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JUAN LUIS SEGUNDO S. I. IN COLABORACION CON EL CENTRO PEDRO FABRO DE MONTEVIDEO TEOLOGIA ABJERTA | PARA EL LAICO ADULTO 3 NUESTRA IDEA DE DIOS 4 yz EDICIONES CARLOS LOHLE BUENOS AIRES - MEXICO Nihil Obstat Carlos Mohara, 8, J Montevideo, 10 de diciembre de 1969 Imprimatur Haroldo Ponce de Leén Vicario General Montevideo, 30 de marzo de 1970 ‘Unica edicién debidamente autorizada por los autores tn tous los ats, Queue hada dept que preiene a log i? 11.723. Todos los derechos reservados © Cantos Loutié, soc. ANON. IND. Y cos, Buenos Aires, 1970 INTRODUCCION Dios {nos interesa o no? Qué es Dios, cémo es Dios, cémo actia Dios, he aqui otras tantas preguntas que un cristiano no puede forzo- samente soslayar. Pero, ginteresan? No sélo a Jos demés ‘A dl mismo, gle parecen importantes? No es facil responder a esto, Nuestra realidad reli- giosa es compleja. I Por un lado, no se puede dudar de que ciertos hechos apuntan hacia Ja importancia que concedemos al pro- blema de Dios. Por ejemplo, ha sido y continia siendo tradicién res- ponder a la pregunta por el misterio mas sublime y pro- fundo del cristianismo, con a mencién del misterio Trinitario: Dios trino y uno. ¢No es acaso el centro de Ia revelacién lo que Dios ha dicho sobre s{ mismo? {Sobre lo que ocurre en la més alta, la més perfecta, la més incomparable de las realidades? ‘Ademés, una razén atin més relacionada con nuestra concepcién de lo religioso apunta inconscientemente hacia lo mismo. Hemos ientificado lo “sobrenatural” con Io dificil. Sin darnos cuenta pasamos de un con- cepto a otro, 0 del concepto a la imagen. Claro esté que 7 un regalo y, més atin, lo que es esencialmente regalo y gratuidad, es, desde cierto punto de vista, dificilisimo y, si se quiere, imposible. Imposible a nuestras fuerzas, inalcanzable para nuestras pretensiones y exigencias .. Pero de ahi pasamos indebidamente a la idea 0, mejor, a la imagen, de algo que, aun después de rega- Jado, nos queda grande... De algo no hecho a nuestra medida humana. Y, tratindose de un mensaje, pensamos en una ensefianza sobre realidades que no pertenecen a nuestro mundo, entre las que nos perdemos si no to- mamos la resolucién de aprendérnoslas casi de memoria en razén misma de la gravedad e incomprensibilidad de su contenido, 4No es entonces légico que el misterio de Dios mismo y de su Trinidad en la Unidad aparezea como centro y quintaesencia de lo sobrenatural y, por -ende, de la religiin cristiana? Lo més diffeil, gno ser4 también lo més divino, lo mis importante, lo mis decisivo? Pero, por otro lado, otros datos, igualmente fehacien- tes tenderian a probar que las declaraciones anteriores, por més légieas y usuales que sean, chocan con un hecho més decisivo atin: un desinterés real entre cris- tianos por el problema de Dios. Desinterés comparativa- mente mucho mayor que por otros temas de la Reve- lacién. Es casi la contraprueba de Jo que antes decia- mos: lo sobrenatural nos queda grande. Estamos hechos de tal medida que lo central, lo decisivo, lo objetiva- mente importante, no consigue interesarnos.. . Hagamos una suposicién, Si alguien viniera a decir- nos que el Concilio ha decidido reemplazar la férmula tradicional “tres personas distintas y un solo Dios”, por esta otra: “tres dioses en una sola persona”, reconoz- camos que la inmensa mayorfa de nosotros tomarlamos cuidadosamente nota del cambio y, aunque intrigados tal vez irritados por la innovacién, seguirfamos nuestra vida cristiana, sin que nada verdaderamente importante para nosotros se hubiera venido abajo. Y, sin embargo, profesibamos que en ello consistia la quintacsencia del mensaje cristiano... 8 En realidad, no Hegamos a comprender cémo, en el tiempo de las controversias trinitarias, durante los pri- meros siglos de la Iglesia, el piiblico corriente, el hom- bre de la calle, pudo apasionarse por teorias referentes a la vida interior de la Divinidad. Como esos dos Ted- dotos, el bancario y el talabartero, que encabezaron grupos disidentes sobre estas, a nuestro parecer, bastan- te abstrusas materias... Hoy en dia, en efecto, el interés por estas cuestiones 3616 se observa, sociolégicamente, en grupos bastante especializados, reducidos y, hasta cierto punto, snobs, ‘Comprendemos, en rigor, que la pregunta sobre la existencia de Dios y sobre los efectos que tenga su respuesta, roce una amplia zona de problemas humanos y Ilegue hasta lo politico mismo. Pero, a partir de! reco- nocimiento (o’ negacién) de esa existencia, el resto nos parece inevitablemente un poco ocioso. Sobre todo, porque ya no queda, al parecer, Ia posi- bilidad de equivocarse radicalmente sobre Dios, una vez aceptada su existencia. En efecto, Dios y nuestra relacién de dependencia con él podian ser problema importante en situaciones de politeismo o de idolatria generalizados. Identificar al verdadero Dios era enton- ces decisivo. Dirigirse a la Divinidad realmente exis- tente y bienhechora, no equivocarse de direccién invocar el vacio 0 suscitar el poder enemigo, podia convertirse en cuestin de vida o muerte. Pero en el mundo occidental de nuestra época ese problema parece radicalmente resuelto. Quien nombra a Dios esta seguro —tal vez demasiado seguro— de que su adoracién, su peticién, su acto religioso, su. mérito y hasta su negacién, egan a término, Precisamente por- que, de haber Dios, no hay més que uno y, por ast decirlo, no hay posibilidad de que el cartero se equi- voque. Hemos nombrado a la tnica persona capaz de responder a ese nombre y nos parece que con ello todo esta resuelto Y as{ hemos dejado de preocuparnos por identificar a Dios, por saber cémo es, cémo acta. Ello pasa a 9 ccupar tin segundo lugar en nuestras preocupaciones, A convertirse en asunto de ortodoxia tedrica. De ahi la sensacion de irritante inutilidad con que miramos una teologia que recuerda seculares contro- versias sobre la Trinidad. “Quisiera encontrar un dia aun arriano ~decia con més humor que razén un sacer- dote latinoamericano comprometido en la lucha contra Ja miseria— para inereparlo por el tiempo que ha hecho perder a la Iglesia...” ul Reconozcamos, pues, que la situacién de hecho, en lo que toca a nuestro interés sobre el problema Dios, es compleja. Declaraciones y realidad no parecen concor- dar plenamente, Ahora bien, gtenfamos razén en nues- tras declaraciones sobre lo central de ese problema? Y, consiguientemente, ghacemos mal en despreocupar- nos pricticamente de él? 1. Por de pronto, aunque parezea pparadéjico, hay en Jo que hacemos algo de positivo y sano. ‘Tomemos el Nuevo Testamento. zDe qué nos habla el Verbo que, desde el interior de Dios, viene a narrar- nos esa realidad (Ja. 1, 18)? En su abrumadora ma- yoria, sus palabras tratan de nosotros mismos, de nuestra vida y de cémo transformarla, En segundo plano, en cuanto a proporciones de refiere, encontramos asajes que conciemen a Dios, pero aun ellos lo mues- tran actuando en nuestras vidas y transformando nuestra historia. Los pasajes que permiten a los tedlogos disertar de lo que es Dios en si, independientemente de nuestra vida y de nuestra historia, se pueden casi contar con los dedos de la mano y es aun dudoso que puedan ser sacados de un contexto donde Dios se revela siempre ‘en diélogo con la existencia humana. {No serla esto textrafio si el centro y la quintaesencia del mensaje cris- tiano fuese precisamente el misterio de la Trinidad? 10 gSeré excesivo decir que, de acuerdo con los hechos, el centro de la Revelacién coneierne al hombre y que es al transformar por el interior esa existencia como Dios aparece y se muestra en el horizonte humano? No es esto el Evangelio, es decir, la buena noticia, la’ tnica que puede ser buena para nosotros, la que nos concierne ‘de manera total? ‘Tal vez yea interesante observar que los dos textos neo-testamentarios que parecen prometer més directa- mente la revelacién de un misterio propiamente divino —y es0 en una atmésfera de religiones mistéricas como era la de la época— no salen de lo humano y ni siquiera penetran en la esfera de Jo que podriamos llamar, en lo humano, Jo “religioso” o lo “sagrado”; “Les doy un mandamiento nuevo: que se quieran entre ustedes como yo los he querido” (Jn. 13, 34); “sta es la religién auténtica: ayudar a los huérfanos y viudas en su aflic- cién y mantenerse sin mancha del mundo” (Stgo. 1, 27). No cabe duda, ciertamente, de que el objeto central del mensaje de Jesiis se refiere a nuestra existencia. {Quiere decir esto que no pretendié decirnos nada sobre Jo que Dios era en si, prescindiendo de nosotros? No tendremos que admitir que también nos hablé “un “poco, muy poco, pero algo— de eso? Como para que no Jo ignordramos completamente. . Aqui, como en casi toda la teologia, existe un tipo de soluciones superficiales que consiste, frente a un nuevo planteo, en admitirlo, pero subrayando que también est4 “lo otro”, y que es una cuestién de proporciones donde no hay que exagerar. Cuando, en realidad, no se trata de proporciones ni de acentos, sino de la tinica ma- nera de enfocar la totalidad, de la via de acceso a ella. Asi se perderia aqui lo més esencial: que si el men- sajé de Jesis nos habla, todo él, de nuestra existencia y de su transformacién, debe ser porque a través de ella y sélo a través de ella conocemos lo que Dios es en si. Un tedlogo que diserté de un modo tan explicito y especulative sobre la Trinidad como Scheeben, no puede menos de reconocer esto que, como deciamos, no IL es tanto asunto de porporciones 0 acentos, cuanto del camino wnico abierto al conocimiento: “Las personas divinas... suscitan un orden de cosas (el de la gracia) que parece como el desarrollo y la revelacién reales del meollo intimo de ese misterio (trinitario), y sola- mente en este orden y por medio de él, puede el misterio, ser comprendido y concebido de un modo completo.” + Se entiende asi la profundidad de aqurlla frase medieval: “en este asunto de la idea de Divs es mis importante la manera de vivir que el modo de expre- sarse”? que podria ser el lema de nuestras reflexiones en esta obra. La raz6n la da san Agustin, discutiendo precisamente el tema de la Trinidad, en un texto que los lectores de Jos tomos anteriores hallarén atin mas sugerente: “jEstés pensando qué o cémo ser Dios? Todo lo que imagines no es. Todo lo que captes con el pensamiento no es. Pero para que puedas gustar algo, sabe que Dios es amor, ese mismo amor con que amamos ... Que nadie diga: no sé qué es lo que estoy amando. Basta que ame al hermano, y amaré al mismo amor. Porque, en reali- dad, uno conoce mejor el amor con que ama al hermano que al hermano a quien ama, Pues ya tiene abi a Dios conocido mejor que el mismo hermano. Mucho mejor, porque est més presente, porque esti més cerca, por- que esta més seguro.” > No constituye, entonces, una desviacién el que nues- tro cristianismo ‘parezca como centrado en ese diélogo de amor con el mundo, donde, en realidad, Dios esté més presente, mAs cerea y mis seguro que el mismo interlocutor. 2, Pero también hay algo que nos impide despreocu- parnos del problema de Dios y que hace de nuestra despreocupacién un peligro, tanto para nosotros como para los dems. 1 Los Misteros del Gristininmo (trad, cast. Soncho), Herder, Barcelona 1957, pig. 146. = Guillermo de Scint-Thierry, Aenigma fidei, PL. 180, 398 «. 8S. Agustin, De Trinitate, PL. 42, 957-958. 2 Hay, por encima de todo, que nuestro amor no es perfecto, ni mucho menos. El padre Lubac, comentando Ja conocida frase de Agustin “ama y haz lo que quie- ras’, afiade que es verdadera “si amas bastante come para obrar en todo segiin tu amor. Ama y cree lo que qiiieras, se podria decir, si sabes sacar de tu amor, cuya fuetite no esté en ti, toda Ia luz que en él se esconde. Pero no te imagines demasiado répido saber ya lo que es amar”* No es, pues, extrafio que si nuestro amor se desvia y se falsifica, se haya podido decir que “no hay nicleo en torno al cual se aglutine tanta hipocresia como la idea de Dios... El hombre tiene, sobre todo, desgracia- damente, miedo de Dios. Teme,quemarse a su contacto, como los antiguos israelitas al tocar el Arca. De ahi tantas sutilezas para negarlo, tanta mafia para olvidarlo, © tantas invenciones piadosas para amortiguar su cho- que... Incrédulos, indiferentes, creyentes, todos rivali- zamos en ingenio para protegernos de Dios”.® Precisamente porque al deformar a Dios protegemos nuestro egoismo, nuestras formas falsificadas ¢ inautén- ticas de tratar con nuestros hermanos hacen alianza estrecha con nuestras falsificaciones de la idea de Dios. Nuestra sociedad injusta y nuestra idea deformada de ‘Dios forman un terrible e intrincado pacto. 4 De Lubec, Por los caminos de Dios (trad, east, de Sesoa), Eniciowes Canis Lore, Buenos Aires, 1962, pag. 129. ® Tb, pigs. 127 y 153. Y Calvino: “De donde se sigue que el gxpirita’ del hombre es, si puedo expresarme asi, una continua Fibrica de fdolos.. El'verdadero fondo del problema es que el espiritu del hombre, estando lleno de orgullo'y de temeridady se atreve a concebir « Dios segin su propia medida y, encontrindose Sunergido en la estupides y en una ignorancia profunda, imagina ea Toga a6 "ios un faptna vo y rio (cad pot. “Las cortientes de ln apologética protestante”, en Conci. Hiumy'n, 46, junio 1969). Do etee protestante®, en Cor 13 um | Decia Voltaire que si Dios habia creado al hombre @ su imagen y semejanza, el hombre se lo habla pagado con la misma moneda, fabriedndose un dios a su propia hechura. et Podriamos decir que mientras la vida en el planeta no pas6 de grupos interpersonales pequefios, divididos por distancias fisicas y culturales casi infranqueables, esa hechura del hombre, responsable en parte de su nocién de Dios, fue la de sus relaciones interpersonales, ‘Pero a medida que relaciones sociales més vastas y complejas, se vuelven constitutivas de toda existencia humana, van apareciendo cada vez con mayor cla- ridad en nuestra nocién de Dios los rasgos de nuestra sociedad. Y aqui viene Ia paradoja: la sociedad que estructura de una manera més profunda y decisiva la convivencia humana en el planeta es, sin lugar a dudas, la que hoy Tamamos la “sociedad occidental”. Y como ella coincide de hecho con el drea donde se expandié el mensaje cris- tiano, podriamos decir que nuestro Dios est4 hecho, en parte, a imagen y semejanza de esa realidad social de- signada con Ia cépula de adjetivos tan frecuente y poli- ticamente aplicados a nuestra civilizacién: occidental y cristiana. Por qué decimos en parte? Porque entendemos que, fuera de perspéctivas materialistas, es menester admitir que el Dios de la conciencia no es el mero reflejo de las estructuras sociales y su justificacién® A través de “EL hombre hace la religién, la religién no 1¢ al hombre. La religién es la coneiencia de si... Pero el hom- 19 es un ser abstracto. .. El hombre es el mundo del hombre, itado, la Sociedad... La religidn no es otra cosa que el sol ireeal que gira en torno al hombre mientras éste no gire en tomo asi mismo. Por lo tanto, Ia misién do la historia, una ocx que el ‘is allé de la yerdad se haya desvanecido, es establecer la verdad del aqui abajo” (Contribution d la critique de la philosophic du dorit de Hegel (trad, frene. Molitor] en Oeuvres Philosophiques, Ed. Costes, Paris, . 1, pags. 83-84). Esta es precisamente la for- 4 8 Cf. K. Mare: su revelacién, Dios nos descubre su rostro, y ese rostro, imposible de reconocer en la civilizacién existente, es un Iamado que no ha dejado de resonar, en las formas més inesperadas, en esa misma sociedad. Sin llegar, pues, a ese extremo, es conocida por todos os.psicélogos la influencia de la religién en la for- macién de lo que Freud llamé el superyé, es decir, en Ja adaptacién, comenzada por el padre, del nuevo ser hrumano a las exigencias de la realidad social. Ahora bien, y con respecto particularmente al caso del cristianismo, Herbert Marcuse formula, en términos que él cree casi blasfemos, la siguiente hipdtesis: “Si seguimos esta Iinea de pensamiento mAs alld de Freud y la conectamos con el doble origen del sentido de culpa (el que inculea el padre para adaptar el hijo a la so- ciedad, y el qiie siente el hijo por no liberarse del padre), la vida y muerte de Cristo aparecerian como una Iucha contra el Padre —y como un triunfo sobre el Padre. El mensaje del Hijo era un mensaje de libe- racién: el derrocamiento de la Ley (que es dominacién) por Agape (que es Eros) ... Luego, Ja subsecuente ... deificacién del Hijo detrds del Padre, seria una traicién a su mensaje por parte de sus propios disefpulos ... El rmulacién de nuestro problema en el conterto de un pensamiento matrialsta quel Hosétien nt socoldgiesraente nos parece cep: table. Por otra parte, teolégicamente podenios decir, como. se vert mds adelante, que no evel sol de la religion lo que Ye impo rd al hombre el'girar on tomno.a si mismo (of. GS. 12). Por lo {anto, elle 'no puede ser aceptado ni siquiera mediante la inversion le proridades que Garaudy propone: “Karl Marx mostraba, por el contrario, que tnicamente Ia realizacién completa del comnts. to, volviondo transparentes las relactones sociales, haria, posible la desaparicin de la concopcién religiosa del mundo” (citado por G, Morel, Froblimes actuels de religion, Aubler, Pars, 1968, lg. 41), En cambio, no podemos menos de aceptnr oa apucsta def marsismo: “Esta teoria materialista de las religiones tiene la inmensa ventaja de presentar, por primera vez en la historia, un concepto experimental de Dios y, por ende, de someterse 2 si aloma a la verficaciin pritia, ln iden de Dios cy cl producto de condiciones sociales ¥ culturales objetivas, ln modificacion de gle condiciones ‘debe medias, Y ow curenidn.suprimil na ver mis Te toon hablar ala hier” (Micha Vesey Merzistes ot la religion, cit. por G. Moreh, th, pig. 75). 15 cristianismé habria sometido entonces otra vex el evan- gelio de Agape Eros ala Ley.”* Bastaria hacer una distincién, por otra parte obvia, entre actitud madura y actitud pueril frente al padre (con mayfscula o sin ella), para que las palabras de Marcuse* reprodujeran casi literalmente las de san Pablo. Adquieren asi, por otra parte, un sentido socio- Iégico e histérico ain mayor: no fue traicién de los discipulos, sino progresiva adaptacién a las necesidades de dominacién de la civilizacién occidental, el elemento responsable de que su Dios, en gran parte, no fuera el Dios cristiano, o de que la expresién correcta de ese Dios liberador flotara y flote ain abstractamente fuera del mundo donde formamos nuestras imégenes més con- cretas, decisivas y motoras: “Esta interpretacin da un sentido més amplio a la declaracién de Freud de que Jos cristianos estin mal bautizados ... Estin mal bauti- zados en cuanto aceptan y obedecen el evangelio libe- rador sdlo en una forma altamente sublimada, —que deja a Ia realidad sin libertad, como estaba antes.” * Que en Ia realidad mis coherente de nuestras vidas estemos asi relacionéndonos con un Dios que no es el Dios cristiano, no Io sintié el Concilio Vaticano IT como una hipétesis absurda: “El ateismo, considerado en su total integridad, no es un fenémeno originario, sino de- rivado de varias causas, entre las que se debe contar también Ia reaccién critica contra las religiones y, cier- tamente, en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religion cristiana, Por lo cual en esta génesis del atefs- mo pueden tener parte no pequefia los propios creyen- tes, en cuanto que, ...con Ia exposicién inadecuada de Ja doctrina incluso con los defectos de su vida reli- giosa, moral y social, han velado mis bien que revelado el auténtico rostro de Dios...” (GS. 19). = Eros y Ciollizacién (trad. cast. Garcia Ponce), Ed. Mortiz, México, 1965, pig. 83. 8 El mismo Marouse Hama a su tica de Jesis”, tb. Ib. 16 interpretacién “imagen heré- En conelusiba, hemos excluido demasiado répido en nuestra sociedad el problema de la idolatria. No basta pronunciar una palabra para ponernos en contacto con «Ja realidad designada. No basta tampoco repetirla hasta el cansancio (Mt. 7, 21), ni repetirla dentro del recinto del templo y de las ceremonias de la Iglesia. “Si falto al amor o si falto a Ja justicia, me alejo infaliblemente de ti, Dios, y mi culto no es mas que idolatria. Para creer en ti debo creer en el amor y creer en la justicia, y vale ‘mil veces ms creer en esas cosas que pronunciar tu Nombre.” Porque ése es, precisamente, su verda- dero Nombre... Debido, pues, a esa intima relacién entre las vicisi- tudes, hoy més que nunca sociales, de nuestro amor y de nuestro egofsmo por un lado, y Ja idea que nos hacemos de Dios y la posibilidad real de entrar en contacto con él, por otro, no podemos dejar de refle- xionar sobre ese tema, esencial a nuestras vidas:~No podemos ahorramos el continuo y saludable vaivén entre la idea de Dios y el didlogo vivo con los hombres. 10 De Lubac, op. cit, pig. 125. iw Notas 1. gEXISTE DIOS? QUE DIOS? Puede parecer extrafio, iégico y hasta anacrénico el que nuestra obra, que trata sobre Dios, no comience preguntin- dose si Dios existe. Y qué pruebas o certidumbre tenemos de ello. Por el contrario, nuestra reflexién comienza interesindose mucho més en la antitesis —aparentemente fuera de moda— feeidolatria que en la —aparentemente actual— fe-atetsmo. Més atin, dejamos constancia desde la partida de que, en la antitesis que nos parece la més radical, fe-idolatria, quien se profesa cristiano puede ocupar cualquiera de las dos posiciones, asi como el que se profesa ateo. En otras pala- bras, creemos que divide més profundamente a los hombres la imagen que se hacen de Dios que el decidir luego si algo real corresponde o no a esa imagen. Mas atin, esto Ultimo, més que de pruebas especificas, dependeré en la mayoria de los casos, de lo primero. El que. las pruebas sean 0 no declaradas vilidas no consiste tanto, en este terreno particular, en que se controle su valor intrinseco, sino en que el hombre que emprende ese camino desee o no Hegar a su fin, Lo cual, tna vex més, depende de cémo se representa 41 ese fin, de qué est realizando en su existencia. ‘Asi precisamente plantea Juan el problema, no por anticuado sino por profundo: “La Luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a Ia luz porque su obrar (histérico) no era recto” (Jn. 3, 19-21). Tres cosas entran, pues, aqui fen orden de importancia: primero el actuar con rectitud en I historia; segundo el concebir a Dios en la Tinea de la luz © de las tinieblas; tercero el declarar si existe o no. Rige en la actualidad, proveniente sobre todo de los paises considerados més desarrollados, una problemitica sobce Dios 18 que sigue un orden diferente, sogiin nuestro entender: In asi lamada teologia de Ja “muerte de Dios”. En el decurso de esta obra tendremos ocasién de ocupar- nos de esta teologia, que comenz6, sin el nombre, con teb~ Jogos como Bultmann y Bonhoeffer, y se popularizé a través de las obras de Robinson, Vahanian, van Buren, Altizer y otros. En esta nota slo quisiéramos referimos al punto de partida de esta problemética. ‘Tal vez Ia mejor introduccién para ello sea la clisica “parabola”, citada por van Buren: “Una ver, dos explora- dores Iogaron a un claro en plena selva. En él habian cre- cido diversas flores y hierbas. Uno de los exploradores dij ‘Es menester que algin jardinero haya planeado esto...” El otro no estaba de acuerdo: ‘No exito tal jardinero” Ast pues, instalaron sus carpas y_ establecieron una guardia. Ningiin jardinero se dej6 ver. ‘Pero tal vez se trate de un jardinero invisible.’ Pues entonces colocaron una corea de Slambre de péas. Y la electrficaron. Y patrullaron con sa- buesos. .. Pero ningiin grito sugirié jamés que algin intruso hubiera recibido una descarga eléctriea. Ningiin movimiento del alambre denuncié que un ser invisible pasara a wavés de la cerca, Los sabuesos no ladraron jamés. Aun asi, el creyen- te no se convenci6, ‘Se trata de un jardinero invisible, intan- gible, insensible a las descargas eléctricas, un jardinero que no huele ni produce sonido, un jardinero que Tega secreta- mente a cuidar su jardin amado.’ Al final, el escéptico se desesper: ‘Pero gqué queda de tu afirmacién inicial? ¢En qué difiere un jardinero invisible, intangible, eternamente fugitive, de_un jardinero imaginario, o simplemente de un nno-jardinero?” Pongamos “Dios” en lugar de “jardinero”, y a esta iltima progunta responde el esfuerzo del pensamiento desde Bult- mann y Bonhoeffer hasta Altizer y van Buren. En efecto, to- das las pruebas de Ja existencia de Dios so estrellan contra a pregunta crucial: gen qué difiere realmente un mundo con ese Dios y un mundo sin Dios? El comienzo obvio de toda respuesta? es una nueva pre- 1 Gitado por Paul van Buren, The Secular Meaning of the Gospel, Macmillan, Nueva York, 1966, pig. 3. i 2"Setalado claramente, por ta paste por el sno van Bes ren, aunque, segin nuestro parecer, éste no Mega, en su anilisis Gel lenguaje teligioso, a las consecuencias logicas, previsibles ya Gesde el punto de partida: la impostbilidad de todo lo que puede 19 esperaban del supuesto jardinero?

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