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LECTURAS PARA LA CONFORMACIÓN DE


LA CULTURA CRISTIANA I
Recopilación por Heraclio Rivera
Sobre el recopilador:

Heraclio Rivera (Twitter: @heraclio_r) es cristiano, economista y


comunicador social. Interesado en la transformación cultural de
Latinoamérica con los principios del Reino de Dios, ha publicado
además el manual Arquitectura de la Libertad bajo el auspicio de la
Fundación para el Progreso y la Libertad, la cual también dirige. En la
actualidad, trabaja en la divulgación del proyecto político de las 5
Reformas para América Latina y en la creación del Instituto para la
Cultura Cristiana en Venezuela, con miras a preparar a las próximas
generaciones para la reconstrucción cristiana del país.

Este material es editado y publicado por la Fundación para el Progreso


y la Libertad (IG: @progresoylibertad). Se reconocen los derechos de
los autores sobre cada uno de sus escritos.

Diciembre 2016

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He preparado el siguiente material como acompañante en las
jornadas de divulgación y promoción de las doctrinas cristianas
necesarias para la transformación cultural de Venezuela, entre ellas la
supremacía de Dios, la noción del gobierno limitado, la autoridad
delegada, el rol de los magistrados menores, los cuatro tipos de
gobiernos (autogobierno, familia, iglesia y civil) y el enfoque cristiano
de la naturaleza humana, la educación, la moralidad y las leyes.

Desde que empecé a trabajar en las conferencias de “La


Cultura del Reino”, una serie de ponencias que buscan despertar la
conciencia de los venezolanos en temas que resultan de por sí
impostergables, pensé que debía complementar el mensaje de las
conferencias con aquellos textos que, de forma escrita, pudiesen
orientar a quienes se interesasen en profundizar sobre las nociones que
allí he estado tratando. Lo mejor de estos extractos es que no
solamente van en sintonía con el mensaje de estas charlas, sino que
además tienen perfecta aplicación para la realidad americana.
Recojo en estas Lecturas los aportes de distintos pensadores
cristianos, desde pastores y ministros, hasta historiadores y críticos
sociales. La idea es hacer accesible, con bajo costo y contenido
relativamente sencillo, el mensaje necesario para activar la
restauración de Venezuela y Latinoamérica, tan sacudidas por los
efectos de la religión estatista y el socialismo durante las últimas seis
décadas. Además, intento que sean los mismos intelectuales cristianos
quienes hablen a sus propios hermanos sobre las preocupaciones que
nos conciernen y cómo debemos atenderlas.
El economista cristiano Gary North nos recuerda que no se
puede vencer algo con nada. Lamentablemente, en los círculos
cristianos se elaboran análisis sobre lo que está mal en el mundo –lo
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cual es bueno-, pero no se ofrecen alternativas o soluciones que
puedan orientar a las personas para la acción restaurativa. Siendo así
las cosas, estas Lecturas buscan precisamente marcar parte de la hoja
de ruta, ese mapa necesario no solo para saber de verdad en dónde
estamos en la actualidad, sino también cómo encaminarnos a un lugar
mucho mejor en cumplimiento con la Gran Comisión de nuestro Señor
Jesucristo de ir y discipular a todas las naciones. Y este mapa se
integra con un proyecto político, el de las 5 Reformas, que nos permite
encauzar la esperanza y el deseo de un cambio de manera efectiva
hacia la cura de la patología cultural que sufren tanto Venezuela como
gran parte de América Latina, en la que el socialismo ha infectado
todas las áreas de vida, desde el propio individuo, hasta las familias,
las iglesias y los gobiernos civiles, y ha causado pobreza, caos y
destrucción económica y social.

Exhorto pues a todos aquellos que leerán este material a asumir


un compromiso con la transformación cultural de nuestros países
desde un enfoque de cosmovisiones, especialmente a los cristianos a
aprender sobre la postura pietista, la cual es escapista y nos
desensibiliza sobre los problemas de nuestro entorno más allá de la
congregación, y la rechacen. Pero también animo a integrarse
activamente con las plataformas o movimientos políticos que se
manifiestan abiertamente contra el sistema estatista y la opresión y
tiranía en nuestros pueblos de América Latina –y de los cuales las 5
Reformas es el principal. En lo personal, pueden seguirme en mi
cuenta de Facebook o en la cuenta de Instagram de
@progresoylibertad para conocer más sobre las 5 Reformas y
mantenerse al tanto de las conferencias que organizo y demás
materiales que desde la Fundación publiquemos. Te saluda tu amigo,

Heraclio Rivera
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1. Entrega incondicional, por Gary North .................................. 6
2. La naturaleza del Reino de Dios, por Gary North ................ 13
3. La abolición de la verdad y la moralidad, por Francis
Schaeffer .................................................................................. 20
4. La doctrina de los magistrados menores, por Mathew
Trewhella (I) ............................................................................. 31
5. La doctrina de los magistrados menores, por Mathew
Trewhella (II) ............................................................................ 35
6. El papel del pueblo en la defensa de la doctrina de los
magistrados menores, por Mathew Trewhella ....................... 39
7. ¿Podemos legislar la moralidad?, por Rousas Rushdoony .. 45
8. La política y la educación, por Rousas Rushdoony .............. 51
9. El socialismo como guerra social permanente, por Rousas
Rushdoony ............................................................................... 57
10. El conflicto con la naturaleza y la Ley, por Guillermo Groen
van Prinsterer .......................................................................... 63

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1. Entrega incondicional, por Gary North

Toda mi vida he oído decir que tal iglesia o tal grupo o tal
creencia “no es una religión; es una forma de vida”. ¿No ha oído usted
otro tanto? Piénselo. ¿Ha oído usted alguna vez de una religión que no
sea una forma de vida? Por otra parte, ¿ha oído usted alguna vez de
una forma de vida que no fuera básicamente una religión? Cada vez
que oigo decir que “el cristianismo es sólo una religión, pero, yo estoy
buscando una forma de vida”, comienzo a preguntarme cuánto conoce
esa persona acerca del cristianismo o las formas de vida.
El cristianismo es una religión. ¡Sobre esto no cabe duda! Tiene
iglesia, y ministros, y fiestas, y misioneros, y platillos para recoger las
ofrendas. Tiene grupos juveniles, estudios bíblicos, campamentos de
verano, himnarios, seminarios e hipotecas. Tiene bautismos,
matrimonios y funerales. Es una religión.
Pero el cristianismo también es una forma de vida. Tiene un
código moral. Tiene un sistema de cortes eclesiásticas. Tiene credos,
doctrinas, y catecismos. Tiene miembros que comparten perspectivas
similares sobre el significado de la vida y de la muerte, sobre el bien
y el mal, la historia y el futuro, el hombre y la mujer. Dios y el hombre.
Y como los cristianos piensan sobre estas cosas en maneras diferentes
a cómo piensan los musulmanes, los budistas, los hindúes, y los ateos,
los tipos de sociedades que los cristianos han edificado, o han
influenciado, son muy distintos de las otras sociedades. En otras
palabras, los resultados serán muy diferentes según lo que crea la
gente. Sus ideas tienen consecuencias.
Por lo general la gente no piensa profundamente acerca de su
forma de vida. Dan casi todo por sentado. No hay suficiente tiempo
en el día para analizarlo todo. No podemos examinarlo todo
continuamente. Pero de vez en cuando una persona se detiene y se
pregunta: “¿En qué clase de mundo vivo yo? ¿Por qué está en esta
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condición? ¿Cambiará algún día? ¿Mejorará?” Tal vez se pregunte:
“¿Quién soy yo? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué debo estar
haciendo? ¿A dónde voy?”
Entonces, si es un hombre típico del siglo XX, abrirá una
cerveza, prenderá la televisión, y se olvidará de todas sus preguntas.
La Biblia habla acerca del hombre que hace tal cosa. “Pero sed
hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a
vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no
hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un
espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y
luego olvida cómo era” (Santiago 1:22-24). El hombre se hace a sí
mismo unas preguntas muy buenas, y luego no hace nada para
encontrar las buenas respuestas.
¿De qué valen las preguntas si uno nunca encuentra respuestas
satisfactorias? No valen de nada.
Tal vez usted se ha comenzado a hacer algunas buenas
preguntas. Tal vez piensa que un librito como este lo puede ayudar a
encontrar algunas respuestas a las buenas preguntas. Sea cual fuere su
razón para haber leído hasta aquí, voy a intentar darle ayuda. Ningún
libro de este tamaño le puede proporcionar todas las respuestas. La
vida no es tan fácil. Pero le puede ayudar a encontrar algunas de las'
respuestas, y tal vez puede darle unas ideas acerca de cómo encontrar
muchas otras respuestas. Y cuando obtenga las respuestas, podrá
comenzar a actuar.
Pero primero se necesitan unas preguntas. Déjeme sugerirle
unas cuantas. Cuando yo enseñaba en la universidad hace unos años
atrás, enseñé a mis estudiantes un pequeño truco que podían usar para
ayudarles a comprender la historia, el gobierno, y sus materias de
sociología y economía. Les conté que podían preguntarse cuatro cosas
acerca de cualquier sociedad, y si ellos podían encontrar respuestas

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por breve que fueren, a estas cuatro preguntas, probablemente podían
aprobar la materia. Aquí están las cuatro preguntas.
1. ¿Qué cree la sociedad acerca de Dios?
2. ¿Qué cree la sociedad acerca del hombre?
3. ¿Qué cree la sociedad acerca de la ley?
4. ¿Qué cree la sociedad acerca del tiempo?
Parecen bastante fáciles, ¿verdad? Bueno, las apariencias
engañan. Un erudito serio podría pasar toda su vida escogiendo sólo
una sociedad y estudiando sólo una de estas preguntas.
Pero no disponemos de toda una vida para esto. Así que lo mejor
que podemos hacer es mirar algunos libros o estudios y confiar que
los escritores sabían algo acerca de lo que estaban escribiendo.
Todos sabemos que los hombres no concuerdan unos con otros
en todo, ni siquiera la gente de una comunidad pequeña. En realidad,
a veces parece que la gente no se pone de acuerdo en nada. Pero de
vez en cuando, podemos descubrir algo en lo que la gente sí se pone
de acuerdo. Uno de los mejores momentos para encontrar lo que la
gente realmente cree es cuando enfrentan una crisis de vida o muerte.
Frente a la crisis, nos enteramos lo que la gente piensa que es
realmente importante.
A veces los hombres tienen que morir por sus creencias. Quizás
haya una guerra, una revolución, o una grave crisis. ¿Por qué cosas
está dispuesto a morir un hombre? ¿Por qué están dispuestos a morir
muchos hombres en la sociedad? ¿Dios, la nación, la familia? ¿La
fama y la fortuna? ¿El honor? Cuando forzamos a los hombres a
decirnos qué es realmente lo que les importa, descubrimos realmente
quiénes y qué son. Descubrimos quién les gustaría llegar a ser.
Encontramos lo que esperan de la vida cuando enfrentan una situación
que la amenaza. Esa es la religión del hombre.
Piénselo. ¿Hay algo en su vida por lo cual realmente estaría
dispuesto a morir? La mayoría de los padres dirían que estarían

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dispuestos a morir por sus hijos. Pero, ¿y qué de una idea o una
creencia? Si un enemigo estuviera apuntando su fusil a su cabeza, y le
dijera que dispararía a menos que estuviera dispuesto a renunciar
públicamente a cierta idea, ¿hay alguna idea tan valiosa que usted diría
“Dispare”? Ahora sí, nos acercamos a su religión.
Hace aproximadamente 1800 años, había gente en el Imperio
romano que le dijo al emperador y a sus oficiales “Dispare”. Desde
luego, no había fusiles entonces. Pero había leones y circos. Tenían
espadas para cortar cabezas. Tenían toda clase de torturas
imaginables. El Imperio romano hizo la guerra contra los cristianos
primitivos, y muchos de ellos se negaron a echar un trocito de incienso
sobre un altar al emperador. ¿Fue para tanto? Ellos pensaron que sí.
Ellos se resistieron, murieron, y después de trescientos años de
persecución intermitente, ganaron la guerra. A partir del año 363,
todos los emperadores del Imperio romano profesaron su fe en
Jesucristo como el Dios viviente que gobierna la historia. Todo el que
no hiciera esta profesión de fe no podía ser emperador. Tal vez no
todos creyeron en Cristo, pero por lo menos afirmaron hacerlo.
Los primeros cristianos creían que es importante lo que uno cree
acerca de Dios. Ellos estaban dispuestos a morir por su fe. Ellos creían
las palabras de Jesús: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganase todo el mundo, y
perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”
(Mateo 16:25-26). Ellos creían que no se puede comprar la salida del
infierno para entrar en el cielo.
¿Hay algo en la tierra tan importante para usted que estaría
dispuesto a morir a fin de preservarlo o afirmar su compromiso? Si lo
hay, entonces eso probablemente es su meta suprema, su posesión más
preciada. Podríamos llamarlo su dios. No hay mejor manera de

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identificar su dios. Si por ello está usted dispuesto a entregar su vida,
debe ser muy importante para usted.
Hay quienes afirman (refiriéndose al comunismo), “Mejor
muerto que rojo”. Otros no están de acuerdo: “Mejor rojo que
muerto”, ya que siempre se puede luchar más tarde, o por lo menos
esperar la caída del comunismo. Pero las dos posiciones se oponen
una a otra. No se puede hallar un criterio armónico entre ellas.
Hay otra gente que quiere una tercera opción: “Ni muerto ni
rojo”. Ellos quieren una opción positiva. No quieren el menor de dos
males. Ellos saben lo que quieren, y están dispuestos a trabajar duro
para lograr su meta.
Esa es mi posición. Yo quiero una alternativa positiva. Mi lema
en la vida es este: No se puede vencer algo con nada. Si no nos gusta
lo que está pasando a nuestro alrededor, tratemos de cambiarlo. Si no
nos agrada algo, ofrezcamos una mejor opción. Por eso escribí este
libro. No me gustaron las demás.
Me preocupa la condición del mundo de hoy; estoy convencido
que la civilización occidental ha llegado a una encrucijada.
Yo no quiero que los líderes del mundo libre tomen decisiones
que significarán la destrucción de nuestra forma de vida, aunque hay
muchas cosas que me gustaría que cambiasen. De hecho, estoy
convencido que si no cambian, perderemos lo positivo de nuestra
forma de vida por muchísimo tiempo. Yo no quiero tener que escoger
entre el “Mejor rojo que muerto” y el “Mejor muerto que rojo”.
Mientras que hay tiempo todavía, me gustaría la tercera opción: ¡ni
uno ni otro! Pero no se puede vencer algo con nada. Por eso me
gustaría que usted me concediera el tiempo y el esfuerzo para analizar
algunos problemas básicos. ¿Se enfrenta el mundo a una crisis de gran
envergadura? ¿Hay algo que podamos hacer para solucionar las
dificultades que estamos enfrentando? ¿Podemos encontrar dónde nos

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equivocamos y hacer algo para corregirlo? ¿Hay algo que podamos
hacer que hará una diferencia?
Ese es el tema de este libro: hacer algo—muchas cosas, en
verdad —que sin duda resultarán en una gran diferencia. Pero no
podemos saber lo que hará una diferencia cuando no comprendemos
la naturaleza de nuestro mundo, de nosotros mismos, y de nuestros
recursos. Quisiera que usted reflexionase sobre eso.
Tal vez no esté bien enterado de la historia del cristianismo en
este último siglo. Una de las polémicas continuas tiene que ver con la
legitimidad de la actividad social. Los que se inclinan a rechazar las
doctrinas básicas de la fe —la infalibilidad de la Biblia, la deidad de
Cristo, la realidad del nacimiento de una virgen, la segunda venida de
Cristo a juzgar, etc.—han sido los proponentes de la acción social,
especialmente la intervención política. Por el otro lado, los que
defienden las doctrinas tradicionales se han inclinado a renunciar a la
política. Ellos se han concentrado en la prédica, el evangelismo, las
misiones extranjeras, las conferencias y estudios bíblicos, y otras
cosas por el estilo. Ellos se han interesado en llevar el mensaje de la
salvación personal —un mensaje que no ha destacado o incluso ha
negado la posibilidad de la reconstrucción social desde una
perspectiva cristiana.
Un lema que resume bien esta división es este: “Los
izquierdistas han creído en la historia pero no en Dios, mientras los
conservadores han creído en Dios pero no en la historia”. Lo que este
libro destaca es la realidad tanto de Dios como de la historia.
Los individuos se salvan, pero si dan fruto espiritual, darán
también fruto cultural. Dios habla a este mundo, porque El hizo este
mundo. El llama a las personas al arrepentimiento, pero es un
arrepentimiento de pecados específicos, de formas de vida específicas,
de actitudes específicas, de filosofías específicas, y de doctrinas
económicas específicas. Dios habla al hombre en su totalidad, y por

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lo tanto Él habla también al mundo en su totalidad. Por lo tanto hemos
de predicar el consejo total de Dios, lo mismo que hicieron los profetas
del Antiguo Testamento.
Las religiones, cuando realmente son religiones, tienen
consecuencias para este mundo. Toda verdadera religión es una forma
de vida. Todo cristianismo que no es puesto en práctica, no es
cristianismo. La acción no es de por sí cristiana, pero la acción por
amor a Dios, y según las reglas reveladas por Dios, sí es el
cristianismo. La pregunta es: ¿qué es el cristianismo?
¿Recuerda mis cuatro preguntas? ¿Las preguntas que podemos
usar para descubrir las características más importantes de cualquier
sociedad? ¿En qué clase de Dios creen los cristianos? ¿Cuál es su
perspectiva del hombre? ¿Cuál es su perspectiva de la ley? Y por fin,
¿cuál es su perspectiva del tiempo?
¿Puede el cristianismo cambiar las cosas? La Biblia dice que sí.
La historia nos muestra que sí lo ha hecho en el pasado. ¿Pero
cambiará las cosas? ¡Esa es la pregunta!
¿Qué es el cristianismo? ¿Qué meta tiene? ¿De qué sirve preguntarnos
si el cristianismo puede cambiar las cosas, si para empezar no sabemos
lo que es? Hasta que sepamos las respuestas, no podremos aplicarlo a
nosotros mismos, a nuestro mundo, ni a nuestro futuro.

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2. La naturaleza del Reino de Dios, por Gary
North

“Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de


este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado
a los judíos; pero ahora mi reino no es de aquí.” (Juan 18: 36)

Pocos pasajes de la Biblia son hoy peor interpretados que este


de Juan. El otro que parece rivalizar es el verso preferido de quienes
resienten toda disciplina en la Iglesia, o todo tipo de disciplina
impuesta en el nombre de Dios: “No juzguéis para que no seáis
juzgados”, Mateo 7:1. (¿Te imaginas tú cómo sería si un
Departamento de Policía siguiera esta regla?). Hemos de saber qué
cosa exactamente quiso decir Jesús con la palabra “Reino”.
¿Qué pasa con el Reino de Dios? ¿Tiene alguna jurisdicción o
manifestación en esta tierra, o es nada más que celestial, y se limita al
“corazón” del creyente? Siempre que se afirma que los cristianos
tenemos una responsabilidad dada por Dios para trabajar en la
edificación del Reino de Dios en la tierra, y excepto que se hable sólo
de evangelismo personal o de enviar misioneros, siempre sale alguien
a oponerse, y se opone con esta idea: “Jesús no vino a la construcción
de un reino político, sólo estaba edificando su Iglesia, y su Iglesia no
es un reino terrenal, después de todo: su Reino no es de este mundo”.
Conviene descomponer este argumento mostrando las
declaraciones implícitas, para ver de este modo si son o no verdaderas.
(1) Jesús estaba y está en la construcción de su Iglesia. Esto es verdad.
(2) Jesús también estaba, y está, en la construcción de su Reino; y esto
también es verdad. (3) Y hemos de suponer que la Iglesia no es
política. ¿Verdad? Claro que sí. Entonces, por tanto (4) Su Reino
tampoco es político. Un momento: esta afirmación 4 es verdad, pero
sólo si su Reino es idéntico a su Iglesia!
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Aquí viene entonces la pregunta clave: ¿Su Reino es idéntico a
su Iglesia?
Protestantes y católicos
Siempre me sorprende cuando escucho a protestantes citando
Juan 18:36 para defender una definición estrecha del Reino de Dios
en la historia. Hace cuatro siglos, esta definición angosta era la visión
católica romana del Reino: los católicos romanos hasta hoy equiparan
el Reino con la Iglesia, y la Iglesia con la de Roma. Y “el mundo” está
fuera de la Iglesia, y por lo tanto, condenado. En lo que se refiere a
eternidad, argumenta Roma, la Iglesia institucional (es decir: Roma)
es todo lo que importa.
Esta visión pone al Reino como equivalente y coextensivo a la
“iglesia”, y al “mundo” en agudo contraste con la Iglesia-Reino, la
cual nunca va a abarcar al mundo entero.
En contra de esta visión, la Reforma protestante se basó en el
postulado que definía a la Iglesia institucional como mucho más
restringida que el Reino de Dios, el cual abarca todo el mundo creado
y redimido por Dios. Los protestantes siempre argumentaron que el
Reino de Dios es mucho más amplio en su alcance que la Iglesia
institucional. Resumiendo: en la cosmovisión protestante, el Reino es
más que la Iglesia, y la Iglesia es menos que el Reino.
La doctrina protestante del sacerdocio universal de los
creyentes, “cada cristiano es un sacerdote”, se basa en la premisa de
que el servicio de cada cristiano es una vocación santa, de Dios, y no
sólo el llamado del sacerdote ordenado. Cada cristiano debe servir
como un trabajador a tiempo completo en el Reino de Dios. Romanos
12:01: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a
Dios, que es vuestro culto racional”. ¿Y qué Reino es este? Es todo
un mundo de servicio cristiano, y no sólo de o en la Iglesia
institucional.
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Hoy día, los protestantes más fundamentalistas han adoptado sin
saberlo la más vieja visión católica de la Iglesia y del Reino. El pastor
bautista Peter Masters de Londres, predicador en el famoso
Tabernáculo Metropolitano fundado por Spurgeon, es uno de los
escritores que nos critica a los del Movimiento de la Reconstrucción
Cristiana (RC). Nos acusa de “despreciar la actitud de los evangélicos
tradicionales que ven a la Iglesia como algo tan completamente
distinto y tan separado del mundo, que no buscan autoridad alguna
sobre los asuntos del mundo”. La posición suya es en pro del
aislamiento cultural de los cristianos. Dice que: “El Reino de Dios es
la Iglesia, tan pequeña como a veces pueda parecer; no es el mundo”.
Definir el Reino de Dios como la Iglesia institucional, es la
tradición católico-romana, y misma que en diversas oportunidades en
la historia ha llevado a la “Eclesiocracia” o gobierno de la Iglesia, o
sea de los clérigos: todo se pone bajo la autoridad de la Iglesia
institucional, que en principio, lo absorbe todo.
¿Quién reina en este mundo?
Pero he aquí que por otra vía, esta misma definición de Iglesia
igual a Reino, también puede llevar al otro extremo: la mentalidad de
ghetto y el aislamiento cultural. Al vaciamiento de la idea de
Cristiandad, pues el Reino se define en angosto, como equivalente la
Iglesia institucional y más nada. La Iglesia institucional hoy día no
está autorizada para controlar al Estado, esto es cierto, pero como “el
Reino es idéntico a la Iglesia”, se dice, aunque esto es falso, entonces
se llega a la conclusión, igualmente falsa, de que el Reino de Dios
nada tiene nada que ver con lo que no sea pura y estrictamente
eclesiástico. Esta es la opinión de nuestro crítico Peter Masters, y de
muchos otros autores influidos por el pietismo.
El pietismo ha separado bruscamente al mundo del Reino de
Dios, al definir “Reino” en sentido muy estrecho: como Iglesia.
Separar Iglesia institucional y mundo es necesario, pero separar el
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Reino de Dios de este mundo, nos lleva a rendir este mundo al Reino
de Satanás. No es una cuestión de “reino terrenal versus no reino
terrenal”; la cuestión es ¿de quién es el reino terrenal, de Dios o de
Satanás?
Negar que el Reino de Dios se extiende a este mundo en la
historia, al aquí y al ahora, es decir, por contrario sentido, que el
dominio de Satanás sobre este mundo es legítimo, al menos hasta que
Jesús venga otra vez. La RC dice: no, no es verdad, el Reino de
Satanás no es legítimo, porque Jesús ya vino una vez, y resucitó, y nos
envió en la Gran Comisión (Mateo 28:18) diciendo “Toda potestad me
ha sido dada, en el cielo, y en la tierra”. Por tanto es deber de los
cristianos contribuir al retroceso del Reino terrenal de Satanás en
cuanto nos sea posible, lo cual es contribuir al adelanto del Reino
terrenal de Cristo.
Lo que dice la RC es que este principio reformado acerca del
Reino de Dios en la historia, se ha ido abandonando por los
protestantes, al menos desde 1660, en menoscabo del Evangelio en
general, y del protestantismo en especial. La RC lo que pide es la
recuperación y puesta en práctica de la más antigua visión protestante
del Reino. Y la RC se ha hecho controversial porque los evangélicos
de hoy no quieren renunciar a su definición estrecha del Reino, y
resienten cualquiera que les proponga adoptar el punto de vista
protestante original. Sus seguidores son totalmente inconscientes del
origen medieval y católico-romano de la enseñanza de sus líderes.
El Reino de Dios
Hay muchas definiciones del Reino de Dios. Me quedo con la
más simple y a la vez más amplia: la Civilización de Dios. Es toda la
Creación: el área total bajo dominio legal del Rey del Cielo. Es toda
el área que cayó bajo el Reino de Satanás en la historia, como
resultado de la rebelión de Adán. Cuando el hombre pecó, todo el
mundo creado cayó bajo la maldición de Dios, según Génesis 3:17-
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19. La maldición llegó hasta donde llegó el reino del pecado: todo lo
que había sido puesto bajo el dominio del hombre; y aún es así. Y las
leyes del Reino se extienden tanto como el pecado: a todas y cada una
de las áreas de la vida humana.
Dios es dueño de todo el mundo: “La tierra y su plenitud es del
Señor, el mundo y los que en él habitan” dice el Salmo 24:1.
Jesucristo, Hijo de Dios, y por tanto heredero legal, posee toda la
tierra. Y la ha dado a su pueblo en locación, para ser desarrollada
progresivamente en el tiempo, tal como se mandó hacerlo a Adán,
como fiel administrador. Lo cual hizo, antes de su Caída, en el mundo
entero bajo su dominio, según Génesis 1:26-28. Y por el triunfo de
Jesús sobre Satanás en el Calvario, Dios ahora trae a juicio a todas y
cada una de las áreas de la vida humana. ¿Cómo? Por la predicación
del Evangelio, que es Su espada de dos filos para juicio, según
Apocalipsis 19:15.
Reforma y Restauración
El Reino es también el escenario completo de la redención.
Jesucristo “redimió” a toda la Creación; es decir, la recompró, la
volvió a comprar, pagando el precio completo por el pecado del
hombre: su muerte en la cruz. Toda la tierra ha sido así judicialmente
redimida; se le ha dado "una nueva oportunidad de vida." El derecho
de ocupación que Satanás ganó con la Caída de Adán, ha sido
revocado; y ahora es Jesucristo, el segundo Adán, quien posee el título
legal perfecto, a Su nombre.
Pero el mundo no ha sido restaurado aun a plenitud en la
historia, ni puede serlo, pues el pecado aún tiene sus efectos entre
nosotros, y los tendrá hasta el Día del Juicio; pero es posible, que la
predicación del Evangelio tenga sus efectos restauradores y sanadores,
no de una sola vez, sino de manera progresiva en el tiempo. Para eso
somos potenciados con el Espíritu Santo de Dios: así tenemos
capacidad los redimidos para extender los principios de la restauración
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y la sanación a todas las zonas bajo nuestra jurisdicción en la vida.
¿Cuáles? Todas: la iglesia, la familia, y el Estado.
Todos los cristianos reconocemos que los principios de Dios
pueden ser empleados para reformar a las personas individuales. Y
que la familia también puede ser sanada, de acuerdo a la Palabra de
Dios. Y que la Iglesia es capaz de ser restaurada, de igual forma. Pero
allí es que muchos se paran en seco. Les hablas de Gobierno y política
y te dicen: “¡Nooo!... nada se puede hacer, el Gobierno y el Estado
son intrínseca y permanentemente satánicos, y es un pérdida de tiempo
trabajar por la recuperación del Estado!”
El movimiento de la RC es el que hace la siguiente pregunta:
“¿Y por qué no?” Pero los pietistas nunca dicen por qué no. Nunca
apuntan a un pasaje de la Biblia que diga que el individuo, la Iglesia y
la familia pueden ser curadas por la Palabra y el Espíritu de Dios, pero
no el Estado, y por qué razón.
Hoy en día, el mensaje distintivo de la RC es que el gobierno
civil, al igual que el gobierno de la familia y el gobierno de la iglesia,
se encuentra bajo la ley de Dios revelada en Su Palabra que es la
Biblia; y por tanto puede ser reformado, aunque no de cualquier forma
sino de acuerdo a lo que establece la Ley de Dios.
Esto significa que Dios ha dado a la comunidad cristiana una
responsabilidad enorme en la historia, mucho mayor que predicar un
Evangelio de salvación y sanación o restauración sólo individual. El
Evangelio que se predica debe aplicarse a todos aquellos ámbitos de
la vida que hayan caído en infracción por el pecado, y que por tanto
hayan sufrido sus efectos letales.
O sea que la Iglesia y los evangelistas deben predicar el
Evangelio bíblico completo de redención integral, para la Creación
entera, no sólo para “ganar almas” en lo personal y nada más. Porque
dondequiera reine el pecado, el Evangelio tiene que estar allí
operativo, transformando y restaurando. Hay una única área en la vida

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humana fuera del alcance del poder restaurador del Espíritu Santo:
aquella que no haya sido afectada por la caída del hombre; o sea:
ninguna en absoluto.
Negando y rechazando la responsabilidad
Millones de cristianos, antes y ahora, niegan y han negado las
obvias implicaciones y conclusiones de una visión del Reino terrenal
de Dios, aunque muy pocos niegan sus premisas teológicas. O sea; les
preguntas: “¿Qué área de la vida de hoy no está bajo los efectos del
pecado?” te dan la respuesta correcta: ninguna. E igual si preguntas:
“¿Y qué área de esta vida de pecado va a estar fuera de la competencia
y justicia de Dios en el Juicio Final?” La misma respuesta: ninguna.
Pero paran en seco a la pregunta: “¿Y qué aspecto de la vida de hoy
está fuera de los poderes y efectos legítimos del Evangelio para
transformar el mal en bien, o la muerte espiritual en vida?” Y la
respuesta correcta es la misma; pero para tenerla, los pietistas deberían
dejar su reticencia pietista al campo de la política.
¿Qué es el pietismo? El pietismo es la predicación de una
salvación limitada: “sólo el alma individual, sólo la familia, sólo la
Iglesia”. El pietismo es el rechazo del poder redentor integral del
Evangelio, del poder transformador del Espíritu Santo, y de la
responsabilidad integral de los cristianos en la historia. Es el rechazo
a los efectos judiciales y políticos del Evangelio en la historia. Y el
problema grave es que en este punto hay una plena coincidencia entre
pietistas y humanistas; una alianza implícita. La RC se opone a esta
alianza; y por eso los pietistas y los humanistas la rechazan.

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3. La abolición de la verdad y la moralidad, por
Francis Schaeffer

El problema básico de los cristianos en este país en los últimos


ochenta años más o menos, en lo que respecta a la sociedad y en lo
que respecta al gobierno, es que han visto las cosas en trozos y piezas
en lugar de los totales.
Se han vuelto gradualmente perturbados sobre la permisividad,
la pornografía, las escuelas públicas, la desintegración de la familia, y
finalmente el aborto. Pero no han visto esto como una totalidad –cada
cosa siendo una parte, un síntoma de un problema mucho más grande.
No han podido ver que todo esto ha ocurrido debido a un cambio en
la cosmovisión –esto es, a través de una transformación fundamental
en la manera general de pensar y ver el mundo y la vida en su conjunto.
Este cambio ha estado lejos de una visión del mundo que era por lo
menos vagamente cristiana en la memoria de la gente (incluso si no
era individualmente cristiana) hacia algo completamente diferente –
una visión del mundo basada en la idea de que la realidad final es una
materia impersonal o energía conformada en su forma actual por azar
impersonal. No han visto que esta visión del mundo ha tomado el lugar
de la que había dominado previamente la cultura europea del norte de
Europa, incluido los Estados Unidos, que era por lo menos cristiana
en la memoria, incluso si los individuos no eran individualmente
cristianos.
Estas dos visiones del mundo se hallan en su totalidad en
completa antítesis la una de la otra en el contenido y en sus resultados
naturales –incluyendo resultados sociológicos y gubernamentales, y
específicamente, en la ley. No es que estas dos visiones del mundo
sean diferentes sólo en la forma en que entienden la naturaleza de la
realidad y la existencia. También producen de manera inevitable
resultados totalmente diferentes. La palabra clave aquí es inevitable.
20
No se trata sólo de que llegaran a traer diferentes resultados, sino que
es absolutamente inevitable que se produzcan resultados diferentes.
¿Por qué los cristianos han sido tan lentos para entender esto?
Hay varias razones, pero la central es una visión defectuosa del
cristianismo. Esto tiene sus raíces en el movimiento pietista bajo el
liderazgo de P.J. Spener en el siglo XVII. El Pietismo comenzó como
una sana protesta contra el formalismo y un cristianismo demasiado
abstracto. Pero tenía una deficiencia: la espiritualidad “platónica”. Fue
platónica en el sentido de que el pietismo hizo una división tajante
entre el mundo “espiritual” y el mundo “material”, a la vez que dio
poca o ninguna importancia al mundo “material”. A la totalidad de la
existencia humana no se le concedió un lugar adecuado. En particular,
se rechazó la dimensión intelectual del cristianismo.
El cristianismo y la espiritualidad fueron encajonadas, aisladas
a una pequeña parte de la vida. La totalidad de la realidad fue ignorada
por el pensamiento pietista. Permítanme decir rápidamente que en
cierto sentido los cristianos deberían ser pietistas, ya que el
cristianismo no es sólo un conjunto de doctrinas, incluso las doctrinas
correctas. Cada doctrina tendrá de alguna manera un efecto sobre
nuestras vidas. Pero el lado pobre del pietismo y su perspectiva
platónica resultante ha sido realmente una tragedia no sólo en las vidas
individuales de muchas personas, sino en nuestra cultura total.
La verdadera espiritualidad abarca toda la realidad. Hay cosas
que la Biblia nos dice como absolutos, como que son pecadores
quienes no se ajusten al carácter de Dios. Pero aparte de esto, el
señorío de Cristo abarca toda la vida y toda la vida por igual. No es
sólo que la verdadera espiritualidad abarca toda la vida, sino que cubre
todas las partes del espectro de la vida misma. En este sentido no hay
nada en relación con la realidad que no sea espiritual.
Relacionado con esto, me parece a mí, es el hecho de que
muchos cristianos no quieren decir lo que quiero decir cuando digo

21
que el Cristianismo es cierto, o la Verdad. Son cristianos y creen en,
digamos, la verdad de la creación, la verdad del nacimiento virginal,
la verdad de los milagros de Cristo, la muerte vicaria de Cristo y su
segunda venida. Pero se detienen allí con estas y otras verdades
individuales.
Cuando digo que el cristianismo es verdad quiero decir que es
fiel a la realidad total, lo total de lo que es, a partir de la realidad
central, la existencia objetiva del Dios personal-infinito. El
cristianismo no es sólo una serie de verdades, sino la Verdad –verdad
sobre toda la realidad. Y sostener intelectualmente esa Verdad –y
después vivir sobre esa Verdad, la Verdad de lo que es, de alguna mala
manera- trae no sólo ciertos resultados personales, sino también
resultados gubernamentales y legales.
Ahora vamos a ir al otro lado –a los que sostienen el concepto
de la realidad final de forma materialista. Ellos vieron la diferencia
completa y total entre las dos posiciones más rápido que los cristianos.
Estaban los Huxley, George Bernard Shaw (1856-1950), y muchos
otros que entendieron hace mucho tiempo que hay dos conceptos
totales de la realidad y que es una realidad total contra la otra y no sólo
un conjunto de diferencias aisladas y separadas. El Manifiesto
Humanista I, publicado en 1933, mostró con claridad cristalina su
comprensión de la totalidad y lo que está involucrado. Fue para
nuestra vergüenza que Julián (1887-1975) y Aldous Huxley (1894-
1963), y los otros como ellos, entendieron mucho antes que los
cristianos que estas dos visiones del mundo son dos conceptos totales
de la realidad que se colocan en antítesis el uno con el otro. Debemos
estar completamente avergonzados de que esto es un hecho.
Ellos entendieron que no sólo había dos conceptos totalmente
diferentes, sino que iban a dar a luz dos conclusiones totalmente
diferentes, tanto para los individuos como para la sociedad. Lo que
debemos entender es que las dos visiones del mundo realmente traen

22
a luz con certeza inevitable no sólo diferencias personales, sino
también diferencias totales en relación con la sociedad, el gobierno y
la ley.
No hay manera de mezclar estas dos cosmovisiones totales. Son
entidades separadas que no pueden ser sintetizadas. Sin embargo, hay
que decir que la teología liberal, en la misma esencia desde su inicio,
es un intento de mezclar las dos. La teología liberal trató de lograr una
mezcla poco después de la Ilustración y ha tratado de sintetizar estos
dos puntos de vista hasta nuestros días. Pero en cada caso, cuando la
suerte está echada, estos teólogos liberales siempre han encallado, tan
naturalmente como un barco que entra en el puerto de origen, del lado
del humanismo no religioso. Lo hacen con certeza porque lo que
realmente es su teología liberal es el humanismo expresado en
términos teológicos, en lugar de términos filosóficos o de otro tipo.
Un ejemplo de este venir de forma natural al lado de los
humanistas no religiosos es el artículo de Charles Hartshorne del 21
de enero 1981, en la revista The Christian Century, páginas 42-45. Su
título es: “En cuanto al aborto, una tentativa de una visión racional”.
Al comienzo, iguala el hecho de que el feto humano esté vivo con el
hecho de que los mosquitos y las bacterias también están vivos. Es
decir, empieza por asumir que la vida humana no es única. Luego
continúa diciendo que, incluso después de que nace, el bebé no es
totalmente humano hasta que se desarrollan sus relaciones sociales
(aunque él dice que el bebé tiene algunas relaciones sociales
primitivas, un feto no nacido no tiene). Su conclusión es: “Sin
embargo, tengo poca simpatía con la idea de que el infanticidio no es
más que otra forma de asesinato. Las personas que ya son
funcionalmente personas en el pleno sentido tienen derechos más
importantes incluso que los bebés”. Luego, lógicamente, da el
siguiente paso: “¿Esta distinción se aplica a la muerte de una persona
senil sin esperanza o a una en un estado de coma permanente? Para

23
mí, sí”. Ningún ateo humanista podría decirlo con mayor claridad. Es
importante en este punto tener en cuenta que muchas de las
denominaciones controladas por la teología liberal han salido,
públicamente y con fuerza, a favor del aborto.
El Dr. Martin E. Marty es uno de los portavoces teológicamente
liberales más respetados. Él es editor asociado de The Christian
Century y profesor distinguido Fairfax M. Cone en la escuela de
divinidades de la Universidad de Chicago. A menudo es citado en la
prensa secular como el portavoz de la “corriente principal” del
cristianismo. En un artículo de Christian Century del 7-14 de enero,
1981 (páginas 13-17 con una adición en la página 31), tiene un tema
titulado: “Queridos republicanos: una carta sobre el humanismo”. En
él confunde con brillantez los términos “ser humano”, el humanismo,
las humanidades y estar “enamorados de la humanidad”. ¿Por qué lo
hace? Como un historiador, él conoce las distinciones de esas
palabras, pero cuando uno se hace con estas páginas, el pobre lector
que no sabe más se queda con la erradicación de la distinción total
entre la posición cristiana y el humanismo. Admiro la inteligencia del
artículo, pero lamento que en ella el Dr. Marty haya descendido al lado
humanista no religioso, al confundir las cuestiones totalmente.
Sería bueno en este punto destacar que no hay que confundir las
cosas tan diferentes que el Dr. Marty confundió. El humanitarismo es
ser amable y servicial a la gente, tratar a las personas humanamente.
Las humanidades son los estudios de la literatura, el arte, la música,
etc., esas cosas que son los productos de la creatividad humana. El
humanismo es la colocación del Hombre en el centro de todas las cosas
y haciéndole la medida de todas las cosas.
Por lo tanto, los cristianos deben ser las más humanitarias de
todas las personas. Y los cristianos, sin duda, deben estar interesados
en las humanidades como el producto de la creatividad humana, que
es posible porque las personas han sido hechas únicamente a la imagen

24
del gran Creador. En este sentido de estar interesados en las
humanidades sería adecuado hablar de un humanista cristiano. Esto es
especialmente así en el uso pasado de ese término. Esto entonces
significa que un cristiano está interesado (como todos deberíamos
estarlo) en el producto de la creatividad de las personas. En este
contexto, por ejemplo, Calvino se podría llamar un humanista
cristiano, porque él conocía las obras del escritor romano Séneca muy
bien. John Milton y muchos otros poetas cristianos también podrían
ser llamados así debido a su conocimiento, no sólo de su propio
tiempo, sino también de la antigüedad.
Pero en contraste con ser humanitario y estar interesados en las
humanidades, los cristianos deben oponerse inalterablemente al falso
y destructivo humanismo, el cual es falso en cuanto a la Biblia e
igualmente falso en cuanto a lo que el Hombre es.
Junto a esto hay que distinguir la “visión humanista del mundo” que
hemos estado hablando de la “Sociedad Humanista”, que produjo los
Manifiestos Humanista I y II (1933 y 1973). La Sociedad Humanista
se compone de un grupo relativamente pequeño de personas (algunos
de los cuales, sin embargo, han sido influyentes –John Dewey, Sir
Julian Huxley, Jacques Monod, B.F. Skinner, etc.). Por el contrario,
la visión del mundo humanista incluye miles de adeptos y hoy controla
el consenso en la sociedad, gran parte de los medios de comunicación,
gran parte de lo que se enseña en nuestras escuelas y gran parte de la
ley arbitraria producida por los distintos departamentos del Gobierno.
El término humanismo utilizado de esta manera más amplia,
más frecuente, significa que el Hombre comienza en sí mismo, sin
conocimiento excepto de lo que él mismo puede descubrir y sin
normas fuera de sí mismo. En este punto de vista el Hombre es la
medida de todas las cosas, tal como lo expresó la Ilustración.

25
En ninguna parte los resultados divergentes de los dos conceptos
totales de la realidad, el judeo-cristiano y la cosmovisión humanista
han estado más abiertos a la observación que en el gobierno y la ley.
Nosotros, los de Europa del Norte (y hay que recordar que los
Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y así
sucesivamente son extensiones del norte de Europa) damos por
sentado nuestro equilibrio de forma-libertad en el gobierno como si
fuera natural. Hay forma en el reconocimiento de las obligaciones en
la sociedad, y hay libertad en el reconocimiento de los derechos del
individuo. Tenemos la forma, tenemos la libertad; hay libertad, hay
forma. Hay un equilibrio aquí que hemos llegado a tomar como algo
natural en el mundo. Pero no es natural en el mundo. Somos
totalmente insensatos si nos fijamos en el largo período de la historia
y al leer las noticias de hoy en la prensa no entendemos que el balance
en el gobierno de forma-libertad que hemos tenido en el norte de
Europa desde la Reforma y en los países que se extienden de ella es
único en el mundo, pasado y presente.
Esto no quiere decir que nadie luchó con estas preguntas antes de la
Reforma, ni que nadie produjo nada que valiera la pena. Se puede
pensar, por ejemplo, del Movimiento Conciliar en la iglesia medieval
tardía y a principios de los parlamentos medievales. Sobre todo hay
que considerar el antiguo Derecho Común Inglés. Y en relación a la
Ley Común (y todo el Derecho Inglés) está Henry De Bracton. Voy a
mencionar más de él en un momento.
Los que sostienen la energía material, el concepto de azar de la
realidad, ya sean marxistas o no marxistas, no sólo no saben la verdad
de la realidad final, Dios, sino que tampoco saben quién es el Hombre.
Su concepto del hombre es lo que el hombre no es, al igual que su
concepto de la realidad final es lo que la realidad final no es. Dado que
su concepto del hombre está equivocado, su concepto de la sociedad

26
y de la ley es erróneo, y no tienen suficiente base ya sea para la
sociedad o la ley.
Han reducido el hombre a menos que su finitud natural al verlo
sólo como un arreglo complejo de moléculas, hecho complejo por el
azar ciego. En lugar de verlo como algo grande, que es significativo
incluso en su pecado, ven al Hombre en su esencia sólo como un
animal intrínsecamente competitivo, que no tiene otro principio básico
de funcionamiento que la selección natural alcanzada por los más
fuertes, los más aptos, y que termina en la parte superior. Y ven al
Hombre actuando de esta manera tanto individual como
colectivamente en sociedad.
Incluso sobre la base de la finitud del Hombre tienen a personas
jurando ante el tribunal en nombre de la humanidad, como algunos
han defendido, diciendo algo como “Comprometemos nuestro honor
delante de toda la humanidad”, lo que sería bastante insuficiente. Pero
reducido a la visión materialista del hombre, es aún menos. Aunque
muchas palabras bonitas se pueden utilizar, en realidad la ley
constituida sobre esta base sólo puede significar la fuerza bruta.
En este contexto, el utilitarismo de Jeremy Bentham (1748-
1842) puede ser y debe ser todo lo que la ley signifique. Y esto debe
conducir inevitablemente a la conclusión de Oliver Wendell Holmes
Jr. (1841-1935): “La vida de la ley no ha sido la lógica: ha sido la
experiencia”5. Es decir, no hay ninguna base para la ley, excepto la
limitada, finita experiencia del hombre. Y sobre todo, con el concepto
darwiniano del Hombre, la supervivencia del más apto (que Holmes
sostuvo) que debe, y lo hará, conducir a la conclusión final de Holmes:
la ley es “el voto mayoritario de una nación que podría barrer a todos
los demás”.
El problema siempre fue, y es, ¿cuál es la base adecuada para
la ley? ¿Cuál es la base adecuada para que la aspiración humana por

27
la libertad puede existir sin la anarquía, y sin embargo, ofrecer una
forma que no se convierta en una tiranía arbitraria?
En contraste con el concepto materialista, el hombre está hecho
en realidad a imagen de Dios y tiene real humanidad. Esta humanidad
ha producido diversos grados de éxito en el gobierno, dando a luz a
gobiernos que eran más que sólo el dominio de la fuerza bruta.
Y los que están en la corriente de la cosmovisión judeocristiana
han tenido algo más. La influencia de la cosmovisión judeocristiana
puede ser tal vez más fácilmente observada en la influencia sobre el
Derecho Británico de Henry De Bracton, un juez inglés que vivió en
el siglo XIII y que escribió De Legibus et Consuetudinibus (1250).
Bracton, en la corriente de la cosmovisión judeocristiana, dijo:

Y que él [el Rey] debe estar bajo la ley aparece claramente en la


analogía de Jesucristo, pues es su vice-regente en la tierra, porque
aunque muchos caminos estaban abiertos a Cristo por Su redención
inefable de la raza humana, la verdadera misericordia de Dios eligió
esta más poderosa manera de destruir las obras del diablo, y así no
quiso usar el poder de la fuerza sino la razón de la justicia.

En otras palabras, Dios, en su poder absoluto, podría haber


aplastado a Satanás en su rebelión con el uso de ese poder suficiente.
Pero debido a su carácter, la justicia se presentó ante el uso del poder
solo. Por lo tanto, Cristo murió para que la justicia, arraigada en lo que
es Dios, fuese la solución. Bracton codificó esto: el ejemplo de Cristo,
por causa de lo que Él es, es nuestro estándar, nuestra regla, nuestra
medida. Por lo tanto, el poder no es primero, sino la justicia es lo
primero en la sociedad y la ley. El príncipe puede tener el poder de
controlar y gobernar, pero no tiene el derecho de hacerlo sin justicia.
Esta fue la base del Derecho Común Inglés. La Carta Magna (1215)
fue escrita dentro de los treinta y cinco años (o menos) de De Legibus

28
de Bracton y en medio del mismo pensamiento universal en Inglaterra
en ese momento.
La Reforma (300 años después de Bracton) refinó y aclaró esto
aún más. Se deshizo de las incrustaciones que se habían añadido a la
cosmovisión judeocristiana y aclaró el punto de autoridad, al hacer
descansar la autoridad en la Escritura en lugar de la iglesia y la
Escritura o el estado y la Escritura. Esto no sólo tenía un significado
en lo que se refiere a la doctrina, sino que aclaró la base de la ley.
Esa base fue la Ley escrita de Dios, rastreada desde el Nuevo
Testamento hasta la Ley escrita de Moisés; y el contenido y la
autoridad de esa Ley escrita tiene sus raíces de nuevo en Aquel que es
la realidad final. Así, ni la iglesia ni el Estado son iguales a, y mucho
menos están por encima de la Ley. La base para la ley no está dividida,
y nadie tiene el derecho de colocar cualquier cosa, incluidos el rey, el
estado o la iglesia, sobre el contenido de la Ley de Dios.
Lo que la Reforma hizo fue retornar más clara y
consistentemente a los orígenes, a la realidad final, Dios; pero
igualmente a la realidad del Hombre –no sólo las necesidades
personales del Hombre (como la salvación), sino también las
necesidades sociales del Hombre.
Lo que hemos tenido durante cuatrocientos años, producidos a
partir de esta claridad, es único en contraste con la situación que ha
existido en el mundo en las formas de gobierno. A algunos de ustedes
se les ha enseñado que las ciudades-estado griegas tenían nuestros
conceptos del gobierno. Simplemente no es cierto. Todo lo que hay
que hacer es leer la República de Platón para atravesar esto con una
fuerza tremenda.
Cuando los hombres de nuestro Departamento de Estado, sobre
todo después de la Segunda Guerra Mundial, fueron por todo el mundo
a tratar de implantar nuestro equilibrio forma-libertad en el gobierno
e inculcarlo sobre culturas cuya filosofía y religión nunca lo habrían

29
producido, en casi todos los casos terminaron en alguna forma de
totalitarismo o autoritarismo.
Los humanistas empujan por la “libertad”, pero al no tener el
consenso cristiano que la contenga, esa “libertad” conducirá al caos o
la esclavitud bajo el estado (o bajo una elite). El humanismo, con su
falta de base final para los valores o el derecho, siempre conduce al
caos. Y, seguidamente, conduce de manera natural a una cierta forma
de autoritarismo para controlar el caos. Después de haber producido
la enfermedad, el humanismo da más del mismo tipo de medicamento
como cura. Con su concepto equivocado de la realidad última, no tiene
ninguna razón intrínseca para interesarse por el individuo, el ser
humano. Su interés natural son los dos colectivos: el estado y la
sociedad.

30
4. La doctrina de los magistrados menores, por
Mathew Trewhella (I)

En el curso de la historia humana, el abuso de la autoridad por


parte de los hombres a través del brazo del Estado no es una ocurrencia
poco frecuente. La civilización occidental ha construido salvaguardias
para ayudar a prevenir esto. Sin embargo, una ciudadanía debe
permanecer vigilante y comprender tanto el propósito y las
limitaciones del Estado.
Si una ciudadanía no conoce el propósito y las limitaciones del
Estado, entonces el gobierno civil puede hacer mal uso del poder
porque la ciudadanía es incapaz de medir cuando está ocurriendo algo
indebido. Para que exista alguna indignación hacia los actos de tiranía
por parte del Estado, uno debe ser capaz de reconocer que la tiranía se
está llevando a cabo.
Aldous Huxley, en su libro, Un mundo feliz, escribió de una
ciudadanía de esclavos a los que les encantaría su esclavitud. Huxley
escribe:

Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el que el


todopoderoso ejecutivo de jefes políticos y su ejército de gerentes
controlen a una población de esclavos que no tienen que ser
forzados, porque aman su servidumbre.

Sin saberlo, los americanos han aceptado el papel de sirvientes


de Huxley durante décadas. Esto se debe en parte al hecho de que la
gente ama la comodidad y tienden a evitar el conflicto. Sin embargo,
la otra parte de la ecuación es que la gente ha perdido la vara con la
que se deben medir los límites del gobierno. Como consecuencia de
ello, nos hemos convertido en esclavos –un pueblo con el gobierno

31
central que actúa más como un Maestro que como un siervo brindando
justicia a las personas.
Cuando vamos a cualquier edificio de un gobierno central, hoy
en día no se puede dejar de notar que se ha convertido en una fortaleza.
La naturaleza fuertemente fortificada del lugar me recuerda algo de lo
que Platón dijo al tirano Dionisio cuando lo vio en las calles de Sicilia,
rodeado de sus numerosos guardaespaldas: “¿Qué daño has hecho que
necesitas tener tantos guardias?”
En un sentido muy real, uno está en lo correcto al decir que
nuestros gobiernos han hecho daño al pueblo americano. Revise las
leyes federales actuales, las políticas y los trámites burocráticos, y no
se puede dejar de ver que se ha causado mucho daño a las instituciones
y tradiciones de nuestros pueblos. Es como si, en el transcurso del
tiempo, hubiésemos sido atacados y saqueados.
En el pasado, en los Estados Unidos, los púlpitos instruyeron a
la gente en los fines, funciones y limitaciones del Estado. Muchos
pastores predicaron todos los años lo que se conocía como los
sermones de “artillería” y “elección”. Estos sermones fueron
predicados de forma rutinaria durante los primeros 100 años de esa
nación. Los clérigos entendieron y enseñaron a sus congregaciones
que la Palabra de Dios se dirigía a todos los asuntos de la vida,
incluyendo los asuntos del gobierno civil.
Hoy, sin embargo, la mayoría de los púlpitos no dicen nada
acerca de la Palabra de Dios cuando se trata de un gobierno civil. De
hecho, la mayoría sólo enseña la obediencia ilimitada al Estado, como
si no existieran limitaciones a la regla del Estado. De forma
predeterminada, se enseña que cualquier cosa que ordene
legislativamente el gobierno civil es la voluntad de Dios.
Este tipo de clérigos estuvo presente cerca de la época de la
Guerra Revolucionaria. El Reverendo William Gordon, de Roxbury,

32
Massachusetts predicó con respecto a tales hombres en 1794, cuando
declaró:

Aunque los partidarios del poder arbitrario censurarán


libremente a ese predicador que habla con audacia a favor de las
libertades del pueblo, van a admirar como una excelencia divina al
pastor cuyo discurso sea todo lo opuesto y enseñe que los
magistrados tienen un derecho divino para hacer el mal, que han de
ser obedecidos de manera implícita; hombres que profesan el
cristianismo, como si la religión del bendito Jesús les obligase a
doblar su cuello ante cualquier tirano.

La autoridad del Estado tiene límites. Los púlpitos de América


en la actualidad necesitan arrepentirse de sus puntos de vista con
respecto a la idolatría estatal. El verdadero cristianismo produce
libertad. Incluso quien odió a Cristo, el filósofo del siglo XVII, David
Hume, tuvo que admitir:

Las chispas preciosas de la libertad fueron encendidas y preservadas


por los puritanos en Inglaterra. Y a eso, a esta secta, cuyos principios
parecen tan frívolos y cuyos hábitos tan ridículos, el inglés le debe
toda la libertad de su Constitución.

Los púlpitos de las iglesias son el medio histórico por el cual las
personas son instruidas, a partir de un fundamento teológico, en los
fines, funciones y limitaciones del Estado. Cuando el punto de vista
de una ciudadanía del Estado se conduce teológicamente, el Estado ya
no puede salirse con la suya haciendo lo que considere en su fantasía.
Esto se debe a una ciudadanía informada, una que reconoce la ley
trascendente, una que es vigilante y no tolerará el abuso o la tiranía.

33
1 de Corintios 7: 23 exhorta: “No se conviertan en esclavos de
los hombres”. Debido a la naturaleza humana, sin embargo, los
hombres tienden a querer ser gobernados y “cuidados”, en lugar de
asumir la responsabilidad y apreciar la libertad. Debido a la naturaleza
humana, la tiranía de vez en cuando levanta su espantosa cabeza.
Debido a la naturaleza humana, los hombres soportan una larga serie
de abusos y usurpaciones.
Sin embargo, los hombres soportan una larga serie de abusos y
usurpaciones sólo hasta cierto punto. Cuando el gobierno civil
continúa asaltando los derechos y libertades de los hombres a través
de leyes inconstitucionales, injustas o inmorales, políticas o decretos
burocráticos, los hombres honrados con el tiempo se cansan de él y
comienzan a tomar una posición. Estos hombres que comienzan a
estar de pie, sin embargo, quieren estar seguros de que sus esfuerzos
son legítimos y adecuados.
Afortunadamente, los fundadores de Estados Unidos
establecieron tres “cajas” bien conocidas por las cuales podemos
preservar la libertad y resistir a la tiranía. Estas son: la urna, la tribuna
del jurado y la caja del cartucho.
La urna ofrece la oportunidad de remover gobernantes injustos
a través del voto.
La tribuna del jurado otorga a los ciudadanos no sólo el derecho
de juzgar los hechos en un caso, sino a juzgar la ley misma. El jurado
puede determinar si está siendo mal aplicada una ley o puede
encontrar una ley injusta o inmoral por completo. El jurado puede
absolver en cada caso, independientemente de lo que dice el juez o las
instrucciones al jurado.
La caja del cartucho se refiere a una ciudadanía armada. Los
fundadores de los Estados Unidos sabían que una ciudadanía armada
no sólo ayuda a repeler una fuerza extranjera invasora, sino que

34
también actúa como un freno contra la tiranía de nuestro propio
gobierno.
Pero una herramienta menos conocida, que los propios
fundadores emplearon, es la doctrina de los magistrados menores. La
doctrina de los magistrados menores es el mejor medio para frenar a
una autoridad superior que ha rechazado sus limitaciones. La doctrina
de los magistrados menores tiene sus raíces en la Escritura y se halla
en toda la historia de la humanidad. La doctrina ofrece una gran
esperanza para una nación de personas que gimen bajo el yugo de la
conducta tiránica por el Estado.

5. La doctrina de los magistrados menores, por


Mathew Trewhella (II)

En el 39 d.C., Publio Petronio, que era gobernador romano de


Siria y Palestina, recibió una orden de su superior, Calígula, el
emperador de Roma. Calígula, que estaba convencido de su propia
divinidad, ordenó a Petronio dirigir la mitad de su ejército e instalar
una imagen de sí mismo en el templo judío en Jerusalén. Petronio tenía
la estatua del emperador hecha en Sidón, y preparó a sus tropas
mientras pasaban el invierno en Tolemaica.
Para los judíos, una estatua del emperador en el templo era una
ofensa grave a su religión. Por lo tanto, enviaron numerosas
delegaciones durante este tiempo para protestar ante el gobernador en
relación con esta ley del emperador. Petronio estaba tan
profundamente movido por el razonamiento de sus protestas que
escribió a Calígula que no iba a cumplir su orden, y suplicó al
emperador que la anulara.
Cuando el emperador Calígula recibió la carta del gobernador
Petronio, se indignó y ordenó a Petronio suicidarse. Poco después, sin
35
embargo, Calígula fue asesinado por sus guardias pretorianos.
Afortunadamente para Petronio, el barco que transportaba la orden
para que se suicidara llegó después del buque que transportaba la
noticia del asesinato del emperador.
La estatua nunca fue colocada en el templo.
Aunque el gobernador Petronio no había sabido que, como tal,
estaba practicando lo que luego los reformadores como Juan Calvino,
Christopher Goodman, y John Knox denominaron la doctrina de los
magistrados menores. Lo llamamos una doctrina porque es una
doctrina cristiana primeramente formalizada por los pastores de
Magdeburgo, Alemania. La palabra magistrado es un viejo término
que se refiere a cualquier en el gobierno civil con autoridad, ya sea
elegido o designado.
La doctrina de los magistrados menores declara que cuando la
autoridad civil superior o más alta hace leyes o decretos
injustos/inmorales, la autoridad civil menor o de inferior clasificación
tiene el derecho y el deber de negarse a obedecer a esa autoridad
superior. Si es necesario, las autoridades menores, incluso, tienen el
derecho y la obligación de resistir activamente a la autoridad superior.
Por ejemplo, si el Congreso, el Presidente, o el Tribunal
Supremo de un país hacen una ley o decreto injusto o inmoral, una
legislatura estatal o un gobernador podrían hacer caso omiso de esa
ley o decreto injusto y negarse a obedecer o ponerlo en práctica. Esos
magistrados menores podrían, de hecho, oponerse activamente a una
ley o decreto de esa naturaleza. Incluso un ayuntamiento o alcaldía
podrían desafiar apropiadamente una ley injusta o un decreto emitido
por una autoridad superior.
Una declaración memorable que sirve como resumen de la
doctrina de los magistrados menores procede de un magistrado
superior. El emperador romano Trajano, al designar a una autoridad
subordinada, le entregó una espada y le dio esta instrucción: “Utiliza

36
esta espada en contra de mis enemigos si doy órdenes justas; pero si
doy órdenes injustas, úsala contra mí”.
Históricamente, esta doctrina se practicaba antes del tiempo de
Cristo y el cristianismo. Pero fueron los hombres cristianos los que la
formalizaron e incrustaron en sus instituciones políticas a lo largo de
la civilización occidental. Por ejemplo, los nobles que estaban en el
campo de Runnymede en Inglaterra para frenar la tiranía del rey Juan
en el año 1215 eran hombres cristianos. Estos magistrados menores
obligaron al rey tirano a firmar un tratado que reconocía ciertos
derechos para con los hombres. La Carta Magna se situó en desafío a
la tiranía y la opresión, y dejó claro que el estado tiene limitaciones y
que todos están sujetos a la ley, incluso los funcionarios del gobierno.
Ese gran documento –la Carta Magna - fue el producto de una cultura
cristiana.
La Carta Magna jugó un papel importante en el proceso
histórico que desembocó en el estado de derecho constitucional en el
mundo de habla inglesa. Ciertas acciones injustas e inmorales del rey
Juan, junto con su tiranía fiscal a través de los impuestos y las tasas,
hizo que los nobles, que funcionaban como magistrados menores,
desafiaran su autoridad jerárquica. El rey Juan firmó ese documento
en el que daba al pueblo de Inglaterra sus más apreciados derechos
sólo por las espadas combinadas de los magistrados menores que se
reunieron para exigir su firma.
Calvino habló de la doctrina de los magistrados menores en su
Institución de la Religión Cristiana. Sorprendentemente, no recurrió a
la Escritura en apoyo a la misma, sino que recurrió a ejemplos
históricos paganos. Sin embargo, otros reformadores dieron el
fundamento bíblico de la doctrina.
John Knox por ejemplo, en 1558 escribió a los nobles de Escocia
en su Apelación más de setenta pasajes de la Escritura para apoyar la
doctrina. Knox insistió en que los nobles, como magistrados menores,

37
eran responsables de proteger a los inocentes y de oponerse a los que
hicieran leyes o decretos injustos.
La enseñanza de los cristianos sobre el magistrado menor, la
soberanía de Dios, el pacto, la naturaleza del hombre, y el gobierno de
la iglesia dio forma a los puntos de vista de la civilización occidental
que dieron a luz a los gobiernos constitucionales.
En lo que se convertirían los Estados Unidos, la doctrina del
magistrado menor tuvo un gran impacto en el pensamiento de los
fundadores, y sobre el pueblo en relación con el gobierno y la ley. Hoy
en día, sin embargo, ni los jueces, ni la gente en Estados Unidos
conocen esta doctrina porque los púlpitos, infectados por el pietismo,
han estado durante mucho tiempo en silencio con respecto a ella.
Si alguna vez las naciones tienen que entender la doctrina del
magistrado menor es ahora. Los ataques a la ley de Dios son feroces e
implacables. El no nacido es asesinado y la sodomía ha proliferado.
Los edictos inmorales e injustos son comunes. El asalto a nuestra
libertad y nuestras libertades parece ser una tarea diaria de quienes
ocupan los altos cargos. Pero una cosa no ha cambiado; el magistrado
menor tiene el deber ante Dios de defender el bien,
independientemente de las nuevas definiciones de “Ley” creadas por
el Estado.
Históricamente, la práctica de la iglesia ha sido que cuando el
Estado ordena lo que Dios prohíbe o prohíbe lo que Dios manda, los
hombres tienen el deber de obedecer a Dios antes que a los hombres.
La Biblia enseña claramente este principio. El magistrado menor está
para aplicar este principio en su cargo de magistrado. Cuando un
decreto injusto es dictado por una autoridad superior, el magistrado
menor debe optar por unirse al juez superior en su rebelión contra
Dios, o ponerse de pie con Dios en oposición al decreto injusto o
inmoral.

38
La doctrina del magistrado menor se basa claramente en la
Escritura y es vista en la historia y se ejerce de forma activa en
nuestros días. En un capítulo posterior, vamos a ver cómo los
magistrados menores están utilizando su autoridad contra la tiranía
central en nuestras naciones hoy en día, así como tratar la necesidad
de nuevas medidas por parte de los magistrados menores con el fin de
controlar a un gobierno central que ha rechazado sus restricciones
constitucionales.
A medida que nuestras naciones siguen hundiéndose en la
rebelión, la inmoralidad y la depravación, la doctrina del magistrado
menor necesita ser explicada, tanto para los propios magistrados como
para el pueblo.

6. El papel del pueblo en la defensa de la


doctrina de los magistrados menores, por
Mathew Trewhella

Protesta es una palabra arcaica que rara vez se utiliza hoy en día.
Pero es exactamente lo que se supone que la gente hace con el fin de
cumplir con su papel en la lucha contra la tiranía. Protestar significa
presentar argumentos fuertes en contra de un acto, medida, o cualquier
curso de procedimientos.
Webster dice que esto se puede hacer en público o privado.
Comenta: “Cuando se dirige a un organismo público, un príncipe o
magistrado, podrá ir acompañada de una petición o súplica por la
eliminación o prevención de algún mal”.
La protesta del pueblo jugó un papel importante en la historia de
Petronio y Calígula. Cuando Petronio decidió pasar el invierno en
Tolemaica antes de marchar sobre Jerusalén en la primavera siguiente,

39
los judíos aprovecharon la oportunidad para venir a protestar delante
de él.
Josefo nos dice que decenas de miles de judíos –hombres,
mujeres y niños- llegaron a Tolemaica para pedir ante el gobernador
Petronio que no erigiera la estatua de Calígula en el templo. Ellos le
informaron que primero morirían antes de conformarse a una
violación tan flagrante de la ley de Dios.
Petronio se enojó con el pueblo (como todos los magistrados
menores tienden a hacer, deseando la ausencia de conflicto) y declaró:
Si, efectivamente, yo mismo fuese emperador, y estuviese en libertad
de seguir mi propia inclinación, y luego hubiese determinado actuar
de este modo, estas, sus palabras, habrían sido justas para mí; pero
ahora César ha enviado a mí, y estoy en la necesidad de estar
subordinado a sus decretos, porque desobedecerlos traería una
destrucción inevitable.
Petronio se mantuvo firme y continuó con la intención de
obedecer la ley y la orden de Calígula. Sin embargo, los judíos
solicitaron más. Terminaron diciendo:

Si debemos someternos a ti, seremos grandemente vituperados por


nuestra cobardía, por mostrar a nosotros mismos la transgresión de
nuestra ley; e incurriremos también en la gran cólera de Dios quien,
siendo en sí mismo juez, es superior a Calígula.

Petronio nuevamente les rechazó, pero él se conmovió tanto por


sus motivos y al ver a decenas de miles de judíos protestando delante
de él, que él mismo se retiró a la ciudad de Tiberíades para examinar
más a fondo lo que debía hacer. Petronio vaciló; no quería tomar
medidas para erigir la estatua, ni marchar hacia el templo.
A continuación, decenas de miles de judíos siguieron a Petronio
a Tiberíades. Ellos protestaron de nuevo la maldad de colocar la

40
estatua en su templo. Ellos le informaron que no estaban en
condiciones de hacer guerra contra Roma, y luego demostraron
poderosamente la pasión de su oposición tendiéndose en el suelo, y
dejando al descubierto el cuello ante Petronio, la oferta de que los
matara allí, diciendo: “Vamos a morir antes de que veamos nuestras
leyes transgredidas”.
Los judíos permanecieron en Tiberíades durante cuarenta días
protestando ante Petronio.
Los judíos también enviaron una delegación de los hombres
principales, incluyendo Aristóbulo, el hermano del rey Agripa, para
reunirse con Petronio de forma privada. Señalaron la determinación
del pueblo y se le pidió a Petronio escribir a Calígula para rescindir su
ley de instalar la estatua.
Petronio se tomó el tiempo para pensar sobre estos asuntos
después de que los judíos se habían marchado. Más tarde se les llamó
de nuevo a Tiberiades.
Cuando llegaron, Petronio había reunido dos legiones de
soldados –12.000 hombres. Los soldados estaban en un lado, y los
judíos se alinearon frente a ellos. Los judíos no sabían si todos iban a
morir, como lo habían sostenido al mostrar sus cuellos en suelo en su
última visita. Petronio replanteó la ley emitida por Calígula. Luego
pasó a informarles que “la orden de Calígula sería, sin demora,
ejecutada sobre los que tenían el coraje de desobedecer lo que había
mandado, y que sería inmediatamente”.
Petronio luego dio un paso entre los soldados y los judíos e hizo
su famoso discurso, en el que dio a conocer su acto de interposición
en nombre de los judíos como magistrado menor.
Concluyó su discurso diciendo:

y que Dios sea su asistente, porque su autoridad está más allá de todo
el artificio y el poder de los hombres; y pueda Él procurar la

41
preservación de sus antiguas leyes, y no sea privado, sin vuestro
consentimiento, de sus honores acostumbrados. Pero si Calígula se
irrita, y opta a la violencia de su furia sobre mí, yo pondré todo el
peligro y la aflicción que puede venir sobre mi cuerpo o mi alma, en
vez de ver a tantos de ustedes perecer mientras ustedes están
actuando de manera tan excelente. Por lo tanto, cada uno de ustedes,
siga su camino sobre sus propias ocupaciones, y vayan al cultivo de
la tierra; yo voy a enviar a Roma, y no me negaré a servirles en todas
las cosas, tanto por mí como por mis amigos.

El impacto que las personas tuvieron sobre el gobernador


Petronio es evidente. Observe que decenas de miles protestaron ante
él. Las personas tienen el deber de protestar la ley injusta o inmoral.
El papel del pueblo en la aplicación de la doctrina del
magistrado menor es de protestar ante el magistrado menor y reunirse
detrás de él cuando toma una posición. Los magistrados menores a
menudo no actuarán hasta que el pueblo se sume a su causa y los
magistrados están seguros de su apoyo.
Fue el propio pueblo quien se interpuso en nombre del Pastor
Tokes en Rumania. Después de que las personas tomaron acción,
muchos magistrados menores se unieron a la revolución, negándose a
obedecer las órdenes de Ceausescu.
Cuando las personas no entienden la importancia de su papel en
ver la doctrina del magistrado menor ejercida, o creen la canción
común de que tienen que tener obediencia ilimitada al gobierno civil,
los resultados son desastrosos.
Un ejemplo de cómo salen las cosas mal cuando las personas no
llegan a reunirse detrás del magistrado menor se ve en lo que sucedió
con el juez Roy Moore, el Juez Presidente del Tribunal Supremo de
Alabama. En agosto de 2001, el juez Moore sostuvo un monumento
de los Diez Mandamientos colocado en la rotonda del edificio judicial

42
del estado. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU)
denunció inmediatamente las acciones del juez Moore diciendo:
“Nuestros tribunales deben hacer cumplir la ley secular, no la ley de
Dios”. Moore fue atacado por el gobierno federal a través de sus
tribunales. Condenaron sus acciones y ordenaron que los Diez
Mandamientos fuesen retirados del edificio.
La gente no se reunió detrás del juez Moore quien estaba
realizando claramente un acto de interposición como magistrado
menor. Por el contrario, la mayoría de las personas, por años de dogma
estatista inculcado a través del sistema educativo y los medios de
comunicación estadounidenses, creyeron que los tribunales tienen la
última palabra y tuvieron que simplemente conformarse y adaptarse a
lo que los tribunales federales dictan. Se sentaron en silencio, o en
realidad, condenaron al juez Moore. Muchos líderes cristianos,
inmersos en la falsa enseñanza de que los cristianos siempre deben
obedecer al gobierno, abandonaron a Moore y hablaron contra él.
Al final, los propios jueces compañeros de la Corte Suprema de
Alabama se volvieron contra Moore, al igual que un sinnúmero de
otros magistrados inferiores. Se le ordenó pagar cientos de miles de
dólares a los abogados ateos y fue removido de su cargo. El presidente
de EE.UU. en el momento, George W. Bush, honró vergonzosamente
al mayor antagonista de Moore, el fiscal general de Alabama, Bill
Pryor, con una judicatura federal.
El juez Moore fue derrotado en su esfuerzo para apuntalar la Ley
de Dios como fundamento de la ley en el estado de Alabama (y toda
la civilización occidental) porque la gente falló rotundamente en
reunirse detrás de un magistrado menor valiente.
Es importante tener en cuenta que el magistrado menor no
necesita la mayoría de la gente para apoyarlo antes de que pueda
actuar. Algunas de las acciones más importantes y necesarias a través
de la historia fueron hechas sin una mayoría. De hecho, la naturaleza

43
humana es tal que la mayoría por lo general sólo tiene un interés en su
propio bienestar y los medios de vida.
En verdad, el magistrado menor no necesita ningún apoyo de
las personas con el fin de actuar. Él puede y debe actuar cuando está
justificado porque él tiene el derecho y el deber ante los ojos de Dios
de hacerlo. Sin embargo, la gente debe (y tiene que) –por su acción o
inacción- jugar un papel de gran importancia cuando se trata de la
eficacia de la interposición de los magistrados menores contra la
tiranía.

44
7. ¿Podemos legislar la moralidad?, por Rousas
Rushdoony

A menudo se dice que no podemos legislar la moralidad. Se nos


dice que es fútil y hasta erróneo promulgar ciertos tipos de leyes
porque es tratar de hacer que las personas sean morales por ley, y esto,
insisten, es imposible. Cuando varios grupos tratan de implementar
reformas, se encuentran con aquello de que «uno no puede legislar la
moralidad».
Tenemos que reconocer que hay algo de verdad en tal
declaración. Si se pudiera lograr que las personas fueran morales por
ley, bastaría con que la junta de supervisores o el Congreso decretaran
que todos los individuos fueran morales. Eso sería salvación por la
ley. Los hombres y las naciones a menudo han recurrido a la salvación
por la ley. Pero solo ha resultado en mayores problemas y caos social.
Podemos entonces estar de acuerdo en que las personas no
pueden salvarse por la ley, pero una cosa es tratar de salvar las
personas por la ley y otra es que haya una legislación moral, o sea,
leyes sobre la moralidad. Decir «No se puede legislar la moralidad»
es una media verdad y hasta una mentira, porque toda legislación tiene
que ver con la moralidad. Cualquier ley en los libros de regulaciones
de cualquier gobierno civil es un ejemplo de moralidad decretada o es
instrumental para la misma. Nuestras leyes son leyes morales que
representan un sistema de moralidad. Las leyes contra el homicidio
involuntario y el asesinato son leyes morales, un eco del mandamiento
«No matarás». Las leyes contra apoderarnos de lo ajeno son
mandamientos contra el robo. Las leyes sobre la difamación y el
libelo, contra el perjurio, establecen el mandato de «No dirás contra
tu prójimo falso testimonio». Las leyes del tráfico son también leyes
morales; sus propósitos son proteger vidas y propiedades; una vez más
reflejan los Diez Mandamientos. Las leyes concernientes a la
45
actuación de la policía y los tribunales tienen también un propósito
moral: proteger la ley y el orden. Cada ley en los libros de leyes tiene
que ver con la moralidad o con los procedimientos para la aplicación
de la ley, y toda ley tiene que ver con la moralidad. Podemos no estar
de acuerdo con la moralidad de una ley, pero no podemos negar el
propósito moral de la misma. La ley tiene que ver con lo correcto y lo
incorrecto; castiga y restringe el mal y protege el bien, y eso es
moralidad. Es imposible tener ley sin tener una moralidad que la
respalde, pues toda ley no es sino moralidad decretada.
Pero hay diferentes tipos de moralidades. La moralidad bíblica
es una cosa, y la moralidad budista, hindú y musulmana son sistemas
morales radicalmente diferentes. Algunas leyes morales prohíben
comer carne porque lo consideran pecado, por ejemplo, el hinduismo;
y otras declaran que matar infieles puede ser una virtud, como en la
moralidad musulmana. Para la moralidad de Platón, ciertos actos de
perversión eran formas nobles de amar, mientras que la Biblia
considera que quienes los practican merecen la pena de muerte.
La cuestión es esta: toda ley es moralidad decretada y presupone
un sistema moral, una ley moral, y toda moralidad presupone una
religión como fundamento. La ley descansa sobre la moralidad, y la
moralidad sobre la religión. En cualquier momento o lugar en que se
debiliten los cimientos religiosos de un país o pueblo, se debilitará
también la moralidad, y se socavarán los cimientos de sus leyes. El
resultado es un colapso progresivo de la ley y el orden, y la
descomposición de la sociedad.
Esto es lo que estamos experimentando hoy. La ley y el orden
se están deteriorando porque los cimientos religiosos, los tribunales y
el pueblo están rechazando los cimientos bíblicos. Nuestro sistema de
leyes ha descansado en cimientos de leyes bíblicas, en la moralidad
bíblica, y ahora estamos cambiando los cimientos bíblicos por

46
cimientos humanistas. Desde los tiempos coloniales hasta la fecha, la
ley norteamericana ha defendido la fe y la moralidad bíblica.
Como han sido bíblicas, nuestras leyes no han tratado de salvar
a las personas por medio de la ley, sino de establecer y mantener ese
sistema de ley y orden que es el que mejor conduce a una sociedad
piadosa.
Hoy en día nuestros decretos, tribunales y legisladores cada vez
más humanistas, nos están dando una nueva moralidad. Nos dicen, a
medida que cancelan leyes que se apoyan en cimientos bíblicos, que
la moralidad no se puede legislar, pero lo que ofrecen no solo legisla
moralidad sino salvación por la ley, y ningún cristiano puede
aceptarlo. A dondequiera que miremos, ya sea con respecto a pobreza,
educación, derechos civiles, derechos humanos, paz y todo lo demás,
vemos leyes promulgadas para salvar al hombre. Creen que estas
leyes van a conducir a una sociedad libre de prejuicios, ignorancia,
enfermedades, pobreza, crímenes, guerras y todo lo demás que
consideramos malo. Estos programas legislativos equivalen a una
cosa: salvación por la ley.
Esto nos lleva a una diferencia determinante entre la ley bíblica
y la ley humanista. Las leyes que se apoyan en la Biblia no tratan de
salvar al hombre ni de iniciar un nuevo mundo audaz, una gran
sociedad, paz mundial, un mundo libre de pobreza, ni ningún otro
ideal. El propósito de la ley bíblica, y de todas las leyes cimentadas en
una fe bíblica, es castigar y frenar el mal, proteger la vida y la
propiedad y que haya justicia para todos. El propósito del estado y la
ley no es cambiar al hombre. Esa es una cuestión espiritual y le
corresponde a la religión. El hombre solo puede cambiar por la gracia
de Dios a través del ministerio de la Biblia. Al hombre no se le puede
cambiar con leyes del gobierno; no se puede decretar que su carácter
cambie. La perversa voluntad o corazón de un hombre se puede
restringir con leyes porque este teme las consecuencias de la

47
desobediencia. Todos aminoramos la velocidad cuando vemos una
patrulla de carretera, y siempre tenemos presente los límites de
velocidad. El hecho de la existencia de la ley y la aplicación estricta
de la misma frenan las inclinaciones pecaminosas. Pero si bien se
puede frenar al hombre con una ley y un orden estricto, no se le puede
cambiar con una ley; no se le puede salvar con una ley. El hombre solo
puede salvarse por la gracia de Dios a través de Jesucristo.
La ley humanista tiene un propósito diferente. Aspira a salvar al
hombre y recomponer la sociedad. Para el humanismo, la salvación es
por la acción del estado. Es el gobierno civil el que regenera al hombre
y la sociedad y coloca al hombre en un paraíso terrenal.
Por eso, para el humanismo la acción social lo es todo. El
hombre debe establecer leyes correctas, porque su salvación depende
de eso. Cualquiera que se oponga al humanista en su plan de salvación
por ley, de salvación por acción del gobierno civil, es por definición
un hombre malo que conspira contra el bien de la sociedad. Hoy la
mayoría de los hombres en el poder son intensamente morales y
religiosos, muy interesados en salvar al hombre mediante la ley. Desde
una perspectiva bíblica, desde una perspectiva cristiana, su programa
es inmoral e impío, pero desde su perspectiva humanista, no solo son
hombres de gran dedicación sino de una seria fe y moralidad
humanista.
Como resultado, hoy nuestro problema básico es que tenemos
dos religiones en conflicto, el humanismo y el cristianismo, cada una
con su propia moralidad y las leyes de esa moralidad. Cuando el
humanista nos dice que «no podemos legislar la moralidad», lo que
quiere decir es que no debemos legislar una moralidad bíblica, porque
quiere legislar una moralidad humanista. La Biblia está religiosamente
prohibida en las escuelas, porque estas tienen otra religión: el
humanismo. Los tribunales no reconocen el cristianismo como el
cimiento del derecho común en la vida norteamericana y el gobierno

48
civil porque ya han establecido el humanismo como el cimiento de la
vida en el país. Porque el humanismo es una religión, aunque no cree
en Dios. No es necesario que una religión crea en Dios para ser una
religión. Es más, la mayoría de las religiones del mundo son
esencialmente humanistas y antiteístas.
Los nuevos Estados Unidos de América que están tomando
forma en derredor nuestro son bien religiosos, pero su religión es el
humanismo, no el cristianismo. Son una nación con intenciones
morales, pero su ética es la nueva moralidad, que para el cristiano no
es más que la vieja inmoralidad. Este Estados Unidos nuevo,
revolucionario humanista, tiene también una mentalidad misionera.
El humanismo cree en la salvación por las obras de la ley; como
resultado estamos tratando como nación de salvar al mundo con leyes.
Con vastas concesiones de dinero y trabajando con ahínco estamos
tratando de salvar a todas las naciones y razas, a toda la Humanidad
de todo problema, en la esperanza de crear un paraíso en la tierra.
Estamos tratando de traer paz a la tierra y buena voluntad entre los
hombres por intervención del estado y las leyes, no por Jesucristo.
Pero San Pablo escribió en Gálatas 2:16: «Sabiendo que el hombre no
es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo,
nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por
la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de
la ley nadie será justificado».
La ley es buena, correcta e importante en su debido lugar, pero
no puede salvar al hombre ni rehacer al hombre ni a la sociedad. La
función básica de la ley es refrenar (Romanos 13:1-4), no regenerar,
y cuando se hace que la función de la ley deje de ser refrenar la maldad
y pase a ser regenerar y reformar al hombre y la sociedad, la ley
empieza a quebrantarse, debido a la increíble carga que se le echa
encima. Hoy, porque se espera demasiado de la ley, cada vez
obtenemos menos resultados de la ley porque se le ha dado un uso

49
indebido. Solo cuando volvemos a tener la Biblia como cimiento de
la ley volvemos a ver justicia y orden bajo la ley. «Si Jehová no
edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Salmo 127:1).

50
8. La política y la educación, por Rousas
Rushdoony

A principios de 1967, durante una manifestación de los


estudiantes de Berkeley contra la posibilidad de que hubiera que pagar
por la matrícula, algunos estudiantes acuñaron una excelente frase:
Dejen la política fuera de la educación. Ya es hora de que demos una
seria consideración a este principio. Tenemos que mantener la política
fuera de la educación. El estado no tiene más derecho a manejar las
escuelas que a manejar las iglesias, ni tiene más base para financiar la
educación que para financiar las iglesias. Lo que se necesita con
urgencia es la desnacionalización de las escuelas, la separación de la
escuela y el estado.
La Educación no es una función del estado, es una función de
los educadores. Un abogado, un barbero, un clérigo, un geólogo
petrolero o un ganadero operan sin los beneficios de subsidio de
ninguna rama del gobierno. Sobreviven porque, primero, se necesitan
sus servicios, y segundo, porque sus servicios son mejores que los de
sus competidores. Los subsidios destruyen la calidad al no permitir
que se pague el precio de haber fallado, ni que por sus errores un
negocio cierre sus puertas. Como el subsidio permite que los fallos
continúen, mantiene viva la incompetencia y la coloca por lo menos
al nivel de la competencia.
Sí, la Educación es necesaria en la sociedad, pero las iglesias
son también muy necesarias, y lo mismo los médicos, los abogados,
los mecánicos y la mayoría de las profesiones y negocios. ¿El que sean
necesarios los hace merecedores de subsidio? Un subsidio es una
forma de nacionalización; también es una manera de capturar.
Cada vez que un gobierno financia algún tipo de actividad, tiene un
derecho legal y moral de controlar esa actividad. Si el estado financia
las iglesias, tiene el derecho de controlarlas. Si financia las escuelas,
51
los institutos y las universidades, tiene el derecho y el deber de
controlarlos.
Sin embargo, algunos dirán que no todo el mundo puede
costearse los estudios. La respuesta es que antes que el estado
comenzara a subvencionar la educación en los Estados Unidos, todos
los niños norteamericanos recibían educación. Los hijos de los pobres
y de los inmigrantes estudiaban con las sociedades misioneras
educativas. Además, es un error pensar que no pagamos por nuestros
estudios cuando el estado los subvenciona. No solo pagamos, sino que
pagamos más. Hace poco se construyeron dos escuelas en una
comunidad para el mismo número de chicos, pero la escuela cristiana
costaba la mitad de lo que costaba la escuela pública y daba una
educación mejor. Se debe añadir que la carga de impuestos para la
educación que pagaba el pobre es mucho más pesada que cualquier
cuota en una escuela cristiana; el pobre paga ese impuesto directa o
indirectamente cada vez que da una vuelta.
La educación que mantiene el estado es una educación
totalitaria. La esencia del totalitarismo es simplemente esta: que dice
que el estado tiene todas las respuestas en la vida, y que casi todas las
esferas de la actividad humana deben estar reguladas por el estado. El
totalitario cree que la educación, la economía, el comercio, la familia,
el bienestar infantil, el bienestar de los ancianos, la medicina, la
ciencia y todo lo demás necesita el control y la mano orientadora del
estado. Hay diferentes tipos de totalitarismo —marxista, democrático,
fascista, fabiano y otros por el estilo—, pero sus diferencias no son
básicas, aunque sí sus similitudes. Algo común a todas las formas de
totalitarismo es el concepto del control estatal de la educación. Desde
el anteproyecto de Platón de un estado comunista al presente, la
planificación totalitaria ha contado mucho con el control de la
educación.

52
El liberalismo cristiano se opone a la política en la educación.
Tampoco está a favor de la iglesia en la educación. La escuela es una
agencia tan libre ante Dios como la iglesia y el estado. Ni la iglesia ni
el estado tienen derecho a controlar al otro, ni a la familia, la
economía, la agricultura, el arte ni ninguna otra esfera de la actividad
humana. Ninguna institución tiene el derecho de ser el dios y guardián
de las demás instituciones de la sociedad. El que una institución afirme
tener este derecho es totalitarismo. La familia no pertenece a la iglesia
ni al estado; cada una responde a Dios por aparte. De igual manera, la
escuela tiene derecho a una existencia libre y separada. Es un campo
independiente, con una función marcadamente distinta de las de la
iglesia y el estado.
La función de la escuela y el maestro es enseñar, educar. Si el
estado o la iglesia controlan la escuela, esta tiene que cumplir con los
propósitos del estado o la iglesia. La propaganda empieza a regir a la
educación. En vez de realizar la función de la escuela o universidad,
el maestro cumple con los propósitos del estado o la iglesia que
ejercen el control. Además, la calidad de la escuela sufre, porque la
escuela entonces subsiste gracias a otra institución, no porque esté
haciendo un buen trabajo.
Una escuela que de verdad tiene éxito es aquella cuyos
propósitos y enseñanzas satisfacen tanto a cierto grupo de personas
que voluntariamente la sostienen, pagan sus matrículas y sienten que
su existencia es tan importante que hay que promoverla.
Bajo el sistema de escuelas libres —sin subsidio— algunas escuelas
enseñarán conforme a la fe cristiana, otras conforme al humanismo,
pero todas dependerán de sus méritos y del respaldo popular para
seguir adelante. Así es como subsisten las iglesias y no nos quedamos
sin ellas. Así subsisten los negocios: satisfaciendo las demandas del
público con un producto superior que de veras se vende.

53
La educación que no es estatal es el movimiento social de mayor
crecimiento en los Estados Unidos. Cada año se establecen más
escuelas cristianas y privadas, y muchas tienen una larga lista de
espera. Estas escuelas no representan solo a las clases más pudientes.
Algunas de las mejores escuelas que he visitado están en pueblos
pequeños, y la mayoría de los niños son de familias obreras, casi todas
de ingresos modestos. Estas escuelas las están estableciendo porque
los padres están demandando una educación que satisfaga sus
requisitos, no los del estado. Hoy entre el 25 y el 30 por ciento de los
niños de todos los grados no están en escuelas públicas, sino en
escuelas privadas, parroquiales y cristianas. El 10 por ciento de todos
los estudiantes de bachillerato están en escuelas que no son estatales.
El porcentaje aumenta rápidamente. Esta es la más importante
revolución social de nuestros días, pero los periódicos apenas la
mencionan. Desde 1950, el ámbito de la educación ha visto un gran
alejamiento de las escuelas estatistas en las escuelas primarias y
superiores, pero pocos están conscientes de esa realidad
revolucionaria. Al ritmo de crecimiento presente, a finales de siglo la
escuela pública habrá desaparecido y las escuelas independientes
habrán tomado su lugar.
La consigna Mantengamos la política fuera de las escuelas es
buena y necesaria. La educación necesita libertad para sobrevivir. Por
demasiado tiempo el mundo académico ha sido refugio para los
inadaptados que se desarrollan en un mundo subsidiado. Hoy en día
el profesor promedio no es un erudito. Está dispuesto a estudiar más
si es necesario para que lo asciendan. Cuando ya está fijo como
profesor, no le interesa seguir estudiando, porque su mundo su mundo
es más un refugio para no aprender que un lugar para aprender. Pocos
profesores están bien capacitados; no tienen suficiente interés en la
enseñanza ni en la erudición para esforzarse en progresar. Karl
Jaspers, un filósofo existencialista y profesor universitario, ha

54
reconocido que la universidad moderna básicamente es anti-
intelectual y hostil a la excelencia. Debido a que es el refugio de
hombres mediocres, dice Jaspers, «Los excelentes son excluidos
instintivamente por miedo a la competencia».
En las ciencias, aunque todos los años se invierten millones en
las escuelas de postgrado y centros de investigación de nuestras
universidades, los resultados son bien pobres. Los principales avances
en las investigaciones provienen de laboratorios privados, de hombres
cuya producción debe ajustarse al mercado. Las ciencias no progresan
más cuando las subsidian, sino cuando tienen la necesidad de competir
para obtener ganancias.
La educación subsidiada es productiva, no con respecto a las
necesidades del mundo en general, sino con relación a las demandas
de los políticos. La escuela se enfoca en las necesidades del estado, no
en las del mundo trabajador. El resultado es una creciente
incompetencia en la educación pública. Mientras más se desarrolla
según los propósitos que dicta el estado, más incompetente se vuelve.
Cuando la política se impone en la educación, la política es la
ganadora y la educación es la perdedora. La educación ha declinado
porque el control de la política sobre ella ha aumentado. La decadencia
es real, porque las escuelas están orientadas hacia la política y no hacia
la educación, y el problema aumentará con más rapidez en los
próximos años.
Las escuelas independientes están ganando terreno con
celeridad porque ofrecen una educación superior. En vez de mejorar
la calidad de la educación que ofrecen, algunos educadores estatales
han expresado la opinión de que el estado debe prohibir o intervenir
las escuelas independientes. Esta es la respuesta totalitaria a los
problemas: prohíbase la competencia. En 1925, en el Caso Oregón, el
Tribunal Supremo de los Estados Unidos determinó: «La teoría
fundamental de la libertad en la cual descansan todos los gobiernos en

55
la Unión excluye cualquier autoridad del estado para estandarizar a
los muchachos forzándolos a recibir instrucción solo de maestros
públicos». En otras palabras, una educación independiente es vital
para la libertad norteamericana. Pero John L. Childs, profesor emérito
de la Escuela Normal de Columbia, cuestionó esta decisión
declarando: «A menos que las prácticas educacionales de la iglesia
que se suponen aprobadas por esa histórica decisión del Tribunal
Supremo se examinen y revisen, el futuro de la escuela ordinaria no
promete mucho». Contra esta actitud debemos insistir con firmeza:
saquemos la política de la educación; apoyemos la separación del
Estado y la escuela.

56
9. El socialismo como guerra social permanente,
por Rousas Rushdoony

El socialismo y el comunismo suponen que su sistema


representa el verdadero orden de las épocas y la solución a los
problemas del hombre. Esta suposición asume que los problemas del
hombre no son espirituales, sino materiales; no el pecado sino el
ambiente. Cambiémosle el ambiente y lo estaremos rehaciendo. La
solución a los problemas del hombre no es la regeneración espiritual
que produce Jesucristo, sino la reorganización de la sociedad en un
estado socialista científico.
Algo esencial en la teoría del socialismo científico es su
concepto de la infalibilidad. Todo sistema ideológico tiene un
concepto de infalibilidad, pero pocos se dignan reconocerlo. Una
suprema, definitiva e inerrante autoridad se inserta en el sistema como
árbitro fundamental y seguro de la verdad o realidad. El Estado
socialista científico ve el socialismo científico como la infalible
verdad de la historia; su aplicación asegura un perfecto orden social.
Si algo falla en un estado socialista científico, no es culpa del
socialismo científico, que por definición es infalible y verdadero, sino
de las personas hostiles, remanentes de la clase capitalista o miembros
traicioneros del partido. Como el estado socialista científico no se
puede acusar a sí mismo, debe librar una guerra civil contra alguna
parte de sí mismo. Así que, primero, la reacción socialista a cualquier
problema es la guerra civil. Cualquiera tiene la culpa, menos el
socialismo.
Los ejemplos son muchos. La Unión Soviética enfrentó una
situación de continuas purgas. Las purgas de la década de 1930 fueron
más dramáticas que las de rutina. Cada crisis en la Unión Soviética
demandó un chivo expiatorio, y se libró una guerra contra algunos
segmentos del partido, la burocracia o las masas.
57
En la China comunista, según un informe del viernes 24 de
marzo de 1967, se desató una gran epidemia, y muchas enfermedades
contagiosas se difundieron por todo el país. La reacción del régimen
comunista a una crisis ya de por sí seria fue amenazar a los médicos
de China con una purga. Los médicos tenían la culpa, declaró Radio
Shanghai, «porque habían ignorado las políticas sanitarias de Mao».
Las consecuencias de esa política, la purga de doctores en un país con
una seria escasez de médicos, agravó la ya precaria situación, pero
cualquier cosa era preferible a reconocer que el socialismo podía
cometer errores y ser una teoría errónea.
En los Estados Unidos, la inflación se debe a que el gobierno
federal se ha apartado de las normas de moneda sólida, de oro a papel,
y también a su endeudamiento o el financiamiento del déficit. En
esencia, el gobierno federal tiene la culpa de la inflación. Pero los
funcionarios federales culpan al sector privado (pues la fuerza laboral
crea inflación al demandar salarios más altos, y los negocios son
inflacionarios porque ponen precios más altos a los productos) y
amenazan con imponer regulaciones de precios y salarios. Las
demandas del capital y la fuerza laboral son, claro, los resultados de
la inflación y las medidas para protegerse contra esta, pero la política
del socialismo en las crisis es achacarle toda la culpa al pueblo y toda
la sabiduría al estado.
En estos y otros casos, la respuesta sigue siendo la misma: el
estado socialista está en guerra con el pueblo. Cada vez que el estado
socialista científico comete un error, el pueblo sufre.
El segundo aspecto de este estado de guerra socialista es que es
una guerra civil perpetua debido a los constantes fracasos. El
socialismo no puede resolver ningún problema que enfrente en la
esfera económica. Como sus premisas son falsas y totalmente
erróneas, sus conclusiones siempre están equivocadas. Pero, como el
socialismo es por definición la respuesta científica a los problemas de

58
la sociedad, no se puede echar la culpa a sí mismo. Por lo tanto, libra
una constante guerra civil como respuesta a un fracaso perpetuo.
Tercero, la consecuencia de este estado de guerra civil perpetuo
es una crisis que se profundiza cada vez más. La propaganda trata de
disfrazarlo. Siempre se nos dijo que la Unión Soviética estaba
progresando económica e industrialmente y que la dictadura se estaba
suavizando, pero la realidad es que iba de una crisis a la otra con una
creciente escasez de alimentos como tributo a la incompetencia. Los
otros socialismos del mundo tienen problemas similares. El pequeño
estado socialista fabiano de Gran Bretaña se hunde cada vez más en
las consecuencias económicas de sus políticas, y otros estados
fabianos enfrentan una creciente crisis monetaria y económica. El
socialismo nunca es la vía de escape del socialismo, y más bien
garantiza un callejón económico sin salida.
Cuarto, este estado perpetuo de guerra civil puede y va a
terminar en la muerte del estado, y quizá también de la civilización.
Es destructor de los recursos públicos y privados del estado; el estado
socialista puede a veces construir monumentos y edificios, pero no
puede perpetuar la vida del orden social; solo puede matar el orden del
cual se apodera o hereda. A menudo se ha visto que cuando una
civilización está moribunda comienza a construir monumentos. Antes
de ese momento, se preocupa más por vivir que por demostrar. Por
tanto, no podemos malinterpretar la predisposición del socialismo a
las construcciones monumentales como una señal de vida. Es una
construcción de mausoleos.
Quinto, la guerra civil perpetua se libra en ciertas formas de
violencia perpetua o represión, y como resultado, el empleo del terror
no solo es aceptado sino que a veces lo justifican y exaltan. Se
defiende el terror y se tiene como necesario para acabar con los
enemigos del pueblo y para evitar la destrucción del estado. Jean-Paul
Sartre, en su Crítica de la razón dialéctica, habla del terror como «los

59
vínculos mismos de la fraternidad». El terror lo convierten en un
principio moral y una inevitable necesidad de la historia. Por eso, el
«terror total» se practica como una inevitable necesidad del socialismo
científico. Una increíble brutalidad, barbarie, salvajismo y
degeneración se convierten en productos del socialismo científico.
Luego entonces, la guerra civil perpetua que el estado socialista
científico libra contra su pueblo es también una forma de guerra total.
Es más radical que la guerra total porque una guerra total normal es
por un período determinado de hostilidades, mientas que la guerra
civil socialista y su guerra total terrorista nunca acaban. Es una
perpetua amenaza contra el pueblo, y en diferente medida se practica
continuamente. Mientras más se acerque el estado a un socialismo
total, más se acercará al terror total y a la guerra civil total. Es este
aspecto del estado de guerra total perpetua lo que ha hecho que
socialistas como George Orwell, autor de 1984, se aparten
horrorizados del socialismo sin creer de veras en otra cosa. Lo de estos
no es conversión, sino aversión al terror.
Tal situación, por supuesto, despoja a los ciudadanos del deseo
de trabajar y el deseo de vivir. La esperanza de escapar o de que
termine el régimen socialista se irá desvaneciendo poco a poco, y se
producirá la mayor disminución de la producción agrícola e industrial.
Este descenso de la productividad crea una gran crisis, y los
líderes socialistas deben darle al pueblo alguna razón para creer que
hay esperanza de un cambio, una disminución del terror y la opresión
socialista. Después de todo, una vaca no va a dar leche si no la
alimentan, y las masas, como ganado humano, recibirán suficiente
forraje para volver a ser productivos. Los sufrimientos anteriores se
achacarán a malos subalternos, y a malos administradores. Stalin, por
ejemplo, culpó a funcionarios menores demasiado ansiosos de
alcanzar un socialismo perfecto de la noche a la mañana. Al hablar de
la colectivización forzosa de las granjas en una declaración en Pravda

60
del 3 de abril de 1930, Stalin señala que era una medida «voluntaria»,
pero que, tristemente, algunos funcionarios estaban empleando
amenazas y presiones. Fue después de esta declaración que millones
murieron de hambre por resistirse a la colectivización, pero Stalin
había negado de antemano toda responsabilidad y había alentado a los
que fueran hostiles a que se pronunciaran. Kruschev también dio
promesas de reblandecimiento, pero luego lanzó una sanguinaria
campaña de terror en Hungría y contra los cristianos.
El propósito de esos breves deshielos y respiros es estratégico:
sirven para dar a la población la esperanza de un cambio. Esto
entonces es solo un sexto aspecto de la guerra civil del socialismo
contra su pueblo. El deshielo produce una desviación de la política
socialista solo con el propósito de reforzar dicha política.
Esto nos lleva sin duda a un séptimo aspecto de la guerra civil
perpetua del socialismo: la verdad es siempre la víctima principal.
Como no hay verdad separada del estado socialista científico,
cualquier artificio, cualquier mentira, cualquier estrategia que
promueva el experimento socialista es válida. La mentira se dice para
engañar a las masas y al enemigo; los pronunciamientos no tienen
como propósito expresar la verdad, sino servir a la dictadura del
proletariado como un arma de guerra. Por eso la semántica es de gran
interés para el socialismo. Hay que emplear el lenguaje; es un arma
formidable. Ciertas palabras tienen un enorme significado para
muchos hombres, y una manera de utilizar la mente de los hombres
contra sí mismos es usar mal las palabras que tienen un significado
especial para ellos. Esperar que el lenguaje tenga el mismo significado
para un socialista que para un cristiano es iluso. Para el socialista, el
lenguaje es un instrumento; es una herramienta de la revolución. En
vez de ser un medio para comunicar una verdad objetiva, el lenguaje
es para ellos un instrumento de poder. Para el estado socialista, el

61
descuidar el uso del lenguaje como instrumento de poder es ser
culpable de albergar sentimientos e ilusiones burgueses.
Luego entonces, la guerra civil perpetua es el curso de acción
que requiere el Estado socialista científico para mantener su
apariencia de infalibilidad. Esta perpetua guerra civil es consecuencia
de su alejamiento de Dios y su socialismo. Es un rumbo suicida,
rumbo que nuestro Señor describió desde la antigüedad cuando
declaró: «El que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me
aborrecen aman la muerte» (Proverbios 8:36).

62
10. El conflicto con la naturaleza y la Ley, por
Guillermo Groen van Prinsterer

Nota del Recopilador: Cuando van Prinsterer habla de la “doctrina


de la libertad”, se refiere a la idea de la libertad autónoma, a la
posibilidad de que el ser humano actúe sin límites y destruya toda
noción de autoridad divina, bien sea que se refleje sobre la familia, la
iglesia o el gobierno civil. Esto solo conducirá a la anarquía. No debe
confundirse con la idea de la libertad como valor, que es la
posibilidad de actuar en el marco de la ley, es decir, de poder hacer
aquello que se quiere siempre que no atente contra la vida, la
propiedad y las libertades de los demás.

La teoría de la Revolución, una vez que ha sido aceptada por


todos, cobra un inmenso poder. Sin embargo, no es todopoderosa. Al
entrar en conflicto con la naturaleza y la historia se enfrenta con
dificultades cada vez más difíciles de remontar o, simplemente,
insuperables. El renunciar a la verdad inmutable no transforma la
verdad en falsedad. Negar a Dios no significa destruirlo; así como el
negar la depravación de la humanidad no significa lograr la perfección
humana. Uno puede denunciar como error y prejuicio el surgimiento
histórico de los estados y el crecimiento orgánico de las sociedades, el
origen sagrado de la ley y de la autoridad, la supremacía de Dios sobre
los gobiernos terrenales, la necesaria relación entre la iglesia y el
estado. Sin embargo, estos continúan siendo los pilares fundamentales
de la ley constitucional universal. De manera que la doctrina de la
revolución siempre permanecerá opuesta a la conciencia del hombre
y a las necesidades reales del hombre, en oposición a la realidad de las
formas de gobierno existentes y de las libertades y de los derechos
adquiridos.
63
¿Cuál es el resultado? Se produce una reacción que se manifiesta
en contra de la Revolución, que modifica su progreso natural y desvía
su curso. El curso de una corriente no sólo depende de la fuerza del
agua que fluye, sino también de las montañas y las rocas que producen
las curvas y recodos. Así como para tener mayor conocimiento de las
plantas y de los animales es necesario conocer el terreno y la
atmósfera; así también, si queremos conocer la historia natural de la
doctrina de la incredulidad, tenemos que observarla en el contexto de
la atmósfera de la realidad, que no puede sino modificarla. En
consecuencia, para poder predecir la acción histórica de la doctrina de
la Revolución a partir de su germen teórico, debemos plantearnos la
siguiente pregunta: ¿cómo se comportará la incredulidad al
confrontarse con la verdad y con la ley? Pero antes una palabra acerca
de la religión, para luego referirme en extenso a la política.
¿Cuál será el resultado de la supremacía de la razón, no en
sentido lógico ni abstracto, sino en relación a la disposición humana?
Una vez que desaparece la fe en el Dios viviente, lo natural es que de
inmediato prevalezca la incredulidad sobre los restos inertes de la
doctrina tan cuidadosamente preservada en los tratados teológicos. A
pesar de los esfuerzos de quienes se gozan en rescatar la mitad de la
verdad, ésta será total y exitosamente exterminada: ¡No más misterios,
no más Cristo, no más Biblia, no más Revelación, no más Dios! Bajo
el rótulo común del “pietismo” se despreciará de igual modo al
cristianismo, al judaísmo y al deísmo (tal como se ha hecho ahora
últimamente en Alemania).
Pero el corazón humano no se puede conformar con esto. Sin
embargo, dada su renuencia e incapacidad de volverse a Dios, el
corazón humano está destinado a hundirse aún más y más en el
abismo, lo cual se da en dos formas distintas.
En primer lugar, tratará de librarse de toda noción relacionada
con lo divino. El hombre, cansado de la interminable batalla de las

64
opiniones y los sistemas y convencido, un tanto por los argumentos
del escepticismo y otro tanto por los sofismas de la irreligión, ya no
busca la verdad. Igualmente insensible a la verdad y al error, se
entrega a los intereses temporales y a los placeres sensuales,
tolerándolo todo, en tanto no interfiera en la prosecución de los bienes
y la paz terrenales. La época del entusiasmo por la incredulidad ya
pasó. No me sería posible terminar si quisiera presentar todos los
pasajes chocantes del Essai sur l’indifférence en matière de religion
de Lamennais, en los cuales describe con tanta elocuencia la
enfermedad de la época, la anestesia del sentido de religión y verdad.
Por eso pudo escribir con propiedad en la primera página: “La época
más decadente no es la época apasionadamente interesada en el error,
sino la época que olvida y desdeña la verdad. Aún hay fuerza, y por lo
tanto esperanza, hay movimiento; pero, ¿qué puede esperar uno
cuando se ha extinguido todo vestigio de movimiento, cuando el pulso
ha cesado de latir, cuando el corazón se ha detenido por enfriamiento?
¿Qué puede esperar uno, sino una inminente e inevitable disolución?”.
Una segunda reacción apunta a la superstición y a la idolatría.
“Hagamos dioses que vayan delante de nosotros”. La gente dice lo
mismo que Voltaire: “Si Dios no existiera, uno tendría que
inventarlo”. Pero, ¿cómo sería esa deidad inventada, ese ídolo no
hecho de madera ni de piedra, sino a partir de la vana imaginación, del
intelecto corto de vista, del corazón corrupto y de las emociones
lujuriosas? Lichtenberg, un astuto estudiante de filosofía de fines del
siglo pasado, afirmó que “el mundo alcanzará tal nivel de sofisticación
que creer en Dios será tan ridículo como creer en los fantasmas”,
agregando en forma muy cáustica: “Vendrá el día en que sólo
creeremos en los fantasmas”. De hecho, en la actualidad, los hombres
en filosofía han llegado así de lejos. Una vez que han negado al Dios
de la Revelación, se inclinan ante los fantasmas de la mente filosófica,
ante innumerables quimeras: ante el misticismo, donde buscan refugio

65
luego del naufragio de su fe; ante el panteísmo, al que Bautain llama
“la verdadera herejía del siglo XIX”; ante la arrogante filosofía de
Hegel, según la cual la deidad es el producto final y la máxima
autoperfección del espíritu autoconformado del mundo. Tal sabiduría
monstruosa será siempre el producto de la ingenuidad humana cuando
se rehúsa a reconocer al Dios que se ha dado a conocer en su doble
revelación, en el ámbito de la naturaleza y en el ámbito de la gracia.
Por eso las palabras del apóstol son doblemente pertinentes: “Pues
habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio
corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios se hicieron necios,
y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de
imagen…” —hoy día esta imagen no está hecha con las manos, sino
que está formada por la corrupta razón, de modo que en la creación de
esta imagen ellos se adoraban a sí mismos “antes que al Creador, el
cual es bendito por los siglos”.
Tal es el resultado final de la teoría de la incredulidad en cuanto
a la religión: la práctica de la religión, al ser contradicha por el
corazón, se disipa en el completo olvido de Dios o en las
representaciones más absurdas de la Deidad. ¿Es que ya no hay
salvación para este hombre que se ha alejado de Dios? Sólo si a Dios
le place iluminar con una gran luz a los hombres que caminan en la
obscuridad. Esto es imposible para los hombres, pero todo es posible
para Dios.
Durante el resto de este tiempo quiero referirme a la política.
¿Cuáles son los resultados de la teoría de la libertad y la igualdad
cuando los hombres tratan de ponerla en práctica? Me gustaría
demostrarles, aparte de la historia presente, y con sólo examinar cómo
se desarrolla la teoría y cómo levanta sus objeciones, que su carrera
consistirá inevitablemente en una secuencia regular de períodos o
fases, siempre con el mismo carácter revolucionario, y en una batalla

66
constante de su principio fundamental en contra de los decretos
inmutables de Dios.
1. Debe haber un periodo de preparación
Debe haber un período de preparación, durante el cual la teoría
de la Revolución gane terreno y se establezca en las mentes de los
hombres como un fait accompli.
No pasará mucho tiempo antes de que se asiente la idea de que
todo estado emana de la asociación de los hombres libres e iguales,
siendo el gobierno su mandatario y la ley la única expresión de su
voluntad soberana. Los hombres asumen estas falacias anárquicas con
un respeto sin límites y las consideran principios eternos. Esta
confesión debe ser vivida. Esta carta de la Humanidad, grabada en las
almas de los hombres por el propio dedo de la naturaleza, debe ser una
Charte-vérité en la formación y la organización de todo estado.
2. La segunda fase: el desarrollo
Luego viene una segunda fase, un tiempo de desarrollo. La
teoría, el señor de los corazones, luego de enseñorearse derivará en la
práctica. ¿Tendrá éxito?
Si vosotros dudáis de su éxito, recordad que, en contraste con la
debilidad de la oposición, la fuerza de la teoría es inmensa. El triunfo
de esta doctrina siempre irá precedido de un período de terrible
decadencia. Las formas de gobierno habrán sido corrompidas y la
verdadera ley constitucional confundida con un deplorable
absolutismo. Se habrán acumulado resentimientos, impulsándose un
cambio urgente, dado que el status quo es francamente insostenible.
Mientras tanto, la nueva doctrina por su misma naturaleza dará paso
al libre reinado de las pasiones, llevando el orgullo a su expresión
máxima, abriendo camino a las expectativas más atractivas para la
codicia y la ambición, y prometiendo libertad, iluminación,
refinamiento cultural y todas las demás bendiciones. En el momento
67
en que suplanta a la Revelación, alcanza la influencia de una nueva
religión de la humanidad, encendiendo en el corazón de sus
confesantes un fanatismo que no se detiene a considerar los medios
para alcanzar sus fines. ¿Creen ustedes que en esta situación los pocos
amigos indecisos de una verdad que ha llegado a ser desconocida,
despreciada y odiosa, quienes abogan por una religión y una ley
constitucional desacreditadas como superstición y tiranía, y quienes
se oponen y son odiados y perseguidos en nombre de la iluminación,
podrán llegar a influenciar de un modo apreciable el progreso de las
ideas o la marcha de los sucesos? En estas condiciones, será muy
difícil ofrecer una resistencia antirrevolucionaria genuina.
Así es como se desencadenará la lucha. ¿Cómo? La simpatía
hacia los principios y la convicción de que serán puestos en práctica
son universales. Pero, ¿de dónde viene la lucha? Del seno mismo de
los revolucionarios, como lo veremos más adelante. Porque la lógica
no es la única guía de la raza humana. No sólo la exactitud o la
inexactitud del razonamiento lógico producen discordia. Las
diferencias se producen incluso donde los hombres construyen sobre
el mismo fundamento.
Hay diferencias en la capacidad de razonar. No todo el que
acepta las premisas está suficientemente entusiasmado para subirse al
tren de la lógica y seguirlo hasta sus últimas consecuencias.
Hay diferencias de intereses. Hasta cierto punto, la aplicación
parece beneficiar a todos, pero un paso más adelante y una persona lo
pierde todo, mientras otra lo gana todo. El conflicto de opiniones es
reforzado por el conflicto de intereses.
Finalmente, hay diferencias de carácter. Una persona
retrocederá ante la confusión y las atrocidades que ve o vislumbra,
mientras que otra considerará esto como una insignificancia en
comparación con el gran fin que se prevee.

68
Está claro, entonces, que la lucha con seguridad no se deriva ni
de la factibilidad ni de la solidez de la teoría, sino de la naturaleza, el
alcance y la pertinencia de la praxis. No habrá una lucha entre
revolucionarios y antirrevolucionarios, sino entre las diferentes partes
dentro del círculo revolucionario. Algunos querrán continuar
incondicionalmente, otros sólo hasta donde sea compatible con su
concepción de la justicia y el orden, el bien de la nación, o sea
compatible con su interés personal. De manera que surgen dos
partidos, acertadamente rotulados le mouvement y la résistance, el
partido progresista y el partido de la resistencia.
La inevitable batalla sólo puede aumentar en intensidad. Los
campeones del progreso, enfrentados a los obstáculos aparecidos
inmediatamente después de los sucesos iniciales, se sentirán todos
obligados a continuar con la aplicación como un remedio para todas
las dificultades. En primer lugar, su meta es la reforma gradual, es
decir, el reavivamiento de lo que asumieron como artículos
fundamentales de la constitución original. Luego se darán cuenta de
que la misma naturaleza de las instituciones constituye un obstáculo;
que el cambio deseado no consiste en poner pedazos de un género
nuevo en una prenda vieja; que el estado y la sociedad no requieren
de una reforma, sino de una revolución. Siguiendo ideas
progresivamente más radicales, los hombres querrán forzar su paso a
través de cualquier obstáculo. Cada vez que se supera un obstáculo se
enfrenta un nuevo obstáculo, transformándose cada decepción en otra
razón para que ellos concluyan que continúan fracasando debido a que
la aplicación aún es incompleta.
Por otra parte, la vehemencia del asalto determinará la violencia
de la resistencia. Lo natural es que con cada avance de la Revolución
haya más gente que se oponga a su aplicación incondicional. Lo que
al principio dañó a unos pocos pronto golpeará a muchos. Poco a poco
se conculcarán más derechos, se pasará a afectar más intereses, se

69
victimizará a más personas, se perpetrarán más infamias. Después de
cada victoria el partido progresista se enfrentará a una multitud más
numerosa que la ya conquistada.
Por un largo tiempo esto irá en favor de los progresistas los
hombres del “movimiento”. Sólo ellos son consistentes, no
demandando sino la aplicación de lo que cada uno ha reconocido con
entusiasmo como la norma. Son fuertes porque están respaldados por
el principio reconocido. Sus oponentes son débiles porque están en un
conflicto patente con lo que profesan. Los gobernantes nominales
serán encauzados, quiéranlo o no, por la senda revolucionaria y, en
cuanto opongan resistencia, ya habrán sido suplantados por otros,
quienes, al hacer el mismo intento, sufrirán el mismo destino. Es una
constante decadencia desde lo malo a lo peor, una proclamación de la
anarquía cada vez más espantosa, no sólo porque una persona una vez
que está suelta halla todos los límites insoportables, sino también
porque la libertad revolucionaria como tal deriva de un principio de
disolución. Al mismo tiempo, y con el objeto de presionar con estas
ideas, se hace continuamente necesario regular el caos, reemplazar la
autoridad con la fuerza; es decir, organizar la anarquía: esto es,
instaurar una dictadura, antes de que su inhumano reino del terror ceda
o perezca.
Finalmente, he aquí otro rasgo distintivo de este período. Dada
la conexión de la religión y la moral con la política, el celo por destruir
la autoridad será acompañado por el ansia de destruir la fe. La
Revolución será animada, entonces, por un espíritu del infierno
cuando persiga a la religión y a la virtud.
3. La tercera fase: la reacción
Tras la fase del desarrollo vendrá una fase de reacción. El
triunfo del “movimiento” no durará para siempre. El torrente que ha
sobrepasado las compuertas y los diques ha de ser detenido en algún
lugar.
70
De hecho, pareciera que el fanático se acerca a su meta, pero
cada paso que da sólo revela con claridad la imposibilidad de
alcanzarla. A cada momento la teoría se torna doblemente rigurosa en
sus demandas, hasta que, por el mismo alcance de sus desastrosos
triunfos, sucumbe ante la reacción de las olas de su propio mar. No
está claro hasta dónde llegará el error sistemático, pero es seguro que
la Revolución será detenida. Tarde o temprano, la simpatía por su
aplicación incondicional decaerá, dado que ésta sólo significa
aflicción. Una minoría pequeña puede mantenerse en el poder por un
largo período, pero llegará el día en que ya no le será posible ir en
contra de las consecuencias de la Revolución, y la fuerza de la
destrucción cederá ante el grito de autopreservación.
¿Cuáles serán los rasgos distintivos del triunfo de la reacción?
¿Repudiará ésta la doctrina revolucionaria, para optar por la ley
constitucional? No existe ni el más mínimo asidero para concebir tan
repentino cambio en sentido inverso. Al contrario, puede que se haya
desacreditado el asalto violento, pero no la doctrina misma. Ésta sigue
siendo, incluso para el partido de la reacción, la sana y verdadera
doctrina, la única fuente de libertad y felicidad. Sólo se da una
diferencia en la aplicación. Según los más radicales, la Revolución no
ha ido lo suficientemente lejos, mientras que los moderados se quejan
de que ya ha llegado demasiado lejos: continuar avanzando se torna
muy peligroso. ¿Qué se debe hacer para salvar al estado? Desde luego
que afirmar que ya se ha alcanzado el punto exacto de desarrollo.
Entonces ya no es necesario avanzar más; ni tampoco retroceder. El
estandarte de la Revolución ha sido izado en el punto decisivo.
Cualquiera que quiera ir más allá es un extremista, un enemigo de la
Revolución.
De esta forma el partido que ha emergido hasta la superficie es
doblemente inconsistente. Porque si la dirección revolucionaria ha
sido tan acertada, ¿quién está calificado para detenerla

71
deliberadamente? Sin embargo, si la reacción se justifica, ¿por qué
permanecer en el error? ¿Por qué no impulsar el retorno? ¿Por qué no
tomar en cuenta las esperanzas, los intereses y los derechos de
aquellos que interiormente intentaron una reacción en términos
similares? Se ha tomado una decisión. ¿Quién dio el permiso para
elegir a nombre de los demás? El punto de detención es claramente
arbitrario. De modo que la reacción está bajo la presión de ambos
sectores, los contrarrevolucionarios y los ultrarrevolucionarios,
quienes invocan los mismos principios profesados por el partido en
turno en el poder. Es durante esta fase, más que en cualquier otro
momento, que el gobierno ha de hacer suyo este lema: Sic volo, sic
jubeo, stet pro ratione voluntas —yo gobierno como quiero, dejad que
mi voluntad reemplace a mi razón.
Por consiguiente, los nuevos hombres en el poder son impelidos,
a pesar de ellos mismos, a tomar las medidas más coercitivas.
Seguramente la facción autodenominada “partido moderado” habla
con mucha seriedad de practicar la moderación y fomenta el orden,
por el cual aboga ofreciendo una generosa cuota de libertad. Así como
el partido del progreso deseaba el orden pero antes que eso la libertad,
los amigos de la reacción desearán la libertad pero antes que eso el
orden. Olvidan que en el terreno revolucionario el orden sólo se puede
asegurar sacrificando la libertad. La fuerza bruta es ahora por lo menos
tan indispensable para los inconsistentes como lo era antes para los
consistentes. Con una carencia total de principios, sólo pueden apelar
a las circunstancias, a la necesidad; pero la experiencia nos enseña que
en esta suprema corte de apelaciones el veredicto varía de una opinión
a la otra. Antes que nada ellos desean estar de acuerdo pero, donde no
hay unanimidad de principios e ideas, allí debe operar de cualquier
modo la unidad por consenso; allí el orden debe originarse en la
conformidad, en la sumisión común de todas las partes al gobierno
existente. Uno se puede imaginar qué capacidad de gobernar se

72
precisa para alcanzar tales objetivos: una política que ya está
condenada ante el tribunal de sus propios dogmas, que sólo busca su
fuerza en los expedientes físicos, que fija sus intereses por sobre sus
principios, que retiene las formas y se vale de las doctrinas que las
vitalizan sólo en tanto le sean útiles, vilipendiando el resto de ellas
como “teorías” inútiles; y, finalmente, que trata de asegurarse frente a
la lógica por medio de la autoestima, frente a las ganancias
deshonestas por medio de la intriga, frente a la agitación por medio de
la diversión, y frente al entusiasmo revolucionario irritante por medio
de la coerción.
Pero, ¿cuál ha de ser el resultado? Seguramente un nuevo
conflicto, un conflicto proporcionalmente tan vehemente como es de
insoportable el contraste entre la teoría y la práctica. Incluso en esta
lucha, la arbitrariedad también aparecerá y prevalecerá. El mismo
horror de un reino del terror, que primero dio lugar a la reacción, lleva
ahora la rendición incondicional ante todas las medidas necesarias
para mantenerlo. Hasta el más mínimo residuo de libertad es
sacrificado para evitar cualquier reaparición de fricción o colisión. Al
igual que en el pasado los hombres se inclinaron por un despotismo
enraizado en la supremacía del pueblo soberano, así ahora los hombres
serán capaces de optar por una autocracia que encadena al pueblo
soberano con el fin de protegerlo frente a una eventual reaparición de
la anarquía.
Me critican, diciendo que he trabajado a partir de las
características de la dictadura de Napoleón. No lo niego. Hace poco
me propuse analizar las semejanzas en detalle. Por mi parte, sólo me
quedaría afirmar que tal dictadura, lejos de ser un fenómeno
accidental, es la continuación por el contrario, de la línea
revolucionaria. Demasiadas libertades populares dan paso a la tiranía.
Podría señalar la historia de Grecia y de Roma, si es necesario.
Ustedes están familiarizados con las espléndidas páginas de La

73
República de Platón, en las que describe la sucesión natural de los
gobiernos. No obstante, esto involucra mucho más. Ninguna anarquía
republicana se compara con la demolición revolucionaria de todo
vínculo social, ninguna tiranía republicana puede compararse con el
reinado revolucionario de la fuerza bruta y, si mi afirmación acerca de
la inminencia de la espantosa coerción es desacreditada como “una
profecía posterior al hecho”, recuerden que el maestro de moda,
Rousseau, profetizó lo siguiente sobre su propia obra: “Este es el gran
problema a resolver por la política: hallar un sistema de gobierno que
sitúe a la política por sobre el hombre. Si no se puede hallar ese
sistema —y confieso honestamente que creo que no se puede— me
parece que debemos irnos al otro extremo y situar al hombre lo más
arriba posible, por sobre la ley, y luego instaurar un despotismo lo más
arbitrario posible. Yo esperaría que el déspota fuera un dios. En
síntesis, no veo mayor diferencia entre la más austera de las
democracias y el más completo hobbesianismo. Porque el conflicto
entre los hombres y las leyes, que enreda al estado en una guerra civil
sin fin, es la peor de todas las condiciones políticas”. De hecho, donde
se ignora el origen divino de la autoridad, no hay opciones intermedias
entre los extremos de la anarquía y de la esclavitud.
4. La cuarta fase: nueva experimentación
La reacción también ha de llegar a su fin. Uno no puede destruir
los principios cuya acción ha intentado suprimir temporalmente.
El gobierno de la reacción, para protegerse, no puede administrar con
justicia. A medida que aumenta la energía de su fuerza coercitiva,
aumenta también la aversión, la amargura, el rencor y el odio violento
y mortal contra él. El soporte del opresor se quebrará.
Al parecer la libertad retorna nuevamente. ¿Será la verdadera
libertad? ¿Se alejarán los hombres de las concepciones erradas que
tanto daño han causado cuando restituyan el estado? ¿Serán los
verdaderos principios de la ley los que guíen al gobierno y al pueblo?
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¡Por supuesto que no! ¿Creen que las épocas de anarquía y despotismo
son especialmente propicias para un estudio serio de las ciencias
políticas? ¿Creen que el solo desastre lleva a las naciones a la
conversión de los corazones, donde yace la mayor fuerza
antirrevolucionaria?
Consideremos sin prejuicios cómo se puede imaginar uno el
estado de la mente pública en el momento de amanecer el nuevo día.
La ley constitucional genuina será ajena para la mayoría de los
hombres, será vilipendiada y, en el mejor de los casos, recibirá una
mención honrosa en el catálogo de las antigüedades. Más aún, la causa
de la Revolución no se deteriorará durante la fase de represión, sino
que saldrá ganando: revivirán el delirio por sus promesas, antes
extinguidas en el tiempo de las atrocidades de la fase de desarrollo.
Pero pongámonos en el lugar de los que quieren erigir el edificio del
estado. Éste será su razonamiento básico: “La teoría es buena. Sólo
ella es consistente con la excelsa dignidad del hombre. Mas sus frutos
son la anarquía y la esclavitud. Pero, ¿cómo es posible esto? ¡Ah!, esto
es lo que nos ha enseñado la amarga experiencia de los horrores que
sufrimos. La aplicación no fue correcta. Hubo exageración y excesos.
El fanatismo y la ambición personal prevalecieron por sobre la
prudencia y el espíritu público. No neguemos la excelencia de la
doctrina sólo porque los hombres se han equivocado. Más bien,
suscribamos con entusiasmo las ideas liberales, pero con una cuota de
precaución que ha sido tan necesaria para ambos extremos.
Procedamos con mente fría, esquivemos con eficacia las rocas de la
anarquía y del despotismo, para que al ritmo de nuestras teorías
alcancemos el cielo, donde nos espera la abundancia de bendiciones”.
Ese es su razonamiento. Pero, ¿qué tipo de obra realizarán?
Resucitarán las viejas formas de un modo que los anime y les infunda
un nuevo espíritu. Recogerán lo que antes se desechó trasplantándolo
desde el abonado terreno histórico al fértil terreno revolucionario. Sin

75
renunciar a la reconciliación de la Revolución con el desarrollo
nacional del pasado y con los venerables recuerdos ancestrales, se
retomará el hilo cortado de la historia, para apropiarse del elemento
histórico, consistente en formas externas y en rótulos tradicionales, y
para ejecutar su política de moderación consistente en la fría
aplicación de sus ideas. Así es como se engañan unos a otros con
meras pretensiones. Porque las realidades de la Revolución sólo le
imponen fantasías a la gente entusiasmada.
Este será un cuarto período, una fase de nueva experimentación.
Sin embargo, este juste milieu, en que se ha confinado la lucha
política, cuanto más sea posible, al ámbito de las instituciones
representativas, tiende hacia una oscilación perpetua, en la cual jamás
se hallará el equilibrio deseado. Tal estado de cosas precisa de una
estabilidad total. El mero maquillaje no satisface las ansias de libertad,
sino que las aumenta; y, frente a este recrudecimiento de las demandas
de libertad, se hace tremendamente necesario reforzar el brazo de la
autoridad. Mientras persistan las ideas de la Revolución, la oposición
se tornará cada vez más temeraria y más ambiciosa, a medida que el
gobierno, inseguro de sus derechos, se vuelva más débil y más
indulgente. Entonces, cuando la situación comience a tornarse grave,
y cuando los recursos legales resulten insuficientes, uno de los lados
se verá forzado a reunir a ciertos medios relacionados con la teoría
revolucionaria: ya sea un coup d’état, garantizado por la urgencia, o
al más sagrado de los deberes populares: la insurrección. De manera
que se encaminan hacia agitaciones que acabarán con la libertad o bien
harán que se derrumbe al tambaleante poder del gobierno. Mientras
más violentas sean esas convulsiones, con más desesperación deseará
el pueblo el fin de la constante inconstancia, esta vez incluso a costa
del ídolo teórico.
5. La quinta fase: resignación desesperanzada

76
¿No es extraño? El entusiasmo que se ha mantenido encendido
durante tanto tiempo finalmente se enfría. Cuando se convoca con
demasiada frecuencia a la gente en nombre de los principios, ésta se
torna suspicaz frente a todo lo que se denomine principio. El
materialismo será el fruto de las sucesivas decepciones en política.
Hoy en día, con el pretexto de ser sabiamente precavidos, de haber
evitado los extremos y de haber logrado finalmente el juste milieu
perfecto, los hombres tampoco tendrán otro plan que preservarlo todo,
sin discriminar entre lo bueno y lo malo; procurarán mantener
ciegamente el status quo, no importando su naturaleza: un sistema
estacionario que teme a todo “movimiento”, o un sistema
conservador que evita cualquier tipo de cambio. El miedo a lo peor y
la necesidad de conservar la tranquilidad harán que se silencie todo
dictado superior y toda aspiración noble. El estado sólo se preocupará
de satisfacer los intereses materiales. En la medida en que las energías
mentales de los hombres se paralicen a causa de la desesperación de
no ser capaces de conjugar la libertad con el orden, o se dediquen
exclusivamente al ganancioso fomento del comercio y de la industria,
será cada vez menos necesario establecer algo superior al mundo
material, para aplacar a uno u otro miserable agitador que todavía
quisiera alcanzar el cielo de la perfección. Las cadenas tendrán que
ser holgadas puesto que el esclavo es dócil.
Así es la quinta fase; en ella dominan la desesperanza por la
libertad y la indiferencia por la justicia. Me abstengo de ofrecer más
caracterizaciones. No quiero que se piense que estoy haciendo
alusiones satíricas acerca de lo que podemos ver sobre nosotros
mismos. Habré logrado mi propósito si he logrado demostrar que,
cualquiera que sea el principio revolucionario que se adopte, uno
puede esperar encontrar allí las fases de preparación, desarrollo,
reacción, experimentación renovada, y resignación desesperanzada.

77
Antes de presentar la secuencia de estas fases a partir de un
análisis histórico, quisiera hacer un breve paréntesis, como una forma
de concluir con esta conferencia, y destacar, ahora que ya hemos visto
los diferentes rasgos de estas fases, cuán similares son en su carácter
y cuán idénticas son en su naturaleza y su temor. Todos los cambios y
las transformaciones del principio revolucionario están unidos por un
hilo común. Creo que el gran punto de semejanza se halla en la
persistencia del despotismo del estado revolucionario.
Ustedes recordarán el Leviatán de Hobbes y El contrato social
de Rousseau. Hay libertad e igualidad, un convenio social, un estado
cuya unidad y cuya fuerza descansan en la omnipotencia de la
voluntad general. ¿Cómo se forma y cómo se conoce esa voluntad? La
buena voluntad de los ciudadanos individuales se canaliza desde abajo
hacia arriba por medio del voto, concentrándose en un punto, a partir
del cual el estado soberano, que encarna la soberanía popular en el
poder legislativo y en el poder ejecutivo impone su autoridad
omnipotente, en el nombre del pueblo, sobre el pueblo, reprimiendo
toda oposición.
Es a partir de este punto que el estado se vuelve omnipotente.
Cualquier otro derecho debe rendirse y someterse a su derecho.
El estado es además indivisible. Las diferencias de las partes que
lo componen son disueltas y mezcladas en un todo. No hay instancia
independiente que esté por sobre el estado. La glorificación del estado
se basa en la “pasividad de sus departamentos” —meros distritos
electorales, meras subdivisiones para facilitar la administración.
El estado lo abarca todo. No hay materia alguna que no
pertenezca al ámbito de la voluntad general, ni tampoco algún asunto
que no sea asunto del gobierno. El estado empuña su cetro incluso
sobre los asuntos de conciencia. La iglesia y la escuela son
instituciones estables. Los ciudadanos pertenecen al estado en cuerpo

78
y alma, y no pueden exigir ningún tipo de independencia, excepto la
que les conceda el estado temporal y condicionalmente.
Por lo tanto, el estado es autocrático. Es el único señor de la
vida y la propiedad. Tal como lo señaló abiertamente Odillon Barrot
a principios de 1830: “La Revolución puede disponer del último
hombre y del último centavo”.
El estado es absoluto. El estado, que da la ley, está por sobre la
ley.
El estado es ateo. La religión es tolerable sólo bajo ciertos
límites, y se le debe proteger en cuanto sea útil e indispensable, pero
el estado mismo no está sujeto a su autoridad. La expresión la loi est
athée, la ley es atea, es el eslogan de la autoridad pública.
Por lo tanto, existe una idolatría con respecto al estado. No sólo
en teoría, sino también en la práctica. Pues, si el estado así lo exige,
incluso hasta lo más sagrado y estimado debe ser sacrificado por el
interés del estado, conocido también como el bien común, el bienestar
de las personas, la felicidad de la nación. ¡El bienestar general es
supremo! Uno debe obedecer a los hombres antes que a Dios; el
derecho a obedecer a Dios permanece íntegro mientras su voluntad no
entre en conflicto con los preceptos del estado.
Tal es la naturaleza del estado revolucionario y de su autoridad.
Vosotros os preguntaréis: ¿Cómo es posible que se proclame a los
cuatro vientos que esta doctrina, que da origen a tantas arbitrariedades,
sea una teoría de la libertad? Porque, ¿qué impide que esta
concentración de poder, esta hegemonía, que se exalta a sí misma por
sobre todo lo que se llama Dios, no sea utilizada con fines opresivos?
¿Qué garantías? Cada apologista de la Revolución se lo dirá. El
sistema en sí es un complejo de garantías. Nótese el origen popular de
todos los poderes, por ejemplo. Después de todo, es de la totalidad de
los ciudadanos que procede el estado; ella es la que ejerce la autoridad
estatal; la que se gobierna a sí misma; su libertad y su autonomía

79
constituyen el principio vital del estado; su buena voluntad constituye
la ley suprema; en tanto que todo poder que quiera usar la influencia
que se le confía para “cercenar” los derechos de la soberanía popular
es fiscalizado por las elecciones, la libertad de prensa y la opinión
pública. Es más, si es necesario, se reprimirá su criminal oposición y
se le castigará.
Estas afirmaciones abundan en sonidos encantadores. Sin
embargo, nótese que la fuerza de todas estas garantías descansa en la
suposición de que de hecho será posible llegar a un consenso y unificar
la voluntad general —una hipótesis que a su vez se basa en dos
premisas muy débiles. La primera es que el hombre por naturaleza es
bueno, de modo que el rompimiento de sus ataduras le permitirá de
inmediato alcanzar el estado de perfección al cual está destinado,
también con respecto a la sociedad política. La segunda es que se
puede delimitar el marco al cual las personas más malévolas se vean
forzadas a conformarse.
Según el célebre Kant, una constitución política debe entrelazar
tan bien los intereses privados con el bienestar de todos que el interés
personal iluminado asegure, “incluso en una sociedad compuesta
totalmente de demonios”, la perfección de orden, la tranquilidad y la
armonía angelical.
Pero, cuando abandonamos el ámbito seductor de las hipótesis
arbitrarias para viajar por el terreno más seguro de la verdad positiva,
de inmediato se hace evidente la imposibilidad de cumplir estas
promesas. Ya sabemos que la forma procede de la esencia y no la
esencia de la forma, de manera que incluso la mejor de las formas
políticas depende siempre de los principios que la activan y la animan.
Los hombres hablan de la soberanía popular. Pero, ¿qué es lo que
resulta de ella? Se invierte el orden existente, se pisotea el derecho, se
desmantela la sociedad, se crea una maquinaria de estado con un
aparejo de tubos y embudos para encauzar la voluntad general hacia

80
arriba en el centro. Pero esto no se hace con una convicción unánime,
sino que es forzado por el poder superior y la fuerza bruta. Lo primero
que hay que hacer bajo la presión del movimiento es ir tras aquellos
que reclaman ser los voceros, los defensores y los ejecutores de la
voluntad general De este modo se revertirá rápidamente la situación.
Nadie tiene ningún tipo de derecho frente al derecho que emana de
todos. La soberanía del pueblo reside por turnos con la fracción que
detenta el poder para ponerse por sobre el pueblo soberano. El
gobierno no inquiere, sino que anuncia cuál es la voluntad general.
Esa voluntad, en vez de ser comunicada hacia arriba en el centro, es
dispensada desde arriba hacia abajo. El poder centralizado, en vez de
ser el órgano de la libertad, es una gran reja de acero sobre toda la
población, una red de mil hebras que alcanza a todos los ciudadanos,
para hacer trotar y danzar a cada miembro honorable de la sociedad
en el gran baile de marionetas al ritmo del gobierno central. El pueblo
tiene comisionados, es cierto; pero estos mandatarios, bajo el ambiguo
nombre de representantes, proceden como si se les hubiera traspasado
la soberanía —la propiedad a los mayordomos. Así actúa cada partido
que controla la legislatura, cada gobernante que suprime el poder
legislativo, cada déspota que saca ventajas de los conflictos de la
administración y del anhelo de orden para apoderarse del poder
supremo. Todos se consideran autorizados y obligados a hacerlo en
virtud de la presión de las circunstancias, en nombre de la
preservación del principio revolucionario, o para acabar con la
confusión existente.
Ese es el fruto fragante y nutritivo que crece en el árbol de la
libertad. Pero permítanme que discuta esta materia tan importante para
la propia comprensión y apreciación de nuestro tiempo, destacando
con mayor énfasis este despotismo de la doctrina de la libertad, este
absolutismo de estado, bajo los siguientes encabezados:

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a. Destruye la libertad civil.
b. Destruye la libertad política.
c. No conoce límites.
d. Es contrario a los intereses del país y de la nación.
e. Es indestructible en tanto no se erradique la doctrina de la
Revolución.

a. Destruye la libertad civil


El estado revolucionario destruye la libertad civil por derecho
propio, a causa del principio aceptado.
La asociación civil misma, por el hecho de haberse formado en
la filosofía falsa, pasa a ser su tumba. El estado adquiere un dominio
incondicional sobre todo hombre. Todo lo que él posee es un
préstamo; la vida y la propiedad pasan a ser una concesión
condicional. Puede haber goce de libertad, pero no existe el derecho a
la libertad. Puede que al amo le plazca alivianar el peso de las cadenas,
pero sigue habiendo una condición legalizada de esclavitud.
Para ver claramente cuán inherente es a la teoría liberal la
destrucción de la libertad, os invito a revisar brevemente la
proclamación que resume los principales principios de todas las
políticas revolucionarias, aquel compendio y catecismo de la
Ilustración, la Declaración de los Derechos del Hombre y los
Ciudadanos. Quiero que se fijen en cada artículo de esta ley
fundamental de las leyes fundamentales; la fuerza de cada promesa
está viciada por la sola forma en que se formuló. El perspicaz
publicista genovés Etienne Dumont hablará por mí. Éste es un hombre
que estuvo muy familiarizado con la Revolución Francesa. Él os
demostrará a vosotros, con respecto a la igualdad, la libertad, la
propiedad, la libertad de prensa, y la libertad de religión, cómo la
Declaración, en la declaración misma de cada derecho, eliminó la
fuerza y la importancia del derecho en cuestión.

82
Igualdad. —“Las diferencias sociales sólo se pueden basar en
el provecho general. —Este es un paso atrás, una retractación
fraudulenta. Los legisladores estaban vagamente conscientes de que
habían establecido la igualdad en toda su plenitud. ¿Qué están
haciendo ahora? Empiezan a hablar de ‘distinciones sociales’,
olvidando que habían abolido todas las distinciones”.
Libertad. —“Los límites del goce de los derechos naturales sólo
pueden ser determinados por la ley” —. ¡Límites! Hubo un momento
en que estos derechos eran ilimitados e irrevocables. Vosotros me
habláis de una libertad que fue mi derecho natural, y ahora me decís
que sólo la ley puede regular mi goce de ella. Me habéis dado
demasiado, y ahora me quitáis demasiado. Empezasteis estableciendo
mi independencia absoluta, y ahora me hacéis volver a una
dependencia total”.
Propiedad. —“Por ser un derecho sagrado e inviolable, nadie
puede ser privado de su propiedad, excepto los casos en que la
necesidad pública… claramente lo requiera. Está claro que en tales
casos es más un asunto de conveniencia que de necesidad”.
Libertad de prensa. —“Todo ciudadano tiene derecho a hablar,
escribir, y publicar libremente, sujeto a su responsabilidad por el mal
uso de esta libertad. ¿Qué entendéis vosotros por ‘mal uso de la
libertad’? Eso es lo que precisamente hay que redefinir. Hasta que se
haga, yo no sé qué es lo que se me garantiza. Vosotros ni siquiera os
conocéis a vosotros mismos. Cualquier ejercicio de libertad que
desagrade a los que están en el poder será un mal uso ante sus ojos.
¿Qué seguridad ofrecéis, entonces, a la nación contra futuros
legisladores? Vosotros decís: aquí hay un límite que no pueden
traspasar, pero al mismo tiempo declaráis que es tarea de ellos fijar los
límites”.
Libertad religiosa. —“Nadie puede ser molestado a causa de sus
opiniones, incluyendo las religiosas, en tanto que la manifestación de

83
ellas no perturbe el orden público como lo establece la ley. —Lo que
aquí se concede no es concedido sino bajo una condición que puede
continuamente anularlo. ‘Perturbar el orden público’—. ¿Qué
significa eso? Luis XIV no habría dudado en admitir una cláusula con
tal redacción en su código. Durante su reinado la ley prohibió
estrictamente el ejercicio de cualquier otra aparte de la suya, y
prohibió la publicación de cualquier escrito que favoreciera a la
religión protestante. ¿Podría haber uno violado la ley sin ‘perturbar el
orden público’?”.
Ese es el destino de los “derechos sagrados, inviolables e
imprescriptibles”. Supuestamente más allá del alcance del gobierno,
son el juguete de cada régimen que esté en el poder. Lo que se da con
una mano, se quita con la otra. Las libertades son exhibidas, pero no
conferidas. Se permite todo, con una restricción fatal: todo hasta
donde al estado, el déspota colectivo, le plazca otorgar. No quisiera
que se me malentienda. No me ofende la restricción a los derechos;
ello es inherente a todo derecho. Lo que me molesta es que los
derechos, que solían estar circunscritos y confirmados por las
inmutables leyes y ordenanzas de Dios, ahora dependan de la buena
voluntad del estado; es decir, de la voluntad de los cambiantes
hombres, y por tal razón estén destinados por definición a perecer. El
estado revolucionario otorga la libertad hasta donde sea posible, útil,
o deseable; hasta donde lo permitan los intereses del estado; hasta
donde se considere compatible con las circunstancias; hasta donde
haya concordancia con los intereses y las demandas y los deseos y los
caprichos y los antojos de los que están sobre ustedes. La promesa es
libertad, libertad total, libertad sin restricciones, y al final no hay
libertad sin restricciones, sino restricciones sin restricciones. Ahí está
la libertad perfecta, con una restricción, sólo una; pero una restricción
que revoca todo lo prometido. La libertad perfecta, sujeta a la perfecta
esclavitud.

84
Autores como Benjamin Constant y Guizot, han buscado una
promesa en la “doctrina del individualismo”, argumentando que hay
derechos de tanto peso, tan sagrados y tan íntimamente ligados con la
naturaleza y el destino del hombre, que deben ser extraídos o
apartados del poder supremo del estado. Totalmente de acuerdo; pero
desafortunadamente no han dicho cómo es posible arrancar esos
derechos al estado una vez que éste se ha apoderado de ellos.
Cualquier recurso es vano frente a la necesaria relación entre
consecuencia y principio. Sólo el corazón y la conciencia están fuera
del alcance del estado; y todo argumento sobre la justicia y la
inviolabilidad de los derechos y las libertades encallará en la simple
proposición de Rousseau por la que el estado revolucionario carece de
toda estabilidad o existencia pacífica; a saber, que hubo una ocasión
en que se produjo la total alienación de los ciudadanos al estado.
Los liberales se ufanan como si esta doctrina del individualismo
hubiera introducido una modificación significativa en el sistema. “Se
contrapusieron los derechos del individuo, a menudo sacrificados por
la sociedad, con los derechos del hombre, a los cuales se invocó en la
antigüedad para atacar la corona. La más profunda de las doctrinas
del individualismo llegó a ser la base de la nueva política racional.
En un sentido, el individuo se transformó en la célula viviente de la
sociedad civil, obedeciendo las leyes que ésta le ha impuesto, pero sin
reconocer a ninguna de ellas como absoluta, excepto las que considera
justas; y sometiéndose a toda autoridad soberana, pero sin aceptar a
ninguna de ellas como legítima, salvo la razón”. Pero Lamennais
responde: “En tanto las autoridades humanas mantengan la resistencia
privada bajo control, los individuos están ciertamente obligados a
someterse a las leyes y a las soberanías establecidas. Pero el punto
central es si existe una soberanía que tenga el derecho de exigir
obediencia.

85
Porque, según la filosofía de la época, no existe soberanía
legítima alguna, salvo la de la razón. Luego, dado que esta filosofía
no reconoce otra soberanía que la de la razón, y por lo tanto otra
soberanía que la individual, cada uno es, entonces, su propio soberano,
en el sentido absoluto del término. Su razón es su ley; su verdad, su
justicia. Cuando se le impone un deber que él no se ha impuesto por
su propia mente y voluntad, se está violando el más sagrado de sus
derechos, el que sintetiza a todos los demás; se comete un crimen de
lesa majestad. Por lo tanto, ninguna legislación ni autoridad es factible
y, en consecuencia, la misma doctrina que produce la anarquía de las
mentes produce también una anarquía política sin remedio,
subvirtiendo así a la sociedad humana en sus fundamentos”.
La separación de poderes tampoco constituye una garantía de
libertad contra el arma mortal de la omnicompetente soberanía
popular. La libertad será destruida por cualquier forma de principio
revolucionario que detente el poder. Estoy de acuerdo con Benjamin
Constant cuando afirma: “Donde se establezca que la soberanía
popular es ilimitada se estará inyectando un grado de poder a la
sociedad que, como tal, será demasiado grande y siempre será un mal,
sea que se le confíe a la monarquía, a la aristocracia, a la democracia,
a un sistema mixto o al sistema representativo. Lo que fallará será el
grado de poder, no su depositario. Ninguna organización política
podrá remover el peligro. La separación de poderes es inútil: si la
suma de los poderes es ilimitada, estos poderes sólo tienen que formar
una coalición para que el despotismo sea inevitable. No basta con que
los agentes del ejecutivo precisen de la autorización del legislativo; lo
que se precisa es que el legislativo no pueda autorizar su acción,
excepto dentro de su legítima esfera de competencia. Es decir, que el
ejecutivo no obtenga autorización para actuar, a menos que esté
habilitado por una ley, si es que no hay limitantes establecidas para
los creadores de la ley”.

86
b. Destruye la libertad política
¿Se compensará la pérdida de la libertad civil con una ganancia
de libertad política?
Dudo que tal compensación sea adecuada o factible. Yo creo
que es preferible un estado que asegure las libertades civiles, antes que
una situación que abunde en derechos políticos, mientras que no se
permite vivir libre en los demás ámbitos. Pero, dejando a un lado los
valores relativos examinemos con más detalle el valor de esta libertad
política.
Todo ciudadano es un corregente, parte integral de la soberanía
popular. Éste es un gran honor pero, cada vez que uno pertenece a la
minoría, los privilegios son modestos. Éste es un tipo extraño de
libertad, que consiste en someterse al despotismo de la mayoría. Por
otra parte, esto es inevitable. La voluntad general no es la voluntad de
todos. Es inconcebible que haya un consenso perfecto y permanente.
El motor del gobierno será la voluntad de la mayoría. ¿Será esto un
motivo de satisfacción y una garantía de felicidad para la mayoría?
Benjamin Constant nuevamente tiene la razón cuando afirma: “El
consentimiento de la mayoría por ningún motivo es suficiente para
legitimar sus acciones: hay acciones que nada puede sancionar.
Cuando un gobierno realiza tales acciones, importa poco la fuente que
invoque para legitimar su autoridad, o si tal fuente es un individuo o
una nación. Si consiste en toda la nación menos el ciudadano
oprimido, ya no será legítima”.
Pero yo voy más lejos, y pregunto: ¿Está la mayoría siempre, o
por lo general, en posesión de la autoridad que, según la concepción
revolucionaria, legítimamente le pertenece? No totalmente. Hay más
de una disputa entre los dos partidos mayoritarios, el radical y el
progresista moderado, toda vez que cada partido está dividido en
segmentos, en diferentes corrientes de opinión y propósito. La
población está tan dividida por sus convicciones políticas que, cuando
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se ventilan todas las opiniones, es imposible lograr una mayoría. Se
producirá una anarquía de minorías, idéntica a la incapacidad de
formular un punto de vista común, que últimamente han exhibido
muchos cuerpos representativos. Porque en cada asunto diario hay una
minoría que somete a las demás minorías a su dominio físico o moral.
Tales minorías forman, a veces, una vasta mayoría al asociarse. Por lo
tanto, siempre es un segmento, una facción, un grupo, un individuo
poderoso, un “hombre fuerte” quien reemplaza a la soberanía popular.
A pesar de los cambios de gobiernos y gobernantes, la soberanía
misma (la gente, cuya libertad e independencia se dicen objetivas)
estará permanentemente coartada por los dos lazos de la brida: las
constituciones revolucionarias y los gobiernos revolucionarios.
c. No conoce límites
Este despotismo no conoce límites.
En el viejo orden, el poder supremo estaba limitado por las
corporaciones y los estados, por la limitación de sus propios recursos;
a la larga, por la imposibilidad de exigir excesivos sacrificios a los
súbditos. En el estado revolucionario todas estas restricciones se
desvanecen. Tocqueville señaló que “hemos destruido los poderes
independientes, cada uno de los cuales ha luchado contra la tiranía, y
es el gobierno el que ha heredado todas las prerrogativas arrebatadas
a las familias, las corporaciones y la personas individuales”. La
verdadera resistencia se acabó. La mayoría de las veces, hasta los
regímenes más inestables, débiles y de corta vida, no importando
cuánto tiempo llevan en pie, poseen una fuerza incalculable, como
resultado de la destrucción de la estructura histórica de la sociedad.
Todo lo que ayer, por su prominencia o estabilidad, proveía un punto
de apoyo y equilibrio para la debida defensa de los derechos y las
libertades, ha sido totalmente rasgado o talado hasta el suelo.
A diferencia del poder legítimo, el estado revolucionario tiene
una gran cantidad de medios a la mano. Después de todo, dispone de
88
todo el pueblo, las personas y la propiedad. El estado está
centralizado; se concentra en el gobierno, quienquiera que esté en el
poder. Un gobierno revolucionario puede afirmar con propiedad:
L’Etat c’est moi, puesto que a quienes estén al alcance de su poder no
se les reconocerá ningún estatus independiente, o derecho, o libertad,
o su propia voluntad.
d. Es contrario a los intereses del país y de la nación
Este despotismo es contrario a todos los intereses del país y de
la nación.
Ciertamente, si la doctrina de la Revolución posee una fuente de
la abundancia, de la cual emana una plenitud de promesas, es una que
engendra una plenitud de decepciones y desastres. La promesa
siempre está en el primer plano pero su cumplimiento
angustiosamente lejos. Nunca hubo tanta opresión y tanta
persecución, sino desde que la libertad y la tolerancia están a la orden
del día. Las palabras nación y país se usan a diario. Pero, ¿qué es lo
que se entiende por nación o por país, cuando se han destruido los
vínculos creados entre los ancestros y los descendientes por la historia,
la religión, la moral, las costumbres y los principios comunes? No
sirve de nada el calificar como “patrióticos” o “nacionales” los
principios revolucionarios, los intereses revolucionarios, las libertades
revolucionarias y el espíritu público revolucionario. Se hablará de
iluminación nacional cuando la religión se repliegue hacia el fondo, el
crepúsculo ensombrezca las mentes, y la oscuridad los corazones.
Sólo de nombre se reconocerá al pueblo como el verdadero soberano,
y del mismo modo se le rendirá homenaje a la opinión pública, la voz
del pueblo, el clamor del pueblo. Considerando lo anterior, ¿qué es
entonces la nación, ahora que se ha desintegrado la sociedad? Cierto
número de almas. ¿Qué es el país? Cierta cantidad de metros
cuadrados. ¿Y qué es entonces el estado? Es el pays légal, el estrecho
círculo de aquellos que tienen el voto. El derecho al voto es la base de
89
sustento de la sociedad burguesa y, ahora que han desaparecido las
relaciones supremas, su único cemento es el dinero. La población se
dividirá en votantes y no votantes, ricos y pobres, acomodados y
proletarios. La sola apelación a “las masas” será señal de un arrogante
desprecio. Aun cuando el término no es incorrecto: los rangos y las
clases constituyen la estructura básica de la sociedad; y si esto se
trastoca, ¿qué más queda, sino una masa sin vida, una tropa de
pagadores de impuestos y conscriptos a disposición del gobierno?
Desde luego que aquí también se debe afirmar que la teoría
revolucionaria es una poderosa tentadora cuando lisonjea con sus
labios: “Camino al Seol es su casa, que conduce a las cámaras de la
muerte”.
e. Es indestructible en tanto no se erradique la doctrina de la
Revolución
Finalmente, este despotismo es indestructible, dado que no hay
un retorno a la supremacía de Dios, sólo en la cual se halla la garantía
de la libertad.
La Revolución precisa de un ordenamiento despótico para evitar
la anarquía. Los defensores de la doctrina de la revolución sostienen
que la fuerza y la coacción son indispensables, ya sea para acelerar,
moderar o detener el progreso de la Revolución. El ordenamiento
despótico es temporal, provisional, sólo por un período de transición,
hasta que la teoría funcione plenamente, hasta que... Pero, como no es
posible que funcione plenamente, se concluye que el momento para
un ordenamiento más regular deberá esperar hasta “mañana”. Pero el
mañana nunca llegará, el feliz momento nunca llegará, y el despotismo
“provisional” se hará permanente. Puede haber muchas revoluciones
políticas: traspasos de autoridad, ascensos al poder, modificaciones
formales. Mas una revolución social requiere de una restauración
social, lo que es impensable, a menos que se parta reconociendo la
soberanía de Dios.
90
He aquí un ejemplo de lo que se puede deducir, a partir del
análisis teórico de la doctrina de la Revolución, con el fin de describir
sus consecuencias. Si lo he logrado por medio de esta conferencia,
ahora sólo resta confirmar la demostración lógica. Esto será más
sencillo, puesto que ya se demostró lo que seguramente sucederá, y
lo que de hecho ya ha sucedido.

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Lista de obras utilizadas para este material:
1. Entrega incondicional, por Gary North, de su libro Entrega
incondicional
2. La naturaleza del Reino de Dios, por Gary North, de su libro Manual
de Reconstrucción Cristiana
3. La abolición de la verdad y la moralidad, por Francis Schaeffer, de
su libro Manifiesto Cristiano
4,5 La doctrina de los magistrados menores; 6. El papel del pueblo en
la defensa de la doctrina de los magistrados menores, por Mathew
Trewhella, de su libro La Doctrina de los magistrados menores
7. ¿Podemos legislar la moralidad?; 8. La política y la educación; 9.
El socialismo como guerra social permanente, por Rousas Rushdoony,
de su libro Libertad y Ley
10. El conflicto con la naturaleza y la Ley, por Guillermo Groen van
Prinsterer, de su libro Incredulidad y Revolución.

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problemas que aquejan
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general hoy en día y
cómo darles solución.

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