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distintas fuerzas políticas es más sencillo conciliar sus intereses para resolver
problemas que afectan a la regulación de la competencia electoral, que ponerse
de acuerdo para producir un régimen diferente, que pretenda ser democrática-
mente más robusto. Para decirlo de otra forma: es más probable que los partidos
políticos establezcan acuerdos para renovar acuerdos anteriores que surgieron
de la transición, a que reformen la estructura del régimen democrático. Como
se mostrará más adelante, esto explica la peculiar lógica de reforma en las insti-
tuciones político-electorales que ha caracterizado al caso mexicano.
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La democracia imprevista
Sin causar mucha controversia, el proceso de democratización en México se
puede describir como el proceso que consistió en dejar atrás un sistema donde
un solo partido político tenía el control del Estado y la contienda electoral, para
construir un sistema donde ese partido debe competir con otros, en un terreno
relativamente parejo, por el acceso al poder. Lo que hay que añadir a esta des-
cripción es que ese proceso tuvo lugar contra la voluntad y las expectativas
del partido dominante: el PRI no tenía previsto dejar el poder ni democratizar
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La dispersión competitiva
Las sucesivas rondas de negociación entre las distintas fuerzas políticas pro-
dujeron un equilibrio estratégico en torno a la democracia electoral. En lugar
de un sistema integral y coherente de nuevas reglas, el cambio institucional
consolidó un sistema que fragmenta el poder, fomenta la no cooperación en el
proceso de gobernanza e incrementa el costo de la cooperación intertemporal
de los agentes políticos (Lehoucq et al., 2010; Scartascini, 2010).
Ajustarse a las reglas de la democracia electoral es la estrategia más conve-
niente para disputar y acceder al poder. Este equilibrio elemental no es resultado
de las profundas convicciones democráticas de las élites y los partidos políticos,
o por lo menos no solamente depende de eso. El equilibrio estratégico se sos-
tiene en dos condiciones diferentes indispensables para construir la democracia
electoral en el país. En primer lugar, se encuentra la garantía de que las elec-
ciones se llevarán a cabo en un terreno de juego nivelado y en condiciones de
equidad, lo que ha demandado la construcción de un sistema de gobernanza
electoral autónomo, garante de la equidad y la certeza legal de la contienda.
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Una relación de las distintas propuestas de reforma al Estado y al régimen político
discutidas desde el 2000, se encuentra en el documento preparado por Gamboa (2010). La
iniciativa de reforma que presentó Calderón Hinojosa al Congreso en 2009 desencadenó
otras propuestas de los distintos partidos políticos, cuyas iniciativas y sus potenciales impli-
caciones políticas son examinadas con exhaustividad en Garrido, Martínez y Parra (2011),
y en Negretto (2010).
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político. En cambio, dadas las reglas prevalecientes, resultará mucho más difí-
cil conciliar intereses en torno a una refundación del régimen democrático.
Una razón de esto es que no hay un punto de llegada que represente inequí-
vocamente la alternativa ideal. Cuando se trata del diseño de las instituciones
políticas, todas las alternativas tienen diferentes ventajas y desventajas. Otra
razón es simplemente estratégica: dadas las ventajas formales e informales que
poseen los partidos políticos en el modelo actual, es previsible que se opongan
a cualquier alternativa que arriesgue los privilegios que ahora tienen. Aquí es
donde el panorama comienza a complicarse. Sin embargo, en la medida en que
la reforma vaya en la dirección correcta, las élites políticas actuales tendrían
que perder muchos beneficios que les aporta actualmente el sistema. Esto puede
no resultarles particularmente estimulante.
El cambio institucional producido por las reformas de 2012 a 2014 en mate-
ria política es consistente con este argumento, ya que responden fundamental-
mente a la necesidad de construir mecanismos para desbloquear la interacción
entre los poderes Legislativo y Ejecutivo cuando el partido del presidente no
cuenta con una mayoría en el Congreso. Las soluciones adoptadas tienen méri-
tos propios, pero siguen la pauta que Negretto (2009) ha identificado en América
Latina: las reformas atribuyen mayores facultades al Poder Ejecutivo, al mismo
tiempo que incrementan la fragmentación legislativa. Para todo efecto práctico,
es una solución de compromiso; así se consigue que un número más grande de
fuerzas políticas obtengan representación, al mismo tiempo que el presidente
adquiere facultades para impulsar sus políticas preferidas. En México, las refor-
mas adoptadas le otorgan mayores facultades legislativas al Poder Ejecutivo por
medio de la iniciativa preferente, e incrementan la participación del Congreso
en el control del gabinete. La figura del gobierno de coalición parece encami-
nada hacia un modelo de mayor cooperación entre el presidente, su partido y
otros partidos con representación en el Congreso, figura que depende de un
convenio establecido entre las partes. En la medida en que está ausente la posi-
bilidad de convocar nuevas elecciones en caso de que la coalición se desarticule,
como sucede en los regímenes parlamentarios, la coalición no es políticamente
vinculante ni está bajo control de los electores.
Por otra parte, la reelección consecutiva, las candidaturas independientes y
los instrumentos de democracia directa –iniciativa ciudadana y consulta popu-
lar– constituyen nuevos canales para dotar de mayor influencia al electorado.
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Predecir el futuro
La construcción de un régimen democrático coherente, que responda al prin-
cipio del control ciudadano del poder estatal, representa un complejo desafío
colectivo que debe permanecer en la agenda pública y debatirse continuamente.
Esto tendría que ser así, aun y cuando un extenso repertorio de artilugios, bolas
de cristal, cartas, dados y profecías no deje ver posibilidades cercanas de cam-
bio tras un horizonte cubierto por nubes borrascosas.
Las posibilidades de que el Congreso estadounidense destituya al presidente
Donald Trump por conspirar junto el aparato de inteligencia rusa para descarrilar
la elección de 2016 son menos remotas que una coalición de partidos promueva
una reforma integral y coherente del régimen político mexicano. Es muy poco
probable que un cambio sustantivo tenga lugar mientras el PRI continúe desem-
peñando el rol de jugador con poder de veto. ¿En qué medida es posible que el PRI
encabece una coalición en el régimen político que impulse cambios congruentes
con mayores garantías democráticas? Es muy difícil que esto suceda, puesto que
implicaría desmontar una serie de reglas que siguen siendo convenientes para ese
partido; por ejemplo, la distribución de poder territorial en las entidades federati-
vas y los sistemas electorales del Poder Ejecutivo y el Congreso.
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Por otra parte, dadas las circunstancias, tampoco existen muchas posibili-
dades de que una reforma se origine en una coalición estable de partidos dis-
tintos al PRI, y nada asegura que puedan formular genuinamente propuestas
democráticas sólidas. Pero una coalición entre los partidos de izquierda y el PAN
es improbable, debido a su distanciamiento ideológico. Aun si las diferencias
ideológicas fueran subordinadas a un criterio pragmático y estratégico, sería
una coalición débil que fácilmente sucumbiría a la coacción de una fuerza como
la que puede ejercer el PRI, una organización experta en aplicar la táctica del
divide y vencerás. En otras palabras, es altamente probable que una reforma
consensuada y que robustezca el carácter democrático del régimen político sea
obstaculizada mientras el statu quo beneficie al PRI, y mientras este partido
tenga la capacidad de ser un jugador con poder de veto.
Con todo, el sistema de partidos está en flujo y la estructura de oportunidad
para una reconfiguración del régimen puede abrirse en cualquier momento, o
puede surgir de una división de las élites. Así nació la corriente que escindió al
PRI en las elecciones presidenciales de 1988 (Langston, 2006). Por otra parte, la
fragmentación del sistema de partidos puede también originar rupturas y coali-
ciones imprevistas, e inclusive personas ordinarias en situaciones extraordinarias
pueden desempeñar un rol decisivo. Fue el presidente Zedillo, ante la increduli-
dad de su partido, quien aceptó en cadena nacional la derrota electoral del PRI en
el 2000. De la misma forma, la Suprema Corte, el TEPJF, la Comisión de Derechos
Humanos, entre otros organos constitucionales, pueden emitir dictámenes de
jurisprudencia o sentar precedentes normativos que induzcan y encaucen los pro-
cesos de transformación institucional. Los factores externos al sistema político
pueden ser decisivos, como la llegada de un populista a la presidencia de Estados
Unidos de América, o la abrupta cancelación del Tratado de Libre Comercio.
Un factor fundamental para el cambio democrático es la capacidad de los
actores sociales para promover coaliciones entre las organizaciones de la socie-
dad civil, funcionarios públicos, políticos y legisladores. Un extenso número
de piezas de la legislación y cambios institucionales en distintos sectores del
gobierno han sido promovidos por coaliciones encabezadas por organiza-
ciones sociales y entidades académicas. Esta ruta es clave para desencadenar
procesos innovadores de cambio en el régimen democrático. A diferencia del
horizonte de corto plazo que caracteriza a los ciclos electorales de los políti-
cos profesionales, en la esfera pública mexicana han ganado diversos actores
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Conclusiones
En este capítulo se han resaltado los dilemas estratégicos de los partidos políti-
cos en México para explicar la lógica del cambio institucional relacionado con
la democratización del régimen. Es muy posible que las convicciones democrá-
ticas de líderes y partidos políticos sean apenas superficiales o inconsistentes;
de ser así, podría entenderse el limitado desarrollo democrático del régimen
político una vez alcanzado un umbral de certeza en la equidad y legalidad de las
elecciones. Sin embargo, el argumento le ha otorgado centralidad a los costos y
beneficios que los partidos obtendrían por impulsar vigorosamente reformas
favorables a la democracia.
Para explicar el carácter circunscrito y limitado del cambio democrático en
México, es necesario tener en cuenta el origen de la democracia electoral. El
cambio de régimen no se produjo a partir de un episodio ideal de delibera-
ción donde los representantes populares debatieron, en calidad de ciudadanos
libres e iguales, el tipo de instituciones que deberían mejorar sus expectativas
democráticas. El régimen competitivo mexicano es producto de un proceso de
negociación política donde el partido que controlaba el sistema, el PRI, quedó
obligado a redefinir las reglas de la competencia por el poder.
Las negociaciones entre un conjunto plural y dispar de fuerzas políticas pro-
dujeron una democracia electoral con características particulares. El régimen
electoral regula la disputa por el poder político, proporciona sustanciosos bene-
ficios legales a los partidos y a sus miembros, reduce las pérdidas de los partidos
que no resultan ganadores en los comicios y facilita acceso ilegal a los recur-
sos del Estado. En estas circunstancias, los políticos profesionales práctica-
mente carecen de incentivos para alejarse del statu quo. Por otra parte, por sí
solo ningún partido tiene capacidad de establecer nuevas reglas, ni tampoco la
certeza de que al hacerlo sus expectativas electorales y políticas se mantendrán
iguales o mejorarán, lo que refuerza la lealtad estratégica con el régimen.
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