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Si yo no creo ni en el Bien ni en el Mal, si siento tal disposición a destruir, si en el orden de los

principios no hay nada a lo que yo pueda razonablemente acceder, el principio mismo está en mi
carne. . . .

Destruyo porque en mí todo lo que proviene de la razón no resiste. No creo ya sino en la evidencia
de lo que agita mis médulas, y no de lo que se dirige a mi razón.

He hallado tramos en el campo del nervio. Ahora me siento capaz de comparar la evidencia. Hay
para mí una evidencia en el campo de la carne pura, que no tiene nada que ver con la evidencia de
la razón.

El conflicto eterno de la razón y el corazón se desempata en mi propia carne, pero en mi carne


irrigada de nervios. En el campo del imponderable afectivo, la imagen acarreada por mis nervios
toma la forma de la intelectualidad más alta, a la que me niego a arrancarle su carácter de
intelectualidad. Y es de este modo que asisto a la formación de un concepto que lleva en sí la
fulguración misma de las cosas, que me llega con un ruido de creación.

Ninguna imagen me satisface si no es Conocimiento al mismo tiempo, si no lleva su sustancia


consigo al mismo tiempo que su lucidez.

Mi mente, cansada de la razón discursiva, quiere que le arrebaten los mecanismos de una nueva,
una absoluta gravitación. Para mí es como una reorganización soberana donde solamente
participan las leyes de lo Ilógico y donde triunfa el descubrimiento de un nuevo Sentido. Ese
Sentido perdido en el desorden de las drogas y que a los fantasmas contradictorios del sueño les
da la faz de una inteligencia profunda.

Ese Sentido es una conquista de la mente sobre sí misma y, aunque irreductible por la razón,
existe, pero solamente en el interior de la mente. Es el orden, es la inteligencia, es la significación
del caos. Pero a ese caos no lo acepta tal cual, sino que lo interpreta, y como lo interpreta, lo
pierde.

Es la lógica de lo Ilógico. Y eso lo describe. Mi sinrazón lúcida no le teme al caos. . . . Yo no


renuncio a nada de lo que es de la Mente. Solamente quiero transportar a otro lado a mi mente
con sus leyes y órganos. Yo no me libro el automatismo sexual de la mente sino que, por el
contrario, mediante este automatismo intento aislar los descubrimientos que no me da la razón
clara.

Yo me libro a la fiebre de los sueños, pero es para obtener nuevas leyes. Yo persigo la
multiplicación, la agudeza, el ojo intelectual en el delirio, que no la vaticinación azarosa. Hay una
navaja que no olvido. . . . Pero es una navaja a medio camino en los sueños, a la que mantengo
adentro de mí mismo, a la que no dejo venir a la frontera de los sentidos claros. . . . Aquello que es
del dominio de la imagen es irreductible por la razón y debe permanecer en la imagen sin pena de
aniquilarse.

Hay, no obstante, una razón en las imágenes; hay imágenes más claras en el mundo de la vitalidad
imaginada. En el bullicio inmediato de la mente hay una inserción multiforme y brillante de
bestias. Esa polvareda insensible y pensante se ordena según leyes que saca de su propio interior,
al margen de la razón clara y de la conciencia o razón traspasada. . . . En el dominio peraltado de
las imágenes la ilusión propiamente dicha, el error material, no existe, y la ilusión del
conocimiento con mayor razón; pero el sentido de un nuevo conocimiento puede y debe, con
mayor razón aún, descender a la realidad de la vida. La verdad de la vida está en la impulsividad de
la materia. La mente del hombre está enferma por entre los conceptos. No se le pida que se
satisfaga, pídasele solamente que esté tranquila, que crea que ya halló su sitio.

Pero solo el Loco está bien tranquilo.

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