Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Yo, como muchos sufridos maridos conductores, estoy sometido al ritual de instrucciones y
preguntas de nuestras cónyuges cuando nos encontramos al volante y ellas se sientan en el
asiento del copiloto: “cuidado”, “ya está en verde”, “¿has quitado el freno de mano?”, etc. Un
rosario litúrgico que forma parte de la ceremonia de una pareja efectuando un desplazamiento
en coche.
El día 31 de julio salíamos de viaje en coche para ir a pasar el mes de agosto en Crosshaven, un
pequeño pueblo costero del sur de Irlanda. Mi mujer y yo y nuestros cuatro hijos. Salíamos del
parking para empezar el trayecto a una hora muy temprana, aproximadamente a las siete de la
mañana.
Aquel día, he de confesarlo, yo no me había levantado de muy buen humor. Apenas salidos a
la calle desde el parking, mi mujer cumplió con sus obligaciones litúrgicas:
No estaba yo para soportar ese día semejante pregunta. Sin mirarla, bajé el cristal de mi
ventanilla y le hice una señal al único transeúnte que a aquella temprana hora se divisaba.
Subí la ventanilla y arranqué el coche. No habíamos recorrido cien metros cuando mi mujer
comentó:
Bueno, ante tamaña evidencia no puedo menos que admitir que es cierto: preguntar no cuesta
nada o casi nada o menos de lo que solemos imaginar.
Y sin embargo, nos resistimos en muchas ocasiones a preguntar, ya sea por prudencia, por
timidez o por falsos prejuicios, creyendo que vamos a ser indiscretos, inoportunos o
incorrectos. Todos sabemos aquella famosa cita que reza: “las preguntas no son indiscretas; lo
son las respuestas”. No siempre es literalmente cierto pero… casi.
En el quehacer cotidiano de los proyectos, ¿cuántas veces hemos asumido riesgos innecesarios
por no haber preguntado a tiempo y a las personas oportunas?, ¿cuántas equivocaciones
hemos cometido?, ¿cuántos costes innecesarios nos ha acarreado esa conducta falsamente
prudente?
Por el contrario, cuando nos hemos decidido a preguntar, con frecuencia nos hemos
sorprendido de la facilidad con que obtenemos respuestas útiles, fáciles, con toda la
naturalidad y sin que nadie se extrañara o protestara de las preguntas formuladas.
Saber preguntar es una habilidad que se aprende y que con la práctica llega a perfeccionarse
hasta el punto de que resulta un factor positivo de vital importancia para quién está
presentando un proyecto, para quien está entrevistando a un candidato, para quien trata de
resolver un problema y para quien está negociando una oferta… por ejemplo.