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MARIPOSA

LA VIDA BREVE DE UNA GRAN PERSONA

BIOGRAFÍA COMENTADA DE
NADIA VANESA CORRALES RODRÍGUEZ

POR:

JOSÉ DE JESÚS CORRALES CASTILLO

AGOSTO DE 2016

1
2
Con mi amor de padre, a la memoria de Nadia Vanesa

Corrales Rodríguez, persona e hija ejemplar

3
Lo bueno se va o se muere.
(Refrán popular)

El Señor dio y el Señor quitó. Bendito sea el nombre del Señor.


(La Biblia. Job 1:21)

Nunca se olvida a una persona, simplemente se aprende a vivir sin ella.


(Anónimo)

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CONTENIDO

PREFACIO, 6

Los antecedentes, 8

El nacimiento y los primeros años, 8

El comienzo de la escolaridad: los años del Preescolar, 10

En la escuela primaria, 12

Los años de la Secundaria: la historia se repite…, 21

El viaje a Europa, un capítulo aparte, 26

El periodo de Bachillerato (2010-2013): De niña a mujer…, 31

Mazatlán, agosto de 2011: ¿El principio del fin?, 35

Los preparativos para iniciar el nuevo ciclo de estudios, 41

La tragedia… y lo que vino después: una postbiografía, 42

EPÍLOGO, 48

ANEXO: ¿CÓMO ERA VANESA? OTRAS VISIONES, 52


APÉNDICE: UN HECHO EXTRAORDINARIO, 57

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PREFACIO
El presente escrito pretende ser la historia abreviada de una persona: niña, primero,
adolescente y joven, después, quien a una edad muy temprana, un poco después de haber
cumplido los 18 años, se despidió de este mundo, dejó de existir… aquí. Ella era mi hija. Se
llamaba Nadia Vanesa, aunque en la familia solíamos llamarla solo “Vanesa”.
Según algunos autores, el nombre Vanesa, en griego, significa ‘mariposa’. Como se sabe, las
mariposas están entre los insectos que tienen más corta vida: el promedio de vida de una
mariposa es de alrededor de un mes, si bien hay algunas, las más pequeñas, que suelen vivir
aproximadamente una semana, y otras, las más grandes, que tienen un promedio de vida de
unos nueve meses. De cualquier modo, una vida corta, si se le compara con la de otros
animales de su género. En esto se dio, pues, una desafortunada coincidencia con mi hija, con
nuestra hija, que tuvo una vida demasiado breve. De ahí, la primera parte del título de esta
sencilla obra. Por las razones que más adelante expongo, considero que, en muchos aspectos,
Vanesa fue una persona buena y positiva, una gran persona; por ello, la segunda parte del
título de este escrito.
Poco después de un año de haber fallecido nuestra hija, en octubre de 2014, cuando el dolor
que nos causó su partida se había mitigado un poco, me nació la idea de escribir una especie
de biografía suya “a fin de que su paso por este mundo no quedara olvidado; para que hubiera
un documento que reseñara, aunque fuera de manera sintética, su vida y su actuación en este
plano de existencia” (así lo anoté en mi diario de propósitos). Con esta intención en mente,
primeramente escribí y publiqué en redes sociales, una sinopsis biográfica de Vanesa, en
menos de una cuartilla (cinco párrafos). No obstante, al final de ese escrito señalaba yo que,
aun cuando “una vida puede resumirse en unos cuantos párrafos, (…) el sentido que esa vida
tuvo para quien la vivió y para las personas que le rodearon, la forma en que esa existencia
se vivió, la manera en que se actuó en el mundo y se interactuó con los demás, las formas
que asumieron esas relaciones, los vínculos que se establecieron, las actitudes ante la vida,
etc., todo eso no se puede expresar en tan corto espacio”. Por ello, manifestaba ahí mismo mi
propósito de escribir una “biografía comentada” de Vanesa, en la que abordaría esos aspectos
y otros más de su existencia.
Después de esto, envié, usando el Facebook de la propia Vanesa, un mensaje a quienes ella
había señalado, ahí mismo, como sus mejores amigos: en realidad, un grupo grande de
personas −casi todos jóvenes−, pues nuestra hija era muy amiguera. En este mensaje reiteraba
yo el propósito mencionado e invitaba a todos ellos a colaborar conmigo en la construcción
de la biografía que tenía en mente “a fin de tener una perspectiva más completa de la vida de
mi hija” –les decía−. Además, les sugería, por medio de preguntas, algunos tópicos sobre lo
cuales podrían contar o comentar algo: el carácter de Vanesa, sus cualidades y defectos, sus
actitudes ante la vida y ante los demás, su comportamiento con sus amistades, compañeros y
maestros, etc. Al final, agradecía anticipadamente por la información que pudieran
proporcionarme. Aunque al principio varias personas contestaron que colaborarían con gusto,
lamentablemente pocas −solo cinco− lo hicieron, enviándome por escrito sus opiniones y
comentarios sobre algunos de los aspectos sugeridos.
De esta manera, comencé a elaborar el escrito que tenía previsto, aprovechando para ello los
tiempos libres, pocos en realidad, que me quedaban, después del cumplimiento de los deberes
y obligaciones laborales y familiares. Entre los deberes familiares, destacan, por su

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importancia y magnitud, los cuidados y atención a mi padre, un hombre mayor, de más de 88
años, quien, un año antes de que falleciera Vanesa, había sufrido un accidente que le ocasionó
múltiples fracturas óseas, de algunas de las cuales no pudo recuperarse, por lo que quedó
prácticamente postrado en cama, con pocas posibilidades de movilidad. Debido a estas
circunstancias, el avance en la escritura de la biografía fue muy lento y, por consecuencia, el
tiempo que me llevó concluirla fue mucho mayor del que esperaba y deseaba.
Para la elaboración de este escrito, y no queriendo limitar su contenido solo a lo que yo
espontáneamente recordara, me apoyé en la consulta y revisión de diversos documentos,
fotografías, etc., referentes o vinculados con la trayectoria de vida de Vanesa. Asimismo,
recurrí a los recuerdos de mi esposa Guadalupe, que tiene mejor memoria que la mía y es
capaz de recordar detalles, a veces mínimos, de los sucesos que para mí pasan desapercibidos.
Gracias a esto pude, pues, recuperar y ofrecer aquí información más precisa sobre diversos
aspectos de la vida de nuestra hija.
El resultado de este trabajo ha sido, pues, un conjunto de apuntes biográficos sobre Vanesa,
desde mi perspectiva, como su padre. En el desarrollo de este escrito se sigue, desde luego,
un orden cronológico, de acuerdo al cual, después de abordar los antecedentes de la venida
al mundo de Vanesa y luego su nacimiento y los primeros años de vida, se presentan sendos
apartados que abordan las distintas etapas de su escolaridad: Preescolar, Primaria, Secundaria
y Bachillerato. Se decidió organizar así esta parte del escrito porque los periodos escolares
suelen tomarse comúnmente como referente para conocer y/o evocar los sucesos importantes
en el trayecto de vida de las personas –sobre todo de las personas jóvenes−, quizá porque las
edades a que corresponden estos periodos están bien delimitadas: 4-6, 6-12, 12-15 y 15-18
años, respectivamente. Al menos para mí, como padre, resultó más fácil rememorar aspectos
y acontecimientos de la vida de nuestra hija tomando como base estos referentes de su
escolaridad.
La parte final del escrito resultó, inevitablemente, la parte más triste, pues en ella doy cuenta
de las circunstancias en las que ocurrió el deceso de Vanesa y narro, también, las vicisitudes
que hubimos de vivir después de este lamentable acontecimiento, en los días difíciles que
siguieron al mismo y hasta el momento en que dimos sepultura al cuerpo de nuestra hija.
Por último incluyo, como un anexo en este trabajo, en sendas transcripciones, los escritos
que me hicieron llegar los cinco compañeros(as) y amigos(as) de Vanesa, un hombre y cuatro
mujeres, que respondieron cuando solicité aportaciones para enriquecer esta biografía. Como
se verá con la lectura de estas colaboraciones, existen muchas coincidencias, tanto en las
perspectivas de los autores de estos escritos entre sí como entre las visiones de ellos(as) y la
mía, respecto no solo de las características y cualidades de Vanesa sino también de otros
aspectos de su vida y su manera de pensar y sentir. También incluyo en las partes últimas,
como apéndice de la biografía, la reseña de un hecho que me parece extraordinario,
relacionado con nuestra hija, pero que ha ocurrido después de su partida de este mundo.
El propósito de este trabajo es, como decía al inicio, dar a conocer lo que fue la vida de mi
hija, en sus diversas etapas y facetas para, con ello, contribuir de alguna manera a honrar y
perpetuar su memoria, considerando que su vida fue una vida ejemplar, la vida de una buena
persona, y que, por ello es una vida que merece ser contada y comentada. Interesa, por ello,
ensalzar las virtudes de Vanesa, que fueron muchas, a fin de que sean conocidas por quienes
lean este escrito

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Los antecedentes

Vanesa vino al mundo en una familia que estaba integrada por: su padre, quien esto escribe;
su madre, Guadalupe Rodríguez González, y dos hijos de estos: Jesús Alfredo, el mayor, que
había nacido el 21 de mayo de 1989, y Alán Guillermo, el menor, que nació el 21 de mayo
de 1992 (una gran coincidencia en el día y el mes de nacimiento de los hermanos, incluso
casi a la misma hora, con solo 30 minutos de diferencia; coincidencia que fue, en parte,
resultado de una cierta planificación –en el caso del segundo hijo−).
Después que nació nuestro primer hijo, deseábamos que el segundo fuera mujer para así
asegurarnos que tendríamos la “parejita”, como suele decirse; para ello hicimos lo que estuvo
a nuestro alcance (esencialmente, una calendarización basada en la teoría del biorritmo
aplicada a la mujer, futura madre); pero, como puede verse, no tuvimos éxito. Sin embargo,
en la planificación de nuestro tercer hijo lo seguimos intentando y, ahora basándonos en el
llamado “Método Billings”, al parecer, −digo “al parecer” porque bien pudo haber sido solo
una casualidad− sí lo logramos, pues fue entonces cuando llegó Vanesa. Así pues, ella fue la
tercera de tres hijos, con dos hermanos hombres que le precedieron, mayores que ella tres y
seis años, respectivamente.
En mis plegarias al Señor, durante los meses anteriores al nacimiento de Vanesa, solía pedir
fervientemente que en el nuevo ser que llegaría encarnara un alma que fuera afín y compatible
con quienes ya formábamos esta familia. Creo que el Señor me escuchó y me concedió esto
que yo le pedía, pues, en efecto, nos envió un alma que supo armonizar con quienes ya
estábamos aquí. Ahora siento que mi plegaria fue incompleta, ya que en ella no contemplé la
permanencia de esa alma en este plano de existencia: quizá debí pedir que esa alma no se
fuera antes de que yo, o de que ambos padres, hubiéramos partido…

El nacimiento y los primeros años


Con estos antecedentes, Vanesa vio la luz por vez primera en la ciudad de Durango, el 26 de
mayo de 1995, un viernes, algo entrada la noche, a las 23:20 horas. Nació en la Clínica No.
1 del Seguro Social, mediante un trabajo de parto que fue relativamente sencillo y rápido…
en el alumbramiento, mas no así en la atención posterior a la madre, que fue demasiado lenta
y en la cual, debido seguramente a la inexperiencia de la médico que la atendió, mi esposa
recibió grandes dosis de anestesia, a grado tal que estuvo a punto de tener un colapso por esta
causa. Afortunadamente, fuera de esto, no sucedió algo más grave.
Yo conocí a Vanesa hasta el día siguiente, cuando dieron de alta a Lupe –como llamo a mi
esposa− y ambas salieron de la clínica; yo, con un sentimiento mezcla de nerviosismo y la
emoción de tomar en tomar en mis brazos a nuestra primera –y única− hija. Así, me encontré
con una linda bebé –no podía parecerme de otro modo−, un poco gordita y “cachetona” (había
pesado 3.2 kg. al nacer), que tenía mucho pelo, de color negro. De la clínica nos fuimos a
casa de mis suegros, la Sra. Ma. de Jesús González y el Sr. Fernando Rodríguez, donde Lupe
permaneció algunos días, hasta su recuperación.
Algo que en la familia recordábamos con particular curiosidad era la forma ten delicada en
que, por esos días, yo tomaba en mis brazos a la recién nacida, ya que solía ponerla sobre una
mullida almohada y después levantaba la almohada, con Vanesa sobre ella. Tanto así era mi

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cuidado para con ella, o quizá mi temor de maltratarla si la tomaba directamente entre mis
brazos.
Respecto a la elección del nombre para nuestra hija, su madre y yo decidimos proceder como
lo habíamos hecho con los primeros hijos, escogiendo el nombre de común acuerdo, es decir,
un nombre que nos gustara a ambos. Para ello hicimos una búsqueda en varios libros de
nombres, que yo tenía, y seleccionamos nombres que nos agradaran y que, además, tuvieran
bonito significado. Por mi parte, yo me preocupa, asimismo, porque los nombres tuvieran
cierta eufonía entre sí y entre estos y los apellidos que los acompañarían (en este caso,
“Corrales Rodríguez”, que contenían la repetición de un sonido fuerte, el de la erre), además
de hacer ciertas consideraciones numerológicas, de acuerdo con las equivalencias numéricas
de las letras de los nombres.
De esta manera, elaboramos, primeramente, una extensa lista de cerca de 35 nombres que
nos gustaron inicialmente. De esta lista nos quedamos con cuatro nombres selectos: Nadia,
Gabriela, Sonia y Vanesa. De estos cuatro, y después de hacer ensayos de combinaciones
entre ellos y considerando la eufonía con los apellidos, nos decidimos, finalmente, por el
doble nombre de Nadia Vanesa.
En relación con el significado de los componentes del nombre, teníamos claridad respecto a
uno de ellos: Nadia, nombre de origen eslavo que significa ‘esperanza’ (según uno de los
libros consultados, “Nadia” es una variante de “Nada”, que significa ‘esperanza para los
hombres’). En cuanto al significado del nombre Vanesa, no había acuerdo entre los autores
consultados, pues mientras que para algunos el nombre es de origen griego y significa
‘mariposa’ (o bien, ‘claridad’, ‘brillantez’), para otros, este nombre es de origen hebreo y
tiene el significado de ‘alegre’, ‘vivaz’, ‘atrevida’. Sea como fuere, los posibles significados
de este último nombre nos parecieron bellos, por lo que esta discrepancia entre los autores
no nos desanimó para elegirlo.
Pues bien, con el nombre mencionado, nuestra hija fue bautizada y registrada. El bautizo se
llevó a cabo en el templo de Catedral (cuyo nombre más formal es: Parroquia del Sagrario
Metropolitano), de la ciudad de Durango, en una ceremonia oficiada por el padre Enrique
Vargas Duarte y siendo padrinos de pila el Sr. Salvador Saracho Mercado y su esposa, la Sra.
Dora Elia Álvarez Herrera. Los padrinos eran los padres de un amigo y compañero de nuestro
hijo mayor, Chuyín –como lo llamábamos, entonces−, a quienes habíamos conocido
justamente a través del trato y la amistad de nuestros hijos. La inscripción en el Registro Civil
se llevó a cabo el 31 de julio de 1995, en la Oficialía No. 21, siendo presentada la registrada,
según reza el acta correspondiente, por nosotros, sus padres, y, dado que, aunque ya no se
exigía llevar testigos pero en el formato todavía figuraba este dato, firmaron como tales dos
“testigos de ocasión” que, según parece, eran trabajadores de la oficina y frecuentemente
fungían con ese papel y firmaban los documentos correspondientes.
Recuerdo a Vanesa, en sus primeros años, como una niña de fácil sonrisa. Algo que llamaba
la atención, como un rasgo muy propio, eran los hoyuelos que se le formaban en las mejillas
cuando sonreía. Esto me lleva a pensar que Vanesa tuvo una infancia muy feliz, rodeada de
muchas personas que la queríamos y que le prodigábamos nuestro afecto y cuidados: sus
padres, sus hermanos –a pesar de los celos naturales, ocasionados por su advenimiento en la
familia−, sus abuelos, sus tíos y sus primos… prácticamente, toda la familia.

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De sus hermanos, con el que tuvo una relación más cercana, fue con Alán, quizá por su
proximidad de edades. Sin embargo, esta relación no siempre era armoniosa: debido al
carácter juguetón y desparpajado de Alán, y tal vez por su condición de hombre y, además,
mayor que Vanesa, este frecuentemente “hacía renegar” a su hermana, gastándole bromas
pesadas –a veces, solamente de palabra−, quitándole cosas, etc. Pero, en momentos como
estos, hacía su aparición el hermano mayor, Chuyín, quien salía en defensa de Vanesa y
“ponía en su lugar” al hermano menor.

La bebé Vanesa

El comienzo de la escolaridad: los años del Preescolar


Cuando llegó el tiempo de entrar al Preescolar, esto no representó, para Vanesa, problema
alguno. Dado que sus dos hermanos habían pasado ya por este nivel educativo, ella sabía, a
través de estos, de las experiencias propias de la estancia en el Jardín de Niños y conocía el
de la localidad, que tiene por nombre “Francisco de Goya”, del Fraccionamiento Guadalupe.
Así que, por el contrario, ella deseaba ya entrar al “kínder”. Por ello, a los cuatros años de
edad ingresó a la escuela mencionada.
Uno de los pocos “tropiezos” que Vanesa tuvo en el Preescolar fue cuando una de sus
maestras, la educadora M., la mandó con la psicóloga del Jardín (o de la zona escolar) debido
a que, según la maestra, Vanesa era “muy poco sociable”, “demasiado seria”. La psicóloga –
que, de hecho, ya conocía a la niña, pues la había visto en muchas ocasiones, cuando iba con

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su mamá a recoger a Alán, su hermano−, después de diagnosticar a Vanesa, encontró que
esta no presentaba ningún problema, pues esa característica, si la había, era parte de la
personalidad de la niña, y así se lo hizo saber a la maestra. Creo que el problema eran las
percepciones de la educadora, quien, por motivos baladíes (“demasiada lentitud para hacer
sus trabajos”, además de la zurdería), había “canalizado” también a nuestro segundo hijo,
Alán, al Centro de Rehabilitación y Educación Especial (CREE), donde, igualmente
encontraron que no había anormalidad alguna en el niño. (De hecho, el tener a Alán en el
CREE sí representó, para la maestra que lo atendía, algún problema, pero en el sentido de
que Alán terminaba sus tareas más rápido que sus compañeros y luego le daba por ayudar a
estos).
Desde muy pequeña, Vanesa mostró una notable precocidad en el desarrollo de su lenguaje,
tanto oral como escrito.1 En lo oral, habiendo empezado muy pronto a hablar, es decir, a
emitir “palabras” y “frases” con sentido, su lenguaje, además de ir haciéndose cada vez más
claro, fluido y completo, se volvía, asimismo, más “elegante” y “refinado”, pues Vanesa solía
incorporar a este palabras y expresiones inusuales en los niños de su edad e incluso en el
habla adulta común.2
En cuanto a la lengua escrita, Vanesa también tuvo avances tempranos en la adquisición
espontánea de esta, tanto “leyendo” como “escribiendo” (es decir, haciéndolo a su manera).
Por otra parte, creo que el conocimiento de la lengua escrita, sus usos y funciones también
hacía que su expresión se volviera más rica e “inspirada”. Por ejemplo, a su edad de cinco
años y cinco meses, anotaba yo que le daba por improvisar “poemas” (según ella, los “leía”
después de “escribirlos” en su cuaderno [a veces, eran solo unas pocas letras]). La siguiente
anotación corresponde a una de esas “composiciones”:
“El Sol cambia de noche; las nubes se… Dios cambia las nubes. Al veloz de su habilidad, los
pájaros cantan contigo como tú chiflas, ellos cantan y chiflan. Aun de las nubes, las plantas
florecen, aun de ti. Cuando tú cambias, tú vas creciendo, aun de tu habilidad, tú vas creciendo
y cambiando. Cuando hueles las flores… te gustan, pero te gustan a ti”, etc. “Y para terminar,
el sol canta contigo, los pájaros cantan contigo y vas creciendo”, etc. (Enlazaba frases de
diferentes ideas).
Como puede verse, a veces decía cosas incoherentes, pero en otras ocasiones, le salían piezas
muy bellas, aunque no fueran muy lógicas. He aquí otro ejemplo:
“Cuando empiezo a cantar… a chiflar, mis labios se juntan aún. El Sol se parece al mar. El
Sol, cuando las nubes son tan tiernas como el Sol. Cuando hueles las flores, huelen tan rico.
Cuando yo quiero algo, algunos son muy amables. El Sol se florece como las nubes… Las
1
De esto pude darme cuenta porque durante varios años estuve llevando un registro de, entre otras cosas,
expresiones y frases que emitía Vanesa, a fin de conocer, y analizar después, su evolución en el desarrollo del
lenguaje. Esto mismo había hecho ya con nuestros primeros hijos, aunque en el caso de Vanesa, el registro fue
más exhaustivo y completo.
2
Considérense, al respecto, frases como las siguientes, que Vanesa empleaba con toda propiedad, entre los tres
y los cuatro años de edad:
-“Alán, ven al piso y te mostraré (es decir, ‘te enseñaré’) algo” (3 años, 5 meses).
-“¿Dónde venden cometas (en vez de ‘papalotes’, que es más común)? (3 años, 5 meses).
-“Este angelito me pertenece” (3 años, 6 meses).
-“No, pero me refiero a esas uñas” (3 años, 6 meses).
-“Y, ya que lo mencionas, ¿ya no estás enojado?” (3 años, 6 meses).
-“Le dije (a su tía) sobre (es decir, ‘acerca de’) mi pelota” (3 años, 6 meses).

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plantas crecen como nosotros. Nosotros somos seres vivos”, etc. “Cuando es tan tierna y
cariñosa, nuestros padres son felices…”, etc.
Vanesa, a esta edad, era una niña muy cariñosa y, particularmente conmigo, su “papi”, muy
efusiva. Recuerdo que se complacía en darme besos en la mejilla. Yo, a modo de juego, la
“reprendía”, diciéndole que era una niña “besucona”; y ella, también jugando, volvía a
besarme repetidamente.

Vanesa, la niña “besucona”

En la escuela primaria
El ingreso de Vanesa a la escuela primaria, a la edad de seis años, en la escuela “Ford 95”
del fraccionamiento donde vivíamos, marcó el inicio de una larga y fructífera carrera de
éxitos como estudiante, según puede verse tanto en las calificaciones que aparecen en sus
boletas de todos los grados de este nivel como en los comentarios que sus maestras (no tuvo
maestros en primaria) anotaban en el espacio de “observaciones”, que contenían estos
documentos. Sus promedios de calificaciones finales de grado oscilaban entre 9.6 y 9.8 y su
certificado de estudios de primaria muestra un promedio de 9.8. Por otra parte, los
comentarios vertidos por sus maestras de grupo −además de sus múltiples felicitaciones
expresadas por todas ellas− nos dan una idea de la clase de alumna que era Vanesa: “Nunca
dejes de ser una buena alumna” (maestra de 1º. y 2º. grados); “Muy bien”, “Sigue así y serás

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una alumna triunfadora” (maestra de 3º. y 4º. grados); “Es una niña muy dedicada y
responsable”, “Siga adelante” (maestra de 5º. grado); “Es cumplida con sus tareas y atenta
en las clases”, “Es responsable, atenta, respetuosa. Sigue siempre así” (maestra de 6º. grado).
Comentarios similares aparecían en sus boletas de la clase de inglés, que se entregaban por
separado y en las cuales sus calificaciones tampoco bajaron de 9.6.
En 2004, cuando cursaba el 3º. o 4º. de Primaria, Vanesa empezó a interesarse por la pintura.
De hecho, desde muy pequeña había mostrado gusto y aptitudes para el dibujo −aunque ella
a veces no lo reconocía, sobre todo cuando quería que yo le hiciera algún dibujo que ella no
podía hacer, o bien, habiéndolo hecho, no se sentía satisfecha de sus trazos−. Sin embargo,
por este tiempo formalizó su afición: se inscribió en un taller de pintura que se impartía en la
Escuela Normal del Estado. Durante su permanencia en este taller realizó, con la guía y ayuda
de su maestra, cuadros al óleo muy bellos, con motivos diversos, basándose en litografía o
figuras que le agradaban. Por ejemplo, en 2004 pintó la cabeza de un unicornio; en 2005, un
cuadro con alcatraces y, más tarde, un par de osos blancos danzando en el hielo (véanse las
fotos en seguida). Estos cuadros, después fueron enmarcados y ahora adornan las paredes de
nuestra casa.

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En los últimos grados de la Primaria, quizá cuando empezó a aumentar más su estatura,
Vanesa incursionó en el terreno del básquetbol. Llegó a formar parte del equipo de la escuela,
con el cual participó en un torneo nacional de las escuelas Ford, llegando precisamente a la
etapa nacional, que se llevó a cabo en Tlalneplantla, estado de México, y en el cual la escuela
Ford 95 obtuvo el segundo lugar. Lamentablemente, al concluir su educación primaria,
terminó también la afición de Vanesa hacia este deporte.
Como consecuencia de este desempeño sobresaliente, al término de cada ciclo escolar se le
entregaban a Vanesa diplomas de reconocimiento y felicitación por su “excelente
aprovechamiento” –según reza en uno de estos documentos−, además de los que recibía por
participar y destacar en diferentes concursos y actividades (lectura, oratoria, etc.). También,
y como era de esperarse, Vanesa fue elegida para formar parte de la escolta de la escuela, en
el último año que permaneció en este centro (6º. grado).
Había, sin embargo, un tipo de consecuencias, que podemos llamar “efectos no deseados” de
su destacado desempeño escolar: las envidias y rivalidades que esto le acarreaba con algunos
compañeros… e incluso con una que otra madre de familia. En efecto, en varios grados de la
primaria, hubo compañeros(as) de Vanesa que rivalizaban con ella, tratando de obtener a toda
costa los primeros lugares que nuestra hija ostentaba, tanto en aprovechamiento como en
algunas actividades en particular… y a veces sin “jugar limpio” (hablando de concursos, por
ejemplo), como Vanesa sí solía hacerlo. Estas situaciones, desde luego, provocaban en ella
cierta tensión, dado que, de cualquier manera era una niña sensible. Recuerdo que en
ocasiones llevaba a la casa muy triste; y cuando la interrogábamos sobre la causa, se ponía a
llorar, desahogando con nosotros su malestar por algunas actitudes o dichos de ciertos(as)
compañeros(as). No obstante, estas dificultades nunca la arredraron y puede decirse que, con
nuestro apoyo, siempre salía adelante.
Huelga decir que todos los reconocimientos y felicitaciones que se le entregaban a Vanesa
eran (y lo siguieron siendo en los niveles posteriores, secundaria y bachillerato, pues el éxito
como estudiante continuó durante estos) un gran motivo de orgullo y satisfacción para
nosotros, sus padres, y quizá en mayor medida para mí, que, de alguna manera, me “veía” en
mi hija, ya que, modestia aparte, también fui un estudiante destacado –y reconocido− en
algunos tramos de mi escolaridad, empezando con la educación primaria…
Vanesa siguió siendo una niña –y más tarde, una joven− muy cariñosa y, aunque a esta edad
sus muestras de afecto para conmigo ya no eran tan efusivas como en la edad preescolar, de
todos modos cualquier oportunidad era aprovechada por ella para expresar su cariño y amor,
tanto físicamente (abrazos, besos…) como verbalmente.
Algo que no podré olvidar, por ser un detalle muy significativo, son las tarjetas de felicitación
que, haciendo gala de la creatividad que caracterizaba a Vanesa, solía elaborar ella misma
para regalarme (también a su mamá) en ocasión de mis cumpleaños, así como del Día del
Maestro y, no se diga, del Día del Padre. Prácticamente desde que aprendió a escribir empezó
a elaborar este tipo de mensajes, muestra, en mi caso, de su gran amor filial. De manera
particular, recuerdo una de las primeras tarjetas que me dedicó, en ocasión del Día del Padre,
en la cual me decía, con un espontáneo candor: “Eres el mejor papá que he tenido”. Después
vinieron muchas más, con mensajes más elaborados –además de los dibujos con los que las
adornaba−, algunos tan inspirados y hermosos que, al leerlos, hacían que se me salieran las
lágrimas –así como ahora mismo, al escribir esto− de la emoción que me provocaba el

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conocer los nobles sentimientos que “mi niña” –como yo solía llamarla− albergaba en su
joven corazón.
A continuación reproduzco el texto, seguido de la imagen respectiva, de dos tarjetas como
las que Vanesa me regalaba frecuentemente, ambas elaboradas cuando cursaba el 5º. grado
de Primaria. La primera, que fue elaborada para el 17 de noviembre de 2005, en ocasión de
mi cumpleaños, dice así:
“FELIZ CUMPLEAÑOS
DE Vanesa
Para Papaya malvado (‘Papaya malvado’ era yo; era el apelativo de cariño/broma con el que
Vanesa solía nombrarme: ‘papaya’ era por ‘papá’).
Papi hoy es tu cumpleaños
Un día muy especial
Porque cumples 54 años de sabiduría y de amor para nosotros tu familia.
54 años de aprendizaje
54 años de amar a las Personas
54 años de creer en ti mismo
Y la lista sigue y sigue
Porque tu cumples 54 años de amor, por nosotros y otras personas.
Lo que quiero decir es que nos quieres mucho al igual que nosotros a ti. Por eso te festejamos
este día tu cumpleaños.
17-11-05
Felicidades”

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La segunda felicitación –que aquí transcribo literalmente− me la regaló el 15 de mayo de
2006, por el Día del Maestro; dice lo siguiente:
“De: Vanesa
Para: Papi, maestro, papaya.
Felicidades
a
mi maestro
¡¡¡el mejor del mundo!!!
Felicidades papi:
-Por enseñarme la mayor parte de las cosas que se.
-Por siempre tener una respuesta a mis preguntas
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Y por muchas cosas mas…
Pues aunque no te he visto dar clase algo me dice que eres un exelente maestro.
A quien yo admiro mucho, por su trabajo y su dedicación.
Felicidades
-Por dejar tu halma y tu voz en cada clase. Y
-Por explicarme cada cosa que no comprendo.
Para mí siempre seras el mejor maestro.
Tu siempre
tienes
un diez.
maestro papi”.

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Como puede en el texto de esta última felicitación, Vanesa expresaba ya una naciente y gran
admiración por su “papi”, por mí… Esta admiración, como veremos más adelante, se fue

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acrecentando con el paso del tiempo, conforme Vanesa conocía más facetas de mi vida y mi
persona.
Desde los últimos años de la Primaria, se perfilaba ya lo que sería el físico de Vanesa, con
sus rasgos característicos: alta, delgada, de tez morena, de ojos y boca grandes, y pelo negro.
Por estos años Vanesa tenía una larga cabellera, que despertaba la admiración de la gente.
Como no se cortaba el pelo, este le creció mucho y le llegaba hasta casi la altura de las
rodillas, lo cual era objeto de los elogios de muchas personas, sobre todo mujeres.
Comentarios como: “¡Mira, qué bonito cabello!”, “¡Qué largo cabello!”, “¿No te lo cortas,
Vanesa?”, etc., se dejaban escuchar frecuentemente en las personas que recién la conocían.
En lenguaje coloquial, decíamos que le “chuleaban” mucho su cabello. Por lo demás, esto
tenía un cierto “costo”, por el trabajo que implicaba el cuidado de su pelo, sobre todo el
lavado y el arreglo o peinado del mismo, tarea, esta última, de la cual se encargaba su mamá,
pero con las consecuentes quejas de Vanesa por los frecuentes estirones al peinarla o hacerle
sus trenzas.

Los años de la Secundaria: la historia se repite…


Vanesa ingresó a la Secundaria en 2007. La escuela donde realizó estos estudios fue la
Técnica No. 67, “José Ramón Valdez”, que también se ubica en el fraccionamiento donde
vivíamos. A pesar de las dificultades y problemas que implicaba el cambio de la Primaria a
la Secundaria (por ejemplo, los cambios de horarios; el nivel de exigencia, mayor en la
Secundaria; el hecho de tener un diferente maestro para asignatura, entre otros), el desempeño
de Vanesa como estudiante en este nivel no fue muy diferente del que había tenido en la
Primaria. En lo cuantitativo, puede apreciarse esto revisando los promedios generales que
obtuvo en este ciclo: 9.5 en el primer grado; 9.3 en el segundo grado y 9.8 en el tercero,
finalizando con un promedio de 9.5 en su certificado de estudios de Secundaria. Desde una
perspectiva cualitativa, se puede decir que su desempeño en este nivel fue aun mejor que el
que tuvo en la Primaria, debido, en parte, a que Vanesa fue adquiriendo mayor madurez en
aspectos como: hábitos de estudio, formas de presentar los resultados de sus aprendizajes,
participación en el trabajo grupal, etc., así como en la adopción de actitudes favorables al
estudio y el aprendizaje, como: interés, disciplina, responsabilidad, entre otras. Todo esto
contribuyó, además, a que Vanesa fuera logrando, también aquí, el reconocimiento de sus
maestros y un cierto liderazgo entre sus compañeros.
Otras cualidades que ayudaron a Vanesa a salir adelante en sus estudios fueron: su
perseverancia y una actitud positiva para responder a los retos que la escuela le planteaba.
Dos ejemplos que ilustran estas cualidades fueron las formas en que resolvió sus dificultades
en dos asignaturas, Matemáticas y Español, dificultades relacionadas, en ambos casos, con
el nivel de exigencia de los profesores que las impartían. En el caso de la asignatura de
Matemáticas, encontré que Vanesa obtuvo una muy buena calificación (9.6) en el primer
grado, pero en el segundo, en que le tocó un maestro (el Profr. R.) que tenía fama, en la
comunidad escolar, de ser demasiado estricto, tanto para enseñar como –sobre todo− para
evaluar, sus calificaciones en esta asignatura bajaron notablemente. Aunque durante el año
se advirtió una evolución ascendente, pues empezó con una calificación de 6.0 en el primer
bimestre (caso extraordinariamente raro en Vanesa) y terminó con 9.0 en el último bimestre,
de cualquier modo el promedio anual fue de 7.2. Si bien en el sistema de evaluación del Profr.

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R. esta calificación se consideraría alta (¿cómo estarían las demás?), a Vanesa, desde luego,
no le satisfizo. Por ello, lejos de conformarse con esa situación, decidió tomar medidas para
que esto no volviera a suceder en lo futuro. Así, aun cuando las Matemáticas no eran de sus
asignaturas preferidas –o quizá más bien por ello−, al año siguiente se inscribió en un taller
de Matemáticas que la escuela ofrecía, en horario extra-clase, para los alumnos que desearan
mejorar sus competencias en esa materia. Con la asistencia a estas clases Vanesa
efectivamente mejoró no solamente en su comprensión y desempeño sino también en su gusto
por las Matemáticas, de tal manera que en ese año su promedio anual de calificación en esta
asignatura subió a 9.8 (!). Quizá esta mejora en su calificación se haya debido, en parte, a
que ya no le tocó el mismo maestro que en el segundo grado, pero creo que, en gran medida,
fue una consecuencia del empeño, la dedicación y el esfuerzo que puso en esta materia para
salir adelante airosamente (¡Esa era Vanesa!, ¡Esa era mi hija!).
La ficha psicopedagógica que le extendieron a fines del último año de Secundaria da fe de
estos logros, pues como área, campo o asignatura destacada se señalaba a Matemáticas.
En la asignatura de Español ocurrió algo similar, aunque menos drástico, ya que no ocasionó
que su calificación bajara tanto como en Matemáticas. En este caso, le tocó al grupo de
Vanesa un maestro, el Profr. M., que, además de ser muy exigente, esa partidario de la
enseñanza y aprendizaje de los aspectos formales de la lengua (gramática), por lo que puso
en jaque al grupo durante el tiempo que trabajaron con él. En este caso, la respuesta de Vanesa
fue la de dedicar mayor tiempo y empeño a esta asignatura, para poder satisfacer las
demandas del profesor y, también, con cierta frecuencia, el recurrir a su maestro en casa, o
sea yo –que soy profesor de lengua y literatura− para recibir ayuda y sortear algunas
dificultades o dudas que le surgían. Recuerdo una ocasión en que tuve que quedarme
trabajando con ella hasta cerca de las cinco de la mañana, ayudándole para que pudiera
cumplir con una tarea que el Profr. M. les había encargado y que tenía que entregar al día
siguiente (¡y la hora de entrada a la escuela era a las 7:20!). En realidad, no era muy
infrecuente que Vanesa se desvelara por cumplir con las tareas que le encargaban los
diferentes maestros en la Secundaria, debido, en gran parte, a que ella muy esmerada y
cuidadosa con los trabajos y tareas que tenía que realizar; sin embargo, raras veces se quedaba
tan tarde como en aquella ocasión.
Por otra parte, esta experiencia de trabajo con el Profr. M. y la inclinación de este por insistir
en el dominio de las cuestiones gramaticales por parte de los alumnos despertó el interés de
Vanesa por el estudio de la lengua, además de ayudarla a mejorar aun más su escritura, pues
ahora ya contaba con el conocimiento de elementos más normativos para escribir. ¿Acaso
influiría en esto el ejemplo mío, que estoy dedicado a las cuestiones de la lengua y su
enseñanza y tengo, además, gusto y curiosidad por su análisis y estudio? Tal vez (no creo
que haya algún o algunos genes que tengan que ver con esto)... Lo cierto es que este interés
de Vanesa se vio expresado en su ficha psicopedagógica del nivel, en la cual le anotaban
como “orientación vocacional: literarios” (sic). Y años más tarde, cuando Vanesa tuvo que
escoger una carrera profesional para cursar, pensó seriamente en la posibilidad de hacer una
licenciatura en Lingüística
Creo que la ficha psicopedagógica mencionada explica en gran parte el éxito de Vanesa para
superar las dificultades que la escuela le planteaba, pues en el campo de “observaciones”, de
dicho documento se asienta que ella poseía “buena capacidad de estudio y muy buenos
hábitos de estudio”, y, como “fortalezas”, el contar con “habilidades metacognitivas”, entre

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otras (aunque, por otro lado, se señala ahí mismo que “observa ciertos rasgos e egocentrismo”
y, en cuanto a “debilidades” aparece, como un dato contradictorio, que estas eran las
“actividades escolares” [sin especificar qué tipo de actividades]).
Me parece que en la Secundaria Vanesa se volvió más sociable y se hizo de más amigas(os).
En relación con esto, su ficha psicopedagógica también aporta algunos datos que corroboran
esta apreciación: como “aptitudes predominantes” le señalaban la “social” y, como
“personalidad predominante”, “normalmente-extrovertido” (sic). Vanesa era muy apreciada
por sus amistades, y algunas amigas y amigos siguieron siéndolo aun en los años posteriores,
después de la Secundaria.
En 2008, Vanesa retomó su afición por la pintura. En realidad, los acercamientos a este arte
fueron intermitentes en ella, retirándose y regresando a los curos de pintura que tomaba. En
ese año pintó un bonito cuadro, también al óleo, en el que aparecen las caras de dos ángeles
bebés, tomado de una litografía de una obra del famoso pintor renacentista Rafael (ver, en
seguida, fotografía del cuadro de Vanesa). En 2009 participó en un concurso de pintura,
organizado por la Secundaria donde estudiaba, y en el cual obtuvo un tercer lugar.

Al igual que había ocurrido en Primaria, durante los años de Secundaria el desempeño
sobresaliente de Vanesa siguió siendo objeto de reconocimientos por parte de la escuela. Así,

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al término de cada año escolar Vanesa recibía, de manos de las autoridades educativas, el
diploma correspondiente, que daba fe de su alto desempeño –solo que ahora acompañada de
nosotros, sus padres, que también recibíamos felicitaciones−.
Ya como adolescente, Vanesa siguió siendo igual de cariñosa que durante su niñez,
especialmente con su familia y, particularmente, conmigo, su papi. Dicen que las hijas suelen
tener una cierta predilección afectiva por el padre… y viceversa. Creo que en el caso de
Vanesa y yo fue así. Mi relación con ella fue siempre una relación agradable y llevadera;
respetuosa, pero no por ello demasiado seria o adusta sino abierta al trato informal, quizá en
gran parte por el carácter de Vanesa, que era alegre y con un buen sentido del humor; también,
una relación de confianza, en la que podíamos hablar con franqueza y como amigos; una
relación basada en el cariño, la estimación y la admiración mutuas.
Una expresión de los sentimientos que le profesaba a mi hija aparece en una carta que yo le
“dirigí”, en diciembre de 2009, cuando ella cursaba el tercer año de Secundaria –y que
transcribo párrafos abajo, completa−. Esta carta, en realidad, fue una respuesta, de mi parte,
a una carta que ella nos había dirigido a su mamá y a mi, como una tarea o actividad dentro
de una de las materias que cursaba (no recuerdo si en Español o en Formación Cívica y Ética);
carta, esta última, que lamentablemente no conservamos. A juzgar por lo que yo le digo a
Vanesa en mi carta-respuesta, la suya había sido una carta afectuosa, con expresiones tiernas
y sinceras; una carta de agradecimiento por el cariño, los cuidados y atenciones que le
prodigábamos, seguramente con mensajes tan conmovedores como solo ella solía escribir.
En mi carta yo, a mi vez, le expresaba mi agradecimiento por un sinfín de cosas que hacían
que yo sintiera por ella un aprecio muy especial. También le expresaba ahí mi admiración
por sus muchas virtudes y cualidades, y, asimismo, mi orgullo de tener una hija como ella. A
Vanesa, desde luego, le conmovió y le agradó mucho mi carta cuando la vio.
Creo que la carta mencionada, mi carta, también le sirvió de estímulo a Vanesa, pues en ella
la alentaba yo a seguir siendo como era, es decir, a conservar en su persona aquellos valores
y cualidades que la hacían apreciable y única, entre los que destacaban su nobleza y su
bondad. Por otra parte, y con base en lo anteriormente dicho, yo le auguraba un futuro como
ella se lo merecía, lleno de éxitos; un futuro feliz. ¡Qué lástima que esos augurios solo
pudieron cumplirse en una parte muy pequeña, pues el destino terminó con su vida antes de
que se diera la cosecha de todo lo que ella sembraba…!
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“CARTA A MI HIJA

Durango, Dgo., a 17 de diciembre de 2009

Querida hija:

Qué bueno que se presentó la oportunidad de que nos escribieras una carta; y qué bueno, en
cierto modo, que tengamos que contestártela, porque de esta manera podemos decirnos cosas
que no nos decimos ordinariamente.

Como siempre, cuando leo una misiva tuya me siento conmovido por lo que dices y por la
manera tan tierna y sincera que tienes para decirlo. Me da gusto ver que aprecias el cariño

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que, como padres, sentimos por ti, y los cuidados y atenciones que, por ese cariño, buscamos
prodigarte. Ojalá que todos los hijos supieran reconocer y agradecer eso de sus padres.

En respuesta a tu bonita carta, yo también quiero darte las gracias:

 Gracias por el cariño con que también tú nos correspondes.


 Gracias por el besito de los buenos días …
 Gracias porque también eres atenta y bondadosa con nosotros.
 Gracias por tu buen humor, que pone una nota alegre en mi vida.
 Gracias por ser una buena hija (y una buena hermana).
 Gracias por las satisfacciones que nos das siendo, asimismo, una alumna destacada
en tus clases y en tu escuela.

Quiero decirte que, como padre, me siento muy orgulloso de tener una hija con todas estas y
otras cualidades. Te felicito por todos tus logros y te admiro por tu tenacidad y por la firmeza
de tus propósitos. Seguramente no soy el único que aprecia todo esto en ti.

Ojalá que sigas siendo como eres, viviendo con valores sólidos y muy positivos,
preocupándote por los demás y haciendo el bien. De ser así, seguramente tu futuro será de
éxitos en todo lo que hayas y con todas las personas con quienes te relaciones. Un futuro
feliz, como tú te lo mereces.

Bueno, hija, quisiera decirte muchas cosas más, pero el tiempo no me lo permite (¡lástima
que te dieron tan poco tiempo para realizar esta actividad!). Espero, sin embargo, que lo que
hasta aquí he expresado te haga sentir que deseo, al igual que tu mamá, lo mejor para ti, y
que estaremos contigo por siempre. Te quiere

Tu papi

José de Jesús Corrales C.”


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En el aspecto físico, un cambio importante que se dio en Vanesa, además de los cambios
propios de la edad adolescente, fue el gran “estirón” –como se dice coloquialmente−, es decir,
el aumento en su estatura, que se dio en estos años de Secundaria. Al término de este ciclo,
esto es, a mediados de 2010, medía ya 1.75 m.
Con esa estatura y con el porte que tenía, la figura de Vanesa no podía pasar desapercibida.
De esto nos dimos cuenta, entre otras veces, en una ocasión –el 15 de mayo de 2010−, en
que, al salir de la ceremonia en que yo había recibido, junto con algunos compañeros de
generación, el tradicional reconocimientos por 40 años de servicio en la docencia, y
acompañado de mi esposa Lupe, de Vanesa y de Alán, fuimos abordados por una joven que,
dirigiéndose a Vanesa, le preguntó si le gustaría modelar, ya que por su estatura y su cuerpo
tenía muchas posibilidades para ello. La invitó, entonces, a ponerse en contacto con el grupo
de modelos que ella dirigía y a tomar algunas clases para participar, después, en una
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presentación (“pasarela”) que estaban preparando. Este suceso, que a todos nos sorprendió y
a Vanesa, desde luego, le entusiasmó, significó, de hecho, el inició de la incursión en el
ambiente del modelaje.

El viaje a Europa, un capítulo aparte


Vanesa cumplió quince años el 26 de mayo de 2010, antes de concluir la secundaria, pero
desde tiempo atrás estuvimos pensando en la forma en que lo celebraríamos y en cuál sería
su regalo para este importante acontecimiento. En la mente de Vanesa fue tomando fuerza la
idea –y el deseo− de un viaje como regalo de ese cumpleaños, en vez del típico festejo −misa,
banquete, baile…− que para tales ocasiones suele realizarse.
En apoyo de la idea del viaje, se decía que la clásica fiesta de quince años, además de resultar
costosa por todos los gastos que implicaba (salón, banquete, música, trajes, etc.), dejaba muy
poco a la festejada, más allá de un bonito recuerdo. Además, se pensaba, con la fiesta no se
le da gusto a toda la gente, pues nunca faltan opiniones o comentarios desfavorables en torno
a cual(es)quiera de los aspectos mencionados. No se pensaba, desde luego, que el viaje
pudiera resultar más económico, pero podía significar, para la festejada, una experiencia
única e inolvidable.
Quizá también influyó en esta intención del viaje el hecho de que nuestro hijo mayor, Chuy,
se encontraba por esos días en Londres, a donde se había ido unos meses antes, junto con
otros compañeros del grupo musical en que estaba, a probar fortuna en Inglaterra, en el campo
de la música. Por ello, quienes fueran, o fuéramos, de viaje podrían (o podríamos), de paso,
llegar a Londres para ver y saludar a Chuy.
Por mi parte, he de decir que no me agradaba mucho la idea del viaje –suponiendo, claro,
que yo iría con Vanesa− por la sola razón de que, en general, no me gusta viajar. Para mi los
viajes significan, entre otras cosas, dejar las comodidades del hogar y enfrentar las
dificultades de conseguir alimentos compatibles con el régimen que llevo –o, más bien,
llevamos, mi esposa y yo, que es naturista y ovolactogetariano−. Por ello, traté de disuadir a
Vanesa de que cambiara de idea ofreciéndole otras alternativas de regalo, como abrirle una
cuenta bancaria con una cantidad equivalente a lo que nos costaría el viaje, o quizá el
regalarle un auto, etc. Mas todo esto resultó inútil. Vanesa estaba finalmente decidida por el
viaje y, como ya he señalado, ella se caracterizaba por la firmeza de sus propósitos.
Así pues, ya con la decisión tomada de realizar el viaje, nos dimos a la tarea de recabar
información, en las agencias de viajes, sobre tours posibles, tiempos, precios, requerimientos,
etc. Después de conocer y analizar diversas opciones, y considerando nuestras posibilidades,
nos inclinamos por un tour denominado “Europa en breve”, en el que recorreríamos el centro
y sur de Europa, con llegadas y estancias en varias capitales de ese continente: Londres (¡en
primer lugar!), París, Roma y Madrid, con término en esta última ciudad; todo ello, en
aproximadamente 18 días, en el periodo del 31 de julio al 17 de agosto de 2010. El viaje
incluía, desde luego, las visitas, aunque más breves (en algunos casos consistían solamente
en llegar a la ciudad, pernoctar allí, para continuar el viaje a la mañana siguiente), a otras
ciudades importantes, como Frankfurt, Zurich, Venecia, Florencia, Barcelona…

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En principio se pensó que, dado lo elevado del costo de este viaje, lo haríamos solamente
Vanesa –la festejada− y yo, como su acompañante. Pero afortunadamente, gracias a la
providencial ayuda de un benefactor –que quiere permanecer en el anonimato− pudimos
incluir en el viaje a mi esposa Guadalupe (¡qué bueno que así ocurrió!, porque, de lo
contrario, el viaje hubiera resultado, al menos para mí, un poco aburrido y pesado). Nuestro
hijo Alán, por su parte, no podía acompañarnos pues por esos días se encontraría cursando el
llamado “Semestre cero” en la Facultad de Medicina, de la Universidad Juárez del Estado de
Durango, para ingresar, después, a la carrera de Nutrición.
Después de la contratación del tour, vinieron los preparativos para el viaje: reservaciones
para los vuelos que se harían, trámites y obtención de pasaportes, etc., los cuales concluyeron,
de hecho, hasta la noche del 30 de julio, en la que prácticamente no dormimos por estar
terminando de preparar las maletas y el resto del equipaje, con todo lo que necesitaríamos
par el viaje.
Mucho se podría contar acerca de los sucesos y peripecias del –para mí, largo− viaje que
realizamos, pero eso está más allá de los propósitos de este escrito; por ello, me limitaré a
relatar aquellos acontecimientos más importantes o más chuscos, o los que dejaron mayor
impresión en quienes los vivimos. Por ejemplo, nuestra llegada a Londres, en el aeropuerto
de Gatwick, donde, al pasar por la revisión del equipaje, uno de los perros que ahí tenían me
seguía insistentemente. Más tarde, deducimos que seguramente se debía a que en la maleta
que yo cargaba traíamos unos quesos que dejaríamos a nuestro hijo Chuy. Luego, nuestro
encuentro, un poco azaroso con él, ya que nos costó algo de trabajo localizarlo y, finalmente,
contactarlo. Y después, en los siguientes dos días, nuestros paseos por la ciudad, ya con la
guía de nuestro hijo.

Vanesa, en Londres: agosto de 2010.

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En París, algo de lo más notable que nos pasó, aparte de subir a la Torre Eiffel y pasear en
bote por el Sena, fue que… ¡nos perdimos! Esto ocurrió en el segundo día de nuestra estancia
en esa ciudad, en uno de nuestros tiempos para pasear libremente por la misma. Por la tarde
visitamos el museo de Louvre, donde estuvimos un largo rato. Al salir, nos sorprendió un
aguacero que duró bastante tiempo y nos hizo refugiarnos debajo de un arco, en las cercanías
del museo. Al terminar de llover, ya era de noche y nos encaminamos hacia la estación del
metro más cercana. Confiábamos en que, con las indicaciones que teníamos y con un mapa
del metro podríamos llegar al hotel donde nos hospedábamos, que se encontraba en las
afueras de la ciudad.
Cuando llegamos a la estación más próxima, nos encontramos con que estaba cerrada. Y,
pensando que tomar un taxi al hotel, además de inseguro nos resultaría muy costoso,
decidimos buscar a pie la siguiente estación del metro que estuviera abierta. Al llegar a esta,
tomamos el tren que nos llevaría a la estación más cercana al hotel –que, por cierto, era la
última de la línea−. Finalmente, al arribar a dicha estación, nos encontramos con la
desagradable sorpresa de que el hotel no estaba tan cerca de ahí como se nos había dicho, y
que, por si fuera poco, la gente a la que preguntábamos –en inglés−, o no nos entendía o no
conocía la ubicación de nuestro hotel.
Por fin, una mujer que estaba en la orilla de la banqueta, al parecer esperando a alguien, pudo
entendernos bien y, aunque no ubicaba la dirección que teníamos del hotel, al llegar un coche,
donde venía su novio, a quien estaba esperando, se lo preguntó a él. El joven pudo, gracias
al GPS de su coche, localizar la calle que buscábamos; nos informó que para llegar allá,
tendríamos que tomar un autobús y nos indicó –a través de su novia, pues él no hablaba
inglés− la calle donde habríamos de bajarnos y el recorrido que todavía habríamos de hacer
para llegar a nuestro anhelado hotel. Ambos se disculparon por no poder llevarnos en su
coche, ya que este era un deportivo de solo dos asientos.
Después de agradecer a la pareja por la ayuda que nos habían prestado, nos encaminamos a
la estación de autobuses para preguntar por el que nos dejaría cerca del hotel. Cuando este
llegó, lo abordamos. En el trayecto, preguntamos a algunos de los pocos pasajeros que habían
tomado el mismo autobús, por la dirección que buscábamos, para confirmar la información
que ya teníamos. Estos, amablemente, nos orientaron y nos indicaron dónde debíamos
bajarnos.
Pero no todo había concluido cuando descendimos del autobús, ya que, después de hacerlo,
nos dimos cuenta de que estábamos en un barrio con calles solitarias y obscuras, poco
transitadas por vehículos particulares y, menos aun, por taxis. En tales condiciones,
caminamos, un poco al azar, por manzana y calles −o más bien, callejones− muy irregulares
(como son las calles de París), algo temerosos –sobre todo mis dos acompañantes, mujeres−
por la obscuridad y porque no se veía ni un alma por esos rumbos. Finalmente, después de
caminar un buen rato, y casi guiándonos más bien por nuestra intuición, logramos dar con
nuestro preciado hotel. Así terminó, felizmente, aquella aventura que, aunque desagradable,
algo nos enseñó: a ser más precavidos y mejor organizados respecto del tiempo y del espacio.
Después de nuestra permanencia en París, vino un muy largo recorrido en autobús, a través
de distintos países: Alemania, Suiza, Liechtestein, Austria e Italia, y pasando por muchas
ciudades: Coblenza, Frankfurt, Heidelberg, Lucerna, Zurich, Vaduz, Innsbruck, Venecia,
Padua y Florencia (como puede verse, en verdad fue “Europa en breve”), con estancias más

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o menos cortas en cada una de ellas (en algunas, como Zurich, Venecia y Florencia, solo para
pernoctar), hasta llegar a nuestro siguiente destino… ¡Roma!
En Roma, la “Ciudad Eterna”, al igual que había ocurrido en otras ciudades, sobre todo en
las que estuvimos más tiempo, hicimos un recorrido panorámico por la urbe, en el cual se
nos mostraron los principales sitios de interés, que podríamos visitar más tarde, en los
tiempos que se concedían para pasear libremente por la ciudad. Aparte, se nos llevó a una
visita que no podía faltar, la visita a la Ciudad del Vaticano, para conocer museos, la Capilla
Sixtina y, desde luego, la Plaza de San Pedro y la Basílica.
En nuestra visita, ya particular, al Vaticano, aceptamos la invitación que teníamos para, entre
otras actividades, subir hasta la cúpula de la Basílica y tener, desde ahí, una vista privilegiada
tanto de la ciudad de Roma, como del interior del inmenso templo. Una parte de la ascensión
la hicimos en elevador, pero, a partir de cierto punto, la subida era solo caminando a través
de una larga escalera, que culminaba justo en la parte alta de la cúpula.
En ese punto, es decir, a la entrada de las escaleras, había un aviso en el que se advertía al
público de la longitud del recorrido (¡320 escalones!) y se recomendaba a las personas con
problemas cardiacos o incapaces de subir escaleras, que se abstuvieran de realizar la
ascensión. A nosotros no pareció interesarnos mucho la advertencia y, muy optimistas al
respecto, iniciamos la subida.
Más tarde nos dimos cuenta de que probablemente aquella no había sido una buena decisión,
pues, además del esfuerzo físico que implicaba el subir tantos escalones, encontramos que la
escalera por donde subíamos, que tenía forma de caracol, era sumamente estrecha, con
mínimas entradas de aire fresco y, además, con la imposibilidad de dar marcha atrás, ya que
detrás de uno venía una columna ininterrumpida de personas en la misma dirección, y el
reducido espacio impedía la posibilidad de doble sentido. En síntesis, aquello, además de
cansado, era muy sofocante. Por si fuera poco, resultaba impresionante ver como algunas
personas entraban en crisis, probablemente de claustrofobia, y se detenían, incapaces de
seguir adelante, y cómo el personal de seguridad tenía que venir desde el mirador de la
cúpula, a rescatarlas.
Por mi parte, y seguramente a causa del cansancio acumulado por el trajín de los días
anteriores así como del poco descanso por las desveladas y desmañanadas del viaje, antes de
terminar la subida empecé a sentirme mal; al parecer, me había bajado la presión.
Afortunadamente no necesité del auxilio del personal… en esta parte del trayecto. Pero, al
salir al aire libre y a la plena luz, mi esposa y mi hija me vieron tan pálido y medio mareado,
que solicitaron el apoyo de un guardia o paramédico que se encontraba en la oficina ahí
localizada. Rápidamente me pusieron a la sombra, me sentaron y el guardia me dio una
bebida para reanimarme. Lupe también se había sentido un poco mal (ella padece de presión
alta), así que requerimos de descansar un buen rato para recuperarnos, después de lo cual nos
dedicamos a admirar la bella panorámica del Vaticano y de la “Ciudad Eterna”.
La bajada de la cúpula fue más fácil ya que la escalera para el descenso es –no sé por qué−
más amplia y ventilada. Una vez abajo, y ya repuestos, pudimos continuar nuestro recorrido
por la Basílica, primero, y la por la ciudad de Roma, después.
Concluida nuestra estancia en Roma, iniciamos otro largo viaje en autobús, de casi 2,000 km.
–según nuestra guía de viaje−, que nos llevaría a Madrid, nuestro destino final. En el trayecto
nos detuvimos en las ciudades de Pisa, en Italia, y Zaragoza, en España; asimismo, tuvimos

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dos paradas para pernoctar: la primera en un punto de la Costa Azul, cuyo nombre no
recuerdo, y la segunda en Barcelona.
Unas horas antes de llegar a Madrid nos enteramos, a través de unos compañeros de viaje,
que la línea aérea en la que volaríamos de regreso a México, es decir, Mexicana, se había
declarado en quiebra y, consecuentemente, había suspendido los vuelos a nuestro país. Esta
noticia, desde luego, nos inquietó sobremanera, pues no sabíamos, de resultar cierta, qué
pasaría con nosotros, que teníamos programado viajar de regreso en dos días.
Ya en Madrid, tuvimos que acudir al aeropuerto (conocido como “Madrid-Barajas”) −porque
la compañía no tenía oficinas operando en la ciudad−- para aclarar la situación. Ahí nos
dimos cuenta de que, efectivamente, Mexicana había suspendido sus vuelos y, además, que
había muchos pasajeros varados en el aeropuerto esperando que la línea les resolviera su
problema de transportación. Como en relación a nuestro caso no obtuvimos una respuesta
inmediata, tuvimos que volver ahí al día siguiente. Pero antes de hacerlo, nos comunicamos
por teléfono con la embajada de México en España para solicitar su ayuda en la solución de
nuestro problema. De ahí nos contestaron que ya tenían conocimiento del caso y que ya
habían intervenido para tratar de que se diera una respuesta favorable a los connacionales
que nos encontrábamos en esa situación. Por eso, al presentarnos de nuevo en el aeropuerto
se nos informó que la compañía cumpliría su compromiso de trasladarnos a nuestro destino,
pero que esto no sería en la fecha en que estaba programado sino hasta tres días después, es
decir, el viernes 20 de agosto, en vez del martes 17, y que esto se haría por medio de otra
compañía, en este caso, Iberia. Por otra parte, se nos dijo que Mexicana se haría cargo de
nuestros gastos de hospedaje y alimentación, para lo cual nos asignaron a un hotel diferente
de aquel al habíamos llegado inicialmente, y que se encontraba cerca del aeropuerto.
Por todo lo anterior, tuvimos, pues, que permanecer en Madrid tres día más de lo planeado.
Este tiempo lo dedicamos a pasear más tranquilamente por la ciudad, a visitar algunos sitios
de interés y a realizar algunas compras.
En uno de esos días “extra” en Madrid, tuvimos una experiencia un tanto chusca. Una noche,
en que regresábamos a nuestro hotel vimos, de lejos, a unas cuantas cuadras del mismo, un
centro comercial que, al parecer, era uno que a Vanesa le interesaba visitar (me parece que
se llamaba “Plenilunio”). Sin embargo, dado que era un poco tarde, no quisimos
encaminarnos hacia dicho centro comercial para cerciorarnos si se trataba del que Vanesa
quería visitar. A la mañana siguiente, no queriendo perder el tiempo en esa averiguación,
decidimos mejor buscar por nuestra cuenta el centro comercial de interés, guiándonos por un
mapa de la ciudad y uno de las líneas del metro. Así lo hicimos y primero nos dirigimos a la
estación del aeropuerto, donde tomaríamos la línea que, según nosotros, nos conduciría hasta
cerca del centro comercial que buscábamos.
Pero ocurrió que, después de varios trasbordos por las líneas del metro en un gran recorrido
por la ciudad, nos encontramos en un punto en que, prácticamente estábamos perdidos y no
sabíamos hacia donde dirigirnos (por lo visto no habíamos aprendido la lección de la
experiencia en París). Tuvimos, pues, que caminar un buen rato y, preguntando aquí y allá,
supimos que había que tomar un autobús que nos dejaría cerca (relativamente) del sito que
buscábamos. Eso hicimos y, finalmente, después de caminar otro rato, a media tarde llegamos
al anhelado centro comercial. Ahí pudimos comer y luego recorrimos algunas tiendas, donde
hicimos algunas compras.

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Al salir del centro comercial y recorrer visualmente los alrededores, estos nos parecieron
familiares. Casi intuitivamente, tomamos una de las calles aledañas y, al final de esta, resultó
que… ¡estábamos cerca de nuestro hotel! O sea que recorrimos medio Madrid para,
finalmente, llegar casi al lugar de donde habíamos partido.
Llegado el viernes 20 de agosto, emprendimos el regreso a casa viajando, sin mayores
contratiempos, primero de Madrid a la ciudad de México y, después, de México a nuestra
querida ciudad de origen, Durango. Un pequeño costo que tuvo nuestro viaje y la demora en
el regreso fue que Vanesa perdió una semana de clases en su primer semestre de Bachillerato
en el colegio Promedac, al cual ya se había inscrito, pues las clases habían comenzado desde
el lunes 16 de agosto. Afortunadamente, esa semana perdida pudo ser justificada y, además,
a fin de cuentas… ¡lo paseado quién nos lo quitaba!
En este breve relato de lo que fue nuestro viaje a Europa no aparece de manera protagónica
la figura de Vanesa, dado que, como parte del pequeño grupo familiar que lo realizamos (ella,
su madre y yo), vivió, igual que nosotros, sus padres, todas las experiencias importante que
tuvimos. Por lo demás, puede afirmarse, sin lugar a dudas, que el viaje le resultó placentero
y gratificante y que satisfizo las expectativas que al respecto se había formado. Creo que
Vanea disfrutó a plenitud este viaje, que era su regalo de 15 años, el cual, por fortuna,
compartimos con ella.

El periodo de Bachillerato (2010-2013): De niña a mujer…


Desde luego, como señalaba ya en apartados anteriores, los cambios propios del desarrollo
se habían empezado a dar en Vanesa desde los últimos años de Primaria, con el paso de la
niñez a la pubertad, y luego a la adolescencia, en Secundaria. Pero quizá por la gradualidad
de esto cambios o por el hecho de ver todos los días a los hijos –en este caso, a Vanesa− uno,
como padre, no advierte –o quizá no quiere ver− tales cambios. No obstante, en el periodo
del Bachillerato, a partir de los 15 años, los cambios en Vanesa se hicieron más notorios,
tanto en el aspecto físico como en el aspecto socioafectivo.
En lo físico, se fueron acentuando en Vanesa lo rasgos característicos de su género: pecho,
cadera, glúteos, etc. Además, como siguió creciendo, su estatura, fuera de lo común, no
dejaba de llamar la atención. He de confesar que este crecimiento de mi hija, que me parecía
excesivo, llegó a preocuparme, pues pensaba yo que si seguía creciendo podría ser objeto de
burlas –como de alguna manera lo había sido yo, que llegué a medir 1.90 m. de estatura, aun
cuando en un hombre esta estatura no resulta exagerada− o que probablemente tendría
problemas para encontrar pareja, ya fuera como bailador, en las fiestas, o como novio…
Recuerdo que, tal vez queriendo hacerle sentir esta inquietud mía, le decía, a modo de broma:
“Oiga, niña, ya no crezca tanto, ¡ya párele!”. Lo cierto era que a Vanesa su gran estatura no
parecía preocuparle mucho; por el contrario, creo que más bien le gustaba, pues en el fondo
se sentía, por ello, admirada.
En lo social y afectivo, aunque se advierte una línea de continuidad desde su comportamiento
en la Secundaria, pues Vanesa siguió siendo muy sociable y cultivando amistades, había
ahora algunas diferencias, como el hecho de que el número de amigos(as) se incrementó; que
estos eran tanto del género femenino como del masculino e incluso uno que otro homosexual,
y que también fue aumentando el tiempo que Vanesa dedicaba a actividades sociales fuera
de casa, en salidas con sus amigos(as), pero también dentro, en sus comunicaciones con

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estos(as), tanto por teléfono como a través de la computadora −primero por el Messenger y
después en las llamadas “Redes sociales” (sobre todo en Facebook)− y más tarde por el
celular y la tablet. Todo lo anterior, afortunadamente, sin descuidar sus estudios. Antes bien,
en algunos casos, como apoyo de estos: comunicados sobre tareas, trabajos en equipo
realizados vía medios electrónicos, etc.
Creo que, con el paso del tiempo, nosotros, sus padres, tuvimos que aprender a compartir el
tiempo y los afectos de Vanesa con otras personas, es decir, con sus amistades. Aunque, por
supuesto, no con todas, pues para escoger a sus amigos(as) más cercanos(as), nuestra hija
seguía siendo igual de selectiva.
En cuanto al desempeño académico de Vanesa en el Bachillerato, no hay mucho nuevo qué
decir, pues en este aspecto no hubo cambios importantes. Nuestra hija continuó siendo la
misma alumna –ahora joven− estudiosa, dedicada, cumplida y constante que había sido en
los niveles educativos anteriores. Por eso, la historia parecía repetirse de nuevo:
calificaciones altas, reconocimiento manifiesto de sus maestros(as) y compañeros(as),
reconocimientos escritos por parte de la escuela, felicitaciones a nosotros, sus padres (solo
que ahora mes con mes) a través de cartas que nos hacían llegar las maestras asesoras del
grupo en que estaba, etc. Por otra parte, el interés de Vanesa por el estudio y por aprender
nunca decayó. Eventualmente, alguna calificación más baja en alguna materia (por ejemplo,
en Química, que no era “su fuerte”) hacía que se preocupara y le dedicara más atención a
esta, a fin de reponerse en su promedio del siguiente mes.
En el Colegio, durante el Bachillerato, también se ofrecían a los(las) alumnos(as) algunas
actividades extracurriculares (llamadas “Paraescolares” en el plan de estudios). De entre las
actividades que se ofrecían, Vanesa eligió participar en la en “Porristas”, durante un tiempo,
y después, extrañamente, en la de tiro, donde manejaban el uso de armas, solo que con postas,
es decir, balas pequeñas de plomo.
Otro interés que Vanesa tenía era el del canto, Pienso que tal vez este interés le nació desde
la Secundaria, cuando, en la clase de educación artística, los maestros solían poner a cantar
a los alumnos (¡a todos!) en sus respectivos grupos. A nuestra hija le gustaba la música (desde
luego, la música “pop”, juvenil y moderna) y, eventualmente solía cantar al compás de la
música que escuchaba. En una ocasión se inscribió, junto conmigo, en un curso de canto, en
el programa de cursos de verano que ofrecía la Casa de la Cultura. Sin embargo, hay que
reconocer que en esta área de su interés, Vanesa no pudo hacer grandes logros, pues, en
general, no tenía dotes para ello: no era muy entonada y creo que no tenía muy buen oído
musical (¡Ni modo! No se puede ser bueno[a] en todo).
En lo que sí pudo desarrollarse Vanesa fue en la actividad de modelaje, que desarrolló por
estos años. Como decía líneas arriba, todo empezó cuando, de manera sorpresiva, nuestra
hija fue invitada a iniciarse en esta actividad. Ella aceptó la invitación e ingresó a la agencia
de modelos que se la había hecho. Durante algún tiempo estuvo “trabajando” en dicha
agencia, tomando clases de modelaje y participando en “pasarelas”, como se les llama, en el
medio, a las exhibiciones por parte de las modelos, de ropa y accesorios.
Esta actividad de modelaje entusiasmó a Vanesa por algún tiempo. Creo que le ayudó a
afirmar su autoestima y a sentirse orgullosa de su figura y de su cuerpo. Y es que, ciertamente,
cuando se vestía y se maquillaba −o la maquillaban− para alguna presentación, Vanesa
realmente se veía transformada; parecía una mujer mayor, muy elegante y bella, (ver imagen

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a continuación, tomada de su página de Facebook [“Vanesa Corrales”], en la que posa para
el anuncio de un desfile de modas). Cuando la veía así, ya fuera en persona o en fotografía,
yo le decía que nos la habían cambiado. Por otra parte, su incursión en estos medios le
permitió a Vanesa entablar nuevas relaciones, con lo que creció su círculo de amistades,
algunas de las cuales perduraron hasta sus últimos días.

Vanesa, la modelo

Sin embargo, con el paso el tiempo, Vanesa se dio cuenta de la situación de las modelos, que
no era muy favorable para ellas. Dos párrafos arriba escribía yo entre comillas la palabra
“trabajando”, porque, en realidad, la actividad de las modelos –al menos en esa agencia− era
muy mal pagada –cuando se les pagaba−. Su trabajo era más bien explotado por quienes
dirigían o coordinaban las agencias; además de que no había, por parte de estos, una rendición
de cuentas acerca de los ingresos percibidos y de su reparto entre los participantes. Y, por si
fuera poco, a las modelos se les hacía firmar una especie de contrato de exclusividad, por un
tiempo determinado –seis meses, me parece−. Debido a lo anterior, Vanesa decidió cambiar
de agencia al menos un par de veces; y poco a poco su interés por esta actividad, en este
medio, fue decreciendo, hasta que prácticamente se retiró de la misma. “¡Qué bueno que
ocurrió así!”, pensaba yo en su momento, pues me parecía que esta actividad tenía algunos
riesgos, además de que no representaba un futuro promisorio para Vanesa –no, al menos, en
el ámbito local−.
Paralelamente a su incursión en la actividad del modelaje, se desarrolló en Vanesa su interés
por el mundo de la moda −aunque este se había iniciado desde tiempo atrás, cuando estaba

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en la Secundaria−. Así, ella se pasaba gran parte de su tiempo libre enterándose, a través del
Internet, de las últimas tendencias de la moda –sobre todo de la femenina, por supuesto− y
conociendo las y los modelos más famosas(os) o mejor cotizadas(os); asimismo, buscando
información sobre la disponibilidad de prendas de vestir y accesorios, y los precios de estos,
en los mercados nacional e internacional. Por ello, muchas de sus páginas favoritas en la Red
eran sobre estos temas, y muchas de las imágenes que “bajaba” eran de modelos exhibiendo
las propuestas de moda en prendas de vestir y/o accesorios.
Una de las películas favoritas de Vanesa, que vio varias veces, era “El diablo viste a la moda”,
que trata de las venturas y desventuras de una joven que consigue entrar a trabajar como
asistente de la directora de la revista de modas más influyente en Nueva York. Más tarde,
Vanesa compró el libro con el mismo título, aunque, me parece, no terminó de leerlo.
Durante algún tiempo, a Vanesa le dio por comprar, periódicamente, revistas sobre modas y,
finalmente, acabó suscribiéndose, por un año, a una de estas revistas, supongo que de las más
reconocidas, la revista “Elle”, suscripción que, lamentablemente, no alcanzó a disfrutar en su
totalidad. De estas revistas de moda, Vanesa solía hacer recortes, que luego fijaba en una de
las paredes de su cuarto (ver foto en seguida).
Como puede verse, este interés de Vanesa por el mundo de la moda llegó a ser muy fuerte en
ella; tanto era así, que, al concluir el Bachillerato consideró seriamente la posibilidad de hacer
la carrera de Diseño de Modas.

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Una de las paredes de la recámara de Vanesa

Mazatlán, agosto de 2011: ¿El principio del fin?


Desde hacía muchos años, incluso antes de que Vanesa naciera, nuestra familia tenía la
costumbre de salir de vacaciones a la ciudad-puerto de Mazatlán, en el verano, generalmente
por el mes de agosto, cuando yo disfrutaba mi periodo vacacional en el trabajo. Así lo hicimos
también en el año 2011, en que ocurrió un desafortunado suceso con Vanesa.
Sucedió en un centro comercial que solíamos visitar cada vez que íbamos a Mazatlán. Fue
por la tarde, después de que habíamos comido. Estábamos, toda la familia, en una tienda de
ropa. Más tarde, Alán, Chuy y yo decidimos ir a otra tienda, donde vendían libros y discos,
entre otras cosas, mientras Vanesa y su mamá veían la ropa que ahí había. Después de haber
estado un tiempo mirando cosas en la otra tienda, llegó una mujer joven, que era empleada
de la tienda donde habíamos dejado a Lupe y Vanesa. Estaba algo alarmada y, no sé cómo,
pero dio conmigo. Me dijo que la mandaba mi esposa para que fuera a la tienda porque algo

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le había pasado a mi hija. Rápidamente nos encaminamos hacia allá y, cuando llegamos, vi
a Vanesa tirada en el piso, recuperándose, al parecer, de una especie de desmayo, rodeada de
algunas personas, entre ellas algunos paramédicos, ya que se había llamado a la Cruz Roja.
Luego me comentaron que, efectivamente, Vanesa había perdido el conocimiento
momentáneamente, pero que, además, había tenido algunas convulsiones. Cuando esto
ocurrió, tomaron las providencias del caso, poniéndole un trozo de tela entre los dientes para
que no fuera a morderse la lengua. En la versión de Vanesa, ella se encontraba mirando la
ropa, cuando súbitamente la vista se le oscureció y ella se desvaneció. Afortunadamente,
alguien que estaba cerca de ella pudo detenerla y evitar, con ello, que cayera de golpe al piso.
Los paramédicos, por su parte, opinaron que el accidente se había debido a una baja de
presión arterial en Vanesa, a causa del cambio de altitud de Durango a Mazatlán.
En cuanto Vanesa acabó de reponerse, regresamos al hotel en que nos hospedábamos,
preocupados, desde luego, por lo que había sucedido y pensando en la conveniencia de volver
cuanto antes a nuestra casa, en Durango. Cuando llegamos al hotel, Lupe, mi esposa,
recordando que en esos días había visto, ahí mismo, a una amiga suya junto con su esposo,
que es médico ginecólogo, decidió ir a buscarlos a fin de contar al médico lo que había pasado
con Vanesa y pedirle una opinión al respecto. De acuerdo con lo que Lupe le contó al doctor,
este supuso que sí se había tratado de un episodio de epilepsia. Por ello, se comunicó por
teléfono con un médico, amigo suyo, que es neurólogo, y le dio a conocer los pormenores
del caso. En respuesta, este último recomendó que compráramos un medicamento a base de
fenitoína (que, según averigüé después, es, justamente, un antiepiléptico) y que se lo
administráramos a Vanesa para evitar que se produjera otra crisis como la que había ocurrido.
Por otro lado, en atención a nuestra inquietud, comentó que, tomando las debidas
precauciones, podríamos permanecer en Mazatlán para concluir nuestras vacaciones.
Seguimos, pues, las indicaciones del neurólogo y, de esa manera, nos quedamos un par de
días más en el bello puerto.
Yo, por mi parte, hacía algunas consultas por Internet para saber, suponiendo que
efectivamente se tratara de un problema de epilepsia, si habría soluciones para ellos dentro
de la medicina alternativa, y me tranquilicé un poco cuando supe que sí las había,
principalmente en el campo de la homeopatía, aunque ya anticipaba las discrepancias que
habría de tener con mi esposa, pues ella es poco partidaria de las medicinas alternativas, y
menos tratándose de los hijos (los “niños”) y más aun ante una situación grave, como sería,
en este caso, la epilepsia.
Ya de regreso en Durango, mi esposa pensó en llevar a Vanesa a consulta con el Dr. P., un
neurólogo conocido de la familia porque estaba tratando a un pariente nuestro. Sin embargo,
debido a que por esos días el Dr. P. se encontraba fuera de la ciudad, decidimos llevar a
Vanesa con el neurólogo a quien se había consultado telefónicamente desde Mazatlán, el Dr.
B. En esta consulta, referimos al médico lo que había sucedido con Vanesa en Mazatlán.
Luego de escucharnos y de hacerle algunos exámenes superficiales a nuestra hija, nos pidió
mandarle hacerle una tomografía de cráneo, y, aprovechando que él trabajaba en el ISSSTE,
nos dio una orden para que se le practicaran allí estos estudios.
Llevamos, pues, a Vanesa al ISSSTE para que le hicieran la tomografía requerida y, en cuanto
tuvimos los resultados de la misma, volvimos a consulta con el Dr. B. Este, después que vio
las tomografías y detectar algunas anomalías, recomendó que Vanesa continuara tomando el

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medicamento prescrito por un periodo de al menos seis meses, al término del cual se le
habrían de hacer nuevos estudios para ver la evolución del padecimiento.
Cuando el Dr. P. regresó a Durango, decidimos llevar a Vanesa a consulta con él, a fin de
conocer una segunda opinión sobre el problema de nuestra hija. Durante la consulta, que tuvo
lugar el 15 de agosto de ese año, 2011, el doctor, después de hacerle algunos exámenes físicos
de rutina, le practicó a Vanesa un estudio electroencefalográfico. Los resultados de dicho
estudio mostraron que había una cierta anormalidad en la actividad eléctrica del cerebro. No
obstante, el médico nos tranquilizó diciéndonos que no se trataba de una problema grave y
que este podría corregirse mediante un tratamiento a base de medicamento antiepiléptico.
Para ello recomendó substituir el medicamento que había empezado a tomar Vanesa, la
fenitoína, por otro que el le recetó, de marca Trileptal, que contenía un ingrediente llamado
oxcarbazepina, si bien esta substitución tendría que hacerse gradualmente: primero, ir
disminuyendo poco a poco el medicamento que tomaba e, igualmente ir introduciendo
también de manera gradual el nuevo medicamento, empezando con dosis pequeñas, las cuales
se irían aumentando hasta llegar a la dosis indicada.
El cambio de medicamento mencionado me pareció bueno, pues, según había yo leído, el
medicamento que había empezado a tomar Vanesa tenía algunos efectos secundarios
importantes, entre ellos el de crecimiento y engrosamiento de las encías. Lo que no me agradó
fue el pronóstico del Dr. P., en el sentido de que el medicamento que el prescribió habría de
tomarse permanentemente durante un periodo no definido, pero que podía ser de un año y
medio o más. Mi desagrado se debió a que, como es bien sabido, todos los medicamentos
alopáticos, que a fin de cuentas son drogas, causan efectos secundarios indeseables y, con
mayor razón, si se administran por periodos prolongados, como sería en el caso de Vanesa.
Y es que no esperaba yo que ella tuviera que tomar medicamentos por tan largo tiempo.
Con esta inquietud en mente, en la primera oportunidad que tuve, platiqué con el Dr. H., mi
médico “de cabecera”, que es homeópata y acupunturista, para contarle del caso de mi hija y
preguntarle si habría posibilidad de tratamiento de su enfermedad por medio de alguna de las
terapias que él manejaba. Él me respondió que sí e incluso me comentó el caso de una
paciente, familiar suya, que con un tratamiento de homeopatía había podido mejorar de su
problema de epilepsia y dejar el medicamento alópata que estaba tomando. Después de esto,
hablé con mi esposa para plantearle la posibilidad de un tratamiento alternativo, pero, como
era de esperarse, ella expresó su desacuerdo a este respecto: no quería arriesgarse a que
Vanesa sufriera otro episodio epileptoide si dejaba el medicamento que estaba tomando. Por
esta razón, y porque, además, no había alternativa “media”, es decir, la opción de que se le
aplicaran ambos tipos de tratamiento –ya que, según me explicó el Dr. H., si un paciente toma
el medicamento alopático, que es “muy fuerte”, eso deja sin efecto o anula el medicamento
homeopático, que es, más bien, energético− fue que nunca nos atrevimos a cambiar el
tratamiento, por lo que nuestra hija siguió tomando el medicamento prescrito, la
oxcarbazepina.
Después de la primera visita con el Dr. P., estuvimos llevando a Vanesa con él
aproximadamente cada mes y medio para consultas de control, en las cuales el doctor le hacía
revisiones de rutina. En ellas, por fortuna, todo estuvo bien… durante un buen tiempo.
Por lo demás, Vanesa, de acuerdo con las indicaciones del propio médico, siguió haciendo
su vida normal, solo atendiendo algunas recomendaciones que el doctor le había hecho, tales

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como abstenerse de tomar bebidas alcohólicas, no desvelarse con frecuencia, no practicar
deportes demasiado extenuantes o rudos, etc.
Como suele suceder con las chicas de la edad de Vanesa en ese tiempo, ella empezó a
preocuparse más por su aspecto personal, tanto en lo referente a la ropa y accesorios que
usaba como en relación a su aspecto físico. En tal sentido, aumentó su interés por vestirse
bien: era muy selectiva y exigente en relación a las prendas de ropa, calzado y otros
accesorios que adquiría, lo cual se explicaba, en parte, por su conocimiento respecto de la
actualidad de la moda; aparte, creo que tenía buen gusto. Consecuentemente, aumentaron
también sus demandas hacia mí, el proveedor de la casa, en cuanto a la compra de ropa;
demandas que, en la medida de lo posible, yo trataba de satisfacer. Y, aunque ella se quejaba
a menudo –en broma, desde luego− de que su guardarropa estaba muy pobre, la verdad es
que ropa no le faltaba… Incluso en las ocasiones en que solíamos darle algún regalo –como
en su cumpleaños, Navidad, etc.− ella prefería que le diéramos dinero para comprar la ropa
que le gustaba. Así se manifestaba su interés por el buen vestir, que, como decía, era muy
comprensible por su edad y, claro, por su condición de mujer.
En lo referente al aspecto físico, un área con la que Vanesa no estaba contenta y, por ende,
quería mejorar, era su dentadura. En realidad nuestra familia, en general, no se caracterizó
por poseer una dentadura bella o bien formada. Varios de los miembros de la misma tenemos
dientes disparejos o muy separados entre sí, o bien, colmillos muy prominentes, etc. Por ello,
Vanesa, que tenía algunos de estos defectos, pensó en arreglarse la dentadura. Con ese
propósito, a fines de 2011, visitamos, pues, varios ortodoncistas de la ciudad, a fin de conocer
sus propuestas de intervención para corregir los defectos de la dentadura de nuestra hija, así
como los costos que tendría el trabajo en cada caso. Y, después de revisar las opciones
posibles, nos decidimos por acudir con la Dra. M., que tenía su consultorio en el centro
médico AMCCI. Ella nos había hecho un presupuesto a pagar en dos años y medio, con
“módicos” pagos mensuales y dando un anticipo inicial de aproximadamente la cuarta parte
del total.
El tratamiento de ortodoncia comenzó en abril de 2012, pero antes hubo que hacer algunos
preparativos, varios de los cuales eran –al menos así me lo parecían a mí− algo difíciles,
incluso dolorosos, como el tener que extraerse dos premolares del maxilar inferior para poder
ajustar los demás dientes, o el tener que cortarse un trozo de la encía, que tenía muy larga en
la parte anterior… Pero todo eso no arredró a Vanesa; ella estaba dispuesta a hacer estos
sacrificios con tal de mejorar su aspecto y tener una bella dentadura que mostrar al sonreír…
Así, después de los preparativos, le fueron colocados los típicos “brakets”, cuyo uso
representaba también algunos sacrificios, por las precauciones y cuidados que había que tener
con ellos, entre estos el abstenerse de consumir ciertos alimentos que podían desprender o
maltratar estos aditamentos. De hecho, Vanesa tuvo que estar lidiando por mucho tiempo con
estos accesorios, algunos de los cuales, llamados “tubos”, seguido se le caían y había que
volver a colocarlos… Lamentablemente, los resultados finales de este tratamiento no tuvimos
la oportunidad de verlos…
Algún tiempo después, se le presentó a Vanesa otro problema que vino a afectar el aspecto
de su cara: el acné. No sé si a causa de los cambios hormonales propios de su edad o tal vez
debido a alguna posible intoxicación ocasionada por la toma permanente e ininterrumpida
del medicamento que le habían recetado, le empezaron a aparecer en su cara, principalmente
en las mejillas y áreas aledañas, los granitos característicos de este padecimiento.

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Para atacar este problema del acné, Vanesa probó diferentes jabones, cremas, ungüentos, etc.,
así como algunos tratamientos homeopáticos, pero ninguno de estos remedios le dio
resultado. Ante estos fracasos, decidió hacer la prueba con un tratamiento de
autohemoterapia, que nos había propuesto el Dr. H., mi homeópata “de cabecera”. Esta
terapia consiste en extraer un poco de sangre de alguna parte del cuerpo (en el caso de Vanesa
fueron las venas de los brazos) e inyectar esa misma sangre, después de un proceso de
“dinamización”, en otra parte del cuerpo, por ejemplo, en los glúteos. Con este simple
procedimiento se supone que mejora la capacidad del sistema inmunológico, debido al
incremento del número de macrófagos en dicho sistema. Esto ayuda en el tratamiento de
algunos problemas de salud, ente ellos el acné. Después de algunas sesiones de
autohemoterapia, el problema pareció ceder un poco, disminuyendo algunas molestias, como
la inflamación y el enrojecimiento de la piel, aunque el padecimiento no desapareció del todo.
En agosto de 2012, Vanesa tuvo otro episodio epileptoide, también en Mazatlán. Esta vez
ocurrió por la mañana, en la Central de Autobuses, justo cuando acabábamos de llegar a la
ciudad. Habíamos optado por viajar de noche porque de esta manera el mareo ocasionado
por lo curvado de la carretera (la antigua, la "libre”) era menor que cuando viajábamos de
día. Vanesa, particularmente, era quien más padecía estas vicisitudes de nuestros viajes al
puerto. Afortunadamente, este acceso fue más breve que el que había tenido un año antes y,
en eta ocasión, no hubo pérdida del conocimiento, por lo que no preocupamos un poco
menos. De cualquier modo, llamamos por teléfono al Dr. P., quien la había seguido
atendiendo. Este, después de enterarse de lo que había pasado, pidió a mi esposa que
aumentara la dosis del medicamento que Vanesa estaba tomando –la oxcarbazepina− y
sugirió que fuéramos a verlo en cuanto regresáramos a Durango. Así lo hicimos, y el doctor,
luego de examinar a nuestra hija, determinó que se le siguiera dando la dosis aumentada del
medicamento.
Después de este incidente en Mazatlán, todo parecía marchar bien, es decir, normalmente, en
la salud de Vanesa. Y continuamos –nosotros, sus papás, y ella− acudiendo periódicamente
a las citas con el Dr. P., para las revisiones de rutina. Sin embargo, en noviembre de ese año,
no sé si como parte de las revisiones de seguimiento o si porque el doctor había observado
algo anormal, este ordenó que se le practicara a Vanesa un estudio de resonancia magnética
de la cabeza. Con la ayuda del mismo doctor, logramos que le hicieran este estudio –que es
un estudio costoso, además de que eran pocos los establecimientos que contaban con el
equipo para realizarlo− en el entonces Hospital General. Después de que el Dr. P. analizó los
resultados, pudimos percibir que las cosas no iban tan bien como suponíamos. Esto, por las
reacciones del médico, quien, viendo, en efecto, algo anormal en el cerebro de Vanesa –al
parecer, alguna mancha, según comentó−, quiso conocer la opinión de otro colega al respecto
y, después, por algunos comentarios algo enigmáticos que le hizo a mi esposa, en el sentido
de que no era conveniente que Vanesa llegara a casarse –tal vez por los riesgos que implicaba
para ella un posible embarazo.
Finalmente, quizá para no preocuparnos más, o quizá porque realmente no se trataba de algo
grave, el Dr. P. nos tranquilizó diciéndonos que tal vez se trataba de una condición que
Vanesa tendría desde su nacimiento, y nos alentó para que ella continuara haciendo su vida
normal. De alguna manera, esto fue lo que Vanesa hizo, aunque, claro, con las restricciones
que su estado le imponía y, además, estando sujeta a la medicación permanente. Esta
situación, en ocasiones, llegaba a pesarle, pues se lamentaba de no poder llevar una vida tan

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“normal” como sus amigas(os) y compañeras(os): no podía desvelarse demasiado, ni tomar
bebidas alcohólicas, no excederse en el ejercicio físico… Y, por otra parte, tenía que estar
tomando, mañana y noche, su dosis de medicamento (a veces, cuando salía a alguna reunión
con sus amistades, tenía que cargar con sus pastillas para tomarlas a la hora que le tocaba).
No obstante, siendo tan firme y tan disciplinada como era, salía adelante –un poco con el
apoyo de nosotros, sus padres− de aquellos momentos de desaliento.
De esta manera, Vanesa continuó sus estudios de Bachillerato –a estas alturas, ya en los
últimos semestres−, con la misma dedicación que siempre la había caracterizado. También
continuó, en la medida en que su situación se lo permitía, llevando su vida social “normal”,
acorde con su edad y actividades; incrementando, como ya decía antes, el número de sus
amigos(as) (lo cual se refleja, en parte, en las decenas de contactos que tenía en Facebook),
si bien con un círculo más reducido de amistades cercanas, con quienes compartía sus
momentos de esparcimiento.
No está de más decir que, por sus cualidades, tanto intelectuales como afectivas y morales:
su alegría y buen humor, su optimismo, tolerancia, comprensión, empatía, etc., Vanesa era
muy apreciada por sus compañeros(as) y, más aún, por sus amigos(as) íntimos(as) o
cercanos(as). Algunos de estos(as) incluso se acercaban a ella en busca de consejo para
resolver algún problema que enfrentaban; seguramente porque la consideraban una persona
sensata y equilibrada. Y ella solía escucharlos(as) y, efectivamente, sabía aconsejar y, en su
caso, consolar y/o alentar. Creo que nuestra hija, en efecto, era una joven madura, social y
afectivamente, para la edad que entonces tenía: 17-18 años.
En junio de 2013, Vanesa concluía sus estudios de Bachillerato, pero esta conclusión estuvo
precedida por varios días de intenso trabajo y actividad, debido, por una parte, a los exámenes
de fin de semestre y, por otra, a los preparativos para la graduación. Quizá debido al estrés
ocasionado por esta situación fue que le ocurrió a Vanesa otro incidente preocupante, aunque
pasajero. Esto sucedió en uno de los últimos días que asistía a la escuela, justo el día en que
los grupos que terminaban el Bachillerato se tomarían la clásica foto del recuerdo, junto con
sus maestros y directivos del Centro Universitario.
Por la mañana, Vanesa –según comentó después− no había tenido ganas de levantarse, pues
se sentía muy desforzada. A querer y no, se levantó, pero un rato después, sintiendo que la
vista se le nublaba y estando a punto de desmayarse, tuvo que recostarse de nuevo. Mi esposa,
al darse cuenta de esto, llamó de inmediato al Dr. P. para ponerlo al tanto de esta situación y
preguntarle qué convenía hacer. El neurólogo, después de preguntar si Vanesa se había
tomado ya su dosis matutina de medicamento y haber recibido una respuesta negativa, solo
sugirió que se le administrara esta para, luego, ver como seguía Vanesa. Así se hizo y,
después de un rato, nuestra hija, sintiéndose ya recuperada, se levantó, desayunó algo y salió
a la escuela, a cumplir con la actividad de ese día.
Luego vinieron las celebraciones por la graduación. Primero la ceremonia oficial, en la propia
escuela, con la entrega de documentos terminales; ese mismo día, un poco más tarde, la misa
de acción de gracias, en el templo del Sagrado Corazón y, unos días después, el 22 de junio,
(¡por fin!) el festejo del brindis y la cena-baile, en el Centro de Convenciones Bicentenario;
todo lo anterior, en una ambiente de alegría y de relajación, una vez que había pasado el
estrés de fin de semestre –y de carrera−.

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Sin embargo, en la última de estas celebraciones, es decir, en la cena-baile, junto al regocijo
propio de la fiesta, con su música y todo lo demás, se sentía también –al menos en Vanesa y
sus compañeros más cercanos− cierto aire de tristeza, quizá debido al hecho de que esa sería
la última vez que se verían juntos, pues esta reunión significaba también la despedida de
quienes durante tres años se habían constituido como un grupo. De esta manera, pues,
concluía de facto esta etapa en la vida académica de nuestra hija. No así, desde luego, su vida
social, que continuó con el grupo de amigos(as) más cercanos(as), con quienes Vanesa había
entablado relaciones más duraderas.

Vanesa (a la izquierda) con algunos de sus amigos más cercanos, en el “adiós” al Prome

Los preparativos para iniciar el nuevo ciclo de estudios


Después, vino el período de receso escolar o vacaciones. Este tiempo lo dedicó Vanesa (y
nosotros, sus papás, junto con ella) a determinar la carrera (profesional) que seguiría. De las
carreras que ofrecían las instituciones educativas públicas (psicología, contabilidad, derecho,
medicina, ingenierías, etc.) ninguna resultó de su interés. Ella había pensado, como ya lo
mencioné antes, en hacer una licenciatura en Lingüística, o bien, en Diseño de Modas, las
cuales correspondían a dos de los grandes intereses que tenía. Sin embargo, resultaba difícil
estudiar esas carreras; en el primer caso, porque ninguna institución de la ciudad o del estado
la ofrecía, por lo que, si se decidía a hacerla, tendría que irse a otra ciudad del país; en el
segundo caso, porque la opción que ofrecía una universidad privada no llenaba las
expectativas de Vanesa.
Por otra parte, nuestra hija abrigaba la esperanza de, eventualmente, poder irse a Europa, bien
fuera a Francia, bien a Inglaterra –donde radicaba su hermano Jesús−, países en los que, al
parecer, se encuentran las mejores escuelas de diseño de modas, para realizar allá sus estudios
en este campo. Pero, por lo pronto, y para no perder el tiempo, ella habría de iniciar, de
cualquier modo, alguna carrera en la localidad.

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De las carreras disponibles en las instituciones privadas, había dos que le atraían a Vanesa:
la de Mercadotecnia y la de Comunicación. Después de hacer algunas consideraciones acerca
de las instituciones que las ofrecían, las distancias respecto de nuestra casa, los costos, etc.,
decidimos, Vanesa y yo, que estudiaría la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, que
se ofrecía en la Universidad Autónoma España de Durango, particularmente en Relaciones
Públicas e Imagen Corporativa, que es una de las especialidades de dicha licenciatura.
Así, algunos días más de este tiempo de receso, los dedicamos a realizar los trámites y
cumplir con los requisitos para el ingreso de Vanesa a la institución y la carrera mencionadas:
consecución y/o autenticación de documentos, inscripción, examen de diagnóstico, etc. Ese
año (2013), además, no fuimos a Mazatlán, como lo habíamos hecho tradicionalmente, año
tras año, debido a que yo quise aprovechar mis vacaciones para someterme a una operación
quirúrgica a fin de corregir una hernia inguinal, de la cual había padecido desde hacía varios
años, operación que, por diversas circunstancias, había postergando… hasta entonces, en que
ya era inevitable y urgente. Haciéndolo en esos días, tendría el tiempo suficiente para
recuperarme de la operación fuera del período laborable.
Así pues, el tiempo que seguía se vislumbraba como un período tranquilo y sin mayores
sobresaltos o tensiones. Para Vanesa, significaba esperar el comienzo de las clases del primer
semestre de la carrera elegida, en los últimos días de agosto, y, mientras tanto, descansar y
pasarla bien, realizando sus actividades cotidianas y, eventualmente, saliendo a divertirse
sanamente con sus amigas y amigos… Ni remotamente nos imaginábamos lo que el Destino
nos deparaba en los siguientes días.

La tragedia… y lo que vino después: una postbiografía


El sábado 10 de agosto de 2013 había transcurrido como un día casi normal, con la salvedad
de que yo me encontraba convaleciente de la operación ya mencionada, que me habían
practicado tres días antes. Vanesa había salido por la noche con unas amigas a tomar un café
(bien presente tengo que, según nos comentó, ella había tomado varios tés “chai”), pero había
regresado temprano. Como era su costumbre, al menos en los días de descanso, se quedó
despierta −en realidad, no sabemos hasta qué hora−, “chateando” con sus amigos(as), no sé
si a través de su celular o de una “tablet”, después de que nosotros, sus papás, nos fuimos a
dormir.
El domingo 11 de agosto, día funesto, nos dimos cuenta del trágico suceso que vino a enlutar
nuestras vidas, y a trastornarlas y cambiarlas, como cambia un terremoto la tierra y todo lo
que en ella se encuentra. Mi esposa Guadalupe fue la que primero se percató de la tragedia y
de su magnitud. Cuando se preparaba para ir a misa, como solía hacerlo todos los domingos
por la mañana, pasó por la recámara de Vanesa y vio su cuerpo en una posición inusual: en
la cama, pero medio sentada y con el tronco caído hacia adelante o hacia un lado, y se percató
de que estaba inconsciente. Sin saber qué había pasado, trató de reanimarla, pero ella no
reaccionaba. Después le habló, a gritos, a nuestro hijo Alán, para que llamara al Dr. P., y
rápidamente se pusieron a buscar el número telefónico de este.
Yo, que aún dormía, fui despertado por los gritos de mi esposa, aunque en un principio creía
que provenían de la casa vecina trasera, donde vive una señora cuyas voces se escuchan
estridente y frecuentemente en la casa nuestra. Además, me parecía escuchar “¡Juanita!,
¡Juanita!”, y pensaba yo que esta señora se estaba dirigiendo o otra mujer en la casa. Después

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supe que, en realidad, era mi esposa la que gritaba: “¡Mi hijita!, mi hijita!”. Hasta que ella
entró en nuestra recámara, que estaba a un lado de la de Vanesa, y me dijo rápidamente lo
que pasaba, me levanté de inmediato y mal me vestí, para salir a averiguar de qué se trataba.
El cuadro que contemplé al entrar fue terrible, realmente patético: el cuerpo de nuestra hija,
exánime, yacía en la cama, ya acostado, con los ojos abiertos pero con el rostro inexpresivo
y pálido. Me acerqué a la cama y me arrodillé junto a su cuerpo, para tocarla y revisar sus
signos vitales. La sentí fría, muy fría; además, no tenía pulso y no respiraba. Todavía traté de
reanimarla estimulándole algunos puntos de acupuntura que se recomienda tratar para tal
efecto, pero todo fue inútil. Después de eso, solo acerté a decir aquello que nos costaba
trabajo aceptar: “Creo que está muerta”. Expresión lapidaria que nos dejaba indefensos e
impotentes ante aquella terrible realidad.
Luego, me acerqué de nuevo al cuerpo de mi hija, la tomé entre mis brazos, cerré sus ojos y
le di mi bendición, deseándole que el Señor la bendijera y la guiara en el viaje hacia Él, que
había emprendido. Al mismo tiempo noté que mi mano izquierda se manchaba de sangre,
sangre que brotaba de su oído derecho.
Entretanto, habían sucedido algunas cosas. Mi esposa, al no recibir respuesta del Dr. P. por
teléfono, había llamado a su hermana Carmen para que le ayudara a localizarlo. Esta así lo
hizo; pero, además, enterada de la situación, llamó a la Cruz Roja para que mandaran una
ambulancia a nuestra casa.
Después, nuestro hijo Alán fue al Hospital del Bosque, que es el que más cerca nos queda,
para buscar un médico que viniera a casa a fin de dar fe del deceso y extender el certificado
de defunción correspondiente. Regresó acompañado del Dr. M., quien procedió a practicar
los exámenes del caso. Después de hacerlo, nos dio su impresión sobre lo acontecido: según
él, nuestra hija había fallecido a causa de una broncoaspiración.
Poco después, llegó la ambulancia que había solicitado mi cuñada; entonces le notificamos
al personal que venía en ella que ya no había nada que hacer puesto que la persona afectada
había fallecido. Ellos entraron a la casa y, después de hacerle al cuerpo las revisiones de
rutina, confirmaron nuestro dicho. Ante esto, optaron por retirarse, pero seguramente, dadas
las circunstancias del caso, dieron aviso a alguna autoridad porque más tarde llegó personal
del Servicio Médico Forense (SEMEFO), con la intención de llevarse el cuerpo de nuestra
hija para practicarle la “autopsia de ley” y, con ello, averiguar la causa del deceso. Nosotros,
sabiendo lo que implica la práctica de la autopsia a un cuerpo, nos opusimos desde luego a
esa pretensión, alegando que ya un médico calificado había practicado los exámenes
correspondientes y dado su dictamen, y que habría de elaborar el certificado respectivo.
Ante la insistencia de las personas en cumplir con su cometido, hubo que recurrir, a través
de mi cuñada Carmen –que para entonces ya se encontraba en nuestra casa−, a un funcionario
de la corporación mencionada, conocido de ella, que pudiera intervenir para evitar que el
cuerpo de nuestra hija fuera llevado al SEMEFO. Mi cuñada hizo una llamada a esta persona,
la cual, por la misma vía, dio órdenes a los empleados del SEMEFO para que se cancelara la
pretendida acción, por lo cual también ellos optaron por retirarse.
A estas alturas, el Dr. P., médico “de cabecera” de Vanesa, ya había sido localizado y
enterado de la situación. Aunque no vino a casa –quizá porque ya no era necesario−, sí se
trasladó a nuestro barrio, al hospital donde radica el Dr. M. y estuvo intercambiando
impresiones con él. Como consecuencia de esta plática, ambos coincidieron en señalar en el

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certificado de defunción que la causa del fallecimiento de Vanesa había sido una
broncoaspiración, como efectivamente quedó asentado posteriormente en el acta de
defunción correspondiente.
Vinieron después momentos muy tristes y dolorosos, al tener que notificar a los familiares y
amigos más cercanos, del trágico acontecimiento. Resultaba muy difícil comunicar tan
funesta noticia. Y a quienes la escuchaban, les resultaba también difícil creer y aceptar que
aquello hubiera sucedido. Por eso, inmediatamente surgían los “cómos” y los “porqués”, para
poder entender lo que había ocurrido.
Las muestras de solidaridad y de apoyo no se hicieron esperar. Pronto llegaron a nuestra casa
algunos de mis hermanos(as) y los(as) hermanos(as) de Lupe, para estar con nosotros en tan
difíciles momentos, expresarnos su condolencia y brindarnos consuelo. Con ellos pudimos
desahogarnos y llorar, llorar mucho, por el terrible golpe que habíamos recibido con la
pérdida de nuestra hija/hermana y por las condiciones en que había ocurrido su fallecimiento.
Yo, en lo particular, lamentaba el no poder haber estado cerca de mi hija para poder auxiliarla
en aquellos momentos en que sobrevino su deceso… no sabemos cómo.
Quizá el momento más difícil fue cuando tuvimos que dar la noticia a nuestro hijo Jesús,
quien a la sazón se encontraba viviendo en Londres. Para hacerlo nos comunicamos con él
por Internet, a través de Skype, mediante una videollamada. Cuando la escuchó, tampoco él
lo podía creer. Cuando medio lo asimiló, rompió a llorar y nosotros con él. Después,
acordamos que se trasladaría lo más pronto posible acá para acompañarnos y ver a Vanesa
por última vez antes de su sepelio…
Lo que vino después, lo hicimos de manera casi mecánica, sin poder aún asimilar a cabalidad
la magnitud del acontecimiento que acababa de suceder. Se hizo lo que se tenía que hacer,
sin pensarlo mucho: dar aviso a la funeraria (esto lo hicimos por teléfono), contratar el
servicio correspondiente (para esto usé un servicio funerario que yo había comprado hacía
tiempo) y prepararnos para la velación del cuerpo de nuestra hija.
Más tarde, alrededor del mediodía, se presentaron unos empleados de la funeraria para
llevarse el cuerpo de nuestra hija. Momento muy impactante este, para nosotros, pues
significaba el principio de la separación física. Lupe, mi esposa, les entregó la ropa con que
habrían de vestir el cuerpo y que, según decidió ella, fue el traje que Vanesa había usado en
su fiesta de graduación de Bachillerato, un bonito vestido vaporoso, de color melón.
Después, acudimos a las oficinas de la funeraria –ubicadas en la calle Constitución− para
formalizar la compra del servicio, hacer el pago correspondiente y elegir el ataúd en que sería
depositada y sepultado el cuerpo de Vanesa. Como habíamos de esperar que llegara Chuy
desde Londres, se dispuso que el cadáver fuera preparado para durar un tiempo de velación
de dos días, es decir, hasta el martes siguiente.
Por la tarde de ese día, domingo, el cuerpo de Vanesa se encontraba ya depositado en el
ataúd, de color blanco, que habíamos elegido, y expuesto para la vista de los deudos,
familiares y amigos, en una de las salas del velatorio, donde permanecería hasta su traslado
al templo en que se le harían las honras fúnebres.
Ya desde ese día, por la tarde/noche, y durante los días siguientes, lunes y martes, una vez
que trascendió la triste noticia, acudió al velatorio una gran cantidad de personas: familiares,
amigos y compañeros de nosotros, sus padres; compañeros, amigos, maestros(as) y otros

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conocidos de Vanesa y, también, los amigos de sus hermanos, Jesús y Alán, así como de sus
tíos, tías, primos y primas.
Familiares y otras personas que hacía mucho tiempo no veíamos o que, incluso, no se habían
visto entre ellos, hicieron acto de presencia en esta ocasión. En una mañana, la del martes,
creo, en que coincidieron ahí una cantidad importante de primos míos, comentábamos, con
cierta ironía, que lamentablemente solo en momentos como aquel que vivíamos, se reunía un
número tan grande de familiares. Sin embargo, esto demostraba que, después de todo, no
estábamos tan alejados y/o distanciados como pareciera, aun cuando no nos veíamos con
frecuencia.
En las dos noches −la del domingo y la del lunes− en que el cuerpo de Vanesa estuvo en la
sala de velación, contamos con la presencia de los familiares más cercanos: la madre de mi
esposa –abuelita de Vanesa− y sus hijas, es decir, las hermanas de Lupe y algunas tías de
esta. También nos acompañaron algunas vecinas de nuestra calle, que son amigas de mi
esposa. Durante el día, la afluencia de personas era, desde luego, mayor, de tal manera que
la sala de velación, se pude decir, nunca estuvo vacía.
No se puede negar que esta situación resultaba triste y dolorosa para nosotros, sus padres,
pues cada pésame que recibíamos de las personas que llegaban, cada palabra de consuelo
significaban una nuevo lamento, un nuevo llanto en algunos casos; algo así como remover
una herida que acababa de abrirse. Sin embargo, en este tiempo, y ante la recepción de tantas
condolencias y tantas muestras de afecto y de solidaridad, pudimos darnos cuenta de que no
estábamos solos en nuestro dolor y de que había mucha gente dispuesta a poyarnos para salir
adelante en este trance tan difícil. Esto, desde luego, de alguna manera era reconfortante para
nosotros, los padres y hermanos de Vanesa, quienes más sentíamos la pena a causa de la
pérdida tan grande que habíamos tenido.
También, con esta experiencia nos dimos cuenta de cuán apreciada era Vanesa y por cuánta
gente. En un momento dado, la sala del velatorio resultó insuficiente para colocar en ella las
coronas y arreglos florales que se recibían. Por otra parte, la gente que iba llegando se unía a
las plegarias que, en forma de rosarios, se rezaban de manera intermitente en la sala.
Recuerdo ahora, también con tristeza, cómo nos resultaba difícil aceptar la idea de la
separación definitiva de nuestra hija, que ocurriría pronto. Quizá por ello, y queriendo que
Vanesa se llevara algún recuerdo de nosotros, fue que le entregué a una asistente del velatorio
un dije con una piedra de color blanco −piedra de la Luna, me parece− y una cadena de plata
que tenía yo, pero que no había usado y que le gustaba mucho a Vanesa, para que se la
colocara a esta en el cuello (quizá pensé en hacer esto a modo de protección del cuerpo de
mi hija, de energías negativas). Y nuestro hijo Alán, por su parte, en un gesto que me pareció
muy tierno, llevó algunas figuras de plástico, fosforescentes, en forma de estrellas y de
pequeñas ovejas, como las que Vanesa tenía en el techo de su recámara, para que se le
colocaran en lo que ahora era el “techo” de cristal de la parte superior de su ataúd (tal vez
para que la iluminaran o la guiaran en el camino al más allá).
El martes 13, por la mañana, llegó nuestro hijo Jesús, procedente de Londres. Yo no pude ir
a recibirlo al aeropuerto, pues, como estaba recuperándome de la operación que me habían
practicado hacía algunos días, no podía moverme mucho. Otro momento doloroso y triste
sobrevino cuando, a la llegada de nuestro hijo al velatorio, lo acompañamos mi esposa, mi

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hijo Alán y yo, al féretro para que contemplara a su hermana, ya sin vida. Ahí lloró Chuy, y
nosotros con él, por la desgracia que significaba esta pérdida para nuestra familia.
Después, alrededor de las dos de la tarde, se comenzaron a hacer los preparativos para
trasladar el cuerpo de Vanesa al templo de la Resurrección, del fraccionamiento donde
vivíamos, para la misa de honras, que se había programado para las tres. Se recogieron las
flores y coronas, que, como decía, eran muchas, por lo que se tuvieron que llevar en una
camioneta de redilas que una de mis cuñadas consiguió para tal efecto. El ataúd se colocó en
la carroza que haría el traslado, y así, a una hora que nos pareció muy temprana, pero que los
encargados de la funeraria, un poco ansiosos, estimaron que era la adecuada, los ahí presentes
nos enfilamos, en los respectivos coches y tras la carroza, hacia el templo.
En efecto, después de que llegamos a la iglesia tuvimos que esperar un buen rato –cerca de
20 minutos, me parece− en la entrada, antes de que comenzara la misa. Entretanto, la gente
iba llegando y, al final, el templo estuvo lleno. Una muestra más de cuán estimada era Vanesa
y de cuántas personas se solidarizaban con nosotros, sus deudos. La misa, como era de
esperarse, fue muy conmovedora, como son las misas de bendición y despedida para las
personas que a muy temprana edad terminan su tránsito por este plano de existencia. El tono
de la misa fue, desde luego, de lamento por esta circunstancia; de reflexión por tan lamentable
acontecimiento, pero, también, de consuelo para quienes más padecíamos el dolor de la
pérdida.
Al terminar la misa, acompañamos el féretro a la salida del templo y ahí recibimos las
condolencias de algunas personas, compañeros de trabajo y amistades, que no nos habían
saludado antes. Después de esto, nos enfilamos, con la carroza de la funeraria por delante, y
casi con la misma comitiva, tras de esta, hacia el Panteón de Oriente, donde despediríamos y
daríamos sepultura al cuerpo de quien fue nuestra hija y hermana…
Momentos difíciles y dolorosos para la familia resultaron aquellos en los que, rodeados de
una gran multitud, dimos el último adiós a lo que nos quedaba de Vanesa: su cuerpo físico
(su alma quizá ya estaría en camino al Cielo), pues esto significaba la separación definitiva,
la pérdida total… su desaparición de la faz de la Tierra.
En el borde de la tumba, la misma donde hacía diez años había sido sepultado el abuelo
materno, el cuerpo en el ataúd parecía esperar nuestra despedida. Uno a uno, los familiares
cercanos que ahí estábamos, nos aproximamos al féretro y dimos un beso en el cristal que
estaba sobre su cara. Algunos, yo entre ellos, trazamos un signo en forma de cruz sobre esta
parte. Mi frase de despedida fue: “¡Que dios te bendiga, hija!”. Y con esta frase sentía que
dejaba, también, un pedazo de mi corazón…
Después, el ataúd fue bajado, poco a poco, a la fosa. Conforme bajaba, le lanzábamos puños
de tierra y flores. Luego vinieron las paladas de tierra, hasta cubrir la fosa y formar un
montículo sobre esta. Los ahí presentes estábamos expectantes, con el dolor y la tristeza
reflejados en nuestros rostros. Sobre la tierra se depositaron las coronas y arreglos florales
que se habían recibido en el velatorio… y aun en el templo. Con ellos se formó una gran pila
sobre la tumba. Así, el cuerpo de nuestra hija quedaba cubierto de flores, como muestra y
símbolo del cariño de tanta gente que la echaríamos de menos… De esta manera terminaba,
pues, el peregrinar, el corto peregrinar, de nuestra querida Vanesa por este plano terrenal.
Terminado todo, dirigí unas palabras a los presentes, con la voz entrecortada y débil, para
agradecerles por todo el apoyo que, en diferentes momentos, nos habían brindado y por todas

46
sus muestras de afecto y de consuelo en aquellos días que habían sido tan difíciles para
nosotros por la pena que nos embargaba. Luego, las personas se fueron despidiendo de
nosotros, los deudos, reiterándonos sus condolencias y su acompañamiento en nuestro pesar.
Al final, solo quedamos en el lugar las personas más allegadas a Vanesa, es decir, nosotros,
sus padres; sus hermanos y la familia de mi esposa: su mamá, sus hermanos y sus sobrinos.
Finalmente, se despidieron también ellos y cada familia tomó su rumbo. De esta forma,
concluía un episodio de nuestras vidas, pero empezaba otro, quizá más difícil y doloroso: el
del camino de la añoranza, del llanto, de la resignación, de la búsqueda de explicaciones; de
los ajustes a la propia vida; el de acostumbrarse a vivir sin la gran ausente; en otras palabras,
el camino del duelo, personal y familiar.

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EPÍLOGO
Me resulta particularmente difícil encontrar qué decir para cerrar un escrito como este, que
quizá debería de terminar con la reseña del deceso de nuestra hija Vanesa y con su separación
física definitiva. Pero, teniendo que concluir de alguna manera, creo que conviene, por un
lado, hacer una especie de balance de la vida de Vanesa (aunque el Balance Final
corresponderá a otros hacerlo) y, por otro –y sobre todo−, hacer referencia a algunos aspectos
del proceso que vivimos los que quedamos aquí, en lo particular quien esto escribe, después
de la pérdida de nuestra hija.
La vida de Vanesa fue, en efecto, una vida muy breve, pero pienso que una vida muy bien
aprovechada. Por la cortedad de su vida, quizá no pudo hacer mucho, pero hizo todo lo que
a su edad le correspondía hacer y, además lo supo hacer muy bien. La reseña que aquí se
presenta testimonia sobradamente lo anterior. En ocasiones, podría parecer que Vanesa era
una niña/joven perfeccionista, pero creo que lo que ocurría era solo que ella se esforzaba por
lograr la mayor calidad en sus trabajos, producciones y, en general, en sus acciones. Así, lo
que cuantitativamente no pudo hacer, lo compensó con calidad en lo que sí hizo.
Por otro lado, a pesar de la brevedad de su vida, Vanesa alcanzó, como persona, una gran
madurez. A veces pienso que en tanto a que a algunos les (nos) cuesta trabajo llegar a madurar
afectiva, ética y/o socialmente, y a veces la vida no les (nos) alcanza para ello, hay otras,
como Vanesa, que parecen haber nacido maduras, y el tiempo y las circunstancias no hacen
más que pulir, poner al descubierto o evidenciar cualidades que ya traían, en germen, consigo.
En tal sentido, creo que Vanesa supo aquilatar y asimilar los principios, valores y modelos
positivos que se le propusieron a través de su educación y formación, tanto en el seno familiar
como en la escuela, y desarrolló en sí una serie de virtudes y cualidades que la hicieron
valiosa y positiva –y, por ende, apreciada− como ser humano. Según lo comenta José Luis,
uno de sus amigos, que contribuyó con su aportación a este trabajo (ver Anexo), Vanesa
poseía un sinfín de cualidades. Algunas de estas fueron ya mencionadas en lo que antecede;
varias de ellas son ratificadas por quienes con sus contribuyeron con sus descripciones, que
presento en Anexo de este escrito, y otras más, no mencionadas hasta aquí, son señaladas en
las colaboraciones que aparecen en dicho Anexo.
Además de su bondad y su nobleza, me gustaría destacar aquí otras cualidades que
caracterizaron a nuestra hija. Ella era una persona optimista: siempre veía el lado positivo de
la cosas. Esto la hacía ser, también, una persona alegre, con una alegría contagiosa; muchas
personas la recuerdan siempre sonriente y risueña. Por otra parte, Vanesa era una persona
valiente, tanto en el sentido de ser capaz de afrontar las adversidades, cuando estas se
presentaban, como de defender sus derechos y sus puntos de vista, cuando había que hacerlo.
Con estas y otras cualidades y virtudes, Vanesa era, consecuentemente, una persona feliz (o
quizá, a la inversa, estas cualidades eran una consecuencia de llevar una vida feliz). Se me
podría rebatir diciendo que a esa edad, la adolescencia, en que la vida se vive sin muchas
preocupaciones y todo se mira color de rosa, es difícil no ser feliz. Sin embargo, según se
puede constatar, en nuestro mundo actual muchos jóvenes, por diversas causas –depresión,
adicciones, violencia, inestabilidad, etc.− no son felices. No era ese el caso de nuestra hija.
Ella aprendió a ser feliz.
Con base en todo lo anterior, el balance de la vida de nuestra querida Vanesa es, sin lugar a
dudas, un balance positivo para ella. Si, como se afirma, después de esta vida existe una

48
especie de juicio para cada alma en lo individual, seguramente el alma de Vanesa debe haber
salido muy bien librada del mismo. Y seguramente –así lo creemos y lo deseamos− estará
disfrutando ahora, en el plano superior de existencia en que se halla, de las bondades y dones
que en ese mundo encuentran las almas buenas.
Por otra parte, diré que para dar cuenta del proceso de duelo y de recuperación emocional
por el que hemos pasado, tras la pérdida de nuestra amada Vanesa, quienes estuvimos más
cerca de ella –y particularmente yo−, proceso que no ha sido fácil ni breve, se requeriría otro
escrito como el que aquí estoy a punto de concluir. Sin embargo, no siendo ese el propósito
de esta obra, me limitaré a sintetizar aquí la forma en que, en lo particular, he vivido, y por
fortuna sobrevivido, a dicho proceso.
Es difícil expresar con palabras la gama de sentimientos y de emociones que sobrevinieron
en mí después del fallecimiento de nuestra hija. Primero, el impacto, el fuerte shock, al darme
cuenta de la tragedia y de su magnitud, con una mezcla de incredulidad, de confusión y hasta
de negación (“¡No es posible!”, “¿cómo?”, “¿por qué?) ante lo ocurrido. Desde luego, y por
mucho tiempo, el dolor de la pérdida. También, los sentimientos de impotencia y de
indefensión, por no poder hacer nada contra ese embate de la Muerte, que tan cruelmente nos
arrebataba a un ser tan querido; de frustración, por el hecho de ver cómo era segada la vida
de una persona que tenía todo un prometedor futuro por delante, una vida en flor. Y todo esto
agravado por la forma tan lamentable –por lo repentino y, obviamente, inesperado− en que
ocurrió el deceso de nuestra hija: sin una despedida, sin la posibilidad de darle un auxilio,
material o espiritual, en aquel momento en que la vida física terminaba para ella.
Después, vino un sentimiento de desolación por el vacío que nos dejaba la partida de nuestra
hija; un vacío físico, pero sobre todo, el vacío afectivo, emocional, el vacío en el corazón.3
Fue este un tiempo de profunda tristeza, a causa de la ausencia de quien ya tenía un lugar en
nuestra casa, en nuestro hogar y en nuestros corazones, un lugar que, desde luego, no podría
ser ocupado o llenado por alguien más; un tiempo de añoranzas ante los recuerdos, de
recrudecimiento del dolor y de la pena por la pérdida sufrida; tiempo en que se tiene el llanto
a flor de piel y los objetos, los detalles… hacen llorar a uno o al menos hacen que se le forme
un nudo en la garganta o que las lágrimas se asomen a los ojos con más frecuencia de la que
uno quisiera.
Sin embargo, fue este también, casi inevitablemente, un tiempo de reflexión, de búsqueda de
respuestas o de explicaciones ante la situación que vivíamos, así como de búsqueda de
consuelo. En este sentido, fue que hicimos nuestras las ideas que se encerraban en las frases
que algunas personas nos expresaban. Por ejemplo, había quienes nos decían que la misión
de nuestra hija en este plano terrenal había terminado (“Ella ya cumplió”) y por eso había
partido. O también quienes afirmaban que quizá había sido mejor que se hubiera ido ahora y
de esa manera repentina, sin sufrimiento, porque tal vez si hubiera continuado viviendo,

3
He escuchado que cuando dos personas se relacionan intensamente, como sería el caso de las relaciones entre
los miembros de una familia, se establece entre ellas un vínculo tan fuerte, que hace que cada una llegue a
formar parte del ser de la otra –a nivel energético, desde luego−, de tal manera que cuando la energía de una de
esas personas se aleja de la otra o se rompe el vínculo que existía entre ellas, la separación se siente como una
pérdida “real” de algo que era parte de quien mantenía esa relación, como si le hubieran quitado una parte de sí
mismo, y, en tal sentido se siente como si algo le faltara. Creo que esta es una manera acertada de explicar lo
que, como en nuestro caso, ocurre a los deudos de una persona cuando esta fallece, cuando su energía pasa a
otro plano y se rompen, involuntariamente, los vínculos con ella, al menos en el plano terrenal.

49
habría tenido que enfrentar situaciones muy difíciles y dolorosas, es decir, sufrimientos
fuertes −sobre todo a causa de su problema de salud−, que de esta manera se habían evitado.
O, simplemente, había quienes nos decían que con la partida de nuestra hija teníamos ya, en
el Cielo, un “angelote” (no sé si lo decían por la estatura física de nuestra hija o por su nivel
de calidad espiritual) que velaría por nosotros y nos cuidaría ayudaría desde allá.
Aunque sabíamos que estas frases de consuelo suelen ser lugares comunes en situaciones
como esa en que nos encontrábamos, sentimos que en algunas de ellas había algo de razón y
nos acogimos a ellas, quizá como una forma de aminorar nuestra pena y de encontrarle
sentido a lo que nos había ocurrido.
Pienso que en esta búsqueda de consuelo y de explicaciones también nos han ayudado mucho
nuestras convicciones espirituales, algunas de las cuales buscamos reafirmar o recordar a
través de la lectura de diversos materiales −algunos leídos ya con anterioridad, otros de
lectura actual− en los que se abordan temas relativos a la trascendencia del alma y la vida en
los planos superiores. En mi caso me sirvieron, por ejemplo, mis concepciones sobre el
sentido de la vida… y de la muerte: el “saber” que el alma no muere; que la muerte biológica
no es el fin de la vida sino solo un cambio de estado y el paso de esta dimensión terrenal a
un plano de existencia más elevado, que es, de alguna manera nuestro verdadero hogar, el
“sitio” de donde venimos y al que regresaremos al concluir nuestra estancia aquí; el tener
alguna idea más o menos definida de lo que ocurre a nuestro ser cuando cesa la existencia
aquí, es decir, el saber que hay una vida post mortem −que sin duda es mejor que la que
vivimos en este plano terrenal− y, eventualmente un nuevo retorno a este mundo… Estas
ideas, entre otras, me conducían a creer que aunque nuestra hija había fallecido, su alma sigue
existiendo en algún buen “sitio”, en otra dimensión, en las que seguramente reinan la
felicidad, la armonía y la paz; pero, a la vez, cercana a nosotros, sus seres queridos y, también,
que algún día, al concluir nuestro peregrinar por este plano físico, podremos reunirnos con
ella.
Por otra parte, la comprensión elevada de estos fenómenos, además de ayudarnos a encontrar
consuelo, nos ayudó a evitar un duelo exagerado, ya que, según se dice, el llorar demasiado
a los muertos impide o retarda su evolución espiritual en los siguientes planos, pues, de
alguna manera, se sienten atados a este mundo, detenidos en su camino a causa de quien los
añora vehemente y desea su presencia, es decir, de quienes se niegan a romper el vínculo que
mantenían con la persona fallecida. A los muertos, se nos ha dicho, hay que “dejarlos ir”.
Asimismo, en este proceso de duelo y de superación del mismo fueron muy valiosos el apoyo,
la ayuda y la comprensión de muchas de las personas que nos rodean, desde los compañeros
de trabajo, en mi caso, hasta los familiares y los amigos –de la familia, en general, o de sus
miembros, en particular−, todos lo cuales nos han apoyado para salir adelante, tanto en lo
físico –los médicos o especialistas− como en lo emocional y en lo espiritual.
Pero seguramente la máxima ayuda la hemos recibido de lo Alto, del Señor Dios, a quien, en
mis plegarias, le pedía yo, entre otras cosas, que me ayudara a entender y aceptar sus divinos
designios, a encontrar consuelo a mi pena −a nuestra pena− por la pérdida sufrida, y la
fortaleza necesaria –en todos los sentidos− para soportar estos embates del Destino y para
continuar la vida, recuperando el sentido de la misma. Y creo que el Señor me escuchó y que
gracias a Su ayuda hemos podido salir adelante.

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Desde luego, en mis oraciones al Señor nunca ha faltado, asimismo, la petición de que Él
ilumine y bendiga el alma de quien fuera nuestra hija, para que su vida espiritual, en el plano
en que ahora se encuentra, sea venturosa y feliz. Creo, entonces, que nuestra fe y nuestro
amor por el alma que estuvo con nosotros y que, lamentablemente tuvo que partir muy pronto,
han sido factores importantes en este proceso de recuperación tras el golpe, duro golpe,
sufrido…
Por ello, en este proceso vino luego un periodo de resignación, de aceptación y conformidad
con nuestra situación, que, aunque dolorosa y aparentemente injusta, seguramente
corresponde al cumplimiento de los designios de una voluntad superior (“El Señor sabe por
qué ocurren las cosas”). Además, el Tiempo, ese gran aliado que contribuye a mitigar las
penas, ha hecho su parte y nos ha ayudado a reconciliarnos con la vida y a recuperar, poco a
poco, la alegría y la paz espiritual.
Pienso que los tres epígrafes que menciono al principio de este trabajo corresponden, de
alguna manera, a estos momentos o etapas por los que he (o hemos) pasado en este proceso
que siguió al deceso de nuestra querida Vanesa. Primero (“Lo bueno se va o se muere”), un
tiempo de lamento, de dolor, de sufrimiento y hasta de inconformidad ante un suceso que se
siente como injusto. Después (“El Señor dio y el Señor quitó…”), los momentos de reflexión,
de búsqueda de consuelo y, también, de conformidad con los designios superiores. Y,
finalmente (“Las personas no se olvidan…”), la aceptación de nuestra situación actual y la
definición de nuestra relación con el alma de nuestra hija (en este tiempo, escuché decir a
alguien, en referencia a nuestra pérdida: “Estas heridas cierran, pero no cicatrizan”). Así,
seguramente nunca olvidaremos a quien fue nuestra hija, hermana, etc., pero por su bien y
por el nuestro, aceptamos nuestro destino y continuamos nuestro camino por este mundo, en
la esperanza de que ella se encuentre disfrutando de un mundo y una vida mejores, y de que
algún día habremos de reunirnos con ella de nuevo.

51
ANEXO
¿CÓMO ERA VANESA? OTRAS VISIONES
En las páginas precedentes espero haber ofrecido una semblanza más o menos completa de
mi hija Vanesa, tanto en sus rasgos físicos como en los psicológicos, así como en sus valores
y virtudes. No obstante, para complementar y, de alguna manera, confirmar esta imagen
general de Vanesa, incluyo aquí las descripciones de ella que hacen cinco de sus compañeros
y amigos, quienes respondieron a la solicitud que en su momento hice a sus amistades más
cercanas para aportar sus puntos de vista sobre las características de nuestra hija. En estas
colaboraciones, sus autores nos brindan sendas perspectivas de cómo era Vanesa en los
últimos años de su vida, a partir del conocimiento y las experiencias e interacciones que
tuvieron en su relación con ella. A continuación se presentan estas aportaciones, en el orden
en que fueron recibidas, transcritas textualmente, solo con algunos ajustes de forma, para
hacerlas más comprensibles.

Aportación de Yasmín Díaz


“Vane era una chava muy alegre; le gustaba mucho bromear con sus amigos. Le gustaba
mucho arreglarse y vestirse bien; era una gran modelo; le gustaba mucho andar a la moda.
Recuerdo una vez que vino a mi casa a cocinar unas galletas: no quedaron como lo
esperábamos, pero nos quedaron muy buenas. Ella era una gran amiga. Siempre la recordaré.
Nos hace mucha falta; sin ella nos hemos distanciado. Ella nos unía, pero ahora ya todo es
diferente. Me acuerdo que también íbamos seguido al antro; me la pasaba muy a gusto con
ella. Siempre tuvo una relación muy buena con nosotros. Siempre la recordaré”.

Aportación de José Luis Escamilla Díaz


“¿Como era su carácter? Tenía un carácter dulce, amigable para todos, sin importar quien
fuera; eso me agrada de ella. ¿Cualidades? Tenía un sinfín: era comprensiva, inteligente,
alegre; apoyaba a sus amigos y compañeros; te sacaba una sonrisa… Total, si me pongo a
escribir todas, no acabo. ¿Como se comportaba con los amigos, compañeros y maestros? Con
sus amigos: los escuchaba cuando la necesitaban; los hacia sentir bien, en confianza. Con los
compañeros, igual; con todos trabajaba en equipo, y con los maestros se mostraba segura, sin
temor a preguntar algo. ¿Sus actitudes ante la vida y los demás? Ante la vida, de una manera
positiva y ante los demás, cariñosa y comprensiva. De sus aficiones y gustos no tengo
conocimiento. ¿Su relación conmigo? Me llevaría toda una vida decir cómo lo era, porque
fue un gusto haberla conocido los 3 años de la prepa. Para mí fue una amiga espectacular y
lo sigue siendo. El día que me avisaron sobre la tragedia, sentí que el mundo se me venía
encima, porque una amiga como ella no hay dos”.

Aportación de Gabriela Cisneros Mendívil


“La verdad, para mi Vanesa fue una excelente amiga, a pesar de que solo la traté por 3
semestres que estuvimos en prepa. Fuimos compañeras desde primer semestre hasta el cuarto
semestre, cuando nos cambiamos de salón, por la especialidad que tomamos cada una. Ha
sido de las más nobles personas que conozco; era muy risueña y le gustaba ayudar a las
personas cuando lo necesitaban. También era muy fiestera y vaga; le encantaba salir, y en
varias ocasiones nos tocó salir juntas, y siempre nos la pasábamos muy bien. Estaba llena de
alegría, y esa alegría se la contagiaba a todas las personas a su alrededor. Era una excelente

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estudiante; casi siempre sacábamos las mismas calificaciones y nos ayudábamos a estudiar
mutuamente. Le encantaba bailar; formó parte del equipo de porras en el Prome, y siempre,
cuando quería hacer algo, se lo proponía hasta lograrlo; nunca se daba por vencida. La verdad
fue un gran placer el haberla conocido. Cuando me avisaron de que había fallecido, al
principio no me la creía; no me llegó el 20 hasta que la vi en el ataúd y fue cuando me solté
llorando, porque traía puesto su vestido de graduación, que usó un mes antes para el evento.
Fue muy triste su prematura partida, pero yo confió en Dios de que se la llevó por algo: tenía
un plan mejor para ella, y que está disfrutando mucho el estar allá arriba con Él. Y hay que
tomar en cuenta que tenemos un bello ángel arriba que nos está cuidando, y que nunca se va
a olvidar de nosotros, como nosotros nunca nos vamos a olvidar de ella.

Aportación de Miriam Alejandra Cisneros de la Cruz (MiriAle)


“Vane era una chica excepcional. Para mí, creo que ha sido la amiga más importante que he
tenido en mi vida. Su llegada a mi vida y su partida ha marcado para siempre el rumbo que
esta toma. Cuando tenía 15 años, escribí una novela para la clase de español, en donde
describía que conocía a la edad de 17 años a una chica alta, morena, cabello oscuro, delgada,
muy inteligente y con el nombre de Vanesa, y que más tarde se convertiría en mi amiga. Esa
novela no la recordaba hasta que, dos semanas después de su fallecimiento, empecé a tirar
libros y libretas que tenía guardados, y lo encontré anotado en una libreta, con firma de mi
profesora de tercer grado y la fecha.
“Cabe mencionar que a la edad de 17 años, la conocí. Aunque al principio se me hacía muy
callada, se empezó a abrir a mí de manera extraordinaria. Nunca, ninguna persona había sido
tan amiga como ella; porque ninguna amiga me tenía en llamadas gratuitas y me hablaba
todos los días para preguntarme cómo estaba. Siempre estaba allí, al final del día. Podía
contarle todo lo que me había sucedido, mil veces, y me escuchaba como la primera vez. Era
paciente, empática, muy inteligente, tímida con los hombres, tranquila, perseverante,
coqueta, amable, responsable; sabía escuchar; alegre, risueña, con mucha visión, cariñosa,
tierna, de buen corazón.
“Ella estaba muy orgullosa de su hermano, por haber dejado todo lo que tenía en Durango y
lanzarse a la aventura en Inglaterra. Decía siempre que los sueños tenemos que alcanzarlos y
que no importa que la corriente vaya en contra de nosotros; que tenemos que perseverar,
como lo hizo su hermano; que el momento es ahora y que, si no funciona, siempre tienes la
oportunidad de empezar de cero, pero lo intentaste y no te quedaste con las ganas.
“Siempre soñábamos con que ella se iba a Inglaterra a estudiar un postgrado en modelaje,
porque la moda era su pasión, y yo a Alemania, y que ella me iba a diseñar mi ropa de política,
y que nos íbamos a ir a visitar a Europa. Ella se quería casar con un modelo, pero que fuera
heterosexual, porque le gustaba viajar y uno que no fuese modelo no iba a comprender su
pasión por la moda. Creía que ya estaba haciéndose vieja para incursionar en el modelaje
internacional, porque muchas desde los 16 años empiezan. Realmente yo la convencí de que
se decidiera a estudiar la carrera en el España de Comunicación con especialidad en
Relaciones Públicas e Imagen, porque ella quería estudiar modas, pero en Durango no hay
campo para eso; y estuvimos viendo opciones de carreras afines que la conduzcan a eso, y le
comenté de la carrera en Imagología, pero era virtual y muy cara. Además, en la moda es
muy importante las relaciones públicas y la comunicación, y aunque decía que el España era
‘horroroso’, se convenció que no es la institución, sino la persona: estudia quien quiere

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estudiar. Ella sabía mis secretos más íntimos, y siempre me apoyó y nunca me juzgó por
nada.
“El 4 de julio de 2013, tuve un sueño o predicción. La primera persona que se enteró fue ella.
En ese sueño, me desperté llorando, ya que en el sueño me decían que yo iba a morir un mes
después, de broncorrespiración, en la noche, y me explicaban que yo tenía que morirme
porque ya no pertenecía a este mundo, y que Dios necesitaba un ejército más grande y que
necesitaba personas buenas como yo, que era diferente, y que iba a ser un ángel; que ya había
cumplido mi misión en la tierra y que me esperaba algo más con Dios. Y yo estaba muy
preocupada y les preguntaba por mis papás, y me decían que ellos iban a estar bien; que al
principio iba a ser doloroso, pero que la resignación les iba a llegar pronto y que no iban a
sufrir tanto. En ese mismo sueño vi como mi cuerpo se iba desprendiendo de mi alma y como
mi alma entraba por una puerta, y había una fila con muchas personas esperando a entrar. Me
dio mucho miedo ese sueño; recuerdo que me desperté con el corazón muy acelerado, y mi
mamá iba a ir a Chedraui y yo no quise ir, porque seguía con miedo. A la primera que le
hable fue a Vane, por teléfono, para contarle mi sueño, y me dijo que todo iba a estar bien,
que no me iba a pasar nada, que era sólo un sueño. Un mes después, el 4 de agosto, me habla
por teléfono y me dice que no me preocupe, que es 4 y que sigo con vida. Exactamente una
semana después pasa el hecho fulminante. Cuando me enteré del suceso, y que yo estaba en
USA, no lo podía creer, por la relación que había entre mi sueño y su muerte, pero momentos
después me sentí reconfortada al saber que ella estaba con Dios y que todo iba a estar bien.
“Ella me enseñó el valor de la amistad. Desde antes de ella no había valorado tanto y no había
sentido el valor y el significado de una amistad. Sé que ella llegó a mi vida por algo y no
tengo palabras para agradecer todo lo que ha hecho, hizo y sigue haciendo por mi, porque a
pesar de que ya no está físicamente aún sigo sintiendo su presencia; ya que me han pasado
sucesos que sólo ella sabía y se que ella tuvo algo que ver con eso que me ha pasado.
“Para mí, el símbolo que me recuerda a ella es el arco iris, porque cuando me enteré de que
falleció vi un arco iris en el cielo y es exactamente lo que significó su persona y su amistad,
ese puente entre lo espiritual (divino) y lo material; estaba llena de luz y aunque no siempre
se ve, sabemos que está allí y que existe, y después de una tormenta o un problema siempre,
siempre, iba a estar allí.
“Tenía muchas cualidades. Modelaba hermoso y me encantaban sus piernas largas; era la
elegancia en persona, aunque me molestaba mucho que fuera tan impuntual; era, yo creo, lo
único que me molestaba de ella. Cuando salíamos, no bebía bebidas alcohólicas, por el
problema que tenía, sólo en veces le gustaba tomar Heineken, porque le recordaba cuando
fue a Europa. Su papá era su héroe, además de su hermano mayor; siempre comentaba que
era muy inteligente y que sabía muchos idiomas y que además era sabio, pacífico, prudente,
no se alteraba, paciente. Nos encantaba hablar por horas, de todo tipo, desde filosofar la vida,
inventarnos el futuro, hasta criticar a los de Trend, o hablar de hombres (…)
“No tuvo novio, desde que la conocí. Al principio, cuando la conocí, era muy risueña y
soñaba con el príncipe azul, pero ya en sus últimos días, ya se había dado cuenta cómo eran
realmente los chicos de nuestra edad. Antes de que falleciera, me hizo prometerle que no
volvería a salir con un chico, porque no me convenía y ya ha pasado un año y sigo
manteniendo su promesa. Me regaló un reno en Navidad y fotos de nosotras juntas que tengo

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en mi recámara; es lo más hermoso que tengo de ella físicamente. Sus últimas palabras hacia
mí fueron: “¡Te amo!”.
“Amaba la marca de Michael Kors y Channel; siempre que veía algo de eso, me recordaba a
ella. Le encantaba ir de compras con su mamá y más si compraban ropa, que era su debilidad.
De su hermano Alan, decía que en veces peleaban y más cuando eran más chicos; ya de
grandes, no tanto, era raro; lo quería mucho, y siempre decía cosas cursis de él, aunque
Alfredo fuese su favorito, porque a él le podía contar más cosas. Creía fervientemente en la
ley de la atracción. Ninguna persona me había hecho que siempre me pusiera en los zapatos
del otro; siempre me hacía que fuera empática y que pensara como el otro para que entendiera
mejor la situación y no fuese egoísta. Cuando salíamos nos divertíamos muchísimo; siempre
nos reíamos; nos hacíamos bullying; nos burlábamos de todo. Le encantaba bailar en las
tablas del Prome; siempre se emocionaba por ensayar y salir a bailar. Era una amistad mágica;
ha conocido lados de mi que nadie, absolutamente nadie conoce. Tenía el don para descubrir
a las personas en su totalidad y para aceptarlas. Su presencia te hacía sentir en el hogar.
“Recuerdo que antes odiaba la música de banda, y decía que nunca la iba a escuchar, y
terminó por escucharla. Una canción que le gustaba mucho era “Ya no te cuadra”, de la banda
Cuisillos, y hasta se la sabía de memoria; otra canción que también me recuerda mucho a ella
es la de “Luna” de Zoe, ya que era fan de Zoe. No le gustaba pintarse los labios fuertes,
solamente tonos claros (…). Le encantaba leer revistas de moda, como Cosmopolitan, Vogue,
etc., y las leía y las leía, para ver las nuevas tendencias”.

Aportación de Fabiola Díaz Bonilla (Faby)


“Era 2008; estábamos en la secundaria y en realidad no recuerdo el momento exacto en que
conocí a Vanesa. Ella era amiga de mi compañera Sarahí; me cayó muy bien desde entonces.
Vanesa era una chica que sobre todas resaltaba por ser tan alta y tener mucho porte, pero
sobre todo me simpatizaba, de comienzo, por algo muy peculiar que ella hacía: cuando las
personas nos saludamos ‘de beso’, en realidad lanzamos el beso al aire, pero Vane no; ella
daba siempre un beso en la mejilla y se me quedó muy grabada cuando la conocí, por eso
mismo; me hacía sentir que era una persona cálida y cariñosa, y, efectivamente, así solía ser.
“Vane entró una semana después de nosotras a la prepa, y desde ese día en que llegó íbamos
a todos lados juntas. Después conocimos a Érick, y aunque nos juntábamos con otros amigos,
nosotros éramos inseparables, y era lo mejor el mundo estar con ellos; cada minuto de los
recesos en la escuela nos la pasábamos bromeando, riendo y platicando de todo. Después, en
el 2011, tercer semestre, Claudia llegó nueva a la escuela, y Mariana empezó también a
juntarse con nosotros y nos volvimos muy buenos amigos.
“Esporádicamente recuerdo cosas que hicimos y experiencias que vivimos juntas, y me sacan
grandes sonrisas. Las cosas más simples y sencillas suelen ser las que se quedan más
grabadas.
“Uno de los mejores momentos que recuerdo fue un día por la tarde, después de clases. Era
2010 y estábamos en el primer semestre de prepa, Vane y yo nos quedábamos a porristas, y
ese día no nos enteramos que no había clase y el gimnasio estaba completamente vacío. Nos
paseamos un buen rato de un lado a otro, esperando a que hubiera alguien, pero nadie llegó.
Entonces aprovechamos, claro, para jugar un partido de básquetbol con nuestro balón

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imaginario. Nos sentimos muy ridículas haciendo eso, pero la verdad es que fue muy muy
divertido.
“Vanesa era muy inteligente y aplicada; siempre llevó buenas calificaciones. Me gustaba
cuando ambas íbamos a presentar examen semestral al gimnasio, y aunque salíamos
congeladas por el frío que había adentro, era bueno congelare estando juntas.
“Vanesa siempre fue esa amiga que me escuchaba lo que fuera necesario. Era una persona
muy sensata, con una buena perspectiva de la vida y de las situaciones; por eso yo acudía a
ella para que me diera algún consejo.
“Un momento muy especial fue en el 2013, cuando despedimos a Érick en la central
camionera; él se iría a vivir al D. F. y eso nos dejaba muy tristes a Vane y a mí. ¡Fue como
de película! Vane llegó justo cuando Érick se iba y nos abrazamos fuerte, fuerte, los tres.
Aunque nos quedamos tristes, como siempre era un poco menos llorar si estábamos juntas.
Fue muy especial ese momento y siempre lo recordaré.
“Cuando fuimos a la feria a ver a Reik, ¡fue lo mejor! Llegamos temprano a casa de Mariana,
nos arreglamos y planchamos el cabello. Cuando llegamos a la feria, compramos nieve y,
para nuestra fortuna, comenzó a llover. Nos fuimos corriendo a la velaría y llegamos
empapadas de pies a cabeza. No nos importó mucho, pues fue divertido. Comenzó el
concierto y no dejamos de cantar y gritar. Nos tomamos algunas fotos, y han sido de mis
favoritas porque me recuerda lo bien que la pasamos. Claudia tocó al artista principal en la
mano, y Vane y yo, aunque lo intentamos, no pudimos. Ha sido de los mejores días juntas.
“Agradezco a Vane todo el apoyo que medio cuando entré a la escuela de capacitación de
Cruz Roja. Ella era quien más ánimos me daba; también respecto a elegir mi carrera, ella
tomó parte importante.
“Vane y yo nos reíamos la una de la otra. Ella me “echaba carrilla” por ser chaparrita y yo a
ella por ser alta, todo en sana broma; nos divertíamos haciéndolo. Cuando nos veíamos, ella
se paraba de puntitas con la mano levantada, y yo se la chocaba; claro, tenía que brincar
mucho, y no moríamos de la risa haciéndolo. Es una de mis cosas favoritas que hacíamos.
“Vane era una persona feliz. Claro, todos tenemos problemas y altibajos, pero ella era muy
positiva, muy sonriente, y siempre sacaba el lado bueno a las cosas; y siempre estaba ahí,
para levantarnos el ánimo. Decía que hay que disfrutar la vida al máximo cada día, que eso
era lo que hacía valiosa nuestra vida, y la de ella lo fue mucho.
“Agradeceré infinitamente a Dios y a la vida por haberme dado la oportunidad de conocer a
una persona como Vanesa, y más aun porque esa persona llegó a ser mi gran amiga.
“Si pudiera decirle unas últimas palabras, le diría que ha sido un placer compartir risas,
pensamientos, tiempo, experiencias, secretos, comida, abrazos, metas, sueños… y todo eso
que nos hizo feliz.
“En mi corazón por siempre”.

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APÉNDICE
UN HECHO EXTRAORDINARIO
En uno de los primeros días de enero de 2014, a unos meses del fallecimiento de Vanesa y
antes de que concluyera el periodo de vacaciones de fin de año, sentí el impulso de visitar la
tumba de mi hija, y así lo hice. Antes de entrar al panteón, llegué a una de las florerías que
se encuentran en las proximidades, a fin de comprar un arreglo para llevar a la tumba. Además
del arreglo que dejaría ahí, compré un arreglo adicional, que consistía en una rosa de color
amarillo con un ramo de otras flores pequeñas del mismo color, ambos encerrados dentro de
una esfera de cristal –como una pecera invertida− llena de agua y con un listón, también
amarillo, en la parte exterior de la base. Este segundo arreglo lo llevé a casa, una vez
terminada la visita.
Mi esposa Guadalupe, que es una gran decoradora y además tiene muy buen gusto, colocó
este arreglo de la rosa dentro de la esfera, en una especie de altar que había montado en la
recámara de Vanesa, bajo una gran fotografía de esta, que nos había sacado la funeraria, y
exhibido en los actos públicos previos al sepelio. En este “altar”, Lupe había colocado varios
artículos que usaba Vanesa o que le gustaban, así como algunas revistas de modas, que
seguían llegando a la casa por una suscripción que Vanesa tenía; además, una imagen de la
virgen de Guadalupe y, desde luego, flores y una veladora, al estilo de un altar de muertos.
Junto a estos artículos puso, pues, mi esposa, el arreglo de la rosa.
Pasó el tiempo y, con gran sorpresa, notamos que la rosa dentro de la esfera con agua no se
marchitaba ni se descomponía, como era de esperarse. Lo único que ocurrió fue que, dentro
de la esfera, en la parte superior, se formó una burbuja de aire, que, en principio tendió a
agrandarse, pero luego se fue reduciendo hasta prácticamente desaparecer.
Algún tiempo después, compré en la misma florería, y también para llevar a casa, un arreglo
similar, solo diferente en el color de la rosa, que, en este caso era roja. Esta flor, sin embargo,
no corrió la misma suerte que la del primer arreglo, pues a los pocos días comenzó a
descomponerse, y el agua dentro de la esfera, a enturbiarse, hasta que finalmente tuvimos
que abrir la esfera y tirar agua y flores, ya que esta había perdido su vistosidad.
Hoy día, a dos años y más de siete meses de la fecha en que la compré, la rosa amarilla del
primer arreglo permanece en la misma esfera y con la misma agua, en lo que queda del “altar”
donde se colocó, conservada y con un aspecto igual al que tenía cuando la traje a casa (ver,
en seguida, fotografías del arreglo, tomadas en diferentes momentos).
No sé cómo interpretar este hecho. Quizá podría explicarse por causas naturales, como que
se haya creado dentro de la esfera un vacío que no permite que el contenido, agua y flores,
se descomponga; aunque esto, según me comentó una empleada de la florería donde compré
el arreglo, no es usual: lo común es que, después de algún tiempo, las flores, aun cuando
estén en agua y en un recipiente casi sellado, se descompongan.
Por ello, considero esto como un hecho extraordinario. Yo quisiera creer que esta flor
amarilla (el color amarillo simboliza la alegría de la vida y de la juventud) que está colocada
bajo la fotografía de nuestra hija representa su alma, virtuosa e incorruptible, como
seguramente trascendió al plano superior de existencia: sin mancharse en su paso por este
mundo (como decía el poeta: “Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan…”).

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Foto del arreglo, tomada el día 22 de abril de 2014 (3 meses y medio después de su
compra).

Foto con las dos rosas: la roja, que no duró mucho, y la amarilla, que aún persiste.

58
El arreglo con la rosa amarilla, el día 8 de octubre de 2014 (a nueve meses de su compra).

El mismo arreglo, el día 22 de diciembre de 2014 (11 meses y medio después de que fue
comprado).

59
Foto tomada el 9 de enero de 2016, a dos años de comprado el arreglo

60
Foto del arreglo, al día 11 de agosto de 2016, dos años y más de siete meses después de su
compra.

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La tumba de Vanesa, el 26 de mayo de 2016, a 21 años de su natalicio.

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