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Érase una vez, un pirata que navegaba los mares siempre en busca

de nuevos y enormes tesoros. Siempre había sido pirata, como su


padre, como su abuelo y su bisabuelo… y así desde que había llegado
al mundo el primer pirata Zener Sparrow.

A nuestro joven pirata le gustaba decir que había existido un pirata


Zener Sparrow desde que los hombres habían construido el primer
barco del mundo. Y como todos se llamaban Zener Sparrow y
heredaban el barco, la tripulación y el tesoro del padre al morir, todos
pensaban que se trataba del mismo pirata, que era inmortal; por lo que
todos le temían.

Así que por esta razón, Zener Sparrow se sentía como un miembro de
la realeza: el rey de los piratas.

Cada vez que abordaba un barco, él y sus marineros, luchaban contra


la tripulación y se apoderaban del tesoro, seguían la misma rutina: el
pirata Zener Sparrow repartía el tesoro entre los suyos según su
antigüedad y méritos. Esto es, que cuanto más tiempo llevara el
marinero a su servicio, más tesoro conseguía. Y así, todos sus
marineros estaban contentos y querían seguir a su lado, pues era toda
una garantía de que acabarían siendo los hombres más ricos del
mundo a lado de su capitán el pirata Zener Sparrow.

Una vez terminado el reparto del tesoro, ponían rumbo a su secreta


isla pirata, donde cada uno tenía una cueva en donde guardaban sus
riquezas. Festejaban, dormían días y noches enteras, hasta que el
capitán Sparrow decidía que debían volver a navegar.

Los marineros hacían siempre lo que el pirata Zener Sparrow decía,


era la tripulación más obediente del mundo, pues el rey de los piratas
salía siempre victorioso de todos los abordajes a barcos enemigos que
tenían y cada luna llena, cuando el mar se inundaba de esa radiante
luz de plata, regresaban a su isla con el barco lleno de riquezas. Y a
todos les parecía que esa era una buena vida.

Pero esta vez era distinta. El pirata Zener Sparrow no festejaba, no


sonreía con sus marineros.
El joven pirata se había quedado en su cueva, admirando su gran
tesoro a la luz de las antorchas. El oro brillaba por doquier, las piedras
preciosas relucían y las perlas le devolvían un arcoíris nacarado.

Pero el pirata Zener Sparrow no era feliz.

Hasta ahora había creído que tenía una buena vida: se divertía
cazando barcos mercantes, se rodeaba de comodidades y no tenía
que trabajar como los demás. Nadie le decía lo que tenía que hacer ni
cuando hacerlo y sus hombre obedecían todas y cada una de sus
órdenes como hijos obedientes.

Sin embargo, hoy no veía la belleza de su tesoro. El oro y las gemas


habían perdido su esplendor, las perlas se habían empañado, los
damascos parecían grises, puras baratijas, bellezas frías y vacías.

Y como ya no era capaz de admirar cuanto le rodeaba, su vida perdió


sentido y sintió un gran vacío en el pecho.

Paso toda la noche en el acantilado, escuchando las olas romper


contra las duras rocas, hasta que su sonido le sumió en un cansancio
que no tardo en convertirse en un profundo sueño.

El sol de la mañana baño con sus cálidos rayos su rostro y con la brisa
cargada de olor a mar, le llego una bellísima voz. El muchacho se
incorporó, buscando de donde provenía tan maravilloso sonido.

Y entonces la vio.

Estaba de espaldas a él, su larga cabellera caía por su espalda en


sedosos rizos de color rojizo como la lava. En sus manos llevaba un
pequeño peine de coral que deslizaba por un sedoso mechón y
cantaba ajena al mundo que la rodeaba. Su voz era como el tintinear
de campanitas de cristal y sin embargo su canción era triste que
golpeo con fuerza el rudo corazón del pirata. Él se acercó lentamente
a la mujer, sin hacer ruido, pues temía asustarla y que huyera. Sin
embargo, ella parecía advertir su presencia y se giró hacia él. Sus ojos
eran de color de un café obscuro una mirada intensa como las aguas
más profundas y su piel dorada y nacarada como las más perfectas
perlas.

Zener Sparrow pensó que ninguna de sus joyas eran tan hermosa
como la muchacha que le observaba desde las rocas.

Aun así el dudo un poco al hablarle, ya que miraba temor en su


mirada, cada que se acercaba más a ella.

Al estar a su lado, pudo ver que la bella mujer era una increíble sirena.

El pirata aún más fascinado con su belleza, le dijo que no temiera, que
no le haría daño.

Ella con su voz angelical pero temerosa le dijo no puedo confiar en


nadie, eso es difícil, ya han causado daño en mí.

Zener Sparrow aún más interesado en la sirena, le pregunto cuál pudo


ser ese daño del que habla, que puede confiar, hace mucho tiempo
que él se sentía solo y le vendría bien platicar con alguien y que mejor
con una bella sirena.

Ella con un poco más de confianza en él, empieza a contarle su


pequeña historia. Mi nombre es Victoria.

La sirena fue una princesa de no muy lejanas tierras. Un malvado


hechicero la condeno a ser sirena por no aceptar casarse con él, la
alejo de su familia y su reino, fue obligada a vagar por el mar y las
islas en soledad.

Hasta que encontrara el amor verdadero dejaría de ser una sirena, ella
al estar tan sola le gustaba cantar eso la hacía olvidar sus penas, El
pirata le pidió que cantara, por favor canta… canta para mí.

Zener al escucharla quedo hechizado, al terminar esta melodía ella le


dijo nunca he sido vista por nadie espero me guardes el secreto.

Vale contesto el, pero con una condición, que vengas a verme cada
mañana. La sirena acepto la propuesta y cada mañana Victoria y
Zener Sparrow se miraban en aquel acantilado, platicaban, sonreían y
algunas otras veces hasta lloraban juntos. Victoria nunca había sido
tan feliz, tanto que ya había olvidado los lamentos al cantar y ahora
solo tenía melodías de amor y alegría hacia Zener Sparrow. El pirata
por su lado demostraba a cada instante el amor que sentía hacia ella,
su rostro era otro, cada que la miraba sus ojos se iluminaban como
dos estrellas.

Bajo los rayos del sol cálido se dieron un tierno beso y en ese
momento fue todo tan mágico que rompió el hechizo donde Victoria
empezó a transformar su cola de sirena en sus dos piernas ante los
ojos del Pirata Zener Sparrow.

Al ver terminado el hechizo solo se abrazaron durante un largo tiempo.

El Pirata Zener Sparrow se dirigió junto a Victoria con sus marineros,


les empezó a repartir parte de su tesoro y les dijo que él no podría ser
más su capitán. . Los dejo en libertad hagan lo que quieran con su
parte del tesoro, busquen su felicidad, no se queden en esta isla
secreta, vivan su vida, disfrútenla porque solo hay una. No
desaprovechen más otro minuto de su tiempo. Que él tenía que partir
a lado de su amada Victoria a hacer una vida juntos y felices.

Todos merecemos una……..

Y partieron por última vez en el barco pirata a esas tierras no muy


lejanas donde se encontraba el reino de Victoria donde ahora en
adelante Zener Sparrow y Victoria vivirían felices por siempre.

Ahora mis pequeños piratas es momento de que ustedes busquen su


tesoro y repartan las riquezas entre ustedes y no olviden, no olviden
siempre ser feliz.

The end.

Transcrito, modificado y elaborado por Berenice Muñoz Rivera.

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