Está en la página 1de 25

HISTORIA Y PSICOLOGÍA: UN RECUENTO

Author(s): Boris BERENZON GORN


Source: Revista de Historia de América, No. 129 (julio-diciembre 2001), pp. 7-30
Published by: Pan American Institute of Geography and History
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/44732853
Accessed: 14-08-2019 06:24 UTC

JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide
range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and
facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact support@jstor.org.

Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at
https://about.jstor.org/terms

Pan American Institute of Geography and History is collaborating with JSTOR to digitize,
preserve and extend access to Revista de Historia de América

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
HISTORIA Y PSICOLOGÍA: UN RECUENTO

Boris BERENZON GORN*

Abstract

This essay deals with the relationship between historical and psychoanalyt
cal positions and gives new potential to interpretations of the past. Berenzo
proposes a detailed analysis of the vision of historiography that arose in th
1980's called psychohistory and that is represented in magazines such as Psy
chohistory Review. The author refers to new ways of viewing the interdisc
plinary discussion between Freudian psychoanalysis and history.

Resumen

El presente ensayo muestra la relación que existe entre el discurso histórico y


el psicoanálitico; dando un nuevo potencial a la interpretación del pasado.
Berenzon propone una minuciosa revisión de la historiografía que surge en
la década de 1980 llamada psicohistoria y representada en revistas como
Psicohistory Review. El autor señala nuevas formas de enfrentar el discurso
interdisciplinario entre el psicoanálisis freudiano y la historia.

Introducción

La incertidumbre más drástica de Freud y del psicoanálisis proviene de la satu-


ración lingüística y conceptual que en el más cercano pasado llegó a produ-
cirse en el escenario de la cultura. Y como sabemos, la incertidumbre siempre
es cruel; los pasos no son suficientes para romper el cerco que tienden las te-
larañas del pensamiento simulado y pragmático, tocarlas es aventurarse a rom-
per una historia, a abrir sus hilos para olvidarlos; el olvido es un vacío que
busca llenarse para volver a vaciarse. Es como la metáfora de una noche lluviosa
a la que una telaraña reta sobre la reja que custodia el tiempo y el espacio.
El excesivo uso y el generalizado abuso de términos y conceptos converti-
dos en emblemas culturales, o su banalización en los usos coloquiales de los

* Profesor de tiempo completo definitivo del Colegio de Historia de la Facultad de Filoso-


fía y Letras de la unam y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Correo electróni-
co: berenzon@prodigy.net. mx

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

mismos, ha ocasionado un auténtico os


cal y crítica que ambos tuvieron en sus
si se les sabe rescatar a tiempo. Polem
de las humanidades duras - valioso
para revalorar en su justo y legítimo lu
se reputan novedosos, pero constituye
que parece prevalecer en ciertos ambie
psicoanálisis, constituyen un cambio en
ramente de los que vienen, pero no ha
conservadores lo niegan como un sínto
no se quiere saber.
Es pues, un momento oportuno para
pensamiento del siglo xx; o mejor, c
alguien que, por consiguiente, tiene m
bito de la filosofía, de la historia,1 y á
giro hermenêutico2 del que nos habla
No se trata de asumirlo bajo una óptic
no significa que su compleja trayector
constituya una eminente revolución en
temporáneo. Y que, por tanto, resulte
nuclear alteración del espacio de la cult
de sentido y de orientación en razón de
miento del inconsciente.
Hay un antes y un después en la concepción de la subjetividad a partir de
Freud. Wittgenstein considera que el sujeto es un límite del mundo. Previa-
mente, Freud acertó a imaginar al sujeto escindido entre la parte emergente
del témpano, al que denomina conciencia, y el fondo de misterio inconscien-
te que, sin embargo, accede al lugar limítrofe al que denomina preconsciente.
El sujeto se halla, por tanto, escindido. No es un sujeto sustancial, tal como
fue pensado por la tradición cartesiana; ni es tampoco un sujeto capaz de
enajenarse y perderse, como en el Idealismo alemán, cuando Hegel nos per-
suadía de la astucia de la razón para que finalmente se reconquiste en una
reconciliación terminal, espiritual, del sujeto y de la esencia.
Ese sujeto es el sustento y el soporte frágil, efímero y quebradizo de un
sustrato lingüístico y textual que se presenta a través de la verbalización, por

1 Ver el valioso trabajo de Alvaro Matute, Heurística e Historia , Centro de Investigaciones


Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, México, unam, 1999, 32 pp.
2 La etimología del término hermenéutica significa "explicación": se trata de explicar unos
enunciados analizándolos mediante otros enunciados. Es pues, el arte o la teoría de la
interpretación.
3 Hans-Georg Gadamer, El giro hermenêutico, Cátedra, Madrid, 1995, 219 pp.

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

ejemplo, de los sueños, los actos fallidos, los lapsus y l


discurso humano. Es posible desentrañar los mecanismos m
les tal verbalización simbólica se produce en los célebre
densación, desplazamiento e identificación consignados
freudiana que constituye La interpretación de los sueños.
mas perfectamente asimilables a las figuras retóricas (me
sinécdoque, ironía, elipsis), se construye y de-construye e
descubre el sujeto su propia identidad y condición.
Ya que nuestra naturaleza subjetiva no posee otra sustan
que la tan etérea y sutil del entramado de narraciones que f
pia existencia, en esos relatos y narraciones que nosotros
conocemos, finalmente, aquellos dispositivos fundacion
cuales esos relatos se constituyen. En este punto, Freu
atrevido y revolucionario como la formalización de esos d
ros en forma literaria, acudiendo a los grandes mitos u
literatura occidental, que tuvo en Grecia su patria natal y
transferenciales de larga duración a Eros, Clio y Casandra
Estas formalizaciones primarias no son de carácter metal
co son metarrelatos como en los discursos denunciados
posmodernas, y por supuesto no son formalizaciones obtu
tual y narrativas en formalismos matemáticos, o efectuad
una cientificidad impostada y del todo inadecuada.
Esas formalizaciones son inmanentes al trabajo textual,
rio e histórico. Se encuentran en la literatura de siempre;
leer, u oír, atentamente las grandes tragedias áticas, part
Rey , o el Edipo en Colonna , o Electra , o el Hamlet de Sh
bién la espléndida fábula de Ovidio, en sus Metamorfosis
Narciso, para hallar la verdadera escena primordial a la
traerse todos los dispositivos de narración y relato; aquell
tuyen en lo que somos, en nuestra condición de sujetos
soldados ni unificados en ninguna ilusión sustancialista.
Precursor del giro lingüístico, del giro textual o narrativ
ción hermenéutica anterior en todo ello a los grandes
samiento filosófico del siglo xx, Wittgenstein y Heidegge
ante nosotros como el principal generador del espacio
siglo xx, en el cual se asume la naturaleza lingüística y es
del pensamiento como uno de sus principios supremos. Pr
piensa en el sujeto como escindido y no soldado en la iluso
cial y sustantiva del pensamiento anterior, poscartesiano,
razón puede concebir el pensamiento como lenguaje: como
se concreta y materializa en la expresión verbal, en la cua
dencia los mecanismos de simbolización que lo constitu

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

Pero además advierte la imbric


moviliza a modo de primer motor
todas su pulsiones, según correspo
patentes sobre todo en el Edipo Re
seo, como motor inconsciente, se
sino del hombre es desear. Deseo e
al sujeto escindido en su infinita s
menos limitarlo.
Dado su respeto o su temor de fantasía por la vitalidad de la irracionalidad
que puebla el pasado, el historiador difícilmente puede escapar a la sensa-
ción de que su disciplina habita un territorio estrictamente ajeno a aquel del
psicoanálisis que no nos deja saborear las risas y angustias multicolores del in-
consciente. Los puntos en los que convergen, o así lo parece, son puntos de
distensión de apasionadas asignaturas pendientes. El psicoanálisis se encuentra
en la tierra de las evocaciones ficticias y los asesinatos mentales, de las fan-
tasías desbordadas y de los síntomas improbables, de los sueños, de las dis-
torsiones y de las alucinaciones. Parece apropiado que en uno de los momentos
más heroicos de la carrera de Freud haya ilustrado simbólicamente esta con-
cepción de la mente como creadora de imaginarios. Por algunos años, a princi-
pios de la última década del siglo xx, Freud se había ocupado en construir la
brecha hacia un psicoanálisis. Se basaba, en gran medida, en las escandalo-
sas confesiones de sus pacientes femeninas; una tras otra reportaban que ha-
bían sido seducidas por su padre en la niñez. Pero en el otoño de 1897, Freud
le comunicó a su amigo y confidente Wilhelm Fliess, que estas historias se
habían vuelto increíbles para él; asimismo, reconoció que estaba confundido
con respecto a su aventurada y solitaria exploración. "El sentido de la reali-
dad - apuntaría después - , se había perdido."4 Lo que se había ganado en su
lugar era el sentido de la fantasía (lo imaginario). La mayoría de los pacien-
tes de Freud había imaginado estos ataques paternos, y el entendimiento de
su actividad imaginativa le daría a su psicoanálisis fundamentos teóricos mu-
cho más sólidos y extensos de los que las revelaciones sensacionalistas ha-
bían ofrecido. Fue en el terreno de la fantasía donde se construyeron los
cimientos de los puentes colgantes del psicoanálisis.

4 Véase también Freud a Fliess, 21 de septiembre de 1 897, Los orígenes del psicoanálisis:
cartas a Wilhelm Fliess, borradores y notas: 1887-1902, ed. Marie Bonaparte et al. (1950;
tr. Eric Mosbacher y James Strachey, 1954), 215-21 8. Freud, por supuesto, nunca abando-
nó la idea de la seducción paterna: en los Tres ensayos sobre sexualidad , por citar una de
las fuentes en sus muchas obras, sostiene enfáticamente que aunque había exagerado su
importancia en la evolución de la constitución sexual de los individuos, se mantenía como
una amenaza real, especialmente para las niñas pequeñas (S.E., 190-191). Ver Peter Gay,
The Philadelphia Enquirer, febrero 5, 1984.

10

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

Naturalmente, de esto deriva que la razón, compañera


verdad según los cánones de los pensadores ilustrados, n
bida en la situación psicoanalítica. Se le insiste al analiza
que siga el precepto cardinal que Freud estableció para e
mitir a todas las asociaciones el libre acceso a su consciê
con tan poca edición y tan pocas correcciones como le s
de oro parece un deliberado y provocativo insulto que li
ra del deber ser. Se supone que el analizante debe de
trivialidades e ideas que cualquier ser humano por temor
bulario, y muchas veces de sus pensamientos, sino tamb
portantes y más absurdos recovecos mentales. Es más, l
sentimientos de amor y odio del analizante hacia el anal
psicoanalítica evita, son en todas sus formas desplazami
sona y sentimiento. Es como si el psicoanálisis se inclinar
más grande del ego: la capacidad de organizar y goberna
impulsos e ideas que yace bajo la superficie de la con
no es el paisaje psíquico con el que el historiador, nueva
tencias, se siente más a gusto. La incompatibilidad entr
coanalista y el historiador parece ser tan patente que cu
reconciliación parecería utópico. A diferencia del psicoa
interpreta aparentemente realidades evidentes: escase
meraciones urbanas, innovaciones técnicas, guerras y re
ciones religiosas. Cuando estudia conflictos en los que la
de clases o intereses en conflicto - los encuentra tan pa
les, que podrían resultar casi tangibles. El historiador po
xista también, vive en un mundo evidente y conciso. Es
en el que las clases o los individuos que tratan de serv
conscientemente sirven a los "mañosos" de la historia, l
nidad a la operación de fuerzas detrás de los actores
confianza en que puede descifrar estas fuerzas al especif
tórica concreta en la que estos actores deben desenvolve
los historiadores no han descuidado las irracionalidad
pasado. Cuando se han visto obligados a lidiar con el ten
de emociones escondidas y contradictorias que son el
nalistas, lo han hecho con aversión evidente y se han
alimentar a sus lectores con unas pocas observaciones to
gía del sentido común. Es significativo que la importan
dores franceses que se apiñan alrededor de su ce
profesional, los Annales, haya quedado satisfecha del to
su psicólogo favorito a Lucien Febvre, quien de ninguna
go, y que hayan catalogado estados mentales colectivos

11

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gom R.H.A. Num. 129

bre de mentalités , sin haberse


raíces en la mente inconscient
lista se mantienen separados h
Existe una manera de unirlos
señalar que la fantasía y la ima
experimentan - ciertamente
los hombres definen las situac
cuencias. Esta redefinición exp
no es trivial. Subraya la partici
relaciones humanas; tienta al h
y decir que hay más cosas en el c
tras historias. Freud, quien, po
gustaba de esta frase, aunque d
-Leonardo da Vinci: "la naturaleza - escribió - está llena de incontables cau-
sas que nunca han entrado en la experiencia".6 La neurosis, en la que los
afectos inhibidos y los deseos reprimidos encuentran canalización a través
de síntomas físicos, es el ejemplo más fehaciente de que los sentimientos y
los deseos son completamente reales.
Tenemos buenas oportunidades, en el psicoanálisis y fuera de él, de obser-
var estas incontables causas en acción. El analizado, al ocasionar que su ego
autoobservador ayude y a veces se anticipe a su analista en ofrecer interpre-
taciones, y el historiador, al intentar poner de lado sus prejuicios y trascender
sus cerradas perspectivas, buscan encontrar un sentido para ciertas activida-
des psicoanáliticas elusivas.7 Sin embargo, aunque tal conversión de oscuros
eventos mentales en realidades internas comprensibles y delirantes es impre-
sionante, éstas no son suficientes en sí mismas, porque no alcanzan a tocar la
vasta gama de hechos objetivos y la conducta racional según el positivismo,
el funcionalismo y el neopositivismo que, en conjunto, son la única y equivo-
cada preocupación del historiador. La visión freudiana sobre los procesos
inconscientes parece muy intransigente a primera vista, ya que intenta frus-
trar todo esfuerzo ecuménico. En el fondo, los dominios del inconsciente,

5 El superficial capítulo de Georges Duby sobre la "Histoire des mentalités" en el abultado


L'Histoire et ses méthodes , un volumen de la Encyclopédie de la Pléiade , ed. Charles
Samaran, 1961, 937-966, es bastante obvio. Entre historiadores franceses más recientes,
aquellos que se han vuelto a Freud, Emmanuel Le Roy Ladurie (ver su clásico Les Paysans
de Languedoc , 2 vols., 1966, esp. I, 394-399), y Alain Besançon (esp. en sus ensayos en
Histoire et experience du moi [1971]) son excepcionales. Sin embargo, véanse ahora las
pocas - pero prometedoras - páginas sobre los sueños en Jacques Le Goff, Tiempo, tra-
bajo y cultura en la Edad Media (tr. Arthur Goldhammer, 1980), 201-204.
6 "Leonardo da Vinci y un recuerdo de su niñez", S.E., XI, 137.
7 Con respecto al ego observador, ver el famoso ensayo de Richard Sterba "El destino del
ego en la terapia analítica", Int. J. Psico-Anal, XV, 1934, 1 17-126.

12

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

como él los describe, son extraños para la moral que no


lógica moderna; son misteriosos y defensivos y sienten un
la privacía. Freud tenía presente que su teoría del inconsc
tado cierto escándalo en las comunidades científica y filosó
vés de toda su gran y energética dedicación al psicoaná
defenderlo de filósofos y psicólogos necios y obtusos q
cer que la consciência se coextendiera con la mente. Su def
más que simplemente una defensiva. Para Freud, como ap
fora particularmente extraña, el inconsciente es "la única
de la psicología profunda".8 Ciertamente para 1915, cuand
yo metapsicológico "El inconsciente", adoptó la postura de
inaccesibles de la mente son más mesurables, y sin duda m
que aquellas con las que tenemos una relación más directa.
ciente, sino la consciência, lo que necesitaba explicación
El historiador tradicional positivista ha de estar de acue
ciencia necesita de explicación, pero no de la manera q
mente. Si Freud encontró que la existencia misma de la ac
era algo sorprendente, puede que el historiador se sienta igu
do, y no menos frustrado, por la posición privilegiada que
lítica le otorga a los procesos psíquicos más esotéricos y anti
se sienta frustrado y dispuesto a consultar otras escuelas
psicoanálisis - . Pero el psicoanálisis no es el estudio, y me
ción, del inconsciente por sí solo. Es cierto que Freud,
del inconsciente no sólo como algo enormemente poder
como algo alejado del mundo; sólo sus representantes, o
relucir. Estaba seguro de que uno se puede aproximar al id
veinte llamó a la parte oscura e inaccesible de nuestra per
través de analogías"; él y sus analistas contemporáneos con
"un caos, un perol lleno de emociones en ebullición".10 Pe
todos los eventos mentales más allá del ojo avisor de la con
misma distancia de ella, o están igualmente renuentes a ac
que hay mucha actividad mental, que apenas está fuera de
tanta que es capaz de "evocarse". Es más, incluso esas os

8 Ver Guy Le Gaufey, Anatomía de la Tercera Persona , Editorial Psi


México, 2000, 247 pp.
9 Freud, "El inconsciente", S. E., XIV, 159-215, esp. 167.
10 Freud, Nuevas conferencias introductorias sobre el psicoanálisi
psicoanalistas distinguidos, Max Schur, en: El id y los principios re
namiento mental [1966], y Roy Schafer, en: Aspectos de internaliz
149, han notado cierta estructura cruda y fluida en el id; pero también
su elusividad y misterio.

13

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

hierven en aquel caótico perol de


sí mismas de alguna manera. Serí
aquéllas exigen expresión. Las nec
fatiga, lujuria - son sordas, muda
quienes llaman la atención al ex
emergen los deseos las más de las
Freud reconoció la presión irres
los rincones más remotos de la p
y explicaciones en los sueños. Sin
donde se busca la satisfacción y d
el deseo del inconsciente.

Exploración de representaciones

Freud también concibió un movimiento recíproco de la realidad hacia la mente.


Los estímulos físicos en la psique, los daños emocionales causados por seres
queridos, los problemas irresolutos planteados por la sociedad, todos se mues-
tran y deben someterse, tratarse y aceptarse - o negarse - . Estas fuerzas
externas, en conjunción y en conflicto con necesidades internas, dan forma a
los estilos eróticos y agresivos fundamentales de cada individuo, a sus deci-
siones críticas, a sus estrategias y evasiones amorosas, a los negocios y a la
guerra. Incluso el complejo de Edipo, le debe su historia tanto a las oportuni-
dades disponibles y a las prohibiciones impuestas por otros, como a los de-
seos instintivos y a las ansiedades. En general, lo que las últimas generaciones
de psicoanalistas han llamado "relaciones objeto" no son simples fuentes de
peligro, desinformación y confusión, sino son también, de manera significa-
tiva, ejemplos de verdadera mundanalidad. Así como la mente persigue la
realidad, la realidad invade absolutamente a la mente.
Este esbozo psicoanalítico de la actividad mental aunque ubique la mente
en el mundo, es poco atractivo. La mente humana aparece en ella como una
dictadura militar premoderna: exageradamente desconfiada, adicta a los se-
cretos, insaciable en sus exigencias, armada y no muy inteligente. Emplea
batallones de dictaminadores para evitar que las noticias locales se filtren,
así como patrullas fronterizas para eludir que entren ideas hostiles y alerten a
la población. Aun así, en muchas ocasiones ni los censores ni las patrullas
tienen la inteligencia o la destreza, para cumplir con sus deberes de frustrar
que emerja el deseo. Especialmente de noche, aunque también en algunos
momentos del día, algunos mensajes, disfrazados de sueños, se escapan de la
boca, o salen síntomas de neurosis al tiempo que las percepciones penetran
con bandera de inofensivas. Ambos, sin embargo, pagan un precio por su
intrépida invasión a las ferozmente custodiadas fronteras: se les distorsiona

14

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

gravemente, se les traduce peligrosamente y a veces se l


toda opción. Por lo menos están enmascarados, como los
carnaval en Veracruz el día de la quema del mal humor
reconocidos (si es que se puede) por un espectador ex
efecto, no fue hasta que Freud descubrió que los mensaj
comenzamos a descifrarlas sistemáticamente; y no fue h
los daños que las percepciones sufren en manos de las d
establecimos con seguridad su evasiva y oblicua relación
Más que sólo ser poco atractiva, esta realidad es un alb
no y engañoso donde nada es lo que parece, aunque si su
dría repeler al historiador cuyos personajes, aunque per
generalmente se rigen por un inventario legible de moti
lúcidas presiones de la necesidad mundana. Las activi
las que Freud hace semejante clasificación suenan tan poc
desvarios de la locura o el balbuceo de los bebés.
Los trabajos psicoanalíticos enriquecen diariamente esta triste consideración.
El inconsciente de la teoría de Freud, que sus sucesores no han cuestiona-
do, es un contenedor en gran desorden que da cabida a materiales infantiles
volátiles que nunca penetraron en la conciencia, y a muchas cosas más de
poca o mucha antigüedad. Incluye materiales explosivos como deseos eróti-
cos thanáticos más que prescripciones morales, las más descabelladas fanta-
sías y las más duras culpas. Como el inconsciente no tiene sentido del orden,
almacena casualmente pensamientos contradictorios; como no tiene sentido
del tiempo, los depósitos de la infancia están tan vigentes como las adiciones
más recientes. Muchos depósitos son de hecho bastante infantiles.11 Las teo-
rías de Freud sobre las neurosis y los sueños cuentan como explicaciones de
esta aseveración. Las neurosis de los adultos son recreaciones tardías y gran-
demente distorsionadas de un asunto emocional inconcluso, y los sueños son
productos cuyos orígenes pueden localizarse a veces en los deseos de la niñez.
Sin embargo, si el gran amante sólo seduce a un espejismo una y otra vez, si
el hombre de valor impone eternamente a prueba su pequeña hombría prepu-
beral, si el científico racional se ve acosado por supersticiones que ha man-
tenido intactas desde fases primitivas de su organización mental - aun más:
si los políticos sólo satisfacen sus propios deseos infantiles al tiempo que
avivan los de los demás - , entonces la historia no es más que un retorno infi-
nito, extendido cruel e interminablemente, en el que niños y niñas fuera de
época reviven los juegos de sus primeros años.12 La realidad y la razón, en

11 Freud, "El inconsciente en la vida mental es lo infantil", Conferencias introductorias


sobre el psicoanálisis , S.E., XV, 210.
12 "Ninguna subestimación de la influencia de experiencias posteriores se sugiere con el
énfasis [del psicoanalista] en experiencias anteriores; pero las más recientes impresiones

15

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

esta pesadilla freudiana, parece


impenetrables capas de recuerd
rial reprimido. Estas, una vez m
realidades primordiales, que el
terpretar.
Los psicoanalistas tienen su réplica favorita para el escéptico que trata de
desacreditar su reduccionismo al citar las glorias del arte o las sutilezas de la
filosofía: el fruto, dicen, no se parece a las raíces; los jardineros dedicados no
aprecian menos sus bellas flores porque hayan sido abonadas con estiércol. Es,
seguramente, un axioma freudiano que el artista, el gobernante - cualquier
adulto - , cargue para siempre con sus necesidades y terrores infantiles, y
que el carácter sea poco más que un conjunto organizado de fijaciones. Pero
esto de ninguna manera implica que el psicoanalista tome el descubrimiento
de orígenes remotos como un equivalente de una explicación exhaustiva en
el psicoanálisis o, en ese caso, en la historia. Él está al tanto de que la realidad
externa - más y más de ella - se encuentra a lo largo del camino a la ma-
durez.13
Incluso en los sueños y en las locuras, donde los poderes de la razón y la
realidad son débiles, donde sus rostros son oscuros, ambas ejercen sorpren-
dente autoridad. De hecho, fue precisamente en la vida nocturna de la psique,
en un lecho pacífico o en un hospital mental, que Freud y sus contemporáneos
descubrieron sorprendentes implicaciones de ambas. Én el repaso exhausti-
vo y autoritario de la bibliografía científica con la que inaugura su obra maestra
sobre la interpretación de los sueños, Freud apunta que muchas investigacio-
nes anteriores habían notado poco, o ningún, contenido objetivo en el sueño;
lo habían considerado, en cambio, una producción mental de naturaleza infe-
rior, con poca relación con eventos externos y con poca asistencia de las ca-
pacidades intelectuales más elevadas del hombre. Otros intérpretes del sueño
que habían sostenido, en contraste, haber encontrado significado en los sue-
ños, invariablemente invocaban lo que el científico debe considerar la "reali-
dad" peculiar de la superstición, en la que el sueño se vuelve un mensajero
sobrenatural y una misteriosa fuente de profecía. La teoría de los sueños de
Freud era, por supuesto, decididamente diferente. Compartía la convicción
de la más ignorante sirvienta de que los sueños de hecho tienen significado,

de la vida hablan a través de la boca del paciente; así el médico debe alzar la voz por los
llamados de la niñez". Freud, "Un niño está siendo golpeado", Una contribución al estu-
dio del origen de las perversiones sexuales , S.E., XVII, 183-184.
13 George Devereux, Los sueños en la tragedia griega , 1 976, XIX, y Sandor Ferenczi, "Eta-
pas en el desarrollo del sentido de la realidad", Primeras contribuciones al psicoanálisis ,
1952, 213-239. Ver abajo, p. 190.

16

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

pero que encuentran ese significado en el mundo natural y,


el encuentro del soñador con sus propias pasiones y su med
La. teoría psicoanalitica de los sueños es demasiado bie
para discutirse de manera extensa: el sueño manifiesto
soñador sueña y que recuerda parcialmente al despertar - d
nera muy distorsionada, un deseo oculto que ha sido drásti
para burlar a los censores. Éste, el corazón de la teoría de F
interés aquí. Quiero enfatizar, en cambio, su tesis de que l
latentes del sueño encuentran un lugar en el sueño manifies
materiales recientes y en su mayoría significativos, tomado
del soñador, casi invariablemente del día anterior. Éstos so
día" que comunican los deseos más distantes con el pasa
más "inmediato".15
La utilidad táctica de los residuos del día es evidente: son los medios a tra-
vés de los cuales los sueños prohibidos y los deseos reprimidos evitan al cen-
sor; su empleo de recuerdos recientes en apariencia indiferentes es un recurso
político para asegurar la publicidad de ideas que son todo menos indiferen-
tes. Pero los residuos del día tienen una significación más grande: son evi-
dencia de lo que bien se ha llamado la búsqueda de la mente por material
representativo.16 La mente del hombre no es ni atleta ni mística: no puede sal-
var grandes distancias ni lidiar con formas realistas de expresión. Sus más
sorprendentes vuelcos y más acrobáticos saltos demuestran ser, en el análi-
sis, un peregrinar solemne y a pie a lo largo de una cadena asociativa fuerte-
mente tensada - una cadena invisible debido a que muchos de sus eslabones
están reprimidos - . Sus inventos más extraños no se obtienen de la imagina-
ción; son versiones y fragmentos de la experiencia. Las repentinas y dramáti-
cas autoevasiones del inconsciente son ilusiones; el inconsciente avanza
metódicamente desde las profundidades hasta la superficie de la conciencia
y utiliza, con quisquilloso ojo analítico, materiales mentales comunes que
recoge a lo largo del camino. Más de una vez, Freud definió a los neuróticos
como aquellos quienes, al encontrar el mundo intolerable, se alejan de la
realidad.17 Pero están lejos de desdeñar la realidad en su alejamiento de ella;
aunque desfigurado, aunque irreconocible, el mundo siempre está con ellos y
con sus pulsiones, y aquí la ausencia no es causa de olvido.

14 Freud, La interpretación de los sueños, cap. 1, 1 900, S.E., IV. Sobre la proyección primiti-
va en los sueños, ver también E.R. Dodds, Los griegos y lo irracional, 1 95 1 , pp. 191-1 96.
15 Ver Freud, La interpretación de los sueños, pp. 65-88.
16 Le debo esta idea y frase a la Dra. Jeannette Gorn Kacman.
17 "En la neurosis, un fragmento de realidad se evita con una especie de vuelo, en la psicosis
se reconstruye", La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, XIX, 1 85.

17

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

Seguramente el peso que el n


que el psicotico le asigna a las
piamente realistas. Aun así, deb
neuróticos y de los psicóticos s
parchados de las maneras más e
incluido en su diseño momento
tancias reales y voces reales. Au
mente, la mente humana necesi
realistas en nombre de la visi
encarnaciones de sus necedad
neuróticas o enloquecen, en u
por alguna neurosis general o al
síntomas con historias que han
ansiedades que han experiment
tórico y verbal que comparten
ambos, el escenario y el vocabu
al mundo del psicoanálisis vía l
Lo que se cumple para los neur
te para aquellos cuya relación c
decir, menos distorsionada. Al d
les, el niño pasa, según la sucin
principio de la realidad. Al prin
al alucinar el cumplimiento de
rante y posteriormente insegu
por largo tiempo incapaz de dif
obligado a descubrir, a través d
deseos no se traducen automá
mental es una ilusión. Así, de m
aparato psicológico del niño dec
rior en realidad y, con eso, int
do.18 Aquí, y en otras partes
conocimiento es el poder. A la
que enfrascarse en ilusiones ag
verdad que el niño aprende con
chos adultos caigan en la negac
El animal humano no madura
sus potenciales. Por el contrari
e intelectuales se desfasan de la
instintos sexuales se resisten a

18 Freud, "Formulaciones sobre los d


19 Ver Anna Freud, El ego y los mecan

18

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

podría asimilar el mundo exterior finalmente con todos


mentales, una adaptación que se alcanza sólo por las lim
nen sus neurosis. Sus deseos sexuales, que al principio
autoeróticos y que después se organizan en torno a un a
gan sus intenciones amorosas de sí mismo y buscan
través de, los demás; sus poderes florecientes de atenció
razonamiento - que es un ensayo práctico de la acción
ciente relación con el valoramiento racional de la realid
todavía: al desplegar todas estas capacidades, el principio
ña al niño a posponer las gratificaciones. La educación a
por lo real al establecer metas y determinar límites, al r
miento obligatorio de los demás; esto es "una provocaci
dijo sencillamente, a superar el principio del placer. Inc
fugio de talento de la realidad, la ofrece con una visión n
artista "moldeará sus fantasías para crear nuevos tipos
Freud, "a los que los hombres les dan cabida como valio
realidad".20
El historiador no tiene razón de ser sentimental, más q
to a estos pequeños triunfos. Nunca se sienten perturba
tidos por derrotas parciales. Los historiadores experime
imperfecciones más dolorosamente en su propia acti
deber ser de las loables ideas de objetividad, justicia,
pero saben que nunca podrán alcanzarlas del todo, much
nalista realiza enteramente su ideal, la persona comp
Además, las realidades que el individuo hace suyas pu
como las razones para impulsarlo a enfrentar su asimilac
La resolución del complejo de Edipo está, a saber, ligado
menos miedos de castración. Aun peor, una valoración e
externa puede ocasionar conflictos en problemas táctico
res están almacenados para el sujeto que se acopla a las e
lidad y la socialización; pero están igualmente disponible
significa la aceptación por parte del ser de visiones err
que los otros tienen de la realidad. El niño, en su ambie
malmente negociará los placeres de la acción indepen
miento exacto de las recompensas de los padres y la ace
de padres abusivos encuentra satisfactorio crecer como
padres autoritarios, crecer como un conformista. No so
de Freud. Él hubiera apoyado la observación de T.S. Elio
dad puede soportar muy poco a la realidad.

20 Ver Boris Berenzon Gorn, Historia es inconsciente (La histo


Robert Darnton ), El Colegio de San Luis Centro sep-conacyt, sl

19

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

Sensibilizar a los pequeños soñad


es la vida, sueños; y los sueños, s
conocimiento mundano, es en m
que desarrollan los niños al move
cipio de la realidad si lo que Fr
juicios imparciales que distingan
con percepciones - separar lo q
ver lo que uno ve, en pocas palab
El ego responde al mundo exteri
y, a veces, su amo. Ésta es la res
zón son amigas íntimas sin ser
matemático o el razonamiento ló
racional, rara vez, si es que suced
nes alejados del mundo. Pero may
confrontar los hechos de la man
hace: seguir evidencia empírica,
vas, hacen que las convicciones s
trol, cálculo, en muchas ocasiones
que el ego otorga un catálogo de
historiador se sentía a gusto con
cir: cuando tratan con la mente,
Yo - con el reconocimiento del h
sus entusiastas esfuerzos de mo
decir, hacer las cosas de acuerdo
Por lo tanto, es importante ser
ego psicoanalítico implica y no i
afortunado. La psicología del Yo
no es de ninguna manera psico
trabajo con la realidad en su seno
manera a la razón. Las estratag
formación de reacciones y otras
conscientes y casi totalmente no
"mental" con "consciente", tamp
sólo subraya el hecho de que las
entremezclan con el resto de las
zar una teoría general de la mente.

21 "Los celos están entre los estados af


como normales". Pero, "aunque los l
manera completamente racionales, es
"Algunos mecanismos neuróticos en
XVII, 223.

20

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

ne al historiador, que Freud, médico y, además, científico


el principio una psicología general. Que sus teorías se orig
cuentros clínicos con una colorida variedad de neuróticos fue un accidente
que, estaba seguro, no obstruiría su acceso a las leyes que gobiernan el fun-
cionamiento normal. Por ello no se trata de poner a Clio en el diván sino de
analizar e interpretar el discurso histórico que es una fuente indudable en
donde actúa el inconsciente rompiendo así con las propuestas yoicas de la
psicohistoria que se ha dado principalmente en los Estados Unidos, pero que
tiene ramificaciones en casi todo el mundo desde hace veinte años.

Eros, Casandra y Clio

La gran ambición de Freud, aunada a su conflictivo modelo de desarrollo y


su insistencia en detectar elementos neuróticos escondidos en las apreciacio-
nes más conservadoras, provocan serias dudas en la percepción convencional
de cómo las ideas podrían relacionarse con la investigación histórica. El sen-
tido común podría indicar una escala de pertinencia: en la esfera de lo racio-
nal, el psicoanálisis enmudecería; con sentimientos y conducta no racionales,
la vasta región de hábitos sociales y culturales que llamamos costumbre o
tradición, podría contribuir con ideas esclarecedoras, compartiendo así los
honores de disciplina auxiliar con la antropología y la sociología. Entonces
Freud estaría en lo suyo principalmente con la irracionalidad al reforzar un
monopolio virtual de competencia explicativa.
Sin embargo aquí, como en muchas ocasiones, el sentido común pierde el
hilo afortunadamente. Los psicoanalistas sostienen firmemente su competen-
cia en la explicación de la racionalidad, no sólo porque la consideran fuerte-
mente ligada a momentos de acción no racionales e incluso irracionales, sino
también por su interés en las acciones del ego que pretende hacer de la huma-
nidad el amo de la naturaleza y de él mismo.
Es verdad, cualquier medida de racionalidad que los historiadores le asig-
nen a ciertos eventos históricos - la participación de la División del Norte
del general Francisco Villa en la batalla de Zacatecas en 1914 o el descubri-
miento o la invención de América en 1492 - deben depender del punto de
ventaja desde el que se formula tal juicio: de aquel de ventaja evidente del
participante o de sus metas implícitas a futuro, aquel del impacto que sus
acciones ejercerán en su círculo íntimo o en campos más amplios de implica-
ción como sociedad o posteridad.
Entre los muchos ejemplos que ilustran el problemático lugar de la racio-
nalidad en las acciones humanas citaré sólo el del comerciante enajenado de
Max Weber. Esta encarnación misma de la ética protestante piensa sólo en su
negocio y en hacer dinero; no piensa en descansar, mucho menos en retirar-

21

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

se.22 En la version del siglo ve


lugar prominente en el folclor
en los escritos del autocastigo b
ta en la oficina o en la fábrica
obtusa y cruel, pero cuyas larg
das de ansiedad y cuya vida no
cial. Aquejado por las úlceras,
amigos en los momentos difíci
como ejemplo de la inhumanida
ciados.
A pesar de que semejante moralización tendenciosa no adelanta el análisis
de la crisis emocional ante la cual las acciones racionales llegan a su fin,
sí deja ver su compleja naturaleza. Claro está, la "racionalidad" es una pala-
bra demasiado indistintamente general como para diferenciarla de entre las
operaciones mentales divergentes que se supone describe; la distinción clási-
ca de Weber por lo menos marca el comienzo de una discriminación saluda-
ble. La primera, racionalidad de propósito, se concentra exclusivamente en
la adaptación de medios a fines, en la aplicación de cualquier conocimiento e
inteligencia que esten a la mano para resolver un problema o realizar un
deseo. Un ladrón de vehículos que tiene el juego más moderno de herramien-
tas y que observa las más estrictas precauciones está poniendo en práctica la
racionalidad de propósito en su forma más pura. Lo mismo hace un diplomá-
tico que astutamente engaña a su contraparte en las negociaciones al ofrecer-
le concesiones aparentemente impresionantes pero vacías. Actividades como
éstas invitan a un valoramiento interno y técnico relacionado exclusivamente
con las normas que gobiernan la acción - el robo, la diplomacia - en cues-
tión. Tal valoramiento no ofrece adquisición alguna a las explicaciones psico-
analíticas, sino que es también, e igualmente, indiferente a cualquier otra
clase de escrutinio externo, ya sea de la sociología, la economía, las ciencias
políticas o la filosofía (ética, estética ontologia, epistemología y todas sus po-
sibles derivaciones conceptuales). Los únicos juicios relevantes para ponde-
rar la racionalidad de propósito son si las intenciones del participante tienen
una oportunidad razonable de tener éxito, y si son igualadas por su ejecu-
ción.
Es cuando el historiador comienza a involucrarse con las intenciones mis-
mas, entrando así al terreno de la racionalidad de valor , en el que el psicoa-
nalista adquiere una función explicativa más evidente. Porque los valores
que las intenciones implican pueden ser en sí mismos menos que racionales.

22 El locus classicus es Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo ( 1 904-
1905, tr. Talcott Parsons, 1930).

22

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

Es muy evidente que el comportamiento del hombre de neg


racional, no racional e irracional al mismo tiempo. Es raci
dos: persigue, lúcidamente, con todos los recursos a su alc
necesita cuestionar. Es no racional en sus objetivos: la cerr
sus planes, que lo ciega hasta las últimas consecuencias inc
mo, puede sólo surgir de necesidades y ansiedades que elud
conciencia de la que pueda ser capaz. Su fracaso crítico de
tras una ostentosa pantalla de rígidas normas y objetivos
corregido, sólo disfrazado, por el aplauso de sus compañer
es un síntoma cultural. Lo que ha sucedido (y de acuerdo con
que suceder en los días de madurez del capitalismo) es que a
da de beneficios y poder del resto de su economía mental,
percepciones y corrompido sus ideales. Lo que pasa por
ser profundamente irracional. El psicoanalista puede borrar
doja: cada institución fundamental de la mente - id, eg
objetivos propios que, en muchas ocasiones, en muchas, ch
tivos de los demás. Aquel viejo estereotipo psicoanalítico,
del id, subestima una compleja escena de batalla en la que
bian, las confrontaciones vienen y se van.23 Gran parte de
es la suma de tales conflictos.
La esfera no racional de su parte le presenta al historiador menos acertijos
intelectuales y al psicoanalista muchas menos llamadas urgentes para su em-
pleo. El hombre actúa de acuerdo con señas familiares durante toda su vida y
se orienta con señalamientos familiares también. No construye y raramente
revisa su mundo; ocupa estructuras - la moral, la religión, la ley - que alo-
jan y preservan lo que ya fue. Tales "automatismos" culturales, por utilizar
un término, ahorran muchos pensamientos difíciles. De formas que no sor-
prenden al psicoanalista, estas soluciones sociales para problemas individua-
les hacen la vida más fácil. Los instintos, después de todo, como Freud siempre
sostuvo, son conservadores por naturaleza; el cambio, incluso el cambio para
bien, siempre provoca ansiedad. Las costumbres y la tradición, estas repeti-
ciones organizadas, con su delicada monotonía, su rechazo organizado a exa-
minar sus orígenes y a cuestionar sus operaciones, alivian y controlan las
tensiones.
En sí mismos, los hábitos institucionalizados ofrecen al historiador mate-
riales interesantes ilimitados; amenazados por la inquietud y la innovación,
se tornan aun más interesantes. A la manera del comportamiento racional, el
comportamiento determinado por la costumbre pide ser cuestionado en un

n Estoy en deuda, en este párrafo y en esta sección completa, con el interesante libro de
Peter Gay, Freud para historiadores , 1982, pp. 289-305.

23

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

contexto específico por las exp


persona, una clase, una época, p
clases, otras épocas. En tiempos
pensamiento y patrones de aut
generar conflictos, en lugar de
mentos de júbilo o de temor, q
tan absorbentes, momentos en
moronarse, lo no racional se de
irracional. Es ahí donde a las
túen como excelsos testigos e
algunos historiadores) como vir
lidad colectiva, después de todo
bre a epidemias devastadoras, l
que William Langer en su famo
do a la profesión histórica pa
labor. Incluso historiadores q
ideas de Freud, les han otorgad
de la "psicopatologia social".24
Por una vez, las apariencias
impulsiva, los entusiasmos au
cen ser el terreno propicio par
ta. Las internalizaciones sesuda
este prometedor momento, los
cumbido muchas veces ante la
vocados: las tentaciones son t
Es verdad que Freud previno
materia en tales actos de agre
corresponsal americano - , el p
en las polémicas literarias o pol
Freud podía apartarse de sus
estudio psicológico postumo de
por William Bullitt pero aproba
sión al autorreferido e intrometido Mesías de Occidente dominara su neutra-
lidad analítica tan cuidadosamente formada. Desde entonces, bajo su sombra,
el psicoanálisis de políticos odiados, vivos o muertos, se ha convertido en
uña industria casera menor y al mismo tiempo irritante.26

24 David S. Landes y Charles Tilly (eds.), Historia y ciencia social , 197 1 , p. 70.
25 Ver Peter Gay, Freud para historiadores.
26 Ibidem.

24

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

Los analistas han formado parte de este juego destr


También los historiadores. En su brillante y extremadam
La formación de la clase trabajadora inglesa, E.P. Tho
gativamente en contra de una comunidad religiosa que de
bulario psicoanalítico que él deplora cuando otros lo usan
que él admira. "Lo que no debemos hacer - apunt
razonable - , es confundir a los 'raros' y a los fanátic
imaginería - de Babilonia, el exilio egipcio, la Ciudad
con Satanás - en la que grupos minoritarios han articula
proyectado sus aspiraciones por cientos de años". De h
nería suntuosa imponga metas que son claramente iluso
podamos concluir superficialmente que esto indica un 's
dañado crónicamente' ". Después de todo, "el ajuste 'aby
y al deseo puede indicar a veces un sentido de la realida
aquel de los quiliastas". Pero esta sensata advertencia con
los problemas sociales reales a desórdenes psicológicos
mente autocomplaciente, porque Thompson fracasa en lle
distas, cuyo impacto antirrevolucionario en las clases tr
ha provocado su ira. Las ostentosas fantasías de los metod
tran "dejos de histeria y de sexualidad trastornada o fru
pación morbosa por el pecado y por la confesión del pec
'Amor' que temía a la expresión efectiva del amor, ya fue
en cualquier forma social que pudiera afectar las rela
dad", y una obsesiva "preocupación por la sexualidad"
erotismo perverso de la imaginería metodista".27 Hay bu
poner que tanto la advertencia de Thompson contra el r
su análisis de los orígenes eróticos subyacentes de la
ta son bastante acertados. Pero un empleo justo de conce
de métodos históricos habrían revelado que el quiliasmo
raíces eróticas no menos concentradas, no menos "perve
de los metodistas, y que los metodistas, no menos que l
ser estudiados objetivamente en lugar de ser sometidos
da de psicopatologías. El psicoanálisis bien aplicado n
ambivalencia en las normas; su contribución al historiad
vidad es ayudarlo a detectar y desarmar sus prejuicios,
No se puede negar que desligar al psicoanálisis de su es
da, la situación analítica, es una empresa riesgosa. Per
historiador podría obtener al aplicar exploraciones psico
zón así como de sus enemigos hace que los riesgos val

27 Thompson, La formación de la clase trabajadora inglesa, 196

25

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Num. 129

trado cómo Georges Lefèbvre l


lución Francesa tuviera sentido
co, resistencia conservadora y
percepciones y políticas de los
disminuido sus perplejidades, y
lifacéticas de productos mental
puesta y complicada naturaleza
los historiadores se han visto o
Para el historiador, la pertine
con la realidad externa es much
realidad es claramente secund
sías y las representaciones m
historia, dije al principio de est
rán, como es debido. Pero así c
del psicoanálisis, expandir y en
así los psicoanalistas, atentos a
ca de eventos del pasado, pueden
dad psicológica. Incluso el indiv
en su ambiente clínico es, des
consciente, construye sus sueñ
que ha tomado del mundo y la c
darnos que historia es destino.

Bibliografía

Allouch, Jean, ¿Paranoización? Simple indicación sobre la dirección de la


cura , México, Ed. Psicoanalítica de la letra, 1988.
Aries, Philippe, "L'Histoire des Mentalités", en: La Nouvelle Histoires , edited
by Jacques Le Goff, Paris, 1978.
Ayer, A.J., El concepto de persona , trad. Rafael Albisu, Seix Barral, Barcelona,
1966 (Col. Biblioteca Breve. Ciencias Humanas).
Barnett, S.A. et al. , Un siglo después de Darwin , trad. Faustino Cordón,
2 vols., 4a. ed., Alianza Editorial, Madrid, 1979 (Col. Ciencia y Técnica,
24 y 25).
Barros, Carlos et al. (eds.), Historia a debate. América Latina , Santiago de
Compostela, España, 1996.
Berenzon Gorn, Boris, Historia es inconsciente. La historia cultural Peter
Gay y Robert Darnton, El Colegio de San Luis Centro sep-conacyt, S.L.P.,
1999, 148 pp.
Beristain, Helena, Diccionario de retórica y poética , México, Porrúa, 1985.
Binion, Rudolph, Introducción a la psicohistoria , México, fce, 1986.

26

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

Bloch, Ernst, Sujeto y objeto , el pensamiento de Hesel, M


Bloch, Marc, Introducción a la historia , México, fce, 1975
no. 64).
Bonaparte, Marie et al. (eds.), Los orígenes del psicoanálisis : cartas a Wilhelm
FliesSy borradores y notas : 1887-1902 (1950; tr. Eric Mosbacher and James
Strachey), 1954, 215-218. Las cartas completas de Sigmund Freud a
Wilhelm Fliess , 1887-1904 , 2a. ed., tr. Masson, 1985.
Borch-Jacobsen, Mikkel, Lacana. El amo absoluto , Buenos Aires, Amorrortu
Editores, 1995.
Bowlby, John, Attachment , 2a. ed., 1982.
Braudel, La investigación científica, trad. Manuel Sacristan, 3a. ed., Ariel,
Madrid, 1973.

7a. ed., Alianza Editorial, Madrid, 1984 (


Humanidades 139).
Burckhardt, Jacob, Reflexiones sobre his
Roces, México, Fondo de Cultura Económic
Burke, Peter, The Italian Renaissance. Cultur
New Jersey, Princeton University Press, 1

1991.

(ed.), t. 2, Coruna, España, 1995.


Certeau, Michael de, Historia y psicoaná
Iberoamericana, 1996.
Charbonnier, George, Arte , lenguaje y etnol
Strauss, trad. Francisco Gonzalez Arambur
1971 (Colección Mínima, 14).
Collingwood, R.G., Idea de la Historia, trad
Hernández Campos, 3a. ed., México, Fondo
(Col. Sección Obras de Filosofía).
Darnton, Robert, The Kiss of Lamourette. Re
New York, W.W. Norton, 1990.

and the Historiography of the French Revolu


Carlos Barros (ed.), t. 2, Coruna, España, 19
Dilthey, Wilhelm, "Introducción a las ciencia
fundamentación del estudio de la sociedad y d
Marías, Revista de Occidente, Madrid, 1956.

27

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gom R.H.A. Num. 129

Ediciones Península, 1986 (Col. Historia, Ci


Dodds, E.R., "Los griegos y lo irracional", Revist
Duby, Georges, "Histoire des mentalités", en
Encyclopédie de la Pléiade , ed. Charles Sam
Durkheim, Emile, Las reglas del mètodo sociolò
Eco, Humberto, "El lector moderno", en: Le
interpretativa en el texto narrativo , trad. R
Lumen, 1985.
Fenichel, Otto, La teoría psicoanalítica de la ne
Ferenczi, Sándor, "Etapas en el desarrollo del s
Primeras contribuciones al psicoanálisis , pp
Ferrater Mora, J., Cuatro visiones de la histor
Ed. Sudamericana, 1971.
Forester, John, Seducciones del psicoanálisis
Mexico, FCE, 1985.
Freud, Anna, El ego y los mecanismos de defensa ,
Freud, Sigmund, "El malestar de la cultura", en
Buenos Aires, Amorrortu, 1978.

Amorrortu, 1978.

Buenos Aires, Amorrortu, 1978.

Completas , t. XII, Buenos Aires, Am

XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1978.

Aires, Amorrortu, 1978.

t. VIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1978.

Aires, Amorrortu, 1978.

Buenos Aires, Amorrortu, 1978.

Amorrortu, 1978.

28

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
julio-diciembre 2001 Historia y psicología: un recuento

73.

de paranoia" (1910), XII, 3-83.

XII, 219.

el tratamiento", S.E., XII, 131.


Friedlander, Saúl, History and Psichoanalys
and Limits of Psichohistory, trad. Susana
Fromm, E., Anatomía de la destructividad
Gadamer, Hans-Georg, El giro hermenêutic
Gay, Peter, The Englightenment, an int
paganism, New York, Knopf, 1966.

Culture, New York, Oxford University, 1

1985.

Ginzburg, Carlo, "Señales, raíces de un para


de la razón, nuevos modelos en la relaci
humana, México, Siglo XXI, 1983.

González, J., "Temporalidad y libertad", en:


Mortiz, México, 1986.
Hartmann, Heinz, "Comments on the Psych
en: Essays on Ego Psychology: Selected
Theory, 1964.
Hegel, G.W., Filosofía de la historia, trad, de
1970.
Jaeger, W., Paideia: Los ideales de la cultura
Wenceslao Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 1957.
Kant, I., Crítica del juicio, trad. José Rovira Armengol, Buenos Aires, Losada,
1961 (Biblioteca Filosófica).

de Cultura Económica, 1979 (Colección Pop


Lacan, Jacques, Seminario: Yo en la teoría y la t
estenográfica), París, 1959-1955.

29

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
Boris Berenzon Gorn R.H.A. Núm. 129

en español), París, 1960-1961.

como se nos revela en la exper


Siglo XXI, 1984.
Landes, David S. y Tilly, Char
Le Gaufey, Guy, Anatomía d
Psicoanalítica de la Letra, 247
Le Goff, Jacques (ed.), Pensar la
Buenos Aires, Paidós, 1982.

Ediciones Mensajero, 1994.


Matute, Alvaro, Heurística e Historia, M
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanid
Marrou, H., El conocimiento histórico, trad. J. M. García de la Mora,
Barcelona, Labor, 1968.
Mignolo, Walter D., Elementos para una teoría del texto literario, Barcelona,
Crítica, 1978, y Teoría del texto e interpretación de textos, México, unam,
1986.
Ortega y Gasset, J., "El tema de nuestro tiempo. El ocaso de las revoluciones,
el sentido histórico de la teoría de Einstein, ni vitalismo ni racionalismo",
15a. ed., Revista de Occidente, Madrid, 1963.

O'Gorman, E., Crisis y porvenir de la cie


Universitaria, unam, 1943.
Rodríguez, Emilio, Sigmund Freud, el siglo
Aires, Editorial Sudamericana, 1996.
Rorty, R. et al., La Filosofía en la historia,
Strozzi, Susana, "Sujeto y persona en la bio
debate. América Latina, Carlos Barros
Santiago de Compostela, Grafinova, 199
Suárez, L., Las grandes interpretaciones de
1972.
Thompson, La formación de la clase trab
Weber Alexander, Historia de la cultura, trad. Luis Recasens S.,
9a. reimpresión, México, fce, 1969.
Weber, Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, tr. Talcott
Parsons, 1904-1905.

30

This content downloaded from 201.152.167.178 on Wed, 14 Aug 2019 06:24:42 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms

También podría gustarte