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claudiavero
Lectura Final
Bella’
Diseño
Bella’
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Sobre la Autora
Crybaby es un dulce tabú independiente. Todos los personajes son mayores
de edad y todos consienten en los actos sexuales involucrados. ¡Esta historia
es muy buena!
Testarudos.
Bocazas.
Descarados.
Dos personas con lenguas viciosas.
Una tentación desesperada que ninguno puede ignorar.
Atrevido.
Prohibido.
Fuera de control.
Alguien va a salir herido.
Y, oh, qué dolorosamente dulce será eso.
A todos aquellos que recientemente me ayudaron en una época muy
oscura...
Ustedes saben quiénes son.
Gracias.
“Si estás pasando por un infierno, sigue adelante.”
~Winston Churchill~
Advertencia:
No recibes una advertencia porque no le prestas
atención de todos modos, gatita curiosa.
Llorona
El accidente
Nueve Meses Atrás
El viaje a su casa fue tranquilo. Ninguno de los dos habló. Tomé dos
analgésicos en mi habitación mientras empacaba una maleta sabiendo
que me iba a hacer más daño. Ahora, cuando la puerta del garaje se cierra
detrás de nosotros, una sensación de miedo se apodera de mí. Él es todo
negocios cuando toma mi bolso del maletero y lo pone en su hombro antes
de ayudarme a salir del auto. Quiero decirle que no necesito su ayuda, pero
estoy tan cansada de lo de antes, que lo permito.
Acabamos de entrar cuando un perro empieza a ladrar. Un pequeño
chillón negro. ¿El gruñón de Drew tiene un chihuahua? El perro comienza a
saltar tan alto hasta mi cintura mientras me pide atención. No puedo evitar
reírme del chico lindo.
Drew dirige su mirada en mi dirección y me estudia por un momento.
—Bella —se burla con una sonrisa—. Conoce a la Bestia.
Reprimo un escalofrío cuando me llama Bella. Soy el ogro jorobado de
esta historia.
—A mí no me parece tan bestial.
Bestia ladra mientras su cola se mueve salvajemente. Drew lo recoge
y lo besa. El perro parece tan pequeño en el agarre de su amo, pero Drew
lo mima con amor. Derrite incluso mi frígido corazón por un momento.
—Ponte tu traje y reúnete conmigo en la parte de atrás. Voy a trabajar
esas caderas —me dice por encima del hombro mientras se aleja de mí.
Golpea una puerta en el pasillo—. Baño.
Me irrita estar aquí para hacer terapia. Podría estar en mi cama en
casa o en el baño. En cualquier lugar menos aquí. La derrota me atraviesa
mientras cojeo hacia el baño, mi bastón haciendo sonidos de frustración en
su elegante piso de madera. Me estremezco, pero luego decido que no me
importa. Tal vez si soy lo suficientemente molesta, él encontrará algún otro
proyecto favorito.
Después de pasar demasiado tiempo en el baño, salgo con mi simple
traje de baño negro de dos piezas que probablemente no he usado en un
año. Debido a mi falta de ejercicio, mi estómago está más gordito de lo
normal y mis muslos se han engrosado. Me avergüenza que el Señor Perfecto
me vea en mi peor condición.
¡Thwack! ¡Thwack! ¡Thwack!
Eventualmente salgo. Está oscuro, pero la piscina está iluminada con
luces. La noche es sorprendentemente cálida para ser octubre y realmente
es una buena noche para nadar. Lástima que vaya a doler como el
demonio.
—Deja de arrastrar los pies —dice Drew desde el borde de la piscina.
Lleva una camiseta blanca y un traje de baño azul marino. Sus bíceps son
tan grandes y esculpidos como siempre. Me hace aún más consciente de
mi cuerpo.
—No intentes esconderte —ladra—. No estoy mirando de todos
modos.
Es entonces cuando me doy cuenta de que he enrollado mi brazo en
mi zona media. Me ignora para quitarse la camiseta. Mi boca se seca una
vez que todo su magro músculo está en exhibición. Cuando se vuelve una
vez más en mi dirección, me tambaleo. Tiene la “V” por la que las chicas de
la escuela siempre se vuelven estúpidas. Ahora lo entiendo. No puedo
formar pensamientos o palabras porque todo lo que puedo hacer es mirar
fijamente la forma en que sus músculos se sumergen debajo de la banda de
su traje de baño con la promesa de cosas más hermosas debajo. El calor
inunda mis mejillas y miro hacia otro lado.
Se me acerca y me quita el bastón de las manos antes de tirarlo a la
hierba.
—Entra.
—¿Cómo? —Me acerco y apunto a mi bastón.
Pone los ojos en blanco y me frustra.
—¿Debería llevarte en brazos?
Me tenso y sacudo la cabeza.
—Eso dolerá. Solo déjame aferrarme a ti.
Sus ojos azules son oscuros en lo que a mí respecta. Él ofrece su brazo
y trato de no temblar cuando mis dedos se agarran a su bíceps duro como
una roca. Despacio, me lleva a las escaleras. Meto los dedos en el agua
caliente. Bajar las escaleras siempre es mucho más difícil que subir.
Mentalmente empiezo a asustarme porque el pasamanos está al otro lado
de él.
—Esto va a llevar todo el maldito día —gruñe antes de moverse detrás
de mí. Emito un grito cuando sus fuertes brazos me envuelven en el medio y
me lleva al agua. En vez de soltarme, me lleva a la parte más profunda
donde yo no puedo tocar, pero él sí puede.
Comienza a soltarme, pero luego me entra el pánico, con las uñas
clavadas en sus tonificados antebrazos.
—¡No me sueltes! ¡Me ahogaré!
Su risa es cálida contra mi espalda y vibra a través de mí.
—No seas tan dramática, llorona. No voy a dejar que te ahogues.
Tiemblo en sus brazos.
—De acuerdo.
Mantiene un brazo firmemente envuelto alrededor de mi suave parte
media y usa su otra mano para deslizarla por debajo de la parte posterior
de mi muslo. Suavemente, empieza a empujar mi rodilla hacia arriba. Entre
estar en el agua y él sosteniéndome, soy prácticamente ingrávida. Me
permite centrarme en los movimientos. Los analgésicos están haciendo
efecto, así que no duele tanto.
—Eso es todo —respira, su aliento caliente me hace cosquillas en el
oído y hace que me tiemblen los nervios con anticipación—. Relájate y
déjame manipular tu articulación por ti.
Mi respiración sisea cuando me levanta la pierna hasta donde llega
sin dolor. En lugar de llevarla más lejos, la sostiene en esta posición y cuenta
hasta cinco. Sus palabras son suaves y tranquilas. Me relajo un poco y casi
grito de alivio cuando me baja el muslo. Pero luego lo tira hacia afuera, lo
que también duele. Un fuerte gemido me atraviesa. De nuevo, escucha mis
señales y se retira. Duele y estoy sudando, pero no me acobardo.
Hacemos tres series de cada uno de estos dos ejercicios,
alternándolos. Admito que para el último, las cosas se sienten más flojas. Pero
mañana va a doler como el demonio.
—Quiero que nades hasta la parte trasera de la piscina —dice, con
voz ronca—. No te ahogues.
Me quejo, pero me siento más segura. Con un resoplido, me alejo de
él y dependo en gran medida de mis brazos para hacer el trabajo. Pero
pronto me doy cuenta de que también necesito mis piernas. Cuando mi
cabeza se sumerge bajo la superficie, mi reacción natural es patear fuerte
con ambas piernas. Emito un grito de horror mientras el dolor me baja por el
muslo. Pero todo eso lo que logro es hacerme chupar una respiración llena
de agua de la piscina.
¡Santa mierda!
No puedo hacer esto.
Mis pulmones arden mientras intento desesperadamente volver a la
superficie con una patada. Me he resignado al hecho de que me voy a
ahogar cuando alguien me tira a la superficie por el cabello. Me ahogo y
chisporroteo agua mientras salen quejidos de mi garganta. Los ojos azul
oscuro de Drew no están asustados, pero está frunciendo el ceño.
—Ven aquí, llorona —murmura mientras me arrastra a sus brazos.
Me agarro a su cuello y lloro mucho. Estoy cansada de sentir lástima
por mí misma todo el tiempo. Es demasiado. A veces desearía que esta no
fuera mi vida. Quizá debería haber dejado que me ahogara.
Sus fuertes brazos están envueltos dando calor a mi centro. No me
sostiene como un terapeuta sostiene a su paciente. En vez de eso, me
abraza como si tuviera el poder de arreglarme. Tal vez lo haga.
—Lo siento. —Sus palabras son lo suficientemente silenciosas como
para que casi no las oiga. No estoy segura de por qué lo siente.
—No quiero seguir siendo así —gimoteo.
—Lo sé, Soph.
Pronto me relajo y mis sollozos disminuyen. Ninguno de nosotros hace
ningún movimiento para soltarnos. Mis senos de repente parecen darse
cuenta de que están presionados contra su pecho desnudo, porque mis
pezones se endurecen en respuesta. Su respiración es constante y uniforme.
Por supuesto que no se excitaría abrazando a una adolescente. Pero esta
adolescente está completamente excitada de abrazar a este hombre.
Cuando la palma de su mano se desliza hacia mi trasero, dejo salir un sonido
de sorpresa. El cabrón solo se ríe.
—No estoy tratando de hacer frente a una sensación —resopla—. Te
estoy posicionando para un ejercicio diferente que creo que ayudará.
El calor me quema la piel. Y cuando él guía mi pierna alrededor de su
cintura, dejo de respirar por completo. Mi cadera protesta, pero puedo
arreglármelas. Lo hace con las dos piernas para que me envuelva en él de
una manera íntima. No puedo mirarlo a los ojos. Estoy haciendo esto
incómodo, porque es sexy.
—Agárrate con las piernas. Toma mis manos y quiero que te
balancees de lado a lado. Todo lo que estamos haciendo es conseguir que
hagas algunas mociones. Solo haz lo que te parezca correcto y no
demasiado —instruye con voz ronca.
Él agarra mis manos y yo me relajo en el agua. Con los ojos cerrados
para que no tenga que ver mi vergüenza, empiezo a moverme lentamente.
Al principio, es difícil. Lloriqueo y gimo, pero luego, como antes, siento que
me estoy aflojando. Es difícil no concentrarse en el hecho de que estoy
abierta a él. Mi pequeño trozo de traje de baño y su delgado traje de baño
no son una barrera. Una fantasía estúpida de él empujando su traje de baño
y tirando del mío a un lado antes de que me folle se reproduce una y otra
vez en mi cabeza. Quiero gritarme a mí misma por ser tan estúpida. Por
pensar que un hombre como Drew podría desear a una chica como yo.
Y entonces sucede.
Me froto contra una parte muy dura de él. Estoy tan sorprendida que
me froto contra ella otra vez para estar segura. Su polla está erguida y
abultada contra su traje de baño mientras me froto contra él. Cuando miro
con los ojos abiertos, su mirada se fija en mis pechos. Me quedo mirando
fijamente y me avergüenza ver que las cuerdas se han soltado y que mis
pezones se están asomando de la tela.
—Oh —susurro. Mis movimientos se detienen y trato de enderezarme,
pero su agarre sobre mis manos es inflexible—. ¿Drew?
Parpadea y sacude la cabeza. Furiosos ojos azules oscuros se
encuentran con los míos mientras me sacude hacia él. Por un breve instante
—basada en la forma en que me mira los labios— creo que podría besarme.
En vez de eso, suelta mis manos y mueve las suyas hasta mi cintura. Cierra
los ojos para que pueda tener privacidad para arreglar mi traje.
—¿Y ahora qué? —exclamo, mis palabras apenas pasan por mis
labios.
Comienza a avanzar hacia el final menos profundo conmigo todavía
en sus garras.
—Ahora, te llevo a casa.
Todavía estoy tambaleándome por las sensaciones que me inundan.
He estado enojada y triste por tanto tiempo, que olvidé lo que es sentirse
bien. Como realmente bien. Me zumba la piel, se me acelera el corazón y
mi sexo duele.
Oh, Dios.
Tengo un enamoramiento con mi mucho mayor fisioterapeuta.
Mierda.
Idiota
Yo: Haz tus ejercicios.
Llorona: Me pondré justo a hacer eso.
Yo: Ahora.
Llorona: Sí, papá.
Yo: Si fuera tu padre, te daría una paliza por ser una mocosa.
Llorona: Menos mal que no eres él.
Yo: Haz tus ejercicios.
Llorona: ¿No tienes pacientes más importantes por los que
preocuparte?
Yo: Haz tus ejercicios.
Llorona: Esto es acoso. Debería denunciarte.
Yo: Boo. Jodidamente. Hoo. Hazlos.
Llorona: Los estoy haciendo ahora mismo. ¿Feliz?
Yo: Más vale que no estés mintiendo.
Llorona: Supongo que nunca lo sabrás.
—...y por eso he decidido que no voy a operarme. Los riesgos son
simplemente demasiado grandes. Después de investigar un poco, descubrí
que podía probar...
Le impido a Sophia que diga más estupideces a su cirujano con un
golpe de mi puño en su escritorio.
—No.
—¿Qué quieres decir con no? —sisea Soph, su mirada helada y
mezquina—. Este es mi cuerpo. Puedo hacer lo que quiera con él.
—Dije que no —digo—. No vas a hacer esta mierda de medicina
alternativa. Te vas a operar mañana y se acabó.
Las cejas blancas del Dr. Wilkinson se juntan mientras frunce el ceño.
—Señorita Rowe, voy a tener que estar de acuerdo con...
—¡Disculpe! —grita, sorprendiendo al Dr. Wilkinson. No me estremezco.
Estoy acostumbrado a sus arrebatos. Esta, sin embargo, es la maldita rabieta
del año y acabamos de empezar—. ¡Este es mi cuerpo!
—Tu padre está en camino —le digo—. Te harás la cirugía. Eso es todo
lo que hay que decir al respecto.
—¡DREW! —grita.
—Honestamente —me burlo—. Estás siendo una niña. Una niña que
piensa que porque tiene la aplicación Web MD en su teléfono, de repente
es médico y lo sabe todo. Noticia de última hora, Soph, no sabes nada.
Nada. Tendrás la maldita cirugía.
—Sé que todo el mundo se está calentando, pero tomemos un
momento para calmarnos —dice el Dr. Wilkinson.
—¿Calmarme? —gruñe—. Está tratando de controlar mi vida. ¡Mi
cuerpo!
El Dr. Wilkinson nos mira incómodamente. Vuelvo mi mirada hacia ella.
Algo en mi mirada debe asustarla porque se hunde un poco en su silla.
—Lo harás. —Mi voz es suave, pero mis palabras transmiten que lo hará
aunque tenga que arrastrarla hasta allí pateando y gritando. Yo también lo
haré. No hay forma de que vaya a ignorar este maldito tumor que está
causando su discapacidad. Está arruinando su vida. Quiero que se vaya
para que pueda empezar a vivir de nuevo.
—Te odio —se ahoga—. No tienes idea de cuánto te odio.
—En este punto —chasqueo al levantarme de mi asiento—, no me
importa. Mientras estés aquí dentro de un año para hacerme pasar un mal
rato, entonces valió la pena. No te perderé a ti también. —Mi voz se quiebra
en mi última frase.
El entendimiento la baña y estalla en lágrimas. Con el ceño fruncido,
le acaricio el cabello y beso la parte superior de su cabeza. Puedo sentir los
ojos críticos del Dr. Wilkinson mirando nuestro intercambio. Aun así, me
importa un carajo.
—Vamos, llorona —murmuro—. Hora de ir a casa.
Sé que fui duro con Soph hoy en el consultorio del doctor, pero
cuando está tomando una decisión estúpida, necesita que se lo digan. Me
recuerda que ella es de hecho joven y que a veces necesita a alguien en
su vida para ser su madre. Y si se la quito a su precioso padre, parece que
esa responsabilidad recae sobre mí. Puede que haya accedido a la cirugía,
pero no es ella misma. Durante el almuerzo, miró fijamente a su comida.
Cuando volvía a casa, miró por la ventana. Y ahora, mira fijamente al techo.
—Has tenido tu rabieta. —Me arranco la camiseta de la cabeza—.
Ahora supéralo.
Sus fosas nasales se ensanchan. Al menos la he sacado de quicio. Pero
aun así, mira fijamente. Después de un rato, saca el teléfono del bolsillo. Sin
emoción alguna, dice:
—Llamo a papá para que venga a buscarme.
¿Por qué? ¿Para poder convencerlo de no someterse a la cirugía?
Sobre mi maldito cadáver.
—No.
Ignorándome, pasa el dedo por la pantalla y empieza a buscar el
número. Con un gruñido, me acerco a ella y se lo arranco de las manos.
—Lo que sea, Drew —murmura antes de voltearse a su lado de
espaldas a mí.
Pongo su teléfono en la mesita y me quito los zapatos. Sentado en su
lado en la cama, paso mis dedos por su oscuro cabello.
—Solo trato de hacer lo que es mejor para ti.
Espero sus comentarios habituales. Que se burle de mí y me llame
papi. Algo. Ni un suspiro profundo y luego nada.
—Soph…
—Está bien, Drew.
No está bien. No está jodidamente bien.
—Eres débil —chasqueo, mi voz dura y acusadora—. ¿Después de
todo este tiempo vas a dejar de pelear?
Silencio.
—Maldita sea, Soph.
Puro silencio.
Le agarro la mandíbula y la obligo a mirarme. Muertos. Sus ojos verdes
están muertos. Aprieto los dedos con la esperanza de devolverle la vida. Ni
siquiera se estremece. Si la aprieto más fuerte, le aplastaré la mandíbula en
mi puño.
—Sophia.
Parpadea. Parpadea. Parpadea. Sin lágrimas. Sin furia. No hay
sentimientos.
—¡Despierta de una puta vez! —rujo, mi voz lo suficientemente
estruendosa como para hacer eco en las paredes que nos rodean.
Ojos verdes vacíos me miran fijamente.
Le suelto la mandíbula y pongo la mano en su mejilla lo suficiente para
llamar su atención. Todavía nada. Así que lo hago de nuevo más fuerte. Un
parpadeo baila en sus ojos. Es suficiente para estimularme. Con Sophia, no
todo es dulzura y suavidad. Es dura, loca y audaz. Sophia es fuego y solo
necesito que se enfurezca de nuevo.
¡Bofetada! ¡Bofetada! ¡Bofetada!
Su mejilla se ve roja, pero todavía contiene sus emociones.
—Voy a hacerte daño —le advierto—. Quieres esconderte dentro de
tu cabeza... —La abofeteo de nuevo—. Te encontraré, maldición.
Finalmente. Una bengala. Tan brillante y ardiente que casi retracto la
mano y me retiro. Casi. Pero no le tengo miedo. No nos tiene miedo, no
importa lo difícil que sea. Tal vez quiera quemarme.
La golpeo lo suficientemente fuerte como para que sus dientes
castañeen en su cabeza.
El flash se convierte en un furioso infierno en cuestión de segundos. Sus
uñas se convierten en garras cuando pierde la cabeza y me ataca.
—¡TE ODIO! —grita con los puños en alto. Me golpea en el ojo antes
de que pueda empujarla de vuelta a la cama. La chica vacía está ahora
llena de vida. Se retuerce y se retuerce.
—Ahí está mi chica —gruño mientras paso mi nariz por la suya.
Intenta morderme. Sus dientes me cortan la mejilla, pero me alejo.
Mientras ella pelea como una maldita banshee salvaje, le meto la mano
bajo la camiseta. Toco a tientas su teta perfecta a través de su sostén y la
aprieto lo suficiente como para hacerla estallar en lágrimas. Ella llora con
fuerza, la derrota se arrastra de nuevo hacia ella.
—Llorona... —Te amo—. Te tengo.
Su cuerpo se quiebra mientras llora. Paso la lengua por su mejilla
caliente y le quito la tristeza salada. Lo bebo con avidez. Cuando su cara
está seca, beso su mandíbula y la beso donde antes le hice daño. Luego,
me dirijo a su garganta. Morderé su carne y la marcaré. Mañana, se verá
muy bien en el hospital, pero al menos sabrán a quién pertenece.
A mí.
Ella es mía.
La suelto para que se quite los vaqueros. Se toma el momento de
golpearme. El talón de su mano me golpea lo suficientemente fuerte en la
sien como para ver las estrellas. Pero no lo suficiente como para no poder
tirar de sus vaqueros y bragas por sus muslos. Luchamos pero yo gano.
Siempre gano. La camiseta que lleva puesta es arrancada de su cuerpo. No
lleva nada más que un sujetador negro, su pecho palpita por el esfuerzo, y
nunca ha estado tan guapa. Sus ojos verdes brillan de rabia. Tan
malditamente intenso. Tan malditamente mía.
Agarro la parte delantera de su sostén y jalo para liberar sus tetas.
Cuelgan sobre la parte superior y sus pezones están duros como la mierda.
No tengo que tener mis dedos en su coño para saber que está llena de
deseo. Parte de la emoción para Soph es la lucha. Le gusta el drama y su
intensidad. El fuego. A mi chica le gusta quemarse.
—Abre las piernas y déjame ver lo mojado que está tu coño, llorona
—me burlo, mi lengua corriendo por mi labio inferior mientras bebo en su
cuerpo perfecto.
—Estoy seca porque eres un imbécil. No vas a tocarme —gruñe.
Me rio porque puede irse a la mierda con ese pensamiento.
—Abre tus malditas piernas y déjame ver lo que es mío. Ahora, Soph.
Mis ladridos no la asustan. Su labio se enrosca y sisea.
—No puedes tenerme.
Empujo mi mano entre sus muslos y entro por la abertura empapada.
Ella grita y se arquea fuera de la cama pero sus muslos se extienden
ligeramente para acomodarme.
—Mira cómo gotea tu coño por mí. Puedes estar enojada todo lo que
quieras, pero tu cuerpo no miente —digo con una sonrisa de satisfacción.
Trata de alejarse de mí.
—¡Vete al infierno, idiota!
La empujo sobre su estómago y la inmovilizo por detrás. Ella chilla
cuando bajo mis vaqueros por mis muslos y froto mi dolorida polla contra la
grieta de su trasero.
—Tal vez debería tomar tu culo ahora mismo.
Clava sus garras en las mantas, pero no hace ningún progreso en
cuanto a fugarse porque está atrapada en mi trampa. Agarro mi polla y me
deslizo entre sus muslos hasta que encuentro su abertura mojada. Desde
esta posición, está más apretada que nunca. Me las arreglo para empujarla,
pero no sin un grito sangriento de su parte.
Agarro un puñado de su cabello y jalo su cabeza hacia un lado para
exponer su cuello. Me aferro a ella con mis dientes mientras la penetro
brutalmente. Sophia grita, pero conozco sus gritos. Estos no son los gritos que
me dicen que no. Su cuerpo ruega por mí. Soph conoce las reglas. Si es
demasiado, solo tiene que decírmelo. La testaruda preferiría morir antes que
decirme que estoy siendo demasiado rudo.
—Dime que pare —rujo, de repente furioso porque no puede ser
normal. No puede ser normal como las otras chicas. ¿Por qué demonios
tiene que ser como yo?
—¡Deja de ser un maricón! —me grita de regreso—. Deja de decirme
lo que quiero. Sé lo que quiero.
Nuestros cuerpos están llenos de sudor mientras me froto contra ella.
Con ella sollozando y luchando y nosotros peleando, para un extraño,
parecería una violación o algo así. Para Soph y para mí, es la forma en que
hacemos el amor.
Envuelvo un brazo su alrededor y la abrazo fuerte mientras la follo. Mi
mano agarra una de sus tetas mientras chupo su garganta. Probablemente
le estoy lastimando la cadera. Todo mi peso está sobre ella y estoy siendo
demasiado rudo.
Pero no me dirá que no.
Quiero que aprenda esa palabra y la use en mi contra. Usarla como
una maldita espada. Y aun así... no lo hará.
—Eres tan terca —gruño—. Tan jodidamente testaruda.
—Eres un psicópata —gime—. Te odio.
La beso suavemente. Jodidamente reverente. Entonces, mis labios
están en su oreja.
—Te amo, llorona. Te amo tanto que me vuelve loco.
Grita como si mis palabras fueran un látigo. Lastimándola mientras la
atraviesan hasta el alma. Pero también deben sanar porque se viene con
un fuerte gemido. Su cuerpo se sacude debajo de mí. Mi polla se estrangula
en su apretado, dulce coño y me vengo como si fuera la última vez. Lleno
su cuerpo caliente con mi semilla. Un día, pondré un bebé dentro de ella.
Demonios, pondré diez bebés en ella. Todo lo que sé es que me casaré con
ella y la convertiré en la familia que nunca tuve. Lo es todo para mí.
—Dilo —murmuro contra su garganta—. Dime lo que quiero oír.
Ella suspira.
—Vete al infierno.
Llorona
Me despierto en medio de la noche, mi cadera gritando de dolor. He
sido demasiado brutal conmigo misma últimamente. Retiro lo dicho. Drew
ha sido demasiado brutal conmigo. Le supliqué por ello. Lo obligué a
hacerme daño. Ahora, es como un animal descontrolado. Me encanta que
pierda la cabeza conmigo.
Pero también me enoja.
No sabe lo que me ha obligado a hacer.
La cirugía... ¿y si me aleja de él?
La ansiedad florece en mi pecho como una flor fea. Quiero pisotearla.
Aplastarla con mi furia. Pero es salvaje como una mala hierba y no deja de
crecer. Le romperá el corazón y lo destrozará si no vuelvo de esto. Igual que
papá lo estuvo con mamá. Si me pierde después de perder a su familia, no
sé si Drew tiene en su duro corazón el querer a alguien otra vez.
Amor.
Cuando me dijo que me amaba, quise gritárselo. Con cada fibra de
mi ser. Pero algo me detuvo. Como si decir esas palabras sellara mi destino.
Si le dijera que lo amo y luego muriera en esa mesa de operaciones como
mamá, de alguna manera sería más difícil para él. Quiero hacer esto lo más
fácil posible. Quiero desaparecer de su vida sin cortar demasiado en su
corazón. Lo último que quiero es que tenga una hemorragia sin mí. Es
demasiado perfecto, hermoso y fuerte para perder su brillante luz.
Mi pánico hierve a fuego lento cuando su fuerte mano frota mi
estómago desnudo mientras duerme. Incluso inconsciente, es posesivo
conmigo. Me encanta eso. Me encanta que me necesite tan
desesperadamente. Yo también lo necesito. Sus dedos masajean
suavemente mi cadera, como si pudiera literalmente proporcionar terapia
mientras duerme y algo del dolor se alivia. Me derrito contra su tacto. Su
respiración se iguala y pronto está presionando besos en mi pecho.
—Tienes dolor. —No es una pregunta. Una simple declaración.
Le paso los dedos por el cabello. No discuto ni confirmo. Simplemente
lo sabe. Siempre lo sabe.
—Enseguida vuelvo —dice, su voz ronca por el sueño.
Cuando regresa, no lo veo en la oscuridad, solo lo siento. Me pasa uno
de mis analgésicos por los labios y me deja tragar un poco de agua. Luego,
oigo el conocido chasquido del aceite que usa para masajearme la
cadera. Su calor corporal me calienta mientras se sienta a mi lado. En el
momento en que sus dedos me presionaron, suelto un gemido.
—Lo siento —murmura—. Yo solo...
—Lo sé —respiro, el dolor irradia a través de mí.
—Esto... —Amasa la carne más fuerte—. Nosotros... —Lloriqueo
cuando me toca a fondo—. Me golpeó de la nada. Me tomó por sorpresa.
Me siento tan impotente ante todo. Pero a la mierda si no lo quiero con cada
gramo de lo que soy. Cuando te rindes... —Un suspiro de él y un gemido de
dolor de mí—. Me hace querer forzarte a seguir adelante. ¿No lo ves, Soph?
No voy a dejar que te des la vuelta y mueras. Vas a luchar con esta mierda
porque eres la chica más dura que conozco. Eres mi chica.
Sus palabras alimentan mi alma y hacen que mi cuerpo lo anhele por
completo. Abro las piernas para ofrecerme a él. Siguiendo mis indicaciones
no verbales, empieza a dar masajes hacia mi sexo. Con el aceite como
lubricante, se desliza fácilmente hacia donde quiere estar. Valientemente,
vierte el líquido sobre mi sexo. Me da masajes expertos como lo hace con mi
cadera. Clínico. Medido. Intenso. Pero luego sus dedos van a explorar. Están
sondeando mi apertura.
—¿Cuántos dedos crees que puedo meter dentro de ti? —murmura,
la vibración de su voz gruñona retumbando a través de mí.
—¿Uno?
Se ríe y me mete uno. En la oscuridad, su risa unida a la forma en que
desliza su dedo hacia adentro y hacia afuera es positivamente malvada.
Me da escalofríos en la columna vertebral.
—Mucho más que eso, nena.
—¿Dos?
Me quejo cuando mete otro dedo al lado del otro.
—Dos encajan perfectamente —dice—. Tal vez quiero que duela un
poco. ¿Quieres eso, Soph? ¿Quieres que te duela un poco?
Mi analgésico está haciendo efecto, así que ¿por qué diablos no?
—Sí.
No pierde el tiempo instando a que entre un tercer dedo. Jadeo ante
la sensación. Sus dedos me estiran. Es como si mi cuerpo lo acomodara sin
importar lo que intente hacer. Como si mis pensamientos fuesen un desafío,
él también mete su meñique.
—Demasiado —respiro—. Demasiado.
Poco a poco, me saca los dedos.
—Un día, cuando estés curada, voy a meter todo mi puño dentro de
ti —susurra, su promesa violentamente excitante—. Y te va a encantar.
De alguna manera, le creo. Me hace sentir una felicidad que nunca
antes había conocido. Sigue llevándome a nuevas alturas.
—Y aquí —gruñe mientras la punta de su dedo se desliza por mi grieta
y empuja contra el agujero arrugado de mi culo—. Voy a poner mi polla
aquí algún día pronto. Quiero oírte gritar mientras me follo a tu pequeño y
apretado agujero. Va a doler mucho —advierte—. Empaparás mis
almohadas con tus lágrimas, llorona. —Como para que entienda sus
palabras, empuja lentamente su dedo lubricado hacia ese lugar intacto. El
fuego ardiente explota a través de mí en la intrusión.
—¡Detente! —lloriqueo—. Eso duele.
Se detiene. Con el dedo medio hasta el nudillo, se detiene.
—¿Preferirías que estuviera aquí? —Su pulgar se desliza en mi vagina.
Me ahogo en la sensación de ser completamente reclamada por su mano.
Mantiene su dedo quieto pero me masajea por dentro con el pulgar.
Teniendo mi trasero lleno con su dedo, extrañas corrientes de placer
comienzan a revolotear a través de mí.
—Drew —gimoteo—. Drew...
—¿Sí, nena?
—No sé lo que quiero.
—Menos mal que yo sé lo que quieres. Recuéstate y déjame mostrarte
—murmura. Con su otra mano, desliza su dedo medio en mi coño por
encima de su pulgar, pero lo curva hacia arriba. Y el pulgar de esa mano
empieza a rozar mi clítoris. Estoy abrumada por las intrusiones en todas
partes. Todo lo que puedo hacer es recostarme y disfrutar del viaje como él
sugiere.
—Drew —gimo—. Drew.
Empieza a meterme el dedo en el culo. Al principio me duele pero
luego empiezo a disfrutar de la sensación. Estoy mareada y perdida en su
contacto. Mi orgasmo se enrolla en lo profundo de mi corazón como una
serpiente esperando para golpear. Segundo a segundo, estoy más cerca
de perder el control.
—Vente sobre mis dedos, nena. Empapa la cama, chica sucia.
Muéstrame lo mala que puedes ser. —Sus palabras son bajas. Sexys como el
infierno. Una inyección de lujuria pura en lo profundo de mis venas—. Un día
muy pronto, quiero que ruegues por mi polla gorda en tu culo apretado.
Quiero que lo anheles tanto, que no puedas pensar con claridad. ¿Quieres
que mi polla estire tu pobre agujero? ¿Quieres que te rompa para que no
puedas sentarte bien durante días? ¿Quieres que me meta tanto en el culo
que mi semen se filtre cada vez que te muevas?
Sus palabras son tan sucias que consigue lo que quiere. Que pierda la
cabeza. Mi orgasmo finalmente me atraviesa y juro que la habitación se
ilumina de color. Me estremezco; mi culo apretándose deliciosamente
alrededor de su dedo, mientras mi clímax me posee. Sus dedos hacen
sonidos de sorbos, sin duda por mi excitación mientras se espesa y gotea de
mí. Todavía tiemblo incontrolablemente cuando saca sus dedos de mi
cuerpo. Me siento abierta, vacía y expuesta. Pero entonces su enorme polla
está empujando dentro de mi coño como si perteneciera allí.
Y lo hace.
Esta cosa intensa que tenemos entre nosotros es demasiado y no es
suficiente a la vez. Necesito que se conecte conmigo para sentirme viva. Es
una de las pocas veces que mi dolor toma un asiento trasero ante mi placer.
Estoy viviendo.
Con Drew, me siento viva.
Me folla duro como si quisiera destruirme de adentro hacia afuera.
Para asustarme con todo lo que es él. Su balanceo contra mí es lo
suficientemente violento, pero con un ángulo tan delicioso que estoy
continuando mi último orgasmo con uno nuevo, todo antes de que pueda
recuperar el aliento.
—¡Drew!
Su boca choca contra la mía mientras roba mi grito. Un gemido sale
de mi boca mientras su polla palpita su propia liberación. Nos besamos sin
prisas mientras su polla se ablanda dentro de mí y permite que su semilla
escape de su trampa.
Podría hacer esto todas las noches con él.
Me duele el corazón.
¿Y si esta noche es nuestra última noche?
—Quiero helado —digo de repente.
Se sienta y su aliento caliente me hace cosquillas.
—Son las tres de la mañana. Se supone que no debes comer nada
antes de la cirugía.
—Por favor. —Mi susurro probablemente ni siquiera salga de mis labios.
El silencio baila entre nosotros durante lo que parecen horas.
—Mañana —suspira, su voz adolorida—. Te prometo que mañana
iremos a tomar un helado.
No tengo corazón para decirle que no puede prometer un mañana.
Idiota
—Deja de caminar —gruñe Max—. Me estás poniendo nervioso.
Frunzo el ceño pero me caigo en una silla.
—Está tomando demasiado tiempo.
La novia de Max, Dorian, me sonríe, pero no puedo encontrar en mí la
manera de devolverle la sonrisa. No cuando estoy enloqueciendo.
Ojalá Miles estuviera aquí. Él y Olivia fueron a la cafetería a comer
algo. Normalmente, sabe exactamente qué decir para distraerme.
—Voy a buscarnos unos cafés —dice Dorian mientras se pone de pie—
. Volveré pronto.
Tan pronto como se va, Max se queja.
—La amas. —No es una pregunta, es una maldita declaración.
—Sí, lo hago. —No tiene sentido mentir—. Más de lo que nunca pensé
que fuera capaz de hacer. No creí que pudiera amar a alguien. Ahora, la
amo tanto que me hace sentir como si estuviera perdiendo la maldita
cabeza.
Max gruñe.
—Ella es mi bebé.
—Ella es mi todo.
Nuestros ojos se encuentran en desafío. Su mirada de ojos verdes que
es exactamente como la de Soph me penetra y disecciona. Desudo mi alma
para que vea mis verdaderas intenciones. No tengo nada que ocultar. Lo
que siento por Sophia no es nada de lo que avergonzarse. Debe encontrar
lo que busca porque deja escapar un suspiro de resignación.
—Mi pequeña Sophia ha tenido una vida dura —dice, con las cejas
apretadas como si tuviera dolor.
—El accidente del softball le robó la felicidad —concuerdo.
Da una ligera sacudida de cabeza.
—Fue antes de eso. Con su madre.
Inclinado hacia adelante, apoyo los codos sobre las rodillas para
escuchar mejor.
—Sabía que había muerto, pero Soph no habla mucho más de su
madre.
Frota la palma de su mano sobre su cara y la tristeza parpadea en su
mirada.
—La cagué. Ese día llevé a mi esposa al hospital, debí habérselo dicho
a las niñas. Debí haberles advertido lo enferma que estaba su madre. Les
robé su despedida. Mi testarudo trasero estaba seguro de que la arreglarían
en el hospital y la enviarían de vuelta a casa. Ella era nuestra. No había
forma de que se nos muriera. Todos éramos demasiado jóvenes. Tenía un
niña de seis y una de ocho años. Eso es demasiado pronto para que pierdan
a su madre.
Frunzo el ceño y mi mirada se dirige hacia el reloj. Lleva allí dos horas.
Emite un raído suspiro y luego continúa.
—Soph lo sabía. Mi niña inteligente vio algo en mis ojos y lo supo. —Su
voz se quiebra—. Me rogó que le prometiera que iríamos a tomar un
helado...
Se me hiela la sangre.
Anoche me rogó ir. Le dije que no, maldición.
—Le dije que las llevaría —se ahoga—. No era lo suficientemente
bueno. Quería que le prometiera que su madre también vendría. Pero no
podía mentirle. Simplemente me fui. Dejé que la niñera me la arrebatara y
me fui. —Una lágrima corre por su mejilla. Se ve tan destrozado ahora mismo.
La mirada de dolor en su rostro es una que he visto en Sophia miles de veces
cuando estaba sufriendo. Mierda, no quiero que vuelva a sufrir.
—Se paró en el porche mirándonos fijamente. Acusación en su
mirada. Yo... yo... debería habérselo dicho —murmura, apretando la
mandíbula—. Debería habérselo dicho para que pudiera despedirse. —Se
pellizca el puente de la nariz y aprieta los ojos—. Cuando subí al auto, le dije
a mi esposa: “Mañana llevaremos a esa niña a tomar un helado. Los cuatro.
Prométemelo, nena”. —Emite un sonido estrangulado—. Pero ella me dijo lo
mismo que le dije a Sophia. “No quiero hacer promesas que no puedo
cumplir”. Entonces se despidió con la mano de Soph. Eso fue todo. Esa fue
la despedida que recibieron mis chicas. No fue ni dos horas más tarde que
mi esposa murió en la mesa de operaciones. El cáncer se había extendido.
Era crítico que operaran de inmediato, pero no era lo suficientemente
bueno. Ella no estaba lo suficientemente fuerte.
Dorian regresa y se apresura a su lado. Pone un porta bebidas con tres
cafés en él sobre la mesa a su lado antes de abrazarlo. Mi mente se apaga.
Ella quería un maldito helado.
Todo lo que tenía que hacer era darle el helado.
Ahora todo tiene sentido. Su miedo aparentemente irracional a la
cirugía parecía estúpido en ese momento. Ahora, me doy cuenta de que
yo fui el estúpido. Debí haberla hecho hablar de por qué se sentía así en vez
de callarla.
Dios, metí la pata.
—Ella va a estar bien —dice Dorian con firmeza—. Ambos se dan
cuenta de eso, ¿no? He tenido el placer de conocer a ese pequeño
petardo. Es dura y francamente, a veces me asusta. Soph le pateará el
trasero a este tumor y se pondrá mejor. Todos vamos a verla sonreír mucho
más. El dolor ya no será su guardián.
Me palpita la cabeza. Las palabras de Dorian no resuenan conmigo.
Todo lo que puedo hacer es arrepentirme de mis últimos momentos con ella.
Debería haberle conseguido el helado.
Me arranco el cabello cuando lo oigo. La llamada de pánico en los
altavoces congela todas las partes móviles de mi cuerpo.
Código Azul.
Mierda. Mierda. Mierda.
Debería haberle conseguido el helado.
Jesús. No me dejes, llorona. Te necesito.