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PRÓLOGO

La obra presente tiene carácter de síntesis. Es una panorámica de con-


junto de la disciplina, su desarrollo histórico y sus tradiciones para ayudar
a entender la trayectoria intelectual de los geógrafos. En la rica e inabarca-
ble producción bibliográfica del mundo actual toda síntesis está abocada a
ser selectiva. Ésta lo es. Está dirigida a un público universitario y, en gene-
ral, al público culto que pueda estar interesado en esta disciplina.
El autor no puede, ni quiere, ocultar que esta obra, como cualquier
otra, responde a una particular concepción de la geografía. Es, y constituye,
una reflexión personal sobre la historia de la geografía. Esta reflexión parte
de la convicción -no compartida por todos los geógrafos-, de que la geo-
grafía, a pesar de llevar un nombre milenario, es una disciplina reciente, una
disciplina moderna, construida a partir de la segunda mitad del siglo XIX .
Reconocer este carácter joven de la disciplina geográfica no significa
ignorar la existencia de una tradición de más de dos mil años, amparada
por la misma denominación. Supone, simplemente, separar lo que es la his-
toria de la geografía de lo que cabe apuntar como sus antecedentes. De
igual modo que la alquimia no es la química del medievo. No se trata de
una valoración peyorativa de los conocimientos del pasado desde el com-
plejo de superioridad de la ciencia moderna. Se trata de reconocer que son
dos formas distintas de conocimiento.
Con ello el autor comparte una actitud y una concepción extendida en-
tre muchos geógrafos (García Fernández, 1985); y que caracteriza obras sig-
nificativas de la historia de la geografía y del pensamiento geográfico (Ca-
pel, 1981; Glick, 1994). Hacerlo así es un punto necesario para aclarar lo
que entendemos por geografía y para ubicar el trabajo de los geógrafos en
una sociedad moderna.
Lo que distingue la geografía de sus prolongados antecedentes históri-
cos, como sucede en otros muchos campos de las ciencias modernas, es un
rasgo epistemológico esencial. La geografía moderna se constituye a partir
de una ruptura epistemológica que la separa de las formas precedentes de
conocimiento sobre el espacio. Corresponde a la fundación de un campo
epistemológico, en el sentido que lo planteaba Foucault.
Las páginas que siguen pretenden mostrar este proceso de construc-
ción de un campo de conocimiento -de una episteme, según Foucault-. La

8 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

existencia de una milenaria tradición de prácticas y saberes de carácter es-


pacial, conocidas como geográficas, no significa continuidad. Por el con-
trario, se constituye como una ruptura. Se trata de contemplar la constitu-
ción y desarrollo de lo que llamamos geografía.
Al prestar atención a la notable tradición previa y a los saberes y prác-
ticas de carácter espacial -que tendemos a identificar con la geografía-,
sólo se busca rastrear las diferencias que separan la geografía moderna de
esa tradición. Al mismo tiempo que valorar y estimar las formas de cono-
cimiento que han precedido a la geografía moderna.
La geografía es una disciplina moderna, que sólo adquiere sentido en
el contexto cultural de la Europa moderna, y que sólo cristaliza, como tal
disciplina, en unas condiciones históricas determinadas. La geografía mo-
derna es un producto europeo, a partir de un proyecto alemán, aunque se
desarrolle, después, con influencias muy diversas. Desarrollo que se identi-
fica con un esfuerzo por darle perfil propio, por construir un objeto, por es-
tablecer un campo diferenciado, por darle estatuto científico. Este carácter
europeo y occidental no es inocuo. Proporciona a la disciplina perfiles es-
pecíficos, asociados a la cultura occidental, que es una cultura europea de
acusado etnocentrismo.
La estructura de la obra pretende facilitar una lectura crítica -esto es,
abierta-, de lo que llamamos geografía. Mostrar la diversidad de formas
que presenta, señalar sus antecedentes -para diferenciarla de éstos-, in-
formar sobre el marco cultural en el que se constituye, resaltar la riqueza y
variedad de perspectivas y aportaciones con que se construye. Se trata de
indagar sobre el proceso de definición de la disciplina, poner de manifies-
to su carácter múltiple y contradictorio.
La primera parte se dedica a mostrar las circunstancias en que se pro-
duce el esfuerzo intelectual que inventa, en la doble acepción de este tér-
mino, de hallazgo y de creación, un campo de conocimiento sobre la Tierra
-denominado por ello geografía-, a partir de las prácticas sociales de ca-
rácter espacial, que forman parte de la propia sociedad humana y que le
acompañan desde su origen. Un campo de conocimiento orientado a la re-
presentación de la Tierra.
Durante muchos siglos, los atisbos y genialidades de los griegos clási-
cos dieron lugar a una rica y variada tradición cultural. En ella se mezclan
saberes espaciales, esfuerzos intelectuales, exploraciones y descubrimien-
tos, curiosidad, necesidades prácticas, ideas y creencias, prejuicios de dis-
tinto orden, que constituyen el magma cultural en el que la geografía mo-
derna ha tendido a reconocer una tradición propia. Para muchos autores,
geógrafos y no geógrafos, se trata, incluso, de la historia de la geografía. De
ahí el interés y la atención prestada a esta primera parte, desde la doble
perspectiva del valor intrínseco de esta tradición de saberes y prácticas, y
de la necesidad de establecer las diferencias esenciales que separan esa tra-
dición del proyecto moderno de geografía.
Hacer de ese conocimiento difuso un espacio de saber riguroso acorde
con los presupuestos y exigencias del conocimiento científico moderno
constituye una aportación novedosa y reciente.

PRÓLOGO 9

La segunda parte está dedicada a la constitución del proyecto y a la


fundación del campo de conocimiento que conocemos como geografía. Por
una parte, sus antecedentes inmediatos, los que hicieron posible su defini-
ción. Las circunstancias históricas objetivas y subjetivas necesarias para la
cristalización de la geografía como una nueva disciplina, en el sentido ac-
tual del término. Desde las condiciones sociales que lo hicieron necesario, a
la existencia de las condiciones intelectuales que permitieron darle forma en
términos modernos, en el marco de la ciencia. Las condiciones de posibili-
dad de que hablaba Foucault.
Por otra, el intento, múltiple y diverso, de configurar ese proyecto, dis-
tinto del de otras disciplinas interesadas en campos similares, de construir
un objeto geográfico específico. Un esfuerzo que tiene lugar desde postula-
dos no coincidentes, a través de propuestas alternativas e incluso contra-
dictorias. La decantación de la geografía moderna como disciplina tiene
muchas caras, enunciados distintos. No se produce un proyecto único sino
varios proyectos, alternativos o confluentes, que tratan de constituirse como
el proyecto de la geografía moderna: «la historia de la geografía no ha se-
guido en todo momento el mismo camino en los diferentes países, tiene sus
diferencias en el tiempo, sus escuelas, la geografía continúa y cambia en un
doble sentido, porque es una ciencia viva y porque su objeto de estudio
cambia también de forma permanente» (Brunet, Ferras y Théry, 1993).
Tras esas propuestas alternativas, o confluentes, o contradictorias, se
encuentran las distintas filosofías de la ciencia. El telón de fondo de las fi-
losofías del conocimiento, que dominan el panorama del pensamiento y de
la cultura occidentales en los dos últimos siglos, precisamente en relación
con la naturaleza del conocimiento científico, da sentido a las distintas pro-
puestas que surgen para constituir la geografía moderna y para establecer
sus coordenadas epistemológicas. Estas filosofías son las que explican los
distintos modelos de geografía que se desarrollan a lo largo del siglo XX y
que pretenden cimentar la geografía moderna.
Los distintos enfoques, las diversas concepciones del espacio, los dis-
tintos objetos que se proponen como «objeto de la geografía», las diferen-
cias metodológicas, los campos o centros de interés considerados, la propia
estructura con la que se organiza y jerarquiza el conjunto de ámbitos con-
templados por la geografía, tienen su razón de ser en esas filosofías últimas.
La geografía no se constituye al margen de las preocupaciones de la socie-
dad en que surge; es, por el contrario, un trasunto de tales preocupaciones.
La historia de la geografía no es independiente de su contexto cultural. For-
ma parte de las tensiones intelectuales del mundo contemporáneo.
La tercera parte está dedicada a poner de manifiesto el modo en que
se construye el discurso geográfico, es decir, las distintas ramas o campos
de la geografía moderna, sus antecedentes, sus variaciones, su ritmo y su
tiempo, sus vicisitudes, sus contradicciones, sus discontinuidades. Se trata
de descubrir, tras enunciados consolidados, las variaciones semánticas y los
cambios de contenidos, de los discursos, de la retórica geográfica. Desde la
geografía física a la geografía humana y regional, con sus múltiples campos
y subdisciplinas. Es decir, las prácticas concretas de la geografía.

10 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Y se trata, por último, de situar las perspectivas de la geografía actual


en el umbral del nuevo milenio. Por medio del resumen de los principales
interrogantes que se formulan en la actualidad, de las tendencias que se ob-
servan, de las propuestas que se debaten.
¿Qué es la Geografía? y ¿para qué sirve la Geografía?, siguen siendo
preguntas que se hacen los geógrafos (Unwin, 1992; Peet, 1998). El objeti-
vo de esta obra es facilitar una aproximación a esos interrogantes, a través
de una reflexión informada sobre la historia de la geografía. Una reflexión
que permita a cada uno construir su propia conciencia crítica de tal disci-
plina. La inexistencia de obras de este carácter puede justificar el intento
abordado aquí, abierto, como es lógico a toda crítica y a toda sugerencia.
Una aproximación al proceso de construcción de la disciplina, para ayudar
a ubicar los problemas del presente y las perspectivas del futuro, los hori-
zontes de la geografía.
AGRADECIMIENTOS

F. Molinero Hernando es el inductor de este proyecto. Sin su acicate no


se habría iniciado ni terminado. Debo agradecerle, además, sus sugerencias
sobre el texto. E. González Urruela ha leído el original y sus observaciones
y ayuda material han sido de especial utilidad para llevarlo a término. Aun-
que el único responsable del mismo sea el que lo suscribe.
INTRODUCCIÓN

HISTORIA E HISTORIAS
DE LA GEOGRAFÍA

Hasta fechas muy recientes el interés por el desarrollo de la geografía


ha sido escaso. Las historias de la geografía han sido obras esporádicas.
Este desinterés tiene que ver con una disciplina en la que ha primado y pri-
ma el empirismo y en la que la reflexión sobre sus fundamentos teóricos y
sus antecedentes, como cultura y práctica del espacio, ha tenido escaso eco.
Los geógrafos comparten una difusa mitología para uso propio, en torno a
algunos personajes -Humboldt, Ritter, Ratzel, Vidal de la Blache, Hettner, entre
otros-, y ciertos lugares comunes: determinismo y posibilismo, el carácter de
disciplina puente, la geografía como síntesis. Una y otros han sido transmitidos
de generación en generación, sin mayor preocupación crítica (Glick, 1994).
Por otra parte, la generalidad de estas historias, siguiendo en ello la
pauta excepcional de A. de Humboldt, representa más bien una colecta del
saber y de las prácticas sobre el espacio de las distintas sociedades huma-
nas -de hecho, de las sociedades europeas- a lo largo del tiempo (Hum-
boldt, 1836-1839). La historia de la geografía se ha contemplado como la
historia de los viajes, de los descubrimientos, de la cartografía y represen-
tación gráfica de la superficie terrestre, del saber astronómico y cosmográ-
fico, entre otros muchos aspectos. Y se ha contemplado, también, como la
relación de los personajes vinculados con esas actividades y sus biografías.
Se proyecta, sobre los tiempos pasados, el perfil de la geografía mo-
derna y se encasillan las obras del pasado en los marcos conceptuales del
presente, como geografía física o climatología, bien geografía regional o
bien geografía general, en un ejercicio de llamativo anacronismo, del que
hay numerosos ejemplos (Pédech, 1976). Convierten en geógrafos a cuan-
tos, en sus obras o escritos, aludieran a elementos considerados, hoy, como
objeto de la geografía. Lo que llevará a catalogar como geógrafos a los au-
tores de relatos de viajes y de historias o crónicas, lo mismo que a explora-
dores y navegantes, y recopiladores enciclopedistas.
El interés por la historia, desde una perspectiva renovada, surge en el
ámbito de los modernos enfoques sobre el desarrollo de la ciencia, es decir,
en el campo de la historia de las ciencias. El estímulo proviene de las cre-
cientes preocupaciones, de carácter epistemológico y teórico, que surgen
entre los geógrafos en el decenio de 1970. Proviene también de la influen-
cia de la historia del conocimiento científico.

14 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Aparece como una necesidad de facilitar la reflexión sobre el lugar de


la geografía, como campo de conocimiento, entre las ciencias y disciplinas
actuales. Y se aborda desde la consideración de su papel ante los problemas
más relevantes en la sociedad de hoy. El creciente número de obras que tie-
nen como objeto el desarrollo teórico de la disciplina y las diversas con-
cepciones y filosofías que sustentan el trabajo de los geógrafos distingue la
etapa más reciente. En realidad, desde hace apenas un cuarto de siglo. Una
perspectiva que caracteriza las aproximaciones más recientes a la historia
del pensamiento geográfico (Capel, 1981; Gómez, Ortega y Muñoz, 1982;
Stoddart, 1986; Livingstone, 1992; Glick, 1994; Peet, 1998).

1. Las historias de la geografía

Los geógrafos contemplan la historia de la disciplina desde postulados


no coincidentes. No existe una historia de la geografía sino «historias» de
la geografía. Este carácter plural de la historia de la geografía no es la con-
secuencia de la diversidad de autores sino de la diversidad de concepciones
que subyacen en las obras que abordan su desarrollo histórico.
Concepciones que divergen en la definición temporal de la geografía,
en el entendimiento de su naturaleza y carácter, y que difieren en la propia
consideración de lo que se entiende por historia. Para unos, una historia
como mera crónica de acontecimientos y, en su caso, de biografías, como
una sucesión de personajes sobresalientes. Para otros, una historia de ideas,
en que priman las filosofías, y en la que las singularidades tienen un ca-
rácter secundario. En unos casos, se trata de una historia interna, que se re-
suelve en el limitado horizonte de la propia geografía. En otros, se aborda
como una historia externa, que ubica el desarrollo de la geografía y sus pro-
blemas, en el marco de la cultura científica y de la sociedad.
Bajo estas aproximaciones, un entendimiento no coincidente de lo que
se entiende por geografía. El vocablo no significa lo mismo para todos los
usuarios y tiene una amplia variedad de acepciones o aplicaciones. La geo-
grafía y lo geográfico pertenecen al acervo de la disciplina de este nombre,
pero también al caudal cultural. Los propios geógrafos difieren en su en-
tendimiento del significado del término.

1.1. GEOGRAFÍA, TRADICIÓN Y MODERNIDAD

El término geografía es polisémico. Se utiliza con acepciones distintas.


Identifica, en primer lugar, una disciplina académica. Se emplea, también,
para identificar el objeto de esta disciplina con un significado equivalente a
espacio o territorio, uso extendido en el habla mediática, con expresiones del
tipo de «por toda la geografía española», para referirse a todo el territorio
español. Empleo que comparten los propios geógrafos, sobre todo en el ám-
bito anglosajón, donde se puede hablar del «poder de la geografía» para re-
saltar el papel del territorio o espacio en el mundo moderno (Wolch, 1989).

INTRODUCCIÓN: HISTORIA E HISTORIAS DE LA GEOGRAFÍA 15

El término geografía identifica también un saber y cultura sobre el es-


pacio, al margen del saber académico, a veces denominado geografía para-
lela. Por último, se aplica la palabra geografía para referirse a las prácticas
espaciales, que acompañan el desarrollo humano, y se habla de la «geogra-
fía de los ingenieros» o la «geografía de los estados mayores». Se utiliza, in-
cluso, para identificar el colectivo profesional dedicado al cultivo de esta
disciplina (Lacoste, 1976).
Polisemia que contribuye a la confusión y que hace difícil acotar el
campo histórico de la geografía. La confusión se produce, en primer lugar,
respecto de la profundidad histórica de este saber. El carácter milenario del
término, procedente de la tradición cultural del saber geográfico, arraigado
en la herencia griega, con más de dos milenios, se confunde con la breve
historia de una disciplina científica que llamamos también geografía.
La confusión se reproduce, en segundo término, respecto de la ampli-
tud de este saber. La geografía se identifica con el conjunto de las prácticas
de carácter espacial que acompañan la propia naturaleza humana. Con-
vierten con ello a la geografía en un saber tan antiguo como la propia hu-
manidad. La historia de la geografía no se distingue, en estos enfoques, de
la propia historia humana. Viajar, explorar, describir lugares, ubicarlos, ela-
borar cartografía o simples esquemas cosmológicos, el relato de los viajes,
los inventarios administrativos de carácter territorial, quedan incorporados
al amplio saco de la geografía.
La aproximación no crítica a la historia de la geografía corre el riesgo
de confundir estos distintos planos, que sólo tangencialmente se relacionan.
En primer término, el mundo de las experiencias espaciales que, como tal,
pertenece a la propia naturaleza humana. En segundo lugar, la esfera de las
representaciones espaciales, como ordenación y racionalización de estas ex-
periencias: esboza intelectualmente un tipo de representación social, que
los griegos, sus inventores, denominaron geografía. En tercer término, el
mundo, mucho más restringido y preciso, del proyecto moderno de integrar
ese tipo de experiencias como un campo de conocimiento o episteme, de
acuerdo con los términos de la modernidad.
Algún autor contemporáneo ha empleado los términos «geografía pú-
blica» y «geografía académica», respectivamente, para diferenciar esos pla-
nos. Es necesario distinguir los saberes prácticos, las propias prácticas es-
paciales y las representaciones de las mismas que forman parte de la natu-
raleza social, del campo de conocimiento. Aquéllos configuran una cultura
del espacio, nuestra cultura, occidental, del espacio. El último, pretende lle-
gar a ser una ciencia, o un saber riguroso, sobre el espacio.
La historia de la geografía, en sentido propio, hace referencia a un in-
tento persistente de darle rango de ciencia; de incorporarla al conjunto de
los conocimientos que tienen esa categoría, aunque se haya hecho, en gene-
ral, sin una reflexión consciente sobre el significado de ese objetivo (Curry,
1985). Poco o nada del proceso histórico de la geografía moderna sería in-
teligible si prescindimos de esta circunstancia: la historia de la geografía mo-
derna es la historia de un esfuerzo, desde muy diversos frentes, por elevarla
a la condición de ciencia geográfica, en el marco del pensamiento moderno.

16 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía se identifica, en sus caracteres y en sus problemas, con


este último; forma parte, en el pleno sentido del término, de lo que se ha
llamado la modernidad. Es un producto de esta modernidad, que cristaliza
en la segunda mitad del siglo XIX . La historia de la geografía es una histo-
ria del proceso de construcción de un saber de carácter científico, en el sen-
tido que este término adquiere en los tiempos modernos.
La construcción de la geografía como disciplina moderna no se pro-
duce al margen de los grandes debates sociales que marcan el tiempo de la
contemporaneidad, y constituye un producto de este mundo contemporá-
neo. No es ajena al mundo de ideas y a los debates que marcan el desarro-
llo de la cultura científica en este período. Es, por tanto, la historia de un
tiempo próximo y de una disciplina moderna. Concepción que no se co-
rresponde con la general percepción de una historia lineal y acumulativa a
lo largo de los siglos, basada en el «remontarse sin término hacia los pri-
meros precursores» (Foucault, 1976).
El punto de partida de esta obra es la consideración de la geografía
como una disciplina de carácter moderno, fundada hace poco más de un si-
glo, que debe distinguirse de sus antecedentes milenarios y culturales y de
las prácticas sociales sobre las que trata. Es habitual utilizar el término
«moderna» para separar esta disciplina reciente de los saberes prácticos y
de la cultura precedentes (Glick, 1994).
Lo que llamamos geografía, entendida como disciplina moderna, no es
el producto acabado de un esfuerzo o de una iniciativa atribuible a unos au-
tores concretos, en un marco espacio temporal preciso, con fecha registra-
da de nacimiento. Es la manifestación de una tensión intelectual y de múl-
tiples prácticas individuales y colectivas, coincidentes unas, consecutivas
otras, que se dilatan en el tiempo, que comparten un objetivo común: cons-
truir una geografía científica. Tras el proceso constructor subyacen las ten-
siones y los desgarramientos de la cultura científica, de la propia práctica
científica y de la sociedad.

1.2. LA HISTORIA COMO PROGRESO: HITOS PERSONALES Y ARQUETIPOS

Los geógrafos, durante mucho tiempo, han contemplado la historia de


la disciplina desde postulados evolutivos, como el discurrir de una corriente
uniforme desde los orígenes griegos, e incluso con anterioridad, hasta el pre-
sente. Como una marcha progresiva en la que la geografía se perfecciona, se
enriquece y decanta, en un continuado proceso de desarrollo y progreso. Ese
progreso se ha identificado con el paulatino o rápido relleno de los vacíos co-
rrespondientes a la terra ignota, es decir, con el conocimiento de la configu-
ración de la superficie terrestre, con su representación cartográfica.
Esta historia de la geografía tiende a confundirse con la historia de la
cartografía, por un lado y, con la de los descubrimientos, por otra. Desde
una perspectiva eurocéntrica, hegemónica durante mucho tiempo, o desde
la consideración de las aportaciones de otras sociedades, en tiempos más
recientes. La atención a las experiencias de los pueblos orientales y a las de

INTRODUCCIÓN: HISTORIA E HISTORIAS DE LA GEOGRAFÍA 17

otras sociedades de diverso grado de desarrollo material, es un rasgo dis-


tintivo de las obras más recientes.
Es una historia configurada como una crónica de ese progresivo saber
sobre el espacio terrestre, desde los tiempos más remotos hasta el presen-
te, contemplado como un proceso sin más solución de continuidad que los
nuevos hallazgos de tierras y las nuevas actitudes o enfoques personaliza-
dos en algunos hitos señeros. La geografía se convierte en un gran saco en
el que caben cuantos conocimientos, técnicas, prácticas y saberes hacen re-
ferencia al espacio terrestre.
Un saco en el que se incluye a las personalidades que han marcado y
marcan el discurrir del saber geográfico, una galería de retratos en la que
participan, por igual, los navegantes, los exploradores, los viajeros y los pro-
fesores. Una concepción del desarrollo de la geografía que sigue vigente
para muchos geógrafos actuales, en muy distintos contextos (Lacoste, 1976;
Olcina, 1997); compartida también en el campo de la historia (Tsioli, 1997).
La crítica de esta concepción la hacía, hace veinte años, un geógrafo
francés, al denunciar esta propensión a convertir en geográfico cuanto hace
referencia a la localización: «todo acontecimiento se desarrolla en un lugar;
todo lo que se refiere al lugar es geográfico; luego todo acontecimiento es
geográfico». Argumentación o silogismo que sostiene esa concepción de una
geografía omnicomprensiva (Garnier, 1980).
Desde una perspectiva más selectiva de la geografía, en la que se dis-
tingue, dentro del secular desarrollo geográfico, una etapa moderna, las
pautas de este proceso lineal han sido los hitos personales, las figuras his-
tóricas individuales a las que se atribuye, como protagonistas de los saltos
cualitativos que marcan el progreso de la disciplina, el desarrollo de ésta.
Visión biográfica de la geografía que distingue formulaciones ya tradicio-
nales de la historia de esta disciplina, como la del geógrafo norteamerica-
no R. Hartshorne, «desde Kant a través de Humboldt y Ritter a Richthofen
y Hettner», como apuntaba Stoddart, crítico con esta perspectiva, por su
marcado carácter lineal y mecánico (Stoddart, 1986).
Puntos de referencia o faros que han facilitado un viaje cómodo por la
geografía, desde la seguridad que proporciona esta imagen de una discipli-
na hecha, levantada por el esfuerzo de estos representantes señeros. Con-
cepción que se basa en la atribución de la geografía al esfuerzo de algunos
de esos protagonistas, o generación de los mismos, que habrían delineado,
con trazo maestro, el perfil acabado y perfecto de la materia. Una concep-
ción que hace de estos personajes los padres de la geografía y que atribuye
a sus obras, a sus iniciativas, a su influencia, la configuración de la disci-
plina, vinculada al carisma de tales personalidades (Buttimer, 1980).
Es una concepción que, como resaltaba el mismo Sttodart, se constru-
ye a base de «héroes» singulares, descansa sobre una selectiva discrimina-
ción que ignora el significado de otros nombres y de su aportación al mun-
do de las ideas, o su influencia en ellas (Stoddart, 1986). Aunque el propio
Stoddart haya sido criticado por aplicar un rasero selectivo equivalente
(Glick, 1994). Historia proclive a la contemplación de la geografía como la
aportación de iluminados héroes, arquetipos singulares, maestros fundado-

18 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

res. Historia que propende a ignorar y condenar al ostracismo, aquellos otros


nombres mal-vistos y mal-ditos. Una historia y una concepción defendidas
desde una óptica subjetivista, tanto de la historia como de la geografía.
La consideración de una época clásica en la historia de la geografía,
identificada con los tiempos finales del siglo pasado y con el primer tercio
del actual, descubre esta concepción. Para algunos, desde una situación ini-
cial, en lo que respecta a la geografía moderna, vinculada a ciertos nombres
singulares, los «héroes» de esta historia, que ronda la perfección. Una geo-
grafía «clásica», de perfiles acabados, surge de esta visión. Se construye y
transmite una imagen de la disciplina geográfica como una obra terminada,
con perfil definitivo. La geografía como una disciplina concebida y ejecuta-
da de una pieza. La idea de perfección subyace en este discurso. La geo-
grafía posterior aparece como el desarrollo, no siempre satisfactorio, del le-
gado de esta época de esplendor (Ortega Cantero, 1987).
Concepción paradójicamente compartida por quienes valoran esa épo-
ca inicial como un período culminante y por los que oponen, a esa geogra-
fía modélica o clásica, la alternativa «moderna», como símbolo de un nue-
vo estadio de desarrollo, más acorde con nuestro tiempo. Y, en mayor me-
dida, por quienes consideran que la geografía es una disciplina que surge
tras la segunda guerra mundial y tiene acento anglosajón.
La dicotomía entre una geografía clásica, pero envejecida, y una geo-
grafía «moderna» y renovadora, representa una actitud compartida y más
reciente en el campo geográfico. Supone oponer la geografía del tiempo pa-
sado, por más excelencia que se le reconozca, a la «moderna». La primera
como la geografía de otra época, de otro tipo de sociedad, la última como
la geografía del mundo actual; es decir, la oposición de lo anticuado a lo ac-
tual. Es habitual, así, oponer en la historia de la geografía con este tipo de
enfoque una etapa clásica o tradicional y una etapa moderna o de nueva
geografía (Clavai, 1974; Vilá Valentí, 1983).
Responde a una concepción dualista de la geografía, de inspiración
ideológica, que identifica la geografía con una determinada «forma» de geo-
grafía, desde el punto de vista epistemológico. Interpretación que puede ser
formulada, también, como un permanente debate entre dos formas de en-
tender la praxis científica, que se producen en el ámbito de la ciencia
moderna, y de las que se hace eco de manera continuada la geografía.
El proceso de desarrollo de la episteme geográfica se reduce a una gran
confrontación en el campo de las filosofías científicas, entre «dos posicio-
nes científicas diferentes» (Capel, 1981). Una concepción que caracteriza de
modo general a los geógrafos de inspiración neopositivista. Reducen el de-
sarrollo de la disciplina, como el de la propia ciencia en su conjunto, a una
confrontación entre quienes aspiran a un conocimiento de carácter cientí-
fico -sea empírico o analítico- y quienes dan prioridad a la síntesis com-
prensiva en el campo social y separan ciencias sociales y naturales (Portu-
gali, 1985).
En su formulación más radical, esta concepción dualista de la historia
de la geografía supone situar el origen de la disciplina geográfica a partir de
1945 (Johnston, 1979). Se identifica con la desarrollada en los países an-

INTRODUCCIÓN: HISTORIA E HISTORIAS DE LA GEOGRAFÍA 19

glosajones y con una determinada forma de hacer geografía (Stoddart,


1986). Lo anterior queda reducido a la condición de vaga prehistoria o tan-
teos exploratorios. Responde a una restrictiva concepción de la geografía y
de la ciencia identificadas con el método analítico, con las filosofías del po-
sitivismo lógico y del racionalismo crítico, y con el mundo anglosajón. Des-
cubre la importancia del trasfondo filosófico e ideológico en la práctica
científica y en la concepción histórica.
Como tal proceso, sin embargo, la historia de la geografía trata de pro-
yectos, propuestas, esfuerzos múltiples y cambiantes, que no puede redu-
cirse a un momento ni a la aportación de uno o varios individuos. Se trata
de un esfuerzo social en un contexto social y en el marco de una cultura so-
cial y científica predominante. Las tensiones entre proyectos, entre perso-
nas, entre colectivos y entre formas de pensar e ideologías, forman parte de
la historia.

1.3. LA GEOGRAFÍA COMO PROYECTO: IDEAS Y CONTEXTO HISTÓRICO

Un análisis menos subordinado a los esquemas biográficos e ideológicos


y menos esquemático en su interpretación, propone la historia de la geogra-
fía como un proceso complejo, nunca acabado, la historia de un conjunto de
historias, la de un conflicto, más que la de una solución. La constitución y
desarrollo de lo que llamamos geografía moderna reposa, desde sus inicios,
en proyectos contrapuestos y coexistentes, en un mundo de ideas cuyo ori-
gen y decantación son diversos, y en un marco social e intelectual cambian-
te. Las tensiones derivadas de esos orígenes han permanecido. Por ello la his-
toria de la geografía es la de una no terminada y persistente interrogación.
De forma recurrente en el tiempo y en plena contradicción por tanto
con la visión lineal y progresiva habitual, los geógrafos se preguntan por un
conjunto de cuestiones, que aparecen como el núcleo de sus preocupacio-
nes. Al mismo tiempo se incorporan otras nuevas al espectro de las inte-
rrogantes geográficas y otras, iniciales y emblemáticas en su momento, que-
dan en segundo plano o son abandonadas. Aunque éstas puedan ser reto-
madas de nuevo bajo una nueva perspectiva. Nuevas circunstancias que
otorgan, a las viejas ideas, ropajes y significados renovados. La geografía se
muestra, en su desarrollo moderno, como un proceso nunca cerrado, como
una recurrente indagación, como una marcha de sístole y diástole.
La historia de la geografía no puede ignorar estas ideas, ni el proceso
de su definición, ni las condiciones en que surgen y cristalizan, o las que
determinan su crisis y recuperación. Ni puede aislar los procesos intelec-
tuales en que fraguan las ideas hegemónicas, y las que no lo son, de la si-
tuación social y del contexto cultural en que se producen.
La perspectiva histórica y la contextual permiten iluminar y distinguir
conceptos e ideas de apariencia similar, y asociar actitudes y planteamien-
tos de sedicente originalidad o novedad con sus antecedentes.
En este devenir el papel de determinados autores, que aciertan a expre-
sar o identificar corrientes de opinión o actitudes con amplia recepción social,

20 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

tiene un valor más sociológico que científico. La existencia de otros autores


no menos significados en el debate de las ideas, pero con menos éxito en la
aceptación social, descubre la incidencia de otros factores, de orden ideo-
lógico y de organización de la propia comunidad geográfica en cada etapa.
La consideración en la historia de la geografía del «contexto», del mun-
do de ideas que configura la cultura en que se desenvuelve la disciplina
(Berdoulay, 1981); y de la complejidad sociológica de los agentes que inter-
vienen -los geógrafos y sus instituciones-, caracteriza las aproximaciones
más modernas a la historia de la geografía y de las ciencias. El interés por
las filosofías que respaldan el pensamiento geográfico y por las comunida-
des o grupos de carácter profesional, sus estrategias y objetivos, distingue
estas aproximaciones a la historia de la geografía. En algunos casos, se les
atribuye, a estas comunidades profesionales, un carácter determinante en
la evolución de la disciplina geográfica (Capel, 1977; 1986).
Las más significadas obras de historia de la geografía del último cuar-
to de siglo se caracterizan por esta atención predominante al marco filosó-
fico, teórico y sociológico del conocimiento geográfico. Caracterizan un
planteamiento más abierto de la geografía. Historias que han adquirido
un especial desarrollo en el ámbito anglosajón. Se insertan, además, en un
contexto de historia de la ciencia.
En este marco de historia de las ciencias, en este enfoque que vincula
el desarrollo de la geografía moderna con el entorno cultural y filosófico, y
en esta perspectiva más interesada por las ideas que por los personajes, se
ubica nuestra obra. Es una historia de la geografía moderna.
Es en Alemania, en la segunda mitad del siglo XIX , donde se define el
proyecto de construir un campo de conocimiento riguroso sobre saberes y
prácticas que eran milenarios. Es decir, una ciencia moderna que mantiene
el nombre que los griegos dieron a esos saberes y prácticas: geografía. El
nombre representa un elemento accidental. Tal como sucedió en otros cam-
pos de conocimiento, pudo mantenerse una denominación secular y pudo
incorporarse otra distinta. La historia de las ciencias muestra cómo deno-
minaciones aplicadas en un período histórico a un determinado campo de
conocimiento han sido utilizadas en el mundo moderno para identificar dis-
ciplinas por completo distintas.
El nombre es lo que, con rigor, une la disciplina actual con sus ante-
cedentes históricos, con su prehistoria. También la comunidad de intereses
sobre el espacio terrestre y una tradición cultural que reconoce, en esta
prehistoria, un esfuerzo intelectual y práctico de excepcional calidad, para
comprender, explicar y utilizar la realidad circundante.
La consideración de esta larga trayectoria de siglos representa no tan-
to la historia de la geografía como de sus antecedentes, en el marco de los
saberes y prácticas sobre el espacio terrestre, de esas mismas sociedades del
pasado. Es el doble atractivo de este pretérito de la geografía moderna. Pero
debemos considerarlo desde esta doble perspectiva de arqueología del saber:
desde la interrogación sobre cómo se desenvuelven las prácticas y el sa-
ber sobre el espacio en la historia de la Humanidad y de los esfuerzos por
racionalizar este saber de acuerdo con nuevos principios intelectuales.
Para muchos geógrafos, la geografía comprende todo conocimiento
relacionado con la superficie terrestre e identifica un saber universal y
originario. Para este modo de concebir la geografía y el saber geográfico,
nuestra disciplina se inicia con la propia naturaleza humana. Viajes, explo-
raciones, actuaciones territoriales del poder, desde los primeros tiempos,
informaciones de carácter etnográfico, prácticas cartográficas de la más
diversa índole y descripciones de lugares, forman parte del acervo geográ-
fico. Son la historia de una geografía que convierte en geógrafos a viajeros,
reyes, conquistadores, historiadores, informadores, entre otros muchos.
No es una concepción exclusiva de los geógrafos. Es compartida por la
generalidad de los historiadores de la ciencia (Sarton, 1959). Aplican las di-
visiones y campos de la geografía moderna a las obras del pasado. Con-
vierten en geógrafos físicos a los que trataron cuestiones del entorno na-
tural. Transforman en geógrafos regionales a los que enumeran los países
regiones y ciudades de otras épocas. Incluyen en la nómina geográfica a
astrónomos, cosmógrafos, conquistadores y estrategas: desde Herodoto
a Julio César (Nougier, 1967).
En esta concepción de la geografía late una doble confusión o ambi-
güedad. Se confunde la geografía como disciplina, propia de nuestra época,
con el saber sobre el espacio, universal y atemporal. Se confunde la geo-
grafía como disciplina, como reflexión y como método de análisis, con la
práctica espacial propia de la especie humana.
Hacer infraestructuras, crear y ordenar espacios productivos, estable-
cer normas urbanísticas, modificar los paisajes, acondicionar áreas con fun-
ciones sociales específicas, delimitar y separar territorios, ejercer el domi-
nio sobre los mismos, son actividades espaciales que, de acuerdo con la
época histórica que se considere, forman parte de la naturaleza social de
la especie humana. Son prácticas espaciales. Construyen espacios, produ-
cen paisajes, elaboran, por tanto, lo que es el objeto de la geografía. Pero no
son geografía. Este tipo de concepción confunde la geografía con su objeto.
En torno a estas prácticas, todas las sociedades han elaborado una cul-
tura del espacio. Orientarse, ubicar los territorios, ordenarlos, describirlos,
establecer relaciones, más o menos precisas, de los elementos que constitu-
yen un territorio, de los recursos apreciados en el mismo, son prácticas que
han decantado, en cada sociedad, una cierta imagen del espacio, una i mago
mundi. Han producido un saber sobre el espacio, de carácter espontáneo.
Definir un campo de representación para los saberes y prácticas espa-
ciales no logra decantarse con nitidez de estos mismos saberes y prácticas.
Es un rasgo destacado de algunas culturas en particular, en las que se pro-

24 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

duce una reflexión intelectual sobre ese saber. El caso más sobresaliente co-
rresponde con la cultura griega clásica. Hizo de esta sabiduría un ámbito
de reflexión. Es lo que otorga su especial atractivo a la época griega clási-
ca en la que se imagina un espacio intelectual para la misma, al que dieron,
incluso, nombre: geografía.
Identificaron y acotaron un área de reflexión intelectual sobre el espa-
cio terrestre. En relación con él propusieron no sólo el nombre sino múlti-
ples conceptos, términos, objetivos, perspectivas, curiosidades. Dieron for-
ma a un tipo de saber. Trascendieron el saber del espacio en un saber so-
bre el espacio. Eso significa la invención de la geografía por los griegos clá-
sicos. Propusieron una representación intelectual del espacio terrestre. La
geografía griega identifica esta representación.
Con ello, proporcionaron los fundamentos para un saber sobre el es-
pacio y para una cultura específica sobre el mismo. Formularon, de forma
directa, cuestiones referidas al entorno terrestre e hicieron de éste un obje-
to de observación. Elaboraron conceptos, términos, y enunciaron ideas, hi-
pótesis, sobre el mismo. Dieron forma a una imagen del mundo que exce-
día de la simple experiencia. Esa propuesta y esa cultura son el fundamen-
to de una representación del mundo que subyace durante milenios en la
cultura occidental.
Desde esta perspectiva, la geografía moderna forma parte de una cul-
tura que arraiga y que se identifica con la experiencia griega. Estos víncu-
los intelectuales y culturales son los que, por una parte, explican la habitual
tendencia a confundir la geografía moderna con sus antecedentes o prece-
dentes, y por otra justifican la consideración de esta tradición por parte de
los geógrafos. No como historia de la geografía, sino como una aproxima-
ción a las formas históricas de representación del mundo y a las concep-
ciones intelectuales sobre las que se sustentaban.
Se trata de valorar los esfuerzos realizados por los griegos clásicos y
por las sociedades que se reconocen herederas de su legado, para dar for-
ma a esa representación del espacio terrestre. Es una gran aventura inte-
lectual cuya problemática posee un indudable atractivo e interés. Durante
milenios, las sociedades herederas de ese legado clásico mantuvieron una
concepción equivalente. La representación del mundo, y dentro de ella de
la Tierra, constituye el objetivo de lo que los griegos denominaron geogra-
fía. Ese objetivo, con otros nombres, persistió a lo largo de la Edad Media
y en la Moderna. El fundamento de ese saber es cosmográfico.
Es cierto que, a pesar de lo distante de sus postulados, y a pesar de la
comunidad del nombre, formularon objetivos y elaboraron conceptos que
nos parecen próximos. Tendemos, de forma errónea, a identificarlos con los
nuestros. Propendemos a considerar su trabajo como equivalente a la geo-
grafía moderna, como una simple etapa en el desarrollo de ésta.
Prácticas y saberes de carácter espacial, lo mismo que la cultura geo-
gráfica que definen los griegos clásicos, forman parte de lo que muchos
consideran las tradiciones de la geografía moderna. Ésta les debe el nom-
bre. Y como tal geografía pertenece a una cultura de la representación del
espacio terrestre. Sin embargo, la geografía moderna no es una disciplina

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 25

cosmográfica ni se define en el marco de una representación del mundo o


de la Tierra. La geografía moderna se perfila, en el marco de las ciencias
modernas, como una disciplina de explicación. El tránsito de la represen-
tación a la explicación constituye un cambio sustancial, vinculado a nuevas
perspectivas intelectuales.
Sin confundir la naturaleza de los antecedentes intelectuales y tradi-
ciones con la geografía moderna, su análisis está justificado si evitamos las
trampas de las tradiciones (Foucault, 1982). Es decir, si salvamos la ten-
dencia a prolongar nuestros saberes en el más lejano pasado en busca de
una genealogía. Como destacaba este autor, son más importantes las rup-
turas que las continuidades aparentes.
A lo largo de miles de años, la cultura del espacio se desarrolla sobre
las prácticas y saberes vinculados al uso del mismo y sobre un esfuerzo in-
telectual por representar la Tierra en el marco de una concepción específi-
ca del mundo o cosmos, de una imago mundi.
CAPÍTULO 1

DE LAS PRÁCTICAS ESPACIALES


AL SABER SOBRE EL ESPACIO

Cada sociedad y cada comunidad posee y ejercita un saber o conoci-


miento del espacio, que surge en el proceso de transformación de la natu-
raleza inherente a la propia reproducción social. Es un conocimiento prác-
tico del entorno, de sus cualidades físicas, de su diferenciación en lugares
y en áreas, identificados como «localidades» o «sitios» distintos, reconoci-
dos, denominados; es, al mismo tiempo, un conocimiento representativo,
por el que las sociedades humanas proyectan y modelan el espacio de
acuerdo a representaciones sociales, que manifiestan las estructuras del es-
pacio surgidas de la práctica humana, a las que el lenguaje y la representa-
ción mental permiten dar consistencia.
Es un conocimiento y práctica territorial, en la medida en que cada co-
munidad y sus individuos tienen una relación de dominio sobre ese entor-
no. Diferencian una parte del mismo como propia, estableciendo límites ob-
jetivos o mentales que la separa, e identificando así los distintos territorios,
tanto el propio como los ajenos, que son reconocidos y denominados. Si-
tios, lugares, territorios, forman parte de un espacio de relaciones cuyo cen-
tro es, por lo general, el propio núcleo de la comunidad, y respecto del cual
todos esos otros puntos, lugares, territorios, aparecen localizados, están
ubicados, forman parte de una representación mental compartida en la co-
munidad social. Es un saber del espacio que arraiga en una práctica espa-
cial que se confunde con la propia naturaleza humana.

1. El saber del espacio: situarse y orientarse

En ámbitos dispares en el espacio, en el tiempo y desde una perspec-


tiva cultural, las prácticas y representaciones espaciales son coincidentes.
Hay una llamativa confluencia cultural, en este caso en relación con la re-
presentación del espacio. Éste es dominado, aprehendido, mediante una
imagen global que contrapone el lugar propio, en un sentido físico y en
una dimensión cultural o étnica, a lo que es exterior o ajeno. El «centro» se
identifica con el espacio propio: la expresión zhonghua significa, en chino,

28 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

el centro civilizado, y designa a la propia China, que se considera «ocupa el


Medio del mundo». Una representación etnocéntrica que es compartida por
la generalidad de las sociedades y civilizaciones, occidentales y orientales.
Para los japoneses, el «centro» lo constituye el espacio de su propia etnia,
de tal modo que «se llaman kinai a las provincias inmediatas a la capital...
imitando el wufu de China». En cambio, se denomina «bárbaros (iteki) a las
provincias extremas de su territorio» (Yamoki y Takahashi, 1980).
Este «centro» es, para los nativos del nuevo continente, para los mayas
en concreto, la casa, el lugar habitado, identificado con el maíz, funda-
mento de la propia sociedad: «el centro, encrucijada, símbolo de la vida»,
reconocidos con un mismo término, en cuanto «en maya la palabra lxim
significa a la vez "centro" y "maíz"» (Musset, 1985).
La noción de «centro» es así universal y básica, siempre referido al pro-
pio espacio. Cada comunidad se ha contemplado como el centro u ombligo
del mundo conocido. Cada una de ellas ha hecho de su territorio el centro del
universo y de los demás el espacio periférico, marginal cuando no hostil, opo-
niendo la imagen de orden, de mundo, propia, al caos como atributo de lo aje-
no. Un esquema que con distintas significaciones está en la base de la mayor
parte de las representaciones espaciales vinculadas con los grupos humanos y
cuyo trasfondo está muy lejos de haber desaparecido en el final del siglo XX .
Una imagen antropocéntrica que contempla el mundo desde una pers-
pectiva o analogía humana, de la que deriva lo que se ha denominado «ana-
tomía mágica», por la cual determinadas partes del cuerpo humano se equi-
paran a determinadas partes del mundo, al tiempo que la tierra se describe
de acuerdo con el mismo principio de analogía. En el mapamundi del tex-
to hipocrático, la tierra es representada como un cuerpo humano: el Pelo-
poneso es la cabeza, el Istmo la espina dorsal, y Jonia el diafragma, verda-
dero centro, ombligo del mundo.
Todas las comunidades y sociedades, por muy elementales que sean en
su grado de desarrollo material, disponen de conceptos y procedimientos de
orientación y localización para situar los componentes de sus experiencias
espaciales vinculadas con sus prácticas cotidianas. Ubicación y localización
que tienen relación con las prácticas de orientación inherentes a ese saber
geográfico. De modo general se trata de establecer elementos de referencia
que vinculen cada lugar con el punto central de la comunidad.
La práctica generalizada ha consistido en utilizar la «salida» y la
«puesta» del Sol como «puntos» fijos en el entorno del «centro» comunita-
rio. «Orientar» es perfilar la dirección de la salida o nacimiento cotidiano
del Sol. Un punto de referencia universal que aparece no sólo en las cultu-
ras del Mediterráneo sino que es compartido por las culturas orientales y
por las nativas del denominado Nuevo Mundo.
Los puntos cardinales identifican, en relación a ese punto, aquellas di-
recciones fundamentales del espacio, dominadas por la Oriente-Occidente,
es decir, la de la salida y puesta del Sol. Esa misma práctica y esa misma
representación aparecen en China y Japón. La salida del Sol constituye la
referencia de orientación básica: «El Este parece haber sido originariamen-
te la orientación primordial» (Yamoki y Takahashi, 1980).

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 29

El mismo principio tienen los árabes, como se induce de que «janub


(Sur) significa, etimológicamente, "lado", en relación con la orientación
que los árabes realizaban hacia Oriente, y que el mundo musulmán susti-
tuye por la de La Meca, con efectos coincidentes» (King, 1997). El Medio-
día, es decir, el Sur, es el que queda en un lado, el derecho. Por ello,
denominaban barih, es decir, «izquierdo», al Septentrión. Además de em-
plear como referencia las estrellas más significativas, como la Osa Mayor
(Banat Na's) y Canopo (Suhayl), para identificar, el Ártico o Norte y el Me-
diodía o Sur.
El recurso a la salida y puesta del Sol para establecer el eje esencial de
la orientación y de los puntos cardinales constituye un rasgo común de to-
das las culturas. Como suele serlo el empleo complementario de la posición
meridiana del Sol para indicar el mediodía, nuestro Sur, y la referencia a
las constelaciones polares para identificar el Norte, conocido como Arctos
en Grecia, en referencia a la constelación de la Osa, o de Septentrión, em-
pleada por los latinos, que indica la posición de la constelación del Carro,
equivalente a la anterior.

2. Medir y limitar: el saber territorial

La ubicación y orientación suponen un dominio del espacio que, en


cierta manera, como destacan los mayas, supone su existencia. Dominio
que se manifiesta a través de la medida que, a su vez, supone la creación
del espacio: «para que un espacio exista deber ser mensurable y medido.
A imagen de los dioses que han concebido el universo dándole límites y
fronteras... el hombre no puede aprehender el espacio que le rodea sino con
límites». Poner términos, establecer límites, definir fronteras, constituyen
las prácticas territoriales básicas en las sociedades humanas, en la medida
en que éstas se identifican por su territorio. Delimitar y medir constituyen
dos prácticas esenciales desde el punto de vista geográfico; son dos prácti-
cas espaciales.

2.1. EL DOMINIO DEL ESPACIO

Medir constituye una práctica esencial en el dominio del espacio y en


la consolidación del territorio. Medir es una forma de apropiación que es-
tablece las dimensiones territoriales y que facilita la representación social
del espacio dominado. Lo que no está medido es, en cierto modo, ajeno, es
lo desconocido: «Un espacio no medido es un espacio hostil, amenazador,
inhumano. Antes de que los dioses dieran al mundo medidas, no había nada
dotado de existencia. Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuri-
dad, en la noche», según expresa el Popol-Vuh de los indígenas precolom-
binos (Musset, 1985).
Este saber forma parte de la cultura universal en la medida en que
se fundamenta en prácticas que acompañan el proceso de dominio sobre

30 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

la Naturaleza y de construcción del espacio humano desde las más pri-


mitivas formas de organización social. Las redes de caminos, las marcas
que señalan las distancias, los hitos que identifican el territorio como
puntos de referencia simbólica o funcional, mugas, términos, fines, cons-
tituyen componentes básicos de la construcción del espacio individual y
de las representaciones espaciales que cada comunidad o sociedad posee.
Aparecen en todos los estadios del desarrollo humano, con mayor o me-
nor evidencia.
De la misma manera que los distintos elementos del territorio que con-
tribuyen a individualizar éste, como son cursos y masas de agua, relieves
destacados, masas de vegetación, según atestigua la persistencia de los nom-
bres de estos elementos, muchos de los cuales descubren capas profundas
de la ocupación del territorio. Componen un saber básico, es decir, una for-
ma de ordenar los conocimientos y experiencias espaciales, en muchos ca-
sos bajo formas mágicas, como espacio de los dioses o héroes.
El saber territorial comprende también el conocimiento de los demás
grupos étnicos, tanto de los más inmediatos como de los alejados, que con-
figuran el espacio conocido, con sus recursos y tensiones. Conocimiento
práctico y funcional en el caso de los inmediatos, en cuanto las relaciones
con ellos forman parte de la supervivencia del grupo. Conocimiento vincu-
lado a la curiosidad humana en lo que se refiere a los grupos o comunida-
des más alejadas de las que atrae, sobre todo, el exotismo, es decir, las di-
ferencias respecto a la propia identidad.
Diferencias que se refieren tanto a los grupos o comunidades, respec-
to a lo aparentemente anómalo de los mismos, en sus rasgos físicos o en
sus hábitos, como a sus territorios, en la medida en que éstos pueden dife-
rir, en sus cualidades o características de los que son habituales, de los pro-
pios. El interés por la diferencia, la curiosidad por el otro desconocido, el
deslumbramiento ante lo inhabitual o excepcional, sustentan a lo largo de
los siglos, con distintos pretextos, este saber territorial.

2.2. SABER ÚTIL, SABER POLÍTICO

Este tipo de saber, que se reconoce en todas las sociedades y grupos


humanos, tiene un carácter cultural y un valor político. Valor político por-
que este conocimiento facilita las relaciones inter-étnicas, sean pacíficas o
conflictivas, y son numerosas las referencias que ponen de manifiesto el in-
terés del poder por este saber sobre los territorios, propios y ajenos. Es He-
rodoto el que señala la actividad exploratoria promovida por determinados
mandatarios en el mundo antiguo, en Egipto, para adquirir información so-
bre la costa eritrea y persa; sabemos de las iniciativas de Alejandro para el
conocimiento de las tierras orientales, hacia el Indo, y el recurso a los in-
formes directos sobre esas tierras desconocidas o mal conocidas. El saber
espacial es un saber útil en las relaciones con los ajenos, porque allanan el
contacto beneficioso con ellos, facilitan las posibles operaciones de apro-
piación o control, reducen los costos de tales acciones, permiten ampliar el

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 31

radio de influencia y relación. Se ha dicho de forma simplificadora, pero


certera, que tal saber sirve para «hacer la guerra» (Lacoste, 1976).
Otros son evidentes, aunque no se presenten bajo esa perspectiva,
como resulta de los viajes o periplos de los fenicios y cartagineses hacia
el Occidente, por costas ibéricas y africanas, que desbordaron por el
Atlántico, tanto hacia el Norte como hacia el Sur, en relación con estrate-
gias de poder y dominio, como demuestra el carácter secreto o confiden-
cial que tuvieron estos viajes; estrategia en la que participaron también los
propios griegos. De igual modo que las muestran los chinos en el período
medieval, con sus periplos por el océano índico y las costas africanas, ex-
presión del desarrollo de las prácticas espaciales en el ámbito del estado
oriental.
Lo que distingue la tradición china es la excepcional acumulación de
conocimientos de carácter espacial vinculada con la administración del Es-
tado y la notable perfección que adquiere la representación gráfica, es de-
cir, el mapa o carta, en esta labor de control territorial. La organización del
conocimiento espacial en relación con la gestión y administración territo-
rial propia de un Estado alcanza un alto grado de eficacia desde fechas muy
tempranas. Una buena parte de esa información corresponde con el interés
por conocer el territorio propio en orden a asegurar recursos para el poder
y va asociada a la gestión de los tributos en el ámbito chino, en el marco
de una sociedad agraria de fuerte arraigo, que utiliza el riego como un ele-
mento clave de la explotación y organización del espacio.
El Yü Kung constituye el primero de estos informes de base tributaria,
como indica su propio nombre (Tributo de Yü), verdadero catálogo del te-
rritorio correspondiente al Imperio Chou, elaborado en el siglo v antes de
nuestra Era. Otras obras posteriores son equiparables, como los denomina-
dos Chih Kung Thu, así como las «topografías» locales, unas y otras carac-
terizadas por la consideración de los caracteres físicos, recursos y otros
componentes del territorio (Needham y Wang, 1959).
Otra parte coincide con lo que constituye una literatura, casi universal,
la de los viajes, periplos, itinerarios, que se inician muy pronto en China,
como las denominadas Shan Hai Ching iniciadas en el siglo iv antes de la
Era, que difieren poco de la literatura equivalente occidental e islámica, de
similar temática viajera e itineraria. De igual modo que las obras más uti-
litarias de las descripciones costeras y fluviales, como los llamados Shui
Ching. Así como las topografías o descripciones locales dedicadas a grandes
y pequeños territorios y de las grandes obras descriptivas, del tipo de las de-
nominadas corografías en la tradición occidental, representan instrumentos
de dominio al servicio del poder.
La continuidad del Estado a lo largo de siglos facilitó la de las prácti-
cas territoriales y el del saber del espacio, que permitieron en China un de-
sarrollo más coherente, en el tiempo, de la representación del espacio te-
rrestre. De ahí el que se le atribuya el empleo de técnicas cartográficas, con
un avance significativo respecto del mundo occidental, en la representación
cartográfica. El denominado Yü Chi Thu, grabado en piedra en 1137, pero
que puede proceder del siglo XI, proporciona una imagen de gran precisión

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 33

Asentarse, controlar y dominar el espacio, apropiarse de una parte de


él, es decir, convertirlo en territorio, utilizar sus recursos dispersos, ubicar-
se, situar los componentes, físicos o humanos, más relevantes de ese terri-
torio, hitos o marcas que verifican la pertenencia y que facilitan la identifi-
cación, han sido prácticas habituales del poder. Establecer los rasgos bási-
cos equivalentes de quienes son parte de ese espacio en territorios propios,
forma parte de la misma cultura y prácticas, cuyo armamento esencial se
transmite de generación en generación, como el propio idioma. Ordenar
esos espacios y prácticas en una representación del mundo también es uni-
versal y forma parte de estos saberes.
Lo que difiere de una sociedad a otra, de una comunidad a otra, es la
representación que cada una construye para encajar todos los elementos de
que dispone, y la jerarquía y posición que atribuye a cada uno. La univer-
salidad de este tipo de saber, y de estas representaciones, en cuanto apare-
cen desde muy antiguo y parecen consustanciales a la sociedad humana y
se manifiesta en la totalidad de las sociedades históricas, no ha supuesto un
equivalente proyecto intelectual de racionalización y conceptualización con
carácter universal. Es el rasgo que singulariza la experiencia griega. Hacer
de la representación del mundo un objeto intelectual en el marco de la fi-
losofía natural, marca un tránsito fundamental del saber del espacio a la re-
presentación del espacio a la representación de la Tierra.
CAPÍTULO 2

LA INVENCIÓN DEL SABER GEOGRÁFICO

Los griegos de época clásica convierten este saber práctico del espacio en
una representación del espacio. Inventan -es decir, descubren- esta repre-
sentación del espacio terrestre. Crean una cultura que se distingue del simple
saber espacial, de carácter práctico, que podemos identificar en todas la so-
ciedades humanas, y sobre el cual se eleva la construcción intelectual de los
griegos. Ellos configuran el primer esfuerzo de representación del mundo, más
allá de la simple cultura práctica. Los griegos le dan un nombre: geografía.
Esta representación es una invención griega. Una más de las que sur-
gen en los siglos mágicos del pensamiento clásico, sobre la que se constru-
ye un cultura del espacio.
Convirtieron el universal saber del espacio en un saber sobre el espacio.
Los griegos descubren este objeto porque i maginan una representación de la
realidad, es decir, del entorno conocido, más allá de la percepción etnocén-
trica, para identificar y acotar este saber reflexivo sobre la Tierra como ob-
jeto. Ideaban y trataban de darle objeto y objetivos de acuerdo con las ne-
cesidades prácticas y exigencias sociales de la época en que se produce, a
partir del siglo iv antes de nuestra Era.
El esfuerzo por definir esta representación, por dotarle de contenidos
y perfiles, no produce una geografía en el sentido moderno del término. Los
griegos no crean una disciplina geográfica, ni establecen un perfil profesio-
nal relacionado con ella. No hacen geografía física, ni climatología, ni geo-
grafía urbana o geografía regional, como algunos autores pretenden, en un
ejercicio de notable anacronismo.
Los griegos tratan de dar forma, indagan y reflexionan sobre un con-
junto de fenómenos que atañen a la Tierra. Lo hacen desde perspectivas
muy diversas, en el marco de una eclosión intelectual admirable, caracteri-
zada por la curiosidad y por la aproximación metódica y racional al mun-
do de la experiencia, al conjunto del cosmos y a la Naturaleza. Es una nue-
va forma de relación con el mundo, con la naturaleza. Macrocosmos, es de-
cir el universo, y microcosmos, esto es el hombre y su entorno, forman par-
te de ese esfuerzo de representación del entorno.
En ese contexto intelectual, en ese mundo movido por la pasión de co-
nocer y caracterizado por la actitud crítica, por el método racional, por la se-
cularización del saber, adquiere sentido la definición de la geografía como re-

36 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

presentación del mundo. De ella surgen, y adquieren forma progresiva, ideas,


concepciones, interrogantes, que van a caracterizar la cultura geográfica occi-
dental. En relación con ellas se perfila también la idea de una representación
diferenciada, hasta el punto de poder darle un nombre propio: geografía.
La denominación no significa que exista una disciplina o campo de co-
nocimiento en el sentido moderno del término. Se esboza un espacio inte-
lectual, sin límites precisos, al que se llega por distintas aproximaciones, sin
una concepción determinada, que se confunde con otros campos de saber
como la astronomía, la cosmografía y la matemática, y sobre el cual se in-
teresan autores de diversos intereses, desde historiadores a matemáticos.
Forma parte de una filosofía natural en pleno desarrollo que introduce esta
imagen racionalizada del entorno terrestre.

1. El contexto intelectual: saber crítico, pasión por conocer

El contexto intelectual en el que se fragua esta reflexión corresponde


con el de la Filosofía griega, en la medida en que ésta aborda el amplio
mundo de la experiencia, esto es la Naturaleza, bajo un prisma racional.
Entorno intelectual en el que decantará la geografía como representación
apoyada en los saberes racionales. Desde la matemática y física a la astro-
nomía: desde Anaximandro, Tales y Hecateo de Mileto, a Demócrito de Ab-
dera, incluido Aristóteles.
Estos predecesores abordaron aspectos diversos relacionados con el
conocimiento de la Tierra, en el marco de su preocupación por la Natura-
leza, contribuyendo a definir un objeto para la reflexión. No hicieron geo-
grafía, no se consideraron geógrafos, ni entendieron que sus obras tuvieran
que ver con este campo. Sin embargo, su curiosidad intelectual ayudó a que
cristalizara lo que llamaron geografía. Lo que explica el que los autores pos-
teriores los incluyeran en la tradición geográfica, en la que no dudan en in-
corporar al propio Homero.

1.1. LA CURIOSIDAD POR LA NATURALEZA

Las vías de esa reflexión sobre el entorno natural fueron múltiples. En


general se inscriben en la preocupación por los fenómenos astronómicos y
por sus manifestaciones terrestres. Anaximandro de Mileto (610-545 antes
de la Era), un discípulo de Tales de Mileto, trató este tipo de cuestiones en
su obra Sobre la Naturaleza y de él se dice que realizó diversos cálculos so-
bre los equinoccios y solsticios y que elaboró un primer mapa geográfico
(geographikós pínax) del mundo conocido por los griegos, según recogía la
tradición helena. Es decir, una primera presentación gráfica o esquema de
la configuración de las tierras conocidas por los griegos.
Hecateo de Mileto (entre los siglos vi y v a. E.) es autor de Viaje alre-
dedor de la Tierra (Gës periodo¡), en la que parece mejoraba el mapa de Ana-
ximandro. Intentaba esbozar un modelo de la distribución de las tierras co-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 37

nocidas, con una cierta pretensión racionalista. Convertía el Mediterráneo,


por un lado, y el Nilo y el mar Negro, por otro, en dos ejes perpendiculares
entre sí. Con ellos establecía unos elementos para ordenar la distribución
de las tierras conocidas, que tendrán un gran arraigo en la tradición occi-
dental, sobre todo medieval. En el marco de una concepción circular de la
superficie terrestre, esbozaba una primera imagen de ésta.
Es autor, asimismo, de Periegesis, cuyas dos partes están dedicadas una
a Europa y otra a Asia y África, en que aparecen rasgos de la curiosidad
reflexiva sobre la que se construyen, tanto la geografía como la historia
griega, con descripciones del Mediterráneo y Asia meridional, hasta la In-
dia. Experiencia Viajera que caracteriza también a Demócrito de Abdera
(hacia el 460-370 a. E.) que, según parece, la debió exponer en sus nume-
rosas obras.
El desarrollo posterior perfiló, de forma progresiva, por Vías contra-
puestas, el marco de ideas que van a permitir proponer los objetos posibles
de esta representación. Autores como Dicearco, Eratóstenes, Hiparco, Po-
seidonio, Estrabón y Ptolomeo, entre otros, Van dando perfil y contenido
hasta llegar a identificarlo con un nombre propio. Se trata de un proceso
en el que se desciende de los cielos a la Tierra, al tiempo que se interesan
por los fenómenos físicos y sociales que caracterizan la superficie terrestre.
Otros autores, sobre todo historiadores, se preocupan por ubicar y des-
cribir los territorios, acudiendo para ello a las ideas de los filósofos sobre
la Tierra y el mundo habitado. Los propios filósofos, entre ellos Aristóteles,
se sentían atraídos por las cuestiones de la Filosofía de la Naturaleza y, con
ellas, por los problemas que, más adelante, identificarán a la geografía.
Un discípulo de Aristóteles, Dicearco de Mesenia (siglos IV-III a. E.), es
autor de una serie de obras tituladas Acerca de las montañas del Pelopone-
so, Acerca de los Puertos, Acerca de las islas. Son obras que descubren la cre-
ciente curiosidad e interés por elementos que atañen a la configuración de
la superficie terrestre.
Este autor introdujo el recurso a una línea de referencia en la represen-
tación cartográfica del mundo, a modo de paralelo universal. Una línea ex-
tendida de Oriente a Occidente, por el Mediterráneo, que pasaba por Rodas
y las Columnas de Hércules -es decir, el estrecho de Gibraltar- y que divi-
día al mundo en dos partes, septentrional y meridional. Línea que coincide
con el paralelo 36° N y que se mantendrá como el círculo terrestre de refe-
rencia de la Tierra habitada, para las sociedades occidentales, durante siglos.
Muestran una manifiesta preocupación por definir las dimensiones y
forma de la Tierra, los contornos y distancias de las distintas partes que
ellos individualizan y distinguen. Tratan de identificar y ubicar los lugares
y los pueblos. Procuran localizar, describir y explicar los fenómenos más
relevantes físicos, productivos o sociales, y establecer su organización te-
rritorial.
Los griegos llaman geografía a la representación gráfica de la tierra, de
tal modo que podemos identificar la geografía, en sus inicios, con la carto-
grafía. Se trataba, en última instancia, de mostrar, de forma gráfica, su ima-
gen. Eso es lo que denominan hacer geografía (geographein).

38 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

. 2. LA TIERRA COMO IMAGEN

Constituye un aspecto decisivo en la invención geográfica, asociada a la


obra de Eratóstenes de Cirene (275-194 a. E.). Es un matemático y gramáti-
co, que vive en un período transformado por las conquistas de Alejandro. És-
tas habían dado una nueva dimensión al Ecúmene. Eratóstenes de Cirene
está considerado como el primero de los geógrafos -en sentido estricto-,
el primero en acuñar el término que serviría para identificar este saber, tér-
mino que aplicó a una de sus obras, denominada Geografía, en realidad Hy-
pomnemata geographica, o memorias geográficas. Este término identifica el
objetivo esencial de su trabajo: la elaboración de una representación gráfica
del mundo conocido, que venía a actualizar los conocimientos sobre el en-
torno territorial de los griegos. Tenía una doble dimensión.
Partía de la búsqueda de las verdaderas dimensiones de la Tierra, del
establecimiento de un medio para ubicar las distintas áreas terrestres, de
la medida y distancias de las mismas. Recurría para ello al cálculo mate-
mático y utilizaba el saber astronómico. En el marco de su tiempo, en el
contexto cultural alejandrino, delinea las nuevas perspectivas que la re-
presentación geográfica adquiría. Establece el perfil de una representa-
ción del espacio terrestre, al mismo tiempo que lo sustentaba de forma
lógica más que empírica. E incluía, en ese proyecto de representación o
pintura de la tierra, la ubicación y también una somera caracterización de

Se le atribuyen dos obras fundamentales. La primera, referida a las di-


los territorios conocidos.

mensiones y forma de la Tierra, titulada Anametresis tes ges (La medida de

daría nombre a este campo del saber griego. Constaba de tres partes, una
la tierra); la segunda, Hypomnemata geographica (Memorias geográficas), que

introducción histórica, una segunda parte de geografía matemática, dedi-


cada a la medida de la Tierra y el Ecúmene, y una tercera para la presen-
tación de los territorios (Periegesis).
Su obra se convirtió en el punto de referencia para los autores poste-
riores, desde la perspectiva matemática y astronómica y desde la perspecti-
va territorial. Estimuló la crítica y, con ella, el perfeccionamiento metodo-
lógico y la reflexión. Impulsó la mejora de esa representación de la Tierra,
en las dos direcciones que esbozaba, la correspondiente a las dimensiones
y forma de la Tierra y a la de la distribución y carácter del Ecúmene.
El ejemplo más significativo de esta actitud de mejora corresponde con
Hiparco de Nicea (194-120 a. E.), un astrónomo y matemático que disfrutó
de excepcional prestigio en el mundo antiguo y moderno. Se puede decir
que él creó la trigonometría y fue el inventor del astrolabio. Trató del mo-
vimiento del Sol, de la Luna y de las estrellas y estableció la distancia a la
Tierra de estos cuerpos celestes.
Aplicó sus conocimientos astronómicos y sus excepcionales capacida-
des matemáticas a corregir y mejorar los planteamientos y resultados de
Eratóstenes, en lo referido al método para la ubicación exacta de los luga-
res de la superficie terrestre. Es uno más de los que contribuyen también a
perfilar la representación geográfica.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 39

Desde una perspectiva geográfica su principal aportación será la intro-


ducción de un método más riguroso para calcular la localización exacta de
los puntos de la superficie terrestre. Lo hace proponiendo el recurso a la lon-
gitud y latitud. Es decir, la diferencia horaria entre dos puntos situados en
el mismo paralelo, que proporciona la longitud, y la inclinación del Sol
en el equinoccio, que establece la latitud. Los conceptos de longitud y lati-
tud son conceptos clave para la localización y representación geográfica, que
siguen vigentes.
Propuso la división del círculo máximo terrestre en 360 partes, cada
una de la cuales correspondía a un grado terrestre. Cada grado equivalente
a 700 estadios griegos (unos 1.100 metros). Lo utilizó para situar a lo largo
del meridiano los lugares habitados y para «indicar los fenómenos celestes
con respecto a cada lugar». Proporcionaba los fundamentos para una re-
presentación de la superficie terrestre como una malla de paralelos y meri-
dianos, sobre la que ubicar los puntos terrestres.
Otros autores dirigen su atención a los fenómenos físicos, al mundo de
la naturaleza inmediata y proyectan la geografía hacia lo que, en términos
actuales, son los contenidos de la geografía física. Posidonio de Apamea
(135-51 a. E.), que escribió Sobre el océano (Peri Okeanoû) y un Estudio so-
bre los cuerpos o fenómenos celestes, abordaba en su obra las zonas terres-
tres, la unidad del océano, las transformaciones de la superficie terrestre y
el problema de las mareas. Lo hizo con especial agudeza intelectual y a par-
tir de una importante información recogida de forma empírica.
Tiene el especial interés de mostrar una rica información de primera
mano. Sobre todo, muestra el uso de la teoría en la interpretación de los fe-
nómenos físicos. Establece como principio la existencia de un vínculo en-
tre macrocosmos y microcosmos, entre el mundo celeste y el terrestre.
A partir de ella elabora alguna de sus más notables hipótesis, como la de
las mareas. Actitud que tiene que ver con la filosofía en la que se sustenta,
es decir, el estoicismo.
Es el mismo enfoque que le permite establecer una relación entre las
zonas, o «climas», de uso habitual en su época, determinadas por la varia-
ción del calor, desde la denominada tórrida hasta las polares. Él establece
la relación entre esas zonas y la inclinación del eje terrestre, y su vincula-
ción con solsticios y equinoccios.
Esboza una concepción geográfica de carácter territorial, preocupada
por definir y establecer espacios diferenciados por el conjunto de elementos
físicos y de lo que hoy llamamos organización socioeconómica. Un enfoque
de lo geográfico que complementaba el inicial, más cartográfico. Introducía,
junto a los componentes étnicos, habituales en los autores griegos, y que ha-
bía desarrollado, sobre todo, Artemidoro, los de rango físico. Es un aspecto
destacado de la obra de Posidonio, en cuanto aproxima la representación
geográfica griega a saberes por los que se preocupa en la actualidad.
Tras de todos estos autores resalta la actitud intelectual que caracteriza
la cultura y el pensamiento de la Grecia clásica. Una profunda y admirable pa-
sión por conocer, por saber, por inquirir, con un talante crítico y con un mé-
todo racional. Como decía Plinio, sin «más método que las advertencias de la

40 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

naturaleza» (Plinio, HN, II; 53). La permanente interrogación sobre la natu-


raleza, la progresiva indagación racional sobre ella, el recurso al método, de-
finen las nuevas condiciones intelectuales que hicieron posible establecer los
perfiles de un saber crítico de la Naturaleza. Entre esos saberes se encuentra
la que ellos denominan geografía. La geografía de los griegos, en la época clá-
sica, identifica una original propuesta de representación del mundo terrestre,
del microcosmos, en el marco de la filosofía natural y del macrocosmos.
En el magma de las reflexiones que delinean la Filosofía de la Natu-
raleza de los griegos, la construcción de una representación reconocida, la
puesta a punto de un lenguaje, resultan de un largo proceso de varios si-
glos. Surge de propuestas de distinta índole, de mutuas críticas, que reco-
gen los autores conocidos, de opciones dispares. De ahí el perfil complejo
que presenta la llamada geografía en el mundo clásico. Que no podemos
identificar con una disciplina, al modo actual, sin caer en un notable ana-
cronismo.
La formalización de una representación de la Tierra se perfila en una
doble dirección: primero, la identificación de la Tierra como objeto celeste,
con el conocimiento de sus dimensiones y su configuración superficial; se-
gundo, la consideración práctica de este cuerpo como el soporte o bastidor
de la acción humana, el escenario de las actividades humanas. El uno vin-
culado a la determinación de las características de la Tierra, como cuerpo
celeste, que distingue la labor de los grandes astrónomos y matemáticos
griegos. El otro referido a la organización territorial de la superficie terres-
tre habitada, lo que los griegos denominaron Ecúmene. El primero en es-
trecha relación con la Astronomía y el estudio del cosmos y por consi-
guiente con el recurso a la Matemática y Geometría. El segundo más cerca
de las preocupaciones y análisis de la Historia y de la praxis política.
La primera representa una de las grandes aportaciones del pensa-
miento racionalista griego y de una actividad de elucubración y cálculo
científico de excepcional anticipación. Se manifiesta en propuestas tan sig-
nificativas como la forma esférica de la Tierra y el cálculo de sus dimen-
siones, muy cercanas a la real. De tales presupuestos derivan las hipótesis
sobre diversos fenómenos físicos de carácter geográfico.
Ellos proponen la estructura zonal en torno al Ecuador, así como la
gradación en climas, o intervalos de latitud. Propuestas o hipótesis, algunas,
de indudable osadía, cuya manifiesta contradicción con las evidencias de la
observación cotidiana hizo difícil de aceptar, y sin duda influyó en su aban-
dono posterior. Las hipótesis sobre la esfericidad de la Tierra y la simetría
de las zonas respecto del Ecuador se le hacía cuesta arriba a Herodoto. Un
autor que no parece un espíritu oscurantista o tradicional.
La segunda suponía una propuesta de indudable novedad y eficacia:
formalizaba una representación geográfica de la tierra como contenedor y
soporte de las acciones humanas. Poseía innegable trascendencia, porque
establecía una relación entre estos dos componentes, el espacio terrestre y
la actividad humana. Hacía posible analizar o contemplar la actividad hu-
mana sobre su escenario, en el sentido más literal o habitual de represen-
tación. No es una propuesta independiente de la anterior. Estaba ampara-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 41

da por el desarrollo contemporáneo de la geometría por Euclides y por la


propuesta del sistema de meridianos y paralelos. Una y otra permitían una
definición precisa de la escena, y una ubicación exacta, en teoría, de los ac-
tores en un espacio neutro.
La coincidencia de estas aportaciones en el tiempo y con la propuesta
de identificar esta representación del espacio como Geografía garantizaron
la consolidación de esta denominación y el arraigo de la misma. Fue capaz
de sobrevivir a un largo período de fragmentación, aislamiento e incomu-
nicación relativas, que afecta a las sociedades mediterráneas. Lo que los au-
tores griegos legaron es un notable y continuado esfuerzo intelectual. Pero
sobre todo legaron una imagen, una idea, una representación de la Tierra
en su doble condición de cuerpo celeste y de espacio de los hombres. Les
movía la pasión por el saber.

2. La geografía: la construcción de una imagen para la Tierra

El término geografía aparece entre los griegos en el siglo III antes de la


Era, utilizado para identificar la representación gráfica de la Tierra, su ima-
gen o pintura. Éste es el sentido que le da Eratóstenes, el primero en utili-
zar ese vocablo con ese objetivo. Es el empleo más usual que se mantiene
con posterioridad en el mundo antiguo hasta avanzada la edad moderna. La
geografía equivale a representación cartográfica, de tal modo que hacer geo-
grafía equivale a diseñar cartas o mapas (graphontes tas geographias) según
evidencia Gémino (Gémino, 1975). Es la acepción que utiliza Ptolomeo y
por ello es la que se generaliza en el siglo XVI, como muestra Alonso de San-
ta Cruz, que identifica geografía con pintura.
Se sustenta en una concepción de la Tierra, planteada en el siglo v a. E.,
que la concibe como un cuerpo esférico, de acuerdo con las observacio-
nes que se habían recogido en el análisis de los eclipses. Y en una técnica
de representación de la superficie del globo mediante un sistema de coorde-
nadas, que permitía dividir la superficie terrestre en áreas latitudinales, las
zonas o climatas. Para ello, los griegos habían tenido que resolver el pro-
blema de la determinación de la latitud y longitud, a partir de la observa-
ción empírica, de la reflexión teórica y del cálculo matemático. La curiosi-
dad y la reflexión les condujo también a racionalizar sus experiencias del
espacio terrestre, sobre todo físicas, en una serie de imágenes geográficas,
cuya validez nos las hacen familiares.

2.1. LA RACIONALIZACIÓN DE LA EXPERIENCIA: CONCEPTOS E IMÁGENES

Los griegos construyen, de forma progresiva, durante varios siglos, una


representación o modelo de la Tierra, como cuerpo celeste y como espacio.
Imágenes y conceptos que hoy seguimos manejando. Nuestra imagen de la
Tierra como un cuerpo esférico, con sus polos y ecuador, meridianos y pa-
ralelos, zonas terrestres, continentes y océanos, entre otras imágenes geo-

42 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

gráficas, arraigadas en nuestra cultura, es creación suya. Conceptos clave


de nuestro saber geográfico surgen como un producto de sus lucubraciones
racionales e indagaciones empíricas.
Los griegos introdujeron la división del globo terráqueo en zonas, de
acuerdo con su naturaleza esférica, determinadas por el desplazamiento so-
lar a lo largo del año y relacionadas, por ello, con los grandes círculos ce-
lestes: «Pertenece propiamente a la geografía la declaración de que toda la
Tierra es esférica, así como el mundo, y la aceptación de las secuelas que
se siguen de esta hipótesis, entre las cuales, una de ellas es que la Tierra
está dividida en cinco zonas» (Estrabón, II, 2,1).
Una hipótesis que los griegos atribuían a Parménides. Desde la Equi-
noccial o Ecuador, a los Trópicos y desde éstos a los Círculos Polares, per-
mitía establecer y diferenciar las distintas franjas de latitud, acordes con di-
chos círculos celestes: tórrida, comprendida entre ambos Trópicos, a un
lado y otro del Ecuador; templadas, entre los respectivos Trópicos y Círcu-
los Polares, en cada hemisferio; y glaciares, para el área determinada por
cada Círculo Polar y el Polo respectivo.
Se extendió entre los griegos la idea del carácter inhabitable de la
zona tórrida y las dos polares, por sus caracteres térmicos. La una por ex-
ceso de calor, que consideraron debían producirse en el ámbito de máxima
perpendicularidad de los rayos solares. Las otras por lo extremado del frío
y los hielos; opinión que llegó a prevalecer, inducidos por el desconoci-
miento que el mundo clásico tuvo de estas zonas. En mayor medida, por
los prejuicios de carácter cultural, que contribuyeron a asentar esa creen-
cia, respaldada por la autoridad de Aristóteles y apoyada en la lucubración
intelectual.
Sin embargo, otros autores ponían de manifiesto los argumentos ra-
cionales a favor de su habitabilidad, y destacaban las evidencias de su ha-
bitación, como hacía Gémino, en el siglo i antes de la Era: «no se puede
pretender que la zona tórrida esté deshabitada; hoy se ha penetrado en mu-
chos sectores de la zona tórrida y, en general, se encuentran habitados» (Gé-
mino, 1975). Se apoyaba, entre otros, en el testimonio de Polibio, autor de
una obra titulada Sobre las regiones equinocciales, en la que el historiador
se refiere a testigos que habían llegado a tales áreas.
Introdujeron la noción de clima: es decir, de latitud, identificada por la
altura del Sol sobre el horizonte en un determinado lugar. Y en relación con
esa noción, la de climas, es decir, intervalos de latitud o zonas latitudinales.
El clima designaba, para los griegos, una banda de latitud determinada, en
principio, por la duración, en horas, del período más largo de iluminación
solar, a lo largo del año. Corresponde, por tanto, con el solsticio de verano
en el hemisferio boreal. Lo que proporcionaba climas de distinta dimen-
sión. Es el concepto que utiliza Ptolomeo y antes que él Estrabón.
Hiparco introdujo el clima de dimensiones regulares asociado a la di-
visión del círculo máximo terrestre en 360 partes iguales, equivalentes a un
grado de 700 estadios. Sin embargo prevaleció, en cuanto a la división en
zonas o climas, la referencia a la duración del día de mayor número de ho-
ras de luz solar.
De este modo dividieron el mundo conocido por ellos en siete grandes
climas. Por regla general, cada clima correspondía al tramo de latitud en el
que la diferencia en la duración del día solar más largo, entre sus distintos
lugares, era inferior a media hora. Cada uno de estos climas recibió nom-
bre de una destacada localidad ubicada en él: Meroe (actual Jartum, Sudán),
para el «clima de Meroe», o primer clima. El «clima de Siene», recibía su
nombre de Siene, que corresponde a la actual Asuán, en Egipto, a la altura
del Trópico de Cáncer. Alejandría, Rodas, Bizancio, Boristenes (nombre anti-
guo del río Dnieper), a cuya desembocadura se refieren los griegos, y mon-
tes Ripheos (de ubicación problemática, en el centro-norte de Rusia), dis-
tinguían el resto de los siete grandes climas o zonas de latitud, con dife-
rencias de media hora en la duración del día más largo o día del solsticio
de verano.
Este procedimiento es el que, a través de Ptolomeo, se transmite en la
Edad Media y el que se recoge en el siglo XVI. Los viajes de los europeos al-
teraron sustancialmente el mundo conocido e impusieron la revisión y el
desarrollo del esquema clásico. Es lo que señalaba Alonso de Santacruz, al
indicar «que no siete climas, como los antiguos geógrafos imaginaron, mas
veynte e quatro muy rectamente pornemos (pondremos) desde la equinocial
(ecuador) hazia cada polo y hasta el círculo más próximo a él, donde los
que lo tienen por zénith tienen un día natural de veinte e cuatro horas con-
tinuas sin noche, porque desde allí hasta llegar al polo se pierde la consi-
deración de día artificial».
Una imagen de la tierra, con su círculo equinoccial o Ecuador, con sus
paralelos y con su círculo máximo o meridiano, «que pasa por los polos y
por el zenit; cuando el sol se encuentra en este círculo es mediodía». De ahí
el nombre que recibían, en griego, tanto el meridiano como el punto cardi-
nal correspondiente al mediodía: mesembrino.
La Tierra, con su Ecuador o línea equinoccial (en realidad, en griego
alude a la igualdad de los días y por ello se denomina Isemera), con sus Tró-
picos de Cáncer y Capricornio, con sus círculos polares -Ártico y Antárti-
co-, y polos, con su eje, que une los polos, responde a una imagen elabo-
rada por los griegos. Deriva de la representación del cielo o mundo como
una esfera cuyo centro era la Tierra, según la concepción de Anaxímenes.

44 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Una representación convertida en nuestro marco universal de la Tierra


como cuerpo celeste.
De forma similar elaboran los griegos una primera imagen o represen-
tación de los puntos cardinales y, en relación con ella, del sistema de vien-
tos. Los puntos cardinales aparecen en todas las sociedades y todas ellas po-
seen, asimismo, una más o menos desarrollada rosa de los vientos, que sir-
ve para completar el sistema de los puntos cardinales. Los vientos domi-
nantes, identificados por el punto de procedencia, permitían señalar los
puntos cardinales.
Proporcionaban una red de referencia que, por su propia naturaleza,
tenía un carácter local. Un esquema básico de la circulación atmosférica
que los griegos primero y los romanos después, convierten en un sistema
de referencia geográfica de valor general para el ámbito mediterráneo.
Los vientos se convierten en referencias cardinales o sistemas de orien-
tación.
Una rosa de los vientos, por tanto, de raíz empírica. Iniciada con los
cuatro vientos cardinales -la salida y puesta del Sol constituyó el eje de
referencia primario-, completado por el curso intermedio del astro, el me-
diodía, perpendicular al primero. Para los griegos, el Eos, es decir, la Au-
rora, o el Alba, identificó el punto cardinal de la salida del Sol, que los grie-
gos llamaban apeliotas; del mismo modo que el Céfiro, correspondía al pun-
to cardinal de la puesta solar; el viento Noto, «viento de lluvia,,, que pro-
cedía del mar, permitió ubicar el mediodía, o Mesembrino; el Bóreas, el
viento de las montañas, situadas al norte, sirvió para identificar el punto
cardinal, el Arctos, es decir, la Osa, que marcaba la dirección polar. Pro-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 45

porcionaron los cuatro puntos cardinales. El nombre de los vientos pasó a


indicarlos: boreas el Septentrión; eos el Levante, noto el Mediodía, céfiro el
Occidente.
La percepción empírica de la variación que la puesta y ocaso del Sol
presentaba en las estaciones del solsticio respecto del equinoccio permitió
enriquecer los cuatro puntos cardinales con otros cuatro. Son los corres-
pondientes a los denominados oriente de verano (theriné anatolé), identifi-
cado por la salida del Sol en el solsticio estival, intermedio entre el Bóreas
y el Eos, y conocido como Cesias o Boreas. El Euro, que sopla desde el
oriente de invierno (xeimeriné anatolé), localizado entre Apeliotas y Noto.
Liba -viento de lluvia-, identificado con el occidente de invierno (xeimeri-
né dysis), o puesta del Sol en el solsticio de invierno, ubicado entre Noto y
Céfiro. Argestes, «el viento que escampa», viento del occidente de verano
(theriné dysis), intermedio entre Céfiro y Bóreas.
Rosa de los vientos que, con leves retoques, mantienen los romanos,
con su propia nomenclatura, pero de estricta equivalencia a la griega: sub-
solanus, vulturnus, austrus y africo, favonius y corus, aquilon y septentrion.
Sintetizaba la experiencia empírica del mundo antiguo, en el marco del Me-
diterráneo, como resaltaban los autores del siglo XVI . Los doce vientos que
compusieron la rosa de los vientos más compleja del mundo antiguo, aun-
que el uso habitual no utilizó, por lo general, más que los ocho básicos,
como indicaba Plinio.

2.2. LA GEOGRAFÍA COMO REPRESENTACIÓN: LA IMAGEN CARTOGRÁFICA

Son las imágenes y nociones que dan forma a una representación o


idea de la Tierra y de la superficie terrestre. Imágenes y nociones que cons-
tituyen el modelo con el que entender e interpretar el mundo conocido, de
acuerdo con un esquema inteligible y racional, como cuerpo celeste y como
espacio terrestre. En este último aspecto hacía posible ubicar los lugares de
la Ecúmene según su posición en longitud y latitud y perfilar el contorno
de tierras y mares, esbozar el trazado de cursos de agua y montañas, de
forma objetiva. Permitía colocar los lugares. Era factible presentar esas imá-
genes en un marco abstracto; dar forma visible a las mismas. O lo que es
lo mismo, construir una imagen gráfica, una pintura de la Tierra.
Los griegos construyeron una elaborada representación de la Tierra
como cuerpo celeste, que se traduce también en la imagen de la superficie
terrestre, de sus partes, de su distribución y de algunos de sus rasgos o ca-
racteres. Vinculados, unos con sus circunstancias astronómicas y, otros, con
su naturaleza física. Una orientación que se encuentra en el origen de la geo-
grafía como saber. Distingue a numerosos autores de la Antigüedad, para
los que la Tierra aparecía como un objeto celeste. La geografía se percibe
como el saber destinado a medir y valorar sus dimensiones como cuerpo
celeste y determinar la ubicación de las regiones y áreas que la componen.
Es decir, a proporcionar su imagen gráfica, su representación o pintura, de
forma rigurosa.
la Antiguedad, la imagen de la tierra como un cisco, según aparece en los
autores antiguos, como Homero. Entendieron que las tierras conocidas for-
maban a modo de una gran isla rodeada por el océano universal o exterior
y dividieron el espacio terrestre conocido en tres grandes unidades o conti-
nentes: Europa, Asia y Libia (África). El límite entre las primeras lo esta-
blecieron a lo largo del río Tanais (el Don actual), mientras la separación
entre Asia y África la establecía el río Nilo, de tal modo que las tierras al
oriente del río formaban parte del continente asiático. El mediterráneo era
el eje de esta masa de tierras, cuyos bordes exteriores conocían mal y cu-
yos contornos, por consecuencia, eran imprecisos y vagos.
La teoría de la esfera para la Tierra, y para el mundo, es decir, para
el espacio celeste, proporcionaba un marco teórico decisivo: permitía uti-
lizar la geometría y la matemática para indagar en los fenómenos natura-
les relacionados con la naturaleza de cuerpo celeste de la Tierra. Es lo que
evidencia la obra de Aútólicos de Pitana, un autor del siglo iv antes de la
Era, dedicada precisamente a La esfera en movimiento: las salidas y pues-
tas del sol (Aújac, 1979). Permitía también abordar el cálculo de las di-
mensiones terrestres y hacía posible elaborar una nueva imagen para el
mundo, una representación rigurosa del mismo, aplicando los conoci-
mientos astronómicos y matemáticos que los propios griegos impulsan en
esa época.
Eratóstenes, inventor del término que distinguía este tipo de objetivo,
es el que elabora y aplica el método para evaluar las dimensiones del globo
terráqueo y trata de ubicar las tierras conocidas en una representación. En
el marco cultural e intelectual de la filosofía griega, a partir de la hipótesis
de la esfericidad de la Tierra, su cálculo reposa sobre un ejercicio racional de
carácter matemático y astronómico: consiste en la medida precisa de un
arco del círculo máximo terrestre o meridiano, que por deducción, permi-
tiría evaluar la de dicho círculo máximo.
Eligió, para ello, el comprendido entre Siena y Alejandría, en Egipto,
localidades que los antiguos suponían ubicadas en el mismo meridiano, y
respecto de las cuales se creía conocer la distancia que les separaba, unos
5.000 estadios (790 km), gracias a los agrimensores egipcios. A partir de
esta información, la valoración de Eratóstenes se sostenía en evaluar el arco
de meridiano que correspondía a esa distancia. Evaluación realizada me-
diante la comparación de la inclinación de los rayos solares en el solsticio
de verano en ambas localidades. Recurrió, para ello, a la sombra que se pro-
yectaba en el fondo de un pozo, medida con un instrumento puesto a pun-
to por los griegos, denominado gnomon, perfeccionado para poder hacer

En el mismo momento en que los rayos del sol llegaban al fondo del
una lectura directa del ángulo (Szabo y Maula, 1986).

pozo de forma perpendicular, y por tanto sin proporcionar sombra, en Sie-


ne (población localizada en el Trópico de Cáncer), en Alejandría se proyec-
taban con una sombra, cuyo arco calculó Eratóstenes en 7° 12'. Los 5.000
estadios o 790 km de distancia correspondían a 7° 12' del arco de meridia-
no terrestre. Medición que permitía la valoración del tamaño de la Tierra,

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 47

y de sus proporciones, de una forma teórica, de acuerdo con la geometría


de la esfera.
Según estos cálculos, el cuadrante del meridiano medía 62.500 estadios
y la longitud del meridiano terrestre ascendía a 250.000 estadios, redon-
deados por Eratóstenes en 252.000 por razones de comodidad en el cálcu-
lo sexagesimal (Aujac, 1966). Dada la longitud que se atribuye al estadio uti-
lizado por Eratóstenes (157,5 m), suponía del orden de 39.690 km para
el meridiano terrestre. Un valor de extraordinaria precisión, puesto que el
círculo ecuatorial mide 40.120 km. En base a la teoría de la esfera y al
cálculo matemático, Eratóstenes había podido determinar, con un muy alto
grado de aproximación, las dimensiones de la Tierra.
Las noticias de los navegantes y viajeros hacían factible el tratar de es-
tablecer también las dimensiones del espacio habitado conocido por los
griegos. Es decir, el área entre el borde occidental de Iberia y Terne (Irlan-
da), y el extremo de la India, al este. Incluso posibilitaba establecer el al-
cance de los límites más difusos, ártico y meridional del Ecúmene, tierras
mal conocidas o desconocidas para los griegos, y completar con ello las di-
mensiones de la Tierra con la ubicación y dimensión de las tierras y mares.
El cálculo de las dimensiones proporcionaba una distancia desde el
Ecuador hasta la isla de Thule del orden de los 45.750 estadios. El cálcu-
lo tenía carácter teórico apoyado en los datos empíricos de Pytheas, un
navegante marsellés. Los viajes de éste, un par de siglos antes, ubicaban
a Thule a unos seis días de navegación del extremo septentrional de las Is-
las Británicas. Corresponde, aproximadamente, a unos 3.600 estadios,
poco más de 5° de latitud, lo que situaba a Thule en el paralelo 65° N, al
borde del Círculo Polar. Cálculo que estaba de acuerdo con las considera-
ciones que atribuían a este lugar una inmediata proximidad al mar hela-
do y al punto en que el día artificial desaparece, según las observaciones
de Pytheas.
De Oeste a Este, las noticias de los navegantes y las informaciones
aportadas por las conquistas de Alejandro Magno permitieron a Eratóste-
nes localizar y dibujar el perfil del mundo conocido entre Iberia y la isla de
Trapobana (Ceilán o Sri Lanka), finisterrae oriental. Eratóstenes atribuyó al
ámbito comprendido entre el extremo occidental de Iberia y el oriental de
la India 78.000 estadios, a lo largo del paralelo 36° (que corresponde a Ro-
das) considerado como el círculo de referencia por los antiguos, desde que
lo propusiera Dicearco. Esa distancia equivale a unos 12.285 km, unos 111°.
Datos empíricos aproximados, cálculos matemáticos precisos e ideas o
prejuicios aceptados, permitieron a Eratóstenes construir una imagen con-
sistente del globo terráqueo y del Ecúmene. Sin embargo, carente de un sis-
tema de localización por coordenadas precisas, ubicó las tierras conocidas
de acuerdo con un conjunto de líneas meridianas y latitudinales, que per-
mitían estructurar la superficie de la Ecúmene en grandes rectángulos, que
él denominó esfrágides, término recogido de los agrimensores egipcios. Con
este recurso era posible ubicar las tierras y establecer una malla para la des-
cripción de los países y pueblos. Carecía, en cambio, de un método de ubi-
cación de cada lugar terrestre.

48 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Se superaban las representaciones precedentes, más intuitivas que ri-


gurosas. Establecía las premisas para la representación precisa del espacio
terrestre y, con ello, las bases de una cartografía del mundo conocido. Ésta
cristalizará en el momento en que se adopte el sistema de coordenadas geo-
gráficas, en relación con un procedimiento preciso para la determinación de
la latitud y longitud, y se resuelva el problema de la representación de la su-
perficie esférica terrestre en un plano, es decir, con un sistema de proyección.
Una y otra cuestión de carácter teórico y de orden práctico fueron plantea-
das por los griegos de la etapa clásica y para una y otra dieron respuesta.
La formulación desarrollada y moderna del sistema de coordenadas
corresponde a Hiparco de Nicea, un siglo después de Eratóstenes, con la
introducción de la longitud y latitud, como determinaciones para la locali-
zación de los diversos puntos de la superficie terrestre. Los griegos descu-
brieron que el cálculo de la longitud estaba en relación con la diferencia
horaria entre dos puntos de la superficie terrestre y que esa diferencia hora-
ria se podía evaluar por medio de la observación de determinados fenómenos
celestes, entre ellos los eclipses. El principal obstáculo para su realización
provenía de la insuficiencia instrumental para la medida del tiempo, obstácu-
lo que perdurará hasta el siglo XVIII.
De forma similar, relacionaron la latitud con la altura del polo sobre
el horizonte o con la altura del Sol, es decir, el ángulo que sobre la ver-
tical de un lugar presenta la posición relativa del Sol. Habían observado
la variación que a lo largo del año se producía, sobre el meridiano, en la
duración del período de iluminación diaria, entre el máximo del solsticio
de verano y el mínimo del solsticio de invierno y habían medido esa du-
ración en horas y fracciones de hora. Método utilizado para definir los
distintos climas, según hemos visto, de acuerdo con la duración del día
más largo en cada zona o clima. Hiparco establece una relación o ratio
entre la duración máxima y mínima del día para el cálculo de la latitud
de cada lugar.
El hallazgo intelectual y empírico esencial procede de la hipótesis de
utilizar esa variación del período de iluminación para determinar la posi-
ción en latitud de un lugar y de la elaboración de un procedimiento depu-
rado para conseguirlo, así como de los instrumentos y medios para facili-
tarlo. Entre estos instrumentos se encuentra el gnomon, especie de cua-
drante solar (similar a un reloj solar), y el astrolabio.
El método se basaba en el cálculo del equinoccio (el día del año en que
el período de luz solar es igual al período sin luz solar, de tal modo que el
día y la noche tienen la misma duración), información que no podía obte-
nerse de forma directa, por la observación de la sombra, como en el caso
de los solsticios. Las únicas observaciones empíricas disponibles eran las
del día más largo y el más corto, obtenidas por medio del gnomon, en rela-
ción con la sombra proyectada por éste, máxima en el solsticio de invierno
y mínima en el de verano.
La evaluación del día equinoccial sólo se podía hacer de modo deduc-
tivo, por medio de la geometría y la matemática, a partir de las longitudes
de la sombra mayor y menor y de la proporción de las mismas con la vari-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 49

lla del gnomon que proyectaba la sombra. Con el auxilio de la trigonome-


tría, aplicada a un conjunto de triángulos formados por las líneas de la som-
bra equinoccial, el eje del gnomon y el meridiano, es posible el cálculo del
ángulo que indica la altura del Sol sobre el horizonte y, por tanto, la latitud
de un lugar.
La elaboración de tablas detalladas, con los valores angulares y su co-
rrespondientes valores latitudinales, facilitó el uso de los instrumentos y la
determinación de la latitud, sin necesidad de recurrir a los cálculos mate-
máticos en cada momento y en cada caso. Por la vía múltiple de la refle-
xión teórica, del cálculo matemático renovado y de la observación empíri-
ca, los astrónomos y matemáticos griegos hicieron posible abordar el pro-
blema de la representación de los lugares terrestres de una forma rigurosa.
Es la gran contribución de Hiparco, inventor, en cierto modo, de la trigo-
nometría, y el primero que la aplica al cálculo de las latitudes geográficas.
De forma contemporánea, los filósofos griegos plantean y resuelven el
problema de la proyección de una superficie esférica en otra plana. La pro-
yección equiangular que, conservando el valor de los ángulos esféricos en
el plano, desplaza la máxima deformación de las superficies hacia los bor-
des del mapa, corresponde a los griegos clásicos. Es decir, la primera pro-
yección de tipo conforme para la representación de la superficie terrestre.
De igual modo que proponen la proyección cónica polar, que hará popular,
siglos más tarde, Ptolomeo. El sistema de proyección, más el de coordena-
das geográficas, hacía posible la representación de la superficie terrestre y
de las tierras conocidas, así como la localización de los pueblos y lugares
en ella. Este último es el objetivo de Marino de Tiro y, sobre todo -como
máximo exponente o más conocido, de esta corriente-, de Ptolomeo.
Ptolomeo (90-168 de la Era) es un astrónomo y matemático nacido en
Egipto, que vivió y trabajó en Alejandría, el gran centro intelectual del
mundo clásico. Su concepción del sistema solar, así como la trigonometría
para uso astronómico, que puso a punto, constituyen una síntesis del co-
nocimiento teórico y práctico del mundo antiguo. Ptolomeo reunió ese sa-
ber en los trece libros de su Sintaxis mathematica (He mathematike syntha-
xis). En ella se resumía el conocimiento matemático aplicado a la astrono-
mía y se describían y fundamentaban los instrumentos empleados en la ob-
servación de los astros, en orden a la determinación de sus posiciones.
Su indudable fama de astrónomo y matemático se complementa con
la que tiene como geógrafo, vinculada a su Geographike hyphegesis -guía
geográfica-, más conocida como Geografía o Cosmografía. Está compues-
ta por ocho libros, el primero y el último dedicados a establecer los con-
ceptos de cosmografía, geografía y topografía, así como las bases matemá-
ticas de la representación cartográfica. Incluye sus cálculos sobre la di-
mensión de la Tierra. En estos libros proporciona, de forma ilustrada, el
método de cálculo de las latitudes a partir de la altura del Sol en el hori-
zonte. Señala también las fuentes de información empírica para la elabo-
ración cartográfica y los problemas derivados del carácter de tales fuentes,
por lo general relatos de viajeros y navegantes. En el resto de los libros re-
coge, en forma de tablas, las longitudes y latitudes de un gran número de

50 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

lugares y pueblos, más de 8.000, en total. Iba acompañada por un total


de 27 mapas elaborados a partir de esos datos.
La obra tiene como objeto completar y corregir una obra similar rea-
lizada por Marino de Tiro, en el siglo i de la Era cristiana, más pobre en el
registro de lugares, pero la primera que se plantea el objetivo de una re-
presentación cartográfica apoyada en el cálculo de las coordenadas geográ-
ficas de los lugares y en la recopilación de información sobre un gran nú-
mero de ellos.
Marino de Tiro ubicaba las tierras más meridionales conocidas en Áfri-
ca -entonces denominada Etiopía-, en el hemisferio austral, correspon-
diendo con la localidad de Agesimba y el llamado Cabo Prasum. Les atri-
buía la latitud del Trópico de Capricornio. Situaba el extremo septentrional
en Thule, sobre los 63° N. Y localizaba las tierras más orientales en Sera,
Sinae y Catigara. Evaluaba Marino de Tiro la extensión de la Tierra habita-
da, de Oriente a Occidente, entre las islas Afortunadas, es decir las Cana-
rias, y las costas orientales de Asia, en un total de 225°. Es decir, casi 100°
más de la real, que resulta de unos 126 ° .
La crítica de Ptolomeo se refería a las insuficientes cautelas que acha-
caba a Marino de Tiro, en el sentido de haberse fiado en exceso de los re-
latos de los viajeros. Como consecuencia, sus cálculos de las dimensiones
del mundo habitado serían erróneos, a juicio de Ptolomeo, en particular, en
lo que concierne a los límites meridionales del Ecúmene. La ubicación de
Agesimba y el Cabo Prasum la reduce a sólo 16 ° S, equivalente a la de Me-
roe, en el hemisferio septentrional.
Con esos presupuestos teóricos y con tales datos acometió la repre-
sentación cartográfica del mundo conocido, con el perfil de sus continen-
tes, mares, e islas, y con la ubicación de sus lugares, sobre una malla de me-
ridianos y paralelos, tal y como había propuesto Hiparco. Lo hace de acuer-
do con un sistema de proyección que propone y aplica en orden a corregir
la utilizada por Marino de Tiro, en que meridianos y paralelos formaban án-
gulos rectos. Aplica la proyección cónica o pseudo polar. Son las 27 cartas
que acompañaban a su Geografía. Una imagen cartográfica del mundo co-
nocido que era la más completa del mundo clásico y que será la que llegue
al mundo islámico y a la Europa de finales de la Edad Media.
Imagen asentada sobre los cálculos y métodos de Poseidonio. Para este
autor, que realizó un cálculo de las dimensiones del círculo máximo terres-
tre alternativo al de Eratóstenes, por otros procedimientos, la circunferen-
cia terrestre medía 180.000 estadios. El Ecúmene cubría, de Este a Oeste,
unos 70.000 estadios, medidos en la latitud del paralelo 36°. Esta distancia
representaba la mitad del círculo correspondiente al paralelo de referencia,
evaluada en 140.000 estadios. Como consecuencia, los 70.000 estadios del
Ecúmene dilataban el borde oriental de Asia hasta los 177° y reducían drás-
ticamente las dimensiones del océano entre las costas asiáticas y las occi-
dentales de Iberia (Sarton, 1959). Un error determinante en los razona-
mientos de los navegantes del siglo XV , transmitido por Ptolomeo, que re-
coge el cálculo de Poseidonio y margina el de Eratóstenes, el más aceptado
en el mundo antiguo (Aujac, 1975).

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 51

Ptolomeo identifica la concepción de la geografía como representación


cartográfica desde una perspectiva puramente geométrica, de localización y
descripción, según su inicial planteamiento. Concepción que él mismo ex-
plicita: «La geografía es la descripción imitativa y representativa de toda la
parte conocida de la Tierra junto con lo que generalmente le es propio. El
objeto propio de la geografía es únicamente mostrar la Tierra en toda su ex-
tensión conocida, cómo se comporta tanto por su naturaleza como por su
posición. Ésta sólo admite descripciones generales como las de los golfos,
las grandes ciudades, las naciones, los ríos principales, y todo aquello que
merece ser reseñado en cada género» ( Geografía, I, 1).
La corografía se limitaba a «considerar los lugares separadamente
unos de otros, y a exponer a cada uno en particular con la indicación de
sus puertos, ciudades, los más pequeños lugares habitados, los desvíos y si-
nuosidades de los ríos menores, los pueblos y otros pormenores de este gé-
nero», como el propio Ptolomeo precisaba, sin duda desde una concepción
cartográfica, tanto de la geografía como de la corografía.
Para Ptolomeo, la geografía tenía este objetivo de estricta figuración o re-
presentación cartográfica del conjunto de la Tierra y de sus partes principa-
les, sus grandes rasgos en cuanto a configuración o forma, sus elementos más
sobresalientes. La que llama corografía se entiende como la representación
cartográfica de un área limitada de la superficie terrestre. No fue la única re-
presentación construida por los griegos, aunque haya sido la única conocida
y, sobre todo, la que mereció una acogida más destacada en la Edad Media.

3. La geografía de los territorios: el escenario terrestre

Desde postulados filosóficos vinculados con las corrientes estoicas y


desde el interés de los historiadores por ubicar los acontecimientos políti-
cos y el devenir de los pueblos se perfila en el pensamiento clásico un tipo
de enfoque complementario del cartográfico. Se preocupa por los territo-
rios, contempla el conocimiento geográfico desde la aplicación política, e
intuye su potencial propedéutico, formativo e instrumental. Más que la Tie-
rra, le interesa el Ecúmene.
Se siente atraído por el vínculo entre el despliegue de los actores y el
teatro del mismo, más que por las dimensiones y partes de la superficie te-
rrestre. El espacio terrestre se percibe como retablo, a modo de damero. La
imagen de la superficie terrestre como escenario se construye a partir de
esos enfoques, que tienen relación con la paralela construcción por los grie-
gos del concepto de espacio matemático o espacio geométrico, esto es, el
espacio de Euclides. Es una representación de la Tierra como escenario.

3.1. LA IMAGEN DE LA TIERRA: OTRAS PERSPECTIVAS

Los griegos aportaron también una concepción de la geografía intere-


sada en el espacio habitado y, por tanto, en las relaciones entre los diversos
orientación sistematiza y aporta una determinada Corma de ver el mundo,
una representación conceptual del espacio terrestre. Constituye una repre-
sentación del espacio habitado desde una perspectiva no cosmográfica sino
territorial. Como un discurso sobre territorio y sociedad.
Un rasgo sorprendente por su modernidad, oscurecido por su habitual
identificación con la descripción territorial o regional, con lo que, en la tra-
dición ptolemaica, se denominó corografía. Sin embargo, nada tiene que ver
con la corografía de Ptolomeo. Se trata de una reflexión no sobre los luga-
res sino sobre la Ecúmene, es decir, sobre el espacio de los hombres. Se
plantea como una reflexión o representación de los pueblos y de sus accio-
nes en el marco o escena terrestre.
Insinuado en los historiadores, desde Herodoto a Polibio, se perfila con
plenitud en las obras de Artemidoro y Poseidonio de Apamea, y, sobre todo,
en Estrabón. Muestra una percepción del espacio como un conjunto orde-
nado de territorios y lugares encajados en un bastidor terrestre hecho de re-
gularidades y de procesos. Configura el cuerpo de un discurso propiamen-
te dicho, más allá de la simple recopilación de sucesos o del mero catálogo
de pueblos y lugares.
Herodoto intenta, en una aproximación breve, la ordenación de las in-
formaciones sobre el espacio conocido en su momento. Trataba de esbozar
una representación del mundo contemporáneo, en su extensión y ubicación,
trataba de aportar una imagen de los grandes territorios y de los menores.
El autor griego recoge elementos territoriales básicos que tienen que ver
con las diferencias étnicas, con las particularidades sociales, con las singu-
laridades y regularidades del espacio. Se hace eco de las novedosas teorías
que sus contemporáneos aportaban entonces, como la esfericidad de la Tie-
rra o la sucesión simétrica de los climas, en grandes zonas.
Un atisbo de globalidad que, por lo general, queda supeditada a la per-
cepción de elementos significativos: como la estructura urbana de Babilonia,
las crecidas del Nilo y su relación con el espacio nilótico, la dinámica del
delta, entre otros. Demuestran la aparición de una nueva sensibilidad hacia
el entorno. Esa sensibilidad es la que aparece en la obra de otros historia-
dores, como Polibio. Se extiende entre los historiadores la idea de introdu-
cir el discurso histórico, es decir, el discurso político o ético, a partir de una
previa presentación -representación- del escenario terrestre habitado por
los hombres, del Ecúmene. Un planteamiento que se hará general entre los
historiadores o relatores geográficos del mundo antiguo. Es una actitud no-
vedosa que distingue la obra de autores como Poseidonio y Estrabón.
Estrabón (60 a. E.-21 d. E.) es un historiador que, al final de su vida,
se aproxima a la geografía. El discurso de Estrabón aparece como una in-
terpretación renovada de la geografía. Se trata de una reflexión sobre la na-
turaleza y el significado de la representación geográfica, que integra, tanto
la tradición geométrica o cartográfica como la física y territorial.
Es también una síntesis de los conocimientos adquiridos sobre el mun-
do conocido tras las conquistas romanas, en la vía de otras obras anteriores,
hasta el punto de que permite reconstruir buena parte del saber precedente

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 53

del que no se tiene información directa. Una indagación de notable valor y


modernidad (Aujac, 1966). En consecuencia, tiene el doble valor de formular
un nuevo enfoque para la tradicional representación geográfica y de desple-
gar una imagen actualizada de esa representación acorde con su tiempo.
Estrabón recoge de forma sistemática cuantas informaciones e hipóte-
sis se han acumulado durante los siglos precedentes acerca de la Tierra, sus
lugares, territorios y configuración espacial. Desde las noticias homéricas y
los periplos o itinerarios de los navegantes hasta las obras de los que él re-
conoce como sus antecesores, de Herodoto a Poseidonio y Polibio.
Lo hacía en el marco, en no pocas ocasiones, de lo que sin duda su-
ponía un debate no cerrado en torno a cuestiones susceptibles de interpre-
taciones divergentes. Circunstancia que condiciona lo que podemos consi-
derar el anacronismo de muchas de sus descripciones, en la medida en que
las fuentes que utiliza tienen un origen cronológico dispar. La descripción
de Estrabón no es contemporánea para el conjunto de las regiones.

3.2. ESTRABÓN: DE LA TIERRA A LOS TERRITORIOS

Su obra es un intento de ordenación que tiene un doble objetivo: ubi-


car los territorios y lugares y representarlos de una forma progresiva y se-
cuencial de acuerdo con un modelo conceptual y expositivo. Se trataba de
establecer los caracteres generales y específicos de los mismos. Se los utili-
zaba como marcos de presentación de los diversos pueblos y como escena-
rios de las acciones y acontecimientos pasados y presentes. Estrabón ex-
tiende ante el lector -lo formula de modo explícito- un discurso que ten-
drá un arraigo innegable y que, sin duda, poseía aceptación: el espacio
terrestre como retablo, como tablero, como escenario de los hechos huma-
nos. El gran retablo de la aventura humana.
Un discurso y una concepción que el propio autor explicita en la me-
dida en que relaciona conocimiento del espacio, lugares, territorios, con ac-
tividad política y ejercicio del poder. Evidenciaba la estrecha implicación
del saber geográfico con el dominio del espacio. Estrabón prescinde, en
gran medida, de la consideración de la Tierra como cuerpo celeste, es decir,
de la orientación cosmográfica y geométrica de la geografía, que prevalecía
en las representaciones geográficas hasta entonces.
El fundamento matemático o geométrico tiene para Estrabón la finali-
dad de situar adecuadamente y delimitar con la mayor precisión posible los
territorios. Son éstos su verdadero objeto, el objeto de la geografía que pro-
pone. Estrabón reduce esas materias al papel de conocimientos necesarios
y convenientes para el geógrafo.
Lo hace porque distingue la geografía del simple saber descriptivo de
los itinerarios, faltos de fundamento riguroso: «Así ha ocurrido que los que
se han ocupado en describir los puertos y los denominados periplos han rea-
lizado una investigación incompleta por haber dejado de lado todo aquello
que se refiere a las matemáticas y a los fenómenos celestes que convenía
haber añadido» (I, 1, 21).

54 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La conveniencia e incluso necesidad, de tales conocimientos por parte


del geógrafo, no suponen, para Estrabón, su preeminencia y mucho menos
su exclusividad. Constituyen conocimientos subordinados, exigidos porque
la consideración global de la Tierra como tal, de las condiciones de su ocu-
pación y de las características que lo explican pueden justificar el recurso a
los mismos. Una concepción de la geografía que, de forma matizada pero
nítida, establece los límites con lo que era, hasta entonces, dominante. Se
tendía a asociar esta disciplina con su expresión más astronómica o, como
entonces se decía, matemática, limitada al cálculo y valoración de las di-
mensiones de la Tierra, de sus círculos y climas.
Reivindicó la autonomía de la geografía, en la medida en que ésta debe
contar con su propio objeto, objetivos y método, diferentes de los que aqué-
llas poseen. Reivindicó otros conocimientos, referidos a «lo que se encuentra
sobre la Tierra, por ejemplo, de los animales, de las plantas y de todo lo útil
o nocivo que contiene el mar y la tierra»; en la senda de la obra de Posidonio.
Esta ruptura del cordón umbilical de la geografía que le mantenía su-
jeta a sus orígenes supone la propuesta de una geografía desvinculada de
los métodos y enfoques de la astronomía. La geografía, para Estrabón, no
trata de la Tierra-planeta sino de la ocupación de la Tierra por los huma-
nos. Es lo que desarrolla en su Geografía, cuyos 17 libros proporcionan una
i magen del mundo contemporáneo, el mundo conocido, Ecúmene, que era
el que debía abordar la geografía, en palabras del propio Estrabón, y una
justificación del discurso geográfico, que ocupa los dos primeros libros.
La Geografía, para el autor de Amasya, trata de la Tierra habitada (Ge
Ecúmene) y no de la Tierra como cuerpo celeste: «Porque lo que pretende
el geógrafo es exponer las partes conocidas de la Tierra» (II, 5, 5). Intenta
explicar las acciones humanas en relación con el marco o escenario en que
se desenvuelven. Tiene en cuenta los caracteres naturales y los factores po-
líticos que subyacen en el desarrollo histórico: «en unos lugares se dan bue-
nas condiciones y malas en otros, y distintas conveniencias e incomodida-
des, en parte debidas a la naturaleza del lugar y en parte a causa del tra-
bajo humano, será necesario declarar la naturaleza de los lugares, puesto
que estas características son permanentes, mientras que pueden variar las
que son añadidas. Sin embargo, también entre éstas habrá que mostrar
aquellas que pueden permanecer por mucho tiempo» (II, 5,17).
Perfila Estrabón, aunque no lo destaca, el vínculo del conocimiento geo-
gráfico con la duración, con la persistencia, separándolo de lo contingente
o pasajero. La idea de lo geográfico como el ámbito de las constantes, que
tan profundamente ha marcado el pensamiento y la cultura geográficos
aparece en su obra.
Para el autor griego la geografía es una disciplina de valor político o,
en mayor medida, una «disciplina que pertenece en gran parte al dominio
de lo político» (I, 14). «Toda la geografía es una preparación para las em-
presas de gobierno pues describe los continentes y los mares internos y ex-
ternos de toda la Tierra habitada» (I, 16). Una dimensión práctica explícita
en que la geografía se concibe como «una preparación para las empresas de
gobierno».
LASCULTRASDEL SPACIO,LASCULTRASGEORÁFICAS
Éstas no pueden ser indiferentes al conocimiento del espacio, «porque
se podrá gobernar mejor cada lugar si se conoce la amplitud y ubicación
de la región y las diferencias que posee, así en su clima como en sí misma»
(I, 16). Como conocimiento práctico, de interés, por «aquella razón de que
la mayor parte de la geografía se refiere a las necesidades del Estado».
La utilidad del conocimiento desde una perspectiva política representa
para Estrabón la justificación de la geografía. Esta imbricación de lo geo-
gráfico con el poder se fundamenta en lo que representa el núcleo de lo que
constituye el discurso geográfico de Estrabón: la concepción de la superfi-
cie terrestre de la Tierra, como el sustrato o escenario de las acciones hu-
manas, «porque el lugar donde se realizan las acciones es la Tierra y el mar
que habitamos». Su representación se perfila como escenario, es decir,
como vinculación de escena y actor. La Tierra como retablo, el retablo de
las maravillas humanas.

3.3. LA ESCENA TERRESTRE: EL RETABLO HUMANO

De ahí la estructura de su obra. Sus dos primeros libros están dedica-


dos a lo que podemos considerar la teoría y el método de la geografía. En
ellos, a través de la crítica de la obra de sus principales antecesores, trata
de depurar el objeto de la representación geográfica y el método apropiado
para su desarrollo. En ellos discute y postula una cierta orientación y na-
turaleza para la geografía. Interesado por los actores y las acciones huma-
nas, en relación con su formación estoica, se interesa por el marco o esce-
nario en que aquéllos ejercen y en que éstas se desarrollan.
Lo que Estrabón reclama es la posibilidad de un saber riguroso, lógi-
co, de rango por tanto filosófico. La filosofía identifica el conocimiento ba-
sado en la razón, el conocimiento crítico, y, por consiguiente, podemos
entender representa lo que hoy denominamos el conocimiento científico.
Propugna acudir, tanto a los datos empíricos, aportados por la observación
directa, propia o transmitida, como a la deducción lógica (matemática,
geométrica, etc.). Así lo formula: «Ya hemos dicho que esto se demuestra
por medio de los sentidos y del razonamiento» (II, 5, 5).
Una representación de la Tierra, pero no como cuerpo celeste sino
como «espacio» de los hombres. De ahí que haga hincapié en que la geo-
grafia trata, de modo preferente, del Ecúmene, el que corresponde a la ac-
ción o intervención de los humanos. Resalta, por consiguiente, en Estrabón,
una pretensión de circunscribir lo que es geográfico, lo que debe ser obje-
to de esa representación que es la geografía. Reivindica una geografía del
espacio habitado, hasta el punto de rechazar o desconsiderar el interés por
aquellas áreas marginales por sus condiciones de habitabilidad. Lo que le
lleva a estrechar el Ecúmene o espacio geográfico en mayor medida que lo
que proponían los autores anteriores a él, con evidente exageración pero
con innegable coherencia.
Los libros sucesivos serán, ante todo, una descripción o, más bien, una
interpretación, de los distintos territorios que componían el espacio cono-

56 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cido y, sobre todo, el del imperio romano coetáneo. Dos criterios subyacen,
implícitos, en su trabajo: la identificación de los grandes marcos territoria-
les, por lo que prescinde de los menores, atendiendo a su ubicación y si-
tuación respecto del resto del Ecúmene. Y la caracterización de los mismos
de acuerdo con un cierto tipo de representación geográfica. Cuentan, tanto
elementos étnicos como económicos, políticos y físicos, de acuerdo con una
tradición asentada.
El proceso descriptivo o de análisis empleado muestra esta prioridad
concedida a la identificación y caracterización de los espacios territoriales.
Recurre para ello a criterios que tienen en cuenta, tanto la Naturaleza como
el grado de desarrollo de los pueblos o sociedades. Es un elemento esencial
para él, en la medida en que este componente ordenador humano compen-
sa ampliamente las posibles insuficiencias o rigores del espacio natural.
Una concepción que él mismo se encarga de resaltar en sus plantea-
mientos teóricos sobre la geografía: «Las partes que son frías y montañosas
son habitadas con dificultad debido a su naturaleza, pero cuando existen bue-
nos administradores, también se civilizan los lugares donde antes se vivía mal
y que eran presa de los ladrones.» Pondrá como ejemplo el de su país: «De
esta manera los griegos, aunque se establecieron sobre montes y rocas, sin em-
bargo vivían perfectamente debido a su previsión con respecto al gobierno, las
artes, y al conocimiento de todo lo que es necesario para vivir» (II, 5, 26).
Estrabón constituye el mejor exponente del esfuerzo intelectual por de-
finir este tipo de representación geográfica. Es el que mejor ilustra el trán-
sito del simple saber práctico sobre el espacio a la elaboración de una re-
presentación específica del espacio, a través del discurso. No sólo por el
contenido de su obra sino por el esfuerzo que realiza por delimitar dicha
representación. Quiere liberarla de las ataduras o dependencia de otras ra-
mas del saber, desde la astronomía a la geometría, que condicionaban el sig-
nificado de la geografía en los autores precedentes.
Por ambas vías, por la de la consideración de la Tierra como cuerpo
celeste y por la de una concepción del espacio terrestre como escenario de
la acción humana, los griegos construyen una elaborada representación
de la Tierra. Ésta aparece como una entidad o unidad, a la que otorgan ras-
gos y caracteres definitorios y descriptivos.

4. Imagen y representación del espacio terrestre

Crearon una imagen de la Tierra que permanecerá con posterioridad.


Propusieron una representación del planeta que sustenta la cultura occiden-
tal durante siglos. La Tierra como cuerpo esférico, al que proporcionan di-
mensiones, con sus variaciones latitudinales, con su constitución en grandes
áreas terrestres o continentes, con sus océanos y mares, con su perfil y for-
mas, con sus zonas y climas. Elaboraron un discurso sobre la Tierra que for-
ma parte de nuestro saber cultural. Construyeron imágenes para representar
el espacio terrestre. Dieron forma a prácticas intelectuales que se han man-
tenido y suscitaron una conciencia geográfica asociada a esa representación.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 57

Un geógrafo, Van Paasen, señalaba, con acierto, cómo ha sido y es la


existencia de esta conciencia geográfica precientífica -que él atribuía a
la propia naturaleza humana-, la que sustenta la posibilidad del desarro-
llo de la geografía. Como él apuntaba, «geógrafos y ciencia geográfica sólo
pueden existir en una sociedad con sentido geográfico». Este sentido geo-
gráfico, este hábito intelectual de manejar representaciones sobre la Tierra,
forma parte de la herencia grecolatina. Es evidente que el arraigo de una
cultura geográfica como la creada por los griegos constituye un factor im-
portante en la aparición de un proyecto moderno de geografía. Es lo que
magnifica la herencia griega.

4.1. LA HERENCIA GRIEGA: LA CULTURA GEOGRÁFICA

Propusieron y desarrollaron todo un cuerpo semántico y una estructu-


ra narrativa para la descripción de ese objeto inventado, que es la Tierra
como representación. Por un lado con una terminología acuñada cuya vi-
gencia cultural es patente: esfera terrestre, círculos terrestres, paralelos, me-
ridianos, zonas terrestres asociadas con la variación de la luz solar y el gra-
do térmico, latitud y longitud, climas; complementados, a escala terrestre
con continentes, penínsulas, deltas y meandros, que componen, entre otros
muchos, ejemplos de esa construcción e imagen.
Esferas, planisferios, mapamundis, proyecciones, en definitiva, la cons-
trucción cartográfica como una representación racional y convencional de
la Tierra y de los espacios terrestres, como una imagen que trasciende la ex-
periencia directa. La representación basada en la racionalización de la ob-
servación empírica y en la lucubración teórica y matemática. Abrieron un
gran horizonte intelectual y práctico y abrieron muchas de las cuestiones
que han acompañado la indagación racional del espacio terrestre. Dieron
una imagen a la Tierra.
Ptolomeo identifica, en la tradición cultural de Occidente, la imagen de
la Tierra como un conjunto ordenado de lugares, definidos por su posición,
y con ello la representación cartográfica del espacio terrestre, en diversas
escalas. El conjunto de la Tierra -que él identifica con la geografía-, y las
escalas regional y local -que vincula con la corografía y topografía-.
Siempre entendida como una representación cartográfica. Estrabón, en
cambio, es el geógrafo que proyecta la representación como un discurso.
Elabora una narración sobre ese espacio terrestre, sus partes y lugares. Lo
hace desde la perspectiva de quienes los ocupan y usan, habitantes activos
del escenario terrestre. Perfiló uno de los componentes más caracterizados
de la cultura geográfica occidental.
Lo sorprendente es el desconocimiento y escasa repercusión, por tan-
to, de su obra y propuesta. Es ignorado por Ptolomeo y, lo que resulta más
notable, por Plinio el Viejo. Ni griegos ni romanos conocieron su obra o ha-
cen mención de ella (Sarton, 1959). Pasa desconocida también para la so-
ciedad medieval. En Europa occidental no se conocerá hasta el siglo XV, a
partir de los manuscritos bizantinos.

58 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía clásica responde a ese esfuerzo de reducir a un esquema in-


teligible el mundo complejo de las experiencias empíricas, y de las prácticas
espaciales, en lo que atañe a la Tierra. Una propuesta cuya validez se mani-
fiesta en el arraigo que consigue, que convierte la herencia grecolatina en el
marco cultural de nuestro saber sobre el espacio. Legaron un notable patri-
monio intelectual cuya transmisión presenta una evolución compleja desde fi-
nales del mundo antiguo al momento de fundación de la geografía moderna.

4.2. LA REPRESENTACIÓN GEOGRÁFICA: PRESERVACIÓN Y TRANSFORMACIÓN

La geografía en el mundo antiguo fue, ante todo, una obra griega, in-
cluso en pleno período de dominio romano. Lo esencial de las aportaciones
geográficas corresponden con esta tradición griega. La obra de los autores
latinos no significa más que una recopilación de datos, cuya calidad va de-
creciendo. Pierden el carácter de aportación directa, al limitarse a recoger
informaciones de muy dispar cronología, al hacerlo sin criterio crítico. Se
pierde el carácter creador, como resaltaba Plinio el Viejo. Las noticias fide-
dignas se mezclan con las fantásticas y el rigor de la exposición, propio de
los autores griegos, es sustituido por la yuxtaposición informal.
La obra De situ orbis, de un autor reputado como geógrafo, caso de
Pomponio Mela (siglo i de la Era), no pasa de ser una enumeración de lu-
gares y tierras, con escaso orden y sin concepción o concepto que la sus-
tente. Su fama no se corresponde con la calidad de su obra, en la que in-
tervienen informaciones de épocas muy diversas, escasas sobre las tierras
conocidas, más abundantes sobre los bordes del Ecúmene, aunque de esca-
sa o nula fiabilidad. Mela acepta e incorpora leyendas sin discriminación
respecto de las informaciones fidedignas.
Plinio el Viejo, incorporado por muchos autores entre los geógrafos,
porque introduce, en su Historia Natural, informaciones sobre fenómenos
que hoy interesan a la geografía, es un simple recolector de datos. En su
obra, que responde al concepto de una enciclopedia, como el propio Plinio
resalta al enunciar su objetivo: reunir todo lo que corresponde a lo que los

Entre esos conocimientos recoge los de carácter cosmográfico y coro-


griegos consideraban una «cultura enciclopédica» (encyclios paideia).
gráfico. Éstos corresponden con las tierras y pueblos de la antigüedad com-
prendidos en el Imperio romano y los existentes más allá de las fronteras
de éste. Es en mayor medida un catálogo que una verdadera representación
geográfica. Como el propio autor indica, se trata de «los lugares, habitan-
tes, mares, poblaciones, puertos, montes, ríos, extensión y pueblos que hay
o hubo», en las distintas regiones del mundo conocido, siguiendo, en bue-
na medida, a Pomponio Mela. Sin embargo, transmite la representación ge-
ográfica inventada por los griegos en sus rasgos esenciales, en la medida en
que forma parte de la cultura de su tiempo.
Es la obra de un gran erudito, que dispone de una excepcional cultu-
ra, que conoce a los autores griegos y que ha acumulado una considerable
experiencia en la administración pública y en la política. Circunstancia que

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 59

le permitió enriquecer, en diversos capítulos, el contenido de su obra. El so-


bresaliente valor de la obra de Plinio el Viejo es como fuente de conoci-
miento de los saberes del mundo antiguo. Pero no le convierte en cosmó-
grafo, geógrafo, antropólogo, botánico, médico, y especialista en la diversi-
dad de cuestiones que trata (Serbat, 1995). No es una obra de geografía,
aunque nos proporciona una información de valor geográfico notable sobre
los territorios del mundo antiguo y sobre la imagen que de éste poseían los
contemporáneos más cultos.
La Historia Natural de Plinio el Viejo inicia un tipo de literatura enci-
clopédica frecuente en los siglos posteriores. La diferencia estriba en la ca-
lidad y riqueza de la información. Como tal género, se limita a recopilar tex-
tos diversos de los autores clásicos, sin orden, sin preocupaciones críticas,
en que conviven realidad y fantasía. Son resúmenes, citas, fragmentos, de
dichos textos clásicos. Circunstancia que, por una parte, contribuyó a trans-
mitir los viejos conocimientos, pero que, al mismo tiempo, fue la causa de
su progresiva degradación. Al resumir, al citar, al elegir, los recopiladores
contribuyeron a modificar y alterar los textos originales.
Es la característica de autores como Gaius Julius Solinus, un escritor
del siglo III, cuya Collectanea rerum memorabilium -conocida como Po-
lihistoria-, es un ejemplo de este tipo de obra. En su mayor parte recoge
la información de la Historia Natural de Plinio el Viejo. Con ella mezcla
otras fuentes. Su labor de selección, resumen y recopilación es un ejemplo
de la mezcolanza que caracteriza estas obras. Será una de las más influ-
yentes en la tradición medieval. Pero como su título evidencia, su preocu-
pación son las cosas memorables, las singularidades, lo excepcional, en que
se mezcla lo real y lo fantástico.
El proceso se manifiesta en las prácticas cartográficas. Estaban funda-
das en el presupuesto de la esfericidad y en el sistema de paralelos y meri-
dianos. Estos presupuestos sostienen las imágenes de los globos terráqueos
y los mapas de los autores griegos. Formaban parte de una construcción en
la que la Tierra se insertaba en el universo. En el mundo romano derivan
hacia otro tipo de representación, construcciones prácticas, más elementa-
les, como los itineraria (adnotata y picta). Son itinerarios, dejan de ser geo-
grafías. No representan el mundo, muestran los caminos y sus destinos.
Se trata de guías con expresión de los nombres de las localidades y las
distancias intermedias, en unos casos, o esquemas gráficos de las mismas en
otros. El denominado Itinerarium Antonini, del siglo III, es un ejemplo del pri-
mer tipo. La Tabula peutingeriana, pertenece al segundo. Se conserva en una
copia en pergamino del siglo XIII de casi siete metros de longitud y medio de
anchura, en doce hojas. Se trata de un mapa con las principales rutas del Im-
perio romano. Heredero de los desconocidos mapas romanos -como el atri-
buido a Agripa-, descubre el cambio del concepto de la representación en
los siglos finales del mundo antiguo y en la mayor parte de la Edad Media.
Se produce una pérdida progresiva de la actividad creadora o reflexiva
sobre la Tierra como cuerpo celeste y de la geografía como representación-
discurso. El paso de los siglos, en el final de la Edad Antigua, provoca un
progresivo abandono de ideas y prácticas surgidas en los tiempos más bri-
llantes del mundo clásico grecolatino. El saber geográfico como represen-
tación de la Tierra se reduce a una imagen. Esta imagen pierde elementos,
cambia de significado. Pierde el carácter de construcción. Se perpetúa
como un simple esquema y adquiere un nuevo valor.
El papel de los autores cristianos, en particular de los apologistas, des-
de Lactancio en adelante, es decisivo. Acérrimos detractores de la herencia
clásica, asimilada al paganismo, impulsaron la suplantación de la autoridad
de los sabios por la de las escrituras sagradas de la tradición judeocristia-
na. Facilitaron la deriva hacia postulados cosmológicos de nuevo cuño. Oro-
sio, uno de los más señalados representantes de estos apologistas cristianos,
había marcado el giro esencial en el uso de las representaciones geográfi-
cas grecolatinas.
Orosio es un apologista cristiano del siglo v, originario de Hispania, con-
temporáneo de Agustín de Hipona. Su principal obra, una historia universal,
tiene un objetivo ideológico determinado: el desprestigio de la cultura pagana,
es decir, de la cultura clásica. Lo indica su propio título: Los siete libros de His-
torias contra los paganos. Se apoya para ello en el propio legado pagano y uti-
liza los conocimientos y los métodos historiográficos de la cultura grecolatina.
De acuerdo con los criterios propios de la historiografía grecolatina,
toda historia debe describir los lugares, y por ello las historias se iniciaban
con una representación del mundo conocido. Es lo que hace Orosio en el se-
gundo capítulo de su primer libro, de acuerdo con las reglas del legado his-
toriográfico grecolatino. Un objetivo que él mismo explicita: «es necesario,
pienso, que describa, en primer lugar, el propio globo de las tierras habita-
do por el género humano, tal como fue distribuido en un primer momento,
por nuestros mayores en tres partes y tal como, después, fue delimitado en
regiones y provincias» (Orosio, I, 1, 16).
Se trata de una mera enumeración de regiones, territorios y pueblos
por continentes, de acuerdo con el esquema más arcaico. Tendrá una gran
recepción en el mundo medieval.
Es una sumaria representación o imagen corográfica que continúa la
tradición de los historiadores clásicos. Está más cerca de Herodoto que de
los geógrafos griegos. Recoge la forma más elemental de la representación
corográfica antigua.
Por otra parte, inicia este autor la transformación ideológica de la re-
presentación del mundo. Se esboza la construcción de una nueva imagen
de la Tierra y el espacio terrestre, vinculada a los textos bíblicos y a una
concepción teleológica religiosa. El mundo como simple extensión de los
designios divinos. Una imagen religiosa que ilustra bien Cosmas, un teólo-
go cristiano del siglo vi. Es autor de una obra denominada, de forma harto
expresiva, Topographia christiana. En ella, la forma terrestre se ajusta, de
acuerdo con una especial interpretación del texto bíblico, a la del arca de la
alianza mosaica. Es decir, una tierra cuadrangular que reproduce o se ase-
meja al tabernáculo de la santa alianza mosaica.
Se inicia una nueva representación del mundo, que pretende propor-
cionar la imagen del espacio de la creación divina. Una representación re-
ligiosa sustituye a la representación racional y calculadora planteada por

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 61

los griegos. El cambio de episteme es fundamental. El objetivo de los auto-


res griegos era una representación racional del microcosmos terrestre en re-
lación con el macrocosmos universal, fundada en la razón -es decir, en el
cálculo y la lucubración-, más que en la experiencia, aunque los datos em-
píricos sustenten ese tipo de representación.
El giro que introducen los autores cristianos supone la sacralización de
este tipo de representación racional. Frente a la razón, frente al cálculo ra-
cional, frente a la experiencia la autoridad del texto sagrado, la Biblia se in-
troduce como cimiento del saber sobre la naturaleza, en competencia con
las concepciones transmitidas por los autores clásicos. El mundo como
obra de Dios y como instrumento de su voluntad en el desarrollo de la his-
toria humana (Sánchez, 1982). Un entendimiento que impregnará la cultu-
ra cristiana medieval. La amalgama entre legado clásico y textos sagrados
judeocristianos impregna las imágenes del mundo elaboradas durante una
gran parte de la Edad Media.
La representación del mundo de la geografía antigua proporciona un
bastidor cultural para la ubicación de los espacios sagrados. Así lo mues-
tra la obra más destacada de todos estos siglos, en cuanto recoge lo esen-
cial de la herencia grecolatina en campos muy diversos, entre ellos los re-
lacionados con los saberes geográficos: las Etimologías de Isidoro de Sevi-
lla, ya en el siglo vi.
Esta obra, de carácter enciclopédico, la más importante de la tradición
cristiana, constituye un excepcional testimonio del caudal de conocimien-
tos que componen la tradición clásica en los primeros siglos medievales. Al
mismo tiempo descubre el grado de deterioro que ese caudal ha experi-
mentado. Y pone de manifiesto el nuevo sentido del saber. En el ámbito
cristiano, y de manera notoria en el de la Europa occidental, la obra de Isi-
doro de Sevilla representa la fuente esencial de los saberes clásicos. Duran-
te muchos siglos, el saber occidental cristiano se identifica con el recogido
en el sabio hispano-visigodo.
Obras significativas en el ámbito cristiano, de carácter enciclopédico,
como De Universo, de Rabanus Maurus ( 776-856 de la E.), y De propieta-
bius rebus, de Bartholomeus Anglicus, autor inglés del siglo XIII , son, en su
mayor parte, una copia, cuando no un simple plagio, de la obra de Isidoro
de Sevilla. Influencia que se mantendrá hasta que se produzca y profundi-
ce el contacto con el mundo cultural islámico, receptor también de la tra-
dición y herencia grecolatina, a través de los grandes focos culturales del
Mediterráneo oriental. Una ventaja que el mundo islámico aprovechó.
El desequilibrio entre los saberes geográficos y cosmográficos de am-
bas culturas a lo largo de la mayor parte de la Edad Media constituye un
rasgo sobresaliente. Resulta paradójico que la brillante trayectoria islámica
entre los siglos IX y XII , se sustente sobre el trabajo realizado en el espacio
cultural cristiano, bizantino, en orden a la preservación de los viejos textos
griegos. Servirá, a la larga, para el reencuentro de Europa con la cultura
clásica y, dentro de ella, con la geografía como representación de la Tierra,
concebida por los griegos. Para recuperar el saber sobre la representación
de la Tierra, en la vía de Ptolomeo.
CAPÍTULO 3

LA TRADICIÓN COSMOGRÁFICA:
DEL ISLAM A LA EUROPA CRISTIANA

La representación del mundo imperante en los siglos medievales, tan-


to en el marco islámico como en el cristiano, ofrece rasgos propios. La au-
sencia de una concepción equivalente a la que sustentó la Geografía del
mundo clásico constituye un componente a destacar de este tiempo. Se
produce la sustitución de la concepción geográfica griega. No existe geo-
grafía ni geógrafos al modo como la concibieron y practicaron los clásicos.
No obstante, las representaciones del mundo medievales son deudoras
del legado grecolatino. Se sienten parte de la tradición grecolatina. Forman
parte de una cultura del espacio concebida y desarrollada por los griegos,
como representación de la Tierra. En el marco de esa tradición deben ser
entendidas. La pertenencia a esa cultura asoma en la conciencia de las so-
ciedades medievales, cristianas e islámicas. Desde esta perspectiva, las cul-
turas medievales, islámica y cristiana se ubican en la tradición de la cul-
tura geográfica grecolatina.
La persistencia de una concepción como representación de la Tierra,
vinculada con el legado grecolatino, se compagina con la construcción de
una nueva imagen del espacio terrestre, que distingue la trayectoria de las
sociedades medievales, tanto del entorno islámico como cristiano. Se apre-
cia una doble deriva: por una parte hacia una representación del mundo
en el marco de una cultura religiosa. Por otra se trata del gusto por lo ma-
ravilloso, que las sociedades islámicas incorporan y desarrollan y que im-
pregna el modo de pensar de estas sociedades medievales, entre ellas las
cristianas. Uno y otro componente proporcionan el sello propio de las re-
presentaciones del mundo en el medievo.
Se inscribe en una cultura en la que la naturaleza, que equivale a crea-
ción divina, aparece como un mundo de signos y propiedades y en la que
saber es interpretar tales signos y descubrir, a través de ellos, esas propie-
dades. Las maravillas terrestres forman parte de ese mundo de signos y
propiedades: las rocas, los animales, las plantas, los procesos naturales,
como volcanes o terremotos, los países, las aguas y los hombres, tienen esa
doble dimensión. Poseen propiedades o cualidades, otorgadas por el Crea-
dor, y constituyen signos interpretables. Magia, adivinación y conocimien-
to constituyen dimensiones del saber medieval (Foucault, 1982).

64 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La representación de la Tierra es inseparable de esta cultura de los sig-


nos, de las propiedades de las cosas y de las maravillas que resultan de ellas,
así como de la concepción religiosa del mundo. El espacio terrestre es el mar-
co en que se despliegan esas maravillas de la creación divina. Comparte su
naturaleza y posee sus propios significados. Para los hombres del medievo,
las tierras, los países, como sus habitantes, poseen propiedades, tienen cuali-
dades, como las estrellas, como los elementos naturales que los constituyen.
Las sociedades que heredan la cultura grecolatina, tanto cristianas
como islámicas, heredan y comparten una representación del mundo. En
esta representación se engloba tanto el universo como la propia Tierra y
sus lugares. Difieren en el desarrollo de los saberes inherentes a esa repre-
sentación del mundo. Contraste que tiene que ver con la distinta trayecto-
ria histórica de ambos marcos socioculturales. Lo que distancia a uno y
otro mundo es el grado de continuidad con la herencia clásica y la evolu-
ción histórica que experimentan.
La notable continuidad y homogeneidad cultural en el ámbito islámico
contrasta con la fragmentación y discontinuidad que se aprecia en el mun-
do cristiano. Éste queda desgajado en un tronco cultural grecobizantino y
otro latino. Los contactos entre uno y otro se ven reducidos y dificultados,
durante siglos, por diferencias en la lengua y por diferencias ideológicas.
El mundo cristiano evoluciona hacia un espacio cerrado, fragmenta-
do, incomunicado, con escasos puntos de contacto intercultural. Por un
lado el occidente cristiano, latino, que pierde el vínculo directo con los sa-
beres griegos. Por otro, el oriente cristiano o bizantino, griego, en el que la
disponibilidad de las obras del legado clásico no impide el alejamiento pro-
gresivo del mismo, patente a partir del siglo x.
El empobrecimiento en lo que concierne a la representación del mun-
do conocido y al grado de conocimiento sobre el mismo constituye el com-
ponente más relevante. Sólo avanzada la Edad Media se producirá un cam-
bio sensible en esta evolución, en un movimiento destacado de búsqueda,
reencuentro y recuperación de la tradición cultural pagana. En ese proce-
so de recuperación de la filosofía natural, que distingue el mundo occi-
dental a partir del siglo XII , hay que ubicar el interés por lo antiguo. Recu-
peración y reencuentro en que desempeña un papel relevante el mundo
islámico. Éste operó como el gran puente cultural entre el saber de los clá-
sicos y la Europa medieval cristiana. Un papel que responde a la continui-
dad histórica y cultural del mismo. La sociedad islámica mantuvo el con-
tacto con la tradición del mundo clásico y aseguró el vínculo cultural con
el mismo. Al mismo tiempo elaboró su propia representación del mundo y
su específica concepción del género de esa representación.

1. Expansión y apertura del mundo islámico

Surgido y desarrollado en la charnela del mundo mediterráneo y el


oriental, su expansión se produjo precisamente en el espacio de contacto
del Oriente Próximo y del Asia central y meridional. Se benefició de esta

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 65

ampliación de su horizonte geográfico que sobrepasa, en mucho, el alcan-


zado en tiempos de Alejandro y en tiempos de Roma. La penetración islá-
mica alcanzó el amplio mundo de las estepas asiáticas y de los pueblos nó-
madas que las ocupaban. Se introdujo por las regiones situadas al borde
del mar exterior de los griegos. Llegó, incluso, más allá del subcontinente
indio. Le proporcionó el conocimiento directo, continental y marino, del
Asia meridional, del Lejano Oriente y sus pueblos.
El mundo islámico se extiende, desde el siglo vii de nuestra Era, por
territorios que habían pertenecido al Imperio romano y por áreas que ha-
bían concentrado un gran desarrollo intelectual dentro del mismo. Es el
caso de Egipto y de los territorios del Oriente Próximo vinculados al Im-
perio bizantino, en Asia Menor y Siria. La sociedad islámica entra en con-
tacto, en estos territorios, con la herencia cultural greco-bizantina y con so-
ciedades que pertenecían a esta cultura, incorporadas al dominio árabe
desde fechas tempranas.
Entran en contacto con la cultura bizantina, principal depositaria de
la tradición griega clásica, activa hasta el siglo ix. El interés explícito por
los autores clásicos en el ámbito de la corte de Al Mamún, en el Bagdad de
la primera mitad del siglo ix, estimuló el conocimiento y la traducción
de una buena parte de las obras de astronomía, cosmografía, geografía,
matemática, y demás saberes de la filosofía griega. En este período se di-
funden las obras de Ptolomeo y de otros significados autores como Eucli-
des, traducidas al árabe.
En este marco, fueron los autores árabes los que en mayor medida
mantuvieron el contacto con las obras de la tradición cultural geográfica
grecolatina durante los siglos medievales. El conocimiento directo de las
obras clásicas es rasgo distintivo de la expansiva cultura islámica. Ésta se
beneficia también de la aportación de otras culturas, ajenas al mundo gre-
colatino, como la persa y la india. El estrecho vínculo con estas culturas,
en parte absorbidas por la expansión musulmana, convierte el océano
índico en un ámbito de tránsito y relación, en el que se elaboran prácti-
cas y saberes náuticos oceánicos, varios siglos antes de que los inicien los
europeos.
El unitario mundo cultural islámico permitió la difusión de estas prác-
ticas y de estos saberes, así como de las obras más significativas de estas
culturas. Facilitó el notable desarrollo de un gran foco cultural en al-An-
dalus, sucesor del de Bagdad, en torno a centros como Sevilla y Toledo.
Uno de los campos en los que es patente esa relación con la herencia gre-
colatina y con los focos orientales, es, en particular, el de la cosmografía y
astronomía.
Cuestiones básicas como la dimensión del globo terrestre, la no habi-
tabilidad de las áreas tropicales, son mantenidas según la formulación de
Ptolomeo. Tampoco aplican la malla de latitudes y longitudes, para la lo-
calización de los lugares y la construcción de una nueva representación del
mundo conocido. Utilizan sólo los climas griegos e incorporan las seccio-
nes, o divisiones regionales de los climas. Sin embargo, tenían conoci-
miento del error del cálculo de Ptolomeo respecto de la longitud del meri-

66 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

diano terrestre, sabían que las tierras ecuatoriales estaban habitadas, y po-
seían cálculos astronómicos de latitudes y longitudes más exactos que los
manejados por el geógrafo griego.
Les atrajo la variedad de territorios y países y se ocuparon de éstos en
sus obras históricas y crónicas. Les deslumbró, sobre todo, lo maravilloso,
lo excepcional, lo fantástico, lo fabuloso, asentado sobre un aparente sus-
trato territorial identificable. Es el fundamento de un género peculiar de
relato. De indudable interés geográfico pero que en ningún caso constitu-
ye una obra geográfica ni sus autores son geógrafos. No existe una geo-
grafía ni geógrafos al modo como la concibieron y practicaron los clásicos.
No existe un campo de conocimiento definido y entendido como geo-
grafía. El calificativo de geografía y geógrafos corresponde a la historio-
grafía moderna, que ha aplicado esos términos de forma indiscriminada a
toda obra en la que se manejaran informaciones de carácter territorial o
cosmográfico, o que tratase de cuestiones sobre las que se centran las dis-
ciplinas geográficas modernas. De modo equivalente, se ha atribuido el tí-
tulo de geógrafo a todo autor que, a lo largo de la Edad Media, aportara
informaciones consideradas, hoy, como geográficas. Se ha confundido la
geografía con las fuentes para hacer geografía.
Esto ha conducido a etiquetar como geógrafos a autores cuyo propó-
sito, explícito, era otro. Historiadores, viajeros, polígrafos, cosmógrafos,
han sido incluidos en la nómina de los geógrafos. Historias, crónicas, guías
de viaje, relatos de viajeros, han sido convertidos en obras geográficas. La
geografía aparece como un inmenso cajón de sastre, de acuerdo con una
difusa idea de lo que es este campo de conocimiento y de la confusión en-
tre éste y su objeto.
Para los contemporáneos y para los autores de tales obras, no se tra-
taba de geografía, ni ellos se consideraban geógrafos. Son obras que per-
tenecen a otros géneros, a otros marcos intelectuales y culturales. Mantu-
vieron una tradición intelectual, la de la representación cosmográfica del
mundo, en la que se inserta la representación del mundo conocido, de
acuerdo con los patrones clásicos.
Una larga tradición que surge temprano, desde el siglo segundo islámi-
co, configura un conjunto de saberes y prácticas que se suelen englobar
como geografía árabe medieval. En ella se incluyen las obras administrati-
vas con información diversa sobre cuestiones que afectan al gobierno del te-
rritorio islámico, de carácter económico, de índole agraria, relacionadas con
las obras públicas o con las comunicaciones y el correo, entre otros. Distin-
guen una primera etapa, la del esplendor del imperio abasida. Da origen a
lo que se ha denominado como tratados de los caminos y los reinos (al-ma-
salik wa al-mamalik), una corriente de obras de amplio cultivo islámico.
Se integran también obras de carácter cosmográfico y corográfico.
Las primeras en relación con la representación de la Tierra, en la senda
de Ptolomeo. Viene a ser la traducción lógica de la geografía cosmográfi-
ca de Ptolomeo. Lo que los árabes conocen como surat al-ard (figura de
la Tierra). Uno de los campos de mayor progreso e innovación respecto
de la tradición clásica. En ella, los autores islámicos abordaron cuestiones
LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRAFICAS

de cosmografía y se interesaron por aspectos relacionados con la ubica-


ción astronómica de los lugares.
En relación con ella se desarrolla la que se ha interpretado, en gene-
ral, como geografía árabe en sentido propio, es decir, la corografía islámi-
ca asociada a los grandes autores del siglo x y siguientes. Iniciada por Al-
Balkhi a mediados del siglo x. Continuada por Al-Istakhri, Ibn Hawqal y
Al-Muqaddasi, en el mismo siglo. Un género corográfico al que pertenece
la obra de Al Idrisi, en el siglo XII .
Un género de descripción de los lugares o términos, es decir, los terri-
torios islámicos, de acuerdo con un cierto orden o secuencia, que respon-
de a las exigencias de la imagen cosmográfica del mundo: desde las gran-
des áreas zonales, los clima ta de los griegos, o iglim árabe, con sus secto-
res o secciones, hasta las coras o distritos y las ciudades.
Surgido como una descripción adaptada al marco islámico se hará
universal con el tiempo, abordando el conjunto del mundo conocido. Y se
transformará en local, al concentrarse en la descripción de regiones es-
pecíficas. El género corográfico adquiere así su desarrollo más completo.
Y desarrollaron otra tradición, la de descripción de las maravillas del
mundo, sus signos y propiedades. Es el campo que los autores islámicos
cultivaron como un género narrativo al que se ha solido calificar de geo-
grafía, pero que en el Islam reconocen como literatura o género ayaib (ma-
ravillas). En relación con ella está el género de viajes (rihla). La mayoría
de estas obras de viajes forman parte de esa literatura de tipo ayaib, en la
medida en que buscan, ante todo, lo sorprendente, lo admirable de cada
lugar, lo excepcional para agradar al lector.
En general, salvo las obras de carácter cosmográfico y astronómico,
están concebidas como obras destinadas a entretener o son parte de la for-
mación propia del hombre culto. Se inscriben en el panorama del conoci-
miento enciclopédico propio de un hombre cultivado, lo que la sociedad is-
lámica denomina el adab (el hombre honesto). En los siglos posteriores da-
rán forma a una literatura que comprende campos diversos, a modo de en-
ciclopedias y diccionarios.
Una producción variada que ha sido catalogada como geografía ára-
be. Son raras las que llevan este término griego. En realidad, nada tienen
que ver con lo que entendemos por geografía hoy. Poco tienen que ver con
el modelo de la geografía clásica griega. Lo que no impide que posea un
indudable interés desde una doble perspectiva. Como fuentes de una geo-
grafía histórica moderna y como manifestaciones para entender la con-
cepción del espacio y el carácter de los saberes sobre éste de las socieda-
des islámicas medievales.

2. Cosmografía y cartografía islámicas

La traducción de las obras de Ptolomeo; la elaboración de tablas con


las declinaciones del Sol, de la Luna y de los astros; la elaboración de tex-
tos para la construcción de diversos artefactos destinados a las medidas

68 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

astronómicas; el mejoramiento de éstos respecto del modelo clásico, de-


muestran el alcance del desarrollo técnico y del conocimiento teórico en
el mundo islámico. Corresponde con una etapa de brillante desarrollo cul-

el mundo bizantino (Morelon, 1997).


tural asociado al califato de Bagdad, en el siglo ix, y a las relaciones con

Los árabes accedieron a Ptolomeo y sus obras, que traducen y que uti-
lizan para la determinación astronómica y para la navegación y represen-
tación cartográfica. Conocen la Synthaxis mathematica, traducida al árabe
por Trabir al Magsthi. Una obra conocida por los árabes como Almagesto,
según unos por referencia al traductor árabe, y con más probabilidad de-
bido al nombre griego con que se conoció también a esta obra, Ho megas
astronomer (El gran astrónomo).
Conocedores de la obra cosmográfica de Ptolomeo desde el siglo IX,
diversos autores árabes llevan a cabo la medida del arco de meridiano, de
acuerdo con los procedimientos establecidos por los griegos (Morelon,
1997). Sus cálculos les proporcionaron como valor del grado de meridiano
56 millas y dos tercios y para la circunferencia terrestre un total de 20.000
millas árabes. Cálculo de considerable precisión (Kennedy, 1997), lo que
suponía corregir el muy defectuoso de Posidonio, aceptado y transmitido
por Ptolomeo, que reducía en casi un tercio la circunferencia de la Tierra.
Lo que les permitió contrastar sus propios cálculos con la evaluación de
Posidonio, que recoge Ptolomeo.
De igual modo procedieron a establecer la longitud y latitud por medio
de observaciones astronómicas, de acuerdo con los procedimientos indica-
dos por Ptolomeo, y obtuvieron las coordenadas geográficas de numerosos
lugares de acuerdo a los cálculos astronómicos, que corregían las mane-
jadas por el autor griego, establecidas por los datos de viajeros. Una labor
destacada emprendida desde el siglo x, en la que sobresale un autor como
Al Khwarizmi -el Algorismi de los cristianos-, autor de Kitab surat al-ard
(Libro o tratado sobre la figura de la Tierra). Establecieron para ello un me-
ridiano de base, bien el propuesto por Ptolomeo, en el extremo occidental
de las Islas Afortunadas (Canarias), bien el utilizado en la astronomía india,
Ujjain, el legendario Arin de la Edad Media, que se suponía situado en el
centro del Ecúmene, desarrollado 90° al Este y al Oeste de dicho lugar, y en
el Ecuador. De tal modo que se le concebía como el centro de la Tierra.
Una labor y cálculo equivalentes se atribuye a Arab al-Zarqali, el Azar-
quiel de los cristianos, un astrónomo sevillano del siglo XII. Las coordena-
das geográficas que asigna a diversos lugares en sus tablas, denotan una
corrección significativa de las dimensiones que Ptolomeo daba al Medite-
rráneo. Ponen de manifiesto su conocimiento de las fuentes clásicas y la
mayor precisión de los cálculos astronómicos exigidos para tales correc-
ciones. Sus tablas astronómicas, conocidas como Tablas Toledanas, serán
el principal instrumento astronómico de la Edad Media.
En este mismo campo desarrollaron y adaptaron los cálculos de Pto-
lomeo referidos a los astros y sus movimientos, eclipses y declinaciones.
Una parte esencial de la literatura cosmográfica y astronómica medieval es
árabe, a través del foco de Bagdad, primero, y del foco andalusí, más tar-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 69

de. Con la particularidad de que el saber cosmográfico y astronómico islá-


mico se enriquece con las aportaciones indias y chinas, de las que el mun-
do musulmán recibe una sensible influencia (Kennedy, 1997).
El trabajo innovador se manifiesta también en el perfeccionamiento
conceptual y en la construcción de instrumentos de observación y cálculo.
«Heredaron de Oriente los astrolabios plano y esférico. Pero desarrollaron
el primero ideando la lámina universal y las azafeas» (Millás, 1948). Con-
cibieron el cuadrante e introdujeron las tablas y almanaques. Desarrolla-
ron los relojes e idearon nuevas esferas para representar el movimiento de
los astros (Maddison, 1997).
El impulso esencial de este dinamismo intelectual tiene un funda-
mento astrológico y una razón de ser religiosa práctica. Les preocupaba in-
terpretar de forma adecuada los signos diversos con los que la naturaleza
identifica sus procesos y señala las cualidades o propiedades de las cosas,
así como el curso de los acontecimientos y de los hombres. Les interesaba,
asimismo, establecer con precisión la dirección de La Meca -la qibla- en
los distintos lugares del islam. Era una exigencia de la práctica de la ora-
ción. Les preocupaba, por razones religiosas, determinar con precisión los
fenómenos relacionados con el calendario lunar y con el curso diario del
salir y ponerse el Sol. Utilizaron el saber astronómico. En consecuencia, es-
tos saberes mantienen una relación indirecta con el mundo de las prácti-
cas utilitarias (King, 1997).
La proyección de estos conocimientos teóricos y técnicos en la pro-
ducción cartográfica islámica no se conoce adecuadamente. La cartografía
islámica comparte el carácter esquemático que caracteriza a la cristiana
más elemental. El conocimiento de los principios de representación, de las
proyecciones y del sistema de coordenadas por parte de los cosmógrafos y
matemáticos islámicos medievales no parece haberse traducido en la ela-
boración de una cartografía equivalente a la de los griegos.
La generalidad de los denominados mapamundi islámicos consiste en
un círculo cuyo centro es La Meca, dividido en sectores, en diverso núme-
ro, en cada uno de los cuales se inscriben las poblaciones comprendidas en
él, de acuerdo con su posición relativa. La mayor parte de estas represen-
taciones corresponde con esquemas que indican la relación de cada punto
del mundo islámico con La Meca. Tienen un fundamento religioso, prácti-
co, para orientar sobre la qibla.
Las construcciones de los cosmógrafos islámicos, en relación con la fi-
gura de la Tierra son esquemáticas. En realidad se califica de cartografía una
producción que no se vincula con el uso habitual de este término. Sin em-
bargo, algunos autores le atribuyen un notable perfeccionamiento y un tipo
de representación precisa y descriptiva de las costas. La denominada carta
arábiga o arábigo española, del siglo XIV, atribuida a autor o taller occiden-
tal, del norte de África o de Granada, que denota un alto grado de precisión
en la configuración litoral, es un producto de esta cartografía (Millás, 1958).
Cartografía que presenta antecedentes desde el siglo XI, en que Jwasir
ben Yusuf al-Ariki parece estableció los caracteres básicos de los denomi-
nados rahnamach, equivalentes al portulano cristiano. Estarían en relación

70 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

con el uso de las cartas náuticas, por parte de los marinos islámicos. Se ha
dicho que con anterioridad a su difusión entre los navegantes cristianos,
de acuerdo con la experiencia adquirida en la navegación por el índico,
donde esas cartas, de probable influencia china, con los perfiles litorales,
insertos en una cuadrícula menuda, eran habituales desde el siglo XII . Si-
milar origen tiene el timón de codaste, conocido en el Mediterráneo orien-
tal desde ese mismo siglo, y la vela latina, entre otros elementos técnicos
La notable producción cosmográfica y astronómica, que prolonga y
de la navegación (Vernet, 1948; Grosset-Grange, 1997).

mantiene la tradición griega de representación del cosmos y que alimenta


los primeros contactos de la Europa occidental con esa tradición, y la pe-
culiar y mediocre producción cartográfica, se completa con una original y
muy específica producción literaria. Se trata de un género narrativo, en par-
te de viajes, y en parte corográfico. De forma habitual se suele denominar
a este género «geografía» árabe, de tal modo que se habla de los geógrafos
y de la geografía islámica medieval, para referirse a él y a sus autores.

3. Las representaciones del mundo: de los reinos a las maravillas

Se trata de una literatura de considerable predicamento en el mundo


islámico, con un gran número de cultivadores, con numerosas obras, y con
indudable interés para el conocimiento del mundo medieval. Tiene que ver
con el papel otorgado desde la perspectiva social al saber o cultura propio
de lo que se considerada el hombre cabal (adab). En esa cultura participa-
ba el saber sobre los países, territorios, costumbres, mundos exóticos, los
fenómenos singulares, lo admirable o maravilloso de la Tierra.
Desde una perspectiva geográfica tiene una doble dimensión, de
acuerdo con la concepción y método aplicados. Por un lado, un género co-
rográfico, con distintas variantes. Por otro, un género literario de entrete-
nimiento, que comprende tanto una literatura de evasión como una litera-
tura de viajes. En uno y otro caso no faltan las obras de interés para la geo-
grafía histórica, como fuentes esenciales para el conocimiento del mundo
islámico y de la representación o imagen de la Tierra. En cualquier caso,
ofrecen una abundante muestra de obras, en la medida en que fue un gé-
nero de honda aceptación social.

3.1. DE LOS REINOS Y PAÍSES: LAS REPRESENTACIONES DE LA TIERRA

Numerosos autores practicaron este género en esas diversas modali-


dades, con fortuna y valor distintos. Se encuadra en una visión del mundo
que hace de la representación de la Tierra (surat al-ard) el eje de la expo-
sición. La figuración de la Tierra se produce de forma diversa, en el grado
de detalle y en la forma de abordarla. Puede referirse al conjunto del mun-
do conocido o al islam. Se puede abordar con una estructura descriptiva
por países (al-buldam) o territorios o según un itinerario que ordena los

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 71

reinos (al-masalik al-mamalik). Siguen una pauta más o menos aceptada,


en la medida en que itinerario o descripción se adaptan a grandes divisio-
nes y se ordenan según un orden decreciente de magnitud: desde los iglim
Aparece pronto, desde el siglo x de la Era cristiana. Forman parte, sin
o climas hasta la cora (comarca) y la ciudad o castillo.

embargo, de una saga o nómina más extensa, que aparece en el siglo x de


la era cristiana y que se continúa hasta el siglo XIV . En la primera de estas
centurias coinciden varios de ellos.
Los grandes autores islámicos, como al-Balkhi, Ibn Hawqal, al-Istakh-
ri y al-Muqaddasi, del siglo x de la Era cristiana, representan la saga más
destacada de esta corografía referida al Islam (mamlakat al-Islam). Los
más reputados por la historiografía geográfica moderna, considerados
como los grandes «geógrafos» islámicos, suelen ser, por lo general, grandes
viajeros. Es lo que proporciona a sus obras un carácter de fuente directa y
lo que otorga a sus informaciones un valor notable como fuente geográfica.
Al Istakhri (Abu Ishaq Ibrahim ben Muhammad al-Farisi al-Karji), au-
tor de Kitab al-masalik wa'l-mamalik, comparte esta reputación entre los his-
toriadores como miembro relevante de la comunidad «geográfica» árabe del
medievo. Es contemporáneo de Ibn Hawqal (Abu I -Qasim Muhammad ben
Ali al-Nasibi), autor de una de estas representaciones de la tierra o surat al-
arb. A pesar del notable predicamento del autor, su obra responde más a una
«guía turística» o de viaje que a una descripción geográfica. Por otra lado,
la mayor parte de su obra es reproducción de la de Istakhri (Romany, 1978).
El carácter original del contenido, distingue en cambio a Al-Muqaddasi (Abu
Abd Allah Shams al-Din) -945-988 de la Era cristiana-, autor de una obra

Al-Muqaddasi está considerado como el más eminente de los llama-


titulada Alisan al-taqasim fi ma'rifat al-aqalim.

dos geógrafos islámicos de la Edad Media. Sin duda porque, como él mis-
mo destaca de su obra, se basó en la observación directa y fue fruto de
una amplia experiencia viajera por el mundo musulmán. Proporciona
una rica, variada y precisa información, recogida con una manifiesta
sensibilidad hacia las cuestiones «geográficas». Circunstancia que otor-
ga a su trabajo un valor y un aire de autenticidad del que carecen otras
obras contemporáneas y posteriores. Convierte su obra en una inestima-
ble fuente histórica, sensible hacia problemas y aspectos que tienen que
ver con el espacio ( Hill, 1996). Su prestigio es equivalente al de un gran
viajero
Otros autores continúan el mismo género, mezcla de literatura viaje-
ra y corográfica. Mohammad ben Yusuf Al Warrak, escritor del siglo x, de-
dicado tanto al género itinerario como a la historia, es incluido entre los
autores «geográficos» por su Tratado sobre los caminos y reinos de África.
Al-Razí Ahmed ben Mohammad, el «moro Rasís» de los cristianos, au-
tor del siglo x, forma parte de este grupo. Se le atribuye una Descripción
de Córdoba, y una Descripción geográfica de España según la denominación
otorgada por la historiografía moderna. La última es la única de que se tie-
ne referencia, a través de una traducción cristiana del siglo XIII . El antece-
dente está en Isidoro de Sevilla y se corresponde con el género que culti-

72 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

varán las crónicas generales cristianas, en las que se incluye, precisamen-


te, la traducción de esta obra.
El conocido como El Becrí es un autor andalusí del siglo XI , al que el
gran arabista Dozy calificó como el mayor geógrafo que ha producido la
España árabe. Nunca salió de España y, por tanto, su obra pertenece al
conjunto de las recopilaciones eruditas. El método no difiere de los demás:
un itinerario a lo largo del cual se desgranan las noticias y descripciones
de los lugares inmediatos. Su obra se titula, precisamente, Los caminos y
las provincias o los reinos, en plena coincidencia con el género.
Al-Idrisi (Abu Abd Allah Muhammad ben Allah ben Idris), un autor del
siglo XII (1099-1180) de origen hispano, nacido en Ceuta, ha sido, para los
autores occidentales, el «geógrafo» árabe por excelencia, debido a sus es-
trechos vínculos con el mundo cristiano. Es el único de los grandes auto-
res del islam cuya obra principal se publicó, en forma abreviada, a finales
del siglo XVI en Roma, en árabe. Obra traducida al latín en 1619, en París,
con el título de Geografía del Nubiense. En el siglo XIX se publica la tra-
ducción al francés (Jaubert, 1836).
En la tradición de Al Muqaddasi y de la generalidad de los autores is-
lámicos, es un viajero y utiliza sus viajes como fuente de conocimiento di-
recto. Es, sobre todo, un recopilador, como lo indica en su obra. Su pres-
tigio contemporáneo determinó que fuera invitado por el rey Rogerio II de
Sicilia, con el encargo de elaborar para éste una esfera celeste y un disco
terrestre, de acuerdo con la información disponible entonces. Recurre, con
ese fin, a las obras de los autores islámicos de mayor resonancia, así como
al texto de Ptolomeo, cuya Geografía conoce. Con estos materiales y con los
procedentes de las informaciones obtenidas a lo largo de quince años de
viajeros, redactó, para el monarca siciliano, la que constituye su obra bá-
sica: Recreo de quien desea recorrer el mundo, más conocida como El Libro
de Rogerio. Es una gran obra por su volumen y por el ámbito espacial que
abarca, terminada en 1154.
Se trata de una obra «clásica» de este tipo de literatura islámica. En-
raíza en lo que es la tradición grecolatina, patente en el marco general y
en la referencia a las medidas de la Tierra. Se inserta en esa tradición de
la representación del mundo (surat al-arb). Inicia su obra diciendo que «co-
menzaremos por tratar la figura de la Tierra, cuya descripción designa Pto-
lomeo con el nombre de Geografía». Recoge que «según resulta de la opi-
nión de los filósofos y sabios ilustres, "la Tierra es redonda como una es-
fera y que las aguas se adhieren y mantienen sobre ella en un equilibrio
natural sin variación"». De tal manera dice, «que la tierra está lo mismo
que las aguas sumergida en el espacio como la yema lo está en medio del
huevo, en una posición central; el aire le rodea por todas partes». Termina
con la expresiva consideración: «Dios sabe lo que tendrá de verdad.»
Ese contacto con la tradición griega se manifiesta también en el re-
curso a los climas o zonas. Como los autores grecolatinos, divide el mundo
en siete fajas paralelas al Ecuador, denominadas climas. Añade, en la tradi-
ción islámica, la división de éstos en diez secciones, contadas de Occidente
a Oriente. De igual modo comparte la imagen del mundo transmitida por

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 73

Ptolomeo. Así lo muestra la persistencia de la geometría triangular atribui-


da a la península Ibérica. Pero difiere en su concepción y método.
La concepción responde a una obra de entretenimiento o curiosidad,
como su nombre indica. Se trata de reunir informaciones sobre las tierras
conocidas. Como él explicita: «Vamos a describir los siete climas, los paí-
ses, los pueblos y las curiosidades que contienen, clima por clima y país
por país, sin omitir nada en lo que concierne a caminos y rutas, distancias
en parasangas o millas, cursos de los ríos, profundidad de los mares, me-
dios de comunicación en los desiertos, todo explicado con el mayor deta-
lle.» Las ideas o lugares comunes de la tradición clásica se encuentran re-
cogidas en su obra, como la inhabitabilidad de la zona ecuatorial, «a cau-
sa del calor de los rayos del Sol», a pesar de que los árabes conocían estas
regiones.
El método de Al Idrisí responde a lo que se ha venido en denominar
corografía, ordenado sobre una base itineraria. Sobre ésta se enhebra la
identificación y descripción de los diversos lugares, reducidas, en muchas
ocasiones, a simples enumeraciones de lugares, con la distancia de unos a
otros. Describe Idrisí cada país siguiendo ciertos itinerarios o líneas de co-
municación. Anota las distancias entre las localidades enumeradas, bien en
millas, bien en jornadas.
En los lugares, capitales o ciudades de mayor importancia aporta di-
versas informaciones, de distinto orden, sobre los mismos. Informaciones
que, al mismo tiempo que puntualizan su situación, documentan sobre as-
pectos físicos, históricos y territoriales de indudable interés. Aunque, como
es habitual en la generalidad de los autores de este género, mezcle infor-
maciones contemporáneas con otras recogidas de viajeros de siglos ante-
riores, a veces de varios siglos antes.
Lo que da valor geográfico a esta obra, desde una perspectiva históri-
ca, como a la de los otros grandes autores contemporáneos en este campo,
es la calidad, precisión y riqueza de muchas de sus descripciones. La agu-
deza de sus observaciones, que denota su particular capacidad de percep-
ción de los fenómenos y aspectos relevantes, desde un punto de vista geo-
gráfico actual, es un rasgo distintivo. Es el que le vincula con Al Muqqad-
dasi y otros autores islámicos.
Al-Magrebi -más conocido como Aben Said-, un autor del siglo XIII
(1214-1274), granadino también, ilustra otro tipo de obra dentro de este
género. La peregrinación a La Meca le introduce en el mundo de los via-
jes por el norte de África y el Oriente Próximo, lo que le permitió conocer
las tierras entre el golfo Pérsico y el Atlántico. Es un polígrafo que mane-
ja los saberes geográficos, siguiendo a Al Idrisí. Su conocimiento de la
obra de Ptolomeo -de hecho escribe una compilación de la misma (Ex-
tensión de la Tierra en su longitud y latitud)- le va a permitir un intento
de completar, con las determinaciones astronómicas del geógrafo griego,
la obra de Alm Idrisí.
En el siglo XIV vive otro de los grandes autores que habitualmente se
incluyen entre los «geógrafos» islámicos: Aben Jaldún (Ibn Khaldun), naci-
do en Túnez (1332-1406). Tiene también ascendencia hispana, ya que pro-

74 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cedía de una familia árabe sevillana emigrada al norte de África en tiem-


pos de la conquista de Sevilla por Fernando III. Aben Jaldún es un histo-
riador y su obra esencial es histórica, dedicada a reconstruir la trayectoria
de árabes y bereberes, como las dos grandes naciones del Islam.
El título de la misma, El intérprete de las lecciones de la experiencia y
colección de los orígenes y noticias acerca de los días de los árabes y berbe-

evidencia. Él mismo lo atestigua al describir el objeto y características de


riscos y de aquellos de sus contemporáneos que tuvieron grandes imperios, lo

su obra: «He escrito, pues, un libro sobre historia, en el cual he levantado


el velo que cubría los orígenes de las naciones.»
Acude a informaciones geográficas y utiliza argumentos de carácter fi-
sico, al tratar de las condiciones en que se originan y desenvuelven las ci-
vilizaciones. Éste es el objeto del primero de los tres libros en que divide
su obra, que «trata de la civilización y de sus resultados característicos, ta-
les como el imperio, la soberanía, las artes, las ciencias, los medios de en-
riquecerse y ganarse la vida». En relación con ellos, considera las causas a
las que deben su origen estas instituciones. Se puede calificar su obra en
el marco de la filosofía de la historia.
La aportación de todos estos autores es relevante en cuanto enrique-
cieron, en cantidad y calidad, el acervo de conocimientos heredado del
mundo antiguo. Contribuyeron a mejorar la imagen del mundo heredada
de los antiguos ampliada y enriquecida en virtud de la experiencia directa.
Otros operan en mayor medida como compiladores del conocimiento
contemporáneo. Alcanza su máxima expresión en la producción del tipo en-
ciclopédico y de los denominados diccionarios. Enciclopedias y diccionarios
reúnen el saber disponible. El más destacado es Al-Yaqud, del siglo XII,
autor de un diccionario ordenado por países titulado Mu gam-al- bul-dam.
Y en el género enciclopédico un autor como Al-Qazwini, en el siglo XIII .
Las referencias a las dimensiones de la Tierra y del mundo conocido,
la división en climas zonales y en regiones, que los árabes denominan tam-
bién climas, entre otros elementos, descubren su vínculo intelectual con los
autores clásicos, en particular con Ptolomeo. Conocen y manejan sus
obras, de forma directa o por intermedio de los propios cosmógrafos ára-
bes. En otros casos a través de obras clásicas de carácter divulgativo o pro-
pedéutico que llegan al mundo islámico por intermedio de Bizancio. Obras
que fueron incorporadas a la cultura islámica, en muchos casos como
obras introductoras a los libros de Ptolomeo. Es el caso de la Introducción
a los fenómenos de Gémino, el autor griego del siglo i antes de la Era.
El carácter poco crítico de la mayoría de tales recopilaciones reduce
su importancia y validez, en la medida en que se mezclan textos e infor-
maciones de épocas muy diversas. Las Etimologías de Isidoro de Sevilla e
incluso los textos de Orosio, conocidos por los árabes y traducidos por
ellos, constituyen fuentes de estas obras. Lo más habitual de estos autores
y este género es una escasa o ausente crítica de las informaciones que ma-
nejan y una aceptación indiscriminada de las noticias fehacientes y de las
fantasías más aventuradas. Ocurre, incluso, en aquellos autores con una
experiencia directa, vinculada a los viajes realizados.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 75

De este género destacan unos pocos autores, los que han sido consi-
derados por la historiografía moderna como «grandes» geógrafos islámicos.
Lo que les distingue respecto de la pléyade de narradores es la riqueza de
sus informaciones y, en general, el carácter directo de las mismas.
Comparten la pretensión o intención de dar una imagen del conjunto
del espacio conocido o, al menos, del espacio islámico. En los más desta-
cados es evidente un conocimiento de la herencia cultural geográfica gre-
colatina y un prurito de fidelidad, vinculado a la experiencia directa. Com-
parten su cualidad de viajeros y el método itinerario propio de este tipo de
literatura. Sus obras no dejan de ser itinerarios ni de constituir miscelá-
neas en que se mezclan cuestiones dispares.

3.2. LOS GÉNEROS DE ENTRETENIMIENTO: LITERATURA DE VIAJE Y GÉNERO AYAIB

La otra gran dimensión característica de la producción islámica me-


dieval forma parte de un amplio género literario o narrativo, que pre-
senta distintas modalidades y contenidos, así como obras de valor desi-
gual. Como se ha señalado al respecto, lo que distingue esta literatura es
la mezcla de saberes históricos, geográficos, cosmográficos, etnográficos,
poéticos, naturalistas, religiosos e incluso poéticos. Sin olvidar que las
referencias religiosas constituyen un telón de fondo permanente de to-
das ellas.
Esta mezcla de elementos precisos de observación y componentes fan-
tásticos proporciona el sesgo distintivo de estas obras medievales. Hace de
ellas una modalidad literaria de carácter geográfico, en la medida en que
incluyen el elemento territorial como una parte sustancial de las mismas.
Sin embargo, lo esencial es el contenido fabuloso, las «maravillas» (`aya'ib),
denominación con la que se conoce este género, que constituye un rasgo
sobresaliente de la tradición árabe, la que de forma habitual se suele iden-
tificar como geografía.
Una variedad con perfil propio la constituye el relato de viajes, el gé-
nero Rihla (viaje), que adquiere un desarrollo creciente en plena Edad Me-
dia. Este género narrativo tuvo un difundido cultivo en el mundo islámico.
Con particular afición en el caso de los musulmanes occidentales, magre-
bíes (entre ellos de al-Andalus). De ahí la relativa abundancia de este tipo
de obras y autores de origen andalusí y magrebí. Probablemente porque
para ellos, el obligado viaje a La Meca constituía un largo periplo por una
buena parte del mundo antiguo. Tal viaje compartía el carácter de peregri-
nación religiosa, de viaje mercantil y de experiencia exótica.
El número de los que cultivaron este género fue muy abundante en el
mundo islámico. Contribuyó para ello la gran amplitud del espacio unifi-
cado por los árabes y la uniformidad cultural derivada del uso del árabe
como lengua de comunicación, gracias a su carácter de lengua religiosa.
Asimismo, el hábito del viaje impuesto por las propias prácticas religiosas,
y la consideración de tales narraciones como un género de entretenimien-
to, de amplia aceptación.

76 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

El más destacado y el que de forma más directa identifica su obra


como una literatura de viajes es Ibn Batutta (Abu Abd Allah Muhammad),
nacido en Tánger en el siglo XIV (1304-1368). Es autor de una obra cono-
cida como Rihla (Viajes). El título consignado por el autor es Regalo de cu-
riosos sobre peregrinas cosas de ciudades y viajes maravillosos. Un título que
descubre el marco conceptual en que se inserta su obra. Escrita al final de
su vida, describe su experiencia viajera a lo largo y ancho del mundo islá-
mico y de los confines del mismo.
En estos viajes recorrió la mayor parte del mundo islámico y alcanzó
las tierras de Oriente, hasta China. Bordeó las costas africanas exploradas
por los árabes en el índico, hasta las islas malayas. Penetró en las tierras
continentales de Eurasia, por el sur de Rusia. Llegó incluso al borde del
Níger, que él confunde con el Nilo, de acuerdo con la imagen de este río en
el mundo antiguo. Incorporó observaciones sobre las tierras cristianas, por
las que incluso pudo viajar, y sobre los espacios problemáticos de los anti-
guos, como las tierras ecuatoriales y la zona tórrida. De todas ellas pro-
porciona noticias, datos e informaciones. La obra de Ibn Battuta ampliaba
las dimensiones del mundo conocido.
Representa un ejemplo de literatura itinerante, concebida como «dia-
rio» de viaje. Tiene un estilo directo, poco proclive a la divagación literaria
y a lo fantástico, aunque los elementos fantásticos no falten en su obra. Des-
cribe sus encuentros con personas, los acontecimientos que le suceden y las
circunstancias que rodean sus viajes. A lo que añade observaciones directas
e informaciones variadas sobre las tierras por las que discurre, de muy di-
versa índole, de indudable interés para diversos campos de conocimiento,
desde la antropología a la geografía histórica (Fanjul y Arbós, 1981).
Si exceptuamos autores contados, subyace en una gran parte de esta
literatura un trasfondo de entretenimiento, que explota las posibilidades
que ofrece el espacio de los márgenes para ubicar un mundo distinto, el es-
pacio de las maravillas y los prodigios. Un rasgo apreciado de la cultura
clásica islámica, que impulsó el desarrollo de este tipo de literatura itine-
raria y fantástica. Forma parte de un género narrativo, literatura de viajes,
en que lo territorial es convertido en soporte para la construcción de un es-
pacio para la fantasía. Los ejemplos son también numerosos.
Un granadino, Al-Garnathi, autor del siglo XII (Granada 1080-1169),
ilustra este tipo de obras (Bejarano, 1991). Fue un gran viajero musulmán,
que llegó hasta el borde del Volga y las orillas del Caspio y anduvo por tie-
rras de Hungría, cuyo relatos plasmó en dos obras: Thufat al-albab y al-
Mu'rib 'an ba'd 'aya'ib al Magrib. Sus informaciones son directas, de gran
interés como fuentes; sin embargo, su discurso se caracteriza por el conti-

Su interés se centra en lo maravilloso, lo excepcional, o como él dice


nuado recurso a lo fabuloso, que distingue este tipo de literatura 'aya'ib.
a propósito de Zaragoza -la Ciudad Blanca-, «lo que no tiene semejante
con nada en el mundo», que por lo general tiene que ver con lo fantástico
y legendario. Se trata, de hecho, de libros de viajes cuyo objetivo es entre-
tener, con noticias sobre fenómenos maravillosos o extraños, en que se re-
cogen, por igual, datos de observación directa y leyendas de distinta pro-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 77

cedencia. Como bien se ha dicho de este autor, y podría extenderse a la ma-


yor parte de estos autores, «no es, en realidad, ni cosmógrafo, ni geógrafo,
ni etnógrafo, es un viajero que cuenta lo que ha visto y oído», pero donde
lo esencial es que busca oír y pretende ver lo que no tiene semejanza con
nada en el mundo, lo excepcional de cada lugar.
En la extendida modalidad literaria y en su versión de compilaciones
descriptivas itinerarias, la producción islámica sobrepasa, de modo nota-
ble, la coetánea del orbe cristiano. No hay comparación posible, ni en el
ámbito cosmográfico ni en el género de viajes y corográfico, entre la rica
y variada producción islámica y la corta y pobre cristiana.
Lo que no se produce en el ámbito islámico es el proceso de transfor-
mación que distingue la producción cosmográfica y cartográfica en la Eu-
ropa cristiana, a ritmo acelerado, en el final de la Edad Media.
Sin embargo, la aparición de un sentimiento de tradición cosmográfi-
ca y la renovación de la representación del mundo, asentadas sobre la he-
rencia grecolatina, al terminar la Edad Media, en la Europa cristiana, no
es concebible sin la aportación, la influencia y el contacto con la cultura
islámica. Contacto, influencia y aportación que tuvieron cauce privilegiado
en el ámbito ibérico.
La progresiva consolidación de un movimiento europeo con impulso
propio, capaz de renovar, de forma directa, el contacto con las fuentes clá-
sicas, con la geografía cosmográfica de los griegos, arraiga en la rica cul-
tura árabe. La cultura islámica ejerce de puente y hace posible el reen-
cuentro occidental con la representación geográfica clásica. Un paradójico
reencuentro con la tradición cultural propia. Paradójico en la medida en
que fue necesario el contacto con el Islam para descubrir e interesarse por
los textos que estaban disponibles en el propio mundo cristiano, en el so-
lar bizantino.
CAPÍTULO 4

EUROPA: DE NAVEGANTES A CARTÓGRAFOS

La progresiva degradación de la herencia cultural y filosófica greco-


latina es un elemento conocido del tránsito de la Antigüedad a la Edad
Media, en el mundo cristiano. Se ha atribuido a la difícil integración del
espíritu racionalista y materialista, que distingue la cultura clásica, en el
marco dogmático cristiano. Se ha achacado a la actitud beligerante de
muchos de los panegiristas cristianos frente a la cultura antigua. Deter-
minó la preterición y abandono de ésta, en los siglos del primer milenio.
Se ha visto como la consecuencia del propio aislamiento de la Europa
cristiana en el conjunto del mundo mediterráneo, acentuado con la ex-
pansión del Islam.
El cristianismo y las circunstancias históricas impusieron una noto-
ria solución de continuidad en el saber. En parte por el rechazo ideológi-
co al mundo pagano y a su cultura, desdeñada o menospreciada, cuando
no condenada, como practican autores como Orosio. En parte por la pro-
pia fragmentación del orbe cristiano, entre el occidente latino y el oriente
greco-bizantino.
La imagen de la Tierra como objeto de la reflexión racional es sustitui-
da por la del mundo judeocristiano, una cosmovisión religiosa cuyas fuentes
eran los libros sagrados. El legado cultural del mundo antiguo se ve dismi-
nuido y empobrecido. Los lazos con él son escasos, son tenues y son objeto
de una continuada deformación. De ahí la peculiar evolución de la cultura
geográfica cristiana medieval y las diferencias notables con la islámica.

1. El estrechamiento del mundo: la cosmología cristiana

La representación del mundo se anquilosó en una mezcla de una em-


pobrecida tradición clásica y la cosmología judeocristiana. Por otra parte,
el vínculo intelectual con el pasado grecolatino se desdibujó. Se perdió una
considerable información y se diluyó el fundamento intelectual de la geo-
grafía griega como representación racional del mundo. El cambio intelec-
tual y de conocimiento se aprecia bien en la obra de Isidoro de Sevilla, en
el siglo vii. Será la fuente principal del saber cristiano occidental.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 81

denominados mapamundi. Éstos se mantienen a lo largo de varios siglos.


Responden a dos grandes modelos o concepciones, con notables variacio-
nes acordes con la época. Por un lado, la representación esquemática o
simbólica, de carácter geométrico, que se suele conocer como mapamundi
en O-T. Por otro, el modelo que podemos identificar con la representación
de los denominados Beatos. Sin embargo, se aprecian notables diferencias
entre estas representaciones (Woodward, 1987).
La esquemática concepción que subyace en los conocidos como ma-
pamundi en T, representaciones de carácter circular, ordena las tierras
conocidas -Europa, Asia y África- según un simple modelo geométri-
co, circular, de ascendencia clásica, recogido por Isidoro de Sevilla. El
círculo o disco terrestre aparece dividido en tres partes: un semicírculo
correspondiente a Asia, localizado a Oriente; y el otro semicírculo, occi-
dental, dividido en dos cuartos, Europa y África. Un diseño inducido por
la presentación del Mediterráneo como eje principal del mundo conoci-
do. Se insertan, en perpendicular, el Nilo -considerado límite de Asia y
África-, y su prolongación en el mar Negro y el río Tanais (Don), en su
caso a través de las lagunas Meótidas (mar de Azov). Aparecen figurados
como trazos o como rectángulos. La imagen o esquema resultante perfi-
la una T, dentro de un disco o rueda, cuyo borde externo se correspon-
de con el océano exterior. Los ejemplos varían desde los más simples al
muy historiado de Saint Denis. Pobres en la información toponímica, hi-
drográfica y orográfica, y simples en el diseño, los mapamundi en O-T
contrastan con el modelo más elaborado y rico en información de los
Beatos.
Los Comentarios al Apocalipsis de San Juan, que escribe el monje
Beato, en el monasterio de Santo Toribio de Liébana (Cantabria), en el si-
glo VIII, fueron objeto de numerosas copias. Ampliamente difundidos entre
los siglos x y XIII -se conservan 22-, cuentan con una notable ilustración,
con numerosas miniaturas -se acercan al centenar en algunos ejempla-
res- que acompañan el texto.
Una de ellas se corresponde con la representación del mundo. Nos
muestra la idea de la Tierra que prevalece en estos siglos. Muestra la amal-
gama entre una tradición clásica y la cosmología cristiana. La representa-
ción de la Tierra es concebida bajo la perspectiva religiosa. Se sustituye la
centralidad étnica por la religiosa, como evidencia la presencia del paraíso
y la tierra sagrada y su ubicación como centro del mundo.
Descubren el influjo de la cosmovisión judeocristiana y la concepción
religiosa del cosmos. Convierten a Jerusalén en el eje del mapa, de acuer-
do con la identificación del Gólgota como el omphalos o centro del mun-
do, e introducen el jardín del Paraíso o Edén. Más que una representación
geográfica, constituye una cartografía cosmológica. Expresan el «mundo»
judeocristiano.
Responde a un diseño rectangular, con representación de las tierras
conocidas en torno al Mediterráneo, con un menor grado de esquematis-
mo. Presentan un esbozo de representación de las grandes alineaciones
montañosas, con un característico dibujo en forma de pluma de ave, una

82 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

mayor frecuencia de topónimos y una referencia iconográfica a las mayo-


res o más conocidas ciudades. En general reproduce una información que
pertenece a las fuentes clásicas. Constituye una representación anacrónica.
El paso del tiempo actualiza y enriquece la información contenida.
Los mapamundi buscan dar una cierta forma al conjunto de tierras, mares
e islas. Pueblan estos territorios de lugares, de animales y de rasgos físicos.
Ríos, montañas, animales fantásticos y reales, así como los topónimos ac-
tuales, rellenan estas representaciones cosmológicas o religiosas del mun-
do, presididas por el Creador.
Un ejemplo excepcional lo constituye el denominado mapa de Richard
de Haldingham, elaborado en el siglo XIII, hacia 1285 o mapamundi de He-
reford (Crone, 1954; Simek, 1996). En realidad, lo que le distingue de sus
antecedentes es el que incorpora los nuevos saberes sobre el cosmos y la
Tierra que ha proporcionado el mundo islámico a través, sobre todo, de las
traducciones toledanas. Incorpora una cierta precisión en la forma, los per-
files y proporciones de las tierras conocidas, sobre todo de las islas britá-

Unos y otros comparten el esquematismo de la imagen. Unos y otros


nicas, como es lógico (Woodward, 1987).

comparten la pérdida del rigor alcanzado en el período grecolatino en la


configuración del espacio terrestre conocido. Descubren la introspección
geográfica de las sociedades cristianas, durante un largo período de tiem-
po, en abierto contraste con las sociedades islámicas contemporáneas.
Descubren, en primer lugar, la ausencia de una práctica o saber cos-
mográfico desarrollado, durante varios siglos, equivalente al de las socie-
dades islámicas, estimulado por los textos clásicos. La carencia de este so-
porte facilitó la deriva conceptual y práctica de la representación del mun-
do y de la propia configuración del espacio terrestre conocido.
En segundo término, porque la actividad exploratoria y el grado de
expansión de los pueblos europeos cristianos no tiene comparación con
la islámica. El caudal de informaciones nuevas sobre el entorno inme-
diato es reducido, incluso cuando se produce una ampliación sensible
del conocimiento sobre el mismo. Los viajes de los escandinavos por el
Atlántico septentrional hasta Groenlandia, e incluso hasta el litoral nor-
teamericano, carecen de trascendencia práctica y de influencia cultural,
en la medida en que su existencia no se incorpora al acervo geográfico
contemporáneo.
El propio ámbito europeo nórdico, en los bordes del mar del Norte,
sólo se incorpora de modo puntual y circunstancial. La traducción de Oro-
sio al inglés por parte de Alfredo el Grande de Inglaterra, en el siglo x, es
enriquecida por el monarca con la introducción de los lugares y pueblos de
estas regiones septentrionales (Lindeski, 1964). Sin embargo, la imagen
cartográfica de estos territorios septentrionales, su localización y ubicación
respecto del viejo mundo, no tiene precisión hasta el final de la Edad Me-
dia. Es la época en que se incrementa la información sobre estas áreas a
través de las obras de Olaf y de M. Ziegler, que incorporan la percepción
de las tierras de Islandia, Gotia y Scandia. Su perfil definitivo no se preci-
sará hasta el siglo XVI .

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 83

En último lugar, porque falta en el ámbito cristiano una literatura na-


rrativa similar a la islámica, de tal modo que el género de viajes es escaso
y el corográfico tardío o se limita a reproducir los estereotipos de la tradi-
ción secular. El contacto con la cultura islámica permitió la ampliación
progresiva de nuevos elementos en esa representación del mundo, que re-
nueva sus contenidos.
Aparece una literatura corográfica de inspiración o de origen islámi-
co. De hecho, Idrisí elabora su obra para un monarca cristiano. Los auto-
res cristianos recogen e incorporan, a través de la influencia árabe, una
creciente información de origen clásico. Pero sólo en el siglo final de la
Edad Media surge una literatura equivalente del tipo del género de mara-
villas islámico y del género de viajes, en que prevalece el interés por lo ma-
ravilloso. Al mismo tiempo que se extiende el género de los viajes, los re-
latos de los viajeros.

1.2. UNA ESCASA Y TARDÍA LITERATURA COROGRÁFICA

La literatura corográfica no existe como tal. Lo que se suele conside-


rar bajo este concepto es más bien un conjunto de trabajos que muestran
el tipo de conocimiento y el carácter de las prácticas espaciales durante
esos siglos y que recogen la tradición cristiana de Isidoro de Sevilla y Oro-
sio. O bien obras islámicas traducidas e incorporadas a los saberes cristia-
nos, a partir del siglo XII . Se aproximan a lo que se ha denominado coro-
grafías sin llegar a serlo.
En el caso de las obras de carácter corográfico se trata de obras ar-
caicas, en la medida en que reproducen el estado del conocimiento de la
muy alta Edad Media. Es decir, las obras de Isidoro de Sevilla y la obra de
Orosio, conocidas a través del propio texto latino y de sus traducciones al
árabe, que inspiran, a su vez, las obras islámicas. Éstas sirven de fuente
para la Europa cristiana, como ocurre con la denominada Descripción de
España del moro Rasis, el autor del siglo x, que es trasladada al portugués
y castellano en el siglo XIII y se incorpora a las crónicas cristianas coetá-
neas, en el marco ya del interés renovado por el saber de los antiguos y del
enriquecedor contacto con la cultura islámica.
Estas limitadas fuentes alimentan la producción medieval hasta que la
influencia de los textos islámicos y de los clásicos grecolatinos renueven el
saber de las sociedades medievales europeas. Un rasgo que distingue los si-
glos bajomedievales, cuando los grandes recopiladores recojan y agrupen
los saberes del mundo antiguo, para uso de los expertos y para uso del pú-
blico cultivado.
En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en Castilla, se multiplican, a
partir del siglo XII las traducciones al latín de las obras árabes, y las tra-
ducciones a las lenguas vernáculas, de las obras árabes y de sus traduccio-
nes latinas. En esas compilaciones se sintetiza y ofrece a uno y otro públi-
co el saber sobre el cosmos y entre esos saberes la representación del mun-
do, tal v como la transmiten los textos clásicos resumidos v traducidos. Es-

84 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

tos textos cultos o divulgadores se caracterizan porque abarcan un amplio


espectro de saberes. La representación del mundo, incluso los aspectos físi-
cos del mismo, sólo son una parte de esas obras de carácter enciclopédico.
Las obras enciclopédicas adquieren una popularidad excepcional a
partir del siglo XIII , tanto las que se limitaban a recoger y copiar los viejos
textos de la tradición medieval cristiana, como las que incorporaban el sa-
ber árabe y hebreo y con él la herencia grecolatina por la vía del islam. En
ellas se resumen el saber sobre la naturaleza y con él el saber cosmográfi-
co y territorial recogido de esas fuentes.
Obras técnicas, escritas en latín muchas de ellas, reservadas para la
minoría más cultivada, en muchos casos. Pero también obras de divulga-
ción, vertidas o compuestas en lenguas vernáculas, que acercan al público
cultivado la imagen de la naturaleza y del mundo.
Obras como el Imago Mundi, de Honorius Inclusus y, sobre todo, el
Speculum majus, de Vincent de Beauvais, con sus 80 libros -la gran enci-
clopedia de la Edad Media en la Europa cristiana- se convierten en tra-
tados de referencia en los últimos siglos medievales. Incorporaban conoci-
mientos transmitidos por los árabes, de las obras de Ptolomeo, en sus par-
tes dedicadas a la astronomía y cosmografía.
No difieren de las obras de apariencia más general, como la General
Historia de Alfonso X y De propietatibus rerum, del monje inglés Bartolo-
mé Ánglico, obras con notable difusión en los siglos bajomedievales e in-
cluso en los modernos.
Otras equivalentes cumplieron una función similar, como De rerum
naturae, de Alejandro Neckam. No difieren en lo sustancial. Otras muchas
aparecieron en lenguas vernáculas como el Puch der Nature, del alemán
Kunrat von Megenberg, Le Roman de Sidrach, en francés, o el propio Ima-
go Mundi, en francés también. No son obras de geografía, ni incorporan
contenidos que sus autores contemplen como geográficos.
Ni siquiera los denominados Mappemundi, como el denominado, por
los eruditos españoles, mapamundi de Isidoro de Sevilla, romanceado en el
siglo XIII . Ni siquiera se les puede aplicar el calificativo de corografías, al
modo de las islámicas, traducidas algunas, en el entorno de Alfonso X y del
rey de Portugal. Para sus autores y para la sociedad medieval formaban
parte de una imagen o visión del mundo, como una unidad.
El tamiz religioso, teológico incluso, filtra la mayoría de estas obras.
Eran obras de clérigos, de teólogos, que se introducían en los textos anti-
guos en la medida en que consideraban que éstos encerraban los saberes
necesarios para esa interpretación del mundo natural, sus propiedades, sus
cualidades, sus poderes. Proporcionaban las claves para comprender o ilus-
trar los textos sagrados cristianos. Trataban de descubrir los signos o sím-
bolos escondidos u ocultos en el mundo natural.
Dentro de ellas se recoge, como un aspecto más del mundo, su repre-
sentación, reducida al esquema de las tres partes, es decir, los continentes,
con sus países y regiones, de acuerdo con los textos clásicos. Las modifi-
caciones, en lo que concierne al entorno contemporáneo de los recopila-
dores, se limitan, en muchos casos, a su propio país. Es cierto que intro-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 85

ducen, desde el siglo XII , pero con gran intensidad en el siglo XIII , las nue-
vas ideas, hablan de la Tierra como globo o esfera, extienden imágenes
plausibles de la redondez del planeta.
Se transmite la imagen del mundo con su estructura continental tri-
partita, y su multiplicidad territorial de países y regiones. Se incorporan a
las viejas descripciones del pasado los territorios y países próximos con-
temporáneos. Cada autor o recopilador introduce aquellos que le son más
conocidos, más inmediatos.
Se interesan por una imagen o representación del mundo vinculada
con la naturaleza y respaldada por el prestigio de los antiguos y su sabi-
duría. Ahondan en una representación cuyos rasgos básicos les son cono-
cidos. Los fragmentos de los textos antiguos y los textos árabes, les permi-
ten ampliar su esquemática imagen del mundo y acceder a elementos no-
vedosos como la redondez de la Tierra. La tierra es redonda, dicen, y el
hombre podría darle la vuelta si no encontrara obstáculos, del mismo
modo que la mosca rodea una manzana. Resaltan que si se hiciese un agu-
jero de parte a parte de este globo se vería el cielo a través de él.
Son elementos que traslucen una cierta dimensión de asombro y por-
tento. Los mismos que animan una tardía literatura de viajes, en la que
conviven el culto a las maravillas y la descripción de lo exótico.

1.3. LA TARDÍA LITERATURA DE VIAJES Y PORTENTOS

La literatura de viajes medieval no tiene la entidad del mundo árabe y


no presenta los rasgos de género que distingue la producción islámica. Res-
ponden en mayor medida al tipo de diario de viaje, con una información
más pobre. La producción de interés geográfico se limita a escasos ejem-
plos, pero que se parecen poco a los itinerarios y rihlas islámicos.
El conocido Codex Calistinus, obra de un autor francés, Aymeric Pi-
caud, en el siglo XII , referido al camino de Santiago, es un excelente y tem-
prano ejemplo de este tipo de obras, que no son diarios del viaje sino sim-
ples guías prácticas para el viajero. Está ausente de ellas el sentido litera-
rio, la dimensión del entretenimiento, así como la dimensión descriptiva,
corológica, que aparece en los autores islámicos.
Sólo en los últimos siglos del medievo y sobre todo en el XV, las obras
de viajes se hacen más frecuentes, a la par con la mayor frecuencia del via-
je. Género que corresponde, por una parte, con el modelo de la obra des-
criptiva, diario o compilación de viaje, o reseña de tipo itinerario, a imita-
ción, en cierto modo, de los viajes a La Meca. Relatan reales o ficticios via-
jes a Tierra Santa.
Están en relación con la apertura del Oriente próximo en los tiempos de
la denominada conquista de Ultramar, es decir, Las Cruzadas, a partir de la
conquista de Jerusalén en 1099. Responden, dentro de este mismo espíri-
tu, al intento de establecer contactos con los mongoles y pueblos asiáticos,
por razones comerciales y, sobre todo, por razones religiosas, en el mo-
mento en que los musulmanes reconquistan la ciudad santa de cristianos

86 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

y judíos. Se extiende un espíritu de misión que mueve al papado al envío


de emisarios hacia las cortes orientales para predicar el cristianismo y to-
mar contacto con los vencedores de los turcos, es decir, los mongoles
(Kappler, 1999).
En este contexto se desarrolla el género de viajes propio de la Baja
Edad Media, influido también por las obras árabes. Esta influencia se
traduce en la aparición y difusión de una literatura de ficción asociada
al viaje y a la descripción de países y pueblos. El mundo exótico adquiere
una gran resonancia. Las descripciones de los márgenes del mundo co-
nocido permiten el desarrollo de un género a medio camino entre la des-
cripción corográfica y la fantasía. La más famosa de todas ellas, Il mi-
lione -el Libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia-, que corresponde
al siglo XIII , fue considerada literatura de ficción o fantasía más que dia-
rio de viaje.
Los viajes a Tierra Santa de cristianos y judíos se hacen frecuentes
desde el siglo XII , con las Cruzadas. Descripciones verdaderas y otras me-
nos tienen como telón de fondo ese viaje por el oriente próximo.
Excepcional resulta el Itinerario (Massa'ot) de Benjamín de Tudela, un
judío del siglo XII , referido a sus viajes entre los años 1159 y 1173 a Tierra
Santa judaica, en que se aproximará hasta los confines de China, si bien
su obra apenas es conocida fuera del ámbito hebreo. A pesar de las difi-
cultades para los viajes a partir del siglo XIII, se mantienen, al mismo tiem-
po que el propio género se populariza. Obras como La Romería a la Casa
Santa de un catalán, Oliver, en el siglo XV; o el coetáneo Viaje a Tierra San-
ta de Bernardo de Breindenbrach, forman parte de este género.
Viajeros como William Robruck, un franciscano flamenco, que recorre
Asia, en el siglo XIII , así como Juan de Plano Carpini, otro franciscano en-
viado por los papas a tomar contacto con los mogoles, proporcionan rela-
tos de sus experiencias, en que mezclan lo objetivo y lo que respondía a
una cierta concepción e imagen del mundo. El protagonismo de los frailes
franciscanos es un rasgo de estos viajes. Otro franciscano, Odorico de Por-
denone, permanece cuatro años en China entre 1324 y 1328.
Viajeros laicos, por una u otra circunstancia, proporcionan también el
relato de sus experiencias. Johannes Schiltberger, un soldado bávaro pri-
sionero de los turcos, tras la batalla de Nicópolis, logrará volver a occidente
Clavijo como embajador del rey de Castilla a la corte del Gran Tamerlán, en
tras varios decenios en tierras de Asia, en 1427 . El Viaje de Ruy González de
1403-1406, obra de un cortesano de Juan II, descubren el mundo de los via-
jeros y las descripciones corográficas. Viajeros diversos dejan ahora el tes-
timonio de sus viajes, como el barón León de Rosmithal de Blatna, un ciu-
dadano bohemio cuyas peripecias de viaje y observaciones precisas sobre
los lugares de tránsito, a mediados del siglo XV, fueron recogidas por uno
de sus acompañantes. Los relatos se multiplican.
Son relatos, muchos de ellos, de indudable interés por sus informa-
ciones, fruto de la experiencia directa, casi siempre fidedignas y notables.
El viaje de Piero Querini por tierras septentrionales, como consecuencia de
un naufragio, proporciona una realista y precisa información sobre la na-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 87

turaleza -en sus aspectos climáticos y en su fauna específica-, y socie-


dad nórdicas, si bien algunos aspectos fueran conocidos con anterioridad.
Por otra parte, surgen las narraciones de contenido novelesco, que se
vincula con el género caballeresco y que como tal es contemplada en su
época. A caballo entre el género de viaje y lo novelesco es una literatura en-
tre la descripción precisa de la experiencia del viaje y la fantasía con so-
porte territorial. Al modo de la literatura islámica similar, surgen numero-
sas obras. Tendrán prolongación y excepcional éxito en el siglo XVI , más en
el marco de una literatura de entretenimiento, como las obras de caballe-
ría, que en el de la producción geográfica.
El Viaje del Infante D. Pedro de Portugal, Historia del Infante D. Pedro
de Portugal el qual anduvo las partidas del mundo, publicado ya en el si-
glo XVI por Gómez de San Esteban, fue incluido en el género de caballerías,
y aunque tuviera una base real, es un buen ejemplo. Lo es también la Cró-
nica del muy esforzado y esclarecido caballero Cifar.
El de mayor fama será el Libro de las maravillas del mundo y del viaje
de la Tierra Santa en Jerusalem y de todas las provincias y ciudades de las

otras admirables cosas, de John de Mandeville, un excelente ejemplo de la


Indias, y de todos los hombres monstruos que hay por el mundo y muchas

literatura de maravillas árabe en el mundo occidental (Deluz, 1988). Más


conocido como Viaje de Ultramar, se convirtió en un texto clásico de viajes.
Es la obra de un autor inglés que elabora un fantástico viaje por el mun-
do sin moverse de su casa. Utilizó textos clásicos y relatos de viajes coetá-
neos, que ensambló de acuerdo con las concepciones dominantes en su
época. Gozó, sin embargo, de un gran prestigio, como un texto de geogra-
fía. Todos compartían la misma representación del mundo que domina
hasta el final de la Edad Media, enriquecida con las numerosas novedades
que proporcionaron los textos clásicos.
La mediocre y tardía producción cristiana de interés geográfico, en el
ámbito de la narración descriptiva y del viaje, contrasta con el que será ras-
go distintivo de las prácticas espaciales cristianas: su progresiva orientación
hacia las necesidades de la navegación en alta mar. Exigencias prácticas
que indujeron una progresiva elaboración cartográfica, de naturaleza em-
pírica, y que culminará en la recuperación de la geografía de los griegos y
de la tradición geográfica grecolatina. Se proyectó en una radical transfor-
mación del mundo conocido, de la imagen del mismo y de su representa-
ción y se tradujo en una creciente reflexión de carácter teórico, germen de
las modernas actitudes científicas. Las raíces del moderno racionalismo
arrancan de estos siglos.
El impulso racionalista que distingue los últimos siglos de la Edad
Media en Europa occidental no ahorró al saber práctico sobre el espa-
cio. Por el contrario, éste tuvo un protagonismo relevante en ese proce-
so de racionalización. La incidencia de la razón práctica como impulso
hacia la reflexión racional sobre el mundo natural constituye un rasgo
distintivo de las sociedades europeas medievales. Y el interés por el mun-
do sensible que distingue la filosofía natural contribuyó a consolidar esa
evolución.

88 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

El camino seguido estuvo determinado por las necesidades de unas


sociedades que se aventuran a viajar y que utilizaron de forma crecien-
te el mar para relacionarse. El «arte de navegar» y sus exigencias indu-
jeron a ahondar en el estudio de la naturaleza. Ayudaron a descubrir y
valorar el saber cosmográfico y la geografía cosmográfica de los anti-
guos, e impulsaron la búsqueda de estos conocimientos clásicos, exigi-
dos por la propia práctica. Representa el tránsito del simple arte de na-
vegar a la cosmografía.

2. Del arte de navegar a la cosmografía

Serán las necesidades impuestas por la navegación marítima, activi-


dad en plena expansión, tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico, las
que transformen el horizonte geográfico del ámbito cristiano. Tienen rela-
ción con la renovación de las técnicas del «arte de navegar». Afecta a las
técnicas de construcción naval, que se traducen en los nuevos tipos de em-
barcación, adaptados al desplazamiento por el océano, y a los instrumen-
tos de ayuda a la navegación, sobre todo cuando ésta se hace oceánica.

EL IMPULSO PRÁCTICO: LAS NECESIDADES DE LA NAVEGACIÓN

El estímulo de las necesidades prácticas, que surge de la navegación de


altura, aguijoneó la búsqueda de nuevas herramientas para determinar el
rumbo y establecer la posición de los navíos. Se completó con el progresivo
desarrollo de una renovada cartografía, cuyos productos empiezan a hacer-
se patentes desde el siglo XIV . Sin embargo, tienen antecedentes notables en
los siglos anteriores, al menos desde el siglo XI , en que se producen algunas
representaciones cartográficas destacadas. Evidencian el conocimiento de al-
gunas de las fuentes antiguas. Ponen de manifiesto el conocimiento más ri-
guroso del entorno inmediato, sea el mar del Norte o el Mediterráneo occi-
dental. Se manifiestan en numerosos aspectos cuya suma, en poco tiempo,
proporcionó un cambio sustancial en las condiciones de navegación.
Se percibe en ámbitos tan diferentes como la determinación de los
rumbos o derrotas, gracias a una rosa de los vientos mucho más precisa y
al uso de la brújula; el establecimiento de la posición por medios astronó-
micos; el empleo de cartas náuticas para seguir los derroteros; la utiliza-
ción de instrumentos de medida y el recurso a la medida; nuevos medios
para el control de los navíos, nuevas técnicas para aparejarlos y nuevos ti-
pos de embarcaciones. Un cúmulo de cambios en apenas tres siglos.
La navegación oceánica, por el mar del Norte y de Irlanda, aportó una
rosa de los vientos muchos más completa, respecto de la prevaleciente en
el Mediterráneo. Los ocho rumbos tradicionales, heredados de la Antigüe-
dad, se convierten en treinta y dos. Hicieron posible una mayor precisión
y rigor en los rumbos y derroteros gracias a la experiencia náutica de los
mares septentrionales.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 89

En el mar del Norte y de Irlanda, los navegantes utilizaban deno-


minaciones propias, Norte, Sur, Este y Oeste, que combinaban entre sí
para obtener un mayor número de rumbos. Como señalaba Alonso de
Santacruz en el siglo XVI, «nuestros mareantes... tratan esto muy por del-
gado, de más de ocho (rumbos) que hazen principales exprimen otros
ocho medios y otras dieciséis quartas». Es decir, un total de 32 rumbos
o vientos.
El mismo autor resaltaba la significación y las condiciones del cambio
producido: «los antiguos fueron tan cortos en asentar vientos porque no na-
vegaban por tan espaciosos mares como es el Océano, que da gran ocasión
para ello, ni tomaban por tan delgado las derrotas que han sido ocasión y
materia de tantos vientos como hoy se usan».
Denominaciones que fueron incorporadas de forma progresiva por los
marinos y cartógrafos de la Europa meridional, por intermedio de los ma-
rinos franceses del golfo de Gascuña, que las usaron, al menos, desde el si-
glo XI . La introducción de la nomenclatura y procedimientos anglogermá-
nicos en la Europa meridional se produce en el siglo XIV . En el siglo XV las
emplean los portugueses y el propio Colón. Su uso se generalizará en el XVI,
como lo muestra Alonso de Santacruz.
Suponía la posibilidad de incrementar la precisión de los rumbos o de-
rrotas de los navíos, al mismo tiempo que el perfeccionamiento de la car-
tografia en el momento en que se incorpora esta rosa de los vientos a las
cartas marinas. El uso de la brújula permitió rumbos más afinados. Rai-
mundo Lulio nos indica, en el Fénix de las Maravillas del Orbe, escrito en
1286, que el empleo de la brújula era habitual en las costas mediterráneas
en el siglo XIII. La indicación del Norte o Septentrión en la rosa de los vien-
tos en las cartas náuticas muestra la influencia del uso de la brújula y su
papel en la nueva percepción cartográfica que sustituye el Oriente tradi-
cional por el Norte.
De forma progresiva surge el interés por medir de forma más preci-
sa, distancias y tiempos. Se pasa de un control variable del tiempo diur-
no, a la preocupación por medir el tiempo, que desemboca en el perfec-
cionamiento del reloj y la aparición del reloj mecánico, incorporado al
vivir cotidiano. El reloj situado en la iglesia como medidor del tiempo y
regulador del discurrir ciudadano tuvo una notable significación social,
resaltada por los contemporáneos. Dos componentes de la realidad, el es-
pacio y el tiempo, cuya valoración apunta la nueva mentalidad del final
del mundo medieval.
La mejora de la precisión y seguridad en la navegación procede tam-
bién del cambio en la medida de la distancia. Se impulsa la sustitución
de las indefinidas jornadas por la más acotada milla o legua. La medida
tradicional de la distancia, en la navegación, consistía en el número de
jornadas o días de viaje, que no dejaba de ser aproximada e imprecisa,
aunque el uso y la práctica pudieran establecer su habitual equivalencia
en millas. En los siglos bajomedievales se mejora de forma notoria con el
recurso y empleo de la distancia en unidades de medida regulares, como
la milla y la legua, basadas todas en la milla romana.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFIA

La referencia a estas unidades en los mapas contribuyó a incrementar


su fiabilidad y precisión. La distancia se integra en la representación car-
tográfica a través de la escala. La escala gráfica, en millas o leguas, se in-
corpora a la construcción cartográfica de los marinos, como un elemento
propio de ésta, que permitió un ajuste más riguroso de las derrotas y las
distancias. A finales del siglo XV debió introducirse el empleo de instru-
mentos para evaluar la distancia recorrida, del tipo de la «corredera», en
orden a mejorar el cálculo a la estima; si bien su uso no debió generalizarse
hasta finales del siglo XVI.
El recurso a denominaciones más simples y completas para la rosa de
los vientos y la evaluación más precisa de las distancias, proporcionó las
bases para una representación de las costas con un grado de perfección in-
comparable respecto de épocas anteriores. Así lo evidencian las construc-
ciones cartográficas bajomedievales. El mundo cristiano adquirió una ima-
gen más precisa del contorno del Mediterráneo y de las costas atlánticas
entre Gibraltar y el mar Báltico. La elaboración cartográfica, en lo que con-
cierne al perfil litoral, se equipara a las mejores obras de la cartografía
oriental y sobrepasa lo alcanzado en el mundo antiguo.
La producción de cartas marinas no tiene relación con las seculares
representaciones cosmológicas. Éstas no constituyen representaciones car-
tográficas. Responde a una concepción del mundo. Así lo evidencia la per-
sistencia de los mapamundi cosmológicos hasta el siglo XV , como ilustra-
ciones de libros de oración y libros piadosos, con Jerusalén como centro y
ombligo del mundo, y en un contexto simbólico religioso.
No obstante, provocan el tránsito desde las representaciones cosmo-
lógicas propias de los Beatos, de carácter convencional, a la nueva carto-
grafía apoyada en la experiencia y la medida. La aparición de las cartas
de marear o portulanos significa la búsqueda de la precisión y verosimi-
litud exigidas por la práctica marina. Se convierte en un rasgo destacado
de la producción cartográfica de los dos últimos siglos medievales. La
aparición de la cartografía se vincula a la elaboración de cartas marinas
o cartas de marear.
La confección de cartas marinas o cartas de marear, se convirtió en
una actividad cuya demanda provenía de las necesidades de la navegación.
Tradición cartográfica medieval que surge y se desarrolla en el mundo cris-
tiano y que tiene en el ámbito mediterráneo su máxima expresión, vincu-
lada con una actividad marítima expansiva. Caracterizó a diversos puertos
y entornos de la cuenca mediterránea, bajo el impulso de venecianos, ge-
noveses, franceses, catalanes, castellanos y portugueses, principales clien-
tes de esa actividad, patente desde el siglo XIII .
El producto más destacado, pero no el único, de esta actividad fueron
las cartas de navegar, denominadas portulanos. Con éstos se inicia el pro-
ceso de construcción de una cartografía preocupada por la precisión. Pre-
ocupación que se inserta en la renovación de las actividades marineras.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 91

2.2. LAS CARTAS DE NAVEGAR: LOS PORTULANOS

Los «portulanos» mediterráneos constituyen un tipo de representación


cartográfica para uso marino, o carta de marear. Está basada en la aplica-
ción a la figuración o dibujo de las costas, del rumbo, derrotero y distan-
cia, junto con una notable calidad y finura del dibujo del perfil litoral. La
rosa de los vientos, que algunas cartas iniciales no incorporan, localizadas
en varios lugares de la carta, las largas líneas indicadores de los rumbos y
el detallado perfil costero son rasgos destacados de este tipo de construc-
ción cartográfica. Añaden una abundante toponimia litoral, en latín o ca-
talán, y una creciente información escrita sobre territorios. Se difunden en
los siglos XIV y XV y se prolongan hasta el siglo XVII .
Una profusa decoración suele ocupar los bordes de la carta y el in-
terior de los amplios espacios continentales, sobre todo en los de factura
catalana. Éstos son adornados con iconografía que representa ciudades,
animales, personajes, entre otros elementos. Se añaden las banderas o es-
tandartes que son propios de los territorios o reinos correspondientes. Se
incluyen imágenes de reyes, complementados con información escrita re-
ferida a cada territorio o región. El portulano resulta una obra a medio
camino entre el producto preciso de la racionalización cartográfica y la
obra de arte artesana.
Desde la primera «carta pisana» de 1300 hasta los ejemplos del si-
glo XVII se desarrolla una intensa producción asociada a los centros car-
tográficos y marinos mediterráneos. Corresponden sobre todo a italianos
-genoveses, pisanos, venecianos-, como principales agentes y poten-
cias marinas bajomedievales ( Campbell, 1987). Ellos parecen ser los ini-
ciadores de este tipo de cartografía marina. Y, en relación con ellos, los
catalanes y mallorquines. En particular estos últimos, que llegarán a
identificar una destacada escuela o taller en la producción de este tipo
de cartas náuticas.
Las denominadas «cartas catalanas», de 1339 y de 1375, de A. Dul-
ceri la de la primera fecha, y de J. Ribes, la del último año, trazadas en
pergamino o vitela, con dimensiones próximas al metro de longitud por
0,75 m de anchura, son representativas de los portulanos del siglo XIV . Se
aprecia en ellas un carácter práctico, perceptible en su actualización per-
manente. Incorporan las nuevas tierras conocidas tras los viajes explorato-
rios de los marinos, o precisan el contorno y ubicación de otras conocidas.
La de 1339, que carece de rosa de los vientos, proporciona una ima-
gen de Europa y norte de África, de indudable precisión en relación con la
época, y una rica información descriptiva por medio de la toponimia. Re-
coge la nomenclatura costera desde el norte de Noruega hasta el cabo Nun
-es decir, el cabo Draa- en la costa occidental africana. Incluye dos de
las islas Canarias e incorpora desde las costas atlánticas hasta el mar Cas-
pio, «mare de Bacu o Caspium».
La carta de 1375 se atribuye al taller de los Cresques, una familia ca-
talana, hebrea, encabezada por Cresques Abrae, dedicada a la construcción
de instrumentos de navegación y cartas marinas. El hijo de Abrae, Jafuda
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFIA

Cresques, convertido y bautizado como Jaume Ribes tras las persecuciones


a los judíos de 1391, trabajó en la producción de este tipo de cartografía y
en la de instrumental técnico para la navegación, incluidas brújulas. Al de-
sempeño de esta actividad alude el «jueu buxoler» con que se le reconoce.
La carta que elabora es más sintética en la información toponímica
que la de 1339. Aparece en catalán e introduce los nuevos conocimientos
adquiridos en la costa africana, como muestra la referencia al viaje del na-
vegante catalán Jaume Ferrer, a la desembocadura del Río de Oro, cinco
grados al sur del famoso cabo de Non, límite de la carta de 1339. En ella
se encuentran ya al completo las islas Canarias.
Tradición cartográfica que mantiene Gabriel Valseca, autor de una car-
ta náutica fechada en 1439, que incorpora las tierras reconocidas por los
portugueses en las costas occidentales africanas. Tradición a la que perte-
nece también el Planisferio de B. Pareto, de 1455, en pergamino como las
anteriores, de casi metro y medio de longitud por 70 cm de anchura. Tra-
dición que se prolongará en los siglos posteriores, a través de verdaderas
estirpes familiares, como los Oliva. Tradición en la que se encuentra la Car-
ta o mapamundi de Juan de la Cosa de 1500, que incluye ya el perfil de las
nuevas tierras en el entorno del Caribe.
Las necesidades de la práctica marina impulsaron, también, la bús-
queda de nuevas técnicas en el «arte de navegar». Estimularon, asimismo,
inquietudes de otro orden que significaban el tránsito del hacer empírico a
la reflexión teórica y el vínculo entre ambos. Es el camino que conduce
a la recuperación del saber de los antiguos.

2.3. EL «TRATADO DE LA ESFERA»: EL SABER TEÓRICO

Las necesidades prácticas de la navegación oceánica impulsaron las


técnicas del «arte de navegar» también en su vertiente más teórica. Practi-
car una navegación fuera de la vista de la costa exigía medios para deter-
minar la posición de la embarcación, para evaluar la distancia, para cali-
brar los rumbos. La disponibilidad de la brújula había dado a la navega-
ción seguridad para el mejor cálculo y seguimiento de los rumbos. Para es-
tablecer la posición de los navíos en alta mar, condición para una navega-
ción de altura liberada de la servidumbre de la costa, se necesitaban re-
cursos de otro orden.
Eran necesarios medios técnicos instrumentales, imprescindibles para
determinar las posiciones del Sol y de las estrellas. Evaluar la altura del
Sol, de la Luna y las estrellas, tener conocimiento de sus posiciones en dis-
tintos lugares y estaciones del año, en orden a poder así determinar la la-
titud, exigía instrumentos apropiados. Eran exigencias que afectaban, tan-
to al instrumental apropiado para realizar las observaciones y cálculos as-
tronómicos, como a los presupuestos teóricos y a las bases de información
disponibles para su uso en alta mar.
El perfeccionamiento de los instrumentos empleados para la determi-
nación de la altura del Sol, para el cálculo de los arcos y círculos celestes,

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 93

para la observación de las estrellas, se acelera en esos mismos siglos, ha-


ciendo posible aproximaciones más precisas, del orden del medio grado. La
fabricación de los mismos se convierte en una actividad destacada de talle-
res que se especializan en esta labor, como ocurre con los Cresques. Se me-
joran unos instrumentos, como el astrolabio, y el cuadrante; se inventan otros
nuevos, como la lámina y la ballestilla o báculo de Jacob, antecedente del sex-
tante, atribuido al judío provenzal Levi ben Gerson, en el siglo XIV , aunque
algunos autores consideran este instrumento ya inventado en Oriente.
Las nuevas necesidades exigían también conocimientos teóricos de ca-
rácter astronómico y de orden matemático, para la adecuada determina-
ción de las posiciones de los cuerpos celestes. El uso de los instrumentos
se basaba en el conocimiento de la posición de los astros en cada momen-
to del año. Era preciso calcular estas posiciones para cada lugar conocido,
con indicación de sus coordenadas. Había que ordenar esta información
para su uso, puesto que tenía como objetivo permitir a los navegantes es-
tablecer sus propios cálculos y determinar su posición. Las informaciones
requeridas se disponían en tablas, es decir, cuadros ordenados, para uso
práctico.
La elaboración de estas «tablas» astronómicas, con la información de
los diversos acontecimientos y fenómenos celestes, adquiere, en los siglos
bajomedievales, un desarrollo notorio. Su máxima expresión fueron las lla-
madas Tablas Alfonsíes, elaboradas en el siglo XIII, producto de la corte de
Alfonso X el Sabio, de Castilla.
Su antecedente estaba en los trabajos de los cosmógrafos y astróno-
mos árabes, en particular los del grupo o escuela de Toledo, en el siglo XI .
La tradición árabe y hebrea contaba con obras de este tipo, como las de
Azarquiel y las del judío del siglo XII , Rabí Abrahan ben Ezra. El puente o
punto de contacto, entre los siglos x y XIII , fueron Ripoll y Toledo. En es-
tos lugares se produjo el tránsito del saber árabe, que incorporaba la he-
rencia griega, hacia Occidente.
Los primeros tratados europeos sobre el astrolabio se elaboran en la
abadía de Ripoll, en Cataluña, a caballo de los siglos x y XI , a partir de
obras árabes. En Toledo, en el siglo XII se produce un intenso movimiento
cultural bajo el impulso del arzobispo don Raimundo. Se plasma en una
auténtica escuela de traducción del árabe al latín. Permitió entrar en con-
tacto con una parte de las obras grecolatinas y con las producciones islá-
micas y hebreas en el ámbito teórico y técnico.
En ella trabajaron Alí ben Jalaf y el judío converso Juan el Hispalen-
se, junto a Domingo Gundisalvo, arcediano de Segovia, Roberto de Retines,
Hermann el Dálmata, Daniel de Morlay y G. de Crémona. Éste traduce al
latín las Tablas astronómicas que se van a conocer como Tablas Toledanas.
Traduce también la Syntahsis mathematica de Ptolomeo -el Almagesto de
los autores medievales-, así como otras muchas obras vinculadas con la
matemática y cosmografía clásica (Millás, 1949).
Obra clave, el Almagesto, en la medida en que aportaba los conoci-
mientos astronómicos y los principios básicos de la cosmografía grecolati-
na, como reconocía Alfonso X el Sabio. Éste se refería al geógrafo griego,

94 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

como «el que departió del cerco de la tierra mejor que otro sabio fasta la
su sazón». Otras muchas obras del mundo clásico, de astronomía, de cos-
mografía, matemáticas, entre otros campos, pasan en ese momento del ára-
be al latín.
La tarea culmina en el siglo XIII, en el entorno de este monarca caste-
llano, en el que expertos árabes, hebreos y cristianos proceden a una labor
de recopilación, traducción y elaboración de un amplio conjunto de obras,
que plasma en traducciones, compilaciones y nuevas producciones, como
los Libros del Saber de Astronomía. Los Libros del Saber compendiaban la
historia del cielo y la geografía astronómica. Recogían el conocimiento cos-
mográfico oriental, e incorporaban el saber teórico-práctico sobre la cons-
trucción de los instrumentos de precisión para la observación y el cálculo,
desde el astrolabio al reloj.
Conocimientos astronómicos y cosmográficos heredados de la Anti-
güedad, fueron recogidos y corregidos, en su caso, por árabes y judíos,
principales protagonistas de esta labor. Jehuda ben Mosseh Ibn Cohen
y Juan Daspe tradujeron del árabe el Libro de la Ochava Sphera e de sus
XLVIII figuras, de Al Sufí. Fernando de Toledo tradujo el Libro de la Alça-
hefa, de Ar Zarquiel, con las rectificaciones introducidas por Bernardo el
Arábigo, referido a la construcción del astrolabjo. D. Abrahem Jehudah ben
Mosseh Ha Cohen pasó del árabe al romance el Libro complido de los in-
dicios de las estrellas. Rabí Samuel Ha Leví escribió el Libro del Relogio de
la Candela, en la que incluía el Libro de las Armiellas, que trata del mejo-

En las denominadas Tablas Alfonsíes se recogían, con referencia al me-


rado astrolabio universal de Azarqujel, descrito en el Libro de la Azafea.

ridiano de Toledo, cuyo cálculo se había hecho por procedimientos astro-


nómicos, las coordenadas geográficas de un gran conjunto de lugares. Se
incluyen también los datos astronómicos correspondientes, con las decli-
naciones y otras observaciones, esenciales para la construcción de las car-
tas y para la propia navegación.
Las Tablas Alfonsíes prolongarán su utilidad hasta el siglo XV, cuando
Johannes Regjomontanus (1436-1476) el cosmógrafo alemán, compile unas
nuevas, basadas tanto en las obras anteriores como en sus propias obser-
vaciones. Labor continuada por su discípulo, también alemán, Martín de
Behajm, incorporado a la corte portuguesa. Y hasta que el judío castellano
Abraham Zacuto compile las suyas, mucho más completas y basadas en
cálculos astronómicos, la proporción de determinaciones astronómicas es
muy superior, así como la precisión de las mismas (Cantera, 1980; La-
guarda, 1990). De ellas derivan los regimientos utilizados por los navegan-
tes castellanos y portugueses del siglo XVI.
Las observaciones astronómicas se refieren a las posiciones de los astros,
de las estrellas polar y circumpolares, del Sol y la Luna. Se indican la altura
que alcanzan respecto del horizonte, las declinaciones del Sol, e incluso las
longitudes calculadas para cada lugar, de acuerdo con las diferencias horarias
entre dos puntos, que expresan la diferencia de longitud entre ambos.
Las Tablas Alfonsíes proporcionaban esta información sobre las posi-
ciones y altura de las estrellas, polar y circumpolares, y sus modificaciones

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 95

en relación con la precesión de los equinoccios. De tal modo que se podía


deducir la latitud por la altura del Sol a mediodía, mediante los ábacos o
cuadros elaborados, con tal fin, para los distintos días del año. Asimismo
comprendían los datos de longitud corregidos, respecto de Ptolomeo, se-
gún los cálculos de Azarquiel y de los propios colaboradores de Alfonso X.
El trabajo teórico-práctico se convierte en una actividad destacada de
los grandes centros intelectuales europeos, en Castilla, en la Corona de Ara-
gón, en Portugal, en Alemania y en las repúblicas italianas. Contribuyó a
ello la influencia árabe, la obra de los expertos hebreos y, sobre todo, el co-
nocimiento y recuperación de las obras grecolatinas. Primero por esta vía
de las traducciones islámicas de los geógrafos clásicos. Más tarde por
vía directa, desde los propios originales griegos, en el momento en que
éstos aparecen, es decir, son buscados, en las bibliotecas del Imperio bi-
zantino. Su hallazgo consolidó una revolución ya iniciada y aceleró su de-
sarrollo. Supuso el reencuentro con la geografía clásica y la posibilidad
de desarrollar el arte de navegar sobre cimientos más consistentes, más ri-
gurosos, de carácter teórico.
Los europeos de la Baja Edad Media dispusieron, gracias a las obras
grecolatinas, de una interpretación y teoría del cosmos. Les proponían un es-
quema de su estructura, de sus movimientos, de los fenómenos más signifi-
cativos derivados de una y otros. Les indicaban su valor para determinar la
altura de los astros, así como sus posibilidades para la práctica marina.
De ahí que conocimiento cosmográfico y navegación se vinculen de for-
ma estrecha: los «tratados de la Esfera» y el «arte de navegar», como se de-
nominaron en lengua romance, expresaban esta dualidad. Durante siglos se-
rán el signo patente de la estrecha implicación de uno y otro. Sobre todo en
el momento en que el arte de navegar se enfrentaba a la realidad de un mun-
do esférico. Es lo que explica el éxito de las obras medievales dedicadas a es-
tas cuestiones, como la de Sacrobosco. Y es lo que explica el interés por la
obra cosmográfica de Ptolomeo y el prestigio que adquiere en el siglo XV.

• CAPÍTULO 5

LA BÚSQUEDA DE LOS ORÍGENES:


EL HALLAZGO DE LA GEOGRAFÍA CLÁSICA

El siglo XV representa un cambio radical en las condiciones de desa-


rrollo de los conocimientos geográficos en Europa y, para algunos, el ini-
cio de la etapa moderna de la geografía (Livingstone, 1996). Dos factores
fueron determinantes en ese cambio: la recuperación de la tradición geo-
gráfica de los antiguos en sus fuentes directas, que culminaba un prolon-
gado esfuerzo de búsqueda del saber clásico, y la actividad exploradora y
viajera que protagonizaron los europeos, tanto por el propio territorio

El hallazgo de las fuentes originales impulsó un excepcional movi-


como fuera de él, por tierra y mar.

miento de copia de las mismas: la mayor parte de los manuscritos conser-


vados con los textos griegos geográficos, astronómicos, matemáticos, y de
otros campos, se corresponden con copias realizadas a partir del siglo XIII .
Una auténtica fiebre copista se apodera de la Europa cristiana, que descu-
bre los ricos fondos conservados en las bibliotecas monasteriales bizanti-
nas, procedentes de la labor realizada en el siglo Ix.
Las traducciones latinas y los comentarios sobre los textos clásicos se
multiplicaron también en obras que se harán clásicas. Serán objeto de con-
tinuadas copias a lo largo de estos siglos bajomedievales y hasta el si-
glo XVI . La imprenta ayudó a su difusión. Durante doscientos años estu-
vieron marcadas por la autoridad de Ptolomeo en relación con el hallazgo
y conocimiento de su Guía geográfica, que los traductores medievales con-
vertirán en Cosmografía o Geografía, según los casos. Los primeros pasos
en el largo tránsito intelectual desde la cosmografía y representación del
mundo a la geografía en un sentido moderno se esbozan en esta época.
El Tratado de Cosmografía, obra del cardenal Pierre d'Ailly o Petrus
Alliacus, recogía diversos trabajos de los inicios del siglo XV , como el famo-
so Tractatus de Imago Mundi, y el Epilogus mappae mundi, ambos de 1400,
así como el Cosmographie tractatus duo, de 1398 a 1411. E incorporaba ya
amplias referencias del texto de la Geografía de Ptolomeo. Obras glosadas
por C. Colón, de cuya biblioteca formaba parte el tratado de P. d'Ailly. Tex-
tos más antiguos, como la obra de Bartolomé Ánglico y de Juan de Sacro-
bosco, se multiplican en traducciones y ediciones de imprenta.

98 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Tras de esa curiosidad se encuentra también la autoridad del saber de


los antiguos, considerado como la máxima expresión del saber sobre el
mundo. El prestigio del mundo antiguo explica la excepcional acogida
dada a la obra geográfica de Ptolomeo.

1. De la cosmografía a la geografía cosmográfica


El descubrimiento de la Geografía de Ptolomeo en una de las bibliote-
cas bizantinas a finales del siglo XIII tendrá una repercusión excepcional en
el momento en que se conoce en Occidente. Conocimiento que se produce
cuando se tradujo al latín. Una iniciativa que corresponde a un bizantino
con habituales vínculos con los centros occidentales, Emanuel Chrysoloras,
y que ejecuta un discípulo de éste, italiano, Giacomo d'Angelo, en 1406. La
Guía geográfica de Ptolomeo, con el nombre de Cosmografía, se convierte
en el texto geográfico de la antigüedad más importante conocido en el Oc-
cidente cristiano.
La traducción incorporaba los mapas de Ptolomeo, dibujados a partir
del manuscrito griego hallado en Constantinopla, en el siglo XIII. Un bene-
dictino alemán, Nicolás Germanus, será el principal de estos artistas o di-
bujantes que recrean las representaciones de Ptolomeo. La obra permitió
el conocimiento de los fundamentos de la concepción geográfica griega,
como representación del mundo y de la Tierra habitada.
Aportaba una imagen del mundo, tal y como lo contemplaban los an-
tiguos, de acuerdo con la versión ptolemaica o cosmográfica, de carácter
racional. Proporcionaba las claves teóricas y el método en que se asentaba
esa representación del mundo, cuyo reflejo había alimentado las represen-
taciones medievales. Devolvía estas representaciones a un marco racional.
En el caso de la Geografía de Ptolomeo, tiene lugar a partir de la pri-
mera edición de 1477, en Bolonia, con inclusión de los mapas, según el di-
bujo de Nicolás Germanus. La obra de Ptolomeo rellenó de tierras, pue-
blos, islas y países, en parte subsistentes y en parte desaparecidos, la ima-
gen del mundo medieval. Una nueva imagen de la Tierra se perfila ante las
sociedades europeas, que afectan a su forma, dimensiones, tierras y mares
y método de representación. Europa tuvo de ese modo acceso a una de las
concepciones geográficas de los antiguos, la de carácter cosmográfico y
cartográfico.
Aportaban una interpretación plausible de la bóveda celeste, de los
cuerpos y trayectorias de los mismos, de sus relaciones, y de los vínculos
entre éstas y el observador terrestre. El saber griego astronómico y cos-
mográfico representaba una sistematización de sus prácticas de navega-
ción y un soporte esencial para las mismas. Ofrecía un marco teórico para
ubicar sus propias observaciones y para plantear nuevos interrogantes. Es
el hallazgo de la cosmografía, de la «Esfera».
Se asentaba la idea de la esfericidad de la Tierra. Se disponía de una
valoración de sus dimensiones, de acuerdo con los cálculos de Posidonio,
transmitidos por Ptolomeo. El meridiano de 180.000 estadios -500 esta-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 99

dios al grado, equivalentes a 78,75 km-, valor muy inferior al real, pro-
porcionaba las magnitudes terrestres. Se accedía a la distribución de las
tierras conocidas con la hipótesis del océano exterior, que abría a la Euro-
pa de finales de la Edad Media nuevas perspectivas.
Un saber que transita, por necesidad, por el filtro de los expertos, de los
capacitados para introducirse en los textos clásicos y para interpretarlos
desde el punto de vista conceptual y técnico. Las obras de carácter cosmo-
gráfico se multiplicaron en el último siglo de la Edad Media y se convier-
ten en obras de referencia para los navegantes.
Los europeos de la Baja Edad Media disponían de una interpretación
y teoría del cosmos, de su estructura, de sus movimientos, de los fenóme-
nos más significativos derivados de una y otros, de su valor para determi-
nar la altura de los astros. Disponían de instrumentos y método para una
práctica cartográfica más precisa. Sirvieron para orientar las estrategias
que, en ese siglo, intentaban romper o evitar el aislamiento introducido por
la expansión otomana, en las relaciones con las Indias. La geografía cos-
mográfica aparecía, con indudable oportunidad, en el mundo occidental.
Era una herramienta de manifiesto valor económico y estratégico.
La nueva imagen del mundo, que aportaba la Geografía de Ptolomeo,
daba consistencia a los proyectos de acceso a los mercados orientales por
el sur de África. La llegada al extremo sur de este continente, en diciembre
de 1487, por parte del portugués Bartolomé Díaz, supuso la confirmación
de la viabilidad del proyecto de alcanzar el Oriente, la India y los territo-
rios de las especias, el oro y las perlas, dando la vuelta al continente afri-
cano. Era el objetivo principal de las exploraciones atlánticas estimuladas
desde la corte portuguesa, bajo el impulso de Enrique el Navegante. Hasta
el punto de que para algunos autores actuales es esta actividad la que mar-
caría el inicio de la geografía moderna (Livingstone, 1996).
Permitía, de modo más osado, sustentar los proyectos de alcanzarlos
por el Oeste, siguiendo el círculo de los paralelos, tal y como habían pos-
tulado algunos autores clásicos y como había expresado Estrabón. La aven-
tura colombina tiene así los ingredientes decisivos y clave para su com-
prensión. La naturaleza genovesa de Cristóbal Colón descubre los intereses
profundos que mueven, en esos siglos, la exploración geográfica.
Detrás de ésta aparecen las potencias italianas, cuya presencia activa
es una característica en la Castilla atlántica, de finales de la Edad Media,
y en Portugal. Sin su aporte económico, social y político, no sería inteligi-
ble la actividad marítima que se desarrolla en esa época. La tradición clá-
sica recuperada hacía posible plantear y acometer, con fundamentos ra-
cionales de viabilidad, el viaje por el círculo terrestre hacia el Oriente por
Occidente, a través del mar exterior, del océano, como habían sostenido los
geógrafos del mundo antiguo.
El viaje significó un acontecimiento decisivo en la historia de la Hu-
manidad y para el desarrollo de la geografía moderna; un acontecimiento
de efectos paradójicos. Por una parte, consolidaba y prestigiaba el saber geo-
gráfico que habían inventado los griegos. Por otra, provocaba una comple-
ta revisión de su concepción del mundo, dimensiones de éste y distribución

100 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

de sus distintas partes y territorios. De hecho, los descubrimientos de Co-


lón inician la destrucción de la imagen del mundo, es decir, de las concep-
ciones sobre las que se había asentado esa imagen a lo largo de la Edad
Media. Copérnico, con su propuesta de hacer del Sol el centro del cosmos,
completaría esa obra de desmantelamiento de los supuestos que sostenían
las sociedades medievales.
Hacia Oriente y hacia Occidente se produjo entonces un excepcional
incremento de los conocimientos sobre la superficie terrestre, continental
y oceanica . A corto plazo impulsó una acelerada renovación de la carto-
grafía, que impulsa la aparición de una cartografía moderna. Su influjo en
la concepción geográfica y el desarrollo científico será más lento y tendrá
un carácter más dilatado en el tiempo, si bien hay autores que no dudan
en vincularlo con ella (Capel, 1994).

2. Los nuevos horizontes de la cartografía

Las necesidades de la navegación impulsaron el desarrollo del saber


instrumental esbozado por los griegos, en particular el cartográfico, que ex-
perimenta, en poco más de un siglo, una rápida evolución, sobre la base de
los presupuestos clásicos, desde las técnicas medievales de representación
a las modernas. Representa un cambio sustancial de orden intelectual y de
orden práctico, en la medida en que la representación cartográfica aban-
dona el marco de la experiencia, que subsiste todavía en la cartografía me-
dieval, para adentrarse en el de la abstracción (Jameson, 1991).
El método de elaboración cartográfica del geógrafo griego se genera-
liza en el siglo XV. Andrea Bianco lo utiliza en su mapa de Europa en 1436;
así como Paolo dalla Pozzo Toscanelli y Martín Behaim, o Martín de Bo-
hemia. Los nuevos mapas y globos terráqueos son elaborados de acuerdo
con los datos y técnicas de Ptolomeo. A lo largo de dos siglos, los métodos
del geógrafo griego impulsan el desarrollo de la cartografía. La reproduc-
ción de los mapas de Ptolomeo se acompaña de inmediato con nuevas ta-
blas o mapas de las áreas terrestres no conocidas por él o mal conocidas.
Se hace acorde con su método cartográfico.
Los autores se dedicaron a incorporar las nuevas tierras y mares y pre-
cisar las antiguas de acuerdo con el ampliado saber contemporáneo. Afec-
taba al viejo mundo, mucho mejor conocido en la Europa septentrional, en
África y Asia. Afectaba, sobre todo, al nuevo, desde finales del siglo XV. Es
la dirección en la que se aprecia un avance más nítido respecto de los si-
glos anteriores y la Antigüedad. En pocos años cambia de forma radical la
imagen del mundo. África adquiere un contorno muy próximo a la reali-
dad en el mapamundi de Juan de la Cosa. La Europa septentrional perfila
sus contornos de modo más verosímil.
Se introdujo el uso de meridianos y paralelos, en la determinación de
la longitud y latitud, para la ubicación de cada punto terrestre. Se impu-
sieron los métodos de proyección para la representación en un plano de
una superficie esférica. Se abandonaba el ámbito de lo subjetivo, vincula-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 101

do al itinerario y el viaje, soporte del portulano medieval, para construir


una representación del mundo objetiva. Es decir, un mapa, en el sentido mo-
derno del término, en la medida en que ninguna experiencia individual po-
día sustentarlo.
Se abre entonces un nuevo horizonte para la representación cartográ-
fica, estimulado por la representación de las nuevas regiones. Su primera
expresión son las denominadas Tabulae Modernae, utilizadas para repre-
sentar áreas regionales, que acompañaban a algunas de las primeras im-
presiones de la obra de Ptolomeo, realizadas en Italia. A través de estas re-
presentaciones los contemporáneos comienzan a tener una imagen reno-
vada y realista del mundo en su conjunto y de sus propios países.
Producción que va unida a nombres como los de C. Clavus, danés, que
inicia las denominadas Tabulae, en el siglo XV ; Apiano (Petrus Apianus), un
matemático alemán de la primera mitad del siglo XVI (1495-1552), autor de
una Cosmografía publicada en 1524; o Sebastián Munster, un franciscano,
autor de Cosmographia Universalis, que se publica en 1544, con una exce-
lente ilustración de grabados y mapas. Producción debida, sobre todo, a la
escuela flamenca, con autores como Jacob Van Deventer (Iacobus Davant),
cartógrafo conocido por sus mapas de los Países Bajos -como su Frisia
antiovissima trans Rhenum provincia, publicada en Roma en 1566-; autor
convertido por Felipe II en «geógrafo real», Mercator y Ortelius.
El más destacado cartógrafo de esta escuela flamenca es Gerhard Kra-
mer (1512-1594), más conocido como G. Mercator, autor de un Mapamun-
di publicado en 1569. En él incorporaba la proyección que lleva su nom-
bre, es decir la proyección cilíndrica conforme. Una obra que le convierte
en la figura más relevante de la producción cartográfica del siglo XVI . Abra-
ham Ortelius (1529-1598) -excelente grabador más que cartógrafo-, es su
contemporáneo, dedicado a la publicación cartográfica desde 1547.
En 1570 publicó el Theatrum Orbis Terrarum, concebido como una co-
lección de mapas, del orden del centenar en algunas ediciones, realizados
por diversos autores. Constituye el primer atlas moderno -si bien el nom-
bre de atlas aplicado a estas colecciones se utilice más tarde, a iniciativa
de Mercator-. Cada mapa, con grados de latitud y longitud, va acompa-
ñado por una explicación en latín. El atlas de Abraham Ortelius configura
el panorama de las nuevas producciones cartográficas, tal y como se perfi-
lan a lo largo del siglo XVI . Sobre la herencia de Ptolomeo se anticipa el
perfil de lo que será la cartografía moderna.
El interés cartográfico es un rasgo destacado del siglo XVI, que se
manifiesta también en otras obras, como la Civitates Orbis terrarum de
G. Braun y F. Hogenbergius, recopilación de planos y vistas de ciudades
de todo el mundo. Iban acompañadas con descripciones en latín de las mis-
mas. La primera edición corresponde a 1574. Interés cartográfico en el que
participa tanto el gran público ilustrado como la propia realeza. Lo atesti-
gua el ejemplo sobresaliente de la protección que Carlos I y Felipe II otor-
gan a estos autores, que reciben el título de «cartógrafo del rey», las co-
lecciones cartográficas que reúnen y las iniciativas que promueven, en el
caso de Felipe II (Kagan, 1982).

102 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La amplia experiencia marinera de esos siglos aportó un excepcional


cúmulo de informaciones a añadir al viejo esquema heredado de los anti-
guos, del que se sienten deudores. En consecuencia, la época estimuló un
creciente interés por estas cuestiones, que se abordan desde la plataforma
que proporcionaban los autores grecolatinos y con la perspectiva que ofre-
cía un mundo en plena efervescencia. Estaban espoleados por la necesidad
de situar el cúmulo de tierras y mares incorporadas al conocimiento de los
europeos y, hasta entonces, desconocidas para ellos.
Se produce la recuperación del término «geografía». En principio tie-
ne la acepción de Ptolomeo, e identifica la concepción cartográfica de re-
presentación o imagen de la Tierra. Significa el reencuentro con la geogra-
fía cosmográfica. El concepto de geografía carece de precisión. Sirve para
i dentificar la obra cartográfica. Se emplea como equivalente a corografía y
topografía. De ahí el diverso carácter de las obras «geográficas» del perío-
do renacentista.
Por una parte, numerosos trabajos que buscan integrar los nuevos co-
nocimientos sobre el orbe terrestre en el marco de la herencia griega. Ésta
y el mejorado utillaje técnico desarrollado desde finales de la Edad Media
van a permitir el rápido perfeccionamiento de los procedimientos de re-
presentación de la superficie terrestre. Se trata por tanto de obras que de-
sarrollan la representación del mundo en el sentido más literal, a través de
la cartografía.
Cosmógrafos o simples expertos en la navegación se afanan en ubicar
con la mayor precisión posible, y delimitar con el mayor rigor, el perfil de
las tierras y mares y la localización de los lugares. Incorporan el aluvión
de nuevas tierras y mares, que venían a trastornar la imagen del mundo co-
nocido por los antiguos y por tanto su representación de la Tierra.
Los nuevos mapamundi y las representaciones regionales muestran la
excepcional ampliación que se produce en esos decenios en la imagen del
mundo conocido, la Tierra habitada, extendida a lo largo del círculo máxi-
mo ecuatorial y del meridiano. Muestran también un conocimiento mucho
más preciso de los contornos y proporciones de las tierras emergidas, así
como de su situación. Pero no ocultan las limitaciones que les afectan. Los
errores persisten en sus coordenadas geográficas y por tanto en su ubica-
ción. Se mantienen los efectos de las insuficiencias de los sistemas de pro-
yección empleados. Son evidentes las consecuencias en cuanto a las di-
mensiones y localización, sobre todo de la longitud. Limitaciones que apa-
recen tanto en la famosa carta de Juan de la Cosa como en el Islario de
Alonso de Santacruz, o en los grandes atlas italianos, holandeses y alema-
nes contemporáneos, de los siglos XVI y XVII .
La supremacía de los Países Bajos se mantuvo en el siglo XVII, con sus
más reputadas obras, elaboradas en los talleres de Mercator y sucesores y
en los de los continuadores de Ortelius. Se mantuvo la producción de los
atlas y de los mapamundi, con similar factura a los del siglo anterior. Son
realizados con técnica de grabado e iluminados con color. La familia Hon-
dius -Jodicus, yerno de Mercator, y el nieto de éste H. Hondius- conti-
núan las obras del autor del mapamundi. Los Jansonius, padre e hijo, ha-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 103

cen lo mismo con la obra de Ortelius, que comparten tanto los atlas como
las tabulae, es decir, las cartas regionales, cartografía más propia de publi-
cistas o editores que de cartógrafos, más cerca de la obra de artesanía me-
dieval que de la producción moderna.
Es una cartografía que se mantiene en la tradición ptolemaica, aun-
que apunta los rasgos esenciales de lo que será la moderna cartografía, que
se perfila a finales del siglo XVII en Francia. El signo del cambio es paten-
te en la obra de N. Sanson d'Abbeville, autor de la Géographie du Roi, Atlas
nouveau contenant toutes les parties du monde, en 3 volúmenes, compues-
ta por un total de 320 cartas iluminadas. En ella se dan los primeros atis-
bos de las nuevas concepciones cartográficas. La representación de los ele-
mentos físicos y de los límites territoriales y el creciente rigor en la repre-
sentación esbozan el tránsito a la moderna cartografía. Un progreso que se
produce en la propia Francia, entre los siglos XVII y XVIII , de la mano de los
Cassini, geodestas y cartógrafos de la corte.
Con éstos, en el siglo XVIII , dará nacimiento la cartografía moderna,
de estricto carácter geodésico y técnico. Se basa en el perfeccionamiento de
las proyecciones y en la austeridad en el dibujo. El mapa pierde su di-
mensión pictórica y su composición decorativa, para valorar la precisión y
objetividad. Se introduce la tercera dimensión, no sólo con la considera-
ción de las altitudes, cuya medida se convierte en un objetivo definido, sino
con métodos gráficos para su representación adecuada, desde las tintas
hipsométricas a las curvas de nivel.
Significa un salto cualitativo de primer orden, del que deriva la carto-
grafía tal y como la entendemos. La cartografía cambia de arte a ciencia,
al mismo tiempo que se convierte en una herramienta clave del poder mo-
derno, en un símbolo del Estado (Barnes, 1992). Supuso la definitiva se-
paración de la cartografía y la geografía. Un salto y un progreso que tiene
que ver con las transformaciones intelectuales de esos siglos. Tardará más
en darse en la concepción geográfica. Durante varios siglos, las obras que
incorporan el término geografía, así como las consideradas como propias
de este campo, en la historiografía moderna, muestran, ante todo, la ca-
rencia de definición en que se debate este tipo de conocimientos. Bajo el
paraguas geográfico se cobijan conocimientos y prácticas dispares, que res-
ponden a la tradición geográfica antigua y medieval.

3. Corografías y topografías

La otra vertiente de la tradición o cultura geográfica clásica, la del dis-


curso sobre la Tierra habitada, tendrá un desarrollo más equívoco. Mezcla
de la tradición medieval y de una herencia grecolatina mal comprendida,
carece de perfil propio. Aparece indiferenciada respecto de la Historia po-
lítica y de la Historia natural, en la tradición de Plinio. Se comprende más
como una descripción de «las grandezas y cosas notables», en la tradición
medieval. Carece de una concepción que la sustente y se debate en las con-
tradicciones de un saber que abarca desde los cielos a lo humano. La tra-

104 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

ducción de los clásicos, en particular de Estrabón, no significó la incorpo-


ración de las reflexiones del geógrafo griego. Entre la corografía y la his-
toria natural, la geografía carecía de entidad propia.

3.1. LAS DIFICULTADES DEL DISCURSO GEOGRÁFICO

La producción catalogada de geográfica, en estos siglos, en la histo-


riografía moderna, comprende tanto obras de astronomía como sobre el
arte y técnicas de navegar (Gavira, 1932). Este carácter ilustra la tendencia
histórica de las obras denominadas geografías, o consideradas como tales,
en estos siglos. Están más preocupadas por la ubicación de los territorios
del mundo antiguo que por el conocimiento del contemporáneo. Sin que
escapen a esta valoración otro tipo de obras con marchamo geográfico, ha-
bituales desde el siglo XVIII, como los denominados Diccionarios Geográfi-
cos (Capel, 1981).
Bajo el término geografía aparecen confundidos un conjunto de cam-
pos que abarcan desde la cosmografía a la topografía, según distinción do-
minante en el siglo xvi, que recoge la de Ptolomeo. La concepción cosmo-
gráfica domina durante mucho tiempo, en relación con el uso en la nave-
gación. Las obras españolas del siglo XVI lo hacen evidente. El Tratado del
Esphera y del arte de marear, con el regimiento de las alturas: con algunas
reglas nuevamente escritas muy necesarias, de Francisco Falero, que se pu-
blica en Sevilla en 1535; el Tractado de la Sphera que compuso el Doctor
Ioannes de Sacrobusto, con muchas additiones, de Jerónimo de Chaves, edi-
tada también en Sevilla en 1545, que se limita, como bien enuncia, a un
comentario de la obra del famoso autor del siglo XIII , actividad habitual en-
tre los autores de los siglos modernos; el Breve compendio de la Sphera y de
la arte de navegar, con nuevos instrumentos y reglas, de Martín Cortés, tam-
bién publicada en Sevilla en 1551, son ejemplos característicos de esta pro-
ducción cosmográfica relacionada con la navegación.
El carácter cosmográfico, en relación con las necesidades de la nave-
gación, impulsadas por los nuevos descubrimientos, distingue a la mayoría
de estas obras. Esta mezcla de contenidos distingue también a las que se
denominan «geografías», título recuperado, o de las consideradas obras geo-
gráficas por la historiografía moderna. La Suma de Geographia que trata de
las partidas y provincias del mundo, Assi mesmo del cuerpo spherico, apare-
cida en la misma Sevilla en 1519, de Martín Fernández de Enciso, es una
de las primeras que incorpora el término de geografía. Proporciona la des-
cripción de los territorios que componen el espacio terrestre, y es precisa
y válida en la localización y descripción de las áreas litorales. Sin embar-
go, resulta poco crítica respecto de las noticias sobre el interior continen-
tal. Acoge las fábulas propias de los siglos anteriores, difundidas por So-
lino, al tiempo que mezcla, como sus contemporáneos, los elementos de
geografía con los cosmográficos.
El carácter de saber indefinido, de confusión persistente en los conte-
nidos y en el objeto, la ausencia de concepción y de método, constituyen

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 105

rasgos permanentes de las obras de estos siglos. Comparten la misma dis-


posición narrativa sin estructura. Muestran similar consideración de géne-
ro para el entretenimiento, como una literatura de curiosidades y exotis-
mos. Como aducía un autor contemporáneo, dicha materia no pasaba de
ser «un género literario» dedicado a la enumeración, más o menos deta-
llada, de territorios, ciudades y curiosidades. Esto es, no trascendía lo que
podemos considerar la corografía grecolatina y respondía a la tradición
medieval de la literatura de maravillas o portentos.
Como demuestra la producción bibliográfica, se trataba, en unos ca-
sos, de obras que continuaban el esquema de los tratados sobre la esfera,
de ascendencia medieval. Se mantenían idénticas formulaciones y análoga
confusión o mezcla con astronomía. Y se perpetuaba un equivalente enfo-
que de mera ubicación de noticias, en gran parte fantásticas, desde la Nue-
va Descripción del Orbe terrestre, de J. Vicente del Olmo (1611-1696), a la
obra de F. Giustiniani, El Nuevo Atlas universal abreviado o Nuevo com-
pendio de lo más curioso de la Geografía universal de 1755.
Tono que caracteriza incluso obras de autores con mayor sentido crí-
tico, que denuncian el enciclopedismo dominante en los tratados geográfi-
cos, caso de Pedro Hurtado de Mendoza, un autor del siglo XVII .

3.2. LA PERSISTENCIA DE LA TRADICIÓN MEDIEVAL

Entre las obras consideradas geográficas o comprendidas bajo este


amplio paraguas se encuentran las de autores que disfrutaron de notable
celebridad en su tiempo. En algún caso se las califica de científicas. Un
ejemplo es Atanasio Kircher, un jesuita alemán del siglo XVII (1602-1680).
Es un autor de numerosos trabajos, reputado como uno de los más desta-
cados representantes de la «ciencia jesuítica» de su época.
Su concepción científica es ilustrativa de la persistencia de patrones
medievales en la tradición intelectual del siglo XVII . Por una parte, en lo que
supone la autoridad concedida a los textos religiosos. La obra de Kircher
se apoya en el Génesis, aunque haga uso de las prácticas y conocimientos
científicos de su época. Por otra, en la permanencia de una concepción de
la naturaleza que se enmarca en la tradición medieval de macrocosmos y
microcosmos. Su concepción está más cerca de la concepción medieval que
de la ciencia de su siglo. Kircher aparece más vinculado a los esquemas de
pensamiento medievales que a las actitudes intelectuales propias de su si-
glo (Jalón, 1996).
Mantiene Kircher una concepción medieval, organicista, que le lleva a
considerar la Tierra bajo la analogía de los seres vivos. De ahí sus lucu-
braciones «acerca de las venas, arterias y cartílagos que tiene la Tierra a
imitación del microcosmos», o cuestiones «sobre los montes del Geocos-
mos y su necesidad».
Los fenómenos naturales los contempla desde un a priori: el de su «fi-
nalidad». Les atribuye un objetivo o función diseñada de antemano, que
supone, implícita, la hipótesis del creador o artífice. El telón de fondo es

106 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

el de su carácter de «producto» divino. El mundo como la obra prevista


para servir de «habitación del género humano». Lo que le conduce a plan-
tearse, respecto de las mareas, «con qué fin la naturaleza lo ha constitui-
do», y al tratar de los seres vivos subterráneos, «con qué fin la naturaleza
los constituyó».
A estos rasgos se añaden los que afectan al método, a la credulidad.
La recepción crédula de numerosas noticias sin crítica, la sustantiva creen-
cia en espíritus y demonios como agentes de la Naturaleza, entre otros, dis-
tinguen su obra, contemplada por diversos autores entre las de interés
geográfico.
El indudable interés de las obras de estos autores para valorar el es-
tado del conocimiento en su tiempo no debiera ocultar la ausencia de una
concepción consistente. Las lucubraciones del propio Kircher, acerca del
arca de Noé, descubren hasta la evidencia el abismo que separa la actitud
intelectual de este autor de la del racionalismo contemporáneo suyo. Es
este racionalismo el que introduce los primeros aportes para una transfor-
mación de la milenaria concepción de la geografía como representación del
mundo.
De ahí el interés de algunas obras que, por contraste, aparecen como
indicadores, aislados pero expresivos, de las nuevas sensibilidades propias
del mundo moderno y de su incidencia en el campo geográfico. Indican la
aparición de nuevas actitudes intelectuales, de una nueva disposición men-
tal. Descubren el cambio profundo que se gesta en esos siglos, que permi-
tirá, al cabo de dos siglos, articular un nuevo discurso geográfico, vincula-
do con la nueva modernidad.

4. La geografía como sistema, el espacio como categoría

Esta circunstancia es la que explica que tales propuestas hayan teni-


do un notable eco en los geógrafos modernos. Éstos han identificado en ta-
les actitudes los primeros síntomas o esbozos de una geografía vinculada
con el espíritu científico moderno. En esta tradición, construida por los
geógrafos, y característica de lo que podemos considerar historia interna,
destacan los nombres de B. Varenio y de I. Kant. Ambos han sido conver-
tidos en referencias destacadas en la historia de la Geografía. Una consi-
deración crítica muestra el distinto significado intelectual de uno y otro,
desde la perspectiva geográfica. Por otra parte, evidencia la distancia que
les separa de la geografía moderna.
Las similitudes entre ambos son escasas. El esfuerzo de Varenio se
orienta hacia una sistematización del propio saber geográfico, tal y como
éste se presentaba en el siglo XVII. Lo nuevo es la actitud que descubre, el
intento de construir un sistema. El resultado es una propuesta de delimi-
tación y de ordenación de los conocimientos comprendidos en el campo de
las representaciones cosmográficas y geográficas, de acuerdo con postula-
dos o criterios explícitos. Lo que le hace aparecer moderno es una actitud
metódica y la sistematización de los contenidos que considera geográficos.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 107

En Kant, por el contrario, las cuestiones que tienen relación directa


con el perfil de la disciplina, con sus contenidos y estructura, carecen de
relevancia en su obra. Como señalaba Berdoulay, la influencia de Kant en
la geografía moderna responde más a su filosofía que a su producción geo-
gráfica (Berdoulay, 1978). Kant concentra su reflexión en un campo previo,
el de la ubicación del conocimiento del espacio en el proceso de conoci-
miento humano, y el del carácter de este tipo de conocimiento. Esboza una
reflexión teórica sobre el espacio. Convierte al espacio en una categoría del
conocimiento. Reflexión que será utilizada por los geógrafos modernos con
indudable trascendencia en el entendimiento de la Geografía.

4.1. LA SISTEMATIZACIÓN DEL SABER COSMOGRÁFICO: VARENIO

Bernhardus Varennius es un autor de origen alemán, del siglo XVII ,


asentado en los Países Bajos. Esboza, sobre la base de la tradición cultural
geográfica heredada de los griegos, los atisbos de una estructura de los co-
nocimiento geográficos. Aporta un esfuerzo consciente para sistematizar el
variado y disperso conjunto de conocimientos que componían el género geo-
gráfico. Es lo que expone en su obra más conocida, la Geographia Gene-
ralis.
Propone una disciplina con dos grandes divisiones o ramas, la general
y la especial. La primera orientada a la Tierra como cuerpo celeste, sus dis-
tintas partes y características generales. La segunda dirigida a recoger la
diversidad territorial de la superficie terrestre con sus componentes o as-
pectos de mayor significación, que los historiadores de la geografía suelen
considerar equivalente a regional.
La obra de Varenio comparte, con sus antecesoras, la tradicional
confusión de lo celeste y lo humano. La geografía resulta una mezcla de
astronomía, matemática, geometría, historia y otros saberes, sin una pre-
cisa traza ni un campo definido. Trata los movimientos celestes, los fe-
nómenos físicos de la superficie terrestre y los aspectos etnográficos de
las poblaciones. Son rasgos que vinculan la obra de Varenio con la tra-
dición cosmográfica de la geografía y con la tradición territorial de la
misma.
El aire de modernidad de la obra principal de Varenio tiene que ver
con los conceptos y vocablos que maneja. Varenio aporta una concepción,
la de una geografía como discurso, es decir, como estructura narrativa. El
discurso se estructura según un orden determinado: desde la constitución
y partes de la Tierra, pasando por las aguas (hidrografía) hasta la atmós-
fera, en los capítulos que corresponden al ámbito físico. Apunta una
secuencia del estudio de los aspectos humanos: desde la estatura, confor-
mación y color de los habitantes y sus hábitos alimenticios, hasta las cues-
tiones de su vida económica, costumbres, lengua, religión y grado de
desarrollo intelectual. Una actitud o talante sistemático, ordenador, que
preludia, por una parte, el comportamiento científico y, por otra, el orden
geográfico que se impondrá siglos más tarde.

108 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La obra de portentos o maravillas, en una exposición desordenada,


deja paso a la sistemática consideración de aspectos definidos, que pueden
ser ordenados en sus caracteres, que pueden ser comparados. Traslucen las
nuevas mentalidades de la modernidad científica. Los componentes defini-
dos como objeto de la geografía daban a ésta un perfil propio.
Integraba las tradicionales cosmografía, corografía y geografía como
partes de una geografía concebida como sistema. Utilizaba términos de
apariencia moderna, para identificar sus campos. La modernidad se esbo-
za en su obra en el tratamiento de sus elementos, influido ya por las nue-
vas actitudes y conocimientos científicos. Así se advierte al abordar los ras-
gos físicos de la superficie terrestre, que anticipa el perfil de la geografía
física moderna, como lo resaltará, más tarde, A. de Humboldt.
Representa un esfuerzo intelectual por establecer los principios de un
método de exposición, más que de análisis. Su carácter renovador y su vin-
culación con el esfuerzo de racionalización, que acompaña la aparición de
la ciencia moderna, queda ilustrado en el interés de Isaac Newton por su
obra. El sabio inglés la publicó en Inglaterra en 1672. El aire de moderni-
dad, la sensibilidad para las nuevas corrientes intelectuales, que prefiguran
la ciencia moderna, establecen una clara frontera entre la obra de Varenio
y las de la mayor parte de los considerados geógrafos, coetáneos e, inclu-
so, posteriores.
La obra de Varenio hay que entenderla como una excepcional y aisla-
da reflexión en el marco de la renovación intelectual, racionalista, del si-
glo XVII. Representa un ejemplo ilustrativo de la efervescencia intelectual
de la modernidad. No obstante, no constituye un antecedente ni forma par-
te de una genealogía de la geografía moderna. Varenio pertenece a una tra-
dición milenaria.

4.2. KANT Y LA GEOGRAFÍA: UN MARCO EPISTEMOLÓGICO

En la historia de la geografía moderna, la referencia a I. Kant, el gran


filósofo alemán del siglo XVIII , es habitual. Para algunos autores, con una
significación equiparable a la de Varenio y como un puntal decisivo en el
desarrollo de la disciplina. La razón de esta consideración proviene de su
condición de profesor de Geografía y de sus textos geográficos.
La actividad geográfica de Kant se inicia con un breve opúsculo, en
1757, en que trata la naturaleza de los vientos del Oeste y su condición hú-
meda, relacionada con el tránsito por el océano. Se desarrolla con mayor
amplitud en la Physische Geographie, con casi 300 páginas, en que se plas-
man sus enseñanzas, recogidas por uno de sus alumnos y colaboradores,
Fiedrich Theodor Rink. Fue publicada en 1802, a instancias del propio Kant
que, al parecer, había perdido sus propios cuadernos sobre la materia. Rink
completó, en parte, la obra. Lo esencial del texto debe corresponder, no obs-
tante, con lecciones impartidas por Kant con anterioridad a 1780.
La concepción de Kant de la geografía no representa ninguna innova-
ción. La Geografía física de Kant abordaba los aspectos físicos, pero tam-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 109

bién la denominada geografía matemática, es decir, la vieja cosmografía,


así como el mundo viviente y la propia especie humana. Incorporaba, al
modo de la propuesta de la geografía especial de Varenio, la consideración
corográfica del mundo, abordado en cuatro grandes partes o regiones, los
continentes, con apartados específicos por países.
Kant estructura su obra en una introducción teórica y varias partes o
capítulos. La introducción ha tenido una considerable repercusión poste-
rior, por sus implicaciones epistemológicas. La primera parte está dedica-
da a la geografía matemática o cosmográfica. La denominada parte gene-
ral se centra en «la Tierra según sus componentes y le corresponde anali-
zar el agua, el aire y la Tierra». La tercera parte, denominada especial, tra-
ta de «los productos y criaturas de la Tierra». Comprende tanto los seres
vivos, entre ellos la especie humana, como los minerales. La última la de-
dica a los territorios o países de las cuatro partes en que divide el mundo.
Kant estructura su Geografía física en cuatro áreas o partes: la matemáti-
ca, la física, la biológica y mineral, y la corográfica.
El carácter abierto de la geografía matemática y de la parte general,
que descubre una actitud informada sobre el mundo natural, desaparece en
la parte especial. Ésta queda reducida a un simple inventario, desordenado,
de animales domésticos y salvajes y de minerales con similar tratamiento
-que recuerda los lapidarios medievales,- incluyendo las razas humanas.
Esta última pone al descubierto la concepción imbuida del viejo ambienta-
lismo, que subyace en el pensamiento ilustrado y que Kant comparte. La au-
sencia de un esfuerzo sistemático o racionalizador es manifiesta.
La parte corográfica representa una mera enumeración de países sin
orden preciso, aunque sigue un itinerario continental, sin estructura expo-
sitiva ni de contenidos. Evidencia una óptica en que prima el interés por
lo exótico, como parece inducirse de la notable extensión que dedica a Chi-
na, Siam y Persia. Se puede achacar al contexto cultural de su época, des-
lumbrada por estas sociedades orientales, en las que se cree reconocer va-
lores sociales y morales propios desaparecidos, añorados o ambicionados.
Exotismo que se pone de manifiesto, también, en la extensión que dedica
a las poblaciones indígenas de América del Norte. Llama la atención, en
contraposición, las cuatro líneas que dedica a países como Italia, Francia,
España, entre otros. Subyace lo que se denominará más tarde el síndrome
de lo exótico.
Las observaciones sobre los países responden más a una desordenada
enumeración de curiosidades que a una descripción sistemática. Se yuxta-
ponen, en el mejor de los casos, informaciones precisas, de interés, con
otras de mera curiosidad o intrascendentes. A título de ejemplo, las que de-
dica a España se reducen a señalar su escasa población -que vincula con
la vida monacal, la colonización de las Indias, la expulsión de los judíos y
musulmanes-, y la quiebra económica. Destaca, a continuación, que los
asturianos presumen de su ascendencia goda, que los caballos son de bue-
na calidad y que los de Andalucía exceden a los demás. Termina señalan-
do que, en Béjar, existen dos fuentes, una de agua muy fría y la otra de
agua muy caliente.

110 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La endeblez de las descripciones, la ausencia de una concepción o es-


quema básico, la mezcla de datos sobre población e informaciones pura-
mente pintorescas, o de rango etnográfico elemental, descubren la inexisten-
cia de un pensamiento geográfico moderno. Ponen de manifiesto, en cambio,
la persistencia de la secular tradición medieval del género de maravillas, por-
tentos y cosas notables. El Kant geógrafo no inicia la moderna geografía, cul-
mina la vieja representación del mundo medieval. Resulta difícil contemplar
en él un antecedente de la moderna geografía desde esta perspectiva.
Son sus postulados sobre el conocimiento humano los que influirán
en la concepción del espacio y de la geografía de los geógrafos modernos.
Las consideraciones teórico-metodológicas que el filósofo desarrolla como
introducción, respecto del conocimiento humano, sus formas, sus orígenes
y su clasificación, sí han tenido notable repercusión.
Recuperadas desde las filosofías neokantianas, y aceptadas en el cam-
po geográfico, proporcionaron a Kant una dimensión geográfica que des-
borda su trabajo geográfico (Hartshorne, 1958). Pero esto resulta de sus su-
cesores, que usan a Kant, no como geógrafo sino como soporte de sus pro-
pias filosofías. Se trata, por tanto, del Kant filósofo.
Kant parte, para abordar la Geografía Física, de una cuestión previa,
la del tipo de conocimiento a que corresponde y el origen y fuentes del mis-
mo. De acuerdo con Kant, el origen y fuente de nuestro conocimiento co-
rresponde o bien a la pura Razón o bien a la Experiencia. El conocimien-
to racional puro tiene su origen en la propia mente. El conocimiento ex-
perimental o de observación procede de los sentidos.
Kant distingue, al respecto, en relación con el mundo de los sentidos,
uno exterior, que tiene que ver con la naturaleza; y otro interior, que co-
rresponde al hombre. De acuerdo con este distingo, Kant asocia el mundo
objeto de los sentidos exteriores a la Naturaleza y el mundo como objeto
de los sentidos internos al Alma, es decir, al Hombre. Esta doble experien-
cia, la experiencia de la naturaleza y la del hombre, configura el conoci-
miento del mundo.
Nuestro conocimiento comienza en los sentidos, dice Kant. Nos dan
la materia, que la razón se limita a clasificar de una forma ordenada. El
fundamento de todo conocimiento se encuentra en los sentidos y en la ex-
periencia, ajena o propia. Ampliamos nuestro conocimiento por medio de
informaciones, que nos proporcionan la experiencia del pasado, como si
nosotros mismos lo hubiésemos vivido, y la del tiempo actual, respecto de
tierras y países, como si viviésemos en ellos. Concluye Kant, al respecto,
que la experiencia ajena se nos transmite, bien como narración o bien
como descripción.
El proceso de ordenación de nuestras experiencias = conocimientos,
es decir, el proceso racional, se produce de acuerdo con conceptos o según
el tiempo y el espacio. La clasificación del conocimiento según conceptos
es la que Kant denomina «clasificación lógica». La clasificación de acuer-
do con el tiempo y el espacio es la que llama «clasificación física». Por la
primera tenemos un sistema natural, como, por ejemplo, el de Linneo; por
la última, una descripción física de la naturaleza.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 111

Clasificación del conocimiento que ilustra Kant con el ejemplo de la


lagartija y el cocodrilo. De acuerdo con la clasificación lógica, son con-
siderados como elementos de un género animal (especies diferentes). Se-
gún la clasificación física, son animales con hábitats distintos: el coco-
drilo como un animal anfibio del Nilo y la lagartija como un animal te-
rrestre ampliamente difundido. Contraposición que tendrá una recep-
ción destacada entre los neokantianos de finales del siglo XIX , como fun-
damento de su división de las ciencias en nomotéticas -las basadas en
la clasificación lógica- e idiográficas -las sostenidas en la clasificación
física-.
Dualismo epistemológico que separa sujeto y objeto y que contrapone
Hombre y Naturaleza. La dualidad epistemológica sustenta, en Kant, la
dualidad de las disciplinas. El conocimiento del hombre conduce a la An-
tropología, según Kant. El conocimiento de la naturaleza a la geografía fí-
sica o descripción de la tierra. Para Kant, la geografía se reduce a la di-
mensión física o natural.
Situaba Kant el conocimiento geográfico en el ámbito de la descrip-
ción. Y lo identificaba, en lo esencial, con la «descripción física de la Tie-
rra», es decir, con la «geografía física». Un campo que no se confunde, es-
trictamente, con la actual acepción de este término. Para el gran filósofo
alemán, la descripción física es el fundamento del conocimiento del mun-
do. El mundo es el sustrato, el escenario en que se desarrolla el juego de
nuestras habilidades. Es el fundamento en el que deben surgir nuestros co-
nocimientos. El mundo es la totalidad, el escenario, en el que se sitúan to-
das las experiencias. Corresponde a lo que él denomina la «propedéutica»
en el conocimiento del mundo. La descripción de este mundo es el objeto
de la geografía física.
Una geografía concebida, en sentido estricto, como una mera «des-
cripción de la naturaleza y del conjunto del mundo», un marco general de
la naturaleza, sus efectos y criaturas. Como ya advirtiera Quaini en el de-
cenio de 1970, al resaltar su identificación con la geografía física, y al
apuntar la concepción kantiana que hacía de la geografía física «la base y
fundamento de la geografía política, comercial e incluso moral» (Quaini,
1976). En efecto, la geografía física tiene para Kant el carácter de funda-
mento, de clave, sobre el que se articulan, desde una perspectiva de rango
determinista ilustrado, las otras geografías o ramas que él acepta o distin-
gue, desde la «geografía comercial» a la «geografía política», la «geografía
moral» y la «geografía teológica». Es decir, la geografía como un conoci-
miento de la ubicación.
No trasciende Kant esta dimensión primaria de la geografía, deudora
de la dominante cultura contemporánea, más próximo a Montesquieu que
a Humboldt. No deja de ser paradójico, por ello, el que su pensamiento sea
una referencia presente, de forma implícita, en la obra de Humboldt, y de
modo expreso en una parte de los geógrafos del siglo XX. Aceptan lo esen-
cial de los postulados kantianos, los que hacían de la geografía una des-
cripción y los que la contemplan como la disciplina del escenario o habi-
tación del Hombre.

112 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

El rastro de Kant forma parte, por consiguiente, de forma harto para-


dójica, del proceso de fundación de la geografía moderna, por una doble
vía, la epistemológica y la conceptual. Como disciplina puramente des-
criptiva y como disciplina del escenario terrestre. En ambos casos ha per-
mitido a los geógrafos modernos utilizar su pensamiento como una refe-
rencia filosófica esencial de algunas de las alternativas propuestas en la geo-
grafía actual.
A pesar de esta influencia, Kant como Varenio forman parte de una
tradición cultural que durante miles de años construye y mantiene una re-
presentación del mundo cosmográfica y cartográfica. No forman parte de
la geografía moderna. Pertenecen al mundo de las imágenes y represen-
taciones elaboradas por esas sociedades occidentales para su visión del
cosmos.

5. Prácticas y cultura del espacio: las culturas geográficas

Durante miles de años las sociedades humanas ejercitan y desarrollan


un saber del espacio que tiene que ver con las experiencias que les pro-
porciona su actividad cotidiana. Un saber de ubicación, de delimitación, de
diferenciación, de atribución, sobre el propio espacio y sobre los espacios
de otros grupos humanos.
Es un saber que se manifiesta en tres instancias: en el ámbito empíri-
co, en relación con las observaciones que, sobre el entorno terrestre y so-
bre la propia vida social, acumulan; en el lenguaje, por cuanto el espacio y
el saber sobre el mismo se construye como un complejo y estructurado
conjunto de términos, que constituye una fracción significativa del lengua-
je en su totalidad; y en el mundo de los símbolos, porque la experiencia
empírica y la construcción lingüística se integran en un sistema de repre-
sentaciones simbólicas, de carácter mental, que son las que dan coheren-
cia al conjunto de la experiencia.
Las evidencias de este tipo de saber son múltiples en sociedades de muy
diverso grado de desarrollo material y los testimonios del mismo surgen des-
de muy antiguo, como rastros materiales, como huellas lingüísticas y como
manifestaciones simbólicas. Forman el sustrato de este saber del espacio
que, en sus distintas formulaciones locales, comparte la especie humana.
Tienen que ver con la ubicación, con la orientación, con la medida,
con la delimitación territorial, con la identificación de elementos singula-
res del entorno, con la identificación del «otro», con la ordenación de es-
tas experiencias en esquemas socialmente inteligibles. Como saber univer-
sal constituye el fondo profundo de nuestra cultura del espacio. Cabe con-
siderarlo como una parte de nuestra cultura «geográfica». Si bien en sen-
tido estricto debemos reservar este calificativo para una específica forma
de este saber, tal y como lo elaboraron los griegos del mundo clásico.
La herencia griega configura una construcción elaborada de este sa-
ber más allá de la simple práctica y de la experiencia empírica. Esa cons-
trucción nos aporta una definición e identificación del objeto del saber es-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 113

pacial, la Tierra. En relación con ella esbozaron una descripción del mis-
mo que trasciende la evidencia cotidiana y un sistema de términos para esa
descripción. Construyeron una imagen del conjunto y de sus partes, que
desborda lo inmediato del saber del espacio, la contingencia de la prácti-
ca, en una representación totalizadora y comprensiva. Constituye una pe-
culiar forma de cultura sobre el espacio que, con el nombre de «geografía»,
condiciona la aproximación al entorno terrestre de las sociedades occiden-
tales e islámicas.
La particular interpretación que unas y otras hacen del legado greco-
latino les permite desarrollar un conjunto de hábitos, de imágenes, de se-
guridades y de interrogantes, que tienden a interpretar o completar la re-
presentación del mundo o cosmos heredada. Podemos calificarlas como
«tradiciones» de la cultura geográfica occidental hasta el siglo XVIII . Lo que
se denomina «geografía», en esos siglos, se identifica con esta cultura. No
corresponde con una disciplina, ni siquiera con un campo de conocimien-
to. Lo que se denomina geografía pertenece al mundo de la práctica y de
la cultura sobre el espacio y a un variado género literario de viajes, des-
cripciones exóticas, imágenes fantásticas, que pertenecen a un mundo de
maravillas.
Los intensos cambios que afectan a las sociedades europeas a partir
del siglo XVIII, técnicos, materiales e intelectuales, constituyen el funda-
mento del mundo moderno. Su manifestación más relevante es la aparición
y desarrollo de la ciencia en su acepción actual, y de las ciencias como
campos de conocimiento articulados dentro de ella. Unos y otros se pro-
yectan sobre la cultura geográfica en su contenido y comprensión.
En su contenido hicieron posible un conocimiento completo del en-
torno terrestre resolviendo los vacíos de la «terra ignota». Completaban la
representación del mundo de los antiguos. Hicieron factible plantear de
nuevo la auténtica naturaleza de los fenómenos «geográficos», aspecto en
el que desempeña un papel determinante el conocimiento de las tierras
americanas (Capel, 1994). En su concepción, porque los postulados del co-
nocimiento científico pueden ser aplicados al objeto de dicha cultura. Se
puede formular el trascender desde la geografía como simple cultura geo-
gráfica, a la geografía como una disciplina científica.
Es decir, dar forma a una disciplina científica de carácter geográfico. Un
sensible e intenso esfuerzo que tiene como objetivo marcar la ruptura entre
tradición milenaria y geografía moderna. Un sensible e intenso esfuerzo in-
telectual se orienta, a lo largo del siglo XIX , a dar forma a un «espacio del sa-
ber»: la geografía. Se trata del proceso de fundación de la geografía.
En la tradición geográfica representa la gran ruptura respecto de la
herencia milenaria grecolatina y respecto del simple saber práctico del es-
pacio. Es una ruptura epistemológica que supone la incorporación de la
geografía al movimiento de la modernidad. Se manifiesta en la búsqueda
de una nueva articulación de saberes, de términos, de conceptos, de sím-
bolos, de premisas. Se plantea con la pretensión de construir un discurso
estructurado y fundado, dentro del campo de la ciencia, en su acepción
moderna.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFIA

La quiebra de la geografía milenaria es el principal componente de


esta ruptura epistemológica. Como apuntaba Foucault, lo relevante en este
caso es esta quiebra más que la tradición; es la transformación y lo que su-
pone de nueva fundación que la aparente continuidad de saberes, de con-
ceptos y de nombre. La geografía moderna representa una «transformación
que vale como fundación» (Foucault, 1976).
Una fundación cuyos términos, cuyos perfiles, se definen de forma
progresiva, contradictoria, sin un proyecto preciso o hegemónico. Nume-
rosas propuestas y circunstancias sociales, culturales y científicas culmi-
narán a finales del siglo XIX . La decantación final responde a la concate-
nación de una serie de condiciones de posibilidad. Las condiciones de posi-
bilidad de la geografía moderna se producen en el siglo XIX , con raíces en
el siglo anterior.

L CAPÍTULO 6

LAS CONDICIONES DE LA GEOGRAFÍA MODERNA

La aparición de la geografía moderna significa la fundación de una


disciplina que trasciende la vieja cultura de la representación del mundo,
en el marco del macrocosmos y el microcosmos, y que busca constituirse
como un acotado campo de conocimiento, incorporado al conjunto de las
nuevas ciencias. Fundación que tiene lugar en la segunda mitad del si-
glo XIX. La podemos identificar con la incorporación institucional como sa-
ber académico, en el marco de la universidad y con la aparición de una
comunidad profesional de geógrafos. Fundación que se enmarca en el pro-
ceso de expansión de la universidad alemana como un centro de produc-
ción científica moderna. La geografía moderna es un producto alemán.
La cristalización académica y universitaria, con la consiguiente con-
solidación de una comunidad geográfica y la definición de un proyecto geo-
gráfico científico, se apoya en un conjunto de transformaciones sociales y
culturales que aparecen como los pilares que hacen posible o facilitan la
decantación de la geografía moderna. Constituyen las condiciones de posi-
bilidad para la fundación de la geografía moderna. Es decir, el conjunto de
circunstancias históricas, sucesivas o coetáneas, que proporcionaron las
condiciones que hicieron posible plantear y desarrollar un proyecto inte-
lectual nuevo, el de la geografía moderna:

a) Los viajes de exploración que, en el período de la Ilustración y en


la primera mitad del siglo XIX, cambiaron, en lo cuantitativo y en lo cuali-
tativo, la percepción del mundo en la sociedad occidental. Aportaron nue-
vas evidencias empíricas, estimularon nuevas formas de interrogación so-
bre el mundo y provocaron nuevas actitudes intelectuales ante la realidad.
b) La expansión colonial europea, que actúa como un factor de cre-
ciente interés social, que contribuyó, de forma decisiva, a crear un estado
social de opinión favorable para este tipo de conocimientos.
c) El desarrollo del moderno nacionalismo, de corte burgués, que dará
a la disciplina una función social y política, vinculada con la consolidación
del sentimiento nacional.
d) La elaboración de un proyecto conceptual y metodológico que es-
boza el perfil de la nueva disciplina y propone su inserción en el marco del

116 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

conocimiento científico. Aporta el sustrato teórico, el armazón del discur-


so sobre el que se construye la nueva Geografía.
e) El reconocimiento institucional de la Geografía como una discipli-
na integrante del sistema educativo nacional, en la escuela y, sobre todo,
en la universidad, como un campo de conocimiento específico.

Son los factores y condiciones que hicieron posible el desarrollo, a fi-


nales del siglo pasado, de una comunidad científica y de un proyecto dis-
ciplinario en torno a la geografía, y con ello la construcción de la geogra-
fía moderna. Representan, por tanto, las premisas o condiciones de la ge-
ografía tal y como hoy la entendemos y practicamos.

1. Las exploraciones científicas: nuevas actitudes, nuevo utillaje

El siglo XVIII es el de los grandes viajes o exploraciones en sentido mo-


derno. Es decir, las expediciones cuyo objetivo era recoger información sis-
temática sobre diversos aspectos de carácter físico y social, aplicando una
metodología empírica. Exploraciones que tuvieron especial repercusión en
el ámbito de la denominada entonces Historia Natural y del conocimiento
empírico y representación cartográfica de la superficie terrestre. Su apor-
tación a la geografía procede, tanto de la incorporación de nuevas tierras
como de su incidencia en la actitud respecto del entorno y en el impulso a
una nueva forma de plantear el conocimiento del mismo.
Tales viajes y exploraciones se convierten en un elemento decisivo en
el avance del conocimiento. Se debe a dos factores, la notable mejora ins-
trumental de que disponen estas expediciones y la renovación metodológi-
ca de carácter científico en orden a la realización de las observaciones y a
los presupuestos teóricos de las mismas.

1.1. LA ERA INSTRUMENTAL: EL TIEMPO DE LA MEDIDA

El siglo XVIII ve aparecer y desarrollarse una nueva actitud respecto


de la observación del entorno, que contribuyó a dar forma a la concepción
moderna de la ciencia y del trabajo científico. Afecta a los instrumentos
de observación, al uso de los mismos, al interés por la medida, a la valo-
ración de los procesos de cuantificación, a la sistemática de las observa-
ciones en orden a asegurar la precisión y rigor de las experiencias. Un pro-
ceso iniciado en los siglos XVI y XVII, que tiene sus antecedentes en la ac-
titud racionalista de la filosofía natural medieval y culmina a finales del
siglo ilustrado.
El recurso a instrumentos de observación constituye una característi-
ca asociada a la aparición de la ciencia moderna. Aporta a los investiga-
dores los instrumentos que van a permitir consolidar una nueva filosofía
de la observación (Corsby, 1997). Desde los aparatos de óptica para la ob-
servación de los objetos que escapan a la simple vista, a los que permiten

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 117

medir. Los aparatos de óptica que permitían abordar el mundo de lo leja-


no y la dimensión de lo diminuto, incorporados al mundo de la experien-
cia humana, definen la primera etapa del desarrollo instrumental, marca-
da por el sufijo scopio. Nuevos instrumentos incorporaron a esta experien-
cia la posibilidad de la medida; el sufijo metro delimita esta nueva dimen-
sión del saber y del pertrecho instrumental (De Lorenzo, 1998). Y con ellos
nuevas posibilidades y actitudes ante la naturaleza.
Las mejoras sustanciales en la producción de aparatos de óptica y de
relojería de precisión fueron determinantes en orden a establecer con un
mayor grado de fiabilidad los cálculos de latitud y longitud. En 1673, Huy-
gens ponía a punto el «horologium oscillatorium», es decir, el reloj de pén-
dulo, empleando éste para regular la marcha del instrumento, fundamen-
to del reloj de precisión moderno.
La disponibilidad de instrumentos para medir la temperatura, a par-
tir de los primeros termómetros de agua, ideados por Sanctorius, tiene lu-
gar en 1611. Fueron mejorados con el empleo del alcohol, por Otto von
Guericke a partir de 1656 y, sobre todo, con el uso del mercurio, que in-
troduce Farenheit en 1714. El perfeccionamiento de los instrumentos de
medida de la presión, desde el momento en que Torricelli construye su pri-
mer barómetro de mercurio, en 1644, se completó con la disponibilidad de
instrumentos precisos para medir la humedad y para evaluar las precipita-
ciones. Es lo que ponen a punto italianos, con el higrómetro de Fernando
de Toscana; e ingleses, con el pluviómetro de Beckley.
La construcción de aparatos de medida sobrepasa la dimensión prác-
tica de fabricante. Una preocupación creciente por normalizar las obser-
vaciones, por asegurar la comparación entre éstas, lleva a plantearse la ade-
cuada puesta a punto de los instrumentos. La actitud de Reaumur, en or-
den a calibrar el termómetro de acuerdo con fenómenos constantes de la
naturaleza, como la ebullición y congelación del agua, manifiesta esta nue-
va actitud intelectual (Ferchaut de Reaumur, 1732). Se percibe un trasfon-
do teórico, una preocupación por la seguridad de las observaciones, por el
hecho de que puedan ser contrastables los resultados. Una preocupación
que afecta a la mera construcción instrumental y que estimula la mejora
de ésta.
Contribuyeron a realizar observaciones precisas sobre fenómenos na-
turales diversos. La altitud, el gradiente térmico, el volumen de las preci-
pitaciones, el valor de la humedad, entre otros, pudieron ser expresados
numéricamente. Su significado para el desarrollo de una actitud científica
lo resaltaba Alejandro de Humboldt, al destacar la posibilidad de estable-
cer «las medidas de altura por medio de los barómetros, y determinar las
diferencias en las temperaturas de verano e invierno y el día y la noche»
(Bourget y Licoppe, 1997). Hicieron posible «cuantificar» el proceso de co-
nocimiento de la naturaleza.
Se introduce la estadística como un instrumento para el conocimien-
to y observación. Medir, recoger observaciones cuantificadas, hacerlo de
forma sistemática, repetirlas y reproducirlas, contrastarlas y, en la medida
de lo posible, hacerlas periódicas. Un nuevo talante que se convierte en una

118 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

regla práctica y ética del trabajo científico, que se instaura desde mediados
del siglo. Se desarrolla, a lo largo de esta centuria, una nueva actitud y una
nueva concepción del trabajo científico, que ejemplifican, al terminar el si-
glo, autores como A. de Humboldt «figura emblemática del viaje científico
ilustrado» (Bourget y Licoppe, 1997).
Se trataba de asociar la exigencia de exactitud con la abundancia de
observaciones, la multiplicación de medidas. Se conciben campañas repe-
tidas para conseguirlas en períodos diferentes. Se busca sistematizar tales
observaciones para conseguir evaluar los menores cambios y sus alteracio-
nes locales. Se introduce la cartografía como un instrumento de registro
preciso, de carácter espacial, de las observaciones. Distinguir, medir, orde-
nar, comparar, se convierten en prácticas intelectuales básicas.
La convicción en la regularidad y orden de la naturaleza significa des-
terrar cualquier pretensión de que el azar regula los fenómenos naturales;
«bajo el azar aparente de las variaciones reina en la naturaleza el orden de
las leyes que descubre el laboratorio» (Bourget y Licoppe, 1997). El azar,
la anomalía, empujan a nuevas observaciones más precisas que permitan
vincular el fenómeno anómalo a un factor físico determinado, despejando
el margen de incertidumbre. Una nueva actitud metodológica marca el de-
sarrollo del espíritu científico.
Hay una relación directa entre los presupuestos filosóficos que sus-
tentan la actitud de los sabios, filósofos y naturalistas ilustrados, y su dis-
posición respecto del uso de instrumentos y en relación con la medida y
cuantificación. Ponen en evidencia una «nueva ética de la precisión y de
la exactitud» (Bourget y Licoppe, 1997). Un cambio perceptible tiene lu-
gar en la sensibilidad científica y en las representaciones de la naturale-
za, en la comunidad sabia del siglo ilustrado. La creación de un sistema
de medida universal no es sino un producto más de este espíritu nuevo
(De Lorenzo, 1998).
La descripción adquiere un valor metódico esencial en el ámbito de la
observación, como evidencia el carácter de los textos y la sistemática utiliza-
ción de los dibujos. Unos y otros fueron empleados de acuerdo con criterios
precisos, según se percibe en el uso del alzado, la sección, el perfil de aque-
llos objetos de descripción. La diferenciación facilitó la sistematización de las
observaciones. Éstas se separan según criterios de orden, similitud, diferen-
cia: desde las astronómicas a las etnográficas. El amplio cuerpo original de
la Historia Natural se desgaja en numerosos campos de conocimiento.
La definición de los modernos campos científicos se fragua en ese
período, entre ellos los de las ciencias sociales o humanas, que aparecen
como un notorio símbolo de las nuevas actitudes. Las ciencias humanas
configuran un nuevo discurso intelectual, en relación con un nuevo obje-
to, el Hombre, producto caracterizado de la modernidad. Se convierte en
un objeto específico de interés que promueve una atención especial a
cuestiones como la estructura doméstica y social, las creencias, los ritos,
en sus distintas manifestaciones, las relaciones personales y sociales, la
actividad productiva, el intercambio, la vivienda y el poblamiento, entre

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 119

Es indudable que la decantación de esta nueva actitud, que sólo se es-


boza en los decenios finales del siglo XVIII , está en relación con el gran cau-
dal de nuevas experiencias que aportan los viajes de exploración. Por otra
parte, éstos responden en su concepción y orientación a las nuevas exigencias
intelectuales. Los siglos XVIII y XIX son los de las exploraciones científicas.

1.2. LA ACUMULACIÓN DE EXPERIENCIAS: VIAJES Y EXPLORACIONES

Estas expediciones aportaron un inmenso fondo de información sobre


una gran diversidad de campos de interés, vinculados con el conocimiento
del espacio terrestre. Expediciones estrictamente científicas en unos casos,
como la de M. de la Condamine al Perú, en 1735, para la medición del me-
ridiano, en el marco de un gran proyecto para determinar la figura de la
Tierra y sus exactas dimensiones (Condamine, 1751). Viajes exploratorios,
como el de I. A. de Bougainville entre 1766 y 1769, alrededor del mundo,
o como los que realizan A. Malaspina en el Pacífico, para la corona espa-
ñola y F. Galaup de La Perouse, en Francia, entre 1785 y 1789, para el re-
conocimiento del Pacífico septentrional. Unos y otros se complementaron
como instrumentos de conocimiento geográfico (Bougainville, 1936).
Los viajes de J. Cook forman parte destacada de esta actividad. Su pri-
mera expedición, dedicada a observar el paso de Venus en Tahití, se inició
en 1768 y culmina en 1771, tras dar la vuelta al mundo (Cook, 1936). La se-
gunda, destinada a aclarar la existencia del llamado continente austral, se
desarrolló entre 1772 y 1775. El tercer viaje, entre 1776 y 1779, se dirigirá
a hallar el paso del Noroeste, es decir el camino entre el Atlántico y el Pa-
cífico por el Ártico, objetivo perseguido desde el siglo XV (Cook, 1938).
Todos ellos se distinguen de sus numerosos precedentes realizados
desde el siglo XVI por españoles, ingleses, franceses, holandeses y daneses.
Más allá del descubrimiento y exploración de nuevas tierras, que compar-
ten, responden a un impulso sabio, vinculado a las asociaciones científicas,
que surgen en el siglo XVII , a partir de los postulados de la nueva ciencia.
Perfilan una actitud intelectual diferente.
Esbozan un programa cuyo objetivo es la sistemática observación de
la Naturaleza, de acuerdo a una nueva concepción del conocimiento, ba-
sado en una metodología empírica contrastada. Así lo evidencia el respal-
do o patrocinio que le prestan a estos viajes las sociedades científicas, que
surgen en esa época, como la Royal Society, de Londres, o la Académie des
Sciences, de París. Y así lo comprueba la presencia en ellos de sabios re-
putados en diversos campos, como el botánico sueco Solander, el natura-
lista inglés Banks y el astrónomo Green, por ejemplo, que acompañaron a
Cook. O la posterior presencia de Darwin en el viaje del Beagle. Las cam-
pañas de observación y recogida de información son parte esencial de es-
tos viajes.
La previsión del trabajo a realizar en orden a regular las observacio-
nes, a dirigirlas de acuerdo con los nuevos postulados de la ciencia, forma
parte de la organización de tales viajes. La consulta a expertos, previa a las

120 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

expediciones, y la preparación de instrucciones detalladas de observación


para las mismas, proporcionan el perfil del espíritu de estas exploraciones.
Con anterioridad al viaje de Boungainville se solicitó a Ph. Commer-
son una guía que sirviera para orientar las observaciones que sería conve-
niente realizar, físicas y meteorológicas, durante la expedición. El presi-
dente Jefferson, en 1804, establecía el tipo de observaciones meteorológi-
cas a realizar en las expediciones de exploración del suroeste norteameri-
cano (Bourget y Licoppe, 1997).
Representan, como se ha dicho, «la nueva era de los viajes, no ya de
exploración y descubrimiento, sino de científico conocimiento de la Tie-
rra». La culminación simbólica y práctica es el viaje del Beagle, iniciado en
1831, en el que participa el joven C. Darwin. Las numerosas, sistemáticas
y brillantes observaciones realizadas en él le servirán para asentar su for-
mulación de la teoría de la evolución de las especies, tan decisiva en la mo-
derna concepción del mundo natural. Observaciones que no se limitaron al
ámbito biológico. Abarcaron también fenómenos geológicos y fisiográficos,
así como climáticos; de igual manera atendió a cuestiones de carácter et-
nográfico. Cuestiones como la dinámica, erosión y depósitos glaciares, la
actividad tectónica y la configuración litoral, entre otras, aparecen entre
esas observaciones (Darwin, 1940).
Las nuevas disciplinas de orientación positiva se construían sobre este
acervo de conocimientos, sobre estas actitudes éticas y sobre esta nueva fi-
losofía de la observación, de la medida, del rigor, que identifica la nueva
representación social de la ciencia. La Geología se había consolidado como
una ciencia a partir de los trabajos de Buffon y, sobre todo, de Lamarck y
Werner. Su reconocimiento podemos asociarlo con la publicación de los
Principles o f Geology de Lyell, en 1830. La Biología disponía de un consis-
tente fundamento clasificatorio desde los trabajos de Linneo. En la Antro-
pología, los trabajos y enfoques renovadores de autores como James Pri-
chard presagiaban su configuración como una disciplina consistente.
De la importancia y significación de estos viajes para la geografía cabe
resaltar su directa implicación en lo que podemos considerar la fundación
de la geografía moderna. De un lado, porque en esos viajes se forma, y de-
canta su experiencia y pensamiento, A. de Humboldt, uno de los más no-
torios viajeros «científicos» a caballo de los siglos XVIII y XIX. A partir de
ellos se perfila su proyecto «geográfico». Éste aparece muy vinculado a la
herencia ilustrada y a la tradición milenaria. Tiene el valor, no obstante, de
constituir una primera referencia a la posibilidad de fundar un nuevo cam-
po de conocimiento de carácter geográfico. De otro, con mucha mayor
trascendencia, porque la obra de Darwin será determinante en la definición
del campo geográfico moderno. Proporciona el fundamento del discurso
geográfico moderno.
El sustrato del darvinismo, de acuerdo con la elaboración que se pro-
duce de los postulados de Darwin en la segunda mitad del siglo pasado,
aportaba el marco teórico con el que justificar el «nicho» propio de una
geografía científica. Es decir, un discurso geográfico nuevo. Otros factores,
éstos de orden social y político, contribuyeron a facilitar la progresiva de-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 121

cantación de un proyecto de geografía «moderna». Permitieron la creación


de un estado de opinión social favorable, crearon una red de intereses pro-
picios, y le proporcionaron el asiento adecuado para su desarrollo.

2. Expansión colonial, nacionalismo y sociedades geográficas

El siglo XIX es el de la moderna expansión colonial. Las principales po-


tencias se reparten los territorios «disponibles»: África y Asia, sobre todo,
objeto de la apetencia de las grandes y nuevas potencias europeas. También
los territorios «abiertos» de América y las posesiones coloniales consolida-
das, cuando la debilidad política de las metrópolis les hacía susceptibles de
disputa. Es lo que se produce en el Caribe, así como en el Pacífico, en re-
lación con las posesiones españolas. Tiene lugar en los nuevos países con
estructuras sociopolíticas débiles, caso de los territorios mexicanos. Se
produce también en los territorios de los Estados en procesos de descom-
posición política, como el Imperio otomano y China.

2.1. EXPANSIÓN COLONIAL Y SOCIEDADES GEOGRÁFICAS

Para las economías industriales en desarrollo, la expansión territorial,


sobre todo la colonial, se perfila como garantía de mercados. Las colonias
aparecen como espacios susceptibles de inversión del capital excedente, so-
bre todo en ferrocarriles, como proveedores de materias primas y productos
para la creciente demanda urbana e industrial. Al mismo tiempo permitían,
en su caso, asentar los excedentes de población que se producían en las so-
ciedades europeas. Un vínculo estrecho enlaza expansión colonial y prácti-
cas geográficas, imperio e interés geográfico (Godlewska y Smith, 1994).
Las expectativas coloniales forman parte del horizonte social europeo
desde el siglo XVIII , pero se manifiestan de modo indiscutible una vez ter-
minados los conflictos internos en Europa, tras las guerras napoleónicas.
Esas expectativas alimentaron, en primer lugar, las denominadas «socieda-
des geográficas», que se multiplican a lo largo del siglo, con similar perfil,
instrumento decisivo en la aparición de la geografía moderna.
En 1821 se fundó la primera, la Société Géographique de Paris, a la
que siguió la Gesellschaft für Erdkunde de Berlín en 1828 y la Royal Geo-
graphical Society de Londres en 1830: fueron las tres primeras. En 1845 se
creaba la Sociedad Geográfica Imperial Rusa, en San Petersburgo. En
1852, un grupo de personas vinculadas con el mundo de los negocios fun-
daba la American Geographical Society de Nueva York, como un instru-
mento de información sobre el mundo contemporáneo.
Nuevas sociedades surgirán a lo largo del siglo hasta sus últimos de-
cenios. En 1876 se fundaba la Sociedad Geográfica de Madrid. Más de se-
senta sociedades de este tipo se constituyen en un corto período de veinte
años, entre 1870 y 1890, etapa culminante del colonialismo europeo. En to-
tal, más de doscientas sociedades geográficas hasta el primer tercio del si-

122 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

glo XX (Rodríguez, 1996). Su papel en la cristalización de la geografía mo-


derna es reconocido desde hace tiempo (Capel, 1977 y 1982).
Todas ellas se constituyeron como instituciones privadas, a veces con
patrocinio o respaldo oficial, promovidas para organizar y financiar activi-
dades de reconocimiento geográfico y difundir la información obtenida.
Desde la organización de viajes y expediciones a la de conferencias y de-
bates; desde la presión sobre la administración a la promoción de la ense-
ñanza de la geografía, en particular en la universidad. Actuaron como efi-
cientes grupos de presión social para estimular la expansión colonial, su
principal objetivo, y también como efectivas plataformas de difusión cul-
tural.
Contribuyeron a hacer «popular» la cultura geográfica, en las socie-
dades europeas, entre la burguesía ascendente, atraída por lo exótico, lo di-
ferente, lo desconocido. Es lo que evidencia el éxito de las geografías y, en
particular, de algunos autores como A. de Humboldt y C. Ritter, en la pri-
mera mitad del siglo pasado y E. Reclus en la segunda. Cultura que no te-
nía nada de inocua. Era un instrumento eficaz de promoción del colonia-
lismo y de justificación del mismo.
Contribuyeron, junto con las organizaciones religiosas, a crear un res-
paldo social a las iniciativas coloniales y a las acciones de reparto y ocu-
pación de África. Por un lado, al lograr presentar esas intervenciones como
actos de humanidad y civilización se mostraban destinados a liberar a las
poblaciones indígenas de la barbarie, la esclavitud, el atraso, las creencias
primarias y paganas. Iban dirigidas a proporcionarles los bienes del pro-
greso, además de la auténtica verdad religiosa. Entre unas y otras elabora-
ron lo que podemos considerar la ideología colonial que, por un lado, es-
timulaba la aventura colonial con su cortejo de barbarie y explotación y,
por otro, la justificaba con nobles enunciados, de lo que hoy denominamos
«injerencia humanitaria».
Velo ideológico que sirvió para recubrir y, en su caso, justificar tanto
los fines como los métodos más descarnados, empleados en la práctica co-
lonial. La ideología colonial admitió la explotación de las poblaciones in-
dígenas, aceptó y justificó su exterminio, con el argumento explícito del in-
terés o con el pretexto de la acción civilizadora. Un autor español lo ex-
presaba sin complejos: «cúmplese así también -no como fin a que direc-
ta y realmente se aspira, sino como consecuencia forzosa de los hechos-
misión civilizadora, ya exterminando y substituyendo en aquellas tierras a
las razas indígenas, más o menos salvajes, ya educándolas y elevándolas
hasta el grado de civilización que la alcanza la nacionalidad, raza o pueblo
que invade, conquista coloniza o se expansiona» (Beltrán y Rózpide, 1909).
Formulación compartida social y políticamente en los países occiden-
tales protagonistas del proceso colonizador. El descarnado objetivo colonial
era propuesto de forma cínica como inherente a la propia acción coloni-
zadora y ésta incompatible con los escrúpulos respecto de las poblaciones
indígenas. Así lo expresaban, ya en el siglo actual, en relación con la colo-
nización en África: «Quieren unos que prevalezcan los intereses del indí-
gena, aunque se sacrifiquen los del colono y la metrópoli... Creen otros que

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 123

conviene dejar al indígena como es; domarle más que civilizarle, asocián-
dolo a la obra de colonización como elemento productor, como instru-
mento de trabajo. El indígena de quien se trata principalmente en estas
controversias, es el negro africano... No debe asimilarse el negro al blan-
co; éste es el amo, el explotador; aquél el siervo, el explotado.»
La ideología colonial era transparente: «Si han de predominar los sen-
timientos humanitarios, déjense la colonias, porque ninguna utilidad han
de reportar a la metrópoli.» Su cínica justificación también: «Por otra par-
te, no hay motivo para tales sensiblerías, porque en todos los países civili-
zados, en los campos y en la ciudades, hay millares, millones de blancos
que viven tan esclavos del trabajo duro y penoso como puede vivir el ne-
gro de África que desmonta tierras, o labora en las plantaciones, o sirve de
bestia de carga al explorador o al viajero.» Términos en los que se expre-
saba L. Hubert en su primera lección sobre colonización en la Sorbona
(Beltrán y Rózpide, 1909).
La acción colonial era estimulada desde el patriotismo nacional en
cada país, en una confrontación que oponía, a la hora del reparto, a unas
potencias con otras. Se hará perceptible en el caso de África, «disputada»
y «repartida» en la conferencia, convocada al efecto, en 1876, por el rey de
Bélgica. Sancionada, con posterioridad, en la denominada Conferencia
de Berlín de 1885, cuya convocatoria correspondió al gobierno alemán, con
la ayuda del de Francia.
Aunque el tema aparente de esta última fue el estatuto de la cuenca del
Congo, y el reconocimiento de una autoridad política sobre la misma, un
verdadero Estado del Congo, así como las garantías internacionales para el
acceso comercial y para el proselitismo religioso en el mismo, de hecho, la
Conferencia de Berlín significó el reconocimiento internacional del reparto
colonial. El protagonismo de los diversos Estados y la confrontación nacio-
nal entre ellos aparece como el telón de fondo de la Conferencia.
Los acuerdos sancionaron el proceso de ocupación, así como las «re-
glas» del mismo. Las reglas tenían como objetivo evitar conflictos entre las
potencias, garantizar las relaciones económicas a través del comercio, po-
sibilitar la acción de las misiones religiosas de las distintas agrupaciones e
iglesias cristianas, y establecer los mecanismos de atribución de los terri-
torios ocupados.
Entregaba a la monarquía belga la explotación del inmenso Estado del
Congo, más próxima a la expoliación y la esclavitud que a la de la procla-
mada civilización. Los abusos colonialistas en el Estado del Congo, del rey
belga, impondrán la transferencia de dicho Estado del Congo a Bélgica, como
consecuencia de las prácticas coloniales denunciadas en él. El rey de Bélgica
se vio obligado a cederlo a su país, forzado por las presiones internacionales,
de sectores escandalizados con las condiciones a que habían quedado redu-
cidas las poblaciones indígenas, convertidas en fuerza de trabajo esclava.
El nacionalismo burgués era, en efecto, el motor activo de la expan-
sión colonial. Y, como consecuencia, de un cierto tipo de desarrollo geo-
gráfico, según reconocía el presidente de la Royal Geographical Society de
Londres en 1885: «Los franceses en Asia y África, y los rusos en el Asia

124 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA Iq

Central; los ingleses en la frontera con Afganistán, en más de una de las


fronteras de la India, en todas partes del África y en Oceanía; los alemanes
en las costas oriental y occidental del África y entre las islas de los mares
del Pacífico y Australiano, y los italianos en el mar Rojo, al buscar alcan-
zar los objetivos de la política nacional, han aumentado considerablemen-
te nuestro conocimiento del mundo» (Freeman, 1980).

2.2. NACIONALISMO Y GEOGRAFÍA: LA IDENTIDAD NACIONAL

Este nacionalismo era compartido por todos los Estados modernos y


estimulado por el movimiento romántico. Los pueblos históricos de Eu-
ropa, polacos, griegos, húngaros, entre otros, carentes de Estado, afirman
ahora su identidad ahogada o encubierta en los grandes imperios sub-
sistentes. Los nuevos estados liberales, que buscan su identidad nacional
-en que confluyen nación y Estado, absorbiendo las viejas nacionalidades
medievales o feudales-, comparten ese mismo fervor nacionalista.
Es un nacionalismo que aparece, en mayor medida, en los Estados re-
cién construidos bajo el impulso de las burguesías modernas más dinámi-
cas, las industriales, de Alemania e Italia. Buscan afirmar su identidad na-
cional en el nuevo marco territorial. Identidad que se fundamenta en el pro-
pio espacio geográfico. Éste es concebido como soporte de la «construcción»
histórica que justifica la nación, entendida, ante todo, como Estado, como
territorio. La triple identidad nación, Estado y territorio configura la mo-
derna construcción nacional y, con ella, la moderna ideología nacionalista.
La geografía aparecía, en el horizonte de los nacionalismos, como un
instrumento para asentar y consolidar la identidad nacional. El naciona-
lismo, que alimentaba las sociedades geográficas y la aventura colonial, es-
timuló, también, la consagración institucional de la geografía como sopor-
te del espíritu nacional burgués y de la ideología en que sustentaba, como
la disciplina del Estado-nación. La dimensión ideológica del discurso geo-
gráfico, su hegemónico perfil nacionalista, su carácter de ideología asocia-
da al capitalismo burgués, constituyen rasgos destacados del contexto en
que se fragua la aparición de la geografía moderna. Fueron factores deci-
sivos en su reconocimiento institucional.
La incorporación de los conocimientos geográficos al sistema educa-
tivo, como un componente vertebrador del mismo, es un elemento sobre-
saliente de la nueva actitud. La inclusión de la geografía desborda los ob-
jetivos puramente culturales o intelectuales. A la geografía se le confiere un
objetivo trascendente: forjar la identidad nacional a través del sistema es-
colar. La que los alemanes denominaron heimatkunde responde a esta con-
cepción. El conocimiento geográfico se articula sobre el entorno inmedia-
to, sobre el propio país. La geografía se convierte en una materia básica del
proceso educativo, tanto en la escuela primaria como en la secundaria. Y,
lo que es esencial para el desarrollo de la Geografía moderna, se incorpo-
ra como disciplina universitaria, destinada, en buena medida, a preparar
los docentes encargados de dicha tarea formadora.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 125

3. Reconocimiento institucional y comunidad geográfica

La política de creación sistemática de cátedras de geografía en la uni-


versidad, en Alemania, se inicia en 1873, nada más terminar la guerra con
Francia. La decisión del Ministerio de Educación de Prusia, de que todas
las universidades alemanas contaran con una cátedra de Geografía, supu-
so el inicio de la geografía universitaria en sentido moderno. La presencia
de la geografía en la universidad hasta entonces había tenido un carácter
esporádico y circunstancial. Había estado asociada a iniciativas particula-
res, como la de W. Humboldt respecto de la cátedra de la Universidad de
Berlín, ocupada por C. Ritter y vacante desde su muerte en 1859.
La primera de estas cátedras modernas, en Alemania, la ocupó F. von
Richthofen, un prestigioso geólogo, autor de una gran monografía sobre
China. En 1886, el número de cátedras llegaba a la docena, eran quince en
1892 y a finales del siglo XIX un total de diecinueve universidades alema-
nas, sobre veintidós existentes, impartía geografía. En 1914 existían cáte-
dras de geografía en 23 universidades alemanas y 34 en 1933, repartidas en
un total de 32 centros o instituciones superiores, de rango universitario.
En Francia, sensible a las prácticas alemanas desde el final de la gue-
rra franco-prusiana, la inclusión de la geografía en el sistema educativo fue
impulsada por E. Levasseur y Himly, desde el Ministerio de Educación,
desde una clara actitud nacionalista. La dotación de cátedras universitarias
y en los centros de formación del profesorado, para preparar los nuevos
profesores de dicha materia, se produce en el mismo decenio de 1870 y se
desarrolla en los siguientes.
Las cátedras universitarias de geografía moderna se dotan a un rit-
mo inferior al de Alemania, pero suficiente para hacer posible la consoli-
dación de una escuela geográfica reconocida. En 1892 había catorce cá-
tedras de geografía, trece de ellas en facultades de letras; una en faculta-
des de ciencias. A las que habría que añadir la de la École Normal Supé-
rieur de París, que ocupará el propio Vidal de la Blache a partir de 1892
y la del Colegio de Francia, en la que impartía clases de geografía E. Le-
vasseur. El movimiento es similar en otros países europeos: Austria-Hun-
gría contaba con 10 cátedras e Italia con 11 en esa misma fecha. Indica-
dores ilustrativos de la atención prestada a la nueva disciplina en la Eu-
ropa más avanzada.
El proceso es algo más tardío y lento en los países anglosajones. La
primera cátedra universitaria de geografía no se establece en Oxford hasta
1887, ocupada por H. Mackinder. En 1888 se dotaba la de Cambridge. Am-
bas sufragadas con fondos de la Royal Geographical Society, que dedicará
a su sostenimiento más de 24.000 libras esterlinas entre estas fechas y
1920. La creación de cátedras universitarias en el Reino Unido se hará a
ritmo más lento, debido a la resistencia de importantes grupos sociales,
vinculados con una concepción de la geografía como disciplina orientada
a la exploración y al mundo colonial. Su estatuto académico, como área in-
dependiente, tampoco se consolidará hasta decenios más tarde, tanto en
Estados Unidos como en el Reino Unido, avanzado el siglo XX .

126 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

En Estados Unidos el primer departamento de Geografía no aparece


hasta 1902. Sin embargo, para entonces el trabajo geográfico universitario
había alcanzado un notable desarrollo en algunos centros, como Harvard,
donde ejercía W. Davis desde 1876 como físico, meteorólogo y geólogo
y donde inicia su trabajo como geógrafo de las formas del relieve terrestre.
No obstante, se trata de estudios de geografía enmarcados en departamen-
tos de geología. La formación de geógrafos y la creación de departamentos
universitarios de geografía no se producirá, de hecho, hasta los años pos-
teriores a la primera guerra mundial.
El reconocimiento institucional de la Geografía como disciplina uni-
versitaria supuso su consolidación en el ámbito académico. Su efecto prin-
cipal fue la constitución de una comunidad profesional cuyo nexo era la
Geografía. Una comunidad de profesores, por lo general funcionarios, que
convertía la geografía en una disciplina profesoral.
Su incidencia para el desarrollo de la Geografía fue decisiva, como re-
conocía E. de Martonne a principios de este siglo XX : «Los hechos de-
muestran en Francia la utilidad de las cátedras universitarias. Desde el mo-
mento en que se organizó la enseñanza superior de la Geografía, la pro-
ducción se ha intensificado bajo todas sus formas y de la acumulación de
obras originales resulta una impresión clarísima del conjunto.»
El carácter del profesorado, su estatuto académico, su reconocimien-
to social, muy destacado en el caso alemán, donde el profesor de geogra-
fía, funcionario, disfrutó de un poder académico considerable y de una
gran influencia en el ámbito universitario -como auténticos mandarines,
se ha dicho-, proporcionó a la comunidad geográfica identidad, poder e
intereses (Elkins, 1989). Supuso la posibilidad de desarrollar un proyecto
de campo de conocimiento específico. Se vio espoleada por la urgencia de
acotar el área de desarrollo de la propia comunidad, en un marco de com-
petencia con otras disciplinas y de defensa de la propia. Como el mismo
De Martonne reconocía: «Se explica que la Geografía tenga necesidad ma-
yor que otras disciplinas intelectuales, de la organización universitaria...,
si quiere conservar su individualidad, tener método y orientación propios.»
La trinchera universitaria hacía posible la defensa de un territorio científi-
co y académico, y proporcionaba una imagen de respetabilidad.
Por otra parte, esa misma institucionalización en el currículo escolar,
dentro de los niveles secundarios, otorgó a esta comunidad universitaria
una función formadora de profesores especializados. Significaba nuevas
expectativas sociales y académicas que aseguraban su desarrollo futuro.
Para algunos autores, este componente educativo sería el principal sopor-

Comunidad geográfica cuya labor de acotado y delimitación científica


te de la constitución de la geografía moderna (Capel, 1977).

podía acogerse a la inmediata tradición geográfica. Ésta postulaba la defi-


nición de un patrón o perfil para la geografía como disciplina que permi-
tiera situarla en el marco de la ciencia contemporánea. En la segunda mi-
tad del siglo pasado se aspiraba a presentar la geografía como un conoci-
miento científico. Se pretendía ir más allá de «los relatos de viajeros» y de
la consideración curiosa de lo exótico. Se buscaba presentarla como una

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 127

disciplina rigurosa y sus cultivadores profesionales como una comunidad


respetable. Los esfuerzos en tal sentido marcan el desarrollo de la geogra-
fía en ese tiempo.
Es un esfuerzo por construir un campo epistemológico propio. La de-
finición de ese campo propio se apoya en aquellos elementos más presti-
giosos de la tradición geográfica que podían servir como antecedente y
como justificación de la nueva orientación en el contexto histórico-cientí-
fico dominante. La comunidad geográfica inicial buscaba raíces y funda-
mentos.
Las comunidades de geógrafos en ciernes justifican en autores de pres-
tigio las referencias básicas de su propio proyecto. Por razones intelectua-
les y por razones tácticas, introdujeron a los principales representantes de
esas iniciativas pioneras en su propia ascendencia científica. Les otorgaron
la calidad de fundadores o de epígonos. Eran un aval al proyecto empren-
dido en el último tercio del siglo pasado de construir una geografía con
pretensiones científicas. Suponía un respaldo de respetabilidad. Las raíces
intelectuales se buscan en dos prestigiosos autores de la primera mitad del
siglo XIX: Alejandro de Humboldt y C. Ritter. Fueron convertidos en fun-
dadores de la geografía moderna. Los geógrafos de finales de siglo ubican
en ellos la inmediata tradición geográfica y les atribuyen la definición de
este patrón renovado y proyecto de la nueva geografía.

4. Ciencia y geografía: dos propuestas de geografía científica

Humboldt y Ritter son reivindicados como directos antecedentes inte-


lectuales. Sin duda, uno y otro habían adelantado ideas fundamentales que
permitían a los geógrafos de fin de siglo vincularse con una tradición inte-
lectual prestigiosa. Humboldt y Ritter habían adelantado propuestas para
la construcción de una nueva ciencia, en el marco de lo que era la episte-
Para Humboldt se trataba de una disciplina entendida como la des-
mología científica del siglo XIX. Ambos la identifican como geografía.
cripción física del globo. Humboldt pretendía una ciencia empírica de la
configuración física de la superficie terrestre. La propuesta de Humboldt
es la de un proyecto limitado a la descripción física del mundo, como una
disciplina capaz de integrar los distintos elementos del mundo natural, en
el marco de una ciencia natural. «Todo lo que va más allá no es del domi-

elevadas.» Las que distinguen la posición de Ritter y su concepción de la


nio de la Física del Mundo y pertenece a un género de especulaciones más

geografía.
Ritter proponía una geografía para la Historia, una disciplina para ex-
plicar el devenir histórico de las sociedades humanas, a partir de los he-
chos geográficos. Un proyecto que, en su formulación y en sus presupues-
tos, recogía una vieja tradición arraigada en la cultura occidental, la que
corresponde con el pensamiento astrológico. Lo presentaba como un obje-
tivo para la geografía científica. Para Ritter, se trataba de hacer lo que él
denominó geografía general comparada.

128 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Introducir a la geografía en el campo del conocimiento científico


contemporáneo aparece así como el eje del proyecto intelectual de Ritter,
según él mismo manifiesta, directa e indirectamente: «Habiéndose con-
tentado hasta ahora con describir y clasificar someramente las diferentes
partes del Todo, la geografía no ha podido, en consecuencia, ocuparse de
las relaciones y de las leyes generales, que son las que únicamente pueden
convertirla en una ciencia y darle su unidad.» Una ciencia dentro de la
concepción científica dominante en el siglo XIX , como conocimiento de le-
yes y como conocimiento de lo general, no de lo particular, basado en la
experiencia.
En Humboldt y Ritter hay un objetivo común, dar un estatuto de cien-
cia a la geografía. Hay dos proyectos distintos para llevarlo a cabo. Arcai-
co el uno, por sus planteamientos de fondo, vinculados con la filosofía de
la historia, como es el de C. Ritter, que contempla esta disciplina posible y
necesaria en el marco de dar explicación natural a los acontecimientos hu-
manos. Moderno el otro, propuesto por Humboldt, porque delimita el ob-
jeto de acuerdo con el desarrollo de la ciencia empírica y en el contexto de
los objetivos propios de las ciencias de la naturaleza.
La aparente coincidencia en el proyecto entre ambos autores, que fa-
llecen el mismo año (1859) en que Darwin publica El origen de las especies,
no significa identidad conceptual ni metodológica, ni siquiera objetivos co-
munes. Humboldt y Ritter sólo compartieron el objetivo: incorporar la geo-
grafía, tal y como cada uno la entendía, al seno de las ciencias empíricas.
Diferían en la concepción de la misma. Como consecuencia, sus proyectos
también son distintos. El de Humboldt se enmarca en las ciencias de la na-
turaleza, desde una perspectiva empírica y con un campo limitado al ám-
bito de los fenómenos físicos, abióticos y bióticos.

4.1. LA PROPUESTA DE GEOGRAFÍA FÍSICA DE HUMBOLDT

El proyecto de A. de Humboldt es el de la fundación de una geografía


física científica. Se corresponde con lo que él denomina Descripción física
de la Tierra. Ámbito en el que consideraba posible la construcción de un
campo de conocimiento empírico riguroso. Humboldt le otorga un alcan-
ce y estructura que desborda las propuestas de sus antecesores. Proyecto
que aparecía como factible en la medida en que los fenómenos y proce-
sos que caracterizan la dinámica de la superficie terrestre, desde los geo-
lógicos a los biológicos, podían ser abordados desde postulados metódicos
y teóricos acordes con las exigencias de la nueva ciencia.
La geología, la hidrología y oceanografía, la botánica y la zoología
tenían ya bases consistentes y un perfil moderno. Eran disciplinas desa-
rrolladas sobre la base de una sistemática observación empírica, articu-
ladas sobre hipótesis y formulaciones teóricas más o menos explícitas.
Disponían, en todo caso, de una sistemática clasificatoria sólida, la cla-
sificación lógica de Kant, formaban parte de los «sistemas de la natura-
leza».

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 129

A. de Humboldt propone como proyecto de geografía moderna una


disciplina general que sobrepasara la simple yuxtaposición de las discipli-
nas particulares dedicadas al estudio de los diversos componentes del mun-
do físico, más allá de los sistemas de la naturaleza.
Una Geografía Física que se asienta, sin lugar a dudas, en un mar-
co epistemológico positivo, con un estatuto científico explícito, por en-
cima de la simple clasificatoria, como Humboldt precisaba al separar su
disciplina de los conocidos como «sistemas de la Naturaleza»: «El obje-
to de la Geografía Física es, por el contrario, como hemos dicho antes,
reconocer la unidad en la inmensa variedad de los fenómenos y descu-
brir, por el libre ejercicio del pensamiento mediante la regularidad de ob-
servaciones, la regularidad de los fenómenos dentro de sus aparentes va-
riaciones. »
Una ciencia más allá de las disciplinas especiales, con las que se em-
parenta, y distinta también de una historia natural: «La descripción física
del mundo ofrece un cuadro de lo que coexiste en el espacio, de la acción
simultánea de las fuerzas naturales y de los fenómenos que éstas produ-
cen.» En términos actuales, la propuesta de Humboldt puede contemplar-
se como un ambicioso proyecto de lo que hoy se denomina geografía físi-
ca integrada. Sin embargo, debemos contemplarla mejor en la tradición de
la geografía física de Kant y de la geografía general de Varenio. A pesar
de las apariencias, el proyecto de Humboldt pertenece en mayor medida al
pasado que a la tradición de la geografía moderna, como han apuntado al-
gunos geógrafos en tiempos recientes (Granó, 1982).
Tras la formulación de Humboldt aflora una concepción de globalidad
y unidad que recuerda más las representaciones clásicas del cosmos, de rai-
gambre medieval, que las de una ciencia empírica moderna. No es cir-
cunstancial que la obra sustancial de Humboldt se denomine Cosmos
(Humboldt, 1849).
Consciente, por otra parte, de que la pretensión de reducir al cam-
po científico el conjunto de las informaciones sobre el mundo real está
aún lejos, si es que es factible llegar a ese final: «Estamos muy lejos del
momento en que sea posible reducir, por medio del pensamiento, todo lo
que percibimos por los sentidos, a la unidad de un principio racional»
(Humboldt, 1849). Parecía un proyecto de geografía física global en el
marco de las ciencias empíricas, acorde con el pensamiento científico de
su época.
Como él dice, contempla una geografía basada en «un empirismo ra-
zonado, sobre un conjunto de hechos registrados por la ciencia y someti-
dos a la acción de un entendimiento que compara y combina». Este empi-
rismo fundamental delimita la propuesta de Humboldt y explica que se cir-
cunscriba al ámbito físico. Él se refugia en el ámbito de las seguridades
empíricas, sólo posibles, en ese momento, en el mundo físico, único espa-
cio en el que sea posible «llegar al conocimiento de las leyes y generali-
zarlas progresivamente». Entre lo antiguo y lo moderno, el proyecto de
Humboldt pertenece a una tradición intelectual antigua. Un rasgo que dis-
tingue, en mayor medida, la propuesta de C. Ritter.

130 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

4.2. RITTER, UNA GEOGRAFÍA PARA LA HISTORIA

C. Ritter es un profesor de geografía en Berlín, de formación acadé-


mica histórica, con una gran cultura y una experiencia viajera limitada.
Circunstancias que, en el horizonte romántico de la primera mitad del si-
glo pasado, explican, junto a sus indudables dotes intelectuales, el gran
prestigio de sus clases, que contó, entre otros, como alumnos, a K. Marx y
E. Reclus. Su obra principal, la Geografía General Comparada, constaba de
21 volúmenes, con una ingente masa de información. Como se ha dicho
respecto de esta obra, «sólo los cuatro primeros de los veintiún volúmenes
de su Geografía Comparada son todavía legibles» (Strausz, 1945). La acu-
mulación de información, que evidencia su excepcional erudición, desbor-
da la capacidad del autor para darle coherencia.
Proponía Ritter una disciplina geográfica de carácter científico. Con
ello respondía al estado de su tiempo. Es decir, propone una disciplina
empírica -destinada a enunciar leyes generales-, con campo propio y
objetivos específicos. Coincide en ello con Humboldt; difiere en el obje-
tivo. Para C. Ritter, el objetivo de esta geografía científica es «la organi-
zación del espacio en la superficie terrestre y su papel en el devenir his-
tórico (del hombre)».
Ritter parte de una concepción del sustrato físico distinta de la de
Humboldt y en el marco intelectual de una filosofía de la historia. Es lo
que otorga al proyecto de Ritter su aparente resonancia moderna, al for-
mular como objetivo la relación entre lo geográfico y lo histórico y hacer
de la geografía una ciencia para la historia.
Ritter identifica lo geográfico con el suelo. De acuerdo con una cul-
tura geográfica arraigada, pero de perfil arcaico, lo concibe como un ele-
mento puramente geométrico, en la tradición griega. Ritter entiende la
geografía como la ciencia del globo, y concibe éste como un gran orga-
nismo y los continentes como los órganos básicos del mismo. Ritter com-
parte una concepción organicista del espacio, cuyos componentes bá-
sicos son las individualidades geográficas. Éstas corresponden con las
áreas terrestres, continentes, islas, penínsulas, entre otras.
La geografía de Ritter reposa, por tanto, en una concepción organicis-
ta, que recuerda las formulaciones de Kircher en el siglo XVII , cuyas imáge-
nes y metáforas convierten a la geografía en una especie de anatomía te-
rrestre de ecos hipocráticos. Analogía que el propio Ritter utiliza. El objeti-
vo de la Geografía General Comparada es interpretar y explicar la «aventura
humana» a partir de los caracteres morfológicos de la superficie terrestre.
Desde ese enfoque aborda la construcción de la geografía que propone.
Determinados elementos o cualidades, como la simetría, el orden, la
estructura, la regularidad formal, son considerados atributos geográficos.
Son aplicados al análisis de la superficie terrestre, de sus individualida-
des territoriales, para abordar la explicación de los caracteres de las so-
ciedades que en ellos habitan y las causas de su evolución histórica. Es
la forma continental, su perfil, la relación entre extensión y perímetro, el
grado de articulación litoral, lo que determina, para Ritter, la evolución
histórica de sus sociedades. En Ritter, el concepto de «articulación», re-
ferido a estos atributos, constituye un componente central. No es difícil
reconocer en este enfoque la vieja tradición medieval de las propiedades
de las cosas, en este caso los territorios. El geógrafo y la geografía apa-
recen como los intérpretes de estas propiedades a través de los signos o
La homogeneidad física del continente explica «la persistencia del
caracteres geográficos.

atraso africano, producto de la monotonía uniforme de los seres vivos», de


la no diferenciación racial y lingüística. Ritter simplificaba la realidad al
igualar África con negritud. El apriorismo, es decir, la búsqueda de carac-
teres físicos a los que atribuir los rasgos o cualidades asignadas a los con-
tinentes, entendidos como unidades orgánicas, es un rasgo distintivo. La
incapacidad asiática para extender el beneficio de sus civilizaciones -atri-
buida de partida a las sociedades asiáticas- es, para Ritter, consecuencia
de una diversificación sin comunicación. Las pruebas convincentes del ar-
gumento son las diferencias asignadas a los distintos pueblos asiáticos,
convertidas en pruebas empíricas, en vez de plantearlas como el problema
a considerar y resolver.
Así, al tratar de Europa, argumenta que: «Europa, por su parte, se
abre en todas las direcciones... cuyas ramificaciones han tenido tanta im-
portancia como la que tuvo el núcleo central respecto al desarrollo del pro-
ceso de civilización.» La primacía europea deriva de la naturaleza orgáni-
ca, de la configuración anatómica del continente, de «este individuo te-
rrestre fuertemente compartimentado que es Europa [que] ha podido,
pues, conocer un desarrollo armónico y unificado que ha condicionado
desde el comienzo su carácter civilizador y ha antepuesto la armonía de las
formas a la fuerza de la materia». En cambio, al referirse a Asia, conside-
ra que «los miembros siguen siendo aquí mucho menos importantes que el
cuerpo compacto y potente que ha conseguido frenar la evolución de la ci-
vilización en el conjunto del continente» (Ritter, 1974).
La idea de las cualidades geométricas y espaciales, aplicada a los con-
tinentes, mezclada con un elemental organicismo, hacen posible, desde un
apriorismo cultural manifiesto, establecer el orden ineluctable de la civili-
zación. Ritter obtiene una conclusión histórica esencial: «El menor de los
continentes estaba así destinado a dominar a los más grandes.» Una nue-
va imagen orgánica insinúa la metáfora de la lucha individual, entre el Da-
vid europeo y los Goliat. Un destino que, como el propio Ritter apuntaba,
«estaba en cierta forma inscrito en ella desde toda la eternidad».
Ritter utilizaba, como punto de partida, ideas generalizadas en el
contexto cultural de su tiempo: desde la superioridad civilizadora euro-
pea a la difusa creencia en una relación espiritual entre tierra y sociedad,
entre Naturaleza y aptitud humana. Ritter empleaba una tradición cultu-
ral organicista de vieja raigambre, como hemos visto. Proporcionaba, en
este horizonte cultural, un esbozo prematuro, y basto, pero atractivo, qui-
zá por su propia naturaleza especulativa, de asociar geografía e historia,
espacio y tiempo, naturaleza y sociedad, engarzados por los lazos de la
causalidad.

132 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Utilizaba la geografía en el marco de la tradición intelectual de la fi-


losofìa de la historia, de gran predicamento en su época, en relación con
las obras de Herder y Hegel. Su proyecto tiene, por ello, una manifiesta re-
sonancia en los autores de la segunda mitad del siglo, desde E. Reclus a
los representantes de las grandes escuelas geográficas modernas. Se en-
tienden sus ecos en los geógrafos de finales del siglo XIX y su inclusión en
las tradiciones geográficas y su indudable influencia en la concepción ini-
cial de la geografía política.
Se identificaron con sus aspiraciones. Encuentran en él un discurso
que no les es ajeno. Perciben en su obra un proyecto familiar. Y, como cri-
ticaba L. Febvre, muchos geógrafos, al igual que muchos historiadores, se
dejaron enredar en este tipo de problemas, seudoproblemas, propios de
otras épocas. No acertaron a formularlos de acuerdo con un razonamien-
to científico moderno. «El viejo problema de las influencias, que los auto-
res de horóscopos, los teorizantes de la astrología y los adeptos de un na-
turismo obscuro y primitivo han legado a los historiadores que, a su vez,
lo han transmitido a los geógrafos» (Febvre, 1961).
L. Febvre apuntaba con acierto al carácter premoderno de Ritter. La
concepción geográfica de Ritter respondía a la tradición cosmológica me-
dieval. Aflora el microcosmos de las representaciones del mundo de la
Edad Media, su concepción hermenéutica del saber y su entendimiento de
la naturaleza como un mundo o cosmos determinado por las cualidades
de las cosas y los elementos. El mundo de las propiedades de las cosas (De
propietatibus rebus) de que trataba la enciclopedia medieval del francisca-
no inglés Bartolomé Ánglico, en el siglo XIII .
Sin embargo, Humboldt y Ritter han sido considerados de forma ha-
bitual parte de la genealogía de la disciplina geográfica moderna. De modo
paradójico, han sido tratados y considerados como los epígonos de la geo-
grafía moderna.

4.3. LA IDENTIFICACIÓN CULTURAL: LOS EPÍGONOS DE LA GEOGRAFÍA MODERNA

Humboldt y Ritter forman parte de la mitología geográfica. Fueron in-


corporados al discurso construido para legitimar y dar profundidad históri-
ca y prestigio intelectual al frágil proyecto de construcción de la disciplina.
Para las generaciones pasadas, desde el siglo XIX , A. de Humboldt y
C. Ritter representaban las primeras propuestas significativas para fundar
una ciencia geográfica, perspectiva tradicional compartida hasta épocas
recientes.
Es cierto que tales vínculos y ascendientes se mantienen como afir-
maciones comunes entre autores contemporáneos. Siguen una arraigada
tradición, como se evidencia en Terán: Humboldt y Ritter aparecen como
los «padres» de la moderna geografía, incluidos en una tradición que se ha-
cía remontar a Varenio. Para el geógrafo madrileño, Varenio «nos sitúa en
el umbral de la geografía moderna»; ésta se identifica con Humboldt y Rit-
ter, que son los que «vuelvan a acometer la empresa de Varenius, con ma-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 1

yores garantías de acierto» (Terán, 1957). Lugares comunes que siguen vi-
gentes. La geografía moderna arranca de Varenio, que «define los proble-
mas y el marco de la geografía científica», y de Humboldt y Ritter, que «es-
tablece la moderna geografía física científica» (Sala y Batalla, 1996).
Corresponde con una idea de que la tradición geográfica moderna
«encuentra sus orígenes, a comienzos del siglo pasado, en las propuestas
de Humboldt y Ritter, y que se prolonga claramente hasta las formula-
ciones regionales o corológicas de la primera mitad de nuestra centuria»
( Ortega Cantero, 1987). De este modo, se hace de ellos la clave de una
geografía regionalista y del paisaje, y de concepciones epistemológicas
propias del idealismo alemán neokantiano. Para este autor, Humboldt y
Ritter constituyen el referente intelectual de concepciones geográficas ca-
racterizadas por el subjetivismo, en particular respecto de la considera-
ción del paisaje. Los vincula, incluso, con la concepción del paisaje de la
generación del 98.
Sin embargo, frente a esta concepción tradicional de los orígenes de
la moderna geografía, hay que resaltar que los proyectos de Humboldt y
Ritter, ni son coincidentes ni tienen inmediata continuidad en el desarro-
llo de la geografía. Aspecto destacado por diversos autores actuales al tra-
tar la evolución de la geografía (Capel, 1981; Claval, 1976). Ninguna de las
dos propuestas, la de Humboldt y la de Ritter, tuvo eco inmediato. Ningu-
na de ellas sirvió de embrión para la configuración del moderno proyecto
de disciplina geográfica. Las propuestas de Humboldt y Ritter no cristali-
zan como tales y, en esta perspectiva, no se da una vinculación directa en-
tre sus respectivos proyectos y el que sustenta la geografía moderna. Son
fenómenos aislados, y se vinculan más al final de una tradición cultural
que a la fundación de la geografía moderna.
La incorporación de ambos autores a la historia de la moderna dis-
ciplina resulta más del interés en proporcionarle una noble genealogía
que de la realidad de una comprobable influencia. Porque la conciencia
de la ruptura que suponía la nueva geografía respecto del conocimiento
geográfico anterior es general a finales del siglo pasado. Asimismo lo es
el identificar la nueva geografía como una disciplina científica, como un
conocimiento ajustado a los patrones de la ciencia. De tal modo que el
corte entre lo anterior y la nueva geografía se identifica con ese tránsito
de lo precientífico a la ciencia. De la mera cultura geográfica a una dis-
ciplina científica.
Contraponer los contenidos y forma de las viejas formas del conoci-
miento geográfico con el nuevo es una constante del discurso geográfico
en los últimos decenios del siglo XIX y en los primeros del siglo XX. «No es
ya la geografía una insulsa enumeración de ciudades, islas y cordilleras...
ni siquiera una descripción pintoresca de los accidentes físicos y de las
instituciones políticas de las naciones... porque no comprende sólo la des-
cripción de fenómenos o la exposición de hechos que le son propios, sino
además el examen de sus causas y consecuencias y la determinación en
cuanto sea posible de las leyes superiores por que se rigen», según reco-
gía, sintetizando una opinión generalizada entonces, uno de los primeros

134 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

geógrafos modernos españoles (Bullón, 1916). Compartía una conciencia


extendida en la comunidad geográfica desde los dos últimos decenios del
siglo XIX.
Otro de estos precursores geógrafos españoles, Torres Campos, vincu-
lado con la Institución Libre de Enseñanza, que fue una de las introducto-
ras de los nuevos enfoques en España, lo señalaba: «La renovación... de los
estudios geográficos es obra del último tercio del siglo que ahora muere.»
Y en términos similares a los de Bullón se hacía eco de esa conciencia del
cambio: «La geografía, considerada hasta mediados de este siglo como ári-
da nomenclatura de voces técnicas, reducida en las escuelas y en los libros
a enumeraciones de lugares y datos estadísticos... se transforma en los pre-
sentes días... estudia la Naturaleza y sus leyes en relación con el lugar o
espacio en que el hombre vive» (Torres, 1898).
Se trataba de un proyecto novedoso cuya construcción es el objetivo
de las primeras generaciones de geógrafos universitarios. La geografía mo-
derna cristaliza en el marco de un debate intelectual, en la universidad, a
través de propuestas diversas y en el marco de filosofías contrapuestas, des-
de perspectivas personales y científicas dispares, en un proceso de diferen-
ciación respecto de otras disciplinas cuyos cultivadores se esfuerzan en
acotar y establecer campo propio.
SEGUNDA PARTE

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA
m*!*
;

CAPÍTULO 7

UN PROYECTO PARA LA GEOGRAFÍA

La Geografía moderna no surge como una disciplina formada y defi-


nida en todos sus componentes, objeto y objetivos. Es el resultado de un
proceso de construcción que se esboza en la segunda mitad del siglo XIX y
que penetra en el primer tercio del siglo XX . Ese proceso es contradictorio.
Las propuestas que aparecen para definir el campo geográfico no son coin-
cidentes y tampoco son compartidas por igual en la comunidad geográfica.
El proyecto de una geografía científica se perfila, en una primera eta-
pa, en el ámbito de las ciencias de la naturaleza, como una geografía físi-
ca, o mejor, como una fisiografía. La introducción en ese proyecto de la di-
mensión humana es posterior en el tiempo. La antropogeografía, tal y como
se denomina entonces a ese proyecto, aparece a finales del siglo pasado.
No se produce contradicción entre ambas propuestas. El interés por el hom-
bre, es decir, por lo social, se asienta en una concepción teórica que privile-
gia la geografía física. Se trata de la concepción de la geografía como disci-
plina de las relaciones Hombre-Medio o, mejor dicho, de las influencias del
medio físico en la sociedad. El papel de la geografía física es deteiminante.
La definición de la geografía moderna como un proyecto científico con
estos postulados es el resultado de la decantación de estas propuestas, del
debate en torno a las mismas, de su adecuación al contexto sociocultural e
ideológico, y de su adaptación epistemológica.
La geografía moderna se constituye en una tierra de nadie. La geogra-
fía aparece como un espacio de confluencia de saberes que tenían en co-
mún la distribución espacial, la clasificación física en el espacio. Existían
disciplinas o saberes geográficos. Existían practicantes de las más diver-
sas disciplinas y actividades que se consideran vinculados con este tipo de
saberes de localización. No existía la geografía. Tampoco existían geógrafos,
en sentido estricto.
La consolidación institucional de la geografía como una disciplina
universitaria ayudará a definir un campo propio, a seleccionar los culti-
vadores, a administrar el título de geógrafos. La formación de una comu-
nidad científica, la definición de un campo de conocimiento y la elabora-
ción de un fundamento objetivo para el mismo, desde la perspectiva epis-
temológica, constituyen elementos confluentes en la fundación de la geo-
grafía moderna.
El contexto histórico: la tierra de nadie

La constitución de una comunidad geográfica, identificada con el pro-


fesorado de geografía en las universidades, iba a traducirse en un proceso
de acotamiento de la geografía como una disciplina diferenciada. O mejor
dicho, la presencia de esa comunidad iba a facilitar el proceso por el cual
se produce la definición de la geografía moderna como un campo de cono-
cimiento propio. Un objetivo que debe ubicarse en el contexto del siglo XIX
y en las condiciones científicas de la segunda mitad de esa misma centuria.
La comprensión actual de la geografía, el perfil que ésta presenta, tie-
ne poco en común con el entendimiento que los contemporáneos tenían de
la misma. Lo geográfico aparecía como un vasto campo de contornos im-
precisos. Podían adscribirse a él los que practicaban disciplinas como la lin-
güística o la geología, y quienes se dedicaban a los viajes o tenían como ac-
tividad la diplomacia. Formaba parte de una cultura y práctica milenaria.
Cuestiones dispares podían ser comprendidas en el marco de la geo-
grafía, concebida más como una categoría, que como una disciplina. Se
consideraban parte de la misma campos tan diversos como la geodesia, la
geografía astronómica o matemática, la antropología y la lingüística. Bajo
el paraguas geográfico cabía el estudio de carácter médico y el problema de
la hora universal. En realidad, la geografía compartía con esas otras disci-
plinas un amplio segmento del mundo real en el que los límites y las atri-
buciones de unas y otras estaban sin establecer o eran difusos e imprecisos.
Por otro lado, la geografía se presentaba como una mecánica enume-
ración de lugares, como una elemental acumulación de datos e informa-
ciones de diverso orden, cajón de sastre sin límites ni dueño. Se considera-
ba como «una insulsa enumeración de ciudades, islas y cordilleras, un con-
glomerado de definiciones abstractas y de números en que se expresen la
extensión y la población de los diferentes países, una descripción pintores-
ca de los accidentes físicos y de las instituciones políticas de las naciones;
un estudio que habla únicamente a la memoria y a la imaginación». Un jui-
cio de un contemporáneo, que resaltaba tales componentes en la medida en
que habían dejado de ser, según él, rasgos definidores de la geografía.
Todos ellos susceptibles de ser considerados bajo la perspectiva de la
distribución espacial de sus objetos, como aceptaba un significado geógra-
fo de principios de siglo, E. de Martonne. Admitía que el botánico que tra-
ta de «hallar el área de extensión (de una planta) hace geografía botánica».
La dimensión «geográfica» atribuida a numerosas disciplinas daba a la geo-
grafía un carácter de extensa umbrela bajo la que podían cobijarse los más
dispares conocimientos, pero le sustraía, sin duda, el de disciplina con cam-
po y competencias específicas.
La prolongada presencia de la antropología o etnografía en los con-
gresos de geografía -en el de 1925 aparece un grupo dedicado a estas ma-
terias- muestra que la confusión teórica y conceptual sobre el objeto y so-
bre el alcance de cada materia persistió largo tiempo.
Los contenidos de los primeros congresos de geografía, así como el ca-
rácter de los asistentes a los mismos, constituyen indicadores expresivos de

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 139

la indefinición de la geografía hasta finales del siglo pasado. Los congresos


geográficos, tanto los de rango internacional como los de índole nacional,
muestran el rasgo común de la heterogeneidad de cuestiones y de campos
comprendidos bajo la denominación geográfica.
En el «congreso internacional de ciencias geográficas», de 1889, cele-
brado en París, se abordaron cuestiones que iban desde la geodesia y geo-
logía, hasta la etnología, los viajes y exploraciones y la geografía lingüísti-
ca. Se incluyeron también la meteorología, la geografía botánica y zoológi-
ca, la geografía comercial y estadística, la geografía histórica -más bien
historia de la geografía- y la antropológica. Materias comprendidas en los
siete grupos en que se distribuyeron las sesiones del congreso. Un abanico
expresivo de la heterogeneidad y dispersión de la geografía, entendida más
como campo que como disciplina específica.
Incluso en las reuniones de geógrafos en sentido estricto, como el «II con-
greso de los geógrafos alemanes», celebrado en Halle en 1882, las cuestio-
nes que centraron sus debates descubren el trasfondo conceptual de una ge-
ografía difusa. La influencia de la rotación de la Tierra en el lecho de los
ríos; la relación entre antropología y etnología; los establecimientos colo-
niales de los germanos en la Europa occidental o la teoría sobre el curso
horizontal del aire, fueron los asuntos que ocuparon a unos 500 asistentes,
bajo la dirección de geógrafos universitarios, como el barón Von Richtho-
fen o el profesor Wagner.
La composición profesional y social de los miembros más relevantes
asistentes a tales congresos es, asimismo, indicativa del carácter disperso e
indefinido de la geografía que prevalecía en la segunda mitad del siglo XIX.
En 1892, en el congreso internacional celebrado en Berna, los concurrentes
más destacados eran periodistas, directores de revistas sobre el mundo co-
lonial; geólogos; militares de diversa graduación; viajeros, condición que, en
muchos casos, se correspondía con la de aristócrata, como el conde Anto-
nelli, el príncipe de Cassano, el conde Pfeil, el príncipe Enrique de Orleans;
sabios lingüistas; miembros del clero, como el padre Tondini de Quarengui,
«agitador incansable del problema de la hora universal», como le califica-
ron entonces algunos astrónomos, así como diversos profesores universita-
rios de geografía.
A finales del siglo XIX, la geografía aparece como un vasto conjunto
de conocimientos cuyo único vínculo es, como entonces decían, «el prin-
cipio de extensión», que consiste en «determinar la extensión de los fenó-
menos en la superficie del globo», es decir, el carácter localizado de los
mismos. Lo que explica la convivencia de disciplinas con perfil específi-
co, como la geología y la antropología, junto a campos como el lingüís-
tico y el botánico.
En esta tierra de nadie, campo común de tan diversas aproximaciones,
el reconocimiento institucional que supone la sistemática incorporación
universitaria permitió la constitución de una comunidad geográfica estable,
de una comunidad de «geógrafos». La orientación física predominante, la
preeminencia temporal de la geografía física, facilitó que esa comunidad de
geógrafos se alimentara, sobre todo, de personas de formación naturalista.

140 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA


I
Geólogos, físicos, meteorólogos, zoólogos, astrónomos, botánicos, en-
tre otros, cubrieron las cátedras de geografía en las universidades euro-
peas y americanas y en las instituciones educativas intermedias, como su-
cede en España. El caso francés, en el que la procedencia de los geógra-
fos universitarios es, de forma predominante, de formación histórica, fue
anómalo y excepcional, como se mostraba con motivo del congreso geo-
gráfico de París en 1889. Los geógrafos franceses, procedentes en su tota-
lidad de la historia, profesores de geografía histórica, desde Himly, decano
de la Facultad de Letras de la Sorbona, hasta los discípulos de Vidal de la
Blache, como Camena d'Almeida o Gallois, así como el propio Vidal de
la Blache, se resistían a aceptar la dotación de cátedras de geografía en
las facultades de ciencias.
La geografía moderna se constituye en este proceso de transformación
en geógrafos de un numeroso elenco de personas que procedían de otros
campos. Proceso que no escapa a los observadores contemporáneos, que re-
saltan esta múltiple procedencia disciplinar en la ocupación de las cátedras
universitarias de geografía.
Drapeyron, un destacado publicista francés, declarado impulsor de la
geografía moderna, lo formulaba de forma directa en su revista: «Los pro-
fesores alemanes de Geografía... Fueron primeramente geólogos, botáni-
cos, antropólogos, etnólogos, etc., y habiendo visto las relaciones de su
ciencia hasta entonces favorita y de las ciencias vecinas con la Geografía...
han sido y se han proclamado geógrafos.» La ocupación del campo geo-
gráfico desde disciplinas externas caracteriza el proceso inicial de consti-
tución de la geografía moderna. El proceso es equivalente en Estados Uni-
dos, donde se ha señalado como «la primera banda de entusiastas que for-
man la Asociación de Geógrafos americanos procedía de diversos campos»
(Clark, 1954).
En efecto, la primera generación de geógrafos universitarios tiene pro-
cedencias dispares vinculadas, con preferencia, con las ciencias de la natu-
raleza. F. von Richthofen era geólogo, como O. Peschel; W. M. Davies, físi-
co incorporado al departamento de Geología de Harvard; Hann era físico y
meteorólogo; F. Ratzel era zoólogo; Passarge procedía de la medicina; P. Vi-
dal de la Blache era historiador del mundo antiguo; historiador era también
O. Slüiter. Son algunos ejemplos ilustrativos.
En este marco, la fundación de una geografía renovada exigía un es-
fuerzo en múltiples direcciones. Había que proporcionar a la geografía un
campo propio, diferenciado, acotando el objeto de la misma, que permitie-
ra separar la geografía de las múltiples disciplinas y actividades vinculadas
con el espacio, y por ello entendidas como «geográficas». Constituía una
exigencia sustentar el objeto de la geografía sobre presupuestos metodoló-
gicos de orden científico. Una necesidad sentida, «no por primera ni por úl-
tima vez», de definir la posición de su disciplina en relación con las demás.
Se trataba de establecer un campo de conocimiento u objeto propio y de
definir un enfoque o método distintivo, que le pusiera a salvo de las ace-
chanzas de «disciplinas sistemáticas intelectualmente más coherentes» (El-
kins, 1989). Era obligado acotar el título de geógrafos.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 141

La propuesta de una geografía humana o Antropogeografía como pro-


yecto para la constitución de un campo geográfico diferenciado significaba
el deslizamiento desde la geografía física, como ciencia natural, hacia una
disciplina puente entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales.
Este desplazamiento identifica el proceso de constitución de la geografía
moderna. Se concibe como un desarrollo de la geografía física o fisiografía,
convertida en la hermana mayor de la disciplina, en el pilar de ésta.
En ese cometido, el esfuerzo por definir un proyecto geográfico espe-
cífico contaba con un nuevo y sólido soporte teórico, de especial significa-
ción para la geografía, y esencial en la configuración de su episteme. La teo-
ría de la evolución natural de los seres vivos, recién expuesta por Darwin,
proporcionaba las necesarias coordenadas para encuadrar una aproxima-
ción de apariencia científica a la evolución y desarrollo de las sociedades
humanas. Es decir, el soporte para la construcción de un discurso propio
en el espacio de la ciencia moderna.
La obra de Darwin proporcionaba la sombrilla científica y el nombre
más reconocido: el marchamo de autoridad. El prestigio de Darwin sirvió
para encubrir una propuesta que respondía, en mayor medida, a los postu-
lados de Herbert Spencer (1820-1903), principal responsable del desarrollo
del concepto de evolución que domina en la segunda mitad del siglo XIX.
H. Spencer postulaba la teoría de la evolución aplicada al análisis social.
Dirección en la que confluye con las propuestas de ecología humana de
E. Haeckel, en términos ultradarvinistas.
Es Spencer el que hace del concepto de evolución un concepto clave, de
valor universal, que aplica al análisis social, con un contenido más ideológi-
co que científico, de acuerdo con la formulación que exponía en su ensayo
de 1852, The development hypothesis. La evolución, para Spencer, represen-
ta una tendencia o ley, caracterizada por la herencia de los caracteres ad-
quiridos, aplicada a las especies, no a los individuos, que él sintetizó como
el «movimiento de lo simple a lo complejo, de la homogeneidad a la hetero-
geneidad». Darwin había postulado la evolución en términos de mutación
aleatoria, transmitida por herencia, y selección natural de los individuos.
La teoría evolucionista permitía plantear el desarrollo de una disciplina
geográfica orientada hacia la sociedad humana, construida a partir de la geo-
grafía física, o geografía natural, como también se la denominaba. El enfo-
que y sus objetivos los sintetizaba un profesor español de la Institución Li-
bre de Enseñanza, al resaltar que «la "geografía humana", ciencia que abar-
ca todos los hechos propios de la geografía política, los relaciona entre sí e
investiga su causa o fundamento en leyes o principios, generales o locales, a
cuya indagación se llega tomando como punto de partida la "geografía na-
tural" o física, cuyos hechos, primero, y cuyas leyes, después, se explican a
su vez por la geología» (Torres, 1898).
La geografía humana nacía para explicar la naturaleza de las socieda-
des humanas. La geografía nacía con la idea de proporcionar un sistema ra-
cional de explicación de las diferencias geográficas, diferencias entre los
pueblos, diferencias culturales, diferencias económicas, diferencias sociales,
diferencias de desarrollo, diferencias psicológicas. La clave de la explicación

142 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

eran las condiciones geográficas, la materialidad física. Como ha señalado


Y. Lacoste, esa concepción evitaba acudir a otro tipo de explicaciones cau-
sales. Permitía «ocultar el carácter eminentemente político de los fenóme-
nos geográficos... disimular el papel de las estructuras económicas y socia-
les... favorecer el papel de los factores físicos... y eludir el de los factores
económicos, sociales y políticos» (Lacoste, 1984).
El presupuesto de la influencia del medio sobre el hombre permitía
abordar no sólo el presente y el futuro, sino también el pasado. «El reco-
nocimiento de la influencia de los hechos geográficos en la evolución his-
tórica» hacía posible enunciar el fin de la historia, condenada a ser absor-
bida por la geografía humana, por la nueva geografía. Estas circunstancias
parecían dar sólida garantía a una propuesta científica para el estudio de la
sociedad humana.

Una ciencia europea para la burguesía

La geografía moderna se plantea y se desarrolla en un contexto histó-


rico preciso. Factores ideológicos, factores políticos, factores sociales y fac-
tores científicos condicionan su definición como disciplina científica. Sur-
ge en el marco de una sociedad capitalista industrial en proceso expansivo,
en la que se esbozan las primeras contradicciones y conflictos entre las
grandes potencias que se disputan el dominio del mundo, de marcado per-
fil imperialista.
Aparece la geografía moderna en una sociedad burguesa cuyo dominio
ideológico es contestado desde un expansivo movimiento social sosteni-
do en el materialismo histórico marxista. Se constituye en un período crí-
tico para los postulados de la ciencia positiva, que experimenta las dificul-
tades derivadas de los nuevos horizontes surgidos del desarrollo científico,
que ponen en entredicho las certezas de una ciencia de concepción meca-
nicista.
La nueva disciplina se identifica con los objetivos imperialistas del ca-
pitalismo industrial y del nacionalismo burgués. Se vincula con la defensa
de la ideología social burguesa frente a las nuevas fuerzas sociales y sus pre-
supuestos históricos. Se constituye sobre los postulados de una ciencia po-
sitiva imperante, racionalista, puesta en cuestión. Nacía como un instru-
mento ideológico, con miras ambiciosas. Ofrecía, a las burguesías occiden-
tales, una clave para explicar el mundo social y el desarrollo histórico a sal-
vo de las contingencias sociales, como un proceso natural, como el pro-
ducto inexorable de las leyes de la Naturaleza.
Era una salvaguardia frente a quienes ponían en entredicho su domi-
nio. Justificaba su expansión colonial, presentada como el fruto racional de
las necesidades naturales. Ponía a disposición de cada burguesía nacional
un instrumento para justificar su expansionismo y su hegemonía. Todo ello
en clave científica: como el resultado inexorable de las influencias del Me-
dio natural en los individuos y en la Sociedad, como el imperio de las leyes
naturales.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 143

No dejaba de ser una propuesta necesaria en un momento en que los


nacionalismos se consolidan, como instrumento excelente de afirmación
nacional, vinculando científicamente los valores nacionales al territorio, la
idiosincrasia propia, las virtudes históricas, la continuidad y persistencia
del ser nacional a través de los tiempos, a un espacio geográfico específico.
El avance científico en el campo de las disciplinas de la Tierra parecía ase-
gurar, en principio, un conocimiento apropiado para sustentar con solidez
el análisis de las condiciones geográficas.
La rápida vinculación de la geografía con la escuela burguesa es todo
un síntoma al respecto. La geografía otorgaba profundidad histórica a la
nación burguesa, que podía asimilar y apropiarse del tránsito histórico. La
nación burguesa echaba sus raíces en la prehistoria. La patria se confundía
con la propia naturaleza. El territorio inalterable, natural, determinaba la
identidad nacional. La historia desaparecía en la medida en que el ser his-
tórico nacional se independizaba del tiempo.
Cubría una necesidad no menos urgente: proporcionaba una alterna-
tiva nada desdeñable, desde el punto de vista histórico, a las propuestas
del materialismo histórico. Frente al determinismo de las relaciones so-
ciales, el determinismo geográfico. Frente a la autonomía de la Historia,
la dependencia del acontecer histórico de la Naturaleza. Frente al prota-
gonismo social, el protagonismo físico. Frente a la dialéctica social, la dia-
léctica del hombre con la Naturaleza como dos mundos encontrados.
Frente a la Historia como devenir autónomo de los agentes sociales y
como proceso social, la geografía, el imperio de la determinación física,
de la necesidad natural.
Una geografía para la historia, pero con espacio propio, de acuerdo
con el proyecto que sintetiza F. Ratzel de «Anthropogeographie» o geogra-
fía de los hombres. Una disciplina puente, como este último señalaba, en-
tre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas. Idea compartida
por H. Mackinder y, sin duda, por un amplio segmento de la comunidad in-
teresada en la geografía. Un proyecto cuya cristalización es tardía, pero
cuya justificación social parece clara.
Las circunstancias sociales hacían aceptable, convincente, e incluso ne-
cesaria, una propuesta de ese tipo. Para la sociedad contemporánea, inclu-
so científica, la hipótesis de una relación causal entre las condiciones na-
turales y las formas sociales, así como sobre su evolución histórica, forma-
ba parte de una cultura compartida. El desbordamiento colonial e imperia-
lista, absolutamente coetáneo, venía a fortalecer esa cultura.
Proporcionaba una imagen del mundo maniquea pero reconfortante: la
de una Europa civilizada y hegemónica frente a un mundo primitivo, sal-
vaje, al que había que llevar la civilización. Diferencias que no era difícil
achacar al efecto de una historia privilegiada, determinada por la superio-
ridad del entorno geográfico europeo. El despojo colonial se justificó como
obra civilizadora. Y, como corolario, la ideología de la superioridad racial
europea, es decir, blanca. Imperialismo y geografía tienen esta relación que
ha sido señalada en repetidas ocasiones (Hudson, 1977).

144 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

3. De la geografía física a la antropogeografía

La geografía física aparece delineada desde mediados del siglo XIX,


dentro de la aparente tradición de la descripción física de la Tierra. No obs-
tante, se define en el seno de una ciencia de la tierra plenamente consoli-
dada, como es la geología. Circunstancia que ayuda a comprender su perfil
preferente como fisiografía o geomorfología, que ha condicionado todo el
desarrollo posterior de la misma. La geografía moderna se identifica, a me-
diados del siglo pasado, con la geografía física. Una perspectiva que se ex-
tiende en ese período y que sustenta la orientación que se le da en Estados
Unidos y en Alemania, en un primer momento.

3.1. LA GEOGRAFÍA FÍSICA: LA HERMANA MAYOR

La geografía aparece como una geografía física, concebida, a su vez,


como una morfología de la superficie terrestre, como fisiografía, y como
una disciplina en el marco de la geología. Incorporada por ello a las fa-
cultades y centros universitarios de perfil «científico», dentro de los de-
partamentos de geología o con rango independiente, como institutos de
geografía.
No es de extrañar, por ello, que sus primeras cátedras sean ocupadas
por geólogos, como F. von Richthofen, en Alemania; o como W. Davis, un
astrónomo de formación, integrado en el departamento de geología de la
Universidad de Harvard, éste bajo el amparo y patrocinio de los grandes geó-
logos norteamericanos que impulsaron los famosos Geological and Geo-
graphical Surveys, en la segunda mitad del siglo pasado, cuyo impulso será
decisivo en la definición de la geografía física americana.
Los orígenes de la geografía en los Estados Unidos están vinculados a
los naturalistas del siglo XIX, como Louis Agassiz, y a los exploradores como
John Wesley Powell y G. K. Gilbert. El establecimiento de la geografía en
Estados Unidos fue la obra de geógrafos físicos, como Davis, Salisbury y At-
wood; no es de extrañar, por ello, como se ha resaltado al respecto, que en
los inicios del siglo XX, «en los US, la mayor parte de los geógrafos eran es-
pecialistas en geomorfología» (Peltier, 1954).
De modo similar, el trabajo de los geólogos alemanes, desde O. Peschel
y G. Gerland a F. von Richthofen, se abre a las perspectivas de una deno-
minada geografía física. Los más significados geógrafos de finales del siglo
pasado y del primer tercio del XX , en Alemania, son geomorfólogos, caso de
Penck y Rühl. El equívoco entre fisiografía y geografía física se mantendrá
con posterioridad. Dirección asentada además sobre una consistente tra-
yectoria de geografía física, que puede identificarse ya desde mediados del
siglo XIX, en obras como la de Mary Sommerville, cuya Physical Geography
se publicaba en 1848. Una ciencia de la Tierra en el marco de las ciencias
de la Naturaleza.
El carácter adelantado de esta consolidación como disciplina científi-
ca se explica por el desarrollo de las ciencias afines, en particular la geolo-

P LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 145

gía, que condicionará, en mayor medida que la herencia de Humboldt, la


evolución posterior de la misma. La geografía física ha sido la piedra an-
gular de la geografía moderna.
Así como la geografía física aparece con claridad en los proyectos o es-
bozos de una ciencia geográfica, la configuración de ésta como nexo de las
ciencias de la Tierra y de las ciencias humanas es tardía. La aparente tar-
danza en configurarse un campo de conocimiento sobre la estructura socio-
espacial de la sociedad no ha escapado a la observación de quienes se han
interesado en la historia de nuestra disciplina.
Dos razones de índole distinta pueden permitir entender, por una par-
te, la inexistencia de esos antecedentes y, por otra, la «necesidad» histórica,
en un momento muy determinado, de una «geografía humana», tal como
nace en el último cuarto del siglo pasado. Que el proyecto de una geogra-
fía humana no tome forma con anterioridad puede responder a la existen-
cia de una disciplina que, en lo esencial, cubría el campo objetivo que ha
sido y es característico de la geografía moderna, de la geografía como cien-
cia social. Se trata de la economía política, en su forma clásica.

3.2. LA SUSTITUCIÓN DE LA ECONOMÍA POLÍTICA Y DE LA HISTORIA

Un análisis de la estructura interna de los trabajos de Economía Po-


lítica clásica es ilustrativo al respecto: el estudio de la población, de los
recursos disponibles, de las actividades económicas, de las relaciones co-
merciales, configura un perfil escasamente diferenciado del que será ca-
racterístico de los trabajos de geografía. Los vínculos no escapaban a los
observadores de finales del siglo pasado: «Porque si bien se mira, tanto
la geografía como la ciencia económica (economía política) parten de una
base precisa y necesaria que es el estudio de los elementos naturales, que
relacionan luego con la vida del hombre y sus necesidades. Abrazan,
pues, la una y la otra, dentro de su propio y respectivo campo, los dos
términos, los dos factores esenciales, que podríamos llamar natural y hu-
mano» (Valle, 1898).
La economía política cubría por completo el espectro de los problemas
o el campo de conocimiento que será peculiar de la moderna geografía, en
cuanto disciplina encuadrada en las ciencias humanas. En consecuencia, la
aparición de la geografía moderna, como disciplina de la actividad social en
el espacio -de la población, los recursos, la actividad económica, la distri-
bución de unos y otros en el espacio- no podía producirse mientras la Eco-
nomía Política clásica persistiera con su habitual perfil.
Hasta finales del siglo pasado constituyó una disciplina dedicada al
análisis de la actividad económica y su organización. Lo hacía en el campo
de los principios o fundamentos de la actividad económica y en su eviden-
cia territorial, es decir, referida a los distintos países o Estados. Sucede a la
vieja Estadística, que, como su nombre indica, tenía como objeto los «Es-
tados», con la que se confunde en origen. Es la Economía Política del si-
glo XVIII y de la mayor parte del siglo XIX .

146 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

A esta categoría pertenece el trabajo de A. Humboldt sobre el territo-


rio de Nueva España, que, en tantos aspectos, parece un estudio de geo-
grafía en el sentido actual del término (Humboldt, 1822). Humboldt no lo
consideró como un trabajo geográfico. Lo denominó «Ensayo político», por-
que correspondía con la orientación y contenidos de una disciplina exis-
tente, con un espacio teórico-práctico delimitado. De igual modo que el de-
dicado a Cuba (Humboldt, 1998).
La estructura de estos ensayos políticos demuestra esa coincidencia
significativa con los que vendrán a ser los contenidos de la geografía hu-
mana en su dimensión regional: desde las cuestiones de posición y rasgos
físicos del territorio, la extensión, el clima, y la división territorial, pasando
por la población, la agricultura, el comercio, la Hacienda. De acuerdo con
un enfoque que no difiere de unos trabajos a otros.
La geografía moderna cristaliza cuando esa economía política entra en
crisis. Crisis desde dentro, cuando nuevos enfoques en la disciplina econó-
mica arrinconan las temáticas tradicionales de la economía política. Crisis
externa, porque esa economía política clásica es el campo en que se esbo-
zan y desarrollan los postulados marxistas. Dos circunstancias que no han
sido valoradas en el proceso de configuración de la geografía moderna.
La aparición de la economía neoclásica, de la mano de A. Marshall, en
el último cuarto del siglo pasado, introduce el análisis marginal para abor-
dar en condiciones de perfecta competencia la teoría de la firma. Despla-
zaba el centro de atención del análisis económico y de la disciplina econó-
mica, que supone el fin de la economía política clásica. Dejaba desocupado
un amplio espacio de conocimiento. La geografía humana se asienta, en
parte, y se desarrolla, en el solar y entre las ruinas del edificio de la tradi-
cional Economía Política.
La geografía moderna aparecía como una alternativa externa a la his-
toria, cuyo lugar pretendía ocupar. Proporcionar un soporte totalizador de
apariencia científica y de relativa consistencia a la historia humana eran co-
metidos inmediatos en la década de 1870. En 1859, C. Darwin había publi-
cado El origen de las especies, que asentaba la teoría de la evolución sobre
bases científicas indiscutibles. H. Spencer vulgarizaba una teoría científica
consistente y de rápida y excelente acogida, en una propuesta seudocientí-
fica, de carácter totalizador, sobre la evolución social humana, a partir de
los enfoques evolucionistas de Lamarck. C. Marx había publicado El capi-
tal en 1867; en 1890, A. Marshall publicaba Principles of Economics. Las
condiciones objetivas también eran favorables: la guerra franco-prusiana y
el aplastamiento de la Comuna aseguraban un tiempo de hegemonía tran-
quila para la burguesía europea.
En esta coyuntura hay que situar el nacimiento de la geografía huma-
na moderna; a caballo de las disciplinas fisiconaturales y de las disciplinas
llamadas humanas. Postura incómoda que no debe ser ajena a las propias
condiciones en que ha de perfilarse, como una disciplina que elabore un
discurso alternativo al del materialismo histórico para la Historia.
Una perspectiva de la que eran conscientes algunos de los promotores
de la nueva disciplina, como M. Dubois, en 1893, al aludir a los «enemigos
declarados o disimulados de la idea de la patria». Se les atribuía el propó-
sito de «demostrar que una cierta sociología podría sustituir completamen-
te el papel de la geografía; porque necesitan, para sus combinaciones, que
no tienen nada que ver con la ciencia, un hombre abstracto, siempre el mis-
mo, sustraído a toda acción de las influencias complejas de la naturaleza».
La identidad de esos enemigos de la patria con el internacionalismo no pa-
rece dudosa.
Vincular la historia con el sustrato físico terrestre aparece como una
obsesión en los decenios finales del siglo XIX. «Aparece hoy como una exi-
gencia ineludible partir de la geología y la geografía para las investigacio-
nes históricas, no perder de vista el suelo, que debe dar, estudiado de una
manera completa en su forma, en su constitución, en sus relaciones con el
medio ambiente, en sus recursos, la explicación de nuestras diferencias, la
clave para comprender la organización social y las instituciones de los pue-
blos.» Era la proclama de la Revue géographique que dirigía L. Drapeyron,
uno de los más destacados portavoces e impulsores de la geografía en Fran-
cia, desde el decenio de 1870.
La propuesta de una disciplina renovada, asentada sobre la geografía
física pero orientada a dar explicación del mundo social, se identifica en la
denominada antropogeografía o geografía humana, tal y como se entienden
a finales del siglo pasado. La clave de bóveda de esa propuesta, la que la
hacía viable, era el soporte teórico elegido. La moderna geografía se sus-
tentaba en el concepto de las influencias del medio físico sobre las socie-
dades humanas.
La novedad aparente provenía de que se planteaban en el marco de una
teoría científica solvente, el darvinismo. Las influencias del Medio sobre el
Hombre, las relaciones Medio-Hombre como se dirá más tarde, constituyen
el núcleo teórico de la geografía moderna. Una formulación decisiva en la
configuración de la geografía tal y como se contempla en la actualidad y tal
y como se ha desarrollado en el siglo XX . Constituye el gran hallazgo de la
comunidad geográfica en formación a finales del siglo XIX .
La consolidación del marxismo como esquema interpretativo del desa-
rrollo histórico y económico de las sociedades humanas significaba la con-
figuración de un saber que carecía de contrapunto en la ciencia social im-
perante. La historia, tal y como se cultivaba en el siglo XIX , incluso en su di-
mensión positiva, no podía satisfacer las exigencias sociales de explicación
del desarrollo humano. De la insatisfacción con esa historia del aconteci-
miento, meramente descriptiva de la vida política superficial, o pobremente
biográfica de los personajes notables, esclava de una documentación preci-
sa pero no dominada, de adscripción positivista, se hacía eco, ya en nuestro
siglo, un hombre culto como Ortega y Gasset (Ortega y Gasset, 1957).
La geografía humana, es decir, la nueva geografía de las relaciones
Hombre-Medio, se presentaba como una alternativa. Un discurso articula-
do de carácter naturalista, frente a la historia como producto social. El dis-
curso de las relaciones Hombre-Medio, como un discurso científico sobre
el devenir humano.
r

CAPÍTULO 8

LA GEOGRAFÍA MODERNA: UNA CIENCIA


DE LAS RELACIONES HOMBRE-MEDIO

En el último cuarto del siglo XIX y en los inicios del siglo XX se perfila
el proyecto geográfico moderno, desde la definición del objeto geográfico
hasta la formulación de los objetivos que le son propios. Se trata de un es-
fuerzo por darle a la geografía contornos propios y por construir un marco
teórico para la disciplina. El proyecto se enuncia como antropogeografía o
geografía humana. No se contrapone, como pudiera inducirse de la deno-
minación elegida, a la Geografía Física, sino que se construye sobre ella,
convertida en el soporte del conjunto.
La pretensión era delimitar un área propia; salvar a la geografía de lo
que habrá de ser su más permanente y constante sambenito, de espigar en
todas las demás ciencias. El esfuerzo más lúcido es, precisamente, el de do-
tar a la geografía de una «esfera de trabajo específica», en el marco de la dis-
tribución convencional del conocimiento científico. En ese aspecto, la bús-
queda de un marco teórico como las «relaciones Hombre-Medio» otorgaba
a la geografía, además de una presunción científica, un campo propio.
Los decenios de 1870 y 1880 aparecen como decisivos, como el perío-
do en que cristalizan propuestas que articularán la geografía moderna, el
de la definición de los objetivos de la geografía, que proporcionan a ésta
lo que, en términos de Kuhn, puede considerarse paradigma de la disci-
plina durante más de un siglo. La geografía se formula como una disciplina
de la interrelación entre naturaleza y sociedad, asentada en el principio de
las relaciones entre el hombre y el suelo, entendidas, en principio, como las
influencias del suelo sobre el Hombre. La nueva geografía «parte del sue-lo y no de la sociedad».

La nueva propuesta recogía una tradición profunda de la cultura oc-


cidental, al mismo tiempo que la enunciaba en términos renovados, acor-
des con los fundamentos científicos modernos. El suelo, como clave ex-
plicativa de la organización social y de las instituciones políticas: «el sue-
lo es el fundamento de toda sociedad», como decía A. Demangeon ya en
el siglo XX . Sin llegar a constituirlo en causa directa de la misma lo con-
vierte, como decía Ratzel, en «el único lazo de cohesión esencial de cada
pueblo».

150 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Punto de partida que permitía, además, establecer un límite, una fron-


tera respecto de otras disciplinas fronterizas. La construcción intelectual de
una geografía que comprenda los hechos sociales tiene lugar en un magma
cultural en el que los bordes y las materias de las diversas disciplinas que
se aproximan al objeto social aparecen sin suficiente definición. Sociología,
etnografía o antropología y economía política se perfilan como campos
competidores o complementarios para la observación y análisis del mundo
social en la segunda mitad de siglo XIX. Cada una con su propia tradición,
con sus antecedentes, con su cultura.
En ese asalto al amplio y complejo mundo social, en que conviven his-
toria y política, poder y desarrollo, entre otras muchas dimensiones, el «de-
recho» al reparto, como en el análogo mundo de las disputas coloniales, se
justifica con la propia tradición, pero debe asentarse en un objetivo diferen-
ciado. La geografía presentaba el suyo: el suelo, que debe dar, estudiado de
una manera completa en su forma, en su constitución, en sus relaciones con
el medio ambiente, en sus recursos, la explicación de nuestras diferencias.
El suelo adquiere, en la nueva geografía poder y dimensión explicativos.
La nueva geografía, interesada en primer lugar por los fenómenos pro-
pios de la geografía política, aspira a establecer sus causas y fundamentos,
a formular sus principios generales, a partir de la geografía natural o físi-
ca. El objeto de la nueva disciplina son los hombres, las sociedades, pero
en su dimensión local, en su lugar, en su dimensión geográfica, clave para
su comprensión.
Esta disciplina del suelo se dirige, sin embargo, al Hombre. Era el ob-
jetivo de F. Ratzel, como resaltaba Vidal de la Blache: «restablecer en la Geo-
grafía el elemento humano, cuyos títulos parecen olvidados, y reconstituir
la unidad de la ciencia geográfica sobre la base de la Naturaleza y de la
vida: tal es sumariamente el plan de la obra de Ratzel» (Vidal de la Blache,
1904). La obra que simboliza este planteamiento es la Antropogeografía
(Ratzel, 1882-1891), la Geografía de los Hombres, como la denominan los
alemanes, la que más tarde J. Brunhes bautizará, traducirá, como «Geo-
grafía Humana», término que acabará imponiéndose en el uso geográfico,
sobre otras expresiones que también se utilizaron para identificar la nueva
disciplina de las influencias del Medio sobre el Hombre.

1. La antropogeografía: la ciencia puente

El proyecto de la que F. Ratzel denominó antropogeografía reposaba


sobre las relaciones Hombre-Medio. Como resaltaba Vidal de la Blache res-
pecto de Ratzel, el proyecto de éste había estado dirigido «durante toda su
vida, en todo el desarrollo de su obra», a establecer el lazo entre geografía
humana y geografía física. Como una ciencia puente, según lo expresaba
otro de los geógrafos «fundadores» (Mackinder, 1887). Era una actitud com-
partida y generalizada.
La nueva geografía propone una concepción en la que la tierra, es de-
cir, la naturaleza terrestre, se convierte en el punto de partida de una cien-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 151

cia cuyo objeto sean las sociedades y el hombre, en la medida en que se


considera que, como individuo y como ser social, está sometido, inexcusa-
blemente, a la influencia de su entorno natural, del lugar en que se desen-
vuelve. La geografía como disciplina orientada a «poner en relación los he-
chos humanos con la serie de causas naturales que pueden explicarlos»,
como sintetizaba A. Demangeon, un discípulo de Vidal de la Blache. La geo-
grafía, que se define como «humana» se vincula, sin embargo, a la tierra, a
lo físico, hasta identificarse con ella. Los datos geográficos, las condicio-
nes geográficas, los factores geográficos, se entenderán, de modo prefe-
rente, como los datos físicos, como las condiciones naturales, como los
factores físicos. Una concepción que ha penetrado profundamente en nues-
tra cultura.
La Antropogeografía de F. Ratzel se concentra en tres tipos de cuestio-
nes: en primer lugar, establecer, con ayuda de mapas, la manera como los
hombres se hallan distribuidos y agrupados en la Tierra. En segundo lugar,
la explicación de esta distribución y reparto de acuerdo con los movimien-
tos de pueblos que se producen a lo largo de la historia. En último térmi-
no, y de forma complementaria y subordinada, los efectos que el medio fí-
sico pueden producir en los individuos y sociedades. Será esta última la que
tendrá un mayor alcance y repercusión.
La geografía moderna se constituye como disciplina del espacio o lu-
gar en que el hombre vive y con el objetivo de mostrar las relaciones «ínti-
mas y necesarias» entre el ser natural con las condiciones del lugar o región
que habita. Esta relación entre grupo humano y entorno aparece como una
clave de la nueva geografía.
F. Ratzel lo sintetizaba casi apodícticamente. Según su formulación,
los grupos humanos o las sociedades humanas se desarrollan siempre «den-
tro de los límites de cierto marco natural (Rhamen), ocupando siempre una
posición precisa en el globo (Stelle), y necesitando siempre para nutrirse,
para subsistir, para crecer, de un cierto espacio (Raum)», según recogía y
resumía J. Brunhes.
Constitución que facilitaba y facultaba a la geografía para proyectarse so-
bre la historia política, sobre la vida social, sobre la actividad militar y sobre
el resto de las actividades propias de la sociedad. Razas y pueblos, con sus
caracteres fisiológicos y morales, con sus aptitudes para la vida social, re-
sultarían de esta relación vinculante con el lugar. Porque, como decía Brun-
hes, «los datos geográficos se enlazan, como de causa a efecto, con los he-
chos históricos, y la relación entre unos y otros aparece tan necesaria, tan
íntima, que sin aquéllos fuera imposible de todo punto apreciar y juzgar
con acierto los grandes problemas de la vida humana».
La transformación tiene lugar en pocos años. A finales del siglo pasa-
do existía ya la conciencia de la profunda renovación habida en el marco
de la geografía. A pesar de las reticencias manifestadas por algunos geó-
grafos físicos, como O. Peschel, la concepción de una disciplina de las re-
laciones del Hombre y el Medio fue aceptada y compartida. La fisiografía,
como se le denominaba entonces a la morfología de la superficie terrestre,
lo que más adelante se llamará geomorfología, se convertía en el soporte ex-

152 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

plicativo de la nueva orientación. Y la geología se transformaba a su vez en


la clave para comprender los caracteres del suelo. La geología daba «razón
de flora, fauna e historia de cada país».
Eran las propuestas que divulgaba con especial énfasis la Revue géo-
graphique que dirigía M. L. Drapeyron, un destacado representante de la geo-
grafía histórica francesa, impulsor efectivo del desarrollo de la geografía en
Francia, sobre todo en sus instancias pedagógicas. La «moderna» propues-
ta geográfica, tal y como la formula Ratzel, y como la contemplan Vidal de
la Blache, Mackinder y otros autores, europeos y americanos, ofrecía una
razonable apariencia, en su formulación, sin aparente contradicción con los
enunciados de las ciencias positivas. Surgía en un entorno social receptivo,
culturalmente, a un planteamiento que vinculaba la naturaleza social con
la física, la historia con la naturaleza, e, incluso, la psicología con la natu-
raleza.
Entender al hombre como «un producto de su medio», contemplarlo
en un proceso de adaptación permanente al mismo; y, como consecuencia,
plantear una disciplina que estudie de modo científico la «interacción entre
el hombre y su medio» ofrecía una alternativa radical tanto a la geografía
física como a la geografía política. A la primera porque la involucraba en
un proceso explicativo que desbordaba el simple análisis físico. A la segun-
da porque la situaba, al menos en apariencia, ante problemas que podían
ser abordados de forma rigurosa.
La nueva disciplina, la geografía política de nuevo cuño, rebautizada
como Antropogeografía o geografía humana, podía presentarse como una
«ciencia cuya principal función consiste en poner de manifiesto las varia-
ciones locales de la interacción del hombre en sociedad y de su medio»
(Mackinder, 1887).
La nueva geografía podía integrar en un único objetivo las dos ramas
de la geografía, cubrir esa área puente entre las ciencias naturales y las so-
ciales que reclamaba el propio Mackinder: «Es tarea del geógrafo tender un
puente sobre un abismo que, en opinión de muchos, está rompiendo el
equilibrio de nuestra cultura» (Mackinder, 1887). Un discurso coincidente
con el de Ratzel, según el propio Vidal de la Blache: introducir al hombre
en la geografía. Debemos entender en la geografía física.
Para los contemporáneos significaba el tránsito de la geografía hacia
el estatuto de ciencia, con un prometedor y amplio campo de acción. Se
cumplía lo que Mackinder expresaba como una aspiración: reconvertir «un
simple cuerpo de información» en una disciplina científica. El nicho para
la geografía estaba dispuesto, y las condiciones sociales para su incubación
rápida también, de tal modo que pudiera constituirse una comunidad so-
cial vinculada a un proyecto de perfiles definidos, la comunidad de geógra-
fos que resalta Capel; se trataba de proporcionarle el adecuado espacio epis-
temológico. La geografía adquiría y, sobre todo, perfilaba, su marco teóri-
co-interpretativo fundamental de los tiempos modernos, el de las relaciones
Hombre-Medio, en realidad, las influencias del Medio en el Hombre.
La geografía moderna se interesaba por el sustrato terrestre que cons-
tituye el «medio» de la evolución natural y se planteaba como objetivo de-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 153


clarado establecer el puente entre el «Medio» y el «Hombre». La geografía
moderna surge como una disciplina de las «relaciones del Hombre con el
Medio». Éste es identificado como «medio geográfico», reducido, de forma
más o menos explícita, al «medio físico» o «medio natural».
La geografía es entendida como una disciplina «positiva» que abar-
ca el nexo entre Naturaleza y Hombre, como una disciplina «ambiental».
Lo es en cuanto se inserta en este marco cultural de referencia que defi-
ne las ciencias de la Tierra desde el siglo pasado. Lo es porque convierte
al medio en un factor primario, es decir sobresaliente, en la dualidad Na-
turaleza-Sociedad. Inclinación que permite entender, tanto las tentacio-
nes deterministas que anidan en el discurso geográfico como la hegemo-
nía de lo físico en la cultura geográfica durante casi un siglo. Durante
este tiempo, la asociación de la geografía con el sustrato físico y la pree-
minencia de la formación naturalista han sido dos constantes de la tra-
dición geográfica moderna. Están en relación con el carácter sustantivo
del concepto de medio.

2. El medio geográfico: un concepto clave

El proyecto para la geografía moderna está centrado en dos conceptos


clave como son el medio -geográfico- y la región. Se elaboraron concep-
tos clave de la geografía moderna: el concepto de medio geográfico y el con-
cepto de región natural o geográfica, que se identifica con el primero: «Un
"medio" es una región natural» (Mackinder, 1887). Responden a un proyec-
to de coherencia, en el que hay que resaltar, desde el punto de vista meto-
dológico, el hincapié sobresaliente en la argumentación como eje del pro-
ceso discursivo en la geografía.
El concepto de medio, término acuñado por el historiador H. Taine a
mediados del siglo pasado, con un significado y alcance más amplio, cala
profundamente en la constitución de la geografía moderna, y se identifica
tan absolutamente con ella desde un punto de vista cultural y social, que su
mutación en medio geográfico no deja de tener especial significación. El me-
dio geográfico es el medio físico por antonomasia. Su fuerza cultural se im-
pone a la convicción explicativa. El medio geográfico, con esta acepción es-
tricta equivalente a condiciones naturales (geográficas) se transforma en
uno de los conceptos-eje de la geografía moderna.
La teoría evolucionista ofrecía el marco teórico adecuado para situar
la nueva propuesta geográfica: el medio, environment o milieu, como con-
cepto clave para situar el sistema de relaciones en que los seres humanos
adquieren sus principales rasgos sociales; y ese sistema de relaciones, en lo
que tienen de marco para el desarrollo de las comunidades sociales a tra-
vés de la adaptación y la evolución en el tiempo. Por otra parte, el concep-
to de medio tiene un carácter locativo y delimitado. Se identifica en un lu-
gar o área diferenciado respecto de los demás. Y en esa perspectiva tiene o
logra sentido. Se adecuaba a la perfección a una disciplina que tenía que
ver con la diferenciación interna de la superficie terrestre.

154 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La idea predominante en un amplio sector de la comunidad geográ-


fica y de la sociedad, en ese período, ubicaba la nueva geografía, la «geo-
grafía científica», en este contexto, el del «conocimiento razonado y or-
gánico de cuantos fenómenos acaecen en la superficie del planeta, y de
las relaciones que existen entre el ambiente y las condiciones físicas te-
rrestres, por una parte, y los organismos todos, por otra, que viven ese
ambiente y están sometidos, más o menos, a la acción de esas condicio-
nes físicas». Más aún, como destacaba el mismo autor al identificar «el
gran problema de la geografía», se trataba de «determinar, con toda pre-
cisión y verdad, la influencia que las formas y condiciones de la superfi-
cie terrestre en cada lugar, ejercen en el proceso mental de sus habitan-
tes» (Mili, 1905).
La idea compartida sobre la nueva geografía contemplaba ésta como
la disciplina que investiga la relación entre los componentes físicos y las
«asociaciones políticas que forman los pueblos, la prosperidad de las na-
ciones». La confianza en las posibilidades de la geografía moderna, como
ciencia, permitía considerar un futuro en el que pudiera llegar «a fórmulas
o leyes que determinen, por ejemplo, la relación entre la idea artística o re-
ligiosa de un pueblo y el medio natural en que se ha desarrollado y vive»
(Mill, 1905).
La convicción de que los fenómenos humanos se corresponden con fe-
nómenos físicos, y de que a través de las condiciones físicas o naturales se
alcanza a entender los hechos sociales, no sólo era un estado de opinión
compartido sino que se consideraba avalado por una «tradición» intelectual
y soportado por la propia ciencia, en cuyo movimiento se inscribía la nue-
va geografía. Para los geógrafos que viven entre los siglos XIX y XX, la geo-
grafía moderna, asentada sobre la consistente base de las teorías evolucio-
nistas, había supuesto superar el carácter de mera «descripción más o me-
nos pintoresca de las regiones de la Tierra», e incorporarse al estatuto de
«ciencia metódica», con similar rango a las demás ciencias físicas.

3. Una geografía ambiental:


ambientalismo y determinismo geográfico

La geografía nacía con un marcado signo «ambiental»; se puede pen-


sar que no era casual. La primera definición de la geografía moderna, tal y
como se delinea a finales del siglo XIX , y entendiendo por geografía moder-
na el cuerpo doctrinal que pretende dar una explicación totalizadora de lo
social y lo físico, en el marco de una ciencia positiva, contiene una acen-
tuada orientación «ambiental».
Contemplar la geografía como una disciplina orientada al estudio de
las formas y caracteres de la superficie terrestre, en cuanto escenario o me-
dio físico, «que condiciona la existencia de los seres vivientes», así como las
reacciones de éstos a tales condicionamientos, en orden a «explicar la sín-
tesis suprema de las relaciones totales de la superficie terrestre con la vida
de las plantas, de los animales y del hombre», se convierte en una forma de

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 155

pensar socialmente aceptada, como sintetizaba un geógrafo español (Bu-


llón, 1916). El «ambientalismo» impregnó, por razones históricas y meto-
dológicas, el origen de la geografía.
El ambientalismo geográfico fue un componente natural en la consti-
tución de la geografía moderna. La formulación ambiental enraizaba sin
dificultades en la tradición cultural occidental y se insertaba en la cultura
científica inmediata. Las relaciones Hombre-Medio encajaban en los pos-
tulados del evolucionismo, o al menos se formulaban en un lenguaje de
apariencia común y con una óptica análoga. Desde una perspectiva cientí-
fica, la formulación de la nueva geografía parecía corresponder con el es-
tado científico del momento. En el ámbito cultural gozaba de una profun-
da tradición.

3.1. TRADICIÓN CULTURAL Y AMBIENTALISMO

El «ambientalismo» hipocrático, recuperado en el siglo XVIII , había in-


ducido el desarrollo de la medicina higienista y estimulado el cultivo de lo
que será la geografía médica desde finales del siglo ilustrado, entendida
como parte de la patología general que trataba de la distribución de las es-
pecies morbosas en relación con los climas y con las circunstancias físicas
de los diversos lugares.
La vinculación con el ambiente no se circunscribirá a los estados mor-
bosos. El carácter, las aptitudes, los comportamientos, individuales y socia-
les quedarán también asociados a él. Sentimientos, pensamientos, costum-
bres estarían condicionados por la naturaleza física: cuerpo y alma de los
hombres se corresponden con el ser del país, según enunciaba Hipócrates.
Tradición cultural reforzada por la propia herencia judeocristiana, que ha-
cía al hombre una criatura del limo de la tierra.
Un «ambientalismo» más radical formaba parte de la tradición occi-
dental más reciente. Montesquieu había formulado ese vínculo depen-
diente de una forma drástica: «las distintas necesidades en los diferentes
climas han formado las diferentes maneras de vivir, y estas diversas ma-
neras de vivir han originado las distintas clases de leyes». Y, en términos
aún más contundentes, lo expresaba Herder, al apuntar que «antes que
una nación aparezca sobre el mundo, las cadenas de montañas, los re-
pliegues del terreno y de los ríos marcan ya, con rasgos indelebles, la fi-
sonomía de la historia».
La cultura occidental era receptiva, por tanto, al «ambientalismo» en
formulaciones de muy diverso calado. Extremado o comedido formaba par-
te de esa cultura; forma parte de nuestra cultura. El mismo I. Kant se mues-
tra siervo de esa concepción que hace del suelo, de los factores físicos, el
soporte obligado de las condiciones morales de los pueblos y de los seres.
Es lo que convierte, a la que él denomina geografía física, en el fundamen-
to explicativo de los rasgos humanos. Le reconoce ser «no sólo el funda-
mento de la Historia, sino también el de todas las demás geografías posi-
bles» (Kant, 1968).

156 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Es cierto que el «ambientalismo» secular tiene poco que ver, en su ex-


presión o formulación, con el moderno. Ni Hipócrates, ni Galeno, ni Bodin
o Montesquieu, conciben el suelo, el clima o el ambiente como se hará a
partir del siglo XIX. El suelo, en la cultura occidental ha sido, hasta el siglo
pasado, un puro sustrato o tablado, un escenario, de acuerdo con la elabo-
ración griega. Sus atributos no van más allá de su forma, de sus contornos.
Eran más importantes sus propiedades, en el sentido medieval del término.
El propio ambiente, desde la consideración geográfica, no sobrepasaba la
distinción de llanuras, mesetas y montañas, conceptos, por otra parte, por
completo imprecisos y ambiguos.
El clima de esta tradición milenaria tiene poco que ver con nuestro
concepto moderno de clima. Responde en mayor medida al concepto de
climas de los clásicos, esto es, a las grandes divisiones o círculos celestes y
su proyección sobre la Tierra: zonas cuyo único rasgo ambiental o climáti-
co, en sentido moderno, se reduce al grado de calor. Zonas tórridas, zonas
templadas, zonas frías, como único utillaje climático, en la medida en que
el concepto de temperatura, ni ha sido elaborado ni es mensurable. Entre
otras razones porque tampoco se planteaban la medida de tales fenómenos.
Responden a una concepción distinta de la naturaleza (Crosby, 1997).
El ambiente tiene, para las gentes anteriores al siglo XIX , una compo-
nente más astrológica que empírica. Lo que hoy denominamos clima no for-
ma parte de la concepciones premodernas, en las que los fenómenos at-
mosféricos quedan sujetos a la determinación astral. Son parte de la natu-
raleza de las cosas. Los cuatro elementos, como las cuatro cualidades, como
las complexiones humanas, como las estaciones. Calor y frío, humedad y se-
quedad, hielo y granizo, lo mismo que los azotes o plagas, son atributos de
los cuerpos celestes cuyo tránsito regular por las estaciones los distribuye
sobre la superficie terrestre. Determinado astro de condición húmeda apor-
ta lluvias, de igual modo que el de condición fría provocará hielos. Son fe-
nómenos -los que llamamos climáticos- que para los antiguos se encua-
dran en otros esquemas de entendimiento y explicación.
En este sentido, el «ambientalismo», como descubren las expresiones
que aparecen sistemáticamente en los geógrafos llamados clásicos, definen
una concepción de la geografía que responde al modo de pensar moderno.
Se fundamenta en la distinción entre Hombre y Naturaleza como entidades
contrapuestas. Distinción impensable en el pensamiento medieval.
Se formula como disciplina de las influencias del medio en el hombre.
El epicentro es el medio, no el hombre, o como el propio Vidal lo formula,
el lugar no los hombres. Expresión contradictoria en la medida en que los
hombres constituyen la preocupación, el centro de interés, de esta nueva ge-
ografía. Una Geografía apoyada en la determinación del medio. No en la
predeterminación. Formulado de otra manera, los destinos de las sociedades
humanas no están escritos de antemano y desde la eternidad como afirma-
ba Ritter y como postulaban Montesquieu y Herder.
Para los geógrafos de la primera etapa de la moderna Geografía Hu-
mana son destinos históricos, y por tanto variables. Y esto ocurre en Ratzel
y en Vidal de la Blache, si bien uno y otro tengan expresiones drásticas que

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 157

han permitido interpretaciones deterministas radicales. Lo que estos geó-


grafos consideran es que en esa relación histórica entre una colectividad hu-
mana y unas condiciones geográficas -es decir, físicas- dadas, son éstas las
que actúan de molde; éste es el presupuesto epistemológico fundamental.
Vidal de la Blache lo expresaba de modo explícito: «Los hechos de geo-
grafía humana se vinculan a un ámbito terrestre y sólo son explicables por
él. Están en relación con el medio que crea, en cada parte de la Tierra, la
combinación de las condiciones físicas.» A partir de un concepto de lo geo-
gráfico como lo que concierne a las influencias del Medio en la Historia. La

derno, desde la atalaya del Medio.


geografía contempla ese binomio que es esencial en su entendimiento mo-
Un problema, en cuya formulación los geógrafos se dejaron encerrar
en los precientíficos enunciados de la cultura astrológica, como señaló, con
certera crítica, Lucien Febvre decenios más tarde. Destacaba cómo los pri-
meros planteamientos de la Geografía recogían «ciertos problemas en la
misma forma que los planteaba la tradición». Como él señalaba, el lengua-
je de las influencias no era propio de la época científica, correspondía a otra
etapa: «La influencia no es una palabra del lenguaje científico, sino del len-
guaje astrológico. Que se deje, pues, de una vez para siempre, a los astró-
logos y demás charlatanes.» La geografía incurre en otorgar al suelo «una
especie de poder creador para hacer de él el productor y animador de las
formas sociales». Sin embargo, ese lenguaje era el que había sustentado la
constitución de la geografía moderna.

3.2. LA CONDICIÓN CIENTÍFICA: EL DETERMINISMO GEOGRÁFICO

La geografía estableció su marco epistemológico como disciplina cien-


tífica dirigida a descubrir y enunciar los principios generales, las tendencias
básicas, las regularidades que rigen el desarrollo del medio y su influencia
en el hombre. La nueva geografía buscaba regularidades y leyes en las re-
laciones del Hombre con el Medio, y confiaba en alcanzar a enunciarlas a
partir de la observación empírica.
Aspiración y condiciones que aparecían claras para los contemporá-
neos: «No hay Ciencia mientras no se deduzcan de los hechos y de los fe-
nómenos principios y leyes generales que representen un conjunto de gran
solidez filosófica... Y la Ciencia se levanta sobre el sólido andamio de las
hipótesis que permiten situar los hechos para mayor armonía del con-
junto» (De Buen, 1916). Los geógrafos de la primera hora pretendían fun-
dar un campo de conocimiento que se vinculaba a la ciencia positiva, tal y
como ésta se concibe en el siglo XIX.
La geografía se constituye como una disciplina empírica, de observa-
ción, cuyo material son los fenómenos geográficos. Recoger «hechos» geo-
gráficos, clasificarlos y ordenarlos, establecer su distribución, compararlos
y descubrir las relaciones que se producen entre ellos, forma parte del mé-
todo. El objetivo era llegar a establecer por inferencia o inducción las re-
gularidades observadas o supuestas, los principios que rigen su producción,

158 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

las leyes de validez universal, que dan razón de los vínculos entre el Hom-
bre y el Medio y sus distintas manifestaciones o variaciones geográficas. Las
que deben permitir prever sus consecuencias, adelantarse a sus efectos, pre-
venirlos o evitarlos.
Las leyes científicas expresan una relación de causalidad entre los fac-
tores o variables determinantes o independientes, y los elementos condicio-
nados, las variables dependientes. Reunidas determinadas condiciones o
circunstancias se pueda afirmar que se derivarán efectos también determi-
nados y, por tanto, previsibles. La determinación causal representa sólo el
rasgo más sobresaliente de una filosofía del conocimiento que, en el siglo
pasado, es el fundamento de la propia ciencia positiva, tal como se la con-
cebía en esa época.
La geografía, por razones de origen, por razones conceptuales y cultu-
rales, no podía ser sino causal y por tanto determinista. Se encuentra de
forma generalizada y sistemática en los primeros geógrafos modernos. Hay
en las historias de la geografía más tradicionales y en la práctica teórica de
los geógrafos una especie de síndrome de culpa, a modo de pecado original
de la geografía moderna, vinculado, en este caso, al determinismo geográ-
fico. Especie de culpa que acompaña a la geografía a partir de las críticas
que recibe desde ámbitos diversos y, sobre todo, por parte del historiador
L. Febvre.
Se olvida que ese rasgo pertenece a la propia naturaleza de la ciencia
moderna y que anida en la cultura europea muy profundamente, sin duda
con anterioridad a su formulación geográfica. Que la geografía no hizo sino
incorporar a su propia definición, tanto la determinación científica como la
cultural. El determinismo geográfico o natural, tal y como lo entienden y
formulan los geógrafos de la primera generación moderna, pertenecía al
acervo cultural y científico contemporáneo.
En los últimos decenios del siglo XIX se consolida una actitud compar-
tida en el sentido de que era posible construir una disciplina «científica»
cuyo objeto eran las influencias del Medio -environment- en la Sociedad.
Se abordó desde presupuestos y enfoques diversos, de acuerdo con la pro-
cedencia y formación de los principales protagonistas de ese esfuerzo, en
relación con su trasfondo cultural y filosófico, y en virtud del contexto ideo-
lógico en que se desenvuelven. La definición de un proyecto geográfico mo-
derno se ve afectada por todos estos condicionantes, que marcan el perfil
inicial y el desarrollo de la geografía moderna en el siglo XX .

4. La decantación del proyecto geográfico: una ciencia positiva

La manifiesta coincidencia que se produce a finales del siglo XIX al es-


tablecer los rasgos generales de la geografía moderna, al insertarla en el en-
torno científico-cultural de la época, y al asignarle un objetivo de induda-
ble trascendencia ideológica, como ocurre en las influencias-relaciones
Hombre-Medio, no se manifiesta, en cambio, al definir la dimensión con-
ceptual y teórica de la nueva disciplina.
LA FUNDACION DE LA GEOGRAFIA

Hay en ello un déficit que acompaña la evolución de la geografía mo-


derna. Un déficit de reflexión teórica y metodológica que L. Febvre apun-
taba ya respecto de los geógrafos franceses: «Las obras de teoría, los libros
de conjunto sobre la materia, el fin y los métodos de la geografía humana,
son muy raros en Francia»; déficit que forma parte de la tradición de la dis-
ciplina. Los geógrafos se mostraban incapaces de atribuir un perfil único a
la disciplina y de ordenar sus contenidos.
Desde dentro, se debatían en la definición de la geografía como simple
ciencia de la distribución espacial y localización de los fenómenos geográ-
ficos o como una ciencia de mayor calado, causal y general, e incluso como
una simple disciplina artística. Desde fuera de ella, desde distintos campos,
se resaltaba la vaciedad de contenidos o el carácter superfluo de los mis-
mos, en la medida en que la geografía aparecía como una simple agrega-
ción de conocimientos pertenecientes a otras disciplinas bien definidas.
La confusión conceptual -confusión epistemológica-, es un rasgo
destacado de esta primera etapa de la geografía moderna. La decantación
de un proyecto «geográfico» se produce en un marco de propuestas muy di-
versas, contrapuestas desde la perspectiva teórico-conceptual y de la filoso-
fía subyacente.
No resulta ajeno a la variada procedencia de quienes contemplaron la
posibilidad de fundar un conocimiento renovado de índole geográfica y de
naturaleza científica. Eran conscientes de las dificultades de asentar una
disciplina geográfica condicionada por una tradición cultural que hacía de
lo geográfico un vasto campo de conocimientos dispares y sin vínculo in-
terno. La geografía, tal y como se la entendía, carecía de una concepción
unitaria. Los geógrafos aspiraban a dotarla de un cuerpo teórico y de una
estructura sistemática equiparable a la de cualquier otra ciencia contem-
poránea.
A pesar del escaso afecto que los geógrafos han mostrado hacia las
reflexiones teórico-metodológicas, ese trabajo fue abordado desde enfo-
ques y posiciones contrapuestas. Y fue abordado no sólo desde la defini-
ción de la geografía y la determinación de su materia o objeto sino tam-
bién desde la preocupación por darle una estructura interna acorde con
su estatuto de ciencia.
La crítica resaltaba que la geografía «tal y cual se escribe y se enseña»
no es sino una aglomeración heterogénea de informaciones fragmentadas
que pertenecen a campos científicos con reconocida fundamentación cien-
tífica. La nueva comunidad geográfica buscaba proporcionar a la geogra-
fía un horizonte más abierto. Para ello parecía obligado construir un con-
cepto «claro y lógico» de la geografía, que permitiera situarla en el
contexto científico y ubicar cada una de sus ramas dentro de la propia
geografía. Lo que exigía, a título previo, establecer el número, entidad y al-
cance de éstas.
Se trataba de darle a la geografía un objetivo preciso y una «teoría
central». Era obligado renunciar a aquellos componentes incoherentes,
salvando la geografía «de los entusiastas demasiado celosos que pretenden
incluir en ella toda suerte de conocimientos humanos». Si bien esta idea

160 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

no siempre fuera compartida por todos los geógrafos. En uno y otro caso
se trataba de definir no sólo el estatuto de la geografía como ciencia, sino
también de establecer su sistemática. Había que configurar el cuerpo de
doctrina, los componentes y ramas, los vínculos objetivos y metodológicos
entre ellas, la estructura del conocimiento geográfico, y los objetos sobre
los que cada una se constituye. Y había que asegurarse un «nicho» profe-
sional.
En la divergencia intervienen sensibilidades distintas que responden a
formaciones diferentes. La actitud de los geógrafos de adscripción «física»,
como es el caso de los norteamericanos, es clara. Abogan por configurar una
geografía de las relaciones entre el Medio y los seres vivos, entre el Medio y
el Hombre, por tanto, de carácter general. Así la formula W. Davis, principal
adalid de esta concepción. Reclamaba, de forma directa, una «geografía
científica», considerada desde la óptica de una disciplina con cuerpo teóri-
co explícito. Cuando Davis propugna una geografía «científica» lo hace des-
de un específico entendimiento del conocimiento científico, el del positivis-
mo. Propugnaba mantenerse fiel a los orígenes.
La disposición de los geógrafos de formación «histórica», representada
por los franceses, en una primera instancia, pero también por una crecien-
te parte de los alemanes e italianos, se decanta hacia la geografía como
ciencia de la organización del espacio. Enunciado que debemos entender
como ciencia de la configuración o distribución de los fenómenos geográfi-
cos, así como de su apariencia o fisonomía, como paisaje.
La sutilidad de los matices no distancia excesivamente a autores como
Vidal de la Blache y A. Hettner, principales abanderados de esta geografía de
la localización, que propugnará, más tarde, R. Hartshorne en Estados Uni-
dos. Comparten el perfil básico del concepto de ciencia, y la idea de una geo-
grafía científica. No obstante, resultan mucho más permeables a propuestas
epistemológicas alternativas al positivismo, de raíz idealista. La doble sensi-
bilidad, de formación por un lado, de filosofía por otro, orienta las dos prin-
cipales propuestas que se manifiestan en el primer tercio del siglo XX.
El debate se perfila en esos años entre dos opciones. Situar la geografía
como una disciplina de la extensión de los fenómenos físicos y sociales sobre
la superficie terrestre, una concepción compartida y extendida, dentro y fue-
ra de ella. O hacer de ella una disciplina de la «relación» entre el sustrato
abiótico y el orgánico, tal y como se formulaba en sus decenios iniciales.
En el primer sentido se desarrolla el proyecto intelectual de A. Hettner
y de la mayor parte de la geografía europea. En el segundo se centra la for-
mulación americana, en torno a las posturas de W. M. Davis, que reivindi-
caba ese patrón para la Geografía en 1906: «El campo entero de la Geo-
grafía es el estudio de la relación entre la Tierra y la vida.» Una concepción
que el geógrafo americano se limitaba a enunciar en el marco de un deba-
te ya configurado en los primeros años del siglo XX.
Frente a las objeciones de que tal concepción no consideraba los fenó-
menos de localización, contemplados como inherentes a la geografía, ar-
güían que estaban comprendidos en su propuesta. Entendían que ésta ase-
guraba la coherencia de los mismos, al acotarlos, evitando que pudieran

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 161


plantearse como geográficos fenómenos de simple distribución. Lo ejem-
plificaban en relación con la distribución «de los instrumentos de música y
las obras de arte», como una muestra de lo que no constituía para ellos geo-
grafía. Resaltaban que, en cambio, proporcionaba una dimensión científica
a la geografía, al superar la mera descripción en una explicación razonada.
Actitud compartida por una parte significativa de geógrafos anglosajones y
por una parte sustancial de los geógrafos de formación naturalista.

5. Una ciencia general de las relaciones entre el Medio


y los seres vivos

Para los geógrafos de formación física la geografía se propone como


una ciencia de las «relaciones Tierra-seres vivos». Lo formulan desde una
óptica ambiental, que circunscribe la disciplina al estudio de las relaciones
entre los diversos medios físicos terrestres y los seres vivos habitantes en
ellos, entre ellos los humanos. Como una disciplina general cuyo perfil se
aproxima mucho a lo que se puede denominar una «ecología de los seres
vivos». Una ciencia natural de las relaciones entre el Medio y los seres vi-
vos, como parte de las ciencias naturales. Es la geografía general según la
concepción de esta corriente.
Acotan y perfilan un tipo de disciplina que responde al planteamiento
más generalizado de finales del siglo XIX, con un notable arraigo en Esta-
dos Unidos, donde la geografía alemana de la primera etapa goza de un
prestigio generalizado. La influencia alemana fue casi exclusiva hasta en-
trado el siglo actual, como reconocía I. Bowman al traducir la Geografía
humana de J. Brunhes: «Nuestra devoción por los manuales alemanes de
geografía y particularmente por la Antropogeografía de Ratzel, nos había
hecho necesariamente más familiares las fuentes de la ciencia geográfica
alemana.» Lo corroboraba, años más tarde, C. Sauer.
El esfuerzo sistematizador para reducir este campo a un conjunto co-
herente de ramas cuyas relaciones quedaran reconocidas dentro del tronco
común lo protagonizan los geógrafos norteamericanos que responden a una
escuela de intensa definición naturalista. El máximo exponente es el geo-
morfólogo W. M. Davis. Sus concepciones las comparten geógrafos euro-
peos, británicos y continentales, sobremanera los de cultura naturalista. En-
tre éstos, la mayoría de los españoles, cuyo ejemplo es muy ilustrativo en
este aspecto (Gómez Mendoza, 1997).
La geografía americana se constituye como una disciplina naturalista
y como una geografía física -fisiografía- dominante. Así se evidenciaba
con motivo del VIII Congreso Internacional de geografía que se celebró en
Estados Unidos en 1904. Como resaltaba un asistente al mismo, «predomi-
naron los estudios sobre geografía natural o física, es decir, los del grupo de
fisiografía». De forma expresiva, según el mismo testimonio, las secciones
relacionadas con la geografía humana, es decir, con la Antropogeografía, no
llegaron, siquiera, a reunirse. Un indicador fehaciente de la tradición geo-
gráfica americana en su período constituyente.

162 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Reivindicaban una concepción capaz de dar sentido al cuerpo de la geo-


grafía articulando un coherente sistema de subdisciplinas. La geografía se
formulaba como una disciplina que aborda las relaciones de lo inorgánico
con lo orgánico, dos polos que establecían la primera división lógica: la fi-
siografía, para el primero, y la ontografía, para el segundo. Eran las deno-
minaciones que proponían desde América. Campo, el de la fisiografía, que
comprendía tanto las subdisciplinas que corresponden a los elementos del
medio ambiente físico, tierra aire y agua, como la que aborda la Tierra
como cuerpo celeste, cuya consideración se mantenía.
La fisiografía de la superficie terrestre, la meteorología y oceanogra-
fía, además de una «geoplanetología», daban cuerpo a lo que podríamos
entender, en lenguaje actual, como geografía física. Configuraban la varia-
ble independiente de las relaciones Hombre y Medio. La ontografía, como
rama de los seres vivos, comprendía y sistematizaba los conocimientos re-
feridos al mundo vegetal, al animal y al hombre. La fitogeografía, la zooge-
ografía y la antropogeografía integraban el edificio conceptual de la geo-
grafía tal y como lo perfilaban los geógrafos americanos a principios de
este siglo y, en general, los geógrafos de filosofía positivista. Esos campos
constituían la variable dependiente de las relaciones Medio-Seres Vivos
(entre éstos, el Hombre).

6. La dimensión regional de las relaciones Hombre-Medio:


otra perspectiva

El esfuerzo de sistematización y ordenador de la geografía moderna


desde una perspectiva científica positiva y en el marco de la filosofía positi-
vista tiene su contrapartida en las propuestas que, desde una tradición per-
sonal y académica distinta, desde postulados intelectuales diferentes, más afi-
nes a las nuevas filosofías del sujeto, surgen en Europa en el mismo período.
La propuesta europea se articula sobre la tradición histórica francesa,
tiene una notable contribución intelectual, crítica y positiva, de un histo-
riador como Lucien Febvre, y se elabora como una construcción sistemáti-
ca en Alemania. Su expresión más conocida es la de A. Hettner (1859-1941),
un geógrafo físico -geomorfólogo también- orientado a la geografía re-
gional. La confluencia entre ambas trayectorias no significa coincidencia de
planteamiento. Propugan, frente a la concepción general de la geografía, la
concepción regionalista de la disciplina. Frente a la afirmación de lo gene-
ral, la relevancia de lo singular.

6.1. LA DEFINICIÓN REGIONAL: UN PROCESO PAULATINO

La configuración de la tradición «regional» en la geografía se produce


por la confluencia de varias corrientes que aparecen como independientes:
la del regionalismo y la del paisaje. La primera se configura en Francia y
Alemania. La segunda es estrictamente alemana. A. Hettner es quien da for-

1 LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 163


ma, de modo sistemático, a la primera, desde una perspectiva académica.
Los geógrafos franceses fueron los que le dieron popularidad. Y un histo-
riador francés, L. Febvre, es el autor de su argumentada crítica respecto del
frente positivista y defensa del acoso sociológico. Por estas vías, y con la co-
laboración de Febvre, se construye el discurso regional que prevaleció du-
rante medio siglo en la geografía moderna. Un discurso cuyas resonancias
intelectuales no han desaparecido.
El giro que se produce en el pensamiento geográfico, más significativo
en las escuelas germánica y francesa, no es una reacción autónoma dentro
de la geografía ni representa un problema geográfico. Responde a un mo-
vimiento general de la cultura europea occidental asumido por geógrafos.
Representa la resonancia en la geografía de un cambio de la ideología do-
minante hacia el irracionalismo, identificado con la pérdida de la «fe viva
en la ciencia», que dijo Ortega y Gasset. Un proceso que prima lo intuitivo
sobre lo racional, lo espontáneo sobre lo ordenado, lo subjetivo sobre lo ob-
jetivo, el instinto sobre la razón.
El cambio de rumbo en la geografía moderna es progresivo. Los geó-
grafos que lo esbozan parten, todos ellos, de una concepción positivista pre-
dominante. Un análisis detenido de los textos más representativos de la re-
flexión geográfica de la primera mitad del siglo muestra con nitidez que el
cambio epistemológico no corresponde tanto a los «fundadores» de la geo-
grafía moderna como a sus herederos de segunda generación. Unos y otros
derivan hacia la geografía regional y del paisaje, que llegarán a identificar-
se como la misma geografía.
Es patente en los primeros y en sus discípulos directos, desde Vidal
de la Blache a A. Demangeon. Vinculaban el estudio regional en el marco de
una disciplina generalizadora, como lo expresa Brunhes: «Esta geografía re-
gional constituye uno de los puntos de apoyo esenciales de la Geografía Ge-
neral; para abarcar bien los hechos generales es bueno partir de lo particu-
lar, lo localizado, lo regional» (Brunhes, 1921). Lo había apuntado el pro-
pio Vidal de la Blache.
No ponía en entredicho la finalidad de la generalización del conoci-
miento, pero reclamaba hacerlo sobre un soporte consistente, es decir, so-
bre buenos estudios locales, esto es regionales, de las influencias del Medio
sobre el Hombre: «No podría aconsejarse nada mejor que la realización de
estudios analíticos, de monografías en las que las relaciones entre las con-
diciones geográficas y los hechos sociales fuesen observados de cerca, den-
tro de un restringido campo previamente seleccionado» (Vidai, 1902).
El principio de causalidad, el objetivo legitimador del conocimiento
científico, la plena conciencia de que la geografía es una ciencia positiva, el
reconocimiento de la neutralidad del proceso de conocimiento, la acepta-
ción de los hechos de observación como el punto crucial de la construcción
científica, están presentes de forma constante en ellos. No hay renuncia en
la concepción epistemológica. Hay cautela metodológica y hay una defi-
ciente formación científica, como en el propio Vidai de la Blache (Buttimer,
1980). Hay prudencia en el manejo de los datos, pero no existe como una
alternativa consciente y elaborada.

164 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Hay una progresiva resistencia a aceptar enunciados de carácter gene-


ral, como lo expresaba Vidal de la Blache en 1899, en la lección de apertura
de un curso de geografía de Francia. Reconocía, como fin de la geografía, «el
conocimiento de leyes generales». Situaba ese objetivo en un marco local, en
cuanto «pretende estudiarlas en su aplicación a los diversos medios». El re-
curso a las leyes generales aparece como obligado «para explicar las diferen-
cias de fisonomía que presentan las regiones». El traslado de los objetivos ge-
nerales a los locales se esboza con claridad. Para Vidal de la Blache, que no
es el único que enfoca en este sentido la geografía, los estudios regionales se
decantan como el principal foco de atención del trabajo geográfico.
La ciencia geográfica, basada en las relaciones Hombre-Medio, exige,
para sobrevivir, según estos geógrafos, eliminar los resquicios de las gene-
ralizaciones ambientales. En cierto modo significa que, con cierto aire de
paradoja, la geografía necesitaba, para poder mantener su concepción am-
biental, como disciplina de las relaciones entre el Hombre y el Medio, re-
nunciar al ambientalismo genérico.
Los geógrafos hacían hincapié sobre el Medio y el Hombre en un en-
torno específico: sobre el lugar del hombre habitante. Concentraron su aten-
ción sobre el espacio determinado. Marcan los distingos sutiles que permi-
ten separar la geografía de las disciplinas sistemáticas. De las influencias del
Medio sobre el Hombre que definen la primera formulación de la geografía
moderna, a las relaciones del Medio y el Hombre en un marco preciso, «con-
creto» y en una perspectiva temporal. De la visión y concepción sistemática
a la concepción histórica del vínculo Medio-Hombre. Es decir, con tiempo y
espacio determinado. Los lugares constituyen el centro de sus preferencias.
Esta alternativa tiene una doble vertiente. La epistemológica que re-
presenta el renunciar a la generalización de esas relaciones. La conceptual,
en cuanto al modo de acotar el campo de actuación de la geografía. En un
caso se trata, ante todo, de configurar un cuerpo de doctrina para la geo-
grafía. En el otro, de identificar el objeto de estudio. Las circunstancias del
primer tercio del siglo proporcionaban respaldo filosófico a esa deriva epis-
temológica. Frente al positivismo en situación crítica se ofrecían alternati-
vas que parecían adaptarse a las condiciones históricas y epistemológicas
de la geografía moderna.
En el segundo aspecto de los señalados, el de acotar un espacio de aná-
lisis propio, la labor no era difícil: desde su primer momento, como hemos
visto, la geografía moderna disponía de dos conceptos clave bien entrelaza-
dos, y fundamentales, tal y como los formuló Mackinder. La geografía tenía
que ver con el medio y con la región. El consenso sobre la región natural
era total. «La geografía... tiene por misión investigar cómo las leyes físicas
y biológicas, que dirigen el mundo, se combinan y modifican aplicándose a
las diversas partes de la superficie del Globo... tiene por tarea especial es-
tudiar las expresiones variables que reviste, según los lugares, la fisonomía
de la Tierra», según resumía, ya en 1913, Vidal de la Blache, en evidente re-
ferencia a la región.
CAPÍTULO 9

LA GEOGRAFÍA MODERNA:
REGIONES Y PAISAJES

El contexto sociológico de la aparición de la geografía moderna se nos


muestra como un factor a tener en cuenta en la búsqueda del perfil para la
nueva disciplina. En un universo científico dominado por naturalistas, cuya
impronta personal y teórica sobre la geografía es decisiva, la presencia de
un núcleo de geógrafos de orientación y formación «histórica», sobre todo
en Francia, que «controlaban», por razones estrictamente históricas, la ins-
tauración inicial de la disciplina, se convierte en un elemento de diferen-
ciación progresiva, dentro de la geografía.
Es una alternativa que distingue a Francia, cuyas cátedras de geogra-
fía universitaria son ocupadas por personas de formación histórica, hasta
dar origen a un importante y dominante núcleo de profesores de geografía
en facultades de letras. De las trece cátedras existentes en 1886, doce co-
rrespondían a este tipo de centros. La presencia de la geografía, como dis-
ciplina histórica, se acantonaba en las facultades de letras, como un cono-
cimiento auxiliar de la Historia.
Una situación anómala en el marco de una geografía de perfil natu-
ralista, predominantes en los demás países. Sin embargo, van a compar-
tir con ellos la concepción de la geografía como disciplina de las in-
fluencias del Medio sobre el Hombre. Un enfoque de esta naturaleza no
les era ajeno. Formaba parte de la tradición cultural histórica. Una cir-
cunstancia que facilitó su inserción en el proceso de construcción de la
nueva geografía.
Sin embargo, su endeble formación naturalista o científica les hará re-
ceptivos a las propuestas que llegaban de Alemania a principios del siglo XX .
Estaban sustentadas en filosofías subjetivistas de corte romántico y de
ideología nacionalista, así como en la renovada filosofía neokantiana. Per-
mitían justificar nuevos enfoques para la geografía, que contemplaban la di-
mensión histórica como un componente destacado del análisis del geógra-
fo. Daban fundamento epistemológico al interés por las entidades regiona-
les singulares.

1 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

1. La herencia astrológica: la filosofía de la Historia

La geografía moderna, la geografía humana que se propone a finales


del siglo XIX, venía a proporcionar a los historiadores un marco atractivo,
científico, para el redundante problema de la vieja historia. De ahí la coin-
cidencia con la propuesta naturalista y con la concepción de la nueva dis-
ciplina. Compartían el concepto de una geografía como ciencia natural
orientada a las relaciones entre el Hombre y el Medio, con los geógrafos de
formación naturalista. El objetivo era común.
En el marco común de una disciplina entendida como ciencia natural
de las relaciones entre el Medio y los Hombres, protegerse de los naturalis-
tas de formación, proteger el dominio propio de las facultades de letras,
aparece como una necesidad de supervivencia. Venía impuesta por la pri-
macía de la geografía física y la dependencia de la Antropogeografía res-
pecto de dicha geografía física, como aceptan y expresan la totalidad de los
geógrafos hasta mediados del siglo XX .
Sobre todo si tenemos presente que la moderna geografía nace, preci-
samente, como una ciencia para la historia, en paradójica relación con ésta.
Su apariencia de ciencia auxiliar queda contrarrestado con su configura-
ción decisoria: es la geografía la que posee las claves del devenir histórico.
Es la geografía la que dispone del secreto del desarrollo social.
Lo que distingue a estos geógrafos es una actitud cautelar ante los pro-
blemas que el «ambientalismo» planteaba desde una perspectiva metodoló-
gica. La endeblez de la trama probatoria del ambiente la señalaba, desde
dentro de la geografía, J. Brunhes a principios de siglo, que marcaba las dis-
tancias con el positivismo imperante. Por otra parte, desde fuera, desde las
disciplinas afectadas, en especial la historia, la crítica a las generalizaciones
pretenciosas, por vía ambiental o por vía racial, matizaba y limitaba el al-
cance de conclusiones apriorísticas.
Se percibe un reflejo de supervivencia por parte de los historiadores de
oficio. Será un destacado historiador francés el que protagonice la más con-
tundente crítica de las debilidades conceptuales de la geografía como disci-
plina positiva. Es el principal crítico de la concepción generalista y del en-
tendimiento dominante de la geografía como disciplina de las influencias
del Medio en el Hombre. Desde el oficio de historiador hacía también la crí-
tica de estas filosofías de la historia deslumbradas por el destino de los pue-
blos. Filosofías e historias apegadas a las viejas cuestiones, pre-científicas,
de las influencias físicas sobre el devenir histórico. Desde una concepción
moderna de la historia, realizaba la crítica de las modernas orientaciones
de la geografía. Lo hacía en la introducción a una colección histórica.

2. La crítica desde la Historia: L. Febvre y el posibilismo

El modelo de geografía humana que surge en el primer tercio del siglo


actual, se configura en torno a la escuela francesa de Vidal de la Blache,
aunque su formulación conceptual y teórica corresponda al historiador

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 167

L. Febvre; y se sustenta sobre la sistemática construcción que introducen


los geógrafos alemanes, a partir de presupuestos ideológicos y filosóficos de
creciente influencia en el ambiente cultural alemán de finales del siglo pa-
sado y del primer tercio del siglo XX . A. Hettner (1859-1941) protagoniza
uno de los esfuerzos más consistentes y constantes por construir ese pro-
yecto de geografía.
La concepción regionalista supuso una reacción progresiva frente a las
formulaciones que se identifican con la Antropogeografía de F. Ratzel y sus
seguidores más destacados, inspirados en el positivismo. Tiene un compo-
nente crítico respecto de la metodología que el fundador alemán y sus dis-
cípulos habían generalizado. Es decir, respecto de una estricta universali-
zación inductiva de los fenómenos geográficos, una reductora afirmación
de las influencias del Medio sobre el Hombre, y una definición rígidamen-
te determinista de las relaciones entre el Medio y la Sociedad.
Las pretensiones universalistas del geógrafo alemán y, en general, de
los geógrafos de formación naturalista, vinculados por una cultura científi-
ca común, positivista, son matizadas desde la óptica de quienes comparten
una cultura de tipo histórico. Vidai de la Blache, que comparte lo esencial
de la concepción geográfica de Ratzel, contemplaba la geografía y las rela-
ciones Hombre-Medio -no discutidas- sobre el marco local, definido, de
la región natural, como enunciaba en 1899.
Destacaba, entonces, como «particular misión» de la geografía, como
ciencia de la Tierra, el estudio de las leyes generales «en su aplicación a los
diversos medios». Lo hacía de acuerdo con un objetivo ya formulado por
Mackinder: explicar las diferencias que ofrecen las distintas regiones en su
fisonomía. Punto de arranque en que sustentaban la orientación regional
del trabajo geográfico. Compartida, desde presupuestos de carácter filosófi-
co más explícitos, por un creciente número de geógrafos alemanes.
La otra dimensión de la crítica la desarrolla, años más tarde, y no deja
de ser significativo, un gran historiador, L. Febvre. Éste suple la escasa preo-
cupación teórica y metodológica en los primeros tiempos de la geografía
francesa. La crítica de Febvre tiene más calado y alcance que la de Vidal de
la Blache, por cuanto tiene proyección epistemológica. La crítica informa-
da del historiador va a desmontar los ambiciosos postulados generalizado-
res de la geografía ambientalista inicial y de sus formulaciones en el seno
de la geografía naturalista.
La crítica minuciosa e inteligente se dirige al proyecto geográfico in-
discriminado de explicación de la totalidad social a través del sustrato físi-
co. Realza la debilidad metodológica y las múltiples fisuras de ese tipo de
proyectos. Plantea a los geógrafos de formación histórica, más bien de sen-
sibilidad histórica, la oportunidad de reorientar la disciplina. Le reservaba
un lugar en el universo científico a salvo de las acechanzas de la Sociolo-
gía, una brillante disciplina configurada a la par con la geografía, en el en-
torno de E. Durkheim.

168 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

2.1. LA CRÍTICA DE «LAS INFLUENCIAS» DEL MEDIO

La crítica de Febvre descubría la debilidad de la geografía naturalis-


ta en su aplicación a los hechos sociales e históricos, el carácter elemen-
tal del discurso naturalista, la precariedad del mismo, sus insuficiencias.
Ponía de manifiesto el carácter endeble de las construcciones geográficas,
con ambición universal, apoyadas en una mísera base de conocimientos,
sin proporción con las conclusiones extraídas de ella. Destacaba el carác-
ter quimérico de tales objetivos, tal y como los expresaba F. Ratzel, res-
pecto de su Antropogeografía, «estudiar todas las influencias que el suelo
puede ejercer sobre la vida social en general». Resaltaba la desproporción
entre la magnitud del objetivo y la capacidad y alcance de una persona y
aun de una ciencia, dada la variedad y multiplicidad de los problemas a
resolver. Un objetivo inalcanzable para una multitud de ciencias particu-
lares. Como apuntaba crítico Febvre, «un hombre sólo, incompetente en
cada un de estas ciencias resultaría, con el nombre de geógrafo, compe-
tente en todas ellas».
Ponía de relieve, por otra parte, la debilidad del soporte. Como criti-
caba Febvre, la geografía incurre en otorgar al suelo «una especie de poder
creador para hacer de él el productor y animador de las formas sociales».
Crítica acertada, porque esa consideración del suelo como fundamento de
la vida social constituía un axioma de los geógrafos «científicos» de la pri-
mera época.
Lo proclamaba un destacado publicista francés: se trataba de «no per-
der de vista el suelo, que debe dar, estudiado de una manera completa en
su forma, en su constitución, en sus relaciones con el medio ambiente, en
sus recursos, la explicación de nuestras diferencias, la clave para compren-
der la organización social y las instituciones de los pueblos».
Lucien Febvre denunciaba, en definitiva, el carácter de recetas sim-
plistas que tenían los postulados geográficos que se presentaban como re-
glas o principios universales. Resumía Febvre que «el gran vicio de empre-
sas semejantes, es, en nuestro sentir, que esconden la dificultad y velan la
profunda extensión de nuestras ignorancias; que ofrecen con demasiada fa-
cilidad a nuestros espíritus, siempre perezosos por naturaleza e inclinados
a contentarse con fórmulas "curalotodo", la ilusión de que han abarcado
por entero la realidad, y la han depurado, condensada en pocas abstraccio-
nes, pero ricas y como abarrotadas de la diversidad prodigiosa de la vida.
Provistos con facilidad de una especie de catecismo formal, tenemos exce-
siva tendencia, después, a dispensarnos del esfuerzo, de la reflexión y la abs-
tracción personal».
Es él el que se pregunta si la geografía tiene un método y el que resal-
ta cómo oscila en torno a varios métodos, que él achaca a su juventud.
Apunta a que «de la constitución, de la aplicación de un método geográfi-
co aceptado y practicado universalmente depende, esencialmente, no dire-
mos la solución, pero sí el planteamiento científico del problema del me-
dio». Pone de manifiesto la importancia del método en la aplicación de una
disciplina rigurosa.
Las cautelas de L. Febvre y sus propuestas alternativas, más matizadas
se conocen como «posibilismo» en la historia de la geografía , de acuerdo (
con la denominación que este autor acuña. Contrapone los seguidores d,
Ratzel a los de Vidal de la Blache, «a los deterministas a lo Ratzel y a lo
que tal vez podríamos denominar posibilistas a lo Vidal». Daba forma, pa
radójicamente, a una nueva concepción de la geografía. Paradoja que hay
sido un historiador el que diera el perfil y la justificación de la nueva dis
ciplina frente a los competidores, desde la antropología a la sociología.
que fuera él, historiador, el que delimitara los contornos de la nueva geo-
grafía y el que le otorgara el sello de «ciencia verdadera y autónoma».

2.2. UN PERFIL ALTERNATIVO PARA LA


LAS RELACIONES HOMBRE-MEDIO

L. Febvre planteaba, sin hacer una formulación sistemática de la mis-


ma, una geografía humana -es decir, una Antropogeografía- como cien-
cia natural. Consideraba «los estudios de la geografía física» como la «base
indispensable y verdadero fermento generador de toda Antropogeografía se-
ria y digna de consideración». Compartía con los geógrafos ese encadena-
miento que lleva desde la geografía física hasta la geografía política e his-
tórica. Mantiene con ello la concepción originaria y muestra, hasta la evi-
dencia, la firme y consistente fundamentación de la geografía como una dis-
ciplina en el campo de las ciencias naturales.
Febvre no objeta esta concepción; sí lo hace respecto de sus despropó-
sitos y sí propone, con una gran lucidez -que no tendrá acuse de recibo
entre los geógrafos-, una formulación moderna del elemental principio de
las relaciones entre el Hombre y el Medio. Llegará a esbozar una concep-
ción de la geografía mucho más abierta, moderna y avanzada que la que
dominará, durante varios decenios, entre los geógrafos de oficio.
La Naturaleza es, para L. Febvre, en gran medida, un producto hu-
mano. «Para obrar sobre el medio el hombre no se sitúa fuera del mismo.
No escapa a su acción en el preciso momento en que trata de ejercer la
suya sobre él. Y la Naturaleza que actúa sobre el hombre por otro lado,
que interviene en la existencia de las sociedades humanas para condicio-
narla, no es una Naturaleza virgen, independiente de todo contacto hu-
mano; es una Naturaleza profundamente "trabajada" modificada y trans-
formada ya por el hombre.»
Como consecuencia, el problema a plantear no es, para él, esas in-
fluencias, ni siquiera las relaciones, sino la creciente intervención huma-
na sobre el Medio. Como él resume: «El problema es éste: ¿crece la acción
del hombre sobre la Tierra?» Un enfoque que llama la atención por lo mo-
derno e innovador, por lo actual. Y que sorprende, asimismo, por su nula
influencia en este sentido. La fuerza de las viejas convicciones naturalis-
tas era más fuerte.
Más allá que los geógrafos contemporáneos, percibe que la verdade-
ra entidad de una moderna geografía tiene que ver con la acción podero-

170 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

sa de las sociedades modernas. Más sensible a los procesos del mundo


contemporáneo, observa cómo, «desterrado de la geografía como pacien-
te, el hombre civilizado de hoy día reaparece en ella en el primer plano,
como dominador y agente». Una disciplina del hombre en la que, como él
precisaba a Vidal de la Blache, aquél, «cada vez juega en ello un papel más
de causa y no de efecto».
El creciente protagonismo social en la configuración del espacio, en
la dialéctica Hombre-Medio, aparece como una reflexión destacada del
historiador. Resalta este componente y lo vincula con la propia orienta-
ción de la geografía, a la que formulaba la pregunta esencial: «¿Qué rela-
ciones mantienen las sociedades humanas de la actualidad con el medio
geográfico presente? Éste es el problema fundamental y el único que se
plantea la geografía humana.»
La geografía humana coetánea de L. Febvre no se planteaba ni se plan-
teará ese problema. Febvre expresaba, más bien, el marco deseable de la pro-
blemática de la geografía, con una indudable lucidez y apertura de espíritu,
que no eran compartidas en la comunidad geográfica con el mismo grado de
claridad. Utilizado, pero no seguido, L. Febvre identifica, para los geógrafos,
la crítica del llamado determinismo y de la geografía positivista.
Hay en los juicios de L. Febvre una lucidez que no aparece en los
geógrafos de profesión contemporáneos, más condicionados por una visión
arcaizante de la geografía, de sesgado perfil etnográfico. Como el propio
Febvre acusaba, al resaltar el gusto de los geógrafos por lo primitivo: «Se
diría que para muchos geógrafos, cuanto más cerca se encuentra el hombre
de la animalidad, más geográfico es, como si la acción de las sociedades
más civilizadas, las más poderosamente pertrechadas, no fuese precisa-
mente lo que nos plantea los más altos problemas de la geografía humana.»
Las reflexiones de L. Febvre tuvieron un efecto limitado. Las referencias al
historiador se quedaron en la superficie; en los aspectos más formales de la
crítica y de las propuestas de Febvre.

2.3. LA HERENCIA DE L. FEBVRE: EL DISCURSO «POSIBILISTA»

La precisa crítica de L. Febvre respecto de los presupuestos de la geo-


grafía contemporánea, es decir, respecto del proyecto inicial de la moderna
geografía, y sus lúcidas propuestas en lo que concierne a sus posibles enfo-
ques y desarrollo no tuvieron, en Francia, proyección directa en su dimen-
sión epistemológica. La obra de L. Febvre se manifiesta más en la acuñación
de algunos términos de éxito, como el de «posibilismo», o la contraposición
del mismo frente al determinismo, así como en la recogida formal de algu-
no de los enunciados del historiador, como el cambio de las influencias por
las relaciones, como conceptos claves de la definición geográfica.
Hicieron hincapié los geógrafos de formación histórica sobre el medio y
el hombre en un entorno específico: sobre el lugar del hombre habitante. Los
lugares, más que las influencias, constituyen el centro de sus preferencias.
Concentraron su atención sobre el espacio concreto, determinado, localizado.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 171

Marcan los distingos sutiles que permiten separar la geografía de las disci-
plinas sistemáticas. Al tiempo que sustituyen influencias por relaciones. De
las influencias del Medio sobre el Hombre que definen la primera formula-
ción de la geografía moderna, a las relaciones del Medio y el Hombre, de
acuerdo con la propuesta de L. Febvre, en un marco preciso, «concreto» y en
una perspectiva temporal. Es decir, en condiciones históricas determinadas.
Así lo evidencia el discurso de Deffontaines varios lustros más tarde: «La
geografía humana no trata de estudiar influencias, sino relaciones. Con esta
precisión queremos dejar bien sentado que en la geografía no hay determi-
nismo. Ninguna fuerza cósmica, ni siquiera esa tan incontrastable que in-
cluimos dentro del amplio concepto de clima, obra sobre el hombre con una
fuerza excluyente de cualquier otra... El hombre no representa un papel de
mera pasividad. Se adapta activamente. Y al adaptarse con su actividad crea
otra forma de relaciones entre las condiciones físicas y su vida social. Se pasa

La endeblez teoricometodológica de la geografía francesa, por pereza


del concepto de necesidad al de posibilidad» (Deffontaines, 1960).

o insuficiencia intelectual, impidió una elaboración de los objetivos y los


métodos equiparable a la que tendrá lugar, precisamente, en el marco de la
Historia. Tampoco se produce una reflexión epistemológica profunda. A pe-
sar de las apariencias de la geografía regionalista francesa, no es equipara-
ble su desarrollo metodológico y teórico con el de la historia de Annales.
La labor de reflexión teórica y de dar forma alternativa a la geografía,
desde postulados críticos al proyecto inicial y a su formulación americana,
con una dimensión sistemática, cristalizará en Alemania. En buena medida
recoge la tendencia esbozada y consolidada en la geografía francesa bajo la
égida de Vidal de la Blache, con su progresiva reorientación regional. Lo
hará, sin embargo, bajo presupuestos teóricos más explícitos, que no se co-
rresponden, en sentido estricto, con los de la geografía francesa. Lo hará en
un marco de desarrollo del pensamiento filosófico específico. Busca dar
consistencia al edificio geográfico desde supuestos epistemológicos renova-
dos, acordes con corrientes filosóficas y con ideologías de creciente au-
diencia en la Europa del siglo XX.

3. De la geografía general a la regional: la sistemática geográfica

La propuesta de una construcción sistemática de la disciplina, alternati-


va a la americana, con visos de dar coherencia interna a los componentes de
la geografía, se produjo en Alemania. Trató de justificar la pertenencia
de la geografía al ámbito de las ciencias, de acuerdo con los postulados de
las nuevas filosofías del conocimiento, que se elaboran en esa época en el
mundo occidental.
Alfred Hettner es el que acierta a expresar y orientar el debate geográ-
fico del primer tercio de siglo, recogiendo el nuevo estado cultural domi-
nante. Un debate que debe situarse en el contexto histórico adecuado. Los
geógrafos sentían el acoso, por un lado, de la sociología que, desde el ám-
bito de las ciencias sociales, reclamaba para sí el campo de conocimiento

172 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

de la geografía. Por otro, percibían las posibilidades de las nuevas pro-


puestas epistemológicas, que se manifiestan frente al racionalismo científi-
co imperante. A todo ello se une el desgaste del positivismo sobre el que
sustentaba el discurso inicial de la geografía moderna.
La propuesta sistematizadora de A. Hettner, que es un geógrafo de for-
mación física, se formula, en sus primeros esbozos, a principios del siglo
actual. La formalización definitiva tiene lugar en el decenio de 1920 (Hett-
ner, 1927). Proporcionaba la alternativa al proyecto naturalista americano.
Entroncaba con los esfuerzos teóricos, de geógrafos como H. Wagner y
V. Kraft, que se desarrollaban en el ámbito alemán desde nuevos presupues-
tos. Coincidían en una actitud crítica respecto de los postulados de Ratzel.
La obra de A. Hettner proporcionaba, desde una perspectiva teórica y
metodológica, una sistematización de la disciplina en la vía en que la orien-
taban los geógrafos de formación histórica, de la escuela francesa. Precisa-
mente, la diferencia con los geógrafos franceses es el esfuerzo por funda-
mentar la construcción teórico-sistemática de la geografía sobre las co-
rrientes filosóficas, entonces en boga, del neokantismo. Como una reivindi-
cación de la geografía de los lugares, como una geografía de las regiones.
Lo que llama Hettner una ciencia corológica, en la tradición kantiana.

NA CIENCIA COROLÓGICA: LA SOMBRA DE KANT

La ambiciosa formulación de Hettner se presentaba como una alterna-


tiva a la propuesta de perfil científico positivista que avalaban los geógrafos
de formación naturalista y, de modo particular, la escuela americana, repre-
sentaba por W. Davis. Compartía, con los teóricos americanos, la pretensión
de disciplina científica para la geografía. Lo hacía desde una concepción es-
pecífica de la ciencia. Buscaba, además, darle el rigor de un sistema.
La construcción de Hettner tiene tres componentes: es una justifica-
ción teórica y filosófica -es decir epistemológica- de la geografía, en el
marco de las ciencias. Es una formulación teórica, de la geografía, como
disciplina de la organización del espacio, es decir, como una ciencia coro-
lógica, como una geografía regional. Y es una propuesta para sistematizar
el conjunto de los conocimientos geográficos en una estructura jerarquiza-
da de sus distintas ramas. La geografía como un cuerpo unitario y cohe-
rente, que busca articular la relación entre conocimientos generales y re-
gionales, desde una perspectiva metodológica.
Hettner ubica la geografía en el sistema de las ciencias, de acuerdo con
los postulados de las filosofías neokantianas. Éstas habían enunciado la
existencia de dos tipos de ciencias, vinculados con los dos tipos de clasifi-
cación de los conocimientos establecidos por I. Kant. Uno, que se corres-
ponde con la denominada por Kant «clasificación lógica», en que se inclu-
yen las ciencias sistemáticas, susceptibles de generalizaciones. Otro, identi-
ficado con la «clasificación física» de Kant, que incluye los conocimientos
vinculados con el tiempo y el espacio, que, por su naturaleza singular, sólo
son susceptibles de descripción o narración.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 173

De acuerdo con esta distinción de la filosofía neokantiana en «ciencias


nomotéticas», las basadas en la clasificación lógica, y «ciencias idiográfi-
cas», las sustentadas en la clasificación física, A. Hettner reivindicaba, para
la geografía, el estatuto de ciencia: una ciencia idiográfica. Con ello, Hett-
ner trataba de desarmar los argumentos que descalificaban la geografía
como una disciplina no científica, al restringir su objetivo a la mera des-
cripción de cada singularidad regional, tal y como proponía la escuela fran-
cesa y como predicaba, también, una parte creciente de los geógrafos ale-
manes. El carácter científico de la geografía regional estaría avalado por la
distinción kantiana. La geografía pertenecía a un tipo distinto de ciencia,
con su propio método. Pero no dejaba de ser ciencia.
Con ello se planteaba una geografía corológica. La orientación regio-
nal de la geografía francesa, más pragmática que teórica, adquiere, en Hett-
ner, una justificación conceptual. La geografía se decantaba como una dis-
ciplina de la «organización del espacio» en la superficie terrestre. Un obje-
tivo que la separa de las ciencias de la tierra o naturales. Objetivo que la
convierte en «ciencia de las superficie terrestre según sus diferencias regio-
nales». La geografía como ciencia del espacio, como la historia es la cien-
cia del tiempo. Con ello Hettner desplazaba el centro de la disciplina desde

cir, desde la geografía general a la geografía regional.


la «Erdkunde» (de la Tierra), a la «Lánderkunde» (de los territorios). Es de-

3.2. UNA DISCIPLINA DE LA ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO

La reivindicación del espacio, de la organización del espacio, confiere


a la propuesta de Hettner un perfil renovado, con indudables resonancias
en el desarrollo posterior de la disciplina. Aunque el término tenía antece-
dentes claros en la geografía alemana, sobre todo en Ratzel, la obra de Hett-
ner supuso una elaboración esencial del mismo. Se vincula ahora con el
concepto de organización. Introducía, en el contexto de las hegemónicas re-
laciones Hombre y Medio, una nueva dimensión no siempre explícita con
anterioridad, la del espacio, como materialización física de las relaciones
entre el Medio y el Hombre.
Se identifica con localización: «Únicamente cuando concebimos los fe-
nómenos como propiedades de los espacios terrestres estaremos haciendo
geografía.» De acuerdo con sus postulados, lo que importa a la geografía es
«el carácter de las regiones y de las localidades». Lo que hacía de la geo-
grafía «la ciencia de la organización del espacio».
Para Hettner, la geografía no tiene que ver con la distribución espacial
de los fenómenos, objeto propio de cada disciplina en la que tales circuns-
tancias se dan. Ni la distribución de las plantas, ni la distribución de las len-
guas, o la de las razas, constituye un objeto de la geografía. Hettner recor-
ta así el perímetro de la disciplina. Lo simplifica. Trataba de eliminar una
vieja confusión que había persistido en el período fundacional de la geo-
grafía moderna y que muchos geógrafos mantenían.

174 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía, en su formulación regional, no abandonaba los enuncia-


dos originales. Los reubica. La geografía regional no renunciaba a las rela-
ciones deterministas, al enfoque naturalista de los fenómenos geográficos,
al ambientalismo. El discurso geográfico moderno se mantenía en lo esen-
cial. Hettner plantea el problema en un nuevo marco. La nueva concepción
no significaba renuncia a lo que constituía el centro tradicional de la geo-
grafía humana moderna: las influencias del Medio en el Hombre, o rela-
ciones Hombre-Medio. A. Hettner no elimina esa dirección. Lo que hace es
desplazar el centro de gravedad de la misma.
De acuerdo con los nuevos enfoques de la geografía francesa, traslada
el problema de las relaciones al marco regional. Como él dice: «La mayo-
ría... sólo desean saber la influencia de la Tierra sobre el hombre, cuando
en realidad no se trata de la influencia del conjunto terrestre, sino de la in-
fluencia de las diferencias locales de la superficie terrestre.» Recogía así la
idea de Vidal de la Blache. Se pasaba de lo general a lo singular.
Hettner concibe la geografía en los mismos términos de los fundado-
res modernos. Incluso de forma más directa, sin las correcciones y matiza-
ciones de L. Febvre, a las que parece poco receptivo. Para el geógrafo ale-
mán se trata de «influencias». La dependencia de lo social respecto del en-
torno físico constituye un punto de partida. Como él dice, «el hombre se de-
senvuelve en la naturaleza en el marco de una dependencia... esta depen-
dencia consta de influencias, que el hombre padece, y de estímulos y moti-
vación, que son los que desencadenan sus acciones».
La perspectiva más rica de los vínculos entre el Medio y el Hombre, más
acordes con formulaciones contemporáneas en las ciencias sociales, en que
se introducen componentes de motivación y estímulo, no modifica el am-
bientalismo básico de la formulación de Hettner, que descubre el trasfondo
cultural de esta concepción, bien asentada en la cultura contemporánea.
Para Hettner, sólo determinados aspectos de la vida social escapan al
condicionamiento geográfico y con ello a la consideración de la geografía:
«Los detalles de la constitución y de la administración, la organización de
la vida económica, social y espiritual, la diferente producción artística, lite-
raria y científica, etc., apenas se encuentran condicionados geográficamen-
te, más bien pueden desarrollarse en cualquier lugar. Del estudio geográfi-
co se excluyen, sobre todo, las personalidades, porque la influencia que so-
bre ellas ejerce el medio ambiente es limitada.»
Con ello la geografía se apartaba de las formulaciones de carácter na-
turalista más radicales, aquellas que hacían del ambiente geográfico el cri-
sol del carácter, la clave de las emociones, tal y como postulaban, en esos
años, geógrafos como J. Dantín Cereceda, en España (Dantín, 1942). Dife-
rencias sensibles pero no sustanciales en sus fundamentos.
Hettner, como los geógrafos franceses, ve la geografía humana como una
disciplina dependiente del sustrato físico y, por consiguiente, de la propia ge-
ografía física. Resaltaba «la necesidad de considerar de forma igualitaria en
la geografía a la naturaleza y al hombre [que] sólo es puesta en duda, a de-
cir verdad, por profanos que nunca han profundizado en los problemas geo-
gráficos o que únicamente han cultivado una parte de la geografía».

F LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 175

Un juicio taxativo que descubre una concepción no cambiada. Que se


corresponde con la propia formación física de Hettner. La geografía se man-
tiene como una disciplina a caballo del mundo natural y del social. Una dis-
ciplina peculiar: «No es ni ciencia de la naturaleza ni ciencia del espíritu
sino ambas cosas a la vez.» En expresión del geógrafo H. Wagner, «ciencia
natural con elementos históricos integrados». Una concepción compartida
por la generalidad de los geógrafos contemporáneos.
La conceptualización que proponía A. Hettner hace de la geografía re-
gional el núcleo de la geografía. Coincidía con el enfoque regionalista fran-
cés y las prácticas compartidas de otros muchos miembros de la comunidad
geográfica. El común denominador, que sistematiza la propuesta de Hettner,
es la aceptación de la región como el objeto geográfico por excelencia, y su
análisis -o mejor, descripción-, como el objetivo central de la disciplina.
La «región geográfica» permitía articular el discurso de las «relaciones
Hombre-Medio» y objetivarlo. La región geográfica moderna expresa la in-
fluencia del medio sobre el hombre de un modo directo y objetivo. Propor-
cionaba a la geografía un objeto específico y un campo propio, a salvo de
las competencias de las disciplinas fronterizas. El núcleo de la disciplina era
la «región». Un concepto central de la nueva geografía, una construcción
geográfica que pretendía superar y desbordar la simple noción de «región»
tal y como ésta se ha manejado en la cultura espacial de Occidente.
La región se consideró el espacio geográfico por excelencia, el que es-
tablece el específico dominio de la geografía. Como consecuencia, la geo-
grafía regional aparecía como la expresión misma de la Geografía. El estu-
dio regional se convertía en el objetivo y la culminación del trabajo geo-
gráfico. Se invertía el sistema positivista de organización de la geografía y
con ello las relaciones entre la geografía regional y la geografía general.
La geografía general se integraba como un simple instrumento prope-
déutico destinado a proporcionar al geógrafo las herramientas de diverso
orden -conceptuales, técnicas, taxonómicas, etc.- necesarias para el de-
sarrollo del objetivo esencial: la síntesis regional.
La estructura de los planes de estudio que se impusieron en la uni-
versidad descubre bien esta concepción, en la medida en que las materias
de carácter general precedían a las de carácter regional. La propuesta de
A. Hettner proporcionaba una estructura epistemológica coherente a la
disciplina de acuerdo con los postulados de la filosofía neokantiana.

3.3. LA JERARQUÍA DEL CONOCIMIENTO GEOGRÁFICO: DE LO GENERAL A LO REGIONAL

Hettner sistematiza los componentes disciplinarios, o subdisciplinas, y


establece su valor metodológico: establece la estructura de la geografía
como ciencia. Reduce el cuerpo geográfico a las disciplinas que de forma
directa aparecen implicadas en la descripción regional. Prescinde de aque-
llas que, aunque de tradicional consideración en la geografía, carecen de
vínculos reales con el objeto de la geografía, como es el caso de la geogra-
fía matemática y la geofísica.

176 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Perfila el contorno de una geografía más próxima a nuestra percepción


moderna: morfología (geomorfología), geo-hidrografía, geografía de los ma-
res, climatología, geografía de la flora y de la fauna, y geografía humana.
Como subdisciplinas de ésta, la geografía de las razas y los pueblos, la geo-
grafía de los estados, la geografía del poblamiento, la geografía del transporte,
la geografía militar, la geografía económica y la geografía de la cultura ma-
terial (geografía cultural). Y como una rama aparte, la geografía histórica,
concebida más como la geografía del pasado que como una subdisciplina.
La construcción de Hettner representa un esfuerzo por dar cohesión a
la dispersa práctica geográfica, y por acotar el campo geográfico, de difícil
delimitación en los espacios fronterizos de la vieja cultura geográfica. Resi-
duos de esa permeabilidad son, en la estructura geográfica de Hettner, la
geografía de la cultura material, o geografía cultural. Descubre los estrechos
lazos de la geografía con la antropología durante mucho tiempo, al igual
que la geografía de las razas y los pueblos. Así como la geografía militar,
que evidencia el secular maridaje de la geografía con el dominio estratégi-
co y el control del espacio, en el marco de la geografía política de Ratzel.
Descubre el progresivo desplazamiento de la disciplina hacia el campo
académico. Subdisciplinas como la geografía militar y la geopolítica o geo-
grafía de los Estados, con sus connotaciones políticas y estratégicas -que
Hettner muestra de modo directo en relación con los intereses de su país,
Alemania-, indican que ese esfuerzo de la comunidad académica universi-
taria por desprenderse de componentes comprometidos no ha cristalizado
por completo, en el tercer decenio del siglo xx. El cierre académico de la
geografía no tendrá lugar hasta después de la segunda guerra mundial, que
facilitará el proceso de depuración interna de la geografía.
Hettner procede a esta labor de acotado y, de forma paralela, realiza una
distribución metodológica. La geografía como disciplina se estructura de
acuerdo con el proceso de conocimiento y con los objetivos atribuidos a la dis-
ciplina. Por una parte, la geografía general, en que se reúnen los diferentes co-
nocimientos sistemáticos, sectoriales, en el ámbito de las ciencias naturales y
sociales. Configuran los espacios que confluyen en ella, de acuerdo con los ele-
mentos inorgánicos, orgánicos y humanos que componen el espacio regional.
Son conocimientos sectoriales que permiten entender el entramado fí-
sico y social del espacio. Hettner les otorga un valor propedéutico. Son ne-
cesarios y previos en la formación geográfica. Tienen un carácter instru-
mental. Son los que facilitan al geógrafo el acceso a la composición regio-
nal, a la descripción comprensiva del conjunto espacial singular.
El análisis regional, o mejor dicho, la síntesis regional, de acuerdo con
el enunciado que acuña la geografía regional alemana, constituye el mo-
mento del conocimiento geográfico en sentido estricto. Esta jerarquización
y progresión del conocimiento y del trabajo geográfico representa una in-
versión paradigmática del proceso de conocimiento, tal y como lo susten-
taba la ciencia positiva del siglo XIX. Suponía, en la perspectiva de los geó-
grafos regionalistas, el específico método de la geografía. Hettner comple-
taba así la construcción teórico-metodológica de la geografía regional. Un
proyecto alternativo a la geografía humana o antropogeografía.
LA FUNDACION DE LA GEOGRAFIA

El nuevo discurso geográfico que los geógrafos europeos oponen al pos-


tulado por los geógrafos americanos de W. Davis se introdujo también en Es-
tados Unidos. La recepción de la concepción y discurso regionales, por la vía
de Hettner y por la de la geografía francesa, a través de Brunhes, confirió a
la geografía regional, y a la concepción corológica, un notable crédito. Un
geógrafo americano, R. Hartshorne, formuló los nuevos principios teórico-
metodológicos en 1939. Su obra, On Nature of Geography, representaba la
bandera de la geografía regional en el país de la geografía naturalista. Del
mismo modo que penetran concepciones más radicales desde la perspectiva
epistemológica y conceptual de la geografía, vinculada con el paisaje.

4. La geografía como arte: el paisaje

La propuesta de A. Hettner, de rango académico, no cerraba el discur-


so geográfico de perfil alternativo. Desde Alemania e Italia, en los años de
entreguerras, surgieron propuestas más radicales desde la perspectiva opues-
ta al racionalismo científico. Se abogaba en ellas por una geografía al mar-
gen de la ciencia. Se rechazaba el objetivo de enunciar leyes, la búsqueda de
regularidades, la pretensión de sistema, la determinación de un método.
Se reclamaba el carácter «artístico» de la geografía. Se concebía la geo-
grafía como una disciplina estética, vinculada a la mera descripción singular,
al disfrute emocional, a la sensibilidad del sujeto. Se propugnó una geogra-
fía entendida como arte expresivo. La geografía como ejercicio literario, fru-
to de una percepción o vivencia global, estética e intuitiva del entorno, del
paisaje.

4.1. LA INFLUENCIA IRRACIONALISTA: LA RENUNCIA CIENTÍFICA

Esta tendencia aparece en Alemania y se recoge en Italia como «geo-


grafía artística». Está vinculada a geógrafos como E. Bance, alemán, y
D. Gribaudi, italiano. Expresaba, de forma radical, la oposición a todo mé-
todo científico y a toda racionalidad. Manifestaba la penetración de las fi-
losofías vitalistas en el edificio geográfico y pone de manifiesto la permea-
bilidad de la comunidad geográfica respecto de la evolución cultural del pri-
mer tercio del siglo XX. La influencia de las filosofías de carácter existencial
y vitalista alienta alternativas anticientíficas en el marco de las disciplinas
sociales o humanas. La geografía no escapó a estas influencias.
La geografía del paisaje constituye, en sus formulaciones más radica-
les, las de la Geografía Artística, una alternativa a la sistematizada concep-
ción de A. Hettner. Este no renunciaba al carácter científico de la discipli-
na. La propuesta de Hettner expresaba el sentir de un conjunto de geógra-
fos que pretendían mantener a la geografía como un saber metódico, cien-
tífico. Una concepción que comparten y propugnan autores como V. Kraft,
para el que la geografía se concibe también como ciencia y se proyecta en
la doble perspectiva analítica o general y regional o sintética.

178 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La alternativa artística significaba la renuncia al carácter científico y


la reivindicación de un tipo de conocimiento subjetivo en el mismo plano
que el de la ciencia. La geografía como un arte, como un modo de ver -un
punto de vista- y una actitud ante el medio natural. Éste era entendido
como una compleja y única realidad irrepetible, como lo pudiera ser una
puesta de sol o una tormenta. La geografía era concebida como disciplina
de los espacios únicos o regiones paisaje, como la historia se convierte pa-
ralelamente en disciplina de los tiempos únicos.
La «geografía artística», como se denominó, se presentaba, en esos
años, como otra dimensión en el proyecto de fundar una disciplina geográ-
fica. O mejor dicho, en el proyecto de alcanzar una geografía auténtica.
Ésta no corresponde a la geografía analítica o general, a la que niegan la
condición de geografía, sino a la regional. En este caso al margen de toda
concepción científica, aspecto que le distingue de las propuestas de A. Hett-
ner y V. Kraft.
Para los geógrafos de esta corriente, «el objeto de la geografía debe li-
mitarse al estudio de la superficie terrestre elevando a la dignidad de for-
ma artística las descripciones, mostrando la relación armónica de los ele-
mentos de cada región». Bajo estas formulaciones late una concepción or-
ganicista que tiende a identificar la región, su paisaje, como un organismo
o totalidad, cuyo desarrollo y funcionamiento constituyen el objeto del geó-
grafo. La geografía derivaba hacia una disciplina cuyo objeto sería descri-
bir y trazar una imagen de «la vida de los hombres, pueblos o nacionalida-
des» que resultan de las condiciones naturales del lugar que ocupan, y de
la propia acción y aptitudes de los habitantes.
La geografía del paisaje representa la deriva hacia la geografía históri-
ca y cultural, con el estudio del paisaje, o morfología del paisaje, como eje
de atención. Se fundaba en la concepción del paisaje como síntesis y resul-
tado de la acción cultural. La concepción de la geografía como disciplina
del estudio de áreas, es decir, paisajes, se formuló de forma directa: «El área
o el paisaje es el campo de la geografía.»
Imagen identificada con la unidad geográfica, el país o región, con fi-
sonomía propia, singular, dotada de personalidad geográfica. La personali-
dad geográfica de la región es el objetivo que el geógrafo debe buscar y que
sólo puede lograrse por medio de la descripción creadora. Crear, mostrar,
esta individualidad o personalidad, poniendo de manifiesto el conjunto de
los elementos que la constituyen, es la labor del geógrafo. Cuando lo logra
«hay arte». La descripción aparece como una obra de arte: «Ésta es la últi-
ma y superior finalidad del trabajo del geógrafo.»
La geografía es entendida como arte expresivo y como ejercicio litera-
rio, fruto de una percepción o vivencia global, casi estética e intuitiva del
entorno, del paisaje. La geografía se transformaba en disciplina de los es-
pacios únicos o regiones paisaje. El enfoque regional y las propuestas del
paisaje como objeto relevante de la geografía se confunden y adquieren ca-
rácter equivalente. La región se identifica con el paisaje y el paisaje define
la región. La identidad de fondo entre el concepto regional y el de paisaje
permitió la confusión entre ambos conceptos y orientaciones.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 179

4.2. LA REGIÓN PAISAJE: LA IDENTIDAD SOC]

El paisaje representa un momento sensorial a través del cual el sujeto


capta la totalidad de un área. El paisaje identifica la percepción visual y las
impresiones emocionales que el individuo y las colectividades tienen de su
propio país. El paisaje identifica, en la mejor tradición idealista hegeliana,
la simbiosis entre raza, civilización y territorio. En su formulación más ra-
dical, la de autores como Bance, la geografía del paisaje, se confundirá con
la ideología nazi.
Conceptos clave desde una perspectiva epistemológica de la geografía
moderna en su versión clásica, como «totalidad», «homogeneidad», «globa-
lidad», se insertan en el discurso geográfico, a través de geógrafos como
Gradman, Granó y Volz. El paisaje geográfico identificaba esta totalidad y
globalidad, expresa la homogeneidad. Proporcionó a la geografía regional
una proyección más allá del simple análisis geográfico.
El paisaje se introduce en la geografía de la mano de geógrafos como
Slütter, historiador de formación, y Passarge, médico. Críticos con el enfo-
que positivista de carácter ambiental, formularon una inversión metodoló-
gica. La geografía del paisaje se funda en la consideración de las unidades
culturales existentes como el punto de partida de la indagación geográfica
sobre la influencia de los factores físicos. La morfología del paisaje se con-
vierte en el objetivo de la investigación geográfica, de acuerdo con una pers-
pectiva genética, es decir, histórica, según un enfoque inspirado en la geo-
morfología.
La región adquirió a través del paisaje una dimensión social e históri-
ca: identificó el área de una cultura y a través de ella el área propia de la
colectividad histórica que la ha generado. El paisaje supone la decantación
de valores y atributos propios de una nación. La geografía regional se im-
brica e implica así en un discurso ideológico, el de la personalidad nacio-
nal, el del nacionalismo. No es casual que el descubrimiento de la nueva geo-
grafía regional, la geografía del paisaje, en España, se haga, como es bien
sabido, en Cataluña.
La aportación catalana a la renovación de la geografía española en el
período anterior a la guerra civil, de la mano de Pau Vila, es esencial. No
es ajena, con toda probabilidad, a la conciencia nacional catalana, para la
cual la nueva concepción regionalista representaba una opción operativa,
satisfactoria. Hacía posible la identificación de Cataluña como totalidad geo-
gráfica. Una perspectiva imposible desde la concepción naturalista.
Entre el «determinismo» positivista que subyace en las regiones natu-
rales y el «hegelianismo» del paisaje como expresión de la identidad nacio-
nal, el discurso regional mantiene a lo largo de un prolongado período de
tiempo una primacía notoria. Distingue una etapa que ha podido ser defi-
nida como la de la geografía clásica, en cuanto geografía modélica. Tuvo,
no por casualidad, su máximo ejemplo en la Francia y Alemania de entre-
guerras, con una sensible prolongación en los decenios siguientes.
La confluencia de la concepción paisajística y de la regional hizo posi-
ble un discurso similar asentado en la confusión. El paisaje se introdujo en

180 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

la geografía regional, sobre todo en Francia y su área de influencia intelec-


tual. Y la idea de una geografía del paisaje equivalente a geografía regional,
y del paisaje como el objeto de la descripción regional se generalizó, en el
marco de la geografía regional definida por Hettner.
De modo paradójico, el esquema de Hettner sirvió para consolidar un
enfoque y concepción que el geógrafo alemán no compartía. Se pierde, en
cambio, el concepto de Geografía Artística, demasiado identificada con la
geografía del fascismo en la Europa de entreguerras.
No obstante, para muchos geógrafos, la concepción de la geografía
como arte se mantuvo tras la segunda guerra mundial. Figuras destacadas
de la moderna geografía, como H. Baulig, Max Sorre y P. Birot, compartie-
ron y defendieron esa naturaleza y método de la disciplina. Por otra parte,
la idea de que la labor del geógrafo tiene que ver con el arte mantiene su
vigencia en la actualidad, incluso en geógrafos de orientación positivista
( Haggett, 1995).

5. Un proyecto frágil

Al terminar el primer tercio del siglo XX , estos discursos, que com-


parten una concepción común de la geografía como disciplina de las re-
laciones o influencias del Medio en la Sociedad, discrepan en la filosofía
del conocimiento con que debe ser abordada. Discrepan sobre el método
que debe emplear, sobre la concepción de la ciencia y sobre la naturaleza
del conocimiento geográfico. Bajo estas aparentes discrepancias de natu-
raleza geográfica subyacían discrepancias ideológicas y filosóficas de ma-
yor calado.
A mediados del siglo XX la geografía moderna no había logrado conso-
lidar su proceso de fundación como una ciencia. No había logrado construir
un discurso aceptado por la generalidad de la comunidad geográfica. Per-
manecía sin claro estatuto científico, sin un campo de conocimiento dife-
renciado, sin haber fijado un objeto propio. Lo apuntaba un destacado geó-
grafo francés al referirse a la geografía humana: «uno de sus problemas más
inquietantes es el de su autonomía científica; otro, el de sus límites; otro, el
de la fijación de su contenido propio» (Deffontaines, 1960). 0 lo que es
igual, la geografía se encontraba como al principio.
La comunidad geográfica universitaria buscaba definir los fundamen-
tos epistemológicos de la geografía y construir un objeto. Las dificultades
para la definición de esa geografía científica fueron múltiples. Al cabo del
tiempo resultaron ser insuperables. La concepción de la geografía se dis-
grega progresivamente respecto de la aparente unidad de los enunciados
iniciales. Sin que llegue a constituirse una geografía compartida desde la
perspectiva teórica y metodológica, se perfilan, en cambio, concepciones
encontradas de la misma.
Bajo la común denominación de geografía coexisten, al acabar el pri-
mer tercio del siglo XX, un complejo conjunto de propuestas. Sin renunciar
a la idea básica de una disciplina de las relaciones Hombre-Medio, que

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 181


constituye el eje diamantino de la moderna geografía, ésta camina, a lo lar-
go del siglo actual, por sendas dispares, que responden a múltiples pro-
puestas teórico-metodológicas.
Explícitas o implícitas, las filosofías e ideologías que surcan la cultura
europea del final del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX marcan el cur-
so de la geografía y del debate geográfico. Los problemas geográficos ad-
quieren sentido en el marco y a la luz del pensamiento y de la cultura oc-
cidental. Los debates geográficos traslucen el debate de fondo que protago-
niza la sociedad y que se presenta como una confrontación ideológica y fi-
losófica en el marco de las concepciones de la ciencia y del conocimiento.
Se enfrentan marcos alternativos para la ciencia en general y para las
disciplinas humanas o ciencias sociales, en particular. Todas esas pro-
puestas se enmarcan en las tres grandes corrientes del pensamiento occi-
dental que se han disputado la hegemonía intelectual durante el siglo XX :
el racionalismo positivista, el racionalismo dialéctico y las filosofías idea-
listas del sujeto.
CAPÍTULO 10

FILOSOFÍA Y CIENCIA.
RACIONALISMO E IRRACIONALISMO

El desarrollo de la Geografía no se separa del que ha presentado la pro-


pia filosofía de la ciencia contemporánea, ni del que ha caracterizado la
evolución del pensamiento occidental. No existe autonomía histórica del
pensamiento geográfico, en cuanto a las coordenadas conceptuales y teóri-
cas, en cuanto a su encuadre intelectual. Como se ha dicho, «la Geografía
no existe en un vacío cultural; sus ideas y conceptos son influidos por el es-
pectro más amplio de la filosofía científica» (Davies, 1972).
Es lo que justifica, y lo que impone también, el prestar atención a
esas referencias filosóficas que se encuentran tras los discursos y tras las
prácticas de los geógrafos. En relación con las cuales es factible entender
la evolución de la disciplina y de sus ideas y el estatus de sus campos o
áreas. Es decir, tener en cuenta los que han sido los amplios horizontes
culturales en los que la geografía como disciplina de nuestro tiempo se ha
desenvuelto.
Los discursos específicos, que presentan la historia de la geografía mo-
derna en torno a cuestiones geográficas, como el «determinismo» y el «po-
sibilismo», por poner ejemplos destacados de la etapa inicial, encubren,
bajo esa aparente especificidad, el debate filosófico coetáneo, en el que está
i nmersa la sociedad occidental desde finales del siglo XIX .
Sólo en ese contexto histórico logran sentido tanto la ciencia como la
filosofía, así como nuestros conceptos fundamentales, nuestras ideas, lo
mismo las que nos parecen propias como geógrafos, que las que atribuimos
al entorno científico. Lo que explica la aparición de la geografía como dis-
ciplina «moderna» es, precisamente, el que entronca con las preocupacio-
nes y se sitúa en las coordenadas del mundo «moderno». Forma parte de lo
que se ha llamado «modernidad».
El término «moderno» tiene un uso histórico variado. Su origen, como
apuntaba J. Habermas, se remonta al siglo v. Se utilizó, entonces, para se-
parar el mundo cristiano de su antecedente pagano. Su uso actual respon-
de a una elaboración cultural que se decanta en el siglo XVIII , con la Ilus-
tración. Su formulación cultural e ideológica corresponde al empleo que del

1 84 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

mismo se hace en la Europa del siglo XVII y en la centurias siguientes, para


marcar los cambios, para afirmar y destacar la diferencia, en relación con
los tiempos precedentes.

1. La modernidad: la episteme científica

El concepto de modernidad corresponde con la imagen que la sociedad


capitalista construye sobre sí misma en el momento en que se consoli-
da como tal. Es una afirmación frente al pasado, un acto de legitima-
ción, como alternativa histórica de progreso y una justificación de futuro.
Adquiere, en este aspecto, una dimensión cultural.
Es una forma de afirmación de la nueva sociedad que surge y se afian-
za en ese período. Afirmación frente a la sociedad tradicional, en la medi-
da en que ésta mantenía, en esa época, la hegemonía social, política y cul-
tural. Afirmación de los presupuestos propios, la razón y la experiencia,
frente a los de autoridad, reconocidos con anterioridad. Afirmación, por
tanto, de la ruptura con el pasado y con lo que representaba ese pasado. El
concepto de «modernidad» se acuña para identificar los tiempos nuevos que
se abren con el desarrollo de la burguesía y del capitalismo. La conciencia
de lo nuevo domina el pensamiento de los contemporáneos (Rossi, 1997).
La modernidad justifica el cambio estético, la reivindicación de lo
novedoso, la ruptura de los cánones, la propuesta de nuevos patrones,
como lo evidencia el movimiento plástico y literario de la segunda mitad
del siglo XIX . La modernidad significa la legitimidad cultural para ade-
cuar las superestructuras ideológicas a las condiciones de la sociedad ca-
pitalista, que es una sociedad industrial, una sociedad burguesa, una so-
ciedad urbana.
Cada una de estas instancias identifica un nivel de modernidad, una
forma de manifestarse ésta, de tal modo que la modernidad adquiere una di-
mensión polifacética. Trasciende desde la modernidad productiva -indus-
trial- a la modernidad social -democrática-, la modernidad arquitectó-
nica -funcionalismo industrial- y a la modernidad estética. Instancias au-
tónomas en su desarrollo y discontinuas en el tiempo.
Se caracteriza por la creencia en la racionalidad del comportamiento
humano y por la confianza en la experiencia como fuente de conocimiento.
Un complejo marco que identifica la modernidad y que constituye, a lo lar-
go del tiempo, la base ideológica de la sociedad industrial y del estado li-
beral. Se distingue por la dimensión técnica, es decir, práctica, que hace del
saber una herramienta de cambio, de transformación y dominio de la na-
turaleza. El fundamento de este giro copernicano respecto del mundo an-
terior es la definición de un nuevo tipo de conocimiento, la ciencia.
La ciencia inaugura un nuevo mundo, identifica el mundo moderno. La
ciencia moderna sustentaba un nuevo orden social, nuevas formas económi-
cas, renovadas y antagónicas formas políticas y una nueva cultura. La ten-
sión entre estas nuevas perspectivas y la realidad social existente, preexisten-
te, es un rasgo destacado del tránsito entre el mundo antiguo y el moderno.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 185

1.1. MODERNIDAD Y RAZÓN: LA RAZÓN CIENTÍFICA

La Edad Moderna se define en torno al desarrollo de un nuevo tipo de


conocimiento, esto es, la aparición de la «Nuova Scienza», es decir la cien-
cia de Galileo. La «nueva ciencia» se convierte en patrón y arquetipo no
sólo del conocimiento sino de la propia sociedad.
La ciencia aparecía como un instrumento para ordenar y hacer inteli-
gibles las experiencias sensibles. Reducir el conjunto de sensaciones a un
orden: la explicación científica consiste en ordenar en un conjunto inteligi-
ble la desordenada complejidad de la experiencia. Como indicaba Lévi-
Strauss, sustituir lo menos inteligible por algo más inteligible. Un orden
vinculado a la labor del científico que éste identifica con el propio orden
profundo de la naturaleza, subyacente al caos aparente.
Conocimiento científico que se contemplaba como el fundamento de
una nueva época, caracterizada por el dominio de la Naturaleza, por la con-
secuente victoria sobre la escasez y la miseria, sobre el arbitrio natural. Co-
nocimiento que parecía asegurar la posibilidad de la progresiva liberación
de la humanidad del hambre y la calamidad y asegurar la emancipación de
cada persona y de la sociedad en su conjunto.
La ciencia moderna no era sólo una forma renovada de conocimiento
más seguro. Era un argumento, una ideología. Un argumento frente a las
viejas seguridades asentadas sobre la creencia religiosa, sobre la autoridad
de los textos revelados, sobre la permanencia de las verdades teológicas; un
argumento frente a la vieja filosofía. Una ideología que identificaba el pro-
yecto de futuro de nuevas fuerzas sociales en pleno desarrollo y expansión
y que se manifestaba como una nueva y distinta concepción del mundo, con
un lenguaje propio, con su propia visión del pasado.
Como ideología triunfante, quebraría las viejas seguridades, trastorna-
ría el orden tradicional e impondría la seguridad de sus principios. Se cons-
truía sobre las ruinas de lo antiguo. De ahí el carácter traumático y la con-
dición conflictiva en que se impone. «Las heridas de la ciencia», como se
ha dicho, forman parte de la modernidad (Peset, 1993).
La modernidad ha girado en torno a la cultura científica, a la apari-
ción de la «ciencia» moderna, a su estrecha implicación con la condición
social de los hombres. La ciencia tiene naturaleza práctica y utilitaria, es
decir transformadora. Los saberes científicos han permitido plantear de
manera distinta, radicalmente distinta, la histórica relación entre el mundo
social y la naturaleza. La aparición de la ciencia moderna entraña algo más
que especulación y mucho más que teoría: supone acción. Y como tal ac-
ción se inscribe de inmediato en la vida social.
En este aspecto su influencia penetra hasta el último rincón no sólo fí-
sico sino también anímico del mundo. Transforma al hombre social en de-
miurgo, y convierte al individuo más vulgar en encarnación cotidiana de los
mitos clásicos. Lo que para los antiguos o premodernos sólo podía imagi-
narse como propio del espacio mítico y como atributo de los seres superio-
res ubicados en ese meta-espacio, para el hombre de la modernidad se con-
vierte en rutinaria experiencia. El sometimiento de la naturaleza a los de-

186 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

signios humanos da forma a toda la cultura de los tiempos modernos. Una


cultura de la seguridad, de la confianza en la razón.

1.2. DE LA SEGURIDAD A LA DESCONFIANZA: EL DILEMA DE LA MODERNIDAD

La cultura de la modernidad es una cultura científica, tanto en lo que


tiene de aceptación de la misma como de suspicacia y reserva ante ella. Or-
tega y Gasset destacaba el cambio cultural que representa la modernidad en
cuanto a la actitud ante la realidad. Lo que para el antiguo está regido por
el Orden y por ello constituye un Mundo o Cosmos, fuente de confianza,
para los modernos se transforma en puro Caos, al que se aproximan desde
la sospecha. Reflejaba el filósofo español la actitud de desconfianza en la
razón y en la ciencia que se desarrolla de forma casi paralela a la cultura
racionalista y al culto a la ciencia.
Todo gira en torno a la ciencia. El término «científico» adquiere el ca-
rácter de instrumento de validación o de descalificación social: «un térmi-
no fetiche con la mágica propiedad de resolver cualquier discusión», como
se lamentaba Hartshorne, ya en nuestro siglo. Y como manifiestan autores
como Russel, al referirse a la «sacralización de la ciencia, consecuencia de
la secularización de la sociedad y de la sustitución de la religión institucio-
nal por la ciencia», que da fundamento al «uso de la ciencia como un ar-
gumento para justificar o rechazar cambios en la sociedad».
La modernidad configura el horizonte general de la cultura occidental
y universal como una cultura de la razón científica y práctica. La confian-
za en la ciencia y en la razón constituyen el fundamento de la sociedad mo-
derna. Se les considera los instrumentos para el conocimiento seguro de la
realidad, de una realidad objetiva, para su dominio y transformación en be-
neficio de la propia sociedad.
Razón y ciencia debían garantizar la construcción de un mundo de jus-
ticia, basado en valores universales, constituido por seres libres e iguales,
organizado socialmente según los principios de un contrato social equitati-
vo, regido por leyes surgidas de la propia razón y del interés individual. La
libertad, la igualdad, la educación, la solidaridad, se conciben como expre-
siones de la racionalidad. Una meta posible a través del progreso social, que
caracteriza el optimismo universal que distingue la modernidad en sus ini-
ciales propuestas.
La modernidad se construye también, en paralelo y por reacción, so-
bre la inseguridad y desconfianza respecto del mundo real, sobre la per-
manente interrogación sobre nuestra capacidad para conocer esa realidad,
en la cual se está actuando en proporción incomparable respecto de otros
tiempos, premodernos. Se desconfía de la razón y de la ciencia. Se consi-
dera que la razón ha sido transformada, de hecho, por la ciencia positiva y
por la sociedad burguesa, en mera razón instrumental. Es lo que criticaban
los filósofos de la llamada Escuela de Franckfurt.
En torno a la ciencia moderna se han construido espacios culturales
muy diversos, como concepciones del mundo enfrentadas. Inspira lo mis-

1 LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 187

mo las formas de cultura vinculadas a su propio desarrollo y glorificación,


como las manifestaciones ideológicas que crecen en la resistencia o con-
testación a su imperio. La problemática del conocimiento humano y la
condición social de los seres humanos plantean al desarrollo científico nu-
merosos interrogantes. A la inversa, la práctica científica constituye una
fuente permanente de interrogación, tanto en lo que respecta a la demar-
cación del problema del conocimiento como en lo que atañe a las condi-
ciones sociales del ser humano. La modernidad aparece como una cultu-
ra dialéctica, en torno al problema del conocimiento humano y, en par-
ticular, científico.
Desde el siglo XVII, la filosofía occidental ha centrado progresivamente
sus preocupaciones y problemática sobre la cuestión del conocimiento.
Como se ha dicho repetidamente, la filosofía se reduce, cada vez más, a una
Filosofía del Conocimiento. Deja de lado las seculares especulaciones me-
tafísicas, como reconocía y resaltaba Engels a finales del siglo pasado, al
constatar que de la filosofía tradicional no sobrevivía más que la «teoría del
pensar y de sus leyes».
Kant es el gran representante de esta nueva dirección de la filosofía
moderna. En torno a esa problemática, suscitada sobre todo por el desa-
rrollo de lo que se conoce como la ciencia moderna, se confrontan y defi-
nen, de manera paulatina, dos grandes líneas de pensamiento. Las filoso-
fías e ideologías científicas y racionalistas, positivas y las irracionalistas o
vitalistas, subjetivas, forman parte de la misma modernidad.
Por un lado, la corriente que podemos considerar emparentada con la
expansión científica que se convierte en referencia principal para el proce-
so del conocimiento humano en general, y para el científico en particular,
entendido éste como una forma «superior», crítica, o más segura, respec-
to del «conocimiento vulgar». En esta corriente se encuadra, tanto la filo-
sofía «empírica» del conocimiento, de raíz inglesa, en sus primeras formas,
como la filosofía «racionalista» del conocimiento, que caracteriza las pos-
turas de los filósofos de la Ilustración francesa y cuyo origen se encuentra
en R. Descartes.
Son filosofías materialistas, de materialismo aristotélico y de mate-
rialismo moderno, que comparten el realismo y la creencia común en la
racionalidad de la Naturaleza y del Sujeto pensante. La «modernidad»
arraiga en una cultura materialista basada en la convicción fundamental
de la existencia de un mundo objetivo y real independiente de la razón hu-
mana, identificado con la Naturaleza o mundo material. La modernidad
se asienta en un materialismo realista, en el empirismo que se sigue del
mismo, en el principio de racionalidad del mundo objetivo y del propio
pensar humano.
Sin embargo, dos grandes corrientes de pensamiento propias de la mo-
dernidad difieren en la consideración del procedimiento o medio por el que
la razón humana adquiere el conocimiento del mundo material. Ambas co-
rrientes comparten la creencia en el conocimiento científico como conoci-
miento verdadero. Una y otra comparten la idea de la racionalidad del mun-
do objetivo.

188 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Contemplan de forma diferente el papel de la razón, es decir, de la ca-


pacidad pensante del sujeto humano, en el proceso de conocimiento. No po-
nen el acento del mismo modo en cuanto al significado de la experiencia y
de las sensaciones en ese proceso de conocimiento. De una parte, se hace
hincapié en la primacía de la razón; de la otra, en la de la experiencia. Ra-
cionalismo y empirismo constituyen las dos formulaciones más destacadas
de la filosofía del conocimiento científico.
A pesar de la oposición entre ambas, una y otra comparten, de hecho,
la idea de un mundo racional, objetivo. Una y otra confieren a la experien-
cia y la razón pensante un papel determinante en el proceso del conoci-
miento. Una y otra forman parte de lo que podemos considerar filosofías
materialistas y realistas modernas. Es lo que explica su evolución a lo lar-
go de los últimos cuatro siglos. Y lo que explica que una y otra se identifi-
quen, hoy, con la modernidad científica. Racionalismo y empirismo se con-
funden como fundamento de la racionalidad ilustrada, del pensamiento ca-
racterístico de la Ilustración.

2. El conocimiento científico: racionalismo y empirismo

La «modernidad» nace de la mano de la Razón, dirimente final de


nuestro conocimiento, como apuntara Descartes. La Razón, con mayúscu-
las, representa, bajo diversas formas, una alternativa a la concepción teoló-
gica propia de la premodernidad. El hombre moderno identifica el «orden»
científico basado en la razón, en el orden natural. La racionalidad es el fun-
damento de la ciencia y el atributo de la Naturaleza. Ésta constituye el re-
ferente de la razón humana.
La modernidad se ha identificado con el imperio de la razón, que se
ha manifestado en todos los campos de la vida social, desde la cultura al
orden político. Se ha traducido en la creencia aceptada socialmente de que
el conocimiento objetivo es posible y que la experiencia y la razón consti-
tuyen el fundamento del conocimiento científico. Esferas tan diversas como
la filosofía, la antropología, la epistemología, las relaciones políticas, han
quedado afectadas por las nuevas ideas (Friedman, 1989).
La «racionalidad» como medida de todas las cosas constituye la mo-
dernidad. En su expresión más rigurosa, o estricta, se confunde con la «ra-
cionalidad científica», en cuanto racionalidad y conocimiento científico se
identifican. La convicción en la constitución racional del mundo y su apre-
hensión por medio de la observación o experiencia del Sujeto constituye
una característica de la actitud de la modernidad y sustenta el discurso mo-
derno (Albanese, 1996).
Hasta la propia filosofía se transmuta. Abandona sus seculares espa-
cios de la metafísica, su preocupación por las esencias, su interés por los
«porqués». Se transforma en «filosofía del conocimiento», interesada por el
«cómo», reconociendo así la hegemonía de la nueva señora, la ciencia.
La creencia en un mundo objetivo, exterior, e independiente del suje-
to, y en el carácter ordenado y racional del mismo es un fundamento de la

R
LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 189

nueva actitud. De igual modo, se considera que la razón humana permite


descubrir, a través de las experiencias, ese orden natural. El racionalismo
es el soporte de la modernidad y se sustenta en ese convicción sobre la ra-
cionalidad de la naturaleza y sobre la capacidad de la razón humana.
Esta convicción compartida presenta, desde la perspectiva de la inter-
pretación del proceso de conocimiento de la realidad objetiva, dos formu-
laciones distintas, conocidas como racionalismo y empirismo. En el primer
caso se pone el acento en la razón humana como herramienta ordenadora
de las experiencias. Es la capacidad lógica de la mente la que hace inteligi-
ble el mundo de las experiencias. En su expresión más radical, ubica el or-
den natural en la razón. En el segundo se hace hincapié en la primacía de
la experiencia como fuente del conocimiento. Son los datos de los sentidos,
las percepciones, los que permiten el conocimiento objetivo, los que pro-
porcionan el orden natural.

2.1. RAZÓN Y CONOCIMIENTO: EL RACIONALISMO MODERNO

El pensamiento racionalista moderno arranca de R. Descartes (1590-


1650) y adquiere su máxima expresión en el siglo ilustrado. Su punto de par-
tida era la creencia en la capacidad de la mente para conocer. El racionalis-
mo cartesiano parte de una dualidad y de una convicción. La dualidad res-
pecto de naturaleza y sujeto -mundo material y razón-, como dos mun-
dos distintos. Constituye el fundamento de la filosofía del conocimiento que
hace del pensar del sujeto -de la razón- el fundamento de la seguridad del
acto de conocer, de acuerdo con el postulado cartesiano, cogito, ergo sum
(pienso, luego existo). Un postulado que suponía la constitución del denomi-
nado sujeto racional. La convicción es que la realidad objetiva -el mundo
exterior- es inteligible y que la razón puede alcanzar esa realidad.
La razón individual se convierte en la clave del conocimiento riguroso,
del conocimiento seguro, es decir, del conocimiento científico. La razón per-
mite reducir a términos inteligibles las experiencias sobre un mundo exte-
rior real y racional. De acuerdo con los supuestos de la concepción carte-
siana, los objetos empíricos, es decir, el mundo objetivo, las cosas, sólo pue-
den conocerse a partir de la capacidad de la razón para ordenar o estruc-
turar las sensaciones.
Los sentidos nos proporcionan sonidos, imágenes, experiencias tácti-
les. Lo que convierte estas sensaciones en conceptos y cualidades es la men-
te, en el proceso de pensar. Es la facultad pensante la que configura el mun-
do de ideas asociado con las experiencias. No son las representaciones sen-
sibles las que nos proporcionan nuestra imagen del mundo, sino nuestra ca-
pacidad o facultad de pensar.
Esta facultad, identificada con la razón, que se interpone en el pro-
ceso de conocimiento opera como una ratio ordenadora y calculadora.
Nuestras experiencias se encuentran mediatizadas por nuestra capacidad
racional para estimar, calcular, ubicar, es decir, para deducir. El raciona-
lismo cartesiano contempla el proceso de conocimiento a partir de nues-

190 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

tra facultad racional. Pone el acento en la actividad mental y hace de la


percepción y de la intuición productos vinculados al pensamiento teóri-
co, al juicio racional, a la deducción lógica. La realidad, como un mun-
do independiente formado por cosas, es accesible en virtud de esa facul-
tad racional.
Racionalismo que identifica el propio G. Galilei, en el «análisis de la
naturaleza». El análisis constituye un instrumento o herramienta intelec-
tual, que se corresponde con una construcción racional (mente concipio).
Esta construcción es la que establece las reglas o referencias para la obser-
vación empírica. El racionalismo cartesiano sitúa en la mente humana la
clave del conocimiento de la realidad exterior.
El racionalismo en esta acepción estricta o cartesiana se instaura en el
pensamiento occidental en el siglo de las luces. Se asienta sobre la heren-
cia intelectual de Descartes y sobre las aportaciones de pensadores como
B. Spinoza (1632-1677) y G. W. Leibnitz (1646-1716), que completan la
construcción del moderno racionalismo mecanicista e incorporan a él
la matemática como instrumento de rigor.
Racionalismo que se muestra en la obra más representativa de esa cen-
turia y de ese pensamiento, la Table analytique et raisonnée du dictionaire
des sciences, arts et métiers, o Enciclopedia, que dirigieron D. Diderot y
J. D'Alambert. Configura una consistente tradición intelectual asentada en
el ámbito de los pensadores continentales, desde Descartes.
De modo paralelo se desarrolla e instaura en la cultura de la moderni-
dad y en la filosofía del conocimiento que subyace en ella una concepción
contrapuesta, que pone en entredicho la primacía de la facultad pensante
del sujeto racional. Esta corriente intelectual hace de la experiencia, es de-
cir, de las sensaciones, el fundamento del conocimiento riguroso, del cono-
cimiento verdadero. Tiene su origen y sus representantes más notorios en
la filosofía inglesa. Se trata del empirismo.

2.2. EL EMPIRISMO MODERNO: EL CULTO A LA EXPERIENCIA

El empirismo surge como una actitud intelectual que vincula conoci-


miento y mundo de las ideas con la experiencia, es decir, con el mundo de
los sentidos. Los pensadores ingleses desplegaron el conjunto de reflexiones
más consistente de esta nueva disposición ante el conocimiento. La expe-
riencia como base del conocimiento sustenta la filosofía de F. Bacon (1561-
1626). El Novum Organum Scientiarum representa la obra símbolo del em-
pirismo moderno y su punto de arranque.
Es la experiencia, la percepción de los sentidos, la observación, la fuen-
te de nuestro conocimiento, la que da seguridad al mismo. A través de la
experiencia, de la observación repetida, controlada, para evitar el influjo de
los prejuicios -idola- de diversa clase que pueden condicionar nuestro co-
nocimiento se construyen nuestras ideas.
John Locke (1632-1704) dio forma a esta actitud, de acuerdo con la
cual no existe más conocimiento del mundo que el asentado sobre la expe-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 191

riencia. El empirismo convierte la experiencia, la observación, en un mo-


mento clave del proceso de conocimiento. En el siglo XVIII , E. Bonnot de
Condillac (1714-1780) proclamaba a la experiencia -a través de la colecta
de hechos, el contraste de los mismos y la selección pertinente- el princi-
pio de todo sistema de conocimiento. En la senda de los empiristas ingle-
ses, y en particular de Locke, concibe el conocimiento a partir de las sen-
saciones o percepción de los sentidos. D. Hume (1711-1776) completó estas
consideraciones al hacer de la experiencia la única fuente de nuestro cono-
cimiento del mundo objetivo. Depuraba la idea de causa, reducida a simple
asociación de experiencias repetidas del mismo orden.
Es la asociación de las experiencias, el hábito y la costumbre, las que
nos permiten relacionar sensaciones diversas y construir con ellas nuestra
imagen del mundo. Son nuestras sensaciones repetidas y habituales las que
hacen posible que se produzca la sugestión de otras asociaciones que se im-
ponen a nuestra razón, a nuestro pensamiento, como matizaba el obispo ir-
landés Berkeley.
Es a partir de la experiencia como nuestra mente es capaz de construir
una imagen global y coherente del mundo exterior. El proceso de conoci-
miento invierte los términos contemplados por el racionalismo cartesiano.
No hay más mundo que el de las sensaciones subjetivas, esse is percipi, «ser
es percibir». La realidad no deriva de forma deductiva y lógica del pensa-
miento teórico sino que éste se construye a partir de las sensaciones como
resultado de un proceso de inferencia o inducción.
El empirismo representa la introducción del método inductivo en el
proceso de conocimiento. Un método para garantizar la fiabilidad de los
juicios y la consistencia de los mismos a partir de las sensaciones. El mé-
todo afecta al proceso de observación, haciendo de la experiencia, y del ex-
perimento, por tanto, el punto de partida del conocimiento. El rigor del mé-
todo es el factor de validez para la inducción o inferencia de juicios de va-
lor general y, por tanto, para el enunciado de las regularidades o leyes que
puedan derivarse de tales observaciones, tal y como lo formulará, ya en el
siglo XIX , J. S. Mill (1806-1873).
Las cautelas se multiplican en este estadio, para evitar los prejuicios
del observador, para aislar el acto de observación de las circunstancias ex-
teriores. Las condiciones de la observación determinan la validez del pro-
ceso de conocimiento. El acto de observación debe ser neutro.
Como lo expresaba un geógrafo a principios del siglo actual, se trata
de actuar con «mente despojada de todo lo que sabemos... e intentar ver y
anotar los hechos esenciales», liberados, «en la medida de lo posible, de
toda concepción psicológica, etnológica y social», y de cumplir «esta misión
primera, es decir, la observación positiva de los hechos... mezclando lo me-
nos posible el elemento subjetivo humano» (Brunhes, 1921). En la senda
más fiel al pensamiento de F. Bacon.
Recoger hechos abundantes, garantizar la pureza de las observaciones
empíricas y liberarse del pernicioso efecto subjetivo, de cualquier prejuicio
que pudiera enturbiar la precisión y neutralidad de la observación, fue el
supuesto básico de la práctica científica. Una representación del proceso

192 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cognoscitivo que penetró profundamente en las conciencias de los cultiva-


dores de las disciplinas fisiconaturales y que se extendió y fue compartida
incluso por quienes se ocupaban de las Geistewissenschaften (las ciencias
del espíritu).
En su formulación más exagerada o radical hizo de la experiencia, es
decir, del método empírico, puramente positivo, el cimiento del conoci-
miento científico. Hizo de los hechos el fundamento del saber científico.
Convirtió los hechos, es decir, las observaciones o experimentos, en la cla-
ve del conocimiento riguroso.

2.3. EL RACIONALISMO ILUSTRADO: RAZÓN Y EXPERIENCIA

Empirismo y razón constituyen, paradójicamente, los dos soportes de


la ciencia moderna. Soportes de la teoría o justificación del conocimiento
y soportes de la práctica científica. Paradójicamente porque, en principio,
representan dos formas o enunciados opuestos respecto del conocimien-
to. El empirismo se apoya en la experiencia y desconfía de la autonomía
de la razón, es decir, de la mente. Recela de los juicios y prejuicios pro-
pios del pensamiento subjetivo. Por el contrario, el racionalismo moder-
no, cartesiano en origen, hace del pensamiento, de la razón individual, la
clave del conocimiento seguro. El pensar es el fundamento del conocer. El
recelo se produce en este caso respecto de la experiencia y de los sentidos
y sus engaños.
Empirismo y racionalismo configuran así dos corrientes del pensa-
miento moderno enfrentadas en cuanto a las claves del conocimiento segu-
ro. Empirismo y racionalismo se confunden como dos componentes carac-
terizados del pensamiento moderno y comparten, de hecho, la confianza en
el comportamiento racional humano. La razón como árbitro aparece bajo
los enunciados de ambas corrientes de la filosofía del conocimiento. La
creencia en la racionalidad del sujeto humano y en el valor de la experien-
cia como fuente del conocimiento seguro, es decir, del conocimiento cientí-
fico, definen el racionalismo ilustrado. Sin embargo, en la práctica científi-
ca y en el desarrollo de la cultura moderna, empirismo y racionalismo se
imbrican uno y otro. La dialéctica entre experiencia y razón constituye el
fundamento del pensamiento científico moderno.
Empirismo y racionalismo proporcionan los dos componentes sus-
tanciales en la construcción del pensamiento científico y de la cultura de
la modernidad. Como decía Engels al respecto, incluso el sabio más ape-
gado a la experiencia se apoya en la teoría, en los planteamientos gene-
rales. De tal modo que lo que se conoce como racionalidad científica en-
globa, tanto el positivismo empírico como las filosofías analíticas, carac-
terizadas por su enfoque racionalista, cuya máxima expresión es el ra-
Tras el pensamiento epistemológico aparece una ideología esencial
cionalismo crítico.

del mundo moderno, que definirá la modernidad, que se caracteriza por


vincular conocimiento científico con dominio de la naturaleza. La ciencia

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 193

como instrumento de dominio del hombre sobre la naturaleza. A partir de


la hipótesis subyacente de la correspondencia entre el mundo real y los
datos de observación.

3. Las filosofías de la modernidad: materialismo e idealismo


En este juego de la razón, en esta tensión permanente del racionalis-
mo moderno, se inscriben las filosofías de la modernidad. En primer lugar,
las filosofías racionalistas que se han asociado con la evolución científica y
práctica de la sociedad industrial o que han sido la conciencia crítica de la
misma. Las llamadas filosofías positivas y analíticas, del racionalismo posi-
tivo, que integran tradición empírica y tradición racionalista. Un raciona-
lismo positivo que ha decantado el núcleo lógico del conocimiento y de la
objetividad. Por otra parte, las filosofías racionalistas que podemos identi-
ficar en el llamado racionalismo dialéctico que arraiga en el materialismo
moderno. Les une el materialismo y realismo como concepciones básicas.
Una y otra, de forma más o menos explícita o más o menos vergonzante,
reconocen un mundo objetivo y exterior al sujeto pensante. Un mundo ac-
cesible desde la experiencia y comprensible desde la razón.
El contrapunto a este racionalismo de la modernidad se encuentra en
las filosofías subjetivistas o vitalistas. Se definen en reacción frente a esta
ideología racionalista y realista. Son corrientes de pensamiento que propo-
nen otros horizontes para la racionalidad, bajo una perspectiva de pensa-
miento idealista. Éste, representado por un conjunto heterogéneo de filoso-
fías, constituye una potente construcción que tiene como común funda-
mento la crítica de la razón científica y, en relación con ella, de la objetivi-
dad del conocimiento que aquélla presupone y proclama. De ahí el que se
les conozca, desde los postulados del racionalismo, de uno y otro signo,
como filosofías irracionalistas, calificativo que le dedican tan encontrados
autores como K. Popper y G. Luckas.
Son filosofías vinculadas con la crítica a la racionalidad científica y al
materialismo, desde horizontes muy distintos. Han sido críticas con el em-
pirismo y con el racionalismo. Han sustentado una visión del mundo y un
marco epistemológico arraigado en la conciencia, en el sujeto, en sus expe-
riencias íntimas. Han reivindicado la subjetividad del conocimiento y han
criticado la presunción objetiva y normativa de las anteriores. Son filoso-
fías que reivindican una racionalidad alternativa derivada de la conciencia
individual.
El fundamento de esta actitud crítica respecto del realismo y objetivi-
dad del mundo lo enunciaba de forma expresiva el obispo irlandés G. Ber-
keley: «prevalece entre las gentes, de modo extraño, la opinión de que las ca-
sas, las montañas, los ríos, en una palabra, los objetos sensibles, tienen una
existencia natural o real, distinta de la que tienen en la mente que las per-
cibe» (Berkeley, 1871). El conocimiento se cierra sobre las propias ideas:
«¿Qué percibimos nosotros más que nuestras propias ideas o sensaciones?»,
interrogaba Berkeley. La reflexión del obispo irlandés sustenta una corrien-

194 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

te decisiva del pensamiento occidental, la filosofía idealista. El mundo obje-


tivo se reduce al mundo ideal, al mundo de la mente.
De modo paradójico, forman parte también de esta modernidad. Son
un punto de referencia en la evolución del pensamiento occidental y, por
ende, de la misma cultura en la que nos insertamos. De ahí su permanente
presencia, su recurrente formulación, su carácter de «alternativas» a los
problemas del conocimiento, y más allá de éstos a la propia «concepción»
del mundo.
Han sido y son el gran contrapunto intelectual a las seguridades, más
o menos pretenciosas, del saber científico y su pretensión de saber verdade-
ro. Y, en mayor medida, a la conversión de éste en fetiche ideológico. Han
explotado las contradicciones en que incurre el modelo de conocimiento y
la visión del mundo característicos de las filosofías racionalistas. Han re-
saltado las dificultades del proceso científico. Han destacado las insuficien-
cias y contradicciones de la razón científica, sobre todo en su dimensión
ideológica y social.
Materialismo e idealismo delimitan las dos grandes fuerzas del pensa-
miento moderno. Uno y otro han sido los polos de la modernidad, consti-
tuyen el entorno intelectual del desarrollo de la ciencia y, en particular, de
las ciencias sociales. Son las referencias obligadas en la búsqueda de los pa-
trones propios del conocimiento. A partir de ellos se constituyen las tres '
grandes familias o filosofías en que se desenvuelve el pensamiento occi-
dental y en que se enmarca el desarrollo de la geografía moderna (Johns-
ton, 1983). Es decir, el racionalismo positivo, el racionalismo dialéctico y el
idealismo.
CAPÍTULO 1 1

LAS FILOSOFÍAS RACIONALISTAS:


LA ESTIRPE POSITIVISTA

La aparición y el desarrollo de la ciencia contemporánea han estado


vinculados con las filosofías empíricas que llegan a identificarse con la pro-
pia naturaleza de la práctica científica. Define una forma histórica de ex-
plicar la naturaleza del conocimiento científico, que arraigaba en una tra-
dición básica de la modernidad: el realismo empírico elaborado desde el
siglo XVII. La filosofía positivista del conocimiento científico se construye
sobre la tradición y el legado del empirismo moderno, desde F. Bacon a
D. Hume y J. S. Mill.
Se identifica con el positivismo. Constituye una epistemología que bus-
ca establecer los fundamentos y métodos que definen el conocimiento cien-
tífico. Así nace en su primera formulación, la que enuncia A. Comte (1798-
1857), en su obra Discours sur l'esprit positif, que le dará nombre (Comte,
1844). Es la que desarrolla J. S. Mill, de forma coetánea, en su System of
Logic, en la tradición del empirismo inglés.
Uno y otro dan forma al empirismo del siglo XIX . En especial el que ca-
racteriza a las ciencias más sobresalientes por su aportación al conoci-
miento y dominio del mundo material, con las que se identifica el progre-
so de la sociedad capitalista industrial; es decir, la física y química, además
de la biología. Desde mediados del siglo XIX , la formalización de estos pre-
supuestos del conocimiento científico permite establecer los perfiles funda-
mentales de una filosofía de la ciencia y, por consiguiente, de lo que debe
ser la ciencia. El positivismo, como doctrina, vino a formalizar lo que se
consideraba el modo de producir conocimiento por parte de la ciencia.

1. La fe en la ciencia: el conocimiento positivo

El positivismo representa una filosofía del conocimiento científico en


cuanto pretende establecer una delimitación rigurosa entre conocimiento
científico y las demás formas de conocimiento, y, esencialmente, respecto
de la metafísica. Se trata de establecer cuáles son problemas científicos, y

96 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cuáles no lo son, por ser metafísicos y por carecer de sentido. Para el posi-
tivismo, la ciencia se distingue porque no se plantea cuestiones ontológicas
sobre la naturaleza de las cosas, ni sobre la sustancia de las mismas.
La ciencia trata exclusivamente de los fenómenos observables, de los
datos de la experiencia, de lo que es positivo, es decir, material. La ciencia
tiene que ver con lo observable. La ciencia se ocupa, desde esta perspecti-
va, de las regularidades observables de los fenómenos; no de su finalidad ni
de su entidad u ontología, o de lo que las cosas son en sí. El objeto de la
ciencia son los fenómenos, los hechos, los datos empíricos.
A finales de ese mismo siglo, la depuración de los postulados del em-
pirismo inicial y la crítica a la filosofía del conocimiento de Kant condu-
ce a una reafirmación del origen puramente sensorial del conocimiento.
En su expresión más radical no aceptaba las nuevas teorías sobre la es-
tructura de la materia basadas en el átomo, en la medida en que éste no
era observable. Es el empiriocriticismo, como lo denomina R. Avenarius
(1843-1896), cuyo más conocido representante es E. Mach (1838-1916),
un matemático y filósofo austriaco. Los datos de observación constitu-
yen, para esta corriente del positivismo, el punto de partida y de llegada,
del proceso de conocimiento, en el cual las teorías constituyen un mero
instrumento.
En el primer tercio del siglo XX, la crítica a las concepciones iniciales
del positivismo, y la puesta de manifiesto de las insuficiencias del empirio-
criticismo, en relación con los nuevos desarrollos de la ciencia, impulsaron
la elaboración de una nueva propuesta para la filosofía del conocimiento.
Se produce, sobre todo, en el ámbito científico y filosófico de lengua ale-
mana. Esta reflexión epistemológica cristaliza en lo que se conoce como po-
sitivismo lógico, que constituye una formulación renovada y transformada
de la herencia positivista. Representa una inversión de los postulados tra-
dicionales de la filosofía empirista. Supone la incorporación de los enfoques
racionalistas en el positivismo.
Un notable grupo de científicos y filósofos de la ciencia, de lengua ale-
mana, vinculados con las universidades de Berlín y de Viena, se constituyen
como un colectivo, que se da a conocer como Círculo de Viena. Der Wiener
Kreis es el término empleado por este grupo de filósofos y científicos en un
opúsculo editado en 1929. Las nuevas propuestas hacen hincapié en el pa-
pel de los enunciados teóricos -las teorías científicas-, es decir, la di-
mensión analítica, en el sentido de Galileo. Destacan, sobre todo, por la im-
portancia que conceden al lenguaje formalizado, en particular al de las ma-
temáticas y la lógica.
La tradición positivista se manifiesta en el papel que asignan a la ex-
periencia como clave del proceso de conocimiento. Es lo que denominan
proceso de verificación. Se trata de la comprobación experimental de los
enunciados teóricos y, por consiguiente, de su validación. Son los rasgos

La introducción del componente racionalista en el discurso positivis-


distintivos del positivismo lógico o empirismo lógico.
ta culmina en el racionalismo crítico de K. Popper (1902-1994). La crítica
de este autor invalida la utilización de la experiencia para determinar la

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 197

validez de los enunciados teóricos. Los criterios de verificación como ins-


trumentos de validación de las teorías carecen de justificación desde una
perspectiva lógica. Popper desmonta el residuo empirista que permanecía
en el positivismo lógico. El enfoque propuesto por Popper pone el énfa-
sis en los procedimientos para erradicar el error, más que en la compro-
bación de los aciertos de las teorías, como hacían los representantes del
empirismo lógico.
Componen la tradición positivista o del racionalismo científico ilus-
trado. Empirismo y racionalismo forman los cimientos de esta racionali-
dad que hace del método la clave del conocimiento riguroso. Lo que dis-
tingue y fundamenta el conocimiento científico, de acuerdo con el positi-
vismo, es el método o procedimiento, la rigurosidad en el manejo de los
enunciados o proposiciones, el carácter lógico de los mismos. El método
positivo se fundamenta en dos cimientos esenciales, que son el empirismo
y el racionalismo.

2. El positivismo: empirismo e inducción


La naturaleza empírica del conocimiento científico constituye una base
constante de las filosofías de que tratamos: el modelo de conocimiento cien-
tífico elaborado por el positivismo responde a una filosofía realista: «el
mundo natural es considerado real y objetivo. Sus características son inde-
pendientes de las preferencias e intenciones del observador» (Mulkay,
1975). Su carácter empírico resulta de que el conocimiento se asienta en la
experiencia a través de observaciones, de las que proceden lo que denomi-
namos hechos, es decir, los enunciados de observación, con los que formu-
lamos el resultado de nuestras observaciones. El conocimiento está basado
en estos hechos, en el carácter positivo de los mismos.
El objetivo del análisis es la formulación de enunciados teóricos o lógi-
cos de validez universal, que constituye lo que se denomina leyes. Su ca-
rácter objetivo surge de que se concede a tales leyes, o enunciados teóricos,
validez general, con independencia del sujeto, en relación precisamente con
el método utilizado, de carácter puramente lógico. Su naturaleza racional
deriva, tanto de la racionalidad reconocida al mundo físico como del méto-
do empleado, por su carácter lógico.
El método de conocimiento se decantará como el elemento distintivo,
hasta identificar la racionalidad y la objetividad del conocimiento, con in-
dependencia del propio mundo físico o mundo externo, que quedará rele-
gado a la categoría, en el mejor de los casos, de hipótesis de trabajo.
En otros términos, lo que une a las múltiples variedades de filoso-
fías positivistas es el valor asignado al método. Lo que varía es la formu-
lación de este método. También el interés preferente por el análisis lógi-
co, por las proposiciones lógicas; por los lenguajes, sobre todo por los de
carácter formal, que distingue las corrientes neopositivistas, frente a las
actitudes iniciales de mayor peso de lo empírico, es decir, de la observa-
ción, de los hechos.

198 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

El positivismo es más que una concepción del proceso de conocimien-


to en la ciencia. El positivismo constituye una cultura científica y una ideo-
logía. Hace del conocimiento científico el patrón de la conducta social, de
acuerdo con la formulación de A. Comte, autor que, en cierto modo, pro-
ponía la ciencia como alternativa a la religión, en consonancia con una so-
ciedad más evolucionada. En primer término por el carácter excluyente y
casi dogmático con el que delimita el conocimiento científico, de acuerdo
con la formulación dominante en cada etapa de esta filosofía.
El positivismo se manifiesta radical en su rechazo de la metafísica y de
la teología, y como consecuencia se presenta como una filosofía secular y uni-
versalista. Deriva por ello en una ética y una concepción del mundo, que tras-
ciende el marco de la filosofía del conocimiento. El utilitarismo y el indivi-
dualismo radical son manifestaciones relevantes de la ideología positivista.
Existen sensibles diferencias entre las formulaciones positivistas del si-
glo pasado teñidas de realismo ingenuo y de mecanicismo o materialismo
mecanicista y las más modernas de la filosofía vienesa de finales del XIX ,
identificadas en E. Mach y el empiriocriticismo. Las diferencias son aún más
notorias con las formulaciones neopositivistas del Círculo de Viena, y las del
racionalismo crítico de K. Popper, que han sustentado el desarrollo de estas
filosofías en los años centrales del siglo XX . Los distingos no rompen la uni-
dad básica del pensamiento positivista. De ahí la justificación de conside-
rarlas como corrientes de un pensamiento común. Esa larga, rica y com-
pleja evolución del pensamiento positivo no impide una continuidad fun-
damental y con ello la común pertenencia a la familia de las filosofías po-
sitivistas, las identifiquemos como neopositivismo o se distingan como ra-
cionalismo crítico.
Los presupuestos esenciales de la formalización positivista se funda-
mentaban en un realismo básico, en cuanto el objeto reconocido de la cien-
cia es lo real. La realidad se identifica con lo empíricamente observable, de
acuerdo con los sentidos. Lo real se corresponde con las sensaciones reco-
gidas por los sentidos, con los datos positivos de la experiencia, los hechos.
Y se caracterizan por un racionalismo inductivo elemental fundado en la ló-
gica formal. El punto de partida es la consideración de que «aunque el
mundo natural experimenta, en cierto sentido, un continuo cambio y mo-
vimiento, existen uniformidades permanentes subyacentes, regularidades
empíricas, que pueden ser enunciadas como leyes universales y permanen-
tes de la naturaleza» (Mulkay, 1975).
El método experimental, que proporciona los hechos de observación, y el
proceso lógico de inferencia que permite derivar, de las observaciones indivi-
duales, multiplicadas, las regularidades de carácter universal, es decir, las le-
yes científicas, han sido los postulados más consistentes del positivismo,
como filosofía de la ciencia. Una actitud de profundo arraigo en la cultura
científica moderna, de acuerdo con una actitud filosófica de carácter empíri-
co, cuyos antecedentes se remontan a Leonardo da Vinci, que formulaba ya
el proceso del conocimiento basado en la experiencia: «dobbiamo comincia-
re dall'esperienza», dice Leonardo, en la medida en que «questo e il metho-
do da osservarsi nella ricerca de'fenomeni della natura» (Humboldt, 1849).

1 LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 199

Los hechos proporcionados por la experiencia fueron la piedra de to-


que del edificio positivista de la primera hora. De tales hechos se inferían
los enunciados teóricos o leyes que regían los procesos fisiconaturales: «la
experiencia o los hechos, los resultados experimentales o cualesquiera otras
palabras que sean utilizadas para describir los elementos sólidos de nues-
tros procedimientos de contraste, miden el éxito de una teoría, de tal modo
que el acuerdo entre la teoría y los datos se considera como beneficioso
para la teoría... Esta regla es una parte esencial de todas las teorías de la
inducción...» (Feyerabend, 1974).
Tal concepción y tales postulados fueron el catecismo del discurso
científico a lo largo del siglo XIX . La filosofía positivista impregnó la cultu-
ra científica e hizo del empirismo, de la observación y la experiencia, y de
la inducción, las claves de un método de conocimiento seguro, del método
de la ciencia.
La seguridad del método como instrumento para conocer la realidad
provenía del carácter universal de las generalizaciones obtenidas, conside-
radas las leyes que rigen el desarrollo de la Naturaleza. Como consecuen-
cia, era factible, a partir del conocimiento de estas leyes, fundamentar ac-
ciones prácticas, es decir, intervenir, sobre el propio entorno real, previ-
niendo o corrigiendo sus efectos. La filosofía positivista introduce una di-
mensión utilitaria o ingeniería, que distingue la cultura científica y que
otorga, al conocimiento científico, un valor social. Una actitud que acom-
paña el desarrollo de las filosofías positivas desde su origen.
Recogía la tradición del empirismo y racionalismo modernos, asenta-
dos sobre un realismo elemental, sobre una concepción mecanicista del co-
nocimiento, sobre el dualismo cartesiano entre cuerpo y mente. Puntos
fuertes, por su simplicidad, del discurso positivista, y puntos débiles del
mismo, por su fragilidad lógica. La crítica del realismo ingenuo, del meca-
nicismo y de la inferencia, impusieron la progresiva depuración de la filo-
sofía positivista. Nuevas propuestas surgen en el seno de esta filosofía, des-
de finales del siglo XIX .
La primera de estas propuestas es conocida como ermpiriocriticismo,
denominación que le otorga R. Avenarius, a finales del siglo XIX.
La nueva corriente positivista acentúa el carácter determinante de los
hechos de observación, de los datos de la experiencia, reducida al conjunto
de sensaciones captadas por los sentidos. Se rechaza cualquier pretensión de
la existencia de una sustancia o entidad que identificara la naturaleza de las
cosas, al modo como lo formulaba Kant. Se niega validez a todo enuncia-
do no observable empíricamente, hasta el punto de no aceptar las nuevas
teorías de la física sobre la estructura atómica de la materia, puesto que el
átomo no era observable. A partir de estas consideraciones postulaba pres-
cindir de toda referencia a la naturaleza objetiva.
La preeminencia acordada a los hechos conducirá a una valoración se-
cundaria de las construcciones teóricas, reducidas a simples instrumentos
lógicos en el proceso de conocimiento. Suponía restringir el conocimiento
científico al ámbito de la metodología. La reflexión metodológica se carac-
teriza por la negación de la dualidad materia-espíritu y por la conversión

200 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

del sujeto en un componente esencial del proceso de conocimiento, con


marcado carácter «psicologista».
Desde finales del siglo XIX , los postulados del positivismo inductivo de
Comte y del positivismo vulgar del científico en el discurso de su trabajo
son incapaces de resistir las críticas. Éstas procedían de ámbitos tan diver-
sos como la propia práctica científica, el materialismo histórico y la filoso-
fía idealista. Se dirigían contra los soportes lógicos y axiomáticos del posi-
tivismo como práctica científica y como epistemología. Ni los hechos, ni la
inferencia inductiva, ni la neutralidad del sujeto pueden resistir la evidencia
de la lógica, de la sociología del conocimiento y de la propia práctica cien-
tífica. De igual manera resultaban insostenibles las actitudes de rechazo a
las construcciones teóricas, así como el psicologismo que impregnaba la
formulación empiriocriticista.
Las condiciones críticas en que el desarrollo científico coloca la con-
cepción mecanicista y el empirismo radical obligaron a la filosofía posi-
tivista a renovarse. El componente más destacado de ese proceso de re-
novación es el abandono del empirismo radical y la incorporación de la
filosofía racionalista a la tradición positiva. El resultado más sobresa-
liente se identifica con la constitución del denominado Círculo de Viena,
que da forma definitiva a un proyecto epistemológico de excepcional ca-
lidad, entroncado en la filosofía positivista, el empirismo lógico o positi-
vismo lógico.

3. El positivismo lógico: empirismo y racionalismo

El llamado Círculo de Viena se constituye formalmente en 1924, en que


lo funda Mortiz Schlick, con un conjunto de científicos y filósofos, la ma-
yor parte de ellos adscritos a las universidades de Viena y Berlín. La deno-
minación no aparece como tal hasta 1929. El Círculo de Viena identificaba
una institución dotada de medios e instrumentos para difundir sus plan-
teamientos, comprometida con una específica concepción de la filosofía de
la ciencia y del conocimiento, de raíz positivista, que ha incorporado la tra-
dición racionalista. La posterior emigración a América de una buena parte
de sus componentes -impuesta por la instauración del régimen nazi en
Alemania- y el fértil campo positivista americano facilitaron su desarrollo
y su notable influencia social.

3.1. EL CÍRCULO DE VIENA: LAS FILOSOFÍAS ANALÍTICAS

El Círculo de Viena aúna el empirismo físico y sensorial de E. Mach y


la brillante escuela de la lógica matemática que se desarrolla, a caballo de
los dos siglos, de la mano de B. Russell (1872-1970) y su discípulo L. Witt-
genstein (1889-1951). Formula un proyecto explícito de unificación del sa-
ber científico asentado sobre una metodología común, que permitiera deli-
mitar, en sentido estricto, el campo de las ciencias. Así lo demuestran algu-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 201

nos de sus órganos, como el Instituto por la Unidad de la Ciencia y el Jour-


nal of Unified Science, y proyectos como la International Encyclopaedia of
Unified Science, que muestran, en sus títulos, los presupuestos y objetivos
del Círculo.
El positivismo lógico proclama, de forma destacada, como uno de sus
postulados básicos, el monismo científico, la unidad de las ciencias, la in-
validez de toda distinción entre ciencias de la naturaleza y ciencias sociales
o del espíritu. La unidad básica de los fenómenos naturales y sociales que
supone la validez de los presupuestos metodológicos de las ciencias fisico-
naturales en el mundo social. Lo cual conlleva, a su vez, la posibilidad de
formular proposiciones e hipótesis a verificar; la posibilidad de establecer
enunciados lógicos sobre esas regularidades, con valor de leyes; la capaci-
dad consecuente de predicción e intervención social; lo que se ha llamado
«ingeniería social».

por tanto, el obligado respeto a la experiencia, en la tradición del empiris-


El proyecto tiene tres soportes. El papel fundamental de los hechos y,

mo decimonónico; la introducción de las construcciones teóricas como com-


ponentes esenciales de la producción de conocimiento, en abierto contras-
te con los postulados del empiriocriticismo; y, como novedad esencial, el re-
curso al lenguaje formal, como un instrumento que garantice la comunica-
ción objetiva del trabajo científico. Se pretendía «desbabelizar» la comuni-
cación científica, como ha dicho uno de los representantes destacados de
esta corriente (Morris, 1955).
La disposición de un lenguaje exacto debía ser el medio decisivo en
la determinación de la cientificidad, porque en su propia naturaleza de-
bía hacer posible discriminar los problemas estrictamente científicos de
los metafísicos o sin sentido, en cuanto los primeros deben permitir una
formalización significativa, es decir, con sentido desde el punto de vista
lógico. Ese lenguaje exacto y preciso se identificó con la lógica matemá-
tica. Se reconoce a ésta un carácter neutro en cuanto las vinculaciones
que en ella se establecen son las específicas del lenguaje: semióticas, sin-
tácticas y pragmáticas (Morris, 1955); independientes, por tanto, de todo
juicio de valor. La semiótica es el fundamento último de la comunicación
científica, desalojando al pensamiento como actividad subjetiva, salvo en
la estricta labor de combinar los signos. En él reposa el proceso deducti-
vo o analítico, cuya naturaleza tautológica le asegura la cualidad de «ver-
dadero».
La otra dimensión es la de la experiencia, la dimensión empírica, en la
que se basa el conocimiento de los hechos. Es el fundamento de un cono-
cimiento de carácter «sintético», por oposición al analítico, e independien-
te de él. La experiencia es la fuente de las distintas observaciones, denomi-
nadas enunciados protocolares. Corresponden a proposiciones lógicas ele-
mentales obtenidas de las sensaciones, que podrán ser luego tratadas por el
lenguaje lógico. Equivalen a los hechos del positivismo inicial.
Los dos mundos quedan disociados de forma drástica. El mundo del
conocimiento analítico, en el sentido de Galileo, reconocido como una ac-
tividad racional, corresponde al mundo de los enunciados lógicos, del aná-

202 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

lisis en sentido estricto, de la deducción, el mundo de los signos y sus re-


glas, el mundo de la verdad. Es el mundo de las teorías, al que correspon-
de el avance del conocimiento. El mundo de los enunciados teóricos ad-
quiere una preeminencia absoluta, de tal manera que la nueva filosofía se
define como analítica. La teoría se convierte en el elemento cardinal. La teo-
ría es considerada el «corazón de la ciencia», caracterizada por la «claridad,
simplicidad, generalidad y precisión», formada por «la unión de un sistema
lógico con hechos definidos operativamente» (Bunge, 1961).
El mundo de la experiencia, de los hechos, es decir, empírico, es el del
conocimiento sintético. Se le atribuye una función esencial en el nuevo es-
quema del proceso de conocimiento, la de verificar la validez de los enun-
ciados teóricos y, por tanto, la confirmación de la verdad o error de las
teorías científicas.
El vínculo lógico entre ambos niveles se produce a través de la deduc-
ción, invirtiendo el proceso característico del positivismo tradicional, asen-
tado sobre la inducción. La inducción es sustituida por la vía deductiva que
desciende desde los enunciados lógicos a los de observación o «hechos». És-
tos se convierten en «verificadores» de los primeros. Los hechos, que, des-
de la perspectiva de la lógica, no sirven para inducir enunciados teóricos,
deben permitir, en cambio, «verificar» su validez. Los hechos deben servir
para comprobar las teorías. El principio de verificación se convierte en un
punto cardinal de la concepción neopositivista: «la cuestión de la verifica-
ción era central en la obra de los positivistas lógicos de la escuela de Vie-
na» (Johnston, 1983).
El método es la clave de bóveda del positivismo lógico y de la filosofía
de la ciencia que sustenta. La metodología define la ciencia. Se trata del mé-
todo que permite y asegura la libertad científica, que resguarda de las tram-
pas que esmaltan el proceso de conocimiento, procedan de la intuición, del
lenguaje o del riesgo de la metafísica. Todo ello encarnado en la explícita fi-
nalidad de llegar a enunciar «leyes». Leyes, teorías, hipótesis, datos de ob-
servación experimental forman el bagaje familiar de una construcción que
se identifica con el propio conocimiento científico.
La excepcional depuración instrumental que representa el análisis del
lenguaje, el análisis lógico o formal de los enunciados, la brillantez de las
construcciones teóricas, la formalización acabada del lenguaje, son carac-
teres sobresalientes del positivismo lógico y del racionalismo crítico. Ras-
gos que no contradicen la naturaleza de una filosofía que evoluciona para
permanecer. Lo que cambia es el énfasis, porque al edificio lógico del posi-
tivismo decimonónico se le da la vuelta.
La construcción brillante del positivismo lógico permitió soslayar las
críticas al positivismo primitivo y dar respuesta, aparente, al proceso del co-
nocimiento científico moderno, que no se podía identificar ya con los pos-
tulados tradicionales. La construcción de una filosofía racionalista y empí-
rica al mismo tiempo permitía renovar la tradición del pensamiento cientí-
fico. Sin embargo, la construcción neopositivista tenía sus puntos débiles,
insuficiencias que fueron el objeto de la crítica de K. Popper.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 203

4. El racionalismo crítico de K. Popper

La crítica de Popper se centraba en el supuesto de la verificación de


los enunciados teóricos y en el papel atribuido a la teoría en el proceso del
conocimiento. Señalaba Popper la imposibilidad lógica de la verificación a
partir de las observaciones empíricas. La «lógica de la investigación cientí-
fica» lo impedía (Popper, 1934). Ponía en cuestión el concepto de verdad o
falsedad en relación con las teorías científicas. Popper formula lo que él de-
nomina racionalismo critico, que representa un cambio de actitud en la va-
loración del proceso de conocimiento científico.
La incidencia crítica de Popper se traduce también en la concepción
del campo científico. Popper rompe el principio monista de la ciencia de los
empiristas lógicos. Niega la posibilidad de la ciencia histórica. Hace una crí-
tica intensa de lo que denomina historicismo y de toda pretensión de pre-
dicción social (Popper, 1957). Y se incorpora a la corriente del individua-
lismo en la interpretación de los fenómenos sociales. Propugna el indivi-
dualismo metodológico. Son las dos dimensiones fundamentales del pensa-
miento de K. Popper que inciden en el campo de las filosofías científicas
del siglo XX .

4.1. LA CRÍTICA A LA VERIFICACIÓN EMPÍRICA

La alternativa de Popper al positivismo lógico recompone las relacio-


nes entre observación y enunciados lógicos y establece nuevos criterios de
demarcación del conocimiento científico, es decir, empírico. Pretendía dife-
renciarlo del no empírico, metafísico o no científico. Define una primera
instancia o demarcación observacional, de naturaleza experimental, empíri-
ca, vinculada con la obtención de los datos o hechos. Define una segunda
instancia o demarcación teórica, a la que corresponden, tanto el proceso
de inferencia, como el de verificación del neopositivismo. Define una terce-
ra instancia o nivel formal, identificada con el lenguaje normalizado, lógico
y matemático, fundamento de la objetividad del proceso cognoscitivo. Cons-
tituyen los tres niveles o instancias del proceso de conocimiento científico,
según Popper.
Son los criterios de demarcación del conocimiento científico, que com-
pleta con la introducción de la brillante idea de la refutación (falsifiability),
en oposición a la de verificación y en relación con la función y significado
de la teoría en la ciencia. K. Popper apunta que no es posible la verifica-
ción de teorías por los hechos de observación. Aduce Popper razones lógi-
cas. El proceso de observación forma parte de la construcción teórica y que-
da impregnada por ella, como ya habían señalado, de forma crítica, cientí-
ficos como Planck y Bjord. Los enunciados de observación, los hechos, no
son independientes de los enunciados teóricos, las teorías. Éstas condicio-
nan el significado y la interpretación de los primeros. La validez de las
teorías científicas no depende ni puede depender de los hechos u observa-
ciones empíricas.

204 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Popper formula una filosofía racionalista del conocimiento. El proce-


so de conocimiento radica en la formulación de enunciados teóricos o teo-
rías, cuya validez permanece mientras no aparezcan nuevas teorías alter-
nativas. La teoría, que aparecía como la meta de la indagación científica en
la tradición analítica, constituye un mero instrumento. Lo que él propugna
es una concepción de la teoría como instrumento en el proceso de conoci-
miento. La teoría tiene como objetivo su refutación, es decir, la búsqueda y
eliminación del error.

4.2. EL INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO

El racionalismo crítico de Popper establece un corte epistemológico ra-


dical entre las ciencias de la naturaleza en general y las ciencias sociales,
en abierta contradicción u oposición al monismo científico de los postula-
dos del positivismo lógico. Limita a las primeras el proceso de conoci-
miento científico normativo, es decir, el que se sustenta en la búsqueda de
leyes, en el enunciado de generalizaciones o regularidades de valor univer-
sal. Niega Popper la posibilidad de tales objetivos en el campo de las disci-
plinas sociales y, sobre todo, en la Historia.
Se opone así a las corrientes y enfoques que prevalecían en el marco
de las ciencias sociales. La extensión del positivismo al campo social se ba-
saba en diversos postulados o presupuestos, como el «causal», en los acon-
tecimientos sociales, y que, según la formulación conductista, viene dado
por la respuesta del individuo a leyes de comportamiento que se les impo-
nen. El «realismo», en el sentido de objetividad de las conductas. La «neu-
tralidad» del observador científico en el proceso de observación y evalua-
ción. El «funcionalismo» social, en el sentido de responder a estructuras
cuyo cambio no es arbitrario sino regular o normativo (Johnston, 1983). El
funcionalismo y el conductismo han sido dos propuestas destacadas de esta
concepción positiva de los fenómenos sociales, aplicadas en distintos cam-
pos de las disciplinas sociales, entre ellos la geografía.
Rechaza Popper la posibilidad de predicciones en el campo de la his-
toria y las ciencias sociales. Niega el que puedan enunciarse leyes referidas
al devenir histórico y a los acontecimientos sociales. Considera que el co-
nocimiento de las predicciones supondría la oportunidad para evitar sus
consecuencias arruinando aquéllas. Propone, en consecuencia -en coinci-
dencia con una corriente contemporánea de las ciencias sociales- el lla-
mado individualismo metodológico, en el ámbito de las ciencias sociales.
El individualismo metodológico se sustenta en la convicción de que
son las acciones de los individuos las que soportan lo que llamamos socie-
dad. Los fenómenos y acontecimientos sociales no son sino la suma de ac-
ciones individuales y el resultado de comportamientos individuales. Niega
validez, por tanto, a los sujetos colectivos sociales, a los universales socia-
les, del tipo de clase social, o equivalentes.
Por consiguiente, el método de estas disciplinas debe estar basado en
el individuo. Formulación metodológica que caracteriza el pensamiento de

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 205


F. A. von Hayek (1899-1992), que considera que el único camino de enten-
dimiento de los fenómenos sociales es la comprensión de las acciones en-
tre individuos, de acuerdo con la conducta esperada de los mismos.
El individualismo metodológico supone que la descripción de los com-
portamientos individuales sustituye toda formulación de carácter social. Se
inscribe en el marco de un manifiesto realismo individualista, opuesto al
proceso de abstracción de las generalizaciones sociales. En resumen, el in-
dividualismo metodológico significa la reducción del mundo social a sus com-
ponentes individuales y a la conducta de éstos. Ésta depende de sus propias
cualidades y de su grado de conocimiento del entorno o situación en que se
encuentran.
Comparte Popper y reivindica la concepción de los fenómenos so-
ciales como meros resultados de acciones individuales, de actos inten-
cionales y reflexivos, sometidos al azar e imprevisión de las decisiones
i ndividuales. Plantea, por otro lado, el carácter interrelacionado que tie-
nen estas decisiones individuales con los pronósticos sociales y la con-
tradicción que provocan dicha relación entre sujeto y objeto social. El
agente vinculado con el pronóstico o predicción, una vez conocida ésta,
puede operar para escapar a sus consecuencias. Al hacerlo altera la vali-
dez del mismo y su carácter universal y objetivo. Niega, en consecuencia,
la existencia de leyes en el ámbito social, como cuantos defienden el in-
dividualismo metodológico.
Su incidencia es patente en el campo de las ciencias sociales. Los fe-
nómenos sociales quedan convertidos en un inmenso agregado de decisio-
nes individuales. Reduce los procesos sociales al resultado de las múltiples
acciones individuales, a la específica configuración de «disposiciones, si-
tuaciones, creencias, recursos y ambientes» de tales individuos. Tras el in-
dividualismo metodológico subyace una ideología, la que el propio K. Pop-
per desarrolla en Miseria del historicismo (Popper, 1957).
El trasfondo ideológico de las filosofías positivistas constituye su di-
mensión oculta o no reconocida. La afirmación característica de los auto-
res analíticos es que su única preocupación es metodológica y de que creen-
cias e ideologías quedan aparte de sus consideraciones (Harvey, 1968). Afir-
mación que no se corresponde con las implicaciones que muestran estas fi-
losofías con el mundo social.

5. Método e ideología
Las filosofías positivas coinciden, a lo largo del tiempo, en un plantea-
miento que entra en abierta contradicción con sus postulados de liberación
de toda influencia ideológica, y que les confiere el carácter de una verda-
dera filosofía, algo más que un simple método de investigación. Como
apuntaba Johnston, «el positivismo lógico comprende cientificismo, políti-
cas científicas y valores como la libertad, así como una concepción positi-
vista de la ciencia. Constituye una ideología, tanto como una filosofía y una
metodología» (Johnston, 1983).

206 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Las filosofías «positivistas» han propendido, históricamente, a identifi-


car el conocimiento científico con su específica propuesta, con su particu-
lar construcción. De tal modo que «el cientificismo del esquema interpre-
tativo de cuño positivista procura negar el derecho a la palabra a todos los
que no encajan en sus angostas coordenadas» (Ortega Cantero, 1987). Com-
parten la convicción de que el conocimiento científico, identificado en las
ciencias positivas, constituye un ejemplo acabado de esta formulación.
Comparten la convicción, asimismo, del carácter ideológico de las pro-
puestas o enunciados que hacen intervenir al mundo objetivo y al denomi-
nado «contexto de observación», es decir, el sujeto de conocimiento. Son los
rasgos básicos de unas filosofías que han alimentado las «creencias» cien-
tíficas de una parte sustancial de las comunidades de científicos, y no sólo
en el ámbito de las disciplinas fisiconaturales.
La filosofía del análisis es la filosofía del método. Esta filosofía exclu-
sivista que tacha de metafísica e ideología a toda forma de conocimiento
que no se base en el método, responde también a una ideología, es también
una ideología. Sin duda una ideología del método (Feyerabend, 1970).
Del empirismo de los orígenes al positivismo lógico y racionalismo crí-
tico de Popper hay un largo proceso de evolución y decantación intelectual,
de crítica exterior e interna, de perfeccionamiento instrumental y teórico, de
interacción social con el medio científico y cultural, que convierte al mun-
do analítico en algo más que unos dogmas y en mucho más que una moda.
Representa una referencia cultural y científica inexcusable de nuestro mun-
do moderno. No sin razón se le ha identificado con el mundo de la «mo-
dernidad».
Una trayectoria no coincidente con la del pensamiento dialéctico cons-
truido a la par con el propio desarrollo de la cientificidad moderna, identi-
ficado con ella, pero crítico de la racionalidad cientificista. La racionalidad
dialéctica tiene otra historia. Se identifica con el pensamiento materialista
y dialéctico elaborado en el siglo XVIII en Francia, que se manifiesta en la
Ilustración, con raíces en el materialismo inglés del siglo anterior. El mate-
rialismo o realismo constituye el marco de referencia común de las filoso-
fías empíricas y del racionalismo dialéctico que cristaliza en el siglo XIX .
CAPÍTULO 12

LAS FILOSOFÍAS RACIONALISTAS:


MATERIALISMO Y DIALÉCTICA

La cultura del mundo objetivo o material que se decanta en el siglo XVIII ,


con la Ilustración, responde a una «concepción general del mundo que des-
cansa sobre una determinada forma de entender las relaciones entre mate-
ria y espíritu». Comparte la cultura racionalista en que nace y se desen-
vuelve la ciencia moderna, pero se distancia del empirismo sensorial y
adopta una actitud crítica frente a las formas del cientificismo positivo. El
componente distintivo es que frente al método positivo, formalista, que su-
pone un enunciado de la razón rígido, reivindica una razón que une lo ma-
terial y lo espiritual, objeto y sujeto. Se define frente a la separación radi-
cal del mundo material y el sujeto de conocimiento, que distingue las filo-
sofías positivas. Es la razón dialéctica.

1. La racionalidad dialéctica
La razón dialéctica es entendida como el necesario complemento de la
razón analítica para abordar la realidad, que es, ella misma, dialéctica. Des-
de la convicción de que «tendremos que convenir en que toda razón es dia-
léctica, lo que por nuestra parte estamos en aptitud de admitir, puesto que
la razón dialéctica nos parece ser la razón analítica puesta en marcha»
(Lévi-Strauss, 1957). Materialismo y dialéctica dan forma, en mayor o me-
nor medida, al pensamiento racionalista que identificamos como raciona-
lismo dialéctico. Dos componentes básicos distinguen esa racionalidad: la
herencia materialista de la modernidad y el método dialéctico.
Materialismo y dialéctica constituyen la base de una epistemología
científica moderna que pretende dar una respuesta al problema persistente
de la modernidad: las relaciones entre sujeto y objeto, entre sociedad y na-
turaleza. Una respuesta desde el presupuesto de que objeto y método no son
independientes sino que actúan el uno sobre el otro (Bosserman, 1968). Son
filosofías que reúnen la concepción materialista y la lógica dialéctica.
El materialismo representa una corriente intelectual del pensamiento
occidental que arraiga en la filosofía clásica grecolatina, con Demócrito y

208 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Lucrecio. Corriente que se renueva en los siglos modernos, con particular


intensidad en el siglo XVIII , con el enciclopedismo ilustrado. Su desarrollo
posterior, en el siglo XIX , va unido, sobre todo, a la formulación marxista,
que se identifica como materialismo dialéctico. Es el fundamento de un am-
plio grupo de teorías sociales -entre las cuales se encuentra el materialis-
mo histórico-, que comparten algunos postulados críticos distintivos.
En primer lugar, el realismo, de tal modo que la existencia de un mun-
do objetivo, de carácter físico, externo respecto del sujeto observador, cons-
tituye el cimiento de las filosofías materialistas. El fundamento de esta fi-
losofía del conocimiento es la afirmación explícita de la materialidad del
mundo externo y, por tanto, de su objetividad. Como pone de relieve el fí-
sico M. Planck, el conocimiento científico reposa sobre algo más que las li-
mitadas sensaciones del observador y sobre algo más que los enunciados
propuestos por él. El primer fundamento del conocimiento científico, des-
de la perspectiva materialista, es la aceptación de un mundo existente, in-
dependiente del observador. Las regularidades que el científico busca no se
reducen a invenciones (Planck, 1963).
La pertenencia del sujeto a dicho mundo objetivo y, por consiguiente,
la negación de la dualidad entre objeto y sujeto, entre mundo objetivo y
subjetivo, ha sido un segundo postulado esencial del materialismo moder-
no. La implicación entre mundo material y conducta humana aparece como
un necesario corolario de la concepción materialista, que postula la natu-
raleza física -material- del mundo, incluido el mental o espiritual.
Postulados críticos que conllevan consecuencias de carácter epistemo-
lógico. Como parte del mundo material, la conducta humana, y en general
las sociedades humanas, pueden ser entendidas y analizadas desde los mis-
mos presupuestos y con métodos similares a los de las ciencias de la natu-
raleza y ciencias físicas. La prioridad del mundo material sobre el subjeti-
vo, en el marco de una concepción realista de ambos, supone una relativa
dependencia causal del segundo respecto del primero. La cultura materia-
lista comporta una concepción del mundo, más allá de una filosofía del co-
nocimiento, que expresa la profunda y absoluta implicación entre Hombre
y Naturaleza.
Desde el materialismo ingenuo hasta las formas más elaboradas del
materialismo científico actual, incluido el materialismo dialéctico marxista,
el pensamiento materialista forma parte esencial del mundo moderno, de la
modernidad. Una característica destacada de esta corriente ha sido la aso-
ciación entre materialismo y dialéctica. Constituye un rasgo sobresaliente
de diversas corrientes de pensamiento crítico moderno, que han incorpora-
do la dialéctica como un componente esencial, distintivo de su reflexión
epistemológica.
La dialéctica representa una importante corriente del pensamiento que
desde los antiguos griegos, incluido Aristóteles, conduce, ya en la moderni-
dad, a través de Descartes y Spinoza, a Hegel, Proudhom y Marx, en el si-
glo pasado; y a Bachelard, Sartre, Goldman, Gurvitch, Lévi-Strauss, Piaget,
Lefebvre, Althusser, Foucault y Giddens en el siglo XX . Es decir, una esen-
cial vía del pensamiento en las ciencia sociales contemporáneas. La dialéc-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 209

tica aparece como un eje primordial que enlaza algunos de los más fértiles
y relevantes desarrollos de la cultura científica en ese siglo.
La dialéctica representa una forma del pensamiento racional, que se
sustenta en la consideración de la realidad como un conjunto o totalidad,
que excede la mera agregación de componentes. Desde una óptica dialécti-
ca es la totalidad la que da sentido e identidad a cada componente indivi-
dual. Esta perspectiva de totalidad es central en el pensamiento dialéctico.
Es por lo que la dialéctica se fundamenta en la consideración de la totali-
dad o conjunto como núcleo de partida del proceso de conocimiento. Des-
de una consideración dialéctica, el conjunto explica y permite identificar y
entender sus componentes. Son partes de un sistema de relaciones, ele-
mentos de dicho sistema. El pensamiento dialéctico enfatiza, en relación
con esta perspectiva dominante, la dimensión relacional que vincula a los
objetos y que se sobreimpone a ellos.
Asimismo considera la realidad como movimiento, como transforma-
ción. Valora, en primer término, el proceso, es decir, el cambio, en la vieja
tradición de Heráclito. La dialéctica resalta la dinámica, se interesa por los
procesos, la génesis, la evolución, el cambio, el sistema de vínculos que ca-
racteriza el mundo real. El pensamiento dialéctico busca en esos procesos
y sistemas de relaciones las acciones que se producen entre ellos, las reac-
ciones a que dan lugar, las contradicciones que acompañan el desarrollo del
mundo real. Los componentes físicos de los mismos tienen un valor secun-
dario.
La dialéctica privilegia una perspectiva dinámica del análisis. La con-
cepción dialéctica no pretende la descripción de una situación estática ni
de una estructura fija. El interés del análisis dialéctico, el centro del mis-
mo, lo constituye la secuencia o proceso en que que evoluciona y se trans-
forma el conjunto, se modifican las relaciones que vinculan los componen-
tes, se generan nuevos vínculos. El interés dialéctico busca las relaciones
contradictorias con la situación preexistente, el modo en que se configura
una nueva totalidad. El proceso es el centro del análisis dialéctico, es el eje
de la concepción dialéctica.
De acuerdo con los postulados de G. W. Hegel (1770-1831), el filósofo
que desarrolla de forma más acabada el pensamiento dialéctico, la dialécti-
ca es la expresión de la propia realidad. Pone en evidencia el carácter con-
tradictorio inherente a ésta.
La dialéctica aparece como la lógica analítica en acción, realizada, como
resaltaba Lévi-Strauss: «Para nosotros la razón dialéctica es siempre consti-
tuyente: es la pasarela sin cesar prolongada y mejorada que la razón analíti-
ca lanza por encima de un abismo del que no percibe la otra orilla... El tér-
mino de razón dialéctica comprende así los esfuerzos perpetuos que la razón
analítica tiene que hacer para reformarse, si es que pretende dar cuenta y ra-
zón del lenguaje, de la sociedad, del pensamiento» (Lévi-Strauss, 1957). La
razón dialéctica viene a resumirse como la razón analítica en acción.
La unidad entre instancia teórica e instancia de observación, entre suje-
to y objeto, constituye una constante del pensamiento materialista moderno.
La razón dialéctica es, en cierta forma, una razón de la práctica, una razón

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 211


glesa de El capital de C. Marx: «Una nueva concepción de cualquier ciencia
revoluciona la terminología técnica en ella empleada.»
M. Planck resaltaba que teoría y observación constituyen una unidad
dialéctica inseparable e irreductible. Unidad que depende de la teoría, por
cuanto los llamados hechos de observación cambian de sentido y significa-
do, son otros hechos, con el cambio de bagaje teórico. Cada teoría posee su
propio lenguaje de observación. La independencia de uno y otro, tal y como
plantea el positivismo, carece de fundamento.
Como señalaba Planck, «ocurre a menudo que una cuestión tenga sen-
tido según una teoría y no la tenga según otra, de suerte que su significado
cambia con el de teorías sucesivas», de tal manera que «para establecer que
una cuestión tiene sentido científico o no, hay que hacerlo en referencia a una
teoría... siendo la interpretación que le confiere la teoría la que da sentido
a toda medida física» (Planck, 1963).
La teoría no es el resultado de un proceso inductivo o deductivo, sino
un sistema de interpretación. La teoría, como las observaciones, dependen
de un contexto heurístico, de unas condiciones históricas, determinantes en
el desarrollo del conocimiento científico. La determinación histórica del
proceso de desarrollo del conocimiento científico constituye un rasgo rele-
vante de los postulados del materialismo.
Desde una perspectiva actual, y desde la preocupación por lo que han
sido y son los horizontes culturales del pensamiento geográfico, las filoso-
fías dialécticas podemos circunscribirlas en dos grandes conjuntos: las filo-
sofías estructuralistas y el materialismo histórico. En ambos se apoyan las
propuestas más importantes de construcción de una epistemología para
las ciencias sociales.

3. El materialismo histórico: de Carlos Marx a los marxismos


En el ámbito de las ciencias sociales, los fundadores del materialismo
moderno son Marx y Engels, en cuanto creadores del denominado «mate-
rialismo histórico», habitualmente identificado como marxismo. Constituye
una teoría social, que sustenta una explicación de la organización y el de-
sarrollo histórico de las sociedades humanas. Es una teoría materialista que
parte de una filosofía materialista. Éste es su rasgo esencial. El materialis-
mo histórico, que hemos de identificar con el pensamiento marxista, y con
el que de forma crítica deriva de él, constituye una propuesta conceptual,
metodológica y práctica. Este último rasgo representa un componente de-
cisivo en su evolución histórica.

3.1. LOS FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS: EL MATERIALISMO DIALÉCTICO

La concepción materialista que formulan Marx y Engels parte de una


crítica del materialismo vulgar que se manifiesta en su tiempo y que no es
sino la herencia del materialismo del siglo XVIII. Criticaron su «estrechez»

212 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

en cuanto a la incapacidad de concebir el mundo como materia en trans-


formación, es decir, con una concepción histórica de la Naturaleza. Y criti-
caron su incapacidad, aunque la justifica, para perfilar una explicación fun-
dada materialista de la sociedad, y por tanto de la historia.
A partir de esa crítica se construye un pensamiento o concepción ma-
terialista del mundo y del hombre cuyo primer elemento es la afirmación
de la unidad entre Naturaleza y Sociedad, con una perspectiva dialéctica.
La unidad se concibe desde el carácter natural de la sociedad humana, y
desde la concepción social de la Naturaleza, evitando «la idea absurda
y contra natura de la oposición entre espíritu y materia, entre hombre y na-
turaleza, entre alma y cuerpo, idea extendida en Europa tras la decadencia
de la antigüedad clásica» (Engels, 1952). La identidad entre el mundo so-
cial y el natural constituye uno de los puntos fundamentales de la concep-
ción materialista marxiana.
La racionalidad de la naturaleza es una presunción básica, como la
propia racionalidad humana, derivada de la «unión entre naturaleza y es-
píritu». El propio Engels apunta esa presunción, que es el fundamento del
conocimiento científico, «incluso para el empirista más corto», en el senti-
do de que no se admite la «irracionalidad de la naturaleza ni que la razón
humana vaya a contradecirla».
El marxismo o materialismo histórico comparte con el racionalismo
positivista la convicción del carácter racional de la Naturaleza y de los pro-
cesos que tienen lugar en ella. Comparte la idea del encadenamiento causal
que relaciona los fenómenos naturales, y que permite entender esos proce-
sos, explicarlos, por sus causas naturales. «Hoy, el conjunto de la naturale-
za se extiende ante nosotros como un sistema de encadenamientos y de pro-
cesos explicado y comprendido en sus grandes rasgos; es cierto que la con-
cepción materialista de la naturaleza no supone otra cosa que el simple en-
tendimiento de la naturaleza tal y como se nos presenta.»
Esa racionalidad se expresa, para los autores citados, en las relaciones
de causalidad que enlazan los procesos naturales y que constituyen el fun-
damento de las regularidades sobre las que se fundamentan las leyes natu-
rales. Para los creadores del materialismo histórico tienen su más evidente
pauta de comprobación en la praxis humana. La constante relación pro-
ductiva con el mundo natural es, para ellos, el argumento decisivo, en la
cuestión de la racionalidad y causalidad, sobre todo en el momento en que
esa práctica humana es capaz de reproducir los procesos naturales.
El materialismo dialéctico plantea como clave de bóveda de las rela-
ciones de causalidad la actividad humana. Ésta aparece como la mediación
necesaria en la representación de la causalidad. La cuestión esencial, para
Marx y Engels, radica en las relaciones entre Sociedad y Naturaleza, basa-
das en «la transformación de la naturaleza por el hombre», en cuanto esa
transformación se considera «el fundamento más esencial y directo del pen-
samiento humano».
Para Marx y Engels, el conocimiento deriva de los sentidos, de la ex-
periencia. Comparten con ello el postulado de las filosofías positivas. Sin
embargo, vinculan el proceso de conocimiento con el ejercicio social que les

213
F
LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA

vincula con el mundo material, es decir, con la práctica social. De ésta sur-
ge, para el marxismo, el conocimiento, y la propia práctica social permite
contrastar la verdad o realidad de las ideas. La práctica social, identificada
con el proceso de producción y reproducción social, constituye para el mar-
xismo el elemento que resuelve el problema de la verdad y del conocimien-
to verdadero. Se proyecta en su concepción del conocimiento científico.

3.2. TEORÍA Y CIENCIA: LA CONCEPCIÓN TEÓRICA MARXISTA

La filosofía del conocimiento marxista descansa sobre una concepción


teórica de la ciencia, que conciben como producto histórico del propio pro-
ceso de conocimiento: «La ciencia natural se transforma de ciencia empíri-
ca en ciencia teórica y a partir de la síntesis de los resultados conseguidos,
en un sistema de conocimientos materialista de la naturaleza.» Y asimismo
como «una forma de pensamiento teórico que reposa sobre el conocimien-
to de la historia del pensamiento y de sus adquisiciones»; en un marco que
recuerda los planteamientos más recientes de Kuhn y Lakatos.
Desde el punto de vista metodológico, el materialismo histórico partía
de una crítica general de la filosofía positiva imperante en el siglo XIX , así
como de la postura teórica que esa filosofía supone, es decir, la pretensión
de estar a salvo de toda filosofía. El materialismo histórico partía de una
doble propuesta, en relación con -o frente a- esa filosofía de moda.
Por una parte, la existencia de una teoría y filosofía del conocimiento
bajo el trabajo de todo científico, consciente o inconsciente, al margen de
la actitud ideológica subjetiva: «Los sabios creen liberarse de la filosofía ig-
norándola o vituperándola. Pero, como sin pensamiento no progresan en
absoluto... caen bajo el yugo de la filosofía, y, por lo general, de la de la
peor especie. Los que más vituperan la filosofía son los más esclavos de los
peores restos vulgares de las peores doctrinas filosóficas», según lo enun-
ciaba Engels.
Representa una crítica esencial del materialismo primario en que re-
posa el empirismo positivo. Niega el materialismo marxista que la expe-
riencia, en directo, es decir, los hechos, puedan proporcionar conoci-
miento general. La actitud antiinductiva y la crítica del empirismo posi-
tivista es un rasgo de la filosofía marxista. Conocemos por medio de
construcciones o representaciones de base racional, relacionadas con la
experiencia práctica, formuladas como teorías. El desarrollo de éstas
constituye un sistema de conocimiento en que deducción e inducción son
componentes complementarios en la depuración y contraste del edificio
teorético, del mismo modo que los mecanismos de análisis y síntesis, en-
tendidos éstos como procesos intelectuales.
En segundo lugar, la filosofía del conocimiento marxista se manifiesta
por la afirmación del carácter integrador del discurso teórico. Una teoría
científica no es sólo una propuesta o hipótesis más o menos acertada. Cons-
tituye un cuerpo conceptual y un lenguaje, cuyos términos adquieren senti-
do dentro de la teoría, y donde los viejos términos se transforman y renue-

214 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

van. Componente teoricoexperimental de la filosofía del conocimiento mar-


xista, y radical antiinducción de la misma, son dos coordenadas esenciales
del materialismo histórico.
El conocimiento científico se concibe como un proceso en el que in-
ducción y deducción van «necesariamente a la par», completándose recí-
procamente. La concepción marxiana del conocimiento se configura como
un cuerpo teórico, cuyo soporte es el racionalismo, que podemos denomi-
nar «práctico», en cuanto su justificación reposa sobre la actividad históri-
ca humana y su capacidad de transformación y reproducción de los proce-
sos naturales: «Im Anfang war die Tat» («En el origen fue la acción»), según
destacaba Marx citando a Goethe. La capacidad práctica humana es, para
el marxismo, el fundamento más sólido de nuestra racionalidad, al propio
tiempo que lo es de la argumentación marxista frente al agnosticismo o
«materialismo vergonzante», como lo califica Engels, de los científicos, y
frente a los postulados idealistas.
El materialismo histórico se nos presenta como una filosofía materia-
lista del conocimiento y como una concepción materialista del mundo. Una
concepción materialista de la sociedad, basada en la determinación de la
vida social por las condiciones materiales de su existencia. Una concepción
naturalista, pero no física; el materialismo histórico considera las tenden-
cias sociales tan naturales como las leyes fisiconaturales (Schmidt, 1977).

3.3. LA TEORÍA SOCIAL: ESTRUCTURA MATERIAL Y SUPERESTRUCTURA IDEOLÓGICA

Es el materialismo histórico, como dice Engels, en el prólogo a la edi-


ción inglesa de Socialismo utópico y socialismo científico, «una concepción
de la historia que busca la causa primera y el gran motor de todos los acon-
tecimientos históricos importantes en el desarrollo económico de la socie-
dad, en la transformación de los modos de producción y cambio, en la di-
visión de la sociedad en clases, que resulta de ello, y en la lucha de estas
clases entre sí» (Engels, 1892).
Lo expresaba Marx de una forma sintética y precisa en términos bien
conocidos, casi apodícticos, en su conocido prólogo a la Contribución a la
crítica de la economía política: «En la producción social de su existencia los
seres humanos entran en relaciones determinadas, necesarias, indepen-
dientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un
cierto grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El con-
junto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica
de la sociedad, la base concreta sobre la que se eleva una superestructura
jurídica y política y a la cual corresponden formas de conciencia sociales
determinadas. El modo de producción de la vida material condiciona el pro-
ceso de vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de
los hombres la que determina su estado sino que, a la inversa, es su estado
social el que determina su conciencia» (Marx, 1957).
Se enuncian los componentes básicos de la concepción marxista y los
conceptos fundamentales de la teoría social del materialismo histórico. Una

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 215

concepción que contempla la sociedad como una totalidad, como un sistema


de relaciones en que se integran fuerzas productivas y relaciones de produc-
ción. Las primeras las componen los elementos técnicos, científicos, produc-
tivos, específicos de cada etapa histórica. Las segundas involucran a los seres
humanos entre sí, de acuerdo con su vínculo con los medios de producción
y las estructuras de la propiedad, y con las relaciones derivadas de éstas.
Fuerzas productivas y relaciones de producción determinan, en con-
junto, la estructura económica de la sociedad, identificada también como
modo de producción. El conjunto de formas sociales de carácter cultural,
político y jurídico componen la denominada superestructura social, a la que
se vincula la conciencia social. La dependencia de esta conciencia social, y
sus manifestaciones individuales, de la estructura económica, constituye el
cimiento de la teoría marxista.
El planteamiento esencial del materialismo histórico es la vinculación
directa de la conciencia con el estado social. La determinación de la con-
ciencia por el desarrollo de las fuerzas productivas y por las consiguientes
relaciones de producción es un rasgo destacado de las concepciones mate-
rialistas modernas. De él deriva el determinismo material de los hechos hu-
manos. Engels lo resumía al destacar que según «la concepción materialis-
ta... el factor determinante en la historia es, en última instancia, la produc-
ción y la reproducción de la vida real».
Esta concepción ha sido considerada, muchas veces -sobre todo por
sus detractores- una interpretación economicista de la sociedad, aunque sus
autores resaltaban que no se formula en términos económicos. El materia-
lismo histórico plantea que la adecuada comprensión de los comporta-
mientos sociales, de los problemas políticos, de las formas jurídicas, de la
ideología, exige el conocimiento previo «de las condiciones de vida mate-

3.4. Los PROBLEMAS TEÓRICO-EPISTEMOLÓGICOS DEL MATERIALISMO HISTÓRICO

La concepción marxista representa una formulación teórica, en el cam-


po social y en el ámbito del conocimiento, que carece de un adecuado de-
sarrollo. Los fundadores no llevaron a cabo el desenvolvimiento de los pre-
supuestos enunciados. El carácter esquemático de tales enunciados, así
como las numerosas lagunas en el desarrollo de la teoría social, han facili-
tado, con posterioridad, interpretaciones diversas. En particular concepcio-
nes simples, primarias, de tales enunciados y una concepción mecanicista
y elemental del complejo mundo social o de los procesos de conocimiento.
Se manifiesta también en la concepción del materialismo como filosofía.
El problema central afecta al carácter de la relación entre la base es-
tructural -la estructura económica de Marx- con la que él denominó su-
perestructura. El carácter determinante que Marx atribuye a la primera so-
bre la segunda ha sido entendido de formas diversas. Puede ser entendido
de forma mecánica y primaria, como se ha hecho en el marxismo y en sus
formulaciones ortodoxas, dogmáticas y estructuralistas.

216 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Los mecanismos a través de los cuales la estructura económica condi-


ciona la denominada superestructura, así como el grado de autonomía que
los niveles superestructurales tienen, han sido obviados o desconsiderados
en estas versiones del marxismo. Ha supuesto una interpretación mecánica
de la dependencia y una negación de la autonomía de los agentes sociales
y de los individuos.
La investigación social, en cambio, ha venido a mostrar el carácter
muy complejo que tienen las relaciones sociales y la notable autonomía que
muestran las instancias de la denominada superestructura, respecto de la
estructura económica. Ha mostrado la diversidad que ésta puede ofrecer, en
la medida en que la coexistencia de diversos modos de producción es una
situación histórica habitual. Ha evidenciado la capacidad de supervivencia
de modos de producción superados, rasgo relevante de los procesos de de-
sarrollo social.
Ha mostrado, también, la capacidad de los agentes sociales para actuar
con autonomía respecto de sus determinaciones sociales más aparentes. Ha
puesto de manifiesto las contradicciones entre el ser social -su condición
económica o material- y la conciencia social de dichos agentes. Explicar-
los en el marco de la teoría de la determinación marxista constituye una ne-
cesidad. Es, al mismo tiempo, una dificultad en el desarrollo de la teoría del
materialismo histórico.
La determinación de las instancias socioculturales, políticas, ideológi-
cas, por la base económica o material no puede ser contemplada en el mar-
co de un esquema mecánico simple y de dirección única. El carácter es-
quemático de la formulación marxiana ha facilitado una interpretación es-
tática, de las relaciones sociales y de las determinaciones entre niveles o ins-
tancias. En un ejercicio de congelación, se les ha privado de su dimensión
histórica, de su naturaleza dinámica.
Los procesos de relación entre la base estructural y las manifestacio-
nes ideológicas y culturales no pueden sustraerse al cambio y la evolución
histórica. Son productos de esa evolución. Tienen una dimensión material,
en el mismo grado que la estructura económica. En el marxismo moderno,
el concepto de determinación adquiere perfiles sociales y dimensión histó-
rica. La determinación social de la base material se plasma en un comple-
jo sistema de interacciones, de resistencias, de relaciones que circulan en
direcciones contrapuestas y que pueden incidir, incluso, en la propia base
económica.
Por otra parte, los procesos de transición de un modo de producción a
otro, cuyo enunciado básico formula Marx, y la propia conceptualización
de tales modos de producción, muestran el carácter esquemático de la mis-
ma. Marx fue consciente de ello, así como de las dificultades y el carácter
complejo que dichos procesos de transición tienen. De tal modo que los fe-
nómenos de transición devendrán, en el análisis histórico marxista, uno de
los principales focos de interés en la segunda mitad del siglo XX.
El desarrollo de las ciencias sociales ha venido a suscitar una pro-
gresiva depuración de los instrumentos teóricos y de los presupuestos
de conocimiento formulados en el materialismo histórico. El desarrollo

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 217

de nuevos enfoques, a partir del marxismo, siguiendo las pautas marxis-


tas en unos casos, y por enfoques alternativos, en otros, constituye un
rasgo destacado del movimiento intelectual europeo del siglo XX . Abarca
desde la denominada Escuela de Franckfurt y el neomarxismo a los es-
tructuralismos. Han sido los enfoques estructuralistas los que han tenido
una mayor influencia en el campo de las ciencias sociales de la segunda
mitad del siglo XX.

4. Los estructuralismos: estructura y sociedad

El estructuralismo es, en general, una filosofía cuyo supuesto princi-


pal reside en la consideración de que la sociedad constituye un conjunto
dinámico y ordenado bajo la apariencia de caos y desorden. Se formula
de acuerdo con la afirmación de la existencia de determinadas estructuras
profundas, que subyacen en los fenómenos sociales aparentes y que son la
clave para su comprensión. Resalta la importancia de este orden incons-
ciente y no observable directamente como un instrumento epistemológi-
co, en orden a entender y explicar la apariencia caótica de los fenómenos
sociales.
La característica común procede del recurso al concepto de estructura
con un valor teorético y con capacidad para explicar la realidad. La noción
de estructura como un concepto central del análisis de la realidad social
arraiga en el materialismo histórico. Adquiere su formulación moderna, es-
tructuralista, en la lingüística, a partir de los trabajos de F. de Saussure. El
concepto de estructura adquiere una dimensión nueva.
La aplicación en el campo antropológico por parte de Claude Lévi-
Strauss para el análisis de los sistemas y relaciones de parentesco mostra-
ba la fecundidad de la concepción estructural y las perspectivas que ofrecía
en el campo de las ciencias humanas, como soporte o fundamento de un
análisis científico en las mismas (Lévi-Strauss, 1949). La estructura se iden-
tifica con la realidad, con lo objetivo, aunque no se perciba en la experien-
cia directa. El enfoque estructural convertía las estructuras profundas en la
clave del conocimiento y comprensión de las apariencias. Sin embargo, este
enfoque ofrece distintas formulaciones teóricas y epistemológicas.

4.1. LA VARIEDAD ESTRUCTURALISTA

La afirmación dialéctica y el recurso a ésta como soporte intelectual de


los procesos de conocimiento e interpretación aparece en los autores de di-
recta vinculación marxista. Aparece también en los que carecen de relación
directa con el pensamiento de Marx. Éste es el caso de J. Piaget. Según él
mismo indica, reconoce el fundamento dialéctico de su epistemología y
práctica científica y resalta su desvinculación originaria con la tradición
marxista. La vinculación con el marxismo, de carácter intelectual, constitu-
ye, al mismo tiempo, una reivindicación de la razón dialéctica y del méto-

218 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

do dialéctico marxiano. Es la común definición básica epistemológica del


conjunto de los estructuralismos, en las ciencias sociales.
De acuerdo con los enfoques del estructuralismo, el conocimiento se
basa en la coincidencia objetiva entre determinadas propiedades de la rea-
lidad y del pensamiento. Desde una perspectiva epistemológica, la clave de
esa comprensión estructural se encuentra en la capacidad innata, atribuida
a la especie humana, para ordenar y estructurar los datos empíricos. En
este sentido, constituye una teoría del conocimiento humano. El método
dialéctico representa el soporte epistemológico del mismo, en cuanto se des-
taca el valor de la totalidad y se presta atención preferente al sistema de re-
laciones, más que a los fenómenos aislados.
Las propuestas teóricas conocidas como estructuralismo se caracteri-
zan por su básica aceptación de que las acciones humanas representan una
relación sujeto-objetos de la que el sujeto extrae -no de los propios obje-
tos sino de las acciones del sujeto- el conocimiento. Para ello es funda-
mental la existencia de determinados mecanismos o esquematismos inter-
pretativos, que no son conscientes al sujeto ni éste extrae directamente de
su experiencia. Constituyen las estructuras básicas del conocimiento. Esas
estructuras, en la mayoría de los casos inconscientes, hacen posible orga-
nizar la experiencia, sea el lenguaje o las relaciones sociales.
Las diferencias entre las distintas corrientes que comparten esta con-
cepción del proceso de conocimiento corresponden a la distinta considera-
ción que otorgan al tiempo, es decir, a la historia. Hay estructuralismos para
los cuales la historicidad constituye, en el mejor de los casos, un residuo,
como sucede en el estructuralismo marxista de Althusser y en el antropo-
lógico de Lévi-Strauss. Hay estructuralismos de base genética o histórica,
para los cuales el tiempo y, por tanto, la historicidad, constituyen un pos-
tulado fundamental. De ahí su habitual denominación como epistemolo-
gías historicocríticas o sociogenéticas, en tanto la «historia está en primera
fila» (Piaget, 1970).
Lo que diferencia la propuesta de Lévi-Strauss y de Althusser de las so-
ciogenéticas es el carácter marginal que adquiere el tiempo y la dimensión
histórica en la interpretación estructuralista. La historia queda relegada a
un simple dato. El hecho histórico es uno más, elaborado por el propio his-
toriador, como un instrumento de inteligibilidad. «El etnólogo respeta la
historia pero no le concede valor privilegiado. La concibe como una bús-
queda complementaria de la suya» (Lévi-Strauss, 1964).
Se invierte el sentido y valoración de la historia: «Lejos pues de que la
búsqueda de la inteligibilidad culmine en la historia como en su punto de
llegada, es la historia la que sirve de punto de partida para toda búsqueda
de la inteligibilidad» (Lévi-Strauss, 1964). En este tipo de estructuralismos,
la negación de la Historia constituye un rasgo sustancial de la propia epis-
temología. Se distinguen por acentuar los aspectos sincrónicos, puramente
estructurales. En su expresión más radical, es la característica del estructu-
ralismo filosófico, marxista, de L. Althusser.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 219

4.2. EL ESTRUCTURALISMO MARXISTA

La filosofía de Althusser constituye una interpretación de la epistemo-


logía marxista, apoyada en lo que se propone como una nueva lectura e in-
terpretación de Marx. Una lectura que desgaja del proceso de conocimien-
to los componentes históricos -historicistas, según Althusser-. En cam-
bio, convierte a las estructuras económicas, esto es, los modos de produc-
ción, en los componentes determinantes del desarrollo social.
Posterga el papel del sujeto individual o colectivo, que, en cierto modo,
desaparece. Este estructuralismo marxista tiene excepcional resonancia en
las ciencias sociales durante las décadas de 1960 y 1970. En particular, a
través de la obra de M. Castells, de gran influencia en el mundo de la so-
ciología y, por consiguiente, en la geografía urbana (Castells, 1974).
El estructuralismo marxista destaca la existencia de estructuras bási-
cas de carácter económico. Éstas son los elementos determinantes, tanto de
la posición como de la actuación de los agentes sociales en el proceso de la
reproducción social. La historia, los agentes históricos, pierden su autono-
mía. Los agentes individuales quedan reducidos al papel de portadores de
las relaciones de producción inherentes al modo de producción y a sus cam-
bios. La historia, como libre actuar de los sujetos sociales carece de signi-
ficación en el entramado teórico estructuralista. La dimensión histórica se
reduce a simple ilustración.
La formalización de Althusser, vinculada con los enunciados del eco-
nomista y antropólogo M. Godelier, reduce el enfoque marxista a una for-
mulación de carácter estructural. Los conceptos clave son los de modo de

El modo de producción se define como un marco teórico referido al


producción, formación social y articulación.

proceso de organización social. Identifica el estado de desarrollo de las fuer-


zas productivas y las relaciones de producción dominantes, en el sentido en
que lo emplea Marx. El modo de producción carece de realidad social, no
se corresponde con ninguna sociedad histórica concreta. Ésta se identifica
como formación social, que manifiesta la configuración histórica de una so-
ciedad. Cada formación social aparece condicionada por el tipo de articu-
lación que vincula los distintos componentes sociales entre sí, así como las
relaciones entre la estructura económica y la superestructura.
La elaboración teórica de L. Althusser supuso un estímulo para la re-
novación teórica del pensamiento marxista. Alcanzó una considerable in-
fluencia en el campo de las ciencias sociales, sobre todo en economía polí-
tica y en sociología urbana. Y fue un factor de debate y controversia, des-
de la propia filosofía marxista.
En las críticas al estructuralismo de L. Althusser subyace y se plantea
el problema fundamental de la relación entre el individuo o sujeto (agente)
y las estructuras. Se plantean cuestiones vinculadas con la libertad, con el
significado de la determinación histórica, con el carácter objetivo del co-
nocimiento, con el carácter científico del marxismo. La crítica marxista re-
saltaba el carácter de ideología del estructuralismo marxista y su determi-
nismo estructural (Lefebvre, 1974). Otras críticas se centraban en la desa-

220 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

parición del devenir, del sentido de génesis de la historia. Es una reivindi-


cación de la historia entendida como devenir, como proceso, como géne-
sis, relacionada con «el ser humano, la conciencia, el origen y el sujeto»
(Foucault, 1976).
El debate más relevante, desde una perspectiva teórica y epistemoló-
gica, se produjo en torno a la relación entre agentes (individuos, institu-
ciones) y estructuras. En consecuencia, respecto del significado de la
historia y el papel en ella del sujeto individual y social. Debate que se de-
sarrolló, sobre todo, entre los historiadores marxistas británicos, prota-
gonizado por E. P. Thompson y P. Anderson. El primero, desde una pers-
pectiva crítica a los planteamientos de Althusser; el segundo, crítico, a su
vez, con la concepción histórica que se decantaba en los postulados de
Thompson.
Éste criticaba y ponía en cuarentena la interpretación estructural en la
historia. Destacaba la importancia del obrar individual y la autonomía del
mismo. Denunciaba, en el estructuralismo, una visión deficiente de la ac-
ción humana, una concepción determinista de la historia. Concepción en la
que los seres humanos quedaban reducidos a la condición de meros porta-
dores y reproductores de las estructuras (modos de producción).
Thompson reivindicaba la interpretación de la historia como la de una
«práctica humana indómita», vinculada a la práctica consciente, intencio-
nada, de los agentes individuales. Actuaciones libres, aunque no puedan
comprender las consecuencias últimas de sus actos, ni mucho menos con-
trolarlos y preverlos. Suponía una revalorización del sujeto individual, de la
autonomía de éste, de la importancia de su experiencia, respecto del deter-
minismo rígido e impuesto de las estructuras económicas.
Perry Anderson ponía de manifiesto que, en su rechazo al estructura-
lismo, Thompson se acercaba a las concepciones del individualismo meto-
dológico. Que quedaba preso de conceptos, como el de vivencia, próximos
al subjetivismo fenomenológico y vitalista. Resaltaba también Anderson la
ignorancia que los análisis de Thompson muestran de los factores estruc-
turales, de las condiciones determinantes más profundas, vinculadas con el
capitalismo, en sus etapas iniciales.
En este debate marxista sobre la interpretación estructuralista de la
historia subyace el problema esencial a la filosofía del materialismo histó-
rico, de las relaciones entre las estructuras económicas -es decir, las con-
diciones productivas- y las acciones y decisiones de los individuos, entre
la base económica y la denominada superestructura ideológica. Explicar los
fenómenos que tienen que ver con la cultura, la vivencia individual, el com-
portamiento subjetivo, las acciones individuales, la conciencia social ha
sido el principal escollo de la interpretación marxista.
Una cuestión clave de la epistemología marxista y de su teoría social
que ha impulsado las elaboraciones de carácter teórico más recientes, en
el ámbito de las ciencias sociales, dentro y fuera del marxismo. Es lo que
explica las nuevas formulaciones vinculadas a la tradición dialéctica y
materialista, y a la herencia marxista, que distinguen el último cuarto de
siglo.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 221

5. Nuevas propuestas: de la regulación a la estructuración

La construcción teórica más consistente con raíces en este marxismo


renovado, de componente estructuralista, corresponde a dos enfoques re-
cientes de la teoría social: la llamada «teoría de la regulación» y la «teoría
de la estructuración». La primera, tal y como la desarrolla A. Lipietz en
Francia, a partir de los enunciados de M. Anglietta, en los primeros años de
la década de 1970, desde el campo de la nueva Economía política; la se-
gunda, elaborada por el sociólogo inglés A. Giddens.
En ambos casos, las cuestiones centrales son las que conciernen, en el
análisis y entendimiento de la realidad social, a las relaciones entre los in-
dividuos -agentes-, y las regularidades sociales -estructuras-, en el mar-
co global de la reproducción social. Planteamientos y enfoques renovados
para abordar la cuestión clave de la teoría marxista de la determinación de
la superestructura ideológica por la estructura económica. En ambos casos
tratan de evitar el esquematismo estructuralista y de superar sus limitacio-
nes a la hora de comprender y explicar los procesos sociales.
Lo que les distingue es el grado de elaboración formal y el alcance o
profundidad de la teoría. En el caso de A. Giddens, se trata de una verda-
dera teoría social, la teoría de la estructuración. En el de Lipietz, se trata
más bien de un esquema de análisis vinculado con el campo económico.
Aborda las profundas transformaciones que tienen lugar en las formas de
producción capitalista en la segunda mitad del siglo XX , en el marco de lo
que se conoce como la teoría del modo de regulación.

5.1. EL MODO DE REGULACIÓN: ESTRUCTURA Y AGENTES

El concepto de regulación surge en el marco de la teoría económica de


inspiración marxista y como una adaptación de los postulados estructura-
listas de Althusser, en el decenio de 1970. La formularon M. Aglietta y A. Li-
pietz, quien ha sido su principal representante. La teoría de la regulación
pretende identificar los procesos que hacen posible la supervivencia y evo-
lución de un sistema social -modo de producción-, a pesar de las con-
tradicciones que genera y que le afectan. El modo de regulación indagaba
en los mecanismos que permitían descargar los conflictos y contradicciones
del modo de producción capitalista sin alterar sus base económica, asegu-
rando, con ello, su permanencia.
La reproducción del modo de producción existente se manifiesta, se-
gún la teoría de la regulación, como un proceso. En éste se reproduce un
sistema de relaciones sociales, que se sobredeterminan mutuamente. En él
confluyen multitud de trayectorias de individuos y grupos, que actúan de
acuerdo con sus propios fines, y que son los agentes. Cada uno de estos in-
dividuos y grupos opera con su particular «representación de las conse-
cuencias» de sus actos.
El sistema de relaciones sociales constituye la estructura social, cuya re-
producción condiciona tanto los hábitos de los agentes individuales como

222 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

las condiciones de su comportamiento, sin que sean conscientes de ello. Los


agentes, por su parte, actúan de forma independiente, con autonomía. En
sus acciones propenden a separarse de las pautas i mpuestas por las estruc-
turas. La divergencia es, para la teoría del modo de regulación, un compo-
nente de la reproducción social, un elemento dialéctico de la misma. Las di-
vergencias y las crisis afectan a la estructura económica y al comporta-
miento de los agentes.
Las contradicciones entre acciones individuales y estructura muestran la
autonomía entre ambos niveles y la interdependencia que los vincula. La di-
vergencia, señalan los autores de esta teoría, se da, siempre, en un marco es-
tructural. La estructura supone, por otra parte, la existencia de las acciones
individuales, así como el carácter habitual o rutina de las mismas. Los agen-
tes actúan en un marco determinado por la estructura, pero de acuerdo a pau-
tas y actitudes que son personales, con un cierto grado de autonomía, aunque
éste sea limitado. Como decía Marx, señalan, «los hombres hacen su propia
historia, pero sobre la base de las condiciones dadas y heredadas del pasado».
De acuerdo con las teorías estructuralistas de Althusser, las estructuras
de producción se imponían de forma determinante: capitalista y proletario,
capital y fuerza de trabajo se vinculaban a través del proceso de producción.
El capital dispone de los medios de producción; el proletario, de su fuerza
de trabajo. El primero proporciona las condiciones de producción y el se-
gundo obtiene un salario. Para el primero significa la obtención de mer-
cancías, cuyo cambio en el mercado le devuelve el capital aportado. Al mis-
mo tiempo asegura los medios de subsistencia al proletario, para volver a
empezar el ciclo. No hay autonomía para los agentes sociales. Las relacio-
nes de producción se reproducen como una necesidad natural. Se imponen
a los agentes a pesar de ellos mismos.
La sobredeterminación es un concepto clave en esta relación entre el in-
dividuo, la conciencia colectiva y la estructura social. La rutina social, en la
que se enmarca el comportamiento individual, propende a asegurar el pro-
ceso de reproducción social. El potencial autónomo de cada agente social,
significa, en cambio, su capacidad de ruptura. La dialéctica entre ambos
constituye un componente esencial de las relaciones sociales. En esa dia-
léctica anida la contradicción básica. En ella se encuentra el mayor poten-
cial de cambio, incluso revolucionario, de acuerdo con los postulados de la

Las pequeñas crisis que surgen de estos conflictos pueden ser resuel-
teoría del modo de regulación.
tas o pueden derivar en nuevas crisis y divergencias, sin que alteren sus-
tancialmente el marco estructural en que se desenvuelven. Pueden incidir
sobre dicha estructura, alterando la misma, provocando su modificación
paulatina o, incluso, determinando una crisis de mayor alcance. De esta re-
lación dialéctica se deriva el cambio social. La disponibilidad del individuo
o agente para aceptar las normas o pautas del sistema social, en relación
con sus propias aspiraciones e interés, incide no sólo en su reproducción
sino que induce su transformación.
La teoría del modo de regulación plantea los problemas de estas rela-
ciones entre agentes y estructuras concediendo a los agentes individuales un

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 223


cierto margen de autonomía, respecto de la determinación estructural. Un
horizonte teórico que delimita el campo de interés de la denominada teoría
de la estructuración, tal y como la formula el sociólogo británico Anthony
Giddens.

5.2

La teoría de la estructuración constituye una formulación moderna de


la teoría social. La estructuración identifica para Giddens las «condiciones
que gobiernan la continuidad o cambio de las estructuras y, en consecuen-
cia, la reproducción de los sistemas sociales» (Giddens, 1983). Ha tenido
una destacada recepción entre los geógrafos por la directa vinculación de la
misma con conceptos geográficos. Aborda el mundo de «las prácticas so-
ciales ordenadas en un espacio y un tiempo».
Parte A. Giddens de una crítica del estructuralismo y del objetivismo,
tal y como se formulan en el ámbito sociológico contemporáneo. Critica la
tendencia a considerar el conjunto social o estructura por encima del indi-
viduo, dentro de una tradición que arranca, en la Sociología, de E. Durk-
heim. Destaca que en este planteamiento subyace una formulación causal o
determinista, de perfil naturalista, respecto de la conducta humana. De tal
modo que la consideración de aspectos como la intencionalidad y las con-
diciones subjetivas, individuales, son desestimadas en la explicación de los
fenómenos sociales.
Resalta la tendencia a considerar las estructuras, en las ciencias so-
ciales, al margen de los individuos, como simples sistemas de relaciones.
Apunta la propensión a minusvalorar los valores y normas culturales, así
como los factores relacionados con las creencias, las actitudes y los valo-
res individuales. Reivindica A. Giddens el papel de los agentes individua-
les. Giddens destaca como conclusión que «un abordaje estructural de las
ciencias sociales no puede desgajarse del examen de los mecanismos de
la reproducción social», vinculados a las actitudes y los comportamientos
individuales.
La continuidad social es inseparable de las actividades conscientes de
los agentes individuales. Es en su actividad, y a través de ella, como los ac-
tores sociales reproducen las condiciones que hacen posible su manteni-
miento como actores y la pervivencia de sus prácticas. «Las sociedades hu-
manas, o sistemas sociales, directamente no existirían sin un obrar huma-
no. Pero no ocurre que los actores creen sistemas sociales: ellos los repro-
ducen o los transforman y recrean lo ya creado en la continuidad de una
praxis» (Giddens, 1984).
Giddens considera estas actividades en un marco de continuidad en el
tiempo y con una ubicación determinada en el espacio. La teoría de la es-
tructuración considera la duración, es decir, el tiempo, como un elemento
fundamental, en la medida en que define un proceso. Acento en la duración,
y en la historia, por tanto, que le separa de forma radical de los estructu-
ralismos precedentes.

224 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La teoría de la estructuración considera la práctica social desde la pers-


pectiva de una rutina o hábito que los agentes o actores sociales mantienen
de forma consciente, reflexiva y con conocimiento de su entorno. La con-
ciencia práctica de sus acciones, la comprensión racional de las mismas, su
carácter motivado, subyacen en la actividad del actor social. Esto ocurre,
aunque tales acciones puedan conllevar, y de hecho conlleven, consecuen-
cias inesperadas o no buscadas. El concepto de conciencia práctica es cen-
tral en la teoría de la estructuración, que ilumina esta relación del actor con
sus actos y las consecuencias de los mismos.
Para A. Giddens, las prácticas sociales de los actores individuales, de
carácter habitual, en un marco espacial y temporal determinado, tienen
«consecuencias regularizadas, no buscadas por quienes emprenden esas ac-
tividades, en contextos de un espacio tiempo más o menos lejano». La teo-
ría de la estructuración introduce las consecuencias inesperadas como sub-
productos sociales de las conductas habituales que los actores respaldan de
forma consciente.
Para Giddens, las estructuras no son ajenas o externas a los actores.
Agentes y estructuras no son conjuntos de fenómenos independientes, sino
que constituyen partes de una dualidad. Señala Giddens que una sociedad
no es un mero producto de agentes individuales y que las propiedades es-
tructurales de los sistemas sociales sobreviven a los individuos. Al mismo
tiempo, apunta que la estructura o propiedades estructurales sólo existen en
el marco de la continuidad de la reproducción social, en el tiempo y en el
espacio.
De tal manera que la reproducción social se inscribe en un proceso dia-
léctico: «El fluir de una acción produce, de continuo, consecuencias no bus-
cadas por los actores, y estas mismas consecuencias no buscadas pueden
dar origen a condiciones inadvertidas de la acción en un proceso de retro-
alimentación.» La historia humana, de acuerdo con Giddens, es «el pro-
ducto de actividades intencionales, pero no responde a una intención pro-
yectada; escapa siempre al afán de someterla a una dirección consciente».
El concepto de dualidad perfila el mundo del individuo, es decir, el mundo
de la acción, y el mundo de la sociedad, es decir, el de la estructura. A. Gid-
dens resalta el carácter central del concepto de dualidad de estructura en la
teoría de la estructuración.
La teoría de la estructuración considera que la persistencia de deter-
minadas prácticas sociales a lo largo del tiempo y en el espacio -es decir,
su reproducción social- está vinculada a la presencia de determinadas pro-
piedades estructurales, que tienen un carácter articulador en lo social. Están
en relación con la existencia de un conjunto de «pautas» (reglas) y «recur-
sos» -es decir, procedimientos de interacción social- que dan sentido a
las acciones sociales y que establecen un marco sancionador de las con-
ductas sociales. Propiedades estructurales que se manifiestan, en un contex-
to espacio temporal específico, como estructura. A. Giddens denomina a las
propiedades estructurales más profundas, vinculadas a la reproducción so-
cial, «totalidades societarias»; y llama «principios estructurales» e «institu-
ciones» a las prácticas de mayor difusión dentro de la totalidad social.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 225

El autor de esta teoría distingue entre estructura -concebida como el


conjunto ya apuntado de pautas regladas y recursos que ordenan las rela-
ciones sociales- y sistemas, que identifica con las relaciones concretas en-
tre los agentes sociales y que se manifiestan como prácticas sociales habi-
tuales. Todas las sociedades son sistemas sociales para Giddens. Al mismo
tiempo que resalta el hecho de que están «constituidas por la intersección
de múltiples sistemas sociales».
La teoría de la estructuración tiene una dimensión epistemológica. Es-
tructura (sociedad) e individuo (agente) plantean, desde una perspectiva
epistemológica, el problema de la explicación de los fenómenos sociales en
un marco de acciones individuales. Un problema esencial en el ámbito de
las ciencias sociales.
La formulación crítica más significativa al respecto en el ámbito epis-
temológico surge desde el racionalismo crítico, de K. Popper, frente a las teo-
rías de carácter estructuralista, y en particular frente al materialismo histó-
rico. El individualismo metodológico representa la formulación epistemoló-
gica de este problema, de esta crítica y de su significado en el campo de las
ciencias sociales. El individualismo metodológico constituye el principal an-
tagonista de la explicación estructural, surgido como reacción a la misma.
La crítica al individualismo metodológico, en sus presupuestos episte-
mológicos, apunta a la limitada acepción del concepto de explicación, que
manejan quienes postulan el individualismo metodológico. La identifican,
exclusivamente, con una determinación de carácter causal entre dos o más
clases de fenómenos sociales. La crítica se dirige también a la peculiar de-
limitación del concepto de «individuo» que manejan. El individuo, para los
partidarios del individualismo metodológico, queda reducido a caracteres y
necesidades orgánicas; actitud que reduce al mero nivel orgánico los fenó-
menos sociales.
En definitiva, la crítica al individualismo metodológico pone de mani-
fiesto que no es posible «hallar propiedades de individuos que no estén ya
irreductiblemente contaminadas por lo social». La crítica al individualismo
metodológico pone de relieve que el individuo, lo que llamamos individuo,
como sujeto social, no es un simple organismo, sino que surge en un pro-
ceso de interacción con otros individuos y con un conjunto de componen-
tes estructurales -instituciones, relaciones de poder-. El individuo resul-
ta ser, ante todo, un producto social.
Giddens se hace eco del problema y resalta, frente al planteamiento de
Popper y Hayeck, la validez de las generalizaciones en las ciencias sociales,
con un significado equivalente al de las leyes en las ciencias de la naturale-
za, pero con una estructura lógica distinta.
La teoría social de A. Giddens representa la más reciente y evolucio-
nada elaboración de un marco epistemológico y conceptual en el ámbito de
las filosofías dialécticas y en la tradición del pensamiento materialista y
marxista. Supone la formulación más completa de una teoría que aborde
los problemas subyacentes en el estructuralismo y en las concepciones so-
ciales en las que la estructura tiene un papel esencial en la interpretación
de los fenómenos sociales. Su especial atención al espacio como una con-

226 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

dición esencial en las relaciones sociales le ha otorgado una gran resonan-


cia entre los geógrafos. Sus planteamientos parecen rescatar el espacio
local, la localidad, y regional, como la referencia espacial necesaria de la
acción individual.
Por otra parte, representa un enfoque teórico que sobrepasa el es-
tructuralista. Es decir, se enmarca en la amplia corriente de renovación y
reacción a los postulados del estructuralismo en las ciencias sociales, des-
de presupuestos materialistas y en la tradición racionalista de carácter
dialéctico. Le distingue el interés y la atención prestada al individuo como
sujeto histórico, en el marco de una consideración teórica que no renun-
cia al enfoque estructural de la sociedad.
La atención al sujeto es compartida también por las elaboraciones teó-
ricas que hacen del individuo, del sujeto, la clave de toda explicación de la
realidad. Movimiento intelectual que tiene antecedentes sobresalientes en el
primer tercio del siglo actual, en el que se elaboran las principales filosofías
de la subjetividad. Comparten, todas ellas, una actitud crítica frente al racio-
nalismo, tanto el racionalismo positivista como el racionalismo dialéctico.
La crítica al racionalismo y a la ciencia y la reivindicación de la sub-
jetividad en el proceso de conocimiento son rasgos destacados de todas es-
tas filosofías. Todas ellas comparten el idealismo como concepción fun-
damental del mundo cuya interpretación reposa siempre en la conciencia
individual, poniendo en entredicho la presunción de objetividad y el rea-
lismo materialista.
I

CAPÍTULO 13

FILOSOFÍAS DE LA SUBJETIVIDAD:
LA CRÍTICA AL RACIONALISMO

Uno de los troncos más vigorosos de la filosofía occidental desarrolla-


da en el marco de la modernidad corresponde con el desarrollo de un pen-
samiento crítico respecto de la racionalidad positiva y científica. Pensa-
miento crítico que presenta una gran variedad de formulaciones y enfoques
y que se elabora a la par con la propia construcción del pensamiento ra-
cionalista. Desde el siglo XVIII hasta la actualidad, el eje de tales filosofías
ha sido la reivindicación de la subjetividad y de la conciencia frente al ob-
jetivismo positivo. Siempre en un contexto o marco predominante de irra-
cionalismo -es decir, de puesta en cuestión de la racionalidad- y de idea-
lismo.
Ha supuesto la puesta en entredicho de las seguridades proclamadas
por el racionalismo, la siembra de la duda frente a sus certidumbres y, en
el campo de las ciencias sociales, la vindicación del individuo frente a lo so-
cial o colectivo.
El rasgo distintivo de la cultura europea del irracionalismo es la valo-
ración específica de la subjetividad. Se manifiesta en una exaltación de la
comprensión intuitiva como forma superior de conocimiento. La intuición
se transforma en la clave del conocimiento, expresión de un acto vital su-
perior a la razón. Representa la intelección instantánea, que permite con-
templar y entender el mundo como totalidad, tal y como es en la realidad.
La culminación de este proceso de puesta en cuestión del racionalismo
moderno y de la propia modernidad se producirá en el último cuarto del si-
glo XX. Es lo que se conoce como postestructuralismo, en el marco de la de-
nominada posmodernidad. Sus raíces, antecedentes intelectuales y prime-
ras formas críticas se esbozan a finales del siglo XIX y en el primer tercio
del siglo XX, en el marco de la primera crisis de la ciencia en su concepción
empírica y mecanicista. Es decir, la crisis del positivismo de fundamento
empírico, que había dominado el pensamiento científico occidental duran-
te el siglo XIX. La tradición filosófica de la modernidad proporcionó los ma-
teriales para la crítica del racionalismo y para la formulación de las prime-
ras alternativas al pensamiento racional. Su pleno desarrollo e incidencia

M
228 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

en el campo de las ciencias sociales se vincula con la crisis que, a finales


del siglo XIX, afecta al positivismo empírico. Así como con el ascenso del
materialismo histórico como expresión moderna de las filosofías materia-
listas.

1. La crisis de la racionalidad positiva


Los años finales del siglo pasado comprenden el momento inicial de la
quiebra de la filosofía positivista imperante, o positivismo. Era el resultado
del resquebrajamiento de un modelo mecanicista de la ciencia. Había im-
perado desde el siglo XVIII y bajo él se había producido la primera revolu-
ción industrial y el ascenso político de la burguesía moderna. Los descu-
brimientos referentes a la naturaleza del átomo y las investigaciones en el
área del electromagnetismo ponían en entredicho el empirismo positivista
y cuarteaban las certezas sobre las que se había asentado la cultura cientí-
fica occidental.
Las leyes mecánicas se deshacían en un mundo de azar y de indeter-
minación. La objetividad experimental, que era uno de los fundamentos de
la filosofía positivista, parecía puesta en cuestión por la evidencia de la in-
separabilidad del sistema objeto-sujeto en el proceso de conocimiento. Las
nuevas propuestas teóricas en el campo de la física (teoría de la relatividad,
principio de indeterminación) lo ponían en evidencia.
En dos frentes principales se encuadra esa revisión: uno, el de la ra-
cionalidad, de acuerdo con la concepción heredada de la Ilustración racio-
nalista, entendida como la clave del proceso del conocimiento. Otro, el de
la objetividad de este conocimiento y su correlato exterior, expresado en las
leyes científicas, al margen del sujeto.
La quiebra del modelo científico en que se asentaba la filosofía y la cul-
tura europeas desde Galileo arrancaba de lo que H. Poincaré diagnosticaba
como «síntomas de una seria crisis» de la física. El mismo autor vaticina-
ba la «hecatombe general de los principios», hasta entonces tenidos como
incontrovertibles. La hecatombe se producía, según el científico francés,
porque «creyeron en una explicación puramente mecanicista de la natura-
leza» y porque «el espectáculo que hoy nos ofrecen las ciencias físico-quí-
micas parece ser el inverso. Discrepancias extremas han reemplazado a la
anterior unanimidad... en las ideas fundamentales» (Rey, 1907).
Este autor, que comparte la filosofía positivista, desde cuya atalaya
considera los problemas de la crisis, sitúa a los críticos y su fundamento ob-
jetivo: «Examinando los límites y el valor de los conocimientos físicos se
critica, en suma, la legitimidad de la ciencia positiva, la posibilidad de co-
nocer el objeto», es decir, «el conocimiento real del mundo material». Para
la ciencia contemporánea, «esto -(es decir, la objetividad del mundo
real)- no era una expresión hipotética de la experiencia: era un dogma».
Los problemas planteados por el carácter inadecuado de «los méto-
dos puramente mecanicistas» afectaron, desde dentro, a la ciencia empí-
rica. Concernían a cuestiones básicas del proceso investigador. En este

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 229

sentido, se trataba de un problema interno de la ciencia moderna. Pero a


ello se añadía una demanda exterior, esto es, social, insatisfecha. La cien-
cia se veía afectada, «en cuanto es uno de los muchos medios de produc-
ción que no ha podido cumplir con las expectativas que iban unidas a él,
en lo referente al alivio de la penuria general» (Horkheimer, 1974). En
otros términos, la ciencia había defraudado la esperanza depositada en
ella por la sociedad para la solución de los principales problemas de la so-
ciedad moderna.
La ciencia parecía quedar reducida a su dimensión puramente técnica
y práctica de intervención sobre la naturaleza, tal y como apuntaba el pro-
pio Rey. «La ciencia llegó a ser una obra de arte para los utilitarios.» Como
él mismo apostillaba, «una ciencia como medio puramente artificial para
obrar sobre la naturaleza como simple técnica utilitaria no tiene derecho...
a llamarse ciencia».
La crisis de una concepción limitada y reductora de la ciencia, y de la
racionalidad asociada a la misma, se manifestó y contempló como crisis de
la ciencia. De este modo, resaltaba el físico francés, del «fracaso del meca-
nicismo tradicional [se] originó la siguiente proposición: La ciencia ha fra-
casado también... La ciencia no puede dar en adelante más que recetas
prácticas y no conocimientos reales. El conocimiento de lo real debe ser bus-
cado por otros medios... Es preciso devolver a la intuición subjetiva, al senti-
do místico de la realidad, en una palabra a lo misterioso, todo lo que creía ha-
berle arrancado la ciencia», como recogía A. Rey al respecto.
Hablar de la «crisis» de las ciencias o de la ciencia adquirió categoría
de lugar común, pero asimismo de postulado filosófico, como lo muestra la
obra de E. Husserl (1859-1938), dedicada a esa cuestión, bajo el título de
La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Se iden-
tificó, más allá del campo de la investigación científica y en particular del
de la física, en que se encuadraba, como una crisis -según el propio Hus-
serl lo apostilla-, «der europaeischen Menschheit», la crisis de la humani-
dad europea.
Circunstancia esencial desde el punto de vista del aprovechamiento
que de tales condiciones hacen las filosofías de la subjetividad. Éstas sur-
gen como alternativa social, más que científica. En el ámbito de la investi-
gación fisiconatural tuvieron escasas posibilidades de penetración. Crecie-
ron de auténticas alternativas y se comportaron «de una manera simple-
mente negativa que, en último análisis, no patrocina nuevos desarrollos».
Por el contrario, lograron una notable influencia en el campo social y cul-
tural. El éxito social de estas filosofías del sujeto se explica porque en vez
de ofrecer alternativas concretas a los problemas de la investigación, iden-
tificaron la crisis de la ciencia «con la racionalidad misma, rechazaron el
pensar judicativo» (Horkheimer, 1974).
La recepción social de estas filosofías en el primer tercio del siglo XX
representa un cambio de dirección hacia el irracionalismo, y se vincula con
la pérdida de la «fe viva en la ciencia», como dijo Ortega y Gasset. Un pro-
ceso en el que lo intuitivo se impone sobre lo racional, lo espontáneo sobre
lo ordenado, lo subjetivo sobre lo objetivo, el instinto sobre la razón.

230 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Las raíces de estas filosofías críticas con el pensamiento racionalista


penetran en profundidad en la cultura occidental y pueden ser identifica-
das desde la antigüedad. Sin embargo, son sus formulaciones modernas,
relacionadas con la aparición de la modernidad científica, las que tienen
especial incidencia en el desarrollo del pensamiento contemporáneo y de
las ciencias sociales. Podemos considerarlas como respuestas y como al-
ternativas a los postulados de la racionalidad que introduce el conoci-
miento científico moderno. Sin ellas sería imposible el entendimiento de la
cultura de nuestro tiempo y de una parte sustancial de la historia de nues-
tra disciplina.
El recurso continuado al individuo como alternativa a los marcos cien-
tíficos o sociales de carácter global ha sido un rasgo sobresaliente en la
construcción de la modernidad. Las culturas de la subjetividad o del hom-
bre, que se han desarrollado, sobre todo, en contraposición aparente con las
culturas de la racionalidad -positiva o materialista-, son un producto pro-
pio del mundo moderno. Y en este sentido contribuyen decisivamente a
configurar este mundo moderno. La resistencia del «sujeto» o «yo» a de-
jarse desleír en la sustancia social o biológica, aunque sólo sea desde una
perspectiva ideológica, constituye un rasgo relevante de la vida social.
La variedad de componentes que integran esta cultura de la subjetivi-
dad hace que su identificación global se produzca de forma distinta según
los autores. Subyace, en todos los casos, la primacía del sujeto, es decir, de
lo subjetivo. Punto de referencia cultural que identifica, sin excepción, estas
corrientes de pensamiento moderno. La cultura del sujeto se caracteriza por
reducir el mundo al interior del «yo». El mundo carece de entidad fuera de
la mente.
Todas estas filosofías establecen el carácter ideal del conocimiento, en-
cerrado en «la mente, el espíritu, el alma o el yo», frente al realismo y ma-
terialismo que son el sustrato del conocimiento común y del científico.
En el pensamiento occidental este atributo corresponde a muy diver-
sas corrientes. Forman parte de él los idealismos que afloran en el siglo XVIII ,
asentados en el pensamiento inglés, cuya expresión máxima corresponde
con Berkeley y, sobre todo, en el alemán, con Kant. Los existencialismos, le-
bensphilosophies o «filosofías de la vida», y fenomenología, propios del si-
glo XX, se integran también en este campo. Todas estas manifestaciones es-
pecíficas, y muchas veces personalizadas, del pensamiento, se pueden resu-
mir en dos grandes vías: la del idealismo de raíz kantiana y la de la feno-
menología.

2. El idealismo neokantiano: ciencias lógicas y ciencias especiales

La herencia de estas filosofías instaura una moderna filosofía del co-


nocimiento en sustitución de las viejas filosofías metafísicas. Marca los nue-
vos rumbos de la filosofía occidental, que adquiere su forma propia de la
modernidad occidental con Kant. Hay, en cierto modo, una razonable ex-
plicación en esa herencia filosófica, como planteaba Ortega y Gasset.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 231


Valoraba este autor la obra kantiana en la perspectiva del desarrollo de
la burguesía europea. «No es un azar que Kant recibiera los impulsos deci-
sivos para su definitiva creación de los pensadores ingleses. Inglaterra ha-
bía llegado antes que el continente a las formas superiores del capitalismo»
(Ortega y Gasset, 1958). Y resumía: «La obra de Kant representa, en este
aspecto, la culminación del proceso crítico que en el orden filosófico reali-
za la burguesía europea.» Kant constituye, en la cultura europea, un mo-
mento intelectual en el que se define la tendencia del mundo moderno, des-
de el punto de vista de la filosofía: la ruptura con la metafísica tradicional
y la preferente atención prestada al problema del conocimiento. Éste se con-
vierte en el argumento central de la filosofía moderna, en íntima conexión
con una sociedad enfrascada en conocer, dominar y transformar el mundo
material.
Como sintetizaba el propio Ortega y Gasset al respecto, «Kant no se
pregunta qué es o cuál es la realidad, qué son las cosas, qué es el mundo.
Se pregunta, por el contrario, cómo es posible el conocimiento de la reali-
dad, de las cosas, del mundo. Es una mente que se vuelve de espaldas a lo
real y se preocupa de sí misma... Con audaz radicalismo desaloja de la me-
tafísica todos los problemas de la realidad u ontológicos y retiene exclusi-
vamente el problema del conocimiento. No le importa saber, sino saber si
sabe. Dicho de otra manera, más que saber le importa no errar» (Ortega y
Gasset, 1958).
En definitiva, lo que Kant supone para el pensamiento moderno es una
elaborada categorización del subjetivismo. Kant encierra la realidad en el
sujeto, la convierte en atributo de la conciencia. La otra realidad, la exterior,
no pasará de ser una construcción mental, un precario artificio. El mundo
pasa de tener existencia a devenir un producto intelectual a la medida del
sujeto, de su conciencia, término clave de estas filosofías.
Kant introduce un argumento clave: la realidad, lo que llamamos rea-
lidad o mundo objetivo, no es sino un conjunto caótico; no es ella la que
rige nuestro conocimiento. Es éste, es decir, la mente humana, el que es-
tablece las reglas objetivas de la realidad. Es la subordinación del objeto
al sujeto, de la realidad a la conciencia. De este subjetivismo se nutre el
neokantismo de la segunda mitad del siglo XIX. Neokantismo que se for-
mula en el marco de una cultura positivista dominante, frente a la cual
pretende ser una alternativa, en el momento de crisis de la ciencia me-
canicista.
W. Windelband (1848-1915), como los otros neokantianos de la escue-
la de Baden, buscan en Kant el apoyo para sustentar una propuesta alter-
nativa en el campo de las ciencias sociales. El proyecto neokantiano pro-
pugna una teoría del conocimiento que distingue, de acuerdo con los pos-
tulados de Kant, una clasificación del conocimiento según dos principios
distintos. El principio lógico, propio de las ciencias sistemáticas, frente al
principio físico, asentado en el tiempo y el espacio. Distingo que permite si-
tuar las ciencias sociales, en particular la Historia y la Geografía, en un
campo distinto de las ciencias sistemáticas. Separación de carácter gnoseo-
lógico, como lo hiciera Kant.

232 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

De acuerdo con los enunciados neokantianos, las ciencias sistemáticas,


que se corresponden con los sistemas de la naturaleza de que hablaba Kant,
se fundamentan en la lógica. Constituyen campos de conocimiento en los
que es posible enunciados generales, es decir, nomotéticos. En ellos cabe
enunciar leyes de validez universal. Por el contrario, en el ámbito de las
ciencias sociales, y de modo específico en el de la Geografía y la Historia,
el proceso de conocimiento se vincula con la localización y el relato. Éstas
están determinadas por su relación con el espacio y el tiempo que, como ta-
les categorías, sólo permiten una clasificación física, de naturaleza descrip-
tiva. Esto les convierte en ciencias idiográficas. Sus enunciados carecen de
valor universal, no pueden expresarse como leyes.
Esa separación representa una propuesta de especial significación en
el campo de la Geografía y de la Historia. Está basada en la distinción en-
tre aquellos campos en los que rigen las leyes de hechos generales y aque-
llos otros donde son imposibles porque constituyen el ámbito de la indivi-
dualidad y de las totalidades. Como argumentaba H. Rickert, «la distinción
entre historia y ciencia de leyes de hechos generales proclama que en el
mundo descrito por la historia rigen el azar y el albedrío» (Rickert, 1982).
El idealismo, en su manifestación kantiana, evidencia un proceso
que diluye la objetividad. Su manifestación más radical se produce en las
filosofías de base fenomenológica que, bajo distintas formulaciones, sur-
gen en el marco temporal de la crisis del cientificismo positivista, en los
años finales del siglo XIX . En todas ellas aparece una similar referencia a
la conciencia como núcleo del conocimiento. Se da un equivalente recur-
so al sujeto, una propuesta alternativa al racionalismo y materialismo,
una reivindicación del saber no científico, y un rechazo a la hegemonía
de la ciencia.

3. Las filosofías de la conciencia: el asalto a la razón

La fenomenología constituye un marco filosófico y una filosofía. Un


marco filosófico porque los postulados fenomenológicos aparecen como so-
porte de propuestas diversas en el campo del pensamiento occidental. Una
filosofía porque bajo ese nombre se formula una de las construcciones del
pensamiento occidental más elaboradas. El punto de partida es una crítica
del conocimiento científico, en su formulación positiva, y una crítica del ra-
cionalismo y materialismo que lo sustenta.
El objetivo común es asentar un conocimiento apodíctico, alternativo
a la ciencia, de carácter esencial. Se planteaba, frente a la filosofía científi-
ca positiva de carácter empírico, un tipo de conocimiento, sustentado en el
sujeto, en el «yo». Este tipo de conocimiento debía permitir llegar «a las
propias cosas», es decir, a su verdadera esencia. Con ello se superarían los
problemas de legitimación del conocimiento que, según estos autores, aque-
jaba al conocimiento científico positivo.
Un amplio campo de filosofías se vincula con estos principios. Desde
la fenomenología en sentido estricto, a las filosofías de la vida y los existen-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 233

cialismos, que comparten los postulados fundamentales y, en cierto modo,


se identifican en la fenomenología. De tal manera que se ha podido decir
que «la mayor parte de los existencialistas son fenomenólogos, aunque al-
gunos fenomenólogos no son existencialistas». Configuran el extenso tron-
co de las filosofías del siglo XX , cuyo soporte fundamental es la fenomeno-
logía de E. Husserl (1859-1938).

3.1. CONCIENCIA Y EPOCHÉ: LA FENOMENOLOGÍA

Representa la fenomenología un movimiento filosófico que, en el


marco de la crisis de la filosofía del conocimiento de carácter positivo o
racionalista, se plantea el conocimiento de la realidad, de forma riguro-
sa. Se trata de asentar un conocimiento seguro, liberado de los prejuicios
de la apariencia. Parte Husserl de una crítica de las ciencias positivas.
Denuncia que los presupuestos de la teoría del conocimiento y del méto-
do que aplican no son examinados. Señala que presumen la existencia ob-
jetiva del mundo, hacen del mundo real un mundo objetivo, y reducen el
mundo psíquico a términos físicos. Apunta a que actúan de forma aprio-
rística.
Husserl plantea la necesidad de evitar toda presuposición, todo aprio-
rismo, como una exigencia metodológica, como una garantía de la verdad
de las descripciones fenomenológicas. Se trata de poner en cuestión, de for-
ma sistemática, las propiedades atribuidas a las cosas, hasta llegar al lími-
te de la existencia de las mismas. Es decir, allí donde si eliminamos las úl-
timas propiedades, la propia cosa desaparece.
Es lo que la fenomenología denomina epoché (poner entre paréntesis),
en el sentido de suspender todo juicio sobre las cosas. Es el camino para
llegar a la forma esencial de esas cosas, a su auténtica apariencia, los fenó-
menos. Éstos se manifiestan únicamente en el mundo de la conciencia, con-
siderada como un ámbito de la experiencia determinado por las relaciones
entre sujeto y objeto, que son interdependientes.
Para Husserl, y para la fenomenología en general, los objetos que no-
sotros alcanzamos a conocer realmente son los fenómenos, de tal manera
que el mundo del conocimiento queda circunscrito a éstos. Este mundo fe-
noménico se reduce en realidad a lo que está en la conciencia, y por otra
parte no hay más «tipo de conocimiento cierto que la intuición de la esen-
cia». El conocimiento se limita al conjunto de los fenómenos que la intui-
ción aporta a la conciencia.
La fenomenología no sólo elimina el mundo real u objetivo, sino tam-
bién el psicológico, en reacción frente al empirismo sensualista de los filó-
sofos ingleses y del empiriocriticismo de Mach: el mundo y el conocimien-
to quedan reducidos a la Conciencia pura o trascendental. Se trata por tan-
to, de una filosofía puramente idealista.
Husserl rechaza el dualismo entre naturaleza y sujeto, que caracteriza
la filosofía del conocimiento a partir de R. Descartes. Sujeto y objeto exis-
ten en función uno del otro, sin que puedan oponerse al modo del raciona-

234 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

lismo cartesiano. En relación con ello, Husserl propone la fenomenología


como un método de descripción que no dependa de las observaciones de ca-
rácter empírico y de la contraposición objeto-sujeto.
Contiene la fenomenología husserliana dos componentes fundamenta-
les: «un principio negativo, consistente en rechazar todo cuanto no está
apodícticamente justificado [y]... un principio positivo, consistente en re-
currir a la intuición inmediata de las cosas» (Jolivert, 1969). El primero en-
carna en lo que es uno de los conceptos fundamentales de la fenomenolo-
gía: la epoché (puesta entre paréntesis). El segundo delimita el centro del
proceso cognoscitivo, es decir, la intuición. Son «las dos reglas fundamen-
tales del método fenomenológico». Uno y otro destinados a alcanzar el co-
nocimiento esencial de las cosas, no su mera apariencia.
La fenomenología representa un radical giro hacia lo más profundo del
Sujeto, al mismo tiempo que hacia la existencia como único hecho eviden-
te. Subjetividad y existencia, ligan las filosofías fenomenológicas con las
existenciales y filosofías vitalistas. Es decir, las Lebensphilosophies, de
M. Heidegger (1889-1976) , en Alemania, de J. Ortega y Gasset (1883-1956)
en España, y de W. Dilthey (1833-1911) y M. Merlau Ponty (1908-1961), en
Francia. El mundo de la conciencia se vincula con el de la experiencia in-
dividual, con el existir.

3.2. RAZÓN VITAL Y EXISTENCIA: LOS EXISTENCIALISMOS

Las filosofías de la vida y existencialistas hacen de «la vida humana o


el hombre» la razón vital. Con ello se manifiestan en oposición a la razón
empírica basada en la separación del sujeto y el objeto. En la razón vital su-
jeto y objeto se encuentran. El «cogito quia vivo» de Ortega y Gasset expre-
sa este planteamiento. El pensar surge de la existencia en el mundo, del yo
y su circunstancia, como elementos inseparables. El mundo adquiere senti-
do porque lo es para un «yo», y éste, el sujeto, sólo lo es porque existe en
ese mundo. El proyecto existencialista desde M. Scheller a Merlau Ponty, de
Ortega a Heidegger, junto con las formas vitalistas de W. Dilthey y E. Berg-
son, pertenecen a este ámbito de la afirmación existencial y vital.
Comparten rasgos comunes: en primer lugar, una reivindicación ex-
presa de la que llaman razón vital, en cuanto confluyen en postular, como
realidad concreta, la vida. En segundo lugar, la exaltación del sujeto y,
como consecuencia, de la subjetividad, como referencia básica del conoci-
miento, en la cual «al entendimiento crítico se contrapuso la intuición, que
no se siente obligada a atenerse a criterios científicos» (Horkheimer, 1973).
La existencia es la razón de ser principal del conocimiento, y es la que
da validez a éste. La experiencia subjetiva (Erlebnis) es la fuente de conoci-
miento. La comprensión intuitiva (Verstehen) constituye el método de co-
nocimiento que permite llegar a la esencia de las cosas. La Conciencia se
constituye en el reducto del conocimiento. Experiencia subjetiva, compren-
sión intuitiva y Conciencia constituyen los principales componentes de to-
das estas corrientes del pensamiento del primer tercio del siglo XX . Son las

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 235

que alimentan los nuevos enfoques y postulados críticos de las ciencias so-
ciales en ese período. Unas y otras, más o menos sutilmente influidas por
una cultura de la subjetividad, de la experiencia intuitiva, de la compren-
sión global, de la percepción consciente.
Los componentes destacados de estas filosofías del Sujeto o de la sub-
jetividad son variados. En primer lugar, la justificación de un conocimien-
to no sujeto a la obtención de leyes. En segundo término, la reivindicación
del mundo de la subjetividad frente a la objetividad universalista. En últi-
mo término y, frente a los postulados metodológicos analíticos, la afirma-
ción de un conocimiento instantáneo, empatético, global, totalizador. Son
los rasgos que distinguen y vinculan a estas filosofías, que surgen en el úl-
timo tercio del siglo XIX y primero del siglo XX , como las grandes corrien-
tes del pensamiento de nuestro tiempo.

3.3. LA SUBJETIVIDAD COMO ALTERNATIVA

Las filosofías irracionalistas han marcado específicos objetos de inves-


tigación, campos de interés desconsiderados o despreciados por la ciencia
con anterioridad. Se abren hacia el espacio del sujeto y su psique, y plan-
tean, asimismo, los aspectos sociológicos del conocimiento científico. Cues-
tionan la ascendencia del conocimiento científico y su objetividad.
Planteaban como alternativas a la experiencia intersubjetiva y trans-
misible propia del positivismo, la experiencia vital, intransferible, el mundo
de la conciencia individual. Frente a la objetividad metodológica del positi-
vismo, que ignora al sujeto, la reivindicación de la subjetividad como fuen-
te alternativa de conocimiento. Proclaman la preeminencia del existir sobre
el ser, afirman que la existencia precede a la esencia. El mundo objetivo,
para estas filosofías, se integra en la experiencia humana y no existe al mar-
gen de los seres humanos.
La gran corriente idealista de la cultura europea adquiere resonancia
como concepción con amplia aceptación y validez social y como propues-
ta cultural alternativa en el ámbito de las Geisteswissenschaften -ciencias
del espíritu- a finales del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo ac-
tual. Constituye el período más creativo, desde el punto de vista filosófico
y cultural.
Hay, por tanto, una relación estrecha entre el ascenso de las filosofías
vitalistas o irracionalistas y la crisis de las filosofías racionalistas, por lo ge-
neral identificada, sobre todo en su primer momento, como crisis de la cien-
cia. Estas filosofías fueron el respaldo de algunas de las propuestas geográ-
ficas más notables de la primera mitad del siglo XX . El trasfondo más ge-
neral de esta crisis se asocia, desde el punto de vista cultural, con la llama-
da crisis de la modernidad.
Un rasgo que vincula, culturalmente, el período inicial del siglo XX con
los tiempos actuales. Como en los inicios de esta centuria, se produce tam-
bién una vuelta al -y una reivindicación del- Sujeto, del individuo y de la
Conciencia. Como en los años finales del siglo XIX , aparece también la cri-

236 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

sis de la ciencia o el final de la ciencia (Horgan, 1998), como ahora se anun-


cia. Al igual que entonces, la crítica a la racionalidad científica y a las gran-
des concepciones universalistas de base racionalista adquieren especial
fuerza. Todas ellas sustentan, en los decenios finales del siglo xx, una ideo-
logía hegemónica que proclama el final de la modernidad.
¿Otros tiempos, otra cultura? Para los voceros de la nueva cultura se
trata de otra época, la de la posmodernidad. Se corresponde, de hecho, con
un período de sustanciales transformaciones económicas, productivas y téc-
nicas en el mundo, que configuran una nueva etapa del capitalismo, la del
capitalismo global. Es, quizá, la diferencia esencial con los inicios del si-
glo xx. La posmodernidad se inscribe en un cambio radical de las socieda-
des contemporáneas que afecta a sus condiciones económicas, sociales, po-
líticas y culturales. Es la época post.
CAPÍTULO 14

LA ÉPOCA POST: POSTESTRUCTURALISMO


Y POSMODERNISMO

En un período breve, de apenas dos decenios, el posmodernismo se ha


convertido en uno de los conceptos de mayor difusión y aceptación en el
marco cultural contemporáneo, desde el arte a la teoría social. Del posmo-
dernismo deriva la posmodernidad como época y cultura del presente mar-
cada por él. El posmodernismo es un término de carácter cultural que se ha
impuesto en el último cuarto de siglo para designar un cambio cultural de
carácter radical, con el que se pretende identificar el final de la modernidad
(Friedman, 1989).
El posmodernismo identifica la nueva dimensión de la cultura occi-
dental, caracterizada por la reacción frente a la modernidad, identificada
ésta con la cultura racionalista. Se distingue por la crítica a los postula-
dos de la Ilustración, que han prevalecido como marcos hegemónicos de
la cultura occidental, durante más de doscientos años. La puesta en en-
tredicho de los presupuestos científicos, epistemológicos, culturales e ideo-
lógicos, que sustentan el desarrollo de la cultura occidental desde el siglo
de las luces constituye el signo más destacado del denominado posmo-
dernismo.
El término posmodernismo surgió en el ámbito de la arquitectura y la
literatura, en el decenio de 1960. Identificaba un movimiento de reacción
frente al imperio de la escuela moderna o funcionalista representada por la
Bauhaus. Se aplicaba también para recoger las nuevas formas sucesoras del
modernismo literario. Así lo utilizaba un autor como Ihab Hassan, en 1970,
en el campo literario (Cahoone, 1996). De modo similar lo empleaba en el
ámbito arquitectónico Jencks, un arquitecto y tratadista de la arquitectura.
Lo hacía en relación con la crisis de la escuela moderna en el campo de la
arquitectura y el urbanismo.
Se refiere este autor a la muerte simbólica de esta arquitectura identi-
ficada en la voladura del gran conjunto urbano de Pruitt-Igoe, en Saint
Louis, Missouri, el 15 de julio de 1972. Había sido levantado bajo los pre-
supuestos de la escuela moderna. Estaba formado por grandes bloques de
catorce plantas, concebidos al estilo de Le Corbusier. Habían sido proyec-
tados desde la perspectiva de sol, espacio y verdor, con sus calles o accesos

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 239

1.1. LA REVOLUCIÓN TÉCNICO-CIENTÍFICA: CAPITALISMO MUNDIAL Y MODERNIDAD

Tras la segunda guerra mundial y una vez terminado el proceso de re-


construcción en Europa, se esbozan y aceleran diversos fenómenos de cam-
bio social. Afectan al ámbito de la técnica y la ciencia y se proyectan o ma-
nifiestan también en el campo económico. Constituyen fenómenos de largo
alcance. Aparecen unidos al desarrollo de nuevas técnicas y procesos cien-
tíficos. Afectan al campo de la investigación nuclear, de la aplicación in-
dustrial de esta investigación y de la electrónica. Nuevas técnicas y proce-
dimientos se incorporan al mundo de la producción. Hacen posible la cre-
ciente automatización del proceso productivo. Provocan el incremento ex-
ponencial de la producción, la reducción de costos, el aumento de la pro-
ductividad, y la expansión del ámbito del trabajo mecanizado.
La intensidad, profundidad y generalización de las nuevas técnicas
conducen hacia formas y tipos de trabajo renovados. Presentan un nuevo
perfil, son menos dependientes del trabajo especialista y cualificado. Están
más vinculados al trabajo previo muy cualificado, de tipo científico-técnico,
relacionado con la investigación. Son factores determinantes de la crisis
progresiva del sistema industrial existente.
Afecta a su dimensión física -como capital fijo-, que queda obsoleto,
y a la dimensión laboral -capital variable-, y a las relaciones de produc-
ción. La denominada crisis industrial, enmascarada en una primera etapa
por la crisis energética, aparecía como la crisis de un modo de organización
económica. Se trataba de la crisis de la sociedad industrial sostenida sobre
este capitalismo industrial. Era la crisis del denominado modelo fordista del
capitalismo.
La rápida y generalizada difusión de las técnicas electrónicas en la pro-
ducción trastornaron por completo el viejo orden de la sociedad capitalis-
ta, identificado como estado del bienestar y fundado en el modelo fordista
de producción. La principal consecuencia fue la quiebra de la vieja indus-
tria en los países de capitalismo más desarrollado y el desplazamiento de la
nueva producción industrial hacia los países del Tercer Mundo.
El desarrollo de los nuevos medios de comunicación, basados en esas
mismas técnicas electrónicas, hacían posible la comunicación instantánea a
escala planetaria. El veloz desarrollo de la informática, con sus repercusiones
en todos los órdenes del sistema social, desde la producción al ámbito do-
méstico, consolidaba la revolución técnica y sus efectos económicos y socia-
les. Las grandes empresas multinacionales, que controlan la producción de los
conocimientos básicos y sus aplicaciones técnicas, mediatizan los mercados
por medio de las nuevas formas de comunicación. Impulsan un mercado y
una economía mundial por vez primera en la historia de la humanidad. El ca-
pitalismo global es una realidad; es decir, la forma superior del capitalismo.
La cristalización de una economía-mundo de carácter capitalista y el
desarrollo técnico que permite la comunicación física, el traslado de la ima-
gen y la información de forma inmediata a escala planetaria, hacen del
mundo un único espacio. Se consuma el proceso iniciado al final del si-
glo XV en Europa occidental.

i
240 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Las consecuencias de estas transformaciones son efectivas en el orden


político y social. Suponen, por una parte, el resquebrajamiento del Estado
como instancia superior en el gobierno de la economía y como marco del
poder científico y técnico. Las grandes empresas multinacionales operan
por encima de los límites territoriales del Estado. Pueden establecer sus es-
trategias de desarrollo por encima de las prescripciones específicas de cada
Estado, en el orden productivo y en las relaciones laborales. Representan,
por otra parte, la quiebra del orden político internacional en la medida en
que hacen estallar y desaparecer los modelos de gestión económica estatal,
con un perfil dirigido, o planificado.
Del mismo modo hacen estallar y desaparecer los propios estados ba-
sados en esa gestión planificada o centralizada, incapaces de competir en
un espacio de intensa renovación y desarrollo técnico-científico. La larga
crisis de los países socialistas, desde el decenio de 1960, y el derrumba-
miento final de los mismos, desde finales del decenio de 1980, respondía a
su ineficiencia económica y social y a su ineficacia competitiva respecto del
capitalismo. El final de los países socialistas y su modelo económico supo-
nía la instauración del capitalismo como única y dominante forma de or-
ganización económica a escala mundial.
En el orden social, las transformaciones económicas, técnicas y pro-
ductivas inherentes a la globalización del capitalismo tienen su principal
efecto en los grandes desplazamientos de masa que afectan a las dinámicas
y crecientes poblaciones del Tercer Mundo. En oleadas sucesivas alcanzan
los países más desarrollados -con la única excepción de Japón-, estimu-
lados o motivados por muy diferentes factores.
Estos flujos hacen del Primer Mundo una especie de amalgama de cul-
turas, de identidades, de conflictos. Por una parte, ponen en entredicho
conceptos arraigados como el del crisol americano y, por otra, generan una
cultura híbrida, abierta, con patrones muy distintos de los dominantes oc-
cidentales. La dimensión de la identidad define, asimismo, la otra gran con-
secuencia del cambio social y cultural del siglo XX .
Esas mismas transformaciones en el orden económico, técnico y pro-
ductivo, inciden en lo que, con toda probabilidad, constituye el fenómeno
social de mayor trascendencia en el siglo XX . La irrupción activa de la mu-
jer en la esfera pública y la reivindicación consecuente de una participación
responsable en la misma, marca la segunda mitad del siglo XX. El feminis-
mo como movimiento social y, en mayor medida, como cultura emergente,
ha marcado este siglo.
Ha incidido en todos los órdenes de la vida social, desde el productivo
al doméstico. Ha afectado a la producción cultural y a la producción teóri-
ca. El feminismo, como la ecología, no representan sólo dos fenómenos so-
ciales, sino que constituyen construcciones teóricas con las que se preten-
de elaborar un discurso renovado sobre el mundo, un discurso alternativo.
En el caso de la ecología, se trata de una reflexión sobre los efectos que
la presencia humana en general, pero sobre todo el capitalismo industrial y
las transformaciones que ha inducido y que genera en el mundo físico. La
consecuencia principal de esa reflexión, al margen de su dimensión social

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 241

como movimiento ciudadano y de su directa influencia económica, es la


construcción teórica de la naturaleza. Construcción teórica que ha marca-
do decisivamente la cultura de nuestro tiempo. La dimensión ecológica y la
reflexión sobre la naturaleza son parte de las nuevas manifestaciones del
pensamiento y la cultura en la sociedad occidental.
En efecto, estos cambios, que trastornan de forma radical la configura-
ción económica y política del mundo en la segunda mitad del siglo XX, forman
parte de un conjunto de transformaciones que afectan también al campo del
pensamiento y de la cultura. Fenómenos de crisis, de ruptura y de elaboración
de nuevas propuestas se acumulan desde el decenio de 1960, primero de modo
inconexo, sin una definición precisa de conjunto. Más tarde, como manifes-
taciones de una conciencia social de cambio y ruptura cultural que tiene su
deriva en el mundo del pensamiento, de la teoría y de la filosofía.
El rasgo fundamental que distingue este período es la crítica. Lo que
unifica la multitud de propuestas en muy diversos campos es la actitud crí-
tica frente a lo anterior, así como el objetivo de desmantelamiento que se
opera sobre las creencias, las seguridades, las ideas, los presupuestos, los
marcos teóricos y culturales, que habían prevalecido durante los últimos
tres siglos en el mundo occidental.
Los tres decenios finales del siglo XX representan una época de agita-
ción intelectual y de renovación cultural. Durante este tiempo, la reflexión
crítica sobre los presupuestos teóricos y filosóficos de la sociedad moderna
ha sido una constante, alimentada desde postulados muy diversos. Un pun-
to común ha sido la puesta en cuestión de la razón económica y la racio-
nalidad de perfil tecnocrático.
Se ha generalizado la interrogación sobre el soporte epistemológico
neopositivista y su corolario el individualismo metodológico. Se han multi-
plicado los reproches a una práctica científica alejada de los problemas so-
ciales más relevantes y ciega ante la sensibilidad social respecto de los mis-
mos. Se ha extendido la reivindicación, por un lado, del sujeto individual y,
por otro, del sujeto social, frente a la ignorancia de uno y otro. Se ha di-
fundido la propuesta, en definitiva, de otras vías, de otros soportes teóricos
y de filosofías alternativas al racionalismo positivo, como un rasgo sobre-
saliente de la evolución de la cultura occidental durante estas décadas.
Este desarrollo crítico, que tiene un especial dinamismo a partir de los
años sesenta, se produce en paralelo con la eclosión de los grandes movi-
mientos sociales. Tiene lugar de forma coetánea y en relación con aconte-
cimientos significativos como el movimiento pro derechos civiles en Esta-
dos Unidos, la guerra de Vietnam, el mayo francés de 1968, la ocupación de
Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, la revolución cultural
china. Se produce desde frentes dispares y se asienta en corrientes de pen-
samiento e ideologías distintas. Se nutre de la crítica ideológica progresis-
ta frente al capitalismo industrial y de la crítica conservadora al materia-
lismo y racionalismo en todas sus formas.
Desde otros ámbitos, se manifiesta en una crítica o disconformidad con
patrones estéticos y culturales imperantes, tanto en el mundo de la literatu-
ra como de las artes plásticas y la música, así como en el mundo de la ar-

242 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

quitectura y el urbanismo. Se trata, por un lado, de actitudes críticas frente


a tales patrones, que tienen especial incidencia en el mundo arquitectónico
y urbanístico. Se trata de un tipo de actividad con incidencia social de gran
repercusión. Se percibe, por otro, en la aparición de nuevas propuestas in-
novadoras o rompedoras respecto de tales patrones culturales, como ocurre,
tanto en la arquitectura, como en la música y literatura. Se reivindica el
eclecticismo, lo híbrido, se extiende el historicismo como moda del arte.
Afloran en las sociedades contemporáneas nuevas formas de sensibili-
dad o de manifestarse ésta, que afectan al ámbito de la identidad. La crisis
de las clases sociales que acompaña al agrietamiento de la sociedad indus-
trial fordista y del Estado del bienestar se contrapone con el creciente pa-
pel de las formas grupales. Las colectividades por afinidad, los vínculos
asentados en sedicentes identidades sociales, pueden abarcar un campo que
se desarrolla desde las identidades deportivas hasta las nacionalistas, pa-
sando por las religiosas.
Una y otras adquieren especial relevancia, tanto en el interior de las
formaciones sociales nacionales como a escala internacional. La identidad,
fundada en la adscripción individual a determinados sentimientos o basa-
da en relaciones afectivas subjetivas, parece imponerse como una instancia
de organización social, por encima de los grandes marcos sociales de clase.
Se produce también una crítica teórica que contempla el sentido de ta-
les fenómenos. Su análisis pone de manifiesto las incongruencias y contra-
dicciones de las filosofías sobre las que se asientan los patrones culturales,
sociales, científicos, filosóficos, epistemológicos, que rigen la sociedad mo-
derna. Es una crítica dirigida a los cimientos de la modernidad. Es lo que

En otro ámbito, lo que se elabora es un producto cultural e ideológi-


se denomina postestructuralismo.
co. Se formula como afirmación de un tiempo nuevo y una cultura nueva.
La nueva cultura se define como posmodernismo. El tiempo nuevo corres-
ponde a la posmodernidad. Crítica teórica, o postestructuralismo y nueva
cultura o posmodernismo, configuran la posmodernidad.

1.2. LA CRÍTICA TEÓRICA: EL POSTESTRUCTURALISMO

A partir de la segunda guerra mundial se formula un tipo de pensa-


miento crítico respecto del racionalismo positivo y científico propio de la
Ilustración. Este pensamiento crítico está relacionado con la experiencia
de la propia guerra y con el desarrollo del fascismo, en sus diversas mo-
dalidades. Es un pensamiento afectado por el pesimismo respecto de la
degradación ética que representa el fascismo en el uso del conocimiento
científico. Pone en evidencia la transformación de la razón en un mero
instrumento al servicio de la destrucción, degradación y servidumbre de
la especie humana.
Ese pesimismo alimentó un tipo de reflexión crítica con estos usos de
la razón. Reflexión crítica extendida a la cultura que impulsó la hegemonía
de la razón científica y el concepto de progreso, es decir, a la propia Ilus-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 243

tración. La Dialéctica de la Ilustración, título de la obra en que dos de los


autores más representativos de la Escuela de Frankfurt, abordaban, en
los años cuarenta, esta reflexión condicionada por la inmediata experiencia
histórica, planteaba la contradicción inherente a los postulados ilustrados
( Horkheimer y Adorno, 1998). Es una crítica desde postulados de izquier-
da, críticos con el capitalismo y sus derivaciones más indeseables.
En los años sesenta, este tipo de producción intelectual crítica respec-
to de la Ilustración, su legado y sus presupuestos se extiende. El resultado,
no programado, es la quiebra progresiva del modelo social construido en el
siglo ilustrado e identificado con la ciencia moderna. En esta crítica se ob-
serva una creciente deriva, desde los enfoques iniciales y postulados pro-
gresistas de izquierda, hacia una crítica que pone en entredicho los mismos
presupuestos de la Ilustración. Se cuestiona la ciencia y se cuestiona la pro-
pia Razón. El giro irracionalista marca la evolución de la crítica postes-
tructuralista, en los últimos decenios del siglo XX .
De forma progresiva en el tiempo la crítica se produce respecto del
pensamiento marxista y planteamientos de los movimientos de izquierda. Se
manifiesta como una crítica a las teorías sociales de carácter global, a las
interpretaciones de la Historia como un proceso, en definitiva, a las filoso-
fías de raíz marxista. La crisis del pensamiento marxista y de las filosofías
estructuralistas forma parte de la evolución reciente de la cultura de este fi-
nal de siglo y milenio.
Paradójicamente, el perfil de izquierda que distingue la mayor parte de
la teoría crítica postestructuralista motivará que, de modo general, se tien-
da a identificar postestructuralismo e izquierda política. Y que, por ex-
tensión, se asimile posmodernismo e izquierda. Confusión que se manten-
drá como un rasgo habitual hasta el momento presente (Epstein, 1997).
En relación con esa confusión se encuentran diversas reacciones que
intentan separar la crítica epistemológica o teórica del discurso cultural o
retórica posmoderna. Otras reacciones buscan resaltar la contradicción en-
tre cultura posmoderna e izquierda política. El caso más notorio es el del
físico americano Sokal, que recurre a la parodia caricaturesca de ese dis-
curso y de los postulados del mismo, en el ámbito de la ciencia. Se reac-
ciona frente a lo que se contempla como un discurso inconsistente (Sokal,
1996). La reacción pretende la defensa de la racionalidad en general y de la
científica en particular. Es una defensa frente al irracionalismo.

1.3. EL SUSTRATO CRÍTICO: CONTRA LA RACIONALIDAD, CONTRA LA CIENCIA

La cultura posmoderna se sustenta sobre la crítica de la modernidad.


Critica sus postulados, sus cosmovisiones, sus teorías, sus fundamentos ra-
cionales y científicos. Critica el discurso universalista con que se presenta.
Esta crítica tiene antecedentes en el movimiento cultural europeo de fina-
les del siglo XIX y adquiere una dimensión renovada a finales del siglo XX.
Esta crítica se perfila, inicialmente, desde postulados progresistas. Son
los autores vinculados en la denominada Escuela de Frankfurt, que surge al

244 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

terminar el primer tercio del siglo actual y que adquiere especial resonan-
cia después de la segunda guerra mundial, los que primero definen el mar-
co de la crítica. Representa un movimiento de reacción frente al predomi-
nio de una cultura que se construye sobre la primacía de lo económico. Lo
que explica la orientación de sus autores, en la primera y segunda genera-
ción de dicha «Escuela», desde T. W. Adorno (1903-1969), H. Marcuse
(1898-1979) y W. Benjamin (1892-1940), hasta E. Fromm, hacia campos
como la psicología, la política, las cuestiones sociales y culturales.
Se trata de un movimiento intelectual que utiliza la herencia marxista,
que recurre a los postulados freudianos y que maneja la filosofía kantiana.
El común denominador de estos autores es la crítica del capitalismo mo-
derno y de sus soportes teóricos y epistemológicos. Aborda, en particular, el
racionalismo científico o positivo. Desde los presupuestos marxistas inicia-
les, los autores evolucionan hacia un pensamiento crítico respecto del ca-
pitalismo, pero alternativo al marxista. La formulación histórica marxista
del capitalismo, vinculada con el conflicto de clases como motor de la his-
toria, es sustituida por la interpretación del capitalismo en el marco del
conflicto entre Sociedad y Naturaleza.
Estos autores abordan la crítica del capitalismo como un sistema so-
cial de dominio, impuesto sobre la naturaleza y sobre el conjunto social,
apoyado en el uso de la razón positiva. La interpretación del capitalismo
desde la perspectiva del dominio constituye un rasgo fundamental de la con-
cepción crítica de esta escuela. De acuerdo con ella, la ciencia y la técnica
constituyen el eje y el soporte de ese dominio.
La crítica sistemática a la modernidad, identificada con la cultura del
capitalismo, se dirige a sus diversos componentes. Contempla la relación
con la naturaleza, la configuración del individuo -el hombre unidimensio-
nal de Marcuse-, y sustenta una visión de la razón científica como simple
instrumento de control y dominio de la naturaleza y del ser humano, al ser-
vicio del capitalismo. La denuncia del dominio tecnocrático como instru-
mento para «justificar o aplazar» los cambios sociales surge desde esta Es-
cuela, frente al racionalismo positivo en que se sustenta el capitalismo. Se
trata, por tanto, de una crítica anticapitalista.
La idea marxiana de que las formas de conocimiento se insertan en el
proceso de transformación de la Naturaleza por obra del trabajo humano,
y que de él surge el criterio de validez objetiva de dicho conocimiento, son
invertidas por Adorno y la escuela de Frankfurt. Convierten la transforma-
ción de la naturaleza en simple dominio de la misma por el trabajo huma-
no, impulsado por una racionalidad técnica, de orden instrumental (Well-
mer, 1992). La razón, para el capitalismo, tiene un carácter instrumental, es
una razón práctica, como dice Horkheimer, autor perteneciente, también, a
la segunda generación de dicha Escuela.
Desde postulados próximos a este movimiento intelectual arrancan
otros autores relacionados, en el ámbito personal y político, con la iz-
quierda europea de la segunda mitad del siglo XX. Forman parte del am-
plio grupo intelectual francés que se manifiesta a partir de 1960, en cam-
pos relacionados con la cultura y las ciencias sociales. M. Foucault, J. De-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 245

rrida, G. Deleuze y F. Guattari, J. Baudrillard y L. Iragay confluyen en una


labor de puesta en entredicho de los presupuestos de la Ilustración y del
estructuralismo. Otros autores, en el ámbito de la historia de las ciencias
y de la epistemología, como S. Kuhn, contribuyen a sembrar de interro-
gantes los principios que sostenían el edificio teórico del conocimiento
verdadero o científico.
Deleuze y Guattari, desde el campo de la filosofía y del psicoanálisis,
indagan las relaciones entre capitalismo y desorden mental, entre capita-
lismo y deseo. Es decir, entre el sistema social y los impulsos individua-
les. Inspirados en Marx, próximos en sus planteamientos a las tesis de
Freud, vinculados con F. Nietsche y F. Kafka, confluyen con la Escuela de
Frankfurt en destacar el papel dominador del capitalismo, papel en el que
ellos resaltan su dimensión represora y de castigo. La razón científica
constituye el instrumento que orienta la creación de instituciones apro-
piadas para ejercer esas funciones de exclusión y control, desde presu-
puestos científicos.
Desde una perspectiva distinta, M. Foucault formulaba conclusiones
equivalentes respecto de la relación entre poder y saber. Plantea este autor
que «no hay verdad fuera del poder» y vincula la verdad, es decir, la objeti-
vidad, con el horizonte social. Para Foucault, «cada sociedad tiene su régi-
men de verdad». Lo que viene a significar que cada sociedad construye un
discurso específico que es el que actúa como patrón de la objetividad. En
relación con él se establecen, tanto los mecanismos como las instancias que
determinarán lo que es falso y lo que es verdadero, es decir, los que son
enunciados verdaderos y enunciados falsos.
Lo que Foucault formula convierte a la ciencia moderna en un simple
discurso, el discurso de la verdad en la sociedad contemporánea, esto es, de
la sociedad capitalista. Por otra parte queda vinculado a determinadas ins-
tituciones habilitadas para producirlo, para difundirlo -a través de la edu-
cación y los medios de comunicación-. Instituciones cuyo control por el
poder, en sus diversas formas -universidad, ejército, media, etc.- asegura
una producción acorde con las demandas económicas y políticas dominan-
tes. La sedicente objetividad y universalidad del conocimiento científico es
puesta en entredicho.
Desde una plataforma distinta, el trabajo de Kuhn sobre los mecanis-
mos de producción científica resaltaba las condiciones determinantes del
contexto social en la misma (Kuhn, 1971). Kuhn destacaba la sucesión y
discontinuidad en los discursos científicos. Lo que él denomina revolución
científica supone sustituir un paradigma por otro, un discurso por otro. La
verdad del conocimiento científico es relativa, está socialmente condiciona-
da, no sobrepasa el estatuto de un discurso. Un discurso en el que no im-
portan tanto los contenidos como las reglas que regulan su construcción, la
validez de sus enunciados, los conceptos aceptados. Confluía en el mismo
sentido que Foucault.
A partir de la crítica del texto, es decir, del lenguaje en el sentido de
una secuencia organizada y reglada, convencional -o discurso-, J. Derri-
da abordaba las relaciones entre lenguaje y pensamiento. Las planteaba

246 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

como una relación de signos o semiótica, con sus propias reglas. Éstas afec-
tan o involucran tanto al significante -el signo- como al significado - la
cosa-. Derrida, como Foucault, pone el acento en la importancia esencial
del lenguaje, hasta hacer de éste la clave de las categorías que modelan la
sociedad. La idea fundamental es que el lenguaje modela la realidad; más
aún, para Derrida, el lenguaje es la realidad.
Representa la crítica de la teoría social basada en el análisis económi-
co o en las estructuras políticas. La comprensión de la realidad se sustenta
en el lenguaje.Una condición del lenguaje y del texto que hace de éste un
producto a de-construir, de acuerdo con la terminología que el mismo De-
rrida introduce. El texto, cada texto, cada discurso, debe ser sometido a un
proceso de de-construcción que permita descubrir las condiciones de su
producción. El posmodernismo se identifica con la «de-construcción», según
la expresión de Derrida.
«De-construir» significa descubrir los presupuestos no explícitos que
subyacen en los códigos aceptados, las teorías, el pensamiento formulado,
los sistemas de valores y de conocimiento que han prevalecido durante si-
glos asociados a la sociedad industrial capitalista. Constituye un postulado
de la nueva cultura que se aplica también a la ciencia. Ésta queda reduci-
da a la condición de simple relato, uno más.
Lyotard resalta que «el saber no se reduce a la ciencia, ni siquiera al co-
nocimiento». Convierte la ciencia en un «subconjunto de conocimientos». Rei-
vindica, en definitiva, el saber narrativo. La postura anticientífica forma par-
te de la filosofía del posmodernismo, acompaña su radical oposición al racio-
nalismo moderno. Para Lyotard, «el saber científico es una clase de discurso».
Resaltan la importancia del lenguaje en la orientación del desarrollo
científico y la transmisión del conocimiento, en la medida en que «las cien-
cias y las técnicas llamadas de punta se apoyan en el lenguaje». Para Lyo-
tard, el lenguaje condiciona la propia investigación y por tanto orienta ésta
de acuerdo con sus exigencias. Sólo el saber que se pueda expresar en el
lenguaje dominante -en este caso el lenguaje de máquina- se desarrolla-
rá, mientras que el que no se adapte o no pueda ser traducido se dejará a
un lado (Lyotard, 1992).
El uso ha conducido la práctica posmoderna a una creciente y exclu-
yente ocupación en el texto y en el lenguaje, incluso en la geografía, como
ejemplifica la obra Postmodern Cities and Spaces (Watson y Gibson, 1995).
Una concepción reivindicada también como el soporte de la geografía (Bar-
nes y Duncan, 1992).
El desplazamiento desde las estructuras económicas o sociales hacia el
ámbito del discurso, del texto -del lenguaje en definitiva- y de la cultura
caracteriza uno de los rumbos más significativos en el cambio teórico de
los años sesenta. El texto, concebido como una categoría reflexiva, con sus
reglas, que puede ser analizado. De-construir significa descubrir que toda
obra está «envuelta en un sistema de citas de otros libros, de otros textos,
de otras frases, como un nudo en una red» (Foucault, 1976).
Desde una perspectiva teórica significa que la cultura y el lenguaje se
convierten en el único o primer nivel de explicación de la realidad. Consi-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 247

deran que son la cultura y el lenguaje los que modelan la realidad. Entien-
den que la mayor parte de los caracteres o fenómenos de la realidad que
contemplamos como naturales son meras construcciones sociales. Desde la
diferenciación sexual a la propia naturaleza.
El postestructuralismo se perfila como una crítica a la racionalidad
de la Ilustración. Alimenta una corriente intelectual en la que destacan au-
tores como J. Baudrillard y J. F. Lyotard, de acentuado antirracionalismo.
Se distinguen por la denuncia del discurso científico. Rechazan las teo-
rías estructurales, las concepciones de carácter universal. Denuncian los
presupuestos sobre los que se ha construido el mundo moderno, es decir,
el sujeto racional, la razón y el conocimiento científico, identificado con
la verdad.
Esta cultura, surgida en la proximidad o dentro de los círculos ideoló-
gicos de izquierda, como una crítica al capitalismo y al racionalismo posi-
tivo y tecnocrático en que se apoya el sistema social capitalista se transfor-
ma, de forma progresiva, en una crítica ideológica y política, a las filoso-
fías, ideologías y prácticas de los movimientos de izquierda. Se convierte en
una crítica a la izquierda, a sus discursos y a sus fundamentos teóricos,
en particular al marxismo, identificados con la modernidad. La crítica de-
riva hacia la modernidad como cultura racionalista y científica. Por extensión,
hacia el racionalismo y la ciencia.

2. La condición posmoderna: de la teoría postestructuralista


al posmodernismo
Las propuestas críticas de estos autores dan forma a lo que uno de
ellos denominará «la condición posmoderna» (Lyotard, 1984). La condición
posmoderna es para Lyotard «la condición del saber en las sociedades más
desarrolladas». Estado cultural que asocia al resultado de las «transforma-
ciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura
y de las artes a partir del siglo XIX» .
La consecuencia principal de esas transformaciones es, para el filóso-
fo francés, la crisis de la ciencia -entendida como discurso verdadero, im-
puesto sobre el simple relato precientífico-. Crisis por cuanto la ciencia se
legitima en lo que él llama un metarrelato, que asocia a una filosofía de la
historia. El rasgo definitorio de lo posmoderno es precisamente «la incre-
dulidad con respecto a los metarrelatos».

2.1. LA NEGACIÓN DE LO UNIVERSAL

La crítica es frontal a cualquier pretensión de carácter teórico con va-


lor universal. Se produce una negación de los relatos totalizadores, deno-
minados metarrelatos. El rechazo se produce por igual respecto de los de ca-
rácter social e histórico, como el marxista, o del tipo del psicoanálisis. Se
generaliza la crítica a los universales sociales -como las clases sociales y

248 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

la lucha de clases-. Se une al rechazo de las metodologías de carácter úni-


co o excluyente. Como consecuencia, deriva hacia el rechazo de la ciencia
y su pretensión de ser una forma superior de conocimiento.
El criticismo se define frente a las filosofías racionalistas. Se pone en
cuestión sus concepciones totalizadoras y sus pretensiones de identificarse
como el saber absoluto. Se trata de la negación de la cultura única y del im-
perio del conocimiento científico. Se le achaca el carácter unidimensional
impuesto por la razón científica.
Se instaura la desconfianza respecto de la objetividad que distingue el
racionalismo. Se proclama incluso la inexistencia del conocimiento objeti-
vo. Se niega por tanto uno de los fundamentos del conocimiento científico.
Se reivindica la subjetividad y la consideración de los factores subjetivos
que acompañan la producción del conocimiento objetivo. Frente a la idea
de la objetividad, se plantea una llamada de atención relativista. La con-
ciencia de los límites de la objetividad racionalista y la percepción del
contexto constituyen componentes relevantes en una nueva visión del pro-
ceso de conocimiento y de la objetividad.
Son los rasgos básicos del pensamiento posmoderno. El posmodernis-
mo se presenta como una propuesta cultural liberadora frente a la imposi-
ción de modelos de ciencia, modelos sociales o modelos de pensamiento. Se
propone frente al mundo estructurado y controlado de la razón y del capi-
talismo, que se identifica con la modernidad. El reclamo de la libertad fren-
te a una concepción sacralizada de la ciencia, que ha dominado la cultura
occidental, aparece como un elemento central del posmodernismo.
Es la reivindicación del individuo, de un individualismo, que se pre-
senta como espacio de la libertad y de un pensamiento abierto y no re-
primido. Reivindica, frente al sujeto racional de la Ilustración, de rango
universal, o frente al sujeto social marxista, el sujeto particular, el indivi-
duo, definido por la diferencia, por la identidad. Proclaman lo que se co-
noce como la muerte del sujeto.
La muerte del sujeto pensante, propio de la Ilustración, arraigado en
Descartes constituye uno de los rasgos sobresalientes del postestructuralis-
mo como teoría crítica. Es decir, el individuo con autonomía capaz de jui-
cio racional sobre el mundo, que puede tomar decisiones racionales, iden-
tificado con el ego. Es este sujeto el que sustentaba la relación racional con
el exterior, y que permitía considerar la subjetividad como un rasgo del in-
dividuo, fundamento del estilo en el sentido artístico del término.
Lyotard destaca que el «sujeto social se disuelve». El poder, las institu-
ciones, imponen en cada segmento social e institucional un área de expre-
sión que marca lo que se puede decir y lo que no y de qué modo. Cada uno
de estos segmentos -militar, policiaco, electoral, académico, legal, por
ejemplo- produce y consume un tipo particular de conocimientos. Cada
uno opera al margen de la totalidad social. Representa la apertura hacia los
márgenes de la sociedad. La cárcel, el hospital, el manicomio, la escuela,
aparecen como puntos del poder, como espacios distintos. Cada uno de ellos
con su propio discurso particular. Este discurso particular se impone por
encima de las teorías totalizadoras.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 249

Se trata de argumentos que había adelantado M. Foucault en la bús-


queda de los pilares del poder y sus mecanismos de dominio, así como de
los resortes de resistencia que se generan frente a él. Resaltaba Foucault la
importancia de las micropolfticas del poder a través de muy diversas locali-
dades -o espacios- y situaciones sociales. Operan al margen de estrate-
gias globales, como construcciones locales, autónomas.
Supone la apertura hacia las situaciones y los lugares concretos: los es-
pacios de la mujer, de las minorías, de los movimientos locales, de los ho-
mosexuales, entre otros. Supone el desplazamiento hacia las prácticas con-
cretas, los discursos específicos, de estos microespacios. Perspectivas que
habían proporcionado especial relevancia a la obra de Foucault a finales del
decenio de 1960 y en el de 1970.
Como consecuencia, el posmodernismo sostiene una propuesta de
apertura hacia componentes sociales que el racionalismo positivo y sus si-
métricas formas de pensamiento, habían desconsiderado. Desde la diversi-
dad a la marginalidad. Perspectivas con las que alimenta, durante estos de-
cenios, la reflexión y la práctica dentro de las ciencias sociales

2.2. LA FRAGMENTACIÓN DEL SABER

La posmodernidad, como señala Lyotard, significa lo diferente, el pe-


queño relato vinculado con la vivencia. Es la reivindicación de lo parcial,
de lo singular, de lo individual. La experiencia queda reducida al presente
y a una suma de presentes inconexos y fragmentados. La memoria carece
de sentido y la Historia también. Se niega la continuidad histórica y la his-
toria queda reducida a arqueología del saber, donde lo que importa es el
discurso, sus reglas, sus enunciados, más que sus contenidos. Frente a la
historia total, frente a la historia como globalidad, frente a la historia uni-
taria, frente a la historia con sentido, que distingue las concepciones domi-
nantes durante la modernidad, la reivindicación de las historias, como sim-
ples fragmentos históricos, historias parciales o locales.
El posmodernismo predica el final de la Historia como discurso tota-
lizador, como devenir universal. Se sitúa frente a la tendencia racionalista
del metarrelato, de la gran estructura, que ha sido el núcleo de la com-
prensión social del devenir humano. Proclama la reducción a relatos par-
cializados, relatos singulares, microhistorias o biografías. El posmodernis-
mo rompe con, y denuncia, los grandes sistemas o esquemas de interpre-
tación histórica.
El posmodernismo aparece, para Lyotard, como el estado de crisis de
la legitimidad del conocimiento y como un proceso de desestabilización
de las teorías del gobierno social (Lyotard, 1984). Crisis por tanto del mar-
xismo, de la sociología funcionalista, de la teoría de sistemas, del modelo
orgánico de la sociedad y del psicoanálisis.
Una reivindicación que afecta también al mundo de los comporta-
mientos y relaciones sociales. Las grandes organizaciones son presentadas
como producto de esa racionalización modernista. Las grandes estructuras

250 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

organizativas de carácter social, sean partidos, sean sindicatos, entre otras,


quedan en entredicho. Con ellas las grandes adhesiones, la militancia como
una forma de adscripción social. Es decir, lo que ha sido una de las carac-
terísticas del mundo moderno, en la política, en el mundo sindical, bajo el
signo de las organizaciones de masa.
Postula el posmodernismo la preeminencia del discurso parcial, de los
conceptos particulares, frente a los universales que han caracterizado el
pensamiento moderno. Se asienta sobre la negación de tales universales. Se
constituye sobre lo particular, lo individual, lo contingente, lo circunstan-
cial. Siempre en el contexto de un pensamiento «débil», no formalizado ni
teorizado. El posmodernismo resulta así una filosofía de la individualidad,
del individuo como isla, que convierte la sociedad en un archipiélago social.
Todo ello en el marco de un cierto hibridismo de pensamientos, en un mar-
co general de encrucijada de filosofías, en una situación en la que la inde-
finición forma parte de la vida social.
Lo que el posmodernismo viene a proclamar es la imposibilidad de es-
tablecer una imagen única del mundo, una representación unificada. Re-
duce la capacidad de acción sobre un mundo fragmentado, que se nos pre-
senta, además, en fragmentos, a un simple pragmatismo. Pragmatismo vin-
culado al relativismo y, en cierto modo, al derrotismo, y por tanto, a la inac-
ción, en el marco de una situación personal y social caracterizada por la es-
quizofrenia, que aparece como el producto directo de la sociedad. La acción
queda circunscrita a cada personal entorno.

3. Las raíces de la posmodernidad: las filosofías del sujeto


La filosofía del posmodernismo, como actitud crítica respecto del ra-
cionalismo positivo y de la cultura racionalista de la burguesía industrial,
tiene antecedentes que arraigan en el pasado. El pensamiento posmoderno
no es, en este sentido, nuevo. Rezuma elementos conocidos, como destaca-
ba Lain Entralgo en un artículo periodístico.
El pensamiento posmoderno se sostiene sobre un legado que, bajo di-
versas formulaciones, acompaña al propio desarrollo de la cultura moder-
na. El movimiento posmoderno no deja de ser un rebrote del gran movi-
miento irracionalista de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Se
inscribe en esta tradición irracionalista. Lo que le hace distinto, sin embar-
go, es su inscripción en coordenadas históricas radicalmente nuevas.
La modernidad se presentaba como el tiempo nuevo de la Razón y de
la ciencia. Tiempo de progreso y de liberación respecto del conjunto de ser-
vidumbres y ataduras que distinguían el mundo antiguo. El discurso mo-
derno se formulaba, desde sus orígenes, bajo apariencias de progreso, en
términos de confianza y optimismo hacia el futuro. La experiencia poste-
rior ha resultado ser contradictoria. El avance científico y la racionalidad,
apuntan los críticos, no han servido para liberar a la humanidad y a cada
ser humano de las viejas cadenas. Han introducido a la humanidad en una
dramática aventura de destrucción, opresión y envilecimiento.

F LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 251

La historia de los dos últimos siglos aparece como una experiencia dra-
mática que ha roto la esperanza en la ciencia y la razón y ha generado des-
confianza y angustia ante el futuro. Resaltar las contradicciones del desa-
rrollo moderno y del discurso de la modernidad constituye una constante
de una parte del pensamiento occidental desde finales del siglo pasado. Se
convierte en una crítica global a las concepciones históricas progresistas, al
primado de la ciencia y de la razón: «Hemos podido comprobar -nuestro
siglo ha sido pródigo en demostraciones- que la Historia progresiva en la
que tantas veces se ha confiado no es más que una superstición que arras-
tra consigo un número elevado de equívocos y desatinos; entre éstos se en-
cuentran los que se refieren al indiscutible primado de la ciencia -con sus
consabidos y extremosos apremios teóricos y metodológicos- y la bene-
factora mediación de la técnica, al rendido tributo reclamado para el cam-
bio y el futuro y a la indisimulada exaltación del profetismo revoluciona-
rio» (Ortega Cantero, 1987).
De acuerdo con esta perspectiva crítica, la modernidad descansa, bajo
el discurso progresista y optimista ilustrado, sobre un dinámico tigre que
utiliza ciencia y razón para su propio desenvolvimiento. Es el capitalismo
industrial. La razón deviene instrumental como la ciencia, al servicio de un
sistema social cuyo eje es la producción de mercancías y beneficio, en el
marco de una competencia feroz entre sus agentes.
Se presentaron como necesarias y obligadas servidumbres del pro-
greso, como la franquicia a pagar en la vía de la liberación. Eran el lado
oscuro de la modernidad que acompañaba la instauración de la sociedad
moderna. Es lo que se ha denominado destrucción creativa. Sin embargo,
para estos críticos, la explotación, la opresión, la desigualdad, la miseria,
la violencia, la guerra, acompañan el excepcional proceso de construc-
ción de las sociedades capitalistas, como una necesidad, no como un ac-
cidente.
El dominio de la naturaleza por el Hombre ha adquirido dimensiones
totales, en el ámbito del conocimiento y de la técnica. El avance científico
no se ha detenido. No obstante, sus beneficios, ni alcanzan a todos ni ase-
guran el bienestar general, ni han roto las cadenas del sufrimiento huma-
no. Por el contrario, han supuesto la aparición de nuevos riesgos derivados
de ese mismo dominio técnico sobre la naturaleza, cuyo equilibrio se ve
amenazado, cuyos recursos desaparecen. Las desgarraduras derivadas del
proyecto modernista en su encarnación capitalista se traducen en aliena-
ción, individualismo, fragmentación, contradicciones entre producción y
consumo. Acompañan el desarrollo capitalista como criatura suya. Argu-
mentos que forman parte del pensamiento crítico desde la Escuela de
Frankfurt.
El postestructuralismo viene a retomar o impulsar una vieja corriente
crítica y reacción social frente a las desmesuras del desarrollo capitalista.
Los nuevos brotes de una vieja corriente se asientan, no obstante, en un
nuevo contexto social.

252 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

4. Posmodernismo: la cultura de la sociedad de consumo

El posmodernismo evoca, como se ha dicho recientemente, una «expe-


riencia histórica particular, que arraiga en un contexto histórico específico»
(Benko, 1997). Una experiencia vinculada con un cambio intelectual que
afecta al conjunto de lo que había sido la cultura humanista occidental. El
posmodernismo combina una «lógica cultural» que favorece el relativismo y
la diversidad.
Constituye un conjunto de «procesos intelectuales» que proveen al
mundo de estructuras fluidas y dinámicas de pensamiento. Supone el de-
sarrollo de un movimiento de cambio fundamental dentro de la condición
moderna -crisis de los sistemas productivos, incremento del desempleo,
abandono de la historicidad ante la atemporalidad de lo efímero, crisis del
individualismo moderno, omnipresencia de una cultura de masas narcisis-
ta, entre otros- (Benko, 1997).
Al mismo tiempo, la posmodernidad se esboza como una reivindica-
ción de nuevos valores y actitudes, y se presenta como la cultura de una
nueva época, de la sociedad de consumo, de los nuevos medios de comuni-
cación de masas, la del mundo de la cibernética y la información. La cul-
tura de la sociedad de la información.
Tras las propuestas posmodernas subyace una justificación histórica y
social. Se trata de la vinculación con un cambio social profundo, con la apa-
rición de una nueva sociedad, con el desarrollo de nuevas posibilidades, con
una verdadera revolución científico y técnica, que tiene especial relevancia
en el mundo de la información y en la esfera del consumo.
Para todos los autores implicados, el posmodernismo se vincula a una
sociedad de la información, a las posibilidades de producción, análisis y
transmisión que permiten las nuevas técnicas. J. Lyotard y A. Touraine lo
denominaron la sociedad postindustrial. Se resaltaba la primacía de la in-
formación, «principal fuerza de producción» de la sociedad moderna. La
era de la información que perfila la sociedad del presente y, sobre todo, la
del futuro (Castells, 1996). La sociedad de la información es otro término ha-
bitual para identificar esta nueva etapa.
Sociedad postindustrial o sociedad de la información se presentan
como una sociedad de consumo. Éste moldea y modifica los comporta-
mientos, los valores, los conceptos, la producción, hasta convertirse en el
eje de la organización social. El consumo modifica el valor de los obje-
tos, que aparecen como signos, y altera las relaciones sociales. Éstas apa-
recen sometidas al influjo de las percepciones que los individuos poseen,
en relación con los valores introducidos por este nuevo elemento que es
el consumo, en una sociedad de la información. Ésta ha alterado la rela-
ción entre significado y signo, entre mensaje y medio, manipulados y re-
combinados de forma permanente.
Consumo e información definen las nuevas coordenadas sociales. La
sociedad de consumo adquiere nuevas dimensiones y caracteres, mediati-
zada por el hecho mismo del consumo, según Baudrillard, principal teóri-
co de este tipo de sociedad.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 253

Sociedad de consumo que reduce el valor de los productos cultura-


les a simple valor de cambio, a mercancía. La cultura pierde los caracte-
res diferenciados del pasado. El valor mercantil absorbe los valores his-
tóricos y sociales de la cultura. La sociedad posmoderna reduce la cultu-
ra a mero producto de consumo, como resaltaba A. Touraine. En este
marco social, la figura del creador queda desdibujada; la autoridad del
experto y del productor se difuminan. Su discurso se rompe o desapare-
ce. Se impone el consumidor. Su elección, sus motivaciones, sus códigos
marcan la nueva cultura, la de la posmodernidad, sustentada en el nue-
vo marco postindustrial, cibernético, de comunicación de masas y de téc-
nicas audiovisuales.
Se trata, según el planteamiento posmoderno, de un nuevo tipo de so-
ciedad. El rasgo relevante de la misma es que el consumo y la actitud con-
sumista «se convierten en el núcleo moral de la vida, el vínculo integrador
de la sociedad y el centro de gestión del sistema» (Rodríguez y África, 1998).
El sometimiento al mercado del conjunto de la vida social adquiere carác-
ter determinante.
De acuerdo con las propuestas de E. Mandel, representa la incorpora-
ción de la cultura a «la producción general de mercancías», a través de lo
que ha venido a llamarse industria cultural. El capitalismo tardío aparece
abocado a producir deseos, a crear necesidades, a estimular anhelos, a pro-
mover comportamientos y actitudes de consumidor, en orden a sostener sus
mercados. Es decir, a seducir, en orden a facilitar el control social y la in-
tegración del individuo en el sistema social. Seducción apoyada en la reali-
dad virtual, en los signos.
El mundo de los signos sustituye al mundo real. Los signos sustituyen,
gracias a los nuevos medios de comunicación de masas y a las nuevas téc-
nicas, a los objetos reales. Éstos son sustituidos por los códigos que esta-
blecen los medios de comunicación. Una hiperrealidad construida, cuyo
soporte es la televisión, se impone a la realidad material, según Baudri-
llard. Códigos y modelos de esta hiperrealidad se imponen a las conductas,
modelan la sociedad y sus relaciones. Introducen un nuevo tipo de socie-
dad y realidad, basada en la simulación, que limita la capacidad de res-
puesta de las conductas individuales. Son la representación o encarnación
del poder real.
La posmodernidad se identifica con la hipermodernidad, como la eta-
pa en que la aceleración de los procesos productivos, incluso en la cultura,
les condena al consumo frenético. La modernidad se reduce a un proceso
de producción justificado en la novedad que condena los productos a una
inmediata vejez.
La posmodernidad se presenta como la cultura nueva de una nueva
época histórica, como la alternativa a la modernidad, como el resultado de
la propia razón histórica. Para Lyotard, el posmodernismo no es sino el
fundamento de una nueva época. Se parte de la hipótesis de que «el saber
cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad
llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada posmoderna»
(Lyotard, 1994).

254 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Para este representante destacado del posmodernismo se sitúa este


proceso en la segunda mitad del siglo XX, en el momento en que termina la
reconstrucción europea. Las múltiples expresiones que buscan sintetizar
este cambio social, como sociedad industrial, sociedad de la información,
sociedad de consumo, o sociedad de masas, confluyen en la misma idea de
un corte histórico que supondría un cambio radical de época.

5. Posmodernidad y capitalismo

Explicar el fenómeno posmoderno, comprender sus raíces y condicio-


nes, desborda el análisis del discurso posmodernista. Se trata de ubicarlo
desde una perspectiva histórica de entender la lógica profunda de este mo-
vimiento y su alcance. La diversidad de enfoques e interpretaciones consti-
tuye un rasgo notable del pensamiento actual. Se trata de dilucidar si esta-
mos ante una nueva época, la posmodernidad, fruto de un corte radical con
el pasado y sus fundamentos, es decir, la modernidad, o si sólo se trata de
un nuevo ajuste en el desarrollo de la propia modernidad o del capitalismo.
El posmodernismo puede considerarse desde estas dos perspectivas o
plataformas distintas. Como el final de una trayectoria, enfoque que predo-
mina entre los más destacados representantes del movimiento, que resaltan
la discontinuidad con el pasado y establecen la ruptura con el mismo y el
inicio de una nueva época. O como una etapa del desarrollo de la moder-
nidad, o más aún, como la expresión de la evolución del propio capitalis-
mo. Del capitalismo tardío, como lo planteaba F. Jameson, o del posfordis-
mo, como lo ubica el geógrafo D. Harvey, uno y otro desde postulados crí-
ticos, de raíz marxista.
El análisis del posmodernismo desde posiciones críticas con sus pos-
tulados se orienta a ubicar el fenómeno cultural y sus premisas en el mar-
co histórico. En unos casos, desde planteamientos que reducen su signifi-
cado al de un epifenómeno cultural. En otros como un producto de aco-
modación del capitalismo avanzado a la crisis del modelo fordista. Para al-
gunos, desde una perspectiva reivindicativa del legado ilustrado y crítica
con los principios irracionalistas posmodernos. Sin embargo, en general se
tiende a contemplar la posmodernidad como una etapa histórica que res-
ponde a nuevas condiciones. El espíritu posmoderno ha penetrado en mu-
chos de sus críticos.
Como apunta un destacado pensador alemán actual, los términos de
posmodernidad y posmoderno, en el marco de las ciencias sociales, adole-
cen de una notable opacidad. Como otros equiparables, forman parte de
una red de conceptos que formulan o insinúan la ruptura con un pasado, a
través del prefijo post: postindustrial, postestructuralismo, posracionalismo,
posmoderno.
Lo que les caracteriza, de forma más destacada es la coincidencia en
la idea del final del proyecto histórico moderno, es decir, el proyecto his-
tórico de la Ilustración. Incluso, el final definitivo del «proyecto de la ci-
vilización occidental» (Wellmer, 1992). El carácter equívoco de lo pos-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 255


moderno, permite, también, contemplarlo como «el perfil de una moder-
nidad radicalizada», es decir, como la realización del proyecto moderno
o ilustrado.
De forma creciente, se observa también una tendencia a resaltar el ago-
tamiento del discurso posmoderno. Aumentan las voces críticas que seña-
lan la pérdida de impulso de los postulados postestructuralistas y la persis-
tencia de los valores de la modernidad.
La interpretación histórica del posmodernismo se produce pronto, en
los inicios del decenio de 1980. Los esfuerzos más destacados de desentra-
ñar su significado surgen desde el ámbito de la cultura. La reflexión más
consistente y continuada es la de Jameson.
Para Jameson, el posmodernismo constituye la cultura dominante del
capitalismo tardío. Ubica el fenómeno cultural en el marco teórico de la tra-
dición económica marxista y del pensamiento de la Escuela de Frankfurt. El
concepto de capitalismo tardío fue elaborado para diferenciar el capitalismo
contemporáneo del capitalismo monopolista, propio de finales del siglo XIX .
El capitalismo tardío abarca los fenómenos más significativos de los
cambios de la segunda mitad del siglo XX . Identifica la nueva división in-
ternacional del trabajo, las nuevas dimensiones del capitalismo financiero,
la aparición y desarrollo de los modernos medios de transporte y comuni-
cación, así como la informática e implantación de una economía mundial.
El rasgo significativo, para Jameson, es que estos fenómenos sustentan
una teoría social de la nueva época. En ella subyace la pretensión de que se
ha acabado el primado de la producción y la lucha de clases. Como conse-
cuencia, es el final de las ideologías, del arte, de las clases sociales, del Es-
tado del bienestar, del leninismo, de la socialdemocracia. Un final vincula-
do con el declive del modernismo o modernidad.
Jameson entiende que el nuevo concepto de posmodernismo respon-
de a la necesidad de «coordinar nuevas formas de práctica y hábitos so-
ciales y mentales -lo que se denomina estructura de sentimiento- con las
nuevas formas de producción y organización económicas que produjo la
modificación del capitalismo -la nueva división global del trabajo- en
años recientes».
En consecuencia, se caracteriza por la crítica de lo que han sido los
grandes modelos del pensamiento occidental. Por un lado, el dialéctico mar-
xista, que opone esencia y apariencia con sus conceptos de ideología y fal-
sa conciencia. Por otro, el existencialista, basado en la autenticidad y en los
conceptos de alienación y desalienación. Por último, el semiótico, centrado
en la oposición entre significado y signo.
Frente a tales modelos, el posmodernismo propugnaría lo que denomi-
na modelos de superficie. En éstos prima la ilusión, la desaparición del sen-
tido de la historia, la primacía del instante, transportado por redes infor-
máticas y por el flujo de imágenes de las modernas comunicaciones, en re-
lación con la expansión del capital transnacional.
El posmodernismo, para Jameson, refuerza la lógica capitalista. No se
trataría de una alternativa sino de una adaptación. «La posmodernidad no
es la dominante cultural de un orden social completamente nuevo (que con

256 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

el nombre de sociedad post-industrial ha circulado como un rumor en los


medios de comunicación) sino sólo el reflejo y la parte concomitante de una
modificación sistémica más del propio capitalismo» (Jameson, 1996).
En el ámbito de la geografía y con alcance cultural amplio, la reflexión
más elaborada la realiza D. Harvey. Para D. Harvey, el posmodernismo iden-
tifica un cambio en las prácticas económicas, políticas y culturales, que se
manifiesta a partir de la década de 1970. Destaca cómo las nuevas condi-
ciones o patrones en la organización espacio-temporal del capitalismo, se-
rían caracteres 'determinantes de la extensión de la «filosofía» posmoder-
nista. Relaciona ésta con la aparición de nuevas perspectivas en la expe-
riencia del tiempo y el espacio (Harvey, 1989).
Resalta la coincidencia de este ascenso de formas culturales posmo-
dernistas con el desarrollo de formas más flexibles en los modos de acu-
mulación del capital. Según Harvey, el posmodernismo expresa el campo
ideológico del capitalismo posfordista. El fordismo representaba, desde su
implantación en 1914 en Michigan, en las plantas de montaje de automó-
viles, el nuevo capitalismo industrial basado en la producción en masa. Con
su regulación del tiempo de trabajo y de las relaciones laborales, con el sis-
tema de cinco dólares-hora y ocho horas diarias, H. Ford introducía un nue-
vo sistema de organización industrial, de economía y de equilibrio social.
Suponía «el reconocimiento explícito de que la producción en masa
exige consumo en masa, un nuevo sistema de reproducción de la fuerza de
trabajo, nuevas políticas de control y gestión del trabajo, una nueva estéti-
ca y psicología, en resumen, un nuevo tipo de sociedad democrática, popu-
lista, modernista y racionalizada» (Harvey, 1989). Su contrapartida social
era el equilibrio entre diversos poderes institucionales, desde las grandes
corporaciones empresariales a los sindicatos y al Estado. Hizo posible el es-
tablecimiento y reconocimiento de un sistema de reglas o compromisos que
garantizaron, durante estas décadas, un estable proceso de acumulación ca-
pitalista, basado en un cierto consenso social.
Se reconocía a los sindicatos de clase en los grandes países capitalis-
tas un protagonismo social en ciertas esferas. Este protagonismo en la ne-
gociación de salarios mínimos y seguridad social, y en la promoción labo-
ral, entre otras cuestiones, significó, en contrapartida, una actitud colabo-
radora con el capital. Se rompía la resistencia obrera mantenida con ante-
rioridad a la segunda guerra mundial, sobre todo en los Estados Unidos.
Los sindicatos se convertían en instrumentos de educación de los trabaja-
dores en la disciplina del trabajo en serie y respecto de las nuevas formas
de gestión y control del trabajo.
Diversos factores determinan, a partir de finales de la década de 1960, en
que aparecen los primeros componentes de desequilibrio, y sobre todo, con la
crisis de la energía de 1973, la quiebra del sistema fordista keynesiano. Las
nuevas condiciones económicas obligan a una reestructuración rápida, econó-
mica, en las empresas, a severos y continuados reajustes políticos y sociales.
Las empresas industriales se ven forzadas a ajustar sus capacidades
productivas, afectadas por el exceso de capacidad productiva, en un marco
de competencia agudizada. Deben racionalizar los procesos de producción

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 257

y gestión. Tienen que reestructurar e intensificar el control de la fuerza de


trabajo, con drásticas reducciones de empleo. Han de incorporar nuevas
tecnologías, con la automatización, y buscar nuevos productos, nuevos mer-
cados. Diversifican su implantación geográfica, en busca de mercados de
trabajo más favorables. Han de acelerar el período de circulación del capi-
tal, en una lucha continuada por sobrevivir en condiciones económicas des-
favorables. El consenso fordista se quiebra. Se impone e instaura un nuevo
régimen de acumulación. Éste va «acompañado por nuevos sistemas de re-
gulación social y política».
El nuevo sistema de acumulación flexible significó la implantación de
un complejo sistema cara al mercado de trabajo, a los productos, a los ti-
pos de consumo. Significa la aparición de nuevos sectores de producción,
nuevas vías de financiación, nuevos mercados. Supone, sobre todo, mayo-
res y crecientes tasas de innovación comercial, técnica y organizativa. En
este contexto estructural, para Harvey, siguiendo a Jameson y Newman, «el
posmodernismo no es sino la lógica cultural del capitalismo tardío». Un
análisis y conclusiones que colocan el movimiento posmoderno en el cauce
de la modernidad, en el seno del propio capitalismo, como un producto de
su desarrollo.
Desde otras perspectivas, el posmodernismo aparece como la cultura
que surge de la quiebra del pensamiento moderno, sea en su versión posi-
tiva o en su versión crítica o revolucionaria. Constituye por ello, tanto una
cultura alternativa como la consagración cultural del pensamiento y los
postulados ideológicos del capitalismo triunfante, como lo sugiere A. Tou-
raine, que sintetiza algunos de los componentes significativos del movi-
miento posmoderno.

6. El posmodernismo: interregno y moda cultural


El decenio final del siglo XX no ha significado la imposición definitiva
del posmodernismo, aunque ésta fuera la imagen dominante unos años an-
tes (García Ramón, 1989). La cultura posmodernista parece decaer en su
fortaleza inicial. Se aprecia un proceso múltiple de reacción crítica.
La presunta muerte del modernismo no ha supuesto la sustitución
por un modelo cultural contrapuesto. Se trata más bien de un «interreg-
no», de una situación transitoria, en la que se esbozan algunas líneas bá-
sicas de evolución. Aparecen voces críticas, que dudan del final del mo-
dernismo (Friedman, 1989). Otras constatan, avanzado el último decenio
del siglo XX, el agotamiento del modelo posmoderno y la quiebra de sus
postulados. La nueva cuestión sería: «Y después del modernismo, ¿qué?»
( Rodríguez y África, 1998). Se plantea, en definitiva, el significado histó-
rico del movimiento, su aportación teórica y crítica y su legado al pensa-
miento crítico moderno.
La crítica aborda la cuestión esencial de la concepción textual y de la
de-construcción como horizonte epistemológico. La puesta en cuestión de
la lógica de-constructiva aparece en el decenio de 1990, desde diversos plan-

258 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

teamientos. Se trata de críticas también a la concepción interpretativa que


subyace en el postestructuralismo desde el punto de vista del conocimien-
to. En gran medida, esta crítica surge del propio estímulo o revulsivo que
los teóricos postestructuralistas han generado con su abordaje de los prin-
cipios de la lustración, la racionalidad positiva y el racionalismo dialéctico.
Desde otros frentes, en este caso el científico, surgen las críticas de fon-
do al pensamiento posmoderno. Desde el campo científico se denuncia que
los grandes postulados del posmodernismo se sostienen sobre «una amplia
y profunda ignorancia de la ciencia» y sobre un lenguaje oscuro e irrelevan-
te que permite ocultar la vaciedad de su discurso. Se le descubre falto de ri-
gor, críptico e incluso ignorante (Sokal, 1997). Se le acusa de un relativismo
que pone en entredicho el propio conocimiento, al igualar el saber empírico
y científico con cualquier otro, mágico, religioso, o de otra estirpe.

6.1. LA REIVINDICACIÓN DE LA HERENCIA ILUSTRADA

El esbozo de un movimiento de reacción frente a las propuestas pos-


modernas y de una reivindicación del pensamiento racionalista parece
asentarse en la perspectiva de finales del siglo XX . Una reivindicación del
conocimiento científico, que surge desde las ciencias naturales y desde las
ciencias sociales. El rasgo más significativo de estas reacciones es la con-
fluencia en ellas de las dos grandes corrientes del racionalismo moderno,
positivista y dialéctico; y la doble componente, científica y política -o ideo-
lógica- que presenta (Epstein, 1997).
La reacción frente al movimiento posmoderno se asienta frente a la
progresiva confusión ideológica que tiende a identificar posmodernismo
con pensamiento progresista. Desde posiciones de izquierda, en Estados
Unidos, surge el rechazo hacia un tipo de cultura irracionalista extendida
entre los movimientos sociales y políticos americanos. La confusión exis-
tente en estos movimientos sociales, respecto de los planteamientos pos-
modernos, permite el desarrollo de propuestas en las que el irracionalismo
domina por completo. Los críticos señalan, de forma destacada, el caso de
los movimientos feministas, el ámbito de la identidad étnica, las minorías
culturales. La adopción y defensa de postulados anticientíficos, de argu-
mentaciones de índole irracional, ha venido a ser uno de los detonantes de

y Bricmont, 1997).
esta creciente reacción y distanciamiento frente al posmodernismo (Sokal

El rasgo más destacado es la coincidencia en reivindicar el legado de


la Ilustración. Se pone de manifiesto que «el proyecto ilustrado y el con-
cepto de razón crítica sobre el que pivota contiene en sí mismo los medios
para llevar a cabo su propia autocrítica» (Amorós, 1999). Significa recono-
cer que los principios críticos de la razón, elaborados por la Ilustración, si-
guen siendo el fundamento para la crítica e interpretación de la realidad, y
del propio legado moderno.
Una formulación que sirve para reivindicar como «conquista cultural,
el sujeto racional construido por la Ilustración». Se resalta que «es en la

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 259

tradición ilustrada en la que encontramos las bases para generalizar un


tipo humano construido en torno a los saberes que hacen posible el con-
trol sobre sí mismo y sobre la sociedad... los únicos que permiten la emer-
gencia de la razón crítica, único baluarte contra las diversas formas de bar-
barie (todas de carácter colectivo) que han asolado la historia occidental»
(Ortega, 1999).
La idea de que el proyecto ilustrado permanece como un instrumento
válido es compartida, del mismo modo que la que su potencial de desarro-
llo futuro. Se resalta lo que tiene de no realizado, de acuerdo con las refle-
xiones más recientes de Habermas. En palabras de Gitlin, que «los años do-

Reivindicar la Ilustración, y con ella la modernidad, desde la pers-


rados de la Ilustración... están todavía por venir» (Gitlin, 1999).

pectiva crítica significa entender que el mismo postestructuralismo se


apoya en el legado ilustrado. Significa resaltar qué elementos significati-
vos del posmodernismo, como la reivindicación de la diferencia, los dere-
chos universales, entre otros valores, proceden del ámbito intelectual ilus-
trado. En éste se incuba el sentido critico frente a la destrucción de la Na-
turaleza. Es decir, que los cimientos de la crítica postestructuralista son
racionalistas.
La quiebra de la confianza en el progreso y en los benéficos efectos de
la racionalidad es un rasgo característico de la evolución histórica de la mo-
dernidad. Quiebra que arranca, en algunos casos, de la resistencia inicial a
admitir sus bondades, o sus presupuestos, como sucede en R. Malthus,
compartida por otros sectores que, de forma análoga, defienden el orden so-
cial anterior; pero que se produce, sobre todo, como una reacción crítica a
sus consecuencias.
La modernidad engendra a sus detractores y alimenta a sus críticos,
tanto en el campo de la filosofía como en el social y cultural. Las raíces del
movimiento «conservacionista» penetran en plena vorágine del desarrollo
capitalista en el siglo XIX, tanto en Europa como en América. En ésta como
reacción ante la épica cristiana de la conquista del Oeste, que arrasaba una
naturaleza exuberante, en que el impulso colonizador capitalista se susten-
ta sobre la ideología religiosa.
Ésta hacía de la naturaleza silvestre la expresión de lo demoniaco,
mientras identificaba la tierra colonizada, de uso agrario, con el jardín del
Edén; el colono se siente impulsado y amparado por el mandato divino de
extenderse y multiplicarse y contempla la Tierra como la posesión puesta a
su disposición por designio divino. En el viejo continente, como rechazo de
la épica progresista que arrolla el legado urbano de siglos bajo el ardor
de la piqueta, que encarna el capitalismo inmobiliario.
Las voces en Estados Unidos, de procedencia urbana, en defensa de la
Naturaleza y las de V. Hugo y P. Merimée, en Francia, en defensa del viejo
París, respondían a esa misma lógica y actitud (Kain, 1981; Ortega Valcár-
cel, 1998). Nietzsche representa, en el ámbito de la filosofía y de la cultura,
la misma actitud radical. La que descubre la entraña oculta de la moderni-
dad, su ferocidad y agresividad natural, en el marco de una lucha de todos
contra todos.

260 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA I


Esta perspectiva crítica con el postestructuralismo, respecto de la pro-
clamada invalidez de la racionalidad ilustrada, se percibe también en di-
versas vías del feminismo crítico. Éste contempla cómo se reduce a un sim-
ple objeto cultural, y pierde la dimensión de teoría social alternativa y de
sujeto social, en el marco posmoderno. La vinculación crítica del feminis-
mo con la racionalidad ilustrada constituye una tendencia perceptible que
considera útil y válida la racionalidad y que diferencia ésta de sus elabora-
ciones concretas, como puedan ser la patriarcal. Es un feminismo que rei-
vindica la consideración de que «se constituye en la coherente radicaliza-
ción del proyecto ilustrado» (Amorós, 1999).
La crítica al posmodernismo desde postulados racionalistas viene a
mostrar la constancia del debate intelectual y epistemológico que subyace
en el desarrollo de la teoría del conocimiento desde el siglo XIX . Las distin-
tas corrientes filosóficas aparecen como el telón de fondo de las orienta-
ciones dominantes en el campo de las ciencias modernas, en particular en
las ciencias sociales. La geografía no ha estado al margen de este movi-
miento intelectual, cuyas huellas son visibles en la geografía actual.
El desarrollo de la geografía como una disciplina moderna muestra, en
sus planteamientos y enfoques, a lo largo del siglo XX , la vitalidad de las dis-
tintas filosofías del conocimiento y su incidencia, más o menos directa, en
la construcción y evolución del propio discurso geográfico.

7. Las tradiciones geográficas: filosofía y geografía


La geografía moderna se ha desarrollado desde propuestas y enfoques
muy diversos. La diversidad es un rasgo notorio de la práctica geográfica a
lo largo del siglo XX y desde el último cuarto del siglo XIX. Diversidad que
se enmarca, no obstante, en algunas constantes, que podemos calificar
como tradiciones intelectuales de la geografía moderna. Algunos autores
han resaltado la existencia de estas constantes que definen los grandes cen-
tros de interés y los principales enfoques o concepciones geográficas.
La variedad de propuestas y prácticas es un rasgo distintivo de estas
tradiciones que contemplamos como acabadas construcciones homogéneas.
La variedad deriva de la propia evolución temporal, que motiva nuevas lec-
turas e interpretaciones de los viejos principios, de acuerdo con el nuevo
contexto social y cultural. La variedad surge de la diversidad de ópticas y
enfoques que conviven bajo una misma tradición.
En general, estas diversas propuestas se han articulado sobre presu-
puestos epistemológicos distintos. La adscripción positivista de algunos de
esos enfoques, la raíz kantiana de otros, muestran la estrecha implicación
de la práctica geográfica con la cultura dominante. Desde esta perspectiva
podemos contemplar estas prácticas, sean hegemónicas o no, en el contexto
de las grandes tradiciones del pensamiento geográfico, como propuestas y al-
ternativas en la configuración de la geografía como una disciplina moderna.
Las filosofías positivas, que distinguen el racionalismo científico mo-
derno, dan forma a una buena parte del desarrollo geográfico moderno. Ah-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 261

mentaron el nacimiento o fundación de la geografía como disciplina aca-


démica y como patrón de conocimiento científico, identificado con la geo-
grafía de las influencias del Medio en el Hombre. Esas mismas filosofías,
renovadas, impulsaron el desarrollo de una autoproclamada geografía cien-
tífica, en la segunda mitad del siglo XX, que conocemos como geografía ana-
lítica. Dos etapas clave en la evolución de la geografía moderna, que cubren
la mayor parte de la historia reciente de la disciplina tal y como la conce-
bimos en la actualidad.
El otro período fundamental del siglo XX está marcado por el ascenso
y hegemonía de las geografías inspiradas en las filosofías del sujeto. Se tra-
ta de las geografías del regionalismo y paisaje, así como de las geografías
humanísticas. En dos etapas distintas, una en la primera mitad del siglo y
otra en los últimos decenios del mismo, las geografías de inspiración idea-
lista configuran una tradición esencial de la geografía moderna. De tal ma-
nera que para muchos geógrafos constituye, la primera de estas etapas, la
«geografía clásica», en la medida en que se asocia al que se valora como el
patrón definitivo y más conseguido de la disciplina geográfica moderna. Las
geografías posmodernas representan la continuidad, por una parte, con esta
tradición y la incorporación de nuevas perspectivas relacionadas con los
postulados del postestructuralismo.
En el último tercio del siglo XX , una destacada corriente de la geogra-
fía moderna se ha asentado sobre las filosofías dialécticas. Las modernas
tendencias denominadas radicales, se han sustentado en las distintas filoso-
fías de carácter materialista y en las ideologías políticas asociadas con ellas.
Las ideologías libertarias, recuperadas, en parte, en los geógrafos anarquis-
tas de principio de siglo, los recientes estructuralismos han servido como
soportes para nuevos enfoques geográficos. Enfoques significativos o cons-
trucciones destacadas de la geografía actual, en el marco de la posmoder-
nidad, se asientan en esta tradición dialéctica y, en muchos casos, marxis-
ta o neomarxista.
Se configuran de esta manera las tres grandes corrientes de pensa-
miento de la geografía moderna. Se inscriben en los tres grandes troncos fi-
losóficos de la modernidad: el racionalista positivo, el racionalista dialécti-
co y el idealista. El posmodernismo, con su significado de puesta en entre-
dicho de las seguridades teóricas y su acento en lo local e individual, en la
diferencia, ha venido a replantear el discurso geográfico. Sin embargo, se
inserta en estas tradiciones. No ha significado ruptura, aunque sí ha obli-
gado a la reflexión y revisión. En parte como una posibilidad de renovación
y como un impulso; en parte, como una interrogante. Viene a plantear el
valor de la geografía en el mundo actual. Una cuestión permanente desde
los inicios de la geografía moderna.
CAPÍTULO 15

LAS GEOGRAFÍAS «CIENTÍFICAS»:


POSITIVISMO Y GEOGRAFÍA

Una de las tradiciones más consistentes de la geografía moderna se


apoya en las filosofías «positivistas», en sus distintas formulaciones a lo lar-
go del tiempo. El rasgo común que comparten, con independencia de su
particular configuración, es la reivindicación científica de la geografía. Ha-
cen del carácter científico de la geografía, de acuerdo con su específica y
excluyente concepción, un estandarte. Darle a la geografía estatuto científi-
co ha sido el rasgo distintivo de esta «tradición». Son las geografías cientí-
ficas, en cuanto propugnan una disciplina que se integre en el campo de las
ciencias positivas. Su significado en la historia de la geografía moderna es
decisivo. Constituye, en primer lugar, la tradición fundadora de la discipli-
na en el marco de las ciencias modernas.
La geografía se perfila de acuerdo con las propuestas y los presupues-
tos teóricos y epistemológicos de la filosofía positivista. Por otra parte, las
propuestas más innovadoras que marcan el desarrollo de la disciplina en la
segunda mitad del siglo actual y que condicionan, tanto la práctica geográ-
fica como el debate cultural y epistemológico de la geografía moderna, sur-
gen del renovado proyecto del positivismo lógico.
Como consecuencia, una parte sustancial de la historia de la geografía
moderna está marcada, desde una perspectiva teórica y práctica, por estas
filosofías cientificistas. La contribución de las «geografías científicas» al mo-
delado del pensamiento geográfico y de la práctica de los geógrafos, y a la
construcción de los principales conceptos, lenguaje e ideas de la geografía,
ha sido determinante, desde las etapas iniciales de la geografía moderna.

1. La geografía ambientalista: el medio y los hombres


Para los contemporáneos, geógrafos o no, el proyecto de una geografía
física y de la llamada «geografía Humana» como disciplinas científicas re-
sultaba definitivo. La nueva disciplina se presentaba como la ciencia «que
abarca todos los hechos propios de la geografía política, los relaciona entre

264 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

sí e investiga su causa o fundamento en leyes o principios, generales o lo-


cales, a cuya indagación se llega tomando como punto de partida la Geo-
grafía Natural o física, cuyos hechos, primero, y cuyas leyes, después, se ex-
plican a su vez por la geología». El proyecto geográfico respondía al de una
ciencia natural y en un marco ambiental.
Influía un factor sociológico fundamental, el de la procedencia de las
primeras comunidades geográficas y la existencia de un embrión de comu-
nidad vinculado con la geografía física. Influía también el entendimiento de
la ciencia y la consideración de la geografía dentro del campo del conoci-
miento científico. E influía una cultura científica y social condicionada por
el prestigio del darvinismo en sus interpretaciones sociales y por el arraigo
de una ideología de carácter ambiental. Ambientalismo cultural y geografía
física marcan los orígenes de la geografía moderna. Forman parte de la con-
cepción inicial de la geografía como una ciencia natural.

1.1. AMBIENTALISMO Y GEOGRAFÍA FÍSICA

Los geógrafos de la primera hora surgen, en gran medida, de disciplinas


colaterales vinculadas con las ciencias naturales y ciencias físicas; resulta ex-
cepcional la procedencia histórica o social, como ocurre con Vidal de la Bla-
che, historiador de formación, dedicado a la historia antigua, con un bagaje
«científico» muy limitado. En la mayor parte procedían del campo de las
ciencias físicas y naturales: F. von Richthofen era geólogo, como O. Peschel;
W. M. Davis, procedía de la física, con una formación en meteorología, lo
mismo que E. Hann y que W. KÖppen; F. Ratzel era zoólogo; H. J. Mackin-
der contaba con una formación básica en biología, completada con historia
moderna; H. R. Mill era químico. Los primeros geógrafos, en la generación
inmediatamente posterior a la fundadora, se adscriben, de modo preferente,
a la geografía física, son geomorfólogos, como A. Penck y como Hettner.
Aportaron al proceso de definición de la geografía una concepción
científica compartida, la del carácter positivo del conocimiento científico,
basado en la observación, en los hechos, en la inducción y el enunciado de
leyes. Aplicaron esa concepción al campo de los hechos físicos y dieron for-
ma a la moderna geografía física, constituida en el núcleo de la geografía.
En el contexto histórico de una cultura científica dominada por las in-
vestigaciones de Darwin sobre el origen de las especies y condicionada por
la influencia del evolucionismo y del ambientalismo, la propuesta de intro-
ducir al hombre en el campo geográfico, y vincularlo con suelo y entorno,
tuvo aceptación inmediata, con escasas excepciones. Configuró el proyecto
de una geografía del hombre, antropogeografía o geografía humana. Fue
concebida en el marco teórico del evolucionismo y formulada como la dis-
ciplina científica de las influencias del entorno (environment) -es decir, el
Medio- sobre el Hombre, esto es, sobre la sociedad.
La geografía como una ciencia natural de las relaciones Hombre-Me-
dio constituye el gran proyecto del positivismo del siglo XIX : un «fascinan-
te experimento para reunir en un único esquema explicativo sociedad y na-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 265

turaleza» (Livingstone, 1985). Un proyecto a la medida de las ambiciones


de una burguesía satisfecha con la idea de que su hegemonía social se asen-
tara sobre el sólido soporte científico de la necesidad natural, sobre la ley
de la Naturaleza. Un proyecto acorde con la cultura científica dominante en
esa sociedad.
Elaboran el núcleo esencial de la concepción geográfica que ha preva-
lecido desde entonces, verdadero eje diamantino de la geografía moderna.
Ha sido compartido por la generalidad de la comunidad geográfica, aunque
no compartan, todos sus integrantes, los presupuestos epistemológicos del
positivismo fundador.
La consideración de que la geografía es una disciplina que tiene que
ver con el Hombre o sociedad y la naturaleza forma parte de una cultura
geográfica, que sigue siendo actual. En 1998, un significado geógrafo, que
nada tiene que ver con la tradición positivista ni con la geografía naturalis-
ta, mantiene que la geografía «es el estudio de las relaciones entre sociedad
y el medio natural» (Peet, 1998). Concepción sin duda compartida por otros
En el contexto cultural y científico de la segunda mitad del siglo XIX ,
muchos desde enfoques distintos (Olcina, 1997).
el proyecto de construir un campo de conocimiento para el análisis de las
relaciones entre sociedad y naturaleza, desde la perspectiva de las influen-
cias de ésta sobre aquélla, se sustenta en el postulado de la causalidad y
del ambientalismo. Los científicos que promueven la moderna geografía del
hombre -geólogos, físicos, zoólogos; también historiadores y antropólo-
gos- comparten la idea de que es el ambiente -los factores físicos de sue-
lo y clima- el que explica y determina los caracteres humanos y sociales.
El ambientalismo i mpregna la geografía moderna desde sus inicios y
penetra tan profundamente en el entendimiento de la misma, que llega a
ser un componente destacado de la cultura geográfica actual. La geogra-
fía positivista acuña, o, mejor, se apropia, de un concepto, el de medio,
que es elaborado hasta devenir un concepto clave de la geografía moder-
na. El «medio» -milieu o environment- adquiere, en la geografía, una
definición específica. Se transforma en medio geográfico, entendido como
conjunto de factores y elementos físicos que configuran un área determi-
nada. Se convierten en condiciones geográficas para los grupos sociales
que la ocupan.
El concepto de medio cala profundamente en la constitución de la geo-
grafía moderna. Se identifica tan absolutamente con ella, desde un punto
de vista cultural y social, que su mutación en medio geográfico adquiere
una significación especial. El medio geográfico se identifica con el medio fí-
sico. El medio geográfico se transforma en uno de los conceptos eje de la
geografía moderna. Un concepto que transita por geografías de muy diver-
sa índole y presupuestos. Constituye uno de los elementos de la tradición
positivista de la geografía moderna.
En relación con ese concepto de medio geográfico, la tradición positi-
vista inicial elabora y define uno de los conceptos de mayor arraigo y sig-
nificación de la geografía, el concepto de región. Concepto asociado habi-
tualmente con la denominada geografía regional, con la tradición francesa

266 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

y alemana, y con los postulados de las filosofías del sujeto. Se suele olvidar
que la región como concepto geográfico moderno se incorpora y delimita
en los momentos iniciales, a finales del siglo pasado, en estrecha relación
con la construcción conceptual del medio geográfico.

1.2. LA REGIÓN NATURAL, REGIÓN GEOGRÁFICA

La región se introduce en la geografía moderna desde la geología. Elie


de Beaumont en 1841 aplica el término región para identificar un espacio de
rasgos geológicos uniformes. Los geólogos construyen así el concepto de re-
gión natural. Lo hacen de acuerdo con los parámetros que se manejan en
ese momento, y que destacan, ante todo, la naturaleza del suelo. La consti-
tución geológica, entendida como fundamento de los demás rasgos o com-
ponentes físicos, se convierte en el factor predominante en la definición de
la región natural.
La geografía del hombre, que se propugna en los últimos decenios del
siglo pasado, contempla esta región como un elemento clave, central. Así lo
perciben y proponen H. Mackinder y su continuador, J. Hertberson. La re-
gión natural concebida como expresión concreta del Medio: «Un medio es
una región natural» (Mackinder, 1887). La región natural como el espacio
en que se verifican las relaciones entre Hombre y Entorno, de acuerdo con
la concepción inicial de la geografía. Una disciplina o «ciencia cuya princi-
pal función consiste en poner de manifiesto las variaciones locales de la in-
teracción del hombre en sociedad y de su medio».
La introducción de la región como un concepto central de la geografía
forma parte de la tradición positivista. Evidencia que suele ignorarse, en la
medida en que se asocia la región con la geografía regionalista. Se olvida
que la geografía regionalista no inventa la región, sino que la incorpora des-
de el inmediato uso de la primera etapa de la geografía moderna.
El soporte de la región vidaliana, como lo demuestra su obra, Le Ta-
bleau de la Géographie de la France, es su configuración física, determinada
por su unidad geológica. Vidai lo hace de acuerdo con la idea de medio que
domina el largo período fundacional de la geografía moderna, es decir, una
región natural. Las regiones naturales se presentan a los promotores de la
geografía del hombre como divisiones reales, como realidades objetivas. Son
las alternativas geográficas necesarias a las viejas regiones administrativas
y a las propuestas de divisorias fluviales.
Vidal de la Blache denunciaba este tipo de conceptuaciones basadas en
las cuencas hidrográficas, para resaltar la objetividad de las regiones de ca-
rácter geológico, las regiones naturales, las regiones geográficas. Las verda-
deras regiones, para los geógrafos, como se apuntará muchos años más tar-
de (Casas Torres, 1980). El naturalismo de la región no desaparece en las
elaboraciones regionalistas.
La elaboración posterior del concepto, desde postulados regionalistas,
no puede ocultar la raigambre de la región en la tradición positivista. En la
cual, por otra parte, se integra no sólo como un concepto central sino como

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 267

un elemento epistemológicamente definido. La región constituye el hecho


de observación, que asienta el edificio inductivo de la generalización geo-
gráfica. La singularidad de la región, que los positivistas definen, se com-
pagina con el método científico.
La pirámide geográfica positivista, de concepción inductiva, tenía su
base en los estudios regionales como fuente de información. Era la base de
los enunciados de observación, es decir, de los enunciados empíricos. A par-
tir de ellos se podía construir un conocimiento general o legal, de validez
universal y científico, a través de la inferencia. Es patente, tanto en la geo-
grafía del siglo XIX como en la que se practica en los primeros años del si-
glo XX. Perspectiva que recuperarán algunos destacados geógrafos posterio-
res de la tradición positivista (Bunge, 1962).

1.3. UNA TRADICIÓN MULTIFORME: LAS HUELLAS DE LOS ORÍGENES

La tradición positivista perfila conceptos, una concepción geográfica,


campos de interés, áreas para la práctica geográfica que, con avatares di-
versos, han condicionado nuestra percepción de la geografía. La geografía
física se configura, ante todo, como «morfología de la superficie terrestre»
o Fisiografía -en expresión actual, la geomorfología-. Es una disciplina
que adquiere en los decenios últimos del siglo XIX el perfil básico.
Se definen entonces objetivos y campo, y se establece el método. Por
un lado, en su orientación teórico-deductiva, la del americano W. Davis con
su ciclo de erosión. Constituye la más brillante construcción intelectual so-
bre los procesos de evolución del relieve, que él aplica a su obra The Rivers
and Valleys of Pennsylvania (1889). Concepción que dominará el desarrollo
posterior hasta mediados del siglo XX . Por otro, en su orientación europea,
en lo esencial alemana, de acuerdo con la dirección que le dan F. von Rich-
thofen, A. Penck y J. Cvjic. Se trata de un planteamiento de carácter más
empírico. Es una morfología o fisiografía en relación con los distintos me-
dios, como lo evidencia su atención a la morfología glaciar, en el caso de
Penck, y cárstica, en el de Cvjic.
Otras, como la geografía colonial, confundida en parte con la geografía
comercial, como una geografía inventario de los recursos disponibles en el
mundo colonial, de acuerdo con las necesidades y expectativas de los paí-
ses industriales europeos, como descubre la obra de George Chisholm,
Handbook of Commercial Geography (1889) y la de su seguidor, ya en el si-
glo XX, D. Stamp. La geografía médica, cuya vinculación con el mundo co-
lonial es notoria, como una elaboración de la asentada topografía médica,
desarrollada en el campo de la medicina, fue concebida como la rama de la
distribución de las patologías humanas, en relación con las condiciones del
medio. Un campo recogido con posterioridad por la geografía cultural, des-
de la perspectiva de los denominados «complejos patógenos» (Sorre, 1943).
La geografía política, en sentido estricto, surge en el momento en que
esta denominación pierde su antiguo significado y uso, suplantado por el
de antropogeografía. Es precisamente F. Ratzel el que define este campo,

268 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

con su obra Politische Geographie, que arraiga en la tradición positivista,


concebido como una geografía del Estado y su territorio. Una rama de la
geografía de nítido perfil determinista, tanto en su definición general
como en su desarrollo inmediato como geopolítica, de la mano de autores co-
mo el propio H. Mackinder y A. J. Herbertson, en Gran Bretaña, y K. Haus-
hofer en Alemania.
Geógrafos de indudable prestigio en su momento, posteriormente de-
valuados por razones diversas, como la geógrafa norteamericana E. Chur-
chill Semple (1863-1932), discípula directa de F. Ratzel, y como E. Hun-
tington (1876-1946), también norteamericano, tachados ambos de determi-
nistas, no diferían en sus concepciones científicas, en grado significativo, de
sus coetáneos Mackinder o J. Brunhes (1869-1930), el discípulo de Vidal
de la Blache. Unos y otros se plantearon explicar, por las «condiciones
geográficas», los hechos humanos.
En el caso de la geógrafa americana, al considerar esas condiciones en
el desarrollo histórico americano -American History and its Geographic
Conditions, obra publicada en 1903; o en su obra más general, Influences
of Geographic Environment (1911)-; en Huntington, al tratar de relacionar
el desarrollo histórico con el clima, en su obra más conocida, Civilization
and Climate, de 1915. En el ejemplo de Brunhes, al abordar la cuestión de
los regadíos, en una obra de gran calidad, Étude de géographie humaine. L'i-
rrigation, ses conditions géographiques, ses modes et s'organisation, dans la
péninsule iberique et dans l'Afrique du Nord. Trabajo de geografía humana
que debemos entender con el significado de antropogeografía y no en su
acepción actual.
La tradición positivista alimenta la historia de la geografía con con-
ceptos y con prácticas que conforman algunas de las constantes de nuestra
disciplina actual. Representa la aportación del pensamiento cientificista, del
racionalismo empírico, a la construcción de la geografía, tal y como se pro-
duce en la etapa de fundación de la misma. Forma parte de una cultura de
la ciencia, la que domina en la comunidad científica del siglo XIX. Una cul-
tura que se renueva y que aflora, a partir del decenio de 1940, con nuevos
postulados, desde la perspectiva de la epistemología científica, y con nue-
vas propuestas en lo que concierne a la práctica de la geografía.
La vieja tradición positivista se enriquece con nuevas perspectivas que
van a marcar una larga época de la geografía moderna y condicionar el ho-
rizonte reciente de la disciplina. El retorno positivista representa un nue-
vo intento de constituir la geografía sobre el modelo de las ciencias positi-
vas y sobre la filosofía del racionalismo, renovado, que caracteriza la mo-
dernidad. Un nuevo proyecto de fundación de una geografía científica. Una
«nueva geografía», según sus iniciadores y seguidores. La auténtica geo-
grafía moderna para los más radicales de sus historiadores que identifican
las fechas de su aparición, tras la segunda guerra mundial, con las del na-
cimiento de esta disciplina como ciencia. Una geografía renovada que se
sustenta en las nuevas propuestas de las filosofías del positivismo lógico y
del racionalismo crítico. Una geografía analítica acorde con las filosofías
analíticas.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 269

2. El retorno positivista: análisis y espacio

En el decenio de 1940, tras la segunda guerra mundial, se esbozan las


primeras propuestas de lo que sus autores entienden representa una geo-
grafía moderna, de carácter científico, una auténtica ciencia, homologable
con el resto de las ciencias positivas. Desde diversos puntos, en Estados
Unidos, confluyen iniciativas que reivindicaban el estatuto de ciencia para
la geografía y que propugnaban, en consecuencia, un radical cambio en las
prácticas de la disciplina, en su concepción teórica y en sus postulados epis-
temológicos. Representaban una reacción frente a las prácticas teóricas y a
la orientación predominante en la geografía contemporánea. El carácter no-
vedoso de su presentación no significa que careciera de antecedentes, como
lo muestra la reivindicación que los propios geógrafos analíticos harán de
geógrafos y obras anteriores a la segunda guerra mundial.
Tras el período bélico, lo que se presenta es un proyecto de construc-
ción de la geografía de acuerdo con los postulados de las filosofías analíti-
cas y en el marco de la unidad de las ciencias. Se plantea dar a la geogra-
fía el estatuto de una ciencia equiparable a las demás. Es decir, asentada so-
bre los mismos principios epistemológicos y metódicos. Representaba una
evidente ruptura con los presupuestos imperantes en la geografía.

2.1. LA RUPTURA CON LA TRADICIÓN: UNA GEOGRAFÍA NUEVA

Para estos autores, y para los geógrafos que comparten esta misma fi-
losofía, la geografía moderna, practicada hasta entonces, de igual manera
que la geografía antigua o medieval, no llega a sobrepasar el estadio de me-
ros conocimientos clasificatorios y de localización cartográfica. Recoger in-
formación y proyectar en términos cartográficos los nuevos conocimientos
vinculados con la expansión colonial constituyen el eje del trabajo que se

La reivindicación del estatuto de ciencia para la geografía y la con-


reconoce a la geografía anterior a 1950 (Johnston, 1984).

ciencia de que era necesaria una verdadera fundación de la misma como tal
disciplina científica se enmarca en un contexto histórico: el de la comuni-
dad científica americana, con un potente, aunque enquistado, colectivo geo-
gráfico positivista, identificado con el desarrollo de la geografía americana
hasta el decenio de 1920.
Este colectivo es reforzado por la presencia, en Estados Unidos, de una
comunidad científica y filosófica renovada y consistente, en parte de origen
europeo, vinculados con el denominado Círculo de Viena. Todas las nuevas
propuestas, así como los trabajos que las sustentan, comparten los postula-
dos críticos del positivismo lógico o se identifican, desde una perspectiva
intelectual y cultural, en la arraigada tradición positivista.
El nuevo intento ofrece una nota bien distintiva, la de situar en el cen-
tro y hacer visible el problema epistemológico. Porque la geografía que sur-
ge de este envite, la geografía analítica, se presenta como «la» alternativa,
apropiada en orden a situar a la geografía entre las ciencias modernas, y

270 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

lo hacía colocando en primer plano la cuestión del proceso del conoci-


miento, haciendo bandera de él, así como de la unidad de las ciencias, de
acuerdo con los postulados del Círculo de Viena.
El físico norteamericano J. Q. Stewart planteaba, a finales del decenio
de 1940, la conveniencia de la aplicación de teorías y métodos de la física
al mundo de los fenómenos sociales. Lo hacía de acuerdo con los procla-
mados principios del monismo científico que reivindicaba el positivismo ló-
gico. Se propugnaba como la aplicación del método científico -asentado
en el campo de las ciencias físicas- a las ciencias sociales: desde la obser-
vación empírica a la formulación teórica.
En este sentido, la alternativa positivista se manifiesta analítica, es de-
cir teorética, y deductiva: «la geografía se desplaza... hacia cuestiones geo-
gráficas que enfatizan aspectos como la hipótesis, la ley y la teoría» (Abler,
Adams y Gould, 1972). Se enmarca, por tanto, en el racionalismo positivis-
ta o empirismo lógico. Y, de modo complementario, en relación con la im-
portancia del lenguaje en esta filosofía, cuantitativa, aunque la identifica-
ción matemático-estadística será la que alcance un mayor renombre, hasta
calificar la nueva corriente como geografía cuantitativa.
La conciencia de cambio sustancial, de fundación, es patente en la li-
teratura de las geografías analíticas: la «nueva geografía», la «revolución
cuantitativa», son expresiones que dan forma al discurso que la comunidad
geográfica neopositivista difunde. La perspectiva temporal permite contem-
plarlo como una notable construcción ideológica.
Es bien conocida la obra de F. Schaefer, que planteaba una geografía
como conocimiento sistemático, una geografía que buscara regularidades y
leyes, que compartiera la metodología de las ciencias físicas, orientado al
estudio de las regularidades espaciales asociadas a las distribuciones de los
fenómenos geográficos en el espacio. Lo que debía otorgar a la geografía el
estatuto de una ciencia espacial, como la contemplan y proponen los geó-
grafos de esta tendencia.
Schaefer era un geógrafo de origen alemán, de formación económica,
con una notable actividad política en la Alemania anterior a la guerra mun-
dial como militante socialdemócrata y sindicalista. Se pronuncia, en el mar-
co de una comunidad geográfica dominada por el discurso regionalista pero
con una tradición positivista sólida, contra la filosofía hegemónica, repre-
sentada por Hartshorne (Martin, 1989).
El artículo de Schaeffer, cuyo impacto efectivo en la comunidad geo-
gráfica americana está por determinar, tiene el valor histórico de símbolo.
Los geógrafos de corte neopositivista lo convierten en el estandarte de las
nuevas propuestas. Así lo evidencia su traducción en España veinte años
más tarde, en un contexto intelectual muy distinto, desde el punto de vista
de las ideas y desde la propia situación del pensamiento geográfico en ese
momento (Capel, 1971). La recepción de las geografías analíticas, más que
de la filosofía que las sostiene, se produce a partir de 1970, en el momento de
su declive en las áreas de origen. Es un rasgo paradójico que pone de ma-
nifiesto el desfase intelectual entre los centros universitarios anglosajones
de la posguerra mundial y los europeos.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 271

2.2. LA GEOGRAFÍA ANALÍTICA: TEORÍA Y MODELOS

La «nueva geografía» propone y construye como objeto de la geografía


la «organización del espacio». Hay que resaltar que con esta expresión se
apropian de la acuñada por Hettner, que elaboran conceptualmente y con-
vierten en el eje de sus nuevas propuestas. Paradoja escasamente resaltada,
en la medida en que significaba que las geografías analíticas abandonaban
el objeto geográfico de la primera etapa de la geografía positivista. Entien-
den la organización del espacio como la disposición y distribución de los
fenómenos sociales en la superficie terrestre.
Con ello retoman una concepción del espacio que tiende a hacer de
éste un contenedor, que recupera la tradición griega clásica del espacio,
como dimensión geométrica, es decir, el espacio de Euclides. Se trata de un
concepto del espacio como extensión, un espacio matemático, como lo de-
nominan los sociólogos existencialistas, vaciado de las experiencias subjeti-
vas. Este espacio, así concebido, permitía ser abordado desde los modelos
de la física, como un espacio geométrico.
La nueva geografía se define de forma progresiva y rápida a partir de
dos componentes o factores principales: las necesidades prácticas, que al-
gunos autores asocian con la demanda social en la segunda guerra mundial,
y el trasfondo epistemológico neopositivista, que había impulsado el desa-
rrollo de estudios teóricos y matemáticos.
Las demandas sociales eran anteriores a la guerra mundial. Habían
surgido en el ámbito urbano y económico, americano y europeo, en rela-
ción con la rápida expansión de las aglomeraciones urbanas modernas y
con el desarrollo del transporte en automóvil. Demandas que se proyecta-
ron sobre la previsión y planificación urbanas, esbozadas desde el decenio
de 1920 en el Reino Unido y en Estados Unidos. Nuevos problemas para
una disciplina de carácter territorial. Los trabajos de geógrafos como E. Dic-
kinson y E. Ullman respondían a esta demanda.
Los postulados epistemológicos neopositivistas habían sido acogidos
en la geografía de anteguerra, como lo evidencia la obra de W. Christaller y
la geografía matemática propuesta por E. Kant, un geógrafo danés, que ten-
drá un notable influjo en la orientación de la geografía en la Universidad de
Lund, en Suecia, uno de los centros más destacados de las nuevas orienta-
ciones, bajo la dirección de H. Hagerstrand. En la economía, las nuevas ten-
dencias espaciales, desde una perspectiva positivista, estaban esbozadas en
los trabajos de A. Lóest, sobre la localización industrial. La constitución de
la Regional Science por W. Isard hace del análisis espacial un elemento des-
tacado de la moderna economía.
Era factible plantear, replantear, para la geografía, un objetivo científico
y por consiguiente asegurarle un estatuto de ciencia, como la disciplina de las
regularidades espaciales, con posibilidad, por tanto, de generalizaciones con
rango de ley. Las geografías analíticas convierten al espacio, como dimensión
geométrica, en el objeto de la geografía científica. Hacen de la distribución es-
pacial de los fenómenos sociales el núcleo de la geografía. Esta nueva dimen-
sión, sus fundamentos epistemológicos, su argumentación de no constituir

272 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

una filosofía, el papel esencial del método como definidor de la ciencia, que-
daba recogida en la principal obra teórico-metodológica de la geografía ana-
lítica, Explanation in Geography, elaborada por D. Harvey, un destacado re-
presentante de la geografía positivista hasta ese momento (Harvey, 1969).
La aportación novedosa del neopositivismo es conceptual. La geogra-
fía habla hoy del espacio y de la organización del espacio en mayor medi-
da que del medio y del paisaje. El espacio se ha convertido, consciente o in-
conscientemente, en el eje del discurso y de la práctica geográficos; de la
práctica teórica y de la practica empírica, incluso en aquellos que no com-
parten los postulados neopositivistas. Aparece el espacio como un concep-
to operativo, instrumental, adecuado, tanto en una apreciación intelectual
como en una consideración metodológica.
La nueva geografía se asienta sobre la premisa de que existen estruc-
turas espaciales generadas por la actividad humana, y que tales estructuras
ejercen una influencia directa sobre los procesos geográficos: «la gente ori-
gina procesos espaciales de acuerdo con sus necesidades y deseos, procesos
que dan lugar a estructuras espaciales que, a su vez, influyen y modifican
los procesos geográficos» (Abler, Adams y Gould, 1971). La problemática es-
pacial aparece como esencialmente geográfica.
El neopositivismo aportaba a la geografía una concepción de la distri-
bución en el espacio de los fenómenos y objetos, apoyada en fundamentos
teoréticos obtenidos de otras ciencias, sociales y físicas. La geografía neo-
positivista se presenta como una disciplina de las relaciones espaciales, que
contempla el espacio desde una perspectiva geométrica, desde el análisis de
la localización e interacción espaciales, a través de la construcción de mo-
delos interpretativos: Models in Geography, de P. Hagget y R. Chorley, será
una de las obras clave de las nuevas geografías, desde su aparición en 1967.
La construcción de esquemas teóricos para el análisis de la realidad espa-
cial constituye el eje de la nueva geografía; de modo especial en el campo
de la geografía económica. El análisis de los flujos y la organización de los
elementos geográficos en el espacio se aborda a través de modelos explica-
tivos, de carácter teórico: modelo gravitatorio, modelo de potenciales, to-
mados de la física.
Los ejes de esta ciencia del espacio aparecen como teorías de la distri-
bución espacial, desde la Central Place Theory o la Land Use Theory, a las teo-
rías de la localización industrial, de la estructura interna de la ciudad y de la
interacción espacial. La recuperación de numerosas propuestas y formula-
ciones teóricas, más o menos elaboradas, de autores del siglo XIX y de la pri-
mera mitad del siglo XX , de carácter espacial, constituye un rasgo destaca-
do de la «nueva» geografía analítica. La obra de J. von Thünen (1783-1850),
sobre la distribución de los usos agrícolas del suelo, publicada en el primer
tercio del siglo XIX , y la de W. Christaller, elaborada un siglo más tarde, so-
bre la organización de los lugares centrales, o centros de servicios, en el sur
de Alemania, se convierten en puntos de referencia para la nueva geografía.
Los problemas de localización aparecen como foco central de la geogra-
fía analítica, como resaltaba W. Bunge en los inicios del decenio de 1960:
«La Geografía es la ciencia de la localización.»

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 273

El saber geográfico se contempló como un saber sobre «diversos cam-


pos teoréticos espaciales, tales como problemas de puntos, de áreas, des-
cripción de superficies matemáticas, y de lugares centrales, más que el
habitual discurso de climatología, geografía de la población, formas de re-
lieve, etc.» (Bunge, 1962). Nuevas cuestiones y nuevos enfoques se incorpo-
raban a la tradición geográfica. Para este autor, en una actitud no comparti-
da, por lo general, pero coherente con los postulados epistemológicos po-
sitivistas, se reivindica el estudio regional, como suministrador de los es-
tudios individuales, de carácter clasificador, orientados a la verificación
de la teoría: «La geografía regional clasifica las localizaciones y la geo-
La metodología define la ciencia y el método representa el rasgo dis-
grafía teorética las predice» (W. Bunge, 1962).

tintivo de los nuevos enfoques geográficos. Bunge subraya la relación me-


todológica del conocimiento geográfico: lo regional como descripción de he-
chos, lo sistemático como teoría sobre estos hechos, la cartografía y mate-
máticas, como lenguaje lógico de la ciencia geográfica, de acuerdo con las
formulaciones del positivismo lógico. Una concepción en la que la teoría es
el «corazón de la ciencia», caracterizada, a su vez, por la «claridad, simpli-
cidad, generalidad y precisión», construida a partir de «la unión de un sis-
tema lógico con hechos definidos operativamente».
La capacidad de predicción perfilaba a la geografía analítica como
una disciplina con aspiraciones interventoras, instrumentales, en el senti-
do en que estos mismos autores lo expresaban: la explicación de los pro-
cesos y estructuras que resultan de la conducta humana constituye un fac-
tor decisivo del bienestar social, en relación con la capacidad para explicar
y prever las conductas espaciales de los seres humanos. Tales previsiones
debían permitir modificarlas como una condición de supervivencia (Abler,
Gould y Adams, 1972). La geografía analítica aparecía con el perfil de una
ingeniería social.
El edificio neopositivista en la geografía aparece como una construc-
ción de teorías espaciales y de metodologías físicas que han marcado los
dos decenios de 1950 y 1960. Constituye una herencia insoslayable de la
moderna geografía. Representa un esfuerzo intelectual al que sólo cabe ar-
gumentar, más que objetar, su visión reductora de la racionalidad científi-
ca, su completa opacidad a las dimensiones de la realidad que no pueden
ser expresadas en lenguaje matemático, su pertinaz filosofía, inconsciente
pero tangible, metacientífica, que es el fundamento de su radical acriticis-
mo ideológico, el creciente imperio del individualismo metodológico, en el
análisis de los fenómenos sociales, que supone la reducción del individuo a
la mera condición de organismo. Actitud que, en buena medida, contradice
uno de los postulados esenciales del neopositivismo.
El neopositivismo geográfico supuso la erradicación conceptual de la
región como objeto geográfico del análisis científico, sin duda en el marco
de una manifiesta ambigüedad conceptual y epistemológica. Epistemológi-
ca porque el rechazo fundamental a la región como entidad individualiza-
da de la realidad encajaba mal con los postulados de una teoría que, en el
contexto neopositivista, se basa precisamente en los fenómenos individua-

274 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

lizados, sea para asentar el proceso de inferencia inductiva, sea como ins-
trumentos de verificación de la teoría.
La anomalía de esa exclusión no escapaba a los más lúcidos represen-
tantes del neopositivismo geográfico, que planteaban la posibilidad de una
elaboración teórica regional a partir de las individualidades regionales. No
obstante, la región quedó reducida a la condición de herramienta intelec-
tual. Un concepto operativo, clasificatorio, para identificar o delimitar pro-
blemas ad hoc; concepción compartida, por otra parte, en la comunidad geo-

Bajo la construcción teórica y metodológica de la geografía analítica


gráfica americana de orientación regionalista (Whittlesey, 1954).

latía, sin embargo, una filosofía positivista arraigada, en la que, de modo


paradójico, el determinismo ambiental seguía activo, así como la concep-
ción inductiva del conocimiento, resistentes, uno y otro, a las propuestas del
positivismo lógico.

2.3. EL POSITIVISMO LATENTE: DETERMINISMO AMBIENTAL E INDUCCIÓN

El carácter de los trabajos habituales de la geografía analítica, de acu-


sado perfil morfográfico, en que impera el determinismo económico, disi-
muló la latente filosofía determinista de carácter ambiental que había im-
pregnado la geografía positivista inicial. Filosofía que se hace patente en las
obras que abordaron la geografía con una mayor amplitud; Geography, a
modern synthesis, publicada en 1974, de la que es autor un destacado re-
presentante de la «nueva» geografía, Peter Haggett, pone en evidencia esa
concepción profunda. El espacio es contemplado como el resultado de una
interacción ambiental, enunciada bajo los presupuestos de challenge and re-
ponse (reto y respuesta). El «reto» ambiental y la «respuesta» social consti-
tuyen el marco explicativo del espacio geográfico terrestre.
El determinismo físico subyace en el pensamiento supuestamente mo-
derno y renovado de los geógrafos analíticos. Las profundas raíces del am-
bientalismo original de la geografía positivista se filtra por las propuestas
de la geografía analítica. Pone de manifiesto la vigencia y persistencia de
las constantes del pensamiento geográfico moderno.
El impulso analítico en la geografía, determinado por el vigor de las fi-
losofías del positivismo lógico y del racionalismo crítico de K. Popper, en
los decenios centrales del siglo XX , tiene efectos paradójicos. Estimuló el de-
sarrollo innovador de nuevas perspectivas en la geografía, vinculadas con
postulados teóricos y con un avanzado y abierto uso del lenguaje formal, ló-
gico y matemático. Pero sirvió para encubrir un retorno del positivismo
más rancio, de las filosofías positivistas, empíricas e inductivas, y de la con-
cepción primaria de la ciencia como una colecta de hechos. Para los nue-
vos geógrafos más consecuentes, el recurso a la inferencia, la actitud in-
ductiva primaria, constituyó un síntoma, del que se lamentaron pero con el
que apenas pudieron enfrentarse.
Las geografías «analíticas» fueron más cuantitativas que teóricas. La
quiebra crítica de los postulados del positivismo lógico permitió al geógra-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 275

fo refugiarse en un trabajo pragmático y empírico, apoyado en la cuantifi-


cación, al margen de teorías, de filosofías y presupuestos epistemológicos.
Una deriva que los geógrafos analíticos más conscientes denunciaron. Des-
lizamiento que otros geógrafos aplaudieron o reivindicaron desde posicio-
nes empiristas elementales, al tiempo que proclamaban sus diferencias res-
pecto del positivismo lógico, y su condición positivista, sin más. La profun-
da tradición del positivismo cientificista era más fuerte que la innovadora
del racionalismo crítico.
Los envites críticos frente a las geografías analíticas, desde dentro del
positivismo y desde el exterior, impusieron un retroceso que se tradujo en
la búsqueda de otros enfoques, a modo de salvavidas. Confluyen sobre las
geografías analíticas la crítica interna y la exterior. La primera, desde los
postulados positivistas, reclamaba la vuelta a un empirismo elemental, que
ignora y rechaza el positivismo lógico sobre el que se sustenta. La segunda,
predicaba y pretendía una alternativa sustancial a las prácticas analíticas y
a sus postulados teóricos y epistemológicos.

2.4. LAS DERIVACIONES DE LA GEOGRAFÍA ANALÍTICA

Las geografías analíticas se vincularon, de forma progresiva, con pro-


puestas fronterizas. La Teoría General de Sistemas, acogida por los geógra-
fos neopositivistas, introdujo un sesgo estructural funcionalista, en la me-
dida en que los sistemas son concebidos como conjuntos cuyos elementos
aparecen sometidos a relaciones que predeterminan, en gran medida, su
ubicación. Funcionalismo reforzado por los lazos que las geografías analí-
ticas establecieron con las filosofías de la conducta o comportamiento de
El neopositivismo geográfico se abre al conductismo, sensible a las
raíz conductista o behaviorismo.
críticas que destacaban la nula atención a las condiciones de actuación del
sujeto o agente espacial, y que denunciaban el carácter reductor inherente
a los postulados de un comportamiento racional, bien informado, conse-
cuente, del sujeto individual, el Homo oeconomicus, tal y como lo predica-
ba la geografía analítica. La toma en consideración del comportamiento in-
dividual como una conducta condicionada, con la posibilidad de toma de
decisiones de acuerdo con enfoques funcionalistas, acercó las geografías
analíticas a las teorías behavioristas, por un lado, y al mundo del sujeto,
por otro.
Sin renunciar a una concepción naturalista de la ciencia social se ob-
serva una desviación de la filosofía positivista hacia las filosofías y teorías
del comportamiento. El individualismo metodológico, propugnado por
K. Popper y F. A. Hayek, proporcionaba un puente entre neopositivismo y
las teorías basadas en la psicología de la conducta. Representaba un trán-
sito desde la física a la biología y etología. La organización del espacio,
como objeto de las geografías analíticas, se vinculaba con los procesos de
toma de decisión (decision making) individuales, a través de «una repetiti-
va o secuencial acumulación de acciones individuales».

276 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Se vincula el comportamiento espacial de los individuos con la per-


cepción que tienen del entorno. La determinación de sus pautas espaciales
a través del condicionamiento que imponen las propias imágenes subjetivas
de ese entorno, los mental maps, de cada sujeto, proporcionaba a las geo-
grafías del análisis una dimensión que les acercaba a las geografías del su-
jeto y a los enfoques conductistas, de carácter funcionalista. Caracteriza los
momentos críticos de las geografías neopositivistas, en el decenio de 1960.
Se argüía en contra del positivismo geográfico las escasas relaciones
entre teoría y realidad, los problemas de verificación de las hipótesis geo-
gráficas, y la lentitud de los procesos de desarrollo empírico de las teorías.
Se les acusaba por su carácter tecnocrático y formalista al margen de los
problemas relevantes de la sociedad. Se les criticaba por ser una geografía
al servicio del poder, justificadora del orden social y económico existente.
Un tipo de geografía que resultaba banal, en la medida en que se acentua-
ba la «clara desproporción entre el complejo marco teórico y metodológico
que estamos utilizando y nuestra capacidad para decir algo realmente sig-
nificativo sobre los acontecimientos tal y como se están desarrollando a
nuestro alrededor» ( Harvey, 1977). Se les achacaba, en suma, la ausencia de
una dimensión ética.
El decenio de 1970 marca el declive de las filosofías analíticas como
patrones hegemónicos de la actividad geográfica y la postergación de la
práctica analítica en la geografía anglosajona. Paradójicamente, se corres-
ponde con el tiempo en que se produce su recepción en Europa. La onda
analítica desborda en el continente europeo en los últimos años de la déca-
da de 1960 y se impone, de forma parcial, en la década siguiente. Lo hace
en competencia con las nuevas propuestas que surgen de la crítica a las geo-
grafías analíticas y a su filosofía subyacente.

3. De la ciencia del espacio a la geografía coremática

La jerárquica y consistente organización interna de las comunidades


geográficas universitarias en los países europeos, en particular en Alemania
y Francia, hicieron difícil la penetración de la influencia analítica en los
años cincuenta. La tradición regional, el escaso dinamismo laboral y la es-
tructurada clase universitaria actuaron de muro. El control personal de las
«escuelas» de geografía por parte de significados geógrafos, verdaderos pa-
triarcas de la geografía en sus respectivos países, ayudó a mantener la opa-
cidad de las instituciones y centros geográficos.
La recepción de las propuestas analíticas fue parcial y selectiva. Por
otra parte, los geógrafos más sensibles e informados respecto de las nue-
vas corrientes, como J. Tricart en Francia, que se hace eco de las nuevas
teorías en el ámbito urbano (Tricart, 1957), derivaron pronto hacia la geo-
morfología.
En consecuencia, sólo a finales de la década de 1960 se aprecian los
primeros síntomas de la recepción de las nuevas propuestas analíticas an-
glosajonas en Francia y Alemania. Coinciden con la contestación social que

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 277

se desarrolla en las comunidades universitarias de estos países, tras el re-


vulsivo del «mayo francés» de 1968. P. Clavai se hacía eco de la nueva geo-
grafía económica, en diversos artículos publicados en la Revue géographique
geografía como un desarrollo más acorde con los nuevos tiempos. La apari-
de l'Est. Su libro, La evolución de la geografía humana, presentaba la nueva

ción, en 1972, de la revista L'espace géographique indica el punto de crista-


lización de las nuevas propuestas en Francia, impulsadas por un colectivo
de geógrafos de distinta procedencia ideológica, liderados por R. Brunet. Se
constituye en la plataforma de la nueva geografía, la geografía teorética y
cuantitativa.
En Alemania, era D. Bartels el que actuaba de enlace e introducía los
ecos de la geografía analítica, en una academia dominada por los enfoques
regionalistas. Pero, sobre todo, controlada por una organización que res-
pondía a los esquemas de Hettner y a una organizada pirámide profesoral
dirigida por auténticos patronos, verdaderos mandarines universitarios. El
punto de inflexión lo marca la reunión anual de Kiel en 1968, en que se rei-
vindica el cambio de concepción en la geografía alemana.
En España es Horacio Capel el que opera como receptor y propagan-
dista de las nuevas corrientes y como crítico de la geografía regional, des-
de la Universidad de Barcelona. Su reorientación investigadora hacia una
geografía urbana de carácter funcionalista; la traducción y publicación del
artículo de F. Schaeffer sobre el «excepcionalismo» en la geografía, marcan
esta sensibilidad hacia las corrientes del mundo anglosajón. Tienen su prin-

en la serie denominada Geocrítica, destinada a divulgar textos ejemplares de


cipal soporte en la Revista de Geografía de la Universidad de Barcelona, y

las nuevas geografías.


La recepción en otras universidades se extiende a lo largo del decenio
de 1970, con un notable sesgo cuantitativo. La nueva geografía que se prac-
tica en España se caracteriza por el recurso a la cuantificación. La filosofía
neopositivista carece de arraigo intelectual. Reflexiones epistemológicas,
como las de E. Murcia, a caballo entre la Teoría General de Sistemas y el
positivismo lógico, son excepcionales. El empirismo es el componente más
destacado de las investigaciones geográficas en esta corriente.

3.1. COREMAS Y GEOGRAFÍA: LA GEOGRAFÍA COREMÁTICA

La derivación más significativa es la que se produce en Francia, im-


pulsada, sobre todo, por R. Brunet y asociada a la revista citada. La cons-
trucción de una geografía espacial, que hereda la mayor parte de los pre-
supuestos analíticos, se esboza en el decenio de 1970 y cristaliza en la dé-
cada de 1980. Se trata de una geografía de las configuraciones espaciales
que contempla el espacio desde una dimensión geométrica. Se concentra
en la descripción y taxonomía de las estructuras espaciales a diversas es-
calas, y en su aplicación al análisis local, urbano y regional. Es la geo-
grafía coremática, de acuerdo con la denominación extendida en el dece-
nio de 1980.

278 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Una concepción que se esbozaba en 1967 (Brunet, 1967); la formuló en


el primer número de L'espace géographique (Brunet, 1972). La presentación
definitiva se produce ocho años más tarde en la misma revista (Brunet,
1980), con la primera mención al corema, término clave de la nueva con-
cepción. El desarrollo teórico completo se manifiesta en su plenitud un de-
cenio después, con la publicación de una nueva colección de Geografía re-
gional o universal (Brunet, 1990).
La geografía coremática parte de la hipótesis de que la organización
espacial traduce la existencia de estructuras básicas. La geografía coremá-
tica se plantea como una disciplina científica de identificación de estas es-
tructuras y de representación de la organización espacial, de acuerdo con
principios geométricos. Se enfoca como una ciencia teórica, de base sisté-
mica y estructural. Se caracteriza por el notable recurso a las técnicas de
representación gráfica, en que se observa una notable influencia de los pos-
tulados de J. Bertin (Bertin, 1968).
El concepto fundamental es el de corema (chorème), que identifica la
estructura elemental del espacio geográfico, con independencia de su apa-
riencia concreta como localidad. El método es, en lo esencial, cartográfico.
Reposa sobre un lenguaje de signos, puntos, líneas, áreas y redes, cuya com-
binación, con un total de 28 coremas, permite representar la totalidad de
los fenómenos espaciales. De acuerdo con ellos se establecen los modelos es-
paciales correspondientes.
Con ellos se identifican los elementos y procesos espaciales que se con-
sidera configuran todo territorio. Los núcleos, las mallas, los fenómenos de
atracción y contacto, los tropismos, la dinámica territorial y la jerarquía es-
pacial constituyen esos elementos y procesos. Son los conceptos que iden-
tifican los componentes que estructuran la totalidad de la organización del
espacio y que hacen posible determinar las estructuras elementales del es-
pacio. Constituyen el «alfabeto de la geografía» (Brunet, 1990).
Responden a la consideración teórica de las cinco prácticas espaciales
o modos de intervención que identifican estos autores: apropiación, explo-
tación, habitación, cambio y gestión. La hipótesis fundamental es que la or-
ganización del espacio geográfico responde a leyes determinantes, la prin-
cipal de ellas la de la gravitación o gradiente, que vincula el potencial de de-
sarrollo territorial a la masa demográfica y económica y, de forma inversa,
a la distancia.
Los espacios y sus procesos son expresados a través de las formas geo-
métricas, los polígonos, círculos, cuadrados, etc., como expresión de las
grandes áreas regionales o urbanas. Las flechas indican la dinámica terri-
torial, las relaciones espaciales y los grandes ejes. Un sistema de rasgos grá-
ficos, de diversa textura y forma, sirve para identificar los fenómenos de
ruptura y discontinuidad.
La geografía coremática es concebida como una ciencia social, por
cuanto el espacio geográfico objeto de análisis se considera como producto
social que responde a la lógica de las relaciones sociales. La geografía co-
remática prescinde de lo físico, o lo considera sólo de forma secundaria,
como un dato. El espacio geográfico banal, es decir, físico, desaparece. Es

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 279

sustituido por un modelo -esquema geométrico- que interpreta la orga-


nización y dinámica de los fenómenos espaciales. Con él se sintetizan los
factores fundamentales de la organización del espacio.
Es la nueva geografía francesa del decenio de 1990. Una propuesta de
geografía alternativa, espacial, concebida como una disciplina del territo-
rio, que se centra en los procesos de carácter espacial. «Una geografía ra-
zonada y abierta, tan claramente definida como sea posible, en el campo
de los conocimientos y de las culturas, sensible a las transformaciones de
fondo que contribuya a las reflexiones que preceden a la acción sobre el
mundo» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). El éxito en el ámbito escolar, en
el político y en los medios de comunicación es un rasgo sobresaliente de
esta geografía.
Una nueva terminología se introduce en las prácticas geográficas. For-
ma parte de un esfuerzo por dotar a la geografía de un lenguaje preciso, por
establecer, al mismo tiempo, «las palabras de la geografía». Arcos, corredo-
res, fachadas, diagonales, megalópolis europea o banana europea, arco
atlántico, arco mediterráneo, logran éxito, como términos que pretenden
identificar las estructuras espaciales significativas del desarrollo espacial.
Términos cuyo significado como metáforas del lenguaje banal se han trans-
formado, aparentemente, en rigurosos conceptos espaciales. La duda surge
del hecho de que son la simplicidad, imprecisión y carácter aleatorio del
uso, las que han facilitado su difusión.
La crítica a este tipo de geografía destaca la banalidad de muchos de
estos conceptos, el escaso rigor de las construcciones y el voluntarismo
práctico e ideológico con que se utilizan. Esas mismas circunstancias, se
apunta, han promovido, también, su degradación, al favorecer su transfor-
mación en fraseología, tanto en la geografía como en otras disciplinas.
Asimismo la crítica señala la apariencia mercantil o publicitaria, la
ausencia de una base teórica y epistemológica definida. Se resalta el eclec-
ticismo patente que vincula filosofías analíticas, enfoques sistémicos y ma-
terialismo histórico, en una mezcla indefinida. El determinismo económi-
co subyacente ha suscitado también las críticas de algunos geógrafos (La-

Otras críticas provienen de las viejas concepciones geográficas y apa-


coste, 1995).

recen, ante todo, como una reacción a los postulados sociales de esta geo-
grafía renovada. El hecho de que la geografía coremática se funde en una
concepción estrictamente social de la geografía ha sido motivo de reac-
ción entre los geógrafos que disienten de la consideración del espacio
como producto social y que propugnan una concepción naturalista (Le-
coeur, 1995). Razones objetivas, epistemológicas y teóricas, se mezclan
con razones ideológicas y conceptuales, en la crítica de la nueva geogra-
fía coremática. Una propuesta que ha mantenido el impulso de las geo-
grafías analíticas y teoréticas y que aparece como una de las formulaciones
de renovación de la geografía moderna más consistente. A ello ha contri-
buido también el desarrollo de las nuevas técnicas aplicadas o aplicables
a la práctica geográfica.

280 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

4. El análisis geográfico: técnica, información y geografía


Un rasgo destacado del último cuarto de siglo ha sido el desarrollo de
nuevos instrumentos técnicos con elevada capacidad para el manejó de in-
formación de forma automática. De igual modo se han desarrollado técni-
cas para su transformación cartográfica y manipulación en tres dimensio-
nes. Estas nuevas técnicas e instrumentos corresponden con la rápida evo-
lución habida en la informática. La creciente capacidad de manejo de in-
formación y la accesibilidad a bajo costo a estos equipos de creciente ca-
pacidad en la manipulación de la información son rasgos sobresalientes de
los dos últimos decenios.
Tienen que ver con el paralelo desarrollo de nuevas técnicas para la ob-
tención de información más precisa, más amplia, más sistemática, más ge-
neralizada, más compleja, referida al conjunto de la Ecosfera por una par-
te, y de la presencia humana por otra. Es decir, las técnicas de teledetec-
ción, sobre todo a partir de los sensores instalados en los satélites artificia-
les. Está en relación con la mejora en el acceso a este tipo de información,
o al menos a una parte de la misma, de forma pública y a bajo costo.
La informática ha supuesto el incremento de la información, en canti-
dad, calidad y profundidad. Ha significado un cambio en las posibilidad de
manejo de estas informaciones. Ha facilitado la expansión de los diversos
campos geográficos desde la perspectiva de la disponibilidad de informa-
ción numérica, cuantificable, y por ello apta para la aplicación de los mé-
todos analíticos. La herramienta informática ha permitido también cuanti-
ficar información social y económica, disponer de ella en forma accesible y
manipularla en condiciones impensables con anterioridad.
Como consecuencia, se ha producido una notable expansión de las
orientaciones cuantitativas en la geografía. Se ha manifestado, sobre todo,
en las ramas de la geografía física. Ha afectado también a diversos campos
de la geografía humana. Ha supuesto una recuperación sensible de las es-
cuelas cuantitativas. Ha impulsado los trabajos relacionados con la aplica-
ción de técnicas instrumentales, de modelos, de análisis estadístico, cada
vez más depurados. Es un rasgo notable de la geografía actual.
En relación con ello se encuentra el desarrollo de los denominados Sis-
temas de Información Geográfica (SIG). Es decir, procedimientos técnicos
para referir la información disponible a los puntos de la superficie terrestre
a que corresponde. Esto ha sido posible gracias a la informática. Ésta per-
mite establecer y manejar extensas bases de datos correspondientes a múlti-
ples atributos de todo orden -físicos, económicos, sociales, etc.-, referidos
a cada punto o lugar de la superficie terrestre. Las nuevas técnicas para la
producción gráfica y para la construcción de cartografía, vinculadas asimis-
mo con la informática, han completado las posibilidades. La interrelación
entre ambas dimensiones, la información y las técnicas para su representa-
ción, es el fundamento de los SIG.
Estas nuevas técnicas han abierto un campo de excepcionales perspec-
tivas en cuanto al potencial de manipulación y representación de la infor-
mación. Por ello, su más notable aplicación se encuentra en el ámbito de la

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 281

cartografía: desde la cartografía básica, que puede producirse de forma au-


tomática, hasta la cartografía temática, en relación con los problemas o
cuestiones específicos planteados al respecto. Las nuevas técnicas ofrecen,
en principio, un perfil de precisión y confianza muy superior a los que re-
sultaban de la aplicación de las técnicas existentes con anterioridad.
Como consecuencia, el desarrollo de estos campos constituye un rasgo
notable en la geografía actual y un marchamo de modernidad que los gru-
pos de geógrafos suelen mostrar como reclamo de su competencia, si bien,
las técnicas de SIG, a pesar de su nombre, no son exclusivas ni específicas
de los geógrafos. De igual modo que la producción cartográfica es ajena a
la geografía. En su mayor parte se practican fuera del campo geográfico.
Por otra parte, no desbordan la mera dimensión técnica.
A pesar de ello, es perceptible que, como sucedió en otro tiempo con
el uso de las técnicas estadísticas, se tiende a identificar los progresos téc-
nicos con progresos en la disciplina y con cambios en las condiciones del
conocimiento. Es decir, se atribuye a la técnica el carácter de registro in-
mediato e incontrovertible de la realidad de los hechos. Estas nuevas técni-
cas estimulan, en general, la tendencia a reforzar el realismo ingenuo que
subyace en el empirismo tradicional. Esto es, la creencia en que los datos
obtenidos y manipulados -de forma más o menos sofisticada- por estos
procedimientos técnicos avanzados constituyen, por sí mismos, la base di-
recta del conocimiento geográfico.
En cualquier caso, las nuevas técnicas y los nuevos medios técnicos
disponibles han supuesto una evidente recuperación de las geografías posi-
tivistas o empíricas, y han abierto un amplio campo de desarrollo y de-
manda de titulados con conocimientos en estas técnicas. La principal ofer-
ta de puestos de trabajo en Estados Unidos, en la actualidad, en el campo
geográfico, se produce en relación con el ámbito de los SIG y su aplicación
en disciplinas medioambientales. Es ilustrativo de su potencial de deman-
da y explica su rápida difusión y su efecto sobre la renovación del empiris-
mo. Una notable paradoja en la etapa de expansión de las geografías del su-
jeto o geografías humanísticas y de las geografías posmodernas.
CAPÍTULO 16

LAS GEOGRAFÍAS DEL SUJETO.


REGIONES, PAISAJES, LUGARES

Las filosofías del sujeto, de carácter idealista -neokantismo, fenome-


nología, existencialismo, vitalismo- han sustentado orientaciones de gran
arraigo en la geografía moderna. Por una parte, en la primera mitad del si-
glo XX, en que se define una concepción de la geografía que, para muchos
geógrafos, aparece como la expresión más acabada de la disciplina. Es la
conocida, por ello, como geografía clásica, o época clásica de la geografía.
Se identifica con las geografías regionalistas y del paisaje, que dominan el
panorama geográfico hasta mediados de este siglo.
La crisis de las geografías analíticas ha supuesto, a partir de 1970, la
eclosión de nuevas propuestas que reivindican fundamentos epistemológi-
cos similares y que destacan el papel del sujeto como centro de la cons-
trucción geográfica. El posmodernismo le ha dado una nueva dimensión en
cuanto a enfoques y campos de interés. Lo femenino, los símbolos espacia-
les, los textos, su lectura y decodificación, las representaciones subjetivas
del entorno, los lugares, el espacio vivido, el mundo de la experiencia indi-
vidual, se han convertido en ejes del trabajo geográfico.
Son las denominadas geografías humanísticas y geografías posmoder-
nas. Proponen como objeto de la geografía los lugares, los espacios con-
cretos, asociados a la experiencia particular, a las sensaciones y valores
de los individuos. Han recuperado las filosofías de la subjetividad surgi-
das en los inicios del siglo XX y a finales del XIX, como referente episte-
mológico.
Han elaborado sus postulados bajo las perspectivas del posmodernis-
mo. Han contribuido a la definición de éste y han reivindicado la tradición
clásica, es decir regional y del paisaje, como propia. Con ello enlazan con la
importante etapa de la moderna geografía vigente en la primera mitad de
este siglo XX . Configuran, en consecuencia, dos grandes etapas del desarro-
llo de la geografía moderna.
La tradición de la geografía como disciplina del lugar constituye uno
de los puntales de la historia de la geografía moderna. Por estas tradiciones
transita una buena parte de nuestros conceptos e imágenes geográficas, de
nuestras ideas, de nuestras concepciones y valores. En oposición o en con-

284 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

traste con las geografías del positivismo, se sustentan sobre las filosofías
idealistas del sujeto. Tras las geografías vinculadas a la región, al paisaje y
a los lugares, laten las filosofías de corte idealista e irracionalista, que do-
minan en el pensamiento occidental en el primer tercio del siglo actual.

1. El regionalismo geográfico: regiones y paisajes

La primera mitad del siglo XX se desarrolla bajo el dominio de las geo-


grafías «regionales» y del «paisaje». Configuran un período que, para mu-
chos geógrafos, se identifica como una etapa ejemplar, clásica, de la Geo-
grafía moderna. Constituyen una propuesta geográfica que se elabora a
partir de la tradición fundadora de la geografía. Comparten, en inicio, las
mismas concepciones básicas sobre el objeto y objetivos de la geografía.
Evoluciona, más tarde, hacia un proyecto geográfico específico, sustentado
en la crítica formal de la orientación generalista de la geografía positivista.
Mantienen el objeto de estudio o campo de la geografía pero cambian de fi-
nalidad.
El objetivo original era establecer una disciplina científica con el fin
de formular las leyes generales que regulan las influencias del medio so-
bre el hombre. La geografía general tenía esa finalidad. Por ello se deno-
minó geografía general, porque presentaba un enfoque generalista. Abor-
daba establecer las reglas generales de la influencia del medio sobre el
hombre. Se preocupaba por lo universal. Distingue la primera etapa de la
geografía moderna.
Este objetivo inicial es modificado, de forma progresiva. Se propone la
consideración de las influencias del medio sobre el hombre en un marco
geográfico definido. Se sustituye el interés por lo general por la atención a
lo localizado. Este marco es la región geográfica, es decir, la región natural.
La geografía regional se constituye en alternativa, de acuerdo con el enfo-
que regionalista. La geografía regional sucede a la geografía general. Los geó-
grafos franceses, bajo la batuta de Vidal de la Blache, convierten la región
-ten sí misma- en el objeto preferente de la geografía.
Este giro epistemológico en la geografía se sustenta en la aceptación
de las premisas ascendentes de las filosofías idealistas del primer tercio del
siglo XX. El cambio, en las concepciones geográficas prevalecientes no se
encierran en el campo geográfico. Se inserta en la creciente presencia de
una cultura que reivindica el individuo, su circunstancia, la existencia
como clave del conocimiento, la singularidad de lo humano y por tanto de
lo social.
La geografía del hombre, la geografía humana, tal y como la entienden
los geógrafos del inicio del siglo XX , lo que estudia «es el medio en el que
se desenvuelve la vida humana. Primero lo describe; después lo analiza y,
finalmente, intenta explicarlo».
Sin pretensiones de generalizaciones, restringe la explicación al medio
geográfico delimitado. Es en el que los geógrafos consideran que se mani-
fiestan, de forma directa, las influencias del medio. Se trata de la región, se-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 285

gún la común y aceptada concepción de la región geográfica que se ha im-


puesto en el último cuarto del siglo XIX . Como resumía Demangeon al res-
pecto, el objetivo era «estudiar en una región, geográficamente definida, las
relaciones entre la Naturaleza y el Hombre».

1.1. DE LA GEOGRAFÍA GENERAL A LA REGIONAL: EL EDIFICIO GEOGRAFICO

El objeto de la geografía era, en la propia tradición geográfica, la re-


gión, la región natural. Bien entendido que, a pesar del equívoco propio del
término, natural no se refiere aquí a sin presencia humana, sino al carác-
ter básico que los componentes naturales tienen en su definición. La deter-
minación de la región es, ante todo, un hecho de geografía física. Desde esta
perspectiva, la geografía estaba pertrechada para ese proceso de acota-
miento conceptual.
La geografía regionalista tiene en los geógrafos franceses sus más sig-
nificativos representantes, en la medida en que son ellos los que proponen
la reorientación desde una geografía general, de leyes, a una geografía re-
gional, de singularidades. Los geógrafos alemanes aportaron la sistematiza-
ción y ordenación de la geografía, bajo estos nuevos presupuestos. Le die-
ron un fundamento filosófico, en orden a justificar el giro epistemológico.
Al mismo tiempo proporcionaban una estructura a la disciplina, basada en
la nueva concepción. Se establecían, de forma razonada, las relaciones en-
tre geografía general y regional.
La propuesta de Hettner supone una aportación esencial, fruto de un
esfuerzo dilatado en el tiempo. Constituye un cuerpo doctrinal que per-
mite articular los dos planos -regional y general- en un esquema rela-
cionado en el que se invierten las categorías positivistas, sin, aparente-
mente, renunciar a las bases científicas, y que ha sido el fundamento de
la organización de la geografía universitaria, durante decenios, en el sis-
tema docente.
Los conocimientos generales, vinculados a las disciplinas sistemáticas,
se transforman en el fundamento de la pirámide del conocimiento geográ-
fico, en cuanto herramientas de trabajo y, por consiguiente, como instancia
propedéutica en la formación del geógrafo. La geografía general es el so-
porte formativo que capacita para el trabajo superior, es decir, para el es-
tudio regional. Tiene, por tanto, un carácter propedéutico, subordinado. La
geografía regional corona una estructura metodológica que arranca del aná-
lisis sistemático, para llegar al conocimiento sintético.
La geografía alemana, como la francesa, se orientaron hacia la elabo-
ración de monografías regionales, que en la escuela germana coinciden, en
mayor medida, con monografías sobre países. La geografía regional se con-
cebía como «coronación de nuestra ciencia». La geografía general, los «da-
tos de la geografía general, adquieren su verdadera realidad en la geografía
regional». Es la concepción regionalista que impera en la primera mitad del
siglo XX y sobre la que se fundamenta la geografía europea y una parte sus-
tantiva de la americana de este período.

286 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La conciencia permanente de que la Geografía se desenvuelve en te-


rrenos fronterizos, cuando no ajenos, ha estimulado, desde el origen de la
Geografía moderna, una doble tendencia. Por un lado matizar y distinguir
esa presencia de la geografía en las parcelas fronteras -sean geología, bo-
tánica, demografía, economía, sociología, entre otras-. Por otro, buscar un
nicho propio. Y, en consecuencia, delimitar no sólo un terreno bien acota-
do y deslindado respecto de los fronterizos, sino una dimensión específica
a la disciplina, de tal modo que ésta quedara liberada de su servidumbre
original, como un cóctel de conocimientos ajenos.
Ésa es la pretensión lúcida y brillante de Mackinder; ésa es la dirección
que manifiestan Vidal de la Blache y sus discípulos; y es el eje de la sistema-
tización de Hettner. El primero se esfuerza en separar el estudio geográfico
del análisis sectorial de las distintas disciplinas físicas. Los geógrafos france-
ses hacen hincapié en la adscripción de la geografía al lugar, a la localidad.
Hettner configura un cuerpo orgánico, sistemático, que parece respon-
der a esas preocupaciones. La propuesta tiene el significado de sacrificar los
flecos geográficos en aras de conservar y defender un núcleo disciplinario
no controvertido. Se trataba de reducir la geografía a la geografía regional,
por cuanto se consideraba que la región constituía un objeto específico que
ninguna otra disciplina podía disputarle a la geografía.
La geografía regionalista del siglo XX se nutre de dos corrientes: la re-
gional de la diferenciación espacial y la regional del paisaje. Una y otra
comparten la valoración de la región geográfica como el objeto de la geo-
grafía. Ambas participan de la misma idea de la primacía del estudio re-
gional sobre el general y se manifiestan en contra de los presupuestos po-
sitivistas. El desarrollo posterior identificará y confundirá ambas corrientes
y la geografía regional aparece como la disciplina de la diferenciación es-
pacial y del paisaje. Sin embargo, tienen presupuestos y enfoques distintos,
y poseen una tradición cultural diferente.

1.2. ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO Y PAISAJE

La concepción regionalista de base idealista neokantiana hace de la


geografía una disciplina de la diferenciación espacial. Hettner lo denominó
organización del espacio. Convierte a la región, como segmento del espacio
terrestre, en el núcleo de la investigación geográfica. Dio forma orgánica a
la geografía como disciplina articulando los conocimientos sectoriales, de
carácter analítico, según la nomenclatura regionalista, con la síntesis regio-
nal, núcleo metodológico de la geografía. Desde esta perspectiva aparece
como la formulación dominante y hegemónica, que fue compartida por la
generalidad de la comunidad geográfica.
Como disciplina corológica de la superficie terrestre, la geografía, se-
gún Hettner, considera el conjunto de los fenómenos que componen dicha
superficie. Fenómenos inorgánicos y orgánicos, incluido el hombre. La
perspectiva geográfica proviene de sus correspondientes combinaciones lo-
cales, convertidas en los objetos de la geografía.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 287

Ésta se perfila, así, como la ciencia de esta organización espacial. «Si la


geografía es la ciencia corológica de la superficie terrestre, tiene relación
tanto con todos los objetos posibles de la naturaleza orgánica como de la
inorgánica, así como con los de la vida humana... pero no por ellos mismos,
sino sólo en cuanto que sean partes constitutivas de los diferentes lugares de
la tierra.» Para Hettner, la geografía se define como «ciencia de la superficie
terrestre según sus diferencias regionales, es decir, entendiéndola como un
complejo de continentes, regiones, paisajes y localidades». Es lo que él, en

Las geografías regionalistas incorporaron el concepto de paisaje, conver-


la tradición geográfica secular, denomina una geografía corológica.

tido en objeto geográfico, hasta llegar a identificar paisaje y región. Sin em-
bargo, la propuesta del paisaje como objeto de la geografía tiene un desarro-
llo independiente, en relación con una profunda corriente cultural de ámbito
germánico. El paisaje no es un descubrimiento de los geógrafos ni un objeto
elaborado por éstos. El paisaje de que habla Humboldt y al que se refiere Vi-
dal de la Blache tiene el carácter de fisonomía física y no se corresponde con
el concepto que prevalece con posterioridad en la geografía (Buttimer, 1980).
El paisaje llega de la mano de artistas, escritores, filósofos e histo-
riadores, en el marco de una filosofía que no todos los geógrafos com-
parten. La reticencia de A. Hettner respecto de este concepto es ilustrati-
va de la desconfianza en el campo geográfico hacia el paisaje como obje-
to de la geografía.
El paisaje, lo que los alemanes denominan Landschaft, es un concepto
cultural, más allá de la noción pictórica, producto de la cultura alemana,
que forma parte de la tradición filosófica germana (Hard, 1969). El paisaje
es un destacado elemento en la interpretación histórica del pueblo alemán,
que aparece con claridad en Hegel, como un elemento central de su Filoso-
fía de la Historia. Su incorporación a la geografía se inicia en Alemania, con
autores como S. Passarge (1867-1958) y O. Schlüter (1872-1959).
El paisaje que se introduce en la geografía de principios de siglo es un
concepto cultural y responde a una consideración cultural del entorno, a
una percepción cultural del mismo. De perfil idealista, es un concepto que
se imbrica bien con las filosofías existenciales y vitalistas. Se vincula a la
percepción individual y social. En la simbiosis sociedad y medio, el paisaje
descubre la personalidad del grupo social ( Hard, 1969).
En las relaciones Hombre-Medio, el paisaje identifica el componente
cultural. Los alemanes distinguen, por ello, entre un paisaje originario, el
Urlandschaft, o paisaje original, de carácter natural, o Naturlandschaft, y un
paisaje cultural, producto de la dialéctica entre pueblo y territorio, de ca-
rácter histórico, el Kulturlandschaft. En éste trasciende la singularidad his-
tórica del grupo humano que ocupa el espacio regional.
La geografía del paisaje se perfiló como el estudio de los componentes
fisonómicos que diferencian cada unidad de la superficie terrestre, entendi-
dos como el fruto de un proceso histórico de transformación, protagonizado
por la comunidad regional a lo largo del tiempo. El paisaje se identifica con
el resultado de las relaciones Hombre-Medio y se manifiesta como la expre-
sión visual y sintética de la región, que sintetiza la realidad geográfica.

288 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

En el marco de una concepción compartida de la región geográfica


como una unidad determinada por los factores físicos introdujeron la di-
mensión histórica. Identificaron la región no tanto por sus rasgos naturales
como por el producto visual que resulta de la interacción naturaleza-socie-
dad en la profundidad histórica de la región, es decir, por el paisaje.
El paisaje, comprendido como producto cultural, aparece como un ele-
mento histórico, fruto de una secuencia temporal, en la que cada grupo o
comunidad se vincula al medio a través de formas específicas de adapta-
ción. El foco de atención de la Geografía del paisaje se desplaza hacia la ac-
tuación humana sobre el pavés geográfico, en la medida en que hace el pai-
saje, lo transforma.
El hombre no representa un papel de mera pasividad. Se adapta acti-
vamente. Y al adaptarse con su actividad crea otra forma de relaciones en-
tre las condiciones físicas y su vida social. «La Geografía humana consiste
en relacionar esta actividad social con la zona de superficie ocupada por el
hombre» (Deffontaines, 1960).
La región-paisaje se vincula con el mundo de la percepción y con la
afirmación de la entidad regional como individualidad. Una concepción
como disciplina comprensiva -frente a la analítica- del complejo objeto
geográfico, que se propone «comprenderlo en su complejidad y describirlo
como tal» (Baulig, 1948). Los paisajes son contemplados como complejos
fisonómicos, que se proyectan como una armónica individualidad. El pai-
saje se identifica con la región, y es considerado la expresión visual de ésta.
Los postulados sustanciales del enfoque paisajístico se incorporaron a la geo-
grafía moderna: el paisaje pasa a ser el objeto de la geografía.
La idea de una geografía al margen de la razón científica, entendida
como arte y como relato, como género literario, se difunde y es compartida
por un amplio conjunto de geógrafos en Alemania y fuera de ella. Con so-
bresalientes representantes en Europa, sobre todo en la geografía francesa,
como H. Baulig (1877-1962), Max Sorre (1880-1962) y P. Gourou. P. George
y J. Beaujeu-Garnier, que pertenecen a una generación posterior, comparten
esta concepción de la geografía, así como el geógrafo portugués O. Ribeiro.
Una concepción mantenida y reivindicada en las generaciones poste-
riores por los geógrafos que siguen considerando que «la geografía es un
punto de vista» (Martínez de Pisón, 1978).
Sólo una disciplina artística, según estas corrientes, puede descubrir y
manifestar este tipo de realidad. La Geografía como un arte más que como
una disciplina científica se impone en la concepción de estos geógrafos, que
destacan como un valor de la obra geográfica, en este caso referida a la de
Vidal de la Blache, el que consigue que se desvanezca «la distinción entre
arte o ciencia, ciencia o arte». Una concepción que aparece también en-
tre los geógrafos actuales, que reivindican este modo de ver y entender la
geografía y que, reconociéndose en los autores regionalistas franceses, com-
parten su idea de que «el espíritu geográfico exige a quien se acerca a él

La última y superior finalidad del trabajo del geógrafo y de la Geogra-


algo de artista» (Ortega Cantero, 1987).
fía quedaba enunciada, se trataba de describir esa individualidad: «Ya se

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 289

sabe: la geografía conduce a la descripción razonada, explicativa, de los pai-


sajes» (Baulig, 1948). Los geógrafos utilizaron el término de personalidad
para referirse a este carácter distinto de la región, asociado a su paisaje.

1.3. PERSONALIDAD REGIONAL Y PAISAJE

La personalidad regional, expresada en el paisaje, se contemplaba en


relación con una percepción del conjunto como una totalidad. Y descubría
la concepción organicista que subyacía en la idea de región. Sin olvidar que
«si bien el centro de interés de la Geografía humana es la vida del hombre,
lo es en cuanto constituye la forma de un medio geográfico». La Geografía
se vislumbraba, entre los geógrafos, como una ecología del hombre, una

De acuerdo con estos postulados, la geografía del paisaje se orientó ha-


ecología cultural.

cia los estudios regionales, pero también hacia un tipo de geografía cultu-
ral o humana. Es una geografía de carácter historicista, que busca descu-
brir la génesis de los paisajes, como producto de un proceso de adaptación
de los grupos sociales o comunidades a su medio, de acuerdo con sus ca-
racterísticas culturales, étnicas o sociales. No ponen en entredicho ni nie-
gan el valor fundamental del medio geográfico, en cuanto medio físico.
Comparten la idea generalizada en los inicios de la geografía moderna de
que «toda geografía es... geografía física» (Sauer, 1931).
La geografía cultural, iniciada en Alemania, cultivada en Francia e in-
corporada a Estados Unidos, bajo el impulso de C. Ortwin Sauer (1889-
1975), responde a los mismos presupuestos que el regionalismo geográfico.
Influido, como los geógrafos regionalistas en general, por las filosofías del
sujeto, que sustentan la antropología de F. Boas, y la sociología de W. Dil-
they, se orienta, en el primer tercio del siglo XX , hacia una geografía que
destaca los componentes culturales del paisaje.
Como apunta el propio Sauer, «dirige su atención a aquellos elemen-
tos de cultura material que confieren carácter al área» (Sauer, 1931). Se ins-
cribe en la concepción regionalista. El objetivo final y el horizonte en que
se mueve tienen que ver con la clasificación regional y se identifica con la
corología. Es decir, se orienta a entender la diferenciación en áreas de la su-
perficie terrestre. Pero resalta el componente cultural a través de la morfo-
logía del paisaje.
De acuerdo con una concepción historicista, concibe el paisaje como la
manifestación de una cierta unidad cultural en un área determinada. Uni-
dad producida por la específica adaptación del grupo humano, definido por
sus técnicas, creencias, valores, a un medio geográfico determinado. Adap-
tación cambiante con el tiempo, de tal modo que el paisaje adquiere una di-
mensión histórica, profunda. Constituye el resultado de una acumulación y
combinación de sucesivas formas de adaptación y elaboración cultural.
Este acento en la historia constituye un rasgo distintivo del enfoque
cultural. Reconstruir las etapas sucesivas de las condiciones de formación
de los paisajes es un objetivo declarado y una exigencia metodológica. Cir-

290 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cunstancias que hacen de esta orientación una ecología cultural. Así lo plan-
teaban distintos geógrafos de la primera mitad del siglo XX .
El enfoque ecológico aparece tanto entre los geógrafos alemanes, como
en los anglosajones y franceses. Aparecía, incluso, como una forma de aco-
tar el campo geográfico frente a las disciplinas físicas y sociales competi-
doras (Barrows, 1923). Un enfoque que distingue la obra de M. Sorre, en
Francia, desde la perspectiva preferente de «todos los elementos del medio
geográfico y [de] todas las respuestas del organismo» (Sorre, 1971). Enfo-
que que él mismo ubica en el ámbito de la ecología humana, subtítulo de
su obra fundamental.
La geografía del paisaje y, en general, la geografía regionalista en la que
se inscribe, se distinguen por su interés definido por las singularidades te-
rrestres, regionales, y su proceso histórico de formación. Renuncian a la
pretensión de establecer generalizaciones y formular leyes geográficas. Des-
tacan, precisamente, su disconformidad con estos objetivos mantenidos por
los geógrafos de orientación positivista, cuya concepción de la geografía se
atrinchera en la relación medio sociedad. Abordan esta relación desde una
perspectiva causal y directa: evaluar las influencias del medio geográfico
-físico- sobre la sociedad y el individuo.
La divergencia de objetivos tiene que ver con una concepción filosó-
fica. Relegan la práctica científica a un segundo término y postulan, o
bien una ciencia distinta, o bien un conocimiento comprensivo más rela-
cionado con el arte que con la práctica científica. El regionalismo geo-
gráfico y la geografía cultural comparten este alejamiento de los presu-
puestos de la ciencia.

2. La geografía regionalista: la síntesis regional


Regionalismo y paisaje confluyen en la Geografía regional que domi-
na el desarrollo histórico de la disciplina hasta el decenio de 1940. Sub-
siste, varias décadas más tarde, con desigual importancia según países y
escuelas. La geografía es reconocida, a ambos lados del Atlántico, como
una disciplina singularizada, a caballo de ciencias físicas y sociales. Una
disciplina que no aborda cuestiones de orden general, que ha renunciado
a buscar leyes.
Lo proclamaba Le Lannou en la inmediata posguerra: «Nadie piense,
en adelante, en someter la actividad humana a las leyes de una ciencia sis-
temática» (Le Lannou, 1949). Lo había apuntado con anterioridad R. Harts-
home, al señalar que el cometido de la geografía, «más que el elaborar le-
yes» es «estudiar casos individuales» (Hartshorne, 1939). Lo remachaba
J. Broek, descubriendo el trasfondo filosófico idealista kantiano de su pen-
samiento: «en geografía como en la historia, la búsqueda de leyes no es el
objetivo final» (Broek, 1959). Una disciplina singular de los espacios singu-
lares, las regiones. La región y el denominado «método regional» constitui-
rían el fundamento de la Geografía. El punto de vista y el método diferen-
ciaban a la geografía (James, 1966).

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 291

La geografía regional se convierte, en ese período, en el centro exclu-


sivo del estudio geográfico, destinado a «presentar el cuadro armónico y ho-
mogéneo, la individualidad, la personalidad geográfica de cada país o re-
gión» (Beltrán y Rózpide, 1925). La Geografía como el arte de la descrip-
ción del paisaje, como una disciplina de la comprensión, como un espíritu
o talante, como una conciencia (George, 1973). La Geografía deriva de cien-
cia a arte. El componente distintivo será, para los geógrafos, el método es-
pecífico de la geografía, el denominado método regional.

2.1. EL MÉTODO REGIONAL: LA SÍNTESIS

La geografía regional suponía, además de un objeto -la región-, que


los geógrafos valoraron como propio y exclusivo, un método, el método re-
gional. Método que estaba en relación con el carácter del objeto. El objeto
regional se percibía como una entidad compleja: resultaba de la confluen-
cia y de la combinación de elementos dispares, físicos y humanos. La na-
turaleza compleja de la región es un lugar común y una constante entre los
geógrafos regionalistas. Es habitual, por su parte, hacer hincapié en esta
circunstancia.
Comprender este fenómeno complejo y la combinación en que se basa-
ba planteaba una doble exigencia. Por un lado, obligaba al estudio de cada
uno de estos múltiples integrantes del complejo regional, procedentes de dis-
ciplinas muy dispares. Por otro, imponía una adecuada metodología que hi-
ciera posible descubrir el engarce entre los distintos factores integrantes. Se
trataba de identificar la combinación específica, fundamento del paisaje y
personalidad de la región. Había que establecer los vínculos entre estos fac-
tores básicos y los elementos formales de la apariencia regional, el paisaje.
El objetivo era descubrir y definir la personalidad regional, su singu-
laridad, fundada en la específica combinación de los distintos integrantes
del paisaje. Era la vía para definir los límites del espacio regional, es decir,
de su singularidad geográfica, logro atribuido a la correcta aplicación del
método sintético, la síntesis regional, culminación del estudio del geógrafo.
El método que facultaba para acceder a este final se decanta desde
las primeras obras y aparece ya enunciado en la de A. Demangeon. Cuan-
do A. Demangeon -y antes que él J. Brunhes- esquematiza el método
regional, es decir, la síntesis regional, nos presenta una secuencia temá-
tica. En una observación atenta de esa secuencia sintética en los estudios
regionales no es difícil advertir que el discurso se dispone como una se-
cuencia equivalente a la de análisis, entendido éste como lo hacen los re-
gionalistas, como la diferenciación de los distintos elementos o compo-
nentes del espacio regional.
Responde a una concepción admitida y reconocida. Una secuencia
«magistral», según la opinión de algunos geógrafos, que se proyectaba en la
exposición final, que seguía de forma fiel la secuencia enunciada. Así lo re-
saltaba y definía Manuel de Terán, ya en la década de 1980, al prologar uno
de estos estudios regionales: «apartados que, con una tradición ya magis-

292 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

tralmente acuñada, la ciencia geográfica considera que imperan en el estu-


dio de un espacio (es decir, relieve, clima, red fluvial, composición de los
suelos... formas de poblamiento, estructuras demográficas)» (Terán, 1981).
Como apuntaba Terán, los geógrafos regionalistas aplicaban un méto-
do consagrado, cuyo modelo lo había dado la obra de Demangeon sobre la
Picardie. La mitad de la misma dedicada a cuestiones de geografía física y
la otra mitad al examen sistemático de «agricultura, industria, comercio,
hábitat, propiedad, población y subdivisiones administrativas» (Buttimer,
1980). Era una concepción metodológica compartida por la comunidad geo-
gráfica de orientación regionalista que Hettner había formulado como el
Lánderkundliche Schema, o «esquema regional». Constituía el método o mo-
delo de análisis regional que establecía la secuencia progresiva, con la su-
cesiva consideración de la estructura geológica, morfología de la superficie,
clima, drenaje, geografía de las plantas, de la fauna, poblamiento, econo-
mía, comercio, y población. Un esquema que descubre el determinismo
subyacente en la geografía regionalista y del que no están exentos los auto-
Un geógrafo italiano, M. Ortolani, lo sintetizaba de forma equivalente
res de esta corriente (Elkin, 1989).

a la de Terán, casi en los mismo términos. De acuerdo con esta concepción,


la estructura de la monografía regional está establecida en sus componen-
tes básicos. Se partía del «cuadro físico como teatro de una agrupación hu-
mana singular; ocupación del espacio por la obra del hombre; organización
regional». Una estructura cuyo desarrollo se define también en todos los
términos y orden expositivo. «En la exposición de los aspectos físicos se
debe resaltar la ubicación geográfica de la región, su tamaño, su relieve, los
suelos, el clima, las aguas continentales, la cobertura vegetal natural. Habrá
que reconstruir idealmente el estado originario de la región.»
Se trata de la exposición básica de la escena geográfica. Responde a
una concepción caracterizada, de naturaleza geométrica, cuya continuación
está determinada. «Tras haber ilustrado los aspectos naturales, se aborda-
rán las cuestiones de geografía humana: los cambios numéricos de la po-
blación y los movimientos migratorios; la densidad demográfica; la distri-
bución de los habitantes; la forma de los asentamientos rurales y urbanos;
la actividad económica -estructura agraria e industrial- y los géneros de
vida consiguientes; las condiciones sociales... para afrontar, a modo de con-
clusión, algunos problemas finales: la articulación interna de la región en
espacios menores; el reconocimiento del tipo o tipos de paisaje dominantes;
la comparación con otras regiones» (Ortolani, 1962). El resultado es lo que
se denomina síntesis regional.
La estructura (expositiva) común de estas síntesis, sobre todo las de
área y países, estructura que los geógrafos regionalistas identifican como
método regional, se caracteriza por esta secuencia espiral. Una primera
parte aborda sucesivamente los diversos enunciados que componen el
medio físico y humano. Lo hacen con un tratamiento propio de la geo-
grafía general. La segunda desglosa los diversos espacios o unidades re-
gionales -o comarcales-, a cada uno de los cuales se le aplica un tra-
tamiento similar.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 293

La costumbre consagrada, como decía Terán, había resuelto el pro-


blema metodológico a través de la adopción de una estructura narrativa ge-
nérica que yuxtaponía los elementos regionales en una secuencia predefi-
nida y, en cierto modo, independiente del autor. No es una estructura ar-
bitraria; intenta reproducir una cierta composición interpretativa. Esa pro-
gresión narrativa reproduce como discurso una vinculación causal o jerár-
quica. La secuencia no es arbitraria sino necesaria, no es casual sino obli-
gada. El orden de la secuencia representa la jerarquía causal del encade-
namiento de los fenómenos geográficos en un área según se entendía en la
corriente regionalista.
El llamado método regional -la síntesis regional-, en el que se pre-
tende identificar la geografía, es más bien una norma de estilo, una estruc-
tura narrativa. El método regional se reduce a una convección expositiva.
Identifica un género narrativo, el género geográfico regional.

2.2. EL RELATO REGIONAL: UN GÉNERO LITERARIO

Cuando Demangeon -y antes que él Brunhes- esquematiza el méto-


do regional nos presenta una secuencia temática. Una observación atenta
de esa secuencia sintética demuestra, en su repetición y aceptación, que es-
tamos ante un género narrativo. El método regional se reduce a un relato
acomodado a unas normas y a una concepción admitida y reconocida. Se
trata de un «género» literario de carácter geográfico.
Está basado en una secuencia narrativa que lleva desde el análisis del
medio físico al del resto de los componentes predeterminados. La narración
es así geográfica: corresponde con un género geográfico y obedece a un ho-
rizonte explicativo implícito que es geográfico.
Responde a un concepto de la geografía como relato. El método regio-
nal ha consistido y consiste, para muchos geógrafos, en una secuencia pro-
gresiva que se inicia por el medio físico, a su vez abordado según un orden
también secuencial y también establecido, que continúa por la población y el
poblamiento, y que termina con las actividades económicas, las ciudades, etc.
El discurso real opta por la secuencia; el discurso regional se convierte en
exposición narrativa sistemática. Y el género se resuelve en una sucesión es-
tablecida y aceptada, normalizada incluso.
El método regional consiste en integrar los elementos sistemáticos de
carácter geográfico, que sí tienen metodología propia, en un armazón na-
rrativo que viene determinado de antemano, impuesto por una sabia expe-
riencia como decía Terán. No es un discurso intuitivo, lo que hubiese sido
perfectamente lícito e incluso positivo. A pesar de las afirmaciones teoréti-
cas, no se identifican a sí mismos como literatos; sí como científicos; no es-
criben una novela sino una monografía regional.
El geógrafo regionalista renuncia o no se plantea la libertad narrativa;
se refugia en el género. El discurso real opta por la secuencia predetermi-
nada, se convierte en exposición narrativa sistemática, sin desarrollar es-
tructuras narrativas acordes con una percepción subjetiva del objeto. El re-

294 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

lato regional no escapa a una exposición que parece condenada a reprodu-


cir una secuencia de tipo general y que convierte, paradójicamente, a la re-
gión en una yuxtaposición de elementos sistemáticos.
En su forma más caricaturesca, corresponde con la que los franceses
han denominado à tiroirs, porque los distintos componentes sistemáticos
del análisis se suceden sin ningún vínculo interno, como simples capítu-
los de geografía general (Ortega Valcárcel, 1988). La región no es un pro-
ducto del análisis regional, es un a priori que se rellena con conocimientos
generales. No se ha resuelto el dilema de la relación conocimientos genera-
les y construcción regional; se les ha encerrado en límites predefinidos.
Escribir geografía regional se hace complicado: «habría que reconocer
que escribir bien geografía regional resulta una tarea difícil» (Paterson,
1974). En relación, sin duda, con las dificultades que la geografía regional
presentaba, y presenta, desde el punto de vista de su metodología. El uso tra-
dicional no resolvió esa contradicción. La contradicción no tiene solución en
el planteamiento habitual de la geografía regional. Ésta parece condenada a
disolverse en la geografía general o a repetirse, es decir a la redundancia del
análisis local (o comarcal) o regional -si se trata de países-. Son proble-
mas intrínsecos de la metodología de la Geografía Regional.
Reducida la entidad regional a su apariencia global, que en definitiva
eso representa la conceptuación paisajística, el dilema metodológico es pa-
tente: ¿cómo se aborda un objeto fisonómico que resulta de una combina-
toria circunstancial de elementos simples numerosos que cada espectador
puede contemplar de modo diferente? La percepción intuitiva, afirmada en
el discurso teórico, no es operativa en la praxis empírica. Puede servir para
contemplar como un momento de la percepción, pero no sustenta ni la des-
cripción, que es necesariamente secuencial, ni la explicación que, como pro-
ceso lógico, también lo es (Paterson, 1974).
Las dificultades objetivas que el trabajo empírico ofrece quedaban re-
legadas, en cuanto a la reflexión epistemológica, al ámbito de la subjetivi-
dad, a la capacidad del sujeto, al reducirse los problemas de conocimiento
-sobre todo los metodológicos- a una cuestión de actitud y aptitud, a una
sensibilidad o intuición, que para algunos prestigiosos geógrafos significa-
ba la identificación del método geográfico con un arte. El arte sólo tiene dos
vías, o la del genio o la del academicismo. El primero no se enseña; el se-
gundo conduce a la rutina.

2.3. Los PROBLEMAS EPISTEMOLÓGICOS DE LA SÍNTESIS REGIONAL

Estos problemas tienen que ver con el carácter de la descripción re-


gional, reducida a su forma verbal, incompatible con un discurso lógico
(Paterson, 1974). Lo apuntaba este geógrafo americano, denunciando, en
cierta manera, el quiebro metodológico que esa contradicción descubre.
Contradicción que se evidenciaba, en mayor medida, en los autores euro-
peos y que consiste en un discurso regional como una narración dual. Una
parte general y una parte regional.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 295

Las contradicciones del método regional, entre análisis y síntesis, las


derivadas de la confusión entre método y simple estructura narrativa, y
las que surgen de la necesidad de superar el esquema general, aparecen des-
de el decenio de 1940 (Le Lannou, 1948).
Sin embargo, los geógrafos regionalistas compartieron y defendieron el
método regional como la expresión del método geográfico por excelencia. El
esfuerzo por asentarlo de forma rigurosa, por elaborar un marco concep-
tual y clasificatorio, adquiere especial relevancia entre los geógrafos ameri-
canos. La definición de región, la clasificación de los diversos entes o uni-
dades del análisis regional, las relaciones entre el análisis sistemático y el
regional, fueron cuestiones debatidas en orden a perfilar un cuerpo teórico
sobre la región y el método regional (Whittlesey, 1954).
Consideraban que lo que define una región es la homogeneidad de ca-
racteres, aunque resaltaban que «la región es algo más que homogeneidad,
que posee una cualidad de cohesión», que es lo que le distingue del simple
concepto de área o porción limitada de la superficie terrestre. El método re-
gional consistiría en «la observación y medida de los fenómenos específi-
cos, de acuerdo con el criterio utilizado, y la búsqueda de relaciones entre
tales fenómenos», como un procedimiento «para descubrir orden en el es-
pacio terrestre». Los geógrafos regionalistas americanos se esforzaron por
establecer criterios precisos en la determinación del espacio regional, aun-
que eran conscientes de que no existían criterios uniformes y aceptados res-
pecto de qué atributos definen una región.
La búsqueda de un método regional preciso llevó a destacar los fe-
nómenos de cohesión y homogeneidad y la perspectiva abierta, en cuanto
a aceptar que pueden existir muy diversos patrones de análisis para el es-
tudio regional. Se trataba, para estos geógrafos, de seleccionar criterios
significativos en relación con el objetivo del estudio. El método regional
se orientó hacia el examen de las diferencias en la superficie terrestre, de
patrones de organización similares y de la búsqueda de interrelación en-
tre distintas áreas.
El método regional se dirigía hacia el descubrimiento de «caracteres
existentes, de procesos y secuencias» y hacia la generalización de las rela-
ciones existentes entre esas áreas. La búsqueda de los caracteres que dan
identidad y hacen de la región un espacio único; los factores de cohesión;
la dimensión histórica y la consideración de los distintos elementos físicos
formaron parte del método regional, sometido siempre a la coherencia en-
tre los criterios aplicados y los objetivos de la investigación.
La necesidad de definir el marco regional supuso, en la geografía re-
gionalista americana, más sensible a las críticas positivistas que realzaban
las deficiencias metodológicas y teóricas del concepto regional, una mayor
apertura de éste y una mayor elaboración del método regional. La conside-
ración de que el espacio regional depende de los propios criterios de traba-
jo significaba negar a la región realidad objetiva y hacer de la región un
simple instrumento intelectual.
Suponía el reconocimiento de que pueden establecerse regiones di-
versas, de acuerdo con el objetivo de la investigación. Y que tales regio-

296 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

nes pueden estar definidas por un único criterio de definición, por varios
de ellos o por una combinación compleja de los mismos de carácter in-
tegral o totalizador. Son estas últimas, a las que denominaban regiones
compage, las que se identifican en mayor medida con el concepto regio-
nal europeo. Son las «regiones verdaderas», según consideraban algunos
de los geógrafos americanos.
Elaboraron una tipología regional que tiene que ver con el objetivo y
que condiciona el método de análisis. El problema del análisis de las re-
giones complejas, de los espacios en los que la totalidad de sus caracteres
forma parte de la definición del complejo regional, surge, sin que se llegue
a una respuesta satisfactoria, al tratar de establecer el método de estudio de
las mismas.
El carácter de totalidad que se otorga a la región así concebida, y que
engloba tanto los caracteres físicos como los sociales, genera un problema
epistemológico que los críticos resaltan: el concepto de totalidad supone
que el conjunto representa más que la suma de los componentes. Como dice
uno de los geógrafos americanos más representativos el «estudio omnívoro
de la totalidad espacial es indiscriminado, fútil e incluso peligroso» (Whit-
tlesey, 1954). La denuncia del esquema regional o «método común, usado
tan a menudo en los estudios regionales alemanes, de comenzar con el pa-
sado geológico, y avanzar a través de los caracteres físicos y bióticos, hasta
los aspectos sociales del área», aparece entre los geógrafos americanos re-
gionalistas.
En consecuencia, se abogó por otras alternativas. En unos casos, por
un método de estudio de carácter funcional, de tal modo que la totalidad
aparezca como el resultado de los vínculos funcionales que unen a los dis-
tintos componentes regionales. En otros, por la aplicación selectiva y orien-
tada del método regional, determinado por la relevancia de los problemas
en el marco de la región. La secuencia y listado de los elementos a analizar
son el resultado de la propia investigación regional.
La elaborada formulación de los geógrafos regionalistas americanos,
como las proclamas de algunos geógrafos regionalistas franceses, a favor
de concentrar el análisis regional en la dimensión social y prescindir de
la parte física, como forma de resolver la inconsistencia de la estructura
regional y la dualidad metodológica, coincidían en poner de manifiesto la
debilidad del denominado método regional y la crisis de la geografía re-
gional.
La crisis regional ha supuesto de forma general el paulatino declive de
los estudios regionales tradicionales en la práctica totalidad de las comuni-
dades geográficas. Un efecto que señalaban a mediados de la pasada déca-
da Johnston y Claval. Ha sido una crisis fraguada dentro de la propia geo-
grafía como consecuencia de las dificultades epistemológicas y conceptua-
les aludidas. Ha sido, también, la consecuencia de una crítica externa, des-
de el neopositivismo.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 297

3. Crisis y declive regionalista

En la década de 1940 las tensiones entre análisis y síntesis y entre lo


general y lo regional, como ingredientes del estudio geográfico regional, son
patentes ya en Francia. El debate entre geografía general y geografía regio-
nal, y el debate sobre la naturaleza científica o artística del método regio-
nal en la geografía, que se desarrolla en esos años en Francia, es buena
prueba de esas tensiones. Plantean ¿qué es el método regional?, ¿cómo es
posible conocer la región?, desde dentro de una concepción regionalista que
disfrutaba, en esos años, de una posición hegemónica en la totalidad de las
comunidades geográficas. La geografía à tiroirs identifica la insatisfacción
general con el método regional, tal y como se aplicaba (Le Lannou, 1948).
La concepción regionalista clásica, vinculada al paisaje, ambiental en
sus fundamentos, arrastraba excesivas connotaciones filosóficas y más que
filosóficas ideológicas, además de asentarse sobre cimientos teóricos dema-
siado frágiles. El irracionalismo de las filosofías de la vida sobre el que se
había pretendido sostener la dicotomía entre ciencias nomotéticas y cien-
cias sin leyes, o la contraposición entre ciencias objetivas apoyadas en mé-
todos objetivos y ciencias-arte basadas en la intuición, representaban una
apoyatura poco sólida. Y la endeblez teórica no hacía sino magnificar la de-
bilidad metodológica. La declinación progresiva del postulado regional es el
rasgo destacado de la segunda mitad del siglo XX .
El racionalismo que se impone en la segunda mitad del siglo XX com-
paginaba mal con los fundamentos regionalistas, de raíz irracionalista. El
enfoque y la concepción regionales estaban fundados en el paisaje como to-
talidad -en términos holistas-, en la singularidad geográfica, clave de la
personalidad regional. Convertían la región-paisaje en un objeto sólo abor-
dable por la vía de lo que los geógrafos denominaron la síntesis regional.
Resultaba incompatible con la concepción del conocimiento científico nor-
malizado. La crítica neopositivista terminaría por desmantelar el plantea-
miento regionalista.
La raíz de esta revisión ha sido epistemológica y arraiga en la comu-
nidad geográfica americana de 1950, dominada entonces por los regiona-
listas. La geografía aparecía orientada, como hemos visto, a la descripción
de las singularidades geográficas de la superficie terrestre, las regiones, al
margen de cualquier pretensión de generalización. Un sector de los geó-
grafos americanos puso en cuestión esta concepción de la geografía, re-
saltando su incompatibilidad con el método científico. Éste era identifi-
cado con el predominante en las ciencias físicas y naturales, es decir, el
método positivo.
Ponía en entredicho la cientificidad de la geografía practicada, al mis-
mo tiempo que su relevancia e interés social. Propugnaba el abandono de
dicha concepción y, por tanto, del enfoque regionalista. Señalaba como al-
ternativa una geografía orientada a la búsqueda de regularidades de validez
universal. Proponía una geografía que trabajara con problemas. Abogaba
por el empleo del método científico normal. Planteaba, por tanto, la unifi-
cación metodológica con el resto de las ciencias.

298 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La crítica positivista utilizó la fisura epistemológica y las insuficien-


cias conceptuales, y se aprovechó de ellas para proclamar otros presu-
puestos para la geografía. Es bien conocida la emblemática arremetida de
Schaeffer contra los postulados regionalistas que imperaban en Estados
Unidos (Schaefer, 1952). Su famoso artículo venía a plantear el debate en
su punto esencial, el epistemológico. El planteamiento del autor america-
no abordaba, esencialmente, la inconsistencia metodológica de la pro-
puesta regionalista. Resaltaba las seudoargumentaciones utilizadas, rei-
vindicando la adopción de criterios científicos, de acuerdo con la filosofía

Desmontaba los mitos habituales del regionalismo. Constituía un


de la ciencia analítica.

análisis crítico de los postulados de Hettner sobre la geografía. Los ta-


chaba de «ideas acientíficas, por no decir anticientíficas». Resaltaba que
se sustentaban sobre «el argumento típicamente romántico de la singula-
ridad». Atacaba la concepción «holística» subyacente. Denunciaba «la fal-
sa pretensión de una función integradora específica de la geografía», así
como «la apelación a la intuición y al espíritu artístico del investigador
en lugar de la sobria objetividad de los métodos científicos normales»
(Schaeffer, 1952).
La segunda mitad del siglo XX contempla la quiebra del modelo re-
gionalista sostenido sobre la región-paisaje. Supone la puesta en cuestión
de la región geográfica y del método regional. La primera queda reducida
a lo puramente físico, como territorio, significativamente denominada re-
gión banal. Al método, en el mejor de los casos, se le reconoce como «un
método admirablemente adaptado a la geografía histórica europea ante-
rior a la Revolución Industrial o a las limitadas áreas del mundo actual
cuyas economías dependen de una agricultura campesina y del autocon-
sumo local en la mayor parte de las necesidades materiales de la vida»;
pero «inaplicable a un país que haya experimentado la revolución indus-
trial» (Wrigley, 1965).
El renacimiento reciente de la región, y sobre todo del lugar, aparece
vinculado a la reivindicación de la aptitud y percepción subjetiva, frente a
la ley y el método científico. Al calor de este renacimiento de las filosofías
irracionalistas se ha producido también el resurgimiento de las viejas con-
cepciones regionalistas, incluso en Estados Unidos. Responden a propues-
tas renovadas en el campo geográfico.
Se han recuperado los viejos postulados, referidos a la geografía
como disciplina interesada en la tierra como «casa del hombre» y como
disciplina unificadora de las ciencias físicas y sociales. Se postula, como en
el pasado, el objeto geográfico regional como un complejo sólo abordable
desde una perspectiva comprensiva u holística (Lew, 1997). Tras ellas se
descubren filosofías básicas coincidentes, similares corrientes de pensa-
miento. Sin embargo, las nuevas propuestas tienen un significado históri-
co específico.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 299

4. De las geografías humanísticas a las geografías posmodernas


Las denominadas geografías humanísticas surgen a partir de los años
setenta de este siglo XX, con antecedentes en el decenio anterior. Todas ellas
comparten, como pone de manifiesto la denominación, el componente sub-
jetivo, humano. Se define frente a la pretensión objetiva, natural y neutra,
de las geografías científicas del neopositivismo. De hecho, aparecen como
una reacción frente a las geografías analíticas. Se afirman ante su dominio,
su hegemonía, su exclusividad. Muestran la reacción de una parte de los geó-
grafos, que no se reduce al campo epistemológico, sino que afecta también
a la estructura de la comunidad geográfica.
Lo destacaba uno de los más notorios representantes de estas nuevas
geografías, al describir y situar las condiciones en que se desenvolvieron los
geógrafos que no compartían los postulados analíticos. Yi Fu Tuan resalta
el apoyo de aquellos colegas que, con una formación filosófica, «les permi-
tió resistir, racionalmente, las doctrinas de que la ciencia positivista mono-
poliza el sentido y significado del discurso humano».
Es patente que la postura humanística aparece como una forma de re-
sistencia al positivismo y sus planteamientos en la geografía. Surgen, ade-
más, en el contexto de crisis del racionalismo moderno. Aparecen como una
crítica a las filosofías e ideologías analíticas y se presentaban como una al-
ternativa desde la subjetividad y la experiencia. Constituyen las primeras
manifestaciones de la crisis de la modernidad. A partir del decenio de 1980,
los postulados humanísticos se confunden e identifican con los posmoder-
nos. Las geografías humanísticas se transforman en geografías posmodernas.
Unas y otras comparten la puesta en cuestión de la racionalidad.

4.1. EL «MITO DE LA RACIONALIDAD»

La actitud crítica de estos geógrafos frente al positivismo lógico se


refiere a la imposición racionalista, lo que denominan el «mito de la ra-
cionalidad». Y se dirige a sus derivaciones sociales e ideológicas, que
afectan tanto al lenguaje como al «estilo del compromiso de los geógra-
fos en la resolución de los problemas». Las presunciones ideológicas ad-
heridas al discurso analítico, cuyo perfil tecnocrático es objeto de de-
nuncia, constituyen el objeto de esta crítica. Una reacción frente a lo que
consideran el dogmatismo excluyente que ha llevado a «renegar de todo
lo que de metafísico o de idealista conlleva, y conlleva coherentemente,
la mejor tradición geográfica moderna», identificada con «horizontes
epistemológicos que conceden a la idealidad un lugar destacado» (Ortega
Reaccionan frente a la imagen idealizada de un mundo de justicia y
Cantero, 1987).
equidad asociado a la planificación de base científica, de bienestar genera-
lizada y de igualdad de oportunidades, de armónico desarrollo y de equili-
brio social. Era la imagen que transmitía el racionalismo tecnocrático ana-
lítico. Una imagen que contrastaba con la realidad inmediata de la sociedad

300 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

americana. La aparente y sedicente objetividad del análisis geográfico a par-


tir de modelos y teorías espaciales se enfrentaba a un contexto real de desi-
gualdad, de ineficiencia y de injusticia.
Las geografías humanísticas se definen como disciplinas de carácter
antinaturalista, en el sentido epistemológico del término. Son geografías
que renuncian a la visión objetiva de los fenómenos humanos. Reivindican,
como en el primer tercio de siglo, de acuerdo con las filosofías existencia-
les y vitalistas, la comprensión frente a la explicación. Valoran el vínculo
emocional por encima del objetivo, la subjetividad frente a la objetividad.
El mundo objetivo carece de sentido fuera de la experiencia de los seres hu-
manos. La denuncia de una racionalidad enajenada al servicio de la tecno-
logía, desprovista de toda función liberadora, constituye el fondo del deba-
te frente al discurso ideológico y epistemológico analítico.
Una crítica que reivindica al individuo, al sujeto, con su libertad y con-
ciencia, más allá de la sedicente racionalidad del abstracto Homo oecono-
micus (Ortega Cantero, 1987). Lo que conlleva la reivindicación plena o re-
cuperación de lo ideal, «a una renovada afirmación de la subjetividad, con
todas sus prerrogativas ideales, que quizá ayude a desterrar anteriores equí-
vocos y a valorar con más justeza la verdadera envergadura -y la posible
vigencia- del punto de vista, complejo y fecundo, heredado de esa tradi-
ción moderna del conocimiento geográfico» (Ortega Cantero, 1987).
Una crítica que se apoya en las filosofías existenciales, en cuanto éstas
contemplan al individuo como un «sujeto humano consciente». Es decir, li-
bre para tomar decisiones y comprometerse en la elección de su propio fu-
turo. Libre para adoptar resoluciones en situaciones que afectan a su pro-
pia vida y entorno. Desde una concepción de la libertad que no sólo con-
templa la eliminación de los obstáculos externos, sino que considera los va-
lores personales y la autoestima, como apuntaba la misma A. Buttimer.
Son geografías que buscan valores, símbolos, significados. Priman la
diferencia, lo singular, y en relación con ello, el lugar, la localidad (place),
la región. Estos conceptos adquieren un nuevo significado, asociados a la
percepción subjetiva. Son espacios de la experiencia personal, espacios vi-
vidos, espacios símbolo para los individuos. Son áreas recubiertas de signi-
ficado. El trasfondo de esta crítica está en una reivindicación de la ética
frente a la epistemología.
Las nuevas propuestas de geografías del sujeto, englobadas bajo la co-
mún calificación de humanísticas, en la medida en que reivindican al hom-
bre como individuo, se construyen frente al racionalismo positivista y a las
filosofías del positivismo lógico y racionalismo crítico. Consideran que son
las filosofías de raíz fenomenológica y existencial las que proporcionan un
contexto más adecuado para la geografía. Entienden que son las que per-
miten vincular objeto y sujeto a través de aproximaciones de carácter sin-
tético. Propugnan un mayor papel de la subjetividad. Resaltan la significa-
ción de la fenomenología como instrumento epistemológico para la geo-
grafía, concebida ésta como una disciplina social (Ley, 1977).
La fenomenología de Husserl, las concepciones filosóficas que resaltan
el papel de la comprensión en el proceso de conocimiento, y con ello del in-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 301

dividuo; los postulados de M. Heidegger, e incluso la crítica de raíz marxis-


ta de los representantes de la Escuela de Frankfurt, como Marcuse y Ha-
bermas, constituyen el soporte de la crítica humanística a la geografía ana-
lítica y sus presupuestos.
Denuncian la supresión de todos aquellos elementos de orden social
por parte de las geografías analíticas. Les acusan de reductoras, porque con-
vierten el espacio en un mero objeto geométrico, del que han desaparecido
las relaciones sociales y tras el cual subyace un pensamiento determinista
arraigado en la tradición positivista (Entrikin, 1979). Recuperar las varia-
bles subjetivas, la percepción holista o global, los marcos totalizadores cons-
tituye una propuesta compartida entre los geógrafos humanísticos (Ley,
1977). Son las propuestas que esbozan las geografías alternativas, las nue-
vas geografías de la subjetividad.
Se caracterizan por su discurso, que aborda la recuperación de la
tradición geográfica regionalista y cultural, y con ella los viejos conceptos
geográficos del período regionalista. Una actitud que debe entenderse en
la perspectiva de adquirir raíces, de mostrar una tradición. En relación
con ello se encuentra el interés por la geografía regionalista y del paisa-
je y por conceptos como medio y región. Perciben que esos conceptos
permiten una aproximación más apropiada al papel del comportamiento
y actitudes de los sujetos. Los consideran el contexto para comprender la
conducta espacial de individuos y comunidades. Apuntan a que sólo es
posible esta comprensión desde la consideración de estos contextos como
totalidades.
Hay en estas geografías humanísticas como una labor de cuidadosa
recogida de los fragmentos rotos del viejo jarrón regionalista, en una re-
construcción y elaboración que no trata tanto de recomponer como de
reutilizar. En este sentido, las geografías humanísticas aparecen como una
propuesta de renovar los lazos de la geografía contemporánea con sus orí-
genes, de tender puentes sobre la ruptura iconoclasta que representa el
neopositivismo. Se plantea como un discurso de respuesta que tiende a res-
tañar y apropiarse de la tradición renegada.

4.2. EL ESPACIO SUBJETIVO

Las propuestas humanísticas se formulan, desde su origen, como una


recuperación de la herencia geográfica. Los geógrafos humanísticos se pre-
sentan, en sus primeros momentos, en la práctica y en la teoría, como al-
baceas de un patrimonio geográfico desafectado, abandonado, identificado
con la tradición regional.
Es significativo, al respecto, que el trabajo de A. Buttimer se centre en
la tradición geográfica francesa. Las geografías humanísticas recogen y
aglutinan, de forma progresiva, aquellas tradiciones del pensamiento y de
la praxis geográfica que el neopositivismo pretendía arrinconar. Reclaman
el espacio existencial, frente al espacio geométrico y objetivo. Reivindican y
recuperan el lugar, el viejo objeto de la geografía, según Vidal de la Blache.

302 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Como decía Tuan, «el lugar se encuentra en el núcleo de la disciplina geo-


gráfica» (Tuan, 1977); propugnan una geografía de los lugares. Un concep-
to cuya relectura supone una reelaboración. El lugar recibe los atributos de
la región y sustituye a ésta como principal centro de interés.
De forma directa plantea esa recuperación Ley, al mismo tiempo que
perfila la concepción del lugar en el marco de la tradición holística y de
las relaciones Hombre-Medio, contempladas desde variables sociales y
perceptivas (Ley, 1977). En un marco que admite el carácter que los ana-
líticos confieren a la geografía -en cuanto reconocen que el «análisis es-
pacial o explicación de la organización espacial constituye el fundamen-
to de la investigación geográfica»- resaltan el particular significado del
lugar.
El lugar es un concepto clave en la explicación humanística. Es «úni-
co y complejo», por constituir un conjunto especial, que se caracteriza por
estar «arraigado en el pasado, y desarrollarse hacia el futuro» (Tuan, 1977).
Está dotado de historia y de significado. El lugar adquiere un valor que de-
riva de la percepción que de él tienen sus habitantes y del significado que
le han atribuido: el lugar representa la encarnación de las «experiencias y
aspiraciones de la gente». Desborda, como concepto geográfico, la mera
acepción espacial, deviene una realidad a comprender desde las perspecti-
vas de quienes lo han construido.
El lugar como entidad física, como punto o área, como simple obje-
to, adquiere una dimensión subjetiva, se convierte en imagen individual.
Lo objetivo deviene cambiante, varía con los individuos, se modela de
acuerdo a los valores e intereses de las personas. El espacio genérico, abs-
tracto, se transforma en un mundo de lugares, en un mosaico de espacios
con atributos asignados por los individuos. Éstos proporcionan a cada lu-
gar un signo propio, derivado de los intereses que reúne y de los indivi-
duos que atrae.
Son espacios vinculados a la existencia de cada individuo, a sus expe-
riencias particulares, a su relación personal con el entorno, a la percepción
que del mismo tiene, de acuerdo con condiciones culturales y personales.
Una nueva propuesta epistemológica que se planteaba en los inicios del de-
cenio de 1960 (Lowenthal, 1961). Era ilustrada, de modo empírico, por The
Image of the City (Lynch, 1960). El resultado son las geografías del lugar, de
los lugares, como espacios de la vivencia individual y colectiva, como «es-
pacios vividos» (Frémont, 1972; 1976).
Las geografías humanísticas han introducido nuevos enfoques y han
desarrollado nuevos centros de interés vinculados con la crítica a las insu-
ficiencias de las geografias analíticas y con las exigencias conceptuales pro-
pias. Desplazan el centro de interés del análisis espacial desde la objetivi-
dad geométrica de las distribuciones al estudio de las ideas y spatial feelings
-los sentimientos espaciales- que acompañan la experiencia humana. Es
un desplazamiento desde el espacio objetivo al subjetivo, desde el espacio
geométrico, vaciado de experiencias, al espacio originario, es decir, al espa-
cio antropológico, vinculado a la experiencia corporal y, en cuanto tal, an-
terior al pensamiento o reflexión.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 303

Amalgaman un conjunto heterogéneo de propuestas. Comprenden las


geografías de los espacios vividos, espacios de la subjetividad, absolutamen-
te cerrados sobre sí mismos. Engloban las geografías de la percepción y del
sentimiento estético, que enlazan con los viejos planteamientos de la geo-
grafía de los viajeros y del paisaje. Un proceso en el que también se incluye
la recuperación del medio. Se produce a través de la percepción subjetiva del
mismo, por la apreciación personal, por la sensibilidad ante sus valores.
Son aspectos que no eran habituales en la acepción primigenia de me-
dio, menos subjetiva que la que proponen las nuevas geografías del sujeto.
Es una recuperación del espacio del sujeto, y con él de una tradición geo-
gráfica de relación entre el Hombre y el Medio. Pero es una tradición re-
novada y transformada que se adapta a la nueva sensibilidad del final del
siglo XX.

4.3. EL ENTRONQUE CON LA TRADICIÓN REGIONALISTA

El vínculo con la tradición regional tiene un alto componente simbóli-


co e ideológico. Proporciona a las geografías humanísticas una referencia
de indudable resonancia y prestigio en el campo geográfico y cultural. Les
distingue respecto de la iconoclasia analítica. Afirma la tradición geográfi-
ca frente al exclusivismo neopositivista. Afirma la continuidad frente a la
ruptura. Se dotan de una respetable tradición.
Las geografías humanísticas representan un esfuerzo de recuperación
del legado geográfico. Tienen voluntad de puente sobre la ruptura neoposi-
tivista. Se descubre a Vidal de la Blache (Buttimer, 1980). Y en esa valora-
ción hay que destacar la aportación sustancial de nuevos centros de interés,
de nuevos objetos o nuevas perspectivas de análisis de los viejos objetos. Al
margen de que se haga, en ocasiones, desde una nostalgia del pasado, que
descubre una ideología conservadora.
Se mitifican los paisajes y lugares de las comunidades campesinas, en
proceso de transformación y desaparición. La incidencia modernizadora
de los cambios derivados de la industrialización e incorporación a la mo-
derna sociedad de consumo aparece como un proceso negativo. Se contra-
pone la armónica perfección de los lugares propios de la Irlanda campesi-
na, en proceso de descomposición por la penetración de los elementos de
cambio del mundo industrial, a los desalmados suburbia americanos. Pers-
pectivas que descubren el trasfondo ideológico que puede aflorar en los
planteamientos humanísticos y en los conceptos de paisaje y lugar que ma-
nejan (Buttimer, 1979).
La reacción de Buttimer entronca perfectamente con la tradición con-
servadora, cultural, ruralista, localista, que distingue, desde el siglo XVIII , el
comportamiento de determinados segmentos de la sociedad. De forma es-
pecial los que corresponden con los grupos sociales vinculados al antiguo
régimen precapitalista. En unos casos, por intereses directos. En otros, por
el bies ideológico-cultural, como la iglesia católica. Una corriente con no-
tables representantes intelectuales, desde R. Malthus y F. Le Play.

304 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Se aprecia una sustitución e ignorancia de los procesos sociales que


subyacen en los procesos de cambio. Se embellece el lugar tradicional
-desde la ideología ruralista nostálgica- ignorando sus servidumbres físi-
cas, sociales y culturales. La preocupación por los paisajes y lugares se hace
desde una óptica ideológica, que ignora los otros componentes que subya-
cen en su génesis.
La reivindicación tiene menor calado en lo que atañe a la concepción
y enfoque de la geografía. El acento que ponen las geografías humanísticas
en el lugar, en la localidad -con resonancias vidalianas-, no coincide, sin
embargo, con las formulaciones de Vidal de la Blache. El lugar se contem-
pla ahora desde la atalaya de «la experiencia relativa, cultural e histórica de
la humanidad en relación con los atributos físicos de un área».
Las geografías humanísticas hacen del hombre el centro de esa rela-
ción, convierten a la mente humana en punto de referencia. La cuestión am-
biental es contemplada desde la óptica de la percepción humana, de la sen-
sibilidad del sujeto. Las relaciones Hombre-Medio pasan por el tamiz de la
percepción humana de las mismas. Las geografías humanísticas no se pro-
yectan sobre el lugar a partir de sus rasgos físicos, sino desde los valores
que la sociedad les otorga.
Para los geógrafos humanísticos o humanistas, la geografía deja de ser
una ciencia de la Tierra, lo que marca una sustancial diferencia con la geo-
grafía de Vidal de la Blache. Es la comprensión del hombre y sus ideas vin-
culadas con el lugar, el territorio, la religión, lo privado, lo que centra el en-
foque de las geografías del lugar. Éste se distingue porque está cargado de
significados para el sujeto, más que por sus rasgos objetivos, geográficos.
«Percepción subjetiva, experiencia, conocimiento y acción forman con
el entorno una totalidad», como resalta Grano. Una estrecha implicación
vincula unas y otras, en la medida en que experiencia y acción están con-
dicionadas por el conocimiento del entorno, por el entorno percibido. No
hay reciprocidad entre el sujeto y su medio, sino más bien una explicación
de naturaleza y país en relación con el hombre. Una compleja dialéctica en-
tre el entorno percibido, el entorno físico real y el entorno conocido.
Todas las propuestas que se identifican como humanísticas reivindican
una filosofía del individuo, del sujeto. La recuperación del sujeto aparece
como el rasgo distintivo de estas corrientes en la geografía: «la plena parti-
cipación del sujeto que conoce- del sujeto que, al representar el mundo, al
intentar hacerlo inteligible, puede y debe acudir al personal bagaje de su
propia cultura y de su propia sensibilidad-» (Ortega Cantero, 1987).
Lo que vincula al hecho de la renovación o recuperación de lo ideal «a
una renovada afirmación de la subjetividad, con todas sus prerrogativas idea-
les, que quizá ayude a desterrar anteriores equívocos y a valorar con más
justeza la verdadera envergadura -y la posible vigencia- del punto de vis-
ta, complejo y fecundo, heredado de esa tradición moderna del conocimien-
to geográfico», es decir, de la tradición regionalista (Ortega Cantero, 1987).
Una renovación desde el idealismo -como propugnan algunos- o
desde su forma fenomenológica. La formulación de esa base filosófico-epis-
temológica se ha generalizado entre los geógrafos. Éstos se muestran más

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 305


sensibles, en las geografías humanísticas, a los presupuestos filosóficos, que
sus antecesores de comienzos de siglo. La característica de las modernas geo-
grafías de la subjetividad es el carácter explícito y la reivindicación directa
de los presupuestos de carácter filosófico sobre los que se construyen o pre-
tenden construir las nuevas geografías.
El marco filosófico y epistemológico de todas estas corrientes hu-
manísticas y posmodernas en la geografía es el idealismo. Todas com-
parten el rechazo de la racionalidad, y en muchos casos se vinculan con
las corrientes fenomenológicas. Reivindican de forma directa la tradición
irracionalista o idealista de la geografía, identificada con «la mejor tra-
dición geográfica moderna», precisamente por lo que conllevaba de «me-
tafísico o de idealista» (Ortega Cantero, 1987). Este autor destaca cómo
esa tradición geográfica moderna, calificada como la mejor, se identifica
con «horizontes epistemológicos que conceden a la idealidad un lugar
destacado».

5. Idealismo, fenomenología y geografías


El entorno filosófico en el que se mueven las geografías de la subjeti-
vidad es variado. Desde el idealismo directo que se reivindica en algunos
autores, a la fenomenología y la filosofía existencial. La recuperación inte-
lectual de autores como E. Husserl, Dilthey y E. Bergson es significativa.
Las elaboraciones teóricas modernas de autores como Foucault, Lyotard,
Derrida, Deleuze, completan el marco de referencia filosófica sobre el que
se apoyan las propuestas de las geografías humanísticas y constituyen el
fundamento directo de los enfoques posmodernistas. No hay discontinuidad
entre unas y otras.
El espacio aparece como un imaginario compartido socialmente
(Bailly, 1985). Que emparienta, en los propios geógrafos, con un enfoque
idealista de la geografía, que enfatiza la dimensión histórica y la conside-
ración de la actividad humana como «reflejo de las ideas». En síntesis, «las
actividades humanas y los productos visibles de las mismas se producen
como simples reflejos de ideas» (Guelke, 1985). El idealismo proporciona el
fundamento más extendido de estas corrientes. Interpretación que no es aje-
na al común denominador de las corrientes humanísticas: la crítica a la ra-
cionalidad.
La denuncia del primado de la razón y de la ciencia, como conceptos
equivalentes, y del patrón científico y racional como rasero de validez del co-
nocimiento constituyen un rasgo destacado de esta revisión idealista, dentro
de la geografía moderna. Se critica la pretensión excluyente del conocimien-
to racional o científico: «La ciencia es la razón; lo que queda fuera de ella es
el mundo de las tinieblas, el universo de la sinrazón. Todo lo que no se atie-
ne -y en dominio del conocimiento geográfico -pasado y presente -no es
poco- a los estrictos dictados de ese canon científico viene a ser considera-
do aproximadamente indigno y espúreo» (Ortega Cantero, 1987). Lo que con-
duce a la reivindicación del sujeto y con él de la experiencia personal.

306 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

5.1. LOS ESPACIOS DE LA EXPERIENCIA

La fenomenología ha sido una de las que han tenido mayor éxito y


resonancia. Tuan afirma la «base fenomenológica» de la ciencia geográfi-
ca, en la medida en que considera que ésta deriva de la existencia de una
«conciencia geográfica».La base fenomenológica puede ser aplicada para
describir y valorar el desarrollo de la geografía, en cuanto existe una geo-
grafía que posee este fundamento filosófico, tanto fenomenológico como
existencial.
El argumento que sustenta esta referencia filosófica y epistemológica
es, en definitiva, para el conjunto de las ciencias sociales, y en particular la
Geografía humana, el que trata de individuos y que como tales individuos
son seres únicos. En consecuencia, no es posible establecer conocimientos
generales sobre ellos, ni relaciones entre los distintos componentes de la so-
ciedad. Destacan, asimismo, la complejidad de los hechos sociales. Dos ar-
gumentos antiguos: el de la complejidad del objeto, complejidad constituti-
va que impide fragmentarla, y el de la singularidad o carácter único del ob-
jeto geográfico.
Las geografías humanísticas han introducido nuevos enfoques y han
desarrollado nuevos centros de interés vinculados con la crítica a las in-
suficiencias de las geografías analíticas y con las exigencias conceptuales
propias. Geografías del lugar, de los lugares, como espacios de la viven-
cia individual y colectiva, como espacios vividos. Espacios vinculados a la
existencia de cada individuo, a sus experiencias particulares, a su relación
particular con el entorno, a la percepción que del mismo tiene. El compor-
tamiento humano se vincula, no a la racionalidad abstracta sino a la par-
ticular percepción vivencial del sujeto. Se relaciona con las imágenes que
con dicha experiencia construye, fundamento de los particulares «mapas»
mentales que cada individuo transporta como guías, con los que sustituye
el mapa geográfico objetivo.
Las geografías de la percepción han sido uno de los más notables de-
sarrollos surgidos de las filosofías del sujeto, en la medida en que se rela-
cionan percepción y comportamiento espacial y en que las configuraciones
espaciales aparecen condicionadas por el conocimiento particular que el su-
jeto tiene, verdadero o erróneo, del entorno en que actúa.
Las geografías humanísticas introducen y desarrollan nuevas aproxi-
maciones que, en el marco de viejos y renovados esquemas, de la geografía
regional y del paisaje, abren las expectativas geográficas contemporáneas.
La búsqueda de las dimensiones simbólicas del espacio, la indagación so-
bre las particularidades de los lugares, la relación entre espacio y sujeto.
Como consecuencia, el interés por la definición de espacios específicos.
Espacios de la mujer, del marginado, de las minorías, con sus rasgos
culturales específicos, han dado forma a estas geografías interesadas por la
identidad. El espacio vivido, los signos de identidad personal y subjetiva con
los lugares, la sensibilidad ante el entorno conocido, incluso la receptividad
social para los entornos lejanos y exóticos, han estimulado el renacimiento
de una geografía regional remodelada.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 307

Las formulaciones más recientes de estas geografías del sujeto se sus-


tentan en los postulados y enfoques del posmodernismo. Se presentan como
las geografías posmodernas.

5.2. EL POSMODERNISMO HUMANÍSTICO: LAS GEOGRAFIAS POSMODERNAS

El posmodernismo ha significado, para las geografías del sujeto, una


oportunidad. La cultura posmoderna se alimenta en gran medida de los pos-
tulados filosóficos que sostienen la trama humanística. El eclecticismo es un
recurso compartido. La reacción antirracionalista también. La referencia al
individuo, a las vivencias y emociones personales, a la particular interpreta-
ción del entorno, a la contemplación de éste como un simple texto, suscep-
tible de múltiples lecturas y relecturas, constituyen puntos comunes.
La geografía de los múltiples puntos de vista, del espacio como una po-
liédrica realidad, abordable desde los más variados enfoques, aparece como
un posible desarrollo de la disciplina, en el presente y para el futuro, al
modo como Soja lo esboza en su trabajo sobre Los Ángeles (Soja, 1996). La
geografía se abre a otras perspectivas y análisis; se inclina sobre las di-
mensiones imaginarias, sobre el análisis de los textos, sobre la propia es-
critura, sobre los símbolos y los espacios simbólicos. El Thirdspace «como
una vía radicalmente distinta de contemplar, interpretar e intervenir para
cambiar el entorno espacial de la vida humana» (Soja, 1996).
La consideración del espacio como un texto, como un conjunto de sig-
nos, términos, palabras, símbolos, que aparecen tanto en el entorno físico
como en las representaciones que acompañan al mismo, mapas, documen-
tos, lenguaje, literatura, entre otros (Rose, 1981). La geografía como una
disciplina que desmonta los espacios del lenguaje y el lenguaje del espacio,
sensible a los «sitios y las lenguas».
Se reivindica nuevos prismas de análisis, y se propugna una nueva es-
critura de la historia «usando la raza, la clase, el sexo y la etnia, como ca-
tegorías de análisis». Se abre a una dispersa y poliédrica consideración del
espacio, de acuerdo con puntos de vista, con sensibilidades específicas. Des-
de los postulados del posmodernismo se contempla la nueva dimensión del
espacio a abordar, el «tercer espacio». Un espacio fragmentado, el espacio
de la diferencia, de las minorías, de la mujer y de los sexos, de los chica-
nos, de la negritud, en el caso de las geografías americanas.
La geografía del posmodernismo se propone como una geografía ex-
ploratoria de los nuevos espacios. Los espacios que «hacen la diferencia»,
los espacios del margen como un espacio de «diferencia radical», los espa-
cios del feminismo, los espacios del poscolonialismo, los espacios de la uto-
pía y de la heterotopía, los espacios recuperados del historicismo, la exópolis,
Nuevos enfoques, nuevas vías de indagar el espacio a través de sus sig-
los espacios simbólicos de las grandes urbes modernas, de las posmetrópolis.

nos, que puede ser decodificado, comprendido como un texto que puede ser
leído. El discurso geográfico se convierte en materia de interpretación des-
de la perspectiva del lenguaje, como un texto más. Son contemplados como

308 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

paisajes culturales y como lugares vinculados a la existencia individual y so-


cial, construidos en relación con la cultura del momento. La recuperación
de la naturaleza y la creciente atención a los espacios de la mujer, desde una
perspectiva subjetiva y específica de la condición femenina, desde la iden-
tidad, forman parte del programa geográfico. Suponen la extensión de las
fronteras de la investigación geográfica.
La crítica ha resaltado aspectos de estas geografías, como el fuerte
acento en la subjetividad de las filosofías fenomenológicas, la referencia a
la conciencia como validación del conocimiento y la dificultad de estable-
cer reglas claras para la comunicación. Los ven como obstáculos para ci-
mentar una alternativa capaz de definir una geografía renovada. Las difi-
cultades que subyacen en los postulados de las geografías humanísticas
constituyen los obstáculos fundamentales a su arraigo como propuestas al-
ternativas para el desarrollo futuro de la geografía.
Desde presupuestos que difieren de los que caracterizan las propuestas
de las geografías humanísticas, a lo largo de los últimos treinta años, se han
formulado otras alternativas para la geografía, que reivindican el compro-
miso social o político de ésta. Son las geografías críticas o radicales, sus-
tentadas sobre el materialismo dialéctico.
CAPÍTULO 17

LA GEOGRAFÍA DEL COMPROMISO POLÍTICO.


GEOGRAFÍAS RADICALES

Las geografías denominadas radicales por los autores americanos, es


decir, geografías de izquierdas, carecen de una tradición equivalente a las
que presentan las anteriores. Constituyen un conjunto de prácticas teóricas
y empíricas cristalizadas en el último cuarto de este siglo XX . Surgen desde
la crítica a las geografías analíticas, al igual que las geografías humanísti-
cas. Se caracterizan por la reivindicación de un saber crítico y transforma-
dor en el campo de las ciencias sociales, vinculado a la acción política.
Esta nueva perspectiva, frente al neutralismo y academicismo tradi-
cionales de la geografía y de los geógrafos, proporciona a estas corrientes
un sesgo político e ideológico explícito. Es el que explica la denominación
con la que se les distingue en Estados Unidos, y con la que se les conoce:
geografías radicales. La geografía se contempla desde una perspectiva polí-
tica como un instrumento para la transformación social. Se postula una geo-
grafía comprometida con el cambio social.

1. Geografía y cambio social

La segunda mitad del siglo actual constituye, en sus primeros decenios,


un período de especial efervescencia intelectual, en campos como la economía
política, la sociología, la antropología, la historia y otras ramas de las ciencias
sociales. Esta efervescencia tiene relación con el propio devenir histórico de
esos decenios, pleno de contradicciones, y con el particular desarrollo de los
movimientos sociales en los países de mayor avance material. La descoloni-
zación, las guerras imperialistas, el subdesarrollo, el protagonismo del Tercer
Mundo, acentuaron las desigualdades. Descubrieron las circunstancias de ex-
plotación y las tensiones derivadas del desarrollo del capitalismo.
Los procesos de rápida urbanización que tienen lugar en ese período aso-
ciados a movimientos migratorios a gran escala, que se producen desde las pe-
riferias próximas y lejanas hacia los grandes centros industriales y urbanos,
provocaron y provocan secuelas de segregación, discriminación y explotación.

310 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Las contradicciones derivadas de estos procesos aceleraron el desarro-


llo innovador de disciplinas como la sociología urbana, la economía del de-
sarrollo, la historia, entre otras. La geografía se incorporó a este proceso de
análisis empírico y de elaboración teórica sobre estos componentes de la rea-
lidad contemporánea. Un movimiento intelectual que sólo es explicable en
el contexto social dominante en los decenios de 1960 v 1970.

1.1. EL CONTEXTO SOCIAL E INTELECTUAL: EL PENSAMIENTO RADICAL

La tradición política e intelectual de izquierda cuenta con una arrai-


gada y consistente organización, tanto en los movimientos políticos y sin-
dicales como en la universidad. La reflexión teórica y política sobre la filo-
sofía marxista y sobre su aplicación en el análisis histórico, económico, an-
tropológico, urbano y social tiene un notable desarrollo en la segunda mi-
tad del siglo XX, en países como Gran Bretaña, Francia e Italia, en relación,
primero, con las organizaciones políticas marxistas y con independencia de
éstas con posterioridad.
En los decenios de 1950 y 1960 la actividad intelectual en Europa se
caracteriza por la notable actividad creadora, por la creciente vinculación
con las prácticas sociales. Se distingue por el papel que desempeña, desde
la perspectiva teórica, la reflexión sobre los postulados marxistas. Se ca-
racteriza por el desarrollo de las propuestas estructuralistas en campos tan
diversos como la antropología (C. Lévi-Strauss), la filosofía (L. Althusser),
la economía (E. Mandel), la psicología, la crítica literaria, la sociología
(G. Gurvitch y M. Castells) y la lingüística.
La dialéctica y el materialismo histórico se encuentran en el centro del
debate intelectual que se vincula, cada vez más, con la acción política y so-
cial. Incluso filósofos de origen existencialista -como J. P. Sartre- se acer-
can a la dialéctica y al materialismo, en un proceso de conversión de indu-
dable significación.
En la sociología, con particular incidencia en la urbana, se produce una
excepcional producción empírica y teórica. Se orienta hacia los problemas de
carácter social en el ámbito urbano, desde el análisis de la cotidianidad al
de las prácticas urbanísticas y las luchas sociales. En la economía se produ-
ce una sensible desviación desde los análisis neoclásicos hacia los problemas
del desarrollo y la desigualdad. Se produce un esfuerzo de conceptuación del
subdesarrollo, que adquiere valor central en la nueva economía política.
En todos los casos se orientaron hacia la crítica del orden capitalista y
sus secuelas. Se vincularon, de forma predominante, con la tradición dialéc-
tica y el materialismo histórico, repensado al margen de los corsés dogmáti-
cos y ortodoxos, en Gran Bretaña, Francia, Italia, e incluso Alemania. Su pro-
gresiva recepción en los núcleos universitarios de Estados Unidos constituye
uno de los rasgos más sobresalientes de la vida cultural de ese período.
La definición y consolidación de un pensamiento radical en Estados
Unidos da forma a un notable movimiento de renovación intelectual y po-
lítica que alcanza a muy diversos campos, en el marco de las ciencias so-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 311

ciales, desde la economía política a la sociología. Se trata de un pensa-


miento de izquierda, crítico respecto de la tradición intelectual y política li-
beral, crítico respecto de la realidad social y política de su propio país, y de
su papel en el mundo contemporáneo.
La característica común de la renovación crítica en la geografía es la
estrecha implicación y ósmosis con las propuestas teóricas, con los análisis
empíricos, con las actitudes prácticas y con los autores, de estas disciplinas
más dinámicas, como sociología y economía política. El desarrollo de un
movimiento intelectual y político equivalente en Europa y la recepción in-
mediata de las corrientes radicales americanas en geografía operan como
las principales impulsoras del movimiento geográfico radical en Europa.

1.2. DE LA ÉTICA INDIVIDUAL AL COMPROMISO POLÍTICO: GEÓGRAFOS RADICALES

La constitución de una geografía radical en Estados Unidos se origina


en la crítica de la práctica analítica. Está jalonada por la reacción personal
de geógrafos particulares ante las contradicciones entre la práctica geográ-
fica y los problemas más relevantes de la sociedad americana, en el dece-
nio de 1960. Período marcado por la creciente conciencia de la segregación
social, racial y étnica, de la desigualdad social urbana y de las disfunciones
del sistema urbano americano.
Esta etapa está caracterizada por la creciente sensibilidad ante la desi-
gualdad y discriminación de la mujer en la sociedad, y por el papel contro-
vertido de Estados Unidos en el mundo, entre otras cuestiones. En este con-
texto se enmarca la conversión de significados geógrafos analíticos, como
W. Bunge y D. Harvey, a partir de la reflexión ética sobre este tipo de fenó-
menos, que acompaña el proceso de definición de las corrientes radicales
americanas.
La diferencia se produce en la actitud consiguiente y en las filosofías
que se utilizan como apoyo teórico y epistemológico para fundamentar la
reorientación de la geografía. La experiencia personal de W. Bunge, al crear
la denominada Society for Human Exploration, en 1968, ilustra este tipo de
reacciones, en el ámbito personal. Supone un compromiso directo del inte-
lectual con la acción social, en los espacios de conflicto urbano. Dicha so-
ciedad tenía como objeto conocer las áreas de pobreza urbana, compartir
con sus habitantes la problemática de sus barrios, participar en los proce-
sos de planeamiento urbano de forma integrada con los afectados, en la de-
fensa de sus intereses. Compromiso ético político que no contó con el apo-
yo institucional universitario y que supuso el abandono de la universidad
por parte de Bunge.
Actitudes éticas que aparecen entre los geógrafos analíticos con ma-
yor sensibilidad social. Para ellos, la geografía tenía que comprometerse
en la búsqueda de nuevas vías que hicieran posible reorientar la discipli-
na hacia asuntos de mayor relevancia social. Definían una situación en el
ámbito de la comunidad geográfica americana, receptiva a la propia sen-
sibilidad de la sociedad americana. Se trataba de la búsqueda individual

312 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

de un compromiso por mejorar las condiciones de una sociedad que les


resultaba poco satisfactoria.
Los geógrafos americanos se plantean cuestiones que tienen relación
con la inmediata realidad social: el imperialismo, la discriminación y se-
gregación social y espacial, la ausencia de la mujer en los estudios geográ-
ficos de análisis espacial, ciegos e impermeables a la temática femenina. Se
definen actitudes que perfilan la necesidad de una geografía más compro-
metida con el cambio social, menos tecnocrática (Peet, 1977).
En 1969 se fundaba en la Universidad Clark de Worcester, en Massa-
chusetts, la revista Antipode. A Radical Journal of Geography. La aparición
de Antipode proporcionaba a la corriente una plataforma y un emblema.
Una geografía en las antípodas de la que imperaba. La revista recogía ese
movimiento y servirá de plataforma para las nuevas preocupaciones. Éstas
eran el estudio de cuestiones de mayor relevancia social y política, desde la
pobreza regional y urbana, la discriminación racial y étnica, la desigualdad
de acceso a los servicios sociales, la discriminación y olvido de la condición
femenina, hasta el subdesarrollo y el imperialismo.
Bajo esa perspectiva hay que tener en cuenta que las geografías radi-
cales engloban más un movimiento de reacción que una propuesta episte-
mológica definida. Y la propia constitución de esas geografías alternativas,
usando aquí el término en la acepción social e ideológica, lo pone de ma-
nifiesto. Se trata de una disconformidad militante: disconformidad ética o
práctica. En cualquier caso, disconformidad política.
La diversidad de orígenes y circunstancias ideológicas en la configura-
ción del radicalismo americano -o anglosajón- y del europeo y los dis-
tintos componentes ideológicos que intervienen hacen difícil contemplarlos
como una alternativa homogénea. La generalización, sin distingos, al con-
junto de unos rasgos que son particulares contribuye a desfigurar el perfil
real de parte de los que quedan comprendidos en esa denominación.
Podemos entender que participan de una preocupación común por lo-
grar una alternativa práctica -en su dimensión social- a la geografía ana-
lítica y, en el caso europeo, a la del paisaje y regionalista. No obstante, el de-
sarrollo de una geografía radical europea está condicionada por la específi-
ca y paradójica situación intelectual de la geografía en Europa. Ésta se ca-
racteriza por la inexistencia de tradición teórica marxista, aunque un nota-
ble grupo de geógrafos se adscriben política e ideológicamente al marxismo.
Esta contradicción determina, como consecuencia, y de modo harto
paradójico, que los componentes más destacados de los procesos de reno-
vación en la geografía europea se relacionan con la recepción de las geo-
grafías analíticas anglosajonas. Es la principal novedad intelectual en el de-
cenio de 1960. Paradoja no exenta de significado. La renovación crítica y
conceptual tiene, por ello, un carácter periférico y tardío. Ésta vendrá des-
de otros intelectuales de trayectoria equivalente, pero en el campo de la so-
ciología, como H. Lefebvre. Este filósofo y sociólogo evoluciona desde la
sociología rural a la sociología urbana en paralelo a un esfuerzo progresivo
de reflexión teórica desde el marxismo, sobre las prácticas sociales urbanas
y el espacio.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 313

La aparición de la geografía del subdesarrollo, de Y Lacoste, constituye


el primer símbolo de una geografía radical en Europa (Lacoste, 1965). En
torno al grupo de geógrafos que identifica Lacoste se perfila el núcleo de
una alternativa crítica, en la geografía. Tiene perfil político activo, frente a
la tradición de la geografía universitaria o profesoral y frente a las noveda-
des analíticas que se derraman sobre Europa de modo casi coetáneo.
La creación de Herodote, como plataforma abierta para las geografías
y los geógrafos críticos, consolida la nueva geografía radical europea, im-
geografía sirve, en primer lugar, para hacer la guerra (1976) identifica las nue-
pulsada por el propio Y Lacoste. La publicación, por este geógrafo, de La

va orientaciones de este grupo marxista francés, con un fuerte sesgo políti-


co o geopolítico. En el Reino Unido se manifiesta con la aparición de la re-
vista Area. En este caso en estrecho contacto con el otro lado del Atlántico,
pero con el soporte de una notable tradición política marxista, de gran in-
cidencia en la economía política británica y europea en general.
Las geografías radicales representan, quizá por vez primera en la his-
toria de la disciplina, una alternativa que no aspira tanto a cambiar la geo-
grafía como a utilizarla para cambiar la sociedad. Y, en principio, mani-
fiesta su disconformidad con la relación que la geografía hegemónica man-
tiene con esa sociedad. Aspecto sobre todo válido para los radicales ameri-
canos. En Estados Unidos la disconformidad individual del profesional con
el compromiso -es decir, la falta de compromiso- social de la disciplina
le conduce a cuestionar la propia definición disciplinar, es decir, su neutra-
lidad social, para afirmar el compromiso social y político.
Se define primero un colectivo de geógrafos y progresivamente el pro-
yecto de una geografía alternativa asentada sobre nuevos presupuestos. Las
circunstancias históricas van a determinar que esos presupuestos se bus-
quen en el pensamiento materialista moderno, y de modo particular en el
pensamiento marxista.
La geografía se contempla como una disciplina revolucionaria, orien-
tada a la transformación del mundo, de acuerdo con una conocida tesis de
Marx. El sesgo político constituye el componente más destacado y definito-
rio de las geografías radicales. Son geografías políticas, no tanto por su ob-
jeto como por sus objetivos. La actitud activa, comprometida, la orientación
transformadora explícita, el fin proclamado de cambio político y social, pro-
porciona a estas geografías un perfil específico, que les diferencia de modo
sustancial de las geografías analíticas y de las geografías humanísticas. La
confluencia que se produce con estas últimas en algunos campos, como el
feminista, y los que tienen que ver con la desigualdad y discriminación, con
la injusticia, no existe en los enfoques que prevalecen en el análisis.
La definición de una geografía radical aparece condicionada por la
inexistencia de una tradición de este tipo en la geografía moderna. La ine-
xistencia de una geografía de esta orientación en el período secular de
existencia de la moderna geografía constituye una limitación teórica y
práctica.

314 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

2. Inventar las raíces: la recuperación de los geógrafos anarquistas

El perfil de la geografía moderna, en su concepción teórica y en sus


fundamentos ideológicos, es conservador. Responde al carácter de una dis-
ciplina académica, profesoral de funcionarios. Responde, sobre todo, a un
planteamiento naturalista muy alejado de los presupuestos de las filosofías
y movimientos revolucionarios del mundo moderno y al predominio de fi-
losofías de corte idealista en el desarrollo de la disciplina. Este sustrato con-
servador e idealista se impondrá, incluso, a la definición política personal
de un relevante núcleo de geógrafos.
Se trata, por un lado, de la presencia de dos personalidades singulares,
vinculadas con la geografía, de ideología ácrata o libertaria, en la primera
etapa de la geografía moderna. Se trata, por otro, de un notable sector de
geógrafos de ideología marxista en la segunda mitad del siglo XX , sobre todo
en Francia. El perfil político personal no llegó a incidir en una construcción
teórica influida por las ideas y filosofías políticas adoptadas. La paradoja de
la geografía moderna es la existencia de geógrafos libertarios y geógrafos
marxistas que nunca plantearon una geografía alternativa fundada en prin-
cipios libertarios o marxistas. Esta paradoja explica la inexistencia de una
tradición radical en la geografía moderna.
A estas circunstancias hay que añadir la inconsistencia teórica y epis-
temológica de la geografía elaborada en la Unión Soviética y los países so-
cialistas en el período de existencia de los mismos. El arcaísmo conceptual
y teórico distingue la denominada geografía soviética. La fraseología políti-
ca sustituyó a la elaboración teórica. La práctica geográfica tampoco apor-
tó, en esos países, referencias que pudieran suscitar cambios en la concep-
ción de la geografía.
El resultado de todos estos factores es la imposibilidad de reconocer
una tradición intelectual consistente de corte radical, es decir, de izquier-
das, en la geografía moderna. La única excepción, a título individual, la
aportaban los geógrafos anarquistas. Por todo ello, los geógrafos radicales
abordarán, por un lado, la recuperación de estos geógrafos anarquistas. Por
otro, intentarán la construcción de un cuerpo teórico y epistemológico, de
una Teoría Social del Espacio, fundada en las filosofías materialistas, en
particular en el materialismo histórico.

2.1. LA GEOGRAFÍA REGIONALISTA DE LOS GEÓGRAFOS MARXISTAS

La segunda mitad del siglo XX se inicia con una notable representación


de geógrafos de ideología e inspiración marxista en los países europeos de
sistema capitalista. Constituye una nueva generación de geógrafos que tie-
ne especial desarrollo en Francia. Muchos de ellos, como otros intelectua-
les contemporáneos, comparten la ideología marxista. Una parte son, in-
cluso, militantes de organizaciones políticas que proclaman esa ideología,
como el Partido Comunista.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 315

La obra geográfica de estos autores discurre al margen de cualquier


intento de sustentar la práctica sobre una reflexión teórica basada en el
materialismo histórico. La paradoja de estos geógrafos marxistas es que
practican una geografía de inspiración regionalista. Más aún, comparten la
concepción regionalista a pesar de su filosofía idealista y su manifiesto
irracionalismo. La tradición geográfica dominante en la Europa continen-
tal, regionalista, condicionó la posibilidad de una crítica efectiva de los
postulados teóricos de la geografía. En Francia, un numeroso grupo de
geógrafos marxistas, vinculados al Partido Comunista o distantes de éste, se
había constituido tras la segunda guerra mundial bajo la dirección de
J. Dresch y P. George. Un grupo de excepcional calidad intelectual, entre los
que se encontraban R. Guglielmo, B. Kayser, Y. Lacoste y J. Tricart.
La paradoja resulta de que estos geógrafos marxistas, incluso comu-
nistas, ignoraron la reflexión teórica sobre la disciplina desde los postula-
dos marxistas. Practicaron una geografía de corte regionalista. Compartie-
ron una concepción de la geografía como disciplina del paisaje y de las re-
laciones Hombre-Medio, concebida como arte o perspectiva, más que como
ciencia. Comparten enfoques en los que el componente físico permanece
como un factor geográfico.
El marxismo ideológico se manifiesta en una fraseología, en la especí-
fica sensibilidad a las cuestiones geopolíticas de la guerra fría y de la con-
frontación entre capitalismo y socialismo. El único signo de su orientación
ideológica será semántico. Hablan de países capitalistas y países socialistas,
tratan con especial benevolencia a éstos y sus políticas centralizadoras,
magnifican los procesos de la construcción socialista. Por contra, descubren
las lacras -la cara oculta del capitalismo- en el ámbito urbano, en las co-
lonias, en el amplio mundo no industrializado. Se traduce en una particu-
lar consideración de los espacios del socialismo real y en la sensibilidad
a los componentes sociales.
La contradicción entre la concepción teórica de P. George, vinculada a
una geografía del paisaje y artística, con la sensibilidad social y la fraseolo-
gía marxista que utiliza, es ilustrativa. Algunos, como J. Dresch y J. Tricart,
otra paradoja, se encierran en la geografía física -en realidad en la geo-
morfología-. Ninguno cuestionará los fundamentos de la geografía domi-
nante, ni se formulará una reflexión epistemológica desde el marxismo en
relación con la tradición geográfica imperante, de manifiesta base irracio-
nalista. Una situación equivalente se perfila en Alemania y en Italia.
El marxismo de los geógrafos se corresponde con el voluntarismo po-
lítico y el activismo que subyace en el movimiento comunista organizado.
Éste se ha caracterizado por su escasa inclinación, salvo excepciones con-
tadas, al desarrollo de un pensamiento crítico y a la reflexión teórica. El
corte entre práctica política y práctica teórica ha sido un determinante de-
cisivo en la evolución de la geografía europea. A ello contribuyó la inercia
intelectual que dominaba en los países del campo socialista.
La existencia de un conjunto de países cuyo sistema político-económico
se consideraba de inspiración marxista, como países socialistas, no tuvo inci-
dencia renovadora en el campo de la geografía. No la tuvo ni desde la pers-

316 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

pectiva teórica ni desde la acción práctica, en cuanto al desarrollo de este cam-


po de conocimiento como una disciplina moderna. En consecuencia, la geo-
grafía soviética y de los denominados países socialistas careció de influencia
sobre la evolución teórica y práctica de la geografía en el resto del mundo.

2.2. LA GEOGRAFÍA SOVIÉTICA: LA INCONSISTENCIA TEÓRICA Y PRÁCTICA

La fundamentación marxista de la geografía en los países de economía


centralizada se reducía a una fraseología ideológica impuesta desde la di-
rección política. La reflexión teórica creadora no existió. La carencia teóri-
ca acompaña el desarrollo de la geografía durante el período de existencia
de la Unión Soviética.
La geografía se contempla como un conjunto de disciplinas, muy he-
terogéneas, cuyo único vínculo es su relación con el sustrato terrestre. La
geografía se configuraba, en realidad, como una agrupación de disciplinas
reunidas bajo el calificativo de ciencias geográficas.
La concepción imperante en la geografía soviética partía de la drásti-
ca separación de geografía física y geografía económica. Estaba de acuerdo
con una sedicente clasificación marxista de las ciencias, de carácter oficial,
que distinguía, por un lado, las ciencias de la naturaleza y por otro las cien-
cias sociales. Las primeras estarían regidas por leyes naturales y las segun-
das por leyes sociales. Esta concepción de la ciencia, sancionada por el Par-
tido Comunista, sustentaba el estatuto académico y científico de la geogra-
fía. La interpretación impuesta se ajustaba a una lectura elemental y sim-
plista de la clasificación de las ciencias que hacía Engels a finales del si-
glo XIX. Clasificación que responde, como es lógico, a la situación de estas
ciencias en la segunda mitad del siglo XIX.
La geografía carecía, por tanto, de entidad como disciplina específica
y unitaria. Se contraponían, por un lado, la geografía física y por otro la geo-
grafía económica. De hecho, tampoco la geografía física o la geografía eco-
nómica la tenían. La geografía física era también un conglomerado de cien-
cias especializadas, vinculadas con las respectivas ciencias naturales. La de-
nominada geografía económica, que podía entenderse como la geografía
humana tradicional, había sido concebida más como una rama de la eco-
nomía política que como una disciplina con ámbito propio. El título mos-
traba la fachada de signo marxista, al resaltar una concepción basada en los
procesos productivos.
Un análisis crítico de la producción geográfica socialista muestra la de-
bilidad de la producción práctica y las carencias teóricas de la misma. La
contradicción entre las proclamas ideológicas -que manifestaban la con-
cepción monista de la ciencia de los fundadores del marxismo y de la teo-
ría social del materialismo histórico- y la práctica geográfica fragmentada
en multitud de ciencias especiales es una característica sobresaliente de la
geografía soviética (Kolosovsky, 1959).
Por otra parte, la concepción de la geografía aparecía condicionada por
dos factores dominantes. El primero, la herencia cultural geográfica que,

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 317

como en el resto del mundo, es naturalista, y que recoge, de igual manera,


el enfoque regionalista dominante en los años veinte en la geografía ale-
mana. El segundo, la herencia de la economía política que, en la tradición
marxista, contempla los fenómenos abordados por la denominada geogra-
fía humana o geografía económica.
La continuidad de la economía política en la Unión Soviética conver-
tía en superflua la geografía humana. Así lo resaltaban los economistas so-
viéticos, frente a los intentos de desarrollar la geografía humana o econó-
mica en el período de la planificación quinquenal. El debate sobre estas
cuestiones impedirá el desarrollo de la geografía humana como disciplina y
condicionará el de la denominada geografía económica, entendida como un
mero apéndice o rama de la economía política.
En consecuencia, la geografía se desarrolló en la Unión Soviética y en
los países socialistas bajo la premisa de la diferenciación radical de geo-
grafía física y geografía económica. La primera como la disciplina del «en-
torno natural de la sociedad» o «entorno geográfico». El naturalismo con-
ceptual aflora de modo manifiesto en esta identificación de entorno físico
con entorno geográfico. No se distingue del que imperaba en el resto de la
geografía universal. La segunda como una vaga disciplina, más bien com-
plejo de disciplinas, relacionadas con la distribución de las fuerzas produc-
tivas. En realidad, reducida a una geografía de corte regional inspirada en
Hettner, por cuanto las cuestiones generales relacionadas con el funciona-
miento del sistema de reproducción social quedaban adscritas a la Econo-
mía Política.
De hecho, la geografía socialista se manifestaba como un conjunto de
disciplinas dispares, ciencias geográficas, como dicen algunos autores, sin
más vínculo que el de la territorialidad. Es decir, una concepción que no di-
fiere de la más primaria dominante en la denominada -por los autores so-
cialistas- tradición geográfica burguesa. La extensión es considerada la
cualidad definidora del carácter geográfico.
Bajo el recurso retórico marxista afloraba una concepción de la geo-
grafía muy tradicional y elemental. La geografía se entendía en el marco na-
turalista heredado del siglo XIX , identificado en una geografía física que no
se distingue de las ciencias naturales equivalentes. Y en un marco regiona-
lista, encubierto por los usos de la regionalización económica soviética, en
la que tiene un papel relevante el trabajo de los geógrafos, como Baranskii
y Anuchin.
De hecho, la única aportación teórica significativa de carácter marxis-
ta se produce en la cuestión regional, en el concepto de región y en la uti-
lización de la región en los procesos de ordenación del territorio, proble-
mática impuesta por el desarrollo de los planes quinquenales a partir del
decenio de 1920.
La geografía económica se define como una disciplina de síntesis,
orientada al estudio de la transformación del medio geográfico por el
hombre en orden a justificar -de acuerdo con las recomendaciones de la
geografía física- la mejor asignación de los recursos disponibles en un
territorio.

318 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

El vacío práctico y teórico soviético condicionó cualquier indagación


sobre la posible fundación marxista de la geografía. Las contradicciones en-
tre economía política y geografía, desde el punto de vista teórico, y la inca-
pacidad para desbordar el uso retórico de los autores marxistas, impidieron
la cristalización de una geografía marxista teóricamente fundamentada (Or-
tega Valcárcel, 1975).
La existencia de algunos autores, geógrafos de los países socialistas, en
particular alemanes, que abordaron la construcción de una base teórica
para la geografía económica, con reflexiones excelentes, no invalida el jui-
cio general (Schmidt-Renner, 1966). La geografía económica marxista no
pasaba de ser, tal y como se la practicaba en la Unión Soviética y demás
países socialistas, una amalgama de disciplinas parciales sin ningún víncu-
lo teórico o conceptual. Eran especialidades orientadas por las necesidades
prácticas del desarrollo económico.
La geografía económica quedaba reducida, de hecho, a una disciplina
de la localización de las fuerzas productivas, según resaltaba un autor so-
viético: «Todas las cuestiones de la aplicación de las fuerzas productivas en
su relación al medio geográfico se pueden reducir en la práctica a la cues-
tión de la localización de las fuerzas productivas, su asociación en comple-
jos territoriales de producción y sus relaciones intrarregionales, interregio-
nales e internacionales y la división geográfica del trabajo» (Vols'kiy, 1963).
El mismo autor definía la geografía económica como «una ciencia so-
cial cuyo objeto es el estudio de las leyes de localización, asociación e inte-
racción de las fuerzas productivas en los procesos de uso social del medio
geográfico» (Vol'skiy, 1963). La consideración del medio geográfico es el
componente que otorga especificidad a la geografía económica, en el cam-
po de las ciencias sociales y de la economía en particular, de acuerdo con
esta concepción.
Una estrecha visión e interpretación de los fundamentos teóricos mar-
xistas de la geografía a partir de citas textuales de los fundadores del ma-
terialismo histórico, una reductora consideración de los cometidos de la geo-
grafía económica, limitada a las cuestiones de localización, consecuencia de
una concepción específica de la economía política, impidieron una elabo-
ración teórica desarrollada a partir del marxismo.
La geografía soviética quedó anclada en las concepciones heredadas
del siglo xix, disfrazadas con el ropaje del materialismo histórico. La geo-
grafía socialista no había superado, desde una perspectiva teórica, el esta-
do de finales del siglo XIX (Praxis, 1966).
Los geógrafos soviéticos compartían, bajo la retórica marxista, una
concepción de la geografía muy tradicional. La geografía era entendida
como una ciencia puente entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias
sociales y técnicas (Sauskin, 1966). Afirmación tan retórica como la de sus
colegas burgueses, puesto que contemplaban la geografía como un campo o
sistema constituido por geografía física, geografía económica y cartografía.
Cada una de éstas con su específico objeto y métodos.
Cada una de las cuales, a su vez, no es sino un aglomerado de otras cien-
cias, que disponen también de objeto propio y métodos específicos. Geomor-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 319

fología, hidrología, edafología, biogeografía, entre otras, en la geografía físi-


ca. La geografía económica regional, la geografía económica histórica, la ge-
ografía de la población, la geografía agrícola, comercial, de la construcción,
en el ámbito económico (Sauskin, 1966). Además de una geografía regional,
entendida como una «investigación compleja, del medio geográfico, la po-
blación, economía, ciudades» en sus cambiantes características.
Los debates teóricos no superaron los marcos tradicionales propios del
primer tercio del siglo XX, sobre la unidad de la geografía, las relaciones con
las disciplinas fronterizas, el carácter complejo del objeto geográfico, o el
papel de la síntesis geográfica. Debates que distinguen el período postesta-
linista. La naturaleza y marco del debate de los años sesenta ilustra su de-
bilidad teórica y conceptual.
Los debates teóricos, en el decenio de 1960, se formulaban desde la
perspectiva de la unidad de la geografía. Ponían de manifiesto la conciencia
de la separación de geografía física y geografía económica. Suponían la rei-
vindicación de una geografía más académica frente al carácter esencialmen-
te aplicado de la geografía soviética. Debates, por tanto, poco novedosos.
La propuesta de Anuchin de reconstrucción unitaria de la geografía se
hacía desde los viejos postulados regionalistas. Se reivindicaba como una
ciencia de síntesis y desde una concepción naturalista de la geografía. Se
planteaba con un notable y sorprendente determinismo físico, al hacer del
medio geográfico el factor determinante de la especialización económica re-
gional (Vol'skiy, 1963). Más sorprendente aún, el objetivo de Anuchin se
planteaba en el marco teórico materialista. Sin duda de lo que Engels hu-
biese denominado natural-materialismo.
La actitud de Anuchin y otros geógrafos soviéticos, reivindicando una
geografía unitaria, adquiere sentido precisamente en el marco de una con-
cepción dominante. Ésta se presentaba como la más conforme con los pos-
tulados oficiales del materialismo histórico. De acuerdo con éstos, se esta-
blecía una división radical entre geografía física y geografía económica (hu-
mana). La primera como parte de las ciencias de la naturaleza y la segun-
da como parte de las ciencias sociales.
Las posibilidades del enfoque marxista, en el desarrollo teórico de la
denominada geografía económica no cristalizaron. El debate teórico capaz
de ahondar en la construcción de un objeto para la geografía y de una dis-
ciplina geográfica, como verdadera ciencia social no se produjo.
La tajante separación entre ciencias naturales y sociales, que el mar-
xismo oficial soviético impuso, desde la perspectiva teórica, en abierta con-
tradicción con los postulados de Marx y Engels, contribuyó a impedir el
avance en esta dirección. Las propuestas de unificación surgidas mostraban
el callejón sin salida del desarrollo teórico de la geografía en los países so-
cialistas. Se realizaban desde una concepción puramente naturalista y de-
terminista física y desde postulados que reducían a la geografía a una dis-
ciplina de síntesis. Los geógrafos soviéticos se limitaron a citar a Marx y
Engels, a los que atribuyeron el «haber dado un sólido fundamento a las
ciencias sociales, incluida la geografía económica», pero se olvidaron de de-
sarrollar sus presupuestos en el campo geográfico.

320 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

En consecuencia, la aportación de la geografía socialista a la construc-


ción teórica de una geografía fundada en el materialismo histórico es nula.
Para los geógrafos radicales en búsqueda de raíces y para los demás cientí-
ficos sociales, la vía de los países socialistas resultaba estéril.
En el momento en que los geógrafos americanos y de la Europa occi-
dental se ocupaban en buscar alternativas teóricas al pensamiento positi-
vista y descubrían el horizonte y la complejidad del espacio social y su pro-
ducción, los geógrafos soviéticos se encontraban inmersos en un debate so-
bre la unidad de la geografía, desde perspectivas naturalistas y desde con-
cepciones de la geografía del siglo XIX.
Más atractiva resultaba la presencia de geógrafos anarquistas a finales
del siglo XIX . Geógrafos que compaginaban la acción militante y la labor de
geógrafos. Un excelente espejo para muchos de los geógrafos radicales que
aspiraban precisamente a esa alianza entre acción política o compromiso
personal y actividad profesional. Los geógrafos anarquistas proporciona-
ban, además, una tradición a la geografía radical.

2.3. LAS RAÍCES DE LA GEOGRAFÍA CRÍTICA: ÉTICA Y ANARQUISMO

La existencia de autores anarquistas que reunían la condición doble de


revolucionarios y teóricos de la transformación social con la de geógrafos fa-
cilitó este contacto intelectual. Las figuras de P. Kropotkin y de E. Reclus ad-
quieren especial resonancia entre los geógrafos radicales en las primeras eta-
pas del desarrollo de la nueva geografía. Kropotkin había formulado una
visión del capitalismo, de la geografía y de la imaginada sociedad poscapita-
lista, que logra un indudable eco intelectual, a pesar de su manifiesta contra-
dicción con el marco social que prevalece en Estados Unidos. La alternativa
anarcocomunista aparecía como una propuesta geográfica, aseguraba unas
raíces y parecía permitir una tradición prestigiosa para la geografía radical.
La búsqueda de raíces para el pensamiento y la práctica de las geo-
grafías críticas tuvo que limitarse a la recuperación de la obra y la perso-
nalidad de estos significados representantes de los primeros tiempos de la
geografía moderna, vinculados con la ideología anarquista: Eliseo Reclus y
P. Kropotkin. Esta recuperación adquiere especial relevancia en el marco de
una geografía radical dominada por el pensamiento marxista. Suponía un
contrapunto ideológico al mismo, dentro de los movimientos políticos de la
izquierda revolucionaria.
La notoria presencia de ambos en la actividad política proporcionaba
a la recuperación un componente simbólico especial, por cuanto el sustra-
to de la geografía radical es la unión orgánica de actividad geográfica y ac-
ción política (Breitbar, 1988). E. Reclus y P. Kropotkin ejemplificaban ese
vínculo y permitían soslayar la herencia marxista y el peso de su construc-
ción política. Además, representaban un componente dominante en el mo-
vimiento radical: la dimensión ética y el activismo político.
La personalidad y la obra de uno y otro difieren, aunque comparten
la concepción geográfica y comparten la sensibilidad ideológica, que se tra-

322 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

fica que constituye el contenido de su obra. Una forma literaria ágil, en la


que las reflexiones personales y las opiniones tienen mayor peso que las
descripciones y explicaciones geográficas.
Un relato del género geográfico que no contradice la concepción del
propio autor respecto de la geografía. Para E. Reclus, la geografía no es
una ciencia: «La geografía... no es ciencia por sí misma.» En consonancia
con la percepción que tiene de un conocimiento que considera «nació al
mismo tiempo que las primeras sociedades». Identifica la geografía con el
saber del espacio, con la experiencia o práctica espaciales. Para Reclus, es
una disciplina histórica, que abarca desde los orígenes de la Tierra hasta
el presente.
Se confunde con la disciplina de la evolución de la humanidad, «con
respecto a las formas terrestres». Corresponde a la idea de que la «geogra-
fía es la historia en el espacio». Una geografía de los nombres, de las razas,
de las formas políticas, de las religiones y creencias, que emparentaba, so-
bre todo, con lo que será la «geografía cultural» de raíz americana. Man-
tiene, incluso, elementos conceptuales de su maestro Ritter, al considerar la
geografía bajo la perspectiva de la «geografía comparada», términos que
emplea para identificar la contemporánea geografía humana.
La Geografía comparada es, para E. Reclus, una disciplina de la socie-
dad humana, como perfila, sobre todo, en su obra El Hombre y la Tierra. Un
recorrido por esa evolución humana a lo largo del tiempo, en que se con-
templan las razas, las distintas civilizaciones, los pueblos, las luchas políti-
cas, las formas de gobierno, la religión y la educación, el progreso, el culti-
vo y la industria, éstos más cerca de una filosofía de la historia que de la
geografía económica. Es un notable fresco pictórico, objeto de una amena
exposición. Que el autor contempla también como «geografía social».
El contenido geográfico, desde una perspectiva comparativa y en rela-
ción con las ideas dominantes en la época en que se publica, es circuns-
tancial. Se limita a observaciones puntuales, a una parte de las ilustracio-
nes, mapas y gráficos. Muchos de ellos tienen un gran interés. Sin embar-
go, y no deja de ser paradójico, no son contemplados en el texto ni valora-
dos en éste, porque no tienen relación con el proceso del relato.
Sí resalta y caracteriza el conjunto de esta obra, y de la totalidad del
trabajo de E. Reclus, en su larga trayectoria como autor geográfico, la es-
pecial sensibilidad y orientación con que aborda, de modo constante, las
cuestiones objeto de análisis. Lo que le distingue, y lo que le proporciona
un perfil propio, es el sentido crítico. Éste le permite considerar la impor-
tancia de aquellos factores que derivan de la propia evolución social, el
«medio dinámico», y cuya influencia se entrevera con las del «medio está-
tico» o natural.
Del mismo modo que es sensible al cambio que induce la sociedad, por
medio de la técnica o por otras vías, sobre los condicionantes físicos. El
obstáculo natural de siglos puede devenir factor favorable, gracias a la téc-
nica o la organización social. La lucidez, la flexibilidad mental, el sentido
crítico, salvaguardan la obra de Reclus de las desmesuras de otros autores
contemporáneos. Una sensibilidad y orientación de carácter ideológico.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 323

E. Reclus se identificaba con una actitud progresista. Se sentía parte


de la mayoría, la de los explotados, desheredados, oprimidos, sometidos, ve-
jados, discriminados, y denunciaba su situación, sus condiciones de vida.
Denuncia al mismo tiempo el abuso que los poderosos ejercen sobre la na-
turaleza. Es un anarquista, y la crítica del poder y de quienes lo detentan,
personas, clases, gobiernos y Estados, iglesias y religiones, de sus abusos,
de las formas con las que se aseguran su preeminencia y dominio, de la hi-
pocresía con que se manifiestan, constituye una constante de su obra. La fi-
delidad a un ideal revolucionario y progresista impregna el conjunto del tra-
bajo y determina que las páginas del mismo resalten aspectos y elementos
que no formaban parte de las geografías habituales.
Desde esta perspectiva, la obra de E. Reclus tiene un carácter críti-
co, circunstancia que resulta relevante al plantear el significado de su re-
cuperación y el valor simbólico que tiene para las corrientes radicales.
E. Reclus recuerda y ejemplifica el compromiso político del geógrafo, la
apertura hacia el lado oscuro del desarrollo social y de las relaciones en-
tre sociedad y naturaleza. Descubre el fondo ético que sostiene la ideolo-
gía libertaria. Manifiesta su profundo vínculo con el individuo como pro-
tagonista social. Descubre su compromiso ideológico con el equilibrio y
armonía en la relación entre los hombres y de éstos con la naturaleza (Vi-
cente, 1983).
Componente que es más manifiesto en el caso de P. Kropotkin (1842-
1921). Es un aristócrata ruso, oficial del ejército imperial, geógrafo. Se con-
virtió en un activista ácrata y reconocido líder del movimiento libertario. Su
formación geográfica se corresponde con su etapa militar y se enmarca en
los trabajos exploratorios en Siberia. Kropotkin es, como corresponde a su
tiempo, un geógrafo físico, con una concepción muy influida por la heren-
cia de Humboldt. Sus trabajos son de geomorfología.
Su filosofía científica es positivista. Por razones de hábito y por ra-
zones ideológicas. Sus opiniones respecto a Marx y el marxismo no favo-
recían una aceptación del enfoque marxista. En relación con su filosofía
básica se encuentra su concepción epistemológica de la geografía. No con-
sidera que pueda y deba aplicarse una filosofía dialéctica o el materialis-
mo histórico a la geografía.
El pensamiento de Kropotkin no se separa ni libera del ambientalis-
mo dominante en su tiempo. El carácter de su obra, dentro de la geo-
grafía física, hacía difícil esa liberación. Parece, además, que Kropotkin
no contempla dentro de la geografía los aspectos sociales. Es en la eco-
nomía política donde plantea un cambio de orientación que le convierta
en una «ciencia dedicada al estudio de las necesidades de la gente y a la
mejor forma de atender dichas necesidades con el mínimo gasto de ener-
gía humana».
Una propuesta que, realizada en 1892, puede interpretarse en el sen-
tido de que la Antropogeografía o geografía social no formaban parte de su
horizonte geográfico. Compartía con ello una cultura dominante en el ám-
bito de las ciencias sociales que hacía de la economía política la discipli-
na de los procesos económicos y sociales.

324 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La consideración de Kropotkin como un revolucionario de la geogra-


fía parece más bien un abuso de lenguaje en que incurren los autores que,
desde perspectivas críticas, han trabajado en la recuperación de los geógra-
fos anarquistas. Adolecen estos autores, en general, de un tono casi hagio-
gráfico, al considerar la obra geográfica de las dos figuras del anarquismo
militante (Breitbar, 1979).
La aportación geográfica de Kropotkin, como la de Reclus, no se ma-
nifiesta en los contenidos, métodos y orientación de sus obras. Se traduce
en la específica sensibilidad ideológica que introducen. Sensibilidad que
aparece en dos planos complementarios, de desigual valor, en el caso del
geógrafo ruso. En el plano crítico, el anarquista pone al descubierto las
contradicciones derivadas del sistema capitalista, respecto de su influencia
en el Medio, sobre la Naturaleza, y en los procesos sociales que induce. En
el plano utópico, proyecta la imagen de una organización alternativa, con-
tracapitalista, que responde a una concepción de la vida social de carácter
comunista libertario.
En el primer aspecto, apunta Kropotkin el efecto que el capitalismo tie-
ne en el desarrollo de formas de organización social centralizadas, así como,
en contraste, la fragmentación que introduce en la propia vida social. Desta-
ca las estructuras autoritarias que derivan del sistema industrial y resalta la
perniciosa influencia que ejerce el capitalismo industrial sobre la Naturaleza.
Críticas coincidentes con las de Marx pero que se producen desde una
ideología anarquista. Kropotkin difiere radicalmente del análisis marxista,
en el que el capitalismo representa una etapa superior en el desarrollo his-
tórico, a partir de la cual es posible contemplar la constitución de una so-
ciedad socialista. El capitalismo industrial aparece, para el movimiento
anarquista, como un accidente histórico, que viene a alterar un sistema más
equilibrado, anterior, de carácter rural. Hay un trasfondo populista ruso, de
ideología ruralista, en el anarquismo de Koprotkin. Esa ideología se traslu-
ce en su utopía social.
El geógrafo anarquista parte de una imagen del mundo deseable, ba-
sado en los principios del pensamiento libertario, en la utopía del anar-
quismo. Es un modelo alternativo contracapitalista: lo que le proporciona
originalidad y lo que le distingue de los modelos de la utopía marxista es
que se asiente en formas sociales precapitalistas.
La propuesta de descentralización, la consideración de la comuna -o
municipio- como la «unidad natural» de la organización social, la reivin-
dicación de la solidaridad como vínculo entre las diversas sociedades, in-
cluso la reivindicación de un sistema social basado en el equilibrio con la
Naturaleza, responden a una imagen ideológica de la sociedad, cuyo mode-
lo reside en las comunidades campesinas idealizadas. La misma que ali-
menta, en otros aspectos, las iniciativas que los colectivos anarquistas de-
sarrollaron, como «colonias», en los países del nuevo mundo, desde Argen-
tina y Chile hasta los Estados Unidos, y que ilustran esta concepción alter-
nativa o utopía anarquista.
La obra de Kropotkin destila una arraigada ideología ruralista, que ca-
racteriza el movimiento anarquista, en general, y que aparece con mayor in-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 325

tensidad en algunos de sus representantes. Lo que invalida la consideración


geográfica que se le ha dado, de ordenación social del espacio, y su valora-
ción como «revolución que comienza alterando las relaciones sociales y
crea formaciones sociales totalmente nuevas» (Breitbar, 1979). Interpreta-
ción que subyace en el estudio de esta autora sobre las comunidades anar-
quistas durante la guerra civil española.
Como concluía Dunbar respecto de E. Reclus, el valor y la aportación
de los autores anarquistas para la geografía no proviene, en su obra, de sus
aportaciones objetivas, de sus métodos o planteamientos. Proceden de una
actitud extrageográfica, que responde a su ideología y a su actitud vital, a
su compromiso político. En éstas reposa su actitud crítica frente al progre-
so capitalista e industrial. Descubren y destacan sus contrapartidas socia-
les, su incidencia en la naturaleza, sus costos históricos, para pueblos ente-
ros y para los trabajadores.
Lo que les distingue y da valor es su actitud ética respecto de los pro-
cesos sociales y del uso de la Naturaleza. Es su sensibilidad abierta hacia
cuestiones que, estando presentes en el pensamiento marxista y progresista
en general, no merecían una atención preferente. Actitudes que responden
al enunciado que el mismo Kropotkin establecía, respecto de la necesidad
de «una ciencia moral realista, libre de toda superstición, del dogmatismo
religioso, de la mitología metafísica».
Los posibles antecedentes, considerados por algunos desde esta pers-
pectiva, de los geógrafos libertarios del siglo XIX e inicios del siglo XX , ca-
recen de continuidad. Desde la perspectiva teórica y epistemológica no
significaron una alternativa objetiva. La tradición geográfica no sirve para
darle arraigo. Los significativos esfuerzos por rescatar y reivindicar una
geografía radical, identificada en Reclus y Koprotkin, permiten valorar,
desde la actualidad, el componente ideológico y ético que introdujeron en
su obra, ausente, por lo general, de las geografías académicas. Como se-
ñalaba Dunbar, hay, en estos autores, una actitud alternativa, más que una
geografía alternativa. Un rasgo que, en cierto modo, sí les vincula con las
geografías radicales.

3. Las geografías críticas: ¿un proyecto o una actitud?


El movimiento radical se transforma en proyecto de alternativa a lo
largo de la década de 1970. En ese tiempo la producción que se aglutina
bajo esas coordenadas muestra bien a las claras los dos problemas esen-
ciales de las geografías radicales. Se produce la generación de nuevos
centros de interés o campos preferentes de trabajo geográfico. Se esti-
mula la preocupación por fundamentar de forma teórica y metodológica
la disciplina, apoyada en el racionalismo dialéctico, y de modo dominan-
te, en el materialismo histórico como teoría social. Uno de los objetivos
que se perfilan en el debate intelectual es la construcción de una Teoría
Social.

326 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

3.1. LAS NUEVAS PERSPECTIVAS: GEOPOLÍTICA Y GEOGRAFÍAS DE LA DESIGUALDAD

En el primer aspecto, las geografías radicales se han diferenciado por


lo específico de sus centros de interés y por la renovación de los mismos
con la incorporación de nuevas cuestiones a las investigaciones y preocu-
paciones geográficas y la recuperación de otras abandonadas. Geografía po-
lítica, y geopolítica, por completo renovadas, son recuperadas como un nú-
cleo fundamental de las geografías críticas. La denominada gender geo-
grafphy (la geografía feminista) representa la incorporación novedosa de los
espacios de la mujer como objeto de análisis y la contemplación del espa-
cio desde la perspectiva de la mujer. Un enfoque nuevo frente a los tradi-
cionales horizontes de análisis masculinos o machistas.
El abanico de los campos radicales expresa la diversidad de los nuevos
enfoques y la reorientación social y política de los mismos (Peet, 1977,
1998). La investigación se abre sobre los orígenes del capitalismo y los pro-
cesos de diferenciación espacial a escala planetaria. Se proyecta sobre el
subdesarrollo, como un componente derivado o relacionado con el anterior.
Se centra en el imperialismo y la geopolítica actual. Se interesa por la de-
sigualdad social, la pobreza y las minorías. Aborda el problema de los re-
cursos y las relaciones entre sociedad y naturaleza desde el punto de vista
ambiental. Pone en primera línea los procesos espaciales de la lucha de cla-
ses. Se enfrenta con los fenómenos de desindustrialización y su significa-
ción espacial en el sistema capitalista. Constituyen los frentes que han ca-
racterizado el desarrollo de estas geografías desde el decenio de 1970.
Se pueden agrupar en significativos centros de interés: a) Naturaleza,
Recursos y Medio Ambiente, en el marco del capitalismo; b) La Geopolítica
del Capitalismo, Imperialismo y Subdesarrollo; c) Desigualdad, Segregación
social, Lucha de Clases y Justicia Social; d) La planificación territorial y sus
alternativas. Son campos contemplados desde la actitud crítica respecto del
marco del capitalismo. Consideran determinantes sus contradicciones, de la
desigualdad social, del uso imperialista del resto del mundo, la degradación
y destrucción de la naturaleza, y del permanente estado de crisis que distin-
gue el final del siglo XX (Peet, 1977). Las geografías radicales se distinguen
también por el énfasis que hacen en la crítica de la ideología y de los fun-
damentos teóricos y metodológicos de la Geografía moderna.
La disparidad de objetos, de problemas y de enfoques que se observa
en esta corriente geográfica se articula a través de «su actitud crítica hacia
las formas de vida existentes y hacia las filosofías de la ciencia dominantes,
y por su exigencia de un cambio fundamental» (Peet, 1977). La geografía
radical aparece más como una respuesta ideológica, que como una cons-
trucción empírica y teórica alternativa. Lo que define ese heteróclito con-
junto es, sobre todo, una actitud crítica y política.
Falta en primer término, una obra empírica que dé cuerpo a esa for-
mulación de la geografía radical. Ésta se reduce en mayor medida a la
elección de determinados temas o cuestiones, más que a un proceso de
interpretación intelectual de los mismos, de acuerdo con postulados bien
establecidos y coherentes. Y sobra, en el segundo, una dimensión de vo-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 327

luntarismo y fraseología políticos, que convierte a la geografía radical, en


muchos casos, en un mero discurso para o seudorrevolucionario. La ba-
nalidad y escolasticismo de estas obras es un rasgo señalado, desde una
perspectiva crítica de la producción de las geografías marxistas (Ortega
Cantero, 1987).
Del mismo modo que se ha criticado su tendencia a un discurso eco-
nomicista de corte determinista, «tan injustificadas en sí mismas como
inadecuadas», y «su propensión a hacer de la geografía una especie de
seudoeconomía política o de seudohistoria social», como les imputaba el
geógrafo español, desde sus postulados humanísticos e idealistas (Ortega
Cantero, 1987).
Como señala Peet, la geografía radical se debate en la contradicción
entre un discurso político de transformación y una práctica geográfica
que mantiene los marcos teóricos y metodológicos tradicionales: «La ge-
ografía radical lo era en los temas y políticas pero no en la teoría y mé-
todos de análisis» (Peet, 1998). Una amalgama de preocupaciones críti-
cas en la que la geografía radical aparece como «el estudio de la calidad
de vida»; formulación que, probablemente, compartirán los geógrafos hu-
manísticos.
En esta perspectiva no es de extrañar que puedan establecerse analo-
gías entre geografías radicales y humanísticas. No es sorprendente la coin-
cidencia de sensibilidades y de fraseología más o menos revolucionaria.
Lo cual no hace sino resaltar la ambigüedad del conjunto radical. Es opor-
tuno destacar que las geografías radicales no se distinguieron de las hu-
manísticas por una conceptuación distinta de la geografía. Comparten, de
forma sobresaliente, una actitud, una sensibilidad ante problemas ignora-
dos o cuestiones preteridas o encubiertas por el análisis geográfico neo-
positivista.
El común denominador es la presencia de una difusa o precisa ideolo-
gía cristiana, presente tanto entre los geógrafos humanísticos como entre
los radicales (Marchand, 1979). Trasfondo que explica el sentido activista y
el fondo moralista y redentor, sedicente revolucionario, que anima a una
amplia parte de los geógrafos de esta corriente. Quieren cambiar el mundo
porque lo consideran injusto. La geografía es un instrumento en este deseo
de cambio.
Las geografías críticas surgen, sobre todo en Estados Unidos, en el
marco del rechazo del racionalismo analítico, de modo paralelo a las de ca-
rácter humanístico. La procedencia común es significativa. Muestra más
una sensibilidad social respecto del patrón analítico que la existencia de
presupuestos críticos propios. Les vincula, en su actitud crítica, el acento
social, la reivindicación de lo personal y el rechazo de la razón tecnocráti-
ca. Se producen en un marco intelectual que aparece definido por una li-
mitada formación filosófica, por «el desdén por la filosofía y sobre todo de
la filosofía moderna», posterior a Kant (Marchand, 1974); y por el genera-
lizado desconocimiento de esta filosofía moderna, entre ella el marxismo.
El descubrimiento de Marx por parte de estos grupos e individualida-
des tiene un carácter más ideológico que epistemológico. La obra de Marx
y la filosofía que subyace en ella adquieren un carácter simbólico, el del
mito revolucionario expresado en una fraseología específica. El marxismo
se reduce, en muchos casos, a un discurso, que tienen un particular poder
simbólico. Un discurso en que se mezclan, de forma contradictoria, ele-
mentos marxistas con otros que son incompatibles con los presupuestos del
materialismo histórico.
La incongruencia distingue una producción teórica y empírica que se
sustenta en mayor medida en presupuestos éticos que en análisis rigurosos.
El hábito profundamente arraigado de sustituir el análisis por el discurso
y convertir los esquematismos políticos en determinantes de los objetivos y
en sustitutivos de la metodología ha sido un producto habitual del ejercicio
intelectual durante décadas.
Un análisis crítico de las geografías radicales, no desde postulados
ideológicos, sino desde perspectivas de rigor conceptual y epistemológi-
co, deja al descubierto dos aspectos fundamentales: 1) La inexistencia de
una auténtica geografía radical como construcción epistemológica y
como práctica teórica en el campo geográfico, y por tanto el carácter de
proyecto que como tal presenta. 2) La debilidad e inconsistencia de una
parte de los postulados ideológicos sobre los que se ha construido o pre-
tendido construir tanto la crítica a la geografía preexistente como la geo-
grafía renovada.
Es indudable que el principal desarrollo del pensamiento radical en la
geografía se ha dado en el ámbito de la crítica. El discurso radical ha sido,
ante todo, un desmantelamiento y una denuncia. La crítica a la práctica geo-
gráfica analítica dio paso a la crítica teórica. Dos trabajos identifican este
giro que marca la deriva hacia los postulados marxistas en la geografía an-
glosajona. D. Harvey, el teórico y metodólogo de la Geografía Analítica, se
enfrentaba, en el trabajo empírico, a la problemática urbana y llegaba a la
convicción de que sólo el materialismo histórico de Marx permitía abordar
una explicación consistente de los procesos urbanos (Harvey, 1974).
D. Massey, geógrafa británica, ponía de manifiesto la componente ideo-
lógica que subyacía en las teorías de localización industrial analíticas y la
falacia de su objetividad y neutralidad. Denunciaba cómo sus supuestos se
li mitaban a considerar factores de orden empresarial (Massey, 1974). El
mismo año se creaba la Unión de Geógrafos Socialistas, que define el nue-
vo perfil político que adquiere la geografía en Estados Unidos.
Las componentes críticas se aprecian bien en las mismas obras de aná-
lisis del desarrollo de la geografía en los últimos años (Gómez Mendoza,
1986). La preeminencia de la crítica, del discurso crítico sobre el discurso
teórico, y sobre la práctica empírica es un rasgo sobresaliente de las geo-
grafías radicales.
De todos modos, hay que decir que es de estas geografías radicales de
donde ha salido el esfuerzo y el esquema más coherente, en el ámbito teó-
rico y metodológico, para proporcionar un fundamento científico consis-
tente a la geografía como ciencia social. Es decir, para integrar la prácti-
ca empírica geográfica en el cuerpo de una teoría social, a partir de una
epistemología materialista y dialéctica, no exclusivamente marxista.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 329

4. Espacio, teoría social y geografía marxista

En las geografías radicales se ha producido un notorio esfuerzo de re-


flexión teórica y construcción epistemológica, anclado en el pensamiento
dialéctico marxista, bien por la vía estructuralista, bien por otras más his-
tóricas y relacionales. Ese trabajo teórico se ha centrado en una cuestión
principal: el concepto de producción social del espacio y la construcción de
una Teoría Social del Espacio. Un esfuerzo en confluencia con el que se rea-
liza, desde disciplinas inmediatas, como la sociología, en relación con un
objeto común, el espacio.
La identificación del espacio como objeto social y, por tanto, como
objeto de las ciencias sociales, es una de las contribuciones más brillan-
tes y significativas de estos últimos decenios. El espacio social trascien-
de radicalmente el espacio geométrico de los neopositivistas y el espacio
físico de los regionalistas, y se convierte en producto del proceso social.
Es cierto que es todavía un concepto ambiguo y que constituye más un
acierto formal que una herramienta epistemológica operativa (Gómez
Mendoza, 1986). Como decía Lipietz al terminar la década de 1970, «el
manejo del espacio es hoy... una práctica social cuya teoría aún está por
hacerse» (Lipietz, 1979). Pero la contribución esencial radica en delimi-
tar un objeto de análisis para la geografía. Y en perfilar sus dimensiones
conceptuales.

4.1. DEL ESPACIO FETICHE A LA PRODUCCIÓN DEL ESPACIO

La práctica de la década de 1960, sobre todo en la sociología y en el


urbanismo, introduce la «cuestión urbana». No es sólo un problema socio-
lógico, sino que se presenta como un problema espacial. El espacio se
muestra como una dimensión que trasciende la geometría y la distancia, y
que desborda también la mera consideración como continente o soporte. De
la noción banal del espacio se eleva a una noción, en principio, social del
espacio. Se habla, aunque no se le defina con precisión, de un «espacio so-
cial». El protagonismo del espacio deviene un lugar común.
Una circunstancia que explica la notoria resistencia de algunos geó-
grafos radicales a considerar el espacio como un elemento de la construc-
ción teórica. El «fetichismo del espacio» ha sido, durante años, un argu-
mento destacado de sociólogos y geógrafos, a modo de exorcismo. El «feti-
chismo del espacio», entendido como perspectiva que «iguala todos los fe-
nómenos sub specie spatii y considera las propiedades geométricas de los
modelos espaciales como fundamentales» (Harvey, 1982).
Durante años se mantiene una actitud reacia a considerar el espacio
como una dimensión de lo social. Una actitud surgida de la sociología es-
tructuralista, formulada por Castells, y aceptada y extendida por la geogra-
fía radical. Provocará un notable retraso en la construcción teórica del mis-
mo como un producto social y en el desarrollo de una teoría social del es-
pacio. El cambio representa un giro esencial. Del fetichismo del espacio he-

330 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

mos pasado a la intensa preocupación por el espacio. La organización del


espacio se convierte en enunciado relevante en la geografía radical.
El uso del término espacio se generaliza en las ciencias sociales, con
especial intensidad en disciplinas como la sociología, economía política y
geografía, a partir del decenio de 1960. Su empleo se impone en la década
siguiente. El uso del mismo muestra que se maneja con acepciones muy di-
versas y que predomina un empleo metafórico del mismo. Las metáforas es-
paciales adquieren especial significación en las ciencias sociales. El espacio
adquiere una dimensión ambigua. La polisemia del término espacio resul-
ta un rasgo sobresaliente de este uso.
En un primer momento como el espacio social de la ciudad, en cuan-
to que es en la ciudad en plena mutación donde saltaron de manera más
evidente los desajustes entre «la diferenciación social de la ciudad y distri-
bución del espacio» (Ledrut, 1968). Permite descubrir, a través de la me-
diación capitalista, ese carácter del espacio, más allá de las nociones cul-
turales imperantes, que lo identifican como soporte, sustrato físico o mera
extensión.
La propia praxis social contribuye también en la época expansiva del
capitalismo y en los momentos de plena eclosión urbanizadora a hacer
patente el carácter de producto que el espacio tiene. El espacio se pro-
duce socialmente, se compra y vende. Es producto y es mercancía. Tiene
valor de uso y de cambio. Se consume y se destruye. El tránsito de la no-
ción de espacio social a la noción de producción del espacio y a la elabo-
ración teórica como concepto tiene lugar en pocos años y se realiza de
forma progresiva.
Construir sobre las nociones los conceptos y la teoría fue el objetivo
del decenio de 1970. Desde el marxismo independiente y creador, y en tor-
no a la sociología y el urbanismo. También desde la geografía. Algunas lí-
neas básicas de ese proyecto teórico sobre el espacio pueden esbozarse al
cabo de casi tres decenios. Es la primera vez que el tradicional objeto con
el que se ha identificado la geografía, el espacio, va a ser objeto de un es-
fuerzo de conceptualización sistemático, en el marco de una teoría social.
Se parte de una doble consideración: la evidencia del papel que el es-
pacio desempeña en el mundo capitalista contemporáneo, y como conse-
cuencia en la problemática política y social. Es lo que impulsa a incorpo-
rarlo al marco de la teoría social. Por otra parte, el presupuesto de que esa
incorporación es posible desde la epistemología marxista.
La production de l'espace, aparecida en 1974, es el fundamento y refe-
rencia obligada de cuantos esfuerzos de construcción de una Teoría Social
del Espacio se llevan a cabo. Facilitó una sensible reorientación teórica,
cuyo centro será, precisamente, el concepto de «producción del espacio».
«El espacio no es un epifenómeno como lo es para la ciencia regional, sino
un elemento central al proceso de acumulación» al mismo tiempo que un
eslabón permanente en los procesos de diferenciación social que genera el
capital. Estos procesos están en la base del desarrollo desigual, en cuanto
éste no es sino el resultado del proceso de acumulación capitalista, genera-
dor natural de desigualdad espacial.

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 331

Los enfoques marxistas representan el esfuerzo más consistente en


este desarrollo de una geografía del espacio capitalista, elaboración que
tiene como telón de fondo la obra de H. Lefebvre sobre la producción del
espacio, primer intento por establecer un discurso crítico sobre el espacio
y sobre las descripciones del espacio, en cuanto aproximaciones parciales
a lo que hay en el espacio, y una propuesta de construcción teórica sobre
el espacio.

4.2. LA FUNDACIÓN DE UNA GEOGRAFÍA MARXISTA

El espacio como producto social permite articular el desarrollo teórico


de una geografía marxista en la que los procesos de circulación del capital
y de acumulación capitalista se contemplan como procesos espaciales. El
espacio como mero contenedor o como simple reflejo social deja paso al es-
pacio como integrante de la dinámica reproductiva del capitalismo con-
temporáneo, como un instrumento privilegiado de producción de plusvalía
y de reproducción del sistema social.
A pesar de las diferencias que matizan el proceso constructivo de una
teoría marxista de la geografía, se puede afirmar que constituye el núcleo
de la misma la consideración teórica del espacio en el marco del análisis
marxista, reclamada por algunos geógrafos desde principios de los años se-
tenta. Es lo que hizo M. Quaini, desde una reivindicación de la tradición
cultural y filosófica de la Ilustración y del pensamiento marxista. Lo for-
mulaba como un proceso de fundación epistemológica de la geografía. Se
planteaba desde una recuperación de Marx, que asegurara a la disciplina el
salir de la erudición simple y del mero «saber apologético». Finalidad que
sustentaba en la consideración de que la crítica de Marx a la economía con-
lleva «la crítica de la geografía».
Quaini basaba esa crítica en las conocidas palabras de Marx respecto
del tratamiento de la población en los Fundamentos de la Crítica de la Eco-
nomía Política. Quaini asociaba esa crítica con la geografía humana. Resal-
taba Quaini el giro de la geografía, que atribuye a Ratzel, que implica la re-
ducción del hombre al estado biológico, de tal modo que «la historia hu-
mana queda absorbida en la historia natural y la geografía humana reduci-
da a geografía física» (Quaini, 1974).
Consideraba que en el marxismo subyace una «teoría de la historia, un
análisis de la sociedad e incluso una geografía», entendiendo ésta como «la
historia de la conquista cognoscitiva de la Tierra y su construcción regio-
nal» vinculadas con la propia organización de la sociedad. La obra de Quai-
ni es un trabajo de rastreo por la obra de Marx y Engels tras las huellas de
elementos de análisis espacial o relacionados con las implicaciones Hom-
bre-Naturaleza.
Muestra Quaini una concepción de la geografía que no parece libera-
da de la tradición; es decir, de las relaciones Hombre-Medio, aunque pre-
tenda plantear esas relaciones desde una perspectiva distinta, fundamenta-
da en un entendimiento histórico de tales relaciones. No se planteaba, ni

332 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

elabora, por tanto, una reflexión abstracta sobre el espacio ni sobre la geo-
grafía a la luz de los presupuestos marxistas. Esta orientación aparece, en
cambio, entre los geógrafos anglosajones.
El punto central de este interés por fundamentar una geografía de raíz
marxista está, desde el decenio de 1970, en la preocupación por aprehender
los procesos con los que el capital construye su propio espacio. Es desde la
perspectiva de una reflexión sobre el espacio del capital y del capital en el
espacio de donde surgen las elaboraciones teóricas sobre las que se apoyan
quienes pretenden construir una teoría social del espacio para la geografía.
La atención prestada al espacio económico y a los fenómenos de desigual-
dad en el desarrollo se encuentra en la base de esta indagación geográfica.
Los nuevos enfoques hacen posible plantear una geografía desde los
postulados críticos del marxismo, sobre todo en el ámbito anglosajón: des-
de las propuestas y análisis de D. Harvey y D. Massey a las de N. Smith. El
geógrafo americano ha sido el que de modo más continuado y consciente
ha abordado el objetivo de construir un marco teórico para la geografía,
como disciplina social, en la tradición marxista. El «materialismo geográfi-
co-histórico», según lo denomina este autor, es la expresión conceptual de
ese esfuerzo (Harvey, 1984). En la vía de incorporar el espacio a la teoría
social marxista, de recuperar, como decía Lefebvre, el tercer término de la
trilogía marxiana, la Tierra.
El punto de partida es la consideración de los fenómenos espaciales,
más como procesos que como situaciones estáticas. La atención a los pro-
cesos constituye, para Harvey, un rasgo destacado de la evolución en la geo-
grafía. El desplazamiento del centro de interés del conocimiento geográfico
«desde el estudio de tipos (patterns) al estudio de procesos» aparece como
obligado en el desarrollo de la disciplina. Para Harvey, se trata de reorien-
tar las técnicas de análisis geográfico en esa dirección, como fundamento
de una geografía «revitalizada y más relevante» (Harvey, 1988).
Procesos que tienen que ver con los cambios geográficos en el mun-
do actual. Plantea las modalidades a través de las cuales esos cambios sur-
gen de los cambiantes «flujos de dinero, capital, mercancías y personas».
Se contemplan las razones de los mismos. Los fenómenos espaciales ad-
quieren el carácter de manifestaciones de la propia dinámica del capital,
en relación con los procesos de acumulación que enmarcan la reproduc-
ción social.
Un planteamiento que desarrolla la obra de Neil Smith sobre la diná-
mica del capitalismo y el desarrollo desigual (Smith, 1990). Éste es inter-
pretado como un producto necesario en el proceso de acumulación capita-
lista. Es la consecuencia de la contradictoria tendencia del capitalismo a la
homogeneización de las condiciones de producción, por un lado, y a la di-
ferenciación regional, por otro. Contradicciones que tienen, por tanto, una
expresión espacial, es decir, geográfica, directa. La organización del espacio
resulta un producto directo del propio desarrollo capitalista.
Estos enfoques se caracterizan por el protagonismo que otorgan al
capital como agente geográfico, en el marco de los procesos de acumula-
ción capitalista y de reproducción social del sistema. Enfoques comple-

LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 333

mentados, desde una perspectiva crítica, por algunos autores que recla-
man una mayor consideración al Trabajo, esto es, a los trabajadores,
como factor determinante de los procesos espaciales contemporáneos
(Herod, 1997).
Se trata de enfoques influidos por las teorías estructuracionistas, que
parten de la consideración de las instituciones y de los comportamientos so-
ciales, vinculados con la actividad laboral. Desde la lucha de clases al mun-
do jurídico como factores reguladores de las relaciones entre capital y tra-
bajo y, por ello, condicionantes de las prácticas espaciales, en el sistema so-
cial capitalista.
La consecuencia es una rica y diversificada serie de enfoques y temas
de estudio sobre el espacio. Van desde las condiciones históricas del desa-
rrollo del capitalismo, los procesos de división internacional del trabajo, los
orígenes históricos de los procesos de diferenciación espacial, hasta los en-
foques de carácter local y regional.
El proyecto de una geografía de fundamento marxista se inscribe en el
movimiento de las geografías radicales, o mejor dicho, de la corriente radi-
cal en la geografía moderna. Sus aportaciones empíricas y teóricas marcan
la producción geográfica en el tercio final del siglo XX . Completan, por un
lado, las prácticas geográficas modernas. Han contribuido, por otra, a una
formalización específica del objeto de la geografía.
CAPÍTULO 18

EL OBJETO DE LA GEOGRAFÍA:
LAS REPRESENTACIONES DEL ESPACIO

El largo siglo transcurrido desde los primeros intentos de construir una


geografía científica nos ha dejado, al final, una tradición. Tradición en
cuanto al pensamiento, esto es, en cuanto a la forma de pensar los proble-
mas de la geografía. Tradición en cuanto a los centros de interés y preocu-
paciones que definen el campo geográfico, que constituyen la práctica geo-
gráfica. Esa tradición representa una herencia que merece, como mínimo,
el calificativo de rica y diversa. Esta tradición forma parte de la historia de
la geografía moderna.
A lo largo de este período, la geografía ha delimitado una serie de cam-
pos o cuestiones identificadas de alguna forma con su propia razón de ser,
que difícilmente podemos separar o excluir de esa historia y de ese legado.
Pertenecen a ella, forman parte de él. Y a esas cuestiones van unidas los di-
versos conceptos clave, con los que la geografía se ha construido en estos
años. Lo que podemos identificar como el objeto de la geografía; en reali-
dad, los objetos de la geografía moderna.
Sobre soportes teóricos, ideológicos y epistemológicos distintos, los geó-
grafos han buscado construir un campo de conocimiento, una ciencia, una
disciplina, una alternativa. En ese empeño han tratado de construir un ob-
jeto para la geografía. Desde el medio, de los primeros geógrafos modernos,
al espacio como producto social hay un largo recorrido. Las distintas sensi-
bilidades geográficas desarrolladas en el devenir reciente de la disciplina
han proporcionado campos nuevos, perspectivas renovadas, enfoques y
también objetos.
Todas estas perspectivas, enfoques, términos, nos descubren el esfuer-
zo por delimitar la noción de espacio y convertirlo en un concepto geográ-
fico. Construir un espacio geográfico ha sido la tarea consciente o incons-
ciente de los geógrafos. Un esfuerzo encaminado a definir la razón de ser
de la geografía y establecer la naturaleza de su objeto. La diversidad es el
rasgo más destacado de este esfuerzo. Nos queda la herencia de estas nu-
merosas representaciones del objeto de la geografía.
El espacio ha sido, de una forma u otra, componente significado de la
geografía moderna. Desde posiciones tan contrapuestas como las de Hettner

338 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

y los neopositivistas, la geografía se ha considerado una «ciencia del es-


pacio», o una ciencia de la «organización del espacio». Y por unos y otros
se ha reconocido que la geografía tiene que ver con el espacio. Compar-
ten esta concepción geógrafos radicales y geógrafos humanísticos. Las
geografías feministas reconocen, también, este objeto (Feminist, 1997). El
espacio aparece como telón de fondo o como expresión directa de las pre-
ocupaciones geográficas. En términos de Harvey, se puede decir que la
historia de la geografía se confunde con la historia del espacio (Harvey,

Sin embargo, este espacio no ha sido contemplado de igual forma a lo


1969).

largo de esta historia de la geografía. Tampoco ha sido entendido en los


mismos términos, ni contemplado con las mismas perspectivas. Hay que re-
saltar que el modo de entender el espacio difiere y que el acento se coloca,
en cada caso, en aspectos distintos. Se habla de lugares, de paisajes, de re-
giones, de configuraciones espaciales, de espacio social. Constituyen distin-
tas formas de representar el espacio como objeto geográfico.
Diferencias terminológicas que no son inocuas. Descubren perspectivas
contrapuestas en el entendimiento del objeto de la geografía. El telón de
fondo espacial no asegura una común concepción del espacio. Por el con-
trario, estas diferentes nomenclaturas nos indican marcos teóricos distin-
tos. El espacio se transmuta en sinónimos que, en realidad, son alternati-
vas. El vínculo entre teoría social y concepto de espacio es esencial (Si-

La conceptuación del espacio geográfico está condicionada por la con-


monsen, 1996).
cepción subyacente de la geografía. Tras el uso único del término espacio
se encuentran marcos teóricos e intelectuales contradictorios. Establecen
las específicas determinaciones del espacio geográfico como objeto distinto
y elaborado de la noción de espacio. El espacio es, en primer término, una
noción vinculada a la dimensión espacial de la vida humana. Sólo a poste-
riori se transforma en un concepto construido. Esta construcción se produ-
ce en el marco de la cultura occidental. Su expresión más elaborada se en-
cuentra en la geografía.

l. De la experiencia al concepto: la construcción del espacio

El espacio es un término de amplio uso, incorporado a campos tan di-


versos como la matemática y la lingüística, además de la economía y la pro-
pia geografía. No son equiparables sus acepciones en estos campos, pero
responden, como la propia noción de espacio, a un trasfondo común, vin-
culado, en origen y de forma general, a la propia experiencia humana.
Esta experiencia se trasluce en nociones de carácter espacial. Descu-
bren la percepción espacial, pero no conceptualizan esta dimensión. Nues-
tras experiencias inmediatas sobre el entorno van asociadas a los objetos
que lo constituyen. La diferenciación que establecemos, en relación con los
caracteres de estos objetos o de la ubicación que presentan, permite distin-
guir, entidades distintas, sitios y lugares diversos.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 339

Esta espacialidad humana conlleva que el espacio forme parte inse-


parable de la práctica social y que, por ello, las nociones espaciales, de
igual modo que las metáforas espaciales, constituyan un componente ha-
bitual del lenguaje. Lo cual no significa que se trate de geografía ni de
nociones o lenguajes geográficos. El espacio es una dimensión social con
la cual tiene estrecha relación la geografía, pero no podemos confundir
una con otra.
El espacio de los geógrafos, el espacio geográfico, representa una ela-
boración o construcción específica de esa dimensión social, es decir, el
objeto de la geografía. Elaboración o construcción que ofrece propuestas
y perfiles muy variados, de acuerdo con el soporte teórico y la concep-
ción de la geografía. Entre las nociones espaciales y los conceptos geo-
gráficos se encuentra la construcción consciente de una representación
del espacio.

1.1. LUGARES, SITIOS, TERRITORIOS

Lugares y sitios constituyen nociones de significado puntual. En ambos


casos, su origen atestigua también cómo se les atribuye una definición lo-
cativa, una condición estable e individualizada. Locus y situs, en latín; orte
y stelle, sus equivalente en lengua alemana, definen ubicaciones. Se atribu-
yen a la condición de establecimientos, de asentamientos. Unos y otros se
refieren a una determinación espacial diferenciada. El sitio, como el lugar,
tienen un carácter limitado. «Hacer sitio», como «dejar su lugar», son ex-
presiones que, en castellano, y también en alemán, vienen a indicar susti-
tución, en la medida en que se ocupan espacios delimitados. Tienen carác-
ter puntual y fijo. La localidad define la ubicación precisa, exclusiva, dis-
tinta, singular. Los lugares lo son porque se ubican de forma específica,
cada lugar en su propia ubicación.
De modo similar, sitio identifica el resultado de una acción espacial:
la de situar, es decir, ubicar. Es el significado de Situs y de los términos
relacionados. Conlleva la acción de poner. Poner es situar. Así ocurre en
la lengua alemana con Stelle. Sitio es el espacio preciso y único que re-
sulta de la misma. El estrecho parentesco entre Sitio y Lugar es proba-
blemente más directo en lengua latina y en sus derivados que en el ale-
mán, aunque también en esta lengua, la confluencia de significados es ma-
nifiesta. El lugar y el sitio responden a una experiencia que destaca, ante
todo, la ubicación.
Matiz distintivo respecto de otro término espacial de uso generalizado
y de origen griego, «plaza», a medio camino entre lugar o sitio y espacio. El
sentido originario le acerca al de espacio. Plaza proviene del griego plateia
odos, es decir «calle ancha». Significado que hereda el latín y que se incor-
pora en los otros idiomas derivados del latín y de influencia latina, caso del
alemán. Supone amplitud, ensanchamiento. De ahí su acepción principal
que viene a identificar este espacio urbano diferenciado por la apertura, por
el desahogo, en el marco del callejero.

340 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Más allá de esta significación inicial y principal, «plaza» se ha incor-


porado como un término espacial ambivalente. Por un lado equivalente a
sitio o lugar. «Tener plaza», «asentar plaza», «cubrir plaza», «ocupar plaza»
no difiere de tener sitio, ocupar sitio, es decir establecerse o «situarse». Ex-
presiones del tipo «en plaza» se vinculan, en cambio, con lugar. Como el
propio término, ya en desuso, de «plaza de soberanía» para referirse a lo-
calidades. El español es rico en estas acepciones del término. Y en no me-
nor medida lo es el alemán.
Por otra parte, plaza, desde su acepción original, se vincula con la no-
ción de espacio. La «plaza de mercado», como la «plaza de abastos», no está
lejos del espacio contenedor. «Hacer plaza», en español supone la acción de
despejar; y «plaza de armas», además de lugar, supone el atributo de ex-
tensión, de apertura. No lejos de la acepción primaria de espacio, como
atestigua el uso del término plaza, no recogido por la Academia, como uni-
dad de medida agraria en ciertas áreas del Norte de España.
Plaza constituye, desde esta perspectiva, un término puente con espacio,
en que se pone de manifiesto el vínculo de uno y otro término con la acción
de ensanchar, y en relación con ella, la amplitud o apertura, inherente al tér-
mino espacio. Lugar, sitio, plaza, entre otros términos, descubren el lado de la
experiencia humana. Identifican espacios de la experiencia. Casi como datos
de observación, aunque todos ellos conllevan un alto grado de elaboración
conceptual. Es la diferencia esencial con espacio, por cuanto este término re-
presenta una elaboración abstracta, intelectual, ajena a la experiencia directa.

1.2. LA NOCIÓN DE ESPACIO

La palabra «espacio», en su procedencia latina, como la equivalente raum


en el ámbito germánico -y por tanto sus derivaciones en el ámbito de las len-
guas germánicas-, apunta a la abertura, a la latitud o amplitud. De forma
muy directa aparece en el término alemán raum, cuyo origen alude a la aper-
tura del bosque, con la creación de claros o descubiertos en la masa del mis-
mo. De modo más indirecto se manifiesta en el término latino, que descubre
acciones equivalentes. Esta coincidencia permite considerar la noción de es-
pacio vinculada a algunos atributos que definen el contexto espacial.
En primer lugar la extensión. El espacio implica extensión y, en cierta
manera, amplitud. Porque aunque la cualidad extensa pertenece también a
lo muy reducido, es evidente que el término conlleva una cierta nota de de-
sarrollo, como se induce del adjetivo espacioso, que comporta una evidente
connotación de latitud. El espacio tiene que ver con lo dilatado, con lo vas-
to en dimensión, con lo abierto; y por consiguiente, con la distancia. El tér-
mino espacio alude al intervalo entre las cosas. El espacio como amplitud
definida por el intervalo que separa los objetos. El espacio supone sepa-
ración, distancia, extensión.
La extensión es una cualidad propia del espacio en relación con el ca-
rácter multidimensional del mismo. El espacio como concepto trasciende lo
puntual y se identifica, en cambio, con, al menos, las dos dimensiones, y

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 341

siempre con lo tridimensional. Engloba y absorbe los componentes de ca-


rácter puntual o de ubicación concreta, identificados en esos términos y
conceptos espaciales como «lugar», «sitio», «plaza», entre otros, cuyo pa-
rentesco con espacio es evidente. Es la noción de espacio la que permite
trascender el lugar concreto, el sitio y ubicar lo que son elementos singula-
res en un marco general.
El espacio apunta a otras dimensiones de la experiencia y de la prác-
tica humana. La noción de espacio identifica una cualidad, de carácter re-
lacional, que surge de las prácticas sociales, que acompaña a éstas: la cua-
lidad de la amplitud, de la apertura que genera holgura, de la disponibili-
dad superficial y del desahogo. A ello alude el término en su raíz etimoló-
gica, de modo muy claro en alemán, y de forma más indirecta en latín y
griego: se trata de la acción y del efecto de aclarar o ahuecar el bosque, de
expandir, de crear holgura, de despejar. El término spatium en latín, como
el de choca en griego, o el de raum en alemán, forman parte de un conjun-
to léxico en que priman estas acciones, estas prácticas, que hacen del espa-
cio, en definitiva y de modo harto significativo, un producto, el producto de
un determinado tipo de prácticas humanas.
Tanto en latín como en alemán el término espacio aparece vincula-
do, en sus raíces semánticas, con el sentido de ordenar, de organizar. En
alemán esta relación es directa y actual, en la medida en que un verbo
como aufraumen significa poner en orden. En latín esa relación aparece
en el ámbito de la familia léxica de spatium, con particular relevancia en
el caso de conditor, cuya acepción básica responde al sentido de ordenar
o disponer con orden, de estructurar. Desde el griego al alemán, ese víncu-
lo entre espacio y orden aparece como una constante y en el ámbito gre-
colatino se expresa a través de las representaciones que identifican el es-
pacio celeste como mundus o uranus, expresiones contrapuestas a la de
caos. El mundo se refiere al espacio armónico que se supone constituye
la bóveda celeste, con sus esferas y movimientos acompasados y regula-
res, permanentes. A través de todas estas expresiones, que tienen que ver
o se vinculan con el concepto de espacio, se muestra la idea fundamen-
tal de la ordenación.
Esta elaboración social de la experiencia directa del proceso de trans-
formación social de la Naturaleza es concebida como una acción ordena-
dora, tiene relación con una actividad productora de objetos, que es al
mismo tiempo productora de extensión, de amplitud, de la cual surgen re-
laciones espaciales. Asociamos extensión con objetos. La noción espacial
más extendida en todas las culturas humanas se corresponde con esta re-
lación entre objetos que surge de la experiencia. Una acción ordenadora
que se traduce en amplitud o extensión y de la que proviene nuestra no-
ción de espacio.
El tránsito de la noción de espacio, de carácter sensorial, al concepto de
espacio, de naturaleza intelectual, se encuentra, paradójicamente, en un pro-
ceso de vaciado. La extracción de los objetos supone una operación intelec-
tual, significa vaciar la Naturaleza y representarla como un recipiente, como
un contenedor. El vaciamiento de la experiencia sensible es el fundamento de

342 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

los muy diversos conceptos de espacio que utilizamos: desde el que aplicamos

Esta actitud reductora de la experiencia pertenece a la cultura occi-


al espacio exterior o el que se utiliza en matemáticas, el espacio geométrico.

dental, es un producto de la invención griega y constituye un componen-


te básico de la cultura geográfica. Constituye la primera forma de elabo-
ración del espacio como un concepto y es el núcleo del saber geográfico.
Supone identificar el espacio como contenedor, tal y como lo define, en
castellano, la propia lengua. Es una noción abstracta desde su origen. El
espacio adquiere carácter objetivo, y puede llegar a entenderse como algo
existente en sí, al margen de los objetos que lo hacen real, al modo como
podemos imaginar una habitación vacía, metáfora directa de nuestra no-
ción de espacio.
Dimensión abstracta cuya proyección derivada directa ha sido, en to-
dos estos ámbitos idiomáticos, la de hueco limitado, es decir, la de conte-
nedor, cuyo mejor símil es el que utiliza Aristóteles, al respecto: la vasija.
Pero que encarna, plenamente, en la acepción moderna de raum en alemán,
en la medida en que raum identifica siempre el espacio hueco delimitado y
disponible, aplicado, en especial, a la vivienda. Raum es, ante todo, el es-
pacio para ocupar, la habitación, descubriendo así de modo directo el
vínculo del término con la noción de contenedor. Acepción que falta, en
cambio, en las lenguas románicas, que tampoco disponen de la rica familia
de acepciones y locuciones que acompañan a la existencia de formas ver-

Éstas comparten, con las germánicas, con el griego y, por supuesto,


bales cuya raíz es, precisamente, raum.
con el latín, la acepción del espacio como contenedor o continente, y sus
acepciones y usos derivados, que muestran ese fondo fundamental de des-
pejar, extender o crear amplitud, según aflora, en español, en el verbo es-
paciar, o en la expresiones «hacer espacio», «dejar espacio», o en adjetivos
como «espacioso».

1.3. DEL ESPACIO CONTINENTE AL ESPACIO ESCENARIO

El concepto del espacio como un contenedor o soporte de las acciones


humanas, simple escena del devenir social, a modo de gran tablero o reta-
blo, constituye una de las representaciones básicas del espacio, en la geo-
grafía y en la cultura occidental. Corresponde con la concepción geométri-
ca o matemática que elaboran los griegos, Euclides en particular, y que de-
nominamos espacio euclidiano. Concepto que la geografía griega convierte
en cimiento de su proyecto.
Es un espacio neutro, isomorfo, isótropo, infinito, uniforme. Se trata
de un espacio material, de naturaleza geométrica, entendido como exten-
sión. El espacio como una superficie objetiva, en la que se sitúan y ubican,
tanto los fenómenos físicos como los sociales o políticos. El espacio esce-
nario es, en lo conceptual, un espacio vacío, un espacio continente o con-
tenedor, que tanto puede representarse lleno de objetos y actores como des-
provisto de ellos.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 343


Es el concepto de espacio que elaboran los griegos y que la geografía
incorpora en sus orígenes. El espacio como un receptáculo en el que los ob-
jetos son meros añadidos, de los que se puede prescindir y a los que se pue-
de ubicar y mover. El espacio como un escenario, como un retablo, en el
que se pueden colocar los elementos físicos, los acontecimientos y las ac-
ciones de los hombres. Es la concepción que incorpora Estrabón como es-
pacio de la geografía, como objeto de ésta, en la medida en que la Tierra
aparece como «la escena de nuestras acciones». El espacio como escenario
o retablo de la acción humana.
Profundamente anclada en nuestra cultura, impregna no sólo nues-
tras representaciones geográficas sino nuestra más radical concepción
del propio espacio como concepto cultural. El espacio continente consti-
tuye un componente básico de la cultura espacial occidental (Hall, 1973).
El espacio continente es un concepto y representación propia de la cul-
tura occidental, grecolatina, que reconocemos en la formulación moder-
na de I. Newton, al distinguir «espacio absoluto» y «espacio relativo»
como dos conceptos contrapuestos. El primero como «el que se mani-
fiesta en su propia naturaleza, sin relación con nada exterior, y perma-
nece siempre igual a sí mismo e inamovible», según lo definía Newton.
Es decir, el espacio geométrico o euclidiano, también denominado espacio
En el discurso geográfico constituye un concepto vinculado a la cultu-
matemático.

ra geográfica occidental, a la tradición cultural grecolatina, y entendido


como continente o escenario constituye la más vieja representación geo-
gráfica. Una forma de entendimiento del espacio incorporada a la geogra-
fía moderna, a través de la formulación kantiana. Es el concepto que Kant
recupera en la segunda mitad del siglo XVIII . El espacio como categoría y
como «escena de nuestras experiencias».
Es el concepto de espacio que reivindica R. Hartshorne, como home of
man, como la habitación del hombre, en el marco de una geografía consi-
derada como «la descripción científica de la tierra como mundo del hom-
bre» (Hartshorne, 1939). El espacio terrestre vinculado al hombre habitan-
te, tal como lo sintetizaba Le Lannou, y como lo enunciaba Cholley al re-
ferirse a la geografía como «una especie de filosofía del hombre considera-
do como el habitante principal del planeta». Forma parte de una tradición
conceptual del espacio en la geografía moderna, vinculada, sobre todo, con
la geografía cultural y regionalista.
La concepción del espacio como contenedor valora el efecto de la si-
tuación y hace de ésta una condición geográfica. Los espacios están ubica-
dos. Su localización es única; el lugar es, por definición, exclusivo, singular.
El carácter excepcional del espacio-lugar que, en la tradición kantiana, pro-
mueven los geógrafos regionalistas americanos, responde a esta naturaleza
del espacio. La diferencia como cualidad básica del espacio geográfico. Di-
mensión que no pertenece sólo a una de las viejas tradiciones geográficas
sino que configura una parte de las propuestas más recientes, bajo diversas
formulaciones, en la Geografía posmoderna y post-estructuralista (Simon-
sen, 1996; Soja, 1996).

344 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Es el espacio de la areal differentiation de los anglosajones y, en su ex-


presión más reciente, de las concepciones vinculadas a las nociones de loca-
lidad y lugar, así como en otras modalidades, que hacen hincapié en la fun-
ción segregadora de la ubicación, como fundamento de lo que se ha llamado
el «espacio como diferencia» (Simonsen, 1996). Espacio como diferencia o
espacio-localidad, que privilegia la localización, como un rasgo relevante del
espacio geográfico y como un factor determinante de los procesos sociales.
De forma harto paradójica se asimila al espacio de la «nueva» geogra-
fía, analítica, que aflora tras la segunda guerra mundial. La concepción bá-
sica que trasciende es la de un espacio-geometría, que no se distingue del
concepto de espacio-escena que prevalece en Hartshorne. El cambio radica
en sustituir el interés por las localidades o lugares del espacio, por el inte-
rés por la distribución espacial de esas localidades.
La geografía analítica se desinteresa por las localizaciones absolutas,
por los sitios, lugares, regiones, áreas, pero valora las localizaciones relati-
vas, las relaciones que se producen entre esos diversos puntos del espacio,
el modo en que se ubican los fenómenos sociales. El cambio de objetivos
no cambia el objeto de referencia, que sigue siendo un espacio entendido
como extensión y percibido geométricamente. El espacio aparece como un
plano y en él se contemplan las formas de la distribución que los hechos so-
ciales presentan.
Es un espacio isomorfo apto para el análisis de la localización e inte-
racción espacial, descritos en términos geométricos, a base de redes, flujos,
agrupaciones, que pueden ser abordadas desde la perspectiva de las rela-
ciones espaciales con instrumentos de análisis de carácter general. El con-
cepto de organización del espacio se refiere a un espacio neutro y vacío sus-
ceptible de recibir y ordenarse de acuerdo con las prácticas humanas. Sub-
yace una concepción funcionalista del espacio geográfico. Son las conduc-
tas de las poblaciones o grupos sociales, de acuerdo con sus necesidades y
cálculos, las que condicionan los procesos espaciales, las que determinan la
organización del espacio y las estructuras espaciales.
Las distribuciones espaciales que resultan de estas conductas son el ob-
jeto de interés del geógrafo. Las preguntas básicas que los geógrafos analí-
ticos identifican muestran esa concepción. Son preguntas del tipo de ¿por
qué determinadas distribuciones espaciales están estructuradas de una cier-
ta forma?, pregunta que es considerada «fundamento de nuestra ciencia»,
por estos geógrafos (Abler, Adams y Gould, 1971).
El espacio como concepto central de las geografías analíticas que sur-
gen a mediados del siglo XX se perfila como una estructura derivada de la
actividad social: «la gente genera procesos espaciales para satisfacer sus ne-
cesidades y deseos, y estos procesos dan lugar a estructuras espaciales que
a su vez influyen y modifican los procesos geográficos» (Abler, Adams y
Gould, 1971). La organización espacial se contempla desde la perspectiva
de la distribución y localización de los fenómenos sociales. El espacio apa-
rece como expresión geométrica de la actividad social.
La novedad del planteamiento analítico es metodológica; lo que trans-
forma es la forma de abordar ese espacio y el objetivo de su análisis. En re-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 345

lación con ello está su énfasis semántico. La escuela analítica convierte el


espacio en objeto explícito de la geografía. Introduce como concepto hege-
mónico el espacio, como representación renovada de la geografía moderna.
Un concepto que hace del espacio una entidad de apariencia objetiva, una
realidad independiente de los sujetos, la condición de la existencia de éstos.
No ha sido la única perspectiva geográfica del espacio. Éste aparece tam-
bién como un producto del sujeto. Frente al espacio objetivo o matemático
el espacio subjetivo.

2. Espacio objetivo y espacio subjetivo

Fueron los filósofos del existencialismo los que primero resaltaron


esta dimensión espacial de lo humano. Lo hacían desde una concepción
puramente subjetiva y existencial, y desde la oposición al concepto de es-
pacio continente, por ellos denominado «espacio matemático». Responde,
en este caso, a la percepción del espacio como la forma en que se produ-
ce la existencia humana: «El sujeto ontológicamente bien comprendido, el
"ser ahí", es espacial», según decía Heidegger. Equivalente al «ser en el mun-
do» del mismo autor.
La materialidad del espacio, desde estas perspectivas, es inseparable
de las diversas representaciones que la sociedad construye para interpre-
tarla. El espacio no es una categoría ajena ni un objeto contrapuesto al su-
jeto social. El espacio no es una entidad independiente de la sociedad y del
sujeto. El espacio forma parte de la humanidad que no puede existir ni de-
senvolverse fuera de esa dimensión, que es consustancial con su propia
existencia social.
La percepción de esta dimensión espacial inherente a la propia natu-
raleza humana aparece en la psicología alemana del primer tercio de nues-
tro siglo, en la obra de G. Dürckheim, dedicada precisamente al «espacio
vivido»; y en la contemporánea de E. Minkowski, así como en la psicopa-
tología, en relación con los trastornos de la motricidad vinculados con las
percepciones espaciales, ámbitos médicos de los que apenas trascendió. Es
E. Cassirer el primero que aborda el problema del espacio en un marco cul-
tural más amplio, fundamentado en el análisis histórico y etnográfico, a
partir de una rica información, tanto en su relación con el lenguaje como
desde la perspectiva cultural, de la construcción mítica y de la conforma-
Este vínculo original de la espacialidad con la investigación de carác-
ción de un pensamiento conceptual (Cassirer, 1923-1929).
ter existencial y con el espacio subjetivo o vivencial en el primer tercio de
siglo, paralelo al que se suscita en relación con el tiempo y el concepto
de durée (duración), que introduce Bergson, es decir, el «tiempo vital», pro-
vocó que la nueva concepción del espacio se opusiera a su dimensión em-
pírica. El espacio «matemático» o geométrico es considerado en oposición
al espacio vivencial o vivido, entendido «como medio de la vida humana».
Para el análisis existencialista y, en general, fenomenológico, el espacio geo-
métrico, es decir, euclidiano, no es sino un vaciamiento del espacio vivido,

346 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

una reducción de éste a mero objeto, «prescindiendo de las diversas rela-


ciones vitales concretas» (Bollnow, 1969).
Sin embargo, el espacio vivido, es decir, las representaciones espa-
ciales vinculadas con nuestra experiencia, práctica y mental, con el espacio
como dimensión social, ni se opone ni sustituye al espacio como realidad
empírica y como continente. Es otra representación del espacio. De modo
análogo, el espacio continente responde a la práctica operativa y mental,
en la medida en que la producción de ese espacio no puede ser disociada
del «proyecto», de la construcción mental que lo sustenta. Praxis e idea no
son dos elementos contrapuestos y disociados como sujeto y objeto sino
dos planos tan vinculados entre sí como el propio sujeto y el espacio en
que se desarrolla. Acción e idea responden a un proceso unitario. La se-
paración entre ambos, tal y como la introducen los existencialistas, pare-
ce impropia.
Uno y otro responden a distintos discursos que aparecen en el caso del
espacio geográfico. Discursos que podemos sintetizar en tipos básicos, que
responden a concepciones distintas del espacio. El espacio como continen-
te o escenario; el espacio como naturaleza, el espacio como objeto y mate-
rialidad social, el espacio como representación subjetiva. Diversas propues-
tas conceptuales del espacio que tienen su proyección en la elaboración del
objeto de la geografía.

3. El espacio natural: medio geográfico y paisaje

La concepción del espacio como naturaleza, la identificación natural


del mismo, ha tenido y tiene un predicamento destacado. El espacio geo-
gráfico se identifica con la materialidad del sustrato natural. Es equivalen-
te a Naturaleza. La formulación geográfica más acabada y extendida co-
rresponde con el concepto de milieu, o su equivalente environnement, acu-
ñados en Francia e insertos, como conceptos clave, en la geografía moder-
na. El «medio», que debe entenderse «medio físico» o «medio natural», y el
«environment», que de igual modo debe completarse como «environment»
físico o «environment» natural, identifican el complejo natural.

3.1. EL MEDIO: EL ENTORNO FÍSICO

El «medio» -el medio geográfico- identifica, en la concepción geo-


gráfica moderna, el entorno o ambiente en el que se desenvuelven, por ne-
cesidad, los seres humanos, la sociedad humana. En su origen, el término
medio fue acuñado por un historiador o filósofo de la historia, H. Taine,
para referirse a los factores físicos, con una amplitud mayor que la moder-
na. Los investigadores sociales franceses, como F. Le Play, lo emplearon
para el entorno rústico, en el marco de una ideología de marcado ruralis-
mo. Una de las ideas matrices de esta ideología católica, de perfil conser-
vador, en el marco de la Europa capitalista industrial y urbana, será la de

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 347

la armonía y estabilidad. Es decir, los atributos propios del pays, esto es, del
territorio de las comunidades rurales. Éstas serían un ejemplo de integra-
ción entre sociedad y naturaleza, en oposición a los rasgos sociales de los
ámbitos obreros y urbanos identificados con el desorden, inestabilidad, de-
sintegración y conflicto.
La asociación entre comunidad y medio, en el marco del presupuesto
de la adaptación estable, tal como la propugnaba Le Play, asienta la elabo-
ración del concepto. Cada medio natural se contempla asociado a un de-
terminado tipo de organización social (Buttimer, 1980). La dependencia de
la comunidad campesina del sistema agrario y éste de las condiciones físi-
cas -geográficas- sustenta el enfoque de Vidal de la Blache y la elabora-
ción del concepto de género de vida, que el geógrafo francés difunde.
La expresión medio carece en castellano de la contundencia de su ori-
ginal francés, del que es mera traducción literal. No tiene la transparencia
semántica que tiene en ese idioma. Sucede igual con environnement, res-
pecto de ambiente. Esto explica la vinculación de ambos términos en nues-
tro ámbito lingüístico, con un carácter redundante, como se ha impuesto
en los últimos tiempos, al hablar de «medio ambiente».
En definitiva, corresponde al uso y percepción del entorno como ele-
mento interactivo, a la manera que lo utilizamos para decir, por ejemplo,
que «alguien se encuentra en su medio». Es la acepción que la Academia
recoge del vocablo, como «elemento en que vive o se mueve una persona,
animal o cosa». En efecto, de eso se trata: del elemento en que vive, en este
caso, la sociedad humana.
En el concepto de medio subyace, como esencial, la relación vital en-
tre continente y contenido, en el sentido de un vínculo de carácter indiso-
ciable entre ambos. Hay reciprocidad y dependencia. Lo que distingue el es-
pacio-medio es la naturaleza de esa relación. Lo que sutilmente expresamos
con el vocablo medio es el hecho de que cosa, animal o persona se hallan
inmersos en ese elemento de forma natural, al modo como el pez en el agua.
Tiene un sentido que sobrepasa la mera acepción académica del tér-
mino inmerso, demasiado limitado. La Academia sólo recoge para inmer-
sión la introducción de un objeto en un líquido. Pero el uso habitual de la
lengua es más rico, por cuanto se podría aplicar con igual verosimilitud al
pájaro y el aire, por ejemplo. En su acepción darviniana supone que el es-
pacio biológico no es sólo el contenedor en el que se desarrolla la vida. Ésta
está asociada a su entorno de forma esencial. Se trata de un natural envi-
ronment, del medio natural, o medio ambiente.
El medio geográfico como expresión propia del medio biológico, den-
tro del marco de las relaciones entre el hombre y la naturaleza constituye
uno de esos conceptos geográficos de la cultura actual. Como la propia
cuestión de las relaciones hombre-medio. Sería ingenuo e improcedente re-
ducir ese planteamiento a las coordenadas originarias, al determinismo
ambiental positivista de la segunda mitad del siglo pasado. Tampoco po-
demos estar seguros, antes al contrario, de que ese entendimiento no sea
componente sustancial de la cultura actual. En sus dimensiones ambien-
tales o en un enfoque más rico y omnidireccional, la problemática de las

348 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

relaciones sociedad-naturaleza, de las que la geografía hizo una de sus ra-


zones de ser -si no la razón de ser más consolidada y reconocida-, cons-
tituye, desde una perspectiva histórica y objetiva, un patrimonio funda-
mental del legado geográfico.
La nueva representación espacial introduce una nueva dimensión re-
presentativa en la que la clave no se encuentra ya en lo geométrico, en lo
situacional, sino en lo relacional. Debe entenderse como relacional entre
agentes y acciones, por un lado, y su medio propio o inmediato, por otro.
El espacio aparece así como objetivo, pero interdependiente. Es ajeno, pero
activo. Es exterior, pero está presente.
Se manifiesta como un medio conformador del individuo y de la so-
ciedad. Por tanto, clave comprensiva de aquél y de ésta: individuo y socie-
dad responden a los caracteres del entorno, de su ambiente natural. Rocas,
climas, influencias telúricas y astrales confluyen en la determinación del
tipo humano y de la sociedad.
La experiencia colonizadora, el rico alud de informaciones y de cono-
cimientos sobre la gran diversidad de tierras y colectividades, de culturas y
formas económicas, contribuyeron a asentar, con algunos ejemplos de apa-
riencia definitiva, lo bien fundado de esta concepción. Ésta parecía hecha
para entender la rica complejidad del mundo atrapado en la expansión eu-
ropea. Pueblos y culturas del desierto; pueblos y culturas de los trópicos;
pueblos y culturas de las montañas; pueblos y culturas de las tierras hela-
das; pueblos y culturas de las estepas, parecían confirmar con sus rasgos,
con sus formas culturales y de vida, esa uniformidad. Uniformidad «deter-
minada», impuesta por la «naturaleza», acabada expresión de la «adapta-
ción» y, en última instancia, de la subyacente existencia de unas relaciones
privilegiadas entre lo social y lo natural. Lo que Vidal de la Blache sinteti-
zaba en una expresión de indudable resonancia: el «género de vida».
En consecuencia, las «relaciones del hombre y el medio, entre los gru-
pos humanos y las condiciones naturales» (Beaujeu-Garnier, 1971), se con-
vierten en el eje de entendimiento del espacio. Constituyen una nueva per-
cepción de este espacio, una nueva forma convencional de representarnos
el espacio. Responde a la consideración de lo que Vidal de la Blache apun-
tó como la «influencia soberana del medio».
En el medio se encuentra la clave explicativa de los fenómenos huma-
nos, siempre ligados a un medio determinado, y sólo explicables por él. Di-
cho de otra forma, «el suelo es el fundamento de toda sociedad» (Deman-
geon, 1947). Subyace la convicción de que «entre los fenómenos físicos y los
fenómenos de la vida hay relaciones constantes de causa y efecto», como
destacaba el mismo autor. Porque «según estén colocados los grupos huma-
nos en tal o cual marco geográfico se inclinan al cultivo, ya de palmeras, ya
de arroz, ya de trigo; a la cría de caballos y de yeguas» (Demangeon, 1947).
La vieja escena griega como espacio de la actividad política adquiere
protagonismo. Ella también cuenta. Interviene en los movimientos de los
actores humanos, los orienta en su proceder, les impone la necesidad de su
imperio, les hace felices o aventureros, agricultores o comerciantes, parsi-
moniosos o agresivos, conquistadores o esclavos, prósperos o miserables.

350 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

tético y tiene una connotación visual, que no es ajena al primitivo signi-


ficado del término paisaje en el arte, aplicado a las representaciones de
áreas rurales. El paisaje pictórico constituye la prehistoria del concepto geo-
gráfico. El tránsito desde el concepto local y pictórico a su dimensión cul-
tural moderna y a su acepción geográfica se produce por la vía de la filo-
sofía de la Historia. Es la filosofía alemana, en particular Hegel, el que
transforma el paisaje local, concepto más descriptivo, en paisaje alemán,
cargado con contenidos y alcance cultural que no tenía.
El Landschaft viene a identificar la singularidad del espacio del pueblo
alemán. El Estado, para Hegel, es la «encarnación del espíritu del pueblo»,
encarnación que tiene lugar en un espacio concreto, con el que se identifi-
ca el pueblo que lo ocupa y expresión de éste. Como Hegel dice, el espíritu
del pueblo va unido «inseparablemente» a un espacio «que se corresponde
perfectamente con el tipo y carácter del pueblo hijo de ese suelo». De tal
manera que «El Estado... la naturaleza física del mismo, su suelo, sus mon-
tañas, el aire y las aguas forman su Landschaft, su patria», según resumía
Pueblo y espacio se realizan, según Hegel, en una simbiosis cuya
Hegel, en su Filosofía de la Historia.

manifestación aparente es el paisaje, que vincula a la nación con un terri-


torio propio, que le sirve a la nación como seña de identidad. Es el es-
pacio-paisaje en el sentido hegeliano; por su perfil se identifica con el espa-
cio-nacionalista o de la nacionalidad. Nacionalismo y espacio tienen algo
en común. El segundo da asiento al primero, le proporciona cimiento, le
asegura ubicación, le garantiza identidad. El espacio permite a la comu-
nidad reconocerse como pueblo. Una concepción que recogía Ortega y Gas-
set al afirmar que «hay que acabar por reconocer una afinidad entre el alma
de un pueblo y el estilo de sus paisajes... La Tierra prometida es el Paisaje
prometido» (Ortega y Gasset, 1958). El espacio como paisaje no es ahora
neutro, ni independiente, ni externo, ni isomorfo. Por el contrario, es un es-
pacio-identidad, un espacio-nacional, un espacio subjetivo.
El paisaje en la cultura alemana del siglo pasado es un concepto aso-
ciado al «espíritu alemán» (deutche Geist), que exalta y revaloriza todo lo
alemán. Proporciona el trasfondo ideológico del concepto y explica su éxi-
to, en la medida en que respondía a los «intereses de los grupos sociales do-
minantes» (Hard, 1969). De este marco cultural alemán, el concepto de pai-
saje pasa a la Geografía.
El «paisaje» -Landschaft- se convierte en concepto clave de la con-
cepción geográfica alemana. Se identifica como el objeto de la Geografía,
de acuerdo con el interés cultural, científico, literario, estético y de con-
cepción del mundo, por el paisaje alemán. Lo que facilita su difusión y la
progresiva constitución de una geografía del paisaje, que se presenta como
alternativa a la geografía naturalista de raíz positiva.
La elaboración geográfica del concepto introduce nuevos elementos
para su valoración y descripción de carácter genético y evolutivo. Se habla
de un paisaje primitivo, el Urlandschaft; de un paisaje natural, Naturland-
schaft, de un paisaje cultural, Kulturlandschaft, como manifestaciones y
marcos de entendimiento de la elaboración del paisaje. En relación con los

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 351

cuales están las diversas escuelas y formas de desarrollo de la geografía del


siglo XX, como la geografía cultural americana introducida por C. Sauer en
el primer tercio del siglo, y su equivalente en Francia, practicada por auto-
res como M. Sorre, P. Gourou y M. Le Lannou.
El paisaje responde a una percepción. Se identifica con la apariencia,
con el aspecto. Es la imagen que presenta el espacio en un área determi-
nada que, como tal, permite distinguirla, individualizarla. El paisaje otorga
personalidad al espacio, le hace distinto. Se concibe como una totalidad que
resulta de la combinatoria de múltiples elementos, físicos y humanos, y de
una trayectoria histórica determinada.
Como totalidad, en el sentido de las filosofías existenciales, no puede
ser analizada de forma fraccionada. Su entendimiento es intuitivo, com-
prensivo. Se puede describir, pero no analizar. Responde más a la empatía
artística o estética que a la disección científica. Su singularidad hace de él
una entidad irrepetible, que transforma la superficie de la tierra en un mo-
saico de paisajes únicos. Aunque la geografía artística no sobrevivió a la se-
gunda guerra mundial, la concepción paisajística de la geografía arraigó
profundamente al identificarse con la geografía regionalista.
El espacio como paisaje identifica una etapa destacada de la Geogra-
fía moderna, asociada a lo que se ha denominado geografía «clásica», en la
medida en que el paisaje se confunde e identifica con otro concepto clave
del espacio geográfico moderno, el de región.

4. La región: territorio y naturaleza

La región es un concepto geográfico que ha permanecido, durante mu-


cho tiempo, como núcleo conceptual de la disciplina. Pero la región es, en
origen, una noción común que pertenece al mundo de las nociones espa-
ciales de la sociedad humana. El proceso geográfico ha consistido en trans-
formar una noción común en un concepto, dotándolo de contenido y dán-
dole un perfil preciso.
La noción común, sin duda generalizada al conjunto de las socieda-
des humanas, sirve para identificar un fragmento de la superficie terres-
tre. Adquiere su forma plena en el ámbito grecolatino, de donde procede
el término. En su origen, responde a la necesidad práctica de representar
las delimitaciones celestes que formaban parte de la práctica religiosa ro-
mana. Como es sabido, región procede de regio, expresión latina que indi-
ca la dirección en línea recta, y que se aplicó a «las líneas rectas trazadas
en el cielo por los augures para delimitar sus partes» (Ernout y Meillet,
1979). De ahí su aplicación geográfica para indicar los límites o fronteras,
y sobre todo para indicar el ámbito delimitado, el área comprendida bajo
unos límites, el territorio. Una práctica constatada desde la misma época
romana.
Esa noción es la que aparece en las lenguas romances desde la Edad
Media, como se comprueba en castellano, cuyo uso documental con esa
acepción aparece desde el siglo XI al menos. Identifica, con toda claridad,

352 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

el área de pertenencia delimitada, como se comprueba en el empleo que de


él hace, por ejemplo, Berceo. Lo usa con la acepción de circunscripción, al
referirse al territorio episcopal u obispado. Este mismo uso evidencia que
la región responde a una cierta dimensión territorial, o escala, que no es la
de la localidad. Un uso equivalente aparece en las otras lenguas europeas
también desde la Edad Media.
La noción regional aparece así anclada en la cultura occidental al
menos desde el mundo romano. Sin duda con antecedentes y equivalentes
reconocibles, tanto en Grecia como en las áreas del Creciente Fértil. La di-
mensión regional forma parte de las representaciones comunes que esa
cultura occidental maneja para referirse a la realidad espacial en que vive.
Es una noción, no un concepto. Y como tal noción, imprecisa. Podemos
encontrar que se aplica alternativamente con comarca o con provincia y
aun con reino, término éste que guarda, además, relaciones de común ori-
gen etimológico en sus raíces.
El uso del concepto de región en la geografía analítica moderna res-
ponde, como en general en la tradición anglosajona, a esta noción básica
de carácter territorial. Un área finita para delimitar un espacio, de acuerdo
con los intereses o enfoques de quienes lo emplean, lo que los autores nor-

Es un simple instrumento de diferenciación. Las regiones se reducen


teamericanos denominan, precisamente, area.

a territorios ad hoc definidos según el criterio circunstancial del usuario.


La región se aplica a ámbitos de uniformidad u homogeneidad. Desde el
espacio local, de menor tamaño, como puede ser una granja; o el espacio
local, de igual manera que a partes de continentes o segmentos de Esta-
dos. América Latina, África al sur del Sahara, Oriente Medio, son regio-
nes en la misma medida que Lombardía o Andalucía. La región tiene que
ver con la diferenciación de la superficie terrestre en un número finito de
áreas distintas.
En un primer momento, escasamente podemos hablar de conceptos re-
gionales en la geografía. Se trata más bien de nociones regionales, aplica-
das, eso sí, a nuevos ámbitos, o con nuevas perspectivas, como herramien-
tas de la representación geográfica. Es el uso que hace Humboldt para re-
ferirse a las regiones de vegetación: «Este modo especial de distribución geo-
gráfica, unido al aspecto de los vegetales, a su magnitud, a la forma de las
hojas y de las flores, constituye el principal rasgo del carácter de una región
cualquiera» (Humboldt, 1849).
Así, podemos entender la noción de región histórica, de empleo co-
rriente en el siglo pasado. La región histórica identifica un territorio admi-
nistrativo o político, en su origen, mantenido para diferenciar un área. En
la región histórica o administrativa es en la que mejor se evidencia su ini-
cial valor de espacio delimitado, de fragmento individualizado de la super-
ficie terrestre. La geografía moderna transmuta esa noción común en un
concepto esencial. Pero con la misma acepción básica.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 353

4.1. DEL TERRITORIO A LA REGIÓN NATURAL

La región geográfica responde al mismo principio del uso común. La


región identifica un espacio delimitado, distinto, bien por su pertenencia,
bien por sus caracteres. Es la acepción cultural del término y es la que pre-
valece en buena parte de la geografía y en otras disciplinas. Identifica el área
de extensión, y se corresponde con lo que los anglosajones denominan area.
La construcción de un concepto geográfico de región se fundamenta en
la búsqueda de un criterio de delimitación no arbitrario, que tenga carác-
ter objetivo. Ese criterio, desde una perspectiva conceptual será el de ho-
mogeneidad. Lo que permite diferenciar un fragmento de la superficie te-
rrestre desde el prisma geográfico, respecto de las áreas inmediatas, es el
poseer un determinado carácter dominante que se presenta de forma uni-
forme en ese territorio. La región geográfica se concibe así como un espa-
cio caracterizado por la posesión de rasgos uniformes y comunes.
Las circunstancias del desarrollo de la geografía moderna determina-
ron que el criterio dominante en la definición de la homogeneidad descan-
sara sobre los rasgos físicos, de acuerdo con la orientación prevaleciente en
la segunda mitad del siglo XIX . En consecuencia, el primer ejemplo de ela-
boración teórica del concepto de región geográfica es el de la región natu-
ral. La región natural aparece para identificar los territorios con una apre-
ciable uniformidad en sus rasgos físicos.
La conceptualización como región natural procede de la geología y
surgió para identificar las áreas de homogeneidad estructural, bien por
su tectónica, bien por su litología. Es el geólogo francés Elie de Beau-
mont, en su Explication de la carte géologique, de 1841, quien define la re-
gión natural, como una entidad geográfica de raigambre geológica.
La estrecha relación de la geografía física moderna con la geología ex-
plica la integración del concepto de región natural en la geografía y su iden-
tificación con la región geográfica, es decir, con la unidad elemental de di-
ferenciación de la superficie terrestre. La elaboración geográfica consistió,
en primer lugar, en la identificación de esta región de rasgos naturales uni-
formes, o región natural con el medio. Se identificó con el objeto formula-
do para la geografía moderna. Constituye una de las primeras elaboracio-
nes geográficas del positivismo.
Tal como lo planteaba Mackinder en 1887, la región de rasgos natura-
les -geológicos-, uniformes, espacio delimitado e individualizado por
esos rasgos, es la expresión directa del medio físico. Es su evidencia mate-
rial, objetiva. Se trataba de la identificación de la región natural, como la re-
gión-medio. La región natural de la geología se constituye en un concepto
geográfico básico de la geografía ambiental de finales del siglo XIX .
La construcción del nuevo concepto no se suscita hasta que el influjo
darvinista aparece como un instrumento adecuado para fundamentarlo.
Mackinder lo formula al relacionar el concepto de medio, en el sentido dar-
vinista del término, con el concepto de región natural, como espacio deli-
mitado, como unidad territorial. Medio y región confluyen para delinear la
primera propuesta propiamente geográfica de región.

354 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Región y medio componen una estructura dialéctica que desborda la


simple acepción territorial, que resulta ahora secundaria. Es una represen-
tación nueva para situar las relaciones entre el hombre y el medio. Expre-
sa directamente esas relaciones e identifica los resultados de las mismas. La
región natural se hace geográfica en la medida en que se identifica con el
«medio». Se convierte en la región geográfica.
Es el concepto de región dominante en la geografía moderna en su pri-
mera etapa. Las regiones de la geografía en la segunda mitad del siglo XIX
y en buena parte del primer tercio del siglo XX son regiones naturales, es
decir, espacios diferenciados por sus rasgos físicos. En lo esencial, se co-
rresponden con unidades fisiográficas. Son las grandes o pequeñas unida-
des del relieve terrestre, desde una perspectiva estructural: las Montañas
Rocosas, las Grandes Llanuras, la cuenca de París, la depresión del Ebro,
son ejemplos de esta concepción. Al lado de las regiones fisiográficas, las
regiones climáticas y las regiones de vegetación: el mundo árido o el bosque
húmedo -Rain Forest-, la estepa rusa o el Asia de los monzones. El crite-
rio se aplica por igual a las grandes unidades de rango continental que a las
escalas intermedias y locales.
La persistencia de la región natural como trasfondo conceptual en la
geografía moderna constituye un rasgo destacado de los enfoques regiona-
les. El rasgo distintivo de la evolución en el siglo XX es la progresiva impli-
cación de la región natural con el concepto de paisaje que supone la deriva
de la región natural a la región-paisaje.

4.2. DE LA REGIÓN NATURAL A LA REGIÓN-PAISAJE

La mutación conceptual responde a los contenidos que se le otorgan,


al perfil que los geógrafos le dan, hasta hacer de la región geográfica una
entidad conceptual específica. Para ello la geografía llena la noción común
de elementos que no poseía, más allá de los meramente descriptivos del
contenido. La geografía lleva a cabo ese cometido en el campo conceptual.
La región geográfica se convierte en un ser existente, y en consecuencia en
una realidad existente y objetiva, con caracteres propios, que le confieren
La región aparece, en efecto, bajo una perspectiva organicista. Como
lo que los geógrafos llaman personalidad.

entidad existente es un individuo; y como resultado de una combinación es-


pecífica de elementos naturales y humanos a lo largo del tiempo constitu-
ye una unidad de paisaje exclusiva y distinta. De ahí lo que se llama su per-
sonalidad, su identidad geográfica. Desde la década de 1920, esa percepción
de la individualidad y personalidad regionales ha sido una constante en la
concepción regional (Ortega Valcárcel, 1988). Subyace, sin las precisiones
paisajísticas, en la conceptuación vidaliana del pays francés, expresión in-
dividualizada y personalizada de un milieu, de un medio geográfico, ámbito
geográfico de un género de vida. La región natural se vincula con la trayec-
toria histórica de una comunidad.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 355

Bajo la individualidad y personalidad geográficas de la región ha lati-


do y late una concepción naturalista arraigada en la propia historia de la
geografía moderna. La primacía cronológica y conceptual de la Geografía
física en la definición de la geografía moderna; la primigenia conceptuali-
zación ambientalista del espacio geográfico; la sólida percepción de la geo-
grafía como disciplina de las relaciones Medio-Hombre; y la persistente vin-
culación de esas relaciones con la naturaleza como principal factor expli-
cativo, ayudan a entender el concepto de región como unidad de paisaje. Se
trata, en realidad, de una absorción. El paisaje absorbe a la región natural
surgida en los primeros momentos de la geografía moderna. La transmuta
en región-paisaje sin alterar su entidad natural originaria.
Como tal región-medio, adquiere atributos nuevos. El proceso se per-
fecciona al completarse. Es lo que sucede con la identidad paisaje = región.
No hay sustitución sino complementariedad, enriquecimiento conceptual.
La región como medio geográfico se manifiesta como paisaje, se indivi-
dualiza por su paisaje. El recorrido, siquiera sea abreviado, por esta tra-
yectoria, que lleva desde la década de 1880 hasta la de 1920, completa el
perfil regional, al proporcionarle una dimensión visual, una apreciación
sensible. El maridaje región-paisaje muestra el carácter de complementa-
riedad que ambas imágenes poseen, en cuanto afectan a dos planos de la
representación distintos.
El espacio regional se concibe como una combinación compleja de ele-
mentos, entendido más como agrupación o aglomerado de carácter ex-
haustivo. Son las regiones como fenómenos «infinitamente complejos»,
como los calificaba Hartshorne. Si bien el concepto de complejidad resulta
más de una actitud intelectual que de la propia realidad.
La geografía no supo precisar los límites del complejo regional. Ni en los
aspectos o elementos de la combinatoria que convenía considerar ni en
la profundidad con que había de tratarlos. Ya Mackinder es sensible a esta
cuestión y aboga con claridad por una conceptuación selectiva. El geógra-
fo -señalaba- debe usar conocimientos selectivos relacionados con los
elementos que componen el medio regional. Plantea, por tanto, la necesi-
dad de criterios de delimitación metodológica. Pero las propuestas de Mac-
kinder en este aspecto no han tenido demasiada audiencia. A ello ha con-
tribuido la propia conceptuación regional como totalidad sintética, reforza-
da por la cristalización del concepto anexo de paisaje.
La región se define como una unidad territorial. Se le atribuyen lími-
tes perceptibles, de carácter objetivo. Se le considera una realidad existen-
te, que no responde a la simple presencia de determinados objetos. Se le
concibe como un espacio distinto de todos los demás que se manifiesta con
una fisonomía propia. Es un territorio y es un paisaje. Lo que le propor-
ciona entidad es la singularidad con que se presentan en él las relaciones
entre el hombre ocupante y el medio geográfico. Configuran una entidad
exclusiva, distinta, excepcional, personalizada. La geografía la identificó
Es la región que los geógrafos norteamericanos denominaron compage
como una región geográfica. Es decir, como la verdadera región.
para resaltar su carácter complejo. Integra elementos físicos abióticos y bió-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 357

Esta concepción social del espacio constituye la elaboración teórica


más reciente en el tiempo. En la práctica política, y en la práctica teóri-
ca como consecuencia, parece imposible prescindir de esta recién descu-
bierta dimensión de lo social, que se presenta como trascendente a la sim-
ple geometría y que trasciende asimismo un entendimiento o noción del
espacio como simple continente y como sustrato natural. El espacio se per-
fila como una entidad social. Como parte del ser social.

5.1. ESPACIO SOCIAL, ESPACIO SUBJETIVO

En el campo sociológico, una tradición de varios decenios había des-


tacado, desde otros supuestos, el carácter de producto social del espacio.
Resaltaba su pertenencia al mundo de los símbolos, de las representaciones
simbólicas, y al ámbito de las vivencias personales. Había reivindicado un
concepto de espacio más allá del espacio geométrico o matemático, es de-
cir, el espacio contenedor. La confluencia de estas dos corrientes alimenta
la moderna construcción del «espacio social» como un concepto central de
las recientes aproximaciones al concepto de espacio. El carácter confluente
de estos discursos sobre el espacio como forma social no significa coinci-
dencia conceptual ni epistemológica. De hecho, representan formulaciones
contrapuestas sobre el espacio, como dimensión social y como objeto de la
geografía.
E. Cassirer, un sociólogo alemán, destacaba, en el primer tercio del si-
glo XX, que «el espacio no es en modo alguno un depósito y receptáculo in-
móvil en el cual se vierten las cosas» (Cassirer, 1971). Ponía de manifiesto
que el espacio geométrico, el espacio euclidiano, concebido como continuo,
infinito y uniforme, no se corresponde con el espacio sensible. Apuntaba
que la percepción «desconoce el concepto de infinito» y como tal percep-
ción la homogeneidad no existe, sino la variedad. El espacio sensorial es
anisótropo. Frente al espacio abstracción, que es el espacio geométrico o
contenedor, reivindicaba el espacio de la percepción y de la sensación. El
espacio se vincula a la conciencia.
Las elaboraciones más recientes, desde la sociología y la geografía, pro-
fundizan en este planteamiento, que hace del espacio una realidad mental
o subjetiva, sometida a la percepción particular de cada individuo. Apoya-
das en concepciones filosóficas de carácter idealista, expresamente reivin-
dicadas en algunos casos, o en su formulación fenomenológica, de crecien-
te predicamento en la segunda mitad de este siglo, el espacio queda redu-
cido al producto de la experiencia y conciencia individual. «Sensaciones e
ideas espaciales de la gente en el torrente de sus experiencias» son las que
delimitan el objeto espacio como concepto geográfico.
El espacio, como el lugar, constituyen «componentes básicos del mun-
do vivido» (Tuan, 1977); si bien el espacio es contemplado más como una
abstracción teórica. Por ello, el preferente interés por el lugar, entendido
como espacio de la vivencia directa, de la experiencia, entendida ésta como
un complejo de sensaciones, emociones, concepciones y pensamiento, se-

358 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

gún muestran los geógrafos humanísticos. Esta dependencia del concepto


de espacio de la conciencia es el rasgo más sobresaliente de las elabora-
ciones del espacio social de raíz idealista, fenomenológicas, kantianas y
existencialistas.
La concepción del mundo como percibido significa la desaparición o
relegación del mundo objetivo. El espacio «se convierte en un atributo de
la conducta humana, producto de lo que la gente hace y piensa, de lo que
estima y valora». Como expresan los autores de estas corrientes, «percep-
ción humana, experiencia, conocimiento y acción forman, junto con su me-
dio, una totalidad, una unidad, que constituye la premisa básica de la in-
Los enfoques subjetivistas del espacio tienen, en muchos autores, una
vestigación geográfica» (Granó, 1981).

derivación naturalista que los aproxima a los del espacio-medio, en la me-


dida en que comparten una concepción geográfica similar, de carácter am-
biental, que mantiene en las relaciones Hombre-Medio el eje central de la
geografía. Rasgo que, en principio, establece un significativo distingo con
las concepciones del espacio social de base racionalista.
La reflexión teórica sobre el espacio es el producto confluente de las
prácticas políticas desde diversas disciplinas. Se sustenta en la evidencia del
papel que el espacio -dentro de una noción que resulta excepcionalmente
amplia e imprecisa y que responde más bien a una consideración metafó-
rica del mismo- desempeña en el mundo capitalista contemporáneo y,
como consecuencia, en la problemática política y social. Parte del presu-
puesto de que esa incorporación es posible desde la epistemología marxis-
ta: en otros términos, que es factible introducir el espacio dentro del mate-
rialismo histórico, y que se puede fundar, en ese marco, una teoría del es-
pacio.

5.2. ESPACIO SOCIAL Y PRODUCCIÓN DEL ESPACIO

La elaboración de un concepto social del espacio invierte la relación tra-


dicional entre sociedad y espacio, prevaleciente en la Geografía. Se afirma
la primacía de lo social y desaparece el espacio como categoría indepen-
diente, el espacio como «fetiche» denunciado por los autores críticos. El
espacio aparece como una dimensión de lo social, como una construcción
social. De donde deriva la contingencia temporal y el carácter histórico del
espacio. Prácticas sociales y procesos forman parte de la temporalidad his-
tórica y se inscriben en un espacio social histórico. Desde el análisis del
desarrollo del capitalismo a la escala mundial; hasta el análisis de las luchas
urbanas y de las estrategias de los agentes urbanos, todo parece confluir en
el nuevo componente, hasta entonces marginado, de la realidad social.
Teorizarlo y conceptuarlo aparece como una necesidad teórica y prác-
tica. Del espacio social al espacio del capital, a través de la producción del
espacio, el recorrido teórico es rápido: filósofos, urbanistas, sociólogos,
economistas, geógrafos, van a intentar definir esa primera noción general
excepcionalmente apta para las metáforas, que es el espacio social.

R"

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 359

Dimensión social y dimensión espacial aparecen tan confundidas que


demuestran ser una misma. El espacio se muestra como una dimensión
que trasciende la geometría y la distancia, y que desborda también la mera
consideración como continente o soporte. De la noción banal del espacio se
elevan a una noción, en principio, social del espacio. Se habla, aunque no
se defina con precisión, de un «espacio social».
La identificación del espacio como objeto social y, por tanto, como
objeto de las ciencias sociales, es uno de las contribuciones más brillan-
tes y significativas de estos últimos decenios. Aparece como una vía de
indudable interés y atractivo en el proceso de construir una episteme cien-
tífica para la geografía. El espacio social trasciende radicalmente el es-
pacio geométrico de los neopositivistas y se convierte en producto del
proceso social; en producto social de acuerdo con la denominación de los
sociólogos urbanos de la década de 1960. Es cierto que es todavía un con-
cepto ambiguo y que constituye más un acierto formal que una herra-
mienta epistemológica. Pero la contribución esencial radica en delimitar
un objeto de análisis para la geografía. Y en perfilar sus dimensiones con-
ceptuales.
El primer intento para establecer un discurso crítico sobre el espacio
y un discurso crítico sobre las descripciones del espacio surge en la socio-
logía con la obra de H. Lefebvre, La production de l'espace (Lefebvre, 1974).
En ella se parte de la crítica al discurso habitual sobre el espacio, en cuan-
to aproximaciones parciales a lo que hay en el espacio. Se propone, como
alternativa, una construcción teórica sobre el espacio, en que espacio físi-
co, espacio mental y espacio social constituyen aspectos de una unidad teó-
rica, que es el espacio como producto social.
Frente a la parcelación de las nociones del espacio y frente a las me-
táforas que permiten emplear el espacio en los más diversos ámbitos, des-
de el lingüístico al mental y al filosófico, el espacio del arte, y el espacio de
la narración, Lefebvre, propone construir la science de l'espace.
Apunta Lefebvre cómo «las descripciones y divisiones no aportan más
que inventarios sobre lo que hay en el espacio, en todo caso un discurso so-
bre el espacio, pero nunca conocimiento del espacio». Lo que determina
que sea el discurso, es decir el lenguaje, y por tanto el ámbito mental, el que
sustituya al espacio social. Los atributos y propiedades de éste se convier-
ten en caracteres propios del mundo mental.
Lefebvre plantea la necesidad de elaborar el concepto de espacio en un
lenguaje común para la práctica y la teoría de los diversos campos de co-
nocimiento que lo utilizan. El punto de apoyo de esa elaboración es el con-
cepto de «producción del espacio», en cuanto el concepto de producción,
permite superar la oposición objeto-sujeto. Lefebvre destaca la fertilidad de
un concepto como el de «producción del espacio» en la medida en que
«debe actuar para iluminar los procesos de los que surge».
El concepto de producción del espacio se asienta sobre el hegeliano de
producción. Marx lo utiliza para decantar la racionalidad que subyace en él
y en el contenido que le es propio, es decir, la actividad humana o práctica
social. Racionalidad que, como resalta Lefebvre, no necesita de soporte pre-

360 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

vio, sea teológico o metafísico, ni final. «La producción, en el sentido mar-


xista, supera la oposición filosófica entre sujeto y objeto y las relaciones
construidas por los filósofos a partir de esta separación... El concepto de
producción constituye el universal concreto» (Lefebvre, 1974).
El espacio social surge de la producción. Es decir, de «las fuerzas pro-
ductivas y relaciones de producción» existentes en cada momento históri-
co, que identifican «la práctica social global, comprendidas todas aquellas
actividades que hacen una sociedad: educativas, administrativas, políticas,
militares, etc.» (Lefebvre, 1974). El espacio que resulta de esta actividad, el
espacio social, «no es un cosa entre cosas, un producto entre productos,
sino que envuelve las cosas producidas, comprende sus relaciones de coe-
xistencia y simultaneidad, orden y desorden relativos. Resulta de una serie
y conjunto de operaciones y no puede reducirse a simple objeto».
Para Lefebvre, este espacio social no responde a la naturaleza, ni al cli-
ma o carácter del sitio, ni a la historia anterior, ni a la circunstancia cultu-
ral. El espacio social es el resultado de un proceso vinculado con el desa-
rrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, la prác-
tica social global. No puede atribuirse a factores singulares como los físi-
cos, o la historia anterior.
Es el resultado de un despliegue de las fuerzas productivas que operan
en un espacio preexistente, que no desaparece sino que se implica en la nue-
va construcción. «Los espacios sociales se implican» unos en otros. El es-
pacio no «es ni un sujeto ni un objeto sino una realidad social, es decir un
conjunto de relaciones y formas». No puede abordarse, en consecuencia,
como un «inventario de objetos en el espacio ni con las representaciones o
discursos sobre el espacio, aunque debe dar cuenta de esos espacios de re-
presentación y de las representaciones del espacio, pero sobre todo de sus
lazos mutuos y con la práctica social» (Lefebvre, 1974).
Este producto tiene como materia prima la naturaleza. Una naturale-
za polivalente, porque es material y formal, es producto que se consume y
es medio de producción, «en cuanto redes de cambio, flujos de materias pri-
mas y energías modelan el espacio y son determinadas por él». Un espacio
que se presenta en diversos niveles, local, regional, nacional, planetario, im-
plicados unos en otros. El espacio se desarrolla a diversas escalas.
En el desarrollo teórico del espacio, Lefebvre apunta una reflexión bá-
sica, al diferenciar «el pensamiento y el discurso en el espacio y el pensa-
miento y el discurso sobre el espacio, que son signos, palabras, imágenes,
del pensamiento del espacio», construido éste a partir de conceptos elabo-
rados. En relación con ello, la existencia de un pensamiento y discurso, so-
bre el espacio, hecho de signos, palabras, imágenes; y un pensamiento y dis-
curso del espacio, construido a través de conceptos.
El espacio, que es un producto histórico, no se confunde con su histo-
ria, ni con el inventario de objetos que lo configuran, ni con las represen-
taciones y discursos que se elaboran sobre él, aunque tiene que ver con esas
representaciones y discursos, en relación con la práctica social.
Frente al naturalismo geográfico que subyace en determinadas concep-
ciones del espacio, señala que «el punto de partida no se sitúa en las descrip-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 361

ciones geográficas del espacio-naturaleza, sino más bien en los ritmos natu-
rales, en las modificaciones aportadas a esos ciclos y su inscripción en el es-
pacio por los gestos humanos, los del trabajo en particular. En principio, por
tanto, los ritmos espacio-temporales de la naturaleza transformados por una
práctica social». Reflexiones que, en algún modo, recuerdan las de L. Febvre.
Y en esa misma dirección critica los procesos de socialización del es-
pacio, es decir, la concepción de que el espacio social constituye un espacio
socializado. Para Lefebvre una concepción de este tipo responde a una
ideología que separa naturaleza y sociedad. Supondría un espacio-natura-
leza en proceso de socialización, como si aquél tuviera una existencia se-
parada y distinta. Apunta Lefebvre cómo «cuando una sociedad transforma
los materiales de esa mutación, éstos provienen de otra práctica social his-
tóricamente (es decir genéticamente) preexistente. Lo natural, lo original en
estado puro, no se encuentra». Responde a una imagen que identifica con
una «representación del espacio» (Lefebvre, 1974).
Resalta Lefebvre el papel de la naturaleza y los medios de producción
en la medida en que el capital fijo constituye una riqueza social, de parti-
cular significación en la sociedad capitalista. El capital fijo se extiende a
través de múltiples elementos de orden físico y actúa como instrumento de
movilización del capital variable, utilizado en la producción de nuevo capi-
tal fijo. El capital fijo aparece como una necesidad de supervivencia para el
propio capital.
Apuntaba también al hecho de que la distribución de las plusvalías ge-
neradas en el proceso productivo se realiza espacialmente, territorialmente.
Tiene lugar según relaciones de fuerza, entre países, sectores, regiones, de
acuerdo con sus estrategias y saber hacer. Apuntaba igualmente cómo el es-
pacio se reorganiza en función de la búsqueda de recursos que se hacen
escasos, sean agua, luz, materias primas, entre otros. Búsqueda que es-
timula la creación de valores de uso rehabilitados frente al cambio.
Y planteaba, interrogativamente, el que «el mercado mundial, con su
escala planetaria, engendra un fraccionamiento espacial: estados y naciones
que se multiplican regiones que se diferencian y afirman, estados y firmas
multinacionales que se benefician de dicho fraccionamiento, y se mantie-
nen por encima de él» (Lefebvre, 1974). La dialéctica entre los procesos glo-
bales, lo nacional y lo local, forma parte de la propia naturaleza del desa-
rrollo capitalista y de la producción del espacio.
La concepción de Lefebvre no está exenta de contradicciones. El espa-
cio aparece como escena-continente y como producto social. Como si fue-
ran sólo dos estadios históricos, vinculados con grados del desarrollo social
distintos. De tal modo que «un salto adelante de las fuerzas productivas...
sustituye o más bien superpone a la producción de las cosas en el espacio
la producción del espacio» (Lefebvre, 1974). La producción del espacio pa-
rece reducirse al mundo capitalista, perdiendo con ello la fertilidad del con-
cepto aplicable, de acuerdo con el significado marxista de producción al
conjunto de la sociedad humana.
Recurre Lefebvre a una concepción puramente material del espacio, el
«mundo material», que podemos considerar no es sino una representación del

362 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

espacio. De la misma naturaleza que la que él resalta respecto del denomina-


do «espacio geométrico». Los rasgos de uniformidad, abstracción, que se le
atribuyen pertenecen al campo de la representación, sin que constituyan atri-
butos del espacio. Lefebvre no aclara estas contradicciones o derivas de su
argumento esencial, la que constituye la más esencial aportación a la ela-
boración de una teoría social del espacio. Elaboración que sustenta la cons-
trucción de un objeto para la geografía como espacio social, característica
del último cuarto de siglo.

5.3. LA CONSTRUCCIÓN DEL ESPACIO GEOGRÁFICO

El espacio como producto social, como un sistema de relaciones socia-


les cuya materialidad identificamos también como espacio geográfico, en el
sentido en que lo elaboran los geógrafos de inspiración marxista, constituye
la representación más reciente del espacio como objeto de la geografía. Des-
de la Geografía, pero en la senda teórica marcada por H. Lefebvre en La pro-
duction de l'espace, se perfila la construcción teórica del espacio geográfico.
The Limits to Capital (Harvey,1982) constituye la obra en que de forma
más sistemática se aborda el integrar «la producción del espacio con el pro-
ceso de acumulación, en orden a crear un capital fijo para cumplir el
proceso de acumulación». Para este geógrafo, las estructuras espaciales res-
ponden al proceso de producción social. Producción que él plantea como
un «momento activo dentro de la dinámica temporal de acumulación y re-
producción social», propia del capitalismo.
El espacio aparece como capital fijo vinculado al proceso de produc-
ción, afectado tanto por las inversiones de capital como por la circulación
de los capitales. Unos y otros determinan diferencias en los costos y bene-
ficios, que afectan al desarrollo de las fuerzas productivas. Afectan a los
propios capitalistas según su ubicación, al devaluar el capital fijo existente,
caso de las infraestructuras de transporte.
Las ventajas de localización representan un beneficio excedente o plus-
valía que beneficia a determinados capitalistas y perjudica a otros. Consti-
tuyen, a su vez, una cuestión compleja sometida a múltiples determinacio-
nes bajo el capitalismo y que varían en el tiempo, de acuerdo con la inci-
dencia de éstas. El resultado es el desigual desarrollo geográfico y la radical
reestructuración del espacio económico capitalista. La «búsqueda de plus-
valías a través del cambio tecnológico no es independiente de la búsqueda
de plusvalía por medio de la relocalización». El beneficio que impulsa la di-
námica capitalista opera como un factor geográfico de primer orden según
Harvey.
Capital fijo que se corresponde también con el espacio inmobiliario, un
«capital fijo de tipo independiente», por la singularidad de las formas de cir-
culación del capital en este sector. Agrupa desde propietarios del suelo, per-
ceptores de renta, y promotores, que participan de esa renta del suelo, a
constructores que obtienen un beneficio empresarial y financieros que ob-
tienen un interés por los capitales prestados.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 363

La renta del suelo constituye el componente que dirige al capital y al


trabajo, modelando «la división geográfica del trabajo y la organización es-
pacial de la reproducción social». La renta aparece como una forma de in-
terés que se identifica con determinados atributos de localización. De ahí
las «ondas de especulación en la creación de nuevas configuraciones espa-
ciales, en la medida en que son vitales para la supervivencia del capitalis-
mo» (Harvey, 1982).
La dinámica de concentración, polarización y diferenciación espacia-
les, a diversas escalas, desde la local a la planetaria, se inserta en la propia
dinámica de los procesos de reproducción social del capitalismo. La exis-
tencia de fuerzas que promueven la concentración a escala regional y local,
de las actividades económicas determina el comportamiento de aquellas
empresas más vinculadas con este tipo de condiciones. Son exigencias de-
rivadas de la naturaleza de un mundo productivo dominado por la persis-
tente renovación tecnológica.
Otros factores, como el costo de la energía, el volumen y orientación
de las inversiones públicas, la presencia de centros de innovación tecnoló-
gica, la propia evolución de la demanda social de unas áreas respecto de
otras, inciden en similar dirección. Incentivan los procesos de concentra-
ción y diferenciación espacial (Laksmmanan y Chattersee, 1985).
Procesos que acompañan el desarrollo del sistema fabril capitalista
desde sus inicios. Procesos reforzados por la incidencia creciente de facto-
res derivados de las economías de escala y de las economías externas que
surgen de la concentración. Su principal efecto secular ha sido y sigue sien-
do la tendencia a la concentración del capital y de las actividades econó-
micas en el espacio. Y como consecuencia, a la configuración diferenciada
del espacio terrestre. Es la dinámica activa del capital y trabajo la que de-
terminan el cambio y la movilidad espacial de las áreas geográficas, aso-
ciados al «amplio margen de desplazamiento de la fuerza de trabajo y de
las externalidades ambientales» (Laksmmanan y Chattersee, 1985).
Por otra parte, las infraestructuras sociales, equipamientos y servicios
diversos, «que sostienen la vida y el trabajo», sólo se crean en la medida en
que se genera una cierta densidad, lo que les hace «geográficamente dife-
renciadas». En su conjunto configuran un «complejo de recursos humanos»
que se adapta con dificultad a las exigencias capitalistas.
Constituye, en cambio, una parte «del entorno geográfico al que el ca-
pitalista debe, en alguna medida, adaptarse». El capitalismo se desarrolla
en sociedades preexistentes que imponen ciertas determinaciones o condi-
ciones a su desarrollo. Harvey destaca, sin embargo, «la capacidad de la cir-
culación capitalista, para crear, mantener, e incluso recuperar ciertas infra-
estructuras sociales a expensas de otras».
Resalta Harvey, siguiendo a Marx, el hecho de que el capitalismo no se
desarrolla sobre un plano neutro dotado de recursos naturales y de fuerza
de trabajo de forma homogénea, accesibles por igual en todas las direccio-
nes. Se inserta, se desarrolla y expande en un rico y variado entorno geo-
gráfico preexistente, producto, a su vez, de condiciones históricas previas.
Entorno caracterizado por la diversidad en la abundancia de recursos na-

364 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

turales y en la productividad de la fuerza de trabajo. Éstos no son produc-


to de la Naturaleza sino resultado de una historia de siglos.
Destaca para Harvey la «inmensa significación de la situación de las
infraestructuras sociales (social infraestructural moment) en el proceso total
de circulación capitalista». Constituye un factor en la producción de con-
centraciones geográficas con condiciones cualitativas mejores. Son regiones
que resultan favorecidas por la acumulación de valor en recursos humanos
y sociales, que actúa como elemento de atracción para el capital producti-
vo. La circulación del capital en estas infraestructuras, es decir, la inversión
en ellas, revierte en la producción material y en la de la plusvalía. Induce
cambios en la productividad, facilita la innovación tecnológica a través de
la investigación. Facilita el convencer al conjunto de la sociedad de las ne-
cesidades de la producción, o de los costos necesarios de la misma, sea con-
taminación o riesgos de salud. Facilita el uso de recursos públicos para pro-
mover ayudas, subvenciones, exenciones que beneficien al capital. Puede
generar estados sociales de reprobación, «desde la prensa o desde el púlpi-
to», respecto de determinadas prácticas o actitudes que contradicen u obs-
taculizan el proceso de acumulación.
Ventajas que, por ello mismo, pueden devenir desventajas. Mantener
infraestructuras sociales supone costos, que pueden llegar a anular las ven-
tajas de localización y reducir el atractivo para el capitalista. Éste puede
sentirse estimulado a buscar emplazamientos donde el costo de manteni-
miento de los recursos sociales sea menos oneroso. «El capital produce y'
reproduce, a través de múltiples formas de sutiles mediaciones y transfor-
maciones, tanto su entorno físico como el social», en procesos no exentos
de contradicciones. Pueden suponer, para un espacio resistente al cambio y
configurado sobre capital fijo de larga duración, situaciones críticas, en lo
físico y social. Son las etapas de reestructuración que acompañan a las cri-
sis del proceso de circulación capitalista y que suponen un cambio de lo que
llama la «geografía», es decir, del espacio, preexistente.
En la concepción de un materialismo geográfico-histórico, Harvey re-
salta que «las plusvalías han de producirse y realizarse en un determinado
dominio geográfico». Esta dimensión espacial del proceso de reproducción
del capital y de producción de la plusvalía define áreas en cierta medida au-
tónomas, en las que se producen y realizan dichas plusvalías. Son las re-
giones. Operan a modo de espacios cerrados pero están insertos en un mun-
do capitalista en proceso de universalización, en el que ni los límites regio-
nales permanecen estables ni las condiciones de producción de beneficios
quedan circunscritos a esos límites, a pesar de las barreras regionales esta-
blecidas para protegerlas.
Las posibilidades de obtenerlos fuera de ellas conlleva, con el movi-
miento de capital, la construcción de nuevas formas de diferenciación es-
pacial. Y la obligada destrucción de las barreras regionales establecidas
queda contrarrestada con la necesaria elevación de otras nuevas en los
nuevos espacios regionales. El desarrollo desigual y la diferenciación es-
pacial aparecen así como consustanciales con la propia naturaleza del ca-
pitalismo.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 365


Una interpretación en la que confluye, desde una aproximación teóri-
ca de base empírica, la geógrafa británica D. Massey. Para ésta, el desarro-
llo desigual, de carácter regional, se vincula con la dinámica que el capital
desarrolla desde el punto de vista de la localización. Son las formas de or-
ganización de la producción el origen de las divisiones espaciales del tra-
bajo. Producción, estructuras sociales y procesos de acumulación se mani-
fiestan como fenómenos de segregación espacial, en el marco de la econo-
mía capitalista (Massey, 1984).
Una reflexión teórica que destaca la significación de los espacios loca-
les y que recupera, desde el enfoque marxista, un objeto, la localidad, tra-
dicionalmente asociado con las geografías de carácter subjetivo. La reivin-
dicación de lo local desde una óptica marxista aparece en relación con la
crisis industrial y la reorganización de los mercados de trabajo.
La instancia local surge como un instrumento para captar el ámbito
espacial de estos mercados de trabajo. Las cuencas de empleo como espa-
cios de reclutamiento de la mano de obra, o «área de desplazamiento al tra-
bajo», han sido utilizadas para delimitar el mercado de trabajo. Han servi-
do como soporte teórico del enfoque de localidades, que se desarrolla, en
particular, en las áreas afectadas por la crisis. Tiene, por tanto, un valor em-
pírico y un valor teórico.
El recurso a los mercados de trabajo para delimitar las unidades loca-
les constituye un instrumento de aproximación extendido en la práctica geo-
gráfica; una orientación que ha tenido especial desarrollo en el Reino Uni-
do en los últimos decenios (Peck, 1989; Jonas, 1988). Enfoques que se pre-
sentan como una alternativa o variación del tradicional enfoque regional y
de la región (Jonas, 1988).
Completa la amplia secuencia de representaciones que han identifica-
do, de forma consecutiva o alternativa, el objeto de la geografía. A través de
las que los geógrafos han organizado sus prácticas y con las que han desa-
rrollado y orientado su trabajo. Constituyen las diversas construcciones con
las que la comunidad geográfica ha intentado delimitar su objeto de traba-
jo, reconocerse como tal comunidad y distinguirse del resto de las comuni-
dades científicas.

6. Las representaciones geográficas del espacio


El uso del espacio como un concepto central por los geógrafos y en
otras ciencias sociales como Economía, Sociología y Antropología, consti-
tuye un rasgo relevante del desarrollo de las ciencias sociales en el último
medio siglo. La diversidad de acepciones es un aspecto destacado de este
uso. La ausencia de precisión conceptual en el mismo constituye un rasgo
sobresaliente y la referencia al espacio aparece, en la generalidad de los ca-
sos, como si este término tuviera una significación unívoca. El análisis
muestra que bajo ese término se encuentran significados muy diversos y
concepciones contrapuestas. Esto es así en el uso coloquial y lo es, en ma-
yor medida, en el científico. Lo es, asimismo, en la geografía.

366 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La diversidad de acepciones no impide una cierta coincidencia con-


ceptual. La distinta formulación del espacio en la geografía presenta fun-
damentos comunes, de acuerdo con tres grandes enfoques o propuestas que
subyacen en el uso del espacio como un concepto de la geografía y de las
ciencias sociales en general. En primer término, una concepción material
del espacio.
El enfoque más tradicional se corresponde con el naturalista, que in-
terpreta el espacio como «medio natural». Comparten esta conceptuación
los enfoques ambientales de la geografía, por igual los que se refieren a
las regiones naturales que los que se centran en el paisaje, en la medida
en que todos ellos tienen el entorno físico como referencia. Es el concep-
to de espacio que domina la geografía ambiental positivista inicial y es el
concepto de espacio que subyace bajo el enfoque paisajístico de la geo-
grafía regionalista y del paisaje, tanto en su marco regional como en su
desarrollo cultural.
Se trata, en segundo término, del espacio como extensión y ubicación,
del espacio diferenciado, o «espacio como diferencia» (Simonsen, 1996). El
espacio se identifica con la localización. Un enfoque en el que coinciden
propuestas muy distintas, pero relacionadas en el papel que otorgan a la
ubicación como factor de desarrollo diferenciado. Se trata del concepto de
espacio que maneja la geografía regionalista de orientación espacial, tal y
como la formulaba Hettner, en la tradición kantiana del espacio. El espacio
como factor clasificatorio de los fenómenos.
Se corresponde con las concepciones dominantes en la geografía re-
gional anglosajona, sobre todo norteamericana, de la primera mitad del
siglo XX, y, en general, en los enfoques de areal differentiation, según la
propuesta de Hartshorne. Una concepción del espacio vinculada a la lo-
calización. Subyace también en las más recientes propuestas que asocian
los procesos sociales a los lugares en que se producen, como un factor di-
ferencial de los mismos. Corresponde con los más recientes enunciados
del espacio como localidad y de la recuperación de lo local. Surge en la
consideración de que el carácter de una formación social condiciona el
desarrollo de los procesos sociales, y de la identificación de la formación
social con el espacio. Se enmarcan en los enfoques recientes de la teoría
de la estructuración.
En todos estos enfoques subyace, en realidad, una concepción del es-
pacio como contenedor o escenario y por ello una referencia al espacio ab-
soluto o espacio geométrico de herencia griega. Un espacio objetivo vincu-
lado a la situación de los objetos y agentes. El espacio como área, como su-
perficie, como extensión. Desde otros enfoques teóricos, la valoración de la
diferencia en la conceptualización del espacio confluye en una similar aten-
ción al espacio local, al espacio como portador de especificidad. El acento
sobre lo local como portador de diferencia conduce, en realidad, a una con-
cepción no material sino subjetiva del espacio.
El espacio se inserta en una concepción idealista y subjetiva de la rea-
lidad, que arraiga en las corrientes existencialistas y fenomenológicas del
primer tercio del siglo XX. La característica dominante es el acento sobre la

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 367

dimensión espacial de los seres humanos y por ello de la sociedad y las


prácticas sociales. El espacio se contempla desde esta dimensión propia de
la naturaleza humana. Un enfoque que ha tenido diversas formulaciones en
el ámbito social y en la geografía en particular, sobre todo en la segunda
mitad del siglo XX y en el marco de las geografías humanísticas y geogra-
fías del posmodernismo.
La recuperación del paisaje y de lo local, en las primeras, forman par-
te de estos enfoques vinculados a la dimensión espacial humana, desde fi-
losofías subjetivas. La consideración del espacio como ámbito de lo vivido,
es decir, de la experiencia subjetiva, pertenece también a estos enfoques.
El espacio como identidad, así como las distintas aproximaciones al es-
pacio como texto, como conjunto de símbolos, desde el lenguaje, forma par-
te asimismo de ellos. Enfoques con los que se relacionan, en cuanto a va-
lorar la dimensión espacial del mundo y de los procesos sociales, las nue-
vas aproximaciones teóricas surgidas desde la teoría de la estructuración y
desde el desarrollo neomarxista. En muchos casos desde una mezcla de pro-

El enfoque más reciente es el desarrollado en la geografía de filoso-


puestas caracterizadas por el eclecticismo (Di Meo, 1987).
fía marxista. El espacio tiene una consistencia real y material, como es-
pacio construido, identificado con el capital fijo producido en el proceso
de acumulación capitalista. Constituye «un tipo de inercia histórica», en
que se materializa el trabajo de períodos históricos precedentes. Es el con-
cepto de espacio propuesto por Harvey, que arraiga en las elaboraciones
de H. Lefebvre.
Se integra en un conjunto de enfoques que abordan el carácter social
de determinadas estructuras materiales a las que se les reconoce como pro-
ducto de la actividad humana. Se integran, por tanto, en el marco de las
concepciones del espacio como producto social. Pertenece a los enfoques
que destacan el significado de las prácticas sociales, y su análisis a partir,
precisamente, del entorno material -no natural-, con sus distintos ele-
mentos y estructuras, desde las construcciones e infraestructuras hasta la
contaminación.
La multiplicidad de propuestas se resuelve, por tanto, en un estrecho
marco de enfoques o concepciones fundamentales. Para algunos autores,
son estos tres los enfoques básicos (Simonsen, 1996). Sobre ellos se sustenta
el conjunto de representaciones geográficas del espacio, y por tanto de re-
presentaciones del objeto de la geografía, aunque en cada caso con ropaje
y denominación distinta.
La práctica geográfica ilustra la diversidad de estas representaciones
del espacio geográfico, la variedad de soportes epistemológicos y la in-
fluencia de su historia. La práctica descubre la dimensión real de la geo-
grafía y constituye el contrapunto de los postulados teóricos y epistemoló-
gicos. La práctica define también la variedad de tradiciones que componen
la geografía moderna.
CAPÍTULO 19

LAS PRÁCTICAS GEOGRÁFICAS:


LAS GEOGRAFÍAS FÍSICAS

La decantación de las prácticas, conocimientos y experiencias geográ-


ficas a lo largo del siglo XIX, el propio ritmo de la evolución de estos cono-
cimientos, la tradición existente en la geografía y el acicate de los postula-
dos teóricos, dominantes en la geografía moderna a finales del siglo pasa-
do, contribuyeron a definir la estructura formal de la disciplina. La decan-
tación de los diversos saberes geográficos en campos o disciplinas se pro-
ducirá de modo diferenciado en el tiempo.
Algunos de esos campos aparecen definidos pronto y se mantienen des-
pués sin grandes alteraciones. Otros tardarán en fraguar y algunos no han
podido hacerlo. Otros muchos experimentan notables cambios a lo largo del
tiempo en su concepción y práctica. En ningún caso se trata de una disci-
plina configurada de una vez. Tampoco se trata de disciplinas o ramas de
perfil acabado o permanente, aunque, por lo general, han mantenido, a lo
largo del tiempo, la misma denominación.
El esfuerzo fundacional de la geografía moderna determinó, ya en el
siglo XIX , la división entre dos campos, el de la Geografía Física, cuya
definición o delimitación aparece temprano, como hemos visto, y el de la
Geografía Humana, término éste que aparece en los inicios del siglo XX
(1910). Su antecedente inmediato es la Antropogeografía de F. Ratzel, de
1882.
La geografía física fue entendida como «descripción y explicación físi-
ca de la superficie terrestre». Se integró en el ámbito de las ciencias de la
Tierra y de modo muy destacado de la geología, en la que se encuentran al-
gunos de los primeros nombres de geógrafos «modernos», como Richtho-
fen o Davis. En sentido estricto, no se trata de una disciplina sino de un
campo de conocimiento, que engloba disciplinas distintas, cada una con su
objeto propio y método específico. En la práctica geográfica, como vere-
mos, resulta identificada con la fisiografía o morfología de la Tierra, es de-
cir, con lo que hoy conocemos como geomorfología.
La geografía humana fue concebida como una propuesta innovadora
para abordar como eje de estudio las relaciones del Hombre y el Medio, con
la ambición de ser ciencia puente entre las disciplinas de la Tierra y las so-
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

ciales o humanas. Surge con pretensión de disciplina. Es la propuesta que


avanza Ratzel como Anthropogeograhie, que J. Brunhes bautizará como Geo-
grafía Humana. Es el enunciado que abre el título de su conocida obra so-
bre el regadío mediterráneo (Brunhes, 1904). Denominación cuyo éxito su-
puso el que desaparecieran o cambiaran de contenido las que se habían em-
pleado con anterioridad para identificarla, desde Geografía Política a Geo-
grafía Económica, además de la empleada por Ratzel.
A lo largo de un siglo largo, la evolución habida muestra una doble ten-
dencia. Se produce el abandono del proyecto inicial de la geografía huma-
na como una disciplina, ciencia puente y como disciplina específica de las
relaciones Hombre-Medio. Tiene lugar su transformación en simple deno-
minación para el conjunto de las disciplinas geográficas de carácter social
en su objeto. Se mantiene la persistente diferenciación entre los estudios de
geografía física y geografía humana, con una diversificación creciente de los
objetos de estudio y de especialización. La consecuencia es la identificación
de cada una con un campo de conocimiento diferenciado. La Geografía Fí-
sica se inserta en el de las ciencias de la Tierra y la Geografía humana en
el de las ciencias sociales.
El otro rasgo sobresaliente de la evolución de la geografía en este siglo
es el progresivo vaciamiento de la estructura conceptual y epistemológica
introducida por A. Hettner en el primer tercio del siglo XX, aunque haya
permanecido la nomenclatura utilizada por él. La evolución en el tiempo y
los nuevos enfoques que se han producido en el ámbito epistemológico han
trastocado el sentido originario, y han vaciado los términos de su significa-
ción teórico-epistemológica. La distinción entre geografía general y geogra-
fía regional ha permanecido como división para identificar por un lado las
ramas sistemáticas y por otra la construcción regional.
Se ha mantenido como una forma de clasificación interna del conoci-
miento geográfico. En el primer caso identifica el saber sistemático o espe-
cial, es decir, las disciplinas con objetos específicos, frente al saber coroló-
gico o local atribuido a la geografía regional.
Circunstancia que ha supuesto la integración formal en la geografía
general de las distintas disciplinas o campos surgidos en la geografía físi-
ca y en la geografía humana, que aparecen como partes formales de la
geografía general. Como divisiones formales permiten una aproximación al
desarrollo histórico de la geografía en lo que se refiere a sus objetos de co-
nocimiento.
Geografía física y geografía humana engloban el conjunto de discipli-
nas de carácter geográfico, las que algunos denominan ciencias geográficas.
Los persistentes esfuerzos por unificar ambos campos e integrar los distin-
tos conocimientos especializados constituyen un rasgo distintivo de la evo-
lución de la disciplina en el siglo XX . Una cuestión no resuelta ni en el mar-
co teórico ni en la práctica. Ésta nos muestra un amplio abanico de disci-
plinas consolidadas que se han desarrollado con ritmos muy diferentes. El
proceso es patente en el caso de la geografía física, caracterizado por el de-
sequilibrio entre las diversas ramas y la primacía notoria, en el tiempo y la
amplitud, de la geomorfología.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 371

1. La hegemonía geomorfológica

El considerable adelanto de la geología como disciplina descriptiva de


la superficie terrestre, en el aspecto conceptual, con una consistente no-
menclatura, en la metodología, incluyendo en este apartado el recurso sis-
temático a la cartografía cronológica y estructural de las formaciones
rocosas, y en los postulados teóricos relativos a los procesos tectónicos y
dinámica superficial, hará de los geólogos un grupo pionero en la explo-
ración del campo geográfico y de la topografía, antecedente de la Geo-
morfología, la disciplina más relevante, por no decir que exclusiva, de la
geografía física.
Circunstancias históricas y personales hicieron, de la llamada geo-
grafía física, una simple disciplina geológica, de hecho cultivada en el
marco de la geología y desarrollada por geólogos, caracterizados por una
formación naturalista amplia. La geografía física se entiende, en la se-
gunda mitad del siglo XIX, como una prolongación de la geología. No deja
de ser significativo que a comienzos del siglo XX , la única materia de
geografía física, en España, se imparta en las Facultades de ciencias, in-
corporada a la geología -en realidad, sólo en la Facultad de Ciencias de
la universidad madrileña existía una cátedra-, denominada de geografía
y geología dinámica.

1.1. GEOLOGÍA Y GEOMORFOLOGÍA: UN VÍNCULO ORIGINAL

El prestigio de Principles of Geology de Lyell (1797-1875), y sus postu-


lados, así como la incorporación de la teoría evolucionista, dieron a la geo-
logía su perfil moderno. El notable avance de la geología en la primera mi-
tad del siglo pasado, en los aspectos teóricos, conceptuales, taxonómicos y
metódicos, y en la cartografía geológica, es decir, en el trabajo de campo,
constituye el fundamento de la aparición y desarrollo de la geomorfología.
La geología se interesaba, con preferencia, por el entendimiento de los
grandes movimientos telúricos del pasado, que conformaban la historia de
la Tierra. Sus objetivos se centraban en la formación y evolución de las gran-
des cadenas montañosas, en la caracterización litológica y paleontológica de
las áreas continentales. Su interés se manifiesta por las grandes formas
de relieve, las que tenían que ver con los grandes movimientos de la corte-
za terrestre. Son enfoques que distinguen una primera etapa, fisiográfica.
La vinculación de las formas del terreno con las estructuras tectónicas
constituye el enfoque que permite el establecimiento de una taxonomía es-
pecífica. Configura los inicios de la moderna geomorfología, en su dimensión
fisiográfica, en que se gesta la geomorfología de orientación estructural. El
inventario de estas formas de relieve y la preocupación por identificar los
procesos que habían dado origen a las mismas constituyen las primeras
orientaciones de esta rama de la geología. Un enfoque que añade, a la mera
descripción formal, el intento de establecer la génesis y, por consiguiente, los
procesos evolutivos determinantes de tales formas de relieve.

372 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Los geólogos de campo muestran un paralelo interés por las formas de


relieve que respondían a los agentes externos, las que eran producto de la
meteorización y de la acción de las aguas corrientes, las aguas marinas y
del hielo. Sus efectos eran conocidos y habían sido estudiados con anterio-
ridad. Los valles fluviales, las terrazas, las playas, los depósitos deltaicos, la
denudación torrencial, lo mismo que la acción glaciar y las morrenas, eran
fenómenos conocidos.
En relación con esas formas y procesos, observados en la práctica geo-
lógica de campo, surgen las cuestiones que tenían que ver con los procesos
recientes, a partir del Cuaternario, con las formaciones superficiales, con la
dinámica externa. Los notables trabajos de los geólogos norteamericanos en
este campo y de los alemanes en los Alpes, permitieron el arraigo, en el úl-
timo cuarto del siglo pasado, de la morfología de la superficie terrestre, como
la denominara A. Penck (1858-1945). De acuerdo con las líneas que había
establecido O. Peschel (1826-1875), un destacado geólogo alemán, se esta-
blece el vínculo entre relieve y los cursos de agua, el hielo, la acción mari-
na, los volcanes, entre otros.
Se definen entonces las dos principales orientaciones de la geomorfo-
logía. La primera, más dirigida a vincular formas de relieve y procesos ero-
sivos de acuerdo con los ambientes dominantes, que dará el perfil de la es-
cuela alemana. La segunda, más teórica y deductiva, con pretensiones de
establecer un modelo explicativo de la evolución del relieve de carácter cí-
clico, universal. Ésta identificada con la escuela norteamericana, que pode-
mos considerar auténtica creadora de la geomorfología.
La contribución de J. Cjivic, en el marco de la orientación germáni-
ca, en relación con las formas de relieve y procesos propios de las áreas
calizas, vinculados con el predominio de la disolución química, completa
el panorama de la primera geomorfología. En ese período se establecen
los grandes campos de la disciplina: los relieves de origen fluvial, el relie-
ve marino o litoral, los relieves glaciares, el relieve cárstico. En esos años
se fijan la nomenclatura y taxonomía básicas para identificar formas y
procesos.
En consecuencia, la denominada geografía física, identificada con la
Topografía y Fisiografía, considerada como prolongación de la geología,
queda vinculada a la acción de los geólogos. La sólida tradición geológica
que caracterizaba el desarrollo de la geografía física en ámbitos como Es-
tados Unidos y Alemania facilitó esa adscripción.
Geólogos de formación, ocupantes de las primeras cátedras de geogra-
fía universitaria en Europa y Estados Unidos, orientadas hacia la geografía
física, se dedicaron, de forma preferente, hacia ese tipo de trabajo.
La notable contribución de los geógrafos alemanes y de los norte-
americanos será determinante en la consolidación de esa tendencia, habi-
da cuenta del peso de su formación geológica y del prestigio de esta dis-
ciplina. La obra de Penck, auspiciada por F. Ratzel, éste zoólogo de for-
mación, publicada en el último decenio del siglo XIX , dedicada a los fenó-
menos glaciares, es coetánea de las primeras formulaciones de W. Davis
sobre el «ciclo de erosión».

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 373

En Estados Unidos el protagonismo de los geólogos es manifiesto, vincu-


lado al prestigio y trabajo de John Wesley Powell (1835-1902), G. K. Gilbert
y H. Gannett. Fueron impulsores de la geología dinámica externa, identifi-
cada con la geografía física. En ese marco se establece la geografía física,
en Estados Unidos, a finales del siglo XIX.
W. Morris Davis (1850-1934) fue profesor de geografía física en la Uni-
versidad de Harvard, dentro del departamento de geología. Astrónomo de
formación, será el fundador de la moderna geomorfología. Propuso un es-
quema teórico para la interpretación de la evolución del relieve terrestre, in-
terpretación asociada a lo que él denominará «ciclo de erosión», un proce-
so vinculado con la acción del agua y los procesos atmosféricos como prin-
cipales agentes erosivos.
Un esquema que dominará el desarrollo de la disciplina durante más
de medio siglo. No sólo crea lo que será la escuela geomorfológica nortea-
mericana, sino que una buena parte de la disciplina en Europa se desarro-
lla sobre sus planteamientos. En particular la escuela francesa, con geógra-
fos como E. de Martonne y H. Baulig, discípulos directos de Vidal de la Bla-
che, que pertenecen a la escuela de W. M. Davis.
En Europa, esa hegemonía inicial de los geólogos y de la geomorfolo-
gía es un rasgo sobresaliente. Los geólogos alemanes ocupan las primeras
cátedras de geografía en Alemania, como F. von Richthofen, que había tra-
bajado en China, y A. Penck (1858-1945). Son los impulsores de una geo-
morfología que, a diferencia de la norteamericana de W. Davis, tiene un ca-
rácter más empírico, más inmediato a la descripción de los procesos del
modelado terrestre, en distintos medios climáticos, más inductivo.
La asociación de las formas de relieve con las condiciones del clima,
pasado o presente, constituye un rasgo distintivo de estos enfoques empíri-
cos, extendidos en el ámbito europeo, sobre todo el germánico. Orientación
reforzada por la que introduce J. Cvijic, sobre los procesos y modelado en
rocas calcáreas, a partir de sus observaciones en los Balcanes. Cvijic pro-
mueve la consideración de la litología en el estudio de las formas del relie-
ve terrestre, a través del modelado específico de carácter calcáreo o carst.
Se puede decir que en el último decenio del siglo XIX , la geomorfología
adquiere su perfil moderno y el nombre que la identificará definitivamente
como morfología de la superficie terrestre. Perfil caracterizado por sus
principales campos. La «erosión normal», es decir, el modelado subaéreo
de latitudes templadas; el modelado glaciar, la morfología litoral y cárstica.
Y asienta su indiscutible hegemonía en la geografía física y su no menos
manifiesta influencia en la geografía.
Los geógrafos de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX
compartieron una concepción ambiental cuya gozne fue la geografía física,
identificada ésta, en lo esencial, con la topografía, fisiografía o geomorfo-
logía. En Alemania, geógrafos como A. Passarge (1867-1958) y A. Hettner
(1859-1941) son geomorfólogos. En Francia, E. De Martonne (1873-1955),
y H. Baulig (1877-1962), discípulos de Vidal de la Blache, también son geo-
morfólogos. La formación en geología y geomorfología caracteriza toda una
etapa de la geografía moderna a ambos lados del Atlántico norte, con espe-

374 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cial intensidad en los Estados Unidos, donde permanece hasta la primera


guerra mundial. Los geógrafos de mayor influencia en la comunidad geo-
gráfica se adscriben a la gemorfología.

1.2. DEL CICLO DE EROSIÓN A LA MORFOGÉNESIS

W. Davis desarrollaba conceptos y observaciones de J. W. Powell refe-


ridos a los agentes y procesos de erosión, en un medio templado y húme-
do. Es decir, conceptos y observaciones vinculados con el trabajo de los geó-
logos norteamericanos en la segunda mitad del siglo pasado, cuyos Survey,
es decir, los informes geológicos, integraron estos aspectos, así como ob-
servaciones vinculadas con la ocupación humana de los territorios. Su tra-
bajo, The Rivers and Valleys of Pennsylvania (1889), esbozaba los principios
de un enfoque y un método de raíz positivista, pero de notable avance res-
pecto del empirismo dominante en su época; tiene carácter deductivo. El
«ciclo de erosión» es una teoría sobre la formación del relieve y será, du-
rante muchos decenios, el principal marco teórico de la geomorfología. La
segunda mitad del siglo actual supone un notable desarrollo de esta disci-
plina que se traduce en la ampliación de los campos de estudio. Se produ-
ce, sobre todo, un profundo giro metodológico, marcado por el abandono
progresivo de la teoría cíclica de Davis y por el incremento expansivo de
una geomorfología analítica y experimental.
Se caracteriza por el ascenso de los planteamientos morfoclimáticos
que vinculan formas y procesos en el marco de los «sistemas de erosión» o
«sistemas morfogenéticos». En resumen, por un acento predominante en
los procesos de carácter estructural y sistémico. La consideración de la ero-
sión en un complejo de fenómenos y factores relacionados, o sistema, cons-
tituye el cambio teórico esencial. Nuevos enfoques representados, ante todo,
por la relevante contribución de Francia.
El desarrollo de una geomorfología climática, alternativa a la geomor-
fología del ciclo de erosión, domina la segunda mitad del siglo XX. El pun-
to de partida esencial es la valoración de la influencia del clima en los pro-
cesos de modelado del relieve. Los conceptos de morfogénesis y procesos
morfogéneticos, en el marco de un enfoque estructural, adquieren un prota-
gonismo decisivo. Esbozado por A. Cholley, un geomorfólogo francés, cris-

El producto de esta geomorfología ha sido una compleja aportación en


taliza en los conceptos de sistema de erosión y sistema morfogenético.

que resalta la sistemática descripción de las formas y procesos en los dis-


tintos sistemas morfogenéticos. Una brillante y pletórica escuela francesa,
enriquecida con los trabajos empíricos en los dominios coloniales africanos,
desarrolla una renovada geomorfología climática. Se producen esfuerzos de
sistematización teórica, como es el caso de J. Tricart, el más prestigioso re-
presentante de esta «escuela» francesa. Se trata de una geomorfología de
base empírica, que proporcionó a la disciplina la posibilidad de intervenir
en relación con las demandas sociales. La geomorfología aplicada es una de-
rivación consecuente de esta orientación.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 375

Orientación que se aproxima a la que adquiere la geomorfología an-


glosajona, en relación con el creciente recurso al análisis cuantitativo, a la
metodología experimental y al estudio de procesos. En el ámbito anglosa-
jón se impone, en la trayectoria del pensamiento positivista hondamente
arraigado en su cultura científica, una geomorfología de carácter experi-
mental. Se trata de una disciplina desarrollada en laboratorio, con una in-
tensa vocación métrica y cuantitativa. Una geomorfología dirigida, de modo
preferente, al análisis de los procesos que modelan el paisaje de la superfi-

Los resultados más aparentes de esta orientación se corresponden con


cie terrestre (Strahler, 1969).

una microgeomorfología caracterizada por la producción de modelos refe-


ridos a procesos específicos. La evolución de las vertientes se convierte en
un campo de particular atención en esta corriente geomorfológica. En re-
lación con ello se encuentra el amplio cultivo del Cuaternario y los proce-
sos vinculados con el frío y el hielo. Y una proyección práctica de estos es-
tudios, equiparable a la que se produce en Francia. Está ausente, en cam-
bio, una visión global del relieve (Klayton, 1978); es un rasgo distintivo res-
pecto de la escuela francesa.

1.3. GEOMORFOLOGÍA Y GEOGRAFÍA FÍSICA

La autonomía de hecho de la geomorfología respecto de la geología no


impide un permanente debate sobre las relaciones entre una y otra. Un deba-
te en el que aflora la no resuelta cuestión de los límites entre ambas. Planea
la sospecha de que la geomorfología no es sino una parte de la geología. De-
bate y dudas que se manifiestan ya desde el siglo pasado y que no llegarán a
desaparecer en el presente. El campo geomorfológico es abordado por geó-
grafos y por geólogos y se vincula a departamentos de geografía y geología.
La geomorfología ha logrado una absoluta preeminencia en la geo-
grafía física, tanto en el ámbito anglosajón como en el germánico y fran-
cés. En particular en este último, respecto del cual se ha dicho que la ge-
omorfología «adquirió, entre los años 1930-1960, una posición eminente
e incluso dominante, en la geografía», a lo que se achaca, como secuela,
«el insuficiente interés de los geógrafos franceses por los fenómenos na-
turales vinculados al aire, el agua y el mundo vivo» (Brunet, Ferras y

Este predominio ha supuesto la identificación o confusión de la geo-


Théry, 1993).

grafía física con la geomorfología. Un hecho que, como vemos, algunos au-
tores consideran abusivo para el adecuado desarrollo de una concepción geo-
gráfica del medio físico. Al mismo tiempo que apuntan cómo la geomorfo-
logía ha absorbido la mayor parte de los recursos humanos y financieros y
de los recursos académicos, expresados éstos en horas de clase, participa-
ción curricular, tiempo de formación y de investigación.
Circunstancias que, para estos autores, han motivado el profundo de-
sequilibrio existente entre geomorfología y demás ramas de la geografía fi-
sica. Han determinado, probablemente, la escasa o nula capacidad para

376 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

configurar una auténtica geografía física. Es decir, una disciplina que inte-
gre los diversos componentes del medio físico de forma más realista en
cuanto a la incidencia e importancia de los mismos en el conjunto. Algunos
autores destacan que cuando se trata de integrar la totalidad de las varia-
bles que implican al hombre y el ambiente, la importancia y utilidad del co-
nocimiento geomorfológico resultan exiguas (Klayton, 1978).
Problemática sensible para los geomorfólogos de mayor relevancia. La
propuesta de integración ecológica de la geomorfología, de J. Tricart, evo-
cando a Humboldt y su concepción unitaria de la Naturaleza, ha tenido de-
sarrollo limitado. El propio Tricart apuntaba este horizonte, así como las
dificultades que presenta la fragmentación de las disciplinas para poder al-
canzarlo (Tricart, 1978).
Las posibilidades de alcanzar una geografía física que responda a las
expectativas que la demanda social de nuestro tiempo están profundamen-
te condicionadas por el estatus hegemónico de la disciplina. Sus críticos
han resaltado la carencia de base teórica, la componente elefantiásica de su
desarrollo, y su dudosa influencia positiva en la evolución de la geografía
moderna. Lo señalaban en un significativo debate en Francia hace una de-
cena de años. Sucede, de forma paradójica, en relación con los problemas
más relevantes suscitados en las relaciones del Hombre con la Naturaleza,
en los tiempos actuales.
En este marco de predominio y hegemonía geomorfológica, el desa-
rrollo y evolución de las otras subramas de la geografía física aparecen
como un fenómeno reciente. En muchos casos apenas consolidado y con
notorias diferencias entre unas y otras. Resulta muy desigual la participa-
ción y conceptuación de la climatología, hidrogeografía y biogeografía.
En todo caso, su desarrollo se ha producido como ramas independien-
tes sin vínculo entre sí. Se ha originado en relación con las nuevas orienta-
ciones de las correspondientes disciplinas de las ciencias de la naturaleza.
Se ha ahondado la fragmentación inicial de la geografía física. Ha contri-
buido a consolidar su formulación como disciplinas propias, en mayor me-
dida dependientes o relacionadas con las correspondientes ciencias natura-
les, que con la geografía como campo de conocimiento.

2. Las hermanas pobres: de la climatología a la biogeografía

La evolución será muy distinta en las otras ramas de la geografía física.


El desarrollo de las distintas disciplinas integradas en la geografía física, apar-
te la geomorfología, se ve condicionado, en general y en cada caso, por la
deficiencia de la información disponible. Las informaciones básicas, en el
orden climático, lo mismo que en el ámbito hidráulico y en el biológico,
adolecen de insuficiencia. Son escasas, esporádicas, dispersas, y se reducen,
en muchos casos, a sólo una información taxonómica. El interés por el cli-
ma, las aguas, la vegetación y los suelos no logra cristalizar en una verda-
dera climatología, ni mucho menos en una geografía de las aguas o de la
vegetación, en el siglo XIX .

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 377

La climatología no sobrepasa en el siglo pasado y buena parte del si-


glo XX el estadio de una estadística meteorológica y, en relación con ella,
una clasificación climática. El desarrollo de la climatología se ve condicio-
nada por la debilidad de las informaciones, esporádicas, dispersas, recien-
tes o inexistentes. La disciplina no excede el marco de la distribución de
presiones, temperaturas, vientos, y otras variables meteorológicas, como la
nubosidad y las precipitaciones, a escala mundial y regional.
Considerables desequilibrios en cuanto a la información disponible, en
su continuidad temporal, en su fiabilidad, e incluso en la simple disposición
de la misma la caracterizan. Paradójicamente, es en el ámbito marino y tro-
pical donde se dispone de un más preciso análisis de los fenómenos meteo-
rológicos, en relación con las tormentas tropicales, el régimen de vientos, la
trayectoria y caracteres de los huracanes.
Tampoco la física de la atmósfera permitía atisbar un horizonte más
abierto. La meteorología moderna tardará decenios en elaborar un marco
conceptual de interpretación para los procesos que tienen lugar en la tro-
posfera. La dependencia, muy estrecha, de la climatología, respecto del
desarrollo de la meteorología, condicionará la constitución de una disci-
plina geográfica del clima que sobrepase la simple clasificación de las va-
riables elementales.
De forma equivalente sucedía en el campo de la hidrología, carente de
observaciones sistemáticas, prolongadas, densas y continuadas sobre los
cursos de agua o sobre las masas de agua continentales. Sólo las aguas ma-
rinas eran conocidas en sus caracteres fundamentales de extensión, pro-
fundidad, volumen, salinidad, movilidad, temperatura y composición gra-
cias a las campañas realizadas en la segunda mitad del siglo XIX por el
Será decisiva la gran expedición del Challenger entre los años 1873 y
Lightning en 1868 y el Porcupine (1869-1870).

1876, cuya vuelta al globo proporcionó una abundante y sistemática infor-


mación sobre las cuencas oceánicas. Fue publicada en 50 volúmenes edita-
dos entre 1880 y 1895, que comprendían 29.500 páginas, con 3.000 láminas
y mapas, constituyendo el «registro del mayor viaje científico que se haya
realizado» (Mill, 1895). Su efecto geográfico, a pesar de la inmediata rese-
ña de sus resultados, será escaso.
La utilización geográfica de esa información carecía de un adecuado
soporte teórico o conceptual. Por otra parte, la hidrología continental per-
tenecía al campo de la ingeniería más que al de la geografía. Estaba en re-
lación con las obras hidráulicas destinadas a la corrección de torrentes, el
encauzamiento de los ríos, la modificación de los cauces y las obras por-
tuarias. Son las que aportan la experiencia empírica primordial en orden
a identificar los principales procesos de la dinámica fluvial y costera. Son
los que permiten el análisis conceptual y teórico de tales procesos. La hi-
drología continental no sobrepasaba el estadio de la clasificación, por
cuencas, de los cursos de agua, en relación con su longitud y estructura de
arterias y afluentes.
En el mundo de la vegetación el panorama no era distinto, a pesar de
que se disponía de una información mucho más abundante. El desarrollo

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 379

desigual en el tiempo, en su dimensión teórica, en su integración con el res-


to de los campos y en su incidencia social.
Sin embargo, constituyen las ramas en las que se ha producido una
más acusada integración social. Nuevos enfoques, derivados de propuestas
teóricas renovadas, han impulsado un cambio sustancial en algunas de es-
tas disciplinas físicas. Bajo la óptica de los problemas relacionados con el
entorno natural se han desarrollado estos nuevos enfoques. Los riesgos na-
turales, la influencia antrópica sobre la naturaleza, el cambio histórico en
las condiciones físicas, representan planteamientos que desbordan la di-
mensión naturalista de estas disciplinas.

3. La progresiva constitución de una climatología geográfica

La climatología moderna aparece como una disciplina muy depen-


diente de la meteorología y física de la atmósfera, a cuyos avances recien-
tes responde en sus rasgos modernos. Hasta la segunda mitad de nuestro
siglo se reduce, en lo esencial, a una mera identificación de áreas de pre-
sión y de distribución de fenómenos meteorológicos. Estaba condicionada
por el deficiente estado de la información sobre tales variables para la ma-
yor parte de la superficie terrestre (Gil y Olcina, 1997).
Se trataba de una climatología descriptiva y numérica, cuya expresión ge-
ográfica se corresponde con las denominadas clasificaciones climáticas. Éstas
se orientaron a proporcionar una caracterización de los climas regionales de
acuerdo con los parámetros medios de temperatura, precipitaciones y hume-
dad. En las más modernas se completó con los datos de la evapotranspiración.
A esta climatología corresponden obras clásicas como las de J. Hann
(1839-1921), cuyo Manual de climatología, publicado en 1883, se mantuvo
como un clásico durante decenios, y W. Kóppen (1846-1940), el principal
i mpulsor de la moderna clasificación climática, uno y otro representantes
de la escuela alemana; así como de G. T. Trewartha. Son los representantes de
las dos principales escuelas en climatología, durante la primera mitad del
siglo XX. Todos ellos comparten, de modo significativo, el ser meteorólogos
de formación. De tal modo que las climatologías geográficas se desarrollan
desde la física y no desde la geografía.
La aparición de una climatología de rasgos modernos, y su inclusión
en el ámbito de la geografía, se produce a partir de los cambios que tienen
lugar en la meteorología en el primer tercio de este siglo. Se debe al nota-
ble desarrollo de la meteorología aplicada o predictora y al incremento de
información meteorológica a escala mundial y local desde la segunda gue-
rra mundial. Al mismo tiempo se ha producido un avance notable en la
comprensión teórica de la física atmosférica. Éste ha sido el rasgo más des-
tacado y de mayor influencia en la evolución reciente de esta disciplina.
La moderna meteorología surge de la aportación noruega, centrada
en la denominada escuela de Bergen, e identificada con V. K. Bjerknes
(1862-1951) y su hijo J. Bjerknes (1897-1975). Los meteorólogos norue-
gos elaboraron, en el primer tercio de este siglo XX , una teoría que per-

380 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

mitía explicar los movimientos de la baja atmósfera, en latitudes medias


y altas. Con ella es posible abordar los principales fenómenos meteoroló-
gicos que determinan las variables de significación climática: presiones,
vientos, temperaturas, precipitaciones. Se trata de la denominada teoría
La teoría frontológica supuso una revolución en el análisis meteoro-
frontológica.

lógico de las perturbaciones extratropicales o ciclones. La clave de la nue-


va teoría son los conceptos de masas de aire, frentes -en particular el de-
nominado frente polar-, y de circulación general de la atmósfera. Frentes
y masas de aire introducen una climatología sinóptica o dinámica que ex-
plica, de forma inteligible, los procesos de frontogénesis y ciclogénesis. Es
decir, los mecanismos de formación de los frentes y de las perturbaciones
asociadas con los mismos. Todo ello en relación con el movimiento gene-
ral de la atmósfera en dichas latitudes. La teoría frontológica proporcio-
naba una base teórica para el entendimiento del clima y hacía posible la
predicción meteorológica.
El complemento principal se encuentra en la teoría de la Circulación
General de la Atmósfera, cuya estructura perfila C. G. Rossby (1898-1957)
un meteorólogo sueco, en los años de la segunda guerra mundial. Abor-
daba los principios físicos de los movimientos de la troposfera terrestre.
Establece las relaciones existentes entre los movimientos atmosféricos que
se produce en sus capas altas y los de las capas inferiores. Son estas rela-
ciones las que están en el origen de las diversas situaciones atmosféricas y
las que determinan los distintos tipos de tiempo que dan realidad al clima
en un área.
Teoría vinculada al descubrimiento e interpretación de la denomina-
da corriente en chorro o jet stream que domina los movimientos atmosfé-
ricos en latitudes medias y altas y, en consecuencia, los procesos meteo-
rológicos de las mismas (Ritter, 1963). Marco teórico que permitió el de-
sarrollo rápido del conocimiento de la circulación atmosférica y de los
principales fenómenos meteorológicos de latitudes medias y altas. Con
posterioridad, la de las latitudes tropicales, así como las relaciones entre
ambas y con los océanos.
La nueva meteorología ha condicionado el desarrollo de la climatolo-
gía moderna como una disciplina científica que sobrepasa la simple clasifi-
cación de las variables climáticas. La climatología se constituye y desarro-
lla en la segunda mitad del siglo XX, período en el que adquiere sus rasgos
actuales. Se perfila como una disciplina que aborda los fenómenos y pro-
cesos climáticos en el marco de la circulación general atmosférica. Ésta per-
mite relacionar las distintas situaciones atmosféricas que caracterizan un
área determinada, de acuerdo con los grandes centros de acción que las ge-
neran. La sucesión de tipos de tiempo, asociados a aquéllas, marca los ras-
gos sensibles del clima, en un lugar o región.
La climatología dinámica o sinóptica permite situar los datos meteo-
rológicos en un marco comprensivo, en el que la interrelación entre diná-
mica general y contexto local o regional adquiere una significación geográ-
fica más precisa.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 381

El cambio de orientación se produce en la segunda mitad de este si-


glo XX y sólo se consolida a partir del decenio de 1960, a la par que se es-
bozan las nuevas direcciones de la investigación climatológica. Es la clima-
tología que introduce P. Pédelaborde, en Francia, O. G. Sutton en el ámbi-
to anglosajón, H. Flohn en el germánico y que aparece en las principales

El desarrollo más reciente y significativo de la climatología geográfica


síntesis del último tercio del siglo actual (Berry y Chorley, 1972).

está en relación con los nuevos enfoques que vinculan los fenómenos físi-
cos a problemas de carácter social. Están en relación con la creciente sen-
sibilidad social respecto de las consecuencias o efectos de los procesos na-
turales. Están en relación con la creciente sensibilidad social ante la inci-
dencia de la propia sociedad en los equilibrios físicos y sobre la Naturale-
za. Han supuesto el desarrollo de un nuevo perfil para la climatología. Un
perfil más próximo a los intereses de la geografía.
Esta nueva sensibilidad social ha convertido en centros de interés so-
cial los procesos físicos vinculados con el clima. Han contribuido a ello las
situaciones extremas que han afectado a amplias áreas mundiales, durante
este período reciente, con rasgos catastróficos en muchos casos, el descen-
so de las precipitaciones en el Sahel y otras regiones, con su secuela de
hambre, migraciones y cambios sociales.
Fenómenos meteorológicos de gran incidencia espacial, como precipi-
taciones de gran intensidad y volumen en períodos reducidos, como las de-
nominadas «gotas frías», de habitual presencia en el marco mediterráneo
español, entre otros, con fuerte impacto ambiental, han estimulado un cre-
ciente interés sobre este tipo de fenómenos y sus consecuencias.
La sucesión o alternancia de períodos de intensas precipitaciones con
otros de sequías, así como la frecuencia mayor o menor de este tipo de si-
tuaciones, han suscitado el interés creciente por el denominado «cambio
climático». De ahí la expansión de los estudios dedicados a esta cuestión y
el interés por las variaciones históricas del clima desde el Cuaternario
(Lamb, 1982).
En un contexto equivalente se ha producido el desarrollo de una cli-
matología orientada hacia la incidencia humana en el clima local y hacia
los factores que regulan estos climas locales. Y una climatología específica
de las áreas espaciales de pequeña dimensión, microclimas, o de ámbitos es-
pecíficos, caso del suelo (Geiger, 1965). Desde el clima urbano, inducido por
la presencia de las aglomeraciones urbanas modernas, que supone una mo-
dificación sensible de los rasgos regionales del clima, cuyo estudio se inicia
en Gran Bretaña; hasta los diversos microclimas naturales, generados por
factores físicos, o relacionados con las situaciones de confortabilidad.
La expansión de los estudios sobre el clima ha supuesto el desarrollo
de nuevas perspectivas para la disciplina. La excepcional mejora en las con-
diciones de información meteorológica sobre el conjunto de la superficie te-
rrestre, referida tanto a las áreas continentales como a las marinas y a la
propia atmósfera, gracia a los modernos procedimientos -técnicas e ins-
trumentación- meteorológicos ha impulsado el cultivo de esta disciplina.
La indudable dependencia de la climatología respecto de la meteorología no

S2 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

ha impedido el que se haya constituido como una rama bien asentada en el


campo geográfico, en el que muestra una notable vitalidad y capacidad ex-
pansiva, dada el indudable vínculo de los fenómenos climáticos con la or-
ganización del espacio.
En consecuencia, se han multiplicado los campos de interés geográfi-
co de la climatología. Desde la perspectiva histórica, en lo que atañe a las
variaciones en el tiempo de los factores y elementos del clima, en relación
con el cambio climático y la posible incidencia en él de las actividades hu-
manas. Desde la creciente preocupación social por los efectos de los fenó-
menos climáticos en el espacio geográfico, en particular en lo que concier-
ne a los efectos negativos, o riesgos naturales de carácter climático. Desde
la perspectiva del adecuado uso de los recursos suscitados por el clima.
La moderna climatología ofrece un amplio campo de confluencia con
los enfoques geográficos, que explica el desarrollo creciente de esta rama en
el mundo de la geografía (Gil y Olcina, 1997). Preocupaciones y enfoques
que han supuesto y estimulado una creciente asociación del estudio del cli-
ma con el de las aguas. Y que han motivado un notable desarrollo de la hi-
drología geográfica.

4. La tardía definición de la hidrogeografía

El tratamiento de las aguas en geografía ha sido, durante mucho tiem-


po, un remedo del que se le otorgaba en la hidrología, una rama física, y en
la ingeniería hidráulica. Ha carecido, por ello, de una conceptuación geo-
gráfica adecuada, en lo que atañe a las aguas continentales y, en mayor me-
dida, en lo que concierne a las aguas marinas. En consecuencia, la hidro-
logía continental se redujo en la geografía a una simple enumeración de las
cuencas y de los diversos sistemas fluviales.
El componente hidrogeográfico se limitaba a una colecta de datos so-
bre origen, longitud y ordenación de los cursos fluviales, completadas con
dimensiones y profundidad en el caso de las aguas lacustres, y profundidad,
corrientes y, en su caso, salinidad, en las aguas marinas. La principal apor-
tación, desde una perspectiva geográfica, fue la consideración de los fenó-
menos de escorrentía, en particular los de ausencia de la misma o endo-
rreísmo. Enfoque derivado de la vinculación de las aguas corrientes con los
factores fisiográficos, que aparece en las referencias a las áreas endorreicas
y su relación con los factores geomorfológicos y climáticos.
El cambio en estas condiciones se apoya en la mejora en la informa-
ción sobre los caudales y en el paralelo perfeccionamiento de los datos cli-
máticos. Uno y otro gracias a las grandes obras hidráulicas y a la política
de aprovechamientos hidráulicos, así como la extensión de la red de esta-
ciones meteorológicas y de aforos. Este cambio permitió, avanzado el siglo
actual, el replanteamiento de la hidrología continental y su moderna con-
ceptualización. Labor debida a R. E. Horton (1875-1945), un ingeniero hi-
dráulico norteamericano, que enunció los principios básicos de la hidrolo-
gía moderna.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 383

El conocimiento preciso de los caudales, de su variación temporal y cí-


clica, de sus valores extremos, permitió asentar el concepto de régimen flu-
vial. Hacía posible su vinculación con las condiciones de alimentación. Per-
mitía una catalogación y clasificación de los ríos de acuerdo con esas va-
riaciones. La búsqueda de las relaciones del caudal y sus variaciones con
los factores que las condicionaban, de orden climático y geomorfológico
orienta el desarrollo geográfico de esta disciplina. La hidrología continen-
tal adquiría su forma moderna, la que cristaliza hacia los años cincuenta en
las obras de geógrafos como M. Pardé y E. de Martonne.
Es un planteamiento esencialmente físico de la dinámica fluvial que ha
caracterizado la disciplina, en su dimensión geográfica, hasta fechas re-
cientes. Consiste en el estudio de los regímenes fluviales y sus factores de-
terminantes. Se completó con el análisis de los fenómenos hidráulicos ex-
traordinarios, vinculados a dichos regímenes, caso de los estiajes y avenidas.
Configura el perfil y la orientación de la geografía en este campo hasta bien
avanzada la segunda mitad del siglo XX (Pardé, 1932).
La renovación de estos enfoques geográficos respecto del agua, como
en el caso de la climatología, se ha producido como consecuencia de la con-
ciencia social de su importancia. Las sociedades modernas han generado
una creciente demanda de este recurso básico. Al mismo tiempo han ad-
quirido conciencia de los problemas de su disponibilidad limitada. Y cada
día es más manifiesta la notable incidencia del hombre sobre la dinámica
y calidad de las aguas continentales y marinas. Las aguas y los procesos hi-
dráulicos desbordan su dimensión física para convertirse en elementos de-
terminantes de una grave problemática social. El uso y gestión del agua tie-
nen dimensión social.
Los nuevos planteamientos abordan la cuestión del agua como un pro-
blema de recursos, en el marco del ciclo hidrológico y del balance del agua
en la Tierra, conceptos fundamentales de la nueva hidrología. Y en relación
con ello, la incidencia de la dinámica hidráulica como un factor de riesgo,
bien por exceso, bien por defecto, así como los problemas derivados de la
gestión de un recurso que es renovable pero que es limitado.
En el primer aspecto, la moderna hidrología se ha centrado en ciclo hi-
drológico y el balance del agua, a escala terrestre y a escala regional. Uno y
otro son los determinantes directos de las disponibilidades de agua. Enfoque
que supone la integración de climatología e hidrología. El balance hídrico
aparece como un aspecto de la hidrología desde mediados de este siglo (Tre-
wartha, 1955). Adquiere un notable desarrollo con los trabajos de M. I.
Budyko, cuyas orientaciones marcan la evolución de la disciplina, en los de-
cenios posteriores (Budyko, 1958). La aplicación de modelos matemáticos,
empíricos o teóricos, a la evaluación del balance hídrico, constituye un ras-
go relevante de estas nuevas orientaciones desde la década de 1960.
La segunda perspectiva corresponde con los modernos enfoques sobre
los riesgos naturales. Está vinculada al protagonismo manifiesto que las
aguas superficiales y marinas tienen en buena parte de los acontecimientos
catastróficos que afectan a las comunidades humanas. El exceso repentino
o continuado, la escasez crónica o circunstancial, su incidencia en la diná-

384 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

mica atmosférica, como sucede con la denominada corriente del Niño, tie-
nen una implicación creciente.
El agua forma parte del amplio campo de los riesgos naturales, un área
de particular significado en el ámbito geográfico anglosajón, en el que se
inicia, desde la segunda guerra mundial. Campo que ha adquirido un gran
desarrollo en los últimos decenios, hasta convertirse en un enfoque privile-
giado de la hidrogeografía moderna.
Las inundaciones, relacionadas o no con fenómenos climáticos pun-
tuales, representan un componente destacado de este tipo de riesgos, por
sus elevados costos sociales y económicos. Por su significación geográfica
han merecido la atención de los geógrafos desde hace varios decenios, en
particular en ámbitos de especial gravedad de sus efectos, como es el caso
de España (López Gómez, 1958; Capel, 1994).
La escasez, vinculada con la prolongación de determinadas situaciones
atmosféricas, ha sido también un elemento de creciente atención. Genera es-
tiajes profundos en los cursos de agua y produce alteraciones en el sistema
fluvial, con descenso de los niveles piezométricos y secado de fuentes, entre
otros efectos. Sus consecuencias son catastróficas en grandes áreas terres-
tres en las que este fenómeno es probable, como sucede en las grandes fran-
jas subdesérticas. Su incidencia en áreas en las que constituyen accidentes
ocasionales y donde las disponibilidades de agua suelen ser abundantes ha
avivado la sensibilidad social sobre el fenómeno. Es el caso del Reino Uni-
do en 1976, cuyo verano resultó ser el más seco de un largo período de 250
años de registros, y de los Estados Unidos en el año siguiente.
Por último, el agua aparece cada vez más como un recurso limitado,
condicionado por la fragilidad del sistema hidrológico. La aparente abun-
dancia de las aguas en la ecosfera terrestre queda recortada por la escasa
disponibilidad de aguas dulces. La elevada incidencia de la degradación
producida por el hombre, alterando los caracteres de este recurso y dificul-
tando o impidiendo los procesos de depuración y recuperación natural ha
venido a ser el factor más alarmante. La gestión del agua aparece como un
problema relevante en la medida en que la contaminación afecta tanto a las
aguas continentales como a las marinas, tiene efectos múltiples y conlleva
un elevado y creciente costo económico.
El efecto de las actividades industriales y agrícolas sobre el ciclo y ca-
lidad de las aguas superficiales y subterráneas, la de las aglomeraciones ur-
banas sobre la calidad de las aguas superficiales, y la transformación de
muchos de los cursos de agua en simples colectores de aguas residuales,
aparecen como cuestiones sobresalientes de las nuevas perspectivas de la
geografía de las aguas.
Es un marco que tiene un vínculo puramente tangencial con la hidro-
logía anterior. Planteamiento más prometedor desde la perspectiva geográ-
fica, que ha adquirido un notable desarrollo en los últimos años. Al vincu-
larse a problemas de directa implicación social, ha estimulado una sensible
integración con la geografía humana y con otras ramas de la propia geo-
grafía física. Trayectoria en la que se aproxima a la evolución habida en el
campo de la biogeografía.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 385

5. Un cambio sustancial: de la geografía botánica


y de la fauna a la biogeografía

La biogeografía es la formulación moderna de un segmento de la geo-


grafía física. Engloba lo que antaño se conocía como geografía botánica y
zoogeografía. Durante muchos años, estas dos disciplinas, escasamente de-
sarrolladas en el ámbito geográfico moderno, han sido ramas de la botáni-
ca y la zoología. Fueron concebidas y planteadas en relación con la distri-
bución espacial de los diversos taxones de la flora y animales. En conse-
cuencia, suponían una simple enumeración de los correspondientes a cada
área zonal, regional o local. Ese mismo alcance tiene en las obras geográfi-
cas del siglo XIX e inicios del XX, a pesar del antecedente pionero de A. de
Humboldt, cuyo Ensayo sobre la Geografía de las Plantas aparece en 1805.
El desarrollo de los modernos enfoques fitosociológicos que se produ-
cen en la botánica, vinculados a la escuela europea, con J. Braun Blanquet
y H. Gaussen, y a la norteamericana representada por F. E. Clements, de-
terminará la evolución de la geografía botánica en la primera mitad del si-
glo XX. Los nuevos presupuestos botánicos significaban un cambio funda-
mental del centro de atención en la investigación.
Suponían el paso de la taxonomía específica hacia la consideración de
los conjuntos vegetales y hacia los procesos de desarrollo de éstos. Se avan-
zaba desde la mera descripción florística a los factores de orden climático
y geomorfológico que condicionan el desarrollo de la vegetación. Se con-
templaban las relaciones establecidas entre los distintos taxones vegetales
dentro de dichos conjuntos. Adquiría un perfil más próximo a los enfoques
geográficos.
Los conceptos de asociación vegetal y de formación vegetal para identi-
ficar la agrupación de la flora de una localidad, y para caracterizar la fiso-
nomía de la misma, son una aportación de esta nueva concepción de la dis-
ciplina. Asociaciones y formaciones están determinadas por factores de
carácter físico, en particular climáticos. Se manifiestan a distintas escalas:
zonas, reinos, regiones, provincias, sectores y distritos, hasta lo local. Son
concebidas como el resultado de la adaptación de las plantas a las condi-
ciones naturales dominantes. Zonas, dominios o regiones, provincias, cons-
tituyen marcos físicos relevantes desde la perspectiva botánica. Los facto-
res físicos, así como la influencia humana, adquieren una significación
directa en el estudio del mundo vegetal.
De forma complementaria, los botánicos americanos introdujeron un
enfoque evolutivo. Significaba la incorporación de una perspectiva dinámi-
ca, centrada en el estudio de la vegetación y de sus procesos de cambio.
Concebían la vegetación en un marco evolutivo.
Permitía considerar los procesos de adaptación al medio de las plan-
tas. Los conceptos de invasión, colonización, competencia, completaban el
marco teórico de la escuela americana. Se trataba de una aproximación re-
novadora y mucho más fértil desde la perspectiva geográfica. Los concep-
tos de serie y de clímax se incorporan al análisis y permiten captar y expli-
car la dimensión cambiante, natural o inducida por el hombre, de la vege-

386 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

tación. Y formulaban la relación directa de la dinámica vegetal con los fac-


tores ambientales a través del concepto de equilibrio o clímax.
La acuñación por Tansley del concepto de ecosistema supuso la posi-
bilidad de abordar el estudio de la vegetación y de la fauna en un marco teó-
rico y conceptual radicalmente nuevo. El ecosistema supone el entendi-
miento de los seres vivos en un marco complejo o sistema en el que los
componentes abióticos y bióticos se encuentran en relación. La interdepen-
dencia y los flujos de materia y energía entre unos y otros representaba un
cambio sustancial en la concepción del entorno natural, de indudable di-
mensión geográfica.
El desarrollo de la ecología moderna se sustenta en una concepción
teórica de carácter sistémico que permite hacer inteligibles las complejas
relaciones de los seres vivos entre sí y con su sustrato mineral. El estudio
de la biomasa, de los ciclos naturales, de las relaciones tróficas, permitió
un gran avance en la comprensión del mundo vegetal y animal, del mundo
terrestre y del acuático.
Representaba, en cierto, modo, la posibilidad de cristalización del pro-
yecto de geografía física que Humboldt planteaba como una disciplina in-
tegral, distinta e independiente de las ciencias específicas con las que se re-
laciona. En principio facilitaba un entendimiento unitario del conjunto de
los seres vivos, desde una perspectiva geográfica, a través de la ecología. El
ecosistema permitía definir el perfil de la biogeografía.
La dependencia de la geografía de las disciplinas biológicas, botánica
y zoología, ha sido una constante. Lo esencial de los estudios de este tipo
han sido realizados por botánicos y ecólogos, y las líneas dominantes, con-
ceptuales y metodológicas, las han aportado los mismos. La presencia de
los geógrafos ha representado, durante mucho tiempo, una mera incursión
en un campo bien delimitado y consistente.
Desde esta perspectiva, la geografía vegetal no ha dejado de ser una
rama de la botánica. Y la biogeografía aparece como una disciplina vincu-
lada con la botánica y la biología. Una «ciencia geográfica», según los botá-
nicos, en cuanto se ocupa de la «distribución de los seres vivos sobre la Tie-
rra» (Rivas-Martínez, 1984). De ahí la escasa fundamentación teórica y me-
todológica de la biogeografía como disciplina geográfica (Simmons, 1980).
Sin embargo, en los últimos decenios se ha producido un notable de-
sarrollo de esta disciplina cuya implicación geográfica es manifiesta. El
desarrollo más reciente de la biogeografía aparece unido, precisamente, a
los nuevos enfoques vinculados al ecosistema y al de paisaje. Estos enfoques
representan un intento de integración del medio físico situando a las plan-
tas como elemento central, y considerando el aspecto o fisonomía del con-
junto, es decir el paisaje, como objeto o unidad de análisis y de observación.
El nuevo concepto, de carácter sistémico, introduce una forma de
aproximación al medio que integra los diversos elementos o factores físicos,
desde el relieve, los suelos y el clima, hasta la acción antrópica. En la geo-
grafía, es el geógrafo alemán K. Troll quien primero formula una biogeo-
grafía de este tipo. En Francia, corresponde a G. Bertrand el esbozo de lo
que se denominará geografía del paisaje, a partir de 1968. Se corresponde

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 387

con el planteamiento de los geógrafos soviéticos en ese mismo momento y con


el tipo de trabajo de los geólogos y biólogos del CSIRO australiano. El con-
cepto clave es el de geosistema que permite identificar y delimitar la unidad
de paisaje en relación con todos los componentes, abióticos y bióticos, que
lo integran.
Por otra parte, se perfilan nuevas orientaciones que tienen una dimen-
sión geográfica. La biogeografía anglosajona se orientó hacia los análisis his-
tóricos de la dinámica vegetal, en relación con el proceso de ocupación y uso
del territorio por parte de las comunidades humanas. De forma comple-
mentaria se planteó la gestión de los ecosistemas, de acuerdo con las múlti-
ples demandas e influencias que la sociedad contemporánea manifiesta res-
pecto de los ecosistemas existentes. Los efectos de las actividades humanas
en su situación y dinámica, vinculados con las evaluaciones de impacto am-
biental, la administración de las comunidades bióticas, bien para su conser-
vación, bien para su uso como espacios de recreo o utilización, de acuerdo
con su capacidad de acogida o soporte, se incorporaron al interés de los
geógrafos, lo que supone una orientación de trayectoria aplicada, de mayor
tradición en el ámbito cultural anglosajón, pero de indudable significación
geográfica, equivalente al que resulta del nuevo enfoque como recursos
naturales. En un mundo en el que el uso de la Tierra por el Hombre ha al-
canzado una dimensión planetaria, el componente biótico representa una
fracción particular y excepcional por su valor como recurso básico en la su-
pervivencia humana y en el equilibrio natural. El papel de la productividad
orgánica primaria como recurso primordial y la fragilidad de las cadenas
tróficas hace de la biosfera un espacio de especial relevancia geográfica.
Supone un punto de enlace o confluencia de la biogeografía con las
otras disciplinas geográficas físicas, sobre todo con la climatología e hidro-
geografía. Aparecen como las que en mayor medida pueden integrarse en
una concepción geográfica unitaria, en torno a problemas, en los que la dis-
tinción entre geografía física y humana sea irrelevante y en los que la apro-
ximación global resulta en alto grado prometedora.
A pesar de ello, la situación objetiva y actual es la de una serie de dis-
ciplinas con escasos nexos internos y con perfiles específicos. Geomorfolo-
gía, climatología, hidrogeografía y biogeografia componen cuatro campos di-
ferenciados, con más vínculos con las disciplinas naturales correspondien-
tes que entre sí. La geografía física carece de entidad si por tal entendemos
una disciplina unitaria, con una conceptuación y metodología propias, in-
serta en un marco teórico definido. La geografía física es sólo una denomi-
nación tradicional y cómoda.
Tras esa denominación se encuentran cuatro disciplinas independien-
tes, cada una con una evolución separada, con enfoques distintos, con pre-
supuestos teóricos y metodológicos diferentes. El proyecto de Humboldt de
una «descripción física del globo» no ha conseguido cristalizar en la geo-
grafía moderna, aunque este horizonte siga planteado en la mente de algu-
nos geógrafos con preocupaciones teóricas y epistemológicas. Las propues-
tas de una geografía física integrada, como L'Ecogéographie que formulaba
Tricart, no han logrado consolidación.

388 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

No obstante, lo que se aprecia como una evolución positiva es la pro-


gresiva tendencia al desarrollo de la geografía física en torno a problemas
geográficos. Es decir, en torno a problemas de carácter social relacionados
con la transformación social de la naturaleza. La presencia de estos enfo-
ques vinculados a problemas supone una tendencia hacia la incorporación
del trabajo de los geógrafos físicos a cuestiones referidas a la organización
social del espacio.
Representa el abandono de un perfil de disciplina naturalista y de ca-
rácter fragmentado o especializado. Conlleva, en alguna manera, la pérdida
del carácter de subdisciplina física. Significa una aproximación y confluen-
cia con las propuestas desarrolladas en las geografías humanas, en el mar-
co de problemas sociales relevantes. Una orientación demandada desde la
geografía actual.
C APÍTULO 20
DE LA GEOGRAFÍA HUMANA
A LAS GEOGRAFÍAS HUMANAS

En los momentos iniciales de la geografía moderna, en los últimos de-


cenios del siglo XIX , el campo de los fenómenos humanos o producto de la
acción o presencia humana era identificado con muy diversas denomina-
ciones: geografía política, geografía estadística, geografía social, geografía
histórica o geografía médica, entre otras. Expresaban los distintos ramos o
campos cubiertos por el paraguas geográfico. Cada uno de ellos poseía su
propia tradición, su campo, sus vínculos disciplinarios.
Formaban parte de las disciplinas geográficas en la medida en que los
fenómenos que consideraban tenían proyección territorial. En general, se
correspondían con disciplinas descriptivas de carácter enumerativo. Eran
las que daban fundamento a la generalizada idea de la geografía como una
simple acumulación de datos con referencia geográfica. Es decir, referidos a
una localidad o ubicación.
La antropogeografía o geografía humana, tal y como se la concibe ini-
cialmente, venía a añadirse a todas estas disciplinas geográficas. Sin em-
bargo, se contemplaba como una nueva disciplina, alternativa científica a las
anteriores. La nueva disciplina se planteaba como una ciencia, dirigida al
estudio del medio y su influencia en el Hombre, desde los postulados del
evolucionismo. Un nuevo enfoque, sustentado en las teorías de la evolución,
sobre el que se pretendía asentar una alternativa científica, en la geografía,
al conjunto de esas sedicentes disciplinas geográficas.
Por ello, la geografía humana identifica, en sus orígenes, una nueva
geografía, una geografía moderna. Es la extensión, más que alternativa, de
la geografía física, en la medida en que ésta se concibe como el fundamen-
to necesario de la primera. Es el estudio del medio físico -el medio geo-
gráfico de acuerdo con la nueva concepción -el que permitiría establecer
con garantías científicas, según los promotores de esta geografía, que son,
en gran parte, naturalistas, una explicación consistente de la sociedad.
La evolución posterior recortará su ámbito y su primera ambición: la
geografía humana quedó reducida a la geografía de los hechos humanos en
contraposición a la geografía física, o geografía de los fenómenos naturales.

390 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Se convierte en una simple rama de la geografía. El intento de hacer de ella


una disciplina que integrara lo físico y lo social -a partir de una interpre-
tación de lo social como efecto de lo natural-, no logrará consolidarse, al
menos desde la perspectiva de constituir una única disciplina.
Finalmente, la geografía humana será una denominación genérica,
de carácter clasificatorio, que permite englobar las diversas ramas geo-
gráficas cuyo objeto son los fenómenos sociales. Sirve para reunir las di-
versas disciplinas geográficas, tanto las preexistentes como las nuevas
que surgen del desarrollo de los estudios geográficos. No ha llegado a
convertirse en una disciplina unitaria con teoría, concepto y método pro-
pios, como parecía formularse en sus orígenes. La cuestión de la unidad
de la geografía, que subsiste a lo largo del siglo XX, responde a las difi-
cultades de integrar el conjunto de ramas geográficas en un cuerpo teó-
rico y metodológico único.

1. La diversificación de la geografía humana


El rasgo más sobresaliente de la evolución de la geografía humana en
este siglo largo de existencia es la pérdida de su condición de disciplina con
ambición de totalidad como ciencia puente entre las naturales y sociales.
Y como consecuencia, su reducción al estatuto de conglomerado de discipli-
nas vinculadas por la común dedicación a los fenómenos de carácter social.
Se trata de un progresivo deslizamiento desde una concepción totali-
zadora de la geografía hacia una simple catalogación de campos de estudio,
a veces inconexos, y dispares, cada uno de los cuales adquirirá su propio
perfil e individualidad, que evolucionan con ritmos diferentes. Como con-
secuencia, bajo el enunciado de geografía humana se desarrollarán «ramas»
o disciplinas que, como ocurre en la geografía física, adquieren perfil y
campo propio.
La dispersión temática en las cuestiones consideradas y la especializa-
ción creciente de los geógrafos en los respectivos campos constituyen otros
elementos destacados del desarrollo histórico de la denominada geografía
humana. La tendencia a la incomunicación o desconexión respecto de las
demás áreas de la geografía humana y la práctica incomunicación con las de
la geografía física es un rasgo permanente.
La decantación y formalización de estas áreas de saber como campos
geográficos definidos será progresiva y desigual, muy influida por la evolu-
ción de las demás ciencias sociales. Esta disgregación efectiva se ha visto
impulsada por la influencia de otras disciplinas de mayor calado concep-
tual y teórico, como la demografía, la sociología y la economía, cuya con-
solidación moderna ha tenido consecuencias manifiestas en la evolución de
la geografía humana y de algunas de sus ramas en particular.
Se produce en el ámbito de la geografía humana un fenómeno similar
al de la geografía física: la evolución de los distintos campos se vincula a
la de otras disciplinas sociales, cuyo desarrollo orienta y alimenta el de la
geografía.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 391

Así ocurre en el caso de la demografía y la geografía de la población;


de la economía y la geografía económica y geografía de la industria; de la
geografía social y la geografía urbana respecto de la sociología. En muchos
casos, esa formalización no se producirá hasta la segunda mitad del siglo XX .
Por otra parte, subsisten algunas de las orientaciones existentes con ante-
rioridad a la formulación de la moderna geografía. Es el caso de la geogra-
fía política y de la geografía médica o la geografía comercial. El resultado
es un conglomerado de disciplinas o ramas.
El ámbito cultural es un factor que interviene diferenciando éstas de
acuerdo con la tradición propia, caso de los países anglosajones y, en particu-
lar, de Estados Unidos. El desarrollo histórico de la disciplina también ha in-
fluido en el modo de contemplar los diversos ramos de la geografía humana.
La segunda mitad del siglo actual ha enriquecido este panorama en
parte por un proceso de ampliación vinculado con la aparición de nuevos
fenómenos de carácter geográfico no considerados con anterioridad, como
los relacionados con el turismo y el uso del tiempo libre, fundamento de lo
que se conoce como geografía del ocio, del tiempo libre, o recreacional, en-
tre otras denominaciones. La presencia de nuevos enfoques ha dado enti-
dad a la nueva geografía social, que no se confunde con la anterior del mis-
mo nombre. La denominada gender geography -geografía feminista o geo-
grafía de los sexos- representa un nuevo campo de estudio y se formula
como un enfoque teórico alternativo.
Se trata de la progresiva apertura de la geografía a aquellos espacios
más significativos de las sociedades modernas. Espacios que, paradójica-
mente, estaban ausentes de la primera geografía humana moderna, a pesar
de surgir ésta en el marco de sociedades en pleno proceso de industrializa-
ción y urbanización.
La geografía se asociaba con el conocimiento de tierras ignotas y con
los espacios menos evolucionados. El cometido de la geografía se conside-
raba dirigido «preferentemente a las regiones menos conocidas», como re-
saltaba O. de Buen, en 1909. Lo destacaba, con acento crítico, L. Febvre, al
apuntar la preferencia de los geógrafos por las sociedades más arcaicas, que
impregnó la geografía con un ruralismo de perfil etnográfico, que ha ca-
racterizado a la geografía humana durante decenios.

2. Viejas y nuevas perspectivas: las geografías recuperadas

Las distintas ramas que englobamos en la geografía humana han evo-


lucionado desde los inicios de la disciplina moderna de modo desigual. For-
man un amplio grupo de especialidades geográficas que se ha ido definien-
do en un proceso de decantación progresivo. Unas con creciente desarrollo
y éxito; otras declinantes, y otras con notable variación, pasando de la ma-
yor aceptación al abandono y del ostracismo al favor mayoritario, como ha
ocurrido con la geografía política.
Bajo las mismas denominaciones pueden ocultarse enfoques y pers-
pectivas dispares. Nombres nuevos identifican, por igual, campos renova-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 393

La ampliación de su espacio histórico, con la incorporación del mun-


do medieval y moderno, el recurso a fuentes historiográficas más variadas,
sobre todo de archivo y arqueológicas, así como la foto aérea en la segun-
da mitad del siglo XX , no supuso una equivalente consideración metodoló-
gica y teórica. Los estudios de geografía histórica y los análisis históricos
que los trabajos de Geografía Regional incluyen sistemáticamente, como
una parte esencial de los mismos, respondían a planteamientos sin cambio.
Sí significó un sustancial enriquecimiento del conocimiento de los espacios
de épocas anteriores, sobre todo medievales y modernos, pero también del
mundo neolítico, de época antigua.
Se trataba de una geografía histórica de naturaleza empírica, positi-
vista, que adquiere forma en la primera mitad del siglo XX , sobre todo en
los países anglosajones. Una geografía histórica con aportaciones, algunas,
de excepcional calidad, como el análisis de la Inglaterra basado en el Do-
mesday Book ( Darby, 1952); o el estudio del desarrollo histórico del viñedo
francés por R. Dion. De forma paradójica, la geografía histórica inicial se
caracteriza por ignorar el tiempo, es decir, la evolución. La descripción
se concentra en reconstruir el espacio de una época. La incorporación de la
profundidad histórica, del desarrollo en el tiempo de los espacios o paisa-
jes, de la dinámica del paisaje, surge de la geografía cultural americana.
La geografía cultural norteamericana de la escuela de Berkeley cons-
tituye la manifestación de la geografía histórica al otro lado del Atlánti-
co, estimulada y enmarcada en la concepción paisajística y regional ale-
mana. El enfoque histórico propio de esta concepción convierte este tipo
de geografía en una forma de geografía histórica. De hecho, la orienta-
ción cultural y su reflexión metodológica permitirá la renovación progre-
siva de la geografía histórica inicial, gravada por el empirismo y por la
descripción sincrónica.
Configurada como disciplina autónoma, dentro de la geografía huma-
na, adquiere su máxima difusión en los países anglosajones, en Francia y
Alemania, y en algunos países del Este europeo, como Polonia. En estos ám-
bitos, la geografía histórica tiene entidad como una rama propia de la geo-
grafía. En España, paradójicamente, la geografía histórica no llega a cris-
talizar como un campo propio de la geografía humana (Vilagrasa, 1985).
Sin embargo, los análisis históricos en los estudios geográficos ad-
quieren un excepcional desarrollo, en extensión y en calidad. Forman par-
te, sobre todo, de los estudios regionales, pero también de los de geografía
agraria, geografía del poblamiento y geografía urbana. Corresponden a una
concepción descriptiva y paisajística, de perfil historicista. Constituyen no-
tables aportaciones al conocimiento de la evolución y de la configuración
histórica de los espacios ibéricos, en particular en el estudio de los paisajes
agrarios y en el uso de técnicas como el regadío.
La moderna geografía histórica, tal y como se esboza a partir de 1950,
aunque dominada por un enfoque morfológico, se caracteriza por la reno-
vación teórica y metodológica, influida por las nuevas corrientes epistemo-
lógicas que han dominado la geografía en este medio siglo. Desde estos pos-
tulados, tres han sido las principales innovaciones: la incorporación de los

394 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

métodos cuantitativos de la geografía analítica, la formulación de nuevos


enfoques de orientación marxista y los de carácter fenomenológico. Sobre
ellos se completa el proceso de renovación de la geografía histórica.
La nueva geografía histórica se ha orientado progresivamente a la re-
construcción e interpretación de las estructuras espaciales del pasado, des-
de los espacios neolíticos a los de la Revolución Industrial, con un acen-
tuado peso de los enfoques genéticos. Desde esta perspectiva, la geografía
histórica se ha interesado por la morfología de los espacios rurales y ur-
banos del pasado, en distintas épocas. Ha abordado la configuración social
de esos espacios y los procesos que determinaron cambios sustanciales
en la organización del espacio a instancias y por la acción de los diversos
agentes sociales.
En la generalidad de los casos, desde postulados epistemológicos inde-
finidos o descriptivos de carácter historicista. Más raramente, desde posi-
ciones neopositivistas. De modo creciente, desde 1970 a partir de enfoques
marxistas y estructuralistas (Baker, 1978).
Estos últimos han aportado una mayor sensibilidad sobre los procesos
y dinámicas de cambio en los espacios sociales del pasado. Los procesos de
construcción regional derivados de la Revolución Industrial, los cambios es-
paciales que a escala mundial se derivan de la expansión del capitalismo
desde el siglo XVI , entre otras cuestiones, forman parte de los nuevos enfo-
ques. Enfoques que tienen un respaldo teórico que contempla el espacio en
el marco de las distintas formaciones sociales históricas y que se orientan
hacia los problemas del cambio histórico. La influencia de la Historia y sus
modernos enfoques, en particular la escuela de Annales, ha estimulado un
creciente interés por el cambio, por los procesos de transformación que
afectan a sociedades, economías y ambientes en el pasado y en las relacio-
nes que se producen entre actitudes sociales e individuales, períodos histó-
ricos y lugares distintos.
Los primeros, en un marco más empírico y muchas veces ecléctico,
han proporcionado el más amplio conjunto de análisis, relacionado con su
notorio predominio. Son análisis de naturaleza descriptiva sobre una gran
diversidad de cuestiones. Comprenden desde descripciones de los aspectos
físicos y de los cambios inducidos por la presencia humana hasta análisis
de la configuración social en diversas épocas históricas.
En ellos ha predominado y sigue siendo nota distintiva, junto al em-
pirismo metodológico, el enfoque hacia la reconstrucción singularizada de
los espacios históricos. Enfoque que responde, consciente o inconsciente-
mente, a la influencia epistemológica kantiana que separa radicalmente el
campo del Tiempo, la Historia, y el campo del espacio, la Geografía.
Por otra parte, un rasgo distintivo de esta rama tradicional de la geo-
grafía ha sido y sigue siendo el recurso a fuentes de información que, sin
ser específicas, son peculiares y que exigen un tratamiento historiográfi-
co. La peculiaridad de estas fuentes, su dispersión, su singularidad, su ca-
rácter a-sistemático, imponen normas metodológicas de tratamiento e in-
terpretación que delimitan, en algún modo, el campo de la geografía his-
tórica y que establecen su vinculación con la Historia. De hecho, la geo-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 395

grafía histórica como práctica pertenece en similar medida a geógrafos y


a historiadores. Ambos confluyen sobre el espacio histórico, el espacio de
las sociedades del pasado.
Paradójicamente, la geografía histórica, disciplina tradicional y en cier-
to modo indefinida, ha adquirido una notable vitalidad en los últimos de-
cenios. Se ha revitalizado por nuevos enfoques que resaltan el interés por
problemas, más que por las descripciones estáticas. Los nuevos centros de
atención abren un amplio campo que se extiende desde la formación espa-
cial del capitalismo, el imperialismo o el feudalismo, a las cuestiones de te-
rritorialidad, identidad y vivencia espacial, nuevas propuestas teóricas y
metodológicas en la investigación de los espacios históricos (Baker, 1979;
Vilagrasa, 1985). La renovación de la geografía histórica es un rasgo desta-
cado de los últimos años, impulsada, tanto desde posiciones marxistas
como neopositivistas y fenomenológicas o idealistas.

2.2. DE LA GEOGRAFÍA MÉDICA A LA GEOGRAFÍA SANITARIA

La Geografía Médica constituye una de las ramas o campos que confi-


guran la disciplina en sus décadas iniciales. Había razones consistentes
para ello. La geografía médica formaba parte de las disciplinas protogeo-
gráficas con indudable identidad, asentada sobre una teoría y cultura do-
minantes desde el siglo XVIII .
El «higienismo» vinculaba directamente morbilidad y entorno, y cons-
tituía la base de la medicina contemporánea. Recogía la milenaria concep-
ción hipocrática de la enfermedad, su etiología y tratamiento, que situaba
el origen de la enfermedad en los factores externos, tanto físicos como so-
ciales, incluidos entre éstos los propios hábitos. Hasta finales del siglo XIX ,
con la difusión de los nuevos enfoques derivados de las investigaciones de
Pasteur, ese tipo de medicina y ese marco teoricocultural fueron dominan-
tes. Sobre ellos se constituyó y desarrolló la geografía médica.
De acuerdo con ambas tradiciones, había cristalizado, en el siglo de la
Ilustración, la medicina higienista. La prevención y la lucha contra las en-
fermedades, de modo particular las infecciosas, se asentó sobre el conoci-
miento del entorno, de sus factores topográfico-médico locales. Las Topo-
grafías Médicas, como de modo habitual se la denominó, los informes loca-
les sobre las circunstancias de salubridad o insalubridad, constituyen una
forma de literatura médica que transita por todo el siglo XIX (Urteaga,
1980). Rutinarios muchos, excelentes otros muchos, fueron el soporte de
una geografía médica que se integra como una rama de la geografía mo-
derna. Respondía, de forma directa, a los postulados esenciales de la nueva
disciplina. Trataba, precisamente, de las influencias del medio sobre los
hombres en un aspecto sobresaliente, el patológico.
Es una disciplina que encajaba a la perfección en los supuestos teóri-
cos de la nueva ciencia, en la medida en que establecía una directa relación
entre el entorno, el nuevo «medio geográfico», y el estado de salud, la mor-
bilidad y mortalidad de la población.

396 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Su auge y la difusión de su cultivo caracterizan el siglo XIX e incluso


una parte del siglo XX . Se desarrolla en los países europeos y se aplica a las
áreas coloniales con sus cortejos de morbilidad específicos, referida a las gran-
des infecciones epidémicas como a las endemias más sobresalientes. No
deja de ser paradójico, si tenemos en cuenta que para ese momento las con-
diciones de su desarrollo se habían recortado de modo sensible.
Los descubrimientos de Pasteur y el nacimiento de la moderna bacte-
riología trasladaban el centro de la etiología y el tratamiento médicos del
entorno exterior al interior del cuerpo humano. Una subversión decisiva en
la historia de la medicina moderna y en la de la geografía médica. Ésta de-
cae y desaparece, en la práctica, del panorama de la medicina. Subsiste du-
rante más tiempo en el campo geográfico moderno como tal disciplina. Sus
presupuestos quedan incorporados a la geografía cultural, ámbito en el que
perdura su cultivo geográfico. El concepto de «complejos patógenos» de
M. Sorre, el geógrafo francés, se inscribe en esta tradición.
La reciente recuperación de esta rama, característica de los países an-
glosajones, desde el decenio de 1970, descubre la influencia de los nuevos
enfoques sobre la salud y el bienestar. Perspectivas que formulan en tér-
minos modernos los postulados higienistas, valoran los factores de riesgo
vinculados con el entorno de las poblaciones humanas y de cada individuo
en particular.
La vinculación entre problemas de salud y problemas ambientales o
entorno distingue los modernos enfoques de una medicina preventiva y so-
cial, en relación con la cual se produce el renacimiento de la geografía mé-
dica. Enfoques enriquecidos con nuevas problemáticas que relacionan la geo-
grafía médica con el equipamiento social de carácter sanitario y asistencial.
El desarrollo y características de los centros hospitalarios y del sistema de
asistencia en las modernas sociedades se inscribe en esta renacida geogra-
fía médica (Howe, 1980).
Como consecuencia, se enfoca ésta en dos direcciones preferentes. El
estudio de los patrones espaciales de la morbilidad y mortalidad y sus po-
sibles relaciones con factores ambientales locales. Y el análisis de las infra-
estructuras y equipamientos que determinan las condiciones y calidad del
ambiente moderno. Las infraestructuras para el abastecimiento de aguas
potables, las redes de saneamiento, la depuración de aguas, que condicio-
nan la calidad del entorno. Los equipamientos -hospitales, centros de aten-
ción primaria, ambulatorios, centros de salud- que caracterizan el moder-
no sistema de salud, como factores que aseguran una atención, preventiva
o terapéutica, de las poblaciones afectadas.
Se trata, por tanto, del ambiente en un sentido social. La consideración
de la distribución y localización de los equipamientos e infraestructuras re-
presenta un enfoque de rango social, en la medida en que este tipo de geo-
grafía médica muestra las implicaciones entre patología y desigualdad so-
cial, a escala local, regional, nacional o internacional, que la vincula con
orientaciones geográficas vinculadas al bienestar social.
El tratamiento geográfico se orienta hacia los problemas de salubri-
dad y sanidad. Proporciona una imagen de la incidencia de la enfermedad

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 397

y mortalidad causal, las condiciones de su distribución espacial, así como


las posibles relaciones con específicos factores de riesgo. Éstos pueden
ser de orden climático -formación de nieblas y smog en las enfermeda-
des del aparato respiratorio-; pueden ser laborales -silicosis y cáncer
de pulmón en las áreas mineras-, y puede tratarse de factores inciden-
tales -presencia de áreas de emisión contaminante con patologías espe-
cíficas, como industrias químicas, centrales nucleares, entre otras-. La
moderna sociedad industrial proporciona un amplio conjunto de condi-
ciones potencialmente patógenas. Estos enfoques son los que en mayor
medida representan una renovación de la geografía médica tradicional, al
situar los estudios médicos en un marco social.
Nuevos horizontes para un campo de profundas raíces y de limitado
cultivo, sobre todo en España. Con ciertas similitudes con la geografía his-
tórica, el desinterés por este tipo de estudios ha sido aún mayor. La falta de
formalización del mismo, equivalente al de la geografía histórica, se acen-
túa por la práctica inexistencia de trabajos con esta orientación. La exis-
tencia de algunos trabajos dispersos no contrarresta la desatención hacia
este campo.
Escasa atención y cultivo que contrasta, en España, con el notable de-
sarrollo de la geografía agraria. Ha sido uno de los campos predilectos del
trabajo geográfico durante decenios. Como una rama específica de la geo-
grafía y como una parte destacada de los trabajos de geografía regional y
de la geografía cultural.

3. Del paisaje agrario a los espacios rurales: la geografía rural


El amplio campo de lo rural constituye uno de los segmentos de ma-
yor tradición en la geografía humana, al menos en lo que atañe a los con-
tenidos. Las circunstancias que rodean la aparición de la disciplina facili-
taron una orientación arcaizante de la misma. Se manifiesta en la prefe-
rente atención prestada a las sociedades y fenómenos preindustriales y
rurales. Sociedades más asequibles -en apariencia- a los postulados teó-
ricos de la geografía moderna.
Sin embargo, lo que conocemos como Geografía Rural o Geografía
Agraria resulta de la decantación, a partir del decenio de 1940, de nuevas
propuestas y enfoques. Arrancan, por una parte, de la geografía económica
tradicional, la dedicada a la producción agraria. Por otra, derivan de las dis-
tintas perspectivas desarrolladas en la tradición de la geografía. La geogra-
fía agraria se vincula a la etapa ambiental y a la geografía del paisaje y re-
gionalista del género de vida.
La geografía regionalista impulsada en Francia y la confluente con-
cepción paisajística y de la heimatkunde alemana propiciaron el interés por
las áreas rurales. El pays y el paisaje, como expresión de la adaptación de
los grupos humanos al medio, fueron los centros de atención.
El enfoque de Vidal de la Blache hacia los géneros de vida acentuó la
inclinación al estudio de los países rurales, es decir, de las comunidades
398 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFIA

rurales y sus lugares. Los enfoques paisajísticos de trasfondo cultural e


ideológico, vinculados con la personalidad cultural de los pueblos, esti-
muló el análisis de las formas del paisaje rural y de sus elementos desde
esta perspectiva. Todas estas perspectivas y enfoques confluyeron en po-
tenciar los estudios agrarios y rurales y contribuyeron a definir la moder-
na geografía rural.

3.1. DEL POBLAMIENTO AL PAISAJE AGRARIO

En el marco de la geografía humana, tal y como la propugna J. Brun-


hes y como se practica en Alemania hasta el primer tercio del siglo XX, las
cuestiones centrales son las de la configuración formal de los espacios
agrarios. Aspectos esenciales en los primeros decenios del desarrollo de la
geografía moderna serán los que conciernen a los lugares rurales. El há-
bitat -distribución, disposición, estructura, forma, tipología de los asen-
tamientos- alimenta una rama de gran predicamento en ese período,
como es el estudio del poblamiento rural. El espacio de cultivo, con sus
técnicas, tipos de aprovechamiento y uso del suelo es otro componente
destacado. Se trata de una concepción en la que domina la expresión for-
mal de la ocupación del espacio, y que se traduce en el carácter morfoló-
gico preponderante que presenta.
El poblamiento rural y el hábitat -las construcciones rurales- fueron,
hasta avanzado el siglo XX , un campo destacado del trabajo geográfico en
el ámbito europeo en relación con la orientación etnicocultural que florece
en la segunda mitad del siglo XIX y que busca identificar las señas de iden-
tidad nacionales a través de la cultura popular. El descubrimiento de esta
cultura popular tiene una proyección etnográfica que alimenta el estudio
geográfico del hábitat y de las comunidades rurales. Los trabajos y teorías
de Meitzen, en Alemania, fueron las principales aportaciones, por la rele-
vancia de la obra, de esta orientación.
El paisaje agrario constituye el perfil dominante de la geografía rural
regionalista y cultural. En este campo confluyen la geografía histórica, la
geografía regional y la geografía agraria, una orientación consolidada por
la geografía cultural de origen alemán, desarrollada, tanto en Europa como
en Estados Unidos.
A partir del decenio de 1940 surgen nuevos enfoques. Se caracterizan
por articular estas aproximaciones, desde el punto de vista de la actividad
agraria en su conjunto, desde una consideración económica renovada, y
desde una visión más interesada en los caracteres de las sociedades agra-
rias. Nuevos enfoques que no son ajenos a la contemporánea evolución de
disciplinas como la Economía y la Sociología, que se interesan en esa épo-
ca por esas áreas y comunidades. La economía rural y la sociología rural,
entendidas como economía agraria y sociología agraria o campesina, tienen
un notable desarrollo empírico y teórico en este período.
Estos nuevos enfoques definen una geografía agraria o rural -am-
bas denominaciones aparecen alternativamente sin que supongan distin-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 399

ción conceptual ninguna- que aborda el estudio de las áreas rurales. És-
tas son identificadas, explícitamente, por la actividad agraria: «son rura-
les las formas de hábitat vinculadas a la explotación agrícola» (Tricart,
1956). Lo rural identifica la actividad agraria y las comunidades campe-
sinas.
Desde esa plataforma se consideran las formas de explotación agraria.
La estructura agraria -propiedad, tamaño, relaciones de producción-, los
sistemas y métodos de cultivo, las orientaciones productivas, la economía
de la explotación, se añaden a la morfología agraria -campos y hábitat-,
entre otros componentes.
Se estudia la trama del paisaje identificado con esa morfología agraria
y con los distintos modos de vida campesina. Se consideran las formas mo-
dernas de la explotación agraria de carácter capitalista o socialista. Síntesis
significativas de esta geografía agraria o rural ilustran y orientan la disci-
plina: La Geografía agraria. Tipos de cultivo, de D. Faucher y la Geografía ru-
ral, de P. George, en Francia, son representativas de los nuevos enfoques.
Una mezcla de paisaje y estructuralismo que perdura hasta el decenio de
1970 y que caracteriza la producción continental europea.
La orientación dominante en el ámbito anglosajón ha sido, en esos de-
cenios, la geografía agrícola, entendida desde una perspectiva económica y
productiva, que enlazaba bien con la tradición inicial. La orientación agrí-
cola se ha mantenido en este ámbito cultural, sobre todo el americano, has-
ta el decenio de 1980. Sus centros de interés y cuestiones han sido la pro-
ducción agraria, los tipos de actividad productiva en este campo, la evolu-
ción de los sistemas agrarios, la estructura espacial de la actividad agraria.
Sesgo significativo de una geografía rural o agraria vinculada con la geo-
grafía económica.
Sin embargo, en el Reino Unido aparece temprano un nuevo enfoque
que se interesa por los usos del suelo (land use). Una orientación renova-
dora iniciada en la década de 1930 por L. D. Stamp. Se caracteriza por
una acentuada orientación cartográfica, por su sentido práctico y aplica-
do, y por su vinculación con la planificación territorial. Una orientación
que tendrá indudable incidencia en las nuevas perspectivas que la geo-
grafía agrícola adquiere en Gran Bretaña a partir de 1970. Suponen un
cambio teórico esencial y un giro decisivo en la evolución reciente de esta
rama de la geografía.

3.2. LOS ESPACIOS RURALES: LA URBANIZACIÓN DEL CAMPO

El cambio sustancial de concepción y enfoque en la geografía rural


se origina en el Reino Unido en el decenio de 1970. Arraiga en las orien-
taciones precedentes hacia el uso del suelo. Pusieron de manifiesto el pa-
pel decreciente de la actividad agraria. Identificaron los cambios sensi-
bles que ésta estaba experimentado, así como la influencia urbana en las
áreas rurales. Influencia patente en la decisiva presencia de nuevos usos
y nuevos usuarios.
La industria, las nuevas infraestructuras, la residencia secundaria y
permanente de rurales no agrarios se incorporan a las áreas rurales. Sur-
gen nuevos problemas ajenos a la actividad agraria, derivados de la urba-
nización. El deterioro de los espacios naturales, de los asentamientos ru-
rales y de la propia morfología agraria, la consiguiente necesidad de su
preservación penetraron en el campo de interés de los geógrafos. Lo hizo
también la creciente complejidad de un espacio que había dejado de ser
campesino y agrícola.
Trabajos significativos en este orden como el de R. Pahl, Urbs in Rure,
de 1965, o los de R. Gasson, On Farm Ownership and Practice. The Influen-
ce of Urbanisation, en 1967, señalaban las nuevas perspectivas de este cam-
po de la geografía. Aspectos, por otra parte, que se apuntan en Francia, en
este mismo decenio, al destacar los procesos de urbanización del campo
(Juillard, 1970).
La síntesis inicial de esta reorientación corresponde a la obra Rural
Geography (Clout, 1974). En ella se presentan los nuevos horizontes de esta
disciplina y se delinean las cuestiones que deben ocupar el análisis geográ-
fico de las modernas áreas rurales. Los nuevos enfoques evidencian que no
pueden ser consideradas al margen de la presencia de la ciudad y de los
procesos espaciales inducidos por la industrialización y urbanización.
La geografía rural renovada no se define en función de una actividad
dominante, la agricultura, ni de un componente social, el campesinado. Lo
hace en relación con una consideración del espacio como concepto inte-
grador más apto para abordar los nuevos problemas (Kayser, 1972). Son
los espacios rurales y el complejo espectro de usos, de usuarios y, sobre
todo, de problemas, que se suscitan en estas áreas, los que centran el inte-
rés de las nuevas orientaciones.
Son espacios que se caracterizan por una menor densidad de ocupa-
ción, por la permanencia de amplios sectores valorados por su productivi-
dad natural, por la creciente vinculación con las áreas urbanas, por el de-
creciente papel de la actividad agraria, por los cambios productivos en ésta.
En consecuencia, por la gradación de las formas de organización resultan-
tes. Comprende desde los ámbitos rurales periurbanos, intensamente afec-
tados por el dinamismo urbano, a los espacios de reserva natural, apenas
transformados en sus caracteres físicos. Espacios acotados como espacios
protegidos, de acuerdo con la nueva cultura de la naturaleza que se impo-
ne en las sociedades industrializadas y urbanas.
Evolución en cierto modo paralela a la que se manifiesta en la econo-
mía rural y en la sociología rural. Se abren, como la geografía, desde las
problemáticas campesinas y de la producción agraria, a nuevas cuestiones.
La actividad compartida, de los rurales no agrarios, de los neorrurales y de
los rurales temporales, se constituyen en nuevos centros de interés.
Los conflictos sociales que surgen en estas comunidades más comple-
jas, las nuevas demandas y usos del suelo, vinculadas al ocio, el tiempo li-
bre, la recreación, la segunda residencia, el turismo, la industria o los ser-
vicios en busca de nuevas implantaciones, aparecen como nuevos proble-
mas. La conservación de la Naturaleza, la protección de los paisajes y del

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 401

patrimonio edificado o construido surgen como nuevas perspectivas. El


gran desarrollo de la geografía rural en los años posteriores convertía a esta
rama de la geografía humana en un destacado campo de trabajo en el de-
cenio de 1980 (Pacione, 1984).
Se trata de una geografía rural orientada hacia los problemas de unas
áreas en las que el cambio y el conflicto entre viejos y nuevos usos, y en-
tre antiguos y nuevos ocupantes, en relación con una sociedad en proceso
acelerado de urbanización, adquieren el carácter de cuestiones preferentes.
Los problemas vinculados a estas áreas vienen provocados por la urbani-
zación, la despoblación, la transformación social de las antiguas comuni-
dades rurales, las nuevas técnicas en el uso y explotación de la tierra, las
nuevas demandas para los espacios forestales y naturales, la implantación
de la industria. Problemas que se plantean desde la necesidad de propor-
cionar servicios modernos a estas comunidades, a la de la conservación y
protección de estos espacios o parte de ellos, y en la ordenación de usos
y actividades. Son por tanto problemas ligados a la planificación. Un aba-
nico complejo de nuevas cuestiones que distingue la nueva geografía rural
(Robinson, 1998).
No ocurre así en España, donde es patente la contradicción entre una
práctica rural que incorpora los nuevos temas de modo puntual y una con-
cepción de la geografía rural que se mantenía fiel a su tradicional entendi-
miento agrario y campesino (Cabo, 1983; Yllera, 1987). Agrarismo hegemóni-
co que algunos geógrafos ponían de relieve, a mediados del decenio de 1980.
Destacaban la escasa transformación de dichos estudios (Estébanez, 1985).
La orientación de los estudios rurales se dirigía de forma preferente
hacia cuestiones agrarias. Los enfoques preferentes eran estructurales. Se
distinguían por la atención prestada a las denominadas estructuras agrarias
-propiedad, explotación- y a los cambios tecnicoproductivos. Descubría
la relativa impermeabilidad de la comunidad geográfica española a los en-
foques modernos de la geografía rural y a la problemática que esos enfo-
ques evidenciaban.
Sólo en el último decenio, las nuevas concepciones de la geografía ru-
ral han sido incorporadas en las obras de síntesis (Molinero, 1990). Reco-
gen la amplia renovación de las nuevas orientaciones que tienen, sin em-
bargo, un cultivo secundario en España (García Ramón, 1995). El contras-
te con la más temprana y directa sensibilidad a los cambios en el área de
los estudios urbanos, que tienen lugar en la geografía urbana española, es
notable.

4. La geografía urbana: del emplazamiento a la ecología

Las ciudades y los espacios inducidos por la industrialización se pres-


taban mal a los enfoques ambientales, así como a los de índole paisajística
y a los asentados en el concepto de «género de vida». No es de extrañar, por
tanto, su ausencia de la primera geografía moderna. Las concepciones do-
minantes en la etapa inicial de ésta y en el período regionalista no facilita-

402 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

ron la expansión de una rama geográfica tan directamente vinculada a los


procesos de transformación del mundo industrializado.
Las circunstancias epistemológicas de la aparición de la geografía ses-
garon el desarrollo de ésta hacia cuestiones en las que las relaciones entre
el hombre y el medio eran más evidentes, es decir, primarias, como sucede
en el mundo agrario. Por ello, los estudios urbanos en la geografía moder-
na son tardíos y tienen un sesgo morfológico muy acusado. El estudio ur-
bano en geografía no aparece hasta entrado el siglo XX , con el pionero tra-
bajo sobre Grenoble de R. Blanchard, en 1911. La primera síntesis urbana
será obra de un historiador del arte, P. Lavedan, ya en 1936.

4.1. EL ENFOQUE MORFOLÓGICO: EL PAISAJE URBANO

La ciudad es contemplada como producto de las condiciones ambien-


tales. Se busca la explicación del fenómeno urbano con una consideración
preferente al emplazamiento y la situación. Uno y otro responden a una con-
cepción ambiental, que hace de las circunstancias físicas las determinantes
de la forma y la función urbanas. Éstos son convertidos en conceptos eje de
la disciplina urbana en geografía. La geografía urbana se reduce a estudios
monográficos de enfoque morfológico y funcional de carácter ambiental.
En consecuencia, el espacio urbano es analizado desde una doble pers-
pectiva. En primer término, la morfológica y tipológica, de orientación pa-
ralela a la de los núcleos rurales o hábitat rural. La ciudad aparece como
una forma del hábitat. Es una perspectiva morfogenética cuyo eje es el pla-
no y la construcción.
Se trata de una disciplina descriptiva, histórica, en la que tiene un pa-
pel relevante la clasificación por tipos: planos en damero, planos-calle, pla-
nos-espina de pescado, planos ortogonales, entre otros, sirven para definir
el espacio urbano. Los materiales y los sistemas constructivos permiten
abordar la tercera dimensión del paisaje urbano, clasificación que permite
agrupar y comparar los fenómenos urbanos, lo que constituye el enfoque
general o sintético de la disciplina.
En segundo término, la orientación funcional. Se establece la dedica-
ción originaria del núcleo urbano, considerada como una determinación fí-
sica, asociada a la situación geográfica. Se habla así de ciudades-encrucija-
da, ciudades-portuarias, ciudades-religiosas, entre otras. Calificaciones que
se refieren, tanto al origen del núcleo urbano como a su desarrollo, con un
fuerte acento histórico. La dimensión histórica domina el enfoque de los es-
tudios urbanos en la geografía. Se trata más de una historia de la génesis
urbana que de una geografía.
En el continente europeo, la evolución y renovación de la geografía ur-
bana se produce en el marco de esta concepción formalista y tipológica, en
la tradición regionalista y paisajística. La geografía urbana incorpora a las
descripciones formales y funcionales un enfoque estructural del espacio ur-
bano. Es el modelo de geografía urbana que surge en Francia, tras la se-
gunda guerra mundial. El espacio urbano es analizado a partir de su orde-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 403

nación en áreas diferenciadas de acuerdo con sus funciones, que definen la


estructura funcional de la ciudad.
Algunos autores, de ideología marxista, aportan una sensibilidad más
evidente ante las cuestiones sociales. Tienden a encuadrar el fenómeno ur-
bano en relación con los sistemas y formaciones socioeconómicos domi-
nantes. P. George, autor de un trabajo pionero, La Ville, le fait urbain, re-
presenta este tipo de enfoque, que desarrolla y sistematiza en sus obras
posteriores. La ciudad se encuadra como un fenómeno vinculado a los
grandes marcos culturales y socioeconómicos. Se analiza en su estructu-
ración económica y social, se contempla en sus dimensiones morfológicas.
Es el enfoque que plantea J. Tricart, antes de su definitiva consagración a
la geomorfología, en su obra dedicada al hábitat urbano (Tricart, 1956).
La obra de Tricart aportaba una rigurosa metodología y, sobre todo,
una temprana apertura clara y crítica a los enfoques renovadores que tras-
cienden el hecho urbano local y abordan los sistemas urbanos, como evi-
dencia el análisis de la obra de Christaller por parte de Tricart. La concep-
ción básica de esta geografía urbana seguía siendo paisajística y por tanto
morfológica, como evidencia Tricart, que afirma que «la ciudad se caracte-
riza por un paisaje». Es la geografía urbana que se incorpora y desarrolla,
de forma preferente, en España, tanto en los trabajos monográficos como
en los estudios de síntesis, en la segunda mitad de este siglo XX, hasta bien
avanzado el decenio de 1970, en el marco de la geografía urbana paisajísti-
ca (Bosque, 1956); o en el de los enfoques estructurales y morfológicos

El cambio esencial en la geografía urbana moderna surge de esos nue-


(García Fernández, 1974).

vos enfoques, de los que se hacía eco el geógrafo francés. El principal im-
pulso proviene de la geografía anglosajona. Se trataba de los nuevos plan-
teamientos teóricos y prácticos del fenómeno urbano que se desarrollaban
en los países anglosajones y que definen la moderna geografía urbana y que
van asociados a las corrientes analíticas.

4.2. FUNCIONALISMO Y ESTRUCTURA INTERNA: EL ENFOQUE ANALÍTICO

El desarrollo de la geografía urbana quedará condicionado por los en-


foques innovadores que introduce, sobre todo, la geografía anglosajona en
la segunda mitad del siglo XX . Sus raíces son perceptibles desde el decenio
de 1930, a un lado y otro del Atlántico, en especial en Alemania, Gran Bre-
taña y Estados Unidos.
Constituyen enfoques vinculados a las nuevas condiciones del desarro-
llo urbano, en Estados Unidos, Gran Bretaña y regiones industriales de Ale-
mania, y a la naciente planificación urbana que suscitan esas condiciones.
Están en relación con el influjo de la nueva sociología urbana asociada a la
denominada «escuela de Chicago», a partir de los trabajos de R. E. Park y
E. Burgess en los años posteriores a la primera guerra mundial. Se ven im-
pulsados por la recuperación neopositivista en el marco de la geografía
americana, que impone marcos teóricos y metodológicos renovados.

404 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

El expansivo crecimiento urbano generó, junto a la generalización del


fenómeno metropolitano, la evidencia del carácter supraurbano de la ciu-
dad contemporánea y la dimensión regional del desarrollo urbano. La exi-
gencia de atender esta nueva dimensión derivada de la influencia de la ciu-
dad en su entorno y de las nuevas formas del crecimiento urbano, así como
los problemas derivados de las transformaciones internas de la ciudad, es-
timularon nuevas actitudes en el campo de la geografía.
La definición de este campo renovado para la geografía urbana co-
rresponde a los años posteriores a la segunda guerra mundial. La geografía
urbana se orienta no sólo al estudio singular urbano sino a la valoración del
fenómeno urbano desde la geografía. Es una aproximación que busca defi-
nir los procesos espaciales que regulan el desarrollo urbano. Se trata de es-
tablecer las grandes regularidades o tendencias de este desarrollo. El estu-
dio se plantea desde los procesos de urbanización a los de crecimiento y es-
tructuración interna del espacio urbano. No interesa tanto la ciudad singu-
lar como el espacio urbano. Supone un giro esencial.
R. Dickinson había abordado el fenómeno metropolitano en Estados
Unidos, tras la primera guerra mundial, asociado a la difusión del automó-
vil individual y de los transportes rápidos suburbanos. Había planteado la
influencia regional de los centros urbanos y la relación entre distribución
regional y las funciones urbanas, en Gran Bretaña. Son dos obras de corte
moderno y de carácter pionero, The metropolitan regions of the United Sta-
tes, publicada en 1934 y The regional functions and zones of influence of
Leeds and Bradford, del año 1929.
La nueva problemática la recoge ya el Congreso Internacional de Geo-
grafía de Amsterdan de 1938. En él aparecen aportaciones de manifiesto cor-
te moderno, como las de Van Cleef sobre las relaciones funcionales urbanas
y la del propio W. Christaller, que presentaba una significativa comunicación
sobre «Relaciones funcionales entre las aglomeraciones urbanas y el campo».
Por otra parte, el acelerado proceso de urbanización que se mani-
fiesta en esos años descubre no sólo la dimensión regional de la ciudad
sino también el carácter estructural y territorial del conglomerado urba-
no y la naturaleza de malla que presenta. Se plantean, tanto las razones o
factores de la misma como el problema de su ordenación y desarrollo. La
búsqueda de un marco teórico que pudiera dar cuenta de esa distribución
es el eje de la más conocida obra de W. Christaller, dedicada al análisis de
la distribución de los centros urbanos en Baviera, Die zentrale Orte Sud-
deutschlands, publicada en 1933.
Años más tarde, en 1941, R. Ullman publicaba A Theory of location of
cities, con una orientación equivalente. Las redes urbanas, los sistemas ur-
banos, se convierten en un objeto geográfico, tanto en Europa como en Es-
tados Unidos. Desde una perspectiva funcional lo hace C. D. Harris en su
trabajo A functional classification of cities in the United States, de 1943; y
desde la perspectiva de la jerarquía urbana, A. E. Smayles, con The urban
hierarchy in England and Wales, de 1944.
Estas aproximaciones se completan con las nuevas perspectivas del
análisis de la estructura interna de la ciudad, contemplada como un espa-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 405

cio dinámico, vivo. La sociología urbana había planteado el carácter seg-


mentado y estructurado del espacio urbano desde una perspectiva social y
funcional. Se formulaba como un fenómeno de carácter ecológico, en el
marco de la denominada Ecología urbana, siguiendo la pauta marcada por
P. Geddes (1854-1932). La geografía analítica lo incorpora para el análisis
formal de esa estructura interna de la ciudad.
La nueva geografía urbana anglosajona se define a partir de estas cues-
tiones y problemas, en la segunda mitad del siglo. Los postulados neoposi-
tivistas que se imponen en la geografía americana impulsan los nuevos en-
foques y la nueva problemática. Se orienta a elaborar marcos teóricos para
estos fenómenos espaciales, a poner a punto técnicas de análisis apropia-
das, de acuerdo con los métodos de inferencia y deducción, a vincular unos
y otras con el conjunto de la ciencia positiva, en particular la Física y la
Economía. La geografía urbana se plantea como una disciplina orientada a
establecer marcos teóricos para la explicación del fenómeno urbano en las
sociedades modernas.
La recuperación anglosajona de la obra de W. Christaller, la actualiza-
ción del modelo de Burguess y Hoyt sobre la estructura interna de la ciu-
dad, tienen este valor. La aplicación de diversos modelos teóricos a la or-
ganización del espacio interno urbano, a su expansión, a la ordenación y je-
rarquía urbanas, así como la definición funcional de su base económica,
perfilan el horizonte de una renovada geografía urbana de inspiración neo-
positivista. La nueva orientación se manifiesta madura en el Simposio de
Geografía Urbana de Lund de 1960. La obra de B. J. Berry y E Horton, en
1970, Geographic Perspectives on urban systems, proporcionaba una síntesis
relevante de la nueva geografía urbana de inspiración analítica.
Como consecuencia, la geografía urbana, profundamente transforma-
da y, en cierto modo, fundada de nuevo, se convierte en la rama más di-
námica de la geografía moderna. Aparece, asimismo, como la disciplina
más innovadora y relevante. Proporcionó a la geografía un perfil científico
e introdujo a los geógrafos en el campo de la planificación urbana, con he-
rramientas y técnicas apropiadas para la intervención objetiva sobre la ciu-
dad. El lado oscuro de esta geografía urbana es el que impulsará las nue-
vas propuestas que han impulsado la geografía urbana de los últimos de-
cenios del siglo XX.

4.3. LA CUESTIÓN URBANA Y LA CIUDAD DEL CAPITAL

Nuevos enfoques, nuevas propuestas teóricas, nuevos postulados epis-


temológicos, van a incidir en el ámbito de los estudios urbanos en general
y de la geografía urbana en particular. Surge a partir de la crítica a los pos-
tulados neopositivistas que dominaban en la geografía urbana anglosajona,
y por la influencia de la sociología urbana de inspiración marxista, que se

Una constante renovación teórica, metodológica y de objetos de análi-


desarrolla a partir del decenio de 1960.
sis impulsada por las propuestas de H. Lefebvre, en La révolution urbaine,

406 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

inciden en el campo geográfico directa e indirectamente. Estos dos últimos


de M. Castells, La cuestión urbana y de A. Lipietz, Le capital et son space,

autores, lo harán desde postulados claramente estructuralistas, de acuerdo


con las formulaciones de Althusser. La nueva sociología urbana, así como
la nueva geografía urbana, se vinculan e involucran en el campo de las lu-
chas urbanas, de las luchas políticas.
La dimensión social de la ciudad, la vinculación directa del espacio ur-
bano con las estrategias de los agentes sociales, el carácter de producto so-
cial que el espacio urbano posee, su naturaleza de espacio de conflicto y lu-
cha social, son perfiles propios de esta corriente marxista que distinguen el
desarrollo de la geografía urbana a partir del decenio de 1970.
La geografía urbana incorpora nuevos enfoques y nuevas preocupa-
ciones, de acuerdo con el sustrato político y revolucionario que justifica
estas aproximaciones al fenómeno urbano en el marco del capitalismo
moderno. El proceso de urbanización aparece como el fenómeno más re-
levante de las transformaciones que tienen lugar en el mundo contempo-
ráneo y, en particular, en el mundo capitalista. La relación entre este fe-
nómeno de urbanización y desarrollo urbano con los procesos de acu-
mulación capitalista constituye el centro de las preocupaciones de los
científicos sociales.
Renovada geografía urbana cuyo desarrollo va asociado a los proce-
sos de producción capitalista del espacio urbano. Nuevas cuestiones sus-
tituyen a las que definían la geografía urbana analítica y positiva. La ló-
gica de los agentes económicos y sociales que operan en el espacio urba-
no, las condiciones socioeconómicas que definen los procesos de atribu-
ción social de dicho espacio, los mecanismos de segregación social y los
procesos que generan las desigualdades de urbanización inherentes al
modo de producción capitalista, son los nuevos centros de atención de los
geógrafos.
Es lo que atestiguan las obras más significativas de ese período. D. Har-
vey, en Social Justice and City, de 1973, marcaba un hito en esta evolución;
M. Santos, en A Urbanizaçao desigual, de 1980, incorporaba la perspectiva
del Tercer Mundo, y descubría el carácter universal del proceso y sus pe-
culiaridades en la periferia de ese mundo capitalista. Incorporaba esta nue-
va dimensión a la atención de la geografía urbana, más interesada, en el
período analítico, por la ciudad del centro capitalista. La ciudad del capi-
tal constituye el objeto de estos enfoques, que hacen de la cuestión urba-
na un área central de las contradicciones del capitalismo contemporáneo.
La nueva geografía urbana, analítica y radical, tiene una recepción pro-
gresiva en la geografía española a partir de 1970. En primer lugar, a través
de los enfoques analíticos del funcionalismo económico -la base económi-
ca urbana- (Capel, 1976); más tarde, incorporando las nuevas propuestas
que vinculaban espacio urbano y capital (Capel, 1976). 0 las que hacían del
espacio urbano un producto asentado sobre las estrategias de los agentes
sociales de acuerdo con la teoría de la producción del espacio. La produc-
ción del espacio urbano se convierte en un marco teórico y práctico del aná-
lisis urbano (Vilagrasa, 1985; Arriola, 1991).

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 407

4.4. LA CIUDAD VIVIDA: IMAGEN DE LA CIUDAD Y ECOLOGÍA

Desde otras perspectivas, con otros enfoques, de raigambre teórico-


metodológica diversa, pero compartiendo una filosofía básica idealista, el
estudio de la ciudad se amplía y enriquece, se diversifica. La ciudad es
entendida como lugar y vinculada a las experiencias subjetivas, a la no-
ción de espacio vivido. La percepción del entorno, la valoración indivi-
dual, que arraigan en las obras de Lynch y Lowenthal de la década de
1960, en Estados Unidos, se convierten en los soportes de los nuevos en-
foques.
La geografía de la percepción adquiere un especial desarrollo aplica-
da a los medios urbanos. Se abordan las particulares geografías, es decir,
representaciones, de carácter subjetivo como factores que modelan el de-
sarrollo urbano. Hitos, sendas, nodos, barreras, descubren la imagen indi-
vidual de la ciudad, la ciudad vivida. Los estudios de percepción de la ciu-
dad proporcionan una nueva perspectiva del espacio urbano.
La irrupción de los enfoques feministas y la creciente influencia de los
postulados del posmodernismo prolongan estas nuevas dimensiones del es-
tudio geográfico de lo urbano. Perspectivas vinculadas a los enfoques exis-
tenciales, al espacio como vivencia, a la construcción sexuada o sexista del
espacio, que amplían y enriquecen las aproximaciones al fenómeno urba-
no (Soja, 1996). El espacio urbano como texto, como símbolo. Son las fa-
cetas de las geografías urbanas posmodernas.
Una orientación que se prolonga con similar intensidad y desarrollo
en el decenio de 1990. Se incorporan nuevos campos o problemas al aná-
lisis urbano, como las cuestiones medioambientales. Se descubre la parti-
cular configuración de los espacios de la mujer. Se ponen de manifiesto los
vínculos del espacio urbano con las prácticas discriminatorias que eviden-
cian la subordinación de la condición femenina. Se resalta el carácter del
espacio urbano como exponente privilegiado de la dualidad sexista de la
construcción del espacio.
El último decenio de este siglo XX supone la incorporación de la Eco-
logía como marco de renovación teórica y empírica de los estudios urba-
nos, desde la perspectiva de los urbanistas y de los geógrafos (Campos Ve-
nutti, 1998). El tránsito de la dimensión política a la ecológica no signifi-
ca una ruptura teórica. Supone el descubrimiento de nuevos flancos de la
ciudad capitalista y del desarrollo del capitalismo en general.
Al presente, la geografía urbana aparece como una gran rama autó-
noma de la geografía humana con una notable multiplicidad de objetos de
análisis, de enfoques y propuestas teórico-metodológicas posibles. Perfilan
un campo de conocimiento en proceso de estallido y fragmentación, fruto
tanto de la especialización como de la ausencia de marcos teóricos cohe-
rentes. Consecuencia asimismo de las nuevas dimensiones de lo urbano, en
una sociedad urbanizada.

408 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

4.5. GEOGRAFÍA URBANA Y GEOGRAFÍA HUMANA

Con evidente lógica histórica la geografía urbana aparece, en la segun-


da mitad de este siglo XX , como el núcleo sustantivo de la geografía huma-
na. Ocurre en concordancia con un mundo urbanizado y en el que las gran-
des aglomeraciones urbanas cuentan con un peso creciente a escala nacio-
nal y mundial. La urbanización, en sentido físico y en su significado cultu-
ral y social afecta a una gran parte del mundo actual. El espacio urbano tien-
de a devenir la principal concentración de población. La actividad económi-
ca principal se concentra en estas áreas urbanas. La organización del espa-
cio terrestre tiende a confundirse con la del espacio urbano o urbanizado.
Estas circunstancias explican el papel relevante de la geografía urbana
en este período de tiempo y en la actualidad. Ha concentrado, por un lado,
la aportación más nutrida de las investigaciones geográficas. Identifica, por
otro, el área de máxima innovación teórica y metodológica y de debate in-
telectual más rico. Ha sido la principal palestra de las distintas corrientes y
enfoques que han dirigido el desarrollo de la geografía en el último medio
siglo. Supone, por último, el ámbito en que más fecundo e intenso ha sido
el contacto con otros campos, desde la Sociología a la Economía. De hecho,
su desarrollo más reciente, en la segunda mitad del siglo XX , se confunde
con el de la nueva geografía económica.

5. De las geografías económicas a la geografía económica

La geografía económica es un campo geográfico de excepcional desa-


rrollo en nuestro siglo, que adquiere su perfil moderno en la segunda mi-
tad del mismo, aunque posee antecedentes y raíces en los primeros tiempos
de la geografía. geografía colonial, geografía comercial, geografía estadísti-
ca, geografía económica, fueron denominaciones aplicadas a este campo ge-
ográfico, interesado en la actividad productiva, los recursos, el intercambio
y comercio, es decir, la vida económica de la sociedad. Incluida, en su mo-
mento, la explotación de los imperios coloniales.
La geografía económica es un campo en el que se reúnen ramas más
o menos independientes, de trayectoria histórica muy distinta, y una disci-
plina con un relevante perfil teórico y metodológico. La genealogía de esta
disciplina es, por ello, equívoca. La misma denominación cubre contenidos,
enfoques y planteamientos teóricos y metodológicos muy dispares. La con-
tinuidad del nombre resulta, por ello, engañosa. La moderna geografía eco-
nómica tiene poco que ver con la geografía colonial y las geografías co-
merciales o estadísticas del período inicial de la geografía moderna.

5.1. DE LA GEOGRAFÍA COLONIAL A LAS GEOGRAFÍAS ECONÓMICAS

Las circunstancias históricas del período de constitución de una disci-


plina geográfica moderna facilitaron la constitución, como una rama de la

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 409

misma, de la denominada geografía colonial. Una disciplina directamente


vinculada a las sociedades geográficas. Se incluían en ella los trabajos diri-
gidos a la descripción y conocimiento, en los más diversos aspectos, de los
territorios coloniales. Incorporaba los estudios de los países susceptibles de
convertirse en áreas de expansión de las potencias industriales. Se intere-
saba, en general, por los espacios extraeuropeos.
Incorporaba, sobre todo en los países protagonistas de la expansión eu-
ropea, una variopinta colecta de informes, relatos de exploraciones, datos
estadísticos, descripciones locales y por países, levantamientos cartográfi-
cos. Todos ellos referidos a los territorios de ocupación o a las áreas de re-
parto o posible soberanía colonial. Una mezcla de estadística económica, et-
nografía y cartografía, además de relatos viajeros e informes diplomáticos.
En estas obras se mezclaban informaciones sobre las poblaciones in-
dígenas y sus caracteres antropológicos, los recursos más significativos y,
sobre todo, los aspectos físicos relevantes. Con ellos contribuían a comple-
tar la cartografía de estas tierras mal conocidas: en particular, cursos de
agua, áreas montañosas, perfil topográfico.
La decadencia de los imperios coloniales tras la segunda guerra mun-
dial marca la desaparición de esta rama de la geografía moderna, que ad-
quirió especial relevancia en los decenios finales del siglo XIX y los prime-
ros del siglo XX. Emparentaba de forma muy directa con las ramas de ca-
rácter económico, practicadas bajo nombres diversos.
Geografía económica, geografía comercial o geografía estadística, geogra-
fía agrícola -como también se la denominó-, identificaban ramas recono-
cidas en el ámbito de la geografía. Estaban concebidas como disciplinas-in-
ventario. Se interesaban por el volumen de recursos físicos y humanos, es
decir, materias primas, producciones, población, actividades económicas,
valor y dirección de los intercambios entre los países. Mostraba una predo-
minante orientación hacia la simple enumeración de las producciones más
importantes y el comercio e intercambio de mercancías a escala interna-
cional. Se asemejaban más a la vieja estadística del siglo XVIII que a la mo-
derna geografía económica.
La denominada geografía económica aparece en los propios orígenes
de la geografía moderna. Identifica una rama o fracción dedicada a la lo-
calización de la producción e intercambio de bienes, con un marcado ses-
go estadístico y descriptivo. Este perfil, que hereda el de la vieja estadística
de la Ilustración, permanece sin sensible variación hasta la segunda mitad
del siglo XX.
La geografía económica desborda entonces sus limitaciones descrip-
tivas, puramente estadísticas, enumerativas, que la habían caracterizado
hasta ese momento. Adquiere el perfil de una disciplina de carácter teo-
rético, más próxima a la economía. Anuda entonces múltiples lazos con la
Física, muchos de cuyos patrones son aplicados en la elaboración de hi-
pótesis y modelos para el análisis de los procesos y formas de organiza-
ción del espacio. El desarrollo experimentado por esta rama ha supuesto,
por un lado, la generalización de la primera denominación y el progresi-
vo desuso de las demás.

410 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía económica identifica esta rama de la geografía moderna,


convertida, en la segunda mitad de esta centuria, en una de las partes de
mayor dinamismo y prestigio dentro de la disciplina, en relación con un
cambio radical en sus enfoques, conceptuación y método, sobre todo en la
segunda mitad de este siglo, en relación con los postulados de la geografía
neopositivista. La contribución más brillante de la geografía analítica se ha-
lla en este campo, en estrecha relación con el de la geografía urbana. Ad-
quiere su máximo esplendor en el ámbito anglosajón.
El enfoque económico de la geografía se manifiesta en el análisis de
factores clásicos como la producción y la distribución de bienes. Se distin-
gue, sobre todo, por otros más innovadores, como las cuestiones de locali-
zación: localización y organización del espacio económico, con particular
atención al urbano, entre otros. Un amplio conjunto de geógrafos anglosa-
jones destaca por su contribución en este ámbito, uno de los más renova-
dores en la Geografía moderna tras la segunda guerra mundial.

5.2. LA NUEVA GEOGRAFÍA DE LA LOCALIZACIÓN DEL ESPACIO ECONÓMICO

Dos rasgos esenciales distinguen la nueva geografía económica y sus-


tentan su carácter novedoso: la orientación analítica que promueve una dis-
ciplina de carácter teorético y la consideración preferente de los problemas
de localización económica. La introducción de modelos de carácter econo-
métrico, así como de teorías de localización para las actividades producti-
vas, impulsaron la renovación de la geografía económica tradicional. En
cierto modo, la geografía económica sustituyó a la geografía humana o se
identificó con ella en la medida en que las teorías de carácter económico
sustentaron una gran parte del análisis espacial. Éste se vincula con el pre-
supuesto de la racionalidad del comportamiento económico del individuo y
de los grupos sociales.
La nueva geografía anglosajona se basó en el postulado de la libre elec-
ción del sujeto económico como norma de los comportamientos espaciales
y, de resultas de ello, como patrón de la organización del espacio. La hipó-
tesis del actor racional motivado por la lógica económica subyace en el aná-
lisis espacial de la nueva geografía económica. El sesgo economicista del
enfoque analítico impregnó la geografía humana y confirió a ésta un perfil
de geografía económica.
Teorías y métodos adquiridos de la Economía, técnicas econométricas,
modelos aplicados a la explicación de las formas de localización y distribu-
ción de las actividades económicas, son característicos de esta corriente. El
equívoco entre geografía humana y geografía económica está así presente
en una disciplina cuyos centros de interés se corresponden con fenómenos
espaciales vinculados con la actividad económica. Desde la localización de
la actividad industrial y localización y distribución de los centros de servi-
cios, localización y organización de la actividad agraria, hasta la estructura
y desarrollo de las redes de transporte han sido aspectos centrales de la
«nueva» geografía humana.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 411


La geografía económica se ha desarrollado, como consecuencia, en
una serie de campos específicos que comparten su referencia a las acti-
vidades económicas. Hay una geografía económica que con pretensiones
de globalidad aborda el conjunto de los fenómenos económicos desde la
perspectiva de su localización y distribución espacial, y hay «geografías»
económicas especializadas. Sin embargo, lo que les da unidad, y lo que
permite hablar de una geografía económica, es el soporte teórico común
que comparten.
La nueva geografía proporcionó enfoques, técnicas y métodos de aná-
lisis para las actividades económicas específicas desde la perspectiva de su
localización y organización espacial. De ahí el paralelo desarrollo de unas
geografías especiales, agrícola, industrial, del comercio, de los transportes,
que utilizan los mismos marcos teóricos, aplican similares modelos y em-
plean técnicas equivalentes.
La característica más sobresaliente es la desigualdad en el desarrollo
teórico, metodológico y conceptual.
Las teorías de localización industrial de los economistas alemanes del
primer tercio del siglo XX , A. Weber y A. Lóst; la teoría de Von Thünen sobre
la organización de la producción agraria en relación con el centro de merca-
do; la propia teoría de Christaller sobre distribución y jerarquía de los centros
de servicios, forman el armazón básico de la «nueva geografía» teorética.
Circunstancias que explican el particular desarrollo de la geografía in-
dustrial bajo estos presupuestos, así como la geografía del comercio y la geo-
grafía de los transportes.
Se trata de una geografía industrial cuya base conceptual y teórica es
la Economía neoclásica y cuyo foco han sido las teorías de localización que
asignan la presencia industrial a la decisión racional y calculadora de la em-
presa, cálculo basado en la consideración de los costos derivados de las ma-
terias primas que participan en el proceso productivo, de la energía y de la
mano de obra utilizadas en el proceso productivo; en relación con los be-
neficios del acceso al mercado. Valoración de acuerdo con su proporcional
participación en el costo final del producto y con la incidencia de los cos-
tos de transporte de cada uno de los factores productivos.
Enfoques que han prevalecido en la geografía económica y en la eco-
nomía regional hasta el decenio de 1960 y han marcado las áreas y proble-
mas de la investigación geográfica, tanto en la geografía industrial como la
del comercio y transportes en el ámbito anglosajón, progresivamente ex-
tendida en el resto, aunque sin llegar a desplazar la tradición de la geogra-
fía económica más tradicional practicada en Europa, que tiene sus propias
raíces y tradición.
Ésta se ha caracterizado por la fidelidad a un enfoque clasificatorio,
vinculado al concepto de recursos en el caso de la industria, y de naturaleza
descriptiva, que ha abordado casi en exclusividad la industria y los trans-
portes. La organización espacial de las actividades no productivas o tercia-
rias apenas ha sido abordada por la geografía económica tradicional a falta
de herramientas conceptuales adecuadas. Sólo en la segunda mitad del siglo XX
se perfilan análisis referidos a las actividades financieras (Labasse, 1956).

412 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía económica sólo adquiere desarrollo a partir de la segun-


da mitad del siglo XX, como en otros casos, por efecto de las renovadas
orientaciones que se dan en la geografía anglosajona y, en el marco euro-
peo, por la influencia de autores de inspiración ideológica marxista.

5.3. ECONOMÍA POLÍTICA Y GEOGRAFÍA ECONÓMICA DEL CAPITALISMO

En el decenio de 1970, la geografía económica se ve afectada por los


planteamientos de las nuevas tendencias «radicales» de la Economía Políti-
ca anglosajona y por los enfoques que se van esbozando en el marco de la
geografía «radical». Enfoques que se dirigen hacia el análisis espacial de los
procesos de acumulación, tanto histórica como actual en el capitalismo.
Se interesan por las condiciones espaciales en que se desarrollan los
procesos de crisis, de modo especial la crisis industrial que se generaliza en
ese período por los países industrializados. Abordan las nuevas pautas de
distribución y localización de los espacios productivos industriales con la
aparición y desarrollo explosivo de nuevos centros industriales y nuevos paí-
ses industrializados. En ese mismo marco y en el contexto de una crecien-
te preocupación por los efectos de deterioro y degradación medioambiental
se incrementa el interés por el análisis de la industria como origen princi-
pal de ese tipo de procesos.
El desarrollo de la crisis industrial y sus manifiestos vínculos espacia-
les abre nuevos campos de interés en relación con los mercados de trabajo
y la reorganización de los espacios regionales. El papel de las áreas locales
en los procesos de reconversión y adaptación industrial que acompañan a
la crisis en los países industrializados resulta clave. Nuevos temas de estu-
dio, como las cuencas de empleo, los distritos industriales, el papel de las
áreas rurales, la integración productiva de los espacios industriales bajo
las grandes firmas, se introducen en la geografía económica de la mano de
estos enfoques (Massey, 1974, 1982).
Nuevas teorías y marcos conceptuales surgen para abordar este tipo de
problemas, así como los cambios estructurales que se están produciendo en
el sistema capitalista. La «teoría de la regulación» pretende proporcionar un
marco interpretativo de la evolución, desde el fordismo a nuevas formas de
organización del sistema capitalista.
Se define así una geografía económica de signo radical, de fundamen-
tación marxista o neomarxista en muchos casos. Su centro de atención
esencial es la dimensión espacial de los profundos cambios que se produ-
cen en el capitalismo mundial desde hace más de un cuarto de siglo. El in-
terés por el espacio como un elemento decisivo en las estrategias del capi-
talismo para asegurar tasas de beneficio crecientes o compensar su progre-
siva reducción se instala en la nueva geografía económica de signo político.
Nuevos focos de interés que ponen de manifiesto la desigualdad del de-
sarrollo asociado al crecimiento capitalista (Smith, 1989). El significado del
subdesarrollo y las condiciones del intercambio desigual a escala interna-
cional ocupan un primer plano de los nuevos enfoques. La «geografía del

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 413

subdesarrollo» y de los «países subdesarrollados» adquiere entidad dentro


de la geografía económica radical. La nueva geografía económica es la de
la desigualdad. Es la geografía económica del capitalismo, que se confunde
en gran medida con la geografía del capital.
Enfoques recientes reclaman una atención equivalente al trabajo, en la
geografía económica radical (Herod, 1997). Es decir, a los trabajadores. Es
evidente que el principal soporte de la actividad económica y un recurso bá-
sico de la misma es la población. En la esfera productiva y en la de la re-
producción, la población aparece como un componente determinante de la
organización del espacio económico. A pesar de ello y de estos enfoques re-
cientes que reclaman una atención preferente para este factor determinan-
te de la vida económica, la población no ha sido un objeto tradicional de la
geografía económica.
De forma sorprendente, la geografía económica, tanto la de carácter
descriptivo como la analítica y la radical, han concentrado su atención en
el factor Capital. La producción, el intercambio, la distribución, e inclu-
so el consumo, han dado cuerpo al análisis económico en geografía. El
factor trabajo, en sus diversas dimensiones, ha sido ignorado. Lo ha sido
en su dimensión productiva como capital variable. Lo ha sido en la esfera
de la reproducción. Desgajado de su natural ubicación, se ha abordado
como una variable independiente, desde presupuestos empíricos, origen de
una rama específica de la geografía: la geografía de la población.

5.4. UN ESTATUTO AMBIGUO: GEOGRAFÍA DE LA POBLACIÓN Y DEMOGRAFÍA

Existía una tradición secular de análisis de los datos demográficos, del


volumen de población, de las migraciones y de los comportamientos demo-
gráficos. La Estadística había surgido como una disciplina, en el siglo XVII ,
en Italia, con este perfil. La economía política clásica prestaba una atención
preferente a las cuestiones demográficas. Éstas se habían convertido, in-
cluso, en una preocupación central desde el Ensayo sobre la Población, de
R. Malthus. La población aparece, por tanto, como un componente de dis-
ciplinas vinculadas con la economía.
Los problemas del volumen de población y de la dinámica demográfi-
ca -natural y migraciones- se encuentran en el Ensayo político sobre la
Nueva España, de A. de Humboldt, excelentemente tratadas. Responde a esa
tradición estadística en su acepción original y a esa vinculación con la eco-
nomía política.
En la geografía moderna, las cuestiones de población carecen de enca-
je teórico. La costumbre hacía habitual el tratamiento de los datos demo-
gráficos. El análisis de la población, la distribución de la misma, sus carac-
terísticas demográficas y los movimientos migratorios estaban contemplados
en las obras geográficas, de forma habitual, al tratar de países o de regiones.
Formaba parte de las obras de geografía comercial y geografía estadística.
El rápido incremento de la población europea y los cambios demográ-
ficos asociados al proceso de industrialización habían incrementado el in-

414 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

terés por este tipo de cuestiones. Las implicaciones políticas e ideológicas


de esos cambios estimularon la dedicación a esta problemática. Sin embar-
go, no puede hablarse de una geografía de la población. El estudio de las
poblaciones era abordado de modo habitual en los trabajos de carácter geo-
gráfico, casi siempre con un alto sesgo descriptivo. El tratamiento de la po-
blación carecía de soporte teórico. El desarrollo de una geografía de la
población se producirá como consecuencia de la configuración de la de-
mografía moderna.
La delimitación de una disciplina con perfiles propios, en este campo,
no se produce hasta la segunda mitad del siglo XX. Intervienen al respecto
factores decisivos: el creciente papel de los problemas de población en las
sociedades contemporáneas, el desarrollo de la demografía como una cien-
cia social teórica y empíricamente bien definida y las posibilidades de apli-
cación de técnicas cuantitativas en este campo.
La temprana definición de un saber demográfico moderno, que apare-
ce de forma embrionaria en el siglo XVII, adquiere nuevas perspectivas tras
la segunda guerra mundial, con dos focos destacados, en Francia y en Es-
tados Unidos. La nueva demografía tiene un carácter analítico, dispone de
un instrumental metódico y teórico de carácter matemático, asentado sobre
«modelos» ajustados para explicar las formas del crecimiento de las pobla-
ciones y sus variaciones. La teoría de la transición demográfica y la in-
fluencia de las teorías de Malthus sobre el crecimiento de las poblaciones
proporcionaron los marcos para el análisis demográfico.
La capacidad de predicción por una parte y la posibilidad de aplicar el
análisis demográfico a las poblaciones del pasado han hecho de la demo-
grafía una ciencia moderna, bien asentada en el marco de las denominadas
ciencias sociales. Revistas como Population, en Francia, y Population Studies
en Estados Unidos, han sido y son los principales soportes de esta nueva de-
mografía. Su existencia determinó el perfil de la geografía de la población.
La excepcional incidencia social de las cuestiones de población en la
segunda mitad del siglo XX constituye un estímulo decisivo para el trata-
miento de la población en la geografía. Los grandes movimientos migrato-
rios inducidos por la guerra mundial, y, sobre todo, por las condiciones del
desarrollo de la población mundial, caracterizada por una acelerada tasa de
incremento que se concentra en los países de menor desarrollo económico,
marcan los decenios posteriores a la segunda guerra mundial.
Los problemas derivados de los cambios estructurales en las pobla-
ciones europeas, efecto de las nuevas pautas de reproducción, adquieren
una importancia decisiva. El envejecimiento, en unos casos, la desnatali-
dad, en otros, el éxodo rural, han impulsado el interés por este campo de
conocimiento. Han provocado un cambio notable en su estudio, enrique-
cido además por enfoques renovados y nuevas teorías.
En la geografía es apreciable la sensibilidad ante estas circunstancias.
La Geografía de la Población se delinea como una disciplina específica,
con una pronunciada vinculación con la demografía moderna. La pobla-
ción humana se convierte en el objeto de esta rama. La población consi-
derada como una variable independiente. Los movimientos migratorios, a

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 415


escala nacional e internacional, los cambios demográficos, las actitudes de
las poblaciones ante la reproducción, las condiciones de la mortalidad y
su evolución, las estructuras demográficas en sus distintas manifestacio-
nes, forman parte de esta geografía de la población que se esboza en ese
período.
La adaptación de estos estudios a los marcos conceptuales geográfi-
cos determina las principales orientaciones de la disciplina. Se concibe
desde los enfoques tradicionales de carácter corográfico, representados
por W. Trewartha y P. James, en Estados Unidos, donde también se desa-
rrolla en el marco de la geografía cultural. Esta rama presta singular aten-
ción a aquellos aspectos o elementos de raigambre cultural: los caracteres
y comportamientos de las poblaciones, su distribución, en relación con su
condición cultural, como minorías étnicas, grupos raciales, colectivos y
comunidades, grandes áreas culturales. Representa esta corriente cultural
de la moderna geografía de la población anglosajona en su versión norte-
americana (Zelinsky, 1973).
Desde la geografía analítica aparecen otros alternativos acordes con
las nuevas orientaciones de la geografía anglosajona en esos años. Se dis-
tingue por la aplicación de modelos, por el desarrollo de las predicciones
demográficas, por el recurso al instrumental matemático, por la preocu-
pación por los patrones de distribución. El propio desarrollo de la geo-
grafía a partir de tales fechas ha inducido la ampliación de los centros de
interés y de los enfoques conceptuales y metodológicos en esta rama de la
disciplina, no exenta de interrogantes teóricos. La población es un com-
ponente que se presta a un tratamiento puramente positivo y empírico, de
carácter descriptivo, así como al uso de técnicas modernas de índole cuan-
titativa. La geografía de la población es una de las ramas de la disciplina
en la que en mayor medida se ha afincado la geografía cuantitativa.
Los fundamentos teóricos de la geografía de la población y, en gene-
ral, del análisis de la población, han sido cuestionados. La pretensión de
convertir a la población en una variable independiente del análisis geo-
gráfico supone hacerla determinante del complejo social. Contribuye a
ocultar la dependencia de las variables demográficas y de población de los
factores de carácter económico, social, cultural y de otro carácter.
De ahí las dificultades teóricas de la inserción de la población en el
análisis geográfico y de la misma geografía de la población. A pesar de
ello, constituye una de las ramas que mayor desarrollo ha experimentado
en los últimos cincuenta años, consolidada como una de las que cuenta
con mayor número de cultivadores.
r

CAPÍTULO 21

NUEVAS PERSPECTIVAS
EN LA GEOGRAFÍA HUMANA

La geografía moderna se ha mantenido relativamente estable en lo


que concierne a los campos de conocimiento y de interés que le han ca-
racterizado desde finales del siglo pasado. Su evolución, según hemos vis-
to, aparece vinculada, sobre todo, a las innovaciones metodológicas y teó-
ricas que han marcado el desarrollo de cada campo y las orientaciones
significativas de los mismos. No obstante, hay que destacar la singulari-
dad de la evolución de algunos campos de raigambre profunda en la geo-
grafía moderna.
Éstos, afectados por un largo período de casi abandono, se encuentran
en significativa recuperación, con renovadas perspectivas. En otros casos se
trata del desarrollo de campos nuevos con una cierta tradición. Surgidos en
la segunda mitad del siglo XX, se han asentado a lo largo de este medio si-
glo, hasta adquirir una notable entidad. Al primer conjunto pertenece la Geo-
grafía Política. Al segundo, la Geografía del Ocio y la Geografía Social.

1. Nuevos campos: la Geografía del Ocio


La Geografía del Ocio -Recreational Geography en el ámbito anglosa-
jón-, también conocida como Geografía del Tiempo Libre, constituye un
campo caracterizado de la geografía humana actual. Se desarrolla a partir
del decenio de 1960. Inexistente con anterioridad, aunque algunos trabajos
esporádicos se habían interesado por algunos fenómenos característicos de
este ámbito. En Estados Unidos, ya en 1954 se planteaba el estudio del
tiempo libre y del turismo, en el marco de la geografía económica, como un
nuevo objeto de la misma.
El desarrollo de las actividades de recreo, incluido el turismo, en rela-
ción a una nueva actitud social, que valora «la aireación de cuerpo y men-
te a través del desplazamiento geográfico» como una necesidad, adquiere
entidad tras la segunda guerra mundial. El efecto geográfico de tales com-
portamientos sociales en cuanto a equipamientos e infraestructuras orien-
tados a satisfacer la demanda de ocio aparece como el objeto de la nueva

418 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

disciplina. Permitían «diferenciar y caracterizar áreas», de acuerdo con los


geógrafos regionalistas norteamericanos que inician este campo, y perfila la
primera orientación de estos estudios.
En esos años iniciales de la segunda mitad del siglo XX se planteaban
ya tres dimensiones de interés en el estudio de este fenómeno. En primer
término, los factores físicos, que eran valorados de forma positiva por la de-
manda social y que se convertían en recursos. En segundo, los equipa-
mientos e infraestructuras para atender esta demanda, en cuanto capital in-
vertido. En último, las actividades de ocio como tales, que eran contempla-
das desde enfoques morfológicos y funcionalistas. Es un campo incipiente,
cuya expansión se produce en esta segunda mitad del siglo.
La definición de ésta responde a las condiciones objetivas de las so-
ciedades industriales y urbanas modernas, en la medida en que es en esa
época cuando amplios sectores de la sociedad, con carácter masivo que in-
volucra a millones de personas, disponen de un «tiempo libre» en propor-
ciones crecientes y significativas respecto del tiempo total de trabajo.
El motivo se encuentra en el acortamiento de la jornada de trabajo se-
manal y en la ampliación del período de vacaciones anual. Sectores de la
sociedad que, además, pueden cubrir sus necesidades básicas y cuentan con
un apreciable excedente financiero disponible, o pueden acceder a él vía el
crédito. Por otra parte, corresponde con una época en la que los medios de
transporte, colectivos e individuales, permiten un desplazamiento rápido,
cómodo y a bajo costo.
Estos factores determinaron un rápido desarrollo de los desplazamien-
tos, en período de tiempo libre, de estos sectores sociales por los respectivos
países y fuera de ellos. Se sienten atraídos por reclamos de carácter cultu-
ral, por el simple exotismo, por las posibilidades de disfrutar del sol, del mar,
de ambientes naturales de superior calidad, del paisaje, de acuerdo con una
cultura e ideología que valora este tipo de ocupación y uso del tiempo libre.
Les atrae la posibilidad de practicar determinadas actividades lúdicas,
que la cultura urbana moderna estimula y a las que otorga un valor social
positivo. Es el caso del esquí en áreas de montaña, entre otros. Los despla-
zamientos de fin de semana y vacacionales para este tipo de consumo cul-
tural y para este tipo de prácticas sociales e individuales se han convertido
en un rasgo sobresaliente de las sociedades industrializadas.
Este tipo de demanda solvente ha tenido efectos múltiples, de orden
social, económico y espacial. Desbordando sobre las áreas rurales, o sobre
espacios dotados de condiciones específicas atractivas, nieve, mar, playa,
sol, arte, exotismo, han estimulado un amplio abanico de ofertas destina-
das a acoger tales poblaciones en su tiempo libre. Desde alojamiento e in-
fraestructuras hasta equipamientos dirigidos a satisfacer sus necesidades de
consumo, diversión, relaciones sociales, además de transporte.
Las dimensiones excepcionales adquiridas por este tipo de movilidad
geográfica de carácter temporal, de ritmo cíclico, en las sociedades indus-
trializadas modernas y en los sectores de más altos ingresos en general, con-
vierte al fenómeno del ocio en un componente decisivo de la economía
mundial y, sobre todo, de las economías regionales y nacionales afectadas,

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 419

al mismo tiempo que ha provocado un cambio social y espacial profundo


en las áreas de acogida o frecuentación.
La multiplicidad de denominaciones pone de relieve la complejidad del
campo, en cuanto a los fenómenos que se consideran, así como la ausencia
de una conceptuación o teoría unificadora. La geografía del ocio contempla
un amplio conjunto de actividades relacionadas con el tiempo libre, es de-
cir, el no dedicado al trabajo ni a cubrir las necesidades básicas, en las mo-
dernas sociedades industriales y urbanizadas.
Comprende desde el turismo, es decir, el viaje fuera del lugar de resi-
dencia al margen del trabajo, a las diversas ocupaciones o actividades des-
tinadas a proporcionar entretenimiento durante el período de tiempo libre,
con carácter pasivo o activo. Prácticas deportivas, actividades de simple
consumo pasivo, de productos para la diversión, a través de los equipa-
mientos adecuados -estadios, parques de atracciones, establecimientos es-
pecializados de ocio, entre otros- o consumo de bienes intangibles como el
paisaje, el sol, la naturaleza, por ejemplo. De ahí los matices que se tradu-
cen en denominaciones que identifican campos como el ocio, el turismo, la
recreación, como centros de la disciplina.
El interés de la geografía por el fenómeno se encuadra en esta dimen-
sión espacial o territorial, vinculada a las áreas de oferta, y en los efectos
espaciales derivados de las demandas sociales en el tiempo libre. La propia
movilidad geográfica de grandes volúmenes de población y su incidencia en
el transporte y sus infraestructuras constituye otro elemento de significado
espacial. La distribución regional de estos fenómenos, respecto de las áreas
de origen y de destino, y respecto de los flujos de personas, y en lo que con-
cierne a infraestructuras y equipamientos, constituye otra perspectiva de
atención para los geógrafos.
Los factores vinculados al comportamiento, las estrategias de los agen-
tes sociales que se benefician de este fenómeno, la incidencia de la percep-
ción que cada individuo posee sobre los distintos espacios y actividades, o
las condiciones ideológicas que, como las anteriores, operan sobre la de-
manda, han merecido una atención más tardía y menor en la geografía. Los
factores determinantes de la atracción, sobre todo cuando tienen un fun-
damento fisiconatural, como ocurre en las grandes migraciones de sol y pla-
ya, operan también como objetos del análisis geográfico, desde el inicio de
esta rama de la geografía.
La complejidad social del fenómeno ha supuesto que sean muy diver-
sas las disciplinas que se interesan por él y que, por ello, constituya un cam-
po supradisciplinar más que interdisciplinar. En cualquier caso, la geogra-
fía comparte con otras disciplinas como la economía, la sociología, la psi-
cología, el interés por este destacado fenómeno del mundo moderno, si bien
con un bagaje teórico mucho menos elaborado.
Los intentos de vincular este tipo de fenómenos en el marco de una teo-
ría social no ha tenido eco significativo en geografía. En la geografía del ocio
persiste un enfoque empírico, descriptivo y meramente clasificatorio, tanto
en los análisis locales como en los de carácter general, en los específicos del
espacio de ocio y en los regionales.

120 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía del ocio aparece, ante todo, como una disciplina empírica y
descriptiva orientada al análisis de los espacios producidos por estos despla-
zamientos, a los efectos de los mismos sobre sus caracteres físicos, a los mo-
vimientos y flujos que conllevan a escala regional, nacional e internacional,
como temas básicos. La segunda residencia, la oferta hotelera y su desarro-
llo, los complejos residenciales turísticos, los fenómenos de urbanización pro-
vocados por la aglomeración residencial de ocio, los cambios demográficos y
sociales inducidos, han sido los más habituales asuntos tratados.
Con medio siglo de estudios en este campo, y con varios decenios de
práctica en esta nueva rama de la geografía, la geografía del ocio -del
tiempo libre, del turismo o de la recreación- se ha configurado como un
disciplina con problemas más perfilados y con una mayor consistencia
teórica. La vinculación con las filosofías del comportamiento y con los pos-
tulados epistemológicos de carácter existencial y fenomenológico han pro-
porcionado a la geografía del ocio cimientos sólidos para aproximarse al
fenómeno turístico en sus diversas manifestaciones.
Los fenómenos relacionados con el tiempo libre se inscriben en enfo-
ques o categorías de análisis, orientadas, desde «los estudios históricos, los
patrones espaciales del desarrollo y cambio del turismo, los modelos del de-
sarrollo turístico y de la conducta del turista, el turismo como industria, los
impactos socioculturales y ambientales, y la planificación turística» (Squi-
re, 1994). Marcos teóricos de carácter económico, en la microeconomía, y,
sobre todo, marcos teóricos relaciones con el comportamiento y la cons-
trucción de imágenes culturales por el sujeto, desde una perspectiva de geo-
grafía cultural, dan apoyo a las recientes investigaciones en este campo.
El interés por la producción cultural de imágenes relacionadas con el
espacio de ocio y las prácticas sociales asociadas a los mismos se enmarca
en una concepción cultural de la geografía y en la valoración de los fenó-
menos turísticos como aspectos de la elaboración cultural, en un mundo de
signos, de mensajes y de industria cultural. Las recientes tendencias del
posmodernismo han proporcionado a la geografía del ocio una notable
apertura de enfoques.
En España la geografía del ocio penetra y se desarrolla temprano, sin
duda en relación con la importancia que adquiere el fenómeno turístico en
la segunda mitad de este siglo, tanto en el orden económico como social,
cultural y espacial. Las primeras aproximaciones tuvieron lugar en el mar-
co de estudios regionales, como el de la Costa Brava de Y Barbaza. En los
últimos decenios se ha desarrollado desde múltiples enfoques, aunque ha
predominado, por lo general, el estudio de carácter empírico y descriptivo,
sobre áreas locales o sobre aspectos concretos del mismo.
La introducción de un respaldo teórico e interpretativo ha sido más
tardía y los estudios en relación con el comportamiento de los agentes so-
ciales involucrados, o respecto de las imágenes culturales que movilizan o
dirigen las actitudes individuales y sociales, son menos frecuentes que las
descripciones. Constituye, de hecho, una rama de notable producción que
no difiere, en lo esencial, de la que se realiza fuera de las fronteras del país
(Valenzuela, 1992).

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 421


2. Geografías sociales

La Geografía Social es una denominación equívoca porque tiene una


doble acepción. Por un lado identifica, de forma descriptiva, aquellas geo-
grafías que se interesan por lo social y otorgan una primacía a las cuestio-
nes así catalogadas, según veremos. Se puede decir que corresponde a un
cierto punto de vista social en la geografía humana. Se trataría, en este
caso, en sentido estricto, de una rama de la geografía humana. Sin embar-
go, se da el mismo título a propuestas que tienen un alcance alternativo,
porque se presentan como sustitución de la propia geografía humana. No
se trata por tanto de una rama nueva, sino de otra geografía humana. De
una geografía humana convertida en geografía social. Llamaremos a las pri-
meras geografías sociales, en cuanto enfoques de carácter temático propios
de la geografía humana. Distinguiremos a las segundas como geografía so-
cial, como alternativa epistemológica de la geografía humana. En el primer
caso se trata de una perspectiva que resalta el interés por determinados ti-
pos de fenómenos, los sociales. En el segundo estamos ante una propuesta
de reorientar la geografía humana en su conjunto.
Aunque la denominación de geografía social aparece pronto en la mo-
derna geografía, puesto que se utiliza ya en el siglo XIX con un significado
equivalente a geografía humana o geografía política, como hemos visto, no
se puede decir que cristalice hasta la segunda mitad del siglo XX . El empleo
del término en el siglo XIX corresponde a la escuela sociológica de F. Le Play.
En 1907, G. W. Hoke esbozaba un perfil de la geografía social más próximo
al moderno estatuto de esta disciplina como análisis de la «distribución en
el espacio de los fenómenos sociales» (Jones, 1980).
Es en la segunda mitad del siglo XX cuando surgen, tanto en el ámbi-
to anglosajón como en Francia, propuestas que se plantean el análisis de los
componentes sociales del espacio, muy poco o nada considerados en la geo-
grafía, más ocupada con los lugares, las regiones, la influencia del medio,
que por la dimensión social que, para la mayor parte de los geógrafos, en
esa época, correspondía a la Sociología. La preocupación por separar el
campo geográfico del sociológico, ante el temor de ser absorbido por una
dinámica sociología en pleno desarrollo, acentuó la orientación geográfica
hacia los lugares y ahondó la despreocupación por lo social. El principio de
que la geografía no trataba de los hombres sino de los lugares, como resal-
taba Vidal de la Blache, facilitó esta ignorancia del componente social.
Geógrafos marxistas, como P. George en Francia, introdujeron esa di-
mensión, incorporando la estructura social, la diferenciación social, los fe-
nómenos de marginación, entre otros. Son contemplados tanto en los tra-
bajos de población como en los estudios urbanos, e incluso como un en-
foque específico, al que corresponde la Géographie Social du monde (Geor-
ge, 1937 y 1945). Algunos geógrafos hacen de cuestiones estrictamente so-
ciales, como el trabajo, el eje de su interés (Rochefort, 1961). Representa
un caso aislado y no bien comprendido por sus colegas geógrafos. En Es-
tados Unidos, la geografía social tiene una similar orientación aunque se
desarrolle en un contexto diferente, es decir, se trata también de una geo-

422 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

grafía que privilegia como centros de interés cuestiones sociales, pero des-
de enfoques y tradiciones distintas, vinculadas con la Ecología Urbana y
el conductismo.
Se trata, por un lado, del desarrollo en la geografía de las propuestas
de ecología urbana que habían enunciado los sociólogos norteamericanos
antes de la segunda guerra mundial. Tiene dos manifestaciones dominan-
tes. La primera, la dimensión espacial de determinados complejos sociales,
y en consecuencia la diferenciación espacial determinada por este tipo de
fenómenos, minorías y grupos marginales. Es la geografía de los grupos so-
ciales, es decir colectivos caracterizados por determinados rasgos relevan-
tes, como la pertenencia a una confesión, raza, minoría étnica, grupo in-
migrante, situación carencial, entre otros. Es una orientación vinculada con
la geografía cultural norteamericana, aunque los autores norteamericanos
distinguían entre geografía social y geografía cultural. La primera, intere-
sada por el estudio de la distribución de los grupos humanos, entendidos
como grupos culturales, en sus distintos hábitats; la segunda, interesada en
mayor medida en los fenómenos culturales (Broek, 1959).
Se trata, por otra parte, y en tiempos más recientes, de la irrupción de
los enfoques radicales, que, distanciándose de la geografía analítica y su se-
dicente neutralidad objetiva, propugnan una geografía sensible a la realidad
social. Se exige poner de manifiesto los espacios de la marginación, de la
explotación, de la pobreza, de la enfermedad, del paro, de la vivienda, de
la discriminación de la mujer, desde una perspectiva no meramente des-
criptiva o analítica, es decir formal. En definitiva, se impone una geografía
de la desigualdad social, no como categorías espaciales descriptivas sino
como fruto del sistema social imperante.
Se aboga por una geografía que se alimenta de la sensibilidad de los
grandes movimientos sociales y de las propuestas teóricas marxistas. Una
geografía de los espacios sociales como producto de la sociedad capitalis-
ta que hace hincapié en los espacios de la desigualdad. Enfoques que dis-
tinguen estas geografías sociales, conocidas como radicales, de las prece-
dentes o liberales. Una orientación que enlaza y coincide con la de los geó-
grafos franceses marxistas o de inspiración marxista. Geografía de signo
político que se complementa con una geografía de los espacios sociales
vinculada a la percepción y vivencia individuales, a la conciencia de los
grupos sociales, a los lugares y valores atribuidos a los mismos por las dis-
tintas colectividades e individuos, de acuerdo con los postulados huma-
nísticos, que también se hacen eco de este tipo de problemática desde pre-
ocupaciones distintas.
Unas y otras no dejan de ser campos de la geografía humana en la que
introducen un sesgo o sensibilidad hacia determinadas problemáticas pero
sin que esto suponga un enfoque teórico ni un entendimiento alternativo de
la geografía humana. Este es, en cambio, el rasgo distintivo de la geografía
social, tal y como ésta se formula en Alemania desde el decenio de 1950,
por la escuela muniquesa de geografía. Se corresponde, asimismo, con la
geografía social planteada por un grupo de geógrafos franceses en el dece-
nio de 1980. La geografía social, como una concepción renovada y alterna-

11 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 423

tiva de la geografía humana, a partir de una nueva elaboración teórica del


concepto de espacio y territorio. Una perspectiva de la geografía como dis-
ciplina social, en relación con una renovación metodológica y conceptual
que, sin renegar de la tradición geográfica francesa, pretende fundar una
geografía nueva.

3. La geografía social como alternativa

La geografía social adquiere otra dimensión cuando se plantea como


un nuevo enfoque de la geografía humana, como una alternativa global a
ésta. Es un intento de sustituir la fragmentaria yuxtaposición de parcelas
que conforma la geografía humana por una interpretación coherente de la
misma asentada en un marco teórico específico. Esta aspiración se co-
rresponde con dos propuestas distintas, la de la Geografía Social alemana
y la de la nueva Geografía Social francesa, la primera surgida en el dece-
nio de 1950, cuya formulación acabada aparece ya en el decenio de 1970,
a finales del cual aparece la segunda, una y otra sobre presupuestos teó-
ricos muy diferentes.
La geografía social alemana tiene un carácter funcionalista y existen-
cialista. El fundamento de la misma es la consideración del espacio en re-
lación con las principales funciones que caracterizan la existencia humana.
Trabajar, reproducirse, residir, consumir, divertirse, relacionarse, entre
otras, son funciones que tienen incidencia espacial. Los grupos sociales de-
finidos que protagonizan esas funciones, sea la familia, el grupo profesio-
nal, la comunidad religiosa, la minoría étnica, entre otros muchos, se pro-
yectan, asimismo, como fenómenos espaciales. La geografía social se perfi-
la así como la ciencia de la organización espacial de la vida social, a través
de las funciones sociales. Organización espacial definida por las estructuras
funcionales y de grupo que configuran el sistema sociogeográfico y que de-
terminan el paisaje geográfico, sus constantes, sus cambios, sus reliquias.
Es un tipo de geografía que contempla la totalidad del espacio y de ahí
su carácter de alternativa a la geografía humana. Las cuestiones que centran
el interés de la geografía social alemana no son, sin embargo, distintas de las
practicadas en la geografía humana y, en muchos casos, confluyen de forma
llamativa con las desarrolladas desde las geografías conductistas. El enfoque
funcionalista las vincula con las filosofías del comportamiento y es este mar-
co teórico el que sostiene la interpretación de la geografía social alemana.
Este enfoque permite abordar, tanto cuestiones de geografía general
como regional. Se estudian los procesos de diferenciación social, los cam-
bios de paisaje asociados a las transformaciones sociales, los espacios resi-
denciales en relación con los movimientos migratorios, la definición cultu-
ral del espacio, entre otros. Son cuestiones que distinguen la geografía so-
cial alemana, identificada, sobre todo, con las escuelas de Munich y Viena,
y su incidencia fuera del marco germánico será escasa. Su proyección ha
sido notable en el ámbito didáctico alemán, donde llegaron a marcar una
etapa de la geografía escolar (Luis, 1985).

424 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía social francesa es un producto reciente, de la década de


que surge de un proyecto de incorporar la geografía al campo teóri-
co de las ciencias sociales en orden a fundamentar un análisis de las «rela-
1980,

ciones entre espacios y sociedades». Reflexión que se inspira en filosofías


de raíz marxista y de tipo fenomenológico. En realidad, la característica do-
minante es el eclecticismo epistemológico y teórico. Subyace una preten-
sión de síntesis. Coinciden en una formulación común: entender la geogra-
fía como una disciplina basada en lo social. La primacía de los hechos so-
ciales sobre los espaciales constituye el punto de partida, vinculándose, por
tanto, de forma explícita, con las ciencias sociales.
Los postulados distintivos de esta geografía social alternativa hacen
hincapié en que «las organizaciones espaciales son una proyección y pro-
ducción de la sociedad» y que, por tanto, el espacio tiene naturaleza social,
de tal modo que las teorías sobre el espacio son teorías sociales. Resaltan
el carácter histórico del espacio geográfico, la historicidad de las organiza-
ciones espaciales, su relativa autonomía respecto de la evolución de las con-
diciones sociales y su capacidad de influir sobre éstas (Herin, 1984).
Supone un cambio radical en la conceptualización de la geografía hu-
mana, tanto neopositivista como de los lugares, al destacar la primacía de
lo social sobre lo espacial. Significa una reorientación de la concepción
de la geografía humana al considerarla como una disciplina global de las
relaciones entre los grupos sociales y su espacio. No se trata de una «rama
en competencia con otras ramas de la disciplina y mucho menos un remo-
zamiento de la morfología social inspirada por los sociólogos» (Herin, 1984).
«Es otra forma de hacer geografía humana, más firme en lo científico y más
implicada en su circunstancia histórica.»
Reivindica Herin la consolidación epistemológica y teórica y la di-
mensión histórica que caracteriza la nueva geografía social, aspiración
que se contrapone al proceso seguido por la geografía humana, caracte-
rizado por la pérdida del carácter unitario inicial, la reducción a una
agrupación de ramas o disciplinas independientes. La fragmentación teó-
rica y práctica ha sido la característica más sobresaliente de la evolu-
ción de la geografía humana en el siglo XX . La geografía humana se de-
bate entre la presión del despiece -estimulado por la ausencia de un
marco teórico y por la inercia de la propia comunidad geográfica- y la
reflexión sobre la necesidad de constituirse como una moderna discipli-
na del espacio social.
La geografía social representa un esfuerzo por dar consistencia teó-
rica y delimitar un campo geográfico que trascienda las fracturas de la
geografía humana tal y como ésta se ha desarrollado y evolucionado a lo
largo del siglo XX .
En contraste y, paradójicamente, en coincidencia, con este enfoque
renovador de la geografía humana hay que contemplar el renacimiento
de la geografía política. Ha supuesto más que la simple recuperación de
una rama original de la moderna geografía: supone una alternativa a la

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 425

4. La geografía política: el ave fénix de la geografía

Geografía Política equivalía, a finales del siglo XIX, a geografía social


y geografía humana o económica. El término político se correspondía con
el significado que adquiere en el siglo XVIII . El término político venía a
delimitar un campo social, a diferencia del físico. Es lo que ocurría en la
geografía, donde este adjetivo convivía con otros que compartían el mis-
mo objetivo, diferenciarse de la geografía física. Ese uso se pierde por
una doble vía. Por la progresiva y rápida adopción del término geografía
humana, que desplazó las denominaciones anteriores utilizadas para dis-
tinguir la geografía que consideraba los componentes sociales; y por el
empleo específico que Ratzel propuso para identificar una rama geográ-
fica dedicada al Estado y su territorio. La acepción actual de la discipli-
na responde a la orientación que propone F. Ratzel en su Politische Geo-
graphie, publicada en 1897 y, de forma más completa, en la segunda edi-
ción de esta obra (Ratzel, 1903).

4.1. LA GEOGRAFÍA POLÍTICA: ESTADO Y TERRITORIO

El geógrafo alemán definió el campo de la nueva disciplina. En el nue-


vo enfoque de la geografía hace del Estado el principal organismo territo-
rial, desde una concepción que reúne la herencia organicista de Ritter con
las nuevas orientaciones evolucionistas, neodarvinistas, aplicadas al mundo
social. Ratzel es un discípulo destacado de E. Haeckel. Parte Ratzel del prin-
cipio metafísico de Ritter que hace de los factores naturales la causa pri-
mera de la historia social y lo traslada a la explicación del Estado, consi-
derado como un organismo social, el más importante. Ratzel propone una
disciplina de la relación entre los fenómenos políticos y los geográficos, des-
de el presupuesto de que «los Estados, en cuanto comunidades política-
mente organizadas, tienen, de forma inevitable, una base territorial y una
localización geográfica» (Wooldridge, 1966).
Son los dos conceptos básicos de la geografía política de Ratzel: die
Lage (la situación) y der Raum (el espacio), apuntando a que la posición o
situación influye sobre el desarrollo social y del Estado. La ubicación en el
hemisferio norte, en las áreas templadas, al borde del mar o en el centro de
un área de influencia, serían los factores de situación favorables al desa-
rrollo. La extensión, el espacio ocupado, es el segundo factor que propor-
ciona al Estado su fuerza: vincula el éxito del Estado a su dimensión espa-
cial. Disponer de una gran extensión territorial es un factor de potencia.
Complementariamente, se trata del dominio del espacio, que responde en
mayor medida al control de los medios de circulación, que pueden ser tan-
to el comercio como la guerra. De ahí la importancia del acceso al mar y el
control de las rutas marítimas.
En el marco epistemológico del positivismo y con el aporte esencial del
darvinismo que sustenta las interpretaciones geográficas, el Estado es con-
cebido como un organismo político de naturaleza espacial. Su desarrollo es

426 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

contemplado desde esta perspectiva organicista. El Estado moderno, su


constitución, situación, recursos, competencia con los vecinos y expan-
sión consiguiente, dependen de su ubicación y de la naturaleza del medio
en que se desarrolla. El espacio se convierte en un elemento vital del creci-
miento del Estado.
El conocido concepto de Lebensraum -espacio vital-, acuñado por
Ratzel, es aplicado al Estado desde este enfoque organicista y en este
marco se entiende. El enfoque de Ratzel adquiere mayor radicalidad en su
discípulo O. Maull, autor de una Politische Geographie, publicada en 1925.
Como Ratzel, hace del Estado un producto del suelo, y clasifica a los Esta-
dos en relación con la geomorfología. Los marcos naturales y los marcos de
civilización constituyen la referencia explicativa del Estado; pero los últi-
mos determinados por los primeros.
La geografía política se define como la disciplina geográfica del Estado,
de su organización y constitución, de sus recursos y fronteras, de los con-
flictos, de los factores geográficos, que determinan su expansión o su deca-
dencia, de la competencia entre los Estados por el dominio del espacio, con
aplicación tanto al presente como al pasado. Una disciplina del determinis-
mo geográfico del poder político por excelencia, el Estado. Otro discípulo
destacado de Ratzel definía la geografía política como «la ciencia que estu-
dia la morada y esfera de poder de los Estados. Su zona de observación es
la superficie de la Tierra, contemplada como campo de actividad de las so-
ciedades humanas y como escenario donde se desarrolla la vida de los pue-
blos organizados en Estados. Ocúpase, por consiguiente, de las relaciones
de las colectividades políticas con el espacio que habitan y su área de tráfi-
De acuerdo con este enfoque en el que prevalecen las relaciones com-
co» (Dix, 1936).

petitivas entre los Estados, una de las cuestiones preferentes del análisis de
la geografía política serán las fronteras, convertidas en su principal campo
de observación. Sin embargo, la geografía política aborda también el análi-
sis de lo que se denominará geografía política interior, es decir, el territorio
del Estado. Considera las delimitaciones de lo que entiende como grupos
políticos inferiores, con sus divisiones administrativas, así como los pro-
blemas de carácter electoral, que se asocian a los caracteres de la población
en cuanto a profesión, estatuto social, económico, religioso. En cualquier
caso, todas estas cuestiones tienen, en la primera etapa de la geografía po-
lítica, un interés secundario, que para algunos autores resultaba, incluso,
un objeto impropio de la geografía política.
La pretensión de analizar al Estado como un organismo vivo que nace,
se desarrolla necesitado de un espacio para expandirse, el espacio vital, y
compite por ello con otros organismos, en aras de su supervivencia, se in-
serta en un contexto filosófico, científico y cultural, pero también en unas
circunstancias históricas. El inmediato y excepcional éxito de la nueva geo-
grafía política aparece vinculado a las circunstancias singulares del período
de auge del imperialismo a finales del siglo XIX y hasta la segunda guerra
mundial, período marcado por la competencia entre las grandes potencias
tradicionales -Reino Unido, Francia, Rusia-y Ias entonces emergentes

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 427

-Alemania, Estados Unidos, Japón- para imponerse en el dominio del es-


pacio terrestre, tanto en lo territorial -colonias- como en el ámbito eco-
nómico -mercados-. Es decir, la lucha por la hegemonía mundial en el
marco del capitalismo industrial desarrollado.
La geografía política se presentaba como un instrumento para el análi-
sis de los factores que inciden en esta competencia y que determinan su re-
solución. La geografía política se extendió como una disciplina ascendente,
en los distintos países de Europa, un instrumento de apariencia científica
para asentar el dominio y la hegemonía política y territorial. Un trabajo ex-
celente de A. Demangeon sobre el imperio británico mostraba, precisamen-
te, estos factores de la hegemonía británica en el mundo contemporáneo
( Demangeon, 1923). Las cuestiones de geoestrategia, como el significado de
las áreas continentales y los espacios oceánicos en el poder de los Estados,
se incorporan en la nueva disciplina y con ella surge una fraseología especí-
fica de gran impacto en la vida cultural de la primera mitad del siglo XX.
El británico H. Mackinder exponía la teoría del hearthland expresada
en una frase sentenciosa: «quien domina la Europa oriental domina el Área
Central; quien domina el Área Central domina la Isla Mundial; quien domi-
na la Isla Mundial domina el mundo», para resaltar la importancia conce-
dida al control del espacio continental euroasiático. Estas cuestiones ali-
mentaron esta parte de la geografía y asentaron su popularidad en la pri-
mera mitad del siglo XX . Se trataba de relacionar el poder, la hegemonía y
el dominio de los grandes Estados con factores geográficos, es decir, físicos.
La obra de H. Mackinder sobre el Reino Unido, Britain and the British
seas, publicada en 1902, respondía a esta orientación. Otros autores abor-
daron también este tipo de cuestiones sobre el desarrollo y hegemonía po-
lítica y económica de los Estados, o su decadencia, en obras, en algunos ca-
sos, de gran calidad, como las dedicadas por A. Demangeon al Imperio bri-
tánico, por un lado, y a la decadencia europea por otro (Demangeon, 1923
y 1920); o la referida al ascenso de Estados Unidos (Sigfried, 1927).
A pesar de la novedad de las propuestas y enfoques, se trataba de una
tradición antigua, pues estaba más próxima a la filosofía de la Historia que
a una disciplina científica moderna. La vinculación de esta geografía polí-
tica con la vieja filosofía de la historia ocupada en la explicación de la vida
y suerte de los Estados, y en la consideración de los países como un esce-
nario histórico, es evidente, en la medida en que tales cuestiones habían
sido el gran problema de la filosofía de la historia, con especial relevancia
en el ámbito germánico.
Es en el ámbito alemán en el que se introduce, al lado del suelo, el fac-
tor étnico y cultural. Es un rasgo que distingue la geografía alemana y que
se asienta en el entorno cultural dominante de la filosofía alemana. Ratzel
destacaba, respecto de los vínculos existentes entre el Estado y el suelo o te-
rritorio, «la naturaleza espiritual del Estado». Esta faceta espiritual corres-
ponde al carácter de la comunidad social, su historia colectiva, sus hábitos
de vida en común. El propio Ratzel asoció estos caracteres con la comuni-
dad étnica y cultural, lo que explica que englobara como un único conjun-
to alemán a la propia Alemania, Austria, Suiza, los Países Bajos y Bélgica.

428 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Desde otras perspectivas subyace en el enfoque que la geografía políti-


ca adquiere en Francia. Las referencias de Vidal de la Blache a la unidad
nacional como una unidad viva basada en la convivencia, apoyada sobre las
energías que se encuentran en el marco físico del país, recuerdan esta filo-
sofía, que destaca la base humana de la nación, complementaria de la base
física de la misma. Enfoque que el propio Vidal de la Blache aplicará a su
obra sobre Alsacia, en el que intenta explicar y justificar la integración de
este espacio regional en Francia con una evolución histórica y unos rasgos
sociopolíticos democráticos.
El enfoque dominante en la geografía política alemana, con su estre-
cha implicación en la interpretación de la historia alemana y del pueblo ale-
mán, facilitó la deriva de la disciplina hacia lo que se conocerá como geo-
política. La geografía política se vicia con elementos patrióticos o naciona-
listas, que condujeron al empleo de la geografía política como un instru-
mento al servicio de las estrategias nacionales. La deformación se produce
de forma muy clara en el marco de la geografía política alemana. La disci-
plina, con apariencia de ciencia, quedaba supeditada a los fines nacionalis-
tas o a su justificación. Un autor francés lo resaltaba al apuntar que los se-
dicentes resultados científicos «están siempre de acuerdo con las ambicio-
nes alemanas, con los deseos de expansión de Alemania» (Ancel, 1936).

4.2. LA GEOPOLÍTICA: LA RAMA ESTRATÉGICA

La evolución de la disciplina condujo al desarrollo de la Geopolítica, de


acuerdo con la formulación del sueco R. Kjellen (1864-1922). Constituye una
derivación de la geografía política en la que se acentúa la consideración del
Estado como un organismo. El título de la principal obra de Kjellen es El
Estado como forma de vida. Según lo establecía un historiador español -Vi-
cens Vives-, «el Estado como el organismo vital de un pueblo». Se acen-
túan y resaltan sus necesidades de crecimiento, entendido como expansión
territorial, y se justifica, a tal fin, el recurso a la guerra. Una disciplina de la
influencia de los factores geográficos en las relaciones de poder entre los Es-
tados, entendida como una disciplina práctica al servicio del Estado.
De ahí su recepción en países como Alemania, donde llegó a conver-
tirse en una disciplina orientada a fundamentar y justificar las directri-
ces políticas del régimen nacionalsocialista y su acción expansiva y beli-
cista. Conceptos de la geopolítica, como espacio vital, referido a las ne-
cesidades de los Estados para su desarrollo, fueron utilizados para justi-
ficar el expansionismo alemán, en el marco de una filosofía subyacente,
que justificaba el uso de la fuerza y la agresión en el alcance de los ob-
jetivos impuestos por la supervivencia y desarrollo del Estado. El Raum-
sinn, o sentido del espacio, se presenta como una marca propia del pue-
blo alemán y de la nación alemana, a la que se considera oprimida en un
espacio escaso, que la convierte de hecho en un pueblo sin espacio, nece-
sitado, por ello, de conquistar las tierras vecinas, hasta llegar a la «fron-
tera justa y natural».

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 429

Los planteamientos de la geopolítica se generalizaron en la mayor par-


te de los Estados contemporáneos, aunque es en Alemania, bajo el nazismo,
cuando adquiere su expresión más acabada de una disciplina al servicio de
los intereses ideológicos del Estado. K. Haushofer (1869-1946), un geógra-
fo y militar alemán, representa, en su obra y actividad, como fundador de
la revista Zeitschrift für Geopolitik, este tipo de orientación de la geopolíti-
ca al servicio del Estado.
Se constituye una verdadera escuela alemana de geopolítica, la escue-
la de Munich-Heidelberg, convertida en una activa productora de análisis
que se presentan como científicos y que pretenden establecer las leyes na-
turales que rigen las relaciones entre los Estados. Algunos geógrafos resal-
tarán esta transformación en una empresa de propaganda y adoctrina-
miento político, como lo apuntaba Demangeon.
La producción geopolítica se orientó a justificar, por una parte, las ne-
cesidades de Alemania, identificada como el ámbito del pueblo alemán, en
un primer momento, y como el área de la cultura germánica, con posterio-
ridad. Área cultural identificada a su vez con la extensión o presencia de la
lengua alemana. Se acudía para ello a presentaciones brillantes, en las que
se utilizó la cartografía y representación gráfica, con un alto grado de ex-
presividad: un mapa ponía de manifiesto la extensión del alemán, tratando
de mostrar que constituía la lengua de Europa. Se hacía hincapié en que
era empleado como lengua materna en veinticuatro Estados, y utilizado
como la lengua de relación en toda la Europa central.
Con similares técnicas se presentaba la condición amenazada de Ale-
mania, resaltando con signos adecuados, en forma de flechas de gran efec-
tividad, las numerosas invasiones sufridas por el territorio alemán. Se ela-
boraban tasas o índices de carácter matemático, en orden a evidenciar la
presión que Alemania sufría de parte de sus países circunvecinos. Esa «tasa
de presión» mostraba, en forma de índice, la relación del total de pobla-
ción de los Estados fronterizos respecto de la correspondiente al Estado
considerado, variando del valor 0,0 en el caso del Reino Unido, a índices
del 4,4 para Alemania y 7,5 para Japón (con Manchuria y Corea).
Sin embargo, formaban parte de la cultura política del primer tercio
del siglo. Los postulados de Mackinder subyacían en la filosofía de la geo-
política. La disciplina venía a plantear, en su enfoque esencial, el análisis
de los Estados desde el axioma de la conflictividad permanente, del equi-
librio inestable, como fundamento de las relaciones internacionales. En
ese marco, trataba de establecer los principios que podían regir la con-
frontación y la lucha por la hegemonía regional y mundial. Las naciones
son consideradas como seres colectivos que deben crecer o marchitarse,
«expandirse o declinar, pero que no pueden permanecer inmutables»
(Strausz, 1945).
En esta concepción se buscaban las claves que podían determinar el
triunfo o la derrota, en cuanto se atribuía a los factores geográficos un pa-
pel decisivo en el desenlace de la confrontación por la hegemonía mundial.
La estrategia de cada país, en particular de las grandes potencias bélicas y
económicas, se ajustaba a los postulados geopolíticos, tratando de valorar

130 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

los factores más determinantes. Para unos, el gran eje continental euro-
asiático, para otros el cinturón periférico que desde el Mediterráneo hasta
el Sureste asiático rodea ese gran eje. Por otra parte, se establecía la es-
tructura geoestratégica de lo que se consideraba grandes dominios geopolí-
ticos o áreas de influencia con una gran potencia dominante.
La segunda guerra mundial llevó a su cenit esta disciplina en la medi-
da en que era evidente que en ella se dirimía esa hegemonía mundial, y que
como tal conflicto significaba el final del orden mundial preexistente susti-
tuido por un mundo nuevo, dividido en bloques dominados por los más
fuertes de las naciones que sobrevivan. «En este mundo de super Estados
combatientes, no puede ponerse fin a la guerra hasta que uno de los pode-
res haya sometido a los otros, hasta que el imperio mundial haya sido lo-
grado por el más fuerte. Esto constituye indudablemente la fase final lógi-
ca en la teoría geopolítica de la evolución» (Strausz, 1945) en un momento
en el que ya se podía percibir el ascenso de Estados Unidos como primera
potencia: «Potencialmente, los Estados Unidos son la primer potencia polí-
tica y económica del mundo, predestinada a dominar éste una vez que abra-
ce con fervor la política de fuerza» (Ross, 1939).
La geopolítica representaba una perspectiva renovadora de la geogra-
fía en la medida en que parecía que a través de ella la disciplina académi-
ca adquiría una dimensión aplicada de gran trascendencia, «vital en el arte
y la estrategia de la guerra y en la política nacional» (Strauz, 1945).
Una evidencia que afectaba no sólo a Alemania, la gran derrotada en
este juego, sino al conjunto de los países, como una manifestación de la cul-
tura de la época. El ejemplo español es representativo.
En España, las circunstancias históricas derivadas del desenlace de la
Guerra Civil favorecieron la recepción de la geopolítica, como atestiguan
las obras de J. Vicens Vives, de M. de Terán y A. Melón. Sobremanera las
del primero, cuya concepción de la historia, antes de 1950, muestra un no-
table determinismo, lo que le llevó a considerar la geografía como un au-
xiliar «esencial en la explicación de la historia». Vinculaba los hechos his-
tóricos con su contexto geográfico y hacía de la relación entre hechos
históricos y factores geográficos la clave de la evolución de las sociedades
humanas. La geopolítica constituye para Vicens una disciplina geográfica
complementaria de la geografía regional, cuya área de estudio son, en vez
de las regiones naturales, los Estados. Aunque en el caso español se trata-
ba de una retórica imperial huera, evidenciaba el compromiso intelectual
con las concepciones geopolíticas y estratégicas de la Alemania nazi. La ha-
bitual colaboración del propio Vicens Vives en la revista de Haushofer lo
demuestra.
Las directas implicaciones ideológicas de la geopolítica y de la propia
geografía política, identificadas con la ideología nazi, así como la inconsis-
tencia de sus bases epistemológicas y teóricas, provocaron el ostracismo de
la disciplina, casi completo en el ámbito académico, a partir de la segunda
guerra mundial; ostracismo más que desaparición, como evidencia el ejem-
plo norteamericano.

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 431

4.3. DEL OSTRACISMO AL RENACIMIENTO DE LA GEOGRAFÍA POLÍTICA

La geopolítica desaparece como campo de trabajo en el marco de la


geografía académica, aquejada del achaque de degradación ideológica y
simple instrumento de propaganda política en los países europeos. El des-
prestigio de la geopolítica afecta también a la geografía política, abandona-
da, de hecho, entre los geógrafos europeos, o reorientada hacia la llamada
geografía política interior.
Enfoques que resaltan el análisis del comportamiento político, y acti-
tudes políticas en el marco de un país, de acuerdo con el comportamiento
electoral a lo largo del tiempo y su vinculación con rasgos geográficos, des-
de la ubicación, relacionando aislacionismo político con ubicación interior;
o con rasgos sociales, como las dicotomías rural-urbano, pequeños núcleos
frente a grandes, las diferencias culturales y el origen nacional, entre otros,
como factores de diferenciación en los patrones o comportamientos políti-
cos, en el ámbito de una geografía política o electoral que se confunde con
la geografía cultural.
O se integra en el enfoque regional, convertida en una disciplina en-
focada a la diferenciación política a escala mundial, en grandes áreas ho-
mogéneas, y a la de entidades políticas individuales, país o Estado, desde
enfoques regionalistas; en que se plantean la morfología política, la diná-
mica del Estado, la localización y las relaciones exteriores como elemen-
tos de análisis (Hartshorne, 1954). Es el tipo de concepción que se esta-
blece en Estados Unidos, cuya geografía está dominada en ese momento
por la escuela regionalista norteamericana, que concibe la geografía como
la disciplina «que se ocupa de la distribución espacial de los fenómenos
en la superficie terrestre».
La geografía política como una disciplina de «la diferencia que existe
entre los fenómenos políticos de distintos lugares de la tierra», con el obje-
tivo de «establecer la diferenciación espacial de los principales sistemas po-
líticos y jurídicos del mundo», como resumía un destacado autor nortea-
mericano en vísperas de la segunda guerra mundial (Whittlesey, 1948).
Una geografía política dirigida al análisis de los rasgos geográficos de
los Estados, a las comunicaciones, de acuerdo con los postulados de Rat-
zel sobre el control del espacio, a los recursos escasos o de localización
restringida, a los océanos y los Estados costeros, a las grandes potencias,
a las capitales y fronteras, a los grandes conjuntos socioculturales, como
América Latina y la Europa Ibérica, respecto de la América anglosajona y
la Europa noroccidental. El telón de fondo es la consideración de «la in-
fluencia de las condiciones geográficas sobre un determinado cuerpo ju-
rídico», que para los geógrafos de Estados Unidos tiene en este país una
ilustración ejemplar, en la medida en que asocian el espíritu de frontera
que acompaña la fundación y desarrollo de Estados Unidos con la im-
plantación «de prácticas democráticas y con la ausencia de relaciones cla-
sistas» (Whittlesey, 1948).
De forma paradójica, esta disciplina, que apenas tenía cultivadores con
anterioridad a la segunda guerra mundial (Hartshorne, 1954), adquiere un

432 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

notable desarrollo en Estados Unidos tras la misma, si bien en escuelas muy


localizadas. Se manifiesta como auténtica geografía aplicada al servicio de
las necesidades geoestratégicas de Estados Unidos en los decenios de 1950
y 1960, en relación con las áreas de interés politicomilitar de este país. Se
puede hablar de una verdadera geopolítica estadounidense, cuyo principal
representante es S. Cohen.
La práctica de tales estudios y aplicaciones en la geoestrategia impe-
rialista ha sido el núcleo de los argumentos de un geógrafo como Y. Lacos-
te, desde el decenio de 1960 (Lacoste, 1976). Crítica que sustenta, a su vez,
el proceso de recuperación de la geografía política en la geografía contem-
poránea. Resurgimiento que tiene una doble vertiente: la analítica y la ra-
dical.

4.4. LA NUEVA GEOGRAFÍA POLÍTICA

La renovación posterior hasta la recuperación actual como una rama


expansiva de la geografía representa un cambio sustancial en los postu-
lados epistemológicos, enfoques y centros de atención de la disciplina que
responde a las nuevas demandas sociales y a la propia evolución habida
en la geografía en este período. El sorprendente renacimiento :y auge de
esta rama en los últimos decenios significa, de hecho, la fundación de otra
disciplina. La geografía neopositivista, pero sobre todo las corrientes con-
ductistas y marxistas han aportado esos postulados renovados y han in-
troducido otras perspectivas sobre el Estado y el poder, más elaboradas,
menos primarias.
Esta nueva geografía política, contemplada como un nuevo desarrollo
de esta disciplina, o como una alternativa global a la geografía humana,
constituye la propuesta actual de la disciplina enunciada por F. Ratzel hace
cien años (Taylor, 1993). Son propuestas que surgen de una recuperación
política de la geografía y de la geografía política como una herramienta
para el análisis del poder y de las relaciones de poder a todas las escalas.
Desde otras perspectivas epistemológicas, relacionadas con las filoso-
fías del comportamiento y con la sociología, la geografía política queda cir-
cunscrita al análisis y descripción de los comportamientos políticos indivi-
duales y sociales y a sus manifestaciones más relevantes: es decir, los gru-
pos políticos, las actitudes electorales, la distribución espacial de estos com-
portamientos, entre otros elementos, de acuerdo con enfoques sociológicos
y geográficos que se habían producido en los decenios anteriores y que ca-
racterizan lo que algunos han denominado geografía política liberal.
La nueva geografía política se inserta en las nuevas corrientes y enfo-
ques teóricos que a partir del decenio de 1970 abordan el análisis de la eco-
nomía mundial y las relaciones internacionales y que resaltan los proble-
mas del subdesarrollo, el desequilibrio entre el mundo desarrollado y los
países del Tercer Mundo, las relaciones de dependencia entre los Estados,
los enfoques teóricos basados en los conceptos de centro y periferia, las ten-
siones y conflictos que se producen a escala mundial. Desde postulados

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 433

marxistas o neomarxistas, la vieja geografía política recupera su interés por


los procesos electorales en el marco del conflicto urbano.
En relación con ellas, los centros de interés se han multiplicado: la geo-
grafía electoral, la estructura espacial de los grupos y de los comporta-
mientos políticos, a escala local, regional y nacional, la estructura del Es-
tado como un complejo sistema de relaciones, la influencia del Estado
como agente social sobre el espacio, en relación con los fenómenos de de-
sigualdad, marginación y segregación, los problemas de la descolonización,
el neocolonialismo y las relaciones de dependencia a escala internacional,
las relaciones centro periferia, entre otros muchos.
Representa, en definitiva, un progresivo deslizamiento desde la geo-
grafía del Estado a la geografía del poder. Sin embargo, el valor esencial de
esta renovación proviene de su nueva formulación teórica.
El punto clave de esta nueva geografía política, que determina su éxi-
to y su enfoque actual, lo constituye el planteamiento teórico que vincula el
análisis de la geografía política con el análisis de sistemas, a partir del con-
cepto de sistema mundial. La estructura y las relaciones internas de estos
sistemas mundiales permiten que «el problema de la escala, que tantos pro-
blemas acarreaba... se convertía en parte de la propia estructura teórica»
(Taylor, 1993).
El interés del nuevo enfoque es situar los cambios sociales locales y na-
cionales en el contexto de un conjunto o sistema mundial del que los cam-
bios nacionales o locales son parte. En consecuencia, es el concepto de cam-
bio social a escala global el que adquiere primacía teórica y analítica y el
que permite abordar epistemológicamente y explicar los cambios sociales a
otras escalas, como señalaba Taylor, «un determinado cambio social sólo
puede ser comprendido en su totalidad en el contexto más amplio del sis-
tema mundial».
Resalta Taylor cómo el nuevo enfoque sistémico se apoya en la con-
cepción materialista histórica de Braudel, subyacente en su teoría de la
larga duración, y en los enfoques neomarxistas del desarrollo, que vincu-
lan el subdesarrollo de unas áreas con el desarrollo de otras, como ele-
mentos encadenados e interdependientes y no como etapas de un proceso
secuencial progresivo. El enfoque sistémico de la geografía política se
apoya en los planteamientos de Wallerstein y su conceptualización de la
economía mundo, introducida en el decenio de 1970 en el marco de las
ciencias sociales, como una plataforma para la explicación del desarrollo
del sistema mundial capitalista. La nueva geografía política se presenta
apoyada sobre una armazón teórica, conceptual y terminológica coherente,
que le convierte en una disciplina para el análisis de los sistemas mun-
diales. Conceptos como economía mundo, mercado mundial, sistema de
Estados, estructuras tripartitas, forman parte de la construcción teórica
de la nueva geografía política.
Dinámica histórica del sistema y estructura espacial del mismo, los
conceptos de centro y periferia como conceptos teóricos y la dimensión
espacio-temporal del sistema sitúan los nuevos componentes de este enfo-
que. Con ello se vincula el análisis material de las bases del sistema -rela-

434 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cionadas con la economía y su dinámica a través de ciclos de distinta dura-


ción-. Asimismo, el análisis de las mediaciones políticas, Estados y estruc-
turas tripartitas, que tienen que ver con el poder, es decir, con las relaciones
entre individuos e instituciones. En la nueva perspectiva teórica adquieren
un papel relevante estas instituciones, en cuanto en ellas: Estado, pueblos o
nación en un sentido amplio, como grupo o comunidad que comparten
identidad, clases sociales, y unidad doméstica, como unidad económica ele-
mental o unidad de rentas, constituyen el elemento sustantivo del sistema.
Este esquema sitúa el análisis de la nueva geografía política en un con-
texto teórico consistente, y se caracteriza porque el Estado deja de ser el
centro de las consideraciones de la disciplina para convertirse en un ele-
mento esencial pero particular de un complejo sistema de relaciones y pro-
cesos sociales, dentro del cual, el análisis del Estado se justifica como mar-
co institucional de los procesos sociales que afectan al pueblo, la clase y la
unidad doméstica, y como agente protagonista de las relaciones políticas a
escala mundial y regional.
En consecuencia, la geografía política se organiza en función de las
escalas que permiten abordar y explicar el espacio del conflicto desde la eco-
nomía mundo como marco global al Estado como marco político y la lo-
calidad como marco de la experiencia individual y del grupo o comunidad.
La nueva geografía política recupera también y elabora de nuevo, en el
marco de las relaciones políticas internacionales, la cuestión del imperia-
lismo y la geopolítica.
Imperialismo y geopolítica responden a dos herencias culturales rele-
vantes, una del marxismo revolucionario de los inicios del siglo XX y otra
de la política del poder o del Estado.
Nuevas ideas, relacionadas con el Estado como instrumento de control,
en el marco de los enfoques de M. Foucault, enriquecen y renuevan los aná-
lisis del Estado de la geografía política tradicional, del mismo modo que los
tradicionales enfoques de la geografía electoral son reconducidos desde
los enfoques liberales a nuevas perspectivas que sitúan el comportamiento
electoral y los partidos en un marco mundial. Al mismo tiempo que se otor-
ga al marco local una nueva dimensión, como marco relevante de la activi-
dad de los agentes sociales.
La nueva geopolítica surge también de la reivindicación de la discipli-
na desde los postulados críticos de raíz marxista en la Europa del decenio
de 1970. Se trata de un planteamiento crítico y político en relación con el
papel de la geografía como instrumento decisivo del poder. Una actitud que
se ejemplifica en el enunciado de que la geografía sirve, en principio, para
hacer la guerra, que sirvió para dar título a una obra del geógrafo francés
Y. Lacoste. La referencia al carácter político y geoestratégico de la discipli-
na constituye el principal argumento para la recuperación de una geopolí-
tica renovada. Una actitud que tendrá su más significativo soporte en He-
rodote, la revista impulsada por Y. Lacoste en el decenio de 1970, editada
por Maspero, en París.
Herodote representa, en su trayectoria, la principal plataforma para
una lectura geoestratégica del mundo, para una interpretación de la geo-

OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA 435


grafía como disciplina o saber del poder, que justifica desde el título de la
revista a su concepción histórica de la geografía. Herodoto, el historiador
griego, es considerado por los impulsores de la revista como la represen-
tación del uso de la geografía al servicio de los designios imperialistas de
Atenas, en la antigüedad. La constatación histórica del saber geográfico,
de la geografía, como disciplina de los Estados Mayores y del imperialis-
mo, justifica la recuperación de una geografía de las luchas sociales y de
la geoestrategia. Ha sido y es una constante de la revista a lo largo de casi
un cuarto de siglo.
La geografía política se convierte, de este modo, en una disciplina as-
cendente de la geografía moderna, en los finales del siglo XX . Por sus am-
biciones, por su desarrollo y por su renovación, pero sobre todo por su
consciente esfuerzo de fundación teórica consistente, se asemeja a la que
constituye la gran novedad de la geografía moderna. Es decir, la geografía
feminista o gender geography, la única nueva disciplina, en sentido estricto,
que ha surgido en la geografía en el último cuarto de siglo. Una propuesta que
nació con aspiraciones revolucionarias en la geografía.
CAPÍTULO 22

LAS GEOGRAFÍAS FEMINISTAS

La presencia de la mujer en la geografía moderna es coetánea de su


fundación como disciplina. Nombres destacados, como el de Ellen Semple,
ocupan un lugar relevante en la cultura geográfica del primer tercio de este
siglo XX. Existían otros antecedentes de participación femenina, en el caso
de la geografía física, como el de Mary Sommerville. La participación fe-
menina es proporcionalmente exigua durante la primera mitad del siglo XX.
El predominio masculino es absoluto, sobre todo en lo que concierne a ocu-
pación de puestos de decisión y al control institucional de la academia uni-
versitaria. La mujer geógrafo tiene un lugar subordinado y discreto, si des-
contamos casos singulares y por ello excepcionales, que confirman la regla,
como el de J. Beaujeu-Garnier en Francia o S. Daveau en Portugal, con una
notable presencia institucional y práctica.
La presencia femenina se incrementa a la par con la expansión de la
geografía académica a partir del decenio de 1960. Se corresponde con el fe-
nómeno de incorporación de la mujer a la esfera pública en las sociedades
occidentales, con una notable incidencia en el marco universitario o acadé-
mico. Coincide con los grandes movimientos sociales que movilizan a estas
sociedades occidentales en ese decenio de 1960 y el siguiente, un fenóme-
no que se aprecia tanto en Estados Unidos como en la Europa occidental,
y la propia España.
Su rasgo más notable es la progresiva definición de campos de cono-
cimiento vinculados con lo femenino, reivindicando el conocimiento de los
espacios de la mitad de la sociedad. Se manifiesta, de modo progresivo,
como una labor crítica del conocimiento y las disciplinas tradicionales por
su pronunciado sesgo masculino en la representación y análisis de la reali-
dad. Es decir, por la ignorancia de la realidad que suponía la mitad de la
sociedad y sus problemas. De la reivindicación progresiva de la considera-
ción de estos problemas en el marco académico a la definición de un mo-
vimiento de fundación de disciplinas asentadas sobre el reconocimiento de
lo femenino como un factor determinante del conocimiento, el tránsito es
rápido.
La construcción de un marco teórico feminista parte del principio de
considerar que la distinción hombre-mujer, en sus diversos términos, tie-
ne un carácter social, es una construcción social. Es la sociedad la que

438 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

crea las dos figuras, las que les otorga rasgos propios, la que los diferen-
cia en la vida cotidiana, en los comportamientos, en el trabajo, en las re-
laciones sociales, y la que valora su situación de una determinada forma.
Y propugnaba una teoría social basada en la condición femenina, en lo
que los anglosajones denominan gender. Reivindicaban, al mismo tiempo,
la posibilidad de construir una epistemología propia y desarrollar una me-
todología específica, feminista.
Responde a un intento de hacer de la diferenciación social de los sexos
un marco teórico en el análisis social y un instrumento para la acción po-
lítica, identificado con el feminismo. Se enmarca, por tanto, en un movi-
miento social y político, el feminismo. Es la influencia de este movimiento
el que provoca la aparición de los enfoques feministas en las diversas dis-
ciplinas académicas. Se vincula, por otra parte, al auge de los movimientos
sociales, sobre todo urbanos, en el decenio de 1960.
En el ámbito geográfico suponía el desarrollo de un proyecto de geo-
grafía sustentado sobre la distinción sexual, apoyado en los supuestos de la
crítica teórica feminista. Significó el tránsito de la atención a los temas fe-
meninos a la propuesta de construcción de una disciplina, la geografía
feminista (gender geography). El fundamento de la propuesta era vincular
espacio y condición femenina.
Se trata más bien de una cuestión que afecta al conjunto de la teoría
social y que se manifiesta, tanto en el ámbito de la geografía, aunque con
retraso, como en la filosofía, sociología, política y economía política, entre
otros. En su origen, no es un fenómeno propio de la geografía.
El rasgo más destacado de este nuevo campo ha sido y es la excepcio-
nal dimensión teórica y epistemológica que ha adquirido. A diferencia de
otras disciplinas o ramas de la geografía, la rama feminista sobrepasa el
contenido temático para presentarse como una alternativa epistemológica y
teórica. Lo que significa construir otra geografía. Desde la perspectiva in-
terna no se concibe como una rama de la geografía, tachada de masculina.
Se concibe como una geografía distinta, una geografía feminista.
La geografía moderna se ha desarrollado como un discurso que ha
sido, de forma predominante, un discurso naturalista y, en menor medida,
social. Ha prestado atención preferente a aspectos genéricos y ha practica-
do una sensible interpretación masculina de los procesos sociales y de los
procesos espaciales. No ha contemplado de modo directo la intervención y
el papel de la mujer en la organización del espacio y ha propiciado una con-
sideración asexuada de la realidad que, de hecho, significaba una deforma-
ción masculina de la misma.
Por otra parte, la influencia femenina en el desarrollo de la geografía
ha estado limitada por factores sociales, que han determinado una presen-
cia marginal o subordinada en el ámbito de las comunidades geográficas
modernas (Bondi, 1990). La incorporación de la mujer a puestos clave en
la definición de los objetivos y en la modulación del discurso geográfico ha
sido muy tardía y sigue siendo muy limitada (Rose, 1996). En relación con
ello, la atención a los fenómenos geográficos desde la óptica de la mujer, o

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 439


gurar, en el desarrollo de la geografía moderna, un tipo de enfoques que pu-
dieran responder a la específica perspectiva de la condición femenina.
El predominio masculino y el prisma dominante de un cierto pensa-
miento machista ha supuesto la preterición de cuestiones y objetos vincu-
lados con la presencia femenina, actitudes que han afectado a la propia na-
turaleza y carácter de las fuentes de trabajo empleadas que, a su vez, han
condicionado la orientación de los estudios. La información ha estado ses-
gada, cuando no ha sido inexistente.
La atención a este mundo de la mujer y la reivindicación de nuevas
perspectivas abiertas a la mirada y a la condición femenina, en la cons-
trucción de la disciplina y en la elaboración del discurso geográfico, crista-
liza sólo en el decenio de 1980. Lo hace, en principio, en el marco de las
nuevas tendencias críticas que dan origen a las geografías radicales.
La aparición de una geografía feminista se enmarca en un proceso
cuyas raíces son, por una parte, el progresivo desarrollo y maduración del
movimiento feminista y por otra, los movimientos sociales radicales. El
primero, desde sus primeras formas en el siglo XIX e inicios del XX , has-
ta sus formulaciones recientes, en el último cuarto del siglo XX. El se-
gundo, con la definición de una geografía radical o geografía comprome-
tida en el orden político, configurada a finales del decenio de 1960. Ésta
estimula la introducción de cuestiones vinculadas con el mundo de la margi-
nación social y con las prácticas discriminatorias propias de la ciencia ofi-
cial o dominante.
Se produce en Estados Unidos. Se extiende a, y marca también, las co-
rrientes idealistas. Se perfila incluso como una alternativa teórica y episte-
mológica. Se presenta como una verdadera filosofía alternativa frente a las
corrientes que han dominado el pensamiento geográfico y la propia filoso-
fía científica de la modernidad. Esta singular perspectiva responde a la im-
plicación que en los estudios sobre la condición femenina tiene la presen-
cia de un movimiento feminista de amplio espectro, con una dimensión cul-
tural, filosófica y política (Alcoff, 1996).

1. Feminismo y teoría social


El movimiento feminista iniciado en la segunda mitad del siglo XIX con
un carácter de reivindicación de derechos políticos -como el voto-, y so-
ciales -en cuanto a salarios y condiciones de trabajo-, se transforma en
la segunda mitad del siglo XX, en particular en el decenio de 1960, en rela-
ción con la intensa agitación social de este período.
La lucha por los derechos civiles y los movimientos frente a la guerra
de Vietnam, en Estados Unidos, y el movimiento político en torno al mayo de
1968, en Europa occidental, coinciden con el final del colonialismo y la con-
figuración del denominado Tercer Mundo en el decenio de 1960. La incor-
poración de minorías y poblaciones de color en los países europeos y en Es-
tados Unidos, en relación con los grandes movimientos migratorios, añade
una nueva dimensión social.

440 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Unos y otros indujeron una creciente participación de la mujer en es-


tas movilizaciones sociales: ayudaron a descubrir la situación específica de
la mujer como doble víctima de la segregación social y de la marginación
femenina. Presentaba sus formas más visibles en el ámbito de las minorías
y en el Tercer Mundo. En el caso de los países desarrollados, descubría el
carácter marginal de la presencia femenina. Se ponía de manifiesto en el mun-
do académico, en el proceso de producción de conocimiento y en los cen-
tros de decisión social, económica y política.
Mostraba la configuración histórica de una sociedad de perfil mascu-
lino -patriarcal- en la que la mujer quedaba relegada a funciones reales
y simbólicas subordinadas y dependientes. Estaban determinadas por el
segmento masculino y respondían a patrones culturales y pautas de con-
ducta de naturaleza masculina e, incluso, machista. La conciencia de esta
situación y la confluencia de este conjunto de circunstancias orientaron el
movimiento feminista hacia objetivos políticos: lo transformaron en un mo-
vimiento orientado a la liberación de la mujer y se consideró como la con-
dición de la transformación de la sociedad.

EL MOVIMIENTO FEMINISTA: HACIA UNA ALTERNATIVA

Esta orientación se traduce, en los años setenta y ochenta, en una ra-


dicalización y ahondamiento de los postulados feministas. Se proyecta en
un esfuerzo por construir un marco teórico consistente para la interpreta-
ción histórica de la condición femenina y para la acción política en el mun-
do actual: el feminismo como una «teoría crítica de nuestra sociedad» con
sus propios objetivos, su propia tradición y señas de identidad, y entidad
para vertebrar un pensamiento crítico (Amorós, 1999).
El carácter o identificación del feminismo con una teoría social
constituye un rasgo relevante de la concepción feminista moderna. El co-
mún origen del feminismo y de los movimientos radicales determinó la
búsqueda de ese marco teórico, en un primer momento, en el marxismo
o materialismo histórico. Configura un feminismo socialista o de inspi-
ración marxista.
Las vías para esta elaboración fueron, por una parte la integración de
la situación de la mujer en el contexto del proceso de reproducción social.
El punto de partida lo proporcionaron los enfoques de Engels sobre la di-
visión del trabajo entre los sexos, como una primera forma de la división
del trabajo, y en relación con la constitución de las sociedades de clases. El
papel de la mujer en éstas quedará determinado por la implantación y el
desarrollo del patriarcado. Éste aparece como un modelo de dominio so-
cial del hombre y de subordinación y dependencia de la mujer. Un concep-
to, el de patriarcado, que devendrá esencial en el enfoque teórico del femi-
nismo, en particular en algunos de sus corrientes.
Por otra vía, más radical, pero de similar origen, se procedió a susti-
tuir los términos del análisis marxista que hacía de la lucha de clases el
motor de la historia y de la clase trabajadora la protagonista de esa lucha.
La lucha de sexos suplanta a la lucha de clases. La mujer se convierte en
el elemento revolucionario y progresista liberador. Se transforma en el su-
jeto histórico del movimiento social, en su protagonista. Una obra, titula-
da Dialectic of Sex, representa la formulación inicial de este planteamien-
to (Firestone, 1970).
El desarrollo posterior del movimiento feminista se caracteriza por la
radicalización del mismo. El rasgo sobresaliente de esta radicalización es
la deriva teórica hacia la interpretación de las diferencias entre sexos, no
tanto en el marco histórico como en el marco biológico o natural. Se rela-
ciona con el carácter específico que la mujer tiene en el proceso reproduc-
tor. Se entiende que esta realidad orgánica supone formas específicas tam-
bién de relación con la naturaleza. Como consecuencia, se interpreta que
afecta al entendimiento de la misma, que conlleva consecuencias epistemo-
lógicas. Y, por tanto, una filosofía del conocimiento propia.
El feminismo radical reivindica valores y patrones de análisis de la rea-
lidad vinculados a la condición femenina. Valores enfrentados a los valores
y patrones imperantes, que se asocian a la condición masculina. La racio-
nalidad, el análisis empírico, la verdad científica, la neutralidad del conoci-
miento, entre otros, responderían a la elaboración masculina. Serían for-
mas propias del pensamiento masculino. Frente a ellos se propugnan los va-
lores de intuición, el sentimiento, la empatía, la sensación, como alternati-
vos y propios de la naturaleza femenina. El proceso de construcción de una
teoría social feminista tiene, en consecuencia, unas derivaciones de carác-
ter epistemológico.

1.2. LA CRÍTICA FEMINISTA DEL CONOCIMIENTO

La crítica feminista pone en entredicho la concepción y naturaleza del


proceso de conocimiento tal y como éste se concibe desde la Ilustración, en
el mundo moderno. La modernidad y la Ilustración, por tanto, se asocian a
una concepción y construcción masculina del saber y de la ciencia. En con-
secuencia, se plantea el desarrollo de una teoría crítica de carácter femi-
nista, con un doble cometido. Desmontar la filosofía del conocimiento de
carácter masculino y construir, de forma alternativa, una teoría o filosofía
sustentada en la condición femenina.
El significado de estos planteamientos es importante, porque supone
negar la objetividad del conocimiento científico, invalidar el carácter de
neutralidad de la ciencia. Sitúa a ésta y los valores asociados a ella en la
sociedad moderna, como una forma de conocimiento masculina, como un
discurso mediatizado por la condición sexual. Introduce -como lo hicie-
ra el marxismo ortodoxo soviético con la distinción entre ciencia burgue-
sa y ciencia proletaria- una ciencia masculina y una posible y alternati-
va ciencia femenina.
Esta concepción se sustenta en la consideración del conocimiento
científico como un simple instrumento de clase, como un elemento del

442 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

poder, como un discurso. No existe la verdad objetiva o científica sino


una verdad política, partidaria, selectiva, útil. Los enfoques postestruc-
turalistas y posmodernos, a partir de Foucault, han facilitado este plan-
teamiento.
Las teorías feministas revolucionarias contestan las pretensiones de
una ciencia que se dice destinada a describir la realidad tal cual ésta apa-
rece. Entienden contribuyen a consolidarla. Por ello, reivindican una cien-
cia, en este caso un marco teórico de carácter estratégico. Es decir, cuya fi-
nalidad se adecue a los objetivos del movimiento feminista. La ciencia debe
subordinarse a la política y a los objetivos de ésta. «El objetivo de una teo-
ría feminista sería el desarrollo de una teoría estratégica, no de una teoría
verdadera o falsa, sino de una teoría estratégica.» Forman parte de la críti-
ca postestructuralista.
Sin embargo, la denuncia de los discursos históricos o teóricos por par-
te del postestructuralismo afecta al discurso o teoría feminista que tiene
también ambiciones de interpretación histórica y social. La renuencia de la
cultura posmoderna a aceptar grandes teorías ha contribuido a reorientar
el movimiento feminista hacia planteamientos históricos, culturales, loca-
les, más vinculados a las condiciones concretas de grupos, de culturas, en
ámbitos determinados.
El pensamiento posmoderno incide de forma directa en las concepcio-
nes y orientaciones del feminismo. Por una parte, ha supuesto la denuncia
del carácter occidental del discurso feminista tal y como éste ha prevaleci-
do y su concepción general, su formulación universal, su carácter abstrac-
to. Por otra, se postula una aproximación epistemológica alternativa frente
al normativo que distingue, tanto la filosofía positiva como la marxista. El
objetivo es comparar, más que establecer leyes.
Esto es, la teoría feminista como descripción de cada identidad social,
más que como definidora de un sujeto histórico de validez universal. Una
concepción muy próxima a la que se impone en la geografía de principios
de siglo como soporte del regionalismo, tras de la cual no es difícil identi-
ficar el neokantismo.
El posmodernismo y postestructuralismo representan un ámbito de
contradicciones y paradojas para el movimiento feminista. Por una parte,
abren las vías por las que reivindicar las nuevas propuestas feministas. Por
otra, permiten poner en cuestión el intento feminista de construir una teo-
ría social alternativa. El posmodernismo, en su oposición a los grandes
marcos teóricos o metarrelatos, y en su denuncia de los sujetos históricos
universales, aparece como un campo poco propicio al feminismo como teo-
ría crítica, como teoría social alternativa.
Las críticas al movimiento posmoderno desde el feminismo arrancan
de esta negación del sujeto histórico por parte del postestructuralismo. La
reivindicación del legado ilustrado y la apuesta por una racionalidad trans-
formada responden a estas contradicciones entre feminismo como movi-
miento histórico transformador, con pretensiones de teoría social crítica, y
posmodernismo. El discurso feminista es sensible a las propias filosofías e
ideologías subyacentes en el pensamiento moderno.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 443

La esencia del feminismo es contraria a la formulación de la muerte


del sujeto histórico, en la medida en que tiende a identificarse con él. De
ahí que se propugne o contemple, desde la perspectiva de la desaparición
del sujeto hipertrófico y megalómano, de tipo masculino (Amorós, 1999).
De ahí la diversidad de discursos feministas. Diversidad que se traslada al
campo de la geografía feminista.

2. El discurso geográfico feminista: un fenómeno reciente

La incorporación del discurso feminista en la geografía y a la geo-


grafía tiene diversas etapas y dimensiones variadas. Aquéllas, en relación
con el ritmo de introducción y con su reconocimiento en la comunidad
geográfica. Éstas, debidas a las filosofías e ideologías que soportan los
enfoques feministas y a los dispares contextos sociales en que se produ-
cen y desenvuelven. Contrasta el dinamismo de algunos colectivos, en
particular anglosajones, con su menor incidencia en otros ámbitos. Con-
trasta el predominio empírico que muestra en determinadas colectivida-
des geográficas con el notable interés epistemológico y teórico que ad-
quiere en otras. Y contrasta el tipo de enfoques o campos sobre los que
se vierte la geografía feminista.
En cualquier caso, el rasgo dominante sigue siendo su presencia mi-
noritaria. La geografía feminista -gender geography- se mantiene como un
campo o disciplina con una escasa implantación, muy inferior a la de la
propia presencia de la mujer en la comunidad geográfica. Esta representa-
ción limitada y reducida constituye, precisamente, uno de los componentes
destacados por las principales geógrafas feministas, como un signo más de

Es el carácter que domina en España. La recepción temprana con-


la marginación por parte del estamento masculino (Rose, 1996).

trasta con el desarrollo limitado, vinculado, de forma preferente, a Ma-


drid y Barcelona. Las primeras referencias surgen a principios del dece-
nio de 1980, y apuntan por un lado a la presencia de las nuevas corrien-
tes y por otro a sus posibles enfoques y programa en nuestro país (Saba-
té, 1984 y 1987).
La reivindicación de una geografía feminista en nuestro país sólo se
afirma a finales de ese mismo decenio, cuando una geógrafa catalana llama
la atención sobre el significado y alcance de esta disciplina. Descubre la rea-
lidad social de una parte esencial del colectivo social, apunta sus posibili-
dad teóricas en el ámbito de la geografía, y señala su carácter de alternati-
va conceptual (García Ramón, 1988; 1989).
Es una disciplina en la que, en España, su cultivo se ha manifestado
por tres rasgos relevantes: constituir la práctica geográfica de un reducido
segmento de profesionales; el carácter femenino de la mayor parte de quie-
nes la practican; su notable dedicación al ámbito rural y agrario. Los pro-
blemas relacionados con la condición femenina en las áreas urbanas y las
cuestiones de índole teórica o general, o no han sido abordados o lo han
sido de forma mucho más limitada y tardía (Sabaté, 1992).

444 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

La geografía feminista constituye un segmento dinámico de la geogra-


fía actual. Este dinamismo se manifiesta, en primer término, en la activi-
dad teórica. A diferencia de la geografía en general, la producción teórico-
metodológica tiene una representación notable en el conjunto de la pro-
ducción académica feminista. En relación con ello, la vinculación con otras
ramas académicas, desde la sociología a la filosofía y psicología, presenta
una frecuencia e intensidad muy superior al resto de la geografía. En se-
gundo término, afecta a la orientación que introducen los campos de inte-
rés feministas.

2.1. LOS ESPACIOS DE LA MUJER: EL HORIZONTE FEMENINO

La definición de una geografía feminista tiene lugar en el decenio de


1980. Con anterioridad, lo que se había perfilado era un interés creciente
por cuestiones relacionadas con los espacios de la mujer, en particular con
la condición social femenina en el marco de la marginación y los grupos
minoritarios. Se trata de una geografía que hace de la situación femenina
el objeto de análisis, en los marcos tradicionales de la geografía. Desde las
geografías radicales y desde las geografías humanísticas, con distintos plan-
teamientos, se abordan estas situaciones, se describen, se ubican en sus
contextos sociales.
La específica existencia femenina adquiere protagonismo, se perfila en
el espacio uniforme y amorfo, o indiferenciado, del análisis geográfico im-
perante. Las geografías radicales y humanísticas descubren estos nuevos es-
pacios, los de la presencia femenina, como espacios diferenciados. Los tra-
bajos del decenio de 1970 ponen de manifiesto la existencia de estas áreas
marcadas por la presencia femenina.
Forman lo que se ha llamado la «geografía de las mujeres». Reivindi-
can el espacio de la mitad de la humanidad. Señalan la ignorancia habitual
de esta parte mayoritaria de la sociedad. La descripción de los espacios de
la mujer configuró las primeras manifestaciones de una geografía de las
mujeres, de una geografía de los espacios femeninos, los espacios del se-
gundo sexo. A mediados del decenio de 1970, esta geografía de la mujer per-
fila algunas de sus orientaciones e intereses (Hayford, 1974).
La geografía de las mujeres se manifiesta para no «ignorar a la otra mi-
tad» o para conocer cómo vive la otra mitad. Estas expresiones aparecen
como un recurso habitual en el discurso inicial (Tivers, 1978; Monk, 1982).
Es la fórmula con la que una geógrafa catalana presenta este nuevo enfo-
que en España (García Ramón, 1989). Ponen de relieve la óptica principal
de descubrimiento que tiene, en principio, esta rama. Descubre los espa-
cios de la mujer.
Tal y como se esboza en los momentos iniciales, se trata de la reivin-
dicación de los espacios de la mujer. El interés por el lado femenino aflora
a través del interés por los espacios de la marginación y segregación en las
nuevas geografías radicales anglosajonas. Está asociado al descubrimiento
del papel preponderante de la mujer en ellos, en lo esencial, como víctima

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 445

de los mismos. El protagonismo social de la mujer en los contextos de la


pobreza, las minorías raciales, los inmigrantes, descubre lo específico de su
medio vital, la relación estrecha entre condición femenina y determinados
caracteres espaciales.
Con posterioridad se amplía el abanico al interesarse por los diver-
sos espacios de la mujer. Por un lado, los espacios de la mujer en la es-
fera de la producción, asociada de forma preferente a la actividad mas-
culina. Por otro, la forma de integración femenina en esta esfera pro-
ductiva, caracterizada por una generalizada discriminación y segregación
en las condiciones de trabajo: salarios más bajos, empleos menos cualifi-
cados, con menores posibilidades de movilidad ascendente, ausencia de
los puestos directivos, entre otros.
La búsqueda de la mujer y de los espacios de la mujer condujo al des-
cubrimiento de la otra dimensión, la oculta, la de la esfera de la reproduc-
ción, la doméstica, la vecinal. Una esfera ocupada, casi en exclusiva, por la
mujer y por los hijos en edad no activa. Un espacio vinculado al trabajo do-
méstico, a las labores domésticas, al cuidado de los hijos menores, a la aten-
ción a los hombres, al trabajo sumergido, es decir, no reconocido, de la mu-
jer. Un espacio universal porque se presenta por igual en el Primer Mundo
y en el Tercer Mundo, en sus rasgos esenciales. Surgen los interrogantes so-
bre los procesos de construcción de estos espacios, su diseño, sus objetivos,
sus normas, sus símbolos, su concepción, en definitiva.
La aproximación a estos espacios de la mujer permitió, más allá de la
descripción empírica, plantear la configuración y significado de estos espa-
cios en un marco social. Se trataba de interpretar la condición femenina y
su participación en la sociedad, así como la organización del espacio en que
se desenvuelve.

2.2. DE LA DESCRIPCIÓN EMPÍRICA A LA INTERPRETACIÓN TEÓRICA

Se descubre un espacio configurado de acuerdo con el esquema elabo-


rado desde una concepción masculina. Un espacio dual. Por una parte, el
espacio de la producción, el espacio de la economía, el espacio productivo,
el espacio del poder, el espacio de la política, el espacio del trabajo, el es-
pacio de la actividad, el espacio de los activos. Es el espacio socialmente
simbólico, el espacio masculino o masculinizado. Un espacio bien diferen-
ciado, dominante. Le corresponden los elementos simbólicos del poder po-
lítico, del poder económico, del poder religioso, del poder ideológico.
Por otra, el espacio de la reproducción. Se trata de un espacio amorfo,
indiferenciado, dependiente. Es el espacio del no trabajo, un espacio al mar-
gen de la economía, el espacio de los inactivos. Aparece como un espacio
sin valor, sin símbolos socialmente relevantes. Es el espacio doméstico, el
espacio vecinal, el espacio del ama de casa, de los niños y de los ancianos.
Es el espacio de la mujer, el espacio feminizado. Las nuevas perspectivas
abren y amplían el panorama de la investigación geográfica sobre los espa-
cios de la mujer. Los transforman en cuanto objeto y en los enfoques.

446 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

La organización social del espacio, la producción y reproducción del


espacio aparece así sutilmente mediatizado por la condición masculina o fe-
menina. La pertenencia a una u otra determina el espacio a ocupar: el es-
pacio físico y el espacio político, el espacio de relaciones, el espacio econó-
mico. Determina, también, las condiciones de uso de ese espacio. El espa-
cio resulta ser un elemento clave en la discriminación femenina. Son las re-
flexiones teóricas que sustentan la necesidad y posibilidad de un discurso
geográfico desde la condición femenina.
Este discurso pretende ser, al mismo tiempo, descubridor de esos es-
pacios, reivindicativo en lo social e intérprete de los mismos de acuerdo a
postulados teóricos y epistemológicos renovados. Se plantea desde formu-
laciones de transformación social. Se asienta, para ello, en el discurso fe-
minista y se incorpora como una teoría crítica del espacio. Una teoría so-
cial del espacio desde la condición femenina. Los autores anglosajones de-
nominaron a esta nueva orientación geográfica The Gender Geography. De-
nominación traducida, de forma literal, al español, como Geografía del Gé-
nero (Sabaté, 1984; García Ramón, 1988).
Traducción poco expresiva en español, habida cuenta que el término
«género» pertenece, ante todo, al ámbito gramatical. El género carece de
significación sexual en español. Por ello apenas sirve para identificar su
campo y su perfil epistemológico. El neologismo, incorporado en otras dis-
ciplinas, ha adquirido carta de naturaleza en la jerga académica. También
es cierto que numerosas autoras feministas no lo usan y tienden a emplear
términos alternativos.
Se ha propuesto por ello el de geografía feminista, más conforme con
su orientación dominante y sobre todo con sus postulados básicos. Este tér-
mino conlleva una significación específica, la que tiene, hoy en día, el tér-
mino feminista. A pesar de que puede ser entendido de forma peyorativa, es
el que mejor responde a una disciplina con aspiraciones teóricas que exce-
den la mera descripción empírica.
Este desarrollo de la geografía de las mujeres a la geografía feminista
no debe contemplarse como una evolución lineal. La primera no es la eta-
pa antecedente de la segunda. La segunda no constituye la alternativa que
sustituye a la primera. Una y otra forman parte del contexto intelectual en
el que se debate la comunidad geográfica en general y la propia sociedad
en su conjunto. Hacer geografía de mujeres sigue siendo una actividad pre-
sente que distingue a una parte notable de la geografía feminista. Y ésta se
nos muestra como una multiforme disciplina, en la que se propugnan fun-
damentos, objetos y objetivos diferentes. Más que geografía feminista, hay
geografías feministas.

De la geografía de las mujeres a las geografías feministas


De la geografía de las mujeres a las geografías feministas representa el
desarrollo de esta disciplina. Una notable ampliación de preocupaciones y
problemas, desde la atalaya de la mujer, en la geografía; que no pueden se-

1S CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 447

pararse del desarrollo de la geografía en general. Esto es así por dos razo-
nes esenciales: porque se inscriben en el mismo contexto intelectual ideo-
lógico y político, y porque la presencia de las geografías feministas incide
en la evolución de la geografía. Los esfuerzos de las geógrafas feministas
por dar forma a una geografía feminista, alternativa o complementaria, for-
man parte de la historia contemporánea de la geografía.
La presencia de estas geografías impone, por una parte, la necesidad
de insertar en el marco teórico geográfico los problemas e interrogantes que
plantean. Por otra, porque obliga a considerar los postulados mantenidos
en la geografía. Las geografías feministas ponen de manifiesto que el desa-
rrollo de la geografía no es ajeno a los procesos sociales dominantes. Y el
más notable de la segunda mitad de este siglo XX lo constituye la irrupción
de la mujer en la denominada esfera de lo público.
De la geografía de las mujeres a la geografía feminista hay un recorrido
temporal y hay un recorrido teórico. La cristalización de este doble tiempo se
produce en el decenio de 1980. Una fecha significativa resulta de la aparición
de la primera obra que responde a estos enfoques, bajo el título de Geography
and Gender, en 1984. Constituye la primera que recoge de forma sistemática
la producción geográfica feminista. Responde a la constitución de un grupo
de trabajo de estas características en el Reino Unido, el Women and Geography
Study Group -dentro del Instituto británico de geografía-, en 1980.
La evolución de esta rama ha sido muy rápida en los dos últimos de-
cenios. Se ha visto influida por las distintas corrientes epistemológicas do-
minantes, evolución que ha marcado las cuestiones y problemas que han
centrado la investigación en esta disciplina
Se aprecia, en el marco geográfico, una doble dirección, que no difiere
de lo que sucede en el movimiento feminista en general. Por una parte, un
esfuerzo mantenido por hacer o elaborar una teoría crítica, una teoría social
del espacio, desde planteamientos feministas. Se presenta como una alter-
nativa a la concepción de la geografía imperante, asimilada e identificada
como masculina. Por otra, una variada gama de aproximaciones empíricas
y teóricas que reclaman su propia legitimidad en el marco feminista.
La heterogeneidad es un rasgo sobresaliente de la geografía feminista ac-
tual. Tiene raíces filosóficas e ideológicas. No se distingue, en lo esencial, de
lo que concierne a la geografía como discurso general, es decir, en la tradi-
ción masculina. Se debate en similares interrogantes. De resultas de ello, el
panorama actual responde con mayor precisión al de geografías feministas.
El desarrollo de un discurso feminista en la geografía tiene diversas
manifestaciones. Se perfila como una propuesta teórica para la interpreta-
ción del espacio sobre nuevos presupuestos filosóficos. Se presenta, en con-
secuencia, como un discurso crítico de la geografía como conocimiento,
desde una perspectiva epistemológica.
Constituye un análisis crítico de la estructura de la comunidad geográ-
fica desde el punto de vista del poder. Se plantea como una revisión de la
historia de la geografía y del pensamiento geográfico. Se formula como una
construcción de nuevos espacios, como objetos de la geografía. Es el trayec-
to que lleva desde la teoría crítica a las geografías feministas actuales.

448 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

3.1. CONTRA LA MARGINACIÓN

Uno de los rasgos de la geografía feminista es la denuncia de la pos-


tergación o discriminación de la mujer en el marco de la actividad univer-
sitaria, en el marco académico. La escasa representación de la mujer en el
colectivo geográfico y en los órganos de difusión de la misma habían sido
señalados, a principios del decenio de 1970, por un geógrafo cultural nor-
teamericano (Zelinsky, 1972).
Geógrafas representativas de la moderna geografía feminista, y el pro-
pio Zelinsky en colaboración con algunas de ellas, han reincidido en seña-
lar esa limitada participación, como un signo persistente de discriminación
de la mujer en la comunidad geográfica académica (Zelinsky, 1982; McDo-
well, 1979, Rose, 1996).
Las geógrafas feministas apuntan a que tras esa reducida presencia de
la mujer geógrafa se encuentra una política y una actitud discriminatorias
respecto de la mujer. Sexo y poder en la comunidad universitaria tienen una
implicación directa, en perjuicio de la mujer (Mcdowell, 1990). Su inciden-
cia se traduce en el cursus académico y en el grado de responsabilidad aca-
démica que alcanzan y desempeñan las mujeres. La diversidad de situacio-
nes o contextos socioculturales, que agravan o palian el grado de discrimi-
nación, no es óbice para el carácter generalizado que presenta.
Marginación que se produce en la presencia de la mujer en los colectivos
universitarios, en sus posibilidades de acceso a puestos de responsabilidad di-
rectiva en los mismos, en las normas de movilidad académica, en la propia
producción científica. El incremento de la presencia femenina en la «acade-
mia» geográfica no se manifiesta en una equivalente participación en el con-
trol de los mecanismos de poder propios de dicha academia. A juicio de las
geógrafas feministas, la persistencia de esta discriminación sutil sigue siendo
un rasgo de la comunidad geográfica (Mcdowell, 1990; Rose, 1996).
A esta discriminación en la participación académica se añade la que
afecta a la propia valoración de las geógrafas, es decir de las representan-
tes femeninas, en la historia del pensamiento y de la práctica geográficas.
Se denuncia, en este caso, la preterición de esas representantes femeninas
o el ostracismo de las mismas. Se aduce, como ejemplo ilustrativo, el de
E. Semple, la destacada discípula de Ratzel y notoria representate de la ge-
ografía ambiental positivista norteamericana (Berman, 1974).
Se señala la escasa consideración a la representación femenina en
otros ámbitos que la tradición geográfica ha considerado como propios,
caso de los viajes y exploraciones, en el siglo XIX . Lo que ha llevado a rei-
vindicar nombres como los de M. Kingsley, una notable viajera con una es-
pecífica descripción y visión del espacio africano. Se enmarca en una ten-
dencia progresiva a revisar los presupuestos de la historia de la geografía y
a hacerlo desde la perspectiva feminista. Tendencia que comparte, por un
lado, la reconstrucción de esta historia, y por otro, la construcción de una
historia de la geografía feminista. La primera desde postulados menos ses-
gados por la condición masculina de sus autores, a los que se acusa de ig-
norar la presencia femenina, y a partir de conceptos feministas. La segun-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 449

da en orden a establecer la propia genealogía (Women, 1996). Se orienta al


desarrollo de los fundamentos de la disciplina feminista y establecer la
aportación de ésta, tanto en el campo metodológico como en la definición
de nuevos centros de interés o en su específico abordaje. Desde las contri-
buciones a la construcción de conceptos como el espacio, el lugar, el paisa-
je, hasta su específica percepción del medio ambiente.
El componente más relevante es el de la fundación teórica de una geo-
grafía feminista. Siguiendo la senda del propio movimiento feminista y de
sus planteamientos en el campo de las ciencias sociales, desde la filosofía a
la etnografía, se trata de asentar la investigación geográfica sobre bases
epistemológicas propias.

3.2. LA CRÍTICA DEL DISCURSO GEOGRÁFICO

Se cuestiona el pensamiento geográfico dominante y la historia del mis-


mo como un producto masculino. Masculino en su autoría y masculino en la
medida en que la propia estructura epistemológica es considerada masculi-
na. La razón, los principios de objetividad, los métodos de conocimientos, los
criterios de validación, tendrían coloración masculina (Bordo, 1986). La ra-
zón, la lógica, la ética, los valores, tal y como se manejan y presentan en el
pensamiento occidental, tendrían esta condición sustantiva: son masculinos.
Construir una geografía feminista significa, para una parte de las geó-
grafas, lograr esta fundación teórica. Supone establecer un pensamiento o
racionalidad femenina. Conlleva el desarrollo de una epistemología femi-
nista y de una metodología feminista. Este carácter sustancial o funda-
mental de la geografía feminista ha sido proclamado y reivindicado, a par-
tir del decenio de 1980 (Harding, 1987).
La construcción de un marco teórico feminista en la geografía supone,
sobre lo anterior, la asunción de que el discurso geográfico ha sido mascu-
lino. Es decir, que tanto los conceptos como el lenguaje geográfico respon-
den a patrones y experiencias del hombre e ignoran los patrones y expe-
riencias de la mujer, al mismo tiempo que subrayan que estos patrones y
experiencia parciales adquieren dimensión universal, objetiva.
En relación con esta doble circunstancia, el feminismo pone en entre-
dicho el valor epistemológico del discurso geográfico en la interpretación y
explicación de la realidad. El carácter sexuado del conocimiento, de la ló-
gica empleada, asimilada a la lógica de la experiencia masculina, conlleva
una específica formación de conceptos, categorías, clases y, con ello, afecta
a la propia metodología de la investigación geográfica.
El ejemplo más ilustrativo puede ser el que hace del trabajo femenino
dominante -el trabajo doméstico- la categoría identificadora del no tra-
bajo, del inactivo. Se funda en identificar trabajo con actividad remunera-
da. Como consecuencia, este tipo de actividad no aparece en las estadísti-
cas laborales. De forma similar, arguyen, los conceptos clasificatorios apli-
cados a las actividades económicas conllevan una valoración discriminato-
ria en perjuicio de los desempeñados por la mujer (Women, 1994).

450 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

4. La construcción teórica: los fundamentos

La propuesta de una geografía de la mujer o feminista supone cons-


truir un discurso alternativo respecto de la geografía dominante. Es decir,
elaborar un discurso geográfico a partir de las experiencias, patrones men-
tales y vitales, lógica y categorías derivadas de la condición femenina. La
geografía feminista concierne a un propósito explícito, de «recomponer el
equilibrio del material geográfico a favor de la mujer» (Women, 1984).
Este objetivo se ha desarrollado a partir de dos líneas fundamentales:
el pensamiento de raigambre marxista, basado en el materialismo históri-
co, con sus diversos desarrollos neomarxistas y de la teoría de la estructu-
ración. Y el pensamiento postestructuralista y posmoderno, en su gran di-
versidad de propuestas y planteamientos.
En el primer caso, ha orientado el desarrollo de una geografía femi-
nista fundada en la construcción de una teoría crítica feminista del espacio.
Presenta, dentro de su diversidad, connotaciones de teoría social alternati-
va al propio materialismo histórico. Se inscribe en la tradición crítica mo-
derna de la Ilustración. Se caracteriza por un interés particular por la con-
ceptuación y crítica del patriarcado como forma histórica de subordinación
de la mujer. En el segundo, se trata del desarrollo de múltiples perspectivas
teóricas. Por una parte, sosteniendo una epistemología específica del espa-
cio a partir de la propia diferencia femenina: se vincula con los postulados
feministas que hacen de las diferencias biológicas entre sexos el soporte de
procesos y reglas de conocimiento de la naturaleza distintos. En su formu-
lación teórica más radical, este planteamiento conlleva la distinción drásti-
ca entre lo masculino y lo femenino.
Afirma, de acuerdo con los postulados feministas de carácter esencia-
lista, la naturaleza diferente de lo femenino. Y su incidencia en la total se-
paración epistemológica entre racionalidad masculina y femenina, entre las
normas lógicas de mujeres y hombres, entre los valores de uno y otro sexo.
Reclama y contempla otra geografía, asentando la geografía feminista so-
bre el concepto de identidad. Identidad cultural en primer término. Son las
geografías de la diferencia, construidas sobre el sexo, la raza y la cultura.

4.1. EL DISCURSO FEMINISTA: RELACIONES SOCIALES Y ROLES

La vía teórica de raíz intelectual marxista se ha orientado a explicar los


espacios de la mujer en el contexto de las relaciones sociales que se impo-
nen en una determinada formación social, en un marco histórico preciso.
Este tipo de enfoque pone el énfasis en las relaciones sociales, entre hom-
bres y mujeres, determinadas por ese contexto histórico. Relaciones socia-
les que determinan, a su vez, el grado y forma de subordinación de la mu-
jer al hombre. Supone integrar ambos sexos dentro de una misma geogra-
fía feminista. Ésta no se formula por el objeto exclusivo femenino sino por
la capacidad de aclarar y explicar su específica condición femenina en un
marco espacial determinado.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 451

Este tipo de enfoque se caracteriza también por la importancia teórica


que adquiere el concepto de patriarcado. El patriarcado se convierte en una
categoría histórica de las relaciones hombre y mujer, y de la dependencia
de ésta respecto del primero. Identifica una forma de organización social
universal, pero con manifestaciones históricas y espaciales diferenciadas

Se aborda a través de la mediación marxista del concepto de clase so-


(Foord y Gregson, 1986).
cial y de la categoría de la lucha de clases (McDowell, 1986). Establece una
relación directa entre relaciones sociales y las condiciones económicas o
condiciones materiales en que se producen. Identifica un enfoque de raíz
marxista que alimenta una parte notable de la moderna geografía feminis-

El patriarcado constituye una categoría teórica empleada también des-


ta (Massey, 1984).

de presupuestos no marxistas. El patriarcado representa, en estos enfoques,


una categoría que traspasa el tiempo y el espacio. Es universal en el tiem-
po, por cuanto aparece a lo largo de la Historia, y es universal en el espa-
cio porque se presenta en todas las sociedades. Representa el marco social
de la supeditación de la mujer y del dominio del hombre, en relación con
el papel que se asigna a una y otro. Los que marcan y establecen la situa-
ción social de cada uno, los patrones de conducta, el espacio propio, las re-
laciones existentes entre ellos, los valores distintivos. Hombres y mujeres
forman parte de un reparto social, de carácter universal. La geografía fe-
minista aborda estos papeles, estos espacios, estas relaciones.
Desde la perspectiva del papel social de cada sexo -en la acepción so-
ciológica del término papel (rol)- se ha desarrollado un tipo de geografías
feministas que hacen hincapié en este dualismo social, entre hombres y mu-
jeres. Dualismo que se traduce en imágenes distintas para cada sexo, en
funciones diferenciadas, en conductas separadas, en expectativas diversas,
para uno y otro sexo. Ese dualismo, sobre el que se ordena la sociedad, es-
tablece las normas de conducta esperadas y esperables para cada miembro
de la sociedad de acuerdo con su condición masculina o femenina.
Lo que varía es la formalización cultural del mismo. La diversidad cul-
tural define parámetros distintos para el papel de hombre y mujer. Las di-
ferencias culturales explican las distintas actividades, los distintos espacios,
los distintos comportamientos sociales, que muestran hombres y mujeres.
La perspectiva de la diferencia como soporte teórico ha estimulado tam-
bién el desarrollo de la geografía feminista, a partir de postulados posmo-
dernos. Caracterizan las geografías feministas críticas con el pensamiento
teórico feminista occidental. Distinguen las propuestas posmodernas basadas
en la identidad y la diferencia. Se inscriben en el discurso postcolonialista.

4.2. DIFERENCIA E IDENTIDAD: LAS TEORÍAS POSCOLONIALES

El enfoque teórico de la diferencia tiene un desarrollo específico a


través del concepto de identidad. Constituye todo un conjunto de pro-
puestas de orientación de las geografías feministas, que se corresponden

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 453


tre otros (Morasen y Kinnaird, 1993). La condición femenina aparece dife-
rente a través de Asia, África, América Latina, en relación con las específi-
cas culturas y mundos en que se desenvuelve la mujer, que no corresponde
al molde uniforme y universal de la mujer occidental.
En general, este tipo de diferencias se articulan, en el discurso femi-
nista, en relación con la condición primordial, que es la de mujer. Raza, et-
nia, clase, sexualidad, lugar, afectan la condición femenina, alteran su per-
fil. Sin embargo, constituyen referencias complementarias respecto de la si-
tuación básica, que es ser mujer. Todas ellas se inscriben en el contexto es-
pacial femenino. Determinan su espacio vital, sus experiencias espaciales y
sus imágenes del espacio propio y ajeno. Modelan, a través de esas imáge-
nes y experiencias, el uso del espacio.
El desarrollo teórico feminista pone de manifiesto el carácter dinámi-
co de la geografía feminista y la importancia que sus practicantes conceden
a una fundación consistente de la disciplina, desde la perspectiva episte-
mológica. La diversidad de propuestas que comparten la interpretación de
la realidad desde la óptica de la condición femenina pone de manifiesto los
múltiples interrogantes y mediaciones que subyacen en la explicación de la
realidad. No son rasgos diferenciales respecto de la construcción teórica en
general, en el marco de la geografía y de las ciencias sociales.

5. La reivindicación metodológica

Una característica destacada de las geografías feministas ha sido, en el


marco de la construcción teórica de las mismas, la preocupación por una
elaboración metodológica propia. Se inserta en una actitud crítica respecto
de la metodología predominante en el contexto geográfico. Y en la valora-
ción del método como un componente sustancial del proceso de conoci-
miento y de sus resultados.
El método representa, en el marco epistemológico, el conjunto de re-
glas, más o menos explícitas, por el que la comunidad geográfica establece
lo que se investiga y cómo hacerlo. En definitiva, significa determinar el
proceso de conocimiento. Conlleva la construcción de conceptos, el uso de
los mismos, las categorías empleadas en la ordenación y clasificación de los
conocimientos, la definición de éstos, así como el establecimiento de las
construcciones interpretativas o teorías. En relación con éstas, supone la
definición de los problemas considerados geográficos y, en consecuencia,
la delimitación de lo que es geográfico.
La naturaleza de estas cuestiones les otorga una dimensión que tras-
ciende la simple determinación científica o académica. Implica intereses so-
ciales. Son éstos los que en última instancia modelan qué problemas se in-
vestigan, para qué y cómo interesa hacerlo. Son estos intereses sociales los
que sancionan el conocimiento normal.
El feminismo geográfico se ha caracterizado por la reivindicación de
nuevas categorías metodológicas, por el cambio en la valoración de las exis-
tentes, por la definición de nuevos problemas y por nuevos enfoques res-
pecto de la determinación de lo que es relevante o no. Ha afectado, en par-
ticular, a la definición de objetividad y neutralidad del proceso de conoci-
miento, respecto de los patrones del conocimiento analítico y positivista. Ha
incidido en la consideración del concepto de verdadero aplicado al conoci-
miento, es decir, del concepto de objetivo. Ha reivindicado el valor de los
métodos cualitativos, del testimonio vivencial y de la observación directa.
El feminismo ha planteado una definición alternativa del proceso de cono-
cimiento (Harding, 1987).
En sus formulaciones postestructuralistas más radicales, la epistemo-
logía feminista ha significado incorporar a la investigación el principio de
relativismo. Ha supuesto la puesta en entredicho del concepto de verdad,
suplantado por el de utilidad. No se busca lo verdadero sino lo que es con-
veniente de acuerdo con la finalidad de la investigación. Desde esta pers-
pectiva resalta la dimensión activa o social que el feminismo, en este caso
geográfico, imprime a la investigación geográfica.
Es un rasgo que se manifiesta, tanto en el contexto ideológico o políti-
co, es decir en el contexto social de la investigación, como en la definición
de los problemas relevantes de la geografía feminista. La concentración te-
mática en determinadas áreas y cuestiones es un componente significativo
de las geografías feministas. Esta concentración está vinculada al carácter
original de movimiento de transformación social que supone el feminismo.
Por otra parte, ha puesto en entredicho los pronunciamientos de neu-
tralidad y objetividad del conocimiento. Ha resaltado la estrecha implica-
ción de la condición del investigador en los métodos y resultados de la mis-
ma. Constituye uno de los puntales de la crítica epistemológica feminista,
en la medida en que tachar de masculina la epistemología dominante cons-
tituye un rasgo relevante del feminismo.
Como consecuencia, el feminismo ha reivindicado el uso, en la geo-
grafía, de los métodos cualitativos y la valoración del mundo de las opinio-
nes, sensaciones y sentimientos como parámetros tan válidos como los pro-
cedentes de la observación cuantitativa. Por otra parte, en el uso de ésta han
resaltado las insuficiencias conceptuales que derivan de los parámetros de
colecta y clasificación de las informaciones. La construcción de los datos
constituye un componente esencial del proceso de conocimiento. Esta cons-
trucción está socialmente mediatizada.
La inclusión de un determinado tipo de datos, la desagregación o no
de la información, las categorías utilizadas para su ordenación, los pará-
metros de clasificación utilizados, responden a decisiones y están determi-
nadas por concepciones e ideologías. La presencia o no de información re-
ferida a la mujer, las categorías en que ésta se incluye, han sido modeladas
por convenciones sociales impuestas.
Un ejemplo ilustrativo, de este tipo de crítica es, en España, el proce-
so seguido en la recogida y clasificación de las informaciones censales. La
declaración personal sobre la que se basa el cuestionario censal ha supues-
to que, de forma habitual, la mujer declarase su actividad económica. Por
lo general, en el ámbito campesino, como labradora. Los organismos ofi-
ciales impusieron que la mujer o esposa apareciera adscrita al concepto de

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 455

«sus labores». Categoría clasificatoria que es la que el poder público y los


organismos gestores de la información han impuesto.
La crítica de estos condicionamientos de la producción de información
y conocimiento constituye uno de los rasgos más relevantes de las geogra-
fías feministas. Se explica porque la información sobre la mujer y la inves-
tigación social en general han estado mediatizadas por este tipo de proble-
mas. Ha servido también a la crítica feminista para poner en entredicho la
objetividad de los estudios basados en metodologías objetivas, cuantitativas,
sustentadas en este tipo de informaciones.
Por otra parte, han promovido el recurso a métodos que valoran la opi-
nión, los sentimientos, las vivencias personales, los conceptos y categorías
no científicos, propios de los afectados, objeto de la investigación.
En definitiva, las geografías feministas han supuesto un importante
movimiento de reflexión epistemológica, en relación con los valores atri-
buidos al método y sobre el proceso de conocimiento. Las geografías femi-
nistas han ahondado en las actitudes críticas frente a la excesiva confianza
en los postulados de objetividad y verdad. Con ello han fortalecido los com-
portamientos críticos. Han introducido una llamada de atención sobre el
dogmatismo metodológico.
En todo caso, muestran las distintas posibilidades y sus límites, de
lo que es una concepción de la geografía basada en el sexo (gender), que
surgen de los distintos enfoques y concepciones de la propia condición
sexual. Hacer de la condición masculina o femenina un marco de expli-
cación del espacio es la propuesta esencial de las geografías feministas.
Sin embargo, no parece indiferente a otros componentes de la realidad,
desde la raza y la cultura a la clase social. Por otra parte, tampoco es in-
diferente concebir el sexo como una variable explicativa del espacio o ha-
cer de la condición femenina una dimensión vinculada a su propio con-
texto, en orden a destacar las diferencias, la multiplicidad de condiciones
femeninas.
La indagación teórica y las preocupaciones epistemológicas han su-
puesto la construcción de un amplio panorama de perspectivas sobre el es-
pacio de la mujer y sobre la interpretación del espacio geográfico, a partir
de la condición femenina. Por una parte, han promovido el desarrollo cuan-
titativo de la geografía feminista. Por otra, han impulsado enfoques dife-
renciados de la misma.
La preocupación teórica ha supuesto un tránsito perceptible desde la
geografía de las mujeres a la geografía feminista. Es decir, de la simple
percepción del espacio ocupado por el segundo sexo, a la construcción de
un espacio teórico para el entendimiento del espacio social de las mujeres
(Alcoff, 1996). La eclosión teórica, la diversidad de enfoques, la multipli-
cidad de filosofías subyacentes, han transformado la geografía feminista
en un campo renovado de geografías feministas (Women, 1994). El resul-
tado constituye un despliegue de problemas, de nuevos objetos, de otras
perspectivas, que han afectado a los diversos campos de la geografía, aun-
que algunos de ellos aparecen como las áreas privilegiadas de las geogra-
fías feministas.

456 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

6. Nuevos problemas, nuevas perspectivas, nuevos espacios

Las geografías feministas han supuesto una notable apertura de los


campos de análisis geográfico, que afecta al conjunto de la geografía hu-
mana. Las geografías feministas han incorporado el espacio de la mujer y
con ello han ampliado el horizonte geográfico. Sin embargo, la específica
mirada de estas geografías, de acuerdo con sus postulados teóricos, se ha
concentrado en algunos campos o ramas de la geografía. La contribución
principal de los enfoques feministas se ha manifestado en ellas.
Las geografías feministas presentan una exclusiva dedicación a la geo-
grafía humana. Es un primer rasgo a destacar. Por razones de origen des-
taca el campo urbano. La geografía urbana aparece como un ámbito privi-
legiado de la investigación feminista. Lo es en la doble dimensión de los fe-
nómenos urbanos y de los procesos de planificación. Por razones de origen
también, la geografía rural constituye un área de atención destacada por
parte de las geografías feministas. El papel destacado de la mujer en las co-
munidades rurales, sobre todo del llamado Tercer Mundo, es un factor de-
cisivo en esta orientación.
La atención prestada a problemas y cuestiones vinculadas con la dife-
rencia e identidad, convertidas en eje de algunos de los enfoques metodo-
lógicos de las geografías feministas, ha impulsado el desarrollo de una es-
pecífica geografía cultural. Tiene un carácter multiforme, porque abarca
desde los espacios domésticos y de la raza, a los espacios de la sexualidad.
Otros enfoques se han introducido en el mundo de lo local y en la geo-
grafía industrial y económica bajo perspectivas renovadas. Una nueva
geografía regional vinculada a la localidad como espacio de sociabilidad.
Y una geografía industrial y económica en la que es esencial el mundo del
trabajo, esto es, el mundo de las trabajadoras. Geografía local, geografía in-
dustrial y económica, forman parte de enfoques coincidentes y responden,
por lo general, a claves teóricas comunes.
Desde una perspectiva y enfoque estrictamente social y humano, las
geografías feministas han contribuido de forma notable al desarrollo de
una geografía del medio ambiente. Representa una de las incursiones más
novedosas que configuran una nueva conceptualización de la naturaleza y
En este amplio horizonte de problemas y cuestiones, las geografías fe-
una perspectiva que ha venido a definirse como eco feminismo.
ministas presentan una práctica diversa. De acuerdo con la naturaleza de
sus filosofías básicas, con los enfoques teóricos preferentes, con el propio
desarrollo temporal de la disciplina, ofrecen la empírica descripción y la in-
terpretación ideológica consciente.

6.1. CIUDAD Y MUJER: FORMA Y SÍMBOLO

Desde las primeras investigaciones sobre los espacios de la mujer y la


condición femenina, la problemática urbana ha mantenido un notable
protagonismo en las geografías feministas. La diversidad de enfoques per-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 457

mite distinguir, al menos, tres campos de interés. En primer lugar, la in-


tegración de la mujer y su espacio en el conjunto de la ciudad. Tiene que
ver con las relaciones entre forma urbana y condición femenina y, como
consecuencia, entre planeamiento urbano y espacios de la mujer. Una pro-
blemática que aparece desde las primeras aproximaciones al espacio de la
mujer (Burnett, 1972).
Una problemática abordada desde planteamientos que tienden a des-
tacar el carácter dual del espacio urbano. Espacio público y espacio priva-
do, espacio de trabajo y espacio doméstico. Dualidad que interfiere direc-
tamente en el desarrollo cotidiano de las mujeres urbanas. El espacio ur-
bano como un espacio modelado por la condición sexual, como un espacio
sexuado (McDowell, 1983).
La relación entre espacio doméstico y espacio comercial, entre hogar y
prestación de servicios públicos esenciales, como el médico asistencial, el
educativo, entre otros, han centrado la atención de las investigaciones fe-
ministas (Rose y Chicoine, 1991). Así como la relación entre hogar y espa-
cio de trabajo, de especial significación en un segmento de población para
el que uno y otro constituyen espacios de actividad (Dyck, 1989).
La ciudad representa un espacio en el que el carácter de construcción
se hace más patente a la simple percepción. El espacio urbano constituye,
en su dimensión física, un conjunto de relaciones sociales. Calles, plazas,
comercios, viviendas y oficinas, espacios públicos de distinto orden, apare-
cen como lo que son, espacios de relación, de subsistencia, de trabajo, de
diversión y entretenimiento, entre otras funciones. Calles, plazas, comer-
cios, viviendas y oficinas, parques y demás, forman parte de la vida coti-
diana, interfieren en ella.
El diseño, la construcción de ese espacio físico forma parte de unas
prácticas sociales dominadas y monopolizadas por los hombres, de acuer-
do a patrones de conducta, a intereses y a culturas masculinas. Responde,
por tanto, a la concepción del espacio de los hombres, y establece, de for-
ma física, relaciones de dominio y subordinación. Tras del diseño y la pro-
ducción urbana se encuentran concepciones sobre la familia, sobre el tra-
bajo, sobre el tiempo-espacio, sobre el poder y la ubicación social. Las geo-
grafías feministas han destacado esta supeditación histórica del diseño ur-
bano a la condición masculina.
La disponibilidad de equipamientos educativos, sanitarios, comercia-
les, y su ubicación en relación con el espacio de vivienda, constituyen com-
ponentes esenciales del diseño urbano, que trasciende en el desarrollo coti-
diano de la mujer. Sin embargo, su diseño y construcción no se desarrolla
de acuerdo con las necesidades e incidencia en la vida de la mujer, sino a
partir de esquemas o modelos elaborados con mentalidad masculina, en re-
lación con principios de racionalidad masculina. Una racionalidad funcio-
nalista, basada en categorías predeterminadas.
Una perspectiva que afecta, en mayor medida, a las condiciones de se-
guridad y riesgo de la población femenina. Ubicación urbana y riesgo para
la mujer, en cuanto a grado de seguridad, constituyen una dimensión co-
nocida de la realidad urbana. El análisis de estos fenómenos no es unilate-

458 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

ral, en la medida en que las investigaciones feministas realzan también la


existencia de otros factores y condicionantes en el uso del espacio urbano
y su vinculación con otros segmentos de población (Valentine, 1989).
El cruce de otras condiciones, como la raza, el nivel educativo, la cla-
se social, la condición inmigrante, la sexualidad, modifica las percepcio-
nes, los comportamientos y el uso del espacio del urbano (Preston, Mclaf-
ferty y Hamilton, 1993). El análisis de los espacios de la marginación fe-
menina se asocia a la clase social (Gregson, 1995). Así como a la sexuali-
dad y la raza (Peake, 1993; Valentine, 1993). En contextos culturales y so-
ciales diversos se integra esta aproximación a la realidad urbana desde los
enfoques feministas.
El análisis de los centros urbanos, de la planificación urbana y comer-
cial, de la organización del transporte, así como el análisis a través de los
símbolos arquitectónicos y constructivos del espacio urbano, forma parte de
estos enfoques de signo feminista.
El carácter sexuado del espacio urbano ha motivado un tipo de in-
vestigaciones que hacen hincapié en los elementos que simbolizan esa
concepción dual de la ciudad. Se aprecia en el carácter de determinado
tipo de edificios, asociados a la presencia predominante del hombre. Se
muestra en el predominio abrumador de los elementos monumentales
asociados al hombre, como estatuas de personajes, y su ubicación prefe-
rente en los espacios vinculados con él. Se manifiesta en el culto a valo-
res masculinos a través del diseño y la forma urbanas. Facetas que han
sido objeto de numerosos análisis por parte de las geografías feministas
(Bondi, 1992; Monk, 1992).
El paisaje urbano tiene una dimensión simbólica que trasluce la divi-
sión sexuada del mismo, el predominio masculino, la subordinación feme-
nina, los valores asociados con el hombre. El posmodernismo presta herra-
mientas que permiten contemplar el espacio social dominante, como un
texto, con sus códigos, sus reglas, sus valores. La deconstrucción de este tex-
to permite identificarlo como un espacio de signo masculino. En el que afir-
ma y utiliza valores objetivos y simbólicos de carácter masculino, que res-
ponden a estrategias de diferenciación basada en el sexo (Wood, 1988).

El mundo rural ha tenido en las geografías feministas una atención


destacada. En general, desde los enfoques de la diferencia y la identidad. La
atención se ha centrado en el papel de la mujer en las economías campesi-
nas y en la producción agraria, así como en las condiciones del trabajo fe-
menino en este ámbito social. La notable participación de la mujer en el
trabajo agrario en la generalidad de las sociedades rurales del Tercer Mun-
do, y su protagonismo en el sostenimiento de la familia y la comunidad, han
sido aspectos relevantes del análisis feminista. El interés por la mujer rural
y sus espacios ha sido, en España, el principal campo de investigación de
las geografías feministas, desde el decenio de 1980 (García Ramón, 1992).

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 459

El interés por la mujer rural en los países industrializados tiene una me-
nor dedicación. Sin embargo, aparece como objeto de análisis en relación con
actividades no agrarias, en particular con actividades industriales, en el mar-
co de los enfoques económicos sobre mercados locales y estrategias de loca-
lización del capital (Wekerle y Rutherford, 1989). Constituye un enfoque y
campo de análisis que ha contado con particular atención en el ámbito bri-
tánico. Se vincula a los enfoques de geografía local y a los problemas de la

Las diferentes estrategias del capital industrial se han definido en re-


crisis industrial, desindustrialización y reconversión industrial (Lewis, 1984).
lación con la estructura social de la población femenina, su grado de expe-
riencia en el trabajo asalariado, su grado de organización sindical, su adap-
tación a formas de organización del trabajo flexibles. Excelentes trabajos
empíricos han mostrado esta diversidad de comportamientos del capital y
su relación con las situaciones de desarrollo local.
Este tipo de enfoque, de carácter económico, se ha aplicado también
a las sociedades del Tercer Mundo, como un elemento clave en la articula-
ción de las mismas en los procesos de desarrollo de una economía global.
La presencia de una mano de obra femenina, abundante, doméstica, con
retribuciones salariales ínfimas, ha estimulado la implantación de indus-
trias con una gran incidencia de los costos laborales en el costo final. La
explotación de estos mercados de trabajo femeninos desprotegidos y mar-
ginados forma parte de las estrategias del capital multinacional en el mar-
co de una economía global, dialécticamente vinculada con el localismo de
las relaciones laborales.

6.3. NATURALEZA Y ECOFEMINISMO

Las geografías feministas han abordado el entorno o medio ambiente


y se han interesado por el concepto de paisaje y por su construcción o ela-
boración. El rasgo más interesante es que lo han hecho desde los presu-
puestos y enfoques del feminismo y, por tanto, con un carácter social. Apor-
tan con ello una contribución esencial a la construcción de una geografía
como disciplina social. Marcan las vías teóricas y metodológicas para que
el entorno físico se aborde como un hecho social, una tradición muy débil
en la geografía dominada por el naturalismo.
Las geografías feministas plantean, por una parte, una elaboración teó-
rica renovada del concepto de naturaleza. Formulan, por otra, un actitud
respecto de los lazos sociales con el contexto físico terrestre.
En el primer caso resaltan críticamente la tendencia a identificar el
concepto de naturaleza como un producto de la construcción dualista que
caracteriza la Ilustración. La naturaleza como lo opuesto a la Sociedad, a
la Humanidad. Por otro lado, como un concepto que identifica lo natural
con lo objetivo. La geografía feminista formula una crítica del dualismo na-
turalista que subyace en la cultura occidental, asociado a la Ilustración.
En contraposición con estas interpretaciones dominantes, tienden a
vincular la explicación del medio ambiente a procesos de carácter social,

460 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

económico, político y cultural. Constituye una de las formulaciones más


consistentes de este enfoque. Constituye una propuesta crítica respecto de
las concepciones dominantes del medio ambiente como determinado por
procesos físicos.
En el segundo se ha traducido en la definición de lo que se ha deno-
minado ecofeminismo. La identificación de los intereses femeninos con un
sistema opuesto al de explotación de la naturaleza por el hombre se inser-
ta en un movimiento activo de lucha contra la devastación de la Tierra, atri-
buida a intereses y mentalidad masculinos. Se sostiene sobre una doble
concepción teórica.
Por un lado, la identificación del feminismo con la naturaleza, en la me-
dida en que comparten una concepción biológica y esencialista del feminis-
mo. Se fundamenta, como vimos, en la reivindicación de la naturaleza feme-
nina. Por otro, un enfoque social que hace de la naturaleza una construcción
histórica. Y que integra el medio ambiente en el marco cultural y social.
La elaboración de una geografía feminista ecológica, es decir, la iden-
tificación explícita de los intereses femeninos con la preservación de la na-
turaleza, y con la oposición a las formas dominantes de relación con el en-
torno físico, se complementa con el creciente interés de las geografías fe-
ministas por el paisaje. De inspiración posmoderna, tiende a hacer una lec-
tura femenina del paisaje, de acuerdo con la propia tradición occidental que
identifica naturaleza y condición femenina a través de diversas metáforas e
imágenes. La madre naturaleza, la naturaleza nutricia, la belleza como atri-
buto del paisaje, simétrico de la belleza como atributo femenino, forman
parte de esta tradición.
El concepto de paisaje supone una construcción o elaboración. Es al
mismo tiempo una herramienta. Permite interpretar, permite leer la natu-
raleza. Constituye una forma de percepción. Como tal construcción o tex-
to, se supone que puede ser elaborado también desde presupuestos femeni-
nos. Construir imágenes, es decir, paisajes femeninos, es una de las pro-
puestas que alimenta las recientes geografías feministas.

¿Alternativa o complemento?

Las geografías feministas han supuesto una ampliación considerable de


los centros de interés de la geografía. Han puesto de relieve la importancia
y la fertilidad de considerar la condición femenina en el análisis geográfico.
Las investigaciones feministas han supuesto un fundamental enriqueci-
miento de las perspectivas geográficas, en campos como la geografía urba-
na, la geografía industrial y regional, la geografía rural y la geografía social.
La pretensión teórica de las geografías feministas, apoyadas en el fe-
minismo, de poder construirse sobre una racionalidad propia, sobre una
epistemología y metodología específicas, resulta más problemática en su
efectividad. La idea de que existe una naturaleza diferente y que ésta con-
lleva formas de conocimiento distintas se corresponde con el discurso pos-
moderno. Es difícil sustentarla de forma consistente.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 461

No obstante, lo que sí resulta esencial del esfuerzo teórico feminista es


el trabajo crítico sobre la concepción de la racionalidad ilustrada y sobre
conceptos clave vinculados con esa racionalidad. La puesta entre parénte-
sis de la objetividad y neutralidad del proceso de conocimiento; la llamada
de atención sobre las implicaciones en este proceso del sujeto y de sus con-
diciones culturales y sociales; la crítica al dogmatismo epistemológico; la
reivindicación de metodologías cualitativas, constituyen componentes esen-
ciales de la crítica teórica, epistemológica y metodológica, que afectan a la
práctica y concepciones geográficas.
No representan, sin embargo, en general, formulaciones críticas espe-
cíficas del feminismo, autónomas del mismo. Forman parte del desarrollo
de un pensamiento crítico contemporáneo y se inscribe en las propias filo-
sofías e ideologías que soportan este pensamiento. Las geografías feminis-
tas se insertan en este movimiento intelectual. Como este mismo, la llama-
da geografía feminista ofrece un alto grado de dispersión teórica y metodo-
lógica. Coexiste una geografía empírica, esencialmente limitada a describir
los espacios de la mujer, con planteamientos que suponen elaboraciones teó-
ricas. Esta circunstancia dificulta una valoración de la disciplina.
La geografía feminista puede contemplarse como un simple campo o
temática de la geografía humana, caracterizado por la referencia femeni-
na. Una geografía de los espacios de la mujer. Puede verse, sin embargo,
como una propuesta de constituir una disciplina diferente, otra geografía.
En el primer caso, podemos asimilar la geografía feminista al campo de
las geografías sociales y culturales. En el segundo, equivale, en sus pro-
puestas, a las denominadas geografías transversales, es decir, a las co-
rrientes alternativas.
La novedad y pujanza teórica de la geografía feminista contrasta con
el arraigo temporal y declive de una de las grandes corrientes y prácticas de
la geografía moderna, la geografía regional. Su carácter transversal hace
de ella un modelo para los nostálgicos de una geografía unitaria, una al-
ternativa para la recuperación del protagonismo social de la geografía, o
una antigualla inservible.

4
CAPÍTULO 23

ASCENSO Y CAÍDA DE LA GEOGRAFÍA REGIONAL

La geografía regional se desarrolla en el siglo actual identificada con el


estudio de la región, con la síntesis regional y con la geografía descriptiva
o universal. La geografía regional se construye en torno a un objeto que es
la región y de acuerdo con una propuesta teórica que contempla la geogra-
fía como una disciplina descriptiva de estas unidades espaciales.
La geografía regional recogía una doble herencia: la muy antigua de la
descripción o corografía recuperada a través de la geografía de países o geo-
grafías universales. La muy moderna de la región como unidad básica de las
relaciones entre hombre y medio, la región natural, surgida ésta en la se-
gunda mitad del siglo XIX , cuya elaboración geográfica desemboca en la
región área diferenciada y la región-paisaje.
Ambas tradiciones se introducen en la geografía regional, que es, al
mismo tiempo, una geografía descriptiva o universal y una geografía de re-
giones, en la acepción que este término adquiere en la geografía moderna
europea. Confusión paradójica que condicionará el desarrollo de esta rama
de la geografía.
El espacio diferenciado, es decir, los conjuntos espaciales de carácter
territorial, reconocidos como regiones, ha sido contemplado como un obje-
to asociado a la geografía desde antiguo, tanto a escala intermedia como a
escala local. El interés por los lugares, por los países, acompaña el desa-
rrollo de las tradiciones corográficas. Se suele identificar, por ello, con lo
que los antiguos denominaron corografía y topografía, es decir, con el estu-
dio de áreas y con el estudio local.
La tradición corográfica constituye un rasgo sobresaliente del mundo
antiguo, en particular entre los historiadores y en geógrafos como Pompo-
nio Mela. La recoge el siglo XVI . La geografía especial de Varenio responde a
ella e identifica, frente a su geografía general, el estudio de las «partes» de
la superficie terrestre, de los territorios y regiones.
Sin embargo, la geografía regional, tal y como se la entiende en la
geografía moderna, no puede identificarse con esta tradición ni con los
planteamientos corográficos que fueron predominantes durante siglos.
Estas denominaciones caen en desuso o tienen escasa aceptación. Tam-
poco se incorporan al movimiento científico moderno. De tal modo que
los estudios regionales se desarrollan en el siglo XVIII, por una parte, des-
de la estadística y la economía política y por otra como geografía uni-
versal o de países.
La estadística, como su nombre indica -y antes de que adquiera su
perfil moderno vinculado al tratamiento de los datos numéricos-, porque
identifica precisamente el estudio del «Estado» desde una perspectiva mo-
derna. Se emplean datos referidos a los principales componentes del Es-
tado -población y recursos-, según se percibían en el siglo ilustrado, de
acuerdo con la tradición inicial de origen italiano.
La economía política porque aborda el análisis de la riqueza de las
grandes unidades territoriales, de las naciones, y, sin duda, de sus distin-
tos componentes regionales, de acuerdo con las orientaciones de la eco-
nomía que surgen en el siglo XVIII y que ejemplifica La Riqueza de las Na-
ciones (Smith, 1996).
El trabajo de A. de Humboldt sobre México -Ensayo político sobre
Nueva España-, que constituye, en su estructura y orientación, un desta-
cado antecedente de lo que serán los estudios de geografía regional, no se
concibe ni presenta como un análisis de geografía, sino como un «ensayo
político». Para Humboldt, su trabajo sobre Nueva España, como el que,
de forma equivalente, dedicó a Cuba, no corresponde a la geografía. Se en-
marcan en el ámbito de lo que se entendía, entonces, como Economía po-
lítica; de ahí el título de esas dos obras.
La geografía regional es un producto del siglo XX , cuyo perfil episte-
mológico, objeto y objetivos se definen en relación con la constitución de
la geografía moderna, como un fruto de la geografía europea, universal-
mente aceptado en la comunidad geográfica. Su objeto era la región; su
objetivo, identificar estas unidades geográficas, sintetizar los caracteres de
la misma, y explicarlas en relación con la interacción de las condiciones
naturales con los grupos humanos habitantes en ella.
El punto de partida es el reconocimiento de la región como la enti-
dad básica de la geografía, como el objeto de ésta. Es decir, de la región
tal y como ha sido elaborado este concepto en la geografía moderna, como
región natural. La geografía regional la convierte en el eje y centro del tra-
bajo geográfico, en la justificación de la geografía: una alternativa conso-
lidada en el primer tercio del siglo XX.
Región natural y región geográfica son dos términos equivalentes
que, en el transcurso de este período, se consolidan como el centro de la
investigación geográfica, identificada con la región geográfica o región-
paisaje. Son el fundamento de una geografía regionalista en cuanto la re-
gión se contempla como el objeto por excelencia de la geografía y el lla-
mado método regional como el procedimiento propio de la geografía para
el estudio de la superficie terrestre.
Esta concepción más estricta, de base ambiental, ha coexistido, sobre
todo en el ámbito anglosajón, con otra más laxa, que reduce la región a
un área, es decir el espacio de extensión de una variable o conjuntos de
variables, espacio cultural o simple territorio, como alternativa a divisio-
nes geográficas primarias, como los continentes. Y que, por tanto, hace de

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 465

la geografía regional una disciplina de estas áreas o territorios. Y en am-


bos casos compartida con su consideración como geografía de países, es
decir, Estados.

1. La geografía regionalista: regiones, paisajes, países, áreas

Región es un término de uso secular vinculado con la noción de área


o territorio, significado que comparten los distintos ámbitos idiomáticos.
La geografía elabora esta noción con pretensiones de rigor conceptual,
identificada en el concepto de región geográfica. Ésta viene a identificar
un fragmento de la superficie terrestre delimitado y diferenciado de los
inmediatos. Confundida, en principio, con la región administrativa o po-
lítica, la elaboración geográfica se distingue, en un primera etapa, por la
preeminencia que concede a los rasgos físicos en la delimitación y defi-
nición de esta unidad y por el acento que pone en el concepto de homo-
geneidad como rasgo de identidad para la región, como clave de su per-
sonalidad geográfica.

1.1. LA REGIÓN NATURAL: LA REGIÓN DE LOS GEÓGRAFOS

La geografía, de acuerdo con su orientación dominante inicial, hace de


la región geográfica una región natural, combinación específica y distinta
de elementos naturales, que le dan homogeneidad y personalidad. La ela-
boración conceptual de esta región geográfica, a partir de la región natural
de los geólogos, y confundida en gran medida con ella, separa el concep-
to de región de la simple noción de espacio diferenciado o área, en el sen-
tido que emplean este término los anglosajones. El trabajo de los geógrafos
se manifiesta en el intento de dar contenido a la noción de región y supe-
rar la mera acepción delimitadora. El componente más destacado de este
esfuerzo radica en identificar la región como un espacio homogéneo, dife-
renciado por sus caracteres propios.
La geografía moderna deriva esa homogeneidad de la particular rela-
ción entre los factores físicos y la presencia humana, como el área de ex-
presión tangible de las influencias del medio sobre el hombre. La clave de
esta concepción es la homogeneidad física, sobre todo geológica, que cons-
tituye la denominada región natural; es la propuesta del geógrafo inglés
Mackinder. Otro geógrafo británico, Hertberson, desarrolla, en el ámbito
anglosajón, esta concepción de la región natural, que constituye uno de los
fundamentos de la moderna geografía.
La geografía regional ha sido la disciplina orientada a identificar, de-
limitar y explicar estas unidades básicas, que se suponía componen el en-
tramado geográfico de la superficie terrestre. Éste ha sido el concepto
dominante en la geografía moderna desde sus orígenes, a lo largo del si-
glo XX. La tarea del geógrafo era buscar estas regiones: «la misión de los

466 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

geógrafos... no es crear regiones, sino descubrir y deslindar, hasta donde


se pueda, las que realmente existen... las reales, las geográficas» (Casas To-
rres, 1980). Se configura como una disciplina que, para muchos geógra-

como geografía regional.


fos, se identificaba con la geografía. Ésta se entendía, por excelencia,

No obstante, la región natural identificada como la región geográfica y


como el objeto de la geografía no se constituye, en los primeros decenios
de la disciplina, en la base para una geografía regional. Como corresponde
a la filosofía dominante en la primera etapa de la geografía moderna, el ob-
jetivo de la geografía eran las generalizaciones o leyes. En este enfoque, las
regiones no constituyen el objetivo de la investigación geográfica, sino el
material necesario para la construcción general.
Este entendimiento inicial se ha visto afectado, en este período de
tiempo, por la disparidad de enfoques en lo que respecta a la pertinencia
científica de una disciplina así concebida, a su papel en la geografía mo-
derna y a su naturaleza. De ahí las diversas etapas de la evolución de la lla-
mada geografía regional y el complejo proceso de esa misma evolución, in-
fluido también por las tradiciones culturales -de cultura científica y de há-
bitos de trabajo- de cada comunidad geográfica.
Hacer de la región el objeto y el objetivo de la geografía tiene lugar de
forma paulatina. Responde a una evolución intelectual circunscrita al ám-
bito europeo y concentrada en Francia y Alemania, que se manifiesta en el
desarrollo de lo que se llamará geografía regional. Frente a una opinión ex-
tendida, la geografía regional o regionalista, como orientación de la geo-
grafía, no forma parte del momento fundador de la geografía moderna. Se
produce en pleno siglo XX.
El estudio regional se contemplaba como la síntesis efectiva -en su
acepción metodológica- de una investigación geográfica con carácter de
globalidad. En ella aparece la dimensión integral, compleja, atribuida a
la realidad geográfica. Era la que determinaba la personalidad regional,
es decir, la individualidad y singularidad del ente regional, de la región
geográfica.
Hasta mediados del siglo XX , la geografía regional se mantiene como
una disciplina orientada a la identificación, descripción y, en su caso, ex-
plicación de las unidades geográficas denominadas regiones, objetivo fi-
nal de la denominada síntesis regional. Es el producto de la geografía con-
tinental europea, vinculado a la escuela francesa de Vidal de la Blache y
a la escuela alemana. Una geografía regional que se impuso en la genera-
lidad de los países durante la primera mitad del siglo XX . Con diferentes
enfoques según áreas y tradiciones particulares.
La aparente uniformidad con que se suele presentar la época de domi-
nio regionalista en la geografía moderna, y que se traduce en el calificativo
de «clásica» para este tipo de geografía y para este período, enmascara la
diversidad de concepciones que subyacen en ella. Diferencias desde la pers-
pectiva epistemológica y desde el punto de vista del entendimiento de la re-
gión geográfica, entre quienes practicaron la geografía regional durante la

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 467

Aunque la región es para todos ellos el término dominante en su dis-


curso geográfico, se aprecian notables diferencias en la idea que de ella tie-
nen autores significados como Vidal de la Blache, Hettner, Slütter o Hart-
shorne, matices que tienen que ver con la filosofía que subyace en su con-
cepción de la geografía.
Se concibe como una aproximación a los lugares, de acuerdo con la
orientación de Vidal de la Blache, sistematizada y ordenada en la geografía
alemana por A. Hettner, que proporciona la estructura conceptual de la dis-
ciplina en cuanto a objeto, métodos y objetivos. La incorporación del con-
cepto de paisaje y de los enfoques paisajísticos completó el perfil de la dis-
ciplina, identificada con la descripción de la unidad de paisaje, es decir, la
región geográfica.

1.2. LAS RAÍCES DE LA GEOGRAFÍA REGIONALISTA

En la configuración de la geografía regional confluyen, en el primer


tercio de siglo, tres orientaciones o corrientes presentes en la comunidad
geográfica académica.
En primer lugar, la práctica impuesta por los geógrafos franceses del
grupo de Vidal de la Blache, que postulan el estudio de la región como prin-
cipal objetivo de la geografía moderna; carece de un fundamento teórico o
reflexión consciente sobre el particular. Su apoyo teórico proviene de un
historiador, L. Febvre.
En segundo término, la reflexión teórico-epistemológica que elaboran
los geógrafos alemanes del ámbito de A. Hettner, que conciben la geografía
como una disciplina de la organización del espacio en unidades o entidades
diferenciadas, y que reducen la geografía al análisis o explicación de cada
una de ellas.
Por último, los enfoques culturales del paisaje que surgen en la filoso-
fía alemana y que se extienden y aplican a la geografía. Arraigan en la tra-
dición idealista alemana, y conciben la geografía como un arte. Constituye
una geografía que identifica paisaje y personalidad histórica.
Los estudios regionales, que impulsa Vidal de la Blache en Francia, ha-
cen de la región algo más que un área de la superficie terrestre. Trascien-
den el carácter fortuito de la región administrativa o histórica. La región
posee, para estos geógrafos, una entidad física contrastada, constituyen una
realidad producto de la naturaleza y de la historia. Son regiones verdaderas,
poseen una personalidad o entidad propia.
Concepción compartida sin duda por la generalidad de los geógrafos
contemporáneos. Sin embargo, para el creador del grupo dominante de la
geografía francesa, el estudio de las entidades regionales se perfila, además,
como la vía apropiada para llegar al objetivo de la ciencia geográfica, es
decir, la generalización o enunciado de leyes. El argumento esencial de Vi-
dal de la Blache, desde finales del siglo XIX , es que sólo el estudio riguro-
so de las entidades regionales podría salvar el escollo de las generalizacio-
nes apresuradas.
OBJETO Y PR ACTICAS DE LA GEOGRAFIA

Lo expresaba de forma explícita el propio Vidal de la Blache, al consi-


derar como el objeto de la geografía la relación entre las condiciones geo-
gráficas y los hechos sociales: «Esta forma de geografía se inscribe en el pla-
no de la geografía general; sin duda puede objetarse a esta idea que existe
el riesgo de inducir a generalizaciones prematuras. Ahora bien, si existe la
posibilidad de este peligro, es necesario entonces recurrir a algún medio
para prevenir esto. No podría aconsejarse nada mejor que la realización de
estudios analíticos, de monografías en las que las relaciones entre las con-
diciones geográficas y los hechos sociales fuesen observados de cerca, den-
tro de un restringido campo previamente seleccionado» (Vidai, 1902).
Un marco interpretativo que sustenta el perfil de las monografías re-
gionales que impulsa Vidai de la Blache, a partir de su propio modelo, es-
bozado en Le Tableau de la Géographie de la France y, sobre todo, en La Fran-
ce de l'Est, monografías desarrolladas por sus discípulos, iniciadas por E. de
Martonne, A. Demangeon y R. Blanchard.
Durante decenios, las monografías regionales son la principal contri-
bución de los geógrafos. Desde la tesis de De Martonne, en 1902, sobre La
Valaquia y, sobre todo, de A. Demangeon sobre La Picardie, en 1907, a las
ya crepusculares, que aparecen en el decenio de 1960, como la de S. Lérat
sobre Les Pays de 1 Adour. Una larga serie de monografías, que van cu-
briendo el espacio francés y, de forma paralela, las distintas regiones del
amplio dominio colonial. Una producción que dio carácter a la geografía de
la primera mitad del siglo XX, sobre la que se construye el prestigio de la
geografía regional francesa y su aureola de geografía clásica.
La larga serie de monografías regionales desarrolladas por los discípu-
los de Vidal de la Blache y de sus continuadores ha sido la más destacada
muestra de esa orientación y concepción de la geografía regional como es-
tudio de regiones, casi siempre en el marco de las denominadas tesis de Es-
tado, es decir, investigaciones de muy largo alcance que representaban la
culminación de la carrera del geógrafo.
Respondía a la concepción del patriarca de la geografía francesa mo-
derna, que había catalogado la síntesis regional como «coronación del tra-
bajo del geógrafo», una idea compartida, con similar alcance académico, en
la geografía alemana, en la que la monografía regional, en muchos casos
dedicada a un país, aparecía también como la coronación de la carrera del
geógrafo. Éste se ha ejercitado, previamente, en estudios de carácter gene-
ral, con un notable predominio de los de orden físico y con una perceptible
preferencia por los de tipo geomorfológico. La trayectoria de Lautensach,
con su tesis sobre Corea, tras diversos estudios de carácter general, sobre
geomorfología y climatología, es ejemplar.
En Alemania, la geografía regional se elabora desde dos enfoques dis-
tintos, incluso contrapuestos. Por un lado, la geografía regional que estruc-
tura y conceptúa A. Hettner, que hace de esta disciplina la esencia de la
geografía, sustituyendo a la geografía general. De acuerdo con su filosofía
neokantiana, concibe la geografía como la disciplina de la diferenciación de
la superficie terrestre en entidades singulares, las regiones, y de la descrip-
ción razonada de las mismas.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 469

En este esquema o concepción estructural del campo de conocimien-


to, la geografía regional aparece como el núcleo de la disciplina, mientras la
geografía general queda reducida a una función propedéutica o formadora.
Es la concepción que, adaptada, se incorpora en los Estados Unidos en el
período de entreguerras.
Por otra parte, la geografía regional como disciplina cuyo objeto es el
paisaje, desde una consideración subjetiva e histórica, como expresión de
una cultura. El paisaje como fundamento de la identidad regional, como
soporte de la personalidad regional. De tal manera que, como sintetizará
M. Sorre, la región representa «el área de extensión de un paisaje». Tras la
idea del paisaje se encuentra una concepción que coloca las relaciones en-
tre el hombre y el medio en un contexto histórico y cultural. El paisaje es
la expresión de la adaptación y respuesta cultural a los factores o condi-
ciones físicos, a lo largo del tiempo de ocupación de un territorio por una
comunidad humana.
Es la geografía regional de O. Slütter y Passarge, cuya expresión más
radical, desde la perspectiva epistemológica, será la denominada geografía
artística. Para los que la propugnan, de explícita filosofía idealista, la geo-
grafía es un arte, busca una descripción comprensiva del paisaje, y consi-
dera que la geografía general no es auténtica geografía. Se trata de una geo-
grafía del paisaje en las antípodas de una ciencia. Es una geografía regio-
nal concebida desde una filosofía distinta de la que propugna Hettner. Las
divergencias entre ambos enfoques se hicieron patentes en la controversia,
con este motivo, entre Hettner y Slütter.
La geografía regional tiene, por tanto, dos consistentes raíces en la geo-
grafía alemana y una práctica consolidada en la geografía francesa. Lo que
se denomina geografía clásica, o etapa clásica de la geografía regional, es,
en realidad, una amalgama entre esas distintas corrientes. Los geógrafos
franceses, dedicados a hacer monografías regionales, incorporan la concep-
ción paisajística y la estructura sistemática de Hettner. En la propia Ale-
mania, se produce la simbiosis entre una y otra corriente.

1.3. LA GEOGRAFÍA REGIONAL: REGIONES Y PAÍSES

De este modo, la geografía regional adquiere su perfil de disciplina


orientada al estudio de las entidades regionales, concebidas como existen-
tes y definidas por su paisaje. La ambigüedad epistemológica de origen, en-
tre una disciplina científica positiva, una disciplina científica singular -a
lo Kant- o un simple arte, acompañará a la geografía regional de forma
permanente.
En los países europeos continentales, el enfoque dominante fue el
vinculado con la región-paisaje, de carácter ambiental en sus fundamentos,
y de concepción histórica y cultural: la región como paisaje, como com-
plejo formal de raíz histórica, en la que tiene un gran peso la metodología
morfogenética. La geografía regional de este tipo posee una acentuada pro-
yección histórica, por cuanto la génesis del paisaje adquiere un valor esen-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 471

los, convertida en un nuevo clásico del género. Son obras realizadas de


acuerdo con la concepción regionalista. Constituyen las denominadas sín-
tesis regionales: la gran colección de la Géographie Universelle, publicada
entre 1927 y 1948, dirigida por Lucien Gallois -realizada con la colabo-
ración de los más significados discípulos de Vidal de la Blache-, fue su
más relevante manifestación.
Es una orientación que tiene especial desarrollo en la geografía ale-
mana y que adquiere también notable difusión en la geografía americana,
hasta el punto de caracterizarla, en la medida en que otorga un perfil es-
pecífico a las concepciones regionalistas de Estados Unidos. Se identifica
con las concepciones geográficas de influencia kantiana que hacen de la di-
ferenciación espacial y de los lugares el principal objeto de la disciplina.
Las geografías de países constituyen el núcleo de esta geografía regio-
nal. Es el particular perfil de la geografía regional en los países anglosajo-
nes y sobre todo en Estados Unidos, donde se produce un notable esfuerzo
de conceptualización y clasificación, en el marco de una tradición cultural
e intelectual propia que tiene dos componentes destacados. El primero, la
influencia del pensamiento positivo y la formación física de los geógrafos.
El segundo, el extendido entendimiento de la región como un área o espa-
cio delimitado.

1.4. LA GEOGRAFÍA REGIONAL ANGLOSAJONA: GEOGRAFÍA DE ÁREAS

La geografía regional en los países anglosajones y, sobre todo, en Es-


tados Unidos, carece de una tradición equivalente a la europea continental.
Su desarrollo es tardío, posterior a la primera guerra mundial. De hecho,
no se produce hasta el cuarto decenio del siglo XX , bajo el impulso de geó-
grafos como Preston James y R. Hartshorne, por una parte, y de C. Sauer,
por otra. Hasta esos años, la geografía regional carece de resonancia entre
los geógrafos norteamericanos (Clark, 1954). Aunque siguen el modelo eu-
ropeo y comparten, en lo esencial, la concepción de A. Hettner, de la región
y el estudio regional, ofrecen una interpretación y una práctica diferencia-
da de la geografía regional.
Comparten la filosofía básica de que la geografía regional constituye la
expresión más acabada de la geografía. Participan de la idea de que el mé-
todo regional es el método geográfico por excelencia. Entienden la región
como un espacio o área caracterizado por la homogeneidad de rasgos. In-
corporan, por tanto, los conceptos básicos de la geografía regional europea.
La influencia de Sauer introduce un enfoque cultural que potencia el con-
cepto de paisaje como expresión de la unidad cultural del espacio regional.
Expresa la síntesis de la acción cultural de un grupo humano, y resalta o
potencia la estrecha implicación entre paisaje, cultura e historia.
Compartían la concepción de la región como una unidad singular,
como un espacio único, y de la geografía como una disciplina descriptiva
de estas unidades espaciales (Hartshorne, 1939). La formulación principal
se orientó hacia la región como área diferenciada, en la tradición corográ-
gía», según la expresión de Sauer.
Sobre estos cimientos, compartidos con la tradición regional europea,
a partir de la cual se desarrolla la geografía regional en Estados Unidos, se
insertan los elementos específicos de la propia tradición anglosajona, que
influirán en el sesgo que introducen en la disciplina.
Hasta después de la primera guerra mundial, los trabajos de geografía
regional son, de hecho, inexistentes. La geografía regional carece de interés
para los geógrafos norteamericanos, muy anclados en una formación de ca-
rácter naturalista y de perfil geológico, poco sensible a los aspectos huma-
nos. En consecuencia, los únicos estudios de dimensión regional se corres-
ponden con cuestiones de geografía física, con descripciones o análisis fi-
siográficos y, de forma secundaria, de carácter climático. De hecho, con an-
terioridad a esa época no se publica ningún trabajo de geografía regional
en Estados Unidos (Whittlesey, 1954).
El interés por la geografía regional surge en la posguerra, de la mano
de varios factores que determinan el creciente interés de los geógrafos jó-
venes. Éstos son los primeros con una formación geográfica en sentido es-
tricto. Se han destacado, como tales factores, las necesidades suscitadas por
el planeamiento urbano; la incipiente y ascendente aparición de un regio-
nalismo a la americana, o sectionalism; y, también, la influencia de los en-
foques ecológicos en las ciencias sociales (Whittlesey, 1954). El contacto con
la geografía europea, sobre todo alemana, pero también francesa, propor-
cionó los marcos teóricos y metodológicos para el desarrollo de la geogra-
fía regional norteamericana.
El rasgo distintivo respecto de Europa es una concepción más laxa del
estudio regional y una orientación preferente hacia la geografía de países.
Para los geógrafos norteamericanos, el estudio regional abarcaba desde la
escala local a la continental y el concepto de región se aplica por igual a to-
das ellas. Por otra parte, si bien entienden la región como un espacio ho-
mogéneo, y es este carácter el que distingue el concepto geográfico de la sim-
ple noción de espacio delimitado, que identifican como área, no consideran
tales espacios homogéneos o regiones como entidades objetivas o reales.
La geografía regional norteamericana se basa en un concepto de región
como mero instrumento intelectual para el análisis geográfico y, por ello, la
región como un producto de la mente. Lo decía Broek de forma taxativa:
«En la actualidad reconocemos que las regiones no son entidades existen-
tes en la naturaleza, sino construcciones mentales, definidas en términos de
asociación de caracteres seleccionados previamente, tales como continen-
tes, regiones climáticas, o ámbitos culturales» (Broek, 1966).
De acuerdo con una tradición bien asentada entre los geógrafos de Es-
tados Unidos, la región no era sino «un recurso para seleccionar y estudiar
agrupaciones de fenómenos complejos que se encuentran en la superficie
terrestre». De manera que «la región así considerada no es un objeto de na-
turaleza predeterminada», sino un concepto intelectual, creado por la se-
lección de determinadas características que son relevantes respecto del pro-
blema considerado (Whittlesey, 1954).

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 473


La región adquiere un dimensión más instrumental que ontológica. En
relación con ello, la geografía regional norteamericana comprende desde el
conjunto del planeta al estudio de «la simple granja»; en la medida en que
el tamaño del área regional «dependerá del grado de generalización que se
pretenda» (Pearson, 1959). De tal modo que el mundo puede ser dividido
en un pequeño número de grandes regiones continentales o climáticas que
a su vez pueden ser fragmentadas en otras menores según criterios pro-
ductivos, subtipos climáticos, criterios políticos, o combinación de varios de
éstos. El número de regiones que pueden ser definidas es «infinito». Esto
es, no existen «verdaderas regiones».
A partir de estos postulados se desarrolla la geografía regional nortea-
mericana, hasta adquirir una notable preeminencia, durante algunos dece-
nios, en el seno de la geografía americana. Se trata de una geografía regio-
nal que corresponde, en parte, al análisis de regiones, y en parte, a los es-
tudios de áreas culturales, propios de la tradición anglosajona.
El influjo de la geografía cultural orientó la investigación geográfica
hacia unidades regionales cuya homogeneidad tuviera como fundamento la
presencia de determinados caracteres de cultura -religión, lengua, hábitos,
alimentación, etnia, entre otros-.
La orientación cultural permitió abordar tanto los estudios a gran es-
cala como los de países o continentes. La geografía regional se entiende
como una geografía de países -Estados- y como una geografía de áreas
culturales. Se definió como la disciplina de la «interacción de diversos pro-
cesos en países concretos o en regiones culturales específicas» (James,
1966). Sin embargo, este tipo de regionalización cultural se introduce sólo
tras la segunda guerra mundial.
Con anterioridad, la concepción regional aplicada responde a un enfo-
que físico acentuado de tal manera que son las unidades fisiográficas, las
grandes unidades geomorfológicas o, en su caso, climáticas y biogeográfi-
cas, las que proporcionan la malla regional aplicada a la división regional,
compartida con la simple división por continentes o áreas «geográficas».
Una y otra sirven para establecer los marcos regionales. Es una geografía
regional que se identifica, en gran medida, con la geografía descriptiva o geo-
grafía de países a escala universal. Las regiones son los grandes dominios
climáticos o biogeográficos: regiones polares, regiones áridas, regiones tem-
pladas, regiones tropicales, entre otras; o bien regiones de selva, regiones de
praderas, regiones de montaña.
Un esquema equivalente se emplea para la regionalización de América
del Norte y de Estados Unidos. Se impone un concepto de regionalización
basado en la consideración de la región como área de rasgos uniformes, o
área homogénea.
La tradición geomorfológica hará que el criterio más habitual de re-
gionalización sea fisiográfico o geomorfológico: las Montañas Rocosas, las
Grandes Llanuras, la Llanura costera atlántica, los Apalaches, subdivididas
en otras menores de acuerdo con sus caracteres específicos. En el caso de
los geógrafos con formación climática fueron las clasificaciones de este tipo
las predominantes, así como el desarrollo de la geografía económica con-

4 OBJETO Y PRACTICAS DE LA GEOGRAFIA

tribuyó a introducir el criterio económico productivo, que llevará a las re-


giones del tipo del Corn Belt, Manufacturing Belt, Cotton Belt, de acuerdo
con la producción o actividad económica dominante.
Tras la segunda guerra mundial aparecen criterios de división cultural
o sociocultural, que distinguen América Latina y América anglosajona,
Oriente, en que se mezclan denominaciones continentales y contenidos cul-
turales: Europa como la región de las sociedades europeas, Asia de los Mon-
zones para las civilizaciones o culturas orientales, África para los pueblos
africanos negros, el mundo árido para las culturas islámicas, entre otras.
Macrorregiones que se dividen a su vez por países o grupos de países.
Es el esquema regional dominante que se desarrolla, a su vez, desde una
concepción ambiental. Cada país o grupo de países se aborda en dos gran-
des apartados, concebido el primero como «los fundamentos», que se refie-
re a los rasgos físicos, y el segundo como «ocupación»; o, en otros casos,
como «El medio físico» y «El hombre y sus actividades». Un dualismo bási-
co que responde a una concepción esencial que hace de la geografía una dis-
ciplina de las «interrelaciones entre las gentes y sus hábitats» (Broek, 1966).
Aunque los nuevos enfoques culturales destacan el protagonismo de la cul-
tura en esas relaciones, la concepción fundamental permanece sin cambio.
Se trata de una geografía descriptiva, en la que adquiere un gran peso
la geografía de países por grandes áreas (James, 1966). Las monografías y
las síntesis regionales dedicadas a países y a grandes áreas culturales dis-
tinguen la producción regional de Estados Unidos con notables represen-
tantes, como P. James, un prestigioso geógrafo especializado en América
Latina y portaestandarte de la concepción regionalista norteamericana.
Un tipo de geografía regional reivindicado desde la perspectiva de que
«siempre habrá un lugar para un grupo de geógrafos que están preparados
para adoptar otras tierras, compartir otras culturas, adquirir una compren-
sión especializada sobre ellas» (Mead, 1980). El geógrafo británico se hacía
eco de la actitud y de los planteamientos de los geógrafos regionalistas nor-
teamericanos.
Esta orientación sirvió de justificación a la geografía regional norte-
americana, en la medida en que se considera que siempre será necesaria la
existencia de un conocimiento especializado en los demás países. Se rei-
vindica la geografía regional como un área de expertos «en la interpretación
de fenómenos y acontecimientos en los países extranjeros». Una geografía de
países que responde al «síndrome de otros lugares», que, «quizás, nunca de-
bió llamarse geografía regional» (Mead, 1980).
A pesar de las diferencias con la geografía regional europea, la geo-
grafía regional norteamericana comparte una concepción equivalente. A uno
y otro lado del Atlántico se considera a la geografía como una disciplina de
la diferenciación de la superficie terrestre en áreas distintas que presentan
rasgos uniformes. La quiebra de esta geografía regional se produce en am-
bas orillas, aunque por razones diferentes. De modo paradójico, es en Es-
tados Unidos donde aparece con mayor evidencia, en el marco de un debate
en el que se ponen en entredicho los fundamentos epistemológicos de la
geografía regional y se reivindica una geografía de carácter general.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 475

2. El declive de la geografía regional


La geografía regional inicia su declive tras la segunda guerra mundial,
efecto de un doble proceso: las insuficiencias metodológicas y conceptua-
les, que habían conducido a los estudios regionales a una situación difícil,
que denunciaban los propios geógrafos regionalistas (Le Lannou, 1948); las
críticas epistemológicas que se multiplican desde postulados neopositivis-
tas, que ponen de manifiesto la fragilidad e inconsistencia de los postula-
dos críticos del regionalismo y de la geografía del paisaje.
La impotencia de los planteamientos regionalistas se advierte en la
propia actitud de los geógrafos de esta corriente o formación. Son cons-
cientes de que el trabajo regional se resuelve como una amalgama o yuxta-
posición de estudios generales y que la síntesis geográfica se reduce a una
simple receta narrativa.
La síntesis geográfica regional, en la mayoría de los casos, no era sino
una sucesión de capítulos inconexos: la desacreditada obra à tiroirs, que
denunciaban los propios geógrafos, resultado de «la yuxtaposición artifi-
cial de dos géneros de investigación», como «un simple inventario que
anotaba todos los hechos físicos y humanos... sin tratar de enlazarlos en-
tre sí» (Le Lannou, 1948).
Las insuficiencias metodológicas de la geografía regional afectaban
también a la capacidad operativa de la disciplina. La posibilidad de es-
tablecer límites precisos a las unidades de paisaje, fuera de los simples
espacios comarcales, se desvanecía. Por otra parte, la concepción paisa-
jística resultaba impotente frente a las realidades del mundo industrial y
urbano.
La inseguridad y el escepticismo condujeron a la puesta en entredi-
cho de la región como concepto geográfico válido y a su negación pura y
simple. El escepticismo nihilista se perfilaba en la posición de geógrafos
como J. Beaujeu-Garnier y P. George. Para la primera, cuando intentaba
separar los cometidos de geógrafos y economistas en el trabajo regional,
al tiempo que ponía en duda la utilidad del concepto de región (Beaujeu-
Garnier, 1971). Aparece en la actitud de P. George, respecto de un con-
cepto de región que no permitía delimitaciones precisas, que resultaba ser
una realidad cambiante, lo que le invalidaba para la intervención activa
(George, 1966).
Los intentos de adaptación y renovación de la concepción regionalis-
ta, atrincherada en la consideración del espacio regional como una reali-
dad física e histórica inmutable, como un objeto identificable, caracteriza-
do por la unidad de paisaje, resultaban vanos a la hora de hacer de la geo-
grafía una disciplina activa, capaz de responder a las demandas sociales.
Esta incapacidad de la concepción regionalista y la conciencia de que
la región-paisaje de raíz naturalista, definida por la homogeneidad, y ca-
racterizada por la permanencia histórica, que le otorgaba su perfil de reali-
dad inmutable y su persistencia, llevó a los geógrafos al escepticismo. El
«estallido» de la región-paisaje la dejaba reducida a simple mito de la geo-
grafía moderna (Reynaud, 1974).

476 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

La geografía regional se encontraba enfrentada a numerosos proble-


mas que afectaban a la práctica de la misma. A la práctica social, como una
disciplina aplicable o activa, y a la práctica académica. Lo resaltaba un au-
tor norteamericano, al sintetizar y apuntar lo que él consideraba los seis
problemas básicos de la geografía regional, desde el punto de vista de su me-
todología: « 1. La imposibilidad lógica de articular una descripción regional
completa en forma verbal. 2. El limitado caudal de innovación posible. 3.
El problema de identificación de las propias regiones. 4. El problema de la
escala de la presentación. 5. La multiplicación del material. 6. El problema
de la diferenciación regional» (Paterson, 1974).
Las dificultades internas se vieron agravadas por la crítica exterior.
Los geógrafos analíticos inician un proceso de desmantelamiento de los
supuestos teóricos y metodológicos de la concepción regionalista. Ponían
de manifiesto la filosofía subyacente, su carácter acientífico, la inconsis-
tencia de su metodología, el fundamento irracional de sus postulados
(Schaeffer, 1953). Atacando la concepción regionalista en su versión ame-
ricana, que era una aplicación de la concepción de A. Hettner, agrietaba,
de hecho, al conjunto de la geografía regionalista, y a la propia geografía
regional.
La crítica analítica negaba, al estudio regional, entidad científica, y de-
nunciaba el sedicente método regional o síntesis. La región quedaba rele-
gada, en el mejor de los casos, a simple caso de estudio, en orden a apor-
tar la información individualizada susceptible de posterior generalización.
Se reclamaba, por tanto, el carácter preferente de la geografía general como
disciplina capaz de aplicar el método científico, de llegar al enunciado de
leyes a través de la inducción o inferencia. La debilidad interna facilitó el
descrédito exterior.
La quiebra epistemológica y social de la geografía regional como dis-
ciplina se trasladó de forma progresiva desde Estados Unidos a Europa, y
desde los países de tradición positivista a los de mayor asiento del irracio-
nalismo vitalista, como Alemania y Francia. Se produjo un sistemático
abandono de los estudios regionales.
La geografía regional, la geografía de las regiones, como tal, desapare-
ce, aunque con ritmo desigual. Las monografías regionales dejan de ser un
objeto de investigación, en España, en el decenio de 1970. En 1968 se ela-
boraba y publicaba la última Geografía regional de España concebida de
acuerdo con los patrones clásicos. La geografía regional se acantonará en
la geografía de países, como una geografía descriptiva.
Situación que conducirá, en la búsqueda de remedios, a inspirarse en
los enfoques de los economistas, interesados por la dimensión espacial de los
procesos económicos. En relación con los enfoques económicos se elaboran
nuevas propuestas alternativas que tendrán una notable influencia en el de-
sarrollo de los estudios regionales y, por extensión, en la geografía regional.
Por una parte, acelerando su descomposición y arrinconamiento como una
disciplina inadaptada al mundo moderno, en cuanto asentada en un con-
cepto de región impropio de éste; por otra, induciendo nuevas alternativas
teóricas v metodológicas regionales en el marco de la geografìa .

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 477

El punto de partida es la aparición de una rama económica orientada


al análisis de las desigualdades espaciales. Se trata de la ciencia regional o
análisis regional. La Regional Science representa la alternativa científica, de
inspiración analítica.

3. La alternativa económica: el análisis regional

Las nuevas propuestas regionales se vinculan con la aparición de la di-


mensión regional en el marco del análisis económico. Este proceso de apa-
riencia contradictoria enriquece y diversifica el entendimiento teórico de la
región y la metodología regional. Se produce al margen de la geografía re-
gional; surge en el marco de la economía y se desarrolla en la geografía
económica de inspiración analítica.
La economía posterior a la segunda guerra mundial se caracteriza
por el creciente interés por las diferencias en el desarrollo económico, a
escala planetaria y en el marco territorial del Estado. Se interesó también
por las reglas que rigen las relaciones económicas de mercado en el
espacio, desde la perspectiva de la localización y distribución de los cen-
tros productivos y de servicios, y desde la consideración de la estructura
espacial en que se ordenan los distintos centros económicos. El descu-
brimiento de autores como Von Thünen y Christaler, por ejemplo, y la re-
valorización de sus obras, es un efecto de las nuevas preocupaciones de
la disciplina económica.

3.1. EL ANÁLISIS REGIONAL Y LA CIENCIA REGIONAL

Se trataba, en primer término, del desarrollo de un marco regional


económico acorde con los postulados de la Economía positiva, orientado a
abordar las dimensiones espaciales de los fenómenos económicos, tal y
como se formula en la Regional Science (Isard, 1956). Se trata de indagar
en el efecto de la distancia sobre los procesos económicos del mercado, en-
tre productores y consumidores. Se aborda desde una perspectiva analíti-
ca y desde los presupuestos de la economía moderna.
Tiene un carácter funcionalista, fundada sobre la hipótesis del Homo
oeconomicus. Es decir, parte de la consideración de un agente social abs-
tracto, cuyas decisiones económicas se suponen dirigidas por el interés
propio. Se presupone que están basadas en la disposición de una infor-
mación completa sobre las condiciones de su decisión. Se considera que
tales decisiones están fundadas en una elección racional.
Individuos o empresas, como agentes económicos, constituyen la refe-
rencia de los postulados teóricos de la nueva economía. Ésta se preocupa
por las reglas o leyes que determinan las conductas de tales agentes en el
espacio. Busca establecer las consecuencias que tales conductas tienen en
la organización del espacio económico. Este marco teórico permite abordar
no sólo el entendimiento de esas conductas económicas sino también la in-

478 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

tervención correctora de posibles efectos indeseados y la planificación ra-


cional de la actividad económica.
El análisis económico, como un instrumento de desarrollo y de equi-
librio entre las distintas áreas de un país y entre los diversos países, des-
cubre la necesidad objetiva que se le presenta a la economía neoclásica
de tomar en consideración una variable no atendida, la del espacio, si
bien se reduzca su comprensión a las variables aludidas antes de distan-
cia y suelo.
Esta economía se orientó hacia los fenómenos económicos en el espa-
cio, desde las reglas de la localización productiva a las de la organización
espacial de la distribución de bienes y servicios. Se desarrolla en los países
anglosajones, sobre una herencia que arraiga en la Alemania anterior a la
guerra mundial y, con particular intensidad, en Estados Unidos (Nijkamp y
Wrigley, 1984). A mediados del decenio de 1950 cristaliza como una disci-
plina específica dentro de la Economía, denominada Regional Science (Cien-
cia regional). La ciencia regional, como la economía regional, se interesan
por estas dimensiones espaciales de las relaciones económicas, desde pre-
supuestos teóricos y metodológicos de carácter analítico. La «ciencia regio-
nal se orienta a la representación matemática y a los análisis de relaciones
económicas y espaciales» (Mead, 1980).
Es una disciplina teórica, caracterizada por la puesta a punto y el de-
sarrollo de un complejo y rico conjunto de instrumentos de análisis de las
variables económicas en función de la distancia y por el alto grado de for-
malización de estos instrumentos. La cuantificación, el tratamiento mate-
mático sistemático y el diseño de modelos teóricos de comportamiento es-
pacial constituyen rasgos distintivos de la Regional Science. El desarrollo de
este complejo instrumental metodológico, la puesta a punto de técnicas
de cálculo matemático cada vez más sofisticadas, para abordar los diversos
fenómenos del análisis regional, aparece como la principal aportación de
El espacio que los economistas consideran es un espacio matemático,
esta disciplina (Nijkamp, 1986).

una dimensión vinculada con la distancia, respecto del cual es posible es-
tablecer o indagar los comportamientos económicos de los agentes indivi-
duales y sus consecuencias espaciales, de acuerdo con las leyes del merca-
do. Se trata de un espacio teórico, un espacio isótropo, isomorfo, desligado
de cualquier rasgo físico o natural. En este contexto, el concepto de región
adquiere una nueva significación.

3.2. REGIÓN BANAL Y REGIÓN ECONÓMICA

El espacio regional de los economistas de la Regional Science -es


decir, la región económica- tiene un alcance relativo y teórico. Relativo
porque se define de acuerdo con los objetivos de la observación o de los
fenómenos económicos y sociales indagados. Es un concepto instrumen-
tal. La región de los economistas carece de entidad sustantiva u objetiva:
es una herramienta.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 479

La región económica o espacio regional de la ciencia regional repre-


senta una categoría circunstancial u operativa. Identifica el área de exten-
sión de un determinado elemento económico o de un conjunto de variables
determinadas previamente, establecida en función de los objetivos circuns-
tanciales del investigador.
Existen, por consiguiente, tantos espacios económicos como investiga-
ciones, tantas regiones como variables se manejen. «Tantas regiones como
motivos para estudiarlas», decía un economista francés, para ilustrarlo (Ra-
llet, 1988). La región sólo identifica este área de extensión o este espacio de
relaciones económicas.
Los mismos geógrafos regionalistas aceptaban esta derivación: «reco-
nocemos actualmente que las regiones no son entidades existentes sino
construcciones mentales, de acuerdo con la asociación de caracteres pre-
viamente seleccionados» (Broek, 1966). La región quedaba reducida a sim-
ple área homogénea, según la cuestión considerada.
El espacio regional de los economistas de la Regional Science, la región
económica, se separa de la región geográfica como concepto. La región de
los geógrafos, el espacio físico que en la geografía regionalista se identifica
como una unidad de la superficie terrestre. Desde la perspectiva económi-
ca de la ciencia regional se identifica con el sustrato físico, o territorial, con-
siderada como la región banal. Es decir, como una variable no significativa
en los procesos económicos.
La región económica se deslinda así de la región geográfica. Ésta re-
presenta, para los economistas, el espacio banal, el simple sustrato físico
más o menos modificado; aquélla identifica el sistema de flujos y relacio-
nes entre agentes económicos, un campo intangible sin proyección física,
pero significativo. Su carácter operativo, instrumental, hace posible asig-
narle límites arbitrarios e independientes de sus caracteres materiales.
De ahí su prolongación en lo que se llamará región programa, es de-
cir, el espacio acotado para el desarrollo de determinadas acciones plani-
ficadoras, cuyos límites dependerán en exclusividad de los objetivos esta-
blecidos, un espacio regional propio de la acción político-territorial. Frente
a la región geográfica, o banal, carente de interés y pertinencia operativa,
se configuran los conceptos de región económica y región programa
( Dziewonski, 1967). La primera como el espacio del análisis económico;
la segunda como el espacio de la intervención económica sobre el terri-
torio. Se trataba de una recuperación de la noción de región y de la apli-
cación de la misma al análisis económico por un lado y a la acción del
Estado por otro.
El análisis regional se presentó como alternativa a la geografía re-
gional, en lo que afecta al método o métodos y en la concepción regio-
nal, desde mediados del decenio de 1950. Dos caracteres distinguen la
nueva orientación, respecto de la geografía regional. La región deja de te-
ner la consideración de una entidad existente y queda reducida a la ca-
tegoría de instrumento o herramienta. El espacio regional se contempla-
ba desde una perspectiva funcional, económica y de intervención sobre el
territorio.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 481

espacial, de carácter funcional. Este entorno sobrepasa la dimensión de la ciu-


dad y afecta a un amplio espacio, lo que le otorga una dimensión regional.
Se trata de un espacio regional vinculado a la presencia urbana y al de-
sarrollo urbano moderno. La dinámica social de los países industrializados
europeos mostraba, en la primera mitad del siglo XX y, sobre todo, tras la
segunda guerra mundial, la estrecha relación entre proceso urbano y orga-
nización del espacio, y el papel dominante del primero sobre el segundo. Es
decir, la capacidad organizadora de la ciudad.
Los procesos de crecimiento económico y desarrollo urbano en la Eu-
ropa de la posguerra ponen de manifiesto la aparición de fenómenos espa-
ciales ya apuntados en Estados Unidos en el primer tercio del siglo: la cons-
titución de áreas funcionales vinculadas con la expansión de los grandes
centros urbanos en los países industriales.
El dinamismo de éstos provoca un efecto estimulante en un entorno de
radio creciente que opera en relación con la ciudad central. Las demandas
urbanas de muy diverso signo, por una parte, y el aprovechamiento de las
ventajas que su proximidad ofrece, por otra, inducen la creación de un es-
pacio articulado y coherente. Es la región urbana o región funcional.
«Analizar el papel representado por los distintos núcleos urbanos...
verdaderos centros canalizadores de la actividad y organización humanas,
al servicio de un área tributaria circundante», constituye un objetivo que
define la concepción básica de lo que conocemos como regiones urbanas o
funcionales (Dickinson, 1952). Como el propio autor resaltaba, los vínculos
establecidos en torno a la ciudad adquieren tal fuerza que generan «una
unidad social natural»; términos sin duda relacionados con la perspectiva
ecológica o de morfología social, que el autor compartía.
La propia obra de Dickinson muestra que es la práctica social dinámi-
ca de la primera mitad del siglo, sobre todo en Estados Unidos, la que ha
inducido e impuesto una nueva perspectiva de las relaciones entre la ciu-
dad moderna y su entorno. En este tipo de construcción regional, ni el me-
dio físico ni el paisaje tienen significación; la homogeneidad de rasgos no
es un atributo necesario ni, en muchos casos, presente.

4.1. CIUDAD Y REGIÓN

La personalidad regional no proviene de la uniformidad paisajística,


sino de la coherencia interna fruto de las relaciones que se establecen en-
tre las diversas partes del conjunto. En muchos casos, esta construcción ca-
balga sobre medios naturales contrapuestos y agrupa paisajes heterogéneos
que han sido incorporados al sistema urbano. En ella tenemos una exce-
lente muestra de la dimensión regional que adquieren los problemas socia-
les, en una sorprendente confluencia de cuestiones políticas, administrati-
vas, planificadoras, económicas, sociales, entre otras, en la escala regional.
La región se convierte en una representación social relevante.
La elaboración de este concepto de región urbana o funcional en la geo-
grafía se alargará hasta la década de 1960. Un retraso que se puede acha-

482 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

car, por un lado, a que el peso de la concepción naturalista regional era de-
masiado intenso. Es probable que, como Dickinson apuntaba, tales preocu-
paciones innovadoras estuvieran muy poco desarrolladas en Gran Bretaña.
En cualquier caso, el fértil concepto de región urbana, desarrollado por los
sociólogos norteamericanos con anterioridad a la segunda guerra mundial,
no se afincará en la geografía hasta mucho más tarde. La influencia de los
economistas y la hegemonía del neopositivismo contribuyeron a consolidar
esta aproximación regional desde la geografía económica y urbana.
Desde finales de la década de 1950, la configuración de una región fun-
cional se maneja como complemento a la región fisonómica o región-pai-
saje, bajo la influencia de la región económica de la regional science. Se con-
vierte, en la década de 1960 y 1970, en la concepción regional alternativa
que los geógrafos manejan respecto de la tradicional.
Frente a la uniformidad -no negada en principio- como factor de
caracterización regional, pero atribuida a la región histórica, la cohesión
funcional. Ésta procede de los flujos establecidos entre el centro urbano y
sus áreas inmediatas. Resultan de las distintas fuerzas que organizan las re-
laciones en el espacio, propia de las modernas sociedades urbanas, según
se resaltaba en un trabajo decisivo en la formulación del nuevo concepto de
espacio regional, alternativo a la región paisaje (Juillard, 1962). La ciudad
se convierte en el corazón de la organización regional.
El enfoque que domina esta alternativa regionalista es el funcionalis-
mo. Son las funciones urbanas las que dan origen a un espacio organizado
en su entorno, de mayor o menor radio, de acuerdo con sus dimensiones y
dinamismo. La ciudad se concibe como un núcleo organizador a escala
regional, como un polo. El efecto polarizador del centro urbano se mani-
fiesta en el orden económico en general y en el industrial en especial, y se
traduce en la aparición de relaciones o vínculos entre el área urbana y su
entorno, vínculos que se manifiestan también como lazos de orden social,
administrativo, cultural.
Para estos geógrafos funcionalistas, la geografía regional se confunde
con la geografía urbana: «¿Se puede concebir hoy una geografía regional
que no sea, ante todo, una geografía urbana?» (Compagna, 1968). Una pos-
tura compartida, con similar tono radical, por B. Kayser: «Una región es...
un espacio limitado, inscrito en un marco natural dado, que responde a tres
características esenciales: los vínculos entre sus habitantes, su organización
en torno a un centro con cierta autonomía, y su integración funcional en
una economía global.»
La formulación más radical reduce el carácter de región a los espacios
funcionales organizados en torno a un centro urbano. Se corresponde con
la región que había analizado J. Labasse, años antes (Labasse, 1955). Res-
pecto de la región uniforme o geográfica, tradicional, la región funcional
aparecía como una alternativa geográfica, adaptada a las nuevas realidades
del mundo moderno. Pero convertía la región en un fenómeno casi exclusi-
vo del mundo desarrollado. Perspectiva dogmática y estrecha de la concep-
ción regional, flanco principal de las críticas posteriores a esta formulación
(Brunet, Ferras y Théry, 1993). El juicio reciente, de sus más significados

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 483

representantes de entonces, no deja lugar a dudas al respecto. Denuncian


ahora desde la banalidad del discurso a «la influencia nefasta de los eco-
nomistas polarizadores» (Kayser, 1984); así como el profundo formalismo
que deriva de esa impregnación economicista, del que renegaba, veinte años
más tarde, este geógrafo.
La región funcional responde al modelo económico de la ciencia re-
gional, aunque la formación y perspectiva geográfica incorporan a las rela-
ciones puramente económicas del funcionalismo, el sustrato físico y las re-
laciones de identidad social. Visión funcionalista que se complementa con
la consideración estructural del espacio funcional urbano o regional. Se
contempla como un área organizada, coherente, jerarquizada, como una es-
tructura territorial, cuyos distintos componentes, físicos, económicos, so-
ciales, se integran en una malla o sistema de relaciones y dependencias de
carácter funcional. Prefiguraba la concepción regional que surge de la apli-
cación de la teoría de sistemas a la región.

4.2. LA REGIÓN SISTÉMICA

El enfoque sistémico, de acuerdo con las propuestas de la teoría gene-


ral de sistemas, incorporado a la geografía regional, estimuló esta interpre-
tación estructural, pero le incorpora una dimensión dinámica. La región se
concibe y conceptúa como un sistema regulado por los flujos materiales
-de bienes, de personas-, e inmateriales -de información-, dentro de
los propios límites regionales y con el exterior, según se formulaba en la
geografía francesa, en especial por R. Brunet.
La incorporación del enfoque sistémico permitió abordar el espacio
funcional como un complejo, como un sistema territorial, dinámico, de
base estructuralista. El sistema evoluciona de acuerdo a los condiciona-
mientos internos y externos, a las influencias recíprocas, en que intervienen
tanto componentes físicos como sociales. El geosistema regional permite in-

El enfoque sistémico permitió vincular la geografía económica analítica


corporar los instrumentos cuantificadores y teóricos de la Regional Science.

y la geografía regional renovada, funcionalista. Por otra parte, tanto una


como otra se fundamentan en una interpretación económica y reductora del
espacio. Son las funciones económicas las que determinan la organización re-
gional. El peso de los factores económicos, más acomodados a la medida y,
por consiguiente, al recurso de métodos cuantitativos y al empleo de técnicas
de análisis matemáticas, distingue estos enfoques de carácter funcional.
La concepción estructural de la región equipara ésta a un espacio real
organizado y diferenciado respecto de las áreas inmediatas por la especí-
fica conformación material de dicho espacio como consecuencia del tra-
bajo humano. Se trata de estructuras o sistemas regionales, que integran
el conjunto de elementos que intervienen en dicho espacio: recursos físi-
cos, fuerza de trabajo, capital, información, en un complejo dinámico,
cambiante, que opera a una determinada escala y que aparece inserto en
un sistema superior de escala distinta. La dinámica regional depende de

484 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

la ubicación en este sistema superior, vinculado con la división interna-


cional del trabajo (Brunet, 1972).
Constituye un esfuerzo de elaboración teórica del espacio regional
desde postulados estructuralistas y sistémicos, que ponen de manifiesto
influencias marxistas, pero que introduce también otras filosofías; co-
rresponde, en lo esencial, con la línea desarrollada por R. Brunet a lo lar-
go de treinta años. Y representa un esfuerzo de conceptuación y de sis-
tematización que haga compatible la definición de un espacio regional
objetivo y singular -la región- con el análisis científico y general de las
estructuras regionales, susceptible de expresarse en regularidades y pro-
cesos generales.
El tiempo no se paró para la región funcional, envejecida en sus fun-
damentos de carácter funcionalista y en su visión formalista de la realidad,
alejada de las dimensiones sociopolíticas de la misma. El desarrollo teórico
y las propuestas estructurales o sistémicas más elaboradas representan el
intento de superar la dimensión funcional y económica. La evolución pos-
terior de estos esfuerzos indica, por un lado, el abandono conceptual de la
región y por otra la reducción del espacio regional al territorio político. Un
objetivo que, de alguna manera, se manifiesta en las propuestas surgidas en
el último cuarto de siglo.
Lo que caracteriza esta evolución posterior no es tanto la reflexión des-
de la geografía regional o su renovación como disciplina específica, sino
más bien la preocupación e interés por los espacios regionales y locales, por
los territorios, por las realidades geográficas asociadas con estas escalas del
espacio geográfico. Esta reflexión regional, en el último cuarto de siglo, se
produce desde perspectivas muy diversas.
Se plantea en el marco de una elaboración renovada de la teoría social
y del significado en ella de lo local y regional. Se apoya en la introducción
de nuevos presupuestos relacionados con las filosofías del comportamien-
to: por un lado, desde presupuestos funcionalistas; por otro desde la reva-
lorización del sujeto consciente -no racionalista-, como clave de la per-
cepción del espacio. Se construye también desde el objetivo de recuperar la
geografía regionalista y la región-complejo o región-paisaje. Se contempla
desde la revitalización de las geografías de países. Y, por último, se aborda
como una vía para recuperar la unidad de la geografía.

5. La cuestión regional: nuevas perspectivas regionales

El fortalecimiento de una dimensión o cuestión regional, a pesar de lo


indefinido y confuso de sus límites, y de lo inconcreto de su contenido, ha
estimulado una sorprendente confluencia de esfuerzos teóricos y empíricos
sobre la región y sobre el concepto de lo regional. Las distintas corrientes
geográficas, con sus peculiares filosofías e ideologías subyacentes, han im-
pulsado la crítica de las concepciones regionales imperantes, naturalista y
funcional. Ha impulsado la reflexión sobre el fenómeno regional desde pers-
pectivas renovadas. De modo paradójico, la variedad de consideraciones so-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 485

bre el espacio regional no se ha producido desde la geografía regional. Por


lo general se produce al margen de ésta e, incluso, desde la negación de una
disciplina regional geográfica.
La cuestión regional se consolida como un elemento de reflexión teó-
rica y de renovación práctica de la geografía, desde posiciones de filosofía
e ideología muy diversas. Se trata, en principio, de una reacción crítica
frente a los enfoques analíticos y al pragmatismo de los mismos, a su su-
bordinación metodológica, que conlleva reducir la dimensión regional a las
variables cuantificables; y reacción frente a su neutralidad social, que su-
pone, de hecho, un respaldo del poder y sus prácticas; y reacción frente a
su pretensión racionalista, que deriva en tecnocracia.
La recuperación de la región y de lo local forma parte de la evolución
reciente de la disciplina geográfica, reivindicada, además, desde supuestos
teóricos muy heterogéneos. La cuestión regional presenta así un perfil so-
cialmente complejo; esto es, se formula en diversos planos que emplean
como común referencia el espacio delimitado, el espacio regionalizado. El
espacio regional aparece, en los últimos decenios, como un espacio de re-
ferencia social a través del cual se identifican procesos y fenómenos muy
diversos, pero socialmente relevantes.
Supone una elaboración renovada del enfoque regional, sin que pueda
hablarse de una reconstrucción de la geografía regional como disciplina. In-
dagan, ante todo, nuevas dimensiones del espacio regional o región, desde
enfoques y desde filosofías renovados. Esta crítica y las propuestas alterna-
tivas se alinean, por ello, en frentes dispares, que van desde las corrientes
radicales, con un matiz político, a las corrientes fenomenológicas y subjeti-
vistas, que repugnan el racionalismo y la objetividad científica.
En el primer caso, el desarrollo de una reflexión regional de signo ra-
dical se vincula al proceso de aparición de una nueva economía regional,
que conviene separar y distinguir de la ciencia regional neoclásica. Se vincu-
la con los movimientos de renovación que se producen en la disciplina eco-
nómica y que dan origen a la denominada economía radical, es decir, una
economía política. Se puede hablar del renacimiento de la vieja economía
política.

5.1. ECONOMÍA POLÍTICA RADICAL Y DIMENSIÓN REGIONAL

La nueva economía política surge en Estados Unidos. Se caracteriza


porque contempla lo local y lo regional. Desde la economía radical se ha
constituido «un fuerte núcleo de estudios regionales». Las bases teórico-
conceptuales parten de la crítica de la economía regional neoclásica impe-
rante (Curbelo, Esteban y Landabaso, 1989).
Algunos rasgos esenciales distinguen esta evolución económica: recha-
zo del formalismo neopositivista, del naturalismo epistemológico que sub-
yace en la ciencia regional, del determinismo económico descarnado; afir-
mación y valoración de nuevas dimensiones en el análisis económico re-
gional, desde la sociológica a la política y ecológica; interés creciente por
los aspectos directamente espaciales, como consecuencia de un cambio sus-
tancial en la conceptuación del espacio, contemplado ahora como un com-
ponente activo en los procesos de reproducción capitalista.
En el ámbito económico, las cuestiones del desarrollo y en especial los
problemas del desarrollo desigual, habían puesto de relieve las diferencias
espaciales. A escala internacional y dentro de las fronteras nacionales, es
decir, en aparente igualdad de condiciones para los distintos agentes eco-
nómicos, los desequilibrios internos aparecen como un factor clave de ca-
rácter discriminatorio en la distribución de la riqueza entre los ciudadanos.
La cuestión del espacio aparecía como una variable del crecimiento econó-
mico y como problema político. La generalización de la crisis económica en
el mundo industrializado y su creciente configuración como una crisis in-
dustrial han contribuido a resaltar el carácter diferenciado, en el espacio,
de los fenómenos económicos.
La crisis, con su cohorte de cierre y desaparición de empresas y es-
tablecimientos, de pérdida de empleo, de paro creciente, de desempleo
masivo, de ruina física de instalaciones industriales, de aparición de áreas
productivas abandonadas en la minería y la actividad fabril, de genera-
ción de extensos espacios en declive, pone de manifiesto el carácter dis-
criminado de estos fenómenos en el espacio: se producen a una escala re-
gional y local.
El descubrimiento de lo local, a través del análisis de los mercados de
trabajo -de las cuencas de empleo-, conduce a una reflexión teórica cre-
ciente sobre estos espacios, sobre todo en el marco de la geografía británi-
ca. Lo local, lo regional, surge de la brutal evidencia de la crisis de las re-
giones industriales, sus principales víctimas.
Se pone en evidencia, por una parte, el carácter de construcciones es-
paciales que éstas presentan, su dimensión histórica, su ciclo temporal. La
mayoría de ellas son un producto moderno, de los siglos XVIII y XIX e incluso
del XX, como investigaban algunos trabajos geográficos significativos (Gre-
gory, 1982). Por otra parte, se descubre el papel de estas escalas del espacio
en la acción social, la importancia de las relaciones locales, de las institu-
ciones, de los vínculos de vecindad como factores de resistencia y de adap-
tación en los procesos sociales de estas áreas, en la capacidad de reacción
frente a los mismos.
En el marco de la Geografía, en el marco de la Economía, y también
en el de la Sociología, los espacios regionales y locales confirmaban la na-
turaleza de «producto social» que tiene el espacio, de acuerdo con las
propuestas teóricas que avanzaron sociólogos y geógrafos. Desde la nue-
va Economía Política radical anglosajona y de la geografía de similar
orientación se plantea la recuperación teórica y metodológica del enfoque
regional.
Se contempla como instrumento para indagar en la dimensión espacial
de la división del trabajo. Traspasa la simple noción instrumental de las dis-
ciplinas positivistas. Se encuentra en los antípodas de la región natural y
paisajística de los «clásicos». Caracteriza, sobre todo, los enfoques de los geó-
grafos marxistas británicos, aplicados al análisis de los procesos inducidos

LAS CULTURAS EL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 487

por la crisis industrial en las regiones de vieja industrialización. A través de


esos procesos descubren el valor geográfico de lo local, en la reorganización
de los mercados de trabajo.
Una recuperación de lo local, influido por la teoría de la estructuración
de Giddens. Desde otros enfoques, lo local impregna también los nuevos
planteamientos regionales. En este caso, desde filosofías que hacen hinca-
pié en lo subjetivo y en la experiencia.

5.2. LA REGIÓN SUBJETIVA: EL ESPACIO VIVIDO Y LA REPRESENTACIÓN GEOGRÁFICA

Espacio y concepto reconsiderado, también, por quienes reclaman una


vuelta a lo local, vinculado con la experiencia vital, al espacio de las sensa-
ciones y vivencias, que aportan un componente esencial de nuestras repre-
sentaciones espaciales. La región, como espacio vivido, forma parte de este
conjunto (Fremont, 1976).
Supone una construcción o representación subjetiva de carácter colec-
tivo con la que se puede identificar una comunidad y sus individuos, a tra-
vés de los rasgos atribuidos a la presencia histórica de la misma, a sus pe-
culiaridades culturales, en la cultura material y en la espiritual, y a su par-
ticular percepción de sus paisajes. Encaja en un proceso de regionalización
o nacionalización cultural y política en Europa. Se enmarca en un contex-
to de revitalización de lo que se ha denominado culturas regionales, que ca-
racteriza la evolución social y política de los últimos decenios, aunque
El estudio del lugar, desde la vivencia y percepción subjetivas, como es-
arraiga en el siglo XIX (Petrella, 1978).
pacio vinculado a las sensaciones, emociones y sentimientos individuales,
constituye un rasgo distintivo de la geografía de los últimos decenios. La lo-
calidad, lo mismo que la región, se definen como un espacio social, rela-
cionado con la experiencia personal.
Es la orientación que reivindican desde las geografías humanísticas
norteamericanas, que introducen un prisma antropológico en el estudio del
espacio (Tuan, 1977). Estas perspectivas dan un nuevo papel al entorno ma-
terial, físico, como paisaje subjetivo. La región es concebida como un es-
pacio vital, el espacio de la experiencia cotidiana, el espacio de la expe-
riencia histórica, un espacio con historia, un ámbito de identidad del gru-
po humano que la habita.
La región se convierte en un espacio subjetivo, que pertenece al cam-
po de lo psicológico inseparable de las imágenes que cada individuo elabo-
ra y comparte de su propio entorno. La imagen como idea subjetiva marca
el nuevo territorio regional, de límites imprecisos, cambiantes, más próxi-
ma al sentimiento que a la materialidad física. Un espacio regional que per-
tenece al mundo de la conciencia.
El enfoque regional del espacio vivido y el enfoque del lugar como es-
pacio de la experiencia coinciden en su filosofía fundamental. Se aprecia el
influjo de la fenomenología y el existencialismo, en su reivindicación de las
dimensiones cualitativas del espacio. Desde posiciones similares, a partir de

488 OBJETO Y PRÁCTICAS E LA GEOGRAFÍA

postulados idealistas explícitos, se plantea el espacio como una representa-


ción, como un objeto mental, como un conjunto de signos y como un len-
guaje y por ello como un texto.
Se distingue por reivindicar una óptica personal, por resaltar los víncu-
los subjetivos con el espacio, hasta el punto de convertir en objeto de la geo-
grafía regional renovada el «comprender las relaciones de los habitantes
con sus lugares» (Bailly, 1999). La geografía se asienta sobre el sujeto: «El
conocimiento en geografía regional comienza por la subjetividad», como
apunta este mismo autor.
Proclama el valor de la intuición, del mismo modo que reivindica la de-
nominada geografía paralela -de poetas, escritores, periodistas, viajeros,
cineastas, entre otros- y los valores geográficos que los hombres atribuyen
a los lugares en que viven o en que piensan.
La nueva corriente regional acepta que la regionalización representa
un acto arbitrario, en el sentido de que responde a criterios particulares y
circunstanciales. En ese marco relativista propone dividir la superficie te-
rrestre reconociendo las imágenes o representaciones que los habitantes tie-
nen de su propio entorno, su sentimiento de pertenencia.
La nueva geografía regional arraiga en lo que los geógrafos franceses

imágenes individuales o colectivas del espacio o entorno, equivalentes a la


han bautizado como geografía de las representaciones. Es decir, esquemas o

propia geografía, concebida también como una representación del espacio.


Representaciones que, de acuerdo con la filosofía subjetivista subyacente,
se vinculan con las vivencias individuales, con la experiencia personal, con
las imágenes compartidas de diverso origen. El núcleo de esta geografía re-
gional renovada se encuentra en la atención preferente a los valores y per-
cepciones sociales. Forma parte de la geografía del espacio vivido. El fun-
damento de tales aproximaciones es una filosofía del sujeto que realza el
papel de las vivencias individuales. Es conforme con una concepción regio-
nal que destaca los lazos sociales que hacen de la región un espacio inte-
grado en un marco nacional, a partir de valores compartidos y fronteras
culturales. Es la filosofía del espacio vivido.

6. La geografía regional: la recuperación descriptiva

La apertura reciente de las sociedades urbanas constituidas en los úl-


timos decenios, tanto en Europa como en América del Norte hacia su en-
torno más próximo y el más lejano, ha provocado un creciente interés por
los espacios locales y regionales. Es el interés por lo exótico y distinto y la
preocupación por la Naturaleza el que ha estimulado la demanda de infor-
mación sobre este tipo de áreas. Se trata de los diversos conjuntos que, en
lo físico o en lo cultural, sobreviven con formas más o menos arcaicas a lo
largo y ancho del mundo.
Una sociedad urbana cada día más viajera ha promovido una cre-
ciente demanda de literatura geográfica sobre países y territorios: desde
los propios, cuyo conocimiento se multiplica, a los exóticos. Constituye

LAS CULTURAS EL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 489

una demanda regional que refuerza la recuperación de un género geográ-


fico de profundo arraigo y secular cultivo. La demanda social permite el
resurgir de las geografías de países y la geografía de territorios, como una
geografía descriptiva.
En gran medida, parte de una consideración de la geografía como
materia cultural. La obra geográfica tendría como objetivo satisfacer el
interés social por los fenómenos territoriales. La geografía regional com-
parte con las parageografías de los medios de comunicación de masas un
campo que tiene más que ver con la divulgación y con la formación ele-
mental -los niveles escolares no universitarios- que con la investigación
monográfica.
Esta perspectiva de la geografía regional como un soporte necesario en
la formación del individuo constituye una de las claves aducidas en la revi-
talización de la disciplina (Johnston, 1990). Se plantea desde una concepción
que no difiere de lo que ha sido el uso secular de los saberes espaciales:
como una herramienta de ordenación de los espacios conocidos y de defini-
ción de las imágenes convencionales -estereotipos- de los espacios desco-

Es lo que explica, en parte, el éxito y la proliferación en los últimos dos


nocidos (exóticos).

decenios, de las obras de geografía regional descriptiva, es decir, las referi-


das, por un lado, a países y al conjunto del mundo y, por otro, a los ámbi-
tos territoriales del Estado. La eclosión de este tipo de productos se produ-
ce en el decenio de 1980 (Pitié, 1987). Se prolonga en el siguiente, con la
obra dirigida por R. Brunet, una Géographie Universelle, en 10 volúmenes,
que viene a ser el muestrario o ilustración de los postulados geográficos del
grupo Reclus (Brunet, 1990).
En España, este efecto se ha producido en el marco de una profunda
renovación territorial con la constitución de las Comunidades Autónomas.
Éstas representan nuevos territorios que buscan señas de identidad históri-
cas y geográficas. Un campo abonado para la recuperación de la vieja geo-
grafía regional como género narrativo: las ya abundantes obras dedicadas a
estos territorios, como productos específicos o dentro de obras de conjun-
to, ponen en evidencia este renacimiento, en cierto modo específico de la
geografía regional española (Vila, 1992).
La coyuntura autonómica, en España, indujo la reconversión de la geo-
grafía regional tradicional hacia la geografía de los territorios autonómicos.
Está concebida como una geografía de síntesis bibliográfica, cuyos funda-
mentos conceptuales siguen siendo los tradicionales. Un tránsito sin gran-
des dificultades. La geografía regional española, a pesar de las proclamas
científicas habituales en sus prolegómenos, se había limitado a las regiones
históricas tradicionales. Para los geógrafos españoles resultaba «evidente
que en la inmensa mayoría de los casos las divisiones históricas tradicio-
nales corresponden a verdaderas regiones geográficas» (Solé, 1968).
Distintas obras singulares o de conjunto han abordado cada uno de
los territorios autonómicos utilizados como marcos del análisis regional.
De forma complementaria, pero con mayor retraso, se produce la adecua-
ción de la geografía regional de España a la nueva realidad territorial. La

492 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

metros del medio o entorno natural (Lecoeur, 1995). 0 la denuncia de las


orientaciones o enfoques sociales que han renunciado a dar al medio físico
el papel determinante o hegemónico que ha mantenido.
El áspero debate sobre el efecto de este papel de la geomorfología en
la evolución de la geografía francesa, que tuvo lugar a mediados del dece-
nio de 1980, en la revista L'espace géographique, puso de relieve esta doble
concepción de lo geográfico. Para los geógrafos de formación física, el fun-
damento de la recuperación regional se encuentra en la consideración del
territorio como marco de los procesos o problemas geográficos, es decir, los
que se refieren a las relaciones entre el hombre y el medio.
En el caso de los geógrafos de filosofía idealista, la reivindicación re-
gional se comprende en la medida en que conciben el marco local o regio-
nal como una referencia social asociada a la experiencia individual y de gru-
po. El lugar proporciona el marco de identidad social, al individuo, al gru-
po y a la nación. Es la perspectiva que distingue la aproximación de Entri-
kin, caracterizada por una reivindicación del territorio desde esta filosofía
del sujeto y, por ello, desde un enfoque de geografía humana.
Frente a los esfuerzos de configuración de una geografía regional o de
recuperación de la misma desde los postulados de la subjetividad, la viven-
cia y la experiencia, que hacen de la geografía regional renovada una rama
o disciplina de las identidades, de las representaciones, se produce una ten-
dencia a recuperar lo local o la región, es decir, el estudio de las unidades
espaciales, pero al margen de cualquier rama o disciplina específica, es de-
cir, al margen de una geografía regional.
Representa la puesta en cuestión de la geografía regional, como campo
específico, y la propuesta de una geografía que aborda de forma dialéctica,
los fenómenos o procesos generales y las configuraciones espaciales o re-
gionales. La región queda reducida a su condición territorial, como ámbi-
tos de ejercicio del poder político, como circunscripciones administrativas,
dentro del marco del Estado.
La persistencia del enfoque regional, es decir, de la atención a las cons-
trucciones a escala media, o «individuos espaciales», se inscribe, por un
lado, en una geografía orientada a los procesos generales, entre los cuales
están también los que abordan la dinámica de estas unidades elementales
del espacio. Sin embargo, rechazan el adjetivo regional. La geografía regio-
nal se disuelve en la geografía. Un postulado que no es exclusivo de los geó-
grafos franceses del grupo de Reclus.
La reluctancia a recomponer la geografía regional constituye un ras-
go compartido entre los geógrafos, sobre todo los anglosajones, aunque
se ha producido entre ellos una creciente atención por el fenómeno local
y regional, contemplados como un objeto privilegiado de la geografía
(Johnston, 1991).
Desde postulados que se encuentran en los antípodas de los anteriores,
desde filosofías inspiradas en el marxismo, estructuralismo y la teoría de la
estructuración de Giddens, la dimensión regional aparece, como hemos vis-
to, en la medida en que se asocia el desarrollo desigual con la propia natu-
raleza del capitalismo (Smith, 1990).

LAS CULTURAS EL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 493

Asimismo porque se considera el papel esencial de la coordenada es-


pacio-temporal de los agentes sociales e individuales en el desarrollo de la
sociedad (Massey, 1984). También desde la perspectiva de que las diferen-
cias regionales y nacionales del desarrollo histórico aparecen como deter-
minantes en la implantación y evolución del capitalismo moderno (Harvey,
1982). Son enfoques que, sin resucitar en sentido estricto la geografía re-
gional, permiten sustentar la necesidad de los enfoques regionales y la pro-
pia disciplina.
Estas perspectivas coinciden en la revitalización del interés por el espa-
cio delimitado, el territorio, en sus diversas escalas, y de modo muy es-
pecial, en los territorios locales, regionales y nacionales. Como decía un
geógrafo, realzando esta potencialidad del lugar, «el lugar se ha convertido
en el punto esencial para comprender la interacción del mundo humano de
la experiencia con el mundo físico de la existencia» (Unwin, 1995).
La consideración de la geografía regional desde los postulados de la
geografía regionalista de la primera mitad del siglo XX , actualizados, cons-
tituye un rasgo destacado de algunas de las propuestas de recuperación de
la geografía regional. Se trata de un proceso de adaptación que tiene en
cuenta las elaboraciones teóricas recientes, pero que permanece fiel a los
postulados tradicionales. En su concepción básica, se plantean más la sus-
titución de los esquemas formales de la geografía regional clásica que de un
cambio teórico y metodológico. No es difícil identificar un lenguaje y una
concepción de lo regional vieja de cien años, la concepción de Vidal de la
Blache del lugar, con palabras de finales del siglo XX .
En consecuencia, se formulan nuevas secuencias o estructuras de análi-
sis desde una concepción de la región como una simple construcción teoré-
tica. De esta forma se proponen como grandes elementos de esa estructura
regional el sistema mundial, la organización espacial, la población -desde la
perspectiva de las características de distribución de la misma-, estructura
social, sistema de poblamiento, sistema de comunicaciones, naturaleza y ci-
vilización. Enfoque que se sustenta en la diferenciación de áreas y en la con-
sideración del esquema como «un modelo del contexto histórico del desarro-
llo de la aparición y transformación regionales» (Hoekveld, 1990). Desde el
supuesto de que «la diferenciación territorial que observan los geógrafos de-
pende de la selección que haga de los atributos espaciales» (Hoekveld, 1990).
La endeblez metodológica es el rasgo común de estas propuestas re-
gionales, en lo que concierne al análisis de las entidades territoriales utili-
zadas o reconocidas como regiones o localidades. Las propuestas más ela-
boradas, que buscan incorporar la metodología regional en el marco de la
teoría social, no escapan a una residual pero consistente concepción del es-
pacio regional como una dialéctica de medio y sociedad -medio físico y
organización espacial- desde enfoques de reto y respuesta (Johnston,
1990). Desde la perspectiva metodológica, se trata de una concepción terri-
torial de la región, término que engloba, por ello, tanto al Estado nacional
como a la comunidad local.
Hacen del lugar y de lo local, del territorio, el espacio de una geogra-
fía en la que el sujeto adquiere un protagonismo creciente. La presencia de

494 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

los territorios y de lo local en las geografías de la posmodernidad alienta


también la vuelta a la geografía regional. La asimilación de la geografía re-
gional con la identidad nacional y con el paisaje permite también la pro-
puesta de recuperación como la disciplina de los espacios nacionales, el es-
pacio de los pueblos (Nir, 1985).
La geografía regional aparece como el lugar adecuado de encuentro de
la geografía física y humana y como la disciplina propia de lo nacional. Lo
que explica que en este movimiento hacia la geografía regional confluyan
geógrafos de origen -en el sentido intelectual- muy diverso, desde Johns-
ton a Entrikin. Todos ellos consideran o coinciden en considerar que la geo-
grafía tiene su núcleo en «la naturaleza de las regiones o lugares».
Estas circunstancias constituyen el referente contradictorio del proce-
so de declive del espacio regional, de la conceptuación regional en la geo-
grafía y de la naturaleza de la geografía regional. En las propuestas de los
dos últimos decenios conviven alternativas dispares. Algunas suponen una
recuperación de la geografía regional como disciplina y, en ciertos casos,
con el perfil más tradicional. Otras significan la incorporación del enfoque
regional o territorial al análisis geográfico, sin que ello suponga la defini-
ción de un campo específico, del tipo de la geografía regional. Se trata, más
bien, de una «perspectiva regional» (Johnston, 1990). Como este autor for-
mula, se trata más del uso de «la región en la geografía que de una geo-
grafía regional».
El retorno de la geografía regional se presenta como una obligada al-
ternativa para el futuro de la disciplina (Entrikin, 1991). Para algunos geó-
grafos, que postulan esta necesaria vuelta a la perspectiva regional, como
una exigencia de supervivencia de la propia geografía, y como clave para
asentar el «valor de nuestra disciplina». Éste no reposa en el contenido téc-
nico de la práctica geográfica sino en su dimensión educativa (Johnston,
1990). La geografía y en particular la geografía regional se contemplan y va-
loran, ante todo, en su papel de conformación de valores y actitudes socia-
les en el marco de la escuela, en el ámbito de la enseñanza.
De modo paradójico, la aparente vitalidad de la región como concepto
y como referencia social convive con la quiebra de la geografía regional
como disciplina. Es uno de los interrogantes más sorprendentes de la geo-
grafía contemporánea en un contexto de creciente relevancia y desarrollo
de los problemas regionales. Interrogante que no puede desligarse de la pro-
pia naturaleza de la geografía y de los interrogantes que le afectan. No deja
de ser paradójico que las cuestiones regionales, asociadas al lugar, la región,
la nación surjan entre los problemas de las sociedades actuales. En el mar-
co de los horizontes de la geografía, en el umbral del nuevo milenio.
CAPÍTULO 24

LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFIA HUMANA

Sobrepasados los tiempos de agitación intelectual teórica, de debate


epistemológico y de controversia entre orientaciones epistemológicas con-
trapuestas, las aguas del trabajo del geógrafo han vuelto a sus cauces.
«Hacer geografía», como gustan decir muchos geógrafos, se ha con-
vertido en una confortable recomendación de empirismo, en una disciplina
agitada durante muchos años por las tormentas teórico-metodológicas. El
dominante empirismo elemental las ha acogido en un eclecticismo poco es-
crupuloso pero cómodo.
Postestructuralismo y posmodernismo han instaurado una notable re-
lajación teórica y epistemológica. La crítica de los llamados metarrelatos o
grandes teorías y la propuesta de validez de cualquier discurso ha promo-
vido el eclecticismo y el relativismo en la teoría y en la filosofía del cono-
cimiento. Ha ayudado a fortalecer esa actitud conformista con los modos
de hacer arraigados.
Sin embargo, postestructuralismo y posmodernismo han supuesto un
momento excepcional para la crítica profunda del dogmatismo epistemoló-
gico. Ha abierto nuevas posibilidades en la medida en que ha obligado a pen-
sar los supuestos sobre los que se sustentaban prácticas y creencias. Ha des-
cubierto o resaltado dimensiones ocultas o postergadas que no pueden ser
ignoradas en la investigación geográfica. Ha puesto de relieve, en lo que con-
cierne a la geografía, las áreas oscuras de lo que era la práctica geográfica.
Es indudable que la propia investigación había puesto de manifiesto,
de forma crítica, la ineficacia de determinados moldes o esquemas de in-
terpretación universales aplicados de forma rutinaria. Hecho evidente, el
simplismo de tales esquemas interpretativos permite abordar la recons-
trucción de herramientas del análisis social que se manifestaban inade-
cuadas. Es claro en el caso de la relación entre lo individual y lo social, en-
tre los agentes y las estructuras, entre lo local y lo universal, entre lo par-
ticular y lo general.
De igual modo, ha planteado la necesaria consideración de dimensio-
nes que no eran habituales en la geografía y, en general, en las ciencias so-
ciales. El mundo de las representaciones, de las sensaciones, de las expe-
riencias, de lo vivencial. El posmodernismo ha contribuido a que tal dimen-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 497


La reivindicación de una geografía como arte o como mera actividad
cultural es compartida por amplios sectores de geógrafos. La considera-
ción como una ciencia o, en su caso, una ciencia social, responde a espe-
cíficos segmentos de la comunidad geográfica, que reivindican, precisa-
mente, esa condición de saber riguroso para la disciplina: «La geografía,
que habla de los espacios y las sociedades, es una ciencia social» (Brunet,
Ferras y Théry, 1993).
Todo ello conduce a prever que lo que llamamos geografía seguirá sien-
do un variado y disperso conjunto de disciplinas, más unidas en la tradi-
ción del discurso que en su fundamento teórico y en su práctica real. En los
momentos presentes, el mantenimiento de este discurso unitario sólo se jus-
tifica en la fuerza de la inercia intelectual, es decir, en la rutina.
La solidez de las tradiciones geográficas surgidas a lo largo del último
siglo y cuarto y la consistencia de una cultura geográfica arraigada durante
siglos en el mundo occidental hacen difícil suponer que, en los próximos
años pueda constituirse una ciencia o disciplina geográfica con un perfil
definido y unívoco, una geografía normal, en el sentido que dio a este tér-
mino Kuhn. La geografía proseguirá como un campo de múltiples perspec-
tivas, como un conglomerado de disciplinas, como un haz complejo de
concepciones y filosofías dispares. La situación no ha cambiado, en lo sus-
tancial, de lo que se constataba en el decenio de 1980: «Cunden la incerti-
dumbre y la insatisfacción, se multiplican los ensayos y los síntomas,
abundan los que procuran recomponer la figura de cualquier manera y no
faltan sospechas, más o menos irónicas, sobre el sentido mismo que cabe
atribuir hoy, a la vista de semejante panorama, al conocimiento geográfico»
(Ortega Cantero, 1987).
La conclusión de que «no es fácil orientarse como es debido en el muy
plural panorama de la Geografía del momento», a que llega este autor, pue-
de ser aplicada a estos momentos finales del siglo XX, así como el interro-
gante que formulaba en relación con la propia geografía en la medida en
que «está en juego [...] la razón de ser de todo eso que continuamos lla-
mando, a pesar de todo, Geografía» (Ortega Cantero, 1987).
Es lo que explica que el problema de la unidad de la geografía man-
tenga actualidad. Desde mediados de la década de 1980 ha sido una cues-
tión debatida y un asunto que preocupa a los geógrafos. Desde diversos pos-
tulados, de raíz epistemológica muy distinta, la concepción de la geografía
como una disciplina única o como un conjunto de ellas convive entre los
geógrafos. Por otra parte, los argumentos a favor de la unidad resultan más
afectivos o históricos que consistentes. El problema o cuestión de la unidad
de la geografía descubre, precisamente, la dificultad para constituir un sa-
ber coherente sobre el espacio y deja ver el riesgo de desaparición de la geo-
grafía como campo de conocimiento. La diversidad de filosofías y de con-
cepciones de la geografía, de ideologías respecto de la disciplina, hacen
complejo incluso el planteamiento de la unidad.

498 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

1.1. EL PROBLEMA DE LA UNIDAD DE LA GEOGRAFÍA

En 1986, el Instituto Británico de Geografía planteaba una cuestión di-


recta: ¿la geografía puede continuar como un campo singular de estudio o
su desintegración es inevitable y/o deseable? La pregunta surgía con moti-
vo de la reunión anual del Instituto, y se insertaba en un simposio sobre La
unidad de la Geografía. Se completaba con un segundo interrogante, sobre
si la geografía posee una identidad intelectual coherente. Tales cuestiones
se insertaban en un contexto muy específico, que era el de los recortes pre-
supuestarios para las universidades que amenazaba con hacer desaparecer
determinadas disciplinas del marco universitario.
Surgía de la constatación del estallido de la geografía en múltiples ra-
mas, especialidades, orientaciones, y en campos de escaso o nulo contacto,
empezando por las diferencias entre la física y la humana. Y se confronta-
ba con la manifiesta actualidad de los problemas con los que la geografía o
los geógrafos consideran mantener una relación preferente. Los problemas
del Tercer Mundo, los problemas de uso y conservación de la Tierra, los pro-
blemas derivados de los procesos naturales más diversos. Problemas que
parecían estimular una perspectiva optimista para geógrafos físicos y geó-
grafos humanos.
Subyace, por otro lado, en el debate de los geógrafos británicos, la fir-
me creencia de que la geografía tiene que ver con la tierra y el hombre. Una
expresión harto vaga, pero de permanente uso entre los geógrafos. Unos geó-
grafos ponen su acento en la región, otros en el paisaje, otros en la acción
o influencia de la superficie terrestre en los modos de vida de las socieda-
des humanas. Se trata de integrar lo físico y lo social. Una vieja aspiración,
un discurso conocido.
La geografía a finales del siglo XX mantiene como problemas activos
«las relaciones entre geografía física y humana; la fragmentación de su es-
tudio; así como la definición del papel del espacio y del lugar» (Johnston,
1987). El problema de la unidad de la geografía, como señalaba uno de es-
tos geógrafos, surge de la imposibilidad de ocultar su quiebra como campo
de conocimiento (Taylor, 1986).
En el fondo se encuentra la incompatibilidad entre filosofías del cono-
cimiento. Incompatibilidad que acompaña la historia de la geografía mo-
derna desde sus orígenes, pero que ha estallado sólo en los últimos dece-
nios del siglo XX. Los geógrafos no comparten ideas similares sobre la po-
sibilidad de integrar los estudios físicos y los sociales. Algunos ponen de
manifiesto las diferencias epistemológicas que separan el campo de los pro-
cesos naturales de los sociales. Otros, en cambio, resaltan la necesidad de
tener en cuenta los factores físicos o a la inversa, de considerar el impacto
social. Un destacado geógrafo lo expresaba de modo tajante: «son diferentes
formas de ciencia, y no son integrables» (Johnston, 1987).
Otros, por el contrario, perciben la necesidad o conveniencia de la se-
paración. Existe una dificultad esencial en la comunicación entre los miem-
bros de una comunidad científica que no emplean los mismos términos ni
usan las mismas concepciones o filosofías. Los geógrafos humanos critican

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 499

a los físicos que ignoran los factores sociales de los procesos que intervie-
nen en el modelado de la superficie terrestre. Geógrafos físicos entienden
que la relación con la geografía humana perjudica el desarrollo de su pro-
pia disciplina, actitudes y modos de pensar que muestran la fractura inter-
na de la geografía como disciplina y como comunidad académica.
Desde otra perspectiva, abundan entre los geógrafos físicos los que
consideran que la unidad de la geografía ni siquiera se plantea. No es un
verdadero problema. De una forma más o menos radical abundan en la evi-
dencia: los procesos físicos interfieren de forma directa en el desarrollo de
las sociedades humanas. Y los procesos humanos tienen cada vez más un
efecto decisivo en los procesos naturales. Propugnan, por tanto, tomar en
consideración esta realidad. La evidencia engaña. La visión simplista o in-
genua confunde la existencia de problemas que vinculan fenómenos físicos
y sociales con la existencia de una disciplina capaz de abordarlos con un
discurso y un método unitario, desde el punto de vista epistemólogico.
Los geógrafos se enfrentan, cada vez en mayor medida, al estallido del
campo o disciplina, motivado no tanto por la especialización como por la
ausencia de una síntesis, o mejor, por la inexistencia de un marco concep-
tual capaz de integrar en un discurso el conjunto de los conocimientos es-
peciales. La geografía carece de una teoría de la sociedad o del espacio que
le permita esa integración. No es de extrañar que algunos geógrafos, no es-
casos, piensen que «la geografía, ni ha existido nunca ni tiene futuro». Lo
cual puede afirmarse, bien desde el principio de que la geografía debe di-
solverse en el campo de una ciencia social, o bien, desde la perspectiva de
que carece de consistencia teórica unitaria.
El debate no resolvió el problema, insoluble, de la unidad de la geo-
grafía. Permitió constatar que los geógrafos son conscientes, desde diversas
posiciones, de las dificultades de la geografía para construir un discurso co-
herente y de la inexistencia de un marco teórico apropiado para explicar el
espacio que pretende abordar la geografía. Dificultades agravadas sólo en
parte por las diferencias entre geografía física y humana. Como apuntaba
uno de los participantes, la dicotomía entre geografía física y geografía hu-
mana oscurece otras más profundas y significativas. Las que conciernen a
la fragmentación epistemológica e ideológica dentro de la propia geografía
humana (Graham, 1987). La persistencia de estas diferencias epistemológi-
cas e ideológicas hace imposible o dificulta la solución del problema de ar-
ticulación de un discurso geográfico unitario.
A ello contribuirá también el que las divergencias separan, cada vez
más, a geógrafos físicos y humanos. Y cada vez más a quienes mantienen
la pretensión de hacer de la geografía una «ciencia», con un marco teóri-
co consistente, y los que propugnan para la geografía la categoría de sa-
ber cultural.
Es la inercia de una tradición la que se empeña en mantener un dis-
curso unitario, en plena contradicción con la práctica efectiva, que ha ato-
mizado el saber geográfico. Son cuestiones que representan una letanía de
viejas pero actuales reflexiones sobre el «lugar» de la geografía en nuestros
días y sobre su horizonte inmediato (Unwin, 1992).

500 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

La cuestión de la unidad de la geografía aparece así como un proble-


ma recurrente y presente. En la última década del siglo XX persiste esa pre-
ocupación, signo de una problemática no resuelta (Unwin, 1995). Contri-
buye a ocultar que la unidad de la geografía forma parte de un mito com-
partido en el discurso histórico, como mostró, hace tiempo, un geógrafo
francés (Reynaud, 1974). Como él decía «la unidad de la geografía no es
más que un mito, que procede, ante todo, de una interpretación etnológi-
ca», que descansa sobre fundamentos epistemológicos muy poco sólidos.

1.2. LA GEOGRAFÍA COMO CULTURA

La conciencia de que la geografía tiene dificultades para dar coheren-


cia al conjunto de las ramas en que trabajan los geógrafos no es ajena a la
persistente búsqueda de una alternativa que proporcione ese marco unita-
rio. Es lo que explica la recuperación del lugar y del paisaje, así como una
cierta nostalgia por lo que la geografía regional y la región representaron
en el discurso geográfico de otras épocas. Se mantiene la persistente nos-
talgia por una geografía regional, que se contempla como la garantía de la
inexistente y ansiada unidad.
La consecuencia más visible es el esfuerzo por encontrar o por justifi-
car una geografía que pueda salvar su propia tradición. Se trata, por una
parte, de reivindicar el lugar, la región, el paisaje, como posibles espacios
de unidad. Se trata, por otra, de propugnar una geografía menos deudora,
epistemológicamente hablando, del rigor, que permita dar cabida a la mul-
tiplicidad. Una reivindicación de la geografía como arte, de la geografía
como cultura. Una geografía que en los últimos años se presenta como geo-
grafía humanista.
La geografía como cultura es una propuesta vigente y una reivindica-
ción actual, desde la perspectiva del «sentido abiertamente cultural que
debe manifestar, según creo, la Geografía» (Ortega Cantero, 1987). La rei-
vindicación cultural de la geografía arraiga en una doble tradición: el re-
chazo de la racionalidad como referencia del trabajo intelectual, y una al-
ternativa vinculada con el sentimiento y la vivencia del sujeto respecto del
espacio. Se imbrica, por tanto, en una corriente de pensamiento que ha con-
vertido en sospechoso el racionalismo, que reivindica el idealismo, que se
vincula con la consideración de la geografía como un arte, como un punto
de vista entre otros.
Se corresponde, de forma explícita o implícita, con el impulso posmo-
derno. En su formulación más actual se corresponde con la denominada geo-
grafía humanista, tal como la propugna y concibe Tuan y los geógrafos nor-
teamericanos, en los años ochenta y la expresan, en Europa, los geógrafos
de lengua francesa (Bailly, 1999). Se propone como una geografía alternati-
va, más allá de lo que supondría una simple rama de la disciplina. Una y
otra se vinculan con la referencia al hombre, es decir, al sujeto, como cen-
tro de la reflexión geográfica. Y tienen como soporte filosófico fundamen-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 501

Es una geografía humanista o cultural abierta a lo psicológico, a lo an-


tropológico, al mundo de la percepción individual y colectiva. Una geogra-
fía humanista que desborda también hacia el mundo del arte y la poesía.
La «geopoética» es una de estas perspectivas o puntos de vista de la geo-
grafía humanista, en la que los geógrafos concernidos consideran que pue-
den «poner de manifiesto los lazos que existen entre los fenómenos cultu-
rales materializados en obras creativas y las cuestiones o conceptos que in-
teresan al geógrafo» (Bailly, 1999). Aunque, de modo harto paradójico, se
refieran a la geografía como «ciencia comprometida».
La geografía como cultura -que no se debe confundir con la geografía
cultural- se asienta sobre una concepción de la geografía como práctica o
sensibilidad del espacio, que se considera arraiga en la propia naturaleza hu-
mana. La geografía adquiere una dimensión antropológica, y una profundi-
dad histórica que la retrotrae al origen de la humanidad. La geografía se
identifica con la práctica espacial humana, con la cultura del espacio.
Esta percepción de que la geografía se inserta y confunde con el sim-
ple interés universal que la especie humana manifiesta por este tipo de fe-
nómenos es compartida, en la actualidad, no sólo por los representantes
tradicionales de ese enfoque cultural, sino por destacados representantes
del pensamiento positivista de la segunda mitad del siglo XX. Son las para-

De acuerdo con estas interpretaciones, la geografía como campo de co-


dojas de los tiempos posmodernos.

nocimiento no tiene principio en el tiempo, no tiene época, y el conoci-


miento geográfico responde a un simple interés «universal e inmemorial».
R. Hagget, por ejemplo, un geógrafo físico, significado representante de la
geografía analítica, se ha convertido a la consideración de que la geografía
tiene que ver con el arte. Constituye, como él dice, The Geographer's Art
(Hagget, 1990). Es ilustrativo que, en esta obra, su autor la inicie con una
cita de C. Sauer, el geógrafo cultural de filosofía neokantiana. Más paradó-
jico resulta que la misma extensión de la geografía a los orígenes humanos
aparezca entre geógrafos del grupo Reclus, que reivindican la geografía
como una ciencia social (Brunet, Ferras y Théry, 1993).
Desde otros presupuestos y con planteamientos distintos, la reivindica-
ción o la atención a una geografía de los lugares aparece también en geó-
grafos como Johnston. Contemplan la geografía como A Question of Place
(Johnston, 1991). La reivindicación del «lugar», como espacio diferenciado y
como área, con sus específicos caracteres, con su singularidad, aparece, a
muchos geógrafos, como el futuro de la geografía, en la medida que se per-
cibe como el elemento que puede permitir articular la geografía sobre un ob-
jeto definido. Esta conversión a los lugares tiene, por tanto, una razón de ser.
Para quienes propugnan este giro de la geografía, el lugar puede ser el
espacio del reencuentro de las diversas ramas geográficas, de la fragmenta-
da disciplina, en torno a un espacio determinado. El lugar se presenta como
el destino de la geografía, en cuanto se percibe como un elemento clave
«para la vitalidad futura de la geografía» (Johnston, 1991). El lugar se trans-
forma, para estos geógrafos, en el punto central de la agenda investigadora
y docente geográfica.

02 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

El problema de la unidad es, en última instancia, el problema de la po-


sibilidad de supervivencia de una disciplina con perfil propio. Muchos geó-
grafos contemplan la situación actual como una grave amenaza para esa su-
pervivencia, en la medida en que la geografía parece disolverse en sus múl-
tiples ramas, y cada una de ellas se inserta más en la correspondiente cien-
cia social o natural, que en un corpus geográfico, dentro del cual no se com-
parte ni lenguaje, ni objetivos ni métodos. La incomunicación entre los que
se llaman y consideran geógrafos, en particular entre los que practican dis-
ciplinas físicas y los que se dedican a las ramas sociales o humanas, ha sido
resaltada en múltiples ocasiones y sigue siendo un motivo de alarma entre
los geógrafos más conscientes (Unwin, 1992).
Es lo que viene impulsando a una parte de los geógrafos a la refle-
xión sobre la geografía y su lugar en el mundo actual. O, desde otra óp-
tica, a sumergirse en sus orígenes, en sus tradiciones. En uno y otro caso
subyace la preocupación por el inmediato futuro de un saber y una co-
munidad académica, y se impulsa con la perspectiva de buscar los ele-
mentos que pueden justificarla o que permitan soldar un discurso geo-
gráfico consistente.
Dos libros de este último decenio, como son El lugar de la Geografía,
de E. Unwin, y The Geographical Tradition, de Livingstone, ilustran este
componente reflexivo desde postulados y enfoques distintos. Responden a
un esfuerzo por pensar la geografía. Una expresión que se utiliza para alu-
dir a este tipo de reflexión, que se ha hecho muy frecuente, hasta manida,
en los últimos años.

2. Pensar la geografía: la geografía del presente

Se trata, por tanto, de pensar sobre el significado social de la discipli-


na geográfica y sobre el contexto cultural y científico en el que se desen-
vuelve. La geografía se ha debatido entre la aspiración de constituirse como
un saber acorde con las exigencias epistemológicas de la ciencia normal, y
la tentación persistente de mantenerse como un saber cultural, abierto, li-
bre de las ataduras teóricas y metódicas de la ciencia.
Ha oscilado también entre muy diversas opciones teóricas como so-
porte de su indagación. Numerosas propuestas, como hemos visto, han tra-
tado de dar forma a una y otra de esas orientaciones básicas. Entre una
geografía científica en el sentido más ortodoxo de la ciencia positiva, y
una geografía como pura creación artística, han convivido y coexisten geo-
grafías distintas, llenas de matices. Desde una geografía concebida como
disciplina puente entre ciencias naturales y sociales -«disciplina en el cruce
de las ciencias humanas y naturales»-, y una geografía enmarcada entre
las ciencias sociales. Esa diversidad, que es característica de la historia de
la geografía moderna, se mantiene en los tiempos presentes.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 503

2.1. ¿QUÉ ES LA GEOGRAFÍA?

Pensar la geografía significa, en primer término, reflexionar sobre el


uso que los geógrafos hacen de los términos, los conceptos, las analogías,
que conciernen al entendimiento de la propia disciplina o materia con la que
trabajan. Cualquier somero repaso de la literatura geográfica muestra el no-
table abuso -o relajamiento intelectual- que acompaña, en nuestros días,
al concepto de geografía y al uso de este término. Y la confusión y ambi-
güedad con que se manejan o entienden. Confusión formal que probable-
mente descubre la confusión y falta de definición de la propia disciplina.
Confusión compartida por los geógrafos y por los que no lo son.
Es habitual entre los geógrafos referirse a la geografía, es decir a la dis-
ciplina diferenciada con este término, para identificar el objeto de la mis-
ma, espacio o territorio, hábito compartido por quienes están fuera de la
geografía. No es infrecuente, en España, leer u oír, «por toda la geografía
española», para referirse a acontecimientos o fenómenos que afectan al
conjunto del territorio español. Y sin embargo, la geografía no es el terri-
torio ni el espacio. Territorio y espacio, conceptualizados, constituyen el ob-
jeto en bruto de la geografía.
Hablar del poder de la geografía, para resaltar el papel del espacio como
un modelador o agente de la configuración social, es un abuso del lengua-
je, porque la geografía es una disciplina que se delimita como campo de co-
nocimiento, que tiene su praxis, su semántica y su gramática. O que debie-
ra tenerlas. Y sin embargo, ese hábito, muy frecuente entre los autores an-
glosajones, denota una inadecuada distinción entre la disciplina, como cam-
po de conocimiento, y su objeto epistemológico.
De igual modo, la geografía no son las representaciones que los agentes
sociales y los individuos construyen del entorno en que viven. Es cierto más
bien que estas representaciones, como tales imágenes, como construcciones
sociales, constituyen un objeto esencial de la geografía. Es lo que han venido
a mostrar las aproximaciones de carácter subjetivista que han descubierto el
lado abandonado o ignorado de la geografía al mismo tiempo que su signifi-
cación en el entendimiento del espacio o territorio. La geografía no es el mun-
do de las vivencias, pero vivencias y experiencias individuales y colectivas per-
filan una dimensión del espacio y como tales forman parte del objeto de la
geografía y deben ser abordadas por ésta e integradas en su representación.
La geografía no puede confundirse con la multiplicidad de discursos
sobre el territorio y el espacio que genera la sociedad y que ha generado de
forma tan abundante a lo largo de la historia. El espacio como tal no es pa-
trimonio de la geografía como no lo es la Tierra, a pesar del nombre de la
disciplina. Un nombre demasiado viejo para responder de forma adecuada
a lo que es la geografía moderna. Un nombre que, por otra parte, suele ser
traducido de forma inadecuada, impuesta por la rutina. Se propone para
geo-grafía el binomio gea (tierra) y graphos o graphein (describir). Pero no
se vincula el verbo describir con su acepción primaria, la de dibujar o re-
presentar gráficamente, sino con la genérica y habitual de proporcionar in-
formación sobre un asunto.

504 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Convertir en geógrafo al viajero que narra sus experiencias, al histo-


riador que ubica su crónica o acontecimientos, al científico que localiza sus
observaciones, al novelista o poeta que introduce componentes espaciales o
territoriales fidedignos o fantásticos en sus narraciones, es hacer de la geo-
grafía un conocimiento banal. Viaje por la Alcarria contiene observaciones
pertinentes sobre el territorio alcarreño, pero no parece procedente conver-
tir a su autor en geógrafo. La magnífica descripción del Campo de Níjar, en
una breve novela del realismo social español, no se inserta en el mundo de
la geografía, sino de la creación literaria. Es cierto, sin embargo, que esas
producciones pueden ser utilizadas por el geógrafo para construir un dis-
curso geográfico estricto. Son una fuente y una herramienta en manos del
profesional de la geografía. La confusión entre la obra geográfica y el ma-
terial que usa el geógrafo como fuente para sus construcciones ha sido y si-
gue siendo habitual.
Existe, entre los geógrafos, un hábito extendido, que consiste en hablar
de la geografía de los ingenieros, o la geografía de los Estados Mayores, entre
otras expresiones. Con ellas se quiere destacar el papel relevante que de-
sempeñan como modeladores del espacio terrestre. Pero se asimila, bajo el
empleo equívoco del término, la acción que provoca la dinámica espacial
con la disciplina que tiene como objeto el análisis de esa dinámica y sus
agentes. Es un abuso de lenguaje más en relación con la geografía.
Ni los ingenieros ni los Estados Mayores ni la Administración en ge-
neral, ni los otros agentes sociales, hacen geografía en el desempeño espe-
cífico de sus competencias políticas, técnicas, económicas o de otra índole.
Lo que sí hacen es intervenir sobre el espacio, producir espacio. Y como ta-
les productores de espacio, caen o deben caer bajo el prisma de la atención
del geógrafo. Su actividad responde a específicos intereses sociales y deter-
minadas imágenes o representaciones del espacio. Estas representaciones o
proyectos, así como sus prácticas espaciales, modelan el entorno geográfi-
co. Actividad, representaciones, prácticas y agentes sí pertenecen al campo
de análisis e interés de la geografía.
Estas derivas del discurso geográfico surgen de su carácter poco elabo-
rado, desde el punto de vista teórico, como campo de conocimiento, en re-
lación con un objeto geográfico que tampoco ha sido construido de forma
consecuente, y con un lenguaje poco riguroso lleno de metáforas, de térmi-
nos alquilados a otras disciplinas, de vocablos de uso coloquial. Circuns-
tancias que han permitido su escasa definición, confundido con simples
nociones de uso coloquial o cultural. La reivindicación reciente de un len-
guaje de la geografía, diferenciado del lenguaje de geografía, apunta a esa
necesidad de depurar y definir el uso de las «palabras de la geografía» (Bru-
net, Ferras y Théry, 1993).
Reivindicar un lenguaje de la geografía forma parte del esfuerzo de
pensar una geografía relevante para el mundo actual, esfuerzo que no pue-
de ignorar la exigencia epistemológica de construir un objeto propio, de
construir un método y de construir un lenguaje, es decir, un discurso -en
el sentido que le otorga Foucault-. La geografía como disciplina reconoci-
ble socialmente se encuentra obligada a construir un objeto propio, a esta-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 505

blecer un discurso coherente sobre ese objeto y a delimitar el perfil meto-


dológico con el que abordar el objeto geográfico y construir su discurso, es
decir, su lenguaje. Éste, en cierto modo, acompaña a la aparición y defini-
ción de un objeto.

2.2. OBJETO Y TEORÍA: ¿TODO VALE?

La geografía no puede existir como disciplina si no construye un obje-


to propio, desde el punto de vista epistemológico. Una vieja tradición in-
telectual ha propendido a identificar el espacio y en general los objetos de
la geografía, se llamen espacio, organización del espacio, paisaje, región,
como elementos existentes, definidos, que el geógrafo se limitaba a recono-
cer, identificar, ubicar y, en todo caso, explicar. Es decir, como objetos en el
sentido más clásico, más cartesiano, del término.
El espacio geográfico representa una categoría teórica que no se con-
funde ni identifica con un objeto externo a la propia geografía, existente al
margen de ella. Construir este espacio geográfico como objeto de conoci-
miento es así el primer cometido teórico en la fundación de la geografía.
Más allá se trata de establecer los vínculos o relaciones que ese objeto y sus
representaciones tienen con el entorno objetivo. Y de construir un sistema
de conceptos, de términos, de símbolos y de herramientas para analizarlo e
interpretarlo. Muchos de estos términos, de estos conceptos, de estos sím-
bolos y herramientas han sido elaborados a lo largo del período de desa-
rrollo de la geografía moderna (Brunet, Ferras y Théry 1999).
«Pensar la geografía» significa reflexionar, desde algunos supuestos crí-
ticos, que la experiencia histórica de lo que denominamos geografía permi-
te sustentar, en orden a ubicarla en el mundo actual. Se trata de establecer
el horizonte, los horizontes de la geografía. Pensar la geografía representa
un ejercicio de reflexión sobre el significado social de la disciplina en el
mundo y las sociedades contemporáneas.
Se trata, por tanto, de saber si el futuro se instaura en la renuncia a la
búsqueda de un esquema de interpretación capaz de abordar la compleji-
dad del espacio social contemporáneo. La propuesta de una geografía múl-
tiple surge desde los años ochenta y responde, intelectualmente, al princi-
pio maoísta de las «cien flores», es decir, la convivencia de cuantos enfo-
ques, discursos, con método o sin él, con teoría o sin ella, se produzcan.
Deriva de los postulados posmodernos y culturales. La puesta en cues-
tión de los marcos teóricos y del método, la proscripción de la norma cien-
tífica, abren la geografía a toda clase de experiencias y de discursos. El
eclecticismo es su manifestación lógica y, como consecuencia, el principio
de que «todo vale».
Se trata, en sentido opuesto, de plantear que la geografía puede y debe
buscar construir un marco de inteligibilidad, a partir de la crítica renova-
dora de los modelos más simples precedentes. Construir ese modelo de in-
teligibilidad de nuestro entorno, a sabiendas de que puede ser erróneo, es
reivindicar un marco teórico, una metodología, un lenguaje propio y el ri-

506 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

gor del conocimiento. Apunta al reconocimiento de que no todos los cono-


cimientos o formas de conocimiento tienen la misma validez, y supone la
reivindicación del conocimiento basado en la razón.
Un planteamiento que formulaba el mismo Johnston hace un decenio:
«Debemos producir teorías generales de la manipulación económica, social
y política del espacio, en orden a explicar fenómenos particulares, lugares
y épocas específicas» (Johnston, 1987). Una exigencia apremiante para una
disciplina que sigue sin tener ese marco teórico: «No hay ninguna Teoría de
la Geografía» (Gómez Mendoza, 1986). Una exigencia en un mundo en el
que la información sobre el espacio contemplado como distancia y como di-
ferencia ha perdido la mayor parte de su potencial atractivo.
El espacio terrestre es accesible de forma casi instantánea en cualquier
parte del mundo, a través de los medios de comunicación. La geografía,
como disciplina de la diferenciación en áreas, en relación con la consolida-
ción histórica de entornos culturales distintos, o como campo de lo exótico
o desconocido, carece de perspectivas. Sólo es mercadería turística. Perte-
nece al campo de la fabricación social de imágenes sobre el entorno próxi-
mo y el aparentemente lejano que, sin embargo, forma parte de nuestro
mismo mundo industrial y cultural. La geografía del presente y del futuro
no puede ignorar este hecho, denominado globalización y sus efectos sobre
la disciplina, en lo que se ha denominado o planteado como «el final de la
geografía» (O'Brien, 1992; Graham, 1998).

3. El mundo actual: globalización y geografía

Un rasgo sobresaliente de los últimos decenios ha sido la consolidación


de un sistema planetario o global, que afecta tanto a la actividad y las rela-
ciones económicas como a la comunicación y la producción cultural. Por
vez primera en la historia de la humanidad contemplamos, aunque sea to-
davía en esbozo, un mundo unificado, en el que el tiempo y el espacio han
perdido el significado que tenían con anterioridad. La contracción del tiem-
po ha supuesto, al mismo tiempo, la contracción del espacio. El significa-
do de las distancias, como un elemento separador, ha dejado de tener el
peso que tuvo en siglos precedentes. Por ello, se ha acuñado la expresión
del final de la geografía, en analogía con el final de la historia. Precisamen-
te en el momento en que este último fenómeno parecía abrir una etapa de
ascenso o predominio de la geografía, como plataforma para el entendi-
miento del mundo contemporáneo.

3.1. ¿EL FINAL DE LA GEOGRAFÍA?

La consolidación de un mundo único, de una dimensión universal ex-


clusiva, impone una atención más cuidadosa hacia la construcción de mo-
delos o representaciones espaciales que pretendan dar una explicación del
mismo. Deben permitir entender, en el marco de la uniformidad creciente,

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 507

que caracteriza la sociedad actual, la diversidad, y en el dominio de lo uni-


versal y homogéneo, el auge de lo local. Debe posibilitar entender cómo, en
una sociedad capitalista exclusiva, cada vez más integrada, se produce y de-
sarrolla la persistencia de lo particular, de lo local, de lo nacional.
Esta unificación del espacio terrestre y del tiempo planetario ha coin-
cidido con la consolidación del capitalismo como único sistema económi-
co. Es el modo de producción dominante impuesto sobre la totalidad de las
formaciones sociales existentes. Una circunstancia que ha sido contempla-
da como el final de la historia, en la medida en que parece haber desapare-
cido el proceso de evolución y cambio que daba sentido a las interpreta-
ciones o representaciones de la historia como proceso. Una concepción que
ha caracterizado y sustentado la interpretación del desarrollo histórico pro-
pia de los grandes relatos o teorías, en particular la marxista.
Desde esta perspectiva, algunos autores contemplaban esta disolución
del proceso histórico como el punto de arranque de una época o tiempo de
la geografía. Se ha considerado que el único factor impulsor del cambio y
de la actividad social responde sólo a las diferencias espaciales, a las dis-
tintas culturas, a los espacios nacionales, a los territorios, en definitiva, a la
localización. Las constantes geográficas, en el sentido de la imposición de
la distancia, de la inercia de la ubicación, en el entendimiento y explicación
de los fenómenos sociales.
Sin embargo, el excepcional desarrollo de los medios de comunicación
y la creciente interdependencia a escala planetaria de todos los rincones de
la Tierra han convertido en realidad lo que hace varios decenios se deno-
minó la aldea global. La quiebra de las distancias, el carácter instantáneo
de la comunicación física y de la comunicación intangible, parecen haber
disuelto también el espacio geográfico. Se habla del ciberespacio, es decir,
un espacio virtual vinculado a las comunicaciones instantáneas. Han hecho
posible enunciar lo que se ha llamado el final de la geografía (O'Brien, 1992;
Graham, 1998).
La excepcional revolución técnica que representa el desarrollo de la in-
formática y la electrónica y su incidencia en la práctica totalidad de las di-
mensiones de la vida social -en la producción, distribución, consumo, ho-
gar, investigación, cultura, entre otras- han dado al mundo actual unas
perspectivas que los teóricos del posmodernismo han elaborado en discur-
sos que confluyen en la idea de la desaparición de la dimensión territorial
o espacial. Todo es inmediato, todo es cercano, todo queda unificado por
una cultura visual y por el dominio de la cultura industrial.
Como se ha resaltado, «los lugares tienen un regusto a ¡ya visto! cada
vez más pronunciado [...] El mismo modelo urbano, salido en parte del sis-
tema económico liberal, impone su estructura en todos los países, cual-
quiera que sea la historia o la cultura de la ciudad. [...] La cultura de la
mundialización acentúa esta homogeneización con las mismas revistas en
los quioscos, la misma música en los lugares públicos, la misma comida
en los fast food» (Bailly y Scariati, 1999). Los medios de comunicación, la
industria cultural, nos fabrican los puntos o lugares exóticos, que no tienen
nada que ver con las herencias culturales. Esa misma industria cultural nos

508 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

proporciona los elementos para abordar los nuevos espacios, los espacios
sin espacio, como el ciberespacio.
El excepcional trasvase de culturas ha desprovisto de significado a una
geografía de la diferencia y del exotismo. Como se ha dicho, a propósito de
Los Ángeles, el Tercer Mundo ha entrado en el Primero. Una idea que los
posmodernos resaltaban respecto del efecto de la inmigración masiva de
gentes procedentes de las sociedades no europeas, a los países del Centro
capitalista. Un hecho apreciado también desde postulados muy distintos: el
papel de estas migraciones en la configuración del mundo contemporáneo
es decisivo (King, 1995).
La configuración multicultural de las sociedades desarrolladas -algo
que antes estaba limitado casi en exclusividad al modelo colonial-, conse-
cuencia de esta inmigración masiva en el centro desde las periferias más va-
riadas, es un rasgo compartido por la mayoría de ellas. Se presentan como
verdaderas sociedades plurales. La diferencia cultural parece que ha dejado
de ser una referencia con significado espacial.
Sin embargo, de forma harto paradójica, es en este mundo uniforme
de comunicaciones instantáneas, con un excepcional desarrollo de los pro-
cesos a escala planetaria, donde aparece, por oposición, la extraordinaria vi-
talidad de lo local, de lo que los anglosajones denominan place, entendien-
do como tal no sólo la localidad sino el área regional e incluso nacional,
pero siempre a gran escala. La vitalidad y dinamismo de estos espacios lo-
cales, de los lugares, y la eclosión nacionalista, en sus diversas formas, apa-
rece como un rasgo propio del mundo actual.
¿Qué significado tiene este descubrimiento de lo local, de lo nacional?
No sabemos si forma parte de un proceso consistente o es sólo una ilusión,
un refugio en el desarraigo, o un producto más de la industria cultural. El lu-
gar, lo local, la región, la nación surgen en un aparente espacio sin diferen-
cias. Sin embargo, el carácter universal de los procesos, la uniformidad de
ciertas formas impuestas por la industria cultural o la moderna división del
trabajo, no han igualado los diversos territorios ni las distintas sociedades.
Por el contrario, la universalidad de los procesos del capitalismo coexis-
ten con la profundización de las distancias entre unos territorios y otros y en-
tre distintos sectores sociales. La uniformidad de los procesos de acumula-
ción capitalista no significan igualdad ni desaparición de las diferencias. La
distancia entre las áreas centrales del capitalismo mundial, en Europa y Es-
tados Unidos o Japón, y los países de África, Asia o ciertas áreas de América
hispana, es cada vez mayor. La distancia entre los sectores sociales más pri-
vilegiados de estas áreas centrales respecto de los más desprovistos de las pe-
riferias del llamado Tercer Mundo no hace sino agrandarse.
La interacción entre los procesos globales y los regionales y locales, la
inserción de éstos en la escala mundial, la dinámica oscilante que presen-
tan, aparecen como fenómenos de creciente interés. En este contexto ad-
quiere sentido la reflexión geográfica y la búsqueda de herramientas para
la interpretación de estos fenómenos, la elaboración de una representación
o modelo capaz de ayudar a entender el mundo en que vivimos.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 509

3.2. Lo UNIVERSAL Y LO LOCAL: EL SENTIDO DE LA GEOGRAFÍA

Se puede afirmar que en el mundo de hoy, la cuestión central para un


proyecto de geografía moderna tiene que ver con la dialéctica de lo global
y lo local. Es decir, con los procesos que instauran y profundizan el ca-
rácter mundial de las relaciones económicas y la cultura social. Como lo
expresaba Johnson, la necesidad de explicar cómo los procesos más gene-
rales, a escala planetaria, configuran los espacios más particulares.
Cómo tales procesos, que están creando un espacio planetario, esti-
mulan el paralelo y paradójico proceso de desarrollo de lo local y regional,
el auge aparente de la nación, el incremento de los sentimientos de identi-
dad asociados a las culturas particulares.
Podemos identificar el espacio geográfico con el conjunto del espacio
terrestre. Éste constituye un producto histórico vinculado a la sociedad hu-
mana en su acepción global. Ha sido el desarrollo histórico de las distin-
tas sociedades y culturas humanas el que ha dado forma a lo que llama-
mos espacio terrestre. Su representación como espacio mundial responde
bien al estado de las relaciones sociales que caracterizan los últimos siglos.
El espacio mundial, como expresión de unas determinadas relaciones
sociales a escala planetaria, no es ajeno a formas particulares de esas re-
laciones sociales, de carácter nacional o regional. Es decir, reconocemos
que las relaciones sociales se materializan a escalas diversas, desde la pla-
netaria a la estrictamente local, e incluso doméstica. El proceso de repro-
ducción social abarca esos dos extremos y sus intermedios. Y que unos y
otros aparecen relacionados.
No hay oposición ni contradicción esencial entre ambas dimensiones,
hay una relación dialéctica entre lo global y lo local. Entre la unidad de
reproducción doméstica y el mercado mundial, entre la habitación par-
ticular y la aldea global, el espacio geográfico constituye la representación
que unifica y expresa esas relaciones sociales. El espacio geográfico tiene que
ver con las escalas espaciales en que se desenvuelven las relaciones socia-
les. El espacio geográfico como herramienta, como instrumento herme-
néutico, como marco teórico para abordar el complejo mundo actual des-
de una perspectiva específica.
Entre lo local y el espacio terrestre, el espacio geográfico se configura
como instancias o sistemas de relaciones cambiantes. En su materialidad,
las denominamos sistema-mundo, «mercado mundial», Estados, regiones,
lugares, terrazgos, ciudades, mercados locales, lugares centrales, periferias,
áreas industriales, centro urbano, city, suburbio, barrio, aldea, ciudad dor-
mitorio, conurbación, megalópolis, entre otros muchos términos, que defi-
nen la trama conceptual de la geografía (Brunet, Ferras y Théry, 1993).
Constituyen la materialidad del discurso geográfico y son los elementos, el
material con el que construimos la imagen compuesta del espacio geográfi-
co como un «conjunto de conjuntos» o clases que se interpenetran, tanto en
«horizontal» como en «vertical».
Cada ámbito define y constituye un espacio geográfico, pero forma
parte, a su vez, de otros espacios geográficos, y engloba o vincula espacios

510 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

geográficos específicos. Cada uno de ellos opera con autonomía; cada uno
de ellos está determinado por los demás. Cada uno presenta su propio sis-
tema de relaciones sociales y su específica dinámica espacial. Cada uno se
inserta en tramas sociales -económicas, políticas, ideológicas, territoria-
les-, que les sobrepasan y que operan a modo de determinaciones inde-
pendientes. Se imponen al margen de la voluntad y decisión de sus propios
agentes y, como tal, son aceptadas, por lo general.
Entre localidad y procesos globales no hay contraposición ni exclusión.
Lo local se desenvuelve en los procesos globales y éstos se sostienen en si-
tuaciones locales y en comportamientos individuales. Los agentes sociales
arraigan en localidades, operan en lugares. La dialéctica entre lo local y lo
global, con sus obligadas mediaciones espaciales regionales y estatales, es
el fundamento del espacio geográfico.
La reivindicación de lo local, que ha caracterizado el discurso de las
geografías de la subjetividad por un lado, y el de algunos de los discursos
de las geografías radicales, no puede contraponerse como negación absolu-
ta de la globalidad de los procesos o de los espacios universales. Esta dia-
léctica entre unos y otros niveles constituye la esencia de la construcción
geográfica y del propio desarrollo de la sociedad actual.
En esta dialéctica y en este mundo acelerado y transformado es en
la que la geografía tiene que ubicarse, en orden a proporcionar una pla-
taforma de aproximación a los elementos y relaciones que configuran el
mundo contemporáneo, a los procesos que lo mueven y cambian y a los
problemas que le afectan. Debe hacerlo a partir de herramientas propias
y desde la necesidad de «identificar los dominios particulares de que se
ocupa» y de tener «una noción clara respecto de aquello acerca de lo cual
se supone que especule» (Harvey, 1968). Un espacio específico, una cons-
trucción propia de la disciplina. Diferenciado del espacio de interés de
otras disciplinas, en la medida en que la geografía y los geógrafos le atri-
buyen componentes, le ordenan en conceptos, le asignan términos, le in-
corporan en una malla o sintaxis que define ese espacio, que lo convier-
te en un objeto, en el sentido epistemológico del término. El objeto de la
geografía.

4. El objeto geográfico: el espacio de la geografía

El espacio que le interesa a la geografía -o el territorio o paisaje de


modo similar- es el espacio geográfico, o el territorio geográfico o paisaje
geográfico. Puede parecer una tautología, pero es el fundamento de toda
disciplina rigurosa. Es ésta la que define su objeto y la que acota los tér-
minos en los que lo hace propio y lo transforma en motivo de estudio. Cada
disciplina científica da forma, da sentido y entidad a una determinada par-
cela o dimensión de la realidad.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 511

4.1. LA CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO GEOGRÁFICO

La construcción de un objeto es una exigencia de un conocimiento ri-


guroso. Ese objeto no es, desde una perspectiva epistemológica, un ele-
mento existente del mundo real y en este sentido, decir que el espacio, el
territorio, el paisaje o el lugar, sin mayor precisión, son el objeto de la geo-
grafía, no deja de suponer una imprecisión. El espacio como el territorio,
el paisaje o el lugar, son términos polisémicos, como hemos visto, propios
del uso corriente, con los que mantienen relación campos muy diversos del
conocimiento.
Es indudable que la geografía coincide con otras disciplinas de muy di-
verso espectro en sus preocupaciones y que el solape con ellas tiene que pro-
ducirse, en la medida en que el espacio geográfico, como objeto específico de
la geografía, se construye en un territorio del conocimiento y de la experien-
cia, que no le es exclusivo. Numerosos elementos que aparecen en otros cam-
pos de conocimiento forman parte del espacio teórico geográfico.
El solape con otras disciplinas, que viene siendo una cuestión recu-
rrente en la historia de la geografía moderna, es un seudo problema si la
construcción teórica de la geografía es consistente, si su objeto está bien de-
finido, si el discurso tiene entidad semántica y práctica. Integrar elementos
de disciplinas físicas y sociales distintas no constituye un obstáculo episte-
mológico para la geografía si ésta responde a una construcción elaborada,
en la medida en que tales elementos adquieren nuevo y específico sentido
geográfico. El problema esencial de la geografía ha sido el de una insufi-
ciente definición y acotamiento de su objeto y el de una escasa elaboración
de tales elementos y conceptos procedentes de otros campos. La conciencia de
esa necesidad epistemológica estaba presente en los esfuerzos de los pri-
meros geógrafos modernos. Como hemos visto, se ocuparon en establecer
ese objeto, diferenciarlo, darle contenidos específicos. La región, el paisaje,
y más tarde el espacio de los analíticos, respondían a ese intento de consti-
tuir un objeto para la geografía.
Lo plantearon, sin embargo, desde la pretensión de acotar un dominio
excluyente y desde una concepción que hacía del objeto geográfico una par-
te, una fracción física de la realidad natural. Lo que dispensaba del esfuer-
zo de construirlo en el plano teórico y epistemológico. No se distinguía de
forma suficiente entre la realidad objetiva que interesaba al geógrafo y el
objeto geográfico como construcción teórica. En consecuencia, el esfuerzo
de la geografía moderna ha estado dirigido, en mayor medida, a acotar una
fracción de ese espacio terrestre -la región, el paisaje, entre otros- atri-
buida a la geografía, que a elaborar esos marcos teóricos para hacer inteli-
gible esa fracción del espacio terrestre.
Construir un objeto no tiene como finalidad acotar un área excluyente
de la realidad, respecto de otras disciplinas, preocupación esencial en el
caso de la comunidad geográfica inicial, a finales del siglo XIX y principios
del siglo XX. «La geografía no es un mundo cerrado, ni un prado a defen-
der, ni una patria; es un campo de conocimiento y de actuar» (Brunet, Fe-
rras y Théry, 1993). Pensar un espacio para la geografía, desde una pers-

512 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

pectiva teórica y epistemológica, no significa levantar límites respecto a


otras disciplinas (Massey y Jess, 1999). Es la concepción que ha faltado en
la geografía desde sus inicios. Se trata de hacer posible una elaboración teó-
rica y metodológica con el fin de hacer inteligible -más inteligible- una
parcela del mundo en que vivimos.
Toda disciplina es una representación convencional del mundo -de
una parte de él- destinada a facilitar su inteligibilidad. Es decir, permitir
integrar la multiplicidad -por lo general caótica- de las apariencias y de
nuestras observaciones en un esquema racional de explicación.
La historia de la geografía moderna y, sobre todo, los debates del úl-
timo medio siglo, han perfilado los elementos más caracterizados de lo
que puede ser el objeto de la geografía, es decir, el espacio geográfico, con
independencia de sus formas más específicas. Se trata de dar perfil y con-
tenido a este objeto que debe ser el núcleo sobre el que se organiza la dis-
ciplina. La reflexión teórica sobre el espacio proporciona, en el último
cuarto de este siglo XX , perspectivas interesantes para una construcción teó-
rica de este objeto.
Desde postulados teóricos contrapuestos existe coincidencia en que el
espacio debe ser entendido como una dimensión de las relaciones sociales.
La sociedad humana se desarrolla como espacio. Éste es una de sus formas
o componentes. No podemos decir, aunque la expresión sea habitual, que la
sociedad ocupa el espacio, o se apropia de él, o se extiende en el espacio,
porque tales expresiones denuncian y descubren una concepción del espa-
cio como materialidad ajena o contrapuesta al sujeto social.
Todas estas expresiones corresponden con una representación arraiga-
da y tradicional del espacio que la geografía ha compartido y ayudado a ex-
tender. Pero es parcial y reductora y sustituye el espacio social por un es-
pacio concebido como mero sustrato físico. La generalización de esta ex-
presión no es óbice para su crítica. Crítica, por otra parte, extendida desde
hace mucho tiempo en el ámbito del pensamiento; al menos desde Leibnitz
y Kant. En realidad, se corresponde con una dominante representación del
espacio que ha prevalecido durante mucho tiempo. Aunque no sea la única
ni la primera de esas representaciones del espacio.
En los nuevos enfoques, el espacio responde a la dimensión social hu-
mana. Trasciende la mera respuesta instintiva para pasar a ser construc-
ción, es decir, artificio. Lo físico y biológico constituyen, todo lo más, com-
ponentes de esa construcción, en su materialidad y en su proyección ima-
ginaria. Son los materiales utilizados, la materia prima con la que la socie-
dad se reproduce y con los que construye su espacio. Porque sustrato
natural y entorno biológico son expresiones que quedan integradas en la fic-
ción social, forman parte de una ideología espacial y de un discurso social
determinado. No tienen entidad propia ni identifican objetos externos.
Concebir el espacio como una construcción social surge de la propia
condición social de la especie humana. El acto de la reproducción social hu-
mana se manifiesta como un proceso de transformación de la naturaleza por
el trabajo. El viejo postulado de la geografía moderna como relaciones del
hombre con la naturaleza adquiere sentido sólo en la medida en que, como

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 513

percibía y apuntaba L. Febvre, «se contemple desde la perspectiva social y se


entienda en tanto que transformación de la naturaleza por la sociedad. Una
transformación que no puede contemplarse como si naturaleza y sociedad
fuesen dos entes o sustancias separables y separadas; sólo puede darse desde
su entendimiento como dos formas de una misma naturaleza. Un plantea-
miento compartido por un creciente número de geógrafos» (Women, 1994).
Se trata, en efecto, de una construcción. La geografía tiene que confi-
gurar su propio objeto de conocimiento como un concepto central. Este ob-
jeto es real, es objetivo, pero responde a las necesidades específicas del cam-
po geográfico. No hay contradicción entre la objetividad del espacio geo-
gráfico y la naturaleza de construcción teórica que, como concepto y obje-
to epistemológico, tiene en el marco de la práctica científica geográfica. Es
lo que apuntaban desde la geografía social francesa al diferenciar el con-

El primero como «el soporte terrestre de la vida de los hombres» y el


cepto de territorio del concepto de espacio geográfico.

segundo como «una construcción intelectual particular del geógrafo» que


permite «dar cuenta de ese territorio en un lenguaje científico» (Ferrer,
1984). Ferrer entiende la geografía como la disciplina que debe explicar de
forma científica el territorio, identificado con la materialidad física, por me-
dio del concepto de espacio geográfico, como construcción teórica. Aunque
al hacerlo así maneja un concepto de territorio que comparte la idea del
contenedor o soporte frente a la realidad social o humana, en términos ar-
caicos e incurre en una concepción del espacio geométrica más que social,
y como un objeto separado de la vida social su propuesta es válida.
En realidad, el espacio geográfico, como construcción intelectual, iden-
tifica una parte del «espacio social», entendido éste como un producto so-
cial. Lo que resulta de los enfoques modernos sobre el espacio social es la
preocupación por evitar una concepción sustancialista del espacio. No exis-
te un espacio físico como soporte de lo humano o social, con existencia in-
dependiente de éste. Es la ambigüedad del término territorio de Ferrer. El
denominado territorio corre el riesgo de confundirse con el sustrato físico e
identificar una sustancia existente al margen de la propia sociedad.
El territorio de Ferrer constituye el espacio social. Representa una di-
mensión objetiva de las relaciones sociales, y se constituye, de modo perma-
nente, en el proceso de producción social «base de todo el mundo sensible tal
como existe en la actualidad». La contraposición entre territorio y espacio
geográfico es válida sólo para distinguir el espacio social o espacio producto
de las relaciones sociales, como tal, del específico objeto de la geografía, o es-
pacio geográfico, definido y acotado en el marco teórico de esta disciplina. El
concepto de espacio geográfico sirve para acotarlo, limitando teóricamente su
alcance, su dimensión -en la medida en que el espacio social desborda los
objetivos de la geografía-, y abordarlo en un marco racional.
La dimensión física, «natural», del mismo no define el espacio. Es un
componente que forma parte del producto social, en la medida en que se in-
cluye como naturaleza transformada por la actividad humana. La naturaleza
física representa sólo la materia prima con la que se elabora el espacio en el
proceso de reproducción social, utilizada y reutilizada a lo largo de siglos.

514 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Más allá de la materia prima se encuentra su naturaleza social de me-


dio de producción y de objeto de consumo, su dimensión formal y su ca-
rácter de relación social, configurada a distintas escalas, desde la local a la
planetaria. El espacio desborda el perfil físico-natural. Es una de las apor-
taciones esenciales de la elaboración teórica de los últimos decenios, en que
han confluido, por razones muy diferentes, las corrientes posmodernas o
humanistas y las corrientes marxistas.
El espacio social es la materialidad física que la sociedad genera en los
procesos de producción y de relación social. Es, también, la imagen que nos
hacemos de esa realidad social. Es, asimismo, el conjunto de esas repre-
sentaciones tal y como la sociedad las transmite o produce. Más aún, el es-
pacio no se puede separar del discurso o lenguaje a través del cual se hace
evidente: términos, estructuras de lenguaje, metáforas, familias semánticas.
El espacio geográfico, en cambio, es un concepto teórico, que aplicamos
al mundo objetivo material y al mundo de los objetos mentales (o ideológi-
co) y lingüísticos, en orden a entenderlo y explicarlo. Constituye una he-
rramienta teórica para indagar las distintas dimensiones del espacio social,
que interesan desde la perspectiva geográfica. Una construcción teórica
para indagar en las dimensiones materiales, en las dimensiones representa-
tivas, en las dimensiones proyectivas, en las dimensiones discursivas, que
configuran el espacio social.

4.2. DE LAS CONSTANTES A LOS CAMBIOS: EL GIRO NECESARIO

Los objetivos que los geógrafos han propuesto para esta disciplina han
variado a lo largo del tiempo. Pero se han caracterizado, por lo general, por
hacer hincapié en las formas, en las distribuciones, en la organización y en
la estructura. La idea de asociar lo geográfico con lo persistente, con lo con-
creto, es decir, con lo material y formal, se mantiene en la geografía como
una constante. En parte por la vinculación naturalista original. En parte por
los enfoques espaciales de carácter formal propios de la geografía analítica,
esencialmente preocupada por las formas de organización espacial. La tra-
dición geográfica empuja hacia la identificación del espacio con sus rasgos
físicos -tanto naturales como sociales-, y hacia la demostración de sus
pautas de organización espacial. Se ha interesado, ante todo, por las formas
del espacio: la distribución, la organización, la estructura, son términos sig-
nificativos. Su frecuencia en el uso de los geógrafos no es inocua.
La geografía moderna se ha caracterizado, a lo largo de más de un si-
glo, por privilegiar como foco de su indagación los patrones o formas de or-
ganización o distribución de los fenómenos objeto de estudio. Desde las for-
mas del relieve a la distribución del poblamiento, de la población o de las
actividades económicas.
De una forma u otra, a pesar de las diferencias epistemológicas e ideo-
lógicas, han prevalecido enfoques de carácter formalista y estructural. Lo
que Harvey denomina patterns. La geografía moderna está repleta de inves-
tigaciones referidas a estos patrones o tipos de organización del espacio,

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 515

vinculados con la cultura étnica o racial, con los factores físicos, con el pre-
cio del suelo, con el beneficio o con la estructura social.
Derivar de los patrones u organización física o formal a los procesos
constituye una propuesta reciente para una geografía adaptada a la socie-
dad actual. El horizonte de la geografía, de acuerdo con las reflexiones sur-
gidas en los últimos decenios, se perfila, en mayor medida, sobre los pro-
cesos que generan las formas o materialidad con que se manifiestan en un
instante determinado, que por estas formas.
El propio dinamismo de la sociedad moderna hace inválido un enfo-
que formalista o sustancial, es decir, un enfoque asentado sobre la organi-
zación del espacio en sí misma, como tal. El estallido urbano, la renovación
permanente de los espacios rurales, la movilidad acelerada de los espacios
industriales, la transformación de las infraestructuras, el perfil homogéneo,
a través del mundo entero, de centros urbanos y de áreas residenciales, han
desprovisto de fundamento a toda tentativa de fijar en una imagen instan-
tánea una fracción del espacio.
Es cierto que la inercia de la tradición empuja a contemplar las per-
manencias o lo que parecen serlo. El fetichismo del espacio aparece más
bien, entre los geógrafos, como el fetichismo de las formas, y el fetichismo
de la materialidad, de lo físico o tangible. Se ha prestado menor atención a
los procesos, al cambio. Y sin embargo, son éstos los que aparecen como el
núcleo de una geografía acorde con su tiempo.
Este giro representa, desde una perspectiva epistemológica, cambiar el
enfoque geográfico y remover convicciones arraigadas en la tradición de la
geografía moderna. Supone sustituir la preocupación por las constantes,
por las permanencias, consideradas, de alguna manera, como las catego-
rías propias de lo geográfico -por oposición a lo efímero, a lo histórico, a
lo contingente-, por el interés en el cambio, en las transformaciones, en la
mutación, como eje de la explicación del espacio geográfico, como claves
para entender el espacio social.
Es un interés que tiene un fundamento teórico. El acento sobre los pro-
cesos deriva de la propia naturaleza histórica, construida, atribuida al es-
pacio, a sus elementos. Ni aquél ni éstos vienen dados de forma natural,
sino que son el producto de determinados procesos en un momento y en un
ámbito históricamente determinados. De donde la necesidad de analizar
esos procesos de construcción, de elaboración. Una construcción que es teó-
rica, que es simbólica, que es material.
Representa una revolución mental. Supone un difícil esfuerzo porque
significa renunciar a los modos de pensar, a los esquemas mentales más
arraigados, a las convicciones intelectuales, asociadas a la geografía como
disciplina de lo permanente, de lo que apenas cambia, o mejor dicho, de
una realidad cuyo ritmo de transformación parece medirse por siglos o mi-
lenios e, incluso, desde la perspectiva de la geografía física, por cientos de
miles o millones de años. Sustituir la permanencia por la contingencia no
es fácil. Es un cambio de perspectiva difícil, porque la tradición geográfica
arraigada no ha tenido ese objetivo. Y sin embargo, esto significa la pro-
puesta de hacer de la geografía una disciplina de los procesos.

516 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

5. Los procesos: agentes, prácticas y representaciones

Son los procesos sociales, en su dimensión espacial, como expresión


directa del cambio, más que la situación temporal o estado espacial, el ob-
jetivo que se propone para la geografía. La geografía no debe detenerse, tan-
to en la configuración o instantánea del espacio como en lo que les mueve
y transforma.
Tener más en cuenta los procesos que hacen el espacio que la mera
configuración de éste. Dar preferencia, por ello, al análisis respecto de la
descripción. Desentrañar, bajo las apariencias de estabilidad y persistencia
que han caracterizado la perspectiva geográfica, el movimiento que hace del
espacio una realidad social cambiante. Como el propio Harvey sentenciaba,
en esta reorientación se encuentra la posibilidad de una «geografía revitali-
zada y más relevante» (Harvey, 1988).
Se trata de una geografía que se plantee «cómo los procesos de socia-
lización en espacios determinados generan grupos sociales, y cómo las gen-
tes transforman los lugares y se transforman a sí mismos, a través de estos
procesos» (Johnston, 1987). Los procesos que permitan entender la forma
en que el espacio geográfico terrestre, a escala mundial y a escala local o
regional, se produce y se reproduce, por medio de intercambios y flujos de
capital, de bienes, de personas. Se trata de entender y explicar por qué y
cómo se producen, unos y otros, los que tienen escala planetaria y los que
tienen una dimensión local.
Hacer de los procesos un foco de atención preferente de la investi-
gación geográfica representa definir estos procesos y vincularlos con sus
condiciones de producción. Los procesos que modelan el mundo moder-
no, asociados al capitalismo y la sociedad industrial -o postindustrial,
en términos posmodernos- están relacionados con prácticas sociales es-
pecíficas, con representaciones sociales específicas y con agentes sociales
determinados.
Procesos, agentes, prácticas y representaciones son conceptos que perte-
necen a esta perspectiva renovada. Y aunque no todos los geógrafos que los
emplean lo hacen con la misma concepción, comparten, en cierto modo, el
que agentes, prácticas y representaciones determinan la dimensión de los
procesos. Responden a las distintas instancias del análisis geográfico, que
identifican elementos y relaciones a considerar en la investigación del es-
pacio geográfico.
Los últimos decenios han introducido en la geografía estos enfoques y
estos conceptos. Desde postulados posmodernos y humanistas en unos ca-
sos, desde postulados marxistas y posmarxistas o neomarxistas, en otros, las
investigaciones geográficas y las reflexiones teóricas han tratado de pro-
fundizar por esta vía.
Procesos materiales -en su diversa y múltiples manifestaciones-, imá-
genes, proyectos, representaciones y discursos corresponden a lo que pode-
mos identificar como herramientas de comprensión y explicación de la rea-
lidad geográfica, de la realidad que interesa a la geografía. Tras todos ellos
se perfilan los agentes sociales, sus prácticas y los productos de las mismas.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 517

5.1. LOS AGENTES Y SUS PRÁCTICAS

Por una parte, los agentes que operan socialmente como productores
del espacio geográfico tienen su percepción de ese espacio geográfico, su
propia representación del mismo, y sus estrategias de intervención sobre él.
Por otra, las prácticas que esos agentes desarrollan, de forma consciente o
inconsciente.
El espacio geográfico es un producto social, pero es la obra de múlti-
ples agentes individuales y colectivos. Es cada individuo el que toma deci-
siones que implican fenómenos espaciales. En la elección del lugar y tipo
de su vivienda, en la elección del trabajo y lugar del mismo, en sus hábi-
tos de compra, de ocio, de trabajo, en su comportamiento y reacción respec-
to de las actitudes de otros sujetos individuales, en su aceptación o rechazo
de determinadas pautas sociales, en su escala de valores, preferencias, cultu-
ra, solidaridades, que tienen, por necesidad, una dimensión individual.
El individuo es, sin duda, el agente último, en el sentido de esencial.
Es indudable que el espacio social resulta de la imprevista combinación de
las múltiples decisiones individuales que coinciden en un momento dado, a
escalas tan diversas como la doméstica, la productiva, la económica, la cul-
tural, la local, la nacional, la internacional. La reivindicación del individuo
como el agente por antonomasia, exagerado hasta el máximo en el indivi-
dualismo metodológico, ha servido para valorar este componente básico de
la construcción del espacio.
Tomar en consideración de forma activa y destacada el papel del indivi-
duo se ha convertido en una exigencia obligada del análisis geográfico. La crí-
tica al individualismo metodológico o al solipsismo posmoderno ha mostrado
que el individuo, reducido a su dimensión biológica o psicológica, no permi-
te ni entender ni explicar. Es decir, el individuo como agente, como protago-
nista, como sujeto capaz de elección y decisión, tiene carácter socializado. El
individuo o sujeto lo es en tanto forma parte de una formación social, de una
colectividad, que no es el resultado de la mera agregación de individuos, sino
una realidad histórica en la cual el sujeto se define como miembro de una co-
munidad local, de un sistema social, de una cultura. Separar al sujeto indivi-
dual de su naturaleza social es tan reductor como ignorarlo y tan inútil.
Las reflexiones de Giddens, al resaltar el protagonismo de los indivi-
duos como agentes de los procesos sociales, pero ubicando su acción en un
marco estructural, han abierto una dirección en el entendimiento dialécti-
co de la relación entre las decisiones individuales y los procesos sociales,
entre el sujeto y la estructura social, que ha tenido una notable recepción
entre los geógrafos.
Por otra parte, el individuo como agente social no opera como un Ro-
binson, como productor del espacio geográfico. Operamos, como indivi-
duos, a través de múltiples mediaciones que tamizan, filtran, dirigen o mo-
delan nuestras percepciones, nuestros valores, nuestras elecciones, nuestras
decisiones. Aunque cada sujeto es dueño de sus actos, y se vincula con ellos,
no escapa a esas múltiples instancias mediadoras que depuran los actos in-
dividuales.

518 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Instancias que van desde la familia, a los poderes efectivos -Estado,


ejército, iglesias, entre otros-. Instituciones de todo orden, administrativas,
jurídicas, culturales, enmarcan la vida cotidiana. Algunas de éstas se impo-
nen sobre los propios Estados y sobre la experiencia inmediata de la vida
diaria, que escapan por completo al sujeto individual.
La existencia de estas mediaciones ubica al individuo, como agente, en
un conjunto de marcos sociales que se manifiestan en escalas espacio-tem-
porales muy diversas. En muchos casos, lo integran en una especie de su-
jeto colectivo que, aunque opera por el acuerdo de un número limitado de
individuos, presenta una indudable autonomía.
Esta autonomía es el fruto de reglas o normas, de hábitos establecidos,
de inercias sociales, de valores aceptados o impuestos, de tensiones que
condicionan el comportamiento individual y que lo modelan. Es el caso de
las instituciones, de cualquier orden que sean, administrativas o lúdicas, po-
líticas o religiosas, jurídicas o militares, sanitarias o carcelarias; y es el caso
de las grandes corporaciones empresariales. Forman parte también de esta
categoría esencial de agentes o actores, como los denominan los geógrafos
del grupo Reclus (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Son los agentes sociales cu-
yas prácticas contribuyen a la producción del espacio geográfico.
A escala del Estado y a escala internacional, la acción individual se di-
luye en las estructuras sociales y políticas, y el agente individual deja paso,
a través de esas múltiples mediaciones sociales, a los agentes sociales de ca-
rácter colectivo -económicos, políticos, jurídicos, culturales- que tras-
cienden las acciones de los sujetos particulares. Las prácticas de estos agen-
tes son las que tienen una más decisiva incidencia en la producción del es-
pacio social, con sus decisiones sobre inversión, con sus estrategias pro-
ductivas, con sus políticas de carácter económico, técnicas, jurídicas, cul-
turales y científicas. Ejercen un control de la producción científica y cultu-
ral. Y, a través de ellas, de las representaciones espaciales que modelan las
imágenes dominantes en la sociedad, las que interfieren en las decisiones
individuales.
Las estrategias de las grandes multinacionales, de las grandes institu-
ciones internacionales de carácter económico o político, determinan las
condiciones en que se desenvolverán empresas locales e inciden sobre el
equilibrio o evolución de esos espacios locales (O'Farrell, 1980). Estrategias
que tampoco son ajenas a las iniciativas, a las decisiones, a las políticas que,
a escala local, regional o estatal, interfieren en ellas. No se trata de una re-
lación de sentido único.
Las múltiples prácticas sociales que intervienen en la construcción y
reconstrucción del espacio geográfico, prácticas económicas -tanto en la
esfera productiva como en la de la reproducción-, prácticas políticas, prác-
ticas culturales, se producen a escalas que varían de lo doméstico a lo pla-
netario y se inscriben en coordenadas espacio temporales precisas.
El ámbito doméstico y local constituye el área privilegiada de la ac-
ción individual, en la que la relación entre decisión y producto parece
más real por lo inmediata. Afecta al marco del espacio vivido e interfiere
de modo directo en las condiciones de vida del propio actor o agente in-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 519

dividual. Es el ámbito en que acción individual y representación apare-


cen más inmediatas. Sin embargo, es en los ámbitos estatal y planetario
en los que se determinan los límites de esas acciones individuales, en el
mundo actual. La autonomía de las prácticas locales no dejan de ser una
ilusión, ante el carácter determinante que adquieren los procesos de ca-
rácter mundial.
La implantación de un capitalismo a escala planetaria por vez prime-
ra en la historia ha acelerado esta relación entre lo local y lo global, esta
dependencia o determinación múltiple, esta dialéctica universal. La moder-
na geografía política, al resaltar el valor primordial del sistema mundo, de
la escala global, como la esfera de referencia o entendimiento incluso de los
fenómenos locales, viene a mostrar esta interrelación entre lo planetario y
lo individual, esta dialéctica que está en la base del entendimiento del es-
pacio social y de las prácticas que le dan origen.
Son las decisiones de las grandes corporaciones económicas y finan-
cieras, de las grandes multinacionales, de los organismos económicos, fi-
nancieros y políticos, de las grandes organizaciones estratégicas y milita-
res, de los Estados, en mutuo acuerdo o en desacuerdo, las que determi-
nan no sólo los acontecimientos decisivos a escala mundial, sino sus de-
rivaciones más locales. El futuro de una pequeña localidad depende de
acuerdos o decisiones ajenas a sus habitantes, tomados por quienes igno-
ran su existencia.
Lo local se integra así en una malla compleja de relaciones, de deci-
siones, de estrategias, de procesos, que escapan al control directo de las
comunidades afectadas. Las actitudes, los comportamientos, las decisiones
de éstas, aparecen condicionadas por esa malla lejana, en la que es difícil
identificar actores. De tal modo que las respuestas individuales y colectivas
locales se producen de acuerdo con imágenes más o menos precisas del
espacio social en que se desenvuelven. El espacio resulta de la acción múl-
tiple de agentes muy diversos cuyas imágenes forman parte, en la generali-
dad de los casos, de una representación del entorno de cada individuo.
Cada agente la tiene y en función de la cual adecua sus acciones e in-
tervenciones espaciales, o apoya o desautoriza las de otros agentes, a través
de las distintas mediaciones sociales. Son las representaciones del espacio
que condicionan el comportamiento y las estrategias de los agentes socia-
les. Agentes sociales que, por otra parte, son los productores de estas re-
presentaciones del espacio. Representaciones y discursos que ayudan a la
construcción-destrucción del objeto de la geografía, a su permanente ela-
boración material, como discurso y como imagen. La práctica social que
construye el espacio posee varias instancias, desde la de la actuación espa-
cial directa, física, a la de la producción simbólica, la proyección o proyec-
to del espacio y el discurso sobre el mismo. Forman parte de un todo.
La generalidad de estos agentes proyectan sus intervenciones o actúan,
tanto los de carácter social como los particulares, en las grandes operacio-
nes y en las más minúsculas o modestas, a partir de ideas e imágenes, trans-
mitidas socialmente, y que cada agente interpreta y elabora de forma inde-
pendiente. Esas ideas e imágenes forman parte de una particular represen-

520 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

tación del entorno próximo y lejano, en que se mezclan informaciones, ele-


mentos objetivos, valores y creencias, ideologías de distinto orden. Estas re-
presentaciones tienen que ver con la clase social, el sexo, la raza, el origen
étnico, la cultura, el grado de formación intelectual, la pertenencia política
y religiosa, la situación socioeconómica, entre otros muchos factores.
Aunque la decisión sobre las acciones propias, sobre todo en el caso de
los particulares, es independiente y autónoma, las mediaciones sociales que
intervienen para iniciarla determinan que el caos de las innumerables ac-
ciones individuales se traduzca en procesos bien definidos desde una pers-
pectiva social y espacial. Segmentos considerables de la población adoptan
pautas de comportamiento similares, responden a determinados aconteci-
mientos de forma uniforme, actúan como si se hubieran puesto de acuer-
do, como si sus acciones estuvieran planificadas.
Fenómenos demográficos como el baby boom, o, al revés, restricciones
drásticas de la fecundidad, se imponen en poco tiempo al conjunto de una
sociedad y marcan su perfil sociodemográfico: caso del fenómeno señalado
en primer lugar, en Estados Unidos, tras la segunda guerra mundial, repe-
tido en otros países en otros momentos; o, en el indicado en segundo lugar,
tal y como se instaura en España en los años ochenta de este siglo XX.
En otro orden, miles de personas se desplazan a determinados lugares
de la costa mediterránea desde el resto de Europa, o desde otros lugares de
España, y transforman por completo el carácter de ese espacio litoral. 0 mi-
les de personas adoptan, por razones diversas, que son económicas pero
también de mentalidad, la decisión de cambiar su lugar de residencia, des-
de el casco urbano a las periferias. Las decisiones individuales forman par-
te de un movimiento social y se inscriben en pautas sociales. El carácter au-
tónomo y personal de la decisión no contradice su condicionamiento social.
Constituyen prácticas espaciales, prácticas que tienen implicación o
efecto en los procesos de producción del espacio social. Son prácticas ope-
rativas, prácticas políticas, prácticas económicas, prácticas culturales: de la
acción múltiple de éstas, de su interacción, surge el espacio social que in-
teresa a la geografía.
Algunas responden a iniciativas públicas, constituyen proyectos que
planifican una determinada intervención espacial. Pueden ser de carácter
productivo, o de índole urbana, o de naturaleza social.
Otras son acciones particulares, de incidencia imprecisa sobre el espa-
cio, imprevistas e imprevisibles en su manifestación y en sus consecuencias:
desde la adquisición o venta de un vivienda, o la implantación o cierre de
una industria, o el desplazamiento durante el tiempo libre a un determina-
do lugar de la costa o la montaña. Acciones no coordinadas con otros agen-
tes particulares pero cuya agregación tiene una decisiva incidencia en la
construcción del espacio.
Tras todas estas acciones, individuales y colectivas, se encuentran esas
representaciones del entorno, que cada individuo posee y asimila, pero que
tienen una dimensión social. Son representaciones que condicionan sus
comportamientos y que condicionan también los comportamientos de los
agentes públicos, de los agentes colectivos, económicos o políticos, y mo-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 521

delan la construcción del espacio social en cada momento. Convierten en


necesarias determinadas actitudes o decisiones o, por el contrario, desvalo-
rizan otras que han tenido un predicamento notable con anterioridad.
Estas representaciones que los agentes construyen y utilizan en sus prác-
ticas, representaciones del entorno en el que operan, como imágenes del mis-
mo o como proyectos de intervención, forman parte de los procesos que cons-
truyen el espacio social. Constituyen una dimensión específica de lo que po-
demos entender por procesos en la producción del espacio, al mismo tiempo
que representa una instancia del análisis geográfico de tales procesos.

5.2. LAS REPRESENTACIONES ESPACIALES

La sociedad construye su espacio material al mismo tiempo que se lo


representa y que lo nombra. La interacción entre el espacio material, los es-
pacios mentales o imaginarios y los espacios semánticos, forma parte del
espacio y de las prácticas sociales que lo definen. El fundamento de una y
otra es lo que se ha denominado la espacialidad de la sociedad, la dimen-
sión espacial de la sociedad humana.
La reflexión sobre estas dimensiones del espacio es antigua, como vi-
mos, y ha sido una aportación sustantiva de las filosofías del sujeto, crí-
ticas con una concepción naturalista o esencialista del espacio. El carác-
ter psicológico y subjetivo resaltado por estas corrientes ha sido comple-
tado, desde perspectivas muy distintas, por los enfoques de carácter mar-
xista o neomarxista.
La geografía tiene que ver con el espacio como construcción social.
Construcción cuya materialidad arraiga en la práctica cotidiana de la re-
producción, en la transformación de la naturaleza. Arraiga, también, en las
representaciones que acompañan a esas prácticas sociales y que orientan,
en unos casos, las propias prácticas, o las formalizan, en otros. Y arraiga en
el discurso sobre esa construcción.
Esta aproximación al espacio como un producto social dinámico, que
surge del propio proceso social, y por tanto de la transformación perma-
nente de la naturaleza por el trabajo humano, debe considerar las diversas
instancias en que aparece y se produce el espacio. Se trata de un producto
que se genera en la transformación productiva de la naturaleza pero que no
se circunscribe ni limita a una instancia material.
El espacio geográfico es una representación que podemos considerar en
varios niveles o instancias. La primera como «proyecto» social que regula y
determina el proceso material de la producción del espacio, aunque como
tal proyecto se materialice como múltiples autorías individuales. La segun-
da, como «imagen» que estructura el espacio, que lo hace inteligible, que le
da profundidad histórica. En tercer lugar, como «discurso» del y sobre el
espacio. El campo geográfico se corresponde con este extenso pero preciso
marco de las prácticas -productivas, proyectivas, imaginarias y semánti-
cas- y sus productos, que determinan el permanente proceso de construc-
ción del espacio social.

522 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

El producto de estas prácticas es el espacio. El espacio, como concepto


geográfico, identifica la dimensión material, extensa, mensurable, perceptible
de las relaciones sociales. Es decir, el producto directo de las prácticas so-
ciales y de las relaciones sociales que las determinan. Esta instancia material
es evidente, en cuanto la dimensión física del espacio, como materialidad, se
nos impone como una evidencia. La consideremos como capital fijo o como
paisaje, la geografía moderna muestra una notable coincidencia en recono-
cer esta materialidad de su objeto, en que confluyen tanto los viejos enfoques
regionalistas como los analíticos y los radicales. En el sentido de que el es-
pacio lo hacemos materialmente, de forma más o menos consciente.
Sin embargo, los últimos decenios han permitido poner de manifiesto
que el espacio no se encierra en esta materialidad y que la naturaleza físi-
ca del espacio resulta ininteligible si no se toman en consideración otras di-
mensiones. Constituyen lo que podemos denominar las instancias simbóli-
cas y proyectivas del espacio. Las que tienen que ver con la representación
social del espacio. Estas prácticas producen también -y son determinadas,
a su vez, por ellas- las representaciones que la sociedad y los individuos
tienen del mismo.
Construimos o producimos imágenes espaciales referidas a él. Más
aún, no sólo construimos imágenes espaciales de nuestro espacio material
sino que proyectamos, en la medida en que diseñamos el espacio futuro o
deseado. El espacio geográfico es inseparable de la intención y objetivo de
introducir en él elementos de ordenación. Éstos pueden tener un carácter
funcional productivo, un carácter funcional simbólico, una significación
identificadora. Estas representaciones sociales del espacio tienen una doble
manifestación. Por una parte tienen un carácter proyectivo. Por otra, ima-
ginario o simbólico.
Es, en primer término, la instancia proyectiva o la representación como
proyecto. Son representaciones que prefiguran la intervención espacial. Todo
proyecto de intervención espacial responde a una cierta representación o
imagen, que constituye el proyecto de esa intervención. Estos proyectos tie-
nen una importancia excepcional en las estrategias e intervenciones del
Estado, de los agentes públicos, de las grandes sociedades o corporaciones
económicas, de las instituciones a escala local, regional, estatal e incluso
mundial. La suma de estos proyectos, viables y no viables, técnicos y políti-
cos, privados y públicos, individuales y colectivos, interfiere en la construc-
ción material, que responde a patrones sociales de muy diverso orden.
En unos casos impuestos por la racionalidad productiva, según ésta es
definida y contemplada por los propios agentes sociales. Se traduce en la
planificación de las acciones, en el conjunto de las normas legales que re-
gulan las acciones particulares y colectivas. En otros, es el resultado de la
ideología que introduce, por la fuerza del poder o con la mediación de los
medios de difusión social, pautas de intervención que orientan la construc-
ción del espacio en un determinado sentido o dirección o que impiden ha-
cerlo en otra. La creciente influencia de las políticas ecológicas es un buen
ejemplo. Pueden llegar a convertirse en patrones de conducta que identifi-
camos como cultura.
LAS CULTURAS DEL ESPACIO. LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS

En el mundo moderno, la importancia de esta instancia resulta decisi-


va. Identifica un complejo entramado de actuación consciente, que respon-
de a estrategias sociales definidas. Forman parte de él la regulación del de-
sarrollo urbano o industrial, la determinación de las infraestructuras, el
propio estilo formal -estético y simbólico- del espacio producido, la re-
gulación de los espacios protegidos. Es la instancia de la representación
como proyecto.
Tras estas representaciones activas, interventoras, en las que el es-
pacio adquiere la forma de un proyecto definido de antemano, se en-
cuentra la instancia de las representaciones convencionales. Son las que
en sentido más estricto constituyen la cultura, en este caso la cultura del
espacio. Se manifiesta de forma difusa, se muestra como imágenes so-
ciales del espacio, como construcciones ideológicas y simbólicas, como
los espacios de la percepción.
Es la instancia que delimita nuestra actitud y que dirige nuestras ini-
ciativas. Se trata, sin duda, de una representación individual en la medida
en que cada sujeto posee su propio mapa mental y cuenta con sus propios
valores y determinaciones. Sin embargo, es evidente que tras la representa-
ción individual se encuentran pautas culturales -esto es, sociales- en las
que se inscriben las que cada sujeto individual posee.
El componente esencial de esta instancia es, precisamente, la dialécti-
ca sutil entre lo social y lo individual. Una dialéctica condicionada por múl-
tiples mediaciones que impiden contemplar la perspectiva individual del es-
pacio como un mero reflejo de las representaciones sociales o colectivas, o
como una respuesta directa a determinaciones sociales específicas. Ni el es-
tatuto social, ni la condición económica, ni la mera pertenencia cultural, ni
la condición sexual, definen, de forma excluyente, el perfil de nuestras re-
presentaciones del espacio, ni los valores que atribuimos a sus componen-
tes. Todos ellos intervienen y se modifican o condicionan mutuamente y ad-
quieren mayor o menor preponderancia en relación con otros factores. La
determinación social no es mecánica y las críticas a los postulados meca-
nicistas utilizados por la ortodoxia marxista lo han puesto de relieve hace
mucho tiempo. Del mismo modo que se ha mostrado su carácter simplifi-
cador en las formulaciones del materialismo funcionalista.
No obstante, estas representaciones y valores simbólicos, que forman
parte de nuestro acervo individual, pertenecen a un mundo social en que
nos desenvolvemos. El principal reto intelectual se encuentra, precisamen-
te, en la capacidad de abordar estas relaciones entre el sujeto particular
-y sus representaciones- y las representaciones sociales, entre el indi-
viduo y sus múltiples y sutiles mediaciones de todo tipo.
La instancia de las representaciones simbólicas o convencionales, di-
námica y cambiante como la propia sociedad, adquieren sentido en relación
con otra instancia o dimensión de lo espacial. Se trata de la instancia del
discurso o lenguaje.
El espacio no constituye sólo una construcción material y una cons-
trucción mental: el espacio se produce también como un discurso. El espa-
cio es inseparable, en todas sus manifestaciones, de un lenguaje. Aparece,

524 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

sin duda, en forma cultural en relación con el simple saber del espacio que
caracteriza toda sociedad humana. Es evidente en el caso de la cultura geo-
gráfica que elaboran los griegos de la época clásica y que hereda el mundo
occidental moderno.
El lenguaje geográfico tiene una doble dimensión. Forma parte, por un
lado, del propio espacio. Éste se resuelve en nombres, en términos, en voca-
blos, en verbos, que tienen una naturaleza múltiple. Son términos que iden-
tifican, topónimos, hidrónimos, orónimos, entre otros. Son términos que de-
notan procesos, formas, relaciones. Proporcionan un complejo vocabulario de
geografía, que podemos precisar como un vocabulario social del espacio, cu-
yos matices varían según los idiomas pero que configuran un corpus equiva-
lente, que, por otra parte, muestran múltiples interferencias y préstamos.
En realidad constituye como un gigantesco depósito sedimentario, en el
que se acumulan capas de origen y edad muy distintos, que nos ilustran so-
bre la profundidad histórica de la construcción del espacio social, y sobre
los matices que cada época y sociedad ofrece respecto de su representacio-
nes y sus prácticas espaciales. La transformación de los vocablos con el tiem-
po, las nuevas acepciones, el tránsito de unas lenguas a otras, nos ponen en
comunicación con el dinamismo de estas representaciones y la importancia
del lenguaje como vehículo activo en la constitución de las mismas.
Términos como territorio y espacio, o como ciudad y villa, town o city,
campo, terrazgo o bancal, son elementos que describen e identifican ele-
mentos de una configuración del espacio, en términos empíricos y en tér-
minos abstractos. Forman parte del espacio social. No tienen más precisión
que la que les otorga el uso de cada uno y pueden variar en su acepción de
un lugar a otro. Plaza, en unos lugares significa el espacio abierto de ca-
rácter urbano, en un espacio edificado; plaza, en otros lugares, identifica
una medida agraria. Villa adquiere lo mismo el valor de una aglomeración
rural que de una gran concentración urbana. Son elementos del espacio,
fragmentos semánticos del espacio. Son polisémicos por lo general, son
equívocos, son ambiguos.
La otra dimensión del lenguaje geográfico corresponde al campo espe-
cífico de la geografía. Compone un limitado acervo de conceptos de diver-
so orden, que adquieren sentido sólo en el contexto de una disciplina. Son
«las palabras de la geografía», como les han denominado, con acierto, al re-
ferirse a este conjunto de términos que operan a modo de herramientas
para el análisis y comunicación dentro del dominio de la disciplina (Bru-
net, Ferras y Théry, 1993). Son términos acordados, son vocablos conven-
cionales, como lo son los signos de un mapa. Tienen -aunque no siempre
ocurra así- un carácter unívoco. Se les acota en su sentido y aplicación.
Dan forma a un vocabulario limitado y acordado de la geografía, es decir, de
un campo de conocimiento.
En su primera forma son parte del espacio social. En la segunda cons-
tituyen una parte del espacio geográfico. En uno y otro caso se trata del len-
guaje. Uno de los problemas de la geografía actual deriva de la escasa defi-
nición de su lenguaje, de la confusión entre el lenguaje de la geografía y el
del espacio. El vocabulario geográfico no es el vocabulario de la geografía.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO. LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 525


El distingo, esencial, separa en la geografía actual la geografía con aspira-
ción de conocimiento riguroso y la geografía como cultura.
El lenguaje adquiere también otra dimensión en relación con la geo-
grafía. Se trata no sólo de los términos que componen el campo conven-
cional y acotado de la disciplina, sino también del texto, del discurso que
emplean los geógrafos. La obra geográfica conlleva términos, pero tam-
bién orden, secuencias, referencias, vínculos, argumentos, metáforas,
analogías, que hacen de esta obra una forma de expresión que se ajusta
a determinados parámetros o pautas. Es lo que se conoce como discurso,
en el sentido de Foucault, como texto, de acuerdo con el uso que han
dado a estos términos en el postestructuralismo. Haber llamado la aten-
ción sobre esta dimensión constituye una de las aportaciones fundamen-
tales de los enfoques posmodernos. Con su unilateral reducción de la rea-
lidad a la condición de lenguaje, siguiendo tradiciones culturales prece-
dentes, han estimulado el que se preste atención a esta dimensión de la
realidad que es el discurso del espacio, la forma en que los agentes so-
ciales nombran y describen el espacio, y sobre todo, el discurso discipli-
nar, el texto. El lenguaje de los geógrafos, los lenguajes de los geógrafos,
en sus descripciones, en sus mapas, han pasado a ser objeto del análisis,
de la de-construcción, de la hermenéutica. Las obras de los geógrafos se
prestan a la interpretación, al análisis desde la perspectiva de su estruc-
tura, de sus elementos constitutivos, de las referencias que usa y las que
ignora, entre otros aspectos.
Sin reducir la realidad y el conocimiento a la condición de texto, como
sucede en las formulaciones posmodernas, la crítica postestructuralista ha
significado la apertura de este frente, el reconocimiento de esta dimensión
sustantiva de la realidad. La dimensión del lenguaje como una parte a con-
siderar en el análisis del espacio, cuya consideración crítica y precisa pue-
de permitir ahondar en el conocimiento del espacio social, como han pues-
to de manifiesto algunas aproximaciones recientes en el caso español (Gar-
cía Fernández, 1985).
El espacio es una construcción social que, al mismo tiempo, pertenece
al mundo material productivo, al mundo mental simbólico y al mundo de
la comunicación y el lenguaje. Es discurso, es representación y es materia-
lidad. Ignorar cualquiera de estas dimensiones o instancias de lo geográfi-
co representa una reducción y, por tanto, una amputación y simplificación
de la realidad. Una de las grandes aportaciones de los debates del último
cuarto de siglo ha sido la de hacer patente esta diversidad de facetas del es-
pacio social, que interesa a la geografía.

6. Los procesos espaciales: diferenciación y desigualdad


Los procesos sociales que construyen el objeto de la. geografía tienen
una dimensión temporal y tienen una dimensión espacial. Es decir, son di-
námicos y varían con el tiempo, de tal manera que el espacio social tiene
profundidad histórica. Es el resultado de la acumulación de espacios cons-

526 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

truidos por sociedades anteriores y que responden a relaciones sociales dis-


tintas de las actuales. Los procesos que dominan en un momento determi-
nado se inscriben sobre el resultado de procesos anteriores y derivan de
ellos. El cambio se inscribe sobre la continuidad. Esta inercia está en rela-
ción con la que presentan las propias relaciones y procesos sociales.
Los procesos sociales tienen, también, un carácter diferenciado sobre
la superficie terrestre. No son homogéneos ni se producen de igual modo
en las diversas localidades, en los distintos territorios. La variabilidad es un
rasgo destacado de la construcción del espacio. El dinamismo en unas áreas
contrasta con el estancamiento y el declive de otras. La intensidad de cier-
tos procesos en unos territorios se opone la debilidad de los mismos en
otros. Las diferencias de intensidad, de ritmo, de naturaleza, de efectos ope-
ra como un mecanismo universal.
El capitalismo ha contribuido a acentuar estas diferencias entre las dis-
tintas partes de la superficie terrestre, es decir, entre las distintas socieda-
des. La homogeneidad del marco capitalista y su creciente universalización
no contradice sino que estimula o acentúa las diferencias y los contrastes
en los procesos sociales de construcción del espacio. Al mismo tiempo que
se hacen universales los mecanismos de reproducción capitalista, y que se
integran en los procesos de acumulación la totalidad de las sociedades te-
rrestres, que el capitalismo absorbe la totalidad de los recursos físicos y hu-
manos existentes en la superficie terrestre, se acentúan las diferencias en-
tre sociedades y espacios.
Son procesos sociales que, desde un enfoque espacial, se pueden resu-
mir en un rasgo sobresaliente: el desarrollo desigual y, con ello, la diferen-
ciación espacial. Dos términos de un mismo proceso, que se corresponde
con el de la expansión del capitalismo moderno. La expansión del capita-
lismo aparece unida, de forma natural, a la generación y agravamiento de
las desigualdades: desigualdades en el desarrollo económico, en la calidad
de vida, entre países, áreas, clases y grupos sociales. Y aparece unida a la
permanente reproducción de estas desigualdades, que se desplazan entre
distintas áreas del planeta, y dentro de los Estados, como si fuera una ley
inexorable del propio desarrollo capitalista.
Esto es lo que vienen a decir y sostener las interpretaciones marxistas
o neomarxistas, como las que formulan Harvey y Smith. En cualquier caso,
son los procesos de diferenciación los que destacan como los más relevan-
tes en la construcción del mundo actual y como los que dominan, a escala
planetaria, estatal y local, desde hace más de dos siglos. El desarrollo desi-
gual establece el telón de fondo del mundo actual. Y que se integra, en la
actualidad, en esa dialéctica de lo global y lo local.
Estos procesos de diferenciación presentan, desde una perspectiva
geográfica, dos formas o manifestaciones claramente definidas. La una
responde a prácticas de carácter social, de naturaleza predominantemente
política, que se traducen en la división y fragmentación de la superficie
terrestre en unidades espaciales de rango político. El elemento que las dis-
tingue es la presencia de un límite, de un borde o frontera, establecido y
reconocido. Identifica un tipo de vinculación entre un grupo social y un

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 527

fragmento del espacio terrestre, es decir, un territorio. Su materialidad es,


ante todo, cartográfica, aunque se proyecte de forma empírica. La otra tie-
ne un carácter más difuso, carece de límites precisos. Responde a la acción
de los agentes sociales y se traduce en áreas diferenciadas por el grado de
desarrollo, por la intensidad mayor o menor de acumulación de capital fijo,
fuerza de trabajo, servicios, entre otros. Tiene, por ello, un carácter mate-
rial manifiesto. Dan forma a áreas locales y a espacios de escala intermedia,
o espacios regionales. Configuran dos modos de diferenciación del espacio
terrestre.

6.1. LA DIFERENCIACIÓN ESPACIAL: PRÁCTICAS Y PROCESOS TERRITORIALES

Un componente de esta diversidad proviene de la propia diferenciación


territorial que caracteriza la realidad geográfica a escala planetaria y a es-
cala estatal. Esta diversidad territorial procede, directamente, de las prácti-
cas sociales y constituye una de las más relevantes desde la perspectiva geo-
gráfica. Las sociedades, los grupos humanos, a escala local y, sobre todo a
escala estatal, se distinguen por la tendencia a acotar un área propia, un es-
pacio de pertenencia.
Cada grupo humano, con una cierta estabilidad, se define por una cier-
ta extensión, identificada como propia, que constituye su territorio y reco-
nocida, o disputada, por el resto de los grupos humanos. Se trata de lo que
se denomina territorialidad. Un carácter asociado, en ocasiones, en el ám-
bito de la Etología animal, a la que manifiestan otras especies. La adscrip-
ción o pertenencia a un cierto ámbito, la delimitación de un área de perte-
nencia o dominio respecto de otros individuos o grupos de la misma espe-
cie, constituye una práctica común en un gran número de especies anima-
les. Representa, para algunos etólogos animales, el rasgo más destacado de
los comportamientos sociales de estas especies.
La vinculación de la territorialidad humana con la animal ha sido ha-
bitual, desde postulados diferentes y con intenciones dispares. La evidente
coincidencia de actitudes y comportamientos no supone equivalencia. La
diferencia esencial es el carácter elaborado socialmente que adquiere en la
especie humana. Es una territorialidad proyectada y construida. Se tradu-
ce en una división y fragmentación de la superficie terrestre en áreas de po-
der o soberanía, en espacios de ejercicio de este poder, por razones de di-
versa índole. Aparece en escalas tan contrastadas como la doméstica y la lo-
cal, que podemos identificar con los territorios socialmente reconocidos
más elementales, y la del Estado, en el extremo opuesto, como el espacio o
territorio de mayor amplitud y el que expresa de forma más intensa su ca-
rácter de espacio de poder.
El Estado es la principal y más relevante forma del territorio. Pero no
la exclusiva, en la medida en que se producen entidades supraestatales sur-
gidas del acuerdo de los poderes estatales. Áreas como la Unión Europea
son un ejemplo de estos espacios que se construyen por encima de los te-
rritorios del Estado. Y en la medida en que los propios dominios estatales

528 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

se organizan en áreas de menor extensión, de carácter político-administra-


tivo muy dispar. Abarca desde la entidad confederada y el Estado federado,
hasta la provincia y el municipio, como entidades puramente administrati-
vas o gestoras del control y dominio del Estado sobre su territorio.
El Estado moderno representa, de este modo, la manifestación más
elaborada de las prácticas territoriales humanas, hasta el punto de que ha
podido afirmarse que el territorio es una «invención» asociada a este Esta-
do moderno (Alliès, 1980). La frontera es el signo del territorio y la sobera-
nía la manifestación del dominio sobre el mismo. Es indiscutible en la me-
dida en que, como se había puesto de manifiesto en las geografías políticas,
el Estado adquiere su madurez moderna en el momento en que la frontera
adquiere una categoría objetiva, empírica, comprobable.
Esto sólo es factible en el momento en que es posible establecerla so-
bre un plano de forma plena. Lo que no logra hasta la consolidación de la
moderna cartografía, en tiempos de Napoleón. No es de extrañar, por tan-
to, que se haya considerado la cartografía moderna como la expresión mis-
ma del poder (Barnes, 1996). De tal manera que el mapa moderno repre-
senta, ante todo, un instrumento para definir estos territorios, entre Esta-
dos, y dentro de cada uno de ellos, de sus componentes políticos o admi-
nistrativos con entidad espacial.
Sin embargo, las prácticas territoriales no se agotan en la definición
del Estado y en la confrontación entre éstos y en las mutaciones históri-
cas de las fronteras. Procesos, por otro lado, que dominan el transcurso
histórico, aunque puedan pasar desapercibidos muchas veces. No obs-
tante, una simple ojeada al siglo XX pone de manifiesto la persistente va-
riación territorial que tiene lugar en estos cien años, producto de la dis-
gregación de unos Estados, como los imperios europeos y otomano en el
primer tercio; o producto de la desaparición de las colonias y dominios
coloniales europeos; o consecuencia de la fragmentación y disolución de
Estados en el Este de Europa en los años recientes. El cambio territorial
ha sido una constante, más que una excepción. Sin considerar las absor-
ciones e incorporaciones de territorios en Estados existentes, a costa de
otros o de parte de los mismos.
El excepcional dinamismo que en los últimos años mantienen los pro-
cesos de carácter territorial, asociados a la descomposición de la antigua
Unión Soviética y a la fragmentación de Estados como Yugoslavia, en Eu-
ropa, evidencia la importancia geográfica de estas prácticas y procesos. Los
conflictos entre Estados, las reivindicaciones territoriales, la fragmentación
en unos casos, y la agregación en otros, las disputas fronterizas, forman
parte de la realidad más actual.
Son el resultado de prácticas sociales conscientes. El territorio consti-
tuye el contenedor político por excelencia. Es el espacio de las prácticas te-
rritoriales del Estado. El ámbito de la gestión, del control, de la programa-
ción y planificación, de la ordenación, de la atribución funcional y social.
Es, por consiguiente, un espacio privilegiado del análisis geográfico, una
dimensión fundamental del objeto geográfico. El interés mostrado por la
geografía moderna desde sus inicios hacia estas construcciones se materia-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 529


lizó, como hemos visto, en la geografía política. Y la geografía política es,
en su moderna recuperación, la que ha puesto de manifiesto su excepcio-
nal significación en la construcción del espacio a escala mundial y a esca-
la local. Son espacios geográficos, y son los únicos espacios geográficos con
una delimitación estricta, si prescindimos de islas y masas continentales.
Constituye por ello la arena de estos agentes, el escenario de sus ac-
ciones. Es el marco en el que se anudan los vínculos principales entre los
diversos protagonistas sociales. Representa el marco esencial en el que se
reconocen las identidades sociales e individuales. El territorio es el soporte
principal de estas identidades o la meta que se formulan como objetivo a
alcanzar, en el caso de los denominados nacionalismos. Lograr un territo-
rio, un espacio propio, es el horizonte de toda identidad nacional, de todo
grupo diferenciado. El territorio permite hacer manifiesta la diferencia na-
cional, la denominada identidad nacional.
Sin embargo, el concepto de territorio, en cuanto producto de las prác-
ticas de diferenciación propias del poder, no se reduce al ámbito de la so-
beranía del Estado, aunque éste sea el territorio por antonomasia. Las prác-
ticas territoriales forman parte de la dinámica interna de los Estados, y los
procesos territoriales caracterizan el desarrollo del Estado moderno, en dos
direcciones: como un instrumento de ordenación del propio aparato del Es-
tado, en orden a la administración de su territorio; y como un mecanismo
de redistribución del propio poder del Estado, entre distintos sectores so-
ciales del mismo.
El territorio, en esta acepción, de carácter infraestatal, es el marco por
excelencia de las prácticas espaciales de los agentes sociales, en todas sus
escalas. Como marco administrativo, como marco legislativo, como marco
de asignación de recursos, como marco de intervención, como marco de
programación, como marco de conflicto entre los intereses de los diversos
agentes, individuales y colectivos, y con la propia administración o poderes
del Estado.
Todos ellos comparten el carácter de espacio como área de dominio
o pertenencia, espacio político por excelencia, definido por bordes o fron-
teras reconocidos, que pueden ser establecidos como una línea continua
en el mapa. Las prácticas territoriales constituyen un rasgo sobresaliente
del Estado en la gestión de su propio espacio de soberanía, del territorio
estatal.
La existencia de unidades de menor tamaño, con carácter administra-
tivo o político, de muy distinta naturaleza, desde el «estado» federado a la
provincia y el municipio, descubre estas prácticas de orden territorial, esen-
cialmente públicas, vinculadas con el poder político, con la capacidad del
Estado. Las regiones, en el sentido que se aplica este término en Estados
como Italia y Francia, las comunidades autónomas españolas, son entidades
territoriales surgidas de la práctica política. Como lo son las provincias y
sus equivalentes departamentos, que nacen en el Estado liberal en la pri-
mera mitad del siglo XIX en España y Francia, de acuerdo con los patrones
de gestión territorial que introducen las burguesías en la construcción de
sus Estados nacionales (Burgueño, 1996).

530 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Las prácticas territoriales, esto es, la división y ordenación de distintas


entidades espaciales, a diversas escalas, con límites definidos y reconocidos,
con competencias precisas en el ámbito de tales límites, como espacios dele-
gados del poder político del Estado o como espacios constituyentes del propio
Estado, forman parte de la propia naturaleza del poder. Son un signo de éste.
El producto de estas prácticas, que acompañan el desarrollo de la pro-
pia sociedad humana, son los distintos territorios que se suceden, aparecen,
se disuelven, se consolidan, se incrementan, o se transforman a lo largo del
tiempo, como entidades estatales. Y son las diversas formas de organización
que el poder pone en marcha en su control, gestión y dominio del propio
territorio estatal. Desde el territorio local asociado al grupo social de pri-
mer nivel, hasta el Estado nacional o los nuevos territorios interestatales,
propios de nuestro siglo, se extienden los productos de estas prácticas.
El territorio representa el espacio empírico construido de forma vo-
luntaria por las sociedades humanas y constituye, a su vez, el principal
marco de las prácticas sociales que dan lugar a los diversos espacios em-
píricos, físicos, que identificamos también como espacio geográfico. Es, en
lo esencial, un espacio político, el espacio construido por las prácticas po-
líticas, un espacio de intervención, de gestión, de control, desde la escala
local a la del Estado.
Desde esta perspectiva son territorios y responden a sus caracteres de
acción voluntaria, de delimitación precisa, de intervención pública del po-
der, las regiones de planificación. Tanto los grandes complejos territoriales
de la planificación soviética como las regiones del desarrollo en Francia, o
sus equivalentes áreas de desarrollo industrial.
De igual modo que son territorios, desde esta misma conceptualización,
las regiones políticas o político-administrativas que han surgido en Francia,
en Italia y en España, en este caso bajo la denominación de Comunidades
Autónomas, para reorganizar la estructura territorial del Estado.
La moderna geografía política, como la primera, ha descubierto la im-
portancia decisiva de esta dimensión de la realidad y su estrecha y radical
definición geográfica. El acierto de Ratzel estuvo en identificar el Estado
con el territorio, el evidenciar la relación íntima que une la unidad política,
el espacio del poder por excelencia, con la propia naturaleza espacial, con
la extensión, con la frontera, con el dominio, con la soberanía sobre un frag-
mento de la superficie terrestre. La recuperación y éxito de la nueva geo-
grafía política radica en la corroboración de esta naturaleza espacial del
Estado y del poder, en esta íntima relación entre poder y espacio, en esta
definición territorial del Poder. No hay poder sin territorio.
Esta nueva geografía política tiene el acierto de vincular el espacio del
poder con el sistema económico mundial y sus relaciones, en establecer so-
bre este marco universal el análisis del conflicto, de la dinámica política, de
la actividad económica, de las relaciones entre estados. El sistema mundo
es el que permite entender lo que sucede a escala local.
Prácticas y procesos territoriales tienen un carácter delimitador y de
gobierno o administración. Delimitan ámbitos de intervención, establecen
espacios de competencia o responsabilidad, definen espacios potenciales de

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 531

desarrollo, en el conjunto del territorio estatal y en cada una de sus áreas


menores. No se confunden con las prácticas sobre las que se sustentan los
procesos de reproducción social y acumulación capitalista, aunque tengan
relación con ellos.

6.2. LA DIFERENCIACIÓN ESPACIAL: PRÁCTICAS Y PROCESOS REGIONALES

La indagación geográfica tiene que ver, también, con las prácticas so-
ciales que componen los procesos básicos de reproducción social y acumu-
lación capitalista, y que dan lugar a un espacio físico, en el que se mate-
rializa y adquiere entidad física ese proceso social. Y, en especial, con las
formas de agregación espacial que presentan esos procesos y que determi-
nan una acusada diferenciación espacial, dentro de los distintos territorios,
en particular, dentro del territorio del Estado.
La notable polarización de esos procesos de acumulación capitalista, la
inercia de los mismos, han provocado y provocan espacios de máxima con-
centración de capital, en forma de capital fijo productivo, de capital fijo en
infraestructuras, de capital fijo en espacios de reproducción, sea vivienda o
equipamientos sociales diversos, y, por ello, de capital variable, de población.
Son áreas discontinuas, de extensión variable en relación con su di-
namismo, su historia, su capacidad para mantener y estimular la reno-
vación del capital, desarrollo histórico y función que desempeñan en el
marco sociopolítico y económico del Estado y en el mundo. Su existen-
cia, sus fundamentos, su desarrollo, su configuración, su imagen, su in-
serción territorial, su integración socioeconómica y política en el Estado
y a escala mundial, son aspectos a indagar desde una aproximación geo-
gráfica.
Sabemos que estos procesos tienen una escala local estricta, vinculada
a los mercados de trabajo y cuencas de empleo, como han identificado las in-
vestigaciones sobre la crisis industrial en los países desarrollados indus-
triales. Son los espacios locales que han despertado el interés creciente de
las geografías económicas radicales y posmodernas por distintas razones.
Pero sabemos también que estos procesos se manifiestan en una escala in-
termedia que distingue ciertas áreas de estos Estados y que pueden, inclu-
so, producirse a caballo de dos o más Estados.
Son áreas vinculadas en unos casos con el desarrollo capitalista de la
primera y segunda revolución industrial y en otros con la revolución técni-
ca del último medio siglo. La existencia de estos espacios empíricos, como
productos históricos del desarrollo capitalista, resulta de su entendimiento
como manifestaciones del carácter polarizado y contrastado, es decir, desi-
gual, de los procesos de acumulación y de reproducción del capital, a esca-
la planetaria y a escala del Estado.
Se puede decir, por tanto, que existe un cierto consenso explícito o im-
plícito en cuanto a que en la superficie terrestre el desarrollo no es homo-
géneo, que se producen agrupaciones o aglomerados de escala local y de es-
cala intermedia. Están caracterizadas por la concentración de determinados

532 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

procesos económicos y sociales, que determinan una intensiva acumulación


de capital fijo, de carácter productivo y de carácter social, y por la consi-
guiente concentración de fuerza de trabajo, de capital financiero, de servi-
cios públicos, de servicios administrativos, entre otros. Se presentan como
áreas con un sensible grado de coherencia interna, de equilibrio, y con un
dinamismo o capacidad de desarrollo notable. Pueden ser entendidas como
un sistema espacial a escala intermedia.
Fuerzas diversas intervienen socialmente promoviendo la concentra-
ción espacial de las actividades económicas, desde la «necesidad del con-
tacto entre actividades que evolucionan a gran velocidad», el incremento en
los costos de determinados insumos, el papel de las inversiones públicas, los
centros de desarrollo tecnológico, la atracción social por diversas áreas.
Además de las economías de escala y economías externas que derivan de los
mismos procesos de concentración: «Con el desarrollo del sistema fabril, las
economías de escala y las economías externas conducen a la concentración
del capital y de las actividades económicas en el espacio con un amplio
margen de desplazamiento de la fuerza de trabajo y de externalidades am-
bientales» (Laksmmanan y Chattersee, 1985).
El espacio aparece como capital fijo vinculado al proceso de produc-
ción, afectado tanto por las inversiones de capital como por la circulación
de los capitales, que determinan diferencias en los costos y beneficios, que
afectan al desarrollo de las fuerzas productivas, y a los propios capitalistas
según su ubicación. Las ventajas de localización, que constituye a su vez
una cuestión compleja sometida a múltiples determinaciones, y que varían
en el tiempo, de acuerdo con la incidencia de éstas, se materializan como
plusvalías que resultan discriminatorias respecto de los distintos agentes so-
ciales. El resultado es el desigual desarrollo geográfico.
Son áreas que se distinguen por el desarrollo de específicas formas de
integración en el sistema del Estado y el sistema mundo, por su dinamis-
mo diferenciado, en relación con el predominio de fuerzas de inercia o de
fuerzas de cambio, por el efecto positivo o negativo de las herencias histó-
ricas, e incluso por el desarrollo de una cierta imagen o representación del
propio papel en ese Estado y en el mundo. La consolidación histórica de es-
tos espacios y su específica evolución en el tiempo han sido resaltadas en
orden a poner de relieve su carácter social y su dimensión histórica.
El desarrollo desigual, en lo económico y en lo social, se traduce en es-
pacios distintos, aunque compartan el mismo sistema económico, los pro-
cesos sean los mismos, los elementos sociales y materiales sean también
iguales. La homogeneidad impuesta por el sistema capitalista a escala pla-
netaria ha hecho más patente la heterogeneidad con que se produce a es-
cala local y las diferencias que surgen entre Estados, dentro de cada Esta-
do, y aun en los propios lugares o localidades.
La homogeneidad del Estado moderno, desde el punto de vista de las
reglas económicas, del mercado, del espacio financiero, de la unidad de mo-
neda, no ha supuesto un desarrollo homogéneo y uniforme. Las diferencias
entre unas áreas y otras del mismo Estado, entre áreas progresivas y áreas
en declive, e incluso entre las que tienen en común ser progresivas o ser de-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 533

cadentes, aparecen como evidencias y como un problema social. Un pro-


blema que se convierte, incluso, en una cuestión política de primer orden
en los primeros decenios posteriores a la segunda guerra mundial, en los
países europeos. El desarrollo desigual es una evidencia. El capital se orga-
niza espacialmente en la medida en que el proceso de acumulación tiene un
carácter diferenciado, de acuerdo con la distribución de recursos físicos y
humanos, de capacidades productivas.

6.3. LA DIMENSIÓN REGIONAL: TERRITORIOS Y REGIONES

El espacio regional adquiere así una dimensión histórica, contingente,


dinámica. Surge en determinadas condiciones, se expande o mantiene, y
puede descomponerse y desaparecer en cuanto los factores que lo origina-
ron y mantuvieron desaparecen. La ruina de los espacios regionales surgi-
dos de la Revolución Industrial, provocada durante la crisis económica de
la segunda mitad del siglo XX , ha puesto de manifiesto esta contingencia, al
mismo tiempo que estimuló la investigación de sus orígenes.
Estos espacios, que surgen de las prácticas sociales de agentes indivi-
duales, de agentes sociales, del propio Estado involucrado por los agentes
locales o interesado en relación con las relaciones políticas y el equilibrio
de poderes existente en cada momento, de las instituciones y de poderes di-
versos, que resultan de estrategias múltiples que se entrecruzan, son los que
podemos considerar, en una acepción más restringida y estricta, regiones.
El concepto de región puede servir, en esta consideración, para abordar
estos fenómenos o procesos de concentración espacial, propios del desarro-
llo capitalista y que pueden ser identificados, sin dificultad, y reconocidos, a
distintas escalas y con distinto grado de desarrollo, en todo el mundo. La re-
gión como concepto geográfico es así una herramienta, pero concebida
como un instrumento para analizar un cierto orden de cosas, que corres-
ponde con una realidad empírica y que se corresponde con un tipo de dife-
renciación espacial asociada a los procesos del desarrollo desigual.
La región constituye, en este aspecto, una herramienta útil, de carác-
ter intelectual, de valor epistemológico, y en el marco de la geografía, para
explicar la naturaleza espacial de los procesos de reproducción del capita-
lismo. La región identifica, al mismo tiempo, este tipo de configuración es-
pacial empírica, y tiene, como tal, el valor de un concepto descriptivo, tam-
bién en el marco de la geografía. Identifica una forma específica del espa-
cio geográfico, con su propia escala de producción.
Esta región no responde a una concepción naturalista ni esencialista del
espacio geográfico, como fueron las regiones clásicas de la geografía regio-
nalista, las regiones naturales y las regiones-paisaje. La superficie terrestre
no se reduce a una agregación de regiones naturales o de unidades de pai-
saje o de entidades funcionales. Se aplica, exclusivamente, a la indagación
de los procesos, formas y grados de polarización del desarrollo capitalista y
aparecerá en relación con éste. La región, por tanto, tiene un carácter his-
tórico, en cuanto responde a unas condiciones históricas determinadas en

534 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

el proceso de acumulación capitalista, que sólo se producen en coordena-


das espacio-temporales concretas. La región, en este sentido, identifica un
espacio definido por el grado de desarrollo.
Dimensión territorial y dimensión regional forman parte de la cons-
trucción social del espacio. La indagación geográfica tiene que ver con esas
prácticas territoriales propias de los agentes sociales que se traducen en de-
limitaciones y divisiones espaciales de diversa índole. Prácticas de carácter
político conciernen, ante todo, al poder, pero afectan al conjunto de la so-
ciedad en mayor o menor medida. Representan, por otro lado, los marcos
sobre los cuales se elevan nuestras representaciones espaciales, sobre los
que se consolidan los espacios vividos. De la misma forma que, a la inver-
sa, nuestras representaciones espaciales contribuyen a dar permanencia y
profundidad histórica a determinados productos de esas prácticas territo-
riales o actúan impidiendo su fraguado y consolidación.

6.4. TERRITORIOS Y REGIONES: EL SIGNIFICADO GEOGRÁFICO

La distinción entre territorio y región, entre demarcación voluntaria y


política y área de desarrollo o acumulación capitalista, no es habitual en la
geografía. La confusión de territorio con región procede, sin duda, de los
usos ambiguos de este término y de la falta de definición y laxitud del mis-
mo. Es la imprecisión del término región el que ha permitido su uso gené-
rico y el que facilitado la ambigüedad del mismo.
De tal modo que la región, como concepto geográfico, se reduce al te-
rritorio (Brunet, Ferras y Théry, 1993). La región se identifica con el espa-
cio de la organización político-administrativa del Estado. Esa falta de rigor
del término región en la geografía es la que explica que se puedan contem-
plar o valorar divisiones territoriales, es decir, políticas, desde criterios re-
gionales. La confusión entre territorio y espacio regional o región impide el
análisis adecuado de los procesos espaciales que tienen lugar en el mundo
moderno y sus implicaciones sociales.
El ejemplo español reciente, de la creación de las Comunidades Autó-
nomas, en el marco de la organización del Estado en el nuevo esquema au-
tonómico, es ilustrativo de la diferencia entre ambos conceptos y del signi-
ficado de la confusión de los mismos. Al mismo tiempo, constituye un ex-
celente ejemplo de su significado en el análisis geográfico.
Dos ejemplos españoles pueden ser ilustrativos de la diferencia entre
territorio y espacio regional, y de su carácter históricamente determinado,
así como de las implicaciones sociales, ideológicas, simbólicas, que la di-
námica espacial conlleva. El carácter contrapuesto de la evolución habida
en estos ejemplos españoles resulta de especial significación sobre el carác-
ter contingente e histórico de los espacios regionales. Corresponden a Ca-
taluña, por una parte, y a lo que se ha denominado la macrorregión cantá-
brica, por otro.
Cataluña es hoy un territorio en el marco del Estado español, constitui-
do como Comunidad Autónoma, que reúne las cuatro provincias catalanas

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 535

surgidas en la reforma liberal de 1833, y que englobaban el histórico Princi-


pado de Cataluña. En esta perspectiva constituye un espacio delimitado, de
fronteras precisas y estables. Cataluña representa, al margen de su configu-
ración como un territorio en el marco político del Estado de las autonomías,
un espacio que responde a los supuestos de la región capitalista moderna, un
área de desarrollo cuyos márgenes, en cambio, son difusos, cambiantes.
Es un espacio regional, con un alto grado de coherencia interna, con-
figurado en torno a la industria y a la presencia urbana de Barcelona. Este
espacio regional se esboza en torno a esta ciudad desde mediados del si-
glo XIX y cristaliza como un conjunto espacial con un alto grado de cohe-
sión económica y social, desde principios del siglo XX . El elemento motor
de este espacio es la industria y la metrópoli urbana desarrollada sobre Bar-
celona. Su constitución tiene lugar en el marco de un territorio estatal,
España, convertido en mercado cautivo de la producción industrial catalana.
Se podrá hablar, desde el primer tercio del siglo XX, de Cataluña como la
fábrica de España (Nadal, 1985).
En realidad, Cataluña es algo más que la fábrica de España. El impul-
so capitalista absorbe, de forma progresiva, la producción agraria, y se in-
troduce, de igual modo, en la explotación de recursos esenciales como los
hidráulicos, desde el mismo siglo XIX . Se introduce en los servicios: el tu-
rismo, sobre todo el de carácter litoral, orientado hacia una demanda ex-
tranjera, adquiere un desarrollo temprano en Cataluña, en muchos aspec-
tos pionero, vinculado a la inversión local.
El desarrollo capitalista se extiende hacia el conjunto de las provincias
catalanas, penetra incluso en la montaña, e introduce a ésta a nuevas for-
mas de explotación, vinculadas con una sociedad urbana y con la presta-
ción de servicios de distinto orden.
La mejora y transformación de las infraestructuras es favorecida por el
propio dinamismo regional, pero también por la capacidad de los agentes
individuales y sociales para desarrollar estrategias adecuadas de cara a la
intervención del Estado. La mejora del puerto y de las vías de comunica-
ción aparece como un rasgo persistente desde mediados del siglo XIX . La fi-
nanciación pública de las obras necesarias o su aval y respaldo para garan-
tizar su rentabilidad a los inversores privados consolida una dinámica área
de perfil industrial en el marco territorial del Estado español. Cataluña,
como espacio diferenciado por su mayor grado de desarrollo y el alto nivel
de urbanización y dotación de infraestructuras y servicios, es una realidad
reconocida como tal desde el primer tercio del siglo XX .
Esta Cataluña carecía de cualquier realidad territorial. Cataluña no
existía como territorio. Cataluña, desde una perspectiva territorial eran cua-
tro provincias, con su propio territorio. Ninguna autoridad, ningún órgano
de gestión política o administrativa, tenía competencias sobre el conjunto de
estas provincias. Cataluña era una realidad regional pero no tenía enti-
dad territorial. Si descontamos el breve intervalo de la II República espa-
ñola, la territorialidad catalana es una aspiración, no una realidad. Esa te-
rritorialidad sólo adquiere virtualidad a partir del Estado de las Autono-
mías, en 1978. Desde ese momento existe un territorio catalán que se ha su-

536 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

perpuesto a un espacio regional que se ha mantenido como el área más de-


sarrollada del conjunto del Estado español.
Es indudable que la consecución de un estatuto territorial supone un
logro esencial respecto de las estrategias de los agentes sociales catalanes,
en la medida en que posibilita una gestión propia de los recursos de acuer-
do con los intereses y las necesidades contempladas desde el espacio regio-
nal y en relación con él. La superposición de una realidad regional y una
realidad territorial representa una notable ventaja desde el punto de vista
operativo, desde la perspectiva de la intervención sobre el espacio, en orden
a garantizar su supervivencia como un área dinámica en el contexto espa-
ñol, europeo e internacional.
El importante respaldo simbólico que la conciencia histórica, elabora-
da como nacionalismo, proporciona a Cataluña, en orden a asentar su te-
rritorio y a legitimar opciones de desarrollo específicas, ha contribuido y
contribuye a consolidar la identificación entre territorio y región, siendo
como son dos dimensiones distintas. En este caso, la conciencia histórica y
el territorio han venido a facilitar la consolidación del espacio regional
construido y configurado por el desarrollo capitalista en las específicas con-
diciones de la moderna formación social española.
El carácter de región industrial de Cataluña, configurada en relación
con la primera revolución industrial, durante el siglo XIX, determina que la
crisis industrial y económica del decenio de 1970 le afecte de forma direc-
ta. Sobre todo a aquellos sectores más tradicionales, como la industria tex-
til y mecánica.
La transformación de la región catalana en un territorio catalán per-
mitió a los agentes sociales catalanes afrontar las transformaciones necesa-
rias para remodelar su base industrial y para impulsar otras actividades y
capacidades productivas. La importancia del trasfondo ideológico, que se
corresponde también con el espacio de identidad y con el espacio vivido ca-
talán, se puede valorar en sus justos términos, si lo comparamos con lo su-
cedido en otra área regional española.
El desarrollo capitalista en la España moderna tiene un carácter con-
centrado y muy polarizado, de tal modo que sólo muy contadas áreas del
conjunto del Estado se ven involucradas en esos procesos a lo largo del si-
glo XIX y en la primera mitad del siglo XX (Nadal y Carreras, 1990). Una
de estas áreas se corresponde con la amplia franja septentrional que
comprende desde Asturias hasta las provincias del País Vasco. De modo
similar al caso catalán, la penetración y el desarrollo del capitalismo se
asocia con la industria moderna. En el Norte de España se produce a par-
tir de la explotación de recursos locales vinculados con la primera etapa
de la industrialización. Los combustibles fósiles -el carbón- y los mi-
nerales metálicos, en particular el mineral de hierro, fueron el cimiento
de este desarrollo. La entrada de capital extranjero y del resto del Estado
facilitó el despegue industrial y con ello el del proceso de acumulación
capitalista.
El proceso de acumulación capitalista se acelera en el marco también
del Estado español, mercado cautivo para los industriales cantábricos, y se

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 537

concentra en sectores industriales -el siderometalúrgico y químico-, con


amplia difusión por el conjunto de este área. La puesta en explotación de los
recursos, incluido el de la mano de obra local, se articula a través de una red
de infraestructuras de comunicación, por medio del ferrocarril de vía estre-
cha -sufragado por las inversiones privadas-, hidráulicas y de producción
de energía, también de iniciativa privada, que permite aglutinar un espacio
industrial con un elevado grado de integración horizontal y vertical desde
Asturias hasta Guipúzcoa, que se extiende de forma progresiva hacia Nava-
rra y Álava.
Desde el siglo XIX, pero con mayor intensidad en el siglo XX , se produ-
ce un acelerado proceso de integración de las economías agrarias en el mar-
co capitalista, por vías diversas, desde la especialización ganadera, en unos
casos, a la dedicación forestal, inducidas, una y otra, por la industria. De
igual modo que se incorpora la explotación de los recursos marinos, a tra-
vés de una transformada y capitalizada actividad pesquera, que la convier-
te en la más avanzada del país.
Se inician nuevas formas de acumulación capitalista vinculadas a los
servicios y a la explotación de los valores naturales, en el marco de una so-
ciedad que mercantiliza de forma progresiva bienes no venales directamen-
te. En definitiva, se configura un espacio regional dinámico, integrado en
una España de escaso desarrollo. Lo que le proporciona un carácter de área
de atracción inmigratoria importante.
La evidencia de esta realidad regional es manifiesta desde mediados
del siglo XX y así es reconocida, por geógrafos y desde fuera de la geo-
grafía. Se corresponde con lo que en años más recientes se ha denomi-
nado macrorregión cantábrica. Este espacio regional se superpone, como
en Cataluña, a marcos territoriales provinciales diferenciados. Sin em-
bargo, carecía de antecedentes territoriales históricos equiparables a los
de Cataluña, es decir, comprensivos de la totalidad del área afectada por
el desarrollo regional.
A diferencia de Cataluña, no existía en la región cantábrica una di-
mensión histórica unificada, y una conciencia histórica compartida. Ésta se
distribuía entre Euskadi o País Vasco, en proceso acelerado de construcción
en este período, con un notable sesgo nacionalista, y los débiles entrama-
dos regionalistas, en el sentido histórico y folklórico acuñado a caballo de
los siglos XIX y XX, de Asturias y un indefinido espacio en el que pugnan dos
imágenes históricas contrapuestas, las de La Montaña y Cantabria.
La región industrial producto del desarrollo capitalista de los siglos XIX
y XX carecía de una marca de identidad propia, lo que ocasiona que no sus-
tentara ni una representación compartida ni una conciencia de pertenencia
común. Se trataba de una región fragmentada en múltiples territorios pro-
vinciales, sin vínculos ideológicos ni simbólicos entre sí.
La herencia histórica opera, en este caso, frente a la dinámica regio-
nal. Esta fragmentación territorial del espacio regional es la que proporcio-
nó el sustrato de la configuración político-territorial de la España de las Au-
tonomías, que hace posible la cristalización de cuatro comunidades autó-
nomas en el espacio regional: Asturias, Cantabria, Euskadi y Navarra.

538 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

La falta de coincidencia entre los marcos territoriales surgidos de la


configuración del Estado de las Autonomías, y la organización regional fue
señalada por geógrafos y no geógrafos, que discutieron y pusieron en en-
tredicho -o defendieron-, la bondad de tales divisiones. La crítica no se
fundaba en la conveniencia o fundamentos de tales agrupaciones territo-
riales. La crítica se hacía desde otro plano, el de la coherencia de sus es-
tructuras productivas, o con simples referencias a las condiciones naturales
(Estébanez y Bradshaw, 1984). Los críticos operaban, sin embargo, desde
una perspectiva tecnocrática que confundía el carácter político de la refor-
ma territorial con una ordenación regional del Estado.
La coincidencia de este proceso de fragmentación territorial con el de
crisis de las viejas estructuras industriales supuso la inexistencia de unas es-
trategias homogéneas por parte de los agentes empresariales, sociales y po-
líticos. Se tradujo en la disparidad de las respuestas en cada territorio, por
parte tanto de los agentes públicos como de los privados. Se ha manifesta-
do en la disparidad de estrategias para afrontar la crisis de la base indus-
trial. Se ha traducido en el declive de la trama industrial de la región sin
que se haya generado un tejido industrial renovado o alternativo equiva-
lente. Los efectos disgregadores sobre el espacio social y sobre otras activi-
dades productivas han sido un fenómeno compartido.
La quiebra de la región industrial cantábrica es el principal resultado
de la crisis. La desintegración del espacio regional de carácter industrial,
del área cantábrica, es el proceso más evidente en la actualidad. El rasgo
más destacado, sin embargo, es una situación crítica, que convierte a este
espacio en un área en declive. Sobre los residuos, gestionados de forma in-
dependiente en cada entidad territorial, se desarrollan, en la actualidad, es-
trategias dispares de desarrollo. Buscan reintegrar cada uno de estos terri-
torios en el sistema económico del Estado y mundial.
Sin embargo, hasta mediados de este siglo XX la región catalana y la
cantábrica eran las dos únicas regiones españolas, de base industrial, cons-
truidas a partir del siglo XIX , y dos de los espacios más dinámicos del Es-
tado. Dos regiones en desarrollo, de las muy pocas que presentaban este ca-
rácter en España (Nadal y Carreras, 1990).
La diferencia fundamental con Cataluña ha sido de orden territorial y
de orden cultural y social. En Cataluña se ha producido una identificación
del espacio regional con el territorio autonómico, lo que ha facilitado los
procesos de integración y cohesión social y cultural, estimulados por el sen-
timiento de pertenencia a un territorio histórico y de identidad cultural.
En la región cantábrica ha faltado esa identificación y el espacio regio-
nal ha perdido cohesión, se ha fragmentado en lo territorial, y ha carecido
y carece de todo vínculo de pertenencia o de identidad cultural. Éstas se ma-
nifiestan en ámbitos territoriales menores, con muy distinta intensidad, con
significados muy diferentes y con una incidencia social sin posible compa-
ración entre el País Vasco y el resto de los territorios autonómicos.
La incapacidad para articular estrategias de conjunto en orden a con-
trarrestar los efectos de la crisis industrial y modelar alternativas regiona-
les a la misma explica el proceso observable de desaparición del propio es-

540 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

caso porque ofrece sólo una falsa solución a la unidad de la geografía que
buscan sus impulsores, como lo evidencia la propia evolución de la disci-
plina. En el segundo porque ignora dimensiones clave de la realidad geo-
gráfica, y porque con ello impone una concepción reductora del espacio
geográfico y de la geografía.
La geografía regional no puede formularse como una disciplina de las
entidades permanentes de la superficie terrestre vinculadas a una concep-
ción de carácter naturalista y esencialista. Un enfoque regional o una geo-
grafía regional sólo adquiere sentido a partir de las prácticas asociadas a
los procesos de diferenciación espacial a distintas escalas, y de las prácticas
de división del espacio por parte del poder, de acuerdo a objetivos y estra-
tegias distintas.
La posibilidad de una geografía regional renovada sólo puede conside-
rarse desde la perspectiva de una disciplina o rama de la geografía cuyo ob-
jeto sean las prácticas, procesos y representaciones vinculadas, por un lado,
al ejercicio del poder, en la división y organización territorial y, por otro, a
los fenómenos y procesos de diferenciación del desarrollo en áreas de ma-
yor o menor extensión, local o intermedia. En el primer caso, como una geo-
grafía regional próxima a la geografía política.
La geografía regional adquiere sentido como una disciplina de análisis
y explicación de los procesos que intervienen en la diferenciación del espa-
cio terrestre, y de las configuraciones territoriales y regionales que derivan
de ellos. El análisis y explicación puede plantearse en marcos territoriales
definidos, Estados o unidades territoriales menores, que son los que algu-
nos geógrafos entienden como únicos marcos regionales. En realidad, esos
marcos territoriales son meros contenedores de procesos de diferenciación
social y económica, en los que tienen indudable trascendencia. Agentes,
prácticas, representaciones y procesos de toda índole se articulan sobre esos
territorios, pero se manifiestan en un orden distinto.
Una geografía regional renovada se justifica si se aproxima al espacio
desde una concepción social del mismo. En realidad, un enfoque social es
imprescindible para constituir una geografía consistente.

8. La geografía como disciplina social

La tradición geográfica moderna se caracteriza, como hemos compro-


bado, por la dicotomía entre una geografía física que se constituye en fecha
temprana y que arraiga en la cultura de las ciencias naturales desde la Ilus-
tración, y una geografía humana que se pretende configurar, en un principio,
como una geografía capaz de integrar lo físico y lo humano. La geogra-
fía como puente entre las ciencias de la naturaleza y las humanas. Geografía
humana que se reducirá, en el tiempo, a una simple rama, definida por con-
traposición a la geografía física, como un conocimiento vinculado con los
hechos derivados de la intervención social.
Desmontada de sus ambiciosas pretensiones iniciales por la inconsis-
tencia de sus objetivos, reducida a la categoría de parte, experimenta, como

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 541

la propia geografía física, los efectos de la ausencia de un marco teórico ar-


ticulador de unos conocimientos muy dispersos desde su origen. De hecho,
como hemos comprobado, el discurso unitario de ambas ramas geográficas
es engañoso. La geografía física no trasciende el estatuto de un conglome-
rado de disciplinas inconexas desde la perspectiva teórica, epistemológica y
práctica. La geografía humana disimula un variado agrupamiento de disci-
plinas que ni en la práctica ni en la teoría comparten bases comunes. Las
«geografías sociales» esbozadas en los años ochenta vienen a descubrir esa
insuficiencia, lo mismo que la denominada geografía humanista.
Muchos geógrafos siguen considerando que la geografía es una disci-
plina -o ciencia- puente entre las ciencias naturales y las humanas, o en
la encrucijada de unas y otras (Bailly y Scariati, 1999). Esta percepción pro-
cede de una tradición arraigada de la geografía moderna y de una confu-
sión que surge de la inadecuada delimitación del objeto geográfico. Sin em-
bargo, otros muchos geógrafos formulan su concepción de la geografía
como una disciplina social. Y entre estos geógrafos puede distinguirse una
doble formulación: la de quienes reducen el campo geográfico a lo huma-
no y rechazan los componentes físicos, y la de quienes hacen hincapié en
la naturaleza social del objeto geográfico, es decir, del espacio.
La concepción de la geografía como una disciplina o ciencia social re-
presenta la única posibilidad de futuro para este campo de conocimiento.
El carácter de ciencia social no se deriva, sin embargo, de una reducción
del foco geográfico a los aspectos tradicionales de la denominada geografía
humana. El carácter de ciencia social surge de una doble exigencia: la que
impone la naturaleza del espacio social que estudia la geografía, y la que de-
riva del objetivo de una disciplina moderna, capaz de responder a las necesi-
dades de la sociedad contemporánea.
La naturaleza social del espacio impone a la geografía su condición de
disciplina social, por razones epistemológicas. El objetivo de la geografía en
el mundo actual, como reclaman y señalan numerosas voces de geógrafos,
son los problemas que afectan al espacio. La geografía se perfila como una
disciplina social orientada al análisis y, en su caso, solución de problemas
de carácter espacial, que tienen relevancia social.

8.1. LA GEOGRAFÍA DE PROBLEMAS RELEVANTES

Desde múltiples perspectivas personales, los geógrafos vienen propo-


niendo, en el contexto de la geografía actual, la necesidad de orientar la geo-
grafía hacia los grandes problemas que caracterizan el mundo actual, en su
dialéctica planetaria y local. De acuerdo con la específica formación de cada
uno, el énfasis se coloca en los problemas del medio ambiente o en los de
ordenación espacial, en los problemas de la desigualdad o en los de la con-
frontación política.
En cualquier caso, se aprecia una creciente conciencia de que los pro-
blemas esenciales de las sociedades actuales, en el momento presente y en
el inmediato futuro, tienen que ver con fenómenos que la geografía puede

542 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

abordar con solvencia. Fenómenos que por una razón u otra resultan fami-
liares a la geografía y a los geógrafos. La cuestión se plantea, por tanto, en
establecer estos problemas relevantes y en formular qué debemos abordar
de los mismos.
Coinciden aquí en propuestas y enfoques que aparecen de igual modo
en geógrafos físicos y geógrafos de orientación humanista, que propugnan
una geografía «real», por contraposición a una geografía académica hecha
de compartimentos. Una creciente desconsideración de los límites y parce-
las del campo de conocimiento geográfico y una reivindicación mayor de
perspectivas abiertas. Se postula desde la conciencia de la escasa fecundi-
dad de tales divisiones para abordar los problemas esenciales de la geogra-
fia (Massey, Allen y Sarre, 1999).
En consecuencia, esta geografía «real» se identifica con una geografía de
problemas asentada, es decir en ámbitos territoriales definidos. Problemas
de hoy en sociedades de hoy, en territorios de hoy. Es decir, no problemas de-
finidos desde el prisma sesgado de las anteojeras académicas -problemas
geomorfológicos o económicos-, sino problemas «geográficos» que afectan
a dichas sociedades, en orden a aliviarlos o resolverlos (Stoddart, 1987).
La identificación de estos problemas es habitual en las obras geográfi-
cas recientes, en este último decenio del siglo XX, en la medida en que au-
menta la conciencia sobre la necesidad de orientar la investigación geográ-
fica hacia cuestiones relevantes desde la perspectiva social. En la medida
también en que la propia realidad muestra esta problemática que tiene que
ver, tanto con procesos sociales directamente como con procesos naturales
de significación social. Los geógrafos son conscientes de la variedad y ac-
tualidad de estos problemas y de su significación social.
Los geógrafos tienden a perfilar una disciplina que tiene que ver con
el espacio, los lugares y la naturaleza. Una tríada que recoge tradiciones
y que proporciona nuevas perspectivas. Problemas generales y problemas
locales, y una renovada aproximación a las cuestiones de la naturaleza,
desde el campo geográfico y bajo una perspectiva social. Son problemas
que tienen que ver con los procesos de globalización económica y de con-
figuración de un mundo polarizado y diverso, a pesar de la uniformidad
de los procesos de implantación y desarrollo del capitalismo mundial. Tie-
nen que ver con el Poder y sus prácticas en el mundo contemporáneo, con
la crisis del Estado y con la eclosión nacionalista, variada y contradicto-
ria. La explosión y estallido de unos Estados, el poderoso refuerzo de
otros, la fragmentación nacional, étnica, religiosa, la inestabilidad territo-
rial. Frente a la imagen de la estabilidad de los territorios políticos, la in-
terrogación sobre su fragilidad y movilidad (Agnew, 1999). Las nuevas for-
mas de organización del Estado, hacia formas supraestatales y hacia nue-
vos tipos de reparto del poder del Estado, dentro de sus fronteras.
Una geografía atenta a los problemas de carácter político que tienen re-
lación con el espacio a escala planetaria y a escalas locales; a los problemas
relacionados con lo que se ha denominado la geografía de la diferencia, en
el mundo uniforme del capitalismo mundial; a los problemas derivados de
la urbanización, y de lo que algunos llaman la tiranía urbana.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 543

Una geografía sensible a los problemas que surgen de los grandes mo-
vimientos de población desde el llamado Tercer Mundo, es decir, las múlti-
ples periferias del mundo capitalista, incluidas las que han surgido del de-
saparecido Segundo Mundo, o países socialistas de la antigua Unión Sovié-
tica y de la Europa central, hacia los distintos centros de este mundo capi-
talista, en Europa y en América. Problemas relacionados con los procesos
de desigualdad en el desarrollo pero también de reorganización territorial
a escala mundial y en ámbitos locales.
Una geografía abierta a los problemas de la identidad cultural y sus re-
laciones con el espacio, que se manifiestan a escala mundial como con-
frontación de las grandes culturas con los procesos de globalización e im-
posición de la industria cultural, que representa y transmite un modelo cul-
tural occidental y norteamericano, de Estados Unidos, gracias a los moder-
nos medios de comunicación de masas. Pero que se manifiestan también a
escala local y regional, como consecuencia del desarraigo de poblaciones,
de la mezcla de culturas y poblaciones, de las migraciones masivas, que al-
teran el carácter uniforme y homogéneo de las sociedades preexistentes.
Los problemas derivados de la uniformidad cultural impuesta por la
industria, en cuanto suponen pérdida de un patrimonio rico y variado; los
problemas de una aldea global en la que las exclusiones y las diferencias se
agravan entre unos países y otros, entre unas regiones y otras, a la escala

tano, en el que conviven la gentrification y el homeless.


de un mismo país, entre unas áreas y otras, dentro del espacio metropoli-

Una geografía capaz de abordar los problemas de la transformación y de-


gradación de la naturaleza, del intercambio orgánico del hombre con la natu-
raleza; los problemas de ordenación del espacio, urbano o regional; los pro-
blemas de conservación del patrimonio territorial. En este marco de los
problemas que tienen relación con la transformación y degradación de la
naturaleza y con la creciente preocupación social por la preservación del
patrimonio territorial se inscriben las nuevas relaciones de la geografía con
la naturaleza.

8.2. ESPACIO SOCIAL Y NATURALEZA

La concepción social del espacio conlleva un cambio en el entendi-


miento de la Naturaleza o medio natural, pero no supone una elimina-
ción de éste. Representa una concepción distinta del espacio geográfico,
que deja de descansar sobre lo natural y que transforma el entendimien-
to y carácter de la Naturaleza, lo que supone un cambio esencial en la
concepción de la geografía física y en las relaciones entre las distintas
ramas geográficas. El espacio que interesa a la geografía es un espacio
social y sólo social. Lo que no quiere decir que sea un espacio sin com-
ponentes físicos o naturales.
El espacio social como objeto de la geografía sólo puede ser con-
templado y abordado desde una consideración social, incluso en sus ele-
mentos físicos, en su aparente constitución «natural». En primer lugar

544 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

porque ese espacio sólo adquiere sentido como un producto histórico de


las relaciones sociales.
La historicidad del espacio geográfico, su estado de permanente cam-
bio, la evidencia de que los procesos, es decir las transformaciones, consti-
tuyen su principal naturaleza, margina cualquier pretensión de hacer del es-
pacio una constante natural con existencia propia. En segundo lugar porque
la propia naturaleza representa un producto social. Lo es como representa-
ción cultural elaborada históricamente. Lo es como materialidad alterada,
modificada, transformada, a lo largo de miles de años de actividad humana.
La desbordante evidencia de este proceso en los últimos dos siglos no
puede ocultar sus profundas raíces históricas. Lo que llamamos «naturale-
za», con la pretensión de oponerla a «sociedad», no es sino una naturaleza
social. En consecuencia, la geografía física sólo puede ser contemplada
como una disciplina instrumental para el entendimiento del espacio geo-
gráfico. La geografía física no puede ser la geografía del medio físico o me-
dio natural, como si éste existiera como tal, de acuerdo con una concepción
que opone medio natural y sociedad. Esta dicotomía, en la que se fundaba
la geografía física, es insostenible.
La geografía física adquiere valor en la medida en que facilita el aná-
lisis de la incidencia social en los procesos físicos, y como una plataforma
para la adecuada descripción de los efectos de los procesos sociales sobre
la configuración física terrestre, en el marco del estudio de los principales
problemas que afectan a la sociedad contemporánea.
Recursos, deterioro ambiental, preservación, riesgos naturales, altera-
ciones, cambio climático, son conceptos y fenómenos de orden social, en la
medida en que constituyen problemas sociales, problemas que se plantea
la sociedad actual. Forman parte del espacio que se produce socialmente,
tienen que ser abordados y pueden ser abordados, desde esta perspectiva
social. La supuesta unidad de la geografía sólo puede postularse a partir de
la unidad del objeto de la disciplina, y esa unidad identifica una geografía
vinculada al espacio geográfico como producto social.
Estos procesos y estos espacios tienen naturaleza social, surgen de la
propia naturaleza social humana y constituyen, al mismo tiempo, un ele-
mento de esa naturaleza social. No se trata, por tanto, de un «objeto» o
«producto» opuesto al sujeto social enfrentado a él, como un mero entorno
físico o como un material separado. Separar o deslindar el espacio geográ-
fico, identificado como espacio físico o como sustrato físico, de la propia
sociedad constituye un reflejo analítico que no responde a la verdadera na-
turaleza del espacio geográfico.
La geografía tiene que liberarse de las servidumbres de una concepción
«naturalista» que ha viciado su desarrollo moderno, y que ha subordinado
lo social a lo físico. La lúcida crítica de L. Febvre a esta dependencia, res-
pecto del determinismo mecánico de la primera geografía, no llegó al fon-
do de la cuestión. No supo librarse de la profunda influencia intelectual que
situaba la geografía física como soporte y razón de ser de la explicación geo-
gráfica, aunque lo hiciera desde el relativismo aparente de las «relaciones»
hombre naturaleza.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 5

Ni L. Febvre ni los geógrafos posteriores, críticos con las fórmulas na-


turalistas más primarias, alcanzaron a iluminar o entender que esas «rela-
ciones» a las que hacen referencia para reivindicar los nuevos plantea-
mientos teóricos y metodológicos sólo podían ser «relaciones sociales».
Como tales relaciones de carácter social, se inscribían en el marco de una
disciplina de esta categoría y adscribían definitivamente a la geografía al
campo de las disciplinas sociales. La desconfianza respecto de la sociología
y sus aspiraciones, la inseguridad en los propios fundamentos, facilitó una
i mposible propuesta de disciplina a caballo de lo natural y lo social. Una
propuesta insostenible en lo epistemológico, como destacaba, con rotundi-
dad, un geógrafo en el decenio de 1980 (Johnson, 1987).
Las cuestiones físicas sólo adquieren sentido geográfico en el marco
de la transformación de la naturaleza por la acción social. La descripción
física del mundo, tanto en la propuesta de A. de Humboldt como en el de-
sarrollo especializado posterior, constituye un objetivo vinculado a las cien-
cias de la Tierra y abordable desde ellas. En el estado actual de desarrollo
de éstas esa descripción, explicativa o no, queda limitada por el desigual
avance de cada disciplina «natural» y por la disparidad de sus presupues-
tos teóricos y epistemológicos.
La integración de estos diversos campos parece, en la actualidad, un
objetivo inabordable a pesar de la existencia de conceptos o marcos teóri-
cos que han de ser fecundos en esa vía, como el de ecosistema o sistemas
naturales. Sin embargo, la distancia existente entre disciplinas como la geo-
logía y climatología por un lado, y la biología, por otra, es considerable, des-
de la perspectiva de las prácticas del trabajo científico y desde la óptica del
campo de conocimiento de cada una.
En cualquier caso, como demuestran las obras de geografía física
más recientes, la posibilidad de esa integración sigue siendo escasa. Por
el contrario, prevalece la tendencia a la separación estimulada por la es-
pecialización y por la ausencia de un marco teórico común para todas
ellas. Es evidente que el concepto de geosistema no ha logrado ejercer esa
función (Sala, 1997).
La geografía, en la medida en que acote un campo propio, sobre un ob-
jeto específico, elaborado en el marco geográfico, sólo puede plantearse las
cuestiones físicas como elementos o partes de los problemas que suscita la
transformación de la naturaleza en la práctica social cotidiana. Los conoci-
mientos de carácter físico, los instrumentos conceptuales y metódicos que
corresponden a las correspondientes ciencias de la Tierra, tienen el valor de
herramientas para el más correcto análisis social.
La tradición geográfica otorga a la geografía, en este campo, la ven-
taja de una relación intelectual y práctica secular con esos campos cola-
terales, y con ello la posibilidad de integrar una parte de sus elementos en
la construcción de su propio campo de conocimiento y en la resolución de
sus específicos problemas. Son éstos los que determinan el recurso a los
conceptos de las disciplinas que han integrado conceptualmente la geo-
grafía física que, en cuanto tal, carece de autonomía en el marco geográ-
fico.

546 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Cualquier formulación que parta de una relación causal o de una inte-


racción causal, entre lo físico o natural y lo social, está viciada en su enun-
ciado. Se formule como una relación causal unidireccional o mecánica de
corte determinista, o como una relación indeterminada o posibilista entre
ambos términos. La separación antagónica entre Naturaleza y Sociedad ca-
rece de fundamento teórico y condena a un callejón sin salida a la geografía.
La pretensión de que la geografía no es una disciplina social, o que es
algo más que una disciplina social, o de que la dimensión física tiene exis-
tencia propia y antagónica respecto de lo social, constituye una formulación
insostenible desde una perspectiva epistemológica, aunque siga siendo una
argumentación vigente (Lecoeur, 1995).
Una ideología naturalista pertrechada de conceptos que fueron elabo-
rados en épocas y circunstancias pasadas, cuya significación originaria se
ha perdido, de los que sólo se mantienen a veces sus referencias metafóri-
cas, mantiene, desde la geografía física y desde la geografía humana, la fic-
ción de una geografía inexistente. Nociones como los de oekumene, con-
ceptos como los de región geográfica y paisaje, se manejan bajo los presu-
puestos de hace casi un siglo. Subyace en la argumentación una percepti-
ble ideología vidaliana. El paisaje se convierte en un termino «cómodo que
integra los datos del medio físico y el balance de las sucesivas actuaciones
operadas por la sociedad» (Lecoeur, 1995).
Sin embargo, ese concepto de paisaje carece de rigor, y es imposible
sostener sobre él una aproximación rigurosa al análisis del espacio o reali-
dad. El paisaje se inscribe, sobre todo, en el marco de una concepción idea-
lista o subjetiva del mundo, en el marco de las geografías humanistas, en el
ámbito de la geopoética o geopoesía. Corresponde a una geografía artística.
La historia de la geografía moderna muestra que ése es su origen y que pre-
tender darle consistencia y rigor analítico carece de sentido.
Reconocen los geógrafos físicos que «el estudio de las distribuciones
naturales no tiene una teoría unificadora», aunque atribuyen a la geografía
física «las lógicas de las formas de relieve, de los tipos climáticos y de las
formaciones vegetales sobre la tierra» (Lecoeur, 1995). Se olvida que esas
lógicas pertenecen a cada uno de los campos específicos y que ninguna geo-
grafía física es capaz de abordarlos de manera conjunta, como el mismo
autor reconoce de entrada.
Es evidente que «una geografía en la acción no puede contentarse con
razonamientos sobre las estrategias de producción, distribuciones sociales,
programas de ordenación. Debe tener en cuenta los ritmos del espacio a tra-
vés de sus efectos directos o diferidos. Existen vínculos múltiples entre el
juego social y las evoluciones naturales» (Lecoeur, 1995). La desconsidera-
ción de los ritmos naturales, manifiesta en muchas obras de geografía hu-
mana que ignoran las dimensiones naturales del espacio social, no supone
que la presencia de la geografía física como un campo de conocimiento es-
pecífico, sea inevitable.
La posibilidad de abordar desde estas «geografías físicas» problemas o
cuestiones de índole social o de implicación social, en relación con sus pro-
pios campos de conocimiento, es evidente, como lo demuestra la práctica y

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 547

experiencia de las ciencias de la Tierra correspondientes. La integración en


su campo de interés de tales cuestiones se corresponde con la propia natu-
raleza de la ciencia y del conocimiento humano. Sin duda sus análisis pue-
den ser útiles para la geografía y de inmediato aprovechamiento por parte
de ésta. Pero esa coincidencia no otorga a tales prácticas ni a las discipli-
nas en que se producen el carácter de geografía porque su campo de cono-
cimiento es específico y es distinto. En ningún caso pueden identificar su
objeto como «espacio geográfico», salvo en una concepción arcaica y so-
brepasada, que reduzca lo geográfico a lo natural.
Lo sorprendente es que esta concepción o valoración naturalista del es-
pacio geográfico, que reproduce un elemental discurso vidaliano, aparece
en ámbitos críticos de perfil marxista o postmarxista. Se produce como una
alternativa crítica a propuestas de geografía como ciencia social. Se carac-
teriza por una defensa del reduccionismo inductivo y del empirismo más
banal, como reacción al discurso coremático, que coloca a la geografía físi-
ca fuera del espacio geográfico.
La crítica de la corriente coremática -de su reduccionismo de carác-
ter geométrico, de su fraseología tecnocrática, del fetichismo espacial y de
las leyes del espacio- se convierte en una reivindicación del discurso na-
turalista en sus formas más elementales. No parece que la crítica a la geo-
grafía coremática pueda sostenerse sobre una concepción arcaica del espa-
cio como contenedor, identificado con el sustrato físico, tal y como apare-
ce tras estos planteamientos.
La inercia de las tradiciones de la geografía moderna determina que
formulaciones como la de las relaciones sociedad y medio natural sigan vi-
gentes, aunque se utilicen desde perspectivas distintas. La geografía, de
nuevo, se formula como la disciplina de las relaciones entre sociedad y me-
dio: una idea subyacente o explícita. La vieja concepción originaria, eje de
la geografía positivista y del regionalismo «clásico» resurge en geógrafos
de este final de siglo. «La geografía es el estudio de las relaciones entre so-
ciedad y su medio natural.» Así define el campo de la disciplina un geógrafo
«radical» (Peet, 1998).
La geografía puede y debe plantearse y abordar esas interrelaciones pre-
cisamente desde el postulado de una ciencia social. Asentada sobre el prin-
cipio de que el espacio no es esa especie de contenedor sino el resultado del
proceso de transformación de la naturaleza por el trabajo social, y que esa
naturaleza actual no es sino el espacio heredado de generaciones y genera-
ciones que ejercieron ese proceso de transformación durante siglos y mile-
nios. Son vías que aparecen en las propuestas más recientes e innovadoras.

8.3. DE LAS CONDICIONES GEOGRÁFICAS A LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA

La consideración tradicional de la naturaleza o medio geográfico como


un elemento externo contrapuesto a la sociedad, que subyace en la concep-
ción de la geografía moderna, proviene directamente de la elaboración in-
telectual propia de la modernidad, desde F. Bacon. El pensamiento moder-

548 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

no rompe el esquema antiguo sostenido hasta entonces que contemplaba el


microcosmos humano como una parte del macrocosmos universal. Frente
a él introduce la dicotomía Naturaleza y Hombre o Sociedad y hace de la
Naturaleza un objeto a controlar, dominar y explotar por medio de la razón
y de la ciencia, en beneficio propio.
Esta separación de lo social y de lo natural y esta contraposición entre
ambos sostiene el desarrollo de las modernas disciplinas científicas y entre
ellas, de modo muy destacado, de la disciplina geográfica, donde esa dico-
tomía y contraposición constituye el enunciado básico de la geografía mo-
derna, entendida como la disciplina de las relaciones entre el Medio -es
decir, la Naturaleza- y el Hombre -es decir, la Sociedad-. Una concep-
ción que subsiste a finales del siglo XX .
Una concepción que ha condenado a la geografía a presentarse o
bien como una disciplina puente entre las ciencias de la Naturaleza y las
ciencias sociales, o bien como una disciplina social -la geografía huma-
na- que ignora los componentes físicos o naturales. Entre la ruptura de
la disciplina -una constante de las preocupaciones de los geógrafos a lo
largo del siglo- y la improcedencia epistemológica, la geografía moder-
na ha sido incapaz de resolver el dilema que surge de su concepción ori-
ginaria.
Sin embargo, son numerosas las propuestas que han abordado la ne-
cesidad de superar esa dicotomía a partir de una consideración social de la
Naturaleza. Una actitud que procede, tanto de la crítica del concepto de Na-
turaleza tal y como se elabora por el pensamiento positivo, como de la rei-
vindicación del carácter social de la representación del mundo natural. En
tanto lo que llamamos Naturaleza no deja de ser una producción cultural,
y del carácter social del entorno natural, en la medida en que constituye un
producto de la actividad humana.
Representan propuestas críticas que confluyen sobre la necesidad de
revisar nuestra concepción de lo que denominamos Naturaleza, en orden a
eliminar la distinción tradicional y arraigada en la geografía entre medio fí-
sico y sociedad: «Algunos geógrafos argumentan en la actualidad que el de-
nominado medio ambiente natural no se puede separar del humano en su
conjunto» (Women, 1994). Desde perspectivas de inspiración marxista se
percibe que la contraposición tradicional entre lo físico y lo humano care-
ce de fundamento consistente. Una argumentación que tiene fundamentos
en la propia tradición del pensamiento marxista.
Representa un planteamiento social del espacio que hace de la natura-
leza un componente inseparable de la propia existencia humana y que se
confunde con ella. Representa, al mismo tiempo, una crítica de la concep-
ción naturalista introducida por la Ilustración. Es lo que resaltaba Engels
al apuntar que «sosteniendo que es la naturaleza la que exclusivamente in-
fluye en el hombre, la concepción naturalista es unilateral y olvida que el
hombre reacciona también sobre la naturaleza, la transforma y crea nuevas
formas de existencia» (Engels, 1952).
Este vínculo esencial entre naturaleza y sociedad representa la clave no
sólo de la construcción del concepto de espacio social sino como funda-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 549

mento de la legitimación de la propia objetividad del conocimiento, como


valedor de éste. «Toda producción es apropiación de la naturaleza por el in-
dividuo en el marco y por intermedio de una forma de sociedad determi-
nada» (Marx, 1957). Al mismo tiempo que resaltaban cómo la «unidad del
hombre y la naturaleza ha existido desde siempre en la industria, y se ha
presentado de forma diferente, en cada época, según el mayor o menor de-
sarrollo de la industria» (Marx y Engels, 1968).
La actividad humana se convierte, a lo largo del tiempo, en la clave del
propio mundo real o mundo sensible: «Esta actividad, este trabajo, esta crea-
ción material incesante de los hombres, en una palabra, esta producción, es
la base de todo el mundo sensible tal como existe en la actualidad» (Marx
y Engels, 1968). Esto es, la base del espacio geográfico.
La concepción marxiana hacía de la producción, en un sentido amplio,
en cuanto actividad social transformadora de la naturaleza, la clave para
entender ésta desde una perspectiva social: «Toda producción es apropia-
ción de la naturaleza por el individuo en el marco y por intermedio de una
forma de sociedad determinada» (Marx, 1968).
Una concepción que permite contraponer, a la dicotomía naturaleza y so-
ciedad, el principio de la unidad entre ambas, inherente a la industria, con su
específica forma histórica, de acuerdo con el grado de desarrollo de cada so-
ciedad (Marx y Engels, 1968).
Un aspecto recogido en los momentos actuales en el campo de la geo-
grafía, en la medida en que se hace cada día más evidente: «No sólo los hu-
manos han actuado sobre el medio ambiente desde hace milenios por toda
clase de vías, sino que la humanidad se ha vinculado al medio ambiente, y
lo continúa haciendo, para sobrevivir. En consecuencia, algunos geógrafos
propenden a pensar en lo humano y natural como profundamente relacio-
nado. Más aún, algunos plantean que se encuentran tan vinculados que no
deberíamos pensarlos como dos sistemas separados relacionados uno con
el otro, sino como uno solo» (Women, 1994).
Por otra parte, desde perspectivas distintas se hace hincapié en el ca-
rácter de representación de la Naturaleza y, por tanto, su dimensión cul-
tural y social. Lo que llamamos Naturaleza no deja de ser una elabora-
ción social, cuyo contenido cambia por ello con el tiempo y los propios
cambios sociales. La Naturaleza no es algo inmutable y externo, frente a
lo que reacciona la sociedad. La Naturaleza es un concepto que respon-
de a una elaboración y que no tiene el mismo alcance y significado en el
mundo clásico grecolatino, o en la civilización india, que en el mundo de
la Ilustración.
Esta dimensión cultural puesta de manifiesto en los últimos dece-
nios facilita también una aproximación social al mundo natural o entor-
no natural, como es patente en el caso de algunos enfoques recientes, en
la geografía. La consideración del entorno físico desde la plataforma
de la percepción subjetiva, el planteamiento de la denominada geogra-
fía de los riesgos y azares, las ópticas medioambientales que realzan el
protagonismo social en los procesos naturales, tienen en común esta con-
sideración social.

550 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

Lo que hace geográfico el entorno es esta implicación directa con el


mundo social a través de la producción material, con su múltiple y contra-
dictoria relación, en cuanto significa, por una parte, la condición necesaria
para la reproducción social humana y, por otra, la alteración, degradación
y destrucción del mismo. Asimismo, en el ámbito de las representaciones
culturales de ese entorno, que nos condiciona en la percepción del mismo.
En su producción social interfieren agentes y procesos dispares y contra-
dictorios. Lo muestra, con extraordinaria claridad, el desarrollo contempo-
ráneo de las representaciones medioambientales y ecológicas, o, desde el si-
glo pasado, la construcción de nuestras imágenes y pautas de conservación
de la naturaleza (Ortega Valcárcel, 1998).
La geografía no tiene que ignorar ni apartar las cuestiones relacionadas
con los procesos naturales. La geografía no se construye sobre la separación
de la geografía humana de la geografía física, con la reducción del campo ge-
ográfico a los simples elementos humanos, de la realidad, desde una actitud
equivalente, que opone lo natural a lo social: «Una geografía humana divor-
ciada del medio físico carece de sentido» (Stoddart, 1987). La geografía tam-
poco se construye sobre el simple aglomerado de componentes naturales y
sociales. La geografía sólo puede resolver este dilema a partir de una inte-
gración de los procesos naturales en una teoría social del espacio geográfico.
Es la que hace posible, precisamente, integrar los componentes físicos
o naturales como un elemento esencial del espacio geográfico. La unidad
de la geografía no procede de que estos componentes formen parte del dis-
curso geográfico. La unidad resulta de la concepción de la misma como una
disciplina del espacio geográfico como el producto de la transformación de
la naturaleza inherente al proceso de reproducción social de la especie hu-
mana. El espacio geográfico surge en el acto mismo de la producción que
integra sociedad y naturaleza.
Las posibilidades de un enfoque de estas características son evidentes,
se realicen desde postulados marxistas o sobre postulados de percepción y
representación social. En el primer caso, resalta la plena integración de los
procesos naturales en una dialéctica productiva: «toda producción es apro-
piación de la naturaleza». De tal modo que la unidad naturaleza-sociedad
se verifica en la propia existencia social. Pero el carácter históricamente de-
terminado que Marx señala para lo que él llama «intercambio orgánico» en-
tre el hombre y la naturaleza convierte al capitalismo en el régimen histó-
rico al que se vincula este intercambio, en el que se sustenta la producción
y la propia vida humana.
Desde la perspectiva marxista, el componente esencial es la contradic-
ción esencial entre sistema económico y preservación de los valores natu-
rales: constituye el soporte teórico esencial de esta interpretación. Para
Marx, el sistema industrial capitalista conlleva la degradación física de la
naturaleza: «cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad den-
tro de un período de tiempo determinado es a la vez un paso dado en el
agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este
proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya sobre la
gran industria, como base de su desarrollo» (Marx, 1964).

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 551

Una contradicción que hace impensable la solución de los problemas


de degradación del medio y de alteración de los equilibrios naturales en el
marco de este sistema económico. Una contradicción incompatible con lo
que Marx apuntaba como obligada responsabilidad de cada generación hu-
mana en la gestión y transmisión del patrimonio natural heredado de las
generaciones anteriores: «Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni to-
das las sociedades que coexisten en un momento dado, son propietarias de
la tierra. Son simplemente sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a
usarla como boni patres familiae y a transmitirla mejorada a las futuras ge-
neraciones» (Marx, 1964).
La dialéctica destructiva de los procesos de producción capitalista,
sus efectos transformadores, su incidencia en los procesos naturales, los
equilibrios rotos y la incidencia social de tales procesos, en su dimensión
de riesgos percibidos y aceptados, o de azares imprevistos e inducidos,
forman parte del objeto de la geografía. La normal formación del geógra-
fo en disciplinas naturales le proporciona una capacidad de entender, de
analizar y de expresar esos procesos naturales. Es una ventaja que el geó-
grafo tiene respecto de otras disciplinas sociales y que justifica la persis-
tencia de una formación de este tipo. Una formación naturalista en el
marco de una disciplina social.
La dialéctica destructiva del capitalismo, derivada de la propia natura-
leza del mismo sistema económico, es el punto de referencia de las refle-
xiones de la escuela de Frankfurt cuando hacen del dominio de la natura-
leza la clave explicativa de la sociedad moderna y sustituyen con ella la pro-
puesta marxista de la lucha de clases como motor histórico. Desde una
perspectiva o desde otra, los procesos naturales adquieren una dimensión
social y se integran en una representación geográfica del espacio como pro-
ducto social. Los procesos naturales adquieren sentido en esta dialéctica so-
cial, en el marco de una orientación de la geografía hacia los problemas de
relevancia social.
La naturaleza es así un espacio construido en el doble sentido de un
espacio producto de la actividad material transformadora de cada socie-
dad humana, y de una representación cultural del entorno y de los pro-
cesos naturales, en que se mezclan ideología y conciencia social. En am-
bas acepciones, la extraordinaria intensidad de los procesos de transfor-
mación inducidos por el desarrollo del capitalismo industrial y la pro-
gresiva elaboración de una representación medioambiental o ecológica
del mundo terrestre, nuestra época ilustra a la perfección este carácter de
la naturaleza y estas posibilidades de una geografía afincada como una
disciplina social. Una «geografía que habla de los espacios y las socieda-
des [...] que recupera su centro, recoge sus propias herencias y toma po-
sesión plena de su campo» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Pero una geo-
grafía orientada hacia los problemas o en otros términos, hacia aquellas
cuestiones en las que la geografía puede contribuir a conocer y explicar
(Massey, Allen y Sarre, 1999).

552 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

9. La geografía de hoy
Desde ópticas diversas, los geógrafos del presente creen que existen po-
sibilidades para la geografía del siglo XXI , si ésta se orienta hacia esos pro-
blemas y si lo hace desde el compromiso con su tiempo. La geografía hu-
manista se considera una opción para ese tipo de geografía, aunque lo haga
desde postulados tan tradicionales como los géneros de vida, y desde un
eclecticismo tan notable como el que se formula desde enfoques naturalis-
tas, sociales y económicos.
Desde los postulados de la geografía coremática se aprecia un opti-
mismo análogo, a partir de una concepción materialista y científica de la
geografía, racional y sistémica, que aprecia que «la geografía se levanta, que
ha dejado de ser tabú, que vuelve incluso a los medios de comunicación»
(Brunet, Ferras y Théry, 1993). Y desde una geografía crítica y abierta, de
raíces marxistas, se afirma también la convicción de que «la disciplina aca-
démica que denominamos geografía humana tiene mucho que ofrecer a un
amplio mundo de esfuerzos intelectuales y al mundo que estudia» (Massey,
Allen y Sarre, 1999).
La confianza en el futuro no nos debe engañar. Muestra las posibilida-
des virtuales de un tipo de conocimiento que está estrechamente implicado
con algunos de los segmentos más sensibles de la sociedad moderna. Sería
ingenuo pensar que la geografía como disciplina ha resuelto todas sus ca-
rencias y condicionamientos teóricos y epistemológicos, y que los geógrafos
han modificado sus arraigados patrones intelectuales. Las palabras de un
geógrafo español en el decenio de 1980 siguen siendo válidas, aunque el
contexto haya variado : «La geografía parece correr el riesgo de perder su
razón de ser entre una multitud de insinuaciones diversas y tal vez diver-
gentes» (Ortega Cantero, 1985).
Las nuevas perspectivas corresponden a una creciente convicción de
que puede construirse una geografía consistente capaz de abordar los
problemas del mundo actual. No pasa de ser una convicción académica,
aunque cada vez aparezcan más signos de un desarrollo positivo.
No obstante, conviene tener en cuenta que sigue sin existir una Teoría
del espacio geográfico, es decir un marco teórico que permita ordenar ob-
jeto, herramientas, conceptos, discurso. Conviene no olvidar que la geogra-
fía sigue fragmentada en numerosas ramas y disciplinas con escasa o nula
comunicación entre sí. Que la geografía carece de un discurso unitario, y
que es difícil construir un discurso geográfico que integre los resultados de
las disciplinas llamadas geográficas. Y es necesario tener en cuenta que vie-
jas cuestiones de la geografía moderna siguen planteadas, en términos si-
milares, cien años después, sin aparente respuesta.
EPÍLOGO

De modo paradójico, la geografía se nos presenta, al terminar el si-


glo XX, y en el quicio del tercer milenio, como una disciplina en la que sigue
sin existir unanimidad en lo que concierne a su naturaleza científica, a su
propia existencia como disciplina unitaria, a las exigencias metodológicas
que requiere su cultivo y a la delimitación de su campo de conocimiento.
La persistencia de este debate muestra el carácter no resuelto de la fun-
dación de la geografía como disciplina moderna en el marco de las ciencias
contemporáneas. La propia determinación del marco de conocimiento y de
los contenidos de la disciplina permanece indefinida, prestando a la geo-
grafía una permanente imagen de touche à tout, de cajón de sastre.
En el último decenio del siglo XX los geógrafos siguen preocupados por
el «lugar de la Geografía» en la sociedad actual (Unwin, 1992). Del mismo
modo que se interrogan sobre las bases teóricas y metodológicas de un co-
nocimiento que duda sobre su naturaleza científica, y dentro del cual son
posibles propuestas tan contradictorias como las que propugnan su reduc-
ción al estadio de mero arte o saber cultural y las que le asignan un rigu-
roso y excluyente estatuto científico.
La permanencia, a lo largo del tiempo, de este debate sobre el signifi-
cado del proyecto geográfico es un rasgo sorprendente de la geografía mo-
derna. Determina la práctica geográfica, cuya dispersión de objeto y méto-
dos hace difícil una definición precisa de la disciplina y, de resultas de ello,
ha condicionado y condiciona no sólo el discurso geográfico sino también
la percepción social de la geografía, carente de un perfil propio, de una ima-
gen distintiva, reconocible y reconocida en la sociedad. ¿Qué es la Geogra-
fía? ¿De qué trata la Geografía? Resultan ser preguntas sin fácil respuesta
(Unwin, 1992).
La unidad de la disciplina, respecto de las relaciones entre geografía fí-
sica y geografía humana; y respecto de la fragmentación sistemática del co-
nocimiento geográfico; la esencia de la geografía, como ciencia social o
como ciencia a caballo de las naturales y sociales; el carácter científico o ar-
tístico del conocimiento geográfico; la existencia de un objeto propio de la
geografía y la especificidad o no de este objeto geográfico; el carácter de
este objeto; la existencia y naturaleza de un método geográfico; la natura-
leza y el significado de la región en la geografía; entre otros, como la sin-

554 OBJETO Y PRÁCTICAS DE LA GEOGRAFÍA

gularidad o excepcionalidad del mismo, siguen siendo elementos de un dis-


curso y de un debate no resuelto.
La paradoja es que esta inadaptación se produce en una disciplina que,
según todas las apariencias, se encuentra en el mismo centro de los pro-
blemas más acuciantes y de mayor relevancia del mundo actual, desde los
medioambientales a los que derivan de la desigualdad social, a escala local,
regional y mundial y los que tienen que ver con una mejor gestión del te-
rritorio, como gustan de resaltar los propios geógrafos. El contraste entre
la relevancia de los sedicentes problemas geográficos y la penumbra social
en que yace la geografía como disciplina es un componente destacado de la
situación actual de la geografía.
La relevancia o irrelevancia de la geografía en la sociedad moderna no
depende de lo que digan los geógrafos, más o menos autocomplacientes so-
bre sus bondades, sino de la imagen que el conjunto de la sociedad se haga
de ella, en la medida en que se la contemple como un saber propio del mun-
do moderno o como una simple reliquia del saber del pasado: «depende de
que tanto geógrafos como no geógrafos acepten la geografía como una di-
visión coherente del conocimiento» (Graham, 1987).
La relevancia social de la geografía, su reconocimiento por parte de la
colectividad como un saber válido, depende, en gran medida, de su capaci-
dad para presentarse como un campo de conocimiento definido, con perfi-
les propios. Un campo de conocimiento que pueda ser identificado sin difi-
cultad entre las numerosas disciplinas que actúan o se presentan en el mar-
co del territorio, capaz de aportar soluciones viables a problemas precisos,
los problemas de carácter territorial que afectan, preocupan e interesan a
las sociedades actuales.
La historia de la geografía, abordada desde una perspectiva crítica,
constituye una oportunidad de reflexión sobre el propio discurso geográfi-
co, sobre los interrogantes que han acompañado el desarrollo temporal de
la disciplina, sobre las contradicciones en que se debate, sobre sus funda-
mentos epistemológicos, sobre sus vínculos con el resto de los campos de
conocimiento. La historia de la geografía debe servirnos como conciencia
crítica. Abordar la historia de la geografía, a través de la indagación de sus
discursos y sus prácticas, puede ser un saludable punto de partida para en-
filar el futuro de la disciplina.
El momento es significativo, porque los problemas de carácter territo-
rial, los que tienen que ver con las preocupaciones de la geografía, han ad-
quirido una considerable presencia social. «La geografía se mueve. Su nom-
bre mismo ha conocido momentos de discreción, por no decir de abando-
no; ha dejado de ser tabú, y vuelve con fuerza hasta en los medios de co-
municación» (Brunet, Ferras y Théry, 1993). Más inmediatos a las necesi-
dades de la sociedad, la geografía y los geógrafos pueden desempeñar un
papel reconocido y relevante en el marco de la sociedad moderna.
El que así sea depende, en lo esencial, de la capacidad de los propios
geógrafos para comprender su disciplina y transmitir sus posibilidades a la
sociedad; para poner de manifiesto que dispone de la sensibilidad adecua-
da para abordar los problemas que interesan a la sociedad, que cuenta con

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 555

ideas y conceptos para hacerlo, y que dispone de herramientas intelectua-


les apropiadas para afrontarlos. Que es una disciplina situada en el centro
de las preocupaciones de la sociedad de hoy. La geografía se debate entre
los condicionantes de su pasado y las posibilidades del futuro. Lo que dis-
tingue el momento actual es la existencia de una convicción de que la geo-
grafía puede ser una disciplina para el siglo XXI.
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