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Hernán M. Díaz
A pesar de ser un personaje muy nombrado, poco leído y nada recuperado, Saint-Simon puede
ser considerado el iniciador de diversas corrientes del pensamiento y de la economía de nuestra
sociedad: el método histórico, la sociología positivista, la unidad europea, el keynesianismo o
capitalismo estatista, el marxismo. Sus discípulos crearon el socialismo en Francia y lo divulgaron por
toda Europa, con más fuerza y radicalismo que sus adversarios políticos fourieristas y owenistas. Y si
algo caracterizó al sansimonismo con respecto a las otras corrientes socialistas fue su profundidad
teórica, su alejamiento de toda utopía y su capacidad para dotar al movimiento de consignas y
herramientas conceptuales para desarrollarse.
El primer elemento que hay que destacar en el pensamiento de Saint-Simon es que distingue a
los sectores sociales por su relación con la producción y por el papel que ocupan en ella. Por primera
vez la sociedad no es un conjunto de almas ni de pensamientos, sino de intereses económicos. Saint-
Simon le habla a los industriales, lo cual incluye a todos aquellos que tienen un rol productivo en la
sociedad: campesinos, comerciantes y fabricantes, pero también sabios y artistas (Saint-Simon, 1985:
p. 37). Pero en principio la categoría de industriales incluye tanto a patrones como a obreros: todos los
“productores”, “obreros”, “trabajadores” (denominaciones que reemplazan a “industriales”), es decir, los
que trabajan para cubrir las necesidades primarias de la sociedad. Opuestos a ellos están los “ociosos”:
militares, legistas, burócratas, políticos.
Los industriales deben constituirse en partido político y tener el poder social, propone Saint-
Simon. “No habrá tranquilidad mientras los industriales no tengan el poder real de la sociedad” (Saint-
Simon, 1985: p. 51). Para Saint-Simon, en 1824 Francia es “una nación esencialmente industrial, cuyo
gobierno es esencialmente feudal” (Saint-Simon, 1985: p. 49). El partido industrial debe hacerse del
gobierno y desterrar los vestigios de feudalismo, llevando adelante un gobierno que favorezca
esencialmente a la industria, dirigido por “los más importantes de los industriales” (Saint-Simon, 1985: p.
53) y que gratifique a cada sector según el aporte que haya hecho a la industria, porque “las primeras
necesidades de la vida son las más imperiosas” (Saint-Simon, 1950: p. 119).
Tesis inicial, propuesta política y definición sociológica: “Los industriales se constituirán en la
primera clase de la sociedad; los más importantes de entre los industriales se encargarán,
gratuitamente, de dirigir la administración de la riqueza pública; ellos serán quienes hagan la ley y
quienes marcarán el rango que las otras clases ocuparán entre ellas; concederán a cada una de ellas
una importancia proporcionada a los servicios que cada una haga a la industria. Tal será,
inevitablemente, el resultado final de la actual revolución; y cuando se obtenga este resultado, la
tranquilidad quedará completamente asegurada, la prosperidad pública avanzará con toda la rapidez
posible, y la sociedad disfrutará de toda la felicidad individual y colectiva a la que la naturaleza humana
puede aspirar” (Saint-Simon, 1985: p. 53).
Dice Saint-Simon: “Al ser los productores de cosas útiles los únicos hombres útiles en la
sociedad, son los únicos que deben concurrir para regular su existencia” (citado por Durkheim, 1982: p.
223, de Saint-Simon, Industria, II, p. 186).
Primera operación, entonces, destacar que la sociedad es un conjunto de “clases” diferenciadas
por sus intereses materiales. Por otra parte, Saint-Simon no considera que la obra de la revolución
francesa esté terminada sino que se asiste a una revolución en progreso, una revolución inacabada. La
consumación de esta revolución consistirá en dar la suma del poder público a los industriales,
entendidos éstos como un conjunto indiferenciado, diríamos hoy, de obreros y patrones.
Estos conceptos de Saint-Simon los podemos entender de diversa manera. Un camino consiste
en verlo como un profeta del desarrollo capitalista, vaticinando que el desarrollo industrial, encabezado
por los dueños de las industrias (“los más importantes de entre los industriales”) consolidará la paz
social estableciendo una sociedad a su imagen y semejanza. Otro camino puede consistir en verlo
como un antecedente directo del socialismo: en tanto la sociedad se organice en beneficio de “los
productores”, desterrando todas las clases parásitas, también deberá desterrar a los capitalistas
rentistas y conducir “a la mejora moral y material de la clase más numerosa y más pobre”, es decir los
industriales “que trabajan”.
Intentaremos aquí no tanto descubrir “el verdadero y original” pensamiento de Saint-Simon (si
es que algo así pueda existir) sino solamente encontrar el nudo contradictorio con el que este pensador
nos habla, aun hoy, diciéndonos algo del desarrollo de esta sociedad particular, a comienzos del siglo
XXI.
Si uno viera a Saint-Simon solamente como un propulsor del desarrollo capitalista, cabría
pensar entonces que no es más que un representante del liberalismo, emergente en los años
posteriores a Napoleón. Pero Saint-Simon rechaza de plano el liberalismo: “La palabra liberalismo
designa un orden de sentimientos; no señala una clase de intereses” (Saint-Simon, 1985: pp. 112 y
115). Es decir que el liberalismo es una ideología vaga que opaca cualquier referencia de clase. Lo que
para la clase capitalista es la principal virtud del liberalismo (ocultar su origen de clase) para Saint-
Simon es su principal defecto: no hay que tratar de conquistar el poder hablando de libertad, fraternidad
e igualdad, todas expresiones ambiguas. Hay que hablar de industria, favorecer la industria y que los
industriales dirijan el Estado en su provecho. Saint-Simon prefiere definir claramente al servicio de quién
debe estar el Estado. “Ha llegado el momento de que las dos clases que integran el partido llamado
liberal se separen” (Saint-Simon, 1985: p. 113). Las dos clases serían los políticos de discurso
polivalente y los industriales, con su conocimiento y su tecnología “positiva”, es decir, concreta.
El liberalismo es la doctrina de las “clases intermedias” (Saint-Simon, 1985: p. 58), es decir,
políticos, rentistas, militares de baja graduación, legistas, abogados, metafísicos. En suma, todo el
sector ocioso de la sociedad. Buscan engañar al resto de las clases con frases vacías, generales,
ambiguas, ocultando los verdaderos “intereses” que se anidan en toda acción de gobierno. En definitiva,
nos dice el pensador francés, harán un gobierno en beneficio de los ociosos y no de los que trabajan. A
toda la clase ociosa Saint-Simon llama “clase burguesa” (Saint-Simon, 1985: p. 51), son improductivos y
hacen un gobierno caro. Los industriales han dado prueba de ser los mejores organizadores y
administradores, y harán un Estado barato (Saint-Simon, 1985: p. 39).
Desde el marxismo siempre hemos insistido en que el Estado “no es más que el administrador
de los negocios generales de la burguesía”, que los políticos burgueses “ocultan” detrás de su ideología
una feroz defensa de los intereses del conjunto de la clase burguesa y que, en definitiva, el liberalismo
ha sido la ideología de la clase burguesa en ascenso. ¿Es contradictorio este examen con las
afirmaciones de Saint-Simon?
El pensamiento sansimoniano apunta a señalar una gran contradicción en el seno mismo del
capitalismo, que ha sido la base de conformación del poder burgués. El mundo precapitalista aceptaba
la representación directa: si los nobles y la Iglesia eran las bases del poder, un noble o el papa eran la
cabeza de los reinos. Pero a partir de la revolución norteamericana se tendió a la representación
indirecta: las bases del poder real estaban en la clase capitalista, pero el poder virtual, el poder elegido
por una cierta cantidad de gente y que tenía el gobierno efectivo de la sociedad, era un grupo especial,
destinado a manejar los destinos del Estado. Esta nueva “clase dirigente” era formalmente (y lo formal
es el elemento definitorio) elegida sobre una cantidad de sufragios externamente iguales. Se formaba
así una clase intelectual que debía desenvolver una política de defensa de los “intereses generales”,
donde insensiblemente siempre ganaban los “intereses particulares” de una pequeña porción de los
“productores”.
También es importante señalar que la aparición de esta clase de ociosos es para Saint-Simon
un producto histórico: en la vieja sociedad, siglos XVII y XVIII, los juristas y los metafísicos fueron
necesarios para luchar contra el feudalismo. Los juristas, porque servían para defender a los
propietarios contra los abusos de los nobles; los metafísicos, porque ayudaron a destruir los prejuicios
religiosos y a desarrollar la ciencia. Pero estos grupos, útiles en la lucha contra el antiguo régimen, son
ahora completamente inútiles. Sin embargo, tienen el prestigio de las luchas pasadas y han ganado las
posiciones dentro del Estado (Ansart, 1969: p. 47).
En la Argentina, se pueden observar diferentes momentos de la creación de una clase dirigente,
especialmente los años de la organización del Estado tras la caída de Rosas y, sobre todo, la derrota de
la Confederación Argentina. Pero también con la llegada al gobierno del partido radical y la conjuración,
por la vía democrática, del “peligro” anarquista y socialista.
La creación de esta clase política, sin funciones específicas en el aparato productivo, ociosa
como dice Saint-Simon, podía establecer determinadas tensiones, más o menos visibles según el
momento, con la clase económica dominante. Nacida a su amparo, nacida de las mismas clases
pudientes, rehén permanente de los que pagan los impuestos y, por lo tanto, pueden hacer funcionar (o
impedir que funcione) la maquinaria del Estado, la clase política siempre fue y es, en términos
generales, una gerenciadora de los negocios de la burguesía. Pero no se puede dejar de observar que
hay una distancia, que hay un conflicto latente entre ambos grupos, que hay un ocultamiento de las
raíces de su poder.
Saint-Simon se pronuncia contra esta tendencia originaria del capitalismo. ¿Por qué ocultar los
intereses de los industriales si ellos son los que producen todo en la sociedad? ¿Por qué favorecer a
una casta de parásitos que en beneficio propio harán un Estado caro si los industriales se caracterizan,
justamente, por saber desarrollar economías y ahorros constantes en sus empresas, so pena de
desaparecer? ¿Por qué debe existir un ámbito de lo político donde se dicen frases generales y
ambivalentes para captar el apoyo de un público indeterminado, y después se desarrollan políticas
determinadas en beneficio de algún sector?
Contradicción inherente al capitalismo, Saint-Simon la señala en su origen y la impugna. En los
momentos críticos es donde más se observa esta crisis entre el sector productivo y el sector político.
Cuando la crisis económica arrecia hoy en la Argentina, los “industriales” y hasta la clase media se
quejan de la “corrupción” generalizada de la clase política, y reclaman que el Estado sea manejado con
la misma “productividad” que ellos manejan sus empresas. El sector empresarial se presenta entonces
como la “víctima” de la corrupción estatal (por ejemplo, en el caso Swift-Armour), sin recordar por
supuesto que fue el instigador directo de esa maquinaria famélica de arribistas y coimeros. Pero eso fue
“antes”, cuando la economía marchaba viento en popa y hasta se pagaban los impuestos. Ahora, con la
crisis, la clase política es casi un lastre para la burguesía, quien preferiría desalojar a todos los parásitos
del Estado y volver a detentar el poder en forma directa. La misma duplicidad se ha aplicado con la
crítica al “Estado elefante” que hicieran antes de Menem los liberales. Proponían un Estado
supuestamente barato, cuando eran ellos mismos, los empresarios, quienes habían vivido a expensas
del Estado, a través de la llamada “patria contratista”.
Pero ante la posibilidad de una representación directa de la clase dominante, el problema
consistiría, entonces, en qué grupo tendría los beneficios del Estado en detrimento de otros. Las luchas
por el poder entre sectores capitalistas sería más salvaje que las guerras civiles en el medioevo. Es
decir que la conformación de una clase específicamente política aparece no sólo como un organismo
destinado a evitar los conflictos entre las clases sino también como un órgano que evita el canibalismo
dentro mismo de la clase económicamente dominante. El Estado abstracto del capitalismo no sólo
cumpliría un rol de cara a las clases populares sino, fundamentalmente, en referencia a la misma
existencia dentro de la burguesía de diferentes grupos económicos.
Retomando, entonces, el liberalismo es visto por Saint-Simon no como la ideología de la
burguesía en ascenso sino como el síntoma de la creación de un ámbito específico de lo político, con
sus propias leyes y su propia lógica de funcionamiento, creada por la clase burguesa con el fin de erigir
un “Estado abstracto”, donde eventualmente cualquiera puede llegar a conducir el gobierno, incluso un
tornero mecánico, pero donde la misma burguesía debe darse los medios para obligar a ese Estado a
actuar en su provecho. Los métodos pueden ir desde las relaciones de parentesco, al “lobby”, el ahogo
financiero, la fuga de capitales o el golpe de Estado. Todo servirá para que el Estado sea siempre el
gerenciador de los intereses generales de la burguesía.
Referencias bibliográficas