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El viejo y el mar de Ernest Hemingway

Análisis de la novela El viejo y el mar

Sabemos que el buen literato no describe objetos sino ámbitos, no relata


hechos sino acontecimientos, no expresa procesos de producción fabril sino
procesos creadores. Al percatarnos de ello, nos elevamos al nivel de
realidad y actividad en que se mueven las obras literarias valiosas.

Así, El viejo y el mar no se reduce a contarnos las peripecias por las que
pasa un viejo pescador para atrapar un pez fuerte y voluminoso, y la
decepción que sufre cuando ve que su capacidad de defensa no es
suficiente para evitar que los tiburones devoren poco a poco su codiciada
presa. En caso contrario, este relato de aventuras marinas podría resultar
divertido pero carecería de todo valor estético.

Lo que nos revela aquí Hemingway es el sentimiento de vinculación


fraternal que alienta en el viejo pescador respecto a muchas realidades de
su entorno, incluso aquellas a las que agrede y mata en función de su oficio
de pescador. Al ver los delfines que nadan y resoplan en torno al bote,
exclama: «Son buena gente, dijo. Juegan y bromean y se aman entre ellos.
Son nuestros hermanos, como los peces voladores. Entonces empezó a
sentir lástima del gran pez que había enganchado.

3.1. Argumento

Santiago es un viejo pescador cubano. Le seguía un joven muchacho


llamado Manolito, quien le tenía un aprecio muy grande. Un día Manolito
tuvo que dejar a Santiago por órdenes de su familia, para ir con pescadores
con mayor suerte que el viejo con respecto a sus pescas. Sin embargo, él
joven muchacho le seguía ayudando y haciéndole compañía.
Un día el viejo salió a la mar con el objetivo de terminar con su mala racha
en la pesca. El muchacho le había conseguido cebo. Al cabo de unas horas
de navegar, tras haber perdido de vista la costa, un pez picó el anzuelo. Era
un pez enorme, dispuesto a luchar hasta la muerte, si era preciso. La barca
navegó a capricho del pez mar adentro. Las fuerzas del viejo cada vez iban
a menos y predecía que el pez le podía matar, pero tenía una fuerte
determinación por conseguir sacarlo del agua, y no le importaba si tenía
que dejar su vida en el intento. Tras una larga y dura batalla, el pez tuvo la
peor suerte, y el viejo, rebosante de felicidad, ya que no creía que el pez
fuese tan inmenso, lo amarro al costado de la barca, para poner rumbo a la
costa. "Era tan grande, que era como amarrar un bote mucho más grande
al costado del suyo". Todo su empeño habría sido inútil si no consiguiese
llevar el pez a tierra firme. Sin embargo, y para su desilusión, apareció
un tiburón. Cuando el escualo se acercó a comer el pez el viejo le asestó un
mortal golpe en la cabeza con su arpón. Se había librado del tiburón, pero
no tardarían en acercarse otros más siguiendo el rastro de la sangre
desparramada del pez herido. El viejo logró batirlos, pero se habían comido
medio pez. Por la noche se le acercaron más, que acabaron con él, dejando
solo la cabeza, la espina y la cola, suficientes para dar testimonio de la
hazaña.
Así, llego por fin a puerto. Era de noche y no había nadie para ayudarle a
recoger. Cuando terminó se fue a su casa a dormir. A la mañana siguiente
el muchacho, muy preocupado, fue a su casa para ver cómo estaba y le
prometió que saldría a pescar con él. Los demás pescadores reconocieron el
mérito de Santiago, al ver los restos del pez, que era un Pez Espada.

Estructura

Cronológico lineal, tiempo pasado contado en tercera persona.

En esta obra Hemingway desarrolla una complicada trama en la que


demuestra una vez más cuán pequeño es el hombre ante la naturaleza,
pero cuán grande es aquel que tiene honor y dignidad para afrontar las
dificultades.

Estructura dramática

La estructura que sostiene la acción dramática se basa en una poderosa


trama en la que Santiago, el viejo, debe luchar con el enemigo más difícil
de vencer: la naturaleza.

Y la naturaleza es personificada por el mar con sus grandes peces y tal vez
se deba incluir al destino también. El mismo protagonista y los demás
pescadores, creen en el propio destino. En este caso todos están
convencidos que el destino conduce a Santiago al fracaso. Aquí surge una
pregunta: ¿Podrá el viejo lograr su cometido antes de que desfallezca? Sólo
hay dos opciones.

Hay una sub-trama. Se trata de Manolín quien acompaña al viejo pescador


hasta su salida a la mar número 40 sin éxito. El viejo Santiago desea y
ruega que el muchacho vuelva con él y lo acompañe en sus días solitarios,
pero eso no es posible debido a su mala suerte. La vida de Santiago está
ligada a los peces que logre llevar a puerto. El no cejará en su intento por
conseguirlo, de ello dependerá su suerte para no sucumbir, pues ya lleva 84
días de malas. He ahí la importancia y urgencia del viejo a enganchar un
pez. Y ese día -el día 84 - justamente, pica un gran pez espada, y el viejo
lucha con él por tres días consecutivos. En una lucha de titanes, como esa
vence el que tiene más inteligencia, de eso el viejo estaba convencido: el
hombre es superior al animal, pero "...a Dios gracias, los peces no son tan
inteligentes como los que los matamos, aunque son más nobles y más
hábiles.".

Trama principal

Se resuelve negativamente, pues, aunque el viejo logra dominar al noble


animal, éste es devorado sistemáticamente por los tiburones y sólo le dejan
el espinazo. Es un hermoso triunfo moral. El viejo Santiago demuestra su
hombría y capacidad física e inteligencia, pero el fin por el cual un pescador
hace tamaño esfuerzo, es una retribución en metal, y al no obtenerla el
resultado final significa un fracaso rotundo.

Si bien por un lado hay fracaso, en la sub-trama hay éxito a consecuencia


de su heroica acción. Esta acción se supone levantó gran admiración en
todo el poblado, y especialmente en Manolín y su familia por tanto Manolín
cuando lo ve maltrecho tirado en su cama se pone a llorar, ahora lo admira
mucho más que antes.

Cuando el viejo se despierta Manolín le dice con lágrimas en los ojos que
volverá a pescar con él, no importa lo que digan sus padres.

Una actitud creativa ante la vida

El mar se presenta ante el pescador como un gran campo de posibilidades,


un «ámbito de realidad» lleno de dinamismo, de posibles interrelaciones y,
por ello, desbordante de belleza. Casi todos los elementos de ese ámbito
inmenso e inagotable constituyen para el protagonista un haz de
posibilidades creadoras. De ahí su afecto fraternal hacia todos ellos. Un
lugar especial lo ocupan los peces voladores. Pero también estima «las
pequeñas, delicadas y oscuras golondrinas de mar que andaban siempre
volando y buscando y casi nunca encontraban»; y las medusas, «con sus
largos y mortíferos filamentos purpurinos», y las benéficas tortugas, y los
patos salvajes, las marsopas, los bonitos y los delfines... Al mar pertenecen
también la multitud de pajaritos que vuelan muy bajo sobre el agua, y las
estrellas que relucen en lo alto. «Estoy tan despejado como lo están las
estrellas, que son mis hermanas»

4. Caracterización

En toda la novela hay poca descripción de los dos personajes principales.


Para describir al viejo, Hemingway sólo emplea un párrafo, y más que nada,
detalla las manchas y arrugas en la cara y dice que sus ojos son del color
del mar, después da esporádicos datos con alguna otra característica del
personaje. Hemingway en una oportunidad llamó "iceberg" a la técnica de
no mostrar todos los datos de la historia, similar a un verdadero iceberg en
la cual sólo se puede "ver" una pequeña parte de su real dimensión. Esta
técnica fue llamada "el dato escondido" por Vargas Llosa.
En la obra se conoce muy poco acerca del pasado del viejo, apenas se
menciona que en una pared él tenía una foto de su esposa pero que la quitó
porque lo hacía sentirse muy solo, no se menciona si tuvo hijos.

Acerca de la localidad, se sabe que el puerto está cercano a La Habana, no


sabemos sin embargo el nombre, tampoco aparece en forma directa algún
otro personaje aparte del protagonista que en alguna parte se dice que se
llama Santiago y el muchacho que por ahí encontramos que se llama
Manolín.

En esta novela corta podemos reconocer algo del estilo minimalista que
caracterizó a Hemingway desde sus primeros cuentos en 1925.

La técnica de Hemingway que influyó grandemente en los escritores más


jóvenes, es exitosa porque construye un realismo hecho desde el punto de
vista del lector, no del autor como era antes. En esta obra el lector forma
su propia opinión acerca del personaje y la conclusión. El lector es inducido
a imaginar cierta partes tal como se imagina la cantidad de hielo que hay
debajo del iceberg en el mar. Y ello con tan sólo leer unos cuantos datos
que dosifica el autor y no una descripción completa.

Este estilo moderno tiene su mayor ventaja en que el lector, al haber sido
obligado a usar su imaginación para completar el retrato del personaje o la
escena o la localidad, grabará en su memoria tales hechos por un periodo
más largo, lo que no ocurre con la técnica antigua en la que todo le es dado
al lector: casi masticado.

5. Tema

Una persona mayor, cargada de experiencia, se siente fracasada


profesionalmente, se esfuerza por salir adelante y, cuando cree tener el
éxito en la mano, ve que una agresión externa le derrumba toda su ilusión.
Ante este drama puede reaccionar de modos diversos. Pero lo hace de
forma muy positiva por no haber adoptado en la vida una actitud posesiva
ante los seres del entorno, sino respetuosa y dialógica, y ser sensible a la
amistad. La amistad con un joven menesteroso sumamente amable le da
ánimo para seguir viviendo con paz interior.

6. Apreciación crítica

El mar se presenta al pescador como un lugar de entreveramiento de


ámbitos; entreveramiento armónico o colisional: un verdadero campo de
encuentro múltiple y dramático. «Es dulce y muy bello. Pero puede ser muy
cruel y se vuelve así de repente, y esos pájaros que vuelan, picando y
cazando, con sus tristes vocecillas tienen una naturaleza demasiado
delicada para el mar»3. Por eso su relación con el mar es personal, y está
llena de sentimiento y simbolismo. Al estar relacionado de esta manera, se
siente acompañado, aunque se halle aislado en alta mar, ante un horizonte
sin límites. «Miró por encima del mar y se percató de lo solo que estaba.
Pero pudo ver los prismas en el agua profunda y oscura y el sedal estirado
hacia delante y la extraña ondulación de la calma. Las nubes se estaban
ahora arremolinando para los alisios y él miró adelante y vio una bandada
de patos salvajes que se proyectaban contra el cielo sobre el agua y luego
formaban una mancha oscura para volver a destacarse como un
aguafuerte; y se dio cuenta de que nadie está jamás solo en el mar».
Esta forma personal de ver y sentir el mar inspira en el viejo pescador un
sentimiento de amor hacia él, que lo lleva a llamarle «la mar», en femenino,
como si fuera una mujer. Se distingue así netamente de los pescadores
jóvenes que tienen aparejos de pesca más sofisticados -adquiridos cuando
la captura del tiburón daba dinero- y toman el mar como si fuera «un
contendiente, un lugar o incluso un enemigo», y le llaman «el mar», en
masculino. «Pero el viejo lo consideraba siempre como algo femenino, que
concedía o negaba grandes favores, pero, si hacía cosas salvajes o
perversas, era porque no podía evitarlo. La luna le afecta como hace con la
mujer, pensó». El viejo pescador no toma el mar como un medio para un fin
-lucrarse económicamente-, o un lugar de confrontación hostil. Lo ve como
un compañero de juego, una fuente de posibilidades de diverso orden, que
le permiten a él desarrollar su creatividad y realizarse como persona. Al
considerar el mar y los seres relacionados con él como «ámbitos», está bien
dispuesto para encontrarse con todos ellos y considerarlos, en casos, como
amigos. Esta actitud resalta de modo singular en la relación del pescador
con el gran pez que captura y que intenta remolcar hasta el puerto.
El juego dramático entre el pescador y el pez
Más de la mitad de la obra está consagrada al relato de la captura de un
pez. Si se tratara de una mera descripción de hechos, estaríamos ante una
crónica, sin duda interesante y amena, pero carente del alto valor
humanístico que albergan las obras literarias de calidad. Éstas no se
consagran a describir una actividad laboral, que implica un proceso de
producción fabril; quieren dar cuerpo expresivo a procesos creativos, de
uno u otro orden. Para un pescador profesional, su actividad en el mar
constituye una forma de trabajo. Pone en juego unas potencias para asumir
unas posibilidades y lograr una meta. El pescador moviliza su inteligencia,
su astucia, su experiencia, su fuerza física y psíquica para sacar partido a
las posibilidades que le ofrece el mar y ganarse su sustento. Esta forma de
trabajo puede adquirir sentido de juego creador si el pescador adopta ante
cuanto le rodea una actitud no utilitarista sino dialógica, si entra en diálogo
con los mismos peces que intenta capturar y establece con ellos un tipo de
unidad que tenga alguna semejanza con la que se tiene con un compañero
de juego o un amigo. Una actividad es lúdica cuando da lugar a algo nuevo
valioso bajo unas normas. El pescador respeta las leyes de la pesca, no
intenta imponerse a los peces con medios que superen excesivamente su
capacidad de defensa. Echa mano de diversas astucias, que han de ser
ligeramente superiores a la viveza de reflejos del animal. En este campo de
ataque moderado y defensa, el pescador puede tejer un haz de relaciones
cordiales con los seres que intenta apresar.
Es el caso de Santiago, nuestro viejo pescador. Hace ya mucho tiempo que
trabaja en vano. Desea ardientemente obtener alguna presa que le permita
subsistir. Tras una larga y esforzada espera, de repente nota que un pez ha
mordido el anzuelo. Sería perfectamente comprensible que intentara
febrilmente rematarlo y llevarlo a tierra, como una simple presa. Pero el
pescador no es reduccionista, no reduce de rango a los peces que captura.
Les da todo su valor, los estima grandemente, sobre todo cuando son
fuertes y nobles y se resisten a entregarse. Naturalmente, los valora en el
aspecto económico porque vive de la pesca, pero, lejos de reducirlos a mero
objeto de canje, establece con ellos un diálogo entrañable. En cuanto ve al
pez que acaba de atrapar, se asombra de su tamaño y su belleza. A medida
que lucha con él, admira su fuerza, su valor y tenacidad. Pero no se
ablanda, se mantiene en su puesto de pescador tenaz en su actividad y
consciente de su papel. «El pez es también mi amigo -dijo en voz alta-.
Jamás he visto un pez así, ni oído hablar de él. Pero tengo que matarlo».
Le da pena el pez, que no tiene nada que comer, pero prosigue la dura
tarea de retenerlo junto al bote porque ésa es la quintaesencia de su oficio:
«Luego sintió pena por el gran pez, que no tenía nada que comer, y su
decisión de matarlo no decayó en ningún momento a causa de tal pesar. A
cuánta gente puede alimentar, pensó. Pero ¿serán dignos de comerlo? No,
por supuesto que no. No hay nadie digno de comerlo, si tenemos en cuenta
su comportamiento y su gran dignidad». «Me gustaría dar de comer al pez,
pensó. Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrar fuerzas para
hacerlo».
Pero no sólo lamenta el daño que está infringiendo al animal, que es un ser
vivo y siente, sino que dialoga con él, y este esbozo de comunicación tiene
en la soledad del océano una resonancia especial que llena el ánimo del
pescador y le hace no sentirse del todo aislado. «¿Cómo te sientes pez? -
preguntó en voz alta-. Yo me siento bien y mi mano izquierda está mejor y
tengo comida para una noche y un día. Sigue tirando del bote, pez».
El viejo pescador no realiza su duro trabajo con prepotencia y menos con
rencor o rabia, porque no toma al pez como un enemigo, ni siquiera como
un adversario; lo considera un compañero de juego en la lucha por la vida.
En esta contienda, cualquiera de ellos dos puede perder, y el pescador lo
acepta como algo natural. «Me estás matando, pez, pensó el viejo. Pero
tienes derecho a ello. Hermano, jamás he visto cosa más grande, ni más
hermosa, ni más tranquila ni más noble que tú. Ven y mátame. No me
importa quién mate a quién».

En su interior se aunaba la admiración por el pez y el deseo de adueñarse


de él y sacarle todo el provecho que podía tener para él y otras personas.
«Virgen bendita, ruega por la muerte de este pez. Aunque es tan
maravilloso.» En la misma línea se hallan muchas otras manifestaciones del
pescador. «Pez -dijo-, yo te quiero y te respeto mucho. Pero acabaré con tu
vida antes de que acabe el día.» «Cristo, no sabía que fuera tan grande. Sin
embargo, lo mataré, dijo. Con toda su grandeza y su gloria».
Hasta tal punto llega el aprecio del pescador por el pez que, cuando los
tiburones lo atacan, es como si lo agredieran a él. «No quería mirar al pez
desde que había sido mutilado. Cuando el pez había sido atacado, fue como
si lo hubiera sido él mismo». Cuando el pez fue convertido en una «ruina»
por los tiburones, y carecía de figura, el pescador sintió dificultad para
hablar con él. Pero, aún entonces, ideó una fórmula para seguir
comunicándose: «Medio pez, dijo; el pez que has sido. Siento haberme
alejado tanto mar adentro. He arruinado a los dos, a ti y a mi. Pero hemos
matado muchos tiburones, tú y yo, y hemos arruinado a muchos otros.
¿Cuántos has matado tú en tu vida, viejo pez? Tú no tienes esa espada en
la cabeza en vano».
La voluntad de vencer
A través de la narración se va poniendo al trasluz el modo íntimo de ser del
viejo pescador, su actitud ante las circunstancias adversas, su valoración
del oficio al que consagra su vida, su arte de superar la soledad.
En principio, el pescador aparece como un anciano que lucha por sobrevivir
frente a la mala suerte. Lleva ochenta y cuatro días sin haber pescado nada.
Se adentra en el mar temerariamente y entabla una lucha denodada con un
pez gigantesco. Al fin, parece haber logrado una presa valiosa. La dureza de
la lucha muestra que el viejo pescador tiene por lema en la vida no darse
por vencido. Carece de provisiones y tiene que alimentarse de peces crudos
para no desfallecer y proseguir el esfuerzo. Constantemente se insta a sí
mismo a tomar alimento, pese a la náusea que le produce. Sufre calambres,
las manos se le llagan, el cuerpo entero se le vuelve dolorido. Para cobrar
ánimo, se desdobla y habla con sus manos y las insta a que se curen pronto
para permitirle rematar la magnífica tarea que está realizando. De cuando
en cuando se anima a sí mismo, se reprende, se aconseja. Todo con un fin
bien preciso: no quedar derrotado.
Se trata de un hombre anciano, pero fuerte y vivaz, lleno de fe en la vida,
de esperanza y humildad. «Todo en él era viejo, excepto sus ojos, y éstos
tenían el mismo color que el mar y eran alegres e invictos.» Partía de la
convicción de que «el hombre no está hecho para la derrota»; «un hombre
puede ser destruido pero no derrotado». En los momentos más duros de su
lucha con el pez se da ánimo a sí mismo con objeto de no desfallecer: «No
puedo fallarme a mi mismo y morir ante un pez como éste -dijo-».
Esa voluntad de victoria no responde a amor propio o a afán de dominio y
posesión, sino a conciencia de la propia dignidad como pescador. Cuando el
pez da un brinco y le muestra toda su grandeza, comenta: «Me gustaría
mostrarle qué clase de hombre soy. Pero entonces él vería mi mano con
calambre. Que piense que soy más hombre de lo que soy, y lo seré». «... Le
mostraré lo que puede hacer un hombre y lo que aguanta».
Él mismo se ve como un tipo fuera de lo normal: «Le indiqué al muchacho
que yo era un viejo extraño -dijo-. Ahora es cuando tengo que
demostrarlo».
¿En qué sentido es «extraño» este pescador, y respecto a quién? Se sale de
lo normal entre las gentes de su condición no sólo porque sigue exigiendo a
su cuerpo los mayores esfuerzos y arrastra grandes peligros en completa
soledad, sino, ante todo, porque sabe ver su actividad desde un nivel
desusado: el de los ámbitos y el encuentro. Esta forma elevada de visión le
lleva a revisar, en pleno triunfo sobre el gran pez, el sentido mismo de la
pesca. Solía pensar mucho en la soledad del mar, y se pregunta si no habrá
sido un pecado el haber matado al pez, y concluye que en el gran juego de
la vida ambos, el pez y él, han desempeñado su papel, el que tienen
asignado. «Tú naciste para ser pescador y el pez nació para ser pez». «No
has matado el pez -pensó- únicamente para sobrevivir y venderlo para
comer. Lo has matado por orgullo y porque eres pescador. Lo amabas
cuando estaba vivo y lo amabas después. Si lo amas, no es pecado matarlo.
¿O lo es más todavía?».
El buen hombre se da cuenta de que está metiéndose en honduras
insondables del pensamiento y se dice a sí mismo en voz alta: «Piensas
demasiado, viejo». Pero nunca es demasiado cuando se trata de ahondar en
el sentido de la propia vida. La vida es una lucha noble entre seres que
juegan el papel que les viene señalado por su especie o por la propia
vocación y las circunstancias que la deciden. De ahí que Santiago, el
pescador, después de recordar que mató al pez en defensa propia y de que
lo mató bien, añade: «El pescar me mata a mí exactamente en la misma
medida en que me mantiene vivo».
Al pronunciar esta frase, una luz se enciende súbitamente en la mente del
anciano, que asciende del nivel en que se da la relación entre el pescador y
sus posibles presas, y se percata de que en realidad quien lo sostiene en la
vida es la relación de amistad con el muchacho. «El muchacho sostiene mi
vida, pensó. No debo engañarme demasiado a mí mismo».
Esta doble observación constituye uno de esos fogonazos que iluminan el
núcleo de las obras literarias y permiten penetrar en su sentido más
profundo. Lo veremos en el apartado siguiente cuando observemos que,
aunque la nada de la derrota absoluta parezca imponerse y llenar el alma
de amargura, queda la amistad y llena la vida de sentido.
Para descubrir la fuerza de la amistad verdadera, desinteresada, debemos
seguir las peripecias del pescador y vivir con él la inmensa decepción de ver
cómo los tiburones, en sucesivas oleadas, van llevándose a dentelladas la
carne del gran pez, amarrado al bote, y reduciendo a pavesas las
esperanzas del anciano. Éste lucha bravamente más por amor al pez que
por conservar una fuente de recursos. Lo hace con tesón y valentía, pero
sin odio. Incluso admira a los tiburones, por ser hermosos y nobles y no
conocer el miedo.
Al fin se ve impotente para defender a su pez y acepta con serenidad que la
espléndida figura de éste se vea reducida a un esqueleto. Se siente
inmensamente cansado, «cansado por dentro», espiritualmente. Sin
embargo, no se entrega al desaliento. Sabe perder. Parece notar cierto
alivio cuando se percata de que todavía está vivo a juzgar por los dolores
que siente. Se ve «al fin derrotado y sin remedio», pero se sitúa en la popa
y pone todo su empeño en gobernar bien el bote, sin hacer caso de los
tiburones que acuden a liquidar la carroña. Había asimilado noblemente la
derrota y no sentía el menor rencor ni rabia. «Navegaba ahora livianamente
y no tenía pensamientos ni sentimientos de ninguna clase. Ahora ya lo
había pasado todo y gobernaba el bote para llegar a su puerto lo mejor y
más inteligentemente posible».
Ese estado de ánimo le permite ver el lado bueno de cuanto lo rodea y
considera como su amigo al viento que hincha la vela del bote y le permite
navegar con rapidez hacia casa. Y ve como amigo al «gran mar, con
nuestros amigos y nuestros enemigos», y, sobre todo, la cama se le
apareció ahora como la gran amiga: «La cama es mi amiga. La cama y nada
más, pensó. La cama será una gran cosa». Por eso piensa que sobrellevar la
derrota es mucho más fácil de lo que jamás hubiera pensado. Y, cuando se
pregunta quién lo ha derrotado, no piensa en los implacables tiburones; se
echa a sí mismo la culpa con toda serenidad: «Me alejé demasiado mar
adentro». Ya anteriormente, cuando pensaba que quizá tuviera suerte y
pudiera llegar a puerta con la mitad delantera del pez intacta, rechaza tal
posibilidad diciendo: «Has violado tu suerte cuando te alejaste demasiado
de la costa». Esta observación nos recuerda la maldición que recayó sobre
el «holandés errante» por haber traspasado los límites marcados a los
navegantes y que Richard Wagner inmortalizó en su conocida ópera.
La amistad es fuente de esperanza
Cuando el viejo pescador llegó, por fin, a su puerto, no encontró a nadie,
debido a lo intempestivo de la hora, pero interiormente se sentía, sin duda,
acompañado. Siempre había sido sensible a la amistad y la compañía. En
sus largas meditaciones frente al inmenso mar se acordaba constantemente
del muchacho ausente, el buen Manolín que tantas atenciones había tenido
con él. «Ojalá tuviera conmigo aquí al muchacho. Para ayudarme y para
que viera esto», exclamó cuando se percató de lo grande y hermoso que
era el pez. Pero el anciano se hallaba solo ante la dura tarea de asegurar la
presa y llevarla a casa sana y salva. Ese desvalimiento le inspira esta
amarga queja: «Nadie debiera estar solo en su vejez. Pero es inevitable».
Seguidamente, se insta a sí mismo a no olvidarse de tomar alimento,
aunque no tenga apetito, para conservar las fuerzas que tanta falta le van a
hacer pues tiene que valerse por sí mismo.
El pescador supera en cierta medida la soledad hablando consigo mismo y
con los seres vivos que ve a su alrededor. Pero no deja de notar la inmensa
diferencia que existe entre este tipo de diálogos y la interrelación personal.
De ahí que, tras la dolorosa derrota sufrida, el recuerdo del muchacho y de
las buenas gentes del pueblo le dé ánimos para recoger las últimas fuerzas
que le quedan y rehacer el camino de vuelta.
Al encontrarse de nuevo con Manolín, «notó lo agradable que es tener
alguien con quien hablar en vez de hablar sólo consigo mismo y con el
mar». El pescador le dijo al muchacho: «Te he echado de menos».
Manolín pone de manifiesto sin respeto humano alguno su entrañable afecto
al anciano: llora abiertamente, lo cuida, pide que no le molesten, intenta
animarlo, proponiéndole trabajar juntos en adelante, le insta a curarse las
manos y los pulmones... Este amor desinteresado y leal llena con creces el
inmenso vacío interior de un viejo luchador que se ve abandonado por la
suerte.
Ese vacío queda expresado dramáticamente en la imagen del esqueleto del
gran pez, que ahora «no era más que basura a la espera de que se la lleve
la marea». Después de la gran soledad y la amarga decepción, adquiere un
relieve y valor especial la imagen que cierra la obra: el muchacho velando
el sueño del anciano desvalido.

“El viejo y el mar” fue una de las últimas obras de Ernest


Hemingway publicadas en vida, después de dar a luz sus novelas más
conocidas, como “Tener o no tener”, “Adiós a las armas” o “Por quién
doblan las campanas”. Esta madurez con la que fue escrita se nota en la
prosa y, por encima de todo, en la trama misma.

Un viejo pescador cubano, Santiago, sale a la mar todos los días, aunque la
mala suerte le persigue y no consigue regresar con una buena captura. Una
mañana sale a navegar en su pequeña barca y, mientras espera con el cebo
en el agua, un pez, aparentemente enorme, pica el anzuelo. A partir de ahí
se entabla una durísima lucha entre el viejo pescador, que apenas puede
contener al animal en su minúscula embarcación, y el pez. Tras un enorme
esfuerzo, Santiago consigue capturarlo, pero en el regreso a casa los
tiburones devoran a la presa del pescador.

Y eso es todo. Una novelita de poco más de 120 páginas, que se lee en un
santiamén. ¿Sus virtudes? Las mismas que en muchas de las obras de
Hemingway. Fue un escritor peculiar, alejado de los parámetros estilísticos
propios de su tiempo, con un estilo árido y descuidado que plasmaba con
precisión la naturaleza humana de muchos de sus personajes. Para mi
gusto, sus libros flaquean en cuanto a prosa, aunque la crítica mundial
defienda a ultranza su “estilo sobrio”; quizá su formación periodística le
dotó, por una parte, de una perspicacia y unas habilidades de observación y
penetración poco comunes, pero, por otro lado, le restó ‘chispa’ literaria. En
este libro esa carencia se ve solventada por la fuerza que impregna la
historia. Es impresionante el valor y la audacia del protagonista, ese viejo
pescador, sin nada que ganar o perder, que arriesga su vida en pos de un
pez, sólo por el placer de la lucha, del enfrentamiento (algo también muy
presente en la obra de Hemingway).

La descripción de los tres días que el marinero permanece en alta mar,


perdido, peleando con el animal y desafiando las fuerzas de la naturaleza,
es de una épica muy poco común. E igualmente importante es ese
desenlace, esa derrota última que la propia naturaleza le infringe, como si
de un castigo divino se tratara.

Para los que gusten de historias vigorosas, es un libro ideal, aunque está
escrita casi como si fuera una fábula infantil.

Alegórica, épica, moral, espiritual, simbólica, de lenguaje sencillo y


directo,… se han dicho muchas cosas sobre El viejo y el mar de Ernest
Hemingway y, seguramente, todas son ciertas porque soporta diferentes
lecturas y distintos lectores. Aparecida en la revista Life, en 1953, esta
novela corta fue la última gran obra de ficción del escritor de Illinois que ese
mismo año recibía el Premio Pulitzer y, el siguiente, obtenía el Premio
Nobel.
La vida de Hemingway fue una aventura constante, de altos y bajos, y no es
extraño que eso se vea reflejado en sus novelas. Con solo diecinueve años
participó, como miembro de la Cruz Roja, en la Primera Guerra Mundial.
Más tarde, como corresponsal, fue testigo directo de otros conflictos bélicos,
entre ellos, la Guerra Civil Española – de la que salen obras como Por quién
doblan las campanas – y la Segunda Guerra Mundial. Sus viajes a África, y
su relación intensa con Cuba, también se vieron impregnados en su prosa.
Será en París, en los años veinte, donde conozca, de primera mano, los
ambientes de vanguardia y se relacione con escritores como Stein, Pound o
Scott Fitzgerald, autores de la “Generación Perdida”. También es de esa
época su contacto directo con el boxeo ya que, para ganarse la vida, tuvo
que hacer de sparring en diferentes ocasiones. Pero su relación con el
deporte y la pesca, claves para su obra como veremos más adelante, le
venía de su infancia en Oak Park.
Hemingway rechaza, muy a menudo, un lenguaje demasiado
intelectualizado. Y, en este sentido,El viejo y el mar es un ejemplo de cómo,
a través de la acción de su personaje principal, se pueden lanzar diversas
interpretaciones. Según la propia teoría del autor estadounidense, llamada
del iceberg, un relato sólo muestra una mínima parte de la historia. El resto,
permanece oculto. Se traza una épica desde la historia simple, que no
sencilla, que huye de artificios y barroquismos. El símbolo, la parábola, no
necesita de referentes que el lector medio no entienda. Y de hecho, con
esta novela, Hemingway consiguió su propósito. Cuando apareció en
formato de libro, meses después de su publicación en la revista, estuvo
veintiséis semanas en la lista de novelas más vendidas. Se trata del doble
código del que hemos oído tanto hablar, atrayendo a un lector que se queda
en la superficie y a otro que busca en su mensaje escondido. Pero ¿cuál es
ese mensaje que no vemos a primera vista?
Situada en las bahías de Cuba que el escritor tanto conocía, la obra relata
las peripecias de Santiago, un viejo pescador que después de ochenta y
cuatro días sin pescar nada, decide adentrarse mar adentro para probar
suerte. Antes de esta decisión, todos los días le acompañaba Manolín, un
muchacho al que ahora sus padres le han prohibido ir con el anciano ya que
no le era rentable. A pesar de ello, la relación de complicidad se irá
reforzando a lo largo de la narración y, al final, éste le esperará para
prometerle que seguirá pescando con él a pesar de la decisión paterna.
Santiago lucha contra el destino. Solo, y con recursos meramente
artesanales, se dirige a un lugar remoto al que nunca antes había ido. El día
ochenta y cinco pesca un gran pez, seguramente el más gran que ha visto
nunca. Pero éste no se va a dejar atrapar tan fácilmente. Comienza una
larga lucha en la que el pescador pasará por momentos de sufrimiento, de
esperanza, de desesperación y, en última instancia, de contacto directo con
la naturaleza. Se trata de pelear hasta la muerte. La dignidad no está en la
victoria, sino en la resistencia, en darlo todo, en explorar los límites del ser
humano. Cuando ya ha ganado, y se dirige con el pez hasta la orilla, los
tiburones huelen el rastro de sangre que ha ido dejando las heridas del
animal y, poco a poco, van comiéndose los restos. Al llegar a puerto, y a
pesar de todos los esfuerzos por defender su presa, tan sólo conserva las
espinas, la cola y la cabeza.
El lenguaje es rápido. Más que reflexiones, aunque las hay, lo que se quiere
transmitir es la acción, la batalla entre el viejo pescador y el pez, entre el
anciano triunfador y los tiburones que quieren borrar su proeza. El diálogo
es la forma de marcar el ritmo. Primero, entre Santiago y Manolín. Más
tarde, el pescador habla consigo mismo. Le habla a sus manos, a sus pies, y
al pez, al que respeta por la fortaleza con la que se resiste a su destino. Es
su “hermano”.
A nivel formal, es interesante ver también el uso de algunas palabras que
aparecen en cursiva – porque en la versión en inglés aparecían en el
español utilizado en esa parte de Cuba – como “guano”, “bodega”, la
expresión “qué va”, “salao” o “dentuso”, sólo por citar algunos ejemplos. Un
lenguaje simple, pero especializado, que recuerda en algunas ocasiones a la
crónica deportiva. Arpones, cordeles, anzuelos y algún cuchillo son los
únicos instrumentos, casi arcaicos, con los que Santiago tiene que afrontar
la aventura. Una aventura frenética, a veces vibrante, que puede leerse
como si de una novela de aventuras se tratase.
Pero, como decíamos, y tal vez esta es el gran acierto de esta novela,
podemos encontrar múltiples lecturas. Es cierto que podemos afrontar el
tema como una simple hazaña de un pescador que lucha contra la fuerza de
la naturaleza. Pero también estamos ante la historia de amor entre el
maestro anciano y su pupilo, que lo respeta más allá de que, a veces, se
invente algunas cosas (…”pero todos los días pasaban por esta ficción”). No
son pocos los teóricos que ha querido ver en esta obra una lectura religiosa,
espiritual, y es que los referentes hagiográficos podrían reforzar esta tesis.
Tampoco son pocas las veces en que se alude a la fe, al pecado y a la
esperanza. Por otra parte, el símil constante, y repetitivo, con el béisbol no
puede ser una casualidad (“Ten fe en los Yankees, hijo. Piensa en el gran Di
Maggio”). Y la relación con la natura, que a veces es cruel pero que siempre
es bella, y todas las referencias al sacrificio, a la soledad, a la lucha, a la
dignidad, a la resistencia…
Pero estas lecturas, ¿excluyen unas a otras?, ¿son complementarias?,
¿algunas pueden caer en las redes de la sobre interpretación?

La frase que resume mejor el libro, y que se ha hecho más famosa, es


aquella en la que el pescador se dice a sí mismo “el hombre no está hecho
para la derrota… un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. Nadie
puede negar, ni siquiera los que califican El viejo y el mar de una novela
juvenil y sobrevalorada, que hay un intento de moralidad. Hay un mensaje
más allá de los tiburones, del pez, del viejo que no pesca y del muchacho
llamado Manolín. Hemingway nos habla sin decirnos las cosas claras. Porque
lo evidente es pobre y no puede proyectar multiplicidad de significados. Lo
alegórico, por otra parte, nunca será explicado por el autor, y siempre
rechazará dar una única interpretación a sus obras.
Por otro lado, muchos creen que podríamos estar ante una contra versión
del Moby Dick de Herman Melville. Éste, mucho más metafísico y filosófico.
El texto de Hemingway, mucho más director y cercano. Si es así, de todas
formas, creemos que rechazar el elemento espiritual en El viejo y el
mar sería un error. Santiago, al matar el pez, entra en constantes
contradicciones: “Pero entonces todo es pecado. No pienses en el pecado.
Es demasiado tarde para eso y hay gente a la que se paga por hacerlo. Deja
que ellos piensen en el pecado. Tú naciste para ser pescador y el pez nació
para ser pez”. Sin embargo, su adoración por la naturaleza es tal que esta
afirmación no la tiene tan clara todo el tiempo. Al referirse a los delfines
asegura: “Son buena gente… Son nuestros hermanos, como los peces
voladores” o hablando directamente del pez con quien lucha: “Me gustaría
dar de comer al pez, pensó. Es mi hermano”. Incluso, llega a decir “A Dios
gracias, los peces no son tan inteligentes como quienes los matamos,
aunque son más nobles y más hábiles”.
No estamos ante un cierto respeto hacia los animales del mar, al que el
pescador podría tener una cierta simpatía. Es un sentimiento mucho más
profundo. Aunque no duda en matarlo, aprecia la valentía y el coraje del
pez. Y él mismo, como hombre, se siente parte de la naturaleza, del
entorno. Su amor al mar va a cobrar potencia cunado explica por qué se
dirige a él en femenino: “Decía siempre la mar. Así es como le dicen en
español cuando la quieren”. Y es que, de alguna manera, se convierte en su
amada. Está solo con ella esperando primero matar al pez y después
defenderse de los tiburones.
Pero, si hay un tema central en la obra, éste es el de la soledad ante la
lucha. ¿No estamos solos ante la muerte?, ¿No hay que superar las barreras
del miedo sin que nadie pueda ponerse en nuestra piel?, ¿No somos
nosotros, y nadie más, quiénes hemos de tomar las riendas de nuestro
propio destino?

Santiago se dice a sí mismo que “nadie debería estar solo en su vejez… pero
es inevitable”. Es inevitable estar solo y por ello habla consigo para, de esta
forma artificial, hacerse compañía: “No recordaba cuánto tiempo hacía que
había empezado a hablar solo en voz alta cuando no tenía nadie con quien
hablar”. Por este motivo, va a echar en falta a Manolín durante todo su
trayecto. A veces, para que le ayudara con la difícil tarea de acabar con el
pez. Otras ocasiones, para tener a alguien con quien compartir su
desesperación. Una y otra vez, durante las más de cien páginas de la
novela, va a repetir: “Ojalá estuviera aquí el muchacho”, “Si el muchacho
estuviera aquí…”
Pero no está. Y su decisión es firme. Luchar hasta la muerte. En este
sentido, las constantes analogías con el béisbol, y al jugador Di Maggio, le
van a servir para tener un modelo al que seguir: “¿Crees que el gran Di
Maggio seguiría con un pez tanto tiempo como estoy haciendo yo?, pensó.
Estoy seguro que sí… También su padre fue pescador”. Y es que la dignidad
de la lucha no está en la victoria, sino en la esperanza de cambiar el
destino, la mala suerte, a través de la constancia y la perseverancia. Ganar
es la acción en sí misma que le ha llevado a alta mar, a buscar soluciones a
su mala racha, y a no dejarse vencer por un pez que, de alguna manera, es
su propio reflejo.
Esa es su religión. Promete “hacer una peregrinación a la Virgen del Cobre”
y rezar diez padrenuestros. Pero la verdadera espiritualidad está en la
capacidad de sacrificio. Él mismo se da ánimos para no decaer: “Tirad,
manos… Aguantad firmes, piernas. No me falles, cabeza. No me falles.
Nunca te has dejado llevar”. Y es que parece que los hechos más comunes
tengan un transfondo simbólico, entendiendo el camino interior a través del
esfuerzo en un oficio como el de pescador. No hay derrota si hay esperanza.
Hay esperanza si hay fuerza. Hay fuerza si hay determinación de resistir
hasta el final. Parece que, en vez de pesca, estuviéramos ante el
compromiso político que Hemingway demostró toda su vida y que
materializó tanto de soldado – donde fue herido de gravedad como Santiago
– como de periodista.

Al final, aunque el resto de pescadores reconocen


su hazaña, el viejo piensa que no tiene suerte. Este regusto amargo, sin
blancos ni negros, sin héroes ni malvados, es de agradecer. Muy fácilmente
el autor podría haber concluido el relato con un final maniqueo, donde la
épica fuese clásica y la moralina ejemplar. Pero no es así. Hay una inmensa
dignidad del que ha luchado hasta el final, hasta las últimas consecuencias.
Pero ello no quiere decir que el resultado sea perfecto. No podrá vender su
pescado porque no queda prácticamente nada de él. No hay trofeo, aunque
haya victoria. Parece profetizar el final del mismo Hemingway, que pocos
años más tarde, en 1961, se pegaría un tiro, acabando con la vida de
alguien que se destruyó a sí mismo pero al que nadie puedo derrotar. Al
menos, no a su literatura

Hemingway había comenzado por estudiar los consejos de Miss Stein. Había quemado y
destruido las descripciones hasta concentrarlas y transformarlas en precisión. Había huido
del material elaborado y adornado. Había matado a los adjetivos y a las abstracciones y
comenzaba a dominar las impresiones y las imágenes hasta encerrarlas en contradicción.
El premio Nobel de Literatura de 1954 aconsejaba recopilar toda la información necesaria para
documentar la ficción, elegir de entre ella la meramente imprescindible y mostrarla de forma
sintética. El objetivo estaría, entonces, en conseguir que el lector intuya lo que el narrador
quiere contar, sin que ambos pierdan el rumbo.
“Si un escritor omite algo, porque no lo sabe, habrá un agujero en su relato. El Viejo y el Mar
podría haber tenido más de mil páginas, y dar cuenta de cada personaje, cómo vivían, cómo
habían nacido,… No cuento ninguna de las historias que conozco sobre la aldea de
pescadores. Pero este conocimiento es lo que constituye la parte sumergida del iceberg”,
concluía Hemingway.
Grandes palabras de este gran aviador estadounidense de la literatura universal.
La anécdota:
Gregorio Fuentes, un marinero nacido en Lanzarote (Islas Canarias), pero afincado en Cuba,
fue compañero de aventuras de Hemingway desde 1940. El escritor estadounidense le dijo,
tras recibir el Nobel en 1954: “Mira, tenemos dinero. A esto también tú tienes derecho”, según
publica El País en su edición del 14 de diciembre de 2002.
1. ¿Qué relaciones tuvo Ernest Heminway con Cuba?

2. ¿Cuáles son los los principales datos bio-bibliográficos del autor?

3. El autor pertenece a un movimiento literario denominado "Generación


perdida”. ¿Quiénes conformaron ese grupo?

4. ¿Cuáles son las características de dicho movimiento?

5. ¿Por qué se llamó a este movimiento generación perdida ?

6. ¿Cuáles son los principales elementos del contexto?

7. ¿Cuál es la intención del autor?

8. ¿Cuál es la posición del narrador? Presenta tu respuesta con ejemplos


tomados de la obra.

9. ¿Cuál es el tema general de la obra?

10. ¿Cuál es el asunto?

11. ¿Qué ideas principales se pueden extraer de la obra?

12. ¿Qué tesis principales expone el autor?

13. ¿Cómo sustenta esas tesis?

14. ¿Qué valores se encuentran en la novela?

15. ¿Qué anti-valores o disvalores pueden precisarse?


16. ¿Qué técnica formal utiliza el autor?

17. ¿Qué procedimientos de forma se pueden constatar?

18. ¿Cuál es el tema principal de la novela? ¿Por qué?

19. Haz un breve resumen del argumento en sus tres momentos.

20. Caracteriza a los personajes y clasifícalos según su importancia.

21. ¿Qué tiempo transcurre en la obra? (Tiempo cronológico)

22. ¿Cuál es el tiempo histórico en el que se presenta la acción?

23. ¿Qué hechos nos permiten precisar el tiempo histórico?

24. A lo largo de la obra se presentan diferentes tiempos ambientales. Presenta


ejemplos de diversos tiempos ambientales.

25. ¿Cuáles son los principales lugares en los cuales se desarrolla la acción?
Descríbelos.

26. ¿Cuáles son los principales hechos que se presentan en el desarrollo de la


acción?

27. ¿Cuál es tu apreciación valorativa de la novela?

El protagonista de El viejo y el mar, de E. Hemingway[20],


vive la soledad amarga del fracaso. Parece que todo es
negativo en su torno y le invita a la desesperación. Pero él
responde de forma positiva renovando en su interior la
unión con el añorado muchacho, que le esperaba lleno de
angustia por su tardanza. La imagen del buen Manolín
velando, al final de la obra, el sueño del anciano desvalido
nos eleva a un nivel de muy valiosa creatividad, que nos
redime del tragicismo al que parece abocar la miseria y el
fracaso. Recordamos la confesión que hace un personaje
de una obra dramática de Gabriel Marcel: "No hay más
que un dolor en la vida: estar solo".

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