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Los diez mandamientos de la

escritura
Decálogo
La autora argentina Liliana Heker, dio sus diez consejos para escribir. La cuentista,
novelista y ensayista participará en el I Encuentro de Programas de Creación
Literaria y Escritura Creativa de las Américas, organizado por La Universidad
Central y la Universidad Nacional, que se llevará acabo del 24 al 27 de marzo en la
Biblioteca Luis Ángel Arango.
1) Las ganas de escribir vienen escribiendo. Es inútil esperar el instante perfecto en
que todos los problemas han desaparecido y solo existe el deseo compulsivo de
escribir: ese instante no existe. En general, uno se sienta a escribir venciendo cierta
resistencia —salir del estado de ocio no es natural—, uno oficia ciertos ritos
dilatorios, uno por fin, con cierta cautela, escribe. Y en algún momento uno tal vez
descubre que está sumergido hasta los pelos, que todos los problemas han
desaparecido, y que no existe otra cosa que el deseo compulsivo de escribir.
2) La primera versión de un texto es sólo un mal necesario. Suele estar bien lejos
de aquello completo e intenso que uno difusamente ha concebido. Corregir no es
otra cosa que ir encontrando a Moisés dentro del bloque de mármol.
3) En literatura no existen sinónimos ni equivalencias: no es lo mismo un rostro, que
una cara, que una jeta, “Dijo que estaba harto” no equivale a “—Estoy harto — dijo”.
Aferrarse a una frase o una palabra simplemente porque ha salido así del alma, es
por lo menos un riesgo: el alma, a veces, dicta obviedades. En Filosofía de la
composición, Poe cuenta que, durante la escritura de su poema El cuervo, decidió
que necesitaba un animal parlante para que repitiera un leit motiv al final de cada
estrofa. Y naturalmente el primer animal que se le cruzó fue el loro. A veces
conviene sacrificar al loro.
4) Ni la espontaneidad ni la velocidad son valores en literatura. Tantear, tachar,
descubrir nuevas posibilidades, equivocarse tantas veces como haga falta, ir
acercándose paso a paso al texto buscado: ese es el verdadero acto creador. Lo
otro es como estornudar.
5) Cuando se escribe, no hay que tenerles miedo a los sentimientos, pero tampoco
hay que tenerle miedo a la lucidez. Uno tiene tan pocas cualidades que no veo razón
para que se despoje de alguna de ellas para hacer literatura.
6) La realidad proporciona buenas situaciones pero no construye obras artísticas.
Tajear un hecho, distorsionarlo, cambiarle o anularle alguna pieza, son atribuciones
que un autor de ficciones puede tomarse sin ninguna culpa. No es al acontecimiento
real al que debe serle fiel sino a la luz secreta que él descubrió en ese
acontecimiento y lo tentó a escribir.
7) No hay que empezar un cuento si no se sabe cómo va a terminar. Se corre el
riesgo de ir de acá para allá, sin ton ni son, esperando que el final caiga del cielo.
Los buenos finales no suelen tener origen celestial: aunque no se lo note, vienen
mandados desde la primera frase.
8) Una novela requiere una escritura y una estructura rigurosas como las de un
cuento. Si tiene páginas grises, esos grises deben estar tan cargados de tensión
como lo están en el Guernica, de Picasso. Si no, son meramente un plomo.
9) La inspiración no existe; en eso se parece a las brujas. Entonces, cuando las
palabras parecen cantarle a uno en la oreja, y siente que todo lo que está
escribiendo tiene la música justa, el ritmo exacto, la tensión precisa que debe tener,
uno puede llamar a ese estado de privilegio como más le guste, pero lo mejor es
que suelte el freno y deje rodar la locura. Es hermoso, solo que no hay que creer
que es el único estado en que se hace literatura. Porque se corre el riesgo de no
escribir más que una página en toda la vida.
10) Hay que nutrirse de los credos y hay que aprender a dudar de ellos. No existen
reglas universales para el oficio de escribir. Es uno mismo que a la larga, con
verdades y mentiras propias y ajenas, va estableciendo sus propios ritos, va
permitiéndose sus propias manías, va construyendo su propio credo.
Escritora argentina nacida en Buenos Aires. Realizó estudios de Física y fue
directora de las revistas literarias El Escarabajo de Oro (1961-1974) y El
Ornitorrinco (1977). Empezó a escribir desde muy joven, apareciendo su primer
cuento Los juegos (1960), en la revista El Grillo de Papel, y que incluyó más tarde
en su primer libro de relatos, Los que vieron la zarza (1966). A éste
siguieron, Acuario (1972), Un resplandor que se apagó en el mundo (1977), Las
peras del mal (1982), La crueldad de la vida (2001) y las novelas Zona de
clivaje (1987) y El fin de la historia (1996). Ha reunido todos sus cuentos en el
volumen Los bordes de lo real (1991) y es asimismo autora del ensayo Diálogos
sobre la vida y la muerte (2000), que incluye una entrevista a Borges. Sus cuentos
completos han sido traducidos al inglés y muchos de sus relatos se han publicado
también en Alemania, Rusia, Turquía, Holanda, Canadá y Polonia. Heredera de la
gran tradición cuentística norteamericana, Liliana Heker está considerada como
una de las más destacadas narradoras argentinas

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