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Levítico 19:1-2 “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a toda la congregación de los hijos de
Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.”
1 pedro 1:14-16 “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando
en vuestra ignorancia; Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda
vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”
Estas palabras del libro del Levítico suponen una de las invitaciones más poderosas que
podemos encontrar en la Biblia. Han sido grabadas aquí para tener la mayor resonancia
posible. Dios no le pide a Moisés que las transmita a unos pocos elegidos, sino a toda la
comunidad de Israel.
¿de qué se trata esta santidad? En primer lugar, el versículo 2 habla de ser santo no
“como” Dios es santo, sino “porque” Dios es santo. La santidad no es cuestión de
intentar ser como Dios. Dios es distinto a nosotros.
La santidad guarda relación con la palabra santo y el verbo santificar. En ambos lenguajes
bíblicos, el hebreo y el griego, santo significa separado y apartado para Dios. Para el
cristiano, apartarse significa, negativamente separado del pecado, y positivamente,
consagrado o dedicado para Dios y conformado para Cristo. (2 connotaciones).
No hay incongruencia entre los conceptos sobre santidad del Antiguo Testamento y del
Nuevo Testamento, sin embargo hay un cambio en el énfasis en cuanto a lo que la
santidad consiste. El Antiguo Testamento enfatiza la santidad ritual y moral; el Nuevo
Testamento enfatiza la santidad interior y transformante (Lev. 10:10–11; 19:2; Heb.
10:10; 1 Tes. 5:23).
La santidad es el compromiso de la vida entera a vivir para Dios (2 Cor. 3:4), para vivir
apartados para el señorío de Jesucristo.
A Dios le importa tanto la manera en que nos relacionamos con él como con los demás.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”. (v. 18).
Y en las relaciones interpersonales, Dios se preocupa tanto por lo que se ve (actuar de
manera engañosa) como por lo invisible (odiar al hermano en el corazón).
La santidad no puede ser impuesta. Se trata de vivir una vida transformada por la
presencia de Dios en este mundo.
“Por lo tanto, amados hermanos, les ruego que entreguen su cuerpo a Dios por todo lo que él ha
hecho a favor de ustedes. Que sea un sacrificio vivo y santo, (negación y sacrificio) la clase de
sacrificio que a él le agrada. Esa es la verdadera forma de adorarlo. No imiten las conductas ni las
costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles
la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes (sin santidad
no puedo conocer la voluntad de Dios), la cual es buena, agradable y perfecta.” Romanos 12:1
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cuando leemos 1 Pedro 1:14-16 nos damos cuenta que contiene una exhortación doble:
primero negativa (“no os conforméis a los deseos que antes teníais”) y luego positiva
(“sed… santos en toda vuestra manera de vivir”). Pero el aspecto al que quiero llamar su
atención es principalmente la razón dada para esta exhortación: la santidad de Dios.
“Este llamado a la vida santa se basa en el hecho de que Dios mismo es santo. Porque
Dios es santo, exige que nosotros también seamos santos.
Muchos viven lo que podríamos llamar una “santidad cultural”. Se adaptan al carácter
y al esquema de comportamiento de los creyentes que los rodean. Nuestra referencia
de santidad no son los demás creyentes es Dios.
Si la cultura cristiana que los rodea es más o menos santa, dichas personas son más o
menos santas también. Pero Dios no nos ha llamado a ser como los que nos rodean. Nos
ha llamado a ser como Él mismo es. La santidad consiste en nada menos que la
conformidad con el carácter de Dios”.
Nuestro esfuerzo tras la santidad debe ser visto en relación con Dios. Debemos evitar el
pecado, no sólo porque le hacemos daño al prójimo o a nosotros mismos, sino
fundamentalmente porque desagrada a Dios. “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y
pecaría contra Dios?” (Gén. 39:9), fue la perspectiva que dominó a José para evadir la
tentación. El carácter de Dios debe ser nuestro modelo a seguir.
Hemos sido “apartados” para llevar vidas santas. ¿Cómo es esto posible? Sólo por el
poder sobrenatural del Espíritu Santo que mora en cada creyente y lo llena.
“La Palabra de Dios, funcionando en el corazón del creyente como verdad y luz, es la
causa formal de la santificación.”
Puede decirse que el proceso de purificación comienza cuando primero se acepta la verdad
acerca de Cristo y uno se somete a sus exigencias.
La santidad aumenta nuestro bienestar espiritual. Dios nos asegura que “no quitará
el bien a los que andan en integridad” (Sal. 84:11).
La santidad nos adapta al cielo Hebreos 12:14 dice: “Seguid... la santidad, sin la
cual nadie verá al Señor.”
“¿Quieres usted ser santo? ...entonces tienes que comenzar con Cristo. ... ¿ quiere usted
continuar santo? entonces permanezca en Cristo.”
Ojo con lo que voy a decir “La santidad no es el camino a Cristo; Cristo es el camino de
la santidad.” Fuera de El, no hay santidad.
La confesión continua del pecado es una indicación de salvación genuina y Dios ofrece
limpieza continua a los que confiesan. Una persona que dice ser cristiana pero niega el
hecho de que hay pecado en su vida, esa persona miente y blasfema contra Dios quien ha
dicho que todos los seres humanos son pecadores.
“Jesús dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Mateo 7:21
Aquellos que en verdad conocen a Dios, son obedientes a su Palabra.
“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama
a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” 1 Juan 4:20
“Aborrece” transmite la idea de una persona que se caracteriza por una vida de odio. Los
que profesan ser cristianos pero se caracterizan por el odio, demuestran con esa acción que
nunca han nacido de nuevo. El amor de Dios no puede seguir siendo ese sentimiento que
solo se mueve verticalmente hacia el cielo si en lo horizontal que debe llegar a alcanzar a
nuestro prójimo.
“Amar al mundo” significa aquí devoción y afecto. Es Dios y no el mundo quien debe
ocupar el primer lugar en la vida del cristiano. Cada cristiano genuino debe caracterizarse
por el amor y la obediencia a Dios y estar enamorado del mundo y esclavizado por el
sistema mundano controlado por Satanás.
una razón por la que los cristianos no pueden practicar el pecado es porque es
incompatible con el ministerio del Espíritu Santo, quien ha impartido una naturaleza
nueva a todo creyente verdadero.
Solo existen dos clases de hijos en el mundo: Los hijos de Dios y los hijos de Satanás.
Nadie puede pertenecer a las dos familias al mismo tiempo. Cada ser humano o bien
pertenece a la familia de Dios y exhibe un carácter justo y recto, o pertenece a la familia
de Satanás y exhibe su naturaleza pecaminosa.
“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama
a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros
tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.” 1 Juan
4:20-21
El odio es el equivalente espiritual del homicidio ante los ojos de Dios, porque para Él la
actitud es igual al acto. El amor cristiano lleva sacrificio y la entrega de uno mismo por los
demás. Dios llama a los cristianos a amarse unos a otros y a vivir conforme al mismo
parámetro de amor que Él tuvo por nosotros.
2. Considérese usted mismo como muerto al dominio del pecado y como vivo para
Dios en Cristo
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús, Señor nuestro.” Romanos. 6:1
3. Ore y actúe en dependencia de Dios para la santidad. Nadie sino Dios es suficiente
para hacer limpio a lo impuro (Job 14:4). Por lo tanto, ore con David, “Crea en mí,
oh Dios, un corazón limpio.” (Sal. 51:10). Y al orar, actúe.
La santidad y la oración tienen mucho en común. Ambas son centrales para la fe y la
vida cristiana; son obligatorias, no opcionales. Ambas se originan con Dios y se
enfocan en El. Ambas son activadas, a menudo simultáneamente, por el Espíritu de
Dios.
Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto,
todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay
virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Debemos vivir por encima
del mundo; no debemos ser del mundo mientras estemos aún en el mundo (Rom.
12:1–2).
Así, la santidad debe ser interna, llenando todo nuestro corazón, y también externa,
involucrando toda la vida. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23).