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Trece Días
Trece Días
Novela.
José Agustín Machuca Urbina
DEDICATORIA
TRECE DÍAS
Son las primeras horas de la mañana, bajo un manto gris y húmedo las masas se desplazan por
las calles limeñas a sus centros laborales, indiferentes a lo que sucede a su alrededor.
De pronto, desde la esquina formada por la intersección de la Avenida Primavera y la Avenida
Panamericana, una mujer robusta y de rostro firme hace una señal, y es como un golpe que
hace despertar a la gente, todo entra en dinamismo, neumáticos viejos ruedan al centro de la
pista y son encendidos con bombas molotov, las llamas y el humo paralizan el tránsito dejando
despejada la pista que es copada por gente que comienza a marchar en forma disciplinada. De
entre la multitud una voz varonil lanza una consigna:
— ¡Viva el desarrollo de la guerra popular en el Perú!
Los que marchan responden en coro dos veces la misma consigna levantando el puño derecho
a la altura de la sien.
Se produce un embotellamiento de vehículos por las fogatas que impiden el tránsito, mientras
tanto, jóvenes, hombres y mujeres reparten volantes a los de a pie e introducen por las
ventanas de los vehículos.
— ¡Viva el Partido Comunista del Perú!
— ¡Defender la vida de los prisioneros de guerra!
Prosiguen las agitaciones. Quienes marchan son gente de todas las edades, mujeres, hombres,
adolescentes y niños. Los más activos son los jóvenes. Por su vestimenta se puede deducir que
son gente de pueblo, pobres, algunos visten ropas propias del campo, como son polleras de
lana, blusas con blondas de llamativos colores, algunas madres llevan a sus bebés a la espalda
con su tradicional manto de colores. Los hombres adultos son de recias espaldas y manos
toscas, hay también intelectuales y estudiantes, pero son los menos. Quienes los conducen son
gente como ellos y van adelante, unos agitando, otros haciendo pintas en las paredes con
esmalte color rojo bandera.
Los que pintan las paredes lo hacen con una increíble habilidad, no usan brocha, ni tarros de
pintura, sino que la pintura la llevan en bolsas de plástico, y en lugar de brocha usan esponja.
Pasado unos minutos, a lo lejos, se escucha el ulular de las sirenas de la policía, son uno o dos
vehículos, se escucha una potente explosión, la marcha continúa, las arengas se hacen más
potentes, el ulular de los patrulleros aumenta, esta vez de distintas direcciones.
Dos policías estaban observando desde un patrullero, cuando llegan dos unidades ululando, se
envalentonan y deciden ir hacia los manifestantes. Por los aires vuela humeando un paquete y
se estrella contra el parabrisas del vehículo, rebota y cae al suelo, al chocar con el piso
explosiona y hace que el coche de un salto. Los policías quedan atontados y detienen el
vehículo, miran a todos lados, en cada transeúnte ven un enemigo. Pero llegan más unidades y
van hacia los manifestantes haciendo disparos al aire.
— ¡Retirada! —ordena una voz de mujer enérgica.
La multitud se disgrega en diversos grupos, a la vez que se escuchan diversas explosiones para
disuadir a los de verde. La calle queda regada de volantes rojos y las paredes pintarrajeadas de
rojo con una hoz y un martillo, seguida de PCP, como rubrica.
A dos cuadras de distancia, una de las manifestantes se enreda en los pliegues de su larga
pollera y cae, los policías que la han visto corren a detenerla. Uno de los que parece ser un
simple espectador, con disimulo prende una bomba casera y la arroja rodando por el suelo, se
detiene a unos metros de los policías, se arrojan al piso en los precisos momentos en que
explota con gran estruendo. La campesina se levanta y sigue corriendo, pero la violenta onda
de la explosión la vuelve a tumbar. El subversivo que arrojó la bomba se acerca a ella y la
levanta, los policías los observan mientras se incorporan, la ayuda de un brazo y llegan hasta
una esquina por la que se internan.
—Mis hijitos, mis hijitos. —Le dice la madre al subversivo.
—Ya se fueron con otra compañera. Corra usted que yo distraeré a esos chacales.
La acompaña hasta cerca de la esquina y da la vuelta a ver si los siguen. Los policías doblan la
esquina con sus revólveres en la mano. El subversivo saca algo de entre sus ropas y lo activa,
los policías se detienen y apuntan, el subversivo que está a unos pasos de la esquina salta y se
guarece en la pared, y de allí arroja su artefacto.
— ¡Cuerpo a tierra! —Grita uno de ellos.
Después de la explosión corren hasta el lugar de donde provino el peligro. El subversivo ha
desaparecido. No saben si correr tras él o no. Trotan con paso inseguro hacia la esquina, se
escucha el ulular de varias sirenas de patrullero. Cuando están por llegar a la esquina casi se
estrellan con el joven que regresa corriendo de la persecución de los patrulleros. Sorprendidos,
se quedan quietos, pero al verlo desarmado reaccionan de inmediato y se le arrojan encima,
son policías de treinta y cinco a cuarenta años subidos de peso, y con eso lo inmovilizan.
Cuando los patrulleros llegan ya lo tienen reducido. Del segundo vehículo baja un sargento.
—Bien colegas. Pensábamos que se nos escaparía.
Del otro carro baja un asustado policía, se acerca, lo mira y vocifera:
— ¡Ése es el maldito que me ha querido matar!
—Aquí nomás hay que enfriarlo —dice el sargento.
— ¡Claro! —dicen los otros que ya están cerca.
—De una vez.
Un individuo, con ropas de pordiosero, que ha estado siguiendo los acontecimientos, corre
como un loco hacia ellos, cuando ve que se están apartando y uno de los policías pisa con un
pie la espalda del sujeto reducido, grita:
— ¡Alto ahí!
Todos se quedan quietos, sorprendidos. Dan vuelta a mirar quién habla. El individuo es alto,
tiene el cabello largo y sucio, la barba crecida, viste un terno a cuadros viejo y raído y muy
sucio. Ya cerca de ellos extrae una billetera del bolsillo del saco y de ella saca un carnet de
identificación.
—Soy oficial del Servicio de Inteligencia del Ejército, he visto lo que sucedía. Este terrorista nos
llevará a otros. Regístrenlo bien y espósenlo.
“Eso es lo que crees”. Piensa para sí el detenido.
Entre dos, aplastándolo con todo su peso contra el asfalto, le registran en busca de algún arma
y lo único que encuentran es una caja de fósforos.
—Esto lo ha usado para lanzarnos bombas. Esto es una prueba.
— ¿De qué comandancia son ustedes? — pregunta el zarrapastroso.
—De la comandancia de Surquillo.
—Sus carné de identificación, por favor. —Le muestran uno a uno y él va tomando nota del
número—. Bien, de allí lo recogerá la Dircote.
Y así como apareció en escena igual desaparece doblando la esquina. Los policías se miran en
silencio, mecánicamente entre dos levantan al detenido, lo esposan y lo meten al patrullero.
Se ponen en marcha, silenciosos, rumbo a su dependencia formando una caravana de siete
vehículos.
— ¡Así que me querías matar, carajo! —dice uno de los policías golpeándole con el puño en el
plexo. El detenido se dobla.
En pocos minutos llegan a la comisaría, y siempre entre dos lo introducen a la dependencia
policial.
— ¿Qué ha robado ese cojudo? —Pregunta el comandante desde su escritorio.
—No es un ladrón, es un terruco, lo hemos detenido por los alrededores donde hubo
disturbios, cuando íbamos a hacer detenciones nos han atacado con quesos rusos. Sólo hemos
detenido a éste.
Al escuchar estas palabras el rostro del oficial se desfigura por la ira, y como un resorte se
levanta de su asiento.
— ¡Carajo!, ¿no les he dicho que no quiero ningún terruco vivo! En este mismo momento me
lo suben a cualquier carro y lo liquidan en cualquier descampado. Y ni una palabra sobre el
asunto. ¿Entendido?
Los policías se miran, pero no se mueven.
— ¿Qué pasa, carajo, no me han escuchado?
Nadie se mueve. Ninguno abre la boca. Hasta que el sargento toma la palabra:
—Nos ha intervenido un oficial del Ejército, es de inteligencia, y ha registrado nuestros datos.
Dijo que a ese huevón lo recogerá la Dircote de acá. Yo no quiero tener problemas mi
comandante.
—Yo tampoco jefe —dice el otro.
Los otros policías están afuera haciéndose los tontos. El comandante gira la cabeza hacia el
detenido, da un salto y le propina un golpe de karate con el pie en el abdomen. El subversivo
se dobla por el impacto y cae al piso.
—Métanlo al calabozo y sáquenle la ¡concha de su madre! Me lo dejan chaqueta. Es una
orden.
Y sale furioso. Los policías que están afuera entran, el sargento ordena:
—Métanlo adentro.
Dos de ellos lo cogen de una pierna cada uno y lo arrastran al calabozo. Lo dejan dentro,
ponen candado. Desde el piso levanta su cabeza y explora el lugar donde se encuentra. Es un
cuarto grande y vacío que no tiene servicios higiénicos, los eventuales detenidos usan una de
las esquinas como letrina.
“¿Qué vendrá ahora? —Piensa el detenido—, déjate de tonterías Porfirio, acaso no sabías a
qué te metías. Relájate y prepárate para lo que venga”.
Intenta poner su mente en blanco, pero una serie de imágenes pasan fugaces por su memoria.
“mi nuevo contingente….Alicia”, Alicia es su reciente compañera. “¿Qué será de mi madre?, ya
está viejita… Ya carajo, de nada me sirve nostalgiar”. Mueve la cabeza como queriendo arrojar
sus recuerdos. Pero nuevas imágenes lo asaltan, “Pase lo que pase de mí no sacarán nada,
absolutamente nada,…yo no puedo ni debo fallar, y no fallaré.”
Hace esfuerzos por relajarse, pero no lo logra, estando en esta lucha, sus sentidos son
estimulados de manera distinta por pasos lejanos que se acercan a donde se encuentra.
Escucha abrir el candado, levanta la cabeza del piso y ve a un policía, tan luego abre la puerta
ingresan otros vara en mano y desafiantes.
— ¡Párate! —le ordena el que abrió la puerta.
Porfirio obedece, se pone de pie abriendo las piernas a la altura de los hombros, con las manos
esposadas hacia delante espera lo que venga. Los policías comienzan a rodearlo con pasos
lentos y su vara de goma lista para golpear, el subversivo espera quieto sin mover la cabeza
pero siguiendo con los ojos los movimientos de los hombres de verde. Se le acercan temerosos
y vacilan en dar el primer golpe. El que está tras él da el primer varazo y es como la primera
gota de una tempestad, sólo que ésta es una lluvia de golpes. Los gomazos le caen a
discreción, pero ninguno en la cabeza, unos golpean en la espalda, otros en los brazos, y van
bajando dirigiéndose a las extremidades inferiores, Porfirio no suelta un grito, las piernas le
tiemblan y se chorrea al piso, pero no lo dejan caer, dos policías lo sostienen y lo sujetan uno
de cada brazo, mientras los otros siguen golpeándolo, son seis más uno que mira desde la
puerta. El rostro se le perla de sudor, los ojos se le voltean y el cuello se le dobla sin fuerza
hacia el pecho.
—Es suficiente —ordena el que observa.
Lo sueltan y se desparrama inconsciente al piso. Los policías salen, cierran la puerta tras ellos.
Porfirio, flácido como una malagua, respira con dificultad y de su cuerpo sale vapor, pero,
como usa un polo de algodón, la humedad es absorbida. Haciendo esfuerzos respira con
fuerza, sus músculos se le comienzan a hinchar. Pasa a otro estado de estimulación, todo su
cuerpo genera calor. El frío piso lo siente como la más suave caricia, por eso cada cierto
tiempo cambia de una posición a otra.
— ¡Malditos! —murmura, apretando los dientes.
Pasado unos instantes vuelve a escuchar pasos que se acercan. Porfirio cambia a otra posición.
—Qué rápido se mueven esos cojudos de inteligencia —dice uno de los que se acerca a la
puerta.
—Todavía no ha pasado media hora y ya están aquí —le contesta otra persona.
—Tenemos que hacer el acta de incautación lo más rápido posible.
—Ya dejé la orden de que los entretengan lo más que puedan.
Con rapidez abren la puerta e ingresan. Uno de ellos porta una pesada máquina de escribir, es
una de aquellas que sirve para llenar planillas. El otro tiene bajo su sobaco hojas bond en
blanco. Coloca la máquina en el piso y sobre ella las hojas, salen y hacen ingresar una vieja y
sucia mesa de madera que está afuera, mientras uno arregla la máquina sobre la mesa el otro
ingresa un pequeño caballete sobre el que sacan impresiones dactilares, de uno de sus
soportes cuelgan hilachas de guaipe sucio.
— ¡Ponte de pie y ven acá! —Ordena el que está poniendo las hojas a la máquina de escribir.
Porfirio al escuchar la orden intenta ponerse de pie pero un intenso dolor le recorre todo el
cuerpo y nuevamente comienza a brotarle copiosa sudoración. Se queda quieto. El policía
levanta la cabeza y vocifera.
— ¡Oye carajo, te dije que te pongas de pie!
Porfirio levanta la cabeza y lo observa. El otro agente voltea la cabeza y agrega:
— ¿No has escuchado?, te han dicho que te pongas de pie, o, ¿quieres que te levante a
patadas?
—No puedo —responde.
— ¿Por qué no puedes?, ¿qué tienes?
—Porque mi cuerpo no me obedece.
Los polizontes se miran con cara de estúpidos. “¿se les habrá pasado la mano?” —se interroga
el que manda, y ordena.
—Ayúdale a que se ponga de pie.
El policía va donde Porfirio y lo coge de un brazo y con violencia lo jala hacia arriba. Porfirio no
puede evitar soltar un gemido, y de sus ojos caen dos gruesas lágrimas que le resbalan por la
mejilla, su rostro se desfigura.
—Ya pues, ¡párate! —le ordena el que lo jala.
—No es que no quiera pararme, sino que no puedo.
Lo suelta, se coloca detrás, y metiendo los brazos bajo sus axilas lo levanta, Porfirio es joven y
delgado, no pesa mucho, lo levanta con facilidad, con esfuerzo trata de ponerse de pie, pero
las piernas se le doblan, se acerca el otro policía y con sus manos asienta sus pies en el piso
mientras le dice:
—Colabora, pon fuerza en tus piernas.
Porfirio, afirma sus pies contra el piso, se yergue con todas sus fuerzas, pero las piernas le
tiemblan, todo el cuerpo le tiembla, con los ojos cerrados inhala aire despacio hasta llenar sus
pulmones. Levanta la cabeza y se va sobreponiendo, mueve las piernas hasta que se siente
seguro de sostenerse. Los policías lo siguen sosteniendo de un brazo cada uno.
—Acércate despacio a la mesa —le ordena el policía.
Como niño en sus primeros pasos se va acercando, los policías lo dejan de sostener.
—Vamos a tomarte tus generales de ley, y a hacer el acta de incautación.
Porfirio, de pie, mueve los dedos de sus manos, sus hombros y tensa todos sus músculos.
—Tu nombre.
—Antonio Flores Torres.
—Número de tu documento de identidad
Una a una va respondiendo las preguntas en forma concreta.
—Eso es todo —dice el policía, sin embargo continua escribiendo— Listo, ya está—. De un solo
jalón saca las hojas de la máquina, y las coloca al frente de Porfirio— Firma.
Porfirio, da un vistazo rápido a todo, casi al final del escrito dice: “material incautado: un
revólver, volantes, una caja de fósforo y un llavero”. “Yo no tenía ningún arma y tampoco
volantes… ¿Qué hago?, eso no lo querrán cambiar. Puedo negarme a firmar, que es lo mejor.
Pero no es la única salida, usaré otro método.”
Con resolución recibe el lapicero que se le ofrece, acomoda las hojas sobre la mesa y
presionando fuerte, más de lo que acostumbra, escribe su nombre completo y garabatea una
rúbrica cualquiera. Los policías no se toman la molestia de verificar si coincide con la firma de
su documento.
El que tomaba la manifestación sale y de un costado de la reja le pasa la voz a otro agente que
se encuentra cerca de las oficinas, le hace una señal y vuelve. Porfirio dirige su mirada a donde
mira el policía, y ve aparecer a un individuo delgado, viste un terno negro deportivo, camisa
blanca y una delgada corbata también de color oscuro, calzando zapatos de vestir negros,
camina dándose de importante, una mano en el bolsillo y con la otra mueve un llavero.
—Pase —le indica el policía.
Llega cerca de la reja, levanta ligeramente la rodilla para superar el desnivel y se detiene en la
puerta del calabozo. Desde allí observa con detención al detenido. Frunce el entrecejo y
pregunta:
— ¿Cómo se llama?
El policía levanta el acta de incautación redactado, y luego de leer responde:
—Antonio Flores Torres.
El agente desde donde está, lo vuelve a mirar con detenimiento, Porfirio está tranquilo y
aparentemente indiferente a lo que sucede a su alrededor. El agente con pasos pausados da
una vuelta alrededor del detenido, le mira a los ojos, el detenido le sostiene la mirada sereno.
De su bolsillo posterior de su pantalón saca un peine y peina a Porfirio con raya al centro.
Acerca su boca a la oreja del detenido y en voz baja le susurra:
— ¿Te acuerdas de mí? —Porfirio no responde.
—No es quien les ha dicho que es —les dice moviendo la cabeza con petulancia—, me lo llevo,
¿algún documento que firmar?
Le entregan un documento por duplicado, da un vistazo con formalidad y estampa su firma,
devuelve uno y cogiendo de un brazo a Porfirio lo conduce hacia el exterior.
—Veo que no te acuerdas de mí —se dirige al detenido— pero yo ya te he trabajado... un día
nos hemos encontrado, ¿lo recuerdas?
Porfirio, voltea ligeramente la cabeza y lo mira como preguntando quién eres. Pero no abre la
boca.
—Un día nos hemos encontrado en el paradero, subimos al mismo bus, te diste cuenta que te
había reconocido, y bajaste al vuelo, ¿lo recuerdas?
“Había sido éste el que me comenzó a seguir” dice para sí el detenido, sin articular palabra.
Salen al exterior, en una camioneta Land Robert lo esperan el conductor y otro que está
sentado en el asiento posterior. El que conduce a Porfirio abre la puerta y le indica que suba,
después sube él y cierra la puerta.
— ¿Podemos irnos mi teniente? —pregunta el conductor al que estaba con él.
— ¿Falta algo? —pregunta al recién llegado.
—No mi teniente, ¿algún problema?
—Me acaba de comunicar nuestro amigo que tiene que recoger al mayor Palacios de su casa.
Te has demorado mucho allí adentro.
Ya el vehículo está en marcha.
—Han estado haciendo hora conmigo, he tenido que esperar hasta que lo empapelen al
muchacho.
— ¿Y quién es?
—Un viejo conocido, ¿no Lorenzo? —Termina llamándolo por su nombre al detenido.
Cambian de tema y entre cuestiones serias y bromas de mal gusto llegan a la Prefectura de
Lima, en la Avenida España. El conductor detiene el vehículo en la puerta de entrada.
—Aquí los dejo mi teniente.
— ¡Baja! —Ordena el teniente al que conduce al detenido.
Éste baja, abre la puerta y se dirige al detenido.
—Ya llegamos, vamos, ya conoces el camino.
Lorenzo escucha, intenta mover sus piernas hacia el exterior pero no lo consigue. Levanta la
mirada desconcertada hacia donde provino la orden.
— ¿Qué pasa?, ¿sucede algo? —pregunta preocupado al ver la cara lívida del detenido y el
sudor que comienza a mojarle el rostro.
—No me obedece mi cuerpo... lo tengo agarrotado.
Las miradas de los tres se dirigen al detenido, el policía se mete a la camioneta y de un brazo lo
jala hacia el exterior. Porfirio lanza una exclamación de dolor. Su rostro se desfigura, al borde
del asiento el policía lo coge de las ropas mientras dice:
—Veamos qué sucede —le descubre el dorso, y cierra los ojos.
—Teniente, vea lo que le han hecho esos cojudos a este concha de su madre.
El teniente sin bajarse lo observa desde donde se encuentra.
— ¡Carajo, ya lo cagaron! ¿Qué hacemos, tú sabes más de estas cosas?
—Hay que llevarlo inmediatamente al médico legista del Palacio de Justicia, para deslindar
responsabilidades, estamos a tiempo, no ha pasado ni media hora desde que lo he recogido.
—Está bien sube, nos vamos en esta misma unidad.
— ¿Y el mayor, mi teniente? —pregunta el conductor.
—Que tome su taxi y venga, usted informa que ha estado en servicio conmigo y se acabó.
Primero está la institución. ¡Arranca!, vamos al poder judicial.
Raudos, pero en silencio, salen a la avenida Alfonso Ugarte. Porfirio echa un vistazo a su
alrededor, todo lo encuentra desconocido, es consciente que puede ser su última visión de esa
parte de Lima en mucho tiempo. La gente se desplaza por las calles como zombis, cada quien
preocupados en lo suyo. Pasan por un costado de la Torre de Lima, son más de las diez de la
mañana, el tránsito no es tan pesado, rodean el Palacio de Justicia y se estacionan por una de
las puertas laterales, mirando al hotel Sheraton.
Quienes están realizando trámites en el burocrático Poder Judicial realizan tortuosas colas que
impiden el normal tránsito peatonal en las oficinas respectivas. El agente se saca la casaca y la
coloca entre los brazos de Porfirio para que cubra las marrocas. Con dificultad caminan entre
la gente, el teniente adelante, Porfirio al centro y tras él el otro agente, llegan a la puerta que
tiene como letrero “médico legista”.
—Espérame —dice el teniente e ingresa sin respetar la cola.
— ¡Haga su cola, haga su cola! —protestan los que están esperando.
La chica que controla el ingreso, sorprendida lo mira pasar y lo sigue. Se identifica ante el
médico que ausculta a una persona, bajo la atenta mirada de sus familiares.
—Espéreme, termino con estos señores y lo atiendo.
Se dirige a la puerta y les hace una señal que deben esperar. Los minutos se vuelven una
eternidad, mira a su reloj cada cierto tiempo. Pasado más o menos veinte minutos salen los
que están adentro e inmediatamente los policías hacen ingresar a Porfirio. El médico que
atiende se toma todo el tiempo del mundo, sentado en una vieja silla, hace sus últimas
anotaciones sobre su amplio escritorio donde abundan las hojas desordenadas.
—Ahora sí señor policía, explíqueme el caso. —Se dirige al teniente.
—Vea esto doctor —Le tiende el documento de transferencia de jurisdicción del detenido—.
Vea la hora que lo hemos recogido... y si tiene duda pregúntele al detenido. Está muy
golpeado. Queremos que dé constancia del estado en que se encuentra.
—Bien —dice arreglándose los lentes que resbalan a la punta de la nariz–Desnúdese por favor.
—Sácale las esposas —ordena el teniente.
El agente le quita las esposas y da un vistazo al ambiente donde se encuentran, hay una
ventana alta, pero tiene barrotes, el único lugar de salida es la puerta por donde ingresaron,
retrocede unos pasos y desde lejos observa.
—Apúrese, no tenemos todo el día para atenderle a usted —le recrimina el doctor al
detenido—, señorita tome nota.
Porfirio iba a sacarse la chompa, pero el teniente le ordena otra cosa.
—Suéltate la correa —Porfirio obedece.
El teniente se coloca tras él y sube sus prendas hacia la cabeza descubriéndole el dorso. El
médico pestañea y se arregla los lentes, la secretaria abre sus ojotes y tuerce su cuello a un
costado. La espalda del detenido está surcada por hematomas rojos tendiendo a morado
oscuro, como surcos, rectos pero cruzados unos sobre otros.
—Hematomas, causado por extraño objeto contundente a lo largo y ancho de todo el dorso,
con coloración rojizo, por ser reciente. Bájese el pantalón.
Porfirio con dificultad se desabotona el pantalón, el teniente lo desliza hacia sus tobillos,
quedan al aire sus piernas delgadas y velludas.
—Hematomas rojizos en los miembros inferiores causados por golpes contundentes con
objeto desconocido— desde lejos el médico da una vuelta en torno al detenido— bájese el
calzoncillo.
Porfirio baja su trusa hasta los muslos.
—Levante el pene —ordena el médico, mientras observa— allí está bien. Vístase.
—En los brazos también me han golpeado —abre por fin su boca Porfirio.
—Hematomas similares en las extremidades superiores. —Dicta el médico sin constatar si es
verdad o no—. Vístase. Eso es todo. Esperen un momento.
El teniente le ayuda a acomodarse las ropas, Porfirio intenta valerse por sí mismo y lo hace
pero con mucho esfuerzo. El agente que conoce a Porfirio no baja la guardia, está atento a
cada uno de sus movimientos. Cuando lo ve ya arreglado, va hacia él y le coloca las marrocas.
Mientras tanto el médico sella y firma lo constatado. Desglosa una copia, le entrega al oficial.
—Están servidos.
Salen, el conductor del vehículo los espera impaciente. Sin mediar palabras suben al vehículo y
se enrumban a la Prefectura. El regreso, lo hacen en menos tiempo que la ida. Ingresan a la
cochera de la Prefectura y sin ningún apuro le ayudan a bajar.
— ¡Baja la cabeza, pega la quijada al pecho! —Le ordena a la vez que le pone una mano en la
nuca forzándolo a obedecer— Vamos.
Con una mano lo conduce agachado. Porfirio solo puede ver el piso y las paredes del estrecho
pasadizo por el que es conducido. Llegan al final del pasadizo, doblan a la derecha y luego a la
izquierda, suben una larga escalera de madera, llegan al segundo piso, la construcción es
antigua, de gruesas paredes de adobes, y altas, como solían construirse en los tiempos de la
colonia. Desde el final de la escalera se ve las puertas de ingreso de varias oficinas en donde se
escucha que hay ajetreo. Se dirigen a la más cercana e ingresan.
— ¡Hola! —Habla a manera de presentación.
— ¿Qué hay? —le responde una voz desde un rincón.
Detrás de un viejo escritorio se yergue como un fantasma un perezoso individuo.
—Aquí traigo un detenido, debe estar incomunicado. Que nadie lo toque, a este cojudo lo han
chancado feo en la comisaría.
—Somos nosotros los que vendremos a trabajarlo —dice el teniente desde más atrás.
—Dame una capucha para vendarlo —pide el agente.
El que cuida ese oscuro lugar de reclusión se agacha hacia la esquina recoge algo del suelo y le
entrega. El agente lo recibe y antes de colocarle se lo lleva a los ojos.
—Esta porquería no cubre, se trasluce todo. ¿Tienes algo para envolverle los ojos?
Nuevamente se inclina hacia el rincón de la esquina y le tiende una gruesa chalina de lana
sintética mugrosa. Con ella le envuelve la cabeza cubriéndole los ojos y dificultándole la
respiración. Luego sobre ella le cala la capucha negra.
—Cámbiale las esposas.
En silencio recoge del piso varias marrocas, separa una, el agente le saca las suyas y se
distancia. El custodio le pone las marrocas con fuerza.
—Están muy ajustadas —reclama Porfirio.
— ¡Aguanta, pues! —responde.
—Aflójale un poco, está molido ese cojudo. —Ordena el teniente.
En silencio obedece el agente. Se retiran.
—Por acá —dice el agente y lo conduce al centro del cuarto.
Coge un viejo colchón que está apoyado contra la pared, lo tiende al piso, y cogiéndolo de un
brazo lo presiona hacia abajo, Porfirio se sienta al borde del colchón.
El agente se retira. Desde cerca a la puerta observa a los dos detenidos que tiene que cuidar. El
nuevo detenido está atento a todo lo que sucede a su alrededor. Quedan en un sepulcral
silencio.
“Otra vez detenido, y yo que decía que solo muerto o herido de gravedad me iban a detener…
y ¿está vez qué sucedió? … Déjate de tonterías, no es momento de lamentaciones. Esta vez,
Porfirio, desde el primer momento… tienes que afrontar mejor este combate desigual”
Como diapositivas pasan recuerdos por su memoria.
Son segundos antes de las ocho de la noche, el fluido eléctrico titila. ¡Bummm! Se escucha una
potente explosión, y las calles de Lima se quedan en tinieblas, algunas personas corren, otras
se quedan paralizadas, en el cielo transitan los haces de luz que emiten los vehículos en su
recorrido. Lorenzo con un paquete en una mano y en el otro una caja de cerillos está apostado
en una esquina, atento a lo que sucede, una llama se prende y rápidamente se extiende
acompañada de varias explosiones que generan sucesivas ráfagas de viento que le azota en el
rostro; pasan dos jóvenes trotando delante suyo, le hacen una señal, él los sigue a la distancia,
caminan por las calles oscuras y se dirigen a la avenida Argentina donde piensan abordar un
colectivo. Dos nuevas explosiones se escuchan, pero esta vez las explosiones proceden del
lugar por donde pensaban ir, los que van delante se detienen junto a un teléfono público, él
hace lo propio, a lo lejos se escucha el ulular de varios patrulleros.
—Parece que por allá otros compañeros también han actuado. —Dice uno de ellos.
Lorenzo, saca de entre sus ropas dos paquetes, se distancia un poco, los deja caer en un jardín,
va donde ellos.
—Debemos dispersarnos. —Dice.
Por la vereda contraria, pasan corriendo un grupo de personas.
—Sí, es lo mejor. —Dice uno de ellos.
De la oscuridad aparecen corriendo tres individuos con sendas armas en la mano.
— ¡No se muevan! —dice uno de ellos, apuntándoles—. ¡Regístrenles el cuerpo!
— ¡Manos contra la pared! —Ordena otro.
Los tres intervenidos obedecen en silencio. Los registran minuciosamente.
—Nos acompañan. —Dice el que apunta—. Caminen adelante. Pérez indícales el camino.
El aludido empuja a uno de los detenidos y comienzan a caminar. Recorren varias calles y
llegan a una de las dependencias de la Policía de Investigaciones del Perú, son introducidos a
un amplio, sucio y frío calabozo. Los detenidos se comportan como extraños. Uno se queda
parado cerca de la reja, otro se para más adentro apoyado en la pared, Lorenzo pasa hasta el
centro de la celda desconcertado. Desde allí observa que cierran la puerta y se introducen
dentro de las oficinas. Al poco rato regresa uno de los agentes con un cuaderno y su lapicero.
—Tu nombre y tus apellidos. —Le dice al que está más cerca.
—Abelardo Requejo Fernández.
—Ocupación.
—Obrero albañil.
—Tú. —se dirige al que está contra la pared.
—Juan Antonio Quispe Huamán.
—Ocupación.
—Estudiante de Economía.
—Acércate —se dirige a Lorenzo—. Nombre y ocupación.
—Lorenzo Muñoz Abanto, soy obrero.
— ¿Dónde trabajas?
—Vendo gasolina en un grifo, en la urbanización Salamanca.
El policía ingresa a las oficinas y vuelve el silencio.
—Teniente aquí tiene los nombres de los detenidos. —Informa el agente a su superior que
está revisando papeles sobre su escritorio.
—Dámelo. Voy a preguntar por teléfono si tienen antecedentes policiales, si no tienen nada,
para botarlos a la calle hoy mismo. Ustedes dicen que no les han encontrado nada, ¿qué razón
hay para detenerlos?
Hace la llamada, da los nombres y prosiguen con sus actividades. Los detenidos quedan en la
incertidumbre.
Cuando ya son cerca de las diez de la noche, suena el teléfono, contesta el teniente.
— ¡Sargento Carmona! —llama.
—Diga mi teniente. —Responde desde un cuarto adyacente
—Que nadie vaya a su casa ni se meta a la cama. Vamos a ir a hacer registro domiciliario. Que
vengan en el acto.
El sargento Carmona ingresa a uno de los cuartos donde descansa el personal de servicio y
comunica la orden. Salen seis personas, todos están vestidos de civil.
—Señores, dos de los detenidos tienen antecedentes, debemos realizar su registro domiciliario
en el acto, antes que trascienda que están detenidos. Ustedes tres van al domicilio de Requejo,
y ustedes con Quispe. Ellos tienen antecedentes, con el personal que va entrar en la siguiente
guardia haré que registren la casa del otro detenido. Vayan, cualquier cosa piden refuerzos a la
dependencia policial más cercana.
Salen. Minutos más tarde llega el personal de relevo, ingresan, sacan a Lorenzo entre tres, lo
suben a un Volkswagen, le indican que se siente al centro, uno conduce y los otros dos se
colocan uno a cada lado. Toman la avenida Universitaria, cruzan el puente del río Rímac se
dirigen a la avenida Perú, y llegan al jirón San Martín, se estacionan donde les indica Lorenzo,
ya son más de las diez de la noche, con la llave de Lorenzo abren la puerta, los policías suben
corriendo por las escaleras al segundo piso.
—Lorenzo — llega una voz del primer piso— ¿Con quién estás?
Los policías se miran entre ellos y esperan que Lorenzo llegue al final de las escaleras.
—Me han detenido tía, la policía ha venido a registrar mi cuarto. Suba por favor.
Silencio. Abren el cuarto e ingresan, desde el dintel observan todo el cuarto, es chico, hay una
cama, un velador a su costado, una mesa y tres sillas, un mueble librero, y oculto en uno de los
rincones a dirección de la cabecera de la cama un espacio que sirve de cocina. Son dos los
policías que han subido, uno se ha quedado cuidándoles las espaldas y cuidando el carro
afuera. Uno cuida a Lorenzo mientras el otro registra las cosas que hay en el cuarto, sigue
atento los movimientos de su colega, a la vez que disimuladamente va revisando las cosas que
están a la mano.
Se escucha que suben por las escaleras, una señora baja de estatura, gordita y de cabellos
ondulados aparece y tras ella una niña de diez a once años.
— ¿Qué sucede? —Pregunta la señora.
—El joven ha sido detenido como sospechoso de los atentados ocurridos hace unas horas.
— ¿Qué ha estado haciendo? —pregunta la señora, mientras la niña abrazada a sus piernas
observa lo que sucede.
—Nada señora, le digo que ha sido detenido por sospechoso. Nada más, estamos haciendo un
registro domiciliario de rutina. Si no se le encuentra nada, lo ponemos en libertad, eso es todo.
—Parece que no hay nada —dice el que busca, en cuatro patas debajo de la cama.
—Veamos por acá —dice el otro policía acercándose al mueble de los libros, coge uno y mira el
título—. José Carlos Mariátegui, hummm.
Deja ése y agarra otro libro grueso y lo abre.
—La Biblia —Comenta. Pasando a otro que está al costado y lo abre— El Libro del Mormón —
dice en voz baja— Y por acá ¿qué hay? —comenta cogiendo las cosas que están sobre el
librero, encuentra un rollo de papel cubierto con papel periódico, lo descubre y lo comienza a
desenrollar, es papel de lustre rojo, lo desenrolla todo y al centro tiene una hoz y un martillo
de color amarillo— Y esto ¿qué es? —Hace una pausa— ¿No decías que estabas en nada?
Lorenzo se queda en silencio. Los dos policías se miran y reanudan la búsqueda pero con más
minuciosidad, buscan entre las ollas y el servicio de cocina, su ropa la desordenan todo, el que
encontró la bandera roja, revisa libro por libro, encuentra El Manifiesto del Partido Comunista,
de Carlos Marx. En el nivel inferior encuentran los cuadernos de estudios de Lorenzo, lo hojean
página por página, son de las diversas materias del último año de educación secundaria. En
uno de los cuadernos encuentra varios escritos tomados a vuela pluma, lo lee de parte en
parte.
—Estás cosas no las entiendo —comenta el agente— además, aquí hay nombres que no son
históricos. Lo llevamos.
—Claro, ya allá que lo estudien los especialistas —Comenta el otro agente.
—Lo tenemos que llevar, señora. Como usted verá, no es tan inocente que digamos.
La bandera, el libro y el cuaderno lo meten en una bolsa plástica y bajan, emprenden el
retorno dejando a la señora en la incertidumbre y la niña llorando.
Cuando llegan de regreso a la dependencia de la Policía de Investigaciones de la Unidad
Vecinal número tres ya los otros agentes han regresado de registrar las casas de los otros
detenidos.
— ¿Qué tal les fue? —pregunta un oficial a los que regresaron primero.
—Este cojudo nos ha llevado a la casa de su tía, pero allí lo niegan dicen que él no vive allí.
—Algo esta ocultando hay que tener en cuenta que Abelardo, recién ha salido del Frontón,
hace sólo cinco meses. Claro que él es un terrorista…y nos está ocultando algo.
— ¿Y cómo les fue con Muñoz? —Se dirige a los recién llegados.
—Él dice que no sabe nada, pero en su casa hemos encontrado una bandera roja con la hoz y
el martillo y un libro de marxismo.
—En algo está —comenta el oficial—, y del otro ¿qué fue?
—Él dice que vive en casa de sus padres en Comas. Sus padres también dicen que vive allí,
pero en el cuarto donde supuestamente vive, no hay nada que le pertenezca. Todo son cosas
de un niño menor que él.
—Así que se quieren pasear con nosotros —El oficial hace una señal y dos agentes conducen a
Antonio a un baño, a Abelardo otros dos y después se escucha forcejeo, golpes, resoplidos,
pero no hay gritos.
Después de más o menos quince minutos, cesa la golpiza. A Antonio lo han metido a la ducha y
de la cintura para arriba está mojado. Uno de los que golpeó a Antonio se acerca a Lorenzo.
—Dime tú, por las buenas, ¿Eres o no eres?
—Escucha Muñoz —interviene el oficial— Tú sí eres, pero ya perdiste. ¿Eres o no eres un
luchador social?
—Sí lo soy —Responde orgulloso Lorenzo—. Soy un revolucionario, que busco lo mejor para mi
pueblo.
— ¿Ellos son tus camaradas? —pregunta el agente bravucón.
—No, yo a ellos no los conozco.
— ¿No estas mintiendo? —dice el oficial.
—No tengo porqué hacerlo.
—Ellos también son, aunque tú no los conozcas, y es más, ellos ya han estado detenidos, uno
ha estado en El Frontón y el otro en Lurigancho.
—Métanlos al calabozo, mañana los pasaremos a Seguridad del Estado, a ver si con ellos se
pasean, allá les van a sacar la puta de su madre.
Los conducen de regreso al sucio calabozo, de uno en uno les sacan las esposas. Los tres se
miran como desconocidos. En las oficinas los agentes policiales redactan documentos en
ruidosas máquinas de escribir. Abelardo con disimulo está parado cerca de la puerta de
ingreso al calabozo. Tan luego se retiraron los policías Antonio se saca la chompa y la camisa,
las exprime y las pone a secar cerca de una ventana que da a la calle donde corre aire. Al ver
esto, Lorenzo sin mediar palabras le da su chompa, Antonio la recibe y se la coloca, luego en
silencio se pone a caminar en idas y venidas de un lugar a otro. Cuando ya no hay ruido
Antonio recoge las hojas de periódico sucios que hay en el suelo, Abelardo hace lo mismo,
Lorenzo se limita a mirar.
Un policía alarga su cuello y saca la cabeza por una puerta, mira a los detenidos y la cierra
ruidosamente.
Antonio los llama a un costado del calabozo, donde no los vieran los agentes y puedan
escuchar si vienen a husmear.
— ¿Qué pasó con usted? —Le increpa a Lorenzo—. Usted se ha comprometido a guardar la
Regla de Oro.
—Eso estoy haciendo, yo no los estoy comprometiendo a ustedes —responde presto Lorenzo.
— ¿Sabe usted, lo que implica guardar la Regla de Oro? —Interviene Abelardo.
—No comprometer a nadie —responde Lorenzo con seguridad.
—Eso es una parte —dice Antonio— pero no es sólo eso, implica no auto inculparse, porque
eso es auto delación.
—Además —interviene Abelardo— usted acepta ser revolucionario, y le van a preguntar
dónde está organizado, a qué organización pertenece, con quién se reúne, qué planean hacer,
etc., etc.
—Estoy haciendo lo que hizo Pavel, en La Madre.
Antonio intenta calmarse, con sus dedos golpea el piso, como si lo hiciera sobre una mesa, e
interviene.
—Las condiciones de los revolucionarios soviéticos han sido otras, distinta a las de nuestro
país. En ese entonces el socialismo no estaba tan difundido como hoy, por eso ellos usaban los
tribunales reaccionarios como tribuna de agitación. Pero eso no hacemos nosotros. Aquí
nosotros aplicamos el ser “ciegos, sordos y mudos”. Lo cual quiere decir que no hemos visto
nada, no hemos escuchada nada y por tanto nos comportamos como mudos, porque no
tenemos que darle ninguna explicación a los reaccionarios.
—Nosotros somos francos, sinceros y leales con nuestro Partido —interviene Abelardo— con
nuestros compañeros. Pero a la reacción no tenemos porqué decirle nada. Nos dicen que
somos “cínicos”, “mentirosos”. Pero eso está dentro de nuestra política, al enemigo no se le
dice nada. De ellos su papel es defender el viejo orden, y de nosotros transformarlo. Por tanto,
no tenemos porqué facilitarle su trabajo.
Lorenzo agachado reflexiona. “Debo de no haber prestado atención a esa parte de no auto
delatarse. Dos cosas: No he estado atento, o no me lo han explicado”.
— ¿Entonces qué debo hacer? —Pregunta.
—Negar todo —responde presto Abelardo.
—Claro que será difícil, porque lo van a golpear, le van a torturar —agrega Antonio— pero es
la única solución. Si no lo hace lo sentenciarán y pasará varios años en la cárcel. La obligación
de todo revolucionario es en primer lugar, mantener una alta clandestinidad, para no ser
detenidos y cuando sufre un accidente de trabajo, porque eso es una detención, guardar la
regla de oro, a fin de salir en libertad lo más pronto para seguir combatiendo. —Antonio se
detiene para ordenar sus ideas.
—Si nosotros negamos todo, aunque nos hayan, cogido con las manos en la masa, como se
dice, los jueces no tendrán elementos con qué juzgarnos. —Acota Abelardo.
—Acá, los policías que nos han detenido, elaborarán un parte y nos trasladarán a Seguridad del
Estado, allá en base a eso nos interrogarán, y no será con palabras suaves, nos amedrentarán,
nos golpearán, nos chantajearán y en base a lo que logren saber de nosotros harán un
atestado con el que nos remitirán al Poder Judicial. Si nosotros no decimos nada, no sabrán
nada. ¿En base a qué nos podrían sentenciar? Y no les quedará otra cosa que ponernos en
libertad. Salvo que uno de nosotros se quiebre, y nos sentencien en base a los elementos que
consigan de otra persona, pero en ese caso es la versión de él versus la tuya —hace una
pausa—. ¿Podrá negar lo que ha dicho?
—Claro que lo haré —responde presto.
—Pero no le será fácil —le recuerda Abelardo.
Antonio tiene abundante papel periódico, separa más o menos la mitad y le da a Lorenzo.
—En esto descansará, dormiremos separado, cada quien por su cuenta. Si dormimos juntos no
sentiríamos mucho frío, pero no es conveniente. Procure dormir boca arriba, para cuidar la
espalda. No se saque los zapatos. Eso es todo. ¡Ah!, y recuerde, cuando estemos en Seguridad
del Estado, buscarán hacernos caer en contradicciones, le dirán: ya los otros han hablado todo,
o, ya los sabemos todo, etc., etc. Nosotros no tenemos porqué creerles.
Se pone de pie, Abelardo de igual manera y Lorenzo los imita. Antonio y Abelardo se dirigen
cada uno al sitio que ya tenían pensado para improvisar su lecho. Lorenzo los observa, luego se
acerca a una de las paredes, tiende el periódico en el suelo y se acomoda boca arriba, con unas
cuantas hojas de papel periódico se cubre el pecho y se queda quieto.
Los tres están tendidos boca arriba, cada uno piensa en lo que tiene que afrontar. “Que rápido
me han vuelto a detener —piensa Antonio— es la primera tarea y me dejo atrapar... algo anda
mal... tengo que serenarme... no buscar culpables... mi problema hoy es cómo me escapo,
tengo que volver al campo de combate...”
“¿Flaqueará Lorenzo? —Piensa Abelardo— es nuevo, ¿cuánta convicción tendrá en la causa
comunista? Espero que no conozca mucho, porque si se quiebra golpeará el nuevo trabajo que
se ha comenzado a levantar. Sea como sea yo no diré nada. De mí no sacarán nada.” Se queda
quieto, al poco rato se queda dormido.
“Tengo que descansar, —se dice Lorenzo— ¿Qué vendrá mañana? Sea lo que sea habrá que
afrontarlo.”
El último en dormirse es Antonio y por la mañana el primero en levantarse. A las seis ya está
de pie, se dirige a su ropa y la palpa. Su bibidy es de algodón, aún está húmedo, su camisa es
de una tela ligera, ya está seca, su chompa está mojada, el agua se le ha escurrido a los
extremos. Se coloca su camisa y le devuelve su chompa a Lorenzo.
—Gracias —le dice.
Lorenzo la recibe en silencio y se la coloca. A eso de las seis y treinta asoma su cabeza un pip,
secándose la cabeza con una toalla, observa a los detenidos.
— ¿No tienen asco estar en una cochinada cómo ésa? —dice el agente.
—Deme una escoba y lo barro —dice presto Antonio.
—Espérame un momento.
Al rato sale llevando una escoba en la mano, se la alcanza a Antonio por entre los barrotes. En
silencio la recibe y se dirige al fondo, comienza a barrer, lo hace sin apuro. El agente se retira.
Barre toda la basura y se toma la molestia de recoger las hojas de periódico y amontonarlas en
un lugar donde no sea vistas a simple vista, Abelardo y Lorenzo lo miran con indiferencia.
Cuando termina de amontonar toda la basura, la recoge en periódicos viejos.
— ¿Dónde boto la basura? —grita.
Al poco rato aparece el agente con un llavero en la mano. En las oficinas se escucha la
presencia de otros agentes. Abre la reja.
—Saca la basura y métela en ese cilindro.
Antonio obedece bajo la atenta mirada del custodio.
— ¿Puedes barrer todo esto? —le señala la parte exterior del calabozo.
—Claro —responde, cogiendo la escoba y poniéndose a barrer desde el rincón más cercano.
El agente cierra el calabozo y se mete al interior de las oficinas. Antonio termina de barrer
todo, recoge la basura y sin decir palabra continúa entrando a las oficinas. Termina de barrer
una oficina e ingresa a otra, llega a la zona de los servicios higiénicos donde la noche anterior
lo han golpeado, desde allí puede ver la calle por la puerta de ingreso a la dependencia policial.
Son tres agentes los que están en la dependencia policial, solo uno está atento a lo que hace,
Antonio calcula cada uno de sus movimientos.
— ¿Dónde está el parte de ayer? —pregunta uno de los agentes.
—Por ahí estaba —responde el que observa a Antonio.
— ¿Puedes dármelo?
—Claro —responde y se da vuelta.
Antonio, escoba en mano, se dirige a la puerta y saca la cabeza. Toda la calle está vacía, sin
pensarlo dos veces sale a la calle y deja caer la escoba. El agente escucha el ruido y sale presto,
no ubica a Antonio.
— ¡Concha de su madre, se largó el detenido! —grita alarmando a sus colegas, y sale
caminando sin saber qué dirección tomar, pero hace disparos al aire para alertar a sus colegas.
Antonio corre doblando en cada esquina que encuentra. A cuatro cuadras de la comisaría, al
voltear la esquina, casi se estrella con un transeúnte, se detiene a centímetros. El transeúnte
que caminaba distraído lo mira a la cara y se reconocen; es el agente que en la noche lo ha
golpeado en la ducha. Antonio lo esquiva y acelera su velocidad. El agente, corre tras él a la vez
que desenfunda su arma de reglamento, se detiene y apunta, pero no sale el disparo, está con
seguro, mientras quita el seguro ya Antonio ha desaparecido de su vista. Antonio corre
desorientado, entra por una calle, cuando está por la mitad se percata que no tiene salida,
regresa sobre sus pasos y toma otra dirección. El agente que lo cuidaba corre desorientado y a
paso lento, en eso Antonio cruza como una saeta a una cuadra de donde está él, al verlo pasar
cobra ánimo y va tras el fugitivo, llega rápido a la esquina y desde allí le dispara al cuerpo.
Antonio corre en zigzag, al llegar a la esquina se encuentra con otro agente que ha salido de la
estación, ya Antonio está cansado. El agente le da alcance y le pone cabe, rueda al piso,
intenta levantarse y le cae un puntapié en las costillas, trata de incorporarse, llega el agente
que lo ha golpeado en la noche y de un manotazo lo vuelve a hacer caer. En el piso lo golpean
sin compasión, llega el que lo había sacado a barrer y lo sujeta contra el piso, le coloca las
esposas y lo hace ponerse de pie, allí lo rellena de golpes en el abdomen, el mismo que lo ha
golpeado en la noche. Dos agentes, sujetando de un brazo cada uno, lo conducen a la
dependencia policial. Abelardo y Lorenzo escuchan movimientos y se acercan a la reja.
— ¡Pónganse lejos de la reja! —ordena un agente mientras se acerca a abrir el calabozo. Los
que conducen a Antonio lo arrojan al interior con las esposas puestas.
— ¡Puta madre, te cagaste, ahí te quedas! —dice el agente que más lo ha golpeado.
—Lo saqué para que haga limpieza, y en un descuido mío me terció.
— ¡Carajo!, ese cojudo es un terruco, recién ha salido de Lurigancho y no quiere volver. Con
todos esos hay que tener cuidado, son peligrosos. Hay que pasarlos cuanto antes a Seguridad
del Estado.
Cierran la reja y desde lejos miran a los detenidos, ingresan a las oficinas.
— ¿Qué pasó? —inquiere Abelardo, ayudándole a ponerse de pie a Antonio, a quien lo han
dejado con las esposas puestas.
—Me volvieron a detener, ya me había ido, pero no conozco las calles de este lugar donde
estamos detenidos, y me metí a una calle sin salida.
—Tranquilo, lo principal es que lo has intentado —le responde el mismo.
Lorenzo observa. Ya de pie, Antonio con disimulo se frota las zonas de su cuerpo en que ha
sido golpeado. Pasan las horas. Cerca a las once la mañana llegan personal de Seguridad del
Estado a recoger a los detenidos. Los enmarrocan a cada uno de los detenidos con las manos
adelante y los suben a una camioneta cerrada. Son conducidos a la Prefectura, los ubican
separados, aislados unos de otros, y encapuchados. Lorenzo es ubicado en un cuarto donde ya
hay otros detenidos encapuchados y enmarrocados. Están sentados en el piso, algunos se
sientan sobre frazadas que les han llevado su familiares, otros en cartones sucios y viejos,
están incómodos, pues el lugar son oficinas que han sido improvisadas para aislar detenidos
bajo la atenta mirada de los policías que hacen sus cosas, y uno que está en vigilancia
exclusiva.
Cerca de las tres de la tarde uno de los agentes grita:
— ¡Llegó la paila! Van a salir en orden, de cinco en cinco, comen rápido para que salgan los
demás.
Lorenzo sigue quieto en la esquina, con disimulo levanta la capucha y trata de observar lo que
sucede a su alrededor. Al rato, regresan trayendo a los que almorzaron.
—Pónganse de pie todos los que faltan almorzar —los detenidos se paran— nadie se levante la
capucha, todos mirando al piso, hagan un trencito —coge a uno que está cerca a la puerta—.
Tú vas a ir adelante, los demás se van acomodando atrás.
Lorenzo, que está en el rincón más lejano es el último.
— ¿Todos están llevando su cacharro, no?
—Claro —responden todos, casi en coro.
— ¿El último, también?
— ¿Qué? —responde sorprendido, Lorenzo.
— ¿Tienes en qué comer?
—No.
— ¿Quién le presta uno?
—Yo tengo un taper vacío. —Ofrece uno de los detenidos.
—Dale pero sin levantarte la capucha —ordena el celador.
El detenido a tientas busca entre sus pocas cosas, que están en una bolsa plástica, saca un
recipiente y orientándose mirando al piso, va al final de la cola y le entrega a Lorenzo, éste le
recibe y dice:
—Gracias.
“Esa voz, la conozco” —piensa el que entrega el recipiente.
—Listo, arranca el tren. —Dice el gendarme mientras empuja de un hombro al que esta
adelante.
Sortean los pupitres, pasan de una oficina a otra, llegan a un pasadizo que comunica a varias
oficinas, y varias escaleras que descienden. En uno de los cuartos están ubicadas las ollas con
los alimentos, les sirven y a un costado, de pie, levantando ligeramente la capucha, ingieren los
alimentos. Lorenzo es el último del grupo que recibe su ración, se ubica a un costado de los
otros obstruyendo el tránsito del pasadizo.
—Venga por acá —dice el custodio, empujando a Lorenzo al costado de otro que come.
El que le prestó el recipiente está cerca, con disimulo se acerca a Lorenzo, quien no se percata
de lo que sucede a su alrededor, concentrado en comer. Le da un codazo para llamar su
atención, este gira hacia él poniéndose en guardia, se encuentran con la mirada.
—Ten cuidado, no te levantes mucho la capucha —le dice el detenido en voz baja, acercando
su boca cerca de su oído —hay personas que te conocen y están delatando.
En un acto reflejo, Lorenzo, con la mano que coge la cuchara se jala más la capucha y agacha
más la cerviz.
“¿Quién será este compañero? —Se pregunta Lorenzo frunciendo el entrecejo— Donde me
tienen hay voces que me son conocidas. Debo de hacer caso a su consejo.”
Al regresar a donde los tienen aislados, se coloca bien la capucha, y aguza su oído para saber
que sucede a su alrededor. Todos los incomunicados duermen de cualquier manera donde
están, algunos sentados apoyando la cabeza contra sus piernas, otros se apoyan en el que está
cerca de él, otros se estiran en toda su humanidad.
A la mañana del tercer día de incomunicación Lorenzo recibe alimentos y una frazada de parte
de su madre. A todos los detenidos les permiten devolver los recipientes que sus familiares
han dejado en un envío anterior.
Cada día disminuye el número de detenidos incomunicados, hasta que una noche un jalón
despierta a Lorenzo y lo hace ponerse de pie con violencia. Sonámbulo, en silencio casi a
rastras lo conducen a otro ambiente. Pasan por varios cuartos y llegan a un ambiente en donde
corre aire, de un empujón lo hacen sentar en una silla, siempre sin mediar palabras, le sueltan
la marroca de una mano y lo vuelven a enmarrocar pero con las manos hacia la espalda.
—Muy bien, Lorenzo —por fin habla con voz fúnebre una persona—. Tú eres un guerrillero,
pero ya te tocó perder. A veces se gana y a veces se pierde. Hoy te tocó perder. —Lorenzo
escucha sin responder nada.
—No van a poder tomar el Poder de esa manera, ése no es el camino —dice otra voz menos
agresiva— mientras le saca la capucha.
Lorenzo, abre sus ojos legañosos, un foco de 50 watts ilumina pobremente el ambiente, sin
mover la cabeza trata de observar dónde se encuentra, es un ambiente amplio, hay varios
muebles viejos, y algunas sillas. Sobre un escritorio se sienta uno, mientras que otro con la
capucha en la mano está cerca.
— ¿Puedes decirnos cómo es que te han convencido de que la lucha armada es el camino? —
Hace una pausa— ¿Quién te ha captado?
Lorenzo frunce el entrecejo, pone una cara de sorprendido y responde:
—Señor, no entiendo de qué me está hablando. —Mirando con cara de estúpido al que le
pregunto desde donde está sentado.
La respuesta sorprende a los interrogadores, que se miran unos a otros. El que está con la
capucha en la mano, levanta los hombros y achica los ojos. El que dirige lleva su mano hacia
atrás y sin mirar trata de coger algo, al no encontrarlo voltea el cuello y busca con la mirada, se
estira un poco y coge algunos papeles, los ojea moviendo la cabeza cuando pasa de un renglón
a otro.
— ¿Tú eres Lorenzo, no?
—Sí señor.
—Tú eres un revolucionario que busca lo mejor para su pueblo, ¿o ya lo has olvidado? —Le
dice, levantado la cabeza después de leer.
—La verdad, señor, no sé de qué me habla. —Responde mirándolo de frente.
—Eso es lo que tú has dicho allá donde te han detenido.
Lorenzo mueve su cabeza.
— ¿Revolucionario?, qué es eso señor. ¿De qué me habla?
—No te hagas el pendejo —advierte el que está con la capucha en la mano—. Aquí nadie se
pasea con nosotros.
“Qué pendejo ese concha de su madre. —Piensa el que tiene los papeles en la mano—. Seguro
que ya le han aconsejado. Yo pensé que con éste la cosa era fácil, pucha mare, ahora hay que
estudiar ese cuaderno que le han encontrado.”
— ¡Llévalo! —Ordena.
En silencio, pero bruscamente lo venda y le pone la capucha. De la misma forma en que fue
conducido es arrastrado hasta donde lo tienen incomunicado, como a cualquier cosa lo arroja
a una esquina donde no hay nadie.
“¿Qué vendrá?... Debo descansar.”
En el ambiente quedan él y un detenido más. Con su frazada se envuelve como mejor puede y
se queda dormido. Al día siguiente, por la noche, nuevamente a empellones es conducido al
mismo lugar de la noche anterior. Lo dejan solo, siente pasos apurados que ingresan al cuarto.
Corre un poco de aire. Un golpe en la boca del estómago lo hace doblarse.
— ¡Ahhhh!
— ¡Te crees pendejo concha tu madre! —vocifera uno.
Lorenzo está enmarrocado doblándose de dolor y tratando de inhalar aire.
—Así que no sabes nada, ¿no? —y le zampa una patada en el pecho.
El detenido cae de espalda golpeándose la cabeza contra una silla que estaba tras él. Lorenzo
en el piso respira mejor: Sin quererlo, el policía con el golpe en el pecho le ha ayudado a
recuperar el aire perdido. El ahogo le había hecho lagrimear copiosamente. Un agente lo coge
con las dos manos de las solapas, lo levanta y le hace sentar en la silla.
—Aquí no te vas a pasear con nosotros hijo de puta… En tu casa tenías una bandera
comunista, tenías un retrato de Mariátegui. Y pretendes negar que eres un comunista. Nos
crees cojudos, ¿o qué?
Silencio.
— ¿Me has escuchado, terruco de mierda?
Silencio.
—Respóndeme, ¿son tuyas esas cosa o no?
—El retrato de José Carlos Mariátegui sí es mío. Yo no tenía ninguna bandera.
—Ya comenzaste con la pendejada, entonces dime cómo conseguiste el retrato de Mariátegui.
¡Respóndeme!
—El retrato vino en el interior del periódico Unidad. Yo compré el periódico y allí estaba.
— ¿Dónde se encuentra ese periódico?
—En la Plaza Dos de mayo se lo encuentra en cualquier kiosco.
—Eres pendejo. Ese periódico solo lo compran los comunistas.
—Yo no sé qué es ser comunista.
— ¿Y por qué lo conservabas?
—Porque en el colegio me han enseñado que José Carlos Mariátegui ha estudiado la sociedad
peruana como ninguno.
—En el colegio, ¿no? Y ¿qué tiene que ver Mariátegui y la bandera roja?
—No le entiendo señor.
—Te haces el cojudo carajo. ¿Te pregunto por qué tenías la bandera y el retrato de
Mariátegui? Eso es lo que te pregunto.
—Ya le respondí señor. Yo no he tenido la bandera.
—Aquí en el acta de incautación que tú has firmado consta que tenías una bandera. —El
interrogador comienza a revisar las hojas que tiene en sus manos.
— ¿Firmado? Yo no he firmado nada.
“Carajo, esos huevones no han redactado ningún acta de incautación. A las justas han hecho
un simple atestado policial… a ver… veamos qué logramos sacar con lo que se tiene.”
Coge el cuaderno que está sobre el escritorio y va hacia Lorenzo, con una mano le levanta
levemente la capucha, con la otra le acerca el cuaderno a la cara.
—Y, ¿este cuaderno es tuyo o no? —dice dejando caer la tela oscura.
—Sí, es mi cuaderno.
— ¿Sabes lo que está escrito acá?
—Sí sé lo que yo he escrito en él.
—Aquí tienes escritos subversivos. Y está escrito de tu puño y letra, eso no lo vas a negar. Me
escuchaste. —pregunta en tono amenazante y amedrentador.
—Lo que he escrito en él son temas de historia.
—Me refiero a lo que has escrito en la parte final, eso que está todo garabateado porque lo
has escrito apurado.
— ¿Cuál? Todos son temas de historia.
—De historia son tus clases del colegio. Las páginas finales no son del colegio.
—Quiero verlo. —Dice enérgico.
El agente se acerca y le coloca el cuaderno encima de sus piernas, le levanta un poco la
capucha.
—Lo estás viendo. No me vas a decir que no es tuyo.
—Son notas que he tomado de mis clases en la academia pre universitaria. Recuerdo que trata
de Thomas Münzer y Martín Lutero. ¿Dónde está lo malo?, trata de los años 1520 y tantos.
“Esto es doctrina terrorista —piensa el interrogador— pero, cómo demostrarlo. También hay
nombres de personas. ¿Quiénes serán?...deben ser de los otros terroristas, pero, ¿de quién de
ellos?...puta mare.”
—Clases pre universitarias, ¿no? ¿En dónde te preparabas?
—En la academia AFUSM.
— ¿Dónde está su local?
—Dentro de San Marcos.
—Y los nombres que están en la parte final ¿de quiénes son?
— ¿Nombres?,… no recuerdo.
Un sopapo le remece la masa encefálica, y lo hace balancearse de izquierda a derecha. Lorenzo
sacude su cabeza para salir del aturdimiento.
—Ahora, ¿te acuerdas?
Silencio. Otra bofetada por el otro lado del rostro lo hace tambalear al otro lado.
—Si no te acuerdas nosotros haremos que lo recuerdes. No quieres por las buenas entonces
será por las malas.
—Lorenzo, sé razonable, ya has perdido. Así es la guerra, unos ganan otros pierden y tú, ya
perdiste. —Interviene el otro
—Y si no confiesas todas la pendejadas que has hecho y con quiénes, te sacaremos ¡la concha
de tu madre! —Dice el que le asestó los golpes— Ya escuchaste, ¿de quiénes son esos
nombres?
—Aquí dice además, “tareas”. Y no vengas a decir que no se trata de conspiraciones
terroristas. Solo que lo has escrito con símbolos. Anda recordando de qué se trata.
—Hoy nos vas a tener que decir de qué se trata… ¿estás escuchando? —No hay respuesta—
¿Escuchaste? ¡Responde carajo!
El detenido sigue quieto, pero atento a lo que pueda venir.
— ¡Oye concha de tu madre, me estás haciendo perder la paciencia! ¡Habla carajo!— Vocifera
el que está más lejos
—Pero, ¿qué quieren que les diga?, no sé de qué me hablan. —Responde con voz temblorosa.
— ¡Ah!, no sabes. —Dice el que está cerca.
Se dirige atrás de la silla, lo coge de los brazos enmarrocados y los levanta, Lorenzo se dobla
hacia delante, la silla cae.
— ¿Eres terrorista, si o no?
—No señor. De verdad, yo no soy nada. —Su voz es lastimera.
—Basura. —Dice el que lo sostiene de los brazos, Lorenzo está en puntillas, lo arroja de cara al
piso.
—Tienes toda la noche para que lo recuerdes. —Dice el que está lejos.
—Si no hablas por las buenas te colgaremos de las bolas, carajo —interviene el otro siempre
en afán amedrentador.
—Llévalo.
Lo regresan a la esquina en que lo tienen incomunicado. Ya no quedan otros detenidos en ese
ambiente. La noche es más fría y más larga.
Al día siguiente, alrededor de las once de la noche nuevamente es despertado abruptamente y
arrastrado por dos personas que lo sujetan de sus ropas y lo conducen en silencio haciendo
que arrastre la punta de los zapatos, llegan donde lo están interrogando, los policías se miran y
se sonríen por anticipado de la maldad que traman, los dos a la vez sueltan a Lorenzo que se
estrella contra el piso de cemento.
—Disculpa —dice uno de los agentes, y procede a levantarlo, lo hace sentar en una silla.
La boca de Lorenzo toma un sabor dulzón por la sangre que le brota de una de las paredes
bucales que se ha mordido al chocar su quijada contra el piso. Uno de los agentes se posesiona
detrás de la silla y comprueba que esté bien vendado, luego en silencio le suelta la marroca de
un brazo y se lo vuelve a colocar pero hacia la espalda.
El agente encargado de dirigir el interrogatorio, con una señal le pide a su subalterno que se
acerque, le va decir algo en voz baja, pero se percata que están cerca al detenido, cogiéndolo
de un brazo lo conduce a la esquina más lejana.
— ¿Qué hacemos?, no hay nada concreto contra este cojudo, con los otros dos tenemos al
menos sus antecedentes, pero de éste, nada.
—Tenemos el atestado con el que lo remitieron.
—No hay nada firmado por él. No hay acta de incautación, menos presencia del fiscal. He
estado leyendo su cuaderno, son notas de historia, claro que tiene contenido subversivo, pero
no se lo puede tomar como elemento de prueba.
—Hay un libro de Marx, creo.
—Verdad, ¿no?, veamos que podemos sacar de ello.
—Hay que trabajarlo a la psicología. De eso me encargo yo. Cúbrase la cara. —Dice mientras él
se coloca un pasa montañas que saca de su bolsillo posterior.
Da la vuelta y se enrumba al detenido subiéndose el pantalón acogiéndolo de los pasadores de
la correa. Con ambas manos coge al detenido de las ropas y lo hace ponerse de pie, luego se
posesiona tras él y lo empuja para que camine en la dirección que lo va empujando, el
detenido da dos pasos y tropieza con un desnivel del piso.
— ¡Fíjate por donde caminas! ¡Levanta el pie carajo!
Lorenzo a tientas levanta su pie poco a poco, hasta llegar a encontrar donde pisar. Lo conduce
al fondo de la habitación y le saca la capucha.
—Mira bien donde estás. Voltéate y mira todo lo que quieras.
Lorenzo, abre sus ojos, aunque la luz es débil, lo incomoda, poco a poco los abre bien, lo
primero que mira es al que lo sujeta, luego al que dirige el interrogatorio, que espera a la
distancia. Por la pared más cercana a él, llegan los débiles rayos del alumbrado eléctrico de la
calle, y más cerca divisa una oscuridad lóbrega.
— ¿Sabes qué lugar es ese? —Le dice mostrándole con la mano la parte más oscura.
Lorenzo no responde, mira de un lado a otro moviendo la cabeza.
—Ese lugar es El Sexto, ¿lo sabías? El Sexto es una cárcel en donde la vida no vale nada, allí casi
diario se mata la gente y nadie lo sabe. Mira bien, este lugar esta junto, ellos ya están
acostumbrados a escuchar balazos. Así que si acá, se dispara un tiro, es lo más normal. Si gritas
nadie te va a escuchar. ¿Has entendido lo que te quiero decir? —Mientras dice lo último le
vuelve a vendar los ojos y le pone encima la negra capucha.
Empujándolo de la espalda lo regresa a la silla, Lorenzo olvida el desnivel y se da un susto al
pisar en el vacío, adrede el policía lo suelta cuando lo ve trastabillar, pero no pierde el
equilibrio, y se queda de pie. El que ordena, con señales le dice que lo haga sentar en la silla.
—Vamos a hacer las cosas por las buenas, Lorenzo. ¿Me estás escuchando?
Silencio.
— ¡Te he preguntado si me has escuchado! –Levanta la voz.
—Sí.
Un sopapo contundente le cae en el la oreja izquierda.
— ¡Sí señor, se responde carajo! —Le dice el agente que lo golpeó— ¿Qué, no sabes modales?
Nuevamente el silencio. Y otro manotazo le cae per el otro lado.
—Sí, señor. —Responde de mala gana.
—Ya vez, ya estás aprendiendo —dice el que lo golpea.
—Te estaba diciendo, —interviene el otro— que queremos hacer las cosas en forma rápida y
sin tener que recurrir a la violencia. Eres joven, ¿para qué vas a buscar que se te maltrate? Lo
único que queremos saber es desde cuándo perteneces a Sendero y quién te capto.
—Señor, yo no sé a qué se refiere.
—Te lo diré en otras palabras, ¿desde cuando perteneces al movimiento? —interviene el que
está cerca y presto a golpear.
—Yo no sé nada señor.
—No te hagas el cojudo, te estoy preguntando desde cuándo perteneces al Partido Comunista.
—Yo no pertenezco a ningún partido señor.
El agente levanta la mano para golpearlo, pero el otro hace chasquear sus dedos para decirle
alto con las manos.
—Cómo que no eres comunista. Entonces, ¿por qué tenías el libro de Carlos Marx en tu poder?
O, ¿vas a negar que fuera tuyo?
—No señor, por qué lo voy a negar, es cierto que lo tenía, lo he comprado, por cultura general,
pero no he tenido tiempo de leerlo.
—Pero por qué ése, habiendo tantos libros.
—Por cultura general, señor, en mi cuarto también tengo la Biblia, el Libro del Mormón y otros
libros religiosos.
—Lorenzo, no seas necio, ya nosotros lo sabemos todo, tú te estás haciendo el difícil, pero tus
compañeros no piensan igual, ya cantaron todo.
“No lo creo.” —Se dice para sí Lorenzo.
—Ya sabemos quiénes son: Jaime, Luis, y Rubén. Por las puras estás negando todo.
“Qué negligencia la mía, haber escrito los nombres completos”, —Se recrimina Lorenzo.
—Por ejemplo, ya Rubén cantó todo. Con dos cachetadas soltó todo. Ya nos dijo cuántas
acciones ha hecho, con quiénes y en dónde se reunían. Con eso los empapelamos a los tres.
Los policías se miran guardando silencio atentos a la reacción de Lorenzo ante su contundente
afirmación.
Por dentro de la capucha Lorenzo sonríe.
“Imbéciles, Rubén, soy yo.” —Se dice mientras aprieta sus dientes con firmeza.
El silencio se prolonga por un momento. El que está más cerca mira a su jefe, y con gestos le
dice qué sigue. Con gestos le responde: métele golpe.
Da dos pasos y le impacta un gancho en el abdomen, Lorenzo se dobla.
—Bueno, no quieres por las buenas, entonces será como nosotros sabemos hacer que los
terrucos recuerden todo lo que saben y todo lo que han hecho.
No termina de recuperar el aire que perdió y una patada en el pecho lo derriba con silla y todo.
Lorenzo cae aparatosamente, golpeándose la cabeza contra la silla, queda aturdido, en el
mismo lugar lo continúa pateando, para cubrirse adopta la posición fetal en silencio, los golpes
le caen en las extremidades y algunas en las posaderas.
—Ya déjalo, —interviene el que manda. —Lorenzo, te dije que quiero hacer las cosas en forma
36 rápida, y así lo vamos a hacer… vamos a jugar a la ruleta rusa. ¿Qué te parece Lorenzo?
—Eso me gusta jefe. —Dice el servil.
Se lleva la mano a la sobaquera y saca su revólver, un Smith & Wesson cañón recortado, y le
extrae las balas. Le levanta un poco la capucha con una mano y con la otra le muestra las balas
en la palma de la mano.
—Una de éstas puede ser la que te atraviese los sesos. —Deja caer la capucha—muy bien,
ahora introducimos una, solo una bala —hace girar el tambor como si fuera una ruleta y cierra
el tambor ruidosamente— Corre la rueda de tu desgracia, no sé si la suerte esté de tu lado o
del otro lado, si don Sata te quiere llevar puede ser en la primera jalada del gatillo.
—Bien —interviene el otro—. No te expongas a medidas extremas, que estás jugando solo…
De pronto hace su ingreso una agente femenina, negra, de cabello prieto, contextura robusta,
pisa haciendo sonar sus tacos delgados. Se acerca al que dirige el interrogatorio.
— ¿Éste es el machito que no quiere colaborar?
La respuesta es un movimiento de cabeza que le confirma que sí.
Se acerca a Lorenzo, le levanta un poco la capucha a la vez que se agacha para poder verle el
rostro, Lorenzo está con los ojos cerrados esperando lo que venga.
—Es chibolo, y así sé da de machito. —mete una de sus exuberantes piernas por entre las de
Lorenzo y comienza restregarse contra el cuerpo del interrogado—. A ver veamos si es bien
machito. A ver papacito, demuéstrame que eres bien macho. —Con sus manos atrae la cabeza
del detenido a su cuerpo, lo manosea morbosamente, los otros observan en silencio. El ímpetu
y la virilidad juvenil no se hacen esperar. La torturadora cesa su manoseo.
—Veamos si es bien macho, —dice a la vez que lleva una de sus manos a los genitales de
Lorenzo—. ¡Ah, carajo! ya templó carpa. Está arrecho este terruco de mierda. —Anuncia
mientras saca su pierna y le da un golpe en el centro de piernas.
Lorenzo en acto reflejo junta sus piernas y lanza un resoplido en vez de un grito.
—Este pobre y triste infeliz, no tiene ni la menor idea de dónde se encuentra. Trabájenlo bien
y que sepa lo que le espera si es que no coopera.
Y así como entró, haciendo sonar sus tacos, sale del cuarto.
—Continuamos. —Dice el que dirige— El juego a la Ruleta Rusa, por lo general lo juegan dos,
pero hoy jugarás tú solo, tienes cinco oportunidades, o tal vez menos. 37
—Y no me hagas contar por las puras. —Dice el que está con el arma en la mano.
— ¿Vas a hablar, o no? —dice el que manda, y mueve la cabeza a su subalterno, indicándole
que es su turno.
El torturador acerca con fuerza el arma a la sien de Lorenzo y comienza a contar.
—Uno… dos… ¿hablas o no? —Silencio— ¡Tres!
Clic. Suena el gatillo al golpear al vacío.
—Has tenido suerte, —dice el que manda desde su puesto, sentado en el escritorio— ¿Por
cuánto tiempo?, ya que así lo quieres continuamos. Uno… —el mismo cuenta— Dos… y… tres.
Otra vez el percutor golpea en el vacío. El torturador que manipula el arma hace una mueca al
ver que el amenazado no se mueve, y quieto espera lo que suceda.
—Continuamos, ya es tarde, agilicemos esta cosa —habla el que ordena— corre la nueva
cuenta, si muere, muere por cojudo.
—Uno,… dos y tres. –Un nuevo golpe al vacío.
—De repente esta vez no tienes la misma suerte —interviene el que manda—. Esta es tu
cuarta oportunidad. Uno, dos… tres.
Con la misma celeridad pasan la quinta y llegan a la última.
—De ésta no te salvas. Ya que no quiere hablar hazle saltar los sesos —hace una pausa para
observar la reacción del interrogado, éste ni se mueve. Se pone de pie, va hacia él—. Dame el
arma, quiero darme el placer de ser yo el que le destape los sesos. Me estás escuchando,
¡carajo!, te voy a destapar el cráneo. —Le pone la boca del cañón en la frente, empujándolo
hacia atrás—. Uno, dos,… —De improviso le levanta la capucha, Lorenzo con los ojos cerrados,
está que sonríe.
La ira lo trastorna y le propina un puñetazo en el ojo derecho y soltando el arma le sigue
golpeando a puño limpio en el rostro cubierto, Lorenzo cae al piso.
—¡Concha de tu madre!, te crees pendejo, crees que te puedes burlar como si nada de
nosotros, sigue riéndote hijo de puta —vocifera mientras en el piso lo sigue pateando, el otro
agente recoge su arma y se queda como estúpido mirando cómo su superior desfoga su ira
contra su adversario—. Sigue riéndote —puntapié— ríete pues carajo —otra patada—. Ya te
jodiste concha de tu madre. Te voy a empapelar para que te pudras en la cárcel —y más
patadas. Cansado se queda mirándolo.
Se acomoda la ropa, se sacude el cuerpo como gato apaleado, mueve su cabeza de un lado a
otro, respira profundo y mueve la cabeza gesticulando, formando varios pliegues en la frente.
Se agacha coge 38 una de las piernas del tendido y tira de él.
—Ayúdame a llevar a esta basura adentro.
El subalterno en silencio coge la otra pierna y entre los dos lo arrastran hacia fuera y lo
conducen por el pasadizo donde acostumbran servir los alimentos a los aislados. La noche está
fría, en una esquina un agente está vigilante envuelto con una frazada y con arma en ristre.
— ¿Quién va? —pregunta con somnolencia.
—Hay que meter a está basura adentro.
—Muy tarde jefe —responde.
— ¿Qué hora es?
—Más de la una.
— ¿Tienes las llaves, no?
—Sí.
—Entonces abre la puerta y mételo a la primera cuadra, y punto. Que te ayude Lince. Dame tu
arma.
De mala gana le entrega su arma, coloca su cobertor sobre una silla que está en la oscuridad,
de su chaqueta extrae un puñado de llaves, abre una reja.
—Sácale las esposas. —Ordena el irritado oficial al subalterno que lo viene ayudando
Éste, hace parar a Lorenzo, le busca las marrocas en la oscuridad, y se las saca, lo empuja para
que entre por la puerta que abrieron, mientras tanto el vigilante, ya está abriendo otra reja.
Cuando está empujándolo al interior de la cuadra donde descansan otros detenidos le quita la
capucha, cierran la reja. Lorenzo queda de pie en la oscuridad. Mueve sus dedos y comienza a
soltar sus músculos.
—Ubícate por acá, hay un espacio —le dice alguien desde donde se encuentra acostado.
—Gracias, en un momento lo hago.
Se lleva las manos al rostro, se toca los brazos, los hombros, luego las piernas.
“Creo que ya paso lo peor.”
— ¡Se jodieron, carajo! —Entra vociferando un agente al cuarto de aislamiento—. ¿Me
escucharon, terrucos de mierda?
Lorenzo se sacude la cabeza y vuelve a la realidad.
—A ver cuenta ¿qué sucede? —pregunta el agente que está sentado tras su escritorio.
—Alan García, ya les sacó la mierda a los senderistas en Lurigancho. Dicen las noticias que los
habrían matado a todos. En El Frontón, La Marina les está sacando la puta de su madre.
Los detenidos aguzan sus sentidos, para saber lo que está sucediendo en el exterior.
—A cada rato están pasando imágenes por la televisión. —Dice el que trajo la noticia—. Lo
malo para nosotros es que a cada rato llaman diciendo que hay atentados terroristas, cuando
vamos, ya no hay nada. Son los familiares de los terrucos, están obstruyendo el tránsito por
todo lado.
— ¿Tú me vas a relevar?
—No, yo he venido trayendo detenidos, me he dado una escapadita, a fastidiarte, ¿Acaso no
estas enterado que hay orden de inamovilidad?
—A mi me ha tocado estar metido acá todo el día, tú al menos estás en la calle.
—La calle ahorita, está que quema, mejor estás aquí.
—Tal vez tengas razón, pero nadie ha venido a relevarme. Estoy sin almorzar. ¿Puedes
esperarme un momento para comer algo en la calle?
— ¿Cuánto te demoras?, estoy con el teniente, él está cumpliendo con las formalidades de la
entrega de los detenidos.
—Como algo y regreso.
—Anda, pero no te demores.
El agente se sienta en el pupitre, y contempla a los detenidos moviendo la cabeza.
Al rato se escuchan pasos, se acercan haciendo más ruido de lo usual. El agente sale a ver de
qué se trata. Es el agente que regresa, está trayendo un televisor.
—Dame paso, estoy trayendo un televisor para estar informado, en el restaurante, he estado
viendo televisión, han anunciado que estarán adelantando las noticias, para dar cobertura a lo
que está sucediendo en la capital.
—Me voy, de repente me mete la rata el teniente.
—No te preocupes, me encontré con él, le informe que me estabas dando una mano. Dijo que
te vendría a buscar.
—Así tiene que ser promo, a ver te ayudo a ponerlo.
Lo colocan encima del pupitre, conectan al tomacorriente y lo prenden, despliegan la antena y
comienzan a ver. Lo colocan para que puedan ver desde la puerta.40
“Estás son imágenes que hemos captado de lo que está sucediendo en la Isla penal El Frontón,
los ataques son constantes, lo único que podemos ver son el humo y el polvo que levanta el
ataque de la Marina de Guerra…
— ¡Escuchen terrucos de mierda!, les están sacando la mierda a sus compañeros. Tienen
suerte, si hubieran caído antes estarían allá, o tal vez ya los habrían matado.
Los detenidos ni respiran. Están sentados, atentos con todos sus sentidos.
—Mira qué buena toma, está cayendo, una pared.
—Oye, hagamos ver a estos cojudos, cómo están matando a sus compañeros —dice el agente
que está apoyando.
—Está bien, le voy a dar la vuelta a la tele, tú levántales la capucha, para que vean un ratito. —
Responde.
El otro, se acerca al que está al fondo, sin ponerlo de pie lo hace girar en dirección al televisor.
—Observa. —Lo deja mirar, por un instante, luego lo vuelve a la oscuridad. Se dirige al otro
que está más cerca.
—Gánate algo —le dice levantándole la capucha.
En la TV se ve navíos y el mar agitado, a la distancia humo o tal vez polvo que sale de entre los
escombros en la isla. No hay nitidez. Dejan caer la capucha.
— ¿Ven?, Sendero está acabado —dice el agente que les levantó la capucha.
“Como si el Partido estuviera en la prisión”, piensa Lorenzo.
—López, nos vamos, nos están llamando —grita alguien desde las escaleras.
—Nos vemos causa. —Se despide el agente.
—Chao, chao.
Sale dando grandes trancos. En la TV pasan comerciales, el agente baja el volumen, y queda
todo en suspenso.
Para los agentes de la DIRCOTE el día comienza agitado, los reportes de intervenciones
policiales y detenciones se suceden continuamente, y son ellos los que tienen que ir a
recogerlos de las diversas dependencias para hacer su trabajo. A las siete de la mañana
comienzan a llegar, a las ocho de la mañana el ajetreo es intenso, unos suben otros bajan, en
las oficinas alrededor del medio día, las máquinas de escribir hacen un ruido infernal. Pese a
todo eso Lorenzo duerme hasta alrededor de las nueve de la mañana, despierta, se mueve y
siente nuevamente el dolor en todo su cuerpo, la necesidad de miccionar le urge y tiene que
sentarse, aguza sus sentidos para saber si hay alguien que los custodia. El agente que cuida lo
observa sin decir nada desde donde se encuentra. Lorenzo se sienta al borde del colchón de
espuma, levanta su cabeza tratando de divisar algo.
— ¿Qué pasa ahí! —dice para hacer notar su presencia el celador.
—Por favor, necesito ir al baño.
El policía sin decir palabra se pone de pie y en forma silenciosa, sin hacer sentir sus pisadas
llega donde Lorenzo, lo coge de un brazo y lo levanta, Lorenzo se levanta como impulsado por
un resorte porque siente que el brazo se le va a desgajar, el dolor lo hace transpirar, y resopla
para no lanzar un grito, el policía se percata de ello pero lo ignora, se para tras él y lo conduce
en las tinieblas, Lorenzo avanza despacio, temeroso de chocar o pisar en falso. Es conducido
por pasadizos, llegan a los servicios higiénicos, es amplio, pero sucio por donde se lo mire. El
agente se para detrás de Lorenzo, siempre en silencio, le saca las marrocas, luego la capucha y
le indica el escusado.
—En seguida te consigo papel. —Dice conciso
“Qué asco”, piensa Lorenzo, mirando los bordes de la taza del baño, y las eses acumuladas.
Pisa en los bordes y hace sus deposiciones, el policía estira su brazo y le entrega hojas de papel
periódico. Lorenzo los troza en pedazos y los usa para limpiarse el trasero. Guarda algunos
pedazos que le sobra para otro momento. Se arregla los pantalones y sale, busca un caño para
lavarse las manos, el agente se le acerca a colocarle las marrocas.42
—Por favor, necesito un poco de agua —dice conciso.
—Más tarde, no hay agua. No te miento, abre cualquier caño.
Lorenzo se acerca al caño más cercano y abre, no cae ni gota.
El agente le coloca las esposas, luego lo encapucha y retornan, lo vuelve a donde estaba.
Nuevamente el silencio del aislamiento y a escuchar el trajín que llega de los ambientes
contiguos.
“Así como están las cosas, debo evitar el desgaste de energías. Estoy sin beber agua todo un
día, ¿Me darán alimentos? Nada de meditaciones. Debo reposar.”
Se tiende boca arriba, se acomoda lo mejor que puede, cruza sus pies, se queda quieto, y al
poco rato se queda dormido. Cuando despierta hay poco ruido, aguza sus sentidos, abre sus
ojos dentro de la capucha, y se percata que la poca luz que se filtra a sus ojos es de alumbrado
eléctrico. “ya es de noche ¿cuánto habré dormido?”, cambia de posición, el dolor de sus
músculos nuevamente se hace presente. Se sienta, con sus manos se apoya para retroceder
hasta chocar con la pared. Al poco rato ingresa el agente trayendo al detenido que está en la
parte del fondo, cuando deja al detenido en su lugar pregunta.
—Y tú, ¿quieres ir al baño?
— Sí, gracias. —Responde Lorenzo.
Es conducido al baño.
“Ojalá haya agua”, piensa. Llegan, se dirige al urinario, orina unas cuantas gotas. Y se dirige al
caño, tampoco hay agua, destapa la taza del wáter, para ver si encuentra aunque sea un poco,
hay algo, mete su mano, pero la tiene tan sucia que enturbia el agua, se desanima de tomarla,
apenas puede lavarse las manos y mal. Con sus manos húmedas se restrega los ojos. Lo
regresa.
Luego de dejar en su sitio al detenido, el policía mira su reloj y se para en la puerta,
impaciente. Se despide de otros que salen.
— ¡Teniente! —pasa la voz a un oficial que conoce—. ¿Sabe quién me relevará?
—Ramírez. Ya no demora en llegar, ha ido a cambiarse a su casa. —El agente, entra al cuarto y
se sienta a esperar.
Más o menos media hora después llega su relevo. El agente está que dormita.
—Promo disculpa la demora —dice el agente al ingresar.
— ¿Qué pasó? — pregunta incomodo el aludido.
—Todo el día hemos estado de aquí para allá, nos llamaban constantemente, la Guardia Civil
está resguardando el centro de la ciudad cuidando a los invitados del presidente.43
—Verdad pues, los apristas tienen invitados.
—La Internacional Socialista, dicen, qué mierda serán, pero a ellos los están cuidando y no se
da abasto. Por eso nos ordenaban ir a donde detectaban a los terrucos, pero cuando
llegábamos ya no había ni rastros.
— ¿No hay detenidos?
—Sí, los familiares de los que estaban en El Frontón. Dicen que la Marina les ha sacado la
concha de su madre a todos, parece que a todos los han matado. En Lurigancho los han
matado a todos. Al menos eso es lo que dicen las noticias.
—Bueno ya me enteraré, me voy.
—Que te vaya bien.
—Voy a llegar a dormir nomás a mi casa.
—Si pues, seguimos con orden de inamovilidad.
El relevo se queda solo. Da una ligera mirada a los dos detenidos y se apoltrona en la silla.
“¡SOLO MUERTOS NOS SACARÁN!” Retumba en el recuerdo de Lorenzo. “Han cumplido su
compromiso”.
TERCER DÍA: sábado 21 de junio.
Lorenzo despierta, el silencio lo domina todo, escucha que el policía mueve sus pies, señal de
que no duerme. Le duele las posaderas, gira y se acomoda en posición fetal, trata de volver a
coger el sueño, pasan los minutos, y sigue despierto, recuerda que en los comics leía que para
conciliar el sueño contaban ovejitas, se pone a contar mentalmente, tratando de verlas pasar
por encima, pero nada, se da la vuelta y vuelve a repetir la cuenta. “Eso solo funciona para los
dibujos animados. Debo relajarme, lo malo es que ya mi cuerpo no soporta la cama…”, trata de
poner en blanco su mente, ya la luz del alba comienza hacer su aparición. …cuando vuelve a
abrir sus ojos ya hay intenso movimiento, “me he quedado dormido”. Se sienta, mueve sus
hombros despacio, sus dedos de las manos y finalmente su cabeza de un lado a otro. El policía
lo observa en silencio. Lorenzo retrocede para buscar el apoyo de la pared, allí se queda quieto
con la cabeza levantada como si mirara en lontananza.
— ¿Quieres ir al baño? —pregunta el vigilante.
—Sí, gracias. —Responde sin pensarlo dos veces.
“Ojalá que haya agua.”
Ya en el baño, sin esposas y sin capucha, se acerca al urinario intenta miccionar y después de
un tiempo de espera caen algunas gotas. Se dirige al lavatorio, abre el caño y no hay agua, hay
vestigios de que en algún momento han hecho limpieza, ya que no hay la suciedad del día
anterior. Lo regresan al lugar en que estaba.
Al medio día ingresa un agente silenciosamente al cuarto de aislamiento, conversa en voz baja
con el vigilante y luego se dirige a Lorenzo lo toma de un brazo y lo levanta, sin mediar palabra
lo conduce a un cuarto cercano donde hay varios escritorios y distintos estantes con
archivadores así como algunas máquinas de escribir. Dos personas lo están esperando.
A una señal, el agente que lo conduce le saca una de las marrocas.
—Sácate las zapatillas —ordena una voz autoritaria. Lorenzo obedece—, sácate el pantalón y
déjalo allí.
Con dificultad se lo saca, lo suelta a su costado y se queda de pie en calzoncillo.
—Ahora, camina hasta el fondo, levántate un poco la capucha para que veas por donde
caminas.
Obedece, llega cerca de la pared y se para.
—Date la vuelta y ven acá. —Obedece. Cuando está a unos metros de donde partió, la misma
voz dice —: Regresa —Lorenzo gira y despacio va al fondo—. Regresa caminando más rápido,
más rápido…, ¡regresa!…., más rápido…Continúa hasta que te diga que te detengas.
Lorenzo obedece, “qué querrán”, se pregunta.
— ¡Detente! —Se queda quieto.
El que está dando las órdenes se acerca al detenido, mirándole las piernas, le da una vuelta
completa, se pone en cuclillas y le jala la vellosidad de la pierna izquierda, luego pasa a la otra,
pero lo jala con más fuerza haciéndola que se estire.
— ¿Qué sucede? —Se atreve a plantear Lorenzo.
— ¿Quién te ha hecho la cirugía? —le pregunta a Lorenzo, éste no responde.
— ¿En cual de las piernas te cayó el balazo?
Lorenzo, no llega a entender las preguntas.
“¿De qué balazo hablará?”
Al no encontrar nada anormal en la pierna derecha, vuelve a la pierna izquierda, y comienza a
explorarla palmo a palmo jalando la piel con más fuerza.
—Han hecho un buen trabajo con la pierna de este cojudo —y dirigiéndose al detenido—.
¿Dónde y quién te ha operado?
—No sé de qué me habla… señor. —Lo último lo dice por formalidad.
— ¿Por qué has estado enyesado?
— ¿Enyesado?, ¿yo enyesado? No, nunca —lo dice con sorpresa.
“Ya voy entendiendo… alguien ha dicho que he estado enyesado… y creen que es por efecto de
un balazo… ¿Qué más sabrán?, o mejor dicho, qué otras elucubraciones habrá. Ya lo sabré.”
—Ya lo sabemos todo de ti Muñoz. Si no quieres colaborar es tu problema. Tú mataste a los
policías en las cinco esquinas, pero tuviste tu parte, te cayó un balazo, remataste a los policías
y te llevaste sus armas. Lo hicieron rápido. Pero ya caíste. Si nos facilitas recuperar esas armas,
se te puede ayudar en algo… Piénsalo.
— ¿Cuándo ocurrió esas cosas, señor?
—No te hagas el pendejo. Fue el año pasado, dos días después de ese hecho apareciste
enyesado, dándote de machito.
“Qué coincidencia, no había reparado en ello.”
—El año pasado no he estado en Lima. No conozco las cinco esquinas.
“Y es más, la verdad no sabía que en Lima hubiera algún lugar con cinco esquinas… o una calle
que se llame así.”
—Si no te acuerdas en esto momentos ya te lo haremos recordar. —Se pone de pie, y sale de
la oficina.
—Arréglate. —Le ordena el que lo condujo a ese recinto.
Se viste, lo regresa al mismo lugar donde estaba. Se sienta y de nuevo la tensa espera. El
detenido que está al fondo come y bebe algo.
“¿Qué vendrá? No lo sé. Pero de mí boca no saldrá nada. Eso es lo único de lo cual estoy
seguro.”
Se queda quieto y trata de no pensar. Poco a poco, se va adormeciendo. El cuello se le cae a un
costado. Pero no se queda allí sino que se estira y se acomoda en posición fetal, en varias
ocasiones cambia de posición entre sueños.
Por la noche, lo despiertan bruscamente, y arrastrándolo lo conducen por escaleras cuesta
abajo, llegan a un patio donde se escucha el ruido de vehículos en marcha.
—Lo entregas al Ejército, que ellos hagan su trabajo. —Dice alguien. Se escucha que ingresa un
vehículo ruidoso. Se detiene y bajan personas, trotando con paso firme llegan cerca de donde
tienen de pie a Lorenzo. Lorenzo alcanza a ver que los recién llegados calzan botas tipo
borceguís y sus pantalones son camuflados. Con un empujón lo entregan a uno de los recién
llegados. Entre dos sin decir palabras lo suben al camión del que descendieron. Suben, el
vehículo se desplaza, con unos cuantos retrocesos y avances da la vuelta y sale a la calle, se
desplaza raudamente, Son altas horas de la noche, hay poco desplazamiento de vehículos
particulares. Más o menos después de media hora llegan a un lugar donde ingresan. Lo bajan
en forma rápida y con violencia lo conducen por entre varios vehículos, dan varios requiebres,
lo introducen a una pequeña cabina de madera y comienza el interrogatorio.
—Si no quiere hablar por las buenas lo llevamos a trabajarlo a la playa. —Dice alguien.
— ¡Que playa ni que mierda! Aquí hoy le sacamos la puta de su madre y vas a ver cómo
canta más rápido que un loro.
Violentamente le da una patada en las canillas y un empujón hacia delante, Lorenzo se
desploma, por instinto pone sus brazos adelante, el impacto de sus codos con el piso lo hacen
gemir.
—Aquí grita todo lo que quieras que nadie te va a oír. No te reprimas —dice uno.
—Escucha bien —dice otra voz amenazante.
¡BUMM!, suena una estruendosa explosión. La luz titila pero no se corta. Los cachacos se
paralizan. Se miran uno a otro. Otra explosión más lejana se escucha. Empieza el ulular de los
patrulleros. La gente corre de un lugar a otro. Se comunican con walkie talkies. Cuando parece
que todo ha concluido llega otra explosión muy lejana.
— ¡Cuadros, Bermúdez!, a la unidad número cinco, salen a la avenida Arica. Ricalde y
Contreras a la unidad 6. En el acto.
— ¿Qué hacemos con este cojudo, jefe? —Responde uno de los militares.
—Yo lo miraré desde acá, ya llamé para que vengan a recogerlo.
Lo dejan tirado en el piso y se dirigen a una de las unidades que ya está saliendo.
En menos de cinco minutos llega una persona de civil, calzando zapatos mocasines. Lo coge de
la chompa y le hace parar, en silencio lo conduce pegado a una pared, suben por una estrecha
escalera de madera, recorren varios pasadizos, y es introducido en el cuarto de aislamiento
donde estaba. Con un pequeño empujón lo tira al colchón que ocupa. Se agacha y verifica que
estén bien puestas las esposas y se retira hacia la oscuridad. Desde allí, mira a los detenidos.
Un rato después, procurando hacer el menor ruido posible, apaga la luz y sale.
“Así que el cuartel era acá mismo, las botas, las vueltas y revueltas por las calles de Lima es
para confundir al interrogado”. Piensa Lorenzo, sobándose los brazos magullados. Se va
relajando hasta quedar dormido.
Cuando despierta, tiene la boca reseca, y con sabor amargo. Las legañas en los ojos le
incomodan, siente un leve ronquido que proviene del fondo, y de cerca a la puerta cada cierto
tiempo escucha movimiento de pies. En la oscuridad mete sus manos debajo de la capucha y
se limpia las legañas con cuidado. Pasan los minutos y espera con impaciencia el amanecer. Ve
ingresar poco a poco la claridad del nuevo día.
“¿Qué día es hoy? —Se pregunta, hace memoria— Hoy es domingo… ¿Sabrá mi madre que
estoy nuevamente detenido? Pobre mi madre, toda su vida es y será de sufrimiento, así es la
vida del pueblo en general. Mi madre no está exenta de ello.”
El día avanza, pasan las horas y no se escucha el ruido de otros días. El vigilante pone por un
costado el cobertor con el cual se abrigaba las piernas, se pone de pie, hace movimiento de sus
brazos y sus piernas, sale del cuarto echa un vistazo a los otros ambientes, están vacios,
despacio va a los servicios higiénicos y regresa.
El detenido que está al fondo pide que lo lleve a los servicios higiénicos, cuando regresa hace
lo mismo con Lorenzo.
—Señor, tengo sed, por favor consígame un poco de agua…son varios días que no bebo nada.
—Esta hora ¿de dónde te voy a sacar agua? Al que me releve le pides, de repente más tarde
haiga.
—Gracias de todas maneras.
— ¿Qué pendejada has hecho para que te tengan así?
—Nada.
—A nadie lo aíslan por nada.
Lorenzo prefiere callar, se limita a menear la cabeza, lo regresa al lugar que ocupa. La sed lo
martiriza cada vez más, pero no siente hambre, y eso lo sorprende. “No debo quedarme
pasivo, debo reclamar se me dé alimentos. Antes daban alimentos que traían de la
beneficencia pública, supongo que lo siguen haciendo, espero continúe. Al que está al fondo,
le están trayendo alimentos al menos una vez al día… pero lo que debo exigir, al menos, es
beber agua, o se malograra mi organismo. Debo ver el momento adecuado para protestar.”
Los policías se relevan. Lorenzo está atento a los movimientos de los agentes, cada cierto
tiempo se escucha los pasos de algunos que pasan en silencio.
Cuando es más del medio día y está por quedarse dormido, se escuchan pasos apurados que
suben por las escaleras y se aproximan, ingresan.
— ¿Quién está aquí? —pregunta alguien.
—Diga. —Responde el agente dejando su silla.
—Los terrucos de mierda están que joden todos los días. Ya no tenemos donde ponerlos a
tantos. Acá traemos una más para que la cuiden por acá.
—Está bien jefe.
Uno de los agentes que traslada le saca las esposas, y el vigilante le coloca una de las que están
en la esquina ocultas por el escritorio. La dejan y se retiran. El agente en silencio mueve al del
fondo cerca de una esquina y pone a la recién llegada en la otra. Luego vuelve a su lugar, se
sienta en una esquina del pupitre y contempla a la recién llegada, viste ropas juveniles y
zapatillas costosas.
—Cual es su nombre señorita. –pregunta el agente.
—Zulema Mendiola Silva. —responde con voz delicada pero nítida.
— ¿A qué se dedica?
—Estudio.
—En dónde.
—En la Universidad Particular Ricardo Palma.
— ¿Qué estudias?
—Idiomas.
—Idiomas. —Repite el policía y se queda callado.
Los detenidos están quietos pero atentos a todo lo que sucede a su alrededor. El día se vuelve
largo. Pasado el medio hace su ingreso uno de los que trajo a Zulema.
— ¡Zulema! —la llama desde la puerta.
—Diga. —Responde.
— ¿Por qué una persona pituca como tú tiene que ser terrorista? ¿Qué te falta?, tienes dinero,
eres joven y bonita.
—Yo no soy terrorista, señor.
—Y eres cínica como todos ellos, ¿qué hacías con esos volantes que te han encontrado?
—Señor, a mi dieron esos volantes yo los estaba leyendo.
— ¿Cuántos años tienes?
—Veinte.
— ¿Tienes enamorado?
—No señor.
—No me vas a decir que no has tenido nunca.
—Si he tenido señor, pero en estos momentos estoy sola.
— ¿Has hecho el amor alguna vez?
Silencio.
—Escucha, si no colaboras, aquí vas a saber lo que es bueno —Lanza su amenaza, mira a su
colega, le hace un guiño y sale.
El silencio ya no es el mismo. Zulema, solloza, y gime tratando de contenerse, pero el temor a
la amenaza descarada la ha turbado, cada cierto tiempo se suena la nariz y deja escapar
hondos suspiros. Hasta que finalmente se queda dormida encogida, apoyada contra la pared,
abraza sus piernas y hunde 51
su cabeza entre ellas. Cuando está oscureciendo haciendo sonar su paso vuelve a hacer su
ingreso el amenazador.
— Zulema, aquí vas a saber lo que es bueno. Que siempre me vas a recordar.
Nuevamente hace su mueca al guardián y se va.
“Malditos, ha comenzado la tortura con ella, y por extensión a todos los que estamos acá.”
Piensa Lorenzo.
Nuevamente se escuchan los sollozos, pero cada vez es más intenso e incontenible que
conmueve. El poco movimiento del día desaparece. Pasan las horas. Los policías se relevan. El
que recién ha ingresado saca su periódico y se pone a leer, Zulema cada cierto tiempo deja oír
sus gemidos muy quedos. Hasta que un hipo constante se apodera de su pecho. Media hora
después el policía mira su reloj, ya van a ser las once de la noche, apaga la luz y quedan en
tinieblas.
El olor de cigarrillo llega al cuarto, el policía lo percibe e inhala varias veces el aire, sale a ver de
dónde proviene, una de las oficinas está con la luz prendida, se dirige a ella y asoma la cabeza.
— ¡Hola promo! ¿Qué haces? —le pregunta al que fuma.
—Acá culminando un atestado. La chamba va estar fuerte esta semana y como he tenido una
palta con el jefe del Delta me va querer meter la rata, así que estoy terminando.
Alarga la mano hacia el cigarrillo para que le invite, el otro se lo cede, da una aspirada, luego
otra más y lo devuelve.
—Gracias, promo. Estos meses hace frío. Me ha tocado cuidar a los aislados, voy a darles una
mirada.
Vuelve al cuarto, da una mirada en la oscuridad, nadie se mueve, todos están echados, Zulema
sigue con sus gemidos. Regresa junto a su amigo caminando como felino, procurando no
hacerse sentir.
—Escúcheme por favor, no diga nada. Lo que están haciendo con usted es
torturarla psicológicamente, quieren que se desespere. Yo no sé quién es usted, ni me interesa
saberlo, solo quiero que sepa que esos miserables son unos perros, les diga o no lo quieren
saber, la violarán, hable o no hable. Prepárese para lo peor, una violación no es hacer el amor,
y se lo debe enfrentar como una tortura más. Al llorar usted les está dando el gusto, eso es
precisamente lo que quieren. Sé que no es nada fácil pero debe ser fuerte. Los suyos la quieren
de vuelta en su casa, de usted misma depende que salga o no. Mientras no tengan elementos
para detenerla, no la podrán tener detenida por mucho tiempo, eso está en usted.
De madrugada Lorenzo despierta, su boca está reseca, áspera, trata de ensalivar, pero no se
produce humedad en su boca. Se pone al borde del colchón, abre su bragueta, con un poco de
esfuerzo orina en su mano se lleva el orín a la boca, pero está tan cargado de sales que en el
acto lo rechaza se limpia los labios contra sus hombros. Las manos se lo limpia en el borde del
colchón, se cierra como puede el cierre y espera el amanecer.
Aún en las tinieblas los detenidos son despertados por su reloj biológico. El cuerpo, una vez
que ha reposado lo suficiente para reparar energías ya no soporta la misma posición y con la
alborada del nuevo día los detenidos se incorporan y se sientan apoyándose contra la pared.
Sin embargo, Lorenzo que esperaba con ansias el amanecer, despierta recién a las nueve de la
mañana. El movimiento es intenso, se escucha pasos que se alejan, otros se acercan pero
ninguno entra al ambiente de aislamiento. Ya Lorenzo está sintiendo los estragos de la
inanición, siente desgano, y poca fuerza para levantarse. Cambia de posición y se aquieta.
“Hoy es lunes, tengo que al menos beber agua, o mi organismo sufrirá las consecuencias. —
Piensa manteniendo los ojos cerrados— `Quien no llora no mama´, dice la sabiduría popular. …
en qué momento… cómo lo hago.”
Cerca al medio día, se escucha que corren a tropel.
—Por acá, por acá. —Dice una voz.
Hacen su ingreso al ambiente para detenidos incomunicados. El vigilante se pone de pie al
instante. Dos agente traen en vilo a una detenida encapuchada, y esposada con los brazos a la
espalda.
— ¿Dónde la ponemos? —Le preguntan al vigilante.
Éste mira a los tres detenidos y responde:
—Al fondo al centro.
—Y estate atento, es sumamente peligrosa, la han detenido con una tartamuda(2) cuando se
ha quedado sin balas. Y porque sus compañeros la han abandonado. Está herida. Aquí te dejo
la medicina, vendrá una de las agentes a hacerle sus curaciones una vez al día. Por mí que se
muera, pero está bajo nuestra responsabilidad, nos la han entregado con presencia del fiscal, y
con todas las de ley. —Y con un tono más bajo agrega— Pero igual le sacaremos la concha de
su madre hasta que hable.
Sale, y tras él los que la cargaban.
“Eso es lo que creen” —Se dice la detenida que ha escuchado lo que dijo.
La recién llegada, aguza sus sentidos, se acomoda de costado, para cuidar su nalga herida, las
esposas aún la tiene puestas hacía la espalda.
El agente la deja y va a su lugar de vigilancia. Ve pasar a un conocido y lo llama.
—Promo. ¡Tú me relevas!, ¿Verdad?
Para los detenidos aislados y en estado de incomunicación solo hay dos posibles formas de
permanecer: sentados o echados, ya sea en el día o por a noche. Por eso con los primeros
rayos del alba se despiertan y se sientan apoyados contra la pared.
— ¡Señor! —Llama Zulema—. Necesito ocupar los servicios higiénicos.
—Vas a tener que esperar que venga la agente para que las atienda, esas son las disposiciones
que tengo.
— ¿No me puede llevar usted?
—No, ya no demora en venir…. ¡Ah!, y ustedes los varones también tendrán que esperar que
venga ella o alguien para que se quede con ustedes. ¿Entendido?
Nadie está en posición de discutir, se quedan en silencio. El único que no escucha nada es
Lorenzo que sigue durmiendo.
A las ocho con veinte minutos ingresa una agente.
— ¿Quién es María Ccama? —pregunta.
—Yo. —Responde la detenida desde donde se encuentra.
—Primero lleva a la otra chica. Está esperando desde hace rato.
La policía la coge del brazo y la jala para que se pare, de inmediato se pone de pie, la agente
sin decir palabra la empuja a la salida.
—Para llevar mis útiles de aseo personal. —Dice quedándose quieta.
La agente mira al vigilante, haciendo con las manos la expresión de: ¿por qué esto?
—Influencias. —Responde.
La deja coger la bolsa con sus cosas de uso personal, la bolsa con recipientes de alimentos no
la toca.
Al rato regresan, la deja en su lugar y coge del brazo a María. Ésta deja escapar un leve
gemido.
—Con cuidado por favor. Voy a tener que apoyarme en usted. No tengo fuerza en una de mis
piernas.
La agente le ayuda.
—Para tu curación. ¿Dónde está tu medicina?
—El señor policía lo debe tener.
—Si por acá me dejaron una bolsita con cosas. Me dijeron que era de la que está herida.
Le entrega. Salen, demoran un buen rato. Cuando regresan recién la policía cura la herida
mientras el vigilante lleva a los varones para que hagan sus necesidades. En el baño hay una
persona que está haciendo limpieza, está cayendo agua por los caños. Beben y se refrescan la
cara. Esta vez Lorenzo ha tomado agua hasta donde su capacidad se lo permite.
De nuevo la quietud de las tinieblas y la incertidumbre de qué pasará. Al medio día
nuevamente se escuchan pasos apurados y en tropel que se detienen en la puerta.
—Por acá, por acá. —Dice alguien.
Hacen su ingreso seis agentes dejando ver sus sobaqueras donde guardan su arma de
reglamento. Traen a dos detenidos. Los arrojan al piso frente a Lorenzo.
—Ahí tienes dos basuras más para que cuides. Ponle las esposas que tienen por acá. —
Reclama uno de los agentes que conduce a los detenidos.
—Puta ma`re, ya no hay dónde meter a tanto terruco que se está deteniendo. —Dice otro,
mientras espera que le entreguen sus marrocas, las reciben y se retiran.
Los detenidos están sobre el piso. El agente los deja allí y se retira cerca de la puerta, desde allí
los observa.
—Tú, el más chato, ¿cómo te llamas? —Silencio—. A ti que recién llegaste te hablo.
— ¿Yo señor? —Responde
—Sí, tú. ¿Cómo te llamas?
—José Diego Otoya Cernaqué.
— ¿Por qué mierda estás acá?
—No sé señor, me han intervenido cuando iba a trabajar. Seguro ha de ser por ser del gremio
de los profesores.
— ¿Eres profesor?
—Sí.
—Y tú, grandulón. ¿Cuál es tu nombre?
—Wilson Sánchez Pérez.
— ¿Por qué estás aquí?
—No sé señor.
—Ah, terruco, regla de oro. Ya lo quebrarán, ya verás. ¿Están cómodos? —Silencio—. Se les va
a congelar el poto. Retrocedan un poco, allí tras de ustedes hay un colchón para cada uno, sin
levantarse la venda pónganlo en el piso para que se sienten.
A tientas lo hacen y se dejan caen encima. Se acomodan apoyados contra la pared.
“Esas voces las conozco —se dice Lorenzo—. Pero,… ellos no se conocían, ¡ah!, pero eso era
hasta hace unos días. Las cosas cambian, Lorenzo. —Se recrimina—. Pobre flaco. Con ese
cuerpo, lo van a desarmar. Pero ya veremos cuánta es su convicción en la causa comunista. El
profesor era medio dubitativo, pero la lucha de clases nos pone a prueba a todos. El problema
es cómo se comporta ahora, he ahí el problema.”
A su memoria se agolpan todos los combatientes y apoyos de que disponen en la zona,
primero pasan los miembros del grupo de célula, después los combatientes, luego los
milicianos, las escuelas populares de las barriadas, los impetuosos jóvenes de la universidad
que hay en la zona. Y finalmente todos los apoyos que conoce. Se sacude la cabeza como
queriéndolos olvidar.
“No tengo por qué quererlos olvidar, porque finalmente ellos son mi razón de ser, son mi
fuerza y no les fallaré… ¿qué puedo temer? A descansar y estar preparado para lo que vendrá.”
Y lo que vendría no se hizo esperar, por la noche cuando ya estaba dormido, abruptamente lo
cogen de los brazos entre dos y lo sacan de donde se encuentra, lo conducen a otro ambiente
cerrado. Lo hacen sentar en una silla. En el ambiente hay sogas esparcidas sin ordenar y una
gruesa y resistente que cuelga de una polea del techo, jebes y diversas tiras, y en una esquina,
sobre una silla una radio grabadora prendida a regular volumen.
Los agentes se miran, uno se frota las manos, el otro se saca la casaca y la arroja a una esquina.
—Empezamos el trabajo —dice uno.
Se acerca al detenido, con violencia coge la cadena de las esposas y lo levanta, le saca las
esposas y las arroja a un costado de la pared.
—Sácate toda la ropa —ordena.
El otro observa con las manos en la cintura. Lorenzo se saca la chompa la pone sobre sus
piernas y procede a desabotonarse la camisa. El agente la coge y sin mirar a donde ponerla la
tira al suelo.
—Párate y apúrate que no tenemos toda la noche, carajo.
Lorenzo queda en calzoncillo y con la capucha puesta. El que está mirando pregunta.
— ¿Qué edad tienes?
—22 años.
—Chibolo y metido en guevadas. —Dice el mismo.
Se acerca y le da un palmazo en el trasero. Con una mano lo coge del calzoncillo y con la otra le
empuja la cabeza al piso, Lorenzo cae boca abajo, como está sin esposas amortigua la caída
con la palma de sus manos, se agacha y le palpa las nalgas.
—Si no hablas te vamos a violar. —Amenaza el que lo tiro al piso. Le vuelve a palpar el trasero
y se para a mirarlo. —Ni cojudo, quien va a querer un culo flaco. Estás para el gato. Pero sí te
vamos a sacar la concha de tu madre.
Lo coge de los cabellos y lo pone de pie. Le saca la bufanda que está bajo la capucha de tela y
la arroja. Luego con violencia coge la muñeca de Lorenzo y se la dobla a la espalda, lo mismo
hace con el otro brazo.
—Pásame los jebes —ordena.
El otro con ambas manos coge tiras y las pone cerca del que le pidió, levanta la más ancha y le
entrega.
—Yo cojo, tú envuelve —ordena.
Le levanta los brazos y Lorenzo se dobla soportando la torsión. Los brazos se separan del
cuerpo, con los jebes le envuelven los dos brazas juntos, luego lo amarran con jebes más
delgados. Ya bien amarrado, coge la silla, la ubica bajo la polea, regresa donde Lorenzo y se lo
echa al hombro, lo para encima de la silla, tiende la mano y el otro le alcanza un cabo de la
soga que cuelga de la polea, con ella le amarra los brazos, el otro tensa la soga hasta que los
brazos de Lorenzo se dirigen al techo mientras se le dobla el cuerpo. Al que tensa la soga le
hace una seña para que se detenga.
— ¿Vas a colaborar?, estás a tiempo de ser razonable. ¿No te quieres?
Silencio, mira al que sostiene la soga. Éste coge con las dos manos y va jalando cada vez más,
el que está cerca al torturado patea la silla y Lorenzo queda abruptamente en suspenso con tal
movimiento de todo su cuerpo que cae la capucha. Lorenzo hace chirriar sus dientes para
soportar el dolor. Todo su cuerpo está en tensión. Abriendo los ojos busca con la mirada a sus
verdugos, pero solo logra ver al que está frente a él, al que pateó la silla, el otro está detrás
jalando la soga para que suba hasta cerca del techo.
—Mírame bien, no tengo problema con eso, soy yo el que te está sacando la mierda.
Se acerca, y le jala de una pierna hacia el piso.
— ¿Vas a hablar o no vas a hablar? —se para delante de Lorenzo.
Éste lo mira con el rostro desfigurado por el dolor, con disimulo junta su saliva en la boca y
como lo tiene cerca le lanza un escupitajo en pleno rostro. La reacción del torturador es
inmediata, se lleva la mano al rostro y se limpia con violencia haciendo una mueca de asco y se
abalanza al torturado. Le propina un izquierdazo, se limpia la mano en el pantalón y prosigue
golpeándolo como si fuera un costal de práctica de boxeo. Cuando se detiene Lorenzo está
colgado, flácido como una malagua, inconsciente.
“Ha sido el comienzo, se desesperan rápido, pero no siempre será así, ¿qué más vendrá? —A
su memoria vienen los recuerdos de la investigación de la que fue parte en El Frontón, de las
torturas que habían pasado los prisioneros en los diversos escenarios en que habían actuado.
En la ciudad de Lima era de una forma, en las ciudades de provincia de otra, y con los
detenidos en el campo era otra forma, cuando los detenía el Ejército era diferente a cuando
los detenía la Marina.
…A mí me detuvo la Marina por dedo, yo era foráneo en el campo y el Poder local, me señaló.
Me han torturado en su cuartel, me han colgado, me han sacado algunas uñas, vean cómo
están mis manos, pero lo peor… lo peor, compañeros…ha sido lo último que me han hecho,…
la vara de la policía militar me lo han introducido por el ano esos cobardes miserables… pero
no les he dicho nada.
—Oye, vamos.
Se pone de pie, observa al detenido, bota los hombros hacia atrás, sus huesos suenan, mueve
su cuello, el otro agente hace esfuerzo para abrir bien los ojos.
—Puta ma’re. —Observan al detenido que pende de la soga como pulpo, sus extremidades
cuelgan cual tentáculos flácidos.
En el piso, el detenido se amontona como una porción de gelatina, pálida. Le desatan las
ligaduras, separan sus brazos y lo extienden boca arriba, el cuerpo está frío, pero hay signos de
vida. Colocan los brazos pegados al cuerpo, le dan cachetadas por ambos lados de la cara. El
otro le ejercita las piernas, le mueve los dedos de los pies, le golpea los muslos. El de
pasamontañas trae un balde con agua, con su mano le arroja agua al rostro, también le salpica
agua por el cuerpo, la respiración se hace más seguida, pero tarda en reanimarse. Le visten, y
le ponen sus zapatillas. El de pasamontañas lo carga entre sus brazos y lo lleva de regreso al
cuarto de aislamiento. No hay nadie aún. Hay humedad en el piso, y los colchones están
arrimados contra la pared, tienden uno donde han acostumbrado ver a Lorenzo, lo acuestan, y
como no está el vigilante cogen una banca que está cerca al lugar desde donde vigila el policía
y por una de las maderas de refuerzo pasan las marrocas y lo esposan, antes de retirarse le
colocan la capucha y salen.
Las sábanas blancas y frías acarician el cuerpo ardiente de Roxana mientras recorre piel a piel
el cuerpo desnudo de Lorenzo y con su boca húmeda y provocativa lame el pecho de Lorenzo
que no
puede moverse. Él, levanta la cabeza ansioso, se muerde los labios queriendo alcanzar los de
ella, ella levanta la cabeza, sus largos cabellos lacios se esparcen sobre sus hombros, lo mira
con una sonrisa sensual y prosigue acariciando la piel ansiosa, llega a su cuello, sube hacia su
oreja izquierda, le lame el lóbulo, él respira agitado entre su cabello, ella lo cabalga, él busca
sus labios, cuando está por rozarlos ella levanta su cabeza, sus cabellos chocan contra el rostro
ansioso, por entre ellos se miran, ella muerde sus provocadores labios, él suda frío, pero no
puede alcanzarla. Ella prosigue con su jugueteo.
— ¡Por favor! —Grita él—. No hagas eso, ¿no ves que no puedo retribuirte? ¡No abuses!
Ella con más frenesí prosigue su labor acariciadora, él mueve sus piernas, tensa sus brazos.
— ¡Nooooooo! —grita.
¡Pummm!, cae una banca contra el piso.
— ¿Qué pasa allí?, ¿qué pasa allí? —Grita el custodio poniéndose de pie—. Tranquilo,
tranquilízate.
Se aproxima hacia Lorenzo, que tiene gotas de sudor sobre la frente. En el cuarto de
aislamiento ya están los otros detenidos que se han despertado por el grito y el ruido causado
por la banca. Lorenzo está en el piso esposado contra la banca.
—Tranquilo, has tenido una pesadilla.
El policía saca de su bolsillo un manojo de llaves y le suelta un brazo, desengancha la cadena
de las esposas de la banca y vuelve a enmarrocar, levanta la banca y la lleva cerca de su
pupitre, vuelve a ocupar su silla. Los detenidos cambian de posición y buscan de nuevo
conciliar el sueño. Lorenzo mete sus dos manos bajo la capucha que sólo está puesta y se seca
el sudor. Luego se pone de costado en posición fetal, dando la espalda a la puerta, siente frío,
ya es más de las siete de la mañana.
“Qué momento más inoportuno para acordarme de ella, y es que:
Yo la quise, y ella a veces también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes y bellos ojos fijos.
…
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido” (4°)
(4 °) Versos de Neruda.
TBNOCPB(Falta un grafico)
«No te olvides que el Estado es dictadura de clase o clases sobre otras. En nuestro país es
dictadura de la gran burguesía en alianza con los terratenientes bajo el mando del
imperialismo. Nosotros 226
estamos por un Estado de dictadura del proletariado, y no olvidemos que el proletariado no es
explotador. Entonces, ¿Qué es el gobierno? Es la forma cómo las clases en el poder se
organizan para defender sus intereses.
«El gobierno con la burguesía puede ser: de democracia burguesa o “democracia
representativa”; puede ser también de monarquía constitucional, como en Inglaterra; de
dictaduras fascistas, como lo fue en nuestro país con Velasco, o en España con Franco. Hoy en
nuestro país es de “democracia representativa”, pero entre comillas, porque realmente es de
dictadura de la gran burguesía a través de sus representantes de turno, que los cambian como
a caballos cansados cuando ya no les sirven. En un Estado Socialista, el Estado es de dictadura
del proletariado, y, reitero, como el proletariado no es explotador beneficia a toda la sociedad.
¿Entendido?
—Y sobre China, qué me puedes decir, ¿cómo sabes que China es revisionista?
—Tú dices: “¿Cómo puedes saber que Rusia y China son revisionistas?” Ahora yo te pregunto
¿Conoces al Señor Bedoya Reyes, o al señor Belaunde? Creo que nunca los has conocido
personalmente, pero tú dices que son reaccionarios, ¿cómo lo sabes si no has tratado con
ellos?
—Cierto, no los conozco, pero en los periódicos y por la radio conozco lo que piensan.
—Ya ves, que es fácil. Estás diciendo que los conoces por sus posiciones, por lo que ellos
plantean: Así es como podemos decir que Rusia es revisionista y que China también lo es, por
sus posiciones, por lo que plantean. Veamos, ¿qué ha pasado en China? El Presidente Mao
muere el 76 y en seguida el revisionismo da un golpe de Estado contrarrevolucionario usando
el ejército, apresan a la camarada Chiang Ching esposa del Presidente Mao Tse- Tung y a otros
tres dirigentes de izquierda del Partido Comunista de China, que dirigieron la Gran Revolución
Cultural Proletaria. Hagamos un acápite. ¿Qué ha sido la Gran Revolución Cultural Proletaria?
La más grande movilización de masas vista en toda la historia de la humanidad, allí se
combatió a los revisionistas seguidores del camino capitalista, porque la Gran Revolución
Cultural es la prosecución de la revolución bajo dictadura del proletariado, con un objetivo:
cambiar la mente de los hombres, hacerlos que se proletaricen. Por eso los revisionistas y la
burguesía principalmente la atacan con odio. A los cuatro de Shangai los juzgaron y
sentenciaron como responsables de lo sucedido en la Gran Revolución Cultural Proletaria,
pero, ¿quién dirigió la Gran Revolución Cultural Proletaria? El Presidente Mao. Entonces al
juzgar a los cuatro de Shangai, o “la banda de los cuatro” como los llamaron los revisionistas,
han juzgado al Presidente Mao, han ido contra lo que él hizo.
—Pero ¿cómo han podido hacerlo tan pronto?227
—Veamos los antecedentes. En la Gran Revolución Cultural proletaria el Presidente Mao
combatió a los seguidores del camino capitalista, a los restauradores, que eran quienes
habrían hecho la revolución pero que se habían quedado en demócratas, y que
ideológicamente no habían dado el salto a socialistas. Un miembro del Comité Central, Teng
Siao- Ping le preguntó al Presidente Mao ¿Dónde está la burguesía? El presidente le respondió:
Aquí entre nosotros está, en el Comité Central estamos empollando burguesía. Y es que la
burguesía, las ideas burguesas se habían refugiado en las cabezas de los dirigentes del Partido
Comunista de China, en algunos de sus miembros como Liu Chao Chi, Teng Siao- Ping y Zhao
Ziyang.
«Teng Siao-Ping y Zhao Ziyang fueron expulsados del Comité Central. Pero dirás ¿qué ideas
tenían? Teng Siao Ping decía: No es mala la explotación, es buena, porque ustedes los
burgueses se enriquecen y nosotros ganamos. ¿Qué te parece esa idea?
Lorenzo se calla, Yolanda medita.
— ¿Puedes repetirlo? —dice.
—Teng decía: No es mala la explotación, es buena —habla pausado— porque ustedes los
burgueses se enriquecen y nosotros ganamos.
— ¿Eso decía? —Pregunta incrédula.
—Eso mismo. Además decía refiriéndose a los funcionarios del gobierno y a los dirigentes: “No
importa si el gato es negro o blanco con tal que cace ratones”. Es decir que no importa la
posición de clase, sino simplemente si es eficiente o no, olvidándose del carácter de clase en
todo.
— ¿Cómo puede pensar así un dirigente de un Partido Comunista?
— ¡Por esa razón es que fue combatido y expulsado! Pero, ¿Sabes qué pasó luego de la muerte
del Presidente Mao?
—No.
—La izquierda partidaria había quedado debilitada por la inevitable pérdida de algunos
probados y consecuentes dirigentes, antes del Presidente Mao murió Kang Sheng, quien fuera
un firme y consecuente luchador antirevisionista; también murió Cho En Lai y otros. Muerto el
Presidente Mao- Tse- Tung, Hua Ku Feng que era el subsecretario del P.C.Ch, pasa a asumir
como secretario, éste era un sinuoso, hábil para mantenerse a cubierto, un centrista, restituyó
a los expulsados en la Gran Revolución Cultural Proletaria, comenzando por Teng Siao Ping, a
quien lo rehabilita y vuelven a ocupar sus antiguos cargos, también a Zhao Ziyang quien ahora
es Primer Ministro.228
—Pero, entonces, ¿todo ese esfuerzo, todo lo que han sufrido los revolucionarios rusos y
chinos antes de la toma del poder, ha sido en vano?
—No Yolanda —interviene, Roxana—. No ha sido en vano. Antes de la revolución Rusa ese
pueblo era terriblemente explotado con jornadas de trabajo de más de doce horas, vivía en el
atraso y la ignorancia, pero después del triunfo de la revolución han desarrollado
grandemente, similar en China. China era una sociedad feudal muy rezagada, su pueblo
explotado y sumido en la ignorancia, la mujer puesta de lado cuya opinión no contaba para
nada, las condiciones de vida pésimas, pero con la revolución todo eso cambió. A lo largo de la
historia de la humanidad ha habido revoluciones, pero ninguna ha beneficiado tan
ampliamente a las masas como las revoluciones dirigidas por el proletariado a través de su
partido.
—Pero ¿qué va a pasar allí en Rusia y en China? —Pregunta Yolanda.
Lorenzo y Roxana se miran, como preguntándose quién interviene.
—Prosigue —dice Lorenzo.
—Ya el Presidente Mao dijo —plantea Roxana—: No está definido quién vencerá a quién, si el
capitalismo o el socialismo. Y lo dijo porque sabía que hierbas venenosas crecían junto a la
buena semilla, y la historia nos muestra que las clases que pierden el poder buscan
involucionar, y pueden retomar posiciones, pero no vuelve a ser igual. Así sucedió con la
burguesía, tomó el poder pero después los feudales retomaron algunas posiciones, no todas,
no se volvió a lo mismo, y luego la burguesía ha tenido que hacer nuevas revoluciones para
avanzar y consolidar lo conquistado.
—Y, ¿qué tendrán que hacer los comunistas consecuentes en esos países?
—Ya el Presidente Mao dijo en una carta a su esposa, la camarada Chiang Ching, que cuando él
ya no esté, ella tendría que coger la bandera y llevarla a la cumbre, es decir, que ella tenía que
continuar la revolución. Y si fracasas, le dijo, te despeñarás y habrá que iniciar de nuevo con
guerra de guerrillas.
«Como en Rusia y China están restaurando el capitalismo, llegará un momento en que
entrarán en una profunda crisis, y el pueblo nuevamente tendrá que hacer la revolución.
— ¿Nuevamente revolución, pero contra quiénes? —Pregunta Yolanda.
—En Rusia —interviene Lorenzo—, contra esa costra burguesa en que han devenido los
dirigente revisionistas que han usufructuado el poder, allí se ha generado nuevos elementos
burgueses que son los antiguos dirigentes revisionistas que gozan de grandes beneficios y
privilegios, protegiendo a sus familiares y próximos, mientras que el pueblo se hunde cada vez
más en la miseria y la desocupación, 229
hoy sabemos que males que habían sido erradicados como la prostitución, la delincuencia y la
mendicidad nuevamente campean. En China los revisionistas vienen usufructuando de todo lo
que hizo el pueblo, hoy está en manos del ejército. Pero ese Ejército ya no es el antiguo
Ejército Rojo que dirigía el Presidente Mao Tse Tung, sino un ejército dirigido por los
revisionistas para sus mezquinos fines de acaparar riquezas en beneficio personal; y así como
en Rusia donde hoy está cada vez más claro que están siguiendo el camino capitalista, los
revisionistas chinos se develarán cada vez más que son seguidores del capitalismo, y una forma
de saberlo es conocer lo que dicen los imperialistas. Hoy sabemos que Estados Unidos lo
elogia, si eso aumenta será porque el gobierno chino se ha entregado en cuerpo y alma al
capitalismo, al imperialismo, en perjuicio del pueblo chino.
«Pero lo que en China ha sembrado el Presidente Mao no se perderá, por buen tiempo la mala
hierba puede intentar matar la buena siembra, pero como la mala hierba no sustenta a las
masas, eso será desyerbado, lo tendrán que hacer los comunistas, y será una lucha dura, muy
dura, tendrán que comenzar por reconstituir su partido —Lorenzo hace una pausa para
ordenar lo que va a seguir hablando.
—Ya es tarde —dice Yolanda—, les he quitado su tiempo, gracias.
—Solo una cosa más —dice Lorenzo—. Cuando en los informes del Partido haya algo que no
entiendes, no partas por dudar de lo que allí se dice, que esos informes son hechos por el
Presidente Gonzalo, y él lo que dice lo hace con fundamento. Por tanto investiga y profundiza
eso. Espero te sirva lo que hemos conversado.
—Gracias Carlos, gracias Roxana —su rostro se torna sombrío—. Vuelvan cuando puedan.
—Está bien. Nos despides de Telmo —dice Roxana.
Cogen los maletines que están bajo la mesa, salen. Yolanda se queda sentada con su nena en
brazos. Lorenzo acompaña a Roxana hasta el cuarto que ha conseguido en la zona donde ella
trabaja.
El día viernes, según lo acordado, los dos se dan cita al medio día en el cuarto de Lorenzo.
Roxana ha llegado primero, está con el almuerzo casi listo. Lorenzo ingresa, se saludan, se
tiende en la cama a descansar, mientras ella termina de preparar el almuerzo, la radio les hace
fondo musical. Almuerzan, luego lavan el servicio distribuyéndose tareas. Roxana llena el
termo con agua hervida, es agua que casi nunca usan, salvo raras excepciones, pero que
renuevan con frecuencia. Cada uno pasa a asearse y a cambiarse de ropa, primero lo hace ella,
luego él. Lorenzo coge su maletín y coge la primera ropa que encuentra.
— ¡Lorenzo! —llama Roxana.230
— ¿Sí?, dime —responde con las ropas en la mano.
— ¿Eso te vas a poner?
—Claro, ¿por qué?—responde mirando sus ropas.
—Flaquito, ¿por qué no te preocupas un poco por tu arreglo personal?
Lorenzo sonríe un rato y responde.
—Creo que lo hago.
Roxana se pone de pie coge uno de los sacos que están en la esquina, lo abre y saca un
pantalón, una camisa manga larga y una chompa abierta. Lorenzo la observa sonriendo.
—He guardado esto para esta fecha, ¿no las has echado de menos?
—No. Estás similar a mi madre, a ella le pedí que me llevara toda mi ropa a prisión, pero
cuando salí, lo primero que me dio fue ese pantalón y esa chompa, las había guardado.
—Es que te asientan muy bien. ¿Cuándo has comprado esto?
—En el tiempo de “vacas gordas”, las dos prendas son mandadas a hacer a mi medida.
—Con razón.
Terminan de arreglarse y salen tomados de la mano. Abordan el colectivo, se bajan cerca de la
casa de la familia de Lizvet, lo presenta a su hermana y su cuñado. En la sala conversan los dos
hombres mientras ellas suben a dar los últimos toques a lo que preparan para atender a los
invitado a la fiesta.
Un poco más de las seis de la tarde baja la hermana de Lizvet.
—Subamos a servirnos algo, ya que los bocadillos para los invitados lo serviremos a las nueve y
media de la noche —dice desde la puerta.
Su esposo se para, Lorenzo lo imita.
—Por acá —dice el esposo.
Ingresan al pasadizo que conduce al interior, suben al segundo piso, se instalan alrededor de
una amplia mesa donde una jovencita y una señora de avanzada edad están poniendo
cubiertos. La hermana de Lizvet presenta a su madre y a su hija que cumple quince años,
Lorenzo saluda a cada una de ellas con atención y respeto. Lizvet aparece sonriendo con un
plato en la mano. Se ubican todos en sus respectivos lugares. Encabeza la mesa el dueño de la
casa, al frente está su hija, a su mano derecha su esposa y al costado de ella su madre, frente a
la madre está Lorenzo y a su costado Lizvet, la señora mira con atención a Lorenzo, él sonríe
con incomodidad.
—Así que usted es el terrorista que se ha juntado con mi hija, otra terrorista —, le dice de 231
sopetón.
Los padres de la joven homenajeada se miran, luego observan la reacción de Lorenzo, él se
pone serio y la escucha con atención, apoya sus brazos en el borde de la mesa y junta sus
manos.
—Tenían que ser dos terroristas, dos destructores, dos asesinos para que se entiendan —dice
con cólera la señora.
— ¡Señora! ¡Por favor cállese! —ordena el dueño de la casa.
— ¡Mamá!, por favor compórtate —dice la hermana de Lizvet.
—Abuela, por favor no malogres mi fiesta —suplica la joven.
Los ojos de Lorenzo se achican, su rostro se pone de piedra, Lizvet lo coge del brazo.
—Pido disculpas por haber cometido la imprudencia de haber venido a esta casa —restallan
sus palabras desde donde está sentado—. ¡Soy un luchador social!, no un terrorista, no
permito a nadie que me insulte de esa manera... Realmente me duele en el alma que alguien a
quien debo apreciar y respetar me trate de esa manera. Si alguien de mi familia consanguínea
me tratara de esta forma jamás pisaría la puerta de su casa —Se pone de pie—. Por favor, me
dan un permiso, que alguien me acompañe a la puerta, no ha sido mi intención venir a
incomodarlos ni a debatir sobre mis ideales. —Lizvet lo jala del brazo y lo mira a los ojos,
suplicante—. Tú, si deseas, te quedas, es tu madre y ésta es su casa. Permiso.
Con una mano se hace soltar el brazo y con la otra aparta la silla. Sin mirar a ningún lado toma
el camino por donde ha subido. A la señora la rodean su hija y su yerno recriminándole ambos
atropelladamente su actitud. Lizvet y su sobrina intercambian palabras.
Lorenzo solo, comienza a bajar las escaleras.
— ¡Espérame, por favor! —grita Lizvet mientras corre.
Lorenzo se detiene, Lizvet se pone delante de él un peldaño más abajo.
—No me hagas eso, por favor... Disculpa a mi madre —le pide con lágrimas en los ojos,
cogiéndolo de ambas manos.
—Déjame pasar, por favor —responde, intentando pasar por un costado.
—Tío, por favor, quédate. —Le dice la joven posando su mano sobre sus hombro, por sus
mejillas se deslizan gruesas lágrimas.
—Lo siento jovencita, no quiero malograr tu fiesta —responde mientras con cuidado coge su
mano para retirarla de su hombro.
A grandes trancos camina el padre de la joven.
— ¡Lorenzo!, sube por favor, quiero hablar de hombre a hombre contigo —le dice desde la
parte superior de la escalera.
Sin pensarlo Lorenzo obedece y sube, se colocan frente a frente, Lorenzo lo mira inquisitivo.
—Primero, ésta es mi casa, no es de la señora. Segundo, quien te ha invitado a venir soy yo y
mi esposa, que sabemos que Liz tiene su compromiso, hemos querido conocerte y compartir
contigo la alegría de presentar a nuestra hija a la sociedad —mientras habla, su esposa se
coloca a su costado—. Quédate, y como parte de mi familia comparte conmigo esta alegría
que no quiero que se convierta en un recuerdo amargo para mi hija.
—Quédese joven y no haga caso a mi mamá, le pido disculpas por lo sucedido —dice la esposa.
Lizvet lo coge de una mano, la quinceañera del otro brazo, Lorenzo mira primero a su pareja,
luego a la jovencita.
—Está bien, me quedo por las palabras de tus padres y porque lo pases bonito —dice
cambiando de expresión y esforzándose por sonreír.
—En silencio retornan a la mesa. La hermana de Lizvet se adelanta.
—Mamá, ven —le dice cogiéndola del brazo— termina de llorar acá. —la conduce a la cocina.
Se acerca a la mesa, coge el plato de su madre y lo lleva a la cocina. En la sala cenan en
silencio.
Terminando de cenar recogen el servicio, el dueño de casa y Lorenzo se retiran a ocupar sillas
que están ordenadas en los contornos de la sala, mientras Lizvet y su hermana ubican la mesa
a un costado de la sala y colocan en ella la torta de la homenajeada.
Siendo cerca de las ocho de la noche comienzan a llegar los amigos de la joven y demás
invitados, se pone música en un equipo de sonido, se sirve cóctel a la concurrencia, la mayoría
son adolescentes con ansias de vivir y divertirse, bailan en parejas y cuando la pieza termina
van a sus respectivos grupos que se han formado en tres esquinas de la sala, la jovencita va de
un lugar a otro, su padre y su madre hacen lo propio, y cada cierto tiempo se sirven bebidas
ligeras, Lizvet los apoya. Lorenzo y dos personas más están al margen de los grupos que se han
formado.
Los jóvenes se van soltando y van apareciendo botellas de ron, a las nueve de la noche bailan
con furor. La quinceañera se acerca a Lorenzo y lo saca a bailar, después de ellos lo presenta a
sus 233
amigos como su tío. Lorenzo no vuelve a bailar hasta que Lizvet lo encuentra sentado
contemplando a los bailarines, ella lo saca a bailar, Lorenzo no muestra un atisbo de
entusiasmo. A las nueve y media comienzan a servir ají de gallina y otros bocadillos a todos los
invitados, Lorenzo por iniciativa comienza a apoyar, su rostro sombrío desaparece y da paso a
un semblante apacible.
El baile es suspendido momentáneamente salvo una que otra pareja que no quiere perderse
piezas de su agrado. Cuando la mayoría ha terminado de comer se reinicia el baile en forma
masiva. Lorenzo al no ver por ningún lugar a Lizvet por buen rato, la hace llamar con su
sobrina.
—Hemos quedado en retirarnos a las diez —le recuerda.
—Quedémonos un rato más. ¿Qué dices?
—No te olvides que mañana tenemos tareas que cumplir. ¿Les has hecho presente a tu familia
la hora que nos retiraremos?
—Sí, pero quedémonos un poco más, por favor.
Lorenzo mira su reloj.
— ¿Está bien a las once?
— ¿Once y cuarto?
—Bien, no más tarde.
Lizvet vuelve a la cocina, su madre los ha estado observando. Lorenzo ya con cierta confianza
va recogiendo el servicio y llevando a la puerta de la cocina donde le recibe Lizvet, reparte
bebida, recoge vasos. A las once y veinte al no aparecer Lizvet la llama él mismo desde la
puerta de la cocina, ella sale.
— ¿Nos vamos? —le pregunta, ella tiene las manos húmedas.
—Quedémonos un poco más.
—Yo me voy, si deseas te quedas —le dice con resolución.
Lizvet va a responder algo pero su madre aparece y se pone a su costado.
—Hija, has venido con tu marido y con él te vas. Despídete de tu hermana y su familia. Hasta
luego joven —dice a Lorenzo bajando la cabeza sin atreverse a mirarlo— gracias por haber
venido.
Sin otra palabra se introduce a la cocina. Lizvet saca a Lorenzo al pasadizo, luego llama a su
familia para despedirse. Se retiran, caminan por la calle distanciados en silencio, en la avenida
principal un grupo de personas hacen parar a un colectivo y suben, ellos gritan al conductor
que los espere y corren para alcanzarlo, el conductor espera, cuando están cerca al bus, de la
casa donde se realiza la fiesta salen 234
varias personas corriendo y gritando.
— ¡Liz, esperen! —se escucha.
— ¡Tío, espera por favor! —se escucha la voz de la jovencita que corre adelante con algo entre
las manos.
—Señor, espere un momento —pide Lorenzo al conductor.
Lorenzo y Lizvet están en la escalera del bus.
Un grupo de jóvenes llega hasta el vehículo, a mitad de la cuadra se ha quedado la hermana de
Lizvet.
—Toma Tío —le entrega un paquete a Lorenzo—, chao, cuídense.
—Gracias. Sigan divirtiéndose.
Los jóvenes se despiden moviendo la mano, el conductor cierra la puerta y pone en marcha el
bus.
El vehículo lleva pocos pasajeros, hay asientos vacíos, se sientan. Lorenzo va junto a la
ventana, la abre un poco y siente la frescura del aire, pone su rostro a la corriente de aire por
un rato, luego cierra la ventana. Se da la vuelta y abraza con una mirada cariñosa a Lizvet, ella
se arrima a él y apoya su cabeza en su hombro.
— ¿Cómo te sientes? —pregunta ella.
—Mejor, me faltaba aire en tu casa.
Frente a ellos ocupa el asiento una joven de dieciocho o diecinueve años que los observa y
escucha con disimulo pero con curiosidad.
— ¿Qué te ha dado mi sobrina? —pregunta Lizvet mirando el paquete que Lorenzo tiene en
una de sus manos.
Lorenzo con cuidado desdobla el papel de la envoltura, dos trozos de deliciosa torta aparecen.
— ¿Nos servimos? —plantea ella.
—Claro..., pero —levanta la mirada hacia la joven que los mira tranquilamente—, te he dicho
que sí como algo y alguien me mira, no podré comer sin compartirlo.
—Pues le invitamos —dice presta.
—Hola amiga —dice Lorenzo a la joven— ¿Nos acepta compartir esta torta con usted?
— ¿Por qué no?, gracias —responde sonriendo.235
Lorenzo coge un pedazo del blanco papel con que ha estado envuelta la torta, separa la mitad
de una tajada y le tiende a la joven, luego le entrega a Lizvet una tajada completa, él se queda
con la mitad de la otra.
—Qué rara pareja son ustedes —dice la joven—, ¿son religiosos?
Lorenzo y Lizvet se miran y sonríen.
— ¿Religiosos nosotros? —Comenta Lorenzo— No, no somos religiosos, pero somos parte de
una nueva hornada de jóvenes solidarios que ha comenzado a poblar la Tierra, y en particular
nuestro país —habla metafóricamente.
— ¡Qué raro!... Nadie invita algo a nadie sin conocerlo —explica la joven.
—Ya le dije, somos parte de una nueva generación que concibe de una forma nueva el mundo,
no queremos un mundo donde cada persona solo piense en sí mismo, queremos un mundo
solidario, donde no haya hambre ni injusticias, un mundo donde no haya guerras.
La joven mira al exterior del vehículo.
— ¡Bajan en el paradero Candados! —Grita dirigiéndose al conductor— Tengo que bajar
amigos. Visítenme, les voy a dar mi dirección, tomen nota.
Lorenzo extrae rápidamente un lapicero de su bolsillo, ella dicta su dirección y baja. Lizvet
arquea sus cejas y sube sus hombros. Llegan a su destino.
Temprano se aprestan a partir cada uno a su lugar de trabajo.
— ¿Qué te pareció el juane? —pregunta Lizvet.
— ¿Cuál juane?
—Lo que comimos con mi familia... era algo envuelto en una hoja de bijao, es plato típico de la
selva.
—Si sirvieron algo agradable, no lo sé, para mí todo fue insípido en ese momento... Y quiero
pedirte un favor, no me vuelvas a insinuar que vuelva a esa casa.
El día domingo antes del medio día llega Lorenzo a la casa de Telmo, Yolanda prepara los
alimentos, Telmo ha salido a cumplir sus tareas. Conversan amenamente. La bebe despierta y
se pone a llorar, Lorenzo la carga y la mece. Cerca de la una llega Jaime y se saludan, Lorenzo
no da muestras de ningún interés, almuerzan conversando de cosas de la política actual.
Lorenzo como quien no quiere la cosa lanza algunas preguntas a Jaime sobre el gobierno
aprista, las respuestas son genéricas, lo cual no convence a Lorenzo. Yolanda no participa de la
conversación. Cuando los tres terminan de almorzar 236
Yolanda recoge el servicio y va a la cocina y se pone a fregar los platos haciendo ruido adrede.
Lorenzo y Jaime se quedan en la mesa.
—Qué bueno que nos hayamos encontrado —plantea Lorenzo— tengo necesidad de conversar
con usted.
— ¿Sí? ¿De qué se trata? —dice extrañado Jaime sacándose los lentes.
Lorenzo la clava la mirada a la cara, apoya sus dos brazos sobre la mesa.
—Usted ha sido combatiente, y remarco, lo ha sido, dígame con la verdad en la mano. ¿Desde
cuándo está desorganizado y por qué razón?
Jaime trata de mantenerse sereno, pero su rostro palidece, Lorenzo lo mira severo sin cambiar
de posición, Jaime por un rato le sostiene la mirada, luego se agacha.
—No es necesario que mienta compañero —habla Lorenzo— que la verdad es verdad, y es
como el embarazo, un tiempo se lo puede ocultar, pero de todas maneras sale a luz. Le voy a
decir por qué sé que usted no está organizado —hace una pausa y prosigue— En los días que
hemos conversado he notado que usted estaba desactualizado en cuanto a la política del
Partido, y le he venido haciendo preguntas porque quería saber a través de un compañero
organizado la política actual que seguimos, ya que en esos días, por razones que no le
competen a usted, estaba desorganizado, pero resulta que usted estaba y está desfasado,
repite cosas de los años ochenta, ochenta y uno, y planteaba en casi todo, generalidades.
Entonces averigüé si sabían con quién estaba organizado, la respuesta que me dieron acá, fue
que usted trabajaba como combatiente del Ejército Guerrillero Popular en otro organismo que
no tenía nada que ver con el trabajo de los compañeros en esta casa. Yo trabajo en el otro
organismo del Partido acá en Lima, así que para que sepa, he conversado con cada uno de los
mandos de los zonales, les he dado su nombre, su descripción, su forma de vestir, etc. La
respuesta es una: Nadie lo conoce. ¿Usted sabe lo que está haciendo?...Eso tiene un nombre,
se llama: medrar. ¿Usted, sabe lo que implica? Lo escucho —mueve su brazo invitándolo a
hablar— dígame usted la verdad de lo que ha pasado.
A Jaime se le hace un nudo en la garganta, trata de hablar pero las cuerdas vocales le
traicionan. Lorenzo lo mira atento sin decir nada.
—Es verdad que no estoy organizado —tartamudea— pero..., he estado organizado, he sido
combatiente —Se calla, Lorenzo ladea la cabeza para prestarle atención—. He sido mando
militar.
Lorenzo sigue callado, ante el silencio de Jaime habla.
—Muy interesante; y ¿qué pasó? ¿Cuándo se desligó usted del trabajo partidario?237
—He sido mando militar de la zona Este. El año ochenta y dos se hace el asalto al puesto
policial de Ñaña y después comienza una serie de caídas por delación, no se podía llegar a
ninguna casa, no teníamos muchos apoyos y me enfermé de tuberculosis, estaba muy mal y el
Partido dispuso que me tratara, eso fue a fines del ochenta y dos.
— ¿Y es desde entonces que no se ha vuelto a organizar?
—Sí —responde parco.
—Usted ya está repuesto, ¿por qué no se ha reincorporado? Hay quienes dicen: “Perdí
contacto, no encontraba al Partido”, para justificar su capitulación, pero ése no es su caso.
—La verdad compañero... —se calla, está con la cabeza agachada, después de largo silencio
plantea—, tengo miedo..., tengo miedo de que me vayan a herir o a matar..., o que me
detengan y me torturen... Esa es la verdad compañero... Tengo miedo.
—Compañero, la reacción, la prensa reaccionaria nos compara a nosotros con la mafia y dicen:
“quienes entran a las filas de Sendero Luminoso ya no pueden salir, si se apartan los matan”.
Le pregunto, ¿es cierto eso?
—No —responde mirándolo de frente pero con temor.
— ¡Claro que no es cierto! Los combatientes del Ejército Guerrillero Popular que dirige el
Partido Comunista del Perú, con su jefatura del Presidente Gonzalo, lo somos libre y
voluntariamente. Aquel que se cansa de combatir o le entra el miedo y temor a las
consecuencias de la guerra, es mejor que deje de ser combatiente, si desea puede apartarse y
ser un hombre de bien como es el pueblo. Lo que sí es condenable, es que traicione, que se
pase a servir a la reacción, o que se vuelva un contrarrevolucionario y en ese caso que se
atenga a las consecuencias. Otra cosa distinta es la de quienes usufructúan del nombre del
Partido, o los que usan el nombre del Partido para extorsionar. La extorsión no es política del
Partido. ¿Lo sabe usted, verdad?
—Sí, claro.
—Quienes extorsionan usando el nombre del Partido, nos hacen mucho daño.
—Yo no he extorsionado, compañero —plantea con expresión de desesperación.
—Le creo, pero ha estado medrando del Partido, y le digo el porque. Usted se presenta como
combatiente, los que lo conocen dicen: “es un buen compañero, sencillo, modesto”.
Confunden su silencio, que es por desconocimiento por estar desfasado, con modestia. Lo real
es que usted no es combatiente, eso es medrar de la revolución. ¿Es así, o no es así? Sino,
dígame usted, ¿qué cosa es?238
Se calla; Jaime lo mira desconcertado y responde:
—Sí, compañero, tiene usted razón... Eso es.
—Usted dice que tiene temor, que tiene miedo, así no se le puede pedir que sea combatiente,
entiendo que usted mismo debe de haber librado lucha en su cabeza y que se ha impuesto su
temor. Le aconsejo que desde hoy día no vaya usted a ninguna casa a nombre del Partido, que
se ponga usted a trabajar para vivir y haga su vida. Le comunico que conozco a varias familias
con las que usted se ha venido relacionando y le consideran combatiente, sepa que a todos
ellos les aclararé su situación, y que si me entero que a partir de hoy, fíjese bien la fecha, usted
ha ido a pedirles dinero o cualquier otra cosa a nombre del Partido, informaré al Partido, al
Presidente Gonzalo, y que el Partido vea qué sanción se merece usted. ¿Está claro?
—Sí, compañero.
—Una cuestión última, usted ha tenido responsabilidad, ha sido mando, por tanto conoce a
compañeros que han apoyado al Partido, me ha hablado de apoyos en San Pedro de Casta, en
Huanza, desgraciadamente están lejos y no dispongo de tiempo y dinero para viajar; y por otro
lado, no sé si usted tendrá disponibilidad para viajar, ya en algún momento se contactarán con
el Partido. Pero, si usted conoce a compañeros acá en Lima, y sabe que están prestos a apoyar,
antes de dedicarse a hacer su vida en pleno, presénteme. No es obligatorio que haga esto
último, si no lo hace eso no cambia su situación, haga usted su vida, no le pasará nada, pero le
repito, si llego a enterarme que usted sigue medrando del Partido..., aténganse a las
consecuencias.
Jaime está más tranquilo, ha vuelto a tomar su color.
—Sí conozco a compañeros que son apoyos muy buenos. ¿Cuándo quiere que se los presente?
Quedemos un día para ir a sus casas.
Lorenzo medita muy breve.
— ¿Por qué no hoy día?
—Ya, si desea... vamos.
—Espéreme un momento —se pone de pie y se dirige a la cocina. Jaime se queda
reflexionando.
—Yolanda, me voy —dice en voz baja.
Yolanda está sin hacer nada en la cocina sentada en una silla, tiene apoyada su cabeza en una
mano, no ha querido interrumpir.239
— ¿Cuándo vuelves?
—Cualquier momento, pero no es seguro, ya te hemos explicado el porqué. Una cosa, Jaime
no debe de volver a esta casa, él no es combatiente, él ha estado medrando del Partido, eso le
informas a Telmo.
—Parecía un buen compañero.
—No te olvides que el pueblo suele decir: “Caras se ven, menos corazones”. Juzga a las
personas por lo que dicen y principalmente por lo que hacen. Hasta pronto.
Le tiende la mano, ella la estrecha en silencio sale.
Jaime se pone de pie, coge su chompa y salen los dos. Cogen un colectivo, se dirigen al norte
de Lima, Jaime indica la ruta que deben de seguir, hacen trasbordo de colectivo, llegan a una
casa en una barriada, es una tienda, conversa con el dueño, le presenta a Lorenzo como
combatiente, luego sale y lo llama a la puerta.
—Compañero, lo dejo, converse usted con el compañero, movilícelo bien, hace tiempo que no
se le ha visitado. Mañana nos vemos para ir a otro lugar, ¿le parece bien?
“Qué más me queda” —piensa Lorenzo.
—Está bien, diga usted dónde nos encontramos.
— ¿Le parece bien en la Plaza de Acho, cerca al grifo, a las nueve de la mañana?
—Está bien, allí estaré puntual.
Al día siguiente Jaime no aparece en el lugar de la cita y no lo vuelve a encontrar desde ese día.
Roxana y Lorenzo se abocan a su trabajo, sus encuentros son esporádicos, son tiempos duros
en el trabajo partidario, la lucha es contra posiciones ajenas a los principios proletarios
marxista-leninista-maoístas, pensamiento guía. En lo ideológico, soslayamiento a armar a los
comunistas y combatientes con la ideología del Partido Comunista del Perú, el marxismo-
leninismo-maoísmo, pensamiento guía. En lo político, poner lo militar por encima de lo político
y mercenarismo, contrario al desinterés personal. En lo orgánico, buscan introducir formas
ajenas a los principios organizativos del Partido Comunista, promueven el compartimentalismo
y el amorfismo. En cuanto a Dirección, buscan asaltarla para cambiarla de carácter, cambiar su
carácter proletario por un carácter pequeño burgués, no se ligan a las masas, desconfían de
ellas, tienen la posición de que: “las masas son tan pobres que no pueden apoyar la
revolución” y que por el contrario es el Partido quién debe apoyarlas y que por eso se deben
hacer confiscaciones, posición contraria a que “las masas hacen y sostienen la revolución y que
el Partido solo 240
las dirige.” Por esos criterios alquilaban casas y hacían poco o nada de trabajo de masas. En
cuanto a la lucha de dos líneas, eran contrarios a la crítica y la autocrítica, por tanto a
corregirse.
En la mayoría de zonales del Comité Metropolitano se presentaban esas posiciones, en unas
zonas más, en otras menos. Todas esas posiciones, criterios e ideas y prácticas era repercusión
de las ideas del MRTA, que buscaba asaltar el Comité Metropolitano. El Presidente Gonzalo lo
develó y combatió como entrismo y fue erradicado en intensa lucha de dos líneas. En la
práctica se les demostró que lo determinante es lo ideológico y político, que con política al
mando se resuelve todo. Los combatientes ligados al entrismo se creían combatientes
experimentados e imprescindibles en las acciones militares, por lo cual al ser combatidas sus
posiciones se negaban a cumplir tareas militares. Por su parte quienes se sujetaban a lo
proletario luego de combatirlos prescindían de ellos y las cosas comenzaron a cambiar y a
reenrumbarse el trabajo de acuerdo a lo establecido por Presidente. Esta lucha duró cerca de
un año. Algunos de estos elementos murieron como delincuentes comunes al querer hacer sus
llamadas “confiscaciones” al margen del Partido.
Donde trabaja Roxana fuertes problemas de desconfianza en las masas, por lo cual varios de
los combatientes están tuberculosos. Donde trabaja Lorenzo, fuertes problemas de entrismo y
con un militante que asume como mando militar de quien se sospecha que ha devenido en
colaborador de la policía. En esas condiciones trabajan y desarrollan su relación de pareja.
Un día Lorenzo va al cuarto de Roxana con el objetivo de estudiar, pues Roxana tiene
documentos de interés para él. El cuarto lo encuentra con llave, pero él cuenta con un
duplicado. Entra, el cuarto está en desorden, sin aseo y un olor intenso a dinamita lo inunda
todo. Primero busca las cosas que necesita, al ubicarlos decide poner orden para poder
estudiar. Sale, compra bolsas nuevas, mete en ellas la dinamita y verifica que no tengan hueco
por donde pueda entrar o salir el aire, luego coge periódicos pasados y hace una hoguera para
erradicar el mal olor, hace una especie de tea y lo pasea por todos los rincones, abre la puerta
y ventea con una frazada, después barre, ordena las cosas y finalmente se pone a estudiar.
Cuando van a ser las seis de la tarde llega Roxana.
—Hola —dice, lo saluda de pasada—, no pensaba encontrarte, estoy apurada, he venido
únicamente a cambiarme.
—Y yo he venido porque necesito estudiar algunas cosas que tú tienes.
Sigue sentado en una vieja mesa, ella se cambia a su espalda.241
—Me voy —dice saliendo, colgándose el bolso al hombro—. Me esperas en Yerbateros a las
doce de la noche.
— ¡Estás loca! —grita él.
Yerbateros es un lugar peligroso, principalmente por las noches, por la cantidad de lúmpenes
que se dan cita para robar a toda persona foránea que cometa la imprudencia de andar por
allí.
— ¡Me esperas! —grita desapareciendo.
Lorenzo continúa estudiando, a las siete sale a hacer compras, regresa con leche, pan y
aceitunas, esa es su cena. Luego de cenar sigue estudiando, inconscientemente el dinero que
tiene le coloca en la mesa. Cuando son un cuarto para las doce sale, echa llave a la casa y va a
recoger a Roxana. El lugar donde Roxana ha conseguido su cuarto es un cerro donde
difícilmente suben los vehículos motorizados, los callejones y calles están mal alumbrados, es
un barrio que tiene la fama de ser peligroso por los lúmpenes que viven por allí y que asaltan a
los desconocidos, no obstante va al lugar señalado por ella. Ya en el lugar indicado, se ubica en
una esquina como suelen hacer los ladrones, pasan los minutos. Habiendo pasado más de
media hora se impacienta.
“¿No será que ya ha llegado y nos hemos cruzado, puede ser que haya ido por la casa de
Manuel, que está cerca de acá?” piensa. Deja pasar cinco minutos más y sin pensarlo mucho se
dirige a la casa donde cree que puede haber llegado Roxana. Cuando está por iniciar su
ascenso al cerro, en la primera escalera, faltando no más de veinte metros para llegar a la casa
le salen al paso cuatro sujetos, jóvenes, que lo rodean armados con picos de botellas de vidrio
rotas, con las cuales lo amenazan.
— ¿Qué sucede? Soy de acá del barrio —dice en su defensa.
Los asaltantes lo miran bien.
—Yo no te conozco —dice uno.
Los otros tampoco lo conocen.
—Ya, ya, te quieres pasar de vivo —dice otro— saca todo lo que tienes.
—He bajado a recoger a mi esposa, no he traído dinero.
— ¿Dónde vives?
—Arriba al pie del pozo, cerca al colegio.
—Yo vivo por allí —dice otro, y nunca te he visto.
—Sácate la chompa y el reloj —ordena el más fuerte.
— ¿Cómo me van a hacer eso? —protesta, los otros se lo arrebatan.242
—Hay que chuzarlo para que otra vez no ande sin plata —dice uno de ellos.
El más fuerte de los lúmpenes mete sus manos por sus bolsillos y va sacando y arrojando al
suelo las cosas sin valor que encuentra.
—Y ¿esto que es? —pregunta.
Desdobla un pliego de papel impreso con letras rojas. La silueta de una hoz y un martillo la
abarca todo, sobre la silueta está impreso como título: “Pronunciamiento conjunto del Partido
Comunista del Perú y del Partido Comunista de España”.
— ¡Soy un guerrillero! —plantea al ver el pronunciamiento— y vivo allí donde viven los pobres.
El que le ha sacado la chompa y el reloj está retirándose, los otros dos se aprestaban a cortarle
la cara.
— ¡Hey! Tráele sus cosas, este causa es un pata —dice el que manda.
Pero el que tiene las cosas echa a correr y dobla la esquina.
—Disculpa patita —dice el lumpen. Ten más cuidado. Ese huevón se fue con tus cosas, yo no
choco con ustedes, cumpa.
Lo deja, hace una señal a los otros y se alejan corriendo.
Lorenzo sube las escaleras y toca la puerta de la casa de Manuel, le abre la puerta, Lorenzo
explica lo sucedido y pregunta.
— ¿Ha venido Roxana hace un rato?
—No, no ha llegado ningún compañero.
— ¿Me puedes acompañar a Yerbateros?
—Claro, espérame, voy a arreglarme.
Salen, van por donde han asaltado a Lorenzo, va fijándose en el piso, encuentra su pañuelo, lo
recoge, siguen avanzando y recoge su Libreta Electoral. Llegan a Yerbateros, por la Carretera
Central circulan pocos vehículos, justo cuando llegan a la esquina un bus se detiene y baja
Roxana acompañada de tres varones, ella al divisar a Lorenzo y Manuel habla brevemente con
sus acompañantes que vuelven a subir al mismo vehículo. El bus continúa su marcha.
—Veo que estás caluroso —comenta con ironía al verlo en mangas de camisa.
— ¡Qué caluroso, ni que nada! Acaban de cuadrarme. Me han robado mi chompa y mi reloj.
—Disculpa —dice ella cambiando su actitud.243
—Las disculpas no resuelven nada.
Se quedan en silencio, nadie dice nada y comienzan a caminar. Manuel los acompaña hasta
cerca al cuarto de Roxana, faltando una cuadra lo despiden. Llegan al cuarto.
—Tengo que terminar lo que estoy estudiando —dice con apatía sentándose donde estaba
estudiando.
—Disculpa, yo estoy agotada, voy a descansar.
Se acuesta, él sigue estudiando. A las dos de la madrugada suspende el estudio y se acuesta
junto a ella, pronto se queda dormido. Roxana al despertar lo encuentra cerca y se posesiona
sobre él, lo acaricia y estimula, el cuerpo joven y varonil responde a sus estímulos, ella se sirve
de él. Amanece, ella reposa sobre Lorenzo.
— ¡Peligro! ¡Peligro! —le dice cantarina al verlo abrir los ojos.
—Eres abusiva, te has aprovechado de mí.
Ella lo premia con besos.
—Te quiero, te necesito, te he extrañado —dice juntando su rostro al de él.
—No está bien lo que has hecho. Me he percatado que has dejado de tomar tus
anticonceptivos.
—Y yo me he percatado que tú me esquivas, que has hecho tus cuadritos y borroneado el
almanaque de nuestro cuarto, que incluso un día que coincidimos en llegar al cuarto, tú
consultaste con tu cuadrito, y como era un día de riesgo te fuiste.
—Cierto, porque hemos quedado en que no tendremos hijos ¿Verdad? —plantea con firmeza.
—Pero ahora sí quiero tenerlos, quiero ser madre.
—Y yo no quiero tener hijos contigo. Sí quieres tener hijos, busca con quién, porque conmigo
no los tendrás.
Roxana que sigue sobre él se queda desconcertada.
—Pero, ¿por qué?
—Porque me has hecho dar un compromiso, el de no tener hijos contigo, y compromiso es
compromiso que se debe cumplir. No pienso incumplirlo.
—Es que en ese entonces no estaba segura de tu cariño.
— ¿Así? —Frunce el entrecejo— ¿Y por qué debo estar yo seguro del tuyo?
—Es que acaso no ves cuánto te quiero.244
—No, no lo veo.
Ella lo besa, lo acaricia, lo muerde, lo aprieta contra sí.
— ¡Abrázame! —le ordena.
Lorenzo con suavidad la pone a un costado.
—Esta cama es una porquería, no se como he podido dormir. Me duele todo el cuerpo—. Se
pone de costado, ella lo mira preocupada, él le comienza a acariciar el rostro con una mano. Se
queda mirándolo.
—Esta cama no sirve para hacer el amor... Y por favor, no vuelvas a aprovecharte de mí. Si
quieres tener un hijo, has debido plantearlo, pero tú has buscado sorprenderme, por no
querer asumir tu responsabilidad autocríticamente. Me debes una disculpa.
—Perdóname,... tú no sabes lo que le pasa a una mujer, a veces se aprovechan de una y
después la dejan sola con los hijos..., te estaba conociendo.
—Creo que por allí debiste haber empezado. Me has hecho daño en cierta medida, sabes
cuánto me gustan los niños. Me he molestado contigo cuando he visto que querías concebir
sorprendiéndome—, juguetea con sus manos en los labios de ella— No lo vuelvas a hacer,
quiero tener hijos, y quiero hacerlos bien —Y ya con otro tono de voz—, quiero dibujarlos bien
y que no salgan faltándoles algo —se sienta al borde de la cama—. Disculpa, esta cama me
está matando. El colchón está grumoso. No sé como puedes dormir acá.
—Ya me he acostumbrado.
—Este cuarto parecía un chiquero ¿cómo puedes vivir así? Ah, y aquí no solo llegan tú y
Roberto, sino que llega todo el que quiere ¿o me equivoco? ¿Cuántos conocen esta casa?
—Todo el destacamento.
— ¿Vendrán hoy día?
—No, tienen tareas y nos reuniremos en otro lugar.
—De todas maneras, no volveré a este lugar. Cuando una casa la conocen muchos aumenta el
riesgo.
— ¿Cuándo nos volveremos a ver?
—Depende de ti, tomémonos un día para nosotros. Di tú que día y dónde nos vemos.
—En nuestro cuarto —plantea alegre— ¿Te parece bien este fin de semana, el domingo?
—Claro.245
—Estaré allí a las nueve de la mañana, para estar juntos hasta el día lunes. ¿Te parece bien?
—Así quedamos —Lorenzo coge el brazo de Roxana y observa la hora—. Me tengo que ir.
...
El día miércoles de la siguiente semana Lorenzo se encuentra en una casa con el dirigente del
Metropolitano.
—Qué bravos son ustedes camarada... Ya pues, deje a la camarada que cumpla sus tareas —
dice el dirigente.
— ¿Qué me quiere decir usted camarada? —responde con seriedad.
—Su compañera no ha vuelto al trabajo desde el día sábado. Pidió permiso para todo el
domingo, dijo que se vería con usted, pero no ha llegado a la zona donde trabaja hasta hoy.
Lorenzo lo mira extrañado, frunce el entrecejo, agacha la cabeza, reflexiona y luego encara al
dirigente.
—El día domingo lo he esperado todo el día en mi cuarto. No ha llegado, pensé que el deber le
ha impedido asistir a nuestra cita. Desconozco su paradero.
— ¡Qué raro! —Dice sorprendido el dirigente— ¿No será que la han detenido?... ¿Conoce
usted la casa de algún familiar de ella?
—Sí.
—Investigue, por favor, qué le ha sucedido. Teníamos algunas cosas que tratar con usted pero
dejémoslo para otro momento. Vaya en estos momentos a donde le puedan dar razón de ella.
Van a ser las diez. ¿A qué hora podemos volvernos a ver?
— ¿Está bien a la una de la tarde?
—Claro, en esta misma casa.
...
A la una de la tarde Lorenzo está en la casa, el dirigente llega cinco minutos después.
— ¿Cómo le ha ido? —pregunta inquieto.
—La han detenido. El día sábado por la noche ha llegado a la casa de su madre, a la una de la
madrugada más o menos la policía ha rodeado la casa y la han sacado en pijama.
—Lo sospeché, han sido detenidos algunos compañeros de la zona donde ella trabaja y al
parecer están delatando.
—Las negligencias se pagan caro. —Es lo que atina a decir Lorenzo. Los puños los tiene
cerrados, 246
señal de que está irritado.
El dirigente piensa un rato en silencio.
—Camarada, hay cosas que tiene usted que hacer.
— ¿Así? ¿De qué se trata?
—Usted y su compañera son muy celosos con algunos contactos. Ella ha guardado armas en un
lugar que Roberto no conoce. Cuando se le dijo que era necesario que por lo menos dos
conozcan la casa, ella respondió que si algo le sucedía a ella, usted conoce la casa del cerro,
que allí las ha dejado. No dudo de la camarada, pero el Presidente Gonzalo nos ha advertido
que caiga quien caiga hay que tomar medidas. Por tanto, hay que sacar esas cosas de allí.
—Está bien, sí sé a que casa se refiere. Bueno, y ¿a dónde las llevo?
—En el cerro El Agustino hay una casa donde una vez nos hemos reunido todo el Metro. ¿La
recuerda? Allí lo lleva. Roberto lo esperará, de no estar él, simplemente lo deja. En estos
momentos iré a verme con el camarada Roberto, y de no verme con él de todas maneras iré a
advertir a los compañeros de la casa para que le reciban.
—Está bien. En estos momentos voy a sacar esas cosas.
—Correcto, nos volveremos a ver mañana temprano, en el lugar establecido para esta semana.
—Bien —extiende la mano, se despiden.
Lorenzo sale, coge un bus y se baja en Yerbateros. Sube hacia el cerro por una larga y
empinada escalera, transita por varios pasadizos, llega a una casa, toca la puerta, no le abren
pero escucha pasos que van de un lugar a otro. Una ventana es abierta y una jovencita da la
cara.
— ¡Hola! —Voltea hacia adentro— Es Carlos. Espera por favor un momento.
Cierra la ventana. Carlos espera con impaciencia. Después de tres minutos le abren la puerta.
—Pasa —indica la joven.
Ingresa, observa a todos lados, no hay nadie. Desde el corral llega a sus oídos los ladridos de
un perro. Una solitaria silla esta ubicada casi al centro de la sala, alejada de la mesa.
—Siéntate acá por favor —invita la joven sin mover la silla.
Él obedece.
— ¿Y ahora? —pregunta extrañado.
De pronto, la puerta que conduce al dormitorio y está frente a él se abre y sale una mujer
abriendo los brazos, Carlos se queda pasmado, ella lo abraza.247
— ¡Qué alegría verte Teódulo! —le dice.
La joven y su hermana, que salió tras la entusiasta mujer, los observan sonriendo.
—Hola —dice Carlos, cogiéndola de los hombros y apartándola para verla bien— Tú eres
Liudmila o Luzmila, no recuerdo bien. ¡Qué alegría verte! ¿Qué ha sido de ti?
—El nombre no importa, es uno de los nombres que uso. He estado detenida, recién he salido.
Me enteré que tú también habías estado detenido, pero no supe que hubieras salido. Acá
estas jovencita me han dicho que vienen a visitarlos dos compañeros, un hombre y una mujer.
Pero no sabía quienes.
Carlos sonríe, la deja y quedan frente a frente.
—Con razón que me han hecho sentar frente a la puerta.
—Sí, si no te conocía... bueno no salía.
— ¡A buena hora!, porque he venido a limpiar esta casa, la compañera ha sido detenida.
— ¡¿Qué?! —Dice sorprendida, su alegría desaparece.
Las jóvenes se miran entre ellas preocupadas.
—Tranquilas. No creo que ella delate, realmente no dudo de ella, pero hay que precaver, por
eso voy a llevar las cosas que ella ha dejado acá a otro lugar que ella no conoce —Y
dirigiéndose a las jóvenes — ¿pueden traer las cosas que les ha encargado?
Las jóvenes entran al dormitorio y desaparecen. Se quedan los dos combatientes.
—Tú debes de ir a otra casa —plantea Carlos—, ¿Tienes dónde ir?
—Sí. Pero dime quién es ella, ¿la conozco?
—No se si la conocerás —y bajando la voz para que la escuche solo ella— ¿Conoces a Lizvet?
—Sí, ¡qué linda pareja! Qué pena que la hayan vuelto a detener.
—Ya te imaginas la pena que siento yo. Tú tenías un niño, ¿cómo está?
—Está creciendo rápido. No sé qué habrá sido de su papá.
En eso entra una de las jóvenes con una caja.
— ¿Sabes qué contiene? —pregunta Carlos.
—Armas —dice con orgullo la joven— son dos cajas, ya trae la otra María.
María hace su ingreso con la otra caja y le entrega a Carlos.
—Teódulo —dice Luzmila— por favor, hazme ver.
—Pero hay necesidad de salir pronto.248
—Un ratito nomás, por favor.
Carlos mira a las jóvenes a modo de consulta.
—Hazla ver —dice María que es la mayor de las hermanas— ¿Qué dices tú, Lucy?
—Claro —responde— yo vigilo por si acaso —dice abriendo la ventana que deja ver la calle, y
se coloca de vigilante.
Carlos abre la caja que pesa más, saca las cosas con cuidado, abre una bolsa de plástico y va
sacando pieza por pieza un arma, en forma rápida la ensambla, es una ametralladora ligera.
—Oh, ¡qué linda! —exclama Luzmila extendiendo los brazos.
Carlos se queda con la cacerina llena de balas en la mano, le entrega el arma descargada. Ella
al cogerla la observa bien, luego la abraza.
— Cuando Iniciamos la Lucha Armada —plantea— lo hicimos con las manos desarmadas, solo
teníamos el arma todopoderosa de la ideología: el marxismo-leninismo-maoísmo,
pensamiento guía; después contábamos con dinamita y cuchillos, poco después revólveres,
pero pocos, hoy tenemos metralletas, algún día tendremos tanques, y también aviones de
guerra y finalmente tendremos el Poder —dice emocionada.
Carlos saca de la caja dos revólveres, verifica que estén descargados y le muestra.
— ¡Qué hermosos! —vuelve a exclamar.
Calos le pide la metralleta y le extiende un revolver. Luzmila mira a las jóvenes, que observan
sin ninguna sorpresa.
— ¿Y ellas sabían lo que hay en la caja? —dice con preocupación Luzmila.
—Claro, es mejor así, las masas que nos apoyan guardando cosas, deben saber lo que tienen,
así lo hacen con responsabilidad, sabiendo el riesgo que corren. Ellas son jóvenes, pero saben
que con las armas no se juega. Ahora sí, debo irme.
Desarma la metralleta y lo vuelve a guardar, igualmente las otras dos armas.
—Lucy, por favor sal a la calle y ve si está despejada para salir.
Ella obedece, va y se posesiona en la mitad de la calle y como jugando hace una señal con la
cabeza. Carlos sale. Camina con paso seguro con una caja en cada mano, pasa por estrechos
callejones por las faldas del cerro. Camina por quince minutos y llega a donde lo esperan, deja
las cosas y baja a la avenida Riva Agüero, toma un colectivo y va a su cuarto. Camina como
sonámbulo, abre la puerta, ingresa, prende la radio, cierra la puerta con seguro y se tiende
sobre la cama, en la posición que solía 249
hacerlo Roxana. La serenidad que mantenía hasta ese momento se convierte en tempestad y
gruesas lágrimas le empapan la cara.
“¡¿Por qué mierda tuvo que ir a su casa?!... Si ni siquiera la quieren.”
En la radio suena una canción:
¿Dónde están tus ojos negros?
Donde están que no los veo.
Quién me los robó mientras me dormí, se lo llevó lejos de aquí...
—Cómo están señores, cómo están chicas. Se deben sentir incómodos, pero qué puedo hacer,
mi trabajo es cuidarlos.
Habla un agente de la policía desde el viejo escritorio donde esta sentado. Son más de las dos
de la tarde, algunos detenidos ya han almorzado, otros aún comen bajo la atenta mirada del
policía, por su voz los detenidos saben que es el custodio que no permite que se comparta los
alimentos. Ya están acostumbrados al silencio sepulcral de este esbirro, pero hoy ha venido
diferente, los detenidos inmediatamente se ponen en guardia.
— ¿Alguien de ustedes conoce el colegio Domingo Sarmiento? —pregunta el agente.
Silencio, nadie responde nada.
— ¿Qué carro me puede llevar a Huachipa? —Vuelve a preguntar, nadie responde—. He
conocido a una chica que me ha dicho que estudia en el colegio Domingo Sarmiento, que la
puedo esperar en la farmacia que hay cerca al colegio, pero no sé que colectivo me puede
llevar allí. Por favor, ¿alguien me puede decir qué línea puedo tomar? —Se calla un momento,
luego prosigue su monólogo—. ¿Nadie de ustedes vive por allí?, ni siquiera por cortesía me
dicen nada —dirige su mirada a Lorenzo que hace un rato se ha deslizado en el colchón y se ha
acostado adoptando posición fetal para tratar de dormir al no sentirse cómodo ha cambiado
de posición—, y tú que acabas de voltear, ¿sabes que línea me puede llevar a Huachipa?
—No señor —responde Lorenzo.
“Huachipa, Huachipa; por qué preguntará por ese lugar”. —piensa Lorenzo.
Todo queda en silencio. A las tres de la tarde ingresa un oficial de policía.
— ¡Lorenzo Muñoz Abanto! —llama.
— ¿Señor? —responde débil.250
— ¿Cuál es tu domicilio?
—Vivo en la urbanización Santa Anita, pero no recuerdo el nombre de la calle.
—Te crees listo, tú no tienes domicilio y te quieres pasear con nosotros.
—Tengo mi cuarto alquilado, sino que recién lo he tomado y no me acuerdo la dirección, pero
los puedo llevar.
—Te crees listo, nos quieres llevar donde nos embosquen tus compañeros —Lorenzo no
responde—. ¿Crees que les tenemos miedo?, en seguida vamos a ir a tu cuarto y ya verás que
con nosotros no se juega, si es que nos haces perder el tiempo por las puras te vas a
arrepentir.
Varias veces le han preguntado por su domicilio y la respuesta ha sido la misma: “No recuerdo,
recién he llegado a Lima, hace poco he tomado el cuarto”. Hoy los policías han venido
preparados.
—Levántate, iremos a tu domicilio en estos momentos.
Se acerca un agente, lo coge de un brazo y lo levanta en vilo, Lorenzo sin quejarse trata de
mantenerse en pie, por el cambio brusco de posición siente mareos, se queda quieto
esperando que su flujo sanguíneo se estabilice. Lo conducen a un vehículo Land- Robert y
enrumban a la carretera Central, a Santa Anita, al llegar donde se inicia la urbanización le sacan
la capucha y le piden que él dirija el rumbo que deben de seguir. Los conduce por diversas
calles.
—En la mitad de esta calle, al centro, a la mano izquierda —indica. El vehículo se detiene en el
sitio que señala— esa puerta conduce a mi cuarto.
Dos policías bajan, tocan la puerta, sale un señor de avanzada edad.
— ¿Acá vive Lorenzo Muñoz? —pregunta el oficial.
—Sí, es un inquilino nuevo.
— ¿Cuánto tiempo esta viviendo acá?
—Algo de quince días.
—Queremos registrar su cuarto, ha sido detenido.
El policía muestra su placa de agente.
— ¿Por qué delito?
—Es un terrorista muy buscado.
—No puede ser, es un joven estudioso, tan acomedido, tan respetuoso. ¿Dónde está él? ¿Han
traído orden judicial? Yo conozco mis derechos.
—Anda, bájalo —ordena al subalterno.251
El agente va a la camioneta y lo hace descender. Lorenzo está esposado con los brazos hacia
delante y cubierto por la capucha.
— ¿Es él? —pregunta levantándole la capucha para que lo vea el anciano.
—Sí.
—Señor, buenas tardes, disculpe las molestias que le pueda ocasionar, todo es un mal
entendido que se aclarará pronto.
— ¿Puede mostrarnos su cuarto?
El dueño de casa mira a Lorenzo como preguntándole si debe acceder.
—No se preocupe señor, no tengo nada que ocultar.
El señor se pone a un costado, los policías ingresan, el dueño los conduce; el cuarto es poco
espacioso, en él hay una cama tendida, una mesa sobre la que hay dos cajas con libros, una
radio en una esquina de la mesa, a un costado de la cama una cocina a kerosén y a su costado
otra eléctrica, bajo la cama un maletín con ropa y una par de sandalias.
La policía registra todo, no encuentra nada comprometedor.
—Vamos a llevar los libros para determinar su contenido.
Lorenzo sabe que es un robo, pero no dice nada.
—Por favor señor, guarde todas mis cosas, mi madre vendrá a recogerlas —dice cuando están
en la puerta que da a la calle.
—Está bien joven. ¡Cuídese!
El oficial le baja la capucha y lo introduce a la camioneta, todos ocupan sus asientos.
—Jirón Quetzal número 1520 —dice un policía subalterno— En la otra calle a la misma altura
vivo yo. Este terruco vivía a la espalda de mi casa. ¡Te voy a matar! —y le lanza un zurdazo al
plexo.
Lo vuelven al cuarto de aislamiento, de sus libros nunca le volvieron a hacer mención.
A la media noche, cuando ya está dormido lo despiertan para su tercera sesión de tortura
intensiva. Es vuelto a conducir al mismo lugar de las noches anteriores. Las cosas para la
tortura son otras, dos caballetes y sobre ellos una tabla vieja y sucia pero resistente, una tina
grande y profunda llena de agua sucia y con diversas sustancias que Lorenzo ni se imagina, en
el piso esparcidos jebes y sogas.
— ¡Ahora sí, carajo! ¡A la tina!, los más machos no la aguantan, aquí todos hablan —dice uno
de los torturadores.
—Piénsalo muchacho, no seas cojudo, aquí te quedarás chaqueta, sé cuerdo, colabora por tu
252
bien.
—Ya perdiste, por las puras te vas a hacer maltratar —dice otro.
“Que venga lo que tiene que venir, yo no diré nada. Esta vida no es mi vida. Ya la vida no me
pertenece, le pertenece al Partido, al pueblo que me dio su fuerza. ¡No les fallaré!”, es su
reafirmación y no responde nada.
—No quieres colaborar, tú lo has querido, ¡desnúdate! —ordena el primero.
Lorenzo lo piensa un breve rato, se da valor y se comienza a desvestir; no le tiene miedo al
suplicio, se queda en calzoncillos. Los torturadores le ponen un costal de yute que le envuelve
todo el tronco, a empujones lo hacen acercarse a la tabla suspendida entre dos caballetes, sin
decir palabra lo hacen acostarse en la madera, su cabeza queda en un extremo de la tabla,
todo su cuerpo es envuelto con yute húmedo doble, desde los tobillos hasta el cuello, sobre
eso lo envuelven con el jebe y luego lo inmovilizan, con sogas, lo único que puede mover es el
cuello y los dedos de pies y manos.
—Es tu última oportunidad.
— ¿Vas a hablar o no, carajo?
Silencio, colocan una silla cerca de su cabeza, entre los dos torturadores suben a la silla la tina
con el agua que contiene diversos desechos, la ubican bajo su cabeza, uno de los torturadores
se ubica a los pies del torturado, el otro se queda cogiéndolo de los hombros con una mano y
con la otra sujeta la tina.
Lorenzo siente que le levantan las piernas y comienza a ser hundido en el agua. Un
estremecimiento le recorre todo el cuerpo.
— ¡No sé nadar, no sé nadar! —atina a gritar.
Los torturadores no le hacen caso y lo introducen en el agua que le llega hasta los hombros,
levanta el cuello con fuerza pero no logra sacar su nariz del agua, ésta se introduce por las
fosas nasales.
“Esta prueba es muy peligrosa, al agua le echan detergente, heces y qué otras sustancias
químicas le echarán. Lo cierto es que malogra los pulmones y si se la bebe, el estómago. Debo
de saber actuar”.
Reflexiona y actúa; con la respiración contenida tensa todo su cuerpo, se culebrea, se agita y
mueve su cabeza agitando el agua y botando un poco de aire que genera burbujas las cuales
son aumentados por el movimiento agitado de cabeza. Bajan la tabla y sale del agua.
— ¿Vas a hablar?
— ¡No tengo nada que decir, cobardes!253
El que está cogiéndolo de los hombros, levanta la cabeza y el que está cerca de sus pies
levanta la tabla, se inicia una nueva inmersión, Lorenzo ha llenado al tope sus pulmones, desde
el inicio se pone tenso, puja, se mueve, intenta patalear, pero lo único que logra mover es su
cabeza que no puede sacarla a flote. Los torturadores están atentos a todos sus movimientos,
Lorenzo luego de un rato de forcejeo comienza a botar el aire sin calmarse, tensa su cuerpo
como si fuera un esfuerzo supremo y comienza a ceder, se agita, suelta algunas burbujas
débiles, deja caer su cuello sin ninguna resistencia, todo su cuerpo queda flácido.
— ¡Se nos va!, ¡sácalo rápido! —ordena el que lo sostiene de los hombros.
El torturador suelta bruscamente la tabla, Lorenzo vuelve a inspirar, pero lo hace muy despacio
para fingir que esta desmayado; los torturadores están alarmados y no se percatan de ello
porque están soltando las sogas apurados. Ya libre de las sogas, aún con los jebes envueltos lo
comienzan a levantar y le hacen flexiones; Lorenzo tiene la boca con agua, que va botando
primero en un chorro y luego saliva hasta que se le seca la boca. Está pálido, respira con
dificultad, le van quitando todo lo que lo envuelve, lo mantienen sentado, sus brazos cuelgan
como tentáculos, su cabeza cae sobre su pecho sin fuerza.
“Para algo me ha servido aprender a bucear” —se felicita.
—Casi se nos va este huevón —dice uno de los torturadores.
Le buscan el pulso y no lo encuentran, lo cual hace que se preocupen más, lo tratan de ubicar
en todo su brazo y no lo encuentra, ellos desconocen que sus venas no tienen el recorrido
común, por fin lo ubican en su pierna, débil. Le levantan los brazos, le hacen masajes y
ejercicios que se deja hacer con soltura, sin ninguna resistencia.
Le ponen la ropa y le hacen más flexiones, lo ponen de pie, Lorenzo comienza a recobrar su
color.
—Este cojudo esta débil, ha tragado agua y no ha botado nada, ¿hasta ahora no le están dando
de comer?
— ¡Qué se joda, carajo!
“Así hubiera tragado agua realmente no tendría nada que botar, no he comido nada en varios
días.”
Le vuelven a poner la capucha y las esposas, lo arriman de cara contra una de las paredes del
cuarto y lo dejan de pie. El cuarto está húmedo, el agua ha salpicado por todos lados, los
torturadores se trasladan con las sillas al cuarto contiguo, uno se sienta en la silla, el otro
habiendo silla prefiere sentarse 254
sobre el pupitre destartalado.
— ¿Cómo es la vida, no huevón? —Dice uno de ellos.
— ¿A qué te refieres?
— ¿Quién iba a pensar que el mayor se encamotara con la negra María?
La negra María es un agente subalterno de la policía que trabaja en la DINCOTE, que se
complace torturando a los presos políticos.
—Y la ha empreñado, ya va a parir. Esa mujer es una jugadoraza.
—Una puta dirás, claro que ella escogía con quién encamarse.
—Pero el mayor la ha hecho su mujer, algo bueno le debe haber encontrado.
—Hay que ser un cojudo para meterse con una mujer como ésa.
—Yo ni cojudo para meterme con una colega para mi mujer, otra cosa es para pasar el rato,
eso con la que quiera, de pendejo a pendeja.
Se pone de pie, va a ver a Lorenzo, lo encuentra acurrucado en el piso.
—De pie, ¡carajo! — Vocifera.
Con ambos brazos lo coge y lo levanta, Lorenzo se apoya en la pared. El torturador lo deja en
esa posición y regresa a seguir conversando, después de diez minutos regresa, Lorenzo sigue
de pie apoyado contra la pared, el policía va de nuevo a la silla. Lorenzo se deja caer y se queda
dormido. Los policías después de conversar largo rato, van a ver a Lorenzo, lo encuentran
dormido. Lo ponen de pie y lo vuelven al cuarto de aislamiento.
NOVENO DÍA
Un nuevo día despierta, el custodio con la claridad va observando el cuadro que tiene delante,
desordenadas frazadas cubren a los torturados que agotados no han llegado a cubrirse bien,
algunos tienen la ropa puesta al revés, otros sin abrochar, las medias sobresalen mal puestas,
las capuchas tampoco están bien colocadas. Lorenzo y José Diego no tienen frazadas con qué
cubrirse, José Diego ha buscado calor arrimándose a Wilson quien le ha cubierto con una parte
de su frazada, Lorenzo tirita de frío, está lejos de los demás, al borde del colchón.
Antes de las siete de la mañana una policía femenina lleva a las mujeres en aislamiento a hacer
sus necesidades, después llevan a los varones, Lorenzo es el último en ser llevado, está
llegando agua por la cañería y aprovecha para humedecerse la cara, al volver al ambiente lo
cambian de ubicación, donde él ha estado han colocado a Wilson, y a él lo hacen sentar contra
la otra pared siempre al borde del colchón, se sienta, cruza los pies y se apoya contra la pared,
sus manos las tiene sobre sus rodillas, la cabeza como mirando al frente pero con la capucha
puesta, ha adoptado esta posición para hacer ejercicio de respiración y relajar su cuerpo débil.
Se escucha que caminan y se detienen en la puerta del cuarto de aislamiento. Son dos
oficiales, uno de ellos es alto y delgado tiene una postura pedante al pararse, se lleva las dos
manos a la cintura y observa el panorama; el que lo acompaña le señala el lugar que ocupa
Lorenzo; el oficial petulante bota su cabeza hacia atrás y lo mira detenidamente.
— ¡Porfirio! — llama luego de haberlo mirado.
Nadie responde.
— ¡Porfirio! —vuelve a llamar.
Nadie se mueve. Camina decidido hasta donde está Lorenzo y le da un puntapié un poco mas
arriba de las costillas flotantes.
— ¡Ah! —Lanza un grito— ¿Qué sucede, por qué me patea?
— ¡Pobre infeliz!, te crees muy listo —Vocifera el oficial petulante—, rata de mierda, ya lo
sabemos todo, tú eres Porfirio, El Instructor. — se calla desafiante.
Lorenzo instintivamente levanta la cara hacia el que le habla pero no puede verlo.
—Mi nombre es Lorenzo Muñoz —plantea con cólera.
— ¡Ya lo veremos, concha de tu madre!
Se agacha y le propina dos bofetadas por encima de la capucha, una por cada lado de la cara,
Lorenzo no dice nada. El oficial que está mirando se acerca al furibundo y le pone una mano en
el 256
hombro, lo mira con los ojos desorbitados a su colega, se para derecho, se limpia las manos
sobre el pantalón y salen.
—Pásamelo a ese hijo de perra, conmigo no se va a pasear ese concha de su madre. —se
escucha que plantea antes de desaparecer.
“¿Quién puede ser el delator?” se pregunta Lorenzo. “Alguien me ha reconocido, pero ¿quién
puede ser? Las preguntas sobre el colegio Domingo Sarmiento no han sido por las puras. Pero,
¿quién puede ser?”
En su cabeza baraja posibilidades. “No pueden ser Wilson, o José Diego, porque nunca he
estado con ellos por ese lugar”. Cuando se mueve para cambiar de posición escucha crujir su
costilla y siente un agudo dolor, se la han roto con el puntapié.
Wilson pide que lo lleven a los servicios higiénicos y como está recomendado por un oficial de
Ejército, familiar suyo, nunca le niegan, al volver se deja caer entre José Diego y Lorenzo, el
custodio no le dice nada y lo deja acomodarse allí, quedan en silencio. Al medio día Wilson es
el primero que recibe paquete con alimentos, al primer descuido del custodio le pasa a
Lorenzo un pan, una naranja y un plátano.
Son más de la una de la tarde y no llega el relevo, el custodio constantemente mira su reloj,
cansado de esperar y sintiendo hambre sale a buscar alguien que lo releve.
—Porfirio, no te había reconocido —habla en voz baja Wilson—, está cambiado el timbre de tu
voz.
—Mi nombre es Lorenzo. ¿Cómo y cuando los han detenido?
—Hace cuatro días, también estaba José, pero lo soltaron del puesto policial porque no le
encontraron nada.
— ¿Y qué hacían?
—Trasladábamos volantes denunciando el genocidio del 18 y 19 de junio y nos intervino la
policía. Yo he aceptado tener todos los paquetes para limpiar a los otros dos compañeros.
— ¿Por qué has hecho eso?
—Porque si no nos detenían a los tres. Espero que mi familia me apoye, tengo familiares que
son oficiales. Claro que no he dicho que soy combatiente, he dicho que las cosas que me han
decomisado las he encontrado y que las he recogido porque pensaba que eran libros, y es que
en la parte superior de las dos cajas que transportábamos pusimos libros.257
—Bueno..., pero no reconozcas ningún vínculo con el Partido, porque sino nadie te podrá
ayudar —Se calla.
Se escuchan pasos a la distancia.
—He escuchado que no te traen comida, estate atento que te pasaré.
— ¿Quién habla allí?, ¡carajo! —Vocifera un nuevo custodio.
—Yo señor —dice Wilson—. Ya estoy lleno y le preguntaba al que está a mi costado si quiere
un poco de comida en lugar de botarlo.
—Si quiere, dale..., y dejen de conversar.
Wilson le pasa un recipiente con comida a Lorenzo. Siguen llegando paquetes para los otros
detenidos, el custodio es flexible y permite que le inviten a José Diego que no recibe paquete,
nadie se queda sin comer, siempre bajo la atenta mirada del PIP que va pasando las cosas sin
comentarios. Lorenzo come moderadamente, como son varios días sin comer piensa que le
puede chocar. Los detenidos luego de comer hacen breves comunicaciones para sus familiares
pidiendo que le envíen algunas cosas. Luego todo queda en silencio, de rato en rato cambian
de posición los detenidos. En las afueras del lugar de aislamiento se escuchan pasos y ruido de
las máquinas de escribir.
—Por acá, por acá —se escucha y dos agentes pips aparecen en la puerta.
El custodio se pone de pie.
—Acá traemos otro terruco —dice uno de los recién llegados.
—Aquí está lleno —responde el custodio.
—No hay otro lugar, en todo lado está lleno. Aquí es donde hay menos.
El custodio mueve la cabeza desdeñosamente.
— ¿Quién es este huevón? —pregunta.
—Es un emerretista —responde uno de los que lo ha traído—, pasábamos por la calle donde
está la estación de radio El Sol y vimos movimientos extraños, detuvimos el vehículo y
observamos, comenzaron a ulular sirenas de los patrulleros y vimos que se desplazaban varios
con capuchas y con fierros largos —los detenidos escuchan atentos la explicación— en eso sale
este huevón y se dirige a donde estábamos nosotros, descendimos del vehículo y lo
encañonamos.
El detenido sigue de pie, está esposado y vendado con su propia chompa que te cubre parte de
la nariz, respira con dificultad, se lo nota nervioso.
—Está hecho este cojudo —dice el custodio.258
— ¿Cómo te llamas? —pregunta uno de sus captores.
—Alfredo Acosta Larrea —responde tembloroso.
— ¿Y tu nombre de combate? —sigue preguntando el mismo.
El detenido no responde.
— ¡Oye, concha de tu madre! —Vocifera el otro— qué te has creído, ¿no sabes dónde estás?
Estás en la DIRCOTE, ¡carajo! Si no colaboras horita te hago cagar a punta de patadas.
¡Responde la pregunta!
—Amador —responde amedrentado.
— ¿Amador, no? —continúa con sorna el amedrentador— te crees un galán, maricón de
mierda. De aquí huevón, vas a salir ñoco si no colaboras, ya no vas a ser Amador, vas a ser
amadora, y además te saco la concha de tu madre, ¡te advierto, carajo!, te dejamos chaqueta,
tuberculoso, deforme que nadie va querer culearte.
Como el detenido ha cedido al primer rigor aprovechan para ver cuánto pueden conseguir en
este momento de pánico.
— ¿Cuántos han tomado la emisora? —vuelve a preguntar el primero.
—Cinco.
— ¿Cómo se llaman?
—No sé sus nombres.
—O sea que te vas a hacer tu cagada y no sabes con quién mierda lo haces —dice el agente
grosero.
—Solo sé sus nombres de combate.
— ¿Cuáles son? —dice el primero.
—Jaime, Salvador, Johnny y Jan.
—Y de que mierda me sirve eso. —Interviene el grosero—. Como eso no me sirve para nada, tu
culo me lo va a pagar. Si no me dices donde mierda los encuentro hoy mismo, te rompo el pito.
El amedrentamiento ha cumplido su objetivo, al detenido le tiemblan las piernas, y comienza a
sollozar.
—A mí no me pidas clemencia, yo no soy bueno, yo ya tengo mi lugar en el infierno, me gustan
los ñocos ajustados, pitos, eso quiero yo —se acerca y le coge las nalgas morbosamente—, si
quieres tu culo llévame donde los encuentre, pero horita, sino será demasiado tarde.259
—Ya jefe..., los llevo a donde se van a reunir —dice con las palabras mal articuladas por el
miedo.
Los policías se miran satisfechos.
—Vamos, pero como nos estés engañando me sadiqueo contigo.
Lo sacan y desaparecen, se escuchan los pasos apurados al bajar las escaleras de madera. El
custodio se vuelve a sentar, el silencio reina en el ambiente. En menos de una hora comienzan
a ingresar otros detenidos, son los emerretistas que han sido detenidos por la cobardía de
Amador, los mantienen en pie y a todos les piden su nombre. De los cinco uno es reservado y
responde solo aquello que no lo comprometa más de lo que ya está.
—Maricones de mierda —increpa el agente grosero— se meten en cojudeces y no paran su
goma, para qué se meten a cojudeces si son unos maricones.
—Somos guerrilleros —plantea Jaime, que es el más reservado.
— ¡Guerrilleros!, van a ser ustedes. Ustedes son unos cobardes. ¿Saben por qué están
detenidos?... ¿No saben? Están detenidos por culpa de este maricón. Este su compañero que
dice que se llama Amador, éste los ha delatado. ¿Qué le harán?, éste es el cobarde que los ha
echado.
—El cuerpo tiene un límite —dice en su defensa Jaime.
— ¡Qué límite, ni que mierda, huevones! Son mariconadas, si ni una cachetada le hemos dado
a ese cobarde —se da la vuelta dirigiéndose a los otros detenidos—, se acerca a Jaime, se pone
detrás, le levanta la venda y lo hace mirar a los detenidos —mira, esos son detenidos de gente
de Sendero, hay hombres y mujeres, mira a esa gorda. —Le baja la venda— la han detenido
herida, con una metralleta y la pendeja no dice nada, todos ellos dicen que son inocentes, uno
de ellos ya ha estado detenido en El Frontón y hay quienes lo señalan que es el mando, pero el
pendejo se está paseando con nosotros. Ahora, ¿dónde mierda los pondremos a estos
huevones?
—Esperemos que venga el “técnico”, que él vea dónde los ponemos, —sugiere el otro—
Siéntense donde están, se van a cansar.
Los detenidos obedecen, se sientan sobre el piso. Los dos agentes salen haciéndole una señal
al custodio que los mire. Nuevamente el silencio, solo se escuchan los ruidos del exterior.
Al rato, cuando Lorenzo está por quedarse dormido siente que una mano lo toma del brazo y
lo jala para ponerlo de pie, obedece en silencio sin decir nada, lo sacan del cuarto y lo llevan a
otro, le sacan la capucha y lo ponen cerca a una puerta que tiene una ventanilla con huecos
pequeños, del otro lado de 260
la puerta dan tres toque, el que está detrás de Lorenzo aprieta el interruptor y una luz nítida le
alumbra la cara.
—Pégate más, pégate más —se escucha que susurran del otro lado.
Se percibe que alguien observa pegado a la ventanilla, el que cuida de Lorenzo cogiéndolo de
los hombros lo hace girar para que lo puedan ver de frente y de perfil por ambos lados, sacan
al que está al otro lado y hacen ingresar a otro, y luego a dos más.
“Lo que estos miserables buscan es que alguno de estos detenidos me reconozca; de seguro
son gente que se ha quebrado. ¿Cuántas cosas estarán delatando?”
Lo regresan nuevamente al cuarto de aislamiento. Los emerretistas siguen esperando lo que
ha de venir, los que están detenidos ya varios días dormitan, los emerretistas están tensos,
para ellos los minutos pasan lentamente y como están cerca de la puerta escuchan las pisadas
con más nitidez, parecería que van a ingresar pero pasan de frente, una y otra vez sus oídos y
su imaginación los hace mantenerse en vilo, cuando ya están pisando tierra y la inicial
incertidumbre está pasando ingresa un oficial y dos subalternos, el custodio lo saluda con una
simple venia. Todos los detenidos aguzan sus sentidos.
— ¿Quién es Erasmo Baca Rivas? —pregunta el oficial.
—Yo, señor —responde uno de los emerretistas.
— ¿Cuál es tu seudónimo?
—Salvador.
—Salvador, dime de dónde has sacado esos 36 dólares que tenías.
—Es mi propina.
— ¿Te lo envía tu padre?
—No, es lo que nos da el Partido para nuestras necesidades.
— ¡Ah!, o sea que les pagan para combatir. Y ¿quién es Ignacio Dávila Reyes?
—Yo, señor —responde otro.
—Y por que tú tenías 50 dólares.
—Es mi propina señor.
— ¿Cuánto es la propina que reciben?
—Depende, señor.
— ¿De qué depende?261
—De lo que hagamos y del grado que tengamos, no a todos nos dan la misma cantidad.
—Melitón Valderrama Luna, quién es y cuál es su seudónimo.
—Yo, señor, mi seudónimos es Jan.
—Y tú Jan, ¿Por qué tenías 160 dólares?
—Mis padres son pobres, estoy ahorrando para enviarles.
— ¿De cuántos meses es esto?
—De cuatro, señor.
—Entonces el que falta debe ser, Abel Acosta Toledo, Jaime, ¿no?
—Sí —responde parco.
—Tú no vives en la casa de tus padres, en tu cuarto hay muy pocas cosas tuyas; ¿qué me
puedes decir?
—Yo vivo allí.
—Está bien, si tú lo dices. Ya conversaremos contigo —el oficial mira a sus subordinados de
reojo y prosigue —: Ustedes tenían armas, pero cuando los hemos intervenido ya no tenían
ninguna, ¿qué fue de esas armas Johnny?
—No sé, señor.
El oficial le hace una señal al agente bravucón.
— ¡Cómo que no sabes carajo! ¿A quién le dieron? —grita.
—A Jaime —contesta.
—Y tú Jan —vuelve a intervenir el oficial —a quién le diste la tuya.
—También a Jaime, señor.
—Entonces Jaime, tú te llevaste las armas, ¿Dónde las dejaste?
Jaime no responde.
—Estoy hablando de buenas maneras, Jaime. ¿Me vas a responder o no? —dice el oficial
dirigiéndose a Abel Acosta.
—Las he devuelto al comando.
—Así, ¿dónde?
—En la calle, en el jirón Chancay, cerca de la casa donde nos detuvieron, me esperaban en una
camioneta, allí las he entregado.
— ¿A quién?
—A José.
— ¿Su nombre real?
—Solo lo conozco por José.
El oficial mirando a sus subalternos mueve la cabeza y esboza una sonrisa. En eso un agente
ingresa.
—Permiso, señor —dice al llegar.
—Hola Conrado —responde el oficial—, ¿qué deseas?
—Voy a sacar a un detenido.
—Adelante.
El agente coge de un brazo a Lorenzo y lo hace parar, lo saca, lo hace bajar por las escaleras,
siempre encapuchado, ingresan a un callejón donde hay varias puertas semi abiertas. Lo deja
cerca de una puerta e ingresa al cuarto, sale con una cámara fotográfica y un flash al brazo.
Empuja a Lorenzo y siguen avanzando por el pasadizo, toca a la puerta de un cuarto, aparece
una agente.
—Voy a tomar algunas fotos —le plantea el agente.
—Está bien, pasa, pero no te demores.
El agente hace ingresar a Lorenzo, el cuarto es amplio, no está bien iluminado, un solo foco
cerca de la puerta está prendido. Al fondo, sentadas en pequeños bultos hay varias mujeres,
pero no se las puede distinguir con claridad.
—En seguida vuelvo —dice la policía.
—No me demoraré mucho, regresa pronto.
El agente coloca contra la pared a Lorenzo. Ubica el trípode que sostiene la cámara, la
posesiona bien, mete la cabeza a la manga de la cámara y fija la toma. Las mujeres observan al
agente y al detenido. El pip va hacía Lorenzo y le saca la capucha, todas las mujeres fijan su
atención en ellos, Lorenzo se agacha porque la luz le hiere los ojos, los va abriendo poco a
poco, la costilla rota lo hace que esté más jorobado de lo que es. El agente le levanta la cabeza
y con sus manos trata de ordenarle los sucios cabellos, dos mujeres se paran y silenciosamente
se acercan, lo miran bien, hacen una señal, todas se paran siempre en silencio, Lorenzo ve la
multitud y todo en él se pone en tensión, se olvida que tiene la costilla rota y una fuerza
misteriosa interior lo hace acumular todas sus menguadas energías, poco a poco se yergue
bien, los puños se le cierran, saca pecho y trata de sonreír.263
—Miren. ¡Es Nino! —exclama una de las madres que se habían parado primero.
Se miran las dos atrevidas y corren hacia la puerta, la cierran y la sujetan con todo su cuerpo,
otras madres, las más ancianas, rodean al agente que está desconcertado. Dos madres se
acercan a Lorenzo.
—Mírenlo, qué flaquito está —dice una de las que sujeta la puerta—, no le están dando de
comer, esos miserables.
Todas las mujeres están en movimiento, algunos buscan entre las cosas que tienen, otras
rodean al agente sin atacarlo, otras lo examinan a Lorenzo.
— ¿Estás bien? —le pregunta una abuelita, besándole en la frente.
— ¿Qué te están haciendo?
— ¡Sé fuerte, Ninito!
— ¡Cobardes!, no le dan de comer.
—Miren sus labios, están resecos.
Se acerca otra y le pone una botella con leche en la boca, lo hace beber, un hilo de leche le
corre por un costado de la boca. Le retiran la botella, respira profundo y nuevamente le dan de
beber otros sorbos. Otra madre le pone un pan con carne en la boca.
—Ya pues, señoras —dice el policía, déjenme cumplir mi trabajo... yo solo tomo fotografías.
—Eso dices porque torturas a los muchachos encapuchado —dice una madre.
—Téngalo allí hasta que termine de comer al menos un sánguche.
Por sus pómulos de Lorenzo corren lágrimas de gratitud, mientras come las madres le ponen
galletas, frutas y otras cosas en sus bolsillo. Todas las mujeres que están allí son familiares de
los prisioneros políticos, algunas son madres, otras esposas, y naturalmente no faltan las
abuelas y hermanas. Varias de ellas lo conocen de cuando ha estado detenido en El Frontón.
—Han matado a nuestros hijos —le dice una de ellas— pero quedan ustedes, ahora tengo
mucho más hijos, tú eres uno de mis hijos. —le acaricia el rostro maternalmente.
Lorenzo pasa el último bocado con un nudo en la garganta.
— ¿Estás bien? —es la pregunta de todas.
No puede hablar, solo mueve su cabeza afirmativamente. La policía femenina ha vuelto y toca
la puerta, le sueltan y todas se ubican detrás de la cámara fotográfica, una de las madres con la
manga de su blusa le seca las lágrimas y va a ubicarse junto a las demás. EL policía se arregla la
ropa y luego el cabello, abre la puerta, después ubica bien a Lorenzo, le pone un número en el
pecho y dispara el flash. 264
Le vuelve a poner la capucha y salen, las madres lo siguen con la mirada, la policía no sabe lo
que ha sucedido. El policía lo regresa al cuarto de aislamiento, lo deja en el lugar donde estaba.
Lorenzo sigue conmocionado por el encuentro inesperado con las madres de los prisioneros,
se acuesta y por su mente desfilan los rostros de las madres y de sus hijos que conoció. Se
queda dormido y su mente vuelve al Frontón.
Los torturadores comienzan a sacar a los detenidos para las sesiones de tortura, Lorenzo es
conducido al mismo lugar donde lo torturaron las noches anteriores, lo ponen de cara contra
la pared, siempre encapuchado y enmarrocado y lo dejan allí; un sueño profundo lo invade, se
apoya contra la pared y se queda dormido, las piernas le vencen y se chorrea al piso. Pasado
largo rato, o tal vez una o dos horas regresan los torturadores y sin mediar palabra lo levantan,
uno de ellos lo conduce a la puerta de una ducha, abre la llave y deja acumular aguar, el
desfogue está clausurado con cemento, cuando el agua alcanza una altura de diez centímetros,
cierra la llave.
—Aquí te quedas —le dice empujándolo para que ingrese—, allí si quieres duerme.
Cierra la puerta, el agua le moja las zapatillas y las medias, también la basta del pantalón. La
ducha tiene estrechos bordes, sobre eso se acomoda abriendo las piernas para no estar en el
agua, allí permanece hasta el amanecer. Lo regresan al cuarto de aislamiento.
DÉCIMO DÍA
Los calabozos, los cuartos de aislamiento y las oficinas de los oficiales están abarrotados con
detenidos acusados de subversión, hombres y mujeres, de todas las edades, incluso niños y
adolescentes son detenidos por algunos días y luego entregados a sus familiares, excepto
algunos adolescentes detenidos in fraganti. Los torturadores no se abastecen para interrogar a
todos, algunos de los detenidos no son molestados en toda la noche.
La policía peruana no tenía experiencia en la lucha contra conspiradores, contra
revolucionarios profesionales, pero en su combate contra los subversivos encontraban
literatura diversa que analizaban y trataban de aprovecharla, es decir, así como los subversivos
se nutrían de la experiencia de los revolucionarios y comunistas del mundo; la policía peruana
también aprendía de la policía política de otros países.
Después de la rutina diaria de llevar a los servicios higiénicos a los detenidos, el agente
custodio busca conversar con los detenidos.
—Señores, espero que entiendan mi situación, yo también soy joven y veo cómo vive la gente
pobre, no crean que soy insensible, soy pobre —habla pausado en tono académico—. No
tengo nada contra ustedes, este es un trabajo; estoy aquí porque necesito trabajar, estoy
estudiando Derecho en la Universidad San Marcos, espero terminar pronto para dejar este
trabajo..., cualquier cosa que necesiten me pueden decir para comunicarle a sus familiares.
Se calla, nadie dice nada. Deja pasar un rato y reinicia su conversación.266
—María.
— ¿Sí? —responde la subversiva detenida.
—Yo te respeto y te admiro, eres valiente, yo pese a que veo cómo sufre el pueblo, no haría lo
que tú haces.
“¿Me crees estúpida?” piensa María.
—Me han herido cuando caminaba por la calle —plantea la subversiva, a quien no le han
logrado hacer reconocer nada pese a estar herida— Yo no tengo nada que ver con lo que me
imputan —termina con energía.
—Pero no te molestes —dice queriendo no distraerse de lo que está haciendo—, Lorenzo, tú
ya has estado en El Frontón, debe ser bonito estar allí, ¿no?
Lorenzo piensa antes de responder.
—Creo que para nadie es bonito estar preso.
—Pero allá ustedes viven en comunidad, comparten todo, llevan una vida dirigida por su
organización, según sé, nunca se pelean, viven en armonía.
—Sí, algunos viven así, pero no todos. Hay quienes hacen su vida.
—Y tú, que hacías.
—Yo no tengo nada que ver con la organización del Partido Comunista del Perú, yo allá vivía mi
vida.
—No creo, ellos piden que todos se sujeten a su disciplina, si no, no les permiten estar con
ellos.
—Eso es mentira, yo he estado con ellos más de un año, son respetuosos, mientras uno no se
meta con ellos, ellos no molestan a nadie, claro que hay cosas que se tienen que hacer, porque
ellos no te van a servir, por ejemplo, había días que me tocaba hacer limpieza, otros días me
tocaba ayudar a cocinar, en esas cosas lógicamente tenía que ayudar, pero otras cosas no.
—Entonces, ¿qué hacías allá?
—Trabajaba.
— ¿En qué trabajabas?
—Hacía canastas de junco y las mandaba a vender con mi madre que me visitaba, cuando me
cansaba, caminaba o jugaba fulbito, algunas horas leía y por las noches veía televisión, eso es
todo.
—Y entre tus lecturas, ¿has leído “Reportaje al pie del patíbulo”? —le plantea a boca de
jarro.267
—“Reportaje al pie del patíbulo”..., por el título creo que debe ser algún artículo de periódico,
¿qué periódico lo habrá publicado, de qué fecha habrá sido? La verdad no le he prestado
atención, sí leía periódicos..., al menos los titulares —plantea, pero no recuerdo haber leído
ese artículo o reportaje que supongo es.
Sin embargo a su memoria afluyen algunas frases: “Por la alegría vivo, por la alegría he ido al
combate, y por la alegría muero, que la tristeza jamás esté unida a mi nombre”... ”Cuando la
cabeza no quiere, ni culo ni boca hablan”. Y es que el libro de Julius Fucik es uno de sus
preferidos.
—Era un artículo interesante —dice el policía—, a ti no te traen alimentos, ¿verdad?
—No sé que razones le impedirá a mi familia visitarme, —le sigue la corriente— pero ya han de
venir.
Lorenzo se calla, el policía también, frunce el ceño, estira su cuello y se respinga la nariz, se
para, sale y hace una señal a uno de sus colegas, se acerca, intercambian palabras y se retira, el
custodio queda de pie cerca de la puerta, pasado diez minutos regresa el agente que conversó
con el custodio y ocupa el lugar de este.
El agente que conversaba con Lorenzo va a la oficina más cercana, un solo subalterno trabaja,
ingresa, ordena un pupitre, guarda las hojas sueltas en los cajones, la máquina de escribir la
coloca a un costado.
— ¿Vas a estar acá? —pregunta a su colega.
—Sí, tengo que ordenar papeles.
—Está bien, voy a necesitar que mires a un detenido, enseguida vuelvo.
Sale y va al cuarto de aislamiento, hace parar a Lorenzo y lo conduce a la oficina, le saca la
capucha.
—Siéntate —le dice mostrándole la silla.
Lorenzo obedece en silencio, con disimulo observa dónde se encuentra, el ambiente es más o
menos amplio y cuatro pupitres han sido acondicionados con sus respectivas sillas y máquina
de escribir, también hay un armario que funciona como archivo de expedientes, todo es viejo.
El policía se sienta tras el pupitre.
—Lorenzo, en El Frontón quieras o no quieras has vivido con los senderistas, ¿verdad? —
Lorenzo lo escucha con atención para comprender el fondo de sus preguntas— ¿Qué piensas
de ellos?
—Que saben lo que hacen.268
—Y veo que te han llegado a convencer, por eso cuando has salido los has comenzado a
apoyar.
—No —responde concreto.
—Pero si dices que saben lo que hacen, quiere decir que estás con ellos.
—Una cosa es respetarlos, tal vez hasta llegar a admirarlos, pero no es lo mismo que hacer lo
que ellos hacen.
—Qué cosa no harías de lo que hacen ellos.
—Mire, es cierto que he vivido con ellos y quiérase o no, he escuchado lo que conversaban,
entonces, por ejemplo, ellos dejan su trabajo para dedicarse las veinticuatro horas del día a la
revolución. Yo no soy capaz de hacer eso. Luego, ellos van a sus acciones, yo ni loco lo haría
sabiendo que allí me pueden matar, quien quiere matar corre el riesgo de ser muerto ¿no?
—Debes estar con hambre, te invito un café con un sánguche, ¿me aceptas?
—Gracias, pero en lugar de café, ¿puede ser manzanilla o anís?
— ¿Qué es lo que más te gusta?
—La leche —dice sonriendo—, pero con manzanilla me es suficiente.
—Observa a este pata —plantea dirigiéndose al agente que si bien está con papeles en la
mano, esta atento a la conversación.
—Está bien —responde.
El custodio sale, Lorenzo está sin capucha pero esposado.
“Así que este torturador está experimentado conmigo con la ‘charla de café’. Con razón que lo
primero que me ha preguntador es por el libro de Julius Fucik. Están usando las dos manos, la
mano dura, y la mano blanda. Si quieren invitarme a comer no les voy a decir que no, pero
conmigo, no les dará resultado ni su mano dura ni su mano blanda”.
Se pone a mirar, luego observa sus ropas que está sucias, sus zapatillas han comenzado a
romperse producto de haber sido arrastrado en varias ocasiones.
Al rato regresa el policía, trae un recipiente con leche y una bolsa de papel con un sánguche, lo
coloca en el pupitre, luego sin decirle nada le saca las esposas, Lorenzo se frota las muñecas
pero sin variar la expresión de su rostro.
—Sírvete —ordena el policía yendo a sentarse tras el pupitre.
Lorenzo bebe la mitad de la leche, luego coge el sánguche y mastica pausado.
—Yo quisiera ser tu amigo —habla el policía— considérame tu amigo y escucha mi consejo, lo
269
hago por tu bien... yo respeto tus ideas, no sé cuál ha sido tu papel en la organización,
realmente; pero hay quienes te han echado, han mencionado diversas acciones en las que has
participado, también dicen que eres mando. Te estás haciendo golpear por las puras, algunos
de estos mis colegas son unas bestias y si tú no reconoces al menos lo que ya saben, te van a
golpear hasta dejarte mal, yo no digo que eches a otros sino que hay cosas que estás negando
por las puras.
“Si reconozco la “A”, después tendré que reconocer la “B” y así después me harán decir todo el
abecedario aunque sea desordenado. Solo puede aceptar su consejo un necio, quien tenga
confianza en el enemigo. No es mi caso, yo sé a qué me he metido.”
—Sé razonable —continúa el agente— hay cosas que no puedes negar. Si tú por el contrario
voluntariamente colaboras eso amenguará tu responsabilidad, ya nadie te tocará. Aclara
aquello que tú hayas hecho y se acabó. No te estoy diciendo que eches a otros.
“Claro, quieres que reconozca lo que hice, luego querrás que diga con quién lo hice, dónde me
reuní... Bueno, sigue hablando, todavía no termino de desayunar”.
Continúa comiendo, mastica despacio acompañándolo con pequeños sorbos de leche.
—No pienses solo en ti —prosigue— tú puedes decir que el problema es solo tuyo, pero si
piensas así eres egoísta, tienes una madre, tienes tus hermanos y otros familiares que se
preocupan por ti, ellos van a sufrir, y si tú no reconoces es peor para ti, porque así estás
demostrando que encubres a otros y por tanto tu pena va a ser severa, pero si colaboras eso te
lo tomarán en cuenta cuando te juzguen. Tú eres inteligente, eso se nota a la vista, estás a
tiempo para rectificar los pasos que has dado en falso. Sí reconoces lo que has hecho te ponen
una pena benigna y sales pronto y sigues viviendo tu vida.
Lorenzo ya ha terminado, está escuchando con atención.
—Muchas gracias por el desayuno, lo necesitaba. También, muchas gracias por su consejo,
creo que bien intencionado. Usted me dice que reconozca lo que he hecho, y lo real es que lo
que he venido haciendo es vivir mi vida, y realmente por pensar solamente en mi vida y en mis
gustitos citadinos, es que he venido a Lima, yo sabía que la policía me buscaba, pero como soy
inocente dije: Viajo, me presento al juzgado, aclaro mi situación y sigo viviendo mi vida, pero
veo que va a ser muy difícil. Le agradezco su consejo. —“Pero no sé cómo si ves que soy
inteligente, crees que voy a caer en tu treta”. Piensa para sí y continúa hablando—. Cuando
rinda mi manifestación diré la verdad y solamente la verdad. Gracias por todo.
Se calla, el policía lo mira cambiando su expresión de buena gente a una severa, se queda 270
sorprendido por lo cortante de la respuesta, pero inmediatamente reacciona y vuelve a
sonreír.
— ¿Un cigarrito? —le ofrece.
—Gracias, no fumo.
Lo mira sin saber cómo continuar.
—Yo solo quería ayudarte.
—Y le agradezco su consejo.
El policía queda desarmado. Se pone de pie, coge la capucha y se la coloca, luego las esposas y
lo regresa al lugar donde estaba. El agente que lo ha relevado lo coge del brazo y salen,
conversan brevemente y se retira; el custodio vuelve a su lugar y no se le vuelve a escuchar
palabra alguna hasta que es relevado.
A los detenidos ya no les hacen problemas para hacer sus necesidades. Les entregan sus
alimentos y casi siempre les permiten compartirlo. A Wilson le llega una frazada nueva y le
obsequia a Lorenzo la que tenía. Zulema se ha percatado que Lorenzo ha perdido las medias y
le obsequia sus escarpines. Su cuerpo debilitado comienza a restablecerse, solo la suciedad lo
incomoda.
A las tres de la tarde sacan a Lorenzo y lo bajan a la primera planta, lo conducen a la oficina del
General Reyes Roca, jefe de la DIRCOTE.(7)
—Sáquele la capucha y retírese —ordena el general al agente.
El subalterno obedece y se retira, se coloca tras la puerta que está semi abierta atento para
intervenir de ser necesario.
— ¿Usted es Muñoz? —inicia la conversación el jefe de la DIRCOTE, señalándole la silla para
que se siente.
—Sí, señor —responde sin saber con quién conversa, se sienta y ubica con la vista el marbete
sobre el escritorio.
“Vaya, ¿y ahora qué me aguardará?”. Se dice desconcertado al saber frente a quién está.
—Ya sabe usted de todas las cosas de que se le acusa. ¿Qué tiene qué decir?
—Señor, nada de lo que se me acusa es cierto, cuando se han realizado los hechos que se me
imputa yo no estaba residiendo en Lima.
— ¿Dónde ha estado viviendo, usted?
(7) DIRCOTE: Dirección contra el terrorismo.
—En la selva —responde siguiendo la pauta general para responder a un interrogatorio: decir
lo menos posible.
— ¿En qué parte?
—En Bagua Chica.
— ¿Qué hacía?
—Trabajaba.
— ¿En qué?
—Sembrando arroz.
— ¿Cómo se llama el dueño del fundo donde trabajaba?
—Belisario Ríos —responde el nombre que ya tenía pensado.
El general está atento a cada uno de los movimientos del interrogado. Lorenzo esta pendiente
de la impresión que puedan causar sus respuestas. El general hace un gesto que devela que
está haciendo memoria, mueve ligeramente su quijada y sonríe levemente.
—Dígame, yendo de Chiclayo hacia adentro, ¿cuál pueblo esta primero, Bagua Chica o Bagua
Grande?
Lorenzo piensa un momento y responde inseguro:
—Bagua Chica.
El general mueve su cabeza ligeramente.
— ¿Cómo se llama el lugar donde se divide la carretera que va a Bagua Chica?
Lorenzo mira seriamente a Reyes Roca.
“Estoy tratando con un conocedor de esos lugares, no puedo esperar cometer un error para
cambiar mi versión. ‘Mente ágil para situaciones imprevistas’, se me ha enseñado en la guerra,
pero no solo en la guerra, sino para toda situación imprevista.”
—Sabe señor, ¿quiere usted saber la verdad?
—De eso se trata —responde con un brillo en los ojos.
—Va a tener usted que tener paciencia para escuchar mi historia.
El general inconscientemente se lleva la mano a la quijada, frunce el cejo.
—Lo escucho.
—El año ochenta y tres fui detenido e injustamente mandado a prisión, al año y medio salí en
272
libertad con cargo a presentarme a firmar cada mes al juzgado, hasta que se realice el juicio;
así lo he estado haciendo varios meses, pero me llegó un telegrama donde me comunicaban
que mi padre estaba enfermo y fui a atenderlo, eso fue en mayo del año pasado, la
enfermedad de mi padre se agravó y falleció, lo enterré y comencé a trabajar en la cooperativa
donde el había sido estable, pero por esos días apareció en el periódico Extra que se me
buscaba, y Guadalupe, que es el pueblo donde vivía, es chico, no podía seguir allí.
«Así qué, ¿dónde ir? Mi padre había sido un campesino pobre, que poco a poco fue
comprando terrenos y como sabrá usted, en la sierra la tenencia de tierras es lo que diferencia
a los hombres, fue así que mi padre llegó a tener una chacra - huerta en un valle donde crecen
árboles frutales diversos, puso además su tienda, la más grande de todo ese valle, y hasta
contrataba peones para que le trabajen la tierra, además tenía otros terrenos que los daba al
partir. Pero sucedió que el año 1970 se desataron lluvias torrenciales por varios días, en las
alturas se llenó una laguna y se desbordó, el río salió de su cauce arrasando todo a su paso,
entre las destrucciones que causó estaban las propiedades de mi padre, al enterarse de esto
mi padre que estaba en la costa regresó de inmediato, su huerta estaba destruida, llena de
grandes rocas, la tienda arruinada, el agua había ingresado y se había llevado todo lo que
pudo; la casa se mantenía en pie, pero se había arenado hasta el dintel, cuando llegó él, el
agua seguía fluyendo fuera de su curso natural del río, pero había bajado su nivel, no era
seguro estar en la casa, pues las lluvias seguían. Desde un cerro donde pasábamos las noches
vio sus propiedades, lloró hasta cansarse, el día domingo vendió un caballo y una yegua con
sus aperos, pagó sus deudas que no eran muchas y se embarcó conmigo a la costa: “No
regreso jamás”, dijo y cumplió. A la costa llegó con un costalillo donde llevaba sus ropas y las
mías, mi madre se negó a abandonar la sierra, pero dos meses después se reunió con nosotros.
Poco a poco comenzaron a acomodarse de nuevo, pero esta vez ya no tenía aspiraciones de
grandeza. Los terrenos quedaron abandonados, una de mis hermanas vive allá en la sierra, mi
padre había dispuesto que los use ella y que cuando él muera se haga la repartición, por eso,
cuando me enteré que me buscaban por hechos que yo desconocía, decidí ir a trabajar esas
tierras, además era un lugar aislado de la civilización y podía vivir tranquilo, para eso me
cambié de nombre, tomé el nombre de un primo muerto cuando era un bebé, y como la gente
del lugar no me habían visto muchos años no me conocían. Pero, yo había crecido en la ciudad
y la vida en el campo es monótona, un tiempo estuve tranquilo, pero luego me aburría
demasiado, fue por ello que comencé a pensar en cómo volver a vivir en la ciudad eso
implicaba tener que resolver mi situación jurídica. Por eso el primero de mayo salí de mi tierra
y viajé a Lima, portando siempre el documento falso para identificarme mientras se soluciona
273
mi situación, pero tenía otro problema, necesitaba trabajar, por eso luego de alquilar un
cuarto el día 19 de mayo salí a buscar trabajo, y es en esas circunstancias que me detienen.
Se queda callado, el general espera que continúe, se miran uno a otro.
— ¿Eso es todo?
—Sí señor, esa es toda la verdad.
El general pasea su mirada por toda la amplia sala de hito en hito.
—Entonces, ¿por qué me dijo usted que había estado en Bagua?
—Porque los únicos que sabían que yo estaba en la sierra era mi madre y mis dos hermanos,
para el resto de la familia y demás amigos yo era un primo que trabajaba la chacra de mi
hermano, y Lorenzo vivía en la selva, en Bagua Chica. Esa era la versión para familiares y
amistades.
“Éste es un terrorista convencido, está preparado para enfrentar los interrogatorios... no nos
va a decir nada”.
Se pone de pie, sale a la puerta, el agente está arrimado contra la pared, al ver al general se
para derecho.
—Llévalo, sáquenle la mierda, bien sacada. —Ordena y se retira.
El agente ingresa, le coloca la capucha y lo regresa al lugar de aislamiento.
Al poco rato que está sentado al borde del colchón cerca de los otros detenidos se escuchan
pasos apurados que se detienen en la puerta.
— ¡Porfirio!, ya llegué, ¡te voy a matar! —es la voz del agente que era su vecino.
Se acerca y lo coge con las dos manos del cuello, lo estrangula.
— ¡Te voy a matar! —le grita al oído, lo suelta y le da dos cachetadas, se retira.
Cuando el agente se está retirando se hacen presente dos oficiales jefes de diferentes Deltas,
uno de ellos es el oficial petulante que le ha roto la costilla, oficial que tiene entre los
detenidos bajo su responsabilidad a un subversivo que ha delatado a Lorenzo.
—Entrégamelo, pásamelo a mí —le dice a su colega mirando a Lorenzo con ganas— Yo lo hago
confesar todo— ingresa y se para cerca de Lorenzo— ¡Basura, cínico, cobarde de mierda! ¿Por
qué no eres valiente para reconocer las cagadas que has hecho?
Lorenzo no responde.
“Miserable, la valentía es de clase, yo no tengo nada que responder ante ti, si con otros te ha
dado resultado el amedrentamiento, el querer golpear la moral comunista diciendo que uno es
cobarde o 274
cínico, conmigo no te dará resultado, puedes desgañitarte vociferando.”
—Te estoy hablando, carajo, ¡respóndeme!
Lorenzo ni se mueve, sin embargo todo su cuerpo esta en tensión para amortiguar un posible
golpe, pero el oficial se retira vociferando sin golpearlo.
A las siete de la noche lo bajan a la primera planta, Lorenzo percibe que hay movimientos
inusitados, escucha que diversos detenidos son conducidos de un lugar a otro, los policías
corretean.
—Por acá, por acá —grita uno.
—Aquí que esperen —plantea otro.
Varios detenidos por subversión han sido concentrados a un costado de la sala de conferencias
de la DIRCOTE para ser presentados a la prensa, les quitan la capucha y los hacen ingresar.
Frente a Lorenzo han puesto a otro subversivo, dos agente coordinan en silencio, se miran
entre ellos y al unísono le sacan la capucha a ambos, los subversivos se miran como dos
extraños, pero se conocen, los agentes están atentos al menor movimiento de ambos, pero
ningún gesto los traiciona. No habiendo dado resultado su ardid los ubican en columna y los
hacen ingresar a donde los periodistas esperan la prensa televisiva, radial y escrita. El propio
general Reyes Roca hace la presentación uno por uno. Lorenzo pese a sentirse mal se para
derecho, saca pecho y procura desaparecer la joroba.
“Aquí mi mensaje” —piensa con la frente bien erguida.
La mayoría de los detenidos dan la cara de frente algunos pocos están con la cerviz doblada
señal de que han traicionado.
— ¡Soy inocente! —grita uno de los detenidos y como cada detenido está con un agente a su
costado, este lo hace callar.
Sacan a los detenidos, la conferencia de prensa continúa con otros y luego presentan las armas
y material de prensa incautado a los subversivos. Las armas presentadas son modestas, cuatro
revólveres, una pistola Browin tiro por tiro, pocas balas y abundante dinamita, también un
mortero o cañoncito casero.
Ha pasado ya el tiempo cuando la prensa y la propia reacción decía que los subversivos eran
extranjeros y que tenían armas modernas y sofisticadas, los hechos les mostraron que los
combatientes del Ejército Guerrillero Popular que dirige el Partido Comunista del Perú son
gente de pueblo, obreros, campesinos y demás trabajadores, siendo su principal arma la
humilde dinamita con la que aterran a sus enemigos.275
La mayoría de detenidos han sido sacados para la presentación a la prensa. Lorenzo es
regresado al cuarto de aislamiento. Wilson sigue en su lugar, a él no lo han movido, el agente
lo hace sentar a Lorenzo y sale.
—Lorenzo —dice Wilson acercándose—, ya no aguanto.
—Tienes que aguantar.
—Me están torturando demasiado, todos los días me están colgando, no me creen lo que digo.
—Escucha, el dolor pasa, pero si te quiebras tu cobardía la arrastrarás toda tu vida, el que no
te crean no es ningún problema, ésa es tu verdad y se acabó. Tú eres hijo único, ¿verdad?
—Sí.
—Y que diría o pensaría tu mamá si te mandan a la prisión.
— ¡Se muere!, ella no está enterada de lo que hago, además a ella le falla el corazón.
—La policía no sabe nada de ti, si llega a saber algo que justifique mandarte a prisión será por
tu boca. Si no dices nada, tu familia puede mover sus influencias y sacarte, aunque estés un
tiempo preso, pero si te autoinculpas eso no será posible. Eres tú quien decides. Me dijiste que
tu sentimiento por el pueblo era real. ¡Pruébalo!
Lorenzo se calla, Wilson no dice nada, no hay ningún policía, pueden seguir hablando, pero
ninguno dice nada. Al rato comienzan a traer a los otros detenidos.
—Lorenzo, mañana será tu instructiva —le comunica el oficial que está a cargo de su
interrogatorio.
—Si no está mi abogado, no declararé nada.
—Ya tu abogado también está notificado, no es nuestra culpa si no viene.
“Miserables, hasta hoy no han permitido que nos veamos con mi abogado, pero si no está
presente no haré ninguna declaración. Estos miserables pueden escudarse diciendo que le han
comunicado y no ha venido pero no aceptaré la instructiva sin su presencia, no sé cómo, pero
ellos tienen que traerlo.”
El oficial se retira, el silencio se apodera del ambiente, los detenidos permanecen en silencio,
uno a uno se van quedando dormidos. A varios los sacan a la tortura, entre ellos está Wilson.
Lorenzo duerme profundamente sin ser molestado toda la noche.
Los prisioneros que no han sido torturados en la noche cansados de estar echados se sientan
cuando comienza a rayar el día. Los que han sido torturados permanecen acostados, algunos
dejan escapar leves quejidos cuando cambian de una posición a otra, Wilson está más
golpeado que otros días.
— ¡Ay..., ay..., ay! —se le escucha murmurar.
— ¡Malditos! —es la palabra que exclama María, cada vez que cambia de posición.
Zulema es una de las que no ha sido molestada en la noche y es la primera que pide ser llevada
a los servicios higiénicos, y después de ella todos los demás. Después de Lorenzo sale Wilson,
al volver lo colocan de nuevo a su lado. Cuando todos han hecho sus necesidades los dos
policías salen y se ponen a conversar cerca de la puerta.
— ¡No he dicho nada! —Le susurra Wilson a Lorenzo— ¡No les he dicho nada! ¡Y no diré nada!,
así me hagan lo que me hagan.
Wilson lo coge del brazo a Lorenzo y lo aprieta, Lorenzo le da sus manos que están esposadas y
se los estrechan con fuerza. Wilson solloza, pero se percibe que está satisfecho.
El desayuno comienza a llegar para la mayoría de detenidos, el cuerpo zarandeado por los
torturadores está resentido, pero la voluntad férrea de los guerrilleros se sobrepone y
comienzan a desayunar para reponer energías. Están aislados porque son considerados
peligrosos, para evitar contacto con otros subversivos y no se den ánimo unos a otros, aislados
e incomunicados es más fácil desorientarlos y quebrarlos, pero son pocos los frutos que tienen
los agentes del Estado.
José Diego y Lorenzo no reciben alimentos, como José Diego está entre dos detenidos le
invitan, a Lorenzo que está al borde lo ignoran.
—Invítenle a este detenido que está al borde, él también es un detenido como ustedes —dice
el policía.
—Aquí tengo pan —dicen varios.
En el ambiente están seis varones y dos mujeres, uno de ellos es del MRTA. A los emerretistas
los han dispersado para evitar que puedan coordinar entre ellos. El agente recoge lo que le
están invitando y le alcanza, a sus manos llegan seis panes.
—Mucho —dice al contar lo que le dan —me va a hacer daño.
—Guárdalo —dice el agente— ¿pueden darle una bolsita?
“Vaya, qué buena gente está hoy día.” Piensa Lorenzo, guardando los panes en una bolsa que
le da Wilson. Zulema es la única que le invita una taza de café; Wilson ha bebido todo el líquido
que le ha llegado, su cuerpo que ha sido maltratado se lo reclama. Después de muchos días
Lorenzo come tres panes en el desayuno, y no come más porque sabe que sentirá sed, no
obstante su cuerpo al poco tiempo le pide agua.
A la una de la tarde sacan a Lorenzo para su instructiva, lo conducen a la oficina que está
frente al cuarto de aislamiento, su abogado está sentado en una silla, se saludan, el abogado
observa lo demacrado que está su patrocinado, lo examina de pies a cabeza.
—Devuelve los recipientes a tu mamá —plantea el abogado.
Lorenzo que está de pie frente al oficial da la vuelta y lo mira con extrañeza.
—Doctor, ningún día me han informado que me ha llegado cosas.
—Trae las cosas del acusado —ordena el oficial al agente que ha trasladado a Lorenzo.
El agente sale y al poco rato regresa con dos bolsas llenas con taperes conteniendo alimentos
de varios días, pudriéndose. El abogado ojea rápidamente los bolsos.
— ¿Puedo traerle algo para que coma en estos momentos? Veo que se encuentra sumamente
débil.
— ¡Claro doctor! — el oficial responde con toda la cortesía del mundo.
El abogado sale, los torturadores se miran con una sonrisa cómplice. Al poco rato regresa con
una gaseosa y un recipiente con comida, Lorenzo lo primero que coge es la bebida y toma
despacio, luego se sirve la comida saboreándola bajo la atenta mirada de su defensor.
— ¿Podemos iniciar, Doctor? —plantea al oficial ni bien termina de comer Lorenzo.
El abogado mira a Lorenzo, éste mueve su cabeza afirmativamente mientras se limpia la boca
con 278
una servilleta.
Un agente PIP hace de secretario del oficial instructor.
—Llame usted a la señora fiscal que está en la oficina del fondo —ordena el oficial al agente
encargado del traslado de Lorenzo.
Ingresa la señora fiscal de turno, representante del Estado, le dan una silla y se ubica a un
costado del oficial instructor.
El que oficia de secretario registra el día y la hora que se inicia la instructiva, con la presencia
de la señora del Ministerio Público (fiscal) y en presencia del abogado del acusado, dirige la
instructiva el oficial XXX. Luego procede a preguntarle sus generales de ley al acusado,
comenzando por su nombre, el de sus padres, su edad, lugar de nacimiento y su estado civil.
—Para que diga el acusado —inicia acucioso el instructor— ¿por qué en el momento de su
detención portaba un documento con otro nombre distinto al que hoy ha dado?
—Portaba ese documento porque sabía que era buscado por la policía —responde concreto.
— ¿Y por qué usted ocultaba su verdadera identidad?
—Porque quería evitar ser detenido.
— ¿Desde cuando usa ese falso documento?
—No recuerdo con exactitud, pero ha sido poco tiempo después de que me enteré que se me
buscaba por hechos que no he cometido.
—Para que diga, ¿dónde ha estado en julio del año pasado?
—Atendiendo a mi padre que se encontraba enfermo en el departamento de La Libertad.
—Para que diga si milita en las filas del Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso.
—No señor.
— ¿Cómo explica que lo sindiquen como mando político e instructor de un aparato político-
militar de Sendero Luminoso?
—Nada de eso es verdad señor. Yo no participo en política.
—Pero el señor Fabián Chumpi, alias camarada Gustavo; el señor Carmelo Aguirre, alias
camarada Pancho, el señor Arturo Melgarejo, también Dolores Calcina dicen que usted
comandó las acciones terroristas de la zona Este en julio de 1985.
—Falso señor, no conozco a las personas mencionadas.
—También se lo acusa a usted de ser el autor intelectual y material del atentado armado
contra 279
el personal de la Policía Nacional del Perú destacados en la Atarjea, atentado que lo hicieron
con ametrallamiento indiscriminado a ese personal cuando llegaba a su destino y que luego
dinamitaron el vehículo.
Lorenzo hace un gesto de asombro.
—Disculpe señor, no sabía siquiera que esos hechos se hayan cometido.
—A usted se lo acusa de haber armado el coche bomba que fue puesto en la Plaza de Armas,
así como el coche bomba en el hotel Sheraton. ¿Qué tiene que decir al respecto?
—Nada, señor, desconozco cuándo se han producido esos hechos.
—Pero, ¿cree usted que quienes lo acusan son locos?
—Señor, no se nada de lo que ha ocurrido en Lima, puesto que yo no he radicado acá, yo he
estado viviendo lejos de la ciudad, aislado casi totalmente de la civilización.
— ¿Puede precisarnos dónde ha estado?
Lorenzo comienza a narrar lo dicho al general Reyes Roca, pero ya sin mencionar Bagua, sino
que de frente va al lugar donde conoce y puede ubicarse bien. Tanto la fiscal como su abogado
lo escuchan con atención, termina planteando la razón de su viaje a Lima y las circunstancias
de su detención.
Visiblemente alterado el instructor suspende la instructiva.
—Vuelva mañana —se dirige al abogado— va haber ampliación.
El abogado desconcertado mira primero a la fiscal, luego al oficial y finalmente a Lorenzo con
una mirada inquisitiva.
—Venga mañana, lo necesitaré —dice con firmeza. Lorenzo.
— ¿Pasa algo?
El abogado inmediatamente concluye que algo malo le espera a su defendido. Lorenzo sabe
que será nuevamente torturado, piensa un rato y responde:
—No pasa nada..., no pasará nada doctor —plantea mirando desafiante al oficial— pero por
favor, venga de todas maneras..., y pida verme.
—Está bien —responde inseguro el abogado.
—Eso es todo doctor, firme por favor.
El abogado recibe las hojas de la manifestación, lee lo actuado y luego de constatar que está
en lo fundamental registrando las respuestas de su defendido, estampa su firma; luego lo hace
la fiscal. El abogado coge las bolsas con los recipientes y sale.280
—Doctora, por favor quédese un momento —plantea el oficial al ver que va a salir—. Se va a
realizar un acta de reconocimiento.
La fiscal se queda de pie.
—Hazlo pasar —ordena el oficial.
El agente por una puerta lateral hace una señal y otro agente ingresa empujando a un
detenido que está esposado y sin capucha, tiene el cabello cano desordenado y la barba
crecida, se acercan donde están la fiscal y Lorenzo.
— ¿Conoce usted a este detenido? —pregunta el oficial al recién llegado.
Éste que venía con la vista baja levanta la cabeza y observa a Lorenzo.
—Sí señor, él es quien me dio el coche bomba para colocarlo en el hotel Sheraton.
— ¿Con qué nombre lo conoce y qué responsabilidad tiene?
—Como compañero Porfirio, mando político de la Zona Este.
Lorenzo lo mira con sorpresa.
—Pero señor,... yo no lo conozco a usted. ¿Por qué quiere hacerme daño?
— ¡Eso es todo, llévenlo! —ordena el oficial.
El técnico presto obedece y empuja hacia fuera al detenido acusador.
“Se las sabe todas este hijo de puta. —Piensa el oficial—. Este concha de su madre está
preparado para todo. Pensé que se iba a desorientar, otros cuando se ven delatados los
amenazan y les gritan: “la guerra popular te aplastará” o “el Partido te aniquilará”, y así se
develan solos, pero esta basura sale más fresco que una lechuga y se presenta de víctima, si se
lo deja más con ese cobarde es capaz de hacerlo variar su declaración.”
—Señora fiscal, firme acá por favor, eso es todo.
La fiscal firma y sale.
—Firma acá —le ordena a Lorenzo.
—No firmaré nada sin la presencia de mi abogado.
—Muy bien —dice cachacientamente el oficial— veremos si mañana no firmas. ¡Llévalo!
Lorenzo es vuelto al cuarto de aislamiento.
“Así que él era el delator, con razón que me preguntaron por el colegio Domingo Sarmiento.
Hice bien en dejarlo lejos de la casa donde guardábamos los materiales. En cuanto a los otros
delatores, me 281
han visto una sola vez y ha sido suficiente para que se graben mi imagen y me reconozcan en
el álbum fotográfico, no hay otra explicación, porque mi nombre nadie lo sabía. Pero no
reconoceré nada, y de nada les servirá la información que tienen”
Sin preocupación se queda dormido, satisfecho de tener el estómago lleno, y principalmente
de saber que su madre y su abogado están pendientes de él, está seguro que no lo mataran ni
lo desaparecerán.
Por la noche lo despiertan y lo conducen a donde lo han torturado otros días. Lo colocan
contra la pared y se ponen a conversar los dos torturadores mientras ordenan harapos, jebes,
sogas y un cable de corriente eléctrica.
—Es un cínico este concha de su madre —dice uno.
— ¿Qué le hacemos?, ¿lo volvemos a colgar?, ¿lo tineamos o le ponemos electricidad para que
se quede tarado?
Hay que ponerle corriente, ¡tráelo para acá!
El torturador va hacia Lorenzo y como a cualquier cosa lo hace girar.
— ¡Bájale el pantalón!
El que ordena coge un cable lo conecta al tomacorriente y con el otro extremo le hace
contacto en el pene, el torturado se estremece.
“Es un solo polo, no me matará, buscan asustar a la gente”
— ¡Miserables!, torturadores, cobardes. ¡Hagan conmigo lo que quieran!, ¡Pero sepan que de
mí no sacarán nada!
Los torturadores se miran.
— ¡Ah, concha de tu madre! —vocifera el que manda— te crees muy machito.
Y le propina una patada que lo hace doblarse, el otro lo suelta mientras le golpea a puñetazos,
en el piso lo patean a discreción, por donde le caiga. Lorenzo sigue consciente, se ovilla como
puede, pega su quijada a su pecho y se cubre con las manos la sien, lo dejan de golpear cuando
se cansan, para suerte de Lorenzo los torturadores están con zapatillas, si estuvieran con
zapatos de suela le hubieran ocasionado más daño. Lo regresan al cuarto de aislamiento y lo
dejan.
“Ya pasó todo —se dice mientras llora—. Por eso es que los matamos sin asco a esos
cobardes”.282
“No me maten, por favor no me maten, tengo hijos” —recuerda la suplica de un oficial.
“No me maten, no me maten. ¡Mamáááá!”
“Esos miserables, saben matar pero son cobardes para morir”
—Camarada, el día de mañana debe de concretarse un aniquilamiento selectivo, se trata de un
miserable infante de Marina, usted será el chofer para esa acción. Ubicará a los dos camaradas
y al compañero José y realizarán la tarea, acá en la zona tienen armas y creo que no les falta
nada, ¿verdad?
—En primer lugar, no sé que están haciendo los tres compañeros, usted me dijo que les de un
punto donde se encontrarían con el camarada responsable de acciones y que hasta que no se
desocupen no se les asigne tarea alguna. Desde hace dos semanas no me veo con ellos..., no se
dónde podrán estar.
— ¡Ubíquelos y hacen la tarea mañana!, ellos han estado haciendo ese reconocimiento, así
que no es una sorpresa para ellos.
El que recibe la orden sonríe.
—Son las nueve de la mañana, supongamos que hasta el medio día los encuentre, porque
conozco sus casas, y ese problema se resuelve; entonces surge un segundo problema, las
armas hay que concentrarlas no están en un solo lugar; tercer problema, ¿dónde confiscamos
el carro? No hemos hecho reconocimiento para eso; y finalmente, yo no conozco el objetivo,
no sé en que terreno tendré que conducir; y no se trata solo de matar como sea a un
reaccionario, sino de garantizar una buena retirada de tal manera que sea una tarea exitosa...
Así que,… ¡no haré esa tarea!
La conversación la están haciendo en la calle, caminan conversando atentos a los peatones que
caminan apurados. El que da la directiva lo mira sorprendido.
— ¿Por qué?
—Porque hacer esa tarea así como me lo está planteando nos puede causar problemas, se
puede perder todo el contingente que participe en esa acción, que dicho sea de paso no se
cuántos la realizarán.
—Lo harán solo cuatro, los tres compañeros que han hecho el reconocimiento y que actuarán
directamente y usted como chofer.
— ¿Quién será el mando de la acción?
—Usted, ¿quién más?
—No lo haré.283
—Usted se está rebelando contra el Partido —plantea colérico y como amenaza.
—Sí, cierto.
—Vea bien lo que está diciendo, las órdenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones.
— ¿Así? Eso es cierto, pero eso rige en el ejército reaccionario, nosotros somos parte del
Ejército Guerrillero Popular que dirige el Partido Comunista del Perú, y aquí nuestra sujeción es
consciente, un plan se debate y aprueba primero en el Partido, y debemos bregar por hacer el
mejor plan posible.
— ¡Claro!, el Partido ya lo ha debatido.
— ¿Así? ¡Qué bien! Que lo hagan quienes lo han debatido.
— ¡Usted está levantando al ejército contra el Partido!
—No sea usted ridículo, camarada, aquí estamos solos usted y yo, el contingente usted debe
de saber dónde está, ubíquelos y hagan la tarea.
—Usted sabe dónde están las armas, se aprovecha de la responsabilidad que tiene, le
recuerdo, ¡esas armas son del Partido! ¡No de usted!
—Cierto, vamos se las entrego para que las usen quienes tienen que usarlas. No estoy en
contra de hacer esa acción, lo que le estoy planteando es que no lo haré porque no se está
cumpliendo con hacer el plan como es impronta del Partido.
—A las once de la mañana debe estar en la avenida Brasil, cuadra doce, allí nos veremos.
—Allí estaré; pero antes vamos, le entrego las armas.
El dirigente entiende la ironía que hay en esas palabras, lo mira enfurecido y se retira.
Un cuarto para las once baja de un vehículo cerca al lugar de la cita, camina por los
alrededores, como es un lugar que solo conoce de pasada camina por esas calles para saber
qué terreno está pisando. Cuando faltan cinco minutos para la hora fijada se enrumba al
punto, dos cuadras antes se encuentra con el dirigente responsable de las acciones.
—Buenos días —lo saluda el dirigente— ¿está yendo a la cuadra doce?
—Buenos días —se estrechan las manos—. Sí.
—Entonces ya no hay necesidad —doblan la esquina una cuadra antes de la avenida Brasil y
continúan caminando— ¿Ya se ha contactado con los compañeros que van a realizar la tarea?
— ¿El camarada Javier no le ha comunicado cuál es mi posición respecto a esa tarea?
—No, aún no me he visto con él.
—Hoy a las nueve he estado con él, mi posición en concreto es que no participaré en esa 284
acción.
—Pero, ¿por qué camarada? Es la primera vez que lo escucho plantear algo así.
— ¿Por qué? Camarada Luciano, con usted venimos trabajando hace un tiempo considerable, y
siempre hemos bregado por hacer bien las cosas. Pero ahora viene el camarada Javier y me
dice que yo manejaré para la acción que se debe de realizar mañana, que yo dirigiré la tarea y
que debo ubicar a los combatientes, hacer con ellos la confiscación de un auto hoy en la
noche, y que mañana, no sé a que hora, debemos hacer la tarea. Así como me lo ha
planteado... no lo haré.
Continúan caminando en silencio, al rato el dirigente pregunta.
— ¿Sabe dónde ubicar a los compañeros que han estado haciendo este reglaje?
—Sí. Pero la cuestión más delicada es que siendo el que va a dirigir la acción no conozco el
objetivo, no sé dónde estará ubicado, ni qué condiciones presentan las calles, cuál es su
ubicación con respecto a las fuerzas de la reacción, etcétera.
—Está bien camarada, vamos a resolver las cosas por partes, desde ya fíjese bien por dónde
estamos caminando y el sentido del tránsito de las calles, —caminan despacio, doblan una
esquina—, fíjese bien por dónde estamos doblando, mire hacia delante allí hay una calle en
medio de la cuadra, en esa calle hay una casa de tres pisos que tiene un jardín, al frente, en las
mañanas estacionan un auto rojo. Ese auto lo maneja el que es nuestro blanco. Le voy a
mostrar el recorrido que hará para la retirada.
Caminan aparentemente distraídos, pasan cerca de un hospital. Cruzan una y otra calle y
llegan a la avenida Brasil.
—Entonces, como habrá visto, no hay mucho tránsito por esta zona, pueden dejar el vehículo
de la retirada una cuadra antes de esta avenida, se dispersan y toman colectivo en esta
avenida. A los compañeros que están haciendo el reconocimiento ya les he planteado mi
opinión, están de acuerdo con ello.
—Y a propósito de los compañeros, ya que usted se ha venido comunicando con ellos, ¿sabe
dónde los puedo ubicar?
—No, tendrá usted que localizarlos; antes se da una o dos vueltas por acá de tal manera que se
ubique y en caso de situaciones imprevistas sepa cómo maniobrar y garantice una buena
retirada.
— ¿Cuándo se debe realizar la tarea?
—Habíamos pensado que podría ser mañana.
—Dale con mañana, la razón por la que he planteado que no participaré en esa tarea es que
para 285
hacerla mañana habrá improvisación, y la improvisación lleva a que las cosas se hagan mal.
¿Qué hora tiene?
—Faltan quince minutos para el medio día.
—Debo de dar algunas vueltas por acá; ubicar a los compañeros, y está por verse si los ubicaré
hoy, confiscar un auto, cohesionarnos, preparar los medios. Todo eso no lo puedo hacer hasta
mañana.
—Está bien, háganlo pasado mañana, y si por A o B no se puede ese día, esperaremos para la
próxima semana. Nos vemos camarada —le estrecha la mano—. Éxitos en la tarea.
—Gracias.
El dirigente se retira, él sigue deambulando por la zona, luego coge un colectivo y va al Parque
Universitario, allí almuerza y a la vez consigue economía que solicita a varios apoyos por allí;
sin apuro sube a otro colectivo y va a la casa de uno de los combatientes que están encargados
de hacer el reconocimiento.
En las afueras de la ciudad se baja y se enrumba hacia la ribera del río Rímac donde hay
algunas casas dispersas, cuando está por introducirse por un camino rodeado de sarmientos ve
aparecer a una joven que va en dirección a él, se detiene, cuando la joven se acerca se sonríen
mutuamente.
— ¿Puedo preguntarle a dónde iba?
—Venía a buscarla —se saludan apretándose las manos y regresan por donde él venía— ¿Se
están viendo con Paúl y José?
—Claro, hemos organizado una rotación que nos permite conocer bien a nuestro objetivo,
usted sabe que nos gusta hacer bien las cosas. Ya tenemos la hora más indicada.
— ¿Cuál es?
— ¿Por qué tengo que decirle a usted? Que yo sepa usted no participará en esta tarea, y no se
olvide que se nos ha enseñado que hay cosas que deben de saber solo quienes deben de
saberlo.
La joven combatiente tiene un lunar en la mejilla que le da una belleza particular, le sonríe con
ironía.
—Qué bien que se acuerde y lo aplique, pero le informo que trabajaremos juntos en esa tarea.
— ¿Verdad?, ¿no me miente?
—Me está ofendiendo compañera, me está diciendo mentiroso —responde serio.
—Con usted no se puede ni bromear —le da dos palmazos cariñosos en la espalda —todo lo
toma a pecho.286
—No estoy de buen humor hoy día, tenemos que hacer la tarea mañana —plantea con
seriedad.
— ¿Mañana?
—Sí, mañana.
— ¿Ya hay carro para la retirada?, ¿Los medios ya están listos?, porque si hay que hacerlo el
horario indicado es a las ocho de la mañana.
—Nada, todo tenemos que resolverlo nosotros.
— ¿Y cómo piensa resolverlo? —dice con preocupación, su rostro alegre se ha transformado,
ahora es él quien sonríe—. Y ahora, ¿de qué sonríe? —protesta la guerrillera.
—Bueno, pues, me toca reír.
—Acepta hacerlo mañana y viene a reírse. ¿Está usted loco?
—Tranquila, no he aceptado hacerlo mañana, lo haremos pasado mañana. ¿A dónde va en
estos momentos?
—A relevar a José.
—Entonces, comuníqueles que se retiren por hoy a descansar que la tarea será pasado
mañana. Yo voy a preparar los medios esta noche y los transportaré a la casa de Dueñas, en
Reynoso, allí nos veremos mañana a las diez, ¿le parece bien?
— ¿No cree usted que debemos de ver mañana si todo sigue igual? Yo sugiero que uno de
nosotros vaya a seguir haciendo el reglaje de siete a nueve de la mañana, y a propósito, ¿ya
conoce usted el objetivo?
—Sí, ya conozco, yo seré el chofer. Estoy de acuerdo que se siga haciendo el reconocimiento, y
una cosa más, ¿han visto dónde podemos confiscar un vehículo?
La subversiva sonríe complacida al escuchar la pregunta.
—Sí hemos pensado en eso, podemos ir hoy con Paúl a verificar lo que ya hemos estado
viendo. No se engría con lo que le voy a decir, hacemos un buen equipo los cuatro, con usted
como chofer me siento segura.
— ¿Está segura que con cuatro es suficiente?
— ¡Claro!
—Tenemos que hacer bien las cosas, hay muchas cosas que esperan de ustedes. Con el
compañero Raúl no nos hemos dado abasto para cubrir el trabajo en toda la zona, se los
necesita a ustedes.
— ¿Ha ido usted a la Universidad San Martín?287
—Sí.
—Paúl también, ha sacado reunión con esa milicia, José ha estado yendo a cumplir su
responsabilidad con la Escuela Popular de La Parcela, y además ha abierto otra escuela. Yo
también he hecho lo mío en Ate.
—Qué bien. Entonces nos vemos mañana a las diez en Dueñas, allí veremos los pormenores
del plan.
Caminan juntos el trayecto que les falta para llegar a la Carretera Central, ella le hace algunas
bromas que él escucha sin comentarios, a veces sonríe. Ya en la avenida cada quien va a lo
suyo.
Al día siguiente se encuentran los cuatro, se saludan efusivamente, se reúnen en uno de los
modestos cuartos de un apoyo logístico y comienzan a intercambiar opiniones, los
combatientes que han hecho el reconocimiento explican los pormenores de su investigación,
informan lo que han realizado en el tiempo libre que les quedaba.
“Estos son mis camaradas, con camaradas como ellos uno puede estar seguro que el trabajo
revolucionario no se detendrá”. Piensa satisfecho. Los combatientes han pensado en todos los
detalles de la tarea. Luego de rendir informes pasan a cohesionarse, el mando expone las
circunstancias en que cumplirán la tarea y el porqué debe ser aniquilado el infante de Marina:
—Los marinos —plantea— son los más genocidas de toda la fuerza armada en nuestro país, y
lo son por su propio carácter de clase, elitista. Allí están los hijos de los grandes burgueses.
Para ser oficiales de esa institución los seleccionan minuciosamente a los postulantes, si no son
parte de las clases explotadoras no ingresan, por más capaces que sean, hasta por los apellidos
los seleccionan, allí no encontramos ningún Condori, ningún Huamán o algún Mamani, y ni
hablar del color. Allí todos son blanquitos, de allí que cuando nos combaten lo hacen con odio,
con saña; y por tanto nosotros no tenemos porqué tener un ápice de benignidad para con esos
asesinos de nuestro pueblo.
Luego pasan a ver los detalles de la tarea. José y Raquel estarán en irrupción, ellos saben
dónde ubicarse y cómo pasar desapercibidos. Paúl estará en contención con una pistola y
granadas para neutralizar a alguien que intervenga, el chofer estará a una cuadra de la acción y
cuando escuche los balazos se estacionará a la vuelta de la esquina donde los esperará, él
también llevará un revólver y algunas granadas, además en el vehículo llevará la bolsa en la
que concentrarán los medios luego de la acción, los cuales para no llamar la atención
transportará uno de ellos. En la noche confiscarán el vehículo y lo dejarán en una cochera no
muy lejos de la acción.288
Los cuatro se han vestido acorde con el lugar donde actuarán. Conforme a lo previsto, por la
noche confiscan el vehículo y dejan todo listo para la tarea. Al amanecer, temprano se
desplazan al objetivo, José y Raquel van juntos, el mando va con Paúl, a la hora establecida
cada uno está ubicado en su puesto de combate, los combatientes están serenos, José y
Raquel bromean en su puesto de combate, Paúl se amarra las zapatillas dejando sus cuadernos
en la vereda.
El chofer está dentro del vehículo escuchando música con el volumen bajo, aparentemente
distraído. En eso Raquel le da un palmazo a José y se van resueltos hacia el vehículo del infante
de Marina, se escuchan disparos, Paúl se mueve, mete sus cuadernos en su morral y mueve su
cabeza a todos lados, el chofer pone en marcha el vehículo, ni bien llega a la esquina
establecida aparecen corriendo José y Raquel, miran a todos lados, el ambiente está tranquilo,
sin apuro abren la puerta y se introducen al asiento posterior, Paúl se ubica junto al chofer y se
ponen en marcha, en silencio. El auto avanza una cuadra a gran velocidad y dobla la esquina,
disminuye la marcha y continúan a velocidad moderada.
— ¡Qué cobarde! —exclama Raquel.
— ¿Qué tal les fue? —pregunta el chofer.
—Bien, muy bien —responde José.
— ¿Y por qué te diste la vuelta por la otra puerta? —pregunta Paúl, que ha observado la
ejecución.
—Cuéntales tú —dice José a Raquel.
—Si hubieran visto al cobarde, cuando nos vio con las armas en la mano se metió de cabeza
bajo el timón, lo único que le quedaba al aire era su trasero y sus pies.
—Se estaba cuidando la cabeza el miserable —aclara José.
—Le hemos metido varios balazos en las posaderas.
—Pero así no iba a morir, por eso me di la vuelta, abrí la puerta, lo cogí de la cabeza, nunca he
visto tanto terror en una persona, le metí un balazo en la boca, y luego otro en la nuca.
— ¿Y a que no adivinan qué gritaba? —interviene Raquel.
— ¿Qué? —dice Paúl.
—“Mamá, mamááá, no me maten por favor. Mamá, mamacita, ayúdame”. —Termina Raquel.
Mientras hablaban han concentrado las armas, y baja Raquel quien lleva todo, avanzan una
cuadra más y bajan los otros dos, más allá estaciona el chofer el vehículo, cierra las puertas
con seguro 289
y desaparece. Ya lejos de los acontecimientos el chofer marca un teléfono y comunica muy
brevemente donde deben recoger su vehículo los dueños, que quedan desconcertados.
Al día siguiente aparece en los medios informativos: “Sendero Luminoso asesina al infante de
Marina de las Fuerzas Especiales conocido como “El Tigre”.
Reunido el Comité Metropolitano e informado de la cobardía del genocida comenta el
secretario:
—Vean camaradas, cómo son esos genocidas, son valientes para matar, pero son cobardes
para morir. Según lo que informa la prensa ese cobarde ha estado en el campo, en Ayacucho
donde las Fuerzas Armadas han hecho genocidio contra el pueblo, y siguen haciéndolo, pero
que sepan los genocidas lo que les espera. Bien muerto está.
En otra oportunidad evaluando el cumplimiento de una ofensiva el secretario del Comité
Metropolitano pregunta al responsable de la zona Centro:
—Camarada, todos han cumplido con sus objetivos, pero por lo que he podido ver en los
periódicos ustedes no han cumplido con el sabotaje contra la embajada de China, ¿nos puede
explicar qué paso?
—Camarada, no hemos llegado a concretar esa tarea. Pues les voy a contar lo que se me ha
informado. Para el sabotaje a la embajada de China se tenía que confiscar un carro para la
retirada, eso lo saben. Tres compañeros han ido a cumplir esa tarea, cuando se dirigían a la
urbanización donde habían hecho reconocimiento, pasaban por el Campo de Marte,
observaron un auto estacionado, tenía las llaves puestas y una pareja estaba planeando
adentro, sin preámbulos desenfundaron sus armas y abrieron la puerta, en un cerrar de ojos la
pareja estaba afuera.
— ¡Ustedes no saben con quién se están metiendo! —gritó amenazadora la mujer.
—Sí. Lo que están haciendo lo van a pagar caro —dijo el hombre armándose de valor, era un
hombre de edad avanzada.
Los combatientes se miraron, abrieron la puerta de atrás y los introdujeron, tanto el hombre
como la mujer quedaron al centro, un combatiente a cada lado de la puerta, el chofer tomó el
volante y comenzó a conducir retirándose del lugar.
—Muy bien —intervino el mando de la acción—, dígannos quiénes son y por qué vamos a
pagar caro esto —le registraron bien el cuerpo y también los zapatos.
—Soy un general del Ejército, soy miembro del Comando Conjunto, si me pasa algo lo pagará
290
muy caro, ¡eso les aseguro! Aquí tienen mis documentos.
—No se preocupen, no les pasará nada —interviene el mando—. Muy bien, usted ha hablado
claro, nosotros también lo vamos a hacer con claridad. Nosotros somos guerrilleros del Partido
Comunista del Perú, entonces, así ya saben con quiénes están. ¿Para qué necesitamos el
vehículo? Tenemos heridos —inventó el compañero con el objetivo de no develar el real
objetivo—, necesitamos trasladarlos de donde están a donde los atenderán nuestros médicos.
Les repito no les pasará nada, pero, cuidado con hacer alguna estupidez.
El compañero que conducía buscaba salir al Callao y quería coger la avenida Venezuela, pero
cuando iba a hacerlo la encontró en reparación, se internó por otras calles que no conocía
bien. Vio que estaba cerca de la avenida Alfonso Ugarte, pero como en esa avenida hay
constante desplazamiento de policías intentó evitarlo doblando hacia la izquierda, y lo que le
parecía que era una calle, resultó ser la playa de estacionamiento de los apristas. Habían
entrado al local de los apristas.
— ¡Tranquilo! —Planteó el mando— retrocede.
Salieron y no les quedó más que ir hacia la avenida Alfonso Ugarte.
—Vamos a pasar por la sexta Comisaría —habló el chofer— Usted, señor general, ya sabe
quiénes somos: guerrilleros, luchadores sociales, luchamos por una causa y si tenemos que
morir, moriremos; si usted hace una estupidez nosotros no vamos a vacilar en matarlo para
luego enfrentarnos con ellos.
—Cierto, siéntese tranquilo, mire hacia delante, y usted señorita manténgase callada, porque
si algo sucede morimos acá los cinco —intervino el tercer compañero.
Nuestros compañeros con mucha naturalidad pasaron hacia la plaza Bolognesi y cogieron la
avenida Arica y se enrumbaron al Callao, luego cogieron la avenida Faucett y pasaron frente al
aeropuerto. Ya en la avenida Angélica Gamarra, en la urbanización Santa Rosa dejaron a la
joven y se quedaron con el general. Lo han conducido fuera de la ciudad, al campo y lo han
aniquilado entre un maizal, la idea que los ha movido a los compañeros ha sido bien simple:
“Tenemos en nuestras manos a un planificador de genocidios, no se nos escapa.” Como
podrán comprender, camaradas, luego de ellos movilizarse con ese vehículo por el centro de la
ciudad era altamente riesgoso, han abandonado el carro y ya no han podido concretar esa
acción.
—Ah, con razón que esa noche por Santa Rosa a eso de las nueve de la noche ha habido una
redada policial inusitada, muy minuciosa. No me explicaba el porqué; bueno ahora ya está
claro —plantea uno de los miembros del Comité Metropolitano.291
Se agolpan los recuerdos:
En otra ocasión en una reunión del Metropolitano, evaluando otra ofensiva alguien plantea:
—El aniquilamiento del almirante Ponce Canessa ha sido bueno y contundente, los
reaccionarios se han horrorizado, por la forma cómo ha quedado su cuerpo, totalmente
destrozado, y ¿le han informado cuál fue su reacción del miserable cuando se concretaba la
tarea?
—Sí, camaradas. La acción, como ustedes saben, fue minuciosamente planificada, se tomó en
consideración el medio donde se iba a actuar, la hora y posibles circunstancias que se podrían
presentar, los compañeros estaban preparados para cualquier contingencia. Lo que han
informado es que al verse rodeado este miserable los ha querido enfrentar, tenía su pistola a
la mano e intentó defenderse, pero la sorpresa y la superioridad numérica de los compañeros
no le permitieron hacer nada.
—Eso ténganlo bien presente, camaradas. —Dice quien dirige el Comité Metropolitano— y
cohesionen al contingente en nunca subestimar al enemigo, porque hay algunos militares que
no son simples militares, que no están allí por tener un trabajo, sino porque son conscientes
del lugar que ocupan en esta sociedad, y no sólo entre los oficiales, también entre los
subalternos. Entonces, aquellos que son conscientes del orden que defienden nos van a
combatir a muerte; así como nosotros luchamos convencidos y conscientes de que el mejor
orden social es el comunismo; ellos son convencidos defensores del orden burgués, de la
llamada democracia, que como nosotros sabemos es democracia burguesa, dictadura contra
las masas populares, pero ellos están en contra de la dictadura del proletariado y la califican de
orden totalitario y defienden la dictadura burguesa, y lo hacen así porque lo consideran el
mejor orden social posible y por ese orden se desvelan, pensando en cómo destruirnos y
cuando nos encontramos con ellos así como no les tenemos clemencia, ellos tampoco lo
tendrán con nosotros. Además debemos tener presente que ellos tienen el criterio burgués de
que el individuo hace la historia, en eso son formados, y con esa concepción preparan a sus
comandos, y algunos se lo toman a pecho, se creen Rambos, y si no se está preparado hasta un
individuo puede generar problemas a dos o más compañeros que subestimen al enemigo. ¿Ya
han leído lo que ha dicho el comando de la Marina?
La mayoría de los asistentes afirma con la cabeza.
—“Sepan que han despertado al león” —interviene uno de ellos—. Es un desafío.
—Significa que tomarán represalia. Desde el año pasado no hemos tenido serios golpes a la
organización, estamos aplicando en lo fundamental bien nuestra ideología y política; por tanto
nuestros planes son exitosos, y el costo es mínimo. Pero buscarán hacer acciones de
represalia, ¿contra quiénes? Contra los que tienen en sus manos, contra los prisioneros de
guerra. Vean camaradas cómo han lanzado 292
el grito al cielo por uno de sus mandos, Ponce Canessa ha sido uno de sus cuadros. ¿Nosotros
por qué no vamos a potenciar nuestro odio de clase contra ellos? Antes, cuando no estábamos
en guerra mataban a nuestro pueblo a pausas, por hambre; hoy, en guerra, porque aún no
hemos cambiado este orden de explotación, al hambre se suma el genocidio que perpetran
contra nuestro pueblo, los matan en masa; lo han hecho y lo vienen haciendo en el campo,
también en la ciudad como lo hemos visto en la barriada donde era el fundo Garagay y
Bocanegra. Lo han hecho en la cárcel, el cuatro de octubre en el penal de Lurigancho; a
quienes lleguen a detener los molerán, los matarán y a algunos de nosotros nos
desaparecerán, sepan camaradas que la guerra se tornará más encarnizada y no tanto por
vengar a sus oficiales o amigos, sino porque estamos avanzando, somos una amenaza
creciente para su viejo orden. Los reaccionarios, los explotadores quieren dejar asegurado un
buen porvenir a sus hijos, a su clase; nosotros queremos que nuestro pueblo, y con él toda la
humanidad, no siga viviendo como hasta hoy, queremos que se plasme un mundo de auténtica
armonía y libertad, el comunismo. Pero nos demandará esfuerzo, ingente esfuerzo.
Su mente vuela por diversos escenarios.
—Compañeros, somos un contingente nuevo, no tenemos experiencia militar; los que tienen,
como ustedes saben, quieren chantajearnos, quieren que aceptemos sus posiciones y práctica
revisionista, y como no lo hemos aceptado están usando como método de presión el no
participar en las tareas militares, pero, ¿es eso principal? No compañeros, principal es lo que
estamos haciendo nosotros, ellos ni siquiera querían asistir a reuniones para estudiar nuestra
ideología, porque se creen grandes conocedores de marxismo, porque han leído algunos
cuantos libros de marxismo, pero, lo principal es la aplicación del marxismo a nuestras
condiciones reales, y eso está en los documentos de nuestro Partido, en lo que el Presidente
Gonzalo nos plantea para cada momento concreto de nuestra revolución. La revolución no se
hace cogiendo citas o frases fuera de contexto; y menos aún como ellos, que solo venían a
participar en acciones. Son renuentes a armarse con ideología y política del Partido, y menos
entienden la importancia del trabajo de masas. Nosotros ya hemos participado en algunas
acciones modestas, además abordamos y movilizamos a las masas a diario, hemos hecho
algunas pintas, algunos sabotajes, hemos hecho adiestramiento sobre manejo de explosivos y
manejo de armas, solo con revólveres. Ninguno de nosotros ha servido en el ejército
reaccionario, por tanto no tenemos experiencia con armas de largo alcance, no tenemos
experiencia en enfrentamientos y asaltos, menos en emboscadas, pero lo adquiriremos. ¡Sí,
compañeros! Algunas cosas ya lo sabemos, ya hemos adquirido algo de experiencia, pero
reitero, es poca, no sabemos aún lo que es aniquilar. —Se calla, mira a los tres combatientes
jóvenes que lo 293
escuchan—. Somos conscientes que tenemos que hacerlo, porque así es la guerra. ¿Por qué
planteo todo esto?... Porque ya se nos ha fijado la fecha para concretar la tarea de
aniquilamiento y confiscación de armas, será esta semana, lo haremos el día viernes.
Se hace un silencio, el mando militar, Paúl, un joven que recién ha cumplido diecisiete años
está apoyando los brazos sobre la mesa con mucha seriedad, otro combatiente, José, de
veintidós años está apoyando sus manos sobre su pantalón para que se le seque las palmas de
las manos que le han comenzado a transpirar, la tercera persona es una mujer combatiente,
Raquel, de veinticinco años, estudiante universitaria de economía.
— ¡Qué bien! —Dice ella con algarabía— ¿lo haremos nosotros solos?
— ¡Claro! —responde el mando político.
—Pero, ¿no sería mejor que como nosotros no tenemos experiencia vengan un par de
compañeros de otra zona a apoyarnos? —Comenta ella.
— ¿Qué dicen ustedes? —Se dirige el mando político a los otros— ¿podemos hacerlo o no
podemos hacerlo nosotros? — con el rostro sereno, esbozando una ligera sonrisa, los mira
inquisitivo.
—Yo creo que sí lo podemos hacer —interviene el mando militar—, lo hemos estado pensando
con José, creemos que no es cosa del otro mundo, lo principal es estar convencidos del porqué
lo hacemos, y lo demás es jalar el gatillo.
José no dice nada, pero mueve la cabeza afirmativamente.
—Cierto compañeros, el presidente Gonzalo nos plantea: “Puntería es odio de clase”, por lo
demás indispensable son los ensayos que se deben de hacer y ya lo hemos hecho, ya saben
cómo se empuña un arma y cómo se debe enfocar la línea de mira, haciendo coincidir el alza
con el guión y el objetivo o blanco. ¿Qué nos falta? Tomar la decisión de hacerlo, si no nos
atrevemos no lo haremos y ¿Cómo devendremos en experimentados? La compañera dice que
nos apoyen, ¿quiénes? No somos los únicos con estos problemas, en los otros zonales hay
problemas similares y lo saben bien los otros mandos, y lógicamente también lo saben los
entristas que dicen: “A ver que hagan aniquilamientos sin nosotros”. Y lógicamente si nos
apoyan de otra zona ellos se llegarán a enterar de que no lo hemos hecho solos y dirán: “No lo
han hecho ellos”. Demostrémosles, compañeros, que principal es lo ideológico y político, que
con política al mando podemos hacer todo. Yo estoy por hacerlo nosotros, con el solo apoyo
de un compañero de otra zona para chofer. Pero claro, también debemos apuntar a resolver la
falta de choferes en nuestra zona, pero eso en perspectiva. Bueno, compañeros, ¿qué dicen?
Tienen la palabra. 294
Hoy debo de informar nuestra decisión a la Dirección.
—Estoy convencido que podemos hacerlo nosotros —dice el mando militar con seguridad.
— ¡Yo también, compañero! Estoy seguro que lo haremos bien —dice José—. Esos dos policías
paran relajados.
—Está bien lo haremos solos —se decide ella.
—Compañeros, me alegra saber su decisión. Ustedes dirán ¿por qué no está acá Raúl? Creo
que aún no está preparado para una tarea de esta envergadura, lo veo inseguro. Pero, me
gustaría saber qué opinan ustedes.
—Para mí está bien, no inspira confianza ese compañero —plantea Raquel.
—Él es bueno para movilizar masas y algunas tareas —dice José que lo conoce más que los
demás— pero hay cosas para las que es temeroso, más adelante lo podemos ir fogueando.
—Creo que es acertado que no participe, por hoy —acota Paúl.
—Bien, compañeros, tenemos tres días para preparar la acción, contando el día de hoy.
Compañero José, vaya al kilómetro veintidós, traiga todos los materiales que allí tenemos,
pero antes vaya a conseguir economía para que se pueda movilizar varios días sin interrumpir
el trabajo, porque estaremos ocupados. Con ellos haremos otras cosas.
—Está bien, ¿me puedo retirar?
—Claro. Ustedes espérenme, regreso en un momento.
José sale, el mando político va a conversar con la dueña de casa, le consulta si puede invitarles
el almuerzo, pues ya es cerca del medio día, la familia es pobre y no tienen aún mucha
confianza, pues recién la han conocido. Le explica que necesitan reunirse unas horas más
porque están viendo algunas tareas que deben de cumplir. La señora le responde que sí, está
preparando alimentos para ellos, que le disculpen la pobreza que compartirán, le pregunta si
volverá a almorzar el joven que ha salido, le responde que no.
—Madrecita, ¿puedo quedarme un rato solo, necesito ordenar un rato mis ideas?
—Puede estar acá compañero.
Sale la señora, el combatiente se sienta en una cama rodeado de telas, el cuarto es dormitorio,
y a la vez allí han instalado una máquina remalladora en la que trabajan en el día.
“Debo llevar una propuesta de plan al Comité Metropolitano, puedo hacerlo solo, pero sería
unilateral, si bien Paúl y Raquel no son militantes, son los compañeros más activos, ellos serán
295
militantes en perspectiva, deben comenzar a llevar sobre sus hombros las responsabilidades
que ello le acarreará en el futuro, que desde ya sean parte y responsables de lo que hagamos,
que aprendan a asumir responsabilidades. Les haré una propuesta del plan y que opinen. No
es bueno que una persona decida sola. Con sus opiniones resolveré las limitaciones que tenga
mi forma de apreciar las cosas.
Repasa en su mente todo lo que ha venido pensando, le da varias vueltas y finalmente sale y
va donde lo esperan.
—Compañeros, ¿almuerzan antes de que continúen? —consulta la madre de casa.
—Claro, almorzaremos juntos, ¿verdad? —dice el mando político.
—Pero ya van a llegar los muchachos del colegio.
—No importa mamita —plantea Raquel— si llegan que se sienten acá también. ¿Te ayudo a
traer los platos?
Se para y juntas van a la cocina, se sirven, almuerzan conversando, le preguntan cómo viven,
en qué trabaja su esposo, cuántos hijos tienen, la conversación se torna amena; los niños
llegan, almuerzan junto a ellos. Cuando todos han terminado la madre ordena:
—Ya hijos, vamos, los compañeros están ocupados, dejémoslos trabajar, y por favor no se
acerquen al cuarto.
Los niños obedecen, son dos varones, una niña y una adolescente.
El mando inicia la reunión con su saludo con la impronta del Partido y luego prosigue:
—Compañeros, necesito llevar a la dirección del Partido una propuesta del plan para la acción
que realizaremos, quisiera escuchar sus opiniones de cómo lo podemos hacer, ¿han pensando
en ello? —Ésa no era la idea inicial que esbozó, pensó hacer él la propuesta, pero en último
minuto considero que mejor sería escucharlos primero—. Tiene usted la palabra —señala a
Paúl.
—Lo he venido pensando, —dice luego de su saludo, mientras extrae de su cuaderno una hoja
suelta con algunas anotaciones escritas a vuela pluma— haré la propuesta teniendo en cuenta
los cinco pasos para una acción específica. Creo que puede ser así:
«En cuanto al primer paso del plan operativo táctico: Definición de la acción: Aniquilamiento y
confiscación de armas y medios.
«Objetivo político: Servir al “Plan del Gran Salto”, parte del Gran Plan de Conquistar Bases, en
su segunda campaña cuya estrategia política es: “Contra la ascensión del nuevo gobierno
reaccionario”.
«Objetivo militar: Servir a “Desarrollar la guerra popular”, que es nuestra estrategia militar
para 296
esta segunda campaña.
«Objetivo específico: Servir a que el Comité Metropolitano cumpla su papel de tambor de
resonancia de la guerra popular, y a la vez servir a quitar la presión de la reacción a nuestras
fuerzas en el campo y así servir a Conquistar Bases.
«El conquistar armas y medios a la reacción es la forma principal de cómo se arma nuestro
Ejército Guerrillero Popular y necesidad específica para el trabajo en el Comité Metropolitano.
«Segundo paso: En cuanto a hombres y medios. Nosotros cuatro, el mando político, mando
militar, la compañera y el compañero José. Pienso que también puede participar el miliciano
Campa, que es un compañero con disposición para las acciones. No sé si debo de considerarlo
a usted que es el responsable de la zona para la tarea —Se calla, el mando político es todo
oídos— ¿Participará usted?
“El responsable de un zonal en algunos casos no debe de ir a una tarea —piensa el mando—,
nosotros somos contrarios al criterio de: “Dirección en los hechos”, pero acá en este zonal, que
debería de tener un grupo de célula del Partido dirigiendo este destacamento, solo hay un
militante con un contingente nuevo e inexperto, por tanto hay necesidad de abrir brecha y
ponerse a la cabeza, cuando tengamos combatientes experimentados tal vez ya no sea
necesario que esté en algunas tareas, pero hoy y por algún tiempo tendré que estar a la
cabeza.”
—Continúe con su propuesta..., considerándome —responde.
—Un problema que tenemos es la falta de chofer. Tengo dos ideas, una hacerlo con movilidad,
para eso necesitamos que nos apoyen de otra zona con un chofer. La otra posibilidad es
retirarnos a pie. En cuanto a armas —prosigue el mando militar—, tenemos un solo revólver,
necesitamos un mínimo de cuatro armas, por tanto nos faltan tres, de ser posible que nos den
cuatro, una para el chofer, cada uno de los revólveres con sus cinco balas de repuesto, y en
caso de que nos envíen pistolas, también con su cacerina de repuesto. En cuanto a dinamita
para hacer contenciones, tenemos lo necesario, considero que debemos de tener cuatro
cargas medianas y dos grandes y con esquirlas para de ser necesario hacer volar patrulleros.
Ah, y lógicamente, si contamos con chofer confiscaremos un auto de cuatro puertas.
«Paso a la tercera parte, —plantea luego de una pausa— Plan. Aquí iré especificando cada una
de sus partes.
«En cuanto al Reconocimiento: Considero que el mercado donde está ubicado nuestro objetivo
tiene condiciones favorables para nosotros, está alejado de avenidas principales, por tanto
circulan pocos patrulleros, además las comisarías están distantes. He reconocido la zona y no
hay policías en 297
muchas cuadras a la redonda, por tanto, esos dos policías que cuidan las dos agencias
bancarias en ese mercado, con una fuerza superior de dos a uno pueden ser aniquilados.
Debemos considerar que dentro del banco pueda haber seguridad que esté de civil, pero con
una acción de decisión rápida resolvemos ese problema. Pienso que la acción debe durar como
máximo dos minutos, mientras reaccionan ya nosotros nos hemos replegado.
«Preparación: Como usted ya mencionó hemos aprendido el manejo de explosivos y tenemos
cierta confianza en su uso. También hemos hecho ensayo de tiro con revólveres, José, Raquel y
quien habla, lo que habría que considerar es la verificación del estado de las armas y preparar
los explosivos para la contención.
«En cuanto a la distribución de fuerzas: Según la táctica guerrillera, debemos de contar con
superioridad de fuerzas, dos o tres veces la del enemigo, por tanto, teniendo en cuenta
nuestras fuerzas, considero que la distribución de fuerzas puede ser de la siguiente manera.
«Irrupción: Nosotros dos, para garantizar.
«Contención: Raquel y José
«De participar Campa estaría con nosotros, cerca, para apoyar de ser necesario, y Raquel y
José se encargaría de la contención contra cualquier elemento extraño y que quiera ser héroe.
«Cada uno llevará un arma, y en el caso de Raquel y José tendrían además contenciones. El
chofer esperaría afuera con el motor en marcha.
«Cuarta parte, Ejecución: Debemos hacerlo con odio de clase, con resolución y firmeza,
dispuestos a dar la vida, pero sin caer en la temeridad y bregando porque el costo sea el
mínimo.
«Quinto, Balance: luego de la acción debemos hacer el balance para sacar las lecciones
positivas y negativas que tengamos.
«Ahora, en cuanto a la otra posibilidad, a pie.
—Alto —Le interrumpe el mando político—. La dirección ha planteado que se nos apoyará con
un compañero chofer, porque eso es lo más conveniente.
“¡Qué bien!, creo que yo no lo hubiera expuesto mejor —reflexiona el mando político— está
aprendiendo rápido, y eso que no son muchas las tareas en las que ha participado. Ha cogido
los cinco pasos de un plan operativo táctico, que son los pasos a seguir en una acción
específica. Está en lo fundamental bien, salvo algunas cuestiones que deben de ser precisadas.
Se perfila como un buen mando”.298
—Ya hemos escuchado al compañero Paúl, se ve que ha venido pensando con seriedad en la
tarea. Ya hace un tiempo se le planteo que ésa era una de las tareas de un mando militar:
presentar planes para ser debatidos, aprobados y ejecutado con las observaciones, ajustes o
correcciones que sean necesarias. Bueno, ¿qué opina usted? — Se dirige a Raquel.
—Considero que lo propuesto está bien en lo general, falta precisar la hora en que es más
conveniente realizar la tarea, y dónde nos vamos a replegar para dejar las armas. Pienso que la
hora más indicada es entre las ocho y media a nueve de la mañana, a esa hora hay bastante
gente y es fácil de confundirse con la masa, además hay días que los policías en ese horario
van a tomar jugo a una de las juguerías del mercado. En cuanto a replegarse, creo que nos
debemos dirigir a Tahuantinsuyo, donde tenemos varios apoyos y es el lugar más cercano. Eso
es todo compañero.
— ¡Muy bien! También soy de la opinión que la propuesta de plan en lo fundamental es
correcta. En cuanto a la definición de la acción está bien planteada; en cuanto a hombres y
medios, no hay problema; en la tercera parte, sobre el plan, tengo algunas observaciones, no
digo que esté mal, sino que hay cosas que deben ser precisadas. En cuanto al Reconocimiento,
coincido con lo que el compañero ha planteado respeto a la situación específica del objetivo,
nos es favorable, sin embargo es cierto que tenemos una limitación, no tenemos información
si dentro de las oficinas bancarias hay personal de seguridad de civil, no es extraño eso en la
guerra, no siempre se conoce todos los aspectos, es un riesgo que tenemos pero lo
correremos, para neutralizarlos estarán lo compañeros de contención. En cuanto a la
preparación, no tengo nada que acotar, solo recordarles que tengan en cuenta las medidas de
precaución que se deben de tomar para trabajar con los explosivos y no sufrir accidentes, que
no solo perjudicarían a quienes están trabajando, sino que pondrían en riesgo a las masas que
nos apoyan. En cuanto a la distribución de fuerzas, en lo fundamental estoy de acuerdo,
excepto con la participación del compañero Campa, luego plantearé el porqué. En cuanto a
mis observaciones son las siguientes: 1-. En cuanto a ¿dónde debe de ubicarse el vehículo?
Considero que no es conveniente que esté en la puerta; al costado del mercado hay un parque
descampado; el chofer debe estacionar el auto un poco lejos, y puede estar limpiando el auto
atento a nosotros que estaremos fuera del mercado, y aquí mi segunda observación. Todos
nosotros no debemos ir de frente al lugar de la acción, es necesario previo a la acción verificar
y esperar el mejor momento para ejecutarlo y mientras tanto, ¿dónde nos ubicamos?, quiero
decir, ¿cómo pasamos desapercibidos? Pienso que podemos estar afuera del mercado en una
de las bancas que hay en el parque, me refiero a nosotros dos que irrumpimos, usted
compañera como mujer y agraciada que es —la combatiente se coge el rostro fingiendo que se
ruboriza, pero satisfecha por el elogio a su belleza— 299
verá las condiciones y nos indicará el momento de actuar, José puede estar en otra banca
leyendo un periódico, cuando las condiciones estén dadas nos indicará en forma muy breve
dónde están ubicados y pasamos a ejecutarlo; José debe ir atrás de nosotros, cerca, para
apoyar a quien por A o B pueda fallar, y por su parte usted está atenta a los posibles agentes
de seguridad interna en las oficinas; su arma principal será la dinamita, pero también llevará
un revólver; por nuestra parte, nosotros mismos desarmaremos y José debe estar atento con
el arma en la mano. Preciso, en cuanto a usted, compañera, de ser necesario actúa y si es así
se repliega con nosotros en el auto, pero si no actúa, usted se hace la sorprendida y se repliega
disimuladamente, no muy lejos del mercado tenemos apoyos, a uno de ellos llega usted y
guarda las cosas que usará, debe de preparar previamente en una de esas casas dónde dejar
las cosas, sin nada comprometedor se dirigirá a donde nos reuniremos todos. En cuanto al
chofer debe estar atento a nosotros, cuando nos vea desplazarnos debe estar listo para
recogernos: es decir, recién cuando actuamos se debe ubicar a un costado de la puerta de
salida, y no en dirección de la puerta para no dar flanco a un posible tiroteo. En cuanto al
repliegue, tener dos posibilidades, principal dirigirnos a Tahuantinsuyo, y en segundo lugar
puede ser al otro lado de la Panamericana, y dejar las cosas en la casa del profesor que nos
apoya. En cuanto a la hora estoy de acuerdo que lo hagamos entre ocho y media a nueve. En
cuanto al compañero Campa, no lo considero necesario, él no ha hecho reconocimiento y
puede poner objeciones, puede pedir postergar la fecha para que él haga su propio
reconocimiento, y no podemos posponerlo, además está ligado amicalmente con los entristas.
Considero que es mejor que se enteren de la tarea cuando esté consumada y que elucubren
todo lo que quieran. ¿Tienen alguna observación o sugerencia?
Se hace silencio, los combatientes ligeramente agachados piensan.
—Si no tienen nada más que agregar podemos quedar en esta parte, esta propuesta, la
expondré a la Dirección y allí se debatirá, puede que la Dirección haga observaciones o
modificaciones, si eso se da será en función de garantizar una buena ejecución y a eso nos
sujetaremos.
Nadie agrega más al respecto.
—Solo una cosa —plantea Raquel— que el chofer sea bueno.
Y mueve su cabeza graciosamente.
—Vendrá un chofer experimentado, no se preocupe. Tengamos presente qué importante es el
entusiasmo con que contagiemos al compañero que venga; si nos ve vacilantes, inseguros, por
muy bueno que sea no se desenvolverá bien, si por el contrario nos ve seguros de lo que
hacemos y con un estado optimista, ténganlo por seguro que haremos un buen equipo. Me
han hablado muy bien del 300
compañero, no lo conozco, pero compañeros de otras zonas dicen que es muy sereno. En esta
parte quedamos por hoy. No dejen de hacer las tareas que tienen para hoy, mañana a las dos
de la tarde nos veremos en este lugar. Hoy en la noche vayan a ubicar un sitio donde podamos
confiscar un vehículo el día de mañana. Debe ser por el centro, en uno de esos barrios pitucos.
Al día siguiente en la misma casa a las dos de la tarde están todos reunidos, incluido el chofer.
El mando político los llama a un lugar aparte a Paúl y Raquel.
—Siéntense —invita señalándoles las camas, están reunidos en el modesto cuarto de los
niños—, les traigo una buena noticia, la dirección ha aprobado nuestro plan propuesto sin
observaciones y nos desea éxitos en su aplicación. Teníamos solo un revólver, me han dado
tres armas más —coge un paquete y desenvuelve dos revólveres y una pistola—, también una
caja de balas y veintiséis balas nueve milímetros para la pistola, José ha traído el revólver que
teníamos, así que está completo. Pienso que al compañero que conduce también le debemos
dar un par de granadas para que las use de ser necesario, no sé que opinarán ustedes.
—Compañero, antes he tenido ocasión de ver armas pero nunca se me asignó usar una —
plantea emotiva Raquel— pues la usaban solo los expertos, no sé por qué esos compañeros
que se decían “experimentados” no me inspiraban confianza.
Paúl coge las armas y las examina una por una, con detenimiento.
—Debemos ir a reunirnos con los otros dos compañeros, les bajaremos el plan. Pero, tengan
presente que ya no es propuesta, es el plan aprobado por el Partido, y eso no quiere decir que
es inamovible, puede ser mejorado con las opiniones de los compañeros. Ah, ya le he
mostrado el terreno donde se desenvolverá nuestro compañero, el chofer, y dicho sea de paso
le he explicado cómo está aprobado el plan, le parece bien. Entonces usted como mando
militar abre la reunión con su saludo y luego me da el uso de la palabra, yo haré la remoción
política, que consiste en plantear el objetivo político de nuestra tarea, el contexto y otras
cuestiones relativas a levantar la moral y potenciar la combatividad; luego usted expone el
plan y distribuye las fuerzas y las armas; también sobre como confiscaremos el auto, que
también ya lo hemos tratado con usted, finalmente, toma posición usted sobre la marcha
abriendo brecha, luego que pasen a tomar posición indistintamente; póngale tónica y
convicción a lo que dice, igual usted compañera. ¿De acuerdo? —Los combatientes mueven su
cabeza afirmativamente con el rostro sereno y optimista—. Antes de pasar a reunirnos con
ellos dos cuestiones que usted como mando militar también debe de plantearlo, les pregunto
a ustedes y ¿qué pasa si mañana que vamos a ejecutar la tarea, los policías que estén allí no
son los que hemos venido reglando estos días, sino policías de 301
avanzada edad? —se calla y con severidad los mira a los dos.
— ¡Que me disculpen!, de igual manera los aniquilaremos, pueden ser muy buenos padres de
familia, muy buenos como personas, pero están en el campo contrario y son instrumentos de
opresión contra mi pueblo. —Dice con convicción Paúl.
—Bien, muy bien, así debe ser —plantea el mando político— y ahora para usted compañera
una lección negativa que en una ocasión casi echó a perder una tarea. Hace un tiempo no muy
lejano, fueron a aniquilar a dos policías seis compañeros, cuatro hombres y dos mujeres, las
compañeras eran jóvenes, no llegaban a los veinticinco años, los compañeros tenían que
irrumpir y aniquilar, las compañeras remataban y desarmaban, los otros pasaban a hacer
contención, aparte los otros dos combatientes estaban atentos ubicados en lugares
estratégicos listos para actuar contra aquellos que a veces se presentan y quieren ser héroes.
Ya en la acción los compañeros irrumpieron y los policías quedaron tendidos en el piso, las
compañeras pasaron a actuar, pero una de ellas al agacharse miró al rostro del policía y se
quedó pasmada, el policía no estaba muerto, aprovechó ese momento, desenfundó y le
disparó a la compañera, los otros actuaron de inmediato y lo remataron, se replegaron
llevándose dos metralletas y dos revólveres confiscados y a la compañera herida. La acción fue
un éxito, la herida que sufrió a la compañera no fue grave, pero por poco la mata. Ya después
cuando se estaba restableciendo, le preguntaron a la compañera: ¿Qué pasó, por qué se
paralizó?..., ¿Qué creen que respondió? —Ninguno responde— “Era joven y guapo, tenía cara
de ser buena gente”. ¿Qué les parece?
— ¡Es una estúpida! —explota furiosa Raquel, a mí no me vengan con sentimentalismo en la
guerra. Mi sentimiento y mi amor son para mi pueblo.
—Así es compañeros, el sentimiento, nuestro amor es de clase, así como amamos y damos
nuestra vida por nuestro pueblo, nuestra ira y odio es contra nuestros enemigos de clase. Y lo
último, cuando un individuo muere por un impacto de bala en la cabeza, su cuerpo cae por lo
general hacia atrás, eso ténganlo bien presente cuando disparen a la sien del enemigo. Cuando
se los hieren a esos que son de fuerzas especiales como las llamadas Águilas Negras, o
cualquier otro que sea de los que han llevado curso de comandos, inmediatamente ruedan al
piso y de allí disparan, si están muy heridos y no pueden disparar se aferran a su arma y la
protegen con todo su cuerpo, por tanto, si no está bien muerto es difícil quitarle el arma, y si
en el primer disparo no se lo llega a matar, en seguida dispárenle otros, hasta asegurarlo.
Se miran y se quedan callados, el mando político envuelve todas las armas y le entrega al
mando militar, se pone de pie y sale, tras él van los otros dos combatientes. Se sientan los
cinco guerrilleros a la 302
mesa y proceden a desenvolver la reunión.
Por la noche realizan la confiscación del vehículo sin dificultades y lo guardan en una cochera
cerca al objetivo, descansan tranquilos y por la mañana bien aseados desayunan en la calle y
van a cumplir su tarea, llegan a las ocho y media y toman sus emplazamientos. José compra un
periódico y se ubica en una banca a leer amenamente, los dos mandos conversan
aparentemente distraídos, el chofer limpia con una franela el auto, luego se ubica apoyado
contra el vehículo mirando a los subversivos. Raquel con su morral de donde sobresalen
algunos cuadernos se pasea por el mercado cerrado, ubica a los policías que conversan entre
ellos, las amas de casa con sus bolsas de mercado entran y salen por las puertas del mercado.
Raquel se sienta en una juguería, pide un jugo y un keke, desde allí observa a los policías, sale
hacia la calle donde está el conductor, verifica todo el paisaje y regresa al mercado. Los policías
comienzan a caminar por su delante, ella no los pasa, sino que adrede demora observando
cosas que no comprará, los policías van a uno de los quioscos donde venden comida y piden
dos platos de sopa, ella sale a paso ligero, se acerca a donde están los dos combatientes.
—Éste es el momento, están comiendo —pasa a donde está José.
Los subversivos se ponen de pie, se tantean la cintura ligeramente, comienzan a caminar, sus
rostros se ponen duros, respiran profundo y se miran, a unos metros van Raquel y José, el
conductor sacude su franela y enciende el motor, José se adelanta, Raquel se ubica mirando
hacia las agencias bancarias.
— ¿Listo? —pregunta el mando político a su acompañante.
— ¡Listo! —responde el mando militar.
Tienen a la vista a los policías, caminan tranquilos, Paúl con un rápido movimiento se sube las
mangas, los policías están con los platos delante; los dos hacen un manoteo y dos disparos casi
simultáneos se oyen, dos cuerpos caen hacia atrás y quedan rígidos. José se posesiona contra
la pared de un quiosco con el arma entre las dos manos, cada uno despoja de su arma a su
adversario, miran a todos lados y emprenden la retirada, José se acerca a uno de los tendidos y
le dispara en la frente, salen trotando entre la gente que les abre paso perplejos, al salir ven
pasar al auto, el conductor se estaciona, los subversivos llegan, abren las puertas y suben,
nadie los sigue, el vehículo parte raudo y dobla la esquina, llega al fin de la calle y dobla, luego
disminuye la marcha.
— ¿Qué tal les fue? —pregunta el conductor bajando el volumen de la radio.
—Bien, todo bien —responde el mando político.
—Excelente —acota Paúl.
Mientras conversan van guardando las armas, cruzan la avenida Túpac Amaru, avanzan
algunas cuadras y descienden, el conductor regresa a la avenida, a propósito estaciona mal el
vehículo para que la policía de tránsito lo recoja, y toma un colectivo.
Al medio día los cuatro combatientes están en la casa donde planificaron la acción.
— ¿Qué tal les ha ido, compañeros? —dice la madre al verlos contentos.
— ¡Muy bien madrecita, muy bien! —responde entusiasta Raquel.
—Compañera, ¿puede aumentar a su olla algo para que nos invite? Podemos comprar algo, si
se requiere —sonríe el mando político y continúa—, por hoy tenemos algo de economía.
—No se preocupen compañeros, sí hay para parar la olla, acá trabajamos mi esposo, mi hijo y
mi hija, y yo también hago cachuelos con la remalladora, guarden lo que tengan que lo
necesitarán, si no es hoy será mañana.
—Gracias compañera, economizamos todo lo que podemos, el dinero que tenemos es poco, es
lo que nos apoyan las masas, por eso tratamos de invertirlo bien. Estaremos ocupados,
compañera.
—Les interrumpiré para almorzar, en una hora más o menos.
—Está bien —dice Paúl.
Se quedan solos los cuatro subversivos, se miran satisfechos.
— ¿Qué tal les pareció el chofer? —pregunta el mando político.
—Sereno —dice Paúl—, buen compañero.
—Ya es canchero —interviene José— ayer ni bien confiscamos el vehículo, subió, prendió el
motor y se puso en marcha, y en seguida prendió la radio y comenzó a menear la cabeza.
—Ahora sí, compañeros, ya podemos decir que tenemos experiencia en aniquilamiento, ah,
pero que no se nos suban los humos —dice el mando político.
—Qué modesto es usted —interviene Raquel—, debería decir, ya tienen experiencia, porque
usted en cuántas otras tareas habrá participado, lo ha hecho bien.
—No compañera..., se equivoca, también para mí ha sido mi primera experiencia en este tipo
de tareas.
Raquel lo mira seria y se pone pálida.
— ¿Y por qué no nos lo dijo antes? —susurra.
— ¿Para qué, compañera?, ¿para generar incertidumbre? Y les voy a decir algo más, en nada
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de lo que anteriormente hemos hecho había participado, casi todas las cosas las estamos
aprendiendo juntos, no se olviden que a guerrear se aprende guerreando, y a dirigir
dirigiendo...Y no se preocupen, haremos cosas mucho más altas..., de eso estoy seguro.
Los mira a los tres con serenidad esbozando una sonrisa.