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Castellote Editor - Colección Básica 15

Guy Fourquin

LOS LEVANTAMIENTOS
POPULARES
EN LA EDAD MEDIA

Guy Fourquin
CASTELLOTE EDITOR Los levantamientos populares
en la Edad Media
INTRODUCCION

«La actitud de indignación habitual, sig­


no de una gran pobreza de espíritu.»
P aul V ai.éry.

Si hem os elegido el térm ino de levantam iento re­


chazando el de revolución ha sido a propio intento.
Esta últim a palabra, cuyo sentido ha sido modifi­
cado desde el siglo x v m es ahora portadora de un
significado que no conviene en m odo alguno para
la Edad Media, ni aún para los tiem pos m odernos.
En el terreno político y social no se ha hablado
de revolución hasta muy tarde. Commynes es uno de
los primeros que ha evocado las «revoluciones de los
estados». Más tarde, Hobbes, en su Leviatan, utiliza
la expresión revolution o f states, por analogía con
Básica 15 la «revolución» de los planetas.
Editions D u Seuil Durante mucho tiem po el término se utilizó única­
Miguel Castellote, editor m ente en astronom ía o, a veces, para calificar a un
Hermanos Miralles, 32 - M adrid gran cambio que ponía arriba lo que estaba abajo,
ISBN 84-7259-031-3 o a la inversa. Un planeta en el curso de su revolu­
D epósito legal M : 30.411-1973 ción pasa de cierto punto de su trayectoria a otro
Printed in Spain. Im preso en España que se habla en el lado opuesto. Así pues, para
Talleres Gráficos de «Ediciones Castilla, S. A.»
M aestro Alonso, 23 - Madrid
Hobbes, la revolución en un Estado es «un cambio
P o rtad a: Al Andalus
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T raductor: Juan G onzález Yuste
de situación en el curso del cual lo inferior se con­ lución (escrita con m ayúscula, la palabra se empa­
vierte en superior y lo superior en inferior» (J. Mon- rienta con las alegorías de la Edad M edia) es vina
nerot). Antes de esto, la filosofía política — la de un m utación de conjunto, un recurso suprem o, una
Jean Bodin o un Maquiavelo, por ejem plo— habla­ fuente de valores. Pero la actitud ante ella ha va­
ba preferentem ente de conjuras de sediciones o, riado. Primero hasta principios del siglo xx, hubo
com o en el caso de los griegos, de insurrecciones, de individuos que se atrevieron a tomarla com o el mal
cam bios. Pero ninguno de estos térm inos evocaba absoluto, la «matriz de los errores y aberraciones»;
en absoluto la idea de ida y vuelta (orden antiguo se consideraban contrarrevolucionarios.
— revolución— orden nuevo). Sin embargo, Hobbes La situación ha cam biado, y desde hace m edio
no tenía ninguna esperanza en la revolución enten­ siglo la palabra es casi siem pre bien considerada;
dida de esta forma; para él no era sino la muestra lo que se le opone es otra revolución. H ay en esto
de la inestabilidad de las cosas hum anas, un trasto- una disposición psicológica difusa, que m olesta al
cam iento de la situación que no sería el últim o, ya historiador por la m ism a razón que le m olesta todo
que la rueda continuaría girando. Era una concep­ lo que im plica un juicio de valor.
ción cíclica de la revolución, sin juicio de valor. Suponiendo que se quisiera no obstante utilizar
H asta finales del siglo xvin , para la teoría política, la palabra, surgirían otras dificultades. J. Ellul ad­
no se trataba más que de un cam bio de situación vierte que «una revolución supone una doctrina, un
el cual no era considerado bueno en sí m ism o ni proyecto, un programa o una teoría cualquiera» lo
su contrario, por ende, obligatoriam ente malo. que «especifica la revolución es la existencia de este
Aún no se trata pues del signo de una concepción pensam iento previo». No basta con que haya suble­
lineal, que dividiese la H istoria en un antes (m alo) vados, se necesita tam bién la presencia de los que
y un después, forzosam ente bueno. Es cierto que A. Decouflé llama los gerentes de la revolución, es
hubo en la Edad Media m ilenarism os y que tuvieron decir, los organizadores que ponen «las cosas» en
un concepto lineal de la evolución: un «comienzo orden tras el paso de la ráfaga. —Asim ism o la revo­
absoluto» iba a cortar el tiem po en dos, el antes y el lución plantea un principio— «no tiene nada que ver
después. Pero la escatología m edieval no utiliza la con las reformas, es el comienzo a partir de cero».
palabra revolución; ésta fue creada por espíritus «El proyecto revolucionario no consiste ni en apli­
frustrados, muchas veces, o bien incapaces de ela­ car una doctrina idealista», como la de los milenaris-
borar toda una teoría que fuese realm ente política. tas «ni en la reform a de tal o cual elem ento de la
Todo cambió con la Revolución de 1789, y más sociedad, se reduce siem pre a un com ienzo... En
tarde con el marxismo. En lo sucesivo el térm ino ha caso contrario, el acontecim iento puede ser social,
im plicado un juicio de valor: la Revolución Fran­ político trágico, pero no tiene la cualidad de revolu­
cesa, la revolución vaticinada por Marx eran acon­ ción» (J. Ellul).
tecim ientos buenos en sí m ism os y capaces de cortar Se pretende afirmar una historia enteram ente nue­
el tiem po en dos. La concepción cíclica desapa­ va «una historia jam ás contada anteriormente». To­
reció en provecho de la concepción lineal. La Revo­ das estas son cosas fundam entalm ente ajenas a la
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Edad Media. Se hacía necesario pues escoger a otro Tipología— está obligada a dar algunas advertencias
vocablo, nos hem os detenido en el de levantam iento, sobre su método.
prefiriéndolo al de revuelta que no es el apropiado N o hem os separado la Edad Media de todo lo
para los m ovim ientos en que están implicadas en que la ha precedido ni de todo lo que la ha seguido.
primer lugar las élites. De esta forma, en lo relativo a los m itos, cuyo peso
El calificativo de populares está m enos justifica­ sobre la mentalidad colectiva ha sido olvidado con
do. Lo hem os retenido para no dar demasiada am­ excesiva volubilidad, hem os hecho algunas incursio­
plitud a la obra, para elim inar aquellos levantamien­ nes en la historia más antigua, siguiendo esos m itos
tos en los que los estratos no superiores de la hasta nuestros días. Sin embargo, las referencias a
sociedad no han desempeñado prácticam ente papel la H istoria Moderna son las más abundantes. No
alguno. Así pues, es arbitrario. Asim ism o han sido hay diferencias sustanciales entre los levantam ientos
excluidos los m ovim ientos dirigidos únicam ente por m edievales y los de la época moderna.
los nobles o de los que esperaban sacar provecho; Al m ilenarism o de finales de la Edad Media res­
por ejem plo, los que precedieron a la Gran Carta ponde el de la guerra de los cam pesinos en tiem pos
bajo Juan Sin Tierra o los que siguieron a la muerte de Lutero; a las iras cam pesinas del siglo xrv res­
de Luis VIII en Francia, tras la primera regencia en ponden otras parecidas del siglo xvii. E l crecim ien­
la historia del país. to del Estado como fuente de conflictos sociales es
Lo que nos ha interesado es aquello que puede un fenóm eno de finales de la Edad Media, antes de
agitar esti-atos bastante num erosos. Pero todos los serlo de los tiem pos m odernos. Después com o antes
levantam ientos retenidos no han sido populares en de 1500, las m ism as causas han producido los m is­
el m ism o grado. La obra hubiese quedado truncada m os efectos capitales.
si no hubiésem os evocado más que las sublevacio­ N o existe una equivalencia obligada: levantam ien­
nes únicamente populares, aquéllas en las que no to = conflicto social procedente de causas sobre
obraron más que los pobres y los marginados, no todo económ icas. Lo cierto es que no hay causas,
el pueblo, el cual, en su totalidad no puede suble­ series causales que sean privilegiadas «en últim o
varse más que en las ciudades-estados. Por otra análisis».
parte y con la m ayor frecuencia, num erosos estra­ Un levantam iento es en general un hecho histó­
tos, situados de maneras muy distintas en la escala rico total y, a priori, ninguna rama de la historia
social, han estado com prom etidos en los levanta­ debe ser desdeñada o subestim ada, el historiador de
m ientos. Hemos conservado pues, preferentem ente, los levantam ientos no debe incluso dudar en acudir
a éstos cada vez que los estratos inferiores han par­ a otras disciplinas que se ocupan de las m entalida­
ticipado en estas acciones como agentes o como des colectivas, la psicología y la m itología sociales,
m asa de maniobra: casi siem pre se han m ezclado sobre todo las de las m ultitudes.
en ellas estratos superiores, pertenecientes o no a La sociología en particular puede prestar los ma­
la élite. yores servicios. Incluso la etnografía, el psicoaná­
La obra, dividida en dos partes — P roblem ática y lis is ... y la lista no es limitativa.
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Muchos aspectos no han podido ser tratados más PRIMERA PARTE
que superficialmente, no tanto a causa de su impor­
tancia, por pequeña que sea, com o porque en esta
óptica hay mucho por hacer en el terreno medieval;
PROBLEMATICA
ello hará que este libro pueda dar al lector una im­
presión de «m etom entodo». Pero hem os corrido el
riesgo voluntariam ente y los trabajos m ás a fondo
vendrán posteriorm ente, ya que no dependen sola­
m ente de los historiadores, sino también de los espe­
cialistas de tantas otras disciplinas indispensables.
Estam os aquí ante un intento para «desempotrar»
la historia de los levantam ientos de la Edad Media a
fin de poner la historia m edieval al alcance de nues­
tros contem poráneos cultos. Dicho con otras pala­
bras esta obra es una sín tesis abierta.

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I
LA PERSISTENCIA DE LOS MITOS EN LA
EDAD MEDIA

La teoría según la cual los m itos no son, com o


parece suponer el sentido usual del término, sino
fábulas, invenciones, ya no es válida. Mircea Eliade,
por ejem plo, ha m ostrado que el m ito designa tam­
bién una «historia verdadera», sagrada, «ejemplar
y significativa» tanto en las sociedades primitivas
com o en las más evolucionadas, las de la Edad Me­
dia, e incluso, según cree las de nuestro tiem po. No
se trata, pues, de sim ple ficción. En la m ayoría de
las sociedades el m ito está vivo, de m anera conti­
nuada o por sim ples resurgim ientos.
N o es únicamente en las sociedades m uy «primi­
tivas» donde ciertos cultos proféticos anuncian la
muy cercana llegada de una maravillosa era de abun­
dancia y felicidad. La edad de oro es un m ito cono­
cido de los antiguos, de los hombres de la Edad
Media, y no ha sido probado que las sociedades ac­
tuales se hayan desembarazado de él. Es un m ito
que va emparejado con el de «vuelta a los orígenes»,
ligado al prestigio de los «comienzos». De esta for-
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ma, m uchos cronistas m edievales empezaban su re­ El convencim iento de la excelencia de los oríge­
lato con la descripción de la creación del mundo. nes se proyecta así hacia el porvenir, porvenir con­
¿ Por qué esta alusión obligada a la Creación? Porque cedido, ya com o atem poral, ya inminente.
sentían, aún inconscientem ente, la necesidad de re­ Es algo tan frecuente aún en sociedades dispares,
novar periódicam ente el mundo. sin embargo, desde el punto de vista social, religio­
so o intelectual, que explica el importante papel des­
em peñado en la historia de la hum anidad por el
I. LOS MITOS ANTES DE LA EDAD MEDIA m ito del fin del mundo. Se trata de un m ito que
implica la «m ovilidad» del «origen». E sta no se en­
El Oriente Próximo antiguo sintió con gran fuerza cuentra únicam ente en un pasado «m ítico», sino en
este deseo de renovación, tanto entre los egipcios un porvenir más o m enos fabuloso. «Es, com o se
com o en M esopotamia, por no hablar aún de los sabe, la conclusión a la que llegaron los estoicos y
israelitas. Necesidad de renovación que M. Eliade los neopitagóricos, elaborando sistem áticam ente la
llam a el «mito del eterno retom o». idea del eterno retorno. Pero la noción de origen
Para los m esopotám icos «el com ienzo estaba orgá­ está ligada sobre todo a la idea de perfección y feli­
nicam ente ligado a un fin que le precedía», fin que cidad. Es la razón por la que encontram os, en las
era de la misma naturaleza que el «caos» que pre­ concepciones de la escatología comprendida com o
cedió a la Creación y era necesario para todo reco­ una cosm ogonía del futuro, las fuentes de todas las
mienzo, lo que dem uestra su rito del Año Nuevo. creencias que proclaman la edad de oro, no única­
De igual forma para los egipcios, el Año Nuevo sim ­ m ente (o ya no) en el pasado, sino igualm ente (o úni­
bolizaba la Creación. Así el fin estaba implicado en cam ente) en el futuro» (M. Eliade).
el comienzo y viceversa. Encontram os un eco hasta Las sociedades actuales tienen dificultades para
en el ritornar ai p rin cipi de M aquiavelo. Así el paso comprender el optim ism o de estas escatologías a
del tiem po implica «el alejam iento progresivo de los causa de su tem or de un catastrófico fin del mundo
com ien zos..., la pérdida de la perfección inicial» de por la desintegración del átomo. Para m uchos de
la edad de oro. nuestros contem poráneos, en completa oposición con
Así pues, «para que pueda com enzar algo verda­ las sociedades tribales o las de antiguo Oriente Pró­
deramente nuevo es necesario aniquilar por com ­ xim o, este fin será radical, definitivo; no irá seguido
pleto los restos y las ruinas del ciclo antiguo»: Como de una nueva creación del mundo. Sin embargo, si
no se puede regenerar lo que ha degenerado, hay se piensa en la destrucción del lenguaje artístico,
que hacer desaparecer el m undo antiguo para : ¿ge­ plástico o no, en el arte actual (ej. el teatro de
nerarlo in toto. «La obsesión de la felicidad de los Ionesno), nos preguntam os si, al querer hacer tabla
com ienzos exige la aniquilación de todo lo que ha rasa de toda la literatura, de toda la historia del arte
existido y, sin embargo, se ha degradado desde la anterior, si al querer «volver a empezar de cero»
creación del mundo; es la única posibilidad de vol­ no se está com prom etiendo el artista, consciente o
ver a poseer la perfección inicial» (M. Eliade). inconscientem ente, en un com plejo proceso que lleva

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a la recreación de un universo nuevo. Ello es tanto luda vez que los antiguos m itos sobrevivían oculta­
m ás posible cuanto que los m itos camuflados han mente.
sobrevivido hasta nuestros días. También era posible utilizarlos para hacer de ellos
No es únicam ente en el arte donde se inspira la el tema central de la escatología «revolucionaria», en
escatología revolucionaria actual de las prediccio­ la que apenas dejará de aparecer el m ito del fin del
nes venidas de la Antigüedad. En la historia social mundo. Desde este punto de vista, el Irán de Zoroas-
los «fanáticos del Apocalipsis» — com o los llama tro tuvo una influencia capital; com o en otros lu­
N. Cohn— han desempeñado un gran papel desde gares de Oriente, el m ito del paso de un m undo a
los hebreos hasta nuestros días, y no solam ente en otro estaba vivo. La religión iraniana afirmaba con
el transcurso de la Edad Media, tan penetrada por gran precisión que los m undos sucesivos serían con­
el Antiguo Testamento. trarios, por cambio del uno al otro (así hallaron el
sentido etim ológico de revolución). «Una larga espe­
Para los hebreos, Dios había encargado a Israel
ra debe preceder a las terribles pruebas que conduci­
de «extender la luz entre los gentiles» y de llevar
rán al triunfo final del Bien. Esta larga espera es
la salvación hasta los confines de la tierra. Pueblo la que se convertirá en el chiliasme o m ilenarism o,
elegido por Yahvé, Israel ha opuesto a las calam i­ en que la cifra mil significa, no una precisión cuan­
dades, a la opresión, la certidumbre del triunfo final.
titativa sino todo lo contrario; el m ínim o período
Los libros proféticos del Antiguo Testam ento evo­ de tiem po que falta hasta el gran acontecim iento.
can la inmensa catástrofe cósm ica «de la que emer­ Mil es una cifra fatídica para señalar el fin del
gería una Palestina que no sería nada m enos que un tiempo. Pero el Día llegará. Un Día que no se parece
nuevo Edén, un Paraíso reconquistado». Por sus pe­ a los otros y que, más tarde, servirá para dividir el
cados, el pueblo elegido dará lugar al Día de Yahvé, tiem po en un antes y un después. La representación
día de cólera. No sobrevivirán más que los Elegidos de ese com ienzo absolu to que llega tras un fin abso­
cuya fe ha permanecido intacta. Instrum ento de Dios, luto, precedido a su vez por una larga espera, es ca­
el pueblo depurado de esta forma y regenerado verá pital» (J. Monnerot).
al libertador establecerse en Palestina rodeado por El término Apocalipsis adquiere así un valor nue­
los justos. Jerusalén será reconstruida. Sión se con­ vo; m ás que una sim ple profecía que revela cosas
vertirá en la capital espiritual del m undo que será m isteriosas, es el anuncio del fin del mundo, de la
«un mundo de justicia en el que los pobres estarán nueva distribución de los seres y las cosas, un fin
protegidos, un m undo de paz y de arm onía...» Y de que no es sino un com ienzo.
estos textos, que calificamos con N. Cohn de «apo­ Escatología y apocaliptism o están ligados al me-
calípticos» (ya que el Apocalipsis es el descubrim ien­ sianism o. Idea quizá permanente en la historia, aún
to de lo que estaba oculto) el más im presionante es la pagana, la redención por la venida del reino anun­
el Sueño del profeta Daniel. ciado por un Salvador es una de las representacio­
Se podría fácilm ente desviar estas profecías de su nes religiosas m ejor ancladas en la religión de Zo-
sentido m ístico para darles una significación mítica, roastro. Pero si em pleam os el término m esíanism o

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para evocar la venida del Salvador, es evidentem ente pués de Cristo con la destrucción del Templo. Aquí
porque el Antiguo Testamento después de la depor­ acabó la fe apocalíptica de los judíos. Entonces las
tación de Babilonia, le llamó a éste ungido, es decir, profecías m esiánicas pasaron a los cristianos. De
m esias. cierta forma, las im ágenes compensadoras proyecta­
Más tarde habrá quien afirme que el A nticnsto das hacia el futuro son cultivadas para hacer más
debe venir antes que el Mesías y ello por la influencia soportable el presente a los oprimidos.
del paganismo iraniano para el que el Mal debe pre­ A partir de Nerón, los cristianos, utilizando hasta
ceder al Bien. De todas formas el mal excesivo re­ la deform ación el Apocalipsis de San Juan, procla­
vela cuán próxima está la venida del Bien, del Me­ marán su fe en la inm inencia de la era mesiánica
sías. ,, , que derribará a sus perseguidores. El m ilenio así
Así pues, la mentalidad colectiva, en el pueblo he­ fundado no acabará más que con la resurrección de
breo, no se ha librado siem pre de la mezcla de m ito los m uertos y el juicio final. La fuerza de este tema
y quimera, características paganas. Los hebreos creen se encuentra, a partir del siglo II, en el m ontañism o,
que el universo está dominado por una potencia ma­ que veía la «parousia» inminente porque San Juan
léfica, cuya tiranía hace empeorar incesantem ente la había anunciado com o «muy próxima». Sin em­
los sufrim ientos de las víctim as. Pero sonará la bargo, los cristianos que no eran visionarios recor­
hora en que los santos se levantarán para abatirla. daban que la segunda Epístola de San Pedro no
Entonces llegará el apogeo de la historia y los santos anunciaba la vuelta de Cristo com o algo inminente.
heredarán la hegem onía del tirano aplastado. Este Tampoco pensaban todos los cristianos que al final
reino de los santos, cuyo esplendor sobrepasará al de los tiem pos los santos vivirían m il años en una
de todos los reinos del pasado, no tendrá sucesor, Jerusalén nueva; lo que no impide que algunos vie­
ya que será al m ism o tiem po com ienzo y fin. ran el reino de los santos de forma casi materia­
Durante la ocupación romana los sueños mesiám- lista; para ellos se trataba de la edad de oro de los
cos fueron un estim ulante para los judíos. Pero la antiguos paganos, tiem po de abundancia material
concepción judía del Mesías ha evolucionado. Si para sin apenas perfección espiritual.
los profetas — com o más tarde para los discípulos La idea del m ilenio cristiano o impregnado de pa­
de Jesús— el Salvador era Dios en persona, algunos ganism o se introdujo en la Galia desde finales del
judíos habían hecho más tarde un sim ple monarca, siglo i, con la llegada de San Ireneo a Lyon. Su
pero muy sabio y muy poderoso. Luego, en el siglo i obra Contra las herejías es «una excelente antología
antes de nuestra era, por ejem plo en los Apocalipsis de las profecías m esiánicas y m ilenaristas conteni­
de Baruch y de Ezra, un guerrero sobrehum ano do­ das en los dos Testamentos». Pero también los es­
tado de poder m ilagroso. critos del frigio Papías, que había atribuido a Cristo
El historiador Josefo quizá estaba en lo cierto al profecías m ilenaristas totalm ente falsas e inspira­
pensar que es porque creían en la llegada próxima das en escritos judaicos. De igual modo los «sueños
de un rey m esiánico por lo que los judíos se lanza­ compensadores» impulsan a San Ireneo, ante las
ron a la «guerra suicida» que term inó el año 70 des­ dificultades de su tiem po, en la misma dirección que

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los judíos. En el siglo rv, Lactancio no hallará nada * listianism o y de la Iglesia han señalado el adveni­
m ejor para convertir a los judíos que el alabarles m iento del m ilenio.
la valía del m ilenio. Sin duda en el siglo v, Como- Así, desde el 431, el concilio de Efeso en perfecto
diano fue más lejos, y los hombres de la Edad Media acuerdo con el pensam iento agustiniano, condenó
no olvidarán sus amenazadoras «profecías»; para él, rom o una superstición la creencia en el m ilenio que
aún más que para sus predecesores, la venganza es había de venir. Los teólogos habían com prendido el
inseparable del triunfo. En efecto, Cristo no volverá peligro de antiquísim o m ito que vivía camuflado.
acompañado por los ángeles, sino al frente de los
supervivientes de las diez tribus dispersas de Israel,
que habrán sobrevivido en lugares ignorados del 2. LOS MITOS EN LA EDAD MEDIA
mundo.
E stos santos serán una com unidad que ignorará El m ito del m ilenio futuro iba a subsistir a pesar
el odio, pero no por ello dejarán de ser guerreros. de la condena eclesiástica «en el m undo oscuro y
El Anticristo es derrotado, sus ejércitos pasan bajo subterráneo de la religión popular» (N. Cohn); es­
el yugo del pueblo santo que las sojuzga y que, do­ tamos ante uno de esos rasgos paganos o semipaga-
tado de una juventud inmortal vive en una Jerusalén nos que la evangelización no siempre conseguirá ex­
santificada, ignorando todos los m ales y gozando de tirpar.
todos los bienes terrenos. He aquí un rasgo que no Las creencias en el m ilenio mantuvieron la idea
olvidarán m uchos sublevados de la Edad Media y judía del pueblo elegido, considerado éste, al correr
que han vuelto a tom ar las doctrinas totalitarias del de los siglos y las circunstancias, ya com o el con­
siglo xx: La dictadura de los pobres es la dictadura junto del pueblo cristiano, ya únicam ente — lo que
de los buenos sobre los malos, com o la victoria fue socialm ente grave— como un grupo de cris­
de los justos es la dictadura de éstos sobre los tianos.
m alos. Estas creencias ejercieron una fascinación real
Los Padres de la Iglesia así com o otros autores sobre el pueblo, en particular sobre los oprim idos,
cristianos de finales de la Antigüedad y principios los desplazados o los desequilibrados y con mayor
de la Edad Media no aceptaron este tem a quiméri­ fuerza en los períodos más difíciles, aquéllos que al­
co. Ya en el siglo m , Orígenes había escrito que el gunos sociólogos llaman períodos de efervescencia.
advenimiento del reino no se situaría ni en el espa­ Cada época angustiada se ha vuelto hacia el Apoca­
cio ni en el tiem po, sino en el alma de los cristianos. lipsis, y aún más, hacia una serie de escritos apoca­
Al leer a San Agustín se advierte que la Iglesia deseó lípticos, los «oráculos sibilinos» de la Edad Media,
cada vez más «distanciarse» respecto a las teorías inspirados por el judaism o helenizado.
chiliasticas. Nada es m ás contrario al m ito que la Así es como dos personajes han fascinado durante
«Ciudad de Dios», cuando afirma que el Apocalipsis m ucho tiem po la mentalidad popular; el del Anti­
de San Juan no debe ser interpretado más que com o cristo y el del emperador de los últim os Días. El
una alegoría espiritual, ya que el nacim iento del reinado de este emperador, muy largo, será una era

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de abundancia que asistirá al triunfo definitivo del lu s... Luego, al llegar las desilusiones, se retrasaba
cristianism o, debiendo elegir los paganos entre el el advenim iento de la edad de oro al reinado si­
bautism o o la muerte. guiente.
La figura de este emperador, anulando un tanto Más de un príncipe perm itió al m enos que se le
la de Cristo, evocará la edad dorada y la necesaria considerase com o el precursor que debía abrir el
violencia para alcanzarla. Pero, después de su rei­ cam ino al últim o emperador. Esperanzas falaces
nado, el Anticristo instalará su trono en el Templo pero tan arraigadas que, al igual que los emperado­
de Jerusalén; engañará a la m ultitud con sus mila­ res bizantinos, algunos soberanos de Francia o de
gros y cuando los justos se nieguen a dejarse en­ Germania se dejaron tentar a veces, y se apoyaron
gañar serán perseguidos. Afortunadamente, el Señor en las profecías de los libros sibilinos para justificar
acortará este odioso reinado enviando a San Miguel a tal o cual pretensión al poder supremo. Pero, al mis­
derrotarle; entonces tendrá lugar el segundo adve­ mo tiem po, se acechaban los signos anunciadores de
nim iento de Dios que, de este m odo, habrá ido pre­ las tribulaciones que acompañarían al Anticristo.
cedido de dos reinados brutales; ei del Bien y el Estos signos eran numerosos; guerras, disturbios,
del Mal. pestes, hambre, catástrofes naturales (com prendi­
Toda la Edad Media estuvo fascinada por la figura das las sequías graves, inundaciones, inviernos muy
del Anticristo, confundida con la del dragón de las duros), aparición de com etas, nacim iento de anima­
entrañas de la Tierra, con Satán. les m onstruosos y también los m alos gobernantes.
Este Satán-Anticristo fue para la Edad Media «la Las invasiones, la aproximación de los sarrace­
encarnación gigantesca de todas las potencias des­ nos, hunos, magiares, m ongoles y turcos, fueron en
tructoras y anárquicas. No es pues por el sim ple seguida interpretados com o la llegada de las hordas
gusto de insultarse por lo que en el siglo x m Ino­ del Anticristo, los pueblos de Gog y Magog. Más a
cencio IV y Federico II, por ejem plo, se tratarán m enudo asimilaban un m al señor o un príncipe in­
m utuamente de Anticristo, o por lo que, tres siglos justo o brutal al Anticristo, aplicándole los m ism os
m ás tarde, los protestantes calificarán así al Papa. calificativos, sobre todo el de rex iniquus. Luego,
Apenas hemos dejado pues de avizorar los signos con el transcurso de los años lo rebajaban al simple
precursores de la venida del em perador o del Anti­ rango de precursor del Dragón. Como se advierte,
cristo, esperanzas y tem ores de los que se hacen este m ito, o este conjunto de m itos indisolubles, se
eco tantas crónicas m edievales. La política vino a prestaba de manera excelente a una explotación po­
mezclarse. Se esforzaban en descifrar los signos pre­ lítica o social. La «contigüedad de los extremos»
cursores de la armonía entre los cristianos, de la __según la expresión de J. Monnerot— , la unión de
victoria sobre los im píos, de la extraordinaria abun­ la violencia guerrera y la iluminación radiante de
dancia que había de caracterizar a la edad de oro. la nueva Jerusalén fueron una de las características
Más de un rey, al llegar al poder, se vio asim ilado de la historia mental de la Edad Media, por no citar
al últim o emperador, y de ahí los epítetos mesiá- tiem pos más tardíos.
nicos con que se le gratificaba nuevo David, rex jus- La ortodoxia cristiana no ha reinado pues con ex­

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clusividad en la mentalidad colectiva, en particular IMir un lado y los m alos padres y los m alos hijos por
durante los períodos de efervescencia y en los pue­ •.n o . Es cierto que este grosero esquem a se refleja
blos o categorías sociales «entregados a la historia», 'ii las imágenes gratas a la escatología popular y
y por la m ism a razón amenazados o que se conside­ .isiinism o en los m ovim ientos de «masa» que se ins­
ran amenazados en su supervivencia misma. Pero piraron en ella, extrayendo una fuerza y un «furor»
la «imaginación apocalíptica, la imagen de este co­ considerables. .
m ienzo futuro que viene tras el final es de igual na­ El emperador de los Ultim os Días, y Cristo tam­
turaleza que la percepción de los m ales que ha de bién, es para algunos grupos «a la vez» la imagen
venir, y con creces, a compensar. Y to d o transcurre del padre ideal, sabio, justo, protector de los débi­
en la tierra... Esperando la venida del reino de los les, y la del hijo bueno que transformará radical­
cielos». Y com o todo transcurre en la tierra, el sal­ mente el mundo. , ,
vador que ha de venir después [del horror actual] El jefe escatológico, de los que surgirán tantos
usa las m ismas armas que el enemigo. Es el Salva­ en la Edad Media, está dotado de un poder sobrehu­
dor de la espada. Tales representaciones son virtual­ mano y es siempre vencedor a un tiempo; sus tro­
m ente heréticas. Todo es en ellas inmanente, terreno pas no pueden ir a más que a vencer, la justicia y la
y literal. [Hubo una especie] de propensión a to­ abundancia sólo pueden ser inconmensurables. Se
marlo todo al pie de la letra. En lugar de concebir trata de una representación quimérica, pero suscep­
al Cristo de los Evangelios, se concibe un anti Gengis- tible de ser proyectada sobre un hombre vivo al que
Kan. Los m itos enmarcan la percepción de la histo­ sus fieles, sus hijos, le reconocerán todos los pode­
ria. Se «reconoce» lo que estaba anunciado en lo res, com prendidos los taumatúrgicos. Su ejército
que acontece... (J. Monnerot). será el ejército de los santos y contra él se levan­
Evocar las m entalidades colectivas, es también tarán los padres y los hijos demoníacos.
plantear la cuestión del psicoanálisis. Todas las so­ Los relatos contem poráneos de los «furores» esca-
ciedades suscitan el problema de los orígenes indi­ tológicos m edievales ponen a menudo de relieve la
viduales y colectivos. Freud vio con presteza que el elocuencia, incluso la fascinación que los «mesías
psicoanálisis, al contrario que las dem ás ciencias de de los pobres» ejercían sobre sus tropas, a las que
la vida, desemboca en la idea de que los «orígenes» «electrizaban». Esta fascinación y este fanatismo
de todo ser humano constituyen una especie de Pa­ anuncian de forma extraña determinados rasgos del
raíso. nazism o, por ejem plo. .
Todos sentim os la tentación de transponer esta Si m uchos de estos «mesías» eran im postores, esta
idea — que es falsa en sí m isma— al plano social. com probado que otros — sin duda la m ayor parte—
Pero aún hay más; los m itos que acabam os de evo­ se consideraban de buena fe com o mesías que iban a
car tienen un contenido psíquico, y los psicoanalis­ regenerar el mundo, librándolo de los hom bres ma­
tas se sienten inclinados a ver en la visión del m undo los. Su certeza se com unicaba fácilmente a las mul­
que tenía por ejem plo la Edad Media, una lucha a titudes que esperaban el Salvador escatológico.
m uerte entre los buenos padres y los buenos hijos Sin embargo, eran necesarias circunstancias par­

24 25
ticularm ente favorables para la explosión de un «fu­ M' .1 cada hombre, la propiedad privada, la depen-
ror», una situación que contrastase con la grisácea tli ncia de algunos (ej. la esclavitud) respecto de
experiencia cotidiana, peligros nuevos, y por ello, uli os, en suma, todas las instituciones políticas, eco-
desconocidos. Con todo no es seguro que un desaso­ iiniiiicas o sociales, tienen un valor correctivo. Sin
siego general f uese siempre el m otor necesario. u t evidentem ente capaces de borrar el pecado ori­
La Iglesia consideró frecuentem ente — pero no ginal, estas obligaciones atenúan los nefastos efectos.
siem pre, al m enos al principio— a estos m ovim ien­ El estado de inocencia se perdió tras el pecado de
tos, como oleadas heréticas. La historia de las he­ Adán, pero el orden, por im perfecto que éste sea,
rejías, como la de los m itos, o la del psicoanálisis, es preferible al desorden. Las instituciones humanas
es inseparable en parte de la de los levantam ientos son forzosam ente im perfectas, pero son necesarias.
populares. Algunos herejes se complacieron en con­ Son cosas que, precisam ente, muchas herejías me­
siderarse com o si fuesen los diez justos capaces de dievales rechazaron, y siem pre bajo la presión de
salvar Sodoma tras la derrota de los malos. los m itos que volvían a reasumir más o m enos in­
Existen rasgos com unes a todas las herejías me­ conscientem ente.
dievales que han dado lugar ya a insurrecciones, ya Así, pues, no ha faltado razón para realizar la apro­
al m enos, al uso de la violencia. Proclaman, en la­ ximación de las herejías a las ideologías que las han
bios de sus — guías— profetas la negativa a aceptar suplantado desde hace unos dos siglos.
por más tiempo la ortodoxia cristiana sobre los efec­ Igual que la ideología — en el sentido en que ésta
tos del pecado original. se tomaba en el siglo xix— , la herejía posee un «va­
La pérdida del estado de inocencia original, pro­ lor de síntom a clínico», es una desviación, un «tor­
fesada por el estoico Posidonio, había m otivado la cim iento» en una dirección determinada de una
de lo que Engels llamará el «com unism o primitivo»; parte —la m ism a siem pre— del patrim onio dogmá­
así nació el aparato represivo de la sociedad (apari­ tico de la cristiandad.
ción del Estado, del poder del hombre sobre el hom­ Etim ológicam ente, la palabra elección es el senti­
bre, de la ley sobre el hombre) conjugado con los do m ism o de herejía. La ideología resulta de una
principios de la propiedad individual. elección igual que ella: «La presión psicológica...
Se trata de ideas que se hallan en otros escritores acaba por seleccionar determinados elem entos psí­
de la antigüedad, com o Cicerón o Séneca, aún con quicos, de entre otros, com poniéndolos o com binán­
mayor íacilidad ya que recogían confusam ente los dolos conjuntam ente para formar una ideología», lo
m itos de la pureza de los com ienzos y de la edad de que no proviene de una necesidad de verdad, sino de
oro. Sin embargo, com o precursores en cierto m odo reivindicaciones afectivas.
del cristianismo, los estoicos creían, sino en el pe­ Las herejías m edievales son frecuentem ente esca-
cado original, al m enos en la caída. Estos puntos de tológicas; el bien está a punto de suceder al mal,
vista han sido —claro está— m odificados por la or­ los últim os serán los primeros. Son a un tiem po me-
todoxia cristiana, ya que para los Padres de la Igle­ siánicas (el profeta a cuya enseñanza se adhieren
sia, el conjunto de obligaciones que el poder impo- es el precursor del Salvador, o el Salvador en per­
26 27
sona) y violentas, ya que el Salvador es un Salvador m íenlos actuales en térm inos apocalípticos, incluso
con espada. Asimismo están dirigidas por una «élite i ya no hay referencia alguna a la Biblia, como
de redentores» que arrastra a las m ultitudes y obra, ocurre desde la Revolución francesa. Así com o en
antes o después, com o si ya no estuviese atada por l;i Edad Media las revueltas han sido seguidas de
las consecuencias del pecado original. Esta élite está i (.-presiones brutales, los nuevos sufrim ientos que se
persuadida de estar «en estado de inocencia natu­ derivan son interpretados a su vez en térm inos de
ral», lo que es típicam ente herético, ya que la vuelta Apocalipsis. Lo m ism o volverá a suceder mas tarde,
a la naturaleza sería para la Iglesia la vuelta al pe­ por ejem plo con ocasión de la insurrección de los
cado sin la redención.
E stos heresiarcas son optim istas, antecesores de La continuidad histórica de los levantam ientos he­
Jean Jacques Rousseau; liberados de las enseñan­ réticos, sectarios en la Edad Media y m as tarde,
zas de la Iglesia, no confían más que en su «bon­ no puede ser negada. Todo sucede com o si un «ros­
dad». De aquí se derivan inm ensas consecuencias, ya tro» se hubiese transm itido de generación en gene­
que esta confianza en su propia bondad corre pa­ ración. En cuanto a los rasgos que se organizaron
reja, com o explica la psicología infantil, con la cer­ para constituir el «rostro», son los s ig m e n te s i.m i-
tidumbre de la culpabilidad de los demás. lenarism o, prim itivism o, seculansm o (todo transcu­
La violencia es la consecuencia lógica de estas rre en la tierra), escatología, violencia, m esiam sm o,
dos convicciones unidas. Indudablem ente las violen­ engreim iento patológico (quien n o siente com o yo
cias suscitadas por algunas herejías m edievales, al­ no m erece vivir), optim ism o m etafisico (todo aca­
gunos m ovim ientos de m asa incluso no heréticos bará bien) y moral (soy bueno), antiascetism o, co­
(pero m ovidos por el m ism o zafio psiquism o), deben lectivism o o com unism o (que es un rasgo inherente
ser relacionados con las violencias revolucionarias al espíritu de inocencia; poseer algo es perderlo
del final de los tiem pos modernos. Las inglesas de todo)» (J. Monnerot). , , , „ „
tiem pos de Crormvell y más aún las de la Revolu­ Todo transcurre aquí abajo; el hombre no sub
ción francesa. Robespierre afirmaba poseer «su con­ al Cielo, es el Cielo el que desciende.
ciencia para él» y las ejecuciones del Terror no le Actualmente, determ inados m ovim ientos «contes­
parecían sino el resultado de una «impaciencia de tatarios» no afirman otra cosa, y la religión ya n
la virtud». es m ás que apenas el proceso de «liberación» tem­
En todos estos m ovim ientos, que cabe calificar poral de los hombres que rompen m ediante la «lu­
justam ente de sectarios, en toda la extensión de la cha» las estructuras actuales de la sociedad.
palabra, el exterm inio de los m alos que tiene que No es obvio evocar la supervivencia de estos m i­
preceder a la llegada de los justos, se lleva a buen tos y formas de pensam iento unidas a ellos hasta
término en principio porque los exterm inadores es­ nuestros días. . , , ,
tán seguros de la legalidad de su acción en relación • No tuvo todo esto alguna influencia, probable­
con los valores que vienen a anunciar al mundo. La m ente inconsciente, en los historiadores de los levan­
ideología consiste en la interpretación de los sufri- tam ientos populares? En todo caso se ha encontrado

28
la reivindicación igualitaria de las sectas m edievales
en el curso del período de efervescencia que prece­
dió, acompañó y siguió a la Revolución de 1789
f s reivindicación laicista seguramente, pero
esta laicización está en línea directa con el secu-
larism o nacido en la Edad Media. El cielo ha ter­
minado su descenso sobre la Tierra. Despojado por
com pleto de su vestidura aparentemente cristiana
el m ito se ha reactualizado de hecho con ocasión
de las diferentes revoluciones de los siglos x i x y x x
asi com o en las doctrinas socialistas, incluidas las II
com unistas.
SOCIOLOGIA E HISTORIA DE LOS
LEVANTAMIENTOS

La sociología, creación del siglo xix, cuenta entre


sus principales fundadores a Saint-Simon y Augusto
Comte. La visión bastante idílica que tuvieron sobre
la Edad Media, inlluidos por el rom anticism o, ha
gravitado con gran peso sobre los trabajos de sus
sucesores, en el sentido de que se defendió —y si­
guen defendiendo con frecuencia, sobre todo los mar-
xistas— lo contrario de sus teorías.

1. LA EDAD MEDIA VISTA POR EL SIGLO XIX

Aunque, para Saint-Sim on y para Augusto Comte,


el poder temporal fuese esencialm ente en la Edad
Media un poder de carácter m ilitar —lo que es bas­
tante seguro— , ni uno ni otro han considerado que
el papel de la violencia en la historia pudiera expli­
carlo todo. Por el contrario, para ellos, el sistem a
que llam an feudal respondía a necesidades perfec­
tam ente respetables.
31
Con Marx y Engels sucede todo lo contrario. Con­ <»ira parte, el com tism o no había finalm ente afirma­
tra Dühring, para quien «la violencia es el mal abso­ do algo muy diferente.
luto», Engels, en su libro titulado precisam ente El Todo esto lo recoge Marx, pero «refractándolo»,
papel de la violencia en la H istoria, prefijó con fir­ va que, para sus predecesores, esta primacía de lo
meza la posición marxista. «La violencia desem pe­ económ ico era una novedad del siglo xix. Más aún,
ña... en la historia... un papel revolucionario...; es no iba a afirmarse más que el próximo futuro, no en
la partera de toda sociedad vieja que lleva una nue­ el pasado.
va en sus costados...; es el instrum ento gracias al Por el contrario, Marx, que como m uchos de sus
que el m ovim iento social triunfa y hace añicos las contem poráneos cree excesivam ente en las «leyes
form as políticas anquilosadas y m uertas... Toda vio­ naturales», considera que el dom inio ejercido por la
lencia política reposa en un principio sobre una fun­ infraestructura económ ica sobre las superestructu­
ción económ ica de carácter social y aum enta en la ras, la preeminencia de los «industriales» (en el sen­
medida en que la disolución de las com unidades pri­ tido saint-sim oniano) sobre los demás hom bres, son
m itivas [alusión al com unism o prim itivo] metamor- tan retrospectivas com o perspectivas. Esta preemi­
fosea a los m iem bros de la sociedad en productores nencia no anuncia la aurora de los tiem pos nuevos;
privados.» La idea de la fuerza determ inante de la caracteriza también a toda la historia anterior de
infraestructura económ ica, fundam ental en el mar­ la humanidad. Es inútil, pues, buscar causas prime­
xism o, se halla repetida hasta la saciedad en los ras no económ icas a cualquier levantam iento popu­
escritos de Marx y Engels. De ahí se deriva la expre­ lar de cualquier época; La ideología alem ana ilus­
sión «materialismo histórico», que no fue usada por tra m aravillosam ente esta tesis.
Marx (es de Kautski), pero que éste no habría re­ Primacía de lo económ ico, y, por tanto, primacía
chazado. de la producción. En el tiem po, como en el espacio,
Aunque el pensam iento de Marx haya variado, si­ las diferencias entre las sociedades humanas son las
gue siendo cierto que para él lo económ ico determina diferencias de las form as de producción. La impor­
— ¿ o condiciona?— las superestructuras políticas, tancia social de una clase de hombres, su situación
religiosas, intelectuales, etc. De esta forma, com o en la escala social están en función de la relación de
han dicho y repetido tantas veces los fundadores del esta clase con la producción. Hay también clases so­
m arxismo, los levantam ientos populares tienen una ciales y, por consiguiente, luchas de clases. El fac­
m otivación fundam entalm ente económ ica. tor determinante de la división en clases es la explo­
Marx recogió la idea del «advenimiento» de lo eco­ tación del trabajo de los unos por los otros: «La
nóm ico en Saint-Simon; concretam ente en la Pará­ form a específica bajo la cual un supertrabajo no
bola de los Talentos. La era de los guerreros y los pagado es estafado ál productor inmediato determ i­
sacerdotes ha terminado y comienza la de los indus­ na la relación dominación-sujeción», ésta es una de
triales, banqueros y sabios. El predom inio de la las fórm ulas más claras de Él Capital, y la idea está
econom ía tiene com o corolario la preponderancia subyacente, cuando no se la recuerda, en toda la
social de los hombres que dirigen la econom ía. Por obra de Marx y Engels. Toda sociedad está dividida
32 33
3
gía, la del «cambio social». En primer lugar, ésta lilósofo o un profeta, sino también un sociólogo.
debe preguntarse si hay uno o varios factores dom i­ Asimismo, Marx se ha ocupado con preferencia, no
nantes que puedan explicar este «cambio social» cabe duda, de la sociología de los conflictos. Con
(expresión vaga, por otra parte). Es un debate de toda razón, incluso si no se comulga con las conclu­
primera magnitud, que ha opuesto y opone aún a siones m arxistas. Todo levantam iento tiene cierta
muchas escuelas de pensam iento y que se ha crista­ relación con la agresividad, instinto natural que se
lizado en torno a una cuestión central. ¿Hay que supone necesario, según Konrad Lorenz, para la de­
conceder mayor peso a las cosas que a las ideas, a fensa y el progreso de las especies. Pero, en el hom­
las condiciones m ateriales que a las otras, a los fac­ bre, «el pensam iento conceptual y la palabra» han
tores de estructura que a los factores de cultura? Es tenido com o consecuencia un desarrollo m ás rápido
un debate que aparece con toda claridad en la de la cultura, transm itida por la tradición, y de la
oposición entre la concepción intelectualista de la his­ civilización material que de los instintos sociales o
toria — la de Augusto Comte— y la concepción mate­ las inhibiciones sociales. Hubo una gradación que
rialista, la de Marx. Actualmente, además, la socio­ llevó a una especie de prevención de la agresividad.
logía parece inclinarse hacia un punto de vista En una sociedad bien «ordenada» todos los conflic­
relativista; incluso los que muestran predilección tos son arbitrados a fin de ser elim inados. Cuando
por un factor particular reconocen en general que el arbitraje deja de ser eficaz, el conflicto vuelve a
el cambio social es siem pre el resultado de una plu­ salir a la luz y el levantam iento amenaza.
ralidad de causas que obran sim ultáneam ente y Ralf Dahrendorf se ha entregado a un análisis
reaccionando unas sobre otras. exhaustivo de la sociología de Marx y de los que le
La sociología, desde sus orígenes, se había intere­ han seguido o, también, criticado. Para este soció­
sado por el cam bio. Es cierto que Comte, para quien logo de origen alemán, hay en Marx una importante
la sociología dinámica (la que estudia el progreso, contribución a la sociología de los conflictos. Pero
es decir, la transformación de las sociedades) era Karl Marx ha com etido tres errores. Todos los gran­
m ás importante que la sociología estática, consa­ des conflictos sociales son reducidos a la clase. Pero
grada al estudio del orden. Aún es m ás cierto refe­ la clase, incluso cuando existe, no es sino un grupo
rido a Mane, algunos de cuyos herederos han llegado de interés que oponen entre sí a los m iem bros de
incluso a proponer que la sociología estudie antes una sociedad.
que nada, si no exclusivam ente, a la sociedad bajo Segundo error: para el marxismo, el conflicto de
el aspecto del cambio que se realiza en ella. clases lleva ineludiblem ente a la revolución; dicho
En nuestros días se afirma una clara renovación de otra forma, todo conflicto social se resuelve en
de los estudios del cambio no solam ente a causa de una solución violenta y la revolución es el único
las crisis actuales de las sociedades «avanzadas» y m om ento dinámico de la historia. Empero, la solu­
de las del Tercer Mundo, sino también porque se ción violenta es en la Edad Media, com o en otros
dispensa desde ahora una acogida m ás abierta a la tiem pos, la excepción, y el comprom iso (o la evolu­
obra de Marx, en quien ya no se ve únicam ente un ción), la regla. El grupo social que dom ina hace
36 37
caso son producto únicam ente de las relaciones de «en una interrogación a partir de la cual puede ser
producción, com o aseguran los m arxistas, sino de la posible, quizá, encontrar un elem ento de respuesta
historia: «De la m ism a forma que se superponen u otro en una actitud del hombre ante la vida».
las capas geológicas..., las más antiguas institucio­ En toda rebelión hay dos rasgos permanentes:
nes están cercanas en la sociedad a las más recien­ la certeza de lo Intolerable y la Acusación. Un hom­
tes.» Es una constatación habitual para el historia­ bre, una comunidad, se rebelan cuando «un acto,
dor, m enos para el sociólogo. Veam os dos ejem plos una situación, una relación, alcanzan el lím ite de lo
m edievales de lo antedicho: Tipos de derecho de intolerable (injusticia, m iseria, hambre, opresión,
dos épocas diferentes han podido coexistir (el dere­ desprecio)». El hombre se rebela, pues, porque hay
cho feudal y de las burguesías, en las ciudades); un ya no puedo aguantar más. Pero no es un asunto
han podido aparecer profesiones y organizaciones de sentim iento, y la psicología social o el psicoaná­
nuevas sin que desaparecieran las antiguas (ej., los lisis no conducen a una explicación total, según
distintos artesanados urbanos nacidos entre el si­ J. Ellul, quien advierte, por otra parte, que es muy
glo x i y el xv). Generaciones de instituciones y prác­ insuficiente, sino inútil, buscar una explicación o una
ticas sociales coexisten, pero lo antiguo y lo nuevo causa a la rebelión en la psicología del jefe sublevado.
no siem pre pueden cohabitar sin que surjan tensio- Si se habla de libertad en relación con la revuel­
siones y conflictos. ta, hay que recordar — cosa que no hacen habitual­
m ente los sociólogos— que «el sentido (de la liber­
tad) está viciado por nuestra experiencia histórica».
3. DIFERENCIAS ENTRE REBELION Y REVOLUCION Si la libertad ha llegado a ser para nosotros materia
de filosofía o de ciencia política, antes del siglo x v i i i
La sociología contem poránea se m uestra poco in­ tenía «otro peso, directamente humano». Antigua­
clinada a hacer el distinguo entre el levantam iento m ente se quería escapar a un destino que se había
o la revuelta y la revolución. hecho intolerable y la lucha contra el opresor no
Hay que recordar que los hombres de la Edad Me­ era más que «secundaria, indirecta». M ientras que
dia han podido ser a veces revoltosos pero, en suma, la revolución se considera siempre «constructiva» y
jam ás revolucionarios. Precisamente la distinción pretende desembocar en un futuro risueño, la rebe­
entre los dos fenóm enos acaba de ser sacado a la lión es «un levantam iento titánico que hace crujir
luz por Jacques Ellul. Esta «diferenciación entre re­ las cosas sin futuro previsible».
vuelta y revolución, cuando se las considera en la Si la revolución es siem pre un acto lleno de es­
historia sin am ontonar conceptos es adem ás difícil, peranza, «la desesperanza está presente en el cora­
incierta». zón de la revuelta». ¿N o gritaba uno de los cabecillas
J. Ellul sostiene, contra la disociación establecida florentinos del tumulto de los Ciompi: «Allá donde
otrora por A. Camus entre la rebelión m etafísica y existe, com o entre nosotros, el temor del hambre y
la rebelión histórica, que «no hay m ás rebelión de la prisión, el tem or del infierno no puede existir»?
que la histórica», pues es la única que desemboca El que se rebela no quiere, pues, oír hablar de la

40 41
Uñas A/.ulcs contra los nuevos telares, lo que hicie­ re interpretarlo todo en térm inos de conflicto de
ron otros en el siglo xv contra las técnicas que com ­ clases, pero el sublevado tiene poco en cuenta las
petían con la seda. Otras «novedades» provocan iras «clases» — suponiendo que existan— e incluso los
también. Los hombres de la Edad Media se suble­ estratos sociales. Hasta tal punto es cierto lo ante­
varon frecuentem ente contra el sistem a fiscal de los rior, que hay entre grupos sociales muy diversas
reyes y príncipes, aparecido, según las regiones, en «solidaridades verticales», que aparecen en las re­
Jos siglos X III o xiv. Todo ello de Escandinavia a vueltas y entre los revoltosos cuando hay insum isión
Ai agón, pasando por Inglaterra, el Imperio y Fran­ generalizada. Dicho de otro m odo, la desigualdad
cia. Pero ¿contra quién van dirigidos los levanta­ social no es forzosam ente la causa de las revueltas
m ientos principalmente? ¿Contra los pesados im­ tradicionales, anteriores al final del siglo x v iii. Asi­
puestos, contra la presencia de agentes fiscales fre­ m ism o, la noción de libertad no tiene en las revuel­
cuentem ente extranjeros a la región, o bien contra tas la resonancia a que estam os acostum brados y
el principio m ism o de los im puestos? Todo ello de­ que utilizan los sociólogos. La libertad consiste en­
pende del caso concreto, pero lo que es seguro es tonces en luchar contra el impuesto com o tal y con­
que la revuelta presenta siempre en estos casos un tra los agentes del Estado, cualesquiera que sean, en
rechazo de un poder lejano y en vías de desarrollo. cuanto a tales. Es curioso advertir que esta reso­
Para J. Ellul, el sentim iento de lo Intolerable, que nancia antigua parece haber sido recogida en nues­
acabam os de examinar, va acompañado de la Acusa­ tros días por los m ovim ientos llamados «izquierdis­
ción. El sublevado acusa al Otro, ese Otro que, a tas». Para J. Ellul, la sublevación no estalla hasta
veces, se deja en una curiosa penumbra. Los acusa­ que no se establece cierta situación con tendencia
dos son los «Se», los «Ellos», responsables de una a durar. Pero, una vez m ás, las estructuras sociales,
situación que se ha hecho intolerable y que se siente el desfase entre la situación social y la situación eco­
com o tal. Pero antes o después hay que dar un ros­ nómica, no explican bien las revueltas.
tro a estas cabezas de turco. Pueden existir, no obstante, causas económ icas
En la misma medida que el sublevado vive el (recesión, carestía, etc.), jurídicas (tal com o un re­
Apocalipsis de sus fines, así es de concreto en la parto desigual de los im puestos entre los grupos
acusación, o, por lo m enos, lo cree así, puesto que sociales o entre la ciudad y el campo), pero no deben
termina por dar al rostro acusado la forma de al­ om itirse las causas religiosas, que no son en abso­
guien cercano: en el siglo xvii (R. Mousnier), e in­ luto, contrariamente a lo que opinan los marxistas,
cluso antes del final de la Edad Media, el enemigo un reflejo de los factores socioeconóm icos.
im preciso es el Estado, pero se acaba dándole el Pero ¿es necesario llevar hasta el lím ite la antino­
rostro de su agente más próximo; incluso si éste mia revuelta-revolución? Ni siquiera los autores más
no es mas que un pobre subalterno. Se arrem ete ra­ sensibles a esta antinom ia están com pletam ente con­
ramente contra el rey o el príncipe, y a menudo vencidos. Según J. Ellul, una revolución puede salir
contra su representante en la comarca. La m oda de una revuelta, y en tal caso, ésta asum e en lo
actual entre m uchos historiadores o sociólogos quie­ sucesivo los caracteres de aquélla. Sin embargo, an-
45
III

¿QUIENES SON LOS AGENTES


DE LOS LEVANTAMIENTOS?

Tras el examen de los factores, las condiciones y


aspectos generales del «cambio» y la revuelta, hay
que hablar de los actores. Pregunta principal: ¿qué
hay en el origen de un levantam iento, un cabecilla,
uno o varios grupos o todo ello a un tiem po? Si
hay m ás de un «cabecilla», ¿son los actores princi­
pales al principio un grupo pequeño o, casi inmedia­
tamente, uno o varios grupos num éricam ente impor­
tantes? Este o estos grupos ¿son hom ogéneos? De
esta form a se plantean problemas de gran magni­
tud que por falta de espacio se irán estudiando,
lim itando por ahora las ilustraciones concretas.

1. ¿CLASES SOCIALES? ¿LUCHA DE CLASES?

A) E l concepto de clase social


R. M ousnier acaba de recordar que «actualm ente
un diluvio de palabras y una montaña de papel pro­
vienen de las confusiones de pensam iento entre his-

49
4
toriadores que no emplean las m ism as palabras en rnación social determ inada, procedente de una forma
el m ism o sentido». Es una constatación singular­ de producción definida», com o afirma Luis Althus-
m ente oportuna en lo que concierne a la historia ser. En esta enum eración de niveles, lo social des­
de los levantam ientos populares, tan turbia por el aparece, el hombre tam bién y, consiguientem ente,
concepto de clase, que aceptan sin discusión algunos lo vivo.
m edievalistas y que, por ello m ism o, parecen acep­ Por otro lado, el concepto de clase encierra una
tar, con razón o sin ella, la idea m arxista de la lucha jerarquía de conceptos. Es cierto que se pasa, en los
de clases. En realidad, la existencia de clases, la de escritos de Marx, por toda esta serie de las enume­
una insoslayable y general lucha de clases, son de­ raciones de clases sociales a la definición de la clase
m asiado a menudo consideradas com o evidentes. misma.
Sin embargo, una evidencia no se dem uestra, se la
acepta. Pero ¿se trata verdaderamente, en este caso,
de evidencias? Por otra parte, el term ino de clase B) Exam en de las tesis m arxistas
se utiliza con excesiva frecuencia, y para cualquier
fin, con significados que varían de un autor a otro. Si la palabra clase es anterior a Karl Marx (cf., por
Según R. Mousnier, «en el trabajo del historiador, ejem plo, su utilización por Henri de Saint-Sim on),
aun cuando el concepto de clase no puede ser más su concepto nació en el espíritu del am igo de En-
que una abstracción, supone el examen de la tota­ gels del análisis de las relaciones de producción
lidad del hombre, en una época y en un país dados, capitalista entre 1838 y 1867 en Inglaterra, particu­
en la totalidad de los grupos sociales diversos a los larmente en Manchester. Más tarde, Marx se extra­
que pertenece y en la totalidad de cada uno de lim itó, no sin gran temeridad y sin perder de vista
esos grupos sociales». Hay que buscar «la totalidad los postuladosrnaterialistas, e incluso el viejo me-
del hom bre en la totalidad social». sianism o.
Seguirem os a R. M ousnier en las consecuencias Una de las nociones más importantes del marxis­
que saca de estas observaciones. No es posible admi­ mo es la de proletariado, la de clase obrera. Esta
tir la opinión de los que piensan que «la totalidad últim a es el agente del proceso histórico, la elegida
se com pone de una serie de niveles distintos y rela­ de la Historia. Pero para llegar a esta noción de
tivam ente autónom os, económ icos, políticos, religio­ proletariado ¿ procedió Marx a una recensión exhaus­
sos, ideológicos, filosóficos, artísticos, científicos y tiva, en el tiempo y en el espacio, de los estratos
que dependen finalm ente del nivel económ ico, que inferiores de la historia universal?
sería el dominante», para los que, en todas las for­ Fuera de la historia que estaba viviendo, Karl
mas de sociedad, una producción determinada y las Marx no estudió a fondo más que una historia, de
relaciones que engendra conceden a las relaciones gran importancia, es cierto, pero a pesar de todo
engendradas por las otras producciones su rango y lim itada en cuanto al espacio: la de la Revolución
su importancia, reduciéndose el objeto de la historia francesa. Lo que Marx llam a, tras otros muchos, la
a conceptuar «la estructura y el proceso de una for- burguesía, es quien le ha aportado el «modelo» (y

50 51
el contraste) de la clase revolucionaria que lleva chester es a un tiem po el ejem plo y el prototipo
a cabo un levantam iento en provecho propio. Marx de lo que pronto ocurrirá en todas partes. Este pro­
había leído a los historiadores «burgueses» de tiem ­ letariado se lo representa Marx com o la clase ascen­
pos de la Restauración y de la Monarquía de Julio; dente que sustituirá a la clase burguesa, cuya caída
los Agustín Thierri, Guizot, Mignet, Thiers, así como es fatal tras un proceso revolucionario. En el fondo,
a Henri Martin. Todos estos hombres estaban im­ la filosofía de Hegel, de la que Marx, com o m uchos
buidos de una especie de «m esianism o burgués». de sus contem poráneos, estuvo muy im buido, aun­
Creían que el acceso a la función de grupos dom i­ que la haya criticado a veces, se considera que justi-
nantes, dirigentes, de la burguesía censataria era lica m ucho m ejor esta fatalidad de la sustitución
com o el fin del proceso de toda la historia de Fran­ de la burguesía por el proletariado, la tam bién fatal
cia, concebida com o una ascensión, no sin vicisitu­ lucha de estas dos clases, que algunos escasos ejem ­
des, desde la Edad Media, de esta burguesía. plos históricos.
Marx recogió de estos historiadores la idea de una La dialéctica no es una creación de H egel. La rea­
categoría social ascendente, la cual, a medida que lidad, tal com o la percibía Heráclito, es un devenir,
va ascendiendo, encauza cada vez más los intereses ima sucesión, ya que, transcurriendo en el tiempo,
generales de la sociedad y la esperanza de un futuro se opone a sí misma: «El devenir parece que está
m ejoi\ Los burgueses de las «comunas» medievales en lucha consigo m ism o, y las oposiciones son ya
son los que llevaban el porvenir y el progreso, y es­ discordantes, ya el térm ino de un acuerdo que no
tas «comunas», y sus jefes — incluido Etiennc Mar- deja sustituir nada de ellas, pero que encuentra en­
cel— , exan los precursores de la Revolución. Antes tonces una nueva oposición.» Así, pues, hay contra­
de los historiadores m arxistas, los historiadores rios, más bien que contradicciones (térm ino que tan­
«burgueses» no vieron más que una diferencia de to utilizan los marxistas).
grado, no de naturaleza, entre los levantam ientos En el devenir, la lucha tiene un papel m otor, y
m edievales o m odernos y las revoluciones de los los elem entos que luchan son llamados contrarios
tiem pos actuales. precisam ente porque luchan, siendo el m ism o ser un
Pero Marx es un hegeliano, y la victoria de la bur­ proceso. He aquí el alm a de la dialéctica, que, desde
guesía no podría ser ni un absoluto ni un término. los griegos, ha tentado a m uchos filósofos, e incluso
Esta victoria no puede ser definitiva, ya que esta en la Edad Media, com o muestra, entre otros, el
burguesía, que es el m undo del capital y posee los ejem plo de Nicolás de Cues. Pero los neodialécticos
m edios de producción e intercam bio, destina a la de los siglos xix y xx no se han inspirado más que
m ayoría de la población —una m ayoría destinada en Hegel.
a engrosarse cada vez más— a una explotación cre­ Para Hegel, el error com etido por sus predeceso­
ciente. Los cam pesinos, así com o otros grupos inter­ res era hacer de la antinomia, del contrario, «ima
m edios, se proletarizan. El proletariado es cada vez propiedad del hombre que habla y piensa y no de
m ás num eroso y m ás explotado por una burguesía la cosa de que habla; en la que piensa, no de lo
en la que aumenta la concentración del dinero. Man- real m ism o». Para él y para sus seguidores en este

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aspecto (Marx, Engels, Lenin entre ellos), «la con­ ticular con un sistem a que prevé com o fin de la
tradicción (Hegel sustituyó contrario por este tér­ historia una sociedad sin clases en la que, digan lo
m ino) es la raíz de todo m ovim iento y de toda vida, que digan a veces los m arxistas, las contradicciones
se mueve, tiene im pulso y actividad. En tanto en estarían entonces todas superadas. Habría un esta­
cuanto tiene una contradicción en sí misma. La dio de la historia, el estadio final, en que la «tríada»
negación, es decir, la oposición, es la fuente inte­ hegeliana no tendría ya razón de ser.
rior de todo m ovim iento espontáneo vivo y espiri­ La filosofía de H egel debe m ucho al examen de
tual. Si la oposición es real, la indisolubilidad de los la historia de fines del siglo x v in y principios del xix,
opuestos, su unidad, pues, es también real, ya que no se puede incluso comprenderla bien sin refe­
la existencia es una unidad que une a aquéllos. rencia al contexto histórico. La filosofía de Heráclito
Con respecto al primer término, el segundo es ne­ debía ya mucho a la historia de su tiem po, tiempo
gación. Pero hay forzosam ente un tercero que forma de crisis, sembrado de convulsiones sociales, un
con ellos la tríada hegeliana y que es la negación mundo, pues, en lucha consigo m ism o. En cuanto
de la negación: los com ponentes mayores de las te­ a Hegel, intentó realizar una Sum a en la que quería
sis y la antítesis precedentes son superados y conser­ expresar todo lo que había para él de verdadero
vados a un tiempo en la síntesis. Así, en el tiempo, en el pensam iento de su época (la últim a de las
un ente no sigue siendo el m ism o más que convir­ épocas, para él), porque su tiempo «había negado,
tiéndose en otro gracias a sus contradicciones inte­ aún conservándolas (en sí m ism o) a todas las épocas
riores. El ser y la nada están en estado de lucha precedentes». El pensam iento crítico, que había pro­
permanente y lo que constituye su unidad es el de­ porcionado armas tan eficaces a los burgueses de
venir. Todo esto es seguramente una forma de pen­ 1789, había permitido echar abajo todo aquello que
sar de un hombre que ha tomado conciencia de la ya no se sostenía quizá más que por la fuerza de
historia. la costum bre. Pero el pensam iento «conservador»
¿Puede haber un final en este proceso continua­ de un De Bonald o un Burke había recordado poco
m ente renovado de la tríada hegeliana? En princi­ después que no hay derecho, religión, ni sociedad
pio, no, ya que toda síntesis se transforma inm edia­ más que en lo histórico, porque la naturaleza huma­
tamente en tesis y el ciclo vuelve a empezar, na es histórica. Hegel captó en este paso de una tesis
renovándose sin cesar. Sin embargo, Hegel contra­ (el pensam iento revolucionario) a la antítesis (el
dice ya su propia dialéctica al prever un fin para pensam iento contrarrevolucionario y «positivo») la
este proceso, fin que se producirá cuando el E spí­ marcha m isma de su tiem po. A lo «natural» (es de­
ritu se conozca a sí m ism o. cir, a lo abstracto) de los filósofos del siglo x vm
Pero los marxistas han ido m ucho m ás lejos en se oponen la po sitivid a d y lo histórico, es lo que
este camino, utilizando la dialéctica (¿no es su doc­ Augusto Comte debía advertir igualmente.
trina el m aterialism o dialéctico?) e insertándola Los marxistas han retenido en particular, de la
en su sistem a. Ahora bien, la dialéctica está fatal­ dialéctica hegeliana, la idea de que todo es relativo.
m ente en contradicción con todo sistem a, en par­ Así, para Engels, se tendrá siempre conciencia «en
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lo sucesivo... de la relatividad necesaria de todo mía únicam ente determ inante de la jerarquía social,
conocim iento adquirido, de su dependencia con res­ sin ser nunca determinada. Es cierto que se pueden
pecto a las condiciones en que ha sido adquirido». advertir en Marx sobre este asunto algunas vacila­
Nada es fijo, un bien puede convertirse en un mal y ciones, quizá por haberse dado cuenta de que su
viceversa, lo verdadero se convierte en falso y lo ne­ m aterialism o era, en últim o análisis, poco dialéctico.
cesario deja de serlo. Gracias al devenir, el bien reve­ En la noción m arxista de la sociedad hay relación
lará el mal que lleva consigo y el mal dejará ver entre las fuerzas, lo que es verdad en sí. Pero para
sus buenas cualidades. Las consecuencias sociales Marx y Engels, una fuerza histórica no es vencida y
(por no hablar de las consecuencias m orales) de rechazada hasta que sus posiciones se escapan, cuan­
estas afirmaciones son, indudablem ente de primor­ do una nueva fuerza histórica, en cuya construcción
dial importancia. ha trabajado inconscientem ente la anterior, es bas­
Hay una salida para las contradicciones que una tante potente para suplantarla. Está claro que me­
sociedad lleva consigo; esta salida es una nueva vía diante la lucha, y no de otra forma. La lucha de
que conduce a un estado nuevo de la sociedad en clases es en verdad una necesidad dialéctica para
que los com ponentes de los térm inos precedentes se­ el m arxismo, según el cual hay siempre contradic­
rán superados y conservados al m ism o tiempo. Sin ciones internas en una sociedad, la cual es siempre
embargo, para el marxismo, esto no se volverá a una sociedad de clases, m ientras no se ha llevado a
producir indefinidamente, y habrá un salto, una mu­ cabo un retom o al com unism o prim itivo que asis­
tación decisiva, ya que pasará de lo relativo a lo tirá al advenimiento de la sociedad sin clases.
absoluto (lo que, repitám oslo, es contrario a la dia­ Pero la dialéctica, modificada por el m arxism o, va
léctica mism a). J. Monnerot ha escrito con precisión acompañada, según algunos, por un «cortejo de es­
que un arquetipo fijador se transparenta en el mar­ pejism o» que revigoriza los viejos m itos. «No, nos
xism o con el anuncio de que la sociedad sin clases dejam os impresionar — escribía Engels— por los an­
pondrá fin a la historia en la m edida — seguramente tagonism os irreductibles de la vieja m etafísica...,
muy amplia— en que «la historia de los hom bres no antagonism os de la verdadero y lo falso, del bien y
es sino la historia de sus luchas de clases» com o del mal, de lo idéntico y lo diferente.» Pero estos «an­
proclama el M anifiesto del P artido Com unista. tagonism os», que responden a unos arquetipos y que
Si la dialéctica tiene razón, la historia de los hom ­ tienen siem pre tendencia a reaparecer bajo másca­
bres no es más que la historia de sus luchas de cla­ ras diferentes ¿no se les verá resurgir en el marxis­
ses. Pero la dialéctica no es la única en sugerirlo... mo? El antagonism o de las clases, el de la burguesía
El marxismo puede parecer infiel a su propio mé­ y el proletariado ¿ no podrían ser «una nueva forma
todo dialéctico al afirmar la primacía de lo econó­ del antagonism o del Bien y del Mal» un resurgir del
m ico. Es una contradicción de la interdependencia milenarism o?
dialéctica general el introducir la idea de que cier­ Ya que, según ellos, las clases están siem pre en
tos elem entos «serían en suma siem pre determinan­ lucha, Marx y Engels necesitaban examinar el fun­
tes y nunca determinados», siendo siem pre la econo­ dam ento «dialéctico» de esta lucha antes de poner­
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se a precisar la noción marxista de clase, su valor mos por alto las dos primeras formas de propiedad,
u posible extensión en el espacio y el tiempo. ¿Cómo la de la «tribu» prim itiva, luego la propiedad com u­
i ► CX,amf n de ,a burguesía del siglo xix y nal (entendam os por este término la propiedad de
del pioletaiiado de Manchester, a una teoría válida la po lis antigua). La tercera es la p ropiedad feudal
últim a? éPocas- salvo para la primera y la que habría conocido la cristiandad m edieval; como
las dem ás formas, sería la única responsable de las
_ ^narb.e s° sPechar que ello fuera por extrapolación diferencias sociales; diferencias que el marxismo
a partir de algunos casos y por espíritu de sim plifi­ condena, igual que rechaza, en principio, toda je­
cación ya que los análisis han sido estrechos y par­ rarquía en la sociedad.
ciales. Asi com o la relación entre la infraestructura Los dos autores mezclan dos tipos de ideas dife­
(la econom ía) y la superestructura, sería invariable, rentes cuando escriben que «aparte la separación en
c Habrían tenido siem pre la m ism a primordial im­ príncipes reinantes, nobleza, clero y cam pesinos en
portancia igualmente la situación de los grupos hu- el campo, y la de m aestros, oficiales y aprendices y
piedad?Cn Producción y el estatuto de la pro- en seguida también una plebe de jornaleros en la
ciudad, no hubo división del trabajo». H em os se­
Marx no elaboró una teoría com pleta de las clases ñalado estas significativas palabras: «separación»,
^ iq U e n m U e r t e l o i n t e r r u m P Í ó mientras «división», sin caer en el exceso opuesto, se recor­
trabajaba sobre ello para su El capital. Sin embargo dará que durante m ucho tiempo, en algunos oficios,
podem os relacionar diversos pasajes de sus obras o el m aestro y sus subordinados llevaban casi la misma
ujem pl°' a U te o lo g ía alemana que vida. Sin embargo, para terminar con esta idea de
escribió en colaboracion con Engels. la escasez de la división del trabajo advirtam os que,
Lo que constituye una clase social sería «a pri­ para Marx y Engels, la división del trabajo se había
mera vista la identidad de los ingresos y las fuentes hecho en la agricultura «más difícil por la explota­
de ingresos». Pero com o los ingresos difieren de la ción parcelaria (hubo, sin embargo, grandes explo­
m ism a forma que difieren las formas de propiedad taciones), junto a la cual se desarrolló la industria
Jas clases se distinguen esencialm ente por la pro­ dom éstica de los cam pesinos m ism os (alusión sin
piedad, o no-propiedad de los m edios de producción. duda al trabajo textil a dom icilio en algunas regio­
f- ^ r° de desarrollo de las fuerzas productoras nes rurales próximas a una ciudad textil).
í* Ính • - UjC1,ón í el. «desarrollo que ha alcanzado En la «industria, el trabajo no estaba dividido en
la división del trabajo», y los «distintos estadios del absoluto en el interior de cada oficio y muy poco
? f d >\'!sión del trabajo representan entre los diferentes oficios», lo que es cada vez me­
otras tantas formas distintas de la propiedad; dicho nos verdadero a partir, sobre todo, del siglo x i i i . En
de otro modo, cada nuevo estadio de la división del cuanto a la división entre el com ercio y la industria,
trabajo determina igualm ente las relaciones de los si existía en las «ciudades antiguas», no se habría
individuos entre sí en lo relativo a la materia, a los desarrollado sino más tarde en las ciudades nuevas,
instrum entos y a los productos del trabajo». Pase­ únicam ente «cuando esas ciudades entraron en rela­
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ción unas con otras». Si se trata del precapitalism o Estas condiciones com unes, determ inadas por la
com ercial en lo textil, es, efectivam ente, bastante oposición burguesa «hacia el feudalism o existente»
cierto. Por últim o, «la reunión de países de cierta una vez efectuada la «unión» entre las ciudades se
extensión en reinos feudales era una necesidad para «transformaron en condiciones de clase». Esto
la nobleza cam pesina (es muy discutible y los ejem ­ ocurrió porque «los individuos aislados no torman
plos de lo contrario no faltan) com o para las una clase sino porque deben llevar a cabo una lucha
ciudades». Las de Flandes, sin embargo, tuvieron opi­ contra otra clase», en este caso la nobleza, ciase
niones distintas... Para los dos autores «la organi­ dom inante. Entonces la burguesía iba a empezar a
zación de la clase dom inante, es decir, de la nobleza, representar en la historia «un papel em inentem ente
tuvo por todas partes un monarca a su cabeza», revolucionario», ya que «toda lucha revolucionaria
ocurre que para ellos, el rey no podía ser m ás que va dirigida contra una clase que ha dom inado hasta
el apoderado de los nobles a los que ayudaba a be­ entonces». Así pues, es «sobre las m inas de la so­
neficiarse del exceso de trabajo de los explotados. ciedad feudal» donde la burguesía iba a asentar su
Los gobernantes estarían así m arcados por «una poder. Pero a su vez, ésta iba a crear «nuevas con­
diferencia específica con relación a los gobernados» diciones de opresión» aparentemente incluso antes
(J. M onnerot) porque todos los gobernados serían del final de la Edad Media, som etiendo, por ejem ­
explotados. Consecuentemente una revuelta contra plo, el campo a la ciudad, lo que no esta apenas
la nobleza sería asim ism o una revuelta contra el rey. dem ostrado más que para el final del_ periodoi m
Pero la historia m edieval y moderna está lejos de dieval y principalm ente para Italia. En cuanto al
confirmar todo esto. rey y al Estado, se convertirán en ejecutores de las
Para una visión de conjunto de los orígenes de la decisiones de la burguesía.
burguesía es m ejor referirse también al M anifiesto No insistirem os en la vaguedad cronologica que
del P artido Com unista, que com pleta las explicacio­ debería m olestar al historiador al leer estos textos ca­
nes dadas en La ideología alemana. «De los siervos tegóricos. No insistirem os en el aspecto dialéctico di.
de la Edad Media nacieron los burgueses de las pri­ las oposiciones de clases, ni en el hecho de que, en
meras ‘com unas’; de esta población m unicipal sa­ esta perspectiva, la burguesía no hubiese podido sur­
lieron los primeros elem entos de la burguesía.» Estos gir y desarrollarse m ás que oponiéndose a la clase
primeros burgueses estuvieron «obligados a unirse... hasta entonces dom inante, el feudalismo, la nobleza.
contra la nobleza cam pesina para defender su piel», No faltan ejem plos m edievales de la concordia
afirmación que da cuenta de forma m uy incompleta frecuente entre nobles y burgueses Asimismo, la
de las m ism as revueltas «municipales». La clase bur­ oposición cam pesinos-nobles no ha obrado tampoco
guesa se formó con gran lentitud, a partir de las de form a endémica. En cuanto al Estado, testaferro
num erosas burguesías locales de las diversas ciu­ y m áquina de guerra de la clase dom inante, de la
dades. Y «los burgueses habían creado unas condi­ nobleza, es más bien una afirmación gratuita.
ciones (de vida com unes a todos) en la medida en La monarquía francesa se apoyó bastante pronto
que se habían separado de la asociación feudal». en la burguesía, si no desde Luis VI, com o se afirmo
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en o tio tiempo, al m enos a partir de Felipe Augusto, ros progresos a partir del siglo xx. Por tanto, en
sin que por esta razón entrasen, sin embargo, en cuanto se impone una división del trabajo, todo
lucha abierta con la nobleza. Después de haber sido el m undo está obligado a producir un supertrabajo
la supuesta apoderada de los nobles no llegó a serlo para remunerar los servicios de los dem ás, todos, y
de la burguesía. Asimismo, en Inglaterra, lo que no únicam ente los productores de bienes materia­
puso en dificultades a los Plantagenet, a lo largo les, sino tanto los intelectuales com o los m anuales,
del siglo x m fue la coalición de los nobles y las los funcionarios com o los adm inistrados, los solda­
«comunas». dos com o los civiles.
En resumen, las revueltas populares pudieron ser Todo se falsea al no querer considerar m ás que
alim entadas por otros grupos sociales, en los cuales, el plus-trabajo manual, productor de bienes mate­
sm embargo, el m arxismo no ve más que a «explo^ riales. Hay que referirse a la totalidad del trabajo
tadores» del pueblo. social, concluye R. M ousnier. Es evidente que, por
¿E s cierto que se pueda construir una teoría en ejem plo en la Edad Media, los cam pesinos y los
que la noción de plus-trabajo fuese la base del con­ burgueses necesitaban una protección que, única­
cepto de clase? Siguiendo a R. M ousnier podem os mente el aristócrata, y más tarde el noble podían
ponerlo en duda. Sin embargo, es lo que escribió proporcionarle. Algunas revueltas estallaron preci­
Mane en El Capital: «Allá donde una parte de la sam ente cuando la nobleza francesa durante la pri­
sociedad posee el m onopolio de los m edios de pro­ mera fase de la guerra de los Cien Años, fue consi­
ducción, el trabajador, libre o no libre, se ve for­ derada incapaz de proteger a sus hombres.
zado a añadir al tiem po de trabajo necesario para
su propio m antenim iento un suplem ento destinado a
producir la subsistencia del poseedor de los m edios 2. LOS ESTRATOS SOCIALES
de producción. De esta forma Marx cita mezclán­
dolas, sociedades tan distintas com o aquellas en Aún sin tener por ello la fisionomía que Marx ha
que los explotadores serían, o habrían sido, los no­ creído ver en ella, en todo tiempo y lugar, la jerar­
bles atenienses, los teócratas etruscos, los bovardos quía de los grupos sociales es una evidencia. Pero
de Valaquia, los señores de la Edad Media y los la sociedad de clases — que no supone por otra parte
capitalistas modernos.» «¿Tiene algún sentido — pre­ fatalm ente la lucha de clases— no aparece m ás que
gunta R. Mousnier— ponerles a todas la m ism a eti­ en la econom ía de mercado «cuando el suprem o va­
queta?» «La pretendida relación fundam ental, que lor social se sitúa en la producción de bienes mate­
perm ite reducir a la unidad una diversidad tal, es riales, cuando se concede la mayor estim a, el honor,
verdaderamente fundamental en todo.» Es muy la dignidad social, al empresario de esta producción.
aventurado edificar una teoría social general sobre Cuando lo que coloca a los individuos en los diver­
la noción de supertrabajo. Aun cuando fuera cierto sos grados de jerarquía social es el papel que des­
que la división del trabajo en la Edad Media estaba empeñan en el m odo de producción de bienes ma­
aún poco extendida, existía sin embargo, e hizo cla­ teriales y en segundo plano el dinero que ganan».
62 63
En el siglo xix, pero únicam ente en este siglo, trabajo social corresponde a sus m iem bros? Por
existieron sociedades de clases típicas en Europa ejem plo en la defensa, en la oración, en la produc­
Occidental y en América del Norte. Ni en otras par­ ción. Se caracteriza también por la form a de este
tes ni anteriormente. Unicamente, algunas escasas trabajo social y en la medida en que dispone del
prefiguraciones de una sociedad de clases pudieron trabajo social de uno o varios estratos diferentes.
perfilarse precedentem ente, por ejem plo en algunas «En el principio era la cooperación» (R. Mousnier),
ciudades únicam ente a partir de finales de la Edad y la división del trabajo social implica la evidencia
Media. de ésta.
Ya que el térm ino clase ha tomado un sentido Pero esta evidencia no supone en absoluto una
m uy especial a partir de Marx y que éste no se visión idílica de la vida y las relaciones sociales; se
adscribe a la realidad de la Edad Media ni de la refiere por el contrario a la sociología de los con­
Edad Moderna, hay que elegir otra palabra para flictos. De ahí una voluntad de poderío: «Surge, al
designar un concepto verdaderamente universal, y m ism o tiem po que los estratos sociales, una riva­
aplicable por tanto a toda la Edad Media. Precisa­ lidad entre ellos, y si las relaciones de cooperación
m ente R. Mousnier ha conseguido implantar, para son fundam entales, se deriva de esta rivalidad otra
la época moderna el térm ino «estrato» que los me- parte m ás de las relaciones sociales, que son las re­
dievalistas deberían asim ism o utilizar. laciones antagónicas.»
La valoración de las funciones sociales reside en
los juicios de valor, im plícitos muchas veces, sobre
A) Visión de con junto «la necesidad, la utilidad, la importancia, la digni­
dad, el honor, la magnitud de las diferentes fun­
Hay siempre una estratificación social. Desde la ciones sociales». Se trata de juicios de valor que
antigüedad griega, algunos filósofos, com o Platón, difieren según las sociedades, lo que viene a signi­
se han representado la sociedad de su tiem po com o ficar que «los sistem as de estratificación social son
com puesta de grupos humanos que forman una es­ todos diferentes entre sí aunque puedan ser redu­
pecie de capas sociales, es decir, estratos, super­ cidos a tipos». Estos juicios se fundamentan en el
puestos de forma jerárquica. poder, real o supuesto, que la sociedad en cuestión
Pero esta estratificación no proviene únicam ente atribuye a tal o cual función; provienen «no de ideas
de la diferenciación social, se deriva asim ism o de la y constataciones precisas, sino de creencias, impre­
evaluación social. La primera tiene por origen la siones, opiniones, muy a menudo sugeridas por emo­
división del trabajo social, la segunda se debe a ciones, tendencias sentim entales y afectivas, total­
que «las funciones sociales son valoradas de m odo m ente irracionales y muy erróneas».
distinto según las circunstancias duraderas en que Sin embargo, las opiniones que fundamentan la
viven las sociedades». valoración de las fim ciones sociales encierran siem ­
Un estrato social se caracteriza prim eram ente con pre una parte de verdad. Si se considera que la re­
relación a la división del trabajo. ¿Qué parte del ligión es más importante que las demás funciones,

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5
la función religiosa del sacerdote estará en la cima
de la jerarquía social. B) Las sociedades de Ordenes
Si la guerra y los desórdenes viven en estado en­
dém ico, serán las funciones m ilitares las que se co­ Una sociedad de Ordenes reposa sobre «la estima
locarán en la cim a de esta jerarquía. Sin embargo, social, la dignidad, el honor, concedidos por un con­
si la vida m aterial, la satisfacción de las necesidades senso a determinada función social, que puede no
físicas y el placer son las que están colocadas por tener ninguna relación directa con la producción de
encim a de lo demás, lo que se considerará esencial bienes m ateriales. En cada uno de estos consensos,
es la producción de bienes económ icos. ¿E s cierto, es donde reside el principio fundamental de orga­
com o pensaban Marx y Engels, que la división del nización de estas sociedades». Tantos principios, tan­
trabajo social lleva consigo la alienación del hom­ tos tipos de sociedades de Ordenes.
bre, lo sojuzga a una actividad exclusiva de la que La Edad Media no concedió una dignidad preemi­
únicam ente el com unism o podría liberarlo? nente a todo lo que se refiere a los bienes m ateriales.
En realidad, la teoría de la alienación, que, como Es por un total desconocim iento de la historia m e­
los demás, habrían padecido los hom bres de la Edad dieval por lo que se habla de clases en el sentido
Media, puede parecer «excesiva». Explicaría bastan­ marxista, es im posible comprender los once y pico
te m al las revueltas, incluso las revoluciones. Si se siglos que duró este período capital en la historia
da crédito a La Ideología Alemana, en el com unism o, de la humanidad sin poner en su lugar — que era el
donde la alienación habría desaparecido, la socie­ primero— el hecho religioso, sobre todo a partir de
dad reglamentaría la producción general, perm itien­ los carolingios e incluso aún al final de la Edad
do al m ism o individuo diversas actividades. Sería Media (¿cóm o, sin ser así, comprender las dos Re­
unas veces obrero, otras funcionario, intelectual, et­ form as, la protestante y la católica, surgidas en el
cétera. siglo xvi?). Los gobiernos no son explotadores por
Sin embargo, el progreso social va ligado al cre­ naturaleza, su deber primordial es conducir la ciu­
cim iento de la división del trabajo; incluso Marx y dad terrena de tal form a que los hom bres puedan
Engels parecieron adherirse a esta advertencia de prepararse para la Ciudad de Dios. Los grandes filó­
sentido común en su crítica del feudalism o, para sofos y teólogos de los siglos xh y x m no dijeron
perderla de vista m ás tarde. Como escribe R. Mous­ nada nuevo, incluso si lo dijeron m ejor que sus pre­
nier, «la diversidad de oficios en un m ism o individuo decesores. La sociedad no es ni m aterialista, ni pro-
no form a sino un chapucero». La clase social no es ductivista.
más que un género, un concepto general incluido en Así pues, los productores, en el sentido económ i­
el concepto universal que es la fam ilia de los estra­ co, cam pesinos, artesanos, comerciantes también, no
tos sociales. Ni la Edad Media ni la época moderna son considerados com o elem entos determ inantes de
han conocido este género, que no se afirmó más que la sociedad cristiana. Los productores existen en el
en el siglo xix. Conocieron otro género, otro con­ plano de lo necesario, y no de hecho en el plano del
cepto general, el de Orden. bien; la distinción platónica entre lo necesario y el

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bien ha sido recogida por el cristianism o. La huma­ cierto que la suerte de los hum ildes ha sido frecuen­
nidad moriría evidentem ente si no hubiese produc­ tem ente difícil, sobre todo en el transcurso de la
tores, pero el objetivo últim o de la humanidad no primera Edad Media, y m ás tarde, con bastante fre­
es vivir aquí abajo, y no puede pues justificarse en cuencia en los siglos xiv y xv, aunque Marx haya,
función de sí misma. «Para el hombre m edieval — se com o ha sido escrito, oscurecido el panorama, reac­
ha escrito— la tierra, que no abandonamos durante cionando contra Saint-Sim on y, sobre todo, Augusto
nuestra vida, que alim enta al hombre, no le da órde­ Comte, dem asiado inclinados éstos, a no ver más
nes; es hacia el cielo hacia donde levantam os la que el aspecto alegre de las cosas.
cabeza; el ente se revela no por lo que le coyuliciona Sin embargo, no consideraron Santo Tomás de
sino por aquello a que aspira.» Ello recuerda la frase Aquino ni sus contem poráneos, no más que los ante­
de San Pablo: «Conversado nostra in coelis est.» El riorm ente citados, así com o sus antecesores de la
poderío m ilitar — cuya necesidad no puede ponerse alta Edad Media, que los estratos inferiores estaban,
en duda— tuvo que ver con las condiciones internas o debían estar en «estado de recesión psicológica y
y externas de la sociedad medieval, manifiesta más o moral en relación con el resto de la sociedad». Hay,
m enos la pretensión de existir en el plano del bien, en efecto, un postulado marxista, difuso en el pen­
pero la guerra de las Investiduras, la lucha del Sa­ sam iento de nuestra época, según el cual los estra­
cerdocio y del Imperio, otros conflictos más entre el tos inferiores, por estar en la parte inferior de la
poder temporal y el espiritual demuestran que esta jerarquía, no aceptan el orden social tal cual es, y
pretensión no dejó de ser discutida. ello, a pesar de las apariencias contrarias, que son
Por últim o, y es lógico, en una sociedad así, son engañosas.
los clérigos los que deben estar situados en la cima La revuelta está siem pre en estado latente y no
de la jerarquía social. A los que rezan y conducen espera m ás que una ocasión para estallar. Pero no
el «populus christianus» hacia Dios, a los guerreros ha podido ser explicada la pertinencia de este pos­
(los aristócratas y m ás tarde los nobles) que deben tulado para la época medieval.
defender a este pueblo contra los paganos y contra Una forma de sociedad no comunista, en la que
todos los peligros que puedan venir de los hom bres, cada uno aceptara su lugar le parecía a Marx impo­
los productores, a cambio de estos servicios indis­ sible, im pensable o m ás bien inmoral, ya que la re­
pensables deben procurarles los bienes materiales. ligión — es el mayor reproche que se le hace al opio
La colaboración entre todos los estratos sociales es del pueblo— trabaja escandalosam ente para hacer
indispensable y la cristiandad es un cuerpo político aceptar su colocación en los estratos inferiores.
dotado de la más sólida unidad posible, ya que to­ Con todo ¿hay que rebelarse por estar colocado
dos los miembros, todos los estratos, tienen un de­ en un estrato inferior, o solam ente por estim ar que
nom inador común que es la pertenencia a la Iglesia. se ocupa aquel lugar injustam ente? La negativa es
Si el inferior sostiene de esta form a al superior, la única que ha parecido defendible a los grandes
no le da orden alguna ya que no ha sido colocado pensadores de la Edad Media.
por Dios para ello en su «estado». No es m enos En la sociedad europea, y hasta el siglo xvra, la

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idea de sociedad no se ha disociado de la de socie­ La imagen tom ista que ya no tenía nada demasia­
dad aceptada. Muy anterior al cristianism o, ya que do nuevo en el siglo x m ha idealizado quizá la rea­
se la encuentra, por ejem plo en las «polis» griegas, lidad. Lo ha hecho sin duda alguna en la medida
esta idea fue expuesta perfectam ente por los pensa­ en que el tom ism o ha expuesto lo que debe ser. Pero
dores cristianos, de los que nadie ha demostrado nadie ha dem ostrado — si no por el sim ple uso de
aún que estaban en contradicción —y flagrante— los térm inos m arxistas— , que el rechazo del Orden
con la mentalidad social de su tiempo. De esta for­ por las capas inferiores era «un dato inm anente en
ma, es posible referirse a Santo Tomás, precisam en­ la historia» (J. M onnerot) y que fue extendido en la
te^ porque construyó una sum a de todo el pensa­ Edad Media fuera de los círculos m ilenaristas. El
m iento cristiano. El Orden está impregnado de di­ tom ism o revela, confirma más bien, un estado de
vinidad, cada uno de sus elem entos tiene en ella su espíritu difuso. Para la Iglesia, la pobreza no es obli­
lugar, querido por Dios, y todos los seres son nece­ gatoriam ente buena, ni la riqueza y el poder nece­
sarios en este Orden. Todos los hombres forman sariam ente malos. En una sociedad impregnada por
parte de la econom ía de la Providencia; todos son la fe, el pobre teme al Infierno, pero el poderoso, el
iguales, aún siendo desiguales, todos y cada uno rico, lo teme aún más. Hay pues, «frenos invisibles»
son insustituibles, ya que todos son necesarios desde porque el poderoso y el débil tienen «una dimen­
el punto de vista de Dios. En consecuencia, ninguna sión común» que es Dios. Pero esto no excluye en
función social es inútil, ninguna debe ser despre­ absoluto la posibilidad de «furores», adem ás de la
ciada. persistencia de los m itos escatológicos. En realidad
Como la condición humana es itinerante, cada ser no han puesto en tela de juicio sino en contadas
hum ano debe arreglárselas lo m enos mal posible con ocasiones al Orden cristiano en su totalidad, excepto
la prueba que representa su paso por la tierra, sin en grupos poco num erosos, no representativos de
olvidar nunca que su vida terrena no tiene sino una tal o cual estrato, salvo los marginales. El m iedo de
importancia lim itada desde todos los puntos de Satán desem peñó en la Edad Media un papel social
vista. considerable. El Orden cristiano ha llevado a una
La sociedad es una jerarquía para los teólogos. sociedad de Ordenes, no es obra del azar si la mis­
Así pues, hay que som eterse al orden político si es ma palabra tiene dos sentidos. Si las Ordenes no
conform e a la religión — restricción significativa— debían duplicar su existencia de hecho con un prin­
ya que todo poder viene de Dios. Se puede ser cris­ cipio de cristalización en derecho más que a fines
tiano siendo señor o no libre, com o los Padres de la de la Edad Media, ya se habían esbozado mucho
Iglesia lo habían afirmado ya. En consecuencia, la antes.
revuelta es inadm isible, salvo excepciones escasas En la época carolingia, las Ordenes hicieron su
y m uy determinadas. N o se debe intentar escapar a aparición en la teoría. Entonces, los hom bres de
la condición mortal, sino resolver, lo m ejor posible, Iglesia que pensaban para Carlomagno recogieron
el problema de la salvación personal así com o el una idea de Valentiniano; cada uno está en su lu­
del bien común. gar, hay armonía social, Dios ha colocado a cada
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hom bre en un grupo (que es otro sentido del tér­ nómica. Se ha hablado de «tom a de conciencia nue­
m ino ordo) y le ha asignado un servicio (m iniste- va», a propósito de algunos teóricos, en particular
rium ) que cumplir. de Jonás de Orleáns porque predicó contra los ricos
El m ism o soberano ocupa un lugar que Dios ha y los «poderosos», los cuales deberían saber que «por
elegido, y le corresponde ser el guía, así com o el propia naturaleza, sus no-libres y todos los pobres
jefe moral, de sus súbditos, se lee en la Advertencia son sus iguales». Pero no pueden mezclarse el plano
a los órdenes del reino de Luis el Piadoso. Algunos moral y religioso, el único que está aquí encauzado
historiadores han deducido de ello, quizá un poco (cf. la palabra naturaleza) y el plano económ ico.
de prisa, que había en ello una condena de todo Todos aquellos que — y fueron legión— a lo largo
cam bio y por consiguiente una m uestra de conser­ de los siglos hablaron en favor de los pobres, no
vadurismo típico. estaban por ello condenando todo el sistem a econó­
E sto no es cierto, ya que se pueden aplicar dis­ m ico, ni deseaban transformar la sociedad de abajo
tintas acepciones a la palabra cam bio. ¿N o sería arriba. Son los m alos ricos, com o en el Evangelio
más bien el cambio desordenado, o teñido de vio­ los únicos que fueron condenados por los clérigos.
lencia, el que sería condenado? No hay en todo ello nada que dé testim onio de una
Para el obispo de Orleáns, Teodulfo, la sociedad condena de todo el sistem a social.
está dividida en tres «órdenes»: los m onjes que Una toma de conciencia de las taras de una socie­
viven al pie del trono de Dios, los clérigos que pre­ dad no es obligatoriam ente, como un marxismo di­
paran a los fieles para la salvación, los laicos que fuso ha convencido que fue a muchos de nuestros
«hacen girar la rueda del molino». Era dar la m ejor contem poráneos, una toma de conciencia de la ex­
parte a los eclesiásticos y al m ism o tiem po no dis­ plotación de todo un grupo por otro, ni, sobre todo,
tinguir a los hombres de armas de los productores. una toma de conciencia de la necesidad de llegar a
De aquí se derivan las considerables m odificaciones despertar, si sestea, la lucha de clases.
que se hará sufrir a la teoría a continuación. Los servicios m utuos que los O rdenes deben pres­
En todo caso, la distinción jurídica m ayor en de­ tarse perm iten que reine el Orden cristiano. Es lo
recho franco, la que opone los libres a los no libres, que no dejarán de escribir los teóricos. Pero la pers­
no tendrá nunca lugar en ninguna teoría de los pectiva de los ordines carolingios se m odificó mu­
órdenes. Igual que, com o es lógico, y a pesar de cho con el paso de los años, y quiso «unirse» más
ciertas apariencias, los criterios económ icos puros. a la realidad, lo que dem uestra que el inm ovilism o
Es cierto que, desde m ediados del siglo v m , San que se ha achacado a los hombres de Iglesia («el
Bonifacio, apoyándose en San Pablo, había afirmado m undo social es inmutable, sólo así está conform e
que hay un Orden de los jefes, un Orden de los súb­ con la ley divina») debe ser matizado m ejor. Pues
ditos, un Orden de los ricos, un Orden de los podero­ son los clérigos — ellos solos, son casi, los únicos
sos, y que cada uno debe seguir el cam ino trazado que siguen siendo capaces de escribir— los que ela­
por Dios. Esta distinción de cuatro Ordenes, que no boran las nuevas tipologías de los Ordenes, de las
ha prevalecido, tenía una resonancia moral y no eco­ cuales, ima está directam ente inspirada en la reali­
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dad social. Frente a los clérigos, cuya preeminencia Ordenes, no por ello hay que concluir en la inani­
es indiscutible en una sociedad que domina la reli­ dad de ésta. Una sociedad no coincide evidentem en­
gión, hay que distinguir más de un nivel entre los te nunca con un ideal, no hace más que acercarse
laicos. Por lo m enos dos: hay los hombres que lu­ o alejarse de él en m ayor o menor m edida, según
chan (estam os ante una sociedad que es al m ism o los tiem pos y los lugares.
tiem po de tipo m ilitar) y los que producen los bie­ ¿Podem os afirmar con seriedad que la concep­
nes materiales. Distinguim os, pues, los oratores ción de un Orden jerarquizado, com puesto de orde­
(los que rezan, es decir, todos los clérigos), los bella- nes y que viene a través de los carolingios, de San
tores (los que com baten) y los agricultores (los Pablo y San Agustín, puede ser únicam ente debido
cam pesinos). Así pensaba Rathier de Verona (m uer­ a espíritus retrógrados o mal inform ados de las
to en 974), así com o Adalberón de Laon (muerto realidades sociales, una «herencia arcaica», com o se
(en 1030). En su Poem a al rey R oberto (el Piadoso) ha dicho con gran ligereza?
éste dio una visión general que iba a persistir du­ La teoría no habría continuado tanto tiem po ni
rante siglos. se habxía concretado finalmente en Ordenes que
«La Ciudad de Dios que consideram os una, está desempeñaron un papel com o tales-reconocidos por
dividida en tres: unos rezan, otros com baten y, el Estado, y ello hasta finales del Antiguo Régimen
finalm ente, otros trabajan (los laboralores, término y no solam ente en Francia. Esta teoría era, por otra
de acepción en principio más amplia que el de agri­ parte, evolutiva, precisam ente porque correspondía
cu ltores). Estos tres órdenes que coexisten no so­ a una tendencia profunda de la mentalidad colec­
portarían estar separados. Los servicios prestados tiva. Después de San Bernardo, que en pleno si­
por el uno perm iten el trabajo de los otros dos. glo x ii insistió aún sobre la com plem entariedad de
Cada uno, a su vez, se encarga de ayudar al conjun­ los tres Ordenes y sobre la obligación que todo hom ­
to.» Es cierto que, por otra parte, este obispo de bre tiene de som eterse a la vocación (obedien tia)
Laon distingue en esta sociedad, única a los ojos de su Orden, la teoría se ha modificado, aunque no
de la Providencia, dos estados, el de los libres y en lo fundam ental, para hacerla coincidir mejor
el de los no-libres. Ello se explica porque a principios con la evolución social, debida, en particular, a la
del siglo x i la servidumbre era un estatuto exten­ expansión de las ciudades, al número creciente de
dido, pero, con la dism inución casi general de ia burgueses, com erciantes y artesanos.
servidumbre, se abandonará más tarde esta división Ya, por otra parte, Rathier de Verona había hecho
en dos estados, heredada, por cierto, de los Padres la distinción comerciantes-cam pesinos (fue, pues,
de la Iglesia. antes del final del siglo x, antes de la renovación
Pero esta división no tenía com o propósito, en el urbana, de la segunda Edad M edia...) Ya Adalberón
espíritu del obispo, oponerse a la de los tres Orde­ había, por su parte y com o hemos visto, sustituido
nes. En todo caso, si algunos autores han advertido el térm ino laboratores por el de agricultores (pero
con razón que Adalberón se lamenta de la desapa­ se consideró largo tiem po al labrador com o el tra­
rición del ideal inherente a la tipología de los tres bajador por excelencia).
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Desde antes del final del siglo x ii, algunos indivi­ manos, hay m uchos ejem plos en la Antigüedad. Sim­
duos, com o Etienne de Fougéres, propugnaron, junto plem ente, el Occidente ha afirmado que, si la socie­
a la noción de Orden, la de estado (sta tu s), pero ya dad forma un todo organizado, está fundam entada
no en el sentido expuesto por Adalberón. sobre la asociación, es porque está regida por el
Este término tuvo el largo e intenso éxito por to­ reconocim iento común de valores norm ativos que
dos conocido, a semejanza de los oficios urbanos y son los valores cristianos. Muy cerca de nosotros se
la creciente división del trabajo, se fragmentó el encuentra esta afirmación, por ejem plo, en el filóso­
tercer Orden, el de los laboratores, palabra puesta fo ruso Nicolás Berdiaev, precisam ente reaccionan­
definitivamente de moda por San Bernardo. Pero do contra la idea de la lucha de clases y contia
sería inexacto hablar, com o se ha hecho, de sustitu­ la sociedad «socialista». Hay, incluso en nuestros
ción de la noción de Orden por la de estado; en rea­ días, en algunos países del este de Europa una sig­
lidad, las dos son com plem entarias y la primera si­ nificativa renovación de la influencia de las obias
guió siendo necesaria m ientras se creyó en la realidad de este pensador ortodoxo que, sin embargo, había
de la unión de todos los cristianos. Sin embargo, es abandonado la URSS desde 1922.
cierto que se tom ó a veces una por otra, y el tercer Se ponen frecuentem ente aparte los siglos xrv y
estado era en realidad el tercer Orden del reino de xv porque tuvieron más revueltas que la época pre­
Francia. cedente, o quizá únicam ente porque son m ás cono­
Ya se trate de Juan de Salisbury, de Juan de Fri- cidas. Por aquellos tiem pos, la unión, la solidaridad
burgo o de Inocencio III, el acuerdo sigue siendo entre los Ordenes, ya no eran, para algunos histo­
com pleto. Todos los grupos, que no se distinguen riadores, más que quim eras, más quim éricas aun
unos de otros según su criterio económ ico, sino que en las épocas anteriores. En sentido contrallo,
según su participación en el trabajo social, deben podríam os invocar primero la persistencia de escri­
ser solidarios y son inseparables. Los clérigos son tos sobre la idea de una sociedad providencial, por
el corazón, los príncipes la cabeza, los nobles son el haber sido querida por Dios.
brazo que sostiene la espada y los burgueses, co­ Bajo San Luis, Beaum anoir había recogido esta
m erciantes, artesanos, cam pesinos son las extremi­ idea v tuvo imitadores a finales de la Edad Media,
dades o el vientre. Así, el térm ino conditio, que sirve a pesar de la dureza de los tiem pos para muchos
para designar el papel de cada individuo, no podría desgraciados. En tiem pos de Carlos V, N icolás Ores-
definirse, a m enos de tomarlo en un sentido falso, me, sensible, sin embargo, a la importancia crecien­
com o evocador de una oposición entre las distintas te del dinero en las relaciones sociales, recordo aun
condiciones posibles o com o poseedor, forzosam en­ el carácter indispensable de la solidaridad entre los
te y en primer lugar, de una resonancia económ ica. estratos sociales o los Ordenes. En 1420, cuando las
No debe olvidarse, por otra parte, que el Occidente guerras civil y extranjera desolaban el reino, Alain
medieval no es una excepción; en la historia de la Chartier, en su admirable Cuadrilogio invectivo, no
humanidad, por su tenacidad en recordar la indis­ predicará en absoluto la lucha de clases; es un
pensable solidaridad que debe unir a todos los hu­ abuso ver en su obra una critica de la plusvalía, del

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sobretrabajo que escapan al aldeano o al artesano, i iiando la teoría está a punto de entrar en las ins­
h l pueblo, el caballero y el clérigo se hacen repro­ tituciones.
ches m utuamente y Francia, por su lado, a cada Sabem os ahora con toda seguridad que los pri­
uno de ellos. N o es en m odo alguno la queja de los meros Estados — generales o no— no se remontan
explotados (cam pesinos y artesanos) contra los ex­ sino a m ediados del siglo xrv. Sin embargo, ya con
plotadores (clérigos y nobles), ya que cada uno afir­ anterioridad había la m onarquía francesa comenza­
ma que los demás lo explotan. No es seguro que do a utilizar la distribución de sus súbditos en tres
hayamos de considerar com o pobre el pensam iento Ordenes cuya existencia de hecho era reconocida
social de finales de la Edad Media por oposición por los soberanos.
a la riqueza o la potencia del espíritu filosófico en Una de las primeras consultas de la opinión pú­
un tiem po que fue precisam ente aquel en que los blica en Francia se remonta a tiem pos de la lucha
principes, sino las ciudades, se lanzaron por el ca­ entre Felipe el Hernioso y Bonifacio VIII. Así, si la
m ino del prem ercantilism o, el cual tiene forzosa­ asam blea del Louvre, reunida por el rey el 12 de
m ente imbricaciones sociales. marzo de 1303, comprendía una mayoría de prelados
Es a nivel urbano donde la noción de bien común y alta nobleza, ya se encontraban allí quizá algunos
na podido declinar. Incluso si las preocupaciones delegados de ciudades importantes. En lo sucesivo,
m ateriales crecen a nivel de Estado, aún no se co­ antes del comienzo de la Guerra de los Cien Años,
loca lo económ ico por encima de todo en los círcu­ no hubo aún realm ente Estados generales. Sin em ­
los allegados a los soberanos. Además, en estos si­ bargo, en num erosas ocasiones convocaron los reyes
glos xiv y xv, cuando la estratificación de la sociedad asam bleas que reunían representantes de los tres
en Ordenes llevó a cabo progresos decisivos, cuando Ordenes, reconociendo de esta forma oficialm ente
hizo algo más que anunciar la sociedad de Ordenes la existencia de estos últim os. Más tarde, en 1347,
de los tiem pos m oderaos. No era únicam ente por se convocaron Estados en el cuadro de las bailías,
p iosegu ir con la antigua, pero sólida concepción de en el prebostazgo y vizcondado de París ( = de la
la sociedad trinitaria — trinitaria también por ser bailía de París), ocuparon asiento juntam ente hom­
a imagen de Dios— , por lo que en 1335 un secre­ bres de Iglesia, nobles y no-nobles. Por últim o, los
tario de Felipe VI de Valois, Felipe de Vitry, había primeros Estados generales —los de 1355-1357—
escrito: «El pueblo, para evitar m ejor los m ales que comprendieron delegados de los tres Ordenes. Apro­
veía llegar, hizo de sí m ism o triple división, la una vechándose de los desastres de la guerra y las difi­
tue orar para Dios, para com erciar y labrar hicieron cultades de todo género (Juan el Bueno está incluso
la parte segunda y después, para guardar aquellas prisionero desde 1356), fueron los elegidos de las
dos partes de agravios y villanías, pusieron a los ciudades y algunos oficiales reales los que hicieron
caballeros en el mundo.» Aquí, «pueblo» se toma la ley; los clérigos y nobles (estos últim os m al con­
com o el conjunto de súbditos del reino, y la organi­ siderados por sus desastres m ilitares) estaban su­
zación trinitaria está representada com o una deci­ mergidos, paralizados.
sión «meditada» de este pueblo. Es en este m om ento La estratificación en Ordenes ya no es solam ente
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realizada de hecho, acaba de ser reconocida en de­ edificio social (J. Ibarrola). Así, la nobleza habría
recho público. sido una clase social antes de ser una «clase jurí­
Abandonando su prehistoria, la sociedad de Orde­ dica». Ello no se habría realizado sino en el tiempo
nes comienza su historia. Sin embargo, com o ha de­ en que hubiese querido cerrarse y formar, para ello,
m ostrado R. Mousnier, se trata y seguirá tratándose un Orden con contornos definidos. Con todo, una
hasta el siglo x v i i i de una sociedad de órdenes m ili­ vez cerrada (lo que no corresponde a los hechos ver­
tares. En efecto, jurídicamente, el Orden eclesiás­ daderos) habría seguido siendo una clase social por
tico es el primero, porque, com o escribirá Loysean su forma de vida — expresión restringida abusiva­
en 1610, los m inistros de Dios deben conservar «el m ente sólo al plano económ ico.
primer rango de honor», al no ser el Orden de la Este tipo de vida consistía en gastar, en derrochar
nobleza más que el segundo en derecho. Pero en también, la «superproducción acumulada por los
los tiem pos m odernos, com o en la Edad Media, este cam pesinos». El tipo de vida — únicam ente bajo su
últim o era el primero socialm ente «y aquel hacia el aspecto material— sería exactam ente el criterio de
que tendían todos» (R. Mousnier). la nobleza. Pero en este m ism o sentido hubo en la
Oliciales, burgueses y com erciantes no esperaron Edad Media y más tarde muchos «tipos de vida»
al final de la época medieval para usurpar la cate­ nobles; un abismo separaba a los señores poseedo­
goría de noble o para intentar hacerse ennoblecer. res de ricos dom inios y los que hem os llam ado la
El prestigio, los privilegios honoríficos (y fiscales), «plebe nobiliaria» y que no tenían más bienes bajo
explican esta duradera tendencia de la sociedad fran­ el sol que los cam pesinos más desprovistos de
cesa. Al principio, en los siglos m ás agitados de la tierras.
Edad Media, era com prensible que los aristócratas, Lo que realizó la unidad —pero no la hom ogenei­
y m ás tarde los nobles, imprimieron su marca a la dad— de la nobleza no fue ante todo la posesión de
sociedad entera y aún más al reclutarse m uchos im portantes señoríos que permitieran vivir ociosa­
prelados de entre sus filas. No obstante, incluso en m ente, sin ocuparse de su administración (en reali­
los períodos de calm a o cuando la m onarquía se dad ya no se cree que los señores rurales, desde el
hizo bastante fuerte para hacer respetar por sí m is­ siglo x m más o m enos, fueran «renteros del suelo»).
ma el Orden público, la estratificación continuó te­ Fue el m odo de vida m ilitar y el prestigio, los privi­
niendo mayoría m ilitar, ya que los nobles continua­ legios, los que, poco a poco, vinieron a injertarse
ban siendo los guerreros por autonom asia. uno sobre otro.
Refiriéndose a la época feudal (tom ando el tér­ Los nobles pobres fueron m ejor considerados que
m ino aquí en su verdadero sentido), Marc Bloch los ricos comerciantes, y de ello da fe el que éstos,
evocaba la «clase noble». La expresión ha sido más no solam ente en Francia, pusieron su vanidad en
tarde recogida a m enudo, y se afirma que los nobles copiar a la nobleza y en intentar introducirse en ella.
habrían formado una clase social porque la estrati­ El prestigio de la caballería fue grande en el tercer
ficación en Ordenes no sería válida m ás que «a nivel Orden (ej., el caso del joven San Francisco de Asís,
de derecho», no en la base, sino en la cim a del hijo de com erciantes, o el de los «popolani» floren­
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tinos, que se hicieron armar caballeros en 1378). El implantada la idea de que las prerrogativas nobles
prestigio del segundo Orden, su preeminencia de he­ se justifican porque el segundo Orden es la espada,
cho, no provienen, en primer lugar, del dinero. Lo el defensor del reino.
que más cuenta es que el noble puede engalanarse El tercer Orden — que se llamará tercer Estado
con el título de señor, incluso si, en realidad, su hasta 1789— es a un tiem po mucho más numeroso
señorío es tan exiguo com o algunas propiedades ru­ y de com posición m ucho más abigarrada. Hay más
rales. No por ello deja de ser el poseedor de su subdivisiones — rangos, grados se dirá a partir del
señorío, que percibe al m enos algún dinero de ren­ siglo xyi— en su seno que en el de cada uno de los
tas de sus aldeanos renteros, ejerciendo derechos de dos primeros. A nivel de comerciantes y labradores,
justicia, aunque insignificantes, sin hablar de privi­ sobre todo de aquéllos, y porque el precapitalism o,
legios puramente honoríficos, com o el derecho a po­ primero comercial, nació mucho antes de 1500, se
seer escudo de armas. esboza muy tím idam ente una sociedad de clases en
Un comerciante puede obligar a un noble, su deu­ form ación y que se opondrá un día a la sociedad
dor, a venderle un feudo para pagar la deuda — ello de estatutos. Pero el proceso será tan lento que
se vio con bastante frecuencia a partir sobre todo apenas se le ve esbozado en filigrana a finales de la
del siglo x i i i — , pero el entrar en posesión de tal Edad Media y casi únicam ente en las ciudades más
feudo no le ennoblece y debe incluso pagar al rey grandes y económ icam ente más activas.
el derecho de feudo alodial, sigue estando som etido
a los im puestos «pecheros», a la talla, por ejem plo.
Unicam ente poco a poco, y no él, sino su hijo o su C) ¿Son los Ordenes los agentes
nieto, será com o tal burgués, si vive noblem ente, sin de los levantam ientos?
«hacer mercancía» en el caso francés, entregado al
oficio de las armas, podrá hacerse pasar por noble. Refiriéndose al siglo x v u i, R. Mousnier ha descri­
Asimismo, el oficio m ilitar, llevar espada, continua­ to una lucha de Ordenes, la de los grandes golillas
ba a finales de la Edad Media (y en parte lo han y los gentilhom bres en particular, que causó a la
seguido siendo hasta el principio de nuestra época) m onarquía las dificultades por todos conocidas. Sin
ornados de un indiscutible prestigio. embargo, en los siglos xiv y xv, la oposición no era
El noble ha seguido siendo el noble por excelen­ aún común entre letrados y militares, entre nobles
cia, el que sirve al rey en el arma «noble», la caba­ y poderosos plebeyos. Ello equivale a decir que la
llería. Precisamente las desgracias de la nobleza en lucha entre los Ordenes no fue un fenóm eno me­
el curso de la Guerra de los Cien Años provendrán dieval.
en parte de que aquélla no supo alzarse con la vic­ Antes de 1500, las barreras no son aún com pleta­
toria ni aun impedir que el rey fuera hecho prisio­ m ente herméticas entre los tres Ordenes. Sabem os,
nero en Poitiers. En la opinión, e incluso en los evidentem ente, quién form a parte del primero; es
tiem pos en que algunos nobles no eran sino bando­ necesario ser clérigo, pero los hay de origen noble,
leros, hasta el siglo x n francés estaba sólidam ente burgués, artesano, rural. También se sabe en princi­
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pió quién es noble y quién no lo es. Sin embargo, tivamente por un continuo declinar de la nobleza,
de hecho, ha surgido una dificultad, que ha sido declinar que comienza hacia 1200 y que habría es­
aceptada por los hom bres de la últim a Edad Media, perado más medio m ilenio para llegar a término.
con el aumento del poder real y su «burocracia», que La nobleza, com o L. Genicot ha dem ostrado, se ha
ha supuesto la creación de cargos cada vez más nu­ renovado en muchas ocasiones. Por una parte, con
m erosos. Es cierto que entre los oficiales reales, m otivo de la llegada de cada nueva dinastía, ésta
incluso de alto rango, no hubo ni al principio ni se creaba su propia nobleza sin hacer desaparecer la
más tarde m onopolio para el segundo o el tercer antigua. Asi obraron los primeros Valois en el si­
Orden; nobles y burgueses se mezclaban en los más glo xiv. Por otra parte, en todo tiempo, y no sola­
encum brados em pleos. Hay que distinguir, tanto en­ mente en tiempos de Mme. de Sévigné, las alianzas
tre los plebeyos com o entre los nobles, los que son de las casas nobles y las dinastías burguesas han
oficiales — y rápidamente fue de gran prestigio ejer­ sido frecuentes, sobre todo, pero no únicamente,
cer una parte del poderío real o principesco— y los para «abonar las tierras» de los señores empobre­
que no lo son. cidos.
Hay una burguesía titular de em pleos y una no­ La creación de num erosos cargos, en los últim os
bleza titular de oficios frente a una burguesía comer­ siglos de la Edad Media, echó un nuevo puente entre
ciante o artesana y una nobleza que continúa ejer­ la nobleza y la burguesía. Es cierto que se formó
ciendo únicamente el oficio de las armas. ¿Un noble un grupo poderoso que vivía del servicio del rey
con un cargo está o no más próximo de un noble no (o del príncipe, por ejem plo, en el «Estado borgo-
em pleado que de un plebeyo con cargo? ñón») y para él. No era una clase, ya que los oficiales
Ni la nobleza ni la burguesía eran un todo hom o­ no desempeñan una función económica. Mientras
géneo, y ello mucho antes de la aparición de los encontram os un térm ino más apropiado, utilicem os
oficios adm inistrativos. Desde los siglos xi y xii, los el de notables (que se usaba en la Edad Media), para
burgueses no habían form ado un conjunto unido. designar a sus miem bros. Notables de la plebe y
El patriciado y el com ún se habían diferenciado rá­ notables de ascendencia noble estaban entonces fir­
pidam ente uno de otro, incluso oponiéndose con m em ente unidos entre sí, tienen muy profundam en­
aspereza o violencia. De esta forma, entre los prime­ te la sensación de pertenecer al m ismo grupo, como
ros burgueses, luego entre los que accedieron más m uestra, sin lugar a dudas, la historia de la provin­
tarde a la burguesía, había habido hijos de nobles, cia donde tiene su sede el rey de Francia. En esta
de la m ism a forma que entre los nobles había ha­ Isla de Francia de los últim os años de la Edad Me­
bido en diversas épocas hijos de burgueses. dia es evidente la armonía entre fam ilias nobles,
La burguesía, com o se sabe, no había nacido, no ricas en señoríos rurales, y las dinastías plebeyas,
se había desarrollado contra el «feudalismo» visto aún m alísim am ente dotadas, del campo, que viven
por el marxismo. Si la historia de Occidente se ca­ unas y otras de los em pleos reales.
racteriza, verdaderamente, por una expansión casi A partir de los años 1300, cuando el Estado acaba
continua de la burguesía, no se caracteriza correla­ de reafirmarse, desde la formación más precisa, más

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científica, de los grandes cuerpos de este Estado m ilias y «auparse», si podem os hablar así, los unos
— com o se dirá más tarde— , el grupo que detiene a los otros. El caso, entre otros, de los parlamen­
los principales organism os (Parlam ento, sobre todo, tarios de extracción plebeya ilustra la característica
Cámara de Cuentas, etc.) se com pone de nobles o de los estratos sociales por oposición a las clases.
hijos de caballeros y de burgueses im portantes o des­ E stos plebeyos, que tuvieron durante m ucho tiempo
cendientes de poderosas dinastías burguesas, algu­ pocos bienes en rasa campaña y que eran m enos
nas de las cuales, por otra parte, serán ennoblecidas ricos que muchos com erciantes parisinos, gozaban
tarde o temprano por decisión soberana o porque no obstante de mayor consideración que éstos; por
los más altos em pleos conferirán, a partir de la se­ estar próximos a la nobleza «de toga» figuraban más
gunda mitad del siglo xv, una nobleza «virtual», una alto en la jerarquía social.
prom esa de nobleza, o facilitarán la usurpación de La única oposición perceptible en el siglo xtv es
ésta. La monarquía no ha vacilado en ennoblecer a precisam ente la oposición entre el m undo de los
sus burgueses, al m enos a los que ocupaban em­ cargos y el del negocio. Hubo, ciertam ente, algunos
pleos, ya que para la «mercancía» debía ser m ucho em pleados junto al prevoste de los com erciantes
m enos liberal, excepto en tiem pos de Luis XI. Etienne Marcel, pero no fueron más que una m ino­
Marc Bloch había visto, acertadam ente, que inclu­ ría. En conjunto, los com erciantes envidiaron a los
so antes de ser ennoblecidos de esta forma por el plebeyos con cargo (igual que envidiaban a los no­
rey (único capacitado, por otra parte, en Francia bles con cargo), pero, pasado el período de la pseu-
para liberar de la plebeyez) algunos poderosos bur­ dorrevolución parisina de 1358, esta envidia se
gueses eran ya aristócratas de hecho. Entre las fa­ m oderó y se transformó en deseo de acceder a los
m ilias más influyentes en la historia citarem os a los cargos. Incluso se echó un puente entre algunos
Orgemont, señores de Chantilly y otros lugares (y, burgueses negociantes, los financieros y los burgue­
por tanto, excepcionalm ente, bien situados en el ses con cargo. En París, los cambistas y los banque­
cam po), los Braque, Budé, Jouvenel de los Ursinos ros procedentes de la «mercancía» tuvieron tenden­
o los Brigonnet. cia a abandonar cada vez más su oficio para entrar
Así debía ocurrir, al m enos parcialm ente, con al­ al servicio del rey; más precisam ente en los orga­
gunos notables de rango m enos elevado, por ejem ­ nism os financieros, y primero en la Cámara de Cuen­
plo, con los togados de jurisdicciones secundarias, tas. Así es com o en el siglo xv una parte de la bur­
com o el Chátelet de París ( = tribunal del prevos-
guesía negociante, y no la menos rica, entró en el
tazgo y vizcondado), los cuales acabarán, pero más
m undo de los notables con cargo. De esta form a un
tardíamente que los demás, constituyéndose seño­
ríos importantes, com o la dinastía de los Piédefer. nuevo estrato venía a engrosar este m undo que se­
Vemos, pues, a todos estos notables, com prendidos guía, sin embargo, sin constituir una clase social.
los que no merecen del todo este nombre (los que El prestigio inherente al servicio del rey era más
tienen em pleos de rango secundario), desarrollar la codiciado que las ganancias — muy m odestas, ade­
m ism a política; realizar num erosas alianzas de fa­ más (pero a las que se unían gratificaciones diver­

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sa s...), de las fortunas muy dispares que circulaban— fiscal de los nobles. Las revueltas m edievales no
junto a estos notables. pueden ser catalogadas com o luchas entre Ordenes.
Un sector social queda, pues, indeciso entre el La segunda parte mostrará que las «solidaridades
segundo y el tercer Orden; está a la vez en uno y horizontales» no pueden apenas explicar los levan­
otro. Pero esto no es más que una situación provi­ tam ientos m edievales, y ninguno de éstos puede ex­
sional, ya que la época moderna enviará a todos los plicarse por la oposición entre un Orden y otro.
golillas al tercero, a pesar de sus protestas, no siem­ Tenem os, com o com pensación, m uchos ejem plos de
pre, por otra parte, faltas de efecto. una «solidaridad vertical» entre los m iem bros de una
Esta indecisión no se debe únicam ente al hecho m ism a agrupación geográfica, procedente de estra­
de que la delim itación jurídica de los Ordenes no tos, órdenes muy diferentes.
es aún cosa acabada a finales de la Edad Media. Esto Desde este punto de vista com o desde otros, los
se debe también a un fenóm eno que ha puesto de «furores» del siglo xvn no tendrán otras caracterís­
relieve R. Cazelles hace algunos años; a saber, que ticas que las del xiv o el xv.
al princicio del siglo xiv hubo una tendencia que
hizo algo más que esbozarse y que hubiese condu­
cido a la desaparición de la distinción entre nobles 3. MARGINALES, PUEBLO. ELITES
y no-nobles en provecho de una nueva aristocracia
y la de las gentes del rey. Los últim os Capetos y W. Pareto ha superado la concepción de una so­
los primeros Valois anunciaban así a Loyseau, para ciedad formada por grupos m últiples, distinguiendo
quien el servicio más digno no es «el servicio de en el curso social únicam ente dos «clases», la élite
las armas, sino el servicio civil del Estado». El noble y la no-élite. Ello es válido para toda sociedad. Al
por excelencia ya no debe ser el guerrero, sino el abandonar el término clase, que Pareto no toma
magistrado. evidentem ente en el sentido marxista, podem os afir­
Si esta tendencia debía, en suma, durar poco, fue mar que, para él, una sociedad se divide solam ente
a causa del problema de la exención fiscal en favor en dos. Algunos sociólogos contem poráneos han
de los nobles, problema que se planteó rápidamente m odificado esta división y así han llegado a una
cuando se hubo desarrollado la fiscalidad real. Así, división tripartita, distinguiendo las élites (ej., iti-
pues, lo que dio nuevo vigor a la línea divisoria entre fra, p. 70) del pueblo, entendido éste com o agluti­
plebeyos y nobles fue la cuestión de los privilegios nador de todos los individuos que tienen un lugar
fiscales. Esto iba a agriar las relaciones entre el en la sociedad, pero sin que tengan un papel «direc­
segundo Orden y los plebeyos, hom bres de leyes o tor», y los marginales que viven a menudo muy mal
com erciantes, pero esta disensión no se hará sensi­ y que, sobre todo, se consideran fuera de los cua­
ble hasta los tiem pos m odernos. En cuanto a los dros de la sociedad considerada.
dem ás plebeyos, artesanos o aldeanos, lo que les Esta división tripartita es útil, ya que da cuenta,
m olestaría durante m ucho tiem po fue el principio parcialm ente al m enos, de una parte de los levan­
m ism o de los im puestos. Mucho más que la exención tam ientos. El caso de las élites debe ser examinado
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aparte y constituirá el objeto del próximo capítulo, haber estado poco abiertos a la escatología m ilitan­
tal es su importancia. Nos quedan, pues, los otros te. Entonces «la vida campesina estaba moldeada y
dos casos: su estudio mostrará que no hay en esta estructurada por la rutina habitual (y comunitaria)
división nada que sea contrario a las sociedades hasta tal punto que sería difícil exagerar».
de Ordenes. La comunidad fam iliar era extrem adamente tuer­
te, en efecto, y el régim en patrimonial primero, y
luego el señorial, aunque fuesen duros, procuraban
A) Los marginales una relativa seguridad, incluso a los siervos (al me­
nos a los que estaban acogidos), ya que la posesión
En una sociedad de Ordenes, com o en cualquier era por lo general hereditaria de hecho. Los lazos
otra sociedad, algunos grupos, algunos hom bres, los de sangre y vecindad «representaban para el indi­
outcast, se sienten, con o sin razón, excluidos, «al viduo un apoyo tanto com o una traba», igual que
margen». Entre estas gentes se halla un terreno in­ la autoridad del señor. ,
m ejorable para favorecer la explosión de «furores». Es cierto que el horizonte social, religioso, econó­
N. Cohn ha visto en estos grupos las tropas por m ico era geográficamente muy restringido, al ser los
excelencia de los furores m ilenaristas. Para él, no contactos, si no inexistentes, al m enos bastante es­
fue por coincidencia si el siglo x i señala a un tiem po casos con todo lo que se encontraba más allá de los
el trastorno de la sociedad «tradicional» por el au­ lím ites de la «villa», o del señorío m ás tarde. La
m ento de los espacios cultivados y el desarrollo de relativa inmovilidad del m undo rural habría hecho
las ciudades, y el principio de una serie de revueltas «inconcebible» incluso la noción de revolución.
apocalípticas. Una relación de causa a efecto uniría A partir del siglo XI ya no puede hablarse de in­
estos dos tipos de fenóm enos, lo que es bastante m ovilidad o inm ovilism o. Los nuevos cam pos, los
probable. Según él, «las regiones en las que las pro­ nuevos centros de población se daban a la colabo­
fecías m ilenaristas seculares revisten de pronto un ración de los señores y los campesinos venidos tre-
significado nuevo y conocen un aum ento de su vigor cuentem cnte de la otra parte - p e r o generalmente
son aquellas en que el desarrollo económ ico es par­ sólo de algunos kilóm etros— , siervos o no, que se
ticularm ente rápido, yendo acompañado por una convierten en colonos.
fuerte expansión demográfica. Sin caer en el darwinismo, debemos pensar que
E sta coyuntura caracterizaría ya a una zona, ya hubo aldeanos que no se aprovecharon m de las
a otra, pues el desarrollo de la Europa medieval fue condiciones de vida m enos difíciles que fueron al
muy desigual a este respecto. cabo de algunos años, lo que les toco a los amos,
La forma de vida tradicional de los cam pesinos ni de la mejora de la fortuna de los poseedores de
pudo degradarse con m otivo de la gran renovación los antiguos dom inios.
m aterial que tuvo lugar en el siglo xi. Podem os Sin ir tan lejos com o Pirenne, hay que reconocer
seguir a N. Cohn cuando intenta com prender por la existencia de grupos de errantes, errantes aislados
qué los aldeanos de la primera Edad Media parecen sobre todo, algunos de los cuales acabaron cayendo

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en las ciudades, donde la vida distinta podía parecer gente estaba dispuesta a ofrecerse com o mercenarios
de lejos más soportable (el «proletariado» urbano o a engrosar el número de los descontentos, sin
es también, desde el siglo xix, de procedencia rural conform arse ya, com o otrora, cuando eran menos
y no podría dejar de ser así). No faltaron los hijos num erosos, pidiendo lim osna a los m onjes.
m enores de fam ilias numerosas, los «jóvenes» que, Se em pezó a oponer los buenos pobres (com pren­
dispuestos a buscar trabajo en cualquier sitio, a diendo a los cistercienses, primero, y más tarde a
ofrecer su espada a cualquier príncipe, recorrieron los m onjes m endicantes a partir de principios del
la cristiandad. siglo x m ) a los m alos pobres, aquellos a quienes se
Resumiendo, si en conjunto la población en au­ reprochaba, con razón o sin ella, su pereza y sus
m ento de Occidente vivió m ucho m enos mal a partir vicios.
del siglo xi, hubo hom bres que vivieron «en estado En el siglo x m , Guillermo de Saint Amour y ban
de inseguridad permanente», que es el inconveniente Buenaventura dirán que su pobreza no podía pro­
de un crecim iento demográfico dem asiado acelerado. venir m ás que de su pereza y su mal espíritu, ya
Fueron los cam pesinos sin tierras, convertidos en que la pobreza era dañina para el orden social, ade­
peones agrícolas, así como algunos trabajadores de m ás de ser un escándalo.
la ciudad, los que podían convertirse en presa de N. Cohn no ha examinado más que el sector com ­
un desconcierto total. Pensemos, al m enos en lo prendido entre el mar del Norte, el Rhin y el Som-
relativo al final de la Edad Media, en los parados me, pero sus apreciaciones pueden aplicarse a casi
de la ciudad, en los que se quedaban m ucho tiem po todo el Occidente, prescindiendo, sin duda, de las
sin trabajo. Incluso los artesanos, m aestros y, mu­ regiones más atrasadas.
cho más aún, los oficiales podían, cuando se frenaba Campesinos desheredados o incapaces de cubrir
la actividad económ ica, encontrarse más desampa­ sus necesidades, m endigos, vagabundos, jornaleros
rados que los arrendatarios del campo de los alre­ y peones parados — que se encuentran incluso en
dedores. Por otra parte, sobre todo en la industria períodos de prosperidad económ ica— , oficiales con
textil, que trabajaba para la venta en sitios lejanos, un incierto porvenir, faltos de un estatuto estable
dominaban con frecuencia m ercaderes importantes y reconocido, vivían «en un estado de frustí ación
que podremos, a partir del siglo x m , calificar de y ansiedad perpetuos que hacía de ellos el elem ento
precapitalistas. Estos com erciantes tuvieron la posi­ más inestable e impulsivo de la sociedad medieval».
bilidad de hacer desaparecer a una mano de obra Toda posibilidad de revuelta, de tem or o entusias­
mal pagada y que sufría, ya que los que se oponían mo todo lo que «rompía con la rutina social coti­
eran expulsados y abandonados a un largo desem ­ diana», obraba sobre ellos con gran agudeza y pro­
pleo. vocaba reacciones muy violentas.
El crecimiento económ ico no parece haber absor­ Su reflejo fue frecuentemente agruparse en aso­
bido, ni por mucho tiem po ni en todas partes, el ciaciones «salutistas», bajo la égida de hom bres en
excedente de población. De ahí el progresivo pulular los que creían reconocer a un santo.
de m endigos, incluso en las pequeñas ciudades. Esta Algunos de estos grupos, desde el siglo XI, eran
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fieles a la Iglesia. Fueron muy num erosos; sin em­ bía que castigar a los m alos, hacerles expiar los su­
bargo, otros se salieron de la ortodoxia o bien la frim ientos que habían infligido a los «santos», a los
Iglesia los echó fuera de ella (a veces por razones excluidos. , .
de alta política). Estuvieron preferentem ente anima­ A continuación se llegaría, con el m undo ya puri­
dos por desheredados, com o demostrará, referido a ficado, al reino de los Santos dirigidos por su Me­
los siglos xi y x n franceses, la tesis de Jean Musy. sías. Confort, seguridad, poder les serían devueltos
Mientras los m ovim ientos salutistas que continua­ al fin y eternam ente.
ban dentro de la Iglesia se formaban a menudo para De esta forma, las m arginalidades sociales, nasta
participar en la edificación de una catedral o una entonces pasivas, podían hacerse activas bajo la in­
sim ple iglesia y reunían a hombres y m onjes de toda fluencia, a menudo conjugada de desgracias suple-
condición con vistas a formar «un pueblo santo» m entarías, com o las epidem ias de finales de la Edad
(cf., por ejem plo, el relato del normando Aimo, a Media, y de la aparición de un Mesías. De la huida,
m ediados del siglo x n ), los m ovim ientos form ados de la negación silenciosa, de las dim isiones o las
por las poblaciones excedentarias y m arginales obra­ anorm alidades individuales se pasaba entonces a la
ban muy distintam ente. revuelta. Esto se m anifiesta con mayor claridad en
Estas últim as tenían tendencia a escoger prefe­ el caso de los vagabundos que se inflamaban de sú­
rentem ente com o jefes a gentes venidas de otra bito; hay entonces una descarga agresiva.
parte, pero que no eran errantes. El jefe se impone No seguirem os absolutam ente a Jean Bacheliei
com o un santo varón; más bien com o un profeta cuando cuenta entre las marginalidades activas a los
o un salvador de gracias al m agnetism o de su pala­ cam pesinos sublevados o las gentes del «común»
bra. Pretende poseer revelaciones de Dios y asigna que se revolucionan. Es cierto que pueden encon­
a sus discípulos, que ha fanatizado, una m isión co­ trarse algunos m arginados entre ellos, sobre todo
lectiva de importancia cósmica. en el «común» de las ciudades, pero hay que adver­
La fe en esta m isión, la seguridad de una elección tir que son más bien los aldeanos m enos desfavore­
celestial para tareas prodigiosas, dotaron a estos cidos en tiem po normal o con motivo de una crisis
hom bres decepcionados por la vida y la sociedad, de supervivencia los que alimentan o provocan el
desamparados, de esperanzas que los transfiguraban. levantam iento. . .. ..
He aquí cóm o al fin se les asignaba un lugar en el Igual que en la ciudad (por ejem plo, en Italia;,
mundo, que tenían hasta la seguridad de formar las revueltas urbanas son frecuentemente conduci­
una élite infinitamente superior al resto de los hu­ das por hombres que no figuran entre los mas des­
m anos, gracias al m ilagroso poder de su jefe. Su amparados. Ya no se trata del m ilenansm o ni de
m isión debía terminar con la transform ación radical contrasociedades, o únicam ente en escasa medida.
de la sociedad que los había excluido. Además de las revueltas con característica mile-
Los m itos escatológicos estaban perfectam ente narista, no hay que contar entre las contrasocieda­
adaptados a sus necesidades y a sus más secretos des, es decir, grupos marginales que rechazan la
deseos. Sin embargo, para cam biar la sociedad ha­ sociedad tal cual es fundam entalm ente más que los

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m ovim ientos de «excluidos» que actúan en los cam­ dadanos, responde, por otra parte, a una evidencia.
pos durante las guerras. Así, por ejem plo, las Com­ Evidencia que se borra a veces, pero que había re­
pañías, Salteadores, Desolladores de la Guerra de cordado justam ente Chayanov, el cual, a partir de
los Cien Años, en las que se m ezclaron vagabundos, 1925, m ostró el error de Marx al querer aplicar a la
cam pesinos y nobles y que com etieron tantas vio­ agricultura sus raciocinios fundados en el examen
lencias. En estos m ovim ientos de cam inos reales del proletariado de Manchester.
hubo una proporción bastante im portante de nobles, La sociedad cam pesina es una sociedad autónoma
frecuentem ente pequeños nobles. Su presencia, tan que obedece a sus propias leyes, com o consecuencia
frecuente, muestra que las contrasociedades podían del «entrecruzamiento entre familia y empresa», he­
acoger, además de los marginales, a los represen­ cho que podía existir en la Edad Media en el arte­
tantes de estratos sociales muy diferentes. Prueba sanado urbano, pero que era infinitam ente menos
suplementaria de la ausencia de toda lucha de Or­ claro que en el medio campesino.
denes, a fortio ri de lucha de «clases». Incluso en el
siglo xv en que estas bandas proliferaron.
1) Los cam pesinos
B) El pueblo La escasez de docum entos de la primera Edad Me­
dia perm ite difícilm ente diferenciar los distintos ex­
El pueblo, que comprende a todos los individuos tractos que podían com poner entonces el mundo
que no son m arginales ni pertenecen a las élites, rural. Conocemos bastante mal el verdadero esta­
representa a la m ayor parte de ima población dada. tuto de los no-libres y no sabemos con exactitud en
Una revuelta, com o más tarde una revolución, no qué medida podrían diferenciarse libre y no-libres.
es sino el hecho de un pequeño número con respecto Por otra parte, el nivel económ ico de unos y otros
a la población total, y se deduce de ello que el pue­ continúa en la oscuridad. Verdaderamente, con ayu­
blo com o tal no ha comprendido nunca a subleva­ da de los políticos carolingios, nos damos cuenta de
dos y más tarde a revolucionarios en su totalidad, que las propiedades tenían magnitud variable, esca­
en su mayoría. Decir que «el pueblo» se ha suble­ lonada de 1 a 50, sin que la mayor excediese en
vado no significa generalm ente gran cosa. A escala ningún caso de una decena de hectáreas. Se acepta
de un país, hipótesis sin fundam ento en la Edad Me­ a menudo que los cam pesinos de la Edad Media
dia, e incluso a escala regional, exceptuado el caso formaban una «masa» casi homogénea, pero ello sea
de las ciudades m edievales, sobre todo italianas quizá únicamente el tributo a una inform ación den-
(cf. Florencia, por ejem plo, cuando el tum ulto de los cíente.
«ciompi» en que, provisionalm ente, marginales y A partir del siglo xi, y sobre todo en el x m , pres­
pueblo hicieron causa común). cindiendo de la antigua distinción entre libres y
El pueblo, además, no es hom ogéneo, no es un siervos que se debilita o pierde su razón de ser con
todo. Su división más clásica, en cam pesinos y ciu­ el retroceso muy frecuente, pero no general, del
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vasallaje, se advierte una más clara diferenciación, de la posible presencia de m onjes, o al m enos de un
la afirmación de varios estratos cam pesinos. ¿Cuál prior, en la vecindad.
o cuáles pudieron ser un caldo de cultivo para los Desde finales de la Edad Media, en los países del
sublevados? Norte — antes aún en las regiones m eridionales—
La gente de los pueblos, personas «viles», escribió hay, al m enos en los burgos importantes, un notario
Loyseau, se consideraba en el siglo xvii que estaban o escribano. También hay artesanos, más num erosos
situados m enos abajo en la jerarquía social que los a partir del siglo xi, carretero, herrero, carpintero,
artesanos y otras gentes de oficio. albañil, tonelero (en regiones vinícolas), etc. La ma­
Es im posible, en el estado actual de las investiga­ yor parte de la población está, sin embargo, com ­
ciones, decir si ya era así entre el siglo x m y el xiv. puesta por los que llam am os agricultores.
Sea com o fuere, «el m ism o hom bre forma parte Hay que distinguir, al m enos a partir del siglo xi,
siem pre de varios grupos sociales y es necesario para varios estratos que se mantendrán m ucho más allá
comprender a los sublevados concretar la participa­ de 1500 y cuya diferenciación parece sobre todo eco­
ción de los cam pesinos en dos com unidades terri­ nóm ica.
toriales, el pueblo y el señorío» (R. M ousnier). Los labradores son los cam pesinos por excelencia,
El pueblo forma parte de la Iglesia porque es pa­ no tanto porque poseen las explotaciones m enos res­
rroquia. Con sus cam pos forma, por otra parte, un tringidas como por haber tenido los m edios para
señorío, o varios si, com o ocurre frecuentem ente, comprar y conservar unos aperos para el cultivo.
está dividido entre varios señores. Así, pues, en un Los peones o braceros están en el otro extrem o del
pueblo están representados habitualm ente los tres abanico campesino.
Ordenes. Muchos nobles, lo sabem os en adelante, Al no tener otra posesión que su casa, con la par­
son o continúan siendo pueblerinos que residen ha­ cela donde está construida (la «choza» de la Isla de
bitualm ente en sus tierras, al m enos en la medida Francia), más un solo campo o una pequeña viña
en que la guerra, el servicio civil del rey o del prín­ colindante, no pueden subsistir más que dedicándose
cipe, no les retengan lejos durante m ucho tiempo. a la cría de ganado en los «comunales» y tierras yer­
Incluso en este caso, cada vez más frecuente en mas y alquilar sus brazos a los labradores y al
Francia a partir de 1300, los señores no se separarán señor.
de sus tierras, no se convertirán en sim ples «rentis­ Entre estas dos categorías hay una interm edia, for­
tas del suelo», según la fórm ula tan errónea com o mada por cam pesinos que sólo podem os llamar
desgastada de Marc Bloch. «medianos» por pereza verbal. En los años buenos,
El nacim iento y desarrollo del arrendamiento para sus posesiones les perm iten vivir convenientem ente
la explotación de la «reserva» no serán en modo al­ porque tienen un rebaño, pero les es necesario un
guno el signo de un alejam iento cualquiera de la trabajo complem entario, al menos en los años malos.
tierra, al menos sentim ental. Los historiadores no se ponen de acuerdo al des­
Como el pueblo es frecuentem ente cabeza de pa­ cribir cóm o han evolucionado estas tres categorías
rroquia, se encuentra en él un sacerdote, sin hablar num éricam ente entre el siglo x m y los años 1500.
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Por el contrario, están de acuerdo para constatar elegirlo. Y todo igual, todos los asuntos de interés
que hasta 1250 la población aum entó más de prisa común, comprendida la rotación de cultivos, cuan­
que la superficie de las tierras cultivadas; así, pues, do ésta aparece a finales de la Edad Media, están,
las propiedades se redujeron y el nivel de vida de si no dirigidos, al m enos sí inspirados por el estrato
los cam pesinos bajó, excepción hecha del de una cam pesino más elevado.
m edia docena de ellos — los que poseían más y aque­ Igual ocurre con la parroquia, los m ayordom os se
llos entre los que los señores reclutaban preferente­ escogen en el seno de ésta. En resumen, después del
m ente sus em pleados y arrendatarios, es decir, «los Señor, son los gallos del pueblo los que ejercen una
gallitos de pueblo». influencia preponderante, sobre todo porque pueden
En relación con los demás problemas, el desacuer­ ofrecer trabajo, alquilar sus aperos de labranza a
do es patente. La consecuencia de las numerosas di­ otros aldeanos, sobre los cuales, cuando se convier­
ficultades surgidas en el siglo xiv y la primera mitad ten en arredantario, es decir, después de 1250 (aun­
del xv, pudo ser para algunos historiadores la me­ que en Iglaterra fue antes) imponen derechos seño­
jora de la suerte de los cam pesinos «medianos» o de riales arrendados con las tierras de la reserva.
los peones, mientras que para otros, la coyuntura Hay en esto, evidentem ente, un principio de socie­
sólo habría favorecido al pequeño número de los dad de clases en el campo. Pero es un principio tí­
que ya estaban en buena posición, y que de esta for­ m ido, y nada más por el m om ento. Ello da, en todo
ma, aún mejoraron su situación. caso, la razón a Jean Baechler cuando escribe que
La influencia de los labradores más acomodados «el pueblo no constituye nunca un universal con­
era seguramente grande en el pueblo, aunque sólo creto», ya que está com puesto «de grupos sociales
fuese por mediación de las asam bleas del pueblo diversos, cuyos intereses pueden ser, y son general­
surgidas de las prácticas com unitantes aparecidas m ente divergentes». Este sociólogo advierte juicio­
en el transcurso de los grandes siglos m edievales. sam ente que «las luchas entre cam pesinos acomo­
En este m omento los aldeanos comienzan a poseer dados o labradores y cam pesinos pobres o braceros
«ejidos»; reglamentan el derecho de su uso bajo la absorvieron más energía que la lucha contra los se­
dirección de los agentes del señor, los cuales son a ñores: igual que la lucha entre obreros cualificados
m enudo extraídos de entre los «gallitos de pueblo», y peones en el siglo xtx, por ejemplo en los Estados
que se convierten en interm ediarios entre arrenda­ Unidos».
tarios y señores. La constitución del pueblo en el campo, igual que
La asamblea elije a sus representantes, encarga­ en la ciudad, en una «entidad objetiva y subjetiva
dos cada vez más de repartir distintas tasas, en par­ que se llamará proletariado o clase de los trabaja­
ticular los impuestos reales o del príncipe cuando dores, corresponde quizá a una visión profética del
aparecieron, y asim ism o con frecuencia, la «talla» porvenir, pero no recibe ni la sombra de una con­
señorial abonada u otras gavelas debidas al señor. firm ación ni en el presente ni en el pasado». Así,
Si hay, por ejem plo, un pastor para la com uni­ contrariam ente a una opinión muy extendida aún,
dad, el peso de los labradores ricos es decisivo para no son los cam pesinos m ás pobres los que apor­

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tarán en general las primeras tropas a los revueltos El acuerdo social se realiza en adelante contra; de
y bulliciosos. Por otra parte, son preferentem ente esta form a, todos los artesanos de las grandes ciu­
las regiones más favorecidas, com o la Isla de Fran­ dades flamencas saben unirse contra la industria
cia (en sus sectores más ricos), Flandes, el Valle del textil de las pequeñas ciudades y de rasa campaña
Rhin, etc., y no las regiones pobres las que conocie­ hasta intentar arruinarla. O bien todos los burgue­
ron los «furores». ses de una ciudad — tanto los del común com o los
2) El «común» de las ciudades. (En adelante ex­ patricios— están de acuerdo para restringir de ma­
cluim os de esta expresión a los marginales.) nera draconiana, a veces, la adquisición del derecho
En el plano del pueblo urbano se descubren va­ de burguesía.
rios estratos, igual que en el campo. Las rivalidades Pero las solidaridades «verticales» se reducen con
entre oficios, entre los m aestros artesanos, fueron a frecuencia, a no ser que entren en juego las «clien­
m enudo más num erosas, más ásperas, que las que telas» de las grandes fam ilias, a este aspecto nega­
separaron a m aestros y oficiales o criados. tivo. Por el contrario, las solidaridades horizontales
Sobre todo hasta finales del siglo x u i. A continua­ se refuerzan por todas partes. Al querer salvar las
ción la situación se modificó. Las rivalidades «hori­ posiciones adquiridas, hay que echar toda la carne
zontales» no se acaban, incluso se agrian a causa en el asador para im pedir a los más hábiles o los
de las dificultades económ icas que impulsan a un más com petentes que elim inen a sus colegas des­
proteccionism o urbano exacerbado; sin embargo, afortunados o m enos hábiles. El número de criados
las oposiciones «verticales» serán en lo sucesivo más y aprendices em pleados por cada m aestro se limita
num erosas, más graves. Con mayor claridad que en al m áxim o, la m ateria prima puede ser repartida de
el campo se esboza en el tercer Orden el inicio de m odo autoritario entre los maestros.
una sociedad de clases. La m ayor parte de los oficios se cierran por arriba,
Por una parte el exclusivism o urbano el robuste­ bloqueando la circulación de las élites. A finales del
cim iento del m onopolio de cada oficio, debidos a las siglo xrv, el acceso a la maestría está reglamentado
dificultades económ icas, y, aún más al hecho de que de forma draconiana a menudo. La nueva práctica
los oficios, o algunos de ellos, tenían algo que decir de La obra m aestra, el aum ento de la tasa de acceso
en lo sucesivo en m ateria de «política económica», a la m aestría, son m edios para reservar el acceso
todo ello, en principio, reforzó las solidaridades ver­ de ésta a los hijos de los maestros. Ciertamente, éste
ticales, al menos las que unían los artesanos m odes­ no es siem pre el caso, e incluso cuando los estatu­
tos y acomodados. Sin embargo, com o había m os­ tos parecen hostiles a toda circulación de las élites, a
trado Pirenne con gran nitidez, la noción de bien toda prom oción social, se puede a veces aportar la
com ún deja paso a la del bien particular de cada prueba de que algunos oficiales han podido llegar a
grupo. El productor sacrifica com pletam ente al con­ m aestros.
sum idor, y la subida de salarios para los obreros y Todo ello no quita para que el bloqueo fuese una
el alza de precios para los patronos se convierten en amenaza latente que no podía sino agriar las rela­
el fin primordial. ciones entre los m aestros y sus oficiales y aprendi­
102 103
ces. Esto, quizá en mayor medida que las dificul­ hacer concesiones. Sin que estem os aún en condi­
tades económ icas y monetarias, explica el gran nú­ ciones de apreciarlas es seguro que de ello se derivó
mero de conflictos sociales, huelgas, despidos de muy a menudo una m ejora de la suerte de apren­
indóciles y protestones opositores. dices y criados.
Sin tratarse de un fenóm eno absolutam ente gene­ A los gremios, form ados primero en el plano local,
ral y sin que sea necesario ver en ello de ningún se unieron los de las ciudades vecinas, y de manera
m odo el signo de cualquier tipo de lucha de clases, creciente, hacia el 1500, algunas organizaciones al­
podem os advertir la creación — hecho absolutam ente canzaron un radio de acción regional, e incluso an-
nuevo— de asociaciones que no agrupan más que a tirregional. En esto podría encontrarse la explica­
los oficiales. ción, ¿pero sería suficiente?, del hecho de que a
En un principio, los asalariados de un m ism o ofi­ partir de finales del siglo xiv, varios m ovim ientos so­
cio forman «coaliciones temporales» para arrancar a ciales se extendieron fácilm ente com o m anchas de
los m aestros algún aum ento de sueldo. Pero la reac­ aceite.
ción no se hace esperar, se añaden cláusulas a los Sigue siendo cierto, sin embargo, que los m otines
estatutos que dan a los jurados del oficio el derecho o los levantam ientos urbanos de finales de la Edad
para fijar los salarios y resolver todo conflicto entre Media no pueden explicarse únicamente, ni con mu­
un m aestro y sus obreros, a m enos que estos papeles cho, por el enfrentam iento de los m aestros solida­
estén desempeñados por las autoridades de la ciu­ rios entre ellos y de los gremios. El juego de las
dad, las cuales siguen bajo el dom inio de los gran­ «clientelas» — se verá claramente en Florencia en
des comerciantes. Es extrem adamente raro asistir 1378— el de la política, continuaron teniendo gran
al nacim iento de «com isiones paritarias» com o las importancia.
que se crearon en Estrasburgo en 1363. Habrá m uchos casos en que las solidaridades ver­
En una segunda etapa, los obreros, que han ticales encontrarán de pronto su antigua fuerza en
encontrado, salvo excepciones, apoyo en los estam en­ detrim ento de las solidaridades horizontales, refor­
tos superiores, crean sus propias agrupaciones per­ zadas no obstante.
manentes. Son las cofradías, camuflados en cofra­ De todas formas, una parte del común, pero que
días religiosas o caritativas que obligan a todos los fue siem pre la m ism a, estuvo representada en los
oficiales a adherirse al m ovim iento, imponen una «furores» urbanos, ya com o agente del levantam ien­
tasa sobre ellos (para constituirse una «boite» o to, ya con mayor frecuencia aún, com o masa de
caja), les imponen una fuerte disciplina. Todo ello maniobra.
es necesario para intentar discutir en buena posi­
ción con los m aestros del oficio.
Algunos gremios, los de los oficios m ás importan­
tes, por ejem plo, el textil, consiguieron buenos re­
sultados. En estas ciudades, la autoridad urbana im ­
pulsó a los m aestros, com o medida de prudencia, a
104 105
IV

LA PREPONDERANCIA DE LAS ELITES EN LOS


LEVANTAMIENTOS

Vam os a limitar el sentido del térm ino élites sin


tomar en consideración el sentim iento de Pareto,
para quien éstas pueden encontrarse en todos los
niveles de la sociedad, y reservando el uso principal
para designar a los m iem bros más activos de los es­
tratos situados en lo m ás elevado de la jerarquía
social.
Así entendidas, las élites son heterogéneas, cosa
que no había visto Marx al calificarlas de «clase
poseedora», una clase que formaría un todo homo­
géneo solidario. En realidad, es su m ism a hetero­
geneidad la que puede explicar ciertos levantam ien­
tos. Ello a pesar de que en muchos otros, las élites
representan un papel importante, pero que no apa­
rece a primera vista porque saben utilizar a los
m arginales y, sobre todo, a las gentes del pueblo
para servir sus propios intereses. Estos intereses
son a veces conservadores, pero nunca teñidos de
desesperanza, por lo que evitaremos usar el término
revuelta como sinónim o de algunos furores.
107
definición. Por el contrario, dejarem os de lado al
menos provisionalm ente, a las élites de los estratos
1. LA RESPONSABILIDAD DE LAS ELITES EN LOS inferiores (gallos de pueblo, m esías y «santos»)
LEVANTAMIENTOS (cf. infra, pág. 77). .
Los m iem bros de la élite son los m iem bros «su­
periores» de la sociedad y Pareto los distribuye en
A) Definición de las élites dos grupos; los que directam ente o no toman parte
La élite en general no forma un universal concre­ en el gobierno (es la élite gubernamental) y los de­
to en m ayor medida que el pueblo. Su estudio debe más que forman una élite no política pero sin em­
m ucho al sociólogo W. Pareto, por interm edio del bargo dirigente. Será, pues, mejor em plear la pala­
cual podem os discernir sus sem ejanzas y diferencias bra en plural. . .__ ,
con la clase dirigente por ser ésta la poseedora de Según las civilizaciones, serán los clérigos, los
bienes —y que Marx ha visto en toda sociedad no guerreros, los negociantes, los funcionarios del Es­
com unista. tado, etc., las categorías que la Edad Media ha te­
Diremos, en una primera aproximación, que la nido com o élites. .__
élite comprende a los individuos que ostentan la ma­ Las élites están estratificadas, forman una jerar­
yor parte del poder, del prestigio, incluso de la quía hasta tal punto que Mosca distinguió una super-
riqueza. Pero Wifredo Pareto dio una m ás amplia de­ élite en la élite. Este núcleo estaría form ado por un
finición. «Supongam os que en todas las ramas de la número restringido de personas o fam ilias que goza­
actividad humana se atribuya a cada individuo un rían de un gran poder y una influencia mayor que
índice que indique sus capacidades, poco más o me­ los dem ás. Asi, en lugar de la lucha de clases¡com o
nos de la forma en que se dan puestos en un exa­ m otor v explicación com pleta de la historia, Mosca,
men. Por ejem plo, al que brilla en su profesión, le por ejem plo, propone las élites, sus ideas e mteres-
daremos 10, al que no consigue tener un solo clien­ Si la élite está estratificada ello quiere decir que no
te le daremos 1, de forma que podam os dar 0 al que hay solam ente una «clase», como quería Marx frente
es realm ente cretino. Y de la m ism a form a procede­ al «pueblo» y los marginales.
remos en todas las ramas de la actividad hum ana...» N o hay grupo hom ogéneo que sea a un tiem po
Así pues, forman parte de la élite aquellos que por dom inante, dirigente, que m onopolice o poco menos
sus dones naturales, de trabajo, etc., obtienen un el derecho de propiedad, que controle la producción
éxito superior a la media de los hom bres, y a quie­ y los intercambios tan bien como el Estado. La so­
nes podem os dar 10. ciedad es más com pleja. . .
La noción tiene valor cualitativo, ya que no se En cada «unidad» —castellanía primero, principa­
trata en absoluto únicam ente de la primacía mate­ dos y reinos más tarde, ciudades también— hay un
rial. Hay una élite posible en todos los m edios so­ grupo político. Los m iem bros de este ultim o perte­
ciales. Para Pareto, el ladrón que triunfa, el poeta necen por lo general aunque no siempre, a los gru­
con éxito, el hombre que hace fortuna, entran en la pos dirigentes mucho más que a los dom inantes.

108
Si es cierto que en las ciudades italianas —Vene- en nom bre del rey y finalm ente tiene más peso en la
cia, Génova, Florencia, en particular— los que do­ sociedad que el propietario de grandes feudos o de
minan la economía (los burgueses negociantes, ma­ una buena casa de com ercio, y que no está en las
rineros, banqueros, de la industria textil, etc.) di­ avenidas del poder.
rigen la política, ello está lejos de ser igual en otros Por otra parte, incluso en nuestras sociedades ac­
sitios. Así ocurrió con la burguesía com erciante de tuales, no son forzosam ente los propietarios quienes
París, la mayor parte de cuyos representantes, al no ostentan el mando real. En los países «capitalistas»,
acceder a los cargos, no participaron en la dirección igual que en los países «socialistas, quien domina
de la política y la adm inistración reales; no fueron verdaderamente es la tecnoburocracia.
una élite dirigente real, sino más bien una élite que En suma, ésta, aunque con gran tim idez aún, es­
dom inó la economía. taba en germen desde que el poder real o princi­
La subordinación de los políticos a los hombres pesco estuvo bastante desarrollado para hacer surgir
de negocios no es, pues, indiscutible más que en las las «oficinas» y una adm inistración estructurada, es
grandes ciudades italianas así com o en las de la decir, hacia el siglo x m , unas veces antes (caso de
Hansa. Inglaterra), otras después. Pero sería un anacronism o
Es mucho menos patente, por ejem plo, en los Paí­ tom ar a los notables por verdaderos tecnócratas.
ses Bajos, donde las dificultades políticas vinieron, Además, algunos nobles y burgueses, aunque no for­
precisam ente en muchas ocasiones, de la oposición maban parte de los cuerpos «oficiales» ocuparon un
entre los deseos del conde de Flandes, por no citar lugar en m uchos estratos de las élites. Pero hay que
ningún otro —y los burgueses. recurrir a la circulación de las élites.
Las potencias económ icas no fueron entonces — y
no son a menudo en nuestros días— m ás que deter­
minantes fuertes, pero no suficientes, en política. B) Circulación de las élites y levantam ientos
El ejercicio efectivo de la dirección es el criterio
de los estratos dirigentes. El de los estratos dom i­ Es a la vez un problema de sociología y de histo­
nantes es, en primer lugar, el peso social, que no ria, estrecham ente ligado a la posibilidad de distur­
proviene únicamente del peso económ ico. Los hom ­ bios, ya que es uno de los problemas más importan­
bres que hemos llamado provisionalm ente notables tes de la inestabilidad social.
en el caso de la Francia de finales de la Edad Media, Marx rozó la idea de una circulación de las élites
disponían de un peso social determinante; partici­ al escribir en El Capital: «Cuanto más capaz es una
paban a la vez de la élite dirigente y de la dominan­ clase dirigente de absorber los mejores hom bres de
te, en tanto que los grandes negociantes no par­ la clase oprimida, más sólida y más peligrosa es su
ticipaban sino en esta últim a. Efectivam ente hay dom inación», o cuando advirtió que, en los Estados
distancia entre la preponderancia económ ica y el Unidos «las clases no están estabilizadas, intercam­
mando efectivo. Determinado baile o parlamentario bia entre sí sus elem entos y los transfieren en un
— con pocas propiedades agrícolas— ejerce el mando flujo continuo».
110 111
Para él, esto estaba sin duda alguna ligado a los hay circulación alguna entre las élites, o cuando
m edios de producción de la época. Pero Marx no fue esta circulación acaba de acelerarse bruscamente.
nunca lejos por este camino, ya que ello se oponía a En efecto, cuanto más duraderamente viva es la m o­
su idea de la clase, solidificada por definición, sin em­ vilidad social, m enores son los grandes peligros de
bargo, la idea según la cual, por la fluidez que su­ conflictos entre estratos. Pero esta m ovilidad, en lo
pone la movilidad social, la circulación de las élites relativo a las élites, ¿es un hecho localizable en la
modifica constantem ente, pero según un ritm o va­ Edad Media? Si es así ¿ sufrió aceleraciones bruscas,
riable, la diferenciación y estratificación sociales es com parables a las que marcaron las revoluciones de
de gran importancia. Por ejem plo, una sociedad de períodos cercanos al nuestro? Como ha demostrado
Ordenes no supone absolutam ente la solidificación R. M ousnier para las revueltas del siglo xv ii, la m o­
de los estam entos que la componen. vilidad social es indiscutiblem ente una de las con­
Marx otorgó a la «burguesía explotadora y el pro­ diciones para que estalle un «furor». Hay un grupo
letariado explotado de su tiem po, según J. Monne- que quiere mejorar su «clasificación» en la escala
vot», un grado de cristalización que era el resul­ social y, lógicamente, se decide a sublevarse. Pero
tado de los antiguos Ordenes «Estados». la m ovilidad, en este caso, im pide que esta acción
Pero si un Orden está en principio cristalizado, se convierta en revolución, mientras que una socie­
lo que no es aún el caso antes de 1500, ello no quie­ dad estabilizada puede, desde el siglo x v in , provocar
re decir que se pase siempre por herencia a perte­ la revolución.
necer a este Orden. El Orden se pierde, el Orden se La sociedad de la segunda Edad Media, igual que
adquiere, com o recuerda R. Mousnier. la del siglo xvn, no aparece como una sociedad petri­
«La falta de esperanza a corto o m edio plazo era ficada e inmóvil.
parte integrante de la visión del proletariado de H asta el siglo xi, está claro que las únicas élites
Marx (J. M onnerot), pero, aunque Marx tuviese se encontraban entre el clero y la aristocracia. La
razón en lo que se refiere a su tiem po, ¿ocurrió Iglesia fue en todo m om ento, durante la Edad Me­
siem pre así entre los individuos de los estratos más dia un importante medio de circulación de las élites.
inferiores? Es seguro que la m obilidad social crea Gentes de pobre condición, hasta siervos, pudieron
una solidaridad efectiva entre estrato inferior y capa llegar a abades, a obispos, incluso a papas, aunque
superior; ésta no permite más que un grado ate­ la aristocracia haya proporcionado al clero la mayor
nuado de «conciencia de clase». parte de sus dignatarios. Asimismo, en los linajes
Si hay diferencia de «clase» entre los hijos que aristocráticos, siem pre pudieron infiltrarse hombres
han ascendido un grado social y sus padres, ello nuevos, aventureros atraídos por el oficio de las
aquivale a negar la noción m arxista de «clase»; es armas, am biciosos de vario origen.
una aberración hablar a veces de lucha de clases a Por el contrario, no podem os hablar de élites cam­
propósito de la oposición entre las generaciones. pesinas, y con m ayor m otivo de circulación de las
En los casos extrem os es cuando, en principio, élites en el medio cam pesino fueron muy escasos,
pueden producirse disturbios sociales, cuando no con relación al conjunto, los que ascendieron, y en

112 113
t
tal caso dejaron el m undo aldeano, por ejem plo, Todo sistem a social, por otra parte, tiende a per­
para entrar a form ar parte del clero. petuarse y son necesarias condiciones nuevas — no
Las cosas han cambiado a partir del siglo x i, y necesariamente económ icas— para que la circula­
de varias formas. Primero porque algunos campe­ ción se vea perturbada, modificada.
sinos acomodados y felices se elevaron por encima El tablero de las fuerzas sociales en presencia pue­
de la masa campesina, pero sin abandonar el mundo de ser transformado considerablem ente por la apa­
campesino. rición de nuevas fuerzas sociales, com o ha visto
N o es posible precisar ya si hubo circulación de J. Baechler, que no ha encontrado m ás que tres
élites en este plano. ejem plos en la Historia: la burguesía en los si­
Respecto al clero, ninguna novedad digna de m en­ glos x i-x m , los obreros en el xix y la juventud en
ción. La circulación sigue siendo generalm ente bas­ el xx.
tante importante. Contrariamente, el problema de la El desarrollo num érico y de fuerzas de las ciuda­
renovación parcial de la nobleza se plantea en ter­ des durante la segunda Edad Media, y, consecuente­
m inar bastante nuevos. Sobre todo, aparecen nue­ m ente, la aparición y aum ento num érico de los «bur­
vas élites que forman el nivel superior de la «bur­ gueses» (hubo burgueses antes de la form ación de
guesía» nacida con la expansión urbana. Entonces la «burguesía») plantearon muchos problem as so­
hubo aceleración en la circulación de las élites. Pero
ciales en términos nuevos. Pirenne ha exagerado
¿fue lo bastante brutal com o para causar perturba­
quizá al decir hasta qué punto les parecían estos
ciones graves, o al m enos tan graves com o los his­
burgueses seres casi aberrantes a las élites de la
toriadores, incluso no marxistas lo han pensado?
sociedad feudal. Pero el derecho feudal, los jueces
feudales, estaban seguramente poco adaptados a
C) Las perturbaciones de la circulación de las élites las exigencias del com ercio y la artesanía, que son
distintos de las de la tierra.
Son escasas las sociedades com pletam ente petri­ Algunos marxistas com o P. Vilar han advertido
ficadas. Ni siquiera de las de la Edad Media pode­ justam ente que las estructuras burguesas de la Edad
m os decir que lo fuesen absolutam ente. Por el con­ Media no tienen nada en común con las de la bur­
trario, son muy frecuentes las sociedades en que la guesía capitalista del siglo xix, a causa del carácter
circulación de las élites está frenada. En este caso entonces colectivo de la vida urbana, carácter que
es inútil suponer cualquier tipo de com plot de éstas. se encuentra en los m edios comerciales (cf. las
Basta con pensar que un individuo tiene tantas m ás guildas).
posibilidades de obtener una nota alta, com o decía Las ciudades que dependían de uno o varios se­
Pareto, por cuanto procede de un m edio más favo­ ñores, tenían que dirigirse para discutir a la auto­
recido, ya que se manifiesta cierta tendencia a la ridad señorial, por otra parte las «innovaciones» les
herencia en las sociedades de Ordenes, igual que en parecían terroríficas m uchas veces a los señores,
las actuales sociedades tecnoburocráticos. sobre todo al señor eclesiástico que vivía en la ciu­

114 115
dad, al contrario que el señor laico (excepto en el el em pobrecim iento de los caballeros no fue gene­
sur de Italia). ral. La nobleza tam poco se cerró realm ente nunca;
El odio que se imagina opuso a burgueses y seño­ algunos burgueses, de todos los siglos, se infiltra­
res no fue ni frecuente ni duradero. Los historiado­ ron en sus filas. Una vez más los historiadores han
res de la primera m itad del xtx son los que (1789 no estado excesivam ente obnubilados por la «revolu­
estaba lejo s...) tuvieron la falsa visión de una lucha ción» de Etienne Marcel.
multisecular, inevitable. Es un espejism o «ideoló­ Hubo no obstante en París, en tiem pos de aquel
gico» típico y que Marx ha recogido en el sentido preboste de los com erciantes, así com o en otras ciu­
que sabemos. dades de finales de la Edad Media, algunos choques
Por otra parte, la «burguesía» no siempre ha cons­ graves entre élites burguesas y nobles. Así pues, hay
tituido un bloque (¿pero lo ha sido alguna vez?). que colocar la división de las élites entre las condi­
A los poderosos burgueses que dominaron económ i­ ciones necesarias para el estallido de un «furor».
camente la ciudad, que se adueñaron con frecuencia Se trata, en este caso, del problema de la división
de su adm inistración, debía oponerse rápidamente de las élites a nivel de gobierno, cuyo m ejor ejem plo
en mayor o m enor medida — tras haberse diferen­ lo verem os en 1789. Si una de las élites obtiene el
ciado de ellos— el «común». Se trata de una oposi­ apoyo de una parte del pueblo, puede llegar al éxito,
ción grosera, ya que de hecho hubo frecuentem ente y lo obtuvo, efectivam ente, desde antes de la Edad
más de dos estratos en el seno de la burguesía m e­ Media, pero en este caso generalmente, fue de corta
dieval. duración.
En todo caso, el estrato superior se convirtió en En este caso no hay levantam iento verdaderamen­
élite, una élite cuyos m iem bros no se opusieron tan te «popular», salvo si algunos elem entos del pueblo
frecuentem ente a los de las élites nobles (cf. el caso llegan a desbordar a los m iembros de la élite asal­
de los notables franceses). Todo ello demuestra que tante.
la aparición de élites nuevas no es obligatoriam ente Pero la élite puede, por otra parte, tener responsa­
generadora de disturbios. Un sentim iento de soli­ bilidades en algunos m ovim ientos que, aparentemen­
daridad entre dos élites de procedencia distinta pue­
te, o en la realidad, parecen verdaderamente «popu­
de nacer rápidamente, reforzarse y durar. lares»; éste fue frecuentem ente el caso, sobre todo
Si los nobles conservaron un vivo sentim iento de en las ciudades italianas.
su superioridad en cuanto al prestigio, el desprecio
¿E xiste la posibilidad de un levantam iento realiza­
noble por el burgués, no fue tan fuerte ni tan fre­
do por el pueblo contra las élites? Sabem os que el
cuente com o algunos han pensado; Marc Bloch, por
ejem plo. Según ellos, la nobleza se habría cerrado pueblo en general no tiene unidad, ya que son nu­
precisam ente al haberse creído amenazada por el m erosas las separaciones introducidas por la divi­
enriquecim iento burgués, al m ism o tiem po que dis­ sión del trabajo, la diversidad de los tipos de vida,
minuían sus recursos. En realidad, si, sobre todo, del h a bitat y ias m entalidades. El pueblo no puede
en el siglo x m , algunas fortunas nobles decayeron, levantarse como un todo más que en una «unidad»

117
116
política muy restringida, en el caso de las Ciudades- chen de ella, ya sea que ésta triunfe o que acabe con
Estado de la Antigüedad y la Edad Media. una represión. Las élites van pocas veces a contra­
Lo que es más frecuente es que una parte del pue­ corriente del «sentido de la historia».
blo irrumpa en la escena política porque tal o cual N o hay un solo estrato social, form e o no parte de
élite paralizada (vg., la élite noble tras el desastre las élites, que no pueda ser agente de un levanta­
de Poitiers y cuando el levantam iento de Etienne miento. Pero la «predestinación» «revolucionaria» no
Marcel) y que otra fracción (por ejem plo, la bur­ existe tampoco. Sin embargo, el papel primordial
guesía comerciante en 1358) necesita el apoyo del corresponde a las élites, directa o indirectamente,
pueblo para ocupar la escena política. Ello se explica en m uchos tipos de disturbios.
a m enudo por la división o la vacante provisional del
Estado.
El tumulto de los Ciompi (1378) ilustra otra cons­ 2. LA RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL EN LOS
tante de la historia de las relaciones entre las élites LEVANTAMIENTOS
y los demás estratos sociales. Hay una constitución
o reconstitución de un frente común de las élites y J. Ellul cree «más en la importancia de la presen­
del com ún cada vez que la «canalla», los marginales, cia humana que en la de los hechos m ism os, en tanto
se hacen dem asiado amenazadores o dem asiado fuer­ que factor inm ediatam ente decisivo de la revuelta a
tes. En un primer estadio, la revuelta puede unir a la partir de la situación favorable». Y es cierto. Sin
«canalla» y una parte del pueblo al m enos (los pe­ embargo, no es únicam ente bajo la influencia del
queños artesanos de Florencia) pero en una segunda marxismo como se ha menospreciado a menudo a
etapa, cuando ya los desórdenes y la violencia co­ los «líderes» y a los primeros fieles. Ello fue asim is­
mienzan a cansar, las gentes del pueblo se separan mo una reacción contra las víctimas de las revuel­
de los marginales, y hacen causa común con las éli­ tas (y más tarde de las revoluciones) que quedan
tes. Se da más particularmente en las revueltas de explicarlo todo por un complot llevado a cabo por
tipo m esiánico, pero no es excepcional en las de ma­ algunas personas.
tiz predom inantem ente social o político. Por definición, por tomar en esta ocasión el tér­
Cualquiera que sea la categoría de la revuelta que mino élite en el más am plio sentido que le ha dado
se estudia, hay que intentar conocer el estado de Pareto, todos los líderes son miembros de una élite.
las élites, sus problemas inm ediatos, sus relaciones Tanto los de origen hum ilde como los demás. Sus
con cada una de las fracciones del pueblo y sus re­ primeros discípulos también. O bien estos individuos
laciones entre ellas. Incluso en los levantam ientos — apenas se piensa en ello— se toman a sí m ism os
que merecen plenamente, en principio, el califica­ por una élite, quizá equivocadamente (vg., el caso
tivo de populares, los m iembros de la élite, o al m e­ de los «santos» m esiánicos).
nos algunos de éstos, aislados o no en el seno de su
am biente, no están forzosam ente amenazados por la
revuelta. Han podido suscitarla, o quizá se aprove­
118 119
y éste «bien sabido y bien hablado» dio m uestras de
A) Origen social de los jefes cualidades y una experiencia m ilitar que no pudo
adquirir más que en el ejército.
Ya que, en los levantam ientos, las solidaridades Lo m ism o podríamos decir de Wat Tyler. Aparte
verticales tienen a menudo una fuerza más decisiva estos hom bres sólo algunos otros emergen, como,
que las solidaridades horizontales, los jefes de los por ejem plo, los de los cam pesinos acom odados
«furores» pueden reclutarse en cualquier estrato Nicolás Zanneki y Jacques Peyte con ocasión del
social. levantam iento del Flandes marítimo en 1323-1328.
Algunos «jefes» — o que cream os tales al leer a Es cierto que habría que añadirles los nombres,
los testigos contem poráneos— procedían de los es­ menos escasos, de algunos clérigos de origen m odes­
tratos inferiores de la ciudad o del campo. Son me­ to. Se tiene tendencia a ver en ellos «elocuentes por­
nos num erosos de lo que se ha dicho bajo la influen­ tavoces» del pueblo y de los sublevados. Pero esto
cia de Engels, el cual en la Guerra de los cam pesinos no es cierto sino en parte. Por el contrario, pudieron
da a entender que igual que los otros «líderes», Tho- desencadenar «furores» con sus predicaciones. Gran
mas Munzer, «revolucionario plebeyo» de los años cantidad de «mesías» se reclutaron com o era natural
1525, habría sido víctim a de graves injusticias socia­ entre sus filas. El margen que separa la ortodoxia y
les. En realidad, «su familia no era pobre, sino que la condena moral de los m alos ricos de las herejías
gozaba de cierto bienestar, y su padre no fue ahor­ que anuncian el reinado de los santos y el exterm inio
cado por un señor tiránico; murió en su cama car­ de todos los ricos es estrecho.
gado de años» (N. Cohn). Incluso en la Iglesia no siem pre reinó la concordia
La lista de los laicos de origen m odesto no es muy entre el Papa y los obispos al tratar de delim itar
larga. Citemos a Pierre De Conine, cabecilla o jefe este margen. Así, en 1077, un clérigo de Cambray,
(habría para algunos historiadores una diferencia Ramirdhus, excitó a los tejedores contra la frivoli­
entre los dos térm inos, com portando el segundo ma­ dad y la sim onía del clero. Ello dio lugar a una rebe­
yor altura y continuidad de visión) de la insurrec­ lión, aplastada brutalm ente por el obispo, que hizo
ción de Brujas en 1300. Según la Crónica de A rtois quem ar al clérigo por hereje.
era «de pobre origen, y era tejedor y tejiendo nun­ Pero Gregorio VII que se servía de algunos m ovi­
ca había poseído más de 10 libras). Asimismo, en la m ientos de exasperación religiosa para favorecer su
Florencia de 1378, el cardador M ichele di Lando, o reforma (J. Musy) le proclamaría mártir. Posterior­
entre los revoltosos rurales, Guillaume Cale, «capi­ mente la Iglesia estuvo generalm ente unánim e al fijar
tán» de los levantam ientos ingleses de 1381. los lím ites de la ortodoxia.
Es por otra parte difícil creer que estos dos hom ­ N os es difícil saber a veces si determ inado santo
bres,y otros más, procedían de los niveles más hu­ erm itaño, convertido en cabecilla de sublevados era
m ildes del campesinado. realmente clérigo. El «rey Tafur», jefe de una banda
Guillaume Cale era instruido (debió tener un em ­ de «cruzados» provenzales a finales del siglo xi, vi­
brión de cancillería, y es seguro que tuvo un sello), vía quizá como un asceta, pero corría el rumor de

120 121
que era un caballero normando que había renuncia­ grandes. De tal manera que como advierte N. Cohn
do a las armas para vestir el sayal. para transformar esta profecía en uno de los temas
N o es fácil descubrir el número de los «margina­ revolucionarios más explosivos, bastaba con acer­
les» y de clérigos «populares». ¿Quién era realmente car la fecha Día del Juicio y (con) no situarlo en
aquel asceta que se hizo pasar por Balduino en el un futuro vago y lejano, sino en el porvenir inme­
Flandes de 1224-1225; un im postor o un iluminado? diato». Es lo que debió hacer John Ball en un ser­
Sabem os con certeza, sin embargo, que fueron real­ món que se le atribuye; la profecía está a punto de
m ente m onjes, en particular, los que adoptaron las cum plirse y el pueblo hum ilde — que com pone el
tesis de Joaquín de Flore (1145-1202), cuya influencia reino— está llamado a proceder sin más tardanza a
llegará hasta el marxismo. Gracias al joaquinism o, la destrucción de las potencias dem oníacas que anun­
algunos predicadores populares pudieron pasar sin ciará el advenim iento del m ilenio.
advertirlo, de los serm ones tradicionales e incitado­ La autenticidad de los serm ones, así com o la de
res a la violencia. los herm éticos versos atribuidos a John Ball no es
En todo caso, los dos jefes más conocidos salidos segura, pero el fondo es el que utilizó para levantar
del clero son seguramente el inglés John Ball y el a las m ultitudes.
checo Procopio el Grande; este últim o se convirtió J. Ball sumergió a los londinenses «envidiosos de
en un verdadero jefe militar. En cuanto al primero, los ricos y la nobleza» según Froissart en la espera
era heredero de una larga tradición propia de los impaciente de la «lucha final» (expresión, pues, muy
predicadores ingleses. Estos últim os, com o sus con­ anterior a Eugéne P ottier...), entre los pobres «co­
tem poráneos del continente, tenían desde hacía tiem ­ horte de Dios» y sus opresores, soldados de Satán.
po la costum bre — claro está— de estigm atizar los Para John Ball, el m ilenio no será solam ente el
pecados de todas las clases sociales, pero reservando reinado de los santos anunciado por la escatología
sus más acerados dardos para los poderosos y los tradicional, será también la vuelta al estado natural
ricos. Además, desde el siglo x m , la interpretación igualitario. De ahí los versos extraídos del sermón
del Juicio Final, considerado com o día de la revan­ que, el 13 de junio de 1381, tuvo tanta resonancia.
cha para los pobres, había conocido en Inglaterra el «Cuando Adán cavaba y Eva hilaba, ¿dónde estaba,
m ayor de los éxitos. pues, el gentilhombre?»
En su guía para uso de predicadores el canciller Se advierte que el papel de los clérigos com o ins­
de la Universidad de Cambridge, John Bromyard, tigadores o cabecillas de revueltas se deriva de dos
presentaba un m odelo de serm ón sobre el Ultim o hechos: su influencia sobre las masas gracias a los
Día. No era en absoluto una incitación a la revuelta, serm ones y la reviviscencia de los viejos m itos que
sino una exhortación a los ricos a portarse bien con pervivían aún en la mentalidad popular. Sentim os
los pobres y otra a éstos para que apaciguaran sus la tentación de comparar a estos clérigos con Hitler;
rencores presentes pensando en la recom pensa divi­ el m ism o magnetismo en la palabra, la m ism a habi­
na. El canciller resumía allí por otra parte con gran lidad para despertar los m itos procedentes de lo
firmeza las quejas de las gentes hum ildes contra los más profundo de la noche de los tiem pos entre las

122 123
m ultitudes prestas a recibirlo, porque, precisamente,
siem pre estuvieron incubándoles, y esto aquellos En 1381, su hijo Philippe fue encum brado al po­
sacerdotes que comulgaban con los sencillos espíri­ der por una nueva revolución gantesa. N o fue en
tus, lo sentían muy bien. ubsoluto por «espíritu diplom ático» por lo que se
Cuarenta años más tarde, los sacerdotes taboris- apoyó en los hum ildes para dirigir el levantam iento,
tas en Bohemia, actuarán v hablarán igual que John sino porque necesitaba tropas de maniobra. Su muer­
Ball. te en Roosebeke (27 de noviembre de 1382) no hizo
Si aceptam os com o verdadera la existencia de un sonar las campanas de una tentativa dem ocrática.
«frente de clases» contra los pequeños y débiles es Segundo caso, el de Etienne Marcel, al cual — igual
evidente que no podem os imaginar a representantes que a los Artevelde— no podría reprochársele falta
de los estratos superiores desempeñando tal papel, de habilidad o de sentido político. Este preboste de
excepto si los imaginam os com o la Intelligentsia los com erciantes —y ya sabem os la potencia del co­
rusa antes y durante la Revolución de 1917, con­ mercio parisino— no tenía nada de hum ilde. Por
siderado com o «representante» del proletariado, su madre descendía de em pleados reales, pero lo
desposando sus aspiraciones y colocándose a su que más le marcó fue su ascendencia paterna, com ­
cabeza. puesta de com erciantes en telas y de cam bistas
Esta noción de «representación» podría no ser (aquellos poderosos cam bistas que aún no habían
más que un sofisma, o, al m enos, escam otear la evi­ abandonado su banco para solicitar altos oficios
dencia de que hom bres del pueblo y m arginales no financieros...). Era, pues, un im portantísim o nego­
son entonces sino una masa de m aniobra utilizada ciante, que, además, por sus funciones, tenía carta
por aquellos que se consideran sus representantes. blanca sobre toda la actividad comercial de París.
Algunos graneles burgueses —grandes por el pres­ Era también un amargado. Creía que había sido
tigio social o sólo por su opulencia — se encontrarán mal tratado en el reparto del patrimonio de los Mar­
en crecido número en el origen y desarrollo de «furo­ cel y se entendía mal con la familia de su segunda
res» m edievales. Veamos los casos más típicos o esposa, el poderoso linaje de los Essarts. Así, pues,
m ejor conocidos. un hom bre muy poderoso, y a pesar de todo rico,
, . Em pecem os con el de los Artevelde, Jacques y su pero que se consideraba perjudicado.
hijo Philippe. Jacques, batanero, llevado por una Sin que haya que ir demasiado por este camino,
insurrección a la cabeza de la ciudad de Gante y es seguro que algunos «líderes» llegaron a serlo por­
personaje acaudalado, no sentía aparentem ente más que estaban amargados, con o sin razón, contra su
que desprecio por los oficiales de la industria textil propio m edio. Pero decir amargado no quiere for­
Se sabe que pereció en julio de 1345, víctima de los zosam ente decir «desplazado» ni m ucho m enos.
tejedores. La hostilidad entre tejedores y bataneros De todas formas, por una especie de fenóm eno
(éstos controlados por los primeros a causa de la di­ compensador, la amargura desarrolla la am bición y
visión del trabajo) era habitual y no tenía, sin em ­ el gusto por la demagogia. Así, pues, y quizá más
bargo, nada de «lucha de clases». que otros, los jefes de rebelión procedentes de los
estratos superiores se m ostraron inclinados a caer
124
125
en la demagogia. Así ocurrió con Salvestro de Mé- larde, tras haber sido desencadenados por otros, no
dicis. pueden ser catalogados todos ellos com o amargados
En 1378, cuando se hizo cargo del señorío de Flo­ o decepcionados en sus am biciones de prom oción
rencia, al principio del m ovim iento que iba a desem ­ social. Tampoco eran todos demagogos.
bocar poco después en el tum ulto de los Ciompi, la Sin embargo, salvo en Italia, pudieron utilizar
fam ilia Médicis, si aún no había alcanzado todo su mejor que los burgueses las solidaridades verticales
poder, ya estaba en un prim crísim o plano, igual que y personales, sacando provecho de la solidez dura­
otros linajes, por ejem plo, los Strozzi, uno de cuyos dera de los lazos que les unían a sus cam pesinos.
m iem bros, Alberto, haría causa común con los suble­ Asimismo, como estaban más en contacto con la
vados. Tenemos, pues, aquí a un gran burgués que mentalidad popular, fueron más sensibles que los
se asegura una clientela reclutada en los más diver­ burgueses a los m itos m esiánicos.
sos am bientes, desde los com erciantes a los peque­ Uno de los primeros m ovim ientos escatológicos
ños artesanos y los pobres y que hace aplaudir su bien conocido, el de 1140, tuvo un noble al frente,
deseo de librar a la ciudad del lis rojo de «la m alé­ Eudes de l’Etoile, originario de Loudéac, en Bretaña.
fica tiranía de los grandes y los poderosos». Era hijo m enor de su fam ilia, es decir, uno de esos
La com posición de sus partidarios ilustra maravi­ «jóvenes» que, com o ha dem ostrado G. Guby, for­
llosam ente la fuerza de las solidaridades verticales maron en el Occidente de los siglos xi y x n agrupa­
entre patronos, artesanos y obreros. ciones dispuestas a todas las aventuras, ya que ha­
Finalmente, y para terminar, tenem os no a un bían tenido que abandonar el dom inio familiar
hombre, sino a un grupo, el de los carniceros. superpoblado, al no poder alim entar las tierras cer­
A menudo, y desde hace tiem po, se ha puesto de canas a todos los hijos del cabeza de fam ilia.
relieve la potencia financiera, pero no el prestigio, Igual que había hecho treinta años atrás un no­
com o es lógico, de los carniceros en las ciudades tario del conde de Flandes, Tanchelm, en Anvers,
desde al m enos los años 1300, así com o su papel llegó a proclam arse Hijo de Dios, y su capacidad de
de primera importancia en los m ovim ientos urbanos fascinación le atrajo rápidamente discípulos.
más «populares». Su m ovim iento plantó sus reales en los bosques
En París, por ejem plo, todos conocen el nombre bretones, antes de irradiar hasta Gascuña. Mientras
de Caboche, que dio el suyo a un verdadero terror sus bandas, que se desplazaban con rapidez, devas­
en 1413. En la capital, com o en otros sitios, los car­ taban las iglesias y hacían carnicerías, Eudes, rodea­
niceros tenían a sus órdenes toda una tropa de cria­ do com o Tanchelm otrora por una corte fastuosa,
dos, sobre todo «desolladores». Sin embargo, Cabo- llevaba una vida placentera. A pesar de sus franca­
che, al igual que Capeluche, «desollador de anim a­ chelas, su prestigio fue duradero. Cuando llegó a
les», no fue verdaderamente un jefe. Debió ser m ás Nantes un legado del Papa a predicar contra la «he­
bien un instrum ento manejado por Juan Sin Miedo. rejía», la población no le hizo caso. Finalmente,
Como los jefes burgueses, los nobles que se pu­ Eudes fue hecho prisionero en 1148. Fue condenado
sieron al frente de «pavores» o los dirigieron más a prisión, y allí murió. En cuanto a sus discípulos,
126 127
que no quisieron renegar de él, fueron quemados por cgundo muy activo citem os al caballero Roger Ba­
herejes. rón. quien, junto con otros nobles, se hizo enrolar
Los nobles abundaron más com o jefes de otro tipo i orno teniente por otro jefe, un tintorero, Geoffrey
de m ovim ientos, sobre todo en los «terrores» rura­ l.itster.
les. El jefe del ejército de los sublevados, al frente Pero aún hay más en el siglo xv. Las bandas de
del levantam iento del Flandes m arítim o (1323-1338), Hrigands que corrieron muchas provincias de Fran­
fue un importante señor rural, Guillaume de Deken, cia ocupadas por los ingleses, estarán com puestas
que llegó incluso a burgom aestre de Brujas, cuando por aldeanos y gentes de armas al m ism o tiem po, y
los ciudadanos se unieron a los rebeldes de rasa sus jefes serán casi siem pre nobles. En realidad, es­
campaña. tos Brigands no siem pre fueron ladrones de camino
Pirenne ha dem ostrado, sin lugar a dudas, que no real, se trataba con frecuencia de hom bres desespe­
se trataba, por otra parte, en este caso, de un ver­ rados por la presencia inglesa e im pulsados por el
dadero m otín cam pesino. Pero precisam ente en los naciente sentim iento nacional. Los cam pesinos no
verdaderos m otines se advierte la presencia de no­ ofrecían dificultades para reconocer com o jefes a
bles. ¿N o hubo verdaderamente ninguno de éstos sus señores, y ello no sólo en el cuadro del señorío
cuando la algarada de Beauvais y de Isla de Francia rural, tanto si se trata de una revuelta com o en el
en 1358, cuyo aspecto, com o estam os acostum brados caso de un m ovim iento de carácter «nacional».
a resaltar, fue frecuentem ente antinobiliario. ¿Sería
una excepción? ¿H ay que seguir ciegam ente a Frois-
sart, que insistió tanto en la hostilidad de los cam­ II) Las cualidades del jefe
pesinos de 1358 contra los nobles?
En realidad, el m onje de Saint-Denis autor de las Todas las capas sociales han proporcionado, pues,
G randes Crónicas de Francia no es tan tajante: «y dirigentes a los sublevados. En todos los estratos
en estas asambleas había gentes de labor, los m ás, se encuentran hombres que han sido jefes y otros
y había también ricos hom bres, burgueses y ‘otros'». que han sido dirigidos. E stos dirigentes o estos je­
Sim eón Luce interpretaba estas líneas en el sentido fes. ¿qué cualidades, qué características tenían?
de que daban quizá pruebas de la presencia de Una situación difícil o un suceso sorprendente,
«miembros de la nobleza» entre los sublevados. inesperado — o los dos a un tiempo— , proporcionan
Fuera com o fuera en realidad, con ocasión de los la ocasión para que estalle una revuelta. Así, pues,
«terrores» franceses de 1358 estam os seguros esta los líderes son en esta «ocasión» en algunos casos (ya
vez de la presencia de nobles entre los jefes rebeldes que en otros los jefes no aparecen sino durante la
ingleses de 1381, o entre sus segundos de a bordo. revuelta, debiéndose ésta, en sus causas secunda-
No es porque quemaran los docum entos señoriales, i ias, a un nudo de cristalización, no a una incitación
com o sucedió en la gran isla, por lo que la revuelta individual).
es forzosa o totalm ente antinobiliaria. Recordemos La palabra del líder es «la ocasión para una toma
com o líder en el Kent a Bertrán W ilmington, com o de conciencia, la expresión de una lenta madura­

128 129
ción» (J. Ellul). Así, Guillaume Cale era, para el Cro­
nista de los cuatro prim eros Valois, «bien instruido sobre todo por R. Mousnier, pero ya es cierto para
y bien hablado». No es fruto de ¡a casualidad si, os siglos anteriores. Las bandas de vagabundos de
mucho antes de 1789, los jefes que aparecen en •-bandoleros» (en el sentido habitual)® que T o r r e n
Francia con m otivo de los Estados generales fueron os cam pos y llenan las ciudades, y que actúan va
a m enudo buenos oradores, eficaces y que sabían bajo el mando de un jefecillo local cuya p e r s o n a l
hacerse escuchar y obedecer, com o Etienne Marcel,
o alguno de sus aliados, el obispo de Laon Robert clE l sC f'J ' V,nCU'° dC b¡mda*’ P'OcuranPa?rbé-
Le Coq, que era otro am bicioso inconsolable por no sos" los líderM^f Han s]do lSualmc'nle esca-
ÍS L lideres verdaderos que no eran al m ism o
haber llegado a canciller de Francia. P? m ilitares dotados de capacidad para
Igual ocurre en Italia, cabecillas com o Cola di amobrar. En caso contrario se habríaP tratado más
Rienzo, en la Roma de 1347, poseían gran encanto bien de un simp e m otín que de una revuelta. Había
personal y gran poder oratorio.
Algunos cronistas no han transm itido lo esencial dTscÍDhnan |n, 3 Prim eras ba” das un m ínim o de
disciplina, luego reclutar, cosa bastante fácil en sí
de los discursos pronunciados por tal o cual ca­ nuevos partidarios; por últim o, conducir la tropa
becilla.
ron í a .?,a jera ° en campo abierto. Así ocurrió
Tenem os un testigo ocular, Alamanno Acciaiuoli, con un Guillaume Cale o los jefes taboritas F n r ”
uno de los priores florentinos de 1378, que anotó la con,ran° habla tumulto, y lu íg ? ,á m a7anla a corto
actividad y las palabras verdaderamente teatrales
—y demagógicas— de Salvestro de Médicis ante el pujares» e|empl°' en alP*"as cruzadas .po-
Consejo, discurso que dio lugar al m otín. También
Era, pues, necesario un talento organizador. Pero
anotó cóm o obraron sus segundos, por ejem plo, un
miem bro de la gran fam ilia de los Alberti, am otinan­ con m uchos líderes, incluso entre los más sobresa
do al «pueblo» desde una ventana de la sala del lencias '° ,parecc habcrse limitado al aspecto «vio­
lencias» Salvo excepciones, si los «Jacques» fueron
Consejo.
Una de las cualidades necesarias para un cabeci­ derrotados en 1358 en Mello, ello se debió en parte
lla, además del don de la palabra, es precisam ente a la ausencia de Cale, atraído traicioneramente la
saber escoger a sus ayudantes. Ello es válido para spera por Carlos el Malo, que lo encarceló. Si Cale
cualquier tipo de revuelta, pero la palabra es aún S o t sen i 2 Í 7 rte s ! nte* la b a ta l,a p u d o h a b e r to m a -
más necesaria — inspirada en este caso —para los iefes n ^ T n l ^ í Asimismo, y entre num erosos
«mesías». jetes, no faltó tampoco cierto sentido de la realidad
Al menos a partir del siglo x i, y aún más hacia y de organización conjunta.
finales de la Edad Media, la llamada de un subleva­ e x íe o ln w!ü i-'!!!™ LpareCe haber s¡d° débil,
do se hace posible, y va seguida inm ediatam ente de
efecto, por la presencia de errantes y marginales.
S s e di J h l. I
'OS Tab0 ,:¡t¡is- Precisamente por
iratarse de sublevados que miraban hada el pasado
Ello ha sido puesto de relieve para la Edad Moderna y el renacimiento de las «buenas costum bres» esta­
ñam os en un error si confundiéram os los a r o m e n -
130
131
tos expuestos para sublevar y fanatizar a las m ulti­ rencores, las quejas de tal o cual estrato, sin propo­
tudes con las ideas políticas afirmadas. ner por otra parte m uchas soluciones factibles.
Incluso un Etienne Marcel, de mayor altura que Transformar la revuelta en revolución, form alizán­
la mayoría de los líderes, cuando se presentó a las dola, no fue verdaderamente el deseo más que de
ciudades de Francia —y no únicam ente a París— Wat Tyler, quizá también de algunos jefes taboristas.
com o campeón de las libertades urbanas, ¿tenía, Cuando muere el líder y no hay nadie para suceder-
com o creyó el siglo xix, una visión del futuro, o bien le, el m ovim iento se derrumba casi instantánea­
únicam ente la nostalgia de un pasado en que la mo­ mente.
narquía no era aún dueña de sus buenas ciudades»? . Ellul insiste a justo título sobre el papel nega­
¿Lamentaba o no que San Luis hubiere som etido tivo del jefe, más im portante que su papel positivo.
estas ciudades otrora, en parte a causa del escándalo Ya que «el papel creador, provocador, del líder es
que representaba la opresión de las grandes fam ilias aleatorio».
sobre el común? ¿O era más bien una maniobra de A medida que se desarrolla la revuelta, el líder
circunstancias para am otinar a los burgueses de las ve aum entar su importancia. Pero la caída es brutal.
otras ciudades contra el regente? La muerte de Guillaume Cale es quizá tanto la causa
AI contrario, Tyler y los jefes taboritas parecen de la derrota de la «jaequería» com o el desencade­
haber mezclado al fárrago escatológico cierta visión nam iento de la contrajacquería por los nobles. Aún
del futuro. Quizá también Pierre de Comic y los dos es más cierto si se trata del levantam iento inglés
Artevelde, aunque sus tentativas para extender la de 1381 que acaba al día siguiente m ism o del asesi­
rebelión por todo el territorio de Flandes no eran nato de su jefe.
quiza, com o en el caso de Etienne Marcel, sino un
m edio para reclutar a cualquier precio nuevos alia­
dos. Pero no podem os pronunciarnos con seguridad,
ya que, más pronto o más tarde la revuelta se apagó,
generalmente ahogada en sangre, y que, excepto los
taboristas, los líderes no tuvieron tiem po de dem os­
trar nada en cuanto jefes políticos.
Todas las hipótesis son posibles, lo que explica
m uchas contradicciones entre historiadores. Sigue
siendo cierto, sin embargo, que los sublevados y sus
jefes miraron siem pre con m ayor facilidad hacia el
pasado, y que su programa, cuando lo tuvieron, gira
en torno a la vuelta a la edad de oro o a las «buenas
costumbres».
En nuestros días serían tildados casi de «reaccio­
narios», pero aún así, supieron sentir y utilizar los

J 32 133
SEGUNDA PARTE

TIPOLOGIA DE LOS
LEVANTAMIENTOS
No puede tratarse aquí más que de una tentativa
—la primera— para clasificar por categorías aque­
llos levantam ientos m edievales cuyo rastro no se ha
perdido. Es, pues, una tentativa con conclusiones
provisionales, en espera de futuros trabajos que ésta
desearía suscitar y que no pueden sino evocar las
principales rebeliones.
Pero la mayoría de los levantam ientos com o muy
com plejos en sus m otivaciones, cambiando de ca­
racterísticas en el curso de su desarrollo, incluso
cuando son particularmente breves, y por ello aún
peor conocidos. El principio de esta tipología ha
sido buscar para cada caso específico la o las carac­
terísticas dominantes. Un furor cam pesino puede,
pues, clasificarse com o milenarista, otro en una ca­
tegoría diferente porque el m ilenarismo del segundo
es débil en comparación con el primero. N osotros
no hem os mencionado m ás de una vez la m ism a re­
vuelta sino excepcionalmente.
Nuestra tipología tripartita —m ovim ientos me-
siánicos, levantam ientos ligados a los problem as de
la m ovilidad social o de la circulación de las élites,
revueltas relacionadas con la coyuntura— desprovis-
137
ta de todo dogm atism o, no es más que una tenta­
tiva para aclarar una materia muy compleja.
Está claro que las m otivaciones de una revuelta
no son forzosam ente el único elem ento que hay que
retener para la clasificación, la cual debe tener muy
en cuenta los estratos im plicados en cada m ovi­
miento.

LOS MOVIMIENTOS MESIANICOS

Además de su fondo apocalíptico, los m ovim ientos


m esiánicos que acabaron en m otines o levantam ien­
tos, tienen en común el haber sido casi los únicos
terrores m edievales que presentan características de
antisociales. Fueron «form as radicales de oposición
al orden», ya que sus partidarios deseaban salir del
orden establecido, entrar en una nueva sociedad que
preconizara un orden nuevo, nuevos valores, todo
ello com pletam ente antinóm ico con relación al or­
den antiguo.
Como debía verse en el siglo xx con los m ovim ien­
tos totalitarios, la ideología, la organización interna,
forman todos coherentes. La contrasociedad es una
alternativa claramente dibujada. Pero no hay nunca
en la Edad Media un análisis racional de la relación
de fuerzas en presencia, ni una estrategia suficiente
eficaz para la toma del poder. En este sentido, no
hay en la Edad Media una contrasociedad revolu­
cionaria.
Otra característica. Los levantam ientos de este
tipo son conocidos a partir del siglo xi, y mejor, en
138 139
principio que los de otros tipos. ¿ Se debe únicamen­ los terrenos baldíos comenzaron entonces a dism i­
te al azar de la docum entación? Los contem porá­ n u i r en provecho de los cultivos. No tomaremos,
neos se interesaron quizá más en ellos porque exci­ nucs, al pie de la letra los escritos de Raúl Glaber
taban más la imaginación. Además, com o estos dis­ n los que asoma la leyenda milenarista. Lo que, poi
turbios ponían en danza los viejos m itos, puede ser c| contrario, es indiscutible es la influencia de las
que se afirmaran los primeros por ser los que de­ predicaciones de los erm itaños sobre las m asas po­
bían tener descendientes hasta nuestros días. Si la pulares, sobre todo las que los discípulos de Robert
proporción de «marginales» entre los agentes de d’Arbrissel en Anjou. . .
estos levantam ientos fue particularmente elevada, no Por los serm ones tuvieron las masas noticia de los
por ello dejaron de estar representados, frecuente­ desastres cristianos en Oriente m ucho antes de la
m ente, otros estratos sociales. llegada de Urbano II a Francia.
Asim ism o hay que retener que los jefes, m esías Sobre todo porque antiguos peregrinos, exilados
con frecuencia, son m enos mal conocidos que los en Oriente, erraban y mendigaban con otros pobres
cabecillas de otras categorías de sublevados; ello sin dejar de contar —con exageración— sus tribula­
se debe a que impresionan m ucho más a la opinión. ciones y las de los cristianos que se quedaron alia
tras el fulgurante avance de los turcos. De aquí el
fuerte resurgir de los m itos.
1. LAS CRUZADAS POPULARES La leyenda del rey de los Ultimos Días, recobra un
aran vigor, como vem os en el Libellus de A ntichristo
A pesar de las afirmaciones de los cronistas, no es de Adson. Influida por el recuerdo de Carlomagno,
seguro que hubiese, hacia el año 1000, un verdadero ésta se modificó e hizo del emperador el precursor
m ovim iento m esiánico. En todo caso, si lo hubo, de la Cruzada. El m ism o Urbano II había estado
no degeneró en levantam iento. Por el contrario, es convencido de que Carlomagno había ido a Oriente a
seguro que, acá y allá, algunos m ovim ientos se trans­ com batir a los paganos. Ya sabemos cóm o ha uti­
formaron en revueltas m ilenaristas desde las prime­ lizado la literatura esta creencia cada día mas ex­
ras cruzadas en las que participaron los «pobres». tendida, La peregrinación de Carlomagno a Jerusa-
N os hem os planteado si lo «extraordinario» que lén anterior a la primera Cruzada habría «mesiani-
representa la aparición de las Cruzadas no podría zado» así —el término es de A. Dupront— al primer
explicarse parcialm ente por las plagas, los prodi­ emperador franco. . . . . j
gios, los cuales se ha dicho que fueron muy num e­ E ste m esianism o, en forma doctrinal aun no des­
rosos y largos en este siglo xi. Pero hay que des­ viada se encuentra sin dificultad en el discurso pro­
confiar siempre de los cronistas, quienes, incluso nunciado en Clermont por Urbano II. El A nticnsto
sin preocupaciones apocalípticas, abusan del relato va a surgir, debió decir el Papa, y los cristianos de­
de catástrofes y prodigios. ben apresurarse a posesionarse de la Tierra Santa,
Fue precisam ente en el siglo x i cuando las gran­ donde serán tentados, vencidos, y finalmente triun­
des hambres se hicieron m enos frecuentes porque fadores. Los que vayan serán elegidos. Hay que pre-

140
paiar el cum plim iento de los tiem pos que se aveci­ IVdro el Ermitaño, quien, com o los demás Prophe-
nan. «Sí, los cristianos abaten a las potencias paga­ ftic, fue al m ism o tiem po predicador y jefe de tropa.
nas, y si según el anuncio de los profetas, antes de Se conoce el magistral retrato que le hizo Gilberto
Ja venida del Anticristo, el cristianism o es restable­ ile Nogent. Iba con los pies descalzos, com ía lo me­
cido en Jerusalén..., a fin de que el jefe de todos los nos posible, y así supo galvanizar a las m ultitudes,
m alos que debe tener allí su trono, encuentre en <|iie llegaron hasta a arrancarle pelos a su asno para
ella el poderío cam al de la fe contra la cual lucha.» luicer reliquias...
Como otras invasiones que amenazaron más di­ Así pues, su éxito fue inm enso. Hasta tal punto
lectam ente a la cristiandad el avance turco obró que en el norte de Francia un ejército de desarra­
com o una levadura sobre las ideas m esiánicas. Sobre pados que había liquidado sus escasos bienes para
los ortodoxos, pues, y aún con m ayor fuerza so­ comprar un arma y llevarse algún dinero, se puso
bre los heterodoxos. en marcha bajo su m ando desde marzo de 1096; es
Las creencias m ilenaristas sensibilizaron entonces decir, cuatro m eses antes de que estuviese prepara­
a las masas. En el origen de las primeras expedi­ da la Cruzada «oficial». Penetró en el Im perio al
ciones a Oriente está el «caos de em ociones», «super­ Trente de una m ultitud —una horda según sus ene­
vivencias de antiguas religiones locales, un retorno migos— m ientras otros profetas formaban otros
de los viejos m itos de la renovación del m undo, la «ejércitos» en Flandes, en el valle del Rhin, etc.
escatología popular cristiana, la rudimentaria teo­ Frente a las dificultades del m om ento, que no
logía aprendida y las ideas m orales del mundo orien­ eran sin duda m ayores que veinte años antes, se
tal, para formar la religión de la C ruzada» (A. Du- agrupaba la gente desde hacía algún tiem po en aso­
pront). ciaciones penitenciarias, en torno a santos hom bres
Tras la llamada de Clermont en 1095, que iba diri­ para «implorar» colectivam ente la salvación. Es evi­
gida a todos, «ricos y pobres», sin que importare dente que la aparición de profhetas no podía tener
el rango al que pertenecían «tanto caballeros com o otro resultado que aum entar sobremanera estos gru­
villanos», num erosos predicadores se pusieron a pos salutistas.
llamar al pueblo cristiano en ayuda de la tumba de Desplazándose frecuentemente por fam ilias ente­
Cristo, caída en m anos de los infieles. Hubo entre ras — m ujeres y niños am ontonados en lo posible en
estos hombres obispos y sim ples clérigos, pero tam ­ las carretas— vieron engrosadas sus filas con otros
bién individuos que no habían recibido con claridad cam pesinos pobres y ciudadanos hum ildes. Pero
mandato alguno de la Iglesia. Estos últim os son los también hubo aventureros, m onjes renegados, y, en
que arrastran m ayor número de pauperes. resumen, gentes sin confesión que se m ezclaron con
Algunos se hicieron pasar por profetas adqui­ los «verdaderos p au peres».
riendo fácilm ente el prestigio que los hum ildes con­ La Cruzada no tenía exactamente el m ism o sentido
cedían en seguida a los ascetas y a los hacedores de para los pobres que para Urbano II. La suerte de
m ilagros. los cristianos de Oriente no les importaba gran cosa,
El más célebre, o más bien el único conocido, es lo único que suscitaba su ardor era la liberación de
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la tumba de Cristo. La Jerusalén que les obsesiona­ Jerusalén. Efectivam ente participaron en su libera
ba no era únicamente la ciudad donde se hallaba el i ion, pero se les consideró responsables de muchos
sepulcro de Cristo, estaba llena de todas las espe­ crím enes. Como en todo m ovim iento m esiánico, li>‘.
ranzas m esiánicas que pasaron, en otro tiem po, de santos» tienen el deber de masacrar a los «pat’¡>
Palestina al Occidente y que de pronto adquirían nos», a los m oros tanto com o a los judíos, todos
una fuerza nueva. sufren la m ism a suerte.
La Ciudad Santa presentaba para aquellos cruza­ Mientras los caballeros, tanto durante esta Cm
dos un doble atractivo; ser el lugar que fue testigo zada com o en las siguientes, no se dedicaron .1 1
de la pasión del Salvador, y ser una tierra fértil «progrom», una de las características de todas l a s
en bendiciones espirituales y m ateriales. En resu­ Cruzadas populares, a partir de la primera, fue 1111
men, en algunos aspectos, la Jerusalén terrestre de virulento antisem itism o. Este es incluso uno de los
finales del siglo xi estaba para aquellas gentes sen­ aspectos bajo los antes que la victoria mesiánica de
cillas extraordinariamente cerca de la Ciudad de algunos «pauperes» se m anifestó. Desde la época
Dios. De ahí su gran exaltación, que se encuentra, preparatoria, la de las predicaciones, algunas conm
por otra parte, entre los pauperes del Sur que se nidades judías se vieron obligadas a escoger entre
unieron al ejército, oficial éste, de Raimundo de la conversión o el exterminio, por ejem plo en Roucn,
Toulouse. en Spira, en W orms. ¿Hay que ver en ello única
Lo que llama la atención es el proceso de auto- mente un reflejo del odio de los pobres contra los
exaltación de los pobres (N. Cohn) que animaba a ricos? Es muy discutible, ya que los judíos pobres
aquellos cristianos. Son la élite de los cruzados, han —y no los cristianos ricos— fueron asesinados igual
sido escogidos por Dios, m ientras los barones no lo que sus correligionarios acom odados, y hasta opu
fueron. Pero sabem os que la mayoría de los com ­ lentos. Se reconoce en esto un efecto de la creencia
pañeros de Pedro el Ermitaño perecieron en el ca­ del pueblo «santo» en su misión de exterm inado!es
mino. Algunos, sin embargo, llegaron a Tierra Santa, de los enem igos de Dios allá donde se encontrasen.
e incluso en número relativam ente elevado. Desde su aparición a la luz del día, el m esianism o
Los más abandonados, los más influidos por el medieval m ostró su inclinación a la violencia. Matar
m esianism o se entregaron entonces a excesos. a los no cristianos que habían rehusado la convci
Se les ha dado el m isterioso nombre de Pueblo de sión era hacer una obra pía.
los Tafurs ( = ¿vagabundeos?) y la Cruzada se con­ En lo sucesivo, los m ovim ientos apocalípticos con
virtió para ellos en una obligación de masacrar a servarán este aspecto radicalmente antisem ita. Y en
los infieles. «Pueblo Santo» sobre el que reinaba el primer lugar los de las otras Cruzadas populares
rey Tafur, quizá un antiguo caballero normando. (1146-1147, 1197, 1212, 1251, etc.), en las que cada
Armados únicam ente con hachas, palas y picos; vez fueron más num erosos los «hijos».
harapientos, entregados al pillaje en virtud de la Sin embargo, com o todas estas tentativas de los
«predilección divina» que les. autorizaba a ello, es­ «hijos» y los «pobres» fracasaron, y los regresos
tos hombres se creían predestinados para liberar a fueron desastrosos m uchos contem poráneos vieron
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en ellos la astricia de Satanás. Dios no estaba en Del buen uso de la riqueza..., ello es considerado
aquellos cruzados. También describieron en ellas, im posible por el m esianism o a partir de 1250 más o
sin que haya sido visto siempre, algo que turbaba el menos.
orden querido por Dios y no solam ente por las gen­ Después de los sarracenos y los judíos, después
tes bien colocadas y los acom odados. de los clérigos, los ricos adquieren cualidades de­
Por otra parte, en la piedad popular aparece al moníacas. El rico se ha convertido en el Anticristo.
contrario una especie de «elección del hijo (véase En la imaginación de los miembros de las sectas
la celebración de la fiesta de los Inocentes y la de apocalípticas... los ricos laicos sufrían ya la meta­
los Niños, que m ás tarde el Concilio de Bále con­ m orfosis que debía, m uchos siglos después, acabar
denaría por las m ism as razones que la de los Locos). en la imagen del capitalism o de la m itología comu­
AI m ism o tiem po aparecen en el folklore, sobre nista actual, ser puram ente demoníaco, destructor,
todo en el germánico, leyendas que evocan el poder cruel, libidinoso, casi todopoderoso y tan falaces
mágico de los encantadores de niños. Finalmente como el m ism o Anticristo» (N. Cohn). Las últim as
pastores y pastoras ya no dejarán de representar Cruzadas de los pauperes son el signo de un nuevo
un papel de primer orden en la imaginación popu­ milenarism o en Europa «dirigido, aunque de manera
lar, e incluso en el arte (cf. La adoración de los pas­ confusa, a rebajar a los poderosos y exaltar a los
tores y las N a tivid a d es) hasta finales de la Edad pobres».
Media y más tarde. Todo esto está muy claro a principios del siglo xrv.
El asunto de los «Pastoreaux», en 1251, indica cier­ Así, en 1309, año de hambre en el norte de Francia
to cambio. En adelante, com o ha visto con claridad y parte del valle del Rin, se reclutó una nueva Cru­
N. Cohn, los m ovim ientos de m asas m esiánicos iban zada. Sus miembros se llamaban pobres, pero, y
a hacerse cada vez más hostiles a los ricos, porque ello dem uestra que los m otivos sociales no son los
los m arginales se hacían cada vez más poderosos m ás activos en este tipo de m ovim ientos, había
en las ciudades. entre ellos varios nobles, y no únicamente campesi­
La glorificación de la pobreza — térm ino que no nos y artesanos. Armados, vivieron de lim osna y ra­
se utilizaba en la escatología con su exacto sentido piñas, masacrando a los judíos y atacando los cas­
evangélico— iba a conducir a la condena total de tillos. Sin embargo, cuando tocaron los bienes del
la riqueza, los ricos no pueden ser más que m alos duque de Bravante, este últim o, que tres años antes
ricos. Para los m ovim ientos m ilenarios, ya están había aplastado un levantam iento de los obreros
condenados en lo sucesivo sin rem edio, m alditos. textiles, destrozó a los perturbadores.
Santo Tomás de Aquino, seguido por toda la Igle­ Luego todo resurgió a partir de 1315, año de
sia, no dejó de confirmar la doctrina de los Padres carestía y hambre y principio de una grave crisis eco­
de la Iglesia. Dios ha asignado su posición a cada nómica. Las esperanzas milenarias volvieron a te­
hom bre, y si el rico debe dar lim osna, debe, sin ner un gran vigor y aparecieron procesiones de pe­
embargo, preocuparse de que su fam ilia y él m ism o nitentes. Corrían profecías que anunciaban un baño
conserven su rango. de sangre, la matanza de clérigos y poderosos. Entre­

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tanto, en 1320, Felipe V propuso una nueva expedi­
ción a Oriente, a pesar del excepticism o del Papa. do este violento levantam iento com o una amenaza
■ontra las m ismas estructuras de la civilización cris-
Las m asas influidas por el m esianism o escucha­
l iana.
ron convencidos a los predicadores, entre los cua­
les hubo, en el norte de Francia, dos clérigos que
habían colgado los hábitos. 2. LOS MOVIMIENTOS DE «IMPOSTORES»
Rápidamente la predicación conoció un gran éxi­
to, y el m ovim iento se propagó con la rapidez de Sin alcanzar la am plitud y la resonancia de las
un «tornado». Una vez más jóvenes pastores, men­ cruzadas m ilenaristas, hubo m ovim ientos m ilena­
digos y gentes sin confesión, se agruparon, se pu­ rios que, por los m ism os años, agitaron varias re­
sieron en marcha y sus filas se engrosaron. giones. Un personaje desaparecido, volvía a apare­
Sus jefes, com o de costum bre, se habían procla­ cer de pronto con las características de un impostor.
mado enviados de Dios. Fueron encarcelados algu­ El primero que se conoce aceptablem ente es el
nos «cruzados» por tem or a un recrudecimiento de falso Balduino, tras ser elegido emperador de Cons-
la agitación. tantinopla, el conde de Flandes Balduino IX había
Sin embargo, una tropa consiguió llegar a París a sido poco después vencido y muerto por los búlga­
sitiar el Chátelet, dirigiéndose luego hacia el sud­ ros. Su hija Juana le sucedió en Flandes, y son sa­
oeste de los Plantagenets, donde los judíos, expul­ bidos sus problemas con Felipe Augusto.
sados en 1306 por los Capetos, habían hallado re­ Cuando el país se enteró de la muerte del rey de
fugio. Francia, se produjo una ferm entación que posibi­
Nuevos pillajes de casas judías, nuevas m atanzas litó la aparición de un m ito bastante antiguo, el del
de israelitas, esta vez en Burdeos, pero también en emperador adormecido.
ciudades capetas, com o Toulouse o Albi, donde los Se trata de un m ito derivado de el del emperador
judíos no habían sido todos expulsados. También de los Ultim os Días, pero que se había modificado
atacaron a los sacerdotes «esos falsos pastores». Por encarnándose en el prestigioso recuerdo de Carlo-
todas partes, en el sur de Francia y en Avignon, re­ magno. La leyenda del primer emperador carolingio
sidencia pontificia, el pánico hizo presa en la pobla­ afirmaba que éste solam ente dormía en su tumba
ción, que se apresuró a cerrar las puertas de las de Aix, esperando el m om ento de su reaparición
ciudades. Los ciuzados empezaron entonces a m orir entre los hombres para derribar la tiranía sarracena
de hambre. Más tarde, a petición del Papa, el se­ e instaurar la era de felicidad que anunciaría el fin
nescal de Beaucaire persiguió a los nuevos «pastou- del m undo.
reaux», los encarceló o los colgó. Los supervivientes La extraordinaria aventura de Balduino IX le con­
se fueron a Aragón, para perseguir a los judíos, has­ virtió en un personaje fabuloso en la mentalidad po­
ta el día en que el hijo del rey los dispersó. pular. Tampoco él había muerto, sino que estaba
La verdad es que se había term inado consideran­ satisfaciendo una penitencia impuesta por el Papa.
Vivía disfrazado de m endigo, pero se acercaba el
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| no identificado com o un pobre cam pesino borgoñón,
final de su expiación e iba a reaparecer en seguida, llamado Bertrand de Ray, trovador y charlatán.
glorioso, para liberar a los flamencos. Desenmascarado, el pseudo-Balduino huyó a Va-
Así las cosas, en 1224, cerca de Tournai, fue visto lenciennes donde el com ún se sublevó contra los
un ermitaño de elevada estatura y provisto de una i icos burgueses que acababan de perder su fe en
«barba florida». Pronto se dijo que no era otro que aquel «mesías». Los franceses sitiaron la ciudad y
el conde Balduino. En todo caso, se rodeó rápida­ el im postor huyó, pero atrapado de nuevo, fue hecho
m ente de un cenáculo de consejeros y recibió la vi­ prisionero y ahorcado en Lille, tras siete m eses de
sita de un sobrino de Balduino, que creyó o pre­ usurpación de los títulos de conde y emperador.
tendió haberle reconocido, así com o algunos nobles. Al pie de la horca, confió (y el hecho es impor­
Se advertía que los sectarios de este «mesías» no tante) que eran los caballeros y los burgueses los
eran todos pauperes. que lo habían engañado. En resumen, el pueblo hu­
En abril de 1225, los habitantes de Valenciennes milde, no hizo más que seguir.
fueron a buscarle a su bosque y lo trajeron, triun­ Sin embargo, su recuerdo iba a continuar vivo
falm ente y vestido de púrpura. Sin dificultad, la entre el «común» que creía que estaba solam ente
m ayoría de los burgueses y nobles de Flandes y de dorm itando y esperaba su despertar «igual que los
Mainant le dejaron rápidamente que asum iese el bretones esperan al rey Arthur». De aquí se deriva
poder. La condesa Juana, escéptica, era conside­ una duradera efervescencia, unas veces velada, otras
rada com o una hija rebelde, y además dominada por más clara y que contribuyó, con otras causas, a tan­
los capetos. tos m ovim ientos de agitación en los Países-Bajos
Las desconfianzas políticas y el m ilenarism o se durante siglo y m edio (H. Pirenne).
complem entaban pues muy bien. Hasta el siglo x m , la escatología procedía a un
El ermitaño, al frente de los sublevados, se alzó tiem po de antiquísim os m itos paganos y de profe­
en armas contra Juana. Se trataba una vez más de cías johannicas y sibilinas. Pero en el siglo x m sur­
una guerra de exaltación religiosa, una cruzada. gió una nueva forma de escatología. Tuvo al prin­
Considerado cada vez en mayor fuerza com o un cipio una vida independiente, antes de fundirse en la
santo, consagrado con gran pompa conde de Flan- primera corriente que debía marcar con un sello
des y de Hainaut desde el mes de mayo de 1225, el indeleble. Esta nueva forma, que persistió hasta los
falso Balduino mostraba la apariencia exterior del Tiem pos Modernos, procede de los escritos de un
emperador de los Ultim os Días. Todos corrían a su erm itaño calabrés. Joaquín de Flore (m uerto en
encuentro, todas las capas sociales participaban en 1202). Una iluminación había hecho comprender a
la exaltación colectiva, com prendidos los clérigos, este ermitaño que la Escritura tenía una significa­
aunque fueron los tejedores y bataneros quienes ción oculta, profética. No se trataba, en sí, de algo
formaron sus huestes más exaltadas. muv nuevo, ya los Padres de la Iglesia se habían
Todo se vino rápidamente abajo, sin embargo. Re­ planteado la cuestión de saber si la Biblia no po­
cibido por Luis VIII en Péronne, el falso Balduino dría interpretarse según distintos enfoques. Pero en
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ellos era un proyecto únicamente moral y dogmá­ | mi^ lesivam ente en direcciones cada vez m ás hete-
tico. i ' xluxas, anticlericales, y luego verdaderamente pro-
Esta vez, por el contrario, se trataba de buscar Iunas.
en los dos Testam entos un medio para comprender, So ha llegado a escribir que la m itología social
y, sobre todo, prever la historia. La clave aplicable a m> ha perdido nunca el recuerdo de los tres estados
las Escrituras había sido revelada a Joaquín de Flo­ l'iaquiaistas. N. Cohn ha afirmado que este asceta
re, era el Evangelium aeternum el que, según el Apo­ místico «Hubiese estado sin duda horrorizado vien­
calipsis, será predicado en los últim os tiem pos del do su teoría de los tres estados de la humanidad
mundo. i raparecer en las de Lessing, Fichte, Schelling o He-
La historia consistía en una ascensión a través de l'i'l, por ejem plo, o en la clasificación de Augusto
tres estados. El primero, el del Padre, el de la Ley, Comte, para quien la historia conoce tres edades...;
era el del Antiguo Testamento; el segundo, el del o incluso en la dialéctica marxista; com unism o pri­
Hijo, era el estado regido por el Nuevo Testamento; mitivo, sociedad de clases y com unism o, con esta
en cuanto al tercero, el del Espíritu Santo, señalará ultima etapa marcada por el reino de la libertad.
el apogeo de la historia de los hom bres aquí abajo. Igualmente, aunque de forma aún más paradó-
El Antiguo Testam ento fue la época del tem or y pea, el térm ino Tercer Reich, forjado en 1923 por
la servidumbre, el Nuevo es la edad de la Fe. Por «.-I publicista Moeller Van den Bruck y que sirvió
últim o, con el tercero, llegarán el Amor, la Libertad, para designar posteriorm ente el orden nuevo (el mi­
la Alegría. Será el reino de los santos que se pro­ lenio hitleriano), no hubiese supuesto apenas adhe­
longará hasta el Juicio Final, y la ciencia divina pe­ sión de las masas si el sueño de una tercera era de
netrará en los hom bres que estarán perdidos en la ¡doria no hubiese form ado parte durante siglos de
contem plación m ística. los temas clásicos de la m itología social europea».
Al no ser todo lo anterior herético, a priori, algu­ En el siglo x m fueron sensibles sobre todo a la
nos papas llegarán a animar a Joaquín para que predicción joaquinista de la m etam orfosis final del
consigne sus visiones por escrito. Pero, realmente, mundo, precedida ineluctablem ente de un período
este tercer estado de la historia terrena contradecía de incubación. El intervalo entre el nacim iento de
las ideas agustinianas, según las cuales, tras la ve­ Cristo y el advenimiento de la Tercera Edad debía
nida de Cristo sobre la tierra, el reino de Dios se cubrir cuatro generaciones, es decir, tantas como
ha hecho realidad dentro de lo que es posible en habían vivido entre el tiem po de Abraham y el de
este mundo, con la aparición de la Iglesia, y ningún Cristo. Es decir, 42 m ultiplicado por 30, unos doce
otro reino divino puede ni debe sucederle. Nolens, siglos. El apogeo de la historia se hallaría entre
volens Joaquín de Flore continuaba con sus escritos 1200 y 1260.
el m ito de la edad de oro. A pesar de las apariencias Entretanto era indispensable preparar el camino,
que habían engañado hasta a los papas, su doctrina, lo que estaría a cargo de una nueva orden m onástica,
com o se vio después, era una doctrina milenarista, encargada de predicar el Nuevo Evangelio al mundo
que sus seguidores iban por lo dem ás a orientar entero. Doce patriarcas convertirían a los judíos. Un
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«Novus Dux» arrancaría a la humanidad del amor ili-l que estaba verdaderamente impregnado Cola di
de las cosas de este m undo y le inspiraría el amor Kicnzo.
de Dios. En todo caso, antes del principio de la Ter­ Salido del pueblo, abogado del pueblo» se ha es-
cera Era, el Anticristo deberá reinar tres años y <i ¡lo. De acuerdo, pero principalm ente porque el
m edio, castigando y destruyendo a la Iglesia corrom­ pueblo bajo de Roma estaba expuesto al milena-
pida. Pero llegará su caída y con ella la Era del i ismo.
Espíritu Santo. Por otra parte, burgueses y pequeños nobles (tam ­
Se trataba de predicciones con carácter explosivo, bién éstos) apoyaron a este hombre sincero y de­
com o se vio cuando el ala de los Hermanos Menores magogo al m ism o tiempo, pragmático y visionario...,
más fiel al ideal de pobreza de San Francisco form ó sobre todo visionario. ¿E s seguro que fue por odio a
el grupo de los Espirituales. Son ellos los que la nobleza por lo que se arrogó sus honores y títu­
difundieron los escritos de Joaquín de Flore, aña­ los? Sería muy aventurado el afirmarlo. En todo
diéndoles los apócrifos. Los Espirituales se consi­ caso, sus violencias m ism as asquearon al final a
deraron muy pronto la nueva orden religiosa anun­ aquellos partidarios suyos de origen m odesto, y ya
ciada por Joaquín de Flore. Se trataba de una orden sabemos que acabó degollado en octubre de 1334.
que sustituiría a la Iglesia de Roma y conduciría a Fuera de Italia, el joaquinism o no esperó al final
los hombres hacia la Era del Espíritu Santo. No hay del siglo x i i i para conocer el éxito, sobre todo en
que añadir que fue primero y sobre todo en Italia el Imperio. El papel de NOVUS DUX que castigaría a
donde las ideas apocalípticas sacadas del joaqui- la Iglesia en los Ultim os Días, representado ya en
nism o conocieron el éxito. otros sitios por Tanchelm, Endes de l’Etoile y Jacobo
Sin embargo, algunos grupos extrem istas llegaron de Hungría, fue desem peñado en Germania incluso
m ucho m ás lejos que los Espirituales. Un chilianis- por el emperador.
m o sublevado florece siguiendo las huellas de Cola La m uerte de Federico Barbarroja, durante la Cru­
di Rienzo o de Fra Dolcino. La aventura de Cola zada en 1190, se prestaba magníficamente a ser ex­
di Rienzo en Roma es conocida, pero no sucede lo plotado por la m itología social. Rápidamente proli-
m ism o con m otivaciones. Tuvo causas políticas (la feraron profetas por el im perio anunciando que un
cautividad de Babilonia, o dicho de otro modo, la nuevo emperador, el de los Ultimos Días, reempren­
estancia de los papas en Avignon), económ icas (las dería pronto su labor, liberando el Santo Sepulcro
dificultades de este tipo eran frecuentes en la Ciudad y abriendo paso al m ilenio. Estas profecías serían
Eterna) sin olvidar los excesos y desórdenes conti­ más tarde aplicadas a su nieto, el genial y extraño
nuos provocados por la lucha de las facciones nobles Federico II.
que se destrozaban mutuamente. Por primera vez en la historia del m ito, según
Pero todo esto no llega a explicar el asunto en toda parece, iban a asegurar sin reservas que es un hom­
su extensión. La nostalgia de la República romana bre que ya está en posesión del título de empera­
representó su papel, al estar ligada al m ito de la dor, quien será el emperador de los Ultim os Días.
edad de oro, y aún m ás, al m esianism o joaquinista Recordemos que, a pesar de la oposición del Papa,
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Federico II fue a la Cruzada — aunque excomulga­ k'inpre en aumento, que aseguraba que seguía vivo.
d o ...— y que recuperó en principio — aunque ne­ I I Papa lo había deportado a Oriente y allí, disfra­
gociando con los sarracenos — los Santos Lugares zado de peregrino, purgaba una larga penitencia.
que la Cristiandad había perdido hacía algunas dé­ <) tal vez se habría introducido en el cráter del Etna,
cadas. sede del Infierno, para unos, refugio de los héroes
Fascinando a su época, sembrando la agitación difuntos según otros.
entre sus contem poráneos con su encarnizada lucha Nuevo emperador adorm ecido, Federico debería
contra el papado (que también se obstinaba en aca­ aparecer un día com o Salvador. Y, efectivam ente,
bar con él) era hombre que m ejor podía encam ar el año 1260, término fatídico para Joaquín de Flore,
el mito. Varias veces excomulgado, llegó a amenazar conoció a un impostor que en las cercanías del Etna
a la Iglesia con el despojo de los bienes que la ha­ atrajo a multitud de discípulos hasta 1262.
bían corrompido. Otros nuevos Federicos surgirían a lo largo del
N o hay pues nada sorprendente en que, desde liempo, atrayendo y fanatizando a las m ultitudes.
1240, un comentario pseudo-joaquinista viese en él Por ejem plo, en 1264, un antiguo erm itaño de la
al genio encargado de castigar a la Iglesia antes de región de Wormes se hizo pasar por el emperador
la cercanísim a realización de la Era del Espíritu a pesar de que hacia el m ism o año otro im postor
Santo; es decir, el «Novus Dux». sembró el delirio en Lübeck. Pero tanto el uno como
Otros, com o los Espirituales, vieron en él, por el el otro desaparecieron antes incluso de ser desen­
contrario, a la Bestia apocalíptica. Sin embargo, y mascarados.
gracias en parte a su prestigio, aliado al del mito, Veinte años más tarde, un megalómano estable­
sobre el vulgo y gracias también a los predicadores ció su «corte» en Neuss, y su fama llegó hasta Italia.
am bulantes, fue m ás bien la apariencia del novus Era el Amigo de los Pobres y supo fanatizar a las
dux la que se le aplicó con mayor frecuencia. Igual «masas» urbanas.
que Balduino, en otra parte y otros tiem pos, Fe­ Convocó una dieta en Frankfurt y conm inó a Ro­
derico II fue considerado por m uchos grupos popu­ dolfo de Habsburgo a recibir la corona de sus ma­
lares com o el salvador de los pobres. Algunos es­ nos. Instalado en Wetzlar, este pseudo-Federico fue
critos dan testim onio de ello, así com o la historia sitiado por Rodolfo, que tuvo que enfrentarse a una
de muchas ciudades; Halle, por ejem plo. población fanatizada. Tras ser detenido y juzgado
Un viento de revuelta m iticosocial soplaba, pues, fue quemado como se hacía entonces únicamente
sobre Alemania con ocasión de la nueva fase de lu­ con los herejes, por haberse proclamado salvador
chas entre el Sacerdocio y el Imperio. enviado por Dios para castigar a los religiosos y rei­
La muerte prematura de Federico, en 1250, puso nar sobre el mundo.
fin a las pretensiones im periales y dio origen a la El m ism o había profetizado que volvería a nacer,
nostalgia de un Imperio poderoso y respetado. y sus discípulos le creyeron. Esto explica, incluso
Los italianos se habían librado del Anticristo, pero hasta en pleno siglo xvx, la aparición de nuevos im ­
los alemanes perdían su N ovus dux. Surgió el rumor, postores que se hacían pasar siempre por Federico

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resucitado y obtenían un éxito proporcional a la v i conocem os según las profecías joaquinitas. El
inquietud de la época. m ovim iento, com o un reguero de pólvora, se ex­
De este modo, en 1348, año terrible com o nunca, tendió de Lombardía, al norte de Roma, al Sur.
las esperanzas populares en la vuelta de Federico, No había en él rastro de heterodoxia o m esianis­
Mesías de los Pobres, se recrudecieron, según ates­ mo, parece ser, al principio. Conducidos por los
tigua Juan de Winterthur. Aún en 1434, la esperanza sacerdotes, los flagelantes desfilaban por las ciu­
de este retom o conservaba gran fuerza. dades, fustigándose delante de las iglesias.
Incluso a principios del siglo xvi, com o demues­ Al principio todos los estratos sociales estaban
tra el escrito de un alsaciano; el Revolucionario del com prom etidos, lo que es importante para el futuro,
alto Rin, en el que se lee que el cam ino del m ilenio pero en general sólo los pobres perseveraron.
pasa por el terror y la violencia sobre todo contra Las luchas entre Güelfos y Gibelinos, la inseguri­
clérigos y usureros. dad, quizá las malas cosechas, parecían anunciar el
En el Imperio del m esianism o se mezclaba pues a próximo fin del m undo y hacía más urgente la ve­
la nostalgia de los tiem pos en que el Imperio era nida de la Era del Espíritu Santo. Durante los últi­
una gran potencia, y no es extraño. Sin embargo, en mos m eses de 1260, según afirma Salim bene, que
el R evolucionario encontram os además la idea de la también era más o m enos joaquinita, el frenesí,
supremacía de los germanos y casi todos los temas acrecentado por la amenaza gibelina de Manfredo,
que debía recoger el nacism o. el «sucesor» de Federico II, cuya victoria en Monte-
perto parecía tener un sentido escatológico, tuvo
cada vez m ás adeptos.
3. LOS MOVIMIENTOS DE FLAGELANTES Sin embargo, com o no aconteció nada parecido al
fin del mundo, el desencanto se extendió com o el
La práctica de la autoflagelación, aparecida hacia aceite entre las masas de flagelantes italianos. A pe­
principios del siglo xi, tenía, en la opinión de los sar de todo, algunos cabecillas italianos atravesaron
cristianos de Occidente, la virtud de incitar a Dios a los Alpes, y, en 1261-62, estos flagelantes reclutaron
desviar sus azotes de ellos, a perdonarles sus peca­ num erosos discípulos en las ciudades del sur de Ale­
dos, y asim ism o a librarles de castigos peores en mania y de Renania por las que pasaron.
este mundo y en el otro. Tales procesiones tenían sus ritos, sus cánticos, y
Como los pauperes de las Cruzadas, los flagelantes hacen pensar en las de los cruzados pauperes, sobre
agrupados paulatinam ente en sectas, entendían su todo porque sus jefes pretendían, com o Pedro el
penitencia como una imitación de Jesucristo. La fla­ ermitaño o el m aestro de Hungría, estar en posesión
gelación aseguraba la salvación del flagelado, así de una carta celestial. El texto de esta carta, que
com o la de los otros; tenía un valor escatológico. se conoce, está plagado de expresiones escatológicas.
N o fue una casualidad que las primeras procesio­ Lo que distingue a los flagelantes del Imperio de
nes de flagelantes tuviesen lugar en Italia, y primero sus contem poráneos italianos, es que aquéllos se
en Perusa, en aquel año de 1260, cuya importancia revolvieron muy pronto contra la Iglesia. El gran
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interregno revitalizó la nostalgia m esiánica de los ■Ir luíales del año 1348, se propagó por el sur de
«marginales», así com o de los pequeños artesanos Alemania hasta W estfalia, Renania, los Países Bajos
tejedores, zapateros, herreros, etc. Transformó sus \ el norte de Francia. Sin embargo, un grupo que
agrupaciones en «conspiración permanente contra desembarcó en Inglaterra debió enfrentarse con la
el clero», al que se reprochaba no sólo sus propios indiferencia de los insulares, a pesar de estar afec-
defectos, sino también la actitud del papado cuando i.ii los por la gran peste.
su lucha con Federico II. Como la organización de los grupos era curiosa­
Los flagelantes alem anes se proclamaron rápida­ mente uniform e, no parece posible que estem os en
m ente con derechos para obtener por sí m ism os su presencia de un contagio únicamente espontáneo. El
propia salvación. Sólo con participar en una de sus Maestro o Padre, laico, que dirigía un grupo estaba
procesiones se les perdonaban todos los pecados. seguramente en conexión con sus hom ólogos. La po­
Ello m otivó su excom unión rápida, y varios prínci­ blación estaba muy bien dispuesta; venían a asistir
pes alemanes, con el duque de Baviera al frente, .i la ceremonia, a escuchar cánticos y discursos;
ayudaron a la Iglesia a llevar a cabo la represión. luego terminaban con gem idos y sollozos, entregán­
A pesar de estar prohibido desde 1262, el m ovi­ dose flagelantes y asistentes a una histeria colectiva.
m iento alemán sobrevivió, volviendo a aparecer cada Proteger y acoger a los flagelantes era una obra pia­
vez que ocurría un suceso desagradable, por ejem ­ dosa, ya que aquellos mártires expiaban todos los
plo, durante el hambre de 1269 en Renania. pecados del mundo.
Por el contrario, en Italia y el sur de Francia el Les llevaban enferm os para que les curasen, les
m ovim iento continuó siendo ortodoxo y estuvo bas­ hacían exorcizar a los dem onios, incluso se creía
tante apoyado por la autoridad secular e incluso que podían resucitar a los muertos, pues algunos
por la Iglesia. La reaparición del m ito m esiánico es pretendían haber visto a Cristo y a la Virgen. Era
tanto más fuerte cuanto más brutal es la catástrofe m enester poca cosa para que el m ovim iento se vol­
y de mayor amplitud. viese verdaderamente hostil a la Iglesia, de la cual,
No puede haber nada más favorable para un según decían ya alguna vez, podía prescindirse.
desencadenam iento que la terrible epidem ia que se En 1349 fue cuando en Alemania y los Países Ba­
abatió a partir de 1348 sobre casi todo el Occidente. jos se inclinó el m ovim iento hacia «una búsqueda
La peste fue, incluso entre los ortodoxos, interpre­ del m ilenio militante y sanguinaria». Se pusieron a
tada como un castigo divino por los pecados del vivir esperando la próxima Parousía, la venida de
mundo, y las procesiones de flagelantes se explican, un Mesías-Combatiente que podría ser perfectamen­
aunque parcialmente, com o un esfuerzo para apaci­ te el emperador Federico, de vuelta entre los
guar a Dios. hombres.
En general, cualquier rumor que anunciase aquí La «radical ización» del m ito estuvo en función de
o allí la próxima llegada del m al bastaban para sus­ las m odificaciones sociales en el seno de los grupos
citar procesiones, que fueron, a fin de cuentas, una de flagelantes. Los nobles y burgueses, que se habían
contraepidem ia. Esta debió surgir en Hungría antes agregado al principio, lo abandonaron después muy
160 161
n
a menudo y en seguida, com poniéndose el movi­ imn peres se opuso violentam ente a la Iglesia, se
m iento casi únicam ente de cam pesinos y artesanos. i lim pió de los bienes tem porales y m altrató a los
Sin embargo, se mezclaron con ellos progresivamen­ léi igos que se atrevieron a oponer resistencia, ya
te, com o en los m ovim ientos anteriores, vagabundos ■lile era inadm isible para con los enviados de Dios.
y delincuentes, que dieron a estos grupos un aspecto I’ero no solam ente eran dem onios los sacerdotes,
de contrasociedades. También se les agregaron clé­ i.imbién lo eran los judíos. La gran matanza de is-
rigos en situación irregular. i.u-litas occidentales que tuvo lugar cuando la gran
Cuando el Papa publicó una bula contra los fla­ |n-ste, se debió en gran parte a los flagelantes.
gelantes, los describió diciendo que eran en su ma­ En Frankfurt, Mayence y Colonia sobre todo
yoría ingenuos descarriados por los herejes, m onjes Imbo, com o en otros tiem pos, robos y violencias de
extraviados sobre todo, a los que había que detener lodo tipo. Pero esta vez las hubo también en los
urgentem ente.
Países B ajos (en Bruselas, por ejem plo), donde los
Efectivam ente, eran con frecuencia m onjes que
habían colgado los hábitos, en Alemania al m enos, flagelantes quemaron o ahogaron a todos los judíos
los que empujaban a los flagelantes contra el clero que pudieron encontrar, «pensando que así agrada­
y la Iglesia. rían a Dios», según un contem poráneo. Todo esto,
Hay que decir también que una unión de hecho que tuvo lugar sobre todo en los seis últim os meses
se establece entre flagelantes, bergardos y beguinas, tic 1349, redujo num éricam ente las com unidades ju­
casi siempre heréticos, ya que formaban parte del dias de Alemania y de los Países Bajos y los con­
m ovim iento del Libre Espíritu, aparecido sin duda dujo a la segregación, al guetho.
antes del siglo x m , pero que no había cesado de ¿Quiso el m ovim iento atacar a los otros demo­
propagarse por todas partes y que causaba graves nios, a los ricos, para que sus m iembros fuesen, en
inquietudes a la Iglesia desde 1300. Adictos a la toda la extensión de la palabra, una élite de reden-
pobreza voluntaria, com o todos los herejes de la se­ lores sacrificadores?
gunda Edad Media, profundam ente hostiles a los Parece que algunos, adictos o no al Libre Espí­
ricos, habían reclutado num erosos discípulos entre ritu, quisieron exterminar la opulencia. El Papa ates-
las mujeres y entre los elem entos más inquietos y ligua que se convirtieron en el terror de la gente
desamparados de las ciudades. Para ellos era justo acomodada. Como en tiem pos de los pastoureaux,
tomar de los ricos para darlo a los pobres, que esta­ su anarquismo violento m otivó la unión de todas las
ban forzosam ente en estado de gracia. La Iglesia era, autoridades contra ellos.
pues, un blanco escogido. Clemente VI, que había mirado con sim patía al
Reforzado por los m iem bros del Libre Espíritu, naciente m ovim iento flagelante, le fue hostil en lo
quizá organizados en sociedad secreta con numero­ sucesivo. En su bula de octubre de 1349 reprochaba
sas ramificaciones, convertida en am plio m ovim ien­ a los sectarios, además de sus violencias, gran can­
to m esiánico, el m ovim iento flagelante de las regio­ tidad de yerros doctrinales y apelaba a la represión
nes germánicas, com o el de las Cruzadas de los contra la secta. Represión que no se hizo esperar
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y que amenazó con la hoguera a los «maestros de tido en una edad de oro que fue el reinado de Sa-
error». mrno. Este m ito, cuya importancia en la M etam or-
Sin embargo, el m ovim iento persistió, pero de Iusis de Ovidio es bien conocida, influenció el
form a esporádica, sobre todo en Turingia, donde un pensam iento «comunista» medieval. Ello se debe a
m esías flagelante, Conrad Schm id, ayudado por los que Ovidio era fam iliar para los eruditos de la Edad
sucesivos retornos de la pandemia, sublevó de nuevo Media, igual que Virgilio, que concedió a la leyenda
a las m ultitudes. Hubo insurrección, seguida de re­ un lugar preferente.
presión, en 1368. Conrad, que también se había he­ Incluso en el siglo n antes de Cristo, Luciano dio
cho pasar por Federico resucitado, fue quemado jun­ al m ito una versión aún más igualitaria, acompa­
to con otros seis herejes. ñada de amargas condenas dirigidas contra sus con­
Aquí y allí, en Alemania y en Italia, hasta finales tem poráneos ricos.
del siglo xv, grupos de flagelantes, ligados o no con Tema literario, y también filosófico, por ejem plo,
los adeptos del Libxe Espíritu, iban a surgir de nue­ para los estoicos. Hasta tal punto que el igualita­
vo, haciéndose perseguir y a veces quemar. rismo había llegado a ser un lugar común. Las leyes
Se advertía que la guerra de los Campesinos, en humanas han destruido la ley divina de la igualdad
tiem pos de Lutero, surgiría cerca de Nordhausen, y el orden com unitario en que había vivido feliz la
que había sido la «capital» de Conrad Schm id. humanidad.
Es evidente la continuidad m esiánica de los m o­ Sin embargo, algunos estoicos romanos, com o Sé­
vim ientos de flagelantes de la Edad Media, en el neca, pensaban, contrariamente a los griegos, que
levantam iento cam pesino de Thomas Münzer: entre aquel antiguo orden igualitario se había perdido
los flagelantes no solam ente había ya marginales y para siempre. Propiedad privada, esclavitud, Estado,
artesanos, sino también un elevado número de al­ todo ello era necesario porque los hom bres se ha­
deanos. bían vuelto viciosos. Prefiguración de lo que escri­
birían los Padres de la Iglesia.
4. EL MILENARISMO IGUALITARIO La exégesis ortodoxa se sirvió, pues, de este m ito
romano para aplicarlo al pecado original y a la caída
En el siglo xiv se dejó de considerar m ítica a una de Adán, sosteniendo al m ism o tiempo que la socie­
sociedad que no distinguía a los hom bres según su dad natural había sido igualitaria, como recordarán
estatuto o su riqueza. El igualitarism o y el com u­ m uchos autores de la Edad Media, incluido Beau-
nism o escatológico se remontan a la Antigüedad. m anoir.
Griegos y romanos legaron a la Edad Media la idea Aun a finales de la Edad Media m uchos escolás­
del estado natural, un estado de cosas en el cual ticos admitirán que la sociedad, en su primer y me­
hay igualdad com pleta entre los hum anos, ausencia jor estado, había ignorado la propiedad privada, ya
de toda explotación u opresión, am or fraterno gene­ que todo pertenecía a todos. Estamos ante un m ito
ral, comunidad de m ujeres y bienes. que ha podido subsistir muchísimo tiem po porque
Los antiguos creían que este estado había exis­ la Iglesia no afirmaba nada claramente contrario.
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Contrariamente al o a los m itos pura y original­ i ¡miento de la Iglesia formaron com unidades casi
m ente escatológicos, este m ito de la edad de oro monásticas.
no podía ser introducido en am bientes humildes Como deseaban im itar la vida de los prim eros cris-
m ás que por «intelectuales», en su mayoría clérigos, lianos, al m enos tal com o se la imaginaban, ello po­
incluso a finales de la Edad Media. día incitarles al deseo de una vuelta a la edad de oro.
Fue, sin embargo, un laico, Jean de Meung, quien Mal comprendida, la im itación de los prim eros cris­
por vez primera desde la Antigüedad volvió a intro­ tianos condujo con frecuencia a todo tipo de yerros.
ducir este m ito en la literatura, e incluso en la lite­ No bastaba, sin em bargo, con im itar a la Iglesia
ratura en lengua vulgar, lo que iba a procurarle una primitiva para ser sospechoso de pertenecer a los
difusión considerable. Su Rom án de la Rose hizo ideales igualitarios. Ni siquiera las sectas heréticas,
accesible a m uchos profanos esta edad de oro y el num erosas sobre todo a partir del siglo x n , tenían
subsiguiente declinar. Este aspecto de la m itología tanta preocupación por el igualitarismo económ ico
social es mucho más importante por el hecho de que y social como algunos han escrito. Es particu­
m uchos acentos de Jean de Meung iban a resonar larmente cierto para los cátaros y valdenses. En
en el siglo xvm , en el D iscurso sobre la desigualdad resumen, hasta el siglo xiv, y a pesar del gran éxito
de Jean-Jacques Rousseau. de la obra de Jean de Meung, fueron escasos los
Según el autor del Román de la Rose, la feliz m ovim ientos heréticos que desearon restablecer el
edad de oro se acabó al surgir un ejército de vicios. estado de naturaleza igualitario de los orígenes.
Primeramente fueron dejados en libertad sobre la A finales de la Edad Media, la secta del Libre Es­
Tierra la Pobreza y su hija, la Rapiña. Se instauró píritu, que progresaba m ucho y tenía num erosas
la anarquía, impulsando a los hom bres a elegir a ramas, debió, por el contrario, contribuir a la difu­
uno de ellos para restablecer un m ínim o de orden. sión del m ito (cf., en los Países Bajos, aquellos «pi-
Pero com o aquel príncipe necesitaba dinero para cardos» cuya influencia se encontrará hasta en
llevar a cabo su tarea, se acuñó moneda, se fabri­ Bohem ia).
caron armas; peor aún, fue establecido el im puesto. Así, pues, fue necesario espei'ar a los años 1300
¿Iban a llegar a concretar aquella nostalgia de la y 1400 para que el m ito de la edad de oro suscitase
edad de oro mítica intentando recrearla? revueltas por sí m ism o. Entonces se dedicó a ali­
La Iglesia ha afirmado siem pre que una vida co­ m entar y reforzar las utopías, crueles a veces, de la
munitaria, consagrada a la pobreza voluntaria, era escatología popular, en particular a los grupos so­
la vida m enos imperfecta. Pero este ideal no podía ciales que creían que no tenían nada que perder y
ser hecho realidad más que por una élite m onástica, sí m ucho que ganar con un levantamiento.
es decir, por un pequeño grupo y no por la mayoría,
porque la humanidad está corrompida.
Algunos laicos habían querido, sin embargo, a par­
tir del siglo xi, im itar la pobreza y el espíritu com u­
nitario del clero regular, y con o sin el consen-

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• im. puniéndolo todo en común. Así, pues, todo debe
i i propiedad común.»
A) La rebelión cam pesina en Inglaterra (1381) No obstante, para el autor esto no era más que
tma teoría, un ejercicio escolar que no debía ser
La utopía de la edad de oro m ostró toda la vi­ aplicado a la sociedad secular.
rulencia de que era capaz con m otivo del levanta­ Nos quedaría por saber si los estudiantes de Ox-
m iento llamado de los «Trabajadores». Hemos visto lnrd no tomaron este escrito al pie de la letra, con-
que Wat Tyler parecía haber sido uno de los pocos ii l¡endose en sus propagandistas.
líderes sublevados de la Edad Media que tuvo algu­ Al contrario que los autores de serm ones y que
na característica de jefe revolucionario, si no fue el el m ism o Wyclif, John Ball proclamó que ya había
único. Precisamente por haber utilizado el m ito del llegado el m omento de la venida de un m ilenio igua­
Estado igualitario y comunista. litario. N o sólo sería el reino de los santos, como
El m ito aflora también, y con m ayor fuerza qui­ .ilinnaban desde hacía tanto tiempo los jefes mesiá-
zá, en las declaraciones de John Ball, lo que no nicos, sería en verdad la nueva edad de oro. Ball
quiere decir que el levantam iento, para la mayor lúe escuchado con un oído com placido por los
parte de sus com ponentes, tuviese un significado miembros del bajo clero, im pacientes por asum ir la
realm ente igualitario. Además del célebre dicho tarea de profetas inspirados tanto en la ciudad como
«Cuando Adán cavaba» transm itido por un m onje en el campo.
de Saint-Albans, Thomas W alsingham, también un He aquí una de las razones por las que el levan­
relato de Froissart parece confirmar el carácter igua­ tamiento de 1381 fue al m ism o tiem po «jacquerie»
litario de las ideas de John Ball. Este, después de y m ovim iento londinense. En aquella época los mar­
haber atacado violentam ente a los señores, había ginales eran legión tanto en el campo inglés como
sacado en conclusión que «las cosas no pueden ir en Londres, y constituían ejércitos idóneos para los
bien en Inglaterra, ni lo irán m ientras los bienes «profetas».
no pasen a pertenecer a todos, m ientras no haya ni Se creyó que todo iba a renovarse, que las nor­
villano ni gentilhom bre y estem os todos unidos». mas y barreras sociales desaparecerían. Asimismo,
Es preciso añadir que en los años precedentes algunos aspectos de las violencias no pueden expli­
W yclif había desarrollado las m ism as ideas, sobre carse m ás que a la luz del milenarismo. Por ejem ­
todo en su De civili dom inio (1374), inspirado a su plo, el incendio del palacio de Saboya, con destruc­
vez en escritos escolásticos. Son ideas familiares ción de todas las riquezas que encerraba, por indi­
para los ingleses desde que apareció, a principios viduos que no quisieron coger nada para ellos. O bien
del siglo xrv, un Diálogo de D ives y Pauper. Todas los quim éricos requerim ientos entre los dirigidos al
las cosas que Dios ha hecho buenas deben ser pues­ soberano en Smithfield. O la confesión, dudosa, es
tas en común, había escrito Wyclif. Cada hombre cierto, de Jack Straw, según la cual todos los nobles
debería ser dueño del m undo entero. Pero dado el y clérigos (excepto algunos m endicantes) debían ser
gran número de hom bres, ello no es posible más exterm inados.
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Sin llegar tan lejos, Wat Tyler había terminado, v el espíritu de riqueza del clero. Sin em bargo, al
por su parte, elaborando un programa de «revolu­ «t puesto al frente de la Universidad de Praga,
ción», casi total, de la sociedad. ¿Se trataba verda­ adquirió un gran prestigio entre estudiantes e in-
deramente de un revolucionario en el sentido en que i luso entre nobles. Ya no era únicam ente el jefe
entendem os la palabra o bien de un sublevado, aun­ espiritual del bajo pueblo, sino de casi todos los
que extrem adamente imbuido por el igualitarismo i llecos. Son conocidas sus disputas con el Papa y
del nuevo m esianism o? el Concilio de Constanza y su muerte en 1415 como
hereje.
La noticia de su suplicio transformó la fermenta-
B) El levantam iento taborita (de 1420 hacia 1434) t ión de los espíritus en Bohem ia en un m ovim iento
de abierta rebeldía. La nobleza autóctona se puso al
N o ignoramos el alcance, la duración del m ovi­ l íente del levantam iento. Expulsaron o pusieron en
m iento husita y taborita en Bohem ia en el primer aprietos a num erosos eclesiásticos. Im pulsados por
período del siglo xv. Por varios lados tiene este m o­ el papa Martín V, el rey W enceslao intentó, aunque
vim iento características m ilenaristas e igualitarias. en vano, restablecer el orden. Los consejeros que
Sabem os también que las críticas dirigidas contra nombró fueron defenestrados y ardió la rebelión.
la Iglesia eran muy agudas desde hacía tiem po, por­ Se convirtió incluso en «Guerra Nacional» y obtuvo
que la Iglesia de Bohem ia era muy rica, y porque notables triunfos. Hasta tal punto que el ala radical
los prelados eran generalm ente alem anes y no che­ del m ovim iento husita se hallaba reforzado (1419).
cos. Los rencores de los checos contra la m inoría Oponiéndose a los «utraquistas», los taboritas fue­
alemana preparaban un terreno muy favorable a ron esta ala radicalista. Aunque su «capital» estaba
todo m ovim iento m alévolo respecto a la Iglesia. en provincias en Usti, m uchos de sus adeptos se re­
Desde los años 1360, el asceta Jean MUic había clutaron en Praga, incluso entre los artesanos y ofi­
conocido en Praga una gran popularidad, resulta que ciales de la industria textil, los sastres, cerveceros,
exigía una vida de pobreza para el clero, al m ism o etcétera. Sus adversarios pretendieron ante esta si­
tiem po que anunciaba la inm inente venida del An­ tuación que todos los m ovim ientos husitas habían
ticristo. sido, desde el principio, financiados por los gremios
Su exigencia de reformas profundas halló un eco de la ciudad.
com placido en la población checa. Eco que se reani­ La suerte de los artesanos de Praga no parece que
mó cuando se conocieron las tesis de Wyclif, es de­ fuera por aquel entonces muy mala. Sin embargo,
cir, hacia 1380. Sobre todo hacia 1400, Juan Huss habían sido excluidos, com o en casi todo el Occi­
reanudó aquellas duras condenas contra la Iglesia dente, de la adm inistración urbana, que continuaba
y muy pronto su esfera de influencia desbordó el entre las manos de la alta burguesía, germánica casi
cuadrilátero bohem io. siem pre, hasta el m otín de 1419.
Huss era, ante todo, un predicador popular que A partir del mes de julio de este año, los gremios
obtuvo grandes éxitos estigm atizando la corrupción se hicieron con el gobierno de la ciudad, expulsaron
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a los católicos que no se habían unido al husismo. lin 1418, algunos refugiados de Lille y Tournai, los
Muchos bienes m onásticos fueron confiscados. La picardos», vinieron a establecerse en la región. No
ciudad nueva cayó así bajo un control aún más abu­ 11 intentos con criticar las riquezas del clero, preten­
sivo que lo fue el de los grandes burgueses. dían ser los instrum entos del Espíritu Santo y tener
Fuera de Praga, las tropas taboritas fueron reclu­ un conocim iento tan com pleto de todas las cosas
tadas más bien entre los marginales, parados, obre­ >nm o los Apóstoles, e incluso Cristo. Anunciaban la
ros no cualificados y también peones. proximidad del m ilenio, la tercera y últim a edad,
Es cierto que en Praga m ism a los marginales ha­ rom o decían por los m ism os años los Hom ines In-
bían aumentado últim am ente, ya que Bohem ia pade­ irlligentiae de Bruselas. El terreno estaba, pues,
ció un importante éxodo rural que hizo que las gen­ preparado para una efervescencia m ilenarista, que
tes pobres afluyesen hacia la capital. Sin embargo, lúe muy fuerte desde principios de 1420.
artesanos, parados y vagabundos no fueron las Como de costum bre, algunos «profetas» se pusie­
únicas masas de maniobra de los taboritas. Los cam­ ron a predecir el Apocalipsis, a activar el fanatism o
pesinos se unieron en número bastante elevado, y la pasión de los grupos sociales más humildes.
exasperados por una reacción nobiliaria que limitaba Hubo entre estos cabecillas algunos sacerdotes, que
sus derechos desde principios de siglo. habían dejado el hábito o no, conducidos por Marti-
Las aspiraciones taboritas eran tan numerosas nek Hauska (apodado Loquis a causa de su magní­
com o confusas. Los adeptos fueron hostiles al feu­ fico don de la palabra). Había que suprimir el mal
dalism o y a la dependencia campesina, sobre todo sin tardanza para preparar el milenio; ciudades y
porque las consideraban instituciones específicamen­ pueblos debían ser purificados por el fuego, como
te germánicas. Sodom a, entre el 10 y el 14 de febrero de aquel año
Desde el punto de vista religioso, no basta con de 1420. La cólera de Dios se abatiría sobre los que
afirmar que, contrariamente a los utraquistas, los no huyeran a las m ontañas, es decir, los cinco bas­
taboritas estaban m uy alejados de la ortodoxia, ya tiones taboritas.
que recogían las principales tesis de los valdenses Al m orir W enceslao súbitam ente durante las re­
y de Wyclif. Hay que añadir que la tendencia m ile­ vueltas de 1419 en Praga, fue reemplazado por su
naria, ya presente en Bohemia, se exacerbó entre hermano Segismundo. E ste era particularmente hos­
ellos. Anteriormente, Cola di Rienzo llegó a Praga til a los revoltosos, y sabem os que en la primavera
para anunciar la próxima venida de un ángel de paz de 1420 reunió un ejército «internacional» para so­
de justicia y armonía. El orden paradisíaco era para focar la rebelión. Sin embargo, al frente de ésta, un
mañana. Jean Milic y los «reformadores» que vinie­ jefe llam ado Juan Ziska logró rechazar a los inva­
ron tras él habían vivido también en la espera febril sores con tanta valentía com o ferocidad.
del segundo advenimiento del Salvador. Fue un triunfo muy enardecedor para los defen­
Poco antes de 1400, algunos m iem bros de la sec­ sores del m ilenarism o, a pesar de la ausencia de
ta del Libre Espíritu, también mesiánica, aparecie­ todo cataclism o antes del 15 de febrero. Las espe­
ron en Bohemia. ranzas m esiánicas aumentaron, gracias a los éxitos
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m ilitares y también por el hecho (paradógico) de lus caballeros... com o a facinerosos» y, aún mejor
que la predicción apocalíptica acababa de fracasar. -pues atacaban más a los ricos ciudadanos que a
Eran necesarios nuevos esfuerzos para impedir que los señores rurales— , a todos los com erciantes, ya
no fuese retrasada de nuevo la venida del milenio. que las ciudades debían ser incendiadas y arrasadas.
Los peligros que corrieron a causa de la coalición ( uando la purificación estuviese acabada y apare-
anticheca, se interpretaron como dolores m esiánicos d e se el Cristo guerrero para combatir al Anticristo,
que prefiguraban el fin de los m alos y el alba de los los santos de Bohem ia se lanzarían a conquistar el
tiem pos nuevos. Pero no se contentaron con esperar mundo. «Los reyes serán sus criados y toda nación
el milagro que exterminaría a los enem igos de Dios, <iue no quiera servirles será exterminada. Los Hijos
se afirmó que los m ism os fieles debían dedicarse a iie Dios pasarán sobre el cuerpo de los reyes y to­
purificar el mundo; ninguna com pasión podía im­ llos los reinos que hay bajo los cielos les serán
pedir la matanza de los malos. En cuanto la tierra entregados.»
se viese desembarazada de m alos padres y m alos Este proyecto de com unism o, a un tiem po anár­
hijos, Dios descendería del cielo al encuentro de sus quico y mundial, halló poco éxito realmente. A prin­
santos, los taboritas. cipios de 1420, los clérigos taboritas crearon cajas
Es imposible precisar la influencia de John Ball, para que m iles de cam pesinos y artesanos les con­
de los «picardos» o de otras sectas del Libre Espí­ fiasen el producto de la venta de sus bienes. Por
ritu. De todas formas, la literatura checa —y no otra parte, algunos fanáticos llegaron hasta a que­
solam ente en los serm ones— estaba llena de ideas mar sus casas. Más tarde, aquellos hom bres que
explosivas mucho antes de que surgiera el m ovi­ habíanse despojado de toda propiedad privada se
m iento taborita. enrolaron en el ejército taborita, llevando una vida
Tres siglos antes, Cosmos de Praga, primer histo­ com unitaria que podem os comparar a la de la plebs
riador de Bohemia, había descrito cóm o se instala­ pauperum de las Cruzadas. La principal comunidad
ron los primeros hom bres en el país y la vida que igualitaria se instaló cerca de Usti, en un promon­
llevaban, comparándolo a una edad de oro. ¡Todo torio donde ya se habían refugiado algunos sacer­
estaba entonces puesto en común, tanto las muje­ dotes desde 1419. Al río que pasaba al pie se le llamó
res com o las riquezas! Jordán, y al prom ontorio donde se edificó una pe­
En los ambientes eruditos se habían ido conser­ queña ciudad, Tabor, de donde se deriva el nombre
vando estas utopías de siglo en siglo. Precisamente, con el que se conoce al conjunto del levantam iento
para los taboritas — o al m enos para su ala extre­ y de sus fanáticos.
m ista— el m ilenio, ahora ya muy próximo, repre­ El ensayo com unista fracasó. Confiando en el mito
sentaba la vuelta a aquel orden com unista y anar­ de la edad de oro, en que se podría vivir sin tra­
quista, ya que la propiedad, el im puesto, los censos bajar, los taboritas abandonaron el cultivo de la
estaban condenados a desaparecer. tierra. Cuando desapareció el dinero de las cajas,
Era, pues, necesario, según sus teorías, «extermi­ los grupos com unistas debieron dedicarse para vivir
nar a todos los señores, a todos los nobles, a todos a hacer razzias, cuyas víctim as fueron los campesi­
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nos que no se habían unido al m ovim iento o que si- i. i recuerda que todos los estratos sociales figura-
habían quedado en su casa, sin más. Ii.in en la revuelta). Los más fervientes mantene­
Y, a pesar de todo, al principio el entusiasm o ha dores del retom o a la edad de oro acabaron
bía sido casi general entre los cam pesinos checos, pareciendo un peligro a los m ilitantes, exasperados
ya que, en su euforia, los taboritas habían decretado! por su pereza y sus espejism os, aún m ás que por
en la primavera de 1420, la abolición de todos los las predicaciones de Hanska y la agitación de los
vínculos de dependencia, así com o la de todos los de­ l’ikarti (los «picardos»), que Ziska hizo expulsar a
rechos señoriales y feudales. l abor, quemando a unos cincuenta por herejes.
Sin embargo, desde octubre de 1420, es decir, des­ Los que escaparon, y a los que se conoce por los
pués de la recolección, la deplorable situación eco­ ulamitas bohem ios, vivían en un estado de comu­
nóm ica derivada de los desórdenes, el abandono de nidad absoluta al m ando de un antiguo sacerdote,
sus tierras por los labriegos fanatizados, im pulsó a Cierre Kanisch. Fueron perseguidos y el 21 de octu­
los jefes taboritas a percibir un canon de los cam­ bre de 1421 exterm inados por Ziska. De esta forma,
pesinos que se habían quedado en las tierras que i l m ovim einto m ilenarista y com unista se había re­
controlaban. ducido progresivam ente al ala más extrem ista de
Estos im puestos se hicieron tan pesados que las los taboritas, acabando por ser perseguida por los
gentes del pueblo se hallaron en una situación aún demás, que rechazaban el comunismo, si no el mile-
peor que en tiem pos de los señores. Ante este esta­ narismo.
do de cosas tuvo lugar una escisión entre los tabo­ Sabem os que en 1422 se term inó absolutam ente
ritas. Algunos adoptaron una actitud más moderada; con el m ovim iento taborita incluso en Praga. Pero
eran sensibles a las dificultades de los cam pesinos los taboritas continuaban siendo poderosos en el
cogidos entre el ejército taborita y el adversario. Al país. H asta 1434 no será derrotado su ejército en
final de esta aventura, los cam pesinos bohem ios iban Lipan por los utraquistas. Tabor no caerá has­
a encontrarse más pobres que nunca y llegar a ser ta 1452.
tan impotentes que la nobleza podría explotarlos En el intervalo, la propaganda m ilenarista de los
com o aún no lo había hecho nunca. taboritas moderados había rebasado los lím ites de
En las mismas com unidades taboritas fue necesa­ Bohem ia, y en Alemania, en Francia, incluso en Es­
rio abandonar rápidamente el com unism o y la anar­ paña, encontraron sim patizantes. Sin embargo, sola­
quía. Junto a m ilenaristas desprovistos de todo es­ m ente en Alemania, más próxima que los demás
píritu práctico, había m ilitantes com prom etidos en países, llegaron hasta el m otín, por ejem plo, en Ma-
una guerra muy dura. yenza, Weimar, Constanza, etc. No es seguro que
Al frente de éstos, Jean Ziska, m iembro de la los m ovim ientos cam pesinos de Borgoña y Lyon
pequeña nobleza, estableció una sólida jerarquía y estuviesen influenciados por los taboritas, como
confió todos los puestos de mando a otros pequeños creían los clérigos.
nobles entregados al oficio de las armas (su presen- Una corriente subterránea de m ilenarism o persis­

176 177
12
tió en Bohem ia y el sur de Alemania, manteniendo
en la mentalidad popular la idea de una vuelta a
la edad de oro.
En Baviera sobre todo, begardos y pastores se
convertirían periódicam ente en profetas. La exalta­
ción escatológica es un legado que hizo la Edad Me­
dia a la Edad Moderna.

II

MOVILIDAD SOCIAL Y LEVANTAMIENTOS

Contrariamente a los m ovim ientos m ilenaristas en


los que están representados estratos muy distintos,
aunque los marginales tengan un lugar preponde­
rante, los levantam ientos de los que vam os a tratar
no tienen en sus com ienzos com o participantes más
que m iem bros de uno o dos estratos, incluso si, pos­
teriorm ente, éstos consiguen amotinar a otras cate­
gorías sociales.
Se trata de m ovim ientos lanzados, bien por un
grupo social nuevo que desea formar parte de las
élites, bien por élites que no están satisfechas con
su suerte por com paración con otra élite determi­
nada. En ambos casos los descontentos consideran,
equivocadam ente o no, que la circulación de las
élites está bloqueada, o es insuficiente y que no se
les confiere la posición que merecen. Sin embargo,
en la primera categoría se da la aparición de un
nuevo grupo social, activo, más o m enos num eroso
y debido a la m ovilidad social que se ha acelerado,
m ientras que en la segunda hay grave división en el
interior de las élites y no solam ente porque al con­
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junto le falta homogeneidad. Entonces, la movilidad i|tie ejercía la ocupación preponderante de la ciu­
social parece frenada y tal o cual grupo social puede dad, el negocio, aliado o no a la artesanía).
aprovecharse de esta división. Los candidatos al rango de élite dom inante que-
En general, la palabra revuelta, tal com o ha sido i lan tener algo que decir sobre la solución de los
definida antes, no es apenas adecuada aquí. La deses­ problemas económ icos de la ciudad. Pero también
peranza, sobre todo en la primera categoría, no en la adm inistración de las ciudades, nuevas o anti­
existe, y con gran frecuencia no sólo hay conserva­ guas, en plena expansión. Así, pues, deseaban tam­
durism o en las m otivaciones de los descontentos. bién convertirse en una élite dominante. ¿Pero su­
Pero tampoco conviene la palabra revolución. Los plantando o junto a las viejas élites dirigentes ur­
descontentos no juzgan a toda la sociedad. Utilizare­ banas?
m os, pues, con m ayor frecuencia el término levan­ Estas élites en form ación, que deseaban hacerse
tam iento por ser m ás vago que el de revuelta. reconocer com o tales, ¿obtuvieron sus privilegios
regateando por chantaje o bien por la violencia?
¿ Hasta qué punto la ascensión de estas nuevas élites
1. NACIMIENTO DE LA BURGUESIA procedió de o fue acompañada por la violencia, por
Y LEVANTAMIENTOS los levantam ientos? Por ejem plo, el m unicipio, «pa­
labra execrable y nueva», ¿surgió preferentem ente
Sabem os hasta qué punto las tesis de Pirenne de un «furor»?
sobre el origen de los primeros burgueses y la bur­ Lo que deforma nuestra visión es que los escritos
guesía, tras haber sido dem asiado alabadas, han caí­ contem poráneos dejaron sobre todo el recuerdo de
do ahora en un descrédito dem asiado grande. Si aquellas «libertades» que nacieron en la violencia,
bien es verdad, en general, que los primeros bur­ sin duda porque las otras no podían proporcionar
gueses no eran, com o él creyó, gentes errantes, veni­ m ateria para relatos sensacionalistas.
das de lejanos «otros sitios», sí se encontraban entre Pirenne dem ostró con claridad que uno de los mo­
ellos cam pesinos e incluso nobles de la región próxi­ tores de la liberación urbana y burguesa fue la nece­
ma. N o es m enos cierto que, en el espíritu de nobles sidad de paz, de seguridad, que se reforzó a lo largo
y clérigos, estos grupos nuevos, en sus com ienzos, del siglo x i en el seno de casi todos los estratos
apenas tenían sitio en la organización feudal. sociales. Por eso es entonces por lo que la violencia
Por su parte, los burgueses se quejaban de que no es una constante en la historia de la burguesía
ésta los ignoraba, sin que pareciese capaz de apor­ naciente.
tar una solución a sus problemas, de tipo com ercial No seguirem os a Agustín Thierry, dem asiado cer­
sobre todo. cano aún a la Revolución, considerada com o el re­
En resumen, los burgueses desearon liberarse de sultado del m ovim iento municipal y que quería
varias trabas, y quisieron ser reconocidos com o una reaccionar contra las ideas que estaban de moda
nueva élite por las élites dirigentes, que dejarían bajo Luis XVIII (cf. el preámbulo de la Carta de 1814
así a una élite dom inante un lugar junto a ellas (ya que evocaba a los m unicipios que habrían debido
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«su manumisión a Luis el Gordo»), cuando aiiniiti V predicadores. E stos eran clérigos que por aquel
que «el estado m unicipal, en todo su desarrollo, un • m onees parecen no haber querido ver nada en rela-
se logró casi nunca más que por la fuerza». Para él . ión con las necesidades económ icas. Ch. Petit-Du-
fue «el terrible despertar del espíritu de democracin t.1 iIlis llega incluso a evocar «la pobreza de sus
en un tiempo de orden y obediencia voluntarios» acusaciones, la nulidad de su pensam iento, la insin­
A'c LUj haÍre y Ch* Petit-Dutaillis. aún más, han ceridad de sus ju icios...».
rectificado todo lo que esta visión de las cosas tenía Pero todo el clero no fue tan ciego, los excesos
de exageración. Aunque está bien anclada la idea com etidos en algunas pocas ciudades no tenían gran
según la cual la «comuna» conserva un eco revolu­ peso frente a los beneficios de la am istad. Si hicié­
cionario (cf. el uso renovado de esta palabra en sem os una estadística, veríam os que en la mayor
1871), no es justa. En el punto de partida de sus parte de las ciudades la regla eran unas relaciones
críticas hay un hecho subestim ado durante mucho normales entre clero y burgueses. ¡ No confunda­
tiem po. Este deseo de paz, que determ inó muchas mos las querellas y conflictos sin desórdenes con los
veces a los señores a autorizar la formación del nú­ levantamientos! Incluso se vieron algunos prelados
cleo comunal, a conceder franquicias. que se aliaron con los burgueses, com o en Le Mans
Es absurdo imaginar todo un m undo señorial in­ en 1089, para resistir a algún tirano local que se en­
capaz de ver más allá del provecho inmediato, des­ tregaba al vandalism o y que iban a asediar en un
conocedor de los intereses generales e im potente castillo. Asimismo, sin alejarnos m ucho de Laon, ci­
para comprender que la seguridad iba finalmente a taremos com o ejem plos de alianza entre clérigos y
procurar grandes ventajas, tanto a la ciudad como ciudadanos Noyon, Ham, Beanvais, Amiens, etc.
al campo. Los intereses señoriales y los burgueses Por su parte, príncipes y reyes se dieron cuenta,
no eran antinóm icos, m uchos señores lo compren­ igual que algunos obispos, de que «la form ación del
dieron y el porvenir debería m ostrar que en general lazo común (o la concesión de sim ples fueros) era
nobles y burgueses sostenían buenas relaciones. un m edio de defensa contra la avaricia y la bruta­
Lo que ha falseado las perspectivas es la insis­ lidad del pequeño feudalism o», así ocurrió en la
tencia con que se evoca la co-juratio, de una com u­ misma Picardía. Después, a medida que iba restable­
na basada en la violencia — «¡Y qué violencia!»__, ciéndose el orden en Francia, otra preocupación do­
luego abolida por la violencia antes de ser restable­ m inó el espíritu de los grandes y la monarquía. For­
cida por mutuo acuerdo, la de Laon. talecer el poder del príncipe o el rey, obtener las
Guibert, abad de Nogent-sous-Concy, testigo ocu­ m ism as ganancias de los m unicipios, el m ism o po­
lar, nos dejó un relato muy detallado. Testigo male­ der que de un vasallo. Antes de 1200 la unión de la
volente, adversario sin discusión del m ovim iento co­ m onarquía y la burguesía era cosa hecha en Francia;
m unal, pero cuyas páginas han sido recogidas por igual sucedía en los grandes feudos. Excepto quizá
Agustín Thierry. a largo plazo, la burguesía no era un germen de
Excepción hecha del caso de Laon, hay que des­ muerte para el «sistem a feudal». Los marxistas ha­
confiar de los insultos pronunciados por cronistas brían debido deducir m ejor las consecuencias de un
183
hecho que han puesto de relieve perfectamente: la * ia a la bolsa de sus «vasallos» ciudadanos, no hay
inserción de las colectividades burguesas en el cua­ por qué entrar en detalles sobre el procedim iento,
dro feudal. pero era necesario recordar el acuerdo general, du­
El m unicipio se convirtió progresivam ente en «un radero, que se realizó m uy pronto entre los dirigen­
señorío colectivo». Felipe Augusto comprendió me­ tes feudales reales y los burgueses. Dicho con otras
jor que otros hasta qué punto podía la asociación palabras, entre las diversas élites.
jurada municipal sostenerle contra sus adversarios Pirenne ha hablado de las «democracias urbanas»
y, en primer lugar, contra los Plantagenéts. Fue real­ igual que lo hizo Agustín Thierry. Equivocadamente.
m ente este soberano genial el que instauró la alianza Fl consensus del principio no perduró y la misma
entre los Capetos y los burgueses de las ciudades, burguesía primitiva no form ó más que un estrato.
m unicipios o no. De los m unicipios de su dom inio y Rápidamente hubo al m enos dos grupos, la élite y
de los situados fuera, pero que habían pedido al el común o vulgo, cuyos intereses, una vez logrados
rey por prudencia confirmación de sus fueros y pri­ fueros o municipio, se separaron.
vilegios, exigió los m ism os servicios, sobre todo en Los cabecillas del m ovim iento reivindicador no
lo militar, que de sus vasallos. eran siem pre ricos burgueses, com o dem uestra el
Así, pues, por todas partes nacieron en el reino caso de Laon. Sin embargo, cuando creció la ciudad,
señoríos colectivos burgueses; hasta tal punto, que sobre todo cuando fue concedido el derecho de self-
el alcalde aparecía en el sello de m uchos m unicipios, g w e rn m e n t, pronto se destacó una oligarquía del
con la efigie de un guerrero... com o un caballero. conjunto de los burgueses que tuvo tendencia a aca­
Era el alcalde en verdad quien dirigía la milicia y parar los puestos. Peor aún, las fam ilias dom inantes
ya sabemos que las m ilicias m unicipales se pusie­ y dirigentes, también en el caso de los m unicipios
ron en camino, hacia Bouvines, en 1214. Llegaron, pusieron frecuentem ente las finanzas bajo im puesto,
es cierto, después de la batalla, pero no por ello asegurándose grandes ganancias y haciendo sopor­
dejaron de mostrar su fidelidad al rey, peligrosa­ tar al común casi todo el peso de los im puestos.
m ente acosado por los aliados de Juan Sin Tierra. ¿Por qué San Luis, tan respetuoso con los dere­
Un siglo más tarde las m ilicias flamencas harán chos ajenos, puso bajo tutela a las ciudades, que
huir a la caballería francesa, dem ostrando el valor pasaron a llamarse en lo sucesivo, y sin distinción,
de los guerreros burgueses y la im portancia m ili­ «buenas ciudades»? Era porque estaba escandali­
tar de las ciudades. zado de la desigualdad fiscal entre ciudadanos, por
En todo caso, las ciudades se m ostraron más cons­ la deshonestidad de algunas oligarquías «patricias»
tantes en su fidelidad a su señor natural que algu­ y por la injusticia de la mayoría de ellas. E s cierto
nos nobles. Pero había también el aspecto financie­ que es un buen pretexto para procurar dinero a la
ro. Las ciudades estuvieron sujetas a la ayuda monarquía, pero no era solam ente un pretexto.
financiera prevista por la costum bre feudal. Ello Si las ciudades se quejaron de la pesadez de las
constituyó una excelente fuente de ingresos para el cargas exigidas por el rey, fue en parte para camu­
rey, el duque o el conde, que recurrirán con frecuen- flar el despecho de los grandes burgueses al ser
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puestos bajo la vigilancia de los agentes reales, que llorado Y. Renouard— reunían, por obra de su his-
tenían mayor preocupación que ellos por el bien loria y su continuidad, una población de grandes y
común. Esto explica el interés que tenía la no-élite pequeños propietarios de tierras urbanas y extraur-
por un poder real fuerte, com o era el de Francia, v íianas.» El grupo dirigente inicial lo com pusieron
aun el de Inglaterra. los nobles, a los que se agregaron com erciantes y
Por el contrario, en las regiones cuyo príncipe irtesanos, asim ism o propietarios de tierras.
era débil o en las pocas en que las ciudades tenían Estos nobles, de m ediana categoría, eran vasallos
un peso excepcional (Flandes principalm ente), el co­ del obispo casi siempre. En cuanto a la gran noble­
mún continuó siendo explotado financieramente y za, que vivía en el campo, no fue hostil al desarrollo
los abusos fueron en aumento. de las ciudades. Fueron las «modificaciones del mun­
La élite burguesa (los financieros y grandes co­ do feudal», su debilitam iento, por ejem plo, las que
m erciantes de la industria textil en particular) po­ impulsaron a los propietarios de bienes raíces y a
derosa, sobre todo, lógicam ente, en los grandes cen­ los usufructarios de las tierras de la Iglesia que
tros, iba en lo sucesivo a retardar o impedir la habitaban en la ciudad «a buscar una organización
emancipación política y social de los estratos que autónom a de la vida urbana».
formaban el común. En Italia, «los com erciantes no tuvieron un papel
Sin embargo, durante mucho tiem po los conflictos relevante en la form ación de los m unicipios, que a
que estallaron en distintas ciudades de Francia y menudo aparecieron para paliar la insuficiencia tem­
territorios vecinos no fueron, hablando con propie­ poral del poder legítim o, recibiendo a veces ayuda
dad, conflictos entre la élite burguesa, unida en lo del Emperador; por ejem plo, en Verona, Génova,
sucesivo a las élites más antiguas, y el común. Turín» (Y. Renouard). Hay aún una diferencia fun­
Así en Lieja, donde F. Vercauteren ha dem ostrado damental más respecto a la que aconteció al norte
con claridad que en el siglo x m los conflictos sur­ de los Alpes. «El m unicipio no fue obra de una co­
gían de la oposición entre príncipes, clero, patriciado munidad jurada de igu ales..., sino de una simple
y regiduría. «La masa popular, ya poderosa desde unión de individuos para gobernar la ciudad, de
esta época, estuvo solicitada por uno u otro de los acuerdo con una tradición romana».
adversarios en presencia para que tom ase parte a Así, pues, el m unicipio fue creado por los nobles,
su favor en el conflicto.» La introm isión del común o con su concurso, y las ciudades se insertaron en
no era, pues, en este caso, sino la de una m asa de el feudalism o sin destruirlo. En algunos aspectos
maniobra. Este papel sería aún asum ido m ucho tiem­ tenem os aquí conclusiones válidas para el norte de
po por el común. Europa. Pero en Italia, el m unicipio surgió con ma­
Fuera de Francia y de Inglaterra, el proceso de yor frecuencia que en Francia contra el obispo, ya
form ación de las élites burguesas, así com o sus ca­ que éste era a menudo depositario de los derechos
racteres, no presentaron el m ism o aspecto por todas condales y porque gran cantidad de vasallos nobles
partes. Sobre todo al otro lado de los Alpes. dependían de él.
«Las ciudades del Regnum Italiae — ha escrito el La oposición al obispo fue la que dio a muchas
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ciudades italianas, en varios casos, conciencia de si por el p opolo m inuto, un noble o burgués instaura
m ism as, y no el hecho de pertenecer a un grupo <1 régimen del señorío, que pronto se convierte en
com ercial, com o en el Norte. hereditario, autoritario, haciendo desaparecer las li­
Las ciudades italianas alcanzaron en el siglo xi bertades urbanas. Será el caso más frecuente a fina­
una autonom ía casi completa; es decir, antes y en les de la Edad Media.
mayor número que en Francia (al m enos en el norte Y. Renouard había insistido sobre una de las ca­
de Francia, ya que el Sur conoció una evolución racterísticas dom inantes en la evolución de las ciu­
que está muy cerca de la de Italia en algunos aspec­ dades italianas, a saber: «La im portancia de los
tos, por ejem plo, por la presencia de num erosos l’iTjpos familiares sociales, profesionales o políticos»,
nobles). en detrim ento de la noción de individuo. Es cierto
La evolución del m unicipio autónom o se realizó que no es solam ente en Italia donde se organizó la
a continuación, según un esquema en el que Y. Re- sociedad «según agrupaciones dinám icas unidas por
nouard ha distinguido cuatro etapas. lazos físicos de sangre, de vecindad y actividad».
Primero el m unicipio dirigido por cónsules y con Pero estos lazos desempeñaron en las ciudades de
carácter aristocrático; la élite está com puesta sobre la península un papel claramente más activo que en
todo por nobles que acaparan el poder. A continua­ otras partes.
ción, segundo tiem po, la aristocracia se divide en Las fam ilias nobles tienen una residencia en la
bandos que dividen a la ciudad; los grem ios de ne­ ciudad desde el siglo xi, incluso se ven obligadas a
gocios y artesanía se aprovechan para exigir la crea­ vivir en ella en el siglo siguiente. Cada casata habita
ción de un poder arbitral confiado a un podestá habita en un palacio-fortaleza, y las fam ilias proce­
(alcalde). dentes de aquélla se instalarán muy cerca. «La con-
Tercera etapa: La m asa del populus ( = vulgo + sortería domina de esta forma todo un bloque
burgueses poderosos) se ha organizado en gremios, com pacto de inmuebles en cuya cúspide levantan
y asim ism o en agrupaciones armadas, por barrios altas torres para la vigilancia, la defensa y el ataque»
(p e d ite s). La m asa im pone a los nobles la yuxtapo­ (vg., Bolonia, Lucques, San Giminiano, etc.). Resu­
sición de su propia organización al m unicipio aris­ m iendo, la consortería es un grupo de caballeros,
tocrático. De hecho es la élite dom inante, el popolo una «sociedad de torres».
grasso, los burgueses agrupados en los grem ios más Las consecuencias las verem os en las épocas de
ricos, quienes dirigen en el futuro la ciudad contra disturbios. Por su parte, el popolo ha seguido el
la voluntad del popolo m inu to ( = ¿vulgo?), que se ejem plo de los nobles. Grupos de fam ilias se reúnen
va organizando poco a poco por su parte. en torno a la más poderosa, primero por sim ples
A estas alturas el m unicipio italiano presenta su razones de vecindad; son las «sociedades m ilitares
m ayor parecido con las grandes ciudades del norte de puerta o de barrio», que se reúnen bajo su estan­
de Europa. Por el contrario, el cuarto y últim o esta­ darte de barrio y obedecen a un capitán o gonfa-
dio se aleja de ellas, recordándonos que el m unicipio lonier.
italiano es a menudo una ciudad-Estado. Sostenido No es necesario recordar que, como tipos distin­
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tos de agrupaciones hay, tanto aquí com o en otras lación de las élites que d isg u sta profundam ente a
partes, los gremios. Además no hay que olvidar las • iertos grupos sociales cua:n do los individuos desean
sociedades com erciales que agruparán a los miem­ .iseender en la jerarquía o. unirse a tal o cual élite.
bros de las grandes fam ilias, nobles o burguesas. Se Con el fin de sim plificar, presentaremos los dos
formarán grupos con intereses opuestos, y, por tan­ .ispcctos principales que se advierten en la Edad
to, sociedades opuestas, sin olvidar que la oposición Media: el caso de las g e n tes del «común» que quie­
entre el «partido» güelfo y el «partido» gibelino ren acceder a las élites y el de una élite que desea
com plican las cosas aún más. compartir las prerrogativas propias de otra élite.
Pero las diversas oposiciones no se establecen en­
tre individuos. Como consecuencia de la fuerza del
sentido de asociación, es la fidelidad a la consorte- \) In ten tos de los profesion ales para acceder
ría, o a la parte al grupo am plio o a la familia, quien al rango de élite
regula las opciones de cada individuo, antes que la
fidelidad a la ciudad, com o Dante expresa tan mag­ Es el problema que evocaron M. Mollant y
níficamente en su Infierno. Ph. W olff al describir la constitución de una «espe­
En consecuencia, con m otivo de m otines y rebe­ cie de clase media»; las acciones de los «medianos»
liones serán siem pre estas solidaridades de grupo, las contra los «grandes», es decir, contra la oligarquía
alianzas entre grupos, o el odio que los separa, las asentada en las ciudades. Ya hemos rechazado la
que m ejor esclarecerán la historia de los levanta­ palabra clase por los m otivos que sabemos. También
m ientos urbanos en Italia. Sus interferencias la com­ podríamos discutir el calificativo «mediano», tan
plican, y tienen, hasta finales de la Edad Media, vago com o fácil. Henry M ougin escribió con gran
m ucho mayor peso que las m otivaciones económ icas discernim iento que es «una ilusión peligrosa creer
peculiares a cada individuo. Así, pues, nada está que las clases medias están determinadas autom áti­
m ás lejos del panorama marxista que el de, por camente al estarlo las extrem as». Extremas que son
ejem plo, la Florencia medieval. aquí la oligarquía y los estratos inferiores del co­
mún. Fr. Simiand pudo hablar de clases medias
para la época capitalista, pero ¿es posible hacerlo
2. EXTENSION O DIVISION DE LAS ELITES realm ente para la época precedente?
Y LOS LEVANTAMIENTOS Es cierto que los estratos superiores del pueblo
intentaron, con o sin éxito, tomar conciencia de su
Si el pueblo no puede levantarse com o un todo fuerza. Pero era para constituirse en élite, una élite
contra las élites m ás que en el cuadro de unidades nueva frente a la élite dominadora (o tam bién diri­
políticas m ínimas, la división de las élites, sobre gente) del patriciado. Algunos profesionales, hacia
todo de las dirigentes, fue la razón de num erosos 1280, «llamaron, no sin escándalo a veces, a las
levantam ientos en el transcurso de la historia. So­ puertas de regidurías y consulados; hubo algunos
bre todo si a ello se une la cuestión de una circu- entre ellos que logró introducirse» gracias al apoyo

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de gentes hum ildes que les sirvieron de m asa de rante diez años, la antigua élite dirigente y los ca­
maniobra. becillas de la oposición se alternaron en el poder,
Pirenne, en relación con este asunto, habló de sin dejar de alternar también las represiones contra­
«revolución de las profesiones», cuya fuerza aumen­ rias, m ientras los oficiales reales intentaban lograr
tó desde la primera mitad del siglo x iv en los Países el control de la ciudad.
Bajos, casi en toda Francia, en Italia y en la España En 1304-1305 estallaron muchas rebeliones. Fue­
mediterránea, sin olvidar la Renania. ron organizadas por clérigos y también por los car­
Se trata de un m ovim iento que no tuvo el m ism o niceros, cuyos intentos para acceder al rango de una
aspecto por todas partes. Aunque com enzó tempra­ nueva élite se ven claram ente. Hay un hecho signifi­
nam ente en Flandes, obteniendo para sus partida­ cativo en Flandes; el conde Guy de Dampierre apo­
rios el acceso al gobierno municipal de algunas ciu­ yaba a los artesanos — los clauw aerts— contra los
dades del Imperio solam ente en la segunda mitad grandes burgueses partidarios de Felipe el Herm oso
del siglo xiv, siendo más tardío aquí y allá. —los leliaerts.
Rechazaremos el término revolución, pero sin ol­ Y no dudó en caer en la demagogia. Se produjo
vidar cuánto debem os a Pirenne por haber esclare­ una especie de em ulación entre el conde y ei x*ey en
cido este problema. guerra. Guy devolvió a Douai y a Brujas las liber­
Por otra parte, él m ism o encontraba demasiado tades de que habían sido privadas después de los
reducida su fórm ula, ya que a veces, com o en el m ovim ientos de 1280, condenando los abusos de la
Flandes marítimo, algunos cam pesinos acom odados élite dirigente y dominadora de Gante. El rey por
intentaron también acceder al nivel de una élite. su parte llegó a conceder a los profesionales la mi­
En los Países Bajos, la oportunidad de los profe­ tad de los cargos de cancilleres de Gante; pero sus
sionales fue posible por «la identificación de su des­ representantes, inhábiles, se enajenaron a los arte­
tino con una causa nacional», al tiem po que se con­ sanos textiles al sostener a los patricios y m ás tarde
sideraban en el lím ite extremo de lo soportable. al reprim ir brutalm ente una oposición m otivada por
Algunas revueltas habían estallado ya en varios las exigencias fiscales de la monarquía.
sitios hacia 1280, pero habían sido reprimidas. Por Ya sabem os lo que vino después, en particular el
el contrario, hacia 1300 las circunstancias fueron levantam iento de Brujas bajo la dirección de Pierre
en general más favorables por m otivos políticos. de Coninc, el cual, con el conde, venció a los profe­
Sin embargo, la élite establecida aguantó, aquí sionales contra las tropas reales y los leliaerts.
com o en otras partes, y no sin éxito, ya que los Hubo lucha en dos frentes, contra Felipe el Her­
grem ios estaban casi tan opuestos entre sí com o m oso y contra la vieja élite burguesa, que fueron
contra el «patriciado». Es difícil percibir cualquier vencidos en 1302, en las Espuelas de Oro. ¿E s pre­
tipo de «toma de conciencia de clase». ciso obligatoriam ente ver en esta batalla un «triun­
Gracias a Espinas conocem os bien la historia de fo revolucionario»? Más bien se trata de una prefi­
Douai. Patricios y gentes del común se enfrentaron guración de las derrotas francesas de la guerra de los
allá en una iglesia en septiem bre de 1296. Así, du­ Cien Años debidas a las torpes cargas de la caballe­

192 193
u
ría contra la infantería, en este caso la infantería Sabem os que en tiem pos de Jacques Van Artevel-
de las ciudades. ik\ bataneros y tejedores lucharon a m uerte en 1345.
En todo caso, al m enos durante algunos años, lacques debía ser asesinado unos dos m eses más
la antigua élite patricia debió dejar paso, en la ma­ larde, con ocasión de un m otín organizado, esta
yoría de las cancillerías flamencas, a representantes vez, por los tejedores. Pero la revancha de los ba-
del estrato más elevado del común, prom ovido de laneros sonó el 13 de enero de 1349. Los tejedores,
esta forma al rango de nueva élite. va puestos fuera de com bate poco antes en Brujas e
Sin duda por contagio, estallaron revueltas en los Ypres, fueron destrozados en Gante, y, según Gilíes
principados vecinos (Brabante, Lieja, etc.). A partir I e Muisi, habrían sido 6.000 las víctim as.
de 1302 en Bruselas, en 1312 en Lieja, hubo saqueos Los bataneros vencedores no accederían, sin em­
y algunos asesinatos. Pero, al m enos en Brabante, bargo, al rango de élite tal com o am bicionaban.
sin éxito para los gremios. A partir de 1350 los tejedores supervivientes los ex­
La victoria de los profesionales flamencos, más terminaron, poniendo fin por mucho tiem po a su
precisam ente de los más poderosos, no podía ser du­ influencia. En resumen, contra las élites formadas
radera. Menos quizá debido a las acciones de la an­ por los vencedores de tejidos no había m ás que los
tigua élite que no habría renunciado a su revancha, oficios influyentes y considerados, com o el de los
que al desacuerdo entre los artesanos relativamente tejedores que tuviesen alguna posibilidad de parti­
acomodados. cipar en el gobierno de las ciudades.
El sentim iento del interés común de todos los ofi­ Hay en ello un segundo impulso, com o una se­
cios era echado por tierra por la rivalidad entre gunda élite burguesa que desea un puesto junto a
éstos (bataneros contra tejedores, trabajadores de la élite patricia, con el doble título de la dominación
la industria textil urbana contra artesanos rurales, económ ica y la dirección de los asuntos de cancille­
etcétera). ría. Una vez servida, la segunda élite puso trabas a
Cada oficio, celoso de sus privilegios, tiende ya la concurrencia de los oti'os oficios. De esta forma,
hacia la cristalización, la esclerosis, la lim itación del en Gante, desde 1369, había en el tribunal urbano
número de m iem bros. Los artesanos de rango supe­ tres escaños para los poorters, cinco para los teje­
rior desean ya reservar los puestos de la cancillería dores y cinco solam ente para todos los otros oficios,
y los m ejores dentro del oficio, a sus propias fami­ seguros de estar casi siem pre confinados en la mi­
lias. En resumen, esta élite que ha logrado sus fines, noría.
desea inmediatamente bloquear en lo sucesivo la En el Imperio, las revueltas ciudadanas serían
circulación de las élites, im pedir toda promoción más bien ejem plos de una división de las élites que
social para los demás. favorece el acceso de otras nuevas.
La historia de Gante, bien estudiada por H. Van La gran división política del país tuvo tales reper­
Werveke, muestra la alianza de los bataneros — siem ­ cusiones que la evolución fue muy diferente de una
pre mal avenidos con los tejedores— y los ricos ciudad a otra. Podem os reconocer som eram ente
poorters contra los tejedores. Ello, de 1319 a 1337. tres oleadas de levantam ientos de los gremios. La

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primera, hacia 1300; la segunda, que les permitió mi puesto en la adm inistración urbana. Las revuel­
el acceso a los asuntos de la ciudad, a título tem ­ tas y expulsiones no fueron ellas ni m uy graves ni
poral o no, y que se sitúa a partir de 1327; la ter­ verdaderamente frecuentes.
cera, a m ediados del siglo xiv, época en que los En conjunto, podem os distinguir tres grupos en­
desórdenes se generalizaron. En algunas ciudades, tre las ciudades del Im perio. Las del Suroeste, que
com o Zurich o Estrasburgo, el «patriciado» urbano debieron tener, según H. Planitz, un aspecto «demo­
no era burgués en su totalidad; nobles y plebeyos crático», excepto en Colonia hasta 1396, y ello por­
se codeaban en él, envidiándose y haciéndose frente. que la élite patricia era allí excepcionalm ente cohe­
Ahora bien, en Estrasburgo los nobles eran bastante rente. Los gremios debieron lograr una victoria
num erosos y representaban la m ayor parte de los com pleta en Magdebourg, Spira, etc. Mitigada (por­
magistrados (Ph. Dollinger). H asta tal punto, que que los grandes burgueses conservaban un peso im­
los grandes burgueses se aliaron en esta ciudad portante en el consejo urbano) en Estrasburgo, Fri-
con los gremios en 1332, com o consecuencia de una burgo, Bale, Worms, etc.
disputa cualquiera. N o es necesario advertir que los Así, pues, fue posible la aparición de una élite
artesanos fueron utilizados, com o m asa de maniobra, nueva en estas regiones suizas, alsacianas, suabias.
com o un medio de presión que hiciera posible que Un segundo grupo, poco duradero, es el de algu­
los grandes burgueses dom inasen al fin en Estras­ nas ciudades com o Constanza, Haguenau y, sobre
burgo. todo, Viena, donde grem ios y antigua élite se encon­
Por una fatal inversión de las alianzas, tras los traron em patados en el consejo. Era una situación
progrom s de 1349, los gremios hicieron causa co­ tan inestable que, antes o después, uno de los dos
m ún con la nobleza. Un m otín devolvió el poder a debía inclinarla a su favor.
los nobles, que no dejaron a los artesanos más que Por últim o, el tercer grupo es el de las poderosas
una porción congrua... ¡y la situación iba a durar ciudades hanseáticas del Norte. Hacia 1400, al con­
hasta 1789! trario que muchas otras ciudades germánicas, los
Por el contrario, en Zurich los nobles no dom ina­ grandes com erciantes, a despecho de algunas violen­
ban a la gran burguesía. De esta form a el levanta­ cias y algunas concesiones muy pasajeras a los gre­
m iento de 1356 fue allí un m ovim iento de los arte­ m ios, lograron impedir la aparición de una nueva
sanos contra ésta al m ism o tiem po que contra
élite dirigente (cf. infra, pág. 183).
aquéllos. Las revueltas, que se prolongaron debili­
tando el poderío económ ico de la ciudad, no aporta­ Las ciudades italianas ofrecen un aspecto un tan­
ron más que satisfacciones ilusorias a los arte­ to diferente. La antigua aristocracia de los m agnati
presente y m ucho tiem po poderosa en num erosas
sanos.
Pero Zurich, com o Estrasburgo, es un tanto ex­ ciudades, no había podido ser contenida ni roídos
cepcional. En la m ayor parte de las demás ciudades sus poderes por la gran burguesía negociante — el
del Imperio, los gremios no fueron tan hostiles a popolo grasso— más que con la ayuda del popolo
las antiguas élites en presencia; se conform aron con m inuto, com puesto por numerosos artesanos, una
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parte de los cuales era acomodada, e incluso muy uno sangriento hacia 1340, pero m ostró únicamente
rica. el temor de los grandes com erciantes ante la posi­
Es sabido que posteriorm ente la discordia fue fre­ bilidad de una alianza entre el dogo y ios artesanos.
cuente entre los dos grupos de popolani, ya que los No fue únicam ente en Venecia donde los grand
grassi imponían una pesada dom inación económ ica negociantes intentaban cerrar la entrada a los que
a los demás habitantes, a los que despreciaban mu­ iban llegando, artesanos acomodados, y su acceso al
chas veces, m ientras que los m inu ti reclamaban, sin rango de élite nueva. A veces, sin embargo, como
gran éxito, su participación en la adm inistración de en Siena, habían concedido su puesto, desde 1280, a
la ciudad. los artesanos más ricos de tal forma <£e
Cada vez que la situación exterior era turbulenta, tos inferiores, m anipulados por los nobles, tos jetes
la oligarquía de com erciantes, dirigente y dominan­ de artes menores, e incluso com erciantes uvales de
te a un tiempo, debían hacer frente a reivindicacio­ algún com petidor, no eran mas que una masa ele
nes, a veces a revueltas. Ello hacia 1300. apoyo cuyos intereses no defendía nadie.
Venecia ofrece el ejem plo de una ciudad en que En 1315 hubo com bates callejeros para jugarles
la división de la élite dirigente suscitó m ovim ientos una m ala pasada a los Salim bene com petidores de
populares destinados, por otra parte, a fracasar. los Tolom ei. Tres años m ás tarde el señorío tue
Desde 1297 el gobierno estaba exclusivam ente en ma­ invadido; el m ovim iento iba esta v e z dirigido con­
nos de la oligarquía, tras haber perdido sus poderes tra los ricos artesanos que constituían la nueva élite.
la asamblea del pueblo y haberse «cerrado» el gran Por el contrario, en Génova, a finales del siglo x m
consejo a los recién llegados. Unas doscientas fam i­ y en los años 1300, las revueltas tuvieron mas bien
lias monopolizaban todos los puestos. El señorío, un carácter antinobiliario y permitieron la llegada
así com o el dogo, no eran sino la representación, los de una nueva élite dirigente, en este caso formada
agentes ejecutorios de los m iem bros de la élite. Así
las cosas, en 1299, una conjuración, un m ovim iento POYag lcon o cem ó ria SefSragilidad del sistem a político
«popular» dirigidos contra el dogo fracasaron. eenovés a consecuencia de las rivalidades en gueltos
¿Por qué? Es muy significativo que el grueso de la V gibelinos. Así, pues, fueron los popolani. pero so­
población, a pesar de estar excluido de los asuntos bre todo los de la poderosa aristocracia mercantil,
públicos, sostuviese a la oligarquía. Los conjurados los que arbitraron las entre los D ona y
q u e r e lla s

no eran en modo alguno la representación del «pue­ los Spinola, nobles gibelinos, y los Grimaldi y los
blo», habían sido m anipulados por poderosas fami­ Fieschi, nobles güelfos. En 1339 un motín de mari­
lias que, a pesar de su riqueza, estaban, sin embar­ nos y obreros de la seda expulso a todos los nobles
go, excluidas del gran consejo. En sum a, algunos güelfos y nombró señor vitalicio a un gibelino, Si­
patricios no pertenecían más que a la élite dom i­ món Boccanegra. De esta forma, la antigua élite
nante y estaban excluidos de la élite política. Más noble, con s u s debilidades, había permitido al m ism o
tarde otros com plots opondrían de igual forma sola­ tiem po el acceso de una elite nueva al poder y el
m ente a algunas facciones patricias enem igas. Hubo prime? señorío personal de la historia italiana que

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iba muy pronto, y en general apoyado por los estra obreros), todo aquel que ejercía una profesión no
tos inferiores, a conocer tantos ejem plos y a menudo organizada en oficio estaban excluidos del término.
tras una época de revueltas. En su acepción m enos restringida, el popolo flo­
_El caso de Florencia es también perfectamente rentino comprende, pues, el conjunto de las artes
bien conocido. En principio, los grandes burgueses ( oficios organizados), precisándose que los dere-
y los artesanos de envergadura obtuvieron aquí el i líos de los m iem bros ( = so tto p o sti) tenían poco
triunfo antes que en otras partes. En 1284 ya había peso frente a los de los «patronos» en las doce artes
organizado un Consejo Municipal en el que los ar­ principales. Estas artes, base de la estructura polí­
tesanos tenían la posibilidad de expresarse al m ism o tica de Florencia desde 1284, se dividían en varios
tiem po que los nobles — los ma.gna.ti y los popolani grupos. Siete artes m ayores, entre ellas el Arte di
(los únicos grandes burgueses de hecho)— . En rea­ Calimala, para la lana; el Arte della Seta, para la
lidad, los «pequeños» artesanos no eran considera­ seda; el de las telas, el de los cam bistas, etc., for­
dos por la alta burguesía más que com o un sostén maban el popolo grasso. Los grassi que acaban de
ocasional. llegar al poder en 1284 y años siguientes, son los
Entonces comienza lo que se llama el régimen del hom bres más ricos, los que han logrado unir la gran­
«Segundo Pueblo». Menos de diez años después, los deza a la fortuna.
nobles fueron elim inados después de un m otín y Entre estas nuevas fam ilias, ya no solam ente do­
desde entonces no serían más que ciudadanos de m inantes, sino dirigentes, se encuentran los Peruzzi,
segunda clase. los Acciaiuoli, los Álberti, los Albizzi, los Strozzi, los
El noble Giano della Bella había am otinado a las Pitti y los Médicis, que alcanzarán su apogeo en los
gentes de los grem ios y afirmaba que quería con­ siglos que siguen.
ceder también un puesto incluso a los pequeños ar­ Por debajo, cinco artes m edios, entre los cuales
tesanos. el de ropavejeros, lenceros, sederos y, también, car­
Pero algunos lo abandonaron y tuvo que exiliarse. niceros. Los m aestros son hombres ricos, e incluso
Se le reprochaba, com o ocurre frecuentem ente en bastante ricos, que, frente al gobierno exclusivo de
tales casos, no haber cum plido sus prom esas. los hom bres del popolo grasso, disponían en el seno
La historia de Florencia es la que m ejor permite de cada arte medio creado después del levantam ien­
poner el dedo sobre lo que el término popolo tenía to de 1250, al igual que los artes m ayores, de una
de diferente respecto a nuestro pueblo. m ilicia y un consejo.
Unas veces el térm ino no designa m ás que el es­ Más pronto o más tarde, los artes m edios reivin­
trato superior de la población ciudadana, es decir, dicarán un lugar en el gobierno y tendrán fuerza
el popolo grasso, form ado por la alta burguesía ne­ suficiente, sin duda, para hacer presión y llegar a
gociante, la nueva élite dirigente o política desde su vez al rango de élite dirigente. Por últim o, los
1284. Otras veces se toma el p opolo en su m ás am­ nueve artes m enores form ados después de 1288-1289
plio sentido, pero no comprende a todo el pueblo, y que comprendían a los comerciantes de vinos, sal,
no es admitida en un oficio (vg., cierto número de aceite, quesos, panaderos, curtidores, etc. Si en prin­
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cipio es de los artes de donde emana el gobierno, en i i ; i barrera, es decir, sobre todo en Italia, por el

lo sucesivo, de hecho, los grassi han cogido y con nulrario, esta élite dom inante y dirigente a un
servado todos los puestos importantes. Mediante ii. inpo sólo dejó sitio en pocas ocasiones, junto a
una legislación dura, pero eficaz, se las arreglarán . Iln o debajo de ella, a ima segunda élite dirigente,
para impedir durante mucho tiem po a los maestros i.iiubién burguesa, acom odada o incluso rica, tam-
de otros artes la prom oción al rango de élite diri Itién reclutada entre los m iem bros de los estratos
gente (los artesanos eran vigilados estrechamente Hitados inm ediatam ente debajo de ella y que ya
con el pretexto de vigilar de cerca la buena cali­ fia n , aunque sólo hasta cierto punto, una élite do­
dad de sus productos). minante.
Los grandes com erciantes florentinos opusieron, Será una coyuntura nueva lo que podrá aportar
pues, obstáculos a la promoción de nuevas élites. modificaciones posteriorm ente a esta situación, a
Pero estuvieron frecuentem ente de acuerdo con los este bloqueo de la circulación de las élites, incluso
m aestros de otros artes para m olestar la promoción de la prom oción social. Pero no en todas partes ni de
social en un escalafón más bajo, im pidiendo el acce­ Iorina duradera.
so a los consulados — los cónsules eran los jefes de
los artes— a los so tto p o sti.
Ello podía revelarse a largo plazo, tanto más pe­ B) Tentativas de una élite contra
ligroso cuanto que la ciudad estaba desgarrada entre la élite política
las dos tendencias güelfas, entre los Blancos y los
Negros. Estos fueron vencidos en 1304 y Dante exi­ Cuando los grassi italianos arrancaron el poder
liado. A pesar de estos éxitos, la élite en presencia político a los nobles de las ciudades, lo que se esta­
tem ió sobre todo una alianza entre los partidarios ba planteando era el problema de las crisis debidas
de los Negros y las gentes de los oficios excluidos a la división de las élites. En las páginas que siguen
del gobierno. Sin embargo, sólo los artes m edios vam os a abandonar las Ciudades-Estado para inte­
iban a marcar algunos puntos, pues los grassi logra­ resam os por cuadros políticos más am plios, los
ron aguantar la tem pestad, durante el señorío de grandes reinos de Occidente. Al faltarnos espacio,
Gautier de Brienne (1342-1343), reclamado com o ár­ no daremos más que algunos ejem plos franceses, los
bitro entre las facciones y que se presentaba, al más célebres.
m enos en apariencia, com o el hombre de los artes Al intentar dar una imagen de Etienne Marcel,
m enores. Un m otín que reunía sobre todo a tin to­ unas veces se hace un retrato poco favorecedor; el
reros y cardadores, incendió decenas de palacios de un orador demasiado hábil, demagogo, que ma­
patricios, pero fue sofocado. nejaba algo excesivamente a las m ultitudes y que
Si nos colocam os poco antes de la peste negra debería acabar com o un traidor, ya que su confabu­
de 1348-1350, vem os que si el estrato superior de lación con Carlos el Malo era, sirviéndose de terce­
la burguesía había obtenido éxitos contra los nobles, ros, una colusión con los invasores ingleses. Un trai­
allí donde éstos representaban para ellos un peligro, dor a su país y aún m ás a su rey.
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En otras ocasiones, y ésta fue la moda entre los ción que un pretexto para la política jacobina de
historiadores sensibles a la ideología de 1789, se un poder «fuerte».
coloca el preboste de los com erciantes en el pinácu­ ¿Quiénes fueron los primeros que sostuvieron a
lo, viéndose en él al adversario encarnizado de la Etienne Marcel? ¿Algunos descontentos sinceros o
monarquía absoluta (que no existe aún, sin embargo am biciosos? (este últim o térm ino no se tom a forzo­
en este siglo xiv), de los oficiales derrochadores, aí sam ente en sentido peyorativo). Es inútil subrayar
defensor de la burguesía frente a la insolente noble­ cuán num erosos eran los m otivos de descontento
za, imbuida de sus privilegios. Ninguno de estos justificado; mala situación económica, pesadez de
retratos contradictorios tiene un parecido com pleto. las cargas fiscales, redundancias diversas de los fra­
Lo que está comprobado es que el preboste de los casos m ilitares y de la captura de Juan el Bueno.
com erciantes no anuncia en absoluto la Revolución Al principio de 1357 la influencia del preboste y el
de 1789. En m uchos aspectos es un sim ple subleva­ obispo de Laon, Robert Le Coq, era preponderante
do, ya que se vuelve más bien hacia el pasado. en los Estados, que exigieron la elim inación de con­
Sus críticas contra el desbarajuste reinante, agra­ sejeros reales procedentes de fam ilias de altos no­
vado por los desastres m ilitares, su deseo de con­ tables y acusados de todas las faltas posibles. Esto
trolar la monarquía, sobre todo en el aspecto finan­ es característico a través de aquel que es durante
ciero, su reivindicación del consentim iento de los cierto tiem po su portavoz; la gran burguesía comer­
Estados para la recaudación de im puestos estaban cial de París hace saber que ya no quiere ser élite
en principio, ciertam ente, muy justificados y ello dirigente únicam ente de la ciudad de París y de su
produce una m úsica «moderna». Pero si en 1789 área económ ica, sino que desea suplantar a la élite
Francia no era aún objeto de ninguna amenaza exte­ política que dirige entonces el Estado; dicho de otro
rior grave, ¡no era así en absoluto después de lo modo, la élite de los notables con cargos oficiales.
de Portiers! No debe olvidarse que si el poder de la La gran ordenanza del 3 de marzo de 1357, junto
monarquía ha ido reforzándose casi continuam ente a las disposiciones sobre el control de las finanzas
en Francia es precisam ente porque — R. M ousnier ha m onárquicas, era tanto com o una invitación a la re­
insistido en ello a propósito del siglo x vn — Francia vuelta.
ha sido, a lo largo de la historia, un país excepcio­ ¿N o proclamaba, en caso de desfallecim iento de
nalm ente amenazado. la autoridad legítim a, que los franceses tenían el
Particulannente en aquellos años de 1355-1358, en derecho de «reunirse... para resistir(le)» e incluso
los que, lejos de ser «tiránico», el poder real era de contestar con la fuerza a la fuerza pública? Otras
dem asiado débil, mal obedecido. Reforzar contra él disposiciones se orientaban a atraerse al preboste
el poderío de las ciudades, querer unir a éstas en de los com erciantes, que, en razón de su cargo, tenía
una Liga, como pretendía Etienne Marcel, no son carta blanca sobre todo el comercio y artesanado
más que utopías análogas a las utopías girondinas de la capital, la sim patía de las gentes de los oficios
de los tiem pos en que la Revolución se verá amena­ —que no excluían, igual que en los dem ás sitios,
zada por una coalición, que será m ás una justifica­ a los grandes com erciantes...— e incluso la de los
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marginales. Se habían publicado medidas para la viesen de medio de presión a la gran burguesía co­
protección de las «pobres gentes». Por otra parte mercial, cuyos designios no estaban en m odo algu­
desde el 19 y 20 de enero precedentes Etienne Mar- no dirigidos hacia el pasado.
c ' Para Protestar contra un nuevo cambio de las Sabem os que poco a poco, en parte a causa de la
monedas (expediente habitual... y siempre impopu­ habilidad del regente, el futuro Carlos V, en parte
lar de los gobiernos con dificultades) había organi­ a causa de la alianza del preboste, que hizo a pelo y
zado ya una huelga general de las gentes de oficios a lana, con los Jacques (nueva m asa de m aniobra de
y no había dudado al «ordenar para toda la ciudad la que Etienne deseaba servirse) en parte, por últi­
que cada uno se armase». mo, a causa de la impopularidad de su otro aliado,
Sabem os que el 28 de febrero de 1358 el preboste Carlos el Malo, al que la opinión reprochaba sus
para intim idar al delfín, lanzaría a tres mil artesa­ acuerdos con el invasor (el sentim iento nacional,
nos al asalto de la mansión real, que asesinaron a que estaba apareciendo, obra contra Marcel) Etien­
dos mariscales y obligaron a Carlos a que se pu­ ne perdió la mayoría de sus aliados, unos tras otros.
siera el gorro con los dos colores de París. Incluso una parte de la gran burguesía negociante
¿ Hay que ver en esta hum illación del poder real lo abandonó y estuvo en el origen de su asesinato
Ua ?n0tín .“diriSiJdo,> ,a Prefiguración de la jor­ el 31 de julio de este año de 1358. Una vez conside­
nada del 20 de jum o de 1792? En m odo alguno; ya rados todos los puntos, dio prioridad a su lealtad
que la mayoría de estos sublevados estaban im pul­ m onárquica y su odio hacia los ingleses que saquean
sados por sentim ientos «reaccionarios». Querían las regiones cercanas, sobre el deseo de convertirse
volver como si fuese posible remontar el paso del a su vez en élite política.
tiempo — a las instituciones y al gobierno de la En lo sucesivo, la m ayoría de los burgueses nego­
época de San Luis, quien seguía siendo tan popular ciantes se desinteresarán de la participación activa
que la mentalidad colectiva conservaba hasta un en el gobierno m ism o, salvo excepciones, claro está.
punto increíble la nostalgia de su reinado Prescindiendo de los cambistas-banqueros, que en
Pero no era únicam ente en las filas de los artesa­ el siglo siguiente pasarán de su banco a los oficios
nos y los marginales sublevados en donde se deseaba financieros de los Valois, la élite de los notables era
retornar ai pasado. Etienne Marcel obtuvo el apoyo al m enos tan victoriosa com o el regente Carlos.
de algunos nobles que no formaban parte de los A pesar de que una corriente «reformista» iba,
notables y que eran, por consiguiente, hostiles a la sin embargo, a m antenerse en Francia, y particu­
ente política en ejercicio. larm ente en París, hasta el proconsulado de Bedford,
Estos nobles deseaban continuar la acción em ­ sí hubo revueltas en m uchas ocasiones, com o en
prendida otrora por sus padres, tras la m uerte de 1380-1382. La alta burguesía comerciante no tuvo en
heJipe el Hermoso, detener el consejo real con el ellas un papel preponderante, tanto más cuanto que
deseo de lim itar seriam ente el poder del soberano, el prebostazgo de los com erciantes había sido supri­
rero, en ultima instancia, lo más notable es que m ido a consecuencia de los disturbios de principios
todos, nobles, artesanos m odestos y marginales, sir­ del reinado de Carlos VI. Pero otro estrato deseó, a
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principios del siglo xv, acceder al rango de élite di­ Como bajo Etienne Marcel, los Estados, reunidos
rigente. Fue bien visible en los tiem pos en que las en enero de 1413, sirvieron de tribuna para las inci­
querellas entre Armagnacs y Borgoñones, de natu­ taciones a la revuelta, y aún más cuando a su vez
raleza parcialm ente política, agitaron la capital. Fue­ exigieron el despido de los consejeros reales juz­
ron entonces los carniceros los que tom aron el rele­ gados dilapidadores del erario público, según la tác­
vo de los pañeros de mediados del siglo prece­ tica que ya había dado pruebas de utilidad.
dente. Como m ás tarde Luis XVI, el gobierno comenzó
Gentes muy ricas, los Saint-Yon, los Legoix, los cediendo, luego volvió a llamar a m uchos de sus
Guerin, etc., especulaban con la carne, cuyo consu­ consejeros impopulares, entre los cuales al preboste
mo aumentaba en París com o en las demás ciudades. del prebostazgo y vizcondado, Pierre des Essarts.
Tienen num erosos criados, com prendidos los deso- Esta fue la señal para la sublevación.
lladores, son influyentes y no sufren, ¡claro está!, El prebostazgo de los comerciantes, restablecido
las crecientes dificultades m ateriales com o la m ulti­ hacía poco tiempo, tuvo que admitir que le arran­
tud de pobres gentes, parados, emigrados, etc., a casen en una m anifestación conducida por los carni­
los que les será posible am otinar para servir a sus ceros la m ovilización de las m ilicias de barrio (27 de
propios designios. abril de 1413), que hacen pensar irresistiblem ente
Sus deseos están claros. Los carniceros no en­ en las secciones de la Revolución. Si no pudo ser
cuentran la consideración social a la que aspiran tomada la Bastilla, donde se había hecho fuerte
(ni siquiera son considerados com o una élite domi­ Pierre des Essarts, unas veinte mil personas, según
nante), sufren por ello y, com o com pensación, de­ los cronistas, invadieron el hotel de Guyenne, en la
sean tomar parte en las decisiones políticas que calle Saint Antoine, donde residía el delfín Luis. En­
interesan no sólo a la ciudad, sino a todo el país. tre los m anifestantes había universitarios, com o Pie­
En la tensión creciente que domina París, sobre todo rre Cauchon.
desde el asesinato de Luis de Orleáns el 23 de no­ Cogieron a unos quince personajes y durante toda
viem bre de 1407, m ientras llegaban de nuevo los la noche se dedicaron a la caza de Armagnacs con la
peligros exteriores, era fácil inflamar los ánim os de benevolente neutralidad del duque de Borgoña, que
las m ultitudes parisinas, algo parecido a lo que ocu­ protegía bajo mano al jefe de los revoltosos, Simón
rrirá durante la Revolución. Al m enor rumor, ante Caboche, «ese innoble desollador de animales», como
la aparición del m enor agitador, los parisinos pobres escribe el Religioso de San Denis.
o m odestos se daban cuenta de que eran agitadores. Hasta julio, m otines y arrestos o crím enes fueron
A partir de 1411, las m anifestaciones callejeras, los casi diarios, tanto m ás cuanto que el control del
islotes de insurrección, se m ultiplicaron. EÍlo se de­ m ovim iento parece habérsele ido de las m anos a
bió más que nada a que Juan Sin Miedo, para obte­ Juan Sin Miedo. Sin embargo, estos desórdenes se­
ner — como obtuvo— el apoyo duradero de los pari­ guían siendo útiles a su partido, que por otra parte
sinos contra los Armagnacs, m ultiplicó las prom esas había elaborado la excelente ordenanza que se llamó
demagógicas con pretextos reform istas. despreciativam ente «Ordenanza cabochiana».
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Además de los artículos destinados a simplificar
la adm inistración, comprendía esta ordenanza un
pequeño número de disposiciones en favor de los
pobres (contra los abusos de derechos señoriales, del
de clases, contra las incoherencias de justicia, etc.).
Igual que al final del Terror, la población acabó
cansándose de las continuas violencias, y los arte­
sanos que habían ayudado al principio a los revol­
tosos se inquietaron ante el profundo marasmo de
los negocios.
Poderosos burgueses, que apenas habían obrado III
hasta entonces, se agregaron a los Armagnacs, con­
ducidos por Juan Jouvenel des Ursins, abogado LOS LEVANTAMIENTOS LIGADOS
del rey. A LA COYUNTURA
Hubo m anifestaciones contra el Terror. El 4 de
agosto una contram anifestación conducida por los
carniceros fracasó calam itosam ente, y los Arma­ Muchos levantam ientos no ponen en tela de juicio
gnacs, de vuelta a París, organizaron una durísima la sociedad y sus fundam entos, com o los milenaris-
represión, que explica en parte la potente vuelta tas, ni provienen del deseo de tal o cual estrato de
de los Borgoñones unos cinco años m ás tarde. m ejorar su clasificación en la jerarquía social para
Así, pues, en 1418 ya no se hablará para nada de intentar acceder al rango de élite o por otro mo­
Caboche..., convertido en oficial del duque de Bor- tivo. Se trata de los «terrores» cam pesinos, así como
goña. La sublevación dirigida por el siniestro ver­ de los m ovim ientos urbanos animados por los estra­
dugo Capeluche sólo sirvió a los intereses políticos tos inferiores; es decir, sobre todo por los oficiales
anglo-borgoñones y muy poco a las aspiraciones de y aprendices. Al referirse a estas categorías, se habla
los carniceros. Estos finalmente habían fracasado en a m enudo de revueltas contra la miseria.
sus am biciones. Se quedaron en am otinados poten­ En parte es muy cierto, aunque insuficiente, sobre
ciales, no llegaron a constituirse en nueva élite di­ todo porque los actores pueden intervenir ya como
rigente, ni política ni de otro tipo. pobres, ya como explotadores agrícolas o com o asa­
Basta con decir que los notables siguieron siendo lariados, e incluso tam bién como súbditos de un
la única élite política francesa. El final de la Guerra príncipe o del rey, o bien en tanto que habitantes
de los Cien Años no cambiaría nada; la monarquía de una ciudad.
autoritaria de Carlos VII y de Luis X I, tampoco. La revuelta estalla, es sabido, cuando lo que hasta
entonces se había aceptado, soportado, se ve de
pronto com o algo que se hace inaceptable, insopor­
table. Entonces las tensiones sociales, inherentes a
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toda vida en sociedad, se transforman en conflictos coyuntura política, que conocieron algunas regiones
abiertos, brutales, violentos. e incluso reinos enteros, en primer lugar el de
¿Representa esto que de esta forma se pone en Francia.
tela de juicio todo el orden social? Los hombres que Guerras civiles y extranjeras perturbaron la circu­
se ponían en huelga a finales de la Edad Media no lación de hombres y bienes, causaron destrucciones,
soñaban forzosam ente en mayor medida que mu­ hambres, oleadas de población en éxodo, una sensa­
chos de nuestros contem poráneos con una transfor­ ción de inseguridad. De ahí la necesidad que tenían
m ación social com pleta. Asimismo, cuando pasaban los Estados, ciudades, principados, reinos de procu­
de la huelga al m otín, luego al levantam iento, se rarse más numerario para llevar a cabo la guerra.
convertían en sublevados, no en revolucionarios. Pero m ientras la mayoría de la población dispone
En general se trata aquí de sublevados en toda de m enos recursos, la fiscalidad se refuerza, se en­
la extensión de la palabra, es decir, de sublevados durece, se hace cada vez más difícil de soportar, y
particularmente «reaccionarios», con la vista puesta por ello cada vez más impopular.
en el pasado y en la vuelta a un estado antiguo, Si no podem os afirmar, fuera de esto, que hubo
considerado com o m enos difícil, soportable. Así, una especie de cam bio de la coyuntura clim ática,
pues, es la coyuntura la que está en causa, coyuntura podem os seguramente hablar de un giro de la co­
económ ica, social, política, etc. yuntura sanitaria. ¡Y qué giro! Las epidem ias fue­
El siglo xiv y el principio del siglo siguiente fue­ ron num erosas y muy mortíferas, la peste negra en
ron testigos de num erosas revueltas porque a una particular.
fase A, de expansión económ ica de larga duración, Al referirnos a determ inados levantam ientos, no
le sucedió una fase B, de depresión, iniciada por la basta, sin embargo, con decir que estaban ligados
crisis cerealista de 1315. a la coyuntura. Si el aum ento de los im puestos es­
Hubo, pues, un giro en la coyuntura económ ica taba ciertam ente ligado a ella, su principio está
que iba a prolongarse, al m enos en algunos sectores, ligado al desarrollo del Estado, el cual es evidente­
cerca de siglo y m edio, de donde consecuentem ente m ente un hecho de estructura. Así, pues, todo levan­
una mala coyuntura social, primero en algunas zo­ tam iento que, confusam ente o no, pone en tela de
nas agrícolas, maltratadas por el duradero bajo pre­ juicio al m ism o Estado, es al m ism o tiem po un
cio de los cereales y que no se dedicaban a otros «terror» ligado a la coyuntura y a la estructura. Pero
cultivos que sí que eran remuneradores, luego en la no ocurre lo propio con los demás.
ciudad, donde el frecuente marasmo de los negocios
en algunos sectores (cf. el textil en las grandes ciu­
dades de los Países B ajos) hizo bajar el nivel de vida 1. LOS FURORES CAMPESINOS
de las más hum ildes y les dio una sensación de
precariedad de sus recursos. Las revueltas rurales no están aisladas, com o es­
Esta coyuntura social se volvió aún peor por las cribe R. Mousnier: «los campesinos se sublevan
dificultades políticas, es decir, por un cambio de junto a otros muchos y tras muchos otros». Es pre­

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ferible, sin duda, desconfiar de llamar jacquerías a casi todos los lugares actualm ente habitados habían
todas estas revueltas. Este término no se remonta salido ya de la tierra. Si en aquel m om ento se subía
m ás que al siglo xrv francés, y todos los movimien­ al campanario del pueblo, podían ser vistos otros
tos de labradores no tuvieron las m ism as causas, el m uchos campanarios.
m ism o aspecto, el m ism o desarrollo que la Jacquería ¿H asta qué punto la mejora de la suerte de los
de la Isla de Francia en 1358. En particular, el as­ cam pesinos, la dism inución de la servidum bre en
pecto antinobiliario no se da por todas partes. muchas regiones, sobre todo en los siglos x n y x m ,
En todo el período anterior a 1300, es en lo rela­ son el resultado de m ovim ientos concertados y, por
tivo a los levantam ientos cam pesinos sobre lo que otra parte, no siem pre violentos? Los historiadores
estam os peor inform ados. Engels, en su Guerra de aún no han hecho un recuento de éstos. Pero veamos
los cam pesinos, deja entrever que «la oposición re­ un ejem plo tomado de Marc Bloch: En 1250-1251,
volucionaria contra el feudalism o prosigue durante los siervos de Orly, al sur de París, se negaron a
toda la Edad Media». Pero «la oposición campesino- pagar una talla que los canónigos de N uestra Señora
plebeya» habría aparecido «según las circunstancias, de París habían decidido imponerles. Eran aún los
unas veces bajo un aspecto m ístico, otras como una tiem pos de la «talla arbitraria», en cantidad y perio­
herejía descarada, otras en forma de insurrección dicidad no determinadas.
armada». Sería realmente desconocer la mentalidad Algunos villanos de los burgos vecinos vinieron en
medieval el ver, ante todo en los m ovim ientos m ís­ ayuda de los recalcitrantes y muy pronto dos mil
ticos y las herejías, la expresión de una oposición rurales estuvieron «ligados» contra sus señores.
cam pesina —y urbana— a la sociedad entera; esto El capítulo catedralicio hizo aprisionar entonces
no es cierto más que durante las em ociones milena­ a dieciséis cabecillas, pero Blanca de Castilla inter­
ristas. vino. Respondiendo a la llamada lanzada por los
El mundo rural no ha vivido más de un milenio hombres de Orly, ofreció el arbitraje de los tribu­
en estado de secesión social. Durante la primera nales reales.
Edad Media hay pocos testim onios escritos sobre Después de m uchas negociaciones, los canónigos
los furores. Los grupos cam pesinos eran dem asiado se vieron obligados a abandonar su derecho a im­
pequeños, estaban dem asiado aislados unos de otros poner la talla arbitraria y, en 1263, incluso la ser­
para que pudiese estallar un furor y desarrollarse vidumbre fue abolida en Orly.
geográficamen te. Si, al contrario que la Antigüedad, la Edad Media
Sabem os que las condiciones cambiaron mucho a no conoció guerras «civiles», no fue únicamente
partir del año 1000, de la roturación, del crecimien­ porque los siervos eran muy distintos de los escla­
to demográfico y económ ico, una de cuyas princi­ vos antiguos y que su condición era incomparable­
pales características fue precisam ente una circu­ m ente m enos penosa. Ello se debe también a que
lación cada vez más activa de hom bres, bienes e príncipes y reyes, lejos de ser sim ples agentes eje­
ideas, de tal manera que, hacia 1300, el mundo occi­ cutivos de la «clase dirigente y explotadora», supie­
dental se habrá transformado en un «mundo lleno», ron ser muchas veces verdaderos árbitros entre los
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estratos sociales. Por otra parte, m uchos señores frente de sus renteros, ya por haberse quedado en
comprendieron que tenían interés en autorizar el su país, ya por haber regresado a él secretam ente.
rescate de la servidumbre y los derechos arbitrarios. En determinada región el campesinado no se sub­
Al m enos en la mayoría de las regiones. levó en su totalidad, o al m enos así lo parece. Lo que
Si la docum entación es abundante en citas de fu­ entenderem os por furores cam pesinos serán de he­
rores cam pesinos únicam ente a partir del siglo xiv cho furores en los que los cam pesinos componían
no es por casualidad, sino porque la baja coyuntura la m ayor parte de los efectivos sublevados y en los
que se inicia entonces fue una de las causas mayores que las causas del levantam iento afectaban sobre
de estos «terrores». todo, al m enos al principio, al m undo cam pesino.
Su esquema general, que volverá a darse en la Así, pues, hablaremos poco sobre los m ovim ientos
época moderna, es sencillo, idéntico tanto en el es­ en que los aldeanos han servido, desde el principio,
pacio com o en el tiempo. de m asa de maniobra a otros estratos sociales.
Se trata de una explosión súbita, inesperada, des­ Algunas dificultades propias del cam pesinado ha­
tructiva y casi siem pre muy breve. Sin embargo, bían aparecido desde antes de 1300, es decir, sin
plantea muchas preguntas. En primer lugar, la de esperar el final de una larga fase de alta coyuntura.
su extensión. ¿Tuvo o no varios epicentros; dónde Se debían en particular a la superpoblación del cam­
y cóm o se propagó? po, casi general a finales del siglo x m .
Excepto, quizá, para el levantam iento inglés de Otras eran peculiares de tal o cual país. En Ingla­
1381, no se ha buscado, como para el Gran Miedo terra, las relaciones entre renteros y «lords», sobre
todo los eclesiásticos, se habían deteriorado con fre­
de 1789, en levantar mapas que reprodujeran el ca­
minar, la propagación del incendio. cuencia a lo largo del siglo x m .
Al contrario de lo que ocurría entonces casi en
Podríamos plantearnos igualm ente el problema de todas partes en el continente, los servicios en tra­
la frecuencia, así com o de la intensidad de los «fu­ bajo — pero parece que únicamente en las grandes
rores» en una región determinada. La combinación posesiones de la Iglesia— habían aumentado, y los
de frecuencia e intensidad permitiría a veces, piensa villanos (térm ino inglés sinónim o de siervos) conti­
J. Baechler, determ inar fases calientes, tibias, frías. nuaban siendo muy num erosos.
Dejaremos de lado el caso en que los cam pesinos Los villanos estaban obligados a rendir servicios
se levantan contra nuevos dueños. Es aún bastante no fijados por la costum bre y no podían disponer
raro a finales de la Edad Media, excepto en las re­ ni de sus tierras ni de sus animales. Sin embargo,
giones ocupadas por los ingleses durante la Guerra no se observa nada m uy violento en Occidente, in­
de los Cien Años y en Escandinavia. Por otra parte, cluso en Inglaterra, antes del hambre de 1315-1317.
el ejem plo normando, después de Azincourt, prueba
que no se trata en este caso de un m ovim iento esen­
cialm ente campesino. Los nobles — pero no el alto
clero— participaron am pliam ente en el asunto al
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Así, pues, el levantam iento com enzó con una nega­
tiva al im puesto —y tam bién al diezm o e c le siá stic o .
A) Los levantam ientos del Flandes m arítim o Los cam pesinos som etid os al im puesto, e s decir,
(1323-1328) en primer lugar, los cam pesinos bastante a co m o d a ­
dos, se reunieron al toque de cam panas, y p ron to
Pirenne ha dem ostrado que la revuelta que agitó les siguieron los bataneros y tejedores de B ru jas e
las regiones de Brujas e Ypres durante m uchos años Ypres.
estuvo dirigida por cam pesinos relativam ente aco­ El terror del Flandes m arítim o se d istin gu e en
m odados, no por los pobres. m uchos aspectos de los terrores posteriores. Prim e­
En un principio se habían formado grupos en los ro, por su duración; después, por la presencia al
pueblos, más tarde algunos castellanos y oficiales de frente del m ism o de verdaderos jefes elegidos entre
los condes habían sido maltratados. Al volver a ocu­ los grandes propietarios agrícolas, y entre e llo s un
rrir estos hechos frecuentem ente con posterioridad, señor, el de Sijsele, que fue el jefe m ilitar, y gran­
el m ovim iento alcanzó las dos ciudades vecinas y des arrendatarios, com o N icolás Zannekin y Jac-
Brujas llegó incluso a ponerse al frente. ques Peyte.
Este m ovim iento, el primero de los grandes levan­ Por el contrario, algunos textos descubiertos re­
tam ientos que estallaron en el am biente rural, y cientem ente nos m uestran que los peones eran nu­
cuyo análisis no modifican apenas los escasos docu­ m erosos en las filas de los revoltosos. E stos llegaron
m entos hallados tras los grandes trabajos de Piren­ a formar una especie de centro adm inistrativo — gra­
ne, tuvo un eco muy considerable. Incluso el gran cias a sus jefes— en el sector sublevado. Atacaron
cronista Giovanni Villani lo citó para compararlo a todos aquellos que tenían una parte de autoridad,
con las agitaciones florentinas. a los perceptores de im puestos en primer lugar, pero
Este furor es sin duda consecuencia de una de también a otros oficiales del conde, a los cancilleres,
aquellas hambres que padece de nuevo Europa des­ a los clérigos e incluso a los señores.
de 1315; el Continuador de G uillerm o de Nangis dice Sin embargo, si Jacques Peyte proclam aba su hos­
que los dos años anteriores conocieron toda clase tilidad a toda forma de jerarquía, los dem ás cabe­
de calamidades atm osféricas (sequías, torm entas, cillas no parecen haber ido tan lejos por este ca­
grandes fríos, etc.) y, consecuentem ente, m alas cose­ mino. En cuanto a los cam pesinos hum ildes, parece
chas, y sobre todo en la primavera de 1324 un inter­ que, a pesar de ser m ás num erosos de lo que pensó
valo difícil. Pirenne, no fueron más que instrum entos m anejados
Así las cosas y por una aparente coincidencia que por los sublevados acom odados.
se repetiría con frecuencia hasta finales del si­ Hubo m uchas violencias verbales por parte de am­
glo xviii , el conde de Flandes, escaso de dinero, bos bandos. Robos, incendios, crím enes fueron tam­
aum entó los im puestos. No era tanto más torpe bién com etidos, tanto por los sublevados, los «Karls»
cuanto que los intercambios atravesaban un m omen­ com o por los que apoyaban al conde y a los nobles
to difícil y el paro era general. amenazados, ya que cada partido animaba a los su­
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yos invitándoles a la violencia. Una de estas exhorta­ que consistían en tener com o señor al mas poderoso
ciones ha llegado incluso hasta nosotros; se trata posible, a fin de alejar de ellos im puestos dem asia­
de una canción, el K arelslied, en la que los nobles do pesados, recaudadores del fisco dem asiado vora­
se burlan de los Karls. ces. Aún se decía, en tiem pos de Colbert, que los
Para terminar con este levantam iento hubo que cam pesinos m enos agobiados por los im puestos eran
esperar una intervención extranjera; el rey de Fran­ los de los grandes señores. <
cia, para vengar Courtrai y las Espuelas de Oro, al Sin embargo, en el siglo xrv, el tiem po de los
ser llamado por el conde, aplastó a los insurgentes desórdenes, que parecía superado desde hacia vanas
en Cassel el 23 de agosto de 1328. generaciones, vuelve a aparecer.
Así se terminó; ahogado en sangre «un tumulto El orden, la autoridad pública, son puestos con­
tan grande y tan peligroso — según escribe la Cróni­ tra la pared, los señores bergantes se multiplican
ca de Flandes— com o hacía siglos no se había visto». en Francia, en Alemania, en Italia. El prestigio de
los nobles disminuye. Primero en Inglaterra, luego
en Francia, el ejército pierde una parte de su as­
B) La Jacquerie de la Isla de Francia pecto «feudal» y los «soldados» com piten con los
(mayo-junio de 1358)
^ E l señor pierde a menudo su función de encuadra-
Veamos ahora, por el contrario, algunos terrores m iento de sus propios hombres, incluso su poder
muy breves — algunas semanas solam ente— cuyas de mandar en «los suyos». Ahora bien, en Francia,
características son bastante diferentes, pero cu­ esta caída del prestigio noble fue más acentuada que
yas consecuencias fueron igualm ente graves. en otras partes, ya que los caballeros fueron derro­
Sería tan absurdo presentar con tonos idílicos las tados, y muchas veces por arqueros o sim ples sol­
relaciones entre el señor y sus arrendatarios, hacia dados de infantería. .
1300, com o describirlos asim ilándolos al «puerto de El fracaso de los caballeros en Courtrai anuncio
arrebatacapas», incluso en las propiedades de algu­ Crecv v Poitiers. Sobre todo después de esta ulti­
nos señores ingleses que han sido llam ados «señores ma derrota en 1356, la caballería parece haber per­
de combate». dido ante la opinión pública su razón de ser, que
El vínculo de hombre a hombre entre el señor y era la defensa del reino y de todos sus habitantes
sus aldeanos no era más que un m edio de explota­ con el rey a la cabeza. , .
ción de los débiles por los poderosos. Estos se con­ Eran los tiem pos en que la coyuntura reducía los
sideraban casi siem pre responsables del destino de ingresos de los nobles, condenados a la escasez ck
sus colonos. A pesar de la expansión del poder real
o principesco, seguían siendo sus protectores natu­ ^ Además era preciso contribuir al pago del rescate
rales, y frecuentemente obraron com o tales, en par­ d e s u ^ e ñ o r , si éste había sido hecho prisionero en
ticular ante las exigencias fiscales del Estado. Poitiers, sin citar el del m ism o rey.
Los aldeanos tenían conciencia de sus intereses, Todas estas razones hacen pensar que los granje­
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ros o destinatarios de los derechos señoriales fue­ la en tra d a en la Isla de Francia, hacia noviembre o
ron más exigentes, m ás precisos al reclamar lo que d iciem b re de 1357 de las bandas anglo-navanas que,
les pertenecía. según d ic e Froissart, «conquistaban y robaban día
Tampoco hay que olvidar que el terreno preferido tras día todo el territorio entre el río Loira y el
por la Jacquería es la parte de la Isla de Francia Sena».
desprovista de viñas, donde debían soportar, pues, La otra fue a un tiem po, las exigencias fiscales de
sin ninguna com pensación, el bajo nivel prolongado la m onarquía, acorralada después de la derrota de
de los precios de los cereales. Además, el nerviosis­ P oitiers, y las recriminaciones de los Estados que,
m o colectivo surgido de la gran peste una decena entre 1355 y 1357, tuvieron mayor audiencia que en
de años atrás no estaba seguramente calmado. o tro s sitio s en las tierras de los alrededores de la
En todo caso son los sectores más poblados, los capital.
más favorecidos por el suelo (a pesar de la falta Así p u es, viendo sus recursos dism inuir cada vez
de viñedo), los que se levantarían, no los sectores m ás, am enazados por las Compañías, los cam pesinos
pobres. La Jacquería no puede explicarse globalm en­ se levantaron a un tiem po contra los señores y con­
te invocando un «terrible despertar de la miseria». tra el fisco, más exigente debido a que algunos Es­
El término jacquería ha hecho fortuna, y ello du­ tados ponían de relieve todos los derroches del go­
rante mucho tiem po. Se debe a que el cronista Juan bierno.
le Bel llamó equivocadam ente Jacques Bonhomm e El principal foco de incendio, el primero sin duda,
(era Guillermo Cale) al jefe de los sublevados. En aunque no el único, estuvo en Saint- Leu -d’Esserent,
lo sucesivo, para los franceses, los cam pesinos suble­ cerca de Creil, es decir, en el lím ite de la región pa­
vados serán los Jacques. Ello hasta el día, lejano, risina, pero dentro de ésta sin embargo.
en que la palabra «Croquants» la su p lan te... Este
S e ha creído equivocadamente durante mucho
éxito duradero de una denom inación explica clara­
tiem po que los cam pesinos de los sectores más pró­
m ente hasta qué punto marcó la sublevación de 1358
a la mentalidad colectiva. xim os a París no se habían sublevado hasta más
tarde, instigados por Etienne Marcel.
A pesar de que — cosa excepcional— estos «temo­
res» no sean conocidos por sus únicos adversarios El área del levantam iento fue a un tiem po más
(el m onje m endicante Juan de Venette compren­ extensa y más próxima a la capital. Asim ism o tuvo
dió las quejas de los aldeanos, así com o el Nor­ varios puntos de origen. Salvo error, hem os sido los
mando, autor de la Crónica de los cuatro prim eros prim eros en comparar esta Jacquería con el Gran
Valois, seguim os en el terreno de las conjeturas so­ Terror de 1789. Aún cuando sería aventurado llegar
bre lo que pareció hacerse brutalm ente insoportable dem asiado lejos la comparación, sigue siendo cierto
para los aldeanos. que una y otra conocieron varios lugares de naci­
Sin lugar a dudas hay que invocar al m enos dos m iento y m uchos puntos de relevo, sin que podamos
causas más o m enos inmediatas. Una de ellas es el decir s i ello se explica por la actividad subterránea
pillaje de los hombres armados, regulares o no, tras de agitadores, o por la concomitancia de explosio­

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nes nerviosas del tipo que estudia la patología de ses fracasaban ante Meaux, refugio de los amigos
las m ultitudes. del duque de Normandía. Ello se debió a que los
En relación con la Jacquería, es bastante proba­ nobles, blanco de los insurgentes (que no atacaron
ble que los m iedos espontáneos al principio, fueran al clero), se habían recuperado.
posteriorm ente agravados, extendidos, desviados, La alianza más o m enos forzada entre Jacques y
utilizados muy pronto por la gran burguesía comer­ partidarios de Etienne Marcel no había arreglado
cial de París y por un pequeño grupo de oficiales los asuntos de los cam pesinos, a los que el preboste
reales am biciosos y deseosos de «pescar en río re­ de los com erciantes había impulsado a apoyar a los
vuelto». burgueses sublevados contra los oficiales reales que
Los puntos de origen serían Saint-Leu, desde lue­ seguían fieles al regente.
go, pero también M ontmorency y Vémars, en la lla­ Jean le Bel y Froissart, entre otros, han dejado
nura de Francia, los alrededores de Pontoise — que testim onios sobre los aspectos de esta llamarada
habían servido de enlace entre el Sudeste del Beau- de furor de cam pesinos am otinados al toque de las
vais y el Norte de París— , Longjumeau al sur de campañas, quizá por oradores populares que re­
París. corrían la región y «sin otras armas que bastones
Incluso si hubo espontaneidad al principio, la ac­ herrados y cuchillos».
ción de Cale «capital de la región de Beauvais» (la Las cartas de rem isión, concedidas poco después
expresión no es muy justa), se hizo notar en la coor­ a los m unicipales culpables corroboran las afirma­
dinación de las bandas de Jacques. Se convirtió en ciones contem poráneas m ás hostiles. Hubo escenas
una especie de sím bolo de la revuelta así com o su de horror. Desde luego fueron los robos, e incluso
organizador, al enviar em isarios a los burgos que las destrucciones de casas fuertes lo más esencial.
se habían quedado fuera de la agitación. La propa­ Todo ello en un par de sem anas... Realm ente, los
gación de la revuelta lo debe mucho. sublevados, si no eran decenas de millar, eran algu­
Por sí m ism os o a petición de Cale, los aldeanos nos m iles al menos. Pero com o la Isla de Francia
de cada parroquia eligieron un «capitán» com o, por estaba excepcionalm ente poblada, ello quiere decir
ejem plo, un tal Jacquin de Chenneviéres elegido en que la mayoría de los cam pesinos (¿cuáles, los más
Tavem y, cerca de M ontmorency. pobres o los otros?) no habrían tomado parte en
Igual que otros muchos, los habitantes del lugar los «terrores».
habían pedido instrucciones primero al preboste Después de la Jacqueria, la Contra-Jacquería, o
real, el cual —y no fue el único oficial que obró— dicho de otra forma, la represión, dirigida por los
dejó obrar a los Jacques, quizá con pleno consen­ nobles, no por el Estado, que era por otra parte
tim iento. casi inexistente. Los nobles se dedicaban a llevar a
La violencia de la revuelta fue tan fuerte com o cabo represalias brutales e incluso sanguinarias.
breve. Comenzada hacia el 28 de m ayo, fue ahoga­ La víspera de la batalla de Mello, Cale, com o sa­
da en sangre en Mello ya el 9 de junio, al m ism o bem os, había sido atraído a una em boscada por
tiem po que otros aldeanos, m ezclados con parisien­ Carlos el Malo. Después de la derrota de sus tropas,
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15
fue decapitado, m ientras aquellos de sus hombres de este brusco aum ento de la violencia en las rela­
que habían escapado de Mello eran atrapados y ase­ ciones entre aquellos señores y cam pesinos que se
sinados. habían enfrentado entre sí. ¿Qué ocurrió en la vida
En cuanto a los ciudadanos de Meaux, aliados de diaria, y con m otivo de la recaudación del censo?
los Jacques, pagaron cara su rebelión. El alcalde Es cierto que todo acabó por volver a la norma­
fue ejecutado, los habitantes asesinados o puestos lidad, pero... ¿cuándo, cóm o, en qué medida?
a precio, la ciudad incendiada (con excepción de la No hubo posteriorm ente animosidad flagrante
catedral). Los nobles se echaron al campo. Juan de contra los nobles, en general, con m otivo de m ovi­
V enette cuenta la dureza de sus acciones, sobre todo m ientos ulteriores que fueron, según parece, segui­
a partir del m om ento en que el Malo no estuvo dos por menor número de aldeanos.
junto a ellos para calmarlos. Los nobles, que se hicieron algo más hábiles con
Sin embargo, Etienne Marcel exagera mucho al los «terrores» de 1358, cuyo recuerdo los m arcó mu­
describir la Contra-Jacqueria com o «una guerra de cho tiem po, acertaron por lo general a proseguir su
exterm inio» y comparando a los nobles con los ván­ tarea ancestral defendiendo lo más posible a sus
dalos y sarracenos. Las amenazas de palabras, las hombres contra las bandas de salteadores, e incluso
brutalidades, los robos, fueron mucho más corrien­ a veces contra los com erciantes.
tes que los asesinatos. Por otra parte los «furores» posteriores tuvieron
La monarquía fue hábil. Desde el 10 de agosto otro aspecto y otro desarrollo. En un principio, los
siguiente, el futuro Carlos V hizo leer por todas par­ aldeanos de la Isla de Francia cuando no estaban
tes una carta de rem isión aplicable a todos los su­ satisfechos con un señor poco capaz de protegerles,
blevados —Jacques y parisinos— y a todos los no­ generalm ente por falta de m edios, contra los daños
bles. El regente constataba en este docum ento que ocasionados por tropas regulares o no, pedían al
algunos hidalgos habían incendiado m uchas casas preboste real la autorización para formar grupos de
de labradores y que algunos habían llegado hasta el autodefensa.
crimen. Pero habría que saber cuándo volvió la cal­ Armados con viejas espadas, arcos de madera y,
ma a los espíritus. Lo que sí es seguro es que du­ claro está, con palos herrados, los piquiers se ocul­
rante años los nobles persiguieron a los aldeanos taban en el bosque, para sorprender a sus enem igos
en justicia para obtener grandes indemnizaciones. cuando éstos dejaban pastar a sus monturas. Sin
Sin embargo, por fortuna, la opinión o más bien embargo, en una segunda etapa, estos cam pesinos
los grupos otrora opuestos, tuvieron rápidamente armados ya no hacían diferencias entre tropas ami­
un derivativo. El peligro derivado de las oscuras gas y enemigas. Más tarde tendían em boscadas en
maquinaciones del rey de Navarra y, aún más las las carreteras y engrosaban el número de los bando­
nuevas incursiones inglesas, ya que las gentes arma­ leros.
das de Eduardo III aparecían de nuevo, desde 1360, Se les llamó Bergantes hacia 1417, es decir, cuan­
en provincias. do la guerra extranjera, sim ultaneando las luchas
Queríamos poner el dedo sobre las consecuencias civiles entre Armagnacs y Borgoñones com enzó de
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nuevo a causar estragos. Después de la victoria de En todo caso los nobles n o dudaron en hacerse
Carlos VII en París en 1436, y debido a que las tro­ cóm plices y ser incluso instigadores de estos «terro­
pas reales mal pagadas, muy reducidas, eran inca­ res», provechosos gracias a los pillajes y los resca­
paces de acabar la limpieza de la región parisina, tes, que se m ultiplicaron. Una vez más, nos dam os
volvió a producirse el m ism o fenóm eno. cuenta de que las solidaridades verticales tenían
Según Tomas Basin, villanos y o tro s irregulares más fuerza que las horizontales.
«lo desollaban lodo», de donde el ap od o de Desolla-
dores que les atribuyeron los contem poráneos.
S ólo la total liberación de la Isla de Francia en C) La gran re\>uelta cam pesina de Inglaterra (1381)
1441 pudo poner fin a las violencias, que, por otra
parte, no habían presentado un carácter verdadera­ El «furor» cam pesino inglés de 1381 es tan célebre
m ente «reivindicativo» en el plano so cia l o econó­ com o la Jacquería de 1358. Por otra parte aconteció
m ico. Y ello aún m ás debido a que num erosos en un período de viva agitación en casi todo el Occi­
nobles se habían introducido entre las bandas a algu­ dente, tanto en el campo com o en la ciudad. Enton­
nas de las cuales servían con frecuencia de jefes. ces, el m ovim iento de los Tuchins redobla su fuerza
También hay que distinguir la Jacquería de 1358, y algunas ciudades conocen días sangrientos, por
de algunos m ovim ientos que conocieron otras regio­ ejem plo, Rouen y París. Algunos historiadores fran­
nes de Francia, ya que estos ú ltim os están empa­ ceses se equivocan al hablar de «revuelta de los tra­
rentados más bien con el verdadero bandidism o de bajadores», como si cam pesinos y artesanos se hu­
m arginales incluso más aún que los grupos de B er­ biesen sublevado todos y al m ism o tiem po y sin el
gantes de la Isla de Francia. concurso de otras categorías sociales. R. B. Dobson
Los más conocidos son, hacia finales del siglo xiv, acaba de recordarlo vigorosam ente.
el de los Tuchins que aterrorizó durante m ucho tiem ­ Los aldeanos se han sublevado pocas veces solos.
po las regiones del Sur y el de los Caperuzas blancas Además, los vínculos entre las ciudades, sobre todo
de Normandía. las pequeñas, y el campo, eran demasiado estrechos
En el siglo xv, los Coquillards (m endigos) de Bor- para que los habitantes de estas ciudades secunda­
goña fueron ém ulos de los Desolladores. Y así suce­ rias no hubiesen obrado inmediatamente com o los
sivam ente. No puede decirse que estos m arginales rurales.
seguían únicamente el ejem plo de la pillería de las Meaux, Corbeil, Melun, por ejemplo, habían parti­
gentes de armas, ya que la huida ante los impues­ cipado en los terrores de 1358. Igualmente obraron,
tos tuvo un papel importante en ello. Sin embargo, en 1381, los habitantes de Canterbury, N orw ich Yar-
com o el odio hacia la sociedad entera, no solam ente mouth, Bury-Saint-Edmunds, Ipswich, Saint-AIbans,
hacia los señores, tenía su parte en la explosión, la W inchester y Bridgwater.
extensión y la duración de estos furores, podría tra­ Pero parece haber una diferencia segura entre los
tarse de contrasociedades que, excepcionalm ente, no T errores de 1358 y los de 1381. El papel del bajo
serían mesiánicas. clero apenas se nota, en la Isla de Francia de 1358,

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m ientras en Inglaterra fue de primera importancia, acostum brados a la guerra. He aquí por qué los
com o muestran la acción de John Ball o un John sublevados atacaron tan pocas veces a los señores
Wrawe que impulsaron a las m ultitudes hacia la laicos. Aún hubo uno de éstos, Robert Salle, que
histeria colectiva. fue asesinado por los rebeldes de Norforck precisa­
Otra diferencia; sería engañoso ver en la rebelión m ente por haberse negado a unirse a ellos.
de 1381 un m ovim iento antinobiliario, a pesar del Es im posible ver en este levantam iento nada que
fam oso texto de Ball contra el «gentleman» y del se parezca a una lucha de clases. Sabem os que el
hecho de que algunos lords pudiesen sufrir a causa cam pesinado inglés tenía una com posición muy abi­
de la revuelta. garrada. No hay que pensar que la baja coyuntura
Los más pequeños landlors eran entonces vícti­ y la despoblación habían tenido com o resultado la
mas de la depresión económ ica y de la falta de mano reducción de los estratos cam pesinos a un par de
de obra subsiguiente a la despoblación. Temporal­ ellos, el de los «koulaks» y el de los «proletarios».
m ente, en algunos sectores de la Inglaterra oriental, Entre los hombres que se sublevaron hubo al m is­
com o algo más tarde en el asunto husita, se realizó m o tiem po cam pesinos m uy acomodados y otros que
una alianza entre los cam pesinos m ás acomodados sufrían duramente a causa de la situación.
y los hum ildes sqtiires. Por otra parte, a pesar de la excepcional riqueza
Pero aún hubo más, dem ostrando con m ayor cla­ de las fuentes relativas a estos «terrores» no pode­
ridad, si cabe, el poder de las solidaridades verti­ m os afirmar si hubo o no comunidades cam pesinas
cales. que se revelaran en su totalidad.
La inmensa mayoría de los ge.ntleme.ti que toma­ Al sublevarse gentes ricas o acom odadas, no po­
ron parte en el levantam iento fueron incitados a él dem os dar com o causa única la reacción campesina
por la falta de orden y la debilidad del Estado du­ que reinó en las grandes posesiones desde el si­
rante el verano de 1381. glo x m . Las causas fiscales son más importantes
Verdaderos «gangs» de la gentry, com o escribe porque son más generales. Afectaron tanto a los po­
R. B. Dobson, se aprovecharon de la coyuntura para bres com o a las gentes acomodadas. Podem os afir­
llevar a cabo determinadas actividades poco confe- mar también que el levantam iento es una repercu­
sables y cercanas al racket. Otros caballeros o escu­ sión de los fracasos franceses del viejo Eduardo III,
deros no hicieron más que ceder a la presión de sus y m ás tarde del joven Ricardo. Los franceses han
vecinos o de sus primos. Sir W illiam Coggam se recuperado en esta época casi todas las tierras per­
creyó obligado, bajo pena de perder su reputación didas en 1360 y aun cuando pierdan el aliento, hay
de «good-lord», a unirse a la conjuración urdida que contenerlos al m enos, y, así, poner en pie de
por el cura y algunos hombres de Bridgwater. guerra y equipar a las tropas inglesas y gasconas.
Por últim o, y sin que sea el único levantam iento Ello significa elevar los im puestos tanto más pesa­
que evoca la guerra de Vendée bajo la Revolución, dos cuanto que la guerra en el continente ya no pro­
es seguro que m uchos cam pesinos sintieron la ne­ porciona los fructíferos botines de otrora.
cesidad de ser m andados por m iem bros de la gentry, El Parlamento de 1377 había decidido levantar un
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im p u esto personal, la poll-tax de cuatro denarios por cubrieron considerables ocultaciones que se cifra­
h om b re o m ujer m ayores de catorce años. ban por m illares de im ponibles en ciudades bastante
E ra bastante injusto, a pesar de que los indigentes pequeñas...
obtuvieron la exención; al m enos la tasa era baja. Al anunciarse estas m edidas de com probación, y
D os años m ás tarde se intentó implantar otro im­ ante la aparición de los investigadores, el descon­
p u esto, cuya tasa era, esta vez, proporcional a la tento aumentó.
fortuna. Pero fue un fracaso. De esta form a, en 1380, El 30 de m ayo, en el Essex, un com isario que no
se volvió a la tasa uniform e, triplicada con relación iba protegido por hom bres armados se vio obligado
a 1377 (un chelín por cabeza), a pagar por toda per­ a huir ante la resistencia de los aldeanos. En pocos
son a que tuviese al m enos quince años, excepción días la revuelta sublevó a todo Essex y Kent; algu­
hecha de los m endigos. nos castillos fueron tom ados al asalto, y, a partir
Se imponía una suma global a cada comunidad en del 7 de junio, se ve a Wat Tyler al frente de una
función del número de sus habitantes; la comuni­ im portante banda. Más tarde, son tom ados nuevos
dad podía luego distribuir el importe entre sus castillos y destruidos algunos archivos señoriales.
m iem bros, pero proporcionalm ente a los medios de El 10 fue invadida Canterbury, robaron el palacio
cada uno. del arzobispo y quemaron los archivos del conde.
No por ello dejaron muchos villanos de pagar un Wat Tyler, que acababa de ser hecho prisionero, fue
chelín cada uno, suma equivalente al salario de un liberado.
peón durante tres días y que era más elevada que Si en la primera fase los rebeldes se habían al­
todos los im puestos anteriores. zado contra los agentes del fisco, vem os que, en un
Por otra parte, según la m ejor fuente, que es la segundo tiem po, habían atacado a los grandes se­
C rónica anónima, los que habían ordenado esta im­ ñores, sobre todo eclesiásticos. Probablemente bajo
p osición ya eran impopulares en el país, compren­ la influencia de los predicadores populares, de los
dido el tío del joven rey. Juan de Gante, duque de cuales el que m ejor conocem os sigue siendo John
Lancaster. Para la opinión pública los consejeros Ball, y de Wat Tyler, cuyas intenciones eran quizá ya
del rey son traidores y la m ejor prueba de ello es revolucionarias, dirigieron sus ataques contra algu­
que los franceses son ahora vencedores. nos poderosos, los m onjes de ricas abadías, impor­
El descontento aum entó a principios de 1381, a tantes hombres de negocios, y contra los extran­
m edida que iban im poniendo la nueva contribución. jeros.
De tal forma que los oficiales de las comunidades No se detuvieron en el incendio de los archivos
debieron cerrar los ojos ante los innumerables frau­ señoriales (com o en Francia en 1789), exigiendo de
des, y la población imponible descendió a los dos los lores, y sobre todo de los clérigos, cartas de «ma­
tercios de la de 1377. num isión» colectivas o individuales, muy apareci­
El Consejo real reaccionó ordenando desde el 16 das a las que habían obtenido muchos cam pesinos
de marzo una encuesta que comprendía 15 conda­ franceses, pero en general sin violencias, en el siglo
dos. Los com isarios encargados de la encuesta des­ anterior.
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Los días 11 y 12 de junio, los revoltosos, cuyo El 15, los partidarios de Tyler, debilitados por la
numero iba en aum ento (pero que seguramente no marcha de num erosos cam pesinos satisfechos con
tueron 50.000 com o asegura la Crónica anónim a) las concesiones reales, se enfrentan al rey y a su
hicieron una marcha sobre Londres. En la ciudad, com itiva fuera de las m urallas, en Smithfield: se
donde el alcalde W alworth estaba decidido a resis­ presentan nuevas reivindicaciones entre las cuales,
tir, num erosos habitantes, y no sólo los com ponentes la supresión de los bienes de la Iglesia.
de los gremios, estaban moralm ente con los in­ Tras un vivo altercado el alcalde manda matar a
surgentes. En la noche del 12 llegaron algunas ban­ Tyler delante de sus partidarios. Entonces viene la
das y se introdujeron en los arrabales, saqueando el represión, conducida por Robert K nowles, desgra­
palacio del obispo. ciadam ente conocido por los franceses com o mili­
La confusión llega a ser general entre los próxi­ tar. Desea asesinar a todos los rebeldes, pero Ricar­
m os al rey, que no tiene más que catorce años. Los do, m ás hábil, se m uestra relativam ente mode­
cam pesinos, al faltarles los víveres, se ven obligados rado.
a entrar en la ciudad. El 13 un alderm an ayuda a Pero ya entonces el m ovim iento se ha extendido
bajar la pasarela del puente. Ese día las casas de com o una mancha de aceite. Todo el Sureste, la Est-
los ricos londinenses son devastadas, incendiaron el Anglia, así com o otros territorios (Lincolnshire, Lei-
palacio del impopular Juan de Gante y saquearon el cestershire, etc.), habían sido alcanzados.
Templo de los Caballeros de San Juan de Jerusalén. Fue necesario enviar tropas a todas partes. El
Los jefes, y entre ellos Wat Tyler, se reúnen en gobierno no fue el único que reaccionó. El obispo
casa de uno de los ricos habitantes favorables a la de Norvvich puso en pie de guerra a un ejército de
revuelta (son num erosos) y hacen una lista de pros­ nobles voluntarios que castigaron duram ente a los
critos. Desde la Torre, Ricardo puede contem plar pueblos sublevados.
los incendios muy cercanos, que han provocado los La represión, así com o la venganza, se prolonga­
cam pesinos. «Gran horror» para él, según Froissart. rían hasta septiembre-octubre (Ball, por otra parte,
Después de las discusiones en el consejo, el rey había sido ejecutado en Saint-Albans ya el 15 de
decide arengar a la multitud el 14. En realidad, tie­ julio.)
ne que aceptar las reivindicaciones form uladas por No hace falta decir que las concesiones arranca­
Wat Tyler, la abolición de la servidumbre, am nistía das al rey fueron revocadas. Pero com o después de
general, así como quizá también la revocación del la Jacquería de 1358, la cual no había conocido tal
impopular Estatuto de los Trabajadores, im puesto extensión geográfica, la am nistía llegó rápidamente a
tras la peste negra, el castigo de los «traidores», et­ partir del 14 de noviembre de 1381, aunque fueron
cétera. Para apaciguar mejor a los sublevados el rey excluidos de ella 247 fugitivos.
hace publicar cartas de libertades y am nistías. Hay varios puntos coincidentes entre el levan­
Animados así por los primeros éxitos, los insur­ tam iento de 1381 y el de 1358. El m ism o rencor
gentes asaltan la Torre de Londres asesinando allí a contra los consejeros reales, sin que la persona del
m uchos adversarios. rey fuese criticada; la misma hostilidad contra el
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fisco; el m ism o acuerdo —con o sin restricciones— primeros m ovim ientos, los del año 1409 y siguien­
entre los aldeanos y los habitantes de la capital. tes. Por el contrario, las sacudidas que se produje­
Si los londinenses tenían que defender, sobre todo, ron más tarde se explicarían más bien por el vivo
reivindicaciones de carácter político, bastante pare­ rencor hacia los nobles. Sabem os que, en los países
cida a las de los parisinos de 1358, los campesinos m eridionales, el señorío, lejo s de conocer como en
rebeldes fueron al principio bien recibidos en ambos otros sitios un «desfallecim iento» pasajero, se re­
casos. Sobre todo porque representaban un medio forzó y endureció.
de presión muy fuerte para los de la capital. Los señores de la península aumentaban sus de­
Sin embargo, una parte de la burguesía de Lon­ rechos tradicionales para sus inm ensos rebaños en
dres fue víctima de los acontecim ientos de 1381, con­ detrim ento de los de los aldeanos y llegaban incluso
trariamente a la de París veinte años antes. Por el a imponer determ inados impuestos:
contrario, en las dos ocasiones, el m undo artesano, En Cataluña la agitación iniciada en 1462 se pro­
tanto oficiales com o m aestros, fue favorable a los longaría un cuarto de siglo sin llegar a térm ino hasta
sublevados. la intervención real. Por otra parte, los reyes ha­
No es posible ver una oposición definida entre el bían enviado sus tropas en varias ocasiones contra
cam po y la ciudad, tanto en Inglaterra com o en los rebeldes, por ejem plo, en Mallorca. Se advierte
Francia, aún cuando los intereses sean divergentes, que, igual que otra en Inglaterra, los insurrectos se
ello no conduce a una lucha entre ciudadanos y al­ habían levantado a veces contra los extranjeros, en
deanos, tal como ocurrió a menudo en Flandes, aun­ este caso concreto contra los colonos llegados de
que Marx veía en ello un hecho general a fines de Francia. .
la Edad Media. También es posible que estos m ovim ientos tuvie­
sen cierto matiz m esiánico, o, al m enos, cierto m is­
ticism o, como en la Inglaterra de 1381, donde la
D) Los furores cam pesinos en Aragón (siglo xv) influencia de Wyclif, a pesar de sus esfuerzos en sen­
tido opuesto, no debió ser nula.
Es seguramente en Aragón donde el siglo xv co­ En la península este m isticism o había que rela­
noció probablemente los más im portantes levanta­ cionarlo con las predicaciones de San Vicente Ferrer.
m ientos. Estos están muy cercanos en muchos pun­ El orden natural ha sido gravemente turbado, se
tos de los terrores ingleses y franceses precedentes, hace necesario volver al antiguo equilibrio entre ri­
sobre todo por la hostilidad creciente contra la fisca- cos y pobres. Dicho de otro modo; estam os aún ante
lidad real. En otros aspectos se diferencian, sobre revueltas que miran hacia el pasado, «reaccionarias».
todo porque muchos se caracterizan por el odio de En el norte de Europa el señorío rural ha supe­
los aldeanos contra las ciudades, igual que en Italia. rado sus «desfallecim ientos» en el transcurso del
La legislación catalana prohibía a los cam pesinos siglo xv. Ha seguido viviendo, prosperando a menu­
el ir a establecerse en las ciudades que estaban en do, en la época moderna. En Francia, por ejem plo,
plena expansión. Esta fue la razón principal de los no ha muerto de m uerte natural, fue m uerto por
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la Revolución de 1789-1792. Al m enos antes de la Edad Media— sospecharon que los nobles y burgue­
aparición de los fisiócratas, el campo no sufrió ape­ ses habían tomado parte en el nacim iento de levan­
nas transformaciones mayores desde finales de la tam ientos. Lo que sería cierto, com o hem os visto,
Edad Media, y los cam pesinos no evolucionaron por con m otivo de las rebeliones de los siglos x iv y xv.
sí m ism os sino muy lentam ente. Esta es una razón Sencillam ente porque no se debe oscurecer por sim ­
más para no dudar en comparar los furores campe­ ple gusto el cuadro de relaciones entre señores y
sinos de finales de la Edad Media con los que agi­ arrendatarios.
taron, por ejem plo, la Francia del siglo x v i i . Afirma­ En el siglo x v m , igual que en los precedentes, no
mos una vez más que los análisis presentados por se advierte un bloque form ado por to d o s los aldea­
los m odernistas son muy útiles para los medieva- nos contra el señor así com o tampoco una alianza
listas. de T odos los estratos de propietarios y dirigentes
Los análisis difieren sin embargo. En 1948, contra éstos.
B. F. Porchnev había propuesto una explicación mar- Las siguientes líneas de R. Mousnier son pertinen­
xista para los levantam ientos populares anteriores a tes tanto para el fin de la Edad Media com o para el
la Fronda (1623-1648). Todos estos m ovim ientos, tan­ siglo xvm : «La m ayoría de los señores protegían
to los rurales com o los de las ciudades, se produ­ pues a sus hombres contra el fisco o contra las tro­
jeron con ocasión de nuevos im puestos y de nuevas pas de paso o acuarteladas. Intervenían ante los ofi­
instituciones que los hacían más pesados. ciales reales, hacían dism inuir las tallas de sus cam­
Espontáneos al principio, fueron, según Porchnev, pesinos, les hacían dispensar de peajes, de trabajos.
utilizados después por burgueses y nobles. Así pues, En las épocas turbulentas, armaban a sus renteros
era «el populacho», los estratos más pobres, los que y granjeros, formaban ligas de asistencia mutua y
se echaban primero a la calle. Estas rebeliones, no hacían respetar el ganado y los sembrados de sus
antimonárquicas, estaban dirigidas contra los ricos, hom bres. Organizaban la resistencia contra el im­
los beneficiarios de la renta «feudal» ya directamen­ puesto, excitando a los cam pesinos contra el fisco y
te com o señores, ya indirectamente cuando éstos provocaban revueltas.»
percibían ganancias del Estado u obtenían grandes Es precisam ente cuando no obraban de esta for­
beneficios al aum entar los im puestos. ma cuando estallaban los «terrores» antinobiliarios,
Los furores cam pesinos estaban condenados al tanto en los siglos xiv y xv com o en el xvii.
fracaso, por oponerse a un «frente de clases» y por­ A fines de la Edad Media, al menos en Francia,
que los obreros eran muy poco num erosos y dema­ señores y arredantarios tenían otros intereses co­
siado carentes de ideas políticas para dirigir los le­ m unes. La lealtad monárquica, el odio hacia los
vantam ientos urbanos o rurales. ingleses, acercaron, o, a veces reconciliaron, a los no­
R. Mousnier ha dem ostrado que las tesis de Porch­ bles y a los campesinos. Así en 1410, todos los «súb­
nev tienen cosas buenas pero también otras m enos ditos y habitantes» de la baronía de Neobourg, en
buenas. Richelieu y Mazarino — igual que determi­ Norm andía participaron en la reconstrucción y apro­
nado rey de Francia o de Inglaterra a finales de la visionam iento del castillo: «Tanto con sus cuerpos
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com o con sus bestias caballares y otras bestias que habitantes se sublevaron y quisieron im pedir la po­
tiraban de carros o arados.» sible entrada de los agentes del rey.
Juan III del Neoburgo reconoció por escrito que Los espíritus estaban lejos de tranquilizarse, los
lo habían realizado «por su propia, franca y pura habitantes, instigados por uno de ellos que parece
voluntad, sin im posición», «para el bien y salvación haber sido el cabecilla durante todo el asunto, se
de sus cuerpos y sus bienes, de sus m ujeres e hijos reunieron en una iglesia en julio de 1356. «Habemus
y p o r el bien público de todo el país». dom inum (al abad) que non custodit nec deffendit
Sería equivocación grave considerar al castillo nos», declararon. Reprochaban justam ente al pre­
com o el enemigo hereditario de las chozas; repre­ lado que no protegía a sus hombres contra el fisco
senta, para todos, un lugar de defensa, de refugio, y la justicia real.
y es, al m ism o tiem po, en época de calma, un lugar Así pues, m ovidos por su jefe, los habitantes deci­
de reunión indispensable para los cam pesinos, com o dieron dirigirse a un abogado de Toum ai para que
acaba de dem ostrarse aún a propósito del condado éste redactase en su nom bre una lista de reivindica­
de Tonnerre. ciones para presentarla al abad haciéndole saber
Basta con que vuelva el peligro — ha escrito que en caso de negativa buscarían a otro señor («nisi
A. Plaisse a propósito de Neabourg— y el vínculo de om nia and debitum finem perducaret justa eorum
hombre a hombre recobra su pleno sentido: «El dicta, alium dom inum requirerent»).
cam pesino ayuda al señor, del cual es hom bre, por­ Todo se tranquilizó, al parecer, pero no conoce­
que espera de él protección y tam bién... porque le m os el últim o acto de esta rebelión, que debió aca­
tiene cierta estima.» bar pronto; pero sigue siendo cierto que los habi­
Ello explica que cuando se levantan contra un se­ tantes habían pensado en elegir a otro señor, con­
ñor que no cum ple con sus obligaciones, no recla­ cretam ente el conde de Hainaut, muy cercano, el
man la supresión de institución señorial, exigen otro cual, efectivam ente, hubiese tenido más peso frente
señor más capaz. a las exigencias fiscales de los Valois.
Esto es lo que acaba de dem ostrar H. Platelle a Por seguir con el ejem plo normando, recordare­
propósito de Saint-Amand en Pévéle. Reinaba un m os también la actitud de los cam pesinos frente a
gran descontento en este sector fronterizo que per­ los «intrusos», señores instalados por los ocupantes
tenecía al baile del Vermandols, tras las decisiones en lugar de los señores legítim os, fieles a Carlos VII
fiscales de los Estados de 1355 (im posición de ocho y desposeídos de sus tierras.
denarios por Lb. sobre todas las ventas, y gabela Si los aldeanos se esforzaron al m áximo para no
sobre la sal). Quisieron que el abad de Saint-Armand pagar las rentas a los nuevos señores, no era úni­
convocase a la comunidad de la ciudad y el territo­ cam ente una reacción del sentim iento nacional sino
rio para que, en su calidad de señor, cubriese la im ­ también porque tales rentas hacían lo posible para
posición de la gabela (febrero de 1356). El abad se hacerlas llegar a sus legítim os señores, que no esta­
negó, contentándose con responder a la población ban m uy lejos ya que la zona «armagnacque» estaba
revoltosa que había que pagar «sin tumulto». Los al sur de Normandía.

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16
El vínculo de hombre a hombre no estaba roto expulsados de sus tierras y las gentes de servicio
por la ocupación inglesa, y, con riesgo de su vida, licenciadas que aún no podían transform arse en pro­
los aldeanos estaban en contacto con sus antiguos letarias.
señores. Entre todos ellos, los oficiales, colocados m omen­
Cuando éstos volvieron, una vez expulsados los táneam ente fuera de la sociedad oficial (?) y que,
ingleses, es claro que este vínculo de hom bre a hom­ por sus condiciones de existencia, se aproximaban al
bre, que acababa de ser puesto a prueba victoriosa­ proletariado tanto com o lo permitía la industria de
m ente, iba a continuar. la época y los privilegios de las corporaciones, pero
He aquí por qué las revueltas «campesinas» tuvie­ que, al m ism o tiem po, eran casi todos futuros maes­
ron siem pre efectivos lim itados y casi siempre fue­ tros [ya sabem os que ello no es cierto con frecuen­
ron de limitada extensión. El vínculo de hombre a cia a finales de la Edad Media] y futuros burgueses,
hom bre no cedió por todas partes ni por mucho precisam ente a causa de estos privilegios.»
tiem po. En el fondo, y con todo esto, Engels se muestra
más preciso que m uchos de sus herederos. No hubo
2. LAS CONMOCIONES URBANAS ningún levantam iento «proletario», ni siquiera en es­
tado embrionario, antes de la guerra de los Campe­
Según el esquema m arxista, la «crisis general del sinos, en tiem pos de Lutero.
feudalism o» en los siglos xrv y xv, habría ido acom­ Engels ha descubierto muy bien adem ás lo que
pañada en las ciudades por una lucha de clases. hubo frecuentem ente de «reaccionario» incluso al
Es cierto que las tensiones sociales fueron enton­ final de la Edad Media, en las conm ociones urbanas
ces más graves que anteriormente. ¿Pero estaba el en que la oposición plebeya desempeñó el papel prin­
hecho ligado a las estructuras? Lo estaba más bien a cipal «Ruidosa, ávida de saqueos, vendiéndose por
la coyuntura que hizo más graves los problemas an­ algunos toneles de vino — añade con desprecio— ...
tiguos y motivó otros nuevos. Así la prom oción so­ reclamaba el establecim iento de m onopolios indus­
cial pareció entonces frecuentem ente cerrada a los triales de la ciudad en el campo, oponiéndose a la
estratos inferiores de las poblaciones urbanas. reducción de los ingresos de la ciudad m ediante la
Engels, en su Guerra de los cam pesinos, insistió supresión de las cargas feudales que pesaban sobre
m uy acertadamente sobre el aum ento del número de los cam pesinos de los arrabales.» En estos puntos
los marginales, aquellos a quienes llam a Lumpen- era total el acuerdo entre los pobres y los grandes
proletariat. Lo que Engels considera la oposición burgueses.
plebeya en las ciudades comprende entonces, ade­ Sin embargo, Engels ha om itido dos hechos. El
m ás de los m arginales a «elem entos proletarios, aún prim ero es la «cerrazón» m ás o m enos com pleta de
sin desarrollar, apenas embrionarios». «Por una par­ m uchos oficios, ya que el hijo del Maestro tiene en
te — prosigue— , algunos artesanos em pobrecidos, li­ principio reservado el acceso a la maestría, los ofi­
gados aún al orden burgués existente por los privi­ ciales pierden frecuentem ente la esperanza de as­
legios de las corporaciones; por otra, cam pesinos cender en la jerarquía social.

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El segundo, que va unido al primero, es el frecuen­ Para el eminente jurista citado, era «una alianza
te m arasm o de la actividad artesana com o conse­ contra el común provecho», que incurría en multas
cuencia de la baja coyuntura, de las dificultades po­ y largas penas de cárcel.
líticas, de las guerras. El bien común se olvida y En 1280 se produjeron tumultos en las grandes
cada oficio, cada ciudad, quieren im pedir la com pe­ ciudades textiles. En Douai, de la huelga salió el
tencia estableciendo un «proteccionism o» que no m otín, que fue brutalm ente reprimido, incluso con
podía conducir más que a la esclerosis económ ica la horca. Pero la huelga, novedad de finales del
así com o al deterioro de las relaciones sociales. siglo x m , no siem pre — ni de lejos— condujo al le­
M. Mollat y Ph. W olff han puesto acertadamente vantamiento.
de manifiesto que los primeros «crujidos» fueron
adem ás anteriores al paso de una fase de larga
duración. A, a una fase B. Sería éste pues el precio
de la expansión que aún no estaba terminada en la A) Prim eras convenciones ligadas a la coyuntura
y a su cam bio
segunda mitad del siglo x m . «En las regiones del
norte de Francia, y los antiguos Países Bajos — es­
criben— la expansión industrial y com ercial no ha­ Cambios m onetarios, aum ento de la fiscalidad,
bían aún acabado de producir sus efectos cuando hambres, epidemias, guerras, explican en gran parte
se m anifestaron resentim ientos contra los ricos, a las revueltas de la m ayor parte del siglo xiv, sobre
veces con ayuda de tránsfugos del m edio dirigente todo a partir del principio de la baja coyuntura,
— celosos, envidiosos e idealistas— . A veces tam­ de la fase B.
bién en el cuadro, aún embrionario, de asociaciones Los «trastornos» m onetarios, cuyo principio hay
profesionales o fraternales de artesanos. Entre los que buscarlo en Francia hacia 1300, no fueron sola­
m ás desfavorecidos corría la ilusión de que bastaría mente impopulares. Provocaron un gran desconten­
con abatir al patriciado para cambiar los papeles.» to, al darse rápidamente cuenta los contem poráneos
La agitación, esporádica al principio, «degeneró de sus incidencias sobre las relaciones precios-sala­
en violencias sim ultáneas y a veces concertadas» a rios y sobre las cargas debidas por los deudores.
partir de 1275. Así ocurrió en 1306, cuando Felipe el Hermoso
Tan pronto atacaban la gestión de los «patricios» devaluó en más de un tercio; los precios subieron
y la pesadez de los im puestos, insoportable para los y los acreedores reclamaron sus deudas en moneda
hum ildes, o bien la carestía de los víveres — en Ita­ fuerte, lo que era posible, a causa de la existencia
lia principalmente— era la que provocaba el motín. de una m oneda para cuentas y otra real.
Hay un hecho desconocido, y que según atestigua En París, los «inquilinos» que habían alquilado
Beaum anoir no fue privativo de los Países Bajos, la una casa se negaron a pagar los alquileres de esta
huelga (palabra cuyo origen es parisin o...) y el en­ forma y maltrataron a los agentes reales que vinie­
tendim iento entre los asalariados para obtener au­ ron en auxilio de los propietarios. Se trata de algo
m ento de salarios. que volverá a ocurrir muchas veces en la capital
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hasta el término de la Guerra de los Cien Años, fér­ te edicto medidas dracónicas (obligación de traba­
til en m anipulaciones m onetarias. jar, guerra a la m endicidad, bloqueo de salarios).
Por otra parte, el m otín se dejó sentir desde enero El «Estatuto de los Trabajadores» fue en 1351
de 1307, y la gente acusó a un antiguo preboste de aún más duro, y aún m ás porque agravaba las san­
los com erciantes, Etienne Barbette, porque era el ciones previstas anteriorm ente contra los infrac­
m aestro de la m oneda. El rey m ism o, refugiado en tores.
el Temple, fue asediado por la multitud, compuesta De todo esto surge un gran descontento, tanto
sobre todo de artesanos. más legítim o por cuanto se llegaba aún más difí­
Algunos años m ás tarde, durante las peripecias cilm ente a detener el alza de los precios que la de
de Flandes, la población de París reaccionó de nue­ los salarios... Si, por el m om ento, no hubo ninguna
vo violentam ente, haciendo huelga de im puestos. En revuelta, esto no contribuyó m enos por ello a enve­
el fondo, esta forma particular de huelga fue du­ nenar las relaciones entre obreros y patronos.
rante m ucho tiem po más frecuente que la del tra­
bajo. Unas veces fueron los im puestos reales, otras
los de la ciudad, los que hicieron aparecer el des­ B) Los años 1378 a 1383
contento y la agitación.
El hambre pudo, asim ism o, conducir a la rebelión. Los historiadores, igual que los contem poráneos,
Es el caso de Barcelona, a principios de 1334. Y si se vieron sorprendidos por el gran núm ero de mo­
el hambre se com bina con las epidem ias y la gue­ tines y levantam ientos en Occidente desde la pri­
rra, el asunto es aún m ás grave. Como en nume­ mavera de 1378 hasta principios de 1383. Pero ¿se
rosas ciudades de Italia, Venecia, Bolonia, Floren­ trata de un m ovim iento único y general al mismo
cia, Siena, etc., en los años que precedieron a la tiem po, o de la yuxtaposición de varios furores?
peste negra de 1348. La fiscalidad parece entonces N o hay que olvidar que hubo entonces «terrores»
aún más difícil de soportar, y la gente grita, com o rurales al m ism o tiem po que conm ociones urbanas
en Florencia en 1343: «Abajo los im puestos.» (cf., para Inglaterra, p. 162).
Llega la pandemia de 1348, los supervivientes iban
a enfrentarse con nuevas dificultades y tanto más
incom prensibles para ellos. La mano de obra, por 1) El tum ulto de los Ciompi en Florencia (1378)
primera vez durante siglos, llegó a ser insuficiente­
m ente numerosa y los salarios aum entaron notable­ En la ciudad del lis rojo no había sido com pleta
m ente. La gente se volvió hacia el Estado — era la la calm a en ningún m om ento desde hacía decenios.
primera vez en este aspecto— y algunos reyes y A partir de 1340, el descontento contra el popolo
príncipes intentaron remediar la falta de brazos y el grasso, lo gravoso de los im puestos, las dificultades
alza de salarios. En Francia, donde el soberano al para el abastecim iento, los problemas de salarios,
m enos no insistió, no tuvo éxito alguno. se habían añadido a las reivindicaciones nunca sa­
Sin embargo, en Inglaterra se publicaron m edian­ tisfechas de los oficios de tipo secundario, de los
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m aestros artesanos y de los obreros para entrete­ de la gran revuelta del 21 de julio al 31 de agos­
ner un m alestar latente. ¿E s 1378 la continuación to de 1378, que hizo participar provisionalm ente en
de éste? el poder urbano a los estratos más bajos del mundo
La palabra tu m u lto m ism a expresa perfectamen­ textil. De esta forma se restablecen las características
te lo que hubo en aquel m om ento de furioso y des­ originales del tum ulto, m ediante la reconstitución
ordenado a un tiem po. Sin embargo, si no pensamos- de la biografía de los dirigentes, de las actitudes y
m ás que en los principales actores de las violencias la acción de la Balia, com ité «insurrecto».
del verano de 1378, lo s ciom pi — es decir, los obre­ El m ovim iento aparece entonces com o algo típi­
ros o so t topos ti, algunos de los cuales eran los peor cam ente florentino y los lazos personales y de ve­
pagados de la artesanía textil— , podem os considerar cindad, así com o las facciones, representan un peso
el asunto como un sobresalto debido a la miseria. aún m ayor que las razones de tipo económ ico.
Pero el m ovim iento no se convirtió en revolución. ¿Por qué estalló el m ovim iento precisam ente en
Es en igual medida perceptible la desesperación de 1378? Hacía m ucho tiem po que algunos s o tto p o sti
los estratos más bajos, que el carácter conservador vivían de form a precaria, mal pagados y con mala
de sus reivindicaciones. m oneda, som etidos al m áxim o de los salarios, tra­
Ello se debe a que los hechos económ icos, sobre bajando solam ente días alternos a causa del gran
todo la indiscutible explotación de los s o tto p o sti número de fiestas no laborables. Estaban llenos de
por los hombres de negocios florentinos, no pueden deudas, som etidos a las amenazas de la justicia por
explicar toda la efervescencia. Tampoco hay que insolvencia.
exagerar las influencias m esiánicas sobre el conflic­ Como m uchos trabajadores textiles no figuraban
to. Los Hermanos del Libre Espíritu presente en en un oficio y les era rehusado el derecho de aso­
Florencia, ganaron sim patizantes, igual que los Espi­ ciación, no tenían protección alguna. La coyuntura
rituales, pero el ideal crítico de unos y otros no se explica la fecha de 1378. La guerra contra la Santa
encuentra apenas en las reivindicaciones de los Sede, llamada la de los «Ocho Santos», acaba de tur­
ciom pi. bar profundam ente la ciudad.
Por el contrario, es indiscutible la fuerza de los Es cierto, com o G. A. Brucker acaba de demostrar,
lazos personales tejidos entre los m iem bros de una que esta guerra no m otivó una depresión económ ica
m ism a facción, de una m ism a clientela. grave, ya que algunos com erciantes abastecieron de
Todo esto no aparece fácilm ente al leer las cróni­ lana y compraron paños a pesar del entredicho que
cas contem poráneas, y durante m ucho tiem po se ha pesaba sobre la ciudad, impidiendo así el aumento
minim izado la función de estos vínculos, igual que del paro y la subida de precios.
se ha tomado poco en consideración el peso de las Sin embargo, la guerra provocó una crisis p o líti­
solidaridades verticales entre m aestros artesanos, ca, la cual fue causa casi directa del tum ulto. Ade­
oficiales y aprendices. m ás, en la primavera de 1378 los cónsules del arte
Pero he aquí que G. A. Brucker acaba de fundar, de la lana acaban de hacer aún más difícil el as­
examinando minutas notariales, una reinterpretación censo social cuadruplicando la tasa de matrícula,
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haciendo perder a los oficiales colocados en lo más bres de negocios y el hecho de que dirigiesen ellos
alto de la categoría de los so tto p o rti toda esperanza gran cantidad de grem ios. Hay que advertir que,
de ingresar en el estatuto de los lanaioli. igual que en otros tiem pos bajo Gautier de Brienne,
Tales procedim ientos eran entonces, como sabe­ se exigía la creación de tres gremios suplem enta­
m os, cosa corriente en Occidente. La tensión subsi­ rios, de los cuales uno sería para los ciom pi, para
guiente se agravó aún más con un diluvio de pros­ que éstos estuviesen al fin seguros de una protec­
cripciones de carácter poh'tico. ción m ediante la institución de una solidaridad en­
Así, pues, el l.Dde mayo de 1378 Salvestro de Me­ tre ellos.
diéis entró en la Señoría com o gonfalonier de jus­ No hay en todo esto nada nuevo ni de revolucio­
ticia. Aprovechándose de la intolerancia de los capi­ nario en sí mismo. Sin embargo, algunos conjurados
tanes del partido güelfo que tacharon de gibelinos habían preparado un levantam iento. Desde el día
a los artesanos, y se creó una clientela de pobres, siguiente, 9 de julio, la agitación llegó a su punto
débiles, artesanos también, e incluso com erciantes. culm inante en los barrios populares. Estaba dirigida
La explosión tuvo lugar el 18 de junio, tras una por artesanos, uno de los cuales al m enos era rico
sesión teatral en la que Salvestro atacó a la tiranía sin lugar a dudas. Ahora bien, uno de los conju­
de los grandes y de la Señoría. rados, detenido, iba a ser interrogado som etido a
Cuatro días después, los am otinados incendiaron tortura. Las cosas se pusieron de tal form a que
palacios, luego atacaron los conventos. Por xenofo­ el 20 m iles de insurrectos vinieron a sitiar el palacio
bia y por miedo al paro, colgaron a algunos extran­ de la Señoría para exigir la liberación de este con­
jeros, quizá flamencos, em pleados en la industria jurado, Simoncino.
textil. Los dirigentes no disponían para su protección
La Señoría se vio obligada a hacer concesiones, a más que los m ilicianos de los escasos barrios fieles
prom eter una depuración y sanciones contra perso­ al poder, sostenidos, es cierto, por los refuerzos
najes poderosos; debió com prom eterse a volver a reclamados al contado. Todo ello era insuficiente y,
examinar el caso de los proscritos, etc. Pero es difí­ por la noche, los m iem bros de los artes m enores
cil que las concesiones terminen con una revuelta. y los ciom pi que se habían aliado, e incluso elabo­
La que nos ocupa resurgió con m ayor fuerza y furor rado un programa común, incendiaron los palacios
el 8 de julio, tras una petición en la que las artes patricios.
m enores reclamaban la igualdad cívica entre los El programa común fue presentado a los superio­
pequeños artesanos y com erciantes y los grandes ne­ res el 22, tras una nueva jornada de saqueos e in­
gociantes de envergadura «internacional». cendios; el arte de la lana, los archivos de la jus­
Los veintiún artes deberían participar en lo suce­ ticia y del fisco —lo que es significativo— fueron
sivo en las funciones m unicipales, de las que debe­ sus blancos preferidos.
rían ser excluidos los ricos «renteros». N o hay nada nuevo en los términos de este pro­
Una vez más la m asa de los artesanos se rebelaba grama común, que exigía la rehabilitación de los
contra el m onopolio político de los grandes hom ­ proscritos, una am nistía para los perturbadores, la
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creación de un arte del popolo m inuto en el que intentaron volver a abrir todos los talleres y todas
entrarían los hom bres excluidos hasta entonces de las tiendas que continuaban cerrados. Pero talleres
la organización de las artes, la suspensión de las y tiendas siguieron cerrados en gran cantidad, lo
penas de prisión por deudas, etc. que provocó un paro agudo. También hubo algunas
La multitud bloqueaba el Palacio Viejo, cuyos se­ dificultades para el aprovisionam iento.
ñores tuvieron que escapar antes de que fuese inva­ Sin embargo, el m alestar más importante fue polí­
dido por los am otinados. Al frente de éstos iba un tico. En lugar de proceder a las reformas esperadas,
cardador de lana, Michele de Lando, quien se hizo la Balia hizo frente a lo m ás urgente decretando un
elegir com o nuevo gonfalonier de justicia. El poder em préstito forzado, ya que las arcas estaban vacías,
acababa de caer en m anos de los insurgentes. v que no debía afectar más que a los ricos contri­
¿Qué hicieron los vencedores con su triunfo? Una buyentes, pero que inquietó a los demás.
m ezcla curiosa de reformas en favor de los estratos Se decidió que el sufragio sería consitario. De los
inferiores y una fiesta en el sentido que dan los et­ casi 13.000 m iembros de los tres nuevos artes, solo
nólogos a esta palabra. fueron declarados elegibles la sexta parte... ^
La nueva Balia com prendió a representantes de En el fondo, a pesar de las apariencias, los recién
todos los artes, incluidos los tres nuevos reservados llegados al poder no eran los pobres, sino gentes
a los m inuti (el 24." estaba reservado a los ciom pi). de situación relativam ente acomodada, pequeños co­
Hay que precisar que para los artes que ya teman m erciantes, jefes de pequeñas empresas. Una parte
representación se elim inó a todos los hombres de
de los ciom pi m ism os no estaban com pletam ente
las fam ilias que los ocupaban antes de la revuelta...
en provecho, a veces, de fam ilias poderosas, pero faltos de capital.
De todo ello se deriva un profundo descontento
ligadas a los am otinados. Fueron armados sesenta
entre los extrem istas, que no aceptaban un gobierno
«caballeros del pueblo» y en prim er lugar, com o es
en m anos de clientelas procedentes de los Médicis,
lógico, a Savestro de Médicis, cuya influencia seguía
siendo muy fuerte. de los Strozzi o de los Scali. De ahí la «radicahza-
¿Intentaban burlarse de los ritos nobles? Acep­ ción» de una parte de los rebeldes de ayer, que se
tar esta opinión sería probablemente un contrasen­ habían vuelto más sensibles gracias a las aspiracio­
tido histórico. nes m ilenaristas latentes en Florencia.
¿Seguirían los ciom pi y los artesanos de los ar­ El pueblo de Dios, com puesto por las capas mas
tes m enores im idos durante m ucho tiem po? De he­ populares, los cardadores de lana en particular, que
cho los artesanos, acom odados o no, deseaban vol­ eran los más revoltosos, consideró traidores a aque­
ver al orden, ya que era necesario revigorizar la acti­ llos m iem bros suyos que participasen en el poder.
vidad económica, que había decaído m ucho desde Como jefes tenían a los «Ocho Santos del Pueblo
el inicio de las revueltas. de Dios». Recordaron a la Balia aquellas reivindica
Por un lado m ultiplicaron las persecuciones para ciones a las que no había dado solución. Entonces
desarmar a los habitantes de la ciudad, por otro M ichele di Lando se en ficn tó a sus antiguos amigos

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y e] 31 de agosto estalló una nueva revuelta, acabán­
dose la jornada con una caza al hombre. 2) Los disturbios en Francia (1379-1383)
¿A qué se debe este fracaso? ¿Quién fue el respon­
sable? ¿ El pueblo por haber abandonado a la «ca­ El primer desorden en París, surgido de un inci­
nalla»? ¿Los propietarios en cierta forma? Pero dente fútil en apariencia, relativo a unos derechos
hubo entre los últim os am otinados, en particular y de prelación, se produjo con m otivo de las honras
com o ocurría siem pre entonces, algunos carniceros. fúnebres de Carlos V, el 24 de septiem bre de 1380.
¿N o podría ocurrir también que los ciom pi, le­ El asunto es significativo. La agitación, que se des­
jos de tener una «conciencia de clase», no formaran pertará y aplificará varias veces, está en relación
en m odo alguno un grupo hom ogéneo? (había hom­ con el cam bio de reinado.
bres acomodados entre ellos), ¿que sus intereses, a Ello volverá a repetirse num erosas veces hasta los
veces contradictorios, no fueron más que aparente­ Tiempos Modernos.
m ente defendidos por am biciosos que soñaban con D espués de cada reinado autoritario — com o acaba­
hacer carrera en el poder? ba de serlo el del «rey prudente»— tendrá lugar un
¿Traicionaron los jefes a sus tropas? Quizá, pero «descanso natural» que llevará, si todo va bien, mien­
antes de lo que éstas creyeron. Algunos jefes rebeldes tras sea aún muy joven el nuevo rey, a un poder
debían posteriorm ente ascender en la escala social, fluctuante, y si va mal, a una agitación y a revueltas.
enriqueciéndose en Florencia o en otras ciudades Las causas de ello son, pues, principalm ente polí­
Por ejem plo, Michele di Lando. ticas y debidas a la consolidación del Estado. Tam­
En cuanto a los hom bres de negocios implicados bién están a menudo relacionadas con la fiscalidad.
en la revuelta, un Strozzi, por ejem plo, conspiraron Lo que resulta totalm ente claro en los aconteci­
a veces desde el exterior, según las form as más clá­ m ientos de 1380-1383, si exceptuam os el caso fla­
sicas y más experimentadas en Italia. m enco (véase infra), es: no sólo se aprovechan de
Igual que tantos otros, los ciottipi pudieron no las dificultades inherentes a la juventud de Car­
ser más que una m asa de maniobra que sacaba las los VI, se aprovechan de un deseo form ulado por
castañas del fuego a otros. Carlos V en su lecho de muerte, el cual, contra la
Es un pobre consuelo saber que Salvestro de Mé- costum bre, había atado las manos de su sucesor, su­
dicis, e incluso M ichele di Lando, estaban en el exi­ primiendo las ayudas.
lio, m ientras la reacción, que iba a durar varios años, Los franceses sujetos a impuesto, que aún no es­
suprim ió el arte núm ero 24, luego el 22 y el 23. La taban plenam ente conscientes del carácter «definiti­
obsesión de la vuelta de un tum ulto parecido con­ vo» de los im puestos, se creyeron liberados, e hicie­
solidó el poder de la oligarquía que había regresado. ron de nuevo, sin esperar más, la huelga del
Son los Médicis, m edio siglo más tarde, los que la im puesto.
amordazarían. El 14 de noviembre de 1380, ante el palacio real,
los parisinos hicieron una manifestación y exigieron
la supresión efectivas de las ayudas. Se trataba de
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una m anifestación artificial, pero al m ism o tiem po Gracias al italiano Bounaccorso Pitti tenem os un
antisem ita. Las conm ociones antijudías, en Francia testim onio imparcial de lo que no fue al principio
igual que en España (donde aún fueron m ucho más más que un desgraciado suceso acaecido en el popu­
graves), acompañaron en lo sucesivo a casi todas loso París de la margen derecha.
las form as de agitación urbana, según el ejem plo Un agente del fisco, encargado de la recaudación
que habían dejado los m ovim ientos chilitas. de la tasa sobre fruta y legumbres, quiso embargar
El com ienzo de 1382 fue particularmente agitado, la m ercancía de una pobre verdulera. E sta gritó
sobre todo en Rouen y en París. La fiscalidad es «¡Abajo los im puestos!», y el pueblo se am otinó,
tanto más difícil de soportar por los hum ildes cuan­ corrió hacia las casas de los recaudadores, las sa­
to que el marasmo económ ico, ya antiguo, se pro­ queó y asesinó a aquéllos. Luego buscaron armas.
longa. Ahora bien, el 15 de enero fue adoptada una Ahora bien, en el nuevo Chátelet había almacenado
nueva ordenanza sobre la percepción de nuevas ayu­ Du Guesclin 3.000 mazas de plomo destinadas a la
das. A partir de febrero, los oficiales habían fijado guerra contra los ingleses. La multitud derribó las
la cuantía para Normandía. Asimismo el 24, la Ha- puertas y se adueñó de las mazas, que dieron su
relle (de Haro = forma de protesta judicial en dere­ nombre a la revuelta.
cho normando) estalló en Rouen. Algunos artesanos Entonces aumentaron los saqueos de las casas de
textiles se amotinaron, abrieron las prisiones y lo oficiales del rey. Los burgueses se armaron a su vez,
saquearon todo durante tres días, atacando los re­ uniéndose a los rebeldes — «por tem or al pueblo»,
voltosos a los oficiales reales, claro está, a los ricos pretenderán algunos..., y algunos nobles se les agre­
burgueses, a los clérigos y también a los judíos. garon.
¿Fue este motín antifiscal hostil a los derechos Toda la margen derecha estuvo pronto entre las
señoriales (solam ente fueron quem ados títulos en el m anos de los sublevados, hasta el punto que los
m onasterio de Saint-Ouen) y a los ricos en general? m iem bros del gobierno encontrarían al rey refugia­
Es poco probable. do en Vincennes.
Si algunos señores y ricos fueron despojados de En el transcurso de la primera quincena de mar­
sus bienes, otros se hallaban en el bando de los amo­ zo, saqueos y crím enes (unos treinta, entre los cua­
tinados. «Algunos ricos com erciantes y vinateros les 16 judíos, frente a dos solam ente en Rouen) se
apoyaban el motín», escribe, por ejem plo, un con­ sucedieron sin tregua.
tem poráneo. Si la revuelta de los M aillotins fue m ás violenta
Vuelta hacia el pasado, la revuelta reclamó el re­ que la H arelle, una de las principales causas reside
torno a los privilegios de la Carta de los Norman­ en el m ayor número de marginales que abrigaba la
dos, aconsejados por procuradores rebeldes. capital, sobre todo parados y jornaleros sin trabajo
La monarquía no reaccionó inm ediatam ente. El fijo a causa del marasmo de los negocios.
1.° de marzo, en ruta hacia Rouen, Carlos VII dio A los m anifestantes de las primeras horas, corta­
media vuelta al enterarse de la explosión de los Mail- dores de paño, los zurradores, los terraplenado-
lotin s en París. res, etc., a los cam pesinos refugiados en París tras

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las dificultades de la guerra, se habían agregado prolongaba los disturbios, se trata de la rebelión
rápidamente «gentes m uy jóvenes que callejeaban», gantesa comenzada desde 1379.
sin duda jóvenes parados, y sobre todo gentes «de En cierto sentido había sido en un principio un
trabajos raros», vagabundos y caim ans ( = malhe­ conflicto entre Gante y Brujas. Luis de Male, en
chores). En Pai'ís, el com ún fue desbordado por es­ i-í/y, acababa de autorizar la apertura de un canal
tos m arginales aún m ás que en Rouen. entre el Lys y Brujas, lo que representaba una ame­
La monarquía pareció ceder al principio, hacien­ naza para el com ercio de Gante.
do liberar a los prisioneros. No por ello dejó la Los terraplenadores fueron rápidamente asalta­
m ultitud de saquear el Chátelet, cobrando la revuel­ dos por los barqueros y tejedores de Gante, que
ta un nuevo im pulso. Pero la hora de la represión asesinaron incluso al baile. Poco a poco la agitación
se aproximaba. se adueñó de los tejedores de Brujas y Ypres, hasta
E s cierto que se hicieron concesiones aparentes, tal punto que en el otoño de 1379 casi todo el país
prom etiendo volver al antiguo sistem a de im puestos, estaba sublevado y los cam pesinos debieron apor­
el de los tiem pos de San Luis, referencia habitual tar quintas al ejército rebelde, que atacó los privi­
de los descontentos. legios del patriciado, los p oorters y reclamaron la
N o obstante, apoyados en lo sucesivo por todos restauración de las «libertades m unicipales».
los ciudadanos cansados del desorden (o que desea­ Sabem os que el jefe, que hizo mucho por la cohe­
ban separarse de los marginales, que se habían vuel­ sión de la revuelta, fue Philippe van Artevelde.
to muy m olestos), los tíos del rey ordenaron proce­ ¿ Se trataba, más que nada, de una oposición en­
der a una veintena de ejecuciones, com o ejem plo. tre com ún y alta burguesía? En ese caso era más
Luego, el 29 de marzo, la corte hizo su entrada política que social. Pero se trataba más bien de la
en Rouen como en una ciudad conquistada. No se lucha de una ciudad contra el Estado Condal, la cual
concedió la am nistía sino tras una docena de ajus­ deseaba incluso dom inar el campo, im itando los
ticiam ientos, la entrega de todas las armas, el pago contados detenidos por las grandes ciudades ita­
lianas.
de una pesada m ulta, supresión de todos los privi­
legios del municipio, etc. Philippe se ornó incluso con el título de ruwaert
Nada había terminado. Primero, la resistencia al ( - gobernador) y negoció con el rey de Inglaterra
im puesto había ganado a todas las ciudades norman­ com o si fuese el verdadero señor de Flandes. Todas
das, Amiens, Orleáns; algunas ciudades de Champa­ estas cosas eran muy inquietantes para los tíos de
Carlos VI y aún más ante el hecho de que las noti­
ña e incluso hasta Lyon.
cias de Flandes mantenían la efervescencia en París
Por otra parte, la agitación era entretenida con en Rouen, etc.
la designación de delegados en los Estados que iban Como el 3 de mayo de 1382 Gante había logrado
a reunirse en Compiegne y que iban, evidentem ente, un gran éxito (el conde Luis de Male estuvo incluso
a protestar contra la im plantación de las ayudas. a punto de ser capturado), ello sirvió para animar
Sobre todo había otra revuelta, m ás lejana, que primero a los de Rouen, quienes, a principios de'
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agosto, hicieron huir a los oficiales de las ayudas, y asesinato de los m ariscales el 28 de febrero de 1358,
después a los de París. fue ejecutado.
Se llevó a cabo en la capital una co-juratio de un La capital perdió a su preboste de los com ercian­
nuevo tipo. Los conjurados, y entre ellos los pañe­ tes, el cual, sin embargo, no había sido tan rebelde
ros, m ediante un juram ento prestado sobre mazas, com o en 1358.
se prom etieron asistencia m utua para negarse al im­ El gobierno de los tíos, al sentirse m enos seguro,
puesto, com prom etiéndose a llegar a la insurrección fue más implacable que el regente, el cual, un cuarto
y al asesinato del preboste de los com erciantes. Se­ de siglo antes, había concedido una am nistía gene­
cretam ente se cruzaban cartas con Gante. ral y no había decapitado a la Marchandise.
Felipe el Atrevido y sus hermanos se enteraron Durante algún tiem po, hasta que el rey se volvió
del com plot, pero tenían que contem poiizar en Pa­ loco e incluso hasta que se desencadenen las luchas
rís hasta haber aplastado la insurrección en Flandes. fratricidas entre Armagnacs y Borgoñones, el pode­
Respondiendo a la llamada de Luis de Male, orga­ río real fue en aumento.
nizaron en agosto una expedición. Sabem os que el El tercer foco de agitación, el del Im perio, es muy
27 de noviembre, en Roosebeke, al sur de Brujas, distinto. En las ciudades hanseáticas, que estuvieron
la caballería francesa aplastó a la m ayoría de los tranquilas durante el período anterior (cf. supra, pá­
sublevados y que Felipe van Artevelde pereció en gina 141), se contagiaron de los disturbios, a veces
la refriega. La derrota de 1302 en las «Espuelas de desde 1374, sobre todo en Lübeck, que conoció los
Oro» había sido vengada. Cierto es que Gante resis­ más graves a partir de 1380. Estas revueltas se de­
tiría aún m uchos años (no se atrevieron a sitiarla bían a lo gravoso de los im puestos y, según esto, se
ni durante esta campaña ni durante las siguientes), trataba de m ovim ientos ligados a la coyuntura.
pero la rebelión del resto de Flandes había fra­ Pero se trataba también, com o en otras partes
casado, Felipe el Atrevido se convertiría pronto del Imperio, y antes, de intentos de los grem ios — los
en conde de Flandes y su poder sería muy respe­ carniceros aparecían frecuentem ente com o dirigen­
tado. tes— para acceder al rango de nueva élite.
Después de Roosebeke podían, pues, volverse con­
Son tentativas que no triunfaron finalm ente más
tra Farís y dominar la capital.
La represión, definitiva esta vez, fue desencade­ que en Brunswick y en Colonia.
nada en enero de 1383. Durante más de un m es los Encontram os, pues, en esta ocasión levantam ien­
tribunales condenaron a los principales dirigentes, tos de tipo mixto que podían estar igualm ente en el
e incluso a hom bres com o Jean des Mares, abogado capítulo anterior.
del Parlamento (de un m edio fiel a los Valois, sin En una fecha variable, de un sector económ ico al
embargo), al que se reprochaba su dem agogia pasa­ otro, de una región a otra, el m ovim iento depresivo
da y al que no salvaron sus tentativas de concilia­ de larga duración iba a dejar paso a una nueva
ción el año anterior. Incluso se pagaron viejos ren­ fase A de expansión a lo largo del siglo xv; hacia
cores. Nicolás le Flament, uno de los autores del 1450, en los países nórdicos, antes sin duda en los

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del Sur. De ahí un claro alivio de las dificultades, A finales de la Edad Media no hay vacantes en el
tanto en la ciudad com o en el campo. poder para animar a los eventuales rebeldes. Inclu­
A pesar de que las guerras se iban terminando, so en Inglaterra, al m enos después de la Guerra de
haciéndose raras, de que dism inuía el peligro de las Dos Rosas. A fortio ri en España, cuya unifica­
epidem ias y la población aumentaba de nuevo, aún ción se está acabando, en Francia o en Italia.
iba a haber desórdenes, com o los de Francia hacia La monarquía autoritaria de Carlos VII o Luis XI
finales del reinado de Carlos VII o aquellos a los sabe hacerse obedecer. Igual que las dem ás monar­
que deberá enfrentarse Luis X I en 1465. quías, por otra parte, se interesa preferentem ente
Pero apenas se tratará de levantam ientos popula­ por las cuestiones económ icas. El prem ercantilism o
res y no provocarán destrucciones serias. Algunas ha aparecido. A im itación de los duques de Borgo-
ciudades de los Países Bajos iban a sufrir, com o ña, sabe dominar las ciudades. Ello beneficia a algu­
sabem os, por la lucha entre el rey de Francia y el nos hum ildes, a los aspirantes a la élite, contra las
Temerario, pero se tratará de revueltas predom inan­ oligarquías.
tem ente «políticas». Lo m ism o ocurre en Italia. El térm ino de los se­
A partir sobre todo de 1450, casi no hubo, pues, ñoríos personales ha llegado. En Florencia, por ejem­
disturbios debidos a la coyuntura. En las ciudades plo, donde Cosme de M édicis toma en 1434 el poder
en que el clim a no era aún bueno entre algunos efectivo con el beneplácito de los adversarios, cada
m aestros y sus oficiales, éstos consideraron la situa­ vez m ás num erosos, del régimen oligárquico de los
ción com o más soportable a medida que declinaba grassi.
el paro y aumentaba la riqueza. Provisionalm ente al m enos, el nuevo esplendor
Salvo en las regiones de habitat disperso de In­ del Estado se acepta com o un bien relativo por los
glaterra y en los países m eridionales donde los agri­ estratos que com ponen el pueblo, que no quiere o
cultores sufrieron m ás que los pastores, el campe­ no puede ya dejarse m aniobrar de la m ism a forma
sinado vivió m enos mal; los productos agrícolas se por las élites o los marginales para participar en
vendieron mejor, incluido el grano, a partir de 1480­ ciertas revueltas.
1490. A pesar de la renovación demográfica, el ham­ Hay la excepción de Alemania, donde se anuncia
bre de tierras, hacia 1500 no iba a amenazar más en el horizonte la Guerra de los Campesinos, quizá
que a unas pocas regiones. porque este país sigue estando más dividido, más
Pero la causa más im portante de la dism inución anárquico que Italia.
de los levantam ientos de coyimtura está quizá en
otra parte. Los im puestos siguieron siendo pesados
e incluso aumentaron. En un principio podían pa­ Conclusión general.
garlos con m enos dificultad, al ganar m ás. En todo
caso, ya no era posible protestar sobre su legalidad, Al ser un sector bastante mal investigado en lo
o su importe, ya que casi en todas partes el Estado relativo a la Edad Media, la Problem ática ha tenido
se reforzaba. que ocupar la mitad de este librito. En ella se evo­

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can m uchos problem as teóricos, aunque los que pro­ arrendatarios y señores. Si no se sublevaban única­
ceden de las transm isiones psicoanalíticas, de la psi­ m ente contra el Estado y su fisco, sino tam bién con­
cología de la m ultitud, etc., tengan allí un lugar tra los señores, es porque muchas veces se trataba
dem asiado exiguo. En parte por falta de m ateriales de nuevos señores, hacia los que no se sentían liga­
suficientes ofrecidos por los m edievalistas. dos com o con los antiguos (Cl. Nordmann).
Por falta de espacio, la Tipología no ha podido Así, la historia social de una tierra tan lejana
evocar todas las revueltas, pero las no citadas po­ com o Escandinavia no se opone en absoluto a la
drían ocupar un lugar dentro de la clasificación, que Tipología elaborada en este ensayo y que fácilm ente
es bastante elástica, ya que ha sido concebida como podríam os perfeccionar sin trastorno.
una síntesis abierta. He aquí una prueba de ello. Pero precisam ente por haber una tipología no ha
Los países escandinavos, igual que el Occidente podido leerse un desarrollo único que siguiera toda
propiam ente dicho, conocieron m uchos disturbios la cronología. Ello supone el inevitable defecto de
cam pesinos a finales de la Edad Media. Estos dis­ no poner suficientem ente de relieve los tiem pos
turbios estaban ligados a la coyuntura, muy com­ fuertes y débiles de los disturbios.
parable a la que evocam os en el últim o capítulo, y El ejem plo escandinavo acaba de recordar, sin
que produjo efectos sociales bastante parecidos. Por embargo, una vez más el excepcional núm ero de
ejem plo, cuando los daneses, en 1361, form aron cer­ levantam ientos de la Edad Media final. ¿Por qué
ca de Visby, en la isla de Gotland, un ejército de no volver a la distinción saint-simoniana, sucesiva­
cam pesinos y aplastaron a los individuos que se ha­ m ente reinventada por Comte, el m ism o Marx, Nietz-
bían sublevado por m otivos políticos y fiscales. sche, Durkheim, etc., entre períodos orgánicos y
La fiscalidad fue aún más precoz en Escandinavia períodos críticos? E s posible, a condición de matizar
que en los demás países, excepto Inglaterra. Des­ m ucho para aplicarla a la Edad Media, ya que, para
de 1280 los suecos estaban disgustados a causa de Durkheim y otros m uchos, un período crítico es
los privilegios fiscales de los nobles... Podem os afir­ un «período de transición en que toda la especie
mar que, de Noruega a Finlandia, los cam pesinos, (se trate de tal o cual especie social determ inada)
que tenían un sentido de la independencia m ás acu­ está «evolucionando sin estar definitivamente fijada
sado que sus contem poráneos de regiones m enos bajo una form a nueva».
septentrionales, vieron en el im puesto a su princi­ Es, pues, una época de flojedad de los lazos socia­
pal enemigo. De ahí la frecuencia de los disturbios les, de «mutabilidad social» (J. Monnerot), anuncia­
rurales a finales de la Edad Media, igual que en el dora de transform aciones fundamentales.
siglo XVI. En este caso extrem o sería difícil descubrir en la
Podríamos compararlos con la Jacquería de 1358, Edad Media tal fase crítica. El milenario medieval
porque fueron también con bastante frecuencia an­ había sido todo él un período orgánico, ya que en
tinobiliarios, dirigidos contra las rentas señoriales. las sociedades de aquel tiem po la pertenencia a la
Pero por un m otivo que recuerda «la universalidad» Iglesia daba una dim ensión común para todos los
de la fuerza del vínculo de hom bre a hom bre entre individuos, excepto, una vez más, para los margi­
264 265
nales. Pero sería perfectam ente factible tomar ióni­ En la m edida en que la historia puede aclarar los
cam ente com o período crítico una época particu­ levantam ientos, deberá tener muy en cuenta la ad­
larmente fértil en disturbios. vertencia de Marx al evocar la «mala fe de clase»
De esta forma, siguiendo a Comte, podríam os es­ (digam os, de grupo).
cribir que los años 1300 asistieron al final de un En los cronistas, ésta se traiciona por lo que dicen
período orgánico y al principio de un período crí­ y lo que callan (por ejem plo, ¿quién ha ganado,
tico, es decir, un tiem po fuerte para las revueltas quién ha perdido finalm ente en tal revuelta?), lo que
que no se acabarían sino en el transcurso del si­ tergiversan o transfiguran.
glo xv (cf. en Francia) cuando no se prolongó en Lo que da todo el valor a las investigaciones lle­
pleno siglo xvi (cf. en Alemania y Escandinavia). vadas a cabo a partir de fuentes m enos brillantes
Si siguiésem os a Durkheim, para quien la cohesión pero m ás seguras, com o acabam os de hacer aplicán­
social y religiosa van conjuntam ente, diríam os, es dolo al tum ulto florentino de 1378. La crítica histó­
cierto, que otros países, com o Francia, conocieron rica es particularmente delicada en estas materias.
en el siglo xvi la prolongación de esta fase crítica
com o consecuencia de las guerras religiosas.
Tanto más cuanto que para Nietzsche, por ejem ­
plo, es durante el período crítico cuando aparecen
preferentem ente las grandes individualidades, de las
que tantas aparecerán antes de 1500 y en el siglo
del Renacimiento.
Pero no exageremos: la fase orgánica que la había
precedido también los había visto surgir en gran
núm ero...
Es porque no vem os «disolución social alguna», ni
siquiera en esta últim a Edad Media, por lo que he­
m os evitado el uso del térm ino m asa (y no sola­
m ente porque se ha puesto en duda el gran núm ero
de participantes de m uchas revueltas).
La hora de las m asas no podrá sonar sino con la
destrucción de las sociedades de Ordenes. Antes, las
m asas no existían verdaderamente, ya que los indi­
viduos no estaban desenm arcados, nivelados por
una indigencia aún m ás moral que material. Por el
contrario, pero es distinto, hem os utilizado la ex­
presión «masa de maniobra», la cual exigiría inves­
tigaciones más profundas.

266 267
ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

No indicamos más que algunas obras, las más importantes


o las más cómodas, la mayoría de las cuales llevan también
bibliografía.

P. A lp h a n d é ry -A . D u p r o n t : La cristiandad y la idea de Cru­


zada. Albin Michel, París, 2 vols., 1954 y 1959.
P. A n s a r t : Sociología de Saint-Simon. Prensas Universita­
rias de Francia, París, 1970.
— Saint-Simon (textos), ibid., 1969.
P. A r b o u s s e - B a s tid e : Auguste Comte (textos). Prensas Uni­
versitarias de Francia, París, 1968.
P. A r n a u d : Sociología de Comte. Prensas Universitarias d e
Francia, París, 1969.
R. A r o n : Marxismos imaginarios. N.R.F., París, 1970.
J . B a e c h le r : L o s fenómenos revolucionarios. Prensas Uni­
versitarias de Francia, París, 1970.
— Los orígenes del capitalismo. N.R.F., París, 1971.
R. C a i l l o i s : El m ito y el hombre. Gallimard, París, 1938.
— El hombre y lo sagrado. Gallimard, París, 1963.
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N. C o h n : En pos del milenio, 2.’ ed. en Londres, Paladin,
1970, traducido al francés con el título Los fanáticos del
Apocalipsis (Julliard, París, 1962) *.
R. C o r n u - J . L a c n e a u : Jerarquías y clases sociales. A. C o lin ,
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Instituto de Estudios Medievales, Montreal, 1971.
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G. D u b y : El año mil. Julliard, París, 1967. Sobre las socie­ de Francia, París, 1970. . _,
dades medievales. Gallimard, París, 1971. M. P a i l l e t : Marx contra Marx, La sociedad tecnoburocra-
M. E l i a d e : Aspectos del m ito. N.R.F., París, 1963. tica. D e n o e l , P a r í s , 1971. . . .
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Fr. E n g e l s : Textos escogidos y anotados por Jean Kanapa. Cu. P e t i t - D u t a i l u s : Las comunas francesas. A. Michel,
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R. Ff.dou: El estado en la Edad Media. Prensas Universita­ de Francia, París, 1967. . . . . . , ■, v
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G. F o u r q u i n : Historia económica del Occidente medieval. principios del XIV, nueva e d i c i ó n . SEDES, París, 1969.
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versitarias de Francia, París. 1970. N. R u b in s te in : Estudios florentinos. Faber & Faber. Lon-
S. F r e u d : M alestar en la civilización, trad. francesa. Prensas
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B. G u e n n K e : Occidente en tos siglos XIV y XV, los estados. 1971. .
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paganda política. Gallimard, París, nueva edición en 1968.
— H erejías y sociedades en la Europa preindustrial (si­
glos xi al xviu). Mouton, París-La Haya, 1968.
J. L a c r o ix : La sociología de Augusto Comte. Prensas Uni­
versitarias de Francia, 1967.
J. L a ü b i e r : Augusto Comte; sociología (textos). Prensas Uni­
versitarias de Francia, 1969.
— Las libertades urbanas y rurales del siglo XI al XIV.
Pro Civitate, Bruselas, 1968.
K. M a rx : Selección de textos anotados por Jean Kanapa.
Ediciones Sociales, París, 1966.
K. M a r x - F r . E n g e l s : La ideología alemana. Ediciones So­
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— Manifiesto del partido comunista. Ibid., 1966.
M. M o lla t- P h . W o lf f : Uñas azules, Jacques v Ciompi. Cal-
mann-Levy, París, 1970.
271
270
INDICE

I n t r o d u c c i ó n .............................................................................................. 5

P R IM E R A PARTE

PROBLEMATICA
I. La persistencia de los mitos en la Edad Media... 13
1. Los mitos antes de la Edad M edia.................. 14
2. Los mitos en la Edad M edia............................ 21
II. Sociología e historia de los levantamientos ........ 31
1. La Edad Media vista por el siglo x i x ............. 31
2. Problemas actuales de la sociología de los
conflictos.............................................................. 35
3. Diferencias entre rebelión y revolución ........ 40
III. ¿Quiénes son los agentes de los levantamientos? 49
1. ¿Clases sociales? ¿Lucha de clases? .............. 49
A) Concepto de clase social ........................... 49
B) Examen de las tesis marxistas................. 51
2. Los estratos sociales .......................................... 63
A) Visión de conjunto .................................... 64
B) Las sociedades de Ordenes ....................... 67
C) ¿Son los Ordenes los agentes de los le­
vantamientos? ............................................... 83
273
18
3. Marginales, pueblo, é lite s ................................. 89
A) Los m arginales........................................... 90 III.Los levantamientos ligados a la coyuntura ............ 211
B) El p ueblo...................................................... 96 1. Los furores cam pesinos..................................... 213
1. Los cam pesinos..................................... 97 A) Los levantamientos del Flandes marítimo
(1323-1328)....................................................... 218
IV. La preponderancia de las élites en los levanta­ B) La Jacquerie de la Isla de Francia (mayo-
mientos ......................................................................... 107 junio de 1358) ............................................... 220
1. La responsabilidad de las élites en los levanta­ C) La gran revuelta campesina de Inglaterra
mientos ................................................................... 108 (1381)............................................................... 229
D) Los furores campesinos en Aragón (si­
A) Definición de las é lit e s ............................ 108 glo x v )'............................................................ 236
B) Circulación de las élitesv levantamientos. 111
C) Las perturbaciones de la circulación de 2. Las conmociones urbanas ................................ 242
las é lite s ....................................................... 114 A) Primeras convenciones ligadas a la coyun­
2. La responsabilidad individual en los levanta­ tura y a su ca m b io .................................... 245
mientos ................................................................... 119 B) Los años 1378 a 1383 ................................... 247
A) Origen social de los j e f e s ....................... 120 1) El tumulto de los Ciompi en Floren­
cia (1378) ................................................ 247
B) Las cualidades del j e f e ............................ 129 2) Los disturbios en Francia (1379-1383). 255
Conclusión general ............................................................... 263
SEG U N D A PARTE
O R IEN TA C IO N B I B L IO G R A F IC A .................................................... 269
TIPOLOGIA DE LOS LEVANTAMIENTOS
I. Los movimientos m esiánicos................................... 139
1. Las cruzadas populares .................................... 140
2. Los movimientos de «impostores» .................. 149
3. Los movimientos de flagelantes....................... 158
4. EÍ milenarismo igualitario.............................. 164
A) La rebelión campesina en Inglaterra
(1381)............................................................... 168
B) El levantamiento taborita (de 1420 hacia
1434) ................................................................ 170
II. Movilidad social y levantamientos ........................ 179
1. Nacimiento de la burguesía y levantamientos. 180
2. Extensión o división de las élites y los levan­
tamientos ........ .................................................... 190
A) Intentos de los profesionales para acceder
al rango de élite .......................................... 191
B) Tentativas de una élite contra la élite po­
lítica ................................................................ 203

274 275

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