, por un
lado, pretenden articular un discurso en relación con el mundo,
y, por otro, desarrollar las historias de sujetos que se relacio-
nan no con otros ausentes sino con un entorno presente. La
obra pone en juego lo formal para trascenderlo; entonces, esa
búsqueda de trascendencia, de abordar algo que está más allá
de sí misma, la abre hacia la escena.
Si bien Lengua larga comparte características con las obras
de la tercera categoría, la ubicamos a en un rubro aparte por
tres motivos. Primero, porque la ubicación espacio-temporal de
la acción es ajena a la realidad limeña contemporánea, pues
ocurre en un pueblo andino de la colonia. Segundo, al estar
escrita totalmente en verso, no comparte la variedad en las for-
mas dialógicas de las otras obras. Tercero, porque, por ser una
obra breve, está estructurada en cuadros que se suceden sin
mayor división formal y no requiere la división en dos actos que
caracteriza a las obras de largo aliento de nuestro autor (excep-
to por Nuestra señora de los desmadres, que no está dividida en
dos actos sino en catorce cuadros). Si bien encontramos los
saltos temporales que cronológicamente ya se usaron en La dama
del laberinto y Perro muerto, la pieza es breve y el asunto de corto
alcance. Podemos considerarla un caso aislado en el conjunto
de la obra de Bushby, pues no llega a ser representativa de su
estilo y el camino que abre no ha sido explorado por el autor en
otros textos.
La obra trata de la mirada. Tenemos, por un lado, a un ciego
vidente (que nos recuerda al Tiresias del mito de Edipo); y, por
otro, a un joven atormentado por el choque con una nueva rea-
lidad: la visión estática de Jacinto frente a la necesidad del
novicio de rearticular su manera de mirar. Ambos están obliga-
dos a mirar de otra manera, y, en su encuentro, intentan recon-
ciliarse con lo que ven. La acción está enmarcada como una
analepsis (flashback), en que un sacerdote recuerda, desde Es-
paña, los eventos que se dieron cuando era novicio en el Perú.
Él está condenado a mirar siempre hacia el pasado y revivirlo,
mientras que Jacinto está condenado a mirar siempre el mismo
lugar, una especie de castigo que muy bien podríamos encon-
trar en el infierno o purgatorio de la Divina Comedia. Pareciera
castigarse el pecado de mirar, o de soñar. Jacinto de niño mira-
ba a la joven bañarse en el río, y la serpiente (símbolo cristiano
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del pecado) lo condena al morderlo. Del mismo modo, el novicio,


en un momento, pierde el conocimiento y vemos que sueña con
tener un encuentro sexual con la pobladora que le gusta, y, ya
sacerdote en el futuro, se ahoga en los recuerdos de lo que
pudo ocurrir en el pasado.
Para poder establecer estos paralelos en la exploración de la
mirada y sus consecuencias, Bushby se ve obligado a recurrir a
técnicas estructurales que le permitan jugar con los distintos
tiempos y puntos de vista. Los saltos temporales no son gratui-
tos, sino que surgen de la necesidad de abordar diferentes aproxi-
maciones a los hechos. Si tuviéramos que determinar los
cronotopos (la conexión esencial de relaciones espaciales y tem-
porales) en esta obra, tendríamos el estudio del sacerdote en
España, el pueblo andino en el pasado y el sueño junto al río.
Así nos transportamos a diferentes tiempos y lugares para ac-
ceder, desde distintos ángulos, a una historia de la cual se han
escogido momentos definidos para proponer un cuestionamiento
activo del receptor acerca de la mirada y sus alcances.
En esta obra, los recursos justifican su uso como parte de
un programa mayor, y la forma misma nos hace ver de otro modo
ya sea la identidad del sujeto o su mundo interior. Esto será
más evidente en las obras de la tercera categoría.
Hemos reservado una cuarta categoría para una de las últi-
mas obras de este autor, que explora nuevos caminos dentro de
su proceso creativo. Por qué cojea Candy es un unipersonal crea-
do en conjunto con una actriz, producto de exploraciones con
las posibilidades escénicas a partir del trabajo en el espacio de
ensayos. La historia de vida de una mujer de clase media es
contada a dos voces en un contrapunto entre la protagonista, a
quien vemos en escena, y su voz, que escuchamos en una gra-
bación. Esto rompe la monotonía de lo que podría ser un largo
monólogo. Vemos ya, desde este recurso, a un autor en pleno
manejo de sus facultades, conocedor de diferentes técnicas y
artificios, producto de una exploración que vemos principalmente
en las obras de la primera categoría, pero que supera la
artificiosidad para contarnos con autenticidad una historia cuya
capacidad de conmovernos reside en gran medida en la forma en
que es abordada. En este caso, el artificio está al servicio de la
historia, y no al revés.
Es una obra eminentemente narrativa, fruto de un delicado
trabajo de edición cuyo principal efecto es capturar la atención
del receptor. Y si bien la carga narrativa es evidente, la obra se
enmarca fácilmente en lo dramático gracias al planteamiento
muy simple de una situación en que la protagonista le está
revelando a su esposo la razón de su cojera. Se siguen las re-
glas convencionales de la construcción dramática, que sugieren
la dosificación de la información de modo que se mantiene el
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suspenso por saber no sólo el origen de una incapacidad física,


sino también la razón por la cual Candy la ha estado ocultando
por años. Es una historia realista en dos actos, que va tomando
diferentes giros y éstos van llevando al receptor a una inevita-
ble identificación con la protagonista.
Así como Lengua larga y algunas obras de la tercera categoría,
Por qué cojea Candy está enmarcada en un contexto histórico
determinado, que, en este caso, son los fines de los ochenta en
la selva central peruana. Vuelve a aparecer la temática del en-
cuentro del individuo con la sociedad, en este caso a partir de
una mirada atrás que evalúa, juzga y vuelve a sufrir los hechos.
Esta mirada establece un juego formal que intercala discursos,
tiempos y puntos de vista, un recurso que nos hace recordar a
la imagen del espejo roto del tiempo que aparece en algunas de
las obras anteriores. Por qué cojea Candy es, en fin, no sólo una
de las obras más recientes de Bushby, sino la que abre una
nueva y auspiciosa búsqueda creativa, fruto de una evidente
maduración en el proceso del autor.

Tercera categoría: la reinvención de mitos


La tercera categoría de las obras de Bushby la integran las si-
guientes piezas: La dama del laberinto, Perro muerto, Historia de un
gol peruano, Dominante de si bemol, 1975 y Nuestra señora de los
desmadres. Como adelantamos, esta categoría está conformada
por lo que podríamos llamar sus obras maestras. En estos tex-
tos, se cristalizan y depuran las obsesiones de las obras de la
primera categoría. Por ello, muchos de los recursos de otras
categorías volverán a aparecer, pero dentro de un marco que es
el que trataremos de configurar ahora.
En primer lugar, todas estas obras presentan cronotopos bien
delimitados: ocurren en una Lima contemporánea. Aun cuando
Dominante de si bemol ocurre en un país latinoamericano no iden-
tificado, para fines de este análisis, bien puede haber ocurrido
en la Lima actual. Los lugares y tiempos exactos tienden a
desdibujarse, pero ninguna de las obras escapa de esta ciudad
a finales del siglo veinte y principios del veintiuno. Todas tie-
nen que ver con el aquí y ahora de su contexto. Pero lo más
interesante es que todas reelaboran este contexto, lo reinventan,
lo deconstruyen. El movimiento más interesante de este grupo
de obras es aquel por el cual intentan darle la vuelta a su con-
texto, explorar lo que ocurre extraoficial e imaginariamente.
Estos textos "vuelan": se niegan a asumir la realidad como ya
dada y proponen nuevas formas de relacionarse con ella, tanto
desde los aspectos formales como desde los contenidos. El
mundo representado en ellas es una especie de universo para-
lelo o realidad posible que amplía nuestra visión del entorno
que nos rodea.
22

La reinvención de mitos aparece, entonces, como uno de los


mecanismos articuladores de estas obras: se destruye un mito
para construir otro. Intercambiamos el mito de los fantasmas
por el de los buscadores de tesoros, el de las sectas secretas
por el de los académicos farsantes, el del triunfo del fútbol pe-
ruano por el del poder de la pasión para cambiar la historia, el
de un amor clandestino por el de una historia épica, el de las
desilusiones juveniles por el de la inserción del individuo en la
historia y el de una creencia religiosa por el de la "viveza crio-
lla". Todos son mitos: todas son historias que pueden variar de
acuerdo a los intereses de los afectados por ellas. Todas nos
hablan incansablemente de la construcción (y reconstrucción)
social de la realidad.
Dicha característica inserta a este grupo de obras de Bushby
en un contexto mayor, como parte de una serie de obras que
nos ayudan a entender al Perú a partir de su reinvención. Esto
se puede ver en obras que van desde finales de la década de los
ochenta hasta finales de la primera década de este siglo. Nues-
tro autor se ubica así en la línea de otros importantes dramatur-
gos contemporáneos como son Eduardo Adrianzén y Alfonso
Santistevan, quienes también tratan de reconstruir o reinterpretar
nuestra visión del Perú y particularmente de Lima en obras como
Cristo light (1997), Respira (2008) y Diecisiete camellos (2010), en
el caso del primero; y El caballo del libertador (1986), Pequeños
héroes (1987), Vladimir (1994) y La puerta del cielo (2010), en el
caso del segundo. También, en esta línea, podemos mencionar
las obras Casualmente de negro (1989) de Maritza Kirchhausen,
Tierra o muerte (1986) de Hernando Cortés y Qoyllur Ritti (1997)
de Delfina Paredes, aunque estas dos últimas no nos hablen
precisamente de Lima.
Antecedentes remotos de esta línea de obras peruanas que
se preguntan por la relación individuo-sociedad serían la famo-
sa Collacocha (1955) de Solari Swayne o El Rabdomante de Salazar
Bondy (1964), cada una muy a su manera. De particular interés
es esta última, pues construye un mundo ficticio muy parecido
al Perú que todos conocemos, para desarrollar un mito acerca
del origen de la desigualdad social en el país.
La dramaturgia peruana contemporánea parece, entonces, te-
ner muy claro su rol, más que de guardiana o conservadora, de
creadora o articuladora de la memoria colectiva. Y, en tanto crea-
dora, se toma muy en serio la búsqueda de un lenguaje propio
que le dé forma a esta memoria.
El sello distintivo de Bushby radica en su particular aproxi-
mación a dicha constante: la visión posmoderna. Aborda la rea-
lidad como un discurso fragmentado e inabarcable que puede
ser visto de distintas maneras según quién lo construya. La
opción no es nunca explicar la realidad, puesto que no hay una
23

realidad dada: la realidad se hace y deshace sobre la base de


otros factores, como pueden ser la codicia e intereses persona-
les, los ideales y los deseos de darle sentido a la propia vida,
los intentos de solucionar o sobrellevar las relaciones conflicti-
vas con los padres, la atracción erótica o su falta, entre otros.
El conflicto entre la realidad y el sujeto aparece cuando este
último se encuentra con que aquélla no era como creía, o como
quería, y, en consecuencia, opera para transformarla según su
deseo. La unidad moderna cede paso a diferentes niveles y ca-
pas de realidad que serán representadas particularmente por el
trabajo formal que estructura los textos.
Las seis obras parten de hechos históricos concretos o, al
menos, posibles. En tres de las obras, el punto de partida es un
hecho histórico verificable: en La dama del laberinto, la incursión
de un personaje de la farándula televisiva a una casa "embruja-
da" del Centro de Lima (la Casa Matusita); en Historia de un gol
peruano, el empate de Perú con Argentina el año 1969, que nos
dio la clasificación para el Mundial de México 70; y en 1975, el
gran saqueo de Lima, que se produjo el 5 de febrero de ese año
debido a una huelga policial y que eventualmente ocasionaría la
caída del dictador Velasco. Las otras tres obras consignan he-
chos ficticios pero posibles en la Lima contemporánea: en Perro
muerto, una tesis académica inventa la existencia de una secta
secreta en Lima; en Dominante de si bemol, una canción surgida
de un amorío fugaz se vuelve popular en toda Latinoamérica; y,
en Nuestra señora de los desmadres, la desaparición de una can-
tante de música chicha la convierte en una santa popular. Es-
tos tres hechos encajan perfectamente dentro de lo que el ima-
ginario limeño puede considerar como posible. Los tres fueron
inventados por sujetos particulares, pero, al pasar a formar par-
te de la "realidad", afectan a otros sujetos, que tienen que re-
plantear su mundo a partir del enfrentamiento con ellos. El tra-
tamiento de los tres hechos históricos es similar: son modifica-
dos por la visión de determinados sujetos al punto que se trans-
forman y afectan a los demás.
Veamos primero el caso de los hechos ficticios. En Perro muer-
to, Micaela ve alterado su mundo por el discurso de Catalina. La
relación con su enamorado y con el resto de su entorno se
trastoca cuando se dedica a investigar una secta que no existe,
al punto que "no hay a dónde volver". En Dominante de si bemol,
Eleazar ve alterada su propia identidad por el discurso de sus
"padres": le habían dicho que su nombre provenía de un tío leja-
no, cuando en verdad era el nombre de su verdadero padre, un
amante de su madre. De ahí el color oscuro de su piel, justifica-
do por una supuesta ascendencia afrocaribeña: una abuela en
Trinidad. No sólo eso: le habían hecho creer que su madre esta-
ba enferma e iba a morir, cuando no era así. Y, en Nuestra señora
24

de los desmadres, Pablo pone en juego su puesto de trabajo y su


amor secreto debido al discurso de Milagritos y su grupo. Pero,
en el encuentro con quienes les muestran que el mundo no es
como ellos pensaban, estos sujetos también alteran el mundo
de aquéllos. Catalina se ve forzada a admitir su farsa (al menos,
para sí misma) y queda a merced de lo que Micaela pueda hacer
(aunque el "gracias" final indica la posibilidad de que Micaela
haya "entrado" en el mundo de Catalina). Al tratar de que Eleazar
los deje solos, José arma un discurso en cuya doble significa-
ción acaba por admitir su situación: "Vivimos presos. Y sólo nos
queda este juego." Si bien es para justificar lo que se hace con
la supuesta enfermedad de Alicia, al final también se está vien-
do obligado a aceptar que está atrapado en su propio juego. El
caso de Pablo es particular, pues si bien Milagritos y su gente al
final no cambian, la incorporación de Pablo al grupo será una
clave para su continuidad. Así como Alicia y José, Pablo sabe
que está entrando en un mundo inventado, en "una farsa", y,
sin embargo, lo hace con plena conciencia de ello. Es como si
estuvieran impulsados por una máxima del tipo "si el mundo
funciona así, es porque así funciona". No se pretende que las
palabras se correspondan con el mundo, porque el mundo esca-
pa a las palabras. Todos son discursos que eventualmente se
refieren a otros discursos, pero que, en su confrontación con el
mundo, acaban por ser "farsas" en tanto que no se correspon-
den con él.
Lo mismo ocurre en las otras tres obras, que, si bien parten
de hechos históricos, proponen visiones alternativas de los mis-
mos, que acaban convirtiéndolos en discursos tan contingentes
como los anteriores. Y, en todas ellas, se establecen relaciones
conflictivas entre los hechos, aquellos que los reinventan y
quienes los rodean.
En La dama del laberinto, al transformar el mito del fantasma
en el mito del tesoro, se narra la forma como la codicia ocasiona
un suicidio, conflictos familiares, desalojos y el saqueo de una
fortuna ajena. En Historia de un gol peruano, se plantea que Perú
no logró empatar con Argentina para clasificar al mundial, pero
que, debido a la fe religiosa de un niño (o a una de las tres
instancias de la personalidad de un niño), el resultado logra
revertirse. Así se crea el mito de que la historia puede cambiar
si uno lo desea con mucha fuerza, lo cual se condice con el
mecanismo que venimos planteando: la interacción por ambos
lados entre el sujeto y el mundo. Si mantenemos la hipótesis
de que es un solo niño, entonces la "muerte" de los otros dos
indicaría un proceso de maduración y cambio que requiere la
superación de ciertas facetas de la personalidad. Nótese que
acá el sincretismo por el cual tres actores representan diferen-
tes facetas de un mismo personaje, si bien nos recuerda a Las
25

tocadas, funciona de otro modo pues no se queda en lo figurati-


vo y, por el contrario, se convierte en la base del conflicto, que
se plantea entre ellos mismos y su actitud frente al mundo, y
no como proveniente de un mundo ausente y ya dado. Y, en
1975, tenemos el romance telefónico entre Nando y Rita, en el
que la que habla no es Rita sino su amiga Rossie (sin que Rita
lo sepa). Al cambiar el mundo de Rita, Rossie también está cam-
biando su mundo. Por otro lado, tenemos las intervenciones de
Rossie en el intento de ubicar el momento de la concepción de
la hija de la pareja dentro del momento histórico mundial. Acá
se le da una especie de valor histórico a un hecho tan intras-
cendente como puede ser tener sexo en un parque. Los acon-
tecimientos personales adquieren así una nueva dimensión frente
a lo social, y empezamos a ver el mundo de otro modo. Encontra-
mos, entonces, una constante interacción entre los individuos y
su mundo, en que, frente a los límites que el mundo les presen-
ta, los individuos contestan reelaborándolo y reconfigurándolo
para poder actuar en él.
Estos mecanismos están enmarcados en las corrientes de pen-
samiento contemporáneas que nos recuerdan que todo es dis-
curso. La develación o reconstrucción de los discursos es una
constante en estas obras. El motivo está explorado hasta el ago-
tamiento en Conrado y Lucrecia (cuya trama gira en torno a la
interpretación de un poema), pero, en estas obras, no aparece
como una simple curiosidad sino como algo que cambia la vida de
los personajes. En La dama del laberinto, interpretar el texto de la
obra teatral "Oigan las generaciones" será la clave para encon-
trar un tesoro. En Perro muerto, interpretar la letra de las cancio-
nes de Adorizzio y Akatanka será la clave para descubrir la farsa
sobre una secta secreta. En Historia de un gol peruano, será un
discurso mayor el que habrá que interpretar para que Perú clasi-
fique al mundial, y ese discurso será la Voluntad de Dios. En
Dominante de si bemol, otra vez la interpretación de la letra de una
canción será la clave para desentrañar lo ocurrido entre una mujer
y su amante. En 1975, aparece otro discurso mayor por interpre-
tar para darle sentido a la vida, y ése será la Historia. Y, en
Nuestra señora de los desmadres, la interpretación de las cancio-
nes de las Huayruras y de los videos de la prensa será lo que le
permita a Pablo descifrar el misterio de Lady. Es como si la capa-
cidad de interpretar textos y comprender los discursos de los
otros nos permitiera operar en el mundo.

Tercera categoría: (des)multiplicación de personajes


Esto nos lleva a pensar en el tratamiento que se les da a los
personajes de las obras de este grupo. En La dama del laberinto,
tenemos la primera aparición (cronológicamente hablando) de
un recurso que volverá a ser usado más adelante en estas obras.
26

Este texto se plantea para siete actores que tendrán que hacer
cada uno, por lo menos, dos papeles. Esta desmultiplicación
opera en diferentes niveles. Por un lado, revela la tendencia de
la época (los noventa) por economizar actores, que se condice
con un clima socio-económico de escasez en que montar una
obra con muchos actores en Lima resultaría inviable, especial-
mente cuando las intervenciones de muchos de los personajes
son muy breves. Por otro, así como en las rimas en el caso de la
poesía, las equivalencias formales establecidas por este recur-
so sugieren equivalencias de contenido, de manera que se es-
tablecen paralelos y coincidencias entre los personajes repre-
sentados por el mismo actor. Así Rómulo Roca interpreta a
Baltasar en la obra teatral "Oigan las generaciones": ambos son
dueños de casa que pretenden tener en sus manos a Hortensia
o el tesoro que ella representa. Gabriel (el amante en la obra),
es Richard, hijo de Rómulo, quien al fin se queda con el tesoro.
Y la Hortensia de la obra se vuelve la Narradora, quien nos
lleva, a lo largo de la obra, a descubrir los misterios de la casa.
Esto nos permite ver facetas ocultas de los personajes, pues, si
bien el espectador podrá entender que son diferentes sujetos,
no podrá evitar relacionarlos ya que los cambios son inmedia-
tos. Lo mismo ocurrirá con los otros cuatro actores, que repre-
sentarán a más de dos personajes. El hecho de que el Animador
sea también Juan, le permitirá cumplir el mismo rol de enfren-
tarse a Rómulo en "la vida real" y a Baltasar en la obra teatral
haciendo el paso de una a otra de manera inmediata.
Estos cambios de personaje no sólo le dan a la obra mayor
dinamismo, sino que plantean juegos temporales que sobrepo-
nen dos o más tiempos diferentes y crean la sensación en el
receptor de que la historia se repite. A través de las generacio-
nes, los personajes se mantienen atrapados en el laberinto de
sus deseos, sin poder salir. Y será el desciframiento de los do-
cumentos y hechos históricos lo que le permita a Richard Roca
acceder al tesoro. La desmultiplicación permite que, de algún
modo, los personajes asuman diferentes posiciones y perspec-
tivas en la trama, cuestionando, de este modo, al sujeto unita-
rio y proponiendo una categoría de personajes cuya función está
al servicio de la trama.
El mismo recurso aparece en Perro muerto, obra para cinco
actores. Los personajes de Micaela y Catalina les corresponden
a sendas actrices, pero los otros tres actores, vestidos de men-
digos, representan cada uno, por lo menos, dos papeles, algu-
nos menos definidos y otros muy concretos como Tito (el ena-
morado de Micaela), Javier Zuloaga (el profesor), Rosa María (la
amiga de Catalina) y Timoteo Suárez (la pareja de Catalina). El
hecho de que estos tres actores estén vestidos de mendigos
27

indica el estado de todos los personajes que representan: se


vuelven símbolo de los habitantes de una ciudad decadente.
Pero el recurso que más nos llama la atención, en esta obra,
en cuanto a tratamiento de los personajes, es aquel en que los
actores asumen una voz colectiva, que no le pertenece a un per-
sonaje en específico sino más bien a un personaje "anónimo", al
transeúnte, a un miembro del público, a "la voz del pueblo". Este
tipo de intervenciones lo que hace es mostrar lo que pensaría la
colectividad pero también transmitir información y datos que nos
permitirán comprender el desarrollo de las acciones. El hecho de
tener a tres actores cambiando constantemente de roles permite
el planteamiento de un juego como éste, en que, de repente, los
"mendigos" comentan u opinan sobre los hechos.
Frente a estos "mendigos", capaces de representar casi cual-
quier tipo de personaje, se delinean los personajes de Micaela y
Catalina. La primera se caracteriza por la pasión romántica que
la llevará a dejar de lado incluso su relación de pareja para des-
cubrir todo lo que pueda acerca de la secta. Frente a ella, Cata-
lina se caracteriza por un cinismo que por no llamar posmoderno
llamaremos contemporáneo, y que, a partir de la posición de
que "todo es discurso", crea su propio objeto de estudio sin un
referente real y sólo a partir de posibilidades verosímiles.
En Historia de un gol peruano, más que desmultiplicación, en-
contramos su opuesto: el sincretismo por el cual tres actores
representan lo que podemos considerar un mismo personaje.
Los tres han de ser adultos y deben representar a un niño. Esto
y la presencia de la figura materna, en la imagen de un persona-
je femenino que nunca habla, nos remiten a los planteamien-
tos freudianos acerca de las tres instancias de la personalidad
(ello, yo y superyó), así como de la influencia de la madre en el
desarrollo de la personalidad. La ausencia del padre y los con-
flictos del deber ocasionados por ésta refuerzan estos plantea-
mientos. El psicologismo aparece entonces no como un intento
por construir personajes unitarios y coherentes, sino en la ex-
ploración de las diferentes facetas de una personalidad en pro-
ceso de formación. Así el personaje ya no es la imitación de un
sujeto tal cual se concibe en la cotidianeidad, sino una serie de
posibilidades que se multiplican y dividen en diferentes nive-
les, pasando desde el ello y los impulsos inconscientes hasta
el superyó y los mandatos del deber.
En Dominante de si bemol, tenemos tres personajes femeni-
nos y dos masculinos. Las prostitutas pueden ser considerados
personajes secundarios, mientras que Alicia, José y Eleazar
serán los protagonistas, envueltos en un juego de falsas identi-
dades. El juego con los personajes, en esta obra, es particular,
puesto que si existiera cierto nivel de desmultiplicación en que
28

un mismo actor representa varios personajes, serían los casos


de Alicia, que se representa a sí misma en el pasado, y, por
supuesto, de José, que representa al Kambul Mondragón en el
pasado. Acá la desmultiplicación es parte de la trama misma de
la obra, pues estos personajes se ven obligados a representar a
otros para poder mantener su relación. Serán ellos mismos en
tanto que asuman otros roles, y así su identidad dependerá de
su capacidad de ser otros. Este hábil juego con los personajes,
que se va develando conforme progresa la trama, contribuye así
al replanteamiento de la instancia del sujeto en estas obras.
1975 es una obra para dos actores y tres actrices. Ellos repre-
sentarán a cuatro personajes: Ferdinando, Margarita, Rossie (la
amiga de Margarita) y la otra Rossie (la hija de Margarita). Tam-
bién aparecerá el personaje del general Velasco. En esta obra, se
vuelve a usar la técnica del sincretismo, en que dos actores re-
presentan un mismo personaje, tal el caso de Ferdinando y Mar-
garita, quienes son representados por diferentes actores a los 60
años y a los 25 años, en que se les nombra como Nando y Rita.
Incluso, siendo así, a los actores que representan a los persona-
jes de viejos se les pide que utilicen la voz de "jóvenes" en deter-
minados momentos. No contento con esto, el autor usa la téc-
nica contraria (desmultiplicación) con la última actriz, que de-
berá representar a dos personajes distintos (que, en este caso,
llevan el mismo nombre): una es la amiga de Margarita y la otra
es su hija, llamada así en honor a esa amistad cercana. Acá se
usa el mismo procedimiento que en Dominante de si bemol, en
que José le puso a su "hijo" el nombre del amante de su esposa
(que venía a ser su verdadero padre). Y, por si fuera poco, tam-
bién se aplica la desmultiplicación cuando el actor que repre-
senta a Nando en ocasiones aparece como el general Velasco.
Vemos cómo, ya para esta obra, el juego de los personajes ha
llegado a un nivel de exquisitez y dominio por parte del autor,
pues incluso aparecen intervenciones de Rossie en video, lo
cual divide aun más la imagen que tenemos del personaje. Te-
nemos acá a un autor con pleno dominio de todos sus recursos
para armar un texto en que el juego teatral con las
temporalidades será lo que permita explorar sus temas de ma-
nera efectiva.
En Nuestra señora de los desmadres, el modo de tratar a los
personajes que se repite es el de Perro muerto. Por un lado, tene-
mos a tres personajes masculinos y tres personajes femeninos
"clásicos". Por otro, se requieren además dos actores y dos actri-
ces para cumplir una serie de roles pequeños, más o menos,
como los tres "mendigos" de Perro muerto (desmultiplicación). Pero
también aparece la imagen de Lady de joven, un personaje idea-
lizado que ha de ser interpretado por otra actriz (sincretismo).
29

Otro mecanismo que, ya con esta obra podemos considerar


una constante de este autor, será la progresiva develación de los
personajes, pues al principio no se sabe bien quiénes son o cuá-
les son sus intenciones. Tal y como pasa en La dama del laberinto
o en Dominante de si bemol, en ésta, Milagritos resulta ser Lady, y
la banda de secuestradores resulta ser un grupo que pretende
beneficiar a la sociedad. Esto refuerza una premisa que se viene
dando a lo largo de estas obras, y es que las cosas no son como
parecen en un principio. Los personajes cambian junto con los
hechos, que, a su vez, cambian dependiendo de cuánta informa-
ción se vaya revelando por parte de los personajes.
Vemos entonces que se establece una estrecha asociación
entre el tratamiento de los personajes y la estructuración de
las obras. Al analizar la estructura de los textos, veremos cómo
este tratamiento posibilita los diferentes planteamientos en la
construcción de los mismos.

Tercera categoría: el tiempo como espejo roto


Si hay un mecanismo estructural que se mantiene constante en
estas obras, es el de la superposición temporal. Bushby nos
muestra los hechos en el pasado y en el presente (o en el futuro)
a manera de contrapunto. La memoria se hace presente y reper-
cute en las vidas de los personajes, de tal modo que su descifra-
miento se vuelve esencial para poder operar en el presente.
La superposición temporal consiste básicamente en interca-
lar o presentar simultáneamente diferentes tiempos y espacios,
lo cual se logra gracias al tratamiento que se les da a los perso-
najes. La dama del laberinto empieza con una escena del drama
histórico "Oigan las generaciones"; luego, pasamos a las expli-
caciones y entrevistas de la Narradora; y, más adelante, a una
analepsis en que se escenifica la entrada de Rómulo Roca a la
casa "embrujada". Estos tres cronotopos se irán sucediendo a
lo largo de la obra, como si fueran transparencias una sobre
otra, lo cual nos permite relacionarlos y darles más sentido a
los hechos. Para lograr la simultaneidad, el autor hace uso de
la técnica del contrapunto, por la cual se intercalan los discur-
sos de los personajes, cada uno desde su cronotopo. El diálogo
fluido en que los personajes se responden el uno al otro cede
paso a lo que llamaremos un "diálogo posmoderno", por lo frag-
mentario, en que la información aparece como salpicada, como
si se abrieran ventanas en una pantalla, más que como un dis-
curso continuo con una dirección definida. Los parlamentos se
intercalan y superponen, añadiendo informaciones que dispa-
ran en todas direcciones. Así el receptor se ve obligado a armar
en su cabeza la red de datos que van apareciendo, poco a poco,
en vez de seguir pasivamente un discurso en que los persona-
jes confrontan sus ideas.
30

El verso aparece en esta obra como la forma de hablar de los


personajes del drama histórico. Ello no sólo le da variedad al
texto sino que permite identificar los cambios de personaje así
como los cronotopos en que se desenvuelven.
Perro muerto, por su parte, exhibe una estructura aún más
compleja. Los hechos están enmarcados en las cartas que
Micaela le envía a Catalina, y cada secuencia va revelando más
información. Hay un uso extensivo de la analepsis (flashback) y
la prolepsis (flashforward), así como del contrapunto. Destaca-
remos dos de las técnicas utilizadas por ser buenos ejemplos
de la habilidad compositiva de nuestro autor. Una de ellas es la
que aparece hacia el principio del segundo acto. Se nos muestra
al mendigo "Hombre" como Timoteo Suárez (Adorizzio) siendo
entrevistado por Micaela; sin embargo, la que aparece en lugar
de Micaela es la mendiga "Mujer". Pero ella no está haciendo de
Micaela sino de Rosa María (la amiga de Catalina) siendo entre-
vistada por Micaela. En la escena, parece que Suárez estuviera
conversando con Rosa María, cuando en realidad son dos esce-
nas superpuestas: las entrevistas que Micaela le hiciera a cada
uno de ellos. En tanto interlocutores, están ocupando para el
otro el espacio de Micaela. No sabemos lo que dice Micaela en
las entrevistas, pero lo intuimos por las respuestas de los otros.
Así se condensan ambas entrevistas en una sola escena a la
vez que se requiere de la participación del espectador para com-
prender el juego que se establece.
La otra técnica es no menos interesante. En el acto uno apa-
rece una escena en que Micaela y Tito (su enamorado) encuen-
tran un perro muerto. Este fragmento en realidad vendría a ser la
segunda y tercera partes de una escena mayor. Previamente, la
pareja empieza a discutir a partir del encuentro con un mendigo
(lo que llamaremos la parte uno de la escena). Y posteriormente
la pareja termina por romper (parte cuatro). En el acto dos, recién
aparece la parte uno, seguida por la parte dos resumida en un
breve monólogo de Tito en que se condensan sólo sus interven-
ciones. Luego se repite la parte tres tal cual, para concluir con la
parte cuatro. Así el espectador se encuentra con la versión com-
pleta de una escena que ya vio en el acto uno. Cada uno de estos
saltos temporales nos remite a una información previamente
adquirida, lo cual hace que podamos relacionarlas y que nuestro
pensamiento esté siempre operando, pues para asimilar nuevas
informaciones debemos referirlas a nuestros conocimientos pre-
vios. La red que se va tejiendo conforme progresa el texto no sólo
rompe con la posible monotonía de la linealidad, sino que, utili-
zando la técnica del dato escondido, mantiene el suspenso en el
receptor. La estructura misma es una especie de telaraña que
reproduce aquélla en la que están atrapados los personajes. La
obra, en fin, está estructurada como una especie de espejo roto o
31

mosaico que se va armando poco a poco.


En cuanto al diálogo, así como con las estructuras, se repite
lo de La dama del laberinto pero en mayor escala. Los contrapun-
tos, superposiciones y monólogos atraviesan todo el texto, e
incluso cuando hay algún diálogo más o menos fluido, aparecen
técnicas como las que acabamos de ver, que le dan mayor volu-
men a los parlamentos. El verso sólo aparece en el caso de las
canciones de Adorizzio y Akatanka, e igualmente su descifra-
miento será clave para el desarrollo de la trama.
Resaltaremos de Historia de un gol peruano el particular tra-
bajo con el diálogo y la forma de hablar de los personajes:

KNOX: ¡Nadie! En directo. Todos los peruanos. Por televi-


sión. Adentro. El animal, el animal. El entierro. ¡Mannie! ¡Le-
vántate! Me contagias y me duermo. Como ese día. Me lo
perdí.

Dicen lo esencial, con frases cortas. No desarrollan, sólo se ma-


nifiesta lo principal de la idea. Más que ideas, son emociones e
intentos viscerales por armar y comprender el mundo que los
rodea. Hay acá un interesante adentramiento en la psicología
infantil. Los personajes reaccionan frente a determinados estí-
mulos (verbales) que tocan fibras emocionales imposibles de
manejar racionalmente, como, por ejemplo, cuando Knox men-
ciona la palabra "jarana", que Mannie automáticamente relacio-
na con una actitud impropia de la madre y subsecuentemente
con la muerte del padre. Frente a esto, se requiere la fórmula ("la
retiro") para conjurar la negatividad aportada por la palabra. Este
tipo de diálogo automáticamente plantea un reto para el actor,
que deberá encontrar la inflexión precisa para darle sentido. Por
momentos, los soliloquios de los personajes casi llegan al mo-
nólogo interior, debido a su carga de asociaciones libres. Más
que responderse, los personajes van completando lo que dice
cada uno para intentar armar ideas, pero más allá de la idea, lo
que se arma es una especie de canción, de ritmo, de partido de
fútbol. Como si se pasaran la bola, y cada frase fuera una patada.
Este trabajo con el ritmo lleva, por ejemplo, a la experimentación
con una oscura canción de cuna de vertiente egureniana ("Cami-
na Matilda, / al hueco sin vida").
No faltan en esta obra los saltos temporales, como la
analepsis que nos lleva a la conversación con el cura. Pero el
trabajo con el tiempo se deja ver contundentemente cuando el
protagonista cambia la historia: el equipo del Perú, que no ha-
bía clasificado, llega al Mundial gracias a una promesa que él
hace. Si bien esto es un elemento más de contenido que de
estructura, indica la tendencia de Bushby a alterar la tempora-
lidad y adueñarse de ella en sus obras.
32

En Dominante de si bemol, los saltos en el tiempo también son


parte de la diégesis, por ello la obra en realidad es lineal, pero,
a pesar de ello, es una de las mejor construidas, pues es sólo
hacia el final que comprendemos que dicho juego no ha sido
planteado por el autor sino por los mismos personajes. Los en-
cuentros en que Alicia hace de Chichi y José hace del Kambul
no sólo funcionan como saltos estructurales al pasado sino como
momentos necesarios para la configuración de los personajes.
En estos momentos, aparece el verso, cumpliendo una función
similar a la que cumple en La dama del laberinto: los persona-
jes "ficticios" hablan en verso, y así se le facilita al espectador
el reconocimiento de estos cambios.
A lo largo de los dos actos de 1975, Rossie (ya sea como la
hija o como la amiga) establece el contrapunto principal, espe-
cialmente cuando narra los eventos mundiales y nacionales ocu-
rridos durante ese año con relación a la concepción y gestación
de la bebé. En cuanto a los juegos temporales, hay flashbacks
en que Ferdinando y Margarita se representan a sí mismos de
jóvenes (como cuando hablan por teléfono), otros en que Nando
y Rita se encargan de representarlos, y paralelismos tempora-
les cuando Rossie hija está siendo entrevistada para un puesto
de trabajo (cuando aparece en video). Estructuralmente, se des-
taca, en esta obra, el contrapunto, que cumple la función de
poner los hechos en perspectiva, tanto cuando Ferdinando y
Margarita intervienen en medio de las conversaciones telefóni-
cas como cuando Rossie informa sobre los hechos históricos.
El verso no aparece en esta obra, pues, esta vez, lo que se re-
quiere de los actores son cambios de voces para marcar los cam-
bios de cronotopo. El sentido del ritmo en los diálogos compen-
sa de algún modo la ausencia del ritmo que suele otorgar el
verso a las obras.
La última obra de esta categoría rompe con la división en dos
actos y opta por los cuadros, que se suceden uno tras otro y no
permiten más juego que la analepsis, que irá esclareciendo cómo
sucedieron los hechos. El primer cuadro de Nuestra señora de
los desmadres nos muestra a Pablo secuestrado por Chicho. Los
cuatro siguientes son flashbacks de cómo se fueron dando los
hechos. El sexto cuadro vuelve al presente con Pablo y Chicho.
Los siete siguientes son flashbacks; y, en el último, se vuelve al
presente. La apuesta por la teatralidad, en esta obra, no recae
tanto en la estructura de las escenas, de la que se ve un mane-
jo maduro y confiado, como en otros recursos como el ritmo y
las dinámicas grupales que se derivan del tratamiento de la
religiosidad popular. Lo coral y colectivo, que se viene gestando
desde Las tocadas, Historia de un gol peruano y Maribel dice los
pieses, madura con esta obra, y su aplicación (igualmente
exploratoria, puesto que no lo había hecho así antes) está fun-
33

dada en previas experimentaciones. Así las escenas cinco y nueve


son sintomáticamente cortas pues, al presentar los rituales que
Milagritos lleva a cabo, hacen recaer la teatralidad en elemen-
tos como la música y el movimiento colectivo.
Así como, en Historia de un gol peruano, se evidencia una ob-
servación aguda del comportamiento infantil, Nuestra señora de
los desmadres aborda el comportamiento de la gente del pueblo
frente a cámaras. El rol de los medios no escapa a ninguna de
las obras de esta categoría, en las cuales encontramos referen-
cias recurrentes a las convenciones de los programas televisivos.
Y esta última obra es un claro ejemplo de la exploración que
nuestro autor realiza sobre el tema. Porque no son los medios
en sí sino su impacto en la gente lo que le interesa. Los creado-
res del engaño reconocen que al público no le interesa la ver-
dad, sino discursos que satisfagan su anhelo de romanticismo,
encarnado en ideales de "pasión heroica". Acá tenemos otro caso
en que el discurso configura su objeto. Lady, la santa popular,
es un discurso que cambiará de acuerdo a las necesidades del
"mercado". Y si tiene que "morir", morirá en el discurso para
luego "resucitar", si es lo que el público quiere. La gente está
más interesada en el espectáculo y la forma que en la coheren-
cia entre éstos y los hechos. Fermín y Milagritos han descubier-
to que todo es "puro teatro", y operan en consecuencia, como
cuando montan la escena de su encuentro, en que se agarran a
gritos para causar una impresión en Pablo. De algún modo,
Bushby nos hace un guiño para sugerir que el teatro está en
diferentes aspectos de nuestra sociedad si lo entendemos como
la puesta en escena de una ficción o la representación de algo
que no existe en realidad. Si el teatro además se vuelve nece-
sario porque reproduce y ratifica los modos de comportamiento
de una colectividad, entonces la función del teatro estaría sien-
do cumplida por cultos populares como el que inventan los per-
sonajes de esta obra.

Tercera categoría: más allá de los versos


En Nuestra señora de los desmadres, el verso aparece únicamen-
te en las canciones de las Huayruras. El juego con el recurso
del verso en las obras de Bushby se presenta sobre todo como
un guiño, casi una burla del mismo, definitivamente brechtiano
en ese sentido, tratando de romper la ilusión, lo cual establece
una barrera para que el espectador entre en el ritmo de la obra,
pues no es el ritmo del verso medido (y menos del clásico) el
que marca la pauta de los espectadores contemporáneos. Son
más bien otros ritmos, que progresivamente van siendo descu-
biertos por el autor en su proceso creador. Por ello, cuando en-
tra al campo de lo popular o contemporáneo, y, más concreta-
mente, de la música, encuentra una salida armónica que le per-
34

mite al verso ser parte constitutiva de la obra en un nivel tanto


compositivo como temático. En Dominante de si bemol, es cuando
la inserción del verso empieza a engarzar mejor con el resto del
texto, y va sintomáticamente acompañada de su uso en la mú-
sica. Y, si bien se explica estructuralmente la función del verso
en La dama del laberinto y Dominante de si bemol, no podemos
dejar de percibir que, cuando se busca el ritmo propio de las
calles y el día a día, se logra una mayor cohesión en la inserción
de éste como parte de las obras. Esto se pone de manifiesto con
su aplicación a la música popular en Perro muerto y Nuestra seño-
ra de los desmadres.
Acá Bushby se empieza a acercar a lo que él mismo define,
siguiendo a Susana Reisz, como "la comunicación a través de un
lenguaje no lógico (no pragmático) en que prima la musicalidad,
la condensación y la resemantización". Por su parte, en 1975, las
intervenciones de Rossie con las noticias de ese año establecen
un contrapunto que va marcando el ritmo de la obra, como si
fueran las pulsaciones del bebé en el vientre materno. Tampoco
carecen de ritmo las conversaciones telefónicas de los jóvenes
Ferdinando y Margarita contrapunteadas por sus intervenciones
como viejos en el presente, ligando esa situación pasada con la
actual. No podemos dejar de mencionar los monólogos de Rossie
en sus entrevistas, ni los que aparecen en La dama del laberinto,
Perro muerto y Nuestra señora de los desmadres, todos ellos carga-
dos de musicalidad, poseedores de cadencias que revelan un fino
oído para los ritmos del habla coloquial.
Vemos entonces, en esta tercera categoría una estrecha re-
lación entre el tratamiento de los personajes y la estructura de
las obras, ambos orientados a permitir las superposiciones tem-
porales que dan cuenta de la teatralidad de los textos. El juego
exige su puesta en escena para poder causar el efecto deseado.
El ritmo de las transformaciones pone frente a los ojos del es-
pectador un discurso sobre otro discurso, en todo sentido. Dife-
rentes mundos se superponen y conviven, y desaparecen con la
misma facilidad con que aparecen. El escenario se vuelve una
pantalla en la que se prenden y apagan ventanas que, como un
mosaico, irán armando figuras posibles en la mente del espec-
tador. Y esto hay que verlo, no basta con leerlo. El contrapunto
se erige como la técnica por excelencia para exponer puntos de
vista y proveer al público de información de manera condensada
y dinámica, mientras que el inteligente uso de recursos
narrativos adquiere un papel fundamental en obras cuyo objeti-
vo principal es la recreación de mitos o la reelaboración de dis-
cursos sobre el mundo, como se prefiera. La cultura popular
peruana y particularmente limeña, encarnada en la música, la
fe religiosa, los medios de comunicación masiva y el fútbol, es
35

revisada, destruida y vuelta a construir en este magistral grupo


de obras.
Celebramos, pues, esta publicación, que, sin lugar a dudas,
enriquece muchísimo el panorama de la dramaturgia peruana
contemporánea, con textos llenos de vida y cargados de
provocadoras propuestas.
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Las tocadas
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Personajes:
DÉBORA: 40 años de edad
MIRIAM: 30 años de edad
VERÓNICA: 20 años de edad

Las tres tienen largas y peculiares narices, muy similares entre


sí. Las mujeres tienen el cuerpo y la cabeza única y totalmente
cubiertos de costras de barro seco.
Las letras de las palabras en el "idioma extranjero" que, en
ocasiones, hablarán las mujeres se pronunciarán como "sue-
nan" en castellano.

Escenario:
Todo ocurre en un círculo de tierra seca de aproximadamente
cuatro metros de diámetro. Dentro del círculo, hay tres palas
dispuestas entre sí de manera que la pirámide o trípode que
forman sugiere un monumento improvisado.
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(La voz de Débora se escucha en una total oscuridad.)


DÉBORA: Fákus, re shoir uk ashjlemímre, shu ri akjélai jou
lujuláfi jel Ufóilfe, ur shusél fu rek Súrkes...
(Poco a poco, las luces van aumentando: Miriam y Verónica es-
cuchan atentamente la narración de Débora.)
DÉBORA: ... us ur muréle fu Shlakjáis, ur shiyél, shu jiyuké fu
shóulju sijolír, íkai shar ewekáusjek semúsji a jísjek, us ur
jiljáfe fu Shelén. Y ya sin cariño ni esperanza, pasa a la si-
guiente página, y ahí está: esa sensación. Perdido. Otra vez,
como siempre: perdido.
MIRIAM: Lo estuvo desde la primera noche.
VERÓNICA: Cállate...
MIRIAM: Maldito.
VERÓNICA: ¡Cállate!
DÉBORA: Perdido y harto hasta la fiebre con la interminable
historia en la que él mismo se había sepultado, Joe suelta
un inconsolable suspiro al vacío. Es imposible, piensa: ya
nunca la acabaría... Esa canción otra vez. Más que agotador,
le resulta absurdo mantener viva la atención más allá de los
primeros párrafos de esta historia. Vaga entre demasiadas
ilusiones y memorias, entre demasiados pálpitos e imáge-
nes que, noche tras noche, vienen a asaltarlo y despertar
sus sueños... Y esa canción otra vez...
MIRIAM: ¡¿Pero qué canción?!
VERÓNICA: Deja de interrumpir, Miriam. Sigue, Débora.
DÉBORA: Pretende volver al mundo con una caminata por las
calles. Tal vez, piensa, un pequeño paseo por el viejo baldío
lo reconcilie con tierra firme al menos por unas horas.
VERÓNICA: ¡Se mueve!
MIRIAM: ¿Lo ves?
VERÓNICA: ¡Se está moviendo!
MIRIAM: ¿Qué hace?
VERÓNICA: Ha arrojado los papeles al piso. Se ha levantado de
la cama... Bosteza. Se estira... Sale del dormitorio... ¡Sí! Ahora
camina hacia la salida... Se detuvo...
MIRIAM: Vamos, Joe, cariño...
VERÓNICA: Mira la puerta...
MIRIAM: Camina. Abre esa puerta y ven aquí, ven...
VERÓNICA: ¡Camina! Un momento... ¡Ha abierto la puerta! Va a
salir.... Lo duda... ¡Salió!
MIRIAM: ¡Bien!
VERÓNICA (grita alrededor): ¡Salió! ¡Salió! ¡Preparados todos!
Sigue, Débora. Habla.
DÉBORA: Allá afuera, la noche lo recibe más fría y oscura que
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cualquier recuerdo. Las manos raudas a los bolsillos del saco,


Joe siente cómo algo largo y blando se acaricia contra sus
dedos, como si se escondiera entre la humedad y las mone-
das... ¡Miriam!
MIRIAM: ¿Qué?
VERÓNICA: No te está llamando a ti. Es lo que Joe piensa:
¡Miriam! Se le vino de pronto a la cabeza. ¡Miriam! ¡Miriam!
MIRIAM: Cariño...
VERÓNICA: Siempre Miriam. ¿Cuándo no?
MIRIAM: ¡No! Hay que detenernos, Verónica. Ya no quiero.
VERÓNICA: Es tarde para remordimientos. Tú misma escribiste
esta historia: Joe tiene que desaparecer, tiene que pagar...
Sigue, Débora.
MIRIAM: Cariño...
VERÓNICA: ¡Sigue!
DÉBORA: ¡Miriam! No puede evitar que una sonrisa le empañe
la seriedad que el momento exige mientras saca el cigarrillo
del bolsillo y, sin darle más vueltas, se lo siembra en la boca.
Ya no puedes decirme nada, Miriam, piensa Joe. Ahora pue-
de fumar cuanto le venga en gana sin humillarse ante nadie.
Trata de recordar todo lo invertido en dulces y sumisas expli-
caciones para ahorrarse los sermones sobre el prójimo con
que ella había empezado a hostigarlo hace sólo unos meses.
¿Qué la habría cambiado así? Después de siete años... En-
ciende el cigarrillo, y nunca el humo le supo tanto a una
redención.
MIRIAM: Maldito. Sí, sigamos adelante. Sigamos hasta el final.
Verónica, ¿y el ciclista? ¿Lo ves? ¿Las tías? ¿Los niños?
VERÓNICA: Ya vienen... Es que está muy oscuro... Débora...
DÉBORA: Pero tampoco puede evitar la sorna en esa otra sonri-
sa al ver cómo un ciclista pasa lento y aburrido frente a él.
Tiene la nariz de Miriam, piensa.
MIRIAM: Pobre.
VERÓNICA: Pobre.
DÉBORA: Pobre muchacho, piensa. Y, con el aire de una segun-
da bocanada, Joe toma la dirección de la solitaria bicicleta.
MIRIAM: Les dije...
VERÓNICA: Sí, está caminando. Viene; lentamente, pero viene.
DÉBORA: ¿Por qué piensa tanto en Miriam? Hace ya cerca de
tres meses que ha terminado con ella; ahora, es al fin el
flamante novio de Verónica Lynch.
VERÓNICA: Estúpido.
DÉBORA: Pero siete años no pueden enterrarse de una simple
bocanada: es natural y hasta saludable que las imágenes de
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Miriam le retumben en la cabeza con cada paso. Recuerda la


vez en que se había quedado contemplando sus ojos por ho-
ras, sólo mirándolos y deseando...
DÉBORA Y MIRIAM: ... que nunca se acabe la noche.
DÉBORA: Recuerda también sus feroces peleas, sus fugas y
reencuentros...
DÉBORA Y MIRIAM: ... por todo el mundo.
DÉBORA: Sus historias, esas historias con que ella lo arrullaba
cada noche para sanar su insomnio; esas historias sobre su
regazo que luego ambos vivirían y harían realidad...
DÉBORA Y MIRIAM: ... en tierras cercanas y países impro-
nunciables.
DÉBORA: Recuerda la madrugada en que, en pleno invierno, se
metieron desnudos a un mar extraño: sus largas y cobrizas
piernas, sus pechos jadeantes sobre la arena, temblorosos...
DÉBORA Y MIRIAM: ...exhaustos y erizados...
MIRIAM: Cariño...
(Miriam ha ido entrando en éxtasis.)
MIRIAM: Sus historias, sus pechos, sus fugas... Kok injélaik...
Kok júwek... Kok jófik...
VERÓNICA: Basta, Miriam.
MIRIAM: Us jáulik kulshísik a jïákuk ashjlesoskáimruk...
VERÓNICA: ¡Miriam! ¡Basta! No es momento para buenos re-
cuerdos. ¿Quieres arruinarlo todo ahora?
MIRIAM: Perdón.
DÉBORA: Es inútil: muchas cosas nunca se podrían olvidar. Tal
vez, sea también una tenue nostalgia la que ahora lo lleva
tras aquella lejana bicicleta.
MIRIAM: ¡Les dije! Les dije que no se podría resistir. ¿Qué está
haciendo ahora, Verónica? Dime. ¿Lo ves?
VERÓNICA: Lo mismo: camina, fuma, piensa. Cada vez está más
cerca... Un momento... Se ha detenido... Ya no sonríe...
Débora, habla... ¡Habla! ¿Soy la única cuerda aquí? ¿Qué te
pasa esta noche? ¿Estás ebria?
DÉBORA: Pero tampoco podría olvidar la viva escena de la no-
che en que rompieron. Qué vergüenza. Le consta, sin embar-
go, haber sido honesto y tierno con ella: no, ya no la quería
como mujer; sí, era lo mejor que pudo haberle ocurrido en
siete años...
DÉBORA Y MIRIAM: ... por supuesto, le ofrecía su amistad para
lo que se necesitara.
DÉBORA: Nunca le mencionó a Verónica.
VERÓNICA: Estúpido.
DÉBORA: Miriam había enloquecido: le arrojó al pantalón la in-
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fusión hirviente, le gritó esas palabras que él apenas podía


entender...
MIRIAM: Kok injélaik... Kok júwek... Kok jófik...
DÉBORA: ... arrugando la nariz y pateando sillas y mesas en
medio de toda esa gente. Qué vergüenza. Realmente, qué
diferencia con Verónica.
MIRIAM: Maldito.
VERÓNICA: ¡Ahí están! Ya lo vieron. Lo alcanzaron.
DÉBORA: Es la aparición de unos siete u ocho niños lo que lo
saca de sus cavilaciones. La mancha de risas y gritos lo al-
canza y, con las mismas, lo adelanta en su camino. Se pre-
gunta qué sucede... Los niños parecen apurados y casi co-
rren hacia la entrada del viejo baldío. Joe recuerda cómo,
inmensa y oscura, esa tierra abandonada durante tantos años
había empezado a ser visitada por extraños grupos de obre-
ros con palas y picos.
VERÓNICA: Ha empezado a caminar de nuevo.
MIRIAM: Les dije...
VERÓNICA: ¿Pero no sospechará algo? Creo que es mejor que
suspendamos lo del carro, lo de las tías. Ya lo tenemos aquí.
Tampoco puede ser tan estúpido; tiene que sospechar.
MIRIAM: No. No puede mantener la atención por mucho tiempo.
DÉBORA: Se distrae un momento para considerar cómo todo
cambia, cómo ya nada volvería a ser igual.
MIRIAM: ¿Ven?
DÉBORA: Y esa canción otra vez...
MIRIAM: ¡¿Pero qué canción?!
VERÓNICA: ¡Deja de interrumpir, Miriam!
DÉBORA: Ahora, hasta el viejo y querido baldío sería usurpado
por otros, invadido para levantar... ¿Para levantar qué? ¿Un
parque verde y florido? ¿Comercios, más y más comercios?
¿El templo de una de tantas creencias? Fue ahí, en esa tierra
sin dueño, donde, por primera vez, Joe besó y desnudó a
Miriam hace ya siete años. Qué tiempos...
DÉBORA Y MIRIAM: Qué locuras...
DÉBORA: No... Nunca osaría llevar a Verónica a un lugar como
ése en estos días. ¿Se imaginan la cara del doctor Lynch si
se enterara de que habían llevado a su hija a esa tierra? Qué
risa... Y en la agencia: qué escándalo.
VERÓNICA: Se ríe; se ríe a carcajadas el estúpido.
MIRIAM: No. Basta. No sigamos más con esto.
VERÓNICA: Tú misma nos lo pediste, Miriam. Joe tiene que
pagar. Fuiste tú la que concibió toda la historia.
MIRIAM: Pero ya no quiero. Que los niños regresen; que, al
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menos, uno regrese: que lo distraiga, que le muestre la nariz


y se lo lleve lejos... Verónica, tú quédate con él: tengan su
boda, tengan sus hijos; todo espléndido y en ley.
(Miriam le extiende una mano a Verónica.)
MIRIAM: Yi se ilí shik juljákek... ¿Yi se ilí shik juljákek?
(Verónica rechaza la mano de Miriam.)
VERÓNICA: ¿Crees que eso es lo que me interesa? ¿No has
escuchado lo que piensa de mí? Jamás me llevaría al baldío.
¿Qué se ha creído? ¿Por qué a mí no? ¿Qué creerá de mí?
¿Que soy la niña, la hijita de papá a la que hay que cuidar
para que el polvo no le manche la piel? Si supiera, si me
conociera o tratara... Cómo puede un hombre, un solo hom-
bre, ser tan estúpido. Si, al menos, se repartieran la estupi-
dez entre varios...
MIRIAM: No es estupidez; aunque, puedo entender tu confu-
sión... a tu edad.
VERÓNICA: ¡Quién está confundida! Sólo piensa en ti, Miriam:
sus largas y cobrizas piernas, sus pechos jadeantes y eriza-
dos sobre la arena, sus ojos... Ustedes dos se escaparon por
todo el mundo; a mí no me trae ni al baldío. Su casa, la
agencia, la casa de papá; su casa, la agencia, la casa de papá;
de ese triángulo, no salimos.
MIRIAM: Tú eres ahora lo que él necesita, Verónica.
VERÓNICA: ¡Y a mí qué me importa lo que él necesita! ¡¿Y lo
que yo necesito?!
MIRIAM: Y lo que tú necesitas también.
VERÓNICA: Yo no necesito a nadie. Yo no necesito exhibir a un
hombre para hacer alarde de mis éxitos. Se puede perfecta-
mente vivir sin ninguno de ésos. Mira a Débora: cuarenta
años y ni uno.
MIRIAM: Y tú: veinte años y... ¡Cuántos serán! Quédate con
Joe. Es tu oportunidad de salvarte.
VERÓNICA: ¿Salvarme de qué? ¿De quedar sola? ¿De un cuerpo
como el de Débora? Mira con qué tipo de hombre quieres que
encuentre mi salvación: era tu hombre, Miriam, tú eras su
mujer, él sabía que tú eras mi hermana; y, pese a eso, empe-
zó a seducirme a mí apenas entré a trabajar en la agencia de
papá.
MIRIAM: Él te sedujo, pero muy bien que tú te dejaste sedu-
cir.... Si es que no fue al revés... Conociéndote...
VERÓNICA: ¡Cómo podía yo saber que tú eras su mujer! Te des-
apareciste, Miriam. Por casi siete años no supimos nada de
ti.
MIRIAM: No me desaparecí... Me desaparecieron. Papá me pro-
hibió volver a la casa y lanzó una maldición contra cualquie-
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ra de la familia que siquiera me hablara.


VERÓNICA: Eso nadie te lo cree, Miriam. Papá sería incapaz...
MIRIAM: Joe era un extraño, Verónica. Tal vez, no lo compren-
das, pero hace siete años, un extraño era en realidad un
extraño: una inmundicia, un deshonor insufrible. Una no-
che, alguien nos descubrió aquí en el baldío y se lo contó a
papá. ¿Quién habrá sido? No me importa.
(Miriam mira a Débora con furia. Débora da un gemido; se sien-
ta en el piso y se acurruca.)
DÉBORA: Shirfakés...
MIRIAM: No me importa, como no me importó la maldición de
papá. Entonces y sólo entonces, yo me desaparecí por todo el
mundo. No me afligía ser la abominable, la inmunda; tenía a
Joe... Pero un día supe de ustedes dos; oí tus gritos y decidí
hablarte, Verónica: reaparecí para que supieras qué clase de
maldita criatura era ese hombre. ¡Y aun así tú seguiste y
seguiste y seguiste con él!
VERÓNICA: ¡Tú misma me lo pediste! Quiero saber hasta qué
punto puede llegar su traición; así dijiste.
MIRIAM: Pero no tenías por qué exagerar. ¿Crees que no sé
escuchaban tus gritos de hiena por todo el barrio cuando te
llevaba a su casa?
VERÓNICA: Tenía que fingir; si no, Joe podía sospechar.
MIRIAM: Pero se te fue un poco la mano, ¿no? Con esos gritos...
No... ¡Quédate con él, Verónica! Todavía hay tiempo.
VERÓNICA: Cómo podría; con qué cara me van a mirar las tías,
la abuela, papá. Tú misma se lo contaste a todos. Reapare-
ciste un buen día y les narraste detalle tras detalle lo de
Joe, lo tuyo, lo mío. Les revelaste que tu Joe, el abominable
extraño de las locuras, era el mismo y formalísimo Joe que
tan gentilmente pidió mi mano. Nunca olvidaré la cara de
espanto de papá, los gritos de la abuela y los desmayos de
las tías cuando se enteraron: era el mismo Joe. Y creo que
no se lo contaste para que te ayuden a desaparecerlo como
nos has hecho creer... Cómo te deben haber torturado mis
gritos de hiena en celo...
(Verónica jadea estridentemente. Miriam se tapa los oídos.
Débora sigue acurrucada en el piso.)
DÉBORA: ¡Shirfáje! ¡Ukjójafe!
VERÓNICA: Todos estuvieron de acuerdo en ayudarte, Miriam.
Te perdonaron todo el pasado en una sola tarde, hasta papá
te perdonó; y acordamos que esta noche Joe pagaría por todo.
No me importan más tus razones, Miriam; a mí me pagará el
no haberme considerado digna de desnudarme en el baldío.
MIRIAM: ¿Crees que es un gran honor ser la única a la que
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desnudaron en esta inmunda tierra?


VERÓNICA: No es sólo lo del baldío... Contigo ya tocó el cielo y
los infiernos; conmigo sólo anhela tranquilidad, esa maldita
tranquilidad, esa paz: no más baldíos, no más mundos ni
historias, no más mares extraños. Nada le es extraño en los
tiempos de la hijita de papá. No es sólo lo del baldío... El
tiempo de las locuras ha terminado para él.
MIRIAM: Y para mí también. Te juro que ahora cambiaría siete
años por estar en tu situación, Verónica; hasta en la situa-
ción de Débora.
VERÓNICA: Tampoco exageres. ¡¿Débora?!
DÉBORA: ¡Shirfakés!
(Débora se levanta violentamente.)
VERÓNICA: Disculpa, Débora, no quise... Perdón. Pero es ver-
dad...
DÉBORA: No... No hay nada qué perdonar. Consuélate, Verónica,
Miriam no fue la única a la que ese hombre trajo al baldío.
VERÓNICA: Ja, ja, ja...
DÉBORA: No fuiste la única, Miriam.
(Débora y Miriam se miran fijamente.)
DÉBORA: Ni siquiera fuiste la primera.
MIRIAM: ¡¿Tú?!
DÉBORA: Yo.
VERÓNICA: ¡No!
DÉBORA: Yo también terminé con la espalda y los pelos llenos
de polvo, Miriam; también mi sangre y su simiente chorrea-
ron de mí sobre esta tierra. Estaba ebria: la única vez que he
estado borracha hasta esta noche.
MIRIAM: ¿Tú?
DÉBORA: Yo, Débora la gélida; yo, Débora la shléuki; yo, Débora
la tosca...
VERÓNICA: Pero si tienes como cuarenta años...
DÉBORA: Tú no habías nacido, Verónica... Pero, a diferencia de
Miriam, lo mío sí fue único; no a lo largo de siete años, sino
sólo una vez, una sola noche... Aquí, Joe y yo, consolándo-
nos porque hicimos posible lo imposible, pero sólo sería una
vez... Aquí, borrachos; aquí, mirándonos a los ojos, y yo des-
nuda, cantándole hasta que al fin él pudo dormir...
VERÓNICA: Decían las tías que tenías la voz de los ángeles,
Débora...
DÉBORA: Nunca más volví a cantar... ¿Pará qué? ¿Para quién?
No volví a saber de Joe hasta la expulsión de Miriam, hasta
que los descubrieron y papá ordenó no hablar más con ella.
Nunca lo volví a ver pero siempre supe que era él con quien
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Miriam escapó.
VERÓNICA: ¿Se lo contaste a alguien? No sé... ¿A alguna tía?
DÉBORA: ¿Para qué?
VERÓNICA: Para hacerlo pagar, para ayudarte, como a Miriam.
MIRIAM (a Débora): ¡¿Por qué no me lo contaste?! Eres una
infeliz y quieres todos seamos como tú.
DÉBORA: Los tiempos son inconstantes, Miriam. En los tuyos,
tenías el privilegio de escapar viva de la familia, de jugar a
las locuras con Joe por países impronunciables. Y, en los
tiempos de Verónica, ya a nadie le importan sus gritos de...
de asjlóki...
VERÓNICA: ¡Débora!
DÉBORA: Sí, de asjlóki con un extraño; hasta se ríen cuando
los oyen... Pero, entonces, cuando me tocaba a mí, no podía
contar nada; si lo hubiera hecho, tendrían que haberme
empalado.
VERÓNICA: ¿Qué es eso?
MIRIAM: Yo pensé que eran cuentos de las tías.
DÉBORA: No eran cuentos... Papá apenas empezaba con lo de
la agencia. No teníamos nada entonces; ustedes no pueden
recordarlo, no pueden siquiera concebirlo... La miseria, el
rechazo... Papá trabajaba duramente para sacar adelante la
agencia, y la vergüenza de un extraño con su hija en el baldío
lo habría obligado a atravesarme el cuerpo con una estaca...
VERÓNICA: ¡Ay!
DÉBORA: ... y a ponerme en exhibición en ese poste para escar-
miento de todos. Después, habrían sido la fuga, la persecu-
ción, el horror...
VERÓNICA: ¿Cómo podían vivir así?
DÉBORA: Esperábamos que un acto de pasión nos justificara a
la hora de nuestra muerte.
VERÓNICA: ¿Un acto de pasión?
MIRIAM: ¡Cómo cambiaron los tiempos! Hace siete años, yo fui
expulsada de la casa por ser mujer de un extraño como Joe;
hoy en día, el mismo extraño no es sólo el flamante novio de
Verónica Lynch, sino el vendedor más querido de la agencia
de papá. Si hubieran sabido entonces que era el mismo, el
mismo maldito Joe...
VERÓNICA: Por eso, no me traía al baldío... El muy estúpido; no
era por pudores sino porque ya a nadie le importaba; ya a
nadie le escandaliza con quién ni dónde...
MIRIAM (a Débora): Debiste contármelo a mí al menos. No sé si
me habría afligido, pero tenía derecho a saber; también me
concernía... ¡Me expulsaron!
DÉBORA: ¡¿Derecho?! ¡Qué sabes tú de derechos y de
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indignaciones! Si supieras el infierno que se me vino encima


cuando...
MIRIAM: Cuando ¿qué?
VERÓNICA: No es para tanto, Débora. Como tú misma dices: ya
a nadie le importa; todos viven con el día y se reirían con la
noticia. Y menos mal sólo somos tres las hijas de papá...
Que, si no, no quedaba muro en pie.
(De pronto, Débora abraza a Verónica y empieza a besarla
frenéticamente en la frente y las mejillas. Verónica se suelta
violentamente.)
VERÓNICA: ¿Qué te pasa, Débora? No es que esté en contra de
nada, pero, ¿entre hermanas?; ya sería demasiado, creo...
Aunque, ¿quién es quién hoy en día para prohibir qué?
DÉBORA: No es lo que crees. Si, al menos fuera, eso...
(Débora vuelve a sentarse y acurrucarse.)
DÉBORA: Shirfakés...
VERÓNICA (a Débora): En toda mi vida, ni una sola vez me has
abrazado, ni una sola muestra de cariño. ¿Qué te pasa esta
noche, Débora?
DÉBORA: Estoy borracha... Tendría tu edad...
(Las tres quedan en silencio.)
MIRIAM: Tiene que pagar por todo. Es mejor que sigamos.
DÉBORA: Fákus, re shoir uk ashjlemímre, shu ri akjélai jou
lujuláfi jel Ufóilfe...
VERÓNICA: No, no, no; desde la parte de los niños. Lo acaban
de pasar. Ya está casi aquí.
DÉBORA: Joe tarda sólo unos segundos en controlar su aplomo
cuando uno de los niños vuelve la cabeza para mirarlo. ¡No
puede ser! Es, otra vez, la indiscreta nariz de Miriam que lo
señala como si lo acusara. Piensa: no es para extrañarse,
sin embargo. Tal vez, ese mocoso es otro más de los conde-
nados primos... ¿Cuántos eran? Ochenta y seis nietos, re-
cuerda, de doce hijos de una abuela que había legado a su
descendencia, como una maldición, ese gancho invertido en
plena cara, esa aspiradora industrial... Ya Joe no puede con-
tener más la carcajada.
VERÓNICA: Estúpido.
MIRIAM: Se burla de lo que envidia. Pobre Joe: hijo único, sin
padre. Se ríe de lo que bien quisiera tener, se ríe para no
desesperarse.
DÉBORA: Miriam era lo único salvable en esa familia, piensa,
de esa jauría de hienas.
VERÓNICA: Ni salvable soy para él... ¡Ahí viene! Ya llega el ca-
rro... Están las dos...
DÉBORA: Ella era distinta, y cómo la había necesitado... Cómo
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había envidiado ese talento para crear y recrear...


DÉBORA Y MIRIAM: ... una tras otra, esas historias que tanto
lo cautivaban...
DÉBORA: ...y, al mismo tiempo, lo perdían más allá de los pri-
meros párrafos. Cómo había admirado esa luz...
DÉBORA Y MIRIAM: ... esa lucidez que ella regalaba a cuanto la
rodeaba...
DÉBORA: ¡No!
MIRIAM: Por favor...
DÉBORA: Todo era historia antigua, se repite: él quiere a
Verónica y habrá gran boda apenas se confirme al fin lo del
ascenso en la agencia del doctor Lynch... Viejo de mierda...
MIRIAM: Por favor...
DÉBORA: Pero siete años no podrían borrarse con un simple
acto de esperanza. Ni siquiera ha podido abandonar esta lo-
cura de salir a caminar tarde en la noche, hábito en el que
Miriam lo iniciara un remoto día... Si tan sólo se pudiera
abolir algún tiempo y su secuela con un gesto, con un grito
incontenible, con una hueste de buitres que nos limpie has-
ta los huesos...
MIRIAM: ¡Por favor!
DÉBORA: ¿Está usted sordo?
MIRIAM: ¡Por favor!
DÉBORA: Por favor, ¿conocerá usted la entrada a un viejo baldío
por aquí? Un carro con un par de señoras que sacan las nari-
ces por la ventana derecha se ha detenido a su lado y lo ha
sorprendido con los brazos en alto...
VERÓNICA: Sí. Lo veo: estaba haciendo su gesto mágico para
abolir el pasado. Estúpido... Como si él pudiera...
DÉBORA: De todas formas, la pregunta es aun más estúpida,
piensa Joe. Ahí está la entrada, se oye decir; la tienen en
sus narices. Las viejas arrugan la cara al unísono, mientras
Joe, redondeando con los brazos el escandaloso bostezo que
fingía, las ve alejarse en el carro.
VERÓNICA: Se ha detenido. Les dije que lo del carro era ya
demasiado; va a sospechar. Ciclista, niños, dos tías; es de-
masiado. Tiene que sospechar.
MIRIAM: No va a poder resistir. Ven, Joe; aquí está la nariz y el
sueño que tanto buscas.
VERÓNICA: No puede ser tan estúpido. Es demasiado obvio.
MIRIAM: Nunca pudo resistir.
VERÓNICA: ¿Por qué no se mueve? Sólo fuma y fuma. ¿Qué
está pensando ahora? Débora...
DÉBORA: ¿Qué querrán esas señoras aquí? ¿Serán, tal vez, las
50

nuevas dueñas del baldío? Tal vez, vendrán a inspeccionar


las obras. ¿Pero a esta hora? No... Mejor volver otro día...
VERÓNICA: ¿Ven? Va a apagar el cigarrillo.
MIRIAM: Es que nunca se atrevería a fumar aquí.
VERÓNICA: ¿Por qué no? ¿Por ti?
MIRIAM: ¡Sí!
VERÓNICA: Está dando la vuelta; va a regresar a su casa. Tan
cerca que lo teníamos. Ya era nuestro. Tan cerca; en la en-
trada misma. Se va... Les dije: era demasiado.
MIRIAM: Ven, cariño, ven...
VERÓNICA: ¡Deja de llamarlo "cariño"! ¡Maldición! Se va, se va...
Yo ya no puedo más... ¿Saben qué? Que se vaya. Miriam, ¿no
podemos volver a ser hermanas sin que ese hombre tenga
que desaparecer? ¿No podemos olvidarlo todo? ¿No podría-
mos tratar?
MIRIAM: Hermanas...
VERÓNICA: Yi se ilí shik juljákek.
(Verónica le extiende una mano a Miriam; ésta la toma. Ambas
se dan la mano y se sonríen.)
MIRIAM: Yi se ilí shik juljákek.
(Miriam y Verónica ríen aliviadas. Verónica se dirige a Débora y
le extiende una mano.)
VERÓNICA: Tú también. Tratemos de olvidar. Hermanas... Yi se
ilí shik juljákek.
DÉBORA (a Verónica): ¡¿Olvidar?! Tendría tu edad, tendría tu
vida y tus ojos...
(Débora vuelve a abrazar fuertemente a Verónica.)
VERÓNICA: ¿Pero qué te pasa esta noche, Débora? Pareces
ebria...
DÉBORA: Estaba ebria y esta noche nuevamente estoy borra-
cha. Ya tendría tu edad... Cada vez que te miro, Verónica,
cada vez que estamos cerca, tengo que controlarme para no
abrazarte y abrumarte de besos, niña. Por eso, nunca te abra-
cé, nunca te besé... Por veinte años tuve que amordazarme
el alma para que la gente no sospechara.
MIRIAM: No... No puede ser...
DÉBORA (a Verónica): Cada vez que te miraba, pensaba que
podías ser esa criatura... Ya tendría tu edad...
MIRIAM (a Débora): ¡¿Tú?!
DÉBORA: Yo.
VERÓNICA: ¡No!
DÉBORA (a Miriam): Una sola vez... Una sola vez, aquí, con Joe,
y concebí lo que tú nunca pudiste en siete años.
51

MIRIAM: Mentirosa... Si tú nunca...


DÉBORA: Sólo se lo conté a la abuela...
MIRIAM: ¡Tu viaje!
DÉBORA: Sólo ella me ayudó: dijo que me llevaría por el mundo
por unos meses para que me airee y despierte de mi letargo.
Todos estuvieron de acuerdo. Todos acordaron colaborar. To-
dos creyeron que sería lo mejor para todos... hasta papá.
(Verónica se pone a llorar de miedo. Débora la acaricia, la besa.)
VERÓNICA: Sigamos. Tiene que desaparecer. Sí... ¿Dónde está
ese estúpido? ¡Maldición! Se va, se está yendo. Camina ha-
cia su casa.
MIRIAM (a Débora): Sí me lo hubieras dicho, esto nunca...
VERÓNCA: ¡¿Ella?! Mira cómo dejó a Débora... ¡Míranos! ¡Por tu
culpa, Miriam! "Cariño... cariño... cariño..."
(Súbitamente, Miriam ataca a Verónica; ésta se defiende y am-
bas ruedan por el piso peleando.)
MIRIAM: ¡Hiena!
VERÓNICA: ¡Hiena!
MIRIAM: Jlejúlek...
VERÓNICA: Shoiljuiféluk, shoijlúlek...
MIRIAM: Jióluk...
MIRIAM Y VERÓNICA: ¡Asjlóki!
(Mientras las otras pelean, Débora empieza a cantar: la canción
es dulce y siniestra al mismo tiempo.)
DÉBORA (cantando): Ri sáshi kokjáli kémlu ósi lïák
a ru shísji i os múlfu kióku...
Shes ko lékjle us kok jáulsik, mu kok ríjloshik jiljál
a shísji kióku, kióku, kióku...
A shísji kióku, kióku, kióku,
¿shu jou fu sha ishél?
E, jo, múlfu kióku; kióku, kióku, kióku...
E, jo, sha múlfu kióku, ¿shu jou fu sha ishél?
(Débora repite la estrofa una y otra vez.)
DÉBORA (cantando): Ri sáshi kokjáli kémlu ósi lïák...
(La canción hace que Miriam y Verónica dejen de pelear. Verónica
se da cuenta de algo. Débora sigue cantando.)
VERÓNICA: Se ha detenido. Mira hacia atrás...
MIRIAM: Así que eso era... Maldito.
VERÓNICA: Viene caminando; está corriendo... ¿Qué hacemos,
Miriam? Ya no quiero; no quiero... Va a entrar al baldío....
¡Estúpido! ¡Vete, vete de aquí! ¡¿Qué hacemos?! Habla,
Débora, sigue.
MIRIAM: No, Verónica. Ahora somos nosotras las que tenemos
52

que hablar. Que Débora siga llamándolo. Esa canción otra


vez...
VERÓNICA (grita alrededor): ¡Todos listos! ¡Ha entrado! ¡Ya está
entre nosotros!
(Débora sigue cantando.)
MIRIAM: Esa canción otra vez, piensa Joe. ¿Me estoy volviendo
loco? ¿O será la oscuridad de esta noche la que lo hace escu-
char la voz de los ángeles? Sí, es la misma canción de siem-
pre la que ahora vuelve a repicar en su cabeza tan viva como
en las horas en que intenta conciliar el sueño.
VERÓNICA: Joe apaga el cigarrillo contra la tierra; su sabor a
redención ha desaparecido y ahora sólo queda un resto amargo
en la lengua. Toma una larga aspiración y, siguiendo la luz
de esa voz, entra al baldío.
MIRIAM: Aprenderá a querer a Verónica, piensa; aprenderá a vi-
vir con ella; y, después de ella, no habrá nadie más. Jamás le
contaría lo que tantas veces ocurrió con Miriam aquí... Aquí
mismo... Y con Débora... Es absurdo afligirla sin motivo.
VERÓNICA: Qué diferente eres, Miriam, concluye Joe. Fue esa
desvergonzada la que, a fuerza de encantos, lo empujo a in-
ternarse con ella en esta fría y solitaria tierra, cuando, con-
tra las inviolables órdenes de su familia, aceptó su invita-
ción y consintió, luego, acompañarlo a su casa.
MIRIAM: Fue la noche en que se besaron, se desvistieron y se
prometieron desnudez eterna en cuerpo y alma por primera
vez.
VERÓNICA: Joe se apura, cegado por el canto y la confusión del
cielo, y rememora las distantes palabras de esa noche: fra-
ses truncas y ecos de jadeos que tañen en su cabeza tan
graves y profundos como entonces...
MIRIAM: ¡Maldición!
(Débora deja de cantar.)
VERÓNICA (grita alrededor): ¡Cayó! ¡Vengan, vengan todos! ¡Ha
caído!
DÉBORA: El golpe es como si la tierra bajo sus pies se lo hubie-
ra tragado de un sorbo. Joe tarda sólo un momento en des-
cubrir que ha caído en un profundo y reciente pozo que lo
cubre de cuerpo entero. Maldición... Se pregunta si la lesión
de su tobillo es tan grave como la agonía, cuando siente el
primer chorro de tierra que acaricia su cuello.
(Débora, Miriam y Verónica pisan firmemente y con violencia la
tierra sobre una supuesta tumba al lado del "monumento" de
las tres palas.)
DÉBORA: Entonces y sólo entonces, Joe comprende todo; y, al
alzar la mirada, casi puede ver la centena de narices que se
53

arremolinan y se inclinan feroces sobre él.


MIRIAM: El torbellino de polvo sigue borrándolo palmo a pal-
mo...
VERÓNICA: ... los tobillos y los muslos...
MIRIAM: ... hasta la cintura...
VERÓNICA: ... el sacro y el solar, el pecho...
MIRIAM: ... hasta el cuello...
DEBORA: Levanta la boca, la nariz y los ojos a la incesante
cascada de tierra...
VERÓNICA: ... la barba, la barba...
MIRIAM: ... hasta que ya no puede gritar más...
VERÓNICA: ... gritar y gritar...
MIRIAM: ¡Débora!
VERÓNICA: ¡Débora!
MIRIAM Y VERÓNICA: ¡Débora!
(Las tres dejan de pisar. Miriam y Verónica están sorprendidas;
miran a Débora y se miran entre sí.)
MIRIAM: ¿"Débora" dijo?
DÉBORA: Débora.
VERÓNICA: ¿No debía decir "Miriam"?
MIRIAM: ¿O, en todo caso, "Verónica"?
VERÓNICA: ¡¿Pero tú?!
DÉBORA: Yo.
MIRIAM: ¡No!
DÉBORA: Débora...
(Débora les extiende las manos a las otras.)
DÉBORA: I jlimijír, ulshíse. Fukjóuk sek iyefilís rek shilíswen.
VERÓNICA: Ey ri shijú.
DÉBORA: Shu ku shúfu ishá shes kok járwin.
VERÓNICA: Yi se ilí shik juljákek.
(Las tres se dan las manos.)
DÉBORA: Yi se ilí shik juljákek.
MIRIAM: Yi se ilí shik juljákek.
(Las tres se sonríen y ríen con gran alivio y satisfacción.)

FIN

Lima, 1990
54
55

La dama del laberinto


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57

Personajes:
En esta obra, siete actores hacen los papeles de diversos per-
sonajes de la siguiente manera:
PRIMERA: Hortensia, Narradora
SEGUNDO: Baltasar, Rómulo
TERCERO: Gabriel, Richard
CUARTA: Isabela, Karina, Parasicóloga, Brígida
QUINTO: Juan, Animador, Hutchinson, Bustos
SEXTO: Cirilo, Guardia, Curioso 1, Futbolista peruano, Supe-
rior 1, Viajero 1
SÉTIMO: Cipriano, Guardia, Curioso 2, Futbolista chileno, Su-
perior 2, Viajero 2

Escenario:
El escenario sugiere una amplia y lujosa sala característica de
los inicios del siglo diecinueve en Lima. Sin embargo, el espacio
debe ser lo suficientemente abierto como para representar, sin
cambio de decoración, otros lugares: una calle, un café-teatro,
un estudio, una cancha de fútbol, un sótano, etc.
Hay una pequeña puerta en el piso, cubierta por una alfombra.
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PRIMER ACTO

(Hortensia entra sigilosamente mirando a los lados. Camina de


un lugar a otro; mira por salidas y ventanas, como para asegu-
rarse de que no haya nadie.)
HORTENSIA: Ahora, Gabriel. ¡Ahora!
(Gabriel entra con sigilo, temeroso.)
GABRIEL: ¿Viste bien? ¿Miraste afuera?
HORTENSIA: Las aceras y la plaza;
ni las sombras merodean.
GABRIEL: ¿Cirilo? ¿Y el buen Cipriano?
HORTENSIA: Es la hora de su siesta;
no hay peligro.
GABRIEL: ¿Lo aseguras?
HORTENSIA: Juraría si pudiera.
GABRIEL: Bien. No olvides nuestro encuentro
de este miércoles, Hortensia.
HORTENSIA: ¿Olvidarlo? Ni aun en sueños;
vivo solo de la espera.
Pero ya debes marcharte;
te dejé la puerta abierta.
Y no temas que, a esta hora,
toda Lima es una siesta.
(En eso, se escuchan los pasos de alguien acercándose. Hor-
tensia y Gabriel se miran horrorizados. Tras un momento de
duda, Hortensia levanta la falda de su vestido e invita a Gabriel
a ocultarse ahí.)
HORTENSIA: Gabriel, aquí abajo.
GABRIEL: ¿Dónde?
HORTENSIA: Abajo. Que no te vea.
(Gabriel se esconde bajo la falda de Hortensia. Cirilo entra.)
CIRILO: Vengo sólo a retirar
estas copas, doña Hortensia.
HORTENSIA: Pasa, buen Cirilo, pasa.
CIRILO: Su permiso, doña Hortensia.
(Cirilo recoge unas copas.)
HORTENSIA: El calor es hoy terrible.
CIRILO: Dicen que son las mareas
que, esta vez, llegan del norte.
Su permiso, doña Hortensia.
HORTENSIA: Adelante, buen Cirilo;
yo levanto lo que queda.
(Cirilo sale. Gabriel sale de su escondite.)
59

GABRIEL: No puede no haberme visto.


HORTENSIA: Es extraño, pues se acuestan
a esta hora, cada tarde,
sin falta, tras sus tareas.
GABRIEL: ¿Me habrá visto?
HORTENSIA: No te vio.
GABRIEL: ¿No vendrá a pedirnos cuentas?
HORTENSIA: Ay, Gabriel, ya no podemos
vernos más a la carrera.
Esta casa nos escucha;
tiene ojos y cien lenguas.
Trato de nunca pensar,
si te ven en mi presencia,
qué sería de nosotros,
el escándalo que espera.
GABRIEL: ¿De lo hecho, te arrepientes?
HORTENSIA: Si tan sólo se pudiera...
GABRIEL: ¿Hay acaso otra aventura
que demuestre más belleza?
HORTENSIA: No, Gabriel. Pero este miedo...
GABRIEL: Obedecemos la letra
que al dictar del corazón,
nos transmite cada vena.
HORTENSIA: Es por ti por quien me inquieto.
Todos saben lo que piensas,
todos saben con quién hablas.
GABRIEL: Toda Lima me recuerda;
qué más puedo yo perder.
HORTENSIA: Todos conocen tus señas.
GABRIEL: Eres tú quien más se expone.
HORTENSIA: Por mí, venga lo que venga.
(Gabriel toma y besa las manos de Hortensia. Ambos quedan
mirándose unos segundos. Hortensia se suelta.)
HORTENSIA: Es mejor si ya te vas.
GABRIEL: ¿Nuestro pacto, lo recuerdas?
HORTENSIA: Este miércoles, con ropas
de tapada, en la alameda...
GABRIEL: Bajo el álamo más viejo...
HORTENSIA: Ya no sé tener vergüenza.
GABRIEL: Y te pido que no ahorres
precauciones ni cautelas;
que no vean ni tu sombra,
que no sigan ni una huella.
HORTENSIA: Cual las ánimas que...
60

BALTASAR (desde fuera): ¡Hortensia!


GABRIEL: ¿Qué fue eso?
HORTENSIA: Baltasar.
(Ni Hortensia ni Gabriel saben qué hacer; se miran con caras
de miedo, paralizados. Gabriel pretende esconderse bajo la fal-
da de Hortensia.)
HORTENSIA: ¿Estás loco?
BALTASAR: (desde fuera): ¿Flor? ¿Hortensia?
(Hortensia recuerda algo; levanta la alfombra y abre la puerta
del piso.)
HORTENSIA: Aquí. De prisa, Gabriel.
(Gabriel entra por la puerta.)
GABRIEL: ¿A dónde va esta escalera?
HORTENSIA: No preguntes. Y, por mí,
del descanso no te muevas.
De misterios y pasillos
la casa toda está infecta;
sólo ésta he descubierto,
pero bóvedas secretas
laten tras muros y suelos
de esta casa, por docenas.
(Gabriel termina de entrar. Hortensia cierra la puerta y acomo-
da la alfombra. Baltasar entra.)
BALTASAR: Aquí estabas. ¿No me oíste?
Te grité desde la huerta.
(Hortensia se vuelve la Narradora, mientras Baltasar queda in-
móvil mirándola. La Narradora se dirige al público.)
NARRADORA: Con esta acción, empezaba el segundo y último
acto del drama histórico "Oigan las generaciones y el entre-
més de Ángel Bustos", pieza del controversial periodista pe-
ruano Rómulo Roca.
(Baltasar se vuelve Rómulo y queda de pie sonriendo al público.)
NARRADORA: La obra fue presentada en única y poco exitosa
temporada en Lima, durante el verano de 1972. Fue, además,
la última obra que Rómulo Roca escribiera antes de perder
paulatinamente la razón y quitarse la vida en agosto de 1973.
(Karina entra bailando sensualmente al ritmo de una música
imaginaria; lleva ropas del siglo dieciocho. Durante su perma-
nencia en escena, Karina se irá quitando, poco a poco, las ropas.)
NARRADORA: El drama es interesante, aunque un poco monó-
tono y cacofónico en su lenguaje; definitivamente, no tan
pobre como la crítica lo caracterizara en su momento. Sin
embargo, la mayoría de los siete hijos de Rómulo Roca se
niega terminantemente a tocar con nosotros el tema de "Oi-
61

gan las generaciones y el entremés de Ángel Bustos", pues,


comprensiblemente, su historia les recuerda la auténtica
tragedia de la demencia y muerte de su padre. Pudimos, sin
embargo, conversar con Karina, la menor de las hijas, quien
aceptó tratar el tema que nos interesa siempre y cuando tam-
bién habláramos sobre su carrera y expectativas artísticas.
KARINA (mientras baila): Mi papi, en verdad, se volvió loco por
toda la injusticia que se cometía contra él; contra toda la
familia, en verdad. Imagínate que te pase a ti. Lo que pasa es
que nadie se pone en su lugar. Así cualquiera se vuelve loco,
¿o no?
NARRADORA: ¿De qué injusticia nos hablas? ¿Podrías expli-
carnos?
KARINA (mientras baila): La casa esa nos pertenecía, en ver-
dad, a toda la familia.
NARRADORA: ¿La Casa de las Ánimas?
KARINA (mientras baila): No le digas así. Te he dicho, por favor.
Pero, sí. Nos pertenecía a toda la familia, porque mi papi
probó con documentos que yo he visto con mis propios ojos -
era chiquita, pero me acuerdo- de que nosotros, en verdad,
la familia, éramos descendientes directos de Baltasar y Hor-
tensia de la Roca, que eran los propietarios de la casa en un
siglo hace tiempo, y de que el Estado les quitó la casa en
transacción dolosa.
NARRADORA (al público): Los últimos años de vida de Rómulo
Roca estuvieron ligados de una manera muy peculiar a las
historias de una antigua casa solariega del Centro de Lima.
Desde mediados de los años sesenta, Roca, ingenuamente,
pretendió reclamar derechos de propiedad sobre la casona
que fuera conocida en mejores tiempos como "La Casa de las
Ánimas".
KARINA (mientras baila): Y, entonces, los jueces, ladrones,
corruptos, le pedían plata y plata a mi papi para lo que era su
derecho. Y, al final, no le quisieron devolver la casa a mi
familia. Pero mi papi nunca se cansó de decirnos de que la
casa era nuestra, de que era nuestra, de que nunca nos te-
níamos que olvidar. Porque los jueces estaban con el Go-
bierno; peor que ahora. Ya, al final, ni mis hermanos le ha-
cían caso. Se reían cuando se iba. Se le reían en la cara. Mi
mami, me acuerdo, casi se larga de la casa.
NARRADORA: ¿Tú pensabas como ellos?
KARINA (mientras baila): Es que yo estaba bien chiquita. Cuan-
do empezó el juicio, ni había nacido; para que veas lo que
duró. Pero bien clarito me acuerdo cómo papi decía que nos
habían robado la casa; hasta el final; hasta el último día,
62

hasta que...
NARRADORA: No tienes que contarnos todo, Karina. No te pre-
ocupes.
KARINA (mientras baila): ¡Hasta que se mató! Se suicidó. Me
acuerdo clarito. Fue cuando el Perú perdió un partido de fút-
bol. Lo tengo aquí.
NARRADORA: ¿Se mató por el fútbol? ¿Por un partido?
KARINA: (mientras baila): Claro que él ya estaba mal; el partido
fue -¿cómo decirte?- el iceberg nada más. Clarito lo tengo.
Fue cuando eliminaron al Perú del mundial de Alemania.
NARRADORA: ¿Tu papá tenía momentos de lucidez o todo el
día...
KARINA (mientras baila): A veces, tenía sus momentos, pero,
en verdad, ya estaba mal, como borracho. Se paseaba por la
casa. A veces, me hacía un cariñito en la cabeza. Hablaba
solo. Había empezado con lo de los fantasmas hacía años y
todos pensaban que estaba loco. Mis hermanos se le reían
en la cara. Nunca me voy a olvidar después del partido; "Nos
ganaron, nos ganaron, mierda", decía. Perdón. Después es-
cuchamos el disparo.
(Karina solloza y sale bailando. Desde dentro, se empiezan a
escuchar golpes de martilleos, lentos y rítmicos. La Narradora
se dirige al público, mientras Rómulo camina por el escenario.)
NARRADORA: Después de sus repetidos fracasos por obtener
la Casa de las Ánimas por la vía judicial, la vida de Rómulo
Roca cambió precipitadamente.
RÓMULO: Confirmado. Espíritus habitan Casa de las Ánimas.
NARRADORA: En 1968, desde un ya desaparecido diario local,
el periodista emprendió una vigorosa e incansable campaña
destinada a probar que...
RÓMULO: Gritos se oyen hasta Hacienda. Afirma Ministro.
NARRADORA: ... la casa estaba poblada de almas en pena, que
intranquilos, inquietos, cuando no juguetones...
RÓMULO: Espíritus atacan de nuevo.
NARRADORA: ... espíritus la habitaban y se manifestaban...
RÓMULO: ¿Está la CIA tras supuestas manifestaciones?
NARRADORA: ... en las noches.
RÓMULO: ¡Casa de las Ánimas debe desalojarse!
NARRADORA: Por ese entonces, sólo los bajos de la casa esta-
ban ocupados. Un variopinto conglomerado de tiendas y ta-
lleres artesanales había establecido sus locales en la planta
baja de la casona. Las historias...
RÓMULO: Tengo declaraciones firmadas bajo juramento de cin-
co testigos, dignos de la más alta confianza, que corroboran
63

todo lo que mis artículos aseveran. Debo, pues, manifestar


que he llegado a la inequívoca conclusión de que hay espíri-
tus de alguna naturaleza en la casa. Sólo así se explicarían
los misteriosos pasos de las escaleras y las voces que, des-
de los altos, imploran auxilio. El inmueble debe desocuparse
cuanto antes para proceder con las investigaciones necesa-
rias del caso.
NARRADORA: Las historias...
RÓMULO: Déjenme leerles esto, déjenme leerles esto.
(Rómulo saca un viejo periódico de un bolsillo y busca una
página.)
RÓMULO (leyendo el periódico): "Aquella misma noche del 28
de abril, el empleado -cuyo nombre mantendremos en reser-
va- dijo haber oído terribles gritos femeninos clamando por
ayuda y llamándolo por su nombre propio, por lo que, acom-
pañado por dos amigos -cuyos nombres tampoco serán reve-
lados-, subió a investigar. Al arribar al segundo piso, sin
embargo, los hombres no encontraron a nadie ni volvieron a
escuchar nada por el resto de la noche. Días después, empe-
ro, los mismos gritos habrían de repetirse."
(Los dos Guardias entran y se van acercando sigilosa y gradual-
mente a Rómulo.)
NARRADORA: Las historias sobre almas en pena cautivaron la
somnolienta atención de los limeños por algunas semanas.
Los directores del periódico...
RÓMULO: ¿Son del Cielo o del Infierno?
NARRADORA: ... no opusieron, al principio, objeción alguna a
las investigaciones y los artículos de Roca. Sin embargo,
meses después...
RÓMULO: Nuevos testigos: Todavía están adentro.
NARRADORA: ... cuando el vehemente periodista empezó a re-
petirse...
RÓMULO: ¡Hablaron! "Desalojen nuestro hogar".
NARRADORA: ... en sus urgencias para que la casa fuera des-
ocupada...
RÓMULO: Confirmado: Son del Purgatorio.
NARRADORA: ... los prudentes directores se vieron en la peno-
sa obligación...
(Los Guardias toman a Rómulo de los brazos.)
RÓMULO: Última advertencia:
NARRADORA: ... de despedirlo con escándalo.
RÓMULO: ¡Ya lárguense, carajo!
(Los Guardias arrastran a Rómulo hacia una salida. Éste se
resiste como puede.)
64

RÓMULO: ¡No! ¡No! Ahora no. Maricones. No ahora. Pero se


jodieron. Van a ver. Se jodieron conmigo. Ustedes no saben
quién soy yo. Maricones. Por favor. ¡No! Por favor. Ya se
jodieron.
(Los Guardias salen llevándose a Rómulo con ellos. Los
martilleos del interior cesan.)
NARRADORA: Pero esta segunda frustración no detuvo ni el
entusiasmo ni las penas ni las correrías del periodista.
Rómulo Roca decidió recurrir a medios tecnológicos más
sofisticados para hacerse oír y transmitir su mensaje a quien
pudiera oírlo. Gracias a sus artículos, la población limeña de
fines de los años sesenta colectivamente vinculaba los altos
de la Casa de las Ánimas con historias de almas en pena,
desaparecidos y aparecidos.
(La Narradora saca un control remoto de un bolsillo y toca un
botón. De inmediato, Rómulo entra levantando los brazos y sa-
ludando alrededor. Es seguido por el Animador, el Curioso 1 y el
Curioso 2. El Animador tiene un micrófono en la mano y le ha-
bla a una cámara imaginaria. Los Curiosos miran hacia la "cá-
mara"; saludan y hacen gestos obscenos de cuando en cuando.)
ANIMADOR: Y ya y ya y ya estamos aquí, damas y caballeros,
amigas y amigos de todo el Perú, a sólo unos pasos de la
misteriosa Casa de las Ánimas. Y está con nosotros el hom-
bre, don Rómulo Roca, a tan sólo unos momentos de em-
prender ésta, su riesgosa y sin par aventura, para darnos
sus impresiones y sensaciones. Dígame, don Rómulo, dígale
a todo el Perú, realmente, ¿qué piensa encontrar ahí dentro?
RÓMULO: Ante todo, buenas noches con todos. Debo decir que
estoy muy contento y emocionado por esta oportunidad, y
aprovecho para agradecer a todas aquellas personas que, de
una u otra forma, contribuyeron a darme esta oportunidad.
¿Me preguntaba?
ANIMADOR: Sí. Decía que qué piensa encontrar en la casa. ¿Va
en busca de algo específico o más bien...
RÓMULO: Mire, la verdad, no sé, mi amigo. No sé qué hay ahí
dentro pero hay algo. Tal vez, si lo supiera, no entraría.
(La Narradora detiene la acción con el control remoto.)
NARRADORA: Subiéndose a la ola de su prestigio, tan jus-
tamente adquirido, Rómulo Roca logró persuadir a un canal
de televisión de pagar los derechos a los reticentes propieta-
rios de la casa con el fin de filmar su nueva aventura.
(La Narradora vuelve a poner a los hombres en movimiento con
el control remoto.)
ANIMADOR: Pero, dígame, ¿no considera que es una empresa
algo riesgosa, don Rómulo? Tres noches, usted solo, en los
altos ¿Qué lo impulsa a hacerlo? ¿No tiene miedo?
65

RÓMULO: Es mi obligación, mi deber como periodista. Es mi


reputación como hombre de prensa y como hombre lo que
está en juego. Y, tal vez, no sean sólo tres noches. Nadie
sabe. Pero ahora no puedo estar pensando en miedos y te-
mores. Es mi honor.
(Los Curiosos aplauden. Rómulo agradece con venias.)
ANIMADOR: Tenemos los permisos sólo por tres noches. Pero
quisiera preguntarle algo más. Espero que no lo tome a mal
pero debo hacerle esta consulta. Para que nuestros televi-
dentes sepan de su propia boca y no de terceros, tal vez,
malintencionados, que sólo buscan...
RÓMULO: Ya, suelte el mazo, amigo.
ANIMADOR: Bueno. ¿Qué opinión le merecen los que afirman
que todo el misterio de la casa no es más que el ruido de las
ratas que viven arriba?
(La Narradora detiene la acción con el control remoto.)
NARRADORA: Lo grabado ese día nunca llegó a transmitirse a
los televisores, pero aún, en los archivos del canal, se con-
servan las tomas de lo que fue la primera y única noche.
(La Narradora vuelve a poner la acción en movimiento.)
RÓMULO: ¿Ratas?
ANIMADOR: Eso dicen. Y es mejor que, por su propia boca...
RÓMULO: Es que en este país la gente no cree ni en su madre.
Por eso, estamos así. Mire, amigo, como usted sabe, como
sabe todo el Perú, se han escuchado -tengo pruebas-, se han
escuchado -no una vez, varias veces- voces que piden auxilio
en los altos. Bueno, si las ratas de ahí pueden pedir auxilio,
llamar a las personas por sus nombres, bueno, quiero des-
cubrirlo. Sería una gran noticia para la ciencia.
(Los Curiosos ríen y aplauden.)
ANIMADOR: Bien, don Rómulo, antes de entrar a ésta, su prime-
ra incursión, ¿hay algún mensaje que quiera dejarle a la gente
del Perú entero que lo observa a través de sus pantallas?
RÓMULO: Oiga, usted me habla como si nunca fuera a regresar.
No, amigo, los muertos son los que viven ahí dentro. Pero,
fuera de bromas, mire, yo pienso que no hay por qué temer-
les a los espíritus. Creo, más bien, que habría que tratar de
comprenderlos, de entender qué es lo que quieren decirnos y
por qué.
ANIMADOR: Ojalá, tenga razón.
RÓMULO: Mire, tal vez, si hasta la fecha no ha habido una co-
municación fluida y directa entre vivos y muertos, es porque
nosotros hemos huido despavoridos cada vez que nos lla-
man. Les hemos dado la espalda cada vez que tratan de de-
cirnos algo. Yo quiero cambiar eso de una vez y para siempre.
66

(Los Curiosos aplauden. Rómulo agradece.)


RÓMULO: Bueno, mi amigo, ¿todo listo?
ANIMADOR: Sí, don Rómulo, todo listo, todo listo. Y suerte,
muchísima suerte. Aquí nuestras cámaras lo esperarán toda
la noche. Cualquier cosita que nos necesite, nos grita, no
más.
RÓMULO: No, no, no, por favor. Les voy a pedir: vean lo que
vean, oigan lo que oigan, les ruego que no entren a la casa
hasta la mañana.
ANIMADOR: Pero, don Rómulo, ¿y si hay un percance o un im-
previsto?
RÓMULO: No entran a la casa, pase lo que pase. Aunque oigan
que la tierra se abre, no entren, por favor.
ANIMADOR: Don Rómulo, es que nosotros somos responsa-
bles.
RÓMULO: Me responsabilizo totalmente de cualquier cosa que
ocurra. No quiero que me asusten a las almas, pues. Los
espíritus me toman confianza, empiezan a comunicarse, us-
tedes se ponen nerviosos, entran a la casa, los otros se me
espantan y se arruinó todo. ¿De acuerdo, entonces?
ANIMADOR: De acuerdo.
RÓMULO: Entonces, adiós a todos.
(Rómulo hace gestos como si se despidiera de una multitud
alrededor y, luego, sale entre los aplausos de los Curiosos. És-
tos, al ver que el Animador se dirige a la "cámara", se ponen
detrás de él y hacen gestos obscenos.)
ANIMADOR: Éste es, pues, damas y caballeros, amigas y ami-
gos, el valiente hombre que, sólo a unos instantes de
incursionar a donde el más osado no se asomaría, muestra
un verdadero coraje de hierro. No se muevan. ¡Ya regresa-
mos, Perú!
(La Narradora detiene la acción.)
NARRADORA: Pero todas las revelaciones y peripecias de Rómulo
Roca en torno a la Casa de las Ánimas no pasarían de ser el
fruto de una imaginativa demencia si no fuera por una serie
de sucesos ocurridos en 1990. La Casa de las Ánimas, que
fuera, en su origen, la vivienda de una sola familia, se había
convertido, desde mediados de la década de los setenta, en
el hogar de más de cincuenta familias. Un nuevo propietario
ganó sobre estas familias un juicio de desahucio que condu-
jo a un violento desalojo.
(La Narradora toca un botón del control remoto y el Animador y
los Curiosos salen corriendo. Richard entra tranquilamente y
se sienta en un mueble.)
NARRADORA: Tampoco tendría este desalojo mucho de insólito
67

si no fuera porque el nuevo propietario vendió la casa a las


pocas semanas de haberla adquirido; casi a la mitad del pre-
cio pagado.
(La Narradora golpea un mueble como si tocara una puerta.
Richard se levanta y se dirige hacia ella.)
NARRADORA: Y aun esto no sería más que una anecdótica coin-
cidencia de no ser porque el precipitado propietario era...
RICHARD: Richard Roca, para servirle.
NARRADORA: El mayor de los hijos de Rómulo Roca. Buenas
tardes, don Richard, ¿cómo está?
RICHARD: No tan bien como usted, pero ahí estamos.
NARRADORA: Gracias. Don Richard, hemos venido con estas
personas a conversar con usted por unos minutos, si nos
permite, y no está ocupado.
RICHARD: A usted le permito lo que le plazca.
NARRADORA: Díganos, ¿por qué compró la Casa de las Áni-
mas?
RICHARD: ¿Perdón? ¿Quién es usted? ¿Qué dice?
NARRADORA: Tenemos entendido que la compró y la vendió
sólo pocos meses después. ¿Es verdad eso? ¿Es cierto que
perdió dinero en la transacción? ¿Por qué lo hizo?
RICHARD: Disculpe, ¿ya?
(Richard huye hacia una salida.)
NARRADORA: Don Richard, don Richard...
(Richard sale, mientras Karina entra bailando.)
KARINA (mientras baila): La locura de mi papi la heredó mi her-
mano Richard. Ya nadie de mi familia ni le hablamos.
NARRADORA: ¿Por qué, Karina?
KARINA (mientras baila): Porque es un egoísta y, lo peor, un
desconsiderado. Mi mami se había puesto bien mal con todo
lo de mi papi y los fantasmas. Ya se había recuperado des-
pués de veinte años y el Richard sale otra vez con la casa.
NARRADORA: ¿Qué hizo?
KARINA (mientras baila): Sin considerar el daño que nos esta-
ba haciendo a todos, a mi mami, agarró y dijo que iba a com-
prar la Casa de las Ánimas. Encima, nos pidió ayuda; lo man-
damos a su madre patria.
NARRADORA: Pero era una casa grande, bien ubicada. Tengo
entendido que tu hermano era agente de aduanas. ¿De dón-
de sacó la plata?
KARINA (mientras baila): Es que está loco. Trabajó años como
una mula; para mí, que recibía coimas de todos lados. Él era
-cómo decirte- un seductor toda la vida; hasta con mis pri-
mas. Pero se casó con la Brígida que es fea, coja, hasta esté-
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ril es, creo, pero se pudría en plata y estaba envarada con los
apristas. De ahí, entre los dos, compraron la casa. ¿Para
qué? Para desalojar a esa pobre gente -salió en los periódi-
cos- y venderla ahí mismito. Están locos. Son unas ratas.
NARRADORA: ¿A qué se dedica Richard actualmente?
KARINA (mientras baila): No sé ni me importa. No hace nada.
Ahí estará viviendo con la Brígida. No nos quiere hablar y
nosotros le devolvemos el favor. Por mí, se puede ir a su
madre patria.
(Karina sale bailando.)
NARRADORA: Como vemos, la Casa de las Ánimas tenía, por
ponerlo de alguna forma, características poco comunes al
resto de inmuebles de la capital. ¿Qué sucedió? ¿Qué poder
tenía ese espacio para provocar actos tan irracionales en un
padre y su hijo?
(Baltasar entra y se queda mirando a la Narradora.)
NARRADORA: Como veremos, no era la primera vez que la casa
se veía implicada en historias de almas, desahucios y, tal
vez, crímenes.
(La Narradora se vuelve Hortensia y corre a abrazar a Baltasar.
Ambos se besan.)
HORTENSIA: ¿Cómo estás, mi Baltasar?
BALTASAR: ¿Cómo está la flor de América?
HORTENSIA: Pues, muy bien.
BALTASAR: Y también yo;
tan bien como estarlo pueda
un fiel súbdito en el trance
de estas horas y estas guerras.
(Se sueltan. Baltasar va a servirse una copa de vino. Hortensia
no puede evitar mirar con insistencia la alfombra.)
HORTENSIA: ¿No teníais hoy sesión
permanente con la Audiencia?
BALTASAR: Es que hoy llegó otra carta
de Fernando, flor; La Serna
ha tenido a bien citarnos
mañana para leerla.
HORTENSIA: ¿Otra carta? ¿Qué decía?
BALTASAR: No merece nuestras penas.
Es lo mismo: que a Fernando,
nuestro Rey...
HORTENSIA: Loado sea.
BALTASAR: Lo inquietan aún las ratas
chillonas de independencia,
esas pestes que acabar
69

con nuestras vidas quisieran,


esas plagas...
HORTENSIA: ...que jamás
triunfarán sobre estas tierras.
(Baltasar se ha ido enfureciendo; bebe toda su copa de vino y va
a abrazar a Hortensia.)
BALTASAR: Es mejor que nos mudemos
a otros actos y otra escena.
(Baltasar abraza y besa a Hortensia. Ésta sigue mirando la al-
fombra. Baltasar lo nota; la suelta.)
BALTASAR: ¿Qué sucede? ¿Es que es la alfombra
más sensual que mis destrezas?
HORTENSIA: Vi una mancha.
BALTASAR: ¿En mi casa?
HORTENSIA: No quería que la vieras.
BALTASAR: En mi casa nunca hay manchas;
tendrán que rendirme cuentas.
¡Cirilo!
HORTENSIA: No, fue mi culpa.
BALTASAR (mirando la alfombra): No la veo. ¿Es pequeña?
HORTENSIA: Está al lado de aquel trazo
que a una rata se asemeja.
BALTASAR: ¿Me estaré ya avejentando?
Esta alfombra está perfecta.
Pero tu rostro, mi flor;
estás pálida, mi Hortensia.
HORTENSIA: Nada, Gabriel, fue un vahído
de los que siempre me afectan.
BALTASAR: ¿Gabriel? ¿Dices "Gabriel"?
¿Se puede saber en qué piensas?
HORTENSIA: "Baltasar" quise decir;
¿dónde tengo la cabeza?
BALTASAR: La veo sobre tus hombros
mas tu tez es de una muerta.
HORTENSIA: Es el clima, Baltasar.
Me decías que la Audiencia
recibió una nueva carta
donde el Rey les manifiesta
sus temores por las ratas
desleales e insurrectas...
BALTASAR: Son temores infundados
a la luz de la evidencia.
HORTENSIA: Temo tanto, Baltasar;
es por ello que estoy fuera
70

de mí misma noche y día.


¡Qué va a ser de nuestra hacienda!
¡Qué será de nuestras almas!
Los rumores ganan fuerza;
cada día, son más turbios
y certeros; no me mientas.
Ya no sé yo si dar fe
a lo que hablan las placeras.
Y tú no me dices nada.
Dime, por lo que más quieras,
si es verdad o acaso engaño
lo que Lima hoy cuchichea.
BALTASAR: Dime cuánto te he pedido
que en las plazas no te envuelvas.
Son rumores, nada más;
no merecen nuestras penas.
Además, oí que pasas
todo el día por tu huerta
trabajando. El buen Cirilo
de tus pasos me da cuenta.
¿Es que no entiendes que el sol
roba más tu frágil fuerza?
HORTENSIA: Lo olvido si me distraigo:
soy mujer y vivo enferma.
BALTASAR: Deja entonces de llorar
donde no te dieron vela.
(Baltasar abraza y besa a Hortensia apasionadamente.)
BALTASAR: Vamos ahora a sembrarle
una brisa placentera
a este día tan caliente.
(Baltasar jala a Hortensia hasta que ambos yacen en el piso
sobre la alfombra.)
BALTASAR: Cierra tus ojos y piensa
que yacemos los dos solos
bajo una noche de estrellas.
HORTENSIA: Baltasar, la servidumbre...
BALTASAR: Tienen órdenes concretas:
somos dos en todo el mundo.
HORTENSIA: Baltasar...
BALTASAR: La flor de América...
(Baltasar y Hortensia se besan, hasta que, de abajo, se escucha
un ruido como si alguien tropezara.)
BALTASAR: ¿Qué fue eso?
HORTENSIA: ¿Qué fue qué?
71

BALTASAR: Aquel golpe. Fue muy cerca.


HORTENSIA: Olvídalo, Baltasar;
no me dejes aquí tuerta.
BALTASAR: ¿No escuchaste?
HORTENSIA: No oí nada.
(Baltasar y Hortensia se levantan.)
BALTASAR: Fue como si algo cayera.
HORTENSIA: Ha de ser alguna rata
atrapada en la escalera.
BALTASAR: ¿Escalera? ¿Una rata?
¿Has perdido la conciencia?
Fue un gran golpe. Fue ahí abajo.
Una rata apenas pesa,
y esta casa sólo tiene,
allá arriba, una escalera.
(Como percatándose de algo, Baltasar señala la alfombra y mira
a Hortensia. Ésta está temerosa. Con violencia, Baltasar levan-
ta la alfombra del piso y señala la puerta.)
BALTASAR: ¡En efecto, son las ratas!
Mira, y tienen una puerta
que sus cuevas las conduce
sin que nadie pueda verlas.
(Baltasar toma un martillo y unos clavos de un mueble. Se diri-
ge nuevamente a la puerta en el piso.)
BALTASAR: No temas que aquí yo traigo
remedios para esas bestias.
(Baltasar se pone a clavar la puerta del piso con martilleos len-
tos y rítmicos.)
BALTASAR: Buen remedio. Nunca más
saldrán de su madriguera.
(Cuando Baltasar termina, se levanta y mira a Hortensia quien
lo mira desafiante.)
BALTASAR: Terminado. Listo el baile.
La flor más bella de América
no más será hostigada
por las ratas callejeras.
(Baltasar se da leves golpes en la palma de la mano con el mar-
tillo y sonríe irónicamente. Hortensia lo sigue mirando desa-
fiante, hasta que se vuelve la Narradora y se dirige al público.
Baltasar la sigue con la mirada.)
NARRADORA: Hacia mediados del siglo dieciocho, el apogeo del
Virreinato del Perú era manifiesto en el esplendor de las
iglesias, hospitales y casas solariegas de la ciudad de Lima,
formidables ejemplos de la escuela arquitectónica del Barro-
72

co. Pronto, sin embargo, dos factores vendrían a cambiar, de


súbito, la cara de la capital. La vertiginosa caída de los pro-
ductos de las minas y obrajes forzaría a hacer las nuevas
construcciones más y más austeras. La exuberancia orna-
mental del Barroco dio paso a los cánones del Rococó, más
acordes, además, con los ideales de la Ilustración que llega-
ban desde Francia. Por otro lado, como si quisiera eliminar
toda reliquia del pasado esplendor, el 28 de octubre de 1746,
un gran terremoto sacudiría y destruiría más de las tres cuar-
tas partes de la ciudad. Especial papel en la reconstrucción
afrancesada de Lima tuvo el virrey Manuel de Amat y Juniet.
El catalán, también conocido como el virrey-arquitecto, dise-
ñó y emprendió personalmente la construcción de notables
obras, entre las que destacan la iglesia del Corazón de Je-
sús y el locutorio de planta oval del antiguo Colegio de Santo
Toribio. Amat trabajaba en estrecha colaboración con un sin-
gular personaje: el arquitecto Juan de la Roca, responsable
de obras como la Quinta de la Presa y la Fortaleza del Real
Felipe en el Callao. Juan de la Roca diseñó también una
hermosa casa solariega en la entonces llamada calle de las
Ánimas en el damero central. La casa se convertiría en su
propio hogar y, años después, en el de su sobrino, Baltasar
de la Roca y Yáñez, oidor de la Audiencia Real. Ya desde sus
primeros años, la Casa de las Ánimas, era el asunto de dos
extraños rumores. El primero -que resultó ser cierto- decía
que Juan de la Roca, en su excentricidad, había hecho cons-
truir una intrincada red de pasajes y puertas entre los mu-
ros y en el subsuelo de la casa. El segundo rumor se refería
a su sobrino Baltasar quien, contaban, había asesinado a su
bella esposa, la criolla Hortensia Melgar de la Roca. Este
rumor nunca fue confirmado.
(La Narradora se vuelve Hortensia y queda mirando desafiante
a Baltasar quien golpea la palma de su mano con el martillo,
amenazante.)
BALTASAR: ¿Qué te ocurre? ¿Es que las ratas
te dejaron ya sin lengua?
No me dirás que te aflige
la suerte de aquellas bestias.
HORTENSIA: No, las ratas no me afligen;
mi expresión es de sorpresa.
Ignoraba que esas pestes
clausuraban madrigueras
abiertas por ellas mismas.
(Baltasar va a reaccionar violentamente pero se detiene al ver a
Cirilo entrando y a Juan e Isabela detrás de aquél.)
CIRILO: El señor don Juan de Béxar,
73

oidor excelentísimo;
su mujer, doña Isabela.
BALTASAR: Gracias, buen Cirilo. Gracias.
(Cirilo sale. Juan e Isabel se adelantan.)
BALTASAR: Queridos Juan e Isabela,
qué milagro que esta casa
bendiga vuestra presencia.
ISABELA: Vinimos a visitaros;
fue mi Juan el de la idea.
Lo previne que este día
sin trabajo y sin Audiencia
vosotros podríais pasarlo
en algo que valga pena,
en deleites más amenos.
¿Nuestra llegada indiscreta
os privó de algún placer?
JUAN: Por favor, basta, Isabela.
ISABELA (a Hortensia): Yo pensé que habías muerto.
Eres una ingrata, Hortensia;
que son siglos que tu cara
no vemos en cielo o tierra.
JUAN (aparte a Baltasar): Las noticias son urgentes.
En privado, cuando puedas...
BALTASAR: Querida Hortensia, ¿por qué
no le muestras a Isabela
las flores que tanto cuidas,
como hijas, en tu huerta?
JUAN: Ve, querida; te aseguro
que el jardín vale la pena.
Por sus claveles y espigas
toda Lima se contenta.
ISABELA: Pues vayamos; y, en la marcha,
yo comienzo a darte cuenta
de los más de mil diretes
que perdiste por tu ausencia.
(Hortensia e Isabela salen.)
JUAN: Es el Virrey quien me envía.
BALTASAR: ¿A qué teme hoy La Serna?
JUAN: Nada bueno, Baltasar;
no te traigo buenas nuevas.
BALTASAR: Me parece que estos días
estáis todos como viejas
asustadas de ratones.
JUAN: Ojalá ratones fueran.
74

Pero, no. La situación


cada día es más adversa.
Con la hora, los insurrectos
suman más gente a sus fuerzas.
BALTASAR: Lo que crece son los chismes
de locos, niños y abuelas,
con que gente sin trabajo
productivo se deleita.
JUAN: Hoy por hoy, ya nadie sabe
qué noticias son las ciertas,
cuáles falsas, cuáles sueños
que alguna gente exagera.
Pero tengo que informarte
que por orden de La Serna
hacia Cusco ha de moverse
el ejército y la imprenta.
BALTASAR: ¡Me rehúso yo a creerlo!
¿Dejar Lima a las pendencias,
la merced y el albedrío
de esas ratas extranjeras?
JUAN: Es algo provisional,
mientras los refuerzos llegan.
BALTASAR: ¡No! ¡Jamás! Yo aquí me quedo
a luchar sobre la arena;
desacato los mandatos
del cobarde de La Serna.
JUAN: Baltasar...
BALTASAR: Hay que luchar,
con La Serna o con quien sea.
Espero, querido Juan,
que ir a Cusco no contemplas.
JUAN: Yo no iré jamás a Cusco.
BALTASAR: Somos dos ya en resistencia.
JUAN: Baltasar, no he terminado...
BALTASAR: Persuadir a gente buena,
juntar hombres de valor,
convicción y fortaleza...
JUAN: Baltasar...
BALTASAR: Pues mucha gente
temerá las consecuencias
de concedernos su apoyo.
Tienen miedo y sólo esperan
que gente como nosotros,
con su ejemplo, deje huellas.
El pueblo está con el Rey,
75

no con ratas extranjeras.


JUAN: Baltasar, me voy a España;
es mejor que ya lo sepas.
BALTASAR: ¡Qué me dices!
JUAN: Que ni al Cuscom
me retiro con La Serna
ni aquí en Lima he de quedarme.
BALTASAR: ¡Juan! ¡No! ¡Por lo que más quieras!
JUAN: Tengo hijos, Baltasar,
tengo bienes y una hacienda
que bien podrían perderse
si no actúo con prudencia.
Es hora de vender todo;
dejar Lima a lo que venga.
Tal vez, no sea muy tarde
para que una buena oferta
aún me llegue. Baltasar,
lo que te hablo en confidencia
no se lo digas a nadie;
ni Isabela lo sospecha...
(Baltasar ataca a Juan y ambos pelean.)
BALTASAR: ¡So cobarde! ¡So traidor!
JUAN: ¡Baltasar! ¡Qué cosa es ésta!
(La Narradora entra y se dirige al público mientras Baltasar y
Juan siguen forcejeando.)
NARRADORA: La historia de "Oigan las generaciones y el en-
tremés de Ángel Bustos" incurre en gruesos anacronismos y
licencias con respecto a los reales acontecimientos. Mas, no
por ello, se puede decir que Rómulo Roca dejara de hacer
una entusiasta investigación sobre la historia de la casa y
sus habitantes antes de reclamar derechos de propiedad, crear
cuentos de aparecidos y escribir el drama.
(Baltasar deja de pelear y sale. Juan se vuelve Hutchinson y
empieza a reír ruidosamente. Hutchinson habla siempre con
acento extranjero y ríe constantemente.)
NARRADORA: Tuvimos la oportunidad de encontrar a una de
las personas que, hace ya varios años, ayudaron a Rómulo
Roca en su pesquisa histórica.
HUTCHINSON: Sí, sí, sí. Yo le conté.
NARRADORA: El historiador y sacerdote jesuita Donald
Hutchinson lleva más de veinticinco años en el Perú in-
vestigando las propiedades del clero en el país.
HUTCHINSON: Aquí vino. Nos reímos un rato. Yo le conté de la
casa. Fui yo. Sí. Me dicen que después se puso muy mal.
Qué lástima.
76

NARRADORA (a Hutchinson): Y no sólo él. Uno de sus hijos


también parece tener una obsesión por la casa.
HUTCHINSON: No me diga. El hijo se llama Ricardo, ¿no?
NARRADORA: Richard. ¿Por qué? ¿Usted lo conoce?
HUTCHINSON: Él también vino a buscarme. Sí. Hace unos años
vino.
NARRADORA: ¿Richard? ¿Richard vino a buscarlo?
HUTCHINSON: Estuvo sentado ahí donde estás tú.
NARRADORA: ¿Richard Roca?
HUTCHINSON: Sí.
NARRADORA: ¿Richard, el hijo de Rómulo?
HUTCHINSON: Hay que lavarse esas orejas, niña.
NARRADORA: Perdón. ¿Y para qué vino Richard?
HUTCHINSON: Quería que le diga lo que le dije a su papá.
NARRADORA: Y usted...
HUTCHINSON: Yo le dije todo. No era nada para volverse loco.
(Hutchinson tiene un ataque de risa que lo hace atorarse.)
NARRADORA: Por favor, padre, ¿nos podría contar, con todo el
detalle que pueda, lo que le dijo a los Roca?
HUTCHINSON: No, de ninguna manera.
NARRADORA: ¿Por qué?
HUTCHINSON: Y después mañana tú terminas en un manico-
mio.
(Hutchinson vuelve a tener un ataque de risa.)
NARRADORA: Por favor, padre Donald...
HUTCHINSON: No, no.
NARRADORA: Es muy importante...
HUTCHINSON: No.
NARRADORA: ¡Por favor, carajo!
HUTCHINSON: Estoy bromeando. Que niña tan temperamen-
tal. Sí, te voy a contar. Estoy bromeando.
NARRADORA: Disculpe.
HUTCHINSON: ¡Qué tal genio de la niña! ¿Por dónde quieres
que empiece?
NARRADORA: Por favor, cuéntenos la historia de la casa. Todo
lo que sepa.
HUTCHINSON: Después de la batalla de Ayacucho... ¿Año?
NARRADORA: ¿Perdón?
HUTCHINSON: La batalla de Ayacucho. ¿Año?
NARRADORA: 1824.
HUTCHINSON: Muy bien, muy bien. La señorita ha hecho su
tarea.
77

NARRADORA: ¿Qué pasó ese año?


HUTCHINSON: El dueño de la casa, Baltasar de la Roca, fue
arrestado. La Dictadura de Bolívar le confiscó la casa. Nunca
se la devolvió. Y nadie se ponía de acuerdo sobre qué hacer
con la casa; había otras cosas importantes en qué pensar.
Hasta que en 1863 la compró la familia Angelat... Ay, esa
casa sí que tenía mala suerte...
(El Futbolista peruano y el Futbolista chileno entran jugando
con una pelota. Siguen jugando mientras Hutchinson ríe a car-
cajadas. La Narradora se dirige al público.)
NARRADORA: Los Angelat eran unos acaudalados empresarios
que debían su fortuna a felices inversiones en el guano. Pero,
efectivamente, alguna maldición parecía pender sobre la casa.
Poco después de que la adquirieran, empezaron los conflic-
tos internacionales que terminarían en la guerra con Chile.
Los Angelat, huelga decirlo, eran chilenos. Lo que empezó
como una simple manifestación de rechazo contra los veci-
nos del sur degeneró en una abierta y violenta hostilidad del
pueblo azuzado por el gobierno. Dicen que uno de los Angelat
fue linchado por una turba ciega. Pero lo cierto es que toda la
familia huiría del país sin un centavo. Ahí no terminó la
maldición, pues todos los varones de la familia habrían de
morir en un naufragio cuando, terminada la guerra, se dispo-
nían a regresar al Perú.
HUTCHINSON: Todos... todos...
(El Futbolista chileno patea la pelota fuera del escenario.)
FUTBOLISTA CHILENO: ¡Goool!
(El Futbolista chileno sale saltando de alegría, mientras el Fut-
bolista peruano sale caminando lentamente.)
HUTCHINSON: Se murieron todos...
NARRADORA: ¿Y qué pasó con la casa?
HUTCHINSON: Entonces... ¿Cuándo no? Es que la historia de
esa casa parece un reloj de precisión. Tic, tac, tic, tac, tic...
NARRADORA: Nos decía...
HUTCHINSON: El estado peruano volvió a confiscar la casa. Y
la tuvo hasta 1899, cuando la cedió al Arzobispado de Lima
como parte de pago por una deuda contraída en la Guerra del
Pacífico. ¿Ves? Tic, tac, tic, tac... Es que es muy chistoso.
NARRADORA: ¿Es todo lo que les contó a los Roca?
HUTCHINSON: Es que lo demás no es apto para señoritas. Pero
les conté la historia del padre Ángel Bustos. Perdón. Es que
es muy chistoso. Si le contara esto a mi madre...
(Hutchinson trata de seguir hablando pero un ataque de risa se
lo impide. Poco a poco, se vuelve Bustos.)
BUSTOS: Ángel Bustos es mi nombre,
78

sacerdote diocesano,
ingenioso y de talento
muy feraz, mas no muy santo.
(El Superior 1 y el Superior 2 entran y se acercan a Bustos.)
BUSTOS: No me place ésta, mi vida,
de iras santas sin pecados;
más me llama el mirar doñas,
comer carne y beber tragos
de buen pisco en las bodegas
que destilan el milagro.
SUPERIOR 1: Padre Bustos, te vendiste;
sin que quieras, te escuchamos.
SUPERIOR 2: Oye ahora tu castigo,
que de ti ya estamos hartos.
BUSTOS: ¿Un castigo? ¿Nuevamente?
SUPERIOR 2: Calla y oye con cuidado.
SUPERIOR 1: A la Calle de las Ánimas
se ampliará el Arzobispado.
BUSTOS: Escuché que en dicha casa
viven sátiros espantos.
SUPERIOR 2: Calla y deja de alentar
esas cosas del diablo.
SUPERIOR 1: Entrarás solo a la casa.
BUSTOS: ¡Solo no! ¡Por lo más santo!
SUPERIOR 2: Solo irás y por las noches,
hasta adviento de este año.
SUPERIOR 1: En el sótano hallarás
laberintos de mil cuartos.
SUPERIOR 2: Tu labor será limpiar,
palmo a palmo, cada espacio.
SUPERIOR 1: En tu tiempo, pulirás
desde el suelo al cielo raso.
BUSTOS: ¿Podré acaso yo apelar
este látigo tan bárbaro?
No diréis que esta ocasión
no os pasasteis de la mano.
SUPERIOR 2: Sólo apela al salvador.
SUPERIOR 1: Que él perdone tus pecados.
(Los Superiores se repliegan.)
BUSTOS: Ángel Bustos es mi nombre,
en las noches confinado
a vivir como una rata
donde todo gato es pardo.
Mas, ¿qué veo? ¿Qué me ocurre?
79

¿Es su gracia o es el diablo?


(Bustos se repliega como si hubiera descubierto algo. Los Supe-
riores se adelantan.)
SUPERIOR 2: Ángel Bustos va cumpliendo
la labor que encomendamos.
Va más tiempo cada noche;
cada tarde, más temprano.
SUPERIOR 1: Yo me temo que sospecho
la razón de su entusiasmo.
SUPERIOR 2: ¿Sabes algo que yo ignore?
SUPERIOR 1: Algo extraño está pasando.
(Bustos toma un manto y se lo pone en la cabeza como una
tapada, se pone relleno para aparentar pechos femeninos y ca-
mina así por el escenario.)
SUPERIOR 1: Los vecinos de las Ánimas,
sin consulta, me han contado
que, en las noches, de la casa,
ven salir con saya y manto
a una dama sigilosa
que se pierde hacia San Lázaro.
BUSTOS (con voz femenina): ¡Pobre Lima! ¡Qué vecinos!
¡No hay respeto a lo privado!
(Bustos se quita el manto y el relleno; se echa a dormir.)
SUPERIOR 2: ¡Sinvergüenza!
SUPERIOR 1: Te propongo
que la noche de este sábado
tú y yo nos presentemos
a las bocas de ese antro.
(Los Superiores caminan por el escenario portando antorchas
imaginarias.)
SUPERIOR 2: Sacerdote y pecadora
pillaremos en el acto.
SUPERIOR 1: Sus suspiros llevarán
de la mano nuestro pasos.
(Los Superiores encuentran a Bustos durmiendo.)
SUPERIOR 1: ¡Padre Bustos!
BUSTOS: ¿Quién me busca?
SUPERIOR 2: Los que aquí te condenaron.
BUSTOS: Me soñaba en una nube
escoltado por dos pájaros.
SUPERIOR 2: ¡Padre Bustos! ¡Qué vergüenza!
Ni empezaste tu trabajo.
SUPERIOR 1: Estos sótanos parecen
los dominios de un marrano.
80

SUPERIOR 2: Habla ahora. ¿Dónde escondes


a esa que, a lugar sagrado,
ha metido su inmundicia?
BUSTOS: ¿De una doña estáis hablando?
SUPERIOR 1: Deja el acto ya y responde.
SUPERIOR 2: Baja ya del escenario.
BUSTOS: Me acusáis sin una prueba.
Me rehúso a contestaros.
(Con sus antorchas imaginarias, los Superiores se ponen a bus-
car alrededor.)
SUPERIOR 1: Buscaremos y hallaremos
la evidencia del pecado.
BUSTOS: ¡No sigáis, que yo confieso
cuanto me pongáis en cargo!
SUPERIOR 1: Buscaremos de igual forma,
ya no intentes aplacarnos.
SUPERIOR 2: Hallaremos a esa doña,
a la vista sus encantos.
(El Superior 1 ve el manto en el piso y lo recoge.)
SUPERIOR 1: ¿Qué es aquello allí que yace?
SUPERIOR 2: Pues a mí se me hace un manto
y una saya de esa suerte
que las doñas llevan cuando
a los lechos de otros hombres
se aventuran con escándalo.
BUSTOS: No comprendo que buscáis.
SUPERIOR 1: Padre Bustos, encontramos
la evidencia de tus mañas.
SUPERIOR 2: Y, esta vez, seremos arduos.
SUPERIOR 1: Te pondremos en las selvas.
SUPERIOR 2: Sin contacto con cristianos.
SUPERIOR 1: Llevarás la buena nueva
del Señor a los paganos.
SUPERIOR 2: Que él te dé discernimiento.
SUPERIOR 1: Que él absuelva tus pecados.
(Los Superiores salen.)
BUSTOS: Ángel Bustos es mi nombre...
¡De esta tierra yo me largo!
(Bustos solloza por unos segundos. Su llanto, poco a poco, se
hace risa hasta que se vuelve nuevamente Hutchinson que tra-
ta de contener una carcajada.)
HUTCHINSON: Y se fue... Es muy... El sinvergüenza... Se lar-
gó... Desapareció... Es muy chistoso.
81

(Karina entra bailando al ritmo de una música imaginaria. Baila


alrededor de Hutchinson que sigue riendo. La Narradora se diri-
ge al público.)
NARRADORA: La anécdota de Ángel Bustos ilustra algunas pá-
ginas menores de la literatura peruana del cambio de siglo,
aunque con distintas aproximaciones. Los románticos insi-
núan que la dama del laberinto era el espíritu sin reposo de
una antigua habitante de la casa.
KARINA (mientras baila): Mi papi era una persona decente...
HUTCHINSON: Sinvergüenza...
KARINA (mientras baila): Una persona decente y moral...
HUTCHINSON: Pero es muy chistoso...
NARRADORA: Por su parte, los realistas, en sus redundantes
esfuerzos por subrayar la corrupción del clero, terminaban la
historia presentando a la amante del padre Bustos huyendo
en paños menores por las calles de una escandalizada Lima.
(La risa de Hutchinson se sigue oyendo. Mientras la Narradora
habla y Karina baila, desde dentro, se escuchan golpes de
martilleos, lentos y rítmicos.)
NARRADORA: El terremoto de 1940 afectó seriamente los altos
de la Casa de las Ánimas, y el Arzobispado de Lima vendió el
inmueble a una familia provinciana cuya última heredera
murió endeudada con el fisco y de causas naturales en 1979.
Dicha familia había alquilado los bajos a pequeños talleres y
tiendas desde los inicios de la década. Durante los setenta,
mediante alquileres y subarriendos, las habitaciones de la
otrora lujosa mansión llegaron a ser los hogares de decenas
de familias.
HUTCHINSON: Tic, tac, tic, tac, tic...
NARRADORA: Por último, el consorcio Nuevo Sol, que compró
la casa a Richard Roca, hizo lo que siglos de guerras, renci-
llas familiares y terremotos no habían podido. Con el fin de
levantar una playa de estacionamiento, hizo demoler la Casa
de las Ánimas.
(Karina se quita una prenda y queda en ropa interior. Los
martilleos y la risa de Hutchinson cesan.)

FIN DEL PRIMER ACTO


82

SEGUNDO ACTO

(El Animador, el Curioso 1 y el Curioso 2 están frente a una


imaginaria cámara de televisión. La Narradora y la Parasicóloga
los observan; la Narradora tiene un control remoto en la mano.)
ANIMADOR: Aló, aló. Un, dos, tres. Probando. Un, dos, tres.
Aló. ¿Listo? Y ya y ya y ya estamos de vuelta, amigas y amigos
del Perú. Ya el valeroso don Rómulo Roca ha penetrado los
muros de la Casa de las Ánimas y, por lo que nos dicta la
imaginación, en este momento debe estar instalado en el
segundo piso de la mansión maldita, presto a recibir un men-
saje del más allá. Nosotros lo acompañaremos desde aquí
toda la noche, durante tres noches, para filmar y llevar a
vuestras pantallas todos los detalles de esta aventura sin
precedentes.
(Los Curiosos gritan y señalan hacia un lado.)
ANIMADOR: ¿Qué pasa? No empujen, pues; estamos trabajan-
do... ¡Ahí está! Ahí lo tienen, ahí está el hombre, señoras y
señores; en la ventana. Parece que nos trata de decir algo.
¿Qué dice? ¿Algún problema, don Rómulo? No. Sólo se está
despidiendo. ¡Suerte, don Rómulo! Mucha suerte y hasta
mañana. Ahí lo tienen, amigas y amigas; y ustedes, desde la
comodidad de vuestros hogares y a través de vuestras panta-
llas, serán testigos de excepción de todas las incidencias de
un intrépido peruano a punto de hacer historia internado en
las fauces ignotas de un inmueble infestado de fantasmas.
(Se escuchan martilleos, lentos y rítmicos.)
ANIMADOR: Puta... Perdón... ¿Qué es eso?
(El Animador y los Curiosos miran hacia la dirección de los gol-
pes, perplejos.)
PARASICÓLOGA: La mayoría de informes que recibimos sobre
casas poseídas no resultan ser más que chascos causados
por coincidencias. Todas, todas las casas, sobre todo, las
antiguas, con estructuras de madera, crujen con los cambios
de temperatura y de presión atmosférica; es decir, en las
noches, ¿no? En la mayoría de las casas, alguna vez una
ventana o una puerta se abre o se cierra por la acción del
viento o de algún animal. Nos consta, además, que algunas
personas, en momentos de cansancio, de tensión o de espe-
ra, oyen voces en sus cabezas llamándolas por su nombre o
solicitando auxilio. Las coincidencias existen, ¿no? Si espe-
ramos lo suficiente, todos estos factores coincidirán en una
casa donde acaba de ocurrir una muerte o hay historias de
horrores. Entonces, traten de convencer a los que viven ahí
de que lo que oyen son fenómenos naturales. Es imposible,
¿no?
83

ANIMADOR: Amigas y amigos, francamente, qué saco min-


tiéndoles, hay que ser sinceros, es increíble pero, franca-
mente, no sabemos qué puede estar ocurriendo en la casa.
Hace como cinco minutos...
CURIOSO 1: Más.
ANIMADOR: Hace más de cinco minutos que la casa...
CURIOSO 2: No. Hace un par de minutos no más.
CURIOSO 1: Más.
CURIOSO 2: Yo tengo reloj.
CURIOSO 1: Yo también.
CURIOSO 2: Qué marca será.
ANIMADOR: Amigos, la impresión nos ha alterado un poco. Pero
el hecho es que hace unos minutos aquí afuera estamos
escuchando unos terribles golpes.
CURIOSO 2: Cadenazos.
ANIMADOR: Desde la casa, unos golpes atroces que ignoro si
llegarán a percibir desde vuestras pantallas. Golpes cuyo
origen no nos aventuramos a juzgar.
CURIOSO 2: Son cadenazos.
CURIOSO 1: Hay que entrar a sacar a ese hombre.
ANIMADOR: ¿Qué dice?
CURIOSO 1: Hay que ayudarlo. Hay que sacarlo.
CURIOSO 2: Lo están matando los muertos esos.
ANIMADOR: ¿Cómo saben?
CURIOSO 1: ¡Qué más va a ser! Vamos a sacarlo.
ANIMADOR: Bueno, amigas, aquí unos preocupados tran-
seúntes, amigos, nos proponen incursionar al rescate de don
Rómulo... Pero él dijo que no entráramos.
CURIOSO 1: No importa.
CURIOSO 2: Entre todos, lo sacamos. No importa.
CURIOSO 1: Lo están matando. Torturando.
CURIOSO 2: Con cadenas.
CURIOSO 1: Vamos. Rápido.
ANIMADOR: Pero ustedes me acompañan.
CURIOSO 2: Vamos todos. Con mucha gente, se asustan. Se
esconden, se sabe.
CURIOSO 1: ¿Verdad?
ANIMADOR: Pero él me dijo que no...
CURIOSO 1: Oiga, no sea maricón, oiga.
ANIMADOR: Amigos, está decidido; en estos precisos mo-
mentos vamos a entrar -tal como lo oyen- vamos a incursionar
a la Casa de las Ánimas al rescate de don Rómulo Roca.
Confieso que desconozco lo que habremos de encontrar en
84

los interiores, pero no son éstos momentos de miedos y re-


flexiones demasiadas...
CURIOSO 1: Ya, vamos, rápido. Lo están matando.
ANIMADOR: Si mi familia me está escuchando... Cucha, Rosita
Mercedes... Siempre las quise mucho... Pase lo que pase...
Que sea lo que Dios quiere... Graba todo, graba todo. Hasta
donde te dé el cable, pues, huevón.
(El Animador y los Curiosos salen.)
PARASICÓLOGA: Si estamos predispuestos o vulnerables, po-
demos interpretar cualquier ruido de las formas más imagi-
nativas. El tictac de un reloj, por ejemplo, o los latidos de
nuestro propio corazón, pueden tomarse por golpes sobrena-
turales, y su constante ritmo hará que el efecto hipnótico
nos tergiverse más y más la realidad, ¿no? Ahora, las coinci-
dencias existen, son reales, pero son igualmente reales los
espíritus que se manifiestan en objetos físicos. Hay prue-
bas. Y, si se manifiestan, es por alguna razón, ¿no?
(Los martilleos cesan súbitamente.)
RÓMULO (desde dentro): ¡Mierda!
PARASICÓLOGA: En las casas en las que hemos trabajado, las
llamadas almas en pena son espíritus que, por alguna razón,
no encuentran reposo: buscan llamar la atención de los vi-
vos para que los ayuden a encontrar la paz que anhelan. Se
trata de hombres y mujeres que murieron en circunstancias
de odio o sufrimiento extremos o que nunca fueron llorados
debidamente. Por supuesto, después de una cristiana se-
pultura, las manifestaciones desaparecen por completo.
(Entran el Animador y los Curiosos que traen a Rómulo por la
fuerza.)
RÓMULO: ¡Suéltenme! ¡Carajo!
(La Narradora inmoviliza a los hombres con el control remoto.)
PARASICÓLOGA: El caso de la Casa de las Ánimas es uno de
los más curiosos. Dos personas de una misma familia, un
padre y su primogénito, empiezan a comportarse de una mane-
ra extraña por una casa. Curioso, muy curioso.
(La Narradora vuelve a poner en movimiento a los hombres con
el control remoto.)
ANIMADOR: Amigos, no sé cómo empezar. No se pueden imagi-
nar... Lamentablemente, hemos tenido que sacar a don
Rómulo de la casa contra su voluntad.
RÓMULO: Tú. Tú te jodiste conmigo, te jodiste...
ANIMADOR: Agárrenlo bien, ¿ah?
RÓMULO: Te jodiste.
(La Narradora detiene la acción con el control remoto.)
85

PARASICÓLOGA: No he estudiado mucho el caso, pero me consta


que ahí vivieron los antepasados de los Roca y que existían
rumores de un asesinato. Sé también de una familia chilena
que parecía perseguida por una maldición. Muy curioso, ¿no?
Amerita más estudio independiente.
(La Narradora pone en movimiento a los hombres con el control
remoto.)
ANIMADOR: El pobre hombre ha enloquecido o, al menos, es
presa de una insania temporal. Lo encontramos, como loco,
poseso de una fuerza sobrehumana...
RÓMULO: Loca será tu abuela, maricón.
ANIMADOR: ... destruyendo sin conciencia las paredes de la
casa con una comba.
CURIOSO 2: Con una cadena.
ANIMADOR: Esperamos de todo corazón que esto no sea más
que una condición pasajera, algo que la ciencia nos expli-
que, y que don Rómulo no esté poseso de algo que supere
nuestro humano entendimiento.
(Rómulo se suelta de los Curiosos y avanza hacia el Animador.)
RÓMULO: Desgraciado, maricón, te jodiste. Te dije que no en-
tres, desgraciado. Te voy a demandar, te voy a demandar.
Jodiste todo. Me jodiste.
(Rómulo ataca al Animador y ambos ruedan por el piso pelean-
do. Los Curiosos salen corriendo.)
RÓMULO: Maricón, homosexual.
ANIMADOR: Suelta, concha de tu madre.
(La Narradora detiene la acción con el control remoto.)
PARASICÓLOGA: Es muy posible, pero sólo es una hipótesis,
que el espíritu de un lejano antepasado haya encontrado en
un padre y su hijo a las personas adecuadas en el momento
propicio para manifestarse. Yo me inclino a pensar que los
Roca, sin saber ni entender por qué, sintieron una extraña
atracción por la casa, por poseerla, por penetrarla, ¿no?
(La Narradora vuelve a poner a los hombres en movimiento. La
Narradora y la Parasicóloga salen.)
RÓMULO: Maricón.
ANIMADOR: Loco de mierda.
(Mientras pelean, Rómulo se vuelve Baltasar y el Animador se
vuelve Juan.)
BALTASAR: ¡So cobarde! ¡So traidor!
JUAN: ¡Baltasar! ¡Qué cosa es ésta!
BALTASAR: ¡So cobarde! ¡So traidor!
(Juan empuja a Baltasar y logra separarse de él.)
JUAN: ¡Baltasar! Detente, piensa
86

lo que haces, te lo ruego.


Baltasar, toma conciencia.
BALTASAR: Mi conciencia está su sitio
y nadie podrá moverla.
Si caemos será culpa
de gente como La Serna,
como tú y otros huyen
al primer soplo de guerra.
JUAN: Ya lo dije: vuelvo a España;
no me importa si lo apruebas.
Te sugiero que también
hagas pronto hacia las velas.
Baltasar, piensa en tu vida,
tu mujer, tu descendencia,
en los nietos de tus nietos
en un país sin cabeza.
Vuelve a España, Baltasar,
que en ser cauto no hay vergüenza.
BALTASAR: Está España donde estén
los que España dentro llevan.
(Hortensia e Isabela, con un ramo de claveles, entran.)
ISABELA: Mira, Juan, estos claveles;
son un regalo de Hortensia.
Deberías ver las rosas;
ni en Castilla son más bellas.
Me tienes que prometer,
como regalo, una huerta
en el patio de la casa
y tan grande como ésta.
JUAN: Lo que digas, mujer mía.
ISABELA: ¿Lo prometes?
JUAN: Sí, Isabela.
Baltasar, hablar debemos;
los tiempos a nadie esperan.
BALTASAR: Con su permiso, señoras.
Los afanes de la Audiencia,
más ficticios que reales,
requieren nuestra presencia.
(Baltasar y Juan salen. Hortensia corre hacia la alfombra, la
levanta y trata de abrir la puerta del piso.)
ISABELA: Mujer, Hortensia. ¿Qué haces?
HORTENSIA: Ven, ayúdame, Isabela.
ISABELA: ¿Pero es que has perdido el juicio?
HORTENSIA: Las dos a la vez. ¡Con fuerza!
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(Isabela deja las flores y va a ayudar a Hortensia. Ambas tratan


inútilmente de abrir la puerta del piso. Gabriel entra, por un
lado, sucio y agitado.)
GABRIEL: Hortensia. Hortensia.
HORTENSIA: ¡Gabriel!
Baltasar selló la puerta.
ISABELA: Y un clavo sacó otro clavo.
GABRIEL: Pero, doblando a la izquierda
en cada esquina, un pasaje
me trajo a la última puerta.
ISABELA: Con razón no aparecías;
se confirman mis sospechas.
Nunca pensé que tan pronto...
HORTENSIA: ¡Nada es lo que aparenta!
Te advierto que a lo visto
nunca des tu lengua suelta.
ISABELA: Ni la más sutil palabra;
no vi nada. ¡Que ocurrencia!
HORTENSIA: Vuela, Gabriel; vuela pronto,
no sea que alguien te vea.
(Gabriel va a salir pero Isabela lo toma de un brazo.)
ISABELA: No hay apuro, buen galán,
cuando aquellos dos conversan,
podemos contar con horas.
Antes bien, ¿por que no cuentas
desde cuándo vienes viendo
sigiloso a nuestra Hortensia?
¡No lo digas! ¡No lo digas!
¿No fue acaso una secuela
del conflicto en tu familia
que te privó de tu herencia?
¿Encontraste tu consuelo
en sus brazos y en sus piernas?
HORTENSIA: ¡Te dije que te callaras!
No repito la advertencia.
ISABELA: Ya no actúes más, mujer;
no hay razón para esta escena.
(Hortensia toma a Gabriel del otro brazo y las dos mujeres lo
jalan en direcciones opuestas.)
HORTENSIA: ¡Suéltalo! ¡En este momento!
ISABELA: Ay, mujer, qué te avergüenza...
HORTENSIA: Déjalo ir, si no quieres
que te arranque esa vil mueca.
ISABELA: No debes avergonzarte
88

de nada. Para que sepas,


yo también me he concedido
aquí y allá mis licencias.
Contádmelo...
HORTENSIA: Suelta, he dicho.
ISABELA: Lo suplico...
HORTENSIA: ¡Suelta, perra!
(Isabela suelta a Gabriel, lo que causa que éste caiga al piso
con Hortensia. Entran Baltasar y Juan.)
BALTASAR: ¿Qué sucede?
JUAN: ¿Estáis bien?
(Hortensia y Gabriel se levantan. Baltasar mira la alfombra fue-
ra de lugar, mientras todos lo miran a él.)
BALTASAR: Mirad todos, qué sorpresa.
¿A que debo la visita
de Gabriel a esta honesta,
aunque ya roída, casa?
ISABELA: Ay, mi Juan...
GABRIEL: Con vuestra venia.
(Gabriel va a salir pero Baltasar se pone en su camino.)
BALTASAR: Sólo te irás si respondes.
¿Qué querías?
HORTENSIA: Y no mientas
que por días he observado
que esta casa merodeas.
Baltasar, quiere robarnos.
ISABELA: Es la única respuesta.
BALTASAR: ¡Cirilo! ¡Cipriano! ¡Aquí!
(a Gabriel) No te basta la vergüenza
de haber sido descastado
por una familia buena;
hoy pretendes malos actos
sumarles a tus ideas.
(Cirilo y Cipriano entran.)
BALTASAR: Arrojad de aquí esta rata.
(Cirilo y Cipriano toman a Gabriel de ambos brazos.)
BALTASAR: Y para que ni siquiera
se le cruce por la mente
cruzar frente a nuestra acera
nuevamente, propinadle
una golpiza de las buenas.
ISABELA: Hortensia...
HORTENSIA: No permitáis
que os conmuevan sus protestas.
89

Sólo pensad que azotáis


a una rata callejera
que se cruzó en nuestras vidas.
GABRIEL: Mi señora... ¡Es una perra!
HORTENSIA: Rata.
GABRIEL: Perra realista.
BALTASAR ¡Sacadlo de mi presencia!
HORTENSIA: ¡Rata, rata!
BALTASAR: Ya lleváoslo.
Azotadlo tras la huerta.
(Cirilo y Cipriano salen llevándose a Gabriel a rastras.)
BALTASAR: No sabéis cómo lamento,
mis amigos, esta escena.
Mas creo que una conducta
más decente no se espera
de estos jóvenes que tratan
de jugar la independencia.
JUAN: Soy cercano a su familia;
no sabéis cuán grande pena
me da este pobre muchacho
arruinado por ideas.
BALTASAR: ¿Pobre muchacho? Más bien
son sus padres quienes pena
deben dar; con una rata
que muerde con sus ideas
y la peste disemina
en su casa con la lengua.
JUAN: Qué ha pasado con los jóvenes.
Dónde está la inteligencia.
HORTENSIA: Y para colmo de males,
ladrones.
BALTASAR: Eso demuestra
la calaña de animales
que hablan de la independencia:
ladrones y descastados...
JUAN: Masones y calaveras,
extranjeros a su suelo,
vividores que se piensan
los dueños de las verdades.
BALTASAR: ¡Herejes!
HORTENSIA: Las consecuencias
si consiguiera esta gente
gobernar sus propias tierras
os podéis ya imaginar.
90

ISABELA (a Hortensia): ¡Cómo puedes ser tan perra!


¡Ni una rata es tan marrana!
¡Nunca vi tanta indolencia!
JUAN: ¡Cierra la boca, mujer!
¡Por Dios! ¡Mujer!
HORTENSIA: ¡Isabela!
ISABELA: ¿Es que me vas a morder?
JUAN: ¡Silencio, he dicho, Isabela!
Suplica ahora el perdón
de esta buena amiga nuestra.
ISABELA: Disculpadme, mis amigos;
no fui yo, fue mi impaciencia.
JUAN: Qué fuera estás de ti misma.
Y todos, con estas épocas,
ya no somos lo que fuimos.
Tantas semanas inquietas
nos alteran los sentidos
y nos nublan la conciencia.
Ya es hora de que partamos
a la casa, mi Isabela.
Doña Hortensia y Baltasar
han de querer horas quietas.
Baltasar, hablamos pronto;
medita bien tu respuesta.
Tú, despídete.
ISABELA: Adiós.
(Juan toma a Isabela y la arrastra hacia la salida. Baltasar mira
a Hortensia. Ésta le devuelve la mirada desafiante. Baltasar
camina hacia la alfombra y la acomoda.)
BALTASAR: "¡Cómo puedes ser tan perra!
¡Ni una rata es tan marrana!
¡Nunca vi tanta indolencia!"
Solo quedé finalmente
con la más bella de América.
(Baltasar mira amenazante a Hortensia, quien lo mira firme-
mente. Ambos se mantienen así hasta que Hortensia se vuelve
la Narradora y se dirige al público.)
NARRADORA: "Oigan las generaciones",
acto dos, segunda escena;
donde se escucha la pena
de dos tercos corazones.
(La Narradora sale. Baltasar toma su copa de vino y bebe todo
de un trago. Está ebrio. Va hacia otra botella y descubre que
está vacía.)
BALTASAR: ¡Maldición! ¡Cirilo! ¡Aquí!
91

¿Dónde está la otra botella?


(Baltasar cae abatido en un sillón.)
BALTASAR: ¿Qué pretendes, mi Señor?
¿Es acaso alguna prueba?
No entiendo qué te propones
con tu hijo, de esta manera
tan atroz, al torturarlo.
Piedra firme sobre piedra,
sudorosos, levantamos
una casa en esta tierra;
gota a gota, edificamos
un hogar sin más fronteras
que nosotros, que tu amor,
que la extensión de la esfera.
Pero ratas se metieron
a la casa y la madera
de columnas carcomieron,
cuando andábamos de fiesta
celebrando la armonía
de los reyes con tu iglesia.
La casa nos traicionó,
y cayó en nuestras cabezas
con chillido espeluznante;
y las ratas, aún hambrientas
espantaron a tus hombres.
Miles son sus madrigueras.
La traición, la cobardía,
ambas son ahora las reinas,
que, con la envidia a su lado,
toda alma tienen presa.
Mas no a mí, que seguiré
resistiendo hasta que muera
el imperio del impío,
su victoria pasajera.
(Baltasar trata de tomar las últimas gotas. Al no poder hacerlo,
se enfurece y rompe la botella contra el piso.)
BALTASAR: ¡Cirilo! ¡Cipriano! ¡Aquí!
(Desde dentro, se escuchan ruidos como si se derribara una
puerta. Entran Gabriel, Cirilo y Cipriano.)
GABRIEL: Allí está. Que no se mueva.
(Cirilo y Cipriano toman a Baltasar de los brazos.)
BALTASAR: Cirilo, amigo, Cipriano,
¿qué clase de broma es ésta?
GABRIEL: Don Baltasar de la Roca,
en el nombre de las fuerzas
92

de la patria, yo te arresto.
En las pampas de la sierra,
los ejércitos del Rey
se han rendido a los de América.
Mi deber es invitarte,
sin revanchas ni sospechas,
a aceptar que esta nación
tiene al fin su independencia.
Tu vida y tu libertad
serán tuyas si demuestras
tu aceptación; tus bienes
conservarás; y, si deseas
volver a tu madre patria,
te proveeremos las velas.
BALTASAR: Gabriel, Gabriel, te conozco.
Sé que poco te interesan
los destinos de una patria
que es nación en apariencia.
No me quieras engañar
ni enviarme a otras fronteras
para poder complacerte
en los brazos de mi Hortensia.
GABRIEL: Has bebido.
BALTASAR: No lo niego.
Y aun ebrio caí en cuenta
del concilio que vosotros
manteníais tras las puertas.
GABRIEL: Dime dónde está tu esposa.
BALTASAR: La buscaréis en la tierra,
la seguiréis hasta el Cielo
y el Infierno sin dar tregua;
mas no la podréis hallar.
GABRIEL: ¡La mataste! ¿Es que está muerta?
BALTASAR: Como esté, no está por mí.
GABRIEL: Habla. ¿Qué has hecho con ella?
(Baltasar se hace el desentendido; tararea alguna melodía.)
GABRIEL: ¿Quieres saber la verdad?
Ahí te va, entre ceja y ceja.
Sí, Hortensia te era infiel;
no conmigo y, que se sepa,
con ningún otro mortal,
mas con la patria. Era ella
la que nos daba las tácticas
del Virrey y de la Audiencia;
proveía las noticias
93

que tú hablabas sin prudencia.


BALTASAR: No me mientas, miserable.
GABRIEL: Dime, entonces, ¿cómo piensas
que siempre supimos vuestros
movimientos y estrategias?
BALTASAR: Siempre me lo pregunté.
GABRIEL: Pues ya tienes la respuesta.
BALTASAR: Nos ganaron, nos ganaron...
GABRIEL: Es mejor si ya lo aceptas.
Y ahora, habla. ¿Dónde tienes
escondida a nuestra Hortensia?
BALTASAR: Nunca, rata.
GABRIEL: Si te niegas,
sumarás pena a tus penas.
¡¿Dónde está?!
BALTASAR: Pues ha de estar
con las ratas, sus parientas,
celebrando esta ilusión
con danzas carnavalescas.
GABRIEL: Retiradlo; ya hablará.
Revestidlo con cadenas.
BALTASAR: Ratas. Ratas. Ratas. Ratas.
(Cirilo y Cipriano salen llevándose a Baltasar.)
GABRIEL: Hortensia, querida Hortensia,
yo no puedo saber dónde
estarás, mas, dondequiera
que me escuches, oirás
los murmullos de mis venas.
Baltasar vio más que tú,
sus palabras son certeras,
pues, Hortensia, yo te amaba
sin que tu razón lo viera.
Tú vivías por la patria.
Yo te amé con una fuerza
capaz de hacerme abjurar
del deber y la encomienda
que la historia me encargara.
Cada adiós era una flecha
que me acertaba en el torso
y sangraba hasta tu vuelta.
Hace mucho que te amaba,
mucho antes de que fingieras,
por la patria, en esta sala,
comportarte como perra
y salvaras con tu acto
94

el buen fin de nuestras guerras.


Tu espíritu quedará
animando esta vivienda,
por los siglos, hasta que uno
reconozca en ti a la gema
que de una patria preciosa
puso la piedra primera.
Oigan las generaciones,
oiga quien lo sienta y vea,
los murmullos de esta historia
los secretos de sus perlas;
doña Hortensia de la Roca
fue la más leal moneda
de la historia del Perú.
(Gabriel se sienta y se cubre la cara con las manos.)
GABRIEL: ¡Hortensia! Querida Hortensia.
(La Narradora entra y toca un mueble como si tocara una puer-
ta. Gabriel se vuelve Richard y se pone de pie.)
RICHARD: No. Ya le he dicho que no.
(Richard, cubriéndose la cara con un periódico, huye de la Na-
rradora que lo persigue.)
NARRADORA: Por favor, don Richard, sólo un minuto. ¿Qué
buscaba en la casa? ¿Qué encontró?
RICHARD: No tengo nada que decir, señorita.
NARRADORA: ¿Pero encontró o no encontró lo que había esta-
do buscando?
RICHARD: No tengo comentarios.
NARRADORA: ¿Es verdad que vendió la casa por la insistencia
de los espíritus? ¿Qué sabe usted de Hortensia Melgar de la
Roca? ¿Cree que fue asesinada? ¿Es verdad que consiguió la
casa por su vínculo con los apristas? Dicen que tuvo que
sobornar a juez para obtener el desalojo. ¿Qué opinión tiene
de su padre? ¿Cree que era un iluminado o que había perdido
la razón? ¿Sabía que Baltasar de la Roca fue declarado insa-
no por las autoridades? Díganos, don Richard, por qué su
familia lo ha repudiado. ¿Y los Angelat?
RICHARD: Yo no sé nada. ¿Por qué me hostiga así? ¿Qué quie-
re?
(Brígida ha entrado cojeando y ha visto la persecución.)
BRÍGIDA: ¡Richard! Cierra esa puerta de una buena vez.
RICHARD (a la Narradora): Me disculpa, por favor, ¿ya?
NARRADORA: Su hermana Karina dice que usted ha roto con
su familia...
RICHARD: ¡¿Karina?! Mire quién habla; el ejemplo de morali-
dad. A mí nada me tiene que reprochar esa desvergonzada.
95

Qué tal concha. Esa que vive de calatearse frente a todo el


mundo. Ella es la que le hace el daño a mi madre, ella. Con
qué autoridad moral...
BRÍGIDA: ¡Richard, carajo! Entra de una vez y cierra esa puerta.
RICHARD: Sí, Brigitte. Permiso, ¿ya?
NARRADORA: ¿Pero usted se deja controlar así por su esposa?
(Richard sale seguido por Brígida quien da una mirada de despre-
cio a la Narradora. La Narradora se sienta en un mueble, frustra-
da. Después, entra Karina con un manto alrededor de la cabeza.
Karina se acerca a la Narradora y le entrega unos papeles.)
NARRADORA: ¿Qué es esto? ¿Quién es usted?
(Karina sale corriendo. La Narradora lee los papeles.)
NARRADORA: Señorita: No sé quién es usted ni me importa.
En verdad, sí me importa, pero más me importa que lea una
cosa que encontré en los archivos de la Municipalidad de
Lima. Es una carta del consorcio Nuevo Sol, -¿se acuerda?-
los que destruyeron la casa, donde explican por qué demo-
lieron la casa. Le suplico especialmente que lea la parte
marcada con resaltador que le he puesto. "El anterior propie-
tario del inmueble en mención dejó las paredes y los suelos
del inmueble en mención llenos de inmensos boquetes y
perforaciones que dañaron irremediablemente las estructu-
ras del inmueble en mención. Tras el peritaje correspondiente,
se determinó que el inmueble en mención estaba ya al borde
del inminente colapso." Post data: Le informo de que me he
enterado de que Richard Roca con su esposa van a salir del
país en pocas horas. Haga usted lo que quiera, por favor.
(Después de pensarlo unos segundos, la Narradora toma una
peluca rubia y se la pone. El Viajero 1 entra y se pone de perfil al
público. Luego, entran Richard y Brígida -ésta siempre cojea-;
Richard se pone detrás del Viajero 1, mientras Brígida va a sen-
tarse. Entra el Viajero 2 quien se pone detrás de Richard. La
Narradora acomoda sus ropas para dejar ver un gran escote,
toma un maletín de mano y se acerca corriendo a Richard.)
NARRADORA (con acento extranjero): Buenas noches, señor.
RICHARD: Buenas.
NARRADORA (con acento extranjero): ¿Cómo está?
RICHARD: No tan bien como usted, pero cada quien se defien-
de con lo que tiene.
NARRADORA (con acento extranjero): Me llamo Brigitte. Usted
pensará que soy loca, pero ¿le puedo pedir un favor muy gran-
de?
RICHARD: Usted dirá.
NARRADORA (con acento extranjero): Hay mucha gente y estoy
atrasada. Mi avión se va. ¿Puede darme un lugar delante de
96

usted o detrás?
RICHARD: Delante de mí o detrás. Donde usted prefiera.
NARRADORA (con acento extranjero): Qué amables los perua-
nos. ¿Así son todos?
RICHARD: Así somos. Algo bueno teníamos que tener. ¿Y usted
de dónde es?
NARRADORA (con acento extranjero): De Australia.
RICHARD: Qué interesante. ¿De qué ciudad?
NARRADORA (con acento extranjero): De Sidney. ¿Conoce us-
ted Australia?
RICHARD: No, pero siempre he querido ir. Para ver a los cangu-
ros y a las canguras también, por supuesto.
(La fila avanza unos pasos y se detiene.)
RICHARD: Es que con la actual situación ya no se puede, pues.
Me voy. Una lástima, pero me tengo que ir. Usted debe haber
oído; con tanta corrupción. ¡Apristas! Uno podría hacer un
esfuerzo y quedarse a trabajar por el país.
NARRADORA (con acento extranjero): Claro.
RICHARD: Pero, si no lo dejan trabajar, qué puede hacer uno.
Allá pienso invertir una platita que he podido ahorrar. Es
más seguro; aquí nadie deja trabajar a nadie.
NARRADORA (con acento extranjero): Qué pena. Justo las per-
sonas trabajadoras como usted se van del país.
RICHARD: Pero si no lo dejan trabajar a uno...
NARRADORA (con acento extranjero): Espere, no me diga, no
me diga. Usted es escorpión, ¿verdad?
RICHARD: Sí. ¿Cómo supo?
NARRADORA (con acento extranjero): Decidido, emprendedor,
tan firme que puede ser incluso terco. Yo soy virgo, por ejem-
plo; un poco más sentimental. Debe ser un problema tener
de pareja a un escorpión. No sé si yo podría.
RICHARD: Todo tiene solución en esta vida. Pero qué intere-
sante lo que me cuenta. Qué pena que no tengamos tiempo.
¿Usted también va a Miami?
NARRADORA (con acento extranjero): Sólo unos días.
RICHARD: Tal vez, ahí nos podríamos encontrar para seguir
conversando.
NARRADORA (con acento extranjero): Dígame, ¿usted cree en
los espíritus?
RICHARD: No. ¿Qué dice? ¿Qué espíritus?
NARRADORA (con acento extranjero): Los espíritus, usted sabe.
Las personas que ya se murieron.
RICHARD: Ah, no sé.
97

NARRADORA (con acento extranjero): ¿Pero por qué se ríe? ¿Us-


ted cree o no cree? Yo sí creo; y tengo comunicación...
RICHARD: No me estoy riendo. Es que me acordé de algo. Pero,
si me guarda un secreto, podría decirle que le debo mucho a
los mensajes de los muertos.
NARRADORA (con acento extranjero): ¿Sí? No le creo. Cuénte-
me, cuénteme. ¿Qué mensajes?
RICHARD: No, no, no. Era una broma. Es un asunto familiar
medio complicado.
NARRADORA (con acento extranjero): Por favor, por favor. Yo sí
te voy a entender, Richard. Cuéntame.
(Brígida se levanta y, furiosa, se acerca y empuja con violencia a
la Narradora.)
BRÍGIDA: ¿Hasta qué hora vas a seguir puteando, ah?
RICHARD: Por favor, Brigitte, corazón, sólo estamos conversando.
NARRADORA (con acento extranjero): Sólo hablábamos de los
espíritus, señora. ¿Usted cree...
BRÍGIDA: Pedazo de imbécil, ¿qué le has dicho?
RICHARD: Te juro que nada, corazón, Brigitte. (A la Narradora)
¿Tú cómo supiste mi nombre? ¿También eres bruja?
NARRADORA (con acento extranjero): Un poco.
BRÍGIDA: Y tú, gringa puta, déjate de estar enseñando las te-
tas, ¿ya?
(La Narradora se acomoda las ropas. Brígida se va a sentar nue-
vamente. La Narradora y Richard se miran, sonríen y encogen
los hombros. La fila avanza unos pasos.)
NARRADORA (con acento extranjero): ¿A tu esposa no le gusta
hablar de los espíritus?
RICHARD: No es mi esposa. Es una tía medio loca que tengo.
Pobrecita. La estoy llevando a Miami para que le hagan un
tratamiento.
NARRADORA (con acento extranjero): ¿No será que se volvió
loca por los mensajes de que me hablabas?
RICHARD: No, no. Lo que pasa es que ése es un asunto fami-
liar medio complicado. Es muy largo de contar. Oye, pero queda
en pie lo de Miami, ¿no? ¿En qué hotel vas a estar? ¿Ya sa-
bes?
NARRADORA (con acento extranjero): No sé todavía. ¿Cuál me
recomiendas?
RICHARD: ¿Cómo estás de plata?
NARRADORA (con acento extranjero): Tengo muy poco. Tal vez,
en un hostal de estudiantes...
(Brígida se acerca nuevamente, al verlos conversar.)
BRÍGIDA: ¡Y qué mierda están hablando ahora!
98

RICHARD: Nada, por favor. La señorita está haciéndome unas


consultas. Uno está tratando de ser amable.
BRÍGIDA: Amable, amable; ya conozco tus amables. ¿Y a ti? ¿Ya
te invitó a salir en Miami?
RICHARD: Brigitte, por favor, la señorita es australiana. Toda
la vida lo mismo, por favor. ¡En Miami! La chica es de Austra-
lia, ¿no es cierto? Ahora vas a decir que voy a ir a visitarla a
Australia. Porque tú eres capaz.
NARRADORA (con acento extranjero): Sí, señora, es verdad. Soy
de Australia, de Sidney. Su sobrino me estaba explicando
unas cosas de los espíritus y de Miami.
BRÍGIDA: Mi sobrino, ¿no?
(Brígida se queda mirando atentamente a la Narradora, mien-
tras Richard se toma la cabeza. En eso, Brígida le saca a la
Narradora la peluca de un tirón.)
BRÍGIDA: Es la tipa esa. Eres un idiota, Richard, un idiota.
RICHARD (a la Narradora): Dígame qué quiere o llamo a la poli-
cía.
NARRADORA: Nada, nada. Está bien. Ya me voy.
RICHARD: ¿Quién es usted?
NARRADORA: No soy nadie.
(La Narradora se aleja. La fila avanza hasta que Richard, Brígida
y los viajeros salen del escenario.)
BRÍGIDA (mientras salen): Un idiota, Richard, un idiota. Así
todo el mundo se va a enterar. Un pedazo de imbécil, Richard...
NARRADORA: Brígida y Richard Roca salieron del país esa mis-
ma noche.
BRÍGIDA (desde dentro): Un puto, Richard.
NARRADORA: Sin embargo, creemos ahora que todos nuestros
esfuerzos parecen haber servido de algo. Creemos estar muy
cerca de desatar el laberíntico nudo que hasta ahora rodeaba
a la Casa de las Ánimas. Si pueden, les pido un poco de
paciencia y les agradeceré su presencia en tres minutos, no
más de cinco, mientras cumplo con un compromiso. Aquí, en
esta misma sala, en tres minutos, destaparemos por fin esta
secular alcantarilla. Los espero a todos.
(Karina entra bailando; lleva sólo la ropa interior con que estu-
viera momentos antes. La Narradora la observa.)
KARINA (mientras baila): Yo soy la única artista de toda mi
familia. Mi papi era una persona muy buena, decía cosas
lindas, pero en el fondo era un materialista de la madre pa-
tria. Él nos decía: "Hijos, lo importante en esta vida es el
espíritu." Decía eso pero siempre le gustó la plata; cada vez
que veía plata, oro, joyas y eso, decía "el espíritu, el espíri-
tu". Yo creo que era materialista, pero no se daba cuenta.
99

Pero, por eso, mis hermanos se dedicaron a poner negocios y


a hacer plata y eso.
NARRADORA: ¿Y tú no?
KARINA (mientras baila): No, a mí lo que me más importa prin-
cipalmente no es la plata sino el arte; la música, el baile y
ahora también quiero incursionar en el canto. ¿Puedo?
(La Narradora asiente y Karina se pone a cantar. Después de
unas cuantas líneas, se detiene; deja de bailar y solloza. El
Futbolista peruano y el Futbolista chileno entran jugando con
una pelota de trapo.)
NARRADORA: ¿Qué pasa, Karina? ¿Karina?
KARINA: Se mató. Se suicidó después de un partido de fútbol.
¡Por qué!
NARRADORA: Tranquila, Karina. Ya pasaron muchos años.
KARINA: Fue cuando eliminaron al Perú del mundial de Alema-
nia...
NARRADORA: No pienses en eso.
KARINA: ¡Sí! Quiero pensar. Todos creían que ya estaba loco y
se le reían en la cara. A veces, pasaba y me hacía un cariñito
en la cabeza. Toda mi familia me critican lo que hago y yo les
hago acordar de cómo trataron a mi papi. Ellos lo mataron.
NARRADORA: Karina.
KARINA: No, porque yo no me quiero olvidar. Nunca. Mis her-
manos se hacen los que no se acuerdan. Pero yo no los voy a
dejar que se olviden. Nunca.
(El Futbolista peruano patea la pelota hacia un lado.)
FUTBOLISTA PERUANO: ¡Goool!
(Todos los actores que no están en el escenario entran en este
momento gritando y celebrando el gol. En el escenario, todos se
abrazan y besan. Luego, todos se sientan o se paran en una
suerte de semicírculo alrededor de la Narradora quien mira su
reloj por unos segundos.)
NARRADORA: Tres minutos. Me alegra que todos hayan podido
venir. Ya que estamos en el tema, debemos empezar dicien-
do que, a nuestro entender, tanto la vida como la breve obra
de Rómulo Roca fue un complejo y, por momentos, involun-
tario mensaje destinado a quien lo pudiera oír. Creemos
haberlo oído.
RÓMULO: Desgraciado, maricón, te jodiste. Te dije que no en-
tres, desgraciado. Te voy a demandar, te voy a demandar.
Jodiste todo. Me jodiste.
NARRADORA: La primera parte del mensaje es demasiado ob-
via. De alguna manera, Rómulo Roca llegó al conocimiento
de que los propietarios primigenios de la Casa de las Ánimas
100

habían sido sus antepasados. A partir de entonces, median-


te absurdos reclamos de propiedad e historias de almas en
pena, pretendió lo que siempre nos resultó evidente: entrar
solo a la casa. Le era tan importante la empresa que, al frus-
trarse el propósito, perdió paulatinamente el juicio y se con-
virtió en la burla y vergüenza de su familia.
RÓMULO: Loca será tu abuela.
NARRADORA: Sin embargo, si ni una limitada esposa ni unos
hijos egoístas lo comprendían, tal vez, alguien más sí podría
hacerlo. Y fue entonces que el periodista se hizo dramatur-
go, y montó la obra "Oigan las generaciones y el entremés de
Ángel Bustos".
(El Futbolista peruano y el Futbolista chileno se ponen a jugar
con la pelota.)
NARRADORA: Luego vendría su progresivo deterioro y su suici-
dio en 1973.
KARINA: ¡No! Él tuvo la culpa. Nadie más. ¿Por qué se tenía
que matar y dejarnos con la duda a todos? ¡Loco de mierda!
Loco, loco.
NARRADORA: Karina, por favor.
KARINA: Nunca me voy a olvidar después del partido; "Nos ga-
naron, nos ganaron, mierda", decía. Perdón. Después escu-
chamos el disparo.
(El Futbolista chileno patea la pelota fuera del escenario.)
FUTBOLISTA CHILENO: ¡Goool!
(Todos los demás actores en el escenario dan muestras de ma-
lestar y murmuran maldiciones por el gol.)
NARRADORA: Es cierto que Rómulo Roca estaba mal de la ca-
beza en ese entonces. ¿Pero qué fue aquello en el fútbol que
tan súbitamente iluminó su desgracia? La respuesta es sen-
cilla: Chile. Recordó cómo la acaudalada familia Angelat se
fue huyendo del Perú sin un centavo poco antes de la Guerra
del Pacífico. Tal vez, durante su estudio de la historia de la
casa, el periodista ya se había preguntado muchas veces dón-
de quedó todo lo que tenían, qué se hizo de la inmensa for-
tuna de los Angelat. Los varones de la familia chilena pre-
tendían volver al Perú después de la guerra. Este retorno no
tenía ya sentido alguno: volverían a un país destrozado; don-
de ya no eran dueños de nada; donde, con toda seguridad,
serían hostigados. ¿O es que acaso venían por algo que, en
el apuro, les fue imposible cargar?
TODOS: Aaahhh.
NARRADORA: Hasta la historia mejor contada necesita de nau-
fragios casuales. Y es tentador jugar con la idea de que
Rómulo Roca creyó que los Angelat dejaron oculto en el labe-
101

rinto de la Casa de las Ánimas un gran tesoro; monedas de


oro y plata, joyas y piedras preciosas a las que habían con-
vertido sus propiedades por temor a una confiscación.
JUAN: Tengo hijos, Baltasar,
tengo bienes y una hacienda
que bien podrían perderse
si no actúo con prudencia.
Es hora de vender todo;
dejar Lima a lo que venga.
NARRADORA: De resultar esto cierto, quedaría explicada la
urgencia de Rómulo Roca por entrar a la casa sin testigos.
Quería encontrar el tesoro y hacerlo suyo. Pero, en vista de
sus repetidos fracasos y de las burlas de los suyos, decidió
dejar a la inteligencia de la posteridad un mensaje oculto
pero insinuado en el mismo título de su obra "Oigan las ge-
neraciones".
KARINA: Él nos decía: "Hijos, lo importante en esta vida es el
espíritu." Decía eso pero siempre le gustó la plata; cada vez
que veía plata, oro, joyas y eso, decía "el espíritu, el espíri-
tu".
GABRIEL: Tu espíritu quedará
animando esta vivienda,
por los siglos, hasta que uno
reconozca en ti a la gema
que de una patria preciosa
puso la piedra primera.
Oigan las generaciones,
oiga quien lo sienta y vea,
los murmullos de esta historia
los secretos de sus perlas;
doña Hortensia de la Roca
fue la más leal moneda
de la historia del Perú.
NARRADORA: ¿Es ésta otra de muchas coincidencias de espíri-
tus? ¿O es acaso un nebuloso mensaje que el mayor de los
hijos del periodista logró descifrar? ¿Sucedió acaso que, de
una forma más inteligente que su padre, Richard Roca con-
centró sus esfuerzos en comprar la casa, buscó y halló el
tesoro, y, tras extraerlo, volvió a vender la propiedad?
KARINA: Agarró y dijo que iba a comprar la Casa de las Ánimas.
Encima, nos pidió ayuda; lo mandamos a su madre patria.
RICHARD: Si me guarda un secreto, podría decirle que le debo
mucho a los mensajes de los muertos.
NARRADORA (con acento extranjero): ¿Sí? No le creo. Cuénte-
me, cuénteme. ¿Qué mensajes?
RICHARD: No, no, no. Era una broma. Es un asunto familiar
102

medio complicado.
NARRADORA: ¿Más coincidencias? No lo creemos. Creemos que
un remordimiento filial hizo que Richard Roca se interesara
en la vida y obra de su padre más de diez años después de la
muerte de éste...
HUTCHINSON: Estuvo sentado ahí donde estás tú.
NARRADORA: ... y que, al encontrar indicios a cada paso, dedi-
có su vida, y el dinero y los contactos de su nueva esposa a
adquirir la Casa de las Ánimas con el fin de obtener el tesoro
de su laberinto. "El anterior propietario del inmueble en
mención dejó las paredes y los suelos del inmueble en men-
ción llenos de inmensos boquetes y perforaciones." Sospe-
chamos que Richard Roca tomó la decisión de dejar el país al
ver peligrar su fortuna debido a nuestro acoso. También sos-
pechamos que, cuando lo abordamos en el aeropuerto, ya el
tesoro había salido del Perú. Como competente agente de
aduanas, Richard Roca pudo haberlo hecho pasar sin mayor
problema. Y, a propósito, ¿qué debemos pensar del curioso
comportamiento en la historia del padre Ángel Bustos allá
en 1899?
HUTCHINSON: Pero es muy chistoso...
(Bustos camina por el escenario portando una antorcha imagi-
naria. Ve algo que llama su atención.)
NARRADORA: Su forzada indagación entre los pasillos y cuar-
tos secretos de la Casa de las Ánimas lo llevó pronto a des-
cubrir algo increíble.
BUSTOS: Mas, ¿qué veo? ¿Qué me ocurre?
¿Es su gracia o es el diablo?
NARRADORA: Descubrió que la casa escondía uno o varios cú-
mulos de piedras preciosas y monedas de oro y plata con un
valor suficiente para corromper al más santo.
(Bustos toma el manto y se lo pone en la cabeza.)
NARRADORA: Y es así que Bustos se dedicaría a sacarlo pieza
por pieza. ¿Pero cómo haría para no ser descubierto? Pues
conseguiría una saya y un manto, y ocultaría las piezas bajo
las ropas.
(Bustos se pone imaginarias monedas y joyas entre las ropas
para aparentar pechos, y, una vez así, camina sigilosamente por
el escenario.)
NARRADORA: Bustos salía dos o tres veces cada noche. Todo
iba muy bien pero...
SUPERIOR 1: Los vecinos de las Ánimas,
sin consulta, me han contado
que, en las noches, de la casa,
ven salir con saya y manto
103

a una dama sigilosa


que se pierde hacia San Lázaro.
(Bustos deja el manto. Los Superiores, portando imaginarias
antorchas, encuentran el manto y lo revisan.)
NARRADORA: Los superiores del Arzobispado creyeron confir-
mar los rumores de que el sacerdote traía a una mujer en las
noches cuando hallaron prendas femeninas regadas por los
pasillos.
SUPERIOR 1: Padre Bustos, encontramos
la evidencia de tus mañas.
NARRADORA: El trabajo del padre Bustos fue interrumpido y
los superiores amenazaron con enviarlo a las selvas.
HUTCHINSON: Y se fue... El sinvergüenza... Se largó... Es muy
chistoso.
NARRADORA: El enigma de la vida de Rómulo Roca y de la Casa
de las Ánimas quedaría al menos parcialmente resuelto. Fue
la imposibilidad de hacer suyo el tesoro de los Angelat lo que
lo llevó a la desesperación; fue esta frustración la que lo
condujo al suicidio, al sentirse, después de un partido de
fútbol, derrotado por los chilenos.
(Rómulo asiente. Todos los personajes, salvo la Narradora y
Richard, salen.)
NARRADORA: Fue la convicción de la existencia de un tesoro
en la Casa de las Ánimas lo que llevó a Richard Roca a com-
prar la Casa de las Ánimas y a desalojar sin contemplacio-
nes a las familias que ahí vivían. Fue la obtención del tesoro
lo que lo hizo vender luego la casa, como quien desecha una
cáscara vacía.
(La Narradora se pone un manto sobre la cabeza. Se dispone a
salir, pero se detiene y se dirige al público.)
NARRADORA: O, tal vez, no.
RICHARD: Tal vez, no ¿qué?
NARRADORA: Tal vez, no nada.
RICHARD: ¿Quién es usted?
(La Narradora, como tapada, sale. Richard se vuelve Gabriel y
se sienta abatido en alguna silla. Se empiezan a escuchar los
martilleos, los que se oirán hasta el final.)
GABRIEL: Hortensia, querida Hortensia.
HORTENSIA (desde dentro): ¡Ayudadme! ¡Por favor!
(Gabriel se levanta sorprendido.)
GABRIEL: ¿Eres tú? Responde. ¡Hortensia!
HORTENSIA (desde dentro): ¡Socorro!
GABRIEL: Pero responde.
¿Dónde estás para que pueda
104

rescatarte?
HORTENSIA (desde dentro): ¡Ya no puedo!
GABRIEL: Baltasar no está.
HORTENSIA (desde dentro): ¡Decenas!
¡Nada veo! ¡No soporto!
GABRIEL: Sigue hablando de manera
que tu aliento me conduzca
al lugar del tu condena.
Habla, Hortensia. ¡Sigue hablando!
HORTENSIA (desde dentro): Que de mí se compadezca
cuanta ánima me escuche.
GABRIEL: Si me escuchas con la fuerza
con que yo, pues dime dónde...
¿No escuchas? ¿Dónde te encuentras?
HORTENSIA (desde dentro): ¡Ya son cientos! ¡Por favor!
GABRIEL: ¡Habla más! No te detengas.
(Gabriel levanta la alfombra y, a viva fuerza, después de varios
intentos, logra abrir la puerta del piso arrancando los clavos.
Entra por la puerta. El escenario queda vacío.)
HORTENSIA (desde dentro): ¡Ayudadme! ¡No! ¡Son miles!
GABRIEL (desde dentro): Sigue hablando que estoy cerca.
Voy entrando al laberinto
y mi luz serán tus quejas.
No claudiques. Habla más.
Ya no veo nada. ¡Hortensia!
¡Hortensia! No tengo ojos.
¡Habla por lo que más quieras!
¿Pero qué es esto? No escucho.
No puedo seguir tu senda
si no me hablas o suspiras.
¡Por los mil demonios!
HORTENSIA (desde dentro): ¡Mierda!
(Los martilleos se van debilitando hasta extinguirse.)

FIN

Austin, 1993
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Perro muerto
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Personajes:
MICAELA: 17 años, vestida con uniforme escolar
CATALINA: 35 años, vestida con traje de baño y una bata o toa-
lla que se pondrá alrededor del cuerpo
HOMBRE: 40 años, vestido de mendigo
MUCHACHO: 20 años, vestido de mendigo
MUJER: 50 años, vestida de mendiga

El Hombre, el Muchacho y la Mujer cumplen diversos papeles


en esta obra. Mientras no estén en otro papel, deambulan por
el escenario buscando entre la basura o se dirigen al público en
actitud suplicante.
Todos los actores están en todo momento en escena.

Escenario:
El escenario está totalmente cubierto por basura. Hay varios
montículos de desperdicios de donde los actores recogerán los
distintos elementos que necesiten para la representación y donde
se sentarán o recostarán. Lo que más debe destacar entre la
basura es la presencia de un perro muerto.
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PRIMER ACTO

(Micaela está sentada leyendo un libro mientras Catalina ter-


mina de aplicarse bronceador al cuerpo y se recuesta para to-
mar sol. El Hombre, el Muchacho y la Mujer buscan cosas en
los montículos de basura. El Hombre encuentra un objeto que
sugiere un micrófono. El Muchacho encuentra una vieja guita-
rra e intenta afinarla. Micaela termina de leer el libro, lo cierra
y se levanta.)
MICAELA: Señorita Campana.
HOMBRE: Damas, damas, damas y caballeros, es ahora un
gratísimo placer para mí presentarles a una de las más re-
frescantes promesas del rocanrol peruano en esta refres-
cante década...
MICAELA: Señora Catalina Campana Wharton.
HOMBRE: ... a una gratísima revelación que -qué duda nos cabe-
dará mucho de qué hablar en el futuro. Me refiero a Adorizzio,
quien nos interpreta un tema de su propia inspiración titu-
lado "Un mendrugo de amor".
MICAELA: Querida Catalina.
HOMBRE: A ver el aplauso para Adorizzio.
(Se escucha una música de nueva ola grabada mientras el Mu-
chacho hace como si tocara la guitarra.)
MUCHACHO (haciendo fonomímica): Me llaman mendicante;
soy testigo del dolor;
mi casa son las calles;
yo mendicante soy.
Un mendrugo de amor.
Me dicen pordiosero;
voy errante como el sol;
aborrezco el dinero;
yo mendicante soy.
Un mendrugo de amor.
MICAELA: Querida doctora Catalina.
MUCHACHO (haciendo fonomímica): Maldito Constantino,
en el fuego arderás;
maldito Constantino,
perro muerto sin paz.
MICAELA: Estimada doctora Campana.
MUCHACHO (haciendo fonomímica): Maldito Constantino,
en el fuego arderás;
maldito Constantino,
perro muerto sin paz.
(La música se sigue escuchando y el Muchacho hace como si
tocara la guitarra.)
109

MICAELA: Primero: una canción que sólo pondrían en la hora


del recuerdo; segundo: Constantino, el emperador romano;
tercero: la cantidad de mendigos salpicados por las calles de
Lima. Si ayer no más alguien me preguntaba qué tenían que
ver todas esas cosas, yo habría tenido que decirle, oye, ¿qué
te picó a ti? ¿Estás loco? Pero acabo de terminar de leer su
libro, doctora, y ahora me doy cuenta de que, en nuestro
país, cualquier locura se pasea como Juan por su casa. De-
cirle que estoy excitadísima con el asunto de los mendicantes
sería poco. Con decirle que es el primer libro que me despa-
cho completo en mi vida. Y si alguien me pregunta ahorita,
oye, ¿por qué le estás escribiendo a la doctora? ¿Estás loca?
Tampoco sabría qué contestarle. Es que no sabía qué hacer,
doctora. Tito, mi enamorado, es inteligente pero no sabe fran-
cés, el pobre. A mis papás qué les va a interesar el asunto. Y
a usted qué le importarán mis problemas, ¿no? Debo pare-
cerle una impertinente, ¿no? Escribirle sin que me conozca
ni en pelea de perros. Pero es que tenía que compartirlo con
alguien, esta cosa que se me ha venido tan rápido que el
cuerpo no me basta; esta felicidad, este miedo, pero un mie-
do rico; no sé si me entiende. No sé si alguna vez me recupe-
re del revolcón.
MUCHACHO (haciendo fonomímica): Mendicante soy.
Un mendrugo de amor.
(La música deja de sonar. El Muchacho deja de tocar. Micaela se
acerca a la Mujer que está sentada mendigando. Apenas ve a
Micaela, la Mujer mueve su sombrero hacia ella mendigando.)
MICAELA: Buenos días, señora. ¿Cómo está?
MUCHACHO: ¿Por qué se esconden estos mendicantes? ¿Ah?
¿Por qué? ¿Por qué tanto secretito, tanto misterio, tanta ton-
tería? ¿Ah? ¿Qué esconden? Algo apesta muy pero muy fuer-
te en toda esta sonsera.
(Mientras Micaela habla con la Mujer, ésta sigue moviendo su
sombrero en señal de mendicidad.)
MICAELA: ¿No me escucha, señora? Le estoy hablando. Me lla-
mo Micaela, Micaela Valle Riestra. ¿Usted?... Usted no, su-
pongo. Es un chiste. Malazo, ¿no?... Usted siempre se sienta
aquí, ¿no? ¿Puedo conversar con usted un minuto? ¿Le mo-
lesta si me siento aquí?
(La Mujer sigue en lo suyo. Micaela se sienta a su lado.)
MICAELA: Gracias por la invitación... Señora, le estoy hablan-
do. ¿Me escucha? En fin... Los mendicantes... Quería con-
versar con usted sobre ellos. ¿Los conoce? Tiene que cono-
cerlos; no se haga. Señora... ¿Por qué no habla, señora? ¿Sabe
o no sabe algo de los mendicantes? Sólo dígame eso... Por
favor, señora, no se haga la sorda... Y supongo que si le pre-
110

gunto si usted es una mendicante, usted se va quedar calla-


da, ¿no?... Ahí está. ¿No le digo? ¿Soy una genio o qué?
(Frustrada, Micaela se levanta y se aleja de la mujer. Catalina
se levanta.)
MUCHACHO: Que alguien me responda. ¿Qué esconden estos
mendicantes? ¿Ah? Mucho dinero debe estar detrás, muchí-
simo.
CATALINA: Tesis que presenta la alumna Catalina María Cam-
pana Wharton para obtener el grado de Bachiller en Ciencias
Sociales con mención en Antropología.
MUJER: ¡Cristo es el Señor! No se enciende una lámpara para
ocultarla bajo un mueble. ¿Por qué, entonces, por qué estos
mendicantes de los que tanto se habla, que reconocen que
Cristo es el Señor, no anuncian y gritan la buena nueva a
todos los vientos?
CATALINA: Las razones que los Cristianos de Lima aducen para
justificar el imperativo de la clandestinidad son fruto de una
educada reflexión histórica y de un profundo conocimiento
del espíritu humano.
HOMBRE: ¡Pura novelería!
CATALINA: Durante los primeros siglos de la fe, los seguidores
de la doctrina de Jesucristo fueron perseguidos, torturados y
llevados a la muerte por distintas instancias del imperio que
los veía como una amenaza a su forma de vida.
HOMBRE: Claro, ahí sí se justificaba.
CATALINA: La conciencia del peligro común suscitaba entre la
comunidad de fieles una solidaridad sin condiciones y la ne-
cesidad de una constante purificación espiritual. Esto, por
supuesto, significaba una completa unidad en los pensamien-
tos, sentimientos y acciones. Por lo demás, su ilegalidad los
exoneraba de participación en las crónicas guerras de una
época tan inestable.
MUJER: ¡Ay de mí si callare!
CATALINA: Pero esta unidad y pureza primigenias desaparece-
rían en el siglo cuatro, primero, con la legalización y, luego,
con la elevación del Cristianismo al rango de religión oficial
del imperio.
HOMBRE: Parten de una concepción adulterada y parcial de la
historia; de premisas falaces y conclusiones antihistóricas.
Obviamente, eso los lleva a pretender ahora, en nuestra épo-
ca, volver a los tiempos de las persecuciones y las catacum-
bas. ¡Por favor!
CATALINA: Al iniciarse aquel siglo, Constantino era uno de los
emperadores de un imperio dividido.
HOMBRE: Aquí nadie los persigue ni los hostiga. Qué tal decep-
111

ción; se esconden pero nadie ni los busca. Y este esconder-


se por esconderse me parece ridículo, insano y -¿por qué no
decirlo?- perverso.
CATALINA: Constantino prometió a los cristianos la legalidad a
cambio de su colaboración en su enfrentamiento con
Majencio, otro de los emperadores. Los cristianos, aducen
los mendicantes, sucumbieron a la tentación de la violencia
y fueron a la guerra. Las fuerzas de Constantino derrotaron a
las de Majencio en la batalla del Puente Milviano en el año
312. Constantino quedó como único emperador de un impe-
rio nuevamente unido. El Cristianismo fue legalizado. No
pasaría mucho para que la nueva fe se convirtiera en la reli-
gión oficial del Imperio.
MUJER: Anunciad la nueva, anunciadla a todas las naciones, a
los gritos, a todo pulmón.
HOMBRE: Pervertidos.
CATALINA: Pero la oficialización de sus creencias, que para la
mayoría de cristianos fue y sigue siendo motivo de regocijo,
significó, según los Cristianos de Lima, el inicio de la Gran
Corrupción de los Fieles.
MUJER: ¡Ay de mí!
CATALINA: Al descubrirse, de un día para el otro, con libertad y
poder, los cristianos no sólo empezaron a participar en los
conflictos armados de la época sino que llegaron a fomentar-
los cuando ello convenía a sus nuevos intereses.
MUCHACHO: La policía debería intervenir aquí.
CATALINA: Con la legalidad, igualmente, llegaría el relajo en el
espíritu combativo de los fieles. La constante purificación y
la unidad dadas por el peligro se habían esfumado de súbito.
Los cristianos empezaron a hacerse de oro y posesiones te-
rrenales. Con ellos, no tardarían en llegar las ambiciones,
las mezquinas rencillas y, eventualmente, la explotación de
los semejantes.
MUCHACHO: Todo. Hay que investigar todito; con la policía.
¿Qué intereses están detrás de todo esto? ¿Ah? ¿Qué
transnacional se esconde tras toda esta patraña? ¿Ah?
CATALINA: Es por ello que los Cristianos de Lima aborrecen el
nombre de Constantino y no pierden la ocasión para malde-
cirlo tachándolo de animal, perro o, más frecuentemente, de
perro muerto. Es él, según su concepción, el responsable
directo de la Gran Corrupción de los Fieles. Es también por
ello que los miembros de la secta buscan recrear la ilegali-
dad y clandestinidad originales. Pese a que, hoy por hoy, nadie
los persigue, los Cristianos de Lima forman una sociedad
secreta y oculta a la que sus miembros siempre niegan per-
tenencia y filiación. Muchas gracias.
112

MICAELA: No, doctora, no es que quiera estar todas las sema-


nas como un chicle, pero tenía que contarle del tremendo
volteretazo que su libro ha causado en ésta, su servidora.
Con decirle que ya es la segunda vez que me lo leo; todo, con
los agradecimientos y todo. Cómo le explico. Aquí está em-
pezando el invierno pero, lo que es por mí, cada día siento
que hay luz más temprano. Cada día siento que quiero más a
todos, a Tito, al mundo. Y otra vez no sabría decirle con se-
guridad por qué le estoy escribiendo. Pero de una cosa estoy
segura: ahora siento que puedo hacer una barbaridad de co-
sas que antes, ni loca. Como en una película.
CATALINA: ¿Qué piensas hacer ahora, Micaela?
MICAELA: Jueves, 2 de mayo de 1990. Ciudad de Lima. Llego del
colegio. Tres de la tarde aproximadamente. Mi señora madre
me pregunta cómo me fue. Le digo que bien. Mi señora madre
me pregunta si voy a salir esa tarde. Le digo que no sé. Mi
señora madre me dice, oye, a propósito, te llegó una postal
de Francia ahora. Unos segundos de silencio y después...
¡Pum! ¿Qué fue eso? ¿Coche-bomba? ¡Cuerpo a tierra! Ahí
mismo, supe que se trataba de usted y mi corazón saltó has-
ta el cielo. Gracias, un millón de gracias, doctora, por tomar-
se el trabajo de contestarme; usted, que debe estar tan llena
de trabajo. Qué linda la foto de la playa. Qué envidia. Aquí
está haciendo un frío. Y para colmo, ya les prometí a mis
papás que voy a estudiar el próximo verano para entrar a la
universidad. Chau, Punta Hermosa. ¿Qué se tiene que estu-
diar para estudiar a los mendicantes? Le tengo que hacer
una confesión, doctora: mendigo que me encuentro en la ca-
lle, mendigo al que interrogo sobre la secta. Ya sé, ya sé que
tienen prohibido hablar. Pero igual, por si acaso, ¿no? Una
nunca sabe, ¿no?
CATALINA: Por lo menos merezco saber eso.
MICAELA: ¡Te vi, Catalina! En el cable pasaron la entrevista que
te hicieron en París. No sabes cómo me quedé apenas dije-
ron "Nuestra invitada es la doctora Catalina Wharton"; a pro-
pósito, cuánta ignorancia en el mundo, ¿no? Bueno, la cosa
es que tuvieron que recoger mi mandíbula del piso, con grúa.
Qué bonita me habías resultado, oye. Y qué inteligente; como
lo dejaste al francés imbécil ese que se creía el que sabía
todo. Vas a ver, acuérdate de mí, tú te vas a ganar el premio
E.S.E. Lo mereces más que nadie, vas a ver.
CATALINA: ¿Qué vas a hacer?
(Micaela va hacia la Mujer, que está sentada mendigando. Ésta
empieza a mover su sombrero. Micaela se sienta a su lado.)
MICAELA: Discúlpeme lo de ayer, señora. ¿Se acuerda de mí?
Me porté mal con usted y no tenía derecho. Así, a veces, me
113

pasa. No pienso en las cosas y termino haciendo tonterías.


Yo la entiendo, señora. No puede hablar, ¿no? Vivo en esa
casa, con el carro rojo al frente. ¿La ve? Me llamo Micaela
Valle Riestra, soy estudiante... ¿Por qué no me dice "hola"
aunque sea, "buenas tardes, señorita, cómo le va?"
(Micaela saca un billete y se lo muestra a la Mujer.)
MICAELA: Esto es para usted.
(La Mujer toma rápidamente el billete, se lo guarda entre las
ropas y se pone a mirar a la distancia sin hablar.)
MICAELA: ¿Y? Oiga, ¿no me va a hablar? ¿Sabe, por lo menos, de
lo que le estoy hablando? Ya, pues, señora, yo sé que usted
sabe.
CATALINA: Por favor.
MICAELA: ¡Señora!
MUJER: Entindiquichu manachu.
MICAELA: ¿Qué dice? ¿Es una contraseña?
MUJER: Entindiquichu manachu.
CATALINA: ¿Qué piensas hacer ahora?
MUJER: ¡Entindiquichu manachu!
MICAELA: Ya, no se moleste.
(Algo asustada, Micaela se levanta y deja a la Mujer. La música
suena nuevamente y el Muchacho hace como si tocara la guitarra.)
MICAELA: No es que me pase todo el día correteando mendigos.
No te preocupes. Es sólo de vez en cuando, cuando me cruzo
con uno o lo veo al otro lado de la calle. Ahí viene la loca,
dirán. A veces, le tengo que decir a Tito que vaya. Pobre.
Tienes que verlo; es timidísimo. Él es un pollo hervido de lo
blanco que es y se pone camarón camarón cuando les habla;
se le hace una pepa en la garganta que provoca decir: cú-
branse, cúbranse, cuerpo a tierra que ahorita se destrozan
los vidrios. A propósito, mil gracias por la respuesta a lo que
te pregunté sobre la plata. Qué increíble, ¿no? En esta época
tan así, gente que no quiera ser dueña de nada; así, de nada
de nada, sin peros que valgan, que sólo mendiguen, que bo-
ten la plata al final del día. Ya quisiera yo una convicción así,
prestada, por un fin de semana aunque sea.
MUCHACHO (haciendo fonomímica): Si preguntan, no hablo;
si persisten, digo no.
Siempre me guardo todo,
yo mendicante soy.
Un mendrugo de amor.
MICAELA: Post data: A mí también me gusta Akatanka.
MUCHACHO (haciendo fonomímica): Dueño de la pureza,
amigo de Salvador,
114

libre de las cadenas,


yo mendicante soy.
Un mendrugo de amor.
MICAELA: Aquí he encontrado que mi papá tenía un disco.
HOMBRE: Aplausos para Adorizzio.
(La canción termina. El Muchacho agradece con venias unos
aplausos grabados. Catalina, el Hombre y el Muchacho se sien-
tan en una suerte de semicírculo de cara al público. El Hombre
saca unas tarjetas con anotaciones de su bolsillo.)
HOMBRE: Nuestra invitada esta noche es la doctora Catalina
Wharton, antropóloga peruana y, como muchos ya deben sa-
ber...
CATALINA: Campana.
HOMBRE: ¿Perdón?
CATALINA: Mi nombre es Catalina Campana.
HOMBRE: Ah, disculpe. Estamos con la doctora Catalina Cam-
pana, antropóloga peruana, y, como ya sabrán algunos, auto-
ra del libro "Mendiants" en el que nos habla del surgimiento
y desarrollo de una herejía fundamentalista en su país. Bien-
venida.
CATALINA: Gracias.
HOMBRE: Empecemos con una duda que no me ha dejado en
paz, doctora Campana. En su libro usted sostiene que los
mendicantes forman una secta secreta. ¿Cómo, entonces,
obtuvo tanta información sobre ellos? ¿Cómo los descubrió?
CATALINA: Ah, es que usted no ha leído la introducción...
HOMBRE: La verdad... El tiempo... No pude...
CATALINA: Ahí explico cómo el primer contacto con Matías fue
puramente casual. Yo era estudiante y, como parte de un
curso, hacía encuestas sobre las diversas manifestaciones
de creencias cristianas en la capital de mi país. Un buen día,
hablando con un mendigo, hice, por pura casualidad, un ges-
to con la mano que resultó ser parte de un código de recono-
cimiento que tienen, secreto.
HOMBRE: No me diga.
CATALINA: Dos o tres frases que intercambié con Matías me
hicieron sospechar que había algo detrás, que había mucho.
HOMBRE: ¿Ése fue el mendigo que le contó todo?
CATALINA: Al principio, no. Hablar iba contra una línea funda-
mental de sus convicciones y principios. Fue muy difícil con-
vencer a Matías de que mis intenciones eran inocentes,
buenas.
MUCHACHO: Muy buenas, sí.
HOMBRE: Matías. Entonces, así se llama el mendigo.
115

CATALINA: Como explico en el libro, "Matías" es el nombre fic-


ticio que le he dado mi informante para ocultar su identidad
y, en cierta forma, para protegerlo. Lo habrá leído en el libro.
HOMBRE: Sí, sí, ya recuerdo. Si me permite, doctora: una pre-
gunta algo indiscreta. Ese gesto con la mano del que nos
habla, ¿cómo es? ¿Se puede saber?
CATALINA: No lo puedo decir. Es parte del acuerdo que tengo
con Matías. Sólo yo sé quién es. Yo lo veo con regularidad;
voy a Lima dos veces por año, más o menos.
HOMBRE: ¿Cuántos mendicantes hay? ¿Se sabe eso? ¿Se pue-
de calcular?
CATALINA: El carácter clandestino de la secta hace muy difícil
precisar su número. Pero un estimado bastante libre nos ha
dado la cifra de entre ochocientos y mil sectarios, sólo en
Lima. Se sabe que su número va en aumento.
HOMBRE: Pero, antes de nuestra primera pausa, doctora... ¿Al-
guna vez fue a sus reuniones rituales? ¿Cómo celebran sus
ritos? Leí que parte de las ceremonias es la destrucción del
dinero, que hablan en idioma nativo entre sí... Cuéntenos
un poco del proceso de descubrimiento.
CATALINA: Al principio, cuando lo conocí y tuvimos nuestros
primeros intercambios, pensé seriamente que Matías se es-
taba burlando de mí; peor aun, pensé que se trataba de un
mendigo común y corriente que respondía cualquier cosa para
satisfacer mi curiosidad, pues mis preguntas lo guiaban a
contestar lo que yo quería escuchar. Pero después, fue una
cosa increíble; me fui dando cuenta de que todas sus decla-
raciones respondían a un sistema ideológico coherente. Todo
respondía a una concepción histórica y filosófica complejísima
y perfectamente estructurada que de ninguna manera podía
ser el resultado de la improvisación de un mendigo. Para mí,
fue fulminante.
MUCHACHO: Y ahí empezó la traición.
CATALINA: ¿Perdón? ¿Qué dice?
MUCHACHO: Hable usted primero. Ya tendré mi oportunidad.
HOMBRE: Creo que este es un buen momento para ir a comer-
ciales. Volvemos con más preguntas para la doctora Wharton.
(Catalina, el Hombre y el Muchacho se levantan. Micaela se
acerca al Hombre.)
HOMBRE: ¿Campana?
MICAELA: La doctora Campana. ¿No se acuerda?
HOMBRE: ¿Campana?
MICAELA: Cómo no se va a acordar, profesor. Fue su alumna
aquí hace un montón de años.
116

HOMBRE: Campana... Talán... Talán...


MICAELA: Los mendicantes. ¿Se acuerda?
HOMBRE: ¿Mendicantes? ¡Ah, pues, Cata! Claro. Claro que me
acuerdo. Me dices "Campana" y a mí ni me suena. Cata; por
supuesto que me acuerdo. ¿Tú eres su amiga? ¿Cómo está
Cata?
MICAELA: Muy bien. Ahorita está de en Niza. Qué envidia, ¿no?
HOMBRE: No le vayas a decir que me olvidé su apellido.
MICAELA: No se preocupe. Me dicen que fue aquí, en un curso
suyo, que la doctora empezó a estudiar la secta.
HOMBRE: ¡Esa Cata! Me acuerdo porque, en esa época, era raro
que chicas tan simpáticas se interesaran por las ciencias
sociales. Debe haber sido de las más simpáticas de las que
han pasado por aquí. ¡Esa Cata!
MICAELA: ¿Y cómo fue que la doctora...
HOMBRE: Miento, miento. Rosa María, la amiga de Cata, esta-
ba simpática también. Si me preguntas, no sabría qué decir-
te. Eran distintos tipos de encanto. Cata era más fina, calla-
dita. Cómo explicarte... Esa Rosa María hablaba hasta por
los codos; eso resta un poco de encanto, ¿no?
MICAELA: ¿Y se acuerda cómo fue que la doctora le habló de los
mendicantes por primera vez? ¿Cómo le dio la noticia? Debe
haber sido un notición, ¿no?
HOMBRE: No, no fue nada muy espectacular. Cata era una chi-
ca muy tímida, calladita, casi no se sentía cuando pasaba a
tu costado; salvo por ese perfume que se ponía...
MICAELA: ¿Y cómo así se enteró usted de los mendicantes?
HOMBRE: Un día me encuentro en mi escritorio un trabajo que
Cata había preparado para salvar un curso; fue en una época
en que no sé qué le pasaba. Me lo había dejado después de
clase sin decirme nada. Yo me quedé patas arriba con la no-
ticia de esta secta. Ahí mismo la hice llamar, le pedí que
preparara otro trabajo, algo más amplio; casi la tuve que
amenazar con jalarla. La pobre Cata no tenía ni idea de lo
que tenía en las manos.
MICAELA: ¿Tiene todavía ese trabajo? ¿De qué trataba?
HOMBRE: Como te digo, como trabajo, no era gran cosa. Era un
informe cortito donde listaba las razones que los Cristianos
de Lima daban para practicar la pobreza absoluta; lo de la
corrupción del alma y esas cosas, el dinero como el vicio
mayor, nada muy nuevo. ¡Esa Cata! ¿No te ha contado de mí?
¿Qué te dijo?
MICAELA: No, no. Un poco. Es que está ocupadísima.
HOMBRE: Yo fui el que la animó a seguir con el asunto. Tuve
que darle un buen café para que se despertara. Yo le dije que
117

tomara ese tema para su tesis; me ofrecí como asesor. No


quería la Cata; estaba con un montón de problemas por su
lado y no tenía idea del bombazo que tenía en las manos. Le
dije que escribiera sobre los Cristianos de Lima o la amena-
cé ya no me acuerdo con qué. Espero que, ahora que está en
los brazos de la fama, no se olvide de su mentor. No como
otras que terminan la carrera y no vuelven a hablarle a uno.
Uno se las cruza en la calle y ni saludan.
MICAELA: ¿Y de qué escribió su tesis finalmente?
HOMBRE: ¿Quién?
MICAELA: La doctora Campana.
HOMBRE: ¿Campana? Ah, sí. La tesis abordaba más bien lo del
carácter secreto de la secta, de por qué optaban por la clan-
destinidad; lo de Dioclesiano y esas cosas.
MICAELA: Constantino.
HOMBRE: Cierto, cierto; Constantino. ¿Tú has leído su libro?
MICAELA: Sí, claro, por supuesto. Tres veces.
HOMBRE: ¡Tres veces! Mírenla, pues. Oye, tienes el pelo muy
bonito.
MICAELA: ¿Qué? Ah, gracias.
HOMBRE: ¡Estos Cristianos de Lima! Qué tales locos, ¿no?
MICAELA: Es su forma de vida.
HOMBRE: Qué tal vida, ¿no?
MICAELA: ¿Usted los ha visto, profesor? ¿Llegó a conocer a Matías
alguna vez?
HOMBRE: ¿A quién?
MICAELA: A Matías, su informante. ¿Alguna vez se lo presentó?
HOMBRE: ¿Cata?
MICAELA: Sí.
HOMBRE: No, no, nunca. Y yo ni se lo pedí. Fíjate... ¿Cómo me
dijiste que te llamabas?
MICAELA: Micaela Valle Riestra.
HOMBRE: Fíjate, Mica, nosotros aquí muchas veces trabajamos
con personas y grupos que viven al margen de la ley. Tene-
mos que tener mucho cuidado, muchísima discreción, acerca
de nuestros contactos; una especie de secreto profesional.
Si no, nadie confiaría, ¿no?
MICAELA: Sí, claro, entiendo. Un gran favor, profesor: ¿por ca-
sualidad usted sabe dónde podría conseguir el cassette del
perro muerto? ¿El de la doctora? ¿De Cata?
HOMBRE: Cata...
MICAELA: ¿Profesor?... ¿Me puede decir cómo conseguir la gra-
bación?... ¿Profesor?... ¿Le pasa algo?... ¿Cree que yo pueda
escuchar el cassette? ¿El del perro?... ¡Profesor!
118

HOMBRE: Definitivamente.
MICAELA: ¿Dónde?
HOMBRE: Cata.
MICAELA: ¿Qué dice?
HOMBRE: Cata estaba mejor que Rosa María. Definitivamente.
(El Hombre se pone a buscar entre la basura y encuentra un
cassette.)
CATALINA: Querida Micaelita: Adjunto a la presente tres artí-
culos que escribí hace ya algunos años: "La Gran Corrupción
de los Fieles", "Constantino o los canales de la ira" y "Nueva
Babilonia". Son trabajos que preparé al terminar mi tesis de
Bachiller y que nunca publiqué a raíz de lo del perro muerto.
No fue por miedo. Lo que pasó fue que, después de escuchar
la grabación, decidí suspender todo lo que estaba haciendo.
Estaba en un ritmo aceleradísimo y necesitaba pensar en
muchas cosas. La grabación me ayudó a reflexionar sobre
muchas cosas que, por la novedad, había pasado por alto. Es
más, yo estaba encantadísima con que los mendicantes se
estuvieran comunicando conmigo, aunque fuera de una for-
ma, digamos, algo cruda. Así que tienes en tus manos tres
artículos que sólo tú y unos pocos conocen. Bueno, me voy a
aprovechar los últimos días de vacaciones que me quedan.
Un besote.
HOMBRE (mirando el cassette): Creo que éste es.
CATALINA: Post data: Espero que no sigas acosando a los men-
digos con tus preguntas. Primero: así no vas a conseguir nada.
Segundo: eso los molesta como no tienes idea. Otro beso.
HOMBRE: Sí, éste es.
MICAELA: ¿Me lo podría prestar para hacer una copia?
HOMBRE: No, no, no; está prohibido.
MICAELA: Por favor.
HOMBRE: Esta cinta no puede salir de la universidad. No se
puede hacer copias. ¿Te acuerdas lo que te dije sobre la dis-
creción? Está prohibido. Pero, mira, si no le dices a nadie, la
puedes escuchar aquí si quieres. Pero no le digas a nadie,
por favor.
MICAELA: No, es que aquí no puedo.
HOMBRE: ¿Por qué?
MICAELA: Es que quiero escuchar la grabación con tranquili-
dad. Aquí no puedo. Por favor, profesor; es sólo por hoy. Le
juro que le devuelvo el cassette intacto.
HOMBRE: No se puede. Pero tómate tu tiempo. Escúchalo aquí.
Aquí no entra nadie. Si quieres, puedes transcribir lo que
quieras.
119

MICAELA: Profesor...
HOMBRE: Yo tengo que terminar de corregir algunas cosas.
Desde aquí te miro. Si quieres, ahí tienes papel.
MICAELA: Profesor...
HOMBRE: ¿Cuál es el problema? ¿No quieres estar en mi ofici-
na? Yo no muerdo.
MICAELA: No es eso... Es que... Es diferente... Yo... Ni sé cómo
explicarle para que me entienda... No es lo mismo...
HOMBRE: A ver, marca de nuevo.
MICAELA: Quiero, necesito, escuchar la voz de un mendicante.
No es tanto lo que dice; eso lo puedo leer diez mil veces. Es
la voz. Necesito, tengo que oírla con tranquilidad.
HOMBRE: Pero aquí está tranquilo. ¿Dónde lo vas a escuchar si
no?
MICAELA: No sé. De noche. Tirada en mi cama. Con los ojos
cerrados. Sin ropa. Completamente sola. Usted creerá que
estoy loca, ¿no? Pero quiero imaginarme que un mendicante
me habla. A mí. Sólo a mí. Y saborearlo con todo el cuerpo,
poco a poco, sin apuro. No se moleste, pero aquí no puedo.
Ésta está loca de remate, dirá usted, ¿no?
HOMBRE: Tirada en tu cama...
MICAELA: En mi cama o en la alfombra. ¿Me entiende? Donde
me sienta más cómoda.
HOMBRE: Pero son las reglas de la universidad. ¿Qué pasa si
alguien se entera?
MICAELA: Le juro por mi santísima madre que no se lo digo a
nadie. Lo grabo y se lo devuelvo hoy mismo. Si quiere, se lo
llevo a donde usted me diga. ¿Me entiende? Nadie se va a
enterar; se lo juro.
HOMBRE: No sé...
MICAELA: ¿Entonces? ¿Me la presta?
HOMBRE: Depende.
MICAELA: ¿De qué?
(El Hombre extiende el cassette y éste es tomado por el Mucha-
cho.)
MUCHACHO: Los Cristianos de Lima, testigos del dolor, ha-
ciendo propia la voluntad suprema, a la hermana Catalina.
La amistad con Salvador te alcance y sea tuya, por su inter-
medio, la pureza de tu alma. Al tener noticias, al parecer
verdaderas, de tu curiosidad por nosotros y la espiritualidad
suprema que nos ilumina, llenos de preocupación, nos diri-
gimos a ti para rogarte que dejes de buscarnos. Sabemos que
uno de nuestros hermanos corrompe su alma al darte infor-
mación. No sabemos quién es ni queremos saberlo. Al pun-
120

to, lo perdonamos por la sangre de Salvador. Pero a ti, her-


mana, te exhortamos a que no hagas tropezar más a nuestro
hermano; más te valdría amarrarte una piedra al cuello y
arrojarte al mar. Tenemos noticia de tu entendimiento. Sa-
bemos que comprendes las razones que nos obligan, por vo-
luntad suprema, a movernos en las sombras. Te pedimos
respeto. Pues bien sabes que, en otros tiempos, los llama-
dos cristianos, que no lo eran, salieron de sus laberintos
subterráneos, se movieron a la luz del día, y el sol los co-
rrompió, los secó y los redujo a la nada. Hoy, los Cristianos
de Lima, testigos del dolor del mundo, hemos vuelto a la
oscuridad en busca de la pureza que precedió a la Gran Co-
rrupción de los Fieles. Te exhortamos, pues, Catalina, her-
mana, a que no nos hagas salir otra vez al mundo hediondo,
como lo hiciera, en otros tiempos, con nuestros padres,
Constantino, ese perro muerto que ahora arde sin paz en los
infiernos.
(Catalina, el Hombre y el Muchacho se sientan en semicírculo
de cara al público. El Hombre tiene las tarjetas con anotaciones
en la mano.)
HOMBRE: Tengo entendido, doctora Campana, que usted reci-
bió una amenaza de los mendicantes.
CATALINA: Yo no lo llamaría una amenaza. Fue una petición,
más bien; una exhortación amistosa.
MUCHACHO: Eso es lo que usted cree...
CATALINA: ¿Perdón?
HOMBRE: Lo que el caballero quiere decir, me parece, si no me
equivoco, es que esa supuesta petición llegó acompañada
del cadáver de un perro.
MUCHACHO: No, no me refería a eso.
HOMBRE: Bueno, pero a lo que yo me refiero es a que un perro
muerto es una amenaza en Toulouse, en Lima o en Indochina;
no es precisamente una señal amistosa.
CATALINA: En eso tiene razón. Pero lo invito a escuchar el men-
saje o a leer la trascripción en el segundo apéndice del libro.
¿Lo ha leído?
HOMBRE: La verdad... Me avisaron ayer...
CATALINA: Verá que se trata de un mensaje en un tono pacífico
y conciliador; no es una amenaza. Ahora, al principio, le ad-
mito que sí me causó cierta inquietud. Es cierto que abando-
né mis estudios por varios meses.
HOMBRE: ¿Qué la hizo retomarlos?
CATALINA: Dos cosas. Primero, me di cuenta de que los
mendicantes eran incapaces de ejercer violencia. Todo su
odio y toda su furia están concentrados en la figura de
121

Constantino. Al hacerlo culpable de, prácticamente, todos


los males existentes, se vuelven inofensivos para el resto
de la humanidad.
MUCHACHO: ¿Y en segundo lugar?
CATALINA: ¿Perdón?
HOMBRE: Es que dijo que tuvo dos razones por las cuales...
CATALINA: Sí, sí. En segundo lugar, me llegó una oferta para
hacer el doctorado aquí. La beca incluía el pago de todos los
gastos que tuviera mientras escribía el libro.
MUCHACHO: Ah, con razón, pues.
CATALINA: Oiga usted, por favor, deje de estar murmurando
insinuaciones. Si quiere decir algo, dígalo ya.
MUCHACHO: Por supuesto que lo voy a decir.
CATALINA: ¿Qué es lo que tanto quiere decir?
HOMBRE: No nos exaltemos, por favor. Vamos a tratar de man-
tener el nivel de la discusión. Sabíamos que iba a haber algu-
nos desacuerdos, lo que justamente nos parece saludable...
MUCHACHO: ¿Puedo hablar ahora?
CATALINA: Hable, pues. Diga lo que tenga que decir.
HOMBRE: Por favor...
MUCHACHO: Yo he venido a decir que lo que la doctora Campana
ha hecho y sigue haciendo con los mendicantes es la falta de
respeto más flagrante que pueda cometer un investigador.
CATALINA: ¿Falta de respeto? ¿Por qué?
MUCHACHO: Porque, con el pretexto de colaborar con la difu-
sión del conocimiento, no es ético traicionar a la gente que
confía en nosotros. Eso no es excusa.
CATALINA: Yo no he traicionado a nadie.
MUCHACHO: ¿No?
CATALINA: No.
MUCHACHO: Traicionó a los mendicantes, traicionó a su infor-
mante, traicionó a gente humilde, indefensa e inofensiva.
Ellos quieren permanecer invisibles. Qué derecho tiene us-
ted para sacarlos a la luz. Quién se cree usted para...
CATALINA: Así no es la cosa. Está tergiversando todo.
HOMBRE: Por favor, vamos a tratar...
MUCHACHO: Déjenme hablar ahora a mí. Ella ya habló. Déjen-
me terminar.
CATALINA: Es que usted no entiende nada.
MUCHACHO: Entiendo perfectamente lo que hay que entender.
Una persona le confió a usted un secreto y usted lo reveló,
sin escrúpulos, lo reveló; lo traicionó. Yo sí he leído la intro-
ducción de su libro.
122

HOMBRE: Por favor...


MUCHACHO: Usted sabía que su informante era incapaz de
defenderse y lo traicionó. ¿Para qué? ¿Para dar a conocer
formas alternas de pensamiento? No. Para que le den su
beca. Lo acaba de confesar.
HOMBRE: Sin gritar, por favor.
CATALINA: Matías sabía, desde el principio, que yo iba a hacer
público lo que él me dijera; desde el principio, tuve su auto-
rización.
MUCHACHO: ¡Matías! ¿Y por qué no le puso mejor "Judas"?
CATALINA: No insulte. No le permito...
MUCHACHO: ¿Qué hizo para convencerlo? ¿Cuántas monedas
le ofreció?
CATALINA: Cómo se nota su ignorancia. A los mendicantes no
les interesa el dinero; sobreviven con lo poco que consiguen
de la mendicidad. Aborrecen el dinero.
HOMBRE: ¿Es cierto, doctora, que queman los billetes al final
del día? ¿Que las monedas son arrojadas al mar?
CATALINA: Sí, lo que podido comprobar. Se trata de un ritual
realizado siempre en el crepúsculo; muy sutil, pero impactante
si uno sabe...
MUCHACHO: Oigan, no me cambien el tema, por favor. Me invi-
taron aquí a hacer preguntas. Y le he preguntado a la docto-
ra, y quiero que me responda, sin volverse a ir por las ramas,
con qué derecho saca a los mendicantes a la luz pública.
Ellos le han pedido, le han suplicado, que no lo haga. Quiero
que me responda quién le dio el derecho.
CATALINA: Y quién le dio el derecho a usted para juzgarme a mí
sin conocerme.
MUCHACHO: Me baso en factores objetivos.
CATALINA: Usted no sabe, por ejemplo, que todas esas pregun-
tas que usted me hace, como si fueran la gran novedad, ya
me las he hecho yo misma en su momento, que yo misma he
reflexionado sobre el tema.
MUCHACHO: ¿Ah, sí?
CATALINA: Sí.
HOMBRE: Bueno, señores...
CATALINA: Además, por casualidad, ¿alguna vez ha ido a Lima
usted?
MUCHACHO: No, a Lima, no.
CATALINA: Con qué derecho habla, entonces, de lo que no sabe
ni conoce. Usted vive aquí, flotando en su nube de ideas, y
lanza sus rayos a ver si le caen a alguien de cuando en cuan-
do. Por eso le pagan, ¿no? De eso vive.
123

HOMBRE: Creo que ése no es nuestro tema.


MUCHACHO: Déjeme responder. En primer lugar, aunque esto
le parezca sorprendente, que no conozca Lima no quiere de-
cir que no pueda pensar. Además, yo he estado en México y
Guatemala.
CATALINA: ¿Y qué?
MUCHACHO: Me está cambiando el tema. Se me está yendo por
las ramas para no responderme. Parece que ése es su sistema.
HOMBRE: Bueno, amigos, este programa promete estar de lo
más entretenido.
CATALINA: Vaya a Lima, por lo menos; entérese de las cosas
que habla...
HOMBRE: No se vayan. Volvemos pronto.
(El Muchacho se levanta y toma el cassette.)
CATALINA: Vaya y entérese de lo que pasa. Baje de su nube
para ver si así se le despeja la cabeza. Viva allá unos meses,
unas semanas, por menos...
HOMBRE: Volvemos.
MUCHACHO: ... porque nuestra ciudad está sucia, corrupta hasta
sus tuétanos, inmersa en la descomposición que ella misma
supura cada día. Roma fue la nueva Babilonia; Lima es la
nueva Roma que, de una manera más astuta y sutil que su
madre, persigue, tortura y corrompe las almas de los fieles,
Cristianos de Lima, testigos del dolor. Sal a la calle, herma-
na, sal un día cualquiera y mira alrededor. Abre los ojos y
verás como, comprando lo que venden los mercaderes, Lima
ha perdido el brillo de sus dientes y se avergüenza de son-
reír. Detente, mira y verás una materia amarilla chorreando
del ojo de un perro muerto; he aquí Lima. El dinero ha venci-
do y se ha hecho coronar emperador, único y celoso. El dine-
ro y su leal concubina, la violencia, gobiernan nuestras ca-
lles; persiguen, torturan y corrompen lo que tocan; preten-
den dar muerte a los testigos del dolor que deseamos la
amistad con Salvador. Sólo nosotros podemos verlo. Abre tus
ojos, Catalina, hermana. El mundo se pudre y no lo sabe. El
culpable es Constantino, ese perro muerto que ahora se re-
tuerce de dolor en los infiernos. No te conviertas en su cóm-
plice. No quieras más sacarnos al mundo de los esclavos del
oro y de la espada.
CATALINA: Te pedí que no siguieras fastidiando a los mendigos.
Te lo pedí de buenas maneras, varias veces. Y ahora me ven-
go a enterar de que no sólo sigues importunando a esa pobre
gente con tus preguntas sino que te has dedicado a acosar a
mis amigos y hasta a mis profesores. ¿Qué te pasa, Micaela?
MICAELA: Por favor, no te molestes. Entiéndeme. Escúchame
124

primero.
CATALINA: No nos conocemos personalmente, pero tenía esta
idea loca de que nos habíamos hecho amigas; no sé por qué
pensé eso.
MICAELA: Entiéndeme, por favor. Ahora necesito saber más por
mi cuenta. Necesito caminar sola. Ya no puedo regresar. No
te molestes, pero, en verdad, tú ya me diste todo lo que me
podías dar. Claro que somos amigas, pero, por favor, por esa
misma amistad, ahora déjame caminar sola.
CATALINA: Si quieres saber algo de mí, si te es tan indispensa-
ble saber de mi vida privada, pregúntamelo a mí directamente.
MICAELA: Ya sé que tú nunca me vas a decir cómo encontrar a
Matías.
CATALINA: ¿Acaso crees que siento alguna especial fascinación
en jugar contigo?
MICAELA: Tampoco me vas a soltar nada de la contraseña; ya
sé.
CATALINA: Micaela, si te pido algo, es por una razón.
MICAELA: Tampoco soy bruta; no te estoy pidiendo que me di-
gas nada de eso. Entiendo que no puedes ir, feliz de la vida,
contándole las cosas de los mendicantes a cualquier equis.
Pero, por lo menos, déjame buscar a mí por mi cuenta.
CATALINA: Tus preguntas, tu acoso impertinente, les molestan
muchísimo. Claro, a ti, la niñita egoísta y engreída, eso qué
te puede importar.
MICAELA: No es justo, Catalina, no es justo que me prohíbas
eso.
CATALINA: No sabes en lo que te estás metiendo. Esto no es
un juego.
MICAELA: Tú eres la que no sabe lo que yo podría hacer por
hablar con un solo mendicante, una palabra, un gesto, con
uno solo, para abrazarlo y decirle cómo lo quiero y cómo los
quiero a todos ellos, para que todos ellos sepan cuánto les
agradezco que estén ahí, aunque no me hablen, que existan
en un mundo de mierda como éste.
CATALINA: Última vez que te lo digo, Micaela. No preguntes
más.
MICAELA: Ninguno me quiere responder, Catalina. Ya no sé
qué más hacer. Todas las noches me la paso rebotando en
mi cama por la angustia. A veces, pienso que les hablo. Y me
contestan pero me doy cuenta de que no les entiendo ni una
palabra. Me imagino que hay mendicantes por todos lados.
Todos caminan por una ciudad que parece que la hubieran
bombardeado, oscura, llena de humo; miles. Conversan en-
tre ellos. Todos están felices y se ríen de mí. Hasta Tito es
125

un mendicante. Me pongo de rodillas y le suplico que me


explique qué está pasando, qué pasó con Lima. El pobre no
me puede contestar; se nota que quiere pero sólo habla ese
idioma rarísimo que todos entienden menos yo. Yo siento
que me muero de la vergüenza y no sé por qué. Mis papás
también son mendicantes, mis amigas del colegio. Todos están
vestidos con unos trapos sucios; y yo, la única idiota con
ropas nuevecitas. Me arranco la ropa, trato de romperla, me
arrastro por el suelo para embarrarla, pero me queda iguali-
ta. Todos se ríen. Mis amigos de Punta Hermosa. Yo sé que
se burlan a mis espaldas. Se callan apenas los miro, pero los
vuelvo a escuchar que cuchichean apenas les doy la espalda.
A veces, corro pero es por gusto; la ciudad nunca termina y
todo es igualito. No, es peor, porque mientras más corro,
más los escucho que cuchichean y se ríen. Me despierto gri-
tando, empapada hasta los pies. Toda la mañana en el cole-
gio, ya no sé qué cosas son de verdad y cuáles pasaron en un
sueño. En las tardes, Tito cree que ya no lo quiero ver; el
pobre. Pero es que ya no aguanto ver a nadie. No es justo,
Catalina. No me puedes amarrar ahora, es muy tarde; ya no
puedo quedarme sentada como una planta. Ni hablar.
CATALINA: Como amiga, te recomiendo que te olvides de los
mendicantes, Micaela. No estoy molesta, te lo juro; pero es-
toy muy preocupada. Más bien, piensa en tu carrera, prepá-
rate para la universidad; haz planes con Tito. No te prohíbo
nada; te lo aconsejo como amiga. En unos meses voy a Lima,
en diciembre. Entonces, tal vez, podamos conversar.
(Micaela y el Muchacho se acercan a donde está el perro muer-
to. Micaela lo señala complacida, mientras el Muchacho lo mira
aterrorizado.)
MUCHACHO: ¡Puta madre!
MICAELA: ¿Qué te parece?
MUCHACHO: Puta madre.
MICAELA: ¡A mí! A mí, Tito. Me lo dejaron a mí. ¿Te das cuenta?
¡Los encontré!
MUCHACHO: ¿Cuándo lo dejaron?
MICAELA: Lo encontré cuando salía esta mañana. Lo habrán
dejado anoche supongo. Menos mal mis papás están en Punta
Hermosa. ¿Te imaginas a mi mamá encontrándose esto? ¿O
a mi papá?
MUCHACHO: Pobre animal. ¿Lo tocaste? ¿Te lavaste las ma-
nos?
MICAELA: Ven, Tito, dame un beso. Perdóname todo, Tito, ¿ya?
¿Me perdonas? Me he portado mal contigo. ¿Me perdonas?
MUCHACHO: ¿Te lavaste las manos?
126

MICAELA: Sí, Tito, sí.


MUCHACHO: ¿Bien? ¿Con jabón?
MICAELA: Sí, Tito, con jabón.
MUCHACHO: ¿Y no te dejaron una carta o algo? ¿Un cassette?
MICAELA: ¡Qué bruta! Me quedé tan idiota que salí corriendo a
llamarte.
(Micaela se pone a buscar algo en el perro muerto. Encuentra
un cartón en el que dice "Constantino".)
MUCHACHO: Pobre animal. ¿Y ahora qué vas a hacer? Oye, ¿no
estarán por aquí todavía?
MICAELA: Sólo dejaron esto.
MUCHACHO: Escucha, Micaela. No te muevas mucho. No ha-
gas movimientos violentos. Nos deben estar mirando ahori-
ta. Lentamente, muy despacio, vamos a entrar a la casa.
Cuando yo te diga.
MICAELA: No seas sonso. Ya se deben haber ido hace rato.
MUCHACHO: Uno de ésos debe ser. Nos están mirando; te apues-
to. No hagas nada que llame la atención.
MICAELA: Tranquilo, Tito. ¿Acaso ves algún mendigo?
MUCHACHO: ¿Y si se han disfrazado?
MICAELA: Deja de hablar sonseras, por favor. Déjame pensar.
¿Cuál es el siguiente paso?
MUCHACHO: ¿Qué dice el cartón ese?
MICAELA: "Constantino". Por lo menos, ya sabemos cómo se
llamaba el perro.
MUCHACHO: Lo que sabemos es lo que quieren.
MICAELA: Debe haber alguna carta, un cassette, una notita
aunque sea.
MUCHACHO: Micaela, por favor, no estés tocando a ese animal.
Ahora vas a tener que lavarte con jabón otra vez. Por favor,
escucha. Haz como si la cosa no fuera contigo. Hazte la loca,
la que no entiende por qué le dejaron el perro. ¡Escucha,
Micaela! Te he dicho que no lo toques; te puede dar una
infección.
MICAELA: Oye, ¿no se habrán robado el cassette?
MUCHACHO: ¡Olvídate del cassette de mierda! Los tipos esos
lo que quieren es que te dejes de estar fastidia que te fasti-
dia. Déjalos en paz. Respétalos, por Dios. Ya saben dónde
vives. Ya te conocen. Ya me conocen a mí. ¡No nos hagan
nada! ¡Por favor! ¡Los vamos a dejar en paz! ¡Por Dios!
MICAELA: Cállate, oye. ¿Te volviste loco?
MUCHACHO: Ya. Ahora, tú.
MICAELA: ¿Yo qué?
127

MUCHACHO: Júrales que los vas a dejar en paz.


MICAELA: ¿Estás demente? ¿Qué quieres que piense la gente?
MUCHACHO: ¿Y qué quieres tú, ah? ¿Qué te hagan un daño?
¿Qué te corten? ¿Qué te rompan un hueso? ¿Qué te mar-
quen la cara? ¿Quieres que me partan una pierna a mí? ¿Qué
me cuelguen de los huevos?
MICAELA: Estás viendo muchas películas, tú, oye.
MUCHACHO: ¿Quieres que te pongan un coche-bomba o algo?
Esos tipos deben haber envenenado o estrangulado a este
pobre perrito y tú estás ahí manoseándolo como si fuera tu
Barbie. Puta madre.
MICAELA: A Catalina no le hicieron nada.
MUCHACHO (remedándola): A Catalina no le hicieron nada, a
Catalina le pusieron un cassette, a Catalina le habla Matías...
MICAELA: No entiendes nada, Tito. No me conoces nada.
MUCHACHO: ¿Has llamado a la policía?
MICAELA: No.
MUCHACHO: ¿A tus papás?
MICAELA: Menos.
MUCHACHO: ¿Y les vas a decir o no?
MICAELA: No, Tito, no. No sé. ¿Por qué no quieren hablar con-
migo? Yo no les voy a hacer daño; al contrario. Yo no los voy
a descubrir como Catalina...
MUCHACHO: Sí te entiendo, Micaelita. Te juro que te entiendo.
MICAELA: ¿Por qué ni siquiera me han dejado una notita? Ni
siquiera saben cómo me llamo, te apuesto.
MUCHACHO: ¿Por qué no entramos a la casa, Micaela? Vamos
a conversar. Entiendo cómo te sientes.
MICAELA: Tito, ¿tú qué crees? ¿Cuándo habré hecho el contacto?
MUCHACHO: Cuándo habrá sido; con todos los mendigos con
los que has hablado. Habrá sido el de anoche, el que, según
tú, dijo "maldito Constantino"; la verdad es que yo no lo es-
cuché.
MICAELA: No creo; ése estaba más corrupto que nosotros. ¿Ves?
Eso me pasa por bruta, por no organizarme. Vamos a hacer
un registro de todos los mendigos con los que hemos habla-
do. Tú te debes acordar.
MUCHACHO: Qué me voy a acordar. Habrán sido como cincuen-
ta o cien.
MICAELA: Esto me pasa por bruta.
MUCHACHO: Sin contar a los otros amiguitos que te has esta-
do haciendo por ahí; el profesor ese...
MICAELA: Ah, sí. Javier, el profesor Zuloaga.
128

MUCHACHO: Y Rosa María, la amiga de Catalina, y el novio de


Catalina. ¿Cómo se llamaba?
MICAELA: Ese imbécil. Timoteo Suárez. Carajo, nunca me voy a
acordar de todos. Voy a tener que empezar de nuevo. Por
bruta.
MUCHACHO: Micaela, por favor, piensa. Mira lo que han hecho
con el perrito. Pobrecito. ¿Quieres terminar así?
MICAELA: No te asustes. Eso es sólo para demostrarle al mun-
do quién fue Constantino. Su ira está canalizada...
MUCHACHO: Están locos. Con esa gente no se puede razonar.
Deben tener el cerebro entumecido por la desnutrición; eso
pasa.
MICAELA: Ah, no. No hables así de ellos. Eso sí que no, por
favor.
MUCHACHO: Date cuenta, por favor. Es gente enferma.
MICAELA: Por favor, he dicho.
MUCHACHO: Mira al perro. Son unos criminales, unas bestias.
MICAELA: ¡Cállate!
MUCHACHO: No grites. Te dije que no hagas movimientos vio-
lentos.
MICAELA: Ay, Tito.
MUCHACHO: ¿De qué te ríes ahora? ¿Has pensado qué vas a
hacer?
MICAELA: Hay tantas cosas por hacer que ni sé por dónde em-
pezar.
MUCHACHO: Ni creas que te voy a ayudar.
MICAELA: Nadie te pidió tu ayuda. Además, ¿sabes, Tito? Creo
que lo mejor es que ya no nos veamos más.
CATALINA: Recibí carta. Perro. Gravísimo peligro. No preguntes
más.
MICAELA: Señorita Campana: Me tendrá que disculpar, pero ya
no puedo seguir llamándola "Catalina"; usted ya no es mi
amiga. Y decirle "doctora" sería insultar a mucha gente que
sí merece que la llamen así. ¿Quiere ver la carta más triste
del mundo? La tiene usted en sus manos. Cómo pudo hacer-
me esto. Cómo pudo acuchillar por la espalda a todos los que
confiábamos en usted. Cómo pudo, señorita Campana.
CATALINA: ¿Qué piensas hacer ahora, Micaela? Por lo menos,
merezco saber eso. ¿Qué vas a hacer? Por favor. ¿Qué vas a
hacer ahora?

FIN DEL PRIMER ACTO


129

SEGUNDO ACTO

(Catalina está echada tomando sol. Micaela la observa. El Mu-


chacho y la Mujer están sentados juntos; beben, de cuando en
cuando, de una botella y se besan. El Hombre está terminando
de afinar la guitarra.)
HOMBRE: A ver, buenas noches, buenas noches, respetable
público; a ver si me dan su atención, pues. Damas y caballe-
ros, buenas noches, respetable concurrencia a este su local,
"Don Quique"...
MUCHACHO: ¡Bravo!
HOMBRE: Aplausos para don Quique.
MUCHACHO: ¡Bravo!
HOMBRE: Les damos nuevamente la bienvenida y mucho nos
satisface que se hayan quedado aquí con nosotros...
MUJER: ¿Dónde?
HOMBRE: Aquí, pues, en "Don Quique".
MUCHACHO: ¡Bravo!
MUJER: Éste es más huevón...
HOMBRE: Ahora, a ver si me dan su atención, les voy a inter-
pretar otro tema del desaparecido conjunto Akatanka. Algu-
nos ya mayorcitos lo recordarán. La canción se titula "Mi
credo", y fue compuesta y grabada hace ya cerca de veinte
años. La canción tiene un importante significado en la evo-
lución del conjunto...
MUJER: ¡Puta! Con sermón venía el asunto.
HOMBRE: ... en ella, por primera vez, sus integrantes tratan de
transmitir un manifiesto de ideas, algo así como el ideario
de Akatanka...
MUCHACHO: Oye, ya canta, de una vez, pues, oye.
HOMBRE (tocando la guitarra y cantando): Que lo diga el profe-
sor que dicta griego;
que lo diga el guerrillero
que, después de la emboscada, no fue muerto;
que lo diga el sacerdote con el pan ya fermentado entre los
dedos;dedos;
que lo diga un general y lo repita mi sargento;
que lo digan tus maestros.
Pero nunca me esperé que tú también...
MUJER: Tanta vaina para esto.
HOMBRE: (tocando la guitarra y cantando): Y jamás imaginé que
tú también...
Ojalá yo llegue muerto a la noche de la vida;
ojalá yo llegue muerto al mediodía
130

en que me acueste con la noche y me levante con el día,


que comprando lo que venden
pierda el blanco de mis dientes.
Pero nunca me esperé que tú también...
Y jamás imaginé que tú también...
(El Hombre deja de tocar y hace como si conversara con la Mujer
que queda sentada mientras el Muchacho corre de un lado a
otro.)
HOMBRE: ¿Y se puede saber quién eres tú?
MUJER: Yo era... Pero qué digo "yo era"; yo soy la mejor amiga
de Catalina. Y te aviso que, la próxima vez que me vuelvas a
decir "señora", te saco de mi casa. Dime "Rosa María" no
más. ¡Señora! Me haces sentir que fuera una vieja, tú.
HOMBRE: Disculpa. Es que estaba durmiendo. ¿Qué hora es?
MUJER (al Muchacho): ¡Sebastián! Estate quieto, por Dios, hijo.
Qué va a decir aquí la visita. Pero, pasa, pasa, por favor.
HOMBRE: ¿Y cómo se llama la revista esa?
MUJER: "Mendiants". Sí, algo me contaron del asunto, pero te
tengo que confesar que no lo he leído. Pero si lo ha escrito
Catalina, te aseguro, pongo mi mano al fuego por que vale la
pena leerlo. Nos conocemos desde el colegio; compañeras de
carpeta éramos. Yo la convencí de estudiar sociales. Ella
quería ser administradora, imagínate.
HOMBRE: ¿Cuánto va a demorar?
MUJER: No sé. Pero, te repito, si Catalina ha escrito el libro, te
lo recomiendo a ciegas.
HOMBRE: ¿Pero a mí quién me va a conocer ahora? ¿Quién se
va a acordar?
MUJER: Y no lo digo porque sea su mejor amiga, no creas.
HOMBRE: ¿Por dónde empezamos?
MUJER: Todo el santo día juntas de arriba a abajo. Deja eso,
Sebastián. ¡Sebastián! Deja eso, mi amor. Vas a romper. Y
quédate tranquilo, hijo; me mareas. Con decirte que la gente
nos decía "las siamesas".
HOMBRE: "Adorizzio" es mi apellido materno. Yo me llamo
Timoteo Suárez Adorizzio. Y eso no sonaba muy de roquero.
Así que me quedé con lo de "Adorizzio", no más. Cojudeces
que uno hace de chiquillo.
MUJER: Hace tiempo que yo no estoy en esas cosas. No te po-
dría decir nada de informantes y mendicantes. Hace tiempo
que no me comunico con Catalina tampoco.
HOMBRE: ¡Cómo se te ocurre! ¿Acaso parezco un mendicante?
No te pases.
MUJER: Eso es para gente muy especial. La verdad es que yo
entré a sociales por un chico, nada más.
131

HOMBRE: A mí me interesó el tema. Eso fascina a cualquiera.


Leí un poco sobre el asunto y me pareció algo interesante, y
compuse unas cuantas canciones y nada más. Pero no, no
soy un mendicante.
MUJER: Ella sí.
HOMBRE: Además, si lo fuera, no te lo diría, ¿no?
MUJER: Ella siguió de frente no más. Es una mujer perseveran-
te; lo que se propone lo consigue. Aunque últimamente te
contaré... No sé cómo ponerlo sin que suene...
HOMBRE: Pero siéntate, oye. Pasa; estás en tu casa. Acomóda-
lo donde quepa.
MUJER: Catalina es una excelente persona por donde la mires.
Lo que pasa es que últimamente se ha vuelto un poco, cómo
te digo, sobradita.
HOMBRE: Akatanka.
MUJER: ¡Mentira, mentira! No me hagas caso. Catalina es ad-
mirable por donde la mires. Calladita pero, en el fondo, sú-
per alegre.
HOMBRE: Tú no te debes acordar.
MUJER: Pero claro que me acuerdo. La música era su gran pa-
sión. Creo que su gran frustración fue no ser cantante o
bajista. Cómo le gustaba este grupo... ¿Cómo se llamaba?
HOMBRE: Fueron los mejores. Cambiaron toda la noción del
rock en castellano.
MUJER: En fin, no me acuerdo.
HOMBRE: Nos sacaron del subdesarrollo, y nuestro subdesa-
rrollo los mató.
MUJER: ¿Pero no quieres tomarte algo? ¿Un cafecito? ¿Un té?
HOMBRE: Yo ya no estoy para esas cosas.
MUJER: ¿Un vinito?
HOMBRE: Hace años que no le entro a nada de eso. Pero sí he
pensado, algún día, ponerme las pilas y componer un par de
cancioncitas más; ahora que los mendicantes se hagan co-
nocidos. Porque ahora ha salido un libro en Francia.
MUJER: ¡Akatanka! Sí, Akatanka.
HOMBRE: ¿Lo conoces? La autora, la que lo escribió, es mi mujer.
MUJER: Tenías que verla; perdía toda compostura.
HOMBRE: Hasta me ha mandado una copia del libro para que lo
revise. Por ahí lo debo tener. Pero yo no sé ni jota de francés.
No sé qué le pasa últimamente.
MUJER: Es que te juro que se transformaba. Cambiaba por com-
pleto, se le desorbitaban los ojos cada vez que escuchaba al
grupo bendito ese. Nos tenía ya un poco hartos a todos con
la misma música todo el santo día.
132

HOMBRE: Oye, ¿pero tú has venido a hablar de Catalina o de


qué?
MUJER (al Muchacho): ¡Te dije! Te dije que ibas a romper. Ahora
te sientas y te quedas tranquilo. No te vayas a cortar.
HOMBRE: A cualquiera le puede pasar eso. Porque, mira, yo,
toda la vida, he escuchado a Akatanka; desde hace años.
Incluso ahora sigo cantando donde "Don Quique". ¿Lo cono-
ces? Ahí canto los jueves. Pon eso en la revista. Canto jus-
tamente canciones del grupo. Pero nunca me había puesto a
pensar que mis canciones tuvieran influencia. No sé. Puede
ser. Uno siempre está recibiendo estímulos y ni cuenta se
da del impacto. Tengo por aquí los tres discos que sacó el
grupo. Después se disolvieron porque aquí nadie los enten-
día. En verdad, son los discos de Catalina.
MUJER: Pero no es porque sea sobrada ni nada por el estilo. Lo
que pasa es que Catalina es bien tímida y no se suelta ni a
golpes si no está bien en confianza.
HOMBRE: Una vez, grabé un long-play. Por aquí lo debo tener.
Déjame enseñarte.
(El Hombre busca entre la basura y encuentra la tapa de un
disco.)
MUJER: Y, algunos creen, con toda razón, que no habla de pura
sobrada.
HOMBRE: Mira. Esto es una reliquia. "Nueva Babilonia", "Un
mendrugo de amor", "G. C. F." ¡Qué tales épocas! Ni me acor-
daba de algunas de estas canciones. Qué tal reliquia.
MUJER: En el fondo, bien en el fondo, es una mujer de lo más
alegre.
HOMBRE: Ella no quería contarle nada a nadie. Oye, ¿pero por
qué me preguntas tanto de los mendicantes? Yo no sé nada,
ya te he dicho.
MUJER: En el fondo.
HOMBRE: Oye, ¿cuántos años tienes tú?
MUJER: Ay, no me hables.
HOMBRE: ¿Y dónde está tu papá?
MUJER: No me hables de ese tema que mira, mira cómo se me
pone la carne de gallina.
HOMBRE: No te asustes, chiquilla. Dime la verdad, ¿quién va a
leer esta entrevista? ¿Quién se va a acordar de mí? Lo único
más estúpido que leer revistas escolares es publicar revis-
tas escolares.
MUJER: ¿Para qué me tocaste ese tema?
HOMBRE: No me hagas caso. Hay cosas que, si no se entien-
den a la primera, ya no se entienden nunca.
133

MUJER: Es lo único que no puedo entender de Catalina. Qué


hace con el imbécil ese; cómo puede seguir con ese tipo.
Tienen siglos juntos. Siempre la trató pésimo. Disculpa mi
boca, pero es un imbécil. No hay otra palabra.
HOMBRE: Una vez, salí en televisión cantando "Un mendrugo
de amor". Hasta ahora, tocan esa canción, de vez en cuando,
en la radio.
MUJER: Prepotente. Mentiroso.
HOMBRE: Para qué te voy a mentir. En verdad, no tuve un gran
éxito que digamos. Pero, en fin; Akatanka tampoco. Estoy
pensando irme a Francia ahora.
MUJER: Coquero.
HOMBRE: Allá les gustan los temas medio raros como los
mendicantes y eso.
MUJER: Vago.
HOMBRE: Hasta cantando en las calles te puedes mantener
allá.
MUJER: Timoteo Suárez; imagínate, con semejante nombre.
Según él, es cantante. Y, hace tiempo, tuvo su fama, no creas.
Salió en un par de comerciales de ropa, pero te estoy hablan-
do de hace siglos. Catalina le hacía los bajos a sus cancion-
citas. Lo que es ahora está bien de capa caída el hombre.
HOMBRE: Nos vamos a instalar con Catalina en París; ése es el
plan. Si gana el premio E.S.E., con mayor razón.
MUJER: ¡Parásito!
HOMBRE: Salud por eso.
(El Hombre se levanta y va a sentarse al lado de la Mujer. Am-
bos siguen haciendo como si conversaran. Micaela se levanta
asustada.)
MICAELA: ¡Tito!
MUJER: Ella lo mantiene. Creo que le manda plata. Vez que
viene a Lima, vez que se va a vivir con el tipo ese.
HOMBRE: No, ella ya no vuelve al Perú.
MUJER: Le saca la vuelta con cuanta falda se le cruza por el
frente.
HOMBRE: Con toda la cosa de la promoción del libro, se va a
quedar por allá todavía un tiempo. Así que tenemos tiempo
para nosotros.
(El Hombre abraza a la Mujer y empieza a acariciarla.)
MUJER: Pero, si estás pensando ir a verlo, piensa de nuevo,
hija. Parece que al señor no le gusta que le hablen de Cata-
lina.
MICAELA: Tito.
HOMBRE: No te asustes, chiquilla; yo no muerdo sin autoriza-
134

ción previa. ¿Cuándo me vienes a ver a donde "Don Quique"?


Ahí la seguimos.
MUJER: No sé si será verdad, pero me cuentan que, el otro día,
se encontró en un bar con un profesor amigo nuestro, de
Catalina y mío. Porque el tipo lo único que hace es ir de bar
en bar mendigando trago. Y me dicen, me disculparás la ex-
presión, que el tipo lo trató a punta de ajos; lo mandó a la
eme. Imagínate, a los gritos, a un profesor; a la eme.
(El Hombre trata de besar a la Mujer. Ésta se resiste y, tras un
breve forcejeo, ambos caen al suelo y quedan en posición de
mendigos.)
MICAELA: ¡Tito!
MUCHACHO: Aquí.
(Micaela corre hacia el Muchacho y lo abraza.)
MICAELA: ¡¿Dónde estabas?!
MUCHACHO: ¿Dónde estabas tú? ¿Hasta qué hora creías que
iba a estar esperando? Una hora ahí parado en el frío...
MICAELA: Abrázame. Te juro que nunca más; vamos a mi casa y
te juro que me voy a olvidar de todo este asunto. Te lo juro.
MUCHACHO: Pero me prometes que ahora sí de verdad...
MICAELA: No hables, no hables, no hables...
HOMBRE (mendigando): Una voluntad, señorita, una voluntad.
MICAELA: Último, Tito. Te lo juro. Último. Ultimito.
MUCHACHO: Puta madre.
MICAELA: Por favor. Pregúntale como te dije. Por favor.
MUCHACHO: Micaela...
MICAELA: Última vez.
MUCHACHO: Última.
HOMBRE: Una voluntad.
MUCHACHO: Caballero, aquí la señorita quiere saber si usted
sabe quién fue Constantino. Por favor, discúlpela y dígale que
no sabe nada de Constantino, que no tiene ni idea de quién
fue ese señor, que en su vida oyó hablar del Constantino ese...
HOMBRE: Maldito Constantino.
MICAELA: ¿Qué dijo? ¿Qué dijo? ¿Qué dijo?
MUCHACHO: No sé. No le entendí.
MICAELA: Dijo "maldito Constantino". Escuché clarito.
MUCHACHO: Micaela.
MICAELA: Gracias, Tito. Ya me ayudaste un montón. Ahora,
déjame preguntarle a mí. Señor, ¿por qué dijo que Constantino
es maldito? ¿Qué sabe de él? Puede confiar en nosotros.
MUCHACHO: Cuidado, puede ser peligroso.
MICAELA: Lo escuchamos que dijo "maldito Constantino". ¿Por
135

qué lo dijo?
HOMBRE: Todo el mundo dice "maldito Constantino"; yo digo no
más. ¿No tiene una voluntad que me pueda dar, señorita?
MICAELA: ¿Quién dice eso? ¿Quién es todo el mundo para us-
ted?
HOMBRE: Todo el mundo, pues. Alguna gente anda diciendo.
Una vez, escuché.
MICAELA: ¿Podría llevarme con sus hermanos, señor?
HOMBRE: ¡Dónde estarán mis hermanos!
MUCHACHO: Micaela.
MICAELA: Sólo dígame dónde se reúnen, señor. ¿Sí? Por favor.
Porque usted es un mendicante, ¿no es cierto? Ya se delató.
Ya no lo puede negar.
HOMBRE: La necesidad me obliga, señorita. Usted cree que me
gusta esto.
MUCHACHO: Deja en paz al caballero, Micaela.
MICAELA: ¿Usted busca la pureza del alma y la amistad con
Salvador?
MUCHACHO: Discúlpela, caballero.
MICAELA: ¡Tito! ¡Puta madre!
MUCHACHO: Dale algo al caballero. No traje la plata. Después
te doy.
MICAELA: Mira, Tito, si no vas a ayudar, no estorbes. ¿No has
entendido nada? Va a botar todo lo que le des.
HOMBRE: Por favor, señorita. Tres días que no como.
MUCHACHO: ¡Tres días! ¿En serio? ¿Se puede?
MICAELA: Tito, estoy hablando en serio.
MUCHACHO: Yo también. ¿Le vas a dar algo o no?
MICAELA: No. No es no.
(El Muchacho se quita el reloj que tiene puesto y se lo da al
Hombre.)
MUCHACHO: Tenga, caballero.
MICAELA: ¡¿Te volviste loco?! ¿Estas totalmente demente? ¿Per-
diste toda la razón?
MUCHACHO: Lo podrá vender por ahí y comprar algo.
MICAELA: Señor, deme ese reloj.
MUCHACHO: Déjalo, Micaela.
MICAELA: El reloj, por favor, señor. No sea insensato. ¿Va a
permitir que un miserable reloj corrompa todo lo que ha pu-
rificado hasta ahora? El reloj.
HOMBRE: El joven ahí me lo regaló.
MICAELA: Pero el joven aquí no sabe lo que hace. El reloj, por
las buenas o las malas.
136

MUCHACHO: Es mi reloj. Si me da la gana, se lo doy al que me


dé la gana.
MICAELA: Francamente, hay cosas que, si no se entienden a la
primera, ya nunca más.
(En eso, el Hombre sale corriendo de ahí. Micaela corre detrás del
Hombre, mientras el Muchacho se dirige hacia el perro muerto.)
MICAELA: Que no se pierda, que no se pierda...
MUCHACHO: Puta madre. Pobre animal. ¿Te lavaste? No hagas
movimientos violentos. ¡Olvídate del cassette de mierda! ¿Qué
quieres tú, ah? ¿Qué te marquen la cara? Puta madre. A Ca-
talina, a Catalina, a Catalina. Habrá sido el de anoche, el
que, según tú, dijo "maldito Constantino". Unos criminales,
unas bestias.
(El Hombre se oculta; Micaela deja de perseguirlo y se acerca,
frustrada, al perro muerto.)
MICAELA: Se nos perdió. Por tu culpa. ¡Puta madre!
MUCHACHO: No grites; te van a oír. Te dije que no hagas movi-
mientos violentos.
MICAELA: Ay, Tito.
MUCHACHO: ¿De qué te ríes ahora? ¿Has pensado qué vas a
hacer?
MICAELA: Hay tantas cosas por hacer que ni sé por dónde em-
pezar.
MUCHACHO: Ni creas que te voy a ayudar.
MICAELA: Nadie te pidió tu ayuda. Además, ¿sabes, Tito? Creo
que lo mejor es que ya no nos veamos más.
MUCHACHO: ¡¿Qué?!
MICAELA: Me entendiste perfectamente.
MUCHACHO: ¿Por cuánto tiempo?
MICAELA: No más, Tito. No más. Nunca más.
MUCHACHO: Unos locos te dejan un perro muerto y, en conse-
cuencia, quieres terminar conmigo.
MICAELA: No es por el perro. No es tu culpa. Déjame a mí con
lo mío.
MUCHACHO: ¿Lo tuyo? ¿Y qué es lo tuyo?
MICAELA: ¡Eso! El perro. Constantino. Eso es lo mío. Los men-
digos. El libro. ¿Es lo tuyo también?
MUCHACHO: No grites, carajo. Te van a oír.
MICAELA: Adiós, Tito.
MUCHACHO: ¿Por qué no pudiste haber sido normal tú?
MICAELA: ¿Normal? ¿Y qué cosa es tu normal? ¿Se puede sa-
ber? ¿Normal es estar nadando en la mierda sin darse cuen-
ta? ¿Es tener la cochinada hasta el cuello sin poder mover-
137

se? ¿Es perder el brillo de tus dientes y no saber sonreír?


¿Eso es tu normal? ¿Vivir como un esclavo en esta ciudad?
MUCHACHO: ¿Esclavo? ¿Qué hablas, oye? ¿El brillo de mis dien-
tes? Escúchate lo que hablas. ¿Estás borracha o vas a hacer
comerciales de pasta?
MICAELA: Claro, te entiendo; una vive tanto tiempo buceando
en la basura que cuando sale al aire puro todos creen que
está loca. Sí, Tito. Estoy borracha. El aire tan puro emborra-
cha la primera vez; ya me acostumbraré. Ya hablé. Entiende
si puedes. Tal vez, algún día podamos conversar en paz, son-
rientes, libres.
MUCHACHO: ¿Podemos ser amigos?
MICAELA: Hazte amigo de Salvador. Después, hablamos.
MUCHACHO: ¿Salvador? Salvador ¿qué?
MICAELA: Ya, no te hagas. Entiendes perfectamente. No me
hagas tropezar.
MUCHACHO: Sólo voy a decirte una cosa más. Sólo una cosita y
después te puedes ir a donde quieras.
MICAELA: Dime.
MUCHACHO: Imbécil. Eres una imbécil. No tienes idea lo imbé-
cil que eres.
MICAELA: Gracias, Tito. Adiós.
(Micaela se retira. Catalina y el Hombre se van a sentar juntos.
Mientras habla, el Muchacho se va a sentar junto a ellos y los
tres forman el semicírculo.)
MUCHACHO: Y todos, todos ustedes son unos imbéciles. ¡To-
dos! ¿Me escuchan? Sé que están por ahí. ¡Imbéciles! ¡Ase-
sinos! A ver, mátenme, pues, como al perro. A ver, den la
cara. Cobardes. Les saco la entreputa a todos juntos. ¡Imbé-
ciles! ¡Todos!
HOMBRE: Sin insultos, por favor. Sin gritar.
CATALINA: Usted es un ignorante. Usted no sabe nada o sólo
un poco de muchos temas, y cree que ese conocimiento par-
cial le da derecho a insultar.
HOMBRE: Por favor.
MUCHACHO: Yo no insulto a nadie. Yo digo lo que pienso. Us-
ted me ha dicho que soy un ignorante. Déjeme demostrarle
que sé más de lo que usted cree.
CATALINA: Lo dejo si puede.
MUCHACHO: Usted pertenece a una minoría privilegiada en su
país. ¿Sí o no?
CATALINA: No entiendo a qué se refiere.
MUCHACHO: Sí entiende. A qué el nivel económico y educativo
del que usted goza está restringido a una ínfima minoría en
138

su país.
CATALINA: ¿Me está acusando de eso?
MUCHACHO: Respóndame una cosa. ¿Es cierto o no es cierto
que, en su país, es una minoría étnicamente de origen euro-
peo la que goza de todos los privilegios?
CATALINA: En mi país ha habido un largo y complejo proceso de
mestizaje racial y cultural que sería imposible resumir aquí.
Si bien tenemos todavía un trauma nacional, las cosas fue-
ron muy diferentes a las excolonias francesas, por ejemplo,
donde los colonos nunca se mezclaron con los nativos o los
esclavos que ahí llevaban.
HOMBRE: Doctora, no creo que ése sea el tema...
MUCHACHO: Yo asumo las responsabilidades que me co-
rresponden. Usted contésteme la pregunta.
CATALINA: Yo también asumo lo que me corresponde. Sí, yo
pertenezco a una minoría que podríamos llamar privilegiada.
MUCHACHO: Al fin. Nos empezamos a entender.
CATALINA: No voy a negar la evidencia. Pero hay mucho que
explicar.
MUCHACHO: Un momento, un momento. Déjeme terminar.
Quedamos, entonces, en que usted pertenece a una clase
que es una pequeña minoría en un país en que -admitámos-
lo- por tradición, las mayorías son explotadas. ¿Quedamos
en eso?
CATALINA: Usted quede en lo que le convenga. A mí me consta
siempre haber estado del lado de la justicia.
MUCHACHO: ¿Ah, sí?
CATALINA: Sí.
MUCHACHO: Entonces, tal vez, lo que ocurre es que ni usted
misma se da cuenta. Existen muchísimas formas de explo-
tación, doctora. Usted se está aprovechando de los margina-
dos, de los más pobres, para construir su carrera. ¿Eso es
explotación o no?
CATALINA: No.
MUCHACHO: ¡Usted es una traidora! Admítalo de una vez, doc-
tora. Aún está a tiempo. ¡Una traidora!
HOMBRE: Por favor. ¿Empezamos otra vez?
CATALINA: Eso es lo más simplista e ignorante que he escu-
chado en mi vida.
MUCHACHO: Lo moral, lo ético, lo único decente habría sido no
decir nada, cerrar la boca, respetar lo que los mendicantes le
pedían. Pero, no, qué le podían importar a usted los deseos
de los demás si su éxito estaba en juego.
HOMBRE: Basta, por favor. Basta.
139

MUCHACHO: A mí me invitaron para...


HOMBRE: Nadie lo invitó para insultar. Basta.
CATALINA: Si usted supiera, si usted supiera todo...
HOMBRE: Doctora Campana... Quizás debamos pasar a unos
comerciales...
CATALINA: No. Estoy bien. No se preocupe. Quisiera responder
a todo lo que se ha dicho aquí si me permite.
HOMBRE: Por supuesto, por supuesto.
CATALINA: Es muy fácil, para una persona que nada sabe ni
quiere saber de otro país, reducir todo a los grupos y las
clases que alguna ideología, leída por ahí, le dicta: los bue-
nos y los malos, los negros y los blancos, los quechuas y los
españoles. Y es facilísimo, a partir de esta clasificación, juz-
gar a los individuos en función a su pertenencia, en lugar de
juzgarlos por los esfuerzos individuales que hace cada cual.
MUCHACHO: ¿Y usted? ¿Qué ha hecho?
HOMBRE: Déjela terminar usted ahora.
CATALINA: Tengo treinta y cuatro años...
MUCHACHO: Treinta y cinco.
CATALINA: He pasado más de diez años de mi vida investigan-
do, junto a especialistas de todos los campos, a un grupo, en
mi país, que son los pobres entre los más pobres, los margi-
nales entre los marginales...
MUCHACHO: Usted los traicionó, doctora.
CATALINA: Yo misma me he preguntado, muchas veces, desde
el principio, si tengo derecho a hacer lo que estoy haciendo.
MUCHACHO: ¿Y qué se ha respondido?
HOMBRE: ¡Déjela terminar!
CATALINA: Al revelar a los mendicantes -sí, contra su volun-
tad- jamás pretendí un beneficio personal. Lo que quería -lo
que aún quiero- es dar a conocer a la gente de mi país y del
extranjero a un grupo de personas con valores e ideologías
distintos a los nuestros, con sistemas de pensamiento que
muchos no compartirían y que serían motivo de burla en
muchos contextos. Si hemos aprendido algo de hace sólo
unas décadas, es que sólo el conocimiento mutuo nos puede
acercar como seres humanos, sólo el conocimiento abierto y
absoluto nos puede hacer ver a los demás como seres huma-
nos, y no como curiosidades de feria o museo, como algunos
preferirían; o como animales. Lo fácil sería quedarnos, para
siempre, en los estereotipos que genera la ignorancia y orga-
nizar nuestro mundo a partir de ahí. No me arrepiento de
haber elegido el camino difícil.
HOMBRE: Gracias, por sus palabras, doctora. Creo que muchos
de nosotros las necesitábamos.
140

(El Muchacho se levanta y toma el cassette.)


MUCHACHO: Tu entendimiento te ha abierto los ojos. Entien-
des bien las razones por las que, siguiendo el ejemplo de
Salvador, nos mantenemos en la pobreza. Es la pobreza ab-
soluta; no la pobreza del que llora su suerte, no la pobreza
del que viste su propia camisa, no la pobreza del alma; so-
mos ricos en el alma; por fuera, somos pobres. Nada nos
pertenece, no pertenecemos a nada. Pues debemos recupe-
rar la pureza anterior a la Gran Corrupción de los Fieles.
¡Basta de engaños! El dinero es un gusano que nunca se va a
saciar, nunca. Sutilmente nos atrae, nos acaricia y nos ador-
mece, como quien juega con un niño, como una broma entre
amantes. Cuando tomamos conciencia, ya es demasiado tar-
de. Estamos vivos, pero nuestro corazón ha sido devorado, y
el gusano sigue comiendo. Corremos, entonces, tenemos
náuseas, queremos vomitarlo, pero no podemos ya; más gu-
sanos han entrado a lo más íntimo de nosotros. Sólo nos
queda esperar la infección total, nuestra muerte en vida y el
infierno que, a plazos, hemos comprado.
(El Muchacho vuelve a sentarse al lado de Catalina y del Hombre.)
HOMBRE: Bueno, doctora, ahora que el libro ha sido publicado,
¿cuáles son sus planes para el futuro? ¿Otro libro quizás?
CATALINA: Eventualmente; pero no, por ahora. Me gustaría des-
cansar apenas terminen todos los trámites del lanzamiento
de "Mendiants". Ha sido agotador. Ahora lo único que quiero
es estar en una playa, sola, escuchando Akatanka, sin obli-
gaciones.
HOMBRE: ¿Escuchando qué?
CATALINA: Akatanka. Un grupo musical peruano de hace un par
de décadas. No muy conocidos por aquí, como tantas otras
cosas.
HOMBRE: Akatanka. Nunca lo oí. ¿Qué significa en español?
CATALINA: No es español.
MUCHACHO: No es español. Es quechua. Akatanka es una es-
pecie de escarabajo que vive en los Andes. Su nombre signi-
fica "come mierda".
CATALINA: ¿Ah, sí?
MUCHACHO: Sí.
HOMBRE: Qué interesante. Pero, doctora, estará también, es-
tos meses, a la espera de los resultados del premio E.S.E.,
me imagino. Sabrá que "Mendiants" tiene grandes posibili-
dades de ganarlo este año.
CATALINA: Es lo que he escuchado. Y le mentiría si le dijera
que no estoy a la expectativa. Pero trato de disciplinarme
pensando que un intelectual no debe planificar su carrera en
141

función de los premios o incentivos que se le ofrezcan.


HOMBRE: Gracias a ambos por su concurso. Y a todos los tele-
videntes por su sintonía.
(Catalina, el Hombre y el Muchacho se levantan y se dispersan.)
MICAELA: Señorita Campana: Me tendrá que disculpar, pero ya
no puedo seguir llamándola "Catalina"; usted ya no es mi
amiga. Y decirle "doctora" sería insultar a mucha gente que
sí merece que la llamen así.
CATALINA: Gracias, Micaela.
MICAELA: ¿Quiere ver la carta más triste del mundo? La tiene
usted en sus manos. Cómo pudo hacerme esto. Cómo pudo
acuchillar por la espalda a todos los que confiábamos en
usted. Cómo pudo, señorita Campana.
MUCHACHO: Querida Micaela: Finalmente me animé y fui a ver
al profesor de historia del que me hablaste hace tiempo, el
de los agradecimientos, ¿te acuerdas?; ha trabajado con Ca-
talina desde hace años. Fue interesantísimo. Tanto que te lo
tenía que contar. Como prefieres -y te entiendo- no vernos
por el momento, te lo pongo por escrito. Espero que eso no te
moleste.
MICAELA: Un mendigo que me dijo "maldito Constantino" me
llevó a creer que ya estaba a un paso de encontrarlos.
MUCHACHO: Bueno, la cosa es que el doctor Ponce ha visto en
los mendicantes el reflejo perfecto de la nacionalidad perua-
na. Hablamos de cómo y por qué la secta ha tenido tanto
éxito en el Perú; es que es un reflejo de la nacionalidad. El
doctor Ponce lo explica mejor, pero aquí te lo cuento. Cuan-
do las religiones precolombinas cayeron ante el Cristianis-
mo, los cultores de esas religiones se vieron obligados a adorar
a sus dioses en secreto, para evitar que los encarcelaran o
los mataran. Y eso duró muchos años. ¿Sabías que todavía
hay manifestaciones en que se cree que la gente venera a
santos cristianos y en verdad están venerando a un dios
ancestral? Todavía existe. Entonces, ese esconderse, ese
negar la fe en público cuando, en verdad, uno es piadoso,
todo eso está inserto en el subconsciente del peruano.
MICAELA: Pero, de ahí, me di cuenta que ese pobre hombre sólo
repetía una frase escuchada sabe Dios cuántas veces a un
entusiasta de la secta. Fue ahí, señorita Campana, que dejé
de hacer preguntas en la calle y me zambullí de lleno en
todos los materiales que usted, tan amablemente, me había
proporcionado.
MUCHACHO: Nos gusta eso; es parte de nosotros. Los Cristia-
nos de Lima parecen una secta hecha para satisfacer las
necesidades del Perú de hoy. Qué interesante, ¿no? ¿Cómo
142

has estado, Micaela? Estoy bien preocupado. Me han dicho


que hace días que no apareces.
MICAELA: Fue increíble. Fue como si alguien hubiera vaciado la
piscina en pleno verano, sin avisar. Fue un palmazo en todo
el cuerpo.
MUCHACHO: Bueno, eso es todo. Te dejo la carta por si reapa-
reces. Cuídate mucho. Cualquier cosa, cualquiera, llámame.
(El Hombre toma la guitarra y empieza a tocar un acompañamien-
to. El Muchacho y la Mujer se sientan juntos y se abrazan.)
MICAELA: Todo se me hizo tan claro de pronto que parecía que
usted misma hubiera dejado tirado el barro de sus zapatos a
propósito para que alguien la siga.
CATALINA: ¿Qué piensas hacer ahora, Micaela?
MICAELA: Fui a buscar otra vez a su novio. Fue lo único que se
me ocurrió.
HOMBRE (tocando la guitarra y cantando): Ojalá yo llegue muerto
a la noche de la vida;
ojalá yo llegue muerto al mediodía
en que me acueste con la noche y me levante con el día,
que comprando lo que venden
pierda el blanco de mis dientes.
Pero nunca me esperé que tú también...
Y jamás imaginé que tú también...
MUJER: Oye, ¿por qué no ponen radio aquí mejor?
HOMBRE (tocando la guitarra y cantando): Ojalá yo llegue muerto
a aquel albor
en que no pueda inventar más un amor.
Pero nunca me esperé que tú también...
Y jamás imaginé que tú también...
(Deja de tocar) Gracias por sus aplausos. Ahora vamos a hacer
un descanso. Los dejó con don Quique...
MUCHACHO: ¡Bravo!
MUJER: Tómate tu tiempo.
MUCHACHO: No hay apuro.
HOMBRE (al Muchacho): ¿Qué tienes, huevón? Gracioso te crees,
¿no?
MUJER: Tranquilo...
(Micaela se acerca al Hombre.)
MICAELA: Hola. ¿Te acuerdas...
HOMBRE: ¡¿Qué haces aquí tú?! ¿Qué quieres ahora?
MICAELA: Tú me invitaste a venir. ¿Ya no te acuerdas?
HOMBRE: Mira, chiquilla, ya no te hagas la estúpida conmigo.
Tú no quieres escribir nada de música, tú quieres sacarme
información de Catalina.
143

MICAELA: ¿Cómo sabes?


HOMBRE: Desde el principio me di cuenta. No sabes ni fingir.
MICAELA: Mentiroso.
HOMBRE: Piensa lo que quieras. Yo me largo de aquí.
MICAELA: ¿Puedo hacerte una pregunta más, no más?
HOMBRE: No jodas.
MICAELA: No es sobre Catalina, no te preocupes. Es sobre la
letra de Akatanka.
HOMBRE: No jodas.
MICAELA: Esta canción que estabas cantando, "El credo".
HOMBRE: "Mi credo".
MICAELA: ¿Te acuerdas la parte esa que dice "que comprando lo
que venden pierda el blanco de mis dientes"?
HOMBRE: No, no me acuerdo. Chau.
MICAELA: A mí me parecía bien curioso, porque en la grabación
que los mendicantes le dejaron a Catalina le dicen: "verás
cómo, comprando lo que venden los mercaderes, Lima ha
perdido el brillo de sus dientes y se avergüenza de sonreír".
HOMBRE: No me jodas...
MICAELA: Me parecía curioso. ¿Crees que es una casualidad,
que los de Akatanka eran mendicantes o que los mendicantes
se volvieron rocanroleros?
HOMBRE: ¡Yo qué sé! No me jodas
MICAELA: Tú sabes más de lo que dices, Timoteo.
HOMBRE: Mira, chiquilla, no tendría por qué, pero te voy a ha-
blar del alma. Déjame darte un consejo. Aprovecha lo que
tienes ahorita y no te metas en nada raro. Mira cómo tienes
las ropas; parece que no te has bañado en tres meses. Estás
a tiempo. Y no hablo sólo de los mendicantes. No vale la
pena; todo parece muy bonito pero, al final, te vas a quedar
sola. No vale la pena.
MICAELA: Muy tarde. Ya nadie te cree.
HOMBRE: No digo más. Adiós.
MICAELA: Contéstame, carajo. ¿Dónde están los mendicantes?
HOMBRE: Vete a la mierda.
MICAELA: Aquí estoy. Y aquí me quedo hasta que hables.
HOMBRE: Quédate donde quieras. Yo me voy.
(Micaela se prende de las ropas del Hombre.)
HOMBRE: Qué mierda te picó a ti. Suéltame, carajo. Suelta o te
va a llover, ¿ah?
MICAELA: Háblame, por favor.
HOMBRE: Suelta. A la una...
MICAELA: Te doy lo que quieras, hago lo que quieras... ¡Lo que
144

quieras!
(Micaela se arrodilla frente al Hombre, le baja la bragueta y tra-
ta de tocarlo. El Hombre la mira con pena y trata de soltarse.)
HOMBRE: Todavía estás a tiempo. Aprovecha lo que tienes; no
pierdas eso.
MICAELA: ¡Por favor!
(Al tratar de soltarse, el Hombre va rompiendo las ropas de
Micaela. Ésta trata de prenderse de él a la fuerza hasta que el
Hombre le da un fuerte empujón. Micaela queda sentada en el
suelo con la ropa hecha harapos. El Hombre se retira.)
MICAELA: Por favor.
MUCHACHO: ¿Qué intereses están detrás de todo esto? ¿Ah?
¿Qué transnacional se esconde tras toda esta patraña? ¿Ah?
¿Ah? Contesten, pues.
MICAELA: Que el mensaje de los mendicantes incluyera una
línea de Akatanka no era lo único que apestaba raro. Tampo-
co me quitaba mucho el sueño pensar de dónde habían saca-
do estos "practicantes de la pobreza absoluta" una grabadora
y un cassette. Lo que nunca pude digerir era que los
mendicantes, supuestos pacifistas como dicen que son, de-
jaran un mensaje tan violento como un perro muerto. El
mensaje era clarísimo; alguien quería que usted y, años des-
pués, que yo dejáramos de meter las narices. Ahora ya sé
quién es ese famoso alguien.
HOMBRE: (tocando la guitarra y cantando): Pero nunca me es-
peré que tú también...
Y jamás imaginé que tú también...
MICAELA: Al principio, pensé que había sido su impresentable,
don Timoteo Suárez, el que nos dejó los perros, celoso por
sus éxitos profesionales. Pero eso no explicaba otra cosa
que también se me revolvía adentro: por qué seguía usted
con ese hombre.
MUJER: Es lo único que no puedo entender de Catalina. Qué
hace con el imbécil ese; cómo puede seguir con ese tipo.
MICAELA: Yo ya sé por qué, señorita Campana. Ya entiendo por
qué no manda usted a rodar a ese sujeto. Timoteo Suárez,
"Adorizzio", la chantajea. Él sabe algo sobre usted que de
revelarse la heriría de muerte. ¿Y cuál es el famoso secreto
que su novio tiene con usted? Una repasadita a su carrera,
señorita, me limpió la ventana como no tiene idea.
HOMBRE: Yo me quedé patas arriba con la noticia de esta sec-
ta. Ahí mismo la hice llamar, le pedí que preparara otro tra-
bajo, algo más amplio; casi la tuve que amenazar con jalarla.
La pobre Cata no tenía ni idea de lo que tenía en las manos.
MICAELA: ¿Tiene todavía ese trabajo? ¿De qué trataba?
145

HOMBRE: Como te digo, como trabajo, no era gran cosa. Era un


informe cortito donde listaba las razones que los Cristianos
de Lima daban para practicar la pobreza absoluta; lo de la
corrupción del alma y esas cosas, el dinero como el vicio
mayor, nada muy nuevo.
MICAELA: Usted no hace ni una sola mención del carácter clan-
destino de la secta, ni una sola palabra sobre Constantino,
en sus dos primeros trabajos. No es hasta su tesis que us-
ted se digna mencionar esos asuntos. ¿Por qué? ¿Por qué no
habló antes de estos temas tan importantes en la espiritua-
lidad de los mendicantes? ¿Por qué?
CATALINA: Si usted supiera...
MICAELA: Yo ya sé por qué. Porque, al igual que los demás
aspectos de esta supuesta herejía, los fue inventando sobre
la marcha.
CATALINA: Si usted supiera todo...
MICAELA: Ocurrió lo siguiente; y corríjame si me equivoco. Como
entusiasta pero no muy aplicada estudiante del curso de
Pensamiento marginal, usted quiso impresionar a su profe-
sor Javier Zuloaga y se inventó -sí, se inventó- una secta de
mendigos. Mencionó a los mendicantes sólo de pasada...
HOMBRE: Ni me lo entregó personalmente.
MICAELA: Pero parece que Zuloaga se excitó mucho más de lo
que acostumbraba.
HOMBRE: Tuve que darle un buen café para que se despertara.
Yo le dije que tomara ese tema para su tesis; me ofrecí como
asesor. No quería la Cata; estaba con un montón de proble-
mas por su lado y no tenía idea del bombazo que tenía en las
manos.
MICAELA: El bombazo estuvo a punto de reventarle en la cara.
Su farsa, su gracia, su pecado juvenil, había empezado a cre-
cerle entre las manos. Se vio obligada a seguir. Y fue enton-
ces, sólo entonces, que se inventó lo del carácter secreto de
la secta. Era la única forma de asegurarse de que nadie la
pescaría. Jamás nadie hallaría a los mendicantes porque
éstos siempre negaban su filiación a la secta. ¡Brillante! Se
inventó también a Matías, el misterioso informante, y, para
justificar la clandestinidad de los mendicantes, se ayudó con
la historia del Cristianismo, que conocía muy bien, y montó
el famoso odio a Constantino. ¿Me equivoco?
MUCHACHO: ¡Puta madre!
MICAELA: A partir de entonces, usted ya no se hizo ningún pro-
blema con el montaje. Continuó la comedia y publicó una
barbaridad de artículos ampliando la descripción de su for-
midable engendro.
146

MUCHACHO: Puta madre.


MICAELA: Sin embargo, en algún momento, usted quiso aban-
donarlo todo. Tal vez, los escrúpulos la importunaban dema-
siado. La cosa había ido muy lejos y quiso cortarle la cabeza
al monstruo de un tajo. Se hizo la miedosa, y montó una
amenaza contra su persona en la forma de un perro muerto y
una siniestra grabación.
MUCHACHO: Pobre animal.
MICAELA: Sería como librarse, de una vez y para siempre, de la
farsa que tenía prendida del alma. Pero -oh, sorpresa- bue-
nas nuevas la persuadirían de seguir.
CATALINA: En segundo lugar, me llegó una oferta para hacer el
doctorado aquí. La beca incluía el pago de todos los gastos
que tuviera mientras escribía el libro.
MUCHACHO: Ah, con razón, pues.
CATALINA: Oiga usted, por favor, deje de estar murmurando
insinuaciones. Si quiere decir algo, dígalo ya.
MICAELA: ¡Los mendicantes no existen! ¡Nunca existieron! Todo
era una farsa; todo, desde el principio. Usted, tal vez, me
diga que lo que le digo es absurdo, que es el delirio de una
niña desesperada por la envidia, de una chiquilla ignorante y
engreída, ¿no? Pero, señorita Campana, tengo por aquí una
cosita que me dio la prueba final de todo: el cassette que los
supuestos mendicantes dejaron en la puerta de su casa.
(La Mujer toma el cassette.)
MICAELA: Al principio, creí que usted misma había grabado
todo y, luego, falseado la voz desacelerando la cinta. Sin
embargo...
MUJER (con voz acelerada): Sutilmente nos atrae, nos acaricia
y nos adormece, como quien juega con un niño, como una
broma entre amantes. Cuando tomamos conciencia...
MICAELA: ... ésa no era su voz. Pero no sé por qué golpe de
gracia se me ocurrió, en lugar de aumentar, disminuir las
revoluciones del mensaje. Y tatatatá...
(La Mujer le da el cassette al Hombre.)
HOMBRE (con voz lenta): ... ya es demasiado tarde. Estamos
vivos, pero nuestro corazón ha sido devorado, y el gusano
sigue comiendo.
MICAELA: Timoteo Suárez Adorizzio, su queridísimo novio, sa-
bía de su mentira. Ahí terminé de entender todo. Cómo iba
usted a dejar a ese hombre con semejante cuchillo en la
garganta. Fue él quien grabó en la cinta un texto que usted
misma escribió para el que, extinguida ya toda su imagina-
ción, tuvo usted que recurrir a una línea de sus ídolos,
Akatanka. Qué increíble. Era la voz de ese imbécil con la que
147

tanto se deleitaba mi cuerpo y que tanta tranquilidad me


daba al final de esos días de mierda.
HOMBRE: Desde el principio me di cuenta.
MICAELA: Fue también su impresentable el que dejó un perro
muerto en mi casa, instruido por usted desde alguna playa
francesa. Una llamadita por teléfono le bastó para intentar
asustarme. Se equivocó conmigo, señorita Campana. ¿Me
equivoco yo?
HOMBRE: Piensa lo que quieras. Yo me largo de aquí.
MICAELA: Me consolaba pensando en lo terrible que debía ser
su vida, señorita Campana, en el infierno que usted misma
se había comprado. Pero ya aprendí que se puede vivir tran-
quilamente en una farsa; todo es cuestión de no pensar y
saber cómo improvisar cuando parece que algo va a devolver-
nos a la realidad. Qué risa.
MUCHACHO: Nos gusta eso; es parte de nosotros. Los Cristia-
nos de Lima parecen una secta hecha para satisfacer las
necesidades del Perú de hoy.
MICAELA: Lo que parece es que la explosión de mendigos en las
calles de Lima no responde a la aparición de nuevas here-
jías, después de todo. Qué fácil distraerse del verdadero pro-
blema, ¿no? Qué fácil masajear la cabecita de todos con ideas
suavecitas y adormecer a medio mundo, ¿no?
CATALINA: ¿Qué piensas hacer ahora, Micaela? Por lo menos,
merezco saber eso. ¿Qué vas a hacer?
MICAELA: Qué fácil limpiarse la conciencia, puta madre. Tengo
el alma cochina, hecha harapos, y nada la va a poder limpiar
ya. Usted la dejó así. Usted me hizo levantarme por primera
vez en mi vida; me hizo volar, me hizo querer ir más alto, y
me dejó caer como un pájaro fulminado en pleno aire. Aquí
estoy todavía, en una piscina sin agua, tirada en el suelo,
herida, con la gente que me mira al pasar como a una perra
atropellada. Pero todavía tengo mis trapos, señorita Campa-
na, y puedo limpiarle la ventana a quien quiera.
CATALINA: Por favor.
MICAELA: Podría quedarme callada, lo he pensado. Asumir con
correa la broma y dejar que el globo crezca tanto que ya sea
invisible. Yo misma podría fundar la secta y hacerme la pri-
mera hermana. No es broma. Todavía soy una conversa. Qué
risa. Todo lo que decían los mendicantes se hacía verdadero
a mis ojos, todo lo que proclamaban se cumplía frente a mí
como un reloj. Qué ricos los aires helados golpeándome la
cara y todo el mundo allá abajo...
CATALINA: ¡Por favor!
MICAELA: Podría meter al pobre Tito a la nueva secta. Está tan
148

desesperado que creo que haría cualquier cosa por volver


conmigo. Seríamos los fundadores.
CATALINA: ¿Qué vas a hacer ahora?
MICAELA: Qué risa. Tantas cosas se pueden hacer ahora que
no hay a dónde volver.
(Catalina se acerca a Micaela y se sienta a su lado. Ambas se
toman de las manos. Lloran. Se abrazan.)
CATALINA: Gracias, Micaela.
MICAELA: Tantas cosas, Catalina.
CATALINA: Gracias.

FIN

Austin, Viena, Lima, 1994


149

Lengua larga
150
151

Personajes:
SACERDOTE: Sacerdote dominico. 80 años de edad
JACINTO: Indio; ciego. 80 años de edad
TORIBIO: Sacerdote dominico. 40 años de edad
NOVICIO: Novicio dominico. 20 años de edad
CURACA: Indio. 40 años de edad
POBLADORA 1: India. Entre 20 y 30 años de edad
POBLADORA 2: India. Entre 20 y 30 años de edad
GUARDIA 1: Representado por el mismo actor que José
GUARDIA 2: Representado por el mismo actor que Gabriel
JOSÉ: Novicio dominico. 20 años de edad
GABRIEL: Novicio dominico. 20 años de edad
INDIO: Edad indeterminada
Dos MÚSICOS: Indios

El vestuario de los personajes representa la época: siglos dieci-


siete y dieciocho en España y alguna colonia andina.

Escenario:
El escenario está vacío excepto por un antiguo escritorio en la
esquina izquierda de segundo término. Hay una silla al lado del
escritorio; libros, papeles, una pluma y un tintero sobre aquél.
152

(El Sacerdote está sentado frente al escritorio; mira a la distan-


cia. El resto del escenario está vacío.)
SACERDOTE: Perenne, como el llanto y las cantoras
piedras que un río turbio desespera...
(Desde fuera, se escucha como si alguien golpeara el piso con
un palo. Los golpes se acercan hasta que Jacinto entra tan-
teando su camino con un bastón: es ciego y está ebrio. El Sacer-
dote moja la pluma en tinta y escribe.)
SACERDOTE: ... perenne, la avenida de las horas,
que, en su última creciente, consiguiera
sumir mi piel en marcas delatoras,
mi voz quebrando, lúcida y severa,
nunca ha podido silenciar la fuente
de escándalos y encantos en mi mente.
(Jacinto parece "ver" algo y empieza a desesperarse.)
JACINTO: ¿Hay allí alguien que me oiga?
¿Nadie me oye? ¿Nadie escucha?
Por favor, que esto no es burla;
que, esta vez, no son más bromas...
La soga... Se va la soga...
Es mucho el peso. Que no entren.
La soga que amarra el puente
está pendiendo de un hilo.
Viene gente. Vienen cinco.
Uno tras otro, descienden.
Que les digan que no bajen,
que los cinco es mucho peso.
¡Les digo que puedo verlos
allá atrás en la otra margen!
Se irán al río si alguien
no corre al río y les grita.
(Jacinto le habla a gente imaginaria alrededor de él.)
JACINTO: Lo suplico: no se rían.
Díganles: ¡Es mucho peso!
¡Les estoy hablando en serio!
¿Nadie hay que se decida?
Sé por qué no me hacen caso.
Hoy es hoy; y ayer, ayer;
y ya el sol salió otra vez.
¡Desde anoche no he tomado!
¡Juro que no estoy borracho!
Que se rompe; la estoy viendo.
Vamos, vamos, que no hay tiempo.
Sólo han sido algunos sorbos;
tres o cuatro, eso es todo.
¿Nadie escucha a un pobre ciego?
153

(Jacinto habla con una persona imaginaria específica.)


JACINTO: ¿Quién eres tú que me crees?
Tú no eres loco, Pedrito.
Anda, corre, vuela al río.
Que no pasen por el puente.
Tú eres niño; tú no entiendes.
No preguntes; vuela ahora.
Vuela, vuela cual paloma.
Vienen cinco caminando.
¡Van a caerse, carajo!
¡Corre ya! ¡Qué te demora!
(Jacinto sonríe satisfecho como si escuchara a "Pedrito" alejar-
se. Sigue hablando con gente imaginaria.)
JACINTO: Y, ustedes, ya van a ver,
cuando regrese Pedrito,
que es verdad lo que les digo,
que no era broma esta vez.
¡Van entrando! ¡No la ven!
¡No, no, no! ¡No pueden verla!
Ya la soga se menea.
Despacio... Se mueven mucho...
¡No estoy borracho! ¡Lo juro!
¿Dónde está ése que no llega?
Pedrito mucho demora.
Van a ver cuando regrese...
¡Ciegos son! ¡Todos ustedes!
¡Gente mala! ¡Gente loca!
¡Ayayay! ¡Cedió la soga!
Ya cayeron; sucedió.
¡Que desgracia! ¡Ayay! ¡Qué horror!
Muertos... Al agua... Los cinco...
(Jacinto solloza. "Ve" algo que llama su atención.)
JACINTO: Sólo allí llegó Pedrito.
Ya el río se los tragó.
Ven, Pedrito; corre, corre.
¿Y ustedes se siguen riendo?
Para que crean, les cuento
lo que yo veo en las noches.
Vi a la gorda con tres hombres;
a Juan y a Esther abrazados;
a la mujer del pelado
la vi con Pedro en el río.
¿Ya me creen? Los he visto.
¿Quieren que siga cantando?
(Jacinto rompe en una sonora carcajada y sale tanteando el ca-
mino con su bastón. Toribio -un sacerdote dominico-, el Novi-
154

cio, dos Guardias y un Indio que carga bultos entran en fila; los
hombres ponen sus manos a los lados, como sujetándose, como
si cruzaran un puente colgante. Toribio les habla a los demás
mientras caminan.)
TORIBIO: Por lo que más queráis, tened cuidado.
(El Sacerdote moja su pluma en tinta y escribe.)
SACERDOTE: Es siempre sin aviso: en la alta cumbre
de plácidas plegarias o entregado
al sacrificio, vuelto ya costumbre;
ocultas tras las formas que he soñado
en noches de aparente mansedumbre...
TORIBIO: Seguid andando... No miréis abajo.
SACERDOTE: ... frágiles tardes o albas de trabajo.
(El Novicio mira hacia abajo, siente vértigo y trastabilla. El Guar-
dia 1, detrás de él, lo ayuda a mantenerse en pie.)
GUARDIA 1: Valor, valor, ya casi lo logramos.
SACERDOTE: Las mismas remembranzas de novicio
suelen saltar, como insaciables ramos
de imágenes al sol, sobre mi juicio.
Y, en su emboscada, siempre caminamos
pendientes sobre un alto precipicio.
TORIBIO: Andad, andad. Y mantened cerrada
vuestra conciencia. No penséis en nada.
SACERDOTE: Y puedo ver, entonces, mis misiones
por pueblos congelados y montañas,
por reinos que mis áridas visiones
me muestran torpes. Desde unas cabañas
y a la distancia, vahos de canciones
que suben me hablan, cándidos, de hazañas
sin héroes... Y mi alma ya presiente
los pasos y el humor de nuestra gente.
(Toribio llega al final del "puente". Se vuelve a los otros.)
SACERDOTE: Veo a Toribio, mi mayor y guía...
TORIBIO: Con calma, con cuidado, no hay apuro.
(Sucesivamente, el Novicio, los Guardias y el Indio llegan al
final del "puente".)
SACERDOTE: ... a la guardia que siempre nos seguía,
con risas gélidas e ingenio duro;
y atrás, con nuestros fardos, bien sentía
la pálida altivez de un indio oscuro.
TORIBIO: A descansar, mis gentes, un momento.
SACERDOTE: Y concibió esta historia aquel aliento.
(Los Guardias y el Indio se sientan a descansar. Toribio lleva al
Novicio a un lado.)
155

TORIBIO: Tiempo es ya de que lo sepas:


ha días, vengo formando
mi oculta resolución
de dejar hoy en tus manos
el sermón y el catecismo
en el próximo poblado.
NOVICIO: No creo estar, fray Toribio,
a la altura del encargo.
TORIBIO: No comparten tus modestias
los frailes del seminario;
te juzgan el más constante
de entre todos, y el más cauto.
NOVICIO: Mi cautela me aconseja
tener paciencia y dejarlo
para un viento más propicio.
TORIBIO: No te aflijas, hijo; vamos.
Es tan sólo un pueblo oscuro,
ni en las cartas registrado.
Será apenas una prueba,
un paso para los saltos
que tendrán que osar mañana.
NOVICIO: Sólo vine aquí a observarlo...
TORIBIO: ¿Conoces formas más llanas
de aprender primeros pasos
que alzarse tras el tropiezo
de haber caído de manos?
NOVICIO: Si las hay, me han eludido.
TORIBIO: Si no hay llagas, todo es vacuo.
¡Dios bendiga estas alturas!
Mi problema es el cansancio;
a mi edad, aunque me engañe,
no estoy más para este impacto.
NOVICIO: Fray Toribio...
TORIBIO: Háblame, hijo.
NOVICIO: Estos hábitos paganos...
TORIBIO: Habla, hijo. Ya termina.
NOVICIO: Estos dioses, estos hábitos,
que buscamos extirpar
de los suelos que pisamos,
¿han sido sus religiones?
TORIBIO: No es la forma de llamarlos.
NOVICIO: Llámense como se quiera,
¿no se sabe desde cuándo?
TORIBIO: No es su tiempo como el nuestro.
No los afligen los cambios
156

de sus ídolos y huacas,


que así llaman a lo santo,
según la estación se mude.
No es muy fácil explicarlo...
Una vez visité un pueblo
que se hincaba frente a un árbol.
Valles hay también que rinden
culto a ríos que a lo largo
de sus aguas los irrigan.
NOVICIO: ¿Y el villorrio al que marchamos?
TORIBIO: ¿Qué con él?
NOVICIO: ¿Cuál es su huaca?
¿Qué lo mueve por sagrado?
(Toribio señala un punto a la distancia.)
TORIBIO: Pues solían aquí hincarse
ante aquel, aquel peñasco
gigantesco cuya forma
mira en punta hacia lo alto.
Cuando pasé por su sombra,
hace poco más de un año,
ha tiempo, el monstruo ya había
perdido todo su encanto.
NOVICIO: Siento mis piernas hundirse
cada vez más en el fango.
TORIBIO: ¡Por favor! ¡Ya basta, hijo!
¿Sospechas que los villanos
preparan una revuelta
o un martirio para ambos?
NOVICIO: Somos dos; y ellos, docenas...
TORIBIO: Ya destierra a los espantos.
La gente aquí sólo piensa
en sus fiestas y trabajos.
Conozco bien al curaca;
hombre bueno es y cristiano.
NOVICIO (aparte): Si es así, que él dé el sermón.
TORIBIO: ¡Qué insolencia de estos campos!
¡Qué dulzura ingenua y fiera!
Cesó el cielo ya su llanto;
recién nacido el paisaje
tiene hambre de estar harto.
No querría regresar,
pues se escucha aquí la mano
de Dios como de un partero
con sus golpes despertándonos.
NOVICIO (aparte): Yo oigo sólo un mal zumbido.
157

TORIBIO: Cada paso es un milagro.


¿Así será el Paraíso?
NOVICIO (aparte): Para algunos pocos cuantos.
TORIBIO: Tras la última montaña,
¿será acaso así el descanso
que al herido caminante
en el cielo está esperando?
NOVICIO (aparte): ¿Es pregunta o es alarde?
TORIBIO: Dime, hijo, ¿se ha aplacado
la presión en tu cabeza?
NOVICIO: Viene y va de cuando en cuando.
TORIBIO: ¿Puedes ya sentir el aire?
NOVICIO: Cuando pienso, tengo espasmos.
TORIBIO: Siempre ocurre así al llegar:
uno se siente asfixiado.
Días pasan y la piel
se acostumbra a un aire raro
y goza de este silencio,
esta paz, este contacto.
¡Este fuego, esta caricia!
¡Esta muerte y este parto!
(Toribio mira alrededor extasiado. Ve a los Guardias.)
TORIBIO: Por poco olvido decirte,
hijo, que pierdas cuidado
si temes una revuelta
de villanos conjurados.
Precisamente, la guardia
acompaña nuestros pasos
para evitar desconciertos.
Al cielo basta un disparo
para que el ánimo en vuelo
caiga muerto sobre un lago.
(El Novicio pone una expresión de terror y contempla el "paisa-
je" alrededor. El Sacerdote, que observa todo desde su escrito-
rio, se pone a escribir.)
SACERDOTE: Y fue cual si la lánguida belleza
de valles cimbreantes y sus ríos
al punto se tornara una cabeza
que vuelve a mí su hocico y ojos fríos.
El cielo, como un ceño, la certeza
me dio de la venganza hacia los míos.
TORIBIO: Es hora de seguir.
SACERDOTE: Y mi inocencia
dejaba en mí el rasguño de su ausencia.
158

(Se escucha, desde fuera, una música andina. Luego, entran el


Curaca, dos Pobladoras y dos Músicos tocando instrumentos.
Toribio se dirige al Novicio.)
TORIBIO: Ve a matar su desconfianza.
NOVICIO: ¿Cómo hacerlo?
TORIBIO: ¡Ama y siente!
NOVICIO: ¡Yo no puedo amar si hay gente!
TORIBIO: No lo pienses mucho y lanza.
(Toribio le dice algo al oído al Guardia 1; éste sale corriendo. El
Curaca se acerca a Toribio. Las Pobladoras se acercan al Novi-
cio. La música obliga a los personajes a gritar.)
CURACA: ¡Vengan! ¡Vengan, sus mercedes!
¡Qué dichosos! ¡Bienvenidos!
Ya sabía que venían.
A sus pies, padre Toribio.
TORIBIO: ¿Qué me dices? No te entiendo.
CURACA: En el nombre de los míos,
bienvenidos a este pueblo.
TORIBIO: Soy cual sordo cuando hay ruidos.
CURACA: Me dijeron que venía
su merced con estos mismos
varones que lo acompañan.
Desde el puente sobre el río,
las puertas de éste, su pueblo,
dichosos todos abrimos.
TORIBIO: No quiero ser descortés;
en hinojos, lo suplico:
¿Puedes usar de tu mando
para no hablar a los gritos?
(El Curaca mira a los Músicos y éstos dejan de tocar.)
TORIBIO: Agradezco vuestro esfuerzo.
Ven, que debo hablar contigo.
(Toribio y el Curaca hablan apartados. El Novicio y las Poblado-
ras se miran con curiosidad. La Pobladora 2 se esconde tras la
Pobladora 1 y le sonríe al Novicio.)
NOVICIO: Bello día tenéis hoy.
POBLADORA 1: Lindo, su merced...
POBLADORA 2: ¡Lindísimo!
(Hay una pausa incómoda en que el Novicio y las Pobladoras no
saben qué decir. El silencio es interrumpido por la entrada de
Jacinto que tantea el camino con su bastón.)
JACINTO: ¿Ya llegaron? ¿Ya llegaron?
¿O es que acaso están perdidos?
(Los Músicos corren hacia Jacinto y lo tranquilizan diciéndole
159

algo al oído.)
NOVICIO: ¿Siempre gozáis tan buen tiempo?
¿Poca lluvia? ¿Aires tibios?
POBLADORA 1: Es extraño pero ocurre.
POBLADORA 2: Yo, en las noches, siento frío.
NOVICIO: Aquí se siente la mano
sembradora de Dios mismo...
Con su aliento... Con su paz...
Yo me siento como un niño...
(El Novicio es interrumpido por la carcajada y los gritos de Ja-
cinto.)
JACINTO: ¿Qué les dije? ¿No les dije?
¡Cinco eran! ¡Cinco! ¡Cinco!
(Los Músicos se llevan a Jacinto fuera del escenario.)
NOVICIO: Qué aflicción la de aquel hombre.
¿Quién es? ¿Se puede saber?
POBLADORA 2: Vamos, hay que responder.
POBLADORA 1: Podemos darle su nombre.
POBLADORA 2: ¿Su nombre? ¿El nombre de quién?
POBLADORA 1: De Jacinto. ¿De quién más?
POBLADORA 2: Y dale el mío además.
NOVICIO: ¿Quién es? ¿Sus ojos no ven?
(Las Pobladoras se miran y ríen.)
NOVICIO: No tenéis que responderme...
Preguntaba solamente,
pues surgió tan de repente...
POBLADORA 2: Habla tú; yo estoy inerme.
Ante tan lindo varón,
no hay picazón que no sienta.
POBLADORA 1: ¡Aprende a hablar por tu cuenta!
(La Pobladora 2 le da un empujón a la Pobladora 1 para que le
hable al Novicio.)
POBLADORA 1: Su merced tiene razón.
NOVICIO: ¿Tengo razón? ¿En qué punto?
POBLADORA 2: Habla, que ya está en el juego.
POBLADORA 1: Nuestro Jacinto es un ciego.
POBLADORA 2: Dile más... del otro asunto...
(La Pobladora 1 se vuelve hacia la Pobladora 2 y niega con la
cabeza. La Pobladora 2 asiente intentando persuadir a la otra
de algo. El Novicio les hace una venia y se empieza a retirar. Al
verlo, la Pobladora 2 se anima a hablar.)
POBLADORA 2: Él puede ver muchas cosas.
POBLADORA 1: Oye, ¿hablas tú o hablo yo?
160

POBLADORA 2: Muchas cosas que otros no.


POBLADORA 1: ¿Qué te pasa? ¿Cómo osas?
NOVICIO: Yo temo que no os comprendo;
¿ve cosas que otros no ven?
POBLADORA 2: Y ve el mañana también.
NOVICIO: ¡Pero qué me estáis diciendo!
(La Pobladora 1, con gestos, le reprocha la infidencia a la Pobla-
dora 2.)
POBLADORA 2: Que nos hable, te lo pido.
POBLADORA 1: ¿No se dijo que es secreto?
POBLADORA 2: Si le hablamos... ¡Lo prometo!
Mi marido es tu marido.
(La Pobladora 1 lo piensa, asiente y le habla al Novicio.)
POBLADORA 1: Dios le dio que conociera
otras horas y otros lados
que a otros nos son negados.
POBLADORA 2: A cambio de su ceguera.
NOVICIO: Mi razón está rasgada...
¿El hombre es clarividente?
POBLADORA 2: Si no habla lengua corriente,
le entendemos poco o nada.
POBLADORA 1: Jacinto nos dice cuándo
las lluvias van a venir.
POBLADORA 2: Y nos vamos a cubrir.
POBLADORA 1: Si el puente se está soltando,
él nos dice por cuál soga.
POBLADORA 2: Y veloces todos vamos...
POBLADORA 1: Y veloces lo arreglamos...
POBLADORA 2: Él nos dice quién se ahoga.
POBLADORA 1: Y si se acercan viajeros...
POBLADORA 2: ... si del pueblo no se ven...
POBLADORA 1: ... eso nos dice también.
NOVICIO: Me es imposible creeros.
POBLADORA 1: No nos cree su merced.
POBLADORA 2: Dile, hoy, lo que pasó.
POBLADORA 1: Tienes lengua como yo.
NOVICIO: Es imposible, sabed.
POBLADORA 1: Díselo tú si tú quieres.
POBLADORA 2: Por favor, tú hablas mejor;
su mirar me da calor.
NOVICIO: En nuestros días, no hay seres
que puedan ver el futuro.
161

POBLADORA 1: No nos cree. Es cosa vana.


POBLADORA 2: Dile lo de esta mañana.
POBLADORA 1: Su merced es hombre duro.
(La Pobladora 2 vuelve a darle un empujón a la Pobladora 1 para
incitarla a hablar.)
POBLADORA 1: Hace rato que, insistente,
ya Jacinto relataba
que su merced se acercaba
con otros cuatro en el puente.
NOVICIO: ¡Pero cómo supo eso!
No lo creo. Yo lo niego;
es tan sólo un viejo ciego.
POBLADORA 2: Y éste es duro como un hueso.
(El Guardia 1 entra a la carrera. Las Pobladoras empiezan a
alejarse del Novicio.)
POBLADORA 1: Dios le dio que conociera
otras horas y otros lados...
POBLADORA 2: ... que a otros nos son negados...
POBLADORA 1: ... a cambio de su ceguera.
(Las Pobladoras se apartan del Novicio. El Guardia 1 se acerca a
Toribio que habla con el Curaca.)
GUARDIA 1: Ya no estaba. No la vi.
TORIBIO: ¿Ya no está?
GUARDIA 1: No, fray Toribio.
TORIBIO: ¿Viste bien? ¿Estás seguro?
GUARDIA 1: Yo le informo lo que he visto.
(Toribio mira con furia al Curaca.)
CURACA: ¿Y esta vez qué se hizo mal?
Yo intentaré corregirlo.
TORIBIO: Malas manos han robado
nuevamente el crucifijo
que dejamos en la roca
la última vez que vinimos.
CURACA: Yo no fui. Puedo jurarlo
por el Dios, padre Toribio.
TORIBIO: ¡Ya no jures! Ya no jures,
Pedro, que yo nunca he dicho
que el culpable seas tú.
Lo que siempre he repetido
es que debes ser un padre
responsable de unos hijos
que no entienden bien el mundo
y confunden los caminos.
CURACA: Pero yo tengo trabajos.
162

¿Cómo podría cumplirlos


si me paso el día entero
en la huaca junto al río
vigilando aquella cruz?
TORIBIO: ¿Cuántas veces te he pedido
que nunca le llames "huaca"
a ese peñasco maldito?
Ven, Pedro, con cuatro hombres.
Haremos un crucifijo;
y, esta vez, lo clavaremos
para siempre sobre el risco.
Y haz que toquen la campana
de la iglesia que un novicio
viene a hablarles a tus gentes.
¡Hijo! Muévete ya, hijo.
(Durante el siguiente parlamento, Toribio, el Curaca y los Guar-
dias salen. Los dos Músicos entran y, junto a las Pobladoras y
al Indio, se sientan frente al Novicio. El Sacerdote, que ha esta-
do observándolo todo, moja la pluma en el tintero y escribe.)
SACERDOTE: Me están ya visitando palpitantes
los rostros de esa población pagana,
atentos, congregados en instantes,
por la única estación de una campana.
Les comparé su tiempo al tiempo de antes
de la simienza de la fe cristiana
bajo esos surcos. Oigo aún mi canto
encomendado todo al soplo santo.
Y luego es siempre el mismo turbio lecho
de imágenes: la atroz y rengueante
aparición de un viejo contrahecho
que en los umbrales arrojó el semblante.
(Jacinto entra tanteando el camino con su bastón y se sienta
en el piso. El Novicio lo mira con terror.)
SACERDOTE: Es siempre el mismo cauce, desde el pecho,
que sube a mi garganta, rebosante,
y llena así mi boca con su carga
de remembranzas, repitente, amarga...
NOVICIO: Podéis tener por seguro
que tan sólo algunos cuantos
elegidos hombres santos
llevan prendido el oscuro
don de avistar el futuro.
Ojo tened avizor,
pues tan sólo hay un Señor
que reparte donaciones.
No os embriaguen las canciones
163

vacuas de algún impostor.


(La voz del Novicio se quiebra en la palabra "impostor". Mira a Jacin-
to que permanece inmutable. Las palabras del Novicio se hacen
gradualmente más débiles y su respiración más dificultosa.)
NOVICIO: Tan fácil como risible
es anunciar las caídas
de lluvias ya concebidas
en estación predecible.
Y no hay que ser muy sensible
al tiempo y a su presente
para advertir que habrá gente
que vendrá con el mensaje
de Dios a vuestro paisaje
del otro lado del puente.
Yo os traigo la primicia...
¿No tenéis calor aquí?
(El Novicio se detiene. Respira profundamente. Se toma la ca-
beza y mira alrededor.)
NOVICIO: El Señor habla por mí...
Es mi yugo una caricia...
Madre mía... La malicia...
El infierno es el castigo...
¿Nadie sufre esto conmigo?
Dame, madre, qué decir...
Dame... Tengo que salir...
(El Novicio respira con gran dificultad.)
NOVICIO: Id en paz que yo os bendigo.
(El Novicio se persigna. Los otros hacen lo mismo. El Novicio
camina apresurado hacia una salida. Pero, como si no pudiera
resistir más, pierde el conocimiento y cae a los pies de Jacinto.
Apagón. Al volver las luces, sólo el Sacerdote está en el escena-
rio sentado frente al escritorio. En el medio del escenario, sobre
el piso, hay ahora una concha de caracol marino gigante -de unos
treinta a cuarenta centímetros de largo. La Pobladora 2 entra.)
POBLADORA 2: ¡Oh, río de aguas luengas, soy aquella
que vuelve a ti! ¡La bella! ¡La pastora
que arrea, sin demora ni reproches,
ardores, blancas noches, a tu abismo!
Soy la del nunca el mismo nombre y vientre.
¡Oh, río, que hoy encuentre mi deseo!
Ve y búscame un recreo, presuroso,
pues nunca falta esposo que, atrevido,
salte del frío nido a mi caldera.
Hoy no hay nadie... La espera en nada amengua
tanto escozor. ¡Mi lengua es una fiesta!
¡Oh, río, ya está enhiesta mi candela!
164

¡Su llama me desvela! ¡Qué tormento!


Por más que mucho intento, no consigo
saciar a mi enemigo, y me desboca.
¡Mi espíritu se toca! ¡El vientre me arde!
(Al caminar, la Pobladora 2 pasa muy cerca de la concha. Desde
el escritorio, el Sacerdote empieza a hablar con una voz nasal,
fingida. La Pobladora 2 se sorprende y busca alrededor el origen
de la voz que oye, sin encontrarlo.)
SACERDOTE: ¡Dios la conserve! ¡Guarde de gusanos
su máquina y sus manos del insecto!
Un cuerpo tan perfecto y rico y vivo
jamás sentí. Cautivo de este estado,
yo espero aquí, pasmado y tieso, inerte,
la vista que la suerte me provea.
Es siempre torpe y fea. Y, sin embargo,
la de hoy me fue el encargo a un gran artista.
(La Pobladora 2 vuelve a pasar muy cerca de la concha.)
SACERDOTE: ¡Mi Dios! ¡Qué dulce vista la que tengo!
¡Espera que aquí vengo! ¡No, no huyas!
Por las colmenas tuyas, doy la vida
y, por tu miel prendida, mis honores.
Dejo, por tus sabores, mis perdones.
¡Qué puta! Son tus dones fuego, hermana.
Sólo mirarte sana mi tortura;
sólo ese instante cura el desvarío...
POBLADORA 2: ¿Quién me habla? ¿Monte? ¿Río? ¿Luz de luna?
Pues no hay persona alguna en todo el valle.
Será mejor que calle.
(La Pobladora 2 hace una pausa para intentar escuchar.)
POBLADORA 2: Sólo el viento.
¿En dónde estás, sediento? No me asustas.
Muéstrate, que, si gustas, sigo lista.
Si te agradé, mi vista no es la punta
sino de una pregunta a tu respuesta.
Háblame... Sigo presta... Ya responde,
cautivo... Dime dónde ha de rastrearte
mi lengua hasta ser parte de tu aliento.
¿No me oyes? ¡No te siento!
(Nuevamente, la Pobladora 2 intenta escuchar algo.)
POBLADORA 2: Nadie... Nada...
Ha sido mi atontada y desvestida
pasión que, ya encendida por los roces,
me ha hecho escuchar voces donde hay fuego.
Mi ardor fue, desde luego, en llama eterna,
quien trajo a mi entrepierna falsas luchas.
165

SACERDOTE: ¡Hermana! ¿Tú me escuchas? ¿Perdí el juicio?


¿Acaso es el inicio de otra vida?
¿El fin y la partida de otro giro
de estrellas? ¿Un suspiro más del cielo?
¡Oh, mi ánimo y consuelo, ven, camina!
Diamantes da tu mina, por millares;
tus ríos, oro a mares; tu aire, perlas...
¡Que puedan recogerlas mis trabajos!
(La Pobladora 2 parece descubrir que la voz viene de la concha;
se acerca y se inclina hacia ella.)
SACERDOTE: ¡Qué buen par de colgajos! ¡Me condenan!
¡Tan firmes que me llenan alma y ojo!
¡En su cañón me mojo la cabeza!
(Asustada, la Pobladora 2 se levanta y se aleja de la concha
corriendo. Desde cierta distancia, observa la concha.)
SACERDOTE: ¡No! ¡Vuelve! ¡Qué torpeza! ¡Ya me deja!
Es cruel la moraleja, pues disfruta
que, al fin de ésta, mi ruta al fin del mundo,
yo pierda, en un segundo, el suelo firme
que pudo convertirme en cuerpo de hombre.
(La Pobladora 2 empieza a acercarse a la concha, sigilosamente
y curiosa.)
POBLADORA 2: No es raro que me asombre. Son oscuras
las frágiles figuras del deseo.
Oigo una voz... Y veo tan extraño
objeto, que es engaño. No lo dudo.
¡Formas de mi desnudo entendimiento!
Pero, esta noche, el cuento es novedoso.
Mi ardor, así de ansioso, en nada piensa.
¡Pues concha tan inmensa aquí no abunda!
Qué extraña. No es oriunda en esta tierra.
Tal vez, alguna guerra aquí la trajo
y la perdió, aquí abajo, algún romance...
Mas lo que me alza al trance es su acertijo:
pues, sin decirlo, dijo que soy esa
mujer que, en una empresa milagrera,
podría, si quisiera, hacerlo humano.
Aunque eres sueño, te oigo. Habla, hermano...
(La Pobladora 2 se inclina y pega su oído a la concha. Apagón. Al
volver las luces, ya no están ni la Pobladora 2 ni la concha.
Jacinto está sentado en el piso y el Novicio yace inconsciente a
sus pies. El Sacerdote los observa desde el escritorio. Jacinto
sacude al Novicio.)
JACINTO: Venga, venga, su merced,
por favor, se lo suplico.
Su merced debe escucharme
166

solamente un momentito.
Venga. Fuerza, su merced.
(El Novicio, poco a poco, despierta.)
NOVICIO: ¿Pero qué me ha sucedido?
JACINTO: Es que quiero que me escuche.
Venga, venga al lado mío.
Siéntese, siéntese aquí.
(El Novicio se acomoda en el piso al lado de Jacinto.)
NOVICIO: ¿Cuánto tiempo ha transcurrido?
JACINTO: Lo escuchaba cuando hablaba,
y escuché lo que me dijo;
dijo que era un impostor.
NOVICIO: Fue un ejemplo ilustrativo
de posibles situaciones.
¿Pero qué me ha sucedido?
JACINTO: Su merced tiene razón.
NOVICIO: ¿Y a dónde se fue el gentío?
JACINTO: Sí, yo soy ese impostor.
No soy santo ni elegido.
Ahora Dios me va a mandar
al infierno por castigo.
¿Va ponerme en el infierno?
NOVICIO: No depende de mi juicio.
JACINTO: Al infierno va a mandarme.
NOVICIO: Dime si fue un desvarío
o admitiste, hace un instante,
tu impostura y tu delirio.
JACINTO: Yo quiero que me confiese
su merced; se lo suplico.
No sea que cuando muera
me empujen al precipicio.
NOVICIO: ¿Confesión? No, yo no puedo...
JACINTO: Voy al borde del abismo
y no quiero que me quemen.
Necesito, necesito
que me absuelva su merced.
NOVICIO: Perdóname tú, Jacinto;
yo no soy un sacerdote,
tan sólo soy un novicio.
JACINTO: Yo soy sólo un impostor
que por años ha vivido
engañando a los demás...
NOVICIO: Yo no tengo los permisos
para dar los sacramentos.
167

JACINTO: ... a mi gente, a mis amigos;


desde siempre, un impostor.
NOVICIO: Pero aquí está fray Toribio...
Él aceptará escucharte
si te ve sobrio y contrito.
En el fondo, es un buen padre.
JACINTO: Todavía yo era un niño
cuando todo se nubló...
NOVICIO: ¿Es que no escuchas, Jacinto?
JACINTO: ... más niño que su merced.
Yo lo he visto, yo lo he visto...
NOVICIO: Yo no puedo confesarte.
JACINTO: Yo veía antes del grito.
Antes, yo podía ver
y tan bien como mis primos.
Yo jugaba como todos.
NOVICIO: ¿No entiendes lo que te digo?
JACINTO: En verdad, no como todos,
pues yo jugaba escondido,
y los otros se burlaban
de mis juegos. Otros niños
no sabían de esa niña...
NOVICIO: ¿Pero qué niña? ¡Dios mío!
JACINTO: Yo no jugaba con ellos;
si jugaba, era conmigo.
Y yo escuchaba sus risas
y llorando me iba al río.
(El Novicio cierra los ojos resignado. Jacinto deja el bastón, se
levanta y empieza a actuar como un niño de unos diez años. Se
esconde tras una roca imaginaria. Sigue con la vista a una ser-
piente imaginaria. El Sacerdote lo observa y se pone a escribir.)
SACERDOTE: Trataba de ampararme del maligno
viento de voces; y, añorando puerto,
pedí al Señor que me juzgara digno
de oír la relación de este hombre incierto
que, acaso sin saber, mostraba el signo
de un mar contrito en su horizonte muerto.
Tras mucho vendaval, oí, en esencia,
un cuento de su cara adolescencia.
(Jacinto salta hacia la "serpiente" y la toma de la "cabeza".)
SACERDOTE: Me habló, sin pausas, de las inocentes
ficciones que adornaban su recreo...
JACINTO: Cazaba, yo cazaba las serpientes...
SACERDOTE: ... y de una moza extraña y de paseo...
JACINTO: ¡Qué linda niña!
168

NOVICIO: ¡Basta! No lo cuentes...


SACERDOTE: ... y de otros niños en precoz deseo
que, así como a la moza descubrían,
en súbito silencio se sumían.
(Jacinto se esconde tras la "roca", y, con la "serpiente" en la
mano, observa con ojos muy abiertos frente a sí.)
JACINTO: Solo estás, Jacinto niño;
tu serpiente está cautiva.
De sus montes a tu lado,
baja al río aquella niña.
¡Que te ocultes! ¡Ya está cerca!
Salte, salte de su vista;
pon tu cuerpo tras la piedra
que su punta al cielo estira.
No te vio; la niña corre;
lleva tu ánima a la orilla.
Mira cómo ríe, y cómo
te regala su barriga.
Mira cómo se deshace
de sus ropas; y, en la tinta
de sus pechos, ves el cielo.
Tus dos ojos ya le quitan
las tres manchas de su carne;
sus tetillas y su herida.
Salta al agua sin sus ropas.
Cae al río y, con las mismas
risas, saca su cabeza.
Y ya flota boca arriba.
Se mezclan sus carcajadas
con las hojas adheridas
a sus muslos; y se meten
como barro a tus pupilas.
¡Ten cuidado! Salen, se hunden.
Tantas gracias te salpican.
¡Vuela y se revuelca! Y lamen
esas aguas a tu niña.
Otra vez, se hunde; y su carne,
otra vez, emerge. Limpia
las arenas de su vientre.
¡Cómo sientes su caricia!
¡Que te calmes! ¡Que te calmes!
Pobre niño; mucho miras.
Basta ya, Jacinto niño;
porque tanta maravilla
no se hizo para ti.
¡No la mires! ¡Ella grita!
¡Fuera! Era... era... era...
169

¡Verde! ¡Verde era su vista!


(De pronto, Jacinto se encoge rápidamente tras la "roca" y que-
da ahí escondido.)
JACINTO: ¿Te habrá visto que la viste?
SACERDOTE: Bien que sabe la maldita.
(Hay un largo silencio. Jacinto, temeroso, sigue encogido, es-
condido tras la "roca". El Novicio lo mira asombrado. El Sacerdo-
te, desde el escritorio, mira al Novicio.)
NOVICIO: ¿Y, luego, qué sucedió?
(El Sacerdote niega con la cabeza como diciéndole al Novicio
que no pregunte.)
NOVICIO: ¿Y qué más pasó en el río?
¿Por qué ya no hablas, Jacinto?
SACERDOTE: Porque inmenso fue el dolor.
JACINTO: En mis ojos, cupo el sol...
(Jacinto estira su cuello y saca la cabeza de tras la "roca" para
observar algo. De pronto, es como si fuera mordido en la mano
por la "serpiente".)
JACINTO: ¡Ayayay! ¡Ayay! ¡Carajo!
(Jacinto sacude su mano para librarse de la "mordedura". Trata
de correr, de huir, pero tropieza con obstáculos imaginarios. Es
como si se hubiera quedado repentinamente ciego.)
NOVICIO: ¡Qué ocurrió! ¡Qué está pasando!
SACERDOTE: La respuesta a tus preguntas
JACINTO: ¡Me mordió la hija de puta!
Y ahí se me congelaron.
Allí quedaron mis ojos...
Congelados... Qué veneno...
Qué dolores tan inmensos...
Para siempre, sobre el lodo...
Ya no veo como otros...
Mis ojos están allá...
Se pasmaron... Por mirar...
Sobre el río... Para siempre...
Su veneno fue muy fuerte...
Mi dolor, más que mi mal...
(El Sacerdote y el Novicio se levantan y ayudan a Jacinto a man-
tenerse en pie. Lo llevan a sentarse en el piso nuevamente. El
Novicio se sienta al lado de Jacinto y el Sacerdote camina alre-
dedor de ambos.)
SACERDOTE: Tan magnas como irrisorias
se me hicieron sus sandeces
que, en ese viejo presente,
las tome por una broma,
como el canto de personas
170

que visitan la locura.


NOVICIO: ¿Y la viste...
SACERDOTE: Sí, desnuda...
Resumiéndotelo todo:
se miraron a los ojos.
JACINTO: Me mordió la hija de puta.
SACERDOTE: La moza salió del baño
y empezó a cubrir su cuerpo.
JACINTO: Y, en mi mano, ardía un fuego...
SACERDOTE: Dijo que, a sólo unos pasos,
el satisfecho letargo
con el que ella se vestía,
en lo verde de la orilla,
se mostraba ante sus ojos,
implacable siempre y sordo.
JACINTO: Y aún tengo aquí la herida;
y aún se me hincha y me duele.
SACERDOTE: Terminada su labor
de vestirse, él la sintió
pasar al lado y perderse
de su campo para siempre.
JACINTO: También traté de volver.
SACERDOTE: Con sus manos hechas pies,
fue buscando, entre las formas,
su camino en sus memorias.
JACINTO: Y aún me sangra también.
NOVICIO: No entiendo nada, Jacinto.
SACERDOTE: Dijo que, llegando al pueblo,
después de vanos intentos,
todavía estaba el río
a unos pasos del abismo
agotando su mirada.
Aún veía sus aguas
lamer las verdes alfombras
en que, terrible, la moza
alguna vez se posara.
Lo tomaron por un ciego.
JACINTO: Les mentí. Allí empecé,
porque sí podía ver.
SACERDOTE: Y nunca dejó de hacerlo.
Y pudo medir los tiempos
de esa noche sobre el río,
sobre el puente suspendido,
sobre todo el mismo valle.
Y vio, al alba, cómo se abre
171

la luz en el precipicio.
JACINTO: Y otra vez subió la noche...
SACERDOTE: Y bajó otra vez un día...
JACINTO: Todo allí frente a mi vista:
el mismo río y sus montes
para siempre.
SACERDOTE: Hasta entonces.
JACINTO: Hora tras hora tras hora...
SACERDOTE: Dijo lo mismo en mil formas:
tras cruzarse cara a cara
con la moza, su mirada
quedó presa en esas cosas.
JACINTO: Congelada entre las rocas,
como si un viento nocturno...
SACERDOTE: ... siempre en ese mismo punto...
JACINTO: ... la atrapara...
SACERDOTE: ... hasta ahora.
NOVICIO: ¿Hablas tú de tus memorias?
(El Sacerdote niega con la cabeza.)
NOVICIO: ¿Jacinto, de qué me hablas?
JACINTO: Ya no importa lo que haga;
puedo ir, puedo venir,
pero siempre estará allí
la estación de mi mirada.
SACERDOTE: Ya concluye; se hace tarde.
JACINTO: Desde entonces, su merced,
solamente puedo ver,
no importa a dónde me escape,
la misma parte del valle.
SACERDOTE: Sólo entonces, comprendí.
NOVICIO: ¿Qué me tratas de decir?
SACERDOTE: Todo fluía tan diáfano
todo pasaba tan claro,
cristalino, frente a mí.
JACINTO: Y les veo allá las caras,
pero escucho aquí sus voces,
su calor y sus olores
que me palpan, que me hablan...
Y no sé si es pena o gracia...
Unos matan las serpientes;
otros reparan el puente
cuando las lluvias se han ido.
Y a otros he visto en el río
en las noches con mujeres.
172

A Atanasio, el otro día,


con la señora del brujo;
los vi, en la orilla, desnudos.
Veo al cojo con María;
y Félix no se imagina
qué se quema a sus espaldas.
¡O la hija del curaca!
¡Con todos, la sinvergüenza!
¡Siempre es nueva su pareja!
No hay noche que esté en su cama.
Pero, de eso, nada he dicho.
NOVICIO: Pero, entonces, ¿qué les dices?
JACINTO: ¡Esa niña! ¡Qué terrible!
NOVICIO: ¿Qué les dices?
JACINTO: Yo les digo
si es que hay gentes en peligro
de caerse por el puente;
yo los mando a que lo arreglen
y dirijo sus trabajos.
Dos o tres veces al año,
cambiamos las sogas débiles.
Si vienen nubes oscuras,
yo las veo antes que nadie,
y los mando a cobijarse.
NOVICIO: ¿Y te creen? ¿Nadie duda?
(Jacinto mira hacia arriba. El Novicio lo hace también.)
JACINTO: Esta tarde va a haber lluvia.
SACERDOTE: ¿Qué buscabas allá arriba?
¿Creíste acaso que encima
de los marcos de una iglesia
se escondían las respuestas
a preguntas nunca dichas?
JACINTO: Yo también veo personas
caminando, allí, hacia el pueblo,
en el puente o en los cerros.
A su merced lo vi ahora.
Yo les hablo de estas cosas
y me toman por un santo.
Pero es falso; todo es falso.
La verdad al fin se abrió:
no soy más que un impostor
que repite su pecado.
(El Sacerdote vuelve a sentarse en el escritorio.)
NOVICIO: En verdad... Yo no te creo...
Si es verdad lo que me dices,
¿por qué razón lo escondiste?
173

¿Por qué lo hiciste un secreto?


No puedo ser el primero
a quien todo le revelas.
Si tenías esta pena,
¿por qué a todos la escondías?
¿A tu gente? ¿A tu familia?
Digo... Y no es que yo te crea.
(Jacinto busca al Sacerdote con la mirada. El Sacerdote asiente,
toma la pluma y empieza a escribir.)
SACERDOTE: Y sólo ahora, viejo, cuando evoco
tu vaga apelación, juzgarte puedo.
JACINTO: No temo a que, al reír, me llamen loco;
no temo a que me acusen con el dedo.
SACERDOTE: Si a nadie revelaste tu tampoco
tu espléndido secreto fue por miedo
a haber perdido, verdaderamente,
el juicio en las marañas de tu mente.
(El Sacerdote deja de escribir. Súbitamente, se toma el pecho y
empieza a respirar agitadamente. Parece sufrir un gran dolor y
profiere unos sonidos nasales incomprensibles, como si un de-
fecto en la lengua le impidiera articular palabra. El Novicio y Ja-
cinto se quedan inmóviles durante los siguientes parlamentos.)
JOSÉ (desde fuera): ¿Oíste? ¿De dónde vino?
Vino de esa habitación.
(Al escuchar a José, el Sacerdote se esconde tras el escritorio.
José y Gabriel -dos novicios dominicos- entran a la carrera.)
JOSÉ: Búscalo en cada rincón.
(José y Gabriel buscan alrededor. No encuentran nada.)
GABRIEL: No, José; aquí no hay sino
polvo, muebles y papel.
JOSÉ: ¿Pero escuchaste su ruido?
GABRIEL: Si no me engañó el oído,
juraría que fue él.
JOSÉ: ¡Por Dios! ¡Bendito trabajo!
¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer?
(José, burlón, profiere sonidos nasales similares a los del Sa-
cerdote.)
GABRIEL: No, José. Te pueden ver.
JOSÉ: ¡Que me vean! ¡Qué carajo!
No pudieron imponernos
un castigo más amargo:
vigilar y hacernos cargo
de ese viejo en sus infiernos.
¿Cómo, ¡Dios!, pudo escapar?
¿Quién cuidaba de su puerta?
174

GABRIEL: Tal vez, yo la dejé abierta


sin querer... Me fui a aliviar...
JOSÉ: ¿Tú, Gabriel? ¿Es que estás loco?
GABRIEL: No lo recuerdo, te digo.
No grites.
JOSÉ: Perdón, amigo.
GABRIEL: Pues aquí no está tampoco.
JOSÉ: Busquemos, entonces, fuera,
Gabriel; en el palomar.
Le da, a veces, por hablar
con la blanca mensajera.
(José y Gabriel ríen y salen. El Sacerdote aparece de tras el
escritorio y vuelve a sentarse. Aún respira con dificultad y do-
lor. Empieza a jadear desesperado hasta que cierra los ojos y
deja caer la cabeza sobre el escritorio. Apagón. La luz vuelve. El
Novicio y Jacinto ya no están. La Pobladora 2 está inclinada con
el oído pegado a la concha de caracol marino que ahora está en
el centro del escenario. El Sacerdote la mira desde el escritorio.
La Pobladora 2 escucha al Sacerdote hablar con voz fingida y
nasal, como si su voz viniera de la concha.)
SACERDOTE: ... y, un día, una tormenta aquí en mi pecho
me arranca de mi lecho y me echa al frío;
y llego al pie de un río que me empuja
al monte de una bruja y cazadora
que todo lo que añora es mal tras mal.
Al ver sus vicios, tal es mi rechazo
cual rápido es el brazo de su ira...
Por su despecho, mira qué suplicio.
¡En concha maña y vicio me volvieron!
Y más me endurecieron más centurias.
Mas yo oía, en sus furias, que esa arpía
chillaba que vendría aquel momento
en que éste, mi lamento, oiría un alma:
"Y lo pondrá en la palma de su mano
y, en danza, lo hará humano. Mas, si él yerra,
podrá volverlo a tierra... helada y dura."
POBLADORA 2: Es mi ansia que me apura con tu historia.
Es hueca. Mas su gloria me enamora
a ser tu salvadora en esta espera...
(La Pobladora 2 toma la concha en sus manos, se levanta y
empieza a bailar.)
POBLADORA 2: Bailemos, pues; soy fiera y diestra en cuanto
paso me pongan. Canto... Juego... Corro...
(Bailando, la Pobladora 2 sale con la concha en sus manos. Lo
siguiente se escucha desde fuera.)
175

POBLADORA 2: ¡Qué es esto! ¡Es un chorro de piel tierna!


¡Cabellos! ¡Una pierna! ¡Monstruo horrible!
¡Tres dedos! ¡No es posible tal criatura!
¿Ésta, redonda y dura, es tu cabeza?
Tu masa se endereza hacia mi frente.
Ahora sí eres gente. ¡Obra maestra!
(La Pobladora 2 entra bailando con Gabriel que lleva su hábito
de novicio y baila en forma muy torpe. La Pobladora 2 suelta a
Gabriel y lo contempla extasiada.)
POBLADORA 2: ¡Pero qué bella muestra de mis artes!
(La Pobladora 2 inhala el aire alrededor de Gabriel.)
POBLADORA 2: ¡Qué fragancia! Compartes con las flores
melodías; sabores, con la luna.
Más fiel que yo, ninguna, mientras sueñe.
Ven, deja que te enseñe a ser adulto.
(La Pobladora 2 extiende su mano hacia Gabriel, pero éste se
abalanza sobre ella con torpeza y violencia. La sujeta de las
manos con fuerza; la abraza. El Sacerdote habla con la voz nasal
y fingida. Gabriel no habla, pero actúa como si la voz del Sacer-
dote fuera suya. Gabriel empieza a desvestir a la Pobladora 2
que trata de resistirse.)
SACERDOTE: ¡Ya basta del insulto de palabras
vacías, puta! Ya no abras más la boca
que ya el sabor me toca a mí. ¡A mí!
Por siglos, lo aprendí de tu rebaño:
tu gracia es puro engaño: las pastoras-
actoras, cazadoras, superioras-
son todas impostoras. ¡Todas putas!
(Gabriel tumba a la Pobladora 2, ya desnuda, y empieza a violar-
la. Ésta intenta resistirse inútilmente.)
SACERDOTE: Qué bien que me disfrutas, sinvergüenza;
un acto es tu defensa; es una treta...
Me hartó ser el asceta. Al ser tan pío,
el gozo nunca es mío sino ajeno.
¡También quiero lo bueno! ¡Y que me pierda
cual cerdos en su mierda! ¡Y que me hunda!
(Cuando termina, Gabriel se levanta satisfecho. La Pobladora 2
queda sollozando en el piso; se viste poco a poco. Gabriel la
mira.)
SACERDOTE: ¿Estuve bien? ¿La tunda fue muy corta?
Sí, te gustó; no importa lo que digas.
¿Quién sigue? ¿Más amigas quieren fiesta?
POBLADORA 2: ¿Oh, río, merecí esta penitencia
tan súbita? ¿Qué urgencia había para
tirarme en plena cara todo el fuego
176

y todo el barro? ¡Ciego! ¡Monstruo! ¡Vano!


(La Pobladora 2 escupe con repugnancia y desprecio.)
POBLADORA 2: A ti te hablo, humano sólo en costra.
Mi carne no se postra ante cualquiera
que fuerce mi alma fuera. ¡Cómo apestas!
Te tengo tus respuestas, si recuerdas
tus dudas y tus mierdas: las mujeres
de ti no habrán placeres. No te asombre.
Jamás serás un hombre: no das gozo;
jamás sabrás del pozo agua extasiada.
(Gabriel se acerca amenazador a la Pobladora 2. Ésta se asusta.)
POBLADORA 2: Helada y dura, helada y du... ¡Hermano!
Muy bien... Mas qué desgano y qué torpeza...
Te enseñaré destreza, si es que accedes
a recorrer las redes de mi danza.
SACERDOTE: Sí, venga esa enseñanza a este novicio.
Mi baile es un suplicio, pues mis huesos
ha mucho aguardan tiesos sin moverse.
(Gabriel levanta a la Pobladora 2 del piso con violencia.)
SACERDOTE: ¡El hielo quiere hacerse un turbio río
que corra, a su albedrío, entre tus pulpas!
¡A renacer sin culpas y entre hermanos!
(Gabriel y la Pobladora 2 bailan hasta que salen bailando.)
SACERDOTE: ¡Ay! ¿Dónde están mis manos? ¡Se hacen vientos
los vivos elementos de este día!
¡Ay, tierna costra mía, te endureces!
He andado tantas veces esta ruta...
(La Pobladora 2 entra bailando con la concha en sus manos; la
pone en el piso, donde estaba; y se aleja.)
SACERDOTE: ¡Ay, dime, dueña y puta, dónde he errado!
(La Pobladora 2 se vuelve hacia la concha; va a responderle,
pero, luego, sigue caminando y sale.)
SACERDOTE: Por siglos, he observado cuál se salvan
los que, a los golpes, calman la impaciencia.
¿Qué buscas? ¿Más violencia? ¡Te la ofrezco!
¡Verás que sí merezco ser persona!
Si fui muy tierno, enséñame... Perdona...
(Por varios segundos la concha permanece solitaria en el esce-
nario. El Sacerdote la mira desde el escritorio.)
JACINTO (desde fuera): Y largo tiempo así...
(Apagón. Las luces vuelven. Ya no están ni la Pobladora 2 ni la
concha. Jacinto y el Novicio están sentados en el piso, tal como
estaban momentos antes. Haciendo un gran esfuerzo, el Sacer-
dote toma los papeles en los que ha estado escribiendo y los lee.)
SACERDOTE (lee): Ya casi lo logramos.
177

JACINTO: Por años, ni siquiera abrí la boca;


pero un día los vi.
SACERDOTE (lee): Como insaciables ramos.
JACINTO: Venían por la senda y tras la roca
que un gran deseo evoca.
Eran cinco varones;
caminaban al río.
Y vio una soga floja un ojo mío.
SACERDOTE (lee): Y puedo ver entonces las misiones.
JACINTO: Y allí esa pobre gente
andaba sin sospechas hacia el puente.
Me dije: "Habla pronto.
Se rompe. ¿No la ves?
Sí, habla y habla. Cuenta ya tu cuento.
No juegues más al tonto."
Y se lo dije, pues...
SACERDOTE (lee): Y concibió esta historia aquel aliento.
JACINTO: Mi voz y mi aspaviento
crecieron poco a poco.
La gente se reía.
Pensó que por borracho los veía.
Grité y grité, y pensaron: "Está loco."
Se me iba la paciencia.
SACERDOTE (lee): Dejaba en mí el rasguño de su ausencia.
JACINTO: Los cinco se cayeron
y el agua los mató.
SACERDOTE (lee): Por la única estación de una campana.
JACINTO: Sólo se convencieron
después que uno encontró
dos cuerpos río abajo una mañana.
Ya no me dio la gana
de más seguir hablando.
SACERDOTE (lee): Que sube a mi garganta.
JACINTO: La gente me creyó persona santa.
Y yo empezaba a hablar de cuando en cuando.
Me daban de beber
y yo decía cuándo iba a llover.
Y así se fueron años
turbios con mi mentira.
SACERDOTE (lee): Y llena ya mi boca con su carga.
JACINTO: Engaños... Más engaños...
La gente hoy me admira:
Me dicen "el señor de lengua larga".
SACERDOTE (lee): Repitente y amarga.
JACINTO: Ya me abrasa el calor
178

infernal, su merced.
(Jacinto abraza al Novicio con fuerza, se prende de sus ropas.
Éste trata de soltarse.)
JACINTO: Confiéseme y apague ya mi sed.
Yo nunca quise ser un impostor
y pronto estaré muerto.
SACERDOTE (lee): Viento de voces, y añorando puerto.
JACINTO: ¡Deme la confesión!
¡No quiero ir al infierno!
NOVICIO: Jacinto, yo no puedo absolver gentes.
JACINTO: ¡Quiero la absolución!
¡No quiero el fuego eterno!
NOVICIO: Cómo podré saber si acaso mientes.
SACERDOTE: Le dije: "No lo cuentes."
JACINTO: De un alto precipicio
me van a hacer caer.
¡Y el río nunca acabará de arder!
NOVICIO: No tengo facultad: soy un novicio.
JACINTO: ¡Todos querrán quemarme!
NOVICIO: No puedo, viejo, tienes que soltarme.
JACINTO: Viví como esas plantas
que vienen a asentarse
sobre otras que, en un tiempo, las nutrían.
Mis faltas son ya tantas
que no pueden contarse.
SACERDOTE (lee): En súbito silencio se sumían.
JACINTO: Y todos me querían.
Y ahora tengo miedo
de no tener perdón.
NOVICIO: En tu alma, veo honesta contrición;
quisiera confesarte mas no puedo.
Espera aquí un momento;
Toribio, mi mayor, oirá tu cuento.
(El Novicio se suelta de Jacinto; va a levantarse, pero Jacinto lo
vuelve a asir con fuerza.)
JACINTO: ¡Confesión, por favor!
NOVICIO: Yo no puedo, te digo.
Aquí está fray Toribio; aguarda un poco.
Él sanará tu ardor;
no temas al castigo.
SACERDOTE (lee): No temo a que, al reír, me llamen loco.
JACINTO: Suplico... Se lo invoco...
NOVICIO: No puedo... ¡Yo no puedo!
Y lo diré mil veces...
179

Pero a él no le relates tus sandeces.


SACERDOTE (lee): No temo a que me acusen con el dedo.
NOVICIO: No inventes más... No llores...
No le hables de tu niña y tus calores.
(Jacinto zarandea al Novicio desesperadamente.)
JACINTO: ¡Me van a asar al fuego
si es que no me confiesa!
¡Van a empujarme al río de agua hirviente!
NOVICIO: ¿Acaso estás tan ciego
que no tienes cabeza?
SACERDOTE (lee): El juicio en la marañas de tu mente.
NOVICIO: ¡Ya basta! ¡Es suficiente!
(El Novicio empuja a Jacinto y logra liberarse. Se levanta violen-
tamente. Jacinto solloza.)
NOVICIO: Tú no comprendes nada;
yo no debí escucharte.
En estos juicios yo no tengo parte;
la fiesta del perdón me está vedada.
Quisiera ser amable...
TORIBIO (desde fuera): ¡Ya sabes, Pedro, te hago responsable!
(El Novicio mira hacia la dirección de las voces de fuera, se
sienta al lado de Jacinto y lo abraza.)
CURACA (desde fuera): Lo juro, padre, sí;
pierda preocupación.
TORIBIO (desde fuera): Y quiero que tú mismo lo prevengas...
NOVICIO: Fray Toribio está aquí.
JACINTO: Su merced, confesión.
SACERDOTE: Y oí gritar: "¡Oh, río de aguas luengas!"
CURACA (desde fuera): Nos repiten arengas;
olvidamos después,
pero no somos malos.
TORIBIO (desde fuera): Vosotros entendéis tan sólo a palos.
CURACA (desde fuera): Tiene razón. Y, como diga, es.
TORIBIO (desde fuera): ¡Quita de mi camino!
(Con repentina decisión, el Novicio se vuelve hacia Jacinto y
hace una cruz en el aire.)
NOVICIO: Te absuelvo y a enmendarte te conmino.
JACINTO: Le den sus gracias muchas
los cielos, su merced.
Nos vemos pronto arriba. Hasta luego.
(Jacinto toma su bastón y se levanta; camina hacia una salida.)
TORIBIO (desde fuera): ¿Estás, hijo? ¿Me escuchas?
NOVICIO: Detrás de la pared.
180

(Toribio entra y se tropieza con Jacinto que sale.)


JACINTO: Perdone su merced a un viejo ciego.
(Jacinto sale. El Novicio se levanta.)
TORIBIO: ¿Bien? ¿Todo no fue un juego?
NOVICIO: ¡Qué juego! ¡Cómo quema!
TORIBIO: Se aprende así, con cantos;
no en frías celdas, húmedas de espantos.
O acaso presentose algún problema?
(El Curaca, las Pobladoras, los Músicos, el Indio que carga bul-
tos, los Guardias y Jacinto entran.)
NOVICIO: No, nada... Nada serio.
TORIBIO: ¿Qué ocurre, hijo? ¿Cuál es el misterio?
(El Novicio va a responder, pero el Curaca les hace una seña a
los Músicos y éstos empiezan a tocar. Toribio hace un gesto de
fastidio y hace una señal a su gente para partir. Toribio, los
Guardias, el Novicio y el Indio van saliendo en fila; caminan
como si cruzaran el puente colgante. El Sacerdote toma la plu-
ma y se pone a escribir.)
SACERDOTE: No le hube de decir nada a mi guía
a cuenta de lo que ocurrió esa hora.
TORIBIO: Cuidado.
SACERDOTE: Sin motivo, me aducía
que todo confesor, si se valora,
debe callar, con su alma en garantía.
(El Curaca, las Pobladoras y los Músicos también salen lenta-
mente. Jacinto se sienta en el piso. El Novicio extiende la pal-
ma de su mano y mira hacia arriba.)
SACERDOTE: No dije nada a nadie... Hasta ahora.
TORIBIO: ¡Demonios! ¡Lluvia! ¡Y fijaos cuándo!
Andad, y no penséis qué está pasando.
(Todos, salvo el Sacerdote y Jacinto, terminan de salir.)
SACERDOTE: Perenne, de los años, el torrente,
ha tiempo, me hizo fraile dominico;
y, alguna vez, me puso sobre el puente
de mando en ese reino vasto y rico.
Nadé en las ciencias santas, fui paciente.
Sin pretensión ni vanidad, predico
que he osado sus retóricas y, experto,
banales sus secretos descubierto.
(El Sacerdote mira a Jacinto, respira profundamente. Hace un
último esfuerzo y vuelve a escribir.)
SACERDOTE: Y aquí tenéis mi historia; su venganza,
en formas tan crecientes como crueles,
meció mis libertades con su danza
181

y desgastó las sogas de mis fieles


creencias pese a ayunos y a templanza.
Años traté de sacudir las pieles
de monstruos que serpean con desgano
mi entendimiento y voluntad, en vano.
(De pronto, el Sacerdote se toma el pecho y cae al piso respiran-
do agitadamente. Jacinto ríe. El Sacerdote trata de hablar pero
sólo le salen los sonidos nasales ininteligibles, como si un de-
fecto en la lengua le impidiera hablar. Los sonidos se hacen
más fuertes. Atraídos por los gritos, entran José y Gabriel; ven
al Sacerdote.)
JOSÉ: Mira, siempre estuvo aquí.
GABRIEL: A Dios gracias, lo encontramos.
JOSÉ: Mil demonios; otra vez,
piensa que se está ahogando.
(José y Gabriel ayudan al Sacerdote a levantarse y lo llevan a la
silla. El Sacerdote trata de hablar pero sólo profiere los sonidos
incomprensibles.)
JOSÉ: Por supuesto; cómo no;
su mensaje sí que es claro.
Ahora siéntese e inhale
tranquilo, padre.
GABRIEL: Despacio.
JOSÉ: ¿Por qué tuvo que escapar?
GABRIEL: Calma, padre, ya llegamos.
JOSÉ: ¿No lo cansa el mismo cuento?
GABRIEL: Ya es la orilla; ya está a salvo.
(El Sacerdote señala los papeles en los que ha escrito; Gabriel
los va a ver. Al tratar de hablar, el Sacerdote vuelve a proferir
los sonidos. José lo imita burlonamente.)
JOSÉ: Sus palabras son tan altas
que se me hacen las un santo.
Calma, padre; no hay apuro.
GABRIEL: Ven, José: sigue tratando
de escribir alguna cosa.
(José se acerca a Gabriel quien le muestra los papeles. José los
mira con lástima.)
JOSÉ: ¡Cómo me pesa su estado!
Bueno fuera que el Señor
lo librara de los fardos
de su edad ya y lo cargara.
GABRIEL: ¿Qué está escrito? ¿Entiendes algo?
JOSÉ: No hay ya nada que entender:
no son más que garabatos.
182

No puede ni asir la pluma


sin dejar un negro charco.
GABRIEL: ¿Será grande su aflicción?
JOSÉ: Él no vive de este lado.
Tal vez, todo, allá en su margen,
es ameno y verde y sano.
(José rompe y arroja los papeles. Camina hacia el Sacerdote
seguido por Gabriel.)
JOSÉ: Bueno, padre, ya es la hora
de hundirse en su tibio baño.
(José y Gabriel ayudan al Sacerdote a levantarse y a caminar
hacia una salida. La risa de Jacinto se hace más sonora. El
Sacerdote profiere los sonidos y José lo imita con burla.)
GABRIEL: No hagas eso ya, José;
alguien puede estar mirando.
(José y Gabriel salen llevando al Sacerdote con ellos. Sólo que-
da Jacinto en el escenario, riendo. Poco a poco, su risa se va
haciendo más fingida y amarga hasta que termina sollozando
desconsolado, lleno de amargura y frustración.)

FIN

Austin, Lima, 1994


183

Historia de un gol peruano


184
185

Personajes:
DÁMASO
KNOX
MANNIE
MUJER

Pese a representar personalidades infantiles, los actores que


hagan de Dámaso, Knox y Mannie deben ser tres hombres adul-
tos, con vestuario, voz y características físicas muy disímiles
cada uno de los otros.

Escenario:
El escenario en está completamente vacío salvo por una silla
que estará presente en todo momento y con la que los persona-
jes interactuarán de distintas maneras.
186

PRIMER TIEMPO

Cuarto I
(Dámaso y Mannie duermen sobre el piso; el primero, tranquilo;
Mannie mueve las piernas como en un rito masturbatorio y mur-
mura. Knox está sentado en la silla haciendo intentos por no
quedarse dormido; cabecea luchando consigo mismo, mientras
mira con insistencia hacia la izquierda. Por ahí, aparece la Mu-
jer; está toda vestida de luto: falda larga, blusa y saco, todos
negros. Un velo oscuro le cubre la cabeza y todo el rostro.)
MANNIE: ¡Penny!
(Su propio grito despierta a Mannie de un sobresalto; éste mira
alrededor y vuelve a dormirse. Knox ha quedado despierto y con-
templa a la Mujer.)
KNOX: ¿Domingo? ¿Ya? ¡Domingo! Gallardo. Sal. El animal. Como
en el entierro. ¡El animal! ¡El animal! Entérate, Knox, enté-
rate. Gallardo, Gallardo. ¡Y gol!
MANNIE: Penny.
(Knox se levanta gritando y celebrando el supuesto gol. La Mu-
jer descubre un ojo. Dámaso despierta y mira a la Mujer.)
DÁMASO: En el nombre del...
KNOX: ¡Gol peruano! ¡Gol!
DÁMASO: ... Hijo y del Espíritu Santo.
KNOX: ¡Mira, domingo! ¡Mira!
DÁMASO: No has dicho amén, Knox.
KNOX: Horas de horas. Nunca va a salir, pensé. Se paró. El ani-
mal. Éste se paró al otro lado. Horas esperando. ¡Domingo!
DÁMASO: No, Knox. Respira hondo. El sol no se puede detener.
KNOX: ¿Quién dice? ¿Por qué? ¿Y si se puede?
DÁMASO: Porque el sol no se mueve. Los que nos movemos
somos nosotros; la Tierra. Sólo lo que se mueve tiene la
capacidad de detenerse. Pero, respira, nos daríamos cuenta
del tremendo momento.
KNOX: ¡Y que se pare ahorita! La Tierra. Nosotros. Quien sea.
Siempre así. La paz se siente. Y el animal aprieta el pecho.
Revolotea. Rojo. Entérate. Afuera, todo. Lo que miras, lo que
tocas. Y adentro, rojo. Qué rico. Algo. Lo que escuchas. Todo.
(Dámaso mira hacia la Mujer que, en los últimos parlamentos,
ha terminado de quitarse el velo y se ha quitado los zapatos, los
que ha dejado tirados por el piso. Ahora empieza a quitarse la
falda. Ya sin falda y zapatos, la Mujer cambia su actitud de luto
por una más liberada que la hace improvisar un baile alrededor
del escenario. En este baile, se quitará muy lentamente el saco
como en una danza sensual. Debajo de sus ropas, la Mujer viste
187

una malla negra muy ceñida que la cubre desde los pies hasta el
cuello. Dámaso y Knox la siguen con la mirada, cautivados.)
DÁMASO: La Tierra se despierta en este lado. Y es Dios quien
pide silencio a toda la creación para escuchar nuestras ora-
ciones. Además, si lo piensas bien, el domingo empezó a las
doce de la noche. Estabas durmiendo. Técnicamente, hace
horas que se acabó el sábado. Pero, Knox, tú no has dicho
amén.
KNOX: ¡Mannie! ¿Qué haces durmiendo? ¡Domingo!
DÁMASO: Déjalo, Knox. Anoche se quedó hasta más de las doce
esperando a mi mamá. Déjalo soñar con Ángela.
KNOX: Y Ángela Cartwright como Penny. ¿A las doce? No, no,
no. Importa la luz. El día es luz. El animal. Yo lo vi. Salía,
salía, salía. Domingo.
DÁMASO: Entonces, digamos, para efectos de tu interpretación,
que el día empieza con la salida del sol. Todavía no ha empe-
zado, Knox. Tiene que salir toda la circunferencia. Acuérdate
lo que dijo la Rata. Mira. Sólo ha salido la mitad; ni eso:
unas cuatro novenas partes.
KNOX: Claro, claro. La Rata. ¿Qué dijo? Claro.
DÁMASO: Acuérdate: es gol sólo si toda la circunferencia de la
pelota pasa la línea del arco, toda. Mira, Knox. Unificando tu
interpretación y la tesis de la Rata, todavía es sábado.
KNOX: Como el gol de Inglaterra. Ya me acordé. Contra Alema-
nia.
DÁMASO: El papá de Hormazábal...
KNOX: ¡Imbécil!
DÁMASO: El papá de Hormazábal anda diciendo que no fue gol,
que los ingleses hicieron su mundial para campeonar, con
trampa, que la circunferencia de la pelota no pasó la línea.
KNOX: Imbécil. Hormazábal, carajo. Y su papá: imbécil.
DÁMASO: No, Knox, no. Por favor, ¿en qué quedamos? Esa pa-
labra no.
KNOX: ¿Imbécil? ¿Qué palabra? ¿Hormazábal?
DÁMASO: Tú sabes cuál. No es conveniente arriesgarse hoy
día. Tienes que decir es amén. No creas que me he olvidado.
A ver, Knox, amén.
(Knox empieza a imitar un juego de fútbol con uno de los zapa-
tos que la Mujer dejó tirados, como pelota. Aquélla sigue con su
baile sensual de quitarse y no quitarse el saco.)
KNOX: Chumpitaz. Toma el esférico. Habilita al medio. Recoge
Cubillas. Para Mifflin. En primera. Devuelve. Cubillas.
DÁMASO: Mifflin no juega hoy día.
KNOX: A la izquierda. Abre juego. Cubillas. Toma el esférico
188

Gallardo. Se lleva a uno. Dos. Gallardo, Gallardo. Se lleva a


tres argentinos concha de su madre. En la línea final. Rema-
ta al arco.
(Dámaso, poco a poco, ha ido entrando al juego de Knox; y ahora
ambos imitan un partido de fútbol.)
DÁMASO: ¡Y gol!
MANNIE: ¡Penny!
KNOX: ¡Gol peruano!
DÁMASO Y KNOX: Que salta, que salta;
por Perú doy el alma...
(Dámaso y Knox se abrazan en una imitación de una celebra-
ción de futbolistas. La Mujer ha terminado de quitarse el saco.
Como recordando algo, súbitamente se pone triste y empieza a
recoger sus prendas del piso y a acomodarlas en la silla.)
DÁMASO: ¡Viva el Perú!
KNOX: ¡Carajo!
DÁMASO: ¡Knox! Esa palabra. ¿Para qué te hablo? Hoy día, no.
Y tampoco digas eso que andas diciendo de los argentinos.
KNOX: Pero ellos. ¿Por qué? ¡Ellos!
DÁMASO: Por más argentinos que sean, hoy día nada de esas
palabras. Gallardo no juega. Mifflin tampoco. Hoy no, Knox.
Acuérdate.
KNOX: Sí, vale. Se puede. Si dices viva el Perú. Vale. El otro día,
en un carro. Arriba, viva el Perú. Estaba escrito. Abajo, carajo.
Vale.
DÁMASO: De acuerdo, Knox, de acuerdo. Pero sólo si alguien
dice viva el Perú.
KONX: ¡Carajo!
MANNIE: Ya, pues. Hay que dormir.
KNOX: Mannie. ¡Dormir! ¡Estás loco!
MANNIE: Cinco minutos. Ya, pues, hay que dormir. ¿No es cier-
to, Dámaso?
KNOX: Mannie. El partido. En directo. Mira.
(Knox patea con fuerza un zapato que la Mujer está a punto de
recoger.)
KNOX: ¡Gol! Alberto Gallardo. Con pierna izquierda. Sin ángu-
lo. Espectacular. Suma un gol más para el Perú. Perú, tres.
Argentina, cero.
DÁMASO: No juega Gallardo, Knox. Acuérdate; los bolivianos lo
lesionaron. A Mifflin lo expulsaron. Está suspendido. Acuér-
date de las cosas.
KNOX: El nuevo. El otro día la Rata dijo. ¿Cómo se llamaba?
DÁMASO: El otro día la Rata dijo. El suplente de Gallardo. ¿Cómo
se llamaba?
189

KNOX: ¡Cómo se llamaba! Puntero izquierdo, el suplente. ¿Cómo,


carajo?
DÁMASO: ¡Viva el Perú!
KNOX: ¡Carajo! ¡Cómo se llamaba! ¡Carajo!
DÁMASO: Viva el Perú, viva el Perú. Y para la próxima: ¡Viva el
Perú!
MANNIE: ¡Carajo! ¡Cachito Ramírez! ¡Cachito! Oswaldo Cachito
Ramírez. Listo. Ahora a dormir. ¿No es cierto, Dámaso?
DÁMASO: No, las cosas tienen que ser en orden. A tiempo y en
su tiempo.
KNOX: Mannie. Todo el Perú despierto hasta ganar. En directo.
MANNIE: Con un empate también clasificamos. ¿No es cierto,
Dámaso? ¿Qué hora es? Falta un montón para el partido to-
davía. ¿Para que hay que estar despierto ahorita? Por gusto.
Hay que dormir un cinquito.
KNOX: ¡Nadie! En directo. Todos los peruanos. Por televisión.
Adentro. El animal, el animal. El entierro. ¡Mannie! ¡Leván-
tate! Me contagias y me duermo. Como ese día. Me lo perdí.
DÁMASO: No compares, Knox. Acuérdate. Tú nunca quisiste ir
al entierro.
KNOX: Quería. Quise. No me dejaron.
DÁMASO: ¿Para qué ibas a ir? Estabas tan enfermo que te caías;
agotado.
KNOX: Mannie, me contagiaste. El dormido. Por maricón. Te
hiciste.
DÁMASO: Nunca quisiste. No querías llorar tampoco. ¿Acaso
crees que, si no vas a los entierros o no lloras, no sientes
las cosas? ¿Acaso iba a resucitar si te vestías de negro como
todos?
KNOX: El animal. También ese día. Apretaba. Adentro. El estó-
mago. El pecho. Rojo. Todo quieto. Ni un carro.
MANNIE: Todos lloraban ese día. ¿No es cierto, Dámaso?
KNOX: ¡Por el animal! No por maricón. Mannie. Como tú. Me
apretaba. Fuerte. Me exprimía. Desde adentro. Y salían lá-
grimas. En verdad, me aguanté. Adentro no lloré. Pero el ani-
mal me apretaba más. La cabeza. Maricón. Mannie. ¡Leván-
tate! ¡Carajo! Maricón.
(Knox se arroja sobre Mannie y lo obliga a levantarse a la fuerza.)
MANNIE: Hace sueño. ¡Sueño! Mucho sueño.
KNOX: Mannie. Por chismoso. Por mi mamá.
DÁMASO: Por Ángela.
KNOX: Déjala en paz. Que se jaranee. Pajero maricón. ¡Mujer!
(Mannie se suelta con violencia de Knox.)
190

MANNIE: Ah, no, no. La retiras, en este momento. Eso sí que


no.
KNOX: ¿Cuándo? No dije nada. ¿Qué?
DÁMASO: Lo de jaranearse, Knox. Eso de que se jaranee, por
mi mamá.
KNOX: ¿Qué tiene? La jarana. ¿Acaso es malo?
MANNIE: ¿Y mi papá? Lo que pasa es que uno se acuerda de lo
que le gusta, no más, ¿no es cierto? ¿Y lo que le dijo mi papá
a mi mamá? Cuando la gritó a mi mamá bien feo, ese día.
KNOX: Qué cosa. Mi papá. ¿Qué?
MANNIE: Cuando llegó tarde. Todavía en La Molina. Hay que
acordarse
KNOX: ¡Cuándo ha gritado mi papá! Mentiroso. Chismoso. Mu-
jer.
MANNIE: Le dijo mi papá que estaba cansado. Se escuchó clarito.
Que estaba harto de que sólo le importara jaranearse. Que
no veía lo que estaba pasando. Se oía clarito. Que no enten-
día la situación. Entonces, jaranearse es malo. Mi papá lo
dijo. ¿No es cierto, Dámaso? Entonces, es un insulto. En-
tonces, hay que retirarla.
KNOX: Ya. Ya. Está bien. Ya.
(Knox se pone a imitar un partido de fútbol con uno de los zapa-
tos. Ya la Mujer ha terminado de acomodar sus ropas en la
silla. Ahora se sienta sobre ella y empieza a llorar.)
MANNIE: Hay que decirlo. La retiro. Así.
KNOX: Ya dije. Mujer. Pajero.
MANNIE: Hay que decir: la retiro. Dámaso, ¿lo dijo? No. ¿No es
cierto?
KNOX: Ya dije que ya dije ya. ¿A qué hora llegó? Mi mamá.
MANNIE: Se escuchó el carro. Se demoró un montón en meter
el carro. Lo metía, lo sacaba, lo metía de nuevo. Así, un mon-
tón de rato. También en el baño; un ratazo. Cinco minutitos.
KNOX: Mannie. Mira. Ahorita sale todo. ¿Ves? Domingo. Mannie.
El partido. Los peruanos. ¿Ves? En directo. ¿Ves?
(La Mujer se levanta; empieza a desabotonarse la blusa; aún
solloza.)
MANNIE: En La Molina no se podía ver así. ¡Qué rico! El cerro
tapaba todo. Por lo menos, por esto, estuvo bien mudarnos.
Por lo menos, por ver esto así. Qué bonito. Ya, ya lo vi. Aho-
ra, cinco minutitos.
KNOX: No. El animal. Despiertos. Todos los peruanos. Hasta el
partido.
MANNIE: Pero qué animal ni qué ocho cuartos. El partido es
allá. ¿Acaso se juega acá? Qué animal. Nadie entiende eso.
191

¿No es cierto, Dámaso?


DÁMASO: Ya deja de estar inventando seres imaginarios, Knox.
Si en verdad quieres ayudar, puedes rezar; eso sí es una
ayuda directa, concreta y oportuna.
MANNIE: Dios te salve... ¡Qué rico!
DÁMASO: Pero tú ni siquiera puedes decir amén.
KNOX: El fútbol. ¡Qué le importa! ¿Acaso le importa?
MANNIE: A Dios le importa todo. ¿No es cierto, Dámaso? Y a la
Virgen.
DÁMASO: El fútbol forma parte de todo. Sé útil, Knox. Reza
para que gane el Perú. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
MANNIE: Amén.
KNOX: ¿Y si ellos rezan? También. ¿Los argentinos?
MANNIE: Si esos maricones rezan, y esas putas, hay que rezar
más tiempo.
DÁMASO: Esto no es una cuestión acumulativo-cuantitativa,
sino de pura fe. Debes creer de verdad. Está en la Biblia; si
estás absolutamente seguro de que Dios te va a dar lo que le
pides, te lo da.
MANNIE: Ya lo dijo. ¿No es cierto? No le queda otra.
DÁMASO: Bueno, Knox, ¿qué quieres pedir?
KNOX: ¡Que ganemos! ¡Tres-cero! ¡Perú!
MANNIE: Aunque sea dos, dos a uno, uno a cero. Por favor,
virgencita, aunque sea que empatemos, pero que clasifique-
mos para México. Mejor que sea tres a cero; por si acaso. De
repente, los argentinos también rezan y Dios para no pelear-
se con nadie, hace que sea empate. Para compensar, ¿no?
Tres a cero, virgencita, tres a cero. Tres. Tres.
KNOX: Seis. Mejor seis. Seis-cero.
MANNIE: ¡Quince a cero!
KNOX: ¡Infinito-cero!
DÁMASO: Tal vez, Dios prefiera que sea secreto. Tiene que ser
algo verosímil. Pide algo que pueda haber pasado sin flagran-
te intervención divina.
MANNIE: ¡Que se muera Chechelev! ¡Que se arrepienta! ¡Que
se muera sufriendo!
KNOX: ¡Victorino! ¡También! ¡Que lo aplaste un carro! ¡Plaf!
DÁMASO: ¡Knox!
KNOX: ¿Y si resucita?
MANNIE: Que lo crucifiquen.
DÁMASO: ¡Por favor! Knox, esto es serio; lo que pidas te va a
ser dado. Respira; respira hondo. ¿Qué quieres pedirle a Dios?
192

KNOX: ¿Y si pido por García Battistini? O que me ponga en el


equipo. El señor Pacheco. Yo. Titular. La final. Contra el Santa
María. Entro por la punta. Centro. Cabecea la Rata. ¡Y gol!
Pase mío. Gol de la Rata. Volteamos el partido.
DÁMASO: La Rata está con el pie fracturado. Acuérdate, Knox,
por favor.
MANNIE: No juega hasta el próximo año. ¿No es cierto, Dámaso?
KNOX: Y cuando sea grande. Yo. En la selección. Mejor que
Gallardo. Titular. Mejor que Cachito. Yo, yo. García Battistini.
MANNIE: Que se lesione Hormazábal.
KNOX: ¡Imbécil!
MANNIE: Que se le rompa la pata izquierda, para siempre.
KNOX: Que se muera de una vez.
MANNIE: Los tres. Chechelev, Victorino y Hormazábal. Crucifi-
cados. Por imbéciles y ladrones, por putos.
KNOX: García Battistini, mejor. Que sea su amigo, otra vez. Por
favor. Que me hable. Como antes. No quise. No quería. Eso
quiero.
MANNIE: ¡Viva el Perú!
DÁMASO: ¡Carajo!
KNOX: ¿Qué? No. Esa palabra.
MANNIE: ¡Qué has dicho, Dámaso! Tú, no. ¿No es cierto?
DÁMASO: ¡Estoy tratando de que reces hace media hora! ¡Y tú
me sales con animalejos fabulosos, seres que no existen y
milagros flagrantes! Esto es serio. Vas a marear a Dios. Con-
céntrate, Knox. Respira. Cree. Debes pedir una sola cosa
por hoy; sólo una a la vez.
KNOX: El partido. García Battistini. Sí. O Perú. No, no. Tres a
cero. ¿Sólo una? Que me hable. No sé. No. Sí, sí.
MANNIE: El partido.
DÁMASO: En un mejor momento, puedes pedir lo de García
Battistini, Knox. Concéntrate. Estate seguro. ¿Listo?
MANNIE: Calixto.
DÁMASO: Señor, te pido que la selección peruana de fútbol de-
rrote hoy a la selección argentina, en el partido que por las
eliminatorias para el Mundial de México 70, se va a jugar en
el estadio de La Bombonera de Buenos Aires, República Ar-
gentina.
KNOX: En Sudamérica. Queda. Dile, dile, dile.
MANNIE: Él ya sabe, ¿no?
DÁMASO: ¿Por cuánto, Knox?
MANNIE: Tres a cero.
DÁMASO: Por un marcador de tres por cero a favor de Perú.
193

(La Mujer termina de quitarse la blusa y queda sólo con la malla


negra ceñida al cuerpo. Da un largo bostezo, como si se acabara
de levantar, levantando las manos y mostrando todo el cuerpo.)
KNOX: Mira, mira, mira. Domingo. Rojo.
DÁMASO: En el nombre del...
KNOX: Entero. El animal. Entérate.
DÁMASO: ... y del Espíritu Santo.
MANNIE: Amén.
DÁMASO: ¿Knox?
KNOX: Mi papá nunca. No decía eso. Y Ángela Cartwright como
Penny.

Cuarto II
(La Mujer está vestida con un traje de astronauta que sugiere
las películas de los años sesenta. La silla está en un extremo
del escenario; en el otro y sobre el piso, hay dos bultos, uno
rojo y otro blanco. La Mujer levanta el bulto rojo y, con gran
esfuerzo y sugiriendo una caminata lunar, lo empieza a llevar
hacia la silla.)
MANNIE: Entonces, apareció mi mamá en mi cuarto. Vino y me
dijo: Vamos, vamos ya, hijo. Aquí está tu leche. Pero eso fue
después, cuando trajo el vaso y todavía tenía la voz de dormi-
da. Olía fuerte. Estaba linda. Casi lamo. ¿Listo Calixto? Y
cuando ya estaba saliendo: No, no, no, Mannie. ¿No escu-
chas cuando te hablo? No entres al garaje. Está todo lleno de
grasa. Casi. Después te ensucias y eso no sale con nada. Tú
espérame en la calle. Pero antes había entrado a mi cuarto a
despertarme. Se sentó en mi cama y su pelo me hizo una
cortina en la cara. Vamos, me decía. Casi. Linda.
DÁMASO: Vamos, Knox.
KNOX: ¡Ni hablar! No voy. No.
DÁMASO: Vamos. ¿Para qué te vas a molestar si ya no hay nada
qué hacer?
KNOX: El enfermo. Me puedo hacer el enfermo. Del estómago.
DÁMASO: Es muy tarde. Ya no te va a creer.
MANNIE: Después: ¿Terminaste toda tu leche?
KNOX: Me cayó mal. Estaba podrida la leche. El estómago, mamá.
Me duele. Antes debí decirle. Mi partido. El estómago. Leche
podrida. Ácida.
DÁMASO: No, no, no. Aunque se te hubiera ocurrido a tiempo,
Knox, no ibas a decirle nada del estómago. Habría sido men-
tir; mentir a propósito.
KNOX: ¡Y qué me importa! Hoy día, el partido. Después me con-
fieso. Listo. Miento. Me confieso y se acabó. Es lo único im-
194

portante. Hoy día.


(La Mujer ha llegado a la silla, donde pone el bulto rojo. Luego,
regresa hacia donde está el bulto blanco; siempre con gran len-
titud.)
DÁMASO: Así no tendría valor; así cualquiera mentiría.
KNOX: El estómago. Retroceder. Para que me crea. El tiempo.
Cuando entró. Mi mamá. Ahí. En mi cuarto. Me dijo.
MANNIE: Mannie; hijo, alístate rápido, por favor. Tenía cara de
cansada, pero su voz era fuerte, ronca, cuando se acercó y su
pelo me hizo una cortina en la cara. Vamos, Mannie, yo te
dejo en tus entrenamientos.
KNOX: ¿Qué entrenamientos, mamá?
MANNIE: Me hizo cosquillas en la nariz con su pelo. Ya no me
podía hacer el dormido, porque las cosquillas me hacían
aguantarme la risa. Bien despierto que estás, sinvergüenza,
me dijo, y me hizo brrr en la barriga para que me siga riendo.
DÁMASO: No sirve de nada si haces algo malo pensando: des-
pués me confieso. No, no vale. Así cualquiera haría cual-
quier cosa.
KNOX: ¿Cuáles?
DÁMASO: O, en todo caso, después habría que confesar el mal
hecho y el haber planificado la confesión posterior. No, Knox,
es mejor decir siempre la verdad, por si acaso.
MANNIE: Cómo que cuáles. Su voz se despertó. Se levantó de
mi cama. Ella ya sabía todo, siempre sabe, pero igual pregun-
ta: ¿Acaso no tienes entrenamientos de fútbol en el colegio
todos los domingos?
KNOX: Sí, pero justo este domingo no hay. Dijeron.
DÁMASO: Sí hay, mamá.
KNOX: No hay.
DÁMASO: Sí hay, sí hay. Sí hay y punto. No vas a mentir hoy,
Knox.
(La Mujer recoge el bulto blanco del piso y empieza a caminar
hacia la silla. Le cuesta mucho esfuerzo.)
MANNIE: Me dijo: Entonces, alístate rápido, Mannie. Te voy a
traer tu leche. Ya no estaba molesta; en verdad, nunca había
estado molesta. Había dormido con la camisa blanca; larga
hasta la mitad del muslo. ¿Listo Calixto? El botoncito de arriba
estaba abierto y sus pequitas brillaban. Está todo lleno de
grasa. Casi. Tú espérame en la calle.
KNOX: ¡Mamá! Por favor.
MANNIE: Yo saco el carro.
KNOX: Ahí. Ahí. El estómago. Me duele. La leche, ácida. Podrida.
MANNIE: Pero cuando el botoncito de abajo está abierto, a ve-
195

ces, si se mueve rápido, se le ve su trucita negra.


DÁMASO: Mamá, por favor, ¿puedo faltar a los entrenamientos
de hoy día?
MANNIE: ¿Otra vez? Preguntó. Su pelo largo temblaba; sus rulos
largos, negros, se movían como vibrando. ¿Otra vez? Y las
pequitas brillaron más como una explosión enana, cuando,
en vez de decir que no, preguntó: ¿Otra vez?
KNOX: Es que me duele mucho el estómago, mamá. Ahí. La
leche.
DÁMASO: Mamá, hoy día juega Perú con Argentina, y van a trans-
mitir el partido en vivo y en directo por la televisión. Es el
último partido y es la primera vez que vamos a poder verlo
así.
KNOX: Quiero verlo. El estómago. Empate.
DÁMASO: Todos mis amigos lo van a ver. No quiero asegurarte
nada, mamá, no quiero mentir, pero es altamente probable
que nadie vaya al entrenamiento de hoy; ni el señor Pacheco.
El padre Alberto, ¿sabes lo que hizo?, cambió la fecha de la
primera comunión para que podamos ver el partido, mamá.
Es que con un empate, clasificamos.
(Una vez al lado de la silla, la Mujer se da cuenta de que no
puede colocar el bulto blanco, pues el rojo ocupa todo el espacio
disponible. Entonces, empieza a caminar con el bulto blanco
hacia su lugar original.)
MANNIE: Casi siempre es negra. Pero ahora el botoncito de
abajo estaba cerrado. A veces, hasta se olvida de ponerse
algo.
KNOX: Ahí.
DÁMASO: ¿Puedo quedarme? ¿Sí? Por favor.
MANNIE: No.
KNOX: ¡Imbécil! Soy un imbécil. Qué sabe ella de fútbol. Men-
tir, mentir; es lo único que queda. Es mujer. Qué va a enten-
der. Ni un off side.
MANNIE: Me asusté un poquito; ya no sabía si era en serio o
seguía jugando mi mamá: Nada de insolencias conmigo,
Mannie, dijo con la voz tan chata que me asusté. Se acorda-
ba todito: el otro día ya faltaste por escuchar un bendito par-
tido por radio. No me importa si es por televisión. No me
importa si fue Bolivia o Chile o quien sea. Si tus amigos se
tiran de un edificio, ¿acaso tú te tiras también? Hoy vas a
tus entrenamientos y se acabó. Pero su voz se había roto
cuando dijo lo de los amigos del edificio; ya estaba por no
poder hablar cuando me abrazó y dijo: Cuando el señor
Pacheco escoja a los del equipo, va a escoger a los más res-
ponsables, hijo, a los que no paran faltando. ¿No me has
196

dicho que quieres que te pongan en vez de ese chico


Hormazábal? Pero se aguantaba el llanto y olía riquísimo en
el sitio de las pequitas. ¿No me has dicho que quieres dar un
pase para que tu amigo el Ratón haga un gol de cabeza con-
tra el Santa María? Y me apretaba, no podía respirar; pero no
me importaba morirme así, entre ese olor y las pequitas.
Casi, casi, casi.
(La Mujer deja el bulto blanco en el piso y camina hacia donde
está el bulto rojo, hacia la silla.)
DÁMASO: La Rata se rompió un pie. No va a poder jugar hasta
el próximo año, mamá. Te conté.
KNOX: Tres veces. No es el Ratón; es la Rata.
MANNIE: Entonces, tienes que hacer sacrificios. Las cosas en
la vida cuestan. Pero yo aspiraba lo más fuerte posible ese
olor para morirme.
KNOX: Él sí. Mi papá me habría dejado.
DÁMASO: Él hacía todo lo que quería mi mamá siempre. Todo
sería igual, Knox.
MANNIE: Tu padre te habría dicho lo mismo, hijo. Él era el pri-
mero que te habría enseñado lo que es la responsabilidad.
Con la nariz, yo le decía que sí, de arriba abajo, limpiándole
las pequitas. Y no le digas así tan feo a tu amigo. Yo, sí, sí;
con la nariz. Alístate rápido, hijo. Salió, pero se quedó su
olor.
DÁMASO: Vamos.
KNOX: No. ¡Ni hablar! No voy.
DÁMASO: Ya no hay nada qué hacer.
KNOX: Mi papá me explicaba todo. Me dejaba quedarme. El off
side.
DÁMASO: Sí, hacía como que te explicaba todo; pero, al final,
¿qué hacía? Lo que mi mamá quería. Siempre; acuérdate. Sería
igual.
KNOX: Mi partido. Con él éramos dos contra una. Le ganá-
bamos.
(La Mujer toma el bulto rojo de la silla y camina, lenta y pesada-
mente, hacia donde dejara el bulto blanco.)
MANNIE: Después, mi mamá volvió a entrar, poniéndose su
pantalón celeste, con una mano, y con mi vaso de leche en la
otra mano. Ni me miró, pero dijo: Ni siquiera te has cambia-
do, Mannie. ¿Cómo sabía?
DÁMASO: Mamá, te prometo que si me dejas ver el partido, voy
a sacarme veinte en matemáticas el próximo examen.
KNOX: ¡Mentir! Eso sí es mentir. Y a propósito.
DÁMASO: Al menos, voy a tratar de sacarme veinte. Voy a poner
197

todo mi entendimiento y volición para conseguir el objetivo.


KNOX: Por favor.
MANNIE: Por favor, ya deja de hablar así, hijo. ¡Volición! Pare-
ces una vieja. ¿De dónde sacas esas cosas?
DÁMASO: Por favor, mamá. Por favor. Te prometo lo que quie-
ras, mamá.
MANNIE: No, Mannie; no es no. Y saltaba mi mamá. ¡Caray! Ya
ni me cierra este pantalón. Pujaba por meterse en el panta-
lón celeste; con la misma camisa blanca de la noche y sin
zapatos. Salta y salta.
DÁMASO: Tú dime qué, yo lo prometo; lo que tú digas. Yo cum-
plo.
MANNIE: Pero dijo que no.
KNOX: ¡Ni hablar! Yo me quedo. Mi partido. ¿Acaso me va a
llevar a la fuerza? ¡Qué tal raza! ¿Me va a empujar? Y ella sí,
hace lo que quiere. Con Victorino. Entérate. Con Victorino.
Mala. Mala.
(La Mujer deja el bulto rojo en su lugar original; recoge el bulto
blanco y camina hacia la silla.)
DÁMASO: ¡Cállate, Knox!
KNOX: Con Victorino.
DÁMASO: ¡No existe!
KNOX: La más mala.
DÁMASO: ¡No existe! Cállate, Knox; que no existe. Por favor.
KNOX: ¡Maldita!
DÁMASO: Perdón, mamá, perdón. No quise decir lo que dije.
Perdón.
MANNIE: Pero mi mamá empezó a ponerse horrible. Era a pro-
pósito, porque ella sabe cómo ponerse fea para mí cuando
quiere. Y su voz tenía esa tranquilidad que me da tanto mie-
do. Bueno, dijo con esa calma que ahorita revienta y no sé
dónde, creo que voy a tener que hablar con el padre Alberto.
Primero, se cerró suavecito el pantalón y se cerró el botonci-
to de la camisa para que no le vea más pequitas. No gritaba;
era peor cuando decía: Tú no estás listo para la primera co-
munión. Mañana mismo voy a hablar con el padre Alberto.
Después, se amarro el pelo con esa cosa elástica que yo
siempre le escondo y ella siempre saca otra. Horrible. Hay
pecados muy graves, pero insultar a la madre es el peor. Me
preguntó si para eso me había confesado, ¿para eso? ¿Para
eso te pasaste media hora con el padre Alberto? Me puso su
cara frente a mi cara para preguntarme si para eso quería
hacer la primera comunión. Se había puesto también ese
perfume asqueroso. ¿Para eso? Yo casi vomito.
198

DÁMASO: ¡No! ¡No! ¡No!


MANNIE: Mañana mismo le hablo al padre.
DÁMASO: Sí estoy listo, mamá, sí estoy listo. Pregúntale al
padre. Dice que yo soy el que más se interesa en las charlas.
Soy el único que entiende todo; lo de la consubstancialidad y
todo. Todos creían que la Inmaculada Concepción es lo de la
concepción de Cristo; sólo yo sabía la verdad. El único. Soy el
más preparado de todos. Pregúntale.
(Cuando llega a la silla, la Mujer pone ahí el bulto blanco y
regresa hacia el bulto rojo.)
MANNIE: Tendré que pensarlo, dijo mi mamá. Y yo ya sabía que
no iba a hablar con el padre. Se soltó el pelo. Pero empieza
obedeciendo a tu madre.
DÁMASO: Tú dime qué, mamá. Yo lo cumplo.
MANNIE: Y dijo: Vamos, vamos saliendo ya, hijo. ¿Terminaste
toda tu leche? ¿Listo Calixto? Después: ¿No escuchas cuan-
do te hablo? Espérame en la calle. Está todo lleno de grasa.
No entres al garaje. Anda. Linda otra vez. Pero ese perfume
malograba todo.
DÁMASO: Vamos, Knox.
KNOX: ¡Ni hablar! No voy. No.
DÁMASO: ¿Para qué te vas a molestar, si ya no hay nada qué
hacer?
MANNIE: Entonces, a mí se me ocurrió una idea: ¿Y si se ve el
partido en la tarde, en diferido? Han dicho que lo van a pasar
de nuevo. Se ve como si fuera en directo, porque no hay que
enterarse de cuánto quedó. ¿No es cierto, Dámaso? Se le
dice todo el mundo que no cuente. Y es como verlo en vivo,
con la misma emoción. ¿No es cierto, Dámaso?
KNOX: No sirve. Siempre hay un imbécil. Te cuentan.
MANNIE: ¿Y si me encierro en mi cuarto cuando llego? Nadie
me dice.
KNOX: Nunca falta. Te dicen. Algún imbécil.
MANNIE: Me encierro, no hablo con nadie. Sirve. ¿No es cierto
Dámaso?
(La Mujer levanta el bulto rojo y camina hacia la silla con aquél
en los brazos. Se la ve exhausta.)
DÁMASO: Va a ser difícil, Knox. Va a ser muy complicado, pero
se puede hacer, si piensas, planificas y, sobre todo, cumples
lo planificado. Primero, no hay que estar cerca de ninguna
radio, de ningún televisor, cuando regresemos. Segundo, hay
que evitar conversar con otras personas, sean quienes sean.
Tercero, en el caso de que escuche a alguien hablar del par-
tido, me golpeo las orejas con las palmas abiertas y canto
algo conocido, que no haya que pensar.
199

KNOX: ¿Crees? ¡No! ¿Se puede?


MANNIE: En diferido, pero en directo. Con la misma emoción.
DÁMASO: Pero, antes que todo, tienes que pedirle perdón a mi
mamá, Knox.
KNOX: Perdón. Por Victorino. Perdón, mamá. No quería.
DÁMASO: ¡No digas ese nombre, Knox! ¡Cuántas veces te he
dicho!
KNOX: Perdón.
MANNIE: Mi mamá me dio un beso en la cabeza. Parecía triste,
pero, mejor, porque así es más linda. No te preocupes, dijo
suavecito. Ni que una no tuviera cosas más importantes que
hacer que ver a veintidós pezuñentos corriendo detrás de
una pelota.
KNOX: Ni quien ganó, ni cuánto, ni alineaciones.
(La Mujer llega a la silla y trata de colocar sobre él el bulto rojo.
No puede porque todo el espacio de la silla lo ocupa el bulto
blanco. Pasa un rato tratando de ver cómo acomodar los dos
bultos y se va desesperando, al notar que no puede hacerlo.)
DÁMASO: Y no vas a hablar con el padre Alberto, ¿no?
MANNIE: Por favor.
DÁMASO: Por favor.
KNOX: Por favor.
(Desesperada, la Mujer toma los dos bultos, ahora ligeros como
almohadas, uno en cada mano, y con ellos empieza a agredir a
Dámaso y a Knox que huyen del ataque. Mannie está algo apar-
tado.)
MANNIE: ¡No, no, no! Mi mamá suspiró tan fuerte que, otra vez,
se le abrió el botoncito de arriba. Yo la miraba cuando me
preguntó: ¿Nunca escuchas cuando te hablo, Mannie? Tú sal
a la calle. Yo le puse mi cara sobre sus pequitas. Pero ella ya
no quería. Yo saco el carro, me dijo. Después te ensucias
todo de grasa y eso no sale con nada. ¿Y quién está ahora
para estar comprando uniforme nuevo todos los días? Con lo
que te cobran. El perfume era horrible; se había puesto más
y me dieron náuseas de leche. ¡A la calle! En este momento.
¡A la calle!
(Poco a poco, la agresión ha hecho un juego. Dámaso, Knox y la
Mujer ríen mientras siguen con los golpes de los bultos. Final-
mente, los tres caen al piso rendidos, siempre riendo.)
DÁMASO: Mamá, ¿tú crees que me tenga que confesar de nuevo
por lo de ahora?
MANNIE: Mi mamá se estaba riendo, linda, cuando subí al ca-
rro. Tú no tienes que confesar nada, hijo. El motor del carro
se estaba calentando y su risa me contagiaba, aunque yo no
sabía de qué nos reíamos. De repente, ella tampoco sabía,
200

pero se había puesto contenta de pronto. Te portaste mal. A


mí también me pasa y no sé por qué. Pero todos tenemos
nuestros momentitos de locura. Nos reíamos sin parar. Ima-
gínate que nos tuviéramos que confesar por cada cosita que
hacemos. No aguantaba la risa. No habría curas para aten-
der a todos. Ven dame un beso. Le saqué la lengüita y se
dejó de reír.
(La Mujer, en el piso, abraza y besa a Dámaso y a Knox. Mannie
sigue apartado.)
MANNIE: Me dijo: Mannie, te regresas con alguno de tus ami-
gos como el otro día; con el Ratón o alguien. Yo sólo le cerré
su botoncito. Les pides que te traigan. Pero supe algo como
muy salado.

Cuarto III
(La silla está con el respaldar hacia el público. Arrodillada sobre
ella está la Mujer, vestida como una prostituta. Knox está en-
cogido al pie del respaldar de la silla, como temeroso. Dámaso
camina de un lado a otro, mientras Mannie está parado al lado
de la Mujer. Ésta le dice algo a Mannie, al oído, y lo anima a
caminar hacia el público. Finalmente, éste avanza temeroso y
se dirige al público.)
MANNIE: Padre...
(Mannie regresa corriendo asustado al lado de la Mujer, quien
vuelve susurrarle algo, animándolo. Mannie vuelve a dirigirse al
público.)
MANNIE: Padre. Yo quería preguntarle, padre, una cosita. Por-
que me han dicho mis amigos una cosa. Yo no sé, padre.
¿Por qué? No sé. Pero me han dicho que usted ha dicho y yo
quería preguntarle, padre, si es pecado. Usted ha dicho. Mis
amigos. Padre. ¿Es pecado masturbarse? ¿Y por qué? ¿Sí o
no, padre? Y si sí, ¿por qué?
(Mannie regresa corriendo a donde la Mujer que lo recibe son-
riendo. En este cuarto, Dámaso se dirige siempre a la Mujer,
con una mezcla de temor y exasperación.)
DÁMASO: ¡Por favor, hijo, hijo! No te puedes sentir culpable por
eso. La mente de Dios, lo que podríamos llamar su inteligen-
cia, su capacidad para entender, también es infinita. No hay
nada que Él no conciba. Nada lo va a distraer, ni un segundo.
Él sí puede pensar, al mismo tiempo, en todos, hijo, y aten-
derlos por igual. Y no son miles, como me dices, son millo-
nes, hijo, millones de millones las personas por las que Dios
se preocupa y a cada instante. Está bien que reces con fre-
cuencia, que le cuentes tus cosas, que le pidas bendiciones.
No te sientas culpable por eso, por favor. No lo vas a dis-
traer.
201

KNOX: Robar, padre. También. Una vez.


DÁMASO: ¿Tienes hermanos?
KNOX: Dos. En verdad, tres. Pero una vez no cuenta, porque, al
día siguiente, lo devolví.
DÁMASO: Quiero que te imagines a un papá muy pero muy bue-
no, que tiene tres hijos, digamos. Cada hijo es diferente,
cada uno va a necesitar y pedir atención en forma diferente.
Ahora, imagínate que este papá no sólo es buenísimo, tam-
bién tiene todo para darles a sus hijos, siempre y cuando
sea por su bien. Es igual con Dios. Pero Dios no tiene tres
hijos, sus hijos son todas las personas, grandes, chicos,
hombre, mujeres, peruanos, chilenos, argentinos.
MANNIE: Ya, ¿pero es pecado o no es pecado? ¿Sí o no? ¿Y por
qué?
KNOX: Primero, una caja de colores. A Hormazábal. Yo se la
robé, padre, el año pasado. Me acuerdo que se puso a llorar.
Gritaba mis colores, mis colores. Ladrones, devuélvanlos.
Todos se reían de Hormazábal. Le decían: Ay, mis colores.
Todos. Yo no. En verdad, al principio, sí. Un poco. Después,
ya no; hasta quería llorar.
DÁMASO: No está nada bien que dejes de rezar por eso. Te doy
mi palabra de hombre: no vas a distraer a Dios de los niños
pobres, ni de los ciegos, ni de la viejecita que viste en la
calle. Al contrario, hijo. Reza más. Pide por ellos. Nunca más
pienses que vas a distraer su atención. Él se está preocu-
pando, ahora mismo, por todos los hombres y mujeres que
viven en el mundo, por todos los que han vivido y vivirán. Es
absurdo sentirse culpable por rezar. Palabra de hombre.
(Ahora, la Mujer le susurra algo, nuevamente, a Mannie y trata
de convencerlo de decirlo.)
KNOX: Por Dios, padre, que yo se los quería devolver. Por Dios.
No eran para mí. Era para fastidiar. Pero me dio vergüenza
devolverlos. Es que todos se reían de Hormazábal. Ay, mis
colores. Ay, mis colores. Yo me sentía mal. Los enterré en el
jardín de mi casa. Ahí estarán. En La Molina todavía. Ya es-
tarán podridos. Me quería matar.
(Finalmente, Mannie se anima y se dirige al público.)
MANNIE: ¿Y si uno se quiere morir, padre? ¿Por ejemplo, quiere
que lo atropellen? Él solo, sin hacerle daño a nadie, porque
es una persona buena. Pero se quiere matar. ¿De todas todi-
tas maneras se va al infierno? ¿Y por qué?
(Mannie vuelve a donde la Mujer que, con sonrisas, aprueba su
atrevimiento.)
DÁMASO: Porque Dios no sólo está en todas partes, también
está, ahora, en todos los tiempos. Perdón, perdón. Mejor di-
202

cho, Él no está en el tiempo. Te dije que era complicado. Para


Él no hay hoy, ni mañana, ni ayer.
KNOX: Y anteayer, un helado de la tienda. Ése sí me lo comí,
pero ni estaba rico. Ése sí ya no lo puedo devolver. ¿Me pue-
de perdonar? ¿Sin devolverlo? ¿Sin avisarle a mi mamá o al
señor de la tienda? Por favor. Tampoco puedo devolver los
colores de Hormazábal. ¿Tengo que decirle? Es que es muy
imbécil.
(Mannie vuelve a dirigirse al público.)
MANNIE: ¿Por qué? ¿De todas, todas, toditas maneras?
(Mannie regresa a donde la Mujer. Ésta lo besa.)
KNOX: Mentir, también, padre. A mi mamá. Pero poco. Regular.
Algunos días, bastante. Depende. A mi papá, también, an-
tes, le mentía. Y decir malas palabras. Y jurar por Dios, a
veces; no mucho. No voy a misa los domingos. Es que tengo
fútbol en el colegio. Y robar. Ya le dije. Dos veces. Una vez
saqué plata de la cartera de mi mamá pero la devolví al día
siguiente, así que no vale. Es que me olvido, padre. Siempre
digo que ya, que voy a hacer cosas buenas, que voy a estu-
diar, y me olvido. Abusar, padre. A veces, les pego a mis com-
pañeros. A Hormazábal, sobre todo. A García Battistini, pa-
dre, a García Battistini. Eso fue lo peor. Lo peor de lo peor.
(Knox está llorando. La Mujer termina de decirle algo al oído a
Mannie; éste ya ha tomado confianza y se dirige al público.)
DÁMASO: Tranquilo, hijo. A tu edad no debes preocuparte tan-
to. Ni por esas cosas ni por nada. Tranquilo, tranquilo.
KNOX: Ya no habla. García Battistini. Abusivos. Con nadie.
Todos. Yo empecé. Diez. Más. Y él solito. Yo sólo le di un
empujoncito. Se cayó y diez se le vinieron encima. Yo no.
Más. Le toque la oreja con el zapato. Nada más, nada más,
por Dios, padre. No es nada. En comparación. Los otros en la
cara, en la parte de abajo, lo insultaban. Diez.
MANNIE: ¿Y decir malas palabras, padre?
(Mannie regresa riendo a donde la Mujer que le sigue aconse-
jando cosas al oído.)
DÁMASO: Déjame ver si puedo explicarte. Es como si tú vieras
una regla, como ésta. Así. Mira. Todo esto es la historia de la
humanidad. Aquí, en cero, ¿ves?, aquí es la Creación. Y aquí
el Fin del Mundo, en treinta. ¿Ves toda la regla? ¿Al mismo
tiempo? Igual Dios. Él ve todo el tiempo al mismo tiempo.
Perdón, perdón. En el mismo momento. Tampoco. Para él no
hay momentos. Ya me perdí.
MANNIE: ¿Y si uno las piensa, no más? ¿Las malas palabras?
¿Si las tiene en su cabeza, pero no las dice? ¿Y si piensa
hacer cosas malas, pero no las hace? Por ejemplo, yo pienso
203

ahorita en la palabra carajo.


(La Mujer se ríe desde la silla y ya Mannie no vuelve a donde
ella. Se queda de pie y seguro frente al público.)
KNOX: Parece que te manda al diablo con la mirada, que te
menta la madre o que te quiere lesionar. García Battistini.
Pero no habla; sólo con la mirada. Y con las manos. Siempre
a punto de llorar. El otro día lo saludé, para ver si nos hacía-
mos los locos, amigos, como si no hubiera pasado nada. Me
hizo así con la mano. Y se fue. Casi le pego a Hormazábal
que se empezó a reír. Imbécil.
MANNIE: ¿Se puede hacer daño con la mente, no más?
KNOX: García Battistini le sacaba la mugre. Antes, pero. Ahora
no le hace nada, al imbécil. Con una mano, lo reventaba al
imbécil.
DÁMASO: No te estés torturando con eso, hijo. No lo puedes
cambiar.
MANNIE: Y yo pienso que ojalá le pase algo malo a una perso-
na. Pero no le hago nada. ¿Por qué sería pecado?
DÁMASO: Dios sabe lo que hace. Él sabe todo y hace lo mejor.
Te voy a pedir, de todo corazón, que dejes de pensar en esas
cosas.
MANNIE: Por ejemplo, yo pienso que ojalá mi tío se muera.
Pero no lo mato yo. En verdad, no es mi tío; es mi primo
porque era sobrino de mi papá, pero era mucho menor que mi
papá. Pero es grande y le digo tío. Pero no lo mato.
DÁMASO: No sabes cómo me complace que seas tan curioso e
interesado en las cosas de Dios y su Creación. Te prometo
que un día vamos a hablar de todas esas cosas que te intere-
san, para que me hagas todas las preguntas que quieras.
Pero ahora tenemos que seguir con la confesión.
KNOX: ¡Quiero ser su amigo de nuevo! ¡Que me hable! No pue-
de ser. Por un empujoncito, no más, que se pierda todo. Yo
lo ayudé después; le di la mano. ¡¿Qué hago?! ¡Qué injusto!
¡¿Qué quiere Dios que haga?!
(La Mujer acaricia la cabeza de Knox y éste se va tranquilizando
poco a poco.)
DÁMASO: Pero qué muchacho tan inquisitivo. ¿Vas a ser aboga-
do cuando seas grande tú, por casualidad?
MANNIE: Veterinario.
KNOX: No, astronauta.
MANNIE: Veterinario.
KNOX: Y puntero izquierdo también.
MANNIE: No, veterinario.
KNOX: Como Gallardo. Mejor que Gallardo. Inventor también.
204

DÁMASO: ¿No me digas? Voy a tener competencia en la parro-


quia. Ya habrá tiempo para que pienses en tu vocación. Mien-
tras tanto, hay que apurarnos que tus amigos también de-
ben confesarse.
MANNIE: Una cosita más, padre. ¿Puedo? Cortita. Digamos que
uno sabe que su familia o uno de sus amigos o su mejor
amigo, por ejemplo, digamos que uno está segurísimo de que
su mejor amigo o su papá o una persona que quiere, su abue-
lito, por ejemplo, digamos, su mamá, por ejemplo...
DÁMASO: Hijo, nosotros sí somos cautivos del tiempo. Por fa-
vor...
KNOX: Pero matar, nunca. Eso sí, padre. Es de la única que me
salvo. Y me provoca masturbarme a veces.
(La Mujer vuelve a reír. Mannie la mira y ésta le hace una seña
para que siga hablando. Knox también se pone a reír en compli-
cidad con la Mujer. Mannie siempre le habla al público.)
MANNIE: Si uno sabe que las personas que más quiere están
en el infierno.
DÁMASO: ¡Pero, hijo! ¡Eso nunca lo va a saber nadie!
MANNIE: O que se van a ir al infierno, de todas pero así de
todas maneras.
KNOX: Pero sólo cuando veo Perdidos en el espacio.
DÁMASO: Nunca, entiéndeme, hijo, nunca vamos a poder saber
qué ha hecho o qué ha dejado de hacer Dios. Pero, te digo, es
muy difícil que haya hecho esa barbaridad que me dices.
(Knox empieza a mecerse al ritmo del sonsonete que canturrea,
arrullándose, mientras mira hacia arriba donde encuentra el
rostro de la Mujer; cuando no pronuncia palabras, simplemente
tararea el sonsonete. La Mujer sigue su ritmo. Y así continua-
rán hasta el final del cuarto.)
KNOX: Matilda camina,
camina Matilda;
en cielo ceniza,
Matilda camina.
DÁMASO: Por la sencilla razón de que infringiría sus propias
leyes, leyes, hijo, que ha dictado desde el principio y para
siempre. Dios no puede cambiar lo que ya ha pasado. Es
imposible. Perdón, perdón. Otra vez me has confundido. No
es que no pueda, porque Él lo puede todo; simplemente, no
lo va a hacer; no va a cambiar lo que fue. ¿Convencido?
MANNIE: ¿Y por qué?
KNOX: Paró sus patitas
en cielo ceniza.
Matilda me mira;
maldita sonrisa.
205

DÁMASO: Creo que hablamos lenguajes diferentes, hijo. Yo, en


castellano; tú, en inglés o chino. Perdón. No me he explica-
do bien. Si quisiera, Dios podría cambiar toda la historia del
universo. Pero, reflexiona: ¿Para qué lo haría? Todo lo que se
hizo, Él lo permitió; es perfecto. ¿Qué sentido tendría cam-
biarlo?
MANNIE: Porque yo sé que mi papá se ha ido.
KNOX: Maldita sonrisa;
sonrisa Matilda.
MANNIE: Mi mamá, mi mamá se va a ir también. Yo sé. Ni va a
misa.
KNOX: Matilda maldita,
maldita Matilda.
MANNIE: ¡Yo quiero estar con ellos! ¡Dónde sea!
(La Mujer se levanta, va hacia donde Mannie solloza y lo lleva
hacia la silla, calmándolo. La Mujer se vuelve a arrodillar y trata
ahora de convencer a Mannie de que vaya a preguntar otra cosa.)
DÁMASO: Tengo una idea, hijo. ¿Por qué no me vas a buscar un
día de éstos a la parroquia? Un viernes en la tarde, digamos.
Ahí conversamos con tranquilidad de todo lo que tú quieras.
Te invito una gaseosa. ¿Te conviene un viernes?
KNOX: Ya hila que hila,
maldita Matilda.
Desciende Matilda.
Que hila que hila.
Ya cuelga su vida
de dura saliva.
DÁMASO: Bueno, bueno, hijo, haz un acto de contrición, que
voy a decir las palabras que te absuelvan. Rápido, hijo.
(Mannie ha sido convencido por la Mujer; y se para frente al
público)
MANNIE: Una cosita, padre, una cosita, no más; la última, por
mi madre. Es que justo el domingo de la primera comunión
es el partido contra Argentina, para México 70. Y, padre, mis
amigos preguntan, por favor, si se puede cambiar para otro
día, por favor, la primera comunión. Lo van a transmitir en
directo. Es el último partido, padre, por favor.
KNOX: Matilda aterriza;
Matilda deshila;
un mundo que gira
de abajo hacia arriba.
MANNIE: Por favor.
KNOX: Un mundo de espinas,
de nieve y cosquillas.
MANNIE: ¡Por favor!
206

DÁMASO: ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! Tú ganas. Dios sí puede


cambiar el pasado. ¿Convencido? Tal vez, ya lo cambió; tal
vez, lo cambia a cada instante y nosotros no sabemos. ¡Por-
que no nos compete saberlo! Perdóname, hijo. Pero nos com-
pete vivir el presente, este presente, amar a Dios y a nues-
tros semejantes, para ganarnos el premio el día de nuestra
muerte. Sólo eso. Nada más.
MANNIE: Y yo voy a estar muy solo ese día.
KNOX: Matilda investiga
su mundo que gira,
que vibra y que vibra.
¿Un mundo sin vida?
DÁMASO: ¡¿Y cómo carajo voy a saber yo eso?! Perdón, perdón.
¡Pero qué preguntas me traes, hijo! ¿Has estado ensayando
la cantaleta?
KNOX: Camina, sin prisa,
Matilda camina;
por suaves cosquillas,
por nieve y espinas.
DÁMASO: Tranquilo, hijo. Perdón. No estoy molesto. Pero ni yo
ni nadie te va a poder decir con certeza si hay vida en otros
planetas. Pero, eso sí, si existen otros seres, también son
una creación de Dios. ¡Del mismo Dios! Que ya te escucho
preguntando si hay un dios por planeta. Es un solo Dios para
todo el universo. ¡Y no hay más universos!
(La Mujer se vuelve a levantar y camina hacia donde Mannie
mira al público. Lo abraza y le dice cosas al oído que lo tranqui-
lizan, lo hacen sonreír y reír.)
KNOX: Detrás de una espina,
la cueva vacía.
Y el mundo que vibra
de abajo hacia arriba.
Camina Matilda,
al hueco sin vida,
camina, de prisa,
protege su vida;
que ya se aproxima
la mano maldita.
(Mannie y la Mujer, abrazados, se dirigen al público.)
DÁMASO: Yo te absuelvo de todos tus pecados. En el nombre
del...
MANNIE: ¿Padre, y sin la mano?
DÁMASO: No, no se puede absolver por adelantado. No, te digo.
En el nombre...
MANNIE: ¿Sin tocarse? ¿Y si uno se mueve, no más? ¿Con la
207

sábana, con la almohada? ¿Es pecado? ¿Con una pierna, no


más? ¿También? Sin la mano, sin la mano para nada. ¿Por
qué, padre?
DÁMASO: Amén.
KNOX: Padre, padre, cuidado; se le ha metido una araña en el
cuello.

Cuarto IV
(Dámaso, Knox y Mannie caminan por escenario de una manera
simétrica: siempre siguen un mismo patrón. La Mujer está ves-
tida con uniforme escolar de hombre: gorrito, saco con escudo,
pantalones cortos; tiene una bota de yeso en el pie derecho y se
mueve ayudándose con muletas. En los primeros momentos, la
Mujer trata desesperadamente de seguir a alguno de los otros
personajes.)
KNOX: Nadie y verde. Sobre la cancha inmensa. Nadie. Suave y
solo. Nadie en las calles. Sólo un guardián. Me habló con
burla: Nadie vino hoy. No esperé más. Me metí al colegio
como un loco. Y escuché todas las voces. Un coro que me
apura y que me muerde: Nadie, imbécil, nadie. Me rebotaban
las voces. Y yo, en un planeta verde. Punto medio. Cancha
inmensa. Saltaban mis pies. Y en cada salto me hundía. Solo.
Suave. Verde. Nadie. Cantaban: Imbécil. Pero sólo yo sabía.
Y olía. Y miraba. Una tierra lejana. Sin vida. Mi partido. Todo
el día podría hacer lo que me de la gana. Todo. Sin nada que
me castigue. Salvar y castigar. Romper ventanas. Nadie sa-
bría por qué di ese grito.
MANNIE: ¡Mamá!
KNOX: Gritaba: ¡Knox! No había mente que oyera. Yo era gran-
de. Un mundo verde sin vida inteligente. Capturados. Mamá
y el padre Alberto. Todos. Mis amigos. Toda la gente con el
cerebro abierto. ¡Imbécil! ¡Penny! Prisionera. Victorino la hizo
su cautiva. ¡Penny! Perdida en el tiempo. Argentino. Y sólo
yo era libre. El partido. Veía mi camino. El más imbécil. El
único imbécil. El único que vino hoy al colegio. ¿Quién me
trajo a este mundo? ¿Quién me puso de salvador? ¿Castigo?
¿Privilegio?
DÁMASO: Qué pena, campeón, me da una pena.
MANNIE: ¡Mamá!
KNOX: Pero yo era libre del hechizo que a todo el mundo puso
su cadena luminosa. Televisión. Y afuera el animal gritaba
mi condena. ¡Knox! Yo gritaba. ¡Knox! La prisionera es Penny.
Me entró el animal al pecho. ¡Salvarla! Victorino. Penny. Es-
pera. El jefe invasor. Capturó, mutiló a los que vieron el par-
tido. ¿Qué te había hecho? Salvarla. Yo era el héroe escogi-
do. Por no ver el encuentro.
208

DÁMASO: Una lástima, campeón. Lo siento.


KNOX: Mi misión: Caminar hora tras hora del partido. Luego, el
enfrentamiento. Yo solo contra la hueste invasora. Argenti-
na. Victorino. Tenía que acabar el encuentro. Luego lo pasa-
rían en diferido. Primero, rescatarlos. Miles, millones. La
Rata, Hormazábal, también García Battistini y los demás.
Sus lamentos se oían en el aire. Sin embargo...
MANNIE: ¡Mamá! ¡No hay! No hay entrenamiento. Haz la que te
olvidaste de algo. No hay nadie. Estoy solo. ¡Mamá! Regresa.
Ni el profesor.
KNOX: El camino es largo. Dos horas. Yo, solo. Mis gritos rebo-
taban en la calle. ¿Me habrán oído?
MANNIE: ¡Taxi!
KNOX: Y en la espesa calma, un invasor bajó por el valle de
cemento.
MANNIE: ¡Taxi!
KNOX: ¡No! Que no me vea. Que no me oiga. ¡Penny! Que se
calle. ¡La tiene encadenada! ¡La desea! Tengo que salvarla.
¿Me habrán oído? No llores, Penny. Aguanta. No les hables a
los invasores. Ni un sonido. Frente a Victorino. Encadenada.
No grites. En hora y media, llegaré a la entrada de la cueva.
Maldito Victorino. Dejaron un rastro. Y es todo o nada. Sal-
var a los humanos. Y, después, ver el partido con la misma
emoción. Con los hermanos de mi tierra. Libres. Por mi res-
cate. Libres sus cerebros, libres sus manos. ¡Fuera, taxi!
¡Fuera!
MANNIE: ¡Mamá! Ojalá me atropelle un carro. Tú sabías. No te
hagas.
DÁMASO: Por poco conseguimos un empate.
MANNIE: ¡Mamá! Yo tomo un taxi. Tú lo pagas.
KNOX: ¡Fuera! Te conozco, invasor maldito. ¡Argentino!
MANNIE: ¡Se fue! Ojalá me llene de heridas. Solito.
KNOX: Por fin se fue. Por fin. Taxi de mierda.
MANNIE: Tú sabes, mamá. Escuchaste mi grito. Ojalá me pase
algo. Que me pierda, que me roben. Me trajiste por gusto.
Ojalá aparezca tirado en algún parque. Ojalá te queme el
remordimiento. Estoy solito. Es por tu culpa. ¡Qué injusto!
¡Tú sabías que no había entrenamiento! Voy a saltar. Morir-
me. Sólo espera que vea un carro.
(En eso, la Mujer, que ha estado haciendo esfuerzos por perse-
guir a los personajes, se cae al piso y queda en cuatro patas.
Las muletas quedan lejos de ella. Dámaso, Knox y Mannie la
miran por primera vez.)
KNOX: Peligro. Peligro. Peligro.
MANNIE: ¡Fuera!
209

KNOX: En una esquina. Un ser desconocido.


MANNIE: ¿Ya ves, mamá? ¡Me va a atacar el perro! ¡Santa Ma-
ría! Mi cuerpo lleno de mordiscos va a aparecer detrás de
algún arbusto.
DÁMASO: Campeón, nos voltearon el partido.
MANNIE: ¡Que se vaya! Por favor, virgen santa. Ya no quiero
que me haga daño. ¡Fuera, fuera! ¿Qué hago? No se espanta.
KNOX: Y me miraba.
MANNIE: ¡Que no me muerda!
KNOX: La criatura me miraba. Enemiga. Parecía amistosa. ¿Y si
era engaño de los invasores? Le pedí la contraseña.
MANNIE: Son diez inyecciones en la barriga si me da un mor-
disco. Si me da rabia, te vas a arrepentir cuando tu hijo su-
fra. Que no me muerda.
KNOX: Me dio la contraseña: ¡Knox! Me dijo. Era amistosa.
Compañera. Guía. Le pedí que me lleve al escondite del inva-
sor maldito que tenía a Penny capturada. Cojeaba. Herida.
Pero sólo ella entendía. Herida en una pata. Caminaba. Penny,
resiste. En una hora todo se termina. Si no la rescato, en-
tonces, qué triste: Ganó Argentina. Pero si la salvo, gana-
mos. Victorino perdió.
DÁMASO: El primer tiempo acabó cero a cero.
(Mannie se ha ido acercando a la Mujer, cada vez con más con-
fianza; se agacha y empieza a acariciarle la cabeza.)
MANNIE: ¡Hola! No vas a morderme, ¿no es cierto? Hola, perri-
to. ¿Perro eres tú? No te hagas más el muerto, levántate. No
te asustes. ¿O acaso eres una perrita? Deja que te toqué.
Perra. Eres una perra. ¿Sufres tanto como yo? Solita. Ven, yo
te acaricio. Yo te cuido, yo te canto. Coja. ¿Qué te pasó en la
patita? ¿Te atropellaron? Se me sale el llanto al verte. Cojita.
El dolor me mata.
(Mannie empieza a acariciar a la Mujer por todos lados, cada vez
más sensualmente, mientras ésta trata inútilmente de despren-
derse.)
MANNIE: Solita, así, cojita y calientita. Qué te importa si Perú
ahora empata. Si gana Argentina o quien sea, tú estás rica,
si gana o pierde. No importa quien es chileno o vietnamita,
porque a tus ojos todo el mundo es verde. ¿Naciste así? No
entiendes la maldad del mundo. Sólo te importa si alguien te
acaricia. Ya no te muevas tanto. ¿Tienes dueño? Ya no me
lamas. El cariño envicia. ¿Recuerdas tu accidente o es un
sueño triste y gris? ¿No quieres que te adopte? Te llevo a mi
casa y ahí te enseño a jugar con una pelota. ¿También tu
madre te dejó solita? ¿Tu madre no te quiere por ser coja?
Voy a curarte lo de esa patita. Voy a curar perritos cuando
210

crezca. Voy a tener una jaula inmensa para cuidar a todos.


Te vas a cansar. Ya no me persigas. Yo voy a rescatarlos
cuando sus mamás estén con amigas. ¡Perras! Con amigos.
Abandonados.
(A estas alturas, ya Mannie está montado encima de la Mujer y
se mueve con ritmo constante, mientras aquélla sigue tratando
de liberarse.)
MANNIE: Te gusta ¿no? No importa lo que digas. Ya no te mue-
vas. ¡Penny! ¡Penny! Ya llevo caminado mucho tiempo. Las
calles son eternas. Menos mal ya no vivo en La Molina. ¿Por
qué caminas tanto con tres piernas? ¿Por qué estás tan feliz
con esa espina, con ese clavo, con esa cadena? ¡Qué te im-
porta el fútbol o Argentina!
DÁMASO: Lástima, campeón, me da una pena.
MANNIE: Sólo eres cuerpo. Falta media hora para el final. Al
menos, Magdalena es más cerca que La Molina. ¿Te impor-
tan estas cosas? Quieta. Perra. Le hicieron un remate a la
casa de La Molina. Más cerca es Magdalena, pero es lejos.
DÁMASO: Por poco conseguimos un empate.
MANNIE: Así quería verte. Así es la vida. ¡Penny! ¡Penny!
DÁMASO Y KNOX: ¡Gol!
(Con el grito, Mannie se asusta y suelta la Mujer, que escapa
en cuatro patas y empieza a seguir a Knox.)
MANNIE: ¡Qué susto! ¡Madre! ¡Qué susto! ¿Gol de quién? Se
fue la perra. Lo hiciste, tan santa, sin pecado y concebida.
Para alejar el mal. Perdóname. No quiero que me digas. Mejor
un susto que un pecado. ¡Qué susto! Siento todo como hor-
migas. Gracias, María, madre inmaculada. El gol fue del Perú.
Así me castigas, porque yo no quería saber nada. Alejaste de
mí la tentación. Si no fue del Perú, ¿por qué gritaron tantos?
Lo que se castiga son las acciones, ¿no es cierto? Y tú asus-
taste a la perrita para evitar mancharme las ropas. La tenta-
ción aparece y te invita a pasar. De uno depende lo demás.
Tal vez el gol fue argentino. Todos gritaron porque estoy en
un barrio de maricones. El barrio de putas. Argentinos. Así
haces que recobre la duda. Santa María, disfrutas con mis
incertidumbres. Llegué a Magdalena tras tantas calles reco-
rridas sin descanso. El susto cansa. Agota tener miedo. Quiero
pasar todo el invierno sin despertarme, sin tocarme y tocar-
me y tocarme. Pero, madre, no puedo. No puedo levantarme
sano a jugar mis partidos. Todo me espanta. ¿Será pecado
ganarle a un colegio que tiene tu nombre, mi madre santa?
Ayúdame a no ser así. Me asusta cualquier ruido. Quiero
salir, quiero vivir jugando un partido por siempre. ¡Tío! ¡Mamá!
¿Qué hace ahí mi tío?
211

DÁMASO: Hey, campeón ¿viniste caminando?


KNOX: Peligro, Knox. Peligro, Knox. Peligro.
MANNIE: Qué te importa cómo, cuánto ni cuándo llegue a la
casa. No voy a hablarte.
KNOX: Sale el jefe invasor. Tal vez, esconde a Penny en esa
nave. Knox, peligro.
MANNIE: ¿Acaso yo te pregunto dónde metiste tu carro? No voy
a hablarte. Mi boca calla. El cuerpo no responde.
KNOX: Penny, Penny. Ya llegué a rescatarte. El jefe invasor ya
me vio.
(Knox y Mannie se mueven alrededor de Dámaso como querien-
do llamar su atención; a veces, lo tocan o se paran frente a él
para impedir su avance; pero Dámaso sigue caminando sin ha-
cerles caso. La Mujer ha recuperado sus muletas y con gran
esfuerzo ha conseguido ponerse de pie.)
DÁMASO: Pintar al miedo requiere de un arte fino. No es triste-
za pero tiende a rojo, como la ira, es una especie de duelo.
Encarnados: pena y horror y furia. Ahora ha caído en su ca-
beza un cielo colorado. No teme ni está triste; se le ha hecho
amarga la tarde por ver a ese que le habla pero no existe.
¿Cómo entraron dos carros en tan poco espacio? Ése vendrá
a hacerle un chiste. Que no le responda. Que se haga el
loco. Que piense en su partido. Ha terminado el partido.
Noventa minutos, más los quince de intermedio. Ciento cin-
co cuadras de marcha lenta. Un minuto por cuadra. De su
hastío lo sacaban ángeles y marías. Él va a inventar un reloj
que, al medio de las noches y de los días, dé rojo y verde,
respectivamente. Las seis serán luces amarillas. Se implan-
tará en el cerebro y la mente siempre sabrá la hora sin con-
sulta. También, un aparato que le muestre los sentimientos
más ocultos si se dispara. Así, sabrá si alguien que lo insul-
ta lo quiere de verdad, y si una cara que le sonríe y que
habla, como aquélla, en el fondo no existe. Si le hablara...
¡Que no le hable! Que pase sin mirarlo: no puede saber qué
encarnaciones se esconden en la mueca verde, bella. ¿Se
podrá ser sacerdote si pones como algo prioritario tus inven-
tos? Alguna vez, tendrá las dos opciones: Dámaso, el padre,
que salvará al mundo; o hacer que por él conciba su vientre.
Penny. No hay tercera vía; es tajante: Marido de Ángela de
Knox o cura. Que nada lo distraiga ni un segundo de sus
cavilaciones. Ya se acerca aquel que no existe. Quiere ha-
blarle. Que piense en otro invento: la luz oscura que elimine
la cebolla al pasarla por los platos y las ollas. Le va a decir
campeón. Va a preguntarle si vino caminando. Que no le res-
ponda. Que piense en su invento para pecados, que se im-
plante en las almas. Gamas de colores que muestren cómo
212

nos ve Dios: el brillo de almas a la vista. Los condenados


estarán en rojo y el amarillo registrará el punto en que esta-
rá alguno que esté caminando al borde de un precipicio. En
el verde puro no habrá ninguno. Tonos infinitos, amarillen-
tos. ¿Cuánto es infinito si sumas uno? Recuerda todavía los
intentos de su padre por responderle: Mi hijo, también es
infinito. Mentira. ¡Mentira! Nunca creyó lo que su padre le
decía. Nunca entendía, nunca hubo un modo de que, entre
ambos, enfrentaran al enemigo. Pero él, algún día, saldrá del
charco de esta incertidumbre de dónde y cuándo. De por qué.
Algún día, podrá entenderlo todo.
(Knox y Mannie detienen a Dámaso en su andar, a punta de
jalones y empiezan a hablarle dando vueltas alrededor de él.)
MANNIE: Hey, campeón ¿viniste caminando? Lástima, campeón,
me da una pena.
KNOX: ¿Quieres que te cuente del partido? Te estoy hablando.
Te lo narro minuto a minuto. ¿Por qué no hablas? ¿Seguimos
peleados?
MANNIE: Lástima, campeón, me da una pena.
KNOX: Te tiembla la frente. Te late un ojo. ¿Vas a llorar? ¡No
seas engreído! ¡Por favor!
MANNIE: Por poco conseguimos un empate, campeón; nos vol-
tearon el partido.
(La Mujer se tapa los oídos y, al hacerlo, suelta las muletas y
cae la piso.)
MANNIE: El primer tiempo acabó cero a cero.
DÁMASO: Olvido, olvido, olvido, olvido, olvido.

FIN DEL PRIMER TIEMPO


213

SEGUNDO TIEMPO

Cuarto I
(Mientras Dámaso, Knox y Mannie hablan, la Mujer se va pro-
bando diversos vestidos, sombreros y adornos que saca de una
maleta, como si se mirara en un espejo. Parece perennemente
insatisfecha con lo que se pone pero su vestuario va adquirien-
do la forma de las ropas y adornos hippies de los años sesenta.)
MANNIE: ¡Que se calle! ¡Hay que decirle! ¡Que se calle!
KNOX: Mannie. Cállate tú. ¿Qué dijo?
MANNIE: Somos libres...
DÁMASO: ¿Pero de dónde salió ése? ¿De dónde? No lo vas a
creer. ¿Vas a ver ahora el partido? Tienes que verlo, cam-
peón, tienes que fijarte en cómo se falló ese gol. ¡Ese ani-
mal! Cachito Ramírez. ¿De dónde lo sacaron? Ahí fue que
perdimos el partido. Aunque hizo el primer gol Cachito, igual
es malo. No te vayas; ven, ven, para que te cuente cómo fue
eso, para que aprendas. Solo, solito frente a Cejas; ahí esta-
ba ese tal Cachito. Cejas salió a achicarle el arco y este ani-
mal, en vez de hacerle un sombrero, le estrella la pelota en
el cuerpo.
MANNIE: Largo tiempo el peruano oprimido...
KNOX: ¿Perdimos?
MANNIE: ... luminosa cadena arrastró.
KNOX: Mannie. ¿Perdimos dijo? ¿Qué?
MANNIE: No ha dicho. Hasta ahora no ha dicho así: perdimos.
Hay que ir a mi cuarto. Que se calle. Hay que cantar. Fuerte.
Condenado a una cruel servidumbre...
KNOX: Mannie, cállate tú. ¿Dijo perdimos o no dijo?
DÁMASO: Vas a ver, campeón, porque hacíamos ese gol y ganá-
bamos; con ese gol, estábamos en México. ¡Pero qué animal!
Ahí nos quedamos fuera de México. Al cuerpo de Cejas. ¿Por
qué no jugó Gallardo? Yo hacía ese gol. Tú hacías ese gol,
campeón; creo que hasta tu mamá sabía que había que ha-
cerle un sombrero. Porque, si el arquero se te viene encima,
te achica el arco, ¿tú qué haces? Contéstame, pues, cam-
peón. ¿Qué harías tú? ¿Qué harías? El arquero se te pone al
frente; ¿qué haces? ¿Por qué no contestas?
KNOX: ¿México? ¿Fuera? ¿Nos quedamos?
MANNIE: No ha dicho que perdimos. No ha dicho así.
KNOX: ¡Ya dijo! Perdimos. ¡No puede ser!
MANNIE: Sólo ha contado la jugada de Cachito. Nada más. No
ha dicho nada de que perdimos. Sólo está hablando de la
jugada, ¿no es cierto?
214

DÁMASO: Pero lógico, pues, campeón, le haces un sombrerito y


ya está, gol. La pelota baja solita; tú sólo tienes que levan-
tarla. Es una ley física. Ahí nos quedamos afuera. Porque
Cachito Ramírez hacía ese segundo gol y ya estábamos al
otro lado; íbamos uno a uno, treinta y cinco minutos del se-
gundo tiempo. Nos defendíamos bien. Después, claro, los
argentinos se crecieron, se vinieron encima y nos hicieron el
dos por uno. ¿Vas a verlo en diferido ahora?
KNOX: ¿Dos por uno?
MANNIE: Pero no ha dicho: Así terminó, dos por uno. Dijo que
así iba. No dijo que terminó dos por uno. Al cuarto, rápido,
antes de que diga.
KNOX: Mannie. ¿Cuánto terminó? Pregúntale.
MANNIE: ¡No! No hay que hablarle; está prohibido. No hay que
saber.
KNOX: ¡Mannie, pregúntale, carajo!
MANNIE: ... largo tiempo en silencio gimió.
KNOX: Yo le pregunto entonces.
DÁMASO: Después hablamos, campeón. ¿Qué hora es?
MANNIE: Está prohibido. No ha dicho nada. Está prohibido.
Además, mi mamá le debe haber dicho que no me cuente
nada. No ha dicho que perdimos, no se escuchó nada. La
insolencia de esclavo sacude...
KNOX: ¿Acaso a ella le importa? Qué le importa a ella el fútbol.
Cree que es un juego, no más. Mi mamá. Ni entiende qué es
un off side. Toda la vida le tengo que explicar qué es un off
side.
DÁMASO: Porque fue un buen partido. Lo mejor que se ha visto
en mucho tiempo.
MANNIE: La humillada cerviz levantó. ¿Qué es cerviz?
DÁMASO: Qué pena, campeón, me da una pena. Contéstame,
pues, hijo. No es momento para caritas. ¿Tú sabes de dónde
salió ese tal Cachito? ¿Vas a ver el partido? ¿Por qué no jugó
Gallardo? Cómo se demoran las mujeres, ¿no? Se arreglan
para ir a comer un cebichito como si fuera una fiesta de gala.
Para ellas, es lo mismo ponerse un buzo o un vestido, igual
se tienen que demorar. ¡Matty!
(La Mujer reacciona con impaciencia al llamado, ya toda vestida
en la moda hippie. Pero tampoco satisfecha con su apariencia,
saca de la maleta un hábito de monja, con el que se empieza a
vestir.)
KNOX: Es por gusto, todo es por gusto. Una pérdida de tiempo.
Porque al siguiente partido, igualito te va a preguntar si off
side es cuando el jugador entra al área de penal. Siempre lo
mismo. Carajo.
215

DÁMASO: Ya vas a ver cuando seas grande, campeón; tienes


que tenerles paciencia, sobre todo, cuando te dicen que en
cinco minutitos están listas. Dicen eso y ahí te jodiste.
MANNIE: Ella tiene más culpa que mi tío. Ella debió decirle. Mi
mamá sabía que yo no quería saber; más que mi tío. Más que
mi tío.
DÁMASO: Tienes que tranquilizarte, Knox. Lo que tienes que
tratar de entender es por qué Dios hizo que pierda el Perú.
Le rezaste, le pediste con el alma que ganemos. Tienes que
buscar una explicación. Tiene que haber una explicación para
esto.
MANNIE: Pero todavía no ha dicho que perdimos. Todavía no ha
dicho nada del final, todavía.
DÁMASO: Más de tres veces el tipo este ha dicho o ha implicado
que nos ganaron. Tienes que aceptarlo, Knox y, sobre todo,
tranquilizarte.
KNOX: Te dicen cinco minutitos y mejor consíguete un par de
Selecciones para leer. Y no te hablo de cuando se quieren
poner realistas y te dicen un cuarto de hora, un cuartito de
hora; te recontrajodiste ahí, porque eso significa algo así como
en cualquier momento entre una hora y la eternidad.
DÁMASO: Tal vez, hubo una especie de arrepentimiento general
en Argentina. Ellos sí se unieron para que gane su selec-
ción. En cambio, aquí, cuántos habrán rezado; cuántos si-
quiera habrán considerado a Dios.
MANNIE: ¿Acaso los maricones y las putas pueden rezar? ¿Aca-
so se les va a hacer caso si rezan? ¿Los argentinos antes que
los peruanos?
KNOX: Es su frase mágica para evadirse del tiempo: un cuarto
de hora. Ya vas a ver, campeón, cuando crezcas, vas a ver de
qué te hablo. ¿O sigues con la idea de ser un Monseñor?
Dime, no más; te juro que no me voy a reír, ahora sí, te lo
juro. Porque... Perdón, campeón, perdóname.
MANNIE: Qué importa, pues. Perdimos. Total, es un partido de
fútbol.
KNOX: ¿Pero qué te pasa? Háblame, pues, campeón. ¿Hasta
cuando vas a seguir con esas caritas? Eso no es de hombres,
campeón. Y te digo una cosa: Tú ya estás grande, ya eres un
hombre; tú eres el hombre en esta casa aquí con tu mamá.
Ya no puedes estar con esas cositas de niñito o de mujerci-
ta, con caritas.
MANNIE: A quién le interesan veintidós pezuñentos corriendo
detrás de una pelota. Tengo hambre. ¿Habrán quedado talla-
rines de ayer?
KNOX: Los hombres, cuando tienen un problema con alguien,
216

van y lo hablan. ¿Por qué no me dices cuál es tu problema


conmigo? A la cara.
DÁMASO: Lo más probable es que los argentinos hayan ofrecido
algo a cambio de este triunfo. No sólo estuvieron unidos, no
sólo se arrepintieron de ser lo que son, sino que además
sacrificaron algo. ¿Qué habrá sido?
MANNIE: Es que me muero de hambre.
KNOX: ¿Ya no te acuerdas cuando te enseñé a nadar en la pis-
cina en La Molina? ¿Cuándo todavía me decías tío? ¿Cuándo
fastidiábamos a tu mamá con su nombre? Vamos a ver si así
se apura un poco: ¡Matilda!
(La Mujer hace un gesto de fastidio. Se sigue probando el hábito
de monja.)
KNOX: ¿Te acuerdas cómo se ponía? Es que, también, ese
nombrecito. Pobre. ¿Te acuerdas, campeón, como renegaba?
Matilda, Matilda; maldita, Matilda. Bueno, campeón, si no
quieres hablarme, no quieres. Pero no te lo pido por mí; es
por tu mamá.
DÁMASO: Cuidado, Knox, el tipo este ha empezado con sus
chantajes de siempre. Acuérdate del trato: no hablarle, no
mirarlo; el tipo no existe. Peor ahora que te pudrió lo del
partido, que encebolló todo tu día. No existe; no caigas en el
chantaje. Mucho cuidado.
MANNIE: Mejor no hay que hablar de cebolla, ¿no es cierto?
Porque, de repente, se habla de esa porquería y resulta que
mi mamá se volvió a olvidar y le metió cebolla al tuco. Si
hablas las cosas, a veces, se cumplen.
DÁMASO: Y ahora, pon mucha atención, Knox, que el tipo va a
desarrollar su chantaje.
MANNIE: ¿No es cierto, Dámaso?
KNOX: Mira, campeón, hablando en serio, si quieres, nos de-
testamos, si eso prefieres, pero en lo que tenemos que jun-
tarnos es en hacer feliz a tu mamá. En eso estarás de acuer-
do, ¿o no?
DÁMASO: Ahí está. Cuidado, Knox.
KNOX: Ya estás grande. Tal vez, todavía no entiendas todo lo
que ha tenido que pasar, todo lo que está pasando tu mamá.
MANNIE: Tal vez, cambiando una cosita todo cambiaba. De re-
pente, ganaba Perú si no se rezaba. ¿No es cierto, Dámaso?
DÁMASO: En cualquier momento te saca a Dios, este pecador.
Vas a ver.
KNOX: Yo me mato tratando de arreglar las cosas de esta casa,
los papeleos de la hacienda, los trámites, los juicios de tu
mamá; y tú que la pones peor con tus caritas. Tú sabrás lo
que haces. Y quieres ser un Monseñor.
217

DÁMASO: Aquí viene.


MANNIE: Tal vez, si se veía el partido en directo, también ganá-
bamos. Cachito hacía ese gol. Porque si no se iba a los en-
trenamientos, el aire se iba a mover diferente; cada movi-
miento mueve el aire. Así el aire empujaba al aire y llegaba
hasta la Bombonera y todos sentían algo diferente. Los juga-
dores no se daban cuenta, pero había una presioncita más
fuerte o más débil. Cada cosita que haces afecta a todo el
mundo. Eso sí es cierto, Dámaso, ¿no? Hago así con la mano
y eso salva a mucha gente y mata a otras personas, hace que
las atropellen carros o que les caiga un rayo. Pudimos haber
ganado. Y no ganamos por culpa de mi mamá que me obligó a
ir al entrenamiento.
KNOX: ¿Te has preguntado qué es lo que Dios quisiera en este
caso?
DÁMASO: No existe, no existe. Acuérdate, Knox. El tipo no existe
más.
KNOX: En fin, ya entenderás un día. Perdona, campeón. No me
hagas caso. Algún día vas a entender todo. ¿Pero por lo me-
nos quieres que te cuente del partido?
DÁMASO: No muevas ni una pestaña; ni un temblorcito en los
hombros. Nada.
MANNIE: Algo querrás que te has quedado ahí parado, sinver-
güenza. Bien interesado estás tú. Pero, ¿ves?, ya no te cuen-
to nada. Si no me hablas, no te digo ni una palabra más del
partido y tú te la pierdes, campeón; y con los comentarios
especializados de tu tío.
KNOX: ¡Ya cállate! Victorino maricón. Me malograste todo, ma-
ricón.
MANNIE: No debí decirte lo que te dije antes. ¿Me perdonas,
campeón? ¿Por qué se demora tanto tu madre?
DÁMASO: Así, Knox. Con furia. Sin nombre. Drena todo hasta
que no exista.
MANNIE: ¡Matucha!
KNOX: Que le pica la chucha...
DÁMASO: ¡Knox!
(La Mujer, insatisfecha con el hábito de monja, empieza a ador-
narlo con elementos del vestuario hippie.)
DÁMASO: Bota toda tu furia, pero apunta bien. La culpa es del
tipo este; él te pudrió un día que habías estado esperando
hacía tiempo. Bota todo, pero canalízalo. Finalmente, no hay
daño, porque el tipo no existe. Nunca existió.
MANNIE: ¿Pero por qué no jugó Gallardo? No me has contesta-
do. Lesionado y todo era mejor que ese Cachito Ramírez. Lo
siento. Una lástima, campeón. Pero, en realidad, ¿sabes lo
218

que necesita el Perú, lo que necesitamos con urgencia en


este pueblo de mierda? ¿Sabes qué nos falta para ser un país
de verdad?
DÁMASO: ¿Amor?
MANNIE: Punteros izquierdos, campeón. Mucho armador de lujo,
mucho habilidoso, mucho toquecito disforzado, pero cuando
se trata de meter fuerza, velocidad, huevos, nos corremos,
nos voltean la torta. Somos muy pasivos; mira, no más, lo
que está pasando en el país y no hacemos nada.
KNOX: ¡Y a mí que me importa, maricón!
DÁMASO: Bien. Bota todo, Knox, drena. Dale.
KNOX: ¡Victorino maricón!
DÁMASO: No, no, no. Sin mencionar ese nombre, Knox. Lo que
no existe no tiene la cualidad de tener nombre. Ya te he
explicado eso tres veces.
MANNIE: Porque Cachito le habrá tirado la pelota al arquero,
pero Gallardo seguramente se bajaba a un pájaro de un pelo-
tazo. No hay punteros. Y eso que estaban jugando bien, es-
taban aguantando bien toda la presión del público; botellazos
les tiraban. Cero a cero terminó el primer tiempo.
KNOX: ¡Qué me importa! Maricón. Como si supiera de fútbol
habla el maricón.
MANNIE: Los argentinos estaban desesperados. Y a Challe no
se le ocurre otra cosa que tirarle un pelotazo a un argentino
en la cabeza. Yo dije: lo matan, ahorita, se baja toda la Bom-
bonera y lo mata a Challe.
KNOX: ¡Ay! ¡Ay! Lo matan, ahorita, lo matan a Challe. Ni sabe
hablar como hombre.
DÁMASO: Bien, Knox, así.
MANNIE: No sé cómo sigue vivo, francamente. No sé cómo to-
dos los jugadores no están ahorita destripados por todo Bue-
nos Aires; deben estar furiosos los argentinos. Los debe es-
tar protegiendo el ejército.
KNOX: ¿De qué se ríe el maricón? Debe ser argentino. ¡Perdi-
mos y se ríe! ¡Carajo!
DÁMASO: No, esa palabra no la digas, por favor. Hace sólo una
semana te confesaste. Ten cuidado.
KNOX: ¡Carajo! Si Dios está con los argentinos, qué carajo me
importa.
DÁMASO: ¡Knox!
MANNIE: Pero lo más gracioso fue cuando a Perico León se le
rompió el short. Qué gracioso; el negro se tiró en la cancha y
empezó a hacer señas a la banca.
KNOX: Y éste feliz, seguramente.
219

MANNIE: El árbitro no sabía qué hacer. Cómo me he reído; los


argentinos, furiosos con Perico. Hasta que le trajeron otro
short a Perico y se cambió frente a no sé cuantos miles de
argentinos. Me he reído.
KNOX: Y éste feliz mirándole el culo al negro.
DÁMASO: No abuses, Knox; por si acaso.
MANNIE: Para mí, que fue a propósito; para hacer tiempo, por-
que hasta ahí, íbamos uno a uno; Argentina hizo su gol de
un penal bien dudoso.
KNOX: ¡Carajo! Argentino serás tú, Victorino de mierda, concha
de tu madre. Carajo. Me malograste el partido. Hijo de puta.
Victorino maricón. Anda mírale el culo a Perico, Victorino. Le
rompo la cara. ¡Carajo! Le rompo la cara.
DÁMASO: Basta, Knox, basta. Ya, vete a tu cuarto; es suficien-
te. Tranquilo, tranquilo. Anda a pensar a tu cuarto. Tranqui-
lízate, por favor.
(Knox se va tranquilizando, mientras solloza. Finalmente, la
Mujer queda con el hábito de monja con adornos hippies. Se
contempla y, ahora, parece satisfecha.)
MANNIE: Y, entonces, vino la jugada de Cachito. ¡Qué animal!
¡En el minuto treinta y cinco! ¡Sólo faltaban diez! Todo era
cuestión de tocarla suavecito, así, por encima de Cejas. Por-
que, ¿si estás solo y el arquero te achica el arco, tú qué
haces?
KNOX: Un sombrero.
DÁMASO: ¡Knox! ¡Por Dios! ¡Qué haces!
MANNIE: ¡Un sombrero! Un sombrero, por supuesto, muy bien,
campeón.
KNOX: Perdón. Perdón.
DÁMASO: ¡¿Para qué le hablaste?! ¡Para qué te explico las co-
sas! Malograste todo. Ahora el tipo ese va a creer que existe.
Malograste todo, Knox. Ahora tienes que empezar de cero.
Ya tenías tres meses limpio. ¡Por Dios! ¡Por qué le tenías
que hablar!
MANNIE: Así me gusta. Un sombrero. ¿Ves cómo ya empezamos
a entendernos? ¿Ya viste?
DÁMASO: ¿Ves? ¿Ves lo que causaste? ¡Por Dios!
KNOX: Ya dije perdón. Ya.
MANNIE: Perdóname, campeón. ¿Sí? Por lo que te dije antes.
Mira tu partido y no hagas caso de lo que te dije. Un sombre-
ro; muy bien, muy bien.
(Dámaso se va a sentar a la silla, frustrado. La Mujer se aproxi-
ma a Knox y Mannie, y ambos la toman, cada uno de un brazo.)
MANNIE: ¡Por fin! ¡Tanto arreglo para ir a almorzar un cebichito!
220

¡Pero valió la pena! ¿Vamos?


KNOX: Hay tallarines rojos en la olla, campeón. Yo mismo los
preparé para que tu madre no les fuera a poner cebolla.
MANNIE: Me dijo: un sombrero. ¿Ves cómo era cuestión de tiem-
po?
KNOX: Nosotros ya regresamos. Nos comemos un cebichito y
te devuelvo a tu madre. Te invitaría, pero tú no comes cebo-
lla.
MANNIE: Y, encima, le dan pena los mariscos, al pobre.
(La Mujer sale de los brazos de Knox y Mannie. Dámaso se
levanta, toma la silla y la estrella contra el piso.)

Cuarto II
(Knox está sentado en la silla en medio del escenario. Apartado,
solitario, está Mannie. Dámaso juega con una pelota con la Mu-
jer. Ésta está vestida con el uniforme alterno de la selección
peruana de fútbol: camiseta roja, pantalón blanco, medias rojas.)
KNOX: ¿Judy o Penny? ¿Quién? Claro, claro. ¿Oye, Judy o Penny?
¿A quién prefieres? Chócala. Yo también, por supuesto. ¿Judy
o Penny? Que si prefieres a Judy o a Penny. ¿A quién? Por
supuesto, todos con Judy. ¿Y, tú? ¿Judy o Penny, oye?
DÁMASO: De lejos: Ángela. Y Ángela Cartwright como Penny.
KNOX: Anda a que te midan la vista, oye. Estás demente. Cómo
vas a comparar a ese palo con la Judy. Ya, sigan jugando, no
más.
(Dámaso y la Mujer se acercan a donde está sentado Knox. La
Mujer, con la pelota en las manos, aprueba con asentimientos
las opiniones de Dámaso.)
DÁMASO: La Judy es como demasiado empalagosa. ¿Qué vas a
hacer tú con ésa?
KNOX: Sigan jugando...
DÁMASO: ¿Oye, escuchaste lo del partido? Dicen que fue con
trampa. Además, Judy tiene pinta muy de puta. Como que te
atraganta.
KNOX: ¿Judy o Penny? ¿Ves? Democracia: Judy. Sí, fue arregla-
do.
DÁMASO: Si le ves bien la cara, Judy es fea; mírala bien. La
boca. En cambio, mira la cara de Ángela. Te arregla el día con
los ojos y las trenzas.
KNOX: ¿Y qué vas a hacer tú con los ojos? ¿Un cebiche? Quítale
la cara y ¿qué te queda? Sigue jugando, chiquillo. Una escoba
sin nada, sin tetas, sin nada. Pura trenza; para usarla de
trapeador. Oye, imbécil. ¿Judy o Penny? Sí, tú. ¿Acaso hay
otro imbécil por acá?
221

MANNIE: ¿Yo? ¿Qué cosa? No te escuché, perdón.


KNOX: ¿Judy o Penny? Contesta rápido y lárgate.
MANNIE: No te entiendo. ¿Quién es?
KNOX: Carajo, qué imbécil. Lárgate, no más, esto es una cosa
de hombres.
(La Mujer hace rebotar la pelota en la cabeza de Mannie; todos
ríen.)
DÁMASO: ¿En verdad crees que fue arreglado? ¿Qué te dijo tu
papá?
MANNIE: ¿El partido? ¿Me preguntan del partido? Sí, sí, fue
arregladazo. Sí.
DÁMASO: ¿A ti quién te preguntó?
MANNIE: Mi papá dice que lo compraron a Chechelev. Dice que
los bolivianos le pagaron un montón de plata, seguramente;
para que nos ganen.
DÁMASO: Yo no creo eso. ¿Acaso alguien lo vio? Ya sabía que
iban a decir eso.
MANNIE: Siempre hacen eso en el fútbol, me ha dicho mi papá.
Que le das plata al árbitro y te cobra un penal que no existe,
les anula un gol a los otros, les saca la roja a diez. Igualito
que con Chechelev ayer. ¿No escucharon? Y salió en el pe-
riódico.
(La Mujer hace rebotar la pelota en la cabeza de Mannie, que
hace gestos de fastidio, pero no reacciona.)
DÁMASO: Lo que dice mi mamá es que los peruanos siempre
buscan excusas cuando pierden. Siempre nos inventamos
algo para no quedar mal.
MANNIE: ¿No escuchaste en la radio? Le anularon un gol a Ga-
llardo. Encima, lo lesionan. A Mifflin, lo expulsaron por gusto.
A Gallardo, le dieron de patadas. ¿Y el gol de Bolivia? ¿No
escuchaste? Se lo llevaron con todo a Rubiños. Es verdad.
DÁMASO: Siempre tienen una excusa. No sabemos perder. Que
el árbitro estaba comprado, que la cancha estaba mala, que
la altura...
MANNIE: ¡Y la altura! ¡La altura! Esos desgraciados bolivianos
nos hacen jugar ahí. Y ahí no se puede jugar. Ellos sí pueden
porque están aclimatados.
DÁMASO: ¿Quién te ha dicho?
MANNIE: Mi papá ha estado en Puno. Dice que hay que caminar
despacito o, si no, te quedas sin aire, hasta que te aclima-
tas. Es criminal jugar fútbol allá, dice. Criminal.
KNOX: Oye, imbécil, te dije que esto es una conversación de
hombres. Ya, di rápido: ¿Judy o Penny? Y lárgate o, así como
estoy, con una pierna, no más, te saco de aquí. ¿Judy o Penny?
222

MANNIE: No sé quién es Judy O'Penny. ¿Quién es? ¿Por qué no


me dicen?
DÁMASO: Es que a éste no lo dejan ver nada de televisión, al
imbécil.
MANNIE: Porque la televisión hace daño. Te mete ideas extran-
jeras. Mi papá trabaja en el Ministerio de Educación y me ha
dicho. Te aliena.
KNOX: Qué imbécil tu papá.
MANNIE: Pero están trabajando en el ministerio para hacer la
programación más educativa y cultural, o sea, peruana que
no aliene. Ya van a ver.
DÁMASO: Igual que el hijo.
KNOX: Peor.
(La Mujer sigue fastidiando a Mannie con pelotazos en la cabe-
za.)
MANNIE: Ya van a ver. Pero lo de la altura es verdad. Mi papá ha
estado en Puno. Al principio no se puede respirar, me contó.
Es criminal.
KNOX: Además de imbécil, maricón es tu papá. Lo que dice tu
papá es lo típico del maricón. ¡La altura! ¡La altura!
DÁMASO: Ya, no seas tan rata. Déjalo que se vaya. No abuses.
MANNIE: Mi papá dice que todos los argentinos son maricones.
DÁMASO: ¿Ah, sí? ¿Y él cómo sabe?
KNOX: Su papá será argentino.
MANNIE: ¡No, no, no! Mi papá es peruano, por Dios. Y mi mamá.
DÁMASO: ¿Todavía podemos clasificar?
MANNIE: Pero es bien difícil. Mi papá me explicó. Pero hay es-
peranza.
DAMASO: ¿Pero quién te preguntó a ti? Tú también te la bus-
cas, oye.
MANNIE: Pero hay que ganarle a Argentina allá, en Buenos Ai-
res, el próximo domingo. Y allá el público insulta todo el rato.
¿No ves que son maricones? Es muy difícil con el público.
DÁMASO: ¿Y qué importa el público? Para mí, que ya estamos
buscando otra excusa. ¿Acaso los gritos mueven la pelota?
Que no les hagan caso y listo. Que el árbitro, que la altura,
que el público; así son.
KNOX: ¿Judy o Penny? ¡Otro que prefiere un palo sin culo a un
buen par de almohadas! ¡A una rubia y con todo en su sitio!
DÁMASO: Rubia pero pintada. Cara de caballo. En cambio, las
trenzas negras de Ángela son de verdad. Esa Judy, además,
parece medio sonsa.
KNOX: ¿Y tu quieres una hembrita para hablar de matemáticas
o qué? Anda, sigue jugando.
223

MANNIE: Imagínense que estás jugando y todo el estadio te


está mentando la madre. Así hacen los argentinos marico-
nes, me ha dicho mi papá.
DÁMASO: Oye, imbécil, ya me llegaste con tu papá. A ver, ¿por
qué no le preguntas cómo nacen los argentinos si todos son
maricones?
MANNIE: Cómo le voy a preguntar eso a mi papá. Me mata. ¡Ya
sé! De repente, todos son hijos de extranjeros, los que na-
cen en Argentina; de los que viven ahí o van de visita. De
repente. O de repente, es como con la Virgen María. ¿Y si los
maricones también pueden tener hijos?
(Dámaso, Knox y la Mujer estallan en carcajadas.)
KNOX: Ahora sí que te graduaste de imbécil, oye. ¿Hijos? ¿Los
maricones?
DÁMASO: Sí, es posible; mira cómo nació éste, si no.
KNOX: O de repente, no es hijo de su papá.
DÁMASO: De repente.
MANNIE: Y se ve que son maricones porque se paran besando.
Y por cómo hablan. ¿Los han escuchado cómo hablan?
(En eso, Dámaso le tuerce el brazo a Mannie y lo retiene así. La
Mujer le da pelotazos en la cabeza.)
MANNIE: ¡Ayayay! ¡Qué te pasa! Suéltame.
DÁMASO: El más maricón de todos es tu papá. ¿Escuchaste?
MANNIE: Suéltame, por favor. Mi papá no es maricón, es co-
mandante. Te lo juro. Ayayay, por favor. Lo ascienden a coro-
nel este año. En la escuela de comandos pasó las pruebas de
valor. Ay. Por favor. ¡Yo qué culpa tengo por mi papá!
KNOX: Y además de maricón y ladrón, es un pobre imbécil, por-
que no tenemos que ganarles a los argentinos. Si les empa-
tamos, igual clasificamos.
DÁMASO: ¿En serio? Jura.
(Dámaso suelta a Mannie.)
MANNIE: Ay, gracias.
KNOX: Por mi madre. Tenemos cuatro puntos; si empatamos,
hacemos cinco, ellos sólo hacen tres. Los bolivianos se que-
daron en cuatro puntos.
MANNIE: Por culpa de la altura y de Chechelev. Sin trampa, los
goleábamos. Ahí sí, ya estábamos clasificados. Deberíamos
declararles la guerra a los bolivianos, para que confiesen que
compraron a Chechelev.
DÁMASO: ¿Y no se puede hacer un reclamo? ¿A quién se puede
reclamar?
MANNIE: A la FIFA, a las Naciones Unidas, al Papa. Hay que
reclamar.
224

DÁMASO: Entiende, imbécil. A ti no te estoy preguntando. ¿Si


confiesa Chechelev, si lo admiten los bolivianos, no se po-
dría jugar otro partido?
KNOX: No, porque a Chechelev no lo compraron los bolivianos.
MANNIE: ¿Y el gol de Gallardo que lo anularon? ¿Y Mifflin? ¿Y
por cómo dejaron a Gallardo? ¿Y Rubiños...
KNOX: Escucha, pues, imbécil, para que le cuentes al maricón
de tu papá. No lo compraron los bolivianos; ellos deben estar
que no saben qué pasó tampoco. A Chechelev lo compraron
los argentinos.
MANNIE: ¿En serio?
KNOX: Piensen, pues: Qué tienen que hacer los bolivianos en
el fútbol. Nunca van a clasificar a ningún lado. A Argentina, a
ellos sí les convenía que perdiéramos en La Paz. Los bolivia-
nos ni deben entender qué es un off side.
MANNIE: Si le declaramos la guerra a Argentina, ahí sí perde-
mos. ¿No es cierto?
KNOX: Con tal de ganar, esos argentinos son capaces de cual-
quier cosa.
MANNIE: Mi papá me ha dicho que en la guerra con Chile, te-
níamos un pacto con Argentina. Pero los maricones nos aban-
donaron. Ahí sí ganábamos; ahí sí.
KNOX: Es que los argentinos siempre se mariconean. Gritan,
gritan, levantan las manos, pero te les plantas al frente y se
mariconean.
MANNIE: ¿Entonces, les ganaríamos la guerra?
KNOX: Tal vez, mandarían a sus mujeres a pelear.
MANNIE: Una vez lo escuché a mi papá que decía que todas las
argentinas eran putas. A mí no me lo dijo, claro. Cómo me
iba a decir. Pero escuché que se lo dijo a un amigo suyo.
Todas.
KNOX: Eso sí puede ser verdad.
MANNIE: ¡Ya sé! ¡Ya entendí! Las argentinas son tan pero tan
putas que compensan a los maricones y pueden tener hijos.
KNOX: Y esa Judy tiene una pinta de argentina. ¿Judy o Penny?
Democracia.
(Súbitamente, Dámaso vuelve a tomar y torcer el brazo de
Mannie.)
DÁMASO: Retira lo que has dicho en este instante, concha tu
madre.
MANNIE: Qué te pasa! Ay. ¿Ahora qué hice?
DÁMASO: Retírala o te rompo el brazo.
KNOX: Déjalo, que por primera vez empezaba a hablar como
hombre.
225

MANNIE: Yo no he dicho nada. Ayayay. ¿Qué he dicho? La reti-


ro. Lo que sea. Ay. Yo sólo dije de los argentinos. Pegúntales.
Ayay. ¿Acaso eres argentino?
DÁMASO: Soy más peruano que tú, maricón imbécil. Mi mamá
es argentina.
KNOX: ¡Qué!
(La Mujer reacciona con sorpresa ante la revelación.)
MANNIE: La retiro. No sabía. Te lo juro. ¡Suéltame!
DÁMASO: Y mi abuelo es argentino y mis primos y mis tíos. Y
son más hombres que tú y tu papá y todos esos militares
ladrones de mierda. Retrasados mentales.
KNOX: Ya, suéltalo, ya.
MANNIE: Él dijo. Yo no dije nada. Ayay. Por favor. Él dijo que a
Chechelev lo compraron tus parientes. Ya te la retiré. ¡¿Qué
quieres que haga?!
KNOX: ¡Suéltalo!
(La Mujer le da un pelotazo a la cabeza de Dámaso y éste suelta
a Mannie.)
MANNIE: Gracias, gracias. Ay, gracias.
KNOX: ¿Oye, y tu mamá quiere que gane Perú o Argentina?
DÁMASO: Argentina, pues, concha tu madre. ¿Acaso si te vas a
otro país no quieres que gane Perú?
KNOX: ¿Y tú quién quieres que gane?
DÁMASO: Perú, pues, concha tu madre. Yo soy peruano.
KNOX: ¿Oye, a quién crees que le vas a mentar la madre tú? Ya
te dejé pasar una. Una más y te cae.
DÁMASO: Agradece que estás con la pata rota, que si no tam-
bién te reviento. ¿Crees que no me acuerdo lo que dijiste?
Concha tu madre.
KNOX: Con una pierna, no más te reviento yo. A ver, atrévete.
Así, con yeso y todo, te saco la entreputa. ¿Quieres ver?
MANNIE: Pégale, pégale. Te ha dicho concha tu madre. Tres
veces.
(La Mujer le da un pelotazo en la cabeza a Dámaso. Éste empie-
za a girar, como si estuviera rodeado. En eso, Dámaso ataca a la
Mujer y ambos ruedan por el piso forcejeando. La pelea es como
si Dámaso fuera atacado por unas diez personas. Knox perma-
nece sentado en la silla y Mannie parado mirando.)
DÁMASO: Hijos de puta.
MANNIE: Miren quién habla. Con la mamá que tiene. Hijo de
argentina.
DÁMASO: Maricones.
(Mannie se acerca y le da un tímido puntapié a Dámaso que se
retuerce en el piso luchando con la Mujer.)
226

MANNIE: ¿A quién le vas a decir maricón tú, argentino? Quién


habla.
DÁMASO: Uno por uno. Uno por uno, maricones. Y los reviento
a todos.
MANNIE: ¿Por qué compraron a Chechelev, maricones? ¿Por qué
no juegan limpio, putas y maricones? Su mamá compra árbi-
tros; seguro tiene relaciones con ellos.
DÁMASO: Maricones todos. Uno por uno. ¡Ay!
MANNIE: Para que aprenda, péguenle. Dice que los peruanos
son maricones.
DÁMASO: Por favor. Soy peruano. ¡Ay! ¡Suéltenme! Yo soy pe-
ruano, soy peruano.
KNOX: Ya, suéltenlo.
MANNIE: Con razón hablabas bien de Chechelev, con razón. Ya
estaríamos clasificados. Ha insultado a nuestras madres.
Que coma pasto.
DÁMASO: ¡Soy peruano!
MANNIE: Háganlo comer pasto. Ha dicho que todas las madres
peruanas son putas. Que se lo trague, que se lo trague.
KNOX: Suéltenlo.
MANNIE: Compró a Chechelev. Que pida perdón. Que se arrodi-
lle. Ya estaríamos clasificados, en México 70. Por su culpa,
por su culpa. Maricón.
KNOX: ¡Suéltenlo carajo!
(La Mujer suelta a Dámaso, que queda en el piso retorciéndose
de dolor. La Mujer y Mannie caminan alrededor de él,
amenazantes. Knox se levanta y camina normalmente.)
MANNIE: Está llorando. Miren cómo llora. Mi papá tenía razón.
¡Llorón!
KNOX: ¿Querrá ser mi amigo? Si hablaran así de mi madre.
Ocho contra uno. Él qué culpa tiene. ¿Mañana le pregunto?
Abusivos. Nueve, diez; todos. Maricones. Yo sólo lo empujé.
¿Me habrá visto? Pero se cayó. Mañana seguro es mi amigo.
Argentina. Otra vez. ¿Todavía? No me vio. Seguro. Qué hice.
Que se lave.
MANNIE: Le voy a contar a mi papá para que te deporten.
(Knox camina hacia Dámaso y le extiende una mano.)
KNOX: Ven, te ayudo. Vamos al baño. Ahí te lavas.
DÁMASO: ¡Suéltame, maricón!
KNOX: Vamos. Yo también prefiero a Penny. Esa Judy parece
puta.
DÁMASO: Knox, entérate de una vez, Knox. Que la más puta de
todas es tu mamá. Pregúntale a cualquiera. Entérate, Knox,
entérate.
227

Cuarto III
(La Mujer está sentada en la silla durmiendo. Su cuerpo está
totalmente laxo. Viste una blusa blanca y un pantalón celeste
ceñido y con el botón abierto; está descalza. Durante esta esce-
na, Dámaso, Knox y Mannie la miran desde distintos ángulos,
como si miraran un partido de fútbol por televisión.)
MANNIE: Amén.
DÁMASO: ¿Knox?
MANNIE: Amén.
DÁMASO: ¿No vas a decir amén? Minuto treinta y cinco, Knox.
Treinta y cinco.
MANNIE: Rebota la pelota en Roberto Challe, en el centro del
terreno. Recoge Cachito por el sector izquierdo, que controla
el balón. Oswaldo Cachito Ramírez avanza. Deja en su cami-
no a un marcador. Treinta y cinco minutos de juego. Sigue
avanzando. Toma la diagonal. Ya sin marca, avanza Cachito
Ramírez, avanza. Ingresa al área y queda sólo frente al golero
Cejas. Cachito, Cachito, Cachito...
KNOX: Papá ¡Sombrero! Vamos, vamos. ¡Por arriba! Cachito,
vamos. Lo que quieras, papá. Está bien. Pero un sombrero.
¡Sombrero! Por lo que quieras. Lo hago. Te doy. Que sea,
pero, papá. Que sea. ¡Que sea!
DÁMASO, KNOX Y MANNIE: ¡Gol!
(La Mujer está a punto de resbalar de la silla, despierta un ins-
tante, mira a los otros que corren alrededor celebrando, y vuel-
ve a acomodarse para dormir.)
MANNIE: Gol, gol, gol, gol, gol, gol, gol.
DÁMASO: Un golazo. Hay que admitirlo. Un sombrerazo.
MANNIE: Gol, gol, gol, gol, gol.
DÁMASO: Como debe ser: por encima y a un ángulo. Una joya.
MANNIE: Gol, gol, gol.
DÁMASO: Un maestro. Un sombrero para el manual.
KNOX: ¡Gracias!
MANNIE: Hay que apagar el televisor. Ahorita.
DÁMASO: Como los grandes. Un gol de lujo.
MANNIE: ¡Apaga!
KNOX: Que salta, que salta...
DÁMASO Y KNOX: ... por Perú doy el alma.
MANNIE: Hay que dormir. Voy a apagar, ¿no es cierto Dámaso?
DÁMASO: ¡Viva el Perú!
KNOX: ¡Carajo!
(Dámaso y Knox se abrazan y caen al piso; Mannie los va a
abrazar y su temor se expande al los tres, a quienes se ve muy
228

asustados. Se tranquilizan y vuelven a mirar a la Mujer como


quien mira un televisor.)
MANNIE: ¿Entonces? ¿Lo prometo? ¿Hay que jurarlo?
KNOX: ¡Ni hablar! Yo no. Si Él quiere. Yo no. Solo. Que yo no
me dé cuenta. Que me pise, que me mate. ¡Ni hablar! ¡Ni
hablar! Tirarme a un carro. Él solo. Como a mi papá. Un bo-
rracho. Yo no me tiro, pero.
MANNIE: Mi papá también se tiró.
DÁMASO: Por fin, Knox. Por fin.
MANNIE: ¿No es cierto, Dámaso? No lo atropellaron. Solito se
tiró.
DÁMASO: ¡Por fin!
KNOX: ¡Mannie! ¡Qué hablas, oye! Imbécil. ¡Qué estupideces!
Imbécil, imbécil. ¡Cállate!
DÁMASO: Ya estás grande, Knox. Entérate. Ya era hora.
KNOX: ¿Cómo sabes? Mentiroso. ¿Quién te ha dicho?
MANNIE: Un día se escuchó que mi mamá hablaba. Estaba con
mi tío y era bien tarde. Mi tío también lloraba. Pero más
lloraba mi mamá.
KNOX: ¿Por qué? Tan mentiroso. ¿Por qué?
MANNIE: Y era sábado, porque me acuerdo que al día siguiente
había entrenamiento. No podía dormir. Lloraron todita la
noche. Se tiró, se tiró, mi papá, se tiró.
KNOX: ¡Mentira!
DÁMASO: Verdad, Knox.
KNOX: ¡Mentira!
MANNIE: Se escuchaba clarito lo que hablaban. Se tiró. Nadie
lo empujó.
KNOX: Mannie. He dicho: Mentira.
DÁMASO: La verdad es que el cuento del borracho que lo atro-
pelló siempre me pareció extraño. Más raro aún fue lo de la
noche anterior. ¿Te acuerdas, Knox? Mi papá vino a mi cama
a decirme que me quería. ¡Cuándo hacía él eso! Por fin, por
fin, por fin.
KNOX: Borracho. Por eso vino. Por borracho.
DÁMASO: ¡Y cuándo se emborrachaba mi papá!
MANNIE: Nunca.
DÁMASO: Eso también fue raro. Y lloró, acuérdate. Estaba bo-
rracho, me dijo que me quería y lloró. ¿Acaso él lloraba?
MANNIE: Nunca de los nuncas.
KNOX: ¿Por qué? No. Mentira.
(La Mujer vuelve a resbalar y a estar a punto de caer. Los otros
personajes la miran; ésta les sonríe, pero, vencida por el can-
sancio vuelve a dormirse.)
229

MANNIE: No se sabe por qué. Pero solito se tiró, solito. ¿No es


cierto, Dámaso?
DÁMASO: Algún día vas a saber por qué, Knox. Por ahora, enté-
rate, no más. Minuto treinta y dos. Ya viene la jugada de
Cachito. ¿Entonces das la vida por el Perú? ¿Sí o no?
MANNIE: ¡Sí!
KNOX: Nada. No me avisó. ¿Por qué? ¡No! Papá. El animal, el
animal. Me aprieta. ¿Por qué? No quiero llorar. Adentro. El
animal.
DÁMASO: Algún día vas a entender todo, Knox. Algún día todo
se tiene que saber. Si no, ¿para qué seguir pensando?
KNOX: ¡Por qué!
MANNIE: Cachito. Ya viene. Rápido, que ya viene, ya viene.
DÁMASO: Viene la jugada de Cachito, Knox.
KNOX: ¡Ya entendí! Él también. Se sacrificó. Para algo bueno.
¡Por mí!
DÁMASO: Dios mío, te prometo que, si cambias el tiempo, para
que esta jugada haya terminado en gol, voy a sacrificar todo
lo que tengo. Te voy a dar mi vida. Saltaré a las ruedas de un
carro en movimiento, para que mi inmolación sirva para traer
la felicidad a todos mis compatriotas. Tú lo puedes todo. En
el nombre del...
KNOX: ¡Para regresar a La Molina! ¡Ya entendí!
DÁMASO: ... del Espíritu Santo.
MANNIE: Amén.
DÁMASO: ¿Knox?
MANNIE: Amén.
KNOX: ¡Sí! Por La Molina. Por eso se tiró.
DÁMASO: No has dicho amén, Knox.
MANNIE: Hay que pensar en mis amigos. ¿No es cierto, Dámaso?
En todos los peruanos. Amén.
DÁMASO: ¿Knox?
KNOX: ¡Una lista! ¡Una lista! Rápido.
DÁMASO: No hay tiempo para hacer una lista, ahora.
MANNIE: Y además, ¿no es cierto, Dámaso?, una lista también
sería muy poquito. Siempre podría dar más y más, y escribir
otra cosa más. Lo único que puedo ofrecer es todo, o sea,
morirme, o sea dar mi vida. Me puedo tirar a las ruedas de un
carro, a toda velocidad. Y listo.
KNOX: ¡Ni hablar!
MANNIE: Pero sería por mí. Sería mi vida para que el Perú esté
en México, para que Cachito haga ese gol con un sombrero.
Por mí, por mí.
KNOX: ¿Para qué? No lo voy a disfrutar. Muerto.
230

MANNIE: Claro, muerto parece que no sirve. Pero toditos los


demás peruanos lo van a disfrutar. Catorce millones. Cantan-
do, riendo, gritando; por mí. Ni te puedes imaginar a tantos.
DÁMASO: La emoción de este día va a perdurar por muchos
años más. Generaciones que ni han nacido recordarán este
partido mientras exista el Perú; con orgullo, con satisfac-
ción, en sus peores momentos; en las peores crisis, con una
nostalgia que los hará ver que sí se puede salir adelante.
Serían más de catorce millones, Knox.
(Dámaso, Knox y Mannie se abrazan a los pies de la Mujer;
están temerosos por algo. La Mujer despierta un momento, aca-
ricia a Knox y vuelve a quedarse dormida.)
MANNIE: ¿Entonces? ¿Lo prometo? ¿Hay que jurarlo?
KNOX: ¡Ni hablar! Yo no. Si Él quiere. Dios. Yo no. Solo. Que yo
no me dé cuenta. Que me pise, que me mate. ¡Ni hablar! ¡Ni
hablar! Tirarme a un carro. Él solo. Como a mi papá. Un bo-
rracho. Yo no, pero.
DÁMASO: ¿Otra vez, Knox? ¡Por favor! Concéntrate.
KNOX: ¡Pero cómo falló! Cubillas. Solo. Ni con Dios. Todos son
malos. Así no ganamos. Ni con Dios. Ni con ángeles ni nada.
Malos.
DÁMASO: Ésta no es la jugada, Knox. ¿Quieres confundir a Dios?
Ya te he dicho diez veces: la que vale es la jugada de Cachito
solo frente a Cejas. Concéntrate en el sombrero que le va a
hacer Cachito. ¿Qué te ofrezco, Señor, Dios mío?
KNOX: ¡La televisión! Un mes. No ver nada.
DÁMASO: Salvo Perdidos en el espacio.
MANNIE: Todavía. Eso es muy poco.
DÁMASO: Con Perdidos en el espacio, entonces.
KNOX: ¡Mucho, mucho, mucho! Tampoco, pues.
MANNIE: Puedo ofrecer no ver televisión, salvo Perdidos en el
espacio. Pero con la promesa de golpearme la mano fuerte
con la silla cada vez que salga Penny.
DÁMASO: Knox, Dios va a preferir si ofreces algo que, además
de hacerte sufrir, les haga bien a los demás. ¿De que le sirve
a mis amigos, a mi mamá, al Perú que tú te destroces la
mano?
MANNIE: Ser bueno.
DÁMASO: Portarte bien con mi mamá no es algo muy claro, que
se pueda decir si se cumplió o no. Tal vez, ponerme una nota
mínima en matemáticas. Eso no es tan difícil; un quince. O
darle un porcentaje de tu propina a los niños pobres o a la
viejita de la calle.
KNOX: Defender a los débiles. ¡Ya sé! Cuando les pegan. Yo les
pego. En el colegio. A los otros. A los abusivos. Aunque sea
231

la Rata. Listo.
MANNIE: Muy poco, todavía es muy poco.
KNOX: ¡Con Victorino! Ser su amigo. Hablarle. Y mi mamá, fe-
liz. Que exista y darle la mano. Listo.
DÁMASO: No, no, Knox. Concéntrate. No se puede ofrecer lo
que no vas a poder cumplir. Sería peor. Si no cumples, no
sabes lo que puede pasar. Minuto treinta y uno. Piensa rápi-
do. Si se te va, es para siempre.
MANNIE: Es que no hay nada que se le pueda dar a Dios que Él
ya no tenga. ¿Qué se le puede ofrecer? Se le está pidiendo un
montón; que cambie un partido pasado es un montón. Hay
que darle todo, todo de todo.
KNOX: ¡Una lista! ¡Una lista! Rápido.
DÁMASO: No hay tiempo para hacer una lista, ahora. ¿Qué se
puede ofrecer, grande pero viable; sacrificado pero beneficio-
so? ¿Qué?
KNOX: ¡Mannie! Mira. Cubillas. Está solo. Ofrece algo. Patea,
Cubillas. Mannie, Mannie. Solo.
MANNIE: Si Cubillas hace este gol, ofrezco tirarme a las ruedas
de un carro.
DÁMASO: ¿Otra vez, Knox? ¡Por favor! Concéntrate.
KNOX: ¡Pero cómo falló! Cubillas. Solo. Ni con Dios. Todos son
malos. Así no ganamos. Ni con ángeles ni nada.
MANNIE: ¡Hay que creer! Si no se cree, todo esto es por gusto.
¿No es cierto?
KNOX: Creo, pues. Ya, está bien. A ver, qué pasa.
MANNIE: Hay que ser más específico. Hay que decir lo que se
cree.
DÁMASO: Dilo, Knox.
KNOX: Creo. Dios puede. Listo. Cambiarlo. Si le ofrezco algo. El
partido. El resultado. El partido. Ya.
DÁMASO: Muy bien, Knox. Ya falta poco. Tienes que decidirlo
ya. ¿Sí o no?
MANNIE: ¡Sí!
DÁMASO: ¿Y qué quieres ofrecer?
MANNIE: ¡Cómo se besan! Míralos, mira a los argentinos. Mari-
cones.
KNOX: Estoy loco. Cambiar lo que ya pasó. Qué imbécil.
MANNIE: Pero Dios sí puede; puede hacer cualquier cosa. Y
mejor si se lo pide la Virgen. ¿No es cierto, Dámaso?
KNOX: Apaga.
MANNIE: ¡No!
DÁMASO: Imagínate la cantidad de sacrificios que ofrecen por
todo el mundo. Tú nunca has ofrecido nada, Knox. Cómo te
232

iba a hacer caso Dios. Pero ahora vas a ofrecer algo y algo
que valga de verdad.
KNOX: No sirve. No ver televisión. Le ofrecí. Y nada. Hace un
rato. Y nada.
DÁMASO: ¿Es que querías marear a Dios? Todo el partido has
tratado de concentrarte en el sombrero de Cachito. Y ahora
vienes a pedirle que Argentina se falle el penal. ¿Quieres
volverlo loco, Knox?
KNOX: ¡Es diferido! ¡Ya pasó! No se puede cambiar.
DÁMASO: Tienes razón, Knox. Esto no sirve de nada. O crees
totalmente o nada. Olvídate, entonces, Cachito falló, Argen-
tina nos ganó, ya estamos fuera de México. Mejor apaga el
televisor y vete a dormir.
KNOX: Apaga, pues.
MANNIE: No. Hay que creer. Se puede. Si se tiene fe como un
grano de mostaza, puedes mover hasta el cerro de La Molina,
una vez escuché.
KNOX: Si crees eso. Estás loco. ¡Mover un cerro! Claro. Tan
loco, que lo vas a ver. Tirándose al mar. Al cerro. De puro
loco.
DÁMASO: Con eso no se bromea, Knox.
KNOX: ¿Y si era broma? Victorino. ¿Y si ganamos? De mentira.
Por gusto. Para fastidiar, no más. Me dijo. ¿Qué? Por gusto
creo. Por gusto prometo tanto si Victorino bromeaba.
DÁMASO: Absolutamente todo lo que ese tipo te dijo se ha cum-
plido, punto por punto. Cero a cero, el primer tiempo; el pelo-
tazo de Challe; lo de Perico León; el primer gol de Cachito; el
penal; todo.
MANNIE: Y además hay cosas con las que no se bromea. ¿No es
cierto?
DÁMASO: Con el fútbol no se bromea, Knox. Acuérdate.
KNOX: Y la madre. Tampoco. Ni la de los otros.
MANNIE: Ni con Dios ¡Hay que creer! Si no crees, todo esto es
por gusto.
KNOX: Creo, pues. Ya, está bien. A ver, qué pasa.
MANNIE: Hay que ser más específico. Hay que decir lo que se
cree.
DÁMASO: Dilo, Knox.
KNOX: Creo. Dios puede. Listo. Cambiarlo. Si le ofrezco algo. El
partido. El resultado. El partido. Listo. Listo.
DÁMASO: Pero no hay que confundirlo. Acuérdate: vale la juga-
da de Cachito del minuto treinta y cinco.
MANNIE: Si los argentinos fallan este penal, Santísima Virgen,
yo te ofrezco, te ofrezco...
233

KNOX: ¡La televisión! Un mes. No ver nada.


DÁMASO: Salvo Perdidos en el espacio.
KNOX: Vamos, Rubiños. Tú te la tapas. Pero estírate, pues,
huevón.
DÁMASO: ¿Ya viste, Knox?
KNOX: Rubiños huevón. No sirve. Árbitro ladrón.
MANNIE: ¡Cómo se besan! Míralos, mira a los Argentinos. Mari-
cones.
KNOX: Estoy loco. Cambiar lo que ya pasó. Qué imbécil.
MANNIE: El árbitro es chileno.
KNOX: Con razón.
MANNIE: Se llama Hormazábal.
KNOX: ¡Imbécil! Con razón. Con razón. Aprende a arbitrar. Eso
no fue penal. Chechelev. Peor.
DÁMASO: Muy bien; entonces, con este penal va a ser el empa-
te de Argentina. Justo cinco minutos antes que la jugada de
Cachito.
KNOX: Vamos, Rubiños. Vamos. Te la tapas.
DÁMASO: No, no, no, Knox. Éste va a ser gol.
MANNIE: ¿Pero no es cierto que se podría hacer un experimen-
to con el penal? Sí. Para ver si Dios está escuchando. Sí,
Dámaso, sí.
DÁMASO: Es la jugada de Cachito la que vale.
KNOX: ¡Oye! ¡Comprado! ¡Ni hablar! Eso no es penal. Árbitro
comprado, pito regalado. Apaga.
DÁMASO: ¿Y qué quieres ofrecer?
KNOX: Apaga.
DÁMASO: Y aquí viene el primer gol de Cachito. Minuto veinti-
nueve. Rápido, Knox ¿Sí o no?
MANNIE: ¡Sí!
KNOX: El televisor. Apaga. No sirve.
DÁMASO: Si se te va, es para siempre.
KNOX: ¡Apaga!
MANNIE: Cachito toca a Cubillas que devuelve en primera, en
pared. Minuto veintinueve de la etapa complementaria. Ca-
chito vence a punta de velocidad a su marcador. Avanza. Ca-
chito, Cachito, Cachito...
DÁMASO, KNOX Y MANNIE: ¡Gol!
(Tras el último grito, Dámaso, Knox y Mannie han quedado abra-
zados, sentados en el piso, muy asustados. Knox solloza. La
Mujer despierta.)
KNOX: El animal. ¿Por qué? ¡Papá! ¿Por qué?
(La Mujer les sonríe a los tres y acaricia la cabeza de Knox.
234

Luego, se vuelve a quedar dormida.)

Cuarto IV
(Las ropas de luto de la Mujer -zapatos, blusa, saco, falda y velo
negros- están tiradas por todos lados. La silla está en el medio.
En el lado derecho, la Mujer, que viste la malla negra ceñida con
que terminó el primer acto, salta de alegría al igual que los
otros personajes.)
DÁMASO, KNOX Y MANNIE: Que salta, que salta;
por Perú doy el alma.
Que salta, que salta;
por Perú doy el alma.
(Todos siguen saltando durante el siguiente diálogo.)
KNOX: Que vengan. Yo quiero. Todos.
MANNIE: Todos están felices. Hay que decirles, ahora que to-
dos están en la calle. Hay que decirles que fue por mí... Por
Perú doy el alma.
KNOX: Que vengan los argentinos. Yo quisiera. Que todos es-
tén así. Argentinos, peruanos. Que todo el mundo esté con-
tento. Saltando. Los chilenos.
DÁMASO: Los vietnamitas también.
KNOX.: Quién sea. Todos. Todos. Y nos abrazamos. Y grita-
mos. Y es domingo. Siempre. Domingo. Domingo. Para to-
dos. ¿Quiénes son ésos?
DÁMASO: Claro, Knox, dices eso porque ganamos. Así, qué fá-
cil. Pero imagínate que nos hubieran ganado. ¿Estarías invi-
tando al mundo así tan feliz? Si todo el mundo pudiera estar
feliz, no habría fútbol, o no tendría gracia.
MANNIE: Por mí, todos felices, por mí. ¿No es cierto Dámaso?
Hay que escribir una carta donde se cuente todito lo que
pasó hoy día, desde la mañanita. Entonces, alguien encuen-
tra la carta, después de años, y la lleva a los periódicos y
todos se enteran de que fue por mí. Y que vayan a buscar al
que escribió la carta, felices todavía, después de cinco, de
diez años. ¡No hay que saltar! ¡Por favor! ¡No hay que morir!
(Dámaso, Knox y Mannie dejan de saltar y se miran. También la
Mujer, al verlos, deja de festejar; en el lado derecho, empieza a
recoger sus ropas.)
KNOX: Mannie. No pienses. Mannie. Que vengan todos. Los
vietnamitas. Quién sea. Que salten. Chechelev. No pienses.
No pienses. Hormazábal. Nos abrazamos. García Battistini y
su mamá. También. Mannie. Todos. Todos. Todos. ¡Arriba!
¡Abajo!
MANNIE: ¡Qué viva el Perú, carajo!
KNOX: ¡Arriba! ¡Abajo!
235

DÁMASO: ¡Qué viva el Perú!


MANNIE: Hay que decir carajo. ¿No es cierto Dámaso?
KNOX: Carajo.
DÁMASO: Mejor, no, Knox. No digas esa palabra que no es el
momento. Ahora tienes que pensar, reflexionar con tranqui-
lidad. No la digas, Knox. Aunque digas viva el Perú...
MANNIE: Carajo.
KNOX: Carajo.
MANNIE: Carajo, carajo.
KNOX Y MANNIE: Carajo, carajo, carajo, carajo, carajo.
(En este momento, la Mujer ya se ha puesto la blusa y empieza
a ponerse el saco.)
DÁMASO: ¡Knox! ¿Es que no te das cuenta? ¿Es que no entien-
des? Estás en el límite amarillo; no puedes arriesgarte así
ahora. Acuérdate. Piensa. Entérate.
MANNIE: Carajo, carajo.
KNOX: ¿Qué tiene? Carajo. Ahora. ¿Por qué no? Que salta, que
salta. Todo vale. Todos saltan. Que vengan. Ahora. Ahora.
Que salta.
MANNIE: Carajo, carajo, carajo.
DÁMASO: Estás en amarillo, Knox. Con cada palabra esa que
dices te vas cayendo al rojo. Como si estuvieras con once en
matemáticas; estás salvado con las justas. No te arriesgues
más.
MANNIE: Carajo.
KNOX: Mannie. ¡Cállate! Mujer.
MANNIE: Carambas.
DÁMASO: Es que no puedes olvidarte ahora, Knox. No puedes
obviar, así no más, tu promesa. Ahí están los carros. Tienes
los que quieras para elegir. Que los otros celebren. Que ven-
gan los que quieran, pero tú no. O toda esta fiesta que ves
se va a derretir hasta hacerse un entierro.
MANNIE: ¿Carambas también está mal, Dámaso?
DÁMASO: Y va a ser como un entierro de millones, no sólo de
uno, Knox.
KNOX: ¿De todas maneras? Saltar. ¿Tengo?
DÁMASO: De todas maneras, Knox.
MANNIE: Carambas, carambitas, carambolas, carambáchacha.
KNOX: ¿Y si no quiero? No me da la gana. Listo. No me tiro. ¿A
ver? No me tiro. ¿Qué pasa?
MANNIE: Nada.
KNOX: Ya ganamos. Clasificamos. ¿Qué va a pasar?
MANNIE: Nada.
236

KNOX: A mi papá. Otras veces también. Prometí, prometí, pro-


metí. A mi mamá. Me olvide. ¿Se destruyó el mundo? ¿Qué
pasó? ¿Un terremoto?
MANNIE: Nada, carajo.
DÁMASO: Ni tú ni nadie puede saber ahora qué pasó cada vez
que incumpliste una promesa. Tal vez, pasó mucho. Tal vez,
un niñito de la calle se murió. Cuántas cosas, Knox, que
parecieron mala suerte, habrán pasado por tu incumplimien-
to. Cuántos castigos secretos, por tu culpa.
KNOX: ¡No quiero! Si quiere, que Él lo haga. Solo.
MANNIE: Y, además, además, cuando se prometió lo del carro,
sí era en serio. En ese momento, sí se iba a cumplir todo de
verdad.
KNOX: Verdad.
MANNIE: Que uno se arrepienta después es otra cosa.
KNOX: Verdad.
MANNIE: ¿No es cierto, Dámaso?
KNOX: Verdad.
(La Mujer, ya con blusa y saco, baila y salta.)
MANNIE: Que salta, que salta...
KNOX Y MANNIE: Por Perú doy el alma.
Que salta, que salta...
DÁMASO: ¡Por Perú no doy nada!
(Con el grito, Knox, Mannie y la Mujer dejan de saltar. Ésta se
pone triste nuevamente y recoge su falda.)
KNOX: ¿Nada? ¿Qué cosa? ¿Nada?
DÁMASO: Nada, nada, nada. No doy nada; no diste nada, Knox.
Nos ganaron; dos por uno, como siempre, para siempre. Ca-
chito no hizo el gol. Ellos están en México.
KNOX: ¿Nada? ¿Por qué? ¡No!
DÁMASO: Todo se terminó, si no saltas.
MANNIE: Que salta, que salta...
KNOX: Mannie. Imbécil. ¡Cállate!
MANNIE: Por Perú doy el alma...
DÁMASO: Oswaldo Ramírez hizo ese gol por una promesa. Ése
fue el trato, Knox.
KNOX: ¿Se puede? ¿Cambiar eso? ¿Dios?
DÁMASO: Mira las calles, Knox. Mira la alegría, mira cada una
de esas caras. Todo va a empezar a derretirse, las risas, los
carros, las canciones. Los argentinos, que a esta hora llo-
ran, van a empezar a sonreír, poco a poco, sin que entiendan
por qué ni recuerden nada; porque, para ellos, habrá sido un
triunfo. Mira, Knox; mira cómo está cayendo la noche en el
Perú. El aire que empieza a soplar va a traer amargura, de-
237

rrota. Y tampoco entenderán qué pasó. Nadie recordará es-


tos momentos. Sólo una palabra va a estar golpeando la ca-
beza de los catorce millones y sus hijos y sus hijos: perdi-
mos. Entérate: perdimos.
KNOX: Me tiro. Un carro, un carro, un carro. Ya.
(Knox se sube a la silla. La Mujer, ya con la falda puesta, ex-
tiende los brazos hacia Knox, animándolo a saltar hacia su lado.
Mannie se prende de las ropas de Knox.)
MANNIE: ¡No!
DÁMASO: Todavía, Knox, todavía.
MANNIE: Ni todavía ni nunca. ¡Por favor! ¡Nunca!
KNOX: Mannie. ¡Maricón! Suéltame.
DÁMASO: Espera un poco, Knox. Tienes que prepararte con se-
riedad. Tienes que estar verde; arrepentirte; quedar bien con
Dios.
MANNIE: Sí. Hay que rezar. Hay que rezar para siempre.
KNOX: Rápido. Que me desanimo.
DÁMASO: Padre Nuestro, que estás en los cielos...
MANNIE: Un ratito, un ratito, un ratito.
DÁMASO: ... venga a nosotros...
MANNIE: Un rato, Dámaso.
DÁMASO: ... hágase tu voluntad, así...
MANNIE: ¡Un ratito!
KNOX: ¡Mannie! ¡Carajo! ¡Reza!
DÁMASO: Cómo se te ocurre decir eso, Knox. Tienes que empe-
zar de nuevo.
KNOX: Cómo. ¿Dije? ¿Qué?
MANNIE: Carajo.
KNOX: Mannie. Me desanimo. ¡Cállate!
MANNIE: Hay que pensar. Un ratito. Porque, ¿acaso se dijo cuán-
do había que cumplir la promesa? Se prometió, pero nadie
dijo la fecha. ¿Se dijo?
KNOX: No. ¿Y? Rápido, rápido, rápido.
MANNIE: Se puede cumplir hoy, ahorita o en la noche. Pero
también se puede mañana o dentro de diez años. Igual se
cumple. ¿No es cierto, Dámaso? O cuando tenga la edad de
mi papá.
KNOX: Se tiró para que yo pase matemáticas.
MANNIE: O cuando sea un viejito. Igual se cumple. Nadie dijo
cuándo.
KNOX: ¡O por La Molina! ¡Para regresar!
MANNIE: ¡Perú!
(Knox salta de la silla hacia el lado izquierdo y se abraza con
238

Mannie. Dámaso camina pensando.)


KNOX Y MANIE: ¡Perú! ¡Perú! ¡Perú!
KNOX: ¡Perú! ¡Victorino! ¡Ratón! ¡Hormazábal! ¡Vietnam! ¡Mili-
tares!
DÁMASO: Espera un momento, Knox. Tienes que pensar, aho-
ra, pensarlo bien.
KNOX: ¡Mamá! ¡Argentina! ¡Papá! ¡Chechelev!
MANNIE: No hay nada que pensar. Si Dios no se dio cuenta,
allá Él. Nunca se dijo cuándo, nunca.
KNOX: ¡Judy o Penny! ¡Battistini!
DÁMASO: Tienes que pensar lo que piensa Dios, Knox; ponerte
en su lugar. Hay que ser Dios para entender.
MANNIE: Es bien fácil de entender. Él no está en el tiempo. O
sea, para Él es igual que sea hoy o en veinte años; es iguali-
to para Él. Si me tiro en Magdalena o en La Molina, es el
mismo tiempo, el mismo sitio.
DÁMASO: Como Dios, Knox, como Dios. ¿Te acuerdas cuando
le pediste a mi papá regresar a la casa de La Molina? Magda-
lena no te gustaba. ¿Qué te dijo?
KNOX: Me prometió. Regresar. Pero con quince. Si sacaba quince.
En matemáticas. A La Molina. Lo prometió tres veces.
MANNIE: Ese caso es diferente. No hay que comparar. Es otra
cosa.
DÁMASO: ¿Cuánto te sacaste en matemáticas en ese examen?
KNOX: Sin copiarme. Veinte. Nunca regresamos.
MANNIE: Es que mi papá me dijo que cumplía cuando tuviera la
plata. Es decir, sí quería cumplir. Pero, después. Como aho-
ra; se cumple, pero después.
DÁMASO: Y mi mamá lo gritó todo el día cuando le trajiste el
examen, por haberme prometido eso. Te dijo, después, algún
día, después.
KNOX: ¡Me engañó! Algún día es nunca. Después es como nun-
ca. Tres veces. ¡Un carro! Me tiro. Ya.
(Knox vuelve a subirse a la silla. La Mujer, con gestos, lo anima
a saltar hacia su lado.)
MANNIE: Un rato, un ratito, un rato.
KNOX: Nunca. Un ratito es nunca. Perdóname. Todo. No me
acuerdo. Pero todo.
DÁMASO: En el nombre del...
MANNIE: ¡No!
DÁMASO: ... del Hijo y del Espíritu Santo.
KNOX: Amén.
(Knox se arroja hacia el lado derecho y rueda por el piso. La Mujer
se le acerca, se sienta en el piso y lo toma en sus brazos.)
239

MANNIE: ¡Virgen santa! ¡No! ¡No! Pero no importa. Se puede


vivir sin él. ¡No! Se puede. Todo va a ser igual. ¿No es cierto,
Dámaso?
(Dámaso sube a la silla. Knox y la Mujer lo animan a saltar.)
DÁMASO: Ya no hay nada que se pueda hacer. ¿Para qué pre-
ocuparse? ¿Para qué?
(Mannie corre hacia Dámaso y se prende de sus ropas.)
MANNIE: Hay mucho para hacer. Hay que ir a la casa; mi mamá
se va a preocupar. Ya es de noche y todavía no está lista mi
maleta para el colegio. Hay que estudiar. Hay que ganarle al
Santa María; campeonar. Hay que salvar a los perritos de la
calle. Todavía hay que hacer muchas cosas. ¿No es cierto,
Dámaso?
DÁMASO: ¿Pero a ti quién te está hablando? ¿Quién te pregun-
tó? Suéltame.
MANNIE: Hay que comer. Ya debe estar lista la comida. Hay que
dormir. ¿No es cierto, Dámaso? ¿Quién le va a alcanzar la
toalla a mi mamá cuando se mete a la ducha y se olvida?
¿Quién? Hay que estar con ella cuando está triste. ¿No es
cierto, Dámaso?
DÁMASO: ¿No es cierto, Dámaso? ¿No es cierto, Dámaso? Ya
me cansaste tú con tu cantaleta.
MANNIE: ¡Hay que pensar en mi mamá! Se muere su esposo y,
después, se muere su hijo. Igualito, por un carro. Qué triste
se va a poner.
DÁMASO: Se le va a pasar rápido; como siempre. Esto es más
importante.
MANNIE: Y pensar en Penny, también. Pobrecita. Solita. Penny.
Penny.
DÁMASO: Penny no existe, imbécil. No existe.
MANNIE: ¡Existe! Claro que existe.
DÁMASO: Es televisión; es una serie. Deja de hacerte el imbé-
cil, por favor.
MANNIE: Para salir en televisión se tiene que existir. Penny no
es dibujos.
DÁMASO: Se llama Ángela. Es una actriz. Ángela Cartwright
como Penny. Perdidos en el espacio es una serie, es de men-
tira y es de hace años. Esa Ángela ya debe estar vieja, gorda,
fea.
MANNIE: ¡Nunca! Gorda nunca. Ni vieja; ella me va a esperar.
¡Penny!
DÁMASO: Y como ella, todo, todo se va a hacer viejo; todo se va
a pudrir, poco a poco, hasta que no sea más que una mancha
apestosa. ¿Quieres estar aquí cuando eso pase?
240

MANNIE: ¡Sí! Porque qué importa el mundo, si se puede pensar


en lo que se quiera, cuando se quiera, donde sea; con tal de
que puedas pensar en lo que quieras, qué importa que todo
el mundo apeste.
DÁMASO: No es tan fácil. Con esa miseria, va a llegar el miedo.
Todo va a dar miedo. Vas a estar temblando todo el día, toda
la noche, sin dormir.
MANNIE: Temblando, pero vivo. Con mi mamá.
KNOX: ¡Salta!
MANNIE: Nadie salta, carajo. Nadie.
DÁMASO: ¿Para qué dijiste eso? Ya estaba en paz.
MANNIE: Carajo, carajo, carajo. Ya. El que se tira se va al in-
fierno. Carajo.
DÁMASO: ¡Cállate!
MANNIE: Carajo. Mierda. Carajo. Puta. Carajo.
DÁMASO: Perdónalo al imbécil, Dios mío.
KNOX: ¡Salta!
MANNIE: Dios mío imbécil. Dios concha tu madre. Hijo de puta.
DÁMASO: Perdónalo, perdónalo.
MANNIE: Ya no hay perdón. Dios hijo de puta. Ya no se puede
saltar nunca. Y hay que repetirlo hasta que no haya perdón
en mil años. Hijo de puta, hijo de puta. ¿Se entiende? ¿No es
cierto Dámaso? ¿Si Dios es hijo de puta, quién es la puta?
Jamás habrá perdón. El rincón más hondo del infierno está
reservado para el que diga eso; con los peores.
DÁMASO: No existe el infierno. Ni Dios existe. Ni nada.
MANNIE: ¡Qué! Existe, existe. ¿Quién hizo el mundo?
DÁMASO: No existe ese animal. Nada de eso era verdad. No
puede ser verdad. Debería ser más claro.
MANNIE: Entonces, ¿para qué hay que saltar? ¿Con quién hay
que cumplir, si no existe?
DÁMASO: Porque si no existe, nunca se va a saber nada. No va
a haber quién explique todo; todo de todo. ¿Para qué espe-
rar, entonces?
KNOX: ¡Salta!
(Mannie se vuelve a prender de las ropas de Dámaso y hay un
forcejeo en el que éste trata de saltar hacia la Mujer, y Mannie
trata de jalarlo hacia su lado.)
DÁMASO: ¡Suéltame!
MANNIE: Hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta.
(Finalmente, no se sabe si Dámaso se arroja hacia Knox y la
Mujer por propia voluntad o por perder el equilibrio. Dámaso
rueda y termina en los brazos de la Mujer que, aún sentada,
ahora sostiene a Knox y a Dámaso en actitud maternal.)
241

MANNIE: ¡No! Era una broma. ¡Qué se clasifique Argentina! ¡Qué


importa! ¿Nadie entiende una broma? Nadie dijo que era una
promesa de verdad. Que se falle ese gol. Fállatelo, Cachito.
¡A quién le importa el Perú! ¡Que haya un terremoto! No im-
porta. ¡Que llueva en Lima y todo se inunde! ¡Que Perú no
clasifique nunca! ¡Que seamos los peores en fútbol!
DÁMASO: ¡Salta!
(Mannie se sube a la silla, temeroso.)
MANNIE: Hay que ir a la casa. Mi mamá se va a preocupar.
KNOX: ¡Salta!
MANNIE: Ya se está poniendo muy oscuro.
DÁMASO Y KNOX: ¡Salta!
MANNIE: Y el próximo domingo hay que ir a los entrenamien-
tos. Qué importa. Que gane Santa María. Peor. Que el señor
Pacheco ponga a Hormazábal de titular y ganemos, con gol de
Hormazábal. Uno se puede quedar en la banca, uno se puede
salir del fútbol. Y hay más tiempo para ver televisión.
DÁMASO: ¡Salta!
KNOX: ¡Salta!
(Mannie salta, pero hacia la izquierda, al lado opuesto, y se
pone a dar saltos. Durante el siguiente canto, Dámaso y Knox
se levantan y salen por la derecha. La Mujer va sentarse en la
silla, donde se pone los zapatos.)
MANNIE: Que salta, que salta;
por Perú doy el alma.
Que salta, que salta;
por Perú doy el alma.
KNOX: Salta.
(Mannie cae al piso y queda en el lugar y la posición en que
estaba al inicio. Está temblando. La Mujer termina de ponerse
los zapatos y va a salir por la derecha; antes de hacerlo, da una
mirada a Mannie y se pone el velo de manera que su cabeza y
cara quedan ocultas.)
MANNIE: ¡Penny!
(Mannie se sobresalta por su propio grito, mira alrededor, no ve
a nadie y vuelve a recostarse para dormir.)

FIN

Lima, 1999
242
243

Conrado y Lucrecia

"Todos los atenienses y los forasteros que


vivían allí no pasaban el tiempo en otra cosa
que en decir o en oír la última novedad."
Hechos de los apóstoles 17, 21
244
245

Personajes:
HAYDEE: cercana a los 30 años de edad
HORACIO: cercano a los 40 años de edad
"LAURA": cercana a los 20 años de edad
MANUEL: cercano a los 30 años de edad
MARTÍN: cercano a los 30 años de edad

Escenario:
Hay una mesa y sillas típicas de cervecería.
Hay también dos sombras o figuras oscuras (una masculina, una
femenina) que, con sus movimientos y gestos, desarrollan o con-
tradicen, rememoran o anticipan aquello de lo que se habla.
Es una noche de enero de 1996 en una cervecería limeña.
246

(Haydee y Horacio están sentados a la mesa.)


HAYDEE: ¡¿Lucrecia y Conrado?! ¡No jodas!
HORACIO: ¿No sabías?
HAYDEE: ¡No jodas! ¿Cuándo? ¿Lucrecia, nuestra Lucrecia?
HORACIO: Jura que no sabías.
HAYDEE: Ya, todo, Horacio, todo; desde el principio, todo... No,
aguanta, aguanta; mejor cuéntame un momento picante; des-
pués, yo te voy preguntando por los detalles, y así, en espi-
ral, vamos cubriendo... O, mejor mejor: primero, el estado
actual; después, cortas de un tajo al principio; y después, le
vas poniendo el relleno a la vaina, poco a poco, con un trago
o algo... Un, dos, tres... ¡Ya!
HORACIO: No. Pero, China, justamente, yo pensé que tú...
HAYDEE: Oye, Horacio, ¿tú estás seguro de lo que hablas? Por-
que tú sabes cómo es la gente en ese periódico, cómo habla.
¿Conrado, nuestro Conrado?
HORACIO: Y Lucrecia, nuestra Lucrecia. Y justamente...
HAYDEE: No. Aguanta, aguanta. Yo necesito un trago acá. Llama
a la flaca. ¡¿Conrado y Lulú?! Un buen pisco, para empezar.
HORACIO: No. Aquí sólo venden cerveza... Y ésa es justamente
la gracia: estamos aquí porque parece que una vez los vieron
aquí mismo el año pasado, de la mano. Ésa es la gracia...
HAYDEE: ¡¿Pero acaso Lucrecia no está con novio?! ¡¿Está
dupleteando?! ¡¿Lulú?! ¡¿Con Conrado?! Qué asco...
HORACIO: No. Esto que te digo fue por octubre. China, mejor
hay que esperar que lleguen Martín y Manuel. Ellos saben
más.
HAYDEE: ¿Más gente viene? ¿Por qué?
HORACIO: Los conoces; Martín y Manuel.
HAYDEE: Martín y Manuel ¿qué? ¿Para qué vienen?
HORACIO: Te tienes que acordar: que lo iban a buscar a Conrado
a El Comercio para el fulbito de los jueves. ¿Te acuerdas?
Todos los jueves, se aparecían.
HAYDEE: ¿Los gallinazos? ¿Y para qué vienen? Tú dijiste que
querías hablar sólo conmigo.
HORACIO: Acuérdate: lo único que te dije es que no vinieras
con Silvio.
HAYDEE: Ya entendí: resulta ahora que tengo que conversar
con unos desconocidos sobre sabe Dios qué temas privados
de la pobre Lucrecia... No. Tres cuadras, Horacio; tres cua-
dras enteras. Tú me has traído para que sea la chismosa
para ese par de gallinazos... sobrados, creídos...
HORACIO: Son amigos de Conrado. Son cague de risa... Aboga-
dos.
247

HAYDEE: Además, qué tanto escándalo y misterio por que


Lucrecia y Conrado se tomaran su chela. Tal vez, tuvieron su
chape, su revolcón y punto...
HORACIO: No, China. Ojalá fuera chape, revolcón y punto...
HAYDEE: Me voy, Horacio; así no juega Perú. ¿Hay teléfono aquí?
Voy a llamar a Silvio.
HORACIO: No. Es por Conrado. Te lo juro, es por él... ¿Pero, de
verdad, tú no te enteraste de nada? ¿No se ven siempre con
Lucrecia en contabilidad? ¿Hace cuánto que trabajan juntas?
HAYDEE: Seis, siete años. Aunque, desde que la hicieron jefa,
habla menos todavía.
HORACIO: ¿Y acaso a Conrado no lo conocías bien?
HAYDEE: ¿Qué es eso de "lo conocías bien"? No me salgas con
una de esas huevadas ahora, Horacio, por favor. Tres cua-
dras.
HORACIO: ¡Pero yo qué dije!
HAYDEE: ¡Cuidadito, no más! Que en ese periódico hablan...
HORACIO: China, ¿quieres ayudar a Conrado o no?
HAYDEE: ¿Pero en qué anda ahora? Cuando renunció, hablaba
hasta por los codos. Feliz.
HORACIO: No anda en nada, China. Se ha puesto pésimo. Hace
dos, tres meses, empezó la cosa... Lo fuimos a ver con los
gallinazos el otro día. Vive en una camiseta que ya ni blanca
es; en calzoncillos. Nos recibe con una sonrisa amable, su-
cia, forzadísima. Casi no habla; se sienta ahí... delira...
HAYDEE: ¿Y se desbarrancó por Lucrecia? Pero él estaba casa-
do. ¡No jodas! ¡¿Dejó a la esposa por Lulú?! ¡Pero la esposa
era linda!
HORACIO: Oye, te cuento que, cuando se fue de la casa de su
esposa, Conrado dejó un montón de cachivaches y papeles.
Nunca los recogió porque se puso así tan mal. Fátima botó
todo antes de Navidad y me llamó por si lo quería recoger.
Fuimos con los gallinazos... Y ahí fue que encontramos "La
célula madre"...
HAYDEE: ¿La qué, su qué, su qué?
HORACIO: No. Lo que pasa es que encontramos un montón de
cosas que Conrado había escrito. Artículos, entrevistas, ex-
perimentos, diagramas, traducciones; había para sacar treinta
mil suplementos de ciencia. Pero encontramos otra cosa. Por
eso, creemos que Lucrecia tiene algo que ver.
HAYDEE: ¡¿Le encontraron cartas de Lulú?!
HORACIO: No, cartas no.
HAYDEE: ¡Poesías! ¿Las tienes? ¡¿Lucrecia le mandaba sus poe-
sías?!
248

HORACIO: No. Bueno, sí. Hay un poema de Conrado que, por lo


menos yo, sospecho que involucra a Lucrecia. Ya van a ver,
van a ver. Manuel le puso "La célula madre". Y otra cosa,
China: cuando se va quedando así como dormido, Conrado
delira algo como una conversación entre un pata y una
hembrita. Al principio, creíamos que eran puras huevadas,
pero a Manuel se le ocurrió apuntar todo y es una conversa-
ción. El pobre se acurruca, se mece y se pone a imitar la voz
de un hombre y una mujer. Y, en eso sí, todos estamos de
acuerdo: es Lucrecia; son ellos dos. Todos.
HAYDEE: ¿Todos quiénes?
HORACIO: Martín y Manuel. Sólo nos abre la puerta a los tres.
HAYDEE: ¿Tienes las poesías acá? A ver, a verlas, a ver.
HORACIO: No. Los gallinazos tienen todo. Lo admito, China:
fue mi idea traerte, pero estamos desesperados. No sabe-
mos qué hacer con Conrado. Es un asco. Come comida para
perros; Purina. Compra cajas de Purina y se encierra sema-
nas. No se baña. Ahora para entretenerse cierra los ojos,
busca con el oído ladridos de la calle y trata de averiguar
cuántos perros hay, mientras se rasca las pelotas.
HAYDEE: Puta, pobre. Si es por Conrado, si se trata de ayudar...
HORACIO: Y como tú lo conociste bien...
HAYDEE: ¡Y dale!
HORACIO: ¡Pero yo qué he dicho!
HAYDEE: No. Qué asco. Tres cuadras. Ya no quiero saber nada.
Voy a llamar a Silvio.
HORACIO: Soy agua.
HAYDEE: ¿Qué?
("Laura" entra. Haydee la ve; Horacio, no.)
HORACIO: Soy agua. Tú eres ácido y aceite
de palma. Tibia. Y tibia es cada yema
que agito. ¡Y tanto cálculo me quema!
Películas...
HAYDEE: ¿Ése es el...
HORACIO: Películas...
HAYDEE: ¿Ése es?
HORACIO: ¡Películas! Y helado es tu deleite,
color de miel y amargo. Cinco hinojos
se muelen; muerden, muerden... Y esa nube
blancuzca nos consume, ensucia y sube.
Te meto el pie. Lo quito. ¡Cielos rojos!
¡Tu púlpito y mi pulpa! ¡Qué distinto!
Ciudad... Sabana... La otra fuma y fuma,
y la otra besa, ácida, la espuma.
249

¡El cuarto y el segundo, y rompo el quinto!


HAYDEE: Ácida... Puede ser Lucrecia.
HORACIO: ¡El un-dos-tres! Ya es ámbar... Son eternas
mis aguas en tus cuatro entrepiernas.
HAYDEE: Ahí se puso morboso. ¡Hombres! Que lo diga la seño-
rita, ¿no?
"LAURA": Yo no soy muy experta en eso. ¿Dos?
HAYDEE: Todos empiezan muy bonito; "te invito al cine, un he-
lado", y después -¿cómo era?- "me chorreo entre tus pier-
nas". Y, encima, la pone en cuatro patas a la pobre Lulú.
"LAURA": No son cuatro piernas, señora; son cinco.
HAYDEE: ¿No decía, al final, algo en cuatro...
HORACIO: Cuatro entrepiernas.
"LAURA": Y para tener cuatro de ésas hay que tener cinco pier-
nas, como que hay que tener dos piernas para tener una.
HAYDEE: Peor todavía. Y encima con aceites y lamiendo espu-
mas y de hinojos. Ya está peor que Cucho Larrea.
"LAURA": ¿Dos?
HAYDEE: Cerveza para todos; dos. Aunque ahora va a llegar
más gente. ¿Les pedimos de una vez? Con lo que demoran...
HORACIO: No. Manuel no puede tomar.
HAYDEE: Dos, no más, corazón. Y dime: ¿Por qué sólo venden
chelas? ¿No estarán perdiendo clientes así? Un poco como
que... estúpido, ¿no?
HORACIO: ¡China! Discúlpela, señorita...
"LAURA": Con un esfuerzo mínimo, todos quedan satisfechos. Y
se quedan. Y vuelven. Siempre vuelven.
HAYDEE: Entonces, según tú, este sitio es mágico...
"LAURA": También hay un emoliente para seguir con lo que les
pida el cuerpo... y lo que les dé. Se quedan; horas, días. A
fines de octubre, una pareja rompió el récord. Se quedaron
treinta y dos horas con veintinueve minutos de corrido.
HAYDEE: Por eso, este país está como está.
HORACIO: Señorita, señorita, eso de las cinco piernas... La fe-
licito.
"LAURA": Dos, entonces. Permiso.
("Laura" sale.)
HAYDEE: Loca de mierda que cree que una magia nos tiene
pegados a las sillas.
HORACIO: No dijo eso.
HAYDEE: Y tú, encima, te pones de su lado en mi contra.
HORACIO: No me puse en contra de nadie. Tú empezaste...
HAYDEE: Te fascinó la flaca, Horacio; confiesa. Te dio miedo y
250

te portaste como un sumiso. "Señorita, señorita, señorita."


Por poco, le dices: "Te deseo, te deseo."
HORACIO: Tú le dijiste "estúpida"; yo tenía que compensar.
HAYDEE: Es que -¿sabes qué creo?- la flaca se me atragantó
porque tiene un aire a Laurita Picone.
HORACIO: Nada que ver... Laurita Picone es más gorda.
HAYDEE: Pero quítale a Laurita unos cuantos añitos y un par
de liposucciones, y -fíjate bien- la expresión es igualita, los
gestos. Por eso, se me atragantó a la primera.
HORACIO: Nada que ver...
HAYDEE: Ya entiendo por qué tanta fascinación, pues; encon-
traste tu versión flaca y fresca de Laurita. ¿Todavía no te
habla la otra? ¿Por qué no le explicas las cosas tú un día? Ya
van a pasar dos años, Horacio.
(Manuel y Martín entran.)
MANUEL: Buenas, buenas...
HAYDEE: Hola, hola.
HORACIO: Hola. Ya se conocen, ¿no? Haydee; Martín, Manuel.
HAYDEE: Cómo no me voy a acordar, si por años se aparecían
los jueves, ahí paradotes los dos...
HORACIO: Al revés, perdón. Manuel, Martín.
MANUEL: ¿Qué es de tu vida, pues, Horacio? Te extrañamos los
jueves.
HORACIO: ¿Siguen necesitando arquero?
HAYDEE: Entonces, ¿cómo era? Manuel, Martín; Martín, Ma-
nuel.
MANUEL: Horacio, Haydee; Haydee, Horacio. ¿Cómo era? Ya sé.
Se les distingue por el bigote.
HAYDEE: Rata peluda. Pero no me acordaba lo altos que eran.
MANUEL: Y yo no me acordaba lo exitosa que estaba esta more-
na.
HAYDEE: Gracias por lo que me toca.
MANUEL: Tratémonos de "tú", no más.
HAYDEE: ¿Tú de qué te ríes?
HORACIO: No. Es que eso de "mujer exitosa" es una teoría que
inventó Conrado.
MANUEL: El Mono no la inventó; pero le estaba sacando el jugo.
No te la podemos contar, Morena; es un poco elevada para
empezar.
HAYDEE: Entonces, hagamos una cosa; ya que vamos a inter-
cambiar figuritas, hagamos como si nos conociéramos de toda
la vida y nos tuviéramos confianza absoluta. Un, dos, tres...
Listo. ¿Qué decía Conrado de las mujeres exitosas?
251

HORACIO: No. Es que Conrado contaba una teoría de la evolu-


ción sobre por qué las mujeres tenían los pechos... así...
MANUEL: No, pues; si lo vas a contar, cuéntalo bien. Todo par-
tía de la observación de dos fenómenos naturales...
HORACIO: Ya me acordé. Por un lado, el hombre, o sea, la es-
pecie humana era la única que copulaba cara a cara. Así era,
¿no?
MANUEL: Si así lo prefería cada individuo de la especie.
HORACIO: Todos los demás mamíferos copulan por atrás. Sólo
el hombre y, bueno, claro, la mujer pueden hacerlo cara a
cara...
MANUEL: Si ésa es su opción.
HAYDEE: ¿Ningún animal tira de frente?
HORACIO: Que se sepa, no. Ya; ¿cómo era? Ah, sí. Por otro lado,
también es un hecho que ningún simio, salvo la especie hu-
mana... Las hembras de ningún simio tienen las mamas como
las mujeres. Las otras hembras tienen unos pechos como unos
colgajos. Ninguna los tiene así como ustedes.
MANUEL: Amplios, semiesféricos, contiguos... Entonces, la pre-
gunta era por qué.
HAYDEE: No sé. Para dar más leche será.
MANUEL: Nada tiene que ver la forma de la glándula con el
volumen de la leche.
HAYDEE: Ay, no sé. No me gustan las adivinanzas. Me siento
bruta.
MARTÍN: Lamento interrumpir este momento cultural; pero, por
favor, ¿podríamos ir directamente al asunto por el que he-
mos venido?
HAYDEE: Ah, él también hablaba. ¡Milagro!
MANUEL: Martín, pues. La Morena va a sospechar que no so-
mos unos caballeros.
HAYDEE: No, no se preocupen. Ya Horacio me explicó de qué se
trata.
MARTÍN: Puta madre, Horacio...
HORACIO: Cómo eres mentirosa, ¿no?
HAYDEE: Y les juro por lo más santo que puedan concebir que,
si alguien me pregunta quiénes son las personas más in-
compatibles para un sancochado, yo le diría que Lulú y
Conrado. Ni cuenta me di. Y, por mi santa madre que yo,
para eso, tengo un ojo.
("Laura" entra con cuatro botellas de cerveza.)
"LAURA": Cuatro, por si los señores quieren.
HORACIO: No, no, no. Él no toma. Tres, no más, por favor. Por-
que tú sí quieres una, Martín, ¿no?
252

MARTÍN: Sólo una.


HAYDEE: Qué pena, Laurita. Te va a sobrar una chela ahora.
HORACIO: No se preocupe, señorita; va a ver cómo le piden
otra...
HAYDEE: Aquí Horacio se ha quedado encandilado con Laurita
por una cosa que dijo del poema de Conrado.
HORACIO: No se llama Lau...
MARTÍN: ¡¿Le enseñaste el mamarracho?! Horacio, quedamos
en que eran cosas privadas. ¿Para qué quedamos las cosas,
puta madre?
HORACIO: Lo escuchó de casualidad. Pregúntale.
MARTÍN: Con ese mamarracho... Qué vergüenza ajena.
MANUEL: Doña Laura, yo sí quisiera escuchar esa interpreta-
ción de "La célula madre". Y, para que la cosa pase, le acepto
esa cerveza.
HORACIO: ¿Estás seguro? Martín...
MARTÍN: Que haga lo que quiera. No soy su niñera.
HAYDEE: La señorita cree que hay un monstruo de cinco pier-
nas en el poema.
HORACIO: Y yo creo que... Aunque yo había pensado... Aquí
está. Escuchen. Les leo. "Llama la atención la frase "tus cua-
tro entrepiernas", no sólo por su privilegiada posición al fi-
nal sino por la extrañeza con respecto al "tú" del poema:
tiene cuatro entrepiernas. Sin embargo, una mirada menos
superficial lleva a considerar que se trata de una figura que
destaca la multiplicación del placer que este "tú" causa en el
"yo". La entrepierna es, por antonomasia, el núcleo del pla-
cer sensorial. Decir que alguien tiene no una sino cuatro
entrepiernas significaría que el placer gozado o transmitido
por ese "tú" es inmenso, es cuadruplicado. Esta impresión
se refuerza por la lectura de la totalidad del verso, "mis aguas
en tus cuatro entrepiernas". El "yo" nos ataca, desde el ini-
cio del conjunto, con la noticia "Soy agua" y nos despide aho-
ra con la referencia a la multiplicación de estas aguas y la
cuadruplicación de sus placeres."
MANUEL: ¿Escribiste todo eso de "La célula madre"? ¡Qué he-
roico!
MARTÍN: Qué cojudo.
HORACIO: No. Eso es sólo del final. Hice copias para todos
ustedes. Pero quisiera darle una también a la señorita.
"LAURA": Pero el hablante también puede referirse a cuatro
entrepiernas, o sea, a cinco piernas, reales. Hay, como dice
la señora, un "monstruo" de cinco piernas.
HAYDEE: Señorita.
253

HORACIO: Cinco hinojos... Rompo el quinto...


"LAURA": Cinco piernas, cinco extremidades articuladas a la
última de las que se llega tras un recorrido placentero por
las otras.
HAYDEE: ¡Está hablando de la mano! Aquí están las
entrepiernas. Una, dos, tres, cuatro. ¡Punto para Perú!
"LAURA": Las palmas en contacto botan humores debido a lo
"tibio y tibio" y al movimiento de las yemas y los cinco "hino-
jos" que se muelen y muerden.
MARTÍN: Puta madre. ¡Qué tanta huevada! Si me hago el inte-
resante, puedo convertir ese mamarracho en una comedia,
una porno o una de vaqueros.
MANUEL: El Mono quiso ponerlo todo en una minúscula célu-
la...
HORACIO: No. Pero con eso que ha dicho la señorita... "Pelícu-
las..." Un ratito...
HAYDEE: Yo pensé que era algo así como un amor adolescente:
su película y su helado... y la patita.
"LAURA": ¿El deseo o la nostalgia de un amor sin consciencia de
daño?
HAYDEE: ¡Punto para Perú!
"LAURA": Permiso.
HORACIO: Un ratito, señorita; escuche. Cito: "... la contigüidad
de palabras originalmente diminutivos en latín: "películas" y
"cálculo". En ambos casos, la acepción que da el uso contem-
poráneo nos puede distraer de los significados primigenios:
"pielcitas" y "piedrecita"." Fin de cita. El "yo" habla de la "pelí-
cula", la fina capa de grasa de las manos en contacto.
"LAURA": Mezclada con agua y ácido. Son los humores de la
sudoración de la palma y la suciedad que forman películas
lubricantes para el roce y el placer.
HAYDEE: Puta, qué asco.
MARTÍN: Oiga, Laura, ¿cómo se puede acordar de todo? ¿No me
va a decir que...
"LAURA": Soy agua. Tú eres ácido y aceite
de palma. Tibia. Y tibia es cada yema
que agito. ¡Y tanto cálculo me quema!
Películas... Y helado es tu deleite,
color de miel y amargo. Cinco hinojos
se muelen; muerden, muerden... Y esa nube
blancuzca nos consume, ensucia y sube.
Te meto el pie. Lo quito. ¡Cielos rojos!
¡Tu púlpito y mi pulpa! ¡Qué distinto!
Ciudad... Sabana... La otra fuma y fuma,
y la otra besa, ácida, la espuma.
254

¡El cuarto y el segundo, y rompo el quinto!


¡El un-dos-tres! Ya es ámbar... Son eternas
mis aguas en tus cuatro entrepiernas.
HAYDEE: ¿Estás llorando, oye? ¿Éste está llorando?
MARTÍN: Puta madre... Es de indignación, porque, -dígame,
Laura- ya que es toda una experta, si el "hablante" quería
decir todo eso, ¿por qué no lo dijo no más? ¿Por qué confun-
dir al "tú" y al universo? ¿Por qué no dijo: "Qué rico agarrarte
la mano y frotarla hasta que se haga un moco"?
"LAURA": Tal vez, no quería que el universo se enterara.
("Laura" sale.)
MANUEL: El Mono quiso meter treinta mil ideas en catorce ver-
sos. Como si quisiera hacer una maraña de nucleótidos, una
célula madre a partir de la cual todo se crea o se desarrolla o
se deriva.
HORACIO: Bueno, salud.
MARTÍN: Por Conrado.
HAYDEE: Salud.
HORACIO: Por Conrado.
MANUEL: Y Lucrecia.
HORACIO: Salud.
HAYDEE: Ahora sí, de vuelta a la caldera, caballeros. A ver qué
hacemos para que nuestro pobre Conrado no se quede con-
tando perros per se.
MANUEL: Precisamente, Horacio nos habló de una morena,
exitosa mujer ella, que conocía a los dos implicados en este
mejunje de humores...
HAYDEE: Como le decía a Horacio, la Morena no sabe nada.
Lucrecia y Conrado eran como agua y aceite.
MANUEL: ¿De palma?
HAYDEE: Payaso. Pero... ¿Cómo les explico? A ver... Lucrecia es
una persona incapaz de decir una lisura... O mejor mejor:
incapaz de pasarse una luz roja. El otro, me acuerdo, te decía
que había que, ¡saz!, pasarse las luces rojas...
MARTÍN: Qué simplificación más burda. Lo que decía Conrado
es que, si no había otros carros o peatones, era una perver-
sión...
HAYDEE: El hecho es que Lulú no se pasaría la luz aunque
estuviera en el desierto a las cuatro y media de la madruga-
da... Lucrecia y Conrado... Ni en una pesadilla una se puede
imaginar algo tan... Qué asco. Trabajaron juntos en el CEIG,
pero eso fue mes y medio, no más. Y, por si acaso, burda
será tu abuela.
HORACIO: El CEIG era el Comité Especial para Informaciones
255

de Guerra. ¿Se acuerdan? Cuando hubo el lío con el Ecuador.


HAYDEE: Y, fuera de eso, nunca andaban juntos. Al menos, en
el diario, nunca se vio... Y fuera, yo nunca... Aunque, aguan-
ta, aguanta... Una vez estuvieron juntos fuera del periódico,
una vez se les vio.
HORACIO: ¿Dónde? ¿Qué hacían?
HAYDEE: No. Fue en la reunión de camaradería que hacemos
todos los años en contabilidad. Es como una tradición.
MARTÍN: Fecha.
HAYDEE: Agosto; aprovechamos Santa Rosa. Y, el año pasado,
invitamos a Conrado y a Medalith Quispe, como habían tra-
bajado con Lucrecia en el CEIG y se habían hecho amigos de
todos...
MANUEL: ¿Quién es Medalith Quispe?
MARTÍN: ¿Dónde fue la reunión?
HAYDEE: Puta, me excita cómo pides "por favor" tú.
HORACIO: Medalith, la que trabajaba en el CEIG con Conrado y
Lucrecia.
MANUEL: ¿Rata gorda?
HORACIO: Rata gorda.
MARTÍN: ¿Cómo estaba Conrado? ¿Cómo estaba esa... esa con-
cha de su madre...
HAYDEE: Ah, no. Sin insultar a Lucrecia, por favor.
MANUEL: Ya, Martín...
HAYDEE: Eso sí que no.
MANUEL: La Morena quiere ayudar.
HORACIO: ¿Dónde fue la reunión, China? Por favor.
HAYDEE: Esa vez, le tocaba justo a Lulú poner la casa. Fue
donde su madrina. Y menos mal, porque la tía tiene terraza y
siempre hacemos anticuchada y la cosa termina en gran
bailongo. Fue el último año de Cucho Larrea. Pobre. Estaba
más insoportable que nunca. También, con el problemón que
tenía encima... ¡Ya me acordé de otra cosa!
MANUEL: Suelta.
HAYDEE: Estábamos todos bailando la Macarena... Conrado
estaba feliz. Hablaba hasta por los codos. Hasta al pobre
Cucho Larrea lo dejaba mal parado. Asumió la preparación de
la parrillada. Y me acuerdo que Cucho venía con unas pajitas
y hojas, y las metía al carbón. Hasta que Conrado dijo, así,
para que escuchen todos: "O me amarran a esta bestia o no
salen los chorizos". Todos se mataron de risa, vengándose.
Cobardes. Cucho empezó a chupar más...
HORACIO: ¿Eso fue lo de la Macarena?
HAYDEE: No, no. Lo de la Macarena yo no me di cuenta porque
256

estaba metidaza... "Dale a tu cuerpo alegría, Macarena; que


tu cuerpo es pa' darle...", bueno, pero Silvio me dijo después
que había visto que, cuando se daba la vuelta, Conrado se
había pasado mirándole el culo a Lucrecia.
HORACIO: ¿El qué? ¿Le miraba el qué?
MANUEL: ¡¿Pero cuál culo?! ¿A Lucrecia?
HAYDEE: ¡Rata peluda! Cómo son ustedes, ¿no? Crueles con
las pobres desposeídas.
MANUEL: Y cuando estaban de frente, ¿qué le miraba? ¿Los gran-
des éxitos de los noventa?
HAYDEE: ¡Rata! ¡Rata peludísima!
MANUEL: Es pura observación y objetividad. Cuando no hay, no
hay.
HAYDEE: Y, cuando se tiene, se tiene.
MANUEL: Como tú bien sabrás.
MARTÍN: Háblanos de ese tal Cucho Larrea.
HORACIO: Cucho, pues. Lo tienen que haber visto en El Co-
mercio. El jefe de Haydee. Pelado, altote, que andaba todo
encorvado así.
MANUEL: ¿Bilardo?
HORACIO: Claro, Bilardo. ¿Se acuerdan?
HAYDEE: ¿Quién es Bilardo?
HORACIO: Cucho.
MANUEL: ¿Y qué ha sido de su vida? Un poco agresivo con se-
mejante nariz, pero parecía buena gente. ¿Ése no fue el que
nos puso "los gallinazos"?
HAYDEE: ¿Así les decía?
MARTÍN: Tremendo huevón...
HAYDEE: Al mes siguiente, lo botaron del diario. Ya se la espe-
raba; cojudo no era. Decían que se entendía con una Miró
Quesada, por eso lo aguantaban; pero... muy genio, todo lo
que quieran, pero trataba pésimo a todos. Pobre. En la re-
unión que les digo, jodía de alma a todo el mundo. Si no era
por Conrado, esa fiesta terminaba en debacle.
HORACIO: Una mierda era Cucho.
HAYDEE: En un momento, se me acercó -ya estaba totalmente
ebrio, por supuesto- y me dijo -pero para que escucharan
todos- que era raro que yo fuera contadora, porque todas las
contadoras eran feas o chinas. Todos lo oyeron; hasta Lili
Matzuda. A Conrado también. "El buitre de la guerra," le de-
cía. "Así que fuiste el buitre de la guerra; te hiciste millona-
rio con la guerra, buitre". Hasta que Conrado le gritó que
mejor buitre de guerra que pericote de la paz o algo así. To-
dos se rieron; se rieron con ganas, resentidos. Cucho se quedó
257

calladito. No volvió a joder hasta el final. Pobre, también.


Quedarse sin trabajo con dos hijos y la mujer embarazada de
siete meses...
MANUEL: ¿Y qué fue de su vida?
HORACIO: Se murió.
MARTÍN: Ay, carajo.
MANUEL: ¿Murió Bilardo? ¿Qué pasó?
HORACIO: Dijeron que fue un borracho que se lo llevó de en-
cuentro con el carro....
HAYDEE: Se dio a la fuga el hijo de perra.
HORACIO: ... pero, para mí, se mató.
HAYDEE: La última vez que lo vieron, lo sacaban a patadas de
una peña. Lo encontraron tirado muerto aquí no más, en
Ricardo Palma.
HORACIO: Alcohólico; sin chamba; tres hijos, uno hidrocefálico.
Quién no se tira al primer carro que le ofrezca la vida.
HAYDEE: Eso es lo que habla todo el mundo. Pero Cucho era
incapaz... Eso es lo que me consuela; lo que vivió lo vivió a
cien por hora, a mil.
HORACIO: Salud.
MANUEL: Por Bilardo.
MARTÍN: Salud.
HAYDEE: Bueno, bueno; ya hablé mucho de Cucho...
MANUEL: Y del anticucho...
HAYDEE: Ya, les toca ustedes; qué tal raza. ¡Ya sé! Hagamos
una cosa: uno de nosotros habla y, entonces, otro recoge al
vuelo un tema secundario que trata el primero y habla más
del tema hasta que lo hace principal; y, después, otro recoge
una cosa que haya dicho el segundo secundariamente y tam-
bién gira sobre ese eje, ya central, y, así sucesivamente, cu-
brimos todo. ¿Entienden?
MARTÍN: Puta madre...
HORACIO: Conrado Shea y Lucrecia López se conocieron en enero
de 1995 cuando, junto con Medalith Quispe, fueron convoca-
dos por la dirección de El Comercio para integrar el Comité
Especial para Informaciones de Guerra, CEIG, días después
del inicio del conflicto con el Ecuador. Tal vez, ya antes, se
habían visto y cruzado saludos de cortesía en los pasillos del
diario. Pero nunca más que un "hola", "buenos días"...
HAYDEE: O mejor mejor, a ver esa conversación de Conrado con
Lulú, la que delira...
MARTÍN: Puta madre...
MANUEL: Ésta es la última versión.
HAYDEE: Lo leo en un cinquito.
258

(Haydee se pone a leer unos papeles.)


MANUEL: Venimos de donde el Mono. Está peor.
HORACIO: No le habrán sacado el tema de Lucrecia, ¿no?
MANUEL: A Martín se le ocurrió.
HORACIO: ¡No! ¿Y? ¿Convulsionó? ¿Los sacó a patadas?
MARTÍN: No le saqué nada. Le repetí unas partes del mamarra-
cho ese.
HAYDEE: Hablen más bajito que estoy leyendo.
MANUEL: "Ciudad... Sabana" le decía. Y el Mono convulsionaba.
Y éste: "Ciudad... Sabana... Ciudad... Sabana..." Y el otro se
revolcaba. Y éste lo perseguía por toda la casa... A veces, me
das miedo.
MARTÍN: Es que la estamos cagando. Deberíamos sacarle las
cosas en la cara, y a ti lo único que se te ocurre...
HAYDEE: No. Entre que chillan y esto que es medio complica-
do... Ya sé. ¿Por qué no hago yo de Lucrecia y uno de ustedes
hace de Conrado y lo leemos como si fuera de verdad?
HORACIO: ¿Se acuerdan que les dije? Ya. Yo soy Conrado. Lee,
China.
HAYDEE: "Pero yo, antes, no era así." No, no, no; aguanta,
aguanta. "Pero yo, antes, no era así." ¿Así está bien?
MANUEL: Despega no más; arriba, estabilizas.
HAYDEE: "Pero yo, antes, no era así."
HORACIO: "Antes no eras ¿cómo?"
HAYDEE: "Así como no has dejado de refregarme."
HORACIO: "¿Qué dije yo? ¿Cuándo?"
HAYDEE: "Todo el día, toda la noche. Dos semanas. Así: retraí-
da, cortante, distante. Todo eso. Yo, antes, no era así, de
verdad."
HORACIO: "Primera."
HAYDEE: "Cuando dijiste que parecía una pared, eso sí dolió."
HORACIO: "¿Cómo eras? ¿Qué pasó?"
HAYDEE: "Algo."
HORACIO: "¿Hace cuánto?"
HAYDEE: "Hará seis o siete años ya. Antes, yo armaba la fiesta.
Paseos, partidos, parrilladas. Yo armaba todo. No me cono-
cerías. ¿Te conté que jugaba fulbito?"
HORACIO: "¡¿Tú?!"
HAYDEE: "¿No te conté? Me decían "Puchunga"."
HORACIO: "¿Y por qué ya no... Segunda. ¿Y por qué ya no jue-
gas?"
HAYDEE: "Ya no tengo derecho. Es horrible. Ya para qué. ¿Para
qué?"
259

MARTÍN: Esa concha de su madre.


MANUEL: Martín, por favor...
HAYDEE: Te voy a pedir que la retires. Lucrecia es como una
hermana, su madre era una mujer santa y yo no te permito...
MANUEL: Éste cree que Lucrecia era la bruja mala que jugaba
con el pobre monito.
MARTÍN: ¿Para qué le sacó el tema de la gran caída si no lo
quería contar?
MANUEL: Claro que quería. Siete años se había quedado calla-
da.
MARTÍN: Eso es lo que ella dice.
HAYDEE: Claro, porque podía ser una táctica; como diciéndole:
"Tú eres el único en quien confío." Para tenerlo de acá.
MARTÍN: Al fin, primer punto para Perú.
MANUEL: No, señor. Se nota que ella estaba pujando por botar
todo lo que tenía atascado...
MARTÍN: ¿Y qué? ¿Estaba estreñida?
MANUEL: Sí. Era un estreñimiento brutal, de siete años; una
piedraza a punto de desgarrarle el intestino...
HAYDEE: Qué bonito cómo hablan...
MANUEL: Y el Mono se hacía el interesante con "segunda, ter-
cera, cuarta... "
MARTÍN: ¿Quién es la que se hacía la interesante? "Algún día,
tal vez, te voy a contar". Carajo... Es dejarlo al otro con el
pedo atravesado... Porque todos sabían lo curioso que era
Conrado.
MANUEL: ¿Y cómo sabes que no se lo dijo?
MARTÍN: Hemos revuelto todos sus papeles y muebles, y en
ningún...
HAYDEE: ¿Revisaron las cosas de Conrado? ¿Rebuscaron su
casa?
HORACIO: Yo no.
MANUEL: Claro, tú no. Tú sólo lo distraías con la Purina y los
perros mientras nosotros nos revolcábamos en las rumas de
papeles. Y no había nada más de Lucrecia... Nada.
HAYDEE: Quizás todo era sobre Lucrecia y ustedes ni cuenta...
HORACIO: No hemos venido a pelearnos sino a ver qué pode-
mos hacer por Conrado. ¿Por qué no dejamos que Haydee
opine?
MANUEL: Sí. Perdón. Atengámonos al prejuicio de que, cono-
ciendo el origen, estamos más cerca de la solución del pro-
blema. A ver, qué nos dice la Morena.
HAYDEE: La Morena no tiene la más puta idea porque estaba
leyendo, y leyendo no se entiende nada; hay que escucharlo.
260

¿Por qué no le decimos a Laurita que haga de Lulú y yo tam-


bién escucho? Dile, Horacio. Y, de paso, nos interpreta...
MANUEL: ¡Laura, doña Laura!
HORACIO: ¡No le digan así!
HAYDEE: Eso de que trabaja doce horas al día que dice aquí al
final, sin levantarse, eso sí es bien de Lucrecia. Hasta Cu-
cho Larrea hacía un chiste bien vulgar de eso.
HORACIO: ¿Qué decía?
HAYDEE: No, pero es bien vulgar. Tú sabes cómo era Cucho.
MANUEL: Cuenta, pues, Morena. ¿No estamos jugando a que
nos tenemos la confianza de toda una vida?
HAYDEE: Bueno, Cucho decía que, seguramente, en el asiento
de Lulú había un bultito y que ella se quedaba ahí sentada
por horas moviéndose, imperceptiblemente, frota que frota;
"la felicidad perpetua" decía. Qué asco. Y, cuando Lucrecia
no estaba, el enfermo se acercaba al asiento y se hacía el
que investigaba. "A ver, dónde está ese bultito" decía: "Hay
premio para el que encuentre al violador de Lucrecia. ¿Quién
encuentra al embrión mañosón?"
("Laura" entra.)
"LAURA": ¿Cuatro más?
MANUEL: Sí, por favor, doña Laura.
HORACIO: No. Manuel...
MANUEL: Tú no te metas.
HAYDEE: Y otro favor, corazón. Queríamos ver si podías leer
una conversación de unos amigos. La parte que dice "Ella".
"LAURA": Disculpe, señora. Está lleno.
HAYDEE: Señorita.
HORACIO: ¿Por lo menos, podría escuchar mientras nosotros
lo leemos?
HAYDEE: Yo no leo, aviso. Yo quiero escuchar.
MARTÍN: Yo hago de Lucrecia para que entiendan el juego de la
tipa.
MANUEL: Y yo me reservo el derecho de intervenir cuando éste
calumnie a la contadora más encantadora del Perú.
HORACIO: Por favor, la señorita está apurada. Por favor...
MARTÍN: "Pero yo, antes, no era así."
HORACIO: "Antes no eras ¿cómo?"
MARTÍN: "Así como no has dejado de refregarme."
HORACIO: "¿Qué dije yo? ¿Cuándo?"
MARTÍN: "Todo el día, toda la noche. Dos semanas. Así: retraí-
da, cortante, distante. Todo eso. Yo, antes, no era así, de
verdad."
261

HORACIO: "Primera."
MARTÍN: "Cuando dijiste que parecía una pared, eso sí dolió."
HORACIO: "¿Cómo eras? ¿Qué pasó?"
MARTÍN: "Algo."
MANUEL: Tiempo. Eso sonó a vampiresa en celo desde ultra-
tumba. ¿Por qué no dices mejor "Algo" así? "Algo".
MARTÍN: Perfecto: virgen y mártir de telenovela venezolana.
HAYDEE: Ya, sigan, pues, que me desconcentro.
MANUEL: "Algo."
MARTÍN: "Algo."
HORACIO: "¿Hace cuánto?"
MARTÍN: "Hará seis o siete años ya. Antes, yo armaba la fiesta.
Paseos, partidos, parrilladas. Yo armaba todo. No me cono-
cerías. ¿Te conté que jugaba fulbito?"
HORACIO: "¡¿Tú?!"
MARTÍN: "¿No te conté? Me decían "Puchunga"."
HORACIO: "¿Y por qué ya no... Segunda. ¿Y por qué ya no jue-
gas?"
MARTÍN: "Ya no tengo derecho. Es horrible. Ya para qué. ¿Para
qué?"
MANUEL: ¡Para qué va a vivir la vida! Ha perdido ese derecho y
está tratando de comunicarlo. Es un alarido de auxilio. El
otro es el que es una pared. "¡Para qué!"
HORACIO: "Recapitulemos. Hace siete años..."
MARTÍN: "Derecha."
HORACIO: "... tú eras una persona abierta y sonriente. Con los
sobresaltos y entusiasmos de cualquier contadora de..."
MARTÍN: "Veintitrés."
HORACIO: "... veintitrés años. Entonces, de la nada, pasó algo."
MARTÍN: "Algo."
MANUEL: "Algo".
HAYDEE: Parecen un par de hembritas.
HORACIO: "Algo te metió una patada artera, violenta..."
MANUEL: "... en el pie de apoyo...."
HORACIO: "... sin pelota..."
MARTÍN: "... por atrás..."
HORACIO: "... que te dejó con una lesión que te obligó a retirar-
te para siempre del juego, y te recluyó tras un escritorio don-
de pasas doce horas al día aunque el universo se derrumbe
alrededor de tu asiento. Terminó la fiesta. Y ahora estás fija-
da en este organismo bellísimo, ausentísimo y siniestro..."
MANUEL: "No hables así..."
262

HORACIO: "... fijado desde los orígenes en la culpa y el miedo;


un animal que, a la primera sospecha de amor, se esconde
en su durísima concha de madreperla después de botar una
mancha que empaña la claridad del agua."
MANUEL: "Entonces, para ti, soy un cruce de calamar y nautilo.
Leí tu artículo sobre los cefalópodos..."
HORACIO: "Siempre envuelta en tu concha y en tu mancha...
Tercera."
MARTÍN: "Nunca he hablado de esto con nadie. Es horrible."
HORACIO: "¿Pero qué fue lo que pasó? Por favor, no digas "algo"."
MANUEL: "Algún día, tal vez, te voy a contar."
MARTÍN: Ni con acento venezolano la salvas.
"LAURA": ¿Eso es todo?
HORACIO: Eso es todo. De ahí, el pobre se acurruca y se mece,
y termina murmurando: "Un perro... un perro..."
"LAURA": ¿Estos dos amigos son los mismos del poema? Porque
me hacen acordar mucho a una pareja que venía por aquí.
Los dos del récord.
MANUEL: ¿Qué récord?
"LAURA": Las treinta y dos horas con veintinueve. Nunca más
aparecieron. Habían venido todos los días, dos semanas. Se
quedaban hablando así. Se agarraban las manos y se con-
templaban sin pestañear. Venían a cualquier hora. Dejaban
todo lleno de arena, hasta que un día un conocido los vio y
se acercó. Los tres parecían nerviosos; pensé que se iban a
ir a los golpes. El conocido se fue y ellos se fueron después.
MARTÍN: Fecha.
"LAURA": Segunda quincena de octubre. El día del récord era
feriado; primero de noviembre; 4 y 25 de la madrugada.
MANUEL: ¿Podrías describirnos a esos dos?
"LAURA": Él era alto y ansioso. Ella se parecía a la señora, pero
era más baja, más natural, más descuidada, más delgada,
más espontánea...
HORACIO: ¡Chucha!
MANUEL: El Mono y Lucrecia.
"LAURA": ¿Y qué cosa tan terrible cambió la vida de su amiga?
HAYDEE: En eso me quedé pensando... Y como la otra no ha-
bla...
("Laura" sale.)
HAYDEE: Era verdad. Tuvieron sus quince días de oferta de pri-
mavera.
MANUEL: Octubre... El Mono estaba raro, pero pensábamos que
era por la separación de Fátima. Cuando encima decidió re-
nunciar al Comercio... Pero cuando faltó un jueves; y, peor,
263

cuando empezó a faltar y faltar...


HAYDEE: ¿Por el fútbol? ¡Por favor! Peores signos hay en la
vida.
MARTÍN: No, cholita, tú no entiendes...
(Haydee le da una cachetada a Martín.)
HAYDEE: ¡A quién vas a cholear tú, oye, Manuel! ¡Tres cuadras!
HORACIO: No, no, no. Él es Martín; él es Manuel.
HAYDEE: Desde que llegó, éste me habla como si fuera una
cojuda. ¿Qué le pasa?
HORACIO: Lo que pasa, China, es que Conrado y otra gente,
como Manuel y Martín, hicieron una tradición de jugar fulbito
todos los jueves. Faltar era pecado, China; mortal.
(Hay un silencio incómodo. Horacio se levanta.)
HAYDEE: ¡Ya me acordé de otra cosa!
HORACIO: Espera, Chinita, que tengo que ir al baño.
HAYDEE: Lo digo ahorita o me olvido. Lulú nunca tomaba vaca-
ciones... O, mejor dicho, las tomaba cuando la obligaban, por
reglamento. Pero siempre, en sus plenas vacaciones, ¡zas!,
aparecía con algún pretexto y se sentaba a trabajar.
HORACIO: Extrañaba el bultito.
MANUEL: Al embrión mañosón.
HAYDEE: Payasos. En verdad, sí había pedido un par de días
apenas empezó. Me acuerdo que todo el mundo pensó mal de
ella: recién es practicante ya está que pide gollerías. Pero
Cucho Larrea le dio la licencia sin chistar, como nunca. Y,
justo cuando la ascendieron el año pasado, cuando botaron
a Cucho y la hicieron jefa, se le ocurre pedir licencia por
quince días.
MANUEL: ¿La segunda quincena de octubre?
HAYDEE: Puede ser... Todos -me incluyo- pensábamos, uy, ya
se ha sobrado ésta; ahora que es jefa está sacando las ga-
rras, el gran desbande...
HORACIO: No digan nada interesante en mi ausencia.
(Horacio sale.)
MANUEL: El desbande. Licencia para el roce de manos y la mo-
lienda de rodillas...
HAYDEE: Aquí venían. Se contemplaban, jugaban el uno con la
otra, la otra con el uno, la mano con la mano. Amanecía,
anochecía, volvía a amanecer. Se iban... A una playa. A la
arena. Octubre.
MANUEL: El Mono no soportaba la arena. Y Lucrecia... ¿Habrá
estado alguna vez en su vida bajo el sol? Es verde...
HAYDEE: Quince días para gozar lo que nunca antes... La arena
tibia, la espuma... Eran dos pulpos arenosos, sucios, ansio-
264

sos.
("Laura" entra con cuatro botellas de cerveza.)
"LAURA": Cuatro.
HAYDEE: De todo se liberaban... de zapatos y de moños...
MANUEL: ... de sostenes y sustentos, de ciencias y números...
HAYDEE: ... de letras, de impuestos...
MANUEL: ... de supuestos y presupuestos...
MARTÍN: ... de guerras...
MANUEL: ... de gallinazos, de ratas y pericotes, de buitres...
"LAURA": ... de perros...
MARTÍN: ... de pulpas y culpas, de púlpitos y pálpitos...
HAYDEE: ... de tentáculos, de artículos, de obstáculos...
"LAURA": ... de canículas...
MARTÍN: ... de cefalópodos y mamíferos, de semáforos y célu-
las...
MANUEL: ... de cálculos...
MARTÍN: ... de embriones...
HAYDEE: ... de calzones, pantalones y condones, de conchas y
manchas...
"LAURA": ... de mamas...
HAYDEE: ... de papas...
MARTÍN: ... de leches...
"LAURA": ... de ubres y octubres...
MARTÍN: Ni Conrado ni Lucrecia...
HAYDEE: ... de quincenas y arenas, de cadenas y macarenas...
MARTÍN: Eran pura inculta pulpa...
MANUEL: Hasta que... ¡Ampay! ¡Primero de noviembre!
Halloween, Día de la Canción Criolla, Todos los Santos y
muertos... Los descubrieron. Una volvió a su embrión
mañosón y el otro a contar perros.
HAYDEE: Y Lulú que se aparece con novio nuevo... el veintiúnico,
que se sepa. Era lo que necesitaba después del desbande. El
chico es buenísima gente. La adora.
"LAURA": Como pagando por todo, como castigándose.
HAYDEE: ¿Castigándose por qué?
MANUEL: Por andar en pulpa viva entre la arena y la espuma. El
hombre casado y mosca muerta. Doña Laura parece enviada
a nuestro rescate. Todo entiende.
"LAURA": Lo único que no entiendo es por qué me dicen "Laura".
MARTÍN: ¿No te llamas... ¿Por qué le decimos así?
HAYDEE: No. Es una cosa de Horacio. Pobre. Lo que pasa es
que hay una secretaria en el diario, como una secretaria eje-
265

cutiva o, en verdad, nadie sabe bien qué hace, salvo ser la


amiga de uno de los de arriba, que pasea las siliconas por
todo el periódico ordenando y dándose ínfulas. Y rubia con
su plata.
("Laura" sale.)
MANUEL: Cómo se les ocurre decirle así por ese esperpento.
¡También!
HAYDEE: Fue Horacio. Lo que pasa es que el pobre tiene una
obsesión por esta Laurita Picone. Y dijo que ésta tenía un
aire.
MANUEL: Pero, de alma, nuestra Laura es idéntica a Lucrecia...
Hasta miedo me está entrando... ¡Oye! ¡Ésa es la famosa
Laurita Picone! La de Horacio...
HAYDEE: La que estuvo rondando las fantasías de Horacio has-
ta que, en el agasajo por los noventa del doctor Luciano Miró
Quesada, Horacio se pegó una tranca de ésas y le empezó a
gritar a Laurita "Te deseo, te deseo", así, frente a todo el
personal. Se paró en una silla y "te deseo, te deseo". A Laurita
se le quemó toda la base de lo colorada que se puso.
MANUEL: ¿Y cómo no lo botaron de chamba?
HAYDEE: Es que dicen que el mismísimo doctor Luciano dijo:
"Con los cojones de ese chico y unos años menos, yo habría
hecho lo mismo." Y menos mal, porque el pobre Horacio vive
con tres tías viejísimas que lo criaron y es su único susten-
to. Como fotógrafo, dónde iba a conseguir algo mejor que El
Comercio; él ya tiene como cuarenta años. Nadie lo quería
en su unidad. Por suerte, Conrado lo adoptó y se lo llevó a
que tome fotos de estrellas y bichitos... Así: "Te deseo, te
deseo"; y que era la mujer más exitosa que había conocido. A
mí me hacen eso y yo mato.
(Horacio entra.)
MARTÍN: Ya quisieras...
HORACIO: ¿Qué? ¿Te hacen qué, China?
HAYDEE: No. Es que me estaban explicando lo de las mujeres
exitosas que nunca me terminaron de explicar. Pero ya en-
tendí. "Exitosa" lo decía Conrado por "excitante", ¿no? Eso
era, ¿no? Una mezcla de "excitante" y "sabrosa".
MANUEL: No. Sigue pensando.
HAYDEE: Rata peluda.
HORACIO: Oigan, estuve pensando una cosa que no me acuer-
do si les conté; de cuando Conrado y Lucrecia empezaban en
el CEIG.
MANUEL: Sí, que todos pensaban que al Mono lo habían hecho
jefe de ese comité de guerra por pura vara.
266

HAYDEE: Peor fue con Lucrecia. Por lo menos, Conrado estaba


en redacción, era periodista -de ciencias, lo que quieran- pero
periodista. Lulú era contadora. Algunos no sabían ni que
existía. Todos se pusieron como buitres. Asqueroso.
HORACIO: Ahí eligieron a los más chamberos y punto.
HAYDEE: Porque eso es lo único en común entre esos dos...
Qué asco... Cada vez que me los imagino...
HORACIO: No. Pero lo que les quería contar... Cuando se formó
el CEIG, Conrado me llamó para que yo fuera editor gráfico
de las informaciones de guerra. Yo no quería; se iba a ver
mal. Conrado es mi amigo; yo trabajaba en ciencias con él. Y
pensé que todos se iban a poner a hablar huevadas; que era
por amistad y otras huevadas. Decidí renunciar. Para prote-
gerlo a él, sobre todo. Fui a buscarlo a su oficina. Estaba con
Lucrecia. Estaban sentados viendo unos planillones inmen-
sos con el presupuesto del comité. Medalith Quispe no esta-
ba; Conrado la había mandado a Tiwinza. Y los otros estaban
así, absortos en los planillones.
MANUEL: Y ahí fue que se empezó a sancochar algo. Si traba-
jas, lunes a domingo, doce horas, con la misma persona, o la
estrangulas o te atienes al fácil recurso de la fantasía y el
amor paulatinos.
MARTÍN: Disiento. Si ves a una persona todos los días en un
mismo contexto, te acostumbras, se vuelve parte de la ruti-
na, del paisaje. Cuando, de pronto, la ves en otro hábitat,
como en la anticuchada esa de agosto, es una revelación a
primera vista, aunque la hayas visto treinta mil veces an-
tes....
MANUEL: ¿A ti cuándo te ha pasado eso?
MARTÍN: ¿Y a ti cuándo te ha pasado lo otro?
HORACIO: No. Pero dejen que termine.
MANUEL: A Rata gorda la paraba mandando a Tiwinza ¿para qué
creen?
HAYDEE: Para quedarse solo con Lucrecia.
MANUEL: ¡Punto para Perú! Mierda...
HORACIO: ¡Carajo! Déjenme contarles. ¡Por favor!
HAYDEE: Ya, pues, a ver, Horacio, cuenta tu anécdota.
HORACIO: Conrado y Lucrecia estaban metidos en los planillones
del presupuesto. No me sintieron entrar. Tosí. Nada. Mur-
muraban: "¿Y si...", "¡Chucha!", "No, pero...", "Claro, claro",
"¡Chucha!". Yo toqué un mueble para que me escuchen, tres
veces; los dos me miraron. Parecía que lloraban.
MANUEL: Mierda...
HORACIO: "No quiero ser editor, Conrado," le dije. "Yo quiero ir
al frente, yo quiero estar donde está la acción. Ya estoy har-
267

to de estar metido aquí; mira la panza que me está salien-


do." Me cagaba de miedo, porque lo último que quería era
meterme en una guerra donde nadie me llamó. Conrado me
dijo: "Sí, Horacio; pero no por parecer justo, vas a dejar de
serlo." Y se zambulló otra vez en los planillones con Lucrecia,
con los ojos rojos y los murmullos...
MARTÍN: ¿Y?
HORACIO: Yo me quedé parado sin saber qué hacer. "Chucha...
Chucha..." decían, hasta que Lucrecia levantó la cara, me
sonrió y me dijo: "¿Entendiste?" Ni un carajo, pero le dije
que sí y me quedé de editor, y qué habrá hablado todo el
mundo; qué me importa.
HAYDEE: ¿Ésa era la gran anécdota?
MARTÍN: Sí, Horacio. ¿Qué tiene que ver?
HORACIO: ¡Todo! Porque en mi vida he sentido una escena tan
de papá y mamá. Era perfecto. En ese sitio de mierda. No
entendí un carajo, pero qué chucha, porque estaba protegi-
do. Era como una paz. Era como que yo los iba a visitar a su
cuarto. Nunca había visto algo tan así; los dos; tanta inteli-
gencia, tanta paz. Esa sonrisa de Lucrecia... ¡Por qué mierda
terminó esa guerra!
MANUEL: Mierda...
HORACIO: Era perfecto. ¿Por qué no pudieron estar juntos? ¿Qué
pasó? Tenían todo. ¡Todo! ¡Qué más necesitaban! ¡Qué mier-
da más necesitaban!
MARTÍN: Para eso, estamos aquí; para averiguar. No hay que
olvidarnos para qué vinimos...
HAYDEE: Sí. ¿Por qué nos paramos distrayendo con huevadas?
HORACIO: Salud.
HAYDEE: ¡Por Lucrecia y Conrado!
HORACIO: Que vivieron en quince días lo que otros ni en cua-
renta años…
MANUEL: Mierda... Mierda...
HAYDEE: ¿Y éste?
MANUEL: ¿Por favor, alguien me podría acompañar al baño?
Mierda...
HORACIO: ¿Ya ves? Yo voy contigo. Aguanta...
MARTÍN: Mejor no...
HORACIO: Aguanta, aguanta. Y, ustedes, pórtense bien.
MARTÍN: Pero...
(Horacio y Manuel salen. Silencio. Se escucha, desde fuera, a
Manuel que vomita.)
MARTÍN: Salud.
HAYDEE: Salud.
268

MARTÍN: Calor...
HAYDEE: Terrible...
MARTÍN: Sí...
HAYDEE: Terrible...
MARTÍN: En fin...
HAYDEE: Salud...
MARTÍN: Salud.
HAYDEE: Oye, ésa es mi pierna.
MARTÍN: Y ésta es mi palma. Mucho gusto.
HAYDEE: Igualmente. Pero no aprietes y sólo la rodilla. Y sólo
hasta que regresen.
MARTÍN: Calor...
HAYDEE: Terrible. Duermo casi desnuda y amanezco hecha una
sopa.
MARTÍN: Terrible...
HAYDEE: Salud...
MARTÍN: No provoca ni salir a trabajar.
HAYDEE: ¿A qué te dedicas tú?
MARTÍN: Con Manuel tenemos una empresa de transporte.
HAYDEE: ¿Cómo se llama su negocio?
(Se escucha, desde fuera, a Manuel que vomita.)
MARTÍN: ¿Cómo? Ah, Scarabus.
HAYDEE: ¿No necesitarán contadora?
MARTÍN: Manuel maneja los números. Pero pensaremos en ti
si la cosa crece.
HAYDEE: Es una persona buena, ¿no? Tu amigo.
MARTÍN: Sí. Hasta pensé que, si le volvías a decir "rata pelu-
da", así "peluuuda" como dices, con los labios en ofertorio...
HAYDEE: Qué hablas...
MARTÍN: Otro "rata peluuuda" y el hombre botaba todas las
botellas, te ponía sobre la mesa y, ahí no más...
HAYDEE: Qué hablas, oye.
MARTÍN: Eiaculatio seminis...
HAYDEE: Exagerado. Si apenas lo conozco.
MARTÍN: ... inter vas naturale mulieris.
HAYDEE: Exagerado... ¿Cómo es que digo? Peluuuda...
MARTÍN: Peluuuda. Rata peluuuda. Pero tiene que ser espon-
táneo.
HAYDEE: Peluuuda... ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? Por Conrado,
¿no?
MARTÍN: ¡Me da pánico no sentir como otros! ¿Por qué no pue-
do, puta madre?
269

HAYDEE: No. Yo creo que tu problema es todo lo contrario...


MARTÍN: En fin, lo único que me queda es llevar gente de un
lado a otro y escuchar sus versiones del mundo: sus aversio-
nes, sus diversiones...
HAYDEE: ... sus inversiones, sus reversiones...
MARTÍN: ... sus subversiones...
HAYDEE: ... sus perversiones, sus conversiones...
MARTÍN: ... con la esperanza de que alguna, algún día, me haga
reventar de una vez o caer en una cuenta regresiva de pe-
rros, papeles y Purina.
HAYDEE: ¡Sólo la rodilla, he dicho! Sube hasta donde quieras
pero, al menos, que un dedo toque la rodilla. Y no aprietes.
MARTÍN: Sí, mi comandante. Ya me imagino cómo tendrás al
pobre Silvio.
HAYDEE: Silvio es un amigo; nada más. Yo estoy comprometi-
da. Lo que pasa es que Desmond es de Estados Unidos y él
está ahorita en Buffalo, New York, porque tuvo que irse a
atender las cosas de su papá que falleció... ¡Ya, qué chucha!
(Haydee besa súbita y apasionadamente a Martín.)
MARTÍN: Morena...
HAYDEE: No. Disculpa. No pasó nada, ¿ya? Un, dos, tres... ¡Ya!
No pasó nada. Si tú fueras un árbol, ¿qué árbol te gustaría
ser? ¡Ya, qué chucha!
(Haydee vuelve a besar a Martín. Se escucha, desde fuera, a
Manuel que vomita.)
HAYDEE: Ya, basta. Suficiente.
MARTÍN: Ya, qué chucha...
HAYDEE: ¡Oye! No seas payaso, oye... Basta, he dicho, Manuel.
Ahorita vuelven...
MARTÍN: ¡Martín!
HAYDEE: Martín. "Martín" quise decir. Disculpa. Martín,
Martincito, Martinacha...
MARTÍN: Así que te vas con tu búfalo a New York, y nos dejas
aquí sin esperanza.
HAYDEE: A mí también me da pena penita, pero ahora tengo
que pensar qué es lo mejor para mí. Suena feo, pero qué
puedo hacer en una ciudad donde la falta de consideración
es una forma de supervivencia. Aquí consideras y mueres...
MARTÍN: ¿De dónde sacaste... Ésa es de Conrado.
HAYDEE: Todos ustedes, mal que bien, hablan como Conrado.
Di que no. El primero, tu amigo; y, si no está él, entras tú.
Hasta Horacio trata.
MARTÍN: Golpe bajo, bajísimo. Permíteme responderte a la al-
tura...
270

HAYDEE: Ya sé por dónde va ir tu venganza. Estoy acos-


tumbrada. Me han dicho de arribista para abajo. Pero yo a
Dessy lo quiero un montón; de verdad. Te lo juro.
MARTÍN: Tan bajo no era el golpe. Yo sólo quería saber...
HAYDEE: Sí, son operadas. ¿Contento? ¿Algún problema? Sé
que todo el mundo para hablando de eso. Me las puse. ¿Con-
tento? Pero, ¿sabes por qué lo hice?
MARTÍN: Déjame adivinar. No fue por los demás; no, qué ocu-
rrencia. No fue para la atracción del macho ni para la envidia
de la hembra. Fue por ti misma, pues lo único importante es
cómo una misma se vea y se aprecie y se ame. Una misma.
HAYDEE: Peluuuda.
MARTÍN: Pero tampoco era eso.
HAYDEE: Ya, suelta de una vez. ¿Qué?
MARTÍN: ¿Conrado y tú...
HAYDEE: Conrado y yo, ¿qué? ¿Qué te han dicho? Termina la
pregunta.
MARTÍN: Termínala tú. ¿Conrado y tú...
HAYDEE: La mano, la mano...
MARTÍN: ¿Te dio la mano?
HAYDEE: ¡La mano!
MARTÍN: Qué tal fijación la del hombre...
HAYDEE: ¡Saca la mano digo!
(Horacio y Manuel entran.)
HORACIO: Listo el hombre. ¿Y, China? ¿Cómo se portó este
caballero?
HAYDEE: Regular, no más.
HORACIO: Le dije a Laura que venga. ¿Qué dicen? ¿Tres más?
HAYDEE: Pero yo ni he terminado ésta...
MANUEL: ¡Por qué tres, carajo! Pídele cuatro.
HORACIO: No, Manuel. Tú no vas a tomar más. Martín, ayúda-
me, por favor, pues.
MARTÍN: Manuel... No hagas tu show... Además, quién va a
pagar.
MANUEL: ¡Yo estoy como la puta madre! ¡No jodan!
("Laura" entra.)
"LAURA": ¿Tres?
MANUEL: ¡Cuatro he dicho! ¡Que pague Horacio! Él tiene cham-
ba.
HORACIO: Cuatro más, Laura. Y, al ladito, el emoliente levanta
muertos. Yo pago.
HAYDEE: ¿No deberíamos pensar en irnos, más bien? Se siente
mal.
271

MANUEL: He dicho que estoy bien, por mi madre.


"LAURA": Cuatro y uno, entonces.
HORACIO: Laura, un ratito, me quedé pensando... Había una
parte... "La otra fuma y fuma; / y la otra besa, ácida, la espu-
ma".
MARTÍN: No empecemos otra vez con lo mismo...
HORACIO: Pero, escucha: "La otra fuma y fuma; / y la otra besa,
ácida, la espuma". ¿Qué creen que significa? "La otra fuma y
fuma; / y la otra besa, ácida, la espuma".
HAYDEE: Puta, qué asco.
HORACIO: No. Si piensas que son las manos y que el "yo" y la
"tú" están así -dame la mano, China-, así, entonces cada
uno tiene ocupada una mano en las caricias. ¿Qué hacen las
manos libres, las "otras"? Una, fuma; y, la otra se toma el
concho de cerveza, "la espuma". ¿Qué dicen? ¿Punto para
Perú?
HAYDEE: Horacio, cómo sudas.
HORACIO: Y tú estás helada...
"LAURA": "Helado es tu deleite, / color de miel y amargo"; con
eso, se adelanta lo de la cerveza.
MARTÍN: ¿Qué, Morena? ¿Tú qué pensabas?
HORACIO: Un ratito. Escucha, por favor, Laura. Todos pueden
leerlo, desde la mitad de la página cuatro: "... la fuente de
deleite de la "tú". Su forma de disfrutar es fría; tiene la apa-
riencia de ser dulce, tiene un "color de miel", sin embargo,
una vez que se sabe, se revela como "amargo"."
MARTÍN: Y lo único que significaba tanta huevada es "Te gusta
tu chela heladita."
HAYDEE: Eso de "tú eres ácida y aceite" es perfecto para Lulú.
HORACIO: Comparada con Conrado que es agua que fluye. Agua
y aceite; como si Conrado, o sea, el "yo", estuviera recono-
ciendo, desde el principio, la incompatibilidad. "¡Qué distin-
to!"
"LAURA": Aceite y agua; cian y rojo; ciudad y sabana...
HAYDEE: Pero no te olvides de que ella es aceite pero también
es ácida. Ella misma trae el "ácido" que permite que su "acei-
te", su parte incompatible, sea compatible. El limón corta la
grasa y permite que se disuelva en agua. ¡Punto, punto, pun-
to para Perú!
"LAURA": Muy coincidente con lo que hacen sus amigos ahora:
uno que se encierra en su propia autista autodestrucción:
"fuma y fuma"; lenta, paulatinamente... Y la otra que sale
con novio inusitado.
HAYDEE: Pero es buenísima gente.
272

HORACIO: La adora.
"LAURA": Pobre. Un amor que no cuaja; espuma, ácida como el
concho de la cerveza.
MARTÍN: Ya basta, por favor...
HAYDEE: Lo que me parece increíble es cómo Laurita se apren-
dió el poema y sólo lo escuchó una vez. Deberías trabajar en
el circo. Estás perdiendo plata. Quiero ver si yo me lo acuer-
do también. Tómenme, tómenme...
HORACIO: Ya, China. Recita. Un, dos, tres...
HAYDEE: "La madreperla"
Soy agua. Tú eres ácida y aceite
de manos tibias pero heladas.
Fría. Calculadora. Negruzca.
Como un loquito, te meto el pie a tu pulpita peluda.
Ciudad de mierda. Luz roja. Luz ámbar.
Fumo y fumo y fumo.
La otra chupa y chupa y chupa hasta que sale espuma.
A la una, a las dos y a las tres:
¡Luz verde! ¡Ya, qué chucha! ¡Ponte en cuatro!
¿Me invitas un helado y al teatro?
HORACIO: Dios mío...
HAYDEE: No. Creo que nunca dice "luz verde", ¿no?
"LAURA": Sí. Sí lo implica, señora. ¡Claro que lo implica!
HAYDEE: ¡Señorita!
("Laura" sale.)
MARTÍN: Bueno, bueno; es mi turno de hacer mea culpa.
HAYDEE: ¿Podrás?
MARTÍN: Con su permiso.
HAYDEE: Cobarde.
(Martín sale. Manuel está dormitando.)
HORACIO: ¿De verdad, China, Martín se portó bien?
HAYDEE: Sí. Regular, ya te he dicho.
HORACIO: Ustedes dos parece que están mejor que al princi-
pio. Al principio, creí que se iban a terminar estrangulando.
HAYDEE: Peluuuda. Peluuuda... Rata peluuuda.
HORACIO: ¿Qué te pasa, oye?
HAYDEE: Horacio, por favor, di algo feo; pero agárrame despre-
venida...
MANUEL: ¡¿Mejor que al principio?! ¡No te das cuenta de que
esos dos han estado a punto de tirar sobre la mesa!
HORACIO: ¡Manuel!
MANUEL: No me digas que no te has dado cuenta, porque, si no
te has dado cuenta, hazte ver, huevón.
273

HORACIO: En este momento, te disculpas con Haydee. ¡Discúl-


pate!
MANUEL: Huevón... Huevón... No te das cuenta lo huevón que
eres. Si te enteras de lo que se habla de ti, te pegas un tiro.
HAYDEE: No. ¡Suéltalo! Suéltalo, Horacio.
HORACIO: Que se disculpe...
HAYDEE: Está borracho.
MANUEL: ¡Quién está borracho! ¿Creen que no me he dado cuen-
ta?
HORACIO: Te vas a disculpar. A la una...
HAYDEE: No, Horacio, por favor. ¡Ya suéltalo!
HORACIO: ¡Laura! ¡Qué pasa con ese emoliente! ¡Laura!
(Silencio. Haydee toma uno de los papeles que ha traído Horacio
y se pone a leer.)
HAYDEE: "Una resina vegetal petrificada que pudo haber captu-
rado en su flujo primigenio algún insecto o larva de hace
cientos de millones de años y haberlo mantenido en suspen-
so, aparentemente animado, dentro de sí, hasta ahora."
HORACIO: Lo saqué de un artículo de Conrado. Como habla del
ámbar...
HAYDEE: "Se trata de una suerte de paralización de la anima-
ción y del tiempo. Una forma de eternidad suspendida."
HORACIO: Efectivamente: qué cojudo.
HAYDEE: "¿Tenemos derecho a romper esa gema por una justa
curiosidad científica o es lo más apropiado mantener al in-
secto en aquella perfecta y perpetua suspensión?"
HORACIO: Basta, China... Qué vergüenza... Qué huevón... Les
contaste lo de Laurita, ¿no?
HAYDEE: ¡No, pero si está lindo!
MANUEL: Perdóname...
HORACIO: No se escuchó. Más fuerte. Díselo más fuerte.
MANUEL: Perdóname, Haydee... Morena...
HAYDEE: Claro. No te preocupes; no pasó nada... Un, dos, tres...
No pasó nada. ¿Ves?
(Martín entra. Manuel recuesta la cabeza sobre los brazos en la
mesa; Haydee lo acaricia.)
MARTÍN: ¿De qué hablaban?
HORACIO: Del calor, no más.
HAYDEE: Terrible, ¿no?
HORACIO: Peor que el año pasado.
MARTÍN: Puta madre...
HAYDEE: Ya, está bien, está bien; les estaba contando del final
de la reunión de contabilidad, ¿no?
274

HORACIO: Sí. Cuéntale, cuéntale, China.


HAYDEE: Al final de la reunión -ya era tardísimo-, los sobrevi-
vientes pasamos a la sala. Ya quedábamos pocos. A ver,
Conrado, la china Matzuda, Cucho Larrea, yo. Claro, porque
la china se terminó yendo con Cucho, tremenda rufla. Silvio
también estaba por ahí.
MARTÍN: Resume.
HAYDEE: Entonces, Cucho la arrinconó a Lucrecia contra una
pared. Así.
("Laura" entra con cuatro botellas de cerveza y una taza.)
"LAURA": Cuatro y uno. Servidos.
HORACIO: Laura, Laura, eso de "el cuarto y el segundo y rompo
el quinto"...
MARTÍN: Puta madre. Por favor, no le den más cuerda.
HORACIO: Lo siento, Martín. Aquí lo importante es ayudar a
Conrado. Y si a ti te da vergüenza ajena, mala suerte.
HAYDEE: Ven, Conradito, déjalos a los tórtolos.
(Haydee y Martín se apartan un poco.)
HORACIO: Los dedos... Son los dedos, ¿no?
HAYDEE: Conrado no estaba. Se habría ido a verse con felix
culpa, no sé. Me imagino que, si hubiera estado, se habría
dado cuenta, algo habría hecho.
HORACIO: Juega en aparente desorden con los dedos, las cari-
cias. Del cuarto al segundo y, por último, al quinto.
"LAURA": Cuarto y segundo; espacio y tiempo.
HAYDEE: Cucho era inmenso, y parecía que la abarcaba toda a
Lucrecia. La tenía contra una pared. La gritaba. Algo le recri-
minaba. Yo pensé que estaba borracho Cucho. La gritaba. No
sabíamos qué hacer.
HORACIO: "Si tengo el espacio y el momento apropiados, rompo
el quinto: soy capaz de cualquier cosa."
"LAURA": "Denme el lugar y el momento adecuados...
HORACIO: ... por muy pequeños que sean...
"LAURA": ... y rompo el quinto; un cuarto y un segundo apropia-
dos son suficientes para romper el quinto."
HAYDEE: Porque una de las pocas personas a las que Cucho
respetaba era a Lucrecia, con la única que no se metía o le
tendría miedo; no sé. Contra una pared, así; con la narizaza
como un fuete.
HORACIO: El quinto... "Rompo el quinto..."
HAYDEE: Creo que nunca la había visto así: tan chiquita, tan
asustadita, tan arrinconada, frente al hombrón que es Cu-
cho... que era Cucho. Pobre Cucho...
HORACIO: Hasta el final, hasta el quinto dedo, hasta el último,
275

hasta el fondo...
HAYDEE: La agarró del cuello así, pero la soltó. Lulú quedó pé-
sima. Se notaba que se estaba aguantando el llanto. Todos
nos hicimos los... Cobardes...
HORACIO: El quinto metatarsiano o el que te llega a hartar... O
el quinto...
MARTÍN: ¡El mandamiento! ¡El quinto mandamiento, puta ma-
dre! Rompió el quinto mandamiento. ¿Satisfechos?
HAYDEE: Oye, ¿los has estado escuchando a ellos o a quién?
MARTÍN: Disculpa, cholita, hice mi mejor esfuerzo; pero, si se
habla algo relevante, por un lado, y una huevada, por otro...
HAYDEE: ¿Cholita?
(Haydee está a punto de darle una cachetada a Martín, pero se
contiene.)
HAYDEE: ¿Y cuál es el quinto mandamiento?
HORACIO: Amar a Dios sobre todas las cosas; no tomar su
santo nombre en vano...
HAYDEE: No robar, no mentir, no ser holgazán...
"LAURA": No matar.
("Laura" sale.)
HAYDEE: No me digas que crees que Conrado trató de matar a
Lucrecia. ¡No jodas!
HORACIO: Tal vez, sólo sea una figura. "Si me dan el momento
y el cuarto apropiados, soy capaz de matar". Pero matar como
una figura que quiere decir que es capaz de cualquier cosa.
MARTÍN: Oye, métete tus figuritas al culo...
HAYDEE: Y, según tú, ¿por qué trató de matarla? ¿Por celos?
¿Porque salió con novio después del desbande de primavera?
MARTÍN: ¿Cuándo he dicho yo que trató de matar a Lucrecia?
HORACIO: También puede ser "matar" como una figura de "ti-
rar", o sea, "copular". Como dicen los jóvenes...
MARTÍN: ¡Punto! ¡Punto! Por fin, Horacio, tienes tu punto para
Perú. ¿Quieren que les diga qué pasó? La violó. Conrado vio-
ló a Lucrecia. No soportó más el juego que le hacía la otra y
se volvió loco. La violación es un delito de poder, de violen-
cia. Rompió el quinto mandamiento... Tal vez, tuvieron su
realización de primavera y ella lo peloteó tanto que... No lo
estoy justificando; pero ella...
HORACIO: No llores...
MARTÍN: ¡No estoy llorando!
HAYDEE: ¡Anda a que te cache un burro y te arrastre tres cua-
dras! Estás enfermo. No. Yo tengo que escucharlo de nuevo.
Horacio, recítalo.
HORACIO: ¿Martín?
276

HAYDEE: Soy agua.


HORACIO: Tú eres ácido y aceite
de palma.
HAYDEE: Tibia. Y tibia...
HORACIO: ... es cada yema
que agito.
HAYDEE: ¡Y tanto cálculo me quema!
Películas... Y helado es tu deleite,
color de miel y amargo.
HORACIO: Cinco hinojos
HAYDEE: se muelen; muerden, muerden. Y esa nube
HAYDEE Y MARTÍN: blancuzca...
HAYDEE: ... nos consume, ensucia y su-
be.
MARTÍN: Te meto el pie. Lo quito. ¡Cielos rojos!
¡Tu púlpito y mi pulpa!
HAYDEE: ¡Qué distinto!
MARTÍN: Ciudad... Sabana...
HORACIO: La otra fuma y fuma,
y la otra besa, ácida, la espuma.
MARTÍN: ¡El cuarto y el segundo, y rompo el quinto!
¡El un-dos-tres! Ya es ámbar... Son eternas
HAYDEE, HORACIO Y MARTÍN: mis aguas en tus cuatro entre-
piernas.
HORACIO: ¡Chucha!
MARTÍN: Se dice "rojo", se dice "ámbar", ¿qué es lo único que
falta? ¿Lo oculto, lo implícito, lo innombrable?
HAYDEE: Luz verde.
MARTÍN: Y eso es lo que sentía Conrado: que nunca le daban
luz verde, que no podía meter el pie -al acelerador o a las
tibias y peronés de Lucrecia- porque le daban luz roja. La
otra le daba luz roja y sólo se dejaba sobar las manos hasta
los mocos. Peor: luz ámbar; una luz ámbar eterna, esperan-
zas eternas de algo que nunca pensaba cumplir; una eterna
suspensión en ámbar que Conrado no pudo soportar. Hasta
que se dio ánimos, "un-dos-tres", cuando encontró eso de lo
que tanto hablaban: el tiempo y lugar adecuados. Tal vez, fue
en una playa desierta. No sé. Pero rompió la gema: la mató,
la violó. La tiro a la arena, a las piedrecitas quemantes y la
hizo besar la espuma amarga; después de lo cual, el otro
sólo atinaba a fumar y fumar su vergüenza. Su pulpa roja; su
pálpito, su pulso, su culpa. Sus aguas blancuzcas en su en-
trepierna. Su púlpito sangrante. ¡Qué más puede significar!
Es una confesión. ¿Por qué creen que la otra apareció con un
277

huevón buena gente de novio poco después de los quince


días que estremecieron al mundo? Y ahora que ya están to-
dos con la boca abierta de credulidad, permítanme decirles
que todo lo que les he dicho es mentira.
HORACIO: ¿Cómo que mentira?
MARTÍN: No creo absolutamente nada de lo que he dicho.
HAYDEE: ¡Rata peluda!
MARTÍN: ¿Ven cómo, si me daba la gana, hacía todos los puntos
para Perú que me diera la gana? ¿Creen que yo voy a creer
todo lo que dije? Por favor.
HAYDEE: ¡Anda a que te arrastren tres cuadras con baches!
Payaso. Ya estaba a punto de ir a donde Conrado para sacar-
le la entreputa... Entonces, no la violó.
MARTÍN: No.
HORACIO: ¿Seguro?
MARTÍN: No.
HAYDEE: Bueno, quedémonos con eso. Y yo me voy a ver con el
ave fénix o reviento.
(Haydee sale. Manuel sigue con la cabeza sobre la mesa.)
MARTÍN: Al fin, unos minutos de paz... ¿Y éste?
HORACIO: Lo mismo. Déjalo. Oye, cuenta. ¿Qué pasó con
Haydee?
MARTÍN: No, nada.
HORACIO: Ya, pues, cuenta.
MARTÍN: Nada, te he dicho... Me contó de un búfalo que tiene
ahora.
HORACIO: No me digas que... Mira, Martín, la China es buení-
sima gente; yo la quiero un montón. Pero, cada vez que hable
de novios internacionales... Este último es un gringo, pero
ya han pasado un francés, un australiano... Una vez, había
unos marroquíes millonarios que se peleaban por ella. El
último, antes del famoso Desmond o Dessy, era un supues-
to argentino.
MARTÍN: Que también califica como extranjero blanco...
HORACIO: ¡No existen! Todo lo que dice es cuento. No existen.
MARTÍN: Puta madre... Tal vez, la Morena vive mejor su propia
exogamia mental, que todos los demás nuestras provincia-
nas realidades.
HORACIO: Su única realidad es Silvio, que es más... ya sabes...
más...
MARTÍN: Nuestro.
HORACIO: Punto... Hasta, en El Comercio, dicen que se han
casado la China y Silvio, que los han visto; pero que a la
China le da vergüenza y, por eso, es secreto. Pero también
278

dicen que, en una época, en el CEIG, la China le hacía cam-


bio de luces a Conrado.
MARTÍN: Que, en la cabeza de la Morena, puede calificar como...
no sé... griego honoris causa.
MANUEL: Bilardo estaba robando.
(Manuel levanta la cabeza y se toma toda la taza de emoliente.)
MANUEL: Bilardo estaba robando.
HORACIO: Ya, ya. Tranquilo.
MANUEL: Lucrecia lo descubrió.
HORACIO: Sí, Manuel...
MANUEL: ¡No interrumpan, carajo!
MARTÍN: Déjalo, Horacio.
MANUEL: No interrumpan que me pierdo. Bilardo, jefe de conta-
bilidad, le estaba robando a la empresa. Lo hacía tan bien,
tenía tanto prestigio acumulado, que a nadie se le ocurrió
sospechar nada. La única fue Lucrecia. Esos "¡Chucha! ¡Chu-
cha!" que el Mono y Lucrecia proferían cuando jugaban al
papá y la mamá, con los planillones, con los ojos llorosos, se
referían a los robos de Bilardo.
MARTÍN: Carajo... Por eso lloraban.
HORACIO: ¿Y por qué no avisaron a la Dirección? Nunca se dijo
nada de Cucho Larrea. Lo sacaron por cómo trataba a la gen-
te. ¿Fue Cucho?
MANUEL: Bilardo tenía hijos; tenía un hijo enfermo; cuánto le
costaría el tratamiento... Así que decidió meter mano. La si-
tuación debió estar de lo más incómoda entre Lucrecia y
Bilardo en esa reunión de contabilidad. Pregunto: ¿Por qué
creen que Lucrecia hizo que invitaran al Mono a la ahora ya
famosa anticuchada? Pauso para que interrumpan.
HORACIO: Se habían hecho amigos; igual que con Medalith
Quispe.
MANUEL: Rata gorda fue sólo una estrategia distractora.
MARTÍN: Bilardo gritaba, imponía, insultaba; probablemente, iba
a estar borracho y estaba herido de muerte con lo del despi-
do. Conrado estaba ahí con la misión de controlar a la bes-
tia.
MANUEL: Y, tal vez, ni el mismo Mono se enteró de su misión.
Pero la debe haber intuido desde que empezó a ablandar a la
bestia. Pero la bestia contraatacó: "Así que fuiste el buitre
de la guerra". Y ¿cuál fue la respuesta del Mono?
MARTÍN: Él era el único que podía ponerle la plancha.
MANUEL: Estoy preguntando.
HORACIO: Conrado le dijo -¿cómo era?- algo de que mejor bui-
tre en la guerra que pericote en la paz. Algo así.
279

MANUEL: Era un mensaje para Bilardo: yo sé que tú estás ro-


bando, que estás pericoteando, la plata de la empresa. Tú
eres el pericote. El otro entendió. Y el Mono lo cagó. Lo calló,
hasta que el Mono se fue al baño y la bestia dejó chamusca-
da a la pobre dama contra la pared.
MARTÍN: El mejor punto para Perú de la noche. Mis respetos.
HORACIO: ¿Y por qué Lucrecia no acusó a Cucho Larrea? ¿Si
sabía que estaba robando, por qué... O es otra broma. Ah, ya
sé. Como la otra vez, me están haciendo creer que hay una
cosa medio policíaca, ¿no?
MARTÍN: Esto es en serio y tu pregunta es más seria. ¿Por qué
Lucrecia no delató a Bilardo?
HORACIO: ¿No tendrá que ver con la gran caída de Lucrecia?
Chucha... Miren, había un rumor de que Cucho Larrea se
tiraba a todas las practicantes que entraban a contabilidad.
Le decían "el bautizo de Cucho". "¿Ya pasó por el bautizo de
Cucho? ¿Ya pasó por caja?" ¿No se habrá metido con Lucrecia
también?
MARTÍN: Pero ¿eso es razón suficiente para cerrarle la boca?
HORACIO: Para otras, será una pichanga; pero Lucrecia es de
lo más... Si se enteraban de que había tenido su sancochado
con Cucho, se moría. Ella no es como la China o la Matzuda.
MARTÍN: No. Falta, falta algo.
HORACIO: No. Es que tú no la conoces. Tal vez, ella sí se ena-
moró y se tomó en serio lo de Cucho. Y él sólo estaba jugan-
do con la practicante nueva... Cucho se casó por esas fechas
y dejó colgada a Lucrecia. Ésa era la misteriosa gran caída de
Lucrecia.
MARTÍN: Falta...
MANUEL: Lucrecia pidió unos días de licencia poco después de
empezar a trabajar; ¡Lucrecia! Bilardo se los dio sin proble-
mas; ¡Bilardo! ¿Por qué? Martín...
HORACIO: Tal vez, para hacer unos trámites...
MARTÍN: ¡Para Bajada de Reyes! Puta, estaba embarazada de
Cucho.
HORACIO: ¿Bajada de qué?
MARTÍN: Y a pagar la culpa con trabajo y recelo eternos. Siete
años...
MANUEL: También Bilardo hablaba del embrión mañosón de
Lucrecia. Él también se daba de alma.
HORACIO: Ah, la Bajada de Reyes.
MANUEL: Ella fue la que rompió el quinto; para ella, tal vez,
equivalía a romper el quinto. Por un segundo de ilusión en
un cuarto. Ella era la que vivía en eterno remordimiento...
280

HORACIO: Se muerden, muerden, muerden...


MANUEL: Moliendo sus hinojos... ¿No habrá sido ella la que
escribió "La célula madre"? ¿Si ella era el famoso "yo"? ¿Y si
el "tú" era el Mono? Las yemas que agita...
MARTÍN: Huevos agitados, batidos, molidos, sangrantes...
HORACIO: ¡Ella fue la que metió la pata! Y después la quitó...
No. Recapitulemos. Uno: Cucho sedujo a Lucrecia cuando
ésta entró de practicante. Dos: Lucrecia se la creyó; tal vez,
era la primera vez que alguien... O tal vez, se resistió... ¿Y si
fue Cucho el que la...
MARTÍN: ¡Carajo! Pobre Lucrecia... Puta madre...
HORACIO: Y la preñó.
MANUEL: Seis o siete años después, Lucrecia descubriría que
Bilardo le robaba a la empresa. No pudo confrontarlo por el
brutal estreñimiento que le daba ese tipo.
MARTÍN: Conrado también se enteró del robo mientras revisa-
ban presupuestos para el CEIG. Y Lucrecia lo vio como su
única esperanza de rescate y liberación.
MANUEL: Y también el Mono le falló.
MARTÍN: No, no. Eso aún está en discusión. No aproveches el
pánico.
HORACIO: Ahí viene la China, ahí viene la China.
(Haydee entra.)
MANUEL: Qué cara tan pálida, Morena. ¿Qué pasó?
HAYDEE: Fui a llamar a Silvio, y después se me ocurrió ir a
hablar con Laura.
HORACIO: ¿De qué?
HAYDEE: Del desconocido, del que descubrió a Lulú y a Conrado
en plena realización. ¿Le pregunté cómo era?
HORACIO: ¿Y?
HAYDEE: No. No puedo decirlo.
MARTÍN: Manuel...
MANUEL: Gracias. El ilustre desconocido era alto, pelado, en-
corvado, corpulento, hablaba a los gritos y gesticulaba agre-
sivamente.
HORACIO: ¡¿Cucho Larrea?!
HAYDEE: Y adivinen qué dijo sobre su nariz.
MANUEL: Que ojalá tuviera por abajo aquello de lo que tanto
alardeaba por arriba.
HAYDEE: Desde entonces, nunca los vio más; ni a los tórtolos
de primavera ni al ilustre desconocido. El desconocido se fue
y los otros se fueron tras él... Halloween del año pasado.
HORACIO: ¡Chucha!
281

MARTÍN: ¿Tú qué le dijiste?


HAYDEE: No sabía... Le pedí cuatro más. Es que no se me ocu-
rrió otra cosa.
(Horacio sale corriendo.)
HAYDEE: Voy a ver qué le pasa a éste.
(Haydee sale.)
MANUEL: Eso nos pasa por meternos a dividir el átomo creyen-
do que ahí moría el payaso...
MARTÍN: Basta de frasecitas-Conrado. Parecemos un par de
cojudos. Vámonos. Tengo que sacar el carro temprano.
MANUEL: ¡Lo saco yo si quieres! O no lo saca nadie. Y punto.
MARTÍN: Sí, perfecto. Y después terminamos mendigándole plata
a tu viejo para pagar el departamento o sacando plata del
armario de Conrado...
MANUEL: ¡La vamos a devolver! Me meto a trabajar al estudio
de mi mamá, le devuelvo hasta el último centavo, con intere-
ses, y se acabó.
MARTÍN: Hasta que por fin salió el buitre. Hace meses que
querías botarlo, ¿o no?
MANUEL: Tres cuadras.
MARTÍN: Mira, si quieres, ya no me importa. Vete a chambear a
donde tu vieja. Ten tu pantalla para tu vieja. Ya sé. Cásate
con Haydee. La pantalla perfecta. El convenio perfecto... Tú
calificarías también como, al menos... ecuatoriano costeño
cum laude; claro que tendrías que peinarte mejor...
MANUEL: ¡No me toques! Encima hablas tú que te acabas de
paletear a la Morena frente a todo el mundo. Qué tal concha
que te manejas para hablarme...
MARTÍN: Tú empezaste. ¿Crees que no me acuerdo? "Qué exitosa
que estaba esta morena". "Rata peluuuda" por aquí y "rata
peluuuda" por...
MANUEL: Peluuuda...
MARTÍN: Peluuuda...
MANUEL: Tú más peluuuda...
MARTÍN: Y tú la más peluuuda de todas las peluuu...
(Manuel y Martín se besan.)
MANUEL: ¡Estoy harto de la miseria, carajo! Vivimos metidos en
el taxi de mierda, con el calor de mierda... El asiento de plás-
tico que se te pega y la gente que apesta a mierda y el sol de
mierda en la cara... ¡Y no podemos ni pagar un par de chelas!
(Haydee, Horacio y "Laura" entran. Horacio trae a "Laura" de la
mano.)
MANUEL: ¿Y, doña Laura? ¿Qué pasó con esas cervezas?
282

"LAURA": Su amigo quiere otra cosa...


HAYDEE: Se puso como loco. La trajo a la fuerza...
HORACIO: Siéntate, Laura.
"LAURA": Tengo que atender...
HORACIO: ¡Siéntate!
"LAURA": Me siento aquí, así. Y usted... Y tú siéntate aquí.
("Laura" pone dos sillas una al lado de la otra. Horacio se sienta
a la izquierda; "Laura", a la derecha. Se toman de las manos.)
HORACIO: Tú lees "Ella". Yo leo "Él". ¿Ves bien de ahí?
"LAURA": No necesito leer.
HORACIO: Yo tampoco.
"LAURA": "Pero yo, antes, no era así."
HORACIO: "Antes no eras ¿cómo?"
"LAURA": "Así como no has dejado de refregarme."
HORACIO: "¿Qué dije yo? ¿Cuándo?"
"LAURA": "Todo el día, toda la noche. Dos semanas. Así: retraí-
da, cortante, distante. Todo eso. Yo, antes, no era así, de
verdad."
HORACIO: "Primera."
(Con la mano que se están tomando, Horacio y "Laura" hacen
como si movieran un cambio en un carro.)
"LAURA": "Cuando dijiste que parecía una pared, eso sí dolió."
HORACIO: "¿Cómo eras? ¿Qué pasó?"
"LAURA": "Algo."
HORACIO: "¿Hace cuánto?"
"LAURA": "Hará seis o siete años ya. Antes, yo armaba la fiesta.
Paseos, partidos, parrilladas. Yo armaba todo. No me cono-
cerías. ¿Te conté que jugaba fulbito?"
HORACIO: "¡¿Tú?!"
"LAURA": "¿No te conté? Me decían "Puchunga"."
HORACIO: "¿Y por qué ya no... Segunda. ¿Y por qué ya no jue-
gas?"
(Horacio y "Laura" vuelven a hacer el movimiento del cambio.)
"LAURA": "Ya no tengo derecho. Es horrible. Ya para qué. ¿Para
qué?"
HORACIO: "Recapitulemos. Hace siete años..."
"LAURA": "Derecha."
(Horacio hace como si moviera un timón con la mano libre.)
HORACIO: "... tú eras una persona abierta y sonriente. Con los
sobresaltos y entusiasmos de cualquier contadora de..."
"LAURA": "Veintitrés."
HORACIO: "... veintitrés años. Entonces, de la nada, pasó algo."
283

"LAURA": "Algo."
HORACIO: "Algo te metió una patada artera, violenta..."
"LAURA": "... en el pie de apoyo..."
HORACIO: "... sin pelota..."
"LAURA": "... por atrás..."
HORACIO: "... que te dejó con una lesión que te obligó a retirar-
te para siempre del juego, que te recluyó tras un escritorio
donde pasas doce horas al día aunque el universo se de-
rrumbe alrededor de tu asiento. Terminó la fiesta. Y ahora
estás fijada en este organismo bellísimo, ausentísimo y si-
niestro..."
"LAURA": "No hables así..."
HORACIO: "... fijado desde los orígenes en la culpa y el miedo;
un animal que, a la primera sospecha de amor, se esconde
en su durísima concha de madreperla después de botar una
mancha que empaña la claridad del agua."
"LAURA": "Entonces, para ti, soy un cruce de calamar y nautilo.
Leí tu artículo sobre los cefalópodos..."
HORACIO: "Siempre envuelta en tu concha y en tu mancha...
Tercera."
(Horacio y "Laura" vuelven a hacer el movimiento del cambio.)
"LAURA": "Nunca he hablado de esto con nadie. Es horrible."
HORACIO: "¿Pero qué fue lo que pasó? Por favor, no digas "algo"."
"LAURA": "Algún día, tal vez, te voy a contar."
HORACIO: ¿Qué día?
"LAURA": Derecha, derecha... A Ricardo Palma...
(Horacio hace como si moviera el timón.)
HORACIO: ¿Qué día?
"LAURA": Todavía.
HORACIO: ¿Tengo que hacer algo?
"LAURA": Sí. Algo, algo, algo... La luz...
HORACIO: ¿Qué?
"LAURA": Cuidado con la luz roja...
HORACIO: O me lo dices o... cuarta.
"LAURA": No, por favor. Segunda. La luz... ¡Por favor! Por mí.
HORACIO: Segunda...
(Horacio y "Laura" forcejean con la mano de la que están toma-
dos.)
"LAURA": No. Cuarta, cuarta, cuarta. Izquierda. Quinta. ¡Izquier-
da!
HORACIO: ¡Qué haces!
"LAURA": Ya es ámbar...
284

("Laura" pisa con fuerza el pie derecho de Horacio. Horacio se


desespera como si perdiera el control del "carro".)
HORACIO: ¡Qué haces! Cuidado con el tipo...
"LAURA": ¡Izquierda!
HORACIO: Me vas a romper el pie...
"LAURA": ¡Mete, mierda!
HORACIO: ¡Ya qué chucha!
"LAURA": Por mí.
(Horacio y "Laura" caen al suelo como por consecuencia de un
gran frenazo.)
HORACIO: ¿Qué fue eso? ¿Era un tipo? ¡Nos llevamos a un tipo!
"LAURA": Era un perro, era un perro...
HORACIO: No. Era... ¿Ése no era... ¿No era Cuch...
"LAURA": ¡Un perro! Era un perro.
("Laura" besa a Horacio.)
HORACIO: Sí. Un perro... un perro...
"LAURA": Un perro...
(Horacio y "Laura" se besan; se enlazan fuertemente de brazos
y piernas.)
HAYDEE: Puta, qué asco.
MANUEL: Menos mal, yo no hice de Lucrecia.
("Laura" se levanta violentamente y corre hacia una salida.)
HORACIO: Laura. ¡Laurita! ¡Laura!
"LAURA": ¿No entienden que no me llamo "Laura"? ¿Son bestias
o qué?
("Laura" sale. Horacio va a sentarse a la mesa. Haydee, Horacio,
Manuel y Martín quedan alrededor de la mesa en silencio.)
HAYDEE: No pasó nada, ¿ya?
MANUEL: Ya.
HAYDEE: Un, dos, tres...
HORACIO Y MANUEL: ¡Ya!
HAYDEE: No pasó nada
MANUEL: ¿Martín?
MARTÍN: Ya, pues... Puta madre.
HAYDEE: Bueno, bueno, ¿dónde nos quedamos? Ya sé. Cuando
el homo sapiens, ya instalado en los altos pastos de la saba-
na pero aún sin las censuras de la ciudad, empezó a copular
cara a cara...
MANUEL: Si ésa era su opción...
HAYDEE: ... después de haber estado copulando sólo por atrás
en épocas más remotas de nuestro árbol evolutivo...
MANUEL: En las que no había alternativa...
285

HAYDEE: ... las hembras de la especie tuvimos que desarrollar


técnicas para atraer al macho por el frente. Y las hembras
que desarrollamos pechos así...
MANUEL: Amplios, contiguos, semiesféricos...
HAYDEE: ... fuimos más exitosas para atraer a los machos por
el frente y reproducirnos, con una réplica cercana de... ¿Cómo
decirlo bonito?
MANUEL: No se puede.
HAYDEE: En el fondo, todo hombre te que baja la mirada en
plena conversación se está entusiasmando con una memo-
ria primigenia, con un llamado sabanero de cientos de miles
de años, a través de una ingeniosísima e involuntaria repro-
ducción en los pechos de... ¿cómo decirlo con gracia?
MANUEL: El rabo.
HORACIO: El queque.
MANUEL: El tarro.
HAYDEE: La chancha.
MARTÍN: Lamento nuevamente interrumpir el momento cultu-
ral, pero me tengo que retirar. Mañana empiezo a las cinco.
HORACIO: No. Pero, por lo menos, hay que terminarnos las
que quedan.
HAYDEE: Silvio ya debe llegar en... seis minutos.
MANUEL: Un gusto haberte conocido de toda la vida, Morena.
MARTÍN: Que se repita.
HAYDEE: Gracias por lo que me toca. Piensen: dónde van a
encontrarse dos como ustedes en Lima. Ya quisiera yo. Les
va a ir muy bien; acuérdense de mí.
MANUEL: Nos vamos antes de que éste se ponga a llorar.
HAYDEE: Chau, chau.
HORACIO: A ver si un jueves de éstos me aparezco. ¿Todavía
necesitan arquero?
(Manuel y Martín salen.)
HORACIO: ¡¿Martín y Manuel?! ¡No jodas!
HAYDEE: ¿No sabías?
HORACIO: No jodas.
HAYDEE: Pero si todo el mundo sabe que los gallinazos son
pareja. No te hagas. Qué tales amigos los que te manejas,
Horacio.
HORACIO: Pero si juegan fulbito... Martín hasta es machete-
ro...
HAYDEE: Qué tal Lucrecia también. Mosquita muerta que pare-
cía... ¡Ya sé! ¿Por qué no le preguntan a la misma Lulú su
286

versión de las cosas y con lo que diga, con eso nos quedamos
per se?
HORACIO: No se puede.
HAYDEE: Tráiganla acá. Con los gallinazos, sáquenle todo.
HORACIO: No. No se puede. Entre uno que le tiene miedo y el
otro que la desprecia...
HAYDEE: No. Yo creo que es al revés: uno es el que la des-
precia y el otro, el que le tiene miedo.
HORACIO: Punto para Perú.
HAYDEE: Salud.
HORACIO: Salud.
(Haydee y Horacio toman un largo trago.)
HAYDEE: ¡Esa concha de su madre!

FIN

París, Hydra, Lima, 2005


287

El joven calvo
288
289

Personajes:
LIDIA: 40 años de edad.
MINA: 20 años de edad.

Ambas visten trajes verdes.

Escenario:
Un cuadrado de luz de unos dos metros de lado en el piso.
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MINA: Y estamos aquí nuevamente con nuestra amiga Lidia


quien, esta vez, concursa con el tema: "La selección holan-
desa de fútbol del Mundial de Alemania de 1974". ¿Está us-
ted lista?
LIDIA: Sí.
MINA: Por cien libras, responda usted: ¿quiénes ocupaban los
puestos de puntero izquierdo y puntero derecho en dicho equi-
po?
LIDIA: La pregunta, de por sí, delata una ignorancia patética
con respecto a la revolución futbolística de aquella selección
de los Países Bajos, ya que, si bien, en ese entonces, era
común jugar con dos punteros, uno por la izquierda y uno por
la derecha, precisamente, Rinus Michael, seleccionador ho-
landés, rompió, de una vez y para siempre, con ese estático
esquema, de manera que sería impreciso si no absurdo atri-
buir una posición fija a cualquiera de los jugadores de dicha
oncena, a menos que nos atengamos a los anticuados docu-
mentos que exigían que se llenara con el nombre de un juga-
dor una posición preestablecida, en cuyo caso tendría que
responder, aun cuando fuera contra todos mis principios, que
dichas, llamémoslas, posiciones eran ocupadas por Johnny
Rep y Russ Rensenbrinck, respectivamente.
MINA: ¡Respuesta correcta! El equipo holandés enfrentó al equi-
po búlgaro en dicho mundial de 1974. Por trescientas libras,
responda usted: ¿en qué fecha se jugó ese partido, en qué
sede, en qué ronda, cuál fue el marcador final, y quiénes y en
qué minutos hicieron los goles? Narre además algún dato
para la anécdota del mencionado encuentro.
LIDIA: 23 de junio; Westphalia Stadium, Dortmund; ronda pri-
mera; cuatro a uno a favor de los Países Bajos; Neeskens,
dos goles de tiro penal, minutos 8 y 45; Rep, un gol, minuto
71; De Jong, un gol, minuto 88; Krol, un autogol, minuto 78.
Dato para la anécdota: el autogol fue el único gol que recibió
la selección holandesa y su arquero Jongbloed antes del fu-
nesto día del maldito partido final.
MINA: ¡Respuesta correcta! Por novecientas libras, amiga: ob-
jetivamente y al margen de los resultados, ¿cuál fue el equi-
po más difícil que...
LIDIA: Polonia.
MINA: ¡Respuesta correcta! Y así llegamos a la pregunta por las
ocho mil cien libras... Responda usted sin pensar: ¿dónde
estamos, Lidia? ¿A dónde nos han traído?
LIDIA: ¡No, Mina! Todavía no estaba distraída. Lo malograste
otra vez.
MINA: Pero ya no sabía qué más preguntar.
LIDIA: Hay treinta mil cosas para preguntar. El joven calvo se
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sabía cada detalle de esa selección; no sé por qué lo obse-


sionaba tanto. Malograste todo otra vez; yo tenía que estar
distraída, no tenía que pensar en nada, y, sólo entonces, me
tenías que hacer la pregunta. Te toca, Mina.
MINA: No, Lidia. Con esto de los concursos no vamos a llegar a
nada. Nunca vamos a saber nada.
LIDIA: Algo tenemos que averiguar. Yo no me voy a resignar.
MINA: Aquí... Solas... Para siempre... ¿Qué haces?
LIDIA: Éstos no son irlandeses...
MINA: ¡No! No lo toques.
LIDIA: No son irlandeses. ¿Adónde nos han traído?
MINA: No lo toques.
LIDIA: No estamos en Irlanda.
MINA: ¡Nunca más digas eso! Ni lo pienses. Dijimos, acorda-
mos, que nunca íbamos a considerar esa posibilidad...
LIDIA: Pero, míralo...
MINA: No lo toques...
LIDIA: Nunca había visto uno así. Puede ser una cucaracha,
pero una cucaracha no... Es más duro que una cucaracha;
las cucarachas son más blandas, más... No sé... Mira; tóca-
lo. O una especie de escarabajo más alargado y aplanado.
Míralo. Nunca había visto esto en Irlanda. ¿Tendrá alas? Tal
vez, un par de alas bajo el caparazón...
MINA: ¡Qué haces!
LIDIA: ... un par de alas atrofiadas.
MINA: Deja al pobre insecto en paz. Te puede picar, te puede
morder. Tú no sabes qué infección...
LIDIA: El primero no nos hizo nada.
MINA: Al primero lo aplastamos.
LIDIA: Tú lo aplastaste.
MINA: Y al segundo... ¿Qué pasó con el segundo?
LIDIA: No sé, Mina. Habrá desaparecido por donde vino.
MINA: ¿Por dónde vino? ¿De dónde? No hay un solo resquicio
por donde aparecer o desaparecer... ¿Qué pasó con el segun-
do?
LIDIA: No sé, Mina...
MINA: ¿Lo aplastaste?
LIDIA: Debe haberse ido caminando o volando. Tiene que haber
algún resquicio por ahí... O, tal vez, este tercero es, en rea-
lidad, el segundo que se movió cuando no mirábamos... No
son tres sino dos...
MINA: ¡Pero si nunca se mueven! Ya revisamos tres veces de
esquina a esquina. Todo sólido gris, ni un solo resquicio.
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Simplemente, aparecen cuando no miramos... Y ahora des-


aparecen...
LIDIA: No se espantan. No deben tener ningún depredador na-
tural. No han aprendido a tener miedo, perdieron todo senti-
do de la vergüenza.
MINA: O pueden ser venenosos. Tal vez, todos sus depredadores
naturales ya están extintos por comérselos. Su veneno fue
más rápido que los antídotos de los otros.
LIDIA: Ni mamíferos ni peces ni aves; nadie los quiere.
MINA: Ni las serpientes.
LIDIA: No, definitivamente, no son irlandeses. Nos han sacado
de Irlanda...
MINA: ¡Te dije que no volvieras a decir eso!
LIDIA: Hay que considerar todas las posibilidades. Tú dijiste...
MINA: Todas menos ésa. Estamos en Irlanda y se acabó. Acor-
damos eso.
LIDIA: Lo único que acordamos fue lo del sueño.
MINA: Lo del sueño y lo de Irlanda. Tenemos que tener un pun-
to de partida, si no, cómo... Estamos en Irlanda y muy des-
piertas.
LIDIA: ¿Qué más?
MINA: Nada. Nada más... Nunca vamos a saber nada más.
LIDIA: Mucho más, Mina: también sabemos que estamos ence-
rradas. Sabemos que estamos desnudas y que hay insectos
extraños que se meten por algún lado, que parecen cucara-
chas, pero no son cucarachas, que tienen algo de escaraba-
jos pero no... Y que nunca hay más de uno en cualquier mo-
mento dado... que han perdido la vergüenza y que no son
venenosos... A uno lo aplastaste; otro desapareció. Tenemos
aquí a un tercero...
MINA: No me había dado cuenta...
LIDIA: Míralo.
MINA: No, no: de que estábamos desnudas.
LIDIA: Sí, creo que sí.
MINA: ¿Y estas ropas? ¿Son transparentes?
LIDIA: Peor, son verdes. Y, con el verde, puedes proyectar lo
que quieras encima. Para quien nos vea y tenga la imagina-
ción, la voluntad y la tecnología necesarias, es como si estu-
viéramos desnudas.
MINA: Imaginación, voluntad y tecnología… ¡El joven calvo!
LIDIA: El joven calvo. Puede ser otra de sus convocatorias.
MINA: ¿Y no tienes vergüenza? ¿No tienes miedo?
LIDIA: ¿De qué?
MINA: ¡Cómo que de qué! De estar desnuda en un cubo sin
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resquicios, gris, con insectos que se meten y salen quién


sabe por dónde.
LIDIA: Desnuda, con insectos que merodean. No...
MINA: Y pueden ser venenosos...
LIDIA: No. Si te los comes, no te pasa nada.
MINA: ¿Te los comiste? ¿Te comiste al segundo? ¡Por eso, des-
apareció! ¡Qué asco, Lidia! ¿Por qué?
LIDIA: No sé, Mina. Creo que lo vi en una película. Un tipo
estaba encerrado; encontró una cucaracha y parecía tan con-
tento; se la comió; también estaba encerrado...
MINA: ¡Qué asco!
LIDIA: Es que pensé en eso también; que es una película. Una
de esas en que todos pujan para poner cara de ser gente
interesante y sufren mucho y nadie sabe nada, con desnu-
dos y todo... ¿Puede ser una película?
MINA: O un cuento...
LIDIA: No, no. Ya me acordé. Fue el joven calvo el que se comió
la cucaracha. Buscaba recuperar proteínas, decía. Se reía.
MINA: ¡Qué asco! ¡Y tú te comiste la cucaracha porque él te
contó una película! O sea, que si el joven calvo te contaba
una de putas...
LIDIA: Éstas no son cucarachas.
MINA: ¡O al escarabajo!
LIDIA: No es un escarabajo.
MINA: ¡O a la araña!
LIDIA: ¿Araña? ¿Araña? Tienen seis patas. Cómo puedes decir
que es una araña. Es un insecto con alas. ¡Y no es de Irlan-
da!
MINA: Cállate.
LIDIA: No es de Irlanda.
MINA: Basta, por favor, Lidia. Por lo que más quieras...
LIDIA: Lo siento. No llores... No quise... ¿Y si volvemos a los
concursos? Pero tienes que preguntarme cuando haya perdi-
do todo sentido...
MINA: No, ya tratamos todos los temas que obsesionan al jo-
ven calvo.
LIDIA: ¿Qué otro tema le puede interesar?
MINA: Ya tratamos los nueve: las partículas subatómicas, la
ofensiva Tet...
LIDIA: "Água de beber". Todas las versiones de "Água de beber".
MINA: Cada vez que me convocaba, la cantaba o la ponía.
(Cantando) Eu sempre tive uma certeza
que só me deu desilusão...
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LIDIA: Ya, no te emociones.


MINA: A veces, me hacía cantarla a mí. Bailábamos como locos.
(Cantando) ... é que o amor é uma tristeza,
muita mágoa demais para um coração.
LIDIA: ¡Cállate! No me distraigas. ¿Qué más? ¿Qué más lo ob-
sesionaba?
MINA: Andrómaca.
LIDIA: Las ciudades destruidas.
MINA: Andrómaca.
LIDIA: Estabilidad frente a maniobrabilidad en el vuelo de los
insectos.
MINA: Andrómaca.
LIDIA: Irlanda.
MINA: Y Whitney Houston.
LIDIA: Era sólo una foto de Whitney Houston. Una única foto,
hasta el más mínimo detalle de esa sola foto. Whitney
Houston sana y joven con la boca abierta en pleno canto, a
punto de engullirse el micrófono; sólo esa imagen.
MINA: Whitney Houston cantando "Água de beber"; eso le ha-
bría hecho crecer el pelo de la pura emoción.
LIDIA: Van ocho temas.
MINA: Y la selección holandesa del mundial del 74, la "Naranja
Mecánica". Nueve. ¿Por qué lo obsesionaba tanto? Él ni ha-
bía nacido. Lloraba...
LIDIA: Lloraba cuando recordaba la derrota final.
MINA: Él ni había nacido. Lloraba; se encogía todo y sollozaba,
temblaba. ¿Por qué? No tiene edad para acordarse de eso...
LIDIA: Bueno, o seguimos con el concurso o nunca vamos a
saber a dónde nos trajeron. Nunca vamos a saber dónde dia-
blos...
MINA: Yo sí sé. Estamos en Irlanda... ¡Tenemos que estar en
Irlanda, por favor!
LIDIA: Qué tanta obsesión por que nos hayan sacado de Irlan-
da. Además, ¿cómo sabes que eres irlandesa? Dime, ¿cómo
sabes que vivimos en Irlanda? ¿Que vivíamos en Irlanda?
¿Cómo puedes estar tan segura?
MINA: No sé… Por el acento.
LIDIA: ¡Cuál acento! Ni siquiera sabemos en qué idioma esta-
mos hablando. Apenas puedo pronunciar este balbuceo con
tantas eres y eles que terminas atorándote, escupiendo...
MINA: Debe ser gaélico. Sí. Estamos en Irlanda. Somos irlande-
sas y, al menos, yo estoy orgullosa de ser irlandesa y de
hablar el idioma de mi nación. Y, para estar orgullosa de ser
irlandesa, ¿cuál es la primera condición? Ser irlandesa. Que-
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dó, pues, demostrado.


LIDIA: A ver, ¿cuál es la capital de Irlanda?
MINA: Eso no significa ni prueba nada. Nunca fui buena en
geografía. Mi ignorancia no prueba nada.
LIDIA: ¿En qué eras buena?
MINA: Según el joven calvo, en todo lo demás.
LIDIA: A ver, ¿cuáles son los colores y la forma de la bandera de
Irlanda?
MINA: ¿Irlanda del Norte o la República de Irlanda?
LIDIA: ¿Cuál es la verdadera? ¿Hay dos?
MINA: ¿No sabías? No me digas que... ¡Ya entendí! Tú no eres
irlandesa. Tú eres parte del plan. Tú estás de su lado.
LIDIA: ¿Del lado de quién?
MINA: Del joven calvo. Siempre estuviste con él. Eres parte de
su plan.
LIDIA: ¿Qué plan?
MINA: ¿Por qué me hacen esto? ¿Por qué te pones de su lado?
Tú, más que ninguna, deberías entenderme; deberíamos ser
aliadas, no enemigas. Antes de todo esto, yo tenía una ca-
rrera; estaba en lo mejor de mi carrera. Todos me conocían.
Firmaba autógrafos a todos… Hasta que me trajeron aquí…
LIDIA: ¿Y crees que yo no tenía una vida antes de esto? Mi
esposo era la persona más respetada de toda…
MINA: Irlanda.
LIDIA: Era el hombre más bueno y valiente… Y lo mataron, lo
mataron brutalmente… mataron a todos mis hijos varones.
Mi hijo mayor, el más valiente... Arrastraron su cuerpo... ¡Y
qué habrán hecho con mis hijas! Y ahora estoy a merced de
un muchacho horrible… horrible… Cómo puedes creer que
soy parte de su plan. Yo era una señora decente.
MINA: Pero cómo puedes no saber que hay dos Irlandas.
LIDIA: Tú no sabías la capital de Irlanda. Eso es mucho, muchí-
simo más sospechoso. A ver, nómbrame un personaje famo-
so de Irlanda.
MINA: Déjame ver... A ver… El personaje es joven... Tendrá unos
veintiún años; tal vez, menos; tal vez, un poco más. Tiene
una calvicie prematura y fea... Porque hay calvicies atracti-
vas... Pero la de él es fea, horrible, asimétrica, grasosa...
También tiene la cara grasosa; tiene como una película de
grasa sobre toda la piel... Flaco... Retaco... Jorobado… Son-
ríe forzadamente...
LIDIA: ¿Es irlandés?
MINA: Sí, pero no puede sostener mucho la sonrisa; siempre es
fingida, y la mueca se le congela en un gesto horrible que
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parece una calavera por lo flaco que es... A mí me da miedo...


LIDIA: A mí me da pena...
MINA: Y asco...
LIDIA: A mí también, pero te acostumbras; te termina gustando
cuando empieza a hablar... si le das tiempo. Él fue el que me
dijo que uno puede identificar la región en que se vive por el
color de la pasta que botan las cucarachas cuando las aplas-
tan, o cuando aplastas una mosca.
MINA: A mí nunca me habla de nada cuando me convoca.
Sólo cantamos y bailamos.
(Cantando) Água de beber...
Água de beber, camará...
LIDIA: ¡Cállate! Estoy pensando. ¿De qué color era la pasta del
insecto que aplastaste?
MINA: Yo no miro cuando hago asquerosidades...
LIDIA: Ya el primero se ha secado. Ya se ha ennegrecido la
pasta. Ya el color no cuenta. Tienes que mirar apenas lo
aplastas. ¡Y si aplastamos al tercero y vemos!
MINA: Imagínate que lo aplastamos y que sale una pasta... di-
gamos... verde o anaranjada o blanca... ¿Acaso somos exper-
tas en colores de pastas interiores de insectos?
LIDIA: Hay que aplastarlo. No puede ser peor de lo que esta-
mos.
MINA: ¿Y si resulta ser un enviado? ¿No te acuerdas lo del Pur-
gatorio que estabas diciendo?
LIDIA: Tú misma dijiste que no podía ser el Infierno ni el Purga-
torio porque éramos bonitas...
MINA: Eso lo dijiste tú...
LIDIA: Y, en el Infierno, todas son feas. Y en el Purgatorio no
creen los protestantes, y nosotras no habíamos decidido aún
si había algo contra lo cual protestar. Acuérdate.
MINA: Pero te dije que podía ser el Paraíso. Y esos insectos que
aparecen y desaparecen, y tú te los comes para jugar a que
estás en una película...
LIDIA: ¡Y tú los aplastas!
MINA: ... esos insectos pueden ser ángeles de un dios que vie-
nen a decirnos algo, a recibirnos. Y tú los comes como si
fueran...
LIDIA: ¡Y tú los aplastas!
MINA: No, no hay dioses aquí, Lidia; esto es una cosa de huma-
nos... Un cubo perfecto... No... Si fuera una cosa divina o
sobrenatural, habría algo redondo... No sé... Estaríamos en
una esfera, o flotando en una espiral, o, al menos, en una
elipse o un cono... Pero no; no hay la más ligera curvatura.
297

LIDIA: Tal vez, no sea un dios así, todopoderoso y magnánimo,


ni muy bonito ni muy hablador, pero, al menos, un ángel, un
enviado... Tal vez, se está tratando de comunicar...
MINA: Parado en una pared sin hacer nada... Un dios debería
ser menos sutil...
LIDIA: Arrodíllate...
MINA: ¿Estás loca, Lidia?
LIDIA: ¡Tu madre loca!
MINA: Sí, también.
LIDIA: Por favor, sólo para saber si...
MINA: Está bien...
LIDIA: Oh, tú, ser de extraño aspecto, de calmada apariencia y
dura coraza, dinos quién eres... Dinos qué debemos esperar,
qué debemos hacer en este lugar de apariencia tan estéril...
¿Se movió?
MINA: Ni una pata...
LIDIA: Creo que se movió...
MINA: Ni una antena, ni un pelo. Yo me levanto.
LIDIA: Oh, tú, el de la dura coraza, dinos, ¿estamos en Irlanda?
¿En qué Irlanda; Irlanda del Norte o Irlanda de Sur?
MINA: ¿Del Sur? No existe Irlanda del Sur... Esto no es como…
No, Yemen ya no... Vietnam tampoco... O la Nueva Gales del
Sur... No existe la Vieja Gales del Norte ni la Nueva Gales
del Norte ni la Vieja Gales del Sur... Sólo nueva y del sur...
Te toca, Lidia.
LIDIA: No. Te toca a ti.
MINA: Te toca a ti. Yo ya hablé mucho.
LIDIA: Me encanta esto de hablar gaélico. Me terminó gustan-
do. Qué fácilmente sale todo. Te puedes lanzar con toda el
alma a decir lo que quieras sin miedo a represalias.
MINA: Tantas eres y eles... Irlanda... República de Irlanda...
Irlanda septentrional... meridional... septentrional... Irlan-
da... Irlanda... Una siente como si estuviera lamiendo y de-
leitándose con un helado, un helado eterno que nunca se va
a terminar.
LIDIA: Al joven calvo le gusta que le hable gaélico con la boca
llena. Irlanda del Norte... Irlanda del Sur...
MINA: ¡Basta de Irlanda del Sur!
LIDIA: Pero si hay Irlanda del Norte...
MINA: Es más bien como Virginia. Sólo hay Virginia del Oeste y
Virginia a secas. No hay Virginia del Este así como no hay
Irlanda del Sur. Pregúntale en qué Irlanda. Anda; pregúnta-
le... pregúntale...
LIDIA: Oh, frágil ser, frágil y duro, y de apacible aspecto, ¿es
298

que estamos atrapadas en la ficción de algún torpe sádico?


¿Es acaso una película?
MINA: ¿O un cuento?
LIDIA: ¿Es esto nuestra condena o nuestro premio? ¿Cuál fue
aquel gran pecado? ¿Cuál fue la inconsciente virtud que aquí
nos trajo? Oh, dinos, ¿qué debemos hacer para ascender a la
siguiente escala de la belleza suprema?
MINA: ¿Quién te dijo que el asunto era escalonado?
LIDIA: No sé, Mina. Pero creo que se ha puesto más tenso. Ya
no está tan calmado. Mira. Nos está escuchando. Está ten-
so; está a punto de explotar; no puede fingir más...
MINA: Yo lo veo exactamente igual.
LIDIA: Responde, oh ser de extraña apariencia, responde, res-
ponde, oh, responde...
MINA: Si quieres que responda, hazle una pregunta.
LIDIA: Responde si estamos condenadas para siempre a este
lugar en que... ¿Cuánto tiempo hemos estado?
MINA: No sé… un cuarto de hora, veinte minutos...
LIDIA: ¿Un cuarto de hora? ¡Un cuarto de siglo por lo menos!
MINA: Estás loca, Lidia.
LIDIA: ¡Tú madre!
MINA: Sí, también. Pero no hemos estado más de diez minu-
tos...
LIDIA: Cincuenta años...
MINA: Dos minutos...
LIDIA: Ciento veinte años...
MINA: Medio segundo...
LIDIA: ¡Trescientos cincuenta mil millones de años!
MINA: Acabamos de llegar.
LIDIA: ¡Siempre!
MINA: ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!
LIDIA: ¡Se movió! ¡Se movió! ¿Lo viste? Se movió...
MINA: Yo lo veo igual...
LIDIA: No. Mira bien. Mientras discutíamos, se iba poniendo
más y más tenso hasta que ¡pum!, como en una explosión
diminuta, liberó toda la energía y se movió; tembló y se mo-
vió medio milímetro a la derecha y hacia abajo.
MINA: Quedó demostrado: Estás loca, loca, Lidia.
LIDIA: ¡Tu madre!
MINA: ¡Un cuarto de siglo! ¿Y cómo sobrevivimos un cuarto de
siglo sin comer?
LIDIA: Yo me comí al insecto; son proteínas puras. Soy flaca; no
necesito más.
299

MINA: No han pasado más de diez minutos.


LIDIA: Es lo primero que debemos saber. ¿Cuánto tiempo?
MINA: Si queremos salir...
LIDIA: Si queremos salir algún día...
MINA: Si queremos...
LIDIA: ¿Tú quieres?
MINA: No sé. ¿Tú?
LIDIA: Yo pregunté primero.
MINA: Me gustaría tener la oportunidad, pero no sé qué haría si
descubriera un resquicio, si pudiéramos convertirnos en in-
sectos y encontrar algún resquicio, alguna imperfección en
el diseño del cubo.
LIDIA: Yo no sé qué haría. Me gusta aquí. Me terminó gus-
tando que me convoque.
MINA: ¿Y no te molesta estar a merced de… ya sabes… Jota
Ce?
LIDIA: ¿De quién?
MINA: Jota Ce.
LIDIA: No entiendo.
MINA: Sí me entiendes.
LIDIA: ¿Qué Jota Ce? ¿Johan Cruyff?
MINA: No.
LIDIA: ¿Jesucristo?
MINA: No. Ya sabes, no te hagas… Jota Ce.
LIDIA: Ah, Jota Ce. ¿Y por qué no lo dices bien? ¡Jota Ce!
MINA: Por si nos está escuchando. A propósito, ¿cómo se lla-
ma? Creo que nunca nos dijo su nombre.
LIDIA: A mí sí me lo dijo.
MINA: ¿Por qué a mí nunca me dice nada? ¿Cómo, cómo se lla-
ma?
LIDIA: Déjame acordarme, déjame acordarme...
MINA: ¿Ferguson?
LIDIA: No.
MINA: ¿Finnegan? ¿Flannagan?
LIDIA: No.
MINA: ¿Flagerty?
LIDIA: No me acuerdo.
MINA: ¿Por qué conmigo no hablaba?
LIDIA: Hay que hacerse la interesada. Hay momentos para ha-
blar y momentos para cantar. Contigo cantaba.
MINA: Y bailaba... ¿De qué hablaban?
LIDIA: Una vez, me dijo que había tres tipos de personas. El
300

primero lo integran las que se emocionan y aman al contem-


plar un insecto en perfecta pasividad. Sólo con contemplarlo
logran esa revelación de armonía universal. El segundo tipo
lo integran los que aman al contemplar a otra persona, pero
a otra que se emociona al contemplar a un insecto en perfec-
ta pasividad, contemplando al prójimo contemplativo tienen
la revelación. Y hay un tercer tipo; está integrado por las que
aman al contemplar cómo otra ama al contemplar cómo otra
ama al contemplar la intacta pasividad de un insecto en una
pared.
MINA: Pensará que yo soy una estúpida que no entiende nada…
¿Y el cuarto?
LIDIA: ¿Qué cuarto?
MINA: El cuarto tipo de persona.
LIDIA: No. Sólo hay tres.
MINA: ¿Qué hay de los que aman al contemplar cómo otro ama
al contemplar cómo otro ama al contemplar cómo otro ama al
contemplar cómo... Ya me perdí... Pero hay un cuarto tipo; y,
si hay un cuarto, hay un quinto; y si hay un quinto...
LIDIA: Ésos ya no son humanos. El joven calvo me lo explicó:
ésos ya son ángeles, están más allá del miedo...
LIDIA: ¿Y si somos...
MINA: ¿Tú también lo pensaste?
LIDIA: A nosotras se refería... No existe un cuarto tipo de per-
sona. Ya somos ángeles. En algún momento, llegamos a amar
al contemplar cómo otro ama al contemplar cómo otro ama al
contemplar cómo otro ama...
MINA: ¡No lo digas! No vaya a ser que lo concibamos y nos con-
virtamos en ángeles, y a empezar de cero...
LIDIA: ¡Pero ya somos ángeles!
MINA: ¿Y es bueno o malo?
LIDIA: ¿Ser ángeles?
MINA: ¿Tú que crees?
LIDIA: Me he acostumbrado. Si en veinticinco años no me hu-
biera acostumbrado, ya estaría loca.
MINA: ¿Y si lo estamos, Lidia?
LIDIA: No, no, no. También hay que descartar la locura. Eso sí
que no.
MINA: No hay que descartar nada.
LIDIA: ¡No! ¡Locas, no!
MINA: Pero, puede ser...
LIDIA: Antes, que sea un sueño. O nos sacaron de Irlanda.
MINA: ¡No!
LIDIA: ¡Sí!
301

MINA: De acuerdo, de acuerdo. Pactemos que no estamos lo-


cas, pero con la condición no negociable de que estamos en
Irlanda. ¿De acuerdo?
LIDIA: De acuerdo. Y que no es un sueño.
MINA: De acuerdo.
LIDIA: Y que no estamos en el Infierno...
MINA: Ni el Purgatorio ni el Paraíso...
LIDIA: Y que estamos desnudas.
MINA: Pero sólo el joven calvo puede verlo sobre el verde.
LIDIA: Y debemos hacer algo.
MINA: De acuerdo.
LIDIA: ¿Pero qué?
MINA: No sé. ¿Qué querría que hiciéramos el joven calvo?
LIDIA: No sé, Mina.
MINA: Yo menos.
LIDIA: Yo menos que menos.
MINA: Volvamos al concurso, Lidia. No podemos perder nada.
LIDIA: ¿De la "Naranja Mecánica"?
MINA: Pero si él ni había nacido en ese año. Se encogía, sollo-
zaba y ya no podía seguir más. Qué tanta obsesión con la
"Naranja Mecánica".
LIDIA: No sé, Mina. Lo angustiaría cómo lo inmaculado y per-
fecto se destruía en el esfuerzo final, en el partido final, en
la cima.
MINA: Eso es. Eso. Le solía ocurrir... Pobre...
LIDIA: Bueno... Pregunta. Pero, por favor, ahora sí, no me suel-
tes la pregunta crucial hasta que esté absolutamente fuera
de mí.
MINA: Y ya estamos de regreso. Nuestra amiga Lidia ha pasado
a la pregunta por veinticuatro mil trescientas libras. ¿Ner-
viosa?
LIDIA: No.
MINA: ¡Respuesta correcta! A pasado usted, Lidia, a ser una de
nuestras concursantes ilustres que respondieron acertada-
mente a nuestra pregunta por veinticuatro mil trescientas
libras. A partir de ahora, las preguntas se harán más y más
difíciles, y tendrá usted treinta segundos para pensar su res-
puesta. Le pido que pase a nuestra cabina para que, desde
ahí, escuche la pregunta y nos dé su respuesta... ¿Me es-
cucha usted bien?
LIDIA: Sí.
MINA: ¡Respuesta correcta!
LIDIA: Ya, déjate de tonterías y pregunta bien.
302

MINA: Bueno, por setenta y dos mil novecientas libras: ¿Qué


característica del jugador alemán Hölzenbein ignoraba el ár-
bitro inglés Jack Taylor, característica que, de haber sido del
conocimiento del mencionado juez, pudo haber determinado
un cambio en el maldito resultado de la maldita final del
mencionado maldito Mundial? Tiene usted treinta segundos
para pensar su respuesta...
(Cantando) Eu quis amar, mas tive medo
e quis salvar meu coração,
mas o amor sabe um segredo:
o medo pode matar o seu coração.
Han pasado treinta segundos. Su respuesta, por favor.
LIDIA: El señor Jack Taylor ignoraba que el mencionado
Hölzenbein, llamado, en adelante, "el hijo de puta", era un
experto en fingir faltas de jugadores contrarios. Ya los ale-
manes lo conocían muy bien por sus dotes teatrales en la
cancha. De haber sabido Taylor de las tretas del hijo de puta,
tal vez, habría sido más cauto al cobrar ese penal que dio
inicio a la debacle aquel infausto 7 de julio de 1974.
MINA: ¡Respuesta correcta! Siguiente pregunta. En el partido
entre Holanda y Suecia, el jugador sueco Edström puso en
apuros a un frágil Suurvier. Sin embargo, en más de una
jugada el holandés pudo alcanzar a Edström y, con una barri-
da, quitarle el balón de los pies. Responda usted, ¿cómo pudo
Suurvier llegar a la pelota antes que Edström? Aun supo-
niendo que el holandés corriera al doble de la velocidad que
el sueco, cuando Suurvier hubiera corrido la distancia que lo
ponía en el lugar en que estaba Edström, éste ya habría co-
rrido hacia la pelota la mitad de la distancia que original-
mente lo separaba de Suurvier; y, cuando Suurvier corriera
esa distancia hacia Edström, éste ya se habría acercado al
balón la mitad de esta última distancia recorrida y, cuando el
holandés hubiera nuevamente corrido esta distancia... Bue-
no, creo que se entiende la idea. Entonces, responda usted,
¿cómo fue posible que Suurvier llegara a la pelota antes que
Edström? Por doscientos dieciocho mil setecientas libras,
tiene usted treinta segundos...
(Cantando) Água de beber...
Água de beber, camará...
Água de beber...
Água de beber, camará...
LIDIA: Nuevamente la pregunta revela una ignorancia descon-
certante. Se parte del principio de que el movimiento de un
cuerpo por el espacio es una constante, es lineal y perma-
nente. Sin embargo, las partículas más pequeñas que inte-
gran los cuerpos mayores no se desplazan linealmente. Es
303

más, no hay lo que podríamos llamar un "desplazamiento".


Las partículas más pequeñas no se "mueven", simplemente
desaparecen y aparecen en otro lugar, sin que haya un "mo-
vimiento". Esto, por supuesto es imperceptible a la vista o a
cualquier instrumento inventado por la limitada mente hu-
mana. Desaparecen y aparecen más allá, desaparecen y apa-
recen más allá, y, así, generan una ilusión de "movimiento".
Así es que las partículas que integraban el cuerpo de Suurvier
desaparecían y aparecían en un lugar más alejado del origi-
nal que las partículas que integraban el cuerpo de Edström;
o acaso también, desaparecían y aparecían en una frecuen-
cia mayor a la del sueco. Eso está un por determinarse.
MINA: ¡Respuesta correcta! Y ahora… ¿Cómo supiste todo eso,
Lidia?
LIDIA: No lo supe, Mina; sólo lo dije sin pensar. Y lo malo-
graste todo otra vez…
MINA: No, Lidia, este tema no sirve. ¿Nunca te habló de otro
tema el joven calvo? Ustedes que hablaban tanto...
LIDIA: Sólo tenía nueve temas. Decía: "¿Para qué más? Con
éstos basta y sobra."
MINA: Basta y sobra, ¿para qué?
LIDIA: Qué sé yo. Para vivir sin tanto sobresalto... Para entre-
tenerte y no tener que estar pensando todo el día y desgas-
tándote. Qué sé yo.
MINA: Qué sé yo.
LIDIA: Te toca, Mina.
MINA: ¿Me toca?
LIDIA: Sí, te toca a ti.
MINA: Déjame pensar, déjame pensar… ¡Ya sé! Métete un dedo
a la boca... Más adentro… Ahora, habla en gaélico...
LIDIA: I do appreciate your goodness I know what an effort it
costs you, now you may relax I shall not trouble you again
unless …
MINA: Otro. Métete otro dedo. Los dos juntos. Habla.
LIDIA: ... I am obliged to by that I mean unless I come to the
end of my resources which is most unlikely just to know that
in theory you can hear me even though in fact you don't is all
I need...
MINA: Le gusta, le gusta... Tres dedos; ahora tres...
LIDIA: ... just to feel you there within an earshot and conceivably
on the qui vive is all I ask...
MINA: ¡Basta! ¡Basta!
LIDIA: ... not to say anything I would not wish you to hear or
liable to cause you pain...
304

MINA: ¡Basta!
LIDIA: ... not to be just babbling away on trust as it is were not
knowing and something gnawing at me.
MINA: ¡Basta he dicho! ¡Mira lo que has hecho! ¡Lárgate de aquí!
¡Aléjate! ¡Qué me has hecho! ¡Desgraciada! ¡Comeinsectos
de mierda! ¡Míralo cómo se ríe! ¡Míralo! ¡Qué asco! ¡Que se
deje de reír!
LIDIA: No te preocupes. No va a poder sostener la sonrisa mu-
cho tiempo. Vas a ver cómo pronto se va a convertir en cala-
vera, calavera grasosa, babosa, temblorosa...
MINA: ¡Míralo!
LIDIA: ¿Cómo llegó hasta allá?
MINA: ¿No te das cuenta de que se está riendo de nosotras?
¿De que finge esa calma para distraernos? Y, apenas nos
distraemos, se mueve. Aplástalo, Lidia, cómetelo.
LIDIA: ¿Será el mismo? Oh, gran dios, tus ángeles te hablan.
Responde. ¿Qué quieres de nosotras?
MINA: ¡Dioses! ¡Ángeles! ¡Basta de tonterías!
LIDIA: Por lo menos, yo sí hago algo, Mina. Podrías ser más
colaboradora en lugar de sabotear todo intento. ¿O es que
acaso tú eres la que está de su parte? Claro. Lo sabía. Tú
eres la que está con el joven calvo. Estás de su lado. Entre
los dos se han puesto de acuerdo para hacerme esto. ¿Qué
pretenden? ¿Qué quieren de mí? Yo era una señora decente,
respetable; yo tenía mi esposo, mis hijos… Mi hijo mayor...
Los mataron a todos. Se repartieron a mis hijas, a mis nue-
ras... ¿Por qué te pones de su lado?
MINA: ¿De su lado? Si a mí ni me habla.
LIDIA: ¿Y, entonces, por qué te burlas o descartas todo inten-
to? ¿Por qué no consideras que podemos no estar en Irlan-
da? Mira ese insecto. Nunca he visto algo así en mi vida.
Esto no es Irlanda.
MINA: Sí es Irlanda, sí es Irlanda, sí es Irlanda.
LIDIA: ¡Extranjera!
MINA: ¡Loca!
LIDIA: ¡Extranjera!
MINA: ¡Loca! ¡Demente! ¡Chiflada! Lidia loca Lidia loca...
LIDIA: ¡Alienígena!
MINA: Loca y vieja.
LIDIA: Inglesa y estúpida.
MINA: ¡Alienada! ¡Esquizofrénica! ¡Sicótica!
LIDIA: Pero, si yo estoy loca, tú también lo estás.
MINA: Con la relevante diferencia de que a mí no me importa.
LIDIA: ¡Inglesa! ¡Paraguaya! ¡Mina vietnamita! ¡Papuana-
305

neoguineína!
MINA: Aprende a hablar, inculta. ¡Lidia estólida!
LIDIA: ¿Cuál es la capital de Irlanda? Responde sin pensar.
MINA: Baile Átha Cliath.
LIDIA: Lo acabas de inventar.
MINA: Tú me dijiste que no pensara.
LIDIA: ¡Déjenme salir! ¡Por favor! ¡Déjenme salir! Ya no quiero
esto. Ya no quiero... Por favor...
MINA: No te desesperes; creo que así le gusta más.
LIDIA: Suéltame. Ya te descubrí. Tú estás de su lado.
MINA: ¿Tú crees que yo no quiero colaborar, no? Pues te voy a
demostrar que estoy más hasta el cuello que tú. Yo sí he
pensado. He pensado muchas cosas que no pensaba decir-
te...
LIDIA: ¿Qué cosas?
MINA: Pero ahora te las voy a decir. No somos ángeles, no.
¿Sabes qué somos? Somos putas.
LIDIA: ¡Tu madre!
MINA: Sí, también; pero escúchame. Somos putas, pero putas
sin conciencia ni culpa. Nos han secuestrado, una banda
internacional de traficantes, y nos han confinado aquí mien-
tras cierran el negocio de nuestra venta. No hay otra explica-
ción.
LIDIA: Y el joven calvo era el contacto que tenían. Él nos convo-
caba día tras día para irnos cautivando. Él es su contacto.
MINA: En este momento, deben estar registrando todo lo que
hacemos. Todo lo que decimos. Nos sueltan esos insectos
para tentarnos...
LIDIA: Estamos en exhibición. En este mismo instante, todos
los potenciales clientes nos están viendo. Y es una pelícu-
la...
MINA: O un cuento... Nos observan. Nos escudriñan. Nos leen.
Nos desnudan proyectando sus deseos sobre los trajes ver-
des... Todos son jóvenes y calvos, y babean...
LIDIA: Y estamos en un barco hacia Papúa Nueva Guinea don-
de nos van a entregar a una tribu de...
MINA: ¡He dicho que estamos en Irlanda!
LIDIA: Perdón, pensé que ahora sí estábamos hablando en se-
rio.
MINA: Aquí nada es en serio. Pero tenemos que escoger algo.
Estamos en Irlanda.
LIDIA: Y no estamos locas.
MINA: Si perdemos eso, no hay salvación.
LIDIA: Entonces lo de la banda de traficantes de putas...
306

MINA: Hice mi mejor esfuerzo; no puedo más. Estaba en lo mejor


de mi carrera; yo era la estrella; y un día me convocan y me
traen acá. No puedo más. Te toca.
LIDIA: ¡Una hecatombe universal! Nagasaki… Gomorra…
MINA: Cartago, Cartago... Troya...
LIDIA: ¡Jericó!
MINA: ¡Jericó!
LIDIA: Y todos se murieron salvo nosotras y esos insectos...
MINA: ¿Por qué sobrevivimos nosotras? ¿Por qué sólo noso-
tras?
LIDIA: No sé, Mina...
MINA: ¿Qué es lo que tenemos en común?
LIDIA: Nada.
MINA: Algo debe haber...
LIDIA: No, Mina; nada. Ya pasamos por esto por años. No tene-
mos nada en común.
MINA: ¡Porque a nosotras, y sólo a nosotras, nos convoca del
joven calvo! Es lo único que tenemos en común.
LIDIA: ¡Él nos salvó!
MINA: Es nuestro Johan Cruyff.
LIDIA: Nuestro Jesucristo.
MINA: Pensó en nosotras y eso nos salvó; nos convocó, nos
invocó...
LIDIA: Nos provocó...
MINA: Y nos salvó de la hecatombe. Porque ése piensa en no-
sotras tres o cuatro veces al día...
LÍDIA: Como mínimo.
MINA: Un día a mí me convocó trece veces.
LIDIA: ¡Trece! Felicitaciones.
MINA: Gracias.
LIDIA: Entonces, todos se murieron y esos insectos que nadie
ha visto nunca en Irlanda... porque estamos en Irlanda...
son una mutación.
MINA: Radiación, infección, inundación...
LIDIA: Por eso, nadie los había visto en Irlanda... porque esta-
mos en Irlanda, muy en el corazón de la mismísima Irlan-
da...
MINA: Y no estamos locas, Lidia. Estamos cuerdísimas...
LIDIA: Sigue. Sigue con el concurso. Te toca.
MINA: Lidia, ya tiene usted ganadas doscientos dieciocho mil
setecientas libras. En este momento, tiene la opción de reti-
rarse con su jugoso premio o responder a la pregunta final
por seiscientas cincuenta y seis mil cien libras. Tenga pre-
307

sente que de no contestar acertadamente la pregunta o de


negarse a contestarla, usted no sólo perderá todo lo ganado
sino que tendrá que trabajar de por vida para el joven calvo
en las labores que él y sólo él determine. ¿Cuál es su deci-
sión?
LIDIA: Sigo adelante.
MINA: ¿Está usted segura?
LIDIA: Sí. Y le pido que no insista.
MINA: Por seiscientas cincuenta y seis mil cien libras... ¿Está
lista?
LIDIA: Más que nunca.
MINA: El árbitro del partido entre la selección de los Países
Bajos y la selección argentina fue el escocés Davidson; los
jueces de línea fueron el soviético Kazakov y el alemán occi-
dental Tschenscher. Sabiendo esto, responda usted, ¿a dón-
de llevaron a Mina y a Lidia? ¿Por qué las convocaron aquí?
¿Qué tienen que hacer las convocadas? Tiene usted un mi-
nuto para darnos su respuesta. Mucha suerte...
(Cantando) Eu sempre tive uma certeza
que só me deu desilusão;
é que o amor é uma tristeza,
muita mágoa demais para um coração.
Água de beber...
Água de beber, camará...
LIDIA: ¡Basta! No sé. No sé la respuesta.
MINA: Lo lamento. No sólo ha perdido usted todo lo ganado,
sino que deberá ser la esclava del joven calvo por el resto de
su vida. Y, aun más, deberá usted traer consigo a su eterna
reclusión a una joven que tenga cierto parecido a Whitney
Houston en una foto que se le proveerá oportunamente, y,
de preferencia, esa joven será su propia nuera, la esposa de
su fallecido hijo mayor.
LIDIA: Lo entiendo y asumo mi labor con resignación.
MINA: Listo. ¡Por fin!
LIDIA: ¿Satisfecha?
MINA: Un poco... Sí... Por ahora... ¿Por qué me miras así?
LIDIA: Eres muy bonita.
MINA: Tú también.
LIDIA: Pero tú eres joven.
MINA: Pero tú eres más bonita.
LIDIA: Qué raro que no haya más como nosotras.
MINA: Así es él.
LIDIA: Sí, se fija en un tema y no sale ni a los golpes nunca: la
megaestrella de veintitantos y la cuarentona viuda. Pero de-
308

bería tener una tercera por lo menos, creo yo; es mucho tra-
bajo para dos.
MINA: Mira: no se ha movido.
LIDIA: Tal vez, tiene vergüenza.
MINA: ¿De qué?
LIDIA: De todo. Así es él.
MINA: Será porque somos muy bonitas.
LIDIA: Y él es tan feo, el pobre. Y calvo.
MINA: Y todo grasoso. Se debe morir de vergüenza con noso-
tras.
LIDIA: Debe ser por eso.
MINA: A ti te quiere más.
LIDIA: No.
MINA: A ti te dijo su nombre. A ti te habla cuando te convoca.
LIDIA: Pero me habla de ti.
MINA: Te toca.
LIDIA: Pero a ti te toca más.

FIN

Lima, 2006
309

Dominante de si bemol

"Te busco sin dejar de hacer presagios."


Arquíloco de Paros
310
311

Personajes:
ALICIA: 46 años. Viste con una fina bata turquesa.
JOSÉ: 46 años. Viste con un elegante y oscuro frac.
JACKIE: 20 años. Viste como modelo de televisión, con tonali-
dades rojas.
JUDITH: 20 años. Viste como modelo de televisión, con tonali-
dades rojas.
ELEAZAR: 17 años; mulato. Viste y luce de manera desaliñada y
sucia.

Escenario:
El escenario representa la sala de una casa que puede repre-
sentar el estudio de un programa familiar de televisión.
Hay dos puertas que dan a interiores y otra que da al exterior.
312

PRIMER ACTO

(Eleazar está inspeccionando algunos muebles en la sala. Lo


hace con sigilo, como si temiera ser descubierto. Encuentra algo
en un cajón y se lo mete al bolsillo.)
ELEAZAR: Tri-ni-dad... Trinidad... Y no vuelven a verme la cara...
Eleazar... ¡Mentiroso! ¡Pelee! Ya es un hombre; pelee, pe-
lee... ¡Música! ¡Música! Yo me largo de aquí a Trinidad con
mis primos... Mi playa...
(Eleazar sigue buscando en los muebles.)
ELEAZAR: E-lea-zar... Tri-ni-dad... Eleazar. ¡Desgraciado!
(Eleazar termina de poner cosas en sus bolsillos y sale por la
puerta al exterior. Jackie asoma la cabeza por la segunda puer-
ta a interiores, inspecciona alrededor y desaparece. Después,
se empieza a escuchar la canción "Amar es amar a Chichi" en
una versión instrumental. Jackie y Judith entran por la segun-
da puerta a interiores; se dirigen al público con la música como
fondo.)
JUDITH: ¡Ole, ole, don José!
JACKIE: Fidelísimo público nuestro, gracias por su espera y bien-
venido. Bienvenidos y bienvenidas; damas impecables y ar-
duos caballeros, público nuestro y leal de éste, su programa
de doce a tres y de siempre...
JUDITH: "Ole, ole, don José".
JACKIE: ... que hoy, como todos los martes, llegará a ustedes y
a todos nuestros compatriotas, por las pantallas vivas de
sus televisores, con la pasión, la razón y el anfitrión de toda
la vida para develar otro impronunciable misterio. Y aquí está
con ustedes...
JUDITH: Ole, ole, don José...
(José entra saludando al público por la primera puerta a interio-
res. José sacará de sus bolsillos aparatos de control remoto
con los que controlará los sonidos y otros efectos.)
JOSÉ: Gracias, muchas gracias. Gracias, Jackie; usted siempre
tan fresca y provocativa. Nuestra niña más leal. Y muchas
gracias a usted también...
JUDITH: Judith...
JOSÉ: Sea usted bienvenida. Esperamos tenerla con nosotros
muchas tardes más. Siempre en punto; así, fresca como aho-
ra...
JUDITH: Gracias, don José.
JOSÉ: Suculenta... Pero, sobre todas las cosas, mi agradeci-
miento a ustedes, público nuestro, aquí o en sus hogares,
que todos los martes, siempre de doce a tres, sus almas nos
abre y sus cuerpos. Gracias...
313

(José detiene la música con un control remoto.)


JOSÉ: Niñas, sin más protocolos o aspavientos, nuestro miste-
rio de hoy.
JACKIE: ¿Qué es el amor?
JOSÉ: ¡Otra vez!
JUDITH: Mejor sería: ¿Qué es amar?
JACKIE: Cállese usted.
JOSÉ: El amor... Amar... ¡Y dale con la misma cantaleta! Qué
misterio para absurdo.
JUDITH: ¿Es acaso un don divino?
JACKIE: O, como preguntara nuestra excelsa poeta patria, Lupita
Ginebra: "¿Es un pálpito, un presagio?
JACKIE Y JUDITH: ¿Una playa, un plan o un plagio?"
JOSÉ: Terrible pregunta. Pero no, señoras y señores; no, mi
fidelísimo público, no hemos venido a agriarles el almuerzo.
La respuesta ha estado siempre frente a nosotros. Y al dia-
blo con que el amor está en uno mismo, en el cielo o en
nuestra tierra o en la madre que los parió a todos. La demar-
cación definitiva está en una sola frase que, a estas alturas,
debe haber dado la vuelta al mundo: Amar no es amar si es
amar y no es a Chichi... Si no es a Chichi...
JACKIE Y JUDITH: ¡No es!
(José toca un control remoto y se escucha la música de "Amar
es amar a Chichi". Jackie y Judith bailan.)
JACKIE Y JUDITH (cantando): ¿Qué es el amor? me estoy pre-
guntando.
No tengo qué responder,
pues todo amor del suyo es un plagio.
Si no es a Chichi, no es...
Si no es a Chichi, no es amor...
JOSÉ: El amor está en amar a una única persona, pero no a
cualquiera; no, señor. Y cualquier otra cosa que se pretenda
llamar amor no será tal si no es a Chichi. Es una maraña, un
laberinto en perpetua expansión; porque si amar es amar a
Chichi, luego, amar a Chichi es amar a Chichi... a Chichi; y
amar a Chichi a Chichi es amar a Chichi a Chichi... a Chichi;
y amar...
JACKIE: El amor, como nos lo define la obra maestra y única de
nuestro inmortal Kambul Mondragón.
(José toca un botón de un control remoto y se proyecta en una
pared una gran imagen que muestra al Kambul en un concierto.)
JOSÉ: ¡Quién no recuerda sus funerales! ¡Quién aquí tan in-
sensible que, hace sólo un mes, no asistiera a ese masivo
testimonio de afecto sin condiciones una y otra vez! ¡Quién!
¡Quién tan resentido y hepático!
314

(José detiene la música.)


JOSÉ: No... Lo siento... Ya no puedo...
(José se sienta; se le ve abrumado. Jackie y Judith tratan de
animarlo con sus siguientes parlamentos.)
JACKIE: "Amar es amar a Chichi", la canción que puso a nues-
tra patria en el mapa musical del mundo, el sonsonete con el
que, desde hace treinta años ya, los amantes se azuzaron se
azuzarán para siempre.
JUDITH: "Amar es amar a Chichi", ya un clásico en las salas de
jazz de Ámsterdam y Londres, en los hogares de Norteamérica
y Filipinas, y en el imaginario de todo nuestro gran continen-
te...
JACKIE: "Amar es amar a Chichi", llevada al inglés por un dúo
de muchachas danesas, es ya una sensación en las salas de
baile de Copenhague a Bangkok, de Buenos Aires a
Alejandría...
(José se levanta, nuevamente animado.)
JOSÉ: Ciudad del Cabo, Bombay, Bali, Vladivostok, Vancouver,
Seattle, Callao, Puerto España, Rótterdam...
JUDITH: "If not with Giggi, it's not..."
JOSÉ: If not with Giggi, it's not... ¿Qué significa? ¿Jackie?
JACKIE: Yo no sé... Qué me pregunta a mí.
JUDITH: Es algo así como "si no es con Giggi, es vacuo, es
nada, no existe..."
JOSÉ: Suculenta... Hoy, justamente hoy, se cumplen treinta
años desde que la inmortal tonada del Kambul Mondragón
viera la luz. Por eso, esta misma tarde recrearemos algunos
pasajes de la vida de nuestro gran músico. Su difícil adoles-
cencia. Terrible. ¡Lo amamos, Kambul! ¡Siempre estará entre
nosotros, siempre merodeará en nuestras almas, tanto que
ya a nadie sorprendería verlo encarnarse, y entrar y salir por
esa puerta como Juan por su casa!
JACKIE: ¡Dominante!
JOSÉ: Usted nos definió de un golpe y para siempre el amor.
¡Pero vaya tremenda la incógnita que nos dejó dentro! Ya
sabemos qué es amar; pero ¿quién es Chichi? Niñas...
JUDITH: Hemos sido abrumados por sus respuestas, por las
decenas...
JOSÉ: ¡Miles!
JUDITH: ... miles de cartas...
JOSÉ: ¡Decenas de miles!
JUDITH: Es lo que decía... decenas de miles de cartas que nos
han enviado...
JOSÉ: ¡Todos se equivocan! Todos. Niñas...
315

JUDITH (lee): "Chichi es Sor Judea Chávez Checa. Era una veci-
na del Kambul Mondragón cuya madre le prohibió hablarse
con él por prejuicios; él era negro. La muchacha se internó en
un convento y, hasta ahora, vive ahí en estricta clausura."
JOSÉ: No. Si van a plagiar, por lo menos, háganlo bien. Otra...
JUDITH (lee): "¿No se dan cuenta de que Chichi no es una per-
sona real? Es un nombre cualquiera que representa a la amada
y cuyo sonido era adecuado al propósito eufónico de la can-
ción. Punto."
JOSÉ: No, no, no...
JACKIE: ¡Oiga! Me tocaba a mí.
JUDITH: Perdóneme, Jackie.
JOSÉ: Chichi, la representación de la mujer amada; Chichi a la
voluntad y capricho de cada quien; no. ¡Qué fácil! No, señor.
Chichi es Chichi es Chichi... Otra...
JUDITH (a Jackie): ¿Usted o yo?
JOSÉ: ¡Otra!
JUDITH (lee): "Don José: ¿Sabía usted que el 31.7 por ciento de
las mujeres menores de treinta años de nuestra patria se
llama "Chichi" debido a la canción?"
JOSÉ: Ya no es el 31.7, amigo; estamos ya en el 33.2 por ciento
y sigue subiendo... Y no vayan a olvidar nuestra campaña
para que "Amar es amar a Chichi" sea elegida como la can-
ción latinoamericana del siglo, pues sabemos ya que hay fuer-
tes presiones para conceder ese honor a "Garota de Ipanema".
JUDITH: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Muera!
JOSÉ: No nos ganarán; ni brasileños ni argentinos, con su "El
día que me quieras", ni la promocionadísima "Piel canela"
por la que cubanos, puertorriqueños y mexicanos se pelean
paternidad, y a ver si se ponen de acuerdo de una vez...
JUDITH: ¡Muera! ¡Mueran todos!
JOSÉ: Podrán todos tener una gran promoción internacional,
pero ninguno de ellos tendrá lo que nosotros. Nosotros te-
nemos a Chichi.
JUDITH: ¡Bravo! ¡Bravo!
JOSÉ: Venceremos. Chichi es nuestra... y la hemos encontra-
do.
JUDITH: ¡No!
JOSÉ: Y está aquí en nuestros estudios.
JUDITH: ¡No!
JOSÉ: La real, la única, la tangible.
JUDITH: ¡No!
JACKIE: Ya cállese usted...
JOSÉ: Sí, señoras y señores, nadie se me desmaye, por favor.
316

Tras un arduo rastreo, hallamos a la mujer que, hace tres


décadas, inspiró tanto el alma del Kambul Mondragón que
agotó su corazón de un solo canto.
JUDITH: ¿Chichi? ¿La mismísima?
JACKIE: ¡Oiga! Usted se calla y mira.
JOSÉ: Y se presentará ahora al mundo aquí en éste, su progra-
ma...
JUDITH: ¡No!
JOSÉ: ... para romper un silencio de treinta años... Sin más
protocolos o aspavientos... Niñas, ¿listas?
JUDITH: Sí, sí, sí...
JOSÉ: Con ustedes, impecable público, doña Alicia Aimar de
Uitz. ¡Adelante, Chichi!
(José, con el control remoto, hace sonar la música de "Amar es
amar a Chichi" y mira hacia la primera puerta a interiores.)
JACKIE Y JUDITH (cantando): Le vengo a hablar, venga acá,
dulce Chichi;
no pierda el tiempo, las horas se van,
que éste es acaso mi último intento
de un canto al amar...
Ah... Oh... Ah... Oh... Ah... Oh...
Me enamoré, ya ve usted, triste Chichi...
JOSÉ: ¡Alicia!
JACKIE Y JUDITH (cantando): ... de aquella voz con puntadas
de miel;
toqué su piel y escuché desde su alma
"¿Qué quiere usté' hacer?"
(Pasan varios segundos y nadie aparece. José, impaciente, de-
tiene la música.)
JOSÉ: ¡Alicia! ¡Doña Alicia! Carajo. Jackie, vaya usted, y traiga a
doña Alicia como sea.
(Jackie sale por la primera puerta a interiores.)
JUDITH: ¡Jackie!
JOSÉ: Y mientras vemos qué ocurre, aquí nuestra ya nuestrí-
sima...
JUDITH: Judith...
JOSÉ: ... les va a leer otra de las decenas de miles de cartas
recibidas.
JUDITH: ¿Yo? ¿Cuál?
JOSÉ: Cualquiera. Rápido.
JUDITH (lee): "Chichi es mi mujer..."
JOSÉ: ¡Pobre hombre!
JUDITH (lee): "No la busquen más. Suficientes golpes tengo ya.
Son treinta años. Ayúdenme. No lo soporto. ¿Tienen idea de
317

nuestra frustración..."
JOSÉ: ¡Aquí está! ¡Ahí la tienen! ¡Chichi!
(José enciende nuevamente la música; se escucha la versión
"danesa" de la canción. Alicia entra sujetada por Jackie por la
primera puerta a interiores. A Alicia se le ve demacrada; camina
con torpeza.)
JUDITH: ¿Por qué no me dijeron?
(Alicia tropieza y cae al piso. Jackie y Judith la ayudan a levan-
tarse. José detiene la música.)
JOSÉ: Jackie, ¿no le dije que escondiera el whisky?
JACKIE: Yo le dije a Judith. Pregúntele si quiere.
JUDITH: Yo escondí lo que encontré. Cómo podía saber yo que
había gente en el otro cuarto. ¿Por qué no me dijeron? ¿Es la
Chichi de verdad?
JOSÉ: La mismísima... No hay otra... La gran Chichi...
ALICIA: Desgraciado...
JUDITH: ¿Por qué no me dijeron? Señora Chichi, levántese. ¡Us-
ted es Chichi! No puede arrastrarse por el piso así. Usted es
la que quién no mataría por ser.
(Alicia se incorpora y, ayudada por Jackie y Judith, va a sentar-
se a un sillón.)
JUDITH: ¿No sería mejor dejarlo para otro día? La señora Chichi
no se siente bien...
JOSÉ: ¡Nada de otro día! Los martes son los martes. Éstas son
las contingencias que nos ocurren a quienes hacemos las
cosas en vivo... Efectivamente, por más que le reviente el
hígado a quien le reviente, ésta que tienen aquí es la más
deseada y la más buscada, la más gloriosa y relamida de las
mujeres de nuestra patria y este vasto continente: ¡Chichi!
JACKIE: Y hoy reviviremos con ella los tres encuentros en que
trató al Kambul Mondragón.
JOSÉ: Comprenderá nuestra persistente audiencia los esfuer-
zos que nos ha costado la reconstrucción de estos encuen-
tros a través de las minúsculas gotas que exudaba doña Ali-
cia en esta última semana de interrogatorios, de gritos y bal-
buceos...
ALICIA: Desgraciado...
JOSÉ: ¿Qué dice, perdón?
ALICIA: ¡Desgraciado!
JOSÉ: Nuestras disculpas a nuestro leal público de doce a tres,
horas mágicas en que quién no preferiría comer y sestear
para espantar las espinas de la pasión y el calor. Nuestro
agradecimiento por su perseverancia y nuestro estado de
perpetua apología por los exabruptos en que pueda incurrir
318

doña Alicia... ¿O acaso prefiere que le digamos "Chichi"?


ALICIA: Infeliz...
JUDITH: ¿No será que la señora Chichi está en el tercero?
JACKIE: ¡Oiga! Usted se calla. No se meta.
JUDITH: Porque puede estar confundida. Acuérdense; la seño-
ra Chichi, alrededor de la cama del Kambul moribundo, le
dice "Desgraciado... Desgraciado..."
JACKIE: Discúlpela, don José...
JUDITH: "Infeliz. Me arruinó..." Algo así le decía.
JOSÉ: Muchísimas gracias por arruinar la emoción del tercer
encuentro, nuestra querida...
JUDITH: Judith.
JOSÉ: Suculenta... Y aquí trataremos de seguir hablando con
doña Alicia Aimar de Uitz para que nos introduzca a qué es
vivir, qué se siente vivir como la dictadora, la reina de tan
descomunal epopeya. ¿Fue fácil? ¿Fue algo gratificante? ¿O,
más bien, como escribiera nuestra Lupita Ginebra "un nau-
fragio perennizó en su boca un fa salobre"?
ELEAZAR (desde fuera): ¡Mamá!
(Todos se quedan paralizados.)
JOSÉ: ¡Eleazar!
JUDITH: ¿Quién es ése?
JACKIE: Eleazar, Eleazar, Eleazar...
(Con gran rapidez, José apaga la proyección del Kambul con el
control remoto. Jackie lleva a Alicia a esconderse tras unos
muebles.)
ELEAZAR (desde fuera): ¡Mamá!
JUDITH: Jackie...
JACKIE: Escóndase usted, escóndase. ¡Eleazar! Rápido.
(Judith va a esconderse tras un mueble. José acomoda sus ro-
pas y finge una actitud casual. Eleazar entra por la puerta al
exterior y se topa, cara a cara, con José.)
JOSÉ: Pensé que se le había dicho, Eleazar, que no volviera por
aquí.
ELEAZAR: ¿Dónde está mi madre?
JOSÉ: Descansando. Y es mejor que no la perturbemos; espe-
cialmente usted.
ELEAZAR: Debo verla.
JOSÉ: Usted sabe bien por qué eso no es posible.
ELEAZAR: Quiero verla...
JOSÉ: Pero ella no a usted...
ELEAZAR: ¿Y esas ropas? ¿Va a salir? ¿A dónde va a ir usted?
JOSÉ: Por favor... ¿Quién cuidaría de su madre?
319

ELEAZAR: ¿A dónde va a ir? ¿Con quién? ¿Quién se va a quedar


con mi madre?
JOSÉ: Es mejor que se retire, Eleazar. Usted ya no es bienveni-
do aquí.
ELEAZAR: ¿Con quién se va a ver usted? ¿Quién se va a quedar
con mi madre? ¡Mamá! ¡Mamá!
JOSÉ: ¡Basta, Eleazar! ¡Basta!
ELEAZAR: Esas ropas... ¿Qué está pasando aquí? ¡Mamá!
JOSÉ: Yo estoy preso aquí. No puedo salir; quién se quedaría
con su madre. Pero, si quiere saberlo, sí, yo necesito creer
que salgo. Necesito jugar a que estoy afuera rodeado de gen-
te y música y aire de mar. El juego, el disfraz me levantan el
ánimo. Y, con mis ánimos arriba, puedo levantar los de su
madre. Vivimos presos. Y sólo nos queda este juego.
ELEAZAR: Sí, papá. Perdóneme, papá.
(José abraza a Eleazar.)
JOSÉ: La vamos a sacar adelante. Y usted me va a ayudar,
Eleazar; me va a ayudar yéndose de aquí inmediatamente y
apareciendo por aquí lo menos que le sea posible. Cuando
su madre mejore, podrá verla. Yo intercederé por usted.
ELEAZAR: Sí, perdóneme, papá.
(José y Eleazar se dan un abrazo. Eleazar sale por la puerta al
exterior. José va a cerrar con llave la puerta. Alicia, Jackie y
Judith salen de sus escondites.)
JACKIE: Dominante, don José. ¡Si bemol! Estuve a punto de
saltar a aplaudir... Lo de las ropas, lo del juego...
JUDITH: ¿Qué fue eso?
JACKIE: Eleazar. Cada vez que aparezca, hay que dejar solo a
don José.
JUDITH: ¿Y por qué no me dijo?
JACKIE: Y no puede ver a doña Alicia. Nunca.
JUDITH: ¿Pero quién es Eleazar?
JOSÉ (al público): Eleazar, Eleazar. ¿Quién entre ustedes, mi
fidelísimo, quién, hasta este día, sabía que ése era el nom-
bre de nuestro Kambul Mondragón?
JUDITH: No, yo no sabía.
JOSÉ: Eleazar Mondragón, Eleazar García Mondragón. Pero to-
dos lo conocimos y lo amamos como "Kambul".
(Con un control remoto, José hace que vuelva a aparecer la ima-
gen del Kambul Mondragón sobre la pared.)
JOSÉ: Mírenlo... E-lea-zar... Y bien que usted también lo sabía,
¿no, doña Alicia? E-lea-zar... ¡Mírelo! Bien que sabía su nom-
bre. Eleazar... ¿Quién, entre ustedes, público nuestro, supo
de aquel drama de la convalecencia de una madre enferma
320

de... de... cirrosis terminal?


JACKIE: ¡Dominante de si bemol!
JOSÉ: ¿Quién supo de la terrible agonía de esa mujer durante la
cual un cruel padre o padrastro, con inverosímiles pretextos e
intenciones insondables, impidió que un hijo la viera? Terri-
ble... Desde entonces, nunca más fue Eleazar García
Mondragón; desde entonces y para siempre, fue el Kambul
Mondragón, autor e intérprete de nuestra eternísima "Amar
es amar a Chichi"... Niñas, ¿qué sigue? Se nos van las horas.
JACKIE: El primero...
JUDITH: Contexto del primer encuentro.
JOSÉ: El primero. Esto, tal vez, desintoxique a doña Alicia. Ni-
ñas, contexto.
(José se amarra una bufanda a la cabeza. Toma una guitarra y
se tiende boca abajo en el piso.)
JACKIE: Es una noche de enero de 1966. Un joven, aunque ya
no tan joven, músico ha llegado al Parque la Marina. Las
tinieblas que lo rodean no hacen sino incrementar su desa-
zón y ansiedad. Se ha tendido en la grama y ahí aguarda,
acecha... acecha...
JUDITH: En eso, ve aparecer una mujer joven, demasiado joven.
(Alicia se levanta y camina hacia donde yace José.)
ALICIA: Infeliz...
JACKIE: No, no, doña Alicia. Es el primero, el primero... Usted
dice: "Vuelo al mar..."
JUDITH: A ver, señora Chichi, "Al mar, al mar..."
JACKIE: "Vuelo al mar, al mar, al mar..."
ALICIA: Desgraciado...
JOSÉ: Tercer encuentro; después seguimos con el primero. Rá-
pido; no hay que perder el impulso; tercero; contexto, con-
texto, contexto...
(José se desamarra la bufanda de la cabeza y se tapa la cabeza
con ella. Se tiende boca arriba y cierra los ojos. Alicia camina
amenazante alrededor de él. Judith le amarra un pañuelo en la
cabeza a Alicia.)
JACKIE: Es una madrugada de setiembre de este año; 1996.
Hace unos meses, nuestro gran músico patrio, Kambul
Mondragón, fue diagnosticado con leucemia. Ningún trata-
miento en el extranjero ha sido exitoso... Por ello, nuestro
Kambul ha decidido pasar sus últimos momentos aquí, en
nuestra capital.
JUDITH: Corren rumores de que, en su convalecencia, el Kambul
confunde a las enfermeras que lo asisten con la mujer que
inspirara su gran composición...
321

JACKIE: Una enfermera ha entrado a la habitación donde el


Kambul espera su final.
JUDITH: Quizás, esta vez, ya no haya confusión...
(Judith y Jackie se apartan un poco. Alicia sigue caminando
alrededor de José que está tendido boca arriba con los ojos ce-
rrados.)
ALICIA: Desgraciado... Desgraciado...
Me arruinó... ¿Me escucha? ¿Duerme?
Infeliz... Vivió fingiendo;
ya no finja más. ¡Despierte!
(José abre los ojos con el último grito de Alicia y la mira.)
JOSÉ: ¿Las ha visto? ¿Ha escuchado
lo que han hecho esas serpientes?
ALICIA: No se agite aún, Kambul.
JOSÉ: ¿Qué son? ¿Bestias o mujeres?
¡Chichi! ¡Chichi! ¡Qué le han hecho
esos súcubos daneses!
ALICIA: Sí; sí he visto a las muchachas.
¡Qué tal gracia! ¡A todos mueve!
JOSÉ: ¿Es gracioso que dos niñas
rocen piernas, pecho y vientre
como perras? Chichi... Chichi...
¿Es gracioso retorcerse?
Dinamarca debe oler
al peor de los burdeles.
ALICIA: No me diga "Chichi" ya.
Infeliz...
JOSÉ: Las veo al frente...
Sin embargo hay una cura.
La imagino a usted... celeste...
ALICIA: No es celeste; es turquesa.
En la calle y sonriente...
JOSÉ: ¡Qué memoria! Ya han pasado...
¿Cuántos años?
ALICIA: Diecisiete.
JOSÉ: Yo la evoco y las danesas
y su hedor se desvanecen.
Mi canción es instrumento
del demonio y sus agentes.
¡Pero quién podrá culparme!
Sólo a un soplo de la muerte
me dejó la medicina...
No vivía... Sólo un tenue
resplandor era mi mundo.
Vi, entre nubes, los papeles
322

para que mi amor a Chichi


suene en verso y ritmo ingleses.
Me dijeron que firmara.
Y firmé mi ardor perenne...
Rebrotó mi enfermedad...
Sólo entonces fui consciente
de que Dios tenía fija
la ocasión de mi despegue.
A morir volví a mi patria.
Regalé mi amor y bienes
a mis pobres y a mi iglesia.
ALICIA: ¡Viva el santo! ¡Viva el héroe!
JOSÉ: Me quedé con sólo el alma...
ALICIA: ¡Deje ya de envanecerse!
Yo ahora soy la rica.
Hace sólo un par de meses,
empezó a llover dinero;
cheques, cheques y más cheques,
a mi nombre y a mi puerta;
cantidades indecentes...
Mi marido los veía.
Le expliqué que, algunas veces,
hay errores en los bancos.
Mas yo supe desde siempre
del origen del prodigio.
JOSÉ: Deje, Chichi, que compense...
ALICIA: ¡No soy Chichi! ¡Ya no más!
JOSÉ: Qué mejor manera puede
compensar todas sus gracias...
ALICIA: Qué mejor, si no cederme
los derechos del gran éxito.
JOSÉ: ¡Porque es suyo! Es suyo desde
que me habló del dominante...
ALICIA: Si bemol...
JOSÉ: Ahí fue el germen...
ALICIA: Y le tuve que decir
la verdad sobre las fuentes
de esa lluvia a mi marido.
¡Qué punción tan de repente!
Yo era Chichi; y la tormenta
de dinero, mis haberes...
JOSÉ: Ordené guardar secreto...
ALICIA: ¡Pero cómo, cómo cree
que José no iba a enterarse!
Desde entonces, no me siente...
323

Se lo dije y se arruinaron
las mañanas, los ayeres...
Al principio, fue violento;
se ensañó contra los muebles,
rompió en llanto y se marchó.
Volvió al cabo de unas siete
u ocho horas. Se reía
con espasmos y entre dientes...
Y me dijo comprender
que eran bromas, sí, sandeces
con que yo jugaba, porque,
ni en el sueño con más fiebre,
yo podría ser aquélla...
Se reía. Y, nuevamente,
se marchó. Volvió con rosas.
De rodillas, con voz tenue,
me pidió que lo ayudara
a tragarse el agrio aceite
de que él había sido,
tantos años -más de veinte-
el marido de esa Chichi
con quien todos se adormecen.
JOSÉ: Y su amor los salvará...
ALICIA: ¡Basta ya de estupideces!
Le empezó a pegar al hijo...
JOSÉ: ¿Pero cómo? ¿Un hijo, ustedes?
ALICIA: Y decía que era porque
ya podía defenderse.
Ya era un hombre, ya era un...
JOSÉ: ¿Hijos?
¿Tiene usted...
ALICIA: ¡No le compete!
Otras tardes, sólo hablaba
de su encanto por ser ese
que quisieran todos ser...
¡Que otros suden llanto y semen!
Yo era Chichi, la gran Chichi...
¡La gran puta!
JOSÉ: No me puede
trasladar la culpa en eso.
Hable usted con el tal Pepe...
ALICIA: ¡Sí lo culpo! Y lo podría
perdonar ya que se muere.
¿Mas por qué tengo este pálpito
de que todo lo hizo adrede?
Quiso herirlo y deleitarse,
324

disfrutar con su deleite...


¡Qué sé yo, pues quién sabrá
cómo su alma se retuerce!
JOSÉ: ¿Vino a herirme?
ALICIA: Vine a hablarle
del gran fraude que fue siempre.
Ni siquiera supo hacer
más canciones, tras la suerte
que cayó en su "Amar a Chichi".
JOSÉ: ¡Pues no cobre más los cheques!
Si secreta tanta hiel,
si avinagra así su mente,
pues renuncie a su derecho,
delo a causas o indigentes.
Tantos hay que necesitan
compasión...
ALICIA: Ya no se puede.
Ya José dejó su empleo;
y ya somos los rehenes
del dinero que me cae
y él derrocha en sus juguetes.
Mi José, al principio, sólo
me pedía que le cuente
cómo fueron mis encuentros
con usted, y dónde y desde
cuándo hicimos cuanto hicimos.
Le conté de las dos veces
que nos vimos...
JOSÉ: ¡¿Dijo todo?!
ALICIA: Pero él quiso más despliegue
de minucias y miserias.
Me juró que solamente
conociendo cada instante
de los dos encuentros entre
el Kambul y Chichi, entonces,
sólo entonces, esas hieles
se podrían enjuagar.
Desde entonces, no me siente.
No me toma más... ¡Nosotros,
que inventamos los placeres
que otros nunca soñarían!
Lo intentamos y él no puede.
Mi José se rinde, y llora;
y lloramos; y él me impele
a narrar más pormenores.
Se los cuento y grita: "¡Miente!"
325

Vuelve y pide que lo absuelva...


Que esta vez sí va a creerme,
que es la única manera
de curarse... Y van dos meses...
Y, después, ya no bastaba
con que yo le delinee
cada encuentro con usted...
¡Y ya nada es suficiente!
JOSÉ: ¿Y llegó a contarle todo?
(En eso, se escucha que alguien trata de abrir la puerta a exte-
riores. Al no poderlo hacer, golpea la puerta violentamente.)
ELEAZAR (desde fuera): ¡Mamá!
JOSÉ: ¡Carajo!
JACKIE: Eleazar...
JUDITH: Escóndase, señora Chichi.
(Alicia, Jackie y Judith corren a esconderse tras distintos mue-
bles. José se quita la bufanda de sobre la cabeza y apaga la
proyección del Kambul Mondragón con el control remoto. Luego,
abre la puerta a exteriores. Eleazar entra.)
ELEAZAR: Tengo que ver a mi madre...
JOSÉ: No puedo arriesgarme a que vuelva a gritarle, a que vuel-
va a reprocharle que no le dé dinero, a que vuelva a zaran-
dearla para que le diga de dónde saca el dinero, a que la haga
llorar, a que la golpee y se largue gritando.
ELEAZAR: ¡No fue un golpe! Apenas la rocé...
JOSÉ: Dinero. Eso es lo único que le importa a usted.
ELEAZAR: Yo no quería dinero.
JOSÉ: ¿Cree usted que no nos hemos dado cuenta de que entra
en esta casa para revisar cada cajón en busca de dinero?
¿Cree que somos estúpidos como para pensar que las cosas
desaparecen por obra de algún duende? Mírese y avergüén-
cese. ¿En qué gasta ese dinero? ¿En qué mundo merodea
usted que vuelve a su casa para robar y maltratar a su ma-
dre? ¿Cree que no sabemos que lo han visto en el Parque la
Marina?
ELEAZAR: ¿Qué está ocurriendo en esta casa, papá? Es todo lo
que quiero saber. Mi madre y usted... ¿De dónde sacan el
dinero? ¿Por qué esas miradas? Usted casi no me habla. Mi
madre se refugia en su cuarto; me evita... No van a trabajar.
¿De dónde sacan el dinero? ¿Y esas ropas, papá? Por favor,
no vuelva a inventarme otro cuento.
JOSÉ: Dígame, Eleazar, ¿hace cuánto que ha notado usted es-
tos cambios de los que me habla?
ELEAZAR: Tres meses. Y es cada vez peor.
JOSÉ: Tres meses... Julio... Sí. Es coherente.
326

ELEAZAR: ¿Coherente con qué?


JOSÉ: Con la noticia... Es mejor que lo sepa. Su madre va a
morir.
ELEAZAR: ¿Qué?
JOSÉ: Va a morir pronto.
ELEAZAR: ¿Cuándo?
JOSÉ: En unas semanas... un mes. Cirrosis terminal. Por eso,
pedí licencia en el trabajo, para estar con ella hasta el final.
Por eso, las miradas y las pocas palabras; por eso, no quere-
mos que usted la vea; sobre todo, después de lo que hizo la
última vez... No se lo merece...
ELEAZAR: Sólo quiero hacerle una pregunta.
JOSÉ: Dígame...
ELEAZAR: A usted no; a mi madre. Recibo la respuesta y me
largo a Trinidad y no vuelven a verme ni el nombre.
JOSÉ: ¿A Trinidad? ¿Pero qué va a hacer usted en Trinidad?
ELEAZAR: Lo que sea... No puedo estar peor que aquí. Buscaré
a mis primos; trabajaré de mecánico; haré música... Músi-
ca... Una playa... No puede ser peor que esta patria de mier-
da.
JOSÉ: Tiene demasiada imaginación, Eleazar... Trinidad... Us-
ted no es músico.
ELEAZAR: ¡Sí soy músico!
JOSÉ: Apenas puede con la mecánica... Trinidad... Por Dios...
ELEAZAR: Sólo una pregunta.
JOSÉ: Hágamela a mí.
ELEAZAR: A mi madre. Usted me volvería a mentir.
JOSÉ: Yo nunca le he mentido.
ELEAZAR: ¿Por qué me pusieron "Eleazar"? ¿De dónde sacaron
ese nombre?
JOSÉ: ¿Ésa es la pregunta?
ELEAZAR: Responda usted. E-lea-zar... ¿por qué?
JOSÉ: Mi abuelo, el padre de mi padre, su bisabuelo, tenía un
hermano al que quería mucho y murió muy joven. El viejo
siempre nos hablaba de su hermano; de sus juegos...
ELEAZAR: Mentiroso. Eso me lo viene diciendo hace años...
JOSÉ: ¡Qué se ha creído, insolente!
ELEAZAR: He hablado con todos mis tíos, con todos; nadie ha
oído ni en pelea de perros de un tío abuelo que se llame...
(José se arroja sobre Eleazar y empieza a golpearlo. Eleazar tra-
ta de defenderse pero es reducido rápidamente.)
ELEAZAR: No, papá, no... No... Por favor...
JOSÉ: Pelee. Defiéndase... Ya está grande... Pelee... Sea hom-
327

bre de una vez...


(José contiene a Eleazar contra el piso; lo va a golpear. Jackie
sale de su escondite.)
JACKIE: No, don José. Usted lo prometió: nada de violencia
física.
(José suelta a Eleazar. Ambos se levantan.)
ELEAZAR: ¿Quién es ella?
(José, Jackie y Eleazar se miran tensos por unos momentos.)
JOSÉ: ¿Qué hace usted, Jackie?
ELEAZAR: ¡¿Quién es ella?!
JACKIE: Sin violencia; era el acuerdo.
ELEAZAR: Así que, mientras mi madre se muere aquí al lado,
usted aprovecha para traer a una putita para jugar al aire de
mar...
JACKIE: ¡Oiga! Yo soy una artista. Putita, su madre que...
JOSÉ: ¡Cállese, Jackie!
JACKIE: No me callo, no me callo y me voy. Adiós. Y, ahora sí,
hasta nunca.
(Jackie va hacia la puerta al exterior. Judith sale de su escondite.)
JUDITH: ¡Jackie!
JACKIE: Vámonos, Judith.
ELEAZAR: ¡Dos! ¿Con dos? Pervertido...
JOSÉ: Eleazar, le presento a...
JUDITH: Judith.
JOSÉ: ¿Usted también se va a ir?
JUDITH: No, don José. Yo hasta el final.
JACKIE: Como más le plazca. Habrase visto; putita yo...
(Jackie sale por la puerta a exteriores.)
ELEAZAR: ¿No habrá una tercera por ahí? ¡Salga de donde esté!
¡Salga, puta de mierda!
JUDITH: ¡No!
JOSÉ: Salga usted, Eleazar; váyase a Trinidad o a Vladivostok o
a donde quiera, pero salga usted de esta casa y no vuelva
más.
ELEAZAR: Qué vergüenza ser su hijo...
(José avanza amenazante hacia Eleazar. Eleazar sale por la puer-
ta al exterior. Alicia sale de su escondite; llora. José acomoda
sus ropas, sonríe y se dirige al público.)
JOSÉ: Eleazar, Eleazar, Eleazar... Terrible momento aquel en
que fuera expulsado de la casa familiar, casa a la que no
volvería jamás. Y poco o nada sabemos de su vida desde en-
tonces hasta que, más de veinte años después, apareciera
una noche, solitario, en el Parque la Marina, donde se en-
328

contraría con una mujer joven, demasiado joven... ¿Qué fue


de su vida en ese lapso? ¿Habrá cumplido su sueño de una
playa en Trinidad?
(Alicia abraza a José y le da un beso en la mejilla.)
ALICIA: Gracias... Si supiera usted lo mucho...
JOSÉ: ¿Está ya lista usted?
ALICIA: Sí... No... Un poco más... Un poco más... ¡Por favor! Un
whisky; sólo uno...
JOSÉ: No. Todavía no.
ALICIA: ¡Por favor!
JOSÉ: ¡No!
ALICIA: Uno... Sólo uno... ¡Sólo uno!
(Alicia sale corriendo por la primera puerta a interiores.)
JOSÉ: Doña Alicia... ¡Alicia! Usted, distraiga al público.
JUDITH: ¿Pero cuál público?
JOSÉ: Baile, cante, lea cartas... ¡Sea usted profesional!
(José sale tras Alicia. Judith queda sola en el escenario. No
sabe qué hacer. Sonríe forzadamente al público.)
JUDITH: Bueno, mi público de "Ole, ole, don José", su programa
de los martes, de doce a tres y de siempre... ¿Qué quieren
que haga? Les puedo hacer el baile de las danesas... No,
para eso necesito a Jackie o a alguien... ¿O quieren que les
lea más cartas? Hay algunas bien graciosas. O les canto...
Sí... La parte que más me gusta es ésa de...
(Cantando) No mire así; sea gentil, suave Chichi.
Ésos, sus ojos, me pueden partir
más que los filos que rasgan mi carne
color carmesí...
(Deja de cantar) Mejor, las cartas... (Lee) "Chichi es el nom-
bre que el Kambul Mondragón le da al órgano sexual femeni-
no. Así le dicen vulgarmente al órgano sexual femenino en
algunos países. Lo que el Kambul estaba diciendo es que el
amor está en el órgano sexual femenino. Eso es lo que dicen
las chicas danesas, sólo que lo llaman "Giggi" y no "Chichi":
"Si no es con Giggi, no es...", como cuando bailan. Además,
"yi" en inglés significa la letra "ge"; o sea, cuando dicen "Giggi"
están diciendo "ge" "ge"; o sea, son dos puntos "ge", que se
tocan." Interesante lo que nos dice el amigo. Vamos a ver
otra... Creo que ésta ya... (Lee) "Chichi es mi mujer."
JOSÉ (desde fuera): ¡Pobre hombre!
JUDITH (lee): "No la busquen más. Suficientes golpes ya tengo.
Son treinta años. Ayúdenme. Ya no lo soporto. ¿Tienen idea
de nuestra frustración, de nuestro vacío? Déjennos en paz.
Lo suplico. Se lo advierto si no quieren que les rompa un
brazo."
329

(Judith deja de leer, asustada. Mira hacia la puerta por donde


salió José.)
JUDITH: ¡Don José! ¡Don José!
(Al no recibir respuesta, Judith le sonríe al público y recoge los
controles remotos que ha dejado José. Con uno, hace aparecer
la proyección del Kambul Mondragón sobre una pared.)
JUDITH: Mejor, lo que vamos a hacer ahora es que les voy a
contar la historia de esta gran canción. Bueno, "Amar es amar
a Chichi", salió grabada en otoño de 1966 por un grupo lla-
mado "Kambul Mondragón y las Tantas".
(Judith toca un botón de un control remoto y suena la canción
en la versión original del Kambul Mondragón y las Tantas.)
JUDITH: Inmediatamente, la canción fue un éxito en varios
países como Uruguay, Perú y República Dominicana. La ron-
ca voz del Kambul y los coros de esas chicas que se llamaban
la Tantas hicieron que muchos se enamoraran no sólo de la
canción sino de la tal Chichi. Una vez, en una entrevista, el
Kambul Mondragón declaró que Chichi era una persona real,
o sea, de carne y hueso, pero que tenía un acuerdo para
nunca revelar nada; ni las Tantas lo sabían. Muchos más se
enamoraron aun más de ella... en Bolivia, en Panamá, en
Venezuela, en Costa Rica... Pero mientras afuera se derre-
tían por Chichi y su Kambul... Paraguay, Nicaragua... en nues-
tra mismísima patria, la canción no pegaba. Todo cambió cin-
co años después. En 1971, el grupo mexicano "Ambrosía" sacó
una canción que tituló "El amor está en Tití"... Puaj...
(Cantando burlonamente) Porque el amor 'tá en Tití.
Porque el amor 'tá en Tití... (Deja de cantar).
Puaj... Puaj... Era un vulgar y descarado plagio de "Amar es
amar a Chichi", que se hizo escandaloso cuando "Ambrosía",
con esta copia horrorosa, ganó el Festival de la Canción de
Ancón. Los juicios y acusaciones fueron y vinieron. El Kambul
fue tachado de artista mediocre que quería subirse al coche
de la fama a costa de verdaderos artistas. Terrible... Terri-
ble... Pero se hizo justicia; y el Kambul Mondragón no sólo
ganó los juicios a "Ambrosía", sino que fue ungido como ga-
nador honorífico del festival de Ancón de ese año. Todos nos
unimos para estar con él y, así, la fama de nuestro músico
se multiplicó, por fin, en nuestra patria. El Kambul llenaba
estadios de norte a sur... Argentina, Brasil, México, Cuba...
Nuestro Kambul Mondragón se mudó a vivir a Miami. Y, a
tanto llegó su prestigio, que el mismísimo Tito Puente se
interesó en hacer su versión con sus timbales. Ya el impul-
so era incontenible... Gran Bretaña, Holanda, Rusia... En el
vigésimo aniversario de la canción, el consulado japonés donó,
en homenaje a Chichi, una escultura que se develó en la
330

Plaza Colón, de cara al mar, monumento al que, hasta hoy,


llegan las mujeres estériles a besar su espalda para pedir
por la fecundidad de sus vientres, y los muchachos solita-
rios a trepar por sus pechos. Y hasta Lupita Ginebra le dedi-
có un poema lindísimo, "Usted es la que quién no mataría",
que todos los escolares de nuestra patria se saben de me-
moria. En la actualidad, la canción del Kambul Mondragón es
infaltable en los más prestigiosos clubes de Londres,
Ámsterdam y Hamburgo. Y no les hablo de las versiones en
rock and roll o los boleros porque nos quedamos hasta ma-
ñana. Y hay ya pocas fiestas en América del Norte, Asia y
Oceanía que no incluyan la versión que unas muchachas
danesas sacaran este año, que, con sus melosas y acres
coreografías, marca los pasos de nuestros inciertos tiempos.
Vamos a ver si la encuentro...
(Judith toca un control remoto y se escucha "Amar es amar a
Chichi" en una versión de coro de niños.)
JUDITH: No... Ésta no...
(Judith toca otro botón y se escucha la canción en versión de
saxofón en jazz. Judith se desespera y toca otro botón, y se
escucha una versión en japonés; luego, una versión en rap.
Judith detiene la música.)
JUDITH: Por ahí, debe estar. Bueno, pero lo que no pasará nun-
ca de moda es la definición del amor que le llegó al mundo
desde nuestra pequeña patria de inmenso corazón: "Amar no
es amar si es amar y no es a Chichi". ¡Don José! ¡Ya terminé!
¡Ya, pues!
ALICIA (desde fuera): ¡Desgraciado!
(Judith sonríe al público, nerviosa.)
JUDITH: Por eso es que ahora, con el advenimiento del fin del
siglo y del milenio, todos nosotros, compatriotas, debemos
estar nuevamente unidos para que "Amar es amar a Chichi"
sea elegida como la canción latinoamericana del siglo. No
nos dejemos intimidar por quienes ya adelantaron opinión
por "Garota de Ipanema".... Buuu... Buuu... Muera... O por
los argentinos que presionarán para que "El día que me quie-
ras"... buuu... fuera... reciba el galardón. Serán Argentina y
Brasil países escandalosos, pero nuestro amor probará ser
superior... O por lo mexicanos que con algo aparecerán y oja-
lá no sea plagiado esta vez, digo, por si acaso...
ALICIA (desde fuera): ¡Desgraciado!
JOSÉ (desde fuera; burlón): ¡Desgraciado!
ALICIA (desde fuera): ¡Infeliz! ¡Desgraciado!
JOSÉ (desde fuera; burlón): ¡Desgraciado, desgraciado!
331

JUDITH (al público): Mi leal público, ya no sé... Mejor vamos a


hacer una pausa... Sí, sí... Comerciales... Sí... Volvemos, en
unos instantes, con "Ole, ole, don José".
(Judith hace sonar la versión instrumental de "Amar es amar a
Chichi" y sale corriendo por la segunda puerta a interiores.)

FIN DEL PRIMER ACTO


332

SEGUNDO ACTO

(José, con la bufanda amarrada a la cabeza, está tendido boca


abajo en el piso con la guitarra al lado. Alicia, con el pañuelo
amarrado a su pelo, se acerca al borde del escenario. José la
mira. Judith, apartada, mira a ambos. Sólo están los tres en el
escenario y no está la proyección del Kambul sobre la pared.
José se levanta y se acerca a Alicia sin que ésta lo vea.)
ALICIA: Vuelo al mar, al mar, al mar...
¡Qué más da! ¿Quién me lo impide?
JOSÉ: Niña, aléjese del borde,
que ese suelo no es muy firme.
ALICIA: ¿Qué pretende usted conmigo?
JOSÉ: Tal vez, niña, necesite
de una mano que la tenga.
ALICIA: ¡No me toque! ¡No me mire!
¿Qué pretende?
JOSÉ: Venga, niña.
ALICIA: ¿Niña? Déjeme advertirle
que cumplí, hace meses, veinte.
Vieja estoy para infantiles
sutilezas con extraños.
JOSÉ: Señorita, sólo dije
que se aleje del abismo.
ALICIA: ¡No me toque! Puede irse...
(José se empieza a alejar.)
ALICIA: Ni siquiera sé su nombre.
JOSÉ: Eleazar García... Quite
el "García" y llene el hueco
con el nombre que le sigue:
"Mondragón", el de mi madre...
Mas "Kambul" es lo más simple,
que es el ave que he elegido
para el público y sus chismes.
ALICIA: ¿Para qué cambió su nombre?
¿Es culpable de algún crimen?
JOSÉ: De ser músico... Mecánico,
si las horas son difíciles;
si es que hay días como hoy...
¡Por ser "vano e incompatible",
me expulsaron de "Los Tántalos",
una banda de mandriles
sin oído o corazón!
ALICIA: Calma... Cálmese. No grite.
333

JOSÉ: Calma... Calma... Le propongo


un acuerdo: reprimirme
de estas ansias de tocarla;
pero, a cambio, usted restringe
sus deseos de acercarse
y asomarse hacia el declive
que se curva hacia las rocas
que, en su furia, el mar desviste.
ALICIA: ¡Ya no más! ¡La misma historia!
¡Siempre, siempre es inhibirme!
(José se lanza sobre Alicia. La abraza y la aleja del borde por la
fuerza. Alicia se resiste mientras grita.)
ALICIA: ¡Por favor! ¡No! ¡No lo haga!
¡Ya no quiero! Nunca quise...
¡Suelte, negro desgraciado!
(José zarandea a Alicia y la suelta. Alicia queda tendida. José,
visiblemente indignado, toma la guitarra y se dispone a salir.)
JOSÉ: Dios la guarde.
ALICIA: ¡Dios, qué hice!
Eleazar... Kambul... Perdone...
¡Tierra trágame!
JOSÉ: Ya ríndase
de una vez. ¿Qué hacía aquí?
ALICIA: No... No es nada...
JOSÉ: ¡Qué buen chiste!
Una niña, a medianoche,
merodea los confines
de este parque, conocido
por sus putas y sus crímenes,
y no es nada, nada ocurre.
ALICIA: No sabía... ¿Meretrices?
JOSÉ: Violadores, drogadictos;
aquí hay lo que imagine.
ALICIA: ¡Violadores!
JOSÉ: ¡Es el Parque
la Marina! ¡Dónde vive!
Qué buscaba, diga.
ALICIA: Nada.
JOSÉ: Dios la guarde...
(José se empieza a retirar. Alicia lo retiene del brazo.)
ALICIA: ¡No! ¡Qué horrible!
JOSÉ: No la dejo si responde:
¿Qué le ocurre?
ALICIA: Ya que insiste,
334

lo repito: nada es nada...


En mi vida, no hay eclipses...
Mi familia, mis amigos
son perfectos. ¡Qué insufrible!
JOSÉ: ¡Qué desastre! ¿Y su trabajo?
Tal vez, haya ahí unos buitres...
ALICIA: No trabajo. Y en la escuela,
soy primera en cuanto asignen.
JOSÉ: ¿Pero cómo? ¿No trabaja?
¿Cuántos años tiene dice?
ALICIA: Veinte... Menos... Diecisiete...
La verdad, yo...
JOSÉ: ¡Tiene quince!
ALICIA: ¡Dieciséis! ¡Y a él sí todo!
Todo en Pepe es como un dique
que revienta y al que nada
corresponde o se resiste...
JOSÉ: Pepe... ¡Cómo no lo olí!
Son los síntomas del síndrome...
¿Ve? Ya tiene usted su llaga
que rascarse cuando pique...
ALICIA: Si tan sólo fuera eso...
Mas con Pepe, hasta los tristes
y agrios días son escenas
que jugamos como títeres;
siempre cuando corresponden.
Pienso: ¿Cuándo ha de aburrirse
de esta infértil? ¿Qué me queda?
¿Esperarlo en suelo firme
o entregarme al mar, al mar,
para que él, cuando me mire,
vea, en llagas, sangre viva?
¡Y así, al fin, lo haré sentirme!
(Alicia solloza. José no sabe qué hacer. Va a retirarse, pero, fi-
nalmente, se acerca a Alicia y se sienta a su lado. No sabe si
abrazarla o no.)
JOSÉ: Esta noche aquí he cumplido
los cuarenta... los temibles...
Y he venido a celebrarme,
solitario, a este escondite.
¿Sabe qué me tiene en pie?
Meditar en mis desquites
contra el mundo. Sólo eso
de arrojarme al mar me inhibe...
(Alicia vuelve a sollozar. José toma la guitarra y empieza a ras-
guear algunos acordes.)
335

JOSÉ (cantando): Le vengo a hablar, venga acá, dulce...


(Deja de cantar.) No me ha dado aún su nombre.
ALICIA: Es Alicia... Más no sirve
para sátiras o amores
o desgracias...
JOSÉ: ¿Me permite?
(Cantando.) Le vengo a hablar, venga acá, triste Alicia...
(Deja de cantar.) Algo falta...
ALICIA: Muy sin gracia;
muy sin carne, ¿no? Muy virgen.
JOSÉ: ¿Tiene usted algún apodo,
u otro nombre con más tinte?
ALICIA: Soy Alicia, siempre Alicia...
JOSÉ: ¿Otra voz con que la mimen?
ALICIA: ¡Hasta el nombre corresponde!
No soy de esas que permiten
o que incitan a otros hombres...
JOSÉ: ¿Hombres?
ALICIA: ¡Nombres! "Nombres" dije...
Él es "Pepe" y "Toro Blanco";
dos apodos... ¡¿Es posible?!
Pero tengo un tío viejo,
siempre ebrio, que sonríe
como un tonto, y, si me ve,
tiembla, suda y me desviste
con los ojos, mientras "Chichi,
Chichi, Chichi, Chichi" dice.
(José vuelve a rasguear la guitarra.)
JOSÉ (cantando): Le vengo a hablar, venga acá, leve Chichi;
no pierda el tiempo, las horas se van,
que éste es acaso mi último intento
de amar y de amar...
Si no es a Chichi, no es amor...
Si no es a Chichi, no es amor...
Si no es a Chichi, no es amor...
(José sigue tocando acordes y arpegios mientras Alicia habla.
Se la ve extasiada.)
ALICIA: Prostitutas... Violadores...
Al fin, algo inconcebible
me entra al vientre y me hace adicta.
Vuelo... viajo a otros países...
Y, en las costas de mi mente,
¡yo soy Chichi, la invencible!
Siga... así...así... ¡Ya basta!
(José deja de tocar.)
336

JOSÉ: Pero escuche lo que sigue.


ALICIA: Es que el tema es muy monótono:
dos acordes que repite
una y otra y otra...
JOSÉ: ¡Tres!
Tres acordes... Mire, mire...
Éste y éste, y, luego, éste...
ALICIA: ¡Con razón que lo despiden!
El primero y el tercero
son lo mismo con matices:
algo en la menor o do...
El que mete entre ambos timbres,
una séptima de re,
que otros códigos definen
como sol en dominante.
JOSÉ: ¿Cómo supo lo que dice?
ALICIA: Con mis libros. ¡Cómo más!
Su canción es un desfile
de re a do y de do a re...
Y con dos, cómo es posible
sostenerse eternamente.
JOSÉ: ¿Qué hay que hacer?
ALICIA: Hay que adherirle
un tercer bastón. Los textos
mi menor o sol prescriben.
¡Pero salte, salte al mar!
¡Dominante!
JOSÉ: ¡Hable en simple!
ALICIA: ¡Si bemol! ¡Su dominante!
Que un instante caiga libre
con la séptima de fa.
Venga, venga. Aquí su índice;
aquí el medio, el anular...
¡Y levante su meñique!
(Alicia pone los dedos de José en la posición para el acorde.
José toca la guitarra. Los dos quedan extasiados.)
ALICIA: ¿Lo escuchó? ¿Qué escuchó usted?
JOSÉ: Que los ángeles existen.
ALICIA: Mas no abuse, no arrebate
ni desgate lo increíble.
Muestre al mundo solamente
las dos notas del origen.
Cuando crean que la vida
viene sólo en dos gentiles,
dulces notas, que el tercero
337

les destroce las matrices.


(José toca los dos acordes originales.)
ALICIA: Sólo incruste el dominante
si le sale de las ingles...
JOSÉ (cantando): Si no es a Chichi, no es amor...
Si no es a Chichi, no es amor...
Si no es a Chichi, no es amor...
(José toca el tercer acorde y lo alterna con el re.)
JOSÉ (cantando): Ah... Oh... Ah... Oh...
ALICIA: ¡Y lo hicimos! ¡Concebimos
tres columnas! Una triple
dimensión que le ha de dar
gravidez, sazón y tinte
a esa espuma desabrida.
JOSÉ: Desde ahora seré el líder
de otra banda... de mujeres...
Es un hecho irreversible
que entre machos no prospero.
ALICIA: Bien podrá usted conseguirse
tantas hembras como quiera...
JOSÉ: No son tantas...
ALICIA: Cientos... Miles...
JOSÉ: Yo no soy por quien me toma...
ALICIA: Tantas, tantas que lo admiren...
JOSÉ: Basta...
ALICIA: Tantas, tantas...
JOSÉ: ¡Basta!
(José y Alicia se levantan y se miran. Están algo asustados.)
JOSÉ: Ni sospecha los calibres...
Vuelva a casa, dulce Chichi,
con sus padres y su príncipe.
Ni este parque ni su abismo
son lugar de querubines.
ALICIA: ¿Luego, qué hace usted aquí?
¿Qué buscaba? Vamos, dígame...
¿No me dijo que, a esta hora,
todo sale de los límites?
Drogadicto... no parece...
Y, de puta, ni una tilde
yo le veo. ¿Qué buscaba?
JOSÉ: ¿Quiere usted saber?
ALICIA: Lo quise
desde siempre y todavía.
JOSÉ: Tiempo hay de arrepentirse
338

ALICIA: Sí... No... Un poco más... No.... Un poco de tiempo más,


por favor, un poco... Un whisky...
JOSÉ: Ya falta poco... ¿Puede esperar?
(Alicia asiente y va a sentarse a un sillón. José se desamarra la
bufanda de la cabeza y Alicia se desata el pañuelo del pelo. José
se dirige al público.)
JOSÉ: Y eso es todo lo que sabemos del primer encuentro entre
Chichi y el Kambul.
(José enciende la proyección del Kambul sobre la pared.)
JOSÉ: Pero veamos si esta tarde doña Alicia se anima a contar-
nos un poco más...
ALICIA: No ocurrió nada más; ya se lo he dicho.
JOSÉ: Puede confiar en nosotros. Nuestro público no hace otra
cosa que adorarla, ¿no es cierto? Han pasado treinta años.
ALICIA: No pasó nada. Por favor, le suplico que no insista.
JOSÉ: Nadie va a reprocharle nada. ¿Quién va a juzgarla a estas
alturas? Usted era una niña.
ALICIA: ¡Basta! Por favor, basta.
JOSÉ: Es que la historia que nos cuenta es algo inverosímil,
doña Alicia. ¿Nos quiere hacer creer que, después de soste-
ner aquel diálogo con el Kambul Mondragón, en el que usted
se caricaturiza como la gestora y madre de la canción, me va
a decir que, después de todas esas confidencias con un des-
conocido, no pasó nada más? ¿Me va a decir que se dieron la
mano y cada quien a su casa?
ALICIA: Ni siquiera nos dimos la mano.
JOSÉ: ¿Qué pasó, doña Alicia? Dígalo. Salgamos de una vez de
este charco. ¿Qué pasó esa noche?
ALICIA: Nada.
JOSÉ: ¿Hasta qué hora se quedaron en ese parque? ¿Qué hacía
usted en el Parque la Marina? ¿Se creía la niña buena que
iba a explorar lo desconocido? ¿Pensaba usted en el tal Pepe,
en el tal Toro Blanco? ¿Qué pensaba de él?
ALICIA: Nada.
JOSÉ: ¿Y cómo puede explicar la tercera estrofa de la canción?
¿Cómo explica esto? (Canturrea) "Responda ya, por piedad,
leve Chichi, / si es que esta noche le puedo besar / ese
lunar que macula su espalda / cual isla en el mar." Hemos
investigado, doña Alicia, y sabemos que usted tiene esa no-
toria marca en la espalda. ¿Cómo explica que el Kambul fue-
ra tan específico?
ALICIA: No recuerdo. ¡No sé! Pero le pido que recuerde usted la
cuarta estrofa. En todo caso, ahí se entiende que yo... que
Chichi rechazó cualquier avance, que se puso agresiva...
339

JOSÉ (canturrea): "No mire así, sea gentil, suave Chichi; / ésos,
sus ojos, me puede partir / más que los filos que rasgan mi
carne / color carmesí."
ALICIA: ¿Vio? Ella lo rechaza con miradas hostiles y rasguños.
JOSÉ: Si hubo rasguños, entonces, hubo contacto, violencia,
sangre, terror. ¡Hable! ¡Terminemos con esto! ¿Qué pasó esa
noche?
ALICIA: ¡Si usted tanto lo quiere, le puedo mentir! Imagínese la
carroña que quiera, descríbamela con detalles y yo le confir-
mo todo...
JOSÉ: No interesa lo que yo imagine. ¡Queremos la verdad! ¡Sal-
gamos de esto!
(Alicia solloza. Judith corre hacia Alicia.)
JUDITH: Basta, don José. Usted no tiene derecho. La señora
Chichi no tiene por qué contarnos lo que no quiera...
JOSÉ: ¿No tengo derecho?
ALICIA: ¡Es que es verdad; no pasó nada! No recuerdo.
JUDITH: ¡Ella es Chichi! Y a Chichi nadie tiene el derecho de
exigirle nada. Y Chichi tiene todo el derecho del universo de
hacer lo que quiera con quien quiera cuando quiera. Es Chichi.
Usted debería estar orgulloso...
ALICIA: Yo soy Chichi...
JOSÉ: No... Lo siento... Ya no puedo...
(José se aleja, abrumado. Judith acaricia el pelo de una llorosa
Alicia mientras le habla suavemente.)
JUDITH: Usted es la que quién no mataría
por ser... O por gritarle al mar: "¡Soy ella,
la que hace una canción una epopeya!"
Por ver lo que sus ojos, sólo un día,
le doy mi perdición; por sus lunares,
silencios y timbales, mis adornos.
Usted fijó en la arena los contornos
más tenues del amor... ¡Y a amar a mares!
¿Qué se hizo de ese amor? Con lo que sobre,
tendré un buen material para mi plagio.
¡Qué vida! ¿Fue un paseo o un naufragio
perennizó en su boca un fa salobre?
¿Qué se hizo de su cuerpo? Cuente... Cuente
a salvo allá en las playas de su mente.
Usted es la que quién no mataría
por ser... O por gritarle al mar: "¡Soy ella...
(Judith sigue murmurando y acariciando a Alicia. Jackie entra
por la puerta al exterior.)
JACKIE: ¿Dominante, don José?
340

JOSÉ: Dominante. La felicito, Jackie. ¡Qué salida! En el mo-


mento más oportuno. Todo estuvo a punto de desba-
rrancarse... Pero esa niña que ha traído...
JACKIE: Judith...
JOSÉ: Qué ingenio tan sin mácula. No como las otras que me
traía. ¡Qué desastres!
JACKIE: En todo, se la preparé. Pero opté por no contarle que
estaría la verdadera Chichi.
JOSÉ: Lo vi. Dominante, Jackie; casi tan de si bemol como su
salida. Y mírela ahora. Esa inocencia era la que necesitába-
mos, la frescura que nos faltaba. Mi fidelísima y provocativa
Jackie, qué haría yo sin usted... Suculenta...
(Jackie le da una cachetada a José. Judith nota la presencia de
Jackie y se le acerca.)
JUDITH: Jackie, mala; no me vuelva a dejar sola.
JOSÉ: Bueno, bueno, niñas, dejemos los reproches a su mo-
mento. Ya que doña Alicia se resiste a contarnos más de ese
primer encuentro, vayamos, sin más protocolos o aspavien-
tos, al segundo, encuentro en el cual nuestra invitada sí
admite una relación íntima con el Kambul... dos.
ALICIA: Una...
JOSÉ: Las únicas que admite.
ALICIA: Sólo una...
JOSÉ: Dos. Aunque, como decía nuestra ya nonagenaria y
lucidísima Lupita Ginebra: las admisiones de intimidad de
las mujeres de nuestra patria son como las cucarachas; por
cada una que salga a la luz, hay veinte en las penumbras.
(José se pone la bufanda alrededor del cuello y se aparta; se
sirve un vaso de whisky.)
JACKIE: Contexto: estamos ahora en 1979. Han pasado ya tre-
ce años desde aquel encuentro en el Parque la Marina. Se
sabe que es martes, que hace calor...
JOSÉ: Resuman, resuman, que se van las horas...
(Jackie se acerca a Alicia y le ata el pañuelo alrededor del cue-
llo; la toma de un brazo y la dirige hacia un asiento.)
JUDITH: Hace calor. Es martes. Una mujer de treinta años, doña
Alicia Aimar de Uitz, ha llegado a la suite de un lujoso hotel de
nuestra capital. El día anterior, recibió en la calle, de manos
de una desconocida, un extraño mensaje que decía: "La espe-
ro mañana a mediodía en la habitación 1002 del Sheraton.
Será más cómodo y seguro que el Parque la Marina."
JACKIE: El señor no ha de tardar
en salir... Puede sentarse...
(Alicia se sienta. Jackie se aparta. José se le acerca por la es-
341

palda. Alicia se vuelve y, al verlo, se asusta y se levanta, pero,


luego, se tranquiliza. Ambos quedan mirándose frente a frente.)
JOSÉ: ¿Doña Alicia Aimar de Uitz?
ALICIA: ¡Trece años para hallarme!
JOSÉ: ¿Chichi? ¿Chichi, la del borde
del abismo? ¿La del parque?
ALICIA: ¿Cree acaso que soy otra?
¿Otra más que intenta darle
hijos e hijos que la libren
del espanto de las calles?
JOSÉ: No lo creo... No lo... ¿Chichi?
ALICIA: Pasaré cualquier examen
que tuviera a bien hacerme...
Ya lo sé... Le doy la clave
que ambos sólo conocemos:
Dominante... Dominante...
¡Si bemol! ¿Me cree ahora?
Una séptima de... Aunque,
tal vez, viendo, de mi espalda,
el lunar, le sobre y baste...
JACKIE: Desabrocha doña Alicia
los botones de su traje;
muestra el dorso y continúa,
broche a broche, hasta que cae
su uniforme... Queda al tiempo...
No hay más prenda que la tape....
(José y Alicia han quedado mirándose fijamente, de pie, sin
moverse.)
JACKIE: El Kambul le ofrece un whisky...
ALICIA: No... Después... Debemos, antes,
ahuyentar a los demonios
caminando hacia sus fauces.
(José y Alicia se siguen mirando sin moverse.)
JACKIE: Y él levanta a doña Alicia;
y ella nada por los aires
hasta un lecho en que la tienden...
El reclamo de su carne
de pez vivo es "¡Vamos! ¡Vamos!"
¡No hay ya tiempo y no hay lugares!
(José y Alicia se siguen mirando sin moverse por varios segun-
dos. Continuarán así en los siguientes parlamentos.)
JUDITH: ¿Qué pasó? ¿Qué están haciendo?
JACKIE: Se deshacen... Se rehacen...
JUDITH: ¿Y por qué no hay movimiento?
JACKIE: Porque así tendrán más margen
342

que las sombras y el contacto,


que el zumbido y que sus sales...
JOSÉ: ¿Puedo?
ALICIA: Puede.
(Alicia da media vuelta y queda de espaldas a José.)
JACKIE: Y ella siente,
viento en popa, vendavales
que la empujan, ¡ay!, la empujan
a sus costas más salvajes.
(José y Alicia siguen inmóviles. Judith los contempla, curiosa.
Jackie mira hacia la puerta al exterior y ve que ahí ha aparecido
Eleazar. Éste le hace una seña para que no hable. Jackie asien-
te. Eleazar entra y se va a esconder tras un mueble; nadie lo
nota, salvo Jackie. Eleazar se queda observando escondido.)
JUDITH: No hay acción. No veo nada.
Yo que vine a ver detalles.
JACKIE: Mire, cállese y aprenda
cómo el verbo se hace carne.
(Alicia se voltea y queda nuevamente frente a José. Ambos se
miran intensamente por unos segundos.)
JOSÉ: ¡Maldición!
ALICIA: ¿Qué ocurre ahora?
JOSÉ: Perdí el alma y me distraje...
ALICIA: No, no tema. No se agite
por más hijos u otros males,
pues he sido, hasta esta hora,
la más fiel e irreprochable.
Es a mí a quien corresponde...
Y no tema embarazarme.
Mi marido y yo intentamos
e intentamos desde hace
siete años... día y noche...
No... Jamás seremos padres...
JOSÉ: Chichi, Chichi, Chichi, Chichi;
hasta en eso es un arcángel.
ALICIA: Despachado este demonio,
ya le acepto el whisky de antes.
(Alicia se tiende en un mueble o en el piso. José va a servir un
whisky y toma el vaso que dejó. Al hacerlo, ve a Eleazar escon-
dido. Va a reaccionar, pero decide no hacer nada. Se acerca a
Alicia, se tiende junto a ella y le ofrece un vaso.)
JOSÉ: Chichi, Chichi, si supiera
qué de esperas, qué desgastes
que he sufrido para hallarla.
Sólo un nombre y las edades
343

que fingía me alumbraban.


No tendremos patria grande,
mas, tratándose de Alicias,
no imagina qué de mares.
Descubrí que se casó...
¿Fue ese mismo Pepe...
ALICIA: ¡Calle!
No, Kambul; no corresponde
añadir más trance al trance.
(Alicia bebe de su vaso, todo de un sorbo, con gran placer y toma
el vaso de José. José y Alicia se miran inmóviles durante los
siguientes parlamentos.)
JACKIE: Bebe así, de un solo trago,
doña Alicia su brebaje.
Toma el whisky del Kambul
y lo unta donde le arde:
en sus muslos y en sus plantas,
tras su cuello; en todas partes...
ALICIA: Beba... Beba usted de mí.
JACKIE: El Kambul se inclina y sabe
alcohol salado y dulce.
Ella vierte y él le lame
todo el néctar, sorbo a sorbo;
sorbo a sorbo, sigue el baile
por los llanos de la espalda...
JUDITH: Siga... Siga... No se harte...
JACKIE: Ella dice mientras ríe:
ALICIA: Día a día, llegan cables
que nos hablan de su vida,
de sus triunfos, de sus grandes
espectáculos y escándalos...
JACKIE: El Kambul sigue su viaje
por caribes y desiertos;
lame junglas, lame andes...
ALICIA: Me enteré de Tito Puente,
que ya suena, en sus timbales,
mi canción, su "Amar a Chichi"...
¿Qué sucede? No, no pare.
JOSÉ: Lo suplico, doña Alicia,
no hable de ése...
JACKIE: Como antes
lo vertió en su continente,
vierte ahora, unta y lame
ella el mapa del Kambul.
JOSÉ: Tengo, Chichi, que contarle
344

de una nueva criatura...


Todo ocurre en una calle
que se va a llamar "Colón"...
ALICIA: ¿Cuál Colón? ¿La de los árboles?
JACKIE: Lame, habla, unta y sorbe...
JOSÉ: Es cualquiera. Porque, ¿sabe
que no hay pueblo americano
que no tenga vía o parque
que se llame así: "Colón"?
Y pensé en tres personajes...
Hay un viejo que lamenta
y murmura los contrastes
entre algún Colón remoto,
con sus pájaros y sauces,
y el presente que desborda
de humos, ruidos y desagües.
Una joven secretaria
va a mirar escaparates;
ve su imagen en los vidrios
y hace un guiño para nadie;
y se ve en los cientos de ojos
que, de atrás, buscan su talle.
El tercero, un niño o niña
cuyos únicos afanes
son pedir y hurtar monedas
de los sordos caminantes.
Todos pasan por Colón;
y murmuran como si a alguien
le importara. Y sólo oímos,
por mi voz, sus soledades.
Cada prójimo, una estrofa;
y, en la cuarta, un gran desmadre...
ALICIA: Muy patético y directo...
JUDITH: Ya parece Rubén Blades.
JOSÉ: Pero hay otra persona.
Conocemos su carácter
solamente por los otros,
cuando pasan por delante
de esa incógnita sonrisa
que a los tres conmina a amarse.
Adivine. ¿Quién es ella?
ALICIA: ¡Chichi! ¡Chichi es ese ángel!
JOSÉ: Va vestida de turquesa;
sabe Dios por qué. ¡Quién sabe!
JACKIE: Y ella unta más bebida
en las ingles palpitantes
345

del Kambul. Lo sorbe y sorbe...


Y esos charcos laten... laten...
JUDITH: Ella busca, con la lengua,
más abajo, más manjares.
Barre y barre el matorral
que la hiere hasta la sangre.
JOSÉ: ¿Le gustó la historia, Chichi?
JUDITH: Mierda y whisky... ¡Qué jarabe!
¡Qué adicción por más que hiera!
Y los pliegues son los cálices
en que busca el néctar... ¡Mierda!
¡Qué dolor! ¡Qué sed! ¡Qué hambre!
(José y Alicia, sorprendidos, se dejan de mirar y miran a Judith.)
JACKIE: ¡Oiga! ¡Qué le pasa a usted!
JUDITH: ¿Me perdonan? Fue un desbande.
(Judith baja la cabeza. José y Alicia vuelven a mirarse intensa-
mente.)
JOSÉ: ¿Le gustó la historia, Chichi?
ALICIA: Mucho... ¡Mucho! Aunque... Aunque...
JOSÉ: Sé por dónde va el reproche:
cómo hacer que semejante
vendaval de ideas quepa
sólo en tres o cuatro claves...
ALICIA: Se me ocurre cómo hacerlo...
JOSÉ: Diga, cómo. Cómo, hable...
ALICIA: Que presente sus ideas
a los genios de otras artes.
¡Con Lupita! ¡Con Lupita!
Que le preste un par de frases
que conviertan su Colón
en la calle de los ángeles.
Tito Puente puede hacerle
un introito, un gran finale...
JOSÉ: Doña Alicia, le he pedido...
ALICIA: Tito Puente estuvo -¿sabe?-
por aquí y llenó el estadio...
Todo el cuerpo aún me tañe
cuando evoco "Amar a Chichi"
al tuntún de esos timbales...
¡Qué deseos de gritar:
"Canten, hijos; soy su madre"!
Como un loco, mi marido
me sacó de aquel enjambre;
me gritaba: "Ebria, ebria..."
JOSÉ: Le he pedido que no hable
346

de ese tipo...
ALICIA: ¿De José?
JOSÉ: ... pues jamás de los jamases
Tito hará otro tema mío.
ALICIA: ¿Qué pasó?
JOSÉ: Voy a contarle.
Ese falso amigo dijo:
"Mi Kambul, como usted sabe,
soy su amigo y, como amigo
que lo quiere, voy a hablarle.
Nunca tuvo usted ni tiene
ni la gracia ni las artes
que le han hecho a usted creer.
Canta bien. No es que no cante.
Pero tuvo suerte; es todo,
y una voz gentil y grave.
Mas no puede usted cantar
siempre "Chichi", dale y dale.
¿Ha hecho algo desde entonces?
No... Retírese a lo grande;
pues no sea que otro advierta
que su gracia es sólo un fraude."
ALICIA: Si debemos ser honestos...
JOSÉ: "Ser honestos" ¿qué? ¡Acabe!
ALICIA: Nada... No... No dije nada...
JOSÉ: ¡No me importa lo que ladren
o rebuznen! Van a ver...
Cuando Tito ose mandarme
sus propuestas de hacer fiesta
de "Colón" con sus timbales,
le diré que se los ponga
donde más le duele y arde.
(Alicia se levanta. Se la ve algo aturdida.)
JOSÉ: ¿Ya se va?
ALICIA: Me voy.
JOSÉ: ¿Molesta?
ALICIA: No es tan fácil que me enfade.
Nunca sé qué corresponde,
compungirme o extasiarme.
Usted sólo me buscó
para ver si los azares
se juntaban nuevamente.
¡Qué cumplido! ¡Qué vejamen!
Se movía entre mis piernas
cual frotando talismanes
347

que le dieran a su canto


nuevas gracias, nuevos aires.
JOSÉ: Bien que usted también lo quiso.
Vino a hallar los carnavales
que perdiera cuando niña.
ALICIA: Desgraciado...
JOSÉ: No se marche
sin un pago por sus penas.
(Alicia va a reaccionar violentamente pero se controla. Se quita
la bata y queda desnuda.)
ALICIA: Este cuerpo es una cárcel
en que vivo murmurando
que yo nunca he de ser madre...
¿Sabe qué era mi consuelo?
¿Mi esperanza de un escape?
Susurrarme que soy Chichi...
¡La heroína, el alma y carne
de esta patria! ¡La gestora
del amor en tierra y mares!
Desgraciado...
JUDITH: ¿Otra vez?
(Alicia camina alrededor de José. Éste la sigue con la mirada.)
JACKIE: Otra vez, las prendas caen;
otra vez, ella reclama;
otra vez, pero ya es tarde.
Él lo intenta, mas no puede...
ALICIA: ¿Qué le ocurre?
JUDITH: Murió el ave.
JOSÉ: No... Lo siento... Ya no puedo...
ALICIA: Diga usted dónde tocarle...
JOSÉ: Hable... Hábleme de Pepe...
ALICIA: ¿De José? ¡Qué disparate!
JOSÉ: Quiero... Quiero conocerlo...
ALICIA: No tendrían de qué hablarse.
JOSÉ: Hola, hola, Toro Blanco...
ALICIA: No, ya no. Ya es hombre estable.
JOSÉ: Ole, ole, don José...
ALICIA: Ya no más. Pasó el desmadre.
JOSÉ: Hola, hola, Toro Manso...
ALICIA: Ni tan manso... Ni una tarde
me perdona... ni una noche...
¡Y amanezco envuelta en su hambre!
JOSÉ: Lo lamento... No... No puedo...
348

JACKIE: Todo apunta a una debacle.


ALICIA: Ole, Ole.... Toro Bravo...
JACKIE: Y él no puede...
JOSÉ: ¡Basta! Pare.
JACKIE: Nunca pudo. Y doña Alicia
y el Kambul ahora yacen.
Una y otro se preguntan
de qué lado está el cadáver.
JUDITH: Por vez última y primera,
doña Alicia vuelve tarde
a su puesto tras la pausa
del almuerzo de ese martes.
(Alicia, José, Jackie y Judith quedan inmóviles por unos segun-
dos.)
JOSÉ: ¡Dos!
(José y Alicia se sacan bufanda y pañuelo. Alicia, avergonzada,
se pone la bata y bebe, todo de un sorbo, del vaso de whisky de
José.)
JOSÉ: ¡Dos! Dos veces lo hicieron esa tarde... hace diecisiete
años... O, más bien, digamos una vez y media, una y frac-
ción. Sumando las caricias y sorbos de mierda y whisky, re-
dondeemos a dos.
ALICIA: Infeliz...
JOSÉ: O, tal vez, hubo una tercera que doña Alicia ha preferido
no revelar.
ALICIA: ¡Sólo dos veces, ya le he dicho! ¡Ni siquiera dos!
JOSÉ: Quedémonos con que fueron sólo dos. Una sola y caluro-
sa tarde de martes; dos veces. Y nunca más. Aunque, apli-
cando el teorema de las cucarachas de Lupita Ginebra, se-
rían...
JACKIE: Cuarenta...
JOSÉ: Lupita, Lupita, usted que, a sus noventa, declaró querer
tener sesenta menos para vivir lo que viven las de treinta
que no supieron vivir sus dieciséis...
ALICIA: Me arruinó... ¡Desgraciado!
JUDITH: Don José, idea: ¿Por qué no retoman el tercer encuen-
tro que tuvieron que parar por lo de Eleazar? Tal vez, así...
JACKIE: ¡Oiga! Cállese...
JOSÉ: Cuando queramos su opinión, querida...
JUDITH: Judith.
ALICIA: No. ¡Es perfecto! ¡Perfecto! ¡Dominante! ¡Dominante!
JOSÉ: Pero...
ALICIA: ¡Basta de peros! No me toma más... Tercero, retomemos
el tercero.
349

(Alicia se amarra el pañuelo a la cabeza.)


JOSÉ: No... Lo siento... Ya no puedo...
ALICIA: ¡Rápido he dicho! Ustedes, esperen atrás...
(Jackie y Judith toman y se ponen sendos cascos vikingos, y se
retiran un poco.)
ALICIA: Usted, José, ya sabe qué hacer. ¡Rápido! ¿Está usted
sordo? ¡Rápido!
JOSÉ: ¡Ya voy!
ALICIA: ¡Rápido!
JOSÉ: Ya voy, ya dije. ¿No ve que estoy yendo?
(José se pone la bufanda sobre la cabeza. Se tiende boca arriba.
Alicia se le acerca.)
ALICIA: No me toma más... ¡Nosotros,
que inventamos los placeres
que otros nunca soñarían!
Lo intentamos y él no puede.
Mi José se rinde, y llora;
y lloramos; y él me impele
a narrar más pormenores.
Se los cuento y grita: "¡Miente!"
Vuelve y pide que lo absuelva...
Que esta vez sí va a creerme,
que es la única manera
de curarse... Y van dos meses...
Y, después, ya no bastaba
con que yo le delinee
cada encuentro con usted...
¡Y ya nada es suficiente!
JOSÉ: ¿Y llegó a contarle todo?
ALICIA: Casi todo... Ahora quiere
que juguemos a que somos
él usted y yo -¿quién cree?-
esa Chichi que encontrara
en los parques y en hoteles;
pues, en su alma, dos lugares
se hacen pájaros y peces...
JOSÉ: ¿Juegan? ¿Juegan a nosotros?
ALICIA: Todo, al menos, que recuerde.
Es nubloso... Pero él hurga;
hurga más y más las heces.
Poco a poco, día a día,
más recuerdos nos sorprenden.
Y, un buen día, trajo a una
meretriz, de esas mujeres
de alto precio que hacen suyos
350

los fantasmas de sus clientes.


Hoy el juego nos exige
que esa puta me recree
en los dos encuentros mientras
mi marido hace las veces
del Kambul... Y yo los miro...
O invertimos los papeles:
Yo soy yo, y la puta mira...
La tal Jackie lo obedece.
JACKIE: ¡Oiga!
JUDITH: Cállese y aprenda.
ALICIA: Hizo hacer unos carteles
gigantescos del Kambul
que, en la sala, apaga y prende
como adorno a nuestras gracias.
JOSÉ: ¿Y ese juego la divierte?
ALICIA: Me desata y purifica...
Pero a usted no le concierne.
Ya José me ha dicho que otra
prostituta ha de traerme...
JUDITH: Prostituta, a mucha honra...
ALICIA: Compró "Chichi" tantas veces
que tenemos las versiones
más patéticas y alegres...
Siempre el martes... doce a tres...
JOSÉ: ¿Su marido ahora puede?
ALICIA: Poco a poco, es el de antes.
Pero su éxito depende
de que más se sofistique
con disfraces y sainetes
que ensayamos, verso a verso,
desde el alba de los miércoles...
Cartas, bailes y testigos.
A más ojos, más deleite.
Como si alguien le ordenara
disfrutar con que me observen.
Un buen martes, va a paliarme
frente al público y los lentes;
otro martes, va a invitar,
de la calle, a un mozalbete
a que me haga lo que usted...
Desgraciado...
JOSÉ: ¿Sabe Pepe
que ha venido usted aquí?
ALICIA: Pero dígame, ¿quién cree
351

que esta escena ha sugerido


como gran final y cierre?
JOSÉ: ¿Sí lo sabe?
ALICIA: ¡Qué no sabe!
Y le traigo aquí un presente
de ese ciego admirador.
JOSÉ: ¿Un obsequio? ¿Qué pretenden?
ALICIA: Sólo darle este regalo,
pues no sea que la muerte
nos lo gane.
JOSÉ: Diga, diga,
qué regalo.
ALICIA: Si lo quiere:
los infiernos, Eleazar;
que, por siempre, su alma pene.
(Alicia toca el botón de un control remoto. Se escucha la versión
"danesa" de "Amar es amar a Chichi". Jackie y Judith con los
cascos vikingos puestos realizan un paso de baile erótico frente
a José. José alterna taparse los oídos y los ojos. Finalmente,
resignado, queda mirando el baile y escuchando la música. Lue-
go, desfallece como si hubiera muerto, sonriente. Alicia se une
al baile y las tres bailan por unos segundos. Eleazar sale de su
escondite.)
ELEAZAR: ¡Mamá!
(José se incorpora y detiene la música.)
JUDITH: No se vaya ahora, Jackie. No me vaya a dejar sola.
JACKIE: ¿Cree que me voy a perder esto?
ELEAZAR: Mamá...
ALICIA: Eleazar...
JOSÉ: Bueno, Eleazar; ahí tiene usted la explicación al impro-
nunciable misterio que tanto buscaba. ¿Qué más le pode-
mos decir? ¿Hay algo más que necesite saber?
ELEAZAR: Hasta el más estúpido se puede dar cuenta de lo que
ha estado pasando aquí esta tarde... estos últimos tres me-
ses, diecisiete años...
JOSÉ: Treinta...
ELEAZAR: Los felicito; honestamente. Y estaría tan orgulloso;
los abrazaría; lloraría al saber que soy hijo de la gran Chichi
y el Kambul; que usted, don José, es el padrastro más com-
prensivo que cualquiera pudo pedir...
ALICIA: Hijo, por favor...
JOSÉ: Por favor.
ELEAZAR: ¿Pero qué les ocurre? Es a ustedes a quienes les
gustan los detalles... como hacerme creer que mi madre iba
352

a morir: impecable, diabólicamente artístico; como hacer de


mis entradas el pretexto para la improvisación de sus inge-
nios... ¡Genial! Podría perdonarlos... Si no fuera porque... ya
entiendo por qué me llamo Eleazar... En eso pudieron ser
más sutiles. E-lea-zar. Eso sí que me pareció de mal gusto...
Y quiero, como reparación, algo de ese dinero que veo que
les está sobrando... Sólo un poco; digamos la mitad en com-
pensación por el pésimo gusto de haberme puesto el nombre
del amante... Qué asco...
ALICIA: Fue una casualidad, hijo. Un tío abuelo de su padre se
llamaba así; es por él que usted lleva el nombre. Yo jamás lo
habría permitido. Su padre... don José eligió el nombre. Él le
puso "Eleazar". Yo me negué. Él no sabía nada en ese enton-
ces. Pero insistió...
ELEAZAR: Debo rectificarme.
ALICIA: Lo sabe hace sólo unos meses. Pregúntele...
ELEAZAR: Después de todo, sí fue una obra de arte. Un golpe
genial. Diabólico. Redondo. Lo felicito, papá, don José, señor
Uitz o lo que sea...
JOSÉ: Eleazar...
ELEAZAR: Le informo, mamá, que he estado preguntando a los
parientes...
JOSÉ: ¡Eleazar!
ELEAZAR: ¡Qué quiere ahora! ¿Me va a volver a golpear? Pelee...
Pelee...
JOSÉ: Vaya... Cuéntele...
ELEAZAR: No, mamá. He investigado; no hay ningún tío que se
haya llamado Eleazar. Nunca existió... Ahora quiero ver lo
que es bueno.
ALICIA: ¿No existe?
ELEAZAR: Nunca existió.
ALICIA: José...
JOSÉ: Alicia...
ALICIA: Entonces... Usted... Usted, José, sabía todo. ¿Diecisie-
te años lo supo y le puso a mi hijo ese nombre? ¿Por qué? Y
me inventó la historia del tío.
JOSÉ: No hablemos de inventos, Alicia, que usted me salió con
una abuela de Trinidad para justificar el color de piel de su
hijo...
ELEAZAR: ¿No tengo primos en Trinidad?
ALICIA: Tiene razón: basta de inventos... No es su hijo. No hay
abuela en Trinidad...
ELEAZAR: ¡Adónde voy a ir ahora!
ALICIA: Y usted siempre lo supo, José. Pero, ¿sabe qué?, yo
353

sabía que usted sabía...


JOSÉ: Y yo sabía que usted sabía que yo sabía...
ALICIA: Y yo sabía eso.
JOSÉ: Siempre lo supe.
JACKIE: Yo me perdí en la segunda...
ALICIA: Pero hay algo que usted no sabe.
JOSÉ: Sí, lo sé.
(José se amarra la bufanda alrededor de la cabeza; Alicia se
amarra el pelo con el pañuelo.)
ELEAZAR: ¿Qué están haciendo? ¡Quítese, quítese esa cosa!
JOSÉ: Eleazar, es mejor que se vaya... Un par de días, al menos,
hijo...
ELEAZAR: ¡No me llame "hijo"!
JOSÉ: Usted siempre será bienvenido aquí como mi único y
amadísimo hijo. Pero, ahora, vuelva usted más tarde... un
par de horas...
ELEAZAR: ¡Y adónde voy a ir!
ALICIA: ¡Fuera!
ELEAZAR: ¿Mamá? Usted nunca grita...
ALICIA: ¡Fuera!
ELEAZAR: No. Yo también quiero jugar. Mi parte. Mi plata...
ALICIA: ¿Quiere que le muestre la espalda? ¿Quiere? ¿Quiere
ver el lunar de Chichi con el que tanto soñó, con el que sue-
ña toda esta puta madre patria? Venga; mire, mire.
(Alicia se vuelve y le muestra la espalda a Eleazar.)
ALICIA: ¡Mire! ¡Béselo!
JACKIE: Mire, vea, mire...
JUDITH: Béselo, lámalo...
ALICIA: ¡Mire!
ELEAZAR: ¡Mamá!
JOSÉ: ¡Alicia!
JUDITH: Lama, lama, lama...
(Eleazar sale corriendo por la puerta a exteriores. Alicia le ex-
tiende una mano a José. Éste la toma.)
ALICIA: ¿Dominante?
JOSÉ: Dominante de si bemol.
ALICIA: Vuelva a casa... Vuelva a casa...
JOSÉ: Vuelva a casa, dulce Chichi,
con sus padres y su príncipe.
Ni este parque ni su abismo
son lugar de querubines.
ALICIA: ¿Luego, qué hace usted aquí?
354

¿Qué buscaba? Vamos, dígame...


¿No me dijo que, a esta hora,
todo sale de los límites?
Drogadicto... No parece...
Y, de puta, ni una tilde
yo le veo. ¿Qué buscaba?
JOSÉ: ¿Quiere usted saber?
ALICIA: Lo quise
desde siempre y todavía.
JOSÉ: Tiempo hay de arrepentirse
ALICIA: Ya estoy lista; sí.
JOSÉ: ¿Segura?
ALICIA: Siga, aquí todo es posible...
JOSÉ: ¿Aunque le arda hasta su muerte?
ALICIA: ¡Siga así, así calcine!
JACKIE: ¡Final!
(Jackie, con un control remoto, hace sonar la canción "Amar es
amar a Chichi". José trata de violar a Alicia y ésta se resiste.
Queda claro que es un juego, pero esto no debe mitigar su vio-
lencia y crudeza. Alicia consigue escapar, dos o tres veces, pero
es atrapada y desvestida violentamente por José quien final-
mente logra someterla.)
JACKIE: Así, fidelísimo público, nuestro y sin mácula, llegamos
al final de esta edición de...
JUDITH: "Ole, ole, don José".
JACKIE: En que, como todos los martes, hemos develado otro
impronunciable misterio...
JUDITH: Esperamos que se lleven consigo lo aprendido para
calcarlo con los que más quieren, para lograr una mejor pa-
tria, una Latinoamérica pujante y un mundo menos hostil
desde Guam hasta Vladivostok con parada en Puerto Espa-
ña...
JACKIE: No se olviden de seguir apoyándonos para que nuestra
"Amar es amar a Chichi" obtenga su justo galardón como
canción del siglo en Latinoamérica. No nos dejemos intimi-
dar por ritmos brasileños o argentinos...
JUDITH: ¡Fuera! Buuu...
ALICIA: ¡Desgraciado!
JACKIE: ... o mexicanos o con otro engendro cubano-puertorri-
queño-dominicano...
JUDITH: Mueran todos.
JACKIE: Venceremos.
ALICIA: ¡Desgraciado!
355

JACKIE: Nosotros tenemos y siempre tendremos...


JACKIE Y JUDITH: ... a Chichi a Chichi a Chichi a Chichi a
Chichi...
(Jackie y Judith bailan. La canción se confunde con los gritos de
dolor, placer o terror, cada vez más sonoros de Alicia.)

FIN

Santa Marta, Lima, 2006


356
357

Maribel dice los pieses


358
359

Personajes:
AURELIO: 20 años de edad. Viste con jeans y polo algo sucios.
BEGONIA: 35 años de edad. Viste con una pulcra y elegante
bata.
CHARLIE: 50 años de edad. Viste con el atuendo de trabajo de
un pintor de casas.

Escenario:
Una sala de espera como de una dependencia pública: sillones
deteriorados, mesitas, revistas ajadas, etc. Hay una única puerta
que da a un balcón; no hay más puertas o ventanas. Un viejo
teléfono destaca en un lugar central.
360

(Aurelio duerme sobre uno de los sillones. Begonia lee una re-
vista. Charlie camina de un lado a otro algo impaciente. Des-
pués de algún tiempo así:)
AURELIO (en sueños): ¡No! ¡No voltees!
BEGONIA: Sigue con lo mismo. Pobre; ni en sueños lo dejan en
paz... Por lo menos, puede dormir.
CHARLIE: Deberíamos despertarlo para terminar de una vez con
el trabajo...
AURELIO (en sueños): ¡No me mires! Monstruo… ¡Monstruo!
BEGONIA: Pobre chibolo... Sí, despiértalo, Charlie. Pero no seas
violento, por favor. No lo vayas a...
(Charlie zarandea a Aurelio con cierta violencia.)
CHARLIE: Aurelio, Aurelio... Vamos, terminemos con esto de
una vez... ¡Aurelio!
(Aurelio despierta y mira a los otros.)
AURELIO (casi en sueños): Maribel... Maribel dice los pieses.
(Begonia y Charlie se miran sorprendidos.)
BEGONIA: ¿Qué dijiste? Repite eso.
CHARLIE: ¡Habla!
AURELIO: Maribel dice los pieses.
BEGONIA: Buena... Buena. Ésa es muy buena, chibolo.
CHARLIE: No... Pero... ¿De dónde la sacaste?
AURELIO: Se me acaba de ocurrir. Estaba soñando.
BEGONIA: ¡Bravo, chibolo! Felicitaciones...
CHARLIE: ¿Hombre o mujer? ¿Quién lo dice?
AURELIO: No sé... Una mujer.
BEGONIA: ¡Hombre! ¡Hombre! Siempre es una mujer la que lo
dice. Hay que variar. ¿Qué dices, Charlie?
CHARLIE: No sé... Sí. Es buena... Pero...
AURELIO: Maribel dice los pieses.
BEGONIA: Definitivamente: hombre.
CHARLIE: ¿Dónde...
AURELIO: Mujer.
BEGONIA: Hombre.
CHARLIE: No...
AURELIO: ¡Mujer!
BEGONIA: ¡Hombre!
CHARLIE: ¡Déjenme terminar! ¿Dónde la escuchaste, Aurelio?
AURELIO: ¿Dónde escuché qué?
(Hay un silencio. Aurelio y Charlie miran a Begonia con impa-
ciencia.)
BEGONIA: Ah, perdón... Un, dos, tres... Un, dos tres...
361

CHARLIE: Maribel dice los pieses, Aurelio. ¿Dónde la escuchaste?


AURELIO: No la escuché. La acabo de inventar; estaba soñando
que... Maribel dice los pieses. No hay más: Maribel dice...
BEGONIA: Lo dice un hombre, definitivamente...
CHARLIE: Mentiroso.
AURELIO: ¿Por qué siempre terminamos peleándonos? ¿No es-
tamos juntos en esto? ¿No queremos salir de esto de una
buena vez?
BEGONIA: Un hombre joven, enamorado...
CHARLIE: Mentiroso. Cuenta, Aurelio. ¿De dónde la sacaste?
Así va a ser más rápido.
AURELIO: Me pueden decir de qué sirve tanto trabajo si nos
vamos a pelear. ¿Qué importa, por el momento, si es un hom-
bre o una mujer quien lo dice? Por lo menos, ya tenemos por
dónde empezar el argumento. ¿Todos de acuerdo?
BEGONIA: De acuerdo.
CHARLIE: De acuerdo... por el momento. Pero vas a tener que
hablar después.
AURELIO: Llama a Gutiérrez, Begonia.
BEGONIA: Siempre yo... Cobardes...
CHARLIE: Llámalo, Begonia.
AURELIO: Ya es casi medianoche. Llámalo.
BEGONIA: Un momento, un momento. Ya estamos de acuerdo:
Maribel dice los pieses. Pero tenemos que jurar que, ahora
sí, nos vamos a atener a las consecuencias y no como la otra
vez...
CHARLIE: La última vez fue Aurelio el que no quiso seguir... Se
quedó dormido.
AURELIO: Pero la anterior vez, fuiste tú, Charlie.
(Charlie quiere decir algo pero se contiene. Aurelio y Charlie
vuelven a mirar a Begonia con impaciencia.)
BEGONIA: Un, dos, tres... Un, dos, tres...
CHARLIE: La vez anterior fue Begonia que rompió el turno. Con
el pretexto de que no tenía suficientes antihistamínicos, se
saltó tu pie y tuvimos que empezar de cero.
AURELIO: Verdad.
BEGONIA: Es que con un antihistamínico al día quién puede
trabajar.
CHARLIE: Es por ustedes dos que la cosa no avanza. Se duer-
men, se desconcentran. Llamemos a Gutiérrez. Pero, esta
vez, todos trabajemos en equipo. Y llevemos todo hasta el
final, pase lo que pase. ¿De acuerdo?
AURELIO: De acuerdo. Llama, Begonia.
362

BEGONIA: Qué tanto miedo le tienen a Gutiérrez. ¿Por qué no


lo llaman ustedes? Yo ya lo he llamado treinta mil veces...
CHARLIE: Por eso mismo.
AURELIO: Ya tienes experiencia.
BEGONIA: Par de cobardes. ¿Acaso Gutiérrez se los va a comer?
CHARLIE: Tú tienes experiencia en eso...
AURELIO: Tú ya has llamado otras veces.
BEGONIA: ¡Qué tanto miedo!
CHARLIE: No, digo en eso de que se la coma Gutiérrez. Ya tiene
amplia experiencia...
AURELIO: No la fastidies con eso, Charlie.
BEGONIA: Qué graciosos. Aquí sí, se hacen los muy machos,
los que mandan, los que gritan; pero basta que les proponga
llamarlo...
CHARLIE: Aurelio...
AURELIO: ¿Qué voy a decir yo?
BEGONIA: ¡Qué tanto miedo! Qué les cuesta llamar y decir:
Doctor Gutiérrez, aquí le habla Aurelio...
CHARLIE: Sí, Aurelio...
AURELIO: ¿Por qué no Charlie?
BEGONIA: ¡Quien sea! Doctor Gutiérrez, hablo de parte de
Aurelio, Begonia y Charlie. Doctor Gutiérrez, ¿está usted
sentado? Pues, siéntese, doctor. Doctor Gutiérrez: Maribel
dice los pieses.
CHARLIE: Aurelio.
AURELIO: ¿Y quién es esa Maribel?
BEGONIA: Tú sabrás. ¿No dices que tú la inventaste?
CHARLIE: No la inventó. La sacó de algún lado y ahora quiere
hacernos creer que la acaba de soñar. Ya vas a ver, Aurelio;
no sabes en la que te has metido.
AURELIO: ¡Estoy haciendo de él! Cuando digo: ¿Y quién es esa
Maribel?, estoy anticipando lo que va a preguntar Gutiérrez.
Acuérdate de lo que te pasó la otra vez, Begonia. Te empezó a
bombardear de preguntas y no sabías qué decir y todo otra
vez de cero...
BEGONIA: Ustedes me dejaron sola, chibolo. Gutiérrez me em-
pezaba a preguntar y ustedes se metieron bajo de la mesa.
CHARLIE: Aurelio, dile algo, por favor.
AURELIO: Justamente, para que no vuelva a pasar, tenemos
que anticipar las preguntas de Gutiérrez. Tú, Begonia, vas a
decir Maribel dice los pieses. Charlie y yo te vamos a pregun-
tar como si fuéramos Gutiérrez. A ver, Begonia: Maribel dice
los pieses.
363

BEGONIA: ¿Y quién es esa Maribel?


CHARLIE: Sí, Aurelio, ¿quién es esa Maribel? Habla.
AURELIO: ¿No entienden? Charlie, tú y yo hacemos las pregun-
tas y Begonia trata de... No... Se me acaba de ocurrir algo
mejor. Begonia hace de Begonia hablando con Gutiérrez.
Charlie, tú haces de Gutiérrez y yo asesoro a Begonia sobre
lo que hay que responder. ¿Entienden? Begonia, por favor...
BEGONIA: Doctor Gutiérrez: Maribel dice los pieses.
CHARLIE: ¿Y quién es esa Maribel de la que tanto me hablan?
AURELIO: Muchacha de nuestro pueblo. Joven. Llena de vida.
Espontánea. Representante de nuestra mujer.
BEGONIA: ¿Qué quieren que haga?
CHARLIE: Aurelio.
AURELIO: Begonia tiene que decir en sus propias palabras las
ideas que yo estoy soltando. Tú hablas bien, Begonia. Tú
sabes cómo hablarle Gutiérrez. Yo doy las ideas, tú les das
forma y Charlie vuelve a preguntar.
BEGONIA: Doctor Gutiérrez, la tal Maribel no es otra que la
mujer representativa de nuestra nación. Joven, llena de vida,
con todo un mundo por delante.
CHARLIE: ¿Y qué pasa con sus pieses? ¿Por qué dice los pieses?
AURELIO: Problemas del sistema. Educación elitista que olvida
a los más necesitados. Sistema obsoleto.
BEGONIA: No, no. Mejor... Por fastidiar a sus padres y maes-
tros. Es una joven rebelde que se niega a seguir las conven-
ciones y quiere poner su propia norma en el mundo.
CHARLIE: ¿Qué tienen que ver en esto la educación y las con-
venciones? Lo importante es en qué situación Maribel dice
los pieses. Dice algo así como: No tengo dónde poner los
pieses, o mejor: No siento nada en los pieses. Eso es lo
importante. ¿Por qué lo dice? ¿Dónde está cuando lo dice?
AURELIO: ¿Estás haciendo de Gutiérrez o estás hablando por ti
mismo?
BEGONIA: Necesito un antihistamínico. ¿Alguien me puede in-
vitar uno?
CHARLIE: Ya me tomé mi antihistamínico del día.
AURELIO: Charlie tiene razón. Hay que hacer un contexto alre-
dedor de Maribel. Eso le va a encantar a Gutiérrez.
BEGONIA: ¿Tú, Aurelio? ¿No tendrás un antihistamínico que
me invites?
CHARLIE: No le des nada, Aurelio.
AURELIO: Dejen que me concentre. Miren: la que lo dice es una
mujer, una mujer celosa y resentida. Una mujer encopetada
364

y ricachona que ve con envidia la juventud y la vida de esta


Maribel. Maribel es una muchacha que trabaja en su casa:
hace la limpieza, cocina, cuida a los niños...
BEGONIA: ¡Por favor! Eso es de Blancanieves... o la Cenicien-
ta... ¿Cuál era?
CHARLIE: Déjalo que siga...
AURELIO: La patrona mala le tiene rencor a Maribel. La patrona
se vuelve cada vez más vieja, y la muchacha es bellísima y
joven, espontánea. La patrona ya tiene como treinta y cinco
años, y, como es blanca...
BEGONIA: Gracias por lo que me toca.
CHARLIE: Y hasta el marido de la patrona mala está empezando
a mirar a Maribel con ojos de deseo... Desgraciado...
AURELIO: Por eso es que la patrona, en venganza, obliga a Maribel
a hacer trabajos cada vez más duros.
BEGONIA: Perfecto, la Cenicienta revisada...
CHARLIE: A limpiar las ventanas. Por fuera. Desgraciada.
AURELIO: A tal punto que la muchacha no puede más y se que-
ja diciendo: me duelen los pieses.
BEGONIA: Y esto es aprovechado por la patrona mala para bur-
larse de la pobre Maribel frente a sus amigas y su marido.
No. Estupidísimo.
CHARLIE: Buena, Aurelio, buena. Estamos avanzando.
AURELIO: Entonces, Gutiérrez podrá usar el argumento para
ilustrar tanto el abuso de autoridad como la discriminación
en la educación. Es perfecta. Cada vez que Gutiérrez se tope
con una situación de injusticia, por ejemplo, cuando vea a
un pobre niño en la calle pidiendo dinero, podrá decir Maribel
dice los pieses. Y, con eso, va a querer decir que...
BEGONIA: Y con eso Gutiérrez tendrá su argumento para lim-
piarse la conciencia ya que aparecerá como el tipo sensible
que critica a la patrona mala que se burla de la pobre Maribel.
No, no me gusta. Muy obvio. Sigo insistiendo en que debe
ser un hombre, un muchacho enamorado...
CHARLIE: Somos dos contra una, Begonia. Ten la bondad de
llamar a Gutiérrez y decir todo, y a ver si acabamos con esto
de una vez.
AURELIO: Llama, Begonia.
BEGONIA: No. Siempre se ponen los dos en contra de mí. Ade-
más, no me gusta esa historia. Es muy... muy...
CHARLIE: ¡Llámalo, carajo!
BEGONIA: Oye, Charlie, no voy a tolerar que me griten...
AURELIO: ¡No! ¡Begonia, era mi turno! No te di el pie.
BEGONIA: Perdón.
365

CHARLIE: Listo, se acabó, todo se volvió a ir a cero. Nos están


escuchando. Deben estar ahora cagándose de risa de cómo
la volvimos a embarrar. A empezar de cero. Carajo.
AURELIO: Me voy a dormir. Así, nunca vamos a acabar.
BEGONIA: No, por favor, Aurelio, no te duermas otra vez. ¿Y si
no nos escucharon? Es casi medianoche.
CHARLIE: Ésos escuchan todo el día.
AURELIO: Vamos a hacer como si no hubiera pasado nada. Va-
mos a ver si nos escucharon o no.
BEGONIA: ¿Cómo?
CHARLIE: Sí, Aurelio. ¿Cómo?
AURELIO: Vas a llamar a Gutiérrez, Begonia... Sí, tú. Tú la
embarraste, tú tienes que arreglarla. Si nos escucharon, ya
Gutiérrez debe estar enterado. Entonces, lo vas a llamar,
como quien no tiene ninguna culpa y le vas a decir lo de
Maribel, lo de los pieses, y a ver si te dice algo de lo de los
turnos. Si no, seguimos con Maribel, con los pieses.
BEGONIA: Pero... ¿Y si nos escucharon? Qué me va a decir: me
va a gritar. ¡No soporto que me grite!
CHARLIE: Begonia, si llamas, te regalo uno de mis
antihistamínicos.
AURELIO: Y yo te regalo uno de los míos.
(Begonia toma el teléfono y marca un número. Aurelio y Charlie,
asustados, se esconden tras algunos muebles.)
BEGONIA (al teléfono): ¿Aló? ¿Doctor Gutiérrez? Buenas no-
ches, habla con Begonia... Begonia... La de la casa de las
rejas... No, no, la del Olivar, ¿se acuerda? La de las rejas.
Con el balcón que... Sí, sí, ésa... Igualmente... Doctor
Gutiérrez: Maribel dice los pieses... Los pieses, sí... ¿En se-
rio? Qué bien... Sí, justamente, estábamos aquí hablando
con Charlie y Aurelio... ¿Qué? Están bien. Le mandan sus
saludos y respetos... Se lo diré. Justamente, estábamos ha-
blando con ellos... ¿Qué?... Maribel es una muchacha del
pueblo, joven, llena de vida... Sí, claro, muy bella también...
Y, precisamente, un joven de clase alta se ha enamorado de
ella, perdidamente enamorado...
CHARLIE: Así no era.
AURELIO: La patrona. Dile lo de la patrona mala.
BEGONIA (a Aurelio y Charlie): Shhh.... (Al teléfono) No, no es
por usted, doctor Gutiérrez. Qué ocurrencia. Es que me es-
taban interrumpiendo... (A Aurelio y Charlie) Dice que no me
interrumpan... (Al teléfono) Entonces, le decía: el joven está
perdidamente enamorado de Maribel. Pero, como le decía, es
un joven educado, universitario... Sí de ésos. Y tiene este
gran problema de que la mujer que adora dice los pieses, y la
366

vergüenza que siente cuando... No sé... Es que todavía no


hemos terminado el argumento pero queríamos comunicarle
los avances... Claro, frente a su familia, sus amigos. Imagí-
nese cómo se siente cuando la otra sale con lo de los pieses...
CHARLIE: Ésa está mejor.
AURELIO: Es estúpido. Telenovela barata...
BEGONIA (al teléfono): Me alegro de que le guste, doctor
Gutiérrez... Seguiremos trabajando... Aprovecho la oportuni-
dad para informarle que nuestra ración de antihistamínicos
se está agotando... Sí... Pero lo que ocurre es que, a veces,
uno al día no alcanza. El trabajo es fortísimo, se imaginará.
Y, si nos pudieran mandar un poco más... Entiendo, entien-
do... Bueno... Sí... No, no, no... Cómo se le ocurre que noso-
tros... Por supuesto que entiendo; los tres entendemos per-
fectamente... Ha sido un enorme gusto... Ay, muchas gra-
cias. Usted siempre tan galante... Hasta luego...
(Begonia cuelga el teléfono.)
CHARLIE: ¿Qué te dijo?
AURELIO: Cambiaste todo, Begonia...
BEGONIA: Dijo que tuviéramos cuidado con lo de los turnos. Lo
mismo de siempre: que es la única forma de asegurar que
todos puedan tener una oportunidad de participar; que es lo
más democrático y popular; que, si no, uno puede acaparar la
conversación; o, peor, dos pueden confabularse para no de-
jar hablar a un tercero, lo de siempre; que siempre hay que
esperar el pie para hablar... Pero no me dijo nada sobre el
último salto de turno. No se deben haber dado cuenta.
CHARLIE: O se dieron cuenta, y justamente lo que te dijo fue
un llamado de atención indirecto.
AURELIO: Pero ¿qué te dijo sobre Maribel?
BEGONIA: Le gustó.
CHARLIE: ¡Bien!
AURELIO: ¡Bien!
BEGONIA: Pero no nos va a mandar más antihistamínicos. Si-
gue con lo que uno al día por persona es más que suficiente
para el trabajo... Carajo...
CHARLIE: Es que, apenas viene la ración de la semana, tú te
los consumes al toque, Begonia. ¿Crees que no te he visto?
Te los tomas de dos en dos, de tres en tres...
AURELIO: ¿Podríamos volver al trabajo? Estamos en buen cami-
no. Le gustó. Maribel dice los pieses.
BEGONIA: Y le gustó mucho lo del muchacho enamorado.
CHARLIE: ¿Cómo se te ocurrió? Estuvo buena...
AURELIO: No, no y no. Mejor estaba lo de la patrona mala. La
367

patrona le da cada vez más y más trabajo duro a la pobre


Maribel, hasta el punto de que tenemos la gran queja de la
muchacha: Me duelen los pieses; no soporto más los pieses...
No tengo dónde poner...
BEGONIA: ¡Yo qué sabía lo que iba a pasar!
(Begonia llora. Aurelio y Charlie tratan de consolarla.)
CHARLIE: Todavía no, Begonia.
AURELIO: No te adelantes.
BEGONIA (llorando): Perdón... Pero yo qué sabía...
CHARLIE: Tranquila, tranquila...
AURELIO: Tal vez, deberíamos suspender el trabajo por el mo-
mento...
BEGONIA: No... Estoy bien... Disculpen... Sigamos... Charlie....
CHARLIE: ¿Sigo?
AURELIO: Begonia...
BEGONIA: Sí… Sigan, sigan… Ya estoy bien...
CHARLIE: Entonces, un día, la patrona mala concibe un plan
para libarse de Maribel. Ha querido despedirla, pero el mari-
do de la patrona ha defendido a Maribel, porque, como vimos,
ya ha empezado a mirar a Maribel con ojos de deseo... Des-
graciado... Y la patrona obliga a Maribel a limpiar las venta-
nas del tercer piso... Un trabajo peligrosísimo... Maribel no
tiene dónde poner los pieses... No hay ni siquiera una corni-
sa donde...
(Charlie se echa a llorar.)
AURELIO: Tranquilo, Charlie. No... Suspendamos el trabajo. Creo
que todavía estamos a tiempo de abortar todo; todavía no es
medianoche.
BEGONIA: No abortemos nada. Gutiérrez quedó fascinado con
la idea del muchacho enamorado que se muere de pasión y
se muere de vergüenza porque la única persona que ha podi-
do sacarlo del desagüe que era su vida, la única que le da
sentido a todo lo que hace, dice los pieses.
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel;
Maribel dice los pieses.
Ay, Señor, qué mujer.
Y ahora qué dirá Gutiérrez.
AURELIO: Basta, Charlie...
BEGONIA: No, déjalo. Una canción es perfecta para cautivar a
Gutiérrez.
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel;
Maribel dice los pieses.
AURELIO: ¡No, basta! Dejémoslo ahí. Esto va a terminar mal. Si
quieren, les invento otro. Antes de medianoche, les doy otro
368

argumento. Dejemos lo de los pieses.


BEGONIA: No. Muy tarde, chibolo.
CHARLIE: Muy tarde.
(Begonia y Charlie miran a Aurelio con impaciencia.)
CHARLIE: Di algo, pues...
AURELIO (cantando suavemente): Maribel, Maribel...
BEGONIA: Gracias. ¿En qué estábamos? Ah, sí. Entonces, el
muchacho enamorado no puede presentar a Maribel a sus
padres. Pese a que no se lleva bien con su familia, todavía le
queda un toquecito de familia decente y no quiere someterse
a las burlas de las que será objeto si, en una de ésas, a
Maribel se le ocurre hablar de sus pieses.
CHARLIE: ¿Por qué? ¿Le apestan?
AURELIO: Es la mujer más limpia del mundo...
BEGONIA: Tampoco la puede presentar a sus amigos, que son
todos unos que se creen intelectuales, porque esa palabrita
puede, si aparece por ahí, puede causar que sea centro de
malas miradas y burlas. ¿No es cierto, Aurelio? ¿No es cier-
to? Charlie, di algo para que éste pueda responder.
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel...
AURELIO: ¡No! No es cierto. No es cierto en lo más mínimo. El
muchacho enamorado no tiene ninguna vergüenza de Maribel.
BEGONIA: Se muere de vergüenza de presentarla con su gente.
Entonces, Gutiérrez puede usar el argumento cuando alguien
que está absoluta y perdidamente enamorado de alguien des-
cubre o sabe que ese alguien tiene un defecto, un defectito
que malogra todo el paraíso. Por ejemplo, si yo me enamoro
de alguien que en todo es perfecto, pero, digamos, no se lava
las orejas y se le ve la cera, y no lo puedo presentar a mis
amigos, Gutiérrez podrá decir Maribel dice los pieses.
CHARLIE: Creo que me he perdido.
AURELIO: Yo también. Es que es muy específico. En cambio, la
injusticia la encuentras donde mires. Imagínense el tiempo
que tendría que pasar para que Gutiérrez se enamore de una
sucia de orejas. Y, si la encontrara, le podría decir que se
lave y se acabó la historia.
BEGONIA: No. No puedo decirle que se limpie las orejas porque
temo que se vaya a ofender con eso, así como el joven ena-
morado no le puede decir a Maribel que no diga los pieses.
CHARLIE: ¿Pero qué tanto problema, qué tanta vergüenza hay
sólo con que diga los pieses? Ustedes ya parecen los Pérez.
(Cuando dice "los Pérez", se escuchan ruidos como de una tur-
ba acercándose. Los tres oyen los ruidos hasta que se éstos se
desvanecen.)
369

AURELIO: Charlie tiene razón. El muchacho no tiene vergüenza


de Maribel. Tiene vergüenza de sí mismo, de su familia, de
sus amigos. Es más, se enamoró de Maribel, precisamente,
porque dice los pieses. Y si tiene un dilema es porque, en el
momento en que deje de decirlo, toda la maravilla se puede
arruinar.
BEGONIA: Qué jodida tu vida, chibolo. Pero vamos avanzando.
Charlie...
CHARLIE: Escuchen: La Maribel de la patrona mala puede per-
fectamente ser la misma Maribel del muchacho avergonzado.
¿O no?
AURELIO: No tiene vergüenza, no tiene vergüenza...
BEGONIA: No, ya olvidémonos de la patrona.
CHARLIE: ¿Por qué?
AURELIO: Una vez, estuvo a punto de corregirla...
BEGONIA: ¿Qué?
CHARLIE: ¿Quién?
AURELIO: El muchacho estuvo a punto de corregir a Maribel
pero se dio cuenta de que eso habría significado el fin de
todo. Y es verdad que no quiere presentarla a su familia...
BEGONIA: ¿Ves? En el fondo, tiene vergüenza; en el fondo, es
igual que todos.
CHARLIE: ¿Y si lo actuamos? La patrona, el muchacho avergon-
zado...
AURELIO: Tiene un poco, sólo un poquito de vergüenza... ¡Des-
graciada! Eres una mierda, Begonia.
BEGONIA: Tenía que reventar en algún momento, chibolo.
CHARLIE: No se adelanten. Tenemos que presentarle algo a
Gutiérrez esta noche. Hagamos de los personajes: uno hace
de la patrona, otro hace del muchacho...
AURELIO: Y otro hace del padre de Maribel...
BEGONIA: ¿El padre? ¿De dónde salió el padre?
CHARLIE: No le hagas caso, está molesto por lo del muchacho
enamorado, avergonzado, resentido... Yo hago de la patrona
mala.
AURELIO: Y yo soy... No sé...
BEGONIA: Yo soy el muchacho. Empieza tú, Charlie.
(Aurelio y Begonia se sientan a ver la actuación de Charlie.)
CHARLIE (como "la patrona"): Yo soy la patrona de Maribel. Ya
tengo treinta y cinco años, y veo cómo mi piel va cambiando
de color en algunas partes. Es demasiado blanca mi piel. En
poco tiempo me llenaré de manchas. Yo, yo que he sido la de
la piel más tersa, la que todos querían acariciar, condenada
a ver como esta jovencita de piel oscura viene y atrae todas
370

las miradas. Cada vez que la miro, no puedo evitarlo; quiero


destruirla, quiero que sufra. Ha conquistado a todos, la muy
sinvergüenza que se hace la inocente paloma. Hasta mi ma-
rido ha empezado a mirarla con esos ojos de... Desgraciado...
Y cree que no me doy cuenta. Cree que no me doy cuenta de
cómo la mira, de cómo entrecierra los ojos mientras me toma
a mí seguramente para imaginarse que soy ella, de cómo nubla
su vista para no ver estas manchas e imaginarse una piel
cobriza, impoluta, plena... Maribel... Hasta hay un mucha-
cho, de esos que se creen muy inteligentes, que ronda la
casa con el afán de verla: un chibolo del barrio que antes
daba vueltas para mirarme a mí. Sí, yo salía al balcón recién
levantada, con mi bata, y ahí estaba el chibolo, tratando de
mirarme las tetas y las piernas, haciéndose el que no mira-
ba. Yo hacía experimentos: cada vez, me ajustaba menos la
bata; cada vez, dejaba ver un poco más; un día me estiré y la
bata se me cayó, y como duermo desnuda... El muchacho
casi se desmaya. Qué risa. Pero un día dejó de venir a verme.
Y empezó a venir los martes y los jueves, los días en que
viene Maribel. Él también; hasta un chibolo de mierda se
pajea más por Maribel que por mí. Pero no me importa. ¿Sa-
ben por qué? Porque un día la escuché, un día escuché a esa
jovenzuela hablar con mi marido. Él le había regalado un par
de zapatos por su cumpleaños... Desgraciado… ¿Y saben lo
que ella le dijo? Gracias, señor, pero yo prefiero estar sin
zapatos, porque, si no, me duelen los pieses. Me duelen los
pieses dijo. ¡Qué risa! Ése es mi consuelo cuando trato de
quedarme dormida en las noches. Ésa es mi venganza: a
Maribel le duelen los pieses...
AURELIO (aplaudiendo): Buena, Charlie… Bravo...
BEGONIA: Desgraciados... Ahora vas a ver, chibolo...
CHARLIE: Muchas gracias. Doctor Gutiérrez, miembros del co-
mité, estimado público, muchas gracias.
AURELIO: Bravo… Te toca, Begonia.
(Aurelio y Charlie se sientan a ver la actuación de Begonia.)
BEGONIA (como "el muchacho"): Yo soy el muchacho enamora-
do. Yo pensaba que eso de estar enamorado era un invento
que te imponían para preservar un orden enajenado y me
juré que jamás caería en esa trampa. Pero un día me topé
con ella. Maribel trabajaba en mi casa lunes, miércoles y
viernes, y yo ni cuenta... Limpiaba y... no sé qué más hacía.
Ese día, Maribel estaba trapeando el piso; yo estaba leyendo.
Me perturbaba, me interrumpía en mi lectura. Ella iba
trapeando y cada vez se acercaba más a donde yo estaba. Yo
me seguía haciendo el que leía pero ya todo mi cuerpo se
preguntaba qué haría cuando llegara con su trapeador a don-
371

de yo fingía concentración. Y entonces, sin anestesia, me lo


soltó: Joven, por favor, levante los pieses. La mire, la miré
por primera vez y nunca sentí tanto odio; hasta ese día, no
sabía lo que era odiar. Me odié. Odie todo lo que yo era y
representaba. Odie a mi padre y a mi madre. Odié a Fiorella;
inmediatamente, la llamé para decirle que lo nuestro no po-
día continuar. No le di ninguna razón. Qué podía explicarle.
Le colgué... Maribel viene a limpiar tres veces por semana.
También limpia en otras casas. Ahora sólo salgo de mi casa a
sentarme frente a la casa en que trabaja los martes y los
jueves con la única esperanza de que se asome y la vea... Y,
tal vez, ella también me vea... ¡Pero qué hago con esta ver-
güenza! Maribel dice los pieses. Me avergüenza tener ver-
güenza. Y para vengarme, me odio. Joven, por favor, levante
los pieses. Nunca odié tanto a nadie.
(Charlie aplaude. Aurelio está llorando desconsolado.)
BEGONIA: Listo. Aurelio... Aurelio, te toca. Tú eres el padre de
Maribel. ¿O vas a hacer de Maribel? ¿Estás llorando? ¿Ves,
chibolo? ¿Para qué empiezas?
CHARLIE: Ya no llores. Te toca. ¿Tú de quién vas a hacer?
AURELIO: Yo no puede hacer algo así como ustedes.
BEGONIA: ¿Te da miedo?
CHARLIE: Puta madre... ¡Ya, pues, Aurelio!
AURELIO: Yo pensé que iba a ser otra cosa. No que uno iba a
hablar tanto diciendo todo lo que siente, sino que los tres
íbamos a conversar sin decir lo que sentimos, que lo que
sentimos sólo se viera indirectamente, no que sea tan obvio.
Yo no sé qué siente Maribel, no sé qué sentirá su padre. Yo
no puedo hacer eso.
BEGONIA: Nadie sabe qué siente nadie. Se trata de inventar,
que todo fluya. Vamos, haz del padre.
CHARLIE: ¡No! Nada del padre. Haz de la misma Maribel.
AURELIO (como Maribel): Joven, por favor, levante los pieses.
Los pieses... Mis pieses. No tengo dónde poner mis pieses.
No puedo llegar a limpiar esa mancha. Voy a quedar con los
pieses en el aire. La patrona se va a molestar. ¿Dónde pongo
los pieses? El joven. Ahí esta el joven. ¡No! ¡No! ¡No! No
siento los pieses. No siento nada... ¿Dónde están mis pieses?
No siento, no siento... Papá... ¡Papá!
BEGONIA: Entonces, sí había un padre en todo esto. Charlie...
CHARLIE: ¿Qué? Un, dos, tres... Un, dos, tres...
AURELIO: ¡Llama a Gutiérrez, Begonia!
BEGONIA: ¿Y qué le digo?
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel;
Maribel dice los pieses.
372

Ay, Señor, qué mujer...


AURELIO: Llámalo, Begonia.
BEGONIA: Pero me das un antihistamínico...
CHARLIE (cantando): Y ahora qué dirá Gutiérrez.
AURELIO: Vamos, Begonia. Te doy tres antihistamínicos... Diez...
Trescientos sesenta y cuatro...
(Begonia toma el teléfono y marca un número. Aurelio y Charlie
vuelven a esconderse tras algunos muebles.)
BEGONIA (al teléfono): ¿Aló, doctor Gutiérrez? Begonia, nueva-
mente... La de la casa del balcón, de las rejas... Sí... Sí...
¿Qué? (A Aurelio y Charlie) Dice que nos escuchó... (Al telé-
fono) No me diga. (A Aurelio y Charlie) Está feliz... (Al teléfo-
no) Sí, doctor, lo del muchacho enamorado, lo de la patrona
incomprendida... Gracias... Se lo diré... Me alegra mucho que
le haya gustado... Sí... Así, cuando usted sienta rencor con-
tra otra persona, un rencor que no puede controlar ni mani-
festar, bastará con que le diga Maribel dice los pieses para...
¿Perdón? Claro, claro, también en las esquinas; con tanto
niño mendigo... Y hasta lo puede cantar, porque habrá escu-
chado la canción que le hizo Charlie... La canción... No escu-
chó... Yo le digo; un momentito... (A Charlie) Charlie, quiere
que le cantes la canción...
CHARLIE (asustado): No, no. Yo no le quiero hablar.
AURELIO: Anda, Charlie.
BEGONIA: No seas cobarde. Le ha encantado todo. Sólo falta tu
canción para el broche de oro y que esto se acabe de una
buena vez.
CHARLIE: Cántasela tú.
AURELIO: Charlie, Gutiérrez pidió hablar contigo. ¿Quieres
embarrar todo ahora? Sólo cántale la canción.
BEGONIA: Fuerza, Charlie, fuerza.
(Aún en pánico, Charlie sale de su escondite y toma el teléfono.)
CHARLIE (al teléfono): Hola... Bien... Sí... Mejor, ya está mejor.
Más tranquila pero todavía no... Ah, sí. Y dice así...
(Cantando) Maribel, Maribel;
Maribel dice los pieses.
Ay, Señor, qué mujer.
Y ahora que dirá... qué dirán los Pérez.
AURELIO: Buena salida.
BEGONIA: Un, dos, tres...
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel;
Maribel dice...
(Deja de cantar) ¿Qué?... Un momentito, doctor... No cuel-
gue... (A Aurelio y Begonia) Pregunta quiénes son los Pérez.
373

(Se vuelven a escuchar los ruidos de una turba; ahora, más


cerca.)
CHARLIE: La embarré. Creo que la embarré. No puedo decirle
que la original decía Gutiérrez. No saben cómo es él. De
repente se mata de risa; de repente se molesta y nos manda
a rodar a todos.
AURELIO: Tranquilo, Charlie. Escucha. Dile que los Pérez es
una sinécdoque por la gente en general. Como se trata de un
apellido común, representan, en la canción, a la gente de
nuestro pueblo en general.
BEGONIA: O que es una familia extensa y envidiosa... Dile. No
lo hagas esperar.
CHARLIE (al teléfono): Hola... Sí, perdón... Los Pérez son unos
vecinos que viven en la misma quinta... Sí... Es que son unos
chismosos los hijos de la gran... unos envidiosos. No tienen
ni para el té y se creen los grandes señores, porque antes
tenían plata... Claro, claro... Entonces, se burlan de la des-
gracia de la familia de Maribel que sí es decente; pobre pero
honrada. Pero ya van a ver... Sí, sí; usted lo ha dicho: una
sinécdoque... ¿En serio?... Sí... Gracias, gracias... A las doce,
entonces... Que le vaya bien. Saludos a los chicos y a... (A
Aurelio y Begonia) Colgó.
(Charlie cuelga el teléfono.)
AURELIO: Habla, Charlie.
BEGONIA: ¿Qué dijo?
CHARLIE: Va a elevar la propuesta al comité con su recomenda-
ción.
AURELIO: ¡Por fin!
BEGONIA: No puedo creerlo; después de tanto tiempo. ¿Alguien
me invita un antihistamínico? Para celebrar.
CHARLIE: Olvídate de los antihistamínicos. Mañana Salimos.
Esto ya se acaba.
AURELIO: Se acaba, se acaba... ¡Por fin!
BEGONIA (cantando): Maribel, Maribel...
CHARLIE (cantando): Maribel dice los pieses...
AURELIO (cantando): Ay, Señor, qué mujer...
BEGONIA (cantando): Y ahora qué dirá Gutiérrez...
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel...
AURELIO (cantando): Maribel dice los pieses...
BEGONIA (cantando): Ay, Señor, qué mujer...
CHARLIE (cantando): Y ahora qué dirán los Pérez...
(Charlie marca el ritmo tocando un mueble. Begonia estira su
mano hacia Aurelio para invitarlo a bailar.)
374

AURELIO: Bailar es otra absurda convención que...


(Begonia jala a Aurelio y ambos se ponen a bailar mientras Charlie
marca el ritmo.)
BEGONIA (cantando): Maribel, Maribel...
CHARLIE (cantando): Maribel dice los pieses...
AURELIO (cantando): Ay, Señor, qué mujer...
BEGONIA (cantando): Y ahora qué dirá Gutiérrez...
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel...
AURELIO (cantando): Maribel dice los pieses...
BEGONIA (cantando): Ay, Señor, que mujer...
CHARLIE (cantando): Y ahora qué dirán los Pérez...
AURELIO (cantando): Y ahora qué dirá el gran jefe...
BEGONIA (cantando): Y ahora qué dirán los jueces...
CHARLIE (cantando): El que compra y el que vende...
AURELIO (cantando): Qué dirán esos ingleses...
BEGONIA (cantando): Pero yo, yo qué haré
ese viernes
que Maribel diga los pies.
CHARLIE: ¿Perdón?
AURELIO (cantando): Lloraré, moriré,
días, meses,
si Maribel dice los pies.
BEGONIA (cantando): Ay, señor, me fregué
para siempre
si Maribel dice los pies.
CHARLIE: ¡Oigan!
AURELIO (cantando): No, Maribel, no digas pies.
BEGONIA (cantando): Ay, Maribel, jamás los pies.
CHARLIE: ¡Basta! ¡Basta!
AURELIO: ¿Qué pasa, Charlie?
BEGONIA: Tú inventaste la canción. Nosotros sólo le pusimos
la salsa.
CHARLIE: Ahora entiendo. Ahora sé quiénes son ustedes... Des-
graciados. Hijos de puta... Ahora entiendo todo este juego.
AURELIO: Charlie... No entiendo...
BEGONIA: Creo que ya sé lo que le pasa, chibolo.
CHARLIE: Ustedes se han estado burlando todo el tiempo. Siem-
pre se estuvieron burlando, desde el comienzo.
AURELIO: ¿De quién nos hemos burlado?
BEGONIA: Qué risa...
CHARLIE: De mí, de Maribel. Los pieses... Claro, como ustedes
son los grandes patrones que fueron al colegio y la universi-
375

dad, eso les da derecho a burlarse de nosotros. Son peor que


los Pérez...
(Se vuelven a escuchar los ruidos de la turba. Charlie señala al
balcón.)
CHARLIE: Por lo menos, ellos no se hacen los amigos. Todo ha
sido un juego para burlarse... de Maribel...
AURELIO: ¿No sabías que no se dice los pieses?
BEGONIA: No sabía el señor.
CHARLIE: Síganse burlando, sigan no más.
AURELIO: ¿Y por qué creías que era tan ingeniosa?
BEGONIA: No pensaba que era ingeniosa. Pensaba que era como
decir Yesenia dice las manos. Algo debe tener con los pieses,
con los pies, para que se haya interesado tanto. ¿Por qué no
nos cuentas qué tanto problema hay con los pieses, Charlie?
¿O con Maribel?
CHARLIE: Miserables. Van a ver, cuando los que decimos los
pieses nos juntemos, nos vamos a matar de risa de ustedes,
de los desgraciados miserables que dicen los pies. Somos
más, les apuesto lo que quieran que somos más. Van a ver
cuando nos organicemos.
AURELIO: No nos estábamos burlando. No sabíamos...
BEGONIA: Yo como que lo sospechaba un poquito...
CHARLIE: Van a ver, ya van a ver. No saben en lo que se han
metido.
AURELIO: Tienes razón, Charlie, ¿por qué no se puede decir los
pieses? Quién diablos tiene el derecho de mandarlos a que
digan los pies. Algún día, dará igual que digan los pieses o
los pies.
BEGONIA: Mejor aun, Charlie; algún día todos diremos los pies.
Nadie se burlará de nadie, porque, gracias a Gutiérrez, todos
recibirán una educación de primera. Tú, Maribel, tus hijos,
todos...
CHARLIE: O sea que o quieren hacernos hablar como ustedes o
quieren que sigamos diciendo los pieses para que se marque
bien la diferencia, bien demarcaditos los grupos. Ya sé lo
que les voy a hacer; van a ver.
AURELIO: No seas simplista, Charlie. Es más, desde ahora, yo
mismo voy a decir los pieses; en este instante, renuncio a
mi condición de decir los pies.
BEGONIA: Yo antes también era de los que decía los pieses, sí,
muy popular y democrática; pero con trabajo y pujanza pude...
CHARLIE: No te hagas la pujante trabajadora, Begonia, que si
ahora dices los pies y vives en el Olivar ha sido por los favo-
res que te da Gutiérrez por tu culo y tus tetas.
376

(Begonia ataca a Charlie, pero éste la contiene por las manos.)


AURELIO: Vamos, Charlie, Begonia, no sean... ¡No malogren todo
ahora!
(Charlie suela a Begonia.)
BEGONIA: Charlie, no te respondo lo que debería porque tene-
mos que terminar lo de Maribel. ¿En qué estábamos?
(Aurelio y Begonia miran a Charlie con impaciencia. Charlie los
mira desafiante.)
BEGONIA: Charlie... Charlie... Si no quieres decir nada, por lo
menos, haz cualquier sonido para que Aurelio pueda hablar...
Charlie... Tenemos que acabar con esto... ¿Quieres sabotear
todo? Aurelio, ¿qué hacemos?
(Aurelio hace un gesto de no saber qué hacer y se va a acostar
en un sillón.)
BEGONIA: Claro, como el señor está resentido porque cree que
nos estamos burlando de él, entonces, que todo se vaya a
cero. Típico... Tenía que pasar algún día... Con este sistema
de turnos y pies... Sí, sí, muy popular y democrático: que
todos puedan hablar, que nadie acapare la conversación. Pero
basta que a uno le dé la pataleta y se quede callado, y nos
jodió a todos. Qué sistema para cojudo... No, no, te vayas a
dormir, Aurelio...
(Aurelio, quedándose dormido, hace un gesto preguntando qué
quiere que haga.)
BEGONIA: No sé, pégale, dale un golpe para que grite, y eso
vale también como parlamento. ¿O no? Yo que sé... No, no te
duermas, por favor, Aurelio... Aurelio... No me dejes sola con
éste...
(Aurelio se queda dormido.)
BEGONIA: Si quieres me suelto la bata como tanto te gustaba...
Aurelio... Puta madre… Cómo puede dormir con todos los
antihistamínicos que nos dan...
CHARLIE: Es que él no se los toma. ¿Querías que hable, Bego-
nia, Begonia preciosa? Estoy hablando y no vas a poder decir
nada hasta que Aurelio despierte... Y va a dormir largo y ten-
dido. No toma los antihistamínicos. Yo me tomo uno por día
como nos dijeron, tú te tomas todos de un sopetón; pero él
los esconde. Yo lo he visto. Creerá que con los
antihistamínicos nos pueden controlar más o no sé qué otra
idea estúpida de conspiración se le ha metido... ¿Quieres
que te diga dónde los esconde?
(Begonia asiente entusiasmada.)
CHARLIE: Quieres, ¿no? Pues bien, ¿qué me ofreces a cambio?
Tiene que ser algo bueno. Todavía estoy resentido por las
burlas de los pieses, por cómo se burlaban de Maribel, de
377

mí... No necesitas hablar. Tú ya sabes lo que quiero: una


humillación por otra; es bastante justo.
AURELIO (en sueños): ¡No! ¡No voltees! ¡No me mires!
BEGONIA: Habló... En sueños, pero habló; y vale… Desgracia-
do, Charlie. Eres un desgraciado, un resentido. ¿Crees que
me voy a desvestir por unos miserables antihistamínicos?
Mañana vamos a salir de aquí y me puedo aguantar perfecta-
mente...
CHARLIE: No vamos a salir mañana. Vamos a salir cuando yo
quiera. Puedo quedarme callado las veces que me dé la gana
y nos quedamos hasta el fin del mundo. El chibolo siempre
habla en sueños. Está bien: usa sus pesadillas para insul-
tarme. Basta que yo empiece a hablar para que no puedas
seguir... a menos que quieras quedarte para siempre aquí.
¿Qué dices, Begonia? ¿Te digo dónde esconde los
antihistamínicos? Siempre me han llamado la atención las
mujeres de mi hermano. Siempre he querido saber lo que es
tenerlas. ¿Quieres antihistamínicos? Ya sabes lo que tienes
que hacer...
(Begonia empieza a quitarse la bata.)
CHARLIE: Así, así... Despacio...
AURELIO (en sueños): Monstruo… ¡Monstruo!
BEGONIA: Ya. Estoy desnuda, Charlie. ¿Satisfecho? Mírame todo
lo que quieras pero dime dónde están esos antihistamínicos.
Por favor, ya es casi medianoche... Por favor....
CHARLIE: Pero no me vas a dejar con las ganas, Begonia. Di la
verdad: tú también lo quieres. ¿O no? ¿O no te gustaría ven-
garte de Gutiérrez de la forma más cruel posible? ¿No te gus-
taría hacerle probar sus propias humillaciones? Sé cómo te
trata, cómo te desprecia, cómo te ignora. ¿Estás segura de
que no quieres una pequeña represalia? Aquí estoy para ti;
tómame como sólo un medio para humillar de una vez por
todas a ese miserable de Gutiérrez... ¿Crees que no sé de
sus golpes y tus moretones?
AURELIO (en sueños): Ya están trepando por el balcón.
BEGONIA: Sólo vas a ser mi medio.
(Begonia y Charlie van tras un mueble. Se recuestan y quedan
ocultos.)
BEGONIA: Hazme lo que quieras. Gutiérrez me las va a pagar
todas juntas.
CHARLIE: No me importa ser medio o fin con tal de tenerte,
Begonia. Siempre he querido tenerte a ti; a ti o a cualquiera
de las otras...
(Se escuchan gemidos por un rato. Aurelio despierta y se asoma
detrás del mueble en que se ocultan Begonia y Charlie.)
378

AURELIO: ¡¿Qué hacen?!


BEGONIA: ¡No!
CHARLIE: ¡Mierda!
(Begonia y Charlie aparecen de tras el mueble poniéndose la
ropa.)
AURELIO: ¿Qué están haciendo?
BEGONIA: No te asustes, chibolo. No te molestes. Te vamos a
explicar.
CHARLIE: Tranquilo, Aurelio. No vayas a...
AURELIO: Pero, ¿qué mierda están haciendo?
BEGONIA: Chibolo...
CHARLIE: No vayas a hablar antes de que...
AURELIO: Así que de eso se trataba todo. Así que, mientras yo
me la paso trabajando para sacarnos de aquí de una puta
vez, ustedes lo único que quieren es ponerse a tirar. Ya en-
tiendo todo...
BEGONIA: No, chibolo... Charlie...
(Begonia mira a Charlie buscando ayuda.)
CHARLIE: Un, dos, tres... Un dos, tres...
AURELIO: ¡Son unas mierdas! Eres una mierda, Charlie. Y tú
peor, Begonia... Me traicionaste...
BEGONIA: ¿Te traicioné? ¿Acaso yo tengo algún compromiso
contigo, chibolo? Tú sólo venías a mi calle a verme las tetas,
y encima, después ya no venías por mí sino por ésa...
CHARLIE: ¿Estás celoso?
AURELIO: Sí, te quería, te quería. Te deseaba. Sabía que nunca
ibas a ser mía, que nunca ibas a ser de nadie más que de
Gutiérrez. Soñaba, rezaba con que alguna vez lo traiciona-
ras; quería que fuera conmigo, pero, como soy chibolo... Pen-
sé que podía ser con cualquier otra persona que te merecie-
ra. ¡¿Pero con ése miserable?! ¡¿Con ese pobre diablo, con
ese pintor de paredes?!
BEGONIA: Qué rápido se te fue lo democrático y popular.
CHARLIE: Cuídate de lo que dices o no respondo.
AURELIO: No me cuido de nada. Miserable, pobre diablo, no
sabes cómo apestas. Te apesta todo: la boca, las axilas, los
pies…
BEGONIA: Charlie, no te dejes provocar...
AURELIO: … o, como tú dices: los pieses...
BEGONIA: ¡Aurelio! Charlie no te dio el pie... Te saltaste el
turno...
AURELIO: ¡A la mierda con los turnos! Ya no me interesa este
juego de mierda; yo hablo cuando me dé la gana... ¡Traidora!
379

BEGONIA: ¿Tanto me deseabas, chibolo?


CHARLIE: Aurelio, voy a olvidarme de lo que dijiste, pero te
suplico que no te saltes otro turno. Ya estamos a punto de
terminar. Por favor...
AURELIO: Traidora...
BEGONIA: Por favor.
AURELIO: No espero los pies de nadie... o los pieses de nadies...
Nadies tiene por qué darme los pieses cuando me da la gana
de hablar...
CHARLIE: ¡No!
AURELIO: ¡Y que se parta el mundo!
BEGONIA: Claro, como el señorito está ofendido porque la dama
de sus sueños, o, mejor, dicho la hembra de sus pajazos, se
metió con un vulgar pintor, entonces, que todo el mundo se
vaya a la mierda.
AURELIO: ¿Quién te ha dicho que eres la dama de mis sueños?
CHARLIE: ¡Me tocaba a mí!
AURELIO: Si existe tal cosa como dama de los sueños, tú ya
sabes quién es. Y ninguno de nosotros la merece. Ninguno.
Los tres somos unos monstruos.
(Aurelio cae abatido sobre un sillón. Llora.)
BEGONIA: ¡Llama a Gutiérrez, chibolo, y explícale tu pataleta!
Tal vez, entienda, por tu edad...
CHARLIE: Mejor, llámalo tú, Begonia. Aurelio no está en condi-
ciones de...
AURELIO: No, no, no. Yo lo llamo. Está bien, yo lo llamo; pero
para mandarlo a la puta que lo parió.
BEGONIA: No la embarres, por favor...
CHARLIE (cantando): Maribel, Maribel....
(Aurelio toma el teléfono y marca un número.)
AURELIO (al teléfono): Aló, Gutiérrez... Aurelio... Usted sabe
perfectamente qué Aurelio; deje de hacerse el que no conoce
a nadie... Sí, ese Aurelio... Ahora me va a escuchar: estoy
harto de sus jueguitos. ¡Harto! Harto de que me tenga traba-
jando con un par de miserables para su satisfacción o para
su perversión o para lo que sea... No, yo estoy hablando...
¡Estoy hablando yo! Puede usted irse a la mierda... No, no
escuchó mal. Es usted un miserable, un abusivo, un sinver-
güenza... Todos estamos hartos de su prepotencia... No va-
mos a entrar más en su juego. ¿Me oyó? Nunca más... Si
quiere un argumento, búsqueselo usted…
BEGONIA: Buena, chibolo, buena.
CHARLIE: Mándalo a la mierda de mi parte de una vez.
AURELIO (al teléfono): Ya no nos importan sus amenazas, sus
380

sobornos, sus antihistamínicos... ¡Yo estoy hablando! Aho-


ra, yo hablo y usted escucha. Nunca más vamos a seguirle el
juego. Puede hacernos lo que quiera. No nos importa. Algo
peor que lo que nos viene haciendo no puede haber. Ya so-
mos inmunes. Ahora sí, ¿qué tiene que decir al respecto?
BEGONIA: Por fin, alguien se atrevió.
CHARLIE: Yo, una vez, casi le digo lo mismo...
AURELIO (al teléfono): ¿Qué? No... No, no, no... ¿Por qué?.... Ya
se lo dije, porque estamos hartos de que... No... Es que... Si,
sí, sí, cómo se le ocurre que... ¡No!... Es que nadie entiende
por qué usted... Claro... Pero si yo... Está bien... Entiendo,
gracias; sí, entiendo...
BEGONIA: Qué rápido se le acabó la emoción.
CHARLIE: No te dejes, Aurelio; por favor. Por Maribel...
AURELIO (al teléfono): Le pido mil disculpas por mi exabrupto...
Sí, le juro que entiendo, papá... Sí, papá...
BEGONIA: Qué rápido.
CHARLIE: ¿Dijo papá? ¿Por qué le dijo papá?
AURELIO (al teléfono): Discúlpeme, papá... Se lo diré... Hasta
luego... Gracias por su comprensión... Un abrazo...
(Aurelio cuelga el teléfono.)
AURELIO: Dice... Dice Gutiérrez que todo lo de Maribel y los
pieses ya está arruinado por los saltos de turno, que bus-
quemos otro argumento, que empecemos de cero... Maribel
dice los pieses ya no sirve. Perdónenme.
BEGONIA: Esto no va a acabar nunca. ¿Alguien me da los
antihistamínicos que me prometieron?
CHARLIE: ¿Gutiérrez es tu padre?
AURELIO: A estas alturas, quién no es hijo de Gutiérrez.
BEGONIA: Y quién no es mujer de Gutiérrez...
CHARLIE: Entonces, Begonia, tú eres la mamá de Aurelio.
AURELIO: Qué gracioso sería...
BEGONIA: No seas estúpido, Charlie. Con las quince millones
de mujeres de Gutiérrez, cuántas podrán ser su madre.
CHARLIE: No sólo he estado encerrado trabajando con la mujer
de Gutiérrez; también he estado con su hijo.
AURELIO: Quién no es hijo de Gutiérrez, Charlie...
BEGONIA: Y quién no es mujer de Gutiérrez...
CHARLIE: Quién no es hermano de Gutiérrez... Todos somos
Gutiérrez...
AURELIO: ¿Eres su hermano? Pero ustedes no se parecen en
nada.
BEGONIA: En nada de nada... Ni en la forma de tirar...
381

CHARLIE: Es porque yo soy sólo un pintor de casas y él es...


Gutiérrez, el doctor Gutiérrez. Hace tanto que nuestros cami-
nos se separaron que ustedes ya no notan las similitudes;
para ustedes, somos totalmente distintos, inconfundibles...
AURELIO: ¿Quiénes somos nosotros? Ya basta de esas genera-
lizaciones.
BEGONIA: No, chibolo, ya no vas a poder reponer lo democráti-
co y popular.
CHARLIE: Pero, en el fondo, ¿quién no es hermano de Gutiérrez?
AURELIO: ¿Y quién no es mujer de Gutiérrez?
BEGONIA: ¿Quién no es hijo de Gutiérrez? ¿O su hija?
(Los tres quedan en silencio.)
CHARLIE: Maribel.
AURELIO: No, apuesto a que hasta Maribel es hija de Gutiérrez...
BEGONIA: O es su mujer; mejor dicho: fue su mujer, digo, an-
tes del asunto con sus pies... con sus pieses. No decían que
la miraba con ojos de deseo.
CHARLIE: ¡No! Maribel jamás fue mujer de Gutiérrez. ¡Jamás!
Yo la protegí de eso. Y no es su hija. Yo soy su padre; yo soy
el verdadero y único padre de Maribel, y al que diga lo contra-
rio lo reviento. Ella es la única que se salva. Yo le enseñé a
decir los pieses... Perdóname, hija, perdóname.
AURELIO: No te tiene que perdonar: tú no sabías que se decía
los pies...
BEGONIA: No habla de eso, chibolo. Un día Gutiérrez mando a
pintar las rejas de mi casa, la del Olivar. Yo ni le vi la cara al
pintor; el tipo te hablaba con la cabeza gacha: Sí, señora; sí,
señora decía cuando yo le daba las indicaciones. Pero pudo
sobreponerse a su humillación y, en un exabrupto, me pidió
que le diera trabajo a su hija. Me dijo que no le alcanzaba la
plata con lo que le pagaba Gutiérrez, y me suplicó que em-
pleara a su hija de cocinera, de lavandera, de lo que sea...
CHARLIE: ¡Es que Gutiérrez me obligó! Con la miseria que me
pagaba no tenía más remedio que...
AURELIO: Déjenme a mí, déjenme a mí... Siéntense.
(Begonia y Charlie se sientan a ver la actuación de Aurelio.)
AURELIO (como "el padre"): Yo soy el padre de Maribel, pintor
de casas. Nueve hijos; Maribel es la última. No podía mante-
nerlos a todos. Además, los Pérez, unos miserables vecinos
de la quinta, hacían correr la voz de que en realidad no eran
mis hijos, de que eran hijos de mi hermano. ¡Miserables!
Pero, por lo menos, me consta que Maribel es mi hija. Mi
hermano había dejado de visitar a mi mujer porque ya estaba
vieja. ¡Maribel es mía! Pero eso enfureció a mi hermano, y,
382

poco a poco, me empezó a pagar menos y menos por los


trabajitos que le hacía. Tuve que decirle a Maribel que tenía
que trabajar, a sus dieciséis años. No tenía otra opción. Mis
otros hijos me mandaron a rodar con el cuento de que yo no
era su padre. Le conseguí dos trabajos a Maribel. Uno, en la
casa de unos ricachones con un hijo que se masturbaba todo
el día. Y yo pensaba: ojalá un día se la tire a Maribel para que
la embarace y salgamos de una vez de todo esto; pero el co-
barde sólo se la pasaba pajeándose. El otro trabajo era en la
casa del Olivar que pinté para mi hermano. Ahí vivía una
patrona mala que le daba a Maribel trabajos pesados. Papá,
me decía, no soporto ese trabajo. La patrona me obliga a
limpiar unas ventanas del tercer piso por afuera. Yo le decía:
Déjate de cojudeces y aprende a ganarte la vida. Yo he traba-
jado desde que era niño y nunca me he quejado. Pero, papá,
es que es peligroso. Creo que la patrona quiere que me mate.
Vas a trabajar y vas a trabajar sin quejarte o te reviento. Es
un tercer piso, papa, y tengo que sujetarme del filo de la
ventana. No tengo dónde poner los pieses, no tengo dónde
poner los pieses. Hasta que un día...
BEGONIA (como "el muchacho"): ¡No! ¡No voltees! ¡No me mi-
res!
CHARLIE: Era la única que podía salvarnos a todos...
AURELIO (como "el padre"): Ella se volteó a mirar al pajero que
la iba a espiar a la casa de la patrona… Dijeron que fue una
fractura de vértebra. No siento los pieses, papá; no siento
nada de la cintura a los pieses.
BEGONIA (como "el muchacho"): Yo, el joven enamorado, no tuve
la culpa. Es verdad que yo la llamé cuando limpiaba las venta-
nas… ¡Maribel! Pero, cuando la vi en peligro, le dije que no
voltee. Ella se volvió a mí con la enorme sonrisa en la boca de
siempre, en esa boca que dice los pieses y que yo nunca me
atreví a corregir o besar por miedo a matar la magia.
CHARLIE (como "la patrona"): Y qué culpa tengo yo, la patrona.
Yo sólo le dije que limpiara las ventanas por fuera. ¿Por qué
no buscó una escalera? ¡Qué culpa tengo! ¡Yo cómo podía
saber!
AURELIO (como "el padre"): Los vecinos organizaron una rifa
para comprarle una silla de ruedas. La ganó uno de los Pérez.
(Se vuelven a escuchar los ruidos de la turba que grita insultos.
Ya está muy cerca.)
AURELIO (como "el padre"): El joven pajero ni siquiera la ha
venido a visitar.
BEGONIA (como "el muchacho"): ¿Qué quieren? No sabría qué
decirle. Ya nunca más su referencia a los pieses será la misma.
383

CHARLIE (como "la patrona"): Yo compré tres boletos para la


rifa esa, así que no me pueden decir que no colaboré.
AURELIO (como "el padre"): Todos me echan la culpa a mí: el
padre insensible y holgazán que obligaba a trabajar a su po-
bre hija... Siempre la misma injusticia: la culpa es del pin-
tor. (Normalmente) Fin. Ahora a buscar otro.
BEGONIA: ¡Mounstro! Eres un mounstro, Charlie.
CHARLIE: Mounstro ¿yo?
AURELIO: Monstruo.
BEGONIA: Cómo pudiste aprovecharte de tu propia hija, tu úni-
ca hija, la única que no estaba contaminada por Gutiérrez...
CHARLIE: ¿Y tú, que la obligaste a limpiar esas ventanas?
¿Quién es el mounstro aquí?
AURELIO: Monstruo.
BEGONIA: Y por tu prepotencia con ella, ahora va estar el resto
de su vida en una silla de ruedas. Ella, la única que nos
podía sacar de todo esto.
CHARLIE: Sí, tú no tienes la culpa. Tú eres la inmaculada como
se creen todas las mujeres de Gutiérrez. El único mounstro
soy yo...
AURELIO: ¡Monstruo! Monstruo, carajo. No se dice mounstro.
BEGONIA: ¿Monstruo? ¿Estás seguro?
CHARLIE: ¿Ves? Tú que te creías la muy muy... ni siquiera sa-
bes que no se dice mounstro sino... ¿cómo es?
AURELIO: Monstruo.
BEGONIA: Mooonstruo.
CHARLIE: Monstruo.
AURELIO: Monstruo. Pero, en verdad, que cada quien lo diga
como le dé la gana. Todos somos unos mounstros... Sí,
mounstros, porque así lo diría Maribel. Los tres... Y yo, el
peor de todos.
BEGONIA: ¿Y si trabajamos uno nuevo con ésa? Mounstro,
mounstro... Monstruo.
CHARLIE: Los tres están en el balcón del Olivar. Los tres son
unos... ¿cómo era? Monstruos... Y que viene una turba -cien-
tos, miles- a castigarlos por lo que le han hecho a Maribel.
AURELIO: Los Pérez.
(Se vuelven a escuchar los ruidos de una turba. Ya está muy
cerca y sigue acercándose. Los ruidos se escucharán hasta el
final.)
BEGONIA: Todos los Pérez vienen. Millones...
CHARLIE: Los tres destrozaron lo único puro que había, lo úni-
co que no había sido tocado por Gutiérrez, lo único que les
podía dar esperanza...
384

AURELIO: Habían condenado a una silla de ruedas a lo único


que no tenía mancha y los podía sacar de lo estúpido de sus
vidas.
BEGONIA: De Gutiérrez.
CHARLIE: Ella era la única. Mi hijita...
AURELIO: Joven, por favor, levante los pieses... Nunca habrá
otra. Sí, que nos destroce la turba. Tal vez, así salgamos de
una vez de todo esto. Pero, si escapamos de la turba de los
Pérez, la visitaré, la acariciaré, le besaré los pieses hasta
que me perdone.
BEGONIA: Muy tarde. Que nos destrocen de una vez...
CHARLIE: Sí.
AURELIO: Sí, que nos masacren.
BEGONIA: La turba se acerca. Tienen que cerrar todas las rejas
y las puertas, y quedan atrapados en el cuarto del balcón. La
turba empieza a tirar piedras, algunos tratan de subir por la
reja...
CHARLIE: Y les gritan ¡Mounstro, mounstro!
(Los ruidos de la turba están cada vez más cercanos.)
AURELIO: ¡Por fin pagaremos todas juntas!
BEGONIA: Pero nosotros sólo atinamos a corregirlos.
CHARLIE: Monstruo les decimos.
AURELIO: Que nos despedacen, que nos destrocen. Hay tres
tipos miserables en un balcón, tres desgraciados, tres po-
bres diablos...
BEGONIA: Tres monstruos...
CHARLIE: ¡Un monstruo! Un solo monstruo de tres cabezas.
AURELIO: Y una turba furiosa lo rodea y lo llama mounstro;
pero él, con toda su insoportable soberbia sólo les dice: mons-
truo.
BEGONIA: Mounstro, Mounstro... Monstruo. ¡Sí! Así Gutiérrez
tendrá su argumento para despreciar a quien lo insulte, a
todos los que alguna vez lo han insultado y lo insultarán.
Mounstro, mounstro; y después de una pausa: monstruo
CHARLIE: Mounstro, Mounstro... Monstruo. Pero, esta vez, te-
nemos que jurar que no vamos a dejar todo a la mitad.
(Aurelio mira por el balcón.)
AURELIO: Apúrense. Ya están trepando por el balcón.
BEGONIA: Mounstro, Mounstro...
CHARLIE: ¿Todos listos?
AURELIO: ¡Por fin!
BEGONIA: Mooonstruo...
CHARLIE: ¿Listos o no?
385

AURELIO: Yo estoy listo. ¡Monstruo!


(Aurelio va hacia el balcón y salta hacia fuera. Se oye que la
turba celebra.)
BEGONIA: Monstruo... Mooonstruo... Lista.
(Begonia va hacia el balcón y salta hacia fuera. Se oye que la
turba celebra.)
CHARLIE: Cómo no se nos ocurrió antes.
(Charlie va hacia el balcón y salta hacia fuera. Se oye que la
turba celebra. Los gritos y ruidos de fuera se hacen cada vez
más frenéticos.)

FIN

Lima, 2009
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1975
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Personajes:
FERDINANDO: 60 años de edad, pero, por su estado de deterio-
ro y descuido, parece mayor. Viste bata y pantuflas.
MARGARITA: 60 años de edad, pero, por su estado de deterioro
y descuido, parece mayor. Viste bata y pantuflas.
ROSSIE: 35 años de edad. Subida de peso.
NANDO: 25 años de edad. Viste a la moda de los años setenta.
RITA: 25 años de edad. Viste a la moda de los años setenta.

Ferdinando y Margarita hablan, según las indicaciones, a veces,


con voz de "jóvenes", y, a veces, con voz de "viejos".
Rossie, en el presente de la acciones (año 2010), es hija de
Ferdinando y Margarita. En 1975, es una amiga de Rita. Cuando
da las "noticias" al público, lo hace como si, indirectamente,
comentara los sucesos entre Ferdinando y Margarita, entre
Nando y Rita.

Escenario:
A la izquierda (de los actores), una pequeña mesa con tres si-
llas alrededor. Sobre la mesa, una azucarera, café, panes, mer-
melada, mantequilla, cubiertos y vajilla.
A la derecha, una vieja radiola y un pequeño televisor portátil
blanco y negro.
Al centro, hacia el fondo, una hilera de macetas con plantas y
flores. Tras las macetas, una pared de color claro en la que se
proyectarán algunas imágenes durante la representación: mien-
tras no se indique algo distinto, aparecerán proyectadas en la
pared (alternadamente y a criterio del director) fotos del soldado
japonés Teruo Nakamura, de la actriz norteamericana Angelina
Jolie y del futbolista peruano Hugo Sotil.
390

PRIMER ACTO

(Ferdinando está sentado a la mesa leyendo un viejo periódico;


pasa lentamente de una página a otra. Margarita pone platos y
cubiertos en la mesa. Ambos se mueven con parsimonia y des-
gano. En eso, poco a poco, se empiezan a escuchar los excita-
dos jadeos de Nando y Rita: éstos están tras las macetas, des-
nudos, semiocultos por las plantas, echados en el piso, acari-
ciándose frenéticamente.)
RITA (con un gemido): Mi general...
(Ferdinando mira por sobre el periódico.)
FERDINANDO (joven): Impresiones, buenos días... ¿Aló? Im-
presiones... ¡Aló! ¡¿Quién habla, carajo!?
(Ferdinando le da un golpe a la mesa e inspecciona alrededor.
No parece notar la presencia de nadie.)
MARGARITA (vieja): ¡¿Qué más quieren?!
(Margarita toma un plato, y, con un gesto de furia y frustración,
lo arroja al piso.)
FERDINANDO (joven): ¡Oiga!
ROSSIE (desde fuera): ¡¿Otra vez?! ¡Ya pues, mami!
(Margarita, resignada, recoge los pedazos de loza del piso. Rossie
entra. Mira a Margarita y a Ferdinando con lástima. Luego, ve a
Nando y a Rita que se acarician tras las plantas; le sonríe al
público.)
ROSSIE (al público): Nueva York, 1 de enero: cinco semanas
antes de la concepción.- Voceros de los Testigos de Jehová
advirtieron, en su sede de Brooklyn, que indefectiblemente
la gran batalla del Armagedón, la atadura de Satanás y el Fin
del Mundo ocurrirán durante el presente año de 1975 al cum-
plirse seis mil años de la existencia humana en la tierra.
(Se empiezan a escuchar ruidos como de un gran tumulto calle-
jero.)
ROSSIE (al público): Informaron, asimismo, que millones de sus
seguidores alrededor del planeta venden y regalan sus pro-
piedades, y destruyen sus documentos, en preparación para
los últimos días antes de la segunda venida de Cristo.
(Rossie sale.)
RITA (con un gemido): Mi general...
FERDINANDO (joven; sollozando): ¡Aló! Basta de burlas, por
favor... Ya me han molido los riñones... ¡¿Qué más quieren?!
Desgraciados... Clic.
(Ferdinando vuelve a leer su periódico. Los ruidos del tumulto
callejero se siguen escuchando. Margarita se sienta a la mesa y
mira a la distancia, absorta. Nando y Rita siguen acariciándose
391

desnudos, semiocultos tras las macetas.)


MARGARITA (vieja; a Ferdinando): Empecemos, pues. Escucha.
(De pronto, Rita da un grito en que se mezclan un gran placer y
terror; empuja a Nando y se levanta. Se cubre el cuerpo, aver-
gonzada, y empieza a vestirse. Nando también se levanta y se
viste.)
RITA: ¡¿Quién es usted?!
NANDO: Rita...
RITA: ¡Qué me ha hecho! No sabe lo que me ha hecho.
NANDO: ¿Qué te pasa?
RITA: ¡No me toque! ¡Loco! Dios mío, qué asco.
NANDO: Soy Nando...
RITA: Ya es irreversible. ¡Qué he hecho!
NANDO: Tú te quitaste la ropa. Tú me quitaste la ropa.
RITA: ¡Qué puta!
NANDO: Rita...
RITA: ¡Lárguese de aquí!
NANDO: No. Ni creas que te voy a dejar aquí sola. Y menos, con
lo que está pasando. Hay que escondernos... Ven conmigo.
Rápido. Ven.
RITA: No voy con usted ni a la esquina... ¿Quién es usted? ¿Quién
se cree? No tiene idea de lo que me ha hecho hacer.
NANDO: Nando. Soy Nando...
(Rita y Nando ya están vestidos. Rossie entra. Rita la ve y corre
hacia ella; la abraza. Rossie la consuela.)
ROSSIE: Niña, ¿qué pasó, niña?
RITA: Este loco...
NANDO: No. Yo no le hice nada, señora. Ella se desvistió soli-
ta; usted la vio. Yo, más bien, quería ponerle la ropa, pero
ella me empezó a desvestir...
RITA: ¡Qué vergüenza, Rossie!
ROSSIE: Ay, niña, tarde o temprano, algo tenía que hacer ¡pum!
ahí.
RITA: Ni temprano ni tarde. Esto no debió pasar nunca. ¡Nunca!
ROSSIE: No es el momento de reproches, niños. Tienen que
refugiarse... Rápido. A ver si ayudas un poco, jovencito, aho-
ra que eres el vaquero de media mañana de mi amiga.
RITA: ¡Qué vergüenza!
NANDO: Le juro que Rita y yo ya teníamos comunicación previa
al acto este.
RITA: ¡Mentiroso!
NANDO: Tú me llamaste...
RITA: Mentiroso...
392

ROSSIE: Basta, niños.


RITA: ¡En un parque! ¡Con un desconocido! ¡Con este loco!
ROSSIE: Saquearon Diamante y otras tiendas; se llevaron los
zapatos y la plata. Se están llevando todo.
RITA: ¡A plena luz del día!
ROSSIE: Ni que fuera el Fin del Mundo, niña...
RITA: Es peor que el Fin del Mundo. ¡Qué puta que soy!
NANDO: Yo juro que jamás comentaré este acto con nadie.
ROSSIE: Claro, un caballero, como buen andahuailino.
NANDO: ¡Oiga! ¿Cómo sabe que soy andahuailino? Nadie sabe...
ROSSIE: ¡Basta he dicho! Tienen que refugiarse, niños. Están
rompiendo vidrios por todos lados; los carros, los queman.
Dicen que quieren entrar a las oficinas de Expreso y Extra.
Miles. No sé de dónde sale tanta gente.
RITA: ¡Apristas!
ROSSIE: Han llamado al ejército. Cercaron Radiopatrulla...
RITA: ¡La CIA! A éstos los mandaron los de la CIA...
ROSSIE: Sí, niña... ¿Nando, podrías llevar a Rita a algún lugar
seguro?
NANDO: Por supuesto. Usted también puede venir a donde mi
padrino, señora. Le puede pasar algo.
ROSSIE: Ay, Nando; a mi edad, ya quisiera.
RITA: ¡Ultras! ¡Oligarcas!
ROSSIE: Sí, niña... Tunantescos y demoníacos cripto ayayeros,
todo lo que quieras. Pero ahora anda con Nando, niñita. Sál-
vate. Están viniendo las tanquetas.
(Ferdinando, desde la mesa, mira por encima del periódico.)
FERDINANDO (viejo): ¡No!
NANDO: Ven, Rita.
MARGARITA (vieja): ¡No vayas! No te rindas ahora.
RITA: Usted no sabe lo que ha hecho. Ya todo el esfuerzo es por
las puras. Toda resistencia... Es irreversible... Soy una trai-
dora.
NANDO: Vamos.
RITA: Una puta.
NANDO: Vamos a donde vivo, Rita.
RITA: ¡¿Ya para qué?!
NANDO: No sé... Para una noche quedarnos dormidos bajo las
estrellas de Cabo Verde, agotados, de la mano, después de
derrotar a los portugueses en la selva, hombro a hombro.
¡Un portugués! ¡Pum, pum, pum!
MARGARITA (vieja): Huevón.
FERDINANDO (viejo): Más huevona tú que te rendiste.
393

ROSSIE: ¡Rápido, por favor! Dicen que hay muertos...


(Nando extiende su mano hacia Rita. Ésta la toma y ambos van
a salir. Antes de salir, Rita ve el televisor, mira alrededor y se lo
lleva como si lo estuviera robando.)
RITA: Ya qué diablos.
FERDINANDO (viejo): ¡Carajo!
MARGARITA (vieja): Huevona.
(Nando y Rita salen. Rossie se queda mirando el lugar por don-
de salen.)
ROSSIE (al público): Tokio, 10 de enero: cuatro semanas antes
de la concepción.- Se rindió, sin un disparo, el soldado japo-
nés Teruo Nakamura después de haber permanecido más de
veintinueve años oculto en la espesura de la jungla en la
pequeña isla de Morotai, Indonesia, convencido de que la
Segunda Guerra Mundial aún continuaba. El veterano solda-
do entregó su fusil, aún operativo, y sus últimas cinco balas.
FERDINANDO (viejo): ¿Qué más?
MARGARITA (vieja): ¿Qué más?
ROSSIE (al público): Nakamura rompió en llanto al ser informa-
do de la derrota del Imperio del Japón.
(Rossie sale.)
MARGARITA (vieja): ¿Qué más para seguir palpitando, para se-
guir recogiendo los platos rotos de cada desayuno aunque te
destrocen la espalda y te revienten los riñones? ¿Qué más
para saber que todo no fue por las puras, para no terminar
llorando con cinco balas viejas? ¡¿Qué más?!
(Ferdinando lo piensa unos segundos.)
FERDINANDO (viejo): Sotil...
MARGARITA (vieja): 28 de octubre...
(Ferdinando y Margarita se miran por primera vez, se toman las
manos, sonríen: los ruidos cesan.)
FERDINANDO (viejo): 1975...
MARGARITA (vieja): Para algunos fue el Fin del Mundo.
FERDINANDO (viejo): Para otros fue el Año Cero, cuando la
historia empezó.
MARGARITA (vieja): ¿Y para nosotros? ¿Ganamos? ¿O termina-
ron por aplastarnos? ¿Qué más querían de nosotros,
Ferdinando?
FERDINANDO (viejo): No sé.... 1975... Pero tenemos que seguir
resistiendo. Vamos. Ahora. Como te dije... Anda.
(Ferdinando vuelve a sumergirse en su periódico. Margarita se
levanta y camina hacia la radiola, pone un viejo disco de 45
r.p.m. Se escucha una canción de los años setenta: "Mi corazón
es un gitano" de Nicola di Bari. Margarita camina lentamente de
394

regreso a la mesa. Al escuchar la canción, Ferdinando levanta la


vista por sobre el periódico.)
FERDINANDO (joven): Impresiones, buenos días... ¡Impre-
siones, buenos días! Aló... ¡Aló! Conteste, por favor... ¡Oiga!
Ya basta. ¡¿Qué más quieren, por favor?!
(Margarita llega a la mesa y se sienta.)
MARGARITA (joven): ¿Aló?
FERDINANDO (joven): Aló. Disculpe. Buenos días, impresio-
nes... Aló...
MARGARITA (joven): Sí... ¿Podría hablar con Nando, por favor?
FERDINANDO (joven): Con él. ¿En qué la puedo servir? Impre-
siones.
MARGARITA (joven): ¿Tú eres el Nando con el pelo de trinche?
¿El que usa una camisa de franela mostaza y negro?
FERDINANDO (joven): ¿Perdón? ¿Con quién hablo?
MARGARITA (joven): ¿Y que camina sacando culo a lo Jon Voight?
FERDINANDO (joven): ¡Oiga! Basta de bromas. ¡¿Quieren ma-
tarme?! ¿Eso es lo que quieren? Ya me han destrozado los
riñones...
MARGARITA (joven): Esto no es broma, precioso; no te sulfures.
Dime si eres ese Nando o no sabes lo que te pierdes.
FERDINANDO (joven): Yo tengo pelo abundante y rebelde si eso
es lo que quiere saber.
MARGARITA (joven): ¿La camisa?
FERDINANDO (joven): Y tengo una camisa de franela. ¿Le gus-
ta?
MARGARITA (joven): ¿Mostaza y negro?
FERDINANDO (joven): Negra y amarilla; sí, mostaza, si quiere.
¿Le gusta mi camisa?
MARGARITA (joven): ¡Al fin! Eres el vigésimo Nando al que lla-
mo. En este ministerio hay como setenta Fernandos. Y como
no sabía tu apellido...
FERDINANDO (joven): Yo no me llamo Fernando. Y yo camino
normal. Oiga, ¿me pareció o me dijo "precioso"? "Esto no es
broma, precioso"; así me dijo.
MARGARITA (joven): ¿Ves? Tienes que estar más atento para la
próxima o tú solito te la pierdes. ¿Cuántos años tienes? Es-
pera; deja que adivine. ¿Veinte?
FERDINANDO (joven): No.
MARGARITA (joven): ¿Veinticinco?
FERDINANDO (joven): No. Me toca a mí. ¿Quién es usted? Nom-
bre completo y subsección.
MARGARITA (joven): Te he estado observando todos los días.
Pero seguro que tú ni cuenta te has dado; tienes una cara de
395

despistado. Así que trabajabas en impresiones. Eso queda


en el sótano, ¿no? ¿Cuándo me invitas?
FERDINANDO (joven): Oiga, ¿está segura de que no se ha equi-
vocado?
MARGARITA (joven): Segurísima.
FERDINANDO (joven): Dígame... Dime quién eres, por favor.
MARGARITA (joven): ¿Eres aprista?
FERDINANDO (joven): ¿Perdón?
MARGARITA (joven): Tengo que saber. ¿Sí o no? ¿Eres aprista?
FERDINANDO (joven): No, yo nunca...
MARGARITA (joven): Qué alivio. No queremos más de esos "com-
pañeros" que, cuando tienen el mínimo poder, se meten a
todas las dependencias públicas con su carnet del partido...
FERDINANDO (joven). Pero no sólo ellos.
MARGARITA (joven): Pero ellos son los peores; hasta para con-
seguir comida: todo a punta de carnet.
FERDINANDO (joven): ¿Y los militares?
MARGARITA (joven): Shhh... Huevón...
FERDINANDO (joven): Perdón.
MARGARITA (joven): ¿Tú de qué partido eres?
FERDINANDO (joven): No sé... Acabo de llegar. ¿Cuál me
recomiendas?
MARGARITA (joven): Con el zafarrancho en que estamos, ya sólo
te quedan dos para escoger: la CTRP y el Movimiento Laboral
Revolucionario. Porque tú apoyas la Revolución, espero.
FERDINANDO (joven): Como dice mi padrino: por algún lado,
tenía que reventar el chupo.
MARGARITA (joven): Dicen que el MLR está infiltrado por ul-
tras. Pero ésos de la Central son unos ayayeros, convenidos,
sobones. Yo que tú...
FERDINANDO (joven): No. Esto es otra burla. ¿Estás segura de
que no es otro Nando?
MARGARITA (joven): Segurísima. Y te llamo para saber qué vas
a hacer el 5 de febrero.
FERDINANDO (joven): Falta un montón. ¿Por qué?
MARGARITA (joven): Para ver si hacemos algo juntos, pues, pre-
cioso.
FERDINANDO (joven): ¡¿Viste?! Me dijiste "precioso". Dime
quién eres, ya pues...
MARGARITA (joven): Mira, a ver... Yo estuve en el agasajo por
los treinta años de servicio del ingeniero Del Carpio.
FERDINANDO (joven): ¿Y?
MARGARITA (joven): Ahí tienes una pista. Yo estuve en el aga-
396

sajo el lunes. Tú también estabas; te vi. Te la pasaste ha-


blando con Pepita Ballesteros, la puta esa.
FERDINANDO (joven): No hables así de Pepita...
MARGARITA (joven): ¿Ah? Ahora encima la defiendes. (Con voz
nasal) "¿Vamos a la azotea? Ay, vamos, vamos... Me encanta
la vista; se ve toda Lima, ay."
FERDINANDO (joven): Oye, hablas igualito...
MARGARITA (joven): Ten cuidado. Si ésa te dice para ir a la
azotea, sal corriendo hasta tu sótano y ponle candado.
FERDINANDO (joven): Pepita fue la única que se me acercó en
el agasajo. Todas ustedes se reían no más ahí como sonsitas.
Pepita fue la única que fue amable y respetuosa.
MARGARITA (joven): Se estaba riendo de ti. ¿No te das cuenta?
FERDINANDO (joven): ¿En serio?
MARGARITA (joven): ¿No te diste cuenta? La mandaron a que
se burle de ti. ¿De qué crees que se reía todo el mundo?
FERDINANDO (joven): Desgraciados... ¿Y cómo sé que tú no te
estás burlando también?
MARGARITA (joven): Ya te di una pista, ¿no? Te toca. Tú eres el
hombre.
FERDINANDO (joven): Qué buena pista. Había como cuarenta
sonsitas en el agasajo a Del Carpio, ahí riéndose. Además,
yo no quiero pistas sino que me digas quién eres. Por favor.
Te admiro. Casi siempre, es al revés, ¿no? El hombre es el
que dice "preciosa", el que llama. ¿O así hacen en Lima?
Aló... ¿Aló?
MARGARITA (joven): Oye, "sonsita", tu abuela. Huevón.
FERDINANDO (viejo): Más huevona tú que te rendiste.
MARGARITA (joven): Tú debes creerte muy inteligente, ¿no? Con
esa camisa de payaso... Por lo menos, lávala de vez en cuan-
do.
FERDINANDO (joven): Perdón.
MARGARITA (joven): Y mete culo cuando camines... ¡Aprista!
Clic.
FERDINANDO (joven): ¿Aló? Disculpa. Por favor. Precioso... Dime
"precioso"... ¿Aló? Qué huevón...
(Ferdinando vuelve a leer su periódico. Margarita pone café y
azúcar en dos tazas. Luego, empezará a preparar panes con
mantequilla y mermelada.)
ROSSIE (desde fuera): ¡Mami! ¿Dónde están los zapatos rojos,
ah? ¡Mami!
(Margarita hace un gesto de fastidio.)
MARGARITA (vieja): Mi general... Por favor, mi general... Unas
palabras...
397

ROSSIE (desde fuera): ¡Mami!


MARGARITA (vieja): Por favor, para no tener que escuchar más...
(Nando, en una silla de ruedas empujada por Rita, entra vestido
como el general Juan Velasco en uniforme de gala. Margarita lo
mira extasiada.)
RITA: Comunicado del 8 de febrero de 1975 del general de divi-
sión, Ejército Peruano, Juan Velasco Alvarado, Presidente
de la República y Jefe Máximo de la Revolución Peruana.
(Se empiezan a ver, proyectadas en la pared, fotos y películas de
los desmanes de Lima del 5 de febrero de 1975: saqueos, incen-
dios, heridos y muertos.)
NANDO (como Velasco): Las investigaciones en curso permiti-
rán determinar el grado de culpabilidad de quienes intenta-
ron hundir en el caos, la barbarie y la impudicia la capital de
nuestra patria el pasado 5 de febrero.
ROSSIE (desde fuera): ¡Mami! No te hagas la sorda. Mi entre-
vista es a las nueve.
NANDO (como Velasco): Dentro de este panorama, surgen im-
plicados políticamente dirigentes de cierto partido, cuyos
miembros, en un pasado ya abolido para siempre, obtenían
privilegios con la sola presentación de su carnet, en la medi-
da de que muchos de los "compañeros" directamente com-
prometidos en los desmanes pertenecen a sus filas.
ROSSIE (desde fuera): ¡Mami! Los zapatos rojos. ¿Los has vis-
to?
NANDO (como Velasco): Una revolución por entero pacífica ve
con indignación y repugnancia cómo se enlutan los hogares
peruanos...
ROSSIE (desde fuera): ¡Ya los encontré!
MARGARITA (vieja): Gracias, mi general.
NANDO (como Velasco): ... por el odio enfermizo de quienes no
saben ni pueden tolerar que se trabaje honradamente por el
bien de nuestro país y se lleven a cabo acciones de justicia
que ellos traicionaron con pertinacia culpable.
ROSSIE (desde fuera): ¿Tendrás unos aretes que me prestes?
¡Mami!
NANDO (como Velasco): Esta condenación no se refiere en ab-
soluto a los hombres y mujeres del pueblo de las bases de
dicho "partido del carnet". Día llegará en que despierten del
engaño y abandonen para siempre a quienes hicieron escar-
nio de su fe y juego banal de su esperanza.
MARGARITA (vieja; como percatándose de algo): Un momento...
¡Un momentito!
(Nando se queda inmóvil. Las imágenes proyectadas se conge-
lan.)
398

MARGARITA (vieja; pensativa): ... escarnio de su fe y juego ba-


nal de su esperanza...
(Rossie se asoma.)
ROSSIE: ¡Por favor, mami! Unos aretes. Mi entrevista de traba-
jo es a las nueve.
MARGARITA (vieja; a Rossie): ¡Mierda! ¡Tú! Fuiste tú.
(Margarita le arroja un pan a Rossie; ésta sale asustada. Nando
sale en la silla ruedas empujado por Rita. Ferdinando sigue le-
yendo el periódico. Margarita, sentada a su lado a la mesa, mira
a la distancia.)
MARGARITA (vieja): ¿Qué más?
FERDINANDO (viejo; sin dejar de leer): Dice aquí que han ele-
gido a una mujer como candidata a Primera Ministra en Gran
Bretaña, los conservadores.
MARGARITA (vieja): ¿Qué más?
FERDINANDO (viejo; sin dejar de leer): Ojalá gane, ¿no? Para
que vean que las mujeres también pueden...
MARGARITA (vieja): Qué aburrido.
FERDINANDO (viejo): ¿Un portugués?
MARGARITA (vieja): No. Estoy pensando.
(Margarita empieza a tararear "Mi corazón es un gitano". Súbi-
tamente, Ferdinando mira por sobre el periódico, como sorpren-
dido.)
FERDINANDO (joven): Impresiones, buenos días.
MARGARITA (imitando a Ferdinando): "Impresiones, buenos
días." (Joven) Pareces un loro, oye. Bueno, precioso, llamaba
para decirte que ya te perdoné lo de "sonsita".
FERDINANDO (joven): No... Escúchame. Voy a contar hasta
tres...
MARGARITA (joven): Y también para invitarte al acto que vamos
a organizar para apoyar la independencia de Cabo Verde...
FERDINANDO (joven): ¿De qué? Eso es en el norte, ¿no? Una
playa...
MARGARITA (joven): Se nota que vives en un sótano tú.
FERDINANDO (joven): En el sur, en el sur; una mina por
Arequipa...
MARGARITA (joven): Cabo Verde es un archipiélago, en África,
que está luchando por su independencia. En verdad, ya ganó;
pero los portugueses, tercos, no reconocen que el pasado
colonial está muerto.
FERDINANDO (joven): ¡¿Y a mí qué me interesa Cabo Verde?!
MARGARITA (joven): Ya sabía. Ya sabía que eras uno de esos
que no les interesa nada que no esté en sus narices. ¿No
decía yo? Hasta nunca.
399

FERDINANDO (joven): No, no. Perdón. Sí me interesa; te lo


juro. ¿Aló?
MARGARITA (joven): Qué miope la gente, qué ciega...
FERDINANDO (joven): No. Pero a mí mi sueldo ni me alcanza
para comer y me voy a estar preocupando por qué pasa en
África...
MARGARITA (joven): Sal de tu sótano algún día. Hay un mundo
aquí afuera, todo un mundo para cambiar aparte de tu suel-
do. Que te vaya bien en la vida.
FERDINANDO (joven): No. No cuelgues. Sí me interesa. Pero,
entiende: con el costo de vida así desbocado...
MARGARITA (joven): ¡Eso es por la crisis del capitalismo! Es
mundial. El gobierno no tiene nada que ver con tu hambre.
Creo que son los árabes. El petróleo... ¿No lees el periódico?
Cómo puedo discutir con alguien que ni lee...
(Rossie entra y mira al público.)
FERDINANDO (joven): Sí leo; yo sí leo un montón... Pregúnta-
me lo que quieras.
MARGARITA (joven): Subdesarrollado... Puro culo no más...
FERDINANDO (joven): ¡Oiga! No. Basta. Voy a contar hasta tres.
Uno...
ROSSIE (al público): Lima, 5 de febrero: día de la concepción.-
Una huelga policial desató una ola de disturbios, saqueos e
incendios en esta ciudad. La fuerza militar fue llamada a
mantener el orden en las calles, y se informó de un número
aún indeterminado de víctimas mortales.
FERDINANDO (joven): Dos...
ROSSIE (al público): El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas
Armadas culpó de los desmanes a grupos interesados en la
caída del régimen.
FERDINANDO (joven): ¡Tres!
MARGARITA (joven): ¿Tres qué? Ni me has dicho qué quieres
que haga.
FERDINANDO (joven): Ah, sí... Perdón... Lo que pasa... Tengo
derecho a saber con quién estoy hablando, a saber si no te
estás burlando. ¿Tengo derecho o no? Así que, ahora sí, voy a
contar hasta tres y si no me dices quién...
MARGARITA (joven): Mira, está bien, ven al acto por Cabo Ver-
de...
FERDINANDO (joven): No. Ya me cansé de que se paren bur-
lando. Si cuando cuente hasta tres no me has dicho tu nom-
bre, te cuelgo... Tu nombre y en qué subsección trabajas... Si
no los dices, es que te estás burlando. Ya dije. El otro día, ya
me hicieron una igual.
400

MARGARITA (joven): ¿Qué te hicieron?


FERDINANDO (joven): Nada... Ahora sí: uno...
MARGARITA (joven): Dime...
FERDINANDO (joven): Nada...
MARGARITA (joven): ¿Qué pasó con tus riñones?
FERDINANDO (joven): Dos...
MARGARITA (joven): Dime...
FERDINANDO (joven): Pero tú dime "precioso".
MARGARITA (joven): Precioso.
FERDINANDO (joven): No, pues. Más del alma, en una frase
completa.
MARGARITA (joven): ¿Qué le pasó a los riñones del pelo-de-
trinche más precioso del Perú?
FERDINANDO (joven): Unos... Lo que pasa... Unos de man-
tenimiento me dijeron que me esperaban en Isabel la Cató-
lica para tomar unos tragos, en la cuadra siete. Fui de noche.
No había nadie. El sitio no existía y la calle estaba toda os-
cura. En eso, cinco aparecieron de la nada y me empezaron a
pegar; uno tenía un palo. Me decían: "Regresa por donde vi-
niste", "¿Qué quieres aquí en Lima?" Me pateaban los riño-
nes, la cara...
MARGARITA (joven): No sabía... Perdóname...
FERDINANDO (joven): Estuve dos días en el hospital. Creo que
fueron los mismos de mantenimiento. Ya se jodieron conmi-
go.
MARGARITA (joven): Todo eso va a terminar, Nando. Vas a ver.
Ahora con la Revolución… Nunca, nunca más nadie va a te-
ner miedo de nada; nadie va a tener miedo de venir de donde
sea. Nadie va a tener derecho de asustar a nadie por más
plata que tenga o carnet de partido, por más hijo que sea de
quien sea. Nadie más va a tener miedo aunque sea... Por
más rara que una se sienta...
FERDINANDO (joven): No. Ya estoy hasta acá de las palabre-
rías. Ahora sí: hasta tres... Uno...
MARGARITA (joven): Nando, se me acaba de ocurrir una cosa...
mantecosa... Ven al acto. Lo organizamos con Rossie -es mi
mejor amiga, aunque es un poco rara- y otros camaradas.
Pero, de repente, me hago la que no te conozco así que no te
asustes; para guardar las apariencias...
FERDINANDO (joven): He dicho que "uno"...
MARGARITA (joven): Nando, te voy a decir la verdad: es que
tengo que convocar gente para el acto por Cabo Verde; una
dirigente de base me ha dado la comisión. Y todo el mundo
me saca cada pretexto... Pero ahora se me ha ocurrido un
401

plan, vas a ver. Pero dime: ¿estás casado? ¿Tienes novia?


FERDINANDO (joven): No te importa. Nombre y subsección...
Uno...
MARGARITA (joven): Sólo si respondes si tienes novia. Por fa-
vor, no es por fastidiar, Nando. Es bien importante... Por tu
bien... No voy a llamar a nadie más...
FERDINANDO (joven): Dos...
MARGARITA (joven): Ven a lo de Cabo Verde. Sólo vamos a estar
los dos... los tres. Eres perfecto para el plan. Es ahora o
nunca, Nando...
FERDINANDO (joven): ¡Tres!
MARGARITA (joven): ¿Aló? ¿Nando? Ya sé que no has colgado.
No se ha escuchado "clic". Ya tengo todo listo para ti. Precio-
so, precioooso... Dime: ¿estás casado? ¿Tienes novia?
FERDINANDO (joven): Clic.
ROSSIE (al público): Testigos aseguraron que, en medio de la
confusión, actos de impudicia se perpetraron en las calles
del populoso distrito de La Victoria.
(Rossie queda de pie frente al público. Ferdinando se pone a
leer el periódico. Margarita mira a la distancia, ensimismada.)
MARGARITA (vieja): ¿Qué más?
FERDINANDO (viejo; sin dejar de leer): Un actor de Hollywood
está postulando a las primarias del Partido Republicano en
Estados Unidos. Pero aquí dice que no tiene ninguna oportu-
nidad frente a Ford. ¡Qué locos estos gringos! ¡Un actor!
MARGARITA (vieja): Qué aburrido.
(Se escuchan los ruidos de golpes y gritos callejeros.)
FERDINANDO (viejo): ¿Un portu...
MARGARITA (vieja): Después... Después... Escucha. Ganamos.
NANDO (desde fuera): ¡Ganamos!
ROSSIE (al público): Saigón, 30 de abril: doce semanas de ges-
tación.- El gobierno de Vietnam del Sur se rindió incondicio-
nalmente ante las fuerzas de Vietnam del Norte y del Ejérci-
to Popular de Vietnam que ingresaron a la capital sur vietna-
mita sin un solo disparo.
NANDO (desde fuera): Ganamos. ¡Por fin!
(Rita entra. Mira alrededor; está desesperada por lo que ve.)
RITA: Traidores... ¿Qué hacen? ¿Se volvieron todos locos? ¿Qué
le pasa a la gente? Un loco viene y dice que me conoce...
¿Qué están haciendo? ¡¿Qué hacen?! ¿Por qué agarran esos
palos?
NANDO (desde fuera): ¡Muere!
RITA: No... Esto está arreglado. Hay que pararlos. A mí... Hagan
lo que quieran pero háganmelo a mí... Si son tan hombres...
402

Sola puedo con todos ustedes... Sola...


ROSSIE (al público): Funcionarios y personal militar nor-
teamericanos así como partidarios del régimen caído aban-
donaron en pánico esta ciudad en las horas previas de lo que
ya muchos consideran la primera derrota militar de los Esta-
dos Unidos.
NANDO (desde fuera): Quemen lo que queda... Ganamos...
ROSSIE (a Rita): Anda, niña, anda con el joven. Toma lo que
quieras. Todo lo que quieran es para ustedes. Todo.
RITA: Son los ultras. Típico de los ultras...
ROSSIE: Ya corta esa cantaleta, niña, por favor. Nadie es ultra.
Nadie es nada en este país. Es hambre purita.
NANDO (desde fuera): Carne de res... Azúcar...
ROSSIE: Anda con el joven. Ahora o nunca, niña. El mundo es
para ustedes, todo. Sálvate tú.
RITA: ¡No, Rossie, no! Eso es robo. Salvajes... ¿Qué dirá el pre-
sidente?
ROSSIE (imitando a Velasco): "Anda con ese joven, camarada
Margarita. No hagas escarnio de su fe ni juego banal de su
esperanza."
MARGARITA (vieja; como percatándose de algo): Un momento...
¡Un momentito!
RITA: ¡No bromees con eso! ¡No te burles de Velasco, ya te he
dicho!
ROSSIE: Relájate, niña. ¡Anda con el joven!
RITA: ¡Pero es un loco!
ROSSIE: Y ya te toca un poco. No hay policía, niña; cuándo se
va a repetir esto.
RITA: Esto está arreglado.
ROSSIE: Es hambre.
RITA: ¡Apristas!
ROSSIE: Hambre y una sed de reventar de una buena vez,
carajo...
RITA: Que roben plata, zapatos; que roben comida si tienen
hambre... Pero ¿los carros? ¿Por qué los queman? Los vi-
drios... Esto está arreglado. Es para traerse abajo a Velasco.
Hay que pararlos, Rossie; aunque sea, a la fuerza.
ROSSIE: Qué vamos a poder nosotras dos contra ésos... ¿Cuán-
tos serán?
RITA: Hay que hacerlos entrar en razón. Si esto trasciende y se
disemina, es el inicio del fin. La Revolución no llega a fin de
año...
ROSSIE: Niña, el fin empezó hace tiempo.
RITA: Tú háblales a ésos de allá, Rossie; yo voy por acá. Explí-
403

cales lo del alza del petróleo del 72, el efecto de rebote retar-
dado...
ROSSIE: Sí, por supuesto que me van a escuchar... Pero, si
vamos a hacer locuras, mejor sería quitarnos las ropas y
distraerlos con eso. Sobre todo, tú, con esa cinturita...
RITA: ¡Esto no es broma, Rossie! Yo te traje al Movimiento.
Esto es un acto oficial del MLR, y yo soy dirigente, dirigente
de base, pero dirigente al fin. Te estoy dando la orden directa
de que vayas y hagas entrar en razón a esa gente.
ROSSIE: Ay, niña... Son miles.
RITA: Mira, Rossie, seremos amigas, tú serás mayor, pero aho-
ra yo soy la dirigente a cargo, y esto es una orden directa.
Anda. Que entiendan. Tú ya estás formada. ¡Anda, camarada
Rosa de los Ángeles!
(Rita se aleja. Rossie sonríe nerviosa al público. Los ruidos se
siguen escuchando.)
ROSSIE (al público): Señores... Velasco... Velasco y su esposa,
Consuelo, estaban volando en helicóptero sobre Lima. En-
tonces, Velasco le dice a Consuelo: "Mira, Consuelo, si tira-
mos un billete de cien soles, hacemos feliz a una familia
peruana." Y Consuelo le dice: "Sí, Juan; pero si tiramos dos
billetes de cincuenta, hacemos felices a dos familias perua-
nas." Y Velasco le dice: "Y si tiramos cinco billetes de vein-
te..." Y, entonces, el piloto del helicóptero les dice: "Pero, si
se tiran ustedes dos, hacen felices a catorce millones de
peruanos."
(Rossie ríe pero se pone seria cuando Rita se le acerca.)
RITA: No hacen caso... No quieren ni escuchar...
ROSSIE: A mí tampoco...
RITA: ¡País de cagones! ¡Quítate la ropa!
ROSSIE: ¡¿Qué?!
NANDO (desde fuera): ¡Muere!
RITA: Vamos a distraerlos con eso. Si se portan como animales,
como animales los trataremos. Desvístete. Rápido, rápido...
ROSSIE: Era una broma, niña. ¿Cuándo vas a aprender a distin-
guir?
RITA: Rossie, es una orden directa. Seremos sólo dos pero esto
es un acto oficial. Quítate la ropa. Será tu sacrificio por la
Revolución. Los distraemos con eso. Primero, te van a ver
algunos. Pocos...
ROSSIE: ¡Ni hablar! Estás loca.
RITA: Después, corres hacia allá... Después, se van a pasar la
voz, y se van a ir uniendo más y más... Cuando hayamos
distraído a ésos... ¡Qué esperas para desvestirte!
404

(Descontrolada, Rita trata de desvestir a Rossie. Ésta se resis-


te.)
ROSSIE: Ay, niña. ¿Cuándo vas a aprender?
RITA: ¡Es por el Perú! ¡Por la Revolución! ¡Por el modelo!
(Rossie empuja a Rita y se aparta. Rita lo piensa un momento y
empieza a quitarse la ropa violentamente.)
RITA: A mí, a mí... Destrócenme a mí...
(Nando entra con un palo en la mano, y golpea el aire y el piso
como si persiguiera y golpeara a una persona.)
NANDO: Ganamos...
RITA: Tómenme a mí... Aquí estoy para ustedes...
NANDO: ¡Muere!
RITA: A Velasco no lo toquen... Tienen que darle más tiempo...
NANDO: ¡Muere!
RITA: Destrócenme a mí... Quémenme a mí...
(Ferdinando y Margarita, desde la mesa, se van entusiasmando
con lo que ven.)
FERDINANDO (viejo): ¿Un portugués?
MARGARITA (joven): ¡Pum!
(Ferdinando y Margarita toman dos fusiles de juguete que tie-
nen bajo la mesa, se levantan y hacen como si estuvieran en un
combate en la selva, con una energía que contrasta con su apa-
riencia y su anterior desgano.)
FERDINANDO (joven): ¡Un portugués!
MARGARITA (joven): ¡Pum, pum, pum! Ganamos...
(Ambos hacen como si dispararan. Después de cada "ráfaga",
Ferdinando y Margarita actúan como si hicieran un avance y se
ocultan tras la mesa, las plantas o la radiola.)
FERDINANDO (joven): ¡Un portugués!
MARGARITA (joven): ¡Pum, pum, pum! Ganamos...
(Vuelven a "disparar" y a realizar el "avance". Rossie saca un
revólver de sus ropas. Se mete el cañón a la boca. Parece que va
a disparar; pero empieza a chupar el cañón con creciente placer;
cae al piso chupando el revólver; de cuando en cuando, murmu-
ra "Johnny". Todo mientras Nando golpea el aire y el piso con el
palo, y Rita -ya semidesnuda y totalmente fuera de sí- grita
alrededor.)
RITA: Destrócenme...
NANDO: ¡Ganamos!
RITA: Dejen eso... A mí... ¡Por favor!
NANDO: ¡Ganamos!
RITA: ¡País de cagones!
NANDO: ¡Perú campeón!
405

FERDINANDO (joven): ¡Un portugués!


MARGARITA (joven): ¡Pum, pum, pum! Ganamos...
(Mientras aún se escuchan los ruidos de los desmanes, los
movimientos y palabras de Ferdinando, Margarita, Rossie, Nando
y Rita -cada cual en lo suyo- han pasado de ser caóticos a ser
armónicos entre sí. Todos están extasiados en su propia activi-
dad pero es también como si se sintieran parte de un todo.
Cuando el ruido y los movimientos están en su pico, Rossie
chupa el cañón del revólver frenéticamente hasta que se escu-
cha un disparo. Rossie se saca el cañón de la boca, perpleja.
Todos, salvo Rita, se detienen.)
NANDO: Perdón... Qué huevón... La cagué...
(Nando suelta el palo. Ferdinando y Margarita vuelven a la mesa,
avergonzados, y esconden los fusiles de juguete bajo la mesa;
Ferdinando vuelve a su periódico y Margarita a mirar a la distancia,
desganados. Rita es la única que sigue frenética, semidesnuda.)
RITA: A mí... ¡País de cagones y cobardes! No se merecen a mi
general.
ROSSIE (a Nando): Ayúdame, Ferdinando. Hay que sacar a Rita
de aquí.
NANDO: ¡Oiga! ¿Cómo supo mi nombre?
ROSSIE: ¡Por favor, sácala de aquí!
NANDO: ¿A dónde la voy a llevar?
ROSSIE: ¡Rápido! Tú eres el hombre.
RITA: Quémenme a mí... A ver... Destrócenme a mí...
(Nando recoge las ropas de Rita; la lleva a la fuerza tras las
plantas. Nando trata que Rita se ponga la ropa, pero ésta se
rehúsa, y, más bien, intenta desvestir a Nando.)
NANDO: ¿Qué haces? Vístete.
RITA: A mí... Todo es por las puras... A mí...
NANDO: Rita...
RITA: Tienen que darle más tiempo...
NANDO: Ponte la ropa, por favor.
RITA: Mi general...
(Rita le quita las ropas a Nando con violencia.)
NANDO: ¿Estás segura? Soy de Andahuaylas...
ROSSIE (al público): Limamanta, iskay chunka qachis nillup
chunka mayo killa: quince semanas de gestación.- Quechua
seminchispa wiñay pajmi qutimpu. El quechua, nuestro idio-
ma, volvió por siempre jamás.
(Nando cede y se deja desnudar por Rita. Ambos caen al piso
detrás de las macetas -quedan semiocultos- y empiezan a aca-
riciarse. Los ruidos de los desmanes aún se escuchan.)
RITA (con un gemido): Mi general...
406

MARGARITA (vieja): Sí. Fue el Año Cero. Ya nada fue igual.


(Rossie da las siguientes noticias como comentando lo que ocu-
rre con Nando y Rita tras las plantas.)
ROSSIE (al público): Los Ángeles, 4 de junio: diecisiete sema-
nas.- Nace la hija del actor norteamericano Jon Voight, no-
minado al Óscar por su rol en el film "Vaquero de mediano-
che", y la actriz francesa Marcheline Bertrand. La niña reci-
birá el nombre de Angelina Jolie.
MARGARITA (vieja): Pero, entonces, si ya nada fue igual, fue el
Fin del Mundo.
ROSSIE (al público): Moscú, 17 de julio: veintitrés semanas.-
Se completó con éxito el acoplamiento espacial entre las
naves Soyuz 19 y Apollo. Autoridades soviéticas advirtieron
que este gesto de buena fe no debe interpretarse como una
concesión en sus principios frente al imperialismo.
RITA (con un gemido): Mi general...
MARGARITA (vieja): El Fin del Mundo, el Fin del Mundo... No
sé... 1975... Año Cero...... Escarnio de su fe y juego banal de
su esperanza...
FERDINANDO (viejo): Sigue resistiendo. No podemos rendir-
nos ahora.
MARGARITA (vieja; a Rossie): ¡Mierda! ¡Tú! Fuiste tú.
(Margarita le arroja un pan a Rossie; ésta sale asustada. De
pronto, tras las macetas, Rita grita con una mezcla placer y
terror; empuja a Nando y se levanta. Se cubre el cuerpo, aver-
gonzada, y empieza a vestirse. Nando también se levanta y se
viste.)
RITA: ¡¿Quién es usted?!
NANDO: Rita...
RITA: ¡Qué me ha hecho! No sabe lo que me ha hecho.
NANDO: ¿Qué te pasa?
RITA: ¡No me toque! ¡Loco! Dios mío, qué asco.
NANDO: Soy Nando...
RITA: Ya es irreversible. ¡Qué he hecho!
NANDO: Tú te quitaste la ropa. Tú me quitaste la ropa.
(Rita sale corriendo. Nando sale tras ella. Los ruidos continúan
mientras Ferdinando lee el periódico y Margarita, absorta, mira
a la distancia y sonríe.)
MARGARITA (vieja): Qué puta...

FIN DEL PRIMER ACTO


407

SEGUNDO ACTO

(En la mesa, Margarita mira a la distancia y Ferdinando lee el


periódico, Rossie entra con el televisor que Rita se llevara es-
cenas atrás y lo pone en su lugar.)
ROSSIE (al público): Oruro, 27 de julio: veinticinco semanas de
gestación.- Con anotación de Oswaldo Ramírez, la selección
peruana de fútbol derrotó por un gol a cero a su similar de
Bolivia en el tercer partido del Grupo 2 de la Copa América.
El Perú sufrió la ausencia de su estrella Hugo Sotil a quien
el club Barcelona de España negó autorización para viajar.
(Rossie va a sentarse a la mesa junto a Ferdinando y Margarita;
nadie la mira.)
ROSSIE (murmurando): El puntito... El puntito... El puntito...
(Rossie toma un pan y empieza a untarle mantequilla y merme-
lada. Se ve, proyectada en la pared del fondo, una filmación de
la cara de Rossie que le habla directamente a la cámara.)
ROSSIE (en la filmación): El puntito luminoso. El punti... Dis-
culpe. ¿Empezamos? Nombre: Rosa de los Ángeles Santos
Vílchez. Edad: treinta y cinco años, compañero. Carnet nú-
mero: cero veinticinco cuarenta tres. Divorciada. Separada.
Pasalaqua. Atrasadísima, siempre atrasadísima. Disculpe la
demora, compañero. Pero el puntito... Prenderlo. Apagarlo.
Sólo me tomé un cafecito. Sólo uno. Sin pan. Sin azúcar. Se
lo juro. Un poquito. Azúcar. Un pan. Dos... ¡Mierda! ¿Pode-
mos empezar de nuevo?
(Margarita le sirve a Rossie agua en una taza. Rossie le pone
café y azúcar mientras come el pan.)
ROSSIE (en la filmación): Rosa Santos de Pasalaqua. Puede
decirme "Rossie". No trabajo desde... Pero tengo carnet del
partido. Estado civil: Separada, compañero. ¡Hijo de puta! No,
no, no; no es por usted, compañero. Mi marido: Johnny. Mi
exmarido. Hijo de la grandísima... Pajero. Viejo. Pobre. Sepa-
rada. Sólo falta firmar unos papeles y listo: divorciada. Por
fin. Sin hijos. Dirección: la casa de mis padres, La Victoria.
Mierda. Una mierda en la que no se puede ni hablar. ¡La
Victoria! Yo en La Victoria después de vivir en Casuarinas,
con piscina. Johnny. Tiene que ayudarme, compañero, tiene
que darme el trabajo. Mire mi carnet. Aprista. Aprista siem-
pre ayuda a aprista. Número: cero veinticinco cuarenta tres.
Ministerio de la Producción. ¿Qué hacen ahí? Yo manejo Word.
Power Point, un poco. Excel... Facebook. Apagarlo. Prender-
lo. El puntito... Disculpe. Expectativa de sueldo: lo que sea
para alquilar un cuartucho y largarme de aquí. Aunque sea
un cuartucho. Lo que quiera; hago lo que quiera, pero sáque-
me de aquí. Aquí nadie escucha a nadie. Todos oyen lo que
408

quieren... ¡En esta casa no se puede ni hablar! Salvo de Sotil.


De Sotil o de Nagasaki, de Hiraoka... ¿Cómo era? Disculpe.
Padres: Ferdinando Santos y Margarita Vílchez. Locos.
FERDINANDO (joven): ¡¿Quién habla, carajo?!
(Ferdinando golpea la mesa con violencia. Rossie se levanta
asustada.)
ROSSIE (en persona): Ya, pues, papá. Asustas.
(Rossie se vuelve a sentar y sigue comiendo un pan.)
ROSSIE (en la filmación): ¿Vio? Loco. Le cuento. El otro día,
pregunté: ¿Hay más pan? Y mi papá empezó con que, si ésta
sigue tragando así, se va a quedar hecha una cerda. Y mi
mamá: Deja en paz a tu hija, Ferdinando. Y mi papá: No va a
conseguir otro marido y se nos queda para toda la vida. Y mi
mamá: Y va a seguir dejando el puntito cuando apaga el tele-
visor. Toda la luminosidad, toda, se concentra en un solo
punto y eso malogra la pantalla, a la larga. ¡Que boten ese
televisor! ¿No es cierto, compañero? No. Locos. Ni los bue-
nos días les doy por que empieza el lío del siglo. Del milenio.
ROSSIE (en persona): ¡Angelí...
FERDINANDO (viejo): ¿Qué?
(La Rossie de la filmación "mira" lo que ocurre en la mesa.)
ROSSIE: ¿Ah?
FERDINANDO (viejo): ¿Dijiste algo?
ROSSIE: No.
FERDINANDO (viejo): Pensé...
ROSSIE (en la filmación): No. Hoy no estoy para líos. No trabajo
desde... Pero mire mi carnet, compañero. Fecha de ingreso al
partido: 1990. No soy de esas que se unieron ahora, por con-
veniencia. Aprista siempre ayuda a aprista. Tenemos dere-
cho. Después de tanta espera, tanto mártir. No es corrup-
ción, decía Johnny, es reivindicación. Por Johnny. Pajero.
Hijo de la grandísima... Mi mamá: ¡Una aprista en la familia!
Casi se muere. Bien hecho. Sóbate, sóbate. Por Johnny, por
él me hice aprista. Me sacó de aquí. Casa de locos. Viejos.
Salvo que hablen de Sotil o de... ¿cómo era? Pero viejos por-
que quieren. Les da la gana. Sesenta años pero parecen de
ochenta. Con ese televisor del año de la... Desde que nací.
Blanco y negro. Y un puntito luminoso que se queda ahí cuan-
do lo apagas. Y después con qué, con qué, vamos a comprar
otro. Ése es mi currículum vitae, compañero. ¿Cómo le dicen
ahora? Mi hoja de vida: prender y apagar el televisor hasta
que se vaya el puntito de mierda. Hasta que vino Johnny. Me
sacó.
(Rossie toma otro pan, lo unta y empieza a devorarlo.)
ROSSIE (en la filmación): Pero ellos, nunca. Nunca salen. Sen-
409

tados a esperar la pensión de mierda del ministerio. Las úl-


timas veces que salieron: el entierro de una tal Pepita, el
entierro de un tal Del Carpio. Ése sí era viejo. Pero ellos,
viejos porque les gusta. Porque hasta para el miedo, hasta
para la impotencia hay pastillas, ¿no es cierto, compañero?
Hasta para los malos recuerdos. Y yo, cerda. Me gusta. Me
da la gana. Y parezco de cuarenta. Treinta y cinco años. Como
Angelina Jolie, pero cerda. ¡Hijo de puta! No, no lo digo por
usted, compañero. Es que... Angelina Jolie: el amor de
Johnny. Pajero. Angelina Jolie. Ya quisiera. Yo soy más jo-
ven que ésa. Por cinco meses. ¿A usted también le gusta
ésa, compañero? Ya quisiera. Ya quisiera yo. ¡Treinta y cinco
años! Divorciada. Separada. Atrasadísima. Y ya van dos pa-
nes. Mierda. ¡En La Victoria! Sin un centavo. Casuarinas.
¡Yo! ¡Yo debería haberme estado revolcando con Brad Pitt los
últimos no sé cuántos años! Y adoptando chibolos de Viet-
nam como quien recoge fresitas. Pero yo: número de hijos:
cero. Johnny. Johnny. Hijo de la grandísima... ¡O con
Beckham! Pobre Johnny. Pensó que iba a ser millonario, como
en el primer gobierno del Apra. Ahí sí se forró de plata. Yo
tenía quince años. Me llenaba de regalos. Reivindicación.
Me llevaba a su casa en Las Casuarinas. La piscina. Sin ropa,
los dos. Merecíamos sacarle el jugo hasta la última gota.
Tanto mártir aprista. Y ahora, pobre. Y viejo. Perdió todo. El
otro día lo llamé. No, no, no crea que fue para... Fue sólo
para ver lo de los papeles del divorcio. Siempre te tengo pre-
sente, me dijo. Me dijo... ¿Cómo fue que me dijo? Siempre te
tengo presente en mis pajazos. En su época tenía su gracia.
Alto. Mayor. Arequipeño pero blancón. Piscina. Apellido ita-
liano. Pero ahora... Angelina Jolie. Ya quisiera. Pajero. Po-
bre y viejo. Yo pedí el divorcio. Todavía soy joven. Cinco me-
ses más joven. Ella es de junio; yo, de noviembre. Beckham
es de mayo; mismo año. Pobre Johnny. Pero el colmo fue
cuando se la estaba chupando y el pajero me gritó...
ROSSIE (en persona): ¡Angelí...
FERDINANDO (viejo): ¿Qué?
(La Rossie de la filmación vuelve a "mirar" lo que ocurre en la
mesa.)
ROSSIE: ¿Ah?
FERDINANDO (viejo): ¿Dijiste algo?
ROSSIE: No.
FERDINANDO (viejo): Pensé...
ROSSIE: No.
FERDINANDO (viejo): Pensé...
ROSSIE: No.
410

FERDINANDO (viejo): Pensé...


MARGARITA (vieja): ¡Entonces, no pienses! Yo estaré sorda pero
tú escuchas voces.
ROSSIE: Perdón. Se me escapó.
MARGARITA (vieja): Toda la vida escuchando voces... ¡Loco!
FERDINANDO (viejo): Por lo menos yo no llamo ni hablo con los
muertos.
MARGARITA (vieja): Mejor escuchar a los muertos que a uste-
des...
ROSSIE: Sotil... Hablen de Sotil.
MARGARITA (joven): Sotil. Vino. Vino por todos nosotros.
FERDINANDO (viejo): Se escapó.
MARGARITA (joven): Se escapó. Robó la pelota en el área, me-
dia vuelta...
FERDINANDO (viejo): ¡Y gol! ¡Perú campeón!
MARGARITA (joven): Ganamos. Ahora quién...
ROSSIE: Así, así...
FERDINANDO (viejo): ¿Se habrá escapado de verdad? ¿Qué crees?
Porque dicen que...
MARGARITA (joven): Tiene que ser verdad. Porque si el Barcelo-
na le dio permiso sería como cualquiera... (Vieja) Como hoy.
FERDINANDO (viejo): Y Nakamura...
ROSSIE: ¡Nakamura!
FERDINANDO (viejo): Treinta años resistiendo. En la isla, en la
selva, en la playa...
MARGARITA (joven): Ahora quién...
(Ferdinando y Margarita se toman las manos y se sonríen. Rossie
come otro pan.)
ROSSIE (en la filmación): ¿Vio? Totalmente locos, compañero.
Necesito el trabajo. Un cuartucho. Usted puede ver la fecha
de ingreso al partido: 1990. A los quince años. Yo se la chu-
paba al compañero Juan de Dios Pasalaqua. Johnny. Pobre.
Siempre. Presente. En mis pajazos. Me sacó de aquí. Si quiere,
a usted también, compañero. A Johnny le gustaba sólo con
la lengua; que no mueva los labios. Sólo con la lengua. Con
los labios inmóviles alrededor del cuello de la... de su.... cosa.
¿Quiere? Me volví una experta. Lo que quiera, compañero.
Pero no me grite ¡Angelí... ¡Yo soy más joven! Puedo apren-
der Excel. Aprista siempre ayuda a aprista. Reivindicación.
Carnet número cero veinticinco cuarenta. Y van tres, tres...
Tres panes. Cerda y atrasadísima. A los quince años entré al
partido. Él tenía veintinueve. No. Para lo mío no hay pasti-
llas, compañero. Ministerio de la Producción. Corrupción.
Reivindicación. ¡Mierda! ¿Podemos empezar de nuevo? Nom-
411

bre: Rosa de los Ángeles Santos Vílchez. De Pasalaqua. De


Beckham. De Pitt. Número de abortos: tres. Experiencia en
Word. Experta en Facebook. Power point. El puntito... Siem-
pre vuelve el puntito. Prenderlo. Apagarlo. Y el puntito. Pren-
derlo… Brad, Brad, Brad. Luminoso.
ROSSIE (en persona; desgarradora): ¡Johnny!
FERDINANDO (al mismo tiempo que Rossie): ¡Zapatos!
(La filmación desaparece. Ferdinando y Rossie se miran. Luego,
Ferdinando vuelve a su periódico y Rossie se pone nuevamente
a comer su pan.)
MARGARITA (vieja): Par de locos.
FERDINANDO (viejo; a Margarita): Sigue... Tenemos que seguir...
Antes de que nos aplasten... 1975... Sin culpa... Como te dije
el otro día...
(Margarita se levanta y va a poner el disco en la radiola; se
escucha la misma canción que se escuchó anteriormente.
Ferdinando levanta la vista. Margarita se pasea por el escena-
rio. Rossie sigue comiendo pan; no los oye.)
FERDINANDO (joven): Impresiones, buenos días.
MARGARITA (con voz "burocrática"): Buenas, aquí la viceministra.
¿Con quién hablo, perdón?
FERDINANDO (joven): Buenos... Buenos días, señora vice-
ministra, doctora Chafloque. Es un honor. ¿En qué puedo
servirla? Impresiones.
MARGARITA (con voz "burocrática"): Fíjese... ¿Su nombre, per-
dón?
FERDINANDO (joven): Ferdinando Santos, doctora, para servir-
la, doctora.
MARGARITA (con voz "burocrática"): Fíjese, Santos; preci-
samente, quería hablar con algún camarada de impresiones
porque me han llegado aquí arriba unos rumores que, de re-
sultar ciertos, estaríamos ante un asunto muy pero muy gra-
ve.
FERDINANDO (joven): Usted dirá, señora viceministra Chafloque,
doctora.
MARGARITA (con voz "burocrática"): Este asunto compromete a
un empleado de ahí, de su subsección, a un tal Nano o Ñando;
no se me ha informado de su apellido.
FERDINANDO (joven): ¿Nando?
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¡Sí! "Nando"; ése es nues-
tro sujeto.
FERDINANDO (joven): Él... Él trabaja aquí. ¿Qué le han dicho
de él?
MARGARITA (con voz "burocrática"): Tal vez, sólo sean rumores.
412

Ojalá, porque este caso reviste acusaciones muy serias con-


tra dicho sujeto.
FERDINANDO (joven): ¿Qué acusaciones? Doctora vicemi-
nistra... Impresiones.
MARGARITA (con voz "burocrática"): Me dijo que su nombre era...
FERDINANDO (joven): Fer... Santos.
MARGARITA (con voz "burocrática"): Voy a confiar en usted, San-
tos. Su voz me trasmite que es una persona honesta. ¿Su
función en el ministerio, perdón?
FERDINANDO (joven): Soy responsable del manejo de mi-
meógrafos para las circulares del ministerio. A veces, nos
dan esténciles del mismísimo Palacio. Y me hacen contestar
el teléfono. Pero creo que sólo lo hacen para...
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¿Sus proyectos a mediano
y largo plazo?
FERDINANDO (joven): En primer lugar, servir con patriotismo a
la Revolución desde mi humilde trinchera en el ministerio...
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¡Por favor, Santos! Le pre-
gunto dónde se ve usted en cinco años, en diez, en treinta y
cinco...
FERDINANDO (joven): Doctora, yo tengo planes para poner una
empresa; un padrino me ha prometido un préstamo apenas
le presente un proyecto viable.
MARGARITA (con voz "burocrática"): Así que nos va a abandonar
usted también.
FERDINANDO (joven): No, doctora... Hasta tengo un plan para
mejorar el sistema de impresiones y optimizar el uso de pa-
pel... si es que no se lo siguen robando. Qué bueno que pue-
do hablar con usted...
MARGARITA (con voz "burocrática"): Todos se van... Todos aban-
donan el barco...
FERDINANDO (joven): Usted debe comprender, doctora. Tal vez,
más adelante, tenga familia....
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¿Está usted casado o tiene
compromiso?
FERDINANDO (joven): No, doctora; por el momento, no.
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¿Será acaso que le atraen
las personas del sexo masculino?
FERDINANDO (joven): ¡Oiga!
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¿Me volví loca? ¿Se acabó
el mundo o me pareció que me está gritando?
FERDINANDO (joven): Disculpe, doctora Chafloque. Lo que
pasa… Impresiones…
MARGARITA (con voz "burocrática"): Usted debe comprender que
413

los empleados del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas


Armadas debemos mostrar una moral intachable tanto en
nuestro desempeño público como en el privado. ¿Me dejo en-
tender?
FERDINANDO (joven): ¿Sabe qué? No.
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¿Perdón?
FERDINANDO (joven): No, doctora... Disculpe... Tal vez, esto
me cueste el puesto pero no puedo permitir... Lo que pasa...
Esto ya es el colmo. No es que me atraigan las personas del
sexo masculino, pero no nos pueden tener al miedo todo el
tiempo con cualquier pretexto. ¡Basta! Me cansé.
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¡Santos!
FERDINANDO (joven): ¿Dónde está la Revolución en que nadie
va a tener miedo de venir de donde sea, en que nadie va a
tener derecho de asustar a nadie por más plata que tenga o
carnet de partido, por más hijo que sea de quien sea, en que
nadie más va a tener miedo por más extraño que se sienta?
¡¿Dónde?! No la veo, doctora. ¡¿Dónde está?!
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¡Santos!
FERDINANDO (joven): Sí, doctora, le estoy gritando, y no se
acabó el mundo ni se va a acabar nada. No me importa si me
quedo en la calle, no me importa si me manda meter preso,
no me importa nada...
MARGARITA (joven): Increíble...
FERDINANDO (joven): Perdón, perdón, perdón... No dije nada,
por favor... Impresiones...
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¡Bravo, bravo! Lo felicito,
Santos. Al fin alguien que se atreve a poner las cosas en su
sitio. No sabe cómo lo felicito.
FERDINANDO (joven): ¿En serio?
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¿Es usted de Lima, perdón?
FERDINANDO (joven): De Andahuaylas, doctora, Pero le juro
que estoy tratando de aprender todo...
MARGARITA (con voz "burocrática"): ¡Andahuaylas! Gente tra-
bajadora y honesta, valiente.
FERDINANDO (joven): ¿En serio?
MARGARITA (con voz "burocrática"): Bueno, Santos, le agradez-
co su tiempo y su coraje. Espero conocerlo personalmente
en alguna oportunidad. Que tenga usted un buen día.
FERDINANDO (joven): Doctora, doctora... ¡Doctora!
MARGARITA (con voz "burocrática"): Dígame, Santos. No se agi-
te; le va a dar algo.
FERDINANDO (joven): ¿Doctora, y lo que me iba a consultar?
¿Lo del sujeto Nando? ¿Qué le han dicho sobre el sujeto? Es
414

un revolucionario como el que más. Andahuaylino.


MARGARITA (con voz "burocrática"): Cierto, cierto. Me dicen que
el tal Nando es un seductor incorregible, que tiene total-
mente loco al personal femenino del ministerio...
FERDINANDO (joven): ¿En serio?
MARGARITA (con voz "burocrática"): El sujeto en mención las
encandila con una camisa mostaza y negro, y con su forma
de caminar a lo Jon Voight en "Vaquero de medianoche".
FERDINANDO (joven): Oiga, ¿quién habla?
MARGARITA (con voz "burocrática"): Dicen que es una especie
de Pepita Ballesteros pero de sexo masculino. Una se los
chapa en la azotea y el otro se las chapa en el sótano. Más
que Ministerio de Educación, esto parece "El Gran
Chaparral"...
FERDINANDO (joven): ¡¿Quién habla, carajo?!
(Ferdinando golpea la mesa con violencia. Rossie se levanta
asustada.)
ROSSIE: Ya, pues, papá. Asustas. Mami, dile a mi papá que no
pare golpeando la mesa... Mami... Mami, pues... ¡Mami!
MARGARITA (vieja): Mi general... Por favor... No puedo más...
(Nando, en una silla de ruedas empujada por Rita, entra vestido
como Velasco con uniforme de gala. Ferdinando y Margarita si-
guen a la mesa; Rossie ha quedado de pie, apartada. Proyecta-
das sobre la pared del fondo, se empiezan a ver fotos y filmaciones
de los desmanes del 5 de febrero de 1975 en Lima.)
NANDO (como Velasco): Esta condenación no se refiere en ab-
soluto a los hombres y mujeres del pueblo de las bases de
dicho "partido del carnet".
MARGARITA (vieja): Gracias...
NANDO (como Velasco): Día llegará en que despierten del enga-
ño y abandonen para siempre a quienes hicieron escarnio de
su fe y juego banal de su esperanza.
MARGARITA (vieja; como percatándose de algo): Un momento...
¡Un momentito!
(Nando queda inmóvil. Las imágenes proyectadas se detienen
en una foto impactante de un herido o muerto. Margarita cami-
na hacia Rossie.)
ROSSIE (como Velasco; como en escenas atrás): "Anda con ese
joven, camarada Margarita. No hagas escarnio de su fe ni
juego banal de su esperanza."
MARGARITA (vieja): ¡Mierda! ¡Tú! Fuiste tú.
NANDO (como en escenas atrás): ¿Cómo supo mi nombre? ¡Oiga!
¿Cómo sabe que soy andahuailino? Nadie sabe...
MARGARITA (vieja): Con razón... ¡Fuiste tú, Rossie! Pobre
415

Ferdinando... Tú imitabas a Velasco y al gorgojo, tú imitabas


a Pepita; imitabas a todo el mundo... ¿Por qué, Rossie? Tú
imitaste mi voz, imitaste mis gustos, mis luchas... Escarnio
de su fe y juego banal de su esperanza... Y lo llamabas. Tú
eras la que llamaba. Siempre. Tú nos empujaste a irnos jun-
tos. ¡Cómo no me di cuenta! Siempre fuiste tú. Treinta y
cinco años creyendo que el pobre Ferdinando estaba loco...
Llegué a pensar que yo era la loca, que el mundo se fue al
diablo por mi culpa... Haciéndome la sorda para hacer más
tolerable tanta demencia, tanto puterío... ¡¿Por qué, Rossie?!
(Rossie permanece inmutable.)
MARGARITA (vieja): ¿Te morías por Nando? Eso era, ¿no? De-
seabas a Nando. Y, como eras mayor... y robusta... querías
gozarlo a través de mí. ¿Era eso, Rossie? ¿Algo así?
(Rossie hace como si dijera "más o menos".)
MARGARITA (vieja): ¿Por qué, entonces?
(Rossie llora. Rita camina hacia Rossie, la consuela. Margarita
se sorprende.)
MARGARITA (vieja): ¡¿Por mí?! ¿Y, entonces, por qué me empu-
jaste con él? Porque tú me empujaste...
(Rossie y Rita se besan. Margarita sigue sorprendida.)
MARGARITA (vieja): Por eso entraste al Movimiento. Por eso
fue tan fácil captarte. Tú no creías en nada. Sólo te morías
por mí. Treinta y cinco años para darme cuenta de que nadie
está loco... Y hoy nadie es una puta... Y llamaste a Nando
para... Querías salvarme... Me empujaste con él para salvar-
me. Hoy podrías habérmelo dicho...
(Margarita se acerca a Rossie y Rita, y las tres se abrazan.)
MARGARITA (vieja): Podríamos habérselo dicho a todos, Rossie.
No sería por las puras... creo. Hoy nadie está loco. No ten-
drías por qué haberte volado los sesos con ese revólver, ca-
marada Rosa de los Ángeles... No tendrías por qué haberte
matado así... Pudimos haber sido... Las dos... Las primeras.
(Rossie hace un gesto de resignación.)
MARGARITA (vieja): ¿Puedo decírselo a Nando, a Ferdinando?
(Rossie niega violentamente con la cabeza.)
MARGARITA (vieja): Que siga el desayuno, entonces... Y a se-
guir resistiendo...
(Margarita y Rossie van a sentarse a la mesa junto a Ferdinando.
Rita se acerca a la silla de ruedas en que está Nando. En la
pared, se siguen viendo imágenes de los desmanes de Lima.)
MARGARITA (a Nando; vieja): Gracias. Ya no lo necesitaré más,
mi general.
NANDO (como Velasco): Pero también elementos de la llamada
416

"ultra izquierda" figuran entre los ejecutores de aquel si-


niestro plan que desató el robo, los incendios y el vergonzo-
so espectáculo de mujeres desnudas en las calles como es
seguramente costumbre cotidiana en el decadente país de
los yanquis.
MARGARITA (vieja): No. Así no fue... Fue todo lo contrario.
(Nando sale en la silla de ruedas empujado por Rita.)
MARGARITA (vieja; suplicante): Mi general... Fue todo lo con-
trario.
(Las imágenes desaparecen y queda en el medio un punto lumi-
noso. Ferdinando y Margarita, a la mesa. Rossie, sentada junto
a ellos, come el último pan que queda.)
MARGARITA (vieja): ¿Qué más? ¿Qué más para escaparnos sin
pensar en las consecuencias y salir a pelear por el Perú y su
modelo?
FERDINANDO (viejo): Sigue. Como siempre, sigue...
MARGARITA (vieja): ¿Qué más para mantener viva la chispa,
para dejar al mundo en una armonía perfecta?
FERDINANDO (viejo): Deja ya tus comerciales de Coca-Cola y
sigue, por favor.
MARGARITA (vieja): ¿Qué más para que ya nunca nadie tenga
miedo de nada por más extraña que se sienta?
FERDINANDO (viejo): "¿Así que solterito el señor Santos?" Si-
gue.
MARGARITA (vieja): Ferdinando, no era yo. ¿Sabes quién fue?
FERDINANDO (viejo): Sin música; no importa. "Así que
solterito..." Ya te he enseñado. Tenemos que seguir resis-
tiendo en la jungla. ¡Sigue!
(Margarita da una profunda respiración.)
MARGARITA (joven): Así que solterito el señor Santos. ¡Listo el
plan!
FERDINANDO (joven): ¡¿Por qué no llamabas?!
MARGARITA (joven): Todo listo para el gran acoplamiento espa-
cial.
FERDINANDO (joven): ¿Por qué te demoraste tanto?
MARGARITA: (imitando a Ferdinando) "¿Qué le han dicho de
Nando, doctora Chafloque? Impresiones." (Joven) Oye, qué
miedo que le tenías al gorgojo tú.
FERDINANDO (joven): Es que hablas igualito a la vieja... Escú-
chame...
MARGARITA (imitando a Ferdinando): "Es un revolucionario como
el que más. Andahuailino." (Joven) Pero bien que la pusiste
en su sitio. Te adoro.
FERDINANDO (joven): ¡Escúchame, por favor! Seas quien seas,
417

voy a ser honesto contigo. Aquí está... He estado esperando


que me llames. Todos los días. Hasta me puse a averiguar
del MLR que me dijiste. Parece que sí están infiltrados por
los ultras, ten cuidado.
MARGARITA (joven): Ésas son calumnias de los envidiosos
tunantescos cripto ayayeros de la Central de Trabajadores...
FERDINANDO (joven): ¡Escúchame! Todo el rato estoy pendien-
te del teléfono. Así me tienes. Hasta he escrito todo lo que
te estoy diciendo para estar preparado. Entiende cómo me
siento: cada vez que me cruzo con una chica en el ministe-
rio, pienso que puedes ser tú. A la salida, en el refrigerio, en
la cafetería... Varias deben pensar que soy un maniático que
se las queda mirando. En el ascensor, el otro día, una me dio
un lapo en la cara, ¿sabes por qué? Sólo porque le pregunté
si le parecía precioso.
ROSSIE: ¡Angelí...
FERDINANDO (joven): Te he imaginado de todas las formas po-
sibles. Y ya no me importa si eres fea; de verdad. Sólo me
importa luchar contigo, hombro a hombro, en la jungla. Aun-
que no seas una Pepita Ballesteros, eres preciosa del alma...
MARGARITA (vieja): Huevón.
FERDINANDO (viejo): Más huevona tú que... (Joven) No. En
serio... Hasta estuve leyendo de Cabo Verde. ¿Ves? ¿Ves cómo
yo sí te digo lo que siento? Yo quiero irme contigo a Cabo
Verde, a pelear, en la selva, juntos. ¡Pum, pum, pum! Tengo
un plan para desgastar a los portugueses. Pero hay que coor-
dinar con los hermanos en Angola o en Mozambique... Estoy
aprendiendo portugués. Es facilísimo.
MARGARITA (vieja): Nando, mejor no te entusiasmes mucho.
FERDINANDO (joven): ¿Por qué no? Hasta te he comprado un
regalo.
MARGARITA (joven): ¡No! Mentiroso.
FERDINANDO (joven): El otro día, pasé por una tienda. Me ve-
nía imaginando que estaba contigo, paseando. Entramos a la
tienda. Tú escogiste un regalo y yo te lo compré.
MARGARITA (joven): Mentiroso... A ver, ¿qué me compraste?
FERDINANDO (joven): Espera; aquí escribí... Hacemos una cosa:
yo cuento hasta tres, y tú dices tu nombre y yo te digo qué te
compré.
ROSSIE: ¡Angelí...
MARGARITA (joven): Pero...
FERDINANDO (joven): Uno...
MARGARITA (joven): Espera. ¿Digo mi apellido también o sólo
el nombre?
418

FERDINANDO (joven): Nombre y apellido... y subsección. ¿Lis-


ta?
MARGARITA (joven): Hasta tres, ¿no?
FERDINANDO (joven): Sí.
MARGARITA (joven): Vamos a ver qué se me ocurre...
FERDINANDO (joven): Uno... dos... tres... ¡Zapatos!
ROSSIE (al mismo tiempo que Ferdinando; desgarradora):
¡Johnny!
FERDINANDO (joven): ¿Qué?
ROSSIE: ¿Ah?
FERDINANDO (joven): Oye... ¡Traidora! No dijiste nada.
ROSSIE: Perdón. No quise hablar...
FERDINANDO (joven): Yo soy honesto contigo; yo sí te cuento
cómo estoy...
ROSSIE: Se me escapó.
MARGARITA (vieja): Ferdinando...
FERDINANDO (joven): Basta. Te vas al diablo con tu Cabo Blan-
co y tu Cerro Verde y tu Velasco y tu oficialización del quechua
y tu Revolución que nos ha reventado a todos y tu crisis del
capitalismo mundial... ¿Y todo para qué? Para que igual te
revienten los riñones en cualquier calle...
MARGARITA (vieja): Todo era mentira, Ferdinando, todo era fal-
so...
FERDINANDO (joven): ¡Cállate! No quiero saber más de ti. ¡Trai-
dora! Clic...
ROSSIE: De Sotil, de Sotil...
MARGARITA (vieja): No era yo. ¿Quieres saber quién llamaba?
ROSSIE: De Matusita... De Hiroshima...
FERDINANDO (viejo): No digas nada más. Ya dije "clic". No la
embarres, por favor; todo estaba tan bien. Todo puede seguir
tan bien. Por favor... ¡Clic, clic, clic!
ROSSIE: Yo mejor me largo. Deséenme suerte en la entrevista.
(Ferdinando y Margarita permanecen en silencio. Rossie se le-
vanta.)
ROSSIE: Gracias... Gracias por una vida tan feliz. A empezar de
nuevo, pues... Porque yo sí puedo empezar de nuevo; no como
otros.
(Rossie sale. Silencio.)
MARGARITA (vieja): Ferdinando... Tú ya sabes, ¿no? Siempre
supiste…
FERDINANDO (viejo): Creo que maté a un hombre ese día…
Creo… Con un palo... En la cabeza, en los riñones; lo reven-
té... La cagué... Un pobre tipo que pasaba por ahí... ¡Qué
419

culpa tenía ese pobre tipo!


MARGARITA (vieja): No importa, Ferdinando; ya nada importa.
Nadie está loco. Nadie tuvo la culpa; era 1975. No había po-
licía... ¿Quieres que siga, Ferdinando? Porque podemos pa-
rar todo aquí y no pasó nada. Nadie se tiró a nadie en un
parque; nadie mató a nadie... Nadie se escapó a Cabo Ver-
de... Si quieres, podemos...
FERDINANDO (viejo): ¡Sigue!
MARGARITA (vieja): Bueno... (Joven): ¿Nando? Ven al acto por
Cabo Verde. Ahí te digo quién soy. Conseguimos permiso para
el cinco. En la Plaza Manco Cápac. A las nueve. No ha sona-
do "clic"; ya sé que estás ahí. Yo sé que vas a venir: te mata
la curiosidad... Yo también, Nando, yo también me he imagi-
nado que nos vamos a Cabo Verde, y les enseñamos el mo-
delo peruano. Y una noche nos quedamos dormidos en una
playa, de la mano bajo las estrellas de África, agotados, sa-
tisfechos. ¡Nando! Precioooso. Por favor. Clic.
(Ferdinando y Margarita permanecen a la mesa: uno lee el pe-
riódico; la otra contempla un punto distante. Rossie entra y
mira al público. Nando entra y se esconde tras las plantas con
una caja de zapatos en la mano. Rita entra; busca alrededor
desesperada.)
RITA: Nadie… No vino nadie. Traidores...
ROSSIE (al público): Tacna, 29 de agosto: veintinueve semanas
de gestación.- El general de división, Ejército Peruano, Fran-
cisco Morales Bermúdez, asumió la presidencia del Perú tras
derrocar, por golpe de estado, al general Juan Velasco
Alvarado. Desde Tacna, el general Morales Bermúdez asegu-
ró que se trata de un cambio de personas mas no de rumbo
en la Revolución Peruana.
MARGARITA (vieja): Mentirosos. Traidores.
FERDINANDO (viejo; a Margarita): Escucha.
ROSSIE (a Rita): Paciencia, niña.
RITA: Traidores... ¡Ni uno! Nueve y media. ¿Cuánto tiempo más
vamos a esperar?
ROSSIE: Así es el subdesarrollo. Si hasta a las crisis mun-
diales llegamos tarde...
RITA: Qué les costaba venir un ratito; un mínimo esfuerzo. Por
la gente de Cabo Verde. Traidores... ¿Les avisaste a todos,
Rossie? ¿Hoy? ¿A las nueve?
ROSSIE: Llamé a uno por uno. Paciencia. Cinco minutos, niña...
Diez... Y, si nadie aparece, nos vamos.
RITA: Todo es por las puras... Si ya no puedes confiar ni en el
Movimiento, ni en los nuestros... Todo se va al diablo... To-
dos se van... Estoy sola... Solos, mi general... Qué más que-
420

rían de nosotros... ¡Cabo Verde, libertad! ¡Cabo Verde, liber-


tad!
(Nando sale de su escondite y grita junto a Rita mientras salta
entusiasmado.)
NANDO Y RITA: ¡Cabo Verde, libertad! ¡Cabo Verde, libertad!
(Rita se calla y mira a Nando con extrañeza.)
NANDO: ¡Cabo Verde, libertad! ¡Cabo Verde...
(Nando abre los brazos frente a Rita.)
NANDO: Ta taaan...
MARGARITA (vieja): ¡Huevón!
RITA: Cuidado, Rossie; otro loco.
NANDO: Ta taaan...
FERDINANDO (viejo): Más huevona tú que te rendiste.
NANDO: Vine.
ROSSIE: Eso es obvio, jovencito. ¿Pero has venido al acto por
Cabo Verde?
NANDO: No... Lo que pasa... Ella me invitó.
RITA: ¡¿Yo?! ¿Cuándo?
NANDO: ¿Cómo te llamas?
RITA: ¡¿A usted qué le importa?!
ROSSIE: ¿Total? ¿Has venido al acto o a ver a mi amiga?
NANDO: A las dos cosas. La señorita me invitó.
ROSSIE: Qué escondido lo tenías, Rita.
RITA: Está loco. Nunca lo he visto en mi vida.
NANDO: Rita... No sabes cuántos nombres me he imaginado.
Pero nunca se me ocurrió... Rita... Rita apachurrita...
RITA: Vámonos, Rossie; puede ser peligroso.
NANDO: No te hagas. Soy Nando... el precioso. Me has llamado
desde el 10 de enero.
MARGARITA (vieja): Nakamura...
NANDO: ... era un viernes.
MARGARITA (vieja): Teruo Nakamura
RITA: Se confunde usted de persona, camarada.
NANDO: Tienes una amiga que se llama Rossie; tú me dijiste:
acá está. Viniste al acto por Cabo Verde como me habías
dicho: aquí estás. Y esa voz... Aunque por teléfono suenas
más de verdad, más del alma... He soñado con tu voz.
RITA: ¡Vámonos, Rossie! ¡Qué horrible!
ROSSIE: Qué más quieres, niña. Te ha salido tu vaquero de
media mañana. Ya quisieran cuántas.
(Se escucha el ruido de ruptura de vidrios y otros golpes.)
ROSSIE: ¿Y eso?
421

NANDO: Ésos. Están tratando de entrar a Diamante.


RITA: ¿Quiénes?
NANDO: Ésos. Hace rato que están dando vueltas.
RITA: ¿Y la policía?
ROSSIE: No hay policía. Están de huelga.
RITA: El periódico no decía nada.
NANDO: ¿No hay policía?
RITA: Esto es ilegal.
ROSSIE: No nos distraigamos. Estábamos en que el joven ha-
bía venido a ver a la niña...
NANDO: ¿No hay policía?
RITA: No es posible. La policía no puede hacer huelga. En el
periódico no decía nada.
ROSSIE: ¿Dónde vives, niña? Están de huelga.
NANDO: Vamos, Rita. No hay policía. Dime qué quieres; yo te
lo traigo. ¿Qué te gusta? Zapatos... Tenemos todo. Azúcar,
leche, carne... Carne de res... Lomo... En plena veda... Todo
para nosotros. Un televisor... ¡Vamos!
RITA: ¡No me toque! ¡Loco! Dios mío, qué asco.
(Nando se sorprende de la reacción de Rita.)
NANDO: Ya sabía. Era otra burla... ¿Por qué hacen eso?
(Nando solloza. Rossie le hace gestos a Rita para que se acer-
que a Nando.)
RITA: Escúcheme, camarada; es obvio que usted se ha confun-
dido de persona. Yo nunca podría...
NANDO: Te traje esto. ¿Ahora te acuerdas? Botas para luchar
en la selva... La mitad de mi sueldo... Impermeables. Pum,
pum... Un portugués...
(Nando le da la caja de zapatos a Rita; ésta la rechaza.)
RITA: Yo le agradezco el gesto. Pero sepa que, aun cuando lo
conociera -que no es el caso-, yo no podría aceptar este pre-
sente de usted; ni de usted ni de ningún camarada. Mi men-
te y todo mi esfuerzo son sólo para la Revolución. No puedo
darme el tiempo de recibir pretendientes o regalitos ni de
soñar con desayunos en familia. Y no miento ni exagero cuan-
do le digo que moriré sin conocer varón.
ROSSIE: Ay, niña; tarde o temprano, algo va a reventar ahí. ¡Pum,
pum!
RITA: Ni temprano ni tarde, porque, disculpen la vulgaridad,
pero lo cierto es que, una vez que abres un hueco, por ahí
pasa cualquiera, todo el mundo. Es irreversible. Es el fin de
todo lo que consideramos puro.
NANDO: ¿Estás hablando en serio?
422

ROSSIE: Sí. Así es ella.


RITA: Así soy, pues. Nuevos tiempos exigen nuevas personas
para conservar nuestra pureza y nuestra fuerza intactas. Y,
como parte de esta creciente reserva, es un compromiso irre-
nunciable no prostituirme ni en cuerpo ni en alma.
(Nando y Rita se miran en silencio, tensos por varios segundos.
Rossie trata de romper la tensión.)
ROSSIE: ¿Saben cómo se dice "virgen" en quechua? "Chucha-
intaqta".
(Rossie ríe, pero se calla de inmediato. Ni Nando ni Rita ríen.
Se miran fijamente.)
NANDO: ¿Sabes qué? No me importa. No hay policía. Ahora van
a ver. Se jodieron conmigo...
(Nando arroja la caja de zapatos al piso, toma el palo y sale
excitado. Se escuchan ruidos de golpes, vidrios rotos y gritos,
como del inicio de un tumulto callejero.)
NANDO (desde fuera): Ganamos, ganamos...
ROSSIE (al público): Caracas, 28 de octubre: una semana antes
del parto.- La selección peruana de fútbol se coronó campeo-
na de la Copa América al derrotar por un gol a cero a la selec-
ción colombiana en el partido final.
NANDO (desde fuera): Ganamos. ¡Por fin!
ROSSIE (Al público): El gol fue anotado por el centro forward
Hugo Sotil quien, según trascendió, escapó de la concentra-
ción del Barcelona y pagó su propio pasaje a Caracas para
participar del encuentro.
(Rossie sale. Rita mira alrededor desesperada.)
RITA: Traidores... ¿Qué hacen? ¿Se volvieron todos locos? ¿Qué
le pasa a la gente? Un loco viene y dice que me conoce...
¿Qué están haciendo? ¡¿Qué hacen?! ¿Por qué agarran esos
palos?
NANDO (desde fuera): ¡Muere!
RITA: No... Esto está arreglado. Hay que pararlos. A mí... Hagan
lo que quieran pero háganmelo a mí... Si son tan hombres...
Sola puedo con todos ustedes... Sola...
(Rita ve el televisor y se lo lleva como si lo robara.)
MARGARITA (vieja) Y RITA: Ya qué diablos.
MARGARITA (vieja): Traidores.
(Rita sale. Los ruidos cesan. Después de unos segundos de
silencio, Margarita mira a Ferdinando como pidiéndole algo.)
MARGARITA (vieja): Un esfuerzo más...
FERDINANDO (vieja): Yo ya no puedo más. No puedo. Nos ga-
naron.
MARGARITA (vieja): El último... Por favor...
423

(Ferdinando se levanta y va a la radiola; pone el mismo disco. Se


escucha la canción. Rossie entra.)
FERDINANDO (joven): Impresiones, buenas tardes... ¿Aló? ¡Oiga!
No empecemos otra vez... No les tengo miedo. Ya no me pue-
den hacer nada. Ya saben de qué soy capaz... ¡Aló!
ROSSIE (al público): Andahuaylas, 1 de noviembre: día del par-
to.- Fue hallada muerta, en la habitación de un hostal, una
mujer de aproximadamente cuarenta años de edad. La
infortunada se dio un disparo en la boca con un revólver ca-
libre veintidós. Se ignora las causas que la indujeron a...
¡¿Cuarenta?! Mierda...
(Ferdinando le da un golpe a la mesa.)
FERDINANDO (joven): ¡¿Quién habla, carajo?!
MARGARITA (joven): Nando...
FERDINANDO (joven): Ah, hola. Disculpa. ¿Cómo estás? Rita,
Rita apachurrita...
MARGARITA (joven): Bien.
FERDINANDO (joven): ¿Qué pasó?
MARGARITA (joven): Nada.
FERDINANDO (joven): ¿Y esa vocecita?
MARGARITA (joven): Nada.
FERDINANDO (joven): Buenas noticias.
MARGARITA (joven): Qué bien...
FERDINANDO (joven): Conseguí el préstamo.
MARGARITA (joven): Qué bien...
FERDINANDO (joven): ¡Tres mil soles!
MARGARITA (joven): ¡Nando!
FERDINANDO (joven): ¿Qué dices, apachurrita? ¿Un tallercito o
nos escapamos a pelear a Cabo Verde? En la isla, en la sel-
va... ¡Pum! ¡Un portugués! ¿Viste qué fácil cayó Saigón? ¿Vis-
te? Ya vendí dos camisas, mi radio... ¿Cuánto me darán por
mi colchón? Tú lo conoces. Vamos, Rita: nós dois, sozinhos,
debaixo das estrelas numa praia de Cabo Verde. ¿O quieres
terminar como Del Carpio, treinta años llenándote de hon-
gos en el ministerio? Si tú te atreves, yo me atrevo.
MARGARITA (joven): ¡Nando! ¡Estoy embarazada, Nando!
(Margarita arroja un plato al piso; éste se rompe.)
ROSSIE: ¡¿Otra vez?! ¡Ya pues, mami!
(Ferdinando se arrodilla en el piso y se pone a recoger los peda-
zos de loza junto a Margarita.)
ROSSIE (al público): Madrid, 20 de noviembre: tres semanas de
vida.- Tras larga enfermedad, falleció hoy el General Francis-
co Franco, presidente del gobierno español desde 1939...
424

FERDINANDO (viejo): ¡Cállate!


ROSSIE (al público): Albuquerque, 29 de noviembre: cuatro se-
manas.- Se fundó la empresa Microsoft; sus fundadores, Paul
Allen y Bill Gates afirmaron que su intención era...
FERDINANDO Y MARGARITA (viejos): ¡Cállate de una vez!
FERDINANDO (viejo): ¡¿Qué más quieren?!
MARGARITA (vieja): ¡¿Qué más?!
(Ferdinando y Margarita han sacado los fusiles de juguete de
bajo la mesa; juegan a dispararle a Rossie.)
MARGARITA (joven): La ofensiva final. Vamos. Ahora sí, gana-
mos.
FERDINANDO (joven): ¡Pum!
MARGARITA (joven): ¡Pum, pum!
(Rossie sale esquivando los "disparos". Ferdinando y Margarita
siguen "disparando" y "avanzando" como en un combate en la
selva, hombro a hombro: "pum, pum"; con una creciente intensi-
dad: la ofensiva final. Se escucha la voz de Rossie mientras en la
pared, se ven filmaciones de desastres: guerras, hambrunas, te-
rremotos, etc.)
VOZ DE ROSSIE: Phnom Pehn, 24 de diciembre: siete sema-
nas.- El Partido Comunista Camboyano declaró 1975... Nue-
va York, 1 de enero... como el Año Cero de la Kampuchea
Democrática... ocho semanas de vida.- Voceros de los Testi-
gos de Jehová informaron que la supuesta "falla" en la pre-
dicción sobre el Fin del Mundo no fue otra cosa que la mise-
ricordia infinita de Dios... Las reformas acordadas... que de-
cidió aplazar la llegada del Armagedón, la atadura de Satanás
y el Reino de Cristo en la tierra... incluyen la inmediata abo-
lición de la moneda, el mercado y las escuelas... pero advir-
tieron que dicho aplazamiento... y la conversión de todos los
pobladores camboyanos en agricultores... no debe distraer-
nos... Pues será, anunciaron, el Año Cero de la historia del
país y del mundo... porque hemos ya entrado a la séptima
etapa de la historia... Año Cero... La atadura de Satanás...
Muere Franco... Muere Rossie... Nace Rossie... Angelí... Cayó
Saigón... Perú campeón... Armagedón... Media vuelta...
Kampuchea Democrática... Una computadora en el escritorio
de cada usuario... Son los últimos días antes de la segunda
venida de... Nakamura, Nakamura, Nakamura... ¡Goool!
(Desde que dice "Perú campeón", las filmaciones de desastres
son reemplazadas por imágenes del gol de Hugo Sotil en la final
de la Copa América de 1975: como si la gloria se impusiera al
dolor. Ferdinando y Margarita hacen un último y decisivo "avan-
ce" en la "batalla".)
FERDINANDO (joven): ¡Pum, pum!
425

MARGARITA (joven): Tenemos que haber ganado. ¡Que todo no


sea por las puras!
FERDINANDO (joven): ¡Un portugués! ¡El último!
MARGARITA (joven): ¡Pum, pum! ¡Ganamos!
FERDINANDO (joven): ¡Ganamos!
MARGARITA (joven): ¡Cabo Verde, libertad!
FERDINANDO Y MARGARITA (jóvenes): ¡Cabo Verde, libertad!
¡Cabo Verde, libertad!
(Ferdinando y Margarita celebran la "victoria" con gran entu-
siasmo: gritan, se abrazan, caen al piso, se besan. Las imáge-
nes en la pared desaparecen y queda en el medio un punto lu-
minoso. En eso, Rossie entra y ve a Ferdinando y Margarita en
el piso acariciándose.)
ROSSIE: Perdón... Me olvidé mi carnet.
(Rossie busca y encuentra su carnet.)
MARGARITA (vieja): Que te vaya bien, hijita.
FERDINANDO (viejo): Sí.
(Rossie, sorprendida, sale. Ferdinando y Margarita quedan echa-
dos boca arriba en el piso, de la mano.)
MARGARITA (vieja): ¿Algo más?
FERDINANDO (viejo): Ah, y se independizó Cabo Verde.
MARGARITA (joven): 5 de julio...
FERDINANDO (viejo): Sin un disparo...
MARGARITA (vieja): Ganamos, carajo....
(Se escucha "Mi corazón es un gitano" de Nicola di Bari. Todo se
oscurece hasta que sólo se ve el punto luminoso en la pared,
mientas suena el coro de la canción.)

FIN

Ámsterdam, Londres, Lima, 2010


426
427

Nuestra señora
de los desmadres
Basada en una idea original
de Alfredo Bushby y Margarita Saona
428
429

Personajes:
PABLO: Cuarentón; periodista que investiga la desaparición de
Lady Huayanay -vocalista del grupo "Lady y las Huayruras"-
acontecida hace veinticinco años.
MILAGRITOS: Cuarentona; propulsora del culto a Lady Huayanay.
FERMÍN: Cuarentón; "viudo" de Lady; propulsor del culto a Lady
Huayanay.
CHICHO: Cuarentón; ex manager de "Lady y las Huayruras".
BECKY: Cuarentona; ex guitarrista de "Lady y las Huayruras".
PATTY: Cuarentona; ex baterista de "Lady y las Huayruras".
LADY: 20 años de edad; tiene la cara y el cuerpo pintados de
rojo y negro; casi angelical.
Además, dos hombres (HOMBRE 1 y HOMBRE 2) y dos mujeres
(MUJER 1 y MUJER 2) harán diversos roles según se indique.

Escenario:
Una mesa y tres o cuatro sillas serán lo suficiente para repre-
sentar los siguientes espacios:
- Cuarto del secuestro
- Calles de Lima
- Estudio de Pablo
- Sala de la casa de Lady
- Sala del ritual de Milagritos
- Sala de la casa de Augusto y Ángela, amigos de Pablo
Hay una pantalla en la que aparecerán proyectadas algunas imá-
genes.
430

UNO
(Cuarto del secuestro. Chicho entra tomando a Pablo del cuello
y apuntándole en la cabeza con un revólver. Obliga a Pablo a
sentarse en la silla y continúa apuntándole.)
CHICHO: ¿Por qué?
PABLO: ¿Qué me van a hacer?
CHICHO: ¿Por qué?
PABLO: ¿Me van a matar?
CHICHO: ¡¿Por qué?!
PABLO: ¡¿Por qué, qué?!
(Chicho amenaza con golpear a Pablo con el revólver.)
PABLO: De acuerdo... Simplemente, me interesó el tema; no
hay más razón. Soy periodista; trabajo como periodista.
"Betsabé", la revista; ¿la conoce? Yo trabajo ahí. Temas fe-
meninos y esas cosas... Eso es todo: un artículo para
"Betsabé". Van a pasar veinticinco años desde la desapari-
ción de Lady. Pensé que sería interesante publicar algo: en-
trevistar a la gente que la conoció, averiguar del culto, publi-
car una nota. Nada más.
(Chicho saca de entre sus ropas un cuaderno; se lo muestra a
Pablo.)
PABLO: ¿De dónde sacaron eso? Deme eso.
(Pablo se levanta intentando asir el cuaderno. Chicho le da un
golpe con el revólver y Pablo cae al piso.)
CHICHO: Perdón. Discúlpame. Por favor, no me obligues. Nadie
quiere hacerte daño, Pablo. Por favor. Tenemos que saber.
Ven. ¿Estás bien?
(Chicho ayuda a Pablo a levantarse y lo lleva a la silla. Le mues-
tra el cuaderno.)
CHICHO: Ahora que ya sabes que sabemos lo que sabes -lo que
crees que sabes-, pregunto por última vez: ¿Por qué?
PABLO: Créame: fue curiosidad; sí, al principio, fue pura curio-
sidad... Un artículo... "Betsabé"... Reportajes novedosos, lec-
tura fácil... Firmo con el seudónimo de "Angie Tarsiana". Tal
vez, me haya leído...
CHICHO: Cómo perderme esos artículos...
PABLO: Después es que las cosas se salieron... Todo se compli-
có... Pero al principio, créame, me interesó como tema de
reportaje. Nada más. Veinticinco años de la desaparición de
Lady Huayanay. Me pareció un buen tema. Algunos podrían
acordarse de Lady... Empecé a preguntar en las calles...
CHICHO: ¿A quiénes?
PABLO: A todos... A cualquiera...
CHICHO: No te haremos daño, Pablo, pero no saldrás de aquí
431

hasta que sepamos por qué: por qué te encandiló tanto lo de


"Lady y las Huayruras", por qué tuviste que hundirte tanto.
En realidad, ya sabemos por qué; sólo queremos que nos lo
confirmes para que tú mismo te des cuenta. Ahora habla:
¡¿Por qué?!
PABLO: ¡Porque quería ser como ellos, como todos ellos! ¡Como
ustedes! Como los que asistían a esos conciertos y se olvi-
daban de pensar al menos por unos minutos, y se disolvían
en el sudor de esa masa... Al menos una sola vez. Quería
librarme de estas malditas razones que no me dejan
desbandarme y vivir un desmadre. ¿Contento? ¿Eso quería
saber? ¿Satisfecho?
CHICHO: Muy bien, muy bien, Pablo. Sí, satisfecho.
PABLO: ¿Puedo irme ahora?
CHICHO: Apenas comenzamos.

DOS
(Calles de Lima. Empiezan a pasar -como si fueran transeún-
tes- el Hombre 1, el Hombre 2, la Mujer 1 y la Mujer 2. Pablo se
acerca a los transeúntes.)
PABLO: Señorita, ¿sabe usted quién fue Lady Huayanay?
MUJER 1: ¿Por qué me pregunta eso? No, señor, desconozco.
No me acuerdo. ¿Por qué me pregunta a mí?
HOMBRE 1: ¿"Huayanay" dice? ¿"Lady"? Me suena, me suena.
No me diga. Ahorita me acuerdo. ¿Es para el periódico?
MUJER 2: ¿No es una de esas cumbiamberas que han salido?
¿Ésas que se mueven todas desvergonzadas así como loqui-
tas sin ropa? (Bailando) Así... Así... Así...
HOMBRE 1: No me diga... Lady Huayanay es la milagrera... Creo...
¿Para qué periódico es? Espere... Es que no me acuerdo si es
la que se fue volando o a la que trataron de perjudicar y se le
cerró la cosa ¿O a la que trataron de perjudicar fue la que se
elevó a los cielos?
HOMBRE 2: Claro, por supuesto. Ésa era la que cantaba "Si te
vas con otro, no respondo, ay, mujer, no respondo", ¿no? ¿Ésa
era? La que dicen que se elevó al cielo en un concierto, ¿no?
¿Es ésa?
PABLO (a la Mujer 1): ¿No sabe o no se acuerda?
(La Mujer 1 sonríe ruborizada. Ríe nerviosamente.)
MUJER 1: Pero no va a salir mi nombre, ¿no?
PABLO: Le garantizo total discreción.
MUJER 1: Lady Huayanay es la que nos protege a todas noso-
tras. Es la santa de nosotras que nos ayuda.
PABLO: ¿A quiénes?
432

MUJER 1 (ríe nerviosa): Ay, mejor no le digo.


(La Mujer 1 sale corriendo.)
MUJER 2 (bailando): Así... Así...
HOMBRE 1: Ya me acordé. ¿Vio? ¿Vio cómo todo era cuestión de
darme tiempo? Lady Huayanay es la patrona o protectora de
los infieles, o sea, de los que les sacan la vuelta a sus mari-
dos o mujeres. Ella los protege. Es la chica que cantaba...
¿Cómo se llamaba el grupo? No me diga, por favor, no me
diga... ¿Hace cuántos años que desaparecieron? ¡Las
Huayruras! "Lady y las Huayruras". Yo fui a uno de esos con-
ciertos, señor. Increíble, in-cre-í-ble. La locura total, una
apoteosis, el desbande absoluto...
(El Hombre 1 se pone a llorar.)
HOMBRE 1: Disculpe, señor. Me faltan las palabras... Ya nunca
será igual... Nunca... Disculpe...

TRES
(Estudio de Pablo. Pablo mira la pantalla; en ésta se ve un video
de un grupo de tres mujeres tocando música chicha: "Lady y las
Huayruras". Lady toca el bajo y canta, Becky toca la guitarra y
Patty toca la batería. Las tres tienen las caras y los cuerpos
pintados en rojo y negro. Lady -en persona- observa a Pablo.)
LADY (en el video; cantando): Nunca verás mi cara, nunca verán
tus ojos;
nunca te enseñaré lo que en mi piel escondo.
Nunca verás mi cara, nunca verán tus ojos;
nunca descubrirás lo que aquí atrás escondo.
LADY, BECKY Y PATTY (en el video; cantando): Nunca, nunca,
nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
Nunca, nunca, nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
(En el video, se ve que Lady tiene un ataque de tos; inmediata-
mente, Becky la cubre con un solo de guitarra. Pablo detiene el
video con un control remoto y lo retrocede unos segundos. Vuel-
ve a poner en marcha el video.)
LADY (en el video; cantando): ... nunca verán tus ojos;
nunca descubrirás lo que aquí atrás escondo.
(Pablo detiene la filmación con el control remoto. Toma un lápiz
y un cuaderno, y se pone a escribir y a leer notas. Lady se le
acerca; Pablo no nota su presencia.)
PABLO: Una de las más peculiares irrupciones en informal san-
toral limeño de los ochentas fue la de la cantante popular
Lady Huayanay quien, según la creencia imperante de su culto,
ascendiera a los cielos durante una descomunal gresca en
433

un concierto del 28 de diciembre de 1989 en el entonces fa-


moso Chichódromo.
(Pablo mira a Lady; ésta le sonríe y asiente.)
PABLO: Tarea pendiente: Visitar el Chichódromo... Tarea pen-
diente: Entrevistar a Augusto. No creo que me diga nada
nuevo, pero siempre ayuda tener una voz autorizada, por más
charlatana que sea; de paso, veo a Ángela y le pregunto so-
bre el edema de Reinke... y la escucho decirme "Pablocho"....
Pablocho...
(Lady se pone detrás de Pablo; lee lo que éste escribe.)
PABLO: El edema de Reinke: causas, síntomas, posibles trata-
mientos... Pablocho... Morocho… Encabezado alterno: Pese
a que son cada vez menos las personas que recuerdan a Lady
Huayanay, aún muchos devotos acuden a su intercesión para
conseguir buena fortuna e impunidad en sus infidelidades
matrimoniales, pues la huanuqueña ha sido convertida por
el juicio popular en la protectora de los amantes clandesti-
nos. Antes de transformarse en una especie de beata de los
"tramposos", Lady Huayanay era la cantante y líder del grupo
de música chicha "Lady y las Huayruras"... ¿Arrancar con lo
de los amantes o con la ascensión? ¿Qué cautivaría más a
las señoras? En fin... Ya saldrá... Tal vez, un libro... Tarea
pendiente: Conseguir videos del gran desmadre en el
Chichódromo...
(Lady empieza a acariciar la cabeza y masajear la espalda de
Pablo; éste siente placer pero no sabe por qué.)
PABLO: Un par de párrafos para explicar el éxito del grupo; Au-
gusto me podrá ayudar en eso. Algo así como... Probable-
mente, el grupo debía su éxito a tres factores: a la sensual
voz de Lady; al hecho de que todas fueran mujeres y tocaran
sus instrumentos... Un par de frases sarcásticas: grupos de
mujeres que sólo mueven el culo y cantan pésimo... y al mis-
terio que las envolvía al aparecer siempre con el rostro pin-
tado.
(Pablo pone cara de extrañeza, como notando una presencia.
Vuelve a poner en marcha el video con el control remoto y ob-
serva la pantalla.)
LADY, BECKY Y PATTY (en el video; cantando): Nunca, nunca,
nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
Nunca, nunca, nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
(En el video, se ve que Lady tiene un ataque de tos. Pablo detie-
ne el video.)
PABLO: Eso es lo que creen.
434

(Lady le extiende sus manos a Pablo. Éste las toma y las besa.)
PABLO: Ya van a ver. Te voy a encontrar, mi señora. Todo lo haré
por ti.

CUATRO
(Sala de la casa de Lady. Pablo entrevista a Becky y Patty.)
BECKY: ¡Ni una!
PATTY: Ni una, ni una...
PABLO: ¿Ni una sola?
PATTY: Parece sordo usted, señor. Ni una sola.
BECKY: La idea fue de nuestro productor y promotor...
PATTY: Chicho Mayolo...
BECKY: Que saliéramos así todas pintadas así como semillas
de huayruro, rojo y negro. Decía Chicho que así íbamos a
tener más acogida.
PATTY: Y para otras cosas también.
BECKY: Oye, cállate, Patty. Ésta, cada vez que abre la boca, hay
que cuidarse... Idiota.
PATTY: No me digas así, por favor.
BECKY: Y Chicho nos obligó a quemar todas las fotos que tenía-
mos. Decía que había que mantener para siempre el miste-
rio.
PATTY: Decía Chicho que había que destacar lo mejor que te-
níamos: nuestra música y nuestros cuerpos.
BECKY: Porque teníamos unos cuerpazos...
PATTY: Cómo que "teníamos", Becky. Mírenos, señor, todavía
estamos para que nos metan diente, ¿o no?
BECKY: No seas vulgar, Patty… Nadie sabía cuánto iba a durar
el éxito. En un año y medio, pasamos de ser unas totales
desconocidas a llenar estadios en todo el mundo.
PATTY: Nueva Jersey, San Diego, Frankfurt, hasta Tokio...
BECKY: Aprendimos tanto de un golpe, aprendimos tanto con la
desaparición de Lady... Usted ni se lo puede imaginar.
PATTY: Si sólo pudiera comprender eso, entendería todo: en-
tendería qué pasó con Lady.
PABLO: ¿Por qué?
PATTY: No, no... Nada.
BECKY: Yo destrocé todas mis fotos; las quemé. Quería des-
aparecer todo lo que era antes de ser una huayrura.
PABLO: Ni una sola foto de Lady, entonces.
BECKY: Ni una.
PATTY: En verdad, yo sí guardé unas fotos mías. Chicho ni se
enteró. Además la cosa era sobre todo para Lady; no era tan-
435

to para nosotras.
BECKY: Era para todas, Patty.
PABLO: Ustedes fueron las testigos más cercanas de la desapa-
rición de Lady. ¿Qué ocurrió ese día?
PATTY: Lady ascendió a los cielos.
PABLO: Por favor, ya han pasado veinticinco años. Ya pueden
hablar.
BECKY: Todo estaba muy confuso esa noche. Todos se peleaban
con todos, y yo sólo quería esconderme. Pero, en medio de
todo, sí, me pareció que se elevaba. Varias personas la vie-
ron.
PATTY: Eso sí fue increíble. Gente que ni conocíamos se puso a
describir cómo Lady ascendía. La locura total.
BECKY: Idiota, no hables tanto.
PATTY: No me digas "idiota", te he dicho.
PABLO: Todavía hay gente que va a lo que fue el Chichódromo
me dicen. Dicen que le dejan flores a Lady.
PATTY: Desde que Fermín y Milagritos se pelearon, ese sitio se
ha convertido en un antro. Está abandonado. Nadie limpia.
Todo huele a pichi.
BECKY: Al principio, era más organizado. Hasta mantas limpias
había.
PATTY: Y a condones usados también huele.
BECKY: Pero Fermín y Milagritos siguen mandando a los segui-
dores de Lady a que le dejen flores y ofrendas. Claro que
Fermín los manda para que pidan por la maldición de los
inicuos y Milagritos los manda para que los adúlteros pue-
dan tener suerte y protección, y ahí no más se revuelcan a la
vista de todos.
PATTY: Huele a pichi y a condones; horrible todo.
PABLO: ¿Esta Milagritos era algo del grupo?
BECKY: No, no. Es una vieja amiga de Lady, las dos son de
Huánuco. Milagritos Reyna. Vino a Lima después de que Lady
ascendió a los cielos. Al principio, trabajaba con Fermín en
lo del culto de Lady, pero ahora se han peleado.
PATTY: No le vaya a sacar el tema de Milagritos a Fermín.
PABLO: ¿Por qué?
BECKY: Milagritos le ha quitado devotos a Fermín desde que
abrió su culto propio. El pobre Fermín cada día tiene menos
gente que venga a la casa de Lady para rezar su salmo, para
comprar sus estampitas y sus pañuelos "originales", y sus
rosarios de huayruros. El pobre va a tener que volver a traba-
jar detrás del Palacio de Justicia.
PABLO: ¿Qué hacía ahí?
436

BECKY: Trámites.
PABLO: Falsificador de documentos.
BECKY: ¿Qué más se puede hacer detrás del Palacio de Justi-
cia? Si necesitas certificados de algo, de matrimonio, de es-
tudios... Porque creo que nunca terminaste de estudiar...
PATTY: Ahí viene, ahí viene...
(Fermín entra; tiene un fajo de estampitas.)
FERMÍN: Bienvenido nuevamente a la casa de Lady que es la
casa de todos, joven. Aquí están las estampitas; recién sali-
das. Mire, joven: ésta es la carita de mi Lady justiciera. Mire
la paz de su rostro. Mire cómo eleva las manos a los cielos
preguntando por qué. ¿Por qué tanta iniquidad, por qué? Por-
que mire, mire la iniquidad aquí abajo. Toda esa gente pe-
leándose, acuchillándose. ¿Se ve claro? Miré, abajo todos
peleándose y mi Lady justiciera –su cuerpecito no lo pudo
soportar- ascendiendo sobre toda esa abominación. Porque
no sólo se están golpeando y acuchillando aquí abajo. ¿Qué
más ve usted? Dígame, joven.
PABLO: No sé... Está un poco borroso...
FERMÍN: Pero fíjese. ¿Qué más ve usted en esa confusión so-
bre la que se eleva mi Lady justiciera?
PABLO: Tal vez, si me dice qué es lo que hay que ver...
FERMÍN: ¡La concupiscencia! No sólo hay violencia. Mire. ¿Qué
ve aquí?
PABLO: Dos puntitos y... No veo... ¿Una manchita?
FERMÍN: Es otra de esas muchas sinvergüenzas que se quitó la
blusa y el sostén, y se deja manosear por cualquier extraño.
Es todo una orgía de violencia y concupiscencia. Y mi Lady
justiciera se eleva a los cielos preguntándose ¿por qué? ¿Por
qué tanta iniquidad? Aquí atrás de las estampitas está la
oración favorita de mi Lady cuando habitaba entre nosotros:
el Salmo 109, del seis al diecinueve. Ahora es la oración que
hay que elevarle a ella cuando quiera que los inicuos sufran.
Léala.
PABLO (leyendo): "¡Sean pocos sus días, que otro ocupe su car-
go; queden sus hijos huérfanos y viuda su mujer!"
PABLO, BECKY Y PATTY: ¡Anden sus hijos errantes, mendigan-
do y sean expulsados de sus ruinas...
FERMÍN, BECKY Y PATTY: ... el acreedor le atrape todo lo que
tiene, y saqueen su fruto los extraños!
PABLO: Éstas son maldiciones terribles, don Fermín. ¿No se
supone que la casa de Lady es la casa de todos, que ella es
todo amor?
FERMÍN: ¡Todo amor para los que no reniegan del amor! Lea el
versículo dieciséis. Léalo...
437

PABLO (leyendo): "Porque él no se acordó de actuar con amor:


persiguió al pobre, al desdichado..."
PABLO, BECKY Y PATTY: ... y al de abatido corazón para matarle.
FERMÍN: Ahí está escrita su respuesta. Cada una de éstas está
a cincuenta céntimos. Hay más grandes de a sol. También
tenemos pósters: en lámina, a cinco soles; encartonados, a
siete. ¿Cuántos le separo?
PABLO: Uno de cada uno, los pósters. Y tres estampitas de cada
tipo.
(Fermín saca un sucio pañuelo rojo y negro de su bolsillo.)
FERMÍN: Mire... No, no, no lo toque, por favor. Éste es el pa-
ñuelo de mi Lady justiciera. Éste es el pañuelo que cayó de
su cuello mientras entraba en los cielos. Mire la estampita.
¿Ve? ¿Ve cómo hay un pañuelo que está cayendo a la tierra?
Yo lo recuperé. Es lo único que nos vincula con los cielos.
Aún conserva el sudor mágico que emanaba en cada concier-
to. Si le contara la cantidad de dinero que me han ofrecido...
Pero, lo siento, nunca este pañuelo será objeto de mercado.
PABLO: Me parece muy bien. Pero, don Fermín, quería pregun-
tarle...
FERMÍN: ¿Cuánto cree que me han ofrecido por este pañuelo?
PABLO: Yo no estoy muy enterado de...
FERMÍN: Vamos, joven. Adivine. ¿Hasta cuánto cree que me
han ofrecido? ¡No lo toque!
PABLO: Perdón; pensé que me lo estaba extendiendo.
FERMÍN: Disculpe usted. Sí, tóquelo, vamos, joven, tóquelo.
Usted parece una persona justa. ¿Cuánto daría usted por él?
PABLO: No, no podría ponerle precio...
FERMÍN: El auténtico sudor de mi Lady justiciera está impreg-
nado aquí, el único vínculo entre los cielos y esta tierra de
iniquidad.
PABLO: Por eso mismo, jamás me atrevería a ponerle precio a
un objeto que...
FERMÍN: Atrévase: póngale precio. Tal vez, algún día termine
cediendo.
PABLO: No, don Fermín. Disculpe. Más bien, quería preguntarle
sobre los que dicen que Lady es la santa o la protectora de
las relaciones extramatrimoniales.
PATTY: Uy, se armó la gorda.
FERMÍN: ¡¿Quién le ha dicho eso?!
BECKY: Sonamos.
FERMÍN: ¡Calumnias! ¡Inventos! Mentiras de gente que se de-
cía amiga de Lady y ahora quiere aprovecharse. Dígame, jo-
ven, ¿cree usted que alguien tan pura como mi Lady justicie-
438

ra va proteger a esos inicuos que contaminan la santa insti-


tución del matrimonio? ¿Le parece concebible? ¿No ha visto
la cara de mi Lady? Toda esa pureza... ¡Mírela!
PABLO: Es que dicen que en el antiguo Chichódromo...
FERMÍN: Van ahí engañados por esa serpiente, por esa maldita,
por esa inicua y aprovechadora...
PABLO: ¿Milagritos Reyna?
FERMÍN: ¿La ha conocido?
PABLO: Todavía no.
FERMÍN: ¿Le parece moral lo que hace esa serpiente? ¿Ha visto
sus ceremonias? ¿Ha ido alguna vez a esas orgías?
Aprovechadora, maldita aprovechadora. Vaya con ella si quie-
re; váyase como se van todos. No merece el pañuelo usted.
No merece ni las estampitas. ¡Démelas!
(Fermín le arranca las estampitas a Pablo y sale furioso.)
BECKY: Le dijimos que no le saque el tema de Milagritos.
PATTY: Si se entera de que nosotras también trabajamos para
ella, le da un infarto, con su arritmia.
BECKY: ¡¿No puedes quedarte callada, Patty?!
PABLO: Pero ¿cómo así ustedes también trabajan para
Milagritos?
BECKY: ¿Ves? Ya la embarraste.
PABLO: No se preocupen; pueden confiar en mí.
BECKY: Mira, hay que sobrevivir. La venta de estampitas y pa-
ñuelos ya no es lo que era antes. Milagritos cada día se lleva
más gente. Pero no queremos abandonar a Fermín. Él nos ha
ayudado tanto tiempo.
PATTY: Y lo importante es que con Milagritos seguimos cerca de
Lady.
PABLO: ¿Dónde está Lady?
PATTY: Si quiere verla, vaya a las ceremonias de Milagritos, los
jueves. Ahí Lady se le mete en la piel y en la garganta.
BECKY: ¡Cállate, Patty!
PABLO: ¡¿Dónde está Lady?!
BECKY: En los cielos. ¿Dónde si no? ¿Acaso no lo entiendes?
PABLO: Por supuesto que entiendo: la mataron...

CINCO
(Sala del ritual de Milagritos. Milagritos está frente a una mesa
de altar vestida con túnicas rojas y negras. La flanquean el Hom-
bre 1 y la Mujer 1 que hacen de percusionistas que tocan tum-
bas a un ritmo constante. Frente a la mesa, están Pablo, Becky,
Patty, el Hombre 2 y la Mujer 2 -estos dos últimos hacen de
439

participantes del ritual. Milagritos -con una voz ronca- trata de


cantar: sólo le salen sonidos estridentes y toses.)
MILAGRITOS (tratando de cantar): Si te vas...
(Milagritos tose. Los percusionistas tocan las tumbas con más
fuerza y frenesí.)
MILAGRITOS (tratando de cantar): Si te vas... Si te vas con otro...
No respondo... Ay, mujer...
(Mientras Milagritos trata de cantar y los percusionistas au-
mentan la fuerza de sus golpes, Becky, Patty, el Hombre 2 y la
Mujer 2 van cayendo en un trance: se contorsionan, gritan. Pa-
blo los mira sorprendido.)

SEIS
(Cuarto del secuestro. Pablo habla con Chicho que empuña un
revólver.)
PABLO: Aunque fuera una farsa, aunque supiera que todo era
un montaje para que otros obtuvieran el poder y la gloria,
quería sentirme como ellos: poder gritar incoherencias, arrás-
trame por el piso, moverme a un ritmo sin darme cuenta de
que existía un ritmo al que me movía, sin contar tres hacia
la derecha, tres hacia la izquierda...
CHICHO: Muy bien, muy bien. No pensamos que fuera tan fácil
llegar al fondo del asunto tan rápidamente.
(Chicho deja el revólver sobre la mesa. Pablo lo ve.)
PABLO: Estaba a punto de hacerme un devoto más de Lady
Huayanay, cuando, de pronto, todo fue obvio, tan evidente...
Listo. ¿Ahora qué? ¿Me van a matar?
CHICHO: Mira, Pablo: nadie quiere hacerte ningún mal. Todo lo
contrario. Queremos ayudarte. Pero así como nosotros te
vamos a dar ayuda, de igual forma necesitamos de ti.
PABLO: Olvídense. Jamás los ayudaré con sus mentiras.
CHICHO: Vives obsesionado con qué es verdad y qué es menti-
ra. Por eso es que no puedes bailar como los demás, como
todos, como cualquiera.
(En eso, Pablo se lanza hacia el revólver en la mesa. Lo toma y
le apunta a Chicho. Chicho sonríe tranquilo.)
PABLO: Ahora tú me vas a escuchar, matoncito. Los voy a de-
nunciar. Voy a publicar un reportaje que los va a destrozar.
Qué lástima que no sea un delito engañar a la gente con
creencias falsas...
CHICHO: No habría espacio en las cárceles.
PABLO: No seas gracioso. Es el fin de su negocio, de su farsa.
Espero que toda la gente a la que han engañado venga a
pedirles cuentas. Yo me voy a encargar de informarles.
440

CHICHO: ¿Cómo? ¿Con un artículo en "Betsabé" firmado por


"Angie Tarsiana"? Con tu denuncia, quedaría al descubierto
que los artículos de Angie Tarsiana los escribe un hombre;
no sería muy bien visto por las lectoras de tu revista.
PABLO: Perderé mi trabajo. No me importa. No hay nada con lo
que me puedan amenazar o sobornar para evitar que los de-
nuncie.
CHICHO: Yo no sería tan tajante en afirmar eso.
PABLO: Sólo les queda matarme apenas pase esa puerta; tal
vez, tengan a otros de sus matones esperándome a la salida.
CHICHO: Aquí no trabajamos con matones, Pablo.
PABLO: Podrán ofrecerme la millonada de plata que quieran...
CHICHO: No es plata lo que te queremos o podemos ofrecer.
PABLO: Ni plata ni poder ni nada. No podrán chantajearme tam-
poco. No me importa si me matan. No tengo hijos, no tengo
padres, no tengo pareja...
CHICHO: ¡Ajá! Tal vez, por ahí esté el gran problema: no le per-
teneces a nadie, nadie te pertenece. ¿Por qué no te unes a
nosotros en la adoración a Lady? Aquí tendrías la gran fami-
lia que...
PABLO: Primero muerto. No podrán amenazar a nadie cercano a
mí: no hay nadie cercano.
CHICHO: No pensamos hacerlo, pero bien podríamos amenazar
a la tal Angie Tarsiana.
PABLO: "Angie Tarsiana" es un seudónimo, matoncito. La pue-
den matar, violar, descuartizar. No existe. No me importa
quedarme sin mi trabajo en "Betsabé". Con el informe que
voy a publicar sobre ustedes, conseguiré trabajo en los me-
jores diarios y revistas.
CHICHO: ¡Al fin! Al fin una gota de ambición personal en el
desierto de la pureza; empezaba a pensar que eras un extra-
terrestre. Pero, no, Pablo; no me refiero a la Angie de los
artículos, hablo de la verdadera Angie Tarsiana: Ángela de
Tarso.
(Chicho lee del cuaderno.)
CHICHO: "Pablocho, morocho, nariz de Pinocho."
(Pablo se sorprende y le apunta con el revólver a Chicho.)
PABLO: Miserables...
CHICHO: Carajo, cómo quisiera apasionarme así por una mu-
jer. Cómo cambiaría el mundo si todos... Si fueras mujer, te
daría un beso...
PABLO: No le hagan nada.
CHICHO: Fue muy obvio tu seudónimo. Ten cuidado: el marido
puede sospechar.
441

(Pablo se lleva el revólver a la sien.)


PABLO: A ella no la toquen. Mátenme a mí. Por favor... Yo lo
hago por ustedes si quieren.
CHICHO: Entiende, por favor: nadie piensa hacerle daño a na-
die. Y, sólo por si vives tan obsesionado por distinguir lo
verdadero de lo falso, te informo que ese revólver es de ju-
guete.
(Pablo dispara: se oye un sonido de juego. Pablo llora.)

SIETE
(Sala de la casa de Augusto y Ángela. En esta escena, Lady está
en un segundo plano y reacciona con gestos a la conversación
de los otros. El Hombre 2 y la Mujer 2 hacen de Augusto y Ángela.
Pablo conversa con el Hombre 2.)
HOMBRE 2: "Chicha" fue un término que, al principio, preten-
día ser despectivo respecto a la gran revolución musical que
se dio en los años ochenta en el Perú. Probablemente al-
guien dijo algo así como "Esta música es una chicha" como
queriendo decir que no valía nada. Pero los cultores de esta
música que combinaba la cumbia tropical, la música andina
y el rocanrol asumieron con orgullo esta denominación y con
"música chicha" se quedaron.
PABLO: Pero, Augusto, todavía sigue siendo un término despec-
tivo: "cultura chicha", "economía chicha", "prensa chicha"...
HOMBRE 2: ¿Ya ves, Pablito? Tú no necesitas entrevistarme
para sazonar tu artículo. Tal vez, incluso, tú sepas más que
yo. Dime la verdad, hombre, ¿para qué has venido?
(La Mujer 2 entra con una botella de pisco y tres vasitos.)
MUJER 2: Un pisquito para celebrar el reencuentro, porque,
después de esta aparición, te nos vuelves a perder por si-
glos.
(La Mujer 2 sirve pisco en los tres vasitos y los reparte.)
MUJER 2: Salud, Pablocho. Por la sorpresa, por el milagro, por
el gusto de volverte a ver.
PABLO: Salud, Ángela.
HOMBRE 2: Salud.
(Los tres beben el pisco de un sorbo.)
HOMBRE 2: Mi amor, justamente le estaba diciendo a Pablito
que él no necesita la excusa de entrevistarme para visitar-
nos.
MUJER 2: Ésta es tu casa. Somos como hermanos hace
veintitantos años.
HOMBRE 2: No sólo por eso. Te decía que, pese a que abando-
naste la carrera a la mitad por hacerte el interesante, tú
442

sabes más que cualquiera de esos doctorcitos que publican


cualquier estupidez para que no les quiten el nombramiento.
MUJER 2: Tú has leído más que todo el Perú junto, Pablocho.
HOMBRE 2: No me vas a decir que todo lo que te he contado
sobre la chicha y la crisis de los ochenta es la gran novedad
para ti. Cuéntanos, que ya tengo que salir, ¿para qué has
venido?
MUJER 2: Mi amor, tal vez, sólo quería visitarnos. Su pretexto
me parece ingeniosísimo.
PABLO: No, no, no; no es un pretexto. Bueno, en cierta forma
sí, porque también quería consultarle a Ángela sobre unos
síntomas que no sé si serán serios.
HOMBRE 2: ¿Qué tienes, Pablito?
PABLO: A veces, de la nada, se me va la voz, como si de pronto
no pudiera sonorizar palabra, pero la afonía desaparece des-
pués de unos minutos.
MUJER 2: ¿Con qué frecuencia te da?
PABLO: Cada vez es más seguido. De pronto, se me quiebra voz;
se me va. Sospecho de un edema de Reinke.
(La Mujer 2 se acerca a Pablo y le toca la garganta.)
HOMBRE 2: Ya, no manosees mucho a Pablito que le está gus-
tando.
MUJER 2: ¿Te han dicho últimamente que estás con voz más
sexy?
PABLO Y HOMBRE 2: ¡¿Qué?!
MUJER 2: Tranquilos. Digo que si has notado o te han dicho que
tu voz se ha puesto más ronca, más como con carraspera.
PABLO: Sí, un poco.
MUJER 2: Si estás tomando y fumando mucho, no me sorpren-
dería que fuera el edema de Reinke.
HOMBRE 2: ¿Es grave?
MUJER 2: No es mortal pero es permanente; te traerá proble-
mas si te metes en política y quieres dar muchos discursos.
No siento nada en la laringe pero te recomiendo que vayas a
ver a un especialista lo antes posible.
PABLO: Gracias, Ángela. ¿Podrías sugerirme unos libros sobre
el edema?
MUJER 2: Nada de libros. Tú vas a donde un otorrino y se acabó.
Que ya veo que estás pensando automedicarte...
HOMBRE 2: No, Pablito, no te creo que hayas venido sólo por
una consulta gratis con una ginecóloga para un problema en
la garganta. ¿Para qué has venido?
(El Hombre 2 y la Mujer 2 quedan inmóviles. Pablo se dirige a
Lady.)
443

PABLO: ¿Qué hago aquí, mi señora? Dando explicaciones ab-


surdas, pretendiendo necesitar información y tratamiento,
cuando lo único que necesito es tirarme sobre ella y darle
los besos que no le he dado por veinticuatro años y siete
meses. ¿Qué hago aquí? Seguir, seguir…
(El Hombre 2 y la Mujer 2 vuelven a tener movimiento. Es como
si hubieran pasado varios minutos.)
PABLO: En el supuesto negado de que no necesitara de ningún
especialista, aun así, sería bueno citar a alguien de presti-
gio. A mí no me conocen ni los que me leen; en cambio tú
eres el doctor Augusto del Río...
MUJER 2: El "todólogo" más reconocido del Perú. Para todo lo
llaman: si el presidente se tira un pedo, llaman a Augusto
para que opine.
HOMBRE 2: Ángela, ¿Cuántas veces te he dicho...
MUJER 2: Perdón, mi amor. Es que no le gusta que le digan
"todólogo".
HOMBRE 2: Suena como si fuera un charlatán.
MUJER 2: Ya, no te molestes. Es Pablocho. Él sabe que tú no
eres un...
HOMBRE 2: Es como la quinta vez que te lo digo. ¿Lo haces para
fastidiarme? ¿Eso es lo que quieres?
MUJER 2: No te molestes, por favor.
(La Mujer 2 sirve más pisco en los vasitos y los reparte.)
MUJER 2: Salud.
PABLO: Salud.
(Los tres beben el pisco de un sorbo.)
PABLO: Además, ustedes fueron al concierto final de "Las
Huayruras" en 1989. Son también testigos presenciales.
MUJER 2: Porque tú no quisiste venir. Teníamos las entradas,
teníamos todo listo, y, al final, nunca apareciste.
PABLO: Algo me cayó mal. Me puse mal del estómago.
HOMBRE 2: Te la perdiste, Pablito. Uno de los momentos real-
mente históricos, una historia que veinticinco años después
te viene a apasionar y a ti te dio la diarrea del milenio. Tema
digno de un análisis.
MUJER 2: No te burles, mi amor.
HOMBRE 2: No me estoy burlando. Pero tenías que haber esta-
do ahí. No sabes lo que fue: la euforia, el desbande, la in-
consciencia. No sólo por la música; lo mejor vino después
cuando se armó la gran pelea.
MUJER 2: ¿Cómo que "lo mejor"? Casi nos matan. Todos se
peleaban con todos; golpeaban a quien tuvieran al frente:
hombre, mujer, niño, viejo. Augusto me rescató. No sé cómo
444

hiciste, mi amor, de dónde sacaste esa fuerza. Augusto me


cubrió con todo su cuerpo y fue abriéndose camino hasta la
salida. Esa noche, Augusto tenía moretones por todo el cuer-
po: en la espalda, en las piernas, en las nalgas.
HOMBRE 2: La primera noche que me viste desnudo y yo todo
amoreteado.
MUJER 2: Nunca estuviste tan apetecible... Nunca.
HOMBRE 2: En cambio tú estabas sin una mancha; tu piel esta-
ba intacta.
MUJER 2: Nunca más.
HOMBRE 2: Tú tampoco.
(La Mujer 2 sirve pisco en los vasitos. Los tres lo beben de un
sorbo.)
PABLO: El gran día en que Lady subió a los cielos.
HOMBRE 2: Eso fue lo más increíble, lo más puro que ha creado
la imaginación de este país: más de mil por ciento de infla-
ción, Lima rodeada por el terrorismo, sin agua, sin luz: un
país camino a su total desaparición y, sin embargo...
PABLO: El gran desmadre...
HOMBRE 2: La fuga suprema de toda la mierda: la ascensión a
los cielos. Increíble. ¿Te he hablado sobre la inflación y la
autoestima? No hay circunstancia que degrade más la
autoestima de una nación que la inflación; ni el hambre, ni
la guerra, ni nada. Y una autoestima por los suelos hace ver
y creer las cosas más alucinantes. Déjame leerte un texto.
(El Hombre 2 va a sacar un libro. Mientras lo hace, la Mujer 2
vuelve a servir pisco en los vasitos; se toma el suyo de un sorbo.)
HOMBRE 2 (leyendo): "El marco -unidad monetaria alemana
durante la República Weimar- había perdido su solidez y
límite: era a cada instante otra cosa. No tenía duración al-
guna. Tenía menos y menos valor. El hombre que confiaba
en él no podía evitar percibir su rebajamiento como suyo
propio... "
PABLO: "La inflación no sólo hace tambalearse todo exter-
namente, nada es seguro, nada permanece durante una hora
en el mismo sitio, sino que por la inflación él mismo, el hom-
bre, disminuye. Él mismo y lo que haya sido no es nada..."
MUJER 2: ¿Te lo sabes de memoria? A ti es que a quien debe-
rían consultar cuando el presidente se tira un pedo.
HOMBRE 2: Gracias por lo que me toca... Pero, precisamente,
insisto en lo que te dije, Pablito: ¿qué haces trabajando en
esa revista?
PABLO: "Betsabé".
HOMBRE 2: ¡"Betsabé" o como se llame! ¿Por qué abandonaste
tu carrera? ¿Qué haces en esa revista para amas de casa
445

cojudas?
MUJER 2: Déjalo en paz, mi amor.
HOMBRE 2: ¡Lo digo por su bien! ¡¿No te das cuenta?!
(El Hombre 2 y la Mujer 2 vuelven a quedar inmóviles. Pablo se
dirige a Lady nuevamente.)
PABLO: ¿Cuánto tiempo más va a durar esta tortura? Qué mala
idea, esta inútil visita; qué mal pretexto para ver si ocurre al
fin el milagro: en su casa, frente al marido. Ya perdí toda
razón, mi señora. Sigamos.
(El Hombre 2 y la Mujer 2 vuelven a tener movimiento. Es como
si hubieran pasado varios minutos.)
PABLO: En "Betsabé", aunque no aparece mi nombre -porque se
supone que todas son mujeres-, soy de facto el editor jefe;
publico artículos de lo que me dé la gana. La paga es buena;
me mantiene y me da tiempo para dedicarme a lo que quiero.
MUJER 2: ¿Y qué es lo que quieres?
(Hay un tenso silencio.)
MUJER 2: ¿No serás tú la famosa "Angie Tarsiana" de "Betsabé"?
¡Tú eres "Angie"! ¡Con razón!
HOMBRE 2: ¿Tú lees "Betsabé"?
MUJER 2: Cuando la encuentro en la peluquería o, a veces, la
traen para las pacientes, para la sala de espera. ¡Felicitacio-
nes, Pablocho!
HOMBRE 2: Ten cuidado; por estar leyendo eso, se te puede
seguir secando el cerebro. Ahora sí, con su perdón, me tengo
que ir.
MUJER 2: Son artículos buenísimos. Cualquier tema lo desme-
nuzas de una forma tan sutil y tan simple que nos haces
sentir inteligentes.
HOMBRE 2: "Angie Tarsiana"... Qué original...
MUJER 2: ¡Felicitaciones, "Angie"! ¡Tú sí que eres el verdadero
"todólogo"!
HOMBRE 2: ¡Te dije que no me digas así!
MUJER 2: No te lo he dicho a ti, Augusto. Se lo dije a Pablo.
PABLO: ¿Pablo?
HOMBRE 2: No te hagas la... Porque si él es el "verdadero
todólogo", qué vendría a ser yo, ¿el "falso"? Está bien, quéda-
te con tu "auténtico todólogo". Yo me tengo que ir. ¿Ves? Eso
te pasa por andar leyendo basuras como "Betsabé" y esas
cosas.
MUJER 2: Augusto, por favor, estás ofendiendo a Pablo. No lo
vemos hace años y no se te ocurre otra cosa que insultarlo.
HOMBRE 2: "Angie Tarsiana" sabe muy bien de qué hablo.
MUJER 2: Mi amor, por favor...
446

(El Hombre 2 sale; antes de salir, le hace un gesto de com-


plicidad a Pablo que la Mujer 2 no nota. La Mujer 2 sirve más
pisco en su vasito. Ambos beben el pisco de un sorbo.)
MUJER 2: Disculpa a Augusto, Pablocho. Lo que pasa es que te
envidia; o sea, te admira. Le dolió en el alma cuando te reti-
raste de los estudios proclamando que las ciencias sociales
y humanas eran otra forma de estafa, otra farsa... Otra su-
perstición... Eres todo o casi todo lo que él quisiera ser. Él
tiene que esforzarse para sacarle el alma a todas las cosas;
a ti te sale tan natural, tan fácilmente, tan...
(De pronto, Pablo se lanza sobre la Mujer 2 y trata de besarla.
La Mujer 2, sorprendida, se resiste.)
MUJER 2: ¿Qué te pasa, Pablo? Somos amigos hace más de
veinte años. ¿Qué te pasa?
PABLO: No fue un malestar estomacal ni una diarrea.
MUJER 2: ¿De qué hablas?
PABLO: Yo te había invitado a ver a "Lady y las Huayruras" ese
día. ¿Por qué tuviste que decirle a Augusto que viniera con
nosotros?
MUJER 2: No me acuerdo. ¿Yo le dije? Habrá sido porque todos
éramos amigos y andábamos en mancha de arriba abajo. ¿Te
molestó tanto?
PABLO: Yo quería ir contigo y sólo contigo a ese desbande que
sabía que eran sus conciertos. ¡Sólo contigo, Ángela!
MUJER 2: Discúlpame, Pablo: ¿por qué no me lo dijiste?
PABLO: Como dicen las mujeres: ¡¿acaso no te diste cuenta?!
¿Por qué crees que no le dije a nadie más para ir al concier-
to? ¡Y deja de llamarme "Pablo"!
MUJER 2: Entonces, nunca te dio la diarrea del siglo.
PABLO: ¿Por qué crees que no he tenido una relación duradera
en veinticinco años? ¿Por qué crees que me puse "Angie
Tarsiana"? Citándolas nuevamente a ustedes: ¡¿acaso no te
diste cuenta?! ¡Hasta Augusto se dio cuenta!
MUJER 2: ¡¿Crees que somos tan idiotas como ustedes?! Claro
que me di cuenta; por eso, invité a Augusto al concierto.
Tenía miedo.
PABLO: ¿De mí? ¿Tenías miedo de mí?
MUJER 2: No, de mí... No sabía de qué podía ser capaz si el río
se desbordaba en el jolgorio de ese concierto... Le dije a Au-
gusto que viniera para que estén ustedes, los dos, y se anu-
laran mutuamente, y tú me dejaste sola con Augusto... ¿Qué
puedo hacer ahora? Con Augusto estamos tratando de re-
construir el matrimonio. Él tuvo unos cuantos "encuentros"
con unas alumnitas, unas culoncitas que siempre lo rodean
y se le tiran encima, pero me ha jurado que nunca más. No
447

sé qué hacer.
PABLO: Pídele protección a Lady Huayanay.
MUJER 2: Huevón. No sé si estás hablando en broma o en se-
rio. ¿Qué quieres?
PABLO: No sé qué quiero. Siempre he pensado en lo triste, lo
frustrante de que la vida se te pase sin saber qué es estar, al
menos una vez, con la mujer que... Un beso, Ángela, aunque
sea para saber qué me perdí. Un beso en que el torbellino
nos lleve hasta donde tenga que llevarnos. Después, no me
vuelven a ver.
MUJER 2: ¿Torbellino? Estas leyendo mucho "Betsabé" y esas
cosas.
(Pablo se acerca a la Mujer 2. La acaricia; va a besarla.)
MUJER 2: Sólo uno...
PABLO: Y nunca más me vuelves a ver...
MUJER 2: ¿Me lo juras?
PABLO: Nunca más.
(Pablo y la Mujer 2 se besan.)
MUJER 2: Pablocho... Morocho... Nariz de Pinocho...
(Pablo y la Mujer 2 se besan con más pasión. Lady los mira.)

OCHO
(Calles al exterior del Chichódromo. En una semipenumbra: en
un rincón, el Hombre 1 y la Mujer 1 están tendidos en el piso
besándose y acariciándose, semidesnudos, gimiendo; en otro rin-
cón, la Mujer 2, arrodillada, repite, una y otra vez, el Salmo 109
versículos del seis al diecinueve; se escuchará su letanía a lo
largo de toda la escena. Pablo, con una flor en la mano, entra.)
PABLO: Huele a pichi pero el sitio es santo.
(Los gemidos del Hombre 1 y la Mujer 1 se hacen más intensos.
Pablo se acerca lentamente a la pareja. La Mujer 1 ve a Pablo y
da un grito.)
MUJER 1: ¡Es Walter! ¡Ahí está Walter! Nos encontró...
(La Mujer 1 sale corriendo. El Hombre 1 se viste a la volada y se
acerca temeroso a Pablo.)
HOMBRE 1: Waltercito, compadre... Déjame explicarte: Cuchita
te quiere.
PABLO: Disculpe, caballero. Yo no soy Walter.
(El Hombre 1 se acerca a Pablo y lo mira.)
HOMBRE 1: ¡¿Y qué hacía usted espiándonos?! ¡Pervertido! ¡Ma-
ñoso!
PABLO: Yo no vine a espiar a nadie. Disculpe si involunta-
riamente...
448

HOMBRE 1: ¡Cucha! ¡No es Walter! ¡Es otro mañoso de ésos!


(La Mujer 1 entra, ya vestida.)
MUJER 1: Te juro que lo vi igualito a Walter, con su cara que me
miraba toda roja, con su pistola en la mano.
HOMBRE 1: Te he dicho que tenemos la protección de Lady,
Cuchita. No nos puede pasar nada. Cuánto le hemos rezado.
PABLO: Supongo, entonces, que el tal Walter es el marido de la
señora...
HOMBRE 1: ¿Usted es curioso o qué? ¡Mañoso!
PABLO: Sólo quiero recoger material para...
MUJER 1: Es mi marido y nos mataría si nos encuentra. Es
policía. Se supone que está de guardia pero creo que sospe-
cha algo y no me sorprendería que se aparezca.
HOMBRE 1: Oye, Cucha, no tienes que explicarle nada a este
mañoso que viene acá para recoger material para masturbar-
se más tarde.
(El Hombre 2 entra vestido de policía. Pablo lo ve.)
HOMBRE 1: Mañoso, pervertido, depravado...
PABLO: Disculpe que lo interrumpa pero allá creo que viene un
policía...
HOMBRE 1: ¡Vete a tu casa, Cucha! Yo lo distraigo.
(La Mujer 1sale corriendo. El Hombre 1 se acerca al Hombre 2.)
HOMBRE 1: ¿Walter? ¿Waltercito?
HOMBRE 2: ¿Quién es?
HOMBRE 1: ¿Ya no reconoces a tu compadre? ¿Qué haces por
acá?
HOMBRE 2: Nada. Estoy de guardia y vine a dar una inspección
a estos locos que vienen a adorar a la chichera voladora.
HOMBRE 1: No le digas así a Lady, compadre. Lady es poderosa:
se puede vengar. No sabes cómo es ella, compadre.
HOMBRE 2: Cómo puedes creer en esas cojudeces. ¿Y qué ha-
ces por acá?
HOMBRE 1: Para otra gracia de Lady, pues, compadre. ¿Para qué
más?
HOMBRE 2 (por Pablo): ¡¿Con él?! No me digas que, a la vejez,
viruelas...
HOMBRE 1: No, compadre; cómo se te ocurre. La implicada es
ésa de allá.
(El Hombre 1 señala a la Mujer 2 que sigue rezando.)
HOMBRE 1: Lo que pasa es que le gusta rezarle a Lady antes del
asunto. Para la protección. Tú me entiendes.
HOMBRE 2: Pero ten cuidado, hombre. No confíes tanto en la
chichera voladora esa. Ya nos vemos por ahí. Tengo que se-
449

guir chambeando.
HOMBRE 1: Chau, compadre.
(El Hombre 2 sale. El Hombre 1 cae de rodillas al piso.)
HOMBRE 1: Gracias, Lady... Gracias, gracias, gracias...
PABLO: ¿Pero, en verdad, usted cree que Lady lo ayudó en esto?
HOMBRE 1: ¿Pero no ha visto lo que acaba de ocurrir? Si no
llegaba usted, Cucha y yo ya estaríamos muertos. ¡Muertos!
¡Tirados ahí entre la sangre! Usted es un agente de Lady.
¿No se da cuenta? ¿No se da cuenta de lo que acaba de ocu-
rrir? ¿De lo poderosa que es Lady?
PABLO: Fue una casualidad.
(El Hombre 1 se levanta.)
HOMBRE 1: Si sólo cree en las casualidades, le contaré que,
con la de hoy, yo ya tengo... serían... siete, ocho... más de
diez casualidades. No son casualidades, señor, son gracias
de Lady.
PABLO: Dígame, si Lady en realidad los protege, ¿por qué no
evitó que el tal Walter viniera esta noche? ¿Por qué tenerlos
al susto y salvarlos con las justas?
HOMBRE 1: Gracioso es usted, ¿no?
PABLO: No. Lo pregunto en serio: ¿por qué no los salvó de una
forma más milagrosa? ¿Por qué no les permitió que disfruta-
ran su aventura hasta el final? Si es tan poderosa... ¿O por
qué no cegó a Walter o los hizo invisibles a usted y su aman-
te? Habría sido lo más práctico, creo.
HOMBRE 1: Gracioso. Pero no tiente a Lady, amigo, se lo acon-
sejo. Lo perdono porque usted, pese a su poca fe, ha sido su
agente.
PABLO: Yo no soy agente de nadie.
HOMBRE 1: ¿Y esa flor? Es para Lady, ¿o no? ¿Vio? No tiene
usted tan poca fe como quiere aparentar. Lady le hizo una
gracia y viene a agradecerle... Amigo, no puede negar más el
milagro que acaba de ver, del que acaba de ser agente. Déjele
su flor a Lady y pídale perdón por sus dudas. Usted no sabe
de lo que Lady es capaz.
(El Hombre 1 va a salir; ve a la Mujer 2 que reza en un rincón.)
HOMBRE 1: ¿Y ésa? ¿Otra casualidad? ¿Otra casualidad que
justo estuviera ahí para encubrirme? Gracioso.
(El Hombre 1 sale. Pablo mira a la Mujer 2 que sigue arrodillada
en un rincón rezando. Su voz suena gradualmente más intensa.)
MUJER 2: ¡Anden sus hijos errantes, mendigando, y sean ex-
pulsados de sus ruinas; el acreedor le atrape todo lo que
tiene, y saqueen su fruto los extraños! ¡Ni uno solo tenga
con él amor, nadie se compadezca de sus huérfanos, sea
450

dada al exterminio su posteridad, en una generación sea


borrado su nombre! ¡Sea ante Yahveh recordada la culpa de
sus padres, el pecado de su madre no se borre; estén ante
Yahveh constantemente, y él cercene de la tierra su memo-
ria! Porque él no se acordó de actuar con amor: persiguió al
pobre, al desdichado, y al de abatido corazón para matarle;
amó la maldición: sobre él recaiga, no quiso bendición: que
de él se aleje. Se vistió de maldición como de un manto: ¡que
penetre en su seno como agua, igual que aceite dentro de
sus huesos! ¡Séale cual vestido que le cubra, como cinto
que le ciña siempre! ¡Suscita a un impío contra él, y que un
fiscal esté a su diestra; que en el juicio resulte culpable, y
su oración sea tenida por pecado! ¡Sean pocos sus días, que
otro ocupe su cargo; queden sus hijos huérfanos y viuda su
mujer!

NUEVE
(Sala del ritual de Milagritos. Milagritos trata de cantar en me-
dio de atoros. El Hombre 1 y la Mujer 1, como percusionistas,
tocan tumbas a un ritmo frenético. Pablo, Becky, Patty, el Hom-
bre 2 y la Mujer 2 los escuchan. Salvo Pablo, todos emiten gemi-
dos, golpean el piso, se retuercen.)
MILAGRITOS (tratando de cantar): Si te vas con otro,
no respondo... no respondo...
(Después de varios segundos así, la ronca voz de Milagritos se
va aclarando hasta que empieza a cantar sin las toses y los
atoros. La percusión sigue a un ritmo cada vez más frenético.)
MILAGRITOS (cantando): Si te vas con otro,
no respondo, no respondo,
ay, mujer, no respondo de quién soy...
Así me dijo mi hombre,
pues se me escapó tu nombre,
cuando, en alma, me hizo suya
pero, en cuerpo, yo era tuya...
No respondo de quién soy...
Si te vas con otro,
no respondo, no respondo,
ay, mujer, no respondo de quién soy.
Si te vas con otro…
(En medio del canto, la Mujer 2 ha entrado cada vez más en
trance con gritos, convulsiones y golpes al piso con pies y ma-
nos. Súbitamente, la Mujer 2 se lanza hacia Milagritos tratando
de agredirla. El Hombre 1 deja de tocar y sujeta a la Mujer 2; es
ayudado por Becky y Patty en su intento de contenerla. La Mujer
1 sigue tocando las tumbas aunque a un ritmo más suave. El
Hombre 1 sigue en trance. Pablo mira todo con desconfianza. La
451

Mujer 2 se va calmando.)
MILAGRITOS (a la Mujer 2): Lo peor ha pasado, hija. Lady escu-
chó tus súplicas de auxilio. Tu sufrimiento, tu fe, han traído
a Lady hasta nosotros: yo fui sólo su instrumento. Anda y
deja que tu amor se desborde con quien se deba desbordar y
hasta donde se deba desbordar; tienes la protección de Lady.
Suéltenla.
(El Hombre 1, Becky y Patty sueltan a la Mujer 2. Ésta abraza
llorando a Milagritos. Milagritos le acaricia la cabeza y también
llora. Las tumbas que toca suavemente la Mujer 1 se siguen
oyendo.)
MILAGRITOS: Que Lady los bendiga y los proteja a todos en
cualquier empresa en que la autentica pasión de sus cuer-
pos y almas los rebalse. Becky, Patty, por favor, preciosuras,
acompañen a todos a la salida. El señor Pablo y yo tenemos
que hablar.

DIEZ
(Estudio de Pablo. Pablo escribe en su cuaderno y lo lee. Lady lo
mira.)
PABLO: Tarea pendiente: Juntar o tratar de juntar a Fermín
Rodríguez y Milagritos Reyna para ver qué tienen que decir-
se; tal vez, citar a Milagritos en el local de Fermín sin que
éste lo sepa. Ojalá no se saquen los ojos... Tarea pendiente:
Visitar el ritual de Milagritos. Que no pase otro jueves sin ir.
¿Por qué no voy? ¿A qué le tengo miedo? ¿A terminar por
convertirme en un devoto de Lady o a romper todo el encanto
y, ahora sí, para siempre?
(Lady ríe; se acerca a Pablo y lo besa en la boca. Ambos se be-
san. Luego, Lady lleva a Pablo frente a la pantalla; le da el con-
trol remoto. Pablo se deja llevar sin queja o sorpresa. Enciende
el video con el control remoto. En la pantalla, se ve un noticiero
de 1989: una periodista lee las noticias. En la parte inferior del
video, se ve un cintillo con noticias de la época: atentados te-
rroristas, escasez de alimentos y servicios, hiperinflación, etc.)
PERIODISTA (en el video): Una descomunal gresca que costó la
vida de al menos una persona se desató ayer por la noche
durante un masivo concierto del grupo "Lady y las Huayruras".
El local llamado "El Chichódromo" en el distrito de La Victo-
ria fue testigo de una violencia generalizada entre los asis-
tentes que la emprendieron los unos contra los otros sin
que la policía pudiera intervenir. Estamos ya en contacto,
desde el lugar de los hechos, con nuestro reportero Freddy
Eizaguirre con los últimos detalles. Freddy, ¿me escuchas?
(Se ve, en la pantalla, en una calle, al reportero con un micrófono
al lado de la viuda del asesinado. Se nota que es de madrugada.)
452

REPORTERO (en el video): Sí, Carla, buenos días. Precisamen-


te estamos aquí con la flamante... digo, la reciente viuda del
infortunado que perdiera la vida en esta batalla campal en
que se transformó el Chichódromo. Díganos, señora -enten-
demos el dolor por el que debe estar pasando- pero díganos,
¿cómo fue que atacaron a su esposo?
VIUDA (en el video): Él se lo buscó, pues; por celoso, pues.
REPORTERO (en el video): ¿Pero usted pudo llegar a reconocer
al asesino? ¿Lo podría identificar?
VIUDA (en el video): No quiero identificarlo. ¿Acaso me van a
obligar?
REPORTERO (en el video): Se le ve a usted bastante tranquila
pese al momento que debe estar pasando.
VIUDA (en el video): Así iba a terminar, pues. Muy violento era;
muy celoso. Yo no podía ni bailar con mi primo; moretones
de este tamaño me dejaba. En su ley ha muerto ahora.
REPORTERO (en el video): Bueno... Digo... Señora, algunas per-
sonas que fueron testigos de lo acaecido dicen que vieron a
Lady Huayanay ascendiendo a los cielos durante la gran pe-
lea. ¿Usted vio algo?
VIUDA (en el video): No sé, pues. Tal vez, era una santa Lady.
Tal vez, me hizo el milagro, pues. No sé.
REPORTERO (en el video): Bueno, bueno... No sé... Regresa-
mos contigo, Carla.
(Se ve, en la pantalla, a la periodista leyendo noticias.)
PERIODISTA (en el video): En otras informaciones: un nuevo
coche-bomba remeció esta madrugada las calles de nuestra
capital. No se sabe hasta el momento...
(Pablo detiene el video con el control remoto. Toma sus cuader-
nos y se pone a leerlos y a tomar apuntes.)
PABLO: En fin... Posible título del artículo... o libro: "¿Dónde
está Lady Huayanay?"
(Cada vez que Pablo da un título, mira a Lady buscando su apro-
bación.)
PABLO: "Apoteosis", "La apoteosis de Lady", "Nuestra señora
de los infieles" o "La dama en rojo y negro", "Justiciera y
desbandada", "Nuestra señora...", "El gran desmadre", "Lady
y los desmadres"...
(Lady se ha ido acercando a Pablo.)
PABLO: ¿Te complace lo que hago, mi señora? ¿Estarías conten-
ta? ¿Sería yo digno? ¿Podría yo bailar a tu ritmo?
(Pablo baila torpemente.)
PABLO (bailando): Así… Así… Así…
(Lady ríe. Toma a Pablo y lo besa en la boca. Ambos se besan y
acarician. Caen al piso besándose.)
453

ONCE
(Sala de la casa de Lady. Pablo habla con Becky y Patty.)
BECKY: ¿Nos estás diciendo que nosotras la matamos?
PATTY: ¡Está loco usted!
PABLO: No sé si fueron ustedes. No sé quién fue, pero estoy
seguro de que la mataron. Y también estoy seguro de que no
ascendió a los cielos.
BECKY: Cada quien es libre de creer lo que quiera.
PATTY: ¿Y por qué la íbamos a matar? Ella era la voz del grupo.
La verdad es que sin Lady no éramos nadie.
BECKY: Nadie... Sin Lady en el bajo y las voces...
PATTY: En el bajo y las toses...
BECKY: ¡Cállate!
PATTY: Aunque es verdad que en los últimos meses...
BECKY: ¡Cállate, idiota!
PABLO: ¿En los últimos meses qué?
PATTY: Nada.
BECKY (a Patty): Idiota.
PATTY: No me digas "idiota". Ya estoy harta de que...
BECKY: Idiota.
PABLO: ¡No le digas así! Dime, Patty, puedes confiar en mí. No
eres idiota; eres honesta. ¿Qué pasó en los últimos meses?
(Hay un tenso silencio.)
PABLO: De acuerdo, no digas nada. Déjame a mí hablar. En los
últimos meses, el éxito de "Lady y las Huayruras" estaba en
su tope. Lady se dio cuenta de que casi todo o todo el éxito
se debía a su sensual voz: sin ella no eran nada. Entonces,
decidió abandonar el grupo para llevar una carrera de solista
o, tal vez, exigió demasiado para permanecer en el grupo.
Eso sería la ruina de muchos: de ustedes, del tal Chicho
Mayolo, hasta de Fermín, si es que son ciertos los rumo-
res... ¿Me equivoco? ¡Respondan! El "Cirujano", el asesino
de la noche en que Lady desapareció dice que lo contrataron,
que lo contrataron para generar violencia. ¿Quién lo contra-
tó? ¿El tal Chicho? ¿Para qué querían que se armara un des-
madre?
(En eso, entra Milagritos. Ésta habla siempre con una voz ronca
peculiar.)
MILAGRITOS (a Pablo): El señor Pablo, me imagino.
PABLO: Señora Milagritos.
PATTY: ¿Qué haces aquí, Milagritos?
MILAGRITOS: ¿Cómo están, preciosuras?
BECKY: Fermín te va a matar.
454

MILAGRITOS: Ése no se atrevería a nada; con todo lo que me ha


amenazado... Estoy aquí porque el señor Pablo me llamó para
invitarme a una entrevista junto a Fermín. Yo le dije que el
cobarde no aceptaría, así que acordamos hacerle una embos-
cada aquí.
PABLO: ¿Por qué se odian tanto?
MILAGRITOS: Yo no odio a nadie, corazón; no juzgo a nadie. Y
espero el mismo trato de los demás.
PABLO: Qué cómodo.
BECKY: El señor Pablo nos acaba de acusar de asesinar a Lady.
MILAGRITOS: No me haga reír. Estas preciosuras son incapa-
ces de matar a una mosca. Sólo viven para rendir culto y
amor a Lady.
PABLO: Sí, he visto que de eso viven. Ésa puede ser otra buena
razón para hacerla desaparecer: el culto...
(En eso, entra Fermín; ve a Milagritos y a Pablo, y se sorprende.)
FERMÍN: ¡¿Quién dejó entrar a esa serpiente aquí?! Y usted,
joven, ¿no le dije que se largue de la casa de Lady?
MILAGRITOS: Fermín, por favor, cuidado con tu arritmia.
FERMÍN: ¡Qué prueba es ésta, mi Lady justiciera! Juntar a los
más inicuos en tu casa. Patty, Becky, ¿por qué la dejaron
entrar?
PATTY: La puerta de la casa de Lady está siempre abierta a todos.
BECKY: Tú mismo nos diste la orden.
MILAGRITOS: Mira, Fermín, el señor Pablo está investigando y
creo que mejor le respondemos, que ya se le metieron cosas
raras en la cabeza.
FERMÍN: ¡Qué te has creído para dirigirme la palabra! ¡Serpiente!
(Los siguientes parlamentos de Fermín, Becky y Patty son diri-
gidos a Milagritos con creciente intensidad.)
FERMÍN: ¡Suscita a un impío contra él, y que un fiscal esté a su
diestra; que en el juicio resulte culpable, y su oración sea
tenida por pecado! ¡Sean pocos sus días, que otro ocupe su
cargo...
FERMÍN Y PATTY: ... queden sus hijos huérfanos y viuda su
mujer! ¡Anden sus hijos errantes, mendigando, y sean ex-
pulsados de sus ruinas; el acreedor le atrape todo lo que
tiene, y saqueen su fruto los extraños!
FERMÍN, BECKY Y PATTY: ¡Ni uno solo tenga con él amor, nadie
se compadezca de sus huérfanos, sea dada al exterminio su
posteridad, en una generación sea borrado su nombre!
PATTY: ¡Sea ante Yahveh recordada la culpa de sus padres, el
pecado de su madre no se borre...
BECKY Y PATTY: ... estén ante Yahveh constantemente, y él
455

cercene de la tierra su memoria!


FERMÍN Y PATTY: Porque él no se acordó de actuar con amor:
persiguió al pobre, al desdichado, y al de abatido corazón
para matarle; amó la maldición: sobre él recaiga, no quiso
bendición: que de él se aleje. Se vistió de maldición como de
un manto...
FERMÍN, BECKY Y PATTY: ¡Que penetre en su seno como agua,
igual que aceite dentro de sus huesos!
PATTY: ¡Séale cual vestido que le cubra, como cinto que le ciña
siempre!
(Becky y Patty lloran agotadas. Milagritos sonríe con sorna.)
MILAGRITOS: Ay, Fermín, tal vez, puedas asustar a unos cuan-
tos ingenuos con tus maldiciones del Apocalipsis...
FERMÍN: No son del Apocalipsis, impía. Ni siquiera sabes la
oración favorita de Lady y ahora te pones a imitarla con voz
de cuervo excitado. Y, para ganar unos centavos más, te in-
ventas lo de la protectora de los adúlteros.
MILAGRITOS: Yo no lo inventé; yo simplemente recogí lo que
todos dicen. Los adúlteros... Así como lo dices, no suena
muy bien. Lady es la protectora y defensora de la auténtica
pasión amorosa, del verdadero ardor y desborde de nuestros
cuerpos. Ahora, es cierto que -admitámoslo- estos ardores a
veces no ocurren dentro del matrimonio... como muy bien
sabía Lady.
FERMÍN: ¡¿Qué estás queriendo decir?!
MILAGRITOS: Nada... Habría que preguntarle a su productor.
FERMÍN: ¡Serpiente venenosa! ¿Estás insinuando que mi Lady,
mi Lady pura y justiciera, la que precisamente está en los
cielos para maldecir a todos esos inicuos, tuvo comercio car-
nal con Chicho Mayolo?
MILAGRITOS: Sí, con Chicho también.
(Fermín se va a lanzar a atacar a Milagritos pero es sujetado por
Pablo.)
PABLO: Don Fermín, por favor, tranquilícese...
FERMÍN: Mi Lady justiciera... Mi Lady justiciera...
BECKY (emocionada): ¡Bravo! ¡Bravo!
PATTY: Idiota.
(Fermín, Milagritos y Patty miran con sorpresa y molestia a Becky.
Ésta se tapa la boca, avergonzada.)
MILAGRITOS: Señor Pablo, ya ha visto usted las reacciones de
este hombre si sólo se insinúa la infidelidad de su mujer.
¿Se imagina cómo habría reaccionado de haber descubierto
los supuestos adulterios de Lady? Tal vez, su sospecha del
asesinato no sea tan inverosímil.
456

PABLO: Debo reconocer que la teoría del marido celoso es más


sólida que la del abandono del grupo, pero no se oponen.
BECKY: Es que Pablo cree que matamos a Lady porque nos que-
ría abandonar a las Huayruras.
PATTY: Porque en los últimos meses...
FERMÍN Y BECKY: ¡Cállate!
PABLO: No sé por qué querrá que Patty se calle, don Fermín,
pero lo voy a averiguar. Tal vez, fue una combinación de ma-
rido celoso con ambición.
FERMÍN (a Pablo): ¡Suscita a un impío contra él, y que un fiscal
esté a su diestra...
FERMÍN Y PATTY: ... que en el juicio resulte culpable, y su ora-
ción sea tenida por pecado!
MILAGRITOS: ¡Ya cállense! Ridículos. Señor Pablo, no haga caso
de sus maldiciones estériles. Si quiere ver cómo la auténtica
Lady se encarna en la tierra, venga a mis ceremonias. Son
los jueves. Será cordialmente bienvenido.
FERMÍN: ¡Fuera de la casa de Lady! ¡Par de inicuos!

DOCE
(Estudio de Pablo. En la pantalla se ve el video de "Lady y las
Huayruras" cantando.)
LADY (en el video; cantando): Nunca verás mi cara, nunca verán
tus ojos;
nunca te enseñaré lo que en mi piel escondo.
Nunca verás mi cara, nunca verán tus ojos;
nunca descubrirás lo que aquí atrás escondo.
(Mientras la canción continúa, se ve, poco a poco, que Pablo y
Lady están en el piso abrazados y semidesnudos, acariciándose.)
LADY, BECKY Y PATTY (en el video; cantando): Nunca, nunca,
nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
Nunca, nunca, nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
(En el video, tras un atoro de Lady, hay un solo de guitarra de
Becky. Luego, Lady sigue cantando.)
LADY (en el video; cantando): Nunca verás mi cara, nunca verán
tus ojos;
nunca te enseñaré lo que en mi piel escondo.
Nunca verás mi cara, nunca verán tus ojos;
mi cuerpo es un huayruro, mi amor es negro y rojo.
LADY, BECKY Y PATTY (en el video; cantando): Nunca, nunca,
nunca verás...
Nunca, nunca nada sabrás...
457

Nunca, nunca, nunca verás...


Nunca, nunca nada sabrás...
(Cuando la canción termina y la pantalla queda en blanco, tam-
bién Pablo "termina" con un gemido de placer. Pablo se levanta
y se empieza a vestir; lo mismo hace Lady.)
PABLO: Mi señora, siempre quiero aparentar lo contrario, pero
sabes bien que no soy digno de la gracia que me has concedi-
do. ¡No puedo averiguar nada! ¡No puedo saber qué pasó con-
tigo! ¡¿Dónde estás?! No puedo ir más allá de absurdas hipó-
tesis de asesinatos y confabulaciones. No soy digno de ti,
nunca lo fui.
(Lady, sonriente y comprensiva, lleva a Pablo frente a la panta-
lla y le extiende el control remoto. Pablo pone en movimiento el
video. En la pantalla se ve la presentación del asesino, "El Ciru-
jano", a la prensa en 1989. "El Cirujano" está esposado y es
sostenido por un policía. Otro policía se dirige a los periodistas.
Se ven varios "flashes" sobre "El Cirujano".)
POLICÍA (en el video): He aquí, señores periodistas, el indivi-
duo Róger Néstor Cáceres Mayta, alias "El Cirujano", res-
ponsable del asesinato de Víctor Marroquín Chang durante
los luctuosos sucesos del 28 de diciembre pasado. "El Ciru-
jano" causó a su víctima heridas de necesidad mortal a la
altura del abdomen con arma punzo-cortante conocida en el
mundo del hampa como "chaira". El expediente ya ha sido
remitido a la Fiscalía para el correspondiente proceso.
(En el video, se ven varios "flashes" y se escuchan gritos de los
periodistas haciéndole preguntas al "El Cirujano". No se distin-
gue cuáles son las preguntas; sólo se oyen las réplicas de "El
Cirujano".)
"CIRUJANO" (en el video): No, no, no. Yo no conocía a la víctima
ni a su mujer. Él empezó; él se me vino encima...
(Se escucha que hay una pregunta.)
"CIRUJANO" (en el video): No, señorita, fue defensa propia. La
víctima tenía la chaira y me atacó. Yo sólo me defendí. Le
quité la chaira pero la víctima me seguía atacando. Sólo me
defendí. Nunca fue mi intención matarlo.
(Se escucha una confusa ráfaga de preguntas.)
"CIRUJANO" (en el video): Sólo estaba bailando con la señora;
nada más. Estábamos bailando y de pronto apareció Marroquín
Chang como un loco.
(Se escucha una confusa ráfaga de preguntas.)
"CIRUJANO" (en el video): No, a mí me contrataron para eso...
(Se escucha una confusa ráfaga de preguntas.)
"CIRUJANO" (en el video): No, no para que arme la violencia;
me contrataron para que anime el concierto, para que baile
458

con las señoras que sus maridos no querían bailar, para ani-
mar el concierto. Soy bailarín, señorita. No es la primera vez
y yo no fui el único. ¿Por qué no interrogan a los otros?
(Se escucha una confusa ráfaga de preguntas.)
"CIRUJANO" (en el video): Es que ahora dicen que lo que yo
hice se propagó como una onda explosiva o algo así. Ahora
me quieren echar la culpa de todo lo que pasó en ese
Chichódromo. No es justo.
(Se escucha una confusa ráfaga de preguntas.)
"CIRUJANO" (en el video): No sé quién habrá sido. No me dijo
su nombre. Sólo me dio buen billete y me dijo que me asegu-
rara que todas las señoras bailen y se diviertan aunque sus
maridos no quisieran. No es justo, señor. Yo no soy un ase-
sino. Soy bailarín. Me contrataron. Esto no es justo.
(En el video, "El Cirujano" llora. Pablo detiene el video con el
control remoto. Toma uno de sus cuadernos y apunta.)
PABLO: No lo contrataron para bailar a este ingenuo. Lo contra-
taron para que se arme la gran bronca. Pobre tipo; qué estú-
pido. Querían que haya una gresca. ¿Quién? ¿Quiénes?
(Lady mira a Pablo y lo vuelve a besar. Pablo despierta como de
un sueño.)
PABLO: ¡Eso era! ¿En qué estábamos? Ah, sí: Milagritos, ir a
donde Milagritos... Ahora sí... El edema de Reinke.

TRECE
(Sala del ritual de Milagritos. Pablo habla con Milagritos.)
MILAGRITOS: Me muero de curiosidad por su opinión, señor
Pablo. ¿Qué le pareció todo?
PABLO: Estaría muy impresionado... Casi llegué a caer en ese
trance maravilloso en que Lady entra en su cuerpo y en su
voz. Lamentablemente...
MILAGRITOS: Lamentablemente, lo volvió a ganar el viejo e in-
crédulo Pablo y no dejó salir al nuevo.
PABLO: Tal vez. Pero también, para mala suerte de todos -me
incluyo-, ya sé al fin qué pasó con Lady.
MILAGRITOS: ¿No me diga que sigue con la idea de que Fermín
la asesinó por celos? ¿O que las preciosuras y Chicho la
mataron?
PABLO: No, Fermín no. Ni Chicho ni las "preciosuras"; al me-
nos, ninguno de ellos fue tan culpable de su muerte como
usted.
MILAGRITOS: ¿Que yo la maté está insinuando?
PABLO: Se podría decir.
MILAGRITOS: Ya se le ablandó el cerebro de tanto trabajar en
459

"Betsabé". Ese día yo estaba en Huánuco.


PABLO: Usted no estaba en Huánuco.
MILAGRITOS: ¿Y me puede decir dónde estaba? Siempre es bueno
saber de mi pasado de boca de un desconocido.
PABLO: Usted estaba en Lima. El día del último concierto, de la
gran gresca, usted estaba en el famoso Chichódromo a don-
de ahora manda a sus devotos. Le doy más detalles: usted
estaba en el escenario con la cara pintada de negro y rojo,
cantando y tocando el bajo.
MILAGRITOS: ¿Me está diciendo que yo suplanté a Lady?
PABLO: No. Le estoy diciendo que usted es Lady, y que, en con-
fabulación con Fermín y las Huayruras, montaron la farsa de
la desaparición y el culto a esa seudobeata.
MILAGRITOS: Qué absurdo. ¿Para qué desaparecer si estaba
en lo mejor de mi carrera supuestamente?
PABLO: Por el edema de Reinke. ¿Tengo que explicarle de qué
se trata?
(Al oír esto. Milagritos cae abatida a una silla.)
MILAGRITOS: El edema de Reinke... Todavía se me estruja el
pecho cuando lo oigo... Inflamación que afecta a toda la lon-
gitud de la cuerda vocal. Aparece en personas que abusan
del tabaco o el alcohol, o realizan excesos muy acusados con
la voz. Su tratamiento es quirúrgico, mediante microcirugía
laríngea. Posteriormente el paciente deberá realizar rehabi-
litación foniátrica. El edema de Reinke mejora con corticoides,
pero sólo de forma transitoria... Sólo de forma transitoria...
PABLO: He visto en filmaciones cómo se le va la voz, Lady. Y la
pobre Patty no puede mantener la boca cerrada... Me comen-
tó de su "problema" de los últimos meses; llegó a decir: "Lady
Huayanay en el bajo y las toses".
MILAGRITOS: Patty... ¿Nos puede culpar, señor Pablo? ¿Quién
siquiera podría empezar a juzgarnos? Estábamos en la cima
y todo amenazaba con desbarrancarse por esta maldita en-
fermedad que "sólo de forma transitoria" me permite volver a
la voz más sensual del Perú.
PABLO: La voz con que usted engaña a los ingenuos que vienen
aquí.
MILAGRITOS: ¿Qué clase de dios hace eso, señor Pablo? ¿Qué
clase de dios le da a una esta voz, la más cautivante del
continente, y después le manda un edema que la paraliza?
¿En manos de quién estamos, señor Pablo?
PABLO: De alguien muy sádico o muy torpe...
MILAGRITOS: No sé de quién fue la idea de que Lady desapa-
rezca en la gloria; creo que fue Patty. Al principio, todos lo
tomamos a la broma. Pero la cosa fue tomando más y más
460

cuerpo. Desaparecí y reaparecí como Milagritos Reyna, la


amiga huanuqueña de Lady Huayanay.
PABLO: Como buen conocedor de los "trámites" detrás de Pala-
cio de Justicia, a Fermín no le debió costar mucho crearle
una nueva identidad; antes de que se pelearan, digo.
MILAGRITOS: Partida de nacimiento, D.N.I., certificados de co-
legio y de escuela de enfermería, pasaporte con visas y viajes
que siempre quise hacer.
PABLO: Y como nadie conocía su cara...
MILAGRITOS: Así, detrás de Palacio de Justicia, nació Milagritos
Reyna Castro.
PABLO: Y como nadie recordaría sus caras, como destruyeron
todas sus fotos... ¡Genial! Y lo de la ascensión a los cielos,
lo de la beata de los infieles... Debo reconocer que fue -¿cuál
sería la mejor palabra?- inmaculado.
MILAGRITOS: No, no, no. Todo eso nos cayó del cielo, o, como
usted prefiere llamarlo: fueron casualidades. Lo de la ascen-
sión fue lo que muchos concurrentes al concierto empezaron
a decir; jamás se nos habría ocurrido. La idea de los infieles
nos la dio la viuda del hombre que asesinaron en la gresca,
parecía tan agradecida, tan en paz. ¿Nos puede culpar, señor
Pablo? Éramos tres chicas de provincia con historias familia-
res de terror y guerra. De la nada, tocamos el cielo. Pero, con
la caída de Lady, con ese golpe, aprendimos tanto; nos dimos
cuenta de toda la falsedad en que habíamos estado viviendo,
todo el egoísmo, toda la indolencia... ¿No nos podría ayudar
usted, señor Pablo?
PABLO: Lo he pensado: no revelar nada. Pero un hombre murió,
Lady. Un hombre fue asesinado por un matón que ustedes
contrataron para que Lady desaparezca en medio de una con-
fusión generalizada. Podría tomar todo como una broma pero
eso no.
MILAGRITOS: No debió pasar. Sólo debían pelearse. Les diji-
mos que no lleven armas. No eran matones; eran bailarines.
PABLO: Pero ocurrió, Lady: murió un hombre.
MILAGRITOS: Usted es un hombre bueno e inteligente, señor
Pablo; ayúdenos. Apenas podemos pagar la hipoteca del te-
rreno del Chichódromo. Ya lo quieren destruir, señor Pablo;
esos buitres quieren construir otro de esos horribles cen-
tros comerciales en un sitio tan sagrado.
PABLO: Ni yo ni nadie podemos detener eso.
MILAGRITOS: Sí, podemos. Ayúdenos.
PABLO: Lo siento.
MILAGRITOS (llamando): ¡Chicho!
PABLO: Ah, por supuesto, el promotor, productor y manager, el
461

amante. No lo llame.
MILAGRITOS (llamando): ¡Chicho!
PABLO: Le dije que no...
(Pablo sujeta a Milagritos y le tapa la boca. Milagritos trata de
soltarse y, en un momento en que lo logra, grita.)
MILAGRITOS (llamando): ¡Chicho!
(Súbitamente, entra Chicho con un revólver en la mano.)
CHICHO: ¡Suéltela!
MILAGRITOS: ¡¿Por qué te demoraste tanto?!
(Pablo suelta a Milagritos y levanta las manos.)
PABLO: Así que usted es el famoso Chicho Mayolo.
CHICHO (a Pablo): Al cuarto de al lado.
PABLO: ¿Me van a matar?
CHICHO: Vamos al cuarto de al lado, carajo.
(Chicho toma a Pablo del cuello y le apunta con el revólver a la
cabeza. Así salen Pablo y Chicho. Milagritos queda tendida en
el piso.)
MILAGRITOS (canturreando): Nunca verás mi cara, nunca ve-
rán tus ojos...
(Milagritos queda susurrando la canción.)

CATORCE
(Cuarto del secuestro. Pablo habla con Chicho.)
PABLO: ¿Qué más puedo decir, Chicho? Ya sabes todo lo que
querías saber sobre mí. Creo que ahora yo tengo derecho a
una pregunta.
CHICHO: Te has ganado el derecho, Pablo. Dime.
PABLO: ¿Es verdad todo lo que descubrí? ¿Acerté con la verdad?
CHICHO: Se podría decir que sí. Efectivamente, Milagritos es
Lady, y tuvo su problema del edema en la laringe. Sí, todo fue
planeado, incluyendo la gresca en el Chichódromo, para que
Lady se vaya en la gloria. Pero te faltó lo más importante.
PABLO: ¿Qué?
CHICHO (llamando): ¡Chicas!
(Entran Milagritos, Becky y Patty.)
PABLO: ¿Qué es esto? ¿Los ángeles de Chicho?
MILAGRITOS: Pablo, queremos invitarte a unirte a nosotros.
PABLO: ¿Para qué?
MILAGRITOS: Es verdad que tenemos muchos devotos, pero los
tiempos han cambiado y, cada vez, menos gente recurre a
Lady para buscar su justicia y protección. Cada vez, la gente
ve sólo el provecho personal...
PABLO: Como ustedes.
462

CHICHO: Necesitamos de alguien que nos levante nuevamen-


te. Quién mejor que tú a través de tu revista, de "Betsabé" o
las revistas y periódicos que podamos fundar, o a través de
un libro.
BECKY: A mí el título que más me gustó fue "Nuestra Señora
del Gran Desmadre".
MILAGRITOS: Yo prefiero "Apoteosis"; más conciso, más tajan-
te.
BECKY: Pero nadie lo entiende. O, si no: "La dama del amor rojo
y negro".
MILAGRITOS: Muy largo.
PABLO: Perdón. Me exprimo los sesos y me desvelo por sema-
nas para descubrirlos, y ahora me invitan a ser parte de la
farsa. ¡Están locos!
PATTY: Bueno, Pablo, ya es hora de que lo sepas: tú no descu-
briste nada. Nosotros hicimos que lo descubrieras.
PABLO: No...
PATTY: ¿Realmente creíste que yo era tan idiota? ¿Realmente
creíste que cuando te dije "Lady Huayanay en el bajo y las
toses", que cuando se me escapaban otras "impertinencias"
era por mi debilidad? ¿Me creíste tan idiota?
PABLO: El más idiota de todos fui yo. Cómo no me di cuenta.
Estúpido, estúpido, estúpido... Todo me lo pusieron en ban-
deja.
PATTY: Nada de estúpido, Pablo. Es lo más fácil del mundo ha-
cer creer a los demás que son inteligentes; tú lo sabes muy
bien. Tú eres brillante. Hemos tratado esto con otras perso-
nas y ninguna llegó hasta donde tú has llegado. Ahora que
has probado tus habilidades, confesamos que te necesita-
mos. Sé parte de nosotros; haremos grandes cosas.
PABLO: Aun cuando aceptara su oferta, esta farsa no va a durar
mucho. Fermín... Tarde o temprano, va a reventar y va a reve-
lar todo. Cualquier día de éstos, sus celos le van a ganar a
su prudencia...
BECKY: No entendió nada.
PATTY: Tú cállate.
PABLO: Fue un error pelearse con él. Fermín vive furioso y no es
muy brillante: pésima combinación para guardar un secreto.
(En eso, entra Fermín.)
FERMÍN: No, no vivo furioso. Y sobre lo de "brillante", quién soy
yo para juzgar eso.
PATTY: ¿Quién crees que fue el cerebro que ejecutó mis ideas,
Pablo?
PABLO: Estúpido, estúpido, estúpido... Tú sí eres brillante,
463

Fermín: fingir un cisma en el culto a Lady. El marido celoso


frente a la mejor amiga. Supongo que levantó el número de
devotos.
FERMÍN: Nos ayudó mucho en su momento.
PABLO: Unos van por impunidad en sus fantasías; otros, por
venganza hacia sus enemigos: dos de las pasiones más bási-
cas en una sola beata. Genial, Fermín, genial.
PATTY: Disculpen que insista pero lo del cisma fue idea mía.
BECKY: Es verdad.
FERMÍN: La división del culto a Lady, las peleas de telenovela
entre Milagritos y yo que salían en varios periódicos chicha,
todo eso ayudó. Pero la curiosidad se agota, los escándalos
se desvanecen. Contigo sería diferente, Pablo. Podrías adop-
tar distintos seudónimos y personalidades para mantener a
todos al día de las novedades, de los nuevos cismas, escán-
dalos y milagros en revistas y periódicos. Por otro lado, uno o
varios libros tuyos nos darían cierta seriedad y prestigio in-
ternacional.
MILAGRITOS: Vendrían gringos y japoneses a hacerse bendecir
por Lady.
PATTY: O a vernos como curiosidad de tercer mundo.
MILAGRITOS: Únete a nosotros, Pablo. Míranos. Seríamos los
seis como una familia: las tres parejas perfectas. Yo con mi
Fermín del alma y de toda la vida. Tú podrías escoger entre
estas dos preciosuras, ya que Chicho no se decide por nin-
guna.
BECKY: O, más bien, se decide por las dos.
MILAGRITOS: ¿A quién escoges de pareja en ésta, tu nueva
familia?
PABLO: No estoy para juegos, Milagritos... Lady... Mila... ¡¿Por
qué no me plantearon esto desde el principio?! ¿Por qué tu-
vieron que secuestrarme y amenazarme con un revólver de
juguete? ¿Por qué, en lugar de tenerme semanas como un
idiota, no se acercaron y me dijeron: Mira, Pablo, te necesi-
tamos para esto y esto?
FERMÍN: Teníamos que ver si eras digno.
PATTY: Y teníamos que saber cuáles eran tus esperanzas, tus
miedos, tus pasiones...
MILAGRITOS: Ya, díganselo de una vez.
PABLO: ¿Hay más?
FERMÍN: Pablo, todos los aquí presentes vivimos nuestra ju-
ventud con lo peor del país: la guerra, los asesinatos sin
sentido, la hiperinflación. El país se desangraba. Mira a Chi-
cho, por ejemplo; es de Huancayo; entre terroristas y otros,
mataron a toda su familia.
464

CHICHO: Discúlpame el golpe que te di, Pablo.


FERMÍN: Todo eso ya pasó; pero ahora el país se desangra de
una nueva enfermedad: la indolencia, el abandono absoluto
de la magia de una vida heroica; todos buscan sólo el prove-
cho personal: olvidarlo todo sin dolor. Nosotros no hacemos
lo que hacemos por dinero o poder: has visto la frugalidad en
que vivimos y en que pensamos seguir viviendo. Créenos,
Pablo: no es por ambición o dinero; lo hacemos para darle
una gota de heroísmo a esta indolencia generalizada.
PABLO: ¿Pero qué tiene que ver una tema con el otro?
PATTY: El otro.
FERMÍN: El otro, Pablo: tener presente al otro: a todos, a cual-
quiera. Sea a través de una pasión amorosa o a través del
juicio y la condena, acordarse de que hay otros con pasión.
Detrás de frasecitas como "ámate a ti mismo" o "no sientas
culpa de nada", cada quien parece haberse olvidado de su
amor y su responsabilidad con los demás.
MILAGRITOS: "No juzgues a los otros"; ésa es la que más me
irrita. Idiotas.
FERMÍN: Tal vez, el culto a Lady pueda ayudar un poco en este
propósito de devolverle, al menos a unos cuantos, la pasión
heroica, la fe en la magia, el recuerdo y el dolor por los de-
más.
PABLO: Contra la amnesia y la anestesia, Lady Huayanay.
FERMÍN: No pude haberlo dicho mejor.
PATTY: Aprendimos mucho cuando, con un golpe, pasamos de la
nada al cielo más alto; y, con otro, volvimos a la nada.
MILAGRITOS: Aprendimos que tenemos que hacer algo.
PATTY: Te secuestramos para saber si eras de los nuestros.
FERMÍN: Al menos, sabemos que eres un caballero capaz de dar
la vida, de pegarse un tiro en la cabeza por su única dama,
por más inútil que resulte el esfuerzo.
PATTY: Eres de los nuestros.
(Pablo se dirige a una salida negando con la cabeza.)
PABLO: No. Lo siento.
MILAGRITOS: Ven con nosotros. Sé un nuevo Pablo, un Pablo
que puede desbandarse y bailar como todos, como cualquiera.
BECKY: Hazlo por Lady, Pablo, Pablocho; por tu Lady.
MILAGRITOS: Te queremos. Te necesitamos.
(Pablo se detiene antes de salir y se vuelve hacia los otros.)
PABLO: Becky.
BECKY: ¿Sí?
PABLO: ¿Quisieras...
465

(Todos ríen y aplauden. Becky se acerca a Pablo y lo lleva de la


mano a donde los otros que lo abrazan y lo besan con alegría.
Todos salen riendo y festejando. En un rincón, se nota presen-
cia de Lady que ha estado observando todo desde el principio.)

FIN

Lima, 2011
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Por qué cojea Candy


Escrita con la colaboración de Briscila Degregori
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Personaje:
CANDY: 42 años

Candy está vestida con una sola prenda (o una sola combina-
ción de prendas) que puede manipularse para sugerir
alternadamente lo siguiente: una toalla o pareo alrededor del
cuerpo, un vestido juvenil y un vestido de mujer adulta.

Escenario:
A la derecha (de la actriz), hay una elegante y pulcra silla de
jardín; a la izquierda, hay una cama desarmable (una comodoy),
vieja y sucia. En escena, hay un muñeco de peluche de un chan-
cho y un machete.
Tres tipos de música marcarán distintos momentos según se
indique: una música siniestra, una música sensual y una músi-
ca festiva.
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PRIMER ACTO

(Se escucha la música siniestra. Candy tiene la toalla alrededor


del cuerpo y el machete en la mano. Ataca violentamente el aire
con el machete hasta que cae al piso rendida.)
CANDY: ¡Porque era un monstruo! Por eso... Como un mons-
truo, como la peor de las hijas, así me sentía: raspa que
raspa que raspa, raspa que raspa que raspa...
CANDY Y VOZ DE CANDY: ... raspa que raspa que raspa...
VOZ DE CANDY: Así, iba frotando el día y el mes en el permiso
de viaje para menores. Raspa que raspa...
(Arroja el machete bajo la comodoy. La música siniestra cesa.)
VOZ DE CANDY: Después, con una letra idéntica, puse la nue-
va fecha: 21 de diciembre de 1989. ¡Listo! Pasaje, maletín y
ahora mi permiso adulterado. No tenía miedo... Fue el últi-
mo día del colegio: ceremonia de graduación y, de ahí, direc-
tamente a la casa de Jenny. Ella y Judy juraron ayudarme y
no decirle nada a nadie, especialmente, a mi mamá. Te lo
juro: no tenía miedo. Eran Jenny y Judy las que temblaban
de la emoción o del pánico, no sé. Es que yo estaba en un
colegio en el que yo tenía un nivel -¿cómo te explico?- cultu-
ral... sí, un nivel cultural, social, más alto que mis compañe-
ras. Eso se nota; y todas se me pegaban como si yo fuera una
reina, una diosa, no sé... Eran Jenny y Judy las que estaban
nerviosísimas ese día, orgullosísimas, excitadísimas... Hi-
pócritas... Ya no había marcha atrás: 21 de diciembre de 1989.
Ni siquiera sentía odio; te lo juro: ni odio ni miedo. Nada. Un
monstruo... La peor de las hijas... En esos días, yo pensaba
cada vez más y más en mi papá; cada mes, cada año. Esa
sonrisa... Más y más... Cada hora... Recordarlo era lo único
que tenía para soportar a mi mamá, para no sofocarme en
esa casucha del Centro de Lima: un solo dormitorio para mi
mamá y para mí. Con las comodoys oxidadas que chirriaban...
Cric, cric, cric...
CANDY: ¡Basta!
(Se escucha la música sensual. Candy realiza un baile provoca-
tivo.)
VOZ DE CANDY: Recordar a mi papá... Más y más... Cada día...
Yo era su princesa... Cómo nos bañábamos todas las tardes,
cómo nos embadurnábamos en aceite para bebé, cómo empa-
pábamos todo, y mi mamá que maldecía porque le dejábamos
el baño todo sucio; cómo nos escapábamos al parque, y yo que
me revolcaba en el pasto y me escondía entre las plantas...
Esa sonrisa... Más y más... Así... Así... ¡Una delicia!
(La música sensual cesa. Candy detiene su baile.)
471

CANDY: Mi papá se había largado de la casa cuando yo tenía


siete años. Ahora, a los dieciséis, lo iba a buscar sin avisarle
a nadie, sin siquiera saber dónde estaba. Sólo había escu-
chado que vivía en Tingo María... Perdón...
(Se pone el vestido de mujer adulta y le habla al muñeco. Cojea.)
CANDY: Tú sólo preguntaste por esta cojera, por este dolor.
Dijiste que era la tercera vez que me veías cojeando esta
semana. Tú, siempre tan preocupado por mí; siempre tan
bueno, Chanchis, tan amable... Esta noche, quiero botártelo
todo de una sola arcada. No quiero fingir más que no duele...
¡Basta! No quiero seguir engañando a todo el mundo; menos
que nadie a ti, Chanchis... 21 de diciembre de...
(Se pone el vestido juvenil. Deja de cojear.)
CANDY: Jenny y Judy me acompañaron al paradero. Doce horas
de viaje... Llegué a Tingo María a las seis de la mañana; era
un viernes. Empecé a preguntar... ¿Conoce usted a León
Pesoa? ¿Conoce usted a León Pesoa? Nadie... ¿Conoce us-
ted... A las nueve, una mano me tapó la boca y otra me arras-
tró del brazo detrás de un quiosco. Era un viejo; olía a vómi-
to. Ahí me enteré de por qué nadie quería hablar de León
Pesoa... Mi papá se había dedicado al lavado de dinero. Lle-
vaba la plata de los narcos a Lima, niña, y ahí la colocaba; en
uno de sus viajes, se había quedado con la plata. Ahora los
narcos lo buscaban para matarlo. Tenían que matarlo. Mi
papá vivía en la selva, escondido. Sólo aparecía de vez en
cuando, niña, para visitar a su mujer y a sus hijos. El viejo
no se acordaba del nombre de la mujer, pero yo sí... ¡Vilma
Butrón! Todo Tingo María la conocía... Llegué a su casa a las
doce. La misma Vilma me abrió, más flaca de lo que me ima-
ginaba... Maldita... Hacía años, mi papá había trabajado como
técnico en La Divisoria... Vilma me miró de arriba a abajo. Le
pregunté por León Pesoa, le dije que era su hija. Me hizo
pasar... En La Divisoria, Vilma Butrón era la hija de la coci-
nera. Sabiendo que tenía mujer, se había embarazado de mi
papá, sabiendo que tenía una hija chiquita... La casa era
enorme: tres pisos, muy bien ordenada; casi lujosa... ¡La hija
de una cocinera! ¡De La Divisoria! No le importó destrozar
una familia... La maldita me dijo que mi papá no vivía ahí
pero que venía de vez en cuando. Me invitó a quedarme. Me
dio comida, ropa; me instaló en el tercer piso: un cuarto para
mí sola... Esta igualada había hecho que mi mamá, mi mami,
se volviera una vieja amargada, una vieja de mierda... ¡Perra!
¡Arribista! Me dijo que le pida cualquier cosa que necesitara.
Le dije gracias y la abracé. La peor de las hijas... Viernes,
sábado, domingo... Mi papá llegó a los tres días. Esa sonri-
sa... Su princesa... Otra vez...
472

(Se escucha la música festiva.)


VOZ DE CANDY: Todo fue la gran fiesta en esos días: Navidad y
Año Nuevo con Vilma Butrón, sus hijos, y amigos que entra-
ban y salían de la casa a cualquier hora. Qué derroche, qué
cantidad de comida y trago; y, en mi casa del Centro, todas
las miserias... Pero no: ni remordimientos ni nada. Mi papá
me presentaba como su princesa, pero decía: Al primero que
la toque le corto el cuello de un machetazo y tiro su cuerpo al
río.
(La música festiva cesa.)
CANDY: La amenaza contra mi papá... Con tremendas fiestas
frente a todo Tingo María... Carajo, lo iban a encontrar. Pero
tampoco tuve miedo...
(Se escucha la música festiva desde el punto en que cesó.)
VOZ DE CANDY: Además, mi cuerpo se empezó a desarrollar:
en semanas, me creció lo que no me había crecido en dieci-
séis años. En Lima, yo era un palito, así: no paraba ni a los
taxistas. Aquí me transformé en el cuerpo y alma de la gran
juerga de la selva. Un cuerpazo. Me quedo, me dije: la prince-
sa se queda. La excusa perfecta: la Universidad Nacional
Agraria de la Selva. Postulé.
CANDY: Ni miedo ni pena ni odio...
VOZ DE CANDY: Y ya se acercaba el 13 de enero: diecisiete
años. Si los días normales son así, cómo sería mi fiesta.
Vilma Butrón y mi papá cuchicheaban; cuando me acercaba,
se callaban, cambiaban de tema: una fiesta sorpresa: todo el
pueblo en las calles bailando. Y llegó: 13 de enero: nadie me
dijo nada pero, todo el día, se sentía la tensión. A las siete
de la noche, mi papá dijo: Tengo que salir.
(Candy hace como si manejara una moto.)
VOZ DE CANDY: Iba a volver con todos los invitados, con la
banda. Mis regalos: perfumes, zapatos, ropa, carteras, una
moto... una moto... mi propia moto...
(Candy cae al piso como si hubiera tenido un terrible accidente.
La música festiva cesa.)
CANDY: A la una de la mañana, me cayó el golpe: mi papá se
había olvidado de mi cumpleaños. El maldito llegó a las tres.
Mis gritos despertaron a todos: a Vilma Butrón, a sus hijos,
desde la bebita hasta el de catorce. No me importaba: que
todo Tingo María se entere: Nos dejaste en la miseria; por tu
culpa, terminé en un colegio de mierda; todo para irte con la
hija de una cocinera; en la casa del Centro, comodoys oxida-
das, carne de ballena, olor a kerosene; y aquí hasta los pe-
rros comen lomo argentino. Tú tienes la culpa de toda la
mierda que es mi vida. Monstruo. Ojalá los narcos te en-
473

cuentren... Sólo ese día, me di cuenta de cuánto me detesta-


ron siempre los hijos de Vilma Butrón. El de catorce, con una
navaja, me cortaba la ropa, me cortó mi maletín. Cuando ter-
miné de gritar, ahí estaban todos; me miraban. Odio... Mie-
do... Salí... Corre, corre...
(Candy toma el machete de bajo la comodoy y queda de pie, con
el machete en la mano, tensa.)
VOZ DE CANDY: En la calle, me choqué cara a cara con un
chico. Me levanté y le dije para hacerlo en ese instante... Lo
conocía: le decían Huaraca. Era uno más de todos esos mos-
cardones que me zumbaban alrededor en las fiestas. Lo úni-
co que querían era... No sé qué palabra usar... ¿Penetrarme?
CANDY: Sí, penetrarme. Sólo para eso se acercaban: para des-
pués alardear: me tiré a la princesa, a la limeñita, a la...
(Se escucha la música siniestra.)
VOZ DE CANDY: Huaraca... Fue en la cama de su papá que se
había ido a Aucayacu. Mi primera vez. Horrible...
(Candy cae al piso y arroja el machete bajo la comodoy.)
VOZ DE CANDY: El dolor... Huaraca me doblaba la rodilla y me
empujaba la pierna para poder penetrarme más... Raspa que
raspa que raspa... Raspa que raspa... Enorme... Así... Mons-
truoso... Hasta el día de hoy...
(Se levanta y cojea.)
CANDY: Regresé a la casa a los tres días. Mi papá ya tenía mi
pasaje a Lima, ya había comprado mi permiso de viaje para
menores con nombre falso; me dio su DNI, también con nom-
bre falso. No protesté. ¿Para qué? En Lima, mi mamá me
recibió, pero me empezó a decir lo que siempre había querido
decirme: puta... Un día: puta. Dos días: puta. Tres días pude
fingir que no me importaba hasta que una tarde le vomité
todo el almuerzo. Mi mamá levantó la mano para cachetearme
pero, con el mismo impulso, me abrazó. Me dijo: Ya es hora
de que lo sepas, puta: tu papá no nos abandonó, no; yo lo
boté de la casa por maldito, por hijo de perra...
(La música siniestra cesa. Candy se pone el vestido de mujer
adulta; le habla al muñeco. Sigue cojeando.)
CANDY: Sí, mi mamá, esa señora amable y calladita que tanto
nos ayudó con la niña y que te prepara tu patita con maní
con huevo frito, esa misma señora empezó a delirar: era ella
la que había botado a mi papá: prefería vivir en la miseria
que con ese maldito. Esa señora que te idolatra, Chanchis,
esa señora que va todos los días a misa de siete era la mis-
ma que ahora me decía puta, puta, puta...
VOZ DE CANDY: Princesa...
CANDY: Puta.
474

VOZ DE CANDY: ¡Princesa!


CANDY: ¡Puta!
(Se pone el vestido juvenil. Deja de cojear.)
CANDY: A Jenny y a Judy les pinté un paraíso de Tingo María:
las fiestas, los chicos. ¡Playa Tingo! Sol y lluvia de verdad.
Les hablé de la UNAS como de un internado en que podías
entrar y salir cuando te diera la gana. Siempre juntas: las
tres. Las princesas de la selva. Las convencí: me prestaron
plata para el pasaje a cambio de alojarlas. Estúpidas... Para
ahorrar, tomamos el bus en la carretera. Estaba repleto. Una
señora me ofreció sentarme en una caja que tenía en el pa-
sillo; me dijo para sentarnos espalda con espalda para estar
más cómodas; conversamos un rato, me invitó un poco de
coñac. Le decían la señora Conchita... Jenny y Judy se pu-
sieron a putear y terminaron sentadazas en las piernas de
unos desconocidos.
VOZ DE CANDY: Otro nivel... Lo único que me preocupaba era
cómo las iba a hospedar, dónde las iba a alojar. No sé... Ya
se me ocurriría algo...
(Candy se ha ido quedando dormida sobre la comodoy. Se escu-
cha la música siniestra.)
CANDY (en sueños): ¿Qué haces aquí?
(La música siniestra cesa. Candy se levanta con un sobresalto.)
CANDY: Cuando me desperté, me habían robado la cartera: pla-
ta, documentos: todo. Ni un policía que había ahí se inmutó
por mis gritos. Después, todos me decían que me calle, que
los deje dormir, que cómo podía ser tan estúpida para que-
darme dormida con la cartera a la vista; a quién se le ocurre
llevar la plata en la cartera en un bus. Hasta Jenny y Judy:
estúpida, estúpida, estúpida... La señora Conchita me abra-
zo; me dijo que, en Tingo María, me podía quedar en su ho-
tel. ¡Eso era! ¡Eso era ser madre! Jenny y Judy se quedaron
mudas cuando les informé que no las iba a hospedar: me
habían tratado pésimo en el bus; ya no eran mis amigas.
Arréglenselas solas. Adiós.
VOZ DE CANDY: Hipócritas.
CANDY: La señora Conchita me invitó a almorzar. Era cambis-
ta: cambiaba intis a dólares y dólares a intis, y sacaba un
poquito en cada transacción. Yo la miraba, muda. Sí, era como
una mamá, una madre de verdad, una amiga: la única... Me
dijo: Tengo que hacer una transacción grande. Tú vienes con-
migo. Cómo me iba a negar; ya la había adoptado como mi
nueva mami.
VOZ DE CANDY: Fuimos hasta La Morada por Aucayacu. Yo, la
señorita que se sofocaba en una casa en el Centro de Lima,
475

ahora me abría camino a punta de machetazos en selva vir-


gen... Pura... Hasta me excité cuando supe que la señora
Conchita me había mentido: no era cambista... Pensé que mi
papá estaría orgulloso de mí... Imagínate... No me crees, ¿no?
No crees nada de lo que te estoy diciendo... Déjame darte
detalles para ver si te convences...
(Se pone el vestido de mujer adulta. Le habla al muñeco.)
VOZ DE CANDY: Los detalles que tanto te gustan...
CANDY: La señora Conchita y yo éramos traqueteras. Tra-que-
te-ras. El negocio era comprar pasta básica a los productores
de La Morada, transformarla en base y llevar la base a Uchiza
de donde era más fácil sacarla en avioneta. La pasta básica
te la vendían en unos paquetes así, como unos quesos; arro-
bas les decían. De cada ocho o nueve arrobas, te salía un
kilo de base: como una polenta amarilla, seca.
VOZ DE CANDY: ¿Ya me crees, Chanchis? ¿O quieres más
minucias?
CANDY: Ni el ejército ni los terroristas nos fastidiaban; entre
ellos, se masacraban pero a los traqueteros, como si fuéra-
mos fantasmas. Y eso que, en La Morada, el ejército era todo:
el alcalde, la policía, el juez. Hasta el cura era, porque ni
cura había. Los domingos, sacaban a todos los pobladores y
los obligaban a hacer trabajos comunitarios; pero a los
traqueteros... hasta nos ayudaron a armar un laboratorio en
plena selva. En unas mesas de metal, poníamos la pasta
básica y calentábamos la mesa con unas primus. Le echába-
mos unos químicos y empezaban a aparecer los granulitos
amarillentos. Me volví una experta. Había descollado sobre
mi papá en su propio rubro... Sobre mi papá: un simple y
vulgar repartidor de dinero lavado...
VOZ DE CANDY: No me digas que vas a llorar ahora. ¡Por favor!
¿O no será que estás entendiendo demasiado?
CANDY: No sé cuántos kilos de base llevábamos pero teníamos
tres cargadores... A ver: El Zurdo, Rambito, Chaparrón... Es
que ahí todos nos llamábamos por apodos. Desde el primer
día, la señora Conchita me dijo: Aquí, olvídate de tu nombre;
desde ahora y para todos, tú eres Candy; ni se te ocurra decir
tu nombre, ni siquiera a mí, y, mucho menos, tu apellido...
VOZ DE CANDY: Pesoa...
CANDY: Y allá siempre fui Candy... Candy... Candy a secas....
Bueno, llegamos a la carretera. En el camión que nos iba a
llevar a Uchiza, poníamos la base entre cualquier juntura.
Yo iba en moto, de campana; es que yo era la única que podía
pasar como turista jipi que se busca a sí misma. Iba adelan-
te y tenía que avisar a los del camión si aparecía la policía o
narcos de otras firmas.
476

VOZ DE CANDY: ¡No llores! ¿Quieres saber por qué cojeo? Es-
cucha...
(Se pone el vestido juvenil.)
VOZ DE CANDY: Había llovido. Yo aceleraba, me metía a los
charcos, hacía que la moto patinara así...
(Candy hace como si manejara una moto.)
VOZ DE CANDY: Así... ¡Una delicia! El barro en la boca... El
viento... puro... Más y más... La princesa vengadora de la
selva... Vi un charco, lindo: no parecía tan profundo... Acele-
ré...
(Candy cae al piso como si hubiera tenido un terrible accidente.)
VOZ DE CANDY: El camión me recogió... Me contaron que la
moto había salido volando y me había caído con todo el motor
en la rodilla. Aquí.... Enorme... No podía gritar me dijeron: la
policía y los otros narcos podían aparecer de cualquier sitio.
Ahí empecé a fingir que no me dolía, que nada dolía...
CANDY: En Uchiza, un huesero trató de enderezarme la pier-
na...
(Da un gran grito mudo.)
CANDY: Salvaje... Entre el dolor y la noche, no pude ver lo que
era Uchiza. Tingo María era más ciudad, pero Uchiza...
(Se escucha la música festiva. Candy baila cojeando.)
CANDY: Conseguías lo que sea de donde sea: perfumes france-
ses, ropa de Estados Unidos, whisky, champán, coñac... Las
casas, los carrazos... Comida, comida, comida... Una gaseo-
sa te costaba cinco dólares. Ya era obsceno. Qué Tingo Ma-
ría. Qué Lima. Qué Nueva York. En Uchiza, la calle parecía
un desfile de modas. Te despertabas a cualquier hora y te-
nías fiestas para escoger: cumbia, rock, salsa... Lo único que
no había era hospital. En la posta médica, no tenían rayos X;
ni siquiera me podían enyesar. Tenía que regresar a Tingo
María a que me viera un doctor, pero la transacción: había
que esperar a la avioneta... Sólo me vendaron.
VOZ DE CANDY: Entre fiesta y fiesta, trago y trago, la venda se
me cayó y aprendí a caminar, a bailar, a correr sin cojear.
Nadie nunca se dio cuenta, hasta ahora...
(La música festiva cesa. Candy se pone el vestido de mujer adulta.
Le habla al muñeco. Sigue cojeando.)
CANDY: Tengo cuarenta y dos años, y ¡basta! No puedo más. Sí,
yo, esposa y madre intachable, la abnegada hija que acompa-
ña a su madre a misa de siete, yo, lo he estado fingiendo
todo, caminando como si nada doliera. Yo, que te hice la
envidia de tus amigos... ¿O no te has dado cuenta de cómo
me miraron siempre esos pobres perros babosos? Hasta aho-
ra, hay tres o cuatro que me incrustan los ojos en el escote
477

cada vez que me agacho a ofrecerles un bocadito; y quién


sabe qué pasará por atrás. Desde el principio, Jenny y Judy
hacían apuestas: ¿Cuándo me conseguiría un amante? ¿Hasta
cuándo iba yo a aguantar sin serle infiel al Chancho
Trinchudo? Así te dicen; entérate de una vez: Chancho
Trinchudo... Pero no es por mi cuerpo que te envidian, no. Te
envidian porque tú conseguiste una esposa con un nivel cul-
tural, con un nivel social, más alto que ellos y sus mujeres;
con una dignidad que ellos ni en sueños... Todo lo he fingido,
Chanchis, pero siempre te fui fiel; es bueno que lo sepas.
Pero, conociéndote, es bueno también que sepas algo más...
Conociéndote...
(Deja de cojear. Se pone la toalla alrededor del cuerpo.)
CANDY: Desde el tercer día en Uchiza, yo bajaba a una playita
donde el río hace una curva y el agua se hace clara.
(Se escucha la música sensual. Candy realiza un baile provoca-
tivo.)
VOZ DE CANDY: Todas las tardes, lloviera o no. Me sacaba toda
la ropa; me untaba toda de un aceite para el cuerpo, violáceo,
francés; me metía al río, toda... Todita.... Me zambullía, me
revolcaba... La corriente me acariciaba desde el pelo hasta la
última uña: mis hombros, mis pechos, mi espalda... Todo mi
cuerpo estremecido a un tiempo como por cientos de manos,
tiernísimas manos, insaciables... Hasta mis recuerdos se
limpiaban... Nadie te podía ver: un paraguas de oropéndolas
y nidos de oropéndolas que colgaban sobre mí me escondía
del mundo. El agua se escurría sobre el aceite y me remecía
sin tocarme... Así... Así... ¡Una delicia! Todas las tardes...
Pero, un día, en medio de tanta gracia, me pareció que al-
guien se movía entre unas hojas. Sal, Candy… Corre, corre…
Pero esas caricias, esa limpieza... Si quiere mirar, que mire:
ya nada me podría sacar de ahí. Así... Así... El cielo y el ver-
dor... Más y más... Me zambullía, me revolcaba... Otro día, y
ya eran decenas; otro día, y ya eran cientos los ojos que se
me incrustaban y me veneraban desde una y otra margen.
Que miren. Pobres. Miren cómo piso la arena, triunfante,
chorreante; cómo limpio mis caderas y mi cuello de las rami-
tas y el polvillo de las aguas: mi regalo, mi gracia, mi presen-
te para todo el que simplemente lo quiera recibir. Miren a su
reina... Pobres perros babosos...
(La música sensual cesa. Candy detiene su baile. Algo llama su
atención.)
CANDY: ¿Qué haces aquí? ¿Papá?

FIN DEL PRIMER ACTO


478

SEGUNDO ACTO

(Candy está con el vestido de mujer adulta. Le habla al muñeco.


Cojea.)
CANDY: Y aquí estoy, ni reina ni puta. Secretaria. Limeñísima.
Esposa de un hombre -digamos- medianamente exitoso. Casa
con jardín y una hija de dieciséis, linda, que dice que quiere
ser ingeniera como su papá.
VOZ DE CANDY: ¡No te atrevas a tocarla! ¡No te atrevas! Por
favor...
CANDY: ¡Listo! Ya sabes por qué cojeo. Ahora puedes hacerme
lo que quieras: puedes largarte de la casa y tirarme la puer-
ta, puedes gritarme, besarme, puedes hacer como como si no
entendieras nada, y pedirme que te prepare tu patita con
maní, tu huevo frito; puedes llevarme a la cama y... Qué pa-
labra tan horrible: penetrar... No llores, por favor... Crée-
me... De lo único que me arrepiento es de no haber averigua-
do nunca por qué nos abandonó mi papá... No, de eso no...
De no haber averiguado si en verdad nos abandonó o si mi
mamá lo largó cuando yo tenía siete años... por malvado, por
maldito, por hijo de perra. Monstruo... Porque era un mons-
truo... Perdón... Tal vez, has entendido lo que nunca debiste
entender... No me arrepiento, Chanchis, pero lo admito: hay
tardes en que quisiera haber sido Candy...
(Se escucha la música sensual. Candy deja de cojear. Se pone
la toalla alrededor del cuerpo.)
VOZ DE CANDY: Candy... Candy a secas...
CANDY: Ese día, salí de mi baño en el río y ahí estaba: en la
playita, parado, un hombre. Lo conocía: un técnico de La Di-
visoria creo; sin ropa. Le pregunté qué hacía aquí. No dijo
nada, pero ahí, en las arenas junto al agua, me penetró has-
ta que se sació. No hubo violencia: accedí a todo lo que su
cuerpo demandaba. No puedo decir si me gustó. Mi única
experiencia era Huaraca y, en comparación con ese mons-
truo, todo era tolerable, agradable, hasta tierno... Pensé que
regresaría; pero no: la siguiente tarde, me esperaba el hijo
de la dueña de nuestro hotel, desnudo. Tampoco hablamos.
También me penetró y mi cuerpo lo consintió. Otro día, fue
un hombre al que conocí en una fiesta. Le decían El Ratón.
Otro día...
VOZ DE CANDY: ¿Por qué no bajaban todos de una sola vez?
Pero no: era uno por uno, uno por tarde, turno por turno, sin
hablar, como si todos fueran un solo hombre con el que pasé
del terror a la ternura y de la ternura a la simple e inerte
aceptación... El Ratón, el sargento Morales, el capitán Gus-
tavo, El Tuerto, El Zurdo, Terminator Dos, colombianos, un
479

brasileño, el reverendo Wallace, el camarada Ernesto, el ca-


marada Víctor, la camarada Micaela, Anita Anaconda, el viejo
Clint...
(La música sensual cesa.)
CANDY: El viejo Clint... ¡Qué estúpido! ¡Maldito! Cuando termi-
nó, me extendió unos billetes de cien dólares y me dijo: Gra-
cias, Candy; toma, para lo que necesites. Pensé en darle una
cachetada, pero, al verlo ahí, sin ropa, tan arrugado, tan fla-
quito... le metí un rodillazo en las pelotas que me asustó:
pensé que se moría... En Uchiza, te hablaban, te vendían, te
floreaban como si nada, como si, días antes -horas antes- no
hubieran estado lamiéndote el aceite en la playita y
penetrándote hasta los riñones. Yo pensaba: Todo lo de la
playita será una alucinación o un sueño, no sé. Pero no: ni
sueño ni locura: una enfermera, a punta de pastillas y hier-
bas, me tuvo que tratar una gonorrea y un embarazo. Ade-
más, el viejo Clint: Hola, Candy, me decía, estás linda. Y se
alejaba cojeando, así...
(Candy cojea exageradamente.)
VOZ DE CANDY: Bien hecho... ¡Puta yo!
(Deja de cojear. Se escucha la música siniestra.)
CANDY: Pero, una tarde, en el río, vi pasar a un muerto a mi
costado. A menos de un metro: su pierna me rozó. Horrible...
Me acordé de mi papá... La corriente lo arrastraba: le habían
cortado la mitad del cuello de un machetazo y pasaba como
tirabuzón: boca arriba, boca abajo... Corrí a contarle todo a
mi mami Conchita: lo del muerto, lo de mis baños, lo de mis
hombres, lo de mi papá, lo del aceite... Creo que, por primera
vez, le dije mi verdadero nombre. La señora Conchita abrió
los ojos de este tamaño: ¡¿Tú eres hija de León Pesoa?! Nun-
ca la había visto gritar así: Maldito, desgraciado, hijo de pe-
rra... Me dijo puta. Me ordenó que regrese a Tingo María esa
misma tarde. Vomité. La señora Conchita levantó la mano
para cachetearme pero, con el mismo impulso, me abrazó.
(La música siniestra cesa.)
CANDY: Siempre vas a poder contar conmigo, me dijo: vuelvo a
Tingo María en tres días. Salí de Uchiza justo antes de que el
ejército cerrara la carretera de uno y otro lado para que los
narcos pudieran aterrizar con tranquilidad: ya llegaba la avio-
neta. En Tingo María, me sacaron una placa: rotura de
meniscos y ligamento lateral externo, pero ya no se podía
enyesar; muy tarde: quedaría coja toda la vida. Supe que Jenny
y Judy se regresaron a Lima después de quemarse toda la
plata en juergas. Nivel, nivel, nivel... Pero, en Tingo María...
(Se escucha la música festiva.)
480

VOZ DE CANDY: Qué tal admiración, qué tal respeto, qué tal...
no sé... sumisión. Mi aventura de traquetera los dejó con las
babas colgando. Además, ya habían salido los resultados de
la Universidad Nacional Agraria de la Selva: admitida a zoo-
tecnia, primer puesto. Si mi papá me hubiera visto... ¡Qué
princesa! Ahora yo era la reina.
(La música festiva cesa. Candy se pone el vestido de mujer adulta.
Le habla al muñeco. Cojea.)
CANDY: Te preguntarás, si todo era un bosque encantado, por
qué regresé a Lima y terminé en una oficina, en una casa en
San Borja; por qué renuncié a todo por esto. Quién sabe...
Tal vez, fue por Luis José Poémape o por Orejas, los dos
enamorados que tuve; o por la universidad... Tal vez, si te
sigo contando... Tal vez, todo fue por mi papá...
(Deja de cojear. Se pone el vestido juvenil.)
CANDY: Como yo era toda una celebridad, los narcos se entera-
ron de que mi papá era León Pesoa y ofrecieron una recom-
pensa: treinta y tres mil dólares para el que lo matara. Sí,
pues, un día, mi papá me dejó una carta en mi cuarto de la
UNAS: me esperaba a las seis de la mañana en un sitio en el
que ya no hay casi pueblo; me daba indicaciones de cómo
llegar en moto. Ahí estaba esperándome, ansioso. Esa sonri-
sa...
(Se escucha la música siniestra. Candy toma el machete de bajo
la comodoy y queda de pie, con el machete en la mano, tensa.)
VOZ DE CANDY: Me habló de una tierra que había comprado en
Huánuco, limpia: perfecta para lo que sería el cultivo del fu-
turo: aceite de palma. Ya tenía los contactos para empezar.
Todo era legal, todo estaba en regla; pero -eso sí- se tendría
que cambiar de nombre. Una nueva vida, limpia. Limpia. Se
iba con Vilma Butrón y sus hijos; quería que yo me fuera con
ellos. Limpia. Huánuco. Huánuco. De aquí a diez años, ya
nadie usaría otro aceite. Gringos, alemanes, japoneses; hasta
para cosméticos y cremas. Franceses. Huánuco. Todos, to-
dos, todos lo usarían. Limpia. El más sano, el más rendidor:
ni colesterol ni grasas saturadas. Huánuco. Huánuco.
Huánuco. Huá...
(La música siniestra cesa.)
CANDY: ¿Es cierto que nos abandonaste o fue mi mamá la que
te botó de la casa por maldito?
VOZ DE CANDY: Estaba drogado. Me agarró los hombros y me
sacudió.
(Candy ataca violentamente el aire con el machete hasta que
cae al piso rendida.)
VOZ DE CANDY: Piensa lo de Huánuco, me dijo. Si quieres
481

comunicarte conmigo, busca a un amigo mío. Y desapareció


en la selva.
(Arroja el machete bajo la comodoy.)
CANDY: La señora Conchita ya había regresado a Tingo María y
me volvió a ofrecer trabajo: una transacción en Padre Abad.
VOZ DE CANDY: Gracias, pero voy a estudiar en la UNAS.
CANDY: ¿Y cómo vas a ganarte la vida, hija? Para una chica
como tú, aquí sólo hay dos opciones: el narcotráfico o la pros-
titución... A menos que te consigas un novio, hija, un
enamoradito de ésos. Pero déjame decirte que no te veo como
la señorita de familia: tú estás mucho más allá. Le dije que
sería cambista. La señora Conchita se aguantó la risa. Sí,
pues, como cambista, no te alcanzaba ni para una gaseosa.
Además, la universidad: yo no sabía lavar ropa, no sabía com-
partir cuarto con desconocidas, no sabía comer mal... La co-
mida de la UNAS era un vómito y, a veces, no llegaba. Casi
me vuelvo otra vez un palito de pura hambre...
VOZ DE CANDY: Mi papá...
CANDY: Su amigo resultó ser el viejo con olor a vómito. Me dijo:
No te preocupes, niña; tranquila, niña; yo le aviso a tu padre
que necesitas dinero... En un momento, pero sólo en un ins-
tante, pensé que podría cobrar los treinta y tres mil dólares
que...
VOZ DE CANDY: ¡No!
CANDY: Perdón... La universidad... Qué asco... Nos hacían abrir
sapos, nos hacían ayudar a parir a las cebúes, nos hacían
castrar chanchos...
(Candy mira al muñeco.)
CANDY: Yo me metí a zootecnia porque me gustaban los anima-
litos... Si aguanté más de una semana, fue por Luis José
Poémape.
(Se escucha la música sensual.)
VOZ DE CANDY: Luis José no era como los demás: su familia
era de Chiclayo; era alto, amable; tenía los ojos verdes. Su
hermana vivía en Nueva York, y sus planes eran acabar la
carrera e irse a vivir con ella. Era gente. Hizo que me eligie-
ran Miss Cachimba: les pagó a todos para que votaran por
mí. Sí, pues, me emocioné... Por un tiempo, las cosas andu-
vieron muy bien con Luis José, sobre todo, cuando, en sus
planes para el futuro en Nueva York, me empezaba a incluir
a mí.
(La música sensual cesa.)
CANDY: Pero un día, se enteró de lo de Uchiza: lo de mis baños
y mis hombres en la playita. No sé quién se lo contó; la
señora Conchita era amiga de su tía, pero quién sabe... Para
482

Luis José, pasé de ser la diosa a ser la grandisisisísima puta.


Quería más y más detalles. Me preguntaba por qué lo hice,
con cuántos, si yo estaba abajo o estaba arriba... Había un
placer raro en sus lágrimas cada vez que me hostigaba con
sus preguntas.
(Se pone el vestido de mujer adulta. Le habla al muñeco. Cojea.)
CANDY: Tal vez, por eso es que ahora te lo cuento todo,
Chanchis.... Cómo me celabas cuando recién nos casamos,
¿te acuerdas? Ni a la esquina me dejabas ir. Si alguien lla-
maba o me saludaba en la calle: ¿Quién es ése? ¿Quién es
ése? Querías detalles. Igual que con Luis José, aprendí a
inventar más y más detalles para saciarte, pero nada te cal-
maba. Ya estaba embarazada pero me fui a la casa de mi
mamá. Le dije que te iba a dejar, que no quería tener a esa
hija...
VOZ DE CANDY: ¡No! ¿Para qué? ¿Para que le hagan lo mismo
que a mí? ¡No quiero!
CANDY: Mi mamá me pidió que espere unos días. Supongo que
habló contigo. Supongo, porque viernes, sábado, domingo, y
viniste a buscarme. De un día a otro, ya no me celabas. Sí,
en parte por eso te lo cuento todo.
VOZ DE CANDY: Tal vez, sólo te lo cuento para saber por qué
quiero contarte todo; para ver si, en una de ésas, al fin, salta
una razón...
CANDY: Una tarde, me hastiaron tanto los reproches de Luis
José Poémape que me metí al cuarto de Orejas.
(Deja de cojear. Se pone la toalla alrededor del cuerpo. Toma el
machete de bajo la comodoy y juega con él.)
CANDY: Orejas... Nunca me dijo su nombre verdadero. Es peli-
groso, caramelito, decía. Era un asimilado al ejército, encar-
gado de misiones especiales. Tenía sólo veintiún años, pero
un cuerpo... Hasta los capitanes lo respetaban. Trinchudo,
sí, pero todas en Tingo María se sacaban los ojos por meter-
se a su cuarto. Unos músculos de este tamaño... Me fui que-
dando a dormir con él poco a poco hasta que ya ninguna otra
se atrevió a meterse. Una noche, estaba durmiendo con él
cuando... Caramelito, caramelito: misión especial; se fue a
las dos y regresó a las cinco; su olor era fuerte, picaba. Al día
siguiente, encontraron a siete terroristas degollados con
machete... Y, así, varias noches... Para probarlo, una vez, me
puse a llorar y le conté lo de Huaraca... Cómo me doblaba la
rodilla... El dolor... Enorme... A los tres días, me contaron
que un encapuchado le había cortado un pulgar a Huaraca.
Un machetazo... ¿Quién habrá sido? Pobre... Sólo me moles-
té con Orejas una vez: lo vi hablando en la calle con la seño-
ra Conchita. Esa noche, le pregunté qué hacía con esa seño-
483

ra, por qué se escondieron cuando me vieron, porque no me


iba a negar que se escondieron. Me dijo: Misión especial;
mejor no preguntes tanto, caramelito. Caramelito, tu vieja,
sajino trinchudo.
(Candy deja de jugar con el machete y se pone el vestido juvenil.
Se escucha la música festiva.)
VOZ DE CANDY: Pero todo lo tenía muy bien planificado. De
lunes a viernes: amanecer en los brazos de Orejas; ducha en
mi cuarto de la universidad; clases; almuerzo con Luis José
Poémape; clases. A veces, nos tomábamos unas cervezas con
amigos de Luis José; a veces, íbamos a la casa de su tía y
nos quedábamos jugando charadas con sus primos. Nueve
de la noche: ducha y al cuarto de Orejas. Fines de semana:
todo el día con Luis José. Uno que otro sábado, nos íbamos a
un hotel y Luis José me penetraba; cara a cara, sin hablar,
sin gritar. Domingos: misa con su tía y sus primos. Ducha y,
en la noche, ya estaba otra vez en el cuarto de Orejas que me
penetraba a los gritos. Ya no era la reina de todos, pero tam-
poco era la puta de nadie. ¿Ya ven? Yo también podía tener
mi enamorado como cualquier otra.
CANDY: Dos enamorados.
(La música festiva cesa.)
CANDY: Todo iba tan bien que hasta me olvidé de por qué esta-
ba aquí. Fue un martes, me acuerdo: el viejo con olor a vómi-
to me dio una carta en la calle: Lee, niña, lee; y desapareció.
Mi papá me esperaba ese viernes a las seis de la mañana en
el mismo sitio. Pero justo ese mismo martes a Luis José se
le ocurre otra vez salir con la pataleta: que cuántos hombres
habían sido, que no podía ser que no me acordara.
(Toma al muñeco y hace como si éste hablara.)
CANDY: No pueden ser tantos, me dijo: no pasaste ni dos se-
manas en Uchiza, y me has hablado de más de veinte. ¿Por
qué mientes? No cuadra. ¡Los números no cuadran! ¡¿Por
qué mientes tanto?!
(Candy golpea al muñeco.)
VOZ DE CANDY: Mira cómo me tratas con todo lo que yo hago
por ti.
CANDY: ¿Y se puede saber qué mierda haces tú por mí?
VOZ DE CANDY: Soy tu enamorado a pesar de lo que eres... Ya
sabes.
CANDY: ¿Y qué cosa es lo que soy?
VOZ DE CANDY: Hasta te metiste a concursar en Miss Cachim-
ba.
CANDY: Pero si tú hiciste que ganara. Les pagaste a todos.
VOZ DE CANDY: Pero yo no te dije que te metieras al con-
484

curso. A esas cosas, sólo se meten... Ya sabes.


CANDY: ¿Crees que soy una puta?
VOZ DE CANDY: ¿Dónde vas a encontrar a un hombre como yo?
CANDY: ¡¿Crees que soy una puta?! ¿Ah? ¡¿Crees que soy una
puta?! Ahora vas a ver...
VOZ DE CANDY: Puta... Puta... Puta...
CANDY: ¡Basta!
(Candy arroja al muñeco al piso y se pone la toalla alrededor del
cuerpo.)
CANDY: La señora Conchita me dijo que sí, por supuesto: ella
me podía ayudar a hacerme prostituta. Ella misma se encar-
garía de conseguirme clientes y protección. Si te sientes mal,
me dijo, no pienses que estás vendiendo tu cuerpo, Candy;
sólo lo estás alquilando. Bueno, alquilé mi cuerpo martes,
miércoles y jueves. No fue tan difícil: me la pasaba pensando
en el viernes: ¿qué le diría a mi papá? La noche del jueves, el
último cliente fue Luis José Poémape: por fin, se atrevió a
venir el cobarde. No me saludó.
(Mientras se oye lo siguiente, sucesivamente, Candy estira una
pierna, un brazo, otra pierna, otro brazo, hasta quedar de pie
estirada de piernas y brazos.)
VOZ DE CANDY: Me va a matar, pensaba; y lo dejaba amarrar-
me muñecas y tobillos a la comodoy. Ahí quedé, abierta de
brazos y piernas. Pero Luis José no me hacía nada. Me mira-
ba y me miraba con sus ojos verdes, acuosos. A veces, me
daba de tomar de una botella de coñac. Después, otra vez, se
quedaba mirándome todo el cuerpo. Mátame, pensé; quéma-
me con la cera; córtame; hazme algo, cobarde... Pero nada.
Ésa era su venganza. No sé si el coñac tenía algo o fue puro
aburrimiento pero...
(Se escucha la música siniestra. Candy queda dormida de pie,
con brazos y piernas estirados, y la cabeza gacha.)
VOZ DE CANDY: ¿Qué haces aquí? ¿Papá?
(La música siniestra cesa. Candy levanta la cabeza con un so-
bresalto.)
CANDY: Cuando me desperté, las moscas caminaban por mi
cara. Seguía amarrada; me había orinado, había vomitado...
¡Mi papá! Ni siquiera pedí ayuda. La señora Conchita me
encontró a eso de las tres de la tarde y me desamarró; me
besó.
(Baja los brazos y relaja las piernas.)
CANDY: Me dijo que había una colaza para mis servicios, pero
que hoy podía descansar. No... Le pedí que mande limpiar la
comodoy, que los haga pasar... Papá... Pobre... ¿Cuánto tiempo
me habría esperado? ¿Qué estaría pensando ahorita? La peor
485

de las hijas...
(Se escucha la música siniestra.)
VOZ DE CANDY: Viernes, sábado, domingo... Con la comodoy
que chirriaba... Cric, cric, cric... El último cliente del domin-
go fue un muchachito: lo conocía, pero a la luz de la vela...
¿Dónde lo había visto? ¿Dónde mierda lo había visto? Ya es-
taba encima de mí penetrándome cuando... ¡Mierda!
(Candy toma el machete de bajo la comodoy y queda de pie, con
el machete en la mano, tensa.)
VOZ DE CANDY: Casi grito. Con una navaja, ese muchachito
había cortado mis ropas y mi maletín cuando vivía en su casa:
el hijo de Vilma Butrón, el de catorce; el hijo de Vilma Butrón
y mi papá: mi hermano. Pude contener el grito. Que no se dé
cuenta, por favor, que no se dé cuenta... Lo dejé terminar. Se
puso la ropa. Pero antes de salir me dijo: Encontraron a papá...
muerto. El río lo varó en una playita. Un machetazo en el
cuello. Ya estarás satisfecha, dijo. Y desapareció.
(Candy ataca violentamente el aire con el machete hasta que
cae al piso rendida.)
CANDY: Ni miedo, ni pena, ni odio... Con la plata de la noche
anterior, compré mi pasaje a Lima.
(Arroja el machete bajo la comodoy.)
VOZ DE CANDY: No me despedí de nadie: el viejo que olía a
vómito, Vilma Butrón, sus hijos, hasta la señora Conchita,
para mí ya era como si nunca hubieran existido... Los tres
meses de mis viajes bien pudieron haber sido sólo tres se-
manas o un simple fin de semana... 24 de diciembre de 1989...
Orejas, mis hombres en la playita, Huaraca y el viejo Clint,
mis clientes, Luis José Poémape, todos eran como un solo
fantasma que, en el bus, yo iba dejando más y más atrás en
la selva... Ni siquiera compré un permiso de viaje con nueva
fecha. Tenía dieciséis o diecisiete años, pero, con todo lo
que cargaba encima, quién me iba a confundir con una me-
nor de edad.
(La música siniestra cesa.)
CANDY: En Lima, Jenny y Judy estaban a punto de entrar a la
escuela de secretariado: postulé. Carrera corta; dinero rápi-
do: lo necesitaba. Terminé en el primer puesto y entré a tra-
bajar: Poma y Poma Ingenieros.
(Candy se pone el vestido de mujer adulta. Toma al muñeco en
sus manos y le habla. Cojea.)
CANDY: Ahí practicabas tú. Te confieso que a mí no me intere-
sabas entonces; es que eras muy... muy... trinchudo. Pero
insistías tanto... Te llevé a mi casa y te presenté a mi mamá.
(Se escucha la música festiva. Candy baila alegremente, aun-
486

que cojeando, con el muñeco en sus manos.)


VOZ DE CANDY: Tengo que agradecerte por mucho, Chanchis,
pero, sobre todo, porque, gracias a ti, este cuerpo que tanto
maltraté pudo llevar dentro de sí, al menos, una vida: mi
hija. Gracias. Gracias por hacerla una niña feliz, por no to-
carla como...
CANDY: ¡Basta!
VOZ DE CANDY: Y por mi mamá, Chanchis. Desde ese día, la
vieja amargada, la vieja de mierda se volvió una mujer de
paz. ¡Un ingeniero! Abrió los ojos de este tamaño. Se te tiró
al piso, te preguntó cuál era tu comida favorita: patita con
maní con huevo frito. Te enseñó mi certificado de primer pues-
to en la escuela de secretariado, sacó mis fotos de niña des-
pués de diez años: diez años pudriéndose en un cajón... Cuan-
do te fuiste esa noche, me abrazó. Volvió a ser mi mami, mi
mami Conchita... Sí, la señora Conchita que tanto te engríe...
Gracias, Chanchis... Por primera vez en muchísimo tiempo,
dejó de hacerme sentir la peor de las hijas...
(Deja de bailar. Le habla al muñeco.)
CANDY: No llores. Entendiste demasiado, pero tienes que creer-
me, por favor. Haz como si me creyeras. Tú también aprende
a fingir. Tú también, Chanchis...
VOZ DE CANDY: Raspa que raspa que raspa, raspa que raspa
que raspa, raspa que raspa que raspa...
CANDY: Cric, cric, cric, cric, cric...
(Las voces se superponen y se hacen cada vez más intensas.
Algo llama la atención de Candy. La música festiva cesa
abruptamente.)
CANDY: ¿Qué haces aquí?

FIN

Tambopata, Lima, 2012


487

Simposio

"I'll prove her fair, or talk till doomsday here."


Love's Labour's Lost

"This I fancy is what I have chiefly to record


this evening, against the day when my work
will be done and perhaps no place left in my
memory, warm or cold, for the miracle…"
Krapp's Last Tape
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Personajes:
SIMPOSIO: Hombre de 50 años de edad. Viste con la comodidad
de quien pasa un día en casa sin compromisos o apuro.
PARVANEH: Mujer de 35 años de edad. Tiene una belleza par-
cialmente oculta por la formalidad de su apariencia.
MUCHACHO: 20 años de edad. Viste como un explorador que
acaba de salir de la selva.

Cuando se indique, Parvaneh hablará en un marcado pero


inidentificable acento extranjero.

Escenario:
Un amplio apartamento sin divisiones. Ocupan el mismo espa-
cio el dormitorio, una oficina, el comedor y la cocina. Destacan
un conducto de aire y una toma de aire en una pared contigua a
la cocina. Hacia un lado, hay un atril junto a un maniquí con un
disfraz de cazadora y una red de caza.
Hay una sola puerta de salida.
490

Conferencia I
(Simposio está tendido boca abajo sobre la cama, como si flota-
ra. Tiene la cabeza levantada; mira un punto fijo frente a sí,
inmóvil. En otro lugar, Parvaneh observa a Simposio. El Mucha-
cho aparece súbitamente de tras un mueble, le hace una venia
al público, y se dirige al atril.)
MUCHACHO: Buenas noches... Shwámukuk... Un poco de dio-
ses y sexo para empezar... ¿Somos, sexualmente hablando,
leales a nuestras parejas? ¿Creemos en una divinidad que
nos crea, actúa sobre nosotros y nos juzga? Dioses y sexo...
Un poco de muerte... ¿Qué tendrían que ver estas preguntas
con nuestra inteligencia individual y nuestro avance como
civilización? Para escándalo y celebración de muchos, un re-
ciente estudio ha comprobado que... No, "comprobado" es
una palabra muy severa... Un estudio -decía- parece indicar
que los que son leales a sus parejas y los que no creen en
dios alguno tienen un desarrollo mental superior a los
adúlteros y creyentes. Sería revelador que fuera cierto; tan
revelador como que lo contrario resulte verdadero... Pero
mientras se comprueba o refuta tan tajante afirmación, per-
mítanme especular acerca de las posibles razones detrás de
la superior inteligencia de los ateos y los fieles. Quienes no
creen en algún dios, quienes no visitan el adulterio, actúan
en contra de los instintos más íntimos de su ser como hu-
manos. Evolucionamos y llegamos a donde estamos gracias
a nuestra fe en una voluntad superior y a nuestra ansia por
esparcir nuestros... genes... Casi digo "nuestra esperma";
perdónenme... Queremos esparcir nuestros genes -decía- en
cada oportunidad que la providencia nos dé. No hacerlo re-
quiere un esfuerzo, una agonía mental, moral, una lucha
contra nuestra misma esencia humana; una agonía que bien
podría ser la definición de inteligencia que tanto nos ha eva-
dido. La fe y la promiscuidad están en nuestros programas;
rechazarlas implica un sacrificio por un bien mayor, por una
civilidad que... Perdonen... Qué introducción tan impertinen-
te... ¿Qué podría informarle el contubernio entre sexo, inte-
ligencia, dioses y civilización a esta conferencia sobre la
muerte y sus concepciones? Les pido su paciencia... Tengo
tres razones; su paciencia, por favor. Primero, quisiera hala-
gar a todos los presentes, pues, si han llegado hasta aquí,
muy probablemente ni sean adúlteros ni crean en dioses...
Además, un poco de melodrama nunca sobra entre personas
tan sedientas de saber como ustedes, señoras y señores,
autoridades, profesorado y estudiantes de la Universidad de
Uppsala; es mi segunda razón. La tercera es que, sin que
casi nadie lo sepa, discurría por la cuenca del Amazonas una
491

raza curiosa o una nación -odiaría llamarla "tribu"- que está


ya en sus últimos estertores de vida.

Una abertura en la pared


(Simposio, sobre la cama, sigue mirando un punto fijo. Parvaneh
lo observa desde cierta distancia.)
SIMPOSIO: Entonces, las aguas se aquietaron...
MUCHACHO: ¡¿Otra vez?! ¡Carajo! Ni siquiera son las nueve...
(El Muchacho se acerca a Simposio.)
SIMPOSIO: Como si alguien las templara; se aquietaron...
MUCHACHO: Sí, sí, sí: lo de Chamicocha otra vez. Y tú que
flotabas...
SIMPOSIO: La laguna era como una lámina tersa y blanda que
me cortaba en dos; una parte, en el aire; una parte, bajo el
agua...
MUCHACHO: Me sé el cuento de memoria, Simposio. Pero, ¿es
ése el momento? ¿Sí o no?
SIMPOSIO: Contuve la respiración, contuve todo movimiento. Y
pude acallar también el ruido en mi cabeza.
MUCHACHO: ¿Sí o no, Simposio?
SIMPOSIO: No interrumpas... La paz era como un pájaro que
descansaba en mi cabeza. Mis pies podían bien sentir las
aguas en su inquietud, fresquísimas. El silencio y los refle-
jos, el humo y el frío que me excitaba...
MUCHACHO: ¿Humo? Eso no me lo habías dicho.
SIMPOSIO: Alguien, no lejos de ahí, preparaba una fogata. La
brisa me traía su aroma y yo lo olía ahí suspendido…
MUCHACHO: ¡Ahí! ¡Ahí!
SIMPOSIO: Todavía, todavía... Porque ahí veía yo al pez, mu-
riendo, mío, hacía poco herido por mi lanza. Mi mente, como
una punta; como un arco, mi rodilla... Mucho de ángel me
sentía ahí... Y también algo de rana. Era mi primera pesca -
¿no lo entiendes? Limpia. Todo su cuerpo atravesado. Tenía
sólo siete años. Mi primera pesca. Me sobresalté y el sol
volvió a su baile de brillos y sombras en los nuevos dobleces
del agua.
MUCHACHO: Por favor. No sigas...
SIMPOSIO: ¡No me distraigas! Pensé hacerle un marco a ese
momento, y hundirme, al fin, a hacer mío ese pescado que
me esperaba moribundo, hundiéndose... Y antes de zambu-
llirme en ese blando cielo, escuché su risa: una risa purísi-
ma y burlona.
PARVANEH (riendo): ¡Pescador!
(Simposio vuelve la cabeza hacia Parvaneh.)
492

SIMPOSIO: La niña era como un pájaro que cantaba sobre otros


muchos pájaros. Y me hundí, pues el peso de tanta maravilla
me empujaba a mi pescado...
MUCHACHO: ¡Carajo!
SIMPOSIO: Cállate...
MUCHACHO: ¡No sigas!
SIMPOSIO: ¡Cállate!
MUCHACHO: Sigue, entonces, sigue. Si tanto lo quieres...
SIMPOSIO: Cuando volví al aire, cuando volví anhelante con mi
pescado en la mano para ofrecérselo a esa niña... ¡Pum, pum,
pum! ¡Disparos! ¡Todo era disparos! Insensibles, insensa-
tos, invisibles disparos.... Nadie sobrevivió... ¡Ráfagas y rá-
fagas! El monstruo... ¡Pum, pum, pum!
(Desesperado, Simposio se revuelca en la cama gritando "¡Pum,
pum, pum!" hasta que cae al piso. El Muchacho lo ayuda a vol-
ver a la cama.)
MUCHACHO: ¿Ves? Ya sabía que así iba a terminar todo: el
monstruo.
SIMPOSIO: El monstruo desgraciaba la maravilla. ¡Lo desgarra-
ba todo! No hubo pájaro que no ensuciara el cielo con sus
gritos.
MUCHACHO: ¡Basta! No puedes seguir con el bendito mons-
truo, Simposio. Tienes casi cincuenta años. Entiéndelo de
una vez: no existe, ya murió. O, aun mejor, nunca existió.
SIMPOSIO: ¡Cómo no va a existir! Todo lo toca y todo lo sabe. El
monstruo escucha mis recuerdos. Lo arrebata ver que ha vuel-
to a mí el abrazo tan suave de esa ingravidez en Chamicocha
y me la destruye, la desgarra...
MUCHACHO: Simposio...
SIMPOSIO: La tierra nunca más me mostró su cara de niña
núbil. Nunca más los aires ahumados y fragantísimos ni el
frescor vivo de mi pescado entre mis dedos...
PARVANEH (riendo): ¡Pescador!
MUCHACHO: Pero ¡¿cuál es el momento específico, por favor?!
¿Cuando la niña gritó "¡pescador!"? ¿Cuando le ensartaste la
lanza al pez o cuando las aguas se aquietaron por fin? No
pueden ser todos, Simposio. El trino tiene que ser único,
más breve, más preciso...
SIMPOSIO: Si pudiera desandar todo lo hecho.... ¡Que el mons-
truo se vuelva a agazapar! Jamás haberme hundido a esos
reflejos del cielo... Por mi culpa. Todos muertos... ¡Carajo! Si
no me hubiera hundido...
(Simposio se desespera. El Muchacho lo abraza.)
MUCHACHO: No existe ningún monstruo, Simposio. Esta no-
493

che cumples cincuenta: tienes que escoger tu momento. Tie-


nes que tenerlo a la mano; se suponía que a los cuarenta ya
deberías....
SIMPOSIO: ¡No puedo!
MUCHACHO: ¡Sí puedes, carajo! Todos pueden. Que sea cuan-
do te hundiste por tu pescado en Chamicocha después de
escuchar a la niña.
SIMPOSIO: ¡¿No entiendes nada?! Si me hundo... ¡Pum, pum,
pum! Los pájaros... Sólo tenía siete años... Cómo podía sa-
ber...
MUCHACHO: ¡Entonces, escoge otro momento!
SIMPOSIO: ¡No hay otro momento! Desde ese día, no hay más
momentos. ¡Tengo cincuenta años y no tengo nada para mos-
trar!
MUCHACHO: Simposio...
SIMPOSIO: ¡Basta, basta, basta, por favor! Sabes cómo te apre-
cio, pero, si sigues con lo mismo y con lo mismo y con lo
mismo, tendré que sacarte de mi casa.
MUCHACHO: Tú no puedes sacarme de aquí.
SIMPOSIO: ¿Quieres ver? ¿Quieres ver cómo puedo?
MUCHACHO: Bueno, si se trata de poder, tal vez, podrías... Quién
sabe. Pero ¿a quién tendrías para escucharte? ¿A quién para
juzgarte o para que ponga la cara por ti en tus conferencias?
¿A quién? ¿Quieres sacarme? A ver, hazlo... ¡Hazlo!
(El Muchacho se pone en una posición desafiante. Simposio
también se muestra desafiante, pero se rinde.)
SIMPOSIO: Entiende la insoportable carga que es tener a al-
guien que todo el día, por más de cuarenta años, te repite:
"¿Ése es el momento? ¿Ése es el momento? ¿Sí o no?" ¡No
tengo nada! ¡Entiéndelo de una vez!
(El Muchacho mira la toma de aire en la pared.)
MUCHACHO: ¿Y cuando escuchas a tu vecina?
SIMPOSIO: ¿Qué vecina?
MUCHACHO: ¿Qué vecina? ¿Qué vecina? La de los ajos fritos.
No te hagas el inocente conmigo.
SIMPOSIO: ¿Cómo sabes?
MUCHACHO: Por favor. ¿Crees que no sé de todos los ruidos y
olores que se meten por ese conducto de ventilación?
(El Muchacho va hacia la toma de aire; la observa detenidamente.)
MUCHACHO: El que diseñó este edificio podría ser demandado
por incompetente o por sádico. Toda la vida los vecinos se
cuela por una abertura en la pared: siete pisos de chillidos y
hedores. Y sé que crees que has identificado a una vecina
que a mediodía fríe unos ajos para prepararse el almuerzo.
494

¿Crees que no me he dado cuenta de cómo te alteras, Simpo-


sio, de cómo la fiebre te sube cada vez que crees que has
escuchado a la vecina de los ajos? Lo que no entiendo es
cómo sabes siquiera que es una mujer. Con todos los soni-
dos y olores de siete pisos, bien podría ser un gordo sudoro-
so, seboso y desnudo el que los fríe.
SIMPOSIO: Es mujer. Es única. Y vuelve en las noches; a las
nueve y media, a las nueve y media en punto, lava todo lo
que dejó sucio en el día: las sartenes con el ajo, las ollas y
cubiertos, los platos con la compota de manzanas que prepa-
ró para su desayuno. Puntualísima.
MUCHACHO: ¿Pero cómo sabes que es la misma persona?
SIMPOSIO: Porque todos los días es lo mismo: manzanas para
el desayuno, ajos fritos para el almuerzo y, a las nueve y
media de la noche, ese ritmo, ese concierto de aguas y vaji-
lla, esa armonía...
MUCHACHO: Pero perfectamente puede ser una persona la que
lava los trastos en las noches y otra la que prepara el desa-
yuno de manzanas. Y un gordo el que fríe los ajos con su
propio sebo.
SIMPOSIO: Es una. Es mujer. Es única. Porque cuando huelo
sus manzanas, cuando escucho el crujir de sus ajos, vuelvo
al lago que, al fin, se aquieta… Cuando lava… Y escucho que
alguien me grita…
PARVANEH (riendo): ¡Pescador!
SIMPOSIO: ... tres veces al día...
MUCHACHO: Sí, a este arquitecto deberían demandarlo.
SIMPOSIO: ... puntualísima...
MUCHACHO: Entonces, ya tenemos el momento. Escucha cómo
lava tu vecina esta noche y que tu memoria te devuelva a
cuando te hundiste por tu pescado en el lago con el eco de
un "¡pescador!" en la cabeza. Listo.
SIMPOSIO: Entiéndelo: si me zambullo, aun si recuerdo que
me hundo, salta el monstruo. Si disfruto un solo instante,
disparan. Todos mueren. Y es mi culpa.
MUCHACHO: ¡No hay monstruo, carajo! No, Simposio, basta.
No es posible que en cincuenta años no haya habido un solo
momento… Lo siento; ya no puedo más. Hice todo lo que
pude. Cuarenta años. ¿Querías sacarme de tu casa? No te
molestes. Yo me voy por mi cuenta.
(El Muchacho va hacia la puerta de salida.)
SIMPOSIO: ¿Y a quién tendrías para recordarte? ¿Para tenerte
presente en cada momento del día, años tras año? ¿Las vi-
das de quién vas reglar y juzgar?
(El Muchacho se detiene, abatido. Quedan en silencio.)
495

MUCHACHO: ¿Ahora qué vamos a hacer?


SIMPOSIO: Espérame hasta esta noche. Tengo algo preparado:
te quería sorprender.
MUCHACHO: ¿Cuando lave la vecina?
SIMPOSIO: Sí, pero tengo una idea, un plan. Es como un expe-
rimento.
(El Muchacho vuelve a donde Simposio.)
MUCHACHO: ¿Vas a invitar a la vecina a cenar? No sería mala
idea... si existe la bendita vecina. Podrías invitarla a probar
esa salsa que preparas… ¿cómo es que la llamas?
SIMPOSIO: Chamicocha.
MUCHACHO: Qué original.
SIMPOSIO: No es con la vecina; es con mi asistente.
MUCHACHO: ¿Parvaneh? ¿Vas a invitar a Parvaneh?
SIMPOSIO: Ya la invité. Le dije que era para probar mi salsa, mi
receta. ¿Qué puedo perder?
MUCHACHO: ¿Cuándo la invitaste?
SIMPOSIO: Ayer por la mañana; el viernes.
MUCHACHO: Ahora lo recuerdo: tú escuchabas la letanía de los
trabajos del día... A. Youghal, B. Uppsala... Y tú no te anima-
bas a decírselo... ¡Decírselo de una vez! ¡Tu trino al fin, Sim-
posio! Tú siempre tan ingenuo... Ahora sí lo recuerdo...
SIMPOSIO: Ya es sábado por la noche; todo está listo. La leche,
a punto de podrirse; los ajos, pelados, machacados; el congrio
hervido, dorado y desmenuzado hasta la última hilacha...
MUCHACHO: Siete años ha trabajado para ti y precisamente
ahora se te ocurre invitarla.
SIMPOSIO: Es un experimento: macerarlo todo: lo que siento
en mi piel, los olores y sabores de Chamicocha, lo que oigo
y me devuelve a la laguna: los tres juntos. Tiene que fun-
cionar.
MUCHACHO: No, Simposio; te conozco: es una nueva astucia
tuya para posponer todo otra vez.
SIMPOSIO: Parvaneh... Es perfecta. Quién más se prestaría.
MUCHACHO: Te conozco. ¿Cuántas otras veces has tratado...
SIMPOSIO: Por favor, no pasa de esta noche. ¿Qué hora es?
MUCHACHO: Ocho y media.
SIMPOSIO: Tengo media hora.
(Simposio se dirige a la cocina y se pone a cocinar. El Muchacho
vuelve al atril.)
MUCHACHO: Pero no pasa de esta noche. Cumples cincuenta,
Simposio. ¡Carajo! Tienes que elegir tu trino; tienes que te-
nerlo a la mano. Has pasado todo límite.
496

(Simposio sigue cocinando; Parvaneh, sentada observándolo


desde cierta distancia.)

Nada me desquicia
(Simposio prepara algo en la cocina.)
SIMPOSIO: Un poco más... Un poco más... La pulpa
de congrio... Un poco más... La menta, el ajo...
Por falta de sabor no habrá disculpa;
si es muy punzante... ¡Váyanse al carajo!
(Dirige el grito al público. Apenas lo ha dicho, se avergüenza.
También dirige al público las explicaciones siguientes.)
SIMPOSIO: Perdonen mi impaciencia... Mi delicia
no tiene cuerpo; ni alma, mi trabajo...
Mi vida en breve: nada me desquicia.
Cualquier olor a amor me ve y me evita;
me evade todo bálsamo o caricia;
ni el cántico más íntimo me invita...
Sólo por recordarlos, yo me embuto
de ardores; su memoria sí es bendita.
La fiesta empieza en mi alma en el minuto
en que sudor y sangre se han enfriado...
(Simposio se dirige a la cama. Se recuesta.)
SIMPOSIO: Fragores y fragancias... Los disfruto
cuando su espasmo último ha expirado,
y evoco un largo beso o una batalla,
ya solo y boca arriba, sin pecado...
Lo que haga no me absuelve: lo que me haya
pasado es que me salva del diablo.
Pero hoy derribaré, al fin, la muralla
que encierra gozo y culpa en un vocablo...
Permítanme aclarar más mi proceso:
mi oficio es el de hablar y hablar: les hablo
de todo: aquí, un simposio; allá, un congreso...
¿Mi tema? ¡Cualquier pájaro es mi tema!
Yo hablo y hay aplausos... Y hay el beso
de alguna a quien salvé de algún dilema.
Entonces, vuelvo a casa con premura:
la sed por precisar su olor me quema
y hasta humeantes sábanas perdura.
(Simposio vuelve a la cocina y sigue preparando algo.)
SIMPOSIO: Desde los siete, sufro verborreas:
hablar fue para mí la travesura,
como a otros el perderse o las peleas.
No llamaré "mentiras" sino "inventos"
a mi adicción a hacer, de las más feas,
497

las vidas más preciosas con mis cuentos.


Y así crecí puliendo mi apariencia,
soplando y macillando mis talentos.
Y aquí llegué ponencia tras ponencia,
colmado de apretones y de honores.
(Simposio va la cama; se recuesta boca arriba.)
SIMPOSIO: Pero, hasta hoy, me aplasta más la urgencia...
Pero, hasta hoy, me acosan los horrores...
(Simposio sigue tendido en la cama. Tiembla. Ríe. Da un grito
desconsolado.)

Conferencia II
(Desde el atril, el Muchacho le habla al público.)
MUCHACHO: Curiosa, curiosa, curiosa en los tres sentidos de
la palabra sigue siendo esta raza aunque esté ya moribunda.
Les dicen los "shwami-shwami", pero la mayoría de libros ni
siquiera los menciona. Nadie sabe hasta qué punto son
adúlteros o creyentes, pero tienen otra gracia que bien po-
dría ir contra el instinto más íntimo de la condición humana:
no le temen a la muerte. Espero no aturdir a nadie si digo
que esto los pone al lado de los ateos o los fieles en inteli-
gencia y civilidad... Nadie habla de eso... ¿Por qué será? Pero
volveré al tema... Quisiera antes explayarme en otra carac-
terística shwami, una que todos los estudios y crónicas men-
cionan: nada como hablar y hablar los deleita. Cualquier ru-
mor, cualquier susurro, les es una rotunda razón con qué
empezar su verborrea. ¡Benditas lenguas y oídos, siempre
listos para los fuegos santos o la compasión profana! El pá-
rrafo más largo sobre ellos nos informa que aman tanto oír a
los visitantes como embrollar sus historias los desquicia,
los arrebata. Son pocos los viajeros que a ellos llegan: los
que aman la aventura y la soledad, los protestantes, los com-
batientes por las almas o el dinero, apasionados en busca de
la última lengua o la última cura. Católicos, sargentos, men-
sajeros, todos, todos, son escuchados, interrogados, cele-
brados... Un momento... Espero no estar recreando en sus
cabezas una especie de inocente jardín, perdido en plena
jungla. No, no; por favor... No hay mayor culpa que en el
hambre de saber, y saber que no se puede saberlo todo; no
hay más cruel infierno que conocer que hay tanto por ver y
oír, y nos está prohibido... Un ejemplo: de tanto enmarañar
historias, han destilado una esencia: la leyenda del mance-
bo y la cazadora, que otros llaman "La chupaculpas y el man-
cebo", y que les anexo a esta conferencia, como ilustración
del cándido sincretismo de la nación de los shwami-shwami.
Pues, si algún incauto apasionado decidiera hurgar todas las
498

fuentes de la fábula de la chupaculpas, pasaría la vida extra-


viado en su perpetua frustración. Y éste es sólo un ejemplo
de decenas... Con hambre arrolladora, todo lo que escuchan
lo hacen suyo. De tanto rumiar historias ajenas, ya el canto
se les hizo propio. ¡Y qué lucidez! ¡Qué pasión! ¡Qué amor!
Perdónenme esta emoción, señoras, señores...
(El Muchacho contiene un sollozo.)

¡Decírselo de una vez!


(Simposio y Parvaneh están sentados frente a frente en la ofici-
na. En esta escena, Parvaneh habla con el marcado e
inidentificable acento.)
MUCHACHO: Ahora lo recuerdo... A. Youghal, B. Uppsala...
PARVANEH (con acento): A. Youghal: La culpa, el libro de
Mulligan: hay que leerlo: está en horario...
MUCHACHO: Y tú no te animabas a decírselo...
PARVANEH (con acento): ... tenemos tiempo. B. Uppsala: La
muerte y sus concepciones: el disfraz y la red, el actor; todo
listo. C. Florencia. El amor...
MUCHACHO: ... decírselo...
PARVANEH (con acento): ... su símbolo del restaurador imagi-
nario: eso sí es urgente, hay que llamar a responderles...
MUCHACHO: ¡Decírselo de una vez!
SIMPOSIO: Parvaneh.
MUCHACHO: Pero no la interrumpiste para decírselo.
SIMPOSIO: ¿Consiguió, al fin, mi disfraz?
MUCHACHO: Lo hiciste para que deje de bañarte en su saliva.
PARVANEH (con acento): Sí, sí. Encontré el que se ajusta per-
fectamente a lo que me pidió: una feroz cazadora en la jun-
gla... Todo está listo: el disfraz, la red; contraté a un joven
actor para que haga del mancebo que...
MUCHACHO: Ella sola se interrumpió esta vez.
PARVANEH (con acento; riendo): No... Lo siento, me niego a
ayudarlo en semejante ridiculez...
SIMPOSIO: Por muchas risas que me argumente y que me es-
cupa, está decidido: lo haré.
PARVANEH (con acento): Necio...
MUCHACHO: Y su garúa te siguió acosando.
PARVANEH (con acento): Necio, necio, necio. ¿Por qué, señor
Simposio? ¿Por qué arriesgar así su prestigio? Cada palabra
que usted pronuncia tiene un valor altísimo. Todos lo quie-
ren; ha ayudado usted a tantos con sus conferencias, a tan-
tos ha rescatado de sus abismos, a tantos ha desbarrancado
499

hasta sus profundidades. La gente mataría por escucharlo.


¿Por qué arruinarlo todo con una ridiculez como ésa?
MUCHACHO: No lo habría comprendido. ¿Por qué? Por hacer
algo distinto tal vez; para ver si una locura de último mo-
mento te llevaba a ese instante que tanto...
PARVANEH (con acento): ¡Un hombre de su edad! ¡Disfrazarse
de una cazadora, de la chupaculpas! ¡Necio!
MUCHACHO: Hizo una pausa... Al fin... Ése, ése era el momen-
to para decírselo. Te escuchaste haciendo una pregunta.
PARVANEH (con acento): ¿Mi edad? ¿Por qué lo pregunta?
MUCHACHO: Otra vez lo habías pospuesto todo.
PARVANEH (con acento): ¿Qué edad cree que tengo?
MUCHACHO: Pensaste en cualquier edad. Ni siquiera inten-
taste deducción alguna. Restaste un, dos, tres -por cortesía-
y le dijiste...
SIMPOSIO: Treinta y tres.
PARVANEH (con acento): ¡Qué cerca! ¿También es mago?
SIMPOSIO: Bueno, Parvaneh, ¿con qué empezamos hoy? Sea
breve, por favor.
PARVANEH (con acento): La vieja de Florencia hace días que
llama y llama y llama. ¡Qué insistente! ¿Qué hago? ¿Qué le
digo? ¿Lo acepto o lo cancelo? Es ya urgente que se decida.
Amor: el paciente restaurador de un tosco azar. ¡Es lindo!
SIMPOSIO: Parvaneh...
MUCHACHO: Pero ¿cómo se lo dirías?
PARVANEH (con acento): No soy muy entendida en líos amoro-
sos, pero le digo lo que pienso: su cinismo sincera la vida
más que cualquiera de esos post-híper-meta palabreos de
siempre. Deslumbrémoslos; vayamos a Florencia. Su inven-
to sobre el amor restaurará el color a ese desgastado museo.
MUCHACHO: ¿Se lo explicarías todo? ¿Tu teoría? ¿Juntar los
tres sentidos en uno solo?
SIMPOSIO: Dejemos el amor a otro momento.
MUCHACHO: ¿O simplemente la invitarías a una inocente de-
gustación de tu salsa?
SIMPOSIO: Antes del amor, la culpa, Parvaneh.
MUCHACHO: Ni uno ni otro... Como siempre... Te pareció que
murmuró algo así como...
PARVANEH (con acento): Ciego de mierda...
MUCHACHO: Pero, tal vez, sólo fue una impresión.
SIMPOSIO: La culpa... Leamos lo que Mulligan nos mandó. Us-
ted lo sabe: es uno de mis mejores amigos y hemos conveni-
do en encontrarnos en Youghal. El pretexto es la presenta-
500

ción de su libro; me ha pedido que diga unas palabras y me


honra. Leámoslo.
PARVANEH (con acento): ¿Su amigo? ¿Pero qué amigos tiene
usted?
MUCHACHO: No había razón para molestarse, Simposio. Ella
no tenía cómo saber de mí. No podía saber de cómo, hace
mucho, me perdí en una selva, de cómo un niño me encontró
y me llevó hasta los suyos, de cómo pasé con ellos varios
días, acogido, protegido, satisfecho. Íbamos juntos a todos
lados, Simposio; nos enseñamos muchas cosas: de pescas y
de trinos; de raíces, de las buenas y de las otras. Has con-
servado nuestra amistad por más de cuarenta años. Tú te-
nías sólo siete; y yo, veintiuno cuando me salvaste; pero ella
no tenía cómo saberlo. No había por qué gritar así, Simposio.
SIMPOSIO: ¡Comience de una vez, Parvaneh!
(Parvaneh toma un libro y lo lee.)
PARVANEH (con acento; leyendo): Un ejemplo ilustrativo de lo
que aquí sostengo nos lo provee la Gran Hambruna.
MUCHACHO: Ahora lo recuerdo... Así empezó el fragmento que
te leyera ayer como si fuera una mañana como cualquier otra.
PARVANEH (con acento; leyendo): Ante una catástrofe de se-
mejantes proporciones, tenemos que hallar un culpable: no
es concebible que entre un millón y medio y tres millones de
muertes no tengan a alguien a quien responsabilizar.
MUCHACHO: ¿Te molestaban realmente esos implacables
golpecitos de saliva en la cara?
PARVANEH (con acento; leyendo): También en esos días, la po-
blación se dividió entre culpar a un gran conspirador externo
y culparse a sí misma. Según los últimos, la nación debía
haber cometido un gran pecado para que Dios haya mandado
un castigo tan colosal...
MUCHACHO: ¿No sería que, más bien, te complacía la sutileza
con que te refrescaban?
PARVANEH (con acento; leyendo): Según los primeros, la Coro-
na actuó como una suerte de "monstruo" que conspiró no
sólo para sabotear todo intento de auxilio a la hambrienta
población sino que provocó la peste en un primer lugar.
MUCHACHO: Pero mientras ya disfrutabas de esa tenue aun-
que perpetua lluvia, vecino, puntualísimo, bajó aquel otro
aroma: los benditos alientos de manzana en la toma de aire...
(Simposio camina hacia la toma de aire. Parvaneh sigue leyendo
en voz baja.)
MUCHACHO: Era tu vecina que empezaba con su día. Y, nueva-
mente, la laguna, el pescado, la niña... El monstruo... Pero
qué importaba ahora el monstruo si ahí estaba ella... Pica y
501

pica la fruta; ahoga en agua los trocitos; les pone azúcar...


¿O no? Tal vez -pensabas- quiera mantener su figura priván-
dose de... ¿Con dulce o no? Debías decidirte antes de que
todo pasara... Que sea con miel, decidiste. Pensaste: que
sea una travesura que se permite antes que una angustiante
perdición. Manzana, agua, miel... Entonces, hace una crema
de todo. Y, cuando escuchas el compás con que la bebe, sus
"aaah, aaah" después de cada largo trago, ya estás otra vez
flotando en Chamicocha, y todo problema pierde al punto su
relevancia...
(Simposio camina hacia la oficina. Se sienta nuevamente en su
silla frente a Parvaneh.)
MUCHACHO: Tu próximo recuerdo es esa rara y terca voz...
PARVANEH (con acento; leyendo): En éstos, encontramos una
inversión de la secuencia...
SIMPOSIO: Parvaneh...
PARVANEH (con acento; leyendo): ....el pecado no es sucedido
por el castigo sino al revés: primero ocurre el horrible evento
que corta la vida en dos...
SIMPOSIO: Parvaneh...
PARVANEH (con acento; leyendo): ... y luego la búsqueda del
mal que causó la ira divina: nuestra culpa.
SIMPOSIO: ¡Parvaneh!
PARVANEH (con acento): ¿Otra vez, el sopor de las mañanas?
SIMPOSIO: Otra vez, la misma fiebre.
(Parvaneh se levanta y humedece un pañuelo en agua y limpia
la cara de Simposio.)
MUCHACHO: ¡Qué ganas de hacer algo por ella! ¡Qué ganas de
agradecerle todo con un gesto! Uno solo y formidable... ¿Pero
qué gesto? ¿Qué palabra? ¿Qué tan inmenso e inviolable que
no pudiera ser roído por el tiempo? ¿Era el momento para
decírselo de una vez, para explicárselo todo? No hiciste nada
por no saber qué hacer. Y ya que, al parecer, nunca se lo
dirías, ya que quedarías mal con ella, poco te importaba que-
dar mal con todos...
(Parvaneh se vuelve a sentar frente a Simposio.)
SIMPOSIO: Parvaneh, cancéleme Florencia.
PARVANEH (con acento): Señor Simposio...
SIMPOSIO: ¡Cancéleme Florencia! Cancéleme Youghal; cancé-
leme la chupaculpas, la cazadora. ¡Cancéleme la vida de una
vez!
PARVANEH (con acento): ¡No entiendo por qué nunca hace us-
ted nada con esas fiebres! Cada día, son peores. Hágase ver
por un médico, por favor.
502

MUCHACHO: En su reproche, te listaba nombres de médicos,


te hablaba de horarios y citas ya concertadas por ella, te
advertía sobre síntomas y muertes fulminantes a tu edad.
PARVANEH (con acento): Usted que lo sabe todo, cómo es posi-
ble que no se dé cuenta...
SIMPOSIO: ¿Cuántas veces se lo he dicho, Parvaneh? Yo no sé
todo; apenas sé un tercio.
MUCHACHO: Nunca supiste si se rio. Nunca sabrás si enten-
dió. Por un inacabable instante, no supiste si lo pensaste o
si realmente lo dijiste...
SIMPOSIO: Parvaneh, ¿por qué no viene a cenar el sábado en la
noche, aquí conmigo?
MUCHACHO: Sí, Simposio. Se lo habías dicho al fin: la invitas-
te. Supiste de tu desatino por la quietud que te abrumó de
pronto. Tu asistente sin hablar, ¿de cuándo acá? ¿Parvaneh
en silencio? Pero era verdad: tras tu propuesta, no sentiste
la menor señal de vida.
SIMPOSIO: La invito... Parvaneh... Mañana en la noche. Así
probará, al fin, mi secreto, mi salsa Chamicocha... ¿Recuer-
da que le hablé de mi receta?
MUCHACHO: Y su silencio se te hacía cada vez más estridente.
SIMPOSIO: ¿Le parece bien a las nueve? Tal vez, es muy tarde
para usted ¿O muy temprano? ¿Le gusta el vino? O, tal vez,
usted no beba; disculpe.
MUCHACHO: Silencio... Silencio... Cómo deseaste esa garúa,
cómo quisiste que la lluvia de baba se desatara, de una vez,
como una indignada tormenta... Pero nada... Era ahora o
nunca, Simposio. Ya lo habías pervertido todo; qué más po-
días perder.
(Simposio se levanta y camina hacia la silla en que está
Parvaneh. Le toca un hombro. Se acuclilla frente a ella y la aca-
ricia.)
MUCHACHO: Avanzaste a su silla... Con la diestra adelante,
llegaste hasta sus hombros. Una caricia; y ella no se movió.
Fuiste bajando la mano. Su costado, su cintura... En cuclillas,
su rodilla. Le susurraste...
SIMPOSIO: Mi salsa...
MUCHACHO: Más bajo, más bajo.
SIMPOSIO: Mi salsa...
MUCHACHO: Así.
SIMPOSIO: ¿La recuerda? ¿Los ajos frescos fritos en mantequi-
lla para dorar el congrio?
MUCHACHO: Con la izquierda tomaste su pecho...
(Simposio le toca un pecho a Parvaneh.)
503

SIMPOSIO: La leche... La leche a punto, sólo a punto de...


MUCHACHO: Su beso te calló.
(Súbitamente, Parvaneh besa con pasión a Simposio. Ambos se
besan por varios segundos.)
MUCHACHO: Su boca te supo a mar y, en las treguas de esa
lucha lengua a lengua, susurraba...
PARVANEH (con acento; suavemente): Mierda... Mierda...
MUCHACHO: ... como un reproche, como una denuncia. Y, al
mismo tiempo, como música: una alabanza a lo inconcebi-
ble...
(Simposio y Parvaneh se siguen besando hasta que pierden el
equilibrio y caen al piso.)
PARVANEH (con acento): ¡Mierda!
(Simposio y Parvaneh se levantan violentamente. Están aturdi-
dos por lo que han hecho. Dicen lo siguiente atropelladamente.)
SIMPOSIO: Los ajos, los ajos...
PARVANEH (con acento): Señor Simposio...
SIMPOSIO: Ya no me quedan más dientes. La leche...
PARVANEH (con acento): No se disfrace, por favor...
SIMPOSIO: ¿Me podrá comprar lo que me falta?
PARVANEH (con acento): ¿Y si yo me disfrazo?
SIMPOSIO: Le haré una lista... Ajo, leche, miel... ¿Qué más?
PARVANEH (con acento): Por favor...
SIMPOSIO: ¡No me distraiga! Nueces...
PARVANEH (con acento): Déjeme a mí ser la chupaculpas. ¡Dé-
jeme a mí!
SIMPOSIO: ¡Basta, Parvaneh! Compre los ingredientes, tráiga-
los y tómese el resto del día. La espero aquí mañana a las
nueve de la noche... En punto, por favor.
(Parvaneh va hacia el maniquí; empieza a vestirse con el disfraz
de cazadora.)
MUCHACHO: Y, así, tu plan -tu experimento- estaba en mar-
cha. Ya nada podía fallar para lograr tu gran momento. ¡Tu
trino al fin, Simposio! O, al menos, eso pensaste... Tú siem-
pre tan ingenuo.... Ahora sí lo recuerdo...
(Simposio, satisfecho, va a echarse en la cama.)

La chupaculpas y el mancebo (primera parte)


(Parvaneh, con el disfraz de cazadora y con la red en la mano,
camina por el borde del escenario, feroz.)
PARVANEH: Les saco hasta la pulpa,
les chupo sus reproches
y pésames... Los muerdo y, sin demora,
504

les sorbo toda culpa.


Yo vuelvo en luz sus noches;
y sus anhelos, en perpetuo ahora.
Yo soy la cazadora
que, por su presa, acampa
y acecha en la montaña...
(El Muchacho se acerca cabizbajo hacia Parvaneh.)
PARVANEH: ¿Qué veo? ¿O es el hambre que me engaña?
Un pájaro ha bajado hasta mi trampa.
Mejor será esconderme,
pues ya una vez pudieron someterme.
(Parvaneh se retira y se agazapa.)
MUCHACHO: Ni el último gran río
podrá lavar mi falta.
Tan raro es mi pecado y tan profundo
que lloro y desvarío,
y el monstruo a mí me asalta
aun cuando me apure al fin del mundo.
Lo quiero y soy rotundo:
mi culpa sea eterna.
Y, en siempre resistirme
a toda gracia, tengo que ser firme...
(El Muchacho pasa cerca de Parvaneh y ésta toma su pierna.)
MUCHACHO: ¡¿Qué pájaro?! ¡¿Qué bestia aquí en mi pierna?!
(Parvaneh hace caer al Muchacho, le arroja encima la red, lo
atrapa y lo envuelve con ella. Parvaneh va morder al Muchacho
en el cuello.)
MUCHACHO: ¡Tú eres la que empuja
a todos a olvidar al dios! ¡La bruja!
(Al oírlo, Parvaneh se detiene en su intento de morderlo.)
PARVANEH: ¡¿Yo?! ¡¿Bruja, yo?! ¡Detente!
¡Yo al mundo soy sagrada!
¿A qué debo lo absurdo de tu insulto?
¿No viene a mí la gente
a ser por mí emboscada?
Los cazo y en mi red les doy mi indulto,
pues, cuando son un bulto
ya inerme, de sus cuellos,
les saco un tierno disco
de carne con un beso y un mordisco.
Y, luego, los libero. Y, luego, aquellos
marcados por mi aliento
jamás sabrán qué fue el remordimiento.
(Parvaneh se inclina nuevamente hacia el Muchacho, va a mor-
derlo en el cuello.)
505

MUCHACHO: ¡Por ti es que nos perdimos!


Por ti es que nadie siente
terror por qué será de sus mañanas.
Y gozan, entre mimos,
su amnesia y su presente.
Por ti hacen falsos dioses de sus ganas...
A orgías los afanas,
y a vicios siempre tiernos.
Mas no podrás conmigo.
Aunque yo sea tu último enemigo,
jamás me salvarás de los infiernos.
Ni tu salaz mordida
suavizará el horror de mi caída.
PARVANEH: ¡Me mata con su enigma!
¿Qué gran caída es ésa,
que nunca será absuelta aunque lo muerda
y deje en él mi estigma?
Sería gran sorpresa…
No hay ya pecado o monstruo que yo... ¡Mierda!
(En la distracción de Parvaneh, el Muchacho se liberó de la red,
la que ahora arroja sobre aquélla. Atrapa a Parvaneh y la sostie-
ne sobre el piso.)
PARVANEH: Dejé que se me pierda
mi ave por curiosa.
Y ahora aquí me ata
con esta misma trampa. ¡Qué insensata!
(El Muchacho ha amarrado a Parvaneh con la red y ahora va
hacia el atril.)
PARVANEH: Ya alguna vez me hicieron igual cosa:
por décadas, la tierra
se ensombreció de dioses, hambre y guerra...
(Parvaneh trata de liberarse de la red pero no lo consigue; que-
da atada en el piso. Da un grito desconsolado.)

Conferencia III
(Desde el atril, el Muchacho le habla al público. Parvaneh per-
manece en el piso inmóvil, atada con la red.)
MUCHACHO: Perdónenme tanta emoción, tanta digresión, se-
ñoras y señores, autoridades, profesorado y estudiantes de
la Universidad de Uppsala. Este simposio no es sobre mis
pasiones. Es sobre el miedo a lo último y desconocido, sobre
ese miedo que fingimos desde que aprendemos a fingir... Una
de las leyendas más aceptadas sobre éste, su país, señoras
y señores, es que es el primer país, el país campeón en... A
ver, ¿en qué? ¿En volumen de alcohol consumido por cabeza?
506

¿En el bienestar y paciencia de sus habitantes? ¿En perver-


siones sexuales? Ustedes me dirán... Pero, no; me refiero a
los suicidios: aquí en Suecia -o así dicen- la gente se quita
la vida más que en cualquier otro lugar. No quisiera herir su
orgullo nacional, señoras, señores, pero debo refutar el mito.
Si los consuela, en todo caso, podría decir que ustedes son
los segundos. Es a los shwami-shwami a quienes les corres-
ponde el primer lugar. Pero, cuando se matan, ellos lo hacen
en perfecta y tranquila lucidez: no hay pena, no hay furia, no
hay miedo. Datos confiables nos dicen que no hay hombre ni
mujer sobre los cuarenta años. Cuando un shwami o una
shwami agoniza -así dice la leyenda- tres mujeres aparecen
para interrogar al desahuciado. La espesura que los rodea se
convierte entonces en una suerte de sala de tribunal, en el
espacio más propicio para encontrar el acto de amor o de
heroísmo que perpetuarán una vez muertos, para encontrar
eso que una limitada traducción -siempre volátil y fea- llama
"el trino". Nuestras convenciones podrían hacer que el en-
cuentro con las tres mujeres nos parezca un juicio: la acción
busca que el cuerpo, ya casi hecho alma pura, encuentre,
entre sus recuerdos, el momento de mayor amor, el más he-
roico acto que el shwami traiga a cuestas, o el más placente-
ro dicen algunos. El trino debe ser real, terriblemente preci-
so y breve. Así, las tres mujeres, como en un juego de pre-
guntas y respuestas, van excitando al moribundo a un fugaz
repaso de su historia. Y, cuando se encuentra el gran mo-
mento, se oye el grito de un pájaro que pasma aquel instan-
te. Y ahí, en acto pleno, en ese trino, pasará el muerto al
infinito.

Capas sobre capas


(Simposio, en la cama, le habla al público. Parvaneh sigue atada.)
SIMPOSIO: Pero, hasta hoy, me acosan los horrores
del niño que, tras charlas formidables,
corre a esconderse en cama... Los señores
con los que fui creciendo eran amables,
pues ser amables les mandaba el juicio.
"No hables más. ¡Ya cállate! No-ha-bles"
me prevenían siempre en cuanto hospicio
me hizo encallar un juez... o una marea...
Mi única pasión les fue un suplicio.
(En eso, desde fuera, se escuchan golpes violentos y gritos fe-
meninos, como si dos personas forcejearan por abrir y cerrar
una puerta. Simposio se acerca a la toma de aire para escuchar
mejor. Los ruidos cesan.)
SIMPOSIO: Hoy hablo lo que quiera: lo que sea
507

que incendie mi alma; y, para apaciguarla,


les cambio el tema y vierto ahí mi idea.
¡A quién le importa el título en la charla!
Habrá suspiros aunque habrá un abismo
entre uno y otra. Mi secreto es darla
mascando y macerando su exotismo.
Y, aunque el simposio sea sobre amor,
le tuerzo el cuello y hablo de mí mismo...
(Se sienta en la cama y aplaude burlonamente.)
SIMPOSIO: Aplausos, besos; casa y estertor...
Silencio y cama... Ya no me desgasta
la diaria impertinencia de un señor
o una señora con sus "basta"... ¡Basta!
Hoy hablo y otros mundos abro y cierro;
hoy hablo y hasta el tiempo se devasta...
(De pronto, se escucha un portazo y ruidos de peleas. Simposio
presta atención a la toma de aire. Poco a poco, los ruidos cesan.
Simposio, algo perplejo, se dirige al público.)
SIMPOSIO: Les dije que hoy saldría de este entierro
viviente, y nuevamente aquí les juro
soltar al animal que ahora encierro
en mi alma, aquí, en su abismo más oscuro.
Lo intentaré aclarar sin poesía:
desde esta noche, soy presente puro:
soy héroe y amante... Teoría:
con capas sobre capas de delicias,
podrá encarnarse a tiempo esa armonía
que antes sólo hallaba en las noticias
o en una corrugada enciclopedia.
Hoy untaré mi salsa a las caricias
de mi asistente. Y, a las nueve y media,
me azotará el fervor de esa abertura...
(Muestra, con un gesto, la toma de aire.)
SIMPOSIO: ... y el gran final será de mi comedia.
Vendrá a lavar su noche... Puta y pura...
Vecina, Chamicocha y asistente…
Las tres, mientras mi carne se fractura;
las tres, a un tiempo, vaciarán mi mente…
(Complacido, da una profunda aspiración. Sonríe maliciosamente.
Se escucha un portazo y pasos femeninos que se alejan apura-
dos.)

Conferencia IV
(El Muchacho habla desde el atril. Parvaneh sigue inmóvil, ata-
da con la red en el piso.)
508

MUCHACHO: Y ahí, en el gozo de ese acto, en ese trino que


cada quien ha elegido para sí mismo, vivirá el muerto su
infinito: no habrá más miedos ni vergüenzas, no más culpa.
"Amor", "heroísmo"; ambas palabras tienen la misma raíz en
lengua shwami; algunos inclusive arguyen que significan lo
mismo; otros añaden "placer" o "goce" como sinónimo de los
anteriores: placer, heroísmo, amor: shwámukuk... Por ello
es que esta raza quedó atrapada en su hábito de hablar tan-
to de tanto y con tantos. Buscan saberlo todo venga de quien
venga, para ver si así, en historias propias o extranjeras,
pueden encontrar actos de amor y heroísmo que podrían vivir
y elegir a la hora del postrer tribunal. La lucha cuerpo a cuer-
po contra la bestia que acaba de herir a ese amado compañe-
ro, las furtivas y profundas caricias con el hombre de una de
las jefas que duerme a sólo unos pasos, la ofrenda de la
primera pesca a esa niña que nos mira desde la orilla y con
quien nunca nos atrevimos a hablar... Todo es acopiado con
pasión y fe. Por años, lo conservan, lo maceran, lo regurgitan,
lo vuelven a tragar, lo fermentan con la esperanza de perpe-
tuarlo en el último inventario con las tres mujeres. Por ello
es que los shwami-shwami no viven encadenados al llanto o
a la cólera por la inevitable muerte. Viven amasando sus
memorias hasta hartarse, hastiarse, hasta no poder más...
Así, si las mujeres acaso se retrasan y no vienen a buscarlo,
cada shwami sale a buscarlas por su propia voluntad.
(El Muchacho saca un pequeño paquete de un bolsillo y lo mues-
tra.)
MUCHACHO: Conocen una planta tuberosa cuya raíz mastican
y cuyo jugo tragan con esperanza después de haberse perdi-
do solos en la selva. El tóxico del tubérculo va deteniendo,
poco a poco, sus corazones y amoratando sus pieles. Enton-
ces les aparece, ya acondicionado, el tribunal... Pero tanto
interactuar con extraños tuvo su costo: en un tiempo, los
esclavizaron; muchas veces, disecaron su lengua y sus cos-
tumbres en libros que rebosaban de buenas intenciones; les
trajeron infecciones para las que sus cuerpos no estaban
preparados. Pero el golpe final les llegó hace más de cuaren-
ta años.
(El Muchacho pone el paquete en la mesa del comedor. Simpo-
sio lo ve. Ambos asienten.)

La chupaculpas y el mancebo (segunda parte)


(Parvaneh sigue atada con la red, tirada en el piso sin moverse.
El Muchacho, sin verla, se acerca buscándola.)
MUCHACHO: Por ver si aún la encuentro,
bajé otra vez al monte.
509

La até hace tantos años -doce o trece-


que el mundo halló su centro,
su marco y su horizonte.
¡Y hoy quien tiene culpa la padece!
(El Muchacho ha dicho lo último con satisfacción y orgullo. Pero,
súbitamente, se pone triste.)
MUCHACHO: Mas todo se ensombrece…
Al baile o la batalla,
se mueven con desgano.
El mundo es más del dios mas todo es vano,
pues ya a esa chupaculpas nadie halla.
¿Has muerto ya? ¡Responde!
Si acaso aún respiras, dime dónde.
(Al oír al Muchacho, Parvaneh empieza a moverse; habla tenue-
mente.)
PARVANEH: ¿Son monstruos en mi vientre
o escucho los murmullos
del ave que, en mi trampa, me burlara?
(El Muchacho ve a Parvaneh en el piso; se le acerca.)
PARVANEH: Son tantos años entre
mis tiempos y los suyos
que, acaso, es mi acidez que los depara.
Llovieron en mi cara
las moscas, las arañas;
y, a dieta de agua y grillo,
pervivo aquí. ¿Qué buscas, pajarillo?
¿Se ahogó el gran dios en fangos o en marañas?
¿O no será que quieres
crear a un nuevo dios con mis placeres?
MUCHACHO: Soñé con que un milagro
nos junte, pecho a pecho,
y pueda, al darte culpa, darme gracia.
A todos me consagro
y a nadie he satisfecho.
¡Les di la ley del dios, y no los sacia!
Por eso vine hacia
tu trampa; aquí me tienes.
Te ofrezco liberarte
si preñas con tus ciencias a mi arte,
y juntos detenemos los vaivenes
de orgías y de infiernos
con sólo, vientre a vientre, conocernos.
PARVANEH: Hagámoslo... De acuerdo...
(El Muchacho desata a Parvaneh. Ésta empieza a seducir al
Muchacho con sus movimientos. Se desviste parcialmente.)
510

PARVANEH: Las magias que me pidas


te haré de pecho a pecho y vientre, amigo.
(El Muchacho, embelesado, camina hacia Parvaneh. Aprove-
chando la distracción del Muchacho, Parvaneh toma la red y la
arroja sobre él. El Muchacho cae al piso y Parvaneh lo asegura
con la red.)
PARVANEH: ¡Qué crédulo y qué lerdo!
El don de mis heridas
jamás podrá sanar ningún castigo.
Me saciaré contigo,
y, luego, a cada ave
desangraré en mis redes.
Ha tiempo, el tiempo implora mis mercedes.
(Parvaneh se agacha y abre la boca como para morder el cuello
del Muchacho, pero se detiene.)
PARVANEH: Mas antes dime qué desliz tan grave
te muerde y nunca expías.
¿Matar o hacerlo con quien no debías?
(Parvaneh ríe burlonamente.)
MUCHACHO: Soy casto... o eso intento:
mis labios no presumen
de efímeras caricias... siempre tristes...
No robo, huelgo o miento.
Mi falta es, en resumen,
creer y hacer creer que tú no existes.
(Parvaneh, sorprendida por lo que ha dicho el Muchacho, se
pone súbitamente triste y se levanta. Empieza a retirarse hacia
la puerta.)
MUCHACHO: De sombras te revistes.
¡¿Es tan imperdonable
saber que no hay perdón?!
(Parvaneh le da una última mirada al Muchacho, va a respon-
derle algo, pero sigue caminando y sale por la puerta.)
MUCHACHO: A muchos enseñé a negar tu don.
No tarde, otro pájaro indomable
vendrá, cual un mancebo,
a someterte... Y a empezar de nuevo.
(El Muchacho queda atado en el piso.)

Como si otro hablara


(Simposio está en la cama durmiendo; el Muchacho, atado en el
piso. Alguien toca la puerta con violencia. Simposio despierta
con un sobresalto; va a abrir la puerta. Parvaneh entra deses-
perada y cierra la puerta tras de sí; está sin el disfraz de cazado-
ra, parece otra persona y habla sin acento.)
511

PARVANEH: ¡Ayúdeme! Le ruego por su ayuda.


SIMPOSIO: ¿Quién es usted?
PARVANEH: Por favor, deje que me quede aquí unos minutos...
SIMPOSIO: ¿Quién la persigue?
PARVANEH: No haga ruido. Creo que ahí llega.
(Parvaneh pega su oído a la puerta. Pasan varios segundos.)
SIMPOSIO: Señorita...
PARVANEH: Sólo un momento, por favor.
SIMPOSIO: ¿Quiere que llame a la policía?
PARVANEH: ¡No! La policía, no.
SIMPOSIO: La podría ayudar con más intención y empeño si
supiera si quien la persigue es la policía, una tribu salvaje o
su marido...
PARVANEH: Ese maldito.
SIMPOSIO: ¿Su marido? ¿Y qué puedo yo hacer con un problema
conyugal? ¿Por qué vino precisamente a este apartamento?
PARVANEH: Por sus ajos.
SIMPOSIO: ¿Por mis qué?
PARVANEH: Siempre he olido por el conducto de aire cómo al-
guien prepara sus ajos desde sus mismos dientes. Por eso,
subí hasta aquí, siguiendo su olor. Alguien que se toma el
trabajo de separarlos, pelarlos, molerlos, en lugar de conse-
guirlos ya en su crema, no puede ser tan insensible.
SIMPOSIO: Sí, esto de los ajos es un arte que ya casi se ha
extinguido. Cada vez, quedamos menos.
PARVANEH: Y todo su arte se cuela por ese conducto.
SIMPOSIO: ¿Me lo dice a mí? Por esa abertura en la pared, le
puedo resumir la vida de todos. A propósito, ¿no será su ma-
rido ese hombre que se unta de lociones y lociones en las
mañanas?
PARVANEH: No es él. Pero cómo evitar al de las lociones.
SIMPOSIO: Me llena toda la casa con ese olor nauseabundo
con que se embadurna todas las mañanas. Escucho su baño,
siempre a las seis de la mañana. Media hora debajo de esa
ducha caliente; hasta puedo sentir en la piel ese vapor.
PARVANEH: Luego, esa loción vomitiva, y otra media hora para
acicalarse.
SIMPOSIO: Lo veo cincuentón, en una lucha desesperada por
no envejecer a punta de baños y afeites. Y también están los
"bonobos"; así los llamo. Por semanas, sexo, sexo, sexo, a
cualquier hora, con unos gritos que hasta a mí, a mi edad,
me ponen en mi máximo esplendor... Disculpe la expresión.
PARVANEH: Disculpado.
512

SIMPOSIO: Y, una vez al mes...


PARVANEH: ... la pelea del siglo.
SIMPOSIO: Del milenio... Vuelan platos, vuelan sillas...
PARVANEH (con voz masculina): ¡Marrana!
SIMPOSIO (con voz femenina): ¡Impotente!
PARVANEH (con voz masculina): ¡Gorda!
SIMPOSIO (con voz femenina): ¡Negro!
PARVANEH (con voz masculina): ¡Puta!
SIMPOSIO (con voz femenina): ¡¿Gorda?! ¿Me dijiste "gorda",
pedazo de alambre humano?
(Simposio y Parvaneh ríen.)
PARVANEH: Y, días después, nuevamente a la cama.
SIMPOSIO: A la cama o en donde los sorprenda el ardor.
PARVANEH: Deberíamos demandar al que diseñó este edificio.
Aunque, sin él, jamás habría sabido lo de sus ajos...
SIMPOSIO: Si es así, tendré que refugiarla. Es como si estuvie-
ra en deuda con usted. Poco es lo que sé de problemas con-
yugales, pero tengo una idea sobre el amor; y, tal vez, la
ayude poner, al fin, en práctica mi teoría... Es un invento el
amor: lo que nos permite rescatar y restaurar lo que una
torpe naturaleza nos ha dejado como herencia. Es un pa-
ciente y constante artesano...
PARVANEH: ¡Basta de palabrerías! Si conociera a mi marido,
toda su teoría se le iría a los suelos.
SIMPOSIO: No puedo con mi curiosidad: ¿qué le hace su marido?
PARVANEH: Nada. No me habla, no me mira, no me toca ni en
la cama ni en donde me sorprenda el ardor... Nada lo apasio-
na. Hace años que me siento junto a un muerto. Si alguna
vez se toma la molestia de hablarme, es para quejarse: "¿Me
pasas una aspirina? ¿Me sirves una sal de frutas? No me
siento bien." Siempre con dolorcitos y fiebrecitas...
SIMPOSIO: Podría estar enfermo. ¿Por qué no se hace ver por
un médico?
PARVANEH: ¡No tiene nada! Todas son pataletas.
SIMPOSIO: Pero, si es tan inerte como dice, no tiene por qué
temerle.
PARVANEH: Entre nosotros, señor, todo se puede tolerar, para
todo se puede ser insensible, menos para el deshonor. Y no
hay peor deshorna que ser abandonado por una mujer.
SIMPOSIO: Otro lastre de nuestra historia.
PARVANEH: ¿Qué dice?
SIMPOSIO: Déjeme hablar con él.
PARVANEH: No. De ninguna manera. Lo mataría... Hasta po-
513

dría pensar que usted y yo... Un momento... Creo que ya se


fue... Déjeme ver.
SIMPOSIO: Tenga cuidado.
(Parvaneh abre ligeramente la puerta y se asoma hacia afuera.
Cierra la puerta, cautelosa.)
PARVANEH: Maldición. Todavía están ahí.
SIMPOSIO: ¿"Están"? ¿Cuántos maridos tiene usted?
PARVANEH: Vi a tres: el maldito y dos de sus hermanos; así
hacen cuando uno es "deshonrado": todos se juntan para
desagraviarlo.
SIMPOSIO: Escóndase, señora. Voy a hablarles.
PARVANEH: ¡No sea loco!
(Parvaneh trata de sujetar a Simposio; se percata de algo y lo
suelta.)
PARVANEH: Pero... Pero usted...
SIMPOSIO: Dígalo, señora, dígalo: soy ciego. Pero, así, como
me ve, perderé hasta el gusto por la vida para ayudarla. ¡Es-
cóndase!
(Parvaneh va a esconderse tras un mueble. Simposio abre la
puerta y queda de pie mirando al exterior, inmóvil. Durante el
siguiente parlamento, el Muchacho se va liberando, poco a poco,
de la red; se levanta y se dirige al atril.)
MUCHACHO: Era como si otro hablara, Simposio. Tanto que ni
ahora podrías recordar qué dijiste. Sabías que habías sido
amable: no gritaste, no amenazaste ni fanfarroneaste. Tal
vez, les hablaste de cómo la grandeza se podía medir en cuán-
to nos alejábamos de nuestros instintos más profundos, como
ése de creer que poseemos a nuestra mujer o nuestras mu-
jeres o nuestros hombres, como ése de sentirse deshonrado
si perdemos tan valiosa posesión; de cómo nuestra civilidad
se puede medir en la lucha agónica contra impulsos que,
quizás, en algún momento, sirvieron a la especie pero ya no
más. Tal vez, les hablaste sobre el amor, Simposio, de cómo
es un artificio, un maravillosos artificio, el mejor invento de
la humanidad, lo que nos permite corregir lo que una natura-
leza imperfecta nos legó. Les dijiste que el amor no es ciego,
Simposio; que amar es quedarse ciego por tanto pulir y so-
plar el polvo para restaurar lo que nuestros ancestros más
antiguos nos depararon; de cómo no puede haber rajadura ni
mancha tan seria que no pueda ser rehabilitada con un poco
de lijado, macilla y barniz... Amor: un restaurador constante
y paciente a quien se le desprende la retina por tanto forzar
la vista para enfocar cada detalle de su obra maestra. Era
como si otro hablara. Nadie respondía, tal vez, de la impre-
sión; tal vez, de la furia o de la culpa. Tan fuera de ti estabas
514

que no podías juzgar lo inverosímil de la escena, que ni si-


quiera podrías decir si fue real o fue tu conmoción o, tal vez,
tu soberbia lo que te hizo oír los pasos que se alejaban esca-
lera abajo.
(El Muchacho ya está en el atril.)
SIMPOSIO: Señora, creo que se fueron. Creo...
(Parvaneh sale de su escondite y se acerca a la puerta. Mira
fuera.)
PARVANEH: ¡Se fueron! Y no van a volver. Con semejante ser-
món... ¿De dónde sacó todo eso? Si hubiera palabras para
agradecerle, si hubiera un acto para quedar endeudada con
usted toda la vida...
SIMPOSIO: No me halague tanto, señora. No debo ser tan dig-
no: hoy me han traicionado de la manera más cruel.
PARVANEH: ¿Quién?
SIMPOSIO: Alguien que debía venir y nunca vino. Alguien que,
precisamente esta noche, no podía faltar.
(Parvaneh se dirige a la cocina.)
PARVANEH: Pero discúlpeme; qué pensará de mí. Ni siquiera le
he preguntado su nombre. ¿De dónde es usted? No es de
aquí, ¿no?
(Parvaneh se pone a lavar los trastos.)
SIMPOSIO: Simposio... Sí, ése es mi nombre. Pero, antes de
que se sorprenda o se burle, permítame informarle que, de
donde vengo, nombres como "Fricativa" o "Alka-Seltzer" no
son poco comunes. Con decirle que un tocayo mío se llama-
ba "Decimotercer Simposio Nacional en Enfermedades Tro-
picales"... aunque es cierto que le decían "Tito" ... No, por
favor, no lave. No tiene que hacerlo.
PARVANEH: Pero todo este desorden... Es lo menos que puedo
hacer por usted.
SIMPOSIO: No lo haga... Por favor...
(Parvaneh sigue lavando con un ritmo más marcado.)
SIMPOSIO: ¡Deténgase! ¡Basta! Pero... Siga, siga lavando...
(Parvaneh deja de lavar.)
SIMPOSIO: ¡Siga! ¡Lave! ¡Sigue! ¡Tú!
PARVANEH: Creo que mejor me retiro; usted está peor que...
SIMPOSIO: Tú... ¡Tú!
(Parvaneh asustada trata de huir hacia la puerta de salida pero
Simposio le bloquea el paso.)
PARVANEH: Por favor, déjeme salir. Nunca debí importunarlo;
usted estaba tan tranquilo aquí, tan satisfecho.
SIMPOSIO: ¡Nunca he estado en paz ni satisfecho! Salvo esa
515

vez... Salvo esa vez que tú me haces revivir cuando lavas. Tú


eres la que...
PARVANEH: ¿Yo soy la que qué?
SIMPOSIO: La que, a las nueve y media, expurga todo el día.
(Parvaneh trata de huir, pero Simposio la intercepta y la retiene
de un brazo.)
PARVANEH: No me haga daño.
SIMPOSIO: No te haré nada. Sólo respóndeme: ¿todos los días,
vuelves a tu casa a eso de las nueve y media, y te pones a
lavar todo lo que se ensució en el día? ¿Siempre a la misma
hora?
PARVANEH: Debería demandar a ese arquitecto...
SIMPOSIO: ¿Tú eres ésa?
PARVANEH: ¿Si le digo que sí, me dejará ir?
SIMPOSIO: Y, en las mañanas, bebes siempre una crema de
manzanas frescas y miel que preparas con amor; y, a medio-
día, regresas a cocinar siempre algo con ajos fritos. Tú tam-
bién los preparas desde su piel; tú tampoco puedes ser tan
insensible.
PARVANEH: Sí, ésa soy yo.
SIMPOSIO: Dame unos minutos para explicarme. Te voy a sol-
tar. No huyas. Yo te salvé una vez; tú puedes salvarme ahora.
(Simposio suelta a Parvaneh, pero no sabe qué decir.)
PARVANEH: No me dirá que, justamente ahora, se quedó sin
palabras.
SIMPOSIO: Te escucho y hasta el monstruo queda mudo.
PARVANEH: ¿Qué monstruo?
(Simposio queda en silencio.)
PARVANEH: Lo entiendo: este edificio es como un monstruo de
siete pisos: todos se enteran de la vida de todos. El hombre
de la loción, por ejemplo... O los bonobos. ¿Y qué me dice...
¿Y qué me dices de esa mujer que habla a los gritos en un
acento rarísimo?
SIMPOSIO: ¿Quién? No. Nunca la he escuchado.
PARVANEH: Me da pena. Creo que habla sola porque nunca se
oyen réplicas. Podríamos presentarle al cincuentón. Debe
sentirse tan desolada.
SIMPOSIO: ¡Todos están solos! En los siete pisos... Hasta los
bonobos... El cincuentón, la del acento... Todos fingen lo que
son y sus farsas se cuelan por ese conducto y se meten a
mis oídos y mi nariz, hasta a mi piel. Todos fingen, salvo tú.
En medio de ese infierno, yo te escucho, tan real que todo lo
demás se desvanece.
516

(Simposio va a la cama y se echa boca abajo. Mira un punto fijo


frente a sí.)
SIMPOSIO: Y me veo flotando, me veo un niño... Lo que sea que
amarre aquel pasado a tus labores, tus ritmos a esas aguas
en que escuché una voz que me ungió como pescador, no sé
qué pueda ser, pero me acuna en un tiempo tan real que
puedo hundirme en busca de mi pescado. Y me hundo y salgo
al viento... ¡Pum, pum, pum!
(Simposio se revuelca desesperadamente en la cama gritando
"¡Pum, pum, pum!". Parvaneh corre hacia la puerta; va a salir
pero se arrepiente.)
PARVANEH: ¿Puedo ayudarte en algo? Lo que sea... Por favor.
SIMPOSIO: Será mejor que se vaya, señora. Disculpe esta es-
cena; no suelo ser así. Olvidemos que, alguna vez, nos cono-
cimos.
(Parvaneh abre y cierra la puerta para hacerle creer a Simposio
que ha salido; pero queda dentro de la habitación. Simposio se
tiende boca abajo en la cama por varios segundos.)
PARVANEH: ¡Ciego de mierda!
(Simposio levanta la cabeza, sorprendido.)

Conferencia V
(En esta escena, Simposio y Parvaneh quedan inmóviles: Sim-
posio, sorprendido, echado sobre la cama; Parvaneh, observán-
dolo desde la puerta de salida. Desde el atril, el Muchacho le
habla al público.)
MUCHACHO: Sucedió hace más de cuarenta años. A la historia
oficial se le traspapeló la fecha exacta. La nación de los
shwami-shwami discurría por unas tierras en guerra civil, o,
al menos, en escaramuzas civiles. Los shwami-shwami se
mantuvieron al margen del conflicto. No es que no entendie-
ran los motivos de ambos bandos, como muchos eruditos
han querido; los entendían tan bien que sus contradicciones
y sus vaivenes los aburrían hasta lo insoportable... Lo que
tenía que ocurrir ocurrió un atardecer: la patrulla de uno de
los bandos en guerra llegó a donde los candiles de los shwami-
shwami espantaban a las sombras y a las bestias. Gentiles y
anhelantes por hablar, los shwami-shwami recibieron a los
combatientes. A cambio de una buena conversación, les die-
ron alimentos, les dieron información, les dieron sus place-
res hasta la madrugada siguiente… La venganza de los otros
les llegó sólo unos días después... Fue una mañana; los
shwami-shwami, hombres y mujeres, hablaban; algunos ca-
zaban o preparaban una fogata; un niño pescaba en una la-
guna cercana, una niña lo miraba a la distancia... Tal vez, en
517

el fondo, todos lo esperaban: los disparos rompieron de un


tajo sus murmullos. Parecían miles los ojos de ese mons-
truo que los cercaba. Y, de sus mil bocas, el monstruo bota-
ba su fuego sobre todo lo que se moviera dentro del círculo
en que los habían rodeado. Los pájaros mancharon el cielo
con sus sombras y sus gritos. Los shwami-shwami fueron
cayendo, agonizantes, uno por uno... Los niños miraban todo
desde abajo. Algunos lloraban, otros reían con la confianza
de que todo no era más que un juego u otro sueño de pájaros
y peces. El monstruo los tomó de sus cuellos y les untó los
ojos con una savia viscosa... corrosiva, corrosiva... Entre sus
chillidos, los niños oyeron indolentes risas, risas adultas,
menguantes, menguantes, menguantes... Luego, todo fue
silencio. Ni un pájaro se quejó. Durante un tiempo ciego,
fueron palpando lo que los rodeaba, hasta que, tres días des-
pués, un explorador los encontró... Ciegos... Solos... Pedían
agua... Pedían perdón... ¡¿De qué pedían perdón?! Pedían a
las tres mujeres... ¡¿Dónde están las tres?!
(El Muchacho está a punto de sollozar pero se contiene.)

Tres pájaros
(Simposio, en la cama, le habla al público.)
SIMPOSIO: Las tres, a un tiempo, vaciarán mi mente…
¡Y así tendré mi ardor de eterna llama!
Hoy nada arrancará de mí el presente
que todos gozan mientras yo, en mi cama,
invoco a un tiempo muerto, y me masturba...
Que la oiga y que me palpe y que le lama
mi salsa de su cuerpo, curva a curva...
Tres pájaros de un golpe... Bajo, aleve...
(Intenta escuchar algo. Se acerca a la toma de aire. No oye nada.)
SIMPOSIO: Va media hora -si algo no me turba-
desde que oí el llamado de las nueve...
¡Y nadie llega aún! ¿Y si el concierto
para aguas y vajilla, que es tan breve,
arranca y finaliza, y quedo tuerto?
¡¿Sin fuegos ni delicias?! ¡Siempre en vilo!
(Simposio está desesperado. Trata de calmarse. Sonríe forzada-
mente al público y va a preparar algo a la cocina.)
SIMPOSIO: Por años, casi de hambre caigo muerto;
no fue necesidad, pues este asilo
me colma de atención. Fue por hartazgo...
Comía congelado e intranquilo
por qué cocinaré... Y he aquí mi hallazgo...
(Señala un recipiente. Luego, sigue preparando algo.)
518

SIMPOSIO: Paciencia y leche tibia -no caliente-


que sola se sazona mientras yazgo...
Y lo demás cayó inocentemente;
por años, mes a mes: la crema de ajo;
las nueces y un verdor que las enmente;
el congrio frito en nata y un buen tajo
de miel... ¡Y listo! Mi arte está completo…
¡Perdón: la leche! ¡Odio este trabajo!
No tiene fin... Aquí está mi secreto...
(Simposio señala el recipiente.)
SIMPOSIO: La técnica es dejarla, así, desnuda
por día y medio de verano; el reto
es que su podredumbre quede en duda:
que gente, al acercarse, estruje el ceño;
y que, al probarla, el asco la sacuda;
pero, al tragarla, con creciente empeño,
me exija más con un clamor creciente...
No puedo esperar más... Me gana el sueño...
Un poco más… Un poco… ¡¿Y mi asistente?!
Si nunca es de tardar, ¡¿qué pasa ahora?!
(Se dirige a la cama y ahí se tiende, resignado.)
SIMPOSIO: Por falta de ese último ingrediente,
mi vida se perdió; por su demora,
se pudre Chamicocha y pierdo el trino.
Todo mi amor se muere hora a hora...
(Parece que Simposio se queda dormido.)
SIMPOSIO: Parvaneh... ¿Dónde está? ¡¿Por qué no vino?!

Finales
(Parvaneh, desde la puerta, mira a Simposio que yace boca aba-
jo en la cama. El Muchacho observa todo.)
PARVANEH: ¡Ciego de mierda!
(Simposio se sorprende al escuchar a Parvaneh. Se levanta de
la cama; quiere decir algo.)
PARVANEH: No. Usted no hable. Ya habló todo lo que tuvo que
hablar en su vida. Siéntese, sólo siéntese y escuche... ¡No!
Ni una palabra.
(Simposio se sienta en la cama.)
PARVANEH: Cómo comenzar... No sé cómo me di ánimos para
hacer lo que vengo planificando hace tantos meses; pero lo
hice. No fue fácil decidirme: mi acto, para darle realismo,
requería que me metiera a la fuerza a una casa ajena, y que
amarrara y silenciara a una desconocida. Lo hice... Sí, a su
vecina. No se preocupe por ella; está ilesa. Yo misma llama-
ré a la policía para que la encuentren atada mañana. Pasado
519

el primer trance, lo demás fue fácil. ¡Qué fácil fue acertarle


en lo que su gusto quería!
(Simposio hace un gesto de perplejidad.)
MUCHACHO: Dígaselo, dígaselo de una vez.
PARVANEH: Fingí ser una dama que finge que su fritura de ajos
era una llama que la atraía a usted. Le gustó eso, ¿no? Una
dama desvalida y perseguida que llega a usted guiada por los
olores de su arte. También fingí un modelo de marido. No me
va a decir que no lo pavoneaba oír hablar del monstruito que
me inventé: un marido abúlico, un marido que no puede o no
sabe disfrutar de nada, al que nada le gusta. ¡Qué bien lo
hacía sentir saber que hay otros peores que usted! ¡Que us-
ted era mi salvador!
MUCHACHO: Cuidado, creo que quiere escapar.
(Simposio, asustado, se levanta y corre hacia la puerta. Parvaneh
se le pone al frente y le impide el paso.)
PARVANEH: No... Me va a escuchar hasta el final. ¡Siéntese!
(Simposio se sienta en el comedor.)
PARVANEH: No es la primera vez que finjo ser otra. A veces,
cuando usted paseaba solo frente al mar, pasaba yo muy cer-
ca y rozaba mi busto contra su espalda, le susurraba algo
sucio al oído y le daba esa convulsión que después usted
venía aquí a recrear y retocar. Otras veces, al final de sus
conferencias, yo era ese comentario desde el público, ese
comentario desde el fondo del salón que le permitía expla-
yarse en sus peroratas, revolcar con razones a la ingenua
que osó opinar y darse otro gusto para venir aquí a gozarlo.
Lo vengo haciendo hace siete años. También fui varias de las
mujeres que recogió en la calle y trajo a su cama a cambio de
unas coronas: siempre fui yo.
MUCHACHO: Dígale quién es usted: todavía no lo puede creer.
PARVANEH (al Muchacho): ¿Pero qué quiere usted que no deja
de interrumpir?
MUCHACHO: ¿Yo? No... Nada... Disculpe... Haga como si yo no
estuviera aquí. Vamos, dígale quién es usted.
(Parvaneh empieza a hablar con acento.)
PARVANEH (con acento): Siete años... Siete años espere por
ver cómo plasma ese amor que tanto se ha preocupado por
definir. Pero usted sólo se encendía con esa vecina de los
ajos, las nueve y media, y las manzanas... Entonces, me dije:
si lo que quiere es a esa vecina, seámosla, pues; seamos la
dama que le saca los pies de la tierra, seamos quien le hun-
de el cuerpo en aguas de locura. Hasta pulí y retoqué mi voz
para no escupirlo...
MUCHACHO: ¡Pero si eso le encantaba!
520

PARVANEH (con acento): Señor Simposio...


MUCHACHO: Dígale por qué hizo todo esto. La curiosidad lo va
a ahogar.
PARVANEH (con acento): ¡Qué vergüenza! No me pida que le
defina mi amor. Yo no sé hablar como usted. Yo no puedo
hacer un universo nuevo a punta de palabras... Muchas tar-
des, muchas noches, sin que usted siquiera lo sospeche, me
he quedado aquí. Terminan mis labores, me despido de us-
ted, voy hacia la puerta, la abro y la cierro pero me quedo
dentro, aquí. Y voy a sentarme a algún rincón para escuchar-
lo... Como si hubiera contenido un inmenso suspiro, usted
se echa a hablar, a hablar solo. Y lo hace con tal fiebre, que
muchas veces estuve tentada de levantarme a abrazarlo, cal-
marlo, besarlo y decirle que el monstruo no existe, que ya
puede vivir en paz.
MUCHACHO: Que el monstruo ya murió.
PARVANEH (con acento): Nunca existió. Y así fui concibiendo
mi aventura de hoy. Por momentos, me parecía un imposi-
ble: atar a su vecina y suplantarla: ¡qué locura! Pero cuando
ya daba por descartado todo el plan, cuando creía que mi
cuerpo era ya insensible a cualquier roce, ayer o antes de
ayer, sentí por primera vez su boca en la mía, y vi, en mi
soledad, un frágil brillo. Nuevamente lo evoqué, lo pulí, lo
soplé, le saqué todas las impurezas y lo barnicé. Usted me
enseñó que eso es el amor... Yo ya no sé...
MUCHACHO: ¡Cuidado!
(Simposio trata de huir hacia la puerta. Tropieza con muebles y
cae al piso. Parvaneh toma la red, la arroja sobre Simposio y lo
ata firmemente.)
PARVANEH (con acento): ¡Se lo advertí! Hoy me va a escuchar
hasta el final. ¿En qué estaba?
MUCHACHO: Le describía usted su plan...
PARVANEH (con acento): Mi plan, pues, era tomar el lugar de su
vecina. Tantas veces he escuchado el ritmo con que ésa lava,
que me lo sé de memoria, y lo he ensayado tanto que ya es
mío.
MUCHACHO: ¿Para qué hizo eso? Dígaselo que todavía no lo
entiende.
PARVANEH (con acento): Para que usted, al fin, consiga el mo-
mento que tanto está buscando, su... ¿Cómo es que lo llama?
MUCHACHO: "Trino". Pero la traducción es muy mala.
PARVANEH (con acento): No sé si lo hice por amor, por compa-
sión o pena; o simplemente por mí misma, por sentir lo que
es ser deseada y poseída con un amor y un heroísmo que no
conozco; por ser unos momentos, y, luego, por su eternidad,
521

la dama de alguien... aunque sea de usted...


MUCHACHO: ¿Cómo que "aunque sea"?
PARVANEH (con acento; al Muchacho): ¡¿Pero qué carajo quiere
usted, por favor?!
MUCHACHO: Perdón... Ignóreme. Siga, siga hablándole.
PARVANEH (con acento): ¿Cómo puedo ignorarlo si no deja de
interrumpir? Ya no puedo más. La vergüenza me ganó otra
vez. Perdón... Me tengo que ir.
(Parvaneh se dirige hacia la puerta. El Muchacho se pone en su
camino.)
MUCHACHO: No... Por favor...
PARVANEH (con acento): No puedo más con la vergüenza.
MUCHACHO: No hay nada que no se pueda reparar. Siete años
ha trabajado para él; tiene que haber aprendido algo. Por
favor... Mírelo...
PARVANEH (con acento): ¿Pero quién es usted?
MUCHACHO: Soy un simple aventurero que, hace más de cua-
renta años, se hizo su amigo en la jungla... Él me trajo hasta
aquí tal cual, como me ve, sin siquiera darme un baño... Pero
usted haga como si no existiera. Créame que quiero ayudar-
lo tanto o más que usted. Siga, siga hablándole...
(Parvaneh vuelve a acercarse a Simposio. No sabe qué decir.)
MUCHACHO: Siga, siga...
PARVANEH (con acento; a Simposio): Usted lo estropeó todo. El
monstruo, el monstruo... ¿Es que no podrá nunca librarse de
ese estúpido monstruo? Ya tenía aquí a su vecina; lo tenía
todo... Pero consumió su vida en conferencias sobre amores
imposibles y tribus inventadas…
MUCHACHO: No todo es inventado; él sólo le puso sazón. La
tribu existe, aunque odio llamarla "tribu"...
PARVANEH (con acento): ¡Lo arruinó todo!
MUCHACHO: Tal vez, lo de la chupaculpas sí fue un poco inven-
tado... Y lo del trino... Más que mentira, fue un invento. Pue-
de no ser muy real, pero es verdadero, más verdadero que si
existiera. Y lo del amor, lo del amor; el restaurador...
PARVANEH (con acento): ¡Ciego de mierda!
MUCHACHO: Tranquila... No hay necesidad de...
PARVANEH (con acento): ¡Ya cállese usted, carajo! No hablo
con usted.
(El Muchacho se asusta.)
PARVANEH (con acento): Ya es tarde para ser prudente, ya que-
mé todo... ¿Qué hacer ahora? ¿Qué opciones tenemos? Nues-
tros finales son escasos; sólo nos quedan dos variantes. A.
Primera: tachamos todo recuerdo desde el momento en que
522

yo era una asistente más; no pasó nada esta noche, nada


que perturbe sus mañanas. Así, con la memoria mutilada
desde el viernes hasta hoy, volver a los rutinarios días en
que puntual y sin pasiones llegaba aquí a las ocho y me iba a
las cinco, si acaso me iba. Seríamos inmunes al fuego de
esta noche. B. Segunda variante: no aparecer el lunes ni el
martes ni nunca; desaparecer. La vergüenza es tanta que
impedirá cualquier reparación y pervertirá cualquier maña-
na... ¡Con qué cara podría ser otra vez su puntual asistente!
(El Muchacho levanta la mano. Parvaneh lo ve.)
PARVANEH (con acento): Dígame... Qué más puedo perder...
MUCHACHO: Tiene que haber otra salida... ¿Qué haría él?
PARVANEH (con acento): ¿Pero qué más finales puede haber?
MUCHACHO: Piense, piense... Usted puede.
(Parvaneh reflexiona. Se va entusiasmando.)
MUCHACHO: Siete años ha trabajado con él.
PARVANEH (con acento; a Simposio): Sí... Sí... Sí... Olvidar...
Hay que olvidar lo de esta noche, pero no todo. No habrá que
regresar a la rutina. Hay que olvidar, sí, pero sólo desde el
momento en que mi plan se empezó a deteriorar y a hacerse
agrio.
(Simposio está entusiasmado. Parvaneh deja de hablar con
acento.)
PARVANEH: ¡Sí! Desde el momento en que le digo... en que te
digo: "Sí, ésa soy yo."
MUCHACHO: ¡Brillante, carajo!
(Simposio sonríe y hace gestos de aprobación.)
PARVANEH: ¿Hagámoslo? ¿De acuerdo?
(Simposio asiente. Parvaneh lo desata.)
PARVANEH: C. Tercera variante: ¡La vida se hace, al fin, obra de
arte! Soy esa dama con todo su pasado. Vamos, vamos... Te
acabas de enterar: salvaste a la vecina de los ajos. Sí, ésa
soy yo. Ahora ofréceme el banquete que preparabas.
(Simposio va a la cocina, trae ingredientes y los mezcla con la
leche en el recipiente en el comedor. Simposio y Parvaneh se
sientan a la mesa. Simposio sirve la comida en dos platos.)
PARVANEH: Ahora comemos, conversamos, nos reímos de los
vecinos, de su pasado, de mi marido...
(En eso, Simposio toma el paquete de raíces y lo echa en su
plato. Parvaneh se sorprende. Simposio empieza a comer.)
PARVANEH: ¿Qué? ¿Vas a comer de esa raíz?
MUCHACHO: Es inevitable.
PARVANEH: Pero...
523

MUCHACHO: No lo detenga ahora que ya no hay monstruo. No


vaya a ser que vuelva.
PARVANEH: Está bien. Come, come...
(Simposio come todo con voracidad.)
PARVANEH: El lunes yo me encargaré de encontrar tu cuerpo de
casualidad. Ahora estás en un banquete con tu dama; la sal-
sa es inmejorable. Come. El futuro promete que esa dama te
llevará a la cama para serle infiel a un marido insoportable;
el pasado es un niño suspendido por las aguas de una quieta
laguna...
(Simposio va mostrando síntomas de debilidad.)
PARVANEH: Come, come, come... Te extrañaré.
(Parvaneh se levanta, toma la mano de Simposio y lo lleva hasta
la cama en el dormitorio. Ambos se echan y empiezan a acari-
ciarse.)
SIMPOSIO: Shwámukuk.
PARVANEH: No... Ya no tienes que hablar más. El monstruo ya
murió… Feliz cumpleaños... Nunca existió...

Conferencia VI
(Mientras Simposio y Parvaneh están en la cama acariciándose,
el Muchacho le habla al público desde el atril.)
MUCHACHO: Estaban ciegos. Suplicaban por agua, por perdón.
Se sabían culpables pero no llegaban a entender de qué. Es-
taban solos. Las autoridades se encargaron de dispersarlos
por todo el mundo, por todo lugar que los quisiera recibir; los
jueces, aburridos y apurados, los distribuyeron en familias y
hospicios aquí y allá... Perdonen... Perdonen estas emocio-
nes... ¿Qué más les puedo decir? ¿Tengo tiempo?
(El Muchacho mira a Simposio y a Parvaneh que se acarician en
la cama. Sus caricias y gemidos se hacen cada vez más inten-
sos.)
MUCHACHO: Según las últimas versiones, el trío de mujeres, la
tríada inquisidora que busca a los shwami-shwami cuando
agonizan, está integrada por una mujer real que el moribundo
o la moribunda conociera; la segunda es una dama imaginaria
que cada shwami trae a la existencia por sus sueños o su
invención; la última es la cazadora, la chupaculpas, ya conoci-
da por ustedes por el anexo a esta conferencia. Ahí, las tres,
a la hora de la muerte; y, ahí, el grito de ese pájaro...
PARVANEH (riendo): ¡Pescador!
(Simposio da un gemido y queda inerte en la cama; Parvaneh lo
toca para comprobar que ya está muerto. Le hace un gesto afir-
mativo al Muchacho.)
524

MUCHACHO: Un poco de dioses y sexo... Un poco de muerte


para concluir... Pero volvamos de la cuenca del Amazonas a
las supuestas civilidad e inteligencia de los ateos y los fie-
les. Los shwami-shwami no le temen a la muerte y, al no
hacerlo, rechazan lo más íntimo de sus instintos, luchan
contra lo más profundo y terrible de lo humano, y lo derro-
tan... Qué mayor inteligencia, qué mayor civilidad. Qué ma-
yor placer que no temerle a la muerte, qué mayor heroísmo
que ser fiel a quien nos acompaña, qué amor más grande que
saber que no hay dioses con quienes contar... Les dejo un
ejercicio para cuando traten de conciliar el sueño: si fueran
shwami-shwami, ¿que trino enseñarían? ¿Cuál sería el gran
momento que mostrarían en su última hora para pasar con
su fuego o sus cánticos a la eternidad? ¿Lo tienen listo? Eso
es tema de otro simposio... Se acabó mi tiempo... No saben
cuánto les agradezco su paciencia y atención, señoras y se-
ñoras, autoridades, profesorado y estudiantes de la Univer-
sidad de Uppsala... Les deseo una vida riquísima en pasión y
placer: shwámukuk... Dicen que, no lejos de aquí y no hace
mucho, aún respiraba un niño pescador sobreviviente: tal
vez, el último...
(Parvaneh y el Muchacho se miran y sonríen.)
MUCHACHO (al público): Buenas noches.

FIN

Buenos Aires, El Cairo, Salvador, Lima, 2013


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