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Universidad de Chile

Facultad de Ciencias Sociales


Departamento de Psicología

Nombre: Felipe Díaz Toloza Profesor: Esteban Radisczc y


Pablo Reyes.

Una revisión del Edipo en Lacan y su pertenencia en la adolescencia.

El siguiente ensayo tiene por objetivo revisitar las nociones centrales del Edipo en
Lacan. Para ello, será necesario un barniz previo desde el Edipo freudiano para dilucidar los
aportes que Lacan introduce, mediante su lectura estructural del mito, a la estructura principal
de subjetivación y sexuación en el infante.
Clásicamente, Freud concibe el drama de Edipo como hebra universal de todo
conflicto psíquico, concibiéndolo dentro de la época moderna dentro de un juego cuyos
elementos de elaboración son los ejes entre lo Decible y lo Visible, y lo que se Sabe y cómo
se Actúa. Dicho eso, el Edipo en Freud muestra, más allá del acto incestuoso, lo que el
(anti)héroe encarna: el hacer ver desde la moderación infligida desde la palabra, reteniendo
la potencia misma de lo visible (pienso acá en la noción de Represión freudiana), y el querer
saber más de lo que se vale saber, desechando la verdad luego de ser escuchada (tanto así
que Edipo se saca los ojos, teniendo en cuenta la relación entre el saber y la visión) (Rancière,
2006). Esto es interesante porque muestra un más allá en relación a cómo pensar el Edipo, y
qué engranajes filosóficos corren debajo de esta noción, dándole cuerpo y estatuto.
Concentrándonos ya en Freud, en los Tres Ensayos de Teoría Sexual (1905), explica
que el Edipo se da alrededor de los 3 a 5 años, y que en el caso del varón consiste en que éste
tiene deseos enamoradizos hacia su madre, sintiendo a su vez a su padre como un rival con
quien disputar la exclusividad del amor de la madre. Luego, este mecanismo entronca con la
Castración, el cual es pensado como el lugar donde existe la amenaza (en el varón) de que el
padre le quite su pene ante el hecho de que desear a su mujer (su madre). De este modo, el
niño aplaza su deseo de poseer a la madre mediante la esperanza futura de ser como el padre;
así, la figura del padre se torna problemática al pensársele tanto como un lugar deseado (ser
como el padre) como odiado (al no lograr tener a la madre). Este sería el triángulo desde el
cual se elabora el psiquismo infantil: la madre, el padre y en niño.
En este punto, desde la posición del padre, el niño se vive este proceso en doble
inscripción: desde un rol activo al querer sustituir al padre para acceder a la madre, pero
también desde uno pasivo al querer ocupar el lugar de la madre para así ser amado y aceptado
por el padre (1925). Dentro de este sentido, Freud (1924) pensó la Castración en consonancia
con el órgano: desde el descubrimiento anatómico se despliega la posibilidad del castigo del
padre al quitarle el pene, o el situarse como la madre ya castrada desde su ausencia de pene.
De este modo, por una moción narcisista por su propio pene, la Castración se vive desde el

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lugar de la angustia. Y es desde acá donde el niño decide dar un paso al costado en la tríada
hacia la promesa de una satisfacción futura. Y luego, y para finalizar, como resultado de todo
este proceso resulta un “superyó” gracias a la introyección de la ley que enuncia el padre.
Este es el relato clásico (dicho brevemente). Lo que haré a continuación es describir
(también brevemente) lo que hace Lacan con esta mitología freudiana.
Desde Lacan, el Edipo pasa a ocupar un armazón más bien estructural dentro de las
funciones que las piezas del sistema operan y cumplen (sea la madre, el niño, etc.). Dentro
del Edipo (entendido como estructura), el significante que circulará será el Falo (entendido
dentro del ámbito de lo simbólico). De esta manera, Freud al pensar el fenómeno edípico en
el infante desde una figura literaria, es evidente que este proceso viene como un hecho
cultural; no viene dentro del terreno de lo real, sino que desde lo simbólico. Dicho eso, el
Edipo para Lacan, en el Seminario 3, lo que representa es la entrada del significante en el
cuerpo del infante (1998). Este proceso se daría en tres tiempos entendidos como sucesivos
(y no como cronológicos, marcando distancia con Freud). Esquemáticamente, el Edipo tiene
relación con el Deseo de la madre (el cual es el Falo).
Si pensamos al falo como la referencia que marca la falta de pene en la madre, estamos
pensando en él como símbolo y lugar dentro de la estructura edípica, cuya función para Lacan
sería una “desviación de las necesidades del hombre por el hecho de que habla, en el sentido
de que en la medida en que sus necesidades están sujetas a la demanda, retornan a él
alienadas”. De esta forma, constituyéndose una suerte de represión primaria al no poder, por
definición, articularse a la demanda, aparece un retoño del mismo representado como deseo
(1998, p. 657). Así, con lo que se idéntica el niño sería con la falta de la madre, pasando a
ser así el objeto del deseo del Otro.
Es así como, al pensar el lugar que ocupa la Castración en el niño como inscripción
psíquica, es posible indicar que desde Lacan, en su 5to Seminario (1998), ese lugar ocurre
como un significante que opera desde su ausencia, inscribiéndose en donde no se le tiene. En
este sentido, lo que el padre priva al niño es del falo en cuanto símbolo, operando desde la
ausencia. Así, la Castración se entiende como la inscripción del lugar de la falta en el sujeto,
lo que le permitiría lograr desplegar su goce metonímicamente a propósito de la posibilidad
de la falta.
Entonces, en el primer tiempo del Edipo, Lacan grafica un triángulo compuesto la
madre, el niño y el falo (φ).

φ Madre

Niño

Esta fase corresponde a la fase del espejo, momento en el cual se forja la imagen
especular del niño dentro de un espacio imaginario. Acá, el niño no intenta identificarse con

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ninguna otra persona, sino que con el objeto del deseo de su madre, pasando así a ser su deseo
en relación al deseo del Otro. Este objeto de deseo de la madre, para Lacán es el Falo: la
mujer al ya haber pasado por su Edipo y ser castrada, se completa a través de su hijo quien
llena (imaginariamente) esa falta, ubicándolo la madre en el lugar del Falo. En este sentido,
la falta ya no existiría más, armándose una especie de circularidad entre el niño (que se iguala
al falo) y la madre. Al ser las cosas así, sería la madre quien le dicta su propia ley al niño.
Acá, el niño pasa a ser un súbdito porque está sometido a una ley caprichosa y arbitraria (la
ley de la madre); sin embargo, si la madre está atravesada a su vez, en este tiempo, aparece
el padre de forma oculta, velada, operando en la madre en tanto que ella ya ha atravesado su
propio Edipo.
En el segundo tiempo, Lacan añade al gráfico anterior un triángulo simbólico en el
cual agrega al padre en posición simétrica y opuesta al falo.

φ Madre

Niño Padre

Este tiempo supone la función del padre que cumple una doble función privadora: por
un lado priva a la madre del niño en tanto falo, y por otro priva al niño de su posición fálica
que ocupaba respecto de la madre dentro de su relación imaginaria. Sería el padre mismo
quien asumiría un lugar de omnipotencia y fortaleza, iniciando una Castración en el orden de
lo simbólico; para ello, es necesario que la madre ahora se dirija al padre, y que el padre no
quede dependiente del deseo de la madre, impidiendo así que la madre no se cierre más sobre
el niño (rescatando a este último, a su vez, del lugar en el cual la madre lo puso).
Acá pasa algo crucial. Podríamos pensarlo de la siguiente manera: se pasa de la
problemática del ser o no ser, a la del tener o no tener: ser o no ser el objeto de deseo de la
madre hacia el quien tiene (o no) el Falo (la pregunta por su portador), lo cual significaría el
3er tiempo del Edipo, conjuntamente con su salida. Es decir: la madre ahora queda remitida
a la ley de Otro el cual tiene ahora el objeto de su deseo. Esto implica que el niño rivalizará
con él, ya que se violenta la identificación de niño=falo; y es así como aperaría la castración
ejercido por el padre, inscribiendo a su vez la ley paterna.
Es así como el significante “Nombre del Padre” ingresa la “metáfora paterna” en
donde sustituye al significante “Deseo de la Madre”. Es decir, “poner al padre, en cuanto
símbolo o significante, en lugar de la madre” (1998, p. 186).
Para finalizar, el tercer tiempo adquiere valor porque se produce la coda del Edipo.
Siendo más específico, en este tiempo se juega la posición que tendrá el niño como sujeto
deseante; en este sentido, no habría un “sepultamiento” como lo pensó Freud, sino más bien
una definición del lugar que tendrá el niño en el deseo. Lo anterior se consigue mediante el
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reconocimiento de la falta en la madre, siendo ahora el padre quien porta el falo; de este
modo, el niño pasa a depender de una ley externa de sí. Así, la buena tramitación del Edipo
sería arquetípicamente que el niño se identificara con el padre (desde quien saldría un Ideal
del Yo), y además que suceda el tránsito del ser (el falo de la madre) al tener, siendo esto
último el fruto de la instauración de la metáfora paterna y la represión originaria,
posibilitando al niño el acceso al orden de lo simbólico y el lenguaje (Vega, 2015).

De este modo, como aplicación y conclusión, es posible pensar en Lacan como un


lector agudo de la obra freudiana al hilar puntillosamente, desde una lectura estructural, los
conceptos freudianos en torno del Edipo. Así, los lugares que ocupan los sujetos en este
primer triángulo freudiano (madre, padre, niño) se complejiza y dinamiza ante la
introducción del Falo, y al concebir a los integrantes de este drama no como sujetos, sino
como funciones. Del mismo modo, es sumamente interesante que todo este juego de
movimientos se juegue a propósito de una ausencia, de una falta, lo cual abre muchas
preguntas en torno a la técnica en particular: ¿existiría una cura pensando desde Lacan?
¿Cómo manejar en la intervención un sujeto que desea otra cosa, de lo cual quiere saber pero
que rechaza al mismo tiempo? ¿Cómo pensar la ausencia como fundadora del psiquismo?...
En este sentido, es interesante pensar el Edipo como estructura hacia un trabajo (al no
haber “sepultamiento” sino que inscripción dentro de una posición) en la adolescencia. Y en
particular el lugar de la ausencia en la estructura deseante, puesto que siempre habrá
movimiento y tensión. Por ejemplo, Rassial piensa la adolescencia “un riesgo de avería,
puesto que de nuevo debe –y precisamente a posteriori– cumplir una serie de operaciones
fundadoras cuya efectivización infantil se pone otra vez a la orden del día” (p. 37), jugándose
estas operaciones en la identificación restringida y general (en lo familiar y lo social,
respectivamente), desplegándose nudos críticos entre estas relaciones de identificación.
Siguiendo con Rassial, propone tres nudos: 1) el adolescente debe apropiarse
imaginariamente de objetos parciales que le han dado seguridad desde la fase del espejo, 2)
el adolescente debe pasar de ser el síntoma de los padres (“sobre todo de la madre”) a ser
propietario de su propio síntoma que tomaría así “todo su impulso intersubjetivo” al
transformarse en “síntoma sexual” (p. 38), y 3) “el adolescente probará la eficacia del
Nombre-del-Padre, más allá de la metáfora paterna, para poner orden en la lengua que él
habita y por la que es habitado” (p. 38), es decir, debe haber primeramente una operación de
inscripción del Nombre-del-Padre (que es “el anclaje simbólico del lugar del Otro”, p. 39).
Pues bien, en la adolescencia se tiende a perder su valorización por la descalificación
del padre y de la familia, y con ellos, por asociación, a todo el mundo adulto: es en este punto
donde la promesa edípica de renunciar al goce que luego se tendrá pierde sustantividad, “se
vuelve mentirosa”. En este estado, el adolescente experimenta una sensación de vacuidad del
lugar del Otro (en el registro imaginario: al padre y la familia), para luego encontrar otra
“nueva encarnación imaginaria del Otro en el Otro sexo”, orientar la relación hacia un
semejante lejos de la metáfora paterna (p. 39).

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Así se inscribe una experiencia de desarraigo y autonomía por y hacia sí mismo para
volver a fundar su identidad sobre la primera huella de la inscripción. De este modo, este
movimiento, además de necesario y estructurante, implica un riesgo: en el momento en que
el lugar del Otro queda vacío, surgen los replanteos basales sobre los valores que han perdido
consistencia (“el sentido de la vida”, etc) como también la organización de psicopatías o
ciertas toxicomanías (p. 40).
Como es visible, al abrir Lacan el mito edípico dio pie para pensar más
concienzudamente el lugar del sujeto desde (y hacia) su deseo. Y por ello, el lugar que pueda
tener el pensar el Edipo desde Lacan contiene un aporte muy valioso dentro del trabajo en la
adolescencia en particular.

Bibliografía.

Freud, S. (1905). “Tres ensayos de teoría sexual”. En Obras Completas. Vol. VII. Buenos
Aires: Amorrortu editores (1991).
Freud, S. (1924). “El sepultamiento del Complejo de Edipo”. En Obras Completas Vol.
XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores (1991).
Freud, S. (1925). “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los
sexos”. En Obras Completas Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores (1991).
Lacan, J. (1998). Seminario 3. Las Psicosis (1955-1956). Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (1998). Seminario 5. Las Formaciones del Inconsciente (1957-1958). Buenos Aires:
Paidós.
Lacan, J. (1957). La significación del Falo en Escritos 2. Buenos Aires: Siglo Veintiuno
Editores.
Rancière, J. (2006). El inconsciente estético. Buenos Aires: Editorial Del Estante.
Rassial, J-J. (1999). El Pasaje Adolescente: De la familia al vínculo social. Barcelona: Del
Serbal.
Vega, V. (2015). El Complejo de Edipo en Freud y Lacan. UBA, Facultad de Psicología.

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