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EL GALÁN DE ULTRAMAR.

(Fragmento)
PERSONAJES

JUAN JOSÉ FIERRO DE LUGO, 26 años.

AMANDA BAEZA, 22 años.

DOÑA FRANCISCA BAEZA, 55 años.

ESCENA I

NARRADORA: El muelle. Una plataforma con un pedacito de mar. Acaba de bajar de un barco
un hombre de veintiséis años. Es un español de clase alta, hermosamente vestido con chaleco,
levita, camisa blaquísima, corbata. El atractivo de este hombre es evidente pero nada dice de
su carácter.
Se acerca una mujer joven al cuidado de Doña Francisca dueña del burdel del lugar; apenas
llega a los veintidós años; es notablemente bella, lleva alhajas, el abanico colgando del cuello.
Entre el español y la mujer se da una mirada atónita, la de una pareja aterrorizada del rostro
que nunca se ha atrevido a soñar que fuera realidad. Ella aminora el paso y casi se detiene
(Sale).

El hombre le hace una inclinación de cabeza y se quita el sombrero.

AMANDA (Fascinada): ¿Quién es usted? ¿Lo conozco?

JUAN JOSÉ: Juan José Fierro de Lugo, para servirla.

A Amanda le hace brincar el corazón la voz hispana, el acento. Los ojos se le nublan de
lágrimas.

JUAN JOSÉ (También sacudido): ¿Puedo ayudarla en algo?

AMANDA (Con esfuerzo): No sé que me pasó, usted disculpe, fue un… yo no sé, ¿Llega de
usted de ultramar?

JUAN JOSÉ: Sí. De ultramar…

VOZ EN OFF: ¡Amanda!

AMANDA (Apurada pero con voz temblorosa): Hasta luego.


JUAN JOSÉ: Hasta entonces, señora.

ESCENA II

NARRADORA: Jardín de la casa de Amanda Baeza. Los perfumes sofocan. Son las doce del día.
Frente a frente están Juan José y Amanda. El lujo en el vestuario de ella es excesivo y sensual.
De lejos se oye la música del burdel, violín, piano, un instrumento de viento, una polca.

AMANDA: ¿Cómo decidió visitarme?

JUAN JOSÉ: Pregunté quién era y me dieron su dirección.

AMANDA (Seria): Le han de haber dicho mi dirección y mucho más.

JUAN JOSÉ: Sí, Mucho más ¿Y qué?

AMANDA: ¿Usted sabe de quién soy hija?

JUAN JOSE: Del hermano de doña Francisca.

AMANDA: ¿Y sabe quién es doña Francisca?

JUAN JOSÉ: Sí, lo sé.

AMANDA: ¿Y qué hace aquí?

JUAN JOSÉ (Serio): Verla. Me moría por verla. Y la estoy viendo.

AMANDA (Seca): Verme, puede. También en la calle, como algunas mañanas, pero no estoy en
venta. De este lado de la casa se compra, no se vende.

JUAN JOSÉ (Descompuesto): Yo no he dicho nada de comprar. Soy un hombre tan


notablemente pobre, que desde mi llegada trabajo día y noche para tener una vida decente.

AMANDA: ¿De veras? No se diría por su ropa.

JUAN JOSÉ: A París me llegó el último dinero de mi familia y decidí gastarlo en ropa. Quizá hice
mal, pero creo en la buena presentación; se tienen mejores oportunidades.

AMANDA: ¿De qué?

JUAN JOSÉ: De trabajo, por su puesto.


AMANDA: ¿De manera que es usted el administrador de don Sebastián Santander? (Juan José
la mira y que no sabe si eso es bueno o malo.) Él y mi tía son las personas más ricas de la
ciudad. ¿Lo sabía? (Juan José la mira sin responder.) Seguramente se casará con la mayor de
las Santander. La muñequita rubia. (Juan José no deja de mirarla.) Hace cinco o seis años
pasaban frente a mi ventana muchos niños Santander al regreso de misa, lo recuerdo. Ella
siempre escupía.

JUAN JOSÉ: ¿Y qué quiere decir eso?

AMANDA: Desprecio. Asco ¿No lo sabe? ¿Va a casarse con la muñequita rubia?

JUAN JOSÉ: Tengo trabajo, como acabo de decirle. Y soy libre. No tengo que casarme con ella y
por supuesto tampoco ella conmigo.

AMANDA: ¿Se da cuenta del dinero que tendría si se casara con ella? También ventajas
sociales.

JUAN JOSÉ (Quien no las tiene consigo): Yo puedo casarme con usted. Si usted quiere.

AMANDA (Desarmada, violenta, no sabe): ¡No! ¿Cuánto tiempo cree que le duraría el trabajo
si se casara conmigo? ¿Cuántas amistades tendría? ¿Adónde me llevaría? ¿Podría soportar que
lo comprara yo?

Juan José, pálido y sacudido, tiembla.

JUAN JOSÉ: Sí. Podría soportarlo.

Aparece doña Francisca. Ella, a estas horas de la mañana, está vestida con sencillez. Pero no se
hace ilusiones: es y parece la dueña de un burdel.
Amanda calla. No sabe porqué está ofendida, ni por qué quisiera llorar tanto.

DOÑA FRANCISCA: Válgame Dios, pero qué cosa nos ha traído el último barco de Francia.

JUAN JOSÉ (Hace un esfuerzo de normalidad): Juan José Fierro de Lugo, para servirla.

Amanda, de pronto, se pone a llorar con verdadero dolor. Doña Francisca no puede soportar
que Amanda llore; la ve con angustia y se enfrenta a Juan José.

DOÑA FRANCISCA: ¿Qué le hizo? ¿Qué le dijo? Mi sobrina es una mujer tan decente como la
que más en este pueblo de mierda. Usted no es nada frente a ella… ¿Cree usted que ella es
como aquellas que hablan con el novio a media noche, con la ventana abierta y hasta hijos les
hacen entra las rejas? Ella nunca ha tenido un novio.
JUAN JOSÉ (Quien mira el llanto de Amanda): Señora, nunca fue mi intención ofender a su
sobrina. Pero si en algo la ofendí, me arrepiento mil veces.

DOÑA FRANCISCA (A Amanda): ¿Qué te dijo?

AMANDA: Que puede casarse conmigo.

Doña Francisca lo mira de arriba abajo. Es una mujer Experimentada: está viendo un hombre
pobre que ama la ropa.

DOÑA FRANCISCA: ¿Y a qué se debe tan generosa oferta?

JUAN JOSÉ: Al contrario. Si me aceptara la generosidad sería de ella. (Se humilla y sabe que se
humilla.) Yo vivo de mi trabajo como administrador de haciendas. O de lo que sea.

Amanda sigue llorando.

DOÑA FRANCISCA: Vamos, nena, no es para tanto. Siempre te he dicho que podrías casarte
con el hombre que tú quisieras. ¿No es cierto?

AMANDA: Sí, pero nadie me ha propuesto matrimonio; son cosas que dices para hacerme
sentir bien.

DOÑA FRANCISCA (Algo impaciente): Pues éste. Éste te propone matrimonio. ¿No lo estás
oyendo?

AMANDA (De pronto de pie, con fuerza): ¡No! Nunca me casaré con él. (Decidida a ofender y a
ofenderse a sí misma.) Puedo ser su amante. Si quiere.

JUAN JOSÉ (Furioso de pronto): Claro que no quiero. ¿Piensa ahorrar así su dinero? Usted
Amanda, es una loca y sin duda yo soy otro, pero si quiere amantes han de sobrarle y más
pudientes que yo.

Sale sin mirarlas, de prisa.

AMANDA (Hondamente trastornada): Lo odio. A estas alturas, no hay muchacha soltera que
no sueñe con él, me lo han dicho. Y tú lo sabes, tía Francisca; las niñas Santander sueñan con
él. Y yo lo odio, ¿Sabes por qué? Porque no tiene pudor ni vergüenza. (Amanda sigue llorando
desconsoladamente.)

Oscuro.

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