Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Walter Benjamin
Walter Benjamin
1. “En la apreciación de una obra de arte o de una forma artística, la consideración del
receptor nunca resulta fructífera. No sólo es engañosa cualquier referencia a un cierto
público o a sus representantes, sino que incluso el concepto de receptor ideal es perjudicial
en la consideración teórica del arte (...) Ningún poema está destinado al lector, ningún
cuadro al observador, ninguna sinfonía al público” (Benjamin, 1967: 77).
2. La perplejidad que produce el enunciado, más que hablar del enunciado mismo, dice
algo de la subjetividad que con él se sorprende. Por ejemplo, que dicha subjetividad no
puede sostenerse ante tal enunciado, o que sólo puede hacerlo autoafirmándose e
impugnándolo de hermético, remitiéndolo a un fraseo que tuerce la lengua llana
provocando el enigma. Esa subjetividad sería la de cualquiera que haya crecido al alero de
la pedagogía burguesa del arte, cuya forma dispone el valor exhibitivo, la circulación y el
intercambio como condición sine qua non de todas las cosas, incluida la de la obra de arte;
condición que paulatinamente dominará sobre ella, convirtiendo su valor de culto en
expediente de su valor de cambio. Esa subjetividad será, también, la de cualquiera que haya
sido historiado bajo la matriz masiva de la reproductibilidad técnica, donde las zonas
cultuales de lejanía y retraimiento, tienen cabida como accesorios de la exhibición y la
circulación.
3. Habría, sin embargo, contextos en que el enunciado funcionaría con naturalidad, sin
sorprender, en feliz consonancia con el tímpano medio. En el ritual mágico o el religioso,
por ejemplo, cuyo ingenio y tecnología genera un objeto que se erige en el grado cero de la
exhibición: “Presumimos que es más importante que dichas hechuras estén presentes y
menos que sean vistas (...) el valor cultual empuja a la obra a mantenerse oculta (...) ciertas
imágenes de vírgenes permanecen casi todo el año encubiertas, y determinadas esculturas
de catedrales medievales no son visibles para el espectador que pisa el santo suelo”
(Benjamin, 1989: 29)
4. Fue la comprensión burguesa de la obra de arte como hecho estético, la que introdujo
en el objeto cultual, no sin consecuencias notables, el vector de exhibición. El objeto de
culto ya no pudo comprenderse naturalmente sin el espacio de exposición, comunicación e
intercambio. Si el valor cultual amasa un sagrario para un objeto esotérico que no se deja
mirar, que “empuja a la obra a mantenerse oculta, arrinconada, distante, esencialmente
lejana e inaproximable”, el valor de exhibición la saca a bailar, la pone a traficar en la
galería donde la obra comercia, cuerpo mediante, su idealizada verdad inalienable
realizándose como ritual estético. Bajo la forma burguesa, la interioridad cultual comienza
a disolverse en la exterioridad mercantil; y va perdiendo pie la posibilidad de comprender
llanamente el enunciado inicial: ningún poema está destinado al lector, ningún cuadro al
observador, ninguna sinfonía al público.
Si el soporte material (las telas, las fibras y la tecnología) en que la obra se pone en obra,
se presta a una predicabilidad interminable, ambigua, vacilante, propia de la mediación
corpórea, la comprensión barroca de la obra —en Sobre el origen del trauerspiel alemán—
no centrará ni estabilizará la verdad de dicho cuerpo movedizo reduciéndolo a medio de
representación de una presencia inmaterial, un sentido espiritual cercano a sí de sí. Más
bien alojará la verdad de la obra en la testificación material, los vestigios inmanentes y
dispersantes que en ella se dan cita sin “el más remoto vestigio de una espiritualización de
lo físico” (Benjamin, 2006: 383). El espectador, lejos de ser elevado en la trascendencia
espiritual del sentido, es plegado a la inmanencia matérica de la obra.
Benjamin ironiza el prejuicio de que hay un texto anfitrión, como soporte de arribo, al
que se adhiere un parásito proveniente de un texto de origen, de modo que el texto anfitrión
estrangula en su hospitalidad al huésped, lo homogeneiza como elemento al servicio de su
intencionalidad. El poder destructivo de la cita interrumpe la dialéctica que digiere al
huésped en la totalidad hospitalaria. Hace vacilar la identidad, la posición, la jerarquía y la
subordinación entre huésped y anfitrión. En el encuentro de ambos, también el anfitrión se
vuelve parásito del huésped que aloja. No hay simplemente huésped que no sea a la vez
anfitrión; ni simplemente anfitrión que no sea huésped. Mutuamente se interrumpen: el
parásito es una infección insidiosa que toma donando (Cfr., Serres, cit. Ullmer, 1985:
151). La obra barroca, como montaje, no es ni original, ni copia, ni poiesis; sino cita como
escena primordial, carácter puramente destructivo que, sin fundar y sin conservar
representaciones, pone en cuestión la supuesta solidez de la verdad y del ser de la obra
como presencia a sí. La cita pertenece al régimen de la inminencia, y no del acto ni de la
presencia. La comprensión barroca de la obra y del aura como testificación, se opone a la
idea burguesa de la obra como hecho. Comparece espectralmente no como memoria ya
hecha, sino como pátina activa que en su inquietud fragmentaria tiembla. La imagen
alegórica testifica, entonces, su predicabilidad infinita como instante lacunario y pletórico
de tensiones suplementarias que interrumpen los procesos teleológicos de síntesis. La obra,
aquí, no es nada más ni nada menos que sus materiales; coincide con la cosa. Pero esa cosa
con la que coincide expresa infinitamente, otra cosa. Y esa otra cosa que siempre expresa
(allos-agoreuein) es lo inaproximable de ella en ella, el aura barroca, la infinita expresión
de una cifra finita, la floración de predicados que testifica su ruina.
8. Más que un impávido objeto de contemplación por parte de espectadores y épocas;
más que constituirse a partir del hecho estético, la obra barroca se constituye como
memorias en choque. Antes que responder a la estructura teatral de la exhibición, la obra
alegórica incluirá al espectador como un pliegue más que se le ha adherido y al que ella se
ha adherido. El espectador ya no se comprende desde la relación burguesa: sujeto / objeto,
platea /escena; sino desde la relación sujeto/predicado. Donde el sujeto, empero, es un
predicado más y no un principio de centramiento. El espectador es ahora una floración más
en el pliegue de la obra. Más que afectar a, sería ella afectada por, y multiplicada por esas
afecciones que de antemano consideraba en la posibilidad de su serie. Pues la obra —y el
espectador como obra o mónada— no consistiría en otra cosa que en el pliegue
infinitesimal de sus afecciones. Su escritura, su cifra, crece en sus afecciones. Y cuando te
mira son millares los espectros que te miran; y tú mismo comienzas a mirar desde esas
miradas que te pliegan e incorporan.
9. En Sobre el origen del trauerspiel alemán el aura como principio de lejanía se activó,
entonces, no en dirección teleológica hacia una presencia ideal trascendida, respecto de la
cual los materiales ensamblados no son más que un vehículo cercano de representación. Se
trató allí, en Sobre el origen del trauerspiel alemán, de exponer la lejanía inmanente de la
materialidad consigo misma, en tanto la materialidad esla (im)posible cercanía a sí de sí, la
(im)posible presencia a sí de sí. La cifra ya no representa cercanamente la lejanía de una
presencia inmaterial; sino que presenta cercanamente la lejanía inmanente de la materia
consigo misma. Materialidad lejana a sí y de sí, que ya no funciona como medio de
comunicación ni de representación de principios plenos o más plenos; sino como expresión
de los materiales ensamblados, no habiendo en dicho ensamble promesa de plenitud ni
presencia a sí alguna.
11. Si la obra singular como artefacto colonial del Estado moderno aspiraba a exhibir
masivamente su verdad idealizada; si al mismo tiempo, el modo de producción pre-
industrial de la obra burguesa le impedía cumplir su principio exhibitivo en el rango
industrial del consumo de masas, restringuiendo la exhibitividad de la obra, tanto en la
escasez artesanal del ejemplar único, como en su verdad incorpórea asequible sólo a una
contemplación recogida y desinteresada; la matriz industrial de la reproductibilidad técnica
producirá masivamente un único serial que sale al encuentro de su destinatario
produciéndolo como subjetividad de masas y espectador distraído. La reproductibilidad
técnica produce, sin contemplaciones, el acercamiento inalejable de la inaproximable
verdad de la obra pre-industrial, disponiendo masivamente a la mano mercancías seriales
desauratizadas que satisfacen necesidades de cosas de la población. Y más vale mercancia
en la mano que cien cosas auráticas volando. La productibilidad técnica (des)realiza
industrialmente el aura masificándola como lejanía a la mano (mercancía), conduciendo a
cero la posibilidad de retraimiento en la matriz masiva de la producción industrial. Las
cosas irrepetibles parecen en retirada. El planeta se puebla de museos, santuarios, lugares
de patrimonio para contenerlas, hasta ilimitarse, el museo mismo, en la pura exhibitividad
mercantil: «El mundo se ha convertido en un arsenal infinito de imágenes estéticas. La
estetización del mundo es completa. El arte hoy en día ha penetrado totalmente en la
realidad. Toda la maquinaria industrial del mundo se estetiza » (Baudrillard, 1997). «Ya no
están los museos dispuestos a dar relieve a las llamadas piezas importantes » (Déotte). Lo
más insignificante, marginal y obsceno, se culturiza, se convierte en pieza de museo»
(Baudrillard, 1997). El museo y la historia del arte paulatinamente se vuelven coextensivos
a la realidad, un museo sin muros, Tal como todo fue susceptible de volverse mercancía,
espectáculo, arsenal infinito de imágenes, cualquier cosa ahora es susceptible de
transformarse en patrimonio. La inflación absoluta de la energía patrimonial no encuentra
límite que la interrumpa activando para todo objeto o quehacer la promesa de convertirse en
objeto de patrimonio. Esta «época» habrá de determinar como patrimonio la totalidad de su
horizonte, incluso el límite mismo de tal horizonte. Y deberá hacerlo, porque todo lo que el
deseo intente arrancar al juego del patrimonio, parece absorto ya en su posibilidad.La
reproductibilidad técnica, entonces, inhabilita el orden de la comprensión burguesa de la
obra como manifestación de una verdad cultual, inaproximable; inhabilita el séquito
categorías presencialistas e idealizantes que acompañan a la obra pre-industrial, des-
alejando tecnológicamente el aura mediante la disposición masiva del stock de mercancías
iterables que salen al encuentro de la subjetividad adosándosele en la más próxima de las
cercanías, en una tactilidad que impide la constitución de la subjetividad como ego cogito
autónomo, auto fundado desde unas epoches reflexivas.
12. Pero no sólo la unicidad y el aura burguesas irán a pérdida con la reproductibilidad
técnica, sino el ámbito entero de la singularidad (Benjamin, 1989: 21). En la destrucción de
la “singularidad” se concentra el potencial transformador de la reproductibilidad técnica
que se ejerce respecto de la obra de arte y del aura burguesa. También sobre la singularidad
y el aura barrocas. Esta doble serie de destrucción tiene su hito en un territorio común al
aura burguesa y al aura barroca: el principio de la singularidad.
13. Y Benjamin abraza esa destrucción y el instante de peligro que trae consigo la
eficacia con que tal destrucción descontroladamente empatiza con las categorías estético-
burguesas barnizando de aura la serialidad de masas: Es en el horizonte serial de la
reproductibilidad técnica, en su matriz totalitaria y destructora de la singularidad, donde la
fundación fascista se lleva a cabo como síntesis dialéctica entre singularidad aurática y
tecnología industrial desauratizada. Y es en esa apertura dialéctica donde ha de activarse la
política contra la chance fascista.
14. A la destrucción de la singularidad que opera la reproductibilidad técnica, al universo
totalitario de únicos seriales que la acompañan, se adhieren con naturalidad las categorías
estéticas burguesas y, en general, la comprensión burguesa del lenguaje, del derecho, de la
verdad, del tiempo, de la subjetividad, etc. Las categorías burguesas ganan una sobrevida
forjando un continuum entre aura singular y cercanía serial, entre reproductibilidad y
autenticidad. La adhesión del aura burguesa al objeto serial, el continuum entre las
categorías estéticas tradicionales y la reproductibilidad técnica, es lo que Benjamin
denomina estetización. Esta se expresa en su momento más significativo, en la construcción
del culto serial de masas: la personality industrial y cinematográfica del dictador.
15. Uno de los tópicos con que Benjamin revela el ensamble sintético entre la imagen
serial y las categorías auráticas, es el del “culto al caudillo”. En la construcción del político
de masas, la fotografía de rostro humano es puesta en una función estetizante de primer
orden. En la personality del caudillo de masas, todo lo singular o artesanal ha de ser
exiliado, partiendo por la persona viva, deportada de sí misma, de su cuerpo, su voz, su
gesto, los ruidos que produce al moverse, sus drenajes y manchas, olores y sabores. Los
predicados de la persona viva se convierten en accesorios de los test de eficiencias e
ineficiencias, aptitudes e ineptitudes fotográficas, publicitarias, los close-up que
desmenuzan el rostro viviente, las manos, como episodios montables. Ejecuciones
fragmentarias acoplables en una secuencia veloz que aparecen en la pantalla fetichizadas
como auténtica unidad temporal y personal. A dichas imágenes desauratizadas, que se
sostienen en la serialiadad sólo mientras el aura (la singularidad) haya sido materialmente
imposibilitada, se adhieren sintéticamente las categorías auráticas de singularidad,
autenticidad, mismidad, etc. forjando un continuum entre aura y serialidad. La estetización
de la política consiste en producir, a través de esa síntesis entre la imagen serial editada y
las categorías auráticas, el aura serial, la estrella de cine y la personality del caudillo. Es
esa unidad serial auratizada la que se exhibe masivamente en las pantallas, y se la hace
calzar con las ediciones de radio, espectáculos coreográficos, las gigantografías callejeras,
disponiendo esa personalidad episódica, dialécticamente sintetizada en la más próxima de
las cercanías, satisfaciendo el deseo de las masas de acercarse incondicionadamente a la
estrella, de ser uno con ella; igual que con las mercancías. A tal estetización fotográfica del
rostro humano en culto al caudillo, responde la politización fotográfica de la imagen en el
culto al recuerdo de lo desaparecido.
16. Benjamin abraza la reproductibilidad técnica como única chance contra el diluvio
del fascismo que ha subido sus aguas al nivel de la respiración. Abraza la reproductibilidad
técnica proclamando la urgencia de politizar la imagen. Tal politización no puede llevarse a
cabo reiterando la síntesis dialéctica entre serialidad y aura que la política fascista —y
también la progresista— tiene como base, expandiendo el campo estético a la política total
como arte plástico del Estado.[2]
Más que una máquina de iteración que hace posible que una pintura o un paraje
irrepetible sean replicados serialmente, y que así multiplicados abandonen su asentamiento
singular y salgan al encuentro de las masas en las pantallas, los periódicos o los
calendarios; y que masivamente reproducidos, su existencia única se vea desplazada por la
exhibitividad pantópica, realizando la tendencia apasionada de las masas por acercar las
cosas; más que ser un modo de reproducción de lo singular e irrepetible, la
reproductibilidad técnica es un modo de producción de lo único como módulo serial.
Más que una tecnología de repetición serial de una luz singular, pictórica artesanal,
sagrada, a la cual la serialidad queda referida, la reproductibilidad técnica produce una
imagen o mercancía serial cuya superficie exilia[3] toda referencia a una luz artesanal,
como aquella que latió probablemente en las primeras fotografías donde una “pizca” de luz
se coló.
18. No ocurriría con la cámara que esta “atrape la imagen del objeto sin mediación (...)
como una especie de calco (...) del objeto mismo” (Benjamin, 1989b: 67). Ya es abusivo
suponer que la cámara “capture”. Al menos no ocurriría sólo una captura. Porque también
puede ser que la fotografía produzca su propia luz (fotos) sin alimentarse de una luz
exterior, solar, aurática, en el mismo sentido en que la matriz serial avanzada —el
capitalismo en sentido específico según Marx— produciría mercancías industriales sin
aura, sin referencia tecnológica ni material al modo de producción pre-industrial. La
reproductibilidad aurática que se le otorga a la máquina fotográfica como medio que, sin
idioma, reproduce lo singular, está atrapada más en la comprensión de la fotografía y de
reproductibilidad como síntesis de aura y serialidad, como binarismo dialéctico
original/copia, que en su comprensión como simulacro originario.
21. La fotografía sería una escritura de luz que produce su propio verosímil lumínico.
Verosímil que, efectuando su performance serial, choca con la performance de la luz
pictórica. Ese choque puede resultar estetizado, sintetizado, dialectizado en una
comprensión auratizante de la luz fotográfica, forjando un continuum. O puede ser
comprendido, no sintéticamente, como cita o traducción —en doble dirección simultánea
— de una tecnología en otra. Cita, traducción, que en su asentamiento serial revela algo
imposible de la cita en su asentamiento pictórico (y viceversa). La traducción fotográfica de
una pintura o de un verosímil sagrado como paisaje impoluto, no luce en pintura o en
fotografía lo mismo que luce en tecnología solar, retiniana. Más bien lo que luce en
fotografía es lo que jamás podrá lucir en pintura. Ese (des)lucimiento de una tecnología en
la otra es la traducción. Y la dialéctica o la síntesis es el escamoteo de la traducción. Y el
escamoteo de la traducción es la chancefascista.
23. Da la impresión –sin que tal impresión sea acompañada de certidumbre severa– que
cada vez más la presencia masiva de la luz serial se irá volviendo la única luz disponible
para ser fotografiada, pintada, vista, tal como contemporáneamente da la impresión que la
luz digital empieza a imperar sobre las demás luces. Y aunque la luz pictórica, su modo de
producción, no desaparecerá absolutamente; aunque en la era del exterminio no sea posible
el exterminio de los modos de producción de las eras, y coexistan juntos los stocks de
diversos modos de producción de la luz chocando entre sí y produciendo chispas
suplementarias, da la impresión —sin certidumbre alguna— que la luz para ser fotografiada
cada vez menos será la pictórica luz solar, y cada vez más la luz industrial de la
reproductibilidad técnica, o la postindustrial de interfaz digital. Pero esta impresión no
pretende imponerse como hipótesis que cubra este texto, sino como intencionalidad que
conmocione el párrafo. En el modo de producción de la reproductibilidad técnica avanzada,
la luz (fotos) regular que se presta a ser fotografiada es la umbría luz (fotos) serial de la
fotografía, y ya no la luz pictórica de la retina pre-industrial.
Una cosa es sumergirse en la obra, como sujeto que se reúne a la vez que se pierde en
ella elevándose hacia su idealidad. Otra cosa es que la exterioridad penetre en el sujeto, lo
disuelva convirtiéndose ella ahora en el sujeto. En tanto poética de la exterioridad, el cine
arranca a la conciencia de su auto afección pura poniéndola a circular en la fantasmagoría
industrial urbana. El cine, como proyectil, disuelve al ojo centrado, argumental, panóptico,
por uno sin perspectiva lineal, sin punto de fuga, que nace disuelto en el collage de la
ciudad, distraído, en atención flotante, fragmentaria, paseante. “Los anuncios publicitarios
—que fascinan a Benjamin— ilustran la inevitable suplantación que la fugaz mirada
mercantil ejerce sobre la contemplación detenida que requiere el aura” (Escobar, 2004:
164). El cine produce desatendidamente una nueva dióptrica. El ojo artesanal masajeado
por la pantalla urbana repleta de fantasmagorías concretas, ignorante de la revolución que
padece, es transmutado en ojo industrial y puesto en la movilización total que la máquina
serial activa.
27. Benjamin abraza la matriz masiva, la movilización total que le es inherente, cuya
expresión primaria es la guerra industrial como indiferenciación entre guerra y paz. Saluda
a las fuerzas destructivas de la reproductibilidad técnica con la noción “positiva” de
barbarie (Cfr., Benjamin, 1989c). Por nada del mundo parece dispuesto a renunciar a esa
región de homogeneidad destructiva, porque es de esa zona opaca de homogeneidad desde
donde hay que partir para encontrar el camino de otra política, otro cuerpo, otra palabra.
Sólo en el plano de inmanencia de la reproductibilidad técnica es posible activar el antídoto
contra el fascismo, sin recurrir a principios auráticos. Con el abrazo de la reproductibilidad
técnica, Benjamin inhibe las perspectivas auratizantes del arte y la política.
31. Hay que interrumpir la mano que mece la cuna de la enajenación mitológica; activar
una pragmática del despertar, de la cita, la imagen dialéctica como momento explosivo:
“choque frontal contra el pasado mediante el presente” (Benjamin, 1995: 139) que “hace
sufrir lo que se tiene por mismo” (Benjamin, 1967: 83), y que desobra la homogeneidad y
la propiedad. Momento puramente destructivo de la temporalidad e intencionalidad simple,
sólida acometida que crea imágenes dialécticas, único potencial destructivo o transductivo.
33. A la inversa del modo como las masas igualan imagen serial y persona singular en el
culto al caudillo, la fotografía funeraria subraya el exilio de la singularidad y la auraticidad
de la superficie serial: nada singular se ha recuperado o dialectizado en la fotografía. No
hay síntesis alguna entre objeto singular perdido y émulo serial de su imagen. La
fotografía del rostro humano en el culto al recuerdo de lo desaparecido aleja
inacercablemente el aura singular que la fotografía de rostro humano en el culto al
caudillo, acerca fetichizadamente en la más próxima de las cercanías. La fotografía
funeraria separa singularidad e imagen serial. Subraya la ausencia de aura en la fotografía
interrumpiendo toda dialéctica entre singularidad y serialidad. No hace desaparecer al
muerto, no lo mismifica en la estetización serial; haciéndo comparecer a ambos, finado y
fotografía, en y como traducción y no como mismos, desestetizando a la fotografía. La
fotografía de rostro humano opera la cita como escena primordial. Siéndole imposible a la
serialidad albergar cualquier dimensión de la unicidad artesanal, la fotografía funeraria
conmemora el cuerpo singular que no tiene, en el cuerpo serial que sí tiene, activando un
choque irreducible entre singularidad y serialidad. Relanza, en ese choque la serialidad
sobre la singularidad, y viceversa, interrumpiéndolas a ambas en su serie de
encabalgamiento; infectando, en esa pequeña catástrofe indecidible, la homogeneidad de lo
serial y la homogeneidad de lo singular, la una con la otra; diciendo en la serialidad lo que
jamás pudo ser dicho en la singularidad, saliéndole al paso a la sustitución de la
transducción por la operación dialéctica o sintética. La fotografía de rostro humano sobre
cuya cubierta industrial lloramos abrazando una afición pre-industrial, no es un signo que
reproduzca el rostro artesanal de un ser querido como modelo referencial; ni tampoco el
signo de un producto neto de la productibilidad serial. La fotografía de rostro humano
es cita, traducción, como escena primordial.
34. Si el arte aurático debió llenar siempre con un objeto de culto el espacio de
exhibición, colmando el altar con la presencia de un objeto; el arte en la era de la
exhibitibidad desencadenada en que ningún espaciamiento parece ya posible, tendría como
tarea averiar el continuum de la estetización; producir un espaciamiento o subrayar, al
menos, su imposibilidad. Subrayar la muerte del arte.[8]
El valor cultual de la imagen fotográfica del rostro humano “en el culto al recuerdo de
los seres queridos, lejanos o desaparecidos” (Benjamin, 1989: 31), constituye la cita en
tecnología serial, de la tecnología lumínica artesanal que la serialidad no puede incorporar.
En el ritual del recuerdo a los seres desaparecidos la síntesis entre desaparecido y
fotografía no llega a realizarse. En la fotografía de rostro humano (...) en el culto al
recuerdo de los seres queridos, lejanos o desaparecidos, la imagen dialéctica crece
irreducible por el medio entre aura y serialidad, desrealizando la estetización. Esa resta de
estetización puede llamarse también aura serial, pero ahora como imagen dialéctica, no
como síntesis.
36. Benjamin asumió el pragmatismo del collage, el arte de montar imágenes como
expresiones concretas de la transitoriedad histórica, eligiendo, montando y yuxtaponiendo
extremos de una idea producida en concreto por el cruce de las imágenes mismas[9],
“evitando toda abstracción deductiva, todo principio de articulación general, toda prognosis
e incluso, todo juicio” (Benjamin, 2006: 224): “quiero presentar la ciudad de Moscú en el
momento presente de modo tal que todo lo fáctico ya es teoría” (Benjamin, 1990: 106). “La
especulación puede levantar su arriesgado y necesario vuelo con alguna perspectiva de
éxito solamente si en lugar de ponerse las alas de cera del sentido busca la fuente de su
fuerza únicamente en la construcción (...) formada esencialmente por materiales filológicos
(...) como una sorprendente exposición de la facticidad (...) no orientada a un resultado”,
“suprimiendo y conservando la intención del autor” (Benjamin, 2006: 230). Las líneas de
fuga de esa construcción testifican experiencias de otros y convergen en nuestra propia
experiencia. Con lo cual el constructo se expresa como mónada, resaltando formas fácticas
en las que el contenido de verdad se deshoja históricamente, activando lo que en el objeto
permanecía con mítica rigidez, como pieza textual. “Benjamin se mantuvo firme en su
principio de que la mínima célula de realidad contemplada equilibra con su peso el resto del
mundo. Interpretar fenómenos de modo materialista significaba para él no tanto explicarlos
a partir del todo social, sino referirlos inmediatamente en su singularidad, y en ella referir
las tendencias materiales y luchas sociales” (Adorno, cit. Agamben, 2001: 172). Esta
repulsa a la teoría autónoma que inscribe el material fáctico en una mediación general, era
lo que perturbaba a Adorno: “la mediación, cuya ausencia me molesta, y que veo desechada
por evocaciones mágicas materialistas-historiográficas no es más que la teoría que su
trabajo deja de lado (...) Le atribuye a la enumeración material de manera casi supersticiosa
un poder de iluminación que nunca está reservado a la indicación pragmática, sino sólo a la
construcción teórica (...) La omisión de la teoría influye sobre lo empírico (...) priva a los
fenómenos (...) de su verdadero peso histórico-filosófico (...) El motivo teológico de llamar
a las cosas por su nombre se convierte tendencialmente en una sorprendente descripción de
la mera facticidad (...) su trabajo se ha insertado en el cruce entre magia y positivismo. Ese
sitio está embrujado. Sólo la teoría puede romper el hechizo (...) Su método micrológico y
reglamentario nunca asimila la idea de la mediación universal (el proceso global) que tanto
en Hegel como en Marx fundamenta la totalidad” (Adorno, Cit. Agamben, 2001: 172-173).
Esta complicación de elementos montados, cortados los unos con los otros, pero sobre
todo la co-implicación del límite en ellos, trastoca todos los contratos, todas las dialécticas
jurídicas, políticas, estéticas, que la comprensión burguesa del lenguaje garantiza. En este
sentido la pragmática de la imagen dialéctica busca “hacer sitio”, “despejar”, abrir
“caminos por todas partes”, “erradicar incluso la situación en que se encuentra” desbaratar
“todo entendimiento”, “toda envoltura”, también lo “duradero” o la “fijeza” (Benjmin,
1989d: 159). Como el “akmé de Focillon”, la imagen dialéctica oscila débilmente en sus
elementos. No se inclina, ni menos descansa en la fijeza absoluta; sino que, en el milagro
de su inmovilidad vacilante, el temblor ligero, imperceptible, indica que vive” (Benjamin,
1995: 71).
Bibliografía
Benjamin, Walter. (1967) “La tarea del traductor”, en Ensayos escogidos, Buenos Aires,
Sur.
Escobar, Ticio. (2004) El arte fuera de sí. Asunción: Museo del barro
Moreiras, Alberto. (1999) Tercer espacio, duelo y literatura en América Latina. Santiago:
LOM.
Rilke, Rainer M. (1958) Cuadernos de Malte. Buenos Aires: La pajarita de papel.
Serres, Michel,.(1985) “The parasit”, citado por G. Ullmer, en “El Objeto de la post-
crítica”, en Foster, Hal. La postmodernidad. Barcelona, Kairos.
* Una versión de este texto se publicó, bajo el título “Aura serial” en El fragmento
repetido. Escritos en estado de excepción. Santiago: Metales pesados, 2007, pp. 297-325.
[N. de la E.]
[2] “La política es también un arte, quizá el arte más elevado y más vasto que exista y
nosotros, que damos forma a la política alemana moderna, nos sentimos como artistas a los
cuales les ha sido confiada la elevada responsabilidad de formar, partiendo de la masa
bruta, la imagen sólida y plena de un pueblo. La misión del arte y del artista no es tan sólo
la de unir, va mucho más lejos. Es su deber crear, dar forma, eliminar lo que es malsano y
abrir el camino a lo que es sano. Igualmente, en tanto que hombre político alemán, no
puedo dejar de reconocer mi conformidad con este único criterio de separación que
existiría según dice usted: el que separa el arte de calidad y el arte sin calidad. El arte no
debe ser sólo de calidad, debe también surgir del pueblo o, más exactamente, sólo un arte
que crezca íntegro en Volkstum podrá ser, a fin de cuentas, de calidad y significara algo
para el pueblo al cual va destinado”. (Dr. Goebbbels, Carta pública dirigida a W.
Furtwängle. en Lokal-Anzeiger, abril, 1933, cit. Lacoue-Labarthe, 2002: 77)
[3] “El actor de cine’ —escribe Pirandello— se siente en el exilio. Exiliado no sólo de la
escena, sino de su propia persona. Con un oscuro malestar percibe el vacío inexplicable
debido a que su cuerpo se convierte en un síntoma de deficiencia que se volatiliza y al que
se expolia de su realidad, de su vida, de su voz y de los ruidos que produce al moverse,
transformándose entonces en una imagen muda que tiembla en la pantalla un instante y que
desaparece enseguida quedamente (...) He aquí un estado de cosas que podríamos
caracterizar así: por primera vez —y esto es obra del cine— llega el hombre a la situación
de tener que actuar con toda su persona viva, pero renunciando a su aura. Porque el aura
está ligada a su aquí y ahora. Del aura no hay copia (...) Y así tiene que desaparecer el aura
del actor y con ella la del personaje que representa”. (Benjamin, 1989: 35)
[4] “De la máquina–herramienta (...) es de donde arranca la revolución industrial del siglo
XVIII (...) en vez de herramientas en manos de un hombre, esta máquina dispone de
herramientas y de hombres engranadas a su mecanismo, el cual añade ilimitadamente
funciones de trabajo a sus terminales incorporando la entera divisiópn del trabajo y del
saber como trabajador colectivo planetario” (Marx, 1979: 456 ss; Cfr., Marx, 1988: 68).
[6] Y añadía: “tampoco parece posible una muerte propia. Antes se sabía (...) que cada cual
contenía su muerte como el fruto su semilla. Los niños tenían una pequeña; los adultos una
grande. Las mujeres la llevaban en su seno. Los hombres en su pecho. Uno tenía su muerte
y esta conciencia daba una dignidad singular, un silencioso orgullo. Ahora se muere en
quinientas cincuenta y nueve camas. En serie. Es evidente que a causa de una producción
tan intensa, cada muerte no queda bien acabada; pero el número es lo que cuenta. ¿Quién
concede todavía importancia a una muerte bien acabada? Nadie. Hasta los ricos, que
podrían permitirse ese lujo, comienzan a hacerse indiferentes; el deseo de tener una muerte
propia es cada vez más raro. Dentro de poco será tan raro como una vida personal (...)
“Voilà votre mort, monsieur. Se muere según viene la cosa (...) Desde que se conocen todas
las enfermedades y programas de salud (...) se sabe las diferentes salidas mortales (...) En
los sanatorios (...) se muere de una de las muertes asignadas al establecimiento. Cuando se
muere en casa, es natural que se escoja esa muerte cortés de la buena sociedad, con la que
en cierto modo se augura un entierro de primera clase y toda la serie de sus admirables
tradiciones. Entonces, los pobres se paran delante de estas casas y se sacian con estos
espectáculos” (Rilke, 1958: 68-72).
[8] Y parafraseo un pasaje de la conferencia Arte y representación que Ticio Escobar dio en
el Doctorado de Filosofía con Mención en Estética, de la Universidad de Chile, en mayo de
2006
[9] “Hace algunos años un clérigo era conducido en un carro a través de las calles de
Nápoles acusado de indecencias morales. En medio de maldiciones era seguido por una
multitud vociferante. Al llegar a una esquina apareció un cortejo nupcial. El clérigo se
levanta, hace el signo de la bendición y la turba que iba detrás cae de rodillas” (Benjamin,
1992: 13)