Está en la página 1de 10

Santiago: el protagonista de la obra, se nos presenta como un viejo pescador

flaco y desgarbado, con arrugas profundas y piel quemada por el sol. A pesar
de su vejez, se nos muestra como un hombre fuerte y valiente aunque se
siente solo y su única compañía es la de un muchacho al que enseñó el oficio
de la pesca. Este sentimiento de soledad se acentúa cuando se encuentra mar
adentro en su bote, pues alude constantemente a su añoranza del chico y, por
ello, aunque piensa que lo pueden considerar loco, dialoga consigo mismo. Es
un hombre austero y humilde, el cual está marcado por la mala suerte, puesto
que lleva 84 días sin pescar ningún pez y sobrevive gracias a la ayuda del
muchacho, que le proporciona comida y cebo para pescar. Sólo tiene dos
pasatiempos: uno es el béisbol y por ello, siempre se preocupa de estar al
tanto de los resultados de la liga (a través de periódicos viejos), los cuales
comenta con Manolín. El otro son sus recuerdos de juventud, cuando viajó en
un gran barco a África y vio los leones, o cuando era fuerte y ganó un duelo
de pulso. También destaca el amor y el respeto de Santiago hacia la
naturaleza, su admiración hacia las aves, los peces, las tortugas y el mar en
general, a los que trata siempre de hermanos. A pesar de ser un viejo solitario
y pobre, es querido y respetado por los demás pescadores y cuando lleva dos
días sin volver de pescar todos se preocupan por él. Su necesidad de acabar
esa mala racha sin pescar le hace pensar en varias ocasiones en el fracaso,
obsesión constante a lo largo del relato.
Manolín: es el joven que ya desde pequeño acompaña a Santiago en sus
jornadas de pesca para aprender el oficio. Sin embargo, después de cuarenta
días sin que el viejo cogiese ningún pez, sus padres deciden que salga a
faenar en otro bote más productivo. A pesar de ello, sigue visitando a
Santiago todos los días y, como se siente preocupado por la situación casi
precaria, por la que está pasando su amigo, le proporciona comida, toallas y
agua para que se asee y acude a visitarlo para hablar sobre béisbol o
aventuras que Santiago vivió en África durante su juventud. El muchacho
también echa de menos faenar con Santiago y promete acompañarle alguna
vez. Es él quien ayuda al viejo al principio del relato y quien lo vela al final; es
la única persona que se preocupa por él.
El pez: puede ser considerado como un personaje más, pues es personificado,
en cierto modo, por Santiago cuando habla con él. Todo comienza como una
jornada normal en la rutina del viejo, salvo que lleva ochenta y cuatro días sin
pescar un pez, y para él el número de la suerte es el ochenta y cinco, por lo
que confía en que esa racha de mala suerte terminara ese día. En efecto, al
cabo de unas horas nota que algo pica en el cebo; desde ese momento se
desarrolla una lucha, lenta, reflexiva y pausada, que durados días hasta que
puede matar al pez. A lo largo de ese tiempo, Santiago imagina cuáles pueden
ser los movimientos del pez y habla con él, tratándolo siempre como
hermano, hablando de su nobleza y dignidad, e incluso pidiéndole perdón por
pescarlo y matarlo. Serán las acciones del pez, al arrastrar la barca de Santiago
mar adentro y agotarlo, las que desencadenarán de alguna manera el
desenlace: los tiburones, al olor de la sangre del pez, lo devorarán, pese a los
intentos de Santiago de evitarlo.
« El tiempo narrativo
Resumen

“Érase una vez un viejo solo en su barca...” que pescaba en medio del Gulf
Stream, frente a La Habana, aunque llevaba ya ochenta y cuatro días sin
capturar pez alguno. Su nombre era Santiago. Hasta no hace mucho le
acompañaba en las faenas un muchacho del lugar, Manuel, cariñoso, educado
y siempre atento con el viejo –entre ambos la relación es casi la de padre e
hijo–. El chico no le podrá asistir en la siguiente salida, pues se encuentra
comprometido con otra embarcación que suele correr bastante mejor suerte
que la de Santiago. Los dos se reúnen frecuentemente a tomar algo en “La
Terraza” y charlan sobre los equipos favoritos de béisbol de los
norteamericanos y, muy especialmente, sobre Di Maggio.
Describe luego el narrador la humilde y marinera casa de Santiago: con
apenas unos pocos pertrechos para la pesca, una botella de agua, escasa
comida. Y como recuerdo de su esposa, una imagen de la cubana Virgen del
Cobre.
El chico se despide del “abuelo” para que pueda descansar y soñar con los
leones que en otros tiempos de mar, aquellos de su juventud, podía
contemplar desde los barcos en las costas africanas.
Llegada una nueva mañana, Santiago dispone lo necesario para otra jornada
de pesca, confiando en la fortuna que últimamente le ha sido esquiva. Al
amanecer, se aleja lentamente por la mar, con rumbo cierto, sin prisas.
Conforme se va distanciando, echa sedales y anzuelos con la carnaza necesaria
para diferentes clases de peces. En el entorno hay poca compañía —el ruido
del cielo, el mecer de las olas, sus propias palabras que fluyen sencillas,
rutinarias, cargadas de respetuoso silencio-, y mucha soledad. Lejos de la
costa observa un ave marina, un águila, y peces voladores, y unos “dorados”
de color verduzco; también peligrosas medusas que crean “el agua mala”;
incluso ve tortugas. Sobrio y sencillo, Santiago lleva poca comida y su
pequeña botella de agua. Echa en falta la compañía y ayuda de Manuel –
mientras, habla, dialoga consigo mismo, con el mar; se entristece, se enfada o
se alegra; dirige sus palabras a la mar, a los peces, las aves, las estrellas
compañeras, sus “hermanitas”–.
Por fin descubre un pez que parece grande, excepcional. Comienza un
combate épico entre el pescador y la presa, lucha que durará días, largas
horas de heridas por la pelea a vida o muerte, por el éxito o el fracaso
definitivos. La fuerza del pez le arrastra hacia el interior, le aleja de la costa
hasta que las remotas luces desaparecen.
Santiago repone fuerzas comiendo, cruda y en tiras, una albacora que poco
antes ha capturado. El pescador está herido en el pómulo y la mano izquierda,
que sangra agarrotada, casi inútil, cortada por el sedal. El pez y el hombre
siguen disputando (“estaré contigo hasta que me muera” dice el anciano).
Un pájaro perdido e inexperto, cansado durante su primera travesía, se
detiene a descansar sobre la barca. De repente el gran pez aparece por
encima de la superficie del agua en un majestuoso salto, clavándose aún más
el anzuelo en sus entrañas. Se trata de un pez espada con cola en forma de
doble hoz. Santiago reza un avemaría y promete algunos padrenuestros si
captura al animal, aunque se sincera diciendo “no estoy muy bien con la
religión”. Santiago se define con frecuencia como un hombre “raro”, y llega a
pensar que el pez que persigue comparte tal condición. Recuerda que entre
los suyos, en tierra, recibió el apodo de “el campeón”, por su constancia y
decisión demostradas cuando fue capaz de vencer a un hombre tras un pulso
que duró día y medio.
Ambos siguen la pelea, ya sin fuerzas. El anciano suelta el sedal o lo tensa
cuando le interesa o cuando puede. La embarcación coge de vez en cuando
cierta velocidad, arrastrada por el pez espada, y Santiago pone los remos a
modo de frenos.
Pasan tres días de combates titánicos y Santiago apenas come ni duerme;
confía, no obstante, en la victoria. El pez espada, allí abajo, parece mantenerse
aún firme, pero comienza a dar vueltas, a nadar en círculos que le van
subiendo poco a poco a la superficie, hasta situarse al costado de la pequeña
embarcación. Santiago, mareado y extenuado, ya no puede más. El pez
agoniza. Y Santiago le clava el arpón de muerte. Cuando ya es suyo, le habla
con respeto, humildad y admiración. Amarra el animal al costado del barco e
inicia el regreso a puerto, inmensamente satisfecho, aunque también con la
paradójica tristeza del pescador y hombre que, digno, ha salido vencedor de
un rival sublime.
De repente surge el primer tiburón, uno de los “dentuzos” siempre admirados
por el anciano, al que mata. Luego llegarán más, los aborrecidos “galanos”
carroñeros a los que Santiago ataca con lo que le queda en el bote: el arpón,
los remos, el timón del barco, un cuchillo... El anciano se queda sin armas y los
tiburones devoran al pez espada. Santiago, abatido, le pide perdón, viendo ya
las lejanas luces de la ciudad.
Cuando arriba a puerto sus conocidos le reciben con respeto y silencio, el
silencio de los hombres del mar. Deja el bote con los restos del pez capturado,
recoge el mástil y se va a casa a dormir. Los paisanos contemplan los despojos
de la que fue magnífica captura y comprenden la hazaña de Santiago, quien,
por el contrario, se siente de nuevo derrotado. Aparece Manuel, que llega para
cuidar del viejo y pide a los demás vecinos que no le molesten. El chico ha
tenido suerte con su pesca, pero volverá a faenar con Santiago. El viejo
duerme y descansa, “soñando leones”.

Análisis

as obras de Hemingway tratan del hombre y la naturaleza, la lucha y el


heroísmo, la fuerza moral y la soledad, el desposeimiento y la grandeza
del fracaso.El viejo y el mar es, quizá , la culminació n de estos temas
en la obra del narrador norteamericano; por ello podemos encontrar
todos y cada uno de ellos en la obra que estudiamos, aunque el tema
central es el de la derrota, que dota de mayor dignidad al ser humano,
quien, a pesar de que presiente que va a fracasar, sigue luchando hasta el
final.
El protagonista, el viejo Santiago, que ha conocido tiempos mejores, es un
derrotado por la vida (vive en una situación miserable, de la caridad de
Manolín al comienzo de la narración), aunque continúa en su lucha cotidiana
(la pesca, aun cuando no ha pescado nada a lo largo de 84 días). Algo hay en
ese viejo pescador, su dignidad de ser humano, que le hace ser respetado por
el muchacho (y por algunos habitantes de la aldea, como vemos al final). Vive
en casi completa soledad, rodeado sólo de recuerdos (y entre ellos estaría
también su conocimiento del béisbol), y trabaja ahora en soledad
(constantemente echa en falta al muchacho en su trabajo), porque para todos
es un derrotado. Él todavía cree en sí mismo (el 85 podría ser su número de la
suerte), ya que su combate en la vida es noble y espera ser correspondido.
Esa lucha se desarrolla, como hemos dicho, en la soledad del mar, rodeado de
agua y de peces que no pican, pero él encuentra en todo la nobleza, dignidad
y hermosura de una vida plena, en la que cada uno gana aquello por lo que
lucha. No cree que pueda ser derrotado (“El hombre no está hecho para la
derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”), porque antes
será destruido: la lucha, como la de un héroe griego contra su destino trágico,
da altura moral al personaje, incluso hermosura; lucha contra el pez, su
“hermano”, en el que encuentra también nobleza y dignidad, porque lucha
para sobrevivir, esperando conseguir un triunfo que la vida le negaba hasta
entonces; pero lucha contra los tiburones aun sabiendo que nada conseguirá,
que sólo quedará el testimonio de que lo había logrado; lucha a pesar del
dolor y la desesperación, porque sabe que sólo eso es la vida.
La aceptación del fracaso y de la muerte. “¿Qué es lo que te ha derrotado,
viejo?”, piensa Santiago, y el lector también se lo pregunta. Santiago ya es
inicialmente un perdedor y a lo largo del libro no cesa de luchar contra todo
tipo de vicisitudes. Lo hace sin desmayo, como si con cada obstáculo se
creciera y tuviera recursos para afrontar el problema siguiente. Sabe que “el
mundo está lleno de depredadores” y que con ellos la única consigna es
“matar o morir”, pero esto no le convierte en un ser fatalista. La muerte es
inevitable pero no tenemos por qué aceptarla sin luchar previamente. Pero si
la muerte nos va a derrotar indefectiblemente, ¿para qué resistirse a ella? De
hacer caso a quienes creen ver en las alusiones a Cristo una intención de
equiparar su figura a la del viejo, habría que preguntarse si Hemingway quiso
crear un personaje capaz de trascender a la propia ley de vida y, de ser así, a
quién pretendía redimir Santiago. Tampoco parece probable que el escritor
quisiera dotar a su personaje del mismo pensamiento que el poeta Wallace
Stevens, aceptando que “la muerte es la madre de la belleza”. De manera que
lo más presumible es que Santiago represente al hombre en su más pura
esencia, ese hombre al que se puede destruir pero no derrotar y cuya única
manera de defender su honor es a través de una lucha que no cambiará al
resto de la humanidad pero la dignificará.
Símbolos. Joe DiMaggio Encarna la fuerza y constancia del ser humano para
conseguir cualquier reto, incluso en las peores condiciones físicas. A los ojos
de Santiago, DiMaggio representa la figura del héroe porque ha sido el mejor
bateador de la historia del béisbol, pero también por su fortaleza y enorme
espíritu de sacrificio. Joe, a pesar de padecer espolón calcáreo (algo por lo que
otros jugadores habrían abandonado el deporte), siguió jugando durante
quince años sin que descendieran ni su resistencia ni su calidad. Santiago
recurre a la memoria del jugador para sacar fuerzas de flaqueza en los
momentos de debilidad física, lo que parece indicar que la idolatría de
Santiago va más dirigida hacia los personajes terrenales que hacia los divinos.
El marrajo y los otros tiburones. El marrajo, como el marlín, es bello, fuerte,
valiente, el único tiburón que Santiago respeta y por lo tanto representa otro
símbolo heroico, en contraste con el resto de los tiburones, simples
depredadores a los que Santiago desprecia y con los que no gana ninguna
gloria cuando batalla con ellos. El conjunto de los tiburones encarna las leyes
destructivas del universo contra las que sólo vale la pena combatir cuando se
lucha en términos de igualdad.
Los leones. Aparecen tres veces y aunque, además de la belleza y la libertad,
representan valores universales como la fuerza, la valentía y la resistencia, no
deja de ser enigmática su presencia. Al mismo tiempo, son los símbolos más
personales, asociados con la juventud de Santiago, y también los que
proporcionan al viejo sus momentos más placenteros. Sueña con ellos por
primera vez antes de su última expedición al mar y es el sueño más
explícitamente descrito. La segunda, cuando se encuentra en la barca,
mientras sujeta el sedal con la mano derecha, adormecido por el esfuerzo de
luchar contra el marlín. Y por último, Santiago vuelve a soñar con los leones al
final de la novela, una vez que ya descansa en la cabaña y mientras Manolín lo
contempla. (...). Santiago, para alejarse de los sinsabores de la vida, en los que
se incluye su vejez, se escapa en sueños a las playas africanas, con los leones
que simbolizan su juventud perdida

Conclucion
Connotació n. “El viejo y el mar” el viejo es el personaje principal y el mar
podría decirse que es el problema y al mismo tiempo la solució n de los
problemas del viejo.
Intención del autor atreves de la obra. Nos narra la búsqueda de los sueños y
de las metas, como debemos tener fe en nosotros mismo y como no debemos
desfallecer ante el dolor.
Relación con la realidad. Muchas personas dejarían de hacer muchas cosas, y
otras creen que esforzarse por un problema no sirve, porque al final esto
traerá más problemas, este libro nos enseña que aunque todo esto ocurra
siempre debemos seguir nuestros ideales y que al final, algo de bueno nos
vendrá.
Opinión y crítica. Este libro nos relata como un pescador tiene que pescar un
pez, todas las peripecias y los conflictos, pero al mismo tiempo no narra la
lucha del pescador contra el inmenso mar, la lucha del pescador por alcanzar
su meta, superando mil obstáculos.

Biografia

Editorial: Editores mexicanos unidos, s.a.

Fecha de la publicación: 1952 en Estados Unidos

Numero de paginas: 90 paginas

Titulo de la obra: El viejo y el mar

Forma en esta escrita: Prosa

Genero literario: Narrativo

Teman que abordan: La elección de fortaleza ante el infortunio y la desesperanza, es decir,


que nunca nos debemos rendir frente algo que podemos lograr y siempre tener en mente
que podremos lograr lo inesperado

Lenguaje que el autor pone en boca de los personajes: lenguaje coloquial, regional

Estilo del autor: Sencillo pero difícil

Ambiente: Es alegre Y da al lector una motivación para salir adelante

Tiempo:
Tipo de narrador: Omnisciente: lo narra como si fuera un testigo y pareciera que sabe todo
sobre el personaje

Personajes:

 Protagonistas: El viejo

 Secundarios: Manolo y el pez

 Incidentes: Los pescadores y los papás de Manolo

Desarrollo del argumento: Santiago, un viejo pescador, hace 84 días que pesca en un bote
sin atrapar un pez. Durante los 40 primeros días su soledad se mitigó por la presencia de
un muchacho, su mejor amigo, quien no pudo acompañarlo más tiempo y lo dejó solo, en la
mitad del mar. Todo en Santiago es viejo. Su cuerpo, su rostro, su ropaje, el bote en que
navega, los útiles de pesca. Hastiado por su larga espera el viejo regresa a la playa y
aguarda un tiempo. Entonces, de nuevo ayudado por su amigo se hace a la mar y tras
unas cuantas horas, cuando ya ha perdido de vista la costa, un pez muerde el anzuelo.
Santiago nunca pudo imaginarse la dimensión de su fortuna. Aquel pez no era un animal
común y corriente de los que atrapan tantas veces los pescadores y marineros. En esta
ocasión se trata de un hermoso pez espada, más grande que el propio bote en que se
desplaza Santiago, dispuesto a combatir hasta la muerte y arrastrar consigo, si fuera
necesario. La batalla con el enorme ejemplar pronto adquiere dimensiones épicas.

Arrastrado por el animal, Santiago recorre incontables Kilómetros mar adentro. La decisión
del anciano, sin embargo, sigue imperturbable. Jamás ha visto un pez así y tampoco ha
oído hablar de él. De cualquier manera debe matarlo, aunque pronto las energías del viejo
se ven drásticamente menguadas, las circunstancias de la lucha, el poder insobornable de
su contrincante y su propia naturaleza.

Santiago sabe que el pez lo está matando. Pero lejos de maldecirlo o maldecir su suerte,
comprende la inmensidad del derecho que lo asiste. Ya no le importa cual de los dos haya
de morir. Cualquiera tendría derecho. Sin embargo, tras enconada lucha las fuerzas del
pescador ganan, y ebrio de felicidad ata al gigante pez al costado de su barca y se dirige al
puerto; ya aparecen las construcciones de la ciudad brumosas a lo lejos, cuando un terrible
presentimiento hiela su sangre entre las venas. Ha visto o creído ver la ominosa figura de
un escualo sobre el agua.

Sigue su rumbo, esperanzado en que aquella imagen no fuera otra cosa que su
imaginación, pero ve cruzar frente a la proa las inequívocas y temibles aletas de varios
tiburones, que olisqueando a kilómetros la pista de la presa, cercan por manadas el bote y
se aprestan a la rapiña. La desilusión de Santiago es tan grande como fue su alegría. Bien
sabe el viejo que el honor de un pescador, es llevar a la playa sus presas. No le basta
pescarlas, no le basta haber luchado y vencido si el pez capturado no puede llegar a la
arena. Todos los esfuerzos habrían sido vanos. Así armado con la súbita determinación
que pudo encontrar en medio de fatiga, arremete contra los depredadores con la única
fuerza de sus remos. Pero es inútil. Las fieras consiguen su propósito y el viejo pescador
alcanza tierra con el desolador espectáculo del bello pez completamente devorado. Solo la
cabeza, la cola y el esqueleto atestiguan la dimensión de su batalla.

Desalentado profundamente, Santiago quisiera allí mismo morir para olvidar sus penas,
pero las palabras juntas y cordiales de su amigo le devuelven en algo la alegría perdida. No
fue el pez quien lo derrotó. Frente a él, combatiendo contra sus enormes fuerzas, el viejo
Santiago supo responder y vibrar. La comunidad entera reconoce entonces la grandeza de
ánimo del viejo, capaz de afrontar la desdicha y la alegría sin ser avasallado por ellas. No
en vano Santiago ha sido siempre considerado ejemplar y magnífico. Enfrentando a su
soledad soporta, como pocos, el peso abrumador de su pena y su esperanza.

Atrás opiniones

PRINCIPALES: 

El pescador (Santiago): 

“[…] El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la pare posterior del cuello. Las
pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar
tropical estaba en sus mejillas, éstas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante
abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de la cuerdas
cuando sujetan a los peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas
como las erosiones de un árido desierto. 

Todo en él era viejo; salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e
invictos” 

El pez: 

Tan fuerte como el viejo, al final desistió y fue él quien murió. 

SECUNDARIOS: 

El muchacho (Manolín): 

El viejo le había enseñado a pescar y le tenía mucho 

Cariño y aprecio. 

ESTILO 

Se podría decir que la característica más importante del libro es que la narración está dotada
de una descripción muy minuciosa de las acciones, los pensamientos, el entorno, etc. 

El narrador es omnisciente y en tercera persona, dándonos a conocer los pensamientos y las


reflexiones del pescador. 

El lenguaje es en boca del viejo popular, incluso están sin traducir palabras del original que son
propias del lugar en el que vive el protagonista. Sin embargo, el lenguaje del narrador no lo es
tanto. Están incluidos diversos tecnicismos del mundo de la pesca. 

Habría que destacar la presencia de conceptos como el del destino, del que nadie escapa, la
ineludible muerte y las duras relaciones del hombre y la naturaleza. 

CONCLUSIÓN 

Me ha gustado mucho el libro. Aunque es muy descriptivo, tiene un ritmo á***, que lo hace muy
ameno y fácil de leer. 

Es un claro ejemplo de la capacidad de superación de las personas y de la determinación a


lograr las metas fijadas. 
espero que te sirba!!!

También podría gustarte