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II - La definición de participación

Euclides Sánchez
Todos con la “Esperanza”
Continuidad de la participación comunitaria
Universidad Central de Venezuela. Facultad de Humanidades. Comisión de
Postgrado.
Caracas. 2000.

En el capítulo anterior se evidenció la importancia que la participación tiene hoy


en el contexto de América Latina, pero no se aludió a lo que se entiende como tal
o en todo caso a las tendencias que puedan existir en la interpretación del
término. Esto es lo que trataré de hacer en esta parte del marco conceptual.
Generalmente, cuando se revisa la literatura sobre investigación de la
participación, se encuentra que su definición corresponde a enunciados que los
investigadores hacen a partir del análisis de experiencias participativas,
tomándose muy poco en cuenta las definiciones de los propios participantes. A
pesar de ellos como actores de la experiencia participativa pueden introducir
elementos complementarios o de diferenciación de los propuestos por los
académicos. Aquí por el contrario, se incluirán ambas agregando una
comparación de los aspectos principales.
Antes de entrar a examinar las definiciones de participación, mencionaré primero
algunas denominaciones y usos que se le asignan al término.
Comienzo señalando que participación es un vocablo popular, pues se observa
frecuentemente tanto en el discurso político, como en el comunitario o
ambientalista. Así, se habla de participación política, de participación vecinal, de
participación ambiental. Por otro lado, se utilizan como equivalentes,
participación ciudadana, participación comunitaria (PC) y participación social. En
este trabajo descartaré este último uso por considerar que toda participación es
por definición social, pero sí diferenciaré posteriormente participación ciudadana
y comunitaria, y participación política, que es otro de los tipos de participación
que también se confunden con los dos anteriores. Mientras tanto continuaré
empleando el término participación de manera genérica.

Definiciones de investigación

Tal como señalé antes, el interés por la participación se ha incrementado de


manera significativa en las últimas décadas. Particularmente Edelston, Harold y
Kolodner (1968) ubican este crecimiento a partir de los 60, aunque se ha
empleado con diferentes connotaciones. De hecho, la revisión de diferentes
estudios sobre participación, realizada por estos autores, reveló que se puede
calificar como tal: a) la emisión de opiniones a encuestadores que pretenden
conocer las percepciones de la gente sobre sus necesidades, aunque no tengan
injerencia en los programas y soluciones desarrolladas por los planificadores para
satisfacerlas; b) el conocimiento y derecho de los usuarios a aprobar o no las
opciones presentadas por los expertos, aun cuando las objeciones no impliquen la
reformulación total de la alternativa cuestionada y c) la aceptación de proyectos
urbanos por parte de los planificadores bajo condiciones de presión de los líderes
de un grupo o comunidad, en cuyo caso la solución más que expresar las
necesidades de los usuarios mediante un proceso de coparticipación, es el
resultado de la intimidación ejercida por un colectivo o por sus dirigentes.

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Stringer (1974), quien destaca el auge de la participación en los 70, llama la
atención sobre el aumento de involucramiento ciudadano, el cual ha ido creciendo
en la medida que los planificadores y administradores tienen más capacidad de
decisión, cosa que coincide con el planteamiento hecho antes respecto a un
aumento de la conciencia de los ciudadanos sobre su papel como sujetos de
desarrollo social. Stringer (1977), y refiriéndose a las décadas de los 60 y de los
70, reconoce, sin embargo, que la participación ha sido más una respuesta
ciudadana en el campo de la planificación urbana que en otras áreas como la
salud o la educación.
Con relación a esto, Wandersman (1978) señala que en el debate entre: a) la
“posición del experto”, es decir que en virtud de su entrenamiento los
profesionales son los que tienen la competencia para diseñar ambientes que se
ajusten a las necesidades de los usuarios y b) la posición de la participación, que
es la forma mediante la cual los usuarios pueden asegurarse que sus necesidades
y valores si sean tomados en cuenta en la planificación, la segunda ha ganado
más adeptos, precisamente porque es un método para eliminar los problemas de
la planificación deficiente. Harrington (1984) lo ilustra muy bien con la
descripción de una experiencia de participación en un programa de urbanización
en Lusaka (Zambia), en la cual la población rechazó dicho programa, por cuanto
el interés principal de los ingenieros que lo dirigían era la aprobación, por parte
de los residentes, de planes urbanísticos ya terminados que les eran presentados.
En un comienzo, los planificadores se resistieron a un mayor involucramiento de
la gente, pero finalmente reconocieron que como unidad de servicios del gobierno
local sólo les correspondía ayudar a los pobladores a desarrollar sus viviendas y
no a determinar qué debían hacer.
Con relación a la definición propiamente, Stringer (1972) interpreta tres
versiones conocidas sobre la participación con base en la teoría de los constructos
personales de Kelly: “tener parte de” algo que pertenece a un grupo, “tomar
parte en” algo con otros y “ser parte de” algo, es decir, involucrarse en lo
esencial de esto, con lo cual se tiene y se toma parte. Visto como constructos en
el campo del diseño, que es el área donde se ubica el autor, la acepción de
compartir algo ya diseñado implica la aceptación de los constructos de los
diseñadores, con lo cual se impone una visión particular del diseño,
desconociéndose la de los usuarios. Al “tomar parte” por otro lado, pude ocurrir
que el usuario ajuste su sistema de constructos al del diseñador o bien le
imponga el suyo, en cuyo caso niega la concepción de éste, resultando así un
producto unilateral. En la aceptación “ser parte de”, por el contrario, se requiere
que los sistemas de constructos de ambos sean parte integral del proceso de
diseño, lo que exige, a fin de garantizar congruencia entre los constructos del
público y del plan, una relación de comunicación que garantice la influencia
mutua entre los constructos de uno y de otros.
Esta última versión es lo que Stringer (1977) ha denominada el diseño
participativo, en el que los constructos personales de diseñadores y usuarios son
moldeados en la relación interpersonal que se desarrolla entre ambos durante el
diseño del proyecto en que se trabaja. Es una relación de interacción en la que
usuario y planificador confrontan sus puntos de vistas, aprenden sus lenguajes y
la validez de sus posiciones (Stringer, 1982). Es también, como dice Lawrence
(1982), una relación de interacción educativa pues, tanto uno como el otro,
aprenden y enseñan conocimientos y destrezas que benefician el diseño.
Fuera del diseño o de la planificación urbana, reconociendo el carácter interactivo
de la participación, se prefiere hablar de cooperación entre profesionales y
comunidad para la formulación y puesta en práctica de programas sociales
(Davis, 1982) o de proceso para alcanzar acuerdos entre decisores

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gubernamentales e individuos para la elaboración u ejecución conjunta de
políticas (Draisen, 1983). No obstante, algunos autores como Gow y Van Sant
(1983), enfatizan la autonomía que la comunidad debe mantener respecto del
agente gubernamental para poder hacer sus escogencias o proponer alternativas
en función de sus propias necesidades.
En estas definiciones está implícita una noción de presencia activa de los
participantes, que de alguna manera hacen tomar en cuenta sus perspectivas en
la formulación de las opciones. Wandersman, Florin, Chavis, Rich y Prestby
(1985) utilizan específicamente el término influir para calificar esa acción de los
sujetos en el contexto comunitario, pero otros también la emplean para referirse
a niveles macrosociales. Así, para Castells (1982) la participación constituye un
proceso social mediante el cual el sistema es influido por diversos sectores
sociales o, como señala Velásquez (1986b), la participación es un proceso social
en el que distintas agrupaciones sociales intervienen directa o indirectamente en
el desarrollo de la sociedad.
Otro elemento que se destaca en la definición de participación es que la influencia
ejercida por los participantes puede variar tanto en los diferentes momentos de
un proyecto como en el tipo de actividad que se lleve a cabo. Por esta razón
Churchman, editora de Participation Network Newsletter, en la presentación de
uno de los números de esta publicación dice:
Presentamos cinco ejemplos en los cuales la gente tuvo una oportunidad de
influir en algún grado las decisiones que se tomaron sobre su ambiente (1988:1).
Del mismo modo Zimmerman y Rappaport (1988) se refieren a la participación
como el involucramiento en actividades organizadas que pueden ser desde firmar
una petición hasta votar para lograr un bien común. Una posición similar se
encuentra en la investigación de Chavis y Wandersman (1990) en la que
describieron la participación con indicadores como asistencia a reuniones,
pertenencia a un grupo de trabajo, posición de liderazgo, entre otros.
Tal influencia no ocurre como una acción caótica o sin un fin determinado,
aunque este último cambie en el tiempo. De hecho la participación requiere de un
grupo organizado que concuerde en la naturaleza del problema a solucionar y en
la clase de solución que se aplicará (Arango, 1992) o en objetivos que hace suyos
y por los cuales despliega el esfuerzo participativo (Montero, 1996).
En general, se concibe que la participación tiene como fin influir, pero influir en
los procesos de toma de decisiones que de alguna manera se vinculan con los
intereses de los participantes. Por esto, autores como Barriga (1988), afirman
que participar:
Es intervenir en la toma de decisiones tendentes a planificar, gestionar y
controlar el uso de los recursos [...] (1988:69).
O Wandersman (1984), cuya definición es muy citada por los psicólogos que se
interesan en cuestiones comunitarias, a saber:
[participación es] el proceso mediante el cual los individuos toman parte [o yo
diría son parte, en el lenguaje de Stringer, 1972] en la toma de decisiones de
instituciones, programas y ambientes que los afectan (1984:339).
De acuerdo con esta última definición la participación puede darse en cualquier
campo, laboral, educativo, de salud, tanto en referencia a un agente externo
como dentro de una misma organización o comunidad. En cualquier caso, la
finalidad es la misma: actuar para garantizar congruencia entre decisiones y
necesidades.

Participación comunitaria y otras modalidades de participación

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Como el objetivo de este trabajo es la PC, es necesario diferenciar ahora entre
este tipo de participación, participación ciudadana y participación política, por
cuanto muchas veces los tres son empleados, especialmente la PC y la
ciudadana, como sinónimos.
Cunill (1991), basándose principalmente en el criterio de involucramiento
ciudadano en los asuntos públicos, diferencia los tres conceptos de la siguiente
manera. En la participación ciudadana el involucramiento de los individuos
conduce a la creación de otras formas de relación con el estado, lo cual, según la
autora, no ocurre en la participación política ni en la comunitaria. O sea, en la
participación política ciertamente hay injerencia en las cuestiones públicas, pero
ésta ocurre a través de órganos de intermediación como los partidos políticos
cuyo comportamiento no favorece tales formas alternativas de relación, ni
representan muchas veces los intereses de la sociedad civil que se expresan en la
participación ciudadana. En el caso de la PC la relación con el estado es sólo de
carácter asistencial, es decir, se refiere a las gestiones de la comunidad para
obtener recursos que solucionen problemas de su vida diaria.
La diferenciación anterior no encaja en lo que son hoy los nuevos modos de
participación política y PC, tal como a continuación se expondrá. Más bien hace
referencia a formas tradicionales o convencionales de estas dos modalidades de
participación, en las cuales la actuación del ciudadano se ajusta más a lo
expresado por la autora.
En este sentido, y con relación a la definición de participación política, Sabucedo
(1988) plantea que ésta ha cambiado de la referencia a conductas políticas
tradicionales como votar, a la inclusión de acciones ciudadanas que tienen efecto
directo en lo público, o dicho con palabras del autor: el concepto de participación
política ha ido evolucionando progresivamente hasta contemplar actividades que
transcurren al margen de los medios de consulta de la opinión pública diseñados
por el sistema, tales como las convocatorias electorales o los referendos. De
hecho en este sentido amplio podríamos definir la participación política como
cualquier tipo de actividad realizada por un individuo o grupo con la finalidad de
incidir en una u otra medida en los asuntos públicos.
Definida así la participación política, es evidente que dentro de ella tienen cabida
desde aquellas conductas más convencionales y demandadas por el sistema como
el voto, etc., hasta aquellas otras que podrían ser calificadas como ilegales,
violentas, etc. (1988:166).
Más recientemente Valencia (1990), utilizando la expresión participación política
no institucional para referirse a la participación política no convencional, la define
como: conjunto de comportamientos dirigidos a influir en las decisiones políticas
del poder establecido que utilizan cauces no institucionales (1990:186).
Se observa, entonces, que la participación política, al menos para estos autores,
y al contrario de lo afirmado por Cunill (1991), sí alude también a acciones de
influencia de los individuos en las decisiones de carácter público. Sin embargo,
otros autores, como Montero, D’Adamo y García Beaudoux (1995), prefieren
emplear en su lugar el término acción política, para indicar este papel activo del
ciudadano.
El significado de PC también ha variado. La participación de la comunidad a la
que se refiere anteriormente Cunill (1991), es decir, como ejecutora de
actividades impulsadas desde las instancias gubernamentales, es la participación
que en los 60 y parte de los 70 se puso en práctica en programas de desarrollo
de la comunidad, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de los
residentes, por ejemplo las viviendas o los servicios básicos del vecindario. La PC
de hoy sigue interesada en la obtención de esa clase de beneficios, pero también
en una relación con el estado en la que la comunidad ejerza influencia en la

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concepción y puesta en práctica de las soluciones. Por ejemplo, cuando un grupo
de vecinos modifica medidas de desalojo y reubicación concebidas sin su
participación, o sin tomar en cuenta las necesidades particulares de las familias y
necesidades generales de la comunidad, como lo es la red de relaciones
establecidas en ella (Fadda, 1990; García y Giuliani, 1992) o cuando cambia la
concepción tradicional del diseño de viviendas de interés social en un facilitador
de la organización y de la PC (Wiesenfeld, 1997). Entonces, dentro de esta línea
de razonamiento, también la PC puede constituir una estrategia de influencia en
las decisiones políticas y de generación de otras alternas, aunque es evidente que
la escala es más reducida que en la participación ciudadana.
De acuerdo a estas definiciones hay que admitir, pues, que las tres formas de
participación son participación política, en la medida que se entienda lo político,
de acuerdo con Ibáñez e Iñiguez (1988), como relacionado con la manera como
se concibe la sociedad, los seres sociales y las relaciones entre ellos, en otras
palabras, con los valores que se formulen y con los procedimientos que se
adopten para su aceptación. En el caso de la PC, sin embargo, luce como
diferenciador de las otras dos clases de participación, además del alcance de la
acción de la comunidad comentado antes, la explicitación de la influencia pública
que se ejerce. Mientras que en las proposiciones anteriores sobre participación
ciudadana y participación política, se expresa una intención definida de
intervención en lo público. Por lo tanto, parecieran sobreponerse los significados
de estas dos modalidades de participación, en la PC es la finalidad reivindicativa,
y no el propósito anterior, la que generalmente la inicia. Sin embargo, este
objetivo político surge en la medida que evoluciona el proyecto de participación
como resultado de la definición que la comunidad hace de sus necesidades, y del
derecho que ésta ejerce para optar a soluciones de sus problemas distintas a las
tradicionalmente ofrecidas por el estado.

Definiciones de participantes ①

Veamos a continuación definiciones de participantes que, como se anunció antes,


posteriormente serán comparadas con el primer grupo de enunciados expuestos.
Bueno tú no te metes a participar sólo para alguien del INAVI o de la gobernación
te diga corta aquí, pega allí, mueve eso para allá. Eso es al principio. Además,
claro que hay que hacer esos trabajos por la comunidad, pero después tú quieres
también luchar por como te gustaría que sean las cosas, o sea, luchar para que
nuestras viviendas sean otra cosa y no que le encasqueten a uno lo que el
gobierno se le ocurra (entrevistado por Sánchez, Cronick y Wiesenfeld, 1988).
La participación es más que realizar actividades para el mejoramiento de las
condiciones de vida. Es un espacio dinámico que evoluciona (“Eso es al
principio... pero después tú quieres también luchar...”) que provee a los
participantes la oportunidad para influir en las respuestas que el estado da a sus
problemas.
Es un proceso de vida, aprender más a la gente que de los libros (entrevistado
por Sánchez et al, 1988).
Es también un proceso educativo no formal, que se desarrolla en las relaciones
interpersonales establecidas durante la participación.
Participar es algo más grande, como lo que pasó aquí con el proyecto, en el que
todo el mundo trabajo unido; colaborar es más pequeño. Colaborar es trabajar
también, pero como más reducido. Ahora yo colaboro con el mantenimiento de la
calle barriendo mi frente..., es decir, yo puedo trabajar sola y colaboro. Cuando
yo participo yo trabajo con otras personas (entrevistado por Mujica, 1996).

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Cuando se participa... si están unidos, en la unión está la fuerza. Cada cual se
incentiva (entrevistado por Mujica, 1996).
La participación es una empresa de varios, en la que se destaca la cohesión
existente entre los miembros del grupo. Se valora esta unión por la fortaleza que
se percibe al crearse una estructura de vínculos y porque provee estímulos para
motivar al trabajo participativo.
Participación es lo que pasó aquí, en que todo el mundo trabajó, desde el niño
hasta el anciano (entrevistado por Mujica, 1996).
La participación es inclusiva. Requiere del involucramiento de todos los
integrantes del grupo, independientemente del género o la edad.
Uno participa por voluntad. A mi nadie me obligó a participar en ese proyecto. Yo
entré porque me convencí de que era bueno y me quitó la duda. Cuando en la
tarde del primer día de limpieza, el día que yo no participé, yo salí temprano a
hacer una diligencia y cuando regresé y vi el cerro de basura amontonado en
cada esquina de la

① Las definiciones que se citan en Sánchez, Cronick y Wiesenfeld (1988) fueron


recogidas en 1988 por el autor y los otros dos colegas citados, en la misma
comunidad donde se levó a cabo la investigación que sirve de base a este
trabajo. Las demás pertenecen a proyectos de estudiantes que he asesorado o
supervisado.
calle y la calle casi ya limpia y la orilla del río sin monte, ¿sabe? A mi me dio pena
por no haber participado. Sentí que la sangre se me vino a la cara de ver cómo
habían trabajado mis vecinos. ¡Ah!, eso también me hizo ir a la reunión
(entrevistado por Mujica, 1996).
La participación ocurre como una decisión voluntaria de las personas, que se
adoptan en función de la calificación que el participante le atribuye al proyecto
respectivo, pero también por el sentimiento de incomodidad que le genera la no-
participación.
Es estar organizado. Si no hubiésemos organizado a las familias no habría servido
ir a la radio, al INAVI o a la prensa (entrevistado por Sánchez et al., 1988).
Es los líderes y el grupo (entrevistado por Sánchez et al., 1988).
No es anarquía (entrevistado por Sánchez et al, 1988).
La eficacia de la participación está en función, además de la unión de la
comunidad, de su organización, en la que se distingue el papel que desempeñan
los líderes del grupo.
Es ayuda mutua para alcanzar el bienestar común (entrevistado por Sánchez et
al., 1988).
Es trabajo para resolver los problemas que tenemos (entrevistado por Sánchez et
al., 1988).
La participación se mueve hacia el logro de metas que se comparten, lo que a su
vez está relacionado con el carácter organizado y de cohesión de la participación.
Pero, además, se reconoce que requiere la inversión de esfuerzos personales.
Es alfabetizar, publicar un periódico, transmitir ideas (entrevistado por Sánchez
et al., 1988).
Bueno participar es opinar, ayudar, bueno todo lo que se pueda hacer para
mejorar el barrio (entrevistado por Albornoz, 1900).
Pero el esfuerzo participativo no consiste en una actividad en particular, sino que
se distribuye en acciones diversas que se ven como tareas participativas
orientadas al logro de las metas.
Es el sentimiento de que cada cosa pertenece a todos (entrevistado por Sánchez
et al., 1988).

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Si “que cada cosa pertenece a todos” se entiende como compartir elementos
positivos y negativos de una experiencia, entonces la participación genera
solidaridad no sólo hacia las dificultades básicas que el grupo enfrenta, sino
también hacia aquellas otras que puedan derivarse de las primeras o que
simplemente surgen durante la convivencia de la comunidad.
Es la transformación de la crisis personal en crisis compartida (entrevistado por
Sánchez et al., 1988).
Esta frase refuerza aun más y con mayor precisión, la relación entre participación
y solidaridad.

Hacia “una idea” de participación y de participación comunitaria

Participación es hoy un término con muchos significados, tal como queda


evidenciado en las definiciones comentadas. Por eso, intentar elaborar una
definición única podría resultar en un listado de características tan general que
incluyese otros procesos distintos a la participación, o bien se podría concluir en
una enunciación tan restringida que dejara fuera rasgos del proceso considerados
importantes desde otros criterios.
Me parece entonces más conveniente hablar de “una idea de...”, para utilizar la
expresión de Rappaport (1984) con respecto al concepto de fortalecimiento. En
este caso se trata de una idea de participación, que tiene la ventaja de sugerir
que el concepto está en elaboración, por lo tanto abierto a cambios y nuevas
formulaciones.
Cuando se comparan las definiciones de los investigadores con las de los
participantes, se encuentran similitudes y diferencias. Así, se coincide en que la
participación no es un estado estable, sino un proceso constituido en varios
momentos, durante los cuales los sujetos involucrados se forman y forman a
otros en el manejo de conocimientos y destrezas que dependen de la naturaleza
de la experiencia participativa. También se está de acuerdo en que la
participación tiene fines que la orientan, esto es, el logro de metas sobre las
cuales el grupo establece acuerdos sobre la base de la importancia que tienen
para satisfacer intereses vitales; me refiero a intereses que por su importancia
movilizan a sus miembros a la realización de acciones que requieren permanencia
en el tiempo y diversidad en su contenido.
Además, dada la tensión existente entre las necesidades y valores de los
ciudadanos y el control de los recursos para su satisfacción por parte del estado,
que aplica su propia valoración para resolver aquéllas, por medio de la
participación los ciudadanos aspiran influir en la toma de decisiones. Por esto
mismo y por el carácter grupal de los objetivos que se persiguen, la participación
no puede ser un proceso individual sino colectivo, organizado de cierta manera.
La participación también, y esto es un elemento que señala sólo los participantes,
es un acto voluntario, lo cual posiblemente expresa la toma de conciencia de los
sujetos acerca del valor de las acciones participativa, por tanto de la necesidad
de solidarizarse con sus pares. No obstante, se aspira que tal discernimiento se
generalice de modo que todos los miembros del grupo se involucren. En este
sentido, la participación es, adicionalmente, un proceso inclusivo.
Afirmar que la participación no es una entidad estable, sino un proceso, implica
reconocer su variabilidad en función de los componentes que caracterizan el
contexto y momento en que ocurre. Dicho de otro modo, el proceso de
participación se construye en función de la interacción que se establece entre las
características del grupo que participa (su experiencia en participación, su nivel y
forma de organización, su liderazgo, los recursos con que cuenta para enfrentar
la solución del problema que lo moviliza), la naturaleza del proyecto en que se

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involucra (modificación de un sistema de representación en organismos
deliberantes del estado, injerencia en la formulación de una política de seguridad
social, autoconstrucción de viviendas, remodelación de un barrio, gestión de
servicios de salud o de educación, etc.), el acceso a y control de los recursos
necesarios y las condiciones políticas del ambiente hacia la participación.
En esta relación son los propios participantes quienes, en interacción permanente
entre sí y con las otras partes constituyentes del proceso, van construyendo lo
que es la participación. El significado de participación que se desarrolla y que está
en concordancia con las acciones que se realizan, estará marcado, en
consecuencia, por la calidad de la experiencia participativa y por ende será
diferente de una experiencia a otra. La participación no es, entonces, “algo” de
carácter universal, sino una construcción social, múltiple, sujeta a valores y
circunstancias contextuales que surgen en un determinado momento.
El carácter construido de la participación me conduce a otra precisión. Dije antes
que con la participación se pretende intervenir en decisiones que son relevantes
al colectivo, pero esto no significa que la participación es una cuestión de “todo o
nada”, es decir, que es posible diferenciar con claridad cuándo y cuánto una
actividad o acción determinada influye o no en los procesos de decisiones. Es el
mismo desarrollo del proceso el que va determinando el peso particular que una
contribución tiene para tales decisiones. Dentro de este razonamiento, puede ser
tan importante la sola asistencia del vecino a la reunión de su barrio, alfabetizar a
otros para que por sí mismos accedan a la información escrita que circula en su
comunidad relacionada con el problema que se enfrenta o proveer ideas de cómo
ser más eficiente para el logro de los objetivos acordados. Por otro lado, la
experiencia revela que no todo proceso de participación se inicia con un máximo
de influencia de los participantes en la toma de decisiones, sino más bien que
gradualmente, dependiendo de la eficacia de aquéllos, van ganando control sobre
las decisiones.
Susskind y Elliot (1983) ilustran muy bien esta variabilidad con el análisis de
diferentes experiencias participativas en Europa. Los autores examinaron los
casos de Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Holanda, Inglaterra, Suiza,
encontrando que la participación oscilaba entre tres patrones: una participación
paternalista, una conflictiva y una co-productiva. En la primera, los ciudadanos
tenían alguna influencia, pero el mayor control de las decisiones descansaba en
las autoridades municipales de los países investigados. En la segunda, también
las decisiones estaban centralizadas en las autoridades, pero la confrontación de
los ciudadanos con éstas por obtener más control caracterizaba las relaciones
entre ambos. El conflicto podría ser permanente o resolverse mediante
transacciones entre ambas partes. En el patrón co-productivo la gestión para las
decisiones se realizaba conjuntamente entre los decisores y los miembros de las
comunidades. Adicionalmente, los autores afirman que los tres patrones
mencionados podían darse en una misma experiencia, formando un continuo en
el cual se pasaba de uno a otro tipo, dependiendo de la dinámica que en aquélla
se estructurase en un momento determinado.
En resumen, la PC es también un proceso que conduce a intervenir en las
decisiones públicas, aun cuando éste no sea el fin que inicialmente movilice a la
comunidad. Se podría decir que el motivo original que acciona a la comunidad es
la solución de un problema concreto, un fin reinvindicativo, pero es precisamente
a través del proceso de reflexión estimulado por la participación de la comunidad
redefine sus necesidades iniciales y las formas de satisfacción. Estas nuevas
construcciones que están matizadas por la especificidad de sus valores, no
corresponden a la concepción general, en serie, que el estado imprime a sus
políticas y programas. De allí que, en relación con las agencias decisoras, la

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comunidad debe gestionar los cambios necesarios para aquéllos. Así, la
participación ofrece la oportunidad para que lo alterno de su visión pueda
realizarse. La siguiente cita es elocuente al respecto:
Mira, es que la participación no es pura cuestión reivindicativa..., así comienza...,
¿qué crees tú que uno... que la gente no piensa?. Mira, la gente habla, discute,
hace reuniones, discuten en las familias y hasta los chamos dan su opinión,
este..., se discute de todo: que si el problema es la inseguridad, que si la
celebración del día de las madres... Mira ¿tú crees que si nosotros no hubiéramos
discutido, pensado y luchado por nuestras cosas tendríamos Casalta? No,
seguramente estaríamos en una barraca como damnificados que es lo que el
gobierno nos ofrecía... y que temporalmente. Está lo reivindicativo, pero lo otro,
la reflexión viene también, eso es la participación (entrevistado de Casalta)②.
Finalmente, se ha insistido en varias de las definiciones que la participación y la
PC suponen la intervención en la toma de decisiones, pero aún no se ha definido
lo que se entiende como tal.
Tanto en la primera revisión de la teoría de las decisiones que se hace en la
literatura psicológica en 1954 por Edwards (1967), hasta su conceptualización
actual en el campo de la gerencia, el concepto de toma de decisiones es
entendido como el proceso mediante el cual se escogen alternativas deseables
para enfrentar una situación o resolver un problema. Esto implica identificar lo
que necesita hacerse, desarrollar criterios para formular cursos de acción, evaluar
las alternativas existentes respecto a esos criterios e identificar los riesgos que se
toman al seleccionar algunas de ellas (Kepner y Tregoe, 1990).
De acuerdo con esta definición de toma de decisiones, la participación representa
entonces un cuestionamiento a los agentes decisores, bien sea porque las
opciones que ofrecen no cumplen los requisitos que la comunidad define o bien
porque desconfían desde un inicio en su competencia para tomar en cuenta los
valores del grupo al momento de la elección de la decisión.
La participación aparece además muy relacionada con el concepto de
fortalecimiento (empowerment), con el cual algunas veces se confunde.
Rappaport, quien propone el término como eje de la psicología comunitaria, lo
define como:

El mecanismo por medio del cual la gente, las organizaciones y comunidades


obtienen dominio de sus propias vidas (1984:3).
La definición sugiere el carácter multinivel del concepto, es decir, que es aplicable
tanto a individuos, organizaciones o grupos (Rappaport, 1987). Pero, de acuerdo
a Kieffer (1984), también tiene expresión en diversos planos de la relación social.
En este sentido, el fortalecimiento no se refiere sólo a la adquisición de nuevas
habilidades, sino también a la reconstrucción del sistema personal o grupal de las
relaciones sociales. Prestby, Wandersman, Florin, Rich y Chavis (1990) se
refieren a este aspecto como el carácter

② Con esta indicación se desea aclarar que estas entrevistas fueron también
realizadas en la comunidad de Casalta, pero solamente por el autor y en fecha
posterior a las de 1988.
multidimensional del concepto, es decir, su utilidad para lo intrapersonal, lo social
y lo político.
No obstante, el concepto ha sido cuestionado en dos aspectos. En primer lugar,
respecto a lo que realmente produce y, en segundo lugar, respecto a su
orientación competitiva.

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Con respecto al primer aspecto, Kieffer (1984) afirma que el fortalecimiento no
produce necesariamente control, sino el sentimiento de ser más competente, más
eficiente para participar en los procesos de toma de decisiones, pero este
sentimiento de eficacia puede producir la ilusión de que se controlan los recursos
(Riger, 1993) o, como lo llama Serrano García (1984), “la ilusión del
fortalecimiento”.
Con respecto a la segunda cuestión, Rigger (1993) también plantea que a pesar
de la referencia de Rappaport a lo grupal en su definición, la mayoría de los
estudios de fortalecimiento han enfatizado el nivel individual del concepto. En
este sentido lo que se acentúa es la potenciación del individuo para acceder al
control de recursos; el dominio individual, en contraposición a la cooperación.
Desde esta perspectiva el concepto de fortalecimiento es diferente al de
participación y al de PC. Primero, la participación se contrapone a la orientación
individualitaria y aun cuando el fortalecimiento se re-oriente hacia lo grupal, es
decir, a potenciar o fortalecer la interdependencia, con lo cual la segunda crítica
pierde vigencia, la participación constituye el espacio de acción o el medio en el
que se desarrolla el fortalecimiento. Sin embargo, aclaro que aunque pareciera
que se está postulando una relación causal de la participación hacia el
fortalecimiento, lo que intento señalar es que son dos procesos diferentes, no
vinculados unidireccionalmente, sino más bien en una relación de doble sentido,
tal como lo afirman Chavis y Wandersman (1990).

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