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Consenso y conflicto

Schmitt y Arendt:
la definición de lo político
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Enrique Serrano Gómez

Consenso y conflicto
Schmitt y Arendt:
la deñnición de lo político

Otraparte
Editorial Universidad de Antioquia
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad
de Antioquia
Colección Otraparte
© Enrique Serrano Gómez
© Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de
Antioquia
© Editorial Universidad de Antioquia

ISBN: 958-655-542-9 (volumen)


ISBN: 958-655-089-3 (obra completa)

Primera edición: febrero de 2002


Diseño de cubierta: Saúl Álvarez Lara
Diagramación, impresión y terminación: Imprenta Universidad
de Antioquia

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Contenido
Introducción . . _ _ . . . . . . _ . . . . . . . . . _ _ ix
Primera parte
Schmitt: la política como lucha _ . _ . . . _ . . . _ 1
La muerte de Levialán . . . . . . . . . . . . _ . 3
Crónica de la agonía . _ . . . _ . _ . _ . . . _ _ 8
¿El milagro de la resurrección? _ _ _ 14
La política entre amigos y enemigos . _ , _ . _ . 21
El enemigo liberal . . . _ . _ . . . . . . . . . _ . 31
Guerra y política _ . . . _ . . . _ _ . . . . . . _ _ 41
Democracia y homogeneidad del pueblo. _ _ . _ 54
Segunda parte:
Arendtzla política como acción pública _ . . _ _ 71
Pluralidad y política . . . . . . . . . . _ . . . _ _ 73
El terror totalitario. . . . . . _ . . . _ . . . _ _ 73
La semilla del totalitarismo . . . . . . . . . _ . 77
Crítica de la ñlosofia política . . . . . . _ . _ . 82
Condición humana y política . . . _ . . . _ . . . 91
Vida activa y vida contemplativa . _ . . . _ . _ _ 106
Legalidad y tenor . . . . . . . . . . . . . _ . _ . 122
Los fundamentos de la legalidad . . . . . . . . 122
Cuando la ley se toma terror . . . . . . . . _ _ 131
viii

Constitución de la libertad . . _ . . _ . _ . . . _ 137


Pensar-la política _ _ . . . . . . . . . _ . . . . ._ 152
Conclusiones . . . . . . . _ _ _ . . . . . _ _ . _ _ 15

Bibliografía . . _ _ _ . . . _ . . . . . _ . _ _ . _. 177
Índiee analítico . . . , . . . . . . . . . . . _ _. tai
Introducción
En verdad ya no ¡mgv vocación dt ¿boií¢ico;
por eso mismo la política es para mí un pmbkma.
La que siempre me atrae y ocupa de la política
es el hecho de que exixm política
Karl Kraus

1 Estado moderno se distingue por su soberanía, la cual


Eha sido definida como un poder de mando supremo,
sustentado en el uso legítimo de los medios de coacción. A
partir de este concepto de soberanía, la política se ha carac-
terizado como el conjunto de las acciones encaminadas ala
conquista y preservación de ese poder estatal. Esto ha pro-
piciado, a su vez, que se identifique lo político y lo estatal: lo
que genera un círculo vicioso, porque se de termina al Esta-
do como una entidad política y, al mismo tiempo, se consi-
dera que lo político se encuentra constituido por las accio-
nes del Estado.
La única manera de superar esta circularidad, tan ex-
tendida en el llamado “sentido común", es preguntar: ¿qué
es lo político?, es decir, ¿qué es aquello que hace del Estado
una institución política? A primera vista, esta pregunta,
como la mayoría de los interrogantes filosóficos, puede pa-
recer ingeriuai Pero tan pnonto se intenta dar respuesta a
esta pregunta aparece una gran cantidad de problemas que
hacen patente la necesidad de revisar de manera crítica el
aparato conceptual de la teoría política. Es esto último el
objetivo central que subyace al cuestionamiento sobre la es-
pecificidad de lo político.
X

Además, las dificultades que encierra la identificación


de lo político y lo estatal no sólo son de índole lógica; tam-
bién nos remiten a problemas de contenido, tanto de la teo-
ría, como de la práctica política. El concepto de soberanía,
que hizo posible la reducción de lo político a lo estatal, se
encuentra asociado al presupuesto de que el Estado repre-
senta la cúspide del orden institucional, en la que confluyen
todas las relaciones de poder y desde la cual es posible con-
trolar a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, la diferen-
ciación de los subsistemas sociales, ligada a la moder-
nízación , ha dejado sin base empírica a la creencia de que el
poder soberano otorga al Estado la capacidad de mantener
la unidad del orden social, así como de dirigir la dinámica
de los otros subsistemas sociales. Si bien es verdad que el
Estado puede implementar medidas que afecten a la socie-
dad en su conjunto, también es cierto que el mismo se en-
cuentra sometido a procesos sociales que trascienden su
control. La complejidad inherente a las sociedades moder-
nas muesua que no existe un poder central que pueda en-
cauzar el orden institucional en una dirección prede-
terminada por una decisión política.
La consolidación de un mercado mundial, los avatares
del llamado “Estado de bienestar", el derrumbe de los regí-
menes socialistas, los obstáculos que enfrentan las socieda-
des en los “procesos de transición" de un sistema auto-
ritario a uno democrático, son algunos de los aconteci-
mientos que ponen en duda la validez de la concepción del
Estado como un Leviatán que se alza por encima de la so-
ciedad para gobernarla. Si en la primera mitad de nuestro
siglo el temor o la esperanza -dependiendo del punto de
vista ideológico- residía en la posibilidad del advenimien-
to de un “Estado total", al finalizar este siglo se ha hecho
patente que la omnipresencia del Estado no implica su om-
nipotencia. Por el contrario, parecería que el problema ac-
tual consiste en que el poder político carece del alcance
para enfrentar los riesgos globales que nos acosan, Ésta es
una de las razones que explica el fenómeno de que la sobre-
valoración del Estado ha sido sustituida por la subvalora-
ción del mismo, así como por el escepticismo y la des-
confianza generalizados frente a la actividad política. Para
xi

evitar los extremos entre los que ha oscilado la visión de la


política es menester preguntarse por la especificidad y los
límites de lo político.
Por otro lado, aunque el Estado es el referente funda-
mental del subsistema político, la democratización de las
sociedades pone de manifiesto que lo político trasciende lo
estatal. La reciente revalorización de la dimensión política
de la sociedad civil es una expresión de ello. ¿Qué es, en-
tonces, lo político?
En este trabajo me propongo examinar algunos de los
argumentos centrales de las teorías de Carl Schmitt y de
Hannah Arendt, autores que, desde perspectivas distintas,
abordan el tema de la definición de lo político. El objetivo
que guía este análisis no se limita a la mera labor recons-
tiuctiva. Se trata, esencialmente, de llegar a proponer un
criterio (no una definición exhaustiva) que permita distin-
guir lo político, en el que se recuperen las tesis básicas, an-
tagónicas en apariencia, de estos dos teóricos.
Según Schmitt, lo político precede a lo estatal; por eso
se propone buscar un criterio que permita distinguir a lo
político de las otras actividades sociales. La dualidad “ami-
go-enemigo” constituye dicho criterio distintivo; ello im-
plica que lo político, antes de ser un subsistema dife-
renciado dela sociedad, es un grado de intensidad del con-
flicto, que lleva a los individuos a conformar bandos opues-
tos. De acuerdo con esta propuesta, los conflictos pueden
surgir en cualquier ámbito de la convivencia humana, pero
sólo aquellos que por su grado de intensidad ponen en peli-
gro la unidad social adquieren un carácter político. Según
esta tesis, la constitución de un subsistema político diferen-
ciado responde, precisamente, ala necesidad de controlar
esos conflictos y, de esa manera, garantizar la integridad
del orden.
Para Schmi tt, la identificación de lo político y lo estatal
es propia de aquellas sociedades en las que imperó el Estado
clalrico europeo, es decir, la forma de organización política
que, más allá de toda demagogia, poseía realmente un po-
der soberano, que le permitía superar o “neutralizar” los
conflictos. Desde la óptica de Schmitt, aunque lo político
no se reduce de manera necesaria a lo estatal, sólo en aque-
xii

llos contextos sociales en que se logra esa reducción, se ac-


cede a una situ ación en donde impera “el orden, la pazy la
seguridad”. Éste es el núcleo de la concepción estatalista de
este representante de la tradición decisionista.
La argumentación de Schmitt se sostiene en la tesis de
que el conflicto no es un subproducto de la ”irracionalidad"
humana, sino un fenómeno insuperable del mundo, ligado
a la formación y defensa de las identidades particulares.
Con esta idea del conflicto social, Schmitt pone en entredi-
cho de manera radica] el presupuesto rnetafísico, comparti-
do por gran parte de las teorías políticas, de que existe un
orden universal y necesario, del que pueden deducirse las
soluciones “verdaderas” o "correctas" de los problemas
prácticos que enfrentan los hombres. Ese presupuesto me-
tafïsico genera la ilusión de que es factible acceder a una re-
conciliación social, en la medida que los hombres lleguen a
conocer y guiar sus acciones por dicho orden. Esto, a su vez,
conduce al peligroso “optinnsrno” respecto ala posibilidad
de transformar el conflicto en competencia económica y
discusión racional, lo que permitiría reducir la política a
una administración científica de los asuntos comunes.
Schmitt afirma que todo intento de suprimir el conflic-
to del mundo, lejos de ser una condición para la realización
de la“paz perpetua", es un factor que intensifica la lucha.
Esto se debe a que los grupos que dicen encarnar la "causa
justa" (la causa que, con base en el conocimiento de ese mí-
tico orden universal, busca acceder a una situación de ar-
monía) consideran a los “otros” -aquellos que no compar-
ten sus valoresf como “enemigos absolutos", con u'a los
que está justificado aplicar una violencia sin límites.
Schmitt ve en la pretensión de validez universal de la razón
sólo una expresión de la voluntad de dominio, que genera
el riesgo de restringir la política a las actividades de prepa-
rar v conducir la última guerra de la historia, considerada
como la tormenta de acem que precede a la supuesta reconci-
liación de los justos.
Si el conflicto no puede ser desterrado del mundo y su
intensidad define lo político, entonces la actividad política es
el destino ineludible de la humanidad. Asumir este destino,
sin la esperanza de una reconciliación universal --generada
Xlll

por una razón delirante- representa, para Schmitt, una


condición necesaria para hacer compatibles la unidad del
orden social y el conflicto.
Por su parte, Hannah Arendt destaca que la política re-
mite, en primer lugar, al problema de la coordinación de
las acciones, en la indispensable definición de los Fines co-
lectivos. ¡br tanto, el criterio que distingue a lo político
debe buscarse en las condiciones que posibilitan la coordi-
nación de los actores. El requisito necesaiio del proceso de
integración de las acciones es el surgimiento y consolida-
ción de una esfera pública, entendida como un espacio de
aparición, en el que se manifiesta la pluralidad de identida-
des e intereses presentes en la sociedad. El conjunto de de-
rechos que configuran el espacio público hace posible
conjugar la pluralidad y la existencia del nivel normativo
común que requiere la unidad social. De esta manera, se
identifica lo político con la esfera pública.
Al igual que Schmitt, Arendt niega que exista un orden
universaly necesario, en el que se fundamente la validez de
las leyes que conforman el espacio público. Sin embargo,
en contraste con la posición de Schmitt, para Arendt, el. re-
chazo de ese presupuesto metafïsico no implica que el úni-
co sustento de la legalidad sea la decisión de quien detenta
el poder político. De acuerdo con esta autora, la validez del
derecho se encuentra en el reconocimiento recíproco de los
ciudadanos como personas (consemus im-is). La alternativa
entre apelar al orden trascendente o apelar a la decisión de
la autoridad, ante el problema de la validez de la legalidad
es, desde su perspectiva, el resultado de una concepción
monoteísta de la Razón, cuyos orí genes se remontan a la fi-
losofía política de Platón. Por eso, el proyecto teórico de
Arendt culmina en una crítica a los presupuestos filosóficos
que subyacen a la concepción tradicional de la política. El
objetivo de esta crítica es desarrollar una noción ampliada
de racionalidad, capaz de conceptualizar la dimensión in-
tersubjetiva que hace posible la comunicación en el proceso
político de coordinación de las acciones.
Asi', mientras Schmitt destaca el aspecto del conflicto,
como elemento que define lo político, Arendt subraya el as-
pecto del consenso. La tesis que guía este trabajo consiste
XIV

en sostener que la correcta comprensión del fenómeno po-


lítico exige vincular estos dos aspectos. La estrategia de ar-
gumentación que sigo, con el fin de localizar la mediación
entre consenso y conflicto, no consiste en presentar a estos
dos autores como representantes de las posturas extremas,
para después situar mi propuesta de definición de lo políti-
co como eljusto medio "virtuoso". Sostengo, por el contra-
rio, que a través deuna crítica interna de estas dos teorías es
posible recuperar el aspecto de lo político que cada una de
ellas relega. Esto no implica, por supuesto, que sea posible
reconciliar la convicción estatalista de Schmitt y la republi-
cana de Arendt. Lo único que se afirma es que, a pesar de
las enormes diferencias teóricas e ideológicas que existen
entre estos dos teóricos, su comprensión de lo político su-
pone de manera implícita una estrecha relación entre con-
flicto y consenso, lo que es común a toda comprensión de lo
político que sea compatible con la experiencia y, paralela-
mente, no renuncie a su pretensión crítica.
El proyecto de este trabajo surgió en el seminario de fi-
losofia política organizado por un grupo de investigadores
de esta disciplina del Instituto de Investigaciones Filosófi-
cas de la U.N.A.M. y del Área de Filosofía de las Ciencias
Sociales de la U.A.M.-I. Agradezco a todos los participantes
de este seminario, porque, de una u otra manera, mediante
la discusión, contribuyeron a definir mi posición frente a
este tema. Agradezco también la amable asesoría del profe-
sor Dr. Ernesto Ganón Valdés, durante mi estancia en la
ciudad de Bonn. Gracias a los comentarios, apoyo y pacien-
cia de la Dra. Gabriela Gándara fue posible llevar a su tér-
mino este trabajo.
Primeraparte
Schmitt: la política
como lucha
"Cast La lui” nz riifiìz-re en rien au fcmd de la maxim:
“C 'ut la guerra ››
Laberthortnièrc
i›3'tBtLt2't:)11ii't'l
rsiiillnq sl ziziirnrliä
sdaul omo ›
lab@ i¢4I' os um (ninia ai misil
- es *if
b
1su--C 3 "LI
La muerte del Leviatán
De acuerdo a Hobbes el Estado es sólo aquel que con elpoder
supremo impide de manera continua la guerra civil
Carl Schmirt

ara Carl Schmitt, el proceso de modernización ha con-


Pducido al triunfo del mercado sobre el Estado. Éste se ha
transformado, según él, en una enorme empresa, someti-
da, como las empresas privadas, a las leyes inflexibles del
intercambio mercantil.
La época de la estatalidad toca ahora a su fin. No vale la
pena desperdiciar más palabras en ello- Termina así toda
una superestructura de conceptos referidos al Estado, ere-
gida [sic] alo largo de un trabajo intelectual de cuatro si-
glos por una ciencia del derecho internacional y del
Estado “eurocéntrica". El resultado es que el Estado como
modelo de la unidad política, el Estado como portador del
más asombroso de todos los monopolios, el de la decisión
política, esajoya de la forma europea y del racionalismo
occidental, queda destronada.1

Afirmar que en el siglo XX se ha llegado al fin de la


“época de la estatalidad” puede resultar sorprendente,
pues en este siglo el Estado se ha expandido por todos los
ámbitos sociales. Se puede decir que vivimos la omnipre-
sencia del Estado. Por eso, para los representantes del libe-

l Carl Schmitt, Elconcepio de lopolítrlco (CP) , Madrid, Alianza. 1991, p. 40.


4 f camas@ y smflm. scams; y Amar.- La defifleián de 10 patitas

ralismo, el gran riesgo al que nos enfrentamos actualmente


es el estatalismo, que conduce a las sociedades por los cami-
nos de la servidumbre. Schrnitt no pone en duda el hecho
de que en este periodo histórico se ha dado un enorme cre-
cimiento del Estado. Sin embargo, a diferencia de los libe-
rales, considera que esta “interpenetración” de lo estatal y
lo social ha propiciado el debilitamiento del Estado, hasta
convertirlo en una entidad incapaz de controlar los conflic-
tos sociales y de mantener la unidad política nacional. El
aumento, extensivo e intensivo, de la intervención estatal
tiene como conseoiencia el que los imperativos de los dife-
rentes subsistemas sociales, en especial ios del subsistema
económico, se apoderen del Estado y limiten, cada vez mas,
su capacidad de acción política.
Según él, en las sociedades industriales avanzadas el
Estado ya no es más la institución que se sitúa por encima
de la sociedad civil para garantizar el orden y la seguridad
interna de la nación, sino el campo en el que se esceniñca la
iucha de intereses entre una pluralidad de grupos. El fin de
la época de la estatalidad significa, para Schmitt, no la de-
saparición del Estado, sino la pérdida de su poder sobera-
no. El Estado deja de ser la entidad que corona la organiza-
ción social, y se convierte en un instrumento de los diversos
poderes sociales para defender sus intereses particulares.
El Estado pierde el monopolio de la “decisión última". La
omnipresencia del Estado no significa, de manera necesa-
ria, su omnipotencia; por el contrario, el “Estado total”,
esto es, el Estado que interviene en todas las esferas socia-
les, es una institución débil.
Detrás de este diagnóstico de Schmitt se encuentra una
idea muy precisa delo que es el Estado. Para él, la esencia del
Estado es la soberanía, entendida como el poder supremo
que tiene la facultad de tomar la “ decisión última", es decir,
la decisión estrictamente política. Ca da individuo toma de-
cisiones, pero en ellas no se generan normas vinculantes
para los otros individuos. También en el acto del juez que
aplica la ley general a un caso particular existe un aspecto
decisionista; pero éste se enmarca en un orden jurídico pre-
vio. En cambio, la decisión soberana es la que crea el derecho
o, por lo menos, las condiciones para que este se aplique.
La muerte del lzuiaián / 5

Schmitt toma como punto de partida la definición we-


beriana del Estado como la asociación que man tiene con
éxito el monopolio dela violencia legítima. Pero se propo-
ne precisar en que se fundamenta la legitimidad de ese
monopolio. En el tipo ideal de dominación legal, con el que
Weber busca caracterizar al Estado modern o, la autoridad
basa su legitimidad en la legalidad. La pregunta que, apa-
rentemente, queda sin contestar en este tipo ideal es: ¿en
qué se sustenta, a su vez, la legitimidad de la legalidad? La
respuesta de Schmitt es que la legitimidad de la legalidad
se basa en la autoridad, en su capacidad de generar y man-
tener las condiciones “normales” que hacen posible la vi-
gencia del derecho. “Autori tas, non veritas facit legein". El
control monopólico de los medios de coacción es, por tan-
to, una condición necesaria (no suficiente) para adquirir
el monopolio de la decisión última, gracias al que se crea
el orden que permite distinguir entre lo legítimo y lo ilegí-
timo. “Porque cada orden se basa en una decisión [...]
También el orden legal, como todo orden, se sustenta en
una decisión y no en una norma [...] Por su parte, la deci-
sión nace, considerada normativamente, de la Nada. La
fuerzajurídica de la decisión no es el resultado de la fun-
damentación".2
Es aquí donde entra en escena la famosa definición de
Schmitt: “Soberano es quien decide sobre el estado de ex-
cepción [...] Soberano es poder supremo independiente de
la legalidad y no derivado".3 La importancia que se otorga
al Estado de excepción en esta deñnición se debe a que en
él se hace patente el carácter del poder soberano como la
instancia que, a través de su decisión, hace posible el orden

2 Carl Schmitt, Polüische Tkeolagie (FT), Berlín. Duncker 8: Humblot,


1990, pp. 16y 42. Con esta respuestaa la pregunta sobre la legitimidad
de la legalidad, Schmitt hace a un lado la herencia liberal de Weber.
3 Carl Schmitt, PT, pp. ll y 26. “El estado de excepción es donde se re-
vela con mayor claridad el ser de la autoridad estatal. Aquí se distin-
gue la decisión de la norma jurídica y (para formular-lo de manera
paradójica) la autoridad demuestra que ella, pam crear el derecho,
no necesita ningún derecho” p. 20. Schmitt asocia la nonna con la
"normalidad" y la autoridad con la situación extraordinaria en la que
se define la frontera entre lo normal y lo anormal o excepcional.
6 ,f amm; y mfleøs. sama: yfimiai.- la arfimu.-¿sa af.- to paraiso

en el que sustenta la vigencia del derecho. Mientras en una


situación "normal" 0 cotidiana, nos dice Schmitt, se puede
caer en la ilusión de creer que el poder Soberano puede ser
absorbido por el ordenjurídico, el Estado de excepción nos
permite ver que ninguna legalidad puede prevenir todos
los acontecimientos extraordinarios a los que se enfrentan
continuamente las sociedades y que, por ello, se requiere
siempre de un poder, no sujeto a las trabas jurídicas, para
enfrentar las situaciones extremas que ponen en peligro la
existencia de la unidad política. “En el caso excepcional, el
Estado suspende el derecho en virtud de un derecho de au-
toconsei¬vación".4 Como no es posible prevenir ni tipificar
la excepción absoluta, el poder de la autoridad soberana debe
ser, según esta perspectiva, ilimitado. “Princeps legibus so-
lutus est".
A partir de esta peculiar definición de la soberanía, la
forma de argumentar de Schmitt es la siguiente:
1. Ninguna asociación que carezca de un poder sobera-
no es un Estado.
2. La soberanía sólo puede existir si hay una autoridad
suprema que pueda tomar la decisión ziårima. Esta autoridad
puede ser el rey eri la monarquía o el líder que encarna o re_-
presenta la voluntad general del pueblo en la democracia.”
3. Por tanto, ninguna asociación política que carezca de
una autoridad suprema es un Estado.
¿Qué es entonces el Estado de Derecho, donde no se re-
conoce ninguna autoridad por encima de la ley? La res-
puesta de Schmitt es tajante: el Estado de Derecho no es, en
sentido estricto, una forma de gobierno, sino sólo un con-
junto de límites y controles del Estado, para garantizar la li-
bertad bmguesa.
Schrnitt sostiene que todo ordenjurídico contiene dos
elementos, estrechamente relacionados, pero diferentes:

4 Para Schrnitt existe una frontera lluida entre el pod er soberano y la


dictadura, entendida como la autoridad que puede adoptar disposi-
ciones sin necesidad de otros rnediosjurídicos. Sobre este tema véase:
Carl Schmitt, La dirmdum, Madrid, Alianza, 1985.
5 No hay que perder de vista que Schmitt tiene una idea muy peculiar
de la democracia. Dedicaremos un capírulo a examinar esta idea.
La mw@ da ¿mean / 7

a) el elemento normativo (deber-ser), constituido por el


conjunto ordenado de leyes y b) el elemento real (ser), que
remite a la unidad política, sustentada en la voluntad de
quien detenta el poder. Su tesis central es que la validez
del elemento normativo se basa en el poder que hace posi-
ble el orden donde esas normas son aplicadas. Desde este
punto de vista, el principio del zfmperío de la ley, característi-
co del Estado de Derecho, encierra una confusión entre
estos dos elementos de los órdenes jurídicos. Confusión
que lleva a creer que la soberanía puede residir en las nor-
mas jurídicas.
Para la concepción del Estado de Derecho, la Ley es, en
esencia, norma, y una norma con ciertas cualidades: regu-
laciónjurídica (recta, razonable) de carácter geneml. Ley,
en el sentido del concepto político de Ley, es voluntad y
mandato concretos, y un acto de soberanía [...] El esfuerzo
de un consecuente y cerrado Estado de Derecho va en el
sentido de desplazar el concepto político de Ley para co-
locar una “soberanía de la ley' en el lugar de una soberanía
existente, es decir, concreta, y, en realidad, dejar sin res-
puesta la cuestión de la soberanía, y por determinar la vo-
i luntad política que hace de la norma adecuada un
mandato positivo vigentes
Según el diagnóstico de Schmitt, la causa de la muerte
del Leviatán es la sustitución de una “soberanía concreta"
por una "soberanía de la ley abstracta". En otros términos,
el Leviatán muere cuando se reduce su condición de dios
terrenal, dueño de la sociedad, a servidor, rigurosamente
controlado, de los poderes sociales. Lo que distingue la po-
sición de Schmitt respecto a sus “enemigos” teóricos los li-
berales, es que para él la desaparición de la soberanía
estatal no es un camino hacia la liberación, sino que repre-

6 Carl Schmitt, Teoría dc la Cmistitución., (TC), Madrid. Alianza, 1932,


p, lšö. “In dificultad estriba aquí en que en el Estado burgués de De-
recho parte de la idea de que todo el ejercicio de todo el poder estatal
puede ser comprendido y delimitado sin residuo en leyes escritas,
con lo que ya no cabe ninguna conducta política de ningún sujeto [...]
ya no cabe una soberanía". p. 123.
8 ,-'Í Comuna y conflicto. Schrnitt ji Am¦dt.' la definición de io político

senta el surgimiento de un nuevo tipo de servidumbre con


un rostro mecanico y un apetito insaciable.7

Crónica de la agonía

Para Schmitt, la confusión entre el aspecto nonna tivo y el


aspecto “real” del orden jurídico, propia de los represen-
tantes del liberalismo, no es simplemente un error teórico,
sino también un reflejo del desarrollo político de las socie-
dades modernas, el cual conduce a la muerte del Leviatán.
Para reconstruir este proceso, Schmitt utiliza cuatro "tipos
ideales” o modelos de Estado:
1. El Estado girbernntivo (Regierungsstaat) es la modali-
dad de organización estatal donde la soberanía conserva su
atributo de poder indivisible y concreto, susceptible de en-
carnar en una autoridad personal. En el caso mas puro el
jefe de gobierno es, ala vez, legislador supremo,juez supre-
mo y comandante enjefe del ejercito; la última fuente de la
legalidad y el último fundamento de la legitimidad.
2. El Estado legislativo (Gesetzgebungsstaat) se caracte-
riza por que en él se separan la instancia legisladora de los
órganos encargados de aplicar la ley. Esta división de los
poderes se plantea como el dispositivo que permite hacer
realidad el imperio de la ley. Schmitt dice de este Estado que
en él “va no hay poder soberano, ni mero poder”, porque
quien ejerce uno u otro actúa “en nombre de la ley”. El Esta-
do legislativo puede presentarse como una monarquía par-
lamentaria o una república parlamentaria.
3, En el Estadojurisdiccional (] urisdiktionsstaat) la labor
del gobierno queda supeditada a unjuez que actúa en nom-
bre del Derecho, sin quelas leyes le sean mediatizadas 0 im-
puestas por otro poder. Es decir, eljuez toma el papel de un
poder que busca llenar el vacío de la soberanía. Schmitt ve a

T La tesis que subyacea esta posición consiste en afirmar que desplazar-el


poder soberano de una autoridad (personífrcada) a una instancia “abs-
tracta” representa el triunfo de una dorninación técnica, más agobian-
te e implacable que las tradicionales formas de dominación. E`_sI:.\ tesis
la oorriparte Schmitt conjüngery Heidegger. Sobre este tema véase:
Grafvon Krockow, C. Die Efttrcìwidung. Franltftlrt a. M., Campus. 1990.
ummmaazuumøn/9

este tipo de Estado como una forma de organización políti-


ca propicia para los periodos de estabilidad política, en los
que la administraciónjurídica puede controlar los procedi-
mientos que llevan a la toma de decisiones.
4. El Estado adminivtrativo (Verwalmngsstaat) se distin-
gue por un poder impersonal que actúa mediante medidas,
esto es, ordenanzas de carácter objetivo que se justifican técni-
camente con base en la necesidad que se impone en una si-
tuación concreta. Se trata de una modalidad de Estado en
la que impera una racionalidad instrumental. Con este mo-
delo, Schmitt destaca que la burocracia puede llegar a con-
vertirse en la élite política, con su propia autoridad y
legitimidad, capaz de tomar las decisiones políticas@
Mientras el primer tipo ideal corresponde a lo que
Schmitt denomina el Estado dászzo eumpeø (_ el Leviatán), que
tiene como prototipo el Estado Absolutista, los otros tres ti-
pos ideales corresponden a variaciones de lo que se ha lla-
mado el Estado de Derecho.
La construcción de estos tipos ideales tiene como obje-
tivo hacer patente las diferentes formas de relación que se
establecen entre legalidad y legitimidad en las distintas
modalidades de organización estatal, para analizar el desa-
rrollo político de las sociedades modernas. En la termino-
logía schmittiana legalidad denota el aspecto “formal” de la
ley, esto es, las normas que configuran el orden jurídico;
mientras que legitimidad remite a la decisión de la voluntad
que sustenta la validez de las normas en su poder (lo que se
ha llamado el sentido político de ley). En el Estado gubernati-
vo hay una clara distinción entre legalidad (normas) y legi-

8 “La contraposición entre legalidad y legitimidad reilejaría también la


dicotomía típica del pensamiento schmittiano entre norma y deci-
sión. La legalidad sería característica de un Estado entendido como
un sistema de normas generales y abstractas, como una máquina que
funciona de acuerdo a reglas de racionalidad formal, mientras que la
legitimidad seria elemento propio de nna form ación política auténti-
ca basada en una decisión fiindamenial unitaria y capaz en todo mo-
mento de tomar decisiones políticas. es decir, distinguirentre amigos
y enemigos". Gómez Orfanel, G., Excepción y normalidad en el pensa-
miento de Car1Sch1m`:t, Madrid. Centro de Estudios Constitucionales,
1986, p. 254.
10' ,lr Ctmsenso y conjllcta. Schmitt y Arendt: la defmšció-n de lo político

timidad (autoridad), y se reconoce a esta última como una


instancia supralegal. En cambio, en el Estado legislativo la
“ñcción norrnativista de un sistema cerrado de leyes” hace
suponer que es posible reducir de manera plena la legitimi-
dad ala legalidad, es decir, se asume que el orden normati-
vo es la autoridad de la que se desprende toda decisión. En
el Estado jurisdiccional y en el Estado administrativo se
vuelve a distinguir entre legalidad y legitimidad. En el pri-
mer ciso la autoridad recae en el juez, y en el segundo en el
aparato administrativo. La tesis de Schmitt es que estas dos
formas de organización estatal hacen patente de nuevo, en
contra del ideal que fundamenta al Estado legislativo, la
necesidad de definir una autoridad extrale gal, capaz de to-
mar las decisiones políticas.
Schmitt inicia su crónica del desarrollo politico moderno
destacando que los estados absolutistas, ejemplares de esta-
dos gubemativos, son los que crearon las condiciones sociales
que hicieron posible la unidad política propia de las naciones
modernas. Para Schmitt, la gran conquista del Estado Abso-
lutista, lo que hace de él la “joya” del racionalismo occidental,
es la creación de un orden social que, oon base en sus distin-
ciones claras y univocas (público-privado, externo-interno,
militar-civil, guerra-paz, etc.) hace posible la vigencia de las
normasjurídicas y, con ello, la seguridad al interior de la na-
ción. Schmitt subraya constantemente que los estados de de-
recho que sucedieron a los estados absolutistas no podrían
haber existido sin las "conquistas" de estos últimos.
Los estados de derecho surgieron como una con se-
cuencia de las luchas exitosas de la burguesía contra las mo-
narquías absolutistas. Sin embargo, tanto en la constitución
entendida como acto de fundación, como en la constitu-
ción comprendida como sistema de leyes supremas, del
Estado de Derecho, se presuponía ya la existencia de la uni-
dad política nacional. Ello permitió que Su atención se cen-
trara ya no en la creación de esa unidad, sino en el control
del poder estatal, para hacer posible lo que Schmitt califica
como liberrad burguesa (“libertad personal, propiedad pri-
vada, libertad de contratación, libertad de industria y co-
mercio, etc."). La garantía de esa libertad se encontró en la
mmmiazummaa/ll

definición de los derechasfimdamentales y en la implementa-


ción de un sistema de división de los poderes.
En particular, la burguesía liberal en su lucha contra la Mo-
narquía absoluta, puso en pie un cierto concepto ideal de
Constitución, y lo llegó a identificar con el concepto de
Constitución. Se hablaba. pues, de 'Constitución' sólo cuan-
do se cumplían las exigencias de libertad burguesa y estaba
asegurado un adecuado influjo politico a la burguesíag
La transición a un orden político “burgués” representa,
por tanto, el paso de un Estado gubernativo a un Estado le-
gislativo. Lo que distingue a este último, como hemos seña-
lado, es el principio del imperio de la ley, el cual, según
Schmitt, deja sin resolver el tema de quién tiene el poder de
tomar la “decisión última”.
El Estado gubernativo posee, en la persona de su jefe o
en la dignidad del cuerpo colegia do dirigente, todas las
cualidades de la representación. En cambio, el Estado le-
gislativo, a causa del principio en él dominante de la ela-
boración de normas generales y predeterminadas, y de la
distinción que le es esencial entre ley y aplicación de la
misma, entre legislativo y ejecutivo, está colocado en una
esfera completamente diferente y padece necesariamen-
te de cierto carácter abstracto.”
Schmitt afirma que el Estado legislativo envuelve una
contradicción, puesto que se le encomienda la tarea de ga-
rantizar el orden y la unidad social, pero, al mismo tiempo
_..í_ì.í.ì.í

9 Carl Schmitt, TC, p.158. A esta noción de Constitución, Schmitt opone


su propio conceptoideal: “Las leyes constitucionalesvalen sólo a base
y en el marco de la Constitución en sentido positivo; y ésta, sólo a base
de la voluntad de Poder constituyente”. p. 112.
l 0 Carl SchmitI¬ lxgalìíady legitimidad (LL), Madrid, Aguilar, 1971, p. 16.
Schrnittve en la historia de la República deweimar la prueba de ese ca-
rácter abstracto del Estado legislativo, que hace de él una instacia inca-
paz de mantener la unidad política. Para este representante del
decisionismo, la falta de decisión sobre quién poseía el poder absoluto,
el parlamento o el presidente, conformãndose con apelar a una “vaga”
noción de “soberanía popular” determinó el destino de esa república.
Sobre este tema ver: Estévez Amújo,j.A., la crisis del Estado de Demdio
Liberal, “Schmitt en Weimar", Barcelona, Ariel, 1989
12 / cmm» y m;1¿a0. sama: y Amat- la difimztøn ai» la ¡mzmai

no se le concede el poder soberano que requiere para cum-


plir esa misión. Esta contradicción expresa, a los ojos de
Schmitt, la indecisión de la burguesía, esa ¿Lasa dzscutidora,
que confia en que a través del debate parlamentario se pue-
da acceder a una Verdad que indique el rumbo que deben
tomar las acciones políticas.
La burguesía liberal quiere un Dios (un Dios terrenal, el
Estado), pero él no debe ser activo, ella quiere un Monarca,
pero el debe ser impotente. Ella exige libertad e igualdad y, a
pesar de ello, limita el derecho al voto a la Clase propietaria,
para asegurar que la educación y la propiedad tengan la ne-
cesaria influencia sobre la jurisdicción; como si la educación
y la propiedad dieran el derecho a oprimir a los pobres e in-
cultos. Ella acaba con la aristocracia de la sangre y la familia
y, sin embargo, de_ja la dewergonzada aristocracia del dine-
ro, la forma más necia y ordinaria de aristocracia. Ella no
quiere ni la soberanía del rey, ni la soberanía del pueblo.
¿Qué quiere ella entonces?"
La respuesta de Schmitt a esta pregunta retórica es que
la burguesía quiere abolir la soberanía del Estado y “ neutra-
lizar" la política para implantar su dominio económico. Lo
que desea es someter el poder estatal a su control y eliminar
todo peligro de lucha, con el objetivo de realizar sus nego-
cios en paz y bajo condiciones calculables. Sin embargo,
Schmitt sostiene que la competencia mercantil no es una al-
ternativa al enfrentamiento bélico, como afinnan los libera-
les, sino una forma de relación social que potencia las
hostilidades. El conflicto ya no se limita a los estados sobera-
nos que se reconocen como tales, sino que se extiende por
todos los ámbitos internos a la nación y tiene corno protago-
nistas la pluralidad de “poderes sociales", los que sólo persi-
guen un fin: la ganancia. Esta descripción de la sociedad
mercantil-capitalista corresponde al estado de naturaleza del
que habla Hobbes, esto es, la guerra de todos contra todos.
El Estado legislativo, lejos de galan tizar “la paz, el orden y la
seguridad”, se convierte en un instrumento más en esta lu-
cha generalizada que no conoce ninguna frontera 0 límite.

11 Carl Schmitt, PT, p. 76.


La muerte del Izviatón / 13

Para Schmitt, otro factor que lleva a potenciar las hosti-


lidades inherentes a la dinámica mercantil se encuentra al
interior del propio Estado legislativo. Los valtmzs burguesa,
que definen el contenido de las leyes constitucionales del
Estado legislativo, ya no se presentan como el resultado de
la decisión de una autoridad, sino como principios univer-
salesy necesarios, que deben ser asumidos por todos los se-
res racionales. 12 Todo individuo que cuestione la validez de
esos valores se convierte en un “ enemigo absoluto”, que no
sólo atenta contra el orden establecido, sino que también
transgrede su propia racionalidad. Al considerarse al ene-
migo como un ser irracional sejustifica la represión y la vio-
lencia sin límites, como medios para conducir de nuevo a
ese insensato ala esfera de la Razón.
Schmitt destaca continuamente que la unidad política
creada por los estados gubernativos no es una conquista de-
finitiva, y que la consolidación de los estados legislativos, al
carecer éstos de un poder soberano concreto, conduce ala
pérdida de dicha unidad. En el seno de las naciones reapare-
ce el conflicto ya sea en la forma de lucha de clases o bien
como enfrentamientos entre la pluralidad de grupos de inte-
reses. Schmitt admite la tesis marxista de que el Estado es un
“instrumento” de la dominación burguesa; pero agrega que
ése no es el atributo de toda forma de organización estatal,
sino sólo la característica del Estado legislativo liberal.
La carencia de soberanía del Estado legislativo hace de
él presa fácil de los “poderes sociales” y también una enti-
dad frágil, propensa a transformar sus estructuras. Por un
lado, la imposibilidad de que el orden jurídico pueda pre-
venir todas las situaciones posibles motiva a que los jueces
tomen las decisiones políticas, para cubrir el vacío de la so-
beranía. De esta manera, el Estado legislativo tiende a con-
vertirse, paulatinarnente, en un Estado jurisdiccional. Sin

12 Carl Schmitt, Frente a esta idea “burguesa” de los valores, afirma;


“Los valores son puestos e impuestos. Quien añnna su validez tiene
que hacerlos valer. Quien dice que valen, sin que una persona los
haga valer, se propone engañar." Véase; “Die Tyrannei der Wei-te”,
en: Sà'Jtula.n'.ra:io-n und Utopia, Ebracher Studien, Stuttgart, Ernst Fors-
tholï zum 65 Geburrstag, 1967, p. 42.
l4 Í Cømemo y conflicto. Schmitt y Amrdt: la definición de io político

embargo, por otro lado, la tendencia más fuerte (que no ex-


cluye ala anterior) es que la burocracia suplante a la au tori-
dad soberana y se apropie del monopolio de las decisiones
políticas. Por este camino el Estado legislativo se convierte
en un Estado administrativo, el que se inclina a intervenir
en todos las esferas de la sociedad (“Estado total"), pero sin
tomar la iniciativa, sino sólo actuando de manera reactiva,
a través de los compromisos, regateos, acuerdos, etc. de su
burocracia con los poderes sociales.
En el Estado administrativo son las “medidas” burocrá-
ticas, no el derecho, lo que predomina. Las medidas, a dife-
rencia de las leyes, no son normas generales, sino dis-
posiciones que se toman con base en situaciones concretas y
que sejustifican por su eficiencia., Mientras la ley hace refe-
rencia a un valor, la medida se plantea como un medio efi-
ciente para alcanzar un fin dado. la Desde la perspectiva de
Schmitt, la aparición, en el siglo XX, de diferentes tipos de
Estado administrativo (el llamado Estado da brkmesraf es un
ejemplo) hace patente la necesidad de reinstaurar una auto-
ridad suprema, capaz de mediar en los conflictos entre los
“poderes sociales", así como definir las políticas frente a los
graves problemas que enfrentan las sociedades. Schmitt ad-
vierte que si la demanda de la presencia del Estado no se
acompaña de una recuperación de su soberanía, lo único
que sucederá es que el Estado se verá obligado a intervenir
en los distintos ámbitos sociales, para tratar de satisfacer las
reivindicaciones de los diversos grupos, pero sin poder ofre-
cer una respuesta adecuada. El Estado administrativo, sin
soberanía, se vería sobrecargado de demandas e impotente
ante ellas, lo que condena a la sociedad, según Schmitt, a
permanecer en el desorden, la inseguridad y el conflicto.

¿El milagro de la resurrección?

Schmitt, al igual que Hölderlin, cree que allí donde crece el


peligro, crece también lo que puede "salvarnos". Para él, las
mi

13 Esta distinción entre ley y medida es deudora de los tipos ideales we-
berianos de "racionalidad con arreglo a valores" y “racionalidad con
arreglo a fines".
tam-maiz”-mn/15

medidas del Estado administrativo -en tanto una autori-


dad cenu-al se apodere del derecho de emitirlasr- pueden
ser el instrumento para recuperar la soberanía estatal, es
decir, para resucitar al Leviatán. La esperanza de Schmitt
es que un poder soberano, personifìcado en una autoridad
central, use las medidas con carácter técnico, para eludir
los controles parlamentarios yjurídicos, y, de esta manera,
“salvar” la unidad política nacional, superando la indeci-
sión del Estado de Derecho.“
Mucho más importante es el conocimiento de que la razón
de ser del “Estado total" actual o, más exactamente de la
politización total de toda la existencia humana, hay que
buscarla en la democracia, y que, como expone Hein O.
Ziegler (Aulm-üãrer oder zotaler Staax, Tübingen, 1932), para
emprender la necesaria despolitizacíón y librarse del Esta-
do total se necesita una autoridad estable que sea capaz de
restablecer las esferasy los dominiospara una vida libre.”
En sus obras Teoría de la cartstítución (_ 1928), La deƒìmsa de
la cmtstitucíón (1931 ) y Legalidady Legtlimzdad (1932) se pre-
dice la caída de la República de Weimar, porque en ella rige
un Estado legislativo, con ciertos rasgos de Estado adminis-
_í.í.í.ì___

l-1 Gómez Orfanel, Op. cif., cita un ejemplo del propio Schmitt que acla-
ra esta tesis del uso soberano de las medidas. “Si el Presidente del
Reich desean disminuir el salario de los funcionarios. utilizando la
via del artículo 48.2, le bastaría con modificar la ley reguladora por
medio de una ordenanza con fuerza de ley; aunque se podria plantear
si tal ordenanza lesionaría los derechos adquiridos de los funciona-
rios, suponiendo una infmcción del arllculo 129 de la Constitución
de Weimar. Pero cabría otra posibilidad. consistente en que el Presi-
dente, sin modificar la ley salarial. sin plantearse cuestiones de conte-
nido jurídico. diese orden (es decir, actuase por medio de medidas)
de que se retuviese una cantidad o porcentaje de los sueldos de los
funcionarios." Vnƒatmngsrechtlicke Auƒšätze aus dntjahfm 1924-19.54,
Berlín, D-unclter 8: l-lumblot, 1985, p. 242.
15 Carl Schmitu LL, p.146. En realidad, esa autoridad soberana es, utili-
zando los propios términos de Schmitt, un dictador. “El dictador se
define como un hombre que, sin estar sujeto al concurso de ninguna
ona instancia, adopta las disposiciones, que puede ejecutar inmedia-
tamente, es decir, sin necesidad de otros medios”. La dictadura, p. 37.
Así que la salvación, para Schmitt, se encuentn en la dictadui-al
16 / Cmm-mo y conflicto. Schmitt yflrendtr la definición de lo político

trativo, en donde no se ha tomado la decisión sobre si el


presidente 0 el parlamento debe encarnar el poder sobera-
no. A principios de 1933 el Partido Nacionalsocialista
Obrero Alemán (N SDAP), encabezado por Adolf Hitler, se
apodera del Estado alemán y disuelve la Constitución de
Weimar. Schmitt celebra este acontecimiento y lo califica
como una revolución legal que salvará la unidad política y el
derecho alemanes. En su trabajo “Sobre las tres formas de
pensamientojurídico científico" (1934), Schmitt argumen-
ta que el régimen nazi ha superado la oposición entre nor-
mativismo y decisionismo, propia del Estado legislativo, ya
que el movimiento politico, guiado por su líder, se ha esta-
blecido como una mediación entre el normativismo legal y
la vitalidad espiritual del pueblo. Este autor llega al extre-
mo de denominar las leyes racistas de 1935 como la Consti-
tución de la libertad É a definir la ley como elplan y la voluntad
del líder (I-`ührer).l
La esperanza de Schmitt se realizó, el Leviatán resuci-
tó. Pero no era ya el gigante paternalista que debía garan-
tizar la paz, el orden y la seguridad, sino un monstruo que
devora a los “enemigos” y a los "amigos". No creo que
valga la pena entrar a discutir el papel que tuvo Schmitt en
el Tercer Reich. Mi interés reside en examinar la vieja te-
sis, retomada por otros autores, incluso desde posiciones
de "izquierda", de que la centralización del poder puede
ser el instrumento para crear y mantener el orden social o
el medio para acceder a un orden más "justo". Es decir, se
trata de la tesis que ve el Estado, en la medida que recupe›
ra la soberanía, como un centro de las relaciones de poder
desde el que puede dirigirse la sociedad hacia una meta
establecida, ya sea por la “autoridad” 0 por una supuesta
“vanguardia” del pueblo.

16 En su discurso (3 de Octubre de 1933) dirigido a losjuristas nacional-


socialistas, Schmitt afirma: "Adolf Hitler, el líder del pueblo alemán,
cuya voluntad es hoy el nomos del pueblo alemán _ ("Nomos", en la
terminología schmittiana. hace referencia a la ley en su sentido políti-
co). Algo parecido sostiene Heidegger, cuatro semanas después, en
su famoso discurso inagural como rector: "El propio líder (I-Tührer) es
hoy y en el Futuro la realidad alemana y su ley".
ia »Mu aa uumn/ 17

En primer lugar, es necesario recordar que hace mucho


tiempo Locke, en su crítica a Hobbes, ya había destacado que
resulta tan insensato pensar que el Levíatan puede garanti-
zar la seguridad de los ciudadanos, como creer que uno pue-
de protegerse del peligro que representan las zonas y las
mofetas refugiándose en lajaula del león. En efecto, ni Hob-
bes ni Schmitt responden a las siguientes preguntas: ¿Qué
garantía existe de que la autoridad soberana no abuse de su
poder? ¿Por qué se debe aceptar la tesis de que la autoridad
soberana tiene la posibilidad de situarse por encima de los
conflictos sociales para cumplir su fimción de juez impar-
cial? ¿Qué asegura la corrección y eficiencia de las leyes y
medidas técnicas del soberano?
En segundo lugar, es preciso advertir que la moderni-
dad presupone un proceso de diferenciación de los subsis-
temas sociales que convierte en una ingenua ilusión el
pensar que el Estado puede situarse por encima de la so-
ciedad para dirigirla y gobernarla "racionalmente". No se
puede reducir la complejidad de las sociedades modernas
simplificando la estructura del orden institucional me~
diante una centralización del poder. Por más racional y
capacitada que sea una élite política, si mantiene una or-
ganización centralista, siempre se verá rebasada por la
complejidad social. La complejidad sólo puede enfrentar-
se con complejidad. La descentralización política no es
una propuesta de una posición ideológica particular, sino
una exigencia que impone la modernidad o el camino ha-
cia ella. La otra alternativa es el diletantismo autoritario.
Si se aceptan las premisas del razonamiento de Schmitt
respecto a que el Estado se delìne por la soberanía y ésta, a
su vez, se concibe como un centro de poder, en el que con-
fluye todo el sistema de nelaciones sociales y que puede ser
encarnado por una voluntad unitaria, entonces tendremos
que aceptar la conclusión de que la “época de la estatalidad
ha llegado a su fin". El problema de este razonamiento resi-
de en una visión esencialisra que simplifica los problemas.
El Estado de Derecho, en contra delo que piensa Schmitt, sí
presupone una decisión. Pero no es la decisión arbitraria de
una voluntad particular, sirio la decisión de una pluralidad
de individuos, dentro de una historia de conflictos y com-
l 8 J co-.wm y es-ifltm. sem-mi y Amir.- ia ¿aja-mas ds is paises

promisos que lleva a trasladar la soberanía estatal al “pue-


blo”. Éste no es un macrosujeto, con una “voluntad gene-
ral”, sino una realidad plural, escindida y conflictiva que
encuentra su identidad en un orden jurídico. Cuando se
habla de una “soberanía popular", si se ha rechazado la
creencia metafisica de que una parte puede representar o
encarnar al todo, de manera implícita se afirma que no es
posible que nadie se apodere de ella.
El problema básico de la soberanía del Estado moder-
no no es quién la delenta, sino cómo se ejerce. Esto nos remi-
te a procedimientos que hacen posible la toma de
decisiones dentro de un contexto plural. A ello puede res-
ponder Schmitt con su conocida tesis de que ningún orden
jurídico, ni tampoco ningún procedimiento establecido en
él, puede prevenirtodas las situaciones excepcionales a las
que se enfrenta una sociedad y que, por tanto, se requiere
siempre de una autoridad que actúe sin trabas jurídicas.
Para rebatir esta respuesta podemos retomar el estudio que
hace el propio Schmitt de la dictadura. En él se distingue
entre una dictadura comisarial, que actúa en caso extraordi-
nario en nombre y bajo las restricciones de una legalidad
existente (ésta es lainstitución que se propuso en la repúbli-
ca romana para enfrentar los estados o situaciones de ex-
cepción), y una dicmdwra soberana, que actúa en nombre del
"pueblo" para ejercer un poder constituyente. En los dos
casos el dictador ejerce el poder por un periodo limitado
(Provisoriurn) y para realizar una tarea específica. El pro-
blema es que el dictador, al otorgársele el poder soberano,
tiende a perpetuarse en el poder, convirtiéndose en un dés-
pota. A estojustamente se opone el Estado de Derecho. En
los estados de derecho, como en efecto sucede, pueden re-
tomarse ciertos elementos de una dictadura comisarial
para enfrentar casos extraordinarios (por ejemplo, una
guerra), pero se rechaza de manera radical toda manifesta-
ción de una dictadura soberana.
Por otra parte, pensar que un poder dictatorial puede
resolver los graves problemas que existen en las sociedades
modemas resulta una propuesta poco objetiva, que pasa por
alto precisamente la complejidad de estas sociedades. Resul-
ta una propuesta llena de nostalgia conservadora, en la que
iamemaaiumaun/19

se anora un mundo simplificado que nada tiene que ver con


la realidad que vivimos. No se trata de negar que la plurali-
dad y complejidad propias de las sociedades modernas im-
plican riesgos enormes, lo curioso es la manera como
Schmitt pretende superarlos. Los intentos de resucitar el Le-
viatán en nuestro siglo no sólo han conducido al terror tota-
litario, en donde el peligro potencial del Estado de
excepción se convierte en una realidad cotidiana, sino tam-
bién al crecimiento patológico de un sistema administrativo
ineficiente. La experiencia del llamado socialismo real puede
enseñarnos bastante sobre este tema.
No es el objetivo ahora oponer a la ilusión de un Levia-
tán omnipotente la quimera de un mercado autoequilibra-
do. Ni “mano invisible", ni “mano negra”; las opciones
políticas de las sociedades modernas se encuentran más
allá de esta falsa v simple alternativa. Lo importante es., en
primer lugar. reconocer la realidad de la diferenciación de
los subsistemas sociales y el aumento de la complejidad que
ella trae. Es preciso asumir que la meta no es reconciliar los
conflictos y tensiones que existen entre estos subsistemas
sociales, apelando a un orden jerárquico homogéneo. sino
reconciliarse con esos conflictos y tensiones. Es cierto que la
muerte del Leviatan no conduce al paraíso armónico v
equilibrado de la sociedad civil. En esta última también
existen los monstruos que hacen peligrar la seguridad y la
libertad de los ciudadanos. Sin embargo, la protección de
los ciudadanos no se logra reviviendo al Leviatán.
De hecho, en las sociedades democráticas el Leviatán
no está muerto, sino sólo domesticado. La fuerza de las ins-
tituciones democráticas que mantienen bajo control la vo-
luntad de poder absoluto de ese gigante se encuentra en la
participación política de los ciudadanos. Cuando ésta se
debilita, cuando los individuos creen haber log-rado un
triunfo definitivo que les permite volver a su privatismo
apolítico, en seguida ese Leviatán empieza a recuperar su
potencia y a eludir las barreras del sistema institucional de-
mocrático, con el afán de recuperar su vieja condición de
dueño del mundo. De la misma manera, la única forma de
controlar la voluntad de poder absoluto de los nuevosy vie-
jos monstruos que compiten por conquistar el "alma" (la
20 I cmmw y fimflm schfmu y,-amm 1@ dqmffrm aa 10 palm@

soberanía) del Leviatán se encuentra en la acción y organi-


zación política delos ciudadanos, esto es, en un orden re-
publicano en el que el ejercicio del poder no sea el
privilegio de unos cuantos y, en especial, en el que la sobe-
ranía no sea una propiedad de ningún grupo o institución.
Ello presupone, y en esto acierta Schmitt, que lo político no
pueda reducirse alo estatal, aunque en las sociedades mo-
dernas lo estatal sea el referente fundamental delo políti-
co. EI concepto de Estado supone el de lo político.
La política entre amigos
y enemigos
ara Carl Schmitt, la definición que identifica lo políti-
Pco y lo estatal es una expresión del periodo histórico
en el que impera el Estado clásico europeo (el Estado
Absolutista). Este tipo de Estado es el que logra adquirir
el poder soberano y, con él, el monopolio de lo político.
Dicho monopolio signiñca que sólo la autoridad estatal,
que encarna el poder soberano, puede decidir, en última
instancia, qué debe valer como derecho al interior de la
nación. De esta manera, según Schmitt, se otorga al Esta-
do la facultad que permite regular y encauzar los con flic-
tos sociales.
Desde esta perspectiva, mientras el Leviatán conserva
su poder soberano, la política, en sentido estricto, se limita
a la diplomacia, esto es, a la actividad que ejerce el Estado
en su relación con los otros estados soberanos, y las “ altera-
ciones” internas del orden nacional se reducen a la calidad
de ¡“asuntos policiacos"! Las dificultades surgen de nuevo,
según él, cuando los poderes sociales (las diferentes organi-
zaciones de ciudadanos) arrebatan al Estado el poder sobe-
rano y, junto con él, el monopolio de lo político. Sin su
soberanía el Estado deja de ser el “señor del mundo” para
convertirse en un sewidor de los poderes sociales incapaz
de garantizar la seguridad de los ciudadanos, pues propicia
un pluralismo que hace renacer el conflicto al interior de la
nación.
22 f' cmims y mflam. sama; yamai.- ta ¿¢,fi†.¿¢¦aa de la paris@

En contra de la teoría liberal y su concepción de la de-


mocracia, Schmitt afirma que la subordinación del Estado a
la sociedad civil sólo puede ser causa de su transformación
en uri instrumento, disputado por diferentes grupos para
defender sus intereses particulares. El Estado se ve obliga-
do a intervenir en todos los ámbitos sociales para tratar de
responder a las diversas exigencias de los poderes sociales.
Sin embargo, en la medida que estas exigencias son múlti-
ples y contradictorias, el Estado, sin el poder soberano, ca-
rece de la facultad de responder a ellas, por lo que el
conflicto, lejos de superarse, se agudiza. El “ Estado total”,
es decir, el Estado que interviene en todos los ámbitos socia-
les, se caracteriza por su omnipresencia impotente. En esta
situación la frontera entre lo estatal y lo social se disuelve, y
todo asunto cobra, al menos potencialmente, carácter polí-
tico.
El "Estado total” ya no está en condiciones de funda-
mentar ninguna determinación específica o distintiva de lo
político. Por el contrario, la interpenetración de lo estatal y
lo social hace patente de nuevo que el concepto de lo político
es más amplio que el concepto de Estado o, dicho con los
términos schrnittianos, que “el concepto de Estado supone
el de lo político”. Por eso, Schmitt se propone localizar un
criterio para determinar la especificidad de lo político. La
relación amigo-enemigo representa este criterio. Así como
la distinción bueno-malo es propia de la moral, la de be-
llo-feo de la estética, la de costo-beneficio de la economía,
la de verdad-falsedad de la ciencia, la distinción ami-
go-enemigo remite a la dimensión política de las relaciones
sociales.
Schmitt agrega que el enemigo político no es el adver~
sario privado (inimiøus), al que se rechaza por razón de anti-
patía o diferencias personales, sino el enemigo público
(hostis). La figura del enemigo sólo sirve para determinar la
dimensión política cuando aparece corno un conjunto or-
ganizado de hombres que se opone de manera combativa a
otro conjunto de hombres igualrnente organizado. Aquí
surge ya un problema del criterio que propone Schmitt
para detenninar la especificidad de lo político. Si no todo
enemigo es un “ enemigo político", ello quiere decir, enton-
La pal-¡nea entre amigos y me-miga: Í 23

ces, que la dualidad arnigo~enemigo no es la distinción fun-


damental de lo político; ya que si sólo el enemigo público es
el que adquiere un carácter político, es la distinción priva-
do-público el primer elemento para identificar la dimen-
sión política de la sociedad. A pesar de que Schmitt lo mega
de manera explícita, implícitamente en su argumentación
se da una prioridad a la figura del “enemigo” y se hace a un
lado el tema sobre cómo es posible que los "amigos" consti-
tuyan una esfera pública, que hace posible que el “extra-
ño”, el "otro" o incluso el transgresor interno del orden
público (el que deja de ser "amigo”) se convierta en "enemi-
go político". Volveremos a este tema más adelante, pero,
por el momento, continuemos con la reconstrucción de la
propuesta teórica de Schmitt.
El enemigo político es aquel con quien el conflicto
puede desembocar en una guerra, entendida como la lu-
cha armada entre unidades sociales organizadas, en las
que cada una busca exterminar a la otra (aunque no siem-
pre se llegue a este extremo), es decir, la lucha que tiene
como fin “la negación óntica de un ser distinto". Esto no
quiere decir que Schmitt reduzca la política a la guerra, Su
tesis es que la guerra, en tanto posibilidad real, representa
el presupuesto fundamental de la acción política. Para que
las relaciones entre dos grupos cobre sentido político, el
enfrentamiento armado entre ellos tiene que ser una al-
ternativa siempre presente. El hecho de que la guerra
pueda originarse en motivos económicos, religiosos o cul-
turales, indica que todo antagonismo puede adquirir un
carácter político, en la medida quese agudice lo suficiente
para agrupar a los individuos en bandos opuestos, capaces
de declararse la guerra.
Para que la relación amigo-enemigo se convierta en el
criterio distintivo de la política se requieren, por tanto, dos
condidones: 1) su carácter público y 2) que alcance un gra-
do de intensidad suficiente para poder convertirse en una
guerra.
Schmitt sostiene que la relación amigo-enemigo es un
“hecho existencial básico”; lo que implica sostener que la
políticay la forma de conflicto ligada a ella son determina-
ciones insuperables de la condición humana. Para com-
24 / cm-.ima y mflei». situar ,Amat la estaras» at ra parties

prender el sentido y el alcance de esta tesis de Schmitt es


menester tener en cuenta su crítica a los supuestos antropo-
lógicos de las teorías políticas tradicionales y el efecto que
ello tiene en la conceptualización de la política. bo que se
encuentra enjuego en esta polémica es la correcta determi-
nación de la autonomía de lo político.
Schmitt empieza por cuestionar la creencia, típica del
humanismo, de que existe una esencia o un ser común de
los hombres en la que pueda susten tarse un juicio de valor
simple sobre la uialidad moral del ser humano. Es esa
creencia la que conduce a la filosofía política a la vieja
disputa bizantina sobre si el “Hombre es bueno o malo por
naturaleza". Este autor es de la opinión que la opción entre
el optimismo y el pesimismo antropológicos es una falsa al-
ternativa originada en una visión esencialista. En contraste
con ello, él destaca que el ser del hombre puede considerar-
se desde diversas perspectivas, las que dan lugar a distintas
disciplinas teóricas y a diferentes posturas valora tivas.
Aceptar la inexistencia de una esencia del hombre pre-
supone también asumir que no hay un orden universal y ne-
cesario al que deban adecuarse todas las sociedades. Schmitt
reconoce que los individuos requieren de un orden social
para sobrevivir; pero, al mismo tiempo, destaca que la forma
y el contenido de cada orden social son el resultado contin-
gente de un conflicto permanente. Para apoyar esta conclu-
sión, Schmitt recurre a la teoría antropológica de Helmuth
Plessner. Este último afirma que la característica primaria de
los hombres es que su ser permanece como algo “indetermi-
nado e inescrutable", debido a que el uso del medio simbóli-
coles permite "to1narclistancia" y experimentar su realidad
y su identidad como algo contingente, como una “pregunta
abierta” (einer Horizont des Auch-anders-sein können). La
experiencia de la contingencia lleva al hombre a tomar con-
ciencia de que puede transformar lo dado para crear un or-
den uilttrral, que le ofrezca seguridad frente a un entorno
hostil. Ese entorno resulta amenazador, entre otras cosas,
porque hace patente la fragilidad del orden que los hombres
han construido. El espacio de la experiencia que cada indivi-
duo o grupo reconoce como un ámbito confiable es el resul-
La política mm amigas y enemigas Í 25

tado de su autoaiirmación en la lucha contra un mundo


“inquietante” (Unheimliche).
Una comunidad es siempre una esfera cerrada de confia-
bilidad (Vertrautheit), enfrentada a un entorno indeter-
minado. Este transfondo hostil, elemento necesario ante
el que se delimita la comunidad [sic] es lo público (Ófí`ent-
lichkcit), es decir, el conjunto de personas y cosas, que ya
no pertenecen a ella, pero con el que hay que contanl
El criterio para establecer el límite entre lo propio y lo
extraño, entre arnigosy enemigos, pueden ser los lazos fami-
liares y personales, la pertenencia a un grupo étnico, una
tradición cultural, un principio de identidad nacional, etc., o
un conjunto de estos elementos. Pero la deñnición de la
identidad propia siempre implica la determinación del
“otro” (toda determinación es una negación, como nos lo re-
cuerda Spinoza). El líruite entre lo propio y lo extraño es va-
riable y fiinciona como una membrana que aísla y, a la vez,
mantiene en contacto. En tanto dicho límite es variable, un
artificio cultural e histórico, el contacto con el entorno ad-
quiere el carácter de una relación de poder, en la que, de ma-
neta conflictiva, se mantiene la separación. La tesis cenu'al
de Plessner es que :anto la identidad del individuo, como la
del grupo, son adquisiciones políticas, que se conservan o
transforman gracias al poder, en la lucha contra lo otro (der
Mensch als Macht).
El Hombre -toda expresión con el carácter formal de
esta generalidad es siempre un aventurarse- se encuen-
tra como poder en lucha por su ser, esto es, en la oposición
entre lo confiable y lo extraño, entre amigo y enemigo {,..]
La relación amigo-enemigo se conceptualizar aquí como la
constitución esencial del hombre, porque ella se distancia
de toda determinación concreta y, de esta manera, asume
al ser humano como una cuestión abierta, como poder?
Si la dualidad amigo-enemigo es la determinación
esencial de la condición humana y esta relación define la di-

] Helmuth Plessner, "Grenzen der Gemeinschaft”, en: Gnamrnalu


Schnƒlen, Franltfurt, a.M.. Suhrkamp. 1981, p. 48.
2 Ibíd., “Macht und menschliche Namr”, Op. cil., pp. 191-!92.
26 K c.;-mm 3 mfles. smsiii y /im.ai.› la aifmiasa as to patines

mensión política, esta última representa, por tanto, la acti-


vidad esencial del hombre, en la que se manifiesta su ser
como una pregunta abierta, que debe ser decidida en la
práctica de manera permanente. Al igual que Plessner,
Schmitt con sidera que la decisión política,_ es decir, la deci-
sión que se “orienta en referencia al caso decisivo", en el
que está enjuego la distinción amigo-enemigo, es la deci-
sión que “marca la pauta” de todo el orden social. La pers-
pectiva de la antropología política no es una más entre
otras, sino la perspectiva básica que revela el carácter “ in-
sondable e indeterminado" del ser humano.
A primera vista puede parecer que Schmitt y Plessner lo
único que hacen es repetir la vieja definición aristotélica res-
pecto a que el hombre es un animal político. Sin embargo,
hay una radical diferencia entre la tesis de los primeros y la
posición de Aristóteles. Este último parte del supuesto de
que existe un orden con validez universal y necesaria; por lo
que la “buena” politica es la que se adeciia a ese orden, mien-
tras que el “buen” político es el que conoce dicho orden y
ajusta sus acciones aese conocimierito. Gran parte de las teo-
rías políticas comparte ese supuesto, el cual fi.ie expuesto de
manera sistemática por primera vez en La República de Pla-
tón. De acuerdo con el mencionado supuesto, el orden es lo
necesario, mientras que el conflicto resulta un fenómeno ac-
cidental, motivado por la irracionalidad de los individuos.
Dentro de esta amplia tradición teórica existen, en tér-
minos generales, dos vertientes. La primera postula la po-
sibilidad de educar o ilustrar a los hombres hasta que sean
lo su ñcientemente racionales para aceptar la validez de ese
supuesto universal y lo asuman como principio para coor-
dinar sus acciones. Por esta vía se accedería a una sociedad
armónica, en donde la política, en tanto actividad ligada al
conflicto social, desaparecería. La segunda vertiente se
muestra más pesimista, y afirma que en la conducta de los
hombres siempre existirá una elevada cuota de irracionali-
dad. En consecuencia, la única alternativa es crear una for-
rna de organización social, cercana al modelo ideal, capaz
de controlar la conducta de los individuos. Ala política se le
asigna la función de guardián del orden, mediante la repre-
sión de las conductas anómicas. En cada una de estas ver-
La politica min amigos y mmugos Í

tientes hay una gran variedad de versiones. Sin embargo,


todas ellas tienen en común la tesis de que el orden social es
el resultado de nuestras necesidades y que en él se encierra
una principio de racionalidad, mientras que el conflicto
político es la expresión de la irracionalidad. En todas estas
teorías se reconoce al hombre como un animal político,
pero, de manera paradójica, se plantea reducir al mínimo
la actividad política o, incluso, eliminarla.
En oposición a esta tradición, tanto Plessner como
Schmitt sostienen que el conflicto es un fenómeno insupe-
rable, ligado a la condición humana; en cambio, conciben
el orden como lo contingente. esto es, lo que en todos los
casos puede ser de otra manera. Desde esta perspectiva, el
conflicto político no es una manifestación de la irracionali-
dad 0 imperfección del hombre, sino un dato fundamental.
ante el cual los individuos se ven impulsados a desarrollar
su racionalidad. Lo racional no consiste en conocer y apli-
car un orden universal y necesario que suprima la lucha,
sino en implementar procedimientos que permitan mane-
jar el conflicto y, de esta manera, constituir un orden que
sirva a los hombres como refugio y como orientación en el
caos mundano. Pero cada uno de esos órdenes es un artifi-
cio particular; no hay ningún orden “verdadero” o con vali-
dez universal al que deban adecuarse todos los demás. El
tomar conciencia de este hecho signilìca para Plessner y
Schmitt reconocer el pluralismo del mundo humano (el
piufivm-so, como dice el segundo), en el cual tiene su raíz el
conflicto político. Ello implica, además, que la política no
puede reducirse a otra actividad, ni puede juzgarse con un
criterio externo a ellas
Schmitt acepta que las teorías que perciben al hombre
como “malo” estánmás cerca de comprender el fen ómeno
político que aquellas que predican que es un ser “bueno”,

3 E1 ser uno de los primeros autores que delìende la autonomía de lo


político respecto a la mmal es uno de los grandes méritos que recono-
ce Schmitt de Maquiavelo. "Tal es el destino que iuvo Maquiavelo, el
cual, si llega a ser un maquiavelista, en lugar de escribir El Pvínnpe,
habría escrito más bien un libro plagado de sentencias conmovedo-
ras', CP, p. 94.
28 / cmmø y mfliio. sfhmiii y.-iman ia aafineisn da 10 patata»

Porque sólo las primeras son capaces de comprender la


especificidad del conflicto político. Sin embargo, agrega
que el error de todas ellas es acudir a términos morales
para calificar la raíz humana del conflicto político. Para
Schmitt la distinción política amigo-enemigo es autóno-
ma y, por tanto, irreductible a la dualidad propia de la
moral bueno-malo. Incluso, según este representante del
decisionismo, la distinción propia de la política no sólo es
independiente dela moral, sino que también la precede.
La argumentación que sustenta esta tesis puede recons-
truirse de la siguiente manera:
1. El uso moral de los términos “bueno” y “malo” pre-
supone la existencia de un orden, en el que se definen los
contenidos de las reglas que nos permiten calificar a una ac-
ción de buena o mala.
2. El orden no es una realidad dada con validez univer-
sal, sino el resultado de una decisión soberana.
3. Por tanto, tiene que asumii-se que la decisión de aquel
o aquellos que detentan el poder soberano precede y funda-
menta el lenguaje moral y su distinción entre bueno y malo.
A esta argumentación schmittiana subyace una posi-
ción an tiuniversalista, para la cual la validez de las normas y
valores siempre hace referencia a un contexto particular y a
las decisiones que en ese contexto han tomado los indivi-
duos. (“Los valores son puestos e impuestos. Quien afirma
su validez tiene que hacerlos valer. Quien dice que valen,
sin que una persona los haga valer, se propone engañar.”)
Precisamente los amigos son aquellos que comparten un
conjunto de valores y normas concretos, que les permiten
llegar a un consenso básico. Los amigos no pueden dialo-
gar con los enemigos porque entre ellos existe un abismo,
abierto por decisiones con un contenido normativo distin-
to. Entre amigosy enemigos sólo puede darse el conflicto. 4
Según Schmitt, el universalismo del humanismo mo-
ral, lejos de superar el conflicto, lo intensifica. Porque cada
uno de los bandos en contienda tenderá a identificar sus va-
lores y normas con la universalidad, mientras que el rival se
__

4 Schmitt a diferencia de Plessner. no ve que esta tesis ya presupone uu


cierto universalismo.
La. política emm amigw y enemigas / 29

convierte en un “enemigo absoluto” de la Humanidad.


Schmi tt sostiene que el rechazo al universalismo es la única
manera en que los diferentes grupos y naciones lleguen a
reconocer el carácter particular de los valores que encarna.
Si bien esto tampoco puede eliminar el conflicto, al menos
puede ponerle un coto, el que hace posible que la guerra se
convierta en política. Cuando se acepta que el enemigo es
simplemente el otro, aquel que ha tomado una decisión
con un contenido normativo distinto, y no una criatura
malvada que viola valores universales, se puede llegar a un
compromiso (no un entendimiento) con él, que permite re-
glamentar el conflicto.
Schmitt sabe que en la historia de la humanidad no ha
sido muy frecuente el que los rivales se reconozcan como
enemagosjustos, esto es, como enemigos que asumen recípro-
camente que el otro puede de manera legítima tomar una
decisión diferente y defenderla. Por el contrario, la tenden-
cia más Fuerte es que cada uno crea defender la única “causa
justa” y, por ello, considerar al contrincante como ima cria-
tura vil e inhumana, contra la que se puede y debe aplicar
una violencia sin restricciones. Sin embargo, Schmitt obser-
va que como consecuencia del “equilibrio trágico” al que se
llegó en las guerras de religión que asolaron a Europa enla
alborada dela modernidad, un número relevante de teóri-
cos y políticos vio que la única salida al continuo conflicto
era abandonar la idea de “guerra justa" (donde cada uno
dice defender la verdad y lajusticia), y sustituirla por la no-
ción de “enemigojusto”. Este último es al que se le recono-
ce el derecho a declarar la guerra y, por eso mismo, el
derecho a negociar la paz ola tregua, esto es, la legitimidad
de hacer política.
Schmitt atribuye la realización de este “gran progreso”
de la Humanidad a la acción de los estados absolutistas (el
Estado gubernativo, el Estado clásico europeo). Según él,
es la autoridad central, que caracteriza a este tipo de orga-
nización estatal, la que logra imponer, gracias a su decisión
soberana, un orden nacional y definir al “enemigo justo”
como aquél que actúa fuera de sus fronteras. Con ello, el
conflicto se traslada de los grupos que dicen luchar por una
“causajusta" a la relación entre estados soberanos que se re-
30 / cmmfl y wnflaao. sarmm y Amat.- za aefifleión aa zo poza@

conocen como tales. Es esto, a su vez, lo que permite el aco-


tamiento y la reglamentación de la guerra (die Hegung des
Krieges) a través delju.-r Publicum Europaeum.
La enseñanza que desprende Schmitt de esta experien-
cia histórica es que el monopolio estatal de lo político re-
presenta la única manera de limitar la enemistad y, por este
camino, garantizar la paz, la seguridad y el orden al interior
de la nación.
Al Estado en su condición de unidad esencialmente políti-
ca, le es atribución inherente el im bella', esto es, la posibili-
dad real de llegado el caso, determinar por propia decisión
quién es el enemigo y combatirlo [...] Sin embargo la apor-
tación de un Estado normal consiste sobre todo en producir
dentro del Estado y su territorio una pacificación completa,
esto es, en procurar "paz, seguridad y orden" y crear así la
situación normal que constituye el presupuesto necesario
para que las nomiasjurídicas puedan tener vigencia en ge-
neral, ya que toda norma presupone una situación normal
y ninguna norma puede tener vigencia en una situación to-
talmente auómala por referencia a ella.5

Schmitt e s consciente de que el mon opolio estatal de lo


político es aterrador, pues sigriilìca que el Estado tiene la
capacidad de disponer de la vida de los ciudadanos, al po-
der exigirles que maten y mueran en la guerra con otros es-
tados, que han sido declarados por él como enemigos. Esto
se compensa, según él, porque el Estado, mediante su sobe-
ranía, monopoliza la decisión que establece la frontera en-
tre amigos y enemigos; y con ello impide, al quitar a los
ciudadanos el derecho de convertir a su rivales privados en
enemigos políticos, que la relación de enemistad se extien-
da al interior dela nación. Esta tesis se basa en el cuestiona-
ble supuesto de que el monopolio de lo político le permite
al Estado imponer un orden y, con ello, convertir al pueblo
en una comunidad de “amigos”, Por su parte, es la creencia
de que el pueblo es una realidad homogeneizable, capaz de
convertirse en una comunidad de amigos politicos, lo que
lleva a mantener la fórmula: centralización del poder = es-

5 C. Schmitt, CP, pp. 74 y 75.


LA política entre amigo: y memigas / 31

tabilidad del orden = seguridad de los ciudadanos. En con-


tra de esta fórmula se puede comprobar empíricamente
que el “pueblo” en las naciones modernas es una realidad
plural y conflictiva; por lo que todo intento de homogenei-
zarlo, lejos de permitir la estabilidad y la seguridad. lleva a
la escalación de la violencia.
El supuesto de que el pueblo puede ser homogeneiza-
do por el Estado conduce a que Schmitt eleve al rango de
criterio normativo la reducción de la política ala diploma-
cia (la relación entre estados soberanos). Por ello, para él, la
actividad política que tiene sus raíces en la pluralidad inter-
na de las naciones modernas es sinónimo de disolución del
orden y de guerra. La relación entre el disidente y el Estado
sólo puede ser, para Schmitt, una relación policiaca 0,
cuando el disidente adquiere el suñciente poder para cues-
tionar el monopolio estatal de lo político, una guerra civil.
Lo que Schmitt alaba como la "pacificación" de la sociedad
por el Estado es, en realidad, la continuación de una guerra
civil con los medios de un Estado policiaco; el triunfo de
uno de los bandos, que le permite reducir a sus rivales al
status de delincuentes.

El enemigo liberal

Para Carl Schmitt la relación amigo-enemigo es una deter-


minación esencial de la condición humana, que define la
especificidad tanto de la práctica como de la teoría política.
Por eso, de acuerdo con esta perspectiva, todos los concep-
tos de la teoría política tienen carácter polémico:
Se formulan con vistas a un antagonismo concreto, están
vinculados a 'una situación particular cuya consecuencia
última es una agrupación según amigos y enemigos (que
se manifiesta en guerra o revolución), y se convierten en
abstracciones vacías y farttasmales en cuanto pierdevigen-
cia esa situación.
Asi, para entender un concepto político se requiere si-
tuarlo en el contexto en que se usa, para establecer que se
busca defender y combatir con él.
El concepto de Estado de Derecho, por ejemplo, adquiere
un significado predso cuando es utilizado por los teóricos
32 / ctmm y wapa». sama yamai.- za dsfiniføfl da ia poza.-to

del liberalismo para oponerlo al Estado Absolutista. Pero


dicho concepto adquiere otro sentido cuando se utiliza
para contrastarlo con el llamado “Estado de bienestar” 0
cualquier otra forma de organización estatal que no se pro-
ponga exclusivamente garantizar el orden jurídico. De la
misma manera, la plena comprensión de la definición de lo
político que ofrece Schmitt exige aplicar su propio criterio,
esto es, determinar el contexto polémico en el que surge.
Schmitt considera su definición de lo político como un
arma en la lucha contra la visión liberal de la sociedad y las
consecuencias que ésta tiene en la práctica política. Este re-
presentante del decisionismo asume que el liberalismo es
su enemigo teórico, debido a que este se opone a esa “joya
de la forma europea y del racionalismo occidental" que es
el Estado soberano, aquel que tiene la capacidad de mono-
polizar lo político y, gracias a ello, de pacificar la nación.
IA cuestión es, sin embargo, si el concepto puro y conse-
cuente del liberalismo individualista puede llegar a obte-
ner una idea específicamente política. la respuesta tiene
que ser negativa. Pues la negación de lo político que con-
tiene todo individualismo consecuente conduce, desde
luego, en la práctica política a una desconfianza contra
todo poder político y forma de Estado, pero nunca a una
teoría positiva propia del Estadoy la política [..,] La teoría
sistemática del liberalismo se refiere casi en exclusiva a la
lucha política interna contra el poder del Estado, y aporta
toda una serie de métodos para inhibir y controlar ese po-
dery ponerlo al servicio de la protección de la libertad in-
dividual y de la propiedad privada. Se trata de convertir al
Estado en un compromiso', y sus instituciones en "válvu-
las" {...]6

6 Carl Schmitt, CP, p. 98. Desde otro punto de vista valomtivo la critica
de Schmitt al Liberalismo parece un elogio. “Todo el pathos liberal se
dirige contra la violencia y la falta de libertad. Toda constricción o
amenaza a la libertad individual, por principio ilimitada, 0 a la pro-
piedad privada 0 a la libre competencia es violencia y, por lo tanto eo
ipso, algo malo. lo que este liberalismo deja en pie del Estado y de la
política es únicamente el cometido de garantizar las condiciones de la
libertad y de apartar cuanto pueda estoi-haria", p. 99.
la política mhz amigos y enemigos / 33

Desde el punto de vista de Schmitt, el liberalismo es la


expre sión teórica de los intereses de la burguesía, esa “clase
discutidora", que pretende controlar y dividir el poder del
Estado, hasta convertirlo en un instrumento de su domina-
ción económica. Pero Schmitt advierte que el intento de ha-
cer del Estado un instrumento de los poderes sociales no es
exclusivo del liberalismo, sino que también ha sido asumi-
do por otros grupos y clases sociales, así como por otras teo-
rías políticas, incluso por aquellas que, como el marxismo,
son rivales del liberalismo.
Hoy no existe nada más modemo que la lucha contra lo po
lítico. Banquems americanos, técnicos industriales, marxis-
tas y revolucionarios anarcosindicalistas se unen en la
exigencia de que la unilateral dominación política sobre la
imparcialidad de la vida económica sea superada. La exi-
gencia de que sólo deben existir tareas técnicas-organizati
vas y económicas-sociológicas, pero no más problemas po
líticos'
Podemos decir que los supuestos liberales son para
Schmitt el reflejo de la era moderna o, por lo menos, de
aquellos aspectos esenciales de la organización política que
caracterizan a la modernidad. Para entender la estrategia
crítica de Schmitt es preciso tener en cuenta su caracteriza-
ción del liberalismo:
Para los liberales en cambio la bondad del hombre no es
otra cosa que un argumento con cuya ayuda se pone el
Estado al sewicio de la "sociedad", y no quiere decir sino
que la sociedad posee un propio orden en sí misma y que
el Estado le está subordinado; ella lo controla con más
confianza que otra cosa, y lo sujeta a límites estrictos [...]
Pues si bien es cieno que el liberalismo no ha negado radi-
calmente el Estado, no lo es menos que tampoco ha halla-
do una teoría positiva ni una reforma propia del Estado,

7 1bía'.,PT, p. 82. Para Schmitt el marxismo, en la medida en que subor-


dina la política a la dinámica económica. tampoco ofi'ece una alternati-
va a la visión del mundo liberal. El gran empresario no tiene un ideal
diferente al de Lenin, es decir. una 'tierra elect.r¡f1cada'. Ambos discu-
ten en realidad sólo sobre el método correcto de electrificación".
34 / Cortmuo y conflicto. Schmitt y/inmdl: la definicíón de la político

sino que tan sólo ha procurado vincular lo politico a un


ética y someterlo a lo económico; ha Creado una doctrina
de la división y equilibrio de los "poderes", esto es, un sis-
tema de trabas y controles del Estado que no es posible ca-
lificar de teoría del Estado o de principio de construcción
política. 8

Frente a esta descripción del liberalismo es necesario


hacer algunas precisiones. El liberalismo no parte de la pre-
misa de que el hombre es bueno por naturaleza; por el con-
trario, gran parte de los teóricos del liberalismo comparte el
pesimismo antropológico de Hobbes y del propio Schmitt.
De acuerdo con este “pesimismo”, en una supuesta situa~
ción donde no hubiera ningún control político (el llamado
estado de naturaleza), se daría un conflicto permanente y ge-
neralizado, tšue impediría el desarrollo de las otras activida-
des sociales. De hecho, el liberalismo es más consecuente
en su “pesimismo” antropologico que Schmitt, ya que si los
hombres constituyen al Estado para protegerse de sus seme-
jantes, y una parte de éstos son los que controlan el poder es-
tatal, la pregunta obligada es: ¿qué garantiza que los
titulares del poder político respeten el orden social y cum-
plan con su función de ofrecer seguridad alos ciudadanos?
Cuando los liberales abordan el tema del con trol del Estado,
mediante la división de poderes y los procedimientos demo-
cráticos, sacan la conclusión última de eso que Schmitt de-
nomina “pesimismo antropológico”.
La diferencia esencial entre el liberalismo y el decisio-
nismo de Schmitt no se encuentra, por tanto, en la valora-
ción antropológica que subyace a estas teorías. Sus
diferencias respecto al papel que debe desempeñar el Esta-
do provienen de sus distintas concepciones del orden so-
cial. Mientras que Schmitt -al igual que Hobbes-¬ sostie-
ne que la decisión de la autoridad soberana es el funda-
mento que sustenta el orden social, los liberales rechazan la

s ma., cr, p. eo.


9 Sobre la actualización y uso de los supuestos de este llamado " pesi-
mismo" véase: Robert Noziclt, Amzfquía, Estado y Utopía, México,
FCE. lQ8B.
Lq. política entre amigos y enemigas / 35

tesis de que el origen y mantenimiento del orden social sea


el resultado de la acción política de un poder central. Para
estos últimos no hay ningún "centro" de la sociedad, pues
destacan que ésta es un efecto de la interrelación de los in-
dividuos en los diversos campos y actividades, que trascien-
de la voluntad del individuo. Es por eso que para el
liberalismo el Estado sólo puede ser un garante del orden
social, pero nunca su creador.
El “optimismo” de algunos representantes del liberalis-
mo no es una consecuencia de sus premisas antropológicas,
sino del supuesto de que las acciones de los individuo s, gra-
cias ala mediación del orden social, tienden de manera es-
pontánea al equilibrio, esto es, a la coordinación del interés
particular y del interés general. Es este supuesto, herencia
del iu snaturalismo, el que lleva a desvalori zar lo político. Si
existe un orden espontáneo que trasciende la arbitrariedad
de los hombres, pero que puede ser conocido por ellos para
orientar su conducta, entonces la fimción que se le asigna a
la política se limita a garantizar la dinámica de dicho orden
contra la agresión inacional de algunos individuos. El or-
den se considera como lo necesario, y el conflicto como lo
accidental, que puede, gracias a un control efectivo, reducir-
se al mínimo.
Así el concepto político de la lucha se transforma en el
pensamiento liberal, por el lado económico, en compe-
tencia, y por el otro lado, el lado espiritual', en discusión,
En lugarde la distinción clara entre los dos estados opues-
tos 'guerra' y 'paz' aparece aquí la dinámica de la compe-
tencia eterna y de la eterna discusión. lo
La definición de lo político que propone Schmitt se di-
rige contra la creencia liberal en un orden “prepolítico”, ca-
paz de "neutralizar" el conflicto. La tesis implícita en la
definición schmittiana de lo político consiste en afirmar
que no hay un principio u orden universal capaz de supri-
mir el conflicto y que ello tiene como consecuencia el que
ningún ámbito de la sociedad pueda escaparse de la rela-
ción amigo-enemi go que define la dimensión política. Des-

10 Carl Schmitt. CP, pp. 99-100.


36 / emm» y ampara. sama: y Amat- za aasflffaa ds to paran@

de esta perspectiva, lo político, antes de ser un subsistema


diferenciado de la socie dad, es cierto grado de intensidad
de la asociación-disociación de los hombres, que se mani-
fiesta en todos los subsistemas sociales. Si los liberales cre-
yeron encontrar en la dinámica mercantil ese orden
“prepolítico”, Schmitt destaca que en el sistema económico
tampoco existe un orden con validez universal y necesaria
capaz de “neutralizar” o superar los conflictos. Schmitt es
de la opinión que si lo económico adquiere un carácter po-
lítico no se debe a intromisión maligna del Estado, sino al
hecho de que los propios antagonismos económicos, al
agudizarse, se han convertido en políticos y que, incluso,
han llegado a someter al Estado.
La política será también en el futuro, para bien y para
mal, nuestro destino. La importancia actual de la obra de
Schmitt reside en la serie de argumentos, que se exponen
a lo largo de toda su obra, contra el supuesto de un orden
“prepolítico” equilibrado, que garantiza, en la medida
que nada “irracional” se oponga a su dinámica, el desarro-
llo armónico de la sociedad y la “neutralización" del con-
flicto. La actualidad de la postura schmittiana resalta
especialmente cuando se observa que dicho supuesto libe-
ral sigue conserwfándose como un principio de legitima-
ción de una política supuestamente tecnocrática. Sin
embargo, la crítica ala creencia en un orden "prepolítico”
fue realizada, antes que lo hiciera Schmitt, por un gran
número de representantes del propio liberalismo (pense-
mos, por ejemplo, en john Stuart Mill, Weber, Keynes,
etc.). Desde el momento en que resultó imposible eludir el
hecho de las crisis económicas y que los antagonismos po-
líticos adquirían un carácter politico, muchos autores libe-
rales cuestionan la idea de un equilibrio espontáneo y
revaloran la dimen sión política. Pero estos liberales críti-
cos no retoman a la vieja tesis de la necesidad de crear un
poder político centralizado capaz de ordenar la sociedad.
Por el contrario, respondiendo ala experiencia de la com-
plejidad de las sociedades modernas, niegan la-eitistenr:ia
de un “centro” de la sociedad, así como de una “razón de
Estado", ala que deban subordinarse los individuos. Su al-
ternativa es recuperar el ideal de la "República democráti-
La política entre amigas y enemigos / 3 7

ca" capaz de garantizar políticamente el equilibrio de los


poderes sociales.
Un ejemplo de este liberalismo crítico se encuentra en
la teoría de Helmuth Plessner, en la que el propio Schmitt
se apoya, como hemos mencionado en el anterior aparta-
do. Tanto Schmitt como Plessner sostienen que la distin-
ción amigo-enemigo es el criterio que nos pen-nite
distinguir la especificidad de lo político, v que dicha distin-
ción tiene sus raíces en la pluralidad y contingencia del
mundo humano. Por su parte, Schmitt afirma que la plura-
lidad -lo que él llama “pluriverso”-- es una característica
que nos remite a la diversidad de estados soberanos y sus
naciones; al mismo tiempo afirma que la pluralidad puede
y debe suprimirse al interior de la nación para lograr que
en ella reine la paz, el orden y la seguridad. En cambio,
Plessner destaca que la pluralidad es un atributo insupera-
ble del mundo humano, tanto al exterior como al interior
de la nación.
Schmitt considera que el “mito de la nación” puede
convertirse en una fuerza vital capaz, en la medida que se
mantiene la soberanía estatal, de homogeneizar al pueblo
hasta convertirlo en una comunidad de amigos. Para Pless-
ner, el intento de identificar la nación y la comunidad (Ge-
meinschaft) es una ilusión peligrosa, propia de las ideo-
logías nacionalistas, ya que puede llevar a desencadenar y
legitimar el uso de la violencia sin límites, comomedio para
homogeneizar el pueblo que conforma una nación. Aque-
llos que creen que la nación es 0 puede llegar a ser una co-
munidad, consideran a todo disidente como un “enemigo
absoluto”, con el que no es posible llegar a un acuerdo.
Schmitt y Plessner coinciden en que la pluralidad está
ligada al conflicto y que la única manera de controlar este
último (no de suprimirlo) es que cada uno de los rivales re-
conozca al otro como un “enemigojusto”, es decir, como un
enemigo que tiene el derecho de encarnary defender otros
valores. Para ambos au totes es el reconocimiento recíproco
de los enemigos lo que permite que el conflicto deje de ser
una lucha sangrienta y adquiera un carácter político en sen-
tido estricto. Pero Plessner, en contraste con Schmitt, afir-
ma que ese reconocimiento no sólo se debe dar entre los
38 / ca-mm y mfliai. sama: y Amat; ia iiafiiia-ta-t te la pararse@

estados soberanos, sino también entre el Estado y los ciuda-


danos, así como entre estos últimos. Plessner ve el sostén de
la democracia en el reconocimiento recíproco de los rivales
políticos como enemigos que tienen el derecho a tener de-
rechos.
A diferencia de la Lradición teórica que define a la de-
mocracia a partir de una voluntad general, Plessner consi-
dera la democracia como un mecanismo que permite
escenificar los conflictos y, al mismo tiempo, garantizar la
estabilidad del orden social. El “enemigo político" en un
sistema democrático no es un ser infrahumano, ni un delin-
cuente que transgrede valores universales, sino tan sólo
aquel que representa intereses, valores y alternativas de ac-
ción tan contingentes como los intereses, valores y alterna-
tivas de los amigos políticos. La continuidad del juego
democrático requiere que el rival que ha sido derrotado en
la lid electoral mantenga sus derechos)/, con ellos, la posibi-
lidad de que en un momento posterior su postura llegue a
obtener los votos de la mayoría. El principio democrático
de la alternancia de los partidos políticos en el poder se
fundamenta, precisamente, en el hecho de que un procedi-
miento electoral no garantiza que el vencedor tenga la ver-
dad o que encarne la opción correcta.”
Al igual que Schmitt, Plessner sabe que es muy difícil
que los enemigos lleguen a reconocerse como "personas",
porque la tendencia espontánea de todo individuo o gru-
po, para reafirmar la creencia enla validez de su propia for-
ma de vida, es rechazar lo extraño, ya sea negando todo
valor al otro o considerando que se encuentra en un estadio
inferior de un supuesto desarrollo universal. Es por eso que
Plessner percibe las dificultades que existen para acceder y
conservar un sistema democrático. Pero él no cree en la po-
sibilidad de revivir la vieja comunidad. Por el contrario, su
esperanza de que el reconocimiento de la pluralidad pueda
generalizarse y, de esta manera, se consolide la democracia,
reside en el fenómeno que un gran número de teóricos .con-

ll Sobre la relación entre democracia y escepticismo véase también:


Hans Kelseri, Vtm Wes:-ri u-nd War der Demalmztie, Tübingen, ].C.B.,
Mohr, 1929.
La política entre amigos ji enemiga /

sidera un desastre de la modernidad, a saber: el escepticis-


mo frente a los valores, el llamado “desencanto del
mundo", producido por la disolución paulatina de las co-
munidades en el proceso de modernización.
Plessner acepta que el dermmbe de las creencias y mi-
tos tradicionales representa un problema para la integra-
ción dela sociedad, puesto que aquéllos constituían el nivel
normativo común que permitía coordinar y orientar las ac-
ciones en las comunidades. Pero, a diferencia de los críticos
románticos de la modernidad, él no piensa que este proble-
ma pueda superarse rescatando la comunidad 0 las certi-
dumbres que ellas ofrecían a los individuos. Plessner
sostiene que en las condiciones que imperan en la moder-
nidad es imposible mantener por mucho tiempo el aisla-
miento v todo intento de "regresar" a una comunidad
cerrada. lejos de permitir a los individuos recuperar la se-
guridad, potencia la enemistad y el riesgo de la violencia.
Todo grupo que busca defender su identidad, sustentándo-
la en valores absolutos, transforma al otro en “ enemigo ab-
soluto", con el que no es posible negociar en términos
políticos.
En consecuencia, la única alternativa para disminuir el
riesgo de la violencia es la radicalización del escep Licismo.
Valor para mantener un escepticismo sin reservas es un
método para que el hombre, aceptando la inseguridad,
pueda reencontrarse [...] Sólo el reconocimiento del ca-
rácter insondable e indeterminado del hombre abre la
oportunidad de encontrar de nuevo un lugar a los valores
del Humanismo ilustrado [,..] Este escepticismo será su-
peiado, sólo cuando lo realicemos. 12
Plessner plantea que sólo la radicalización del escepti-
cismo, sin eludir los riesgos y los costos que ello implica,
permite negar la validez absoluta tanto de los valores que
deiinen la identidad del enemigo, como de los valores que
definen la identidad propia y de los amigos. Es la diferen-
ciación entre los valores que definen las identidades parti-

12 H . Plessner, "Die Aufgabe der philosophischen Anthropologie”, en:


Geiammelie Schnflen VIII, Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1981, p. 41.
40 / Cwunuo y conflicto. Schmitt y/irmdt: la definición de lo polüico

culares y la pretensión de validez absoluta, la condición


para que los rivales se reconozcan recíprocamente como
“enemigos políticos" y, de esta manera, puedan defender
su identidad y dirimir sus conflictos a través de una acción
política en sentido estricto.
Por otra parte, en contraste con Schmitt, Plessner sos-
tiene que el escepticismo implícito en el reconocimiento
del politeísmo de los valores no tiene que desembocar de
manera necesaria en un relativismo, para el cual lo único
que vale es el poder de una voluntad para iniponer su deci-
sión sobre lasotras. Para Plessner, el “escepticismo sin ne-
sen-as" es el camino para rescatar la pietensión de validez
universal de ciertos valores fundamentales, diferenciándo-
los de los que definen las identidades particulares. Dichos
valores fundamentales son aquellos que garantizan la inte-
gridad delos amigos y los enemigos en su lucha política.
Plessner admite la tesis de Schmitt, respecto a que la
guerra es el presupuesto de la política; pero de inmediato
agrega que la guerra es también el fracaso de la política,
porque en esta última encuentra su especificidad en la crea-
ción de las condiciones sociales que hacen posible la coexis-
tencia del conflicto y del orden. Para Plessner, la creación
de estas condiciones no puede ser sólo una labor de un
Estado o de los políticos profesionales, sino el resultado de
la acción de todos los ciudadanos o, por lo menos, de un nú-
mero nelevante de ellos. En este sentido, aunque Plessner
ve en el monopolio estatal de la violencia legítima una con-
dición que facilita acceder a dichas condiciones, rechaza de
manera radical el monopolio estatal de lo político.
Guerra y política
In guerra no se ju.stg'fica no-nnafiuammie,
:_: un hecho enlslmtcial
Carl Schmitt

ara Schmitt, uno de los más grandes acontecimientos


Pde la historia política dela humanidad es la reglamen-
tación de la guerra (die Hegung des Krieges) a través del
fui Pubhcum Eumpaeum. Esta primera forma de derecho
internacional se basa en el reconocimiento recíproco de
los estados soberanos como tales. Una delas consecuen-
cias más importantes de dicho reconocimiento es la
transformación de la figura del enemigo. En las luchas
religiosas que precedieron a este derecho, cada uno de
los bandos decía luchar por la “causajusta” y, por tanto,
se consideraba al rival como un "enemigo absoluto”, esto
es, un hereje que transgrede valores universales. En cam-
bio, al reconocerse los estados, cada uno acepta que el
otro puede llegar a ser un “enemigo justo” (iustus hostia),
que tiene el derecho a declarar la guerra (ius ad beliumj,
pero, por eso mismo, también el derecho a firmar un tra-
tado de paz.
El mérito del derecho público europeo reside, para
Schmitt, en haber diferenciado el derecho y la moral, lo
que, a su vez, permitió distinguir la relación amigo-ene»
migo dela dualidad bien y mal. Cuando cada una de las
partes en conflicto considera que lucha por una “causa
justa", que se identifica con el bien, entonces el rival se
42 Í Cørumso y conflicto. Schmitt y Armdt: la dejìnicíón de lo político

convierte en la “encarnación del mal". El gran peligro de


las guerras en las que los participantes creen defender va-
lores absolutos o se plantean desterrar el mal del mundo,
reside en que en ellas se legitima el uso indiscriminado y
total de la violencia. Por el contrario, cuando los rivales
reconocen de manera recíproca su calidad de "enemigos
justos", pueden llegar a ponerse de acuerdo sobre ciertas
reglas que limiten la violencia, por ejemplo, el cuidado de
los heridos, el respeto de los prisioneros, la prohibición
de ciertas armas. También es posible establecer distincio-
nes claras entre las situaciones de pazy de guerra, entre el
ámbito militar y el civil, etc.
Por eso, Schmitt, en la medida que presupone que la
relación de enemistad y la guerra son fenómenos insupe-
rables del mundo, ve en el derecho público europeo una
“obra de arte de la razón humana", que crea las condicio-
nes para relativizar las hostilidades, al sustituir la noción
de “causajusta" por la de "enemigo_justo”. Según él, gra-
cias ala vigencia de este derecho público, durante dos si-
glos no tuvo lugar en suelo europeo ninguna guerra de
aniquilación.
Schmitt admite que la tendencia a que cada uno de los
contrincantes en una guerra asocie su posición con el bien y
perciba al otm como “el malo" es muy fuerte. Esto propició
que las conquistas del derecho público europeo no se ex-
tendieran a otros ámbitos geográficos y que, en la propia
Europa, se abandonara posteriormente.
Para explicar el destino trágico del derecho público eu-
ropeo, Schmitt recurre a la teoría de Carl von Clausewitz.
Este militar prusiano sostiene que la guerra oscila entre dos
extremos en tensión, a saber: la escalaciófn y la mode-ración
(Mälìigung) de la violencia. El grado en que el conflicto bé-
lico se acerque a uno de estos dos extremos da lugar a dife-
rentes tipos de guerra; desde la guerra de exterminio,
hasta la “ paz armada”, la que representa un límite, mas allá
del cual se extiende la práctica política. A partir de su deli-
nición de la guerra como “un acto de violencia para obligar
al contrincante a cumplir con nuestra voluntad", la tesis de
Clausewitz es que "la violencia que debe aplicarse a nuestro
enemigo depende del grado de nuestras exigencias políti-
Guerra y política / 43

cas”.1 Es decir, la intensidad de la guerra depende de lo


que el llama el tacto dzljuiíeio (Takt des Urteils) de la direc-
ción política. Cuanto mayores sean las exigencias de esta
última, mayor tendrá que ser la violencia que se emplee
para doblegar al contrincante.
Cuando la dirección política exige al enemigo no sólo
la rendición, sino también el que asuma la validez de sus va-
lores, la escalación de la violencia es inevitable. Por el con-
trario, cuando la dirección política reconoce que se enfren-
ta a un "enemigo conforme a derecho", que defiende su
propia posición e intereses, la regulación y la clara delimi-
tación de la guerra resultan factibles.
Desde el punto de vista de Schmitt, cuando la burgue-
sía se autopmclama representante del “interés general" y
afirma que sus valores tienen validez universal, propicia la
reunificación de la relación de enemistad y la moralidad,
De esta manera, se crean las condiciones que conducen a
romper con los límites v regulaciones qu)e el derecho públi-
co europeo había impuesto a la guerra." La burguesía libe-
ral se había propuesto “neutralizar” y “despolitizar" los
conflictos sociales, al transformarlos en competencia eco-
nómica, por un lado, y, por el otro, en discusión ética racio-
nal, Pero, para Schmitt, la pretensión de validez universal

1 Carl von Clausewitz. I/om Kfiege (selección), Bonn. l980, p. 960.


Scmitt sobre Clausewitz: “la guerra no es sino la prosecución de la
política con otros medios. Para él la guerra es 'mero inslnimento de
la politicafi Y ciertamente la guerra es también eso; lo que ocurre es
que sn signilìmción para el conocimiento de la esencia de lo político
no se agota con esa proposición. Y si se mira más atentamente, tam-
poco para Clanseviiu es la guen-a una más entre los diversos instru-
mentos de la política. sino que constituye la 'última ratio' de la
agrupación según amigos y enemigos. La guerra posee su propia
'gramática' (sus propias reglas técnico-militares). pero la política es y
sigue siendo su `cen:bro'; la guena no posee ningunz 'lógica propia”.
CP, pp. 63-64 (nota l0)_
2 Al igual que Clansewitz, Schmitt considera que la pérdida de la vigen-
cia del derecho público europeo es una consecuencia de la Revoln-
ción Francesa. Según Clauscwiu, la Revolución "llevó a que el
elemento bélico estallaia con la integridad de su fuerza natural y se li-
benra de toda barrera convencional". CP, p. 972.
44 / cmmw ;.- mflmø. suman yfimaø.- za afineián de lo pozffam

de la teoría liberal tenía que conducir de manera necesaria


al renacimiento de la figura del “enemigo absoluto".
La forma de argumentar en esta crítica al liberalismo es
la siguiente: si se cree en la existencia de un orden con vali-
dez universal que se manifiesta tanto en las leyes del merca-
do, como en las normas morales, se asume, de manera
explícita o implícita, la posibilidad de una reconciliación
social e incluso de una “paz perpetua". Porque se supone
que, en la medida que los hombres son seres racionales,
pueden llegar a reconocer la validez de ese orden y usarlo
como instancia de coordinación de sus acciones. Pero, al
mismo tiempo, se considera que todo individuo que recha-
ce 0 se encuentre fuera de dicho orden, es decir, del statu
quo de la sociedad liberal, actúa “irracionalmentc" y que,
por tanto, se tiene el derecho a reprimirlo y, en caso de re-
sistencia, de aniquilarlo.
La conclusión de Schmitt es que, a pesar de las grandes
diferencias que existen entre las ideologías religiosas y el ra-
cionalismo liberal, ambos comparten un universalismo mo-
ral, qne tiene como efecto generar una escalación de la
violencias Como lo prueba, según Schmitt, el hecho de que
al igu al que las primeras potencias religiosas utilizaron la re-
ligión para justificar la opresión e incluso el exterminio de
otros pueblos, la burguesía en sus empresas coloniales apela
a las nociones de progreso y razón para los mismos fines.
En oposición al liberalismo, Schmitt afirma que la rela-
ción amigo-enemigo, la cual es un supuesto común de la
política y la guerra. es un hecho existencial que tiene sus
raíces en la pluralidad del mundo humano y, ligado a ella,
en el politeísmo de los valores. Para Schmitt, en la medida
que no es posible desterrar la guerra y que toda condena de
la guerra sólo tiene como resultado la intensificación de la

3 Matthias Kaufmann resume la tesis antiuniversalista dc Schmitt de la


manera siguiente: “No es deseable ni posible ordenar una comuni-
dad humana a uavés de reglas que puedan ser justilìcadas racional-
mente cou criterios universalmente válidos... Carl Schmitt considera
que toda moral con pretensión de validez universal es inhumana,
Pues, según su opinión, ella permite la destrucción de los inmorales".
¿Derecho sin reglas?,México, Fontamara, 1991, p. 6.
Guemz y política/

relación de enemistad, la alternativa se encuentra en reco-


nocer al rival como un “enemigo real A diferencia del
enemigo absoluto, el enemigo real no es considerado como
un obstáculo en la realización de valores absolutos 0 como
una amenaza de la humanidad, sino que es, simplemente,
el otro, que defiende sus propios valores e intereses y que
tiene el derecho a declarar la guerra (íwtus hearts) y a Firmar
un tratado de paz.
La propuesta de reconocer la pluralidad y el politeísmo
de los valores subyace también a la apología que hace
Schmitt del "guerrillero" que defiende su territorio y su for-
ma de vida particular contra las potencias coloniales y sus
pretensiones universalistas. Schmitt ve en el guerrillero el úl-
timo refugio de una “enemistad real”. Sin embargo, advierte
que la actual guerra de guerrillas ha sido absorbida por la
tendencia mundial en la que se reunifica el conflicto político
y la moral universalista. Ello sucede porque la resistencia del
guerrillero contra la potencia invasora es utilizada por una
tercera potencia hostil a la anterior. Los partisanos se con-
vierten en los peones dentro del conflicto entre las potencias
mundiales, las cuales ofrecen a los primeros su apoyo o se lo
niegan según convenga a sus intereses.
Carl Schmitt comparte con Ernstjün ger la idea de que
en todos los tipos de guerra del siglo XX se ha perdido el
código de honor que caracterizaba a la guerra clásica. Uno
de los principios básicos de ese código era el no estigmati-
zar al adversario como un criminal, sino reconocerlo como
un enemigo real, con el que se puede llegar a un acuerdo
sobre la forma de regular el conflicto y de linalizarlo. En
contraste con ello, la guerra del mundo tecniñcado se
transforma en una "movilización total" contra un “enemi-
go absoluto”, que adquiere un carácter abstracto e imperso-
nal. Dicha movilización total es una prolongación del
proceso productivo y su racionalidad instrumental, en don-
de la figura del "trabajador", en tanto su rendimiento ad-
quiere un carácter directamente militar, desplaza a la del
soldado. Este último se convierte en un “asalariado de la
muerte”, en un trabajador más dentro del inmenso aparato
técnico de producción y destrucción.
46 J cmiam i» cmflew. srhmiri y Amar.- ia affifiarófi to i » patera@

En la movilización total se da una inversión del senti-


do; ya no es el hombre el fin último y el trabajo el medio
para satisfacer sus necesidades, sino que el proceso produc-
tivo adquiere el carácter de fin en sl mismo, mientras que
los hombres son degradados a ser simple material hurrumo.
En este contexto la guerra ya no es una continu ación de la
política, sino una prolongación de la economia, dominada
por una dinámica que trasciende la voluntad y las decisio-
nes de los individuos. La movilización total precisa del
“enemigo absoluto" para poder subsistir, incluso en los mo-
mentos de paz.
Un mundo sin guerra sería, desde la óptica de Schmitt,
un mundo sin política. Pero, según el, este mundo apolíti-
co, es algo no sólo indeseable, sino también algo imposible
de alcanzar. Todo intento de suprimir la guerra, de trans-
formarla en competencia económica y en discusión racio-
nal, produce una intensificación de la enemistad y el
resurgimiento del “enernigo absoluto". Para este teórico, el
gran peligro que enfrenta la humanidad es que la guerra se
le gitime con base en un discurso en el que se propone al-
canzar una "paz perpetua”. La “última guerra”, es decir, la
guerra que se plantea eliminar al “enemi go absoluto” para
lograr una pacificación global, sería, con los medios técni-
cos que se poseen hoy en día, la guerra delfiri del muniío.
El análisis que realiza Schmitt de las transformaciones
de la guerra modernay de la figura del enemigo está enca-
minado a criticar la actitud de las potencias triunfadoras
de la Primera Guerra Mundial con Alemania. De acuerdo
con su visión de los hechos, cuando se acusa a la nación
alemana de ser la agresora y se le condena a pagar un alto
precio económico, social y territorial se viola el derecho
público europeo. al desconocerse el ia.: ad belium de los es-
tados soberanos. Schmitt ve en la visión tecnocrática, el li-
beralismo y el socialismo los factores esenciales que pro-
piciaron el resurgimiento de la enemistad absoluta, en
donde todo adversario es difamado al considerarse como
obstáculo para la paz.
La parcialidad de la posición de Schmitt es evidente (él
mismo no lo negaría), baste mencionar que en sus escritos
posteriores a 1945 no dice una sola palabra sobre la postura
Guma y política /I 47

de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Es la Ale-


mania nazi la que rompe con todas las distinciones y límites
de la guerra clásica. El nacional-socialismo es el paradigma
de una ideología que crea la imagen de un “enemigo abso-
luto", al que degrada moralmente hasta el grado de redu-
cirlo a un ser inƒraƒmmano, para después exterminarlo en
los campos de concentración. El propio Schmitt, con tradi-
ciendo sus propuestas teóricas, contribuye de manera acti-
va a forjar la imagen de la enemistad absoluta. Para
comprobarlo es suficiente leer, por ejemplo, su trabajo “La
ciencia alemana del derecho en lucha contra el esp íritu ju-
dío" (DeuLwh.e_ƒuri`.sten Zeitung, 15 de octubre de 1936), que
termina con la siguiente cita: “En la medida que me defien-
do de los judíos, lucho por la obra del Señor".
Pero mi intención no es ahora adetitrarme en una dis-
cusión histórica con Schmitt. Mi objetivo es retomar una te-
sis que este autor desarrolla en el análisis que hemos
reconstruido, para cuestionar su propia posición en rela-
ción con la política interior de una nación y el derecho. Me
refiero a la tesis en la que se sostiene que la pretensión de
validez universal de los valores lejos de producir una “neu-
tralización” o pacificación de los conflictos, conduce a la
violencia. Me parece una tesis muy importante que nos per-
mite comprender muchos aspectos de la historia de la gra-
mática profunda de los conflictos sociales; pero de la que
Schmitt no saca todas sus consecuencias.
a) Se parte del supuesto, que para él es el supuesto fun-
damental de toda teoría política “auténtica”, de que cada
grupo organizado de hombres representa un peligro para
los otros, al ser un enemigo en potencia.
b) Posteriormente se agrega que en la diversidad de
unidades políticas existe una pluralidad de intereses y
visiones del mundo, entre las que hay una tensión irre-
ductible.
c) A partir de ello se concluye que toda moral universa-
lista (en la medida que, supuestamente, todas niegan la
pluralidad) impide el reconocimiento del otro como “ene-
migo real”, como iustus hostis. Esta falta de reconocimiento
de los rivales es lo que potencia la enemistad y propicia la
escalación de la violencia, al convertir al otro en un “en emi-
48 Í Cmuemo J conflicto. Schmitt J:/hfiidt: la definición de lo polflieo

go absoluto” que, al carecer de todo valor y derecho, ame-


naza a la humanidad.4
Respecto al primer supuesto del razonamiento pode-
mos decir que, en efecto, la pluralidad es un atributo esen-
cial del mundo humano, que está estrechamente ligado a
los conflictos sociales. El problema en la formulación de
Schmitt consiste en que se reconoce el pluralismo en los es-
tados nacionales, pero se rechaza, en nombre de “la paz, la
seguridad y el orden", en el ámbito intraestatal.
Del rasgo conceptual de lo político deriva el pluralismo en
el mundo de los Estados. La unidad política presupone la
posibilidad real del enemigoy con ella la existencia simul-
tánea de otras unidades políticas. De ahí que, mientras
haya sobre la tierra un Estado, habrá otros, y no puede ha-
ber un `Estado` mundial que abarque toda la tierra y a toda
la humanidad. El mundo político es un pluriverso, no un
nniverso. En consecuencia, toda teoría del Estado es plu-
ralista, si bien esto posee aqní un sentido diferente del de
la teoría pluralista intraestatal comentada más arribaã
Podemos utilizar el mismo argumento con el que
Schmitt defiende lo que él llama elpluriverso de los estados
nacionales para destacar, contra él, la importancia de reco-
nocer que la realidad interna de las naciones modernas es
también un pluriverso (cosa que él rechaza porque absoluti-
za los valores de "orden" y “seguridad” nacional). El Estado

4 "Aducir el nombre de la 'humauidad`, apelar a la humanidad, confis-


car ese término, habida cuenta de que ran excelso nombre uo puede
ser pronunciado sin determinadas con secuencias, sólo puede poner
de manifiesto la aterradora pretensión de negar al enemigo la cali-
dad de hombres, declararlo han-la-laa' y ho-rs Z'humam`¿¿, y llevar así la
guerra a la más extremada inhumanidad". CP, p. 84.
5 Carl Schmitt, CP, pp. B2-B3. Sobre el pluralismo liberal Schmitt afir-
ma: “Su pluralismo (el de Cole y Laski) consiste en negar la unidad so-
berana del Estado. esto es. la nnidad política, y poner una y otra vez de
relieve que cada individuo particular desarrolla su vida en el marco de
numerosas vinculaciones y asociaciones sociales... que lo determinan
en cada caso con intensidad variable y lo vinculan a una pluralidad de
obligaciones y lealtades, sin que qnepa decir de alguna de estas asocia-
ciones qne es la incondicionalmenre decisiva y soberana". CP, p. 70.
Guerraypulínca Í 49

que pretenda homogeneizar al pueblo, como él propone


en su peculiar noción de la democracia, lejos de superar los
conflictos internos, los potencia; ya que hace de todo indi-
viduo o grupo opositor un “enemigo absoluto", frente al
cual se legitima la escalación de la violencia. Pensemos en
las acciones de la policía secreta en los estados totalitarios o
en la experiencia de las dictaduras latinoamericanas, don-
de los disidentes son calificados de agentes de potencias e
ideologías extranjeras, que ponen en peligro la unidad na-
cional y, con base en este discurso, se considera justificado
el desencadenar la “guerra sucia” contra ellos. Es el recha-
zo de la pluralidad uno de los principales factores que pro-
ducen el que los conflictos internos desemboquen en el
terrorismo o en la guerra civil.6
De la misma manera que Schmitt afirma que el recono-
cimiento delos estados soberanos es lo que permite relativi-
zar la hostilidad entre ellos, podemos sostener que el
reconocimiento mutuo de los diversos grupos y asociacio-
nes, así como el reconocimiento de éstos por parte del Esta-
do, es lo que permite relativizar la enemistad entre ellos y
hacer compatible la pluralidad y la unidad sociales. Precisa-
mente, el mérito del liberalismo es haber percibido que, más
allá de nuestras preferencias y valores, cada nación es una
realidad compleja y que el pueblo no es una unidad suscepti-
ble de ser homogeneizada (a pesar de toda la violencia que
pueda utilizarse), por lo que la manera de garantizar la inte-
gridad del orden y la de cada uno de sus miembros, es la de
crear un sistema de división y contrapeso de los poderes, así
como una serie de procedimientos que permitan dirimir los
conflictos políticamente, sin pretender superar las diferen-
cias. El admitir queel opositor a un régimen establecido no
es un “enemigo absoluto”, es una condición necesaria para
la consolidación de un régimen democrático.7

6 Sobre esto véase el articulo de Ernesto Garzón Valdés: "El terrorismo


de Estado. El problema de su legitimación c ilegitimidad", Düznaia
(XXXVII - 37), México, UNAM, 1991.
7 El intentar defender el nivel normativo de la democracia (liberal),
fnente a la decisión dogmática de Sdimitt a favor del "orden" y la “se-
guridad”, nos llevarla a una discusión de valores sin salida. Por eso,
50 J' Cmufiuo y conflicto. ScF¿miltyAnrndt: la dgƒìnúsàín de lo político

En relación con el segundo supuesto, se puede soste-


ner, en oposición a Schmitt, que reconocer el pluralismo y,
con el, el politeísmo de los valores, no conduce necesaria-
mente al relativismo. Para desarrollar esta tesis podemos
utilizar la terminología de este autor. Hemos dicho que el
“enemigo absoluto" es aquel al que se le nie ga todo valor y
todo derecho; en cambio, el “enemigo real” es aquel a
quien, a pesar de las diferencias y conflictos, se le reconoce
como mms hasta y, como tal, su atributo de "persona".
Schmitt no percibe que la diferenciación entre estos dos ti-
pos de enemistad, que él mismo propone para concep mali-
zar las condiciones "morales" que conducen a la escalación
de la violencia, presupone una distinción entre dos concep-
ciones de la universalidad. En el primer caso se piensa la
universalidad como sinónimo de homogeneidad; en el se-
gundo, como un principio en que se enmarca la existencia
de la pluralidad. Para decirlo de otra manera, la enemis-
tad absoluta es el resultado de considerar a la humanidad
como una entidad que supera las diferencias, debido, gene-
ralmente, a que se identifica con una forma de vida y una
organización social particulares. Por el contrario, la ene-
mistad real supone considerar a la humanidad corno una
realidad plural, desgarrada y conflictiva, que, sin embargo,
implica que todos sus miembros tienen el derecho a tener
derechos.
Para Schmitt, la “humanidad no es un concepto políti-
co” y, por tanto, no le corresponde tampoco una unidad o
comunidad política. Aunque a la humanidad no le corres-
ponda una unidad política, ella es el principio al que debe
subsumirse la relación amigo-enemigo para que adquiera
carácter político. “La guerra procede de la enemistad, ya

creo que la mejor manera de argumen lar seria destacar que es el Esta-
do que recurre a la violencia, para lograr homogeneizar el pueblo y
mantener la centralización del poder, el que debilita a la nación en su
relación con las otras unidades políiicas. Me parece que esta defensa
"estratégica" de la democracia tiene un gran apoyo empírico.
B C-on la terminología hegeliana se podría afirmar que la universalidad
no es la noche en la que todos los gatos son negros, sino la "identidad
de la identidad y la no-identidad".
Gunmypolílícaf 51

que esta es una negación óntica de un ser distinto”.9 En


contra de esta definición se puede sostener que no toda
enemistad implica la “negación óntica” del otro; por el
contrario, la enemistad mantiene su sentido político en
tanto se afirma la distinción.
En su evaluación crítica del liberalismo, Schmi tt no es
consecuente con la distinción de los tipos de enemistad que
él mismo propone.
La humanidad de las doctrinas iusnaturalistas y libe-
ral-individualistas es universal, esto es, una construcción
social ideal que comprende a todos los seres humanos de
la tierra, un sistema de relaciones entre los hombres sin-
gulares que se dará efectivamente tan sólo cuando la posi-
bilidad real del combate quede excluida y se haya vuelto
imposible toda agrupación de amigos y enemigos En se-
mejante sociedad universal no habrá ya pueblos que cons-
tituyan unidades políticas, pero tampoco liabrá clases que
luchen entre si ni grupos hostiles. lo
El ideal del liberalismo no es la reconciliación de los
conflictos sociales, sino la creación de un orden institu cio-
nal que encarney garantice el reconocimiento de los rivales
corno "personas", para que, de esta manera, disminuya el
riesgo de la guerra y se acrecienten las posibilidades de la
práctica política.
El gran problema en el paso de la “enemistad absoluta"
ala “enemistad real” es crear ese sistema institucional que
encarne y garantice el reconocimiento recíproco de los ri-
vales como "personas". No fueron los países anglosajones,
ni la “conspiración” de las ideologías liberal y socialista, lo
que propició las violaciones al derecho público europeo,
sino la falta de un marco institucional en el ámbito interna-
cional que garantizara su vigencia. El objetivo básico de las
organizaciones internacionales no es, como cree Schmitt,
crear un “Estado mundial" que arrebato el ¿us belli a las uni-
dades políticas nacionales, sino, fieles al espíritu del_]us Pu-

9 Carl Schmitt, CP, p. 63.


10 Íbíd., p. 84.
52 / Cmunuo ja conflicto. Schmitt y Arendt: la definició-ri de lo político

bhcum Europaeum., se trata de crear los medios para la


negociación política entre ellas. Schmitt advierte que una
“ liga de pueblos” puede ser también el instrumento delim-
perialismo de un Estado o una coalición de estados contra
otros. Esto es verdad; pero para evitar esa manipulación de
las organizaciones es preciso superar las restricciones que
existen en ellas a los procedimientos democráticos. El ne-
gar la validez de dichas organizaciones, como lo hace
Schmitt, sería fomentar la “enemistad absoluta" que él mis-
mo rechaza.
Para poder observar la transformación del “enemigo
absoluto" en “enemigo real como primer paso en el cami-
no que nos adentra en la dimensión política, es mejor acu-
dir a la política interna. Todo grupo 0 clase hegemónica
busca legitimar su posición mediante un discurso que con-
tiene los elementos de una moral universalista. Es cierto
que este nivel normativo se tratará de identificar con los va-
lores y forma de vida particular de ese grupo 0 de esa clase.
Sin embargo, una legitimación no puede ser únicamente el
resultado de una autojustificación, requiere del reconoci-
miento delos otros. Por ejemplo, cuando la burguesía en su
lucha contra el Estado Absolutista desarrolla un discurso
con pretensiones de validez universal, es evidente que trata
deju stificar sus propios intereses. Pero no sólo hace eso; en
la medida que también se propone crear un orden que se
adecue a ese discurso, propoitiona los medios para defen-
der los intereses que se vean exduidos de ese orden bur-
gués, una vez que éste se ha consolidado. Los trabajadores,
las mujeres, las minorías étnicas, etc., encuentran en el
principio de la igualdad de todos los hombres frente a la
ley, propia del Estado de Derecho liberal, un sostén firme
para cuestionar las normas y las situaciones de hecho que
restringen sus denechos.
Aunque sea correcta la sospecha de que la intención de
la burguesía al defender la igualdad jurídica era legitimar
las bases normativas del orden mercantil capitalista contra
el sistema de privilegios feudales, no debemos ,perder de
vista que esa demanda de igualdad pudo ser retomada y
ampliada por los grupos sociales subordinados y exigir una
igualdad que trastienda el ámbitojurídico y se extiendaa la
Guerra y política / 53

distribución de los bienes y oportunidades. Cuando


Schmitt y, desde otra perspectiva, Marx reprochan al uni-
versalismo de la burguesía liberal el ser sólo una coartada
para justificar los intereses de una clase, olvidan las impli-
caciones teóricas y prácticas de vincular una visión del
mundo determinada y una pretensión de validez universal,
que busca Fundamentarse de manera racional. La tensión
que se genera entre la visión particular y la pretensión ra-
cional de validez abre el camino a la crítica, tanto teórica
como práctica, y, a través de ella, al reconocimiento del
otro. Es el conflicto en el que está en juego este reconoci-
miento el que adquiere carácter político.
Democracia
y homogeneidad del pueblo
I

Schmitt afirma que uno de los rasgos de la política del Si~


glo XX es que ya nadie tiene "el valor de gobernar de
otra manera que no sea mediante el recurso de apelar a la
voluntad del pueblo". La democracia se ha convertido en el
único modelo de legitimación del poder político con acep-
tación generalizada, lo cual ha propiciado que ella se con-
vierta en un concepto “ideal” que todo régimen utiliza para
autocalificarse. Ello conduce, a su vez, a que el concepto de-
mocracia adquiera multiplicidad de significados. Es por eso
que, para Schmitt, antes de adentrarse en el análisis de los
problemas de la democracia se requiere deñnirla; no con la
intención de acabar con la disputa en torno a este concepto,
sino sólo con la pretensión de ahorrarnos algunas confusio-
nes en esta polémica] La definición que él propone es la si-
guiente: “Democracia es una forma política que corres-
ponde al principio de la identidad (quiere decirse identidad
»

1 Recordemos que para Schmitt todos los conceptos políticos tienen ca-
rácter polémico. Ello quiere decir que él asume la imposibilidad de
llegar a un consenso generalizado sobre el sentido de estos concep-
tos. los términos políticos, según esto, sólo adquieren un sentido
preciso para un grupo cuando éste los utiliza en su enfrentamiento
con un rival determinado.
Democmcia y homogeneidad del pueblo/

del pueblo en su existencia concreta consigo mismo como


unidad política)".*
Para comprender esta definición es preciso determinar
qué se entiende en este contexto por "identidad del pueblo
consigo mismo”. Schmitt subraya constantemente que la
identidad de la que habla no es la igualdadformal de los ciu-
dadanos ante la ley, ni la igualdad en un sentido económi-
co. La identidad democrática es para él una igualdad
sustancial, la cual nos remite a un principio que permite la
homogeneización del pueblo.
La dificultad que surge de inmediato ante esta noción
de i`g-unidad susta.m:z'al consiste en advertir que las sociedades
modernas ya no están conformadas por una comunidad de
creencias que posibilite la identificación inmediata de to-
dos sus miembros. Por el contrario, en ellas el pueblo deno-
ta una realidad plural, escindida y conflictiva. Schmitt
admite esto, pero, al mismo tiempo, sostiene que la demo-
cracia requiere de la formación de una "voluntad general"
que permita al pueblo erigirse en el poder constituyente,
que sustente la unidad política. En contraste con Rousseau,
Schmitt sostiene que la “voluntad general" no es una reali-
dad dada, que nos remita a una serie de principios raciona-
les comunes a todos los hombres, sino una entidad que
debe crearse políticamente. Para ello hay que recurrir a un
“mito” que proceda de “profundos sentimientos vitales".
Este mito no es otro que el de la 1iaa`ó1t.3 Del mito nacional
brota, de acuerdo con esta posición, la “gran decisión" que
impulsa a las masas a superar sus diferencias y constituir la
unidad política.
Sustituir la razón por la “fiieiza vital del mito", como
contenido de la “voluntad general”, tiene como consecuen-
cia rechazar la tesis de que el principio de la igualdad sustan-

2 Carl Schmitt, TC, p. 221.


3 En la relación entre política y mito, Schmitt retoma gran parte de la
teoria de Sorel. Pero en la definición del contenido del “mito politi-
co" se encuentra más cercano a Mussolini, quien en su discurso de oc-
tubre de 1922 en la ciudad de Nápoles dijo: “Hemos creado un mito;
el mito es fe. noble entusiasmo. No tiene por qué ser una realidad; es
un impulso y una esperanza, fe y valor. Nuestro mito es la nación. la
gran nación que queremos convertir en una realidad concreta”.
56 f cmam y es-iƒtim. sdmiiiyawii.- ia ¿asustan aa is patines

cial tiene validez universal. Desde la perspectiva de Schmitt,


esta forma de igualdad siempre hace referencia a la identi-
dad de un pueblo concreto. ¿Qué pasa si al interior de una
nación no todos aceptan la vigencia del mito nacional o, por
lo menos, la interpretación dommante? Schmitt se expresa
sobre este punto claramente: al no servir la discusión, la úni-
ca salida es la eliminación o exclusión de lo heterogéneo.
Toda democracia real se basa en el hecho de que no Sólo se
trata a lo igual de igual forma, sino, como consecuencia
inevitable, a lo desigual de forma desigual. Es decir, es
propio de la democracia, en primer lugar, la homogenei-
dad, y, en segundo lugar --y.en caso de ser necesaria- la
eliminación 0 la destrucción de lo heterogéneo [...] El po-
der político de una democracia estriba en saber eliminar 0
alejar lo extraño y desigual, lo que amenaza la homoge-
neidad.4

Por tanto, la homogeneización del pueblo significa la


identificación de sus miembros con una instancia míti-
ca-simbólica y, paralelamente, la eliminación de lo hetero-
géneo. En la visión del mundo schmjttiana la democracia
no puede coexistir con la pluralidad.
Antes de entrar a discutir esta tesis sobre la homogenei-
zación del pueblo, cabe destacar que cuando se define la
democracia en términos de identidad surge otro problema,
a saber: en las sociedades modernas, debido a la compleji-
dad que encierran y al gran número de sus miembros, no
todos pueden participar directamente en el acto de gober-
nar. Schmitt reconoce esto:
El pmblema del gobierno dentro de la Democracia consis-
te en que gobernantes y gobernados tienen que ser dife-
renciados, pero dentro de la homogeneidad inalterable
del pueblo. Pues la diferencia delos gobemantes y los go-
beniad os, de los que mandan y de los que obedecen, sub-
siste en tanto que se gobiema y se manda, es decir, en
tanto que el Estado democrático es un Estado. No puede

4 Carl Schmitt, Solm* el parlaflwntanfirmø (SP), Madrid, Tecnos, 1990,


pp. 12-13. Di: Geilstesgeschíchtlíchz Lage des heufigm Parlanufltaflïrmtis.
Berlín, Duncker & Humblot, 1979.
Democracia y homagmeidad del pueblo/ 57

por eso desaparecer una diferenciación entre gobernan-


tes y gobernados. La Democracia se encuentra aquí tam-
bién bastante alejada, como auténtico concepto político
que es. de la disolución de tales distinciones en normativi-
dades éticas o mecanismos económicos. La diferencia en-
tre gobernantes y gobernados puede robustecerse y
aumentar en la realidad de manera inaudita, en compara-
ción con otras formas políticas, sólo por el hecho de que
las personas que gobiernan y mandan permanecen en la
homogeneidad sustancial del pueblo."

Aunque Schmitt insiste en que toda forma de represen-


tación es un límite al principio democrático de la identi-
dad, asume que hoy en día es necesario hacer compatible
de alguna manera identidad y representación. Para ello
distingue dos tipos de representación: el primer tipo es la
representación (Vertretung) basada en el principio de “es-
tar eu lugar de..." o “actuar en nombre de alguien que está
ausente". Esta idea proviene del derecho privado y se refie-
re ala gestión de intereses ajenos. Los miembros de un par-
lamento representan a un pueblo que está ausente. En este
caso se requiere de procedimientos para detenninar quié-
nes adquieren la autorización de representar al pueblo y ac-
tuar en su nombre. El segundo tipo de representación
(Repräsentation) se funda en lo que él llama ia identidad
existencial entre gobernantes y gobernados. Esto quiere de-
cir que los gobernantes representan al pueblo porque en-
carnan su "voluntad" y su "espíritu". Los gobernantes son,
de acuerdo con esta idea, partes representativas en las que
se condensa la totalidad hornogeneizada del pueblos Este
último puede confirmar la validez de este tipo de represen-
tación por medio de la aclamación pública directa. Schmitt
afirma que sólo este segundo tipo de representación es
compatible con la democracia.

5 mi., rc, p. 232.


6 Vale la pena señalar que esta idea de representación la extrae Schmitt
de la doctrina de la Iglesia católica, en la que se afirma que la Iglesia
representa la ci-vitas humana por ser la eneamación de Cristo y su sa-
crificio. en aras de la humanidad. en ia C-n.tz. véase: Schmitt. Rómu-
che-r Katholizirmus undpolitische Form, Hellel-au._]akob Hegner. 1923.
58 ,f cima-.ia y mflim. senmiiyamtai.- ta asfmaea-a te ¿O patera;

A partir de la idea de røpresemación existencial Schmitt


sostiene que la “auténtica” democracia implica una identi-
dad entre gobernantes y gobernados. En primer lugar, ello
quiere decir que entre gobernantes y gobernados no existe
una barrera de privilegios y de jerarquías tradicionales,
como en las sociedades aristocráticas. En segundo lugar sig-
nifica una identificación vivencial, emocional de los gober-
nados con sus gobemantes, gracias a que comparten una
mitología. Según esto, resulta que la democracia no tiene
nada que ver con votaciones, sino con asambleas populares
en las que se “aclama" al líder. Es por eso que este represen-
tante del decisionismo ve en el fascismo, el bolchevismo y
otros tipos de dictaduras, fenómenos "autiliberales, pero no
necesariamente antìdemocráticos”. Es esta su puesta compa-
tibilidad entre democracia y dictadura la tesis que corona la
propuesta de definición schmittiana de la democracia.

II

En este punto cabe recordar que la historia de las democra-


cias está ligada a lasluchas del pueblo en contra de los abu-
sos del poder. Sin embargo, en ia teoría de Schmitt no se
propone ningún mecanismo que permita controlar a la cla-
se gobernante. De hecho, él sostiene que en este modelo de
democracia la asimetría entre gobernantes y gobernados
puede acrecen tarse de manera inaudita. A la ingenua pre-
gunta: ¿Cómo garantizar que los gobernantes actúen no
sólo en nombre del pueblo, sino también a favor de él?,
Schmitt responde:
Existe siempre, por eso. el peligro de que la opinión públi-
ca y la voluntad del pueblo sean dirigidas por fuerzas so-
ciales invisibles e irresponsables. Pero también para esto
Se encuentra la respuesta al problema en el supuesto esen-
cial de toda Democracia. En tanto que exista la homoge-
neidad demoerática de la sustancia y el pueblo tenga
conciencia política, es decir, pueda distinguir entre ami-
gos y enemigos, el peligro no es grande?

7 Carl Schmitt. TC, p. 241.


Demmracia y homogeneidad del pueblo Í 5 9

Digo que es una pregunta ingenua porque desde el


principio, por definición, está claro que para Schmitt sólo
los homogeneizados, que son aquellos que tienen preferen-
cias en común con los gobernantes, gozarán de la seguri-
dad y beneficios del Estado democrático.
Para tener claro el tipo de maniobra teórica que le per-
mite a Schmitt hacer compatible democracia y dictadura
podemos reconstruir de manera esquemática su argumen-
tación desde la perspectiva de la noción de soberanía popu-
lar (en tanto principio democrático esencial):
a) Schmitt admite que la democracia tiene que ver con
la soberanía del pueblo. Para determinar el sentido de esta
noción hay que definir, en primer lugar, los términos que
intervienen en ella. Soberanía es poder supremo, no deri-
vado, que permite mantener el monopolio de la decisión
última. La dificultad, en la perspectiva schmittiana, reside
en determinar el significado del concepto pueblo, que sea
compatible con esta noción de soberanía.
b) En la teoría liberal se plantea que la identidad del
pueblo está dada por las leyes constitucionales; es decir, el
pueblo es una realidad plural, no homogeneizable, que re-
mite a una identidad simbólico jurídica (unidad legal)_
Schmitt rechaza esta acepción del término puebla, porque
aduce que si se admite que en una democracia existe una
soberanía popular, tendrá que aceptarse que el pueblo es el
poder constituyente y, como tal, tiene que aceptarse que es
una realidad y un poder que precede a la ley. Schmitt afir-
ma que las normas jurídicas basan su validez, no en otras
normas, sino en un poder que las hace efectivas. En una
monarquía es el reyel que decide qué es lo legal y lo ilegal;
en una democracia es el pueblo el que tiene esa facultad.
c) Schmitt define pueblo como sigue:
Pueblo es un concepto que sólo adquiere existencia enla
esfera de lo público. El pueblo se manifiesta sólo en lo pú-
blico; incluso lo produce. Pueblo y cosa pública existen
juntos; no se dan el uno sin la otra. Y, en realidad, el pue-
blo produce lo público mediante su presencia. Sólo el pue-
blo presente, verdaderamente reunido, es pueblo y
produce lo público. En esta verdad descansa el certero
60 ,Í Cortrfluo 3.' conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de la político

pensamiento, comportado en la célebre tesis de Rous-


seau. de que el pueblo no puede ser representado. No
puede ser representado, porque necesita estar presente y
sólo un ausente puede estar representado [_ .,] Sólo el pue-
blo verdaderamente reunido es pueblo, y sólo el pueblo
verdaderamente reunido puede hacer lo que específica-
mente corresponde a la actividad de ese pueblo: puede
aclarnar, es decir, expresar por simples gritos su asenti-
miento o recusación, gritar 'viva' o “muera”, festejar a un
jefe o una proposición, vitorear al rey 0 a cualquiera otro,
o negar la aclamación con el silencio o murmullosfi
d) De acuerdo con las definiciones de soberanía y pue-
blo que se han dado aquí, la soberanía popular significa que
el poder supremo y la decisión última recaen en estos ciu-
dadanos que se reúnen en la plaza pública. Pero se ha agre-
gado la premisa de que la actividad específica de este
pueblo es simplemente “aclamar", y el gobierno no puede
ser reducido a esta actividad. Por lo que debe haber un gru-
po social que como representante del pueblo, gobierne.
e) Puede decirse, entonces, que el Estado democrático
se basa en dos principios de formación contrapuestos: a) el
principio de la identidad del pueblo consigo mismo, que
configura launidad política y b) el principio de la represen-
tación, en virtud del cual la unidad política es representada
por el gobierno.
f) Según Schmitt, para que el gobierno pueda representar
la unidad política creada por la identidad del pueblo, aquél
debe cumplir dos requisitos: a) mantener la centralización del
poder de decisión y b) constituirse en un punto de referencia
con el que pueda identifiarse fácilmente el pueblo. Estos re-
quisitos se cumplen en un gobierno que posea estructura je-
rárquica, en la que el puesto superior sea ocupado por un
líder. L0 que propone Schmitt es un presidencialismo. Pero
no un presidencialismo constitucional, en el cual el poder del
ejecutivo esté controlado por el legislativo y un poderjudicial
autónomo, sino una dictadura presidencial, donde el único
control del poder presidencial es la aclamación popular.

8 Carl Schmitt. TC, p. 238.


Democracia J homogeneidad del pueblo Í 61

g) De esta manera se llega a la conclusión de que el po-


der soberano del pueblo significa que éste sólo tiene la fa-
cultad de aclamar al lídery sus propuestas. Por otra parte, si
se toma en cuenta que Schmitt reconoce que “el poder polí-
tico puede formar la voluntad del pueblo, de la cual debería
partir", resulta que, como en el lenguaje que describe
Orwell en su novela 1984, las palabras adquieren el signili-
cado contrario al usual: “soberanía del pueblo” es, en reali-
dad, soberanía de un Estado con poder dictatorial.
En la argumentación de Schmitt, la única diferencia
entre el rey, en la monarquía absolutista, y el presidente, en
su modelo de Estado democrático, es que el primero go-
bierna en nombre de Dios o de lo que “siempre ha valido”,
mientras que el segundo gobierna en nombre del pueblo
(adviértase que en una monarquía absolutista el pueblo
también puede aclamar al rey). Donoso Cortés afirma que
el fin de la era monárquica signiñca que la única manera de
conservar la soberanía estatal, como elemento que resguar-
da a la sociedad dela guerra civil permanente, es la dicta-
dura. Schmitt comparte esta opinión del teórico español,
pero además quiere usar el prestigio del concepto democra-
cia para adornarla. En el razonamiento en el que Schmitt
pretende hacer compatibles democracia y dictadura intro-
duce una serie de tesis que permanecen sin justificación y
que resultan muy problemáticas. Sin embargo, él considera
que la justificación de estas tesis no puede buscarse fuera
del contexto polémico en el que ellas surgen. Es decir,
Schmitt es de la opinión de que el fundamento de su mode-
lo de la democracia se encuentra en la crítica a la teoría libe-
ral. Se trata de una forma que podemos llamarfimdamenta-
ción negativa, basada en una especie de argumento de re-
ducción al absurdo, en donde la idea es que demostrar la
falta de corrección de la posición rival conduce a la acepta-
ción de la validez de su propia postura.

III

Lo primero que ataca Schmitt de la teoría liberal es el prin-


cipio de la división de los poderes. Para él la separación de
poderes no implica, en sí misma, una forma de gobierno,
62 ,Í Co-mnuo y cmtflicla. Schmitt y Arendt: la defin-¿ción de lo político

sino una serie de límites y controles del Estado, que tiene


corno objetivo garantizar la libertad burguesa mediante la
relativización 0 el debilitamiento del poder estatal. Ello tie-
ne como consecuencia, según este autor, la pérdida de la
unidad política y, con ella, de la identidad del pueblo consi-
go mismo, así como la identidad entre gobernantes y go-
bernados.
El supuesto implícito que lleva a esta conclusión es que
el Estado, antes de ser una forma específica de gobierno, es
" un determinado status de un pueblo, y, por cierto, el status
de la unidad política”. Por ende toda forma de gobierno
que rompa con esa unidad, lejos de promover la soberanía
popular, lleva a la disolución del pueblo en una pluralidad
con intereses antagónicos. Para Schmitt, la alternativa es
conservar la plenitud del poder estatal concentrado en una
sola instancia o la lucha de todos contra todos. Desde su
punto de vista, el debilitamiento del poder del Estado no
conduce a la democracia, sino a la expansión de una domi-
nación económica.
Schmitt ve la teoría liberal de la democracia y la divi-
sión de Ios poderes como una toma de postura a favor del
Estado legislativo parlamentariog Es por eso que su crítica
a la democracia liberal toma como eje el cuestionamiento
de los principios del parlamentarismo. Schmitt afirma que
el parlamento se basa en un conjunto de presupuestos fal-
sos, los cuales pueden agruparse en dos rubros: a) supues-
tos sobre la soberanía de la legalidad yb) supuestos sobre la
representatividad y dinámica del parlamento. Los prime»

9 El Estado legislativo (Gesetzgebungmaat) es, en la temtinología de


Schmitt. un Estado en el que dominan las normas generales y en el
que la instancia legisladora está separada de los órganos encargados
de aplicar la ley. Generalmente la instancia legislativa en este tipo de
Estado (que conocemos como Estado de Derecho) es un parlamento,
constituido por los representantes del pueblo. “En este Estado 'impe-
ran las leyes', no los hombres ni las autoridades. De manera más exac-
ta: las leyes no imperan, se limitan a regir como normas. Ya no hay
poder soberano ni mero poder. Quien ejerce uno u otro, actúa 'sobre
la base de una ley' o 'en nombre de la ley', Se limita a hacer valer en
forma competente una norma vigente." Legalidad y legitimidad, Ma-
drid, Aguiiar, 1971, p. 150.
Dsmatrada y llum-ogmeídad del pueblo / 63

ros se refieren a los fines e ideales del parlamento, los se-


gundos antañen a su formación y dinámica intema, así
como a su relación con los diferentes grupos de poder que
existen en una sociedad.
a) De acuerdo con una amplia tradición teórica, el prin-
cipio en el que se sustenta el Estado de Derecho (Estado le-
gislativo en la terminología de Schmitt) es que la acción de
gobernar debe ser un ejercido de la razón y no de la volun-
tad. Razón que se expresa en un conjunto de leyes con vali-
dez general, a las que tienen que someterse todos los
ciudadanos, incluidos los propios legisladores. El parla-
mento es la institución que se encarga de hacer realidad ese
“imperio de la ley", al propiciar un proceso de discusión y
deliberación entre sus miembros (como representantes de
los diferentes grupos sociales), que tiene como objetivo ac-
ceder a la definición de leyes razonables y justas. Detrás de
esta interpretación del parlamentarismo se encuentra el
ideal ilustrado de que en la libre lucha de opiniones surge la
“verdad”, Schmitt retoma esta interpretación, pero agrega
que ella no está necesariamente vinculada a la democracia.
El siguiente paso de la crítica de Schmitt es constatar
que este ideal del parlamento ya no tiene (si alguna vez la
tuvo) una base empírica. Los parlamentos reales, lejos de
ser el escenario de la argumentación racional de los repre-
sentantes del pueblo, son el campo de luchas y compromi-
sos entre gmpos de intereses particulares que hacen a un
lado el interés general. La disciplina partidaria anula toda
polémica racional y convierte a las sesiones parlamentarias
en meros rituales, en una formalidad. Por otra parte,
Schmi tt observa que tampoco la exigencia de publicidad se
cumple, porque gran parte de las decisiones se toman por
pequeñas comisiones parlamentarias de “especialistas”,
alejadas deljuicio y la crítica del resto de los miembros y del
pueblo.
El que los parlamentos sean ámbitos de regateos entre
intereses particulares y no lugares de argumentación racio-
nal es, para Schmitt, demoledor de los ideales que susten-
tan a esa institución, porque ello significa que las leyes que
de ellos emanan no son normas con validez general, sino
expresión de la correlación de fuerzas. La situación “histó-
64 ,Í Cmueluo y coflflictff. Schmitt yA'nmd!.' ia- de_ƒ`míció11 de la político

rico-espiritual" del parlamento produce una “ degrada-


ción” del orden jurídico, que Schmitt califica como la
transformación del Derecho en legalidad. La ley se con-
vierte en modo de funcionamiento de los procedimientos
estatales, en un mero instrumento de los compromisos y
metas egoístas de las autoridades.
La supuesta degradación del Derecho en legalidad po-
dría verse como la confirmación de la tesis schmittiana res-
pecto a que la ley, más que ser una norma, es la expresión de
una voluntad. Evidentemente, para Schmitt, detrás de toda
ley hay un poder que sustenta su validez. Pero su rechazo al
parlamento se debe a que en él ese poder que sustenta la ley
se ha diluido en un a pluralidad de intereses. Esto denota, de
acuerdo con su perspectiva, que el Estado se ha convertido
en un simple instmmento de poderes sociales y económicos.
De ahí, que Schmitt también cuestione la concepción de
Max Weber sobre el parlamento. Para este último el parla-
mento es un medio para seleccionar a los líderes políticos;
un camino para eliminar el diletantismo político, permi-
tiendo que los "mejores" y los más voluntariosos alcancen el
liderazgo político. Schmitt considera muy dudoso que el
parlamento tenga la capacidad de formar y seleccionar a los
líderes políticos, pues, según él, los miembros del parla-
mento hoy en día, más que políticos, son burócratas, títeres
de poderes que permanecen ocultos.
Schmitt cree que las condiciones imperantes en las so-
ciedades de masas han derrumbado los Fundamentos del
parlamentarismo. Así como el tiempo de la monarquía ha
llegado a su fin, del mismo modo la era del parlamentaris-
mo se ha acabado. i
b) El parlaniento está constituido por una asamblea de
representantes del pueblo, elegidos a través de un proceso
electoral. Schmitt ve en esta forma de representación (Ver-
tretung) sólo un procedimiento mecánico, el cual no garan-
tiza la identidad del pueblo consigo mismo, ni con sus
gobernantes.
El método de formación de la voluntad por la simple veri-
ficación de la mayoría tiene sentido y es admisible cuando
puede presuponerse la homogeneidad sustancial de todo
amm;-la , fwmgmflaaa az ¡fase / 65

el pueblo [...] Si se suprime el presupuesto de la homoge-


neidad nacional indivisible, entonces el funcionalismo sin
objeto ni contenido, resultante de la verificación pura-
mente aritmética de la mayoría, excluirá toda neutralidad
y toda objetividad; será tan sólo el despotismo de una ma-
yoría cuantitativamente mayor o menor sobre la minoría
vencida en el escrutinio y, por tanto, subyugadalo
Schmitt afirma que cuando la teoría liberal defiende el
procedimiento electoral como procedimiento de represen-
tación, presupone ya la homogeneidad del pueblo o, mejor
dicho, de los ciudadanos con derecho al voto. Así, por ejem-
plo, en un principio el derecho al voto únicamente se otor-
gó a la clase propietaria, para asegurar la igualdad sustancial
de los electores. Pero las luchas sociales y, como consecuen-
cia de ellas, la universalización del voto rompen con esa ho-
mogeneización, por lo que las elecciones se convierten,
según este autor, en un simple cálculo aritmético que ase-
gura el dominio de la mayoría. En este punto Schmitt reto-
ma las viejas críticas de Hegel contra los procedimientos
electorales, a saber:
l) En las elecciones los individuos permanecen aisla-
dos, por lo que el pueblo ya no elige como tal, sino como
átomos dispersos con intereses e ideas distintas.
2) Los requisitos para obtener el derecho al voto (mayo-
ría de edad, cierta propiedad, pertenencia a un sexo, etc.)
no garantizan la racionalidad de los votantes.
3) La influencia del individuo aislado respecto al resul-
tado electoral es tan pequeña que produce indiferencia y
apatía en los ciudadanos.
Además Schmitt agrega que el "principio de la mayo-
ría" que rige en los procedimientos electorales sólo adquie-
re sentido si existe una "igualdad de chance" para que cada
minoría pueda convertirse también en mayoría. Pero esa
"igualdad de chance" está muy lejos de ser una realidad en
la moderna sociedad de masas. El problema reside, desde
la óptica de Schmitt, en que cada grupo 0 partido que llega
al poder interpretará de manera unilateral esa noción im-

l0 Carl Schmitt. LL, pp. 42-43.


66 / cmfm y mflew. scfmm yamaz.- za sifint.-¡an de to parties

precisa de “igualdad de chance" y, de esta manera, deter-


minará las posibilidades de acción que está dispuesto a
permitir a sus adversarios políticos internos.

, IV

Es indudable que la crítica de Schmitt ala teoria liberal toca


numerosos puntos sensibles y problemáticos de esta última.
Sin embargo, asumir que muchos elementos de esta crítica
a la “democracia liberal” son acertados, no implica de nin-
guna maneta concluir que el modelo alternativo de la de-
mocracia que él propone sea válido. La dilicul tad de la
estrategia crítica de Schmitt reside en que se basa en el co-
nocido y muy frecuente uso unilateral del principio de reali-
dad, ya que este último sólo sirve para cuestionar los valores
y las normas de la posición teórica rival (al mostrar su ina-
decuación con la realidad); mientras que los valores y nor-
mas propios se creenjustificados únicamente a través de la
supuesta “falsedad” de la normatividad ajena. Si este autor
pretendió liberarse de la “tiranía de los valores", ahora se
muestra como un súbdito fiel de esa tiranía, ya que cae en el
mismo error que él reprocha alos teóricos liberales. Es de-
cìr, convierte a la democracia en un concepto ideal, identifi-
cado con sus propias preferencias, sin tomar en cuenta la
realidad histórica de esta forma de organización del poder
político.
En primer lugar, en su crítica al liberalismo, Schmitt
pasa por alto que la democracia representa una forma de
organización del poder en la que se acepta la existencia de
una inadecuación y tensión permanente entre sus idealesy
su realidad. Es por eso que el orden democrático se caracte-
riza por su apertura a la continua reforma y transfoirna-
ción. Democraciaimplica democratización. De ahí que uno
de los valores imprescindibles dela democracia sea la liber-
tad de expresión y asociación, la cual exige la creación de
las condiciones institucionales que permitan la crítica cons-
tante. Los estados totalitarios, por el contrario, creen que
encarnan plenamente sus ideales o que están en el camino
de realizarlos, por lo que consideran que pueden prescin-
dir de la crítica. Decir que las democracias no se adecuan a
Democracia y homogeneidad delpueblo Í 67

sus valores y que, por tanto, no son "verdaderas" democra-


cias o que no existe la "verdadera" democracia es no enten-
der los principios esenciales de esta forma de Estado y
gobierno.
En segundo lugar, si bien es cierto que la democracia
moderna nace en la lucha de la burguesía contra el Estado
Absolutista, hoy ya no puede aceptarse que ella sea la pro-
piedad exclusìva de ese grupo social. En efecto, en un pri~
mer momento se limitó los derechos democráticos a la
clase propietaria, pero esas restricciones entran en contra-
dicción con la pretensión de validez universal de esos de-
rechos. Es esa contradicción o ten sión entre los valores
democráticos y su realidad institucional lo que permitió a
los Obreros, a los grupos feministas, a las minorías étnicas,
etc. utilizar los discursosy los recursos democráticos en sus
luchas para romper con el monopolio de la burguesía, in-
troducirse enla organización estatal, ampliar los derechos
democráticos y llegar a tener cierto control sobre el go-
bierno-.
Es obvio que este proceso de democratización está muy
lejos de llegar a su fln, ni siquiera sus conquistas pueden
considerarse definitivas; sin embargo, quien habla en el si-
glo XX de democracia burguesa hace historia y no un análisis
de su realidad institucional actual. Han sido y son los con-
flictos surgidos de la falta de igualdad de oportunidades,
así como de la exclusión de grupos del orden democrático,
lo que ha llevado y lleva a la continua transformación de
éste.
La aparente fortaleza de las críticas de Schmitt a los
principios democráticos liberales consiste en que gran parte
de sus ataques se dirigen a teorías y hacen a un lado la reali-
dad e historia del orden democrático. Por ejemplo, cuando
sostiene que los parlamentos no son lugares en los que se ar-
gumenta racionalmente en busca de una verdad, tiene la ra-
zón. Pero esto no es la esencia del parlamentarismo, ni
siquiera el único principio normativo que orienta a esta ins-
titución. El parlamento es, en primer lugar, un mecanismo
de control del poder político y un ámbito en el que se esceni-
fican públicamente los conflictos de los diferentes grupos so-
ciales. Carl Schmitt afirma que un síntoma de la crisis mortal
68 I cmms y mfleio. smart yftmai.- ra asfmfftafl af.- to patata

que vive el parlamentarismo es la sustitución de la discusión


racional por el compromiso negociado. Pero si atendemos al
desarrollo y la dinámica del parlamento nos daremos cuen-
ta, precisamente, de que es el compromiso y no la discusión
racional su objetivo fundamental.
Y si el Procedimiento específicamente dialéctico contra-
dictorio del parlamento tiene algún sentido profundo,
éste puede ser tan sólo el que de la contraposición de tesis
y antítesis de los intereses políticos pueda producirse al-
guna síntesis. Pero ésta no puede significar, como suele su-
ponerse falsamente, confundiendo la realidad con la
ideología del parlamentarismo, una verdad absoluta, 'su-
perior', un valor absoluto quie se encuentre por encima de
los intereses de los grupos. sino un compromiso.”
Schmitt acierta cuando destaca que en la discusión en
la que intervienen posiciones con valores distintos no pue-
de llegarse a una verdad, ni a un entendimiento pleno, ya
que no existe ninguna verdad que pueda solucionar los
problemas prácticos ni los conflictos. Pero con ello ataca a
Guizot y otros representantes de una ilustración ingenua,
no a la realidad del parlarnentarismo. lnciu so la ideología
que sostiene la existencia de una verdad de la que podemos
deducir lo que debe ser el curso de nuestras acciones y el
modo de organización de nuestras instituciones no tiene
nada de democrático. Se trata de una ilusión, herencia del
platonismo, que conduce al rechazo de la pluralidad propia
del mundo humano y, por tanto, a posturas totalitarias. La
verdad es una pretensión de validez propia de los enuncia-
dos descriptivos, su uso en otros contextos o en discursos
prescriptivos indica sólo el intento de legitimar intereses
más allá de las exigencias racionales.
El principio democrático de la mayoría no se sustenta
en ninguna verdad que justifique su transformación en el
dominio de la mayoría. Detrás de los compromisos de las
mayorías parlamentarias sólo existe la necesidad de tomar

ll Kelsen. Von Wenn tmd Wert der Demoltratíe, Tiibin gen, _].C.B.
Mohr. 1929, p. 58. Sobre esto véase: E. Garzón Valdés, "Repre-
sentación y democracia", Doxa, 6,1989.
Democracia y honwgmeídad del pueblo Í 69

decisiones ante las exigencias de la realidad. De ahí que


una de las funciones de las minorías en los sistemas demo-
cráticos es mantener vivo el imperativo de la crítica. Lajus-
ta valoración del parlamento requiere no perder de vista
que esta institución no pretende ser la realización de la so-
beranía popular. Ella misma es un compromiso entre los
valores de libertad y autodeterminación con la compleja
realidad de las sociedades modernas. El parlamento es una
condición necesaria pero no suficiente para que una orga-
nización política se adecue alos valores implícitos en la no-
ción de soberanía popular. Existen numerosas formas de
parlamentarismo que sólo sirven como fachada de un régi-
men autoritarioç incluso, en una democracia consolidada el
parlamento, al eludir el principio de la publicidad y ceder
la toma de decisiones a pequeñas comisiones de “exper-
tos”, propicia el que se favorezcan intereses particulares en
detrimento de los intereses generales.
Los procesos electorales pueden también servir como
una farsa autoritaria, propiciar la indiferencia v mantener
el aislamiento de los individuos. Pero hay que recordar que
la esencia v el valor de la democracia no se encuentran en
una institución o procedimiento particulares, sino en la
conjunción de varias instituciones y procedimientos que
permitan mantener el equilibrio de los poderes. La crítica
que saca de contexto a una institución o un procedimiento
para cuestionar su adecuación a los ideales democráticos
actúa de mala fe.
Por otra parte, en su crítica a la "democracia liberal",
Schmitt destaca una serie de riesgos alos que ésta se enfren-
ta. En efecto, al ser una forma de organización del poder en
la que se toma partido por la libertad, en la democracia sur-
gen innumerables peligros. Pero éstos no pueden eliminar-
se en ningún tipo de organización social factible. La única
manera de disminuir a largo plazo estos riesgos (sin nunca
superarlos por completo) es mediante la cultura política y
la participación popular (lo que Montesquieu llamó la “vir-
tud” de los ciudadanos). Sin embargo, para acceder a éstas
no existe una receta que pueda implementarse por una éli-
te iluminada.
70 / Comnuo y conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de lo político

Si se parte del supuesto de que es posible homogenei-


zar al pueblo y, de esta manera, suprimir el conflicto, en-
tonces, evidentemente, la llamada democraczkz representativa
de la teoría liberal será vista corno un meno formalismo que
impide la realización de esa reconciliación del pueblo con-
sigo mismo y con sus gobernantes. Pero ese ideal de homo-
geneización ha demostrado ser una de las peores utopías
que se pueda concebir. Digo la “peor utopía” no sólo por-
que estâ alejada de la realidad propia de las sociedades mo-
dernas, sino también porque el intento de llegar a ella ha
conducido a desencadenar la violencia total. Si Schmitt eli-
gió la seguridad en detrimento de la libertad, su propuesta
ni siquiera nos ofrece los medios para alcanzar la primera.
La concepción democrática presupone aceptar que no
existe una jerarquía única 0 “verdadera” entre los valores,
ni tampoco una fundamentación última de ellos, esto es,
implica aceptar lo que Weber denominó el politeísmo de ¿os
vaåmm. Sin embargo, Schmitt, que se consideraba él mismo
como el auténtico discípulo de Weber, pretende situar a la
igualdad sustancial (homogeneidad) como valor supremo
en la jerarquía normativa de la democracia.
Se suelen citar juntos, como principios democráticos, los
de igualdad y libertad, cuando en realidad esos dos princi-
pios son distintos y con frecuencia contrapuestos en sus
supuestos, su contenido y sus efectos. Sólo la igualdad
puede valer con razón para la política interior como prin-
cipio democrático. La libertad político-interna es el prin-
cipio del Estado burgués de Derecho, que viene a
mod ilìcar los principios político-formales --sean monár-
quicos, aristo-:råticos 0 democráticos.”

Es innegable que existe una tensión entre igualdad y li-


bertad. pero la trayectoria de la democracia está marcada
por la serie de compromisos que se establecen entre estos
valores en los diferentes contextos históricosy sociales. Tra-
tar de definir la democracia sólo con base en uno de los va-
lores de esta tensión es renunciar al esfuerzo de com-
prender su dinámica neal,

12 Carl Schmitt. TC, p. 222.


Segunda parte
Arendt: la política
como acción pública
LA que hace de un hombre im ser político es su facultad
de acción; le pmmle unirxe a sus iguala,
azrtuar concntadammte y akanmr olyktivm y empresa:
en ln.: quejamâs habría pensado, y aun -menus deseado.
si -no hubiese obtenida este ¿rm ¿ba-ra embarcarse m algo mu-ua
Arendt
*›±Jfi_<i fibilvëraš
mu`d(›q al zihtlznl _
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»papa
Pluralidad y política
El terror totalitario

a experiencia del totalitarismo constituye el punto de


Lparuda del proyecto teórico de Hannah Arendt. Su pri-
mera reacción ante este fenómeno fue afirmar que se trata
de una modalidad inédita de dominación, propia de la mo-
dernidad, que no puede ser explicada niju zgada con las ca-
tegorías y las normas de la teoría política tradicional.
En su libro Los orígen/es del totalitarismo (1951)Arendt sos-
tiene que la novedad de estos sistemas politicos reside en que
rompen con la alternativa en la que se fundamentaba la cla-
sificación clásica de los gobiernos, esto es, la altematjva entre
gobierno legal y gobierno ilegal, entre poder legítimo v po-
der arbitrario. Aunque el totalitarismo comparte con los go-
biernos ilegales el uso arbitrario del poder, al mismo tiempo
apela a una supuesta "legalidad superior De acuerdo con la
ideología totalitaria, la superioridad de su legalidad, respec-
to a los otros órdenesjuríclìcos, consiste en que en ella se en-
cierran las leyes que presiden el movimiento de la
Naturaleza o de la Historia, es decir, cree sustenlarse en una
verdad que trasciende la voluntad de los hombres.
Las pretensiones de la ideología totalítaria permiten
comprender esta peculiar manera de “conciliar” el uso ar-
bitrario del poder y la legalidad. Arendt caracteriza la ideo-
logía por tres rasgos fundamentales:
a) Detrás de su lenguaje científico se esconde la aspira-
ción, muy poco científica, de explicarlo todo.
'74 / ca-mas y amflm. sfhvtm Mmaz.- ti a¢fim;a'ó›= ai la pazzsw

b) La ideología se independiza de la experiencia, por lo


que se hace inmune a ia crítica.
c) Las ideologías tratan el curso de los acontecimientos
como si éstos siguieran la misma “ley” que rige la exposi-
ción lógica de sus ideas.
Las ideologías suponen siempre que basta una idea
para explicario todo y que ninguna experiencia puede en-
señar nada nuevo, ya que todo puede abarcarse mediante el
proceso de deducción lógica a partir de su verdad. La ideo-
logia, como los viejos mitos, quiere someter la complejidad
de la realidad a un sistema teórico, en el que puede darse
razón de cualquier cosa a partir de sus “ideas” fundamenta-
les. Es la aspiración absolutista la que produce la identifica-
ción entre la voluntad de saber de la ideología y la voluntad
de poder del totalitarismo. '
El sistema totalitario, armado con su ideología, cree
haber establecido con certeza el Fm al que se dirige el movi-
miento de la Naturaleza 0 de la Historia. Dicho fin se asocia
con la realización de lajusticia y la armonía sociales.
La ilegalidad totalitaria, desafiando la legitimidad y pre-
tendiendo establecer el reinado directo de la justicia en la
Tierra, ejecuta la ley de la Historia o de la Naturaleza sin
traducirla en normas de lo justo y lo injusto para el com-
portamiento individual. Aplica directamente la ley a la
Humanidad sin preocuparse del comportamiento de los
hombres'
Por eso, considera que el fin al que tiende el mozrimiento
puede justificar cualquier acción. Los asesinatos de ju dios,
gitanos, inválidos, campesinos o burgueses son, desde la
óptica totalitaria, acciones que permiten suprimir los obs-
táculos que impiden el libre desenvolvimiento del “movi-
miento natural o histórico".
El nexo que el totalitarismo establece entre el uso arbi-
trario del poder y la legalidad se debe, por tanto, a dos ra-
zones relacionadas con la visión ideológica del mundo:

1 Hannah Arendt, Las a-rígerus del totalitarismo (OT), Madrid, Alianza,


1997, p. sea.
Pzmmaa y puma / 75

a) Se transforma el sentido de la noción de legalidad,-


ésta deja de inferirse al marco normativo que permite esta-
bilizar las expectativas de los hombres en el proceso de
coordinación de sus acciones, para denotar la dirección de
un movimiento que trasciende la voluntad de los hombres.
b) Se apela a una llamada "ética de la responsabilidad”
y su consigna “el finjusúfica los medios". Lo peculiar del to-
talitarismo es concebir ese fin como una verdad y no como
algo que se ha propuesto alcanzar un individuo o grupo
particular.
La asociación entre el poder ilimitado, arbitrario, y la
legalidad da lugar a la nota esencial de la dominación tota-
litaria: El terror. “Si la legalidad es la esencia del gobierno
no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía, enton-
ces el terror es la esencia de la dominación totalitaria [_ ..1 El
terror es legalidad si la ley es la ley de alguna fuerza supra-
natural, la Naturaleza o la Historia”.' Para Arendt, la espe-
cificidad del terror totalitario se encuentra no sólo en su
intensidad y en la perfección técnica de los medios que uti-
liza, sino también en su propósito de destruir la pluralidad
del mundo humano. El anillo férreo del terror es el recurso
para negar la pluralidad de los hombres y hacer de ellos
uno, esto es, un macmsujeto capaz de adecuarse al hipotético
curso de la Historia o de la Naturaleza. Los campos de con-
centración son una institución esencial de estos sistemas
políticos, porque ellos, junto a su función de eliminar a los
enemigos del régimen, sirven también para experimentar
las posibilidades de homogeneizar al pueblo bajo condicio-
nes científicamente controlables. En los campos de concen-
tración se busca degradar a las personas hasta poder
arrebatarles su individualidad y, de esta manera, antes de
exterminarlos, convertirlos en una masa dócil que actúa de
manera uniforme.
Los campos de concentración sirven para disciplinar y
homogeneizar a los hombres que todavía están fuera de
ellos. El objetivo final es hacer de la sociedad un inmenso
campo de concentración. La mayoría de los individuos que

2 Ibíd., pp. 688-6894


76 / Cimmuo y conflicto. Schmitt y Anmdlr la dafiriicián dz fo político

viven bajo un sistema totalitario, aunque desconocen el


funcionamiento preciso de estos campos, saben de su exis-
tencia, así como de la continua desaparición de los indivi-
duos. También saben que uno de los mayores delitos es
hablar de "eso" que se sabe nebulosamente. Preguntar 0
hablar de “eso” es convertirse en un seguro candidato a ser
uno más de los que desaparecen. Esta conciencia difusa y
reprimida es un elemento indispensable de la dominación
totalitaria; es una amenaza constante que hace del terror
una realidad cotidiana. En las puertas de acceso a los cam-
pos de concentración los nazis inscribían el lema “E1 traba-
jo os hará libres". Esto no sólo se refiere, con negra ironía,
al destino de sus internos; es, también, una advertencia a
todos los que están fuera de ellos. Se trata de la advertencia
de que la única "libertad" que es permitida alos ciudadanos
es dedicarse a las actividades laborales que permiten la re-
producción dela especie, hasta lograr la realización de la
armonía y la felicidad en un reino de seres homogéneos.
El terror característico de la dominación totalitaria, de-
bido a su intensidad y su carácter cotidiano, lleva a los indi-
viduos que viven bajo estos sistemas a experimentar la
soledad más radical que pueda imaginarse. Para Arendt, la
soledad no es resultado de un momentáneo retiro de la vida
social, sino una radicalización del aislamiento, que hace
que los hombres pierdan toda forma de contacto con los
otms. El aislamiento, por su parte, es una consecuencia de
la destrucción de la esfera pública, como sucede en las tira-
nías tradicionales; pero la soledad radical implica tanto la
desaparición del ámbito público, como el control y la coac-
ción del ámbito privado.
En una sociedad donde cualquiera puede ser declara-
do el “enemigo objetivo" o donde cualquiera, incluyendo
los familiares más cercanos, puede ser un agente de la poli-
cía secreta, el individuo se refugia en su intimidad, hasta
perder la capacidad de relacionarse con los otros.- Los hom-
bres aprenden a vivir detrás de un muro o con una máscara
que los protege de convertirse en sujetos sospechosos, pero
que también hace perder la elemental confianza que se re-
quiere para experimentar el mundo humano. Esta soledad
Plimzlidad y política /

radical, producida por el terror, es un requisito para que


pueda sobrevivir el orden totalitario.
Aunque Arendt afirma que el terror es la esencia del to-
talitarismo, también sabe que este último no puede expli-
car el éxito de las ideologías totalitarias, ni el origen de
estos sistemas políticos. El totalitarismo requiere además
de una dosis suficiente de consenso social. ¿Cómo explicar
el apoyo que recibieron los movimientos totalitarios? ¿Qué
impulsó a una gran parte del pueblo a salir a las plazas pú-
blicas para aclamar al líder totalitario? ¿Cómo es posible la
existencia de tantos colaboradores convencidos de la legiti-
midad del gobierno totalitario? Cuando se intenta respon-
der con precisión a éstas y a otras preguntas se percibe que
no es suficiente resaltar el carácter novedoso de la domina-
ción totalitaria. Es menester cambiar de perspectiva para
localizar el tipo de condiciones sociales que hicieron posi-
ble el surgimiento v la expansión del totalitarismo.
El totalitaiismo no es una catástrofe que intemimpe el
curso preestablecido de la modemidad, sino una consecuen-
cia extrema de ciertas tendencias inherentes a ella. La pno-
funda constemación que produjo el totalitarismo no sólo se
debe a la magnitud de sus crímenes; es también el resultado
de los cuestionamientos que su aparición planteó acerca del
rumbo que tomaron las sociedades occidentales y del valor
de algunos de sus ideales. Pensar después de Auschwitz y el
Gulag implica haber perdido loshorizontes utópicos tradi-
cionales y, con ellos, la confianza en nociones como razón,
progreso, reconciliación, etc. El totalitarismo no es amenaza
externa, sino un monstruo que surge de las entrañas de la
propia civilización que se autocaliñca de "ilustrada". Incluso
en sociedades con ún Estado de Derecho y una larga nadi-
ción democrática aparecen ciertos rasgos de la dominación
totalitaria. Recordemos, para mencionar sólo un caso, la “ca-
cería de brujas" que se llevó a cabo en la era McCarthy en
Estados Unidos de Norteamérica.

La semilla del totalitarismo

En su libro La condición humana (1958) Aren dt se propone


un doble objetivo: 1) determinar cuáles fueron los cam-
78 / cmmo y amflalø. soma y Ama.- 14 aefifleøfl de su poza@

bios sociales, entre todos los que produjo la modernidad,


que permitieron el surgimiento del totalitarismo y 2) de-
finir un criterio normativo postmetafísico en el que pue-
da sustentarse la crítica a las sociedades modernas. Digo
que se trata de un doble objetivo y no de dos objetivos di-
ferenciados, porque Arendt no concibe una descripción
de las sociedades modernas que sea ajena a un interés crí-
tico. La mera descripción sólo nos llevaría a reseñar el
tránsito de la humanidad entre distintas formas de domi-
nación, sin poder proponer altemativas que orienten las
acciones.
En la realización del primer aspecto de su objetivo,
Arendt encuentra un apoyo en la teoría de Tocqueville.
Este autor destaca que las sociedades modernas han libe-
rado a los individuos de las ataduras de los sistemas de
privilegios, que sustentaban las formas de dominación
patrimonialistas, y, con ello, han propiciado el desarrollo
gradual de cierta "igualdad de condiciones". Sin embar-
go, este autor agrega que la disolución de los lazos y de
las organizaciones tradicionales también crea las condi-
ciones para que surja la amenaza de una nueva forma de
despotismo.
Quiero imaginar bajo qué nuevos rasgos el despotismo
podría darse a conocer en el mundo; veo una multitud in-
numerable de hombres iguales y semejantes, que giran sin
cesar sobre si mismos para procurarse placeres nlines y
vulgares. con los que llenan su alma. Retiiado cada uno,
vive extraño al destino de todos los demás; sus hijos y sus
amigos forman para él toda la especie humana [...] Sobre
éstos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga
sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte.5

De acuerdo con Tocqueville, este nuevo despotismo


que amenaza a las sociedades modernas tiene sus raíces en
tres fenómenos:
a) la centralización del poder
b) el aislamiento de los individuos y

3 AlexisdeTocqueviIle,I.ade1nac1uciaenAm¢$1`ca, México, FCE. 1992 p. 533.


Pluralídad y política / 79

c) la “tiranía de la mayoría", entendida como un poder


impersonal que, al homogeneizar la imagen del mundo, li-
mita radicalmente la libertad de los individuos.
Por su parte, Arendt sostiene que la centralización del
poder y la atomización son las dos caras de un mismo pro-
ceso, aquel que conduce a la pérdida de la esfera pública;
mientras que la “ tiranía de la mayoría” , el imperio del Uno,
es una consecuencia de esto último. La desaparición de la
esfera pública es un síntoma de que la práctica política se ha
reducido a su aspecto técnico. Los gobernantes se encargan
de decidir cuáles son los medios para alcanzar un fin dado
(la seguridad, el bienestar, etc.), mientras que el resto de los
ciudadanos se convierten en simples homo: oeconomicus, de-
dicados únicamente ala búsqueda de los bienes que satisfa-
cen sus intereses privados.
Arendt percibe que el origen de esta transformación
social se encuentra en el triunfo del mercado sobre la políti-
ca. Pero, a diferencia de Marx, ella no cree que en las socie-
dades modernas pueda eliminarse el mercado como
mecanismo de integración social; ni mucho menos acepta
que ello, si fuera posible, pe rmiriría acceder a una sociedad
libre de conflictos. La tesis de esta autora consiste en soste-
ner que es necesario establecer ciertos límites al mercado,
para garantizar la sobrevivencia de la esfera pública y, con
ella, de la política, en sentido estricto.
En esta tesis se encuentra implícita una peculiar idea
de la política. Ésta se concibe como una actividad que
permite a cada individuo, mediante sus acciones y dis-
cursos, presentarse ante los otros como un sujeto que po-
see una identidad propia, que debe ser reconocida por
ellos. Desde este punto de vista, la política se encuentra
ligada de manera indisoluble a una esfera pública, la cual
representa un espacio de aparición, en el que se desarrolla,
como decía Aristóteles, el “trabajo del hombre en tanto
hombre”. Los hombres a los que se les impide entrar a la
esfera pública y ejercer el poder político, o aquellos que
renuncian a ello, se ven imposibilitados de reafirmar su
propia identidady que ésta sea reconocida por los otros.
Éste fue, o es todavía, el caso de los “bárbaros”, de los ex-
tranjeros. de los esclavos, de los que fueron llamados “in-
80 / cm.-tw J amflaw. sama ,Amas a definición df -L0 poza@

dígenas”, de las mujeres en la familia patriarcal, de los


judíos durante mucho tiempo, etc. El individuo privado
del acceso a la esfera pública carece de la facultad de pro-
poner e iniciar acciones nuevas. Su vida se reduce a reali-
zar las labores que le permiten sobrevivir. El ser hu mano
que carece de la facultad de acción pública se verá some-
tido al poder de los que definen los fines colectivos y los
medios para alcanzarlos.
La autonomía de la esfera privada es un requisito in-
dispensable para que exista un orden social que garanti-
ce la libertad. Sin embargo, para que esa libertad pueda
realizarse no puede limitarse a su aspecto “negativo”,
esto es, a crear un espacio donde los individuos puedan
actuar sin la interferencia del poder público ("libertad
de” o "libertad delos modernos”). La atmósfera propicia
a la libertad requiere no sólo de un ámbito privado que
brinde al individuo un lugar propio en el mundo; tam-
bién necesita de las condiciones que permitan a ese indi-
viduo salir a la esfera pública y convertirse en un
ciudadano, para, entre otras cosas, defender esa inde-
pendencia delo privado. La libertad existe únicamente
donde hay una diferenciación, así como un tránsito flui-
do entre lo privado y lo público.
El problema del proceso de modernización no reside,
según Arendt. en la consolidación y diferenciación del ám-
bito privado respecto de otras esferas de la sociedad, sino
en la dinámica que lleva a los individuos a quedar encerra-
dos en él_ Lo paradójico de esta tendencia al aislamiento o
al “privatismo" consiste en que, cuando se incrementa el
número de losmiembros de una sociedad que buscan refu-
giarse en el ámbito privado, este último pierde cada vez
más su capacidad de protegerlos. Los individuos atomiza-
dos quedan a merced de los poderes sociales.
La masificación de la sociedad no es sólo un cambio
cuantitativo, producido por el au mento de la densidad de-
mogrãfica; es, de manera esencial, una transformación
cualitativa, que tiene su origen en la destrucción de la esfe-
ra pública como instancia capaz de organizar y diferenciar
a los ciudadanos.
Pzmzuaa 9 ¡mima / 81

La esfera pública, al igual que el mundo en común, nos


junta y no obstante impide que caigamos uno sobre otro,
por decirlo así. Lo que hace tan dificil de soportar a la so-
ciedad de masas no es el número de personas, o al menos
no de manera fundamental, sino el hecho de que entre
ellas el mundo ha perdido su poder para agruparlas, nela-
cionarlas y separarlasf
El hombre masa no es el que está con los otros, sino el
que ha perdido la facultad de reafirmar su individualidad y
que sólo puede relacionarse con sus semejantes a través de
la imitación de un modelo que los homogeneiza. La masa
representa la derrota del individuo por el Uno, es decir,
aquel poder que no es nadie determinado y, al tiempo, está
constituido por todos. El hombre que cae bajo el dominio
de la masa se ve privado también de su facultad de emitir
juicios objetivos o de comprobar la verdad de una teoría.
Porque ello sólo puede realizase por medio dela confronta-
ción de diversos puntos de vista. En cambio, en la masa sólo
impera una visión del mundo, cuya validez se sustenta no
en buenas razones, sino en la simple generalización.
Las ideologías totalitarias pueden obtener un amplio
éxito en las sociedades masificadas, porque ofrecen a los in-
dividuos las certezas perdidas, así como una promesa de se-
guridad yjusticia. Por su parte, el movimiento totalitario
otorga alas masas la posibilidad de recuperar el espacio pú-
blico. Sin embargo, lo público en estos movimientos ha per-
dido su atributo básico: la pluralidad. Lo que cuenta ya no
es la confrontación y reafirmación de las diferencias, sino el
número. Lo importante no es quiénes, sino cuántos.,
Para Arendt, por tanto, el totalitarismo es una conse-
cuencia extrema de la centraliración del poder político y el
aislamiento de los individuos, tendeiici as inherentes a la
modernización que llevan a la llamada sociedad de masas. La
amenaza del totalitarismo no ha desaparecido con la derrota
del fascismo y del stalinismo, sino que es un riesgo pemia-
nente que puede manifestarse con diferentes rostros, La for-

4 Hannah Arendt, La candšció-n himiam (CH), Barcelona, Seix Barral,


1974,' P. 77.
82 Í Comømo _-y conflicto. Schmitt y Arendt: hi definición de 'lo polítiea

ma de reducir este riesgo es recuperar las “virtudes públicas"


que hacen de los individuos ciudadanos. Es indudable que
un renacimiento de lavirtud republicana es muy difícil en las
sociedades modernas. El tomar conciencia de ello permite
percibir la magnitud del peligro que enfrentamos.

Crítica de la filosofía política

Para muchos comentaristas las nociones de política y esfera


pública que Arendtutiliza en su crítica al totalitarismo pre-
suponen una visión “idealista” de la vida política, muy ale-
jada de nuestra experiencia. Es cierto que la idea de política
que maneja Arendt tiene un carácter normativo. Pero,
como hemos dicho, el interés de ella no sólo es describir las
condiciones sociales que dieron lugar al totalitarismo y los
horrores que en estos sistemas se cometieron. Su objetivo
también es encontrar un criterio racional en el que pueda
fundamentarse la crítica a estos sistemas, así como plantear
una alternativa que pueda orientar las acciones políticas. El
que esa idea de política sea normativa no quiere decir que
sea incompatible con la realidad, ni que carezca de un apo-
yo empírico. En primer lugar, cuando Arendt sostiene que
en la acción pública está en juego la definición y reconoci-
miento de las identidades particulares, afirma que enla po-
lítica se manifiesta y consolida la pluralidad del mundo
humano, y ésta, asu vez, es inseparable del conflicto. Así
que aquellos que afirman que la noción de política que de-
sarrolla Arendt no puede dar cuenta de los conflictos y la
dominación, se equivocan.
En segundo lugar, la tesis de Arendt no es que el con-
flicto sea ajeno ala “auténtica” política. El conflicto en si
mismo no es lo que define la práctica política, sino la forma
en que éste se manifiesta. Podemos decir, como una prime-
ra aproximación, que el conflicto político es aquel que se
encuentra relacionado con el tema de la pluralidad y la ten-
sión que ella produce respecto a la necesidad de mantener
la unidad del orden social. La pluralidad conlleva siempre
conflicto (el cual no debe reducirse ala g'uerra); pero la con-
clusión inversa no es válida. En la economía, por ejemplo,
también se da el conflicto; sin embargo, este no es la conse-
Pimzaaa y postea / 83

cuencia del reconocimiento o falta de reconocimiento de


las identidades de los diferentes individuos o grupos. El
conflicto económico se basa en el problema de la distribu-
ción de la riqueza. En la competencia mercantil los seres
humanos se enfrentan como miembros de una misma espe-
cie, en la búsqueda de los objetos escasos que satisfacen sus
necesidades. la distribución asimétrica de los bienes o
mercancías produce una distinción cuantitativa, que sólo
cuando se manifiesta en la vida pública como una diferen-
cia cualitativa, adquiere un carácter político. Arendt consi-
dera que uno de los factores que explica la violencia
totalitaria es el intento de reducir el conflicto político a un
conflicto económico.
Arendt no se limita a defender su propuesta contra las
teorías tradicionales; al mismo tiempo emprende un crítica
a la cor riente dominante enla ñlosofïa política, debido a su
incapacidad de conceptualizar la determinación básica de
la acción política. Con independencia del resultado de esta
confrontación y de la posición que se tome en ella, lo im-
portante es que esta polémica nos exige cuestionar los su-
puestos en los que se sustenta nuestra visión de la política.
La crítica de la filosofia política que realiza Arendt toma
como punto de partida la relación entre la dominación to-
talitaria y las sociedades de masas que se describe en sus tra-
bajos Los orígenes del totalitarismo y La condición, humana.
Años mas tarde,~ Arendt vuelve a comprobar la existen-
cia de una conexión entre el totalitarismo y los individuos
masificados. En 1961, como reportera del semanario The
New lfbfker, asiste en la ciudad dejerusalem al juicio del co-
mandante de la SS Adolf Eichmann. Arendt encuentra que
el acusado no es el monstruo que quieren presentar los fis-
cales, sino un ejemplar típico del hombre masa. El hombre
que ha renunciado a la libertad y al pensar para obtener la
seguridad y las certezas que le ofrecían las ideologías totali-
tai-ias.
La ausencia de reflexión, el intento de evadir la re spon-
sabilidad de sus actos y la desmesurada necesidad de adap-
tarse a las circunstancias son aialidades de la personalidad
que Eichrnann comparte con los átomos que conforman las
masas. A partir de esta experiencia Arendt postula la no-
84 / emma y mfziaa. sama: y Ama.- ia aifinfifm iz. 1.» patria»

ción de banalidaddel mal. En el uso corriente el "mal" se pre-


senta como un acontecimiento demoniaco, extracotidiano,
que rompe con el curso espontáneo del orden cósmico y so-
cial. Sin embargo, en el juicio de Jerusalem, Arendt vuelve
a confrontarse, a través de las declaraciones del acusado y
de los testigos, auna expresión del "mal" que no se origina
en la "anormalidad" de sus causas o de sus causantes. Por el
contrario, se trata de un "mal" que se manifiesta como par-
te constitutiva de un orden social; el que, gracias a los efec-
tos de la ideología, lo ha convertido en algo cotidiano y
" necesario", ejecutado por personas comunes y corrientes.
El mal empieza a tornarse banal cuando se considera
que puede justificarse a través de una verdad. Una explica-
ción con aspiraciones de ser verdadera quizá pueda deter-
minar las causas que originaron un acontecimiento al que
consideramos un “rnal”; pero ella no lo justifica, ni mucho
menos podrá superar el dolor de las víctimas. Sin embargo,
las ideologías, con su aspiración de conocer la leyes que ri-
gen cl devenir de la Naturaleza o de la Historia, consideran
que pueden justiñcar el “mal”, al presentarlo como una
parte imprescindible de un proceso que conduce al "bien".
Incluso el lenguaje normativo queda desprestigiado en la
visión ideológica del mundo: ¿Por que hablar del “bien” o
del “mal”, si todo puede ser dicho con el lenguaje cientíñ-
co? ¿Por que recurrir a una perspectiva normativa si pode-
mos describir objetivamente elmundo? Aquel que cree en la
validez científica de la ideología no necesita preguntarse si
es un "mal" el exterminio de todo individuo que se oponga
a la verdad, sólo requiere "saber" que se trata de razas, cla-
ses y grupos “moribundos”, condenados por la Naturaleza
o por la Historia. El creyente no necesita pensar, sólo tiene
que sacar las conclusiones lógicas de la verdad que encierra
su ideología. La falta de reflexión en Eichmann es un caso
ejemplar de esta situación.
¿Acaso no ha sido también la intención de la teología y
la metafísica dar una justiñcación del mal a través de una
descripción verdadera de la totalidad del mundo? En efec-
to, también la teología y la metafísica han tratado de redu-
cir el mal al “no-ser", a una simple apariencia originada
por la limitada perspectiva de los mortales o de los que no
Pzmzuaa J patín@ / 85

conocen el curso del mundo. Para Arendt, la continuidad


que existe entre las concepciones del mundo metafísi-
co-religiosas y las ideologías se debe, entre otras cosas, a
que comparten el supuesto de que el conocimiento de la
verdad (una descripción verdadera del mundo) permite so-
lucionar los problemas práctico›morales. Cuando Arendt
se adentra en el estudio de la genealogía de este presupues-
to, encuentra que la ñlosofía de Platón es uno de los prime-
ros iugares en donde se desarrolla y fundamenta de
manera sistemática y, además, se relaciona directamente
con la filosofía política.
En La República, diálogo en el que se aborda el tema de
la mejor forma de gobierno, Platón expone el famoso “mito
de la caverna". En él se narra la hazaña del filósofo que lo-
gra romper las cadenas que lo atan a este mundo de som-
bras, para salir de él y contemplar las Ideas. Según este
relato, es el sujeto que contempla la realidad, sin la interfe-
rencia de la pluralidad de intereses yopiniones, el que pue-
de acceder ala verdad. Todo movimiento del cuerpo y del
alma, toda acción y todo discurso, deben cesar ante la con-
templación de esa verdad. ¿Qué tiene que ver esta concep-
ción del conocimiento con el gobierno de la sociedad? El
propio Platón nos da la respuesta a este interrogante cuan-
do afirma que es el lìlósofo que ha contemplado la verdad
el mejor gobernante posible, ya que la posesión del conoci-
miento le permite encontrar la solución de los problemas a
los que se enfrenta la sociedad.
Con independencia del hecho de que los ñlósofos no
han demostrado nunca ser muy aptos para ejercer el arte
de gobernar, ni siquiera como consejeros 0 asesores de polí-
ticos, lo importante de la filosofia platónica es que en ella se
propone un modelo de práctica politica que ha llegado a
ser hegemónico. En él se asume que la legitimidad del po-
der de los gobernantes se encuentra en la posesión del co-
nocimiento de la verdad que debe orientar las acciones.
Lo que le interesa subrayar a Hannah Arendt es que, si
se considera que el poder Iegítimo es aquei que se asocia con
la verdad y si se asume que esta última es independiente de
la voluntad y de las opiniones de los hombres, entonces se
llega ala conclusión de que la política es una actividad que
86 / ctmmy umfttfw. sfhmm yAm-ai; za ¿general de to patria@

trasciende la esfera pública y la pluralidad humana. En el


mejor de los casos, se acepta que la esfera pública es una ins-
tancia secundaiia, que permite únicamente comprobar la
eficiencia de la mediación entre el mandato de los gober-
nantes y la obediencia de los gobernados.
El modelo platónico de práctica política sobrevive, con
algunos cambios importantes, a todas las transformaciones
que implicó el surgimiento de la modernidad. Si en el pen-
samiento grecoromano clásico y en el medieval se conside-
ra que para acceder a la verdad es necesario dedicarse a la
“vida conteinplativa", la filosofia moderna empieza por po-
ner en duda la creencia en que la observación pasiva o la
mera contemplación sean los métodos adecuados para ad-
quirir conocimiento y aproximarse a la verdad. La tesis que
se plantea es que para estar en lo cierto hay que cerciorarse
y para conocer hay que hacer. El principio que domina en la
filosofía y la ciencia moderna es el siguiente; el sujeto sólo
puede conocer en toda su amplitud aquello que él mismo
produce (lêmm etfactum convermnzur). Este principio repre-
senta una inversión en lajerarquía entre “vida contemplati-
va” y "vida activa", en donde esta última adquiere la
prioridad. Esto es lo que, posteriormente, Kant denominó
La Revolución copemicana. El sujeto ya no es el que gira en
torno a los objetos para contemplar la verdad, sino que es el
pnopio sujeto el que impone un orden al mundo, mediante
los principios universales y necesarios inscritos en la razón,
que constituye su subjetividad, la cual define, a su vez, la
"esencia" del sujeto.
La transformación que produce esta revolución en la
compresión de la práctica política se puede apreciar en la
tradición teórica que apela a una mzón de Estado, la cual tie-
ne en Hobbes uno de sus principaies representantes. Entre
las grandes aportaciones de Hobbes a la teoría política se
encuentra el destacar que de la verdad no puede deducirse
el contenido de las leyes, esto es, el contenido del nivel nor-
mativo común que requiere todo orden social para orientar
y coordinar las acciones de los individuos. La descripción
verdadera del mundo sólo nos puede ofrecer cómo son los
hombres, no cómo deben ser o deben actuan Pero Hobbes aña-
de que de esa descripción puede deducirse que existe un fin
Pumzsaaa y poitm / 87

común a todos los hombres. Cuando vemos el comporta-


miento de los individuos encontramos, según él, que está
fundamentado esencialmente por un interés egoísta, a sa-
ber: la persecución de los medios que garantizan su sobre-
vivencia. La interacción de estos átomos egoístas sólo
puede dar como resultado una guerra permanente (“el
hombre es lobo del hombre”); pero esta situación de guerra
permanente entra en contradicción con el objetivo prima-
rio de la sobrevivencia.
La solución que propone Hobbes, ya que no existe una
verdad que permita a los hombres llegar a un consenso so-
bre el contenido del nivel normativo que debe regular sus
acciones (el único consenso posible es que se necesita esa
instancia normativa común), es el de crear un poder sobe-
rano encargado de decidir cuál es el contenido de las leyes
que deben regir la vida pública (Aulorilas, non li-ritasjìzaít le-
gem}. La imposición del soberano, en la deñnición de las le-
yes, permite garantizar la seguridad, que representa la
condición necesaria para alcanzar el [in básico de la sobre-
vivencia. De esta manera, la práctica política se convierte
en una actividad exclusivamente técnica; dado un fin (la se-
guridad), el objetivo es establecer los medios mas adecua-
dos para acceder a él. La verdad queda ahora relegada a
cumplir una función en la determinación de dichos me-
dios, Si en Platón el poder se subordina a la verdad, en
Hobbes esta última queda subordinada al primero.
A pesar de todas las diferencias que existen entre la teo-
ría de Platón y la de Hobbes, ambos coinciden en otorgar el
monopolio de la iniciativa política, gracias al control de la
dualidad verdad y poder, a los gobernantes, a los políticos
profesionales, mientras a los gobernados se les reserva, en
la esfera pública, un papel pasivo. La relación asimétrica
entre gobernantesy gobernados se mantiene como la rela-
ción política esencial, legitimada en la verdad o en el poder
técnico que poseen los primeros.
Se puede reprocha: a Hannah Arendt el haber olvidado
una cosa evidente, esto es, que en la historia del pensamien-
to político existe una multiplicidad de autores que vinculan
la práctica política a la esfera pública y que exigen la partici-
pación del pueblo en el ejercicio del poder político. Arendt
88 Í Cmuenro y conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de 'la político

no olvida esta diversidad de posiciones, Sin embargo, consi-


dera que muchos (no todos) de los teóricos y políticos que
han defendido la importancia de la esfera pública y la demo-
cratización del ejercicio del poder político conservan una
herencia platónica, ya que no reconocen, al mismo tiempo
que elogian la participación popular, la pluralidad como
rasgo esencial e insuperable del mundo humano. De esta
manera, por ejemplo, se asume la importancia de la esfera
pública, pero se considera que la confrontación de opinio-
nes debe conducir a una verdad que permita conciliarlas y
determinar las decisiones políticas. También es frecuente
encontrar a aquellos que exaltan la participación popular,
pero condicionan dicha participatjón a que el pueblo o las
clases o los grupos actúen de manera uniforme, a la manera
de un macrosujeto que tiene una voluntad general o común.
No basta, entonces, hablar de la participación ciudadana y
de la democracia para romper con la visión monoteísta que
ha imperado en la filosofía política.
El proyecto de Hannah Arendt consiste en reconstruir
los principios de la tradición republicana (aquella que
considera que la participación ciudadana es el valor fun-
damental de la práctica política) y demostrar que ésta es
compatible con la pluralidad. En el pensamiento antiguo
la defensa de la concepción republicana no enfrentaba
este problema porque se partía del supuesto de la homo-
geneidad del pueblo. Los otros, los “idiotas”, eran los bár-
baros, los esclavos, aquellos que no eran humanos en el
sentido pleno de la palabra y que por eso se les excluía de
la polis. En cambio, en la modernidad, la presencia de la
pìuralidad en la esfera pública es ineludible. Sin embargo,
la mayoría de los teóricos que asumen una postura repu-
blicana, o por lo menos algunos de sus aspectos, acuden a
una instancia metafísica que les permita mantener el su-
puesto de una homogeneidad del pueblo; se apela a una
'voluntad general', a una 'clase universal', a una 'Razón', a
un “Espíritu del pueblo', etc.; incluso, en este zoológico
metafïsico, encontramos especímenes como la 'raza'. El
reto que enfrenta Arendt es desarrollar una fundamenta-
ción dela concepción republicana sin acudir a estas enti-
dades trascendentes.
rima-'dad y patata; / 89

Para realizar este proyecto, Arendt se propone en su últi-


ma obra, La vida dei awpíritu (1971), desarrollar una crítica de
la razón política en la que se caracterice y delimite el tipo de
racionalidad que acompaña a la acción política. La tesis que
guía este trabajo es que en la práctica política no está enjue-
go la búsqueda de una verdad, que sea reconocida como tal
por todos los sujetos, sino ia búsqueda de un sentido, surgido
de la confrontación de una diversidad de opiniones, del que
se pueda desprender los fines que orientan las acciones.
Quiero condensar el resultado de mi investigación en una
fórmula: la necesidad de la razón no está inspirada por la
búsqueda de la verdad, sino por ia búsqueda del sentido. Y
verdad y sentido no son una misma cosa. La falacia por ex-
celencia que prima sobre tod as y cada una de las demás fa-
lacias metafïsicas reside en interpretar el sentido según el
modelo de la verdad.5
El sujeto no accede al sentido a través de una contem-
plación del mundo que le permita comprobar la existencia
de una adecuación entre sus enunciados y la realidad, sin la
interferencia de los demás. El sentido es el resultado de la
interacción de los sujetos al interior de las diferentes prácti-
cas sociales. Esta idea le permite a Hannah Arendt, al igual
que Hobbes, mantenerla prioridad de la vida activa sobre la
vida cmztemplativa.. Pero, a diferencia de Hobbes, niega que
la vida activa pueda reducirse al modelo de un sujeto aisla-
do que mantiene una relación técnica con el mundo para
realizar sus fines egoístas. Para Arendt, la acción política
presupone una dimensión intersubjetiva, en donde, a tra-
vés de la confrontación de la pluralidad de opiniones, se es-
tablecen, mediante acuerdos, compromisos, regateos, etc.,
los lines colectivos. El sentido no presupone una "adecua-
ción" con una realidad dada, sino una decisión en tre multi-
plicidad de alternativas.

5 Hannah Arendt, Van Lebm des Carlile.: (LG), Munich, Piper, 1989, p. 25.
Se trata de una tesis que encontramos también en las filosofías de Hei-
degger y de Wittgensteln. Lo interesante de estos dos últimos es que en
un principio trataron de interpretar elsentido en términos del modelo
de verdad, para después criticar radicalmente esta reduccióu_
90 / Consenso y wnflícw. Schmitt y Arendt: la dejìnición de la político

Reconocer la pluralidad inherente a la dimensión in-


tersubjetiva implica, además, asumir que no existe el senti-
do, sino los sentidos. El desconcierto y los riesgos que
produce la pluralidad de sentidos nos permite comprender
por qué los tiranos, los dictadores, los líderes totalitarios,
así como gran parte de los filósofos, sonaron con encontrar
una verdad que permitiera homogeneizar los sentidos que
se expresan en la pluralidad de opiniones. En efecto, esa
supuesta verdad permitiría solventar la dificultad que en-
cierra la coexistencia de la pluralidad con la necesidad de
mantener la unidad del orden social. Pero ello significaría,
según Arendt, la abolición de la politica; su transformación
en una actividad técnico administrativa, que se podría rea-
lizar sin la interferencia del mido que produce el conflicto
de opiniones. Pero las promesas de armonía y seguridad
que encierra esa unión entre verdad y política han desem-
bocado siempre en el terror. Ello no se debe a la falta de
conciencia del pueblo o a su poca ilustración, sino al inten-
to, muy poco realista, de suprimir la pluralidad del mundo
humano en nombre de una verdad incuestionable.
Condicion humana
I

y política
Plzm euímr el malentendído.- la condición humana
no es lo mismo que la naturaleza humana
J la suma de actividades y capacidades
que cofrupon-den a la condición humana
no constituye -nada semejante a la naturaleza humana
Arendt

oda filosofia política con tiene, de manera explícita o im-


Tplícita, una serie de supuestos sobre lo que son y deben
ser los hombres. En numerosas ocasiones dichos supuestos
se elevan al rango de naturaleza humana, entendida ésta
como una “esencia” trascendente. La idea de naturaleza hu-
mana es, en sus múltiples variaciones, una de las supuestas
“verdades” que ha impedido conceptualizar la complejidad
de la práctica política, al pasar por alto la experiencia básica
de la pluralidad. Hannah Arendt realiza un análisis fenome-
nológico del mundo humano con la intención dc criticar la
antropología subyacente a las teorías políticas tradicionales.
Su objetivo es demostrar que no existe un modelo de hom-
bre al que deban subordinarse todos los miembros de la es-
pecie, sino sólo una serie de condiciones comunes, a las que
ella denomina condición humana.
Entre los elementos que conforman la condición hu-
mana se encuentran, en primer lugar, estas tres determina-
ciones:
92 / comme y mama. sthmiu y Amat.- za aflfleisn af to politico

a) La vida, la cual hace referencia al aspecto biológico


de los seres humanos (seres que nacen, crecen, se reprodu-
cen y mueren).
b) La mundanidad, que denota el hecho de que los hom-
bres crean los objetos e instrumentos que conforman su
mundo. El mundo no es una realidad dada, sinoun produc-
to de la actividad humana.
c) La pluralidad, que nos remite a la experiencia de la
diferencia entre los individuos, los grupos y las sociedades.
A estos tres aspectos basicos de la condición humana co-
rresponden, respectivamente, tres dimensiones de la acti-
vidad humana: l) labor (ponein); 2)fabricación (ergazesthai)
y 3) acción (pl'altein).l -
l)Labor es la dimension de la actividad humana dedicada
al mantenimiento de la vida; “la condición humana de la la-
bor es la vida misma". Se trata, en otras palabras, del aspecto
de la aciivi dad de los hombres encaminada a conseguir, man-
tener y consumir los bienes indispensables para satisfacer las
necesidades vitales. La labor se caracteriza por la fatiga y la re-
petición; en ella no existe propiamente una faceta creativa. El
hombre que sólo labora (como los esclavos o las llamadas
"amas de casa”) se encuentra sometido por completo a los ci-
clos biológicos, es un animal laboran: que no puede adquirir
una individualidad. El laborar siempre se mueve en el mismo
círculo, prescrito por el proceso biológico del organismo, y el
fin de su fatiga y molestia sólo llega oon la muerte.
2) Fabricación es la dimensión de la actividad humana
que permite pmducir el conjunto de instrumentos que facili-

l En la traducción española del libro Tlxe Human Condition se utilizan


los términos l) labor, 2) trabajo y 3) acción. Me parece que usar el tér-
mino `fabricación`. en lugar de 'trabajo' se acerca más a la idea de
Arendt. Mi propuesta se basa en la inducción latina del concepto
griego "ergazeslhai" por "fabricari”. Así mismo, me remito a la
versión alemana, que la propia autora realizó, en la que se habla de
ll Ai-beit, 2) Herstellen y 3) I-landeln. Por otra parte, recordemos
que el término 'trabajo' deriva de :ny-alium, esto es, una forma de mr-
nim en la que se utilizaban ti-es palos. Por ello, en su origen etirnológi-
co 'trabajo' se encuentra más cercano ala noción de '1aboi". Hoy en
día utilizamos la noción de trabajo para referirnos tanto a la labor
como a la fabricación (el 'hacer').
Condición humana y política/ 93

tan la labor y aligeran sus fatigas. El valor fundamental dela


fabricación es la utilidad, y su racionalidad se basa en la rela-
ción medio-fin (lo que otros autores han llamado la raciona-
lidad instrumental). Además, en la medida que los objetos
fabricados trascienden a sus creadores individuales y se con-
vierten en bienes sociales, la fabricación da lugar al mundo en
el que los hombres encuentran su hogar. La permanencia y
durabilidad de los artefactos hace posible superar la dinámi-
ca cíclica de los procesos naturales. Gracias a su uso, cada ob-
jeto adquiere un significado dentro del sistema de objetos
que conforman el artificio humano, que hace posible tanto la
permanencia como el cambio propios de la historia.
3)Acct`ón es la dimensión de la actividad humana relacio-
nada con la pluralidad, “con el hecho de que los hombres, no
el Hombre, vivan en la Tren-ay habitan el mundo”. En tanto
la acción está constituida por la unión de la práctica (pmx-is) y
el discurso (lens), es ella la que les hace posible a los indivi-
duos adquirir, en la interacción con los otros, una identidad.
y que ésta sea reconocida socialmente. La acción requiere
siempre de un espaoo público que haga posible la presenta-
ción de cada hombre ante los otros. Práctica, discurso y espa-
cio público, elementos que conforman la acción, son la
condición (canditío sima qua mm y candítio ¿ber quam) de la vida
política.
A cada una de estas tres dimensiones de la actividad hu-
mana -labor, fabricación y aoción- Arendt le asigna, res-
pectivamente, una de estas tres categorías: l ) potencia, 2) vio-
lencia y 3) poder.
1) La¡botencia es el atributo que se deriva de las capacida-
des lïsicas de un individuo; es lo que le permite al hombre rea-
lizar sus labores. “Ibtencia designa inequívocamente a algo en
una entidad singular individual; es la propiedad inherente a
un objeto o persona y pertenece a su carácter, que puede de-
mostrarse a sí mismo en relación con ouas cosas o con otras
personas, pero es esencialmente independiente de e1los".2
2) La violencia es una prolongación de la potencia, pero
se distingue de ella por su carácter instrumental. Este ca-

2 Hannah Arendr, “Sobre la violencia", en-. C1-¿sir de la Røpáblica, Ma-


drid, Taurus, IQ73, pp. 146-147,
94 Í Corunuo y conflicto. Schmitt y Anmdl: la. deƒi-nición de Io política

rácter de la violencia la relaciona con la fabricación. Los


instrumentos son concebidos y empleados para acrecentar
la potencia de los individuos; incluso, gracias al desarrollo
técnico, pueden llegar a sustituirla, como sucede con la au-
tomatización de las fábricas modernas. Sin embargo, la vio-
lencia no se limita a la relación entre el hombre y los
objetos, también se hace presente en la relaciones en tre los
individuos. La violencia entre los sujetos aparece cuando
éstos no se reconocen como personas, sino que cada uno
convierte al otro en un simple medio, un objeto más, para
conseguir sus fines particulares. Lo decisivo en la relación
de violencia entre los hombres es el control de los instru-
mentos que permiten adquirir la supremacía sobre los
otros. El lenguje puede convertirse en un instrumento más
de la violencia cuando el sujeto no lo utiliza para manifestar
sus intenciones, sino sólo para trasmitir una información
que le permite instrumentalizar a los otros.
3) El poder -nos dice Arendt- corresponde a la
capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para
actuar concertadamente. El poder nunca es propiedad de
un individuo; pertenece al grupo y sigue existiendo mien-
tras que el grupo se mantenga unido. Cuando decimos de
alguien que está 'en el poder' nos referirnos realmente a
que tiene un poder de cierto númem de personas para ac-
tuar en su uombre. En el momento en que el grupo, del que
el poder se ha originado (potestas in populo, sin un pueblo
o un gnlpo no hay poder) desaparece, 'su poder* también
desaparece. En su acepción corriente, cu ando hablamos de
un 'hombre poderoso' o de una 'poderosa personalidad*.
empleamos la palabra 'poder' metafóricamcnte; a lo que
nos referimos sin metáfora es a 'potenciaïs
Para Arendt, el poder es siempre el resultado de las ac-
ciones concertadas de un grupo.
Esta definición de poder parece contradecir el uso coti-
diano de este término, ya que se asocia el poder y la violen-
cia. Arendt reconoce que el poder y la violencia aparecen
generalmente unidos; sin embargo, su tesis consiste en afir-

s 1t›a.,p.14s_
cmreu» :mmm y portan/ 95

mar que son fenómenos distintos (“Poder y violencia, aun-


que son distintos fenómenos, aparecen juntos"). Mientras
la violencia depende de los instrumentos, el poder depen-
de dela relación entre los individuos.
Una de las distinciones más obvias entre podery violencia es
que el poder siempre precisa el número [de individuosj,
miennas que la violencia, hasta cierto punto, puede prescin-
dir del número porque descansa en sus instrumentos [...} L1
extrema forma de poder es la de Todos contra Uno, la extre-
rna forma de la violencia es la de Uno conrra Todosfl
El poder de un grupo puede servir como medio para
imponerse sobre otro grupo. Desde esta perspectiva hay
continuidad entre poder y violencia. Pero si asumimos la
perspectiva interna al grupo, encontramos que el poder y
la violencia entran en contradicción. Cuando al interior de
un grupo desaparece el poder, debido a la falta de un con-
senso básico, la única manera de mantener la unidad de di-
cho grupo es la violencia. Es evidente que en todo sistema
político existe una mezcla, en diferentes proporciones, en-
tre poder y violencia.
Tenemos que tomar en cuenta que la condición huma-
na no es una esencia trascendente, sino una realidad in-
mersa en el devenir histórico y, como tal, las relaciones
entre los diversos aspectos que componen esta unidad com-
pleja varían de manera constante en los distintos contextos
sociales. Para describir los cambios históricos en las relacio-
nes entre las diferentes dimensiones de la actividad huma-
na, Arendt acude a la dualidad esfempnbada y esflera pública,
así como a las transformaciones de la relación entre estos
dos ámbitos de la organización social.
La organización familiar constituye el núcleo de la esfe-
ra privada, donde los individuos se integran mediante lazos
sentimentales y de lealtad personal, dentro de una estructu-
rajerárquica, en la que las distintas posiciones y funciones se
encuentran definidas y legitjmadas por la tradición. La fa-
milia se encuentra estrechamente ligada a la necesidad de
enfrentar las tareas indispensables para la sobrevivencia del

4 laa., P. 144.
96 / Conxevuo y zanflida. Schmitt y/lrendt: la definicíón de lo político

individuo y la especie. Desde este punto de vista, el aspecto


de la actividad humana que la distingue es la labor.
En la esfera privada se lleva a cabo también gran parte de
esa dimensión de la actividad humana que se ha denominado
aquí fabricación. En un principio, los instrumentos fabricados
sirven para facilitar las labores que ejecuta la familia en su ta-
rea de sobrevivencia. Así mismo, el desanollo del medio ins-
trumental ha producido importantes efectos en la organi-
zación de la comunidad familiar. El control asimétrico de los
utensilios hizo posible que se acentuaran las diferencias en las
reladones familiares, hasta convertir las diferenciaciones fun-
cionales de su estructura en una forma de dominación. la vio-
lencia que urilira el líder de la familia para someter a los
esclavos y a sus propios parientes es una prolongación de la
violencia que se ejerce para someter a la naturaleza.” Para
Arendt, la violencia y la dominación son fenómenos “prepolí-
ticos”, en el sentido que aparecen en el ámbito priva-
do-familiar, como parte del proceso productivo. Ello no quiere
decir que la violencia y la dominación se hayan mantenido al
interior de este ámbito; como sabemos, ellas han sobrepasado
las fronteras de lo privado para extenderse por el mundo pú-
blico, donde han encontrado una atmósfera propicia.
En contraste con la esfera privada, la esfera pública se
sustenta, según Arendt, en el reconocimiento de los indivi-
duos comopersonas ig-ua.le.s, esto es, como sujetos que compar-
ten los mismos derechos y deberes. Es verdad que entre los
miembros de la familia se da un reconocimiento, incluso más
intenso que el reconocimiento público entre personas, pero
éste no se basa en la idea de igualdad, sino en las diferencias.
El que el padre de familia reconozca a su esposa como objeto
privilegiado de sus deseos y sus sentimientos no implica que la
reconozca como persona. En cambio, el reconocimiento que
constituye el ambito público es aquel que hace referencia a un
nivel normativo común (ello no quiere decir que los indivi-

5 Recordemos cómo la guen-a tenía enla antigüedad directamente un ca-


rácter económico. Em la ibrma de obtener un botín y, como parte de él,
losesclavos que sededicaban a la labor. La importancia económica de ia
guerra fue uno de los factores para que el control de las armas se convir-
tiera en elemento decisivo en la definición del grupo dominante.
Condición humana. y política / 97

duos sean o se vean como idénticos). De acuerdo con esta des-


cripción, la esfera pública tiene el carácter de un espa-ii› de
aparición, en el que cada individuo, mediante sus actos y pala-
bras, se presenta ante sus pares y, gracias a ello, le es reconoci-
da una identidad propia (el reconocimiento de la igualdad
entre los ciudadanos se rnanifiesta en el derecho compartido
de ei-tpresary reafirmar la propia identidad frente a los otros).
Los griegos llamaron a este ámbito público polis y a la activi-
dad que en ella se ejercía acción política.
Mientras en la esfera privada dominan los imperativos
que provienen de las necesidades vitales, en la esfera pública
los hombres experimentan la libertad. Esto no presupone
que la esfera pública sea un idílico lugar en donde los hom-
bres puedan hacerlo que quieran. Por el contrario, cada in-
dividuo encuentra en el mundo humano una trama de
relaciones dadas que se le imponen tanto en lo privado como
en lo público. Pero en este último ámbito el sujeto tiene la al-
ternativa de iniciar una serie de acciones que repercuten en
la conservación y transformación del orden imperante. Lali-
bertad no consiste en romper 0 situarse fuera de la trama de
relaciones preexistente, sino en incidir en ella de manera ac-
tiva. La libertad se experimenta como una lucha entre las
“nuevas” acciones yla inercia de la trama de relaciones esta-
blecida. Es en esta lucha donde cada individuo forja su iden-
tidad y se abre la posibilidad de su autorrealización.
Mediante la acción y el discurso, los hombres muestran
quiénes son, revelan activamente su única y personal iden-
tidad y hacen su aparición en el mundo humano [...] Debi-
do a su inherente tendencia a descubrir al agentejunto con
el acto, la acción necesita para su plena aparición la brillan-
tez de la gloria, sólo posible en la esfera pública. Sin la reve-
lación del agente en cl acto, la acción pierde su específico
caráctery pasa a ser una forma de realización entre orras.6

6 Hannah Arendt, LA condición humana (CH), Barcelona. Seix Barral,


197-1, pp. 238-239. “El arte de la política enseña a los hombres cómo
sacar a lnz lo que es grande y radiante [...]_ mientras está allí la polis
para inspirar alos hombres que se atreven a lo extraordinario. todas
las cosas estan seguras; si lapoiis perece, todo esta perdido". p. 271.
98 / Corumso y conflicto. Schmitt y Arendt: la dqƒinicikín de lo político

En el ámbito privado los hombres pueden también ini-


ciar nuevas acciones, pero si éstas no alcanzan la esfera pú-
blica desaparecen en el momento que dejan de actuar sin
dejar ningún rastro. la esfera pública, la polis, ofrece a los
seres hu manos una especie de “recuerdo organizado”, que
asegura que la más frágil de las dimensiones de la actividad
humana, la acción, así como los menos tangibles y más efi-
meros de sus productos, los actos e historias, se transfor-
men en hechos imperecederos.
Esta permanencia que ofrece la esfera pública a las ac-
ciones es posible porque en ella también se desarrolla otro
aspecto de la fabricación. Se trata de la fabricación que se
desliga de las necesidades vitales para desarrollar su faceta
creativa, es decir, se trata del arte que crea los edificios, los
monumentos, las historias, los discursos, etc., que hacen
posible que los actos trasciendan a sus agentes particulares.
Si el animal laboran; requiere de la ayuda del homofaber y sus
instrumentos para facilitar su labor y aliviar su esfueno, el
animal politikofn precisa también de la ayuda de ese homo fa-
ber en su faceta de artista, para que los efectos de la acción
sobrevivan.

Categorías de la condición humana


(Vida activa)

Vida Mundanidad Pluralidad


Labor Fabricación Acción
Potencia Violencia Poder
Esfera privada | Esfera pública

De acuerdo con estas categorías, surgidas de la descrip-


ción de la condición humana, la política está constituida
por las acciones públicas en las que se encuentra enjuego la
definición y reconocimiento de las identidades particulares
de los individuos y grupos, así como la creación de un nivel
normativo común que permita su coordinación en la reali-
zación de empresas colectivas. Dicho en otras palabras, en
la práctica política se manifiesta la pluralidad social y, al
mismo tiempo, se plan tea el problema de generar y mante-
ner un orden común que permita la libre coexistencia. Ese
Candícíón humana y poiítica / 99

orden común sólo puede conservar su carácter de garante


de la libertad mientras haga posible la expresión de la plu-
ralidad del mundo humano. La tesis de Arendt consiste en
aíìrmar que el fenómeno originario de la política no es la
dominación, sino la libertad, entendida como la capacidad
de actuar dentro de la trama de relaciones sociales que con-
fonna la esfera pública. “l_.a razón de ser de la política es la
libertad y su campo de experiencia la acción".
Esta tesis se ha interpretado en numerosas ocasiones
como una definición de la política y, de esta manera, la pro-
puesta teórica de Arendt se convierte en una visión norma-
tiva y dogmática. enla que de manera implícita se sostiene
que todo fenómeno o acontecimiento que no sea una ex-
presión de la libertad no es propiamente política. Desde
este punto de vista, Arendt tiene una visión idealista, estéti-
ca y heroica de la política que tiene que ver muy poco con
nuestra experiencia. ¿Acaso la política no se encuentra liga-
da a la relación entre gobernantes y gobernados. así como a
la dominación y violencia que en ella se producen? Según
esta interpretación, Arendt reduce la política a ser una es-
pecie de obra teatral que ha perdido toda su fuerza dramá-
tica, al relegar los conflictos reales que enfrentan las
sociedades. Más que un drama, dicha obra parece un desfi-
le de personajes, lleno de virtuosismo y exhibicionismo,
que carece del pathos trágico propio del gran teatro del
mundo.
Hay que reconocer que esta interpretación no es un
mero invento de exégetas ineptos. ya que existen pasajes en
la obra de Arendt -en especial en su trabajo sobre la revo-
lución- que dan pie a ella. Sin embargo, este tipo de inter-
pretaciones pasa por alto las observaciones de esta autora
sobre la diferencia entre el tradicional concepto de natura-
leza hu-mana y la noción de condición humana. El objetivo de
Arendt al vincular su idea de la política con la descripción
de la condición humana es decimos, precisamente, que así
como no existe una esencia del hombre, tampoco existe
una esencia de la Política que pueda ser condensada en una
simple definiciónt
Una segunda manera de interpretar su tesis es asumir
que en ella se busca, no deñnir lo que ha sido y es la políti-
l Í Corunuo y conflicto. Schmitt _)-Arendt: la definición ¿e lo político

ca, sino establecer las determinaciones de la condición hu-


mana que hacen posible y necesaria la acción política. Es
indudable que Arendt tiene una intención normativa, ya
que ella no quiere sólo describir lo que ha sido y es la polí-
tica, sino también encontrar un criterio que nos permita
juzgar críticamente esa realidad. Pero ese criterio debe
provenir de la experiencia y ser compatible con ella, de lo
contrario hay que desecharlo. Aren dt no pasa por alto que
históricamente la política ha estado unida a la domina-
ción y a la violencia; pero ella considera que éstas no son la
razón de ser de este tipo de actividad humana. De ahí su
estrategia teórica de buscar en la condición humana las
fuentes de la política. -
Cuando se sostiene que la pluralidad y, junto con ella-,
la libertad son las determinaciones de la condición humana
en las que se fundamenta la política, se quiere decir que es
la inexistencia de una naturaleza o esencia del hombre, lo
que da lugar a esa dimensión de la vida activa. Si la conduc-
ta de los hombres fuera tan predecible como la de las abejas
ola de las hormigas no existiría, ni haría falta, la política. Si
la jerarquía y la distribución de funciones, así como la for-
ma de la organización social en general, estuvieran dadas
de antemano la política sería superflua. La política no sólo
es resultado de que los hombres sean seres sociales, sino,
además, de que esa sociabilidad no tiene una forma prede-
terminada. La variedad de formas de organización social
que encontramos en los diversos contextos sociales e histó-
ricos es una prueba de ello.
La pluralidad propia de la vida política significa no
sólo diversidad y diferencia -éstas también existen entre
los ejemplares de una misma especie animal- sino tam-
bién contingencia. Lo contingente, como dice Duns Escoto,
no es simplemente “algo que no es necesario o que no siem-
pre existió, sino algo cuyo opuesto podría haberse dado al
mismo tiempo que se dio éste”. Con esta afirmación Escoto
destaca, en contra de la tradición teórica dominante, que lo
contingente no denota un defecto o carencia, sino un atri-
buto o modo de ser positivo. “Afirmó que la contingencia
no es una privación o defecto del ser como la deformidad
cmdtaan tam» y ¡mimi / 101

[...] la contingencia más bien es un modo positivo de ser,


igual que la necesidad es otro modo”.7
Arendt ne-toma esta idea y afirma que la contingencia es
el modo de ser de la voluntad libre. La libertad implica la
contingencia; se dice que un sujeto actúa libremente cuan-
do puede elegir entre diferentes cursos de acción posibles.
“La contingencia es el precio que debe ser pa gado por la li-
bertad".
La contingencia inherente a las acciones humanas está
relacionada con el hecho de que los individuos no sólo ac-
túan obedeciendo una rígida causalidad, sino que también
tienen la facultad de actuar por la representación de una
norma, gracias a la mediación simbólica que constituye la
dimensión intersubjetiva de la sociedad. En el momento en
que alguien puede tepresentarse la norma, percibe al mis-
mo tiempo que puede acatarla o que puede transgredirla.
Por otra parte, no se afirma que esa contingencia sea abso-
luta y que la voluntad de los hombres no se encuentra some-
tida a determinaciones biológicas y sociales; únicamente se
mantiene que el complejo de esas determinaciones no for-
ma un todo coherente que establezca una sola dirección po-
sible de acción. El que entre las determinaciones biológicas
y sociales, así como al interior de cada una de ellas, se den
contradicciones, fuerzas en oposición, abre el espectro de
alternativas al sujeto de la acción.
Para que pu eda existir una sociedad es necesario que se
restrinja la contingencia; si toda acción fuera posible, no
existiría un orden social y sin éste no podrían sobrevivir los
hombres. Las instituciones que componen el orden social
tipifican un conjunto de acciones, las cuales, al ser actuali-
zadas de manera continua por los individuos, permiten es-
tabilizar las expectativas entre ellos. El orden social, por
tanto, neduce la complejidad inherente a la contingencia, y
ello representa una condición indispensable para que pue-
dan darse relaciones con cierto grado de estabilidad entre
los hombres. Arendt reconoce la importancia de esta fun-

7 D. Escoto. citado porA1endt, Vovn Lebm dos Gøísus (LG), “Das Wollen”,
pp. 132 y 130 respectivamente. Hay traducción al español: la vida del
espíritu, Madrid, Centro de Estudios Goustirucionales, 1984.
102 / cam-mi y wnfztao. sama y Amat.- n fzifimaisi ai /0 ports@

ción de estabilización del orden social; pero, al mismo


tiempo, advierte que ese orden no puede ni debe suprimir
por completo la contingencia, porque eso significaría la
pérdida de la libertad.8
La imposibilidad de abolir la contingencia se hace pa-
tente,.entre otras cosas, en el hecho de que en todas las so-
ciedades existe un conjunto de normas, aquellas que
caliñcamos comojuiidicas, que se apoyan enla amenaza de
la coacción física. Es esta reglamentación del uso de la coac-
ción fisica el aspecto que se ha asociado tradicionalmente a
la política. Arendt admite que todo orden social debe acu-
dir a la amenaza de coacción para garantizar la vigencia de
cierto grupo de normas. Pero ello, lejos de cuestionar su te-
sis, la refuerza. Si se tiene que acudir a la amenaza de coac-
ción para limitar la contingencia y, así, asegurar la
permanencia de un orden normativo, quiere decir que el
hombre tiene la capacidad de obedecer o transgredir di-
chas normas. Por tanto, el fenómeno originario de la políti-
ca no es la violencia, sino la libertad.
Además, Arendt agrega que aunque esa amenaza de
coacción es necesaria, no es el pilar en el que se sustenta la
estabilidad del orden. El fundamento de esa estabilidad es
el reconocimiento de la validez de las normas que constitu-
yen el orden por parte de un número socialmente relevante
de sus miembros. En la base de toda comunidad política
existe un consenso que se manifiesta, entre otros fenóme-
nos, en la definición de aquellas normas que tienen un ca-
rácter vinculante. Es por eso que en la representación
simbólica del orden se acude frecuentemente al mito de un
pacto original; ya sea concebido como un pacto entre los
miembros del grupo y los dioses o un pacto o contrato entre
ellos mismos_
la pluralidad, el Ellos, que carece de semblante, a partir del
cual el Sí Mismo individual se desgaja para llegar a ser él

8 Entre la descripción de la condición humana de Arendt y la de Arnold


Gehlen existen numerosas coincidencias. Pero también la teoría de
Arendt es una respuesta crítica a la posición de Gehlen. Sobre este
tema véase: Gehlen, A., El hombre, "Su namraleza y su lugar en el
mundo", Salamanca, Sígueme, 1987.
Condición humana. y política Í

mismo, está dividido en un gran número de unidades; y es


exclusivamente como u n miembro de una de esas unidades,
esto es, de una comunidad, que los hombres están listos para
la acción. La multiplicidad de esas comunidades se hace pa-
tente en muchas y diferentes formas y configuraciones, cada
una de ellas obedeciendo a leyes diferentes, v en posesión de
memorias diferentes de su pasado, esto es, una multiplici-
dad de tradiciones [...] El único rasgo que todas estas varie-
dades, formas y configuraciones de la pluralidad humana
tienen en común es el simple hecho de su génesis; es decir,
que en un determinado momento en el tiempo, y por alguna
razón un grupo de gentes debe haber llegado a pensar en
ellos mismos como un 'Nosouos'. Sin imponar cómo se ex-
perimenta y articula por primera vez este Nosotros', parece
que siempre necesita de un comienzo, y nada parece estar
tan sumido en la oscuridad y el misterio como ese 'Princi-
pio'; no sólo de la especie humana como algo distinto de los
demás organismos vivos, sino también de la enorme varie-
dad de sociedades indudablemente humanasg

La contingencia consustancial a la voluntad y al orden


social, que se expresa en la pluralidad humana, se experi-
menta por los individuos como un costo que tienen que pa-
gar por su libertad. Ello se debe a que la contingencia
conlleva un alto grado de incertidumbre e inseguridad. Es
ppr eso que en los mitos tradicionales que narran la funda-
ción de una comunidad se identifica la forma de vida y las
nonnas que deñnen la identidad de esa comunidad como
las “verdaderas”, las correctas, mientras que la identidad
de los que están fuera de esa comunidad se rebaja al nivel
de algo carente de valor (he aquí una de las fuentes princi-
pales de la violencia). Pero la ilusión de relacionar la identi-
dad pnopia con la verdad y negar la pluralidad no es
exclusiva de los mitos, también se encuentra en las tiranías
tradicionales y en lo nuevos totalitarismos, así como en la
teoría de muchos filósofos que han reflexionado sobre la
política. Esa ilusión les hace creer que se pueden transfor-
mar las acciones de los hombres en un comportamiento to-

9 Hannah Amndx,LG. pp. 191-192.


104 I amm» y wytflraø. sama: y Amir; ta nfina-su al ra pozas@

talmente previsible y, de esta manera, alcanzar un estado


de seguridad plena, en donde la política se reduce a ser una
actividad técnica de administración. Si a esto se le llamó, de
manera paradójica, el "reino de la libertad”, es porque a los
autómatas homogeneizados de esa utopía totalitaria se les
puede dejar en plena libertad, ya que su voluntad particu-
lar coincidirá siemopre con la "voluntad general” del régi-
men establecido!
Cuando Arendt sostiene que en la base de las comuni-
dades políticas existe un consenso, no olvida que la vida po-
lítica ha sido una historia dominada por la violencia.
Incluso, a diferencia de otros pensadores que asumen la
violencia como un simple dato o' como una determinación
de la naturaleza humana, ella trata de ofrecer una explica-
ción de por qué esto ha sido así. Según su argurnentación la
violencia se ha extendido por la esfera pública debido a que
se ha visto como el recurso necesario para suprimir la plu-
ralidad y, con ella, la contingencia, ya sea en un orden esta-
blecido o en un orden que ha de ser creado.
A pesar de que Hannah Arendt advierte que la violen-
cia ha sido un fenómeno constitutivo de la vida política, le
interesa demostrar que la condición “originaria” de la polí-
tica no es la violencia, sino la pluralidad y la libertad. Esto,
según su opinión, ha sido olvidado por las teorías tradicio-
nales. La consecuencia de este olvido es creer que la política
puede reducirse a un asunto técnico que tiene, para lograr
mayor eficiencia enla tarea de gobernar, que ser monopoli-
zado por los políticos profesionales y los burócratas. Es
cierto que la complejidad de las sociedades modernas hace
necesario un grupo especializado; pero ello no implica que
la práctica política se convierta en el privilegio de unos
(mantos. De ahí, que Arendt se interese por los fenómenos
_.ì..í..í.í-

10 Hoy sabemos que no es la violencia el medio que puede acercamos a


esta pesadilla, sino el poder del mercado. La superioridad del merca-
do reside en que no requiere eliminar, a diferencia del totalitarismo
político. la contingencia. sino incorporarla a su dinámica. la incerti-
dumbre e inseguridad, propias de la experiencia de la contingencia,
no sólo propicia el aumento en la venta de seguros, sino también el
incremento de la disciplina entre los lmmblzl.
Condíciiìn. humana y política/ 105

políticos en los que el pueblo recupera la capacidad de go-


bernarse: la revolución, la tradición de los consejos, la so-
ciedad civil, la formación y conservación de un espacio
público plural, la desobediencia civil, etc. El problema bási-
co que se plantea en su teoría es establecer las condiciones
que hacen posible la constitución de la libertad en un news
ofdo saeclorum, en donde la participación ciudadana no sea
sólo el resultado de una fugaz coyuntura, sino un aconteci-
miento cotidiano que mantiene vivas las instituciones y
procedimientos democráticos.
Los críticos de la democracia, e incluso muchos de sus
defensores, ven en la participación ciudadana en los asun-
tos públicos un riesgo para la estabilidad y gobernabilidad
del orden social. En efecto, la participación del pueblo, al
permitir la libre expresión de la pluralidad, incrementa el
grado de contingencia y los riesgos propios de ella. Pero
Arendt es de la opinión que la condición básica de la políti-
ca es, precisamente, asumir la contingencia y los riesgos li-
gados a ella, en tanto éstos son atributos de la acción libre.
Si para los liberales la política es un “mal necesario" que
debe reducirse al mínimo, desde la visión republicana de
Arendt la politica es un bien indispensable, cuyo ejercicio
debe repartirse de la manera más equitativamente posible.
Si la distribución del poder político envuelve riesgos, estos
son, como hemos señalado, el precio ineludible que se debe
pagar por la libertad. Pbr otra parte, la centralización del
poder no garantiza ni la seguridad del orden social, ni la de
los individuos que se refugian en el ámbito privado; ya que
la centralización abre el paso a la peor forma en la que pue-
de manifestarse la contingencia: la arbitrariedad de los po-
líticos profesionales y su séquito burocrático.
Vida activa y vida
contemplativa
ra completar la descripción de la condición humana
Pãropuesta en la teoría de Hannah Arendt tenemos que
volver a la primera de sus determinaciones: la vida, así
como a los dos acontecimientos que la delimitan: el naci-
miento y la muerte. Lo relevante de estos acontecimientos
para nuestra argumentación no es su carácter biológico en
sí, sino el significado que ellos adquieren para los hombres.
El nacimiento y la muerte representan fenómenos vitales
ante los que se definen dos formas de la relación entre los
hombres y su mundo: la vida activa y la vida contemplativa.
El nacimiento simboliza el inicio y la apertura de posi-
bilidades, y como tal nos remite a la vida activa, constituida
por las tres dimensiones de la actividad humana que hemos
mencion ado: labor, fabricación y acción. En especial la ac-
ción es una especie de “segundo nacimiento", a través del
cual nos insertamos en el mundoy, de esta manera, adquiri-
mos una identidad propia. La acción es lo que da respuesta
a la pregunta ¿quién eres tu? La revelación del quién, en
contraposición como el mero qué, se encuentra implícita en
todo lo que alguien hace y dice. La construcción de la iden-
tidad personal, a través de los actos y las palabras, siempre
hace referencia alos otros en ese espacio de aparición que
es la esfera púbiica. Es por ello que Aristóteles afirma que
en la política está enjuego nada menos que la constitución
del hombre como hombre (zoo polítikon).
Vida activa y mida contempbztíoa Í

En cambio, si asumimos la perspectiva de la vida con-


templativa, consideramos a los hombres como seres morta-
les (el hombre como el “ser relativamente a la muerte"l),
entonces la formación de las identidades personales y su
aparición enla esfera pública con la pretensión de dar ini-
cio a algo nuevo, adquiere el aspecto de una ilusión, que
hace recordar la sabia melancolía del Eclesiastés: “Vanidad
de vanidades, todo es vanidad [...] No hay nada nuevo bajo
el sol, no hay memoria de lo que precedió, ni de lo que suce-
derá habrá memoria en los que serán después". La expe-
riencia de la muerte revela la fragilidad de la vida humana y
la de sus obras. El cobrar conciencia de esta fragilidad es
uno de los principios en los que se sustenta la vida contem-
plativa.
Si la vida activa impulsa a los hombres a reunirse con
los otros, la vida contemplativa los orilla al aislamiento.
En estos dos caminos existe de manera implícita una re-
beldía contra la fragilidad propia de la vida humana, al
hecho de verse arrojado a un mundo del que se está con-
denado a desaparecer. Sin embargo, mientras la vida acti-
va busca la inmortalidad, entendida como la prolongación
de la vida gracias a los actos y obras que pueden permane-
cer en la esfera pública, la vida contemplativa se orienta
hacia la eternidad, comprendida como aquello que se en-
cuentra más allá de la contingencia y arbitrariedad huma-
nas, simbolizado tradicionalmente por el cosmos. La
inmortalidad a la que aspira la vida activa requiere del
discurso y su constante actualización entre la pluralidad
de los hombres; en cambio, la experiencia de lo eterno,
propia de la vida contemplativa, se da al margen de los
asuntos humanos;es lo indecible, lo que Platón calificaba
como "carente de palabra” (aneu logou); es la pérdida del
lenguaje que viven los místicos. El anhelo de eternidad se
expresa en el mito de la caverna que narra Platón. El filó-
sofo se libra de las cadenas que lo atan a este mundo desam-
lrras, para contemplar las idea.: eternas. “Cualquier mo-

1 B evidente que Arendt pretende dar una respuesta crítica a la antolo-


gía fimdammlal, la antropología, de Martin Heidegger; véase Se-r y
Tiønpo, México, FCE. 1983.
108 / cm-mi y mftew. semin y Amat; za .ufimi-ts» ae ts polares

vimiento del cuerpoy del alma, así como del discurso y


del razonamiento, han de cesar ante la verdad. Ésta, trá-
tese de la antigua verdad del Ser o de la cristiana del Dios
vivo, únicamente puede revelarse en completa quietud
humana".2
El principio que subyace a la dinámica de la vida activa
es la libertad. Sólo al hombre que actúa se le presentan las
alternativas. En cambio, para el hombre que se sitúa en la
vida contemplativa el mundo es un sistema ordenado en el
que todo acontecimiento remite a una causa y en el que, por
tanto, no hay lugar para la libertad. Ésta, según la óptica de
la contemplación, es un espejismo surgido del desconoci-
miento de las causas de los fenómenos. En la vida contem-
plativa se busca la certeza, en la vida activa se asume la
contingencia. El doctor Fausto, después de estudiar filoso-
fia, matemáticas, teología, física, así como otras materias,
no tiene la experiencia de la libertad que le permita sentir
el deseo de repetir el instante vivido; hasta que, seducido
por Mefistófeles, se decide a seguir su propuesta de traduc-
ción del mito del origen: “En el principio era la acción". El
hombre que habla desde la vida contemplativa sostiene;
“La vida es sue-ño"; a lo que el individuo que acepta los ries-
gos de la vida activa, “el borracho de la caverna”, responde:
“Pues, soñemos”.
Arendt monta este escenario de oposición entre vida ac-
tiva y vida contemplativa para situar en él la vieja disputa en-
u'e la opinión (dom) y la teoría orientada hacia la verdad
(ejaisteme), con el objetivo de reivindicar a la primera como el
principio en el que se lìindamenta la racionalidad práctica.
La teoría orientada hacia la verdad trata de acceder a una
descripción del mundo, en la que sus enunciados se adecuen
a los hechos. De acuerdo con la concepción tradicional, una
descripción verdadera sólo se podrá alcanzar si el sujeto se
distanda de sus intereses prácticos, es decir, si toma la postu-
ra de un observador imparcial que contempla el mundo “ob-
jetivamente”. La verdad (aletheia) se vincula así con la vida
contemplativa. Ello no quiere decir que las verdades no pue-
dan ser utilizadas por la vida activa. De hecho, la técnica se

2 Hannah Arendt, CH, p. 29.


Pida act-i-un y u'da cantemplativa / 109

basa en las descripciones verdaderas para actuar de manera


eficiente sobre la realidad. Pero, para alcanzar la verdad, se-
gún esta añeja tesis, es menester renunciar a las inquietudes
mundanas dela vida activa y someterse a la disciplina y quie-
tud de la vida contemplativa.
La intención de Arendt al revalorizar la opinión no es
poner en duda la importancia de la teoría orientada a la
verdad, sino la pretensión de que ella puede ser el medio
para resolver los problemas de la vida activa. Su crítica se
dirige en especial a la tesis de que existe una verdad de la
que puede deducirse un orden social capaz de armonizar
los intereses y reconciliar las opiniones. Es en La República
de Platón donde, según ella, se argumenta de manera siste-
mática a favor de dicha tesis.
Escapar de la fragilidad de los asuntos humanos para
adentrarse en la solidez de la quietud y el orden se ha re-
comendado tanto, que la mayor parte de la filosofía polí-
tica desde Platón podría interpretarse fácilmente como
diversos intentos para encontrar bases teóricas y formas
prácticas que permitan escapar de la política por com-
pleto.3
Para la concepción que cree en la existencia de solucio-
nes “verdaderas” de los problemas prácticos, ante las que
no cabe ni la diversidad de opiniones ni la discusión, la po-
lítica es el resultado de la conducta irracional de los hom-
bres, ya que si éstos llegaran a conocer y asumieran esas
“verdades” como orientación de sus acciones, sus intereses
particulares coincidirían de manera absoluta con el interés
general. Por tanto, desde esta postura, se considera posible

3 Ibíd., p. 292. “Para Platón, gobemar el país no es una actividad públi-


ca en la cual el gobiemo y el pueblo cooperan en igualdad de condi-
ciones y de cuyo resultado son igualmente responsables. Por el
contrario, se trata de una actividad en la que el primero posee el mo-
nopolio de la iniciativa política y gobierna sobre unos súbditos pasi-
vos. Para Arendt, la visión platónira del gobienio ha tenido una
influencia decisiva sobre la tradición occidental de la ñlosofia políti-
ca; de ahí su pennanente preocupación por combatir las teorías de
Platon”. Parekh, Bhikhu. Hannah Arendt. en: Pe-nmdom político: can-
Impa-råneos, Madrid, Alianza, 1986, p. 29.
1 10 / Consenso y conflicto. Schmitt y Arendt: bz definición de la político

y deseable superar la política o, por lo menos, reducirla al


mínimo, mediante la ilustración de los individuos. Pero la
creencia en que es posible y deseable acceder a un orden de
plena armonía social -propia de toda la tradición utópica
que recorre la historia del pensamiento político-, olvida
que la pluralidad y la contingencia son determinaciones
básicas de la condición human a. Este olvido que subyace a
la ilusión platónica del orden perfecto tiene consecuencias
terribles en la práctica política, porque induce a pensar que
la pluralidad y la contingencia son el resultado de un
“error” que debe “corregirse”, cualquiera que sea el. medio
que para ello se utilice.
Arendt considera que la confusión de las teorías polí-
ticas tradicionales es haber desarrollado su aparato cate-
gorial a partir del modelo de la teoría orientada a la
verdad (episteme) . Es por eso que dichas teorías sólo pue-
den definir la política como el resultado de una división
del trabajo, en el que los gobernantes 0 la “vanguardia del
pueblo”, al poseer el conocimiento de la verdad, asumen
el papel activo, mientras que alos gobernados se les consi-
dera como pacientes más 0 menos dispuestos a colaborar
con lo que se les propone. Pensar la política y, como parte
de ella, la actividad de gobernar con base en un modelo en
el que participa una diversidad de individuos con posturas
diferentes y en la que existe corresponsabilidad de todos
los participantes es una opción que queda fuera del alcan-
ce de ellas.
A la crítica de Arendt se le puede objetar que existe
un número importante de teóricos de la política que re-
chazan la vinculación entre práctica política y verdad;
baste pensar en Maquiavelo y en Hobbes, para mencio-
nar dos de los más grandes. Ella no pasa por alto esto;
pero afirma que, generalmente, aquellos autores que
niegan el nexo entre verdad y política caen en la tesis in-
versa a la de Platón, es decir, afirman que en la base de la
práctica política sólo existe una decisión arbitraria, a
partir de la cual el gobernar se convierte en› un mero
asunto técnico. El modelo platónico permanece y la
disputa sólo se centra entorno a si se trata de una verdad
o una decisión en abstracto en lo que se legitima el poder
Vda acáva y vida conlemplatrria/ 1 11

de los políticos profesionalesfl Para Arendt no es la teo-


ría orientada a la verdad lo que define la racionalidad
propia de la política, pero tampoco una racionalidad ins-
trumental basada en una decisión irracional. Su tesis es
que la práctica política se encuentra ligada a un tipo de
racionalidad en la que se trata de llegar a un "juicio" y,
con él, a una decisión, dentro del contexto de una plura-
lidad de opiniones enfrentadas. El proyecto de Arendt es
conceptualizar la forma de pensamiento propia de la
vida activa, capaz de reconocer la pluralidad y contin-
gencia del mundo humano, la cual debe diferenciarse
tanto dela actitud cognoscitiva que se dirige a la verdad,
como del mero irracionalismo que sólo afirma la priori-
dad de una voluntad de dominio.”
Lo primero que destaca Arendt contra la ilusión plató-
nica es que ninguna descripción verdadera del mundo, por
más amplia que ésta sea, puede decirnos cómo debemos ac-
tuar en una determinada situación, ¿Cuál es el fin que debe
orientar a nuestras acciones? ¿Qué decisión debemos to-
mar? ¿Qué es lo correcto?, etc. Este tipo de preguntas no
pueden contestarse desde la posición de un observador im-
parcial que describe de manera verdadera el mundo. Es
aquí donde entra en escena la opinión. El sujeto se forja
una opinión, desde la postura de participante dentro de
una comunidad con diversos intereses y diversos puntos de
vista. Cuantos más puntos de vista incorporo a mi opinión
4 Es este el dilema en el que queda encerrado Carl Schmitt. Como re»
chaza la tesis del derecho nauiral clásico de que existe una verdad en
la que se sustenta la ley, sólo tiene la opción de sostener que es la deci-
sión del gobernante el origen del orden jurídico. "Ia ley, que es por
esencia una orden: tiene por base una decisión sobre el interés esta-
tal, pero el interés estatal sólo cobra existencia a través de la orden
que imparte. La decisión que sirve de base a la ley, normativamente
considerada. ha nacido de la nada. Por necesidad conceptual, es 'dic-
tada-`.” Carl Schmitt, La dictadura, Madrid, Alianza, 1985.
5 En este sentido, Arendt, a diferencia de los representantes teóricos
del llamado "posmodemismo", no cree que el reconocimiento y la
conceptualización de la diferencia sean ajenos a la razón. Lo que sos-
tiene es que se debe romper con el modelo me tallsico que reduce el
sentido a la verdad y concibe la Razón como una entidad monolítica y
homogeneizadora.
1 12 Í Comenta y conflicto. Schmitt y/lrmdt: la definíción de la político

esta tendrá más elementos para analizary ponderar los dis-


tintos aspectos del tema al que se refiere, es decir, la opi-
nión estará mejor formada. Dos instancias son básicas en el
proceso de formación dela opinión:
l) La imaginación, ya que es la facultad que permite si-
tuarse en el lugar de los otros y, de esta manera, incorporar
distintos puntos de vista.
2) La esfera pública, porque ella es el lugar en el que se
exponen y debaten las múltiples opiniones.
Aunque la opinión tiene un carácter subjetivo, puede
adquirir cierto grado de objetividad, en la medida que se
confronta con otras opiniones. Sin embargo, ese grado de
objetividad nunca podrá superar por completo el aspecto
subjetivo. La opinión, a diferencia de los enunciados verda-
deros, siempre mantiene la referencia al sujeto particular
que la emite. Es en esto, que ha sido considerado por los filó-
sofos como la debilidad de la opinión, donde Arendt sitúa su
fortaleza e importancia. Porque es en el debate público de las
opiniones donde se hace patente la pluralidad de puntos de
vista, así como la contingencia; elementos que tienen que ser
asumidos en la toma de decisiones. El enfrentamiento públi-
co de opiniones no es unjuego en el que se trate de acceder a
una reconciliación, ni a un entendimiento pleno, como cree
cierto racionalismo desmedido; se trata de llegar a ciertos
acuerdos, regateos, compromisos, convenciones, delimita-
ciones, etc., que hagan posible tomar decisiones colectivas.
Mientras la verdad pretende situarse fuera del espacio y el
tiempo, las opiniones se relacionan con un contexto y con un
tiempo determinados, con vistas a un estado de cosas futuro.
La verdad busca trascender el sentido común y, de esta
manera, adquirir una validez que debe ser reconocida por
todo sujeto racional, con independencia de su contexto so-
cial y cultural. Por su parte, la opinión asume el costo de
mantenerse al interior del sentido común -cambiante, im-
preciso y siempre situado en un contexto particular- por-
que tiene como meta constituirse en la guía de las cuestiones
prácticas, en las situaciones conflictivas en las que se desarm-
llan las acciones. Aunque en el razonamiento práctico pue-
den y deben intewenir los enunciados verdaderos, no son en
ellos, en última instancia, en los que se basan las decisiones.
Hdandivayzidawntempbtíw/ lla

En contra de la tradición decisionista (que tiene en


Carl Schmitt uno de sus representantes más destacados), a
Hannah Arendt le interesa subrayar que no todas las deci-
siones “han nacido de la nada” (Schmitt), ni tienen como
fundamento una voluntad irracional que debe imponerse
violentamente a todos los demás, sino que las decisiones
surgen en un contexto social, en donde se desarrolla una
forma amplia de racionalidadô En la tarea de caracterizar
este tipo de racionalidad práctica, Arendt encuentra un
apoyo esencial en la Crítica. deljuicio de Kant.7
Pero antes de explicar de manera breve en que consiste
la aportación kan tiana al proyecto de Arendt, es preciso ad-
vertir que existen tres significados de la noción de juicio:
1)] uicio se reñere, en su sentido más extendido, al acto
por el cual añrmamos o negamos una proposición. Por
ejemplo, decimos “todos los hombres son mortales" o “las
abejas no son seres políticos".
2) juicio significa también una facultad cognoscitiva.
"Eljuicio que, en el orden de nuestras facultades de conoci-
miento, forma un término medio entre el entendimiento y
la razón" (Kant. Prólogo a la Crítica deljuicio).
3) juicio denota, así mismo, una capacidad práctica de
los individuos, que les sirve como guía de sus acciones y que

6 Esta parte del proyecto teórico de Arendt se encuentra relacionada


con la teoría de Hans-Georg C-adamer. Véase Verdady método y Verdad
y método II, Salamanca, Sígueme, 1986 y 1992, “la razón práctim y
política sólo se puede realizar y trasmitir dialógicamente. Pienso,
pues, que la principal tarea de la ñlosolla esjustilìcar este modo de ra-
zonar y defender la razón práctica y política contra el dominio de la
tecnología basada en la ciencia.” Gadamer, “Hermeneutics and So-
cial Science", Cult-«ml Hermøneut-ies, 2 (4), p. 316, Sobre este tema véa-
se: Ronald. Beiner, Eljuicia político, México. FCE, 1987.
7 "juzgar es nna de las actividades más importan tes. si no es que la más,
en las que ocurre este compartir el mundo-con-otros [...] aquello que
es totalmente nuevo, e incluso sorprendentemente nuevo en las pos-
tulaciones que hace Kant enla Crítím deljuicío es el hecho de que des-
cubrió este fenomeno en toda su grandeza precisamente cuando
estaba examinando el fenómeno del gusto." Arendt, Betum-n Part and
Future, Nueva York Viking Press, 1961, p. 221. Utilizo la traducción
que aparece en el trabajo de Richardj. Bernstein, °'¿Qué esjuzgar? El
actory el espectador", en:Perƒil¢sfi1asófica.t, México, Siglo XXI, 1991.
1 14 Í Consenso y conflicto. Schmitt yAm1dt: la dcfiniirió-n de lo polüúo

se encuentra estrechamente relacionada con lo que en la


terminología filosófica tradicional se ha llamado prudencia
(phramsz`s: sabiduría práctica). Este tercer sentido aparece
cuando de alguien añmiamos que posee o que carece de
“buenjuicio" o “sanojuicio”, o cuando decimos que confia-
mos en su juicio.
Hannah Arendt se interesa de manera particular por
este tercer sentido, porque en ello se encierra la capacidad
de los individuos para la deliberación práctica, en la que
está en juego la decisión sobre un curso de acción.8
El juicio es la facultad de pensarlo particular; la cues-
tión estriba en que pensar significa, en tre otras cosas, gene-
ralizar y, por tanto, lo que está en juego en un juicio es la
relación entre lo particular (el fenómeno o lo que es el caso
en una situación concreta) y lo general (la regla, el principio
o la ley). A este respecto Kant nos dice:
Eljuicio, en general, es la facultad de pensar lo particular
como contenido en lo universal. Si lo universal (la regla, el
principio, la ley) es dado, el juicio, que subsume en él lo
panicular (incluso cuando como juicio tianscendental
pone a priori las condiciones dentro de las cuales solamen-
te puede subwmixse en lo general), es dmmimnle. Pero si
sólo lo particular es dado, sobre el cual él debe encontrar lo
universal, entonces el juicio es solamente 1zƒl¢xionanle.9
Estableéeg la relación entre lo particular y lo general es
relativamente fácil si, como sucede en los juicios determi-
nantes, lo general (la regla. el principio o la ley) está dado,
porque entonces se trata de subsumir lo particular a lo gene-
ral. La explicación científica sería el mejor ejemplo de este
tipo de juicio. Si relaciono un particular (por ejemplo la ex-
plosión del radiador de mi coche) con otros datos empíricos
(no usé anticongelante, la temperatura era de -10°, etc.), y lo
suhsumo a una ley de la física sobre el comportamiento de

8 Arendt trata de rescatar la distinción aristorélica entrepraxis (el reino


de lo práctico) y tacha: (el reino de lo técnico) y demostrar que la polí-
tica es una actividad práctica basada en la phramm, irreductible a la
actividad tecnica-productiva asimilada a la poiesis.
9 Kant, Crítica deljuicio, México, Espasa Calpe, 1990, p. 78.
Vida activa j vida contemplalim / l 15

los líquidos, entonces puedo emitir un juicio que explique


este fenómeno. 1°
Hero la diñcul tad deljuicio se acrecienta si, como sucede
en eljuicio reflexionante, sólo aparece dado lo partiatlar. El
paradigma de este tipo dejuicios es elju-¿cio de gusto. Cuando
yo digo “esta obra de arte es un belleza”, no existe ninguna
ley general que sustente mi juicio. Kant sostiene que esta
modalidad dejuicios aparece también en la refl exión históri-
ca, y Arendt agrega que inclu so enla acción política. ¿Cuál es
la ley ola regla general en la que se sustenta la decisión de to-
mar un curso de acción dentro de una coyuntura concreta?
Una primera respuesta sería sostener que estos juicios sólo
se apoyan en motivos subjetivos. Que las decisiones, como
los juicios estéticos, son arbitrarios, que, considerados nor-
mativamente, “han nacido de la nada". Por este camino de-
sembocamos directamente en el decisionismo.
La tesis de Kant es, por el contrario, que sí es posible en-
contrar un principio racional que sustente el uso de los jui-
cios rellexionantes, Para determinar cuál es este principio
debemos observar que en losjuicios reflexionantes se da una
comparación entre distintos casos particulares. Sin embar-
go, de acuerdo con la argumentación ltantiana, no se puede
enjuiciar un particular a través de otro particular; sino que es
preciso encontrar un tertium 0 tertium compamtíonis, esto
es, un tercer elemento que tenga un carácter general, que
esté relacionado con los dos o más fenómenos particulares
en cuestión y, ala vez, que sea irreductible a ellos. En la bús-
queda de este tørtium camparatimnls, Kant apela a lo que él de-
nomina el “sentido común" (semin communis).
El entendimiento común humano, que, como meramente
sano (no aún cultivado), se considera como lo menos que
se puede esperar siempre del que pretende el nombre de
hombre, tiene por eso también el humillante honor de
verse cubierto con el nombre de sentido común (sensus
communis) [...] Por sensus communis ha de entenderse la
idea de un sentido comunitario, es decir, de una facultad

10 Sobre este tema véase: Carl l-lempel, La explicación científica, Buenos


Aires, Paidós, l984', Peter Achinstein, la 'naturaleza de h explicación,
Mexico, rci-1, 1989.
1 16 / Cafuenso y conjlicto. Schmitt y Arendt: la definición de lo político

dejuicio, que permite al hombre, en su reilexión, tener en


cuenta por el pensamiento (_a priori) el modo de represen-
tación de los demás y, al mismo tiempo, sostener sujuicio
enla totalidad de la razón humana, y, así, evitar la ilusion
que, nacida de condiciones privadas subjetivas, fácilmen-
te tomadas por objetivas, tendria una influencia perjudi-
cial en el juicio. Ahora bien: esto se realiza comparando su
juicio con otrosjuicios no tanto reales, como más bien po-
sibles, y situándose en el lugar de cualquier otro... H
La enorme importancia de esta idea del sensus commu-
mls es que se refiere a una dimensión intersubjetiva, que
hace patente que en eljuicio de cada individuo hay siempre
una referencia a los otros, y que es ello lo que puede llegar a
superar los prejuicios que nacen de considerar que los mo-
tivos subjëtivos tienen validez generalf Las máximas que
guían este sentido común, según Kant, son: “ l) Pen sar por
sí mismo, 2) Pensar en lugar de cada otro, 3) Pensar siem-
pre de acuerdo consigo mismo”. Mientras en el significado
cotidiano el sentido común remite, en ocasiones, aun saber
irrellexivo y a un cúmulo de prejuicios legitimados por la
tradición, en Kant el sentido común denota la facultad de
cuestionar esos prejuicios mediante la reflexión autónoma
y la confrontación con la pluralidad de juicios y la diversi-
dad de puntos de vista que en ellos se manifiesta.
A este respecto Arendt nos dice:
El poder del juicio descansa en un acuerdo potencial con
los demás y el proceso de pensamiento que se halla activo al
juzgar no es, como en el caso del proceso de pensamiento
del razonamiento puro, un diálogo entre yo y yo mismo,
sino que se encuentra siempre y primordialmente, incluso
cuando estoy completamente solo al decidirme por algo,
en una comunicación anticipada con otros, con los cuales fi-
nalrncnte tengo que llegar a algún acuerdo. Es en este
acuerdo potencial de donde eljuicio deriva su validez espe-
cífica. Esto significa, por otro lado, que taljuicio tiene que
liberarse de las 'condiciones subjetivas privadas', es decir,
de las idiosincrasias que determinan de manera natural la

ll Kant, Op. cil., §40, p. 198.


Dìdaacrívajvidaconkmplafim/ 117

forma en que cada individuo considera su intimidad y que


son legítimas eu tanto sean solamente opiniones que se sos-
tengan en privado, pero que no son adecuadas para entrar
en la plaza y carecen de toda validez en el dominio público.
Y esta fomna de pensar ampliada. que como juicio sabe
cómo trascender sus propias limitaciones individuales, por
otro lado, no puede funcionar en esu-icto aislamiento o so-
ledad; necesita de la presencia de otros 'en cuyo lugar' tie-
ne que pensar, cuyas perspectivas tiene que tomar en
consideración y sin las cualesjamás tiene la oportunidad de
operar en absoluto [...] elàjuicio, para ser válido, depende
de la presencia de otrosl
Falta establecer cuál es el principio en el que se funda-
menta la dinámica de ese sentido común y que representa
el tertium compa-mtiom`.s que buscamos. En este punto entra
la interpretación de Arendt.” Según ella, en Kant encon-
tramos dos soluciones totalmente distintas a la diñcultad
de acceder al tertíum comparationis que sustente a losjuicios
reflexionantes. La primera es apelar a un pnncipio definali-
dad forma! que nos sirve para regular los juicios reflexio-
nantes; sin pretenderque esa finalidad pertenezca a los
objetos en símisrnos. sino sólo al sentimiento que la repre›
sentación del objeto provoca en el sujeto.

12 Hannah Arendt, Between Past and Future, Nueva York, Viking Press,
1961, p. 221.
13 Quizá para los conocedores de Kant esta interpre tación no se apega
al texto ltantiano; es muy probable que tengan razón. Pero no es mi
interés ahora adenu-arme en el debate escolástico sobre la correcta
interpretacion de Kant. Mi interés reside en reconstruir la forma en
que Arendt usa la teoria kantìana para determinar la nacionalidad
pmpía de la acción política. Por ona parte, me parece que en este
problema no hay que permanecer fieles a la teoría kantiana, ya que
considero un error el haber separado la racionalidad práctica de los
juicios reflexionantes. Por mi parte sostengo la tesis que para romper
con el rigorismo de la ética kantiana y poder reconstmir la compleji-
dad de los juicios morales tendríamos que buscar complementar su
idea del imperativo categóiico con la teoría de losjuicios reflexionan-
tes y su relación con el mou.: cmnmunir. Éste es un proyecto que ren-
dremos que realizar en otra ocasión. Sobre este tema véase: A.
Wellmer. Ethü und Diolag, Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1986.
1 18 / cmms y amflaw. sf;/»mu y Amin za aafina-is”. dr la polea@

La finalidad es, pues, un particular concepto a priori que


tiene su origen solamente en el juicio teflexionante. Por-
que atribuir a los productos de la naturaleza algo como
uua relación, en ellos, de la naturaleza con fines, no se
puede hacer. Se puede tan sólo usar ese concepto para ne-
llexionar sobre ellos [...].“
Esta solución, en relación con el problema de la prácti-
ca política, se traduciría en la propuesta de postular una si-
tuación de plena concordia entre hombres racionales,
como una “idea regulativa”, que se asume como un supuesto
Fm de la historia y que serviría de parámetro general para
juzgar las acciones particulares (sin caer en el furor he gelia-
no-marxista de pensar que esa teleología es algo que real-
mente existe como una “ley” histón1ca).,Esta alternativa ha
sido usada frecuentemente en la historia del pensamiento
político y se encuentra también en Kant; pensemos en el
trabajo La Paz Perpetua, los escritos sobre la filosofía de la
historia, así como en algunos pasajes de la Crítica deljuicio.
Incluso ha sido utilizado recientemente por autores que
han tratado de ligar su discurso crítico a la posición kantia-
na: Rawls y Habermas.
Sin embargo, para Arendt ésta no es la solución ade-
cuada porque en ella se pasa por alto, cuando se piensa en
esa situación de armonía y entendimiento pleno, la condi-
ción humana de la pluralidad. Sería caer en lo que esta au-
tora trata a toda costa de evitar, a saber: la idea de que existe
un principio universal que permite homogeneizar a la hu-
manidad y, de esta manera, reducir la política a una mera
actividad técnica de administración. Por otra parte, pensar
la historia como un proceso teleológico en el que se realiza
la hazaña de la libertad es banalizar el mal que han sufrido y
sufren los individuos en ella, al justiñcarlo como un costo
que debe pagarse por acceder al bien de la Humanidad.
Con ello se olvida también el tema de la pluralidad y la con-
tingencia, pues se concibe a los individuos como simples
ejemplares homogéneos de la especie.

14 Kant, cif., “Introducción IV", p. 79.


Vda acliua. y vida wntemplatiua / l 19

Por eso, para Arendt la segunda solución kantiana al


problema de la definición del tertium compa-ratíon-¡_v es la que
debe retomarse.
la segunda y yo creo que la más válida solución de Kant es
la siguiente. Se trata de la validez ejemplar (los ejemplos
son los vehículos de los juicios) [...] Se puede encontrar o
pensar en alguna mesa que sejuzga como la mejor posible
y tomar esa mesa como ejemplo de cómo deben ser real-
mente las mesas -la mesa ejemplar- (ejemplo viene de
eximere, elegir algo particular). Esto es y permanece sien-
do un particular, que en su misma particularidad revela la
generalidad que así no podria ser definida. 15
Al no existir lo general en los juicios reflexionantes se
elige un particular como ejemplar para juzgar a los demás
casos particulares. Se dice por ejemplo: “El hombre valien-
te es como Aquiles". La clave de toda la argumentación de
Arendt es que la definición del caso ejemplar, que nos sirve
para juzgar alos otros casos particulares, no es el resultado
de una elección individual, sino una elección colectiva, que
surge dentro de la práctica social. Por otra parte, esa elec-
ción nunca es definitiva, sino que en la dinámica social se
cuestiona de manera constante, debido al permanente
cambio de circunstancias y a la pluralidad de puntos de vis-
ta, delo que debe considerase como casos ejemplares.
El individuo que emite un juicio reflexionante no lo
hace como ser racional en abstracto, sino como miembro de
una comunidad y, en todos los casos, en referencia directa a
los otros, quienes son los que aprueban o rechazan la vali-
dez de ese juicio. El carácter básico deljuicio reflexionante
es su aspecto público y su continua corrección dentro de un
debate de opiniones. Si unjuicio reflexionante careciera de
la dimensión pública y de la confrontación con otros puntos
de vista, sería una simple sensación privada, carente de
toda objetividad. En el juicio no se trata de acceder a una
verdad, aunque los enunciados verdaderos pueden ser un
elemento importante en ellos, sino a la confrontación de
opiniones. con miras a la necesidad de tomar una decisión

15 Hannah Arendt,Da.s Umiïm, Munich. Piper. 1935. ppt 101-102.


Í2O / Canmuo y conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de lo político

sobre el modo de acción que debe adoptarse. En el juicio


tampoco se busca un entendimiento pleno de todos los
puntos de vista, sino sólo un acuerdo que permita a los
hombres actuar ante las exigencias que impone una coyun-
tura determinada. Se trata, ante los cursos de acción alter-
nativos, de unjuego de ensayo y error, que requiere de una
continua corrección. El único aspecto del acuerdo que debe
permanecer es el consenso de la necesidad de un perpetuo
debate sobre lo correcto y lo incorrecto, de lo legítimo y lo
ilegítimo. Esta es una de las ideas básicas que subyacen a la
democracia moderna.
En sus comentarios al proyecto de Hannah Arendt, tan-
to Albrecht Wellmer como Richard j. Bernsteinlfi señalan
que en toda la obra de esta autora hay una tensión profunda
entre el actuar y el pensar. En efecto, existe esta tensión; pero
éste no es un problema interno a la teoría, sino una realidad
de estas dos dimensiones de ia condición humana. Es en el
juicio donde esta tensión se hace más aguda (mientras que
enla técnica se reduce al mínimo). El sujeto quejuzga tiene
que mantener un equilibrio entre la perspectiva del actor y la
perspectiva del observador; tiene que asumir los criterios
imperantes en su comunidad de creencias y, al mismo tiem-
po, lograr cierto distanciamiento crítico, que le permita in-
corporar una diversidad de puntos de vista.” Para lograr
esto no existe, desgraciadamente, ningún método o receta;
el pensamztnlo ampliado que requiere el juicio sólo puede ad-
quirirse en el ejercicio de esta actividad. Además, no es posi-

l6 Albrecht Wellmer, “Hannah Arendt on judgement: The Uriwritten


Doctrine of Reason", en: Embpíele: Di: unvcvsöhnlicìu Moderne, Frank-
furt a.M., Suhrkamp, I 993. R._}. Bernstein, "¿Qué esjuzgar? El actory
el espectador", en: Perƒilesfib-uóƒuzos, México, Siglo XXI, 1991.
17 “Me formo una opinión considerando el asunto dado desde distintos
puntos de vista. teniendo presentes los puntos de vista de ios que es-
tán ausentes; es decir, me lo represento. Este proceso de represen ra-
ción no adopta ciegamente las op iniones reales de aquellos que están
en otra parte y por ello contemplan el mundo desde una perspectiva
distinta; no es cuestión de empatía, como si yo tratara de ser o de sen-
tir como algún otro. ni de contar el número de naricesy adherirme a
la mayoría, sino ser y pensar con mi propia identidad donde en reali-
dad no estoy." Arendt, Behøem Part and Futurc, p. 241.
Vida activa y vida contemplalíva / 12 l

ble reconciliar la tensión entre vida activa y vida con-


templa tiva. Una de las experiencias más importantes de la
modernidad es haber hecho patente que la condición huma-
na no es una unidad coherente, libre de tensiones, sino una
realidad plural, contingente y conflictiva. Una prueba de
que se posee un “sanojuicio" es el renunciar a la pretensión
de construir un sistema teórico capaz de reducir la compleji-
dad de esa realidad.
Una objeción más seria que se le puede hacer al proyec-
to inconcluso de Arendt es que en él no se reconstruye la ra-
cionalidad de la práctica política en general, sino sólo un
aspecto de ésta, aquel aspecto que está ligado a una política
democrática. Se podría admitir que se trata del aspecto ca-
racterístico, aunque no exclusivo, dela práctica política. El
identificar la facultad deljuicio con la práctica política sería
caer en una definición esencialista, de las que esta autora
dice rehuir. Sería perder la posibilidad de diferenciar entre
el nivel normativo, indispensable en toda teoría con pre-
tensiones críticas, y el nivel empírico. Esta falta de delimita-
ción entre estos niveles es un problema que se encuentra a
lo largo de toda la obra de Arendt. Ello ha dado lugar a una
multiplicidad de críticas que, aunque podemos calificar de
unilaterales, debemos reconocer que no carecen de funda-
mento. En las acciones políticas se vinculan de manera in-
disoluble la capacidad de juicio y la racionalidad técnica
(quizá éste es uno de los puntos en los que podemos locali-
zar una mediación entre poder y violencia); se puede acep-
tar que debe mantenerse un equilibrio entre ambas, pero no
admitir la iìisión de estos dos modos de la racionalidad. En
ésta, como en otras actividades sociales, ello es una inge-
nuidad incompatible con nuestra experiencia cotidiana. 8

13 El proyecto de Arendt debe retomar-se como un incentivo para explo-


rar un campo poco desarrollado por la teoría política tradicional, pero
no como una “cr[Lic1" de la razón política. Esto es, precisamen le, lo que
hace 1-labermas, quien, con el insuumenral conceptual de la teoría de
los actas del habla, ha podido aclarar diversos puntos que pemianecen
Cbnfusos en los tralxijos de Arendt. Sobre esto véase: Habermas, Teoría
de inacción comuniazr-im, Madrid, Taurus, 1987 (en especial el "Interlu-
dio primero") y Pnuomíento posmefofinco, Madrid, Taurus, 1990.
Legalidad y terror
ara Hannah Arendt, el totalitarismo no es un acciden-
Pte de la historia, sino una consecuencia extrema de
ciertas tendencias inherentes ala modernidad. Si en el li-
bro Los orígenes deltotahtansmo se argumenta que los regí-
menes totalitarios, aunque no carecen de precedentes,
representan una forma de dominación inédita, en los tra-
bajos posteriores se matiza esa postura. Se conserva la te-
sis de que el totalitarismo es un fenómeno que tiene sus
raíces en la masificación y en la pérdida de la esfera pú-
blica; pero, al mismo tiempo, se afirma que el totalitaris-
mo es el intento de realizar una vieja aspiración, tan
vieja, por lo menos, como la teoría de Platón, a saber: la
aspiración de sustituir la incertidumbre y la inseguridad
de la acción política, por la certidumbre y seguridad que
acompañan a la administración. En otras palabras, la de
sustituir el actuar por el hacer. Antes de reconstruir algu-
nos rasgos del sistema totalitario, es preciso analizar esta
tesis.

Los fundamentos de la legalidad

Según Arendt, el fundamento de la política se encuentra en


el hecho de que los hombres son seres sociales. A1 decir
esto, afirma no sólo que cada individuo vive en .compañía
de los otros, como sucede también en una manada de lobos
o en un enjambre de abejas; la sociabilidad propia del mun-
do humano presupone, además, pluralidad y, junto con
lzgalidady lermr/ 123

ella, contingencial La unión de pluralidad y contingencia


se puede observar en los niveles a) de la acción individual,
b) de las relaciones interpersonales y c) del orden social.
a) El lugar y la función que cada individuo ocupa en la
estmctura social no están predeterminados por una rígida
causalidad natural. Si bien es cierto que cada individuo se
encuentra determinado por una multiplicidad de factores
sociales, su estat-us y ml no se encuentran inscritos en sus ge-
nes, ni dependen sólo de su potencia lïsica. La socialización
del ser humano es un proceso en el que se abren varias alter-
nativas, las cuales, aunque se restringen con- forme “madu-
ra”, no se derran hasta que muere. El individuo consnuye
paulatinamente su identidad, a través de sus actos y palabras
(acciones), en la trama de relaciones sociales preexistente.
Las acciones y, con ellas, la identidad del individuo im-
plican cierto grado de contingencia. Esto no quiere decir
que surjan de la nada, o que sean algo arbitrario o azaroso,
sino, como decía Duns Escoto, que son algo que pudo ser de
otro modo. La identidad es un producto social, pero la so-
ciedad no produce a sus componentes con un molde homo-
géneo. Ello se debe, entre otras cosas, a que la sociedad no
es un todo coherente y armónico que determina las accio-
nes de manera unívoca, sino una realidad constituida por
una multiplicidad de fuerzas en oposición. La identidad es
el resultado de las decisiones y las no decisiones del indivi-
duo ante ese enfrentamiento de fuerzas. La identidad mis-
ma no es tampoco una entidad coherente. La contingencia
de las acciones y de la identidad da como resultado la plura-
lidad del mundo humano, que es irreductible a la simple
diversidad. Todos somos iguales porque todos somos seres
humanos, es decir, porque todos podemos ser diferentes.
En contra de esta tesis, alguien puede sustentar que la
identidad de un individuo está dada por su pertenencia a
un grupo o a una sociedad determinada y que esto es un he-
cho que queda fuera del campo de las decisiones del indivi-
duo. Es evidente que la pertenencia a una sociedad 0

1 Podemos decir, retomando la forma en que Kant caracteriza la rela-


ción entre ley moml y libertad, que la pluralidad es la mtia cagnaxcmdi
de la contingencia y esta última es la ratio znmdí de la pluralidad.
124 / cmmw y amflia.›. sama; y Amat.- la ¢i¢,-snem af to ¡olaaa
comunidad es un factor esencial de la identidad de un indi-
viduo, pero esta última no se agota en ese aspecto. Aquellos
que quieren reducir la identidad de los individuos a la del
grupo, olvidan que la pluralidad no es un dato externo al
grupo, sino también un dato intemo a él, iiïeductible. El si
mismo del individuo sólo puede constniirse como miembro
de un grupo determinado. Pero esa identidad individual
aparece como una chispa producida por la fricción que se
da entre las fuerzas y los subsistemas sociales.
b) La contingencia propia de las acciones individuales
se torna un problema cuando enfocamos el campo de las
relaciones interpersonales. Si las acciones de los indivi-
duos Pueran totalmente contingentes, no se podrían coor-
dinar y no existiría un orden social. En la teoría de
sistemas esto se conoce como el problema de la doble ctm-
tingenct-a2 (que remite al llamado problema de Hobbes, ¿CÓ~
mo es posible el orden social?). Arendt, al igual que
Parsons.3 sostiene que la dificultad que entraña la doble
contingencia puede limitarse, aunque nunca suprimirse
por completo, mediante un consenso de valores, que se
materializa en las reglas que constituyen el orden institu-
cional. Las instituciones hacen posible la estabilidad y
complementariedad de las expectativas de los individuos
y, de esta manera, la coordinación de sus acciones. Arendt
destaca que ese consenso no es algo preestablecido o per-
manentt-:.41 En la medida que cada ser humano que arriba
«mm

2 "La doble contingencia acompaña toda vivencia, sin foco preciso, hasta
enconuarse con otra persona o con un sistema social al que se le adscri-
be libre elección. Entonces se actualiza como problema de sintoniza-
ción de comportamientos [...] Pam que la doble contingencia se
actualice no-se requiere sólo de la simple facticidad del encuentro, el
problema motivador de la doble contingencia (y con ello, la constitu-
ción delos sistemas sociales), surge sólo cuando estos sistemas se expe-
rimentan y se tratan en forma espccllitzi a saber, como posibilidades
indefinidamente abiertas y en el fondo a salvo de la indeterminación
del sentido”. bihmann, Sistemas sotíaks, México, Alianza-ULA, 1991.
3 T. Parsons, Alzlov, Sihmfiøn und normal-iuø Mtuln, Fi-¿nklìirt a.M.,
Suhrkamp, 1986,
4 Pam Arendt, toda acción presupone siempre un aspecto “anómico”,
como se diría en la terminología de Parsons.
l1g-alidadyunivr/125

al orden social abre nuevas alternativas, en el proceso de


forjarse una identidad propia, ese consenso tiene que re-
novarse y transformarse de manera constante.
Si la contingencia fuera absoluta y toda acción fuera
posible, no podría existir un orden social, porque sería im-
posible sintonizar las expectativas de los hombres, y preva-
leoeria una situación de aislamiento y guerra continuos,
como advirtió Hobbes. Peno si la contingencia se pudiera
reducir por completo, como se describe en los sueños utó-
picos, se llegaría a la armonía de una sociedad transparen-
te, en la que no existiría la acción, sino sólo la labor y la
fabricación. La acción se vería desplazada por el hacer. La
política vive de la tensión que existe entre la necesidad de
limitar la contingencia, Para hacer posible el orden social, y
el imperativo de mantener cierto grado de contingencia,
para garantizar la acción libre.
La unión de pluralidad y contingencia, que se en-
cuentra enla base de la acción política, significa que la es-
tructura social no es una entidad inmutable. Los órdenes
institucionales del mundo humano se caracterizan por su
variedad, elasticidad y capacidad de cambio. Sería difícil
hablar de reformas o revoluciones con relación a un panal
de abejas. Aunque existen estructuras más verticales o
más horizontales en diferentes grupos de la misma espe-
cie animal, esto se debe, fundamentalmente, a variables
externas. En cambio, sin excluir los factores naturales, la
pluralidad y mutación de las estructuras sociales están li-
gadas básicamente a su dinámica interna, basada, a su
vez, en una dimensión intersubjetiva en la que se encuen-
tra enjuego la definición de un sentido que oriente las ac-
ciones. La interacción entre Ego y Alter no sólo se
sustenta en instintos o necesidades “presociales”, implica
siempre una mediación simbólica, que es la que abre las
alternativas. El medio simbólico no sólo “sirve” a los
hombres para interpretar su mundo, sino también para
transformarlo.
El problema consiste ahora en compren der cómo se ac-
cede y renueva el consenso que sustenta el orden social y en
determinar qué tiene que ver ello con la política. Si nos
mantenemos en.la..perspectiva. limitada de las relaciones in-
126 / Co-memo y conflicto. Schmitt 3-Anmdt: la deƒinició-n de lo política

terpersonales, se puede plantear que una manera de llegar


y restablecer ese consenso es el diálogo. En efecto, el diálo-
go esun medio para arribar a un consenso; pero este proce-
dimiento ya presupone el reconocimiento, por parte de los
participantes, de ciertos elementos comunes en sus identi-
dades. Sin embargo, ese reconocimiento recíproco no pue-
de darse por supuesto. Por otra parte, el diálogo presupone
un procedimiento difícil y costoso que no puede desarro-
llarse en todas las situaciones. La sociedad no se integra ex-
clusivamente como una red de diálogos interpersonales.
“Hemos visto que, en circunstancias excepcionalmente
propicias, el diálogo puede ser extendido a otro, en la me-
dida en que un amigo es, como dijo Aristóteles, 'otro sí mis-
mol Pero ello no puede alcanzar nunca el Nosotros, la
verdadera pluralidad de la acción".” i
c) En el nivel del orden social existen varios mecanis-
mos que limitan la contingencia en aras de una integra-
ción social. La rutirtización de normas institucionales y el
mercado son dos de ellos. Si el primero predomina en las
sociedades tradicionales, el segundo se convierte en do-
minante en las sociedades modernas; aunque ambos me-
canismos están presentes en todo tipo de sociedad. Pero
junto a estos y otros mecanismos de integración se en-
cuentra el derecho, en el que se definen un conjunto de
normas que permiten estabilizar las expectativas de los ac-
tores y, así, constituir una marco normativo para coordi-
nar sus acciones. El derecho limita la contingencia y
puede, al mismo tiempo, dejar espacio para ella, garanti-
zando la sobrevivencia de la pluralidad. Ello es posible en
la medida que el derecho se basa en un consenso (corismsus
iuris) en el que los hombres se reconocen, no por lo que tie-
nen en común como individuos concretos (miembros de
una familia, un clan, una etnia, un gremio, etc.), sino en su
calidad de sujetos de derechos y deberes (“personas“ en su
sentido jurídico).
El derecho no define ni presupone una forma de vida
concreta, que se ha elevado al rango de “vida buena", sino
que trata de mantener el equilibrio de la pluralidad social

5 Hannah Arendt. LG, “Das Wollen”, pp. 190-191.


ugaziaaayifmf/ 127

para hacer posible la coexistencia de una multiplicidad de


concepciones de “vida buena". Mientras el valor supremo
del derecho es la “justicia la noción de “vida buena" hace
referencia al valor de la autorrealización, que en cada caso
particular se encuentra definida por diferentes valoresó
Sólo cuando el derecho logra conjugar la Función de limitar
la contingencia y la de mantener la pluralidad, puede con-
vertirse en una garantía de la libertad.
La validez del derecho depende de que el consenso que
lo sustenta se traduzca en una aceptación generalizada de
las normas que lo constituyen, como instancias que regulan
de manera efectiva las relaciones sociales. Como apoyo a la
efectividad de las normasjurídicas, a diferencia de las nor-
mas morales, se recurre a la amenaza de coacción física. Di-
cho de otra manera, el derecho es un sistema de normas
reforzadas por sanciones negativas.7 Arendt reprocha a la
teoría política tradicional haber identificado política y
coacción tan sólo por las relaciones que existen entre dere-
cho y política, así como la del primero con la coacción. En
contra de eso, Arendt subraya que el derecho no sólo se
apoya en la coacción, sino que, paralelamente, la regla-
menta y, al hacerlo, limita la violencia. La coacción se aplica
a los que se sitúan fuera del consensus iuns, que define la
identidad jurídica de una sociedad; ya sea porque lo trans-
greden al cometer un delito o porque representan una
amenaza externa a esa comunidad juridica o porque no
han sido reconocidos por esta última.
Este argumento no presupone la ingenuidad de afir-
mar que el derecho suprime la violencia; lo que se sostiene
es que el derecho puede llegar a mantener la violencia en
los límites de la comunidad política. Con la propia tenni-
nología de Arendt podemos decir que mientras el derecho
se fundamenta en el poder, surgido del consenso, la violen-
í

6 Sobre este tema véase: Seel, Martin, “Das C-ute und das Richtige”, en:
Seel, M. y Menke, C. Zur Verteidigung der Vnnuflƒi gegm ¡hn Utbh-aber
und Vøräch-In', Frankfilrt a.M., Suhrkamp, 1993.
7 Sobre este doble aspecto de la legalidad, su legitimidad y su efectivi-
dad o vigencia social. véase el tnbajo de Habermas, Falttizität und Gel-
lung, Frankfurt a.M., Suhrìamp, 1993.
128 / Cotumw y conflicto. Schmitt y/lfmdt: la definición de lo político

cia es una consecuencia de la disolución o cuestionamiento


radical de ese comensw iurts. “El dominio por la pura vio-
lencia entra enjuego allí donde se está perdiendo el poder
[...] Políticamente hablando lo cierto es que la pérdida de
poder se convierte en una tentación de reemplazar el po-
der por la violencìa”.8
Por oua parte, aunque existe un nexo entre derecho y
política, no podemos identiñcarlos. Recordemos que el de-
recho también regula las relaciones familiares, el intercam-
bio mercantil, etc. La relación entre derecho y política no se
deja reducir a la regulaciónjurídica de las acciones políticas.
En la política también está en juego el mantenimiento y
transformación del con tenido del consensus iurts. Toda co-
munidad política requiere de un consensos iimlt, pero en este
lo único que se establece es la necesidad de que exista cierto
conjunto de nomias que permitan estabilizar las expectati-
vas delos actores para conservar la unidad del orden social.
Ahora bien, el contenido de esas normasjurídicas no se pue-
de derivar del co-n.semu.i ¿uns básico. El contenido del dere-
cho varía en las diferentes comunidades, así como en la
historia de cada una de ellas. Esto depende de factores cultu-
rales, correlación de fuerzas, el grado de desarrollo econó-
mico. Precisamente uno de los aspectos esenciales de la
acción política es ajustar de manera constante el contenido
de ese øomemus ¿unit a las cambiantes circunstancias sociales.
En este sentido gobernar es más complicado que aplicar
normas generales a situaciones particulares; gobemar re-
quiere de la facultad de juzgar situaciones particulares en su
particularidad, sin tener que perder por ello la referencia al
orden jurídico.
Para ejemplificar esto, Arendt analiza una forma de ac-
ción política peculiar: que podemos calificar de extrema, en
la que se hace ostensible esta dirección de la relación entre
derecho y política: la desobedimcia civil. Por medio de la de-
sobediencia civil un grupo de ciudadanos, convencidos de
que ya no funcionan los canales establecidos para expresar
su opinión, muestra públicamente su disentimiento respec-
mmm”-

8 HannahArendt. "Sobre la violencia”, en: Crisis de lafepública, Madrid,


Taunis, 1973, pp. 155-156.
Lzgalàiady terror/ 129

to a la postura oñcial o a la reglamentación sobre un terna


determinado. En el acto de la desobediencia civil se pueden
violar ciertas leyes positivas; por e_j emplo, las del reglamen-
to de tráfico. Pero, a diferencia de un delito común, se ape-
la a un derecho básico del comensus iuris: el derecho a la
libre expresión. En contraste con la simple transgresión de
la ley, la desobediencia civil tiene siempre un carácter pú-
blico (el delincuente, en cambio, busca ocultar su acto). Es
una acción política que pide la apertura del debate público
sobre el tema en cuestión. En la desobediencia civil no se
exige una excepción de la ley; por el contrario, se asume el
carácter general de ésta. Pero, al mismo tiempo, se plantea
que la validez de la ley se basa en un consenso con preten-
siones de validez susceptibles de ser criticadas y no en una
verdad o principio trascendente que no pueda ser cuestio-
nado por el pueblo.
Para Kant, que considera que el contenido del derecho
puede derivarse de una razón universal y necesaria, es evi-
dente que la desobediencia civil no tiene ningún sostén le-
gítimo.
Contra la Suprema autoridad legisladora del Estado no
hay, por tanto, resistencia legítima del pueblo; porque
sólo la sumisión a su voluntad universalmente legisladora
posibilita un estadojurídico; por tanto, no hay ningún de-
recho de sedición (seditio), aún menos de rebelión (rebe-
llio), ni mucho menos existe el derecho de atentar contm
su persona [...] La razón por la que el pueblo debe sopor-
tar, a pesar de todo, un abuso del poder supremo, incluso
un abuso considerado como intolerable. es que su resis-
tencia a la legislación suprema misma ha de concebine
como contraria a la ley, incluso como destmctora de la
constitución legal en su totalidad [...].g

9 Kant, La metaƒiriaz de la.: costumbres, Madrid, Tecnos, 1989. En este


punto se pone de manifiesto la concepción inflexible de la Razón de
Kant, al igual que cuando pretende derivar un código de conducta
concreta del imperativo categórico. La pretensión de validez univer-
sal, propia dela razón, no debe confundirse con la incapacidad de re-
flexionar y juzgar sobre la particularidad en su particularidad.
130 / Canumo y conflicto. Schmitt yA1rndt: la definición de lo político

Kant exige a los ciudadanos que piensen en lo que quie-


ran, pero que obedezcan, porque supone que el wmemus ¿um
se basa en un principio universal y necesario que no puede
cuesrionarse por las opiniones del pueblo. En cambio,
Arendt, que ve en la racionalidad no un almacén de verdades
universales y necesarias, sino un modo de pensar, actuar y
juzgar que permite la crítica de la pretensión de validez de
todo enunciado, afirma que la única evidencia que existe res-
pecto al consemus im-is es la de que se carece de certezas abso-
lutas. Es esto lo que la motiva a rescatar la tradicional idea del
contrato social, despojándola de sus elemen- tos metafisicos.
En la historia de la teoría del contrato social se han dado
tres grandes variantes. En la primera, se habla de un pacto
entre Dios y los hombres, por medio del cual el primero
ofrece la seguridad a los segundos, a cambio de su obedien-
cia a la leyes reveladas por él. Existe una versión seculariza-
da de esta primera variante; es la que encontramos en
Kant. En ella se habla de que los hombres pueden llegar a
un acuerdo gracias ala existencia de una verdad o principio
racional común a todos ellos.w La segunda variante se en-
cuentra ejemplificada en la teoría de Hobbes. Según ésta,
sin la intervención de una verdad a priori y por la carencia
de ésta, el pueblo otorga todo el poder al Estado para que
éste produzca y mantenga las condiciones necesarias que
garanticen su seguridad (lo que nunca sabemos es quién
protege a los ciudadanos de su guardián estatal). En la ter-
cera variante son los ciudadanos los que establecen un pac-
to para gobernarse, tras haber establecido una "alianza"
(e se momento "en que un gnipo de gentes llega a pensar de
sí mismos como un Nosotros“). Es esta versión la que reto-
ma Arendt y la que le permite ver en la desobediencia civil
un acto legítimo que hace patente una aspecto básico de la
política, la renovación del consemm áuris.
"La ley puede, desde luego, estabilizar y legalizar el
cambio, una vez que se haya producido, pero el cambio es
siempre el resultado de una acción extralegal".“ Que una

10 Restos de esta versión todavia se encuentran en Rawls y Noziclt. cuan-


do pretenden derivar un contenido concreto del cm-uefmts ¡un`.f.
l1 Hannah Arendt., “Desobediencia civil", en: Crisis dz la república, p. 87.
ugfliiaaayiawf/ 131

acción sea “extralegal” no quiere decir, en todos los casos,


que sea ilegal o que esté fuera de la ley. Para Arendt, la ac-
ción política puede ser “extralegaI", en la medida que se
ejerce en un ámbito no legislado o que cuesrione un tema
especílico del contenido del derecho; pero siempre debe
conservar una referencia al comerme ¿uf-Ls. Esto sucede no
sólo en la desobediencia civil, sino también en toda acción
política que busca una transformación del orden estableci-
do. El cambio, incluso el revolucionario, sólo puede le giti-
marse con relación a ese consenso. Este último puede
entenderse, entonces, como la mediación entre el derecho
y las acciones políticas.
El único consenso generalizado que puede existir en
las sociedades modernas es aquel que gira en torno a la va-
lidez de los derechos que garantizan la integridad y la li-
bertad de los ciudadanos y. como parte de éstos, los
derechos que garantizan la apertura de una esfera pública
en la que se confronten la multiplicidad de opiniones (los
derechos políticos de los ciudadanos, la “república”). En
la relación entre derecho y política se enfrentan, por tan-
to, dos tareas que se encuentran en tensión: la tarea de
mantener la vigencia del orden legal, y la de crear y con-
servar las condiciones que hacen posible el cambio del
contenido de esa legalidad. Esa es la tensión que se asume
en los sistemas democráticos, al reconocerse que siempre
existirá una inadecuación entre sus valores y su orden ins-
titucional. Es por eso que la democracia, a diferencia de
otras form as de gobierno, mantiene cierto grado de inde-
terminación en su estructura, que posibilita su apertura a
la renovación continua.

Cuando la ley se torna terror

Elfilárofiz es rm tirano sì1|.¢j¢'r|:í1a

Robert Mu sil

La unión de contingencia y pluralidad, propia del mundo


humano, ha desconcertado siempre a los filósofos y teóri-
cos en general. La acción, en cuanto representa el inicio de
algo nuevo y la posibilidad de diferenciación, desafía la
132 / Comnuo y conflicto. Schmifl y Arendt.- la definición de ha político

creencia en un orden eterno y, con ella, la confianza en las


predicciones teóricas. Los filósofos se han mostrado más
“complacientes” con la necesidad que con la libertad, debi-
do a que esta cuestiona la pretensión de acceder a una ex-
plicación sistemática del mundo en su totalidad, que
satisfaga su anhelo de certeza y seguridad. Esta incomodi-
dad frente al fenómeno de la libertad se manifiesta en los
diferentes intentos de reducir la libertad a una ilusión, sur-
gida de la perspectiva limitada de los hombres, dentro de
un mundo regido por la necesidad. Esto se hace patente en
la amplia literatura utópica, en las diferentes filosofías de la
historia, en los diversos intentos de reducir la voluntad li-
bre a la obediencia de una ley universal y necesaria y, tam«
bién, en el proyecto de deñnir un orden legal “verdadero”,
que trascienda la pluralidad de opiniones, gracias a que es
deducido de un principio trascendente.
Pero tampoco la unión de contingencia y pluralidad ha
sido aceptada por todos los “hombres de acción". Para los
que detentan una posición privilegiada en las relaciones de
poder, para los políticos profesionales, esa unión inherente
a las acciones humanas ha constituido un reto a su voluntad
de dominio. Los tiranos tradicionales han enfrentado el
reto buscando suprimir la pluralidad al interior de sus do-
minios, mediante el intento de monopolizar la contingen-
cia. El resultado de ello es un gobierno ilegal, sustentado en
la arbitrariedad de una o varias personas. El proyecto de
eliminar la pluralidad lleva a destruir la esfera pública, ne-
gando las libertades políticas de los ciudadanos. El tirano
puede llegar a ser benevolente y paternalista con sus súbdi-
tos, pero siempre tratará de impedir que éstos actúen de
manera autónoma. El temor del pueblo al dominador y el
temor del dominador al pueblo han sido rasgos constantes
de las tiranías.
Hay un tipo especial de tjranías que no se conforman
con la ilegalidad y la ilegitimidad de su dominio, sino que
buscan respaldarlo en una verdad que debe ser reconocida
por todos los seres racionales. De esta modalidad de tiranía
se derivan los totalitarismos que hemos vivido en el siglo XX.,
Desde esta perspectiva, el totalitarismo no es tan novedoso
como pensaba Arendt en un principio. El aspecto innovador
1,,-aaa¢,t-W,/133
del totalitarismo radica, en primer lugar, en las condiciones
sociales en que se desenvuelve (aislamiento y masificación),
así como en el perfeccionamiento técnico y organizativo,
que le permitió controlar de manera más eficaz tanto el ám-
bito público como el privado.
Las ideologías totalitatias se diferencian de los discur-
sos de las tiranías tradicionales por su secularización, lo que
les permitió aparecer con un ropaje científico y apelar a una
base empírica. Pero detrás de ese lenguaje científico se es-
conde una postura dogmática que nie ga la posibilidad de
ser cuestionada por la experiencia. La ideología muestra
una enorme capacidad de recurrir a hipótesis ad hoc, que le
permiten resguardar su núcleo de la revisión crítica. Sin
embargo, esto no es muy original, recuerda los viejos mitos.
Podríamos decir, retomando una tesis de los representantes
de la Escuela de Frankfurt, que cuando la razón ilustrada,
en su lucha contra la opresión de la superstición y los pre-
juicios, pierde de vista sus propios límites, ella misma se
convierte en un mito.
Podemos dejar a un lado la discusión sobre la “nove-
dad” del totalitarismo, porque lo que ahora in teresa para la
argumentación es que la alianza entre la voluntad de domi-
nio delas tiranías y la voluntad dogmática de verdad de las
ideologías potencia el riesgo y la intensidad de la violencia.
En los ríos de sangre que recorren la historia, aparecen, en
repetidas ocasiones, las sombras de esas verdades incues-
tionables, en las que la pretensión de validez que acompaña
a la racionalidad se toma en fc. Cuando la voluntad de ver-
dad, propia de los enunciados descriptivos, se apodera de
la acción y cree proponer soluciones “verdaderas” a los
problemas prácticos, en el mundo sólo pueden existir ami-
gos y enemigos, es decir, la comunidad de fieles y los here-
jes. Entre amigos y enemigos no puede desarrollarse la
acción política; sólo puede, en todo caso, desencadenarse
una guerra de exterminio.
El encuentro de voluntad de dominio y la ideología,
que subyace a los sistemas totalitarios, se hace patente
cuando en ellos se apela a una “legalidad superior”, que se
sitúa por encima de todo código posirivo.
134 1' camu» y mjrim. sftimm y Amir; za asfifrtaas a, to ,wztifcø

En este punto surge a la luz la diferencia fundamental en-


tre el concepto totalitario de derecho y todos los otros con-
ceptos. La política totalitaria no reemplaza a un grupo de
leyes por otro, no establece su propio consenstts iurii, no
crea, mediante una revolución una nueva forma de legali-
dad. Su desafio a todo, incluso a sus propias leyes positi-
vas, implica que cree que puede imponerse sin ningún
consensus iur-is, porque promete liberar a la realización de
la ley de roda acción y voluutad humanas; y promete lajus-
ticia sobre la Tierra porque promete hacer de la Humani-
dad misma la encarnación de la ley [.. ,] En estas
ideologías, el ténnino de 'ley' cambia de significado; de
expresar el marco de estabilidad dentro del cual pueden
tener lugar las acciones y los movimientos humanos, se
convierte en expresión del movimiento misrno.12

En la concepción del mundo totalitario se rechaza que


el crmsemw iuris sea la base de la legitimidad del orden le-
gal, porque se cree que este último tiene como fundamento
una verdad. Para la ideología totalitaria la ley ya no es un
factor normativo que estabiliza las expectativas de los acto-
res, sino la descripción verdadera de un hecho natural o
histórico, al que debe subordinarse la legalidad positiva. El
totalitarismo ejecuta la supuesta ley de la Naturaleza o de la
Historia sin traducirla a normas concretas de lojustoy lo in-
justo que regulen el comportamiento de los individuos.
Aplica directamente la ley a la Humanidad sin preourp arse
del comportamiento de los hombres; es esto lo que desen-
cadena el terror.
La negación del pluralismo y la pretensión de predecir
con exactitud el curso de los acontecimientos hacen que la
ideología y la legalidad totalitarias requieran de un “ene-
migo objetivo". Éste es el “conspirador" y el culpable de
que los sucesos de la realidad no se adecuen de manera es-
tricta alas predicciones totalitarias. Pero también es el que,
al oponerse ala marcha de la verdad, se condenaasí mismo a
muerte.

12 Hannah Arendt, OT, pp. 685 y 687.


Legalídady tenor/ 135

La figura del “enemigo objetivo” de los sistemas totali-


tarios cambia continuamente. de tal forma que una vez eli-
minada o controlada una clase de ellos, puede declararse la
guerra a otra. Esta metamorfosis permanente de la identi-
dad del “enemigo objetivo” refuerza la ilusión de la ideolo-
gía de ver el régimen totalitario como un "movimiento",
cuyo avance tropieza con diferentes obstáculos que deben
superarse. Por otra parte, es la imagen del “enemigo objeti-
vo” la que explica, en gran parte, el papel predominante
que desempeña la policía secreta en los totalitarismos. Su
función de perseguir al “enemigo objetivo” hace que la po-
licía secreta se convierta en un instmmento indispensable
de la autoridad toralitaria y de su interpretación de la ideo-
logía. Se persigue no sólo a los sospechosos de conspirar
contra el movimiento, sino también a todos los que en un
momento dado pueden llegar a convertirse en “enemigos
objetivos" de él, Los procesos de Moscú contra la vieja guar-
dia bolchevique y los jefes del ejercito rojo son un buen
ejemplo de esa anticipación de los servicios secretos, al eli-
minar a los posibles participantes de una conspiración que
todavía no existía. Se llega al extremo de perseguir cual-
quier delito que el líder 0 la policía imaginen, sin tomar en
cuenta si éste ha sido cometido.
La policía secreta actúa sin la restricción de ninguna ley
positiva, porque se presenta como el medio de realización
de esa supuesta "legalidad superior” que expone la ideolo-
gía. Los campos de concentración son un elemento esencial
para la labor de la policía secreta. En ellos no sólo se exter-
mina a los “enem_igos objetivos”, sino que también sirven
para experimentar el modelo de orden social que haga po-
sible la homogeneidad del pueblo.
La estructura organizativa de los estados totalitarios
presenta una fachada de instituciones públicas, detrás de la
cual se esconde una serie de organismos, como la policía se-
(reta, que constituyen el gobierno real. En estos estados vale
la máxima de que cuanto menos se conoce de una institu-
ción, cuanto menos se determinen sus funciones por el or-
den legal positivo, más es el poder que en ella se encierra.
La mediación entre el “gobierno ostensible" y el “gobierno
real" se encuentra en el partido, que dice encarnar a la so-
1 Í Cmuemo _y conflicto. Schmitt y/lrendt: la dzfinicíón de lo político

ciedad en su totalidad, encabezado por el líder. Los estados


totalitarios no poseen, como se afirma frecuentemente,
una estructura monolítica; por el contrario, la indetermi-
nación de la supuesta "legalidad superior" y la falta de res-
peto de las normas jurídicas positivas propician la falta de
delimitación de funciones entre las instituciones y la proli-
feración de éstas, hasta convertirse en un caos de ineficien-
cia administrativa. Este caos permite ampliar el espacio de
la arbitrariedad de la élite gobernante y, al mismo tiempo,
hacerla compatible con las leyes que definen los procedi-
mientos visibles de su funcionamiento.
La legalidad se torna terror cuando se afirma que su va-
lidez se fundamenta en una verdad o principio ajeno a las
opiniones (dom) de los ciudadanos, y se la utiliza, así, como
un instrumento en la violencia que se desata al intentar su-
primir la contingencia y la pluralidad de las acciones. Ese
intento puede estar motivado por la idea de acceder a una
sociedad armónica y más justa; pero al tratar de suprimir
los riesgos que conlleva la acción libre, como medio para
realizar dicha meta, se abre la puerta a un peligro mayor: el
dominio de un individuo o un grupo que tuonopoliza la ini-
ciativa política. Se quiere huir de la contingencia para obte-
ner la seguridad, pero se accede a la situación de mayor
inseguridad que pueda imaginarse, aquella en la que todo
depende de la arbitrariedad de una voluntad que se sitúa
por encima de toda normajurídica positiva. La experiencia
de los sistemas totalitarios nos indica que el hecho de que el
hombre sea un animal político implica que sus acciones son
inseparables del riesgo. La única manera de limitar _-no
suprimir- esos riesgos es fundar un orden social que ga-
rantice la amplia distribución del ejercicio del poder y las
responsabilidades.
Constitución de la libertad
ara Hannah Arendt, la forma en que se ha desenvuelto
Pel proceso de modernización ha propiciado que la labor
y la fabricación desplacen a la acción de la esfera pública. El
resultado de ello es que los ciudadanos quedan encerrados
en la intimidad de su privatismo, mientras que la iniciativa
política es monopolizada por los políticos profesionales. bo
público se despolitiza hasta convertirse en un inmenso
mercado donde, junto a otras mercancías, se ofrecen con-
sìgnasy "personalidades" con las que pueden identificarse
las masas, a cambio de los votos que le pernuten a la clase
política conservar el control privado del poder. Esta des-
cripción no presupone un rechazo de lo que erróneamente
se ha llamado democracia formal, en nombre de una mítica
democracia participativa, en donde todo sea gestionado
por todos. La tesis que se mantiene es que la democracia,
para sobrevivir, no sólo requiere del funcionamiento de sus
procedimientos, sino también de una dosis suficiente de
"res-pública" Y la virtud que a ésta acompaña.
Arendt advierte que, a pesar del dominio de la labor y
la fabricación sobre la esfera pública, la facultad de los ciu-
dadanos para actuar políticamente no desaparece por
completo. En particular, en ciertas situaciones de crisis, el
pueblo entra de nuevo a la escena pública y recupera la ini-
ciativa política. Las revoluciones representan el caso para-
digmático de esta situación. Sin embargo, en los procesos
revolucionarios, después de un breve periodo, la tendencia
al privatismo vuelve a intensìficarse, hasta que, en la in-
1 38 / cmmo y mflraa. samirf y Amar.- ia affinaaafi ae 10 parar@

mensa mayoría de los casos, el pueblo en su conjunto aban-


dona otra vez el espacio público, A Arendt le interesa
determinar las condiciones que pueden llegar a frenar esa
tendencia al privatisino y, de esta manera, constituir un or-
den libre donde la participación popular en los asuntos pú-
blicos no sea sólo una esporádica reacción frente a
circunstancias extremas. De hecho, según ella, sólo puede
hablarse de una revolución exitosa cuando el pueblo logra
fundar ese orden de libertad.
La correcta compren sión del fenómeno revolucionario
exige la clara distinción entre liberación y libertad. La libe-
ración es negativa, esto es, elimina una dependencia que
oprime a un grupo o a una sociedad. La libertad es, en cam-
bio, básicamente positiva; es la capacidad de actuar entre y
con los otros. Un individuo o grupo puede liberarse de su
dependencia, pero no crear las condiciones para la liber-
tad, sino simplemente generar una nueva modalidad de
dominación. En un golpe de Estado, el grupo victorioso ob-
tiene su liberación, pero lo único que hace es ocupar el lu-
gar de la vieja autoridad. La libertad, en cambio, requiere
crear un espacio público adecuado, en el que los ciudada-
nos no sólo encuentren la garantía de sus derechos indivi-
duales, sino también la posibilidad de ejercer sus derechos
políticos, queimplican su capacidad de reunirse para deba-
tir sus opiniones y establecer, mediante compromisos,
acuerdos y regateos, metas comunes.
El afán de liberación y el de libertad no coinciden nece-
sariamente. La liberación, en tanto es una lucha contra la ue-
cesidad, se encuentra ligada a la violencia. La libertad, por
su parte, requiere del poder que surge de la reunión de los
hombres. Los procesos revolucionarios están generalmente
precedidos por una lucha de liberación, porque la creación
del nuevo orden requiere enfrentarse al antiguo régimen. Es
por eso que la revolución se ha asociado a la violencia del
proceso de liberación. Sin embargo, Arendt subraya que lo
específico de la revolución no es en sí la violencia, sino la fun-
dación de un orden en el que pueda actuar-se libremente. De
ahí que ella distinga entre la rebelión Y el acto de fundación
(Cmutitutio libertatis). Es sólo este último el que define el ca-
rácter revolucionario de un proceso social.
cms.›fia¢i¿aa¢rar.r›t-riaaƒ 139

Con el objetivo de desarrollar esta idea de la revolu-


ción, Arendt propone dos tipos ideales, con base en las revo-
luciones Americana y Francesa. Mientras la primera se ve
como el modelo de una revolución lograda, la segunda se
asume como el caso ejemplar de una revolución que fracasa
en el intento de crear un orden libre estable.
La Revolución Americana se dirigía ala fundación de la li-
bertad y al establecimiento de instiuiciones duraderas, y a
quienes actuaban en esta dirección no les estaba permiti-
do nada que rebasase el marco del Derecho. La Revolu-
ción Francesa se apartó, casi desde su origen, del rumbo
de la fundación a causa de la proximidad del padecimien-
to; estuvo determinada por las exigencias de la liberación
de la necesidad, no de la tiranía, y lìre impulsada por la in-
mensidad sin limites de la miseria del pueblo v de la pie-
dad que mspira esta miseria]

Esta postura teórica despierta el asombro, ya que


usualmente el proceso revolucionario francés se asume
como el paradigma de revolución, mientras que la Inde-
pendencia norteamericana ni siquiera es considerada una
revolución en sentido estricto. Por otra parte, la lucha con-
tra la injusticia social se ha considerado un aspecto esencial
de toda revolución, porque representa una condición nece-
saria para acceder a un orden libre. Precisamente. Arendt
sostiene que la concepción implícita en el uso cotidiano del
término 'revolución' encierra un malentendido que es pre-
ciso desterrar. Veamos entonces cómo se presenta la contra-
posición entre esas "revoluciones" y cómo se justifica esta
propuesta.
Arendt se sustenta en la teoría de Tocqueville, en espe-
cial en el análisis que se encuentra en El antiguo régimen _y la
revolución, para establecer una primera diferencia entre los
procesos revolucionarios en Norteamérica y en Francia. En
el antiguo régimen francés se dio una centralización del
poder que condujo a la consolidación del Estado Absolutis~
ta y a la destrucdón de las organizaciones que constituían

1 Hannah Arendt, Sobre la revolución (SR), Madrid. Alianza, 1988,


p. 93.
l40 Í Cofue-nso y conflicto. Schmitt y Anmdt: la defimiíón de lo poíítíco

un poder intermedio entre el individuo y el Estado. Cuan-


do en I 789 el pueblo asalta la Bastilla, no existe detrás de él
un sistema de organizaciones que ofrezca una alternativa al
orden absolutista. En contraste con ello, enla sociedad nor-
teamericana existía antes de su independencia una multi-
plicidad de asociaciones que abrían la posibilidad de hacer
realidad la noción de soberanía popular.
Las distintas condiciones sociales propiciaron el predo-
minio de concepciones del poder diferentes en estas dos re-
voluciones, lo que, a su vez, tuvo importante repercusión en
sus diferentes trayectorias. En la Revolución Francesa se
buscó sustituir la voluntad del monarca por la "voluntad"
del pueblo como poder soberano. Peno se conservó la idea
tradicional del poder, en la que éste se considera una pro-
piedad o atributo del sujeto, con independencia de sus rela-
ciones sociales. De ahí que cuando se pedía otorgar el
poder al pueblo, se conceptualizaba a éste como un macro-
sujeto. La imagen roussoniana de una multitud unificada en
un cuerpo y dirigida centralizadamente por una voluntad
general es una descripción adecuada de esta idea de sobera-
nía popular.
Los " padres fundadores” de la Revolución Americana,
en tanto tienen como referencia un sistema político que in-
corpora una multiplicidad de asociaciones civiles, dese-
chan las versiones tradicionales del poder y perciben que
éste es el resultado de las acciones concertadas de los ciuda-
danos. De esta manera, la soberanía popular ya no remite a
un poder centralizado, que es susceptible de encarnarse en
los representantes del pueblo, sino en una esfera pública
que abre la posibilidad de participación generalizada.
Estas dos concepciones de la soberanía popular se trans-
formaron en diferentes visiones de lo que debía ser el nuevo
orden. En la Revoludón Francesa no se planteó la transfor-
mación radical de la estructura social para romper el centra-
lismo político. La revolución, a pesar de todos los discursos,
se limitó a poner en el lugar del rey a los supuestos represen-
tantes del pueblo que actuaban en nombre de la voluntad
general. Es por eso que no es extraño que la Revolución
Francesa culminara en el Imperio Napoleónico. En cambio,
la Revolución Americana, al asumir una idea de poder des-
cammtaaniwmm/141

centralizado, que no puede ser apropiado por ningún sujeto


o grupo particular, rechaza la caracterización del pueblo
como una multitud susceptible de ser hornogeneizada y se
abre al reconocimiento de la pluralidad. la clave de este
nuevo orden es la participación, y para que ella sea posible se
requieren dos condiciones fundamentales:
1) El aseguraramiento de un espacio público.
2) La articulación deljuego de la pluralidad de intere-
ses y opiniones en los distintos niveles de la sociedad, desde
las pequeñas unidades locales, hasta el plano de los pode-
res federales.
Rousseau y su teoría de la voluntad general es la fuente
de inspiración de los revolucionarios franceses. las tradi-
ciones y la organización de los revolucionarios americanos
eran más cercanos a la teoría de Montesquieu. El terna
esencial de la obra de este último es “la constitución de la li-
bertad política”, en donde el concepto constitución de la li'-
bertadno sólo se refiere a la división de los poderes estatales,
sino que abarca la organización y coordinación de la plura-
lidad de asociaciones de ciudadanos.
En todas las revoluciones se presenta el problema de la
legitimación del nuevo orden. Tanto en la Revolución Fran-
cesa como en la norteamericana se vinculó la legitimidad a
la legalidad. Pero el punto problemático reside en que ya no
se puede acudir a las tradicionales formas de legitimación
religiosa para sustentar esa legalidad. Es decir, se ¡rata de la
dificultad de la legitimación de un orden secularizado, el
novus erdo saeciorum. Son las distintas ideas de poder y de lo
que debe ser el nuevo orden, que aquí hemos esbozado, las
que condicionan las diferentes respuestas que se dan a este
problema.
En la Revolución Francesa, al mantenerse la concep-
ción tradicional del poder, se conserva también la noción
de ley como mandato.
Estas reflexiones y reminiscencias históricas nos sugieren
que el problema de un absoluto que confiela validez a las
leyes positivas humanas fue en parte una herencia del ab-
solutismo, que lo había heredado, a su vez, de aquellos si-
glos en que no existía ninguna esfera secular en Occid ente
142 / Comenta y conflicto. Schmitt y Arendt.- la dejìnición de lo política

que no se fundase en último término en la sanción de una


Iglesia y en los que, por consiguiente, las leyes seculares
fueron concebidas como la expresión mundana de una ley
ordenada por Dios. Esto, sin embargo, constituye sólo un
aspecto de la cuestión. Fue de mayor importancia y rele-
vancia el hecho de que a través de esos siglos la palabra
'ley' había adquirido un significado totalmente diferente.
Lo que importaba eta que -aparte de la enonne influen-
cia ejercida por lajurisprudencia y la legislación romanas
sobre el desarrollo de los sistemas e interpretaciones lega-
les de la Edad Mediay de la Moderna- las leyes eran con-
cebidas como mandamientos, que eran interpretados de
acuerdo a [sic] la palabra de Dios, que dice a los hombres:
No debes hacer esto. Es evidente que tales mandamientos
no pueden ser vinculantes sin una sanción religiosa supe-
rior. Sólo en la medida en que entendamos por ley un
mandamiento al que los hombres deben obediencia sin
consideración a su consentimiento y acu erdo mutuo, la ley
requerirá una fuente trascendente de autoridad para su
validez, esto es, un origen que esté más allá del poder del
hombre.2

La solución de la Revolución Francesa fue divinizar ala


voluntad general, como expresión de los principios univer-
sales y necesarios que tienen que ser reconocidos por todos
como válidos, con independencia de sus intereses e inclina-
ciones. El orden legal se sustenta en la pretensión de encar-
nar una supuesta verdad, o con más precisión, de poseer una
validez absoluta. ante la cua.l no cabe ningún cuestionamien-
to por parte de los ciudadanos, ni mucho menos ninguna
forma de desobediencia civil. “La ley es la ley", tautología
llena de sentido, que define la interpretación autoritaria de
la noción de Estado de Derecho. Si se agrega a esto que la
obediencia a la ley, como mandato, se considera la auténtica
libertad, se llega entonces a la conclu sión según la cual so-
meter a los hombres, mediante la coacción, a un orden legal
determinado, es una manera de “obligarles a ser libres". Se-

2 Hannah Arendt, SR, p. 196.


cmmsam «fs .fa iumaaƒ 143

cularizar, desde esta perspectiva, es situar el Absoluto ya no


en un Dios, sino en una misteriosa voluntad general.
A pesar de que los revolucionarios americanos conser-
van un lenguaje religioso, para ellos ya no es necesario acu-
dir a un principio trascendente, para legitimar a la
legalidad, porque, desde su perspectiva, es el propio acto
de fundación, comprendido como un pacto, lo que confi ere
la validez al orden legal. Sin embargo, ese pacto tiene que
renovarse de manera continua, con el objetivo de incorpo-
rar alas nue-vas generaciones de ciudadanos. Los derechos
de participación y disenso, como parte del orden legal, son
los que permiten esa renovación permanente del pacto y,
por tanto, la continuidad de la legitimidad.
Sin embargo, la diferencia básica que encuentra Arendt
entre la Revolución Francesa v la norteamericana es su rela-
ción con lo que ella llama la cueslítíii social. Este ténnino lo usa
ella para referirse a las cuestiones que surgen en las activida-
des relacionadas con la supervivencia, así corno de la rnutua
dependencia entre los individuos, que en dichas actividades
se establecen. Podemos decir que la cuestión social nos rerni-
te a los problemas relacionados con la producción y distribu-
ción de los bienes que satisfacen las necesidades básicas del
pueblo. Arendt afirma que la Revolución Americana no se
propuso resolver la cuestión social; su fin fue la constitución
de un espacio de libertad, que permitiera a los ciudadanos su
participación política.. Por su parte, la Revolución Francesa,
agrega Arendt, casi desde su comienzo se desvía de su objeti-
vo político, para plantear la búsqueda de una solución a los
problemas de la cuestión social.
Cuando la Revolución [Francesa] abandonó la fundación
de la libertad para dedicarse a la liberación del hombre
del sufrimiento, derribó las barreras de la resistencia y li~
beró, por así decirlo, las fuerzas devastadoras de la desgra-
cia y la miseria [...] Ninguna revolu ción ha resuelto nunca
la 'cuestión social', ni ha liberado al hombre de las exigen-
cias de la necesidad, pero todas ellas, a excepción de la
húngara de 1956, han seguido el ejemplo de la Revolu-
ción Francesa y han usado y abusado de las potentes fuer-
zas de la miseria y la indigencia en su lucha contra la
l44 / Consenso J; wriflícto. Schmitt y Arendt: la definición. de lo político

tiranía y la opresión. Aunque toda la historia de las revolu-


ciones del pasado demuestra sin lugar a dudas que todos
los intentos realizados para resolver la cuestión social con
medios políticos conduce al tenor y que es el terror el que
envía las revoluciones al cadalso, no puede negarse que
resulta casi imposible evitar este terror fatal cuando una
revolución estalla en una situación de pobreza de masas".3
Calificar de “enor” o "desviación" el intentar resolver los
problemas de la cuestión social por medios revolucionarios
resulta desconcertante. Incluso sì aceptamos la noción res-
tringida de revolución que nos propone Arendt y se considera
que el objetivo esencial del proceso revolucionario es la fun-
dación de un orden institucional que haga posible la partici-
pación política de los ciudadanos y, de esta manera, ga-
rantizar su libertad, tendrá que asumirse también que la tarea
de resolver la cuestión social es una condición necesaria para
realizar ese objeuvo. La libertad requiere de la liberación. A
menos que la propuesta consista en sostener que las revolu-
ciones sólo podrán alcanzar el éxito en los contextos en los
que se encuentre resuelta la cuestión social o, por lo menos,
que no sea tan aguda. Lo que resulta ser una tesis trivial.
Antes, de asumir o rechazar esta concepción de la re-
volución, conviene tratar de comprender a fondo lo que
en ella se plantea, pues me parece que su trivialización es
el resultado de esquematizar, en términos de una causali-
dad sìmple, la relación entre liberación y fundación dela
libertad. Recordar la influencia de Tocquevìlle enla teo-
ría de Arendt es laclave para entender su propuesta. Toc-
queville también considera que la meta de las revo-
luciones es fundar un orden social que permita la libre
participación de los individuos en los asuntos públicos y
reconoce que un requisito para ello es superar o mitigar
la pobreza que padece la mayoría de la población. Si un
individuo.no tiene lo indispensable para cubrir sus nece-
sidades vitales, xesulta evidente que su capacidad de ac-
tuar libremente es restringida. El pesimismo de este
autor sobre la posibilidad de conjugar la aspiración de

3 Ibíd., p, 112.
emma-la ¿I za foma/ 145

solucionar la cuestión social y la lucha por la libertad po-


lítica proviene de observar que en la mayoría de los hom-
bres el deseo de libertad es menos intenso que los deseos
de bienestary seguridad, así como del odio ala desigual-
dad: “De cuantas ideas y sentimientos que prepararon la
Revolución, la idea y el gusto por la libertad pública, en
sentido estricto, ha sido de las primeras en desapare-
cer”.'¡ Esta consideración empírica sobre los motivos que
impulsan las acciones resulta pertinente porque, si es
acertada, indica la presencia de un riesgo en la realiza-
ción de los objetivos revolucionarios.
Para ver en qué consiste este riesgo pensemos en dos al-
ternativas (en términos de tipos ideales) que puede seguir
el curso del proceso revolucionario. Si se llega a una hipoté-
tica situación en que la cuestión social se resuelve o se ate-
nú a, el riesgo consiste en que los ciudadanos se confomien
con ese bienestar obtenido y se olviden de la tarea de fun-
dar un orden libre. Con ello, aunque se logra una libera-
ción, se sientan las bases para que se desarrolle una nueva
forma de dominación, porque se carece de un sistema insti-
tucional que garantice la permanencia de la libertad. La
otra alternativa oonsiste en que un grupo organizado utilice
la consigna de superar los problemas de la cuestión social
para movilizar a las masas y posteriormente suprimir lali-
bertad. Al llegar al poder, esa élite de revolucionarios pro-
fesionales esgrimirá, para autolegitimarse, el discurso
según el mal es preciso posponer la realización de la liber-
tad en aras de acceder a la prosperidad. Pero el camino de
postergar la fundación de la libertad para dedicarse sin
perturbaciones y de manera eficaz a resolver la cuestión so-
cial, ni nos acerca al bienestar, porque para alcanzar éste se
requiere del poder surgido de la participación activa de los
ciudadanos, ni nos acerca a la libertad, porque la centraliza-
ción del poder no es compatible con un orden libre.
Tocqueville no considera que la única alternativa sea el
inmovilismo o conservar el orden establecido, pues esto
también entraña enormes riesgos; de hecho, éstos son ine-

4 Véase: Tocqueville, El antiguo rég-immy la revolución, Madrid, Alianza,


1982, pp. 205-206.
l 46 / Czmmuo y conflicto. Schmitt yAnni.d1!: la defimáân de lo política

vitables. Su intención es tomar conciencia de los riesgos im-


plícitos en las diferentes situaciones para enfrentarlos. La
tesis que él defiende consiste en afirmar que no se debe des-
ligar la “tendencia hacia la igualdad de condiciones” de la
lucha por la libertad. Se trata de su conocida tesis respecto a
que el antídoto contra los riesgos de la igualdad se encuen-
tra en la libertad emanada de la fraternidad (es decir, de la
acción coordinada de los individuos a través de organiza-
ciones civiles). De esta manera cuestiona radicalmente el
pensar el vínculo entre liberación y fundación de la libertad
como una relación causal simple (cualquiera que sea su di-
rección).
Esto es lo que retoma Arendt como núcleo de su pro-
puesta teórica, es decir, el sostener la especificidad del an-
helo de libertad respecto a la aspiración de solucionar la
cuestión social. Desde su punto de vista, la libertad es un fin
en sí misma, propio dela acción política, que no puede de-
gradarse a la cualidad de medio para alcanzar otro objeti-
vo, aunque éste sea la elevada meta de superar los
problemas de la cuestión social. Al igual que Tocqueville,
Arendt cree que aquellos que desean la libertad como me-
dio para alcanzar otras cosas, están hechos para sentir.
Podemos precisar el sentido de la propuesta de Arendt
si examinamos de manera breve su crítica al marxismo. En
primer lugar, Arendt reconoce un mérito indiscutible dela
teoría de Marx:
Si Marx hizo algo por la liberación de los pobres, ello no se
debió a que dijese que constituían la personificación viva
de una necesidad histórica o de otro tipo, sino a que les
pcrsuadió de que la pobreza es en sí misma un fenómeno
político, no natural, resultado no de la escasez, sino dela
violencia y la usurpación. Si la miseria -que por defini-
ción no puede producir nunca 'hombres libres de espíri-
tu', ya que es un estado de necesidad- se caracterizaba
por engendrar revoluciones, no por impedirlas, era nece-
sario traducir las condiciones económicas a factores políti-
cos y explicarlas en términos políticos.5

5 Hannah Arendt, SR, p. 64.


cømiiman de la rama/ 147

Pero, en segundo lugar, Arendt agrega que esta aporta-


ción es ambigua, porque reduce el objetivo de la nevolución
a la liberación, es decir, a la superación de la desigualdad
social. En Marx la fundación de un orden libre aparece
como un efecto automático de la liberación. Es ello lo que
explica que la teoría mantista no haya podido conceptuali-
zar la especificidad de lo político y que su noción del Estado
se haya limitado a plantear que éste es un “instrumento” de
la clase doininante. En la conceptjón marxista de la revolu-
ción se posterga la fundación de la libertad (la constitución
de un espacio público estable de participación ciudadana) a
un futuro en el que se realice la igualdad. En contraste con
ello, Arendt plantea que, aunque la liberación y la libertad
son objetivos estrechamente relacionados, son irreducti-
bles el uno al otro, y que entre ellos no existe una relación
causal simple.
Una revolución que se proponga liberar a los hombres,
sin plantear, paralelamente, la necesidad de generar un es-
pacio público que permita el ejercicio de la libertad, sólo
puede llevar a la liberación de los individuos de una depen-
dencia para conducirlos a otra, quizá más férrea que la an-
terior. Cuando Lenin condensa los objetivos de la
Revolución de Octubre en la consigna “ electrificación más
soviets”, todavía piensa en los soviets como una forma de
organización política alternativa, ligada a la tradición de
los consejos, que Hannah Arendt aprecia tanto. Pero cuan-
do se otorga todo el poder, no a los soviets, sino al partido,
se convierte a los primeros en simples ejecutores delas ta-
reas técnicas de electrificación. Con ello se sientan las bases
del futuro totalitarismo.
De regreso a nuestra línea de argumentación y recupe-
rando el sentido de esta confrontación de Arendt con el
marxismo, podemos reconocer la compleja relación que
existe entre liberación y fundación de la libertad, así como
la especificidad de cada una de ellas. Sin embargo, eso no
justifica la radical diferenciación entre lo social y lo político
que se expone en Sobne la revolución. Como advierte Richard
_|. Bernstein, la manera en que Arendt distingue en tre lo so-
cial y lo político conduce, paradójicamente, a una postura
que esta autora pretende rechazar:
148 Í Com-nun y covtflícto. Schmitt y Arendt: la definición de lo político

En consecuencia, y de manera paradójica, la propia fomia


en que Arendt traza la distinción entre lo social y lo políti-
co presta apoyo y ascenso al mito políticamente peligroso
de que existe un dominio propio de las cuestiones sociales
en el que el conocimiento social es apropiado -un domi-
nio que más vale dejáiselo a los expertos sociales y a los
que se dedican a la planeación, y que debe ser excluido de
la esfera política, dentro de la cual únicamente debiera-
mos preocuparnos por aquellos asuntos que 'merecen que
se hable de alos en pública@
Ames de proponer una alternativa que matice y corrija
la radical diferencia enue lo social y lo político, que desa-
rrolla Arendt como recurso para rescatar la especificidad
entre liberación y fundación de la libertad, veamos los ca-
llejones sin salida alos que nos lleva dicha diferenciación.
Cuando se dice que es preciso diferenciar de manera
radical entre lo social y lo político, de inmediato surge la si-
guiente pregunta: ¿Cuál es el contenido de la acción políti-
ca, como acción libre? Arendt no da ninguna respuesta
precisa; lo que se insinúa en el trabajo Salma la revolución es
que la participación política de los ciudadanos les ofrece un
“sentimiento de felicidad”.
Lo que importa es que los americanos sabían que la liber-
tad pública consiste en una participación en los asiiutos
públicos y que cualquier actividad impuesta por estos
asuntos no constituía e n modo alguno una caiga, sino que
confería a quienes la desempeñaban en público un senti-
miento de felicidad inaccesible por cualquier otro medio. 7

Sin negar quela acción pública puede llegar a producir


ese sentimiento de felicidad, hay que advertir que ésta no es
una respuesta satisfactoiia. Nadie puede desear la felicidad
en sí misma, ya que esta siempre es el resultado de realizar
una actividad con un contenido y un fin determinados.
Pero, de esta manera, volvemos a nuestra pregunta inicial.
jim

6 R._] . Bemstein, “Repensamiento de lo social y lo político", en: Perfiles


filasáƒìcat, México, Siglo XXI, 1991, p. 291.
7 Hannah Arendt, SR, p. 119.
cømfsman af za :ama / 149

En una conferencia organizada por la Sociedad de To-


ronto para ei Estudio del Pensamiento Social y Político,
Mary McCarthy le preguntó a Hannah Arendt:
¿Qué es lo que alguien se supone que debe hacer en el es-
cenario público, en el espacio público, si no se preocupa
por lo social? Es decir. ¿qué otra cosa queda? 1...] A mí me
parece que si alguna vez uno tiene una constitución, y ha
tenido uno de los fundamentos, y se tiene un marco dele-
yes, ahí está el escenario pam la acción política. Y lo único
que le queda al hombre político es hacer lo que los grie-
gos: ¡hacer la guerm!

A lo que Arendt respondió:


La vida cambia constantemente, y siempre hay por ahí
cosas que quieren que se hable de ellas. En todo momen-
to, las personas que viven juntas tendrán asuntos que
pertenecen al dominio de Io público -“que merecen
que se hable de ellos en público”-_ Lo que sean estas co-
sas en cualquier momento histórico es, con toda proba-
bilidad, totalmente distinto. Por ejemplo, las grandes
catedrales fueron espacios públicos durante la Edad Me-
dia. Los ayuntamientos vinieron después. Yahí talvez se
tenía que hablar de un asunto que tampoco carece de in-
terés: la cuestión de Dios. Así pues, lo que pasa a ser pú-
blico en cada periodo determinado, a mi [sic] me parece
completamente distinto. Sería muy interesante darle se-
guimiento a esto como un estudio histórico, y creo que
se podría hacer. Siempre habrá conflictos. Y no necesi-
tamos la guerras
Es cierto que los asuntos que se tratan en la esfera pú-
blica son variables; de hecho, todo puede llegara convenir-
se en un tema político, desde la guerra hasta la protección
del arte y la vida familiar. Ello implica que no es el conteni-
do de la acción lo que define su carácter político, sino su
forma. Rescatar la especificidad de lo político requiere de-
terminar esa fonnay no diferenciarlo de lo social. La pro-

S Se trató de una conferencia sobre "El trabajo de Hannah Arendt”, ce-


lebrado en 1972. Citado por Bernstein, Op. cil., p. 286.
150 / Cmunuo y conflicto. Schmitt _yA1enJt: la ¿ej-inícióvi de la político

pia Arendt, en su crítica a Marx, sostiene que la cuestión


social puede u-aducirse a témiinos políticos.
El puesto de Marx en la historia de la libertad humana será
siempre equivoco. I-Is cierto que en sus primeras obras habló
de la cuestión social en témunos políticas e interpretó el hecho
de la pobreza mediante las categorías de la opresión y la ex-
plotación; sin embargo, fue también el propio Manr quien,
en la mayor parte de sus escritos posteriores al Mamfiesto
Comunista, definió de nuevo el autentico impulso revolucio-
nario de su juventud en términos económicosg

No es posible separar de manera radical lo social y lo


político, porque lo primero suministra una parte esencia]
del contenido de lo segundo. De lo que se trata es de deter-
minar las condiciones que permiten que un tema de la
cuestión social adquiera sentido político. Se puede decir, si-
guiendo la argumentación de Arendt, que una primera de-
terminación de la forma política de una acción es su
carácter público. Pero ello no es suficiente -ella misma lo
reconocería-; un concierto musical también tiene carácter
público y no por ello adquiere sentido político. Es preciso
agregar, trascendiendo la argumentación de Arendt, que
lo propio de las acciones políticas es que en ellas están en
juego decisiones vinculantes para todos los miembros de la
comunidad o sociedad. El carácter obligatorio de estas de-
cisiones se encuentra respaldado por la amenaza de la
coacción, la que, a su vez, se encuentra, generalmente, re-
glamentada por un orden jurídico. Dicho con los términos
de Max Weber, los medios de coacción no son la esencia ni
el fin de la política, sino sólo su medio específico. Con esto
no se pretende reducir la politica al uso de la coacción; por
el contrario, se puede afirmar con Arendt que la violencia
representa, en cierto modo, un fracaso de la política. Lo
que se afirma es que lo propio de la política es la definición
de las decisiones vinculantes (que atañen, entre otras cosas,
a temas concretos de la cuestión social), respaldadas por
sanciones negativas.

9 Hannah Arendt, -SR, p. 64. (El subrayado es mío).


comunión al za iibmaa / 151

Así mismo se sostiene que el fin de la política (entendi-


do no como un lin dado que lleve necesariamente a una si-
tuación predeterminada, sino simplemente como un
parámetro normativo) es la fundación de un orden en el
que puedan definirse los contenidos de las decisiones vin-
culantes en libertad, es decir, en un contexto donde se re-
conocen la contingencia y la pluralidad como aspectos
indisolubles de la acción humana y, al mismo tiempo,
como el precio que hay que pagar por la sobrevivencia de
esa libertad.
Pensar la política
ara Hannah Arendt, una de las características de las ideo-
Plogías es su pretensión de explicarlo todo a partir de unas
cuantas ideas y, de este modo. someter los procesos reales a
la lógica que guía la exposición de su doctrina. “La ideología
trata el curso de los acontecimientos como si siguiera la mis-
ma 'ley' que la exposición lógica de sus ideas”. Las ideolo-
gías actúan como si fueran cuchillos muy afilados que
“cortan” el mundo a la medida de sus categorías, impidien-
donos comprender la densidad y complejidad de éste. Des-
de el punto de vista ideológico, todo fenómeno es una
simple manifestación de alguna de las ideas inscritas en su
credo; de ahí que las ideologías ofrezcan explicaciones sim-
ples, basadas en dualismos tajantes, con las que satisfacen la
demanda de certeza y seguridad de sus adeptos. En el mun-
do del ideólogo no existen los grises, todo es blanco 0 negro.
El embrujo que produce la ideología entre sus fieles se mani-
fiesta en que éstos son incapaces de distinguir entre los mo-
delos teóricos y la realidad social. La típica respuesta del
ideólogo a cualquier interrogante es el conocido: " Esto no es
más que. . ." (agreguen ustedes cualquier enunciado en el
que un Fenómeno particular se subsuma a una de las clasifi-
caciones o esquemas de las ideologías).
Arendt, como crítica de las ideologías, debería haber te-
nido más cuidado con sus diferenciaciones y modelos teóri-
cos. El pensar, como ella misma sostiene, exige tomar cierta

l Hannah Arendt, OT, p. 694.


Hrruar bi polüico Í 153

distancia crítica respecto a los modelos y tipos ideales; reco-


nocerlos, junto con las distinciones que ellos contienen,
coino instrumentos indispensables, pero no convertirlos en
en tídades rígidas, que reduzcan el pensamiento a la elemen-
tal clasificación. Porejemplo, la distinción entre poder y vio-
lencia que Arendt propone, da qué pensar. Nos permite
advertir que el poder no es sólo una fuerza represiva, unjue-
go a “suma cero”, porque si el poder sólo fuera la imposición
de una voluntad sobre olra(s) no sería compatible con la es-
tabilidad del orden social. El análisis de Arendt nos hace ver
que la concepción tradicional del poder es insuficiente. Sin
embargo, en el momento en que se quiere establecer una
frontera fija entre poder y violencia, al identificar al primero
con el consenso entre hombres libres. se extravían las me-
diaciones que unen estos fenómenos. Con ello perdemos, a
su vez, la posibilidad de conceptualizar la dimensión política
de los conflictos sociales, la idea de autoridad, la existencia
de consensos que son resultados de la coacción, etc. Está
bien combatir la parcialidad de ciertas teorías políticas, pero
ello no debe llevarnos a caer en la parcialidad opuesta.
Otro caso de una distinción que al tomarse en un rígi-
do dualismo nos lleva a un callejón sin salida es la distinción
entre lo político y lo social. Si bien es cierto que la moderni-
dad presupone un proceso de diferenciación entre los sub-
sistemas sodales, esto no autoriza a pensar que existe un
abismo entre lo político y lo social. Es probable que exista
una forma política de abordar la aiestión social. Lo que es
cuestionable es afirmar que la definición de la especificidad
de lo político está dada por contenidos propios a esa activi-
dad, ajenos o distintos de los problemas emanados de la
cuestión social. Incluso podemos aseverar, en oposición a
Arendt, que el hecho de que la cuestión social se haya con-
vertido en un tema básico de la esfera pública no es una
“patología” o “enajenación” propia de la modernidad, sino
una de sus grandes conquistas. Porque es ello lo que permi-
te desplazar los tenias que tradicionalmente han ocupado
el centro de las accionesy discursos politicos (la “ guerrajus-
ta", la defensa de la "verdadera" religión, el “honor de la
patria", etc.),. para dar lugar a los temas que se relacionan
directamente con los intereses de losindividuos concretos.
154 / camas@ y mflfsis. sfnmiii y Amar.- la iifimsiafi as ia para-so

El problema no reside en que la cuestión social invada la


esfera pública, sino la manera como lo hace. Se da un uso es-
tratégico ilegítimo de la cuestión social cuando ésta es mani-
pulada por una élite política para obstaculizar o posponer la
fundación de un orden libre que garantice jurídicamente y
de facto los derechos políticos de todos los ciudadanos. La
tesis de que el pueblo no se encuentra “preparado” para la
democracia, delata un patemalismo autoritario, que pasa
por alto el hecho de que la única manera de aprender a usar
el poder político es ejerciéndolo. Otro caso en el que la apa-
rición pública de la cuestión social puede llegar a ser peligro-
sa para la vida política de una sociedad, es cuando el pueblo
demanda a los gobernantes una 'solución de la cuestión so-
cial, mienttas se mantiene en un privatismo pasivo (elevada
orientación hacia el output del subsistema político con rela-
ción ala escasa orientación al input). La situación en la que
los ciudadanos sólo se interesan en los rendimientos admi-
nistrativos del sistema administrativo, mientras, por el otro
lado, la clase política alienta esa pasividad al pregonar que
tiene la solución técnica de las cuestiones sociales, genera
una dinámica explosiva.
La demanda pública de los ciudadanos de una solución
a la cuestión social no denota de manera necesaria que esos
ciudadanos actúen políticamente o con una conciencia po-
lítica. Esa demanda sólo se transforma en una acción políti-
ca delos ciudadanos cuando éstos recuperan la iniciativa y
su capacidad de organización, lo que les permite participar
en la toma de decisionesy en la implementación de las pro-
puestas 0 planes que ellas contienen. Pero Arendt tiene que
reconocer que la cuestión social ha sido en numerosas oca-
siones la fuerza que impulsa a los ciudadanos a romper con
su encierroy a participar en la vida política. El problema es-
triba en cómo evitar que esa participación se limite a ser
una reacción ante situaciones extremas. La "virtud" de la
democracia, esto es, el principio que man tiene su vitalidad,
se encuentra, como observó Montesquieu, en un orden re-
publicano que haga posible que esa participación ciudada-
na sea un dato cotidiano.
Cuando se apela a un orden republicano tampoco debe
idealizarse a las asociaciones de ciudadanos. Es preciso tener
»W r. sitas / 155
en cuenta que esas asociaciones también pueden convertirse
en una barrera para la movilidad y amplitud de la acción po-
lítica. Esto sucede cuando las asociaciones se convierten en
estamentos cerrados, autoritarios, que sólo se interesan en
defender los intereses y privilegios de sus agremiados y sim-
patizantes, a cambio de su “lealtad”, es decir, de su renuncia
a la crítica. Es usual que este tipo de asociaciones exijan “de-
mocracia” sólo como un medio de presión en la negociación
privada de su élite con la clase política, mientras niegan las
garantías y procedimientos democráticos elementales en su
dinámica interna. Cuando se habla de un orden republicano
se alude no sólo a una multiplicidad de asociaciones autóno-
mas de ciudadanos que fortalezcan la sociedad civil; también
implica que esas asociaciones reconocen la pluralidad exter-
na e interna a cada una de ellas y, de esta manera, acepten
someterse alos principios de la publicidad (Óffentlichkeit) y
de la competencia política.
En el momento que advertimos las enormes dificulta-
des que encierra la realización y conservación de un orden
republicano se plantea de inmediato otro aspecto proble-
mático que surge cuando nos proponemos pensar la políti-
ca (al ver el abismo entre las propuestas teóricas y la
práctica), a saber: la relación entre el criterio normativo,
que orienta nuestro pensamiento, y la realidad social. El
realismo político no significa describir la realidad sin la in-
termediación de valores. Esta caracterización del realismo
se basa en la ingenua ilusión de creer que se puede contem-
plar los hechos "tal y como son”, así como en olvidar que
siempre estamos situados en una perspectiva particular. El
realismo en la política y en todos las actividades humanas
presupone la facultad de distinguir entre el nivel empírico
y el nivel normativo, sin dejar de remitirse al segundo para
orientarse en el primero. El realismo político supone saber
que no podemos encontrar ningún hecho o tendencia real
que fundamente o garantice la realización de nuestros valo-
res. Precisamente el hecho de que los procesos reales sean
rmuentes a someterse a nuestros criterios normativos es
uno de los factores que motiva el pensar la política. La polí-
tica presupone que los hombres tienen la capacidad de dis-
tinguir entre lo queson, lo que quieren y lo que deben ser.
156 / Ca-vtmuo y conflicto. Schmitt y Arendt: la definición de lo polílico

Muestra de este realismo político se encuentra en Ma-


quiavelo, cuando, sin hacer a un lado sus valores republica-
nos, percibe que el contexto social e histórico en el que se
encuentra no es propicio para la realización de esos valores.
A1 proponer buscar un príncipe que uniñque Italia, no trai-
ciona su convicción republicana, sino que considera, y así lo
plantea, que esa unilicación nacional es un medio (una con-
dición necesaria, pero no suficiente) para acceder a un or-
den republicano. Este realismo no tiene nada que ver con el
cinismo que se le atribuye comúnmente. El cínico es aquel
que niega la responsabilidad de sus acciones y renuncia a
sus principios, justificándose en la supuesta fuerza "norma-
tiva" de lo dado. la postura del cínico es la opuesta a la del
dogmático que niega la especificidad y contingencia de lo
dado en nombre de sus valores. De hecho, muchas veces la
postura del cínico es una consecuencia del desencanto o de-
silusión del dogmático. La diferencia del realista, respecto
al cínico y el dogmático, es que sabe distinguir entre sus va-
lores y los hechos, y, en la tensión que existe entre estos dos
niveles, sitúa su acción.
La posición realista no consiste en negar la referencia
explícita o implícita a un nivel normativo, sino en rechazar
el uso de los tipos ideales como medios para eludir o redu-
cir la pluralidad y contingencia del nivel empírico. Desde
esta perspectiva podemos sostener que la posición de
Arendt es ambigua. Por un lado, es consecuente con el rea-
lismo al rehusarse utilizar un modelo, ya sea de Hombre
(como lo hace el humanismo) o de Sociedad (como lo en-
contramos en la literatura utópica), que pneten da encerrar
la “esencia” a la que debe someterse la diversidad real. Para
Arendt, “ser y aparecer coinciden", lo cual significa que no
debemos buscar una esencia de las cosas más allá de sus
múltiples y contingentes apariciones. Sin embargo, por
otro lado, Arendt parece olvidar a menudo que la descrip-
ción dela condición humana sólo puede determinar que el
hombre es un anima.l político, pero no lo que esy debe ser la
política en todos los contextos sociales. Por ejemplo, si en la
tiranía o en el totalitarismo es destruida la esfera pública
que permite a los ciudadanos manifestar sus opiniones y
buscar el reconocimiento de su iden ridad particular, ello no
Pensar Iapolitim/I 157

quiere decir que en esos regímenes no haya política. Lo que


podemos decir es que la política en dichos sistemas está
rnonopolizada por un grupo restringido y que ello impide
garantizar los derechos del resto de los ciudadanos. Pero
afirmar que en los sistemas en donde los ciudadanos no tie-
nen la libertad de acceder al ámbito público se ha "perdi-
do” la política es caer en el esencialismo que esta autora
quiere combatir?
La descripción de Arendt de la condición humana nos
permite advertir que la contingencia Y la pluralidad es el
precio que debe pagarse por la acción libre. Pero de esa des-
cripción no se puede deducir que todos los hombres quie-
ran 0 deban tomar la decisión de estar dispuestos a pagar
ese precio a costa de su seguridad. El señalar esto no quiere
decir que no simpatizo con la toma de posición de Arendt;
pero lo importante, si se quiere encontrar los buenos argu-
mentos quejustifiquen esa postura, es tener en cuenta que
las descripciones en las que se apoya la teoría de esta autora
no permiten sostener que Hobbes, Carl Schmitt o la gran
cantidad de individuos que en la práctica política toman
partido por la seguridad se equivocan.3 Si queremos com-
prender la dinámica política, sin caer en el cinismo o en el
dogmatisrno, debemos asumir que esa dinámica es compa-
tible y está constituida por el encuentro de diversas postu-
ras valorativas. Es por eso que la política no es sólo una
exhibición y diálogo público entre individuos con distintas
identidades, sino una forma de conflicto. Este último es
también uno de los costos que se tiene que pagar por la li-

2 Puede concederse a Hannah Arendt que lo paladójico de la política


totalitaria es que esta pretende superar o anular la política hasta
transformarla en una administración con carácter técnico. Quizá en
ello se encuentra la raíz del fracaso de estos sistemas y de otros que
han pretendido lo mismo. Pero el que la modalidad de política totali-
taría no se ajuste al modelo normativo de Arendt, no significa que no
sea una forma de acción política. De hecho, es una modalidad extre-
ma del tipo de política más extendido en la historia.
3 Lo que podemos decir es que Hobbes y Carl Schmitt se equivocan al
pensar que un Estado con poder absoluto lesva a ofrecer la seguridad
por la que optan.
158 / Consfltm y conƒlikto. Schmitt Ju Arendt: bz definición- J: lo político

bertad que conserva la pluralidad y contingencia de nues-


tras acciones.
El pensar en general, y el pensar la política en particu-
lar, requiere del uso flexible de nuestro aparato conceptual
(lo que nada tiene que ver con la falta de rigor), que nos
pennita utilizar las distinciones teóricas, pero, al mismo
tiempo, dejar lugar a la comprensión del objeto particular
en su particularidad(dicho con los términos de Arendt, que
nos permita juzgar). Es menester sustituir las distinciones
radicales, los dualismos, por conceptos graduales, escalas
sensibles a lasvaiiaciones. El pensar requiere. además, evi-
tar el error de querer reducir la complejidad de lo real a
nuestros modelos teóricos y, sobre todo, no utilizar la estra-
tegia tan común de sostener que cualquier fenómeno parti-
cular dc X que no se ajuste al tipo ideal de X que tenemos,
no es “propiamente” un X. El pensar es el resultado, como
destaca Platón, de la admiración y sorpresa (thaumazein),
al percibir que determinada experiencia se encuentra “fue-
ra del orden", es decir, que trasciende y cuestiona nuestros
modelos. La realidad nos da qué pensar porque no se ajusta
a nuestros esquemas conceptuales, porque siempre nos sor-
prende y desconcierta al poner en tela de juicio el orden
que hemos construído.
El efecto de esa experienda de admiración y sorpresa es
la duda. Es ella la que nos impulsa a pensar. Pero la meta de
la duda no es acceder a una certeza que nos ahorre las moles-
tias del pensar, sino el ajustar de manera permanente nues-
tros pensamientos al flujo de la vida. Cog-¿to ago .sum implica
siempre Dubffo ergo .sum (el error de Descartes fue tratar de se-
pararlos). A1 poner en duda los esquemas conceptuales de la
teoría política tradicional, Arendt nos invita a pensar. Sin
embargo, para que este pensamiento sea fructífero, se nece-
sita flexibilizar las distinciones que ella utiliza, encontrar las
mediaciones que se pierden con sus diferencias teóricas.
Sólo de esta manera se podrá dialogar críticamente con la
teoría tradicional, teniendo como intermedia:-ia la compleji-
dad dela realidad política de nuestras sociedades.
Conclusiones
I

pesar de todas las diferencias teóricas e ideológicas que


Aaisten entre Schmitt y Arendt, ambos coinciden en la
necesidad de cuestionar la validez de los presupuestos en
los que se fundamenta la teoría política tradicional para ac-
ceder a la adecuada comprensión de lo político. En efecto,
la teoría política tradicional asume que la característica dis-
tintiva del ser humano es su facultad de actuar de manera
racional y que la “naturaleza” política del hombre se en-
cuentra ligada, de alguna manera, a ese atributo de racio-
nalidad. Por tanto, el objetivo central de la crítica de estos
autores a la comprensión tradicional de lo político es preci-
samente la relación que establece entre la Razón y la prácti-
ca política.
Tanto Schmitt como Arendt reconocen que existe di-
versidad de concepciones de la Razón; sin embargo, la ma-
yoría de ellas coniparte el supuesto de que es posible
acceder a la soìución “correcta” de los problemas prácti-
co-morales mediante la descripción verdadera del mundo.
Este supuesto se apoya, a su vez, en la creencia de que existe
un orden universal y necesario, del que puede deducirse la
forma en que deben vivir y organizarse los hombres. A tal
supuesto lo hemos denominado la iliuíán platónica, pues, se
expone por primera vez de manera sistemática en La Repú-
blica de Platón y, además, se lo relaciona directamente con
la práctica política.
160 / cms-.w y am/z¡a.›. sdimiu 3. Amat- la affimwn de la poza-rw

La ilusión platónica tiene como consecuencia una vi-


sión ambivalente de lo politico. Por una parte, se considera
que la acción política es la expresión paradigmática de la
racionalidad humana, porque en ella está enjuego la cons-
tmcción consciente y libre del orden social y, con ello, la
realización de los individuos como seres humanos. Pero,
por otra parte, lo político aparece también como una mani-
festación de la irracionalidad humana, pues la vida política
aparece empíricamente ligada a los fenómenos de conflicto
y dominación. Esta ambivalencia da lugar a dos posturas
teóricas opuestas. La primera parte de la premisa de que
“el hombre es bueno por naturaleza", por consiguiente es
posible que los hombres, mediante el conocimiento del or-
den, aprendan a conducirse de manera racional y llegar a
un consenso, lo cual permitiría desterrar el conflicto del
mundo y, de esta manera, convertir ala política en una ad-
ministración cientílìca delos asuntos humanos. La segunda
posición sostiene que “el hombre es malo por naturaleza” y
que, por ello, a pesar de que los hombres desarrollen el co-
nocimiento racional del mundo, la política se mantendrá li-
gada al conflicto y la dominación. En este caso, se tiende a
reducir la política a la acción de conducir la lucha, así como
ala actividad policiaca de vigilar y castigan]
Sin embargo, tanto las teorías que parten de un optimis-
mo como las que se basan en un pesimismo antropológicos
comparten la tesis de que el conflicto es sólo un efecto de la
ii-racionalidad humana. De esta manera, pasan por alto que
el conflicto social tiene sus raíces en dos determinaciones in-
superables del mundo humano, a saber: Iapluralídad y la con-
tifzgevuia. La pluralidad hace referencia no sólo a la simple
multiplicidad, smo también al dato primordial dela diferen-
cia. Los distintos individuos no son repeticiones de una
“esencia” humana, a la que podamos calificar de “buena” o
“ma.la"; ni su Razón puede ofrecerles un conocimiento capaz
de homogeneizar sus posiciones. En el mundo humano en-
_í......_í.í

l "Se podría someter a examen la antropología subyacente a todas las


teorías políticas y del Estado, y clasificarlas según que consciente o in-
consciente par-tan de un hombre 'bueno por naturaleza' o “malo por
naturaleza”. Carl Schmitt, El concepto de la politico, p. 87.
cwezwowl 161

contramos diferentes foi-mas de vida y de organización, que


remiten a una pluralidad de identidades, las cuales, en con-
tra de lo que se plantea en la ilusión platónica, son irreducti-
bles a un orden universal y necesario.
Por su pane, la pluralidad hace patente el carácter con-
tingente de esa pluralidad de identidades y formas de vida,
esto es, el hecho de que cada una de ellas pudo y puede ser
diferente. Podemos decir que la pluralidad es la ratio cogrws-
cendi de la contingencia, porque la experiencia de la prime-
ra es lo que nos permite percibir la segunda. Mientras que
la contingencia es la ratio essendi de la pluralidad, debido a
que el carácter contingente del mundo humano da lugar a
la pluralidad que lo distingue.
El hecho de que la pluralidad de formas de vida e iden-
tidades sea contingente significa que el antagonismo de in-
tereses, el politeísmo de los valores y el conflicto que de
ellos se deriva, no son resultado de la irracionalidad e igno-
rancia de los hombres, sino una consecuencia de la plurali-
dad y la contingencia que definen el mundo humano? La
constitución y reproducción política del orden social es in-
separable del conflicto. El carácter racional de la práctica
política no se manifiesta enla supresión del conflicto, sino
en su manejo para hacerlo compatible con la estabilidad di-
námica del orden social, así como con la integridad y liber-
tad de sus miembros.
No se trata ahora de defender la vieja tesis de que el
conflicto no es un mal, sino un bien, ya que éste permitiría
desarrollar unas hipotéticas potencialidades del ser huma-
no. El sufrimiento, la muerte y la destrucción que padecen
los individuos en los conllictos no es un mal que puedajns-
tificarse o compensarse por un supuesto bien de la especie.
las teodiceas y las filosolïas dela historia son también el
producto de una concepción mon oteísta de la razón, inca-

2 En contra de la reducción del conflicto a la calidad de un fenómeno


"irracional", propia de la concepción monoleís de la razón, Max We-
ber ya habla deslacido lo siguiente: "B posible 'racionalizar' la vida
desde diferentes puntos de vista y en las direcciones más diversas [...]
Una entidad no es 'irracional' en sí misma, sino en relación a un deltr›
minado punto de vista 'racion.al'”. Max Weber, Gasammølle Auƒšãtze :ur
Relígiomoziologic, Tübigen,_].C.B. Mohr, 1978, pp. 62 y 86.
162 / crmmtw y mrflsfrv. sama J Amar.- za afimras as to pozas@

paz de asumir la pluralidad y la contingencia. Se traia más


bien de advertir que el aspecto normativo que requiere una
teoría crítica de lo político no puede consistir en postular
una situación social en la que se superen los aniagonismos
sociales, gracias a un conocimiento verdadero de un orden
universal y necesario, sino en el control de la intensidad y
forma del conflicto. En las utopías reina la armonía social,
porque en ellas se ha suprimido la libertad y, de esta mane-
ra, la pluralidad y la contingencia de las que emanan los
conflictos.
Por otro lado, la condena moral del conflicto, con base
en el argumento de que éste es un fenómeno irracional que
debe ser desterrado del mundo. lejos de ser un requisito
para acceder a una situación de paz, es un factor que au-
menta el riesgo del conflicto y potencia su intensidad. Por-
que considerar que el conflicto es un fenómeno irracional,
propicia que todo disidente, rival o simple extrano sea
identificado como un “enemigo absoluto” que transgrede
las normas del “verdadero” y “justo” orden racional. Guarr-
do se plantea que en el conflicto está enjuego la defensa de
una “verdad” o una forma de vida con validez universal y
necesaria, cada uno de los bandos 0, por lo menos, uno de
ellos, pretenderá representar la “causa justa” y, sobre esta
base, negará todo valor moral y todo derecho a su adversa-
rio. Al transformar al enemigo en el representante de la
“irracionalidad", en el “malo”, el conflicto desemboca en la
guerra 0 en la represión, en las que, en principio, se pier-
den los límites que impiden la escalación de la violencia.

II

la distinción amigo-enemigo, que Schmitt propone como


criterio distintivo de la dimensión política, pone en entre-
dicho la concepción tradicional que concibe el conflicto
como un subproducto contingente de la práctica política,
originado en la irracionalidad humana. Así, la determina-
ción específica de lo político debe buscarse en la dinámica
interna del propio conflicto. Desde esta perspectiva, lo po-
lítico, antes de ser un subsistema diferenciado de la socie-
dad, es un grado de intensidad del conflicto. Todo conflicto
Cmicliisíoms/ 163

económico, religioso o cultural, adquiere carácter político


cuando cobra la intensidad suficiente para trascender la es-
fera privada y cuestionar la estabilidad y continuidad dei
orden social. De hecho, ei surgimiento de un subsistema
político es resultado de la creación de un conjunto de insti-
tuciones y procedimientos especializados, capaces de en-
frentar y controlar el conflicto público.
El problema de esta propuesta es que la intensidad del
conflicto no es suficiente para determinar la especificidad
de lo político. Si tomamos únicamente ese criterio cuantita-
tivo, se pierde la frontera entre la guerra y la política; la dis-
tinción entre ellas se convierte sólo en una diferencia de
grado. Se puede aceptar que la guerra es un presupuesto,
en términos de riesgo, siempre presente en la actividad po»
lítica y que, en la historia, el tránsito entre la política y la
guerra ha sido fluido. Sin embargo, como el propio Schmitt
admite, la gueira y la política siguen, en su dinámica, lógi-
cas distintas. Por consiguiente, para definir un criterio dis-
Lintivo de lo politico es preciso introducir un principio
cualitativo relacionado con la constitución y reproducción
del orden social.
Recordemos que para Schmitt el “enemigo político" no
es el adversario privado (inimiom), sino el rival público (hos-
tils). Con independencia de las dudosas filigranas etimológi-
cas, lo importante de la distinción entre el inimiats y el hostil;
es hacer patente que los contrincantes en la relación de ene-
mistad estrictamente política comparten una esfera pública
0, por lo menos, un orden normativo común. Por tanto, el
tema básico para localizar la especificidad de lo político es
conocer las condiciones que hacen posible el surgimiento de
ese nivel normativo común entre los adversarios,3 que posi-
bilita que la figura del enemigo adquiera un sentido político,
es decir, que el inimiau se Iransfotme en hostia.
¿Cómo es posible que los “amigos” se organicen para
crear una unidad política autónoma, capaz, entre otras co-

3 Esto ya lo había percibido Hobbes, cuando advierte que para garanti-


mr el orden social lo importante es determinar las condiciones que
hacen posible una ttansfonnación del conflicto, mediante un nivel
normativo que es compartido por los adversarios.
164 Í Conseruo y conflicto. Schmitt y An-ridt: la definicián de lo político

sas, de identificar a su “enemigo público” (hosti;r)? La res-


puesta de Schmitt señala que la organización intema de
cada unidad política es simplemente el resultado de la deci-
sión de una autoridad soberana que logra imponer su vo-
luntad a los demás miembros. Si la tradición platónica
defiende el dogma Veritas, mm auto-n`ta.rƒaa't legem, Schmitt
mantiene el dogma opuesto, Autonltas, non ver-¿tasƒaøit legem.
Con ello, Schmitt no percibe que la noción de autoridad
presupone la existencia de un orden, donde el titular del
poder político legitima su estatus. La alternativa frente al
problema del fundamento del orden social entre verdad o
decisión arbitraria de la autoridad corresponde a las dos
posiciones antagónicas entre las que se ha debatido el pen-
samiento político tradicionals El propio Schmitt describe
esta situación de la siguiente manera:
Puede desigiiársela como la contraposición del derecho
natural dejusticia y el derecho natura] científico. El dere-
cho natural de la justicia, tal como aparece en los monar-
cómanos, ha sido continuado por Grocio; se distingue por
tomar como punto de partida la existencia de un derecho
con un contenido determinado, anterior al Estado. Mien-
tras que el sistema científico de Hobbes se basa con la ma-
yor claridad en la proposición de que antes del Estado y
fuera del Estado no hay ningún derecho y que el valor de
aquel radica justamente en que es quien crea el derecho,
puesto que decide la polémica en tomo al mismo [...] La
diferencia entre ambas direcciones del derecho natural se
formula mejor diciendo que un sistema parte del interés
por ciertas representaciones de la justicia y, por consi-
guiente, de un contenido dela decisión, mientras que en
el otro sistema sólo existe un interés en que se adopte una
decisión, cualquiera que sea su fundamentof

Para Hannah Arendt, plantear el problema del funda-


mento del orden social como una opción entre consenso
basado en la verdad o imposición de la autoridad --dicho
en otros ténninos, entre representación “verdadera” de la
justicia o decisión arbitraria- es una simplificación que

4 Carl Schmitt.. La dictadura, pp. 52-53.


Conchmbnes / 165

impide conceptualizar tanto la complejidad del orden so-


cial, como la especificidad de lo político. Arendt, al igual
que Schmitt, rechaza la tesis de que existe un orden natural
del que los hombres puedan deducir una representación
verdadera de lajusticia, capaz de permitir la superación de
sus conflictos. Pero ella no piensa que esto conduzca nece-
sariamente a la tesis de que la imposición de una autoridad
suprema es la única vía para acceder a la consolidación de
un orden social. Arendt resalta que la postura representada
por Schmitt, si bien rechaza la ilusion platónica, comparte
con ella el supuesto de que la pluralidad yla contingencia
son incompatibles con el orden social; lo cual no sólo se
opone a la aspiración de los ciudadanos, sino que también
contradice la experiencia de las sociedades modernas.
Desde la perspectiva de Arendt, la alternativa simplista
entre consenso basado en la verdad o imposición arbitraria
de la autoridad es el resultado del concepto de razón que
han manejado tanto los herederos de la ilusión platónica
como sus opositores. La razón se ha definido únicamente
con base en el modelo de “búsqueda de la verdad" (episte-
me). Tal error radica en que la “verdad”, entendida como la
adecuación entre la proposición y el estado de cosas que en
ella se especifica, es una pretensión de validez propia de los
enunciados descriptivos. Pero ninguna descripción verda-
dera del mundo, por más amplia que sea, puede resolver
las cuestiones práctico-morales, ya que éstas dependen del
sentido que guía las acciones de los individuos. El conoci-
miento verdadero puede determinar los medios más ade-
cuados para acceder a un fin dado. Pero la definición de los
finesylas diferentesjerarqtiías que pueden establecerse eii-
tre ellos depende de aquella dimensión del sentido que no
se reduce al modelo epistémico de la verdad (adecuación
con los hechos). "Verdad y sentido no son una misma cosa.
La falacia por excelencia que prima sobre todas las falacias
metafísicas reside en interpretar el sentido según el modelo
de la verdad".°

5 Hannah Arendt, "Das Denken", p. 2:3. Witlgcnäl-€Í1'1› CD SUS Ífivfllfgfl-


ciovusfilosáficas, emprende la crítica a ese intento de reducir la noción
de sentido a la de verdad, Véase L. Wittgenstein, Werltausgube, vol. l,
166 / Cometuo y conƒïwto. Schmitt ;,- Arendt.- la definición de la político

El intento de reducir la noción de sentido a la de ver-


dad induce a negar la multiplicidad de los sentidos que
orientan las acciones y, de esta manera, la pluralidad y la
contingencia del mundo humano (pilares en los que se sus-
renta lo político). El problemático presupuesto de que exis-
te un “sentido verdadero"6 subyace en el proyecto, propio
de la tradición platónica, de llegar a conocer el supuesto
“orden natural” para deducir la solución universal y nece-
saria de los problemas práctico-morales, lo que convertiría
la política en una actividad de administración científica de
los asuntos humanos.
Pero rechazar la visión despótica implícita en la ilusión
platónica, aduciendo que el sentido es un fenómeno que
sólo expresa las preferencias subjetivas del sujeto o de una
comunidad particular, conduce al autoritarismo de consi-
derar que la imposición de un poder central es el único ca-
mino para superar la disputa entre sentidos rivales v, de
esta manera, garantizar la estabilidad del orden social. El
proyecto teórico de Arendt consiste en afirma: que la vía
para romper con la alternativa entre verdad o imposición,
en la que ha oscilado el pensamiento politico tradicional, es
desarrollar una concepción ampliada de racionalidad.
Se habla de un concepto ampliado de raciomliziad, por-
que éste no se basa únicamente en el modelo de una teoría
orientada a la búsqueda de la verdad (epi`.:tem.e), sino que
toma como punto de partida el aspecto pragmático de la
formación y confrontación de opiniones (dom). En el aspec-
to pragmático de la formación y confrontación pública de
las opiniones no se trata de acceder a una verdad que las
homogeneice, sino de llegar a compromisos y acuerdos en

Frankfurt Suhrltamp. 1993. El propio Donald Davidson. quien ha


realizado uno de los intentos más importantes en este siglo de dar
cuenta del sentido con base en la noción de verdad. ha reconocido que
ello no es posible. Véase D. Davidson. l)ia1eIttik und Dialag, (Discurso
al recibir el premio Hegel. 1992) Frankfurt, Suhrltamp. 1993
6 Hablar de " sentido verdadero" es problemático porque el sentido es
una condición necesaria de la verdad y no a la inversa. Para establecer
si una proposición descriptiva es verdadera, debe tener. en primer lu-
gar, nn sentido. yéste nos remite al uso de las palabras dentro de una
forma de vida al interior de un contexto social particulart
Cortcltuiønes /

los que se definan fines colectivos en un contexto plural y


conflictivo.
En este punto se encuentra la diferencia básica entre la
postura de Arendt yla de gran parte de las teorías políticas
tradicionales, tarito de las herederas de la ilusión platónica,
como de las que forman parte de la corriente antiplatónica
(Maquiavelo, Hobbes, Kelsen y Schmitt entre otros). Las
teorías herederas de la ilusión platónica consideran, como
ya hemos mencionado, que el consenso en torno a una ver-
dad hace posible unificar a los ciu dadanos. En cambio, para
los antiplatónicos esto es posible gracias a la imposición de
un poder soberano. Sin embargo, a pesar de las grandes di-
vergencias que existen entre ellos, ambas posiciones com-
parten el supuesto de que la unidad y estabilidad del orden
social requiere necesariamente de la homogeneización del
pueblo. Dicho de otra manera, ambas posturas teóricas
afirman que la unidad política debe convertir a los ciudada-
nospen una especie de macrosujeto con una voluntad gene-
ral. ' En contra de esto, Arendt afirma que el requisito
indispensable parala sobrevivencia del orden social no es la
supresión de la pluralidad, sino el reconocimiento recípro-
co delos ciudadanos como “personas” (sujetos que tienen
el derecho a tener derechos).
Este tipo de reconocimiento, al que Arendt denomina
consemus iuris, es elfundamento del ordenjurídico, en don-
de, entre otras cosas, se delimita el espacio público que
hace posible la aparición y conservación de la pluralidad
social. Aunque el comentas fun: es el germen que hace posi-
ble el desarrollo del derecho, estos dos elementos no deben
confundirse. El aonsemms ¿ui-:Ls denota el hecho "existencial"
del reconocimiento de los ciudadanos; en cambio, el dere-
cho está constituido por el sistema de normas positivas que
encarnan ese reconocimiento. El contenido de estas nor-
masjurídicas varía en las distintas sociedades, incluso en al-
gunas ni siquiera existe un sistema jurídico diferenciado.
Sin embargo, toda sociedad requiere de un comenta.: iuflk.

7 Si para Rousseau, por ejemplo, la voluntad general remite a la razón


de los ciudadanos., Schmitt considera que ella es el resultado de un
mito que hace posible la homogeneización del pueblo.
168 / cm.-rm y mfzen. stimui 1 Amat.- ii asfi-1«aan ae 10 patear»

El comensus iunls presupone la transformación del con-


flicto, pero no su desaparición. El “enemi go político" no es
aquel con quien no se tiene nada en común, sino aquel con
el que se comparte un conjunto de normas jurídicas, sus-
tentadas en el reconocimiento mutuo. El déficit de la teoría
de Arendt es que, debido a los dualismos que en ella se
plantean, no se determina el vínculo que existe entre el
consenso, surgido del reconocimiento, y el conflicto. A pe-
sar de que Arendt no pierde de vista que existe una relación
empírica entre el conflicto y la política, para ella la “esen-
cia” que define lo político es el consenso que permite el de-
sarrollo de la esfera pública, entendida como un espacio de
aparición. Esto conduce a describir la dimensión política
como un escenario teatral en donde se presentan obras ca-
rentes de la fuerza dramática que otorga la realidad social.
La pretensión crítica de la teoría exige una concepción nor-
mativa de lo político. Ésta, sin embargo, debe mantener el
acceso a la experiencia para no reducirse a una simple con-
dena moral de lo real. La correcta conjugación de la preten-
sión crítica y el acceso a lo empírico precisa rescatar el
aspecto del conflicto, relegado por Arendt, como uno de los
elementos que determinan la especificidad de lo político.

III

Debemos recuperar, por tanto, la propuesta de Schmitt res-


pecto a que la especificidad de lo politico reside en una mo-
dalidad de conflicto social. Por otra parte, la aportación de
Arendt a la búsqueda del criterio para identificar lo político
consiste en afirmar que lo propio del conflicto político no
sólo es el grado de su intensidad, sino básicamente su refe-
rencia a un consemus iuris. Podemos concluir entonces que la re-
lación “amigo-enemigo " puede servir como criterio distintivo de La
político en tanto se encuentra enmarcada en algún tipo de comm-
sus iuris. Todo conflicto social puede convertirse en un con-
flicto político en la medida que:
a) adquiera el suficiente grado de intensidad para tras-
cender la esfera privada,
b) se encuentre enjuego el reconocimiento de alguna
identidad particular ola definición de los fines colectivosy
Coridusiofnes Í

c) mantenga una referencia al cartsensits iuris.


En el conflicto político se puede llegar a cuestionar los
contenidos particulares que en un contexto social determi-
nado se legitiman en el comen.:-u.s ¿um (leyes positivas e insti-
tuciones); pero, para que el conflicto conserve su carácter
político se requiere que los participantes se remitan a un
comemu.n`u1-Ls, esto es, que se reconozcan como "personas"
0, en los términos de Schmitt, que se reconozcan como ¿us-
tus hostis.
Cuando entre dos grupos rivales no existe un consensus
iuris o éste se rompe, la intensificación del conflicto desem-
boca en la guerra 0 la represión. El paso de la guerra a la
política representa una transformación cualitativa del con-
flicto, dada por el surgimiento de un amsemus iunls entre
amigos y enemigos. Además, si en la guerra existe una deli-
mitación más o menos clara entre amigos y enemigos (re-
cordemos el significado de los distintos uniformes en la
guerra clásica), en lapolítica ese límite se torna fluido. El ob-
jetivo dela dinámica política, en tanto hace referencia a un
comen:-us iuris no es el exterminio del otro, sino la búsqueda
de “adeptos”, ya sea como aliados, subordinados o líderes.
En la dimensión política, el otro ya no esun “enemigo abso-
luto" frente al que estájustificado el uso de toda modalidad
de violencia, sino con el que se tiene que convivir.
La referencia al camera-u_s ¿uns que distingue a la políti-
ca no significa la supresión de la violencia; únicamente im-
plica la limitación y reglamentación de la coacción física.
Esta mutación de las formas en que se manifiesta la violen-
cia connota un cambio en la manera de ejercer el poder.
Mientras la lógica del poder bélico se basa en la moviliza-
ción de los recursos de coacción para eliminar al otro, la di-
námica del poder político se basa en la creación, conser-
vación y manejo del consemw ¿uns Y los contenidos que de el
se derivan. A diferencia del “enemigo absoluto" del antago-
nismo bélico, el “enemigo político” es un rivaljusto que po-
see derechos y deberes, con el que es posible, por tanto,
negociar o llegar a un acuerdo. El øonsemtu ¿uns no preten-
de suprimir las diferencias entre amigos y enemigos, sim-
plemente representa la aparición de un nivel normativo
común, que permite encauzar y limitar el antagonismo
1 / Covunuo y conflicto. Schmitt y Arendt: la defiriición de lo político

propiciado por esas diferencias. Desde esta perspectiva,


encontramos que la política es una expresión tanto de lo
que nos une, como de lo que nos separa.
En el criterio que ahora se propone para identificar la
dimensión política, se plantea ima esu-echa relación entre
lo político y lo jurídico que se condensa en lo que se ha lla-
mado consensus iuru. Esto no implica que se confunda o se
haga a un lado la especificidad de estos dos ámbitos de la
práctica social. El reconocimiento recíproco de los ciudada-
nos 0 de las unidades políticas, que constituye el consemzu
iuris, es el fundamento de legitimación del sistemajurídico
y, al mismo tiempo, el punto de referencia esencial del con-
Ilicto político. La relación entre lo político y lojurídico, me-
diada por el comensiu izmls, no es reducible a una relación
causal simple. Por una parte, el sistemajurídico representa
el marco en el que se desenvuelve la práctica política. Por la
otra, en esta última se define el contenido del sistema jurí-
dico y sus transformaciones. El derecho es, en cierta forma,
política "congelada", pero lo jurídico traduce los conteni-
dos que provienen de lo político a su propio código basado
en la distinción lícito-ilícito. La política nunca se reduce a
ser una realización de las prescripciones ju rídicas, pero és-
tas determinan, en gran parte, la forma de ejercer el poder
político.
El propio Schmitt no sólo reconoce que la política es
irreductible a la guerra, sino que también asume, de manera
implícita, que lo político está vinculado a lojurídico a través
del comemus iunlr. Esto se puede apreciar cuando este autor
sostiene que elju.: Publicum Europaeum representa uno de los
más grandes acontecimientos de la historia política. El argu-
mento que Schmitt esgrime para defender esta tesis es que
ese derecho internacional se encuentra constituido por el re-
conocimiento recíproco de los estados soberanos, que hace
posible la transfomtación del “enemigo absoluto" en un
“enemigojusto" y, con ello, la reglamentación y delimitación
de la guerra (die Heg-img des Krieger).
Su concepción estatalista del orden social le-impidió a
Schmitt comprender que la consolidación del Estado de
Derecho representa en la política interna de las naciones
un acontecimiento análogo al del surgimiento del derecho
Concliuiones / 17]

público internacional moderno en la política externa. El


mmemw ¿uns que subyace en el Estado de Derecho presu-
pone el reconocimiento de que la nación es también un
"p1uriverso” (que la nación no es, ni puede llegar a ser nun-
ca una comunidad de “amigos” o un gnipo homogeneiza-
do) y que la disidencia no es una conspiración contra la
supuesta voluntad general, sino la expresión de esa piurali-
dad conflictiva que forma el ámbito nacional. La disidencia
y la crítica dejan de ser en el Estado de Derecho asuntos po-
licíacos, para convertirse en el dato cotidiano e insuperable
de la política interna. Esto no conduce, como creía Schmitt.
a la desaparición de la unidad social y política. Por el con-
trario, es un factor que la fortalece. Las unidades políticas
que no reconocen la pluralidad del pueblo son precisamen-
te las que, a pesar de todo el poder coactivo que puedan
acumular, se tornan en organizaciones frágiles.

IV

Hemos dicho que la existencia y reproducción de toda


unidad política presupone un comemus iuris entre sus
miembros; tenerlo en cuenta hace posible el desarrollo de
una teoría crítica delo politico con bases empíricas. Es de-
cir, una teoría que no se limite a describir y comparar los
diferentes sistemas políticos, sino que, al mismo tiempo,
posea un criterio normativo capaz de sustentar el análisis
crítico de ellos. Ese criterio normativo se encuentra en las
pretensiones de validez inherentes a todo comemus íuris.
Cabe señalar que ninguna organización política se adecua
plenamente a las pretensiones de validez de su consemus
íuris. Sin embargofsólo en la organización democrática se
reconoce esta inadecuación en tre el nivel normativo y su
realidad institucional. Por eso, ella se encuentra “abierta”
a la crítica permanente. El objetivo de la crítica no es la
realización de un “sentido pleno” en una sociedad libre de
conflictos, sino el cuestionamiento perpetuo de los “sin-
sentìdos” que se enfrentan en la experiencia, surgidos de
la voluntad de dominio.
Para que la crítica no se limite a ser una simple condena
moral de lo dado y se mantenga unida ala dimensión empí-
/ Camana y conflicto. Schmitt y Arendt: la definicióvi de lo político

rica de la teoría, así como ala práctica, es menester deter-


minar el camino que vincula la noción de conseruus ¿uns con
la multiplicidad de contextos sociales. Lo primero que hay
que establecer es que los comeruw íunlr no aparecen como
resultado de un acuerdo †acz`onaZ,B ni como una decisión ar-
bitraria de una autoridad, sino que son el producto contin-
gente de la práctica social y los conflictos que la carac-
terizan. /
El contenido del comeruus ¿unir varía cuantitativa y cua-
litativamente en los diferentes contextos sociales e históri-
cos, pero en todos ellos remite al reconocimiento recíproco
de los miembros dela unidad como “personas” que tienen
el derecho a tener derechos. El primer síntoma que denota
el inicio del proceso de formación de un consensus ¿ur-is, es
que un grupo de gentes se piense como un nosotros. Aunque
en la mitología del grupo ese acontecimiento se representa
de manera frecuente como el “origen” del orden, el comm-
sus ¿unit no debe considerarse como un punto cero que mar-
ca el tránsito de un supuesto “estado de naturaleza" a un
“estado civil" o el paso de una situación en la que impera el
conflicto a una en donde reina la paz y la seguridad.9 Sin
embargo, las narraciones míticas que hablan del wruensus
¿mis como un origen del orden social nos permiten com-
prender la diversidad de tipos de relaciones sociales que
subyacen en ese consenso.

8 la noción de acuerdo racional es el contenido normativo implícito en


los comnum im-ir empíricos. Es esto lo que ha sido percibido por la
tradición cantractualúla de la teoría política. aunque la diferencia-
ción entre el nivel empírico y el normativo no siempre ha sido asu-
mida en ella.
9 Hegel es quien cuestiona de manera radical todos los intentos de pen-
sar el "origen" del orden social como una reunión o asociación volun-
taria de individuos. De manera acertada, Hegel destaca que todo
proceso de individuación es ya un proceso social y que todo intentode
pensar el “origen” (el punto cero) del orden social nos conduce a ca-
llejones sin salida. En todo análisis del orden social tiene que presu-
ponerse de manera necesaria su existencia; con la terminología
hegeliana podemos decir: el como-uu.: ¡mu es una consecuencia de la
dinámica de la etícidad (Síttlicìnltzilj.
Covieinsiovus Í 1 7 3

Por ejemplo, en muchas sociedades el cmzsermu iuris se


representa como un pacto entre el pueblo y Dios, por me-
dio del cual el pueblo consiente obedecer las leyes que le
han sido “reveladas”, a cambio de la protección de la divini-
dad. En las distintasversiones teológicas del pacto social las
normas que constituyen el øomemw im-is quedan protegí-
das de la crítica por una aura sacra, en tanto se consideran
leyes reveladas por un poder trascendente. En la moderni-
dad, en contraste con esta concepción tradicional, el crm-
semus iuris se ha representado como un "contrato" libre de
toda interferencia divina. Ese supuesto “contrato” primero
se pensó como un pacto entre el monarca y los súbditos y,
posteriormente, como un acuerdo entre los propios ciuda-
danos, sin la intervención de un poder superior. En los dos
casos, las leyes concretas que emanan del comemus iuris
quedan sujetas a la crítica, sin que por ello se tenga que
romper el aspecto básico de ese consenso. Es decir, se em-
pieza a diferenciar entre el hecho existencial del reconoci-
miento y las leyes positivas que se sustentan en él.
Estas formas de representación del comensm iur-is co-
rresponden a dos modalidades generales de relaciones so-
ciales. Tanto la versión teológica como la del contrato entre
el monarca y los súbditos nos remiten a un comensw im-is ba-
sado en relaciones pat11'monialistas.l0 La versión del con-
trato entre ciudadanos denota un sistema de relaciones
sociales sustentado en un reconocimiento mediado por una
legalidad formal-racionaldl
El tipo de reconocimiento patrimonialista es la modali-
dad más extendida y la que produce las unidades políticas
más renuemes al cambio. Se define por un vínculo personal
de dependencia, regulado por un conjunto no ordenado de

10 Esevideme que la representación delcomnuw iuris como un contrato


entre el monarca y los súbditos, tal como aparece, por ejemplo, en
Hobbes, es una versión intermedia entre las formas de organización
tradicional del poder y las formas propiamente "modernas".
l l Se habla deformal no porque carezca de contenido, sino debido a que
su contenido básico (los “derechos fundamemales") no se identifica
con una forma de vida concreta. Se le denomina nacional porque pre-
supone un proceso de racionalización de las nonnas y procedimien-
tos en los que encama el consmnu iuris.
174 / cmmo y caaflfziø. sama: y Amar; za ¿asustan ai» to patata»

derechos y privilegios consuetudinarios. La estructura de


las unidades patrimonialistas se encuentra constituida por
un sistema jerárquico de “cargos”, entre los que no existe
una clara delimitación de funciones. En su caso más puro,
lo importante no es reglamentar el cargo, sino establecer
quién lo ocupa con base en las relaciones personales de los
candidatos. El cargo se considera como una prolongación
del patrimonio personal (aunque sea sólo temporal), que
otorga al titular ventajas políticas y económicas. El poder
de la autoridad tradicional está limitado por un conjunto
de normas tradicionales, pero éstas dejan el suficiente es-
pacio para que la autoridad, con base en consideraciones
personales, tome decisiones arbitrarias.
El ambito interno de las unidades patrimonialistas no
adquiere un carácter público en sentido estricto, sino que
es una extensión de las relaciones yjerarquías que rigen en
la esfera privada. 12 El comensus ¿uns patrimoniali sta no sólo
establece una frontera entre los participantes del orden so-
cial y los extranjeros, sino también un límite entre los
miembros de la unidad política y el resto de los individuos
que forman parte del orden social. La dinámica de estas
unidades políticas está dominada por una racionalidad con
arreglo a valores, cuyo principio fundamental es la lealtad o
fidelidad al vínculo personal de dependencia. La política es
un privilegio reservado a un grupo restringido, cuyo objeti-
vo esencial es la lucha por adquirir y conservar los cargos,
así como las ventajas a ellos ligadas.
En las unidades políticas patrimonialistas lo público es
lo externo a ellas, ya sea dentro o fuera del orden social en
el que esa unidad se encuentra. En estos casos lo público se
asocia con aquello que amenaza a la unidad política. Cual-
quier individuo o grupo ajeno a la unidad política es consi-
derado, en principio, un "enemigo absoluto", en tanto no
forma parte del "pacto" comunitario. La sola presencia del
extraño es vista como un peligro, porque cuestiona la iden-

12 En conn-a de la visión exclusivamente normativa del consmsus nm:


que manejamendt, es preciso destacar que esc consenso no siempre
tiene como efecto la constitución de una esfera pública, tal y como la
describe esta autora.
Conclusiones / 175

tificación entre las pretensiones de validez racionales del


wnsensus ¿um y la concepción del mundo particular que
rige en la unidad política patrimonialista. Pero también,
cualquier miembro que cuestione el contenido de las leyes
positivas o de las instituciones establecidas, aunque no pon-
ga en duda el comensus iwnls, se conviene en un extraño y,
con ello, en un peligro que debe ser eliminado. Si la política
intema de la unidades políticas patrimonialistas tiene
como eje la lucha por los “cargos”, su política externa se
centra en el rechazo violento de la pluralidad.
En las unidades políticas en las que el reconocimiento
de los ciudadanos se traduce en una legalidad for-
mal-racional, los vínculos de dependencia personal se ven
desplazados por una sumisión a la ley. Ello no quiere decir
que desaparezca la asimetría en las relaciones entre sus
miembros, pero se transforma en una escala jerárquica de
cargos delimitados. En su caso más puro, lo importante es
la manera en que se ejerce el cargo, así como la calificación
técnica que se requiere para ocuparlo, y no quien lo osten-
ta. En estas unidades políticas se hace compatible una ra»
cionalidad con arreglo a valores (aquellos valores que
encaman en las leyes positivas) y el desenvolvimiento de
una racionalidad con arreglo a fines, lo que eleva de mane-
ra considerable la eficiencia de esas unidades políticas. Lo
público ya no es el ámbito externo a la unidad política. sino
su propio espacio intemo.
El acceso a los cargos queda abierto a todos los ciudada-
nos. La cuest_ión que subyace en los conflictos políticos de
estas unidades políticas es, precisamente, a quiénes se reco-
noce como ciudadanos y qué derechos les corresponden.
Para determinar ladinámica de estos conflictos resulta útil
distinguir tres niveles de ese reconocimiento, que corres-
ponden, a su vez, a tres tipos de derechos fundamen tales: a)
el primer nivel es el reconocimiento del individuo como
miembro del orden social. Esta dimensión del reconoci-
miento está ligadaa un conjunto de derechos que garanti-
zan la llamada libertad negativo (“libertad de”) de los
individuos. b) El segundo nivel es el reconocimiento políti-
co en sentido estricto, es decir, el reconocimiento como
miembro activo dela unidad política de la sociedad. Éste se
l 76 Í Consenso y cønjhkta. Schmitt y An-ndt: la defimtián de La político

encuentra relacionado con los derechos de participación


política. c) Por último, el reconocimiento social trasciende
la noción de igualdad formal -igualdad frente a la ley-,
para incorporar los aspectos de una igualdad social más
amplia. Este nivel del reconocimiento se encuentra vincu-
lado con los derechos de justicia social que atañen a la dis-
tribución de la riqueza social.”
En las primeras unidades políticas en las que se apela a
una legalidad formal-racional, los derechos fundamentales
aún están mezclados con los valores e intereses de un grupo
social particular. Esto da lugar a una contradicción entre la
pretensión de validez general, propia del sistema jurídico,
y la restricción de los derechos a una minoría. Recordemos,
por ejemplo, las limitaciones del derecho al voto que se es-
tablecían en las legislaciones electorales. En las luchas so-
ciales no sólo está enjuego la redistribución de la riqueza y
el poder político, sino también, en primer lugar, el recono-
cimiento dela identidad de los diversos grupos. La historia
de los movimientos sociales manifiesta la pluralidad social
y, con ello, la necesidad de diferenciar los derechos fi.1nda-
mentales de los valores e intereses particulares de los distin-
tos gru pos. Este proceso de diferenciación es la tendencia
fundamental de la dinámica política en las sociedades mo-
dernas.

13 Esta diferenciación de los niveles de reconocimiento y sus derechos


correspondientes retoma la propuesta de Thomas H. Marschall, Citi-
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propuesta es la tesis de que sea posible establecer entre estos dere-
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Índice

Absolutisrno, l41
Acción política, 4, 23, 35, 40, 83, 89, 97, 100, 115, 117,
122, 125, 128, 129, 131, 133, 146, 148, 149, 154, 155,
157, 160
Adversario u Enemigo
privado, 22, 163
Alemania, 46, 47
Amigo-enemigo, xl, 22, 23, 25, 26, 28, 31, 36, 37, 41, 44,
50, 162, 168
Antropología política, 26
Aristóteles, 26,79,106,126
Aristocracia, 12
Asambleas populares, 58
Auschwitz, 77
Autonomía, 24, 2'?,^80
Autoridad, xiii, 5, 6, 8-10, 13-18, 21, 29, 34, 129, 135,
138, 142, 153, 164, 165, 172, 174
suprema, 6, 14, 165

Bernstein, Richardj., 113, 120, 147


Bienestar, 79, 145
Bolchevismo, 58
182 / amm@ y mfzacw. sama; y Amzf; 14 afiwión af za porfa@

Burguesía, 10-12, 33, 43, 44, 52, 67


liberal, 11, 12, 43, 53
Burocracia, 9, 14

C
Campos de concentración, 47, 75, 76, 135
Carl von Clausewitz, 42, 43
Ciudac1ano(s), xiii, 19-21, 30, 34. 38, 40, 55, 60, 63, 65,
69, 76, 79, 80, 82, 97, 128, 130-132, 136-138, 140,
142-145, 148,154-157, 165, 167, 170, 173, 175
asociaciones de. 141, 154
seguridad de 10s, 17, 19, 21, 31
Clase
Dominame, 147
Gobernante, 58
Coacción, ix, 5, 76, 102, 127, 142,150,153, 169
Competencia, 12, 32, 35, 83
económica, xií, 43, 46
política, 155
Condición humana, 23, 25, 27, 31, 77, 81, 83, 91, 92, 95
98-100,102,106,110,118,120,121,156,157
Con1`licto(s), xi-xiv, 12-14, 17, 19, 21-24, 26-29, 34-38,
40-42, 45, 47, 49, 50, 53, 67, 68, 70, 79, 82,90, 99,
149, 157, 160-163, 165, 168-172, 175
económico, 83,163
intensidad del, xi, 162, 163
p01ític0, 27, 23, 45, 82, 83, 168, 169, 170
sociales, 4, 17, 21, 43, 47,48, 51, 153
transformación del, 163. 168
ut. Guerr:-1(s), Lucha
Consenso, xiii, xiv, 28, 54, 77, 87, 95, 102, 104, 120,
125-129, 131, 153, 160, 164, 165, 167, 168, 172-174
valores, de, 124
Comemm iuris, xiii, 126-131, 134, 167-175
Constitución, xi, 10, 11, 15, 25, 106, 124, 129, 141, 143,
147,149,161,16s, 174
Weimar, de, 15, 16
¡nan ,I 183

Conljngencia, 24, 37, 100-105, 107, 108, 110-112, 118,


123-127,131,132, 136, 151, 156-158, 160-162, 165,166
doble, 124
Contrato sodal, 130
Cortés, Donoso, 61
Cuestión social, 143-146, 150, 153, 154

Davidson, Donald, 166


Decisión{es), xiii, 4, 5, 9, 10, 11, 13, 16-18, 26, 28-30,
34, 40, 46, 49, 55, 59, 60, 63, 69, 89, 110-115, 119,
123,124,150,151,154, 157, 164, 172, 174
políticas, 9, 10, 13, 14, 88
Decisionismo, 11, 16, 28, 32, 34, 58, 115
Dernocracia(s), 6, 15, 22, 38, 49, 50, 54-59, 61-63, 66-70,
78, 88, 105, 120,131,137, 147,154, 155
burguesa, 67 '
historia de las, 58
liberal, 62, 66, 69
ut. Participación
Dernocra|_izaCión,66, 67, 88
ut. Participación
Derecho(s), xiii, 3-6, 8, 12, 14-16, 21, 29, 30, 37, 38,
41-45, 47, 48, 50, 52, 57, 62, 67, 96, 97, 111, 126-129,
131,134,138,139,143, 154, 157, 162,164,167,169,
170, 172, 174,175,176
contenido del, 128, 129, 131
fundamentales, 11, 173, 175, 176
libre expresión, a 1a, 129
público europeo, 41-,43, 46, 51
política, y, 127, 128, 131
validez del, xiii, 127
Descartes, 158
Desigualdad, 145, 147
Desobediencia civil, 105, 128-131, 142
Despotismo, 65, 78
Dictador, 18
Dictadura(s), 18, 58, 59, 61
latinoamericanas, 49
184 / cm»,-.w y mfliao. soma: y Aman.- ia ¿¢fifl±ø» fi, lo pozauo

presidencial, 60
v.t.Tota1itarismo
Diplomacia, 21, 31
Dominación, 5, 33, 73, 78, 82, 96, 99, 100, 122, 138,
145, 160
burguesa, 13
económica, 33
expansión de una, 62
totalitaria v. Totalitarismo

Economía, 22, 46, 82


Edad Media, 149
Educación, 12
Eichmann, Adolf, 83, 84
Elecciones, 65
ut. Vo1o(_s)
Enemigo, 13, 22, 25, 29-32, 37, 39, 41-43, 45-48,
162, 163
absoluto, 13, 29, 37, 39, 41, 44-50, 52, 162, 169,
170, 174
311310,29, 37, 41, 42, 170
objetivo, 76, 134, 135
político, 22, 23, 38, 163, 168, 169
público (hostis), 23, 163, 164
real, 45, 47, 50, 52
Episleme, v. Teoría, orientada a la verdad
Escoto, Duns, 100, 123
Escuela de Frankñirn, 133
Esfera privada, 80,95, 96, 97, 98, 163, 168, 174
Esfera pública u. Espacio público
Espacio público, xiii, 23, 76, 79-82, 86-88, 93, 95-99,
104-107, 112, 122, 131, 132, 137, 138, 140, 141, 147
149, 153, 154,156, 163, 167, 168
Estado(s)
absoluústa, 9, 10, 21, 32, 52, 67, 139
adminiscrativo, 9, 10, 14, 15, 16
bienestar, de, x, 14, 32
india/ 185

clásico europeo, 9, 21, 29


crecimiento, del, 4
debilitamiento, del, 4
democrático, 56, 59-61
Derecho, de, 6,7, 9, 10, 15, 17,18, 31, 52, 63, 77,
142, 170, 171
desaparición del, 4
esencia del, 4
excepción, de, 5, 6, 19
golpe de, 138
gubernativo(s}, 8-11, 13, 29
jurisdiccional, 8, 10, 13
1egis1ativo(s), 8, 10-16, 62, 63
moderno, ix, 5, 18
omnipresencia de, lx, 3, 4
policiaco, 31
soberanía del, 12, 13
to[a1,x, 4, 14, 15, 22
Estados Unidos, 77
Estatalidad, época de la, 3, 4, 17

Fascismo, 58, 81
Francia, 139
Fühicr, 16

G
Gadamer, Hans-Georg, 113
Gehlen, Arnold, 102
Gobcrnanu-:(5), 56-59, 62, 64, 70, 79, 85-87, 99, 110, 111,
136, 154
Gobierno, 6, 8, 56, 60~62, 67, 75, 85, 131
ilegal, 73, 132
iegal, 73
real, 135
totalitario, legitimidad del, 77
186 Í Conseruo y conflicto. Schmitt yArrndt: la ¿qínicíón de lo político

Guerra(s), xii, 10, 12, 18, 23, 29-31, 35, 40-46, 48, 50 1

82, 96, 125, 133, 135, 149, 162, 163, 169, 170
Civil, 3, 31, 49, 61
Clásica, 45, 47, 169
delimitación de la, 43, 170
fin del mundo, del, 46
guerrillas, de, 45
justa, 29, 153
modema, 46
mundo tecnificado, del, 45
permanente, 87
reglamentación dela, 30, 41
religión, de, 29
riesgo de ia, 51
siglo XX, del, 45
C-uizot, 68
Gulag, 77

H
Habermas,_]ürgen, 118, 121, 127
Hegel, 65, 166, 172
Heidegger, 8, 16, 89, 107
Hitler, Adolf, 16
Hobbes, 3, 12, 17, 34, 86, 87, 89, 110, 125, 130, 157,
163, 164, 167,173
problema de, 124
Hölderlin, 14, 15
Hombre masa, 81, 83
Homogeneidad, 50, 56-58, 64, 70
nacional, 65
pueblo,-del, 54,65, 88, 135
Hostis v. Enemigo, público

I
Identidad
construción dela, 106
grupo, del, 25
Índice/

individuo, del, 25, 123


pueblo, del, 55, 59, 60, 62, 64
Ideo1ogía(s), 37, 44, 47, 49, 51, 68, 73, 74, 77, 84, 85,
133, 134, 135, 152
totalitaria v. Totalitarismo
Igualdad, 146
condiciones, de, 78, 109, 146
chance, de, 65, 66
jurídica, 52
sustancial, 55, 56, 65, 70
tendencia hacia la, 146
Ilegalidad, 74, 75, 132
Ilusión platónica v. Platón
Individuo(s), xi, 4, 13, 17, 19, 23, 24, 26-28, 35, 37-39,
44, 46, 49, 65, 75, 76, 78-84, 86, 87,92-98, 101,103,
105,110,113,114,116-119, 122-124, 126, 134,136,
138, 139, 143, 144, 146, 147,153, 157, 160 , 161,165,
172, 174, 175
aislamiento delos, 69, 78, 81
libertad de los, 79
lnimicus v. Adversario, privado
Instituciones, 19, 32, 68, 69, 101, 105, 124, 13 5, 136,
139, 163, 169, 175
Intewención estatal, 4
Irracionalidad, xji, 26, 27, 160, 161, 162
Iwtus hoslís, 41, 45, 47, 50, 169

J
_]uicio(s), 24, 63, 81, 83, 84, lll, 113-121,158
determinantes, 114
reflexionantes, 115, 117, 119
_]ünger, Ernst, 8, 45

Kant, Inmanuel, 86, 113-119, 123, 129, 130


Kelsen, Hans, 167
Keynes, john Maynard, 36,
188 / cm»,-m y .=.mfl,±¢». smmu y Amw.- la affiflasafi de zo pozmw

L
Labor, xi, B, 40, 92, 93, 96, 98, 106, 125, 135, 137
Legaìídad, ii, 5, 6, 8, 9-11, 15, 18, 62, 64, 73-75, 122,
127,131,134,136,l41,143, 173,175,176
Legitimidad, 5, 8-10, 15, 29, 62, 74, 77, 85, 134, 141, 143
Lenin, 33, 147
Leviatán, x, 7, 9, 15-17, 19-21
muerte del, 3, 7, 8
Leyíes), 7-9, 11, 14-17, 62-64, 74, 75, 84, 86, 87, 111,
114,115,118,123,129,130-132,134-136,141, 142,
149, 173, 175
constitucionales, 11, 13, 59 f
igualdad freme a la. 176
imperio de 1a. 7, 8, 11, 63
obediencia ala, 130, 142
sentido político de, 9
soberanía de la, 7
supremas, 10
Liberación,7, 114, 138, 139, 143-148
Liberalismo, 4, 8, 22, 32-37, 44, 46, 49, 51, 59, 61, 62,
65, 66, 70
crítica al, 44,66
ideal del, 51
Libertad, 10, 12, 19, 32, 66, 69, 70, 76, 80, 83, 97,
99-105,108,113,127,131,132,138,139,141-148,
150,151,157,158,161,162,175
burguesa, 6, 10, 11, 62
constitución dela, 16, 105, 137, 141
individual, 32
pérdida de la, 102
Líder(es), 6,16, 58, 60, 61, 64, 96, 135, 136, 169
t0talitario(s), 77,90
Locke,john, 17
Lucha, xii, 1, 11, 12, 23, 24, 25, 27, 32, 33, 35, 37, 40,
41,47, 52, 62, 63, 67, 97, 133, 138, 139, 143, 144,
146, 160, 174, 175
clases, de, 13
intereses, de, 4
armada v. Guerra(s)
india/ 189

M
Macrosujeto, 18, 75, 88, 140, 167
Mandato, 7, 86, 141, 142
ut. Ley(es)
Maquiavelo, 27, 67, 110, 156
Marx, Karl. 53, 79, 146, 147, 150
crítica a, 150
Marxismo, 33, 147
crítica al, 146
Masas, 55, 64, 65, 81, 83, 137, 144, 145
Masíficación, 80, 122, 133
Mayorías parlamentarias, 68
McCarthy, 77, 149
Mercado, x, 3, 19, 44, 79, 104, 126, 137
Mi1l,_]ohn Stuart, 36
Mimo), 37, 39, 55. 74, 102, 103, 108,133, 148, 167
caverna, de la, 85, 107
nacional, 55, 56
Modernidad, 17, 29, 33, 39, 73, 77, 78, 86, 88, 121, 122,
153, 173
Modernización x, 3, 39, 80, 81, 137
Monarquía(s), 6, 8, 10, 12, 59, 60, 61, 64, 140
absoluta, 11
Monopolio, 4, 5, 14, 21, 30, 31, 40, 59, 67, B7, 109
Montesquieu, 69, 141, 154
Moral, 22, 24, 27, 28, 41, 44, 45, 47, 52, 123, 162,
168, 171
Moscú. 135
Muerte, 45, 92, 106, 107, 134, 161
Mussolini, 55

Nacimiento, 106
Nación, 4, 10, 12, 21, 30, 32, 37, 46, 47, 49, 50, 55, 56, 171
Naturaleza humana, 91, 99, 104
Nazis, 76
11.1. Campos de concentración
Í Corunuo y co-nflicla. Schmitt y Amldt: la. dcfinición de La político

Necesidad, ix, xi, 6,9, 10, 14, 15, 36, 68, 82, 83, 89, 90,
95,101, 111,119,120,125,128,132,138,139,143,
146, 147, 159, 176
Noi-ma(s), 4, 5, 7, 9,11, 14, 28, 30, 52, 59, 6264, 66, 73,
74, 101-103, 126-128, 134, 136, 162, 167, 173, 174
institucionales, 126
jurídicas, 7, 10, 30, 59, 127, 128, 136, 167, 168
morales, 44, 127
Normatividad, 66
Norteamérica, 77,139

0 1
Opinión, 24, 36, 44, 58, 61, 104, 105, 103, 109, 111, 112
120, 129
formación dela, 112
Optimismo antropoïógico, 24, 160
ut. Pesimismo antropológico
Orden
burgués, 52
común, 99 ^
cultural, 24
democráúco, 66, 67
estabilidad del, 31, 38, 102, 153, 166, 167
jurídico, 4,6, 8, 9, 13, 18, 32, 64, 111, 123,
150, 167
legai, 5, 131, 132, 134, 135, 142, 143
libre v. Libertad
natural, 165, 166
nuevo, 138, 140, 141
republicano, 20, 154, 155, 156
5042121, 10, 16, 24, 26, 27, 3'-1, 35, B0, 82, 84, 86, 101,
102, 103,105, 109, 123-126, 128, 135, 136, 144,
160, 161, 163-165, 167, 170,172, 174,175
estabilidad del, 105, 163
mantenimiento del, 35
unidad del, x, xiii
validez universal, con, 26, 36, 44
Orwell. George, 61
india! 191

Parlarnentarismo, 56, 62-64, 67-69


Par1arnento(s), 16, 57, 62-64, 67-69
Parsons, Talcot, 124, 125
Pafljdpadón,19,8B,140,l41,143,144,145,14&
154, 176
Ciu dadana U. Democracia(s)
popular, 69, 88, 138
nt. Democracia(s)
Partido, 65, 69, 135, 147, 157
Paz, xii, 10, 12, 16,29, 30, 35, 37, 41, 42, 45, 46, 48,
162, 172
Pesimismo antropológico, 24, 34, 160
mi. Optimismo antropológico
Platón, xiii, 26, 85, 87, 107, 109, 110, 122, 158, 159, 160,
165, 166, 167
Plessner, Helmuth, 24, 26-28, 37-40
Pluralidad, iii, 4, 12, 13, 17, 19, 27, 31, 37, 38, 44, 45,
47-50, 56, 62, 64, 68, 75, 81, 82, 85, 86, 88-93,
98-100,103-105,107, 110-112,116,118.
119,122-127,131,132,136,141,151,155-158,
160-162, 165-167,171,175, 176
Pluralismo, 21, 27, 48, 50, 134
Pluriverso 1.1. Pluralidad
Pobreza, 144, 146, 150
P0der(es), 32, 49
arbitrario, 73
bélico, 169
central, x, 35,166
centralización del, 16, 17, 31, 50, 60, 78, 79, 81, 105,
139, 145
debilitamiento del, 62
división de los, 8, 11, 61, 62, 141
estado, de, 32, 62, 133
legítimo, 73,85
político, it, xiii, 32, 34, 36, 54, 56, 61, 66, 67, 79, 87,
88, 105, 154, 164, 169, 170, 176
192 / amm@ y «».fz.±¢0. scfmm y Ama.- al ¿¢fi†.¿¢ø›† fu ¿O pam.,

soberano, x, xì, 4-6, 8, 12, 13, 15, 16, 18, 21, 22, 28,
62, B7, 140, 167
del pueblo, 61
Policía secreta, 49, 76, 135
Polis, 88, 97, 98
ut. Democracia(s)
Política
concepción tradicional dela, xiii
decisión, x, 3, 4
definición de la, 99
interna, 32, 52, 170, 171, 175
siglo XX, del, 54
verdad, y, 110
Potencia(s), 12. 19, 39,, 44-47,, 49, 93,, 9-1, 98, 116, 123,
133, 162
mundiales, 45
conflicto entre, 45
Presidencialísmo, 60
Presidente, ll, 15, 16
Principio de la mayoría, 65
Proceso productivo v. Producción
Producción, 45, 46, 96, 143
Publicidad, 63, 69, 155
Pueblo, 6. 12, 16, 18, 30, 31, 37, 49, 50, 54~65, 70, 75,
77, 88, 90, 94, 105,109, 110, 129, 130,132,137, 138
139,140,141,143,154,171,173
homogeneización del, 55, 56, 167
luchas del, 58
participación del, 87, 105
ut. Democracia(s)

Racionalidad, xiii, 9, 13, 27, 55, 89, 93, lll, 113, 117,
121,130, 133,159, 160,166, 174, 175
arreglo a fines, con, 14, 175
arreglo a valores, con, 14, 174
insmimental, 9,45, 93, 111
práctica, 108, 113, 117
india/ 193

Rawls,]ohn, 18, 130


Razón, xií, xiii, 13, 15, 44, 55, 63, 70, 77, 86, 83, 111,
113,129,159,160,161,165,167
estado, de, 36, 86
ilustrada, 133
política, 113
crítica de la, 89, 121
Realismo, 155, 156
Reconocimiento, xiii, 37-41, 47, 49, 51-53, 82, 83, 96-98,
102,111,126,141,156,167,168,170,171,172,173,
175, 176
Regímenes
socialistas, x
totalitarios v. Totalitarismo
Reich, 15,16
Re1ación(es)
amigo-enemigo v. Amigo-enemigo
interpersonales, 123, 124, 126
sociales, 17, 22, 99, 123, 127, 140, 172, 173
Religión, 44, 153
República, 8, 11, 131
romana, 18
Weimar, de, 11,15
República, La, 26, 85, 109, 159
Representación 11,57, 58, 60, 64, 65, 68, 101, 102, 116,
117, 120, 164, 165, 173
tipos de, 57
Represión, 13, 26, 162, 169
Revo1ución(es}, 16,31, 43, 86, 99, 105, 134, 138, 139,
140, 143, 144. 145-147
Americana, 139, 140, 143
copernicana, 86
Francesa, 43, 139, 140, 141, 142, 143
octubre, de, 147
Rey v. Monarquía(s)
Riqueza social, 176
Rivales políticos, 38
Rousseau, 55, 60, 141, 167
194 / Cunsmso y cønflicra. Schnuü y Arendt: la definícíón de lo político

S
Sanciones, 127, 150
Segunda Guerra Mundial, 47
Sen sus cornmunis 11. Sentido, común
Sentido, 11, 16,5468, 89,90, 111,113, 114, 115, 124,
125, 126, 128, 139, 142, 145, 146, 147, 150, 163, 165,
166,171,174,175
común, 112, 115, 116,117
Sistema(s),
democráticos v. Democraciats)
Soberanía, ix, x, 4, 6, 7, 8, 12-14, 16-18, 20,21, 30, 59,
60, 62
estatal, 7, 15, 18, 37, 61
noción de, 59, 69, 140
popular, 11, 18,59, 60, 62, 69, 140
Sobrevivencia, 79.87, 96, 126, 151, 167
Sociabilidad, 100, 122
Socialismo, 46, 47
real, 19
Socialización, 123
Socie-dad(es)
civil, xi, 4, 19, 22, 105, 155
democratización de las, xi
industriales. 4
liberal, 44
masificadas, 81
modemas, it, 8,9, 17-20, 36, 55, 56, 69, 70, 78, 79, 82
104,126, 131,165, 176
subordinación del Estado a la, 22
Toronto, de, 149
tradicionales, 126
Soledad, 76,117
Sorel, Georges, 55
Soviets, 147
Stalinismo, 81
Índiuƒ 195

Teoría, x, 24, 32, 34, 37, 42, 48, 55, 58, 78, 81, 102,
104-106,108,113,1I7, 120-122,124, 130, 139, 141,
144, 146, 147, 157,158,162, 166,168, 171, 172
liberal v. Liberalismo
orientada a laverdad, 109-111, 165, 166
política, ix, 31, 47, 73, 86,121, 127, 158, 159, 172
Terror, 75-77, 90, 122, 131, 134, 136, 144
totalitario, 19, 73, 75
Terrorismo, 49
Tipos ideales, 8, 9, 14, 139, 145, 153, 156
'1`irar1ía(s), 66, 75, 76, 79, 103, 132, 133, 139, 143, 156
Tirano(s), 90, 131. 132
Tocqueville, 78, 139, 144-146
Tota1itarísmo,73-77, 81-83, 104, 122, 132, 133, 134,
147, 156
amenaza de, 181
surgimiento de, 178

Unidad política, 3,6, 7, 10, 11, 13, 16, 48, 50, 55, 60, 62,
163,164,167,171,174,175
nacional, 4, 10, 15
pérdida de la, 62
Universalismo, 28, 29, 44, 53

Valores, xii, 13, 28, 29, 37-43, 45, 48, 49, 52, 66-70, 127,
131,155, 156,175,176
burgueses, 13
politeísmo de los, 40, 44, 45, 50, '70, 161
tiranía de los, 66
validez universal de los, 47
Verdad, 12, 29, 38, 67, 68, 73-75, 84-90, 103, 109-113,
129, 130, 132,134, 136, 142, 162, 164-16'?
noción de, 166
196 / cømm ;, ¢.m¡zam. sfhmm y Aman.- za àfinman fu za palmo

Vida
activa, 86, 89,98, 100, 106-109, 111, 121
comemplativa, 86, 89, 106-109, 121
Violencia, 29, 32, 39, 42, 43, 47, 49, 50, 93, 94, 95, 96,
98, 99, 100, 102-104, 121,127,128,133,136, 138,
146, 150, 153, 169
escalación de 1a,31, 42-44, 47, 49, 50, 162
legítima, 5, 40
sin límites, xii, 13, 37
moral, 70
totalitaria, 83
Voluntad, Xii, 7,9, 16, 17, 35, 40,42, 46, 54,. 57, 58, 61
63, 64, 73, 75, 85,101,103,104, 111,113,129.
132-134, 136,140, 153, 164, 171
formación dela, 64
general, 6, 18, 38, 55, 88, 104, 140-142, 167, 171
libre, 101, 132
poder, de, 11, 19. 74
saber, de, 74
Votaciones, 58
Voto(s), 38, 65, 137
derecho al, 12, 6:5, 176
v.z_ Democracia(s)

W
Weber, Max, 5, 36, 64, 70, 150, 161
Wellmer, Albrecht, 117, 120
Wittgenstein, 89, 165
Se rerminó de imprimir
en la Imprenta Universidad de Anlìoquia
en el mes de febrero de 2002
'U_P-- U›l`¡@n'J
13-119- -¡u_u -«Ip-11.' 4
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