Está en la página 1de 2

Caso #8

Me llamo Carla. Hace 9 años; iba camino a la Facultad, conduciendo y empecé a sentirme
mareada y con mucha presión en el pecho. Me asusté muchísimo, pensé que me estaba dando un
ataque al corazón, me faltaba el aire y no podía respirar. Recuerdo que me paré en el arcén en
medio de la carretera y pedí ayuda como pude. Empezaron a parar coches, llamaron a
emergencias y al poco rato vino una ambulancia que me trasladó a un hospital. La situación fue
de lo más aparatosa, pero yo lo único que quería era que salvaran mi vida, estaba convencida de
que me estaba muriendo. Fue un momento horrible.

Una vez en el hospital, me hicieron todo tipo de pruebas y me dijeron que había tenido una crisis
de ansiedad. Por un lado, sentí alivio pero por otro no estaba realmente convencida, pensaba: ¿y
si no me han hecho las pruebas suficientes y han pasado algo por alto?

Cuando más o menos estuve convencida que no tenía nada que ver con algo físico, en vez de
sentirme mejor, empezó mi verdadera tortura. Pensaba que si no tenía nada me podía volver a
ocurrir en cualquier momento.

El coche, por supuesto, no lo volví a coger. A la universidad me tenía que llevar alguno de mis
hermanos porque sola no quería ir y cada dos por tres, en cuanto sentía algo de miedo o de
ansiedad, les llamaba para que me viniesen a buscar porque pensaba que me iba a desmayar en
cualquier esquina.

Hasta ahí llevaba una vida “más o menos normal”. Con miedo, pero seguía haciendo cosas.

Un par de meses después, había quedado con unos amigos cerca de mi casa para tomar algo. Iba
andando por la calle y noté como se me nublaba la vista y otra vez la misma sensación de falta de
aire y de ahogo. Me tumbé en un banco, pedí ayuda y ahí si que no recuerdo nada más… y otra
vez al hospital.

A partir de ese momento, me quedé anulada por completo. Dejé de estudiar y de ir a clase. No
salía de casa para nada. Lo único que hacía era ver la tele, dar una vuelta con alguien de mi
familia (cuando me obligaban) y por supuesto, con mis ansiolíticos que me tenían medio
atontada todo el día.

La gente al principio venía a verme, me intentaban convencer para que saliese a dar una vuelta
etc. pero al final se cansaron porque yo no estaba receptiva, no me apetecía que me estuviesen
todo el día hablando de mi tema y me volví bastante seca y antipática, por lo mal que me

encontraba. Solo quería tomarme mis pastillas, quedarme un poco atontada y que me dejasen en
paz.
Tras año y medio de estar así y gracias a la insistencia de mis padres y mis hermanos, accedí a
empezar un tratamiento psicológico; con muy pocas esperanzas, eso si, de que lo mío se pudiese
solucionar.

La primera vez que fui a ver a psicologia, fui de un humor horrible, más antipática no pude ser
(más tarde, nos reíamos recordando esa primera entrevista). No tenía muchas ganas de empezar
un tratamiento, pero decidí darme una oportunidad.

Ahora, después de tanto tiempo, lo recuerdo todo como un mal sueño.

Volví a retomar mi carrera, la terminé y ahora trabajo en el extranjero, conduzco, cojo aviones y
en definitiva, soy libre.

También podría gustarte