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Caroline Linden - Scandalous 1 - Love and Other Scandals PDF
Caroline Linden - Scandalous 1 - Love and Other Scandals PDF
Sinopsis Capítulo 14
Dedicatoria Capítulo 15
Prólogo Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
3
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Capítulo 27
C
aroline nació como lectora, no escritora. Se graduó en matemáticas de la
Universidad de Harvard y trabajó como programadora en la industria de los
servicios financieros antes de darse cuenta que escribir ficción era mucho
más emocionante que escribir códigos. Sus libros han ganado el NEC-RWA Reader’s
Choice Award, el JNRW Golden Leaf, el Daphne du Maurier Award, y el RWA’S Rita
Award, y han sido traducidos en diecisiete idiomas alrededor del mundo. Vive en
Nueva Inglaterra.
J
oan Bennet está cansada de ser la fea del baile. Gracias a algunas historias
deliciosamente escandalosas —e infames—, tiene una muy buena idea de lo que
se está perdiendo como una solterona. ¿Incluso un pequeño coqueteo es mucho
pedir?
Tristan, Lord Burke, reconoce a Joan de inmediato por lo que es: un problema. No
solo es la hermana de su mejor amigo, sino que siempre parece atraparlo en una
situación desventajosa. La única forma en que puede ganar una discusión es besarla
hasta dejarla sin sentido. Daría lo que fuera por sacarla de sus vestidos poco
favorecedores. Pero cualquiera de esas opciones podría costarle su estatus de
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soltero, lo cual sería espantoso… ¿no es así?
Scandalous #1
Para Julie desde el hogar de Hollis a la costa de Jersey
6
C
uando Joan Bennet conoció a Tristan Burke, él irrumpió en su dormitorio
tarde en la noche, llevando solo sus pantalones y sosteniendo una sola rosa
roja.
Ella falló en contemplar las posibilidades románticas, pero entonces solo tenía ocho
años.
Joan se irguió en la cama y lo miró con interés. Este debía ser el amigo de su
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hermano, quien había venido con él para las vacaciones de Eton. Los habían
esperado cerca de la hora de la cena, pero Joan había sido enviada a su dormitorio
sin cenar por usar una palabra inadecuada. No había sabido que era inadecuada —
escuchaba que su papá la usaba a menudo, después de todo, e incluso su hermano
Douglas la decía—, pero aparentemente era muy malo que las señoritas la dijeran.
Su papá le había llevado algunos rollos a hurtadillas, sin embargo, lo cual hizo que
todo estuviera bien. Y ahora alguien había entrado a su dormitorio a altas horas de
la noche, lo cual era muy emocionante, y por tanto estaba muy bien con Joan.
—¡Douglas!
Frunció el ceño.
—¿Por qué te escondes de Douglas? ¿Y por qué tienes una rosa? ¿Vino del jardín de
mi madre?
Se quedó quieto, haciendo movimientos furiosos para que se callara. Joan cerró la
boca y esperó obedientemente. Se preguntó si su madre aprobaba a este chico;
tenía un largo cabello oscuro y despeinado, y seguramente era casi tan alto como su
papá, pero tan flaco como un palo. Podía ver sus costillas, incluso ante la débil luz
de la luna que entraba por las ventanas. Sus manos y pies, por el contrario, eran
demasiado grandes para su cuerpo. Parecía bastante salvaje, si era sincera, y a su
madre no le gustaba la naturaleza.
Esta vez la enfrentó, con los ojos fieros en la habitación poco iluminada.
Lentamente, se llevó un dedo a los labios. Joan estaba más que un poco molesta.
—Douglas —trató de decir Joan. Ninguno de los dos chicos le hizo caso;
continuaron rodando lejos. Joan volvió a escuchar—. Douglas —dijo, un poco más
fuerte—. ¡Viene papá!
—¿Qué?
—¿Por qué debería decírtelo? —preguntó—. Ni siquiera sé quién eres. Los dos me
van a meter en un terrible problema si los ayudo, y ya tuve que perderme la cena, lo
cual fue tu culpa, Douglas…
—Tienes razón, Joan —interrumpió Douglas—. Ayúdanos esta vez, y juro que
estaremos en deuda contigo para siempre.
—Ummm. —Cruzó sus brazos. Todo el mundo estaba muy ocupado diciéndole qué
hacer hoy. Además, sabía que para siempre significaba menos de un día para 9
Douglas—. Bajo la cama, supongo. ¡Pero será mejor que se callen! —añadió
mientras se deslizaban bajo su cama, tirando de la colcha tras ellos. Escuchó un
breve momento de pelea desde el suelo, y luego el pestillo de la puerta se abrió.
—¿Joan? —Su papá miró alrededor desde el borde de la puerta, usando su bata y
pantuflas viejas—. ¿Estás despierta, calabaza?
Entró al dormitorio.
—¿Por qué estás despierta, niña? —Vio la silla caída y un ligero ceño frunció su
frente.
Su papá agarró la silla y la puso en pie. Levantó a Joan en sus brazos y la depositó de
nuevo en la cama, recogiendo las mantas alrededor de ella.
—Tenía un poco de hambre —confesó con una voz muy pequeña. Ciertamente lo
estaba, ahora que Douglas y su amigo la habían despertado y le habían hecho
pensar en la cena perdida.
—Sin dudas. Pero ahora no deberías comer nada; un estómago lleno puede darte
malos sueños.
Joan suspiró.
—Lo sé.
La besó en la frente.
—Sí, papá.
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—Buenas noches, niña.
—Eres un ángel, Joan —dijo con fervor—. Él es Tristan Burke, por cierto; es un
compañero de la escuela.
El muchacho también se puso de pie. Era más alto que Douglas, y parecía aún más
delgado junto a su hermano. Se inclinó torpemente y Joan soltó una risita.
Por primera vez, Tristan sonrió. Sus ojos se iluminaron y un profundo hoyuelo
apareció en su mejilla.
Douglas se burló.
—Pruébalo.
Douglas gruñó en voz baja, pero no dijo nada más sobre lo de hacer trampa.
—Tengo la rosa.
—¿De dónde? ¿Por qué? Es una tonta apuesta, conseguir una rosa. ¿Para qué es?
Douglas gruñó.
—¿Por qué hiciste una apuesta? —preguntó de nuevo, pero Tristan se había unido a
Douglas en la puerta. Después de un momento, salieron corriendo, con un último
gracias en forma de susurro de Douglas. Joan puso la rosa junto a su almohada y se
dejó caer con un suspiro. Su estómago gruñó audiblemente. Una flor era
encantadora, pero si realmente quería darle las gracias, podría haber traído un
pastel con té por lo menos.
La segunda vez que se encontró con Tristan Burke fue varios años después. Fiel a su
primera impresión, Tristan había resultado ser salvaje, demasiado salvaje para que
su madre consintiera invitarlo de nuevo. Joan nunca olvidaría el problema en el que
él y Douglas se metieron durante esa fiesta; la apuesta por la rosa, la cual terminó
haber siendo quién podía sacar una rosa del jardín sin abrir ninguna puerta, era, por
lejos, la más inofensiva. Su madre declaró a Tristan Burke una mala influencia dentro
de tres días, y después de se ocupó de mantener a Joan fuera del camino de los
chicos. Aparte de las cenas, casi nunca lo veía.
Por supuesto, la desaprobación de su madre no hizo nada para evitar que Douglas
fuera ferviente amigo de Tristan, a través de Eton y de la universidad. Joan
escuchaba hablar de él en cartas de Douglas, y una historia ocasional sobre alguna
aventura que normalmente terminaba abruptamente con Douglas reconociendo
que le estaba contando cosas que una chica no debería escuchar. Tenía la sensación
de que Tristan Burke era aún más salvaje de lo que podía imaginar.
Para la llegada del decimosexto cumpleaños de Joan, Lord Burke murió, y la familia 12
fue a presentar sus respetos a Tristan, ahora el nuevo vizconde Burke. Lo reconoció
al instante, un hombre alto y delgado de pie con las manos metidas en los bolsillos.
Mientras sus padres iban a darle las condolencias a su tía, Lady Burke, Joan se
acercó a Tristan, quien estaba observaba todo con una expresión oscura y
melancólica.
Sin mirarla, resopló. Todavía se veía un poco desaliñado, su largo cabello oscuro y
ahora atado en una coleta. Sus ropas, aunque de calidad respetable, le colgaban
holgadamente. Joan no sabía cómo interpretar su respuesta, y vaciló.
—Me odian —dijo él de repente, con una tranquila malicia. Joan siguió su mirada; al
otro lado de la habitación, Lady Burke estaba sentada majestuosamente rígida y
erguida en el sofá, vestida de negro y aceptando pañuelos frescos de sus hijas
igualmente vestidas a su lado. Ella inclinó la cabeza mientras los padres de Joan les
ofrecían sus simpatías. Joan pensaba que lucía como si su mundo hubiera
terminado—. Tía Mary. Mis primas. Piensan que soy un mujeriego empedernido,
indigno del título, listo para echarlas a la calle.
—¿Por qué pensarían eso? —Joan podría haberse mordido la lengua tan pronto
como hizo la pregunta; eso no era apropiado, se dijo. Había estado tratando muy
duro de actuar como una dama, para no avergonzarse en su temporada el próximo
año.
Él la miró fijamente.
—Bueno, todo el mundo con su ingenio completo —dijo ella—. Sin duda se darán
cuenta de ello —Señaló con la cabeza a su tía—, una vez que vean que no las echa a
la calle. 13
—Es tentador.
—No sea ridículo —dijo ella—. ¿Por qué las echaría? Encuentre su propio lugar. —
Tanto como amaba a sus padres, Joan siempre había deseado poder hacerlo.
Douglas había tenido su propio espacio tan pronto como salió de la universidad,
cuando apenas era un poco más mayor que ella ahora. Pero a ella nunca se le
permitiría alquilar su propia casa y vivir una vida alegre en la ciudad. Tristan Burke
debería apreciar las ventajas que tenía en lugar de insistir en los problemas de su
vida.
Su boca se retorció.
—No lo entiende.
—No, por supuesto que no. Nunca podría posiblemente entender lo que es ser un
caballero con mi propia fortuna, capaz de hacer lo que quiera sin que nadie me diga
que no. Que el cielo me guarde de una opresión tan insoportable.
La miró, tal vez realmente prestándole atención por primera vez.
Ella le dirigió una sonrisa, en lugar de golpearlo en el rostro como su mano picaba
por hacer.
—Gracias.
Tristan Burke la miró y luego se rio. Sus profundos ojos verdes se iluminaron y una
amplia sonrisa se esparció en su rostro, afilando un hoyuelo en su mejilla. Parecía
lleno de alegría en ese momento, y la sonrisa de Joan se desvaneció cuando lo miró
fijamente.
—Me acordaré de ti, Joan Bennet —dijo—. Me gusta una chica impertinente.
—Oh. —Su voz no sonaba como la suya, más bien pesada y suave—. ¿De verdad?
Serías el primero…
La tercera vez que Joan Bennet se encontró con Tristan Burke fue ocho años
después. Había soportado varios pretendientes, dos corazones rotos, y uno cerca
del escándalo, pero ninguna propuesta de matrimonio. Estaba peligrosamente
cerca de ser una solterona en la estantería, mientras que era muy probable que él
fuera el mayor pícaro de todo Londres, parecido cada vez más al demonio salvaje y
temerario que había prometido ser. Solo tenía que caminar por una habitación para
que las lenguas empezaran a moverse y las damas comenzaran a suspirar, y Joan
sabía sin lugar a dudas que era una Influencia Peligrosa.
C
omo sucede a menudo en los momentos cruciales de la vida, comenzó con
algo muy estúpido.
—¿Por qué? —preguntó con una carcajada—. Douglas nunca va a los bailes.
— ¡Joan!
Ella hizo una mueca de dolor.
—Lo siento, madre. No tenía idea de que Douglas la admirara, es lo que quise decir.
—Sería un buen partido —dijo Lady Bennet con una mirada aguda—, y Douglas la
admira tanto como admira a cualquier dama. George, ¿me estás escuchando? —le
espetó repentinamente a su marido.
— ¿No estás de acuerdo en que sería un espléndido partido si Douglas se casara con
la chica mayor de los Drummond?
—Magnífico.
—Entonces debe asistir al baile de Malcolm mañana por la noche. —Madre sonrió
como si eso arreglara el asunto—. Envíale una nota esta mañana, antes de que
haga otros planes.
—Joan, eso es muy dulce de tu parte —dijo madre de inmediato. Todavía estaba
fulminando a su marido con frustración, y él seguía estando imperturbable—. Iría yo
misma, pero estoy segura de que se alegrará de verte.
Madre cerró los ojos brevemente, luego aparentemente sacudió sus escrúpulos.
Debía tener el corazón dispuesto a ver a Douglas casándose con Felicity Drummond. 17
—Entonces haz que prometa que asistirá mañana. ¡Sin que su cabeza esté
confundida!
Papá soltó una carcajada, e incluso madre sonrió, aunque con cierta molestia.
—Vete, muchacha atrevida. ¡Declaro que siempre pensé que eras una niña
obediente!
—Pero lo soy —protestó con una sonrisa—. Voy a ver a Douglas, ¿verdad? Douglas,
quien de otro modo seguiría bebiendo y haciendo su camino de jugador por Londres
en vez de bailar con Felicity Drummond en el baile de Malcolm mañana por la noche.
¿No es eso lo que querías?
—No hables de esas cosas, Joan —dijo su madre automáticamente—. ¡Y dile que
sea rápido! —Lo último fue dicho después mientras Joan salía por la puerta,
soplando un beso a su padre, quien le guiñó un ojo a cambio.
Papá, reflexionó Joan mientras subía las escaleras, era la única fuente de esperanza
de Douglas; no solo Douglas heredaría el título y la fortuna de papá algún día, sino
que también sería de trato fácil como papá. Al menos, todo el mundo lo esperaba
devotamente, ya que Douglas no había mostrado ningún indicio de la firme
determinación de su madre. Según la leyenda, papá había sido tan desenfrenado
como un demonio al igual que Douglas antes de que mamá lo atrapara y lo domara.
Ahora era el hombre más maravilloso que Joan conocía, y si su hermano pudiera
superar de algún modo sus extravagantes hábitos y convertirse en papá, tanto
mejor para todos en el mundo.
Ya que estaba segura de que estaría durmiendo tarde bajo los efectos del brandy o
el oporto, se vistió rápidamente. Cuanto antes llegara, más desesperado estaría
Douglas en deshacerse de ella; mientras más desesperado estuviera Douglas de
deshacerse de ella, más pronto prometería cualquier cosa y todo lo que pidiera; y
mientras más pronto asegurara su promesa —tal vez por escrito, lo cual sería un
buen toque—, sería libre de hacer lo que le gustaba antes de que su madre la
extrañara. Su madre no insistía en que una criada la acompañara a la casa de su 18
hermano, lo que significaba que era una excelente oportunidad para un poco de
independencia. A las damas jóvenes no se les permitía ni cerca de la misma libertad
que a los hombres jóvenes, y sus oportunidades de escapar por una hora sola eran
pocas y distantes.
Como era de esperar, su estado de ánimo se había vuelto bastante sombrío cuando
llegó a la casa de su hermano. Era realmente injusto, gruñó para sí misma mientras
caminaba hacia la puerta y golpeaba la anilla con venganza. Douglas tenía
veintiocho años, y su madre hasta ahora empezaba a insinuar que pensara en
casarse. Casi había dejado de mencionar a Joan casándose, a pesar de que Joan era
cuatro años más joven. Injusto apenas empezaba a cubrirlo. Cuando la puerta no se
abrió al cabo de un minuto, levantó la anilla y golpeó varias veces más, esperando
que cada sonido golpeara a su infeliz hermano directamente en la frente.
— ¿Qué?
—¿Qué? —gruñó el hombre otra vez. Arrancó los ojos de sus pezones; cielo santo,
nunca había pensado en que los hombres tuvieran pezones antes; y lo miró al
rostro—. ¿Está tratando de despertar a los muertos? 19
Ella lo consideró.
—Quizás. Pero si está muerto, tengo que patear su cuerpo personalmente para
estar segura. Mi madre insistirá.
—Supongo que lo estoy. —Sabía quién era para entonces. Había pasado un tiempo
desde que se habían visto, pero había escuchado mucho de él mientras tanto.
Tristan, Lord Burke, era infame. No había cotilleo más grande en todo Londres, ni
jugador más despilfarrador, ni mayor mujeriego… y ningún de mayor objeto interés
para los chismosos. Y ahora estaba de pie en la puerta de su hermano, vistiendo
solo un par de pantalones medio abotonados que amenazaban con deslizarse por
sus magras caderas en cualquier momento. Qué intrigante—. ¿Las damas vienen
todos los días, pidiendo patear a Douglas?
—No. Espero que vengan a hacer otra cosa completamente distinta. —Y tampoco
eran damas. Si resultaba que entraba para encontrar a su hermano en la cama con
una prostituta… nunca, jamás, le permitiría escuchar el final de la historia.
Estaba oscuro dentro. Joan sabía que su hermano tenía sirvientes adecuados, pero
debían haber aprendido ya a no admitir visitantes, luz o aire fresco antes de las tres
de la tarde. Se quitó los guantes y alzó una ceja al hombre que aún sostenía la
puerta abierta, ahora mirándola con asombro.
Ella cerró los ojos por un momento. ¿Era así de olvidable? ¿O él era tan denso?
—Joan Bennet. Soy la hermana de Douglas. Al menos nos hemos encontrado una
docena de veces. —Bueno, tal vez más como media docena, y ninguno en los
últimos años, pero no parecía en ningún estado contradecirla.
—¿Lo hemos hecho? —Él cruzó los brazos y se las arregló para parecer severo y
amenazante, a pesar de su estado de desnudez, rostro sin afeitar, y el enredo
salvaje de su cabello. Todavía lo llevaba largo, notó, hasta sus hombros… los cuales
eran mucho más amplios y musculosos de lo que había recordado.
—Sí, la única. ¿Debería presentarme? Supongo que Douglas todavía está abatido. —
Se volvió hacia las escaleras y se puso en marcha.
Joan se detuvo y se volvió hacia él. Tres escalones abajo, era más bajo que ella, por
lo que tuvo el placer de mirarlo hacia abajo y su pecho desnudo.
—Éramos niños.
Douglas estaba, como era de esperar, durmiendo de una borrachera. Joan estudió
el bulto bajo las mantas por un momento. Una vez que decidió que solo podía ser
una persona, fue a las ventanas y abrió las cortinas. Las mantas no se movieron.
Abrió una ventana, dejando entrar una ráfaga de brisa primaveral y el ruido de
carruajes y carretas en la calle de abajo. Las mantas estaban quietas. Tal vez era
todo mantas y ni siquiera Douglas estaba allí. Eso sería muy irritante, ya que tendría
que encontrar a su hermano o ir a casa y decirle a su madre que no lo había
encontrado. Había una manera de saberlo con seguridad. Agarró el extremo de las
cubiertas más cercana y jaló.
Douglas se puso la manta sobre la cabeza y dijo algo que sonó muy vulgar. Joan lo
archivó para su futura referencia; en privado, por supuesto. Su fascinación por el
lenguaje malo le daría muchos problemas si su madre lo descubría.
—Quiere que vayas al baile de Malcolm mañana por la noche. —Hizo un gran ruido
sacudiendo cosas de la única silla de la habitación y arrastrándola a un lado de la
cama—. ¿Puedo llamar por el té?
—Lo siento mucho, no puedo hacer eso hasta que prometes asistir al baile de
Malcolm. ¿Lo prometes?
—Me encontré a tu amigo medio desnudo escaleras abajo. ¿Qué está haciendo aquí, 22
por cierto? Realmente debería dejar que el mayordomo respondiera a la puerta; fue
bastante alarmante encontrarme frente a frente con su pecho desnudo. A su vez,
me gritó cuando abrió la puerta. Douglas, ¿estás escuchando?
—Bien —le dijo—. Tengo mucho más por qué quejarme, y bien podría hacerlo
contigo.
— ¿Escrito?
—Sí, señor, ¿qué puedo hacer por usted? —preguntó apurado, luego se detuvo y 23
miró a Joan con asombro—. Y señorita —añadió con incertidumbre.
Joan lo ignoró.
—Té muy fuerte —le dijo al sirviente, cuya mirada se balanceaba entre ella y el bulto
en la cama que era su hermano—. Con muffins, si tiene alguno. —El sirviente vaciló,
luego cayó de nuevo en su entrenamiento y se inclinó ante ella.
—¡Y brandy! —gritó Douglas detrás de su sirviente—. ¡No olvides el maldito brandy!
Ella suspiró.
—Entonces tengo que quedarme. Tal vez me puedas ayudar a decidir cuál debería
ser el color de mi nuevo vestido. Azul, ¿te parece? Pero tengo varios azules. Madre
piensa que el rosa es mi color, pero realmente no me gusta. Amarillo es aún peor —
Douglas llevó la manta de nuevo sobre su cabeza—, y eso deja al verde. Pero me
veo como un arbusto en verde. Supongo que también hay naranja… ¿Qué piensas?
—Dorado —dijo una voz familiar desde la puerta—. Debería usar dorado.
Esta vez Joan estaba preparada, habiendo esperado que regresara eventualmente.
Mucho mejor que lo había hecho; tener una pelea con su amigo solo podía hacer 24
que Douglas estuviera aún más ansioso por apaciguarla. Se volvió en su silla, una
sonrisa encantadora en su rostro, y luego se detuvo congelada.
Tristan Burke era un espectáculo bastante hosco, medio dormido y apenas vestido.
Pero con el cabello recogido y una bata verde oscuro envuelto a su alrededor, era la
esencia de la seducción. Y la estaba mirando con su intensa mirada de párpados
pesados, como si ella fuera tan fascinante para él como él para ella.
P
ara cuando Tristan localizó su bata, la Furia invasora había encontrado su
presa. También lo había eviscerado y fileteado, al adivinando por el sonido de
la voz cada vez más desesperada de Bennet proveniente de debajo de las
sábanas. Por un momento se detuvo en la puerta abierta y dejó que la escena lo
divirtiera. Douglas Bennet, el bravucón diabólico destinado a heredar una fortuna y
un antiguo título de baronet, se estaba encogiendo bajo sus mantas como un niño
lloriqueante mientras la Furia —su hermana, si se le podía creer— estaba sentada
tranquilamente junto a su cama y hablaba de vestidos.
No parecía una Furia. Parecía bastante normal, a ojos de Tristan. Era más alta que el 25
promedio, con una figura generosa que no se adaptaba a la moda femenina actual.
La hacía verse… gorda, pensó para nada amablemente. Bueno, no realmente gorda,
pero un poco más de lo que podría llamarse regordeta. Sus pechos, donde una
mujer debería ser bastante regordeta, estaban cubiertos por un acre de encaje, y las
enaguas de su falda a rayas rosas le daban un contorno. Su cabello era de un color
agradable, pero lo llevaba en esos rizos apretados que odiaba; parecía el cabello de
una niña, en su opinión. Su rostro… su rostro era hermoso, decidió, e interesante,
pero quizás esto último se debía a la impía alegría que brillaba en sus ojos mientras
Bennet intentaba escapar de su charla en vano.
Pero cuando dijo naranja, se encogió. Nunca naranja. El naranja era un color bestial
para la mayoría de las mujeres, y en ella sería horrible. Tristán se consideraba un
conocedor de mujeres y sus ropas. Amaba a las mujeres, especialmente a las
mujeres hermosas, y si una mujer no era realmente hermosa, al menos podría lucir
lo mejor posible.
Pero se detuvo. Primero, porque era una Furia, y no necesitaba más de aquellas en
su vida. Su tía y sus primas eran más que suficientes. Segundo, porque era la
hermana de Douglas Bennet, y uno no jugaba con las hermanas de los compañeros
de bebida a menos que uno quisiera casarse con ellas… e incluso entonces era un
negocio arriesgado. Pero más que nada se detuvo porque decididamente no era su
clase de mujer, con esos pequeños rizos y su pecho envuelto en encajes y la forma
en que golpeaba aquella puerta como Hefesto1 en su yunque. Dios todopoderoso,
ningún hombre necesitaba una mujer así.
—Lo siento —dijo ella, encontrando su lengua—. ¿Ha tomado la residencia aquí?
—Ah —dijo ella—. Qué encantador que Douglas tenga un compañero de vicio tan
convenientemente a mano.
—Es la primera cosa que me viene a la mente cuando se refiere a mi hermano. —Lo
miró de arriba abajo—. Y usted, me imagino.
—Bueno cielos —dijo arrastrando las palabras—. Debe de haber sido lo primero
que le vino a la mente cuando abrí la puerta. ¿Debería estar halagado?
—Parece que conoce bien el estado. —La miró sin perturbarse—. ¿Ha estado con
nosotros en una borrachera? No recuerdo haberla visto borracha como un lord,
pero una descripción como esa no es más que mera imaginación volando.
1
Hefesto: En la mitología griega, es el dios del fuego y la forja, así como de herreros, artesanos,
escultores, los metales y la metalurgia. En el arte, se le representa cojo, sudoroso, con la barba
desaliñada y el pecho descubierto, inclinado sobre su yunque, a menudo trabajando en su fragua.
—Oh, pero lo es —le aseguró—. Tengo una imaginación vívida.
—Igual yo —murmuró.
—No lo dudo —dijo ella—. Especialmente si cree que me iré sin asegurar la
promesa de mi querido hermano de asistir al baile de Malcolm mañana por la noche.
—Se inclinó hacia delante y volvió a meter las mantas en la cama—. Douglas, piensa
en lo feliz que madre te visitará esta tarde, y mañana por la mañana, para
recordarte. Voy a decirle que la invitaste especialmente.
Bennet se lanzó desde debajo de su refugio y cruzó la cama para agarrar la pluma y
el tarro de tinta. Salpicando tinta por todas partes, trazó su firma a través del final
del papel que ella le empujó.
—¡Por supuesto! Te dije que me iría en cuanto hubieras dado tu promesa… y ahora
madre verá pruebas de que la obtuve. Gracias, Douglas, ha sido un placer verte de
nuevo. —Dobló el papel y lo puso en su pequeña bolsa de mano—. No lo olvides: el
baile es mañana por la noche. Odiaría tener que volver para recordarte.
Ella se levantó de su silla y se volvió para marcharse, pero se detuvo cuando lo vio
de pie en la puerta. La expresión de satisfacción se desvaneció de su rostro.
—Perdóneme, señor.
—¿Por acosar a un pobre que aún está en su cama? No, no lo haré —dijo Tristan.
—Oh, sí, me olvidé de ahora vive aquí… tal vez como mayordomo, ¿cuestionando a
los invitados?
—¿Es por eso que no quiere que me vaya? —susurró, batiendo las pestañas—.
¡Confieso que nunca pensé que mi hermano presenciaría un momento en que estoy
siendo atacada e insultada por un hombre medio desnudo! —Alzó su voz y dio a
cada palabra una inflexión dramática digna de la Sra. Siddons—. Lo juro, ¡tendrá que
desafiarlo a un duelo por lo impropio de ello!
—Deja que se vaya —gritó Bennet desde debajo de la almohada—. ¡Por el amor de
Dios, Burke, sácala de aquí!
—Gracias, querido hermano —le dijo, golpeando las sábanas—. Te veré en dos
noches.
—¿No es así? Adiós, Lord Burke. —Pasó por delante de él, dejando una estela de
fragancia a su paso. Era encantador, suave y cálido, sin ser insípido o enfermizo.
Tristan revisó ligeramente su opinión: una mujer que olía bien era un paso más
bonita que alguien que no lo hacía.
—Así es.
—¡Así que ves que no puedo posiblemente ir al maldito baile! —exclamó Bennet—.
Las mejores chicas serán tomadas al final de la semana.
—¿Tu hermana volverá? —Tristan estaba horrorizado—. Alguien tiene que controlar
su in…
—¡Dios, no! Solo necesito recuperar ese papel de Joan antes de que mi madre lo
vea.
—Será mejor que corras —dijo Tristan secamente. El sonido del cierre de la puerta
había resonado por las escaleras un momento atrás—. Ya se ha ido.
—¡Cristo! —Bennet saltó de la cama y buscó los pantalones. Tristan estaba casi
fuera de la puerta cuando gritó—: Burke, ¡espera! Tienes que ayudarme.
—¿Por qué? —Tristan se rascó la barbilla—. Deberías haberla puesto en su lugar y
ordenarle que saliera de la casa.
Bennet soltó una risa dura mientras se ponía una camisa por encima de la cabeza.
—No conoces a Joan si crees que esa es la manera de tratar con ella. Ayúdame,
hombre, o seré despedazado.
—No más de lo que te mereces —murmuró, pero levantó las manos—. ¿Cómo se
supone que ayude? Obviamente no me aprueba, si no lo notaste.
—Sabes hablar con las mujeres. Solo… —Señaló una mano al aire—. Habla con ella
del papel.
Preferiría hablar con ella de un vestido naranja y de un vestido dorado. Sí, una rica
seda dorada, cortada a lo largo de su pecho y hombros —sin un pedazo de encaje—
, y rodeando sus caderas y cintura de cerca. Se preguntó cuán pequeña era su
cintura; con un pecho como el suyo, una cintura pequeña sería justo lo correcto.
Podría haber una verdadera Venus bajo esos malditos volantes. 30
—Ya estará casi en casa —dijo. Se pasó las manos por el cabello, no por primera vez
por la apariencia de las cosas—. Dios mío, ¡qué plaga!
—No puede ser tan mala —dijo Tristan, pensando en su tía y primas. Eran una plaga,
con todo el temperamento agudo de la Srta. Bennet y nada de su ingenio. Todo su
interés por vestidos feos y nada de su pecho. Toda su osadía y nada de su energía.
—Nunca has tenido que vivir con ella —murmuró Bennet mientras abría la puerta.
La luz del sol ardía en el pasillo. Bennet entrecerró los ojos y maldijo un poco más,
pero se precipitó por los escalones hasta el borde de la calle. Luego se detuvo,
volviéndose de un lado a otro.
—¿A casa? —Tristan siguió más despacio, tirando su sombrero sobre su frente.
Caray, estaba demasiado brillante afuera—. Me niego absolutamente a perseguirla
en la casa de tus padres.
—Por supuesto. Casa. Aunque a Joan le gusta escabullirse por su cuenta; piensa que
no lo sé, pero se va a las librerías y tiendas de bisutería cada vez que puede. —Hizo
una pausa—. Ve por ese lado —-Señaló hacia el este—, y yo iré por este camino. Si
ha vuelto a casa… —Se estremeció—. Mi padre tendrá que intervenir.
Tristán se preguntó por qué nunca se había dado cuenta de ese lado inexperto de
Bennet, pero simplemente asintió. Bennet asintió antes de partir hacia el oeste,
caminando por la calle como si quisiera estallar en una carrera.
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Se volvió y se dirigió hacia el este, hacia las tiendas. ¿Adónde iría una joven, sola? No
había notado a una criada esperando en los escalones, y ningún criado la había
acompañado hasta la casa, donde una chaperona era más que necesitada. Lo más
probable era que se hubiera ido a casa a poner los botines de la victoria a los pies de
su madre. Y si Bennet era tan cobarde para firmar ese maldito papel, Tristan pensó
en privado que merecía todo lo que cosechaba.
Pero aun así. Bennet le había ofrecido un lugar para quedarse en la ciudad, donde
podía supervisar fácil y convenientemente la reparación de su techo, permitiéndole
realizar el trabajo sin causar ningún revuelo. Su tía aprovecharía cualquier
oportunidad para reprocharle su gestión de la finca, aunque en este caso estaba
reparando un techo centenario que su tío no pudo molestarse en reemplazar. Si tío
Burke hubiera visto el techo correctamente, no se habría filtrado durante los
últimos diez años, pudriendo la parte superior de la casa silenciosamente antes de
derrumbarse bajo una fuerte lluvia el mes pasado.
Giró por Bond Street, sin ánimos de buscar un destello de faldas a rayas rosas. Dios
sabía que eran lo suficientemente anchas, debería ser capaz de localizarlas desde
medio kilómetro de distancia. ¿Cómo Era que las mujeres no aprendían a vestirse
bien? ¿Por qué debían ir como ovejas tras del último estilo, tanto si las halagaba o
no? El dorado era definitivamente el color de la Srta. Bennet, y tonos más ricos y
oscuros que reflejarían bien su cabello oscuro y su piel cremosa. No rosado, por
cierto.
¿Y qué demonios iba a hacer una vez que la encontrara? No entregaría ese papel sin
una batalla real, y Tristan no tenía intención de comprometerla en medio de una
tienda de modistas. Se dijo a sí mismo que tampoco querría enfrentarse a ella en
privado, sin importar cuán satisfactorio sería regañarla por su arrogancia.
Se alejó de la ventana, caminando a rastras por la calle. No era su culpa que Bennet
no pudiera enfrentarse a ella. No era su asunto si Bennet se encontraba obligado a ir
al baile de Malcolm o en el baile de Macmillan o cualquier otro baile para bailar con
la mitad de las chicas de Gran Bretaña. A juzgar por la forma en que se había
encorvado ante su hermana, Bennet se casaría en unos meses, de todos modos,
probablemente con otra Furia; mujeres como esa tendían a permanecer juntas. Lady 32
Bennet, sin duda, ya había elegido a la chica e inclinaría a su hijo a su voluntad de la
misma manera que una brisa firme inclinaba un árbol joven en primavera. Sería una
lástima, por supuesto, perder un compañero tan jovial, pero Tristan no tenía ningún
deseo de meterse entre una Furia y su objetivo. Bennet tendría que salvarse a sí
mismo. Era ridículo recibir órdenes de una mujer; de cualquier mujer. En realidad, si
Tristan quisiera ayudar a su amigo, sería mejor que lo encontrara y le dijera que
fuera un hombre, y que pusiera a su hermana en su lugar.
Y entonces, por el rabillo del ojo, vislumbró una franja rosa mientras se desvanecía
en una pequeña librería. Sus pasos se desaceleraron, y una lenta sonrisa se extendió
por su rostro. Olvidando que se había comprometido a evitarla como una plaga
mortal, flexionó sus manos y la siguió.
U
na pequeña campana tintineó por encima de la puerta cuando Joan entró
en la estrecha librería. Se detuvo en el umbral para tomar una profunda
respiración con deleite. No era solo el olor a libros esa combinación seca
de papel y tinta de imprenta que le recordaba la biblioteca de Helston Hall, la
finca de Cornualles de su familia. La biblioteca había sido el único lugar en el que era
libre para satisfacer su pasión por la aventura y el escándalo, aunque fuera
solamente en su mente. Hoy era más que eso; hoy era el olor a libertad. Durante la
siguiente hora, era libre de pasear por donde le gustaba. Cierto, Bond Street
difícilmente era una aventura salvaje y peligrosa, aparte del riesgo de ser
descubierta por una de las amigas de su madre. Pero en la vida confinada de una 33
solterona de buena cuna… cualquier escape era embriagador.
—Sí, señora, ¿puedo ayudarla en algo? —Él sonrió y le hizo una reverencia, juntando
las palmas de sus manos—. ¿Está buscando algo en especial?
Había una razón por la que había venido a esta tienda; los ojos del propietario no
parpadearon ante su petición, ni pareció cavilar sobre ello en absoluto. De hecho,
pudo hasta haberle guiñado un ojo.
—Sí, gracias. —Joan resistió el impulso de dar vueltas de alegría. Una nueva
publicación, ¡justo esta misma mañana! Debía estar fresca de la imprenta. Tendría
tiempo de leerla por lo menos una vez antes de entregársela a sus amigas a la noche
siguiente. Abigail y Penelope también eran esperadas en el baile de Malcolm. Lo
único mejor que leer el último número era discutirlo en susurros entusiasmados con
sus fans. Los bailes se habían vuelto bastante tolerables desde que había aparecido
50 Formas de Pecar.
Los pasos se acercaron, deteniéndose al final del pasillo donde ella se encontraba.
Apresuradamente, arrancó un libro al azar de la estantería y lo abrió, al mismo
tiempo que se volvía de espaldas a él casualmente. A pesar de que se decía a sí
misma que tenía todo el derecho de visitar una librería, su corazón golpeteó duro y
rápido contra sus costillas. Visitar Hatchard no alarmaría demasiado a su madre; sin
embargo; visitar esta librería, por otro lado, sin mencionar la búsqueda del
contrabando que quería, la llevaría a ser encerrada en su dormitorio durante un
mes. Se obligó a respirar uniformemente, deseando con cada fibra de su ser
escuchar que esos pasos se daban la vuelta y se alejaban.
En lugar de eso, se acercaron, cada paso con un fuerte eco. Con la mayor
despreocupación posible, Joan giró una página del libro que tenía. ¿Dónde estaba el
vendedor? Estaría furiosamente irritada con él si, después de todo, resultaba que no
tenía 50 Formas de Pecar.
—Si devuelves el papel que firmó Bennet, no le diré a nadie que la encontré aquí
leyendo poesía lasciva —murmuró una voz terriblemente familiar.
—No sé de qué está hablando —dijo, pasando otra página. Esta vez obligó a sus
ojos a leer algunas líneas; no era, gracias al Señor y a todos sus santos en el cielo,
poesía lasciva—. Y es grosero interrumpir a alguien que está leyendo.
—¿No? —Un largo brazo pasó junto a ella, por encima de su cabeza, y sacó de la
estantería un libro polvoriento y maltratado—. ¿Y no es grosero visitar a alguien en
su dormitorio y chantajearlo para que sacrifique su libertad?
—Cómo se atreve a acusar a una dama de un crimen tan indescriptible. —Ella pasó
otra página—. Es una calumnia de su parte decir algo así.
Lord Burke apoyó un hombro contra la estantería frente a ella y abrió su libro.
—¿De verdad? —Ella levantó los ojos—. Cuando cuente la historia, asegúrese de 35
Él le dirigió una lenta sonrisa. Como Joan había temido, el maldito hombre lucía muy
bien. Sus brillantes ojos verdes brillaban con picardía, y cuando sonreía así, un
hoyuelo aparecía en su mejilla. Se le había olvidado el hoyuelo.
—Ya exigió satisfacción. ¿Por qué cree que estoy aquí? Entrégueme el papel y
vayámonos por caminos separados sin que nadie sospeche nada.
—¿No?
—Nunca.
—¿Nunca?
—Nunca.
Joan soltó un suspiro, a pesar de que su pulso saltó ante la forma en que estaba
inclinado sobre ella, casi como si quisiera besarla hasta dejarla sin sentido. Una parte 36
de ella estuvo fuertemente tentada a incitarle a hacerlo. ¿Cada chica no debería ser
besada hasta quedar sin sentido por un hombre peligroso, solo una vez en su vida?
Pero por otro lado, a menudo era mejor no saber lo que le faltaba a uno, para no
alimentar anhelos pecaminosos. ¿Por qué el estilo de vida de Tristan Burke no había
destrozado su aspecto? Esto sería mucho más fácil si estuviera gordo o picado de
viruela.
—Nunca —repitió, diciéndose que eso era cierto. Incluso si la besaba; lo cual
dudaba que él pudiera hacer, sin importar lo que le hubiera prometido a Douglas; no
cambiaría de opinión, pues sabría que lo hacía solo para recuperar ese papel. Si Joan
se permitiera desvanecerse por un beso, sería un beso apropiado, dado con pasión y
destinado a seducir, no a engañar.
—Usted parece ser el único preocupado por eso. Incluso Douglas lo superará. El
papel no significa nada; de una forma u otra, mi madre conseguirá tenerlo en ese
baile, y él lo sabe.
—Entonces devuélvalo.
—No.
—Podría quitárselo. —De nuevo sus ojos se deslizaron hacia abajo, sus largas
pestañas oscuras contra sus mejillas. Su mirada pareció barrer su figura como una
fresca brisa, y ella luchó contra un escalofrío—. No —murmuró—. Preferiría que me
lo diese.
—No en toda tu vida, Lord Burke. —Su apretada voz se quebró en su nombre,
saliéndole espumosa y suave—. Además —agregó rápidamente para cubrirlo—, el
baile es mañana por la noche. Si tanto significa para usted, se lo enviaré al día 37
siguiente, envuelto con un brillante lazo rosa.
—Me imagino que debe tener un montón de cinta rosa. Pero el color rosa no es su
color.
—Bueno, debo confesar que hoy me ha permitido rastrearla más fácilmente. Pude
ver esas rayas a dos calles de distancia.
Joan sabía que no era bonita. Su vestido había lucido muy atractivo en el diseño de
la modista, y tan ordinario en ella de alguna manera, sin importar lo que dijera su
madre. Pero era el apogeo de la indignidad que él resaltara eso. No importaba su
previa fascinación con su pecho desnudo, o la forma en la que se cernía sobre ella
como un amante. Era un imbécil. Aún peor, le había estropeado toda la alegría de
sentirse libre por unos pocos momentos robados. El vendedor había desaparecido,
y ni siquiera por 50 Formas de Pecar valía la pena pasar un momento más con Lord
Patán; y por haberle costado eso, podría haberlo golpeado.
—Gracias por esa observación no solicitada y no deseada —dijo ella entre dientes—
. Espero que Douglas y usted se vuelvan locos entre sí. Y podría decirle de mi parte
que lo veré en el baile de Malcolm mañana por la noche. —Se giró sobre los talones
y salió por la puerta, cerrándola con un golpe detrás de ella.
Tristan frunció el ceño mientras se alejaba de él por segunda vez ese día. Bennet
obviamente se había equivocado con ella décadas atrás, su hermana ciertamente
era firme en su testarudez. Peor aún, la forma en que sus ojos brillaban mientras lo
desafiaba transmitía una orgullosa alegría por su obstinación. Su primer
pensamiento sobre ella fue absolutamente correcto. Era una furia y debería ser
evitada.
Su mirada se posó en el libro en su mano. ¿Qué había traído a la Srta. Bennet a esta
tienda? Estaba muy lejos de parecerse a la selección de Hatchard de obras aburridas
y tontas novelas góticas. Decidió que, probablemente, no tenía ni idea y se adentró
allí por casualidad, y se volvió para reponer el libro de poesía lasciva en el estante.
Por un momento, estuvo peligrosamente tentado a leerle una selección, solo para 38
ver cuán brillantemente rosa podía tornarse su fina piel.
—Aquí lo tiene, señora. —Un hombre bajo y calvo con delantal de vendedor salió de
la oficina detrás del mostrador, un paquete en su mano. Se detuvo y miró a su
alrededor—. ¿Puedo ayudarle en algo, señor?
—¡De veras! —El tipo lucía sorprendido—. Bueno, me atrevo a decir que alguien
más lo querrá. —Dejó el paquete a un lado—. ¿Puedo ayudarle, señor?
Los ojos de Tristan cayeron sobre el paquete. Así que no había ido allí por
casualidad, sino por algo en particular. Era plano y delgado, atado con un lazo. ¿Qué
había ido a buscar?
—Lo tomaré por la señora. —Él tendió el libro que había estado a punto de volver a
colocar en su lugar—. Y este.
No quería admitir que sentía un toque de culpa por haberla hecho irse enfadada sin
su compra. No, eso fue en gran parte culpa suya. Si hubiera sido una mujer más
razonable, le habría entregado la maldita nota que su hermano había firmado tan
tontamente. Tristan se lo habría agradecido cortésmente y habría seguido su
camino, sin que quedara razón alguna para hablarle de nuevo.
En su lugar, tendría que verla de nuevo, incluso buscarla. Primero, porque nunca
había abandonado una contienda siendo el perdedor, ciertamente no con una
mujer. Y segundo, porque ahora tenía su libro y quería ver su rostro cuando se lo
mostrara. Se preguntó si su rubor sería de color escarlata o de un rosa oscuro.
—¿El papel? No. —Tristan lanzó el sombrero a la percha detrás de la puerta. Falló y
39
rodó bajo una mesa.
—Si hubiera sido una mujer diferente —dijo, ajustando su postura y mirando hacia
la percha—, me habrías llamado para que la sacara de aquí.
—Debió ser terriblemente obvio que no era esa clase de mujer. —Bennet frunció el
ceño—. Estás haciendo trampa; estás unos quince centímetros más cerca que
antes.
—No lo estoy. —Tristan dio un paso atrás de todos modos—. Una libra a que puedo
hacerlo desde aquí.
Una sonrisa salvaje y emocionada apareció en su boca. Dobló un poco las rodillas,
giró el sombrero y lo dejó volar una vez más. Navegó perfectamente por el aire y
cayó en la percha, balanceándose precariamente por un momento antes de
asentarse en su lugar. Tristan levantó un puño en señal de triunfo mientras Bennet
pronunciaba otra maldición entrecortada.
—Como si no lo supiera desde hace veinte años. —Bennet entró en la sala de estar
y se sentó en una de las pocas sillas. Tristan lo siguió, rechazando la oferta de
Bennet de una copa de brandy—. Mis gracias por intentar encontrarla, Burke.
—La encontré. Murdoch, trae un poco de café y tocino —gritó al vestíbulo antes de
tomar otra de las sillas—. Si tenemos que estar despiertos a estas horas, también 40
podríamos desayunar.
—¿La encontraste? Entonces, ¿por qué no tienes el papel? ¡Pensé que podías
convencer a cualquier mujer de cualquier cosa que quisieras de ella!
—Te rechazó.
—Se negó a devolverme ese maldito papel —lo corrigió Tristan rápidamente—.
Fuiste un idiota por firmarlo.
—Me pidió que te dijera que mañana espera verte en el baile de Malcolm.
—Maldición. Entonces estoy hundido. Me las arreglé para evitar a mi madre, pero
mi padre me advirtió que esta vez va en serio. Pagaré en el infierno si no voy, una
vez que Joan le muestre esa maldita nota a mi madre; la cual todavía tiene en su
posesión, no gracias a ti.
—Que pases una agradable velada —le dijo Tristan—. Haré todo lo posible para
estar fuera de casa antes de que traigas a tu esposa.
—Es el final de tu vida de soltero. Una vez que cedes el paso a una mujer, es solo
cuestión de tiempo antes de que te hayas encadenado a otra.
—En mi experiencia, las mujeres tienden a preferir a otras que se parezcan a ellas.
Debes de tener una Gorgona elegida para ti.
—¡Maldita sea! —Bennet saltó de su silla—. También tienes que venir. Si hubieras
hecho un buen trabajo convenciendo a Joan para que fuera razonable, no estaría en
este lío.
—Tú la dejaste entrar en la casa. Tú la dejaste salir con ese papel. Tú dejaste que se
lo quedara, incluso después de que te explicara cuán horrible era la situación. Me lo
debes. Te echaré de mi casa si no vienes conmigo a ese maldito baile mañana por la
noche.
Tristan suspiró. Había planeado ir al baile todo el tiempo, solo por la emoción de
enfrentarse a la Furia de nuevo.
42
J
oan enseguida lamentó su mal genio desde que salió de la librería. Tristan Burke
era un patán, pero no era excusa para permitirle echar a perder su extraño e
independiente paseo. Había salido corriendo de la tienda indignadísima, solo para
ver a una de las queridísimas amigas de su madre caminando por la calzada
directamente hacia ella. Todo pensamiento de tranquilizar su temperamento con
una visita a su tienda de sombreros favorita desapareció. Su única esperanza era
dirigirse directamente a casa y, si era confrontada respecto a ser vista aquí,
afirmaría que solo había tomado un pequeño desvío para ver si en Howell había
alguna nueva seda impresa exhibida en vitrina. Con el corazón acelerado, agachó la
cabeza un poco y caminó tan rápido como se atrevió a la siguiente calle, donde se 43
precipitó a la vuelta de la esquina hacia su casa.
Para el momento en que llegó a South Audley Street, su irritación había florecido en
una completa amargura. ¿Qué le importaba a Lord Burke si Douglas iba al baile de
Malcolm? Su hermano, sin duda, lo había puesto a seguirla, lo cual era
completamente injusto de su parte. Solo había pedido la promesa firmada para
pellizcar su nariz; si se lo hubiera pedido amablemente, incluso si se hubiera
disculpado por gritarle, lo habría devuelto. Solo había sido una pequeña muestra de
que podía chantajearlo con algún favor que pudiera pedirle en el futuro, y su
hermano debería haberlo sabido.
Ahora, sin embargo, iba a darle ese papel a su madre, y no perdió tiempo en
hacerlo.
—Oh, sí. —Con elegancia, agarró la nota firmada de su bolso—. Incluso lo escribió.
Lady Bennet lucía desconfiada cuando leyó la nota, pero solo asintió.
—Muy bien. Gracias, Joan. Debes ser muy convincente con él.
Sonrió vengativamente.
—Sí, lo soy.
—Le he dicho a Janet que planche tu nuevo vestido azul para el baile. En
Ackermann tenían el peinado más encantador en la última edición; ¿quieres
probarlo? Janet podría arreglar tu cabello también si comenzamos temprano.
Joan miró la revista que su madre le tendía. La ilustración mostraba a una jovencita,
esbelta y recatada, con su cabello recogido en una delicada corona de trenzas en la
cima de su cabeza, asegurada por una pequeña tiara y decorada con una elegante
pluma de avestruz, con grupos de rulos enmarcando su rostro. Lucia delicado y
hermoso, y pensó que daría su posesión más valiosa para lucir así.
—Oh, es encantador.
Su madre sonrió.
44
—¿Cierto? Y está muy a la moda. —La moda era muy importante para Lady Bennet.
Por otro lado… Joan estudió la ilustración más de cerca. La jovencita que mostraba
ciertamente era muy hermosa en su vestido de encaje y peinado elegante, pero
también era mucho más pequeña que Joan. Más de una vez había aceptado con
entusiasmo alguna nueva moda, solo para descubrir con consternación que nunca le
convenía. Plumas, por ejemplo. Solo parecían enfatizar su estatura. Había pocas
cosas más bajas para el orgullo de una chica que ver los ojos de un caballero subir y
subir y subir por su figura, como si estuviera inspeccionando algún monstruo de la
Amazona.
Lady Bennet giró la revista de lado a lado mientras meditaba esa posibilidad con
seriedad. La estatura de Joan siempre había sido un motivo de preocupación. A
diferencia de su pequeña madre, podía mirar a su padre a los ojos, y solo era unos
centímetros más baja que su hermano.
—Quizás si Janet la pone en un ángulo, como este. Necesitas algo para enmarcar
tus rasgos.
—Sí. —Joan se animó un poco mientras miraba la ilustración. Qué maravilloso sería
lucir tan elegante. Su nuevo vestido azul era similar en estilo de este; quizás,
combinado con el peinado, la volvería elegante.
—¿De verdad crees que Douglas se casará con Felicity Drummond? —preguntó en
un impulso. 45
—¿Qué es eso, querida? Oh. Sería un muy buen partido, y es hora de que tomara una
esposa. Felicity es una chica adorable con buenas conexiones y una buena dote. Y
no está mostrando ningún interés en otras jovencitas; no hay ninguna razón por la
que no sería suficientemente feliz con ella. —Su atención ya había regresado a su
carta—. ¿No estás de acuerdo?
Joan pensó en recordarle a su madre cuán terrible era la madre de Felicity. Pensó en
preguntar por qué Douglas debería casarse ahora, cuando aún era tan salvaje e
indómito como un oso y, obviamente, no tenía ninguna inclinación a casarse. No era
como si necesitara la dote de una esposa o hubiera expresado el deseo de
comenzar una familia o siquiera aburrimiento con su vida actual; la cual, a ojos de
Jean, parecía consistir principalmente en beber, apostar y perseguir a las actrices y
mozas de tabernas. Si no fuera por su devoción al deporte, probablemente sería un
tipo gordo y gotoso.
Por otro lado, realmente no importaba. Una vez que su madre tomaba su decisión,
no había modo de cambiarla. Al menos esta vez era el futuro de Douglas en el crisol
y no el de ella.
—No —dijo—. Felicity es encantadora.
—Bien. —Lady Bennet aclaró su garganta y bajó su pluma. Tocó su garganta y tosió
otra vez—. Llama a la Sra. Hudson, ¿quieres, querida? Siento la necesidad de un
poco de té.
podría imaginar, sin nada horrible al respecto. Joan estaba bastante segura de que
Mariah veía el pecho desnudo de su marido regularmente, y era rutinariamente
asaltada en cada manera emocionante. Debía serlo, ya que esperaba a su primer hijo
en unas pocas semanas.
Si Mariah no fuera su prima más querida y confidente más íntima, Joan habría
estado loca de celos. En las circunstancias actuales, el único pecho masculino, en
carne o pintado, que había visto era el de Tristan Burke. En verdad, más bien lo
había disfrutado, lo cual le brindaba algo de peso a la preocupación de su madre de
que era indecentemente excitante, pero difícilmente la había llevado a la ruina. En
todo caso, solo le mostraba cuán dramáticamente distintos eran un caballero y su
personalidad. Lord Burke podría tener un pecho muy interesante, pero el resto de él
era desagradable.
Tomó la revista otra vez y se dirigió a la última moda. Dorado, dijo él. ¿Qué sabía
Lord Patán sobre moda de damas? Nunca lo habría admitido en voz alta, pero la idea
de un vestido dorado profundo sonaba bastante atractivo. Le gustaban los colores
intensos, incluso si su madre los consideraba inapropiados para una mujer soltera. Si
alguna vez se las arreglaba para conseguir un marido, la primara cosa que ordenaría
sería un vestido escarlata, solo porque le encantaba el rojo.
Pero mañana en la tarde, iba a verse elegante en azul. Azul claro, es verdad, pero
con una caída muy fina de encaje en el escote. Y su cabello —su único rasgo
verdaderamente hermoso— estaría atractivo y encantador, igual que la joven de
Ackermann.
Casi esperaba que Lord Patán estuviera allí para mirarla boquiabierto de asombro.
47
T
ristan no tardó mucho en recordar por qué rara vez iba a bailes.
—Parece una pena que tengas que cumplir tu penitencia cuando el juez ni siquiera
está aquí —le dijo a Bennet, quien estaba recostado contra el alfeizar de la
chimenea en el otro extremo de la habitación sin preocupación alguna.
—Si me voy, seguro que mi madre aparece diez minutos después y me despelleja
por escaparme. —Hizo señales a un lacayo que pasaba y tomó dos copas de vino de
la bandeja del criado—. Bien podría beber a expensas de Malcolm.
El segundo problema con los bailes, pensó Tristan, era el vino. Pocos anfitriones
servían su mejor vino a los cientos de invitados que venían a los bailes. Bebió de la
copa que Bennet le entregó y suspiró. Era un Borgoña promedio o uno diluido con
agua. No veía la razón de beberlo en absoluto.
—No puedo imaginar qué gusano entró en el cerebro de mi madre. ¿Por qué me
quiere ver casado? ¿No debería estar ocupada en casar a Joan? Dios sabe que eso
sería suficiente para ocuparla durante otra década.
—Quizás se ha dado por vencida.
—Ya lo creo —murmuró Tristan. Lo sabía muy bien. Estaba peligrosamente cerca de
eso ahora mismo, escudriñando la habitación para ver a la maldita mujer.
—Aun así, parece difícil creer que madre tenga tanto interés en mi matrimonio —
continuó Bennet—. No necesito fondos, y me gusta mi vida tal como es ahora. ¿Qué
podría posiblemente ganar al casarme?
—Contratiempos —se burló Bennet—. Ni siquiera soy tan tonto como para apostar
demasiado. Y preferiría economizar que aguantar a una esposa que estaría
murmurando en mi oído todo el día y noche sobre todo. No, todo esto es una manía 49
—Muy bien —dijo Tristan, sin prestar demasiada atención—. Buen hombre. —Su
mirada había captado la llegada, por fin, de la Furia. Era lo suficientemente alta
como para destacarse entre la multitud, especialmente con esa pluma en el
cabello—. Ve y dile eso.
—¿Madre está aquí? Gracias a Dios. Cuanto antes baile con la chica a la que
favorece, más pronto puedo irme.
Aquello no sonó como una protesta contra las manipulaciones de Lady Bennet, pero
Tristan se abstuvo de mencionarlo. Observó a Bennet atravesar la multitud como un
toro. Su hermana ya se había separado de la mujer más delgada que debía ser su
madre. Tristan siguió la pluma que se movía en su cabello, preguntándose qué razón
había para que las mujeres quisieran parecerse a avestruces con medio plumaje.
Pronto se unió a un grupo de otras jóvenes damas, apenas visible para él a pesar de
que podía ver por encima de la mayoría de las cabezas en la habitación. Su boca se
apretó, y bebió la mitad del vino en su copa sin saborearlo. Otra cosa que había
olvidado: las mujeres generalmente vagaban en manadas. Quería confrontarla en
privado.
La observó a través de varios bailes, uno de los cuales era un largo reel de campo.
Lacayos pasaban junto a él con bandejas de bebidas, y cambiaba su copa vacío por
una llena distraídamente. El clarete era ligeramente más sabroso que el Borgoña,
aunque no por mucho. Con retraso, lo golpeó que ella no estaba bailando. Sus
acompañantes eran invitadas a bailar unas cuantas veces, pero ella se quedaba
donde estaba, aparentemente por falta de pareja más que por falta de interés;
podía ver la pluma balanceándose con el ritmo de la música. Probablemente afilaría
su lengua sobre cualquier hombre lo suficientemente valiente como para pedirle
que bailara, pero Tristan recordaba vagamente que bailar era importante para la
mayoría de las mujeres.
Antes de tener mucho tiempo para preguntarse si debería sentir lástima por ella,
finalmente —después de demasiado tiempo— se giró y salió de la habitación con
otra joven. Eso llamó la atención de Tristan y dejó su ahora vacía copa. Como si
necesitara más pruebas de que esa mujer era un problema, había bebido dos… o tal
vez incluso tres… copas de vino sin darse cuenta, todo porque ella lo distraía.
50
Se abrió paso entre los otros invitados, ignorando los murmullos y las miradas
furtivas a su paso. La habitación era larga, pero relativamente estrecha, y para
cuando llegó a la puerta, la Srta. Bennet había desaparecido. Por un momento se
detuvo, escuchando, luego se volvió hacia las voces femeninas. Genial; podría
acecharla fuera de la habitación de las damas.
Una sala privada al final de un largo corredor había sido puesta a disposición de las
damas, y estaba ocupada por varias de ellas, a juzgar por los sonidos de
conversación y risas. No queriendo quedarse allí esperando a que saliera, Tristan
intentó abrir una puerta cercana y la encontró desbloqueada. Entró en una pequeña
sala de música, iluminada por dos lámparas en una mesa lateral detrás del arpa.
Dejó la puerta entreabierta, para no perderla, y se dirigió a la mesa. Las lámparas le
llamaron la atención; estaban hechas con un diseño que nunca había visto antes.
Eran similares a una lámpara Argand, pero más delicadas. Intrigado, Tristan se
inclinó para estudiarlas más de cerca, y luego se arrodilló sobre una rodilla para ver
la parte inferior. ¿Cómo se sacaba la mecha de ese depósito de aceite?
—Por fin —dijo una voz femenina detrás de él—. Nunca pensé verte de rodilla.
—No es por la razón que desearías —dijo sin mirar a su alrededor—. ¿Qué clase de
lámpara es esta?
—¿Cómo rayos podría saberlo? —Con un hipo achispado, entró en la habitación.
Tristan apenas la miró. Lady Elliot había sido su amante durante unas pocas
semanas apasionadas el otoño anterior, antes de que ella le dijera
imprudentemente que quería matrimonio. Puesto que en ese momento habían
estado dedicados a una vigorosa actividad amorosa, casi en el momento crucial, lo
consideró una forma baja de coerción. Le había dicho que eso no lo conseguiría de
él, antes de separarse y de salir de su dormitorio sin mirar hacia atrás, incluso
cuando ella le gritaba que por lo menos le diera un clímax.
—Oh, no seas así. —Ella pasó sus dedos por su cuello y los arrastró por su cabello—.
Sé algunas cosas, tal vez lo recuerdes.
—Jessica, eso no es bueno. No me casaré contigo, así que búscate a otro hombre
para agraciarlo con tus favores.
Ella hizo una mueca, todavía jugando con su cabello. Él sacudió su cabeza a un lado
mientras ella arrancaba la correa de cuero que la despejaba de su rostro. Señor,
sálvame de las mujeres que no podían manejar el champán, pero que de todos
modos lo bebían en exceso.
—Pero te deseo. Te extraño. ¡Tan vigoroso, tan indomable, tan emocionante! Ven,
hagámoslo por los viejos tiempos.
—Ven, mi amor. Sé cómo te gusta. —Sacudiendo su falda por encima de las rodillas,
retrocedió hasta que se derrumbó sobre una tumbona. Ahora riendo en voz alta, se
echó hacia atrás y levantó su falda en un solo movimiento, exponiendo sus piernas
desnudas hasta llegar a su cintura. Abrió las piernas y levantó los pies—. ¡Soy tuya
para que me invadas!
Por un momento quedó atrapado. Dios, era incluso más audaz de lo que recordaba.
Pero entonces se sacudió. No iba a aprovechar su oferta, no importaba cuán…
aventurero pudiera ser.
52
—La puerta está abierta —dijo mientras ponía la lámpara sobre la mesa—. Te estás
avergonzando a ti misma, Jessica…
El jadeo pareció resonar por la habitación. Tristan se dio la vuelta para ver a su
Némesis en la puerta, con los ojos muy abiertos y la boca abierta. Por un momento,
el aire pareció tan espeso como la melaza, con solo la risa borracha de Lady Elliot —
todavía moviendo los pies y sosteniendo sus faldas sobre su rostro— para romper el
ensordecedor silencio.
Lady Elliot levantó la cabeza, mirando por encima de las olas de su falda.
—No nosotros —dijo, arrojándole las pantaletas—. Tú. —Con tres zancadas, cruzó
la habitación, agarró a la Srta. Bennet por el brazo y cerró la puerta tras él.
—Lo siento mucho —dijo ella, simulando desesperación mientras él la conducía por
el pasillo y alrededor de una esquina—. Realmente pensé que tendría más decoro
que fornicar con la puerta abierta para que todo el mundo lo viera.
—Escúcheme —le ordenó, deteniéndose brevemente y apretándole el brazo—. No
estaba fornicando con esa mujer, y no se atreva a decirle a la gente que lo estaba
haciendo.
—Oh, no —murmuró, bajando los ojos con recato—. Eso estaría mal. Solo podría,
en buena conciencia, repetir lo que vi con mis propios ojos. —Ella le dirigió una
mirada extrañamente descarada a través de sus pestañas—. Me atrevo a decir que a
Lady Elliot no le molestaría.
Tristan trató de no maldecir en voz alta. ¿Cómo lograba esta mujer ponerlo tan a la
defensiva?
—¿A mí? Usted, señor, está completamente loco si espera que yo me acueste en el
sofá y te muestre mi…
—Difícilmente —dijo Tristan, tratando de no pensar en ello. No quería ver bajo las
faldas de la Furia, ni imaginar sus brillantes ojos ablandándose de deseo, y 53
realmente no quería preguntarse cómo se mostraría en la cama su inclinación por la
imprevisibilidad—. Tengo algo suyo y quería devolvérselo.
Se inclinó más cerca, disfrutando de cómo sus ojos color café se abrían, las líneas
doradas pareciendo brillar.
—¿Por qué la prisa? —Solo había venido a este maldito baile para verla—. ¿No lo
quiere?
En efecto. La única cosa que Tristan recordaba claramente de Lady Bennet era la fría
mirada que le había dado desde la única vez que lo habían invitad a casa con Bennet.
Solo había tenido doce años, pero era lo bastante listo para saber que no sería
invitado de nuevo. Le había parecido un poco injusto; la mayoría de las escapadas
que le habían ganado su enemistad habían sido idea de su propio hijo, pero dudaba
de que una madre desdeñara a su hijo cuando había un foco mucho más fácil de 54
culpar. Más de una vez en los años transcurridos desde entonces, Bennet había
comentado en alguna conversación que su madre aún no aprobaba a Tristan.
Difícilmente le importaba, pero ahora…
Debería soltarla, levantar el brazo y dejar que se deslizara delante de él. En vez de
eso, giró la manilla de la puerta a su lado y la empujó dentro, siguiéndola
rápidamente sobre sus talones y cerrando la puerta tras él justo cuando un par de
señoras mayores pasaban por el pasillo más ancho.
Apenas pudo ver la pálida forma de su brazo antes de que ella le diera una palmada
en el hombro.
—¿Por qué hizo eso? —susurró conmocionada—. ¿Es usted un completo idiota?
—Ya veo. No tiene miedo de desafiar el decoro invadiendo el dormitorio de su
hermano, o escabulléndose en una librería ligeramente infame, pero que su bendita
madre se acerque produce temor en su corazón.
—Sin duda. Pero tengo algo suyo. —Sacó su paquete, todavía atado en el papel y la
cuerda del librero, y lo movió hacia ella—. ¿No lo quiere?
Sus ojos se habían ajustado lo suficiente para ver su mandíbula caer, de forma
gratificante. Al parecer, finalmente la había dejado sin habla.
—No, como puede ver. —Agarró la cuerda—. Todavía hay tiempo, por supuesto…
Por primera vez, realmente miró su vestido. Era color azul claro, con una cantidad
aterradora de encaje enroscado en su pecho. Peor aún, la falda se destacaba con no 55
—Pero no le favorece—dijo sin rodeos—. Incluso un tono más oscuro de azul sería
mejor. Parece que lleva un paraguas medio abierto.
—Es usted insufrible… —Ella apretó el puño—. Permita que me vaya, o le daré un
puñetazo.
—¿De verdad? —No pudo evitar sonreír al pensarlo—. Nunca he sido golpeado por
una… ¡ay! —Lo último salió en un aullido cuando su puño conectó con su nariz.
Bastante bien, a decir verdad; Bennet debió haberle enseñado cómo hacerlo—. ¡Me
golpeó!
—Y no crea que no lo haré de nuevo. —Se lanzó hacia él y abrió la puerta—. Buenas
noches, Lord Patán… quiero decir, Lord Burke.
Todavía con la nariz palpitando, Tristan solo pudo verla marcharse en un shock
impotente. Lo había superado y salido triunfante una vez más. No debería haberla
empujado a entrar en esta habitación, pero solo había tenido intención de burlarse
de ella y hacerle rogar por el paquete de la librería. En cambio… en cambio iba a
tener una nariz hinchada y todavía no había puesto a la Furia en su lugar.
56
J
oan casi corrió de regreso al salón de baile, su corazón galopando dentro de su
pecho y sus pulmones presionando contra su corsé más ceñido de lo habitual.
Que el cielo la ayudara si su madre descubría cualquier parte de esto. No
solamente le había hablado a Tristan Burke, el hombre más infame de Londres a los
ojos de su madre, sino que le había dado un puñetazo en el rostro. Aunque ahora
que lo pensaba, madre probablemente aprobaría la última parte. Sí, bien podría
aplaudir a su hija luchando contra las atrevidas atenciones de un notorio pícaro…
Al llegar a la puerta del salón de baile, redujo la velocidad de sus pasos, aunque su 57
pulso seguía tronando, y trató de parecer apropiada mientras regresaba con sus
amigas. Abigail Weston la miro con curiosidad mientras volvía a reunirse con ellas.
—¿Dónde estabas?
Joan lanzó una mirada cautelosa alrededor. Estaban solas e ignoradas como
siempre, pero de todos modos bajó la voz.
—Fui acechada.
—¿De verdad? ¿Por quién? —Parecía haber hecho una interpretación equivocada;
sus ojos brillaban con interés.
—Un idiota confundido. —Por el rabillo del ojo, Joan vio al idiota aparecer en la
entrada. Desde aquella distancia, era insoportablemente fascinante, sus brazos
cruzados sobre su ancho pecho y su boca curvada en una débil pero perversa curva.
Mientras lo observaba por encima del hombro, su mirada verde súbitamente
conectó con la suya, como si él la estuviera buscando. Con la barbilla
desafiantemente alta, le dio la espalda—. Lord Burke, en realidad. Pero tal vez fue
porque lo descubrí seduciendo a alguien en el salón de música.
—En una tumbona, con sus faldas alrededor de la cintura. —Joan sabía que debería
mencionar que Lord Burke había estado a varios metros de la tumbona, pero
contuvo la lengua. Lo tenía bien merecido por dejar la puerta abierta. Muy
probablemente habría estado seduciendo a Lady Elliot minutos antes, de cualquier
manera.
—Dios mío. —Penelope volvió sus grandes ojos azules a su hermana, quien estaba
estudiando a Joan detenidamente.
—Si estaba ocupado seduciendo a alguien, ¿por qué, y cómo, te estaba acechando a
ti?
—Corrió tras mí —dijo Joan algo indignada—. Me agarró del brazo, me jaló por el 58
pasillo y me encerró en una habitación. Tuve que golpear sus orejas para escapar.
Las cejas de Abigail se dispararon hacia arriba, entonces bajaron con desconfianza.
—¿De verdad?
—Porque suena mejor decir que le golpeaste las orejas, a que hiciste tanto
escándalo que te dejó ir.
—Si deben saberlo —dijo Joan, un poco altiva—, en realidad no le golpeé las orejas.
Las tres giraron para mirar. Tristan Burke les devolvió la mirada desde el otro lado
del salón de baile, atrevido y audaz. Solo estaba apoyado en uno de los pilares al
frente del salón, manos juntas detrás de él, pero de alguna manera Joan sentía su
presencia en todo el camino de regreso a la silenciosa esquina donde estaban. De
hecho, al mirarlo, casi parecía que le sonreía.
Joan le dio una débil sonrisa. Imagínate eso; necesitaba protección de uno de los
más grandes libertinos de Inglaterra, pero no por la razón que otra mujer tendría.
Agachó la cabeza cerca de Abigail.
—¿Quién dijo eso? Te ves… —Su mirada bajó, y parpadeó, una vacilante traición
que a Joan no le pasó desapercibida—. Te ves preciosa. 59
—Como un precioso paraguas a medio abrir. —Rechinó los dientes y se volvió para
mirar a Lord Burke malignamente. Maldito sea. El hombre podría ser bien parecido y
bueno para seducir mujeres, pero por otro lado era un canalla—. ¿Por qué todas las
damas se lanzan hacia él? —se preguntó con irritación.
—Oh. —La mirada de Penelope no vaciló—. Eso también es muy atractivo, pero
debes admitir que es la figura más cautivadora en este salón de baile.
—Cautivador —bufó Joan, pensando en todos los insultos que le había lanzado en
los últimos dos días—. Y grosero y agresivo y tosco…
—Supongo que luce bastante bien sin camisa —murmuró Joan, perdida en sus
propios pensamientos.
Como una sola, las hermanas Weston se voltearon hacia ella, con ojos y bocas
abiertas.
—Oh, Joan.
60
—¡Le pudo haber pasado a cualquiera!
Su reacción fue todo lo que había esperado. Penelope se dio la vuelta, con los ojos
muy abiertos, y Abigail tomó aliento.
—Después de visitar a mi hermano fui a Maddox Street, con el librero que ustedes
me dijeron. ¡Y dijo que había recibido algunas copias justo esa mañana! Pero Lord
Burke —dijo furiosamente—, me siguió, y me puso tan furiosa que salí a toda prisa
antes de que el librero pudiera sacarlo. Presumo que lo compró… ¡porque esta
noche se burló de mí con eso!
Joan pudo sentir las asombradas miradas de sus amigas. En verdad, ella misma
estaba conmocionada. ¡El muy patán! Ya era bastante malo decirle eso a ella, pero
repetirlo delante de sus amigas…
Él apenas se movió, pero parecía estar más cerca con cada minuto.
—No se necesita bailar para eso. De hecho, tal vez desee concentrase en una tarea
a la vez. Parece distraerse muy fácilmente, señor.
Ahora estaba atrapada. Seguramente ella, Abigail o Penelope podrían pensar en una
manera de llevarlo furtivamente a su casa. Tenía su liga, después de todo… Una
rápida mirada de reojo le mostró que sus amigas estaban totalmente a favor de que
hiciera el sacrificio. De hecho, Penelope parecía lista a hacerlo por ella, lo cual inclinó
la balanza.
—Podría decirlo —dijo ella, sonando tristemente sin aliento una vez más. Por el
rabillo del ojo vio a Douglas, quien estaba bailando con Felicity Drummond de nuevo
y los estaba mirando con una mezcla de conmoción e ira. Le hacía pensar en su
madre, y lo que su madre diría cuando se escuchara de este vals con Lord Burke.
Joan suspiró suavemente, su deleite desinflado. Todo lo que disfrutaba parecía
inapropiado para las damas—. Será mejor que se disculpe antes de que termine la
música.
—Sí. Estoy profunda y humildemente apenado por decir que parece un paraguas
esta noche. 63
—Me parece absurdo que las mujeres usen modas que no les convienen, pero por
supuesto que no me importa cómo quieran vestirse.
—No particularmente.
—La mencionó el otro día, al enumerar todos los colores poco halagüeños a su
apariencia.
Joan sabía que nunca se las arreglaba para lucir elegante, ni siquiera en las
creaciones de moda que se encontraban en Londres. Estuvo de acuerdo en que el
azul claro no era su color favorito, sin importar cuán apropiado fuera para las
mujeres solteras. Pero usaría rayas verdes y anaranjadas por Hyde Park antes de que
lo admitiera.
—En verdad, señor —refunfuñó—. ¡Se interesa tanto por mi ropa y mi cabello! ¡Uno
podría comenzar a preguntarse cuáles son sus intenciones! 64
No parecía preocupado; si acaso, sus palabras le llevaron una leve sonrisa a sus
labios. Haciéndola mirar su boca, tan cerca de la suya, Joan sintió que su estómago
se revolvía y daba otra vuelta. ¿Por qué diablos le había pedido que bailara? Con la
mano extendida sobre su espalda, sosteniéndola cerca, y su otra mano sujetando la
suya, era demasiado fácil para su miserable imaginación volar y fingir que no era el
mayor patán en Londres, no alguien que le había dicho una vez que le gustaban las
chicas impertinentes.
—Está a salvo conmigo —dijo—. Mis intenciones son pedir disculpas, devolver su
libro, y luego ir a hacer algo que realmente disfruto.
Joan casi puso los ojos en blanco. Segura de la seducción, obviamente, pero no de la
irritación.
—Acepto sus disculpas, aunque sean sin entusiasmo y débiles. Creo que siento un
dolor en el tobillo, podría acompañarme adonde están mis amigas. —La mayoría de
los caballeros generalmente aceptaban la excusa con gratitud. Esperaba que Lord
Burke hiciera algo decente por una vez.
—¿Qué…? —comenzó ella en un murmullo furioso, pero él puso una yema de sus
dedos enguantada en sus labios mientras buscaba dentro de su chaqueta de noche
y sacaba 50 Formas de Pecar… el cual, no pudo dejar de notar, estaba desenvuelto,
exponiendo a simple vista el título completo.
—¡No puedo regresar al salón de baile con esto en mi mano! ¿Dónde lo pondré?
—No quiere decir que compró algo inapropiado, ¿verdad, Srta. Bennet?
—Si alguien ve esto, juraré sobre la tumba de mi abuela que trataba de tentarme al 65
Se echó a reír, un sonido bajo y perezoso sin verse afectado por ninguno de los
nervios que apoderaban a Joan.
Joan apretó las manos. Bajo ninguna circunstancia podría deslizarlo bajo su liga
frente a él.
—No puedo. Tiene que mantenerlo.
Suspiró.
—¿Por qué? —Antes de que ella pudiera protestar más, él la había tomado por los
hombros y la había girado para mirar hacia la pared, luego se acercó a ella hasta que
debía ser completamente invisible para cualquiera que pasara por allí. Joan apoyó
las manos contra el yeso, esforzándose por mantener suficiente espacio para
respirar. Oh cielos… podía sentirlo detrás de ella. Su pie se había deslizado entre los
suyos, y su pecho estaba justo en su espalda. Arrastró los pies, tratando en vano de
acercarse a la pared, y sintió el roce de su rodilla en la parte posterior de su pierna. Y
entonces sintió sus dedos en los cierres de su corpiño, aflojando el cordón que lo
cerraba.
Estaba tan asolada como la mujer de Lot2, inmóvil ante la maldad frente a ella. O
más bien detrás de ella. El libertino más notorio de Londres estaba desatando su
vestido.
La detuvo sujetando con una mano su cintura, sus dedos extendidos sobre su
cadera.
2
Lot: Figura mencionada en el Génesis de la Biblia, cuando se convirtió en una estatua de sal al mirar
hacia atrás en Sodoma.
—Si va a ajustarlo con fuerza para mostrar su pecho, debería renunciar a todo esto.
—Con la otra mano, sacudió la elegante caída de encaje que adornaba el escote de
su vestido—. ¿De qué sirve exhibir el pecho si nadie puede disfrutarlo?
—Claro que no. —Sintió sus dedos deslizándose por la parte trasera de su vestido, y
luego un sonido de papel. Estaba poniendo 50 Formas de Pecar en la parte de atrás
de su corpiño—. Espero que confíe en su criada.
Él rio muy calladamente, sus ágiles dedos tirando de sus cordones otra vez. Joan
fulminó con una mirada una fina grieta que se deslizaba por la pared frente a ella,
deseando no sentir cada toque de sus dedos sobre su espalda, incluso a través de su
corsé, el cual parecía estar más apretado con cada momento. Trató de pensar en la
fantástica historia que contaría si alguien los descubría; parecía que habían estado
en esta alcoba durante una hora o más.
67
Se giró cuando sus dedos se alejaron de ella.
—¿Controlada por…? —Esta vez puso los ojos en blanco—. Déjeme ver. Porque soy
una mujer soltera sin fortuna propia, sin propiedad propia y sin derechos propios. A
diferencia de usted, no estoy en libertad de encontrarme en rincones aislados, ni
siquiera con alguien que no tiene interés en mi virtud, porque sería impropio. Ruin,
incluso. No es que alguien haya mostrado el más ligero interés en mancillar mi
virtud, pero las apariencias, sabe, son tan importantes para una jovencita. —Dijo lo
último en una imitación de la voz de su madre, pero luego suspiró—. No supongo
que su madre se preocupe por su reputación, pero la mía se preocupa mucho por la
mía. Realmente no quiero pasar el resto de la temporada encerrada en mi
dormitorio solo porque usted no podía arreglárselas para disculparse de una
manera normal y gentil, así que por favor déjeme pasar.
—No, dije que estaba a salvo conmigo esta noche. —Apretó uno de sus rizos—. Hay
una diferencia.
Su boca se torció.
—Todavía impertinente.
—¿Qué está haciendo? ¿Está viniendo alguien? —Joan trató de empujarlo a un lado.
Joan palideció.
Oh Dios. Incluso si no fuera madre, podría ser cualquiera que amara un buen chisme.
Joan se imaginó un año en el exilio en Cornualles, lejos de sus amigas y de las
compras de la ciudad, lo cual seguramente sería su castigo si la atrapaban
prácticamente en los brazos de Tristan Burke. Su única esperanza era poner cierta
distancia entre ellos. Tiró de su agarre.
—¿Por qué? ¿Quién viene? Debe saber que daría una impresión completamente
errónea si alguien lo viera abrazándome…
Joan apretó la mandíbula. Era una persona muy razonable; él era el culpable aquí. La
había obligado a entrar en un cuarto oscuro, retenido su folleto, y luego la había
confrontado a plena vista de todos los que estaban en el baile. Ahora la tenía
apretada contra la pared detrás de las macetas con palmeras, y aunque su pulso
estaba saltando y algo terriblemente como excitación había puesto su sangre
hirviendo ante la forma en que la sostenía, tenía que salir de aquí. Con la mirada fija
en la suya, tomó una respiración profunda y deliberada para gritar.
—Maldita sea —escuchó que él murmuró, y antes de que pudiera hacer un sonido,
su boca bajó sobre la suya. Joan hizo un eep sorprendido y casi cayó antes de que
sus brazos se apretaran alrededor de ella.
69
Había sido besada antes… o mejor dicho, pensó que había sido besada antes. Pero
comparado con esto, esas experiencias anteriores eran meros besos ligeros en la
mejilla. Tristan Burke la abrazaba de una manera que no dejaba dudas sobre sus
intenciones; podía sentir cada centímetro de su cuerpo presionado contra el suyo,
duro e inflexible. Su brazo se curvó alrededor de su cintura, y su mano —
sorprendentemente— curvada alrededor de su cadera, sosteniendo su cuerpo
contra el suyo. Su otra mano estaba alrededor de su nuca, impidiéndole retroceder.
Lo cual, por supuesto, habría hecho de inmediato, si tan solo no la hubiera estado
abrazando y besando así y luego su lengua corrió por sus labios y comenzó a
protestar y entonces… él hizo un sonido como un hombre hambriento a la vista de
un banquete… y ella sentía lo mismo…
Podría haber sido un año más tarde cuando él levantó la cabeza. Joan habría jurado
que había pasado una era. Por así decirlo, tenía que aferrarse a él —en realidad, ya
se estaba aferrando; ¿cuándo había ocurrido?— y luchar para respirar de nuevo.
—Usted… me besó —se las arregló para jadear. Su apretado corsé parecía haber
cortado todo el aire. Buscó su abanico, intentando no desmayarse
desesperadamente.
Él la estaba mirando fijamente, aun sosteniéndola con fuerza, pero ante sus
palabras le dio un pequeño asentimiento. Sus brazos se aflojaron.
Eso dolió. Lo fulminó con la mirada, aunque su corazón seguía saltando dentro de su
pecho.
Él se inclinó más cerca, con expresión intencionada, y Joan cerró la boca. ¿La iba a
besar de nuevo? Y de ser así, debería darle una bofetada ahora… ¿o devolverle el
beso esta vez?
Dio la vuelta y se alejó, dejándola —por una vez— completamente sin habla.
70
D
e alguna forma, Joan regresó al salón de baile, esperando que nadie fuera
capaz de saber, al mirarla, lo que había sucedido. Ni siquiera ella sabía lo
que había sucedido; los meros hechos de la historia no comenzaban a
explicarlo. Tristan Burke había bailado con ella. Podía razonarlo como parte de su
plan para atormentarla en cada oportunidad. Se había disculpado por decir que
parecía un paraguas, lo cual seguramente solo era un vestigio de buenos modales,
incluso si fue hecho en su habitual forma arrogante. Pero entonces había llamado a
su pecho delicioso e insinuado que le gustaría verlo. Insinuó que su virtud podría no
estar siempre a salvo con él. Y luego la besó, de la forma en que un libertino besaría
a su amante. De la forma en que un hombre besaría a su esposa luego de un año de 71
ausencia. De la forma en que Joan había soñado ser besada por los últimos ocho
años.
Si hubiera sido alguien más, habría estado flotando en el aire. Dado que era Tristan
Burke quien la había besado tan exhaustiva y apasionadamente… no estaba segura.
Y realmente no tenía idea de qué decirle a sus amigas, quienes habrían notado que
Lord Burke la había llevado a una esquina y fuera de la vista por varios minutos. No
había forma en la tierra de que creyeran que simplemente le había entregado la
copia de 50 Formas de Pecar en todo ese tiempo.
—Joan, ya nos vamos —solicitó papá, atrapándola justo antes de alcanzar a las
hermanas Weston—. Mamá no se encuentra bien.
—¿En… serio? —Sobre el hombro de su padre, podía ver a Penelope casi bailando
en su lugar con impaciencia. Incluso Abigail la observaba con pura curiosidad. Un
interrogatorio ardiente la esperaba—. Eso es… Eso es terrible. ¿Está muy enferma?
—Bueno, espero que no. Pero necesita descansar. ¿Estás muy decepcionada de irte
temprano? Podría pedir a Douglas que te lleve a casa…
—No, no —dijo rápidamente. Douglas le había dado una mirada oscura cuando la
vio bailando con su amigo. No quería ser regañada por él, de todas las personas—.
Me iré ahora. —Levantó la mano en despedida a sus amigas, ignorando la mirada
indignada de Penelope, y siguió a su padre desde el salón de baile. Encontraron a su
madre descansando en un sofá en un pequeño salón fuera del salón principal. Lady
Bennet lucía pálida y cansada, y tosió cuando entraron a la habitación.
—¡Madre! —Joan olvidó su ansiedad por Lord Burke. No estaba acostumbrada a ver
a su equilibrada y elegante madre decaída, y ciertamente, nunca en público—. ¿Qué
ocurrió?
Madre sonrió.
—¿Lo ves? —enfatizó su padre, sus brazos cruzados sobre su pecho—. Joan se ha
dado cuenta. Marion, debes ver a un médico. 72
—Me dirá que beba té caliente y que descanse. Estaré bien, George.
—Entonces yo necesito ver al médico, así puede prescribirme alguna cura que
evitará que me preocupe por ti —le devolvió su marido—. Ya he enviado por él.
Madre suspiró.
—Muy bien. Pero debes quedarte aquí, así Joan no se pierde el baile. Luce tan
encantadora, George, y tardó tanto tiempo en su cabello…
¿Cuánto tiempo tardó en hacer esos rizos?, resonó la perversa voz de Lord Burke en
su cabeza.
—De ninguna manera —gritó Joan—. A decir verdad, madre, estaba un poco
cansada y no me importa retirarme. —Se inclinó hacia adelante para tomar la mano
de su madre, y sintió un pliegue a lo largo de su columna. Oh, sí; también estaba eso.
Curioso cómo no había pensado ni una vez en leer 50 Formas de Pecar desde que
Lord Burke la besara.
Un lacayo vino a decirles que su carruaje estaba esperando, y papá ayudo a madre a
ponerse de pie y la llevó a la calle. Lady Malcolm vino rápidamente a desearle una
pronta recuperación a su madre, y papá le agradeció. Joan dio una rápida reverencia
y murmuró sus propias gracias, y luego estuvieron camino a casa.
Por una vez, el viaje fue tranquilo. Normalmente, madre le habría preguntado cómo
encontró la velada, si había visto alguna moda interesante o había conocido algún
caballero o había escuchado algo interesante. Esta noche, sin embargo, se apoyó en
el brazo de papá y cerró sus ojos. Papá encontró la mirada de Joan a través del
oscuro carruaje y le dio una sonrisa.
Para el intenso alivio de Joan, nadie dijo nada más del baile. Llegaron a casa y papá
prácticamente levantó a madre para bajarla del carruaje y la ayudó a entrar en casa.
Joan fue dejada sola, lo cual le quedaba perfecto. No deseaba que su madre
estuviera enferma, pero esta noche de todas las noches estaba contenta por un
respiro del habitual ojo perspicaz de su madre. Dio a sus padres las buenas noches y
deseo que su madre sanara, luego se apresuró a su dormitorio, donde Janet, la
doncella de su madre, estaba esperándola.
Janet había estado con su madre por casi treinta años. Sus ojos se ampliaron
alarmados.
—Enviaré a Polly para ayudarla, Srta. Bennet —dijo antes de dirigirse a la puerta
hacia la habitación de Lady Bennet.
En el instante en que estuvo sola, Joan alcanzó los cordones de su espalda. Si Lord
Burke no los había atado demasiado apretados, debería poder encontrar la cuerda y
sacar el folleto antes de que Polly llegara a ayudarla. Ni siquiera su imaginación
podría evocar una explicación adecuada para la historia más infame de Londres
localizada en la parte de atrás de su vestido. Durante varios minutos se retorció y se
sacudió, ambos brazos curvados tras ella en un silencioso ballet frenético.
Finalmente, encontró la cuerda —no la había anudado, gracias a Dios— y jaló,
aflojando el corsé. Con un heroico estiramiento, cruzó un brazo sobre su hombro y
toqueteó tan atrás en su espalda como pudo alcanzar. Justo cuando Polly golpeó la
puerta, sus dedos agarraron una esquina del papel y tiró de este.
—Solo un momento —pidió, corriendo a través del dormitorio para meter el folleto
bajo la almohada—. Adelante.
—Oh, señorita, lo siento —jadeó Polly mientras irrumpía dentro del dormitorio y
veía a Joan con su vestido caído en un hombro—. Vine tan pronto como Janet me
dijo, pero si hubiera sabido que estaba tan ansiosa por desvestirse…
—No, está bien —dijo Joan precipitadamente—. Mi corsé estaba más apretado de
lo habitual y pensé que podría desatarlo yo misma, eso es todo. 74
—No —dijo Joan, inquieta mientras Polly le quitaba el vestido para doblarlo—. Solo
desátame. Estoy segura que estaré bien una vez que estén deshechas.
Miró sus rizos, el resultado de más de una hora de arduo trabajo de Janet, y suspiró.
A diferencia de los elegantes rizos en la ilustración de Ackermann, su cabello
sobresalía en todas direcciones, haciéndola ver como un poodle.
—Sí.
No que le preocupara lo que pensara Tristan Burke. No, se recordó a sí misma, era
un libertino. Un sinvergüenza. Un bribón. Nadie en quien debería pensar. Si era el
único tipo de caballero que admiraba su figura, no quería saberlo, mucho menos
preocuparse por ello.
Aunque si pensaba que su busto era delicioso, quizás otro hombre también podría.
Cuando Polly finalmente se hubo ido y Joan estuvo sola, capaz de sacar su copia de
50 Formas de Pecar duramente ganada, no pudo mantener su mente en ello. Giró el
folleto una y otra vez en sus manos. Parecía bastante inocente; 50 Formas de Pecar,
se leía en letras claras que podrían haber adornado cualquier tracto teológico. La
historia dentro, sin embargo, era todo menos sobria y constructiva. Cada edición
relataba los coqueteos de la más bien erróneamente nombrada Lady Constance,
una mujer del montón. Más allá de los detalles sombríos de ser una viuda de algún
estatus social, Constance hablaba un poco de sí misma o su historia, pero mucho de
los caballeros que la perseguían. Y en vez de frases tímidas que dejaban mucho a la
imaginación, Lady Constance describía cada íntimo detalle de sus encuentros
amorosos.
Solo eso hubiera sido suficiente para hacer las historias escandalosas. Lo que las
hacía las más buscadas luego de su publicación en Londres, sin embargo, eran los
caballeros que Constance llevaba a sus aposentos. Hombres de estado, oficiales,
hombres de ciencia y hombres de letras, todos tenían un parecido sorprendente a
caballeros reales. Si uno creía las palabras de Lady Constance, convivía con la crème
de la crème de la sociedad inglesa, justo bajo sus narices. Parte de la sociedad
estaba horrorizada con tal indiscreción; los caballeros mismos protestaban su
inocencia de tales actividades carnales y ofrecían recompensa por la identidad del
autor; y todos los demás hervían de placer con el reto de desenmascarar a cada
amante de Constance.
Joan incluso sabía que su propia madre las leía, al escuchar fragmentos de
conversaciones con otras matronas. Eso difícilmente significaba que perdonaría que
su hija lo leyera, por supuesto; en todo caso, saber lo que había en 50 Formas de
Pecar solo le aseguraba a Lady Bennet cuán completamente inapropiada era
realmente. Lo cual, naturalmente, solo intensificaba los deseos de Joan de leerlo, a
pesar de todos los obstáculos. Era publicado de forma misteriosa, casi encubierta,
con distribución irregular. Uno tenía que saber cuáles librerías lo vendían, y
entonces tenía que acercarse en el momento correcto. Las nuevas ediciones 76
aparecían sin aviso, y eran vendidas en horas. Esta era la primera edición que Joan
había sido capaz de localizar por su cuenta. Anteriormente, Penelope había robado
las copias de su madre y las había compartido con ella y Abigail. Las tres chicas eran
ávidas seguidoras de la serie.
Pero de alguna manera esta noche… Joan abrió la cubierta con un dedo, aunque
seguía viendo hojas de palma en vez de palabras. Esta noche había sido besada por
un verdadero libertino, y leer sobre besos y abrazos ficticios palidecía en
comparación con lo real.
Se preguntó si Lord Burke había leído algo de eso. Se preguntó si siquiera sabía qué
era. Parecía improbable que se hubiera resistido a hacer algún comentario al
respecto, después de la forma en que se había burlado de ella en la librería sobre
comprar poesía lasciva. Por otro lado, nunca habría pensado que lo compraría para
ella, aunque su único objetivo fuera atormentarla.
Apretó una mano en su sien, tratando de sacar a la fuerza a Lord Patán de su mente
físicamente. Por supuesto que no lo había leído; ¿por qué iba a necesitarlo, cuando
su propia vida era probablemente diez veces más descarada que cualquier cosa en
estas páginas? Asumiendo que uno podría ser más perverso. Algunos temas la
hacían sonrojarse y quedarse despierta, preguntándose si los actos descritos eran
incluso plausibles. ¿Había hombre vivo que pudiera llevar a una mujer a tal altura de
éxtasis que casi se desmayara? Era bueno para una historia emocionante, tan
emocionante que parecía increíble. Pero esta noche, por primera vez, empezó a
pensar que tal vez era posible… muy exagerado, probablemente, pero ligeramente,
remotamente posible.
Con renovado interés abrió la portada. El número anterior había presentado una
tensa escena en la ópera, donde el amante de Constance se había colado en su
palco y se había arrodillado en el suelo detrás de su silla para complacerla. Casi
habían sido descubiertos cuando los suspiros de Constance alcanzaron un pináculo
en el momento exacto en que la música se detuvo repentinamente. La descripción
de la escena demostraba que el autor había estado allí, y todos en Londres estaban
seguros de que había estado en el palco junto al suyo. La edición había terminado
con la promesa de Constance de tener un mejor comportamiento, lo cual nadie
creía; o deseaba creer. Joan levantó la almohada y se dispuso a leer cuán
perversamente se rompería esa promesa.
Joan se abrieron de par en par al leer el método de su placer: ¡Lord Everard le dio
palmadas a Constance! Y luego le suplicó que lo azotara con una fusta mientras le
hacía el amor. Cuando llegó al final de la historia, Joan tenía la boca abierta.
Inmediatamente volvió al principio y lo leyó otra vez antes de caer de nuevo en su
cama, hundiéndose más conscientemente en sus almohadas.
Gracias a algunos libros de poesía que había logrado robarle a su hermano, Joan
sabía mucho más que la mayoría de las jóvenes damas sobre las maneras en que los
hombres y las mujeres se acoplan. Todo había sido un desperdicio de conocimiento,
por supuesto, para una solterona, pero aún no había perdido la esperanza. Quizás
algún día habría un hombre que la encontrara lo bastante atractiva como para
querer casarse con ella, y entonces sería libre de explorar todas esas delicias
sensuales, y si los actos eran así de emocionantes cuando los leía, ¿cuánto más lo
serían cuando los experimentara en carne propia?
Se pasó el dedo por la garganta mientras imaginaba cómo sería ser objeto de ese
deseo. Saber que en algún lugar existía un hombre que la admiraba, que la deseaba
tan desesperadamente que se arriesgaría al escándalo por tener intimidad con ella,
que la abrazara y le hiciera el amor apasionadamente hasta que suspirara de alegría.
Pasó varios minutos saboreando el concepto, aunque el amante misterioso en su
mente comenzó a parecerse a Lord Burke de alguna manera. Incluso cuando trató
de alterar deliberadamente su imagen mental de un pretendiente que le suplicaba,
imaginándolo con el cabello rubio y una esbelta construcción, sus ojos parecían
brillar por ella con tanta picardía como lo hacían siempre los de Lord Burke.
Desde el pasillo de la planta baja, el reloj dio las dos de la madrugada. En la casa
tranquila, el sonido repentino le dio un vuelco violento. Lo único peor que ser
atrapada antes de leer 50 Formas de Pecar sería ser atrapada a la mañana siguiente,
cuando Polly entrara a hacer la cama. A regañadientes, se levantó de la cama y se
dirigió a su escritorio, donde ocultó el folleto entre las páginas de un libro de
estratagemas de administración doméstica. Su madre le había dado el libro, pero 78
—Buenos días, querida —dijo su madre, pareciendo más como si misma esta
mañana, cuando Joan llegó a la sala de desayunos.
Parecía mucho como si su esposa quisiera poner los ojos en blanco. Joan saltó a la
defensa de su madre.
—Luce muy bien esta mañana, papá. Cualquiera podría estar exhausto de un baile.
Estaba muy caliente en esa habitación anoche.
—¿Exhausto, lo estoy? Entonces te encargaré, señorita, que veas que tu madre beba
toda esa dosis de tónico. —Hizo un gesto con la cabeza hacia una pequeña copa
cerca del codo de Lady Bennet, la cual contenía un líquido de color ciruela oscuro—.
Me retiraré y trataré de recuperarme de la gran ansiedad que experimenté anoche.
—Se levantó y dio un breve saludo—. Su servidor, señoras. 79
—Adiós, papá —dijo Joan dulcemente—. Buena suerte con la subasta de los
caballos de Tattersall.
—Lo suficientemente bien. —La severa mirada de lady Bennet fue arruinada por el
breve ataque de tos que le llegó. Sin decir palabra, Joan empujó la dosis de tónico
hacia adelante—. Oh, muy bien —murmuró su madre. Lo bebió con una mueca—.
Ahí; puedes informar a tu padre que bebí la horrible mezcla. Y ahora puedes
decirme cómo llegaste a bailar con Lord Burke anoche.
—¿Cómo lo supiste?
—Una nota de Lady Deveres, entregada a primera hora esta mañana.
Joan recogió su cuchara y golpeó su huevo escalfado. Lady Deveres era conocida
por la calidad de sus chismes; si retransmitía una historia, ciertamente era casi
verdad sin importar cuán impactante. Antes de hoy, Joan había pensado que era
algo bueno, pero ahora no estaba tan segura.
—Oh. Bueno, bailé con él, pero solo porque temía que causaría una escena de otra
manera.
—Al igual que Douglas —se atrevió a añadir Joan—. Espero que Douglas le haya
apostado una cantidad de dinero tan sorprendente a que no bailaría conmigo, y lo
hizo solamente para fastidiar a Douglas.
—Tu hermano sabe mejor que apostar con gente como Burke. No sería él —dijo
lady Bennet—. Y Douglas nunca implicaría tu nombre en apuestas.
Douglas arriesgaría cualquier cosa por una apuesta que lo atrajera, a pesar de que 80
madre tenía toda la razón de que estaría involucrado en una situación complicada
con Lord Burke. A Douglas se le asignaba una cómoda asignación de soltero por
parte de su padre, pero Lord Burke tenía reputación de recibir más de veinte mil
libras al año. Podía comprar y vender varias veces a Douglas, y probablemente lo
había hecho más de una vez. Dejó de mutilar su huevo y se sirvió más té.
—No puedo pensar en ninguna otra razón por la que Lord Burke me pidiera bailar, y
Douglas me fulminó con la mirada detenida mientras bailaba, sentí que de seguro le
había hecho daño de alguna forma diciendo que sí. Y tienes que admitir, Douglas se
ha metido en más de un rasguño ante la instigación de Lord Burke.
—Creo que deberías —dijo Joan sombríamente—. Lord Burke se queda en su casa,
sabes. ¿Quién sabe qué travesuras podría animar hacer a Douglas?
Su madre frunció el ceño. Joan decidió que había dicho suficiente, y buscó otro
muffin.
Ella lo abrió.
Y por suerte o no, Joan había encontrado espíritus afines en Abigail y Penelope. Por
mucho que Lady Bennet deseara que tuviera mejores conexiones, reconocía que la
Sra. Weston era una mujer con gusto y sentido, y sus hijas estaban formadas en el
mismo molde.
—No tengo ninguna objeción —dijo—. Joan… ¿Lord Burke te dijo que estaba
actuando por una apuesta anoche?
—No —dijo con cuidado—. Solo estoy suponiendo… No creo que realmente
quisiera bailar conmigo. Ciertamente, no pareció disfrutarlo. —Bloqueó firmemente
todo recuerdo de los últimos minutos de su encuentro en su mente—. Discutió
conmigo y luego caminó sin una palabra de despedida cuando el baile terminó.
—Parece extraño —dijo por fin su madre, desconfiada—. Difícilmente creo que seas
la clase de mujer que le interese a un hombre como él. —Ella escondió otra tos
detrás de su pañuelo y apartó el instintivo movimiento de Joan hacia la tetera—.
Muy bien, puedes irte. Pero Joan querida, en el futuro, debes negarte, si alguna vez
te lo pide de nuevo. No confío en él.
Dejó escapar el aliento y sonrió. No importaba que su propia madre no creyera que
fuera atractiva para los hombres, al menos no para los hombres diabólicamente
guapos. Iba a escapar de graves repercusiones, y eso era lo que importaba.
—Por supuesto que me negaré, madre. Aunque me parece muy improbable que
Lord Burke me vuelva a buscar.
82
T
ristan se levantó temprano la mañana siguiente después del baile y fue al
salón de boxeo. No había estado allí por un tiempo, pero esta vez se
desnudó hasta la cintura y pasó casi tres horas en el cuadrilátero, aceptando
a cualquiera que quisiera golpear y ser golpeado. Se habría quedado ahí también,
deleitándose con la quemazón de sus músculos y la emoción de cada golpe
acertado, pero Bennet apareció y se paró justo al lado del cuadrilátero, mirándolo.
Eso era precisamente lo que Tristan había esperado evitar dejando la casa tan
temprano. Después de que se hubo alejado de la Srta. Bennet la noche anterior,
dejándola sonrojada y atarugada detrás de las palmeras en macetas de Lady
83
Malcolm, solo había seguido caminando: fuera del salón de baile, fuera de la casa de
Malcolm, todo el camino a través de la ciudad hacia los estrechos senderos detrás
de Covent Garden, donde un hombre podía perderse en casas de ginebra e infiernos
de juegos. Porque había necesitado estar perdido. Por Dios santo, había ido y
besado a la Furia, y su boca aún anhelaba el sabor de ella. Ni siquiera un río de
alcohol podría apagarlo.
Ese fue un serio error, y no uno que estuviera preparado para repetir. Ni estaba
ansioso por enfrentar las inevitables preguntas de su hermano. ¿Qué demonios
podría decir, de todos modos? Casi habría sido preferible haber dejado que Jessica
Elliot lo encontrara, sin importar cuán disgustada había sonado cuando casi lo
descubrió detrás de las plantas en macetas con la Srta. Bennet. Y él había pensado
que quedarse escondido sería la decisión más sabia, lo cual probaba que sus
instintos eran inútiles, francamente.
—No es su culpa que sea alta. No tenía que aceptar cuando se lo pedí. 84
—¿Pero por qué demonios se lo pedirías de todos modos? —exigió Bennet—. Fuiste
quien dijo que era problemas y debería ser evitada; ¡ahora mi madre quiere
arrancarme de mi escondite por exponerla a ti! Me acusó de apostar contigo para
que bailaras con Joan; horrible pensamiento, ¡arriesgar dinero en algo que involucra
a mi hermana! —Hizo una mueca—. Ella haría lo que fuera que necesitara para
hacerme perder, no lo dudo.
—¿Estás aquí para defender el honor de tu hermana, o para mofarte de mí por bailar
con tal arpía? No tiene sentido, Bennet.
—Todos bailan el vals. De hecho, creo que te vi con una atractiva rubia en tus
brazos durante ese mismo vals.
Bennet se sonrojó.
—Bueno, sí, madre insistió en que sacara de nuevo a la Srta. Drummond.
Tristán destapó una jarra de agua fría y tomó un largo trago. Todavía estaba
evitando enfrentar a Bennet, lo cual era cobarde pero maldita sea si se sentía como
moneda de cambio.
—No para bailar con Joan —gruñó Bennet—. Lo estropeaste, Burke… —Se detuvo,
y pasó sus manos a través de su cabello—. Sabes que mi madre nunca te apreció —
continuó más calmadamente.
—Bastante justo. Pero no hay que discutir con ella ahora; ha fijado su mente contra 85
ti. Así que por nuestro propio bien, deja tranquila a Joan. —Le dio una sonrisa
apenada—. No debería ser tan difícil. Tú mismo dijiste que ella era problemas. Estoy
haciéndote un favor, en realidad… si la encontraras, tienes mi permiso para correr
en la dirección contraria.
Tristan solamente gruñó y chasqueó sus dedos hacia el chico para que buscara sus
ropas. Problemas, sí; pero aún más peligrosos de lo que Bennet sospechaba. Porque
Tristan no quería correr en la otra dirección cuando veía a la Srta. Bennet, tan
irritante como era. Quería superarla, dejarla sin palabras; quería escucharla confesar
que estaba equivocada y que él tenía razón, acerca de todo. Y lo más preocupante
de todo, quería besarla sin sentido cuando lo hiciera. Tal vez incluso antes. Debía
estar mal de la cabeza.
El sirviente había regresado con su ropa. Tristan tomó su camisa y la empujó sobre
su cabeza.
—Recuerdo a tu madre vagamente. No era la mujer más temible. ¿Por qué, ruego
me digas, inspira tal terror en los corazones de sus hijos que no pueden saltar sin
temer su castigo?
Bennet resopló.
Tristan metió la punta suelta del pañuelo a través del nudo y clavó un alfiler en este.
—Sí, libre de todo ese descuido paternal que te molesta. —También libre de
cualquier tipo de amor hogareño, pero se contuvo de mencionarlo. Sus padres
habían estado muertos tanto tiempo, no podía siquiera recordarlos. Por todo lo que
sabía, su madre podría haber sido peor que la de Bennet.
Bennet parpadeó.
—¿Qué?
—¡Demonios! No tiene que gustarte una chica para que te guste bailar el vals con
ella. La Srta. Drummond no es en nada como las mujeres que prefiero, sabes eso.
¡Podría también preguntarte si disfrutaste bailar con mi hermana!
Debería haberse reído. Debería haber estado de acuerdo sinceramente, y dejar que
toda la cuestión declinara. En su lugar, Tristan imaginó la curva de sus labios cuando
la música comenzó, y sintió el balanceo de su cuerpo en sus brazos. De alguna
forma, no podía hacer un chiste de la Srta. Bennet, ni siquiera con su hermano.
—De hecho, lo hice —dijo, y se alejó antes de que Bennet pudiera recuperarse de la
sorpresa.
87
L
a mañana que Joan aceptó dar un paseo en el parque con las hermanas
Weston, estuvo acostada en la cama hasta tarde tratando de construir una
historia que pudiera satisfacer a Abigail y Penelope sin revelar mucho. Era
importante mantenerse bastante apegada a la verdad, había aprendido a manera de
evitar sabotearse a sí misma luego. Obviamente tendría que contarles sobre el beso.
No solamente eran noticias monumentales, eran lo suficientemente deliciosas —y el
hombre que se lo había dado era lo suficiente exasperante— para requerir análisis
intensivo. Sin embargo, si las cosas se ponían incómodas, debería tener diversión a
la mano. Con cierto pesar, decidió que 50 Formas de Pecar debía ser sacrificado.
88
Pero cuando finalmente bajó las escaleras, se olvidó de todo eso. Los sirvientes
corrían a su lado y Smythe, el mayordomo, se veía incluso más sombrío de lo
normal. Hizo una pausa en el salón y se preguntó qué estaba ocurriendo. Para su
asombro, su padre bajaba las escaleras vestido para viajar y acompañado por el Dr.
Samuels, el médico que había estado aquí justo la mañana anterior para ver a su
madre.
—Oh… ¡Oh, Dios mío! Pero entonces, ella no está bien, ¿verdad? —Madre había
tosido mucho el día anterior, y se fue a acostar más temprano de lo usual, pero
nadie había sugerido que fuera tan grave.
—No —dijo con tristeza—, no lo está. Empeoró por la noche y traje a Samuels antes
del amanecer.
—Confío que sí. —Su sonrisa era real, aunque tensa—. Pretendo hacer todo lo
posible para ver que lo logre.
—Eh… —Se aclaró la garganta—. Eso será encantador estoy segura. ¿Cómo está tía
Evangeline?
—En buena forma —dijo su padre con una mirada de advertencia—. No la alientes,
Joan.
Papá bufó.
—Sí, papá.
90
—Y lo mismo aplica para el whisky, oporto y cualquier otro reforzador de espíritu
más fuerte que una copa de vino, mi chica astuta. Recuerda a tu madre.
—No, por supuesto que no. —Joan volvió a ponerse seria—. ¿Cuánto tiempo
planean estar fuera?
Eso era un largo tiempo… de hecho, el más largo tiempo que ella había pasado
separada de sus dos padres en años. La golpeó duro cuán preocupado debía estar
su padre por la salud de su madre para que dejara Londres durante varias semanas
con menos de un día de aviso.
—Nos escribirás, ¿verdad? Para hacernos saber a Douglas y a mí como está madre.
—Douglas no estará en Londres —dijo su padre, una nueva línea de preocupación
apareciendo en su frente—. Tenía planeado ir a Ashwood House el próximo mes,
para ver el trabajo allí. Alguien necesita supervisar la reconstrucción después de la
inundación. Como no puedo ir, voy a enviar a Douglas.
—¿Douglas? —Joan abrió los ojos hacia él, sorprendida una vez más—. ¿Vas a enviar
a Douglas para construir algo? —Primero Evangeline, ahora esto. Era como si el
mundo se hubiera derrumbado en sus lados, volcando años de expectativas.
—No tiene que construir nada. Solamente tiene que supervisar el trabajo y
mantenerme informado de todo. —Papá hizo una pausa—. Será bueno para él.
Solamente se ha estado metiendo en problemas en la ciudad este año.
Una pequeña agitación de movimiento en las escaleras les llamó la atención antes
de que Joan pudiera responder. Janet venía bajando las escaleras, abotonando su
saco de viaje con una mano y el otro brazo lleno de cojines y alfombras. Detrás de
ella, moviéndose mucho más despacio y con cautela, venían dos sirvientes
apoyando a Lady Bennet entre ellos. Lejos de protestar, su madre se veía pálida y
cansada, y se estremecía con cada paso. Se veía enferma, realmente enferma, y el
miedo oprimió el corazón de Joan.
—Sabía que lo harías. —Le dirigió una pequeña sonrisa antes de cruzar el vestíbulo
y tomar las escaleras de dos en dos al tiempo en que llegaba al lado de su esposa.
Lady Bennet le dio una débil pero agradecida sonrisa cuando el hizo a un lado a uno
de los sirvientes y puso su propio brazo alrededor de ella.
Joan sintió lágrimas acumularse detrás de sus ojos cuando su padre tomó en brazos
a su madre gentilmente al pie de las escaleras, tratándola como si fuera de cristal.
Toda su vida, su madre había sido la fuerte, con una voluntad de acero y un espíritu
indomable. Papá era el padre relajado, capaz de hacer un guiño a las pequeñas
travesuras de Joan y dispuesto a darle un bocadillo o regalarle un nuevo sombrero
cuando ella había sido reñida y castigada por su madre. Nunca había pensado que su
padre fuera débil —ni física ni mentalmente—, pero era desconcertante verlo
desestimar sin un pestañeo las protestas de su madre sobre poder caminar, dictar
los últimos detalles a los sirvientes, y alejarse de todos sus deberes y
responsabilidades sin vacilar.
—Haré mi mayor esfuerzo. Y tú… —Miró a Janet—. ¿Tu padre habló contigo?
Ella asintió.
—Le di mi promesa —dijo en voz baja—. No tienes que preocuparte por mí.
—No lo haré. —Joan se inclinó dentro del carruaje y besó la mejilla de su madre en
despedida, luego bajó.
—No, no, por supuesto que no. —Joan parpadeó varias veces, abrumada por la
situación—. ¿Cuándo debo esperar a tía Evangeline?
—En cualquier momento. Envié un mensaje esta mañana de que nos íbamos lo más
pronto posible. Estoy seguro de que estará aquí en una hora. —Se detuvo —. Si no
llega hoy, debes ir a Doncaster House.
—Eh… quizás sería mejor si fuera con los Weston —dijo, añadiendo rápidamente—:
Solo hasta que llegue la tía Evangeline, por supuesto.
—Sí, los Weston, si así lo quieres —dijo distraídamente—. Muy bien. Debemos irnos
ahora.
Joan asintió vigorosamente. Sí, déjalos ir, llevando a madre a un aire más saludable.
El sonido de ese tosido la asustó hasta las entrañas.
Se metió al carruaje y el sirviente cerró la puerta detrás de él. Madre se inclinó hacia
adelante para alzar su mano en despedida. Joan forzó una sonrisa brillante y
también se despidió, permaneciendo en el pavimento hasta que el vagón de viaje
hubo desaparecido al final de la calle.
Por otro lado, tampoco estaba de humor para el chisme y las risas. La casa Weston
siempre estaba llena de ambas cosas. Abigail lo entendería y la dejaría en paz, pero
Penelope no podía contener su lengua ni para salvar su vida. Normalmente, Joan
disfrutaba de cada minuto que pasaba con las chicas Weston, pero… hoy no.
—Gracias, Smythe.
Hizo una reverencia y la dejó de pie en el vestíbulo sola. Joan no podía recordar la
última vez que había estado completamente sola en la casa. Paseó hacia el
comedor, sintiéndose completamente perdida. ¿Qué haría sin su madre para
supervisarla? ¿Evangeline la dejaría salir o papá le había dado instrucciones estrictas?
¿Cómo sería la tía Evangeline?
94
En medio de sus preocupaciones, sus ánimos comenzaron a alzarse mientras
pensaba en su renegada tía. No había visto a Evangeline desde que madre se rehusó
a tenerla en la casa, pero había escuchado algunos rumores… no que uno pudiera
confiar en ellos, claro. Joan podía creer que Evangeline disfrutaba de bebidas
espirituosas y usaba vestidos más atrevidos de lo que madre consideraba
apropiado. También había visto a Sir Richard Campion al otro lado de Mall una vez y
no tuvo problemas en creer que Evangeline dejaría de lado la aprobación de la
sociedad por ese hombre. Pero definitivamente lo demás era una exageración. Una
condesa no asistirías a peleas de boxeo y apostaría en estas. Seguramente, una
señorita no andaría arreglando cercas. Y por supuesto que las historias sobre
Evangeline conduciendo debían ser pura fabricación.
Como si hubiera sido convocada por esos pensamientos, un carruaje llegó por la
calle y se detuvo enfrente de la puerta todavía abierta. Joan salió a recibir a su
infame tía sin muy poca curiosidad.
—Querida niña —exclamó—. ¿Ya se han ido tus padres? Vine tan pronto recibí la
nota de tu padre, pero hubo un problema con el carruaje. ¿Estás bien? —Se apartó
para inspeccionar el rostro de Joan críticamente—. No hay lágrimas. Una buena
señal. Eres tan fuerte como el resto de los Bennet, por lo que veo.
—Está bien. Papá lo envió a Norfolk para ver Ashwood House. Hubo una inundación
y necesita ser reparada, y… bueno, de alguna manera papá decidió que Douglas
fuera.
—Ah, sí. Recuerdo a mi padre haciendo algo similar con mi hermano. Bueno, espero
que le sirva a Douglas tanto como le sirvió a tu padre.
—Oh, no, no tengo objeción alguna —exclamó—. Pero… —Lanzó una anhelante
mirada al vestido de Evangeline de nuevo—. ¿Qué modista frecuentas? No
reconozco su trabajo.
—Shh —susurró Evangeline, con una sonrisa juguetona en sus ojos—. No debes de
decirle a tu madre. ¡Mi modista no es mujer! Es italiano y tiene ojo para el color y las
texturas. Hace que mis vestidos me queden bien, no la moda. ¿Te gusta este? —
Señaló su vestido.
Era magnífico, y todo lo que Joan sabía que su madre nunca le permitiría usar,
incluso aunque de repente quisiera un vestido como ese más que nada. Tragó saliva.
96
—Sí. Mucho.
—Entonces haremos que Federico haga uno para ti también. —Bajó la mirada y
pareció ver el vestido de Joan por primera vez. Se detuvo, y abrió los ojos. Joan
pudo imaginar por qué. Era un vestido amarillo con listones azules en los volantes y
en el corsé. Se veía aniñado y cargado junto a la exótica austeridad de Evangeline, a
pesar de que había sido cuidadosamente copiado del último número de La Belle
Assemblée—. O… o quizás tienes tu propio estilo —dijo Evangeline educadamente.
Joan bajó la mirada al vestido. Era pálido y bonito y perfectamente adecuado para
una pequeña jovencita de dieciséis años. Para una mujer alta y rolliza de
veinticuatro…
—¿Qué hay del dorado? —La pregunta salió de su boca sin pensarlo. Joan casi se
estremeció cuando se escuchó preguntarla.
—El dorado sería encantador en ti —exclamó Evangeline—. Sí, de hecho, con tu
cabello y ojos, sería muy hermoso. Estoy segura de que Federico puede crear algo,
quizás una enagua violeta, con una falda y corsé dorados. Y; él nunca sugerirá esto,
pero creo que sería bárbaro; ¡perlas! Se ven tan impactantes, y nadie más las usa.
Joan parpadeó ante la idea: ¿querer usar algo que nadie más usaba? ¿No era la
antítesis de la moda? Por otro lado… Miró el radiante vestido de Evangeline.
Requeriría una alma valiente usar ese color, incluso aunque el corte fuera muy
hermoso.
—Recuerdo a Smythe cuando era un nuevo lacayo —dijo Evangeline a Joan—. Una
vez me salvó de un terrible regaño al dejarme entrar por la ventana de la trascocina. 97
Me había escapado para ver una carrera entre dos lacayos. Estaba al otro del
Támesis cerca de Vauxhall, y me tomaba una eternidad llegar a casa. Me habían
prohibido ir, pero… oh cielos, ¡fue absolutamente legendario! Dios, mi padre casi se
arranca el cabello, intentando averiguar cómo había regresado a la casa. Me alegra
mucho que sigas aquí —le dijo al mayordomo cálidamente.
—Señor, me caería bien una taza de té. Me apresuré en pánico tan pronto llegó la
nota de tu padre. —Evangeline unió su brazo al de Joan de nuevo—. Debes de
decirme todas las cosas que te gustan de la ciudad.
98
—¡B
urke! Ahí estás. Tengo un favor que pedirte.
Bennet pasó las manos a través de su cabello, aunque ya estaba parado en extremo.
—¿Dónde estás mis malditas botas? No las de Hoby, las de campo. —Se detuvo para
mirar debajo de la cama—. ¡Murdoch! —rugió—. ¿Dónde están mis botas?
Tristan se hizo a un lado cuando un estresado Murdoch pasó delante de él, con una
bota en cada mano.
—Aquí, señor. Las estaba limpiando. —Ciertamente una bota había sido cepillada,
mientras la otra todavía tenía rayas y grumos de barro pegados a esta—. Otro par
de minutos…
—A la mierda el barro. —Bennet agarró las botas y las lanzó a un baúl que estaba
abierto detrás de él. El sirviente se estremeció cuando la seca suciedad se dispersó
sobre la ropa que ya estaba en el baúl, pero Bennet no le prestó atención—. ¿Y mi
abrigo? ¿Y el impermeable?
—Sí, señor. —Murdoch se escabulló.
—Sí. —Bennet lanzó a un lado una camisa arrugada para abrir un cajón del
escritorio y empezar a rebuscar en este—. Tengo que ir a Norfolk.
—De inmediato. —Bennet maldijo y sacó los papeles en el cajón y los dejó caer en
masa en el maletero, encima de las botas—. No hay tiempo para ordenarlos
ahora… Murdoch, ¿ya enviaste por el carruaje de viaje? —gritó.
Tristan escuchó.
—Mi padre me va a enviar a Ashwood House. Hubo una inundación hace quince
días, y varios edificios fueron dañados. Voy a supervisar las reparaciones.
La otra ceja de Tristan se levantó. Esta sería la primera vez que podía recordar al
padre de Bennet pidiéndole algo, y no le parecía un buen presagio que simplemente
el empacar para el viaje pareciera haber reducido a Bennet a un estado digno de
cualquier mujer agitada.
—Qué inconveniente.
—Oh sí… maldita sea, casi lo olvido. —Bennet quitó el cabello de su frente—.
¿Podrías cuidar a Joan por mí?
Tristan se congeló.
—¿Perdón?
—Mantenerte alerta por cualquier problema que pudiera tener. Ver que disfrute un
poco. Bailar con ella una o dos veces si sale, solo para quitar cosas de su cabeza, ya
sabes. La mayoría de los compañeros corren hacia el otro lado, pero me atrevo a
decir que a ella le gustaría un baile de vez en cuando. Eso no debería ser demasiado
pedir. —Le dio una repentina mirada mordaz a Tristan—. Creo que dijiste que
disfrutaste bailando el vals con ella la otra noche.
—¡Nada de tonto al respecto! No tienes que asistir a bailes con ella, solo… haz lo
que yo haría por ella.
—¿Y qué diablos harías por ella, si estuvieras en la ciudad? La última vez que los vi en
la misma habitación, estabas gritando maldiciones sobre su cabeza.
—Sí, bueno. —Bennet aclaró su garganta—. Eso era antes. Las cosas han cambiado.
Por supuesto que vigilaría a mi hermana en la ausencia de mi padre. Ver que sale y
no se mete en problemas. Visitarla para tomar el té y escuchar su charla. Ese tipo de
cosas.
—Bennet —dijo Tristan con perfecta honestidad—, esa es la idea más idiota que ha
tenido alguna vez.
—Pero la cosa es que no hay nadie más a quien pueda pedirlo. Dunwood es un
imbécil, Hookham es un borracho, y Spence… no quiero a Spence cerca de mi 102
hermana bajo ninguna circunstancia. Tú, por otro lado, ya bailaste con ella y no te
volviste loco por la experiencia. Estás… estás inoculado contra ella, ¿no lo ves?
Tristan apretó sus manos en puños a pesar de que su corazón se aceleró… por
aprensión se dijo, y no por anticipación.
—Te has vuelto loco si crees que quiero pasar el resto de la temporada siendo
quemado y desollado por su lengua.
—¡Veinte guineas!
—Burke. —Bennet dejó de reír y se puso sobrio—. Maldita sea, Tris. Mi padre no
está aquí para cuidar de ella. Yo no estaré aquí. Joan puede ser problemática, pero
no es vil, y al final, es mi hermana. No quiero que se haga daño alguno. No hay nadie
en quien confíe tanto como confío en ti. Siempre estaré en deuda contigo si haces
esto por mí.
Tris. Cerró sus ojos ante el apodo de su infancia. Bennet había sido su amigo durante
casi veinte años, a través de dificultades y desventuras, nunca abandonándolo como
los otros compañeros que habían ido y venido. Seguramente debía ser considerada
una marca de esa amistad el que Bennet no viera esto como poner un lobo para
vigilar una oveja; no era que la Srta. Bennet lo atacara como a un indefenso
cordero… más bien como una malhumorada oveja mayor, sin miedo a nada. Pero
Tristan tenía mucho miedo de que sus instintos hacia ella se dirigieran hacia el
lobuno, no obstante. 103
—Muy bien. —Atrajo otra profunda respiración y abrió sus ojos—. Solo la voy a
vigilar. Si me ordena alejarme, obedeceré sus deseos. ¿De acuerdo?
—Por supuesto que lo haré. —Bennet regresó a empacar—. Le pediré que no sea
demasiado mordaz contigo.
Eso no era lo que quería decir, pensó Tristan. Le dio un asentimiento, y se marchó
antes de que cayera en más trampas.
A
l día siguiente, Joan tuvo una mejor idea de cómo sería la vida con
Evangeline.
Llegaron los baúles de su tía, junto con su doncella, Solly. Solly resultó
ser una mujer africana, alta y escultural. Había perdido dos dedos de la
mano izquierda y hablaba con un acento melódico que parecía hacer
que sus palabras fluyeran como la miel. Sonreía y reía con Evangeline de un modo
tan familiar que habría provocado un ataque a Janet.
Pero Janet estaba más deslumbrada por el guardarropa de su tía. El vestido con el
que llegó no había sido la excepción: todo lo que poseía era brillante, atrevido y 104
poco convencional. E invitó a Joan a examinarlo todo, prometiéndole que ese
mismo día visitarían a su modista.
—Asegúrate de hacerme saber si ves algo que te guste particularmente —le dijo
Evangeline mientras Solly desempacaba, mostrando un verdadero arcoíris de
galas—. Federico decidirá qué quiere hacerte; así es él, hombre irritante; pero si se
rehúsa a escuchar, Solly puede arreglar mis vestidos para que se adapten a ti.
Somos de la misma altura.
Eso era verdad, aunque Joan era más rubia que su tía. Tocó una frondosa vid
bordada en el corpiño del vestido color rojo profundo. La mayoría de los vestidos de
Evangeline eran en colores y estilos demasiado audaces para una mujer soltera de la
edad de Joan. Eso no le impidió desear poder usarlos, pero si su madre escuchaba
que estaba usando anaranjado o rojo por Londres…
—¿Cómo descubriste al Sr. Salvatore, tía Evangeline? Nunca antes había escuchado
que un hombre fuera modista.
Deberías usar dorado, resonó la voz de Lord Burke en su cabeza. Pareces un paraguas
a medio abrir. Joan se sonrojó.
—Sí, supongo que lo hacen —murmuró—. Eso no quiere decir que sepan algo.
105
—Federico sabe. —Evangeline se levantó—. Déjame escribirle ahora mismo. Y
pídele a Solly que te muestre cualquier cosa que quieras ver.
Solly demostró ser una cómplice dispuesta. Sacudió y mostró vestidos de día y de
noche, abrigos y chales. Había una maravillosa variedad en la ropa de Evangeline,
muy diferente del armario de Joan.
Joan suspiró y entregó el vestido de paseo. También quería lucir lo mejor posible.
No, quería lucir adorable, lo cual podría ser, temía, mejor de lo que era posible. Se
vio en el espejo y trató de ver algún potencial. Seguía siendo alta, seguía siendo
regordeta y su cabello seguía siendo castaño y liso, adecuado solo para trenzar o
torturar en rizos con un rizador caliente. Por otro lado… Evangeline era casi de la
misma altura e igual de regordeta. Hasta el momento ella no había usado un solo
rizo. Y a pesar de que su ropa obviamente no había venido de las últimas páginas de
Ackermann, no obstante la hacía lucir encantadora en lugar de como un paraguas a
medio abrir. Tal vez había esperanza.
—¿Desea verlos señorita? Creo que le gustará este. —Abrió una de las cajas.
—¿Quién?
—Lord Burke. —Extendió la bandeja de plata para probarlo con la sencilla tarjeta de
visita. Joan la observó alarmada. ¿Qué diablos podría querer?
Por su total ausencia, había concluido que no lo había estado, el maldito libertino.
Y aun así, hoy estaba aquí en su salón. En el pasillo, echó un rápido vistazo a un
espejo cercano. Nada en su rostro; sus dientes estaban limpios; y su cabello estaba
estirado, afortunadamente. Levantando la barbilla y esperando que una fría
compostura ocultaría el súbito golpeteo de su corazón, entró en el salón.
Él estaba de pie del otro lado del salón, mirando por la ventana, y se volvió ante su
saludo. Por un momento pareció congelado, viéndola con una expresión
peligrosamente cercana a una mirada asesina antes de inclinarse.
—Srta. Bennet. —Hubo una larga pausa—. Quiero ofrecer mis más sinceros deseos 107
para la completa recuperación de Lady Bennet.
—Gracias. —¿Había venido para decir eso? Joan esperó, pero él simplemente se
quedó allí mirándola, demasiado atractivo para su paz mental—. ¿Ha traído un
mensaje de Douglas? —preguntó al fin.
Su boca se tensó.
—No, ¿por qué lo haría? Tengo entendido que debía ir a Norfolk; de hecho, pensaba
que ya lo hizo. No puedo pensar qué podría haber necesitado decirme antes de
marcharse.
—¿Sucede algo con Douglas? —preguntó, perpleja más allá de toda medida por esta
visita.
—Estoy aquí para ofrecerme como escolta —dijo brevemente—. Si desea salir.
¿Douglas? ¿Douglas lo había enviado para escoltarla? ¿Estaba aquí solo como un
favor para su hermano?
—¡Y transmitida con tanta solicitud y entusiasmo! —Levantó una mano sobre su
pecho, todavía sonriendo alegremente—. Su reputación de encantador es bien
merecida, señor.
Joan soltó una risita como una de esas niñas tontas que siempre parecían hartar a
sus esposos en la primera temporada.
Demasiado tarde recordó qué más había requerido esconderse tras árboles en
macetas. Su rostro se puso más caliente mientras una ligera pero maliciosa sonrisa
curvaba la boca de él, probando que también lo recordaba.
Joan intentó sacarlo de su mente, en verdad que sí, pero aun así… el recuerdo de su
boca en la de ella se rehusaba a desaparecer. Intentó no pensar en cómo se había
aferrado a él, cómo se habían sentido sus brazos alrededor de ella. Intentó no
recordar cómo se aceleró su corazón, cómo se entrecortó su respiración y cómo su
piel pareció tensarse ante su toque; en resumen, cómo había reaccionado al igual
que como se sentía Lady Constance con sus amantes.
—Entonces —dijo para callar el instintivo tumulto dentro de su cuerpo ante el solo
recuerdo del beso—, ¿eso significa que planea besarme de nuevo?
—No —dijo antes de que siquiera terminara la pregunta. Finalmente alejó la mirada
de ella, liberándola del agarre casi físico de sus ojos.
—Bien —dijo con toda la neutralidad que pudo reunir—. No me importaba mucho.
—Eso suena increíblemente a un desafío —le dijo, con voz baja y sedosa—. Los
desafíos, Srta. Bennet, son una necesidad para mí. Tenga cuidado sobre cómo lo
lanza.
—¿Aún es un chico con algo que probar? —Le dio una mirada de superioridad—.
Primero saliendo por ventanas para conseguir rosas; ¿ahora besando a solteronas?
110
Supongo que lo haría de nuevo si alguien le hiciera una apuesta.
—Pensé que no planeaba besarme de nuevo. —Abrió mucho sus ojos en inocencia
burlona—. ¿Ahora quiere besarme y tomar mi moneda?
—Dije que no planeaba besarla de nuevo —susurró—. Nunca dije que no la besaría
de nuevo.
Su garganta se secó.
—Lo averiguaremos, ¿no es cierto? —Retrocedió y dio una leve reverencia, sin
quitarle los ojos del rostro—. Buen día, Srta. Bennet.
Y salió por la puerta antes de que pudiera moverse o respirar de nuevo.
Tristan salió de la sala con cada sentido cosquilleándole. Santo cielo, ella era
peligrosa. Sintió una sensación indeseada de euforia por esa expresión sin aliento
en su rostro. Ella había querido que la besara de nuevo, justo allí y entonces; lo
sabía. Desafortunadamente, había sentido lo mismo, lo que significaba que ya había
fallado una prueba esencial. Sin importar lo mucho que se dijera que tenía que
tratarla como a una hermana, su mente y cuerpo se rehusaban a reconocerla de
cualquier manera que pudiera ser llamada “fraternal”.
Esta debía ser la tía enviada para ser la chaperona, la que Bennet había dicho que
necesitaba ser observada como su hermana. Tristan se detuvo e hizo una
reverencia.
Su sonrisa creció.
—Un placer conocerlo, señor. Debió haber venido a visitar a mi sobrina.
Por alguna razón Tristan sintió su cuello calentarse. Intentó aplacarlo; no había
hecho nada malo. No había tocado a la Srta. Bennet, mucho menos forzarla. Solo
había venido porque Bennet lo había engañado para hacerlo.
Carraspeó, preguntándose qué diría la Furia. Había lucido bien cuando llegó.
—Excelente. —Lady Courtenay se estaba riendo de él, podía darse cuenta. Luchó la
urgencia de fruncir el ceño—. Espero que permanezca así. Me he hecho cargo de
ella en la ausencia de sus padres, como le habrá dicho mi sobrino. Planeo que salga
frecuentemente, para mantener su mente alejada de la preocupación. —Hizo una
pausa—. Quizás pueda venir a tomar el té. 112
Maldición.
—Pero… —Su voz se perdió mientras ella inclinaba la cabeza, aún sonriendo, solo
que ahora su expresión lucía satisfecha y astuta. Carraspeó de nuevo, sabiendo que
fue vencido—. Así es. Buen día, Lady Courtenay.
¡Y Douglas, emparejando a ese hombre con ella! Tenía que conocer la reputación de
su amigo. Douglas, de hecho, probablemente había estado presente en la mayoría
de su pecadora formación. No sabía en qué había estado pensando su hermano.
Sabía que su madre no aprobaba a Lord Burke.
Se dio una sacudida y regresó hacia el vestidor donde había estado probando
felizmente la colección de sombreros de Evangeline antes de que él llegara, solo
para encontrar a su tía subiendo por las escaleras.
—Oh, sí. —Rápidamente, Joan borró al insufrible Lord Burke de sus pensamientos.
Estaba desesperadamente curiosa por conocer al creador del guardarropas de
Evangeline. Hoy su tía llevaba un vestido cuyo corpiño se parecía más a la camisa de
un hombre que al vestido de una mujer, con un cuello y mangas flojas. No era nada
como el vestido que llevaba Joan, pero parecía cómodo, e incluso lo más
importante, no la hacía lucir como un paraguas—. Déjame conseguir mi sombrero.
—Eh. —Joan tuvo un culpable sobresalto ante la inesperada pregunta—. ¿Lo viste?
—Sí. —Evangeline solo esperó, pero su intensa mirada trajo un sonrojo a las mejillas
de Joan.
Pero por razones que a ella no le gustaba examinar, no quería hacer eso.
—No creo que sea muy bien conocido por madre —dijo, esperando que un
relámpago no la golpeara por quedarse corta con esa declaración—. Pero ha sido
amigo de Douglas por años, y sin duda simplemente hizo la visita para ser educado.
—Me dijo que Douglas le pidió que estuviera pendiente de ti. Como un hermano
sustituto.
Joan frunció el ceño. Ahí iban sus intentos de presentarlo bajo una luz ordinaria y
poco interesante.
Ella le lanzó una mirada a su tía, pero Evangeline había inclinado su cabeza para
mirar el cielo por la ventana.
—¿Ah?
—Oh, cielos, sí. —Algo como admiración iluminó el rostro de Evangeline mientras
sonreía recordando—. Era el tipo de joven con el que tu padre tenía prohibido
asociarse, por miedo a que reforzaría cada impulso salvaje que tenía tu padre.
Bueno, ¡no dudo que mi padre tuviera razón! Sabes que tu papá una vez fue un
sinvergüenza tan grande como Douglas, ¿cierto? Pero Colin Burke… ah, cielos. Tenía
el encanto del propio diablo, el rostro más apuesto de Inglaterra, y ni un solo gramo
de miedo. Todas las jóvenes damas estaban fascinadas por él, tan peligroso, tan
atractivo, ¡tan carismático! Pero tampoco era tonto. No era el heredero, así que se
casó con la hija de un marino que había hecho una fortuna en el mar. —La sonrisa
de Evangeline desvaneció—. Tal tragedia —murmuró de nuevo.
Joan se mordisqueó el labio. En realidad no sabía lo que le había pasado a los padres
de Lord Burke, pero sonaba muy triste. Quizás no era enteramente su culpa que
hubiera crecido sin modales.
—¿Tragedia?
—Sí. —La boca de su tía se torció con tristeza—.Él y su esposa murieron antes de
los veinticinco años. Él se ahogó, creo, y ella… no puedo recordarlo. Un corazón
roto, tal vez. Ciertamente yo lo habría hecho si hubiera sido su esposa.
—Lord Burke debió haber sido un muchacho muy pequeño cuando ellos murieron.
—¿Tiene la misma edad de Douglas? Si, debió haber sido muy joven. Recuerdo
escuchar sobre la muerte de Colin Burke el verano en que me casé, y ese fue el año
antes de que tú nacieras. Ah, aquí estamos. —El carruaje estaba deteniéndose.
Evangeline no dijo más acerca de Lord Burke, y Joan no preguntó nada más
mientras seguía a su tía. Él ni siquiera debía recordar a sus padres. Por mucho que se
molestara a veces con las restricciones de su madre, Joan no podía imaginar la vida 116
sin sus padres. Si hubieran muerto cuando ella era una bebé, podría haber sido
criada por —uf— Lord y Lady Doncaster. Ni siquiera tener a su prima Mariah como
hermana habría resuelto eso. De algún modo, parecía improbable que sus padres
los hubieran dejado a ella y a Douglas al cuidado de Evangeline. Se preguntó quién
había criado a Lord Burke, y por qué, en los relatos de Douglas sobre él, siempre
había parecido estar en el hogar de algún compañero de escuela para las vacaciones
escolares.
Esa no era una razón para que le gustara, por supuesto, pero quizás era una razón
para no pensar tan duramente de él.
T
ristan estaba tan ocupado por su provocador encuentro con la Señorita
Bennet que entró a la casa Bennet sin sospechar más problemas.
Por un breve momento, Tristan pensó que la Srta. Bennet de alguna manera se
había lanzado de un lado a otro de la ciudad para continuar su confrontación.
Claramente, ella había tenido más que decir sobre su oferta de compañía, y
117
amenazas de besos, de lo que le había permitido expresar, y en ese breve momento
sintió anticipación.
Pero la razón se reafirmó; por supuesto que no habría llegado aquí antes que él.
Había dejado su casa, se había subido al caballo y luego montado directo aquí. Y ella
no vendría a esta casa por ningún motivo. La única vez que había venido, había sido
porque su hermano estaba en residencia, y la presencia de Tristan había sido
completamente desconocida para ella.
—¿Quién es? —Había muy pocas mujeres que vendrían a verlo aquí, y ninguna de
ellas eran mujeres que deseara ver.
Y esa era la peor mujer posible en opinión de Tristan. Se preguntó si podía voltearse
y dejar la casa de nuevo, pero antes de que pudiera actuar conforme a ese plan, su
tía lo arruinó al aparecer en la puerta de la pequeña sala de estar.
—No lo habría hecho, si no fuera por una cuestión de urgencia. —Miró fijamente a
Murdoch—. De otra manera, no habría soñado en venir.
Tristan se quitó los guantes dedo por dedo, esforzando su cerebro por una excusa
para acortar esta entrevista. Nunca le había gustado a su tía, desde que era un niño.
Cuando sus padres murieron, simplemente había sido dejado en la casa de su abuelo
con una niñera por varios años. Esto le había parecido muy bien, con una enfermera
que estaba envejeciendo y escuchaba mal, y era capaz de jugar a voluntad,
escapándose de ella cuando quería. Pero una vez que tuvo edad para la escuela, su
tío Lord Burke decidió que era adecuado concederle más interés. Tío Burke había
arreglado que fuera a Eton, y pasara las vacaciones en la casa Burke, Wildwood, en
Hampshire.
Wildwood había sido un lugar genial, pero Tristan pronto comenzó a odiarlo. Sabía
que había sido un mocoso problemático de niño, y sabía que su tía era una señora
de sensibilidad delicada. Gritar y correr y hacer cualquier cosa sucia era
absolutamente aberrante para ella. Era pequeña y apropiada, y educaba a sus hijas 118
gemelas a su imagen, dos perfectas muñecas de porcelana que miraban a Tristan,
mojado y sucio por jugar en el estanque, como si fuera la más asquerosa criatura
viva. No le había tomado mucho tiempo decidir que realmente no quería vivir bajo el
techo de su tío si eso significaba tener que vivir con su tía. Con su mejor esfuerzo,
había intentado quitarse de su camino por el bien de ambos, aceptando invitaciones
de visitas a cualquier compañero de escuela que lo aceptara durante las vacaciones.
A cambio, Mary había ignorado su existencia, lo cual aparentemente le complacía
tanto como a él. Fuera lo que fuera que quisiera ahora, debía de quererlo mucho, ya
que no solo había venido a buscarlo sino que también esperado a que regresara.
—Discutamos esto sin mayor retraso, entonces. —Lanzó los guantes a Murdoch y
gruñó—: Tráele una taza de té a la señora.
—¿Por qué?
—Porque creo que sería mejor para los prospectos de Alice y Catherine si pudiera
entretenerlos adecuadamente en la casa familiar de su padre.
Por un largo momento la miró asombrado. Era por esto que no le gustaba su tía.
Solo lo buscaba cuando quería algo, y lo que quería generalmente era de gran
inconveniencia para él. Apenas dos meses atrás había descrito la casa como
intolerable, poco adeudada para señoritas, y por debajo de su dignidad. Entendía
por qué, cuando el techo colapsó quince días después de que se marchara a una
casa al otro lado del pueblo, destruyendo completamente las habitaciones de los 119
sirvientes y áticos, inundando las habitaciones y arruinando el estucado. ¿Ahora
quería regresar?
—Entendí, por nuestra conversación varias semanas atrás, que la casa de su padre,
la cual es mi casa en realidad, era demasiado vieja y estaba en mal estado para un
baile decente.
—Y así era.
—No por mucho tiempo —dijo—. La vi el otro día y me dijeron que ya casi estaba
lista.
Ah; lo entendió todo. Había ido a ver el desastre que había traído a la casa, sin duda
esperando verla en ruinas. Pero en su lugar, había visto cómo él la estaba
restaurando —y no solo restaurándola, sino mejorándola— y su opinión había
cambiado. Con mucho derecho, según la opinión de Tristan. La casa había estado
vieja y arruinada, incluso más allá de la negligencia y el decaimiento que había
sufrido. Dado que el techo había colapsado y la casa era inhabitable, había tomado
la oportunidad para agrandar las puertas, elevar el techo de los pisos superiores y
reconstruir la escalera. Además, cada avance moderno que admiraba iba a ser parte
de su nueva casa, desde un innovador sistema de calefacción para baños hasta
baños para todos los pisos. Lejos de estar pasada de moda, la casa pronto sería la
más moderna de Londres. Las mejoras debieron haber sido muy obvias para Mary.
Sin duda ella también la quería en los mismos términos que antes: libre de cargos.
Pasando una mano por su cabello, Tristan finalmente tomó la otra silla.
—Usted es una viuda en posesión de una renta vitalicia independiente —señaló él— 120
. Tome otra casa.
—Sí, así es. Después de que cedí mi residencia anterior, tuve poca opción excepto
imponerme sobre amigos cuando la casa Hanover se volvió un lugar imposible en el
cual vivir… como me encuentra aquí hoy. —Hizo un gesto con una mano señalando
la sala de estar espartana de Bennet, la cual había hospedado más partidas de
naipes y encuentros de boxeo que cualquier otra cosa. Incluso podría haber cortes
en la espada de madera.
—Pero la casa Hanover Square aún está libre. Está por completo dentro de su
competencia cederla.
—Me gustaría retomar posesión de la casa —dijo ella llanamente—. Tan pronto
como pueda estar lista.
—¿En verdad? ¿Con el techo con goteras y las chimeneas humeando y el cuarto de
lavado que se inundaba con cada lluvia fuerte?
—No —dijo él cortésmente—. Estoy reconstruyendo la casa para que encaje con
mis gustos. Y para ser preciso, es mi casa; lo ha sido por los últimos ocho años. Le
permití quedarse por deferencia a sus hijas, pero no tendré dónde vivir si le cedo esa
casa de nuevo. 121
Pero el padre de Tristan, como un obediente segundo hijo, se había casado con una
heredera, la única hija de un almirante condecorado que le dejó su enorme fortuna a
ella. Tras la muerte de sus padres, Tristan se había vuelto mucho, mucho más rico
que su tío con el título, y eso había enfadado a tía Mary sin cesar. No solo era que
ese ruidoso, molesto y sucio chico fuera el heredero a la herencia Burke y al título,
sino que esa era la menor parte de su herencia. Ahora, para su gran resentimiento,
él lo tenía todo, mientras ella estaba pensionada en base a una porción de viuda, la
cual —no obstante cómoda— era fija y limitada. Sin duda su visita de hoy estaba
estimulada por el apretón de pagar su propia renta por primera vez.
—¿Qué quiere en verdad, señora? —preguntó él, listo para deshacerse de ella—.
¿Quiere que pague el arrendamiento de la calle Charles? ¿Un nuevo carruaje
suavizará su molestia? ¿Una de mis primas requiere de un nuevo vestido para el
cortejo? Intento conservar la casa en Hanover Square, así que puede dejar de pedir
eso.
—La renta es mucho más alta de lo que había anticipado —dijo a través de sus
labios apretados—. Eso sería muy generoso de su parte.
—Muy bien. —Se levantó de un salto—. Envíe una copia del contrato de alquiler a
Tompkins, y le daré instrucciones de pagarlo por la duración de esta temporada.
Él asintió.
—Y hay unas facturas vencidas. —Su rostro era de un rojo mate ahora, y ella miraba
fijamente un lugar más allá del hombro de Tristan—. De la modista. Y el sombrerero. 122
Y… y el carnicero.
Él ladeó su cabeza.
—¿Tantas? Tal vez deba hablar con su administrador; ¿no está manejando sus
fondos apropiadamente? Su renta vitalicia debería ser suficiente para mantenerla en
buen acomodo, tía.
—Buen día, Lady Burke. —Tristan se inclinó y la escoltó fuera de la casa, aunque ella
no lo miró de nuevo.
Murdoch se asomó en el pasillo mientras él cerraba la puerta detrás de su tía.
Tristan lo miró.
—¿Cómo se atreve a permitir que esa mujer entre en la casa? Si alguna vez llama de
nuevo, no estoy, ni estaré regresando pronto, ¡y bajo ninguna circunstancia puede
esperar por mí!
—Mis disculpas, milord. El Sr. Bennet no dejó dicho nada, y tampoco usted. Se abrió
camino por delante de mí, y lo hizo, como si fuera una princesa real o algo.
—Bueno, al menos usted no trajo el maldito té. Se habría quedado una hora solo
para sacarme de mis casillas por las hojas de té. —Suspiró. Toda la chispeante
energía de reunirse con la Srta. Bennet se había disipado en la casi resentida tensión
que siempre lo aquejaba después de las visitas de tía Mary. Aunque ella ya no tenía
ninguna autoridad sobre él, y de hecho la ventaja en su relación había cambiado
decididamente a su favor, Tristan todavía podía sentir el peso de sus regaños, el
ardor de su disgusto por él, la aburrida soledad que siempre había soportado
cuando era enviado a casa de su tío. Ella lo hacía sentir sucio y no querido, y odiaba
123
eso.
Agarró su sombrero del gancho de nuevo y metió sus manos en sus guantes.
—Voy a salir —le dijo a Murdoch—. De ahora hasta que el Sr. Bennet regrese, que
su empleo continúe aquí depende de prohibir la entrada a cualquiera y cada mujer
que llame. Láncese frente a la puerta si es necesario. Dígales que hay una plaga
dentro. Haga lo que sea que deba hacer.
—Sí, señor. —La expresión de Murdoch se aligeró con el alivio—. Sí, en verdad,
milord.
Tristan salió de la casa y se dirigió a Hanover Square a pie. Podría usar el ejercicio,
para aclarar su cabeza. Quería tener unas palabras con el constructor acerca de
dejar que otras personas vieran su casa. De hecho, le emitiría al constructor la
misma orden que le había dirigido a Murdoch: a ninguna mujer le estaba permitido
estar en las obras por ninguna razón. Tal vez debería mudarse a la casa ahora, sin
arreglar y sin terminar como estaba. Lo que fuera que tía Mary escogiera creer, la
casa no estaba ni de cerca terminada, aunque sería habitable para sus estándares en
un mes o menos. No sería entretenido; podía vivir con yeso mojado y trabajadores
en el camino. Maldito infierno, incluso si una pequeña lluvia caía a través del techo,
sería un pequeño precio a pagar por la paz y privacidad y completa libertad de la
interferencia femenina.
124
E
l torbellino de recientes acontecimientos requería una larga charla con Abigail
y Penelope. Joan había garabateado una breve nota sobre la partida de sus
padres de la ciudad, retrasando su paseo, y Abigail había respondido con toda
la debida preocupación y felicitaciones para la salud de Lady Bennet. Pero eso había
sido días atrás, y entre la llegada de Evangeline, la peligrosa promesa de Lord Burke,
y la visita al Sr. Salvatore, Joan estaba desesperada por hablar… y sus amigas
estaban desesperadas por escuchar de ello, a juzgar por la rapidez de su respuesta a
su petición de verlas. Abigail propuso un paseo al parque, y Joan accedió
inmediatamente después de obtener el permiso de su tía.
125
—¡Por fin! —fue el saludo de Penelope cuando Joan bajó a encontrarlas—. ¡No he
pegado un ojo desde el baile de Malcolm preocupándome por ti!
—Es verdad que no ha dormido, pero escuché mucho más que preocupación de sus
labios —dijo Abigail—. Estás por ser interrogada hasta el punto de la insensatez,
Joan.
—¡Me atrevo a decir que no tendré que preguntar dos veces! No es bueno para el
cuerpo mantener todo dentro. El ventilarlo alivia el malhumor de uno.
—Papá tiene en la cabeza que necesita una finca de campo, para darnos
importancia. —Abigail se veía entretenida—. Nos ha hecho dirigirnos primero a
Chelsea, luego a Greenwich e incluso a Richmond, para ver propiedades. Mamá le
dijo que no viviría a más de un día de viaje de Londres, así que sospecho que él
dibujó un círculo en el mapa y ha estado enviando consultas a todas las propiedades
en ese rango.
—De lo más molesto todo eso —dijo Penelope—. Apenas vi algo en cualquiera de
las propiedades, ¡estaba tan consumida de preocupación por Joan! Y ahora
simplemente debes contarnos todo o creo que moriré de ansiedad.
—Hemos traído a Olivia para hacer de chaperona, y Jamie decidió venir en el último
minuto, así que no tenemos completa privacidad. —Siempre más imperturbable
que su hermana, Abigail miró a Joan—. Espero que no te moleste. Es tan bueno que
Olivia salga.
—Por supuesto que no. —Joan prefería mucho más a Olivia Townsend que a la Sra.
Weston como chaperona. Era solo unos años mayor que Abigail, y había conocido a
los Weston durante años. Cuando salía con ellos, actuaba más como una hermana
mayor que como la respetable viuda que era. Joan sospechaba que sus
circunstancias eran de alguna manera tensas, para que casi nunca viera a la Sra.
Townsend afuera en sociedad sin los Weston.
James era el hermano mayor de Abigail y Penelope. Joan no le tenía tanto cariño —
era demasiado serio y formal—, pero siempre era amable con ella. Además, sus
hermanas sabían cómo manejarlo. Todo lo que se necesitaba era una discusión de
medias o cosméticos para enviarlo corriendo en la dirección opuesta. Y con la Sra. 126
Townsend y el Sr. Weston acompañándolos, la Sra. Weston no vería la necesidad de
ir ella misma o enviar a una doncella para perseguir sus talones.
Viajaron en el carruaje abierto del Sr. Weston hacia el parque, con James Weston
montando su caballo al lado. La conversación era ligera y despreocupada, y la Sra.
Townsend solo reprobó a Penelope una vez por reírse muy alegremente. Era un día
encantador, y Joan levantó su rostro al sol. Que las pecas se condenaran; se sentía
bien estar afuera, y con sus amigas más queridas.
—Si no puedes quedarte quieta, bien podrías bajarte y caminar —dijo la Sra.
Townsend, quien estaba compartiendo el asiento con Penelope.
Tomó un poco de tiempo encontrar un lugar lejos del tráfico para el carruaje, pero el
conductor finalmente se detuvo. El Sr. Weston desmontó y las ayudó a bajar a
todas, luego se quedó detrás para hablar con la Sra. Townsend.
Tan pronto como estuvieron a tres metros del carruaje, Penelope estalló:
—¡Cuéntanos todo!
—Ella quiere preguntar, ¿cómo han sido las cosas desde que tu madre cayó
enferma? —dijo Abigail con una mirada mordaz hacia su hermana—. ¿Estás bien,
Joan?
—Oh, sí, lo suficientemente bien. —Hizo una pausa—. Estoy preocupada por mi
madre. No suele enfermarse, pero esta vez… Papá casi tuvo que cargarla hasta el
carruaje. Fue alarmante.
—No lo sé, quizás. Papá dijo que viajarían lento, para evitar cansarla. Recibimos una
breve nota diciendo que habían llegado a Bath, pero luego se habían visto obligados
a parar para que madre pudiera descansar. Prometió escribirme cuando llegaran, así
que espero saber de él pronto.
—¿Te estás llevando bien con tu tía? —preguntó Penelope vacilantemente—. Nunca
antes hablaste de ella.
Joan se hizo sonreír.
—¿Y tu padre te dejó a su cargo? —Los ojos de Abigail estaban muy abiertos.
—Eso suena como una apuesta de tontos para mí —exclamó Penelope—. Tu padre
debería saberlo mejor que eso.
Detrás de ellas, el Sr. Weston se volvió en dirección a ellas con un ligero ceño
fruncido en su rostro. Abigail lo saludó con una brillante sonrisa mientras golpeaba
el brazo de su hermana.
128
—Calla, Pen. Jamie te está observando.
—Me río de Jamie —dijo Penelope, pero en un tono más bajo—. ¡Qué divertido
pensar en Douglas contemplando qué papel poner en las paredes y qué cortinas
colgar!
—Pero tu tía. —Abigaíl fijó una severa mirada en Joan—. No pareces oprimida.
—No, todo lo contrario. —Joan miró a su alrededor, pero el Sr. Weston había vuelto
a hablar con la Sra. Townsend, y ninguno les prestaba atención—. Ella es
sorprendentemente original. Bebe brandy después de la cena. Saludó a Smythe,
nuestro mayordomo, como a un viejo amigo; él una vez la ayudó a entrar a
hurtadillas a la casa cuando había salido a ver una carrera. Y le importa un bledo la
moda, pero su guardarropa es tan llamativo y halagador que apenas puedo respirar
de la envidia.
Joan pensó en el nuevo vestido de día que el Sr. Salvatore estaba cosiendo para ella
en este momento. Como había advertido Evangeline, aparentemente él había
decidido todo sobre ello sin buscar su aprobación una sola vez. Más allá del hecho
de que sería verde, ni siquiera le había dicho cómo luciría. Pero sus palabras habían
sido amables y alentadoras; declaró que tenía en ella el ser una Venus, y que él sabía
cómo hacerlo. Con todo su corazón esperaba que tuviera razón y que el vestido
saliera bien, que de alguna manera él hubiera visto una forma de halagar su alta y
redonda figura y no hacerla ver como un paraguas copetudo.
—Creo que puede ser un raro golpe de buena suerte. —No dijo nada del vestido,
deseando ver su reacción desprevenida cuando lo usara.
—Yo también. Ahora, ¿qué pasó con Lord Burke en el baile de Malcolm? —preguntó
Penelope.
—Me dio 50 Formas de pecar. —Joan balanceó su retículo—. ¿La quieres? —La había
enrollado en un cilindro apretado y lo había atado con un listón para mantenerlo 129
confinado. La ausencia de madre, y aún más importante, la de Janet, había hecho
mucho más fácil mantenerla oculta.
—Puedes quedártela; me las arreglé para robar la copia de mamá de la otra noche.
¿Es por eso que te llevó a bailar el vals fuera del salón? —Penelope era decidida,
para decepción de Joan. Generalmente, discutían cada tema con rabioso interés,
desde la plausibilidad de los actos descritos hasta cuál caballero de la ciudad había
inspirado la historia.
—Fueron varios minutos, y aunque él salió; ¡y dejó el salón de baile!; unos minutos
después, no regresaste durante mucho tiempo, y cuando lo hiciste, te veías
completamente aturdida. ¿Qué pasó? —instó Abigail—. Espero que fuera algo
delicioso, por la forma en que te estás sonrojando.
—Ustedes dos son personas horribles. —Joan las fulminó con la mirada—. ¿No
puedo tener algunos secretos?
Penelope resopló.
—¡No sobre esto! O la próxima vez te seguiremos cuando te pida bailar, y eso le
hará mucho más difícil hacerte el amor.
—Y no niega nada —observó Abigail. Por una vez era tan ávidamente curiosa como
su hermana—. Entonces, ¿qué hizo?
Joan frunció sus labios, pero parte de ella estaba salvajemente ansiosa por contar.
Había sido besada —apropiadamente besada, cerca del éxtasis— por un verdadero
libertino. E incluso había una posibilidad de que lo hiciera de nuevo. Miró a su
alrededor para asegurarse de que estaban solas, y bajó su voz.
—Dio una muy desanimada disculpa por llamarme paraguas —Las cejas de
Penelope subieron—, y me dio 50 Formas de Pecar deslizándolo por la parte de atrás
de mi vestido —Abigail jadeó fuertemente—, y luego me besó. —Dijo las últimas
dos palabras en un susurro apresurado que fue casi ahogado por el grito de 130
Penelope.
—Fue muy placentero —dijo Joan delicadamente, consciente de que su rostro era
escarlata—. Hasta que dijo que solo lo había hecho para que dejara de hablar.
La expresión en los rostros de sus amigas era cómica: Penelope indignada, Abigail
consternada. Y luego ambas empezaron a tratar de ocultar su diversión.
—Oh, Joan. —Abigail suspiró, sus ojos llenos de risa—. Llevaste a un notorio
libertino a la distracción y te besó.
—Quiero ser como tú algún día —jadeó Penelope, con sus hombros temblando.
—Sí, bueno, eso no es todo. Me visitó el otro día y dijo que Douglas le hizo
prometer acompañarme por la ciudad. Como un hermano, estoy segura de que
quiso decirlo, pero ¿lo pueden imaginar?
—A lo que respondió que sonaba como un desafío —continuó Joan con una oscura
mirada hacia su amiga—. Incluso dijo que apostaría un chelín a que podía besarme
de nuevo y hacer que me gustara… —Su voz se apagó cuando se dio cuenta,
tardíamente, de que podía haber revelado demasiado.
—Pero Joan. —Abigail se puso seria—. Es muy emocionante hacer que un caballero
robe un beso, o incluso dos, pero ¿qué quieres que salga de ello? Lo llamaste Lord
Patán la otra noche y dijiste que le diste un puñetazo en el rostro.
—No seas tan nefasta, Abby —se burló Penelope—. ¡Fue solo un beso!
—Y una apuesta, sobre más besos. Solo creo que Joan debería ser cautelosa. —
Abigail levantó un hombro—. Es un notorio libertino, conocido por sus asuntos
escandalosos. Dudo que Joan quiera ser atrapada en uno de esos.
No dijo nada, porque no tenía idea de qué decir. Era difícil negar que besar a Tristan
Burke había sido placentero. Más que placentero. Había enardecido sus nervios y
hecho que su piel anhelara que la tocara de nuevo. Una parte perversa de ella
incluso se emocionaba ante la idea de toques más íntimos, alimentada por el
recuerdo de su mano sobre su cadera y su cuerpo presionado contra el de ella. Y si
él quería lo mismo, no sabía cómo lo rechazaría, sin importar sus motivaciones.
Sentirse deseada, incluso por solo un momento, era una poderosa tentación.
—Con su perdón, pero ¿están listas para ir a casa? La Sra. Townsend se está
sobrecalentando al sol. —La voz del Sr. Weston hizo saltar a las tres chicas. Había
desmontado y se había acercado a Abigail por detrás.
—Sí.
—Parece que quiere besarte de nuevo, si apostó que podía hacer que lo disfrutaras
más la próxima vez…
—¿Estás segura?
Joan solo resopló en respuesta. Habían llegado al carruaje, donde el Sr. Weston
estaba ayudando a Penelope a subir el escalón.
En lugar de dar un paso al frente para subir al carruaje detrás de su hermana, Abigail
se giró hacia Joan.
—Con este caballero, esperar cualquier cosa es tonto —respondió Joan con un
suspiro agridulce, y rezó para que no olvidarlo.
T
ristan desmontó fuera de la casa de Bennet en la calle South Audley y se
tomó su tiempo atando su caballo. Con algo de suerte, esta sería una visita
breve, pero estaba comenzando a desear haber traído su propio refrigerio
líquido. ¿Cómo era se suponía que su visita —para el té, nada menos— añadiera
algo a la diversión de la temporada de la Furia? Si hubiera tenido que poner dinero
de una forma u otra, habría apostado a que ella preferiría no verlo de nuevo.
Por centésima vez, se preguntó cómo se había dejado convencer para hacer esto.
Cuando Bennet regresara a Londres, habría un ajuste de cuentas. Cuida de mi
hermana, había dicho él; santo cielo, bien podría haberle pedido a Tristan que
134
atrapara un jabalí y lo llevara a York. El jabalí habría apreciado sus esfuerzos un
tanto.
—Es muy amable, gracias. —Tomó el asiento opuesto a ella mientras la condesa
llamaba a una doncella y le daba instrucciones a la chica para que trajera más
sándwiches y algunos pasteles con el té.
—Se ha ido a Norfolk, pero tenía una excelente salud y humor cuando se fue,
madame.
Lady Courtenay se inclinó hacia delante y bajó su voz, aún sonriendo ampliamente.
—¡Por supuesto! Yo lo hice siendo una chica, una vez que mi hermano me mostró
cómo hacerlo. Nosotros éramos lo suficientemente inteligentes para esperar hasta
que nuestros padres estuvieran lejos, sin embargo.
—Lord Burke —dijo ella un poco sin aliento, haciendo una reverencia—. Qué
sorpresa tan agradable.
Ella parpadeó.
136
—Sí. Una horquilla se aflojó y tuve que arreglarlo.
Por alguna tremenda razón, todo en lo que Tristan podía pensar era en sacar esa
horquilla y todas las demás, dejando que su cabello cayera suelto alrededor de sus
hombros. Se aclaró la garganta mientras ella cruzaba la habitación y tomaba asiento
en el sofá.
—¡Esa debe ser una conversación prolongada! Estoy segura de que Lord Burke sabe
mucho acerca del tema.
—¿Está pidiéndome que le cuente historias sobre su hermano, Srta. Bennet? —Él
todavía estaba teniendo dificultades en creer que esta era la misma mujer, pero sin
importar cuán fijo la mirara, no podía ver nada que no fuera ella. Nunca había
notado que su perfecto cutis seguía todo el camino hacia abajo hasta los montículos
de su pecho. De hecho, ahora que el encaje y los volantes se habían ido, tenía una
vista demasiado clara de su pecho, junto con el resto de su figura. Lejos de hacerla
verse gorda, como lo había hecho ese vestido rosa extremadamente desagradable,
este vestido la hacía verse exuberante y encantadora. Sus manos casi picaban por
probar la extensión de su cintura.
—Oh, cielos. Sin duda mi tía y yo desfalleceríamos ante sus hazañas. —Batió sus
pestañas hacia él, lo cual solo atrajo su atención a sus ojos y el astuto brillo en estos.
Eso lo hizo sonreír. Ella estaba impávida y sin acobardarse una vez más, justo como
lo había estado el día en que invadió la casa de Bennet. La prefería mucho más de
esta manera, en lugar de la criatura nerviosa y ansiosa que había sido en el baile de
Malcolm. Él tampoco sentía ninguna vergüenza en admitirlo. Si tuviera que bailar
acompañando a una mujer, bien podría hacerlo interesante.
—Dios mío, no —dijo Lady Courtenay con una risa—. ¿Cómo podemos hablar de
Douglas cuando el pobre muchacho no está aquí para defenderse?
—Solo hemos tenido una breve carta de Sir George —dijo Lady Courtenay—. Se
vieron obligados a detenerse en Bath, lo cual creo puede ser muy afortunado.
Siempre he encontrado Bath tan estimulante, pero también apacible. ¿Ha visitado
Bath, Lord Burke?
—Eh. —Había habido un verano horrible, cuando tenía once, cuando había sido
incapaz de asegurar una invitación al hogar de algún compañero de escuela y había
sido forzado a pasar un mes en Bath con su tía y tío. Tía Mary había estado en
espera entonces, y su embarazo la había hecho más inaguantable que nunca. No de
mal humor; por el contrario, había estado segura que de tendría un hijo, por ende
apartando a Tristan de cualquier reclamo al título Burke, y había estado
excepcionalmente de buen humor todo el tiempo. Siempre se preguntó cuán
grande había sido su decepción al tener dos hijas en lugar de un hijo. Pero siempre
recordaría Bath por la sonrisa complaciente que le había mostrado cada día de ese
espantoso mes.
—En realidad no, Lady Courtenay —contestó él—. Apenas pasé una vez.
Ella estaba observándolo pensativamente.
Acababa de asentir cuando la doncella entró con la bandeja de té. Lady Courtenay le
pidió a su sobrina que sirviera, apenas apartando su atención de él.
—Pero aquí estoy yo, animándolo a dejar la ciudad, cuando Londres tiene tantas
diversiones, ¡tomaría toda una vida disfrutarlas todas! Justo esta mañana
estábamos discutiendo qué invitaciones aceptar. ¿Lady Brentwood sirve vino
decente en sus bailes?
Lady Courtenay hizo una mueca e hizo un gesto con una mano.
—Oh, tendremos que tomar el riesgo entonces. Al menos podemos contar con que
Lady Martin tenga una fina selección en su reunión del jueves en la noche. Joan,
puedes enviar nuestra aceptación a Lady Brentwood esta tarde. ¿Lo veremos ahí,
Lord Burke?
Miró a la Srta. Bennet mientras ella le entregaba una taza de té. Bailar con ella una 138
—Probablemente sí, Lady Courtenay. —La dama frente a él bajó su mirada, pero no
antes de que la viera poner sus ojos en blanco—. Tal vez la Srta. Bennet me
guardará un baile esa noche.
Su cabeza se levantó con sorpresa, pero entonces una débil sonrisa tocó sus labios.
Trisan casi dejó caer la taza de té. No le pedía a muchas damas que bailaran, pero
cuando lo hacía, nunca lo rechazaban… nunca. En lugar de ser un alivio, esto lo hizo
desear bailar con ella más que nada. Quería saber si todavía olía encantadora.
Quería sentirla de nuevo contra él. Y maldita sea, no quería ser rechazado.
—Tal vez ella debería haberlo hecho antes de que él exigiera mi propia promesa. —
Eso borró la expresión desdeñosa de su rostro—. Sin embargo, ya que ninguno de
ellos está aquí, propongo que nos dirijamos a una parte neutral para tomar una
decisión. Lady Courtenay —dijo él, sin quitar sus ojos de la Srta. Bennet—, ¿cuál
promesa debe ser considerada la más fuerte: la mía al Sr. Bennet, de velar por el
bienestar y satisfacción de su hermana, o la de ella a su madre, de rehusarse a una
sincera petición de baile?
—¡Bueno! Como una mujer quien una vez fuera una muchacha, esperando no
sentarme en ni un solo set, estoy segura de que concedería el baile, siempre y
cuando… —Miró a su sobrina—. Siempre y cuando fuera solicitado con las mejores
intenciones, buscando solo el disfrute de ambos compañeros, y no solo salido de
una descorazonadora obligación.
139
—La mirada en su rostro es un poco siniestra, tía —dijo la Srta. Bennet divertida de
nuevo—. No puedo pensar que anticipe algún placer en bailar conmigo.
—Querida —dijo Lady Courtenay con admiración—. Nunca podría rechazar una
ocasión de probar que un hombre está equivocado.
Una fiera explosión de triunfo surgió a través de Tristan. Sabía que estaba pisando
terreno peligroso; ella probablemente intentaba entregarle su cabeza en bandeja
de plata. Pero no le importaba. No quería pensar en los chismes que podría
ocasionar eso. No quería pensar en el peligro de pasar cada vez más tiempo con
ella. La sola idea de tocarla de nuevo parecía anular su sentido común.
Un sirviente entro en la habitación y le entregó una carta a Lady Courtenay. Ella leyó
la dirección al frente y casi saltó de su silla.
—¡Oh! Tendrán que perdonarme. He estado esperando esta carta y podría necesitar
responderla de inmediato. Joan querida, ¿podrías ofrecer más té a nuestro invitado?
—No, no… espero que no. —Su tía ya estaba moviéndose hacia la puerta—.
Continúen sin mí. ¡Regresare en un momento! —Desapareció por la puerta,
cerrándola suavemente detrás de ella.
Tristan, quien se había puesto de pie de un salto cuando ella se levantó, se giró
hacia la Srta. Bennet. Parecía tan desconcertada como él, pero ella se recompuso
rápidamente, buscando la tetera y llenando su taza de nuevo.
—¿La carta? Tal vez, pero no es probable. Me atrevería a decir que solo fue una
excusa conveniente.
—Sé por qué está aquí —dijo ella—. Aunque estoy honrada por su atención, por
favor no piense que espero que se incomode solo para mi entretenimiento. Mi
hermano no tenía ningún derecho de imponerse sobre usted de esa forma.
—No, nada de eso. —Se inclinó hacia adelante y le tendió su taza—. ¿Me daría un
poco de azúcar? Me gusta el té dulce.
Por un momento ella pensó en arrojarle el azúcar, pero tomó una inhalación
profunda y colocó una gran cucharada de azúcar en su té. Ahora sabría horrible. Él
le dio un sorbo de todas maneras.
—¿Por qué Douglas lo eligió, de todas las personas, para meterse en mi camino?
Él se encogió de hombros.
—No —dijo ella apresuradamente—. Tal vez usted pueda venir a tomar el té de
nuevo.
—Odio el té. Debería dejar de pensar que soy como las expectativas que tiene sobre
mí. Si quiere su revista, debería darme algo de libertad en mi método de entrega.
—50 formas de pecar —susurró, lanzando una ansiosa mirada a la puerta—. Es…
ah… una serie para damas.
—Bueno… creo que solo lo leen mujeres. —Frunció sus labios—. ¿La conseguirá
por mí?
142
Él se quedó viendo fijamente la manera en que sus labios se separaban con
impaciencia.
Ella seguía sonriéndole. Aunque Tristan sabía que era engañosa —incluso
ominosa—, esa sonrisa era distractora. Había algo muy vivo y misterioso acerca de
esta, tentando el lado salvaje que anhelaba aventuras y peligro. Tuvo que parpadear
un par de veces para no quedar deslumbrado por eso.
—Pero solo puedo disfrutar un baile con alguien con buenas intenciones.
—Por supuesto. —Él tenía la absoluta intención de evitar besarla. Eso era bastante
noble para él.
—¿Entonces usted solo busca nuestro mutuo placer, como sugirió mi tía? —La Srta.
Bennet lo miró a través de sus pestañas.
Tristan tuvo que recordarse que ella estaba hablando sobre bailar. ¿Qué diablos
estaba mal con él? Debería darle la satisfacción de rechazarlo, realmente debería,
por el bien de los dos.
devolver besos. Por un pequeñísimo momento, sintió nuevamente sus labios contra
los suyos: indecisos, inocentes, pero ansiosos y dispuestos. La idea de enseñarle a
besar correctamente era tentadora; primero, significaría besarla de nuevo, algo en
lo que había estado pensando por mucho tiempo el día de hoy. Y segundo, eso
pondría un final a cualquier venganza que ella hubiera estado planeando por su
anterior comportamiento. De hecho, esto podría ser bueno para sus propios
intereses. Estaba bastante seguro de que podría besarla tan profundamente como
para distraerla de cualquier plan que estuviera dando vueltas detrás de sus
brillantes ojos.
—¿Ha cometido algún crimen? Algún otro que golpearme en el rostro, claro.
—Fue un buen golpe —le dijo—. Bien puesto, pero solo porque me sorprendió.
—No debe creer que todas las señoritas se caen de espaldas en el preciso momento
en que le presta al menos un poco de su atención —dijo con aspereza.
La pregunta lo hizo bajar la mirada. Estando tan cerca como estaba ella, su mirada 144
aterrizó directo en su escote. Él ya había estado luchando para ignorar la visión de
su voluptuosa carne, pero ahora eso era imposible. Buen Dios, su pecho era
espectacular, incluso en su vestido de día relativamente modesto. Sin listones o
encajes que lo cegaran, estaba hechizado por la suave cremosidad de su piel.
¿Realmente se había visto así antes, bajo todos esos volantes rosas? Su mirada
fascinada bajó lentamente; el vestido abrazaba su cintura, indicando cuán largas
eran sus piernas. Le gustaban las mujeres altas. Le gustaban las mujeres
exuberantes. Y una mujer alta, exuberante y con piel radiante… si hubiera estado
usando este vestido en el baile de Malcolm, no sabía qué podría haber pasado
detrás de esa maceta con palmeras.
—Sí —admitió—. Es por mucho el vestido más hermoso que la he visto llevar.
—¿Ya no un paraguas?
Su mandíbula se tensó con disgusto por un momento. ¿Qué lo había poseído para
decir eso, cuando había sabido desde la primera vez que la vio que ella bien podría
ser una sirena?
—Ni un poco. Ya he confesado que estuvo mal decir una cosa como esa. Fue
imperdonablemente grosero.
Su júbilo se desvaneció.
—¿Entonces por qué lo hizo? —Su tono era curioso, pero la pregunta en sí cargaba
una nota de reproche que pinchó su conciencia. Era prudente como para insultar a
una señorita; el hecho de que había algo en Joan Bennet que lo atormentaba y lo
provocaba más allá de toda la razón no era una excusa.
—Estoy segura de que ha oído peores —replicó—. Pero… por favor no le diga a mi
tía que lo dije. Se me salió antes de poderlo detenerme.
—¡Qué mentira! Disfrutó decirlo. Sin embargo —añadió mientras ella lo fulminaba
con la mirada—, su secreto está a salvo conmigo. Me gustan las mujeres con chispa.
—Es por eso que actúa como un patán grosero y sin modales; ¿para alejar a
cualquiera que no tenga chispa?
—No. Las mujeres con chispa simplemente son atraídas por mi comportamiento
grosero, y como me gustan más que cualquier otro tipo, no tengo motivo para
cambiar.
Su boca se tensó.
—Qué gratificante —dijo cortante—. Una medalla más para mí, corromper el
retoño de una familia tan estimada.
—Oh, sé que Douglas habría sido malo incluso sin su influencia corrupta. Aun así,
creo que tiene mejores modales como para llamar a una mujer fea en su rostro.
—Hay una gran diferencia. —Su mirada se deslizó por su complexión, tan fresca
como una crema nueva. Sus labios eran rosas y suaves como lo habían sido en el
baile de Malcolm, e intentó no pensar en cómo habían sabido. Sus ojos no le
estaban lanzando chispas ahora mismo, pero temía más a la mirada honesta y
abierta en estos.
—Nunca insultaría su rostro —dijo, solo medio fuerte—. Nunca podría. Esconde
usted todo lo encantador detrás de ridículos peinados y vestidos poco 146
Había sido uno. No se atrevió a decir nada más; sus pensamientos estaban yendo
hacia caminos peligrosos. La aterradora verdad era que Joan Bennet se volvía más y
más atractiva cada vez que la veía. Olía delicioso. Lo hacía reír. Lo provocaba y lo
tentaba y dominaba sus pensamientos hasta que juraría que ella era una hechicera,
empeñada en enloquecerlo. Su boca aún lo tentaba a besarla de nuevo. Y ahora que
se había conseguido un vestido decente que mostraba su pecho y su cintura y lo
hizo imaginarse sus largas piernas alrededor de sus caderas…
Carraspeó.
—Debería saber cómo. Manos así. —Ella puso los ojos en blanco, pero alzó sus
manos para imitar las suyas—. Ahora, pégueme.
—Ya lo ha hecho una vez. Golpéeme de nuevo, así. —A una velocidad lenta,
extendió su mano derecha para un golpe.
Tristan se rio.
—No lo hará.
—No puedo sorprenderlo cuando me está diciendo que lo golpee —dijo entre
dientes.
Sonrió ampliamente.
—Pero quieres golpearme, ¿no? Cree que lo merezco, ¿no? Quiere romper mi
mandíbula o mi nariz… —Ella lanzó otro golpe y lo esquivó, tomándolo en el
hombro—. ¡Casi, casi! —dijo, disfrutando esto. Sus ojos brillaban ahora, y sus
mejillas estaban sonrojadas. Se preguntó si encontraba esto tan excitante como
él—. Inténtelo mejor. Involúcrese en ello.
Sus manos cayeron a sus costados. Se sentía como si hubiera golpeado un tipo de
golpe diferente en alguna parte de él.
—No creo que necesite pasar otra vez, Lord Burke. 148
—Ya me has acusado de ser grosero y burdo. Bien podrías dejar la pretensión del
decoro y llamarme por mi nombre también.
—Qué moderno. Estoy segura de que no merezco ese honor. —Sonrió y agitó las
pestañas, aunque su sonrojo revelaba sus verdaderos sentimientos. Cuando Joan se
ponía incómoda, notó, actuaba como una mujer agitada, con risitas y sonrisas
tímidas.
El color sonrojó sus mejillas de nuevo, pero en lugar de negarlo, ella dijo:
—No has ganado nada aún.
Él asintió. Era correcto: aún no había ganado. Pero ganaría, y al diablo las
consecuencias.
—Eso es tomar tu obligación con mi hermano muy lejos —dijo. A menos que fallara
su suposición, sus dientes estaban apretados detrás de su sonrisa.
—La pregunta no tenía nada que ver con tu hermano. ¿Irías conmigo? —repitió.
Ella pareció reconsiderarlo. Soltó una risa nerviosa, su mirada fue hacia la puerta de
nuevo.
—No pretendía que fuera un desafío. Solo pienso que es mortalmente aburrido y
ordinario pasear por el parque como caballos en el ring en Astley's.
Él se rio.
—¿Oh? —Él alzó una ceja—. Tampoco lo rechazaste. Necesito… —Su mirada bajó
de nuevo, primero a sus labios y luego a su pecho—. ¿Debo persuadirte?
Por un momento ella se detuvo, como si hubiera entendido exactamente qué quería
decir y estuviera considerando provocarlo a hacerlo. Por un momento, Tristan se
permitió pensar en jalarla hacia sus brazos y besarla hasta que dijera que sí.
Demonios, debería haberlo hecho antes, cuando casi se cayó en sus brazos. Por
mucho que se dijera que esta era una urgencia pasajera que se iría si pudiera
mantenerse lejos de ella, parecía no poder seguir su propio sentido común incluso
por unos minutos cerca de ella. Quizás solo debería besarla y terminar con ello.
150
J
oan seguía de pie inmóvil, mirando a la puerta cuando Evangeline regresó.
—Oh, Dios, ¿ya se ha ido Lord Burke? —preguntó su tía, con sus ojos alerta y su
tono lejos de la decepción.
—Sí.
Luego volvió en sí mismo, y la provocó a golpearlo, no una sino varias veces. Madre
se horrorizaría con ella por eso, aunque no tanto como por el hecho de que Joan de
alguna manera había prometido bailar e ir a pasear con él. Oh, ayuda; estaría en
tantos problemas cuando su madre descubriera eso. Desfilando alrededor de Hyde
Park en un carruaje con Lord Burke aseguraría una docena de cartas a Cornualles de
las gallinas chismosas.
Joan suspiró. No era probable que alguna vez supiera si reformaba sus malos
caminos. Debió haber sido un momento de aturdimiento que le hizo prestarle tanta
atención. Miró su pecho porque era un libertino; para él, todos los pechos eran
deliciosos. La hacía enojar de nuevo. Si finalmente había logrado atraer las
atenciones lascivas de un libertino, ¿por qué no podía haber sido un libertino
encantador? Era un gran testimonio a su equilibrio y control que no hubiera
aceptado su invitación a golpear su guapo rostro con presteza.
Se ruborizó furiosamente.
—Bueno, eso probablemente hará que alguna mujer indecente sea muy feliz.
—¡Evangeline!
—Bueno… no…
—Podría irte mucho peor que con el Vizconde Burke —señaló Evangeline—. Y
nunca te preocuparías de que se casara contigo por tu dote.
Resopló.
Todo este pensamiento y conversación sobre Tristan Burke estaba haciendo doler la
cabeza a Joan. Peor aún, le estaba haciendo doler el corazón, y no le gustaba en
absoluto. Había sufrido encaprichamientos antes; siempre quedaban en la nada, y
después de un par de días de lágrimas y desanimo, había olvidado lo que había
atrapado sus ojos en primer lugar. Había esperado esperanzada visitas de los
apropiados y respetables caballeros que su madre le presentaba, solo para
descubrir que no podía esperar a que se fueran una vez que llegaban. Tan pronto
como decidía que un hombre era interesante, él rápidamente fijaba su atención en
otra chica; y tan pronto como un hombre mostraba algún interés por ella, sin
importar si era insignificante o transitorio, ella rápidamente se daba cuenta lo que
153
insípido que era él. No veía cómo Tristan Burke podría volverse insípido ahora, pero
no quería verlo girar su perversa sonrisa y letal encanto a cualquier otra chica.
Su tía resopló.
—Bueno, quizás, una vez dijo que encontraba irresistibles los desafíos —dijo,
sintiendo el color en su rostro elevarse de nuevo—. Pero eso significa que me ve
como un desafío, no como una potencial novia. Hay un amplio abismo entre “no
ofensivo” y “desesperado por casarse”. Y te prometo, no se va a casar conmigo.
—¡No me hizo ningún cumplido! —Decir que finalmente había usado un vestido que
no era feo no contaba como un verdadero cumplido, incluso si había logrado
hacerlo sonar como uno—. Si lo hubiera hecho, yo habría… —Quedado en shock,
pensó. Shock, y un perverso aturdimiento de deleite—. Le habría agradecido muy
educadamente.
Con la boca abierta para replicar, Joan se congeló. Cerró su boca con un chasquido y
se recostó en el sofá. No había discusión ahí. Pero una dama difícilmente podía
agradecer a un hombre por mirarla. Incluso si le hacía hormiguear su piel. De hecho,
probablemente debería darle una bofetada si su mirada hacía hormiguear su piel.
—Y lo que es más, creo que te gusta. Nunca vi tu rostro más animado que cuando
hablabas con él.
—No puedo pensar en por qué estamos discutiendo esto —dijo Joan, revolviendo
su té frío enérgicamente—. Mis padres nunca lo aprobarían, así que incluso si se
arrastrara de rodillas a nuestra puerta y rogara a papá por mi mano, se iría 154
decepcionado.
—Sabes que eso no es verdad. Si realmente te preocupas por él, o por cualquier
otro pretendiente, deberías decirle a tus padres. Ninguno de ellos quiere que seas
infeliz o estés sola. No puedo creer que se negarían a dejarte casar con un hombre
que realmente amaras, Joan.
Tragó. Era difícil imaginar a papá negándose en esa situación, pero no estaba tan
segura sobre su madre.
Con un gemido, dejó su taza y dejó caer su rostro en sus manos. Qué desastre. ¿En
qué había estado pensando? Más personas que solo Evangeline pensarían que
estaba tratando de llevar a Lord Burke a la altura de las circunstancias, una vez que
fuera vista paseando y bailando con él. Debió haber estado loca por no decir un
fuerte y definitivo no cuando él le preguntó. En su lugar, tomó una inestable
respiración mientras su pulso daba un salto. En su lugar, estaba deseando ambos
pecados. 155
Eso significaba que solo había una cosa por hacer, por el bien de sus nervios y sus
ánimos; había una sola manera de distraerla de sus preocupaciones y resolver su
estado de ánimo, y Joan se sentía un poco mejor solo al pensar en ello.
Ir de compras.
Afortunadamente, se podía contar con Abigail Weston. Penelope era muy divertida,
pero su atención siempre era atraída por la pizca más impactante y excitante de
cualquier cosa. Abigail, por otro lado, era más reflexiva y consciente de conducta
adecuada, razón probablemente por la cual ella era libre de pasear por Bond Street
y su hermana no. Resulto que Penelope había sido descuidada, y su madre la había
descubierto leyendo 50 Formas de Pecar.
—Fue su culpa que fuera atrapada —dijo Abigail mientras caminaban del brazo
unos pasos detrás de la Sra. Townsend—. Le advertí que mamá era esperada en
casa en cualquier momento.
—Así que ahora mamá sabe que Pen ha estado robando sus copias, y ya sabes de
qué trata la última edición.
Recordó la aventura de Lady Constance con Lord Everard en celo muy vívidamente.
La idea de lo que diría su propia madre si supiera que Joan había leído eso le enviaba
un escalofrío por su espina dorsal.
—Una semana. Mamá le ha prohibido todo tipo de baile y fiesta. No tiene permitido
salir de la casa excepto para ir a la iglesia, y mamá ha estado abriendo sus cartas.
Abigail la supiera.
—Pen juró de arriba abajo que yo no era parte de ello, que me lo había ocultado. No
creía que eso influenciaría a mamá, pero de alguna manera lo creyó, y solo fui
advertida de no seguir el mal ejemplo de mi hermana. Así que Pen me hizo jurar que
le pagaría contrabandeando algunas nuevas ediciones a la casa, ya que mamá la
vigilaría como un halcón.
—Sí, muy abnegada —coincidió Abigail irónicamente—. Fue su culpa, pero estoy
muy agradecida de no estar confinada en mi dormitorio. El único problema es que
me está fastidiando para encontrar una nueva edición cuando no sé cómo
conseguirlas sin atraer la mirada de mamá hacia mí también. Y si mamá descubre
que Pen y yo le mentimos… —Se estremeció—. Odiaría morir joven, Joan.
Abigaíl sonrió.
—Verdad. Pero me temo que Pen me asesinaría solo por aburrimiento si no le llevo
algo interesante pronto. —Lanzó una melancólica mirada a Madox Street, por la
cual justo estaban pasando—. Pero no hay forma de que pueda escabullirme para
preguntar sobre nuevas ediciones sin hacer que Olivia sospeche.
Joan se resistió firmemente a girar su cabeza para mirar a la poca atractiva librería
donde Tristan Burke la había seguido con el único propósito de insultarla e irritarla.
—No, no te arriesgues. Puedo tener una manera de conseguir ediciones sin ningún
peligro para ninguna de nosotras.
—No importa cómo. Puede que no funcione, pero si lo hace, prometo compartir mis
copias contigo y la pobre Pen.
—¡Oh! —Los ojos se ensancharon más—. ¿No me digas que tu tía te permite…?
—¿Cómo puedes estar segura? Por todo lo que sabes, ella podría ser la autora.
—Lo siento. Por supuesto que fue terriblemente insensible. Pero ¿no crees que Lady
Constance está pidiendo ser expuesta?
—Pero ¿quién los pronunció? ¿Quién es Constance, y quién es el Sir Gallant y Lord
Everard?
—Estoy segura de que el señor Gallant es Sir Perry Cole —dijo Abigail—. ¡Debe
serlo! Le escucharon expresar su excesivo cariño por la ópera, y es un apuesto
militar que perdió su mano. Tiene que ser Sir Perry.
—Pero declaró a todos que no estaba en la ópera esa noche. Si realmente sucedió,
como escuchó Lady Willets, entonces tenía que haber estado ahí.
—Podría mentir para ocultarlo. Pero no tengo idea de quién es Lord Everard. —Un
ceño fruncido se tejó en su frente—. Estoy segura de que la mitad de los hombres
en Londres lo saben. Espero que Jamie lo sepa. —Agarró del brazo a Joan—. ¡Y Lord 158
Burke debe saberlo!
—¡No si le cuentas a todo Bond Street! —siseó Joan en un susurro casi silencioso—.
Puede que las traiga para mí, si se puede confiar en el exasperante hombre para
cumplir su palabra, pero estoy bastante de que no sabe lo que es.
—¿Por qué no? —Abigail se lanzó hacia adelante cuando la Sra. Townsend las miró
con curiosidad—. ¿Cómo sabes que no está interesado en ello?
—Se habría burlado sin piedad si lo hiciera —dijo honestamente. Si Tristan Burke
amenazaba con besarla solo para hacerla bailar con él, ¿qué exigiría a cambio por
conseguir el folleto más lascivo en Londres? La única razón que Joan podía
encontrar para hacer su acuerdo casi descuidado era que él no tenía idea de lo que
eran.
—Ah. —Su amiga inclinó su cabeza—. Así que estás en mejores términos con Su
Señoría, ¿verdad? ¿No más Lord Patán?
—¡Pobre Pen! Le encantaría la historia. —Se puso seria—. Crees que Lord Everard
podría ser Lord Burke?
—¡No!
159
Olivia Townsend se dio la vuelta ante la exclamación de Joan. Ambas chicas
inmediatamente asumieron expresiones alegres y la saludaron con la mano, pero
Abigail dijo a través de brillantes sonrisa:
Joan no quería pensar en las manos de Lord Burke sobre Lady Constance.
Desafortunadamente, el resto de la descripción le quedaba bien; era grande y fuerte
y definitivamente indomable. ¿Azotaría a una mujer, y le pediría que lo golpeara a
cambio? Ciertamente parecía que había disfrutado cuando Joan le dio un puñetazo,
bajo sus órdenes, nada menos. ¿Arreglaría un encuentro con una mujer por una
noche de placer sin pensar en un mayor apego? Había dicho firmemente que no
estaba conviviendo con Lady Elliot, pero lo cierto era que ella se quitó sus
pantaletas por él la noche del baile de Malcolm. La sola idea de Tristan Burke siendo
Lord Everard agrió completamente el goce de Joan de la escena. Si todavía no había
convivido con Lady Constance, probablemente solo era cuestión de tiempo antes de
que lo hiciera…
Frunció el ceño.
—Lord Everard es mucho más probable que sea Lord Hammond. Se ve como un oso
y no sé cómo una mujer podía ser íntima con él si no se le permitía azotarlo. Vamos
adonde Madame Carter para ver si tiene nuevos sombreros. —Se alejó sin esperar a
que Abigail respondiera, diciéndole a la Sra. Townsend que quería mirar sombreros.
En la tienda, se alejó de sus compañeras, quienes eran atraídas por los más
novedosos sombreros con coronas altas y plumas. Como Joan sabía muy bien, esos
sombreros la hacían ver de seis metros de alto. Estudió los sombreros más sencillos
en los estantes, deseando atreverse a sugerir que visitaran la tienda del Sr.
Salvatore. Había estado tan satisfecha con el vestido de día hecho para ella, que
había ordenado varios más, pero todavía no estaban listos. Papá podía retener su
dinero por los próximos dos años si lo desaprobaba; Joan finalmente había
encontrado un modista que sabía cómo hacerla lucir bien, y quería más. Si el vestido
verde de día podía mejorar la opinión de Lord Burke sobre su aspecto tan
grandemente, ¿qué podría pasar con un vestido de baile del Sr. Salvatore? Esperaba
que al menos tuviera un vestido más halagador para el momento en que Lord Burke
decidiera llevarla a pasear.
sombrero de paja con un borde más plano y corona más baja. Quizás ese, con una
cinta de ceda y solo una pequeña flor…
Los dependientes estaban atendiendo a una señora mayor con sus dos hijas,
quienes parecían ser clientes muy exigentes. Las dos jovencitas eran tan iguales
como jamás había visto en dos personas, delgadas y menudas con brillantes rizos
rubios y ojos azul cielo. Sus vestidos, generosamente adornados a la última moda,
eran maravillas de seda rosa a rayas y encaje claro. Las dos parecían una ilustración
de Ackermann cobrando vida, y a su pesar, Joan no pudo contener un pequeño
suspiro de anhelo. Por mucho que amara su nuevo vestido verde, e incluso se
sintiera un poco atractiva, ¿por qué no podía haber nacido como uno de esos
delicados ángeles? Entonces cualquier sombrero en la habitación se habría visto
encantador en ella.
Una de las chicas levantó la mirada y la vio observando. Joan asintió cortésmente y
volvió a su sombrero de paja, pero para su sorpresa, la chica caminó directamente
hacia ella.
—Srta. Bennet, creo —dijo—. Está detrás del Vizconde Burke, ¿verdad?
—Es una tonta —respondió la chica. Su voz era sorprendentemente estridente para
alguien tan delicada—. Es una tonta por quererlo, y se sentiría mucho más tonta si
lo consiguiera.
Oh, querida. ¿Esta chica se había fijado en él? Joan nunca había sido el foco de
envidia de otra chica por las atenciones de un caballero. Aunque era algo halagador
que alguien la creyera capaz de ser un rival —y sobre Lord Burke, nada menos—, no
sabía qué decir. Miró a su alrededor con incomodidad, pero Abigail todavía estaba 161
ocupada persuadiendo a la Sra. Townsend para que aceptara el sombrero—. Lo
siento muchísimo, no recuerdo conocerla…
—Soy Alice Burke. Lord Burke es mi primo. —Un lavado de rosado manchó sus
mejillas, haciéndola ver bastante atractiva a pesar de que sus ojos brillaban
ominosamente—. Y lo odio.
Ah, sí, ahora recordaba. Las señoritas Burke eran un par de años más jóvenes que
ella, y eran consideradas dos de las más hermosas jovencitas del mercado
matrimonial este año. El rumor era que su madre se había negado a permitirles
casarse con cualquiera inferior a un conde. Generalmente no se movían en los
mismos círculos que preferían los Bennet, y como eran hermosas, nunca
languidecían en las esquinas de los salones de baile, como lo hacían Joan y las chicas
Weston. Joan sabía quiénes eran, pero no les había sido presentada formalmente.
Joan se preguntó quién en la tierra podría pensar que se estaba lanzando a Tristan
Burke; en todo caso, había tratado de evitarlo. Solo con su suerte la gente formaría
la impresión exactamente opuesta.
—Rece para que su padre no muera y la deje a merced de depravados. —La boca de
la Srta. Burke temblaba como si fuera a llorar—. Mamá ha tenido que enfrentarse a
Lord Burke regularmente durante varios años, desde que mi padre murió y ese
repelente hombre lo heredó todo.
—¡Qué terrible! —dijo Joan compasivamente—. Ruego todas las noches por la
constante buena salud de mi padre, gracias. —Aunque si papá moría, dejando a
Douglas como cabeza de la familia, mamá mantendría a Douglas aún más 162
firmemente bajo su pulgar. Se preguntaba si la Srta. Burke reservaría algo de
compasión por su primo, quien había perdido a sus padres a una edad mucho más
joven—. Debe ser tan terriblemente difícil para ti, incapaz de salir a la sociedad por
temor a encontrarlo.
—Como si permitiríamos ser intimidadas por él. ¡Es él quien debería evitarnos!
¡Estoy segura de que nadie lo quiere, de todos modos!
—Es una horrible persona —repitió Alice Burke—. Solo quería advertirle.
Parpadeó.
—¿Horrible? —Una cosa era desagradar la manera de un hombre, pero ¿pensar que
era verdaderamente horrible?—. ¿Cómo así, Srta. Burke?
—Nos obligó a salir de nuestra casa, y no nos permitirá regresar. Mamá le rogó, le
suplicó, y solo se rio y dijo que no. ¿Qué tipo de hombre hace eso, Srta. Bennet?
—Pensé que el techo en esa casa se derrumbó. —Frunció un poco el ceño,
estresando su cerebro. Lo había criticado por vivir en la casa de Douglas, y le había
dicho que no tenía opción, que su casa era una ruina—. Ni siquiera él puede vivir ahí.
Joan frunció sus labios. Era difícil argumentar que Tristan Burke era un caballero
modelo. Podía imaginarlo riendo y negándose a una petición si le molestaba. Y
recordó vagamente, una vez, su declaración de que su tía y sus primas lo odiaban, y
que él las odiaba. Pero esto sonaba rencoroso, y de alguna manera no podía verlo
rebajándose a ese nivel. ¿Por qué lo haría?
—Gracias por la advertencia, Srta. Burke. Debe disculparme, veo a mis amigas
haciéndome señas. —Se balanceó ligeramente y fue a unirse a Abigail y la Sra.
163
Townsend.
Sin embargo, sería muy grosero reírse frente a una madre suplicando que sus hijos
recuperaran su casa, incluso para él. No que no se hubiera reído frente a Joan, más
de una vez, y lo había considerado muy grosero entonces, incluso por asuntos
insignificantes como la nota que hizo firmar a Douglas. Solo hacía un contraste más
agudo a sus acciones cuando vino a tomar el té, cuando había sido… admirativo.
Intrigante. Atento. Y la forma en que la había mirado, con esa mirada de párpados
pesados y travieso indicio de sonrisa…
Dijo una mala palabra en voz baja. Ni siquiera comprar un sombrero nuevo había
resultado bien para sacarlo de su mente. ¿Siempre era así, tratar con caballeros? En
todos sus sueños de pretendientes, nunca había pensado que tener uno podía ser
tan frustrante.
Le tomó varios minutos darse cuenta que había empezado a pensar en él como un
pretendiente.
164
A
ntes de llegar a la sala del desayuno la mañana siguiente, Joan supo que su
tía tenía un visitante. Podía escuchar el suave retumbar de una
conversación, una voz de hombre así como el tono más tenue de la voz de
su tía, y entonces, justo cuando giraba la perilla para entrar, un ladrido agudo.
Evangeline y un muy guapo caballero lucían como dos amantes culpables por su
entrada. Su tía parecía feliz, ruborizada por la risa y una mano estaba acariciando a
un pequeño perro acurrucado en su regazo. Ella había estado inclinada hacia
adelante, su cuerpo entero inclinado hacia su invitado, pero ahora estaba sentada
en el respaldo de su silla.
165
—¡Buenos días Joan! —Le dirigió una mirada triste a su acompañante—. No
esperaba verte tan temprano. Este es Sir Richard Campion. Sir Richard, mi sobrina,
la señorita Joan Bennet.
—Igualmente —contestó, mirándolo con interés. Así que este era el intrépido
explorador que había escalado montañas en Suecia y viajado a los más oscuros
rincones de África, y quien además era el presunto amante de su tía. De acuerdo a
los rumores, era mucho más joven que Evangeline, pero Joan no podría saberlo al
mirarlo. Tenía aproximadamente la estatura de su papá, y era muy delgado, casi
flaco. Su cabello castaño claro estaba surcado con hilos de plata, y su rostro estaba
bronceado y marcado por la edad, especialmente alrededor de los ojos. Pero esos
ojos, de un brillante azul, estaban pendientes y alerta, y todos sus modales
crepitaban de energía. Iba vestido como un escudero de campo, pero se movía con
la gracia de un caballero de Londres.
—Te extraño mucho, mi querida —dijo Sir Richard, sonriéndole. Habló con un rastro
de acento, cortado pero suave.
—Oh, que simpático eres Louis —exclamó Joan. Se inclinó y le ofreció el tocino. Él
lo retiró de sus dedos delicadamente y se sentó para disfrutarlo. Joan alzó la
mirada—. ¿Por qué no lo trajiste contigo, Evangeline?
Ella alzó la mirada a tiempo para captar la mirada cautelosa intercambiada entre su
tía y su acompañante.
—Me prometiste que lo tendría por lo menos un mes —dijo Sir Richard
suavemente—. ¿Quién más va a mantener en línea a Hercule?
—¿Quién es Hercule? —Joan se acercó y tomó el asiento sostenido para ella por Sir
Richard.
—Ya deberíamos estar en camino —dijo Sir Richard, tomando un último trago de su
taza de café antes de levantarse de la mesa—. Las calles deberían estar libres de
gansos para esta hora, y podemos llegar a casa sin contratiempos.
—Muy bien. —Con un suspiro, Evangeline puso su perro en el suelo, y Sir Richard
deslizó una correa por su cabeza.
—Que tenga buen día, Lady Courtenay. —Sir Richard levantó la mano de Evangeline
a sus labios. Desde su silla, Joan captó un vistazo del rostro resplandeciente de su
tía. Cualquiera fuera el rumor equivocado sobre ellos, era bastante claro que
Evangeline adoraba a Sir Richard. Él también sentía una inclinación por ella—-. Srta.
Bennet —dijo, dirigiéndose a la puerta con Hercule siguiéndolo de cerca. Louis
también iba voluntariamente, pero se volvió sobre Hercule para plantarse a sí
mismo en la entrada y ladrar fuertemente a Evangeline. Joan casi había podido
escuchar la demanda en su ladrido: ¡También debes venir!
»Louis —dijo Sir Richard firmemente, empujando al pequeño perro con su pie. Louis
lo ignoró, saliendo del camino de su bota para ladrar otra vez a su ama. Sir Richard
lanzó una mirada exasperada a Evangeline.
—Louis —dijo ella con reproche, y la cola del cachorro cayó. Dio otro ladrido,
desalentado, y luego se fue con Sir Richard y Hercule, sus patitas resonado en el
suelo encerado.
—Por qué, mi querida, ¡sería de lo más grosero traer un perro cuando se es un 168
invitado! Louis está bien establecido con Sir Richard en su casa de Chelsea; puede
correr en el jardín sin ser perseguido por gansos, que lo asustan sin fin. Sir Richard
casi tuvo que llevar a Louis en el bolsillo de su abrigo cuando se toparon con un
grupo de gansos en su camino al mercado esta mañana. —Ella sonrió y alcanzó la
tetera—. ¿Puedes imaginarte eso? ¿La cabeza de Louis asomándose del bolsillo del
abrigo de Sir Richard, ladrándole frenéticamente a un ganso merodeador?
Joan puso mantequilla en su tostada con gran cuidado. Había dicho las suficientes
verdades evasivas en su vida como para reconocer una cuando la escuchaba.
Evangeline había dejado a su perro y su compañero para venir y jugar a la
chaperona, y no había misterio en el por qué. Ciertamente no era un accidente que
ambos hubieran llegado muy temprano, antes de la hora de levantarse de Joan,
antes de que los vecinos pudieran comentar la visita de un hombre y dos perros.
Joan no podía ver a su padre protestando por los perros, pero ahora que lo
pensaba, a su madre no le gustaban los animales en la casa. Y solo se podía imaginar
lo que diría su madre sobre el caballero.
—Sé que es grosero preguntar, pero… bueno, pude ver que te preocupas por él,
muchísimo, y debe preocuparse por ti como para traer a tu perro de visita tan
temprano en la mañana. Mi madre se mantiene asegurándome que encontraré a un
hombre que se preocupe por mí y casarme con él, así que solo me preguntaba por
qué, cuando has encontrado a un hombre que se preocupa por ti, no te has casado
con él.
—No es tan simple como eso. Sir Richard… yo… —Tomó una respiración profunda
y pareció darse un pequeño estremecimiento—. La verdad es que no quiero
casarme de nuevo. Ya he enterrado a dos esposos. —Sonrió tristemente—. ¡Es de
mala suerte casarse conmigo! Quienes lo han hecho han muerto apenas diez años
después de la boda. El pobre hombre está mejor así.
—No. La verdad, Joan, es que eres muy afortunada de que tus padres quieran que
encuentres a alguien que te preocupe, que se preocupe por ti igualmente. No todos
ven el matrimonio tan tiernamente.
—Suena tan fácil cuando lo dices de esa manera, encontrar a alguien por quien te
preocupes y que regrese tus atenciones, pero realmente no lo es —dijo con un
suspiro—. Mi madre quería que encontrara a alguien que se interesara en mi…
alguien que además tuviera un buen linaje y modales, buenos contactos y con un
poco de fortuna propia. Mientras yo…
—Lo que toda chica quiere, supongo. Un hombre que sea amable y considerado,
guapo y elegante, alto y fuerte. Tristemente, parece haber una terrible escasez de
ese tipo de hombres en Londres en este momento.
—¿Y Lord Burke no es ninguna de esas cosas…?
Ella mordisqueó su tostada, tratando de pretender que nunca había pensado en él.
—Y muy guapo —agregó su tía—. Se mueve como un pugilista; muy ligero con sus
pies. Me atrevería a decir que es un bailarín consumado. Y un hombre que boxea es
bastante fuerte a menudo.
Sí, lo había hecho. El recuerdo trajo una pequeña sonrisa al rostro de Joan a su
pesar.
—Tal vez un poco —concedió—. Pero escuché algo sobre él el otro día… ¿Alguna
vez conociste a su tía, Lady Burke?
—Oh, Señor. Ella. —Evangeline tomo una respiración profunda—. Muy poco. ¿Qué
te contó sobre él?
—Lo que significa que era más rico que su tío incluso cuando era un niño —dijo
Joan despacio—.Y su tía…
—Lord Burke es muy parecido a su padre, así que estaba destinado a que le
disgustara de todos modos. Pero sí, estoy segura de que el dinero también hirió su
orgullo.
—Sin lugar a duda, diría lo contrario de sus palabras sobre él, o cualquier otra
persona.
Eso arrojaba una luz completamente diferente sobre las cosas. Lord Burke no solo 171
había perdido a sus padres cuando era prácticamente un infante, parecía que había
tenido razón cuando dijo que su tía y primas lo odiaban. Joan jugueteó con su
cuchara. Seguramente, si lo habían tratado tan fríamente, podría perdonar un poco
de su insensibilidad. Si el modo de actuar de la Srta. Burke en la tienda de sombreros
era un indicador de la forma en que lo trataban, probablemente era justificado
odiarlas. Aun así… ¿sacarlas de su casa?
—Lo dudo —dijo Evangeline sorprendida—. Los Burke siempre han tenido dinero, y
nunca he visto a un despilfarrador menos probable como el difunto Lord Burke.
Joan asintió. Eso no eliminaba el malestar que había declarado la Srta. Burke, pero
difícilmente se inclinaba a la crueldad.
—Lord Burke conoce sus flores, ya veo. —Evangeline sacó la tarjeta de su caja, la
cual contenía un ramo de brillantes tulipanes.
Espero que me conceda el placer de su compañía en un paseo dos días después de que
lea esto. Esté lista temprano. Valdrá la pena la espera.
Burke
172
Por un momento tuvo que reprimir una sonrisa complacida. Él podría ser un enigma,
pero enviar flores significaba algo, ¿no? Ciertamente no necesitaba hacerlo; no era
como si estuviera cortejándola… ¿lo estaba haciendo? De cualquier otra persona, las
flores e invitaciones a pasear podrían ser interpretadas como tales, pero de él, era
imposible decirlo.
Se mordió el labio. Su nota para Evangeline era solo un poco más larga, pero mucho
más cortés. Le agradecía el té del otro día y le pedía permiso para pasear con Joan.
Parecía que podía ser un caballero cuando deseaba serlo. ¿Y qué significaba que la
espera valdría la pena? ¿Qué planeaba hacer? Dejó la nota.
—Bueno, sería muy probable que uno de los amigos de Douglas lo pidiera y luego
no llegara. Dos días es mucho tiempo de demora.
—Supongo que vendrá. Nadie lo obligo a pedir que te llevara de paseo. No digas
que Douglas lo hizo —añadió su tía cuando Joan abrió la boca—. Douglas está a
cientos de kilómetros de distancia. Además, Lord Burke no tiene aspecto de recibir
bien las órdenes.
Era cierto.
Por alguna razón, eso hizo que sus hombros se tensaran. Dos días podrían ser 173
suficiente para que el Sr. Salvatore entregara otro vestido nuevo, pero no tenía un
sombrero decente. Y por alguna razón, Joan se resistía a usar su sombrero viejo y
desagradable.
—Claro que no puedo ocultarlo —dijo Joan con nostalgia—. Pero no tengo que usar
un sombrero que me haga ver aún más enorme.
—Tampoco al lado de Lord Burke. —Joan la fulminó con la mirada. Evangeline trató
de parecer inocente—. ¡Es verdad! Debe ser por lo menos unos diez o quince
centímetros más alto. Podrías usar mis zapatos de seda con el tacón encantador y
seguir siendo más pequeña que él.
—¡Todo no necesita involucrar a Lord Burke! —gruñó. Aunque no le importaría usar
zapatos como esos de seda de marfil, y si la única persona con la que pudiera bailar
con estos era Lord Burke… tal vez valdría la pena el sacrificio.
—Iré a que Polly las ponga en un poco de agua antes de pensar en lo del sombrero.
Su tía sonrió.
Joan sacudió la cabeza y se giró para irse, pero el mayordomo volvió a entrar en la
habitación con el correo. Permaneció mientras Evangeline las ordenaba.
174
—Varias invitaciones —comentó—. Y… oh, cielos… —Dejó caer la pila de cartas y
abrió una.
—¡Es de papá!
—Sí, lo es. Aquí hay una para ti. —Su tía entregó una carta más pequeña, que había
sido sellada dentro de otra. Joan la agarró y la desdobló, y la habitación quedó en
silencio mientras ambas leían.
Papá escribía que se habían quedado en Bath. Madre había estado muy cansada por
el viaje hasta ese momento, y una vez que se recuperó lo suficiente como para
continuar, le había pedido que reconsiderara lo de ir hasta Cornualles. El clima en
Bath era agradable, permitiéndoles aventurarse casi todos los días, y los pulmones
de madre parecían estar mejorando con el aire del campo. Habían conseguido una
casa en Crescent y estaban pasando los días muy tranquilos, aunque madre
esperaba poder hacer vida social a medida que recobrar su salud. Papá estaba
insistiendo en que visitara los baños calientes todos los días, y las aguas le habían
hecho mucho bien. El tono de su carta era irónico y divertido, y Joan se relajó
inconscientemente mientras la leía. Había transcurrido una quincena desde que sus
padres se habían ido y podía decir que su papá estaba mucho menos preocupado
por madre ahora de lo que había estado. Madre debía estar mejorando si tenía la
fuerza para discutir con papá sobre ir a los baños.
—Madre está mejorando mucho —dijo, doblando su carta—. ¡Estoy tan aliviada!
—¡Sí, son muy buenas noticias! —Evangeline le sonrió—. Tu padre dice que podrán
regresar dentro de un mes.
—¿Tan pronto? —Joan trató de no pensar en lo que eso significaría para los paseos
en el parque con Lord Burke—. Los médicos deben estar muy seguros. Pensé que
papá insistiría en que permaneciera en el campo durante el resto del año.
—Sí, siempre ha sido muy protector con ella. Y sabiamente, en este caso.
—Espero que Louis vuelva. Y Sir Richard, si quieres verlo. Estoy segura de que mi
madre no se opondría. —Después de todo, madre había permitido que Evangeline
viniera en primer lugar. Joan se dijo a sí misma que una breve visita de un pequeño
perro seguramente no contaría mucho, y Sir Richard se había comportado tan bien
como cualquiera podría desear.
—He venido a visitar a la Srta. Bennet —dijo, luciendo excesivamente alerta para
este momento del día… e inexplicablemente atractivo. La golpeó de nuevo cuán
terriblemente guapo era, especialmente cuando no estaba empeñado en
atormentarla. La oblicua luz del sol parecía magnificar el alcance de sus hombros y
representar los ángulos y planos de su rostro en marcado relieve resplandeciente.
Smythe se dio la vuelta, su expresión rígida con desaprobación. La había visto venir
corriendo y ahora esperaba una palabra de ella. Joan controló el impulso
de precipitarse hacia adelante y logró deslizarse en el recibidor tan graciosamente
como madre podría haber hecho.
—Buenos días, señor —dijo con una reverencia adecuada—. Tenía razón al
especificar “temprano”.
Una sonrisa iluminó su rostro. El hoyuelo era especialmente evidente hoy.
—¿Grandes aventuras?
Santo cielo. ¡Gran aventura! ¿Qué en la tierra podía querer decir con eso? Como de
costumbre, no se estaba comportando como ella esperaba… y como de costumbre,
la hacía insoportablemente intrigada.
—Solo un momento.
Joan se apresuró para estar lista. Abotonó su chaquetilla spencer con dedos
temblorosos, y tuvo que tomar una profunda respiración calmante antes de
permitirse volver a ir al piso inferior, esta vez a un majestuoso ritmo solemne que,
con suerte, ocultara su apresurado pulso.
Afuera, una muy pequeña calesa de dos caballos esperaba, brillando en las primeras 177
luces. Un muchacho de rostro joven en librea sostenía las cabezas de los caballos.
Tristan la ayudó con el carruaje y tomó las riendas de su mozo de cuadra. Chasqueó
las riendas y los caballos se pusieron en marcha. Cuando ella preguntó a qué gran
aventura la estaba llevando, se rehusó a decirle. Se dirigió al norte, fuera de la
ciudad, y por un tiempo Joan solo miró pasar el paisaje, disfrutando de un paseo a
través de las calles a una hora en la que normalmente todavía estaba en la cama. Era
como una ciudad diferente, con criadas fuera barriendo afanosamente los escalones
y las calles principales llenas con coches camino al mercado en lugar de carruajes
llevando damas de visita. Pasaron el parque, donde un banco de niebla se cernía
sobre el pastizal abierto, y cruzaron Oxford Road, dejando detrás la parte conocida
de la ciudad. La bruma era más gruesa aquí en los campos más grandes y casas más
dispersas, y era como conducir en un mundo de hadas.
—No debo olvidar entregar el objeto de tus deseos —mencionó, tendiendo una a
nueva publicación de 50 Formas de Pecar.
—El tendero me dio toda una mirada cuando pregunté por eso.
—Estoy segura de que lo hizo. —Oró para que la brisa pudiera mantener a raya su
rubor. Fingiendo falta de interés, metió el folleto en su retículo—. Te dije, es una
serie para damas. Lo más probable es que seas el primer caballero de todo Londres
en comprarlo.
—No, gracias. Solo el saber que es una serie para damas es un elemento disuasivo 178
suficiente. —Buscó en su bolsillo otra vez, y golpeó algo sobre su rodilla. Un
brillante chelín levantó un guiño hacia ella—. Y aquí está mi capital —dijo—, por
nuestra apuesta.
En un abrir y cerrar de ojos, Joan fue de estar débil por el alivio a estar plenamente
consciente de cuán cerca de ella estaba. El asiento parecía haberse encogido
mientras contemplaba la moneda equilibrada sobre su muy musculoso muslo, muy
cerca del suyo.
—No hemos hecho una apuesta; ambas partes deben acordar antes de que sea un
contrato vinculante.
—¡Un mono! —Los ojos de él se iluminaron—. Gran Dios, ¡qué contienda podría ser
esa! Debe ser una hazaña de gran osadía y habilidad la que decidirá el asunto;
quinientas libras no es una nimiedad… ¿Qué era eso por lo que estábamos
apostando?
—¿Un simple chelín puede transformar una pregunta sin importancia en algo que
debe ser alcanzado a toda costa? 179
—Nunca dije que esta pregunta no fuera de importancia. —Dejó caer el chelín de
nuevo en su bolsillo y giró la calesa fuera del camino, desacelerando los caballos
mientras pasaba sobre el pasto—. Más bien, una apuesta es una forma de obtener
el resultado deseado.
—Mmm. —Detuvo los caballos y estableció el freno, luego se volvió para mirarla de
frente—. Pero si no puedes ganar un chelín de mi parte, ¿cómo puedo ganar un
chelín de tu parte?
—Me gustan las competiciones —murmuró él—. Y tengo intenciones de ganar esta.
¿Debemos bajar y caminar? —añadió en su voz normal—. Kit, sostén a los caballos.
—Saltó del carruaje mientras su mozo de cuadra iba corriendo hacia las cabezas de
los caballos, y extendió una mano para ayudarla—. ¿Joan?
Ella se dio cuenta de que su boca estaba abierta, y la cerró de golpe. Había notado
un globo, levantándose por encima de la niebla como una nube multicolor.
Le permitió ayudarla a bajar, mirando fijamente el globo y sin aliento por la emoción
todo el tiempo. Era hermoso, elevándose sobre el campo en franjas vívidas, como
una naranja dividida en rojo y blanco. Largas líneas de cuerdas se entrecruzaban
alrededor de este, formando una red que se adelgazaba bajando hasta una cesta
que parecía absurdamente pequeña debajo del globo. Joan no necesitaba que la 180
apresuraran para mantener el paso de Tristan mientras él lideraba el camino hasta el
lugar a través del césped húmedo. Nunca había visto un globo tan de cerca. Era
enorme, pero hermoso.
—Lord Burke —dijo afablemente—. Buenos días, sir. Madam. —Hizo una rápida
reverencia, pero apenas le dio una mirada a ella.
Tristan echó su cabeza hacia atrás, mirando al cielo con los ojos entrecerrados.
—Muy bueno, muy bueno. La niebla se está disipando, pero el aire frío es un
beneficio. El quemador está trabajando bien hoy; estamos casi listos para despegar.
Su se abrió de nuevo.
—Me refería a subir —dijo Tristán, sus ojos brillando con la misma emoción salvaje
que ella sentía, aunque aparentemente sin diluir por ningún miedo—. Pensé que lo
encontrarías emocionante. No más dar vueltas por el parque.
Ella volvió sus aturdidos ojos hacia el conductor del globo, quien asintió
vigorosamente.
—Este es el Sr. Charles Green, quien elevó el globo desde Green Park el año pasado
para la coronación —presentó Tristan. El conductor hizo un movimiento amplio con 181
su sombrero de ala ancha y sonrió educadamente, aunque sin lograr esconder su
entusiasmo por salir—. Deberíamos ser capaces de ver todo Londres desde ciento
cincuenta metros.
—Es solo un poco más alto que el domo de la catedral St. Paul. Vamos, puedes
sostener mi mano.
Tristan le dio la espalda al Sr. Green y sujetó sus manos entre las suyas.
—Si no quieres subir, no tienes que hacerlo. Pero es mucho más que emocionante,
deslizarse libre de la tierra y elevarse como un pájaro… no puedo siquiera
describirlo. Podemos subir a una distancia corta y puedes decidir si nos elevamos
más.
—¿Y si el Sr. Green desea ir más alto de lo que quiero? —susurró ella.
—Hará lo que yo le pida que haga —dijo —. ¿Dónde crees que consiguió los fondos
para su nuevo quemador?
—¿Invertiste en esto?
—Sí.
Tristan sintió un júbilo salvaje cuando estuvo de acuerdo. Ella llevó su cabeza hacia
atrás para estudiar el globo de nuevo, sus ojos brillantes y una pequeña sonrisa
curvando sus labios, y él estuvo a punto de inclinarse para besarla, justo frente a
Green y todos sus hombres. Esa era la mirada que él había estado esperando poner
en su rostro, complacida y emocionada incluso si estaba un poco insegura. En su
lugar, apretó su mano y siguió a Green, sintiéndose como un muchacho al borde de
una gran aventura.
La barquilla estaba tejida de robusto mimbre, con un piso de madera. No era muy
grande, y el equipo ocupaba algo de espacio. Mientras Green y sus hombres
trabajaban para alistar el globo, Tristan atrajo a Joan de nuevo contra él.
Tomó una respiración profunda, lo cual solo sirvió para recordarle cuán delicioso
olía ella. Estaba probándose ser un muy gran idiota. Unos pocos bailes al azar, una
visita o dos, y podría haber cumplido su promesa a Bennet. Estaba seguro de que
eso era todo lo que Bennet había tenido en mente cuando le sacó la promesa a
Tristan. Ciertamente, no había necesidad de apostar sobre cuán bien podía besarla,
porque no se suponía que la besara de nuevo, incluso si pensaba en eso cada vez
que la veía, y definitivamente no porque ella lo miraba con claro desafío algunas
veces, lo cual en todo caso demandaba que la besara hacia un suave y feliz silencio.
Debería pasar menos tiempo con ella, no más.
Pero después del té del otro día, cuando se veía tan sorprendentemente
encantadora y no podía pensar en nada más excepto tocarla, Tristan había estado
determinado a hacer algo para complacerla, como una forma de compensarla por
sus fallas pasadas. Llevarla a pasear en globo parecía una excelente decisión: algo
que ella probablemente nunca haría por su cuenta, pero emocionante y exótico.
Quería que recordara esta mañana por el resto de su vida. Sabía que él lo haría.
183
Green lanzó otro poco de lastre, y la barquilla se tambaleó, levantándose unos
centímetros del suelo. Joan jadeó y se aferró a su brazo.
—Olvidé preguntar cómo bajaremos —dijo ella con una risa temblorosa.
—Mis asistentes nos jalarán hacia abajo —dijo Green—. En vuelo libre, lanzaríamos
todas las cuerdas, pero Lord Burke me aseguró que no deseaba pasar el día
moviéndose a través de los cielos, aunque es una de las vistas más extraordinarias
que el hombre puede contemplar —añadió con una mirada esperanzada hacia
Tristan.
—Hoy no. —Pero Señor, no le importaría. Cuando Green lanzó el resto de su lastre y
las cuerdas crujieron y el globo se levantó hacia el cielo azul acero, Tristan quería
gritar de euforia. Esto era lo que amaba, un triunfo de la ciencia y la ingeniería
combinado con la emoción incomparable de desafiar la gravedad. Extendió sus pies
para mantener el equilibrio, e inconscientemente puso su mano libre sobre la
espalda de Joan para estabilizarla; ella todavía se aferraba a su otra mano donde él
se sostenía del borde de la barquilla de mimbre, pero ella estaba inclinándose hacia
delante para echar un vistazo sobre el borde y no pareció notarlo.
Green había escogido un sitio en Parliament Hill, el cual era conocido por tener una
buena vista de Londres. Mientras se alzaban sobre la niebla y los árboles, la ciudad
se extendía debajo de ellos como una tierra de misterio, una manta traslúcida de
niebla cubría todo menos las construcciones más altas. El Támesis lo serpenteaba
como una vena oscura, brillando en el este donde las nubes debían haberse
despejado. La tierra era un mosaico de campos verdes cortado por setos, con
pequeñas ciudades como Camden e Islington luciendo como aldeas de bloques de
juguetes para niños.
—¿Estamos cayendo? —jadeó, estirando su cuello para ver el globo sobre ellos—.
¿Está estallando?
—No. —Deslizó su mano alrededor de su cintura, acercándola mucho más. Para su 184
gran sorpresa; y placer; se lo permitió, incluso se presionó contra su pecho, aunque
sus ojos permanecieron fijos en el globo—. Es perfectamente normal. —Tuvo que
poner la boca cerca de su oído mientras Green jugueteaba con su quemador y rugía
nuevamente—. El viento es más fuerte aquí arriba.
—Tres veces. Como puedes ver, aún no he sufrido ninguna lesión grave.
—Todo lo que se necesita es una vez —replicó, pero sintió que su cuerpo se
relajaba contra el suyo.
—Si nos desplomamos al piso, no voy a discutir en absoluto si gritas más alto que yo
mientras caemos.
Ella parpadeó, luego sonrió. Y luego se echó a reír, sus ojos brillantes.
Alargó su mano para quitar ese mechón de cabello tormentoso, y dejó que la punta
de su dedo se deslizara sobre su labio inferior. Si Green no estuviera a sesenta
centímetros de distancia, la besaría ahora mismo.
—No.
—¿Oh?
185
Sonrió y bajó su cabeza, hasta que sus labios rozaron su oído.
Se rio.
—Esa es la forma habitual en que lo escucho. Pero dime la verdad. —Deslizó una
mano al lado—. Seguramente vale la pena arriesgarse por esto.
Joan miró la niebla y contuvo la respiración. Había estado tan fascinada al ver que el
suelo se alejaba, y luego por la forma en que la sostenía, que apenas había
contemplado la vista. Para ahora habían subido tan alto, que los hombres que
sostenían las cuerdas debajo de ellos eran pequeñas figuras borrosas por la niebla.
Pero bajando la colina hacia el río yacía una hermosa vista. Londres nunca había
parecido tan pequeño. Entrecerró los ojos hacia los diminutos edificios, buscando
algo como punto de referencia.
—¿Esa es la catedral St. Paul? —preguntó emocionadamente, señalando la familiar
cúpula.
—Sí, y esa es la Abadía de Westminster. —Se giró y señaló hacia el este—. En un día
despejado, se puede ver el Real Observatorio de Greenwich, y si vamos un poco más
alto, las almenas de la Torre de Londres.
—Oh, cielos —exhaló Joan. Trató de distinguir las calles y lugares familiares, pero
todo era tan diferente desde aquí arriba. Londres parecía tan tranquilo y
adormecido como cualquier aldea rural, sin ningún ruido ni aroma ni alboroto con la
que ella lo identificaba.
Al igual que el hombre detrás de ella. Con sus grandes botas y una mano en el
soporte que sostenía el quemador, Tristan Burke no tenía ningún parecido al
irritante libertino que se burló de ella en el baile de Lady Malcolm o el bruto
arrogante que la llamó paraguas. Su rostro estaba vivo en una forma que nunca
había visto antes. Él inclinó la cabeza hacia atrás e inhaló profundamente antes de
mirarla directamente con esos brillantes ojos verdes, y se echó a reír como si no
pudiera contener la alegría en su interior.
186
—¿No es grandioso? —gritó sobre el quemador.
Joan le devolvió la sonrisa. Lo era. Nunca había soñado con hacer esto —y mantuvo
un firme agarre en el borde de la barquilla, solo en caso de que el viento se hiciera
demasiado fuerte—, pero era emocionante. Su obvia alegría sin restricciones solo le
sumaba. Cuando estaba feliz, Tristan era…
Apartó la mirada de él. Él se había inclinado para preguntar algo al Sr. Green, y ya
que la barquilla era demasiado pequeña, tuvo que presionarse contra ella. Podía
sentir el calor de sus brazos alrededor de su cintura atravesando su vestido y una
chaqueta corta. Este era, por lejos, el mayor tiempo que habían pasado juntos sin
discutir, y el resultado desafortunado solo era que se encontraba deseando que
fuera así todo el tiempo. Cuando él estaba en este estado de ánimo, no podía evitar
reconsiderar su respuesta a Evangeline sobre llevarlo al límite. No que supiera cuál
sería su respuesta a cualquier petición de matrimonio, pero tenía la sensación
preocupante de que le gustaría ser cortejada por Tristan, muchísimo. Una parte de
ella no quería que este viaje en globo terminara, y por un momento incluso pensó
en decirle al Sr. Green que soltara las amarras de las cuerdas y los dejara a la deriva
del viento por horas, lejos de Londres y la sociedad y todos quienes estarían mudos
y sorprendidos de verla con él.
No por primera vez, se sintió un poco molesta por eso. No estaba muy por encima
de ella; era la hija de un barón, después de todo, con muchas conexiones
respetables. Era cierto que era más rico que su padre, pero papá difícilmente era
indigente, y su título era mucho más antiguo que el vizconde Burke. ¿Por qué no
debería tener tantas oportunidades con alguien como Tristan como cualquier otra
chica en Londres? Hombres apuestos se habían casado con señoritas sencillas antes.
Podría ser una amazona, pero como había observado Evangeline, él era aún más
alto. Y por mucho que pudiera enfurecerla, cada vez estaba más segura de que no
era el reprochable maleducado del que lo habían acusado ser. Alice Burke lo había
llamado horrible, pero ni siquiera Joan lo había visto comportarse tan mal. Solo le
había respondido como ella lo había tratado, lo cual solo la hizo preguntarse qué
pasaría si intentara coquetear con él…
—Oh, no está tan frío —protestó Joan, pero pretendió no escucharla por el viento.
La acercó nuevamente, y giró la parte delantera de su chaqueta alrededor de ella.
Joan cerró los ojos y dejó que la abrazara, deseando nuevamente que pudieran
permanecer en el aire por más tiempo, especialmente de este modo. Arropada
dentro de su abrigo, contenida seguramente en sus brazos, no tenía absolutamente
ningún deseo de volver a bajar.
Pero el Sr. Green ya estaba inclinado, agitando su sombrero hacia los hombres en el
suelo. En segundos sintió el primer tirón de las cuerdas, devolviéndolos a la tierra.
Lentamente la gran vista desapareció, hasta que se acomodaron en la hierba con un
golpe.
Tristan saltó de la barquilla primero y extendió sus brazos. Cuando ella puso sus
manos en sus hombros, la levantó por el costado como si fuera una simple niña.
Tropezó un poco cuando sus pies tocaron el piso otra vez; estaba
sorprendentemente estable luego del vaivén de la barquilla de mimbre. Pero sus
manos estuvieron en su cintura al instante, estabilizándola, y Joan tuvo que alejarse,
le gustaba demasiado la sensación.
Él le dijo unas palabras al Sr. Green, a quien Joan hizo una reverencia y agradeció
también. Se fueron cuando los hombres asediaron el globo, recolocando las cuerdas
que lo mantenían en tierra y cargando la barquilla con lastre.
El mundo parecía muy plano y pequeño desde aquí abajo, luego de la vista desde la
altura. Joan volvió a imaginar las colinas y el río sinuoso, el conjunto de edificios y las
torres relucientes de las iglesias, y dio un suspiro feliz. ¡Qué aventura! Nunca habría
soñado con semejante vista.
—¡Un simple paseo! —Hizo una mueca aburrida—. ¿Quién quiere eso? Tan
convencional, tan ordinario, tan aburrido… tus propias palabras, madame.
Él sonrió.
—Ciertamente no.
—¿No lo habrías hecho? —Su voz bajo a un susurro—. Pero lo disfrutaste. ¿Qué
hubiera sido diferente si la gente te hubiera visto disfrutarlo?
—Me habrían visto contigo —dijo antes de poder detenerse.
Él solo la miró. Su cabello largo había quedado parcialmente desatado por el viento
y una hebra perdida voló cerca de su mejilla. Por una vez no había rastro de burla o
arrogancia o incluso humor en su expresión. Simplemente permaneció ahí,
esperando por su explicación.
Su mandíbula se tensó.
—Y ser vista conmigo sería escandaloso e intolerable.
—Debes admitir que has trabajado muy duro para crear esa impresión —dijo,
eludiendo una respuesta directa.
Ella se burló.
Se encogió de hombros.
—No lo suficientemente cerca en opinión de Lady Elliot. Ella es quien se quitó las
pantaletas y me las lanzó.
—Realmente no sabes cómo conversar con las damas, ¿no es así? —exclamó, pero
en el momento en que escuchó las palabras en voz alta, tuvieron perfecto sentido.
Esto explicaba mucho de sus exasperantes encuentros con él. Él no seguía las reglas
habituales de conducta o conversación de los caballeros, y se rehusaba a ceder
terreno. Ningún tema de conversación estaba fuera de sus límites; de hecho,
parecía deleitarse en escandalizarla y desconcertarla. ¡Decirle que una mujer se
había quitado las pantaletas por él! Como si quisiera imaginarse a Lady Elliot
ofreciéndosele en la tumbona; Joan había pensado hace semanas que era un
cotilleo particularmente jugoso, pero ahora la ponía de un humor enfadado, incluso
más enfadado que cuando Abigail sugirió que Tristan podría ser Lord Everard en 50
Formas de Pecar. Solo una mujer libertina haría tal cosa, pero… deseaba que
Evangeline no hubiera dicho que Tristan haría muy feliz a una mujer indecente. No
era correcto. No era correcto que sonara tan terriblemente fascinante. ¿Por qué no
podía ser un poco más correcto y salvarla de los más terribles pensamientos? ¿Por
qué no quería hacer feliz a una mujer moderadamente decente?
Había solo una cosa por hacer. Debía pensar en su madre. Debía tratar de pensar
como su madre. Y sobre todo no debía preguntarse qué podría hacer él si una
mujer… como la propia Joan… lo tentara a ganar la maldita apuesta aquí y ahora…
Piensa en madre. ¿Qué diría madre? Joan inhaló una desesperada respiración.
—¿Oh? —Arrastró las palabras—. ¿Prefieres a los hombres aburridos y secos que no
pueden decir nada interesante en toda la tarde?
En lo más mínimo. Ni siquiera su madre estaría de acuerdo con esa declaración. Joan
lo observó con impotencia y frustración.
—¿En verdad te vuelvo loca? —Su voz bajó mientras hacía la pregunta, logrando
que sonara seductora e… e… e interesada.
Oh, ayuda. Seguramente ni siquiera madre sabría qué decirle a un hombre cuando la
observaba de esta manera.
—Me haces querer patearte algunas veces —le dijo con ira.
La observó un momento, entonces echó la cabeza hacia atrás y rio fuertemente. Ella
presionó sus labios y pisó fuertemente pasando por delante de él hacia el carruaje.
Iba a preguntarle a Sir Richard si podía hacer que Hercule persiguiera a Lord Patán
fuera de la ciudad. Si Hercule le rasgaba el pantalón en las asentaderas, le aplaudiría
al perro.
—¡Joan, espera! —Ella dio la vuelta, echando humo, cuando tocó su codo, y levantó
las manos en gesto de rendición—. Estaba equivocado. —Ella levantó una ceja y
esperó. Él adoptó una expresión penitente y puso una mano sobre su corazón—. Mi
querida Srta. Bennet, no tenía idea de que mi presencia y mi comportamiento eran
inquietantes para usted. Mis humildes disculpas.
—Como desees. No volveré a hablar de algo más indiscreto que un pañuelo, jamás.
¿Puedo escoltarla a su casa antes de que sea irrevocablemente corrompida por mi
influencia contaminante?
—Puede hacerlo.
Para el viaje de regreso a Londres, Tristan se comportó con tanto decoro como Joan
podría haber deseado: incluso como su madre podría haber deseado. Se disculpó
por conducir demasiado rápido sobre los adoquines. Comentó sobre el clima, pero
nada más polémico. La llamó Srta. Bennet sin falla. Ignoró las miradas furtivas y
escépticas que ella le daba de vez en cuando. Y Joan encontró, para su completa
consternación, que estaba completamente aburrida. Se estaba comportando como
un caballero debería hacerlo, y no lo disfrutaba en absoluto. Trató de convencerse
que era porque sabía que todo era una fachada, pero en el fondo temía que fuera
porque le gustaba más como un pícaro. Los pícaros eran interesantes y
emocionantes, incluso si algunas veces eran exasperantes, y quizás había sido
demasiado apresurada. ¿Y si él seguía con su acto de caballerosidad, solo para
atormentarla?
En South Audley Street, maniobró el carruaje justo hasta sus escalones y saltó. La
ayudó a bajar del carruaje y esperó a que se acomodara el sombrero. Entonces
tomó su mano y se inclinó apropiadamente sobre esta.
—Gracias por el placer de su compañía, Srta. Bennet. —Juntó su mano con la suya y
le dio una sonrisa—. Lo disfrute inmensamente. —Pero en cuanto soltó su mano,
empujó algo bajo el borde de su guante.
Sus ojos se agrandaron ante la sensación del frío metal contra su piel.
—¿Qué…?
—Sus ganancias —murmuró, dándole una mirada astuta que nunca fallaba en
hacerle saltar el corazón—. Después de todo, va a necesitar ese chelín… más tarde. 193
Y saltó de regreso a su carruaje y la dejó parada ahí, sin habla y ruborizada, con el
chelín aún apretado en su puño.
E
vangeline paseaba por el pasillo cuando Joan entró en la casa.
Joan se dio cuenta de que se había ido hacía mucho tiempo, y que
Evangeline estaba preocupada. Se desató el sombrero y se lo entregó a
Smythe.
—Nunca lo adivinarás… ¡fuimos en globo! —Joan puso una amplia sonrisa y rezó
por lo mejor—. Fue una sorpresa para mí, ¡pero nunca lo olvidaré!
—Oh, sí, ¡y fue brillante! —dijo con entusiasmo, recordando la vista—. No llegamos
muy alto, pero aun así pudimos ver hasta mucha distancia; la ciudad parecía un
conjunto de edificios insignificantes y pequeños a lo largo del río, visibles desde St.
Paul's hasta Chelsea y ¡aún más lejos! ¡Jamás soñé con esas cosas!
—¡Ni yo! —dijo su tía sin rastro de deleite; más bien lo contrario, de hecho—. Como
te fuiste por tanto tiempo, temí… bueno, no importa. Pero Lord Burke solo pidió
llevarte a dar un paseo. Por tierra.
—Mm jm. —Joan asintió con una brillante sonrisa, tratando de mantener la ilusión
de que la excursión había sido completamente normal, completamente respetable,
e indigna de más comentarios. Realmente no había pensado en la reacción de su tía
cuando Tristan la instó a darle una oportunidad. De alguna manera, no había
pensado en Evangeline, ni en su madre ni en papá—. Deberías intentarlo. Estoy
segura de que Sir Richard te acompañaría, si se lo pides.
—No podíamos ir a la deriva —intentó decir Joan—. Había hombres sosteniendo las 195
cuerdas.
—No sabía que lo haríamos —respondió ella con una voz muy baja—. Tristan no me
lo dijo.
—¡Ni tampoco a mí, ese embaucador! —exclamó su tía bruscamente—. Le hablaré
sobre eso.
Parecía desleal para su madre, pero ella negó con la cabeza de todos modos. No lo
hacía. Si eso significaba que era una amazona de corazón, ingobernable e 196
imprudente, o que era una hija muy decepcionante por ser incapaz de respetar las
enseñanzas de su madre, todo lo que sabía era que el globo había sido una de las
cosas más emocionantes que jamás había hecho en su vida. Cuando la barquilla
despegó del suelo y Tristan la acercó a sus brazos para estabilizarla, se había sentido
viva y nerviosa y exuberante de repente, y más emocionada que nunca en su vida.
—Ven aquí. —Ella se dirigió hacia el sofá y palmeo el cojín cerca de ella. Cuando
Joan tomó asiento, Evangeline se inclinó hacia delante—. ¿Fue emocionante porque
siempre has anhelado ir en globo? ¿Fue emocionante porque tu madre no te
permite aventurarte mucho, y solo era la oportunidad de hacer algo nuevo? —Ella
hizo una pausa—. ¿O fue emocionante porque Lord Burke te llevó?
Ella se ruborizó.
—Estoy segura de que habría sido lo mismo con cualquier otra persona.
—Sí me pidió que lo llamara por su nombre —se defendió—. Lo conozco desde que
éramos niños, y es un leal amigo de Douglas, y por supuesto que nunca lo llamaría
por su nombre en público. Pero en cuanto al resto… —Ella levantó una mano y la
dejó caer—. Supongo que todas esas cosas lo hicieron emocionante.
—Ya veo. Y sin embargo sigues convencida de que no tiene intención de casarse
contigo.
—¿Y si lo mencionara…?
—Eso pensé —dijo su tía suavemente—. ¿Por qué crees que tu madre está tan en
contra de él?
—Piensa que es salvaje… y lo es —agregó Joan, tratando de ser justa con su 197
—¿Y aun así? —preguntó Evangeline—. ¿Qué ha cambiado tu opinión sobre él?
—Nunca estuve tan emocionada como hoy —confesó—. Y él lo arregló solo para mi
disfrute. Me enfurece, pero en parte es porque a menudo dice las cosas que anhelo
decir pero no me atrevo. Tengo ganas de verlo porque hay algo irresistible en él: es
como un concurso en el que cuanto más me confunde, más decidida estoy a ganar.
—Es un muchacho muy guapo —señaló Evangeline—. Y debo decir que no ha sido
grosero en mi presencia.
Ella se retorció.
—Creo que la opinión de madre sobre él fue formada en una edad temprana,
cuando venía a casa con Douglas por vacaciones de Eton. Se metían en tantos
problemas que incluso papá alzó su voz con ellos.
—Tonterías. Sería cruel utilizar las payasadas de la niñez de un hombre contra él.
—No ha hecho mucho para redimirse a sí mismo desde entonces. Refuerza las
inclinaciones disolutas de Douglas y parece prosperar en ser perverso. —Joan
suspiró—. Ella me hizo jurarle que no bailaría otra vez con él.
Pestañeó.
—No tengo ni idea. No recuerdo haber escuchado nunca su opinión sobre Tris…
Lord Burke. Sin embargo, muy probablemente estará de acuerdo con madre.
—¡Eso sería hipócrita de su parte! Me atrevo a decir que una salida en globo hubiera
sido algo que hubiera atraído a mi hermano cuando era más joven, aunque no
habría querido tener cuerdas que lo ataran al suelo. Para ser perfectamente
honesta, Lord Burke me recuerda muchísimo a tu padre a la misma edad. Y recuerdo
bien cómo cambió cuando conoció a tu madre.
—Él fue un sinvergüenza hasta que deseó complacerla —dijo Evangeline—. Y ella lo
despreció al principio… ¡oh, sí! —Asintió ante la expresión asombrada de Joan—.
No bailaba con él, y cuando le rogó saber por qué; él era considerado un buen
partido, ya sabes; tu madre le dijo exactamente por qué. Él renunció a sus peores
amigos, restringió sus juegos, y continuó pidiéndole bailar. Sé que los chismes
decían que jugó con él como un pez en la red y que lo ató a su mano, pero si él no
hubiera deseado ganar su favor, eso no habría importado. Por ella, él cambió
algunos de sus hábitos, y ella llegó a entenderlo y aceptar el resto.
Mordisqueó su labio.
—Mi padre escogió a mi primer esposo. Yo era muy joven… demasiado joven para
entender cuán diferentes éramos Lord Cunningham y yo. Mi segundo matrimonio
fue menos decoroso; sí tuve más esperanzas de amar a Lord Courtenay, pero… tus
padres fueron más sabios en el amor de lo que yo lo fui.
Evangeline sonrió.
—¡Eso me parece muy prometedor! Nunca entendí por qué la gente cree que un
matrimonio debería ser pura felicidad y acuerdo.
—Bueno, ese sentimiento es mutuo —murmuró Joan. Tristan Burke era un enigma
para ella, pero de alguna manera parecía incapaz de dejar de pensar en él. El chelín,
que todavía se encontraba donde él lo había deslizado dentro de su guante, era
como un talismán de su promesa de besarla de nuevo—. Pero por otro lado, creo
que podríamos llevarnos a la locura el uno al otro.
—¿Qué?
—Primero, eso probaría que él quiere besarte… que te ve como una mujer
deseable. Segundo, puedes decir muchísimo de un hombre por la manera en que
besa. Un beso ligero significa poco; los hombres besan así a sus hermanas. Un beso
devorador que va muy lejos con frecuencia significa que el interés de un hombre se
limita a… —Evangeline tosió delicadamente—. Atenciones impropias. Pero un beso
que persuade, seduce y tienta, en lugar de demandar, una respuesta… ese es el tipo
de beso que un hombre entrega cuando quiere ganar el corazón de una mujer.
—Por lo mucho que quieres que te bese de nuevo. —Evangeline debió haber
malinterpretado su aturdido silencio. Se inclinó hacia adelante para tomar la mano
de Joan—. Un beso… solo un beso, te advierto… no es la ruina. Debo decir que tu
propia madre le permitió a tu padre besarla antes de aceptar casarse con él. Una
mujer debe estar segura de sus sentimientos antes de que se prometa a sí misma a
un hombre de por vida.
No había sido un beso ligero, como el que un hombre podría darle a su hermana.
¿Había sido devorador? En ese caso, estaba demasiado alterada para admitir que
había deseado ser devorada, porque se sentía tan… tan… bien. Pero él no había
hecho nada más que besarla. Recordaba con aguda claridad cómo había terminado
presionada contra Tristan, pero él no había tratado de tocar su pecho, a pesar de
que lo había llamado delicioso. Como sabía por 50 Formas de Pecar, cuando un
hombre deseaba realmente a una mujer, besarla era apenas el preludio. No que ella
fuera a atreverse a participar en el libertinaje que describía Constance, pero… uno
no podía evitar preguntarse…
Joan tomó una respiración profunda y bajó ligeramente los dedos por su garganta,
sobre sus pechos, tratando de imaginar que era Tristan tocándola. Su carne
respondió tensándose, y su pezón se levantó en un duro nudo de exquisita
sensibilidad. Se estremeció. ¿Tristan la tocaría como Sir Everard tocaba a Lady
Constance? ¿Querría hacerle el amor y darle placer hasta que ella casi se desmayara?
Se acarició de nuevo, emocionada y sorprendida por las sensaciones. Janet la había
regañado muchas veces diciéndole que era perverso incluso mirarse desnuda a sí
misma en el espejo, pero Lady Constance se deleitaba en desnudarse para la mirada
de admiración de Sir Everard.
Oh, auxilio. ¿Esto era lo que se sentía ser perseguida por un hombre? ¿Ser deseada?
Su piel se sentía muy caliente y demasiado apretada para sus huesos y sangre. Cerró
sus ojos con fuerza y presionó sus rodillas, debido a que el dolor en sus pechos se
había propagado hacia abajo por su cuerpo. Una cosa era estar excitada al leer una
historia acerca de un hombre tocando a una mujer, y otra muy distinta imaginar a un
hombre en particular tocándola a ella.
Abrió sus ojos y divisó su retículo, que estaba sobre su cama, donde ella lo había
lanzado. Con un sobresalto, se abalanzó y fue a conseguirlo, extrayendo el nuevo
ejemplar de 50 Formas de Pecar. Contempló la simple ilustración de la portada. A
pesar de lo que le había dicho a él, había poco de amor o romance en esas historias
lascivas. Eran tan perversas como podían serlo, y se preguntaba si él realmente no
sabía lo que eran. Y si lo sabía, ¿se atrevería a conseguirlas para ella sin tener algún
motivo oculto? Le parecía imposible que alguien pudiera no ser consciente de estas,
pero él era distinto a cualquier otro que ella conociera. No asistía a la mayoría de los
eventos de sociedad; Joan podía contar con una mano el número de veces que lo
había visto en bailes o veladas antes de ese fatídico encuentro en la casa de
Douglas. Si se mantenía en compañía de Douglas, probablemente pasaría sus días
en combates de boxeo y carreras de caballos, y sus noches en clubes de juegos y 201
tabernas. Cada mujer en la ciudad podría hablar de 50 Formas de Pecar, pero hasta
donde ella podía decir, Tristan evitaba a la mayoría de las mujeres…
Excepto a ella.
Todo lo cual condujo a su segunda impresión, que estaba jugando con fuego al
seguir viéndola. Douglas Bennet le había pedido ver que no se consumiera en la
tristeza. Tristan podría justificar el vuelo en globo como un medio para cumplir esa
promesa. No podría, de ninguna manera, justificar sus pensamientos cada vez más
lujuriosos sobre la hermana de Bennet, y mientras más tiempo pasaba con ella, más
numerosos y más lujuriosos se volvían sus pensamientos. Cuando Joan enumeró
cada prenda interior que una mujer podía usar, todo en lo que pensaba era en quitar
cada elemento de su cuerpo, posiblemente mientras recuperaba su chelín.
Esto inspiró una alarma real en su pecho. Unas semanas antes, había pensado en
ella como la Furia más intratable. Ahora estaba pensando en tenerla desnuda
mientras la besaba hasta una feliz inconsciencia. No solo era un camino hacia la
locura, eso incluso podría llevarlo a algo peor: matrimonio.
Tristan veía el matrimonio como algo a ser evitado a toda costa. Era una trampa, un
anzuelo con un bonito rostro o una dote descomunal, pero una trampa que se
activaba con alarmante rapidez, y solo había una forma de salir: la muerte. Los
hombres habían entrado en este voluntariamente, por supuesto, pero ¿cuántos de
ellos se arrepentían más tarde? Una vez que la dote se acababa y la novia perdía su
frescura, todo lo que quedaba era encarcelamiento, un hombre y una mujer
encadenados juntos en un matrimonio eterno.
La gente le había dicho que sus padres se preocupaban el uno por el otro. Se
preguntaba si era verdad. En ese caso, el amor no había sido suficiente para
mantener a su padre en casa con su esposa e hijo, en lugar de aventurarse en una
tormenta feroz y ahogarse. Y de acuerdo a la niñera de Tristan, el amor había
enviado a su madre a la tumba poco tiempo después, su corazón roto por la muerte
de su esposo. Nada de eso hablaba bien de las uniones por amor, y en cuanto a las
de otro tipo… podía recordar demasiado bien las tardes en Wildwood, cuando era
obligado a sentarse en silencio en la esquina mientras su tío dormía junto al fuego y
su tía bordaba en un silencio helado, el crujido de la chimenea el único sonido. Solo
Dios sabía lo que había atraído a esos dos a estar juntos, pero parecía el peor tipo de
infierno para Tristan. Había jurado que nunca se encontraría en esa existencia
miserable, acorralado por las demandas y desaprobaciones de una mujer.
Aunque, para ser justos, parecía improbable que Joan pudiera ser como su tía Mary
alguna vez. Cuando intentó imaginarla bordando junto al fuego, la imagen se
convirtió rápidamente en una donde maldecía el hilo y arrojaba la cosa al fuego, con 203
Maldición. La sola idea de hacerle el amor le traía un sudor a la frente y una dureza
dolorosa en la ingle. Intentó convencerse de que la idea de hacer el amor a
cualquier mujer haría lo mismo, pero cada mujer que intentaba imaginar en esa
alfombra imaginaria de algún modo se parecía a Joan, con ojos color café brillando
con oro, largos cabellos castaños extendidos a su alrededor, y los mejores pechos
con los que había soñado, como un banquete de bayas y crema.
Al día siguiente, intentó con el salón de boxeo, pero ni siquiera una pelea en el ring
lo distrajo. El día siguiente a ese, fue a la subasta de caballos, y terminó pujando por
una tierna yegua que no necesitaba; era la montura de una dama, más alta que la
mayoría de las yeguas, pero con un andar fluido y de buen temperamento. En el
último momento, alguien pujó más que él, y luego estuvo furioso consigo mismo
por estar decepcionado al haber perdido el caballo. Intentó en el teatro, pero su
preferencia por el escandaloso ingenio lo traicionó, y escuchó cada línea insolente
como si Joan Bennet las hubiera murmurado en su oreja. Pasó horas y horas en su
casa, vigilando a los constructores, y se encontró preguntándose con demasiada
frecuencia qué pensaría ella de la cúpula de cristal sobre las escaleras o las nuevas 204
Eso fue el colmo. Cuando se encontró curioso por saber lo que pensaba sobre la
plomería, renunció a fingir desinterés. Al otro día fue a South Audley Street.
Todavía planeaba ser tan aburrido como fuera posible, razonando que su
comportamiento habitual parecía provocarla a responder de la misma forma.
Quizás, si actuaba de manera completamente diferente, también lo haría ella.
Entonces se parecería a cualquier otra señorita respetable, ordinaria y poco
interesante, ya no representaría ningún tipo de desafío. También ayudaría si usara
uno de sus vestidos menos favorecedores, con suficiente encaje para cubrir su
fascinante escote. No estaba acostumbrado a estar tan consumido por los
pensamientos sobre una mujer, y no sabía qué hacer al respecto.
Lady Courtenay lo recibió sola, para su decepción. Se inclinó y tomó el asiento que le
indicó, intentando no mirar la puerta. Quizás Joan estaba rizando su brillante
cabello, sujetándolo en ese arreglo seductor que mostraba muy bien su esbelto
3
Innombrables: Se refiere a la ropa interior, de la cual Joan es pudorosa de hablar frente a un
hombre.
cuello. Quizás su liga se había desatado y estaba levantando su falda, exponiendo
sus largas piernas para atarla…
—¿Vuelo en globo?
Se iluminó.
—¿Le contó al respecto? Espero que la Srta. Bennet lo disfrutara tanto como yo lo
hice.
Su ceja se arqueó.
—¿Cuánto lo disfrutó?
205
—Enormemente. He estado financiando los experimentos del Sr. Green con nuevos
quemadores. Se esfuerza por hacerlo más fácil y más seguro, y fue lo
suficientemente complaciente para llevarnos a dar una vista del campo.
—¡Cuán audaz suena! No estoy segura de que pueda observar que la tierra se aleje
tanto de mí, con solo un globo delgado de seda para sostenerme.
Sonrió.
—Sí, Jo… la Srta. Bennet dijo lo mismo. Pero nunca le habría pedido subir si no
estuviera completamente satisfecho de que era seguro.
—Absolutamente —confirmó.
—¿En todos los sentidos? —Algo sobre la forma en que dijo “todos” llamó su
atención. Tristan entrecerró los ojos e intentó pensar qué quería decir realmente.
Ante su silencio, Lady Courtenay se inclinó hacia adelante, su expresión seria—.
Supongo que es consciente de su propia reputación. —Él asintió cautelosamente—.
Bien. He confiado en que usted es un caballero, a pesar de los chismes, y actuará en
consecuencia, pero debo decirle que invitar a Joan para ir a volar en globo creará la
apariencia de… —Hizo una pausa con delicadeza—. Intenciones. Tenga cuidado de
no crear ninguna expectativa que no planee cumplir.
—¿Me está advirtiendo? —Preguntó. Sus músculos se habían tensado hasta que los
sintió tan rígidos como una tabla.
—¡Para nada! Más bien todo lo contrario. Simplemente dejándole saber la magnitud
del desafío delante de usted.
—¿Qué desafío? —gruñó, pero la puerta se abrió antes de que pudiera responder, y
Joan entró.
Observó, fascinado, mientras ella tomaba asiento en el lugar opuesto a él. El vestido
estaba bordado con hilo dorado que subía sobre sus hombros, se enrollaba justo
debajo de su busto como para resaltar el exquisito regalo de sus pechos, y entonces
rodeaba su cintura. Le puso en la mente una virgen a sacrificar, atada y lista para ser
entregada al dios.
Ella sonrió.
Ella abrió los ojos inocentemente… como si él no hubiera aprendido a estas alturas
a estar en guardia cuando ella se veía así.
Oh, señor; estaba siendo atraído de nuevo. Tristan ignoró la pequeña voz en su
cabeza advirtiéndole sentarse y asentir como un idiota.
—¡Así es! —exclamó Lady Courtenay. Tristan casi había olvidado que estaba en la
habitación—. Algunos asuntos simplemente deben ser puestos a prueba; un
argumento teórico no lo decidirá, de una u otra manera. ¿No está de acuerdo, Lord
Burke?
207
Dejó que sus ojos se deslizaran por la figura de Joan, tan tentadoramente
confinada.
Joan le dio a su tía una mirada funesta. Lady Courtenay solo sonrió. Tristan apenas
lo notó. No podía quitar sus ojos de Joan. Se veía etérea, como una especie de diosa
sensual. Intenciones… expectativas… desafíos… las palabras rondaban por su
cabeza, mitad tentación, mitad advertencia. No estaba listo para casarse… pero si
estuviera buscando una novia, se vería muy bien como Joan lo hacía ahora mismo.
—Mi sobrina me dice que está reconstruyendo su casa —dijo Lady Courtenay.
—Con tantas mejoras como soportará una casa, señora. —Tristan sonrió a pesar de
sí mismo. Posiblemente el único y más atractivo tema que podía distraerlo del
guardarropa nuevo de Joan era su casa.
—¿En verdad estaba inhabitable? —preguntó Joan—. ¿El techo de verdad se cayó?
—Ciertamente lo hizo, con un colapso espectacular que envió los vecinos a correr a
la calle alarmados, y solo por pura casualidad nadie salió lastimado. Arruinó todos
los áticos y las habitaciones de los sirvientes, y el agua cayó a través el lado oeste de
la casa, combando el yeso y arruinando la madera.
—¡Misericordia!
—Debió haberse filtrado por años, dado el alcance del daño. Mi tío era un poco
parsimonioso con el mantenimiento de la casa, y dudo que la tía Mary alguna vez
pensara en el techo, así que no fue descubierto hasta principios de este año.
—Así fue como descubrí la fuga —dijo secamente—. Apenas una semana después
de tomar posesión también. Después del colapso, mi tía declaró que no tenía
conocimiento alguno del peligro, pero me pregunté por su repentino deseo de dejar
la casa después de tantos años.
—Así que tal vez no es lo peor que pudo haber pasado —dijo Joan—. Si no le
gustaba lo que estaba arruinado.
Tristan ni siquiera sabía por qué se ofreció. Joan parpadeó como si pensara lo
mismo. Pero Lady Courtenay saltó a la brecha.
—Debo verla. —Lady Courtenay miró a su sobrina y se rio—. Qué mujer tan extraña
debes de pensar que soy, ¡entusiasta por ver los retretes!
—Hay mucho más por ver que eso —le dijo, observando a Joan.
—Bien, entonces. —Alzó su barbilla, con una pequeña sonrisa en sus labios—.
Vayamos a verla.
Intentó verlo con una nueva perspectiva mientras entraban a Hanover Square. La
casa se alzaba en el lado noreste, construida con ladrillo oscuro. Había sido una de
las primeras casas construidas un siglo entero atrás, y hasta recientemente había
lucido cada parte de esa vejez. La estaba remodelando dentro y afuera, con nuevos
techos y un pequeño pórtico para proteger a los invitados de la lluvia, pero por
ahora era claramente un trabajo en progreso.
Ayudó a bajar a las damas y guió el camino al interior. Apenas dentro de la puerta,
tuvo que detenerse para sacar del camino una caja de herramientas.
209
—Cuiden su paso. Está un poco desordenado —dijo como eufemismo.
El vestíbulo era modesto, con las escaleras lejos de la puerta. Ese había sido el
mayor cambio, mover las escaleras hacia atrás para permitir una puerta en el
pequeño salón, separado de la larga y estrecha biblioteca detrás. Le gustaba para la
mañana, ya que encaraba el este. A su derecha estaba el comedor, donde Tristan
dirigió a sus visitantes.
Estaba limpio, pero el yeso aún era fresco. Dos paredes estaban sin pintar, y el
candelabro estaba cubierto en tela. El piso estaba gravemente maltratado y algo del
panel de roble aún permanecía en una pared, luciendo muy oscuro y fuera de lugar
con los muros nuevos. Pero las ventanas habían sido reparadas, y los alrededores de
la chimenea habían sido limpiados de un siglo de acumulación de hollín.
—¿El agua penetró la casa de esta manera? —Joan hizo una seña hacia los huecos
en la madera.
Sonrió.
Ella rio.
—¡Cuán oportuno!
—Sí, muchas cosas feas han sido quitadas. —Tristan frotó el pie sobre una marca de
quemadura en el suelo. Aún podía oler el tabaco de esta habitación de los tantos
cigarros que el tío Burke solía fumar después de la cena. Había llegado a odiar ese
olor porque significaba que sería interrogado sobre su tarea escolar y hábitos
personales, cuando su tía hubiera dejado la habitación. Hasta que la alfombra fue
quitada, no descubrió que las cenizas habían quemado hasta el suelo. Esas cicatrices
también serían lijadas.
—Recuerdo venir aquí cuando su tío murió, para dar nuestras condolencias —dijo
Joan quedamente—. Era una casa tan oscura. Nunca imaginé que pudiera ser tan
brillante. ¿Qué pondrá en las paredes?
—Ah… no tengo idea. —Se dio la vuelta, tratando de imaginar la habitación sin el 210
empapelado rojo sangre y los paneles de roble oscuro—. ¿Qué sugieres?
—Es tu casa.
—Se está volviendo mía, por lo menos. —Miró la habitación—. Siempre odié estar
aquí.
—¿Por qué?
Alzó un hombro.
—Era oscura, como dijiste. Fría. Miserable. Solo venía aquí cuando no tenía opción.
—¡Recuerdo esa casa! ¿La ventana en la escalera de los sirvientes aún hace un
crujido terrible?
—No lo hace —dijo con una risa—. Mi padre la clavó para callarla después de que tú
y Douglas causaran tal desastre. Mi madre insistió.
—Claro. —Hizo una mueca—. Destruí por completo su buena opinión de mí, ¿cierto?
—No, sé que ella puso la culpa en mí. Y difícilmente puedo declarar inocencia,
¿cierto? —Le dio una sonrisa astuta—. Aun así, lamenté no ser invitado de nuevo.
Esa fue una de mis vacaciones favoritas de la escuela.
—¿Por qué? —Se puso una mano en la boca—. Quiero decir, me alegra que hubieras
disfrutado de tu estancia allí…
Su frente se arrugó.
—Eso pensé. Douglas describió tu vida con una buena dosis de envidia; la llamó
alegre y despreocupada. Creo que estaba bastante celoso.
Tristan resopló.
—Pero tenías un hogar —dijo lentamente—. Con tus tíos. Incluso si era oscuro y
frío, aún lo era… bueno, aún era un hogar, ¿no?
—Si por hogar te refieres a un lugar donde era tolerado durante las vacaciones
escolares cuando no podía tomar una invitación en otro lugar, entonces sí, lo era.
—¡Tolerado!
—No, es muy cierto. Todavía lo es, me atrevo a decir, si alguien le pregunta a tía
Mary. —Tristan se preguntó por qué siquiera estaba contándole esto. Cruzó sus
brazos y se apoyó contra la chimenea—. Quizás puedas comprender…
—Puedes ser muy provocador a veces, pero incluso entonces… ¿Por qué tuviste
que tomar invitaciones como visita? Douglas dijo que eras el chico más popular en la
escuela.
¿Lo había sido? Tristan habría apostado dinero a que no era muy querido. Era
admirado, lo cual era una cosa muy diferente.
—Mi querida señorita Bennet. Permíteme explicarte algo sobre los chicos. Un chico 212
inteligente y trabajador puede ser popular, con un amplio círculo de amigos. Pero
un chico que incita bromas ilimitadas y aventuras es legendario. Amigos aparecen
de la nada, rogándole venir a casa con ellos. Cuentos de castigos al final de las
vacaciones solo mejoran su ilustre reputación. —Extendió sus brazos de par en par
e hizo una reverencia, como un actor al subir el telón—. Rara vez fui invitado dos
veces a algún lugar, pero fui invitado a todas partes al menos una vez.
Su boca se abrió.
—Oh, sí; debiste haber demostrado brío en todo. Pero mi madre… mi madre te
culpó por todos los problemas. —Sus ojos se encendieron con indignación—.
¡Debería haber culpado a Douglas! ¡Te invitó únicamente para ver qué problemas
podrían causar ustedes dos!
Sus labios se separaron, y sus ojos se llenaron con dolor. Maldita sea. No había
querido hacerla sentir lástima por él. Aclaró su garganta, pero ella habló antes de
que pudiera:
—¿Qué? —Él frunció el ceño—. No. Mi tía me informó dos meses atrás que había
terminado con esta casa; que era demasiado oscura, demasiado anticuada,
demasiado pequeña para albergar una temporada apropiada. Se mudó al día
siguiente de que me dijo que se iba. Nunca le pedí que se fuera, por no hablar de
obligarla a irse.
213
—Entonces, ¿por qué pidió regresar?
—Veo que te habló de eso. —De alguna manera, la idea de que Joan hubiera
escuchado el mal genio de su tía Mary, y le creyera, le dolió incluso más que saber
que su tía Mary estuviera diciendo mentiras sobre él.
—En realidad, fue tu prima Alice —respondió, un tenue rubor manchando sus
mejillas—. Dijo que te habías rehusado cruelmente a permitirles regresar, incluso
cuando tu tía rogaba.
—He sido una cruz sobre su espalda por años —dijo—. ¿Por qué detenerme ahora?
—Evangeline dijo que Lady Burke es una mujer irritable y mezquina, y que nunca le
has gustado… que nunca le gustó tu padre tampoco. —Joan se volvió para entrar
en la habitación una vez más mientras Tristan la miraba con asombro—. Quiere
regresar porque la casa está mucho mejor, ¿no es así? —murmuró ella—. Porque la
has dejado mucho mejor de lo que ella nunca hubiera podido. Aunque supongo que
la mayor mejora fue su partida.
—Concuerdo.
Y ahora entendía por qué él se mostraba tan pocas veces. Le hacía daño a su 214
corazón imaginarlo como un pequeño chico solitario, sintiéndose indeseado en su
propia familia, desesperado por cualquier tipo de afecto o lealtad o incluso solo
compañía. Por años, Douglas había hablado con envidia de la libertad de Tristan
para hacer lo que quisiera —y Joan había estado de acuerdo alegremente—, pero
ahora comprendía el otro lado de la libertad. No tenía padres para castigarlo,
regañarlo, restringirlo… o para consolarlo, elogiarlo, amarlo. Por supuesto que
había buscado ir a la casa con sus compañeros de vacaciones, si su única opción era
vivir con una mujer que lo despreciaba abiertamente. Y fue ahí cuando él hubo
aprendido a decir cualquier cosa, y atrevido a hacer cualquier cosa para lograr lo
que quería. Cualquier consecuencia solo vendría después.
—Suficiente del tema —dijo, enferma de hablar sobre los detestables Burke—. ¿Me
enseñarás el resto de la casa?
—¡Que ingenioso! —Se inclinó más abajo, estirando su cuello para mirar dentro de
la cavidad en la pared cuando finalmente apareció un cubo de metal—. ¿Se te
ocurrió esto?
Se tomó su tiempo para responder. Joan lo miró y se dio cuenta de que su postura
era indiscreta; su mirada había caído al escote de su vestido, el cual estaba justo
frente a su rostro, ofreciéndole una clara visión de su corsé. Todo lo que tenía que
hacer era ponerse de pie, pero no podía moverse. No quería moverse. No había
burlas, ni bromas, ni diversión cínica en su expresión ahora. Sus ojos eran oscuros
con crudo deseo, y repentinamente Joan supo exactamente cómo se sentía Lady
Constance cuando sus amantes la miraban. Ahora sabía por qué Constance
215
arriesgaba tanto por sus amoríos; hacían que una mujer se sintiera temeraria, audaz
y ansiosa por tener la atención de un hombre fija en ella de esta manera.
Lentamente, la mirada de Tristan viajó hacia su garganta, tan audaz como un toque
físico, y su piel parecía tirante. Ella recordó la sensación de sus propios dedos
acariciando esa misma parte. Un suave suspiro raspó entre sus labios al pensar en
sus dedos haciendo lo mismo. Evangeline había desaparecido en otra habitación, y
solo los sonidos distantes de martillazos le recordaban que no estaban
completamente solos.
—¿Realmente crees eso? —Con un dedo, él trazó el lazo dorado que rodeaba su
escote—. Ni siquiera es mi idea favorita.
Joan sabía que debía estar al borde del desmayo. Era la única explicación del por
qué se sentía inestable en sus pies, como si pudiera perder el equilibrio en cualquier
momento. Todo parecía desvanecerse excepto él, aún en sus rodillas delante de
ella. Sus dedos rozaron la piel de su hombro, y se estremeció. Sus ojos verdes
estaban indefensos por primera vez, y levantó su barbilla como si quisiera inclinarse
hacia adelante, solo un poco, y besarla…
Joan se levantó. Dos trabajadores habían entrado desde el comedor. Uno estaba
agachándose para recoger el martillo que había dejado caer, y el otro agachaba la
cabeza incómodo.
—No hay problema. Subiremos así pueden trabajar. —Ofreció su brazo otra vez y
regresaron a través del pasillo hacia las escaleras—. Si estás impresionada por un
montacargas para el carbón, puede que necesitemos sales aromáticas cuando veas
el piso de arriba.
Pasaron por todas las habitaciones. Evangeline se unió a ellos mientras subían a ver
dónde había estado el mayor daño, donde el aire estaba lleno de serrín fresco y olor
a yeso. Tristan señaló el mejorado sistema de campanas, que se extendía hasta los
cuartos de los sirvientes. Les mostró la adición que se estaba construyendo en la
parte trasera de la casa para permitir lavabos en cada piso. Hizo una demostración
con las bombas de agua en el lavabo de los sirvientes, dejando que el agua fluyera
fácil y rápidamente hacia los dormitorios. Les mostró el salón principal que daba a la
plaza, donde el suelo estaba siendo rediseñado en un diseño intrincado de parquet
porque las viejas tablas habían sido quemadas por carbones sueltos y deformadas
por la inundación.
—Rara vez he sentido tanta envidia por una casa —dijo Evangeline a Tristan
mientras observaba a los obreros montar las tablas del suelo—. Copiaré sin
vergüenza este diseño en mi propia casa.
—Le doy todo el crédito al Sr. Davies. —Tristan señaló a uno de los obreros, quien
levantó la vista y se quitó la gorra.
—¡De verdad! Sr. Davies, ¿cuánto tiempo tardará en cubrir todo este piso?
Tristan la llevó a un lado mientras Evangeline preguntaba a los trabajadores.
—Lo hago —le aseguró—. Las mejoras mecánicas y las cosas que me interesan ya
cambiaron. Por ejemplo, aposentos de la servidumbre donde los criados pueden
estar de pie. Pero las cosas más delicadas; cortinas, alfombras y demás; me superan.
—Te equivocas. Cualquiera puede hacerlo, pero no todo el mundo puede elegir
bien, para conseguir que una casa sea cálida y acogedora. Eso me interesa más que
crear un gran palacio para el entretenimiento.
Joan no supo qué decir. Él la miraba de una manera tan intensa y directa…
—Pero la habrá.
—Sí —estuvo de acuerdo—. En unas pocas semanas. ¿Qué debería ver cuando me
despierte?
—Emm… azul profundo —dijo suavemente. El azul era su color favorito—. Con
colchas con patrones.
4 Chinoiserie: El término Chinoiserie se refiere a un estilo artístico europeo que recoge la influencia
China y se caracteriza por el uso de diseños propios de China, la asimetría, caprichosos cambios de
tamaño, el uso de materiales lacados y abundante decoración.
Sus ojos se iluminaron con una sonrisa lenta.
Ella exhaló.
—¿Cuándo te mudarás?
Joan lo siguió, sintiéndose ya muy impresionada. Y esta habitación no era diferente. 219
Era pequeña pero brillante, pintada de un amarillo brillante con una fila de ventanas
giratorias, ubicadas casi a lo largo de la pared trasera. Pero eran altas, tan altas que
solo podía verlas mientras permanecían de pie. Y justo debajo de ellas…
—¿Es una habitación para… para bañarse? —Joan miró la tina. Era bastante grande.
—Por supuesto.
—Un cuarto entero para bañarse —repitió ella—. ¿Por qué? —No era inaudito tener
habitaciones para bañarse en las casas de campo, o incluso casas de baño enteras.
Pero eso era en el campo, donde las casas tenían mucho espacio para expandirse y
habitaciones de sobra. Esta era una casa de la ciudad de Londres, y no una
excepcionalmente grande.
—Por esto. —Con un movimiento fluido, abrió las puertas de un gran armario en la
esquina.
—¿Qué es?
—Es un sistema de calefacción de agua. Este tanque se llena de agua de un
dispositivo de recogida en el techo. —Golpeó sus nudillos contra este, e hizo un
sonido retumbante—. Es muy ingenioso; el agua de lluvia lo llena lo suficiente como
para un baño completo, y luego el resto corre hacia la cisterna principal del patio.
Cuando se enciende un fuego en la estufa que está debajo, el agua se calienta, todo
a la vez. Entonces abres esta válvula —Se volvió hacia la palanca en la pared
mientras hablaba—, y el agua caliente fluye hacia el baño. —Y justo delante de sus
ojos, el agua fluía de la boca de una cabeza de león apostada en la pared, justo
arriba de la bañera.
—¿El agua realmente está caliente? —Joan se quitó el guante y puso los dedos en el
agua que todavía derramaba la boca del león. Se sentía fría para ella.
—Tiene que calentarse primero. Mira, hay una estufa especialmente construida
aquí. —Abrió la reja debajo del tanque de agua—. En media hora, todo este tanque
de agua puede ser calentado. Y si pones a funcionar este agitador, puede tomar aún
menos tiempo —agregó, agarrando un mango cerca de la parte superior del
tanque—. Agita el agua para que se caliente uniformemente. Esa fue mi idea.
Él rio.
—No, solo el agitador. —Giró la válvula, y el agua que fluía de la boca del león frenó
y se detuvo. Mientras observaban, el agua se drenó por un agujero en el fondo de la
bañera—. Mucho mejor que llevar baldes arriba y abajo desde la cocina. Este
aparato solo requiere un sirviente, para alimentar el fuego y poner a funcionar el
agitador, y toma menos tiempo. Y luego el agua va por un desagüe hasta el
alcantarillado al final, ahorrando más trabajo.
—Sí, veo lo que quieres decir. —Miró alrededor de la habitación con mucho más
respeto. Era una extravagancia, pero una muy atractiva. A Joan le gustó bastante la
idea de bañarse en una tina de agua caliente; Janet frunciría el ceño ante tales
cosas, diciendo que el agua fresca era lo mejor para los jóvenes.
Y Tristan estaba muy orgulloso de esta habitación; abrió otros armarios para exhibir
estantes para ropa de cama y toallas y jabón.
—La chimenea de la estufa está construida detrás del armario de lino, lo que
permite calentar las toallas. Una toalla caliente después de un baño en un día frío de
marzo es justo lo que se necesita.
—Lo puedo imaginar —dijo anhelante.
—He escuchado que un hombre de Ludgate ha inventado una nueva ducha para
permitir que uno se bañe de pie, con el agua cayendo como una cascada —
prosiguió—. Espero conseguir una.
—¡Estar de pie! —Ella rio—. Podrías estar de pie en tu bañera y hacer que tu
hombre vierta el agua sobre ti.
Él sonrió.
—Si no hay nada mecánico en ello, ¿no puede ser atractivo? —Ella arrugó la nariz—.
Estoy bastante contenta de que un sirviente vierta el agua, gracias.
—¿En qué estás pensando? —Quiso romper la tensión, pero en su lugar su voz salió
baja y ronca.
Oh, dulces cielos. Era justo el tipo de cosas que le pasarían a Lady Constance. El
corazón de Joan saltó y se aceleró. Estaba siendo seducida. Ni siquiera Tristan podía
decir ese tipo de cosas —¡la estaba imaginando en su baño!—, y no saber cómo
sonaba.
—¿Imaginarlo? ¿O decirlo?
Ninguno de los dos se había movido, pero la habitación pareció encogerse en ese
momento.
—Decirlo, por supuesto. —¿Qué debería hacer? Joan quería que la besara
desesperadamente; también había querido que la besara en la planta baja. No tenía
sentido negarlo por más tiempo, pero el problema era que no sabía cómo ser
seducida. Lady Constance haría lo correcto, pero ella no tenía idea de cómo
proceder—. Hace tiempo he admitido la derrota en poder controlar lo que los
demás piensen.
—Soy yo quien admite la derrota. Has controlado mis pensamientos casi desde el
momento en que nos encontramos en la puerta de tu hermano. —Ella le dio una
mirada cautelosa. Eso no podría ser tan buena cosa, dado lo que había pasado entre
ellos entonces… pero el deseo concentrado en su rostro la detuvo de decir
cualquier cosa—. Ese día quise despojarte de ese horrible vestido, y pensé en
besarte como una forma de ganar nuestra discusión. Incluso pensé en leerte alguna
poesía lasciva en esa librería, solo para ver tu rubor.
222
Ella jadeó.
—¡No lo hiciste!
—Sabes que si —respondió—. Y habría valido la pena ser abofeteado porque, Dios
mío, Joan, te sonrojas hermosamente.
—¡No lo hago! —sabía que su rostro debía de estar rojo como un ladrillo ahora
mismo.
—Detente —dijo él en voz baja—. Deja de señalar todos los defectos que te
imaginas. No eres demasiado alta. No eres demasiado regordeta. Te ruborizas como
un tazón de fresas maduras bajo un montoncito de crema batida, y se me hace agua
la boca solo de pensar en probarte.
Su corazón latía fuertemente ante la idea de su boca sobre su piel, Joan empezó a
temer que iba a tener una apoplejía.
—Si pensabas tan bien de mí, ¿por qué te comportabas de manera tan irritante?
En lugar de responder, él caminó por la habitación. Sus pisadas parecían resonar con
el latido de su pulso. Joan retrocedió un paso solo para encontrarse de espaldas
contra la pared. Levantó los ojos a los suyos, y no vio ningún rastro de burla o
perversidad o diversión. Se alzaba sobre ella, cada fibra de su ser obviamente
atento a ella, y su propio cuerpo no estaba en menos sintonía con el de él.
Ella se humedeció los labios. Respirar se hacía cada vez más difícil.
—¿Sería bien recibido? —su voz bajó a un sensual murmullo. Sus dedos presionaban
su nuca suavemente, atrayéndola hacia él.
Joan colocó una palma, después la otra, contra su pecho. Era tan cálido y sólido. 223
Podía sentir el ritmo constante de su corazón, casi tan rápido como el suyo.
—Sí.
—¿Por qué?
Dejó que sus ojos se cerraran, inclinando aún más la cabeza hacia atrás.
Otro beso, este prologándose solo un poco más que el primer elusivo contacto.
—¿Por qué?
—¿Por qué quieres besarme? —Se puso de puntillas, tratando de cerrar la distancia
entre ellos.
Él colocó la otra mano alrededor de su mandíbula, rozando sus labios contra sus
párpados. Entonces esa mano le acarició la nuca, sobre su hombro, y bajó por su
columna antes de cerrarse firmemente sobre su trasero. Con sorprendente fuerza
empujó sus caderas contra las de él. Los ojos de Joan se abrieron de par en par
cuando lo sintió, lleno y duro, contra ella. Gracias a 50 Formas de Pecar, no había
duda de qué parte de él estaba presionando insistentemente contra su vientre bajo.
—Porque te deseo, Joan Bennet —dijo con voz ronca en su oído. Su aliento estaba
caliente en su mejilla—. Desesperadamente. —Como si quisiera enfatizar el punto,
se movió, presionándola completamente contra la pared, e inclinó sus caderas,
provocando que la cresta dura se deslizará sobre su montículo de mujer.
—Oh, cielos —se las arregló para jadear—. Te has ganado tu chelín…
—¿Por qué? —preguntó y él tomó ventaja. Su boca encontró la de ella otra vez, su
lengua dando golpecitos entre sus labios. Joan se estremeció y sus dedos se
apretaron, solo un momento, en su nuca, el pulgar de él acariciando la línea de su
mandíbula, inclinando la cabeza de ella para un mejor ángulo para su posesión. Su
lengua arrasó dentro de su boca y ella gimió desesperadamente. Ahora se aferraba
a él para mantenerse de pie; su mano derecha, todavía ahuecando su trasero,
comenzó a empujarla contra él insistentemente, con un lento ritmo primitivo. Su
columna se inclinó, y sus caderas se movieron hacia las de él cuando la tiraba.
Tristan gruñó otra vez, su lengua moviéndose más profundamente dentro de su
boca. Las manos de Joan se arrastraron sobre su pecho hasta que estuvieron
alrededor de su cuello. Lo sintió tensarse, como si tuviera intenciones de alejarse, y
ella se mantuvo más apretada con un inarticulado maullido, succionado ligeramente
su lengua antes de que pudiera romper el beso.
Él se estremeció entre sus brazos. Su agarre se hizo más fuerte, levantándola sobre
los dedos de sus pies. Su sangre parecía estar rugiendo a través de sus venas como
un arroyo en un diluvio en primavera. Era aterrador e imprudentemente excitante, y
quería que no terminara nunca.
Tristan se detuvo abruptamente. Joan se retorció contra él, y apartó sus labios de
los de ella, haciendo un silencioso gesto de “shh” cuando parpadeó aturdida hacia
él.
Joan tragó saliva. Estaban ocultos por la puerta, pero solo por un momento más.
225
Silenciosamente, Tristan la dejó sobre sus propios pies, sosteniéndola por un
segundo más mientras se balanceaba antes de dar un silencioso paso atrás.
—Por aquí —dijo ella, entonces se aclaró la garganta para deshacerse de lo que
fuera que la hizo tan ronca—. Por aquí, Evangeline.
Su tía abrió la puerta mientras ella lo repetía. Tristan había conseguido moverse otro
paso atrás, e hizo una pequeña reverencia. También había alisado su chaqueta en su
lugar, así que el único indicio de su momento de pasión frenética era el color intenso
en sus mejillas y un cierto brillo en sus ojos.
Los agudos ojos de Evangeline saltaban entre los dos. Joan trató de lucir inocente,
esperando desesperadamente que su cabello no estuviera hecho un lío traicionero.
Él inclinó su cabeza.
—Es muy alegre. —Finalmente Evangeline se dio la vuelta, y Joan luchó contra la
urgencia de desplomarse contra la pared en alivio—. ¿Qué te parece Joan?
Detrás de la espalda de su tía, Tristan le dio una mirada ardiente. Joan se sonrojó,
pero le devolvió una pequeña sonrisa.
Parecía que había transcurrido un año desde el día en que la había besado en su
cuarto de baño, en lugar de solamente dos días. Ahora no podía poner un pie en su
casa sin estar seguro de que olía ligeros trazos de su perfume. No podía tomar
ninguna decisión sobre los muebles o los accesorios sin preguntarse qué pensaría
ella de sus elecciones. Y no podía pensar en otra cosa que no fuera hacerle el amor
en la nueva y enorme cama que había llegado el día después de su visita.
—Un placer verte esta noche. —William Spence, uno de los amigos más
reprobables de Douglas Bennet, se acercó a su lado—. No creía que te interesaran
las reuniones de este tipo.
—No estoy tan aburrido. —Tristan dio un sorbo a su vino. Al otro lado de la
habitación, un brillo de castaño atrajo sus ojos. Joan estaba aquí, entrando en la
228
habitación detrás de una diminuta dama con un tocado lleno de plumas en su
cabello. Vio el brillo de emoción en su rostro, mezclado con un poco de diversión
por las plumas que se agitaban hacia ella, e inconscientemente enderezó sus
hombros. Ahora no estaba aburrido. La multitud se movió, la señora emplumada se
hizo a un lado, y su boca se secó cuando tuvo una vista completa de Joan. Su
vestido era dorado, con un reluciente brocado que desnudaba sus hombros y que la
hacía parecer brillar con la luz de las velas. No era solo tolerable; con su cabello
arreglado y su figura expertamente exhibida, estaba impresionante.
—¿Quién es ella? —Estiró la cabeza para ver—. ¿Qué belleza te ha vuelto tonto?
¿No, es esa, la hermana de Bennet? —agregó incrédulamente—. ¡Buen Dios, Burke!
De hecho, realmente había un Dios muy bueno para haberla puesto aquí con ese
vestido. Tristan dio una pequeña oración de agradecimiento y tomó un buen trago
de su vino. Le había dicho que usara dorado, que se vería encantadora en dorado, y
había tenido razón, maldita razón. De hecho, casi se sentía como una señal desde lo
alto, de que tal vez había tenido razón sobre ella en todo, y que era tiempo de dejar
de resistirse.
—Casi la invité a bailar la otra noche —comentó Spence, todavía mirándola con
divertido desdén.
—¿Por qué?
—¿Verdad? Especialmente cuando piensas lo que diría Bennet. —Spence hizo una
mueca—. La chica ni siquiera es bonita. ¡Y su vestido! No tiene sentido de la moda,
eso o su dote no es lo que dicen que es. ¿Los Bennet estarán pasando momentos
difíciles? No pude evitar notar que todos han dejado la ciudad, excepto ella.
—No lo sabría. —Tristan vació su copa. Al otro lado de la habitación, Joan estaba
sonriendo y disfrutando, inconsciente de la malicia dirigida hacia ella.
—Tal vez la dejaron con la escandalosa condesa para que recibiera instrucción. —
Spence se rio—. ¡Puedes imaginarte una peor chaperona que Lady Courtesan! Sí, ¡tal 229
vez sea eso! Si no puede ser la esposa apropiada de alguien, bien puede ser una
atractiva señorita ligera de faldas.
—Recién dijiste que ni siquiera es bonita. ¿Ahora crees que prosperaría como
cortesana?
Spence frunció el ceño y volteó para escudriñar a Joan. Su vestido de esta noche era
demasiado sencillo para la última moda, era cierto, pero mostraba completamente
su figura, especialmente su elegante cintura y su espectacular pecho. Si uno se
olvidaba de la actual moda de las damas, Tristan pensaba que lucía nada menos que
atractiva. Era como si estuviera usando un delgado vestido de una década atrás,
pero tejido con rayos de sol y moldeando sus curvas en lugar de caer en una
columna recta. En este vestido engañosamente simple, cualquiera podía ver cuán
poco parecida a un hombre era.
Él se encogió de hombros.
—¿Así que estas declarando tus intenciones, Burke? Supongo que Bennet estará
insoportablemente complacido de escuchar eso.
—Spence, eres un idiota —dijo Tristan sin rodeos—. Siempre lo has sido. Bennet
podría no adorar a su hermana, pero te golpeará malditamente por insultarla.
Continúa —dijo mientras el otro hombre lo miraba fijamente—. Diez guineas, a que
no te atreverías a repetirle la mitad de los insultos que has dicho esta noche.
—No he insultado…
—Muy bien —dijo Spence precipitadamente—. Muy bien, de verdad. Ya veo cómo
están las cosas.
—No —dijo el otro hombre—. No lo haré. —Le dio una larga y mesurada mirada a
Tristan antes de voltear sobre sus talones y alejarse.
Tristan volvió a observar a Joan. Dios en lo alto. Estaba hermosa esta noche. No solo
era el vestido, aunque le quedaba perfectamente, sino porque ella brillaba. Sonreía
y platicaba con sus amigas, y mientras la observaba, ella asentía y le daba su mano a
Campion. Tristan apostaría hasta su último centavo a que el interés de Campion
estaba solo en Lady Courtenay, pero la vista del hombre sosteniendo la mano de
231
Joan y dirigiéndola hacia la pista de baile lo hizo apretar los dientes porque estaba
celoso. Insanamente, desesperadamente celoso de Campion, solo por bailar con la
mujer que amaba.
Amaba.
Y lo que más amaba era que ella quería que la besara. Él quería verla en su cuarto de
baño, desnuda y mojada. Quería verla en su cama y descubrir cuán impredecible
podía ser. Quería sentir sus brazos a su alrededor y saber que se interesaba en él; no
por su dinero, ni por su casa ni por sus títulos, solo por él. Y pensó, con un poco de
persuasión, ella podría hacer todas estas cosas…
No estaba seguro si amor era el término apropiado para sus sentimientos. No había
habido mucho amor en su vida. Solo sabía que necesitaba a Joan, que ansiaba su
compañía, y si ella estuviera interesada en él, probablemente gritaría en triunfo,
como si hubiera ganado la más grande apuesta de su vida.
Eso, más que nada, trajo claridad a sus pensamientos. Apostar, como le había dicho
una vez, hacia las cosas más interesantes… más importantes. Lady Courtenay le
había advertido que considerara sus intenciones, y esta noche se dio cuenta
exactamente de cuáles eran. Se detuvo un momento, esperando sentir algún tipo
de alarma o duda, incluso aprensión sobre estar atrapado, saliera a la superficie. En
su lugar, todo lo que sentía era la abrumadora urgencia de cruzar la habitación para
ir al lado de Joan. Así que, con muy pocas dudas, decidió hacer justo eso.
Joan había esperado ansiosamente el baile de Brentwood por varios días, pero no
empezó como un gran éxito.
Pero el vestido no dio la diferencia que pensó que podía lograr. Abigail parecía
sorprendida, y las cejas de Penelope casi llegaron hasta la línea de su cabello.
—No más que ese vestido, o aquel. —De hecho, algunos vestidos parecían
diseñados para mostrar el pecho de quien lo usaba. Su vestido cubría el suyo por
completo.
—Tal vez parece más bajo de lo que es en realidad, porque no hay encaje o cinta en
absoluto. Se ve tan sencillo como una camisola. 233
—Los vestidos de todas las demás no me sientan muy bien. —Joan levantó un
pliegue de su reluciente falda—. Si no me conocieran, ¿cómo me vería para ustedes?
—Sofisticada. Atrevida.
—No.
—Buenas noches, Lady Courtenay, Srta. Bennet —dijo Sir Richard Campion.
—Buenas noches, señor. —Joan hizo una reverencia. Su tía solo inclinó su cabeza.
234
—Se ven excepcionalmente encantadoras esta noche. —Las incluyó a ambas en su
cumplido, pero Joan notó que sus ojos permanecían un momento en Evangeline,
quien se veía extraordinaria en un vestido azul brillante.
—Lo reconocí desde la esquina más lejana de la habitación. ¿Me pregunto si la Srta.
Bennet me haría el cumplido de acompañarme en el siguiente baile?
Ella sonrió en sorpresa. Él era quien le estaba dando un cumplido. Era uno de los
invitados de honor de esta noche, y los caballeros como Sir Richard Campion no
necesitaban bailar con solteras, por ninguna razón. Y por la forma en que su tía
miró con aprobación, ciertamente le estaba permitido.
—¿Está disfrutando del baile? —preguntó mientras tomaban sus lugares con las
otras parejas.
Joan pudo sentir el peso de las miradas sorprendidas que estaban recibiendo.
—¿Cómo es eso?
—Escuché que tuvo una gran aventura el otro día —comentó Sir Richard cuando
tuvieron un momento tranquilo mientras las otras parejas ejecutaban un 235
movimiento.
—Debe referirse al viaje en globo. —Ella bajó su voz—. ¡Fue tan emocionante que
no tengo palabras para describirlo! Pero le di todo un susto a mi tía, lo cual me
arrepiento mucho.
—Me atrevo a decir que ella fue capaz de comprender, una vez que hubo
conseguido superar cualquier sorpresa. —Sus ojos eran amables.
—Tal vez. Pero tuve tal remordimiento… ¿me haría un gran favor, señor?
—Por supuesto. —Él tomó su mano y dieron vuelta a la pareja a su izquierda, luego
a su derecha.
—¿Le pediría que bailara? —Joan vio que su boca se tensaba—. Por mí. Estaría tan
contenta de verla disfrutando.
Se quedó callado de nuevo por un largo momento. Cuando el baile terminó, la guió
fuera de la pista y se inclinó de nuevo.
—Le pediría cada baile, si tan solo consintiera uno —murmuró él—. No soy la parte
que necesita animar. Gracias, Srta. Bennet, por un baile de lo más agradable.
—Muy competente. —En un impulso, Joan agarró la mano de su tía—. Baila con él.
Evangeline parpadeó.
—Porque sabe que te vas a rehusar. —Cuando su tía presionó sus labios
ligeramente, Joan añadió—: Hazlo para complacerme, entonces. Odio pensar que
has renunciado a todo disfrute por mi bien.
236
—Mi querida, no bailaría con él de ninguna manera. No me atrevo. —Evangeline se
volvió con firmeza lejos de donde Sir Richard se había retirado para quedarse con su
anfitrión, aunque sus ojos viraron en su dirección más de una vez.
—Eso es más bien cobarde, ¿no crees? —Joan captó un vistazo de Tristan. Estaba
dirigiéndose hacia ella a través de la multitud, su mirada atenta en ella. La sola visión
de su rostro hizo que su corazón saltara y sus labios se curvaran—. ¿No has estado
diciéndome que el amor vale algún riesgo?
Su tía la miró con asombro, pero antes de que pudiera hablar, Tristan estaba frente
a ellas. Hizo una reverencia con una floritura.
—Buenas noches, Lady Courtenay. —Su voz se calentó un grado cuando miró a
Joan—. Srta. Bennet.
—Lord Burke. —A Joan no le importaba que todos estuvieran mirándola una vez
más. No pudo evitar que la sonrisa apareciera en su rostro mientras hacía una
reverencia.
—Por supuesto —dijo, tratando de sonar serena y elegante en lugar de sin aliento
por la emoción.
Cuando Tristan se volteó para tomar las copas, Joan le siseó a su tía:
Joan exhaló, y se las arregló para llamar la atención de Sir Richard. Le dio una rápida 237
y brillante sonrisa, inclinando su cabeza ligeramente hacia Evangeline, antes de
aceptar su propia copa de champaña.
Hablaron ligeramente a través de los siguientes tres set. Nunca había visto a Tristan
tan encantador, tan relajado. Tenía una forma retorcida de poner las cosas que la
hacían sonreír, siempre y cuando no estuviera tratando de exasperarla. Evangeline
parecía completamente encantada por su comportamiento también, lo cual no era
demasiado sorprendente; estaba bastante segura de que su tía estaba haciendo
todo lo posible para animarlo. Y esta de todas las noches, Joan no tenía deseos de
apagar su entusiasmo. Su piel parecía hormiguear cada vez que la miraba, lo cual era
a menudo. Su mirada se deslizaba sobre su vestido dorado con obvia aprobación. La
miraba con una brillante intensidad cada vez que ella hablaba. En conjunto, la noche
parecía volverse más brillante y más feliz a cada momento. Aunque eso podría
haberse debido en parte al vino; cada vez que su copa estaba vacía, un sirviente
parecía aparecer con otra. Joan había bebido champaña antes, pero jamás se había
sentido este tipo de emoción, como si las burbujas continuaran burbujeando en sus
venas. Cuando tomó su tercera copa, su tía levantó una mano.
—¡Oh, sí! —dijo Joan antes de que su tía pudiera hablar—. Como sabes, yo ya estoy
comprometida, así que eres completamente libre para bailar.
—¡Oh, no! Solo quería que ella bailara, para su propio placer.
—¿Oh? ¿Cómo? —Parecía tener un poquito de problemas para conseguir alinear sus 238
pies—. Maldita sea ese champán.
Joan cedió al placer del vals. Sus zapatos prestados parecían haber sido hechos para
bailar; se sentía esbelta y elegante en ellos, y ni siquiera un centímetro demasiada
alta. Su vestido podría verse fuera de moda o atrevido para algunos, pero todo lo
que le importaba era la ávida admiración en el rostro de Tristan.
Sonrió soñadoramente.
Ella parpadeó.
—¿Para… el vals?
—Sí —murmuró, sin embargo sus ojos verde jade parecían transmitir una respuesta
más larga.
Su pulso saltó.
—¿Por qué?
—¿Eso es un no?
—¿Eso es un sí?
—Sí.
S
in decir otra palabra, la hizo girar en un pilar y atravesar la puerta de los
sirvientes, casi chocando con un lacayo mientras lo hacía. Con una rápida
excusa para el sobresaltado sirviente, Tristan tiró de ella por el llano corredor
hasta que llegaron a las escaleras traseras. Con el corazón golpeando, Joan lo siguió
y subió por la sinuosa escalera y luego por un largo corredor. Este piso no estaba
abierto para invitados, y estaba tranquilo y desierto. Tristan probó una puerta, y la
abrió para revelar una pequeña biblioteca o estudio. Las paredes estaban forradas
con estantes de desgastados libros, y un cómodo sofá, posicionado delante de la
chimenea, tenía más libros en un extremo. Un par de ventanas francesas se abrían a
un pequeño balcón al otro extremo de la habitación, con los tejados de Londres 240
visibles a la luz de la luna.
—¿Qué es esto? —Joan se dio la vuelta hacia Tristan—. ¿Sabías que esta habitación
estaba aquí?
Joan parpadeó, luego se rio. Rio y rio, incluso cuando él la recogió en sus brazos y
presionó su rostro contra su cuello.
—Cristo, hueles bien. —Respiró, con sus labios susurrando sobre su piel.
—Bergamota. —Ella dejó caer su cabeza a un lado para disfrutar mejor sus
atenciones—. Y naranja.
—Podría devorarte. —Sus dientes rozaron el lóbulo de su oreja, y tuvo que
aferrarse a su chaqueta para permanecer en pie, se sentía tan inestable—. ¿Me
permitirías?
—¿Cómo?
Se estaba apoyando contra él, con su cabeza echada hacia atrás en abandono.
—¿Enloquecedora?
—En todos los sentidos de la palabra. —Rozó un ligero beso en la comisura de sus
labios—. Lo suficientemente exasperante y seductora para hacerme perder la
cabeza de deseo.
Se estremeció. 241
—Deseo…
—Sabes que te deseo, más allá de toda templanza o razón. ¿Me deseas? Dime, Joan,
antes de que realmente me vuelva loco…
Abrió sus ojos, más que un poco embriagada por el fervor de sus palabras y la
ardiente pasión en sus besos. Y, quizás, solo un poquito, por el champán. Su rostro
estaba tenso con hambre, su cuerpo rígido en sus brazos.
—Más dulce que las fresas —dijo con voz ronca—. Más rica que la crema. —Sus
manos bajaron, de su cintura por sus caderas y hacia la parte posterior de sus
piernas hasta que llegó a su rodilla—. Separa tus piernas un poco para mí, querida.
Sí, así… —canturreó, incitándola a separar sus pies—. Quiero volverte loca. 242
—¡Ya estás haciendo un maldito —Tragó por aire—, maldito buen trabajo con eso!
Él se rio silenciosamente.
Joan se quedó inmóvil, con cada respiración propagándose a través de ella como
una fuerte brisa a través de las hojas. No podía ver nada más que su rostro, oscuro y
enfocado en la luz de la luna. No podía sentir nada más que sus dedos acariciando
ligeramente su espinilla… ahora su rodilla… ahora subiendo por su muslo,
deteniéndose para apartar la tela de sus pantaletas…
—Por mis malditos ojos —jadeó, con su cuerpo arqueándose mientras él separaba
los húmedos rizos y ponía su pulgar en un punto que pareció estallar con su toque.
—Dios todopoderoso —dijo él, con su voz temblando—. Eres tan suave… tan
húmeda… —Su pulgar rodeó y frotó, y Joan se retorció en un placer tan agudo que
era casi doloroso.
»Por todos los dioses, quiero hacerte el amor. —La besó de nuevo. Ella acunó sus
manos alrededor de su mandíbula y lo sostuvo hacia ella, maravillándose por el
brillo de transpiración en su rostro.
Podía sentir su pulso golpeando bajo las palmas de sus manos. Tristan la miró
profundamente a los ojos, con su propia mirada febrilmente brillante, mientras
lentamente sondeaba y luego insertaba sus dedos dentro de su cuerpo.
—Quiero alojarme aquí —susurró. Su dedo se retiró y luego volvió a entrar. Joan
apenas podía respirar—. Una y otra vez. —Repitió su acción anterior, deslizando
243
más alto y más profundo que antes. Su pulgar rodó sobre ese lugar de nervios, y sus
rodillas casi fallaron—. Hasta que grites mi nombre en el pináculo de placer y expire
dentro de ti. —De nuevo la penetró, pero esta vez un poco más duro, y su pulgar
presionó a tiempo con el golpe.
La sangre rugía por sus venas. Su cuerpo temblaba. Debería decir que no, pero…
Estaba enamorada de él. Sin importar cuántas veces se dijera que no era el tipo de
hombre con el que una chica como ella se casara, lo amaba. No importaba lo que su
madre pensara de él, lo deseaba. Lo había imaginado haciéndole el amor tan
deliberadamente como lo hacían los amantes de Lady Constance, y ahora estaba
sucediendo. Y justo como había soñado, él la estaba viendo como si fuera la más
hermosa y deseable mujer en el mundo. Por primera vez en su vida sintió la emoción
de ser deseada —loca y apasionadamente—, y si la hacía perversa deleitarse con
eso, entonces se alegraba de ser perversa.
—¿Qué?
Él se estremeció. Ella lo sintió. Luego deslizó su mano de entre sus piernas. Estuvo
impactada de lo despojada que se sintió por eso, pero él envolvió sus brazos a su
alrededor y la levantó por los pies, llevándola al sofá, donde la apoyó contra una pila
de cojines y se dejó caer de rodillas entre sus piernas separadas.
—Es firme, insistente y distractor, cada vez que te acercas a mí. —Dobló su camisa
fuera de su camino y alcanzó su mano—. No conoce ninguna razón, ninguna
precaución, ninguna restricción, solo que lo haces levantarse, duro y furioso, cada
vez que me sonríes tontamente o me entregas una punzante resistencia o te aferras
244
a mi brazo porque temes que el globo esté a punto de estallar. —Puso los dedos de
ella sobre su miembro, y los ojos de Joan se ensancharon aún más. Era caliente y
suave, grueso y largo y muy duro.
—No tan frenético, pero listo sin previo aviso. —Exhaló, moviendo sus caderas para
que su mano se deslizara a lo largo de su longitud—. Sabes que estaba así en mi
baño.
Se las arregló para asentir. Sí, lo había sentido, aunque no había tenido verdadera
idea de cuánto más grande se vería.
—Y si te hago el amor, encajará aquí. —La tocó de nuevo, deslizando su dedo tan
alto dentro de ella como era posible. Joan se estremeció, extendiendo sus rodillas
más ampliamente sin pensarlo conscientemente y flexionando su columna para
hacer presión sobre ese invasor dedo. Santo Dios, se sentía tan bien con solo su
dedo dentro de ella, ¿cuán mucho mejor sería cuando empujara su pene dentro de
ella? Cada lujuriosa historia y poema que había leído en el secreto de su cama
recorría su mente en un revoltijo. Historias de satisfacción y placer tan extremo, que
tanto hombre como mujer apenas sobrevivían. Historias de hombres volviéndose
gozosamente locos por empujarse dentro de sus amantes. De mujeres deleitándose
en cada penetración hasta que gritaban y casi se desvanecían de felicidad cuando
sus amantes les daban un clímax, algo tan asombroso que no habían adjetivos
suficientes para describirlo adecuadamente. Y hasta ahora, todo parecía indicar que
las historias eran verdad. Sentía un palpitante dolor en su interior. Quería que le
hiciera el amor, una y otra vez hasta que cayera inconsciente con placer.
—Dios, querida, sí. —Su dedo se retiró, y luego presionó dos dedos dentro de ella,
empujando con más fuerza. Joan sintió una opresión, un ligero ardor, y se retorció,
pero el malestar se desvaneció mientras la acariciaba de nuevo, trabajando
suavemente sus dedos dentro y fuera de ella—. Quiero que sea más fácil para ti —
susurró, hundiendo su cabeza una vez más en sus pechos.
Se entregó a él, disfrutando cada toque de su boca sobre su piel. Agarró su cabeza a
su pecho, meciendo sus caderas para encontrar cada golpe de sus dedos.
—Justo así —murmuró él—. Sí, espera, ahora… —Él retrocedió, tirando de sus
245
caderas para que se deslizara entre los cojines hasta que sus caderas estaban casi
fuera del sofá. Jadeando, él se tomó una vez más en su mano antes de colocar el
contundente bulto contra su palpitante apertura donde recién habían estado sus
dedos—. Empuja —chirrió.
Ella arqueó un poco su espalda, dejando que su peso se deslizara hacia él. En el
mismo momento él se empujó hacia adelante, y se deslizó dentro de ella,
estirándola. Encontró su mirada como si buscara tranquilizarla.
Joan presionó hacia abajo al mismo tiempo que él cargó hacia adelante. La presión
entre sus piernas se volvió más aguda, menos placentera.
—Lo sé. —Colocó la mano sobre su vientre y echó a un lado con el pulgar los rizos
cubriendo el lugar donde su cuerpo encontraba al de ella—. Déjame ayudar… solo
siente… —Hablaba dulcemente, pero había un trasfondo crudo en su voz.
—Casi… —La voz de él era forzada y gutural. Su toque se volvió un poco más rudo,
haciéndola sacudirse y jadear mientras nuevos rayos de excitación se disparaban a
través de ella. Cuando lanzó su cabeza hacia atrás y contrajo sus piernas en lo alto
de sus caderas, él se disparó hacia adelante, conduciéndose a sí mismo
completamente dentro de ella.
Joan temblaba. Se sentía tan llena, tan estirada, parecía que se partiría en dos si
alguno de ellos se movía. Tristan parecía estar bajo algún tipo de percepción similar;
por un largo momento, él solo agarró su cadera con una mano, su otra mano tensa
sobre su montículo, y dejó colgar su cabeza mientras luchaba por respirar.
246
Finalmente, levantó los brillantes ojos para encontrar los suyos.
—¡Dios! —Él cerró su boca alrededor de su pezón y chupó duro. Sus caderas se
dispararon contra ella implacablemente, llevando su dureza más profundo,
retirándose, luego llenándola otra vez. Sus dedos rodearon ese doloroso núcleo de
sensibilidad y lo pellizcó tan firmemente que pensó que se quedaría ciega por ello, y
entonces algo se rompió dentro de ella, finalmente liberando la tensión en un
crescendo de olas que parecían halar fuerte cada músculo de su cuerpo. Y mientras
la tirante urgencia se drenaba, Tristan dejó caer su peso hacia adelante, sujetándola
a él con un duro gemido mientras penetraba en ella y lo sintió hincharse incluso más
grande dentro de ella.
—Eso… eso fue un clímax, ¿cierto? —susurró un momento después, con sus brazos
cerrados alrededor de él.
Él dio un resoplido.
—No un clímax cualquiera. Dios de los cielos, pensé que caería inconsciente.
—Así que, ¿no siempre es de esa manera cuando le haces el amor a una mujer?
Ella se ruborizó.
247
—Entonces, ¿lo haremos otra vez?
—Oh. ¡Oh! —Su boca se abrió en alarma cuando recordó abruptamente dónde
estaban—. ¡Podríamos ser descubiertos en cualquier momento!
Él se encogió de hombros.
»Muchacha ociosa —dijo con diversión—. Ven. —Subió sus pantalones y los
abotonó, luego sacó un pañuelo del bolsillo de su chaleco y lo presionó suavemente
entre sus piernas—. ¿Duele?
Ella negó con la cabeza. Su rostro se alivió, y pasó su palma una vez, solo
ligeramente, sobre su parte de mujer —la que 50 Formas de Pecar llamaba su
vulva— antes de que la ayudara a levantarse.
—Es mucho más agradable desabrochar tu vestido —murmuró mientras rehacía sus
botones después de que ella jalara su corsé y lo devolviera a su lugar.
—Supongo que debe ser la penitencia de uno por ser perverso durante un baile. —
Se alisó sus faldas, esperando que no estuvieran horriblemente arrugadas en la
parte de atrás. Él se rio silenciosamente, ajustando su propia ropa, y ella se volvió
hacia el espejo encima de la chimenea para reparar su cabello. Gracias al cielo que
Polly lo había puesto en un simple moño esta noche; habría sido delatada de
inmediato si hubiera tenido que lidiar con trenzas y rizos.
—¿Fuimos perversos? —Él le puso sus brazos alrededor mientras ella se arreglaba el
último pasador—. ¿Estás atormentada por la culpa?
Joan se sonrojó.
Este era el momento. Él había permanecido a su lado para que todos vieran, toda la
noche. Se había declarado a sí mismo loco por ella. La había llamado hermosa,
encantadora y querida. Le había hecho el amor y dijo que había sido incomparable.
Ahora era su oportunidad de caer de rodillas y jurar que su corazón era de ella, de
pedir su mano en matrimonio, de comenzar una vida de devota felicidad y
satisfacción.
—Oh, Dios —gritó Evangeline, apretando una mano en su corazón mientras los
espiaba, todavía uno en los brazos del otro—. Oh, Dios mío… ¡Richard…!
—¿Qué diablos está haciendo? —preguntó ese caballero a Tristan en un tono
ominoso.
Tristan bajó la mirada hacia ella. Joan levantó la mirada hacia él.
No dijo nada más, aunque la habitación entera parecía estar esperando por algo.
Joan comenzó a sentir un hormigueo de desasosiego. ¿Había malinterpretado…? ¿O
escuchado mal…? Seguramente, si la amaba, todavía podía confesarlo…
—Buenas noches, cariño. —Él atrapó en lo alto su mano y rozó un prolongado beso
en sus nudillos—. Te veré luego —añadió suavemente.
—Buenas noches —respondió ella, con una trémula sonrisa. No estaba equivocada
acerca de él. No lo creía; no podía. Esto saldría bien. Estaba segura de ello.
249
Tenía que hacerlo. ¿Cierto?
Evangeline incautó su cintura y la remolcó hacia la entrada, limpiando sus ojos una
vez o dos. Joan echó un vistazo detrás de ella, pero no vio a Sir Richard o a Tristan
siguiéndolas. En la entrada, su tía envió a un lacayo fuera para traer el carruaje,
espetándole que se apresurara. Otro sirviente corrió a traerles sus capas, y
Evangeline casi empujó a Joan por la puerta.
—Espero —dijo cuando estuvieron solas en el carruaje—, que mis temores sean
infundados. Espero que mi confianza no haya sido objeto de abuso. Espero… —Su
voz se rompió—. Espero que no tenga que confesar nada terrible a tus padres.
—Cuando sugerí que le permitieras besarte, nunca quise decir que deberías alejarte
del baile, ¡donde docenas de personas podrían notar tu ausencia y la suya! Nunca
quise decir que fueras indiscreta… un beso puede ser dado en un momento de
privacidad, detrás del seto de un jardín o a la vuelta de la esquina. ¡No deberías
haber huido a la parte más sola de la casa, donde todo el mundo sacará las peores
conclusiones! —Esta vez hubo un sollozo definitivo en el grito angustiado de su tía.
Comenzó a sentirse verdaderamente culpable. Por mucho que lo deseara, no había
una verdadera defensa para ella. No podía protestar que nada había pasado, porque
ciertamente que sí había sucedido. No podía dejar de lado el prestarle atención a los
chismes y entrometidos, porque sabía muy bien que estaba casi garantizado. No
solo era que tanto Tristan como ella eran más altos que el promedio, su vestido
había llamado la atención. Sabía que la gente a su lado había estado comentando la
presencia de él junto a ella, aunque ella realmente nunca se había arrepentido de
ese hecho de la manera como lo hacía en este instante. Era inevitable que alguien
susurraría sobre ello, y entonces estaría por todo Londres. ¡El notorio Lord Burke
sedujo a la hija de la muy correcta Lady Bennet! El primer escalofrío de pánico subió
por su columna mientras caía en ella el entendimiento de que su madre oiría sobre
esto.
—Lo siento mucho, mucho —le dijo a su tía—. No pensaba… bueno, no con
suficiente claridad. Él realmente no me dijo que estábamos escabulléndonos, solo
tomó mi mano y entonces… —Parpadeó, sus propios ojos humedeciéndose—. Pero
quería ir con él. Él… sí me besó, Evangeline…
—Te busqué allí —espetó su tía—. Otra jovencita pisó su volante y lo arrancó; había
mucha gente ayudando a calmarla y repararlo. Sabrán que no estuviste allí.
—Más de una persona señaló la ausencia de Lord Burke. ¿Cómo explicarás esa
coincidencia, después de la atención que te prestó? Para todo el mundo lucía como
si estuviera declarando sus intenciones, y entonces ambos desaparecieron. Y tú,
¡astuta descarada! ¡Animándome a bailar con Sir Richard así estaría distraída!
Evangeline suspiró.
—Al final, eso no importa nada. Mi querida, estás atrapada. Tómalo de alguien que
ha cometido el mismo error y buscado en vano una forma de escapar. 251
Joan mordió su labio cuando el carruaje se volvió hacia la South Audley Street.
Su tía no dijo nada. Tenía el asiento con la vista hacia el frente, y su mirada estaba
fija fuera de la ventana. A la luz de la lámpara, su rostro estaba pálido, pero de
repente parecía convertida piedra.
—Todavía no —dijo la mujer en una voz tensa—. Tus padres están en casa.
U
na sensación de pánico creció alarmantemente a gran escala. Una cosa era
recordar a su madre escuchándola hablar acerca de la noche anterior, y
otra cosa muy diferente era enfrentarse a las consecuencias en ese
momento.
—¿Ahora?
—No digas nada —le ordenó—. Hablaré con ellos. —No la soltó hasta que Joan
asintió. Entonces respiró profundamente y recogió su falda mientras el lacayo abría
la puerta—. Dios mío —exclamó con aparente placer mientras salía del carruaje—.
¿Sir George y Lady Bennet han regresado, Smythe?
Papá apareció cuando los sirvientes se llevaban sus abrigos. Evangeline lo vio
primero.
—George, ¡deberías haber enviado un mensaje de que regresarían esta noche! —Se
apresuró hacia él para sujetarle las manos—. Siento mucho que estuviéramos
ausentes; si lo hubiera sabido, habríamos estado en casa para darles la bienvenida.
—¿Hay algo que quieras decirme? —presionó, en un tono bajo y significativo que
hizo que su corazón casi se detuviera. Él lo sabía. ¿Cómo podía saberlo? ¡Había
sucedido solo una hora atrás! ¡Papá ni siquiera había estado en el baile! ¿Cómo
diablos podía saberlo?
—¡Marion! Qué bien te ves. Vamos, entremos en la sala de estar. Estar tan cerca de
la puerta no puede ser bueno para nadie.
—Sí, querida, vamos a retirarnos a la sala de estar. —Papá fue y le ofreció a madre
el brazo. La mirada de su madre no se apartó de Joan, pero no dijo otra palabra
hasta que llegaron a la sala de estar y papá cerró las puertas.
—La llevé con mi modista —dijo rápidamente Evangeline, lanzándole una mirada
alentadora a Joan—. No es el vestido de noche más convencional, pero creo que en
ella luce hermoso.
—Quería probar algo nuevo. Y… no creo que los otros vestidos fueran muy
halagadores.
—¡Pero es tan simple! —dijo madre al mismo tiempo, aún mirando el vestido
conmocionada. 255
—Vamos a ver, Marion, diez años atrás habría llevado muselina blanca trasparente
sobre las enaguas. En nuestra juventud, habría usado seda pintada con toda clase
de pájaros. Y en la época de nuestra madre, habría llevado pesado brocado. —La
voz de Evangeline se tensó—. Esta es una hermosa seda…
—Pero un diseño simple le queda bien. Ella no tiene tu figura, Marion, ¡tiene la mía!
Damas como nosotras no pueden usar los volantes y adornos que tú puedes
ponerte —continuó Evangeline, casi suplicante—. Solo quería que ella usara algo
favorecedor.
El silencio fue doloroso. Joan quería hundirse en el suelo, sus dedos apretados en
los pliegues del glorioso vestido dorado, el vestido nuevo que le favorecía y la hacía
sentirse bonita, incluso hermosa, si se podía creer a Tristan. Escuchar las palabras de
su madre le hizo sentir mal, no obstante; no porque creyera parecer una mujer fácil,
sino porque sabía que lo era. Había sido lasciva y fácil y adoró cada minuto de ello.
—Gracias, papá.
—Te debo una disculpa. Rompí la promesa que te hice. Yo… sí bailé una vez más
con Lord Burke.
—Bailé con él porque me lo pidió cuando nadie más lo había hecho, y yo… quería
bailar, madre —confesó… honestamente, resultó—. Y al principio me lo pidió
porque Douglas le rogó que lo hiciera; él mismo me lo dijo, y confío en que Douglas
lo admitirá. Douglas pensó que estaba haciendo un buen gesto al pedirle a Lord
Burke que me visitara y bailara conmigo —continuó, con voz cada vez más alta.
Había hecho mal, por supuesto, pero su hermano había desempeñado un papel
provocando el problema; como era usual; y no estaba dispuesta a asumir toda la
culpa ella sola—. Dado que tanto él como papá iban a estar lejos de la ciudad, no
quería que yo me preocupara cada vez más por madre. Imagino que Lord Burke es
el más respetable de sus amigos, así que se lo pidió como un favor.
—No —dijo, esperando que su rostro no fuera a ponerse más rosa con cada
palabra—. Vino a tomar el té y a llevarme a pasear una vez, y nos mostró su casa a
Evangeline y a mí.
—¿No te dijo Joan que no aprobábamos a ese caballero? —Madre sonaba como si
estuviera escogiendo cuidadosamente cada palabra.
—Quería bailar con él, madre. —Joan tembló por la mirada que su madre le dio,
pero siguió adelante—. He llegado a admirar muchísimo a Lord Burke. Esta noche
bailé con él de nuevo.
—Oh, querida. Dime que fue solo porque querías bailar. Dime que solo admiras su
forma de bailar. Dime… —Pareció flaquear, como si fuera a caerse, y papá estuvo a
su lado en un instante.
—Queridísima, debes subir y dejar que Janet te atienda. Hablaré con Joan.
—Te cargaré por las escaleras si tengo que hacerlo —le dijo—. Joan, llama a Janet.
Joan hizo lo que le dijeron, y cuando la doncella de su madre llegó a la puerta, Lady
Bennet se fue. Sus ojos se llenaron de preocupación cuando miró a Joan, pero se
fue sin decir una palabra más.
258
—George, la culpa es totalmente mía —dijo Evangeline tan pronto como la puerta
se cerró—. Cualquier cosa que pasara que contrariara a Marion, es mi culpa…
—Lo sé. Ven a sentarte conmigo. —Se dirigió hacia el sofá y se sentó. Joan se
colocó en el otro extremo del sofá, sintiendo mucho menos valor ahora que tendría
que explicar los hechos a su padre—. ¿Por qué bailaste con un hombre al que tu
madre te dijo que evitaras?
Entrelazó las manos sobre su regazo y las estudió. Evangeline dijo que papá le daría
su bendición si sabía que Joan realmente amaba a Tristan. Esta podría ser la mejor
oportunidad para que su padre tomara las riendas, ya que estaba claro que la
desaprobación de madre seguía siendo tan fuerte como siempre.
—Porque quería bailar con él, e ir de paseo con él, y volar en globo.
—¿Volar en globo?
Asintió a pesar de que sus mejillas se volvieron más calientes. Así que no habían
escuchado acerca de eso. Al menos ahora eso ya no estaría colgando sobre su
cabeza.
—Fue emocionante, papá. Pocas veces he disfrutado tanto. Él puede ser muy
encantador y simpático cuando desea serlo. Y… también es muy apuesto.
incorporado una serie de invenciones maravillosas. Tiene toda una habitación solo
para bañarse, papá, con un sistema de recogida de aguas y una estufa especial para
calentar el agua del baño. ¡Nunca he visto en una casa de Londres nada tan
perfectamente diseñado para la comodidad de uno! Ha puesto tuberías dentro de
las paredes y el suelo para calentar la casa incluso cuando el fuego está apagado. Y
hay un montacargas para el carbón, así los sirvientes no lo cargan por las escaleras.
¿No es la cosa más ingeniosa que alguna vez hayas oído?
—Sí, porque su casa aún no está terminada. Dijo que no había decidido de qué
color pintar las paredes y pidió mi opinión sobre las cortinas y alfombras porque no
tiene ninguna.
—Mmm.
Él se estaba tomando esto bastante bien. Tal vez Evangeline tenía razón.
—¿Por qué a madre le desagrada tanto? —preguntó, alentada por su mesurada
respuesta—. Recuerdo que él y Douglas se metían en un montón de problemas
cuando eran chicos, pero eso fue hace mucho tiempo.
—Supongo que soy el culpable de eso. Cuando tenía la edad de Douglas, corría con
un grupo salvaje. Eran compañeros imprescindibles para un hombre joven en busca
de problemas, pero tu madre los encontraba censurables. También creo que estaba
en lo cierto, así que no me frunzas el ceño, señorita —añadió—. No fue hasta que
dejé eso atrás que me di cuenta de cuánta razón tenía. Creo que ve en el joven
Burke una mala influencia muy similar para Douglas, y no es necesario decir que es la
última clase de hombre con el que querría que se casara su única hija.
Joan pensó en lo que había dicho Evangeline: papá cambió con la finalidad de ganar
el corazón de madre.
260
—¿Lord Burke no podría ser capaz de hacer lo mismo? Dista mucho de ser el peor de
los amigos de Douglas.
—Espera que la dama correcta será capaz de acabar con sus impulsos
indisciplinados e inspirarlo a hacerse más respetable como esposo.
—¿No podría decirse lo mismo de Lord Burke? —Deseaba sugerir que ella podría ser
la dama que lo persuadiera de abandonar algunos de sus peores hábitos y
comportarse un poco más respetablemente, pero la pregunta sin respuesta en la
biblioteca privada de Sir Paul Brentwood nubló su corazón; ¿qué quería Tristan que
pasara después? Ella habría jurado que quiso decir algo más, pero no lo había hecho.
—Tal vez —admitió su padre—. Pero madre se preocupa más por el refinamiento
de Douglas de lo que lo hace por el de Burke… y no está ansiosa por arriesgar tu
felicidad solo ante la posibilidad de su reforma. Por un poco de emoción, o incluso
un montón, en este momento no vale la pena una vida entera de desesperación.
—¿Cómo?
La miró sombríamente.
261
L
uego de una noche de insomnio, Joan se arrastró fuera de la cama. Cuando
tocó la campara, vino Janet en lugar de Polly, con una mirada penetrante y
una mueca en los labios, como si desaprobara los errores de Joan tanto como
Lady Bennet.
—¿Y qué pasa con usted, Srta. Bennet? He arreglado su cabello de esta manera
cientos de veces.
—Lo sé. Pero tuve la oportunidad de probar cosas diferentes mientras estaban
fuera, y me gusta que esté más suelto.
Janet estaba sorprendida por ese discurso, pero una mirada de tenue respeto se
apoderó de su rostro lentamente.
—Está encontrando su propio estilo, entonces. No hay muchas damas que tengan la
voluntad de desafiar la moda actual, señorita.
Joan se miró en el espejo. Había intentado todas las cosas de moda, y nuca estuvo
contenta de cómo se veía. Ahora, por primera vez pensaba que lucía atractiva.
—Sí.
—Igual que su madre —murmuró Janet, echando hacia atrás el largo cabello de
Joan y torciéndolo en un lazo—. Las damas Bennet saben lo que quieren, y no serán
disuadidas de ello.
Joan lanzó una mirada a Evangeline, pero su tía estaba ocupada preparando una
taza de té.
Asintió.
Madre sonrió.
—Gracias a las dos. —Vaciló, luego tomó la mano de Joan—. Querida, te debo una
disculpa. Me equivoqué al criticar tu vestido anoche. Estaba muy… sorprendida por
eso, y hablé precipitadamente. No te hacía lucir como una mujer fácil, y me
arrepiento de haberlo dicho.
—Por supuesto que no —replicó su madre—. Pero deberías usar lo que se adapte a
tu gusto, y ciertamente tienes la edad suficiente para elegir por ti misma. Tu padre,
y tu tía, estaban en lo correcto sobre eso, y yo estaba equivocada.
—Oh —dijo Joan otra vez, demasiado sorprendida como para decir algo más.
—Y sobre Lord Burke… —Madre hizo una pausa. Joan se preparó—. Debería
haberte ofrecido una oportunidad para explicarte. Me gustaría escuchar lo que
ocurrió.
—Douglas le pidió que me visitara mientras estaban lejos. Vino a tomar el té… —
Vaciló, mirando hacia su tía por orientación, pero Evangeline simplemente asintió—.
Me pidió ir a pasear, y me envió flores. Y me pidió bailar anoche. —No iba a admitir
la última cosa pecaminosamente maravillosa que había hecho con Tristan a nadie en
la tierra de Dios.
Su rostro ardía.
—Querida —comenzó—. Mi querida niña. Siempre he querido que seas feliz, con
una familia propia y un marido que te respete y te adore. Lord Burke… —Negó con
impotencia.
—Se refiere a mí —dijo Evangeline en voz baja—. Y si alguien quiere ahorrarte esa
infelicidad más que tu madre, soy yo.
—Me preguntaste alguna vez si amé a mis maridos, y la verdad es que fui miserable
en mis dos matrimonios. —Evangeline estaba pálida, pero su voz era constante—.
Me casé por primera vez cuando era joven; apenas más que una niña, en realidad;
con Lord Cunningham. Tenía edad suficiente para ser mi padre; de hecho, había
estado en la universidad con mi padre. Yo era impulsiva, incluso obstinada de niña, y
mi padre creía que necesitaba una mano firme. Evidentemente, el matrimonio fue
un rotundo fracaso, y lo mejor que se podía decir era que fue misericordiosamente
corto. Cunningham tenía un corazón débil, y la presión de ponerme freno debió
haber sido demasiado para él. 266
—No es algo que recuerde con cariño. Pero allí estaba yo, una viuda joven,
determinada a disfrutar de mi vida un poco al fin. Me embarqué en una aventura
con el Conde de Courtenay a pocas semanas de la muerte de Cunningham. Sentía
que me merecía un poco de placer, y… —Su voz flaqueó—. Era imprudente e
indiscreta. Mi padre nos descubrió y exigió un matrimonio. Traté de argumentar que
era una viuda y tenía la libertad de hacer lo que quisiera, pero mi padre era un
hombre anticuado, y no le importaba en absoluto mi opinión. Desafió a Courtenay a
un duelo si no había boda, y así estuvimos casados en quince días. Me convencí de
que eso significaba que Courtenay me amaba, pero pronto me di cuenta que
significaba que no quería enfrentar a mi padre. Courtenay tenía una debilidad por
las jovencitas, y tener una esposa no reducía su entusiasmo por seducirlas. Se quedó
demasiado tiempo en la cama de una muy joven novia unos años después de
casarnos, y su esposo le disparó en el acto. —Suspiró—. Así que ya ves, es
realmente desafortunado que me case.
—Courtenay era una serpiente —dijo madre con fervor—. Era guapo y encantador,
pero lleno de malas intenciones. Merecía que le dispararan, en mi opinión, y
estuviste mejor sin él.
—Gracias, Marion. Debería haber escuchado tu advertencia sobre él. —Las dos
mujeres compartieron una ojeada antes de volverse hacia Joan.
—No quiero asustarte, querida, pero yo… nosotras —se corrigió madre con un
asentimiento hacia Evangeline—, queremos que entiendas cómo una mujer puede
ser atraída hacia la perversidad y no darse cuenta de que ha caído hasta que es muy
tarde.
—No creo que Lord Burke sea un libertino con corazón de piedra —dijo ella—. No
es la persona más respetable, pero papá también fue un libertino una vez, y cambió. 267
Evangeline me dijo que lo hizo, madre… por ti.
—Tu padre nunca fue tan escandaloso como Lord Burke —respondió Madre—.
Mantuvo cierta mala compañía, pero era decente de corazón. Nunca habría jugado
conmigo. Su padre era estricto y lo crió para ser un hombre honorable. Lord Burke,
por otro lado, ha sido desenfrenado toda su vida, sin moderación de ninguna
influencia familiar.
Lady Bennet levantó sus manos con calma ante la protesta de Joan.
—No lo culpo por ello, querida. Solo estoy declarando un hecho: a Lord Burke le ha
sido permitido hacer cualquier cosa que deseara desde que era un muchacho, y eso
es evidente en su comportamiento el día de hoy.
—Se le permitió desenfrenarse porque estaba solo —dijo Joan—. Sin nadie para
consolarlo o guiarlo. ¿Quién no se desenfrenaría, de ser forzado a vivir con su severa
tía, Lady Burke? Sí, ella lo repudió, aunque sí se las arregló para vivir en la casa de él,
de su caridad, por casi diez años. Y eso quiere decir que Tris… Lord Burke ha tenido
que ser responsable de sí mismo desde una edad joven. No tuvo padre para
controlar sus gastos, ni madre para domar sus modales. Creo que ha resultado al
menos tan bien como Douglas, quien tuvo cada ventaja que nombraste.
—No creo que lo haya hecho. —Rogó silenciosamente que su tía concordara con
ella.
—Sí creo que el joven es honorable, Marion —dijo Evangeline—. Nunca lo habría
recibido si hubiera tenido la más ligera incertidumbre.
Madre suspiró.
—Si muestra señales de llegar a ser más respetable, le daré el beneficio de la duda.
Tu padre hizo una gran cantidad de cambios antes de que yo lo recibiera —le
advirtió a Joan—. Si Lord Burke puede hacer lo mismo, estaré muy contenta de
verlo.
268
Un sirviente vino con una bandeja de cartas. Evangeline se puso de pie mientras
madre clasificaba el correo.
Por supuesto que había sabido que su tía se iría cuando madre y papá regresaran a
casa, pero Joan estaba más consternada de lo que había esperado estar. Le había
llegado a gustar muchísimo Evangeline el mes pasado.
—Te extrañaré —dijo, sonando un poco desamparada incluso a sus propios oídos.
—¡No estoy diciendo adiós para siempre! Lamento no haber hecho un esfuerzo más
grande por conocerlos a ti y a tu hermano, y quiero remediar eso.
—Ya has ganado su devoción eterna —respondió su tía secamente—. Todo lo que
toma es una simple lonja de jamón. El afecto de los perros es ganado muy
fácilmente.
Evangeline le lanzó una ojeada a Lady Bennet, que estaba leyendo una carta, antes
de que ella también bajara la voz a un susurro.
—Pero, ¿no sería horrible que papá lo obligara a casarse conmigo si él no lo desea?
—Joan frunció el ceño ante la idea.
—¡No abandones la esperanza de eso todavía! —Su tía le dio una sonrisa irónica—.
Tal vez él ya te ame; no estaría sorprendida en absoluto si lo hiciera. Los hombres no
siempre lo sueltan, ya sabes. Y algunos de ellos se toman un tiempo terriblemente
largo para reconocer que es amor lo que sienten.
Eso tenía algo de sentido. Papa admitía que amaba a madre, pero no había razón
para esconderlo después de treinta años de matrimonio. Douglas, sin embargo,
negaría la verdad hasta que le golpeara en el rostro. Joan esperaba que su hermano
luchara con la emoción cada centímetro del camino, pero también esperaba que
amara a su esposa simplemente porque se parecía mucho a su padre de muchas
otras maneras. Tristan era tan terco como Douglas, pero no había sido criado con el
ejemplo de padres amorosos. Por supuesto que le podría tomar más tiempo admitir
sus sentimientos… presumiendo que, de hecho, la amara como dijo Evangeline.
Una aguda exclamación desde el otro lado de la habitación hizo a ambas levantar la 270
mirada. Lady Bennet se había dado una palmada en su pecho con una mano y su
rostro estaba blanco. La carta en su mano temblaba. Lentamente, levantó los ojos
afligidos hacia ellas.
—Me mentiste.
Joan se congeló. No se atrevía a mirar a su tía, debido a que no estaba claro a cuál
de ellas se refería su madre.
—¿Qué?
Lady Bennet sostuvo en alto su carta. Joan dijo una silenciosa maldición sobre los
muy prolíficos corresponsales de su madre.
—Desapareciste del baile Brentwood con Lord Burke anoche y no fueron vistos de
nuevo.
—La hice venir a casa —dijo Evangeline rápidamente, pero con un ligero tono de
alarma en su voz—. Sentí un dolor de cabeza…
Su madre cortó a través del aire con una mano con evidente incredulidad.
—¿Y no podías ir con una de las chicas Weston? ¿O con tu tía? ¿O con una doncella?
Lady Bennet negó con la cabeza, luciendo sorprendida y furiosa al mismo tiempo.
—La ausencia de Lord Burke al mismo tiempo también fue notada… de hecho, la
última vez que alguien vio a alguno de ustedes fue cuando estabas bailando el vals
con él, ¡indecentemente cerca! —Lanzó el chal cubriendo sus piernas y se levantó
sobre sus pies—. ¿Puedes decirme que no sucedió nada inapropiado anoche? ¿Nada
que yo encontraría objetable? ¿Puedes jurarlo, Joan?
Un rápido vistazo hacia su tía le dijo que Evangeline ya no podía ayudarla. Estaba
condenada. No había esperado escapar ilesa, pero otro par de días, tal vez, le
habrían permitido algo de tiempo para descubrir lo que planeaba Tristan.
Evangeline había dicho que todo estaría curado con una propuesta de 271
—Él quiere ser honorable y reformar sus caminos —dijo ácidamente, lanzándole de
regreso sus propias palabras a Joan—. ¿Cuándo está por comenzar esta
transformación? ¡Ciertamente no llegará a tiempo de salvarte de una tormenta de
chismes! ¿No creías que esto era digno de mencionar cuando estabas defendiendo
sus motivos y crianza, y proyectando todas tus acciones en una luz virtuosa?
Se movió miserablemente.
—No, no realmente.
—Bueno, espero que lo hagas ahora. Tu padre tendrá que encargarse de él… y oro
que no dé lugar a un derramamiento de sangre. —La voz de su madre se rompió
mientras miraba a Joan con amarga decepción—. Oh, Joan, ¿qué has hecho?
U
na gran cantidad de cosas se volvieron claras para Tristan la mañana
después del baile de Brentwood.
Primero, tenía que terminar su casa. Por primera vez estaba algo
arrepentido de haber elaborado una lista tan larga de mejoras. Todas valían el
precio, en su opinión, pero se habían añadido tremendamente al tiempo que llevaría
tener la casa lista, y eso era un problema ahora. Temprano por la mañana fue a
Hanover Square y caminó a través de la casa, encontrando fallas en todas partes.
Necesitaba más yeseros. Más pintores. El trabajo en madera del comedor
simplemente tenía que ser remplazado. La plomería estaba lista y el techo estaba
272
sólido una vez más, pero el sistema de calefacción no estaba operativo. Las cocinas
estaba aún firmemente arraigadas en los primeros años del siglo dieciocho, y el gran
y moderno horno aún no había sido entregado. Acompañó al maestro de obra a
través de la casa y le dijo al hombre que contratara tantos trabajadores extra como
necesitara y que presionara duro para tener al menos los dormitorios principales
listos para ocuparse dentro de quince días.
Tercero, necesitaba ver a su abogado. El Sr. Tompkins arqueó sus cejas cuando
escuchó la instrucción de Tristan, pero simplemente balanceó su cabeza.
—No tengo idea. —Tristan sonrió ante la expresión del hombre—. Solo deje estas
partes en blanco por ahora, ¿lo hará?
—Como desee, señor, pero es costumbre acordar los términos antes de redactar el
contrato. En el caso de que usted y el caballero no estén de acuerdo…
Porque, en cuarto lugar, necesitaba ir a Bath. Esta era la parte más importante de su
plan, y quería pensar en eso a fondo. Volvió al salón de boxeo y tomó algunos
turnos de sparring con otros miembros, trabajando en su mente la mejor manera de
abordar el asunto. Sería una negociación delicada; su propio comportamiento no
era menos que reprochable, después de todo, y para hacer las cosas peor,
probablemente enfrentaría una dura oposición. Por primera vez en semanas deseó
que Bennet estuviera en Londres, y entonces descartó esa idea rápidamente.
Bennet bien podría estar indignado, en vez de ser de ayuda. A veces era mejor
actuar sin pedir permiso… no que Douglas Bennet tuviera alguna autoridad en esto,
de todas maneras, pero a Tristan no le habría gustado tener que golpear a su amigo.
Y tan pronto como Murdoch se hubo ido, alguien llamó a la puerta, el sonido de la
aldaba haciendo eco por toda la casa de Bennet. Tristan maldijo por lo bajo; mejor
que no fuera su tía Mary pidiendo más dinero o, peor aún, su casa. Estaba de tan
buen humor y realmente no tenía paciencia para que ella lo molestara, y ahora se
estaba enojando. Pero entonces la aldaba sonó de nuevo, muy parecido al
momento en que Joan casi había tirado la puerta el día en que había venido a sacar
a Bennet de la cama, y en lugar de eso se había empujado hacia su vida y su corazón.
Sonriendo por el recuerdo de su sorprendida expresión cuando abrió la puerta
vistiendo nada más que un par de pantaloncillos, bajó las escaleras y abrió la puerta 274
deslizándola con un floreo.
—¿Qué?
Para su asombro, Sir George Bennet estaba de pie en el escalón, tan sombrío como
una nube de tormenta.
Había tres posibles explicaciones. Uno: Joan les había contado a sus padres lo que
había pasado entre los dos en el baile de Brentwood, y Sir George estaba aquí para
exigir compensación. Basado en lo que había visto y oído de Joan, esto no parecía
probable. Dos: Lady Courtenay había decidido intervenir y convocado a que los
Bennet mayores regresaran a Londres para que Sir George pudiera exigir
compensación. Pero por la manera en que Sir Richard Campion le había ordenado
mantener su boca cerrada y sus pantalones abotonados después de que Lady
Courtenay hubiera arrastrado a su sobrina fuera de la casa Brentwood, eso tampoco
tenía sentido. O tres: alguien más, alguien ocupado con una lengua hiperactiva, se
había molestado con él por… algo… y Sir George estaba aquí para exigir una
compensación.
—No, señor, para ser perfectamente honesto, pero no obstante estoy complacido
de verlo.
Tristan lo siguió. Esto era tanto bueno como malo; bueno, que al parecer no tendría
que abogar por la mano de Joan, pero malo, que al parecer ahora no estaba bajo la
gracia de su futuro suegro. Eso no debería ser una gran sorpresa, pero esta vez
realmente quería hacer las cosas de la forma correcta.
275
—Estaba empacando en este momento a la espera de ir Bath mañana —dijo,
esperando todavía redirigir la conversación de una manera más positiva—. Tengo
una proposición algo delicada que hacerle.
—¿Y esta proposición se formó antes o después de que los rumores acerca de que
arruinaste a mi hija en el baile de Brentwood barrieran Londres?
Para su disgusto, Tristan sintió que su rostro era como el de un niño travieso.
—Eso es porque no eres una matrona de mediana edad con un diabólico interés en
el paradero de otras personas durante cada baile de la temporada. —Sir George lo
fulminó con la mirada—. ¿Te importa decirme si es verdad?
No se había sentido tan acorralado desde que había roto parte del nuevo servicio de
té de tía Mary con una errante pelota de cricket. Cada palabra persuasiva que había
planeado tan cuidadosamente desapareció de su cerebro.
—Preferiría no hacerlo.
El barón comenzó a hablar, luego cerró su boca. Se paseó en círculos por la
habitación, con los puños en sus caderas.
—Mi esposa estaría encantada si regreso con tu cabeza puesta en una pica —
gruñó—. Y comienza a tener algo de atractivo para mí también.
Maldito infierno.
—Esa fue la segunda, pero no tan preferida, sugerencia de Lady Bennet. — Sir
George cruzó sus brazos—. Debería golpearte un poco para que aprendas antes de
permitirte que tengas a mi niña.
—Si lo desea —dijo Tristan cautelosamente—. Siempre que sea otra manera de
decir que sí a mi propuesta
—Siempre tuviste pelotas de acero. —Suspiró y se dejó caer en una de las sillas 276
disparejas, luego agitó su mano hacia otra—. Dime qué demonios ocasionó todo
esto.
—Me pidió cuidar de la Srta. Bennet mientras usted y Lady Bennet estaban lejos de
la ciudad.
—¿Algo más? —El barón fijó una mirada penetrante sobre él. Desafortunadamente,
tenía la misma mirada aguda en su rostro que tenía Joan a veces, lo cual
desequilibraba un poco el ritmo de Tristan.
—Er… tomar el té con ella, y ver que tuviera un poco de diversión de tiempo en
tiempo —dijo, tratando de no pensar en lo último que había hecho con Joan, lo cual
Douglas Bennet, con toda seguridad, no había tenido en mente.
—Todo eso suena perfectamente inocente. ¿Cómo, ruego, progresaron las cosas de
tomar el té y el baile ocasional a las vívidas historias de comportamiento
escandaloso que quemaron hoy mis oídos?
Oh, Señor. Tristan devanaba sus sesos; ¿cuándo habían cambiado las cosas? Ni
siquiera estaba seguro de que lo supiera. Al principio, ella había sido una
chisporroteante furia, y él había estado decidido a superarla principalmente. Pero
entonces notó su boca, y su busto, y la manera en que sus ojos brillaban con chispas
doradas cuando entregaba mordaces notas escritas, y en poco tiempo todo en lo
que había estado pensado había sido ella: riendo, bromeando, sombría, sin aliento
por el deseo. ¿Cuándo había dejado de decirse a sí mismo que ella era un problema?
—Creo que el punto decisivo fue cuando la persuadí para pasear en globo conmigo.
—Las cejas del barón bajaron, pero Tristan continuó—. Ayudo a financiar al hombre
responsable del globo para las festividades de la coronación de Su Majestad, el Sr.
Charles Green. La Srta. Bennet mencionó de pasada cuán soso y corriente era dar un 277
paseo alrededor de un parque como todos los demás, así que concebí la idea de un
viaje en globo. Esperaba que la divirtiera, o al menos desviara su mente de las
preocupaciones acerca de la salud de su madre. Diez hombres sostuvieron las
cuerdas todo el tiempo —agregó rápidamente—. Nunca dejamos Londres y éramos
capaces de descender en cualquier momento.
—Lo hizo —dijo suavemente—. Sus ojos se volvieron brillantes y gritó con tanto
deleite cuando estuvimos lo suficientemente alto para ver desde St. Paul hasta
Greenwich. Tuve que persuadirla para que se arriesgara, y me preocupó que nunca
me dejaría olvidarlo, pero sintió la emoción y el entusiasmo tan intensamente como
lo hice yo, una vez que estuvimos en el aire. Fue la primera vez que hablamos sin
discutir, y yo… —Se detuvo abruptamente—. Creo que ella y yo nos manejaríamos
bien como marido y mujer. ¿Bendecirá mi petición?
—No, señor.
—Sí, señor.
—Siempre pensé que se te repartió una mala mano en la vida. Tu tío era un buen
hombre, aunque completamente desprovisto de humor, pero tu tía… sentía pena
por cualquier muchacho creciendo bajo su mano.
—Sería mucho peor si la aburrieras. —El barón asintió ante su mirada sorprendida—
. He tenido treinta años de matrimonio y alrededor de veinte años de criar a una
hija, y te digo sin equivocación que una mujer aburrida es el peligro más grande del
mundo para la paz de un hombre. Las mujeres necesitan una ocupación. También
necesitan cariño, respeto, atención y por lo menos dos sombreros nuevos al año,
pero por encima de todo eso necesitan algo importante para ocupar sus días.
—¿De modo que debo encontrar algo para que ella haga? —Tristan frunció el ceño.
—Gracias por la advertencia —dijo Tristan, añadiendo por lo bajo—: aunque debería
habérmelo dicho antes.
Tristan sonrió.
—Puede intentarlo. —El barón inclinó una ceja, y Tristan borró la sonrisa—. No,
señor. Lamento mucho cualquier disgusto que mis acciones pudieran haber
ocasionado a su familia.
Él había pensado en ello, pero incluso Lady Bennet en su momento más severo no
podía ser peor que la tía Mary, y él tenía grandes esperanzas de que ambos padres
de Joan pudieran suavizarse con él una vez que probara ser un buen esposo.
—Sí, señor.
Sir George rio entre dientes.
—Bien. Haz feliz a mi hija. —Palmeó el hombro de Tristan, esbozando una sonrisa al
final—. Sería muy molesto para todos si tuviera que infligir una o dos heridas
superficiales a manera de recordatorio.
—Joan me dice que has llenado de innovaciones tu casa de Hanover Square. ¿Me
mostrarás?
—Por supuesto. —Sir George se puso de pie—. Sabía que terminaríamos aquí,
sabes. Tan pronto como mi hija se volvió elocuente acerca de retretes
y montacargas para carbón, supe que te había dado su aprobación, y solo era
cuestión de tiempo antes de que tuviéramos esta conversación. —Ladeó su
cabeza—. Y, entiendo, incluso le consultaste acerca de la pintura y las alfombras.
A Tristan se le permitió visitarla una vez. Lady Bennet se sentó junto a Joan en el
sofá, con una severa mirada fija en él, y solo se retiró unos minutos para permitirle
que fingiera proponerle matrimonio. Tristan echó un vistazo a la puerta, dejada
parcialmente abierta detrás de ella, y se aclaró la garganta.
Había querido hablar con él, y ahora no sabía que decir. Imaginaba a su madre
escuchando cada palabra.
—Bueno, ahora tienes tu oportunidad —dijo ella con una sonrisa vacilante.
—Cierto. —Echó un vistazo hacia la puerta otra vez—. ¿Me harás el honor de ser mi
esposa?
—Bien —susurró él—. Entonces puedo hacer esto. —Atrapó su muñeca y la jaló
hacia adelante para besarla. Fue vertiginoso y urgente y terminó en un momento.
Joan se dejó caer en el sofá, recobrando el aliento cuando la soltó—. El resto tendrá
que esperar para después —añadió con el mismo murmullo sensual.
282
—Confío en que haya hecho su proposición —dijo Lady Bennet casi al mismo
tiempo. Estaba de pie en la puerta abierta, y Joan esperaba desesperadamente que
su madre no hubiera visto ninguna parte del beso.
—Sí, señora, y felizmente la Srta. Bennet ha aceptado. ¿Podemos fijar una fecha?
—Muy bien. Hasta entonces. —Con una reverencia más, se había ido y Joan quedó
preguntándose si el beso ardiente o la desapasionada propuesta reflejaba sus
verdaderos sentimientos.
Pero finalmente llegó el día. Abigail Weston llegó antes de que Joan siquiera se
hubiera levantado de la cama. Abigail estaría de pie con ella, y tenía permitido
ayudarla a vestirse.
—¿Estás feliz? —fue la primera pregunta que salió de los labios de Abigail. No
habían tenido un momento para hablar sin testigos desde el baile de los Brentwood.
—Por supuesto. Me voy a casar, ¿no? —Salió de la cama y se puso la bata. Su
vestido, el hermoso vestido de seda dorada que había empezado todo el problema,
descansaba sobre una silla, planchado y listo para la boda. Esperaba que el día de
hoy terminara con una nota más feliz que la última vez que lo había usado.
—Lo sé. —Abigail cerró la puerta—. Así que te traje algo. Pen y yo saqueamos la
casa e incluso trajimos a Olivia para que nos ayudara. Sentimos que necesitabas algo
que te inspirara, ahora que serás capaz de hacer algo más que solo leer acerca de
hacer el amor. —Abrió su libro de oraciones y sacó seis ejemplares de 50 Formas de
Pecar—. Ninguno es nuevo, pero pensamos que deberías tenerlos —susurró.
Para ser honesta, por momentos parecía una descripción adecuada. ¿Tristan la
amaba? Él quería besarla y hacerle el amor, y estaba dispuesto a casarse con ella,
283
pero ¿sentía algo más tierno? Si tan solo madre les hubiera permitido más tiempo
juntos. Joan tenía grandes esperanzas para su matrimonio, pero también tenía algo
de miedo.
—¿Estas lista? —Sus ojos se suavizaron cuando ella asintió—. Luces hermosa —
murmuró, besando su mejilla mientras Abigail y Polly salían de la habitación—.
Mejor que Burke aprecie su buena fortuna.
Para la noche, sus nervios habían resurgido. Después de un largo día recibiendo
invitados y sonriendo hasta que su rostro dolía, finalmente tuvo un momento de
paz. Polly, su recién ascendida doncella, la ayudó a ponerse su camisón y la dejó sola
en el gran dormitorio de la casa de Tristan en Hanover Square, sin nada con lo cual
distraerse de sus preguntas sin respuestas.
Las paredes de la alcoba estaban pintadas de azul, como ella había sugerido, y el
dosel tenía un estampado de vides y hojas. Hacía que su corazón se hinchara al
pensar que él había recordado todo lo que dijo ese día, cuando se había permitido
por primera vez a admitir que se estaba enamorando de él. Dio un vistazo al cuarto
de baño, recordando cómo la había besado ahí dentro. Y cómo estaría en libertad
de hacerlo otra vez. Ya no más desenfrenados besos robados; era su esposo, no 284
solo lo tenía permitido, sino que prácticamente estaba obligado a besarla… entre
muchas otras cosas.
La idea de otras cosas hizo que su corazón se saltara un latido. Su madre le había
dado algunos consejos bastante básicos sobre consumar su matrimonio, pero de
pronto Joan recordó el regalo de Abigail. Podría no ser la más virtuosa fuente de
guía, pero prometía mucho más placer que las breves instrucciones de su madre.
Se sentó en la cama y lo leyó una vez, luego otra vez, terminando con los ojos bien
abiertos y la boca abierta. Oh, cielos. ¿Realmente era posible para un hombre dar
placer a una mujer poniendo su boca ahí? ¡Y Constance le hizo lo mismo a él! Joan
leyó la página otra vez con incredulidad, pero Constance parecía saborear su rol, de
rodillas atendiéndolo hasta que se sintió mareada. Su amante, Lord Masterly,
ciertamente disfrutó de sus esfuerzos.
La puerta se abrió.
—Buenas noches —dijo Tristan, entrando en la habitación usando una familiar bata
verde oscuro.
—¡Buenas noches!
—¿No? Eso no es lo que quiere escuchar un recién casado. —La acomodó en el 285
colchón, estirándose detrás de ella—. ¿Qué estabas leyendo que te distrajo?
—Ahora, ¿qué era eso? —murmuró, dejando todavía pequeños besos sobre su
barbilla.
—¿Qué? —No tenía idea acerca de qué estaba hablando él. Su principal
preocupación era liberar su pie de las sábanas retorcidas, así podría envolver sus
piernas alrededor de él. Podía sentirlo, grueso y duro, contra su muslo. Oh, cielo
bondadoso, esto era muy prometedor. Todas sus preocupaciones y ansiedad se
desvanecieron mientras la besaba.
—¡Oh! —Su rostro quemó cuando se dio cuenta de lo que quiso decir—. Eso. No era
nada, ciertamente.
—No, no, este es un deber importante de esposo —respondió, logrando sacar el 286
panfleto incluso cuando había tenido que oprimirle la cabeza contra la almohada—.
Debería saber qué distrae a mi esposa tan completamente que se olvida de que
estoy viniendo a hacerle el amor.
—Oh, ah, estoy lista para eso —exclamó, dándole a sus caderas un pequeño
meneo. Ella preferiría mucho más hacer el amor con él que… bueno, que hacer
muchas otras cosas, pero especialmente más que tenerlo leyendo su panfleto de
contrabando. Él flexionó la columna en respuesta a su agitación, pero por lo demás,
permaneció concentrado en esa desgraciada historia.
—¿50 Formas de Pecar? —Frunció un poco el ceño—. ¿Esta es esa historia para
mujeres que querías que consiguiera para ti?
—Sí, es esa. —Joan asintió, aferrándose a la excusa—. Es, ah, para mujeres. Solo
estaba comprobándola por cualquier consejo, ya sabes, acerca de la vida de
casados… —Su voz se desvaneció cuando él abrió la primera página.
—¡Vida de casados! —Sus ojos brillaron—. Entonces también debería leerla, siendo
un recién casado.
Durante varios minutos, solo leyó, apoyado sobre sus codos encima de ella. Ella
comenzó a sentirse terriblemente cohibida, y se dedicó a estudiar el trabajo de yeso
en el techo, por encima del hombro de Tristan. Simplemente su suerte, encontrarse
casada y en la cama con un guapo hombre pícaro, y ahora él podría pensar en ella
como un completo pato silbador porque había fallado en esconder ese tonto
panfleto lo suficientemente bien.
—¿Quién escribió esto? —Le dio vuelta a otra página y leyó, su expresión como una
curiosa mezcla de fascinación e incredulidad.
—No me extraña. —Le dio una mirada evaluadora—. ¿Crees que es una guía de
historietas para la vida de casados?
Joan mordió su labio, mirando con fiereza la rosa de yeso justo encima de ella.
—Difícilmente podría decirte lo que era realmente, ¿cierto? Además, mientras más 287
pienso en ello, más creo que es solo un montón de tonterías.
—¿Tonterías? —Bajó la mirada hacia ella con esa risa perezosa que siempre la hacía
preguntarse qué pensamientos retorcidos estaban atravesando su mente—. No es
tontería si la lees, querida. Simplemente quiero estar… educado en tus gustos. —
Volvió otra vez al panfleto y le dio vuelta a la página—. Buen Dios. No me sorprende
que tu madre no quisiera que tuvieras esto. —Su esposo la miró con… ¿era eso
aprobación?—. Eres una muchacha traviesa de corazón, ¿cierto? —gruñó, bajando
en picada para besarla duro en la boca.
—Bueno, no es realmente apropiado que mujeres solteras lean cosas como esa…
Él se rio.
—Cuán afortunada que seas ahora una mujer casada, y sujeta solo a mí.
—Y si crees que vas a prohibirme leer lo que me gusta, tendrás un muy difícil y
combativo matrimonio, Lord Burke.
—Al contrario. —Lanzó el panfleto al suelo y se bajó sobre ella otra vez—. Espero
con ansias corromperte en oh… —Besó su barbilla—. Tantas… —Besó su cuello—.
Muchas… —Besó la base de su garganta, donde su pulso latía más fuerte—.
Muchas maneras más —terminó antes de bajar los labios a sus pechos.
—¡Cómo te atreves a preguntar tal cosa! —jadeó, tratando de no reír—. ¡Si hubieras
leído cuidadosamente, sabrías que Lord Masterly es el verdadero modelo de un 288
caballero! Él nunca… —Había absorbido su pezón entre los dientes, y Joan estaba
perdiendo el hilo de su pensamiento rápidamente—. Nunca sería grosero —terminó
débilmente, arqueando su espalda para ofrecer su otro pecho para la misma
atención.
—Oh, no. Nuestro noble caballero solo puso a la dama sobre una silla, separó sus
piernas, y la llevó al clímax con su boca. Muy apropiado para él… al menos para
Lady Constance, me imagino, por el ardor con el cual le devolvió el favor.
Ella estaba sonrojada otra vez, pese a que se movía debajo de él como una lasciva.
Él rio perversamente.
—No parece probable que importe, ya que tampoco sabes cómo se hace —replicó,
esperando que él se marchara. O eso, o que dejara de hablar y le hiciera el amor,
como haría un esposo normal.
Él dejó de reír.
—Ahora, ahí está tu segundo error de esta noche, querida. ¿No te he advertido
acerca de ofrecer desafíos? —Se empujó hacia arriba y saltó fuera de la cama—.
Quédate aquí —dijo en una profunda y severa voz, sosteniendo una mano en alto
cuando ella luchó para sentarse—. Como tu amo y señor, lo ordeno.
—¡Amo y señor! —Solo para mostrarle, se lanzó fuera de la cama—. Amo y señor,
tal vez, pero no mío. Y cómo te atreves a acusarme de no uno, sino dos errores. 289
Quizás mi verdadero error fue cometido esta mañana.
—No hacerlo podría ser tu tercer error del día. —Sacó el fajín del traje de noche y lo
envolvió alrededor de su mano, luego le hizo señas hacia atrás—. Sobre la cama, por
favor.
—¿Qué tiene que ver el fajín con ello? —Estaba comenzando a sentirse excitada
otra vez. Tristan claramente lo estaba; caminó hacia ella, desvergonzadamente
desnudo, y ella se quedó mirando su erección. La había visto antes… incluso la
había tocado antes… y sin embargo se veía más grande ahora.
—Debes ser realmente el hombre más grosero en toda Inglaterra —dijo, pero se
sentó en el borde de la cama.
Tristan solo negó con la cabeza y ató un extremo de la tela alrededor de su muñeca,
entonces lo enrolló a través del grabado en la cabecera. Atrapó su otro brazo y ató
su otra muñeca, empujando su espalda contra las almohadas, sus brazos sostenidos
ampliamente separados por el fajín.
El corazón de ella estaba palpitando furiosamente, mitad por los nervios, mitad por
la anticipación. Tiró del fajín, pero él había dejado una pequeña holgura.
—Porque no sigues bien las instrucciones. —Se deslizó hacia abajo por la longitud
de su cuerpo, insinuándose entre sus piernas. Se detuvo y movió sus caderas hacia
delante mientras su polla golpeaba contra esa parte privada de ella, y Joan gimió,
tratando en vano de encontrar su estocada apropiadamente. Pero él solo se rio por
lo bajo y se deslizó algo más hacia abajo, hasta que sus brillantes ojos estuvieron
nivelados con sus pechos—. Toma un poco de tiempo hacer esto bien —
murmuró—. No podré estar apresurado mientras tanto.
Joan se ruborizó.
—Lo sé. —Acarició ambas manos por el interior de sus muslos y suave, pero
firmemente, separó bien sus piernas. Miró con gran atención sus partes inferiores,
ocasionando que se ruborizara casi dolorosamente a rojo.
—Yo… Creo que he cambiado de opinión —dijo de prisa. Las ninfas de la pintura en
la pared opuesta parecían estar observando horrorizadas. Un sirviente podría entrar
en cualquier momento para encontrarla desnuda y atada a la cabecera con la cabeza
de él entre sus piernas. Alguien en la casa al otro lado de la cuadra podría mirar a
través de las ventanas y ver qué estaba haciendo él a través de la brecha entre las
cortinas.
—Detente —chilló en un desesperado susurro—. Detente, oh, oh, oh Dios mío, ¿qué
estás haciendo?
—¿Estás herida?
—No te detengas —se las arregló para emitir antes de que él se impulsara de nuevo
hacia adelante.
—No te preocupes. —Se reforzó con sus manos junto a sus hombros. Su oscuro
cabello cayó sobre su frente, no precisamente ocultando el severo conjunto de
facciones mientras la montaba con intensas estocadas que la hicieron retorcerse,
primero por el asalto a su carne todavía palpitante, luego en más armonía mientras
su pasión avivaba la de ella, elevando esa afiladísima tensión en su interior hasta
que apenas podía respirar. No parecía posible experimentar tal éxtasis tan pronto
de nuevo, pero su cuerpo parecía listo y ansioso, saltando a niveles aún más altos de
excitación hasta que lo sintió golpeando a través de sus músculos, y arqueó su
espalada con un bajo y entusiasta grito de liberación. Tristan gruñó, y ella enroscó
sus piernas alrededor de sus caderas para sostenerlo en su interior mientras las olas
del clímax continuaban sin cesar. Él dijo una muy mala palabra en voz baja y se
sostuvo profundo dentro de ella, con sus caderas sacudiéndose en cortos y bruscos
empujones hasta que él también tembló y gritó con la liberación.
Joan forzó sus ojos a abrirse y miró a su esposo. Su rostro estaba envuelto en una
feroz expresión, pero gradualmente se suavizó hasta que sus ojos se abrieron. Él le
dio una perezosa y pesada sonrisa.
—Confío en que ahora crees que es posible. —Se apartó de ella y se dejó caer
pesadamente sobre su espalda. Con una mano toqueteó por encima de él, y un
momento después soltó el nudo que había mantenido sus manos atadas.
Este parecía un momento propicio. Él estaba acostado a su lado, sin duda sintiendo
la misma burbujeante satisfacción que zumbaba en sus propias venas. Si él fuera a
preguntarle en este momento, lanzaría sus brazos a su alrededor y se declararía
desesperadamente e impotentemente enamorada. Eso sería ideal. Incluso
descubrió que estaba conteniendo la respiración en anticipación a ese glorioso
momento.
292
Pero mientras el silencio se extendía, tenía que respirar de nuevo, y reconocer que
él estaba inmóvil a su lado… casi como si estuviera dormido. De hecho, cuando le
echo un vistazo, sus ojos estaban cerrados y parecía muy tranquilo. Dichosamente
feliz, pero en una especie de sueño.
—¿Me darás una respuesta honesta? —No se rio, negándose a dejar que se
escapara tan fácilmente—. Eso es todo lo que quiero, sea cual sea la respuesta.
—Solo quiero saber lo que sientes en este momento. Por supuesto que los
pensamientos y sentimientos de uno pueden cambiar con el tiempo, y como
estamos casados y lo estaremos por años y años por venir, naturalmente espero
que haya algún cambio en cómo te sientes…
—Me preguntaba si crees que es posible que puedas algún día realmente
preocuparte por mí.
Él no dijo nada. Por el rabillo de su ojo, vio su rostro fruncirse, y luego se movió a
trompicones, apoyándose en un codo tan rápidamente que ella se estremeció. 293
—¿Qué?
—¡Solo quería saber si alguna vez podrías quererme para más que hacer el amor! —
exclamó. Tristan la miró como si le hubiera crecido otra cabeza, y los nervios de
Joan se rompieron. Se lanzó fuera de la cama—. ¡Oh, no importa! Fui tonta al
preguntar, podría haber sabido que no que no escucharías racionalmente ni darías
una respuesta digna…
—No. De acuerdo. Me disculpo. —Pasó una mano por su rostro—. Ven aquí.
—No, gracias. Enviaré a Polly por algo de té, y encontraré un buen libro para leer.
—No toques esa campana —advirtió mientras ella alcanzaba la cuerda—. No hasta
que te dé mi respuesta.
—La respuesta es no, no creo que algún día pueda llegar a preocuparme por ti. —
Repitió su énfasis en ciertas palabras—. Estoy bastante seguro de cómo me siento
con respecto a ti, y cómo espero continuar sintiéndome con respecto a ti por los
siguientes cincuenta años. Mi pregunta es, ¿por qué quieres saber? ¿Y qué en la 294
—¡Lo hizo! Mi madre me dijo que lo haría… ¡ella estaba medio asustada de que
acabaría desafiándote a un duelo si te negabas!
Sus labios se separaron cuando se dio cuenta de lo horrible que debían haber
sonado sus palabras.
—¡No! Es decir, no creo que te tenga mucho afecto, pero estaba tan preocupada
por papá, él solía ser tan imprudente y temerario como tú, y le preocupaba que
pudiera perder su temperamento si tú no estabas de acuerdo.
Él dio un asentimiento.
—También le dije que yo era tan culpable por cualquier escándalo como lo eras tú
—añadió Joan en voz baja—. Nunca te aprovechaste de mí, al menos no cuando no
quería que lo hicieras. No quería que pensara peor de ti de lo que pensaba de mí,
porque la culpa era igual.
—¿Oh? —Inclinó su cabeza hacia atrás—. ¿Incluso esa primera vez que te besé, en el
baile de Malcolm?
—Difícilmente invité a eso —dijo cuidadosamente—. Pero, una vez que empezaste,
no hice mucho esfuerzo para pelear contigo…
—¿Querías hacerlo?
Titubeó.
—No. 295
—Entonces —dijo Joan cuando no dijo nada más—, ¿todo esto es porque estaba
dispuesta?
Él lo consideró un momento.
Asintió.
—Bien. Porque, para responder a tu pregunta, lo supe esa noche… antes de que te
atrajera a la perdición y al libertinaje… pensé que quería casarme contigo. Al otro
día fui con mi abogado y le dije que comenzara a preparar un contrato de
matrimonio. Incluso tenía intenciones de hacer lo correcto y visitar apropiadamente
a tu padre en Bath, pero se me adelantó regresando a Londres. Así que tú, y tu
madre, pueden estar seguras de que él nunca estuvo en peligro alguno cuando vino
a verme por tu mano en matrimonio.
—Me dio un sermón muy severo —dijo Tristan—. Supongo que el tipo de cosas que
un hombre podría darle a su hijo, antes que su hijo se casara, sobre ser un esposo
respetable y cómo tratar con los estados de ánimo y los caprichos de una mujer. —
Sonrió suavemente ante su ceño fruncido—. También pudo haber mencionado que
es un excelente tirador, y no dudaría en provocar algunas heridas superficiales a un
yerno que lastimara el corazón de su hija. Pero aparte de eso, no se intercambiaron
amenazas. —Inclinó la cabeza y la miró—. Y nunca respondiste mi pregunta: ¿por
qué quieres saberlo? 296
—Es bueno para una dama saber dónde está con su esposo.
—Y para un hombre saber dónde está con su esposa —respondió—. ¿Tu padre vino
a verme debido a, o a pesar de tus deseos?
—No.
—No.
Su mandíbula se tensó.
—Por mi fortuna.
—No.
—Sabrías que estaba mintiendo si dijera que eso no influyó en mis sentimientos —
dijo, ruborizándose más que nunca—. Pero no… parece evidente que una dama
puede encontrar placer con más de un hombre, así que no supuse que nuestra…
nuestra…
—Sí, eso… no creí que solo eso significara que estábamos destinados a estar juntos
—terminó, luchando por mantener su equilibrio incluso cuando sus palabras hacían
que su corazón dejara de latir. 297
—Ah —dijo—. Estabas equivocada. Este tipo de pasión no surge todo el tiempo.
—Por supuesto que no tenía la intención de hacerlo, pero lo hice —agregó con más
calma—. Y me gustaría saber si crees que alguna vez podrías interesarte en mí de
alguna manera similar.
Se estremeció.
—¿Nunca?
—Estoy bastante seguro de que ya estoy enamorado de ti —dijo—. Aunque si
pretendías presentar un argumento sobre por qué debería estarlo, escucharé con
mucha atención.
—¡Más te vale! —dio una palmada sobre su boca, con los ojos muy abiertos—. ¿Qué
dijiste?
Su boca se arqueó.
—Tienes la altura perfecta —dijo—. Y cualquier hombre que pudiera pensar que no
estabas hermosa cuando usaste ese vestido dorado, está ciego.
—¿Cuándo he hecho algo solo para salvar los sentimientos de alguien? —Colocó un
brazo alrededor de su cintura y la acercó hacia él con fuerza—. Te amo a medio
camino de la locura, Lady Burke —murmuró, sus labios rozando los de ella.
—Entonces bésame.
Hizo una pausa, sus ojos verdes brillantes bajo sus párpados.
—Te amo —dijo, apenas dejando salir la última palabra antes de que su boca
descendiera en la de ella, hambrienta y deseosa y llena de alegría, de alguna
manera. Joan lo besó de vuelta con todo el entusiasmo en su corazón—. Te amo —
dijo otra vez, cuando finalmente levantó la cabeza—. Desesperadamente. Nunca te 299
faltará otra vez. Y tu amor siempre me importará, así que será mejor que me digas al
menos una vez a la semana que aún me amas también.
—Si este es el estímulo que voy a recibir, creo que podría derramar las palabras más
de una vez a la semana. —Estaba mirando hacia abajo con aprobación, y Joan se dio
cuenta de que su camisón desabrochado se había abierto; sus pechos desnudos
estaban contra su pecho.
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A
veces toma un escándalo…
… hasta que Benedict Lennox comienza a cortejar a Abigail. Ben es todo lo que
Sebastian no: rico, encantador, heredero de un conde. Sebastian no renunciará a la
única chica que ha amado sin una pelea, pero Abigail debe escoger entre el
caballero sin un peso que mueve su corazón, y el pretendiente que es todo lo que
sus padres quieren.
Scandalous #2
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