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LA CONJURA
LA REUNIÓN NO PACTADA
DÍA DE MERCADO
CONSEJO DE MEDIANOCHE
UN SICARIO ECONÓMICO
En los primeros años setenta, Nueva York se erigía como la gran capital
del mundo. Y, como todo imperio, el país de la gran ciudad quería exhibir su
poderío ante el planeta. De allí la portentosa construcción de los edificios del
World Trade Center, a ser conocidos por todos los ciudadanos del globo en
años posteriores como las “torres gemelas”. Mientras los vecinos de la llamada
“gran manzana” se quejaban por la eminente construcción, especulando sería
esta una horrorosa edificación, una cicatriz sobre la bella faz de Manhattan,
Hank Parks soñaba con una oficina en el punto más alto de los futuros
inmuebles. Pasaba cada día diagonal a ellos, camino a su trabajo en Goldman
Sachs, donde ejercía el cargo de analista de mercados emergentes.
En términos generales era un alto ejecutivo bancario como cualquier otro;
pero su ambición desenfrenada lo hacía alguien realmente único. Madrugaba a
leer todos las publicaciones económicas a su alcance, se acostaba buscando
noticias de todos los rincones de la tierra. Hank habría de decirle a una de las
chicas de sus citas de los fines de semana, “nunca me tiendo a dormir. Me
pongo a trabajar hasta que me desmayó. Al día siguiente es que caigo en
cuenta de que me quedé dormido trabajando”. Hank buscaba una pista, una
noticia transformadora de su vida, una oportunidad para convertirse en un gran
hombre de negocios. Y esta le llegó el 6 de octubre de 1973.
Era la medianoche, pero el medio litro de café consumido por su cuerpo
durante su jornada laboral lo mantenía despierto y fresco. En su eterna
búsqueda de información, Hank dio con una trascendental emisión especial de
la ABC, una donde se le comunicaba al público la movilización de una
coalición árabe, de tipo militar, liderada por Egipto y Siria, decidida a atacar
con brutal cizaña a Israel, en pleno proceso de su celebración de la fiesta
sagrada del Yom Kippur, un evento hito para la nación judía. Las fuerzas
egipcias y sirias cruzaron las líneas de alto al fuego para dominar la península
del Sinaí y los Altos del Golán, territorios históricamente pertenecientes a los
pueblos representados por ellos, pero capturados por sus enemigos en la guerra
de los Seis Días de 1967.
Cuando Mike Rosemberg llegó a su oficina de Goldman Sachs la mañana
del 7 de octubre de 1973, se sorprendió por el escritorio vacío de Parks. Era la
primera vez de esto. Para cuando él llegaba a la oficina, su vecino en el puesto
de trabajo ya tenía listo un análisis sobre los principales mercados del tercer
mundo. Cuando Mike llamó a casa de Hank, buscando saber de él, este se
encontraba en el aeropuerto JFK tomando un avión cuyo destino final lo
dejaría en Arabia Saudita.
Ya ubicado en el país más poderoso del Medio Oriente, Parks logró
organizar reuniones con altos ejecutivos de Saudi Aramco, la todopoderosa
empresa petrolera de la monarquía árabe. Usando su credencial como analista
de una de las grandes compañías del sector financiero, de las más inmensas de
todo el mundo, Hank tuvó acceso a personas imposibles de conocer por él en
el pasado. Pero ese día era uno con otra historia, uno erigiendo otro mundo, y
ellos debían escucharlo. En cada oficina visitada, en cada reunión mantenida,
en cada charla con cada vicepresidente, Hank estipuló exactamente lo mismo:
“los precios del petróleo van a subir tanto, que ustedes no van a saber qué
hacer con el dinero. En ese momento, yo estaré allí para ustedes. Los buenos
hombres de negocios están preparados para el fracaso; pero los grandes lo
están para el éxito. Y yo estoy listo para cuidar de ustedes.”
Hank abandonó Arabia Saudita orgulloso de sí mismo. Había perpetrado la
apuesta más grande de su vida. Había jugado su carta, no tenía más por hacer.
Su poder le permitió entrar a esas elegantes oficinas con esos inaccesibles
ejecutivos; pero la realidad era más dura: Hank no tenía capacidad alguna
sobre ellos. Su objetivo era impresionarlos y más tarde, a pocos días, si acaso
semanas de su partida, cuando los precios del petróleo empezaran a llegar a
cifras sin precedentes, él comenzaría a recibir llamadas de sus contactos,
quienes deslumbrados por lo visionario de sus palabras durante su visita, se
acordarían de aquel con la capacidad de ver los hechos con anterioridad a
cualquier otro.
Finalizado el vuelo intercontinental, ya caminando sobre el aeropuerto de
su ciudad, Hank encontró en una noticia, esta vez impresa, la información
validando su apreciación. En una portada del New York Times, hoy
irónicamente no recordada muy bien por él, leyó Parks el artículo más
significativo en toda su vida: tanto Estados Unidos, como la Unión Soviética,
decía el texto, habían dado inicio a unos esfuerzos masivos de
reabastecimiento a sus respectivos aliados durante la guerra, enfrentando al
mundo a la posibilidad real de sufrir las consecuencias de un peligroso
enfrentamiento entre las dos superpotencias nucleares. Centenares de viajeros
quedaron sorprendidos cuando vieron a este hombre, de ropa elegante pero
desbarajustada y de buen porte pero presencia desaliñada, saltando y gritando
extasiado en una zona exclusiva del aeropuerto, por la misma noticia capaz de
generar pesadillas en todo los visitantes del puerto aéreo, pues esperaban ya
aterrados la llegada del apocalipsis.
Hank entró con calma, por primera vez en mucho tiempo, a su apartamento
en Brooklyn. Se bañó, afeitó, bebió un café y se puso a leer un libro. Por
primera vez en décadas, era una novela. Las últimas citas lo habían obligado a
escuchar la pasión notoria en las mujeres cuando platicaban de “Once Is Not
Enough” de Jaqueline Susan. Se había prometido impresionar con sus
comentarios sobre el best seller a la siguiente dama encontrada gracias a los
anuncios publicados por él en la prensa, en aquellos espacios para solteros
buscando citas a ciegas. ¿El secreto de su éxito? Cinco palabras: “alto
ejecutivo de Goldman Sachs”. Su posición como un hombre de las altas
finanzas parecía tener el mismo efecto de un afrodisiaco irresistible en
aquellas señoras buscando entre esos clasificados personales de tabloide
barato el amor, un buen futuro y sus sueños.
No sabía si la próxima cita con alguna de ellas habría de concluir tan
satisfactoriamente porque para ese día, sin haber recibido el anuncio
oficialmente, Hank se sabía despedido. Había abandonado su país un lunes y
había regresado al mismo un martes, nueve días después. No había dicho una
sola palabra en su empresa sobre su ausencia. No tenía tiempo; debió partir de
manera inmediata.
Primero lo preocuparon las horas, luego se obsesionó con los días y,
finalmente, pensó en el suicidio cuando pasó una semana sin saber nada de sus
contactos al otro lado del mundo. Los precios del crudo ya habían empezado
su escalada y algunos comentaristas hablaban del “oro negro”. Hank no se
lamentaba de lo perdido, sufría por lo añorado, lo conseguido, lo merecido,
según su propia creencia. Había mostrado iniciativa, valentía y mucha
proyección. Más importante, había expuesto poseer conocimiento en la
materia: ¿qué más podrían pedirle? Algo lo carcomía: ¿con quién estaban
negociando ellos el nuevo escenario, ese que él previó más rápido que
ninguno?
Pero Hank se sabía un apostador. Un corredor de riesgos y en esa industria
se pierde mucho para poder ganar en grande. Esta no había sido su
oportunidad. Era viernes en la noche y, de nuevo, se disponía a cenar con una
mujer cuyo rostro vería por primera vez y cuya voz lo tenía fascinado. Se puso
su traje predilecto para la ocasión, ese azul brillante capaz de compaginar
mejor, al parecer, con su cargo de rey del sector guardián del ahorro público.
Esperaba hoy no desentonara. Salió de su edificio y notó un par de hombres
con traje negro, tradicionalmente clásico los dos, enfrente de él. Nunca los
había visto, pero era imposible en ese momento no percatarse de ellos, dado
que ambos se interponían en su camino. Al pasar junto al misterioso par, el
más viejo de los dos, aquel lleno de canas en la cabeza, le ofreció unas
elegantes disculpas por la incomodidad causada. Hank agradeció el gesto con
un movimiento de su cabeza, mientras mantenía sus manos en los bolsillos de
su gabán de pana.
Hank hizo su elegante entrada a Mario’s Pizza diez minutos antes de lo
acordado. El lugar, a pesar de lo simple de su nombre, era uno de los
restaurante más apetecidos por los amantes de la comida italiana en toda la
ciudad. Mientras le explicaba su situación a la anfitriona, Hank sintió el tierno
beso de una mujer en la mejilla. Era ella, Lorena, la dama cuyos labios lo
había conmovido dos veces: con sus palabras primero y ahora con este beso.
-No soportaría saber que te desilusioné-, dijo la coqueta mujer.
Lorena era una impetuosa trigueña, alta, de unos penetrantes ojos café
claros y una mirada inocentemente sensual. Una nariz pequeña y fina le daba
un toque adolescente a todo su rostro, lo que encajaba a la perfección con sus
labios delicados y excelsos. Lorena abrió su abrigo y dejó ver un corto y
ajustado vestido negro revelador de un cuerpo con una gran genética
acompañada de horas en el gimnasio. El escote invitaba a especular sobre sus
hermosos senos, incitando a los excesos de la lujuria. Hank estaba
deleitándose con esa mujer en tan exuberante conjunto.
–No creo que haya algún hombre que haya sentido eso en la vida después
de verte- respondió un siempre galante Hank. La anfitriona del lugar los
miraba con una sincera e inmensa sonrisa en su rostro, producida por ser
testigo de la magia desatada a causa del encuentro.
Se sentaron a la mesa después de caminar con el brazo de ella colgando del
suyo. Hank comparó, durante gran parte de la velada, este encuentro con todos
los anteriores. Su conclusión fue contundente: no había tenido una cita tan
interesante en toda su vida. Lorena era fascinante, seductora, coqueta; pero sin
ser obvia. Era ella todo lo deseado por él en todas aquellas mujeres sentadas al
frente suyo en el pasado. De todos los encuentros tenidos, este era el único
realmente capaz de conmoverlo. Hank le fascinaba escucharla; pero ella estaba
perdidamente interesada en las palabras de él. En medio de las anécdotas
relatadas, Lorena pedía, una tras otra, la mejor botella de vino del lugar. Ya
pasadas dos horas, ninguno había dado un solo mordisco a un plato fuerte.
Hank juraba para sí mismo haber encontrado en ella la persona esperada
por él durante toda su vida. Pero casi finalizando la noche, un pensamiento
aterrador invadió su mente. No era inocente, sabía de la importancia de su
éxito en el mundo laboral en sus constantes conquistas con representantes del
género femenino. Esa posibilidad hoy ya no la tenía. Pero esa parte de su vida
había quedado en el pasado por buscar un futuro aún más prominente; no
porque fuera un perdedor. “Todo lo contrario”, pensó hacía sus adentros, se
consideraba él un ganador, un valiente capaz de aventurarse, un corredor de
riesgos dispuesto a todo. Tal vez queriendo impresionarla, posiblemente
esperando no perderla, Hank le contó todo a ella. Su viaje, sus reuniones, sus
discursos de venta… Absolutamente todo. Habló sin parar por media hora.
Para cuando calló, no sabía si la había perdido o la había impresionado. Y en
ese momento, ya entrada la noche, con el alcohol tergiversando la realidad de
ambos, Lorena dijo sin el más mínimo atavió de disimulo: “llévame a tu casa
Hank”.
Salieron del restaurante con sus manos entrelazadas. Llegaron a su
apartamento con ella entre sus brazos. Entraron a su hogar compartiendo un
beso apasionado. Ingresaron a su cuarto con la ropa fuera de sus cuerpos y en
su cama, hicieron el amor de una manera excitante. Hank no había sentido las
emociones producidas por el encuentro con Lorena. Se percató, rápidamente,
de estar perdiendo una especie de segunda virginidad gracias a lo ejecutado
por su pareja en su calidad de amante. Ninguna mujer le había hecho lo
realizado por ella. Con ella encima, moviéndose de una manera considerada
por Hank como ficticia, existente tan solo en los relatos eróticos de las novelas
baratas, creía él estar enamorándose. Segundos antes de explotar en éxtasis,
Lorena se bajó del sexo de Hank para introducirlo en su boca y tragar su
secreción. Él se quedó mudo. Ella se levantó, fue al baño y allí escupió. Se
puso su bata, la de él, y salió del cuarto sin decirle nada. Hank seguía
anonadado en la cama, boca arriba, tratando de recuperar el aliento y calmar el
pulso cardiaco.
Pasados unos minutos, con la velocidad en el palpitar de su corazón ya
normalizado, se preocupó él por la demora en el retorno de ella. Comenzó a
llamarla, pero no tuvo respuesta. Fueron varias veces y nunca hubo una
reacción distinta al silencio. Dejó su cama y salió de su cuarto afanosamente,
con solo una toalla amarrada a su cintura. Una vez en la sala, la luz se
encendió inesperadamente y Hank emitió un fuerte grito. La sorpresa era
inmensa, no estaba allí Lorena; pero sí los dos hombres vistos por él en la calle
frente a su edificio, interrumpiendo su paso.
-Hank, no te preocupes. No queremos hacerte daño, estamos aquí porque te
necesitamos-, dijo el viejo, mismo quien anteriormente extendió sus excusas.
– ¿Quiénes son?-, fue lo único capaz de decir un inmensamente
sorprendido y en ese momento forzado anfitrión.
-Es la primera reunión que tengo contigo. No recuerdo ya de estas cuántas
he tenido; pero te puedo asegurar que voy a hacer algo que nunca he hecho
antes: me voy a presentar. Mi nombre es Marco Rubio. No tengo nacionalidad.
No tengo familia. Soy un no ciudadano protegido por nuestro gobierno. Y mi
profesión es la de ser un sicario económico. Estamos acá porque queremos que
seas uno de los nuestros.
A tres años de esa reunión no convenida, Hank ya no vivía en Nueva York,
lo hacía en Washington. Ya no era un hombre de Goldman Sachs, era de la
CIA, y sus noches las seguía pasando en el mejor restaurante italiano de la
ciudad, pero ahora solo, sin nadie al otro lado de su mesa escuchando sus
historias. De hecho, rara vez pedía una para cenar; su lugar era ahora la barra.
No dejaba de ser irónico para él la situación: esa noches ermitañas, con
anécdotas de trabajo alucinantes por contar, no tenía a quién narrarlas. Si sus
aventuras laborales en el banco lograban llevar a varias mujeres a su cama, las
vividas en el mundo del espionaje hubieran excitado a la misma Sylvia Kristel.
Mientras estaba sentado, junto al barman de Rigolleto, mirando con total
desapasionamiento su botella, Hank escuchó a una mujer sentada a su lado
hace pocos minutos decir “quiero la misma cerveza que él”.
Hank se levantó, tomó un taxi para dirigirse al aeropuerto y así poder
cumplir su cita en Argentina con José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de
economía de la dictadura recientemente puesta en ese país. Fue recibido, en la
Casa Rosada, en la más estricta confidencialidad por la plana mayor en pleno
del gobierno castrense. Por supuesto, su cargo fachada era de Jefe Económico
de Trastain Inc., y su visita fue hecha en calidad de miembro de esa empresa.
Pero sin importar lo escrito en su tarjeta de presentación, Hank Parks era ya
todo un hombre de la Agencia. Frente a sus anfitriones recitaba un repetitivo
discurso, diseñado durante tres años, desde cuando lo reclutó la Central de
Inteligencia, horas después de haberle enviado una agente especial a su cama.
Aún, especialmente en las noches, seguía pensando él en ella.
“Hay, en todo el mundo, una descomunal liquidez. Lo que mi empresa, así
como el conglomerado al que hace parte ella, quieren ofrecerle es préstamos
para que hagan lo que como gobierno de este país tienen que hacer. ¿Cuánto?
Escuchen bien: lo que necesiten. Dinero para armas, para infraestructura, para
lujos, para lo que quieran, está todo al alcance de sus manos. Más aun, es un
préstamo irresistible, puesto no es precisamente ustedes quienes lo van a
pagar. Tan solo tienen que tomar nuestro dinero, de una manera bastante
silenciosa, nosotros estamos dispuestos a jugar en el mismo equipo, y décadas
después, con otros gobiernos en el poder, serán ellos quienes honren esta
acreencia; pero serán ustedes hoy quienes disfruten de ella.”
La respuesta casi irremediable a la invitación de Hank era un rotundo “sí”.
Parks se pasó la segunda década de los años setenta viajando por toda América
Latina, haciendo el mismo ofrecimiento una y otra vez. Cientos de miles de
millones de dólares fueron colocados, gracias a él, en esas economías, a través
de los gobiernos cuyos funcionarios cayeron rendidos a sus ofrecimientos.
El dinero movido por Hank eran los famosos “petrodólares”, esos billones
de moneda estadounidense guardados en las bóvedas de los gobiernos de los
países petroleros, conseguidos gracias a sus ingentes incrementos en los
ingresos por la venta de su materia prima de exportación, consecuencia del
alza en los precios del producto por la guerra en esa región. Esa bonanza fue la
gran predicción de Hank, su visión; pero también lo necesitado por la CIA
para integrarlo a sus filas. El grupo de espionaje pensó, muy acertadamente, en
las capacidades de Hank como unas muy útiles para su causa. Había él podido
visualizar la bonanza por nacer, entonces, calculaban los directivos de la
Agencia, seguramente sabría él qué hacer con esas toneladas de dinero. Su
respuesta fue impecable: emplear el capital como deuda en los países del
tercer mundo. La CIA sabía que era él uno de los suyos. El primer país cliente
de Hank fue Argentina; pero de allí en adelante, México, Brasil, Venezuela,
Ecuador, se unieron a la lista.
La deuda se descontroló y en 1982 México declaró la imposibilidad de
seguir honrando sus acreencias. El mundo entró en pánico, principalmente
porque los demás países de la región siguieron los pasos del gigante latino.
Pero las crisis de unos son las oportunidades de otros y la mañana del 16 de
agosto de 1982, cuando ABC NEWS anunció el default mexicano en su
edición matutina, Hank emitió una enorme sonrisa, en la sala de su casa,
estando solo frente al televisor. Para él, la primera parte de su plan había sido
un éxito. Esa deuda, el objetivo de ella, era no poder pagarla. Se prestaba a
manos llenas, cantidades irresistibles de dinero, con tal pasará lo sucedido.
Todo el principio de la década de los años ochenta Hank estuvo de nuevo por
toda América Latina, visitando a los ministros encargados de la economía de
sus países, repitiendo el mismo sonsonete a cada uno de ellos: “Miren, ustedes
no tienen cómo pagar esa deuda. Es enorme. Los supera. Pero vengo acá con
una solución. Véndanos su petróleo, sus minerales, sus telecomunicaciones.
Permitan que nuestras empresas las exploten. Y así sopesan lo que nos deben”.
Los hombres a cargo de la economía de sus países, pusilánimes hasta el
patetismo, ajenos a la adquisición de las acreencias originales, se veían
forzados a aceptar sus imposiciones, so pena de sufrir castigos por parte de
toda la comunidad internacional.
Siempre consideró su plan una genialidad. Pero su triunfo lo sentía
incompleto. Un país había logrado no caer en sus trampas. En un país del sur
sus artimañas fueron insuficientes. Ese país era Colombia y, tal vez, la razón
para su rechazo era la enorme cantidad de dólares movidos por los carteles de
la droga dentro del territorio, los que hacían ver a la oferta de Hank como una
poco tentadora. La CIA le había exigido conquistar el país más al norte del sur
de continente y Hank se sentía profundamente presionado. Era esta su gran
frustración. Por eso, cuando escuchó al candidato favorito en las elecciones
para presidente de ese país, promoviendo unos “recursos que deben ser
manejados por el propio pueblo”, el hombre se comenzó a desesperar.
Y ahí estaba él, esa noche, en un consejo de medianoche, tratando de crear
un plan para torcer el brazo del futuro presidente de la República de Colombia,
con tal aceptara su propuesta, misma que Hank le había visto rechazar con
entereza mientras lo observaba clandestinamente en medio de una reunión no
pactada a la que asistió su enemigo declarado en calidad de candidato.
MARIONETAS
Eran cerca de las diez de la noche y un auto con dos ocupantes avanzaba
por un camino boscoso, bajo una luna gigantesca decorando con su tenue luz
la prístina belleza de aquellas montañas. El ulular de los búhos entre los pinos
y eucaliptos azules le daba un toque solemne a la escena y cientos de insectos
volando secretamente sin hacerse notar completaban el magnífico escenario.
En aquel espacio, la vida se escurría silenciosamente por entre los árboles y las
rocas yacientes al lado del camino. A lo lejos, sutilmente, alcanzaba a oírse la
voz gruesa y potente de algún héroe de las rancheras mexicanas.
–Ese es el gran José Alfredo Jiménez - murmuró el automovilista.
–Siempre el mismo… José Alfredo Jiménez - se quejó el copiloto.
El chofer no respondió nada: toda su atención estaba en la carretera y,
aunque la luz del astro le prestaba una gran ayuda, el viajar con los focos del
vehículo apagados hacía difícil seguir el camino, más teniendo en cuenta la
fuerte lluvia del día anterior, que aún se negaba a desaparecer del todo y hacía
presencia enlodando la vía.
El par de hombres estaban seguros de la imposibilidad de ser delatados por
alguien en ese pueblo; pero cuando hay unas recompensas pesando sobre sus
cabezas, de un tamaño capaz de mejorar la vida de tres generaciones, es
prudente mantener el anonimato. Nada para nublar el juicio de un hombre
como la ambición. Por fin, y justo en el momento cuando el estrés empezaba a
hacer presencia, con el copiloto acelerando su respiración desde hace un
tiempo, ambos tripulantes divisaron los faros que servían como señal del lugar
de la entrada. Los hombres armados esperándolos vigilantes demostraron estar
al tanto de su llegada y permitieron a la pareja ingresar sin ningún
contratiempo. La gran casona blanca, esa tan comentada en sus círculos, se
imponía majestuosa ante ellos. Con el auto detenido cuidadosamente, en
medio de un arco de piedras rondando un bello jardín, co-piloto y piloto se
apearon al tiempo.
El sonido de un caballo a medio galope le robó la atención a Escobar. Un
hombre bajito, de nariz aguileña y cejas pobladas, salió a su encuentro
dominando al ejemplar cuya vida podía envidiar cualquier portentoso del país.
-Jhon Jairo, vea pa’ que aprenda hermano, cómo es que se doman cuatro
millones de dólares- aleccionó Escobar a su protegido.
–Compadre, bienvenido a mi Cuernavaca- saludó el anfitrión aún
montando a la bella bestia, al ver a Escobar.
-Dinero y pistola, también buenos gallos, tequila y mariachis, y un lindo
caballo, ese es el gusto del compadre, montar su caballo, y pasearlo en mil
plazas, Tupac Amaru, Tupac Amaru, que lindo caballo, es Tupac Amaru –
recitó Escobar incitando las interjecciones de su espontánea audiencia.
-Compadre, qué versazo tan berraco ¿viene contento? Entremos, hace frío.
Aunque cero quejas, es el clima perfecto para bajar la botella- respondió El
Mejicano sinceramente emocionado mientras abandonaba el animal.
–Montero, móntelo al camión y que arranque viaje para La Chihuahua.-
gritó El Mejicano aludiendo a uno de sus empleados.
Los dos cabecillas se saludaron con la emoción conseguida cuando el
recuerdo es capaz de perdurar en el tiempo y se encaminaron hacia la
edificación cuyo espacio dominaba el lugar. El chofer de Escobar, vigilante y
atento, los seguía de cerca. Llegados a su destino, ambos se sentaron en un
hermoso bar adornado a gusto del propio dueño de la casa, quien se refirió a su
estilo de decoración como “llamativo, es decir, elegante”. Escobar pensó,
mientras el propietario del inmueble preparaba todo para atenderlo, en meterle
una ráfaga de metralleta al tocadisco donde sonaban las tonadas grabadas de
José Alfredo Jiménez.
–¿Qué te trae por aquí amigo? Tu presencia, aunque me amena la noche, te
confieso me intriga. - preguntó llenando un vaso en la barra.
- Galán, eso es lo que nos está pasando- respondió sin rodeos Escobar.
- ¿Y qué pasa?- repreguntó molesto El Mejicano.
Escobar se levantó de la silla y se alejó bebiendo de su vaso hasta el
balcón, lugar perfecto para divisar la laguna donde en el día, a sus anchas,
nadaban los gansos y donde la luna en la noche, se reflejaba en las aguas
quietas, dándole a todo un tono fantasmal.
– Estoy preocupado- prosiguió Pablo –, realmente quiere acabar con el
negocio y creo con toda certeza que cuando sea presidente moverá todas las
piezas posibles contra nosotros... Mejicano, tenemos que hacer algo. Es un
idiota él, no me perdona lo de la Cámara, sigue con lo de Lara Bonilla. Me ve
como su enemigo personal- exclamó Pablo, como hablando para sí mismo.
–Recuerdo cuando eras más optimista compadre- respondió El Mejicano. –
La compañía de este te está haciendo daño- dijo señalando al chofer de Pablo,
quien escuchaba todo y permanecía cerca de ellos sin beber.
–No es pesimismo, es dolor parcero. He llegado a la conclusión de que
tenemos que matarlo- respondió Pablo de manera tajante sin dejar de observar
la laguna-. Y no solo porque sea mi enemigo, es porque es enemigo de todos
nosotros-.
Gacha, siempre acorde con las conclusiones de Escobar, en este caso lo
hizo con una confianza en su juicio aún mayor. Los dos hombres sabían el
gran problema representado por Galán. Indudablemente, era él mayor riesgo
para ellos y su grupo, quienes ahora en todo el mundo eran conocidos como
“los extraditables”.
–Pues lo matamos señor- dijo El Mejicano sin manifiesta duda en su tono.
–Pablo, ¡quien no está conmigo, está contra mí!- aseveró él, revalidando su
respuesta anterior.
“El Mejicano” estaba acostumbrado a acabar con los problemas
quitándolos de enmedio por las malas. Pablo lo sabía y, por eso mismo, lo
había posicionado a él como el “Ministro de Guerra” del cartel. Su rápida
respuesta y acogida del plan de homicidio no le sorprendió ni un poco. El
problema era su ímpetu y el no proyectar las consecuencias de este acto. Sus
ramificaciones, sabía el capo mayor, serían incontrolables.
Pablo siempre vio a “El Mejicano” como un gran hombre de guerra,
incluso lo consideraba una persona inteligente. Guache y chabacano, dos
descalificativos si se aplican en ciertos espacios sociales, puede ser también
dos admirables adjetivos en otros. Donde se movían ellos, era uno de los
últimos. Pero nunca consideró a “El Mejicano” como una gran líder. Su poca
visión estratégica lo condenaba. Le quedaba imposible mirar el cuadro
completo. De allí su eterno quehacer presentándole el panorama más amplio
posible.
-Hoy estamos en el ojo del huracán hermano. Estamos en guerra con todos:
con los esmeralderos, con los guerrilleros, con el cartel de Cali, con varios
gobiernos, con el DAS con la DEA con la CIA. Jueputa vida, estamos en
guerra con otro par de Agencias de las que ambos no nos sabemos ni las
siglas. No es tan fácil esta vez: él no es un Barry Seal o un Pardo, Galán tiene
apoyo popular, real. La gente lo quiere. Igual que nosotros él se ampara en el
pueblo. Ganaríamos nuevos enemigos en la política, ganaríamos enemigos en
lo social. Sé que la única salida es matarlo, me urge. Cuando Barco nos
declaró la guerra, te aseguro socio, seguía durmiendo tranquilo. Pero la
extradición me pone en vela por las noches. Tenemos años buscando favores
del gobierno en cuanto a una política de no extradición, estamos cerca; pero
este guevón no va a dar su brazo a torcer, nos la tiene jurada- expresó Pablo.
–Es él o nosotros, nuestras familias- dijo “El Mejicano” mientras se servía
su segundo vaso.
–¿Y Gladys? ¿Cómo está? – dijo Pablo preguntando por la esposa de su
compadre, cuando advirtió la rabia que comenzaba a dominar a su amigo.
-Bien, bien, como todas. Ella en Miami, con los niños. Es seguro allá para
ellos. Aquí la vaina está brava, allá nadie la conoce, nadie la jode, y además
del gobierno de allá, la cuida mi gente- expuso Gacha –Pero ajá, patrón –
prosiguió -¿cómo piensas que podemos matarlo?
Un fuerte y profundo suspiro fue la única respuesta de Escobar.
-Tú sabes que yo puedo encargarme de eso… Jueputa Pablo, si te digo ya
tengo pensado quién puede encargarse. El peo es: ¿y quién va a pagar? Se
necesita plata fuerte, billete pesado- indicó “El Mejicano”, volviendo al tema y
mirando directamente a Escobar.
–La plata la sacamos del fondo, 10 millones de pesos. ¿Quiénes son los
que has pensado para ese trabajo?- inquirió Pablo
-Tres de mis muchachos. Uno nuevo, un berraco Pablo, llegó hace 3 meses
de Inglaterra. Venía desde Israel el hijueputa. Allá lo pulieron… nadie lo
conoce, nadie sabe quién es, así que mejor- aseveró.
-No, mejor vamos a usar a mi gente, vamos a matarlo en Medellín- dijo
Pablo, retomando el mando en el asunto.
Muchas veces “El Mejicano” sentía la desconfianza de Pablo en él. Pero
era una confusión por el modus operandi de Pablo, cuyo deseo lo obligaba a
involucrarse al máximo en todos los asuntos del cartel. Este trabajo en
especial, tan cercano e importante para él, no habría de ser la excepción.
–Ajá y, ¿en quién has pensado Pablo? -exclamó “El Mejicano” algo
molesto por no poder hacer el trabajo
–El “Chino” Prisco. Respondió bien con lo de Lara Bonilla, además sabe
moverse bien en Medellín, tiene su gente y su red de apoyo urbano-. Sin
esperar por alguna respuesta, sugerencia o crítica, Escobar continuó su
perorata
-Popeye, se me van a la caleta Marionetas, usted y el “Chino” Prisco, de
allá saca la plata y se la entrega a él para esto. Galán va a ir para la
Universidad de Medellín, así que es seguro. Saque la plata y arregla todo, las
armas y los vehículos que se necesiten los mandan a comprar con esta cédula,
dígale a Los Priscos que es de suma importancia que no agarren a ninguno y
que no la embarren. Toda lo organizan con El Mejicano- ordenó Pablo a su
chofer.
–Listo Patrón, cuente con eso- obtuvo por única respuesta.
El anfitrión y Pablo siguieron bebiendo tequila y aguardiente, contando
anécdotas, haciendo planes y cerrando negocios. Amanecía ya, Pablo trataba
de despedirse pero “El Mejicano” seguía exigiendo su permanencia, mientras
continuaba hablando con toda la descoordinación contraída por aquellos a
quienes el trago les ha invadido el cuerpo, entorpeciéndoles un poco la lengua.
–Aguántate hasta el mediodía, para que veas a la yegua que acabo de traer,
una reina, será la próxima monta de Túpac. La traje especialmente para él, la
están preparando para que sea digna de mi caballo, la traje desde Popayán, no
me gustó el precio al principio, todos nos quieren robar Pablo, todos quieren
sacarnos la tajada más grande, el gobierno, los paras, los guerrillos, los
Estados Unidos, hasta los amigos de uno quieren venir a comer y beber, pero
el día que uno los necesita se ponen hijueputas Pablo, no te confíes en nadie,
en este pueblo me quieren, aquí nací, aquí me gasté la plata del primer envío
que coroné, pero me quieren es por la plata, lo sé, ellos lo saben, me respetan o
me temen, pero todo es por la plata- expresaba “El Mejicano”, mientras detuvo
su habladuría para beber un gran sorbo y poder continuar tratando de
convencer a Pablo–… quédese compadre, aquí estamos tranquilos-.
Pablo no escuchaba a su compañero de negocios y de armas, se había
vuelto a parar en el balcón y veía las caballerizas a lo lejos. El sol ya coronaba
las montañas lejanas y una luz entre rojo y dorado matizaba los verde-azules
de los cerros más lejanos dándole al paisaje una policromía un tanto mágica.
“El Mejicano” seguía hablando mientras Escobar seguía ignorándolo.
-… los caballos, esos si son amigos nobles, o te quieren o te odian, y no
importa la plata que tengas, mañana verás a la yegua que compré, la traje de
Popayán, tienes que verla- repetía sin darse cuenta, lanzando una botella vacía
al cesto de basura tras el bar y montando de nuevo una canción de José
Alfredo Jiménez. – Me encanta este hijueputa tema amigo-.
Pablo había concentrado toda su atención en los trabajadores pululando por
el gran terreno y haciendo sus labores en la finca. Había visto a una veintena
pasar dispuestos para ordeñar a las vacas, a otros repartiendo heno fresco para
los casi 40 caballos de paso cuidados en ese momento por “El Mejicano” en su
hacienda. No había podido ignorar al veterinario haciendo su ronda médica y a
las varias mujeres en la cocina preparando el desayuno para los casi cien
empleados, cuyo oficio era mantener a Cuernavaca al día. Cuando la
obnubilación por lo visto se extinguió, Escobar se volteó a mirar a “El
Mejicano”, quien borracho y desparramado en un sofá individual de cuero veía
a su líder posicionarse con parsimonia frente a él. El líder del Cartel de
Medellín siempre tuvo la admiración y el temor de sus cercanos por la fuerza
de sus actos, así como por la poca misericordia mostrada en contra de quienes
se le atravesaban; pero de vez en cuando, producto de la experiencia otorgada
por crecer en la calle, mostraba signos de una inmensa sabiduría. Esa mañana,
el discurso de despedida a regalarle a Gacha sería uno de esos momentos
recordados por sus allegados y contados en el futuro por admiradores, usando
ellos en sus narraciones un tono reservado para aquellos seres convertidos en
una leyenda.
-Estoy cansado parcero. Cuando pienso en todo, en Galán, en la guerra en
la que estamos, me doy cuenta de que en cualquier momento nos van a matar.
Lo que dices de los caballos y las personas es cierto. Por eso es que no me
gusta tener que matar a Galán. A veces, cuando lo veo a él, me doy cuenta de
que quisiera ser él. Comparto muchas de sus ideas y le respeto su berraquera.
Un millón por acá, otro por allá, se amenaza la familia y listo, tenemos lo que
queremos. A Galán lo quise comprar, lo quise amenazar, y el hombre no se ha
movido ni un pelo. Tengo que ser sincero contigo Mejicano: a Galán lo mato
porque me superó. Y me duele; pero no tengo más salida. He estudiado todos
los escenarios posibles, pero él va a ganar y va a mover cielo y tierra para
acabarnos. Te lo juro amigo: prefiero una tumba en Colombia que una celda en
Estados Unidos. Y si tengo que escoger entre la tumba de él o la celda mía, no
voy a dudarlo.
Los gansos graznaban ruidosamente mientras recibían su ración de maíz, la
canción de José Alfredo Jiménez había vuelto a acabar y para Pablo, la
décima tonada se hizo insoportable.
-Popeye, nos vamos- ordenó Pablo a su secretario y ahora chofer.
-José, compadre, me voy- dijo agarrando a “El Mejicano”, sosteniéndolo
por los hombros y mirándolo fijamente. -Tengo vainas que hacer y cuando yo
madrugo, Dios me ayuda. Saludos a Gladys y a los pelados- dijo Pablo
partiendo.
No queriendo dejarlo ir, “El Mejicano” intentó traerlo de nuevo.
-En un mes cumple años Túpac. Le voy a hacer su fiesta, ya tengo todo
preparado-. Estas palabras la dijo Rodríguez Gacha remedando perfectamente
el acento Mejicano.
Pablo y Popeye bajaron las escaleras, pasaron frente a la puerta del spa y
salieron al jardín. Popeye ingresó al vehículo y lo encendió. Pablo esperó unos
segundos y al no verlo volar en mil pedazos, se subió con tal de abandonar la
hacienda Cuernavaca con dirección a Medellín.
EL HOMBRE DE LA EMBAJADA
ROSAS BLANCAS
FIGURITAS
EL EMISARIO DE DIOS
MEDELLÍN, 14:30
LA DEMOCRACIA CONDENADA
LA ÚLTIMA CENA
LA ATRACTIVA EMISARIA.
No podía simplemente hacer una llamada, no era seguro, debía hacer uso
de la manera más antigua de enviar notas: precisaba un mensajero. Joe estaba
sentado en la suite presidencial del Hilton de Cartagena, lugar donde tomaba
un café cargado y sin azúcar. Necesitaba con urgencia enviar un mensaje al
principal capo del cartel de Medellín y le urgía hacerlo. Virginia Vallejo,
presentadora de noticias, antigua reina nacional de la belleza y amante del
criminal, fue la solución más idónea que consiguió el principal de la DEA para
entablar la reunión con Escobar.
Eran cerca de las ocho de la noche cuando la atractiva presentadora de
televisión y modelo encumbró los diez pisos del lujoso hotel. Acompañada de
un agente encubierto de la DEA se acercó a la puerta donde se hospedaba Joe,
y allí otro agente le concedió la entrada. Acto seguido se retiró, dejándola a
solas en compañía de quien la había citado.
Había venido hasta el caribe colombiano en un vuelo chárter pagado por
falso un patrocinador muy interesado en convertirla a ella en la imagen de su
próxima fragancia. El lanzamiento iba a realizarse en Cartagena aquella
misma semana y, muy a pesar de su agenda, pero tras disponer para sus
servicios de una fuerte cantidad de dinero como pago por su tiempo, Virginia
no tuvo inconveniente alguno en dejar atrás sus planes ya organizados y
dirigirse al aeropuerto.
Cuando la ex reina de belleza hizo su entrada a la habitación designada, del
lujoso hotel escogido y donde esperaba encontrar empresarios, abogados,
publicistas, camarógrafos y sonidistas, la presencia de la persona esperándola
la hizo darse cuenta de que había sido engañando. También, él, la forzó a
recordar su cercanía con Pablo Escobar y la cantidad de empleados de Estados
Unidos actuando en la lucha contra el narcotráfico en Colombia que era capaz
de distinguir. El hombre en medio de la habitación era uno fácilmente
reconocido por ella. Joe, el mismísimo paladín antidroga en Colombia la
estaba esperando.
-Buenas noches señorita Vallejo -inició él instantáneamente– espero no
haya sido inconveniente mi apresurada invitación, sé que es una mujer muy
solicitada y que acaba de llegar de Alemania -agregó casi disculpándose.
Virginia, famosa por su astucia y sagacidad, especuló el tipo de respuesta a
dar. La velocidad de sus pensamientos en ese momento fue alucinante; pero su
conclusión tajante: si Estados Unidos la quisiera en una celda en ese país, no
se habría tomado todas estas molestias. Con la calma otorgada por su
conclusión, respondió con la gracia digna de ella, similar a la de una duquesa.
-Creo que no podía negarme a acudir a este encuentro, ¿o sí, mister D E A?
– pronunció las iniciales de la agencia con la misma entonación característica
de un WASP norteamericano-. A ustedes el mentir se les da excelsamente bien.
Además, no me gusta simplemente rechazar una propuesta sin antes
escucharla –dijo ella acercándose a Joe y ofreciéndole su mano como señal de
cortesía.
-Podía negarse, no somos tiranos que forzamos a los demás a cumplir
nuestra voluntad; pero sabemos que usted es una mujer muy inteligente y con
grandes aspiraciones… por eso está aquí.
Joe aceptó la mano de la mujer y la invitó a sentarse. Iba a ser una reunión
rápida, no necesitaba convencerla: con la aceptación por parte de ella a estar
allí el agente sabía que el trabajo ya estaba hecho.
-Necesito reunirme con Pablo, necesito que tú se lo comuniques y necesito
que lo persuadas de hacerlo -espetó secamente Joe.
-Pablo no me hace caso. Además, ¿qué podrías querer de él o qué querría
él de ti? - entrevistó la mujer demostrando su experiencia y queriendo obtener
más información de parte de su anfitrión.
-Solo necesito que le digas que yo quiero verlo -respondió ágilmente Joe
escrutando las intenciones de su elegante invitada –Está de más decirte que
esto no debe salir en tu próximo programa, digamos que esto es una intimidad
entre tú, Pablo y yo, para no utilizar la palabra “confidencial”, que tanto le
gusta a los periodistas.
-Me parece que “confidencial” es la palabra perfecta para lo que me pides,
y es verdad, nos gusta mucho a los periodistas, gracias a eso siempre
conseguimos algo a cambio de no hacer revelaciones -profirió la periodista
haciendo un guiño coqueto.
-Sabía que este momento llegaría y tengo una respuesta satisfactoria para
ti: no vamos a perseguirte, capturarte ni culparte por todo lo que sabes y lo que
has conseguido gracias a tu relación con el narcotráfico. Podemos ser unos
poderosos guardianes para ti- respondió Joe devolviendo el gesto.
La mujer sonrió quedamente, se levantó de la mesa y caminó hacia el
balcón que ofrecía una insuperable vista del mar Caribe. Un crucero atracaba
en un muelle cercano, sus luces enjoyaron el paisaje marino y combinaban con
el cielo estrellado tentando a cualquiera a pasear por la tibia arena
alfombrando la playa. Joe no la siguió, permaneció en su puesto sin siquiera
voltear a mirarla.
-Lo haré- aceptó Virginia- pero necesito garantías de lo que me ofreces, sin
eso no pienso encontrarme con Pablo para darle tu mensaje.
-Las tendrás, pero luego de que Pablo acepte, nuestro trato no depende de
tu aceptación, depende de la aceptación de Pablo, hasta ahí llega mi poder de
ofrecimiento- replicó Joe.
-Los dos sabemos que eso no es cierto: puedes tomar decisiones sin
consultarlo con nadie; pero supongamos que te creo y que ese es el mejor trato
que crees merece mi actuación, entonces, en la consecución de lo que te han
demandado, ¿exactamente que me ofreces? ¿Protección? ¿Inmunidad total? –
indagó la reina de belleza.
-Te ofrezco inmunidad total Virginia, solo eso. Además, con Pablo en tu
cama dudo que te haga falta escolta. Pones al asesino más buscado de
Colombia entre tus piernas y ¿debo creer que le temes a algo más? –espoleó
Joe.
-Pensé que podías ser un caballero -acusó ofendida Virginia.
-Lo soy frente a una dama-.
-Creo que estamos enfrascándonos en algo que ninguno de los dos
queremos. Si estoy aquí es porque me necesitas, si me ofreces inmunidad es
porque sabes que la necesito, hagamos esto sin más coquetería y pongamos
por delante nuestras necesidades ¿te parece?- concilió la mujer con
inteligencia, retirándose de la ventana y disponiéndose a un pronto partir.
-Tienes razón, pude ser más delicado al hacerte entender tu situación, eres
una dama y me excuso- se disculpó el agente sinceramente.
Virginia paseaba por la habitación, Joe se levantó de la mesa y caminó
hacia ella, cuando estuvo lo bastante cerca pudo percibir el delicioso perfume
de la mujer. Le recordó a su última conquista.
-¿Tenemos un trato? -preguntó el trabajador de la DEA extendiendo su
mano.
-Depende -respondió el gesto la atractiva emisaria –.
Joe abrió los ojos como platos.
-Vine aquí en calidad de reina de belleza y figura pública. No esperas
devuelva el pago y no aproveche el fin de semana ya cancelado. Realmente me
gusta esta suite, me trae recuerdos.
Joe sonrió, recibió la mano de ella e inmediatamente la alzó hasta colocar
su boca en su parte posterior, en la que un elegante beso le otorgó. Dejó la
habitación con ella mirándolo fijamente partir.
EL LARGO ADIÓS
La reunión con los líderes del Nuevo Liberalismo había sido un total éxito.
Galán, y más importante, su plan, tenían el apoyo de todo el partido por él
creado, mismo acusado de haber instaurado un profundo cisma en el
tradicional Partido Liberal de Colombia. Sin embargo, el sustento ofrecido a
su candidatura se daba tanto por real aprecio a lo representado por el líder,
como a la resignación producto de la frustración oculta en gran parte de sus
compañeros. Aquellos en desacuerdo con Galán se vieron obligados a callar y
ver a su contrincante dentro de sus filas establecer cada vez más fuerte su
nombre, puesto no tenía él, a esta altura, solo el apoyo de la mayoría del
partido, sino de la inmensa colectividad electoral del país.
Segundos después de estrechar manos, otorgar abrazos y extender saludos,
Galán se encontró con su hombre más cercano en el parqueadero donde
habrían de tomar el auto hacia sus respectivos hogares.
-Tengo que serte sincero amigo: desde lo sucedido en Medellín, tengo
miedo.
-Sabías a lo que te enfrentabas Galán. Un atentado a tu vida era predecible
–respondió vagamente el joven Gaviria.
-No es eso a lo que temo. No me molesta perder mi vida; pero esto que
hemos construido los dos, que hemos venido consolidando, no puede
desaparecer. Somos nosotros contra ellos. Esto es hacer política hijo, estamos
cambiando el país, transformando vidas. Esto no podemos dejarlo morir.
Gaviria dejó descolgar su cabeza sin ningún tipo de resistencia y negó con
ella antes de hablar.
-Tienes… debes pensar más ampliamente. ¿Qué tal si te retiras? –inquirió
Gaviria sin poder alzar su mirada.
-¿Te convenció mi esposa? –planteó Galán.
-No, claro que no. Pero es lógico comprender por qué ella te lo pide tanto,
en secreto. No vale la pena, es tu vida de lo que hablamos. ¿Por qué
arriesgarlo todo Luis? –dijo mirando a los ojos a su amigo.
-Sabes que no lo sé. Pero alguien me dijo alguna vez que no hay fuerza
más poderosa que una idea que se te mete en la cabeza, y a mí me invade la
seguridad de que este puede ser un gran país. Que tenemos la gente para ser
una gran nación y que lo único que nos separa de eso, es la clase gobernante.
No te quiero mentir hijo; tal vez sea orgullo, vanidad, qué se yo; pero te juro
que saber que la puedo derrotar, que puedo acabar esa injusticia, que puedo
crear una mejor Colombia es algo que no me deja dormir.
Gaviria produjo un brillo en sus ojos, que no eran más que las primeras
formaciones de agua al interior de ellos a punto de producir lágrimas. Galán
notó con preocupación cuando la primera de ellas se deslizó por el rostro de
con quien hablaba. La audacia de Galán era legendaria y Gaviria estaba a
punto de sufrirla. Llenando sus pulmones plenamente, Galán interpeló con su
corazón al borde del colapso:
-Es hora de que me digas la verdad hijo.
-No quiero que sigas. No vas a terminar tu candidatura. No te van a dejar.
-¿Quiénes?
-No lo sé. Hay mucha gente involucrada. Gente poderosa. De todos lados.
No lo lograrás.
-¿Desde hace cuánto lo sabes?
-Muy poco tiempo. Eran rumores; pero ahora estoy seguro. Quiero que
renuncies Galán.
Pasó Galán, en un segundo, de la angustia a la rabia.
-Tantas horas juntos, trabajando sin parar, y la verdad es que no me
conoces para nada.
-Es tu vida de lo que estamos hablando. No es ya un juego. Hay cosas
andando. Los planes están en marcha. Esto es Colombia Galán, el viejo oeste
pero más salvaje. No puedes seguir jugando con fuego. No te queda mucho
tiempo.
-A ti te preocupa mi vida; a mí me preocupa las ideas que vamos a
implantar.
-Eso no tiene importancia Galán.
-¡Tiene toda la importancia y es lo único relevante en este momento!.
Quiero dejarte claro que de la presidencia lo único que me separará es la
muerte. Si acaban con mi vida, que le teman al pueblo, porque se levantará y
clamará justicia. Yo no soy nadie hijo, pero el movimiento que hemos creado
es la ilusión de todo Colombia. No podemos fallarles.
-¿Cómo le vamos a cumplir contigo muerto?
Galán se acercó a su amigo y colocándole la mano sobre su hombro le dijo:
-Contigo como presidente.
Gaviria no ha podido explicarse, a sí mismo, hasta el día de hoy, qué tipo
de energía fue la recibida por él ese día al mismo instante de haber escuchado
esas palabras impactar en él.
-No, no, no… no lo sé…
-Tienes que ser tú, hijo. Tienes que luchar por esto. No puedes darle la
espalda al destino.
-Galán, no…. Estás equivocado.
-Terco como soy, estoy seguro que hoy no me equivoco en nada. Alístate
para mañana. Tenemos un día largo… Me han convencido de ir a Soacha, y te
necesito allí. Será multitudinario.
Gaviria tomó aire usando todas las fuerzas de su cuerpo. Aún tiene
pesadillas recordándole este momento, cuando mirando a los ojos a su amigo
le dijo:
-Yo viajo a Valledupar esta noche. Debo cerrar las alianzas en el Cesar.
-¿Te parece mejor? Soacha será un bastión importante para nuestra
elección.
Gaviria volvió a inhalar aire de manera profusa.
-Sí; pero déjame cerciorarme de que es seguro. Espera más tarde mi
llamada – dijo esto último dejando escapar todas las fuerzas de su cuerpo y
sintiendo su alma abandonarlo.
Galán se acercó a su amigo para ofrecerle un largo abrazo de despedida.
No le permitió decir palabra alguna cuando de él se soltó para ingresar al auto
junto a él esperándolo. Gaviria vio en silencio el carro partir, sin quitarle la
mirada al par de faros rojos alejándose y cada vez haciéndose más pequeños
en la inmensa oscuridad de la noche.
Mientras caminaba por el arenoso parqueadero, Gaviria se vio obligado a
apoyarse en un auto buscando poder controlar el peso sentido sobre su cuerpo.
Su misión, la impuesta a sí mismo, era sacar al candidato de la carrera para él
tomar su lugar. Matarlo era una abominación; forzarlo a renunciar era una
salida inteligente, una estrategia de alto calibre, una de esas movidas mágicas
cuyo desenlace dejan a todo el mundo aplaudiendo la genialidad del gestor.
Pero no lo logró, y sería esa una frustración que debería sufrir por el resto de
su vida.
Galán llegaría al teatro caminando a paso rápido, esperando se diera una
relación directamente proporcional entre el mal genio de su esposa y su
llegada tardía: a menos retraso, menos regaño. Su desilusión fue inmediata.
Gloria, esperando paciente por él, ni se inmutó al verlo entrar. Su hijo mayor,
Juan Manuel, estaba junto a su madre y, por el contrario, una inmensa sonrisa
se produjo en su rostro al notar la llegada de su padre.
-No fue mi culpa Gloria, perdóname –suplicó con voz suave el
denominado hombre fuerte de Colombia.
-Nunca lo es –respondió ella con altanería.
-¿Qué quieres que haga?
-No voy a volver a hablar de esto contigo Luis. Me tiene harta las llamadas
a la casa, los mensajes en la puerta, los recados que nos envían con los niños.
-¿Es eso lo que te martiriza? –indagó un incrédulo Galán.
-Lo que me martiriza es la ausencia en mi casa del hombre que juró
cuidarme.
-¿Por qué crees hago esto Gloria? Para que tengas un mejor país. Para que
tú y mis hijos tengan una mejor vida.
-No me trates como a uno de tus seguidores Galán.
Galán se sorprendió por el sarcasmo escondido en las palabras de su
compañera sentimental.
-¿De qué hablas Gloria? Me mato por ti, por mis hijos.
-¿Por cuáles Luis? Por este –señaló Gloria a su hijo mayor, quien torció la
jeta en señal de desaprobación al que su madre lo estuviera tomando como
ejemplo-. Llevas diez minutos y no has vuelto a mirar a Juan Manuel- ahora el
hijo miraba al padre, quien tan solo una ojeada le otorgó.
-Pasaste frente a él como si fuera un extraño. Se te está yendo la vida por
tu sueño… Y estás destruyendo las nuestras.
Gloria giró su rostro esperando disimular las lágrimas a punto de salir de
sus ojos.
-Tal vez Gloria. Seguramente sí; pero hay circunstancias que nos superan,
momentos que nos definen, situaciones que nos obligan a tomar decisiones
más allá de nuestra cotidianidad. No nací político mi amor; la vida me hizo ser
uno. Y no puedo dejar de obviar la realidad que me rodea, la coyuntura que
hoy me ha tocado. El universo entero ha conspirado para ponerme hoy aquí,
en este lugar y hora, a las puertas de la presidencia de la República de mi país.
-¿Debo renunciar a mi esposo? ¿Eso es lo que me estás diciendo?
-No Gloria, nunca –dijo Galán acercándose a ella regalándole un fuerte
abrazo. Con su boca en su oído, le dijo: te estoy pidiendo que comiences a
soñar con un mejor país… Debes admitir que no es nuevo lo que te digo.
Ambos sabemos que fue eso lo que te enamoró de mí.
Gloria rodeó con sus brazos a su esposo. Su hijo vio el acto entre sus
padres y delineó una sonrisa en su rostro.
La obra había satisfecho las expectativas de Galán, conocedor agudo del
arte teatral. De vuelta en su casa, el candidato, después de cerciorar con su
ayudante del hogar no haber recibido ninguna llamada, ingresaría de
inmediato a su oficina, donde se sentaría frente al escritorio con su mirada fija
en el teléfono. En la puerta, Juan Manuel, su hijo mayor, apoyando su cuerpo
al marco de la puerta, lo contemplaba con ternura. Su padre no lo había
notado.
Gaviria, al otro lado de la ciudad, se bajó del auto detenido a propósito
junto a una cabina telefónica y corrió hacia ella. Tomó la bocina, discó la
seguidilla de números que comunicarían con Galán. Al oír el primer tono de la
llamada, colgó abruptamente. Recostó su cuerpo contra el teléfono,
sosteniéndose con él. Al otro lado, un impaciente Galán permanecía en la
oficina de su casa, sentado y pendiente, esperando el timbrazo avisándole que
debía levantar la bocina.
Gaviria enjugó sus lágrimas con su mano. Se levantó, y volvió a discar.
Apenas marcó la última tecla de la combinación numérica, y al sentir
respuesta, Gaviria dijo:
-Está confirmado, Galán va mañana a Soacha.
PACTO DE AGENCIAS
REY MUERTO…
…REY PUESTO
GUERRA CIVIL
Las guerras se producen por múltiples causas y entre las más regulares
suele estar el mantenimiento o el cambio de relaciones de poder. Era
precisamente esto último lo necesitado por Pablo. La visión de Vicente
Pastrana Ruz sobre el asunto le había abierto los ojos al mandamás del mundo
de la cocaína.
-Señor abogado, y ¿qué es eso que usted llama el “verdadero poder”? -
preguntó Pablo de la nada.
-El poder político desde Montesquieu ha sido dividido en tres partes Pablo:
el ejecutivo, el legislativo y el judicial; pero en la práctica ese poder solo tiene
dos detentadores: los políticos y los jueces. Así que como verá, si quiere
apropiarse del verdadero poder, su mejor opción es ser un gran político -
respondió sin dudas Vicente.
-Eso ya lo intenté.
-Y por ahora no va a poder intentarlo nuevamente- volvió a hablar Vicente.
–Pablo, usted sueña con ser presidente, por eso tomó medidas populistas, fue
un hombre público, pero su nombre en el mundo de la delincuencia le cobró
caro.
-Hice una cosa mala y me borró las mil buenas- dijo Pablo pensando en
voz alta.
-Entonces Pablo, ¿qué es lo que tienes que se asemeja al verdadero poder?
Él tenía la plata, sin lugar a dudas, pagaba cientos de sicarios, poseía una
empresa de muerte y un socio, José Gonzalo Rodríguez Gacha, quien prefería
ser llamado “El Mejicano”, a quien la parca le agradecía por los más de 1.000
compatriotas enviados a ella ese año.
-Plata, matones, políticos y militares a mis órdenes- dijo Pablo casi sin
pensarlo.
-Plata, solo plata Pablo, lo demás lo tienes haciendo uso de la plata. A los
matones les pagas y a los demás también.
-¿Y cómo se solucionan todos los problemas en la vida? Pues con plata
mijo.- refunfuño Escobar.
-Usted sabe que no es del todo cierto, hay gente que tiene plata y verdadero
poder, a esos no los puedes comprar con plata, los compras con favores, eso es
exactamente lo que les hiciste con Galán: un favor. Pídeles un favor a cambio-.
-La cagada de pedir favores, es cuando llega el momento de pagarlos- dijo
Pablo.
-Usa tus recursos. Aquí no hay más que hacer que llevar a cabo una lucha
de poderes.
-¿Una lucha de poderes? ¿Más guerra?
Vicente no respondió nada. Solo se quedó mirando a su acompañante,
quien retomó sin dar la oportunidad de réplica.
-Hemos vivido en guerra, al único que parece gustarle es a José, no creo
que esté dispuesto a dejarla-.
Pablo ya había visto cerca la salida de este conflicto alargado por años y
causante de estragos en la sociedad colombiana. De allí el desespero sentido al
escuchar la propuesta del abogado, en quien creía totalmente a esta altura de
su relación.
-La declaración de “Guerra a Muerte” fue lo que hizo que tomaran en serio
a Bolívar. Aprende de la historia Pablo: Bolívar se tomó hasta los hospitales,
sacó a los españoles enfermos y los fusiló. Fueron más de mil. Cuando El
Libertador llegó a Pasto con su ejército, arrinconó a los imperialistas, los llevó
a un risco y los tumbó. Fue la llamada Masacre de Navidad. He allí Pablo, lo
que hace ganar las guerras: el miedo a la muerte. Es lo que más cala. Puedes
tener plata y poder pero de la muerte nadie escapa, muéstrales que cualquiera
está al alcance de morir si lo ordenas. Bolívar doblegó al imperio español con
el miedo a la muerte. Tú comienzas a enviar agentes americanos a ese país en
“body bags” y doblegarás al imperio de los Estados Unidos. Comienzas a
matar a los políticos colombianos y te tomas el Estado. Tú quieres tu libertad,
así que demuestra que tienes con qué negociar. Luego de esto, al igual que con
Bolívar, nadie tendrá reparos en sentarse a tu mesa. Usted es negociante Pablo
hijueputa, negocie –concluyó Vicente.
Pablo pensó un momento lo dicho por el abogado. Se detuvo a mirar en el
cielo la manera como la noche iba tomándose el día. Se levantó y tomó su
teléfono satelital siempre dispuesto al alcance de su mano y llamó a la única
persona en el mundo útil en este momento.
-José. Escúchame bien. Tengo algo que decirte. Yo creo que debemos de
asegurarnos un poquito, organizarnos un poquito, y empezar a mandar
muchachos a que quemen casas, a que hagan daños… esos políticos, esos
senadores… en todas partes hermano. Al militar que nos atropelle, al policía
que nos atropelle, a los jueces que nos molesten, a los periodistas, o sea que
tenemos que crear un caos muy verraco muy verraco para que nos llamen a
paz. ¡Cuando haya una guerra civil muy verraca nos llaman a paz!
Pablo no necesitó decir más ni dar explicaciones adicionales. Rodríguez
Gacha tenía meses pidiéndole una guerra conjunta en contra de Colombia y
esas palabras eran la aceptación a su propuesta. Vicente, en ese momento,
sabía estaba presenciando un momento histórico. Con esa llamada, Pablo
Emilio Escobar Gaviria y José Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mejicano, se
convertían en los primeros hombres en toda la existencia de la humanidad,
“personas naturales” pensó Vicente, en declararle una guerra abierta a un
Estado legalmente constituido.
Ciento treinta y cinco kilogramos de dinamita viajaban escondidos en un
camión. Treinta millones de pesos había cobrado el terrorista. Don German
manejó el furgón hasta hacerlo detener frente a la sede de El Espectador, el
periódico más antiguo de Colombia y uno reconocido por dar los más
elocuentes y directos ataques informativos al Cartel de Medellín. Ese hecho le
había valido ser blanco continúo de los narcotraficantes.
Un par de golpes en la puerta hicieron sobresaltar al vigilante, quien a esa
hora se encontraba ya adormecido.
-Si. ¿A la orden? –respondió el vigilante alarmado por la tardía hora a
través de la puerta.
-Buenas noches hermano. Disculpe la hora pero es que me quede varado y
aquí no conozco a nadie- respondió la voz con marcado acento paisa al otro
lado- ¿Será que me puedes dejar guardar el camión en el parqueadero parcero?
Lo tengo lleno de mercancía y si le pasa algo me la cobran, y usted entenderá
que lo único que tengo es este trabajito.
-Voy por mi supervisor- dijo el vigilante.
El supervisor de personal de vigilancia inmediatamente llama a Juan
Bejarano, jefe de despachos del periódico para informar de la situación y
solicitar permiso, pues era este el encargado de la entrada y salida de los
vehículos al diario. Fue un rotundo no su respuesta. En el periódico dentro de
pocas horas iban a comenzar los despachos hacia todo el territorio y un
camión inamovible sería un estorbo para los demás vehículos entrando a
buscar sus cargas de papel.
-Señor, no podemos ayudarle, no tenemos espacio - volvió a gritar el
vigilante.
-Al menos ayúdeme a empujarlo, quedé atravesadísimo- pidió el
camionero.
El vigilante y dos policías patrullando la zona empujaron el pesado camión
hasta llevarlo a la esquina sur del diario, al lado de una estación de gasolina.
Los policías se alejaron, el vigilante volvió a encerrarse en el diario, el
terrorista abandonó el lugar, la mecha estaba encendida.
Seis horas después el estallido derrumbó el amanecer. Las paredes del
diario colapsaron ante la onda dañina. Grietas cobraron presencia en las
paredes, miles de fragmentos volaron en todas direcciones. Vidrios y
escombros caían dentro del edificio y una nube de polvo cubrió todo. La
explosión no cobró víctimas fatales, el terror había iniciado su gira por el país
del Sagrado Corazón de Jesús.
Periodistas y personal administrativo del diario empezaron a llegar, querían
ayudar, querían saber qué había sucedido. En una reunión apresurada se hizo
saber la gallarda posición de los periodistas: la maquinaria seguía en pie y la
puerta abierta para quien quisiera irse pudiera hacerlo sin miedo a
retaliaciones. El diario iba a seguir en lucha y nadie se retiró, todos iniciaron
sus labores. Al día siguiente una foto de la destrucción del diario llenaba la
página principal y se leía “Seguimos Adelante”.
Pablo llamó a Gacha para informarle el rotundo éxito del atentado.
-José, es hora de hacerles saber a todos que esta guerra no se acaba hasta
que se quiten ese cuento de la extradición de la cabeza. Tenemos que llenar
con terror cada noticia- dijo Pablo por su teléfono satelital localizado siempre
al alcance de su vista.
-Hermano, en este país las noticias, las noticias se olvidan rápido, aquí la
gente a lo único que le para bolas es a las novelas y al fútbol- respondió El
Mejicano
-Pues habrá que quitarles el fútbol- respondió seriamente Pablo.
El 15 de noviembre de 1989, Álvaro Ortega salía del hotel con su amigo y
también árbitro Jesús Díaz. El primero de ellos había sido el encargado del
orden durante el encuentro entre el equipo América de Cali contra el del
Atlético Nacional de Medellín, veinte días antes en la ciudad donde el primero
jugaba de local. Durante el partido Ortega anuló un gol del visitante,
entregándole el triunfo al equipo de los diablos rojos. Para todos, esto había
sido su sentencia de muerte.
Veinte días después de ese partido en Cali, de ese gol anulado, el hombre
capaz de hacer cumplir el reglamento estaba en Medellín con el objetivo de
volver a ejercer su oficio.
-¿Quién era?- preguntaba Jesús “Chucho”Díaz a su amigo tras verlo
preocupado luego de que atendiera el teléfono.
-Nada hermano. Después le digo, luego del partido -respondió casi molesto
el árbitro.
Un chirrido de cauchos obligó a los dos a voltear para poder ver el origen
del molesto sonido. El cañón de un arma se asomaba por una de las ventanas y
los disparos no se hicieron esperar. Dos balas atravesaron la pierna de Álvaro
y lo tumbaron al piso.
-Chucho me dieron- gritó el herido tirado sobre el suelo.
El sicario volvió a apuntar y esta vez dio más certeramente sobre el cuerpo
del árbitro. Chucho, heroicamente, corrió en dirección al auto desde donde se
producía el, hasta ese momento, intento de homicidio.
-Quítese Chucho que la vaina no es con usted- ordenaba el asesino tratando
de tumbarlo del carro.
Chucho agarró al conductor por el cuello y colgó un par de segundos en el
taxi donde se movilizaban los asesinos, pero cayó estrepitosamente sobre el
pavimento.
Sin sacudirse después de la caída, Chuco corrió a auxiliar a su amigo, a
quien levantó mientras suplicaba ayuda. Nadie lo hizo, solo un gamín se
acercó y ayudó a cargar al herido hasta otro vehículo de servicio público
detenido. Antes de montarlo, el habitante de la calle aprovechó y robó la
billetera al herido.
Quince minutos después en la clínica Soma declaraban muerto al árbitro
Álvaro Ortega. Una semana después se cancelaba el torneo de fútbol y se
dejaba al país sin campeón del deporte más querido por los colombianos.
Pablo Escobar tenía ahora toda la atención de todos sus compatriotas. “Es que
es una lumbrera el patrón”, pensó mientras cabalgaba a Túpac Amaru El
Mejicano.
Acababa de cumplir dieciocho años, estaba estrenando cédula y un traje
nuevo de paño, cuyo corte lograba su cometido: hacerlo lucir como un joven
ejecutivo cargando un maletín negro. “Como de abogado”, pensó cuando se lo
entregaron diez minutos antes del llamado a abordar el vuelo 203 de Avianca,
en esa tarde cumpliendo la ruta desde el aeropuerto internacional El Dorado de
Bogotá hacia el aeropuerto internacional Alfonso Bonilla Aragón de Palmira.
Era su primera vez en una máquina de este tipo, estaba entusiasmado y
asustado. En este viaje tenía todas sus esperanzas para el futuro, para cambiar
su vida y la de su familia. Le habían prometido comprarle una casa a su mamá
una vez el plan se ejecutara a la perfección. Algo adicional, pero más
importante, era el agradecimiento de El Patrón y la posibilidad de poder
hacerle más trabajos con los cuales amasar mucha plata.
-Recuerde bien, no vaya a prender la grabadora del maletín hasta que el
avión no haya terminado el despegue y haya volado algo. Si lo enciende antes,
la grabadora va a interferir con la radio del avión y lo mandan a bajar. Esto es
muy delicado- le dijo el hombre cuyo oficio para el cartel era organizarlo todo
para el atentado.
-Sí, voy a esperar hasta que ya no vea sino cielo y prendo la grabadora. Se
lo aseguro jefe- respondió el muchacho.
-Tranquilo, haga las vainas bien y pues ahí vemos qué decide El Patrón.
Días atrás Usma había contactado al muchacho, era hijo de unos
recolectores de basura de Medellín, no tenía muchas oportunidades pero sí un
gran afán por mejorar su futuro y el de su numerosa familia. Había sido
seleccionado para ser un “suizo”, palabra usada por los altos jerarcas del
Cartel para referirse a los suicidas dispuestos a hacer atentados de gran
peligrosidad. Algunos sabían el fatídico resultado final y pedían la mitad de la
plata por adelantado, con la promesa de hacerle llegar la otra mitad a sus
familiares luego de cumplido el trabajo. Pero había otros casos, como este, en
donde el “suizo” iba engañado hacia la muerte.
Usma, uno de los sicarios más sanguinarios y de más confianza de Pablo
celebró cuando fue seleccionado para este trabajo. Sentía esta asignación
como una muestra más de su escalada dentro de las filas del grupo y por ende,
uno con la posibilidad de recibir una paga muy buena.
-Un millón de dólares para que vueles un avión. Es una paga directa de El
Patrón- dijo el encargado de llevarle la noticia a Usma.
Ni siquiera dejó pasar diez minutos cuando ya había contactado a la
persona más experta en explosivos de la ciudad, otro grande dentro de la
organización antioqueña.
-C4 hermano, eso es lo mejor. Con poquito puede causar mucho desastre-
fueron las palabras escuchadas al otro lado de la línea telefónica.
Usma salió a buscar a uno de los reclutadores del cartel, uno muy hábil
para convencer pelados y conseguir el más apropiado para este trabajo.
Necesitaban a un muchacho con buena pinta, incapaz de despertar sospechas y
pasar por una revisión exhaustiva. Nada podía salir mal en el plan.
Entre las filas del Cartel se rumoraba sobre las causas del ataque. “Es que
en ese avión iban a viajar los Orejuela”, dijeron unos, refiriéndose a los
enemigos a muerte de Pablo Escobar. “Nada parcero, es el mismísimo César
Gaviria quien tomará ese vuelo”, respondieron otros. “Es un sapo que había
trabajado para Pablo y estaba siendo muy locuaz y había conseguido un trato
con la DEA y ahora emprendía huida para Cali para evitar al Cartel de
Medellín en Antioquia y Cundinamarca” reiteraban los demás.
La última especulación le había servido a Usma para inventarse el plan con
el cual confundir el muchacho y lograr se inmolara inadvertidamente,
destruyendo con él un Boeing con 107 pasajeros a bordo.
-Son esos tres a los que tienes que grabar. Dentro del maletín va la
grabadora encaletada. Métela debajo de tu asiento y listo. Presionas el botón
cuando yo te avise, yo voy al lado- con esas palabras los dos enviados por
Pablo se acomodaron dentro del avión de Avianca.
Al momento del capitán anunciar el inicio del protocolo para partir, Usma
hizo sonar su bíper y se excusó diciendo debía marcharse de urgencia porque
El Patrón lo estaba buscando urgente.
-Pero el plan sigue igual, espera unos 5 minutos y presiona el botón para
que la grabadora encienda- dijo despidiéndose del muchacho y pidiéndole a la
aeromoza permiso para abandonar el avión por una emergencia personal.
Usma se quedó en la terminal viendo al avión de casi 41 metros recorrer la
pista, elevarse por el cielo. Se sentía él en una mejor posición, una de más
altura, por lo menos en la escala social. Sentía ya el placer de saberse dueño de
un millón de dólares.
Cinco minutos después, cuando el avión estaba sobre Soacha, el muchacho
siguió las órdenes y presionó el botón rojo sobresalido por un costado del
maletín de cuero negro. No pudo hacer mucho más. El explosivo sirvió a la
perfección. De un golpe el asiento se desprendió del piso y una rajadura se
abrió en el fuselaje, desenganchando por poco el ala. Gritos y desesperación
recorrieron el avión de un lado a otro, las mascarillas cayeron y algunos aun
conscientes pudieron tomarlas. La aeromoza no hizo ningún anuncio por el
intercomunicador, no dio tiempo. La bomba estaba estratégicamente puesta
sobre uno de los tanques de gasolina y el estallido hizo ceder las paredes del
depósito de combustible. Un largo hilo del hidrocarburo brotó y se encendió
rápidamente causando una segunda y más fuerte explosión capaz de
despedazar el aparato en el cielo.
Desde tierra varios testigos observaron horrorizados como grandes pedazos
de la máquina se separaban y emprendían su carrera hacia un cerro cercano.
La aeronave tocó tierra causando un estruendo de pesadilla. Cadáveres
quedaron suspendidos en los árboles circundantes, miembros humanos
reposaban en el suelo, ropa, joyas, maletas sin abrir, hierros retorcidos,
asientos aún conservando en llamas los cadáveres y el fuselaje rojo y blanco
esparcido en pequeñas porciones por todos lados.
Las noticias eran caóticas, las autoridades se apresuraron a llegar al lugar,
periodistas y curiosos ya estaban allí. La lista de pasajeros era inconclusa.
Usma pasó por la casilla de cobro de costumbre; pero no había ningún
millón de dólares, solo le dieron cien mil y la promesa vacua de que El Patrón
pagaba sus deudas.
Treinta minutos antes de la tragedia, uno de los guardaespaldas de Gaviria
acompañó al coronel Homero Rodríguez hasta la presencia del nuevo
candidato presidencial del partido Liberal.
- Es importante- dijo el militar mientras le entregaba un sobre.
Gaviria leyó la misiva. Ahí estaba la lista de pasajeros del vuelo 203 de
Avianca. Aparecía, remarcado en rojo: “César Gaviria Trujillo, Silla 14F”.
Junto a la lista se podía leer: “Nadie está fuera de mi alcance”.
En ese momento comprendió que no debía tomar ese vuelo, pues temía que
uno de los sicarios de Escobar lo fuera a asesinar en pleno viaje. No se podía
imaginar lo equivocado que estaba. Cuando el atentado de Avianca se hizo
conocido en todos los medios informativos, sintió Gaviria sufrir la experiencia
de haber vivido uno de los miedos más grande de un colombiano en su época:
recibir una amenaza de Pablo Escobar.
María Cristina salió esa mañana a comprar las velitas para encender al otro
día con sus hijos y sobrinos sobre la acera frente a su casa. Lo mismo harían
sus vecinos del barrio Paloquemao de Bogotá. Iba a ser feriado y daría él un
inicio oficial a la Navidad, pero un trueno la hizo caer de rodillas y sobre ella
se vinieron los rollos de papel, esponjas, traperos, velas y otros enseres
guardados en el estante.
-Un terremoto, Ave María purísima- gritaba una señora mientras pagaba
sus compras en el momento del estallido.
-¡Volaron el DAS! ¡Volaron el DAS!- gritó un joven cuyo miedo lo hizo
correr por la calle frente a la tienda.
Eran las 7:15 de la mañana del 6 de diciembre de 1989 cuando un estallido
cercenó el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad y asesinó a
63 personas, casi todas civiles haciendo fila para obtener su “Pasado Judicial”.
Quinientos kilogramos de dinamita estaban acomodados dentro de un bus
incapaz de despertar ninguna sospecha porque pertenecía a la Empresa de
Acueducto y Alcantarillado de Bogotá. El chofer dejó ir el auto y lo hizo
estallar cuando estuvo frente a las oficinas del departamento encargado de la
inteligencia en el país. El edificio de once pisos enfrentó a la explosión y
perdió. La destrucción era casi total, dentro no habían separaciones internas,
los vidrios fueron destruidos, papeles, escritorios, cadáveres, techos,
archivadores, todos incrustados en la pared. Los lamentos de los
sobrevivientes inundaban los rincones destrozados de la edificación.
Afuera el panorama no era muy diferente: retazos de algunos vehículos
movilizándose por allí precisamente en ese trágico momento, grandes pedazos
de paredes, heridos, muertos, desesperanza y una guerra perdida contra el
narcoterrorismo de Pablo Escobar, Rodríguez Gacha y su ejército de
paramilitares y mercenarios, todos ellos en pie de comando luchando sin
descanso para evitar la extradición y asegurar una negociación con el otro
bando, el gobierno.
El general Maza Márquez, jefe del DAS se encontraba en sus oficinas al
momento de la explosión pero no sufrió ningún daño. El espacio en donde
llevaba a cabo sus funciones eran lo más cercano a un búnker.
El brutal estallido destrozó locales comerciales, apartamentos y
supermercados, en un radio de tres cuadras. La onda explosiva se sintió hasta
cerca de tres kilómetros.
Pablo Escobar escuchaba las noticias desde su apartamento en una cara
zona en Medellín. Cuando oyó la del atentado, su cara produjo un claro gesto
de indignación. “Estos hijueputas siempre se equivocan. En ese bus no iban
500 kilos de explosivo, yo mismo mandé a reforzar la suspensión para que se
pudieran montar varias toneladas y hacerlo volar”. Fue esa su línea de
pensamiento, desarrollada a la velocidad de la luz, la creadora del ademán en
su rostro manifestando insatisfacción.
Vicente, sagaz como de costumbre, interpeló con sus palabras las ideas de
su jefe.
-Tranquilo Pablo. Hemos volteado la cosa- respondió Vicente.
Pablo volteó a verlo iracundo, estaba enojado pero no con Vicente, estaba
enojado porque aún no habían negociado. Tenía a Gaviria pero este aún no era
presidente. Debía esperar mucho y él no quería esperar. El recuerdo de Galán
le causó dolor. No dejaba de considerar un error haberlo matado y de allí su
inconformidad.
Vicente, por su parte, en su mundo, a su interior, estaba dichoso. Mientras
veía a su cliente, no pudo evitar notar la magnificencia de su vida. La suerte lo
había puesto justo en el momento cuando este hombre de Medellín y su socio
declararon una guerra sin precedentes al Estado colombiano; pero su talento lo
había dejado presenciar, desde una posición de privilegio, el preciso instante
en que esa guerra la estaban ganando.
-Esperar es una mierda y ni siquiera puedo ver fútbol- dijo Pablo apagando
el televisor en un canal donde pasaban una telenovela.
¡AVE, CÉSAR!
“A nuestra patria llegó, como llegó a más de 60 países del mundo, el poder
oscuro y criminal del narcotráfico. Y ha sido, desde 1982, un año antes de que
Rodrigo Lara asumiera el Ministerio de Justicia, ha sido el Nuevo
Liberalismo, la única fuerza política que en Colombia se enfrentó a ese
adversario terrible de la sociedad como lo es el narcotráfico”.
Gaviria recordaba esa frase, esa última parte recitada por Galán con una
fuerza inusitada en una presentación pública, en cada una de las entradas que
hacía a su nueva oficina: el despacho presidencial. Su obsesión por ella
radicaba en su capacidad para situarlo frente a un insuperable dilema: estar
obligado a tomar decisiones opuestas a las realizadas por su mentor frente al
problema causante de un gran desespero para su pueblo: la lucha contra los
carteles de la droga. Se sentía él entre una roca y un muro.
Lo martirizaba, en este viaje a su lugar de trabajo, el saber la inevitabilidad
de su reunión con Hank Parks, el hombre encargado de instaurar los intereses
de las principales empresas del mundo en todos los países. Gaviria recordaba,
en la antesala a esa cita, aquello dicho por su predecesor, quien promulgaba
constantemente su creencia absoluta de estar viviendo como sociedad “una
gran crisis moral”. “La crisis moral –repetía el evocado político- cuando afecta
a un pueblo, se expresa sobre todo en el momento en que los intereses
privados, los intereses particulares, tienden a prevalecer sobre los intereses
públicos… sobre los intereses colectivos”.
A cada instante Gaviria sentía haberse convertido en el enemigo jurado, el
villano a vencer por Galán. Sabía era él ahora parte de esa tragedia sufrida por
su sociedad, ignorante de la influencia sobre ella ejercida desde los pasillos
más oscuros del poder político. Aquel recordado por la historia por ser el
eterno aspirante a sentarse en la silla del máximo exponente del poder público,
describiría la situación como “una nueva forma de opresión del pueblo, más
sutil, más difícil de detectar y de comprender, más maquiavélica quizás, pero
igualmente frustrante, injusta y arbitraria, en sus efectos sobre la
colectividad”. Quien ejercía esa intimidación desde las sombras ahora, era
quien había jurado lealtad al líder caído en su lucha contra esa forma de
dominación; y eso lo desmoronaba.
Pero Gaviria siempre encontró tranquilidad en un pensamiento, en un error
en el análisis de Galán. Él, capaz de describir la situación social del país como
ningún otro, tuvo un concepto bastante elevado e infundado sobre el pueblo a
cuya vida entregó. Famosa fue la sentencia capaz de prever su muerte; más no
su destino: “A los hombres se les puede eliminar, pero a las ideas no. Y al
contrario, cuando se eliminan a veces a los hombres, se robustecen las ideas”.
Para Gaviria, unas fuerzas sombrías con su conocimiento y participación
habían asesinado a Galán; pero el pueblo había hecho algo peor: lo había
olvidado. Su creencia en ese sentido era irreprochable.
Había incluso, algo más, porque siendo él el principal defensor de la
enorme inteligencia de Galán, admitía desde su puesto de heredero lo limitada
de ella para pronosticar los cambios en el panorama político internacional. El
asesinato del líder se dio en un mundo; la presidencia de Gaviria en otro, en el
opuesto incluso. En noviembre 10 de 1989, 45 días después del magnicidio en
donde se transformó el país, el muro de Berlín caía y con él se llegaba al “fin
de la historia”, como lo llamó el académico de Harvard, el controversial
Francis Fukuyama. Para el profesor de la prestigiosa universidad, la debacle
del bloque comunista eliminaba, de tajo, todas las batallas ideológicas sobre
sistemas políticos y económicos: el capitalismo era el gran triunfador, la
democracia había arrasado y todo el mundo debería adaptarse a él. El planeta
enteró creyó su tesis.
Traída a su realidad, Gaviria adaptaba el contexto global a su vida diaria en
los eternos pero maravillosos debates entre Gustavo y Luis Carlos. La
coyuntura le dejaba claro a él lo errado de las posturas del político y la
veracidad de lo dicho por el empresario. Las ideas de Galán, aquellas
explayadas maravillosamente en sus emotivos discursos, eran parte del
pasado. El capital, la privatización, la reducción del Estado, la liberalización
del sector financiero, la globalización, todos esos eran los nuevos motores de
la historia, aquellos destinados a crear un paraíso en la tierra y los verdaderos
impulsores de la justicia social anhelada con ahínco por su ídolo. Galán había
sido asesinado en Colombia, pero su ideal era exterminado en todo el mundo.
Gaviria vivía en una encrucijada, debatiéndose constantemente entre las
presiones de aquellos vivos cobrando por sus servicios al haberlo convertido
en presidente; y el recuerdo de aquel hombre influyente, valiente e
incorruptible, cuyo legado lo impactó hasta lo más íntimo de su ser.
Gaviria admitió su condición de inferior socialmente desde una temprana
edad, algo únicamente concebible en un país clasista como el suyo. Era él un
hombre de provincia, nada más; un ciudadano normal nacido en uno de los
países más desiguales e injustos del mundo, en donde creció viéndose
subyugado por una realidad castradora del espíritu humano y su innata
capacidad de soñar. Pero, producto de su ímpetu, entró en la política y allí su
ascenso fue meteórico. Le permitió, su talento y entrega, cambiar las reglas
dictadas y establecidas, aunque no escritas, estructuradoras de una tradición de
castas, en cuanto le otorgaba el poder público en exclusiva a los poseyentes de
ciertos apellidos, permitiéndoles el acceso a los altos puestos jerárquicos del
Estado y entregándole el usufructo de sus beneficios a su selecto grupo.
Pero ya no era él esa persona. La vida, como dijo Gustavo, lo había puesto
en el momento justo, el tiempo adecuado y la situación correcta. Gaviria se
había convertido en el presidente de la República de Colombia por una
imposición del destino, contrario a la historia.
En esas cosas pensaba todas las mañanas cuando dirigía su andar hacia la
oficina presidencial, pero especialmente esta en la que se reuniría con Parks.
No olvidaba el duro camino transitado para llegar a esa posición, aunque el
recorrido en su trecho final se hubiera facilitado por el legado de Galán.
Gaviria se convirtió en el primer mandatario de sus nacionales en una elección
imposible de no considerar como un mero trámite. Así de descomunal era el
nombre de su antiguo guía y la grandeza de la lucha por él escogida. Debía
continuar él con el proyecto capaz de enamorar a su mentor, ilusionar a su
pueblo y crear una leyenda. Pero hizo lo contrario.
El partido político Nuevo Liberalismo era la ilusión de Galán. Buscaban
sus integrantes y, especialmente su emblemático líder y fundador, una política
capaz de diseñar y realizar una nueva sociedad para superar la encrucijada
sufrida por Colombia. Tenían cinco metas fundamentales, según rezaba en sus
estatutos: la independencia nacional, la identidad cultural del país, la
democracia orgánica, el nuevo concepto del Estado, y la estrategia del
crecimiento económico e igualdad social. Por esas ideas luchó Galán y,
mientras fue su jefe de debate, también lo hizo Gaviria. Como presidente
elegido, las olvidó por completo.
Para el gran líder “el concepto de la democracia orgánica, que defiende el
Nuevo Liberalismo, cuestiona la sobrevaloración del poder asignado al
ejecutivo y el dominio del Congreso por una casta política que ha arrebatado
al pueblo colombiano el derecho a tener una auténtica asamblea que los
represente. La democracia orgánica debe incluir tres aspectos fundamentales:
una democracia que conduzca a una descentralización administrativa, una
democracia económica que luche contra la concentración de riqueza, y una
democracia social que permita abolir los privilegios de cuna y de clase social
colombiana”. En pocas palabras, promovía él una revolución social, una
apertura democrática.
“Quedaste en el pasado Galán”, concluía Gaviria mientras rememoraba
esas palabras en su oficina esperando a Parks, buscando medios para encontrar
calma en su espíritu. Impulsado por su marcada confianza, el presidente
llenaba sus ministerios de jóvenes promesas de la política, un grupo bautizado
por la prensa nacional como el “kínder”, afanados por imponer las ideas del
“Nuevo Orden Mundial”, centradas todas ellas en la libertad absoluta al
mercado, promoviendo el quehacer de los empresarios como la solución a
todos los problemas.
Galán, como presidente, habría buscado ser un reformador y por eso su
deseo absoluto de evitar “el crecimiento desmedido del poder ejecutivo, el
aislamiento del Congreso respecto de la realidad nacional, el uso casi
permanente del estado de sitio para resolver los conflictos sociales, la
inoperancia de las instituciones en especial de la justicia y la corrupción y el
clientelismo en la administración pública”. También, denunciaba él que “en la
crisis de la sociedad se atribuye un papel protagónico a los partidos políticos,
convertidos en ‘dominios feudales’ dedicados exclusivamente a buscar la
obtención de cargos públicos y la relación de sus representantes en los
organismos legislativos”. “Frases sin sustento cuando se llega al poder”,
pensaba su sucesor. “La política es pactar, no hay problema con pactar, el
problema es qué se pacta”, le había dicho Gustavo a Gaviria con tal se sacará
de su mente todas esos anacrónicos pensamientos. César le daba la razón hoy.
También, para Luis Carlos, como le decían sus allegados más leales,
“frente a las relaciones internacionales se busca crear conciencia de la
necesidad de independizar a Colombia de los intereses de las grandes
potencias. Se busca integrarla a las regiones próximas como Latinoamérica,
con las cuales existen vínculos culturales cercanos y se pueden establecer
vínculos económicos productivos. La posición del Nuevo Liberalismo es no
aislarse del mundo pero mantener una independencia en la cual se puede
reivindicar los valores propios de la sociedad Colombiana”. “Ya no vivimos en
ese mundo Galán”, reflexionaba Gaviria, quien sabía que “hoy son los Estados
Unidos la gran potencia”. Frase muy similar a la expuesta por Matrix, por
Parks, por Gustavo, todos ellos con carreras exitosas gracias a ese mismo
aliado.
Sin importar todos los debates, las aristas, perspectivas o ideas, la verdad
es inocultable y dolorosa: Galán, si su vida le hubiera alcanzado hasta hoy,
vería en su sucesor, el presidente Gaviria, a un completo traidor. Y su primera
gran felonía fue el haber claudicado frente a Escobar, a quien nunca trató
como un criminal, sino como a un aliado. Triste realidad cuando se contrapone
al hecho indiscutible de haber sido el capo el autor del crimen cuya
consecuencia más chocante fue haberlo hecho a él presidente.
Gaviria daba vueltas en su despacho presidencial en un andar al parecer
imparable. La llegada de Hank Parks incrementaba su angustia. No hallaba
paz en ninguna forma, más cuando se vio obligado a declarar, solo unos días
antes, el Estado de conmoción interior, producto de las circunstancias y la
guerra declarada por el Cartel de Medellín. Pero el contexto no justificaba la
realidad: la imposición era una traición más al legado supuestamente protegido
bajo su mandato. Y todo fue establecido en esa importante reunión, en la que
volvió a ver al abogado de Pablo, en un encuentro secreto, realizado en la casa
de Virgilio, a las afueras de Bogotá, donde se encontraron el presidente
Gaviria y el abogado de su enemigo más poderoso, en una reunión esta vez sí
pactada.
De pie, bajo la inmensidad de un cielo azul bastante nublado, cuyo color
gris anunciaban una próxima y muy fuerte lluvia, se vieron las caras estos dos
hombres, en total secreto, en un encuentro a punto de cambiar por completo la
historia del país y, a pesar de eso, tan solo conocida por media docena de
personas.
-Señor presidente, es un honor encontrarme de nuevo con usted. Mis más
sinceras felicitaciones por un triunfo muy bien merecido –saludó Vicente
mientras se acercaba a Gaviria.
-Ha sido la peor pesadilla de mi vida – respondió Gaviria, ya en tono de
figura presidencial.
-No tiene por qué seguir siendo así – fue lo dicho por un siempre elegante
y locuaz Vicente.
-Voy a serle sincero abogado: sé lo que quieren, me lo han dejado saber
desde antes. Y la verdad, lo que más quiero en la vida es que se acabe esta
guerra y que usted se largue de mi vista. Dígale a su cliente que estoy
dispuesto a darle lo que desea. Eso sí, lo que me han dicho ya, ni una cosa más
y tal vez algo menos.
-Presidente, no se equivoque. Sé, en esta circunstancia, no soy más que un
mensajero; pero quien manda el mensaje es Dios o el diablo en persona, como
usted quiera verlo. Mi cliente, como usted osa llamarlo, quiere lo que ya ha
pedido, nada más; por eso es que no hay exigencias adicionales: por qué él no
las desea; no porque usted las rechace.
Gaviria acomodó su postura, enderezándola hasta lo máximo permitido por
su cuerpo, encontrando en la pose la fuerza necesaria para responder el
comentario con el tono deseado.
-La última vez que usted y yo hablamos, en una escala de poder yo estaba
abajo y usted arriba; ahora es al revés. Imagínese cómo será la próxima,
cuando su cliente no sea más que un preso y usted básicamente un mensajero.
Gaviria se refería al encuentro habido entre ambos, cuando éste era aún
candidato, organizado por medio de Parks y Joe, en la oficina de Gustavo. Esa
tarde, Vicente entró a la oficina del magnate y mirando al agente de la DEA le
espetó sin ninguna cortapisa:
-Acá la oferta solicitada a mi cliente-.
Finalizada la sentencia, Vicente tiró un extenso documento en el que se
estipulaba lo requerido para hacer realidad la entrega del capo de Medellín.
Antes de salir de la oficina, Vicente le dio una mirada a Gaviria:
-Esto es una realidad. No lo tome a la ligera: será usted el hombre que
ponga en prisión al criminal más buscado del mundo. Pero quiero saber, ¿está
listo para hacerlo? ¿para asumir las consecuencias de lo que está a punto de
hacer para alcanzar el poder?
Todos en el salón callaron. El simple recuerdo de Galán los intimidó.
Gaviria ni fue capaz de responder. Vicente se afanó por el silencio.
-Lea el documento –ordenó el consultor legal.
Más de un año después, Gaviria tendría una segunda reunión en la finca de
Virgilio con Vicente, la que recordaba al detalle mientras esperaba a Parks,
antes de entrar a su despacho presidencial.
-Sabías palabras, estimado señor presidente –dijo Vicente en esa ocasión,
ahora recapitulada por su interlocutor-. Muy, muy reales por demás, cada una
de ellas. Pero, por eso misma, indignas de alguien de su estatus. No es de los
grandes amenazar a los débiles. Son esas cosas las que determinan de qué está
hecha realmente una persona. Pero en mi perspectiva, algo de esperar, pues no
es más el recordar cómo obtuvo usted el lugar en el que está para saber la
calidad humana detrás de la figura.
Gaviria trató de asesinarlo con su mirada, generando en Vicente una
agachada sutil de su cabeza, además de su posterior retirada del espacio y la
conversación. No hubo más palabras, y el ofendido no volteó para ver el partir
de su agraviador. Mientras buscaba medios internos para superar el dolor por
la innegable realidad de lo escuchado, Gaviria se impresionó al escuchar el
impacto del documento tirado al piso, frente a sus pies, por Virgilio. Quedó
abstraído viendo al viento levantar las hojas del texto detenidas por un anillado
hecho en una humilde papelería, en su intento de escape por los aires. Estaba
allí, en ese escrito, ya conocido por él, estipulado cada mínimo detalle de lo
deseado por el criminal más buscado del mundo.
-Lo haré abogado. Este país no puede seguir igual- dijo Gaviria.
Pablo contemplaba el atardecer, caminando por Nápoles, antes de recibir la
noticia, por parte de Vicente, quien lo llamó apenas Gaviria dio confirmación
en la finca de Virgilio, de la pronta existencia, en unos meses, de sus deseos.
En poco tiempo serían una realidad. “A Gaviria, lo tengo”, pensó el jefe del
cartel de Medellín. No se equivocaba en su apreciación.
-Vicente, a mí la gente que me funciona la vida le cambia –dijo un siempre
amable Pablo al escuchar lo dicho por su abogado.
-Gracias Pablo. Pero permítame decirle algo: creo se equivoca; es a la
gente a la que yo le funcionó a la que le cambia la vida.
Escobar no pudo evitar emitir una fuerte sonrisa. Vicente aprovechó el
buen humor para dejarle saber el resto de la noticias puesto que la totalidad de
la información no era positiva.
-El problema es que la cárcel no empezará a construirse hasta el próximo
año.
-¿Y por qué?
-Aún no lo sé Pablo.
-A mí no se me responde así. Ya le mandé a decir a esa malhablado que no
me iba pudrir en una celda de mala muerte. Es mi cárcel o nada.
-Y así va a ser; pero en algo tiene razón él: la cárcel la comenzamos a
construir cuando la entrega esté pactada.
No se necesita ser un experto en sistemas penitenciarios para determinar
por qué no se le puede dejar construir al preso su propio lugar de reclusión. En
ese excepcional caso a nivel mundial, La Catedral de Envigado sirvió como un
perfecto ejemplo del porqué de tan lógica regla. La prisión de Escobar,
diseñada y elaborada por su principal reo, estaba poblada de túneles, guacas y
recovecos para satisfacción del criminal.
Mientras Vicente entraba a la casa de Virgilio, se notó intimidado al Pablo
preguntarte por el tema de mayor trascendencia, uno que no se había debatido
con el presidente. Escobar no podría haber sido más preciso en la importancia
de ese aspecto de la negociación
-Lo de la cárcel lo superamos, eso lo sé; pero lo verdaderamente
importante abogado, ¿en eso cómo vamos?
-Pablo, llamar a una constituyente no es algo menor. El Congreso debe
aceptar la propuesta. Gaviria lo va a hacer. Tengo seguridad en eso.
-Yo no me voy de este país abogado. Muero en Colombia. Y si yo me voy
de Colombia, el que muera acá es usted. ¿Queda claro eso?
-Sí señor.
Producto del tono de voz usado en la llamada, cuando Gaviria ingresó a la
mansión de Virgilio fue abordado de inmediato por Vicente.
-Señor presidente, me incómoda mucha molestarle; pero hay algo más por
tratar en esta conversación.
-Lo sé, pero solo puedo decir que no tengo cómo explicarle lo
inmensamente difícil que es organizar lo que me pide. ¿Cómo no extradito al
enemigo número uno de los Estados Unidos?
-El enemigo número uno de los Estados Unidos no es Escobar. Y eso,
créame, ya está muy adelantado con ellos.
-Para Pablo, no para mí o para Colombia. ¿Tiene idea usted de lo que
pasaría en este país si se encierra en una mansión llena a de lujos al principal
exportador de cocaína del planeta? No nos dejarían en paz. Llevamos casi una
década persiguiéndolo, declarándole la guerra. No se van a olvidar de él así no
más.
-Créame, así va a ser. Se van a olvidar de él como si nada.
-¿Se le subió lo que vende su cliente a la cabeza?
-Usted otorguenos la Constitución, prohíba la extradición y nosotros nos
encargamos del resto.
Vicente le estiró la mano a Gaviria y se despidió, agradeciéndole el tiempo
y la disponibilidad a él prestada. De exacta misma manera, con su elegancia
exhibiéndose en cada gesto, Vicente se había despedido de Pablo cuando
volvió a llamarlo para contarle los avances de la reunión.
Dos días después del encuentro entre el jurista y el presidente en la
hermosa finca, el criminal se reunía en sus terrenos de Envigado, donde lo
había hecho anteriormente con Gaviria, con el oficial encargado de su captura.
Serían de nuevo tres hombres, hablando en secreto.
-Pablo, te presentó a un gran amigo –dijo Joe apenas se encontró con
Escobar.
-Max Matrix, señor –dijo el nuevo integrante del trío.
-Pablo Emilio Escobar Gaviria –respondió el dueño de los terrenos. –Esto
es muy sencillo señores: yo hice lo solicitado y espero a cambio lo demandado
–dijo entrando en el tema de manera directa.
-No va a ver mucha complicación en eso Pablo –dijo un sinceramente
interesado Matrix.
Escobar, mirando a Joe, respondió…
-¿Y usted qué va a decir?
-No va a ver problema Pablo. Si Colombia cancela la extradición, no habrá
presión de nuestra parte.
-Pablo, pero es importante entender algo: esto es un trato de una sola vez,
para una sola persona. No puede negociar usted en nombre del cartel, ni de
otros comerciantes de droga – recalcó con mucho énfasis Matrix.
-Interesante forma de referirse a nuestro grupo de empresarios, señor Max.
Sí, eso lo sé. Pero mi gente se encierra conmigo, se quedan conmigo y están en
paz conmigo.
-Un grupo selecto sí –rápidamente dejó saber Matrix.
-Pues me toca entonces acabar con la extradición.
-Ese el trato Pablo –dijo Joe. –Si no logra cambiar la ley, nos lo llevamos.
-Eso está ya andando.
-¿Poniendo bombas lo va a lograr? –criticó con su tono Matrix
Escobar se quedó mirándolo, como midiendo las palabras recién
escuchadas, analizando qué decir a continuación.
-Hay algo que ustedes los de los Estados Unidos ocultan y es que hay que
ser realistas, estamos viviendo una civilización de la cocaína. La cocaína está
invadiendo al mundo entero, porque es una droga menos fuerte, menos
perjudicial que otras drogas. El problema de los drogadictos es un problema de
falta de educación y disciplina, pero pasa lo mismo con el alcohol; no hay
ninguna diferencia entre un hombre tirado en la calle borracho y un
drogadicto. Lo que le trato de decir señores agentes, es que actualmente la
cocaína es el mal, es la sustancia peligrosa, porque somos los colombianos los
que la producimos y porque escapamos al control de ustedes los americanos.
No es más. Yo soy un criminal, lo reconozco; pero no soy el único en esta sala
que lo es. Matan ustedes más gentes con sus cigarrillos, sus cervezas; pero me
persiguen a mí por haber nacido pobre en Colombia.
Matrix sonrió. Escobar entendió el gesto como una frustración de su
contraparte al no haber encontrado una respuesta.
-¿Cuánto me va a costar comprarles mi paz?
-Mucho Pablo, muchísimo –respondió enfáticamente Matrix.
-Ese fue el problema entonces, no la cocaína que envié para los Estados
Unidos; fue la enorme cantidad de dólares que saqué de allá para acá.
Los tres hombres sonrieron.
Y así, con una cárcel estructurada, diseñada y organizada en sus propios
terrenos, la Guerra contra las Drogas acabó en el país el 18 de junio de 1991,
cuando Pablo Emilio Escobar Gaviria se entregó a las autoridades
colombianas. Su rendición fue posible producto de los oficios del padre García
Herreros, ilustre miembro de la Iglesia Católica colombiana, quien días antes
había recibido una enorme hacienda de parte del narcotraficante, un asunto
menor porque según el prelado, “cuando se hace la voluntad de Dios, no hay
corrupción”.
Escobar había subyugado al gobierno de Colombia en la tierra, pero
también al del todopoderoso en el cielo. Aunque más sorprendente fue el
cambiar los intereses del imperio terrenal. Este hombre, el enemigo número
uno del mundo, el principal problema a la seguridad nacional de los Estados
Unidos, el mayor asesino de jóvenes de ese país por la exportación de su
producto, no tuvo ningún problema con la supuestamente implacable justicia
norteamericana. Colombia se desangró cerca de una década porque los
Estados Unidos le hicieron ver la droga como el diablo en persona y a su
principal exportador y productor como el más allegado hombre a Satanás.
Toda esa época de desgracias concluyó con Escobar viviendo tranquilamente
en una mansión en sus terrenos en Envigado, borrando el sacrificio de los
miles de hombres caídos por dar esa lucha y con los Estados Unidos
olvidándose por completo de la extradición.
-Pablo –le diría con mucha cautela Vicente un año antes de ser arrestado-,
Gaviria va a mover sus fichas para alcanzar la constituyente; pero es nuestro
trabajo hacer que en esa constituyente se escriba lo que queremos que se
legisle.
-Sé para dónde vas y te aseguro que sí. Estoy de acuerdo. Debes hablar con
ellos.
Dos días después de ese intercambio, en una reunión secreta entre Vicente
y los principales líderes del grupo guerrillero M-19, se estipuló todo el apoyo
necesario para que ellos pudieran comenzar su carrera política. El afán de una
sociedad más democrática, más justa, con más oportunidades para los pobres,
tesis que el grupo rebelde anhelaba para su país, compaginaba a la perfección
con el ideario de Pablo. Por eso quería el capo garantizarles la obtención de la
votación más alta para la Asamblea Nacional Constituyente, poniendo al
alcance de sus manos una financiación ilimitada. El pago, por su puesto, era la
cancelación de la extradición.
“Hagan la campaña que quieran, en donde quieran, como quieran. Desde
hoy, tienen todos los medios a su alcance”, le habría dicho Vicente al grupo
revolucionario antes de subirse al auto con el objetivo de sacarlo de Zipaquirá,
municipio en donde se habían reunido. El primer plan elaborado entre el
narcotraficante y el grupo revolucionario sería un éxito. Incluso Joe se
sorprendería de ver cómo los dineros del narcotráfico se deslizaban con total
tranquilidad y conocimiento del presidente Gaviria entre los legisladores a
punto de crear la ley de leyes en Colombia, algo que compartiría públicamente
en una entrevista dada a un medio nacional.
Citando el titular de El Espectador, a Colombia le ganó el terror y Gaviria
fue el encargado de claudicar ante él.
Matrix vería en televisión, en su casa en Pittsburgh, el momento de la
entrega de Escobar a la justicia colombiana. “Como consecuencia de la
política de paz y fortalecimiento de la justicia del señor presidente y su
gabinete ministerial, he decidido someterme a los decretos 2047, 2147, 2372 y
el 3030 de 1990, respaldados por el señor Procurador General de la Nación,
los señores Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y por la enorme
mayoría del pueblo de Colombia”, escucharía Matrix decir a Pablo. Postrado
allí frente al aparato creador de imágenes virtuales, tomó su teléfono y marcó
un número de difícil recordación en ese momento, como consecuencia de los
dos años sin utilizar esa combinación. Cuando obtuvo respuesta, dijo
tajantemente…
-Parks, es hora de culminar esto.
Tiempo después, Hank estaba a punto de tomar un avión. El destino era
Colombia. El objetivo la cita con su presidente. El aterrizaje por Bogotá es
realmente uno mágnifico; pero Parks nunca lo había notado. En cada visita
hecha con anterioridad el sentimiento dominante era el estrés. Hoy, era la
dicha y esa apertura mental le permitió vislumbrar los bellos paisajes de la
sabana capitalina, desde donde saldrían las flores a punto de conquistar el
mercado norteamericano, gracias a los acuerdos a firmar por Gaviria. Le
quedó imposible no notar el enorme campo de rosas blancas, donde
seguramente estarían los hombres de Sandro trabajando.
Disfrutó de un almuerzo en un restaurante local, en el norte de la capital,
vislumbrado cómo estaría de transformado todo en poco tiempo. Sin saberlo,
Parks estaba teniendo una premonición más acertada de lo creído por él: en
ese centro comercial, donde se hallaba saciando su apetito, se abriría el primer
McDonald’s en Colombia, dándole con ese momento, con la venta de su
primera Big Mac, el bautizo oficial como miembro de la globalización al país.
Y todo era gracias a él.
Ya entrada en la noche, y tal vez por no perder la costumbre, el sicario
económico entró con mucha cautela al palacio de Nariño donde su residente
actual lo esperaba con todo su equipo, en el despacho presidencial. Había
pasado Gaviria todo el día recordando los vaivenes de la historia y sufriendo
por el recuerdo de Galán. Pero ahí estaban ya los dos. El discurso dado por
Parks era uno ya interiorizado; era el mismo hecho durante la década pasada a
lo ancho y largo de todo el continente. Pero hubo un placer especial en
recitarlo esta vez, pues sabía tendría una respuesta afirmativa del único país
que se la había negado. Con esto cerraba una carrera perfecta como hombre
encubierto de la CIA. Culminaba su vida en el séctor público, donde siempre
actuó en secreto, con un broche de oro.
Colombia, de la mano de Gaviria entraba a la modernidad. Importación de
productos de todos lados buscando saciar la sed de consumo en los nacionales,
con tal pudieran gastar menos en los objetos añorados gracias a la maquinaria
publicitaria; privatización de empresas estatales con la promesa de estas
comenzar a prestar un servicio más eficiente a sus clientes; independencia
total del banco central con tal se centrará exclusivamente en el control de
precios y se mantuviera la estabilidad. Durante años, los gobernados por
Gaviria se impresionaban con la llegada de nuevas y brillantes marcas al país:
Colombia estaba de moda.
En breve, Gaviria habría de hacer casi todo lo detestado por Galán. Pero
para el mundo, el pueblo y los medios de comunicación, su accionar era
impecable. Todos le daban la razón. La historia estaba de su lado. A Galán y
sus ideas el mundo habría de olvidarlos. La muerte del candidato había
logrado conjugar los intereses de un poderoso sector de la política y la
economía mundial. Los ríos de sangre corriendo en la tarima de Soacha fueron
intercambiados por las corrientes inmensas de dólares entrando al país.
LA FUGA
LA LLAMADA