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Moneda falsa en Salta, luego de la derrota

de Sipe Sipe
21 DE Abril 2019 - 12:12 Circuló meses después de que el Congreso de Tucumán declaró
la Independencia de la Provincias Unidas.

Luis Borelli






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Moneda de plata legítima, que en 1816 comenzó a ser falsificada.

Después de la derrota sufrida por el general José Rondeau en Sipe Sipe, en noviembre de
1815, el Ejército del Norte debió abandonar Potosí, que de inmediato cayó en poder de los
realistas. Como se recordará, en esa ciudad altoperuana funcionaba la única casa de
monedas que proveía de dinero al Virreinato del Río de la Plata. Por lo tanto, un año
después de aquella derrota comenzó a escasear la moneda en las Provincias Unidas,
especialmente en Salta y Tucumán, donde se vivieron situaciones harto difíciles. Y esta
carencia resultó mucho más grave en Salta, que con su actividad económica paralizada,
sobrellevaba la mayor parte del peso de la Guerra de la Independencia.
A tanto llegaron los inconvenientes causados por la falta de dinero que los regimientos
patrios, obligados a proveerse de cabalgaduras, arreos, pertrechos y víveres para poder
continuar en actividad, tuvieron que llegar a requisar bienes particulares, afrontando de este
modo, altos costos políticos por medidas tan extremas.

Pese a todo, los salteños, con escasos recursos, con el comercio casi quebrado, siguieron
soportando el peso de una prolongada guerra que cada vez los empobrecía más. Fue
justamente en estas circunstancias, cuando la situación parecía haber llegado a un límite ya
insoportable, que comenzaron a aparecer y circular en nuestro territorio, las “macuquinas”
falsas.

El bando

Mientras tanto, a Buenos Aires llegaban continuas quejas por la invasión de monedas
falsas, ya que a la falsificación introducida en Salta, pronto se agregaron las falsificadas
hechas en Tucumán y Santiago del Estero. Ante ello, el gobernador Güemes, quizás
aconsejado por la cruda realidad resolvió, mediante bando dado a conocer el 26 de octubre
de 1817, ordenar el curso forzoso de este dinero falso, previa aplicación de un resellado o
contramarca.

Obvio, Güemes pretendía evitar que continuara la falsificación de monedas, en tanto


permitía una inyección de circulante que posibilitaría revitalizar el alicaído comercio
salteño.

El bando de Güemes que prometía cambiar la moneda resellada tan pronto como hubiere
fondos disponibles, establecía además, la pena de muerte y confiscación de todos los bienes
a los falsificadores. No obstante esta drástica medida, don Martín de Pueyrredón, Director
Supremo, ordenó a Güemes que suspendiera el bando hasta tanto el Congreso se expidiera
sobre el asunto.

La desobediencia

El gobernador salteño ignoró la orden y desde Jujuy contestó a Pueyrredón con un oficio
fechado el 3 de enero de 1818 donde decía: “... he tenido el honor de recibir la nota de V.E.
en la que se sirve prevenir la suspención de la licencia que por bando publicado el 26 de
octubre, otorgué para que circulase la moneda cortada y de cordón de falso sello; bajo las
precauciones que expresa el citado bando. Desde luego conosco y confieso lo acertado de
esta suprema resolución, pero como el dinero se halla hoy, sino todo al menos maior parte,
en manos inocentes que con el fusil y la espada detienen las marchas del enemigo; me es
indispensable presentar a la alta consideración de V.E. que su pronta prohibición en las
presentes circuntancias ocasionaría un clamor general, o el desmayo y desaliento de mis
bravos comprovincianos, que con la más emulable energía, sobstienen la libertad de los
demás; sin embargo, luego que me restituya a Salta, o luego que el Exmo. Señor General en
Gefe del Ejército Auxiliar, a quien he consultado sobre la materia, por hallarse plenamente
orientado de las circunstancias, me diga su sentir, se cumplirá y executará lo mismo que
V.E, ordena. Dios guarde a V.E. muchos años”.
¿Quiénes falsificaron?

Según don Atilio Cornejo, las monedas falsas fueron introducidas por los realistas para
desprestigiar a Güemes, ya que ellos contaban con el metal y los instrumentos necesarios al
estar ocupando la Casa de Monedas de Potosí.

Para don Bernardo Frías la falsificación fue obra de altoperuanos que conocían las técnicas
de fabricación y que se estaban radicados en Salta, Tucumán y otras provincias del Norte.

Lo cierto es que los enemigos internos de Güemes aprovecharon esto para desprestigiarlo.

Güemes y el primer intento de concertación


Ante el fracaso, el gobernador pidió ayuda al Gobierno nacional.

Luego de la correspondencia enviada por Güemes a Pueyrredón, este resolvió poner la


cuestión en manos de la Junta Económica del Congreso, ente que luego de largas
deliberaciones, resolvió que el dinero falso fuese retirado de circulación. Dispuso además,
indemnizar a los tenedores con el valor intrínseco del metal al precio corriente. En cuanto al
castigo que Güemes había impuesto a los falsificadores -pena de muerte y confiscación de
bienes- la Junta dijo: “con la pena de muerte, sin necesidad de confiscación, estaría
suficientemente penados”.

Luego del dictamen de la Junta Económica, el Congreso de Tucumán ordenó a Güemes


cumplir con esta disposición a la mayor brevedad.

Intento de concertación

Ante esta gravísima situación, Güemes resolvió organizar una reunión con los principales
comerciantes para informarles de la resolución del Congreso de Tucumán, y también, para
proponerles la formación de un fondo especial con buena plata, con el fin de rescatar el
dinero falso que, mayoritariamente estaba en poder la gente pobre. Pero los comerciantes,
alegando miles de razones, dijeron a Güemes que no podían proporcionar dinero para tal
fin, rechazando así lo que se considera fue el primer intento de consertación. Luego de ello,
el gobernador Güemes no tuvo más remedio que comunicar al pueblo los resultados de su
propuesta, a través de un bando que difundió 24 de mayo de 1818. Y por supuesto, también
puso al tanto a Pueyrredón diciéndole: “En las vísperas de celebrarse con el mayor
entusiasmo de alegría el aniversario de las fiestas mayas, se cubrió esta ciudad de luto y
casi por todas partes brotaban lágrimas y suspiros; veíanse muchos niños tiernos,
jornaleros, artesanos y dilatadas familias, buscar el pan y la carne y no poderla encontrar
por el ningún valor de sus monedas...”.

Pero no solo hubo lágrimas y suspiros, los gauchos, la gente que combatía a diario con los
realistas, se reunió frente al Cabildo para pedir una solución al problema. Ante este reclamo
popular, Güemes prometió gestionar una solución por parte de las autoridades porteñas.
Y así fue que el 1 de junio de 1818, Güemes se dirigió a Pueyrredón para ponerlo al tanto
de la situación y reclamar una solución inmediata: “...puede calcular V.E. -le escribe- cuan
grande, cuan heroica y virtuosa ha sido la admisión y circulación de estas monedas y cuan
distante el dolo y la malicia, especialmente en aquellas personas que no tienen más recursos
para socorrer su causa alimentaria, que una tristísima pieza de plata le entregaron al
monedero. Debo sí excluir, algunos que se atrevieron a la falsificación por una maligna
codicia y perversidad que es la que forma los delitos y arma el brazo de los jueces para
castigar a los delincuentes.... Pero por las operaciones de unos cuantos plateros, ¿será
posible que el artesano, el labrador, el peón, el pordiosero y el padre cargado de una
numerosa familia, sean penados y castigados con la pérdida de una tercera parte del precio
de tales monedas? ¿Será posible que inutilizadas éstas y reducidas a unos miserables
fragmentos de chafalonía, tengan en suspensión sus exigentes alimentos hasta que se abra
para nosotros la Casa de la Moneda de Potosí, o han de caminar 450 leguas en busca de
Chile?

La humanidad, equidad y prudencia que se admiran en V.E. no pueden permitir tanto mal”,
concluye.

Llega la solución

Días después que Pueyrredón recibiera la nota de Güemes, el Gobierno nacional otorgó un
subsidio a la provincia de Salta, de $ 26.000 de entonces. El decreto indicaba que el
Cabildo de Salta debía administrar el monto, “bastante para remediar los males y las
miserias”.

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