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Judith BUTLER and Athena ATHANASIOU, Dispossession: The Performative in

the Political, Polity Press, Cambridge, 2013, pp. 1-9.

I. Desposesión aporética o el problema con la


desposesión

AA: El concepto de desposesión es problemático. Es tan problemático


que, conforme tratamos de escribir sobre él, es muy posible que nos
meta en problemas. Con el fin de poner este problemático concepto a
trabajar —es decir, con el fin de enfrentarnos a las formas en que nos
mete en problemas— debemos afrontar una aporía. Por un lado, la
desposesión indica una inaugural sumisión del sujeto-por-ser a normas
de inteligibilidad, una sumisión que, en su paradójica simultaneidad
con el dominio, constituye los ambivalentes y tenues procesos de
subjetivación. La desposesión resuena, así, con las forclusionesi físicas
que determinan qué “acoplamientos pasionales” son posibles y
plausibles para que “uno” llegue a ser sujeto. En este sentido, la
desposesión incluye lo constituido, las pérdidas anticipadas que
condicionan a uno como desposeído (o que lo convierten en
desposeído) por otro: uno es movido hacia el otro y por el otro —
expuesto y afectado por la vulnerabilidad del otro. El sujeto llega a
“existir” instalando en sí mismo los objetos perdidos junto con las
normas sociales que regulan la disposición del sujeto en su remisión al
otro. Por el otro lado (hasta qué punto esta parte puede ser asumida
como “otra” tendrá que permanecer en suspenso por ahora), ser
desposeído se refiere a procesos e ideologías por los que las personas
son privadas y humilladas por los poderes normativos y
normalizadores que definen la inteligibilidad cultural y que regulan la
distribución de la vulnerabilidad: la pérdida de tierra y comunidad; la
propiedad de una persona sobre el cuerpo de otra, como en las
historias de esclavitud; la sujeción a la violencia militar, imperial o
económica; la pobreza, los regímenes securitarios, la subjetivación
biopolítica, el individualismo posesivo liberal, la gubernamentalidad
neoliberal y la precarización.
Si en el primer sentido la desposesión aparece como una
condición heterónoma de la autonomía, o, quizá, más exactamente,
como un límite a la propia suficiencia autónoma e impermeable del
sujeto liberal, dada su dependencia y relacionalidad fundamentales,
injuriosas éstas, y aún con todo posibilitadoras; en el segundo sentido
la desposesión implica injurias impuestas, dolorosas interpelaciones,
oclusiones y forclusiones, modos de subjetivación que exigen ser
abordados y rectificados. En el primer sentido, confesar la huella de
pasiones primarias y pérdidas —en cuanto que la sujeción física y
social de uno a la ley determina su disposición a la alteridad— es una
condición necesaria para la supervivencia del sujeto; en el segundo
sentido, la desposesión es una dolorosa condición impuesta por la
violencia normativa y normalizadora que determina los términos de la
subjetividad, la supervivencia y la responsabilidad. En ambos sentidos,
la desposesión implica la relación del sujeto con la norma, su modo de
hacerse mediante la asunción y resignificación de interpelaciones
injuriosas y pasiones imposibles. La tarea aquí, la tarea de señalar lo
performativo en lo político, consiste en unir las dos valencias de la
desposesión y performar este entretejido de las dos valencias más allá
y contra la lógica de la numeración y el cálculo; entonces, en lugar de
ordenar los atributos en una secuencia fija y coherente, debemos
señalar qué resiste a la asimilación en el marco de la desposesión.

JB: Es cierto que la desposesión arrastra esta doble valencia y que,


como resultado de ello, es difícil entenderla mientras no veamos que la
valoramos en una de sus modalidades y la detestamos y resistimos en
la otra. Como dices, la desposesión puede ser un término que marque
los límites de la auto-suficiencia y que nos establezca como seres
relacionales e interdependientes. Aún así, la desposesión es
precisamente lo que sucede cuando las poblaciones pierden su tierra,
su ciudadanía, sus medios de vida, y se convierten en sujetos de la
violencia militar y legal. Nosotras nos oponemos a esta última forma de
desposesión porque es a la vez forzosa y privativa. En el primer
sentido, estamos desposeídas de nosotras mismas en virtud de algún
tipo de contacto con el otro, en virtud de ser afectadas, o incluso
sorprendidas o desconcertadas por ese encuentro con la alteridad. La
experiencia no es meramente episódica, sino que puede y de hecho
revela una de las bases de la relaciolanidad —no es simplemente que
nos afectemos a nosotras mismas, sino que nosotras mismas somos
afectadas por lo que está fuera de nosotras, por otros, pero también
por cualquier “afuera” que resida en nosotras. Somos, por ejemplo,
afectadas por otros cuando nos desconciertan, desplazan y desposeen.
A veces, tras entrar en contacto con algún otro o con algún otro grupo,
o como resultado de las acciones de otro, dejamos de saber con
precisión quiénes somos, o qué es lo que nos guía. Una puede ser
desposeída con dolor o con pasión —incapaz de encontrarse a sí
misma. Gran parte de la tragedia griega se basa en este deshacer las
formas autosuficientes de deliberación, en las desposesiones del dolor,
el amor, la rabia, la ambición, el éxtasis. Estas formas de experiencia
ponen en cuestión aquello que somos en tanto que individuos
delimitados y reflexivos, autopropulsados y autoconducidos. De hecho,
sugieren que somos afectadas por diversas fuerzas que preceden y
exceden nuestra individualidad reflexiva y delimitada. Como tales, no
podemos comprendernos a nosotras mismas sin abandonar de algún
modo la noción de que el sí mismo es el fundamento y causa de su
propia experiencia. De lo que se sigue una serie de postulados:
podemos decir que la desposesión instituye al sí mismo como social,
como pasional, es decir, como conducido por pasiones que no puede
fundamentar o conocer de manera plenamente consciente, como
dependiente del entorno y de otros que sostienen e incluso motivan la
vida del propio sí mismo.

El segundo sentido de la desposesión se encuentra atado al


primero. Puesto que si somos seres que pueden ser privados del lugar,
del sustento, del abrigo, de la comida y de la protección, si podemos
perder nuestra ciudadanía, nuestros hogares y nuestros derechos,
entonces somos fundamentalmente dependientes de esos poderes que
alternativamente nos mantienen y nos privan, y que poseen un cierto
poder sobre nuestra propia supervivencia. Incluso cuando tenemos
nuestros derechos, somos dependientes de un modo de gobierno y de
un régimen legal que confiere y mantiene esos derechos. De este modo,
estamos ya fuera de nosotras mismas antes de que se dé la posibilidad
de que seamos desposeídas de nuestros derechos, tierras y modos de
pertenencia. En otras palabras, somos seres interdependientes cuyo
placer y sufrimiento dependen desde el comienzo de un mundo social
sostenido, de un entorno que nos sostenga. Esto no quiere decir que
todo el mundo nazca en un mundo que lo sostenga. En absoluto. Pero
cuando alguien nace sometido a malnutrición o a la exposición física o
en alguna otra condición de extrema precariedad, vemos precisamente
cómo la privación de ese mundo que lo sostenga puede frustrar y de
hecho frustra y arruina una vida. Así, toda vida está, en este sentido,
fuera de sí misma desde el comienzo, y su “desposesión”, en el sentido
forzoso o privativo, sólo puede ser comprendida contra esta
experiencia de fondo. Sólo podemos ser desposeídas porque ya
estamos desposeídas. Nuestra interdependencia establece nuestra
vulnerabilidad ante las formas sociales de privación.

AA: Estoy de acuerdo contigo en que “sólo podemos ser desposeídas


porque ya estamos desposeídas”, como dices, pero también me asaltan
dudas. Me parece que aquí el lenguaje puede fallarnos, desde el
momento en que una proposición como esa contribuye a establecer
una relación causal entre “estar” desposeída, por un lado, y
“convertirte en” o “que te conviertan en” desposeída. Aunque los dos
sentidos de la desposesión están atados el uno al otro, no hay relación
ontológica, causal o cronológica entre “estar desposeído” (en tanto que
primordial disposición a la relacionalidad que reside en un nivel
fundamental de sujeción e indica un desplazamiento constitutivo del sí
mismo, es decir, la constitución del sujeto a partir de ciertos tipos de
forclusión y pérdida anticipada) y “convertirse en desposeido” (en
tanto que condición resultante, derivativa, de una privación forzada de
tierras, derechos, sustento, deseo o modos de pertenencia).
Debiéramos se cautelosas al demarcar ontológicamente o mezclar
estos matices de la desposesión. De hecho, uno de nuestros esfuerzos
en esta intervención debiera ser tratar de desnaturalizar y repolitizar
los modos en que “estar ya siempre desposeído” es usado para
legitimar una abdicación de la responsabilidad política ante las formas
de privación y desposesión.
En los múltiples matices de “convertirse en desposeído” hay
envuelta una dinámica afectiva, física y política muy complicada, una
dinámica que nos enfrenta a los múltiples estratos de los traumas de
sujeción y de las forclusiones que estructuran nuestros “acoplamientos
pasionales”, las forclusiones que producen melancolía al determinar
qué acoplamientos pasionales son posibles y viables y cuáles no (por
ejemplo el repudio del deseo homosexual). ¿Cómo pensamos estos dos
tipos de desposesión juntos? Más aún, ¿cómo esta doble valencia de la
desposesión pone en relación las violentas forclusiones de género y
sexualidad con problemas convergentes de nuestro tiempo tales como
la expatriación, el racismo, la pobreza y la xenofobia, y las
consiguientes modalidades de exposición a la violencia y de recurso a
los derechos?

La noción de desposesión, en todas sus intratables formas de


señalar la producción contemporánea de discursos sociales, modos de
poder y sujetos, es un tropo teórico que puede ayudarnos a empezar a
abordar el hecho de que la des-posesión conlleva la presunción de que
alguien ha sido privado de algo que legítimamente le pertenece. En
este sentido, la desposesión también se parece al concepto marxista de
alienación, el cual trabaja en dos niveles: los sujetos trabajadores están
privados de la capacidad de controlar sus vidas, pero también están
impedidos para el conocimiento de su subyugación en tanto que son
interpelados como sujetos de una libertad inalienable. Al mismo
tiempo, es igualmente importante pensar sobre la desposesión como
una condición que no se contrarresta simplemente con la apropiación,
un término que restablece la posesión y la propiedad como las
prerrogativas primarias de la personalidad autoformada. El desafío
que aquí afrontamos, y que es simultáneamente un desafío ético,
político y teórico, es doble. Primero, debemos trabajar en cómo pensar
la desposesión fuera de la lógica de la posesión (en contraste con la
modernidad, el liberalismo y el humanismo), es decir, no sólo evitando,
sino también poniendo en cuestión el excluyente cálculo proprietarista
en las formas de poder tardo liberales; y, segundo, debemos elaborar
por qué este gesto reflexivo es políticamente significante.
JB: Sí, y a fin de lograrlo podemos preguntarnos por qué ciertas formas
de privación y explotación humanas son llamadas “desposesión”.
¿Hubo una propiedad primero poseída y luego robada? A veces, sí. Aún
así, ¿qué hacemos con la idea de que tenemos una propiedad en
nuestros propios cuerpos? ¿Son las personas formas de propiedad? ¿Y
seríamos capaces de entender esta formulación legal si no fuese por las
condiciones históricas de la esclavitud y por aquellas formas de
individualismo posesivo propias del capitalismo? Me parece que
MacPherson nos ha dado una importante genealogía de la producción
del individuo posesivo que reivindica eficazmente que, donde no hay
posesión de propiedad, no hay individuo1. De ahí que nos vea
trabajando contra este constructo clave del capitalismo al mismo
tiempo que nos oponemos a las formas de robo de la tierra y de
desposesión territorial. Esto me lleva a preguntarme si podemos
encontrar vías éticas y políticas de oposición a la desposesión forzada y
coercitiva que no dependan de la valorización del individualismo
posesivo.

AA: Exactamente. Esta es una cuestión que refleja nuestro intento de


enfrentarnos críticamente con las diferentes formaciones discursivas,
subjetivas y afectivas de la razón tardo liberal en contextos nacionales
y globales. Es desde esta perspectiva que debemos concentrarnos en
los regímenes discursivos y performativos de desposesión tanto como
en las respuestas críticas a los mismos. Y es desde esta perspectiva que
necesitamos oponernos a los regímenes de desposesión forzosa en
contextos de gubernamentalidad liberal, donde “tener” siempre denota
“individualismo posesivo”.

JB: Las formas de filosofía moral que fundamentan su oposición al robo


de tierras sobre el derecho del individuo a la propiedad muy a menudo
derivan de condiciones coloniales bajo las cuales, por ejemplo, la
propiedad es sistemáticamente confiscada. De hecho, uno no sería

1
C.B. MacPherson, The Political Theory of Possessive Individualism: Hobbes to Locke, Oxford, Clarendon
Press, 1962. [Existe traducción: La teoría política del individualismo posesivo: de Hobbes a Locke,
Madrid, Trotta, 2005].
capaz de entender o ni siquiera de oponerse al robo de propiedad en
Israel/Palestina sin entender la función de la confiscación de tierras
palestinas desde 1948 como parte de los asentamientos colonialistas y
la fundación del estado-nación sobre principios de soberanía judía. Así,
aunque en todos los casos de confiscación de tierra la tierra de una
persona es robada, y esa “persona” permanece única e irreductible, es
igualmente verdad que todas las que han perdido sus tierras por este
medio forzoso (750.000 sólo en 1948) están implicadas en procesos
de colonización y de formación de estado. En otras palabras, no
podemos entender qué le ocurre a la tierra de un individuo si no
entendemos al mismo tiempo la forma social de propiedad y la forma
social de individualidad.

Aquellos que fundamentan sus objeciones sobre las bases de la


reivindicación del individualismo posesivo tienden a argumentar que
un individuo posee tierra en virtud de que la trabaja, o en virtud de un
contrato que compele al reconocimiento de esa reivindicación de
posesión. En los primeros años de sionismo, los judíos claramente
invocaron principios lockeanos para reivindicar que, porque ellos
habían trabajado la tierra y establecido redes de irrigación, este
trabajo implicaba derechos de posesión, incluso derechos de
pertenencia nacional fundados en el territorio. Podemos ver, de hecho,
cómo las aspiraciones tanto de la nación como de la colonia dependen
de la ideología del individualismo posesivo, que fue remodelada como
nacionalismo posesivo.

En Palestina, las escrituras de propiedad y los contratos legales


explícitos fueron regularmente ignorados en nombre del interés
nacional. De modo similar, la teoría del valor del trabajo fue de hecho
invocada por los sionistas contra las reivindicaciones de contratos y
escrituras ya existentes. De modo que la cuestión no es si el
individualismo posesivo es una ontología buena o mala; en lugar de
eso, la cuestión es cómo funciona y al servicio de qué tipo de
aspiraciones políticas. Si cuestionamos el “deseo de poseer” como una
propiedad natural de los individuos, entonces podemos, tal y como
hace McPherson, comenzar a preguntar por la cuestión histórica de
cómo el deseo de poseer propiedad sobre bases individualistas fue, a lo
largo del tiempo, producido como una característica natural, si no
esencial, de la persona humana, y para qué propósitos. Desde un punto
de vista filosófico, podemos entonces preguntar, también, si esta
producción del individualismo posesivo depende de una denegación de
modos de existencia social, dependiente y relacional más primarios. En
el caso de Palestina, podemos preguntar cómo la confiscación
sistemática de tierras socava las condiciones legales y económicas de
convivencia. En este sentido, la forma privativa de desposesión hace
imposible la forma relacional de desposesión. Creo que esto se acerca a
lo que te refieres, Athena, con condición heterónoma de la autonomía.

i
Foreclosure: traducimos el término por el ya habitual en la terminología psicoanalítica lacaniana de
“forclusión”, que señala los procesos, más radicales que los de la “represión”, por los cuales, en la
psicosis, un significante es excluido del universo simbólico del sujeto. Sin embargo, en el contexto en
que aparece conviene recordar el origen legal de esta noción, que en derecho significa “la extinción de
la posibilidad de actuar en justicia para ejercer el derecho una vez vencidos los plazos legalmente
prescritos”, como en los casos de ejecución hipotecaria.

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