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Urashima

Japón – Lafcadio Hearn

Catorce siglos atrás, el joven pescador Urashima Taro zarpó en su bote desde la
costa de Suminoye. Dejó que su bote fuera a la deriva mientras él pescaba. Se
trataba de un bote extraño, sin pintura y sin timón, con una forma que seguramente
ninguno de ustedes ha visto. Pese a ello, después de mil cuatrocientos años, aún
quedan botes de ese tipo en las antiguas aldeas de pescadores que hay en las
costas del Mar del Japón.
Tras una larga espera, Urashima capturó algo y lo arrastró hacia él, pero vio que
solo era una tortuga. Sin embargo, una tortuga es sagrada para el Dios Dragón del
Mar, y puede vivir mil, quizá diez mil años. De modo que matarla es un grave error.
El muchacho desenganchó delicadamente al animal de su línea y lo dejó ir,
elevando una plegaria a los dioses.
Luego, ya no atrapó nada más. El día transcurría extremadamente silencioso y tibio.
El aire, el mar y todas las cosas estaban quietas, y Urashima sintió una gran
somnolencia. Pronto se quedó dormido en el fondo del bote que derivaba sobre las
olas. Entonces emergió de las aguas una encantadora muchacha, vestida de azul
pálido y carmesí, con una cabellera negra larga hasta los pies, como solían lucir las
hijas de los reyes hace mil cuatrocientos años. Llegó hasta el bote deslizándose
sobre la superficie del mar, tan liviana como el aire: se detuvo sobre el muchacho
dormido en el bote y lo despertó tocándolo con gran delicadeza.
-No te asustes ni te sorprendas. Mi padre, el Rey Dragón del Mar, me envió a ti por
tu noble corazón. Hoy liberaste a una tortuga, así que iremos al palacio de mi padre
en la isla donde siempre es verano, y seré tu esposa y flor, si lo deseas. Viviremos
allí felices por siempre.
Urashima se maravillaba más y más a medida que miraba a la muchacha. Era más
bella que cualquier criatura humana, y no se podía sentir por ella más que
adoración. Espontáneamente, ella tomó un remo y él tomo el otro. Y remaron juntos,
como esposo y esposa, alejándose de la costa occidental, mientras los botes de los
pescadores quedaban atrás, perdidos en el oro del atardecer.
Remaron suave pero rápidamente sobre las aguas calladas, hacia el sur, hasta
llegar a la isla donde siempre es verano, donde se hallaba el palacio del Rey Dragón
del Mar. Extraños sirvientes se acercaron a recibirlos con ropas de ceremonia,
criaturas del mar que se inclinaron ante Urashima, reconociéndolo como el futuro
yerno del Rey Dragón.
Así fue como la hija del Rey Dragón se convirtió en la novia de Urashima, y se
celebró una boda tan esplendorosa como se pueda imaginar. Y el regocijo reinó en
el palacio largo tiempo.
Cada día era para Urashima una fuente de nuevas maravillas y placeres: maravillas
de lo profundo del mar, traídas por quienes eran ahora sus sirvientes, y cálidos
placeres de la tierra, allí donde siempre es verano. Y así pasaron tres años.
Sin embargo, a pesar de todos esos increíbles dones, cada vez que el joven
pescador pensaba en su familia, que quizás estaba aún esperándolo frente a la
costa, sentía una gran angustia en su corazón. Así que finalmente le rogó a su
esposa que lo dejara ir a casa por un breve tiempo, solo para hablar con sus padres,
y le prometió que regresaría en seguida.
Al escuchar esas palabras, la princesa empezó a llorar y sollozó silenciosamente
durante un largo rato.
-Si realmente irte es tu deseo, debes ir. Pero tengo mucho miedo de tu partida; temo
que no volvamos a vernos. Te daré una pequeña caja para que lleves contigo. Te
ayudará a regresar si haces lo que te digo: por encima de todas las cosas, pase lo
que pase, no debes abrirla nunca. Porque si la abres, ya no podrás volver, y
entonces jamás nos veremos otra vez.
La muchacha le dio a Urashima una pequeña caja lacada, atada con un cordón de
seda. 8Y esa caja puede verse hoy en día en el templo de Kanagawa, en la orilla
del mar, donde los sacerdotes conservan también la red de Urashima y algunas
joyas raras que él trajo del reino del Rey Dragón).
Urashima tranquilizó a su esposa y le prometió que nunca jamás abriría la caja, ni
siquiera aflojaría el cordón de seda. Luego, atravesó el esplendor de la luz del
verano, las olas dormidas y silenciosas, y finalmente dejó atrás la silueta de la isla
del Rey Dragón, como si hubiese estado en un sueño. Al poco rato, volvió a ver las
montañas azules de Japón, recortándose en el aire brillante del día, hacia el norte.
Y otra vez se deslizó por la bahía donde había nacido y llegó con su bote a la playa.
Sin embargo, l bajar a tierra, sintió que no podía hallar el camino. Todo aquello con
lo que se encontraba, todo lo que veía, le producía un terrible desconcierto, la más
terrible duda.
Los lugares eran los mismos, pero ya no lo eran. La aldea de sus padres había
desaparecido. Había allí una pequeña ciudad, pero las casas no eran las mismas,
ni los árboles, ni los prados, ni los rostros de la gente. Todos los puntos de referencia
conocidos se habían perdido: el templo había sido reconstruido en otro sitio y los
bosques se habían desvanecido de los alrededores. Solo la voz del pequeño arroyo
que corría entre piedras y la forma de las montañas eran las misas. Todo el resto
era desconocido, extraño y nuevo.
En vano trató de encontrar el rastro de sus padres: el barrio de pescadores lo
asombró como ninguna otra cosa, quizá porque le había sido tan familiar en algún
momento. No podía recordar ni identificar uno solo de los rostros que veía.
Finalmente, Urashima encontró un hombre muy viejo, que caminaba ayudado por
un bastón, y le preguntó el camino a la casa de la familia de Urashima Taro El
hombre se quedó mudo un instante, azorado, y le pidió que le repitiese la pregunta
varias veces. Finalmente exclamó: -¡Urashima Taro! ¿Pero de dónde sales tú que
no conoces la historia? ¡¡Urashima Taro!! Hace más de cuatrocientos años que se
ahogó en el mar; hay un pequeño monumento erigido en su memoria, en el
cementerio. Las tumbas de toda su gente, sus familiares, están ahora en el viejo
cementerio que ya no se usa. ¡Urashima Taro! ¿Cómo puedes ser tan tonto de
preguntar por su casa?
Y el viejo pescador se alejó cojeando, aún riéndose de la simpleza del muchacho
que le había hecho semejante pregunta.
Urashima fue al viejo cementerio ya sin uso, y allí encontró su propia tumba, y la de
su padre, su madre y su descendencia, así como las de muchas otras personas que
había conocido. Cuanto más viejas eran, más invadidas por el musgo estaban las
lápidas y más difícil era leer los nombres en ellas.
Urashima comprendió que había sido víctima de una extraña ilusión. Se fue hacia
la playa, llevando entre sus manos la pequeña caja que le había dado la hija del
Rey Dragón del Mar. Pero ¿qué era esa ilusión? ¿Y qué había en esa extraña caja
lacada? ¿O sería quizás esa caja la responsable de su ilusión? Y entonces, la duda
fue más fuerte que su fe.
Insensatamente, rompió la promesa hecha a su amada, desprendió el cordón
sedado y abrió la caja.
En ese instante, sin un solo sonido, salió de allí un vapor helado y espectral que se
elevó en el aire como una nube ligera de verano, y se deslizó suave y rápidamente
hacia el sur, sobre el océano callado. Nada más había en la caja.
Y Urashima comprendió que había destruido así su propia felicidad, que jamás
volvería a ver a su amada, la hija del Rey Dragón del Mar. Y lloró amargamente
envuelto en su soledad.
Pero fue solo un momento. Al instante siguiente, él mismo había cambiado. Un
golpe helado atravesó su sangre, los dientes se desprendieron de las encías, su
rostro se arrugó, su cabello se volvió blanco y frágil como la nieve, sus miembros y
toda su fortaleza flaquearon, y cayó sin vida sobre la arena, derrotado por el peso
de cuatrocientos inviernos.

En Cuentos del globo 3. Reinos lejanos. Asia- Europa- América. Bs. As., Pequeño
Editor, 2013.

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