Está en la página 1de 80

Sotelo, gracias K.

Cross
DARING THE DOCTOR

Sotelo, gracias K. Cross


JESSA KANE

Sotelo, gracias K. Cross


Charlotte es una aspirante a estudiante de medicina, pero está
decidida a ganarse la matrícula de la manera más difícil:
trabajando en dos empleos, incluyendo uno de limpieza de casas
por la noche. Cuando conoce a un cirujano de renombre mundial,
el doctor Dean “El Mesías de la Medicina” Fletcher, en su
graduación universitaria, surge una chispa entre ellos que
rápidamente se convierte en una pasión incontrolable. Dean
reconoce el talento de Charlotte para curar y está decidido a
hacerla estudiar medicina con su dinero. Sin embargo, Charlotte
se niega a aceptar su “caridad”, o su petición de dejar sus
trabajos. Y así comienza un juego del gato y el ratón entre la
estudiante y el profesor que conduce a la más deliciosa de las
negociaciones... pero ¿qué sucede cuando solo uno de ellos puede
salirse con la suya?

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 1
DEAN

Permanezco en la sombra del escenario, con las manos


entrelazadas a la espalda, escuchando al presidente de la universidad
hablar sin cesar de la amistad y de dejar una huella en el mundo. Un
discurso reciclado si alguna vez he escuchado uno. ¿Por qué acepté
hablar en esta ceremonia de graduación?
Se me da muy bien dar conferencias.
Explicando a los residentes del hospital lo que están haciendo
mal, principalmente.
Animar e inspirar a las mentes jóvenes no es exactamente mi
fuerte. ¿Por qué demonios me pidieron que hiciera esto? Soy un
cirujano, no un entrenador de vida. Si no fuera por la operación de
urgencia que realicé al presidente, ninguno de los estudiantes o
profesores de esta universidad sabría mi nombre, y así es como lo
prefiero.
Por décima vez en otros tantos minutos, mi teléfono vibra en el
bolsillo de mi chaqueta.
Se me aprieta la mandíbula al pensar en lo que me estoy
perdiendo en el hospital, pero me obligo a dejar que la llamada vaya
al buzón de voz. He dejado una grabación con varios números para
que el personal del hospital llame en mi ausencia. No soy el único
cirujano del Chicago General, por el amor de Dios, pero soy el único
con las agallas para realizar una resección intestinal de urgencia al
líder del mundo libre sin hiperventilar, y al parecer eso me ha puesto
en mayor demanda que nunca.
— ¿Doctor Fletcher?
Antes de que me haya dado la vuelta, esa voz femenina hace que
un dedo de calor se arrastre por mi columna vertebral. Es baja,
conspiradora y silenciosa, como si perteneciera a un dormitorio. En la
oscuridad. Es una voz hermosa, realmente. Es casi como una de esas

Sotelo, gracias K. Cross


grabaciones de ASMR que los residentes escuchan cuando quieren
desestresarse. Cercana y ronca. Tranquilizadora.
Algo me dice que me gire con precaución. ¿Por qué?
¿Por qué tengo la sensación de que quien me ha llamado será...
importante?
Frunciendo el ceño, como es mi expresión por defecto, miro hacia
atrás por encima del hombro y las palabras que se pronuncian en el
escenario se vuelven distantes, apagadas. Mi boca pierde cualquier
atisbo de humedad, mi lengua se vuelve pesada. La chica... no es
simplemente hermosa. De pie, con su vestido negro de graduación,
está radiante. Su pelo castaño rojizo cae en largas ondas alrededor de
sus hombros, y sus enormes ojos verdes me iluminan en lo que solo
puede describirse como una adoración descarada del héroe.
Una aspirante a estudiante de medicina.
Ya sé que es así sin que ella diga nada más.
Cada año, miles de licenciados en medicina solicitan entrar en
mi programa y rechazo a todos menos a dos docenas. Esta chica
obviamente acaba de terminar su licenciatura, porque esto no es una
escuela de medicina. Es una universidad estatal. Sin embargo, es casi
seguro que en el futuro solicitará su residencia en el Chicago General,
uno de los centros mejor clasificados del país. Y se me hunde el
estómago de decepción por tener que esperar seis malditos años para
verla en mis salas. Si Dios quiere, todavía tendrá ese brillo en los ojos.
Aunque, ¿quién dice que tengo que esperar para pasar tiempo
con esta chica?
Si es una groupie médica como sospecho, podría llevarla a casa
después de mi discurso.
Diablos, podría llevarla al estacionamiento. Hacer que muerda la
gorra de graduación mientras la golpeo por detrás. Mi polla ya se ha
agitado en mis calzoncillos, llenándose de presión. Hacía mucho
tiempo que no deseaba a nadie, y menos hasta esta... magnitud. Pero,
de repente, me urge liberar la pesada carga que hay entre mis muslos.
¿Qué pasa con esta chica?

Sotelo, gracias K. Cross


— ¿Sí?— Por fin respondo, mirándola de frente, con las manos
aún unidas a la espalda.
Sus labios carnosos se separan en una inhalación. Se mueve de
derecha a izquierda, visiblemente nerviosa. Estoy acostumbrado a
causar este efecto en... bueno, en todo el mundo. A los treinta y dos
años, soy un hombre dado a la irritación y eso se nota en las profundas
arrugas alrededor de mi boca, las hendiduras entre mis cejas.
—Se supone que no debería estar aquí. — susurra, quitándose
el birrete y retorciéndolo con sus manos ansiosas. —Pero no he podido
evitar robarte un minuto de tu tiempo. Tenía que decirte que el artículo
que publicaste sobre la perfusión mecánica fue... increíble. Innovador,
realmente. Lo he leído seis veces. Creo que tu método podría salvar
muchas vidas.
—Gracias. — digo, sorprendido. Me ha atrapado desprevenido
por primera vez en... quizás la primera vez en mi vida. — ¿Aún no eres
estudiante de medicina y ya estás leyendo revistas de cirugía?
—Principalmente artículos sobre trasplantes. — Desvía la
mirada momentáneamente y un anzuelo se me clava en las tripas,
diciéndome que hay una historia detrás de su interés por ese tipo
concreto de cirugía. Y me parece... que me gustaría conocer esa
historia.
Mucho.
Sin embargo, antes de que pueda pedirle explicaciones,
continúa. —Puede que pase un tiempo hasta que sea estudiante de
medicina, pero... definitivamente algún día. — Volviendo a ponerse el
birrete, empieza a retroceder. —No te quitaré más tiempo. Te van a
llamar al escenario pronto y no quiero perderme el discurso.
¿Discurso? Su repentina retirada me hace olvidar por qué estoy
aquí en primer lugar. ¿A dónde diablos va tan rápido? Normalmente
soy el que hace la despedida. —Yo, eh...— Me aclaro la garganta con
fuerza, sacando la hoja de papel doblada del bolsillo interior de mi
chaqueta. —Bien, mi discurso. Ahora que sé que hay alguien en el
público que conoce la perfusión mecánica, de repente me parece
inadecuado.
Se ríe.

Sotelo, gracias K. Cross


Toda ella es una risa ligera y jadeante.
De niña.
Mi polla palpita, empujando contra mi cremallera.
—Si tuviera que adivinar...— dice, mordiéndose el labio inferior
para atenuar su sonrisa. —Diría que tu discurso es una fría dosis de
realidad y eso nunca, nunca viene mal. El mundo es un lugar duro,
¿verdad? Al menos, así no podemos decir que no fuimos advertidos de
antemano.
Hace unos momentos, me refería mentalmente a esta chica como
una groupie médica.
Jesucristo. Ella es mucho, mucho más que eso.
En el espacio de unos minutos, ha demostrado ser inteligente,
perspicaz, misteriosa y excitante. Y no me gusta el hecho de que siga
alejándose de mí, preparándose para hacer su salida de vuelta al
campo frente al escenario. —Tu nombre, por favor.
La chica deja de caminar, enarcando las cejas. — ¿Por qué? ¿Vas
a delatarme a los de seguridad por haberme colado aquí? No quise
molestarlo, doctor Fletcher.

Sí que me has molestado. —No estás en problemas. Solo quiero saber


tu nombre.
—Oh. — dice en una bocanada de aire, los hombros se relajan.
—Soy Charlotte. Beck.
—Charlotte Beck.
Tararea en señal de afirmación y cada célula dentro de mí
responde a ese sonido. Es cálido. Íntimo. Quiero oírlo contra mi
estómago. En la luz mortecina de mi habitación, entre las sábanas
sudorosas y arrugadas. Esta chica es diez años menor que yo. ¿Cómo
puede tener un impacto tan inmediato en mí? Ni siquiera me gusta la
gente. Sin embargo, me preocupa que se me escape de las manos.
Que se me escape.
—Y... señorita Beck. — Vuelvo a lo que dijo antes. — ¿Por qué va
a pasar un tiempo antes de que asista a la escuela de medicina?

Sotelo, gracias K. Cross


Una arruga de confusión aparece en su frente, como si la
pregunta no tuviera ningún sentido. —Bueno... cuesta una pequeña
fortuna. Definitivamente no tengo una de esas por ahí. Mi madre
apenas pudo enviarme a la universidad estatal. — Se sonroja
ligeramente después de hacer esa admisión. —Pero no te preocupes,
algún día llegaré a la escuela de medicina.
El misterio de Charlotte Beck se profundiza. ¿Por qué no pide
simplemente un préstamo como tantos otros estudiantes de medicina?
¿Cómo va a “llegar” de otro modo? Si esta chica ya está leyendo
documentos quirúrgicos tan matizados como los míos, tiene que estar
en la escuela ahora.
El dinero nunca ha sido un objeto para mí. Ni cuando crecía ni,
desde luego, ahora.
¿Es posible que, en mi privilegio, me esté perdiendo algo?
—Charlotte...
—Por favor, den un aplauso a su orador de graduación, el
hombre que salvó sin ayuda la vida del presidente, el doctor Dean
Fletcher.
Los aplausos y los silbidos suenan en el campo.
—Debería irme. — dice Charlotte. —Gracias, doctor Fletcher.
—Espera.
Pero ya se ha deslizado por una cortina y ha desaparecido. Los
aplausos se están apagando y me esperan en el escenario. Mi lado de
cirujano me ordena que cumpla con mi obligación sin demora, pero
estoy más que nada lleno —consumido— por la chica.
Quiero que vuelva a estar aquí, delante de mí. No es hasta este
momento cuando me doy cuenta de que la tensión que normalmente
llevo en el cuello ha desaparecido. Los minutos que he pasado
hablando con Charlotte son los más largos que he pasado sin pensar
en el hospital, en la sala de urgencias, en mis crecientes
responsabilidades. Solo estaba aquí, presente, anclado por su voz.
Tengo que volver a verla.

No, la volveré a ver.

Sotelo, gracias K. Cross


Y si el dinero es el obstáculo que se interpone entre ella y la
facultad de medicina, simplemente tendré que eliminarlo.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 2
CHARLOTTE

Me detengo frente a la agencia de limpieza y me apoyo en el


edificio, tomándome un momento para respirar antes de entrar a
buscar mis tareas de la semana. El sol empieza a bajar entre los
rascacielos, los empresarios se apresuran por las calles de Chicago
para llegar a casa. Técnicamente, soy uno de ellos. Me paso el día
trabajando como asistente ejecutiva de un prometedor mago de la
tecnología, lo que me obliga a estar hiperconcentrada de nueve a cinco,
y con gusto me cortaría un brazo a cambio de irme a casa ahora mismo
y ahogarme en una pinta de menta, pero mi segundo trabajo me llama.

Aguántate, cariño.
Si miro bien a lo lejos, puedo ver la silueta del Chicago General.

Ahí es donde quiero pasar mis días. Marcar la diferencia de


verdad. Salvando vidas. Llevar a la gente a su hora de necesidad.
Actualmente, en mis auriculares suena un podcast médico. En mi
bolsillo trasero está el New England Journal of Medicine. Como, duermo y
respiro avances quirúrgicos. Pero tengo un largo camino por delante
si quiero caminar un día por los pasillos del Chicago General con una
bata blanca.
¿Para mí? Eso significa tener dos trabajos a tiempo completo.
Oficina técnica durante el día. Limpiando casas y edificios de
oficinas por la noche.
De ninguna manera me voy a graduar de la escuela de medicina
debiendo más de doscientos mil dólares al gobierno. Prefiero esperar
hasta los cuarenta y cinco años para empezar a ejercer que dejar que
me chupen los intereses durante dos décadas. Lo he visto pasar de
primera mano. Qué fácil parece al principio aceptar un préstamo.
Dinero gratis que no hay que devolver en años. Es tan emocionante. Y
luego se vence. Se estrella en la cabeza del prestatario como un piano
que se cae. Devolver un préstamo es como arrojar dinero a un agujero

Sotelo, gracias K. Cross


negro. El número nunca baja. Y no es solo un número en una página.
Para algunas personas, significa miedo y estrés y renuncia a la
comida.
Mi familia aprendió esa lección, entre otras, por las malas.
Así que durante el último mes desde que me gradué con mi
licenciatura, he estado trabajando en dos empleos y ahorrando mi
dinero, manteniendo la fe de que un día tendré la satisfacción de
graduarme de la escuela de medicina con cero deudas a mi nombre.
Sin embargo, de vez en cuando no puedo evitar preguntarme qué
hubiera pasado si...
¿Y si hubiera aceptado el regalo del doctor Dean Fletcher?
El recuerdo de su presencia sobre mí me hace sentir una
pequeña emoción en los dedos de los pies, y el pulso se me acelera en
las muñecas. Tengo que cerrar los ojos cada vez que la sensación de
él me invade, porque su imagen exige mi atención. Ahí está. Entre
bastidores en mi graduación. Alto, en forma y melancólico. Ojos
marrones intensos. Una boca dura. Hermoso en una forma del viejo
mundo. Casi como si debiera estar caminando por los páramos de
Escocia con un abrigo azotado por el viento y un bastón de madera en
la mano. En lugar de eso, lleva un uniforme. Una bata blanca. Un
agotamiento perpetuo. Pero, Señor, huele como el bosque después de
la lluvia.
Durante años, pensé en él como un superhombre.
No un típico hombre que es víctima de las debilidades humanas.
Como el deseo sexual.
Pero si he aprendido algo de mi madre, es esto. Un hombre no
hace nada bueno por una mujer a menos que vaya a obtener poder del
trato. Poder para esperar sexo. Poder para tomar decisiones por la
mujer. Para abrumar y controlar.
Planeo pasar mi vida evitando tales enredos. Al igual que cuando
recibí el correo electrónico de un tal doctor Dean Fletcher
ofreciéndome pagar la matrícula de la facultad de medicina. Le
respondí con un escueto no, gracias y seguí con mi vida. Una vida que
incluye trabajar casi veinte horas al día.

Sotelo, gracias K. Cross


Hablando de eso...
Compruebo la pantalla de mi teléfono y veo que llego un minuto
tarde a la agencia de limpieza. Con un suspiro, me doy la vuelta y
atravieso la puerta de cristal, uniéndome a la fila de otras limpiadoras
que esperan sus asignaciones. Tal vez tenga suerte esta semana y me
den trabajo en un hotel. Ya me pasó una vez y me encantó. Terminar
mi trabajo rápidamente y luego fingir que soy un huésped.
Sentándome en uno de los sillones de felpa y mirando el horizonte,
como si el mundo fuera mi ostra y solo tuviera que abrirlo.
— ¡Srta. Beck!— Uno de los agentes del personal me hace señas
para que me ponga al frente de la fila, ante la comprensible
consternación de todos los que están delante de mí. —Venga aquí, por
favor. Tenemos una petición especial de sus servicios.
Alguien resopla. —Supongo que está proporcionando algo más
que una casa limpia.
—Escucha, si se pagara bien...— dice otra mujer. —… yo
también los extendería.
—El cliente tendría que querer tu huesudo trasero primero. —
murmura la primera dama.
Se producen empujones, seguidos de risas. —Vete al infierno,
Pamela.
Me detengo junto a las dos mujeres que mantienen la
conversación. —Yo no... extiendo nada. En serio. No es así.
—Nadie te está juzgando, cariño. — Pamela mira mi cuerpo con
atención. —Trabaja con lo que tienes, y definitivamente lo tienes.
Está claro que no voy a convencerlas de que no me acuesto con
los clientes para ganar dinero extra, así que continúo hasta el
mostrador, aceptando un papel del agente de personal. —
Enhorabuena, has ganado el billete dorado. Un trabajo nocturno a
tiempo completo limpiando una casa en Gold Coast. — Se inclina
hacia ella. —Si descubro que estás limpiando las tuberías del cliente
en lugar de sus ventanas, te despediré tan rápido que la cabeza te dará
vueltas.

Sotelo, gracias K. Cross


—No lo hago. — espeto, con la cara calentándose como un horno.
—No lo haría.
Suspira. —Mira, eres joven y muy atractiva. Muchos hombres
tienen fantasías con este tipo de cosas. El porno con criadas tiene su
propia categoría.
Con un escalofrío, doblo el papel y lo meto en el bolso. —La raza
humana me decepciona constantemente.
—Tú y yo, chica. — Me hace un gesto para que me vaya. —
¡Siguiente!
Cuarenta minutos después, llevé mis artículos de limpieza a la
línea roja y me bajé en la parada de Division Street. Ahora me dirijo a
la casa que aparece en el papel. No hay ningún nombre en la orden de
trabajo, aparte de las iniciales D.D. Algo en este trabajo me pone en
guardia, pero no voy a dejar pasar la oportunidad, por si resulta ser
un trabajo de ensueño. Venir al mismo sitio constantemente es el
ferviente deseo de todo limpiador, porque significa un ingreso
garantizado. Significa que estás en un lugar seguro, sin que te
cambien constantemente de sitio, lo que aumenta la posibilidad de
que te coloquen en algún lugar que no sea seguro. Además de las
ventajas obvias, siempre me ha gustado Gold Coast, con sus casas
señoriales, su vegetación y su proximidad al lago Michigan.
Ya está casi oscuro y el viento que sopla desde el lago me agita
el pelo. Caminando por la acera junto a dos madres que empujan
carritos de bebé, que fácilmente cuestan más que mi alquiler, me
recojo el pelo en una coleta alta y cepillo las arrugas del viaje de mi
uniforme. Falda negra, zapatos cómodos y una blusa blanca metida
por dentro. No es precisamente ropa cómoda para limpiar casas, pero
la agencia de empleo se anuncia como “limpiadores de la élite”.
Y este cliente encaja definitivamente en la descripción.
Me detengo frente a la casa y silbo entre dientes.
Vaya. Esperaba que fuera una dirección falsa, pero no. Es real y
espectacular.
Está construida con piedra caliza blanca. Cuatro pisos de altura.
Hay lámparas de carruaje parpadeantes a ambos lados de la amplia
escalinata. Las enredaderas trepan por las paredes, rodeando las

Sotelo, gracias K. Cross


ventanas, hasta llegar al techo adornado con cornisas. Este lugar
alberga a un millonario o yo soy la señora Claus.
Con un trago, subo las escaleras y vuelvo a cargar con mi bolsa
de artículos de limpieza.
Mientras espero por el dueño de esta casa de ensueño responda,
me giro y miro el barrio. Niños que vienen del parque, parejas que se
dirigen a los restaurantes, mamás que practican yoga acurrucadas
sobre tazas de café para llevar. Me encantaría darle a mi madre este
tipo de seguridad. Este tipo de vista. La nuestra actual es una
gasolinera abandonada.

Algún día, Charlotte.

Algún día.
Me vuelvo hacia la puerta, mi estómago salta al oír el sonido de
una cerradura que se abre.
Va a ser una viuda rica. Eso es lo que supongo.
Pero no. Estoy muy equivocada.
La gran puerta de madera se abre para revelar a un doctor Dean
Fletcher de aspecto muy sombrío e irritado. —Hola de nuevo, señorita
Beck. — dice con fuerza.
Mi boca cuelga en el lugar aproximado de mis rodillas. La
repentina aparición del hombre con el que he estado fantaseando
durante el último mes es un shock, sin duda. Me sorprende su
absoluta masculinidad. Es un verdadero dios en el campo de la
medicina. Se refieren a él literalmente como el Mesías. Hay pacientes
que salen de la anestesia después de haber estado en su quirófano y
se preguntan si siguen vivos o no, porque piensan, ¡lo creen de verdad!
que están mirando el rostro divino de su creador. Es así de poderoso
e imponente y... perturbador para mis lamentablemente intocadas
partes femeninas. — ¿Qué... esta es tu casa?— Me las arreglo,
finalmente. ¿Cuánto tiempo he estado aquí de pie mirándolo? — ¿Eres
DD?
Se cruza de brazos y se apoya en el marco de la puerta,
estudiándome bajo sus oscuras cejas con descarada intensidad. —Sí.
Doctor Dean. Una vez que pagué por adelantado el valor de un mes de

Sotelo, gracias K. Cross


tus servicios, estuvieron encantados de poner lo que quisiera en el
pedido.
—Lo que significa... que omitiste tu apellido intencionadamente
para que apareciera de verdad.
—Correcto. — Un músculo salta en su mejilla. —Si quieres jugar
al gato y al ratón, Charlotte, jugaré. Contactar contigo a través de los
canales adecuados no está funcionando.
Mi pulso revolotea salvajemente en mi cuello. Ha pasado un mes
desde la graduación y ha hecho varios intentos desde aquel correo
electrónico inicial. Por muy tentadoras que hayan sido sus
propuestas, entradas de ópera, bufandas de Chanel, orquídeas, no he
picado ni una sola vez. —Quizá deberías rendirte.
Esos ojos afilados recorren mi cuerpo, antes de volver a centrarse
en mi cara.
—Eso simplemente no es una opción. — Sin esperar respuesta,
empuja el marco de la puerta y se aparta, señalando el interior de su
casa, que ya veo que es magnífica. Un fuego ruge en el salón trasero.
La música clásica me llama la atención. Es decadente. Apuesto a que
hay bañeras hundidas y vestidores en este lugar estúpidamente
perfecto. —Por favor, pasa. La cena estará lista pronto.
— ¿Cena?— balbuceo. —Estoy aquí para limpiar tu casa.
—Ya está limpia.
—Entonces no tengo ninguna razón para estar aquí. — digo,
levantando la barbilla y girando sobre un tacón, preparada para bajar
los escalones. Antes de llegar a un centímetro, un brazo me rodea por
la mitad y me levantan del suelo, con todo el material de limpieza, para
cruzar el umbral de la casa. Mi espalda está pegada a un pecho
esculpido por los ángeles y su aliento me calienta la coronilla. Debería
estar concentrada en el hecho de que me están secuestrando. Debería
estar gritando por ayuda. Pero estoy demasiado aturdida por el
sinuoso balanceo y la flexión de sus músculos contra mi columna
vertebral para hacer algo más que saludar al transeúnte más cercano.
— ¿A-ayuda?— Digo débilmente.

Vaya. Eres patética.

Sotelo, gracias K. Cross


—No hagas una escena, Charlotte. — dice el doctor Fletcher
enérgicamente, llevándome a través del vestíbulo y por la longitud
prístina de un pasillo hacia esa chimenea crepitante. —Resígnate al
hecho de que vas a pasar las noches aquí y podemos seguir adelante.
—No soy uno de sus residentes. — Finalmente, encuentro mis
agallas y empiezo a forcejear, no es que sirva de nada, ya que está
construido como un superhéroe de Marvel. —No puedes darme
órdenes.
—Créeme, lo sé. — Su barbilla rasposa sube por el lado de mi
cuello y suelta una exhalación temblorosa en mi oído. —Que Dios nos
ayude a los dos si lo hicieras. La tentación de pedirte que te quites las
bragas en medio de un turno sería demasiado para soportar. Si tuviera
ese poder sobre ti, perdería mi licencia, ¿no? Y me lo merecería.
— ¿Cómo...?— Suspiro, sin aliento por su afirmación. —Cómo te
atreves a hablarme así.
Eso es lo que digo en voz alta. Aunque se me pone la piel de
gallina. Aunque la idea de que este hombre de bata blanca, con sus
manos tan hábiles, me ordene quitarme las bragas me moja
terriblemente. Mi barriga se revuelve y aprieta de la manera más
desconcertante y este hombre. Este hombre es el único que me ha
excitado. Esa es una de las razones por las que me esfuerzo en evitarlo.
El poder que tiene sobre mi cuerpo es aterrador. Un par de frases
duras y quiero ponerme de rodillas, rogar que me dé órdenes.
Suplicar por cosas que no entiendo.
—Tienes razón. — Nos detenemos en medio de la sala de estar.
Sigo abrazada a él, con los pies a escasos centímetros de la alfombra
de Aubusson azul real, el fuego calentando la parte delantera de mis
espinillas. Lentamente, me deja resbalar por la parte delantera de su
cuerpo. Y cuando mis nalgas se arrastran sobre el enorme bulto de
sus pantalones, jadeo, mis rodillas se vuelven gelatinosas cuando
intento ponerme de pie. Pero el doctor Fletcher me atrapa. Me quita el
material de limpieza de las manos y lo deja en una mesa cercana.
Luego me coge en brazos y me da la vuelta, de modo que lo miro a la
cara, con esos ojos marrones que estudian mis rasgos con gran
intensidad. —Haces que sea difícil ser civilizado, Charlotte.

Sotelo, gracias K. Cross


— ¿Cómo?— Respiro, permitiendo imprudentemente que deslice
una gran mano por mi columna vertebral, deteniéndose justo antes de
la curva de mi trasero, las yemas de sus dedos metiéndose ligeramente
en la cintura de mi falda. — ¿Cómo lo hago difícil?
—Existiendo. — gruñe, una línea aparece entre sus cejas. —Eres
una anomalía para mí. No puedo entenderte. Te ofrezco pagar la
carrera de medicina y tú rechazas el dinero, ¿en favor de limpiar
casas? Tus acciones tienen poco sentido para mí. Y te niegas a reunirte
conmigo el tiempo suficiente para entender por qué. ¿Por qué te
resistes a tu vocación cuando te lo pongo tan fácil para perseguirla?—
Me resulta imposible responder a sus preguntas porque las yemas de
sus dedos se hunden cada vez más bajo la cintura de mi falda, su boca
se acerca peligrosamente a la mía, su proximidad me tiene cautivada.
Como si me hubiera inyectado anestesia para debilitar mi resistencia.
—Me envías un breve correo electrónico para rechazar mi oferta y ya
está. Me distraes. Rechazas los regalos que te envío. Ignoras mis
llamadas. Y sin embargo...— Esa mano continúa su viaje dentro de mi
falda, aferrando mi mejilla derecha, tirando bruscamente de mí contra
él, para que pueda sentir su erección contra mi vientre. Y gimo. Mi
cabeza cae hacia atrás y suelto el sonido más necesitado que se haya
pronunciado en la historia. —Y sin embargo, quieres que te follen
tanto como quiero follarte, ¿verdad, Charlotte?— Sus rápidas
respiraciones bañan mi cara. —No me lo estoy imaginando.

No respondas a eso.
Como virgen portadora de una tarjeta, ni siquiera sé cómo tener
relaciones sexuales. Otra razón por la que esta atracción por el doctor
Fletcher es tan confusa. Es como si mi cuerpo supiera algo que mi
cerebro aún no conoce.
— ¿Cuánto...?— Me detengo para mojar mis labios
repentinamente secos. — ¿Cuánto dinero puedes tener?
¿Simplemente dejas caer casi trescientos mil dólares en cada mujer
con la que quieres acostarte?— Sacudo la cabeza. —Eso es una locura.
—No. — insiste entre dientes, arrastrando su frente de lado a
lado sobre la mía. —No lo hago. Solo tú, Charlotte.
Sin aliento, susurro: —Oh.
Mira. Nunca he pretendido estar dotada de elocuencia.

Sotelo, gracias K. Cross


—Me ofrecí a pagar la escuela de medicina porque es evidente
que eres notable. He leído varias de tus publicaciones, desde que
tenías 16 años. He hablado con tus profesores. Amas la medicina. Y
quiero gente como tú en mi campo. — Dentro de mi falda, sus dedos
recorren la tira de mi tanga en el valle de mi trasero. — El hecho de
que quiera regañarte como a un perro es un tema completamente
distinto.
Mi cerebro parpadea.
Sacude la cabeza.
— ¡Ajá!— Consigo, de forma desigual, zafarme de su abrazo y dar
un paso atrás, apartando su enorme cuerpo con una mano
temblorosa. —Ves, eso es imposible. Mantener esas dos cosas
separadas. El sexo y las obligaciones financieras. No soy una tonta.
—Soy muy consciente.
—Entonces no esperes que crea que me ofrecerías la matrícula
completa si no quisieras también acostarte conmigo.
—Crees que mi oferta fue un soborno. Para que te acostaras
conmigo. — Un músculo salta en su mejilla. —Sencillamente, eso es
una absoluta estupidez, Charlotte. Conocí a esta hermosa y talentosa
chica por casualidad y...— Se pasa una mano por el pelo. —Jesús, ella
me embrujó. Esa es la verdad. Y no puedo evitarlo, quiero cuidarla en
todos los sentidos. En la cama y fuera de ella. Nunca pretendí que
fuera una coacción.
Extrañamente, yo... como que le creo.
Hubo un loco cable vivo de atracción entre nosotros ese día en
la graduación. Si me hubiera besado detrás de ese escenario, no
habría podido resistirme. Un beso, tal vez incluso mucho más.
Definitivamente no le di la impresión de que tendría que pagar para
tenerme. Hizo esa oferta sin que nadie se lo pidiera. Y cuando la
rechacé, continuó persiguiéndome. No hay duda de que me desea.
Físicamente. Mirando sus ojos, también puedo ver claramente que no
tenía intención de sobornarme.
¿Por qué tengo ahora un impulso aún mayor de salir corriendo?
Por una cosa que ha dicho.

Sotelo, gracias K. Cross


Quiero cuidarla en todos los sentidos.
Si tuviera una relación con este hombre, no me dejaría limpiar
casas. No me dejaría tener un trabajo para el que estoy sobre
calificada. Desgastaría mi resistencia hasta que aceptara el dinero de
la matrícula. Me mimaría en esta cómoda casa de la ciudad. Me
pondría cómoda y luego me tendría. Estaría atascada, controlada,
desesperada por mantener el statu quo porque de repente dependería
de su buena naturaleza, toda mi independencia succionada por una
pajita. En cierto modo, los hombres son muy parecidos a las
compañías de préstamos. Son la única opción. Son todo lo que una
persona tiene para mantener sus manzanas en el aire. Y te ensucian
con intereses. Bueno, yo no.
—Muy bien. — digo. —Creo lo que me dices. Que tu oferta no era
un soborno.
—Bien. — dice, su alivio es evidente. —Ahora...
—Pero sigo estando aquí solo para limpiar tu casa. Eso es todo.
— Me las apaño, con mi cuerpo aún asfixiado por la conciencia. Ignoro
con firmeza el deseo que me hace sentir cada una de las terminaciones
nerviosas que poseo y recojo el material de limpieza. — ¿Por dónde
empiezo?

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 3
DEAN

Esta chica va a ser mi muerte.


Es muy terca. Muy trabajadora. Preciosa. Inteligente.
Será un frío día en el infierno antes de que friegue mis malditos
pisos.
Durante las últimas cuatro semanas, he aprendido todo lo que
he podido sobre Charlotte Beck. Hay poco disponible en Internet, ya
que rara vez publica algo en las redes sociales. Nada más que artículos
de revistas médicas sobre trasplantes de avance, más que algunos de
ellos escritos por mí. Mentiría si dijera que eso no me complace.
Después de un mes en el que me evitaba como a la peste, mi ego
necesitaba todo el estímulo posible.
Me enamoré de ella aquel día de la graduación. Con fuerza.
Pero en el transcurso del último mes, Charlotte se ha convertido
en una obsesión.
Que Dios me ayude, me he convertido en un acosador certificado
de esta hermosa e inteligente chica que es una década más joven que
yo. En mis escasos descansos del quirófano, me encuentro paseando
hacia su edificio de oficinas, observando desde el restaurante de
enfrente cómo entra y sale con bandejas de café. Esta mente brillante
es una chica de los recados, y eso es irritante. Pierdo el sueño cada
noche por el hecho de que no esté a la altura de su potencial. Necesito
ayudar. Reparar el problema con dinero, del que tengo mucho, y ella
se niega a aceptarlo.
Se niega a ceder a esta atracción animal, también. A pesar de
que un apretón en su culo apretado la vuelve flexible y caliente. La
hace gemir como si tuviera bolas hasta el fondo.
Esta chica se niega a sí misma todo lo que quiere. Todo lo que
necesita.

Sotelo, gracias K. Cross


Cada vez que me acerco a desvelar el misterio de ella, hay un
nuevo giro.
Y ella no se va a ir de esta casa hasta que tenga respuestas, que
Dios me ayude.
Los enfoques tradicionales no van a funcionar con Charlotte
Beck. No quiere tener nada que ver con las rosas de tallo largo. No
tiene interés en trescientos mil dólares de matrícula. Mis llamadas
telefónicas nunca iban a ser devueltas. Y tal vez un hombre ético, solía
ser uno, cortaría sus pérdidas y se alejaría. Pero no hay manera de
que pueda hacer eso. Mi cabeza se consume con ella, día tras día.
Durante la noche, ella protagoniza mis sueños. Me follo el puño a las
fantasías de tomarla. Detrás del escenario de la graduación, todavía
con su toga y birrete, con sus largas piernas rodeando mis caderas.
Dios. Nunca he necesitado tanto algo en mi vida.
No me imagino que ella también lo necesite.

Me necesita.
Así que no hay más remedio que redoblar la apuesta. Si mi
búsqueda tradicional de ella no va a funcionar, iremos a lo no
convencional. Sabiendo lo que sé sobre su voluntad de hierro y su
fascinación por la medicina, tal vez esto es lo que debería haber hecho
todo el tiempo.
— ¿Quieres limpiar, Charlotte?— Digo, apretando una mano en
la nuca para evitar tirarla al sofá y subirle la falda hasta las caderas,
para poder saborear el coño con el que he estado soñando durante
semanas. —Bien. Mi oficina necesita ser organizada. Sígueme.
Sus ojos verdes se entrecierran con recelo, pero me sigue por las
escaleras hasta el segundo piso de la casa. Cuando abro la puerta y
entro, me giro para ver su reacción. Estoy desesperado por ver
cualquier forma de placer en su rostro.
Se detiene justo dentro de la puerta y su atención se centra en
las pilas de archivos.
— ¿Qué son?— pregunta, sin aliento, acercándose.

Sotelo, gracias K. Cross


—Son mis archivos personales. Llevo notas de todos mis
procedimientos, aparte del hospital. Una especie de observaciones de
mi propia mano.
—Oh...— Me pregunto si es consciente de que se le ha caído la
bolsa de material de limpieza. —Guau.
No logro contener mi sonrisa. O la carrera de mi corazón. Dios,
esta chica es tan especial. ¿Por qué no me deja darle un empujón? ¿No
se da cuenta de que sería un honor? —Me gustaría que se catalogaran
en orden alfabético, según el tipo de procedimiento. Conoces los
términos médicos apropiados para cada forma de cirugía, ¿no es así?
—Sí, señor. — susurra, felizmente inconsciente de que acaba de
convertir mi polla en acero.

Señor.
Me gusta demasiado esa palabra que sale de su boca.
Voy a escucharla de nuevo esta noche, en forma de gemido
femenino estrangulado, aunque tenga que mover cielo y tierra por el
placer. Sin embargo, parece que vamos a empezar a limar asperezas.
Me arrastro una mano por la cara.
—Una hora, Charlotte. — Acorto la distancia que nos separa
para situarme frente a ella, tomando su barbilla con la mano e
inclinándola hacia arriba. —Una hora de limpieza. Es todo lo que
podré soportar.
Sus párpados se agitan, las pupilas se dilatan entre el verde vivo
de sus iris. — ¿Y entonces qué?
—Y entonces...— Dejo caer mi boca sobre la suya. Pero no la
beso, por mucho que me apetezca probarla. No importa cuántas horas
he soñado con acariciar su lengua con la mía. Imponer mi voluntad
sobre ella no va a funcionar hasta que consiga atravesar sus defensas.
Entonces, tengo la intuición de que aceptará mi voluntad. Hay algo en
la forma en que se balancea sobre sus pies, su pulso se dispara,
simplemente porque le levanto la barbilla. Como una figura paterna.
Como un hombre a cargo. ¿Necesita eso? —Y entonces, descubro tu
verdad.

Sotelo, gracias K. Cross


Su pulso se acelera. —Si estás obteniendo mi verdad, ¿qué
obtengo yo de ti?
— ¿Qué quieres?
—No lo sé. — susurra.
—Creo que sí lo sabes. — De nuevo, deslizo nuestros labios
húmedos entre sí, escuchando el gemido resultante en el fondo de su
garganta. —Pero estoy empezando a ver que cualquier cosa física entre
nosotros tendrá que ser bajo tus condiciones. Al menos para empezar.
Así que, mientras reúno tu verdad, Charlotte, ¿por qué no te atreves
conmigo?— Le meto un dedo por los botones de la blusa y me detengo
en su ombligo para acariciar la hendidura con un nudillo. —Atrévete
a hacer lo que quieras con este cuerpo travieso y excitante, ¿eh? Así
tenemos claro que no hay coacción. Tú eres quien lo pide.
—Entonces...— inclina su hermoso rostro, subiéndose de
puntillas para presionar más cerca de mi boca, y con ese movimiento,
abstenerse de besarla se convierte en una completa tortura. —
Entonces vas a dejarme husmear en tus archivos médicos. ¿Y luego
vamos a jugar verdad o reto?
Nuestras bocas están ahora justo encima de la otra. Tan cerca
que mis palabras se amortiguan cuando digo: —Es la mejor fiesta de
pijamas en la que has estado.
—Nunca dije que me quedara a dormir en casa. — me responde
en silencio. —De todos modos, ¿no estás de guardia? ¿O al menos
tienes que estar en el hospital por la mañana temprano?
Con un esfuerzo, me alejo para mirar a Charlotte a los ojos,
arrastrando mi pulgar por la costura de su boca. —Si llegar al fondo
de ti significa que llego tarde, que así sea. Y descubrirte es
exactamente lo que pretendo hacer. — Deslizo el pulgar en su boca,
metiéndolo y sacándolo, observando cómo sus ojos se iluminan
mientras imito el coito con mi dedo más grueso. —Una hora, querida.
— Introduzco el pulgar hasta el fondo, y su sollozo vibra en mi brazo.
—Di, sí señor.
Mi pulgar sale de su sensual boca, continuando a esparcir la
humedad de izquierda a derecha. —Sí, señor. — susurra, apareciendo
el color rosa en sus mejillas. —Una hora.

Sotelo, gracias K. Cross


Aprovechando cada gramo de mi fuerza de voluntad, retiro la
mano y vuelvo hacia la puerta. —Los trasplantes están en la pila de la
izquierda.
Ya se está arrodillando, alcanzando el archivo de arriba. —
Gracias.

La hora pasa lentamente. Por decir algo.


Me tomo un café en la cocina. Pongo la cena en platos para más
tarde y los guardo en la nevera, cubiertos de plástico. Cambio la
música de Chopin a Beethoven.
De forma bastante ridícula, miro al techo y me pregunto si mis
notas le parecen tan interesantes como esperaba. Lo cual es ridículo.
Por supuesto que sí. Me están considerando para una operación del
Papa, por el amor de Dios. No hay nadie mejor que yo.
Sin embargo, ella podría serlo. Algún día.
No sé cómo estoy tan seguro de ese hecho. Pero lo estoy. La
comunidad médica la necesita y, si no se consigue nada más esta
noche, voy a averiguar por qué elige ir a buscar café y limpiar casas
en lugar de desarrollar su enorme potencial.
A lo largo de la facultad de medicina y de mi carrera, he
encontrado muy pocos cirujanos dispuestos a ayudar a alguien a
ponerse a su nivel. Mi mentor era despiadado, y también lo era mi
padre. Un idiota controlador y ególatra que todavía ejerce la medicina
en la ciudad de Nueva York. A veces incluso estaba seguro de que
intentaba retenerme para que no le superara. He jurado no ser así.
Como mi padre y tantos cirujanos de la misma calaña. Amargo hacia
cualquiera cuyo talento se acerque al suyo. En lo que a mí respecta,
cuantas más manos expertas haya en cubierta, mejor.
Mi teléfono emite un pitido, indicando el final de la hora, y
abandono mi café inmediatamente, subiendo las escaleras de dos en
dos. Abro la puerta de mi despacho, esperando encontrarla arrodillada
frente a los archivos. En cambio, está sentada en mi escritorio con los

Sotelo, gracias K. Cross


pies apoyados. Levanta la vista del expediente que tiene en las manos
y arruga la nariz ante mi intromisión.
Y eso lo hace. Eso jodidamente lo hace.
Me enamoro irremediablemente de ella.
Unas cadenas rodean mi corazón palpitante, encadenándome
permanentemente, convirtiéndome en su prisionero de por vida. Uno
totalmente dispuesto.
— ¿Has leído algo interesante?— Me las arreglo para evitar el
nudo en la garganta.
— ¡Sí!— exclama. —Toda esta investigación sobre los
xenotransplantes. ¿Cómo es que no he leído nada al respecto en las
revistas? — Pasa varias páginas, con los ojos muy abiertos. —Y la
forma en que trataste el rechazo del aloinjerto. — Se echa hacia atrás
en la silla, visiblemente asombrada. —No debería haber sido posible
una vez activadas las células T CD4 o CD8.
Levanto una ceja. —Creía que ya sabías que soy brillante. — Mi
respuesta inexpresiva la hace reír de esa manera tan femenina, y de
ese modo pienso en ella boca abajo sobre mi escritorio, con sus
caderas agarradas por mis manos. —Hay mucho de donde vino eso.
Puedes leer más mañana cuando vuelvas a...— Examino los archivos
dispersos. —Limpiar.
Charlotte frunce sus bonitos labios hacia mí. —Sabías que no
sería capaz de ordenar esto sin leer cada palabra.
—Culpable de los cargos. — Doy la vuelta al respaldo de la silla
del escritorio, observando cómo la conciencia se apodera de cada
centímetro de su cuerpo. De pie, detrás de ella, le agarro la barbilla y
le inclino la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto su garganta y
dándome una vista endurecida por la parte delantera de su blusa. —
¿Empiezo el juego ahora, Charlotte?— jadeo, hambriento del sabor de
sus pezones. Cualquier parte de ella, en realidad. —Nada de lo que me
digas saldrá de esta habitación. Solo necesito entrar en esta hermosa
cabeza.
—Bien. Pero... por favor, no uses un bisturí.

Sotelo, gracias K. Cross


Eso me sorprende con una carcajada. El sonido, el sentimiento
de la risa se siente completamente extraño, no lo he hecho en tanto
tiempo. Lo que esta chica me inspira no es algo para desperdiciar. Es
algo que hay que codiciar y proteger a toda costa. — ¿Por qué los
trasplantes son un área específica de interés para ti?— Pregunto. —
Esa es la primera verdad que quiero. Luego, que me desafíes.
Durante largos instantes, solo respira, su pecho sube y baja
rápidamente. —Mi padre. Su cuerpo rechazó un trasplante de hígado.
Tenía doce años. No sabía cómo salvarlo, pero voy a aprender. Así
podré salvar al padre de otra persona.
Me cuesta hablar, mi garganta está de repente tan llena. Estoy
tan poco acostumbrado a experimentar esta profundidad de emoción,
que no puedo mirar a sus ojos durante varios segundos. —Lo siento.
No he encontrado esa información en ningún sitio.
—No lo harías, ya que mi padre y yo teníamos apellidos
diferentes. Mis padres nunca se casaron y yo tomé el de mi madre. —
cierra los ojos. —Pero éramos una familia. Y lo amaba.
Siento que me taladran el pecho. Todo en mi interior me exige
que la levante de la silla, la abrace, la acune. Que me enoje con el
mundo con ella. —No quiero decirte cómo gastar tu desafío, Charlotte,
pero te agradecería mucho que me desafiaras a besarte ahora mismo.
Su garganta trabaja. Pasan unos cuantos latidos. Luego
susurra: —Te reto a besarme, doctor Fletcher.
Ya me estoy moviendo. Ya he girado la silla de cuero del escritorio
y me he arrodillado frente a ella. Con nuestra diferencia de altura,
incluso estando de rodillas mi boca está varios centímetros por encima
de la suya, lo que hace necesario inclinarse y respirar contra esos
suaves labios. Y una mirada a los dos charcos de humedad de sus ojos
y me sumerjo en ella. Introduzco mis dedos entre esos largos y gruesos
mechones de pelo y cierro nuestras bocas. La beso. Atraer su lengua
hacia la mía con un lametón persuasivo, y luego poseer esa deliciosa
caverna con un sabor exhaustivo y arrollador.
—Lo siento, cariño. Lo siento mucho.
—Si hubieras sido tú quien lo operara, habría vivido. — susurra
contra mi boca, con sus dedos enroscados en la parte delantera de mi

Sotelo, gracias K. Cross


camisa. —Durante mucho tiempo, he soñado que podía volver atrás
en el tiempo y encontrarte antes.
Dios, me está haciendo pedazos. —Charlotte...
—Hubieras sido mi héroe, ¿no es así? ¿Hasta que pudiera ser el
mío?
Sus ojos en los míos son tan serios, tan implorantes, que no
puedo hacer otra cosa que decirle lo que necesita oír. Darle este sueño
que ha tejido. Un sueño que soy lo suficientemente arrogante como
para creer que podría hacerse realidad. —Habría hecho todo lo que
estuviera en mi mano.
Emite un pequeño sonido y nuestras bocas vuelven a unirse,
esta vez de forma más salvaje. Me abalanzo sobre Charlotte, su cara
se inclina hacia atrás para recibir mi beso, mis manos la atraen hacia
el borde de la silla, encajando mis caderas entre sus muslos. Voy
demasiado rápido. Lo sé. Apenas he empezado a desentrañar su
interior, pero Jesús, sabe a vida eterna.
Dulce. Tan malditamente dulce.
Cuando siento que mis dedos se cierran alrededor de mi
cremallera, a punto de dejar salir mi polla rígida, me ordeno a mí
mismo que vaya más despacio, por mucho que me duela. Hay más
cosas que necesito saber, maldita sea. Y no puedo deshacerme de esta
repentina intuición de que necesita ser comprendida. Por mí. Para
poder ser amada adecuadamente. Ser tocada de una manera que
pueda sentir en su alma, y eso es lo que busco con Charlotte. Todo.
Cada faceta de ella.
En lugar de liberar mi erección, le acaricio los lados de la cara,
con mis pulmones trabajando para inhalar y exhalar. —Puedes ser tu
propio héroe, Charlotte. Por eso necesito saber por qué no aceptas el
dinero. ¿Por qué?
Nuestro beso se suspende, pero la conexión entre nosotros
parece intensificarse. Se muestra abiertamente vulnerable, sus manos
son inestables cuando las posa sobre mis hombros. —Después de la
muerte de mi padre, estábamos arruinados. Dejó toda esta deuda
médica y no importaba cuántas horas trabajara mi madre, nunca
podíamos conseguir que esa enorme cifra bajara. Los pagos se

Sotelo, gracias K. Cross


llevaban todo lo que teníamos. Y ella se desesperó. — Charlotte se frota
los labios. —Con el tiempo, conoció a un hombre que llegó a nuestras
vidas como un caballero de brillante armadura, pagando las facturas
y comprándonos muebles nuevos. Pero después de un tiempo, no era
una buena persona, no me di cuenta. Yo era joven y muchos de sus
tratos crueles ocurrían a puerta cerrada. Me lo ocultó. Y se quedó con
esta persona que la trataba terriblemente porque sentía que se lo debía
después de todo lo que había hecho. Él... le exprimió la vida.
Es un alivio que el panorama general de esta chica finalmente
esté llegando a este lugar. Tiene sentido. Además del alivio, sin
embargo, también estoy muy enojado porque pasó por todo esto. No
puedo hacer nada por la pérdida de su padre. No puedo volver atrás
en el tiempo y arreglar lo que le pasó a su madre. No poder reparar
algo no me sienta bien. Es lo que hago. —Lo siento, cariño. — Beso su
frente, su mejilla, su boca. —Eso te da derecho a desconfiar de mí. Mis
intenciones.
—No voy a estar en deuda con alguien. Me niego. — dice en voz
baja. —Cuando descubrí que este hombre había estado haciendo daño
a mi madre, encontré un refugio para mujeres para ella. Me mudé con
mi tía durante un tiempo hasta que el hombre dejó de intentar
aterrorizar a mi madre. Y cuando finalmente volvimos a vivir juntas,
nos hicimos una promesa. Pagar nuestro propio camino, pasara lo que
pasara. Salir adelante con el trabajo duro. Sin atajos. Sin telarañas
tejidas con promesas.
—Nunca utilizaría el dinero contra ti, Charlotte. — digo, con la
voz vibrando.
Estudia mi rostro durante largos momentos. —No puedo aceptar
el dinero. Por favor, no me lo vuelvas a pedir, ¿de acuerdo?— Sus
dedos se deslizan por mi pelo, sus uñas arrastran por mi cuero
cabelludo y tengo que atrapar un gemido en mi garganta. —He
deseado tanto estar cerca de ti. Todavía lo deseo. Pero tú representas
esta... trampa. Si sigues presionándome para que tome la matrícula,
solo encontraré formas de evitarte.
—Me estás diciendo que puedo tenerte. ¿Pero tengo que
aguantar que limpies casas y desperdicies años de tiempo en los que
podrías estar ejerciendo la medicina?

Sotelo, gracias K. Cross


Su barbilla se vuelve obstinadamente firme. —Sí.

—Charlotte. — gruño, sacándola de la silla, dándonos la vuelta y


tumbándola en la suave alfombra de mi despacho. Presionando mi
cuerpo sobre ella. Recogiendo el dobladillo de su falda con mí mano
derecha mientras arrastro nuestros labios, de lado a lado. —Quiero
dártelo todo.
—Lo sé. — susurra.
—Quiero ver cómo tomas mi profesión por asalto.
—También lo sé. Pero no puedes tenerlo. Solo puedes tenerme a
mí. — Se mete entre nosotros y empieza a desabrocharse la blusa. —
Si puedes hacer eso, te reto a...
— ¿Qué?— Pregunto con voz ronca, viéndola revelar la piel más
suave que existe, las hinchazones gemelas de sus tetas, empujadas
por un sujetador de satén negro. —Dímelo.
Su timidez se hace evidente por el rubor que sube a sus mejillas.
Cuando termina de desabrocharse la blusa, pasa un dedo por el centro
de la abertura, por encima del cierre delantero del sujetador. —
Besarme... aquí. — Añade en un susurro: — ¿Por favor?
La necesidad bombea con fuerza en mis pelotas, mi polla como
el hierro contra la bragueta. No es así como me imaginaba follando
con ella la primera vez. En el suelo de mi oficina. Pero nada con esta
chica va según el plan. Estoy demasiado cautivado por ella como para
hacer algo más que seguir los caprichos de mi cuerpo. De mi corazón.
— ¿Me estás retando a quitarte el sujetador, Charlotte? ¿A besar y
lamer esos pequeños pezones que he puesto tan rígidos?— Mis dedos
se dirigen al cierre, preparándose para abrirlo. —Pero si lo hago,
acepto dejar el tema del dinero. Y de la facultad de medicina. ¿Es eso
cierto?
Asiente, observando mi cara con atención.
Me estoy condenando. Lo sé. No soy un hombre que conceda
nada. Jamás. Sin embargo, no hay límite a lo que haría por tener a
Charlotte Beck. En este momento, mirando su rostro hermosamente
sonrojado, el dobladillo de su falda a mitad de sus muslos, vendería
mi puta alma por estar dentro de ella. Es así de simple. No puedo

Sotelo, gracias K. Cross


pasar otro día sin escucharla gritar de placer y saber que soy la razón.
No puedo mantener esta poderosa hambre contenida. Cada vez es más
imposible.
Pero, ¿cuánto tiempo podré soportar el infierno de que esté rota?
¿Cuando tengo tanto que darle? Me va a volver loco, esa falta de
control...
Es entonces cuando me doy cuenta de que tiene razón. Al menos
en parte. Quiero que tenga éxito profesionalmente, más que mi
próximo aliento. Pero también quiero reivindicarla. Con muchas
ganas. Apoyarla económicamente era una de las formas en que había
planeado hacer mía a Charlotte. Permanentemente. Nunca he tenido
una relación seria. Mi habilidad en la sala de operaciones es lo que me
define. El dinero es lo que tengo para ofrecer, pero ella lo rechaza,
posiblemente muy sabiamente, ya que ahora me estoy dando cuenta
de que mis intenciones no son totalmente puras.
Pero no puedo negar el instinto animal de reclamarla.
Late dentro de mí como un segundo corazón, despertado solo por
ella.
Golpeando. Exigiendo.
Sin el dinero como vía para ser su hombre, encuentro otra forma.
Una manera de conquistar. Mi instinto me dice que esto es algo que
ambos queremos, también. Aunque ella aún no se dé cuenta de que
quiere ser dominada físicamente, me ha dado las señales. Nunca he
sentido la necesidad de dominar el cuerpo de nadie. Nunca he sentido
este tipo de posesividad. Ferocidad.
Si ella puede acostumbrarse a ser cuidada físicamente, para
darme esa confianza, tal vez eventualmente la convenza de confiar en
mis intenciones fuera de la cama.
Tal vez eventualmente me permita pagar la escuela.
—Muy bien. — digo, abriendo de golpe la parte delantera de su
sujetador, haciendo que se le corte la respiración. —El tema del dinero
de la matrícula está fuera de la mesa.
Por ahora.

Sotelo, gracias K. Cross


Aparto las copas de satén para revelar dos tetas muy turgentes,
con los pezones de color frambuesa en el centro de cada globo pálido.
Agitados. Necesitados. Jesucristo. Se me hace agua la boca al verlos,
y no puedo negarme a lamer cada capullo, pues mi deseo aumenta
ante su reacción. Ante el tembloroso arco de su espalda, sus labios
formando una O.
—Antes me has llamado “señor”, Charlotte... — Chupo
ligeramente sus pezones, alisando mi pulgar sobre el pico húmedo
mientras su respiración comienza a agitarse. — ¿Alguna vez has
soñado con llamarme así mientras tengo nueve pulgadas de
profundidad?

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 4
CHARLOTTE

¿Le he oído bien?

Antes me has llamado “señor”, Charlotte... ¿Alguna vez has soñado con
llamarme así mientras tengo nueve pulgadas de profundidad?
Eso es un eufemismo. He fantaseado con este hombre durante
años mientras estaba en mi cama en casa. Me he imaginado entrando
en su despacho, con él mirándome desde detrás de un escritorio,
deteniéndose en el acto de tomar notas en un expediente médico. La
luz del sol se derrama sobre los hombros de su bata blanca. Me
imaginé que se quedaba mudo al verme, porque ambos sabíamos que
había algo mágico entre nosotros. Me desnudaría, me inmovilizaría.
Me dominaría.
Con fuerza.
Como si él estuviera al mando y yo tuviera que seguir las reglas.
Estas fantasías son una píldora difícil de tragar, ya que he jurado
no estar nunca bajo el pulgar de un hombre. Pero la vergüenza solo
hace que quiera deleitarme más en esos sueños terriblemente
maravillosos. Son una desviación de las normas a las que me someto.
Un escape.
La pregunta de Dean persiste en el aire entre nosotros.
No se puede mentir. No aquí. No entre nosotros. Definitivamente
no mientras él se preocupa por mis pezones entre sus labios
cincelados, arrastrando su lengua sobre ellos en largas y ligeramente
obscenas lamidas. —Sí, lo he pensado. — gimoteo, mi sexo se contrae
al ritmo de mi confesión.
Su boca se detiene momentáneamente y su mirada se concentra
en mi rostro. —Charlotte. — respira, pasando un pulgar de un lado a
otro de mi pezón derecho. —Lo había percibido, pero no estaba seguro.

Sotelo, gracias K. Cross


— Sube a mi cuerpo y su boca se engancha a la mía en un largo y
prolongado beso que hace que los dedos de mis pies se enrosquen en
la alfombra. —Seré tu señor, cariño. Seré tu gobernante. — me dice
entre los ataques que me devoran. — ¿Confías en que sé exactamente
lo que necesitas?
—Físicamente, sí. Únicamente.
Esto es peligroso.
Hay un susurro en el fondo de mi mente que me lo dice.
Diciéndome que entregar mi cuerpo al doctor es una droga de
entrada que me llevará a lugares que no esperaba. Pero mi necesidad
de ser dominada por él anula esa voz. La hace añicos. Quiere mi
confianza y hay una llamada desconocida dentro de mí para dársela.
Solo a este hombre. Completamente.
—Pero...— Digo cuando me permite salir a tomar aire. —Yo no...
Ni siquiera sé lo que necesito, Dean. Nunca he hecho esto antes.
Al principio parece confundido, pero después de unos segundos
hay una comprensión incipiente. Seguido de lo que solo puede
describirse como una satisfacción depredadora. —Eres virgen. —
Recorre con sus ojos la parte delantera de mi cuerpo, como si lo viera
de nuevo por primera vez, su pecho sube y baja a un ritmo creciente.
—Eres mi virgen.
—Sí, señor. — susurro, por instinto.
Y es como ser arrastrada por una inundación, llevada por una
calle en una corriente salvaje. Mi consentimiento en este momento lo
cambia todo. La forma musculosa de Dean parece expandirse con
propósito, su mandíbula se endurece. Mi cuerpo se convierte en un
pequeño y frágil juguete. Un sacrificio para el Mesías. Mientras que
me paso todos los días aferrándome a mi poder e independencia, ahora
estoy a merced de un hombre. Y la vergüenza de lo mucho que me
gusta me moja. Hace que mis pezones se endurezcan aún más. Hasta
el punto del dolor. Respiro con fuerza, aspirando oxígeno, pero parece
que no puedo mantener los pulmones llenos. Me duele y me siento
impotente y Dean observa el cambio que me invade con hambre
animal, sus manos se ponen a trabajar. Como si ya no pudiera
soportar el hecho de que lleve ropa, y yo tampoco.

Sotelo, gracias K. Cross


La camisa se desprende de la falda. Arqueo ligeramente la
espalda para que pueda quitármela por completo, dejándola a un lado,
junto con el sujetador. Y entonces está encima de mí, con su boca
voraz sobre la mía, levantando mi falda con manos exigentes,
dejándola atada a mi cintura, y su mano entera se introduce
inmediatamente en la parte delantera de mis bragas para acariciar mi
sexo con rudeza. Tan bruscamente y con tal propiedad que jadeo,
rompiendo el beso. Gimoteo contra los duros labios que mantiene
pegados a los míos, con sus ojos clavados en mí.
—Esto es mío. ¿Está claro?
—Sí, señor. — digo, entrecortada, con los talones raspando el
suelo cuando aprieta su agarre. Me agarra con esa mano inestimable.
Con fuerza. —Sí, señor. Sí.
—Es mío y lo voy a gobernar como quiera.

Oh Dios. Voy a tener un orgasmo. Solo he tenido uno en toda mi


vida y ocurrió mientras estaba medio dormida, una función que no
pude averiguar cómo realizar de nuevo. Tal vez porque cuando lo
intenté por segunda y tercera vez, estaba demasiado despierta,
demasiado presente en el constante traqueteo de mi mente. Ahora
mismo, estoy centrada únicamente en este hombre y en su agarre.
Estoy existiendo para él. Estoy reducida a solo esto. Solo nosotros. —
Sí. — empujo más allá de los labios entumecidos por el beso. —Por
favor.
Lentamente, muy lentamente, afloja su agarre y separa mis
pliegues con ese largo dedo corazón, deslizándolo por el valle
empapado de mi feminidad, sus párpados se vuelven pesados por la
excitación masculina. —Vamos a dejar la mancha de tu virginidad en
mi alfombra, para que pueda verla cuando esté trabajando. — Sin
previo aviso, empuja dos dedos dentro de mí y grito sin ton ni son, mis
dedos arañando el suelo, chispas bailando en los bordes de mi visión.
—Así puedo recordar que viniste a mí como una buena chica, sin una
sola huella digital en este pequeño y apretado coño. Esperaste. Sabías
que papi iba a reventar esa cereza justo a tiempo, ¿verdad?
Un sollozo casi me parte en dos.
¿Papi?

Sotelo, gracias K. Cross


Si antes me arrastraba una inundación, ahora me ha absorbido
una ciudad perdida en el fondo del océano. Es gloriosamente
desconocido. No hay nadie aquí que me reconozca, así que puedo
hacer lo que sea natural. Lo que sea que se sienta bien. Soy libre.
—Papi. — gimoteo, presionando mi sexo contra su mano,
llevando esos dedos que bombean suavemente más adentro. —Tus
manos. Tus manos. Me encantan.
Con las cejas fruncidas, me mira a los ojos, con el sudor
brillando en su labio superior. —El único procedimiento que nunca he
realizado. — Deja escapar un suspiro estremecedor. Y entonces me
habla con su voz de médico. Ese estruendo bajo que sin duda hace
que los residentes susurren con reverencia a su paso. —Quédese
quieta, señorita Beck. Esto solo le dolerá un momento.
Clavo los dientes en mi labio inferior y siento cómo se hunde,
vacila y luego empuja.
Su semblante severo se desliza ante lo que siente, su maldición
se mezcla con mi suave grito. Y durante unos segundos, hay una
presión que aprieta, pero mantiene sus dedos altos y apretados, esa
mandíbula cuadrada haciendo tictac, los ojos calientes, hasta que el
dolor retrocede.
Y no me queda más que un dolor inquieto.
Un vacío que solo él puede llenar.
Todo lo que tengo que hacer es mover mis caderas y gemir un
poco y mueve sus dedos. Más rápido, más rápido, hasta que imita el
coito. Un coito rápido y sucio, con sus dedos entrando y saliendo de
mí. —Abre los muslos. — me dice con fuerza. —Tienes que ver cómo
te meten los dedos en esta cosa apretada. Es tan húmedo y pequeño,
¿verdad? Tendré suerte si llego hasta la mitad.
—N-no. — me quejo, con la cabeza sacudiéndose de lado a lado
en la alfombra. —Quiero todo de ti.
—Oh, no te preocupes. Vamos a intentarlo. Voy a bombear una
y otra vez hasta que te olvides de lo que es no tener mi polla alojada
en este precioso bebé. — Se inclina y me besa los pechos a su vez,
luego lame un camino hasta mi estómago, haciendo girar su lengua
en mí ombligo. —Primero, voy a darle un buen baño caliente. Has

Sotelo, gracias K. Cross


guardado tu cereza para que solo yo conozca su sabor, ¿verdad,
Charlotte? Deja que papi lo lama ahora.
Me quedo momentáneamente ciega.
Veo sus anchos hombros metiéndose entre mis muslos, el
destello de color rosa viajando hacia arriba, por el centro de mi sexo,
y luego me desmayo. Perdida en el espacio. Las estrellas están justo
ahí, a mi alcance, pero estoy casi demasiado paralizada por el placer
para moverme. Casi. Mis muslos se mueven por sí solos, retorciéndose
en el suelo, tan abiertos como puedo, porque, Dios mío, Dios mío,
utiliza su lengua para apartar una pequeña sección de carne y luego
me lame el clítoris. Gimiendo guturalmente mientras lo hace, sus
dedos trabajan dentro y fuera de mi canal. Recupero la vista al mismo
tiempo que recupero la capacidad de moverme, y mis caderas se
mueven hacia arriba, intentando aplastar esa poderosa perla de carne
contra su lengua.
—Por favor, no pares. — jadeo, arrancando los mechones de su
pelo. — ¡Por favor!
Pasa un segundo. Dos.
El placer me recorre, se acumula, tira, y luego explota.
Mi feminidad se aprieta y un sollozo gritón sale de mí, Dean
entierra su cara contra mi coyuntura, su lengua presionando con
fuerza ese botón palpitante. Y sigue y sigue, las pulsaciones
incesantes de gratificación que hacen temblar mis huesos y me hacen
querer ceder. A todo lo que él quiera. En la cama. Fuera. Me
acurrucaré en una bandeja de plata y consentiré sus caprichos. Mi
papi es tan poderoso. Tan perfecto. Mira lo que puede hacer con mi
cuerpo. Convertirlo en un recipiente de sexo y pecado y decadencia y
alivio. Soy suya.
—Es hora de follar. — gruñe, merodeando por mi cuerpo
mientras se baja la cremallera de los pantalones.
—S-sí, señor.
Solo me da una fracción de segundo para registrar el grueso y
pesado tronco que empuja con una mano temblorosa, antes de que lo
presione contra mi entrada. Los gruñidos de Dean colorean el aire
mientras lo introduce, su cálido aliento baña mis labios. —La estoy

Sotelo, gracias K. Cross


metiendo. Dios sabe que no puedes estar más mojada, dulce y perfecta
chica. Goteando en tu propio semen. — Su cuerpo se pone rígido, un
gemido que se le atasca en la garganta cuando por fin consigue
hundirse un par de centímetros, sus caderas empujando lentamente,
despacio, ganando terreno poco a poco. —Dios mío. No podrías hundir
una moneda en esta cosa, y mucho menos mi polla. Voy a hacerte
daño, maldita sea.
Y no quiere hacerlo. Es obvio que está ansioso pero en conflicto.
No voy a mentir, hay una presión definitiva que se acumula cada
vez que se hunde más, pero me refería a lo que dije acerca de querer
todo de él. Necesito que esté satisfecho para estarlo yo. La única forma
de darnos lo que ambos necesitamos es tentarlo para que me inflija
un dolor temporal.
Deslizo los brazos por encima de la cabeza, levantando la espalda
en un arco provocador, atrayendo su hambrienta atención hacia mis
pechos. Le sonrío y abro un poco más las piernas. —Es tan grande,
papi. — Reduzco la voz a un susurro. —Quiero sentirlo en mi
barriguita.
Dean emite un sonido ronco.
Su mano parece moverse por sí sola, acercándose a mi garganta.
Lo observa casi aturdido, pero cuando su erección palpita con más
fuerza dentro de mí, sé que le gusta el control que le da. Tenerme por
la garganta. Y a mí me gusta el poder indefenso que me da. Estar bajo
su dirección física y a la vez utilizar mi cuerpo para hacerle chocar.
— ¿Quién es el dueño de este coñito?— pregunta, con el labio
superior curvado.
—Usted, señor. — susurro.
Recorre la distancia restante y se deja caer encima de mí, justo
a tiempo para que grite en su hombro. Su mano permanece alrededor
de mi garganta, apretando una y otra vez, mientras comienza a
moverse. Es un apareamiento sudoroso, lo que me hace. Me usa para
atender su necesidad. Para aliviarse a sí mismo. Y me encanta. Me
encanta que lo haya llevado a esto, que lo haya enviado al precipicio y
a un mar de lujuria cruda y bestial. Su miembro es enorme, entra y
sale de mí, su enorme cuerpo, todavía completamente vestido, como

Sotelo, gracias K. Cross


en mis fantasías, sube y baja por el mío, casi desnudo, sus caderas
avanzan y retroceden, implacables, mis gemidos luchan por hacerse
oír por encima de sus gruñidos de posesión.
—Jo. De. Me. — gruñe en mi oído, los movimientos de las
caderas empiezan a ser inconexos, erráticos. —Esto de aquí es un
coño que vale la pena perseguir por todo Chicago. Eres una niña
apretada, ¿verdad? Corriendo por ahí, escurriéndote entre mis dedos.
Ya no. Cuando el sol se pone, abres estas bonitas piernas y das la
bienvenida a mi venida. O te persigo y las abro yo mismo.
Hipo, presa del pánico por otra oleada de placer. Me toma con la
guardia baja y me golpea, apretando mi carne alrededor de Dean y
convirtiéndolo en un monstruo rotundo. Un monstruo hermoso. Ruge
mi nombre y se abalanza sobre mí, bombeando una última vez, con
su mano agarrando con fuerza mi mandíbula. Aprieta su boca ahí, en
mi mejilla vuelta, gruñendo a través de su orgasmo, su cuerpo
surcando en ataques y comienza a deshacerse de cada chorro de
humedad caliente.
Jadeo y jadeo y jadeo porque esto es nada menos que un
bautismo.
Lo abrazo con fuerza, renovada en su placer. En el mío. Es un
propósito oscuro como nunca he conocido y no quiero que termine
nunca. Mañana volveré a ser autónoma y obstinada, pero cuando
estoy debajo de este hombre, no soy más que su perdición. Estoy
doblegada a su voluntad. Y ya sé que nunca habrá un momento en el
que haya tenido suficiente. Estoy perdida y encontrada.
En Dean. En el doctor Fletcher.
En mi papi. En mi señor.
— ¿Te he hecho daño?— jadea, escudriñando mi cara con
preocupación mientras nos pone de lado. — ¿Charlotte?
—No. — le susurro, volviéndome a sus brazos. Dejo que me
acerque hasta que su corazón golpea mi oído. —No puedo... no puedo
poner en palabras todavía lo que sentí.
Traga con fuerza. —Yo tampoco. — Me levanta la barbilla y me
mira a los ojos. —Pero tenemos el para siempre para descubrirlo. ¿No
es así?

Sotelo, gracias K. Cross


Para siempre.
La mirada de sus ojos marrones dice que esto no es negociable.
Su cuerpo acaba de adueñarse por completo del mío, no se puede
negar. Y mi corazón... era suyo desde lejos. Ahora que lo conozco, que
he sido testigo de su compasión y de su disposición a comprometerse,
estoy cayendo aún más profundo. Decir que no para siempre con este
hombre es una quimera, pero no estoy totalmente convencida de que
pueda darme la autonomía a la que me aferro fuera de la cama.
Después de encontrar tanto placer bajo sus órdenes, ya se hace más
difícil decirle que no. Mantenerlo a una distancia suficiente como para
poder cumplir la promesa que me hice de hacerlo sola.
—Empecemos por mañana. — digo, posando mi boca sobre la
suya, arrastrando mi lengua por la costura de sus labios, esperando
distraerlo.
Su mano se aprieta en mi cadera, su frustración es evidente. —
Pues mañana, Charlotte. — dice con fuerza. Y antes de que pueda
responder, me pone de nuevo boca arriba y me penetra con su grosor,
tomándome con un gruñido frenético mientras me aferro a la vida.
Física y emocionalmente.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 5
DEAN

Me apoyo con las manos en la pared de la azotea y fijo la vista


en el edificio donde Charlotte trabaja en la empresa tecnológica,
sacudiendo la cabeza con consternación, como suelo hacer estos días.
Las gotas de agua de la piscina donde he estado nadando durante la
última hora ruedan por mi espalda, mi barbilla y mi pelo. Mis intentos
de librarme de esta energía inquieta han sido infructuosos, pero al
menos la vista es más satisfactoria que la que se tiene desde el interior
de las duras paredes blancas del hospital.
Charlotte y yo llevamos oficialmente tres días viéndonos y cada
uno de ellos es en parte una lucha y en parte un paraíso. Lucha porque
me paso cada puta hora resistiendo el impulso de presentarme en su
oficina, ponerle las manos encima y avisar a cualquier compañero de
trabajo masculino que está fuera del mercado. Y el paraíso porque sé
que ella vendrá a mí por la noche.
Me hará sufrir antes de dejarme bajo esa falda.
Inevitablemente.
Mi Charlotte se aferra a sus principios, insistiendo en “limpiar”
durante al menos una hora antes de dejarme alimentarla. Antes de
que me deje tirarla sobre cualquier superficie disponible y tener un
orgasmo hasta que esté hablando en un galimatías. Supongo que
debería estar aliviada de que su limpieza solo incluya el examen de
mis viejos archivos médicos. Si alguna vez intentara fregar mi ducha,
creo que acabaría perdiendo los nervios.
Vuelvo a tamborilear con los dedos en la pared, entrecerrando
los ojos hacia el edificio de Charlotte, como si pudiera verla a través
del acero, el cristal y el hormigón. Tener a esta chica en mi vida es un
ejercicio constante de autocontrol. Quiero más. Quiero todo de ella.
Cada segundo de su tiempo, cada onza de su confianza, todo tipo de
promesas. Compromisos. Todo. Pero me mantiene a distancia, y
diablos, tiene una buena razón, considerando lo que pasó en su

Sotelo, gracias K. Cross


pasado. Por no mencionar que mi objetivo final es desgastarla, poco a
poco. Hacer que ceda, que se dé cuenta de que no soy un imbécil tirano
(la mayor parte del tiempo) y que acepte la ayuda que tanto deseo
darle. Sin embargo, eso va a llevar mucho más de tres días, así que
aquí estoy. Nadando en la piscina de la azotea, intentando mantener
mi cordura, que pende de un hilo muy fino.
Cuando recuerdo la otra razón por la que estoy aquí, los
músculos de mis hombros se tensan y me alejo de la pared, paseando
por el borde de la piscina aislada. Me dispongo a sumergirme en la fría
profundidad del agua para nadar más vueltas, pero me detengo en
seco cuando suena mi teléfono.
Probablemente sea el hospital, aunque no tengo una operación
programada hasta las dos y ya es casi la hora de comer. Cuando cojo
el teléfono y miro la pantalla, me sorprende ver que es Charlotte la que
me envía un mensaje. El pulso se me acelera y se me pone a mil por
hora. Ella nunca había iniciado una conversación de texto conmigo y
mi ridículo corazón late a un ritmo errático, queriendo creer que esto
es una señal de progreso.

Charlotte: Hola. ¿Has abierto a alguien hoy?

Tirando de mis labios, respondo.

Dean: Todavía no. Trasplante de pulmón a las dos.

C: Suspiro de ensueño.

D: Me gustaría ver ese suspiro soñador en persona.

C: Lo verás. Esta noche. Pero... confesión importante. Te echo de menos.


Mucho. Es un poco molesto.

Jesús, mi caja torácica se está cerrando sobre mi corazón,


ahogándolo. Me echa de menos. Es un regalo tan inesperado que a mi

Sotelo, gracias K. Cross


brazo le cuesta sostener el teléfono momentáneamente. No hay
manera de que pueda esperar hasta esta noche ahora que sé que
también piensa en mí. Lo suficiente como para admitirlo, que no es
poco para Charlotte. Probablemente debería tomar esta bendición,
esta prueba de progreso, y alegrarme. Pero contentarme con medias
tintas no está en mi ADN, así que hago una foto de la piscina aislada
donde estoy nadando y se la envío.

D: Estoy aquí durante la próxima hora. Ven a verme. Solo estoy a unas
manzanas de ti.

C: Nunca ha sido más obvio que estoy viendo a un millonario excéntrico.

C: No puedo dejar el trabajo para venir a nadar... ¿o sí?

D: Sí. Órdenes del médico. Te escribiré una nota.

C: No tengo traje de baño.

D: Bien.

Le envío la dirección, junto con el código del teclado del ascensor


del vestíbulo, para que pueda llegar a la azotea, y luego espero, con mi
apetito por ella cada vez más voraz. El mayordomo sale de la puerta
de cristal del otro extremo de la azotea para preguntarme si necesito
algo y pido champán para Charlotte y agua mineral para mí, ya que
tengo una operación esta tarde. Tarda veinte minutos en llegar, pero
mi Dios, vale la pena cada segundo de espera. Vestida con un top rojo
ajustado y unos vaqueros con tacones, es un milagro que haya llegado
hasta mí sin que la hayan robado en la calle. Pero lo mejor es la forma
en que sonríe y se sonroja cuando me ve.
—No me advertiste que estarías en traje de baño. Con corte
europeo y todo. — dice Charlotte, acomodando su largo cabello detrás
de una oreja. —Vaya. Es que... no te he visto sin ropa.
—Sí. — respondo, acercándome a mi chica. Tocando su
mandíbula e inclinando su cara hacia arriba, el simple acto de
autoridad hace que sus ojos se vuelvan vidriosos. —Estoy demasiado

Sotelo, gracias K. Cross


impaciente como para molestarme con ellas cuando llega el momento
de estar dentro de ti.
—Bueno...— Se humedece los labios, atrayendo mi embelesada
atención. — ¿Tal vez podría intentar molestarse la próxima vez, señor?
Me gusta su aspecto.
Lentamente, presiono mi pulgar en su boca y gime, chupando el
dígito, balanceándose ligeramente sobre sus tacones. El mayordomo
elige ese momento para volver con nuestras bebidas y Charlotte
empieza a intentar retirarse, pero avanzo sobre ella, manteniendo el
pulgar en su boca, acercándola con el brazo contrario alrededor de sus
caderas. Y tras unos segundos de asombro, la tensión desaparece de
su cuerpo y me deja meterlo y sacarlo, meterlo y sacarlo, con la tez
cada vez más sonrosada y su cuerpo apretado frotándose contra el
mío.
—Solo estamos tú y yo. — murmuro, absorto en los movimientos
de sus labios. —Nunca hay nadie más.
Cuando el mayordomo se ha ido, quito el pulgar y lo sustituyo
por la lengua, besándola como lo haría si estuviéramos follando en el
suelo de mi despacho. Profundamente. Posesivamente. De su garganta
sale un maullido entrecortado, y ya he aprendido en los últimos tres
días que ese es el sonido que hace cuando se moja. Mi mano recorre
la parte delantera de su cuerpo, por encima de sus jóvenes tetas,
agarrando su coño a través de los vaqueros. —Esto es lo que voy a
comer, Charlotte.
Sus párpados se agitan. —Sí, señor.
Satisfecho más allá de las palabras por esta dinámica que se ha
desarrollado y florecido entre nosotros, aprieto su pequeño y perfecto
coño una vez más y doy un paso atrás. —Desvístete.
Dejando su bolso, Charlotte mira a su alrededor, claramente
nerviosa. Estamos en uno de los edificios más altos y hay privacidad
más que suficiente para que no la vean. Además, no hay nadie más en
la piscina, aparte del mayordomo ocasional. Pero a plena luz del día
en un lugar desconocido para ella, supongo que hay una ligera maldad
en desnudarse completamente. Sin embargo, parece que no puedo
evitar empujar sus límites. Comenzó llamándome señor,
manoseándola en la cama, refiriéndose a mí como su papi.

Sotelo, gracias K. Cross


Son cosas que nunca hubiera esperado de mí mismo. Mi única
explicación es la intuición de que ella necesita que le empujen sus
límites. Que eso satisface tanto su cuerpo como algo en lo profundo
de su mente. Charlotte es una de las personas más fuertes que he
conocido. Si no quisiera estas cosas que hago, digo y ordeno de ella,
me detendría. Se iría. El hecho de que siga adelante significa que
quiere explorar este intercambio de poder tanto como yo.
—Así que...— susurra, sacando la camisa roja por encima de su
cabeza, arrojándola sobre la tumbona más cercana. ¿Por qué me pone
tan caliente el hecho de que lleve un sujetador de lunares blancos y
negros? Al mismo tiempo, me inunda de afecto. Tanto que me cuesta
tragar. —Esto es un club...— Se echa la mano a la espalda para
desabrochar el sujetador, y observa la azotea. — ¿O tienes un
apartamento aquí?
—Un buen amigo es el dueño del ático. Esta es su piscina.
Exclusivamente. Viaja mucho y rara vez la utiliza. — Inclino la cabeza.
—Entonces la uso.
Los labios de Charlotte se mueven, su barbilla se levanta. —
Déjame adivinar, le salvaste la vida y el acceso ilimitado a la piscina
es su forma de pagarte.
—Fue la vida de su hijo. — admito, mi mandíbula se aprieta
cuando suelta el sujetador.
Joder. Esas pequeñas tetas malcriadas.
Persiguen mis sueños con sus sensuales pezones de frambuesa.
El hecho de que lleve un bañador de nailon no deja lugar a dudas
de lo mucho que disfruto con la visión de ellas. De ella. Dios, el mero
hecho de estar cerca de ella me pone más duro que el pecado.
A continuación, se desprende de sus tacones, los aparta con la
punta del pie y se pone a trabajar abriendo la cremallera de sus
vaqueros. — ¿Y vienes aquí solo para hacer ejercicio?
Siento un pinchazo sordo en la garganta, seguido de una oleada
de incomodidad. La estudio detenidamente y se me forma una línea
en el entrecejo. — ¿Por qué lo preguntas?

Sotelo, gracias K. Cross


Se encoge de hombros con el sol. —No sé... cuando entré aquí,
antes de que me vieras, noté cierta... tensión. Parecías encerrado.
¿Por qué estoy repentinamente sin aliento?
Tengo la garganta reseca y un ligero tic detrás del ojo derecho.
Con la esperanza de disimular la reacción a su pregunta, doy un paso
al costado y recojo mi agua mineral, doy un largo sorbo y lo vuelvo a
dejar. “Encerrado” es la descripción perfecta de lo que estaba
experimentando antes de que ella adornara la azotea. ¿Le digo por
qué? No confío en la gente. Simplemente no se hace. Especialmente
no sobre una debilidad mía. Esta chica, solo quiero que piense en mí
como fuerte, invencible. Pero le he pedido que me dé toda su confianza,
y hasta cierto punto, lo ha hecho. Me ha dado lo suficiente como para
que tenga el control de su cuerpo. ¿No le debo también mi confianza,
después de que haya sido tan valiente como para permitirme la suya?
—Los trasplantes de pulmón. — respondo finalmente,
carraspeando con fuerza. —Suelen hacerme dudar. Un poco. Solo he
tenido una operación fallida y fue de pulmones.
—Oh. — Se echa un poco para atrás. —Bueno, eso parece...
— ¿Qué?
—Totalmente humano. Y saludable. — Vacila un momento y
luego se baja los vaqueros, saliendo de ellos, dejándola en bragas de
lunares a juego con el sujetador. Luego cierra la brecha entre nosotros,
asentando una mano en el centro de mi pecho. —Si me estuvieras
operando...
— Jesús, no digas esas cosas. — gruño, mareándome
momentáneamente ante la horrible idea de tenerla en mi mesa de
operaciones.
—Si lo estuvieras. — insiste. —Querría que te cuestionaras a ti
mismo.
Levanto una ceja, tratando de atemperar la llamarada de
esperanza que se enciende en mi interior. — ¿Lo harías?
—Por supuesto. La medicina es un animal en constante
evolución. Un día, el método que crees haber perfeccionado cambiará.
Un cirujano de éxito se mantiene al tanto de las nuevas posibilidades.

Sotelo, gracias K. Cross


Incluso la posibilidad de que se equivoque. Esa es la más importante.
— Se pone de puntillas y me planta un beso en la barbilla. —Ahora
estoy aún más segura de que eres brillante.
Intenta alejarse de mí, pero la agarro por la cintura y la atraigo
hacia mí. En un abrazo. Por pura necesidad, porque me inunda la
gratitud y no es un sentimiento con el que esté familiarizado. La gente
suele mostrarme su gratitud y nunca le presto mucha atención. Solo
hago mi trabajo. Pero ahora puedo ver que están expresando algo que
es realmente profundo. Y ahora voy a prestarle mucha más atención.
Gracias a Charlotte.
—Gracias. — digo en su pelo. —Necesitaba escuchar eso.
Charlotte vuelve su exquisito rostro hacia el mío, con los labios
fruncidos. —Mírame, animando al Mesías de la Medicina.
Mi expresión se vuelve momentáneamente amarga. —Odio ese
apodo.
Su risita me calienta hasta los pies. —Si ese fuera mi apodo, lo
pondría en camisetas. ¡Incluso calcomanías en los parachoques!
—Algún día tendrás uno mejor.

Joder. Se me retuerce el pecho, las palabras te amo intentan


saltar de mi boca.
Esta chica me está dando vida y es casi tan doloroso como
hermoso.
Tal vez debería decírselo. Que atravesaría el infierno por ella.
Que dejaría la medicina y me iría a vivir a una choza al otro lado del
mundo si ella me mira así cada mañana. Pero Cristo, este no es el
límite que debería empujar. Hoy fue la primera vez que me envió un
mensaje de texto, admitió que me extrañaba. Tengo que estar contento
con eso, por ahora.
—Sí. — dice, haciéndose eco de mí. —Algún día.
La forma en que enfatiza esa palabra me recuerda la batalla
silenciosa que tiene lugar entre nosotros. Una vez más, con lo que ha
dicho sobre la evolución de la medicina, ha demostrado lo madura que
está para el campo de la medicina. Y una parte de mí quiere sacudirla
y exigirme que le facilite su educación. Sin embargo, su expresión evita

Sotelo, gracias K. Cross


ese sentimiento con bastante facilidad. De momento, me callo las
palabras. Tal vez no pueda hacerla cambiar de opinión fácilmente...
Pero puedo manipular su cuerpo.
No hay barreras físicas entre nosotros y ardo por estar así de
cerca de ella ahora.

Ahora.
Extendiendo la mano hacia adelante, enrosco su pelo alrededor
de mi puño. — ¿Por qué sigues con las bragas puestas?
Es como ver a alguien sumergirse. Pasa de ser juguetona a estar
abrumada en el espacio de un segundo, con la respiración
entrecortada. —Yo... Yo...
—Quizá querías que te las quitara. — Soltando su pelo, llevo
ambas manos a sus caderas, moldeándolas una vez, y luego
arrancando bruscamente su ropa interior, exponiendo su coño
desnudo al sol, dejando la prenda alrededor de sus temblorosas
rodillas. Aunque mi instinto es lanzarme hacia delante, ponerle las
manos encima y follarle la boca con la lengua, me inclino hacia un
lado y cojo su champán, acercándoselo a los labios. —Bebe, pequeña.
Bebe un sorbo y aparta los ojos, respirando con dificultad. Pasan
varios segundos mientras obviamente juega con algo en su mente. A
juzgar por su expresión vidriosa, ese algo es... nuevo. — ¿Esta bebida
me hará más... agradable, papi?
Esas palabras son un golpe erótico en el estómago.
Está insinuando que quiere jugar un juego. Uno oscuro.
Uno retorcido.
Como si pudiera negarle algo cuando está desnuda, dorada y
brillante a la luz del sol, con los párpados pesados por la excitación.
Como si pudiera poner fin a esto cuando me mira con ojos verdes y
serios, con los pezones fruncidos. También lo quiero. Quiero cualquier
cosa que la excite.
— ¿Por qué no te tragas hasta la última gota y dejas que yo me
preocupe de eso?— Le digo con voz áspera, inclinando el vaso hacia
sus labios de nuevo, mirando su garganta trabajar mientras toma el

Sotelo, gracias K. Cross


líquido. Luego dejo el vaso y la conduzco a la parte menos profunda
de la piscina, guiándola por los escalones.
—Oh, Dios mío, está caliente. — gime, deslizándose en el agua
azul y cristalina, con sus muslos desapareciendo bajo la superficie,
seguidos de su delicioso trasero. La sigo, memorizando sus sonidos de
placer, cada movimiento que hace. Siento que la obsesión que llevo
dentro se apodera de mí y es una lucha física para no rugir como una
bestia posesiva. ¿No entiende que mis entrañas están siendo arañadas
hasta el infierno cada segundo que estoy con ella?
El sexo es lo que puedo tener ahora.
Este juego.
Y voy a hacer que cuente.
Nadando junto a Charlotte, la guío hacia la parte profunda,
permaneciendo en el borde de la piscina. Sus movimientos son
lánguidos, un poco lentos, exagerados. El alcohol ha hecho que sus
mejillas se vuelvan ligeramente rosadas bajo su brillo habitual.
Cuanto más profundizamos, más tiene que patear para mantenerse a
flote, aunque mis pies llegan fácilmente al suelo, gracias a mi altura.
—No puedo tocar el fondo. — jadea.
—Yo sí puedo. — digo, acercándome a ella. —Ven aquí.
Me rodea el cuello con los brazos y respira aliviada. —Gracias,
papi.
—Rodéame también con las piernas. — le digo, presionando con
mi boca abierta el pulso en la base de su cuello. —Tenemos que tener
cuidado, ¿no?
—Sí...— Vacilante, acomoda el interior de sus muslos en mis
caderas, su coño roza mi erección y aspira un suspiro. — ¿No
deberíamos volver a la parte poco profunda?
— ¿Por qué no nos quedamos aquí un rato? Te tengo.
Asiente, pero frunce el ceño. —Me siento rara.
— ¿Rara cómo?

Sotelo, gracias K. Cross


—Con algo de sueño. — Se ríe y apoya su cabeza en mi hombro.
—Estás muy caliente.
—Mmmm. — Arrastro las palmas de las manos por la parte
exterior de sus muslos, dando vueltas para agarrarle el culo y
acercarla a mi polla dura. —Tú también lo estás. Caliente y apretada,
seguro.
—Papi. — susurra, levantando la cabeza rápidamente,
intentando zafarse de mi agarre. — ¿Qué estás haciendo? ¿Qué es eso?
Le susurro contra sus labios. —Todo lo que ocurre bajo el agua
no es real, pequeña. Es solo una farsa.
Se muerde el labio. —Como... ¿el tiempo de juego?
—Exactamente. — Excitado más allá de mis sueños más
salvajes, la hago retroceder lentamente hasta el borde de la piscina,
inmovilizándola entre la pared de hormigón y yo, inclinando mis
caderas crudamente contra su pequeño coño, frotándome
descaradamente mientras su mirada empieza a perder el foco. —Cierra
los ojos y déjame hacer lo que tengo que hacer.
— ¿Tienes que...?

—Oh, sí. Tengo que hacerlo. — Atrapo su boca con un beso lascivo
y me devuelve el beso, confundida, gimiendo cada vez que la froto... y
me pongo duro. Tan duro que su cuello empieza a perder fuerza y sus
párpados comienzan a caer. La levanto un poco más contra mí y sus
tetas suben y bajan en la superficie del agua. —Buena chica. — le digo
en el cuello. —Tan buena chica para papi. Sé que tienes sueño, pero
mantén las piernas levantadas para mí.
—Ajá. — murmura, con la cabeza ladeada. —Cansada...
Esto empezó como un juego, casi un coqueteo con el lado más
oscuro de nuestra lujuria, pero no tiene nada de divertido. Ahora no.
Si no me meto dentro de ella, no viviré para ver el siguiente minuto.
Me agarro a la cintura del traje, lo empujo hacia abajo lo suficiente
como para sacar la polla y luego la meto en su apretado agujero,
clavándola profundamente y golpeándola sin piedad contra el borde
de la piscina, con mis gruñidos resonando en la superficie del agua.
Poco a poco, se derrite hacia delante, apoyando su mejilla en mi
hombro, como si estuviera desmayada, pero puedo sentir su acelerada

Sotelo, gracias K. Cross


respiración contra mi cuello y sé que está excitada, que le encanta,
que está perdida en el terrible/maravilloso acto. El apretón revelador
de su coño me dice exactamente cuánto disfruta siendo una niña
pequeña, agraviada por el hombre en el que debería confiar.
Y si eso está mal, que así sea. La excitaré como sea que lo
necesite.
—Duele. — gime en mi cuello.
—Pobrecita. Solo unos segundos más. — jadeo, metiendo los
dedos en su culo. Recorriendo con mi dedo corazón la entrada trasera
y deslizando la punta, presionando con fuerza. Haciendo que se
sobresalte y gima. Y entonces sus músculos más pequeños se
agarrotan, cogiéndola desprevenida, y se agarra a mí
desesperadamente, de lado a lado, gimiendo, clavando sus garras en
mis hombros. —Ahhhh, joder. — gruño. —Ahora está más apretada.
Maldita sea. Aquí viene papi. — gruño, empujándola con fuerza contra
la pared de la piscina y apretando los dientes, soltando un grito
ahogado cuando mi semen empieza a fluir, llenando ese coño fuera de
los límites hasta el borde, el resto perdiéndose en el agua, pero aun
así empujo y empujo, con la mandíbula desencajada, la perfección de
su sexo manteniéndome caliente, provocándome para una embestida
más. Una más. Una más. Hasta que mis pelotas se agotan por fin y
me desplomo contra ella, con mi cuerpo temblando contra el suyo,
más pequeño. Estoy conmocionado, punto.
Cuando levanta la cabeza y me sonríe, perfectamente lúcida y
con los ojos brillantes de satisfacción, es muy evidente que me
estremece mucho más que la monstruosa necesidad que me inspira.
Es amor. Es obsesión. Es enmarañado e irresistible y para siempre.
Que Dios me ayude.
Ahora, si Charlotte aceptara eso y me hiciera el hombre más feliz
del mundo, podría descansar. Hasta entonces, voy a ser un hombre
poseído.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 6
CHARLOTTE

Estoy sentada en mi escritorio en el trabajo, inhalando el aroma


de mis rosas recién entregadas.
La antigua Charlotte las habría devuelto a la floristería sin
pensarlo dos veces.
¿La nueva Charlotte? No tanto.
Verlas en mi escritorio me hace pensar en Dean. Todo me hace
pensar en Dean. Ha pasado una semana desde que me reuní con él
para el almuerzo del siglo en la piscina de la azotea. Y si antes creía
que la intimidad entre nosotros se desbordaba, ahora sé que solo
estaba al borde.
Ya no soy yo misma.
Sentada en esta silla, me siento desnuda. Expuesta. Sensible.
Cada nervio.
Hay una palabra en la tarjeta que venía con las flores.

Compórtate.
Cuando la leí, dejé de poder respirar. Mi pulso aún late y llegaron
hace una hora, apenas puse un pie en la oficina. Me domina, este
hombre. Sin embargo, me siento como una diosa poderosa con el
mundo en la punta de los dedos. Exultante. Apreciada.
Mirando alrededor de la oficina, me doy cuenta de que un grupo
de mis compañeros de trabajo cuchichean, mirándome por encima del
hombro, y no puedo decir que los culpe. En estos días, llego a la oficina
en un estado de estupor sexual, con el labio inferior marcado por los
dientes y el pelo alborotado por los besos que me han dado al salir de
la casa de Dean. Soy muy consciente de mi cuerpo cada segundo del
día. Incluso el roce de mi pelo con la clavícula me hace estremecer. Me
hace pensar en él. En Dean. Doctor Fletcher. Señor. Papi.

Sotelo, gracias K. Cross


Veo mi reflejo en el monitor de mi ordenador, que se ha
oscurecido mientras soñaba despierta, y Dios mío, apenas reconozco
a la gatita sexual que me devuelve la mirada. Llevo un vestido gris de
tirantes que me llega hasta las rodillas, pero parece pintado, y me
levanta los pechos como una ofrenda sensual. Hay una abertura que
me llega hasta el muslo y ya me imagino la mano del doctor
recorriendo esa piel expuesta, arrastrándola más y más arriba.
Ya estoy imaginando cómo me ordenará. Cómo me penetrará.
Mirando mi reflejo, no tengo más remedio que reconocer que
estoy resbalando.
Rápido.
He empezado a pasar la noche. Ayer ni siquiera hice el amago de
limpiar, como me pagan. Estoy aceptando regalos. Cuando me llama
un Uber para no tener que coger el tren al trabajo, voy de buena gana.
Con agradecimiento.
Es una pendiente resbaladiza y ya he llegado a la mitad del
camino.
A través de la ventana de mi oficina, puedo ver el hospital que se
avecina en la distancia, y sé que es donde se supone que debo estar.
La lectura de los archivos personales de Dean ha encendido un fuego
aún más poderoso dentro de mí, me ha hecho morder el polvo para
poner en práctica las palabras. Para aprender más y convertirme en
cirujano, como siempre he soñado hacer. Sería tan fácil aceptar el
regalo que Dean quiere hacerme. Si empiezo a ceder después de tan
poco tiempo, ¿dónde estaré dentro de un año? ¿Viviendo en su casa?
¿Malcriada hasta la saciedad y asistiendo a la facultad de medicina?
Dejando escapar un suspiro de preocupación, me inclino hacia
atrás en mi silla, ordenándome empezar con mis tareas del día. Pero
justo cuando abro el archivo de referencia requerido, se hace otra
entrega en mi escritorio. Esta vez es una orquídea. Es preciosa. Viva.
Todavía salpicada de humedad.
Mi corazón vuelve a volar por los aires.
Porque lo amo. Estoy absolutamente, cien por ciento, enamorada
de Dean Fletcher.

Sotelo, gracias K. Cross


Siempre he estado encaprichada, ¿pero esto? Este es el
verdadero negocio. Ahora lo conozco. He bajado la guardia y él ha
hecho lo mismo conmigo. Estamos... unidos. Fundidos. Adjuntos.
Una imagen ocupa mi cerebro de repente. La cabeza de Dean
inclinada hacia atrás en la almohada, riéndose de algo que he dicho.
Me hace preguntas sobre mí mientras hago lo mismo, al revés. A veces
hablamos hasta las horas más oscuras de la mañana, susurrando
como si nos fueran a atrapar. Pienso en cómo me atrae entre sus
brazos cuando empiezo a bostezar, me arropa en su cuerpo de forma
protectora, acariciando con dedos mágicos mi columna vertebral hasta
que me duermo. Y no sé cómo he podido vivir antes sin él. Estoy bajo
su hechizo y no quiero salir.
Con los labios apretados, busco la tarjeta pegada a la orquídea
y la leo con la respiración entrecortada.

Operación de trasplante de hígado a las 11. He anotado tu nombre para la


galería de observación.

Ven a ver. D
Ya me he puesto en pie, mi cadera choca con el escritorio y casi
me hace perder el café. Abro el último cajón de mi escritorio y saco mi
bolso, colgándomelo al hombro, intentando calmarme mientras me
acerco al despacho de mi jefe. Cirugía. Voy a ver una operación en
directo. Y no un trasplante cualquiera. Este será realizado por el
mismísimo Mesías. Una vez leí en Internet que el decano solo permite
una audiencia de estudiantes de medicina una vez al año, y que tienen
que entrar en una lotería para ganar un asiento. No hay manera de
que pueda dejar pasar esto. Es una oportunidad única en la vida.
Golpeo ligeramente la puerta de mi jefe, la abro y entro.
Se inclina de lado para verme alrededor del monitor de su
ordenador y me echa una mirada descarada que me da ganas de
vomitar. Es un niño comparado con mi novio. Un niño de veintiún
años que ganó millones con una aplicación que borra las aplicaciones
no utilizadas y usa camisetas que dicen "Icónico" o "Byte Me", y
generalmente es mordaz y sarcástico con cualquiera que lo involucre.
Normalmente lo evito como a la peste a menos que me den un encargo,
pero tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.

Sotelo, gracias K. Cross


—No me siento bien. — digo, frotándome la garganta. —Dolorida.
Con escalofríos.
Con una sonrisa, se sube las gafas. —Tengo ese efecto en las
mujeres.
En mi interior, me encojo mientras él se ríe de su propia broma.
—Es mi periodo. — miento.
Se derrite detrás de la pantalla, como si acabara de invocar al
diablo. —Vete.

Cobarde.
— ¡Gracias!
Agarro otro café en la planta baja, necesitando algo que hacer
con mis manos con toda la emoción. Hace un día precioso, así que
decido ir andando al hospital y todavía llego un poco antes, la crujiente
esterilidad de la unidad quirúrgica me da una sensación de vuelta a
casa. Una sensación de pertenencia. Hay un grupo de estudiantes de
medicina esperando para entrar en la zona de observación para la
cirugía y es evidente que sienten mucha curiosidad por mí, la chica
vestida para seducir a su novio. Una cosa no es como la otra. Y
estando aquí, viéndolos con sus batas, me golpea un anhelo tan feroz
que tengo que concentrarme en mi respiración para superarlo. Quiero
unirme a ellos.
Resbalando. Estás resbalando.
Desesperadamente, intento recordar por qué le prometí a mi
madre que nunca permitiría que un hombre me mantuviera. Es solo
cuestión de tiempo antes de que se apoderen de ti. Te hagan creer que no serías nada
sin ellos y su dinero. Quieren que seas débil, para sentirse fuertes, pero también te
castigarán por esa debilidad.
Repetirme esas palabras suele ayudar, pero parece que ya no
puedo aplicárselas a Dean. No encajan. Pero mi madre también cayó
en una trampa así, ¿no? ¿Excusando a su novio? ¿Tengo anteojeras
por nuestra intensa relación física?
La puerta de la galería se abre y los estudiantes de medicina
entran en fila, yo en la retaguardia. Encuentro un lugar a la derecha,

Sotelo, gracias K. Cross


una fila más atrás, y trato de absorber todo a la vez. El equipo
quirúrgico preparando al paciente, asegurándose de que sus
herramientas están alineadas, cada una de ellas contada. Y entonces
Dean entra en el quirófano, con las manos enguantadas y levantadas
delante de él, para no tocar nada y contaminar el látex. La mitad
inferior de su cara está oculta por una máscara, la cabeza cubierta
con una gorra de quirófano, el pelo oscuro asomando por la espalda.
Se eleva por encima de todos. Una presencia.
—Es él. — susurra uno de los estudiantes de medicina. —El
Mesías.
—Mierda, es intimidante. — dice un estudiante con un gorro
rojo.
—No podía creerlo cuando salió el aviso de la lotería: la segunda
de este año. Normalmente solo hace uno. Me pregunto qué habrá
cambiado.
—Quizá se ha echado una novia que lo ha ablandado. — sugiere
el del gorro rojo.
—Lo hizo. — digo, automáticamente, y luego me sonrojo hasta la
raíz del pelo.
Y es entonces cuando Dean me mira a través del cristal de la
galería, con sus afilados ojos marrones subiendo por la longitud de mi
muslo, tan expuesto por la raja. Baila a lo largo de mis hombros
desnudos, bajando hasta mis pechos. Su cabeza se agita ligeramente,
solo una ligera inclinación, y todo mi cuerpo se calienta enormemente.
Porque sé lo que significa esa inclinación. Significa que voy a pagar
por llevar este vestido más adelante. Probablemente acabe hecho
jirones.
Durante las siguientes cuatro horas, estoy segura de que no
muevo ni un músculo, con los ojos concentrados en las manos de
Dean, en los metódicos movimientos de los bisturíes y las pinzas.
Esta es la cirugía que debería haber dado a mi padre otros
cincuenta años de vida.
Esta es la razón por la que quiero ser cirujano.

Sotelo, gracias K. Cross


Puedo alcanzar ese sueño, más pronto que tarde. ¿Es eso lo que
está tratando de mostrarme?
Esa pregunta se desvanece a medida que me quedo más absorta,
junto con los estudiantes. Y no solo estoy fascinada por la cirugía, sino
por el hombre. Su autoridad, su confianza, su enfoque. Un genio. El
hombre es un genio, un salvador de vidas. Es mi amante. El poder que
ejerce en el quirófano es detallado y concentrado, mientras que se
desata cuando estamos juntos. Mientras sutura al receptor del
donante, completando la cirugía, todo lo que puedo pensar es en la
energía aprovechada de Dean. En su control.
Escucho a los estudiantes susurrar sobre él con asombro... y
que Dios me ayude, estoy excitada, de esta manera anhelante y
adoradora que siento en todas partes. En mi garganta, mi pecho y mis
entrañas. Él es el Mesías y soy su novia. Soy la que tiene la libertad
de recompensarlo, de alabarlo, como se merece. Mi cuerpo ya se está
preparando para hacerlo, se está volviendo húmedo y flexible en mi
centro, cada centímetro de mi piel está febrilmente caliente.
Llega un interno del hospital para desalojar la galería y los
estudiantes de medicina salen primero, todavía dirigiéndome miradas
curiosas. Antes de que pueda salir por la puerta, me detiene el interno
y me dice con rotundidad: —Por favor, sígame, señorita Beck.
—Oh...— Hay un revoloteo salvaje en mis venas. —Gracias.
No tengo ninguna duda de que me llevarán con Dean, y estoy en
lo cierto.
Su amplio despacho está vacío cuando entro; el interno cierra la
puerta enérgicamente detrás de mí. Paso un dedo por el borde pulido
de su escritorio, sobre la placa dorada que proclama a su propietario.
Al otro lado de la ventana, el horizonte de Chicago es una silueta
contra un atardecer anaranjado y rosado, que arroja a la oficina un
resplandor de ensueño. Lentamente, con los ojos cerrados para evitar
la inundación de lujuria que me recorre, me bajo el corpiño del vestido
hasta que casi se me salen los pechos y me apoyo en su escritorio para
esperar.
Cinco minutos después, el pomo gira y Dean entra, recién
duchado y con ropa de calle, con la mandíbula rígida por la tensión.

Sotelo, gracias K. Cross


Hambre.
Con hábiles movimientos, cierra la puerta con un chasquido y
engancha la cerradura.
Y no estaba planeando esto. No lo tenía previsto. Pero obedezco
a mis instintos cuando se trata de mi relación con Dean. Mi lujuria no
me deja otra opción. Así que me dejo caer sobre las manos y las
rodillas, arrastrándome hacia él, con la respiración entrecortada
dentro y fuera de mis pulmones. Cuando llego a sus piernas, me
arrodillo y mis dedos tantean ansiosamente la hebilla de su cinturón
y su cremallera. Me acaricia un momento el lado de la cara y luego me
atiza el pelo con propiedad, provocando un sollozo en mi boca.
— ¿Qué es esto, Charlotte?— Dean gruñe.
—No lo sé. — susurro, inclinándome para frotar mi mejilla contra
su erección a través del algodón negro de sus calzoncillos. —Quiero
servirte. Lo necesito. — Le beso la gruesa curva. Besos obscenos, con
la boca abierta, que humedecen el material de su ropa interior. —Mi
papi es tan poderoso. — susurro, temblando. —Déjame adorarlo.
La cabeza de Dean cae hacia atrás en un gemido estrangulado,
su erección pulsando contra mis labios. —Dios, sí, pequeña. Mírate.
Te mueres por chuparlo, ¿verdad?
—Sí. Sí.
—Adelante. Mastúrbate en ella. Fóllame con la boca. Por favor.
— jadea. —Pero no lo hagas por gratitud por la visualización. No
necesito que hagas eso. Solo te quiero feliz.
—Lo sé. — susurro, en serio. —No hay gratitud. — Beso su
excitación. —Solo devoción.
Su pecho se agita, sus dedos trabajan los botones de su camisa
rápidamente, quitándosela, sus pectorales y abdominales tensos por
la anticipación. Exhalo un cálido aliento a lo largo de su rastro de
felicidad, acariciando ese pelo oscuro con mi lengua. Y sin dejar de
mirarlo, bajo los lados de sus calzoncillos, gimiendo ante su enorme
visión, recorriendo con mis labios los lados lisos y llenos de venas,
sorbiendo la punta. Besando. Lamiendo. Con ganas de complacerlo de
todas las maneras posibles. Me acerco todo lo posible sobre mis
rodillas, hasta que llegan a los dedos.

Sotelo, gracias K. Cross


Entonces lo deslizo en mi húmeda boca, gimiendo, acariciándolo
con mis manos. Saboreo el mentol de su jabón y el inconfundible sabor
salado de Dean cuando está listo para el sexo. Nunca me lo he llevado
a la boca, pero he probado los sabores en otros lugares de su piel y, si
pudiera llevarlos como un perfume, lo haría. Lo rociaría dentro de mis
bragas, en mis pezones, en el interior de mis muslos. Me deleitaría con
su esencia como lo estoy haciendo ahora, subiendo y bajando mi boca
por su rigidez, luchando con pequeños sonidos ahogados para meterlo
en mi garganta, para poder darle el regalo de mi asombro, mi
admiración, mi entrega.
—Jesús, Charlotte. — aprieta entre los dientes, con el puño
retorciéndose en mi pelo. —Ahhh Cristo, me estás... me estás follando
la garganta. No puedo durar así.
Parpadeo inocentemente, y luego lo llevo un centímetro más allá,
con su gruñido fuerte en la oficina iluminada por el atardecer. Estoy
absorbiendo la vibración de su placer cuando me levanta y me tira
sobre su escritorio. De espaldas. Mi cabeza cuelga sobre el borde de la
madera lisa más cercana a Dean, mis rodillas abiertas al horizonte. Y
está de nuevo en mi boca, introduciendo su miembro palpitante entre
mis labios, sus dedos trazando el bulto que crea en la parte delantera
de mi garganta.
—Oh, Dios mío. — gruñe, su respiración viene en ráfagas cortas.
—Mira cuánto quieres a papi. Mira qué buena chica eres.
Grito alrededor de la invasión de él, el talón de mi mano
presionando el montículo de mi sexo, tratando de combatir la caliente
sensación de apriete. Me golpea una y otra vez hasta que estoy segura
de que voy a tener un orgasmo por tener a Dean en la boca. Del
glorioso sabor de él, de la forma en que gruñe como un animal cada
vez que ese nudo aparece en mi garganta. La forma en que crea un
ritmo de bombeo, teniendo una especie de coito sucio con mi boca,
sus bolas apretadas, presionando cómodamente a mi cara.
Estoy a unos segundos de alcanzar el clímax cuando Dean se
retira con un rugido estrangulado y se dirige al otro lado del escritorio
como un dios furioso. —Si crees que no vas a ser adorada de la misma
manera, Charlotte, no has estado prestando atención. — Me tira de la
espalda hasta el borde del escritorio y me pone en posición sentada
por el escote de mi vestido, separando nuestras bocas a menos de un

Sotelo, gracias K. Cross


centímetro. — ¿Quieres sentir lo que pasa cuando entras en mi
quirófano vestida para ponerme dura la polla?
—Ajá. — empujo a través de unos labios que hormiguean, con
los párpados pesados, toda yo palpitando con calor. —Por favor. Por
favor.
Dean guía su eje entre mis piernas, apartando mis bragas y
empalándome con un áspero impulso, haciéndome gritar con la boca
cerrada, mis ojos desgarrándose por la pura plenitud de él dentro de
mí. No hay pausa entre su primer empujón y el siguiente. Simplemente
me está follando los sesos en el mismo borde de su escritorio, mi
trasero chirriando hacia arriba y hacia atrás en la madera pulida, mis
tacones altos cayendo al suelo de uno en uno.
Este no es el cirujano cuidadosamente controlado de la sala de
operaciones.
Es un depredador excitado y soy su presa.
Su título de médico de Harvard es lo último que veo antes de que
mi cabeza caiga hacia atrás, con los ojos cerrados y la espalda
arqueada. Gimoteo cuando me baja el corpiño del vestido, dejando que
mis pechos reboten para su disfrute. Y de alguna manera, al ver mis
pechos desnudos, se pone más duro. Más rápido. Más duro. Gruñendo
entre besos y mordiscos en mi cuello. Voy a tener marcas por todas
partes y ni siquiera me importa.
—Las quiero. Márcame. — gimoteo. —Hazme daño, papi.
Y lo hace. Con tanta dulzura. Tan perfectamente.
Me saca del escritorio y me da la vuelta. Me empuja boca abajo,
me pone de puntillas y vuelve a penetrarme por detrás. Tras un
gemido, me abre los tobillos de una patada y se lanza por todas,
golpeándome contra el escritorio. Me clava los dientes en el cuello y
vuelve a subir. Me golpea las caderas con las yemas de sus dedos, de
fama mundial. Me cambia de adentro hacia afuera, mi corazón vuela,
se eleva, está vivo por primera vez. Palpitando con la comprensión
íntima de este hombre mientras mi cuerpo le rinde homenaje.
— ¿Sabes lo que me hace? ¿El saber que el coño húmedo y
caliente de mi novia está al otro lado de la ciudad donde no puedo
atenderlo?— Me mete una mano por debajo de las caderas y encuentra

Sotelo, gracias K. Cross


mi clítoris con los dedos corazón y anular, acariciando el capullo con
una precisión impresionante. Con tal exactitud que mi vista vacila, la
respiración se atasca en mi garganta. Oh, Dios. Mis piernas ya
tiemblan por la proximidad de la liberación. Esta vez me va a matar.
Me va a diezmar. —Cuanto antes estés aquí conmigo, mejor, Charlotte.
La matrícula estará resuelta. Encontraré una pasantía especial.
Asegúrate de estar cerca de mí durante toda la carrera de medicina.
No puedo soportar estar lejos de ti. Te necesito aquí en todo momento.
Me obsesionas. Tú y este apretado coño hacen que papi se vuelva loco.
¿No lo ves?
Mientras dice estas palabras, entra y sale de mí, su toque
embriagador en mi manojo de nervios, drogándome, reduciendo mis
pensamientos a terminar. Es lo único en lo que puedo pensar, a pesar
del cosquilleo de advertencia en mi nuca. Solo necesito embotar la
lujuria. Ahora, ahora, ahora. O me va a cortar en pedazos.
Me aferro al borde del escritorio y sollozo su nombre, las
omnipotentes ondulaciones que finalmente comienzan en mi bajo
vientre y se extienden como un incendio, ahogando mi aire, tensando
mis músculos, una y otra vez, mi cuerpo temblando como una hoja.
Goteo alrededor del eje que sigue entrando y saliendo de mí, un
chirrido que resuena en la habitación cuando Dean se introduce
profundamente por última vez, moliendo hacia arriba e inundándome
con fuego líquido, ambos gimiendo a través de nuestros clímax, las
manos tanteando y agarrando y agarrando para comprar.
—Charlotte, Charlotte, Charlotte. — me canta en el cuello y
acaba por sacarme del escritorio, con la espalda pegada a su pecho y
sus fuertes brazos envolviéndome. Todavía estoy bajando de la enorme
altura a la que me impulsó, pero sus palabras vuelven a mí en
pedazos, tensando mis músculos por una razón totalmente diferente.

Cuanto antes estés aquí conmigo, mejor, Charlotte. La matrícula estará


resuelta. Encontraré una pasantía especial. Asegúrate de estar cerca de mí durante
toda la carrera de medicina. No puedo soportar estar lejos de ti. Te necesito aquí en
todo momento.
En lugar de atesorar el interior de sus brazos, tengo la sensación
de estar atrapada. A propósito. Y la indignación, el dolor, la traición
se aceleran a través de mi vulnerable sistema, cortándome las rodillas.

Sotelo, gracias K. Cross


Todo este tiempo, solo ha fingido respetar mis aspiraciones de ganar
el dinero para la escuela de medicina por mi cuenta. Sin embargo,
nunca tuvo la intención de aguantar mis reticencias para siempre. ¿Lo
hizo?
—Sabes...— Me vuelvo a poner el vestido en su sitio, liberando
sus brazos. —Puedes jugar a ser Dios con tus pacientes, pero no
conmigo, Dean.
Me da la vuelta, y su expresión se vuelve recelosa. — ¿De qué
estás hablando?
—De lo que dijiste. Sobre la matrícula que se está manejando.
Que yo esté aquí más pronto que tarde. — Lo miro fijamente a través
de un velo de lágrimas. — ¿Estabas fingiendo que te importaban mis
deseos?
Duda una fracción de segundo antes de emitir una negación. —
No.
—Estás mintiendo. — susurro.
Y no se molesta en negarlo. —Pensé que una vez que te dieras
cuenta de que puedes confiar en mí, podríamos volver a abrir la
discusión.
— ¿Por qué? Planeaste salirte con la tuya sin importar qué.
—Charlotte. — dice, acercándose a mí, visiblemente preocupado.
Sacudido por el dolor en mi tono.
Bailo fuera de su alcance justo antes de que pueda tocarme,
poniendo el escritorio entre nosotros. Se necesita tanta confianza para
hacer las cosas que hemos hecho juntos en la cama. El poder que le
he dado sobre mí, el control de mi cuerpo, incluso los títulos con los
que me refiero a él. Todo eso parece robado ahora.
Nunca respetó mis sentimientos.
Solo me seguía la corriente.
Si dejo que esto continúe, terminaré rota como mi madre
después de su dolorosa relación.
—Creo que no quiero verte más. — susurro, buscando a tientas
mi bolso. —Haré que la agencia de limpieza te devuelva el dinero. No

Sotelo, gracias K. Cross


me envíes más regalos. Por favor. Ya va a ser bastante duro...— Me
interrumpo con un sollozo.
Mientras hablaba, Dean se ha quedado muy quieto, pero sus
ojos son otra historia. Son como el fuego de una estructura, ciudades
enteras ardiendo hasta las cenizas en sus profundidades. —No lo dices
en serio, Charlotte. No estás terminando esto realmente.
—Sí, lo estoy haciendo. — digo temblorosamente, limpiando la
humedad de mis mejillas.
—No. — dice con firmeza, acercándose lentamente al escritorio.
Un dios que desciende de los cielos para dirigirse a sus súbditos. —La
respuesta es no.
Pongo algo de acero en mi columna vertebral. —Tú no eres quien
decide. Soy yo. Igual que yo decido mi propio futuro. No tú.
Pasa un tiempo. —Admito que tenía planes para persuadirte…
—Eso es lo que has estado haciendo todo este tiempo. Estar a
cargo de mí. Siendo mi papi. — Sus ojos parpadean salvajemente ante
esa palabra. —Te estabas posicionando como mi tomador de
decisiones para poder usar nuestra relación en mi contra.
—Mierda. — grita. —Nuestra relación única no tiene nada que
ver con mi negativa a dejar que se desperdicie tu potencial. Nunca lo
ha tenido.
Levanto una ceja. —Entonces, ¿si quisiera ejercer en otro
hospital una vez que me haya graduado?
Dean comienza con eso, apretando la mandíbula.
—Eso es lo que pensaba. Esto es una cuestión de control. Como
me advirtió mi madre.
—No. — respira, su pecho sube y baja más rápido. —Charlotte,
se trata de que estoy locamente enamorado de ti y me muero por tener
la oportunidad de hacerte feliz. Y sí, para mantenerte cerca. Nunca
utilizaría el dinero contra ti. Y si crees que lo haría, no me conoces.
—Tal vez no. — susurro, sin aliento.

Me ama. Ha dicho que me ama.

Sotelo, gracias K. Cross


Más que nada, quiero volver a arrodillarme y arrastrarme hacia
él. Mi cuerpo lo anhela incluso ahora, apenas unos minutos después
de estar juntos. Mi corazón grita lastimosamente en mi pecho,
necesitando estar cerca del hombre que lo hace latir. Pero no puedo.
No puedo. Rompió mi confianza. Si cedo esta vez, lo hará de nuevo. Es
un patrón. ¿No es eso lo que siempre dice mi madre?
Conteniendo un nuevo sollozo, me dirijo a la puerta, pero él se
me adelanta, rodeándome con sus brazos. Me acerca y me mece. —
Quédate. Iremos juntos a casa. Te leeré mis expedientes médicos en el
baño otra vez. — murmura, seduciéndome con roces de su boca sobre
la mía, con sus amados ojos implorando. Seductor. —Usaré mi
cinturón para asegurarte al cabecero de mi cama y te follaré
lentamente durante horas. ¿Recuerdas cuánto te gustaba eso?
¿Recuerdas que tuve que limpiarnos con una toalla dos veces que
sudábamos tanto?
Gimo, inclinándome hacia delante, porque mis rodillas
simplemente se vuelven inútiles.
Pero nací terca. Tengo esa cualidad a raudales, así que la invoco
ahora, la convoco a través de la niebla de lujuria en la que he estado
atrapada durante semanas. —No. — Me zafé de su abrazo,
manteniendo los ojos desviados para no mirarlo y ceder. —Se acabó.
Respira con dificultad y me levanta la barbilla, lo que me obliga
a mirarlo a los ojos, que están destruidos. Ruinas de su antiguo ser.
Lo he matado y eso hace que una nueva ración de lágrimas se agolpe
en mis ojos, la culpa me atraviesa el estómago. —Voy a dejar que te
tomes un tiempo para pensar, pero entiéndeme, pequeña, va a ser un
espacio de tiempo muy corto. Mi cordura no puede soportar mucho
más que eso, si es que lo hace. Solo te permito salir de aquí ahora
mismo porque mis marcas están por todo tu precioso cuerpo. Estás
tomada por mí, las mordeduras y los moretones están ahí para
demostrarlo. Estás cubierta de mí. — Me apoya contra la puerta, con
fuerza, haciéndome gemir. —Vete directamente a casa y piensa en lo
mucho que jodidamente te amo. Cómo vivo por ti. Y luego vuelves a
casa con papi para siempre. ¿Está claro?
No puedo responder a eso.

No puedo.

Sotelo, gracias K. Cross


Me agacho y tanteo el pomo de la puerta, escapando al pasillo
por los pelos, con los ojos de Dean quemándome la columna vertebral
hasta que giro al final del pasillo del hospital y rompo a correr, con las
lágrimas recorriendo mis mejillas.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 7
DEAN

No sé qué hacer conmigo mismo. No sé cómo evitar seguir a


Charlotte, así que voy a la azotea y nado. Mis brazos golpean el agua,
creando una corriente con el impulso urgente de mi cuerpo. Nado
tanto tiempo que mis músculos empiezan a gritar, mi garganta en
carne viva de tanto respirar. Pero nada, nada, puede librarme del
pánico. O el recuerdo de la traición que se registra en su rostro. Su
pérdida de fe en mí.
Y tenía todo el derecho.
Tenía todo el puto derecho a dejarme, esa es la píldora más difícil
de tragar.
No voy a permitir que se vaya, pero sus acciones estaban
justificadas. Puedo verlo ahora con un poco de espacio y con la
claridad que se obtiene cuando a uno le arrancan el corazón del pecho.
Una de las millones de razones por las que estoy enamorado de
Charlotte es su astucia. Su intelecto. Sin embargo, de alguna manera
pensé que me saldría con la suya. Dejando que se hiciera la difícil
hasta que finalmente cediera y me dejara apoyarla. Qué tonto soy.
Me he convertido en el tipo exacto de médico que juré que nunca
sería.
Tengo un complejo de Dios, ¿no?
Durante toda la carrera de medicina y mi entrada en el campo
de la cirugía, me burlé en silencio de la arrogancia de mis colegas. Su
superioridad solo era superada por mi padre y sus contemporáneos.
Sus egos eran enormes. Nunca podían admitir que cometían errores.
Me dije que nunca sería como ellos. Que vería cada caso
individualmente, que mantendría mi humildad. Todo el tiempo, pensé
que lo había hecho. Pero me equivoqué.
Pensé que sabía lo que era mejor para Charlotte. Incluso más
que ella.

Sotelo, gracias K. Cross


Voy a quedarme con ella. Ni siquiera puedo pensar con claridad
durante mis días si no hay un plan para verla, tocarla, escuchar su
voz por la noche. Dicho esto, si quiero que ella sea feliz conmigo... creo
que tengo que cambiar. Tengo que ser un hombre que se sienta
cómodo con su terca novia haciendo las cosas a su manera. Incluso si
eso significa que ella limpia casas por la noche para ahorrar dinero, lo
que francamente, podría matarme. Es una profesión noble, pero me
volverá absolutamente loco verla agotada. Sobreviviendo cuando
puedo remediar tan fácilmente la situación.
Sin embargo, eso es lo que Charlotte quiere.
Pretendí aceptar sus condiciones para una relación y ese
arrogante error me ha dejado desprovisto. Sin ella. Desolado. Así que
ahora es el momento de poner mi dinero donde está mi boca. No hay
otra opción. No hay otra manera de mantener a la persona que pone
aliento en mis pulmones, propósito en mi paso. La chica que me hace
arder las veinticuatro horas del día.
Maldita sea, ¿cómo puedo echarla de menos hasta el punto del
dolor?
Mis costillas están a punto de romperse.
Me detengo en el borde de la piscina y cruzo los brazos en la
cornisa, con los costados agitados por el esfuerzo. Han pasado dos
horas desde que salió de mi despacho y la cabeza me late con fuerza.
Me siento mareado. Como si mi corazón hubiera sido arrojado a una
maldita trituradora de madera. ¿Ha pasado el tiempo suficiente para
que se dé cuenta de que me he equivocado, pero que no voy a ir a
ninguna parte? Probablemente no. Probablemente siga enojada como
una cabra, pero no puedo aguantar más. Mi destino pende de un hilo
y no está en mi naturaleza sentarme y dejar que los eventos se
desarrollen. Ser pasivo.
Pero no voy a aparecer con las manos vacías.
Así es. Voy a doblar la apuesta.
¿Ella rompe conmigo? Le propondré matrimonio.
Porque en lo que respecta a esta chica, hay muy poca lógica. No
se puede razonar ni explicar sucintamente cómo la amo. Es un
semental sin domar que atraviesa un campo abierto, sin esperanza de

Sotelo, gracias K. Cross


ser atrapado. Solo tengo que rezar como el infierno para que sienta
una pizca de esta obsesión sin diluir. Solo tengo que esperar que me
dé otra oportunidad para estar a la altura de sus expectativas. No le
fallaré de nuevo. Me niego. ¿Pero puedo hacer que lo crea?

CHARLOTTE

Atravieso la puerta principal de mi apartamento, mis piernas


pesan dos toneladas cada una. En cuanto la cierro tras de mí, me
desplomo contra ella y me deslizo hasta el suelo, con la mirada
perdida.
Durante todo el camino a casa, he sido un fantasma. Un ente
transparente que se mueve con lentitud y que acecha el sistema de
transporte público de Chicago. Cada pocos segundos, tengo que
levantar la mano y tocarme la garganta para asegurarme de que el
agujero que siento ahí no es real. Tampoco lo es el que tengo en el
pecho. Solo me siento acribillada por las heridas de bala, no son
visibles. Este dolor. No puedo soportarlo. La gente no puede sobrevivir
con tanto dolor ocupando sus venas, ¿verdad?
Dejo caer la cabeza hacia delante sobre mis rodillas levantadas,
un sollozo agudo sale de mi boca.
Oh, Dios, lo echo de menos. Ya lo echo de menos, incluso
después de todo. ¿Cómo voy a mantenerme alejada? ¿Cómo voy a
evitar rendirme y aparecer en su escalera, rogándole que me haga
sentir mejor? Por favor, por favor, cúrame.
Tragando con fuerza, sacudo la cabeza. No, no lo haré. No lo
haré.
Me lanzaré a trabajar. Conseguiré un tercer empleo. Me
concentraré tanto en ahorrar dinero y contribuir a la casa que no
tendré tiempo para sentirme tan mal...
— ¿Charlotte?

Sotelo, gracias K. Cross


Me pongo en pie de un salto cuando mi madre entra en la
habitación, mi siguiente sollozo se atasca en la garganta. —Mamá, no
sabía que estabas en casa.
Mi madre, Priscilla, se acerca a mí con una mirada de
preocupación. —La cita de esta noche para un corte y color se ha
reprogramado. — Duda un momento, estudiándome, y luego se
adelanta para tomar mi codo, guiándome hacia el sofá. —Dime qué te
pasa.
Odio cargar a mi madre con problemas. Ya ha tenido suficientes
para toda la vida y no necesita añadir el mío a la lista. —Nada. De
verdad, todo está bien.
—Char. — inclina la cabeza, una pequeña sonrisa jugando en
los bordes de su boca. —Has estado pasando la noche en algún lugar.
Ahora, eres una mujer adulta y puedes hacer lo que quieras. Esa no
es la cuestión. Solo estoy especulando que... esta juerga de llanto tiene
que ver con un hombre.
—No es un hombre. Es el Mesías. ¿No te has enterado?— Digo
con amargura, pasándome la mano por las mejillas. —Perdona que me
ponga en plan imbécil. Es que me duele... por todas partes. Por todas
partes.
Priscilla hace un sonido de simpatía y empieza a frotarme
círculos en la espalda. —Oh, cariño. Nunca te había visto así. Por
favor, habla conmigo.
Miro mi mano donde se clava en el centro de mi pecho y la dejo
caer a mi lado, suspirando temblorosamente. —Tienes razón. He
estado viendo a alguien...— Si es que a eso se le llama pretender
limpiar su casa, antes de pasar el resto de la noche en un subidón
sexual y emocional. —Es un cirujano. Te acuerdas de él: habló en mi
graduación de la universidad.
Mi madre se sobresalta un poco. —No... ¿Dean Fletcher? ¿El
hombre que operó al presidente?
—El mismo. — Aunque estoy enojada con él, no puedo evitar
sentir un apretón de orgullo por eso. —Nos conocimos entre bastidores
aquel día de la graduación y me persiguió. Por decirlo suavemente.

Sotelo, gracias K. Cross


Después de algunas vueltas, finalmente accedí a verlo y...— Exhalé un
suspiro entrecortado. —Me enamoré de él, mamá.
Aprieta los labios, visiblemente dividida entre la simpatía y el
interés. — ¿Entonces fue él quien rompió?
Tengo que reírme de eso. —Si le preguntas a él, no se ha roto
nada. Pero se equivoca. — Decir esas palabras hace que las
terminaciones nerviosas detrás de mis ojos palpiten. —Es rico. Dinero
de familia, más los ingresos que obtiene como cirujano en demanda.
Y quería utilizar parte de él para enviarme a la facultad de medicina.
Mi madre retira lentamente su mano de mi espalda,
encogiéndose en sí misma. —Ya veo.
—Me negué a aceptarlo. — digo rápidamente. —Tal y como
prometí. Nunca dejaré que un hombre tenga dinero sobre mi cabeza.
Nunca me dejaré deber a un hombre. Yo no haría eso, madre.
Tarda unos instantes en hablar. —Charlotte, háblame de este
hombre. Dean.
—Ya te lo he dicho. Es un cirujano respetado. La gente se separa
como el Mar Rojo cuando él pasa. Hablan de él como si fuera la
segunda venida y realmente, lo es... es tan brillante. Y reflexivo y
apasionado. — Mi cara se calienta al oír eso, pero me obligo a
continuar, porque hablar de él disminuye ligeramente la agonía. Es
un respiro para no tener que olvidarlo. —Es protector y... generoso.
En muchos sentidos. — Pienso en lo que me confió sobre los
trasplantes de pulmón cuando estábamos en la piscina de la azotea.
—Interioriza su estrés, pero se abre a mí cuando estamos solos. Es
decidido, ambicioso y compasivo. — termino en un susurro cuando
recuerdo cómo me abrazó y me besó tan dulcemente cuando le hablé
de mi padre. —De verdad, es un hombre tan bueno. Solo está
demasiado acostumbrado a conseguir lo que quiere y...
—Es testarudo. — Mi madre se inclina hacia mi línea de visión
para llamar mi atención. —Conozco a alguien así. Cuando formula un
plan, el plan está grabado en piedra.
—Lo reconozco. — suspiro. —Pero no intentaría interferir en el
plan de otra persona.

Sotelo, gracias K. Cross


—No, mi chica no haría eso. — dice mi madre, acariciando mi
mano. Parece pensativa por un momento. — ¿Por qué quería Dean
pagar la carrera de medicina, Char?
Levanto un hombro y lo dejo caer, sintiéndome de repente un
poco nerviosa. —Cree que soy una superdotada. Ha leído algunos de
los trabajos que presenté en las revistas médicas y... bueno, tenemos
muchas conversaciones sobre diversos métodos y ensayos clínicos y
procedimientos. Puedo seguirle el ritmo e incluso desafiar sus teorías.
Y bueno, no soporta que posponga el convertirme en médico cuando
es algo para lo que claramente estoy capacitada, supongo.
— ¿Eso es lo que ha dicho?
—Solo una docena de veces o más.
Priscilla se apoya en los cojines del sofá. —Cuando salí de la
única relación que he tenido además de tu padre, no tenía la guardia
alta. Estaba destrozada. No me di cuenta de que todos los elogios que
me hacía el segundo hombre estaban... directamente relacionados con
sus peticiones. Si le gustaba un traje mío, era solo porque él lo había
elegido. Si le gustaba una comida, era una que él había pedido que
hiciera. Y así sucesivamente. Nunca me animó, Dios no. Nunca me
animó ni me hizo querer creer en mí misma. No era nada sin él. —
hace una pausa. — ¿Dean te hace sentir así?
—No. — jadeo, sacudiendo la cabeza enérgicamente. —No, él me
dice que el campo de la medicina me necesita. Me hace sentir que no
soy una impostora. Como si fuera importante con él o
individualmente. Incluso me dijo... una vez me dijo que podría
superarlo. — Digo esta última parte con dulzura, porque mi pecho
empieza a sentirse raro. Más doloroso que antes.
—Estos hombres son muy diferentes, parece. — murmura mi
madre, observándome atentamente. —Char, no era mi intención
desilusionarte sobre todos los hombres cuando te pedí esa promesa.
Parece que Dean tiene intenciones puras. Y cariño, estás en un estado
mental mucho más fuerte que el que yo tenía después de la muerte de
tu padre. Si empiezas a sentirte controlada por el dinero, encontrarás
una salida. No lo soportarás.
La miro fijamente, sorprendida. — ¿Crees que debo dejar que me
pague la carrera de medicina?

Sotelo, gracias K. Cross


—Eso depende de ti. — Me echa el pelo hacia atrás. —Solo creo
que deberías considerar un par de cosas. Uno, que deberías creer en
ti. Te mereces esa confianza. Si cree que el campo de la medicina te
necesita, quizá tenga razón, Char. — Pasa un tiempo. —Y dos, si lo
amas, debe ser una buena persona. Si no, no sentirías eso por él. No
por ti. Sabes, nunca he amado a nadie más que a tu padre. Ese
segundo hombre... mis entrañas nunca se asentaron alrededor de él.
Mi corazón permaneció guardado. Si fuiste capaz de dejar que el amor
sucediera con Dean, hay una razón. Es difícil dejarse llevar por la
confianza, pero cuando es la persona correcta, no hay nada que temer.
Por extraño que parezca, confiar en otra persona puede ser a menudo
la máxima libertad.
En cuanto dice esas palabras, las nubes de mi cabeza se separan
y una luz brilla. Por supuesto que no hay nada que temer. No de Dean.
No de este hombre que ha ayudado a fomentar mi amor por la
medicina en todo momento. Este hombre que desea tanto que sea feliz
y que alcance mi potencial. Puedo identificarme con su terquedad. Su
incapacidad para dejar de lado la idea de que él pagaría los estudios.
Sigo enojada con él por haberme apaciguado, pero... mi enojo no es ni
de lejos la magnitud de mi amor.
¿Tiene razón mi madre?
¿Confiar en Dean sería la máxima libertad?
Dios sabe que le di total confianza con mi cuerpo y esa decisión
me ha proporcionado un placer como nunca supe que era posible. ¿Y
si mi corazón pudiera experimentar la misma euforia?
¿No merece la pena intentarlo?
Temblorosa y sin aliento, me pongo de pie, mojando mis labios
resecos. —Creo que tengo que ir a verlo. Creo que me he precipitado
al romper con él. Deberíamos haber hablado más de ello. Debería
haber...
— ¿Confiado en él?— termina mi madre con una sonrisa
cómplice.
—Sí. — susurro. Y entonces me doy cuenta de que ya lo hago.

Sotelo, gracias K. Cross


Ya confío en él. Implícitamente. Dejo que este pacto con mi
madre y, sí, mi terquedad, se interpongan en mi felicidad con Dean.
Dios, él me hace tan feliz. ¿Qué estoy haciendo?
—Tengo que irme. — murmuro, empezando a ir hacia la puerta
principal. Recojo mi bolso donde lo dejé en el suelo y tiro de la manilla.
Dean está de pie frente a la puerta, ocupando cada centímetro
de luz del día con su gran estructura, con las manos apoyadas a
ambos lados de la entrada. Tiene el pelo mojado. —Charlotte. — dice
desgarradoramente, devorándome con una mirada de pies a cabeza.
—Lo siento. He sido un maldito idiota. Tener un motivo oculto fue
inexcusable…
—Te amo. — suelto. —Yo también te amo. Eso es lo que debería
haber dicho en lugar de irme.
Parece que no respira, pero oigo el marco de la puerta crujir en
su agarre. — ¿Me amas? Después de lo que he hecho...
— ¿Qué has hecho?— Me acerco y le rodeo el cuello con los
brazos, alineando nuestros cuerpos, haciéndolo gemir en su garganta,
con sus enormes manos posadas en mis caderas. — ¿Creer en mí?
¿Aumentar mi confianza y animarme? ¿Quieres darme todo bajo el
sol?
Sus ojos se cierran, su boca a un centímetro de la mía. —No
puedo evitar lo que quiero. Pero te necesito. Solo mi Charlotte. Eres
mi requisito. Haré lo que tenga que hacer para mantener tu amor. Para
mantenerte en mi vida. Aceptaré tus deseos, haré guardia fuera de las
casas que limpias y te llevaré a casa por la noche. Cualquier cosa,
cariño. Cualquier cosa. — Gime, dejando caer su boca ese último
centímetro, entrelazando nuestros labios sin besarme. —Dios, te amo
tanto.
—Yo también te amo. — susurro, jugando con las puntas de su
pelo. —Y... creo que, igual de importante, confío en ti, Dean. — Respiro
profundamente, mirándolo a los ojos. —Dejaré que me lleves a la
escuela de medicina. Aceptaré que quieres lo mejor para mí. Porque lo
creo. — La humedad me nubla la vista. —Y creo en nosotros.
Dean aprieta su frente contra la mía, exhalando de forma
irregular. —Gracias a Dios. Gracias a Dios. — Creo que va a besarme,

Sotelo, gracias K. Cross


pero en lugar de eso da un paso atrás y se arrodilla. Se oye un fuerte
grito detrás de mí, que me recuerda que Priscilla ha sido espectadora
de toda esta reunión.
Suelto una carcajada cuando Dean levanta una ceja, mira más
allá de mí y le dedica a mi madre una sonrisa ladeada que me hace el
corazón papilla. — ¿Sra. Beck, supongo?— Mi madre debe estar
asintiendo, porque su sonrisa se amplía. — ¿Le parece bien que le pida
a su hija que sea mi esposa?
—Cualquiera que pueda atar a mi chica con nudos debe ser un
alma digna. — La risa de Priscilla se tambalea. —Sí, tienes mi permiso.
—Gracias. — La intensa mirada de Dean captura la mía una vez
más y saca una caja de anillo de su bolsillo, abriéndola delante de mí
para revelar un diamante que me deja boquiabierta. Y, oh, se me cae
la mandíbula, las dos rodillas se vuelven gelatina. —Charlotte, he
tenido la oportunidad de perderte y no dejaré que vuelva a ocurrir. Tú,
cariño... eres mi otra mitad. — gruñe. —Eres un hermoso sueño del
que nunca quiero despertar. Volver a casa contigo, despertar contigo,
estar contigo de cualquier manera... será el mayor honor y privilegio
de mi vida si me aceptas como marido. Cásate conmigo, Charlotte. Di
que sí.
La garganta se contrae, el corazón se regocija, y asiento.
Enfáticamente. —Sí. — Con un sonido ronco, desliza el anillo en mi
dedo y se pone en pie, envolviéndome en un abrazo desesperado.
Nuestras bocas se funden, mi cabeza se inclina hacia atrás y se apoya
en su bíceps, su poderoso cuerpo se inclina sobre el mío. Vibrando de
necesidad. Me pican los muslos por rodear sus caderas, mi piel
comienza a erizarse con la piel de gallina, la conciencia se espesa
dentro de mí como la humedad. Lo necesito, lo necesito.
Pero rompe el beso y su aliento me golpea la boca. —Charlotte,
tu madre está...
—No te preocupes por mí. — Con un tintineo de llaves, mi madre
sale por la puerta. —Voy a la tienda a recoger los ingredientes para
una cena de celebración. No debería tardar más de una hora. No hagas
nada que yo no haría. — dice, y su voz se apaga al entrar en el
ascensor del edificio.

Sotelo, gracias K. Cross


Dean no pierde tiempo en levantarme y llevarme al apartamento,
con las piernas colgadas alrededor de su cintura y los dedos hundidos
en su pelo. Me aferro sin intención de soltarme.
—Mi habitación está a la derecha, al final del pasillo. — gimoteo,
hundiendo mis dientes en el lóbulo de su oreja y tirando. —Más
rápido, papi.
Dean suelta un gruñido gutural y me lanza contra la pared del
pasillo. —No vas a conseguirlo. — Se baja la cremallera de un tirón,
aparta unas cuantas capas de tela y bombea en mi sexo preparado,
mi grito de satisfacción rebota en las paredes. —Además, pequeña. Tu
habitación está en mi casa ahora, ¿no?— Me penetra. Salvajemente.
Dientes desnudos y presionando mi oído. —Ahora comes, duermes, te
bañas, estudias y follas con papi. ¿No es así?
—Ajá. — gimoteé ante el aumento de su ritmo, su cinturón de
cuero rozando el interior de mis muslos. —Quiero hacerlo todo
contigo. — digo sin aliento. —Todo.
—Eso está muy bien, porque voy a ser tu marido. — conduce a
casa, apretando el tronco de su pene contra mi clítoris, mirándome a
los ojos mientras lo hace, observando cómo me corro, como si
memorizara mi clímax jadeante. —Y vas a ser mi esposa. Mi inteligente
y hermosa esposa bien follada. Todos los días durante el resto de tu
vida.
—Todos los días. — acepto, agitando mis caderas, acercándolo a
su propia liberación, mis nalgas aplastadas entre él y la pared,
creando una fricción que nos tiene a los dos en un frenesí, follando y
follando y retorciéndose y mordiendo. —Todos los días. Contigo,
Dean...
Se pone rígido, con su calor floreciendo dentro de mí, gimiendo
su placer en mi oído. —Contigo, Charlotte.

Sotelo, gracias K. Cross


Epílogo
DEAN

Siete años después…


Desde un extremo del pasillo del hospital, observo a mi esposa
dar instrucciones a un grupo de residentes, con el pecho lleno de
orgullo. Su adulación abierta hacia ella no me sorprende. Estoy
bastante seguro de que así es como la miro, con los ojos llenos de
estrellas y la lengua en la boca. Es un puto milagro y rezo una oración
de agradecimiento cada día por su llegada a mi vida. La infunde de
color, amor y felicidad. Por no mencionar... el asombro. Como
sospechaba, Charlotte es una niña prodigio. Un genio con una
increíble intuición para la medicina. Una cirujana cuya fama no tiene
nada que ver con la mía.
Al menos, ese es el caso ahora.
Al comienzo de nuestra relación, mientras atravesaba el difícil
panorama de la escuela de medicina, se la conocía como la esposa de
Dean Fletcher, y eso fue todo.

Ya no. Ahora los dos somos doctor Fletcher. El Chicago Sun Times
publicó hace poco un artículo sobre nosotros con el título “La pareja
de médicos más atractiva” y, desde entonces, Charlotte ha sido
acosada entre las cirugías. Todo el mundo sigue teniendo miedo de mí,
gracias a Dios, así que ella se lleva la mayor parte de la atención. Lo
cual me parece bien. A menos que venga de un hombre demasiado
ansioso. En ese caso, no me gusta la atención. Después de abordar a
cualquier idiota que haya intentado ligar con mi mujer, me aplaca aún
más el hecho de que me monte lentamente en la oficina que ahora
compartimos, con nuestras batas amontonadas en el suelo, con
susurros de papi llenándome el oído.
Viéndola ahora, hace reír al grupo de residentes que la idolatran
y su sonrisa se extiende, convirtiendo mi corazón en un tambor. Dios,
es tan hermosa. Es mi vida. Mi esposa. Mi colega. La que me desafía
y me mantiene a raya. Es mi pequeña cuando está desnuda. Me siento

Sotelo, gracias K. Cross


tan jodidamente realizado que es difícil imaginar mi vida antes de que
entrara en ella. Me aterra pensar en la existencia aburrida y gris que
llevaría si ella no hubiera aparecido aquel día detrás del escenario para
conocerme.
Sus ojos se encuentran con los míos desde el otro extremo del
pasillo y su expresión se calienta, sus labios se separan ligeramente.
Y sé que está pensando en esta mañana. En cómo hemos llegado al
hospital para trabajar, en cómo hemos estacionado en el garaje
subterráneo. Cuando la ayudé a salir del lado del pasajero, sus tetas
se veían deliciosas en el escote de su top y se me puso dura como una
piedra. Dejé que lo sintiera sujetando la parte inferior de su cuerpo al
coche. Follamos en el estacionamiento como adolescentes cachondos,
malditas sean las cámaras o cualquiera que pase por ahí.
Jesús, eso es lo que ella me hace.
Lo que siempre me ha hecho y siempre me hará.
Todavía vivimos en la casa adosada de Gold Coast, mientras que
su madre está ahora en un apartamento cercano donde Charlotte
puede visitarla fácilmente, pero también tenemos una casa de
vacaciones en las Bahamas y tenemos previsto salir de viaje durante
dos semanas mañana. Ambos estamos deseando subir al avión para
poder pasar tiempo juntos sin que suene uno de nuestros
buscapersonas.
Últimamente, tengo una fantasía que no puedo quitarme de la
cabeza. Mis fantasías están protagonizadas por una Charlotte
desnuda follando mi polla y pasan por mi cabeza todo el maldito día.
Pero estos días, la he estado imaginando con una barriga de
embarazada. En todas las etapas. Desde el principio hasta el final.
Pequeña y grande y todo lo que hay en medio. La mera idea de que
lleve a mi hijo hace que se me agarroten las pelotas y se me erice la
polla. Mientras estamos en las Bahamas, he decidido abordar la
posibilidad de tener un hijo. Siempre hemos planeado formar una
familia, pero ella necesitaba terminar la escuela y establecerse
primero. Ya lo ha hecho con creces. Definitivamente, ha llegado el
momento de volver a plantear la idea y estoy deseando saber qué
piensa. Y si quiere empezar mientras estamos acostados en el sol.
Libre para jugar. Todo el tiempo que queramos.

Sotelo, gracias K. Cross


Finalmente, se excusa del grupo de residentes, que la miran con
ojos de estrella. Frunzo el ceño a los hombres hasta que tragan y se
alejan. Después de eso, puedo prestarle a Charlotte toda mi atención,
que es donde la prefiero.
—Hola, doctor Fletcher. — ronronea, ajustándose sus nuevas
gafas de montura rosa.
—Doctora Fletcher. — gruño en voz baja. —Cuando el hospital
renueve mi contrato, voy a poner como condición que ninguno de los
residentes masculinos pueda hablar con mi esposa.
—Eso suena como una demanda divertida.
—Con gusto me representaré a mí mismo en la corte. Mi defensa
es infalible. — Me aseguro de que el pasillo está relativamente vacío,
antes de inclinarme y besar la curva de su cuello, dejando que mis
labios se queden ahí. —Su señoría, cuando hombres claramente
interesados coquetean con mi esposa, me pongo un poco homicida.
Así que, en realidad, solo les salvo la vida prohibiéndoles que hablen
con mi mujer. Ese es el voto que hice como médico, después de todo.
Se ríe. —Qué bien has retorcido ese juramento para que te
convenga.
Acerco mi boca a su oreja. —Ojalá fuera mañana. Te quiero en
traje de baño y toda para mí durante dos semanas.
—Lo mismo digo. — respira entrecortadamente, inclinando la
cabeza para acomodar mi boca. —No estoy segura de poder esperar
hasta mañana para...— Un escalofrío la recorre. —No puedo esperar
nunca.
Usando nuestras batas blancas para proteger mi mano, agarro
lentamente su coño. — ¿Quieres jugar a verdad o reto?
Sus párpados revolotean sobre mi sugerencia, su respiración se
acelera. —Sí.
Es nuestro pasatiempo favorito. Nos recuerda la primera noche
que vino a mi casa, vestida de sirvienta y preparada para limpiar.
Cómo le pedí su verdad y me retó a tocarla.
A besarla.

Sotelo, gracias K. Cross


Nuestras vidas nunca fueron las mismas.

Gracias a Dios, pienso, llevando a Charlotte a la habitación


desocupada más cercana. Un espacio tranquilo con dos camas, sin
luces para recibirnos, excepto por el sol de la tarde que se asoma a
través de las persianas. — ¿Cuál es tu desafío, pequeña? — susurro,
cerrando la puerta tras ella. Le doy la vuelta y la aprisiono contra la
entrada, bajando la cintura de su bata azul y apretando el tanga negro
contra su precioso culo. —Díselo a papi.
—Ve tú primero. — bromea, apoyando las palmas de las manos
en la puerta. —Elijo la verdad.
—Muy bien. — Recorro con mi boca abierta su nuca. —Dime a
quién amas más allá de la razón. ¿Quién es el único hombre para el
que abrirás estos muslos?
Gime suavemente cuando me bajo los pantalones y los
calzoncillos, y golpeo mi polla contra su trasero. —Mi marido. Mi Dean.
— Inclina la cabeza hacia atrás y nos damos un sucio beso por encima
de su hombro. Uno que hace que el pre-semen gotee de la punta de
mi pene. —Te amo más allá de la razón.
—Te amo aún más que eso. — digo, arrastrándola a otro beso,
enredando nuestras lenguas hasta que su trasero se inquieta en mi
regazo. —Ahora dame mi reto.
—Muy bien. — susurra. Haciéndose eco de mí. Me mira a los
ojos con un afecto que me deja ahogado, estremecido. —Te reto a que
me dejes embarazada, marido.

Fin…

Sotelo, gracias K. Cross


Sotelo, gracias K. Cross

También podría gustarte