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Saint-Simon, del liberalismo al socialismo

Hernán M. Díaz

(Razón y Revolución Nº 11, invierno de 2003, pp. 143-157)

A pesar de ser un personaje muy nombrado, poco leído y nada recuperado, Saint-Simon puede
ser considerado el iniciador de diversas corrientes del pensamiento y de la economía de nuestra
sociedad: el método histórico, la sociología positivista, la unidad europea, el keynesianismo o
capitalismo estatista, el marxismo. Sus discípulos crearon el socialismo en Francia y lo divulgaron por
toda Europa, con más fuerza y radicalismo que sus adversarios políticos fourieristas y owenistas. Y si
algo caracterizó al sansimonismo con respecto a las otras corrientes socialistas fue su profundidad
teórica, su alejamiento de toda utopía y su capacidad para dotar al movimiento de consignas y
herramientas conceptuales para desarrollarse.
El primer elemento que hay que destacar en el pensamiento de Saint-Simon es que distingue a
los sectores sociales por su relación con la producción y por el papel que ocupan en ella. Por primera
vez la sociedad no es un conjunto de almas ni de pensamientos, sino de intereses económicos. Saint-
Simon le habla a los industriales, lo cual incluye a todos aquellos que tienen un rol productivo en la
sociedad: campesinos, comerciantes y fabricantes, pero también sabios y artistas (Saint-Simon, 1985:
p. 37). Pero en principio la categoría de industriales incluye tanto a patrones como a obreros: todos los
“productores”, “obreros”, “trabajadores” (denominaciones que reemplazan a “industriales”), es decir, los
que trabajan para cubrir las necesidades primarias de la sociedad. Opuestos a ellos están los “ociosos”:
militares, legistas, burócratas, políticos.
Los industriales deben constituirse en partido político y tener el poder social, propone Saint-
Simon. “No habrá tranquilidad mientras los industriales no tengan el poder real de la sociedad” (Saint-
Simon, 1985: p. 51). Para Saint-Simon, en 1824 Francia es “una nación esencialmente industrial, cuyo
gobierno es esencialmente feudal” (Saint-Simon, 1985: p. 49). El partido industrial debe hacerse del
gobierno y desterrar los vestigios de feudalismo, llevando adelante un gobierno que favorezca
esencialmente a la industria, dirigido por “los más importantes de los industriales” (Saint-Simon, 1985: p.
53) y que gratifique a cada sector según el aporte que haya hecho a la industria, porque “las primeras
necesidades de la vida son las más imperiosas” (Saint-Simon, 1950: p. 119).
Tesis inicial, propuesta política y definición sociológica: “Los industriales se constituirán en la
primera clase de la sociedad; los más importantes de entre los industriales se encargarán,
gratuitamente, de dirigir la administración de la riqueza pública; ellos serán quienes hagan la ley y
quienes marcarán el rango que las otras clases ocuparán entre ellas; concederán a cada una de ellas
una importancia proporcionada a los servicios que cada una haga a la industria. Tal será,
inevitablemente, el resultado final de la actual revolución; y cuando se obtenga este resultado, la
tranquilidad quedará completamente asegurada, la prosperidad pública avanzará con toda la rapidez
posible, y la sociedad disfrutará de toda la felicidad individual y colectiva a la que la naturaleza humana
puede aspirar” (Saint-Simon, 1985: p. 53).
Dice Saint-Simon: “Al ser los productores de cosas útiles los únicos hombres útiles en la
sociedad, son los únicos que deben concurrir para regular su existencia” (citado por Durkheim, 1982: p.
223, de Saint-Simon, Industria, II, p. 186).
Primera operación, entonces, destacar que la sociedad es un conjunto de “clases” diferenciadas
por sus intereses materiales. Por otra parte, Saint-Simon no considera que la obra de la revolución
francesa esté terminada sino que se asiste a una revolución en progreso, una revolución inacabada. La
consumación de esta revolución consistirá en dar la suma del poder público a los industriales,
entendidos éstos como un conjunto indiferenciado, diríamos hoy, de obreros y patrones.
Estos conceptos de Saint-Simon los podemos entender de diversa manera. Un camino consiste
en verlo como un profeta del desarrollo capitalista, vaticinando que el desarrollo industrial, encabezado
por los dueños de las industrias (“los más importantes de entre los industriales”) consolidará la paz
social estableciendo una sociedad a su imagen y semejanza. Otro camino puede consistir en verlo
como un antecedente directo del socialismo: en tanto la sociedad se organice en beneficio de “los
productores”, desterrando todas las clases parásitas, también deberá desterrar a los capitalistas
rentistas y conducir “a la mejora moral y material de la clase más numerosa y más pobre”, es decir los
industriales “que trabajan”.
Intentaremos aquí no tanto descubrir “el verdadero y original” pensamiento de Saint-Simon (si
es que algo así pueda existir) sino solamente encontrar el nudo contradictorio con el que este pensador
nos habla, aun hoy, diciéndonos algo del desarrollo de esta sociedad particular, a comienzos del siglo
XXI.

Saint-Simon y el liberalismo emergente

Si uno viera a Saint-Simon solamente como un propulsor del desarrollo capitalista, cabría
pensar entonces que no es más que un representante del liberalismo, emergente en los años
posteriores a Napoleón. Pero Saint-Simon rechaza de plano el liberalismo: “La palabra liberalismo
designa un orden de sentimientos; no señala una clase de intereses” (Saint-Simon, 1985: pp. 112 y
115). Es decir que el liberalismo es una ideología vaga que opaca cualquier referencia de clase. Lo que
para la clase capitalista es la principal virtud del liberalismo (ocultar su origen de clase) para Saint-
Simon es su principal defecto: no hay que tratar de conquistar el poder hablando de libertad, fraternidad
e igualdad, todas expresiones ambiguas. Hay que hablar de industria, favorecer la industria y que los
industriales dirijan el Estado en su provecho. Saint-Simon prefiere definir claramente al servicio de quién
debe estar el Estado. “Ha llegado el momento de que las dos clases que integran el partido llamado
liberal se separen” (Saint-Simon, 1985: p. 113). Las dos clases serían los políticos de discurso
polivalente y los industriales, con su conocimiento y su tecnología “positiva”, es decir, concreta.
El liberalismo es la doctrina de las “clases intermedias” (Saint-Simon, 1985: p. 58), es decir,
políticos, rentistas, militares de baja graduación, legistas, abogados, metafísicos. En suma, todo el
sector ocioso de la sociedad. Buscan engañar al resto de las clases con frases vacías, generales,
ambiguas, ocultando los verdaderos “intereses” que se anidan en toda acción de gobierno. En definitiva,
nos dice el pensador francés, harán un gobierno en beneficio de los ociosos y no de los que trabajan. A
toda la clase ociosa Saint-Simon llama “clase burguesa” (Saint-Simon, 1985: p. 51), son improductivos y
hacen un gobierno caro. Los industriales han dado prueba de ser los mejores organizadores y
administradores, y harán un Estado barato (Saint-Simon, 1985: p. 39).
Desde el marxismo siempre hemos insistido en que el Estado “no es más que el administrador
de los negocios generales de la burguesía”, que los políticos burgueses “ocultan” detrás de su ideología
una feroz defensa de los intereses del conjunto de la clase burguesa y que, en definitiva, el liberalismo
ha sido la ideología de la clase burguesa en ascenso. ¿Es contradictorio este examen con las
afirmaciones de Saint-Simon?
El pensamiento sansimoniano apunta a señalar una gran contradicción en el seno mismo del
capitalismo, que ha sido la base de conformación del poder burgués. El mundo precapitalista aceptaba
la representación directa: si los nobles y la Iglesia eran las bases del poder, un noble o el papa eran la
cabeza de los reinos. Pero a partir de la revolución norteamericana se tendió a la representación
indirecta: las bases del poder real estaban en la clase capitalista, pero el poder virtual, el poder elegido
por una cierta cantidad de gente y que tenía el gobierno efectivo de la sociedad, era un grupo especial,
destinado a manejar los destinos del Estado. Esta nueva “clase dirigente” era formalmente (y lo formal
es el elemento definitorio) elegida sobre una cantidad de sufragios externamente iguales. Se formaba
así una clase intelectual que debía desenvolver una política de defensa de los “intereses generales”,
donde insensiblemente siempre ganaban los “intereses particulares” de una pequeña porción de los
“productores”.
También es importante señalar que la aparición de esta clase de ociosos es para Saint-Simon
un producto histórico: en la vieja sociedad, siglos XVII y XVIII, los juristas y los metafísicos fueron
necesarios para luchar contra el feudalismo. Los juristas, porque servían para defender a los
propietarios contra los abusos de los nobles; los metafísicos, porque ayudaron a destruir los prejuicios
religiosos y a desarrollar la ciencia. Pero estos grupos, útiles en la lucha contra el antiguo régimen, son
ahora completamente inútiles. Sin embargo, tienen el prestigio de las luchas pasadas y han ganado las
posiciones dentro del Estado (Ansart, 1969: p. 47).
En la Argentina, se pueden observar diferentes momentos de la creación de una clase dirigente,
especialmente los años de la organización del Estado tras la caída de Rosas y, sobre todo, la derrota de
la Confederación Argentina. Pero también con la llegada al gobierno del partido radical y la conjuración,
por la vía democrática, del “peligro” anarquista y socialista.
La creación de esta clase política, sin funciones específicas en el aparato productivo, ociosa
como dice Saint-Simon, podía establecer determinadas tensiones, más o menos visibles según el
momento, con la clase económica dominante. Nacida a su amparo, nacida de las mismas clases
pudientes, rehén permanente de los que pagan los impuestos y, por lo tanto, pueden hacer funcionar (o
impedir que funcione) la maquinaria del Estado, la clase política siempre fue y es, en términos
generales, una gerenciadora de los negocios de la burguesía. Pero no se puede dejar de observar que
hay una distancia, que hay un conflicto latente entre ambos grupos, que hay un ocultamiento de las
raíces de su poder.
Saint-Simon se pronuncia contra esta tendencia originaria del capitalismo. ¿Por qué ocultar los
intereses de los industriales si ellos son los que producen todo en la sociedad? ¿Por qué favorecer a
una casta de parásitos que en beneficio propio harán un Estado caro si los industriales se caracterizan,
justamente, por saber desarrollar economías y ahorros constantes en sus empresas, so pena de
desaparecer? ¿Por qué debe existir un ámbito de lo político donde se dicen frases generales y
ambivalentes para captar el apoyo de un público indeterminado, y después se desarrollan políticas
determinadas en beneficio de algún sector?
Contradicción inherente al capitalismo, Saint-Simon la señala en su origen y la impugna. En los
momentos críticos es donde más se observa esta crisis entre el sector productivo y el sector político.
Cuando la crisis económica arrecia hoy en la Argentina, los “industriales” y hasta la clase media se
quejan de la “corrupción” generalizada de la clase política, y reclaman que el Estado sea manejado con
la misma “productividad” que ellos manejan sus empresas. El sector empresarial se presenta entonces
como la “víctima” de la corrupción estatal (por ejemplo, en el caso Swift-Armour), sin recordar por
supuesto que fue el instigador directo de esa maquinaria famélica de arribistas y coimeros. Pero eso fue
“antes”, cuando la economía marchaba viento en popa y hasta se pagaban los impuestos. Ahora, con la
crisis, la clase política es casi un lastre para la burguesía, quien preferiría desalojar a todos los parásitos
del Estado y volver a detentar el poder en forma directa. La misma duplicidad se ha aplicado con la
crítica al “Estado elefante” que hicieran antes de Menem los liberales. Proponían un Estado
supuestamente barato, cuando eran ellos mismos, los empresarios, quienes habían vivido a expensas
del Estado, a través de la llamada “patria contratista”.
Pero ante la posibilidad de una representación directa de la clase dominante, el problema
consistiría, entonces, en qué grupo tendría los beneficios del Estado en detrimento de otros. Las luchas
por el poder entre sectores capitalistas sería más salvaje que las guerras civiles en el medioevo. Es
decir que la conformación de una clase específicamente política aparece no sólo como un organismo
destinado a evitar los conflictos entre las clases sino también como un órgano que evita el canibalismo
dentro mismo de la clase económicamente dominante. El Estado abstracto del capitalismo no sólo
cumpliría un rol de cara a las clases populares sino, fundamentalmente, en referencia a la misma
existencia dentro de la burguesía de diferentes grupos económicos.
Retomando, entonces, el liberalismo es visto por Saint-Simon no como la ideología de la
burguesía en ascenso sino como el síntoma de la creación de un ámbito específico de lo político, con
sus propias leyes y su propia lógica de funcionamiento, creada por la clase burguesa con el fin de erigir
un “Estado abstracto”, donde eventualmente cualquiera puede llegar a conducir el gobierno, incluso un
tornero mecánico, pero donde la misma burguesía debe darse los medios para obligar a ese Estado a
actuar en su provecho. Los métodos pueden ir desde las relaciones de parentesco, al “lobby”, el ahogo
financiero, la fuga de capitales o el golpe de Estado. Todo servirá para que el Estado sea siempre el
gerenciador de los intereses generales de la burguesía.

Libertad política y libertad económica

El liberalismo es el laissez faire, es la libertad económica, pero no significa automáticamente la


misma libertad política. El liberalismo propugnó una serie discreta de libertades que concurrían todas a
garantizar la libertad de comercio: libertad de asociación y libertad de opinión. Pero, ¿hubo libertad para
las corrientes socialistas y obreras? ¿Desapareció la censura, incluso para grupos conservadores?
¿Perdió vigencia el papel rector de la Iglesia en asuntos relativos a la familia y la moral? ¿Toda la
población podía elegir a ese grupo especial de políticos que dirigiría el Estado? De ninguna manera, la
libertad del liberalismo fue siempre concebida como una libertad restringida, para rentistas, y fue la
lucha secular de la pequeño burguesía democrática y de las clases populares la que fue arrancando el
sufragio universal masculino y mucho después el femenino, la libertad de opinión irrestricta, la
separación de iglesia y Estado, la libertad de huelga y manifestación, etc.
La libertad política sólo tiene sentido como consigna negativa, es decir, oponiéndose a una
tiranía determinada, oponiéndose a las prohibiciones y a la coerción social. Una vez superado ese
obstáculo, la libertad es una cáscara vacía. Por otra parte, y no menos importante, el régimen político
que concibió la burguesía en su comienzo no incluía las libertades para el pueblo, sólo las incluía para
la clase dominante. Así como en el siglo XIX se hablaba de sufragio censitario (sólo votaban los que
tenían propiedades), tendremos que hablar de una libertad censitaria, libertad para los poseedores. No
existió nunca una “tarea histórica” de la burguesía en garantizar la libertad general, esto sólo fue obra
de la lucha de los sectores populares por una situación que era vista, con toda razón, como injusta.
Pero aún la libertad económica, ¿qué implicaba? Como bien aclara Charléty, parafraseando a
Saint-Simon, “la actividad material, liberada de sus ataduras y de sus riendas por la Revolución, «ha
pasado del yugo de la política feudal al de la política metafísica», es decir que está esclavizada a la idea
de libertad” (Charléty, 1969: p. 45). La libertad económica significa no tener plan, ni racionalidad, ni
dirección. Es lo que Saint-Simon denuncia como la “anarquía” de la sociedad capitalista, regida por un
“liberalismo irreflexivo y desordenado” (Doctrine, 1830: p. 41). Cuestiona lo que la misma burguesía
previó como la mejor solución: si no hay apoyo del Estado para ninguna actividad económica, triunfará
el más fuerte. La ley de la sobrevivencia salvaje se convierte en el código básico de la moral económica.
Ante esto Saint-Simon reclama centralización, orden, esfuerzo dirigido, economía. Sólo el
Estado (dirigido por los industriales) está capacitado para determinar cuál es el método tecnológico más
adecuado, dónde se deben dirigir las inversiones, cuáles serán las obras públicas más necesarias para
impulsar el bienestar general. La industria avanza, pero en la anarquía. La tecnología no se desarolla,
víctima del secreto industrial para garantizar el monopolio. Si se difundieran los adelantos técnicos,
todos los sabios ayudarían a mejorar cualquier invención (Doctrine, 1830: p. 27). El industrial se
preocupa por ganar dinero, y no le importa el perjuicio a la humanidad (Doctrine, 1830: p. 28), y es así
como produce armas, alimentos malsanos, depreda el ambiente, etc. Laissez faire, laissez passer es la
consigna y fomenta una guerra general. Este principio “supone el interés personal siempre en armonía
con el interés general” (Doctrine, 1830: p. 30), pero está demostrado que esos dos intereses son a
menudo contradictorios.
La libertad económica implica la victoria del más fuerte sobre el débil, con lo cual la exigencia
de libertad en la economía no es más que una consigna impuesta por los poderosos. Al hacer el eje en
la lucha entre libertad y centralización, Saint-Simon esboza el problema en el que se debatió el
capitalismo en estos 200 años y tiene su final catastrófico en el neoliberalismo de fines del siglo XX. No
hay que despreciar el debate que significaron (con respecto a la libertad de comercio) el proteccionismo,
los distintos nacionalismos, las políticas keynesianas y, no menos, el socialismo, reclamando que el
Estado cubra las dificultades que la libre competencia no podía cubrir. Todas esas tendencias
representaron, en distinto grado, alternativas al liberalismo, buscando siempre en la centralización y la
planificación una solución cuando la libre competencia hundía en la miseria a un país, una rama de la
producción o un sector social.
¿Qué remedio poner a esta sociedad que ha reaccionado contra el feudalismo pero aún no
encuentra el camino para la paz y la felicidad humana? “No hay término medio entre la centralización y
la anarquía”, dice Saint-Simon (Charléty, 1969: p. 112). “Situado desde un punto de vista de conjunto”,
el Estado “puede darse cuenta de las necesidades generales y de las individuales, dirigir la producción y
armonizarla con el consumo” (Charléty, 1969: p. 62). Saint-Simon propondrá siempre la centralización,
ya sea de la banca, de la tecnología, del mercado de trabajo o de la propiedad.
Pero puestos a centralizar, imaginando un plan general para desarrollar armoniosamente la
sociedad, ningún principio puede ser más “racional” que paliar la pobreza de las grandes masas. “Hay
que dirigir a la sociedad hacia el gran objetivo del mejoramiento más rápido posible de la suerte de la
clase más pobre”, afirma Saint-Simon en su última obra (Saint-Simon, 1825: p. 10). “Todas las
instituciones sociales deben tener como meta la mejora del destino moral, físico e intelectual de la clase
más pobre y numerosa”, dice el lema de Le Globe, en su época sansimoniana (Charléty, 1969: p. 107).
El objetivo que debiera tener toda sociedad: “mejorar en lo posible la suerte de la clase que no tiene
más medios de existencia que el trabajo de sus brazos. Mi objetivo es mejorar la suerte de esta clase no
solamente en Francia, sino en el mundo entero. A pesar de los inmensos progresos de la civilización,
esta clase es aún la más numerosa en los países más civilizados. Constituye la mayoría, en una
proporción más o menos importante, en todas las naciones del globo. Así, es precisamente de ella de
quien debieran ocuparse los gobernantes y, sin embargo, sus intereses son los más descuidados por
los gobiernos. La miran como esencialmente gobernable e imponible, y el único cuidado importante que
le dispensan es mantenerla en la obediencia más pasiva” (citado por Gurvitch, 1970: p. 72; de Saint-
Simon, Sistema industrial, VI, 81).
A través de su pensamiento, Saint-Simon demuestra que el liberalismo es incapaz de esbozar
un plan general de desarrollo de la sociedad, porque eso lo llevaría a denunciar la irracionalidad de su
propia práctica económica. Así como la libertad política debía constituirse en una libertad “negativa”,
que no dice lo que hay que hacer sino que deja todo librado al egoísmo, también la libertad económica
debía ser una doctrina “negativa”, es decir sin sustancia, que sólo esbozaba las posibilidades de la
competencia pero que no planificaba ni organizaba la sociedad hacia un fin determinado. Como bien
afirma Émile Durkheim, Saint-Simon ve al liberalismo como res nullius, cosa de nada (Durkheim, 1982:
p. 210).
El liberalismo económico estaba imposibilitado de afirmar que la libre competencia tendía de
alguna manera a la igualación de las fortunas, y también estaba imposibilitado de negarlo. A partir de
allí, sólo quedaba la posibilidad de creer místicamente en una autorregulación económica, guiada por la
célebre “mano invisible” de Adam Smith. Esto es lo que Saint-Simon llama “el yugo de la política
metafísica” y Charléty lo completa diciendo que estamos “encerrados en la idea de libertad”.

¿Se puede organizar la sociedad industrial?

A partir de esta concepción de la sociedad, Saint-Simon decide que su empresa en el mundo


debe ser la organización de la sociedad. Ya en 1802 el subtítulo de su primera obra, Cartas de un
habitante de Ginebra, es “Ensayo sobre la organización social”. Dirá en 1815 que “la filosofía del siglo
pasado fue revolucionaria, la del XIX debe ser organizadora” (Saint-Simon, 1925: p. 4). Luego titula una
de sus publicaciones El organizador (1819-1820). ¿Cómo concibe Saint-Simon una sociedad
organizada?
Para contestar esa pregunta, también tomaremos en cuenta soluciones planteadas por sus
discípulos, quienes en 1829, cuatro años después de la muerte del maestro, expusieron su doctrina en
un célebre libro: Doctrine de Saint-Simon. “Un nuevo orden tiende a establecerse: consiste en traspasar
al Estado, devenido asociación de trabajadores, el derecho de herencia, hoy encerrado en la familia
doméstica” (Doctrine, 1830: p. 115, subrayado en el original). Ya no debe existir más la herencia
familiar. ¿Cómo garantizar que los instrumentos de trabajo vayan a los más talentosos si el producto de
una tarea va forzosamente a los hijos de quien muere? La única forma será que el Estado se haga
cargo de toda propiedad y entregarla a aquellas personas que demuestren capacidad para producir.
La abolición de la herencia es una propuesta de los discípulos de Saint-Simon, pero que ya
estaba implícita en las ideas del maestro (Cole, 1958: p. 59), cuando proponía reclamar de cada uno
según su capacidad y darle a cada capacidad según su talento o sus obras. ¿Quién le podría “dar” a
cada uno sino el Estado, monopolizando todo el producto social?
La sociedad está basada en la propiedad y ésta cambia con el progreso. “La explotación del
hombre por el hombre debe desaparecer; la constitución de la propiedad, por la cual este hecho se ha
perpetuado, debe entonces desaparecer también” (Doctrine, 1830: p. 108). El legislador ha modificado
las formas de la propiedad: primero la herencia era arbitraria, luego heredaba el hijo mayor, más
adelante heredaron todos los hijos por igual. Ahora el legislador debe modificar otra vez la ley y decretar
que es el Estado y no la familia quien debe heredar “lo que se llaman los fondos de producción”
(Doctrine, 1830: p. 111). No se propone aquí la comunidad de bienes, donde todos reciben por igual: en
la idea sansimoniana cada uno recibirá según sus méritos (Doctrine, 1830: p. 112).
El Estado se encargará de sostener al anciano y al niño, para que no mueran de pena o de
hambre. Que todos los hombres sean educados para trabajar y no haya un grupo de ociosos que viven
a costa de los que trabajan (Doctrine, 1830: p. 116).
Si marchamos a una sociedad tal, “es evidente que la propiedad, tal como existe, debe ser
abolida” (Doctrine, 1830: p. 116). Ver la propiedad hoy: el propietario o capitalista tiene instrumentos de
trabajo y no los distribuye bien, sino según su provecho. El problema entonces es lograr una distribución
racional. “Si vemos manifestarse tantas perturbaciones, tantos desórdenes, es que la repartición de los
instrumentos de trabajo es hecha por individuos aislados, ignorantes a la vez de las necesidades de la
industria, de los hombres y de los medios adecuados para satisfacer aquellas” (Doctrine, 1830: p. 119).
El “mundo nuevo” (Doctrine, 1830: p. 121) será una industria mundial organizada (Doctrine, 1830: p.
122).
El rechazo de la herencia conecta a Saint-Simon, a la vez, con Babeuf y con Bakunin. Para
Babeuf, en 1796, la tierra debía ser propiedad del Estado, y en cada generación volver a repartirla
igualitariamente a cada trabajador para evitar las diferencias y la acumulación desigual (Babeuf, 1985:
pp. 46, 51 y 102). Bakunin, en el marco de la Asociación Internacional de Trabajadores, proponía la
abolición de la herencia como primer paso para liquidar la propiedad privada, idea rechazada de plano
por Marx.
Entonces Saint-Simon promueve la abolición de la propiedad, tal como existe. Existirá la
propiedad privada como usufructo en vida, existirá la acumulación social, pero ya no existirán las
gigantescas acumulaciones familiares o personales, que llevan a la concentración de la economía, pues
con la muerte de cada persona la propiedad vuelve a manos del Estado para ser repartida, nuevamente,
en forma igualitaria. El “agujero negro” de la economía política del liberalismo, la tendencia a la
concentración y consiguientemente la pauperización de la mayoría de la población, es para Saint-Simon
el principal enemigo del progreso de la sociedad.
Salta a la vista que la propuesta industrialista de Saint-Simon no ve, o no puede ver,
contradicciones dentro del mundo de la industria: la “asociación para el trabajo” no puede concebir
conflictos entre obreros y patrones. Ya se habían observado choques violentos entre obreros y patrones
en Inglaterra, pero este antagonismo no había encontrado una categorización política general. En ese
sentido el pensamiento de Saint-Simon se corresponde directamente con la etapa de conformación del
liberalismo, durante la Restauración monárquica y la Santa Alianza contrarrevolucionaria. Es recién
después de la revolución de 1830, cuando la burguesía tiene en sus manos plenamente el poder
estatal, que salen a la luz los conflictos entre el capital y el trabajo y es a partir de esta revolución que el
sansimonismo se divide y muere.
Saint-Simon conoce los conflictos obreros ingleses, pero le parecen sólo lunares en la evolución
pacífica que tendrá la industria. “Si los obreros destruyen los telares en Inglaterra, se debe a que los
fabricantes cuentan con la fuerza armada para contenerlos, y no se ocupan para nada de poner freno a
sus pasiones violentas, mediante el conocimiento de sus verdaderos intereses”. En Francia, en cambio,
“los jefes de los trabajos industriales harán cuerpo, en opinión política, con los obreros”, a diferencia de
Inglaterra donde los industriales mantenían una alianza estratégica con los Lores (Saint-Simon, 1985: p.
116). La confianza en los patrones franceses se corresponde con su optimismo con la difusión de sus
propias ideas: los patrones ingleses “no conocen sus verdaderos intereses”, en cambio en Francia
Saint-Simon está intentando que los “más importantes entre los industriales” reconozcan que ayudando
a los obreros se ayudarán a ellos mismos.

De la historia y del Estado

Pero, justamente, gracias a la imposibilidad de Saint-Simon de observar los conflictos en el


interior de la clase industrial es que pudo, por un lado, describir el antagonismo existente entre clase
dirigente y clase económicamente dominante y, por el otro, proyectar un plan social que tendiera a la
absorción de lo político por la industria y a la igualación de las fortunas. A la vez, pudo proveer al
movimiento social de una larga serie de conceptos que nos llegan hasta hoy a través de la
conformación del vasto movimiento socialista durante el siglo XIX.
Para Saint-Simon, la historia fue una lenta y larga lucha entre la tendencia al dominio violento
de un pueblo o un grupo sobre otro y la tendencia pacífica de los hombres a asociarse y a trabajar.
“Hemos demostrado el decrecimiento constante de la influencia de los militares, es decir la explotación
del hombre por el hombre, y al mismo tiempo el progreso de los trabajadores pacíficos, es decir la
explotación del globo por la industria” (Doctrine, 1830: p. XVI). Saint-Simon no concibe la explotación
del hombre por el hombre como la explotación del trabajador por el patrón, sino el sojuzgamiento
violento de un pueblo o un grupo sobre otro. Esta es otra más de las consignas que el sansimonismo
legó al socialismo, que transformó la frase o, mejor, la extendió a un aspecto no entrevisto por sus
antecesores.
“La explotación del hombre por el hombre debe desaparecer; la constitución de la propiedad,
por la cual este hecho se ha perpetuado, debe entonces desaparecer también” (Doctrine, 1830: p. 108).
Por otra parte, hay que pasar “del sistema feudal al sistema industrial, del sistema gubernamental al
sistema administrativo” (Saint-Simon, 1985: p. 68). Se debe pasar “del gobierno de los hombres a la
administración de las cosas”, frase que retomará Marx (Durkheim, 1982: pp. 237-239).
En una sociedad industrial, “el acto más importante, que consiste en fijar la dirección en la que
la sociedad debe marchar, ya no pertenece a los hombres investidos de funciones gubernamentales. Es
ejercido por el cuerpo social mismo. […] En tal orden de cosas, los ciudadanos encargados de las
diferentes funciones sociales, aun los más elevados, no desempeñan, desde cierto punto de vista, más
que papeles subalternos, porque su función, de cualquier importancia que fuera, no consiste más que
en marchar en una dirección que no ha sido elegida por ellos. […] La acción de gobernar es entonces
nula, o casi nula, como acto de mandar” (Gurvitch, 1970: p. 59; de El organizador, tomo IV, pp. 197-
198).
Estamos, pues ante una predicción de disolución futura del Estado en la sociedad económica,
predicción retomada por Produhon y por Marx, desde ángulos distintos (Gurvitch, 1970: p. 59). Pero no
puede dejar de observarse la enorme distancia que separa a Saint-Simon de Proudhon, ya que el
individualismo de este último se sublevaba contra el sansimonismo y su maquinaria industrial que no
permitía casi iniciativa personal a los hombres y todo lo dejaba en manos de las decisiones de un
“cuerpo social” impersonal y perfectamente efectivo. En ese sentido, Saint-Simon es un excelente
observador de la sociedad industrial, centralizada y racionalizadora, mientras que Proudhon reacciona
contra el industrialismo añorando la pequeña propiedad precapitalista, y el trabajo en contacto con el
producto, artesanal y personalizado.
Hablar del “gobierno de los hombres” implica para el sansimonismo decir que todo gobierno es
en cierta medida despótico; el sistema industrial sólo administrará las cosas. Así como entre los sabios
no hay disputas partidarias, en la administración de las cosas se aplicarán los inventos y la tecnología
que más convenga a la sociedad. “La política es la ciencia de la producción” (Durkheim, 1982: p. 227;
de Saint-Simon, Industria, II, 188), pero cuando se llegue a una pacífica sociedad industrial la
producción suprimirá la política. Como bien señala Durkheim, “la sociedad sólo puede hacerse industrial
si la industria se socializa. He aquí cómo el industrialismo desemboca lógicamente en el socialismo”
(Durkheim, 1982: p. 229).

Perspectivas del sansimonismo

Hemos tratado de adentrarnos en el pensamiento de Saint-Simon, deteniéndonos solamente en


su visión de la sociedad y su proyecto político social. Asistimos a una propuesta nada utópica, en el
sentido de que no busca intentar primero un experimento social aislado para generalizarlo al resto de la
población, sino que lo que realiza es un diagnóstico de los problemas que el movimiento social aún no
ha resuelto y una perspectiva de organización. Como dicen los discípulos de Saint-Simon, la idea es
reformar a toda la humanidad, sin límites. “Podéis comprender por qué no hemos comenzado por
organizar sansimonianamente un valle o un cantón” (Doctrine, 1830: p. 98).
Saint-Simon realiza en el terreno político lo que podríamos llamar una “operación
epistemológica” (Ansart, 1972: Introducción): separa del conjunto de hechos sociales aquellos que
responden a los intereses económicos de un grupo y traza una perspectiva filosófica, social, política y
religiosa acorde a ello. Aunque no es el primero, logra denunciar los vicios y las taras que hacen del
capitalismo una sociedad de explotación de la mayoría de la población, y recuerda que ningún gobierno
se preocupa por la salud moral y material de la población empobrecida. Dentro del planteo de unidad
esencial en el que ve a patrones y obreros, considera que los primeros no han llegado a entender que
sus “verdaderos intereses” coinciden con los de sus asalariados.
Al dividir a la sociedad en trabajadores y ociosos, por un lado separa a aquellos que producen
bienes sociales de todas las profesiones parásitas que viven a expensas de la sociedad (militares,
legistas, abogados, etc.). Por otro lado, también llega a cuestionar la necesidad de aquellos patrones
rentistas, que no tienen contacto con la verdadera materia de su trabajo. En definitiva, la teoría de Saint-
Simon no se dirige a un industrialismo por la industria en sí misma como sector social, sino que apunta
a favorecerla por ser la proveedora de las necesidades más apremiantes de la humanidad. En este
marco un industrial rentista no es un trabajador y sólo se está aprovechando de las ganancias de ese
proceso económico.
A su izquierda, el sansimonismo se va a convertir en una reivindicación de “los que producen”,
opuestos a los “burgueses” (que en Saint-Simon eran los políticos y los ociosos en general) como
explotadores del trabajo humano. A su derecha, el sansimonismo se convertirá en un impulsor de las
grandes obras públicas (el canal de Suez, el canal de Panamá, diques, puentes, ferrocarriles) que
permiten, a la vez, desarrollar el bienestar general de la población y concluir obras útiles que la
inversión privada es incapaz de llevar a cabo. La mayoría de los discípulos de Saint-Simon se
convirtieron en los grandes industriales de Luis Bonaparte, teniendo un acceso directo al gabinete del
dictador francés (Ansart, 1969: p. 62).
Saint-Simon advierte varias veces que “la tranquilidad pública no podrá ser estable mientras los
industriales más importantes no se encarguen de dirigir la administración de la riqueza pública” (Saint-
Simon, 1985: p. 38). Esta tranquilidad que no llega, tranquilidad que se posterga, también parece
quedar confirmada en una doble vertiente: por un lado podemos entender que no habrá tranquilidad
mientras el capital industrial más concentrado, el de los países más desarrollados, pueda barrer con
todo tipo de limitaciones a su accionar, incluyendo en esto las limitaciones a la propiedad que significan
las huelgas y los derechos obreros, las protecciones en países atrasados, las subvenciones estatales y
los privilegios sectoriales. Por otro lado, podemos entender que no habrá tranquilidad hasta que los
verdaderos productores se apropien de su producto y del Estado, “devenido asociación de trabajadores”
(Doctrine, 1830: p. 115), para terminar definitivamente con la “alienación del trabajo”, como la llamará
Marx en 1844.
Con Saint-Simon observamos el momento de separación de liberalismo y socialismo. Saint-
Simon es en el comienzo un liberal (hasta 1816) que plantea que la sociedad debe organizarse para
solucionar dos cuestiones esenciales: garantizar la paz mundial y mejorar la situación de los pobres.
Solamente por esos dos factores, los liberales cancelan sus suscripciones a la publicación periódica de
Saint-Simon (L’Industrie) y cortan relaciones con un pensador que ahora parece “excéntrico”. El mero
hecho de reclamar una organización social, de esbozar un objetivo hacia el cual dirigir los esfuerzos
sociales, logra plantear una impugnación de la sociedad nacida de la Revolución Francesa. Ese solo
gesto de Saint-Simon logra denunciar la imposibilidad del capitalismo por definir un rumbo de
mejoramiento social, y su repetición abstracta y cansadora sobre la “libertad de comercio” queda
desenmascarada como un artilugio del más fuerte y el más egoísta para avasallar al débil y al pobre.
Este “liberalismo negativo”, como lo hemos llamado, nunca existió en estado puro. Hoy mismo
los países industrializados protegen sus productos primarios (porque son los países subdesarrollados
los que los producen), desarrollan verdaderas guerras alrededor de productos específicos (por ejemplo,
la aviación comercial) y protegen la mano de obra, erigiendo una frontera contra los pobres más alta
que el Muro de Berlín. Pero en términos generales el liberalismo ha realizado una victoriosa lucha
contra todo tipo de proteccionismos, nacionalismos, Estado de bienestar, controles estatales, beneficios
para sectores perjudicados (obreros, ramas industriales, etc.). Todos estos sectores “subalternizados”
han desarrollado también una feroz resistencia contra el liberalismo, resistencia que el centro
económico imperial se encargó de conjurar con una mezcla de convocatoria a la libertad y ejércitos de
ocupación. Ha llegado el supuesto “fin de la historia”, donde la libertad es casi irrestricta, reina el más
fuerte sobre todo el resto, la propiedad se concentra y las resistencias parecen carecer de vigor y de
aceptación social. Y el liberalismo, mirándose permanentemente en su espejo falso como la madrastra
de Cenicienta, sólo nos ofrece más guerras y más pobreza.
Saint-Simon y sus discípulos constituyeron el socialismo como ideología. Pierre Leroux, que se
apartó del sansimonismo cuando fue desplazada el ala izquierda de Bazard, creó y generalizó el uso del
término “socialista” hacia 1835. Pero más allá de esa denominación, el sansimonismo generó un cuerpo
conceptual de enorme importancia que se fue desarrollando con los años y se sigue desarrollando aun
hoy. El socialismo de los sansimonianos es el socialismo posible en la época de emergencia del
liberalismo, cuando esta doctrina aún no cuenta con el poder efectivo y todavía encarna la ilusión de la
lucha contra los resabios del feudalismo en Europa.
El de los sansimonianos es el socialismo de la época de ascenso del liberalismo, así como el
marxismo es el socialismo en la época de la burguesía en el poder. Entre Saint-Simon y Marx está la
revolución de 1830, la traición de la burguesía a las aspiraciones populares y la conciencia generalizada
de que ahora el conflicto fundamental se encuentra entre el capital y el trabajo, y ya no entre el capital y
las trabas estamentales.
Sin embargo, las continuidades entre una doctrina y otra son enormes: la búsqueda de una
ciencia de la sociedad concreta, la visión de la historia como una lucha de clases, la insistencia en el
origen económico de los conflictos sociales, la comprensión del presente como producto dialéctico del
pasado y como germen del futuro, la certeza de que nada es estático sino, al contrario, todo cambia
históricamente. Saint-Simon previó la modificación de la sociedad y el advenimiento de una sociedad sin
guerras y sin pobreza, aunque a diferencia de Marx era enemigo de toda violencia. Y en la
transformación social no veía solamente un cambio menor, sino que preveía la metamorfosis de la
propiedad, de las relaciones entre las clases y la desaparición progresiva del Estado. Otros lemas
hemos visto que han quedado en el socialismo y son originales de Saint-Simon: la explotación del
hombre por el hombre, tomar de cada uno según su capacidad y dar a cada uno según sus obras, pasar
del gobierno de los hombres a la administración de las cosas, etc.
Saint-Simon quiso fundar una doctrina científica de la sociedad para modificarla, pero esta
intención tiene dos partes, cada una de las cuales da origen a un dominio diferente: de la intención
científica de comprender la sociedad surge el positivismo, la sociología y, en última instancia, la mayoría
de las ciencias sociales; de la intención ejecutiva de modificar la sociedad surgen los diferentes
socialismos franceses y, de entre ellos, el marxismo.
Las raíces sansimonianas de Marx han sido menospreciadas en parte por la poco elogiosa
pintura que hiciera Engels de los socialistas “utópicos”, en parte por priorizar las influencias de Hegel y
de la economía política clásica. Pero estas dos “fuentes y partes integrales del marxismo” (Lenin, 1946),
innegables, adquieren una relevancia mayor para la factura de El capital, en la madurez del
pensamiento marxista. En su juventud, en el movimiento que va desde La sagrada familia hasta El
manifiesto comunista, y teniendo como eje la muy sansimoniana La ideología alemana, se puede
observar la lucha de un joven universitario hegeliano que trata de desembarazarse de la influencia de su
maestro y adquirir una ideología más concreta, más científica, que hunda sus raíces en el socialismo, y
este instrumento lo encuentra en las ideas de Saint-Simon y, más precisamente, en la Exposición de la
doctrina de Saint-Simon que escribieran sus discípulos en 1829. Podríamos decir que Marx toma de
Hegel el método o la forma, pero de Saint-Simon absorbe el contenido del pensamiento socialista. Y
agregaríamos también que toma de los neobabuvistas la forma de organización política y la lucha
violenta contra el Estado. A partir de esa triple vertiente se puede comprender la génesis del
pensamiento político de Marx.
Por otro lado, podemos pensar que Pierre-Joseph Proudhon es un pensador dentro del
socialismo más cercano a Saint-Simon que Marx. Comienza su primer texto socialista afirmando que se
debe “mejorar la condición física, moral e intelectual de la clase más pobre y más numerosa” (Proudhon,
1983: p. 17). También piensa Proudhon que la revolución se hará en el terreno económico, sin violencia
política (Dolléans, 1948: p. 239); y que la historia es la evolución desde la violencia y la conquista hacia
formas pacíficas de convivencia (Dolléans, 1948: p. 367). El internacionalismo de Proudhon, basado en
un federalismo de respeto a las autonomías nacionales o regionales, se asemeja a la idea de Saint-
Simon de confederar a Europa bajo un solo monarca (Proudhon, 1985: passim).
No obstante Proudhon, padre espiritual del anarquismo, se opone frontalmente al centralismo
industrialista de Saint-Simon, a la idea de una preponderancia de las clases productoras sobre las otras,
a los grandes proyectos de obras públicas, en suma, a todo tipo de planificación que tenga al Estado
como protagonista o como generador. Esa máquina impersonal y universal de producir que es la
industria sansimoniana es lo contrario del ideal proudhoniano de la pequeña producción artesanal,
familiar, aldeana, aferrada a la tierra y conectada con la nobleza del trabajo.
En definitiva, creemos que es necesario volver al estudio del sansimonismo si se quiere
comprender el nacimiento y el devenir del socialismo, en cualquiera de sus vertientes. Su inclusión
dentro de los socialismos “utópicos”, gesto quizá necesario políticamente pero injusto ideológicamente,
condenó a Saint-Simon al desván de la historia, lo desterró del ámbito del socialismo y condenó a quien
quisiera acercarse a sus teorías a ser visto como un ingenuo (Desanti, 1973: p. 11).
Preferimos volver a las fuentes del pensamiento político de Marx y de todo el socialismo de su
época de una manera más abarcadora, más “positiva” diría Saint-Simon. Una positividad que en la
historia no busca la manera de “destruir al enemigo”, sino aprovechar las teorías superadas para volver
a reflexionar sobre un presente que todavía nos abruma.

Referencias bibliográficas

Ansart, Pierre (1969), Saint-Simon, PUF, París.


— (1972), La sociología de Saint-Simon, Península, Barcelona.
Babeuf, François-Noel (1925), Realismo y utopía en la revolución francesa, Sarpe, Madrid.
Charléty, Sébastien (1969), Historia del sansimonismo [1931], Alianza, Madrid.
Cole, G.D.H. (1958), Historia del pensamiento socialista, tomo 1, Fondo de Cultura Económica, México.
Desanti, Dominique (1973), Los socialistas utópicos, Anagrama, Barcelona.
Doctrine de Saint-Simon (1830), París, L’Organisateur.
Dolléans, Edouard (1948), Proudhon, Gallimard, París.
Durkheim, Émile (1982), El socialismo [1896], Editora Nacional, Madrid, 1982
Gurvitch, Georges (1970), Los fundadores franceses de la sociología contemporánea: Saint-Simon y
Proudhon, Nueva Visión, Buenos Aires.
Lenin, Vladimir Ilich (1946), “Tres fuentes y tres partes integrales del marxismo”, en Obras escogidas,
tomo 1, Problemas, Buenos Aires.
Proudhon, Pierre-Joseph (1983), ¿Qué es la propiedad? [1840], Hyspamérica, Madrid.
— (1985), El principio federativo [1863], Sarpe, Madrid.
Saint-Simon, Claude-Henri conde de (1950), Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos
[1802], en Alfredo Cepeda, Los utopistas, Hemisferio, Buenos Aires.
— (1925), De la réorganisation de la société européenne [1814], Les Presses Françaises, París.
— (1985), Catecismo político de los industriales [1824], Hyspamérica, Madrid.
— (1825), Nouveau christianisme, Les Livres Français, París.

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