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utilidad pública, las cuales serán adquiridas para promover el acceso a la propiedad rural. En estos
casos, que han generado polémica en algunos sectores, se pagará una indemnización a sus
propietarios. Finalmente, el fondo recibirá tierras donadas y se entregarán subsidios y créditos
especiales de largo plazo a la población campesina, para la compra de terrenos. En el acuerdo está
estipulado el perfil de las personas que podrán acceder a la distribución gratuita de tierras y a
los subsidios y estímulos: “Trabajadores con vocación agraria sin tierra o con tierra
insuficiente”.
Además se establece que, en un plazo máximo de siete años, el Gobierno deberá concretar la
formación y la actualización del catastro rural. La medida busca que los municipios liquiden, cobren y
recauden efectivamente ese tributo. Se establecerá un mecanismo de cobro progresivo bajo la premisa
de que ‘el que más tiene, más paga’, fundamentada en la equidad y justicia social. Estarán exentos de
ese pago los beneficiarios de programas de acceso a la tierra y los pequeños productores
. Se ha afirmado que estos le abren paso a las expropiaciones masivas y a la confiscación de las tierras
urbanas, o que impedirían los grandes desarrollos agroindustriales, como en otro tiempo planteó la
insurgencia.
Es evidente que hay una relación profunda entre el punto agrario y los demás puntos de la
agenda. El tema del narcotráfico, por ejemplo, se ha considerado como una especie de
derivación del desarrollo agrario integral, pues requiere del trabajo, la concertación y la
participación de las comunidades con una mirada territorial, para construir desde la base
los programas de desarrollo que permitirán sustituir cultivos de manera voluntaria (a
pesar de que el Estado no renunció en el acuerdo a la erradicación forzada en las
comunidades que se nieguen a ingresar a ese nuevo pacto).
Casi la mitad -el 55 por ciento- de las personas despojadas durante el conflicto
tenían acceso a la tierra antes de ser desplazadas, según los estudios de Ibáñez.
La mayoría eran pequeños campesinos cuyas parcelas tenían en promedio 13
hectáreas. Ahora, uno de los grandes escollos para su regreso está en el alto nivel
de informalidad en la tierra. Según Ibáñez, solamente uno de cada tres
campesinos desplazados tiene títulos formales para sus tierras.
Como las Farc amenazó a los jueces de muchas zonas rurales y en otras jamás ha
pisado el suelo el Estado, en la práctica una de las funciones sociales claves que
ha jugado la guerrilla es ser el juez de facto de los conflictos entre campesinos.
Y en muchísimos casos, estos conflictos surgen alrededor de la tierra: hasta
dónde llegan los predios, las vacas que se cruzan de un lado a otro; las
servidumbres.
La justicia impartida por las Farc es arbitraria porque depende del humor y de la
destreza del guerrillero-juez y no de reglas objetivas y predecibles. Pero siempre
efectiva. Por esta vía de impartir justicia, es que la guerrilla termina ganando
cierta legitimidad social en sus zonas.
Si estos jueces agrarios funcionan, se cerraría esta vía de entrada de los armados
ilegales en la vida campesina. Pero, nuevamente, crear esta nueva jurisdicción
constituye un gran reto como ha quedado en evidencia con los jueces de
restitución de tierras.
En la conversación con Téllez, el vocero de las Farc dijo a La Silla Vacía que
este punto buscaba “cerra la frontera agrícola” y evitar que continúe “la
deforestación, el envenenamiento por la gran minería, la tala de bosques y de
humedales, la ocupación de los parques nacionales”.