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TRECE DÍAS

Novela.
José Agustín Machuca Urbina

DEDICATORIA

A quienes me dieron su pan y su techo

y corrieron todos los riesgos

que entraña la lucha por un mundo mejor.

En memoria de los que partieron trabajando

por el Reino de la Armonía y la libertad.

Y a los jóvenes de hoy

que han de rematar esta epopeya.

TRECE DÍAS

EN LAS ENTRAÑAS DEL ENEMIGO

PRIMER DÍA: jueves 19 de junio de 1986

Son las primeras horas de la mañana, bajo un manto gris y húmedo las masas se desplazan por
las calles limeñas a sus centros laborales, indiferentes a lo que sucede a su alrededor.
De pronto, desde la esquina formada por la intersección de la Avenida Primavera y la Avenida
Panamericana, una mujer robusta y de rostro firme hace una señal, y es como un golpe que
hace despertar a la gente, todo entra en dinamismo, neumáticos viejos ruedan al centro de la
pista y son encendidos con bombas molotov, las llamas y el humo paralizan el tránsito dejando
despejada la pista que es copada por gente que comienza a marchar en forma disciplinada. De
entre la multitud una voz varonil lanza una consigna:
— ¡Viva el desarrollo de la guerra popular en el Perú!
Los que marchan responden en coro dos veces la misma consigna levantando el puño derecho
a la altura de la sien.
Se produce un embotellamiento de vehículos por las fogatas que impiden el tránsito, mientras
tanto, jóvenes, hombres y mujeres reparten volantes a los de a pie e introducen por las
ventanas de los vehículos.
— ¡Viva el Partido Comunista del Perú!
— ¡Defender la vida de los prisioneros de guerra!
Prosiguen las agitaciones. Quienes marchan son gente de todas las edades, mujeres, hombres,
adolescentes y niños. Los más activos son los jóvenes. Por su vestimenta se puede deducir que
son gente de pueblo, pobres, algunos visten ropas propias del campo, como son polleras de
lana, blusas con blondas de llamativos colores, algunas madres llevan a sus bebés a la espalda
con su tradicional manto de colores. Los hombres adultos son de recias espaldas y manos
toscas, hay también intelectuales y estudiantes, pero son los menos. Quienes los conducen son
gente como ellos y van adelante, unos agitando, otros haciendo pintas en las paredes con
esmalte color rojo bandera.
Los que pintan las paredes lo hacen con una increíble habilidad, no usan brocha, ni tarros de
pintura, sino que la pintura la llevan en bolsas de plástico, y en lugar de brocha usan esponja.
Pasado unos minutos, a lo lejos, se escucha el ulular de las sirenas de la policía, son uno o dos
vehículos, se escucha una potente explosión, la marcha continúa, las arengas se hacen más
potentes, el ulular de los patrulleros aumenta, esta vez de distintas direcciones.
Dos policías estaban observando desde un patrullero, cuando llegan dos unidades ululando, se
envalentonan y deciden ir hacia los manifestantes. Por los aires vuela humeando un paquete y
se estrella contra el parabrisas del vehículo, rebota y cae al suelo, al chocar con el piso
explosiona y hace que el coche de un salto. Los policías quedan atontados y detienen el
vehículo, miran a todos lados, en cada transeúnte ven un enemigo. Pero llegan más unidades y
van hacia los manifestantes haciendo disparos al aire.
— ¡Retirada! —ordena una voz de mujer enérgica.
La multitud se disgrega en diversos grupos, a la vez que se escuchan diversas explosiones para
disuadir a los de verde. La calle queda regada de volantes rojos y las paredes pintarrajeadas de
rojo con una hoz y un martillo, seguida de PCP, como rubrica.
A dos cuadras de distancia, una de las manifestantes se enreda en los pliegues de su larga
pollera y cae, los policías que la han visto corren a detenerla. Uno de los que parece ser un
simple espectador, con disimulo prende una bomba casera y la arroja rodando por el suelo, se
detiene a unos metros de los policías, se arrojan al piso en los precisos momentos en que
explota con gran estruendo. La campesina se levanta y sigue corriendo, pero la violenta onda
de la explosión la vuelve a tumbar. El subversivo que arrojó la bomba se acerca a ella y la
levanta, los policías los observan mientras se incorporan, la ayuda de un brazo y llegan hasta
una esquina por la que se internan.
—Mis hijitos, mis hijitos. —Le dice la madre al subversivo.
—Ya se fueron con otra compañera. Corra usted que yo distraeré a esos chacales.
La acompaña hasta cerca de la esquina y da la vuelta a ver si los siguen. Los policías doblan la
esquina con sus revólveres en la mano. El subversivo saca algo de entre sus ropas y lo activa,
los policías se detienen y apuntan, el subversivo que está a unos pasos de la esquina salta y se
guarece en la pared, y de allí arroja su artefacto.
— ¡Cuerpo a tierra! —Grita uno de ellos.
Después de la explosión corren hasta el lugar de donde provino el peligro. El subversivo ha
desaparecido. No saben si correr tras él o no. Trotan con paso inseguro hacia la esquina, se
escucha el ulular de varias sirenas de patrullero. Cuando están por llegar a la esquina casi se
estrellan con el joven que regresa corriendo de la persecución de los patrulleros. Sorprendidos,
se quedan quietos, pero al verlo desarmado reaccionan de inmediato y se le arrojan encima,
son policías de treinta y cinco a cuarenta años subidos de peso, y con eso lo inmovilizan.
Cuando los patrulleros llegan ya lo tienen reducido. Del segundo vehículo baja un sargento.
—Bien colegas. Pensábamos que se nos escaparía.
Del otro carro baja un asustado policía, se acerca, lo mira y vocifera:
— ¡Ése es el maldito que me ha querido matar!
—Aquí nomás hay que enfriarlo —dice el sargento.
— ¡Claro! —dicen los otros que ya están cerca.
—De una vez.
Un individuo, con ropas de pordiosero, que ha estado siguiendo los acontecimientos, corre
como un loco hacia ellos, cuando ve que se están apartando y uno de los policías pisa con un
pie la espalda del sujeto reducido, grita:
— ¡Alto ahí!
Todos se quedan quietos, sorprendidos. Dan vuelta a mirar quién habla. El individuo es alto,
tiene el cabello largo y sucio, la barba crecida, viste un terno a cuadros viejo y raído y muy
sucio. Ya cerca de ellos extrae una billetera del bolsillo del saco y de ella saca un carnet de
identificación.
—Soy oficial del Servicio de Inteligencia del Ejército, he visto lo que sucedía. Este terrorista nos
llevará a otros. Regístrenlo bien y espósenlo.
“Eso es lo que crees”. Piensa para sí el detenido.
Entre dos, aplastándolo con todo su peso contra el asfalto, le registran en busca de algún arma
y lo único que encuentran es una caja de fósforos.
—Esto lo ha usado para lanzarnos bombas. Esto es una prueba.
— ¿De qué comandancia son ustedes? — pregunta el zarrapastroso.
—De la comandancia de Surquillo.
—Sus carné de identificación, por favor. —Le muestran uno a uno y él va tomando nota del
número—. Bien, de allí lo recogerá la Dircote.
Y así como apareció en escena igual desaparece doblando la esquina. Los policías se miran en
silencio, mecánicamente entre dos levantan al detenido, lo esposan y lo meten al patrullero.
Se ponen en marcha, silenciosos, rumbo a su dependencia formando una caravana de siete
vehículos.
— ¡Así que me querías matar, carajo! —dice uno de los policías golpeándole con el puño en el
plexo. El detenido se dobla.
En pocos minutos llegan a la comisaría, y siempre entre dos lo introducen a la dependencia
policial.
— ¿Qué ha robado ese cojudo? —Pregunta el comandante desde su escritorio.
—No es un ladrón, es un terruco, lo hemos detenido por los alrededores donde hubo
disturbios, cuando íbamos a hacer detenciones nos han atacado con quesos rusos. Sólo hemos
detenido a éste.
Al escuchar estas palabras el rostro del oficial se desfigura por la ira, y como un resorte se
levanta de su asiento.
— ¡Carajo!, ¿no les he dicho que no quiero ningún terruco vivo! En este mismo momento me
lo suben a cualquier carro y lo liquidan en cualquier descampado. Y ni una palabra sobre el
asunto. ¿Entendido?
Los policías se miran, pero no se mueven.
— ¿Qué pasa, carajo, no me han escuchado?
Nadie se mueve. Ninguno abre la boca. Hasta que el sargento toma la palabra:
—Nos ha intervenido un oficial del Ejército, es de inteligencia, y ha registrado nuestros datos.
Dijo que a ese huevón lo recogerá la Dircote de acá. Yo no quiero tener problemas mi
comandante.
—Yo tampoco jefe —dice el otro.
Los otros policías están afuera haciéndose los tontos. El comandante gira la cabeza hacia el
detenido, da un salto y le propina un golpe de karate con el pie en el abdomen. El subversivo
se dobla por el impacto y cae al piso.
—Métanlo al calabozo y sáquenle la ¡concha de su madre! Me lo dejan chaqueta. Es una
orden.
Y sale furioso. Los policías que están afuera entran, el sargento ordena:
—Métanlo adentro.
Dos de ellos lo cogen de una pierna cada uno y lo arrastran al calabozo. Lo dejan dentro,
ponen candado. Desde el piso levanta su cabeza y explora el lugar donde se encuentra. Es un
cuarto grande y vacío que no tiene servicios higiénicos, los eventuales detenidos usan una de
las esquinas como letrina.
“¿Qué vendrá ahora? —Piensa el detenido—, déjate de tonterías Porfirio, acaso no sabías a
qué te metías. Relájate y prepárate para lo que venga”.
Intenta poner su mente en blanco, pero una serie de imágenes pasan fugaces por su memoria.
“mi nuevo contingente….Alicia”, Alicia es su reciente compañera. “¿Qué será de mi madre?, ya
está viejita… Ya carajo, de nada me sirve nostalgiar”. Mueve la cabeza como queriendo arrojar
sus recuerdos. Pero nuevas imágenes lo asaltan, “Pase lo que pase de mí no sacarán nada,
absolutamente nada,…yo no puedo ni debo fallar, y no fallaré.”
Hace esfuerzos por relajarse, pero no lo logra, estando en esta lucha, sus sentidos son
estimulados de manera distinta por pasos lejanos que se acercan a donde se encuentra.
Escucha abrir el candado, levanta la cabeza del piso y ve a un policía, tan luego abre la puerta
ingresan otros vara en mano y desafiantes.
— ¡Párate! —le ordena el que abrió la puerta.
Porfirio obedece, se pone de pie abriendo las piernas a la altura de los hombros, con las manos
esposadas hacia delante espera lo que venga. Los policías comienzan a rodearlo con pasos
lentos y su vara de goma lista para golpear, el subversivo espera quieto sin mover la cabeza
pero siguiendo con los ojos los movimientos de los hombres de verde. Se le acercan temerosos
y vacilan en dar el primer golpe. El que está tras él da el primer varazo y es como la primera
gota de una tempestad, sólo que ésta es una lluvia de golpes. Los gomazos le caen a
discreción, pero ninguno en la cabeza, unos golpean en la espalda, otros en los brazos, y van
bajando dirigiéndose a las extremidades inferiores, Porfirio no suelta un grito, las piernas le
tiemblan y se chorrea al piso, pero no lo dejan caer, dos policías lo sostienen y lo sujetan uno
de cada brazo, mientras los otros siguen golpeándolo, son seis más uno que mira desde la
puerta. El rostro se le perla de sudor, los ojos se le voltean y el cuello se le dobla sin fuerza
hacia el pecho.
—Es suficiente —ordena el que observa.
Lo sueltan y se desparrama inconsciente al piso. Los policías salen, cierran la puerta tras ellos.
Porfirio, flácido como una malagua, respira con dificultad y de su cuerpo sale vapor, pero,
como usa un polo de algodón, la humedad es absorbida. Haciendo esfuerzos respira con
fuerza, sus músculos se le comienzan a hinchar. Pasa a otro estado de estimulación, todo su
cuerpo genera calor. El frío piso lo siente como la más suave caricia, por eso cada cierto
tiempo cambia de una posición a otra.
— ¡Malditos! —murmura, apretando los dientes.
Pasado unos instantes vuelve a escuchar pasos que se acercan. Porfirio cambia a otra posición.
—Qué rápido se mueven esos cojudos de inteligencia —dice uno de los que se acerca a la
puerta.
—Todavía no ha pasado media hora y ya están aquí —le contesta otra persona.
—Tenemos que hacer el acta de incautación lo más rápido posible.
—Ya dejé la orden de que los entretengan lo más que puedan.
Con rapidez abren la puerta e ingresan. Uno de ellos porta una pesada máquina de escribir, es
una de aquellas que sirve para llenar planillas. El otro tiene bajo su sobaco hojas bond en
blanco. Coloca la máquina en el piso y sobre ella las hojas, salen y hacen ingresar una vieja y
sucia mesa de madera que está afuera, mientras uno arregla la máquina sobre la mesa el otro
ingresa un pequeño caballete sobre el que sacan impresiones dactilares, de uno de sus
soportes cuelgan hilachas de guaipe sucio.
— ¡Ponte de pie y ven acá! —Ordena el que está poniendo las hojas a la máquina de escribir.
Porfirio al escuchar la orden intenta ponerse de pie pero un intenso dolor le recorre todo el
cuerpo y nuevamente comienza a brotarle copiosa sudoración. Se queda quieto. El policía
levanta la cabeza y vocifera.
— ¡Oye carajo, te dije que te pongas de pie!
Porfirio levanta la cabeza y lo observa. El otro agente voltea la cabeza y agrega:
— ¿No has escuchado?, te han dicho que te pongas de pie, o, ¿quieres que te levante a
patadas?
—No puedo —responde.
— ¿Por qué no puedes?, ¿qué tienes?
—Porque mi cuerpo no me obedece.
Los polizontes se miran con cara de estúpidos. “¿se les habrá pasado la mano?” —se interroga
el que manda, y ordena.
—Ayúdale a que se ponga de pie.
El policía va donde Porfirio y lo coge de un brazo y con violencia lo jala hacia arriba. Porfirio no
puede evitar soltar un gemido, y de sus ojos caen dos gruesas lágrimas que le resbalan por la
mejilla, su rostro se desfigura.
—Ya pues, ¡párate! —le ordena el que lo jala.
—No es que no quiera pararme, sino que no puedo.
Lo suelta, se coloca detrás, y metiendo los brazos bajo sus axilas lo levanta, Porfirio es joven y
delgado, no pesa mucho, lo levanta con facilidad, con esfuerzo trata de ponerse de pie, pero
las piernas se le doblan, se acerca el otro policía y con sus manos asienta sus pies en el piso
mientras le dice:
—Colabora, pon fuerza en tus piernas.
Porfirio, afirma sus pies contra el piso, se yergue con todas sus fuerzas, pero las piernas le
tiemblan, todo el cuerpo le tiembla, con los ojos cerrados inhala aire despacio hasta llenar sus
pulmones. Levanta la cabeza y se va sobreponiendo, mueve las piernas hasta que se siente
seguro de sostenerse. Los policías lo siguen sosteniendo de un brazo cada uno.
—Acércate despacio a la mesa —le ordena el policía.
Como niño en sus primeros pasos se va acercando, los policías lo dejan de sostener.
—Vamos a tomarte tus generales de ley, y a hacer el acta de incautación.
Porfirio, de pie, mueve los dedos de sus manos, sus hombros y tensa todos sus músculos.
—Tu nombre.
—Antonio Flores Torres.
—Número de tu documento de identidad
Una a una va respondiendo las preguntas en forma concreta.
—Eso es todo —dice el policía, sin embargo continua escribiendo— Listo, ya está—. De un solo
jalón saca las hojas de la máquina, y las coloca al frente de Porfirio— Firma.
Porfirio, da un vistazo rápido a todo, casi al final del escrito dice: “material incautado: un
revólver, volantes, una caja de fósforo y un llavero”. “Yo no tenía ningún arma y tampoco
volantes… ¿Qué hago?, eso no lo querrán cambiar. Puedo negarme a firmar, que es lo mejor.
Pero no es la única salida, usaré otro método.”
Con resolución recibe el lapicero que se le ofrece, acomoda las hojas sobre la mesa y
presionando fuerte, más de lo que acostumbra, escribe su nombre completo y garabatea una
rúbrica cualquiera. Los policías no se toman la molestia de verificar si coincide con la firma de
su documento.
El que tomaba la manifestación sale y de un costado de la reja le pasa la voz a otro agente que
se encuentra cerca de las oficinas, le hace una señal y vuelve. Porfirio dirige su mirada a donde
mira el policía, y ve aparecer a un individuo delgado, viste un terno negro deportivo, camisa
blanca y una delgada corbata también de color oscuro, calzando zapatos de vestir negros,
camina dándose de importante, una mano en el bolsillo y con la otra mueve un llavero.
—Pase —le indica el policía.
Llega cerca de la reja, levanta ligeramente la rodilla para superar el desnivel y se detiene en la
puerta del calabozo. Desde allí observa con detención al detenido. Frunce el entrecejo y
pregunta:
— ¿Cómo se llama?
El policía levanta el acta de incautación redactado, y luego de leer responde:
—Antonio Flores Torres.
El agente desde donde está, lo vuelve a mirar con detenimiento, Porfirio está tranquilo y
aparentemente indiferente a lo que sucede a su alrededor. El agente con pasos pausados da
una vuelta alrededor del detenido, le mira a los ojos, el detenido le sostiene la mirada sereno.
De su bolsillo posterior de su pantalón saca un peine y peina a Porfirio con raya al centro.
Acerca su boca a la oreja del detenido y en voz baja le susurra:
— ¿Te acuerdas de mí? —Porfirio no responde.
—No es quien les ha dicho que es —les dice moviendo la cabeza con petulancia—, me lo llevo,
¿algún documento que firmar?
Le entregan un documento por duplicado, da un vistazo con formalidad y estampa su firma,
devuelve uno y cogiendo de un brazo a Porfirio lo conduce hacia el exterior.
—Veo que no te acuerdas de mí —se dirige al detenido— pero yo ya te he trabajado... un día
nos hemos encontrado, ¿lo recuerdas?
Porfirio, voltea ligeramente la cabeza y lo mira como preguntando quién eres. Pero no abre la
boca.
—Un día nos hemos encontrado en el paradero, subimos al mismo bus, te diste cuenta que te
había reconocido, y bajaste al vuelo, ¿lo recuerdas?
“Había sido éste el que me comenzó a seguir” dice para sí el detenido, sin articular palabra.
Salen al exterior, en una camioneta Land Robert lo esperan el conductor y otro que está
sentado en el asiento posterior. El que conduce a Porfirio abre la puerta y le indica que suba,
después sube él y cierra la puerta.
— ¿Podemos irnos mi teniente? —pregunta el conductor al que estaba con él.
— ¿Falta algo? —pregunta al recién llegado.
—No mi teniente, ¿algún problema?
—Me acaba de comunicar nuestro amigo que tiene que recoger al mayor Palacios de su casa.
Te has demorado mucho allí adentro.
Ya el vehículo está en marcha.
—Han estado haciendo hora conmigo, he tenido que esperar hasta que lo empapelen al
muchacho.
— ¿Y quién es?
—Un viejo conocido, ¿no Lorenzo? —Termina llamándolo por su nombre al detenido.
Cambian de tema y entre cuestiones serias y bromas de mal gusto llegan a la Prefectura de
Lima, en la Avenida España. El conductor detiene el vehículo en la puerta de entrada.
—Aquí los dejo mi teniente.
— ¡Baja! —Ordena el teniente al que conduce al detenido.
Éste baja, abre la puerta y se dirige al detenido.
—Ya llegamos, vamos, ya conoces el camino.
Lorenzo escucha, intenta mover sus piernas hacia el exterior pero no lo consigue. Levanta la
mirada desconcertada hacia donde provino la orden.
— ¿Qué pasa?, ¿sucede algo? —pregunta preocupado al ver la cara lívida del detenido y el
sudor que comienza a mojarle el rostro.
—No me obedece mi cuerpo... lo tengo agarrotado.
Las miradas de los tres se dirigen al detenido, el policía se mete a la camioneta y de un brazo lo
jala hacia el exterior. Porfirio lanza una exclamación de dolor. Su rostro se desfigura, al borde
del asiento el policía lo coge de las ropas mientras dice:
—Veamos qué sucede —le descubre el dorso, y cierra los ojos.
—Teniente, vea lo que le han hecho esos cojudos a este concha de su madre.
El teniente sin bajarse lo observa desde donde se encuentra.
— ¡Carajo, ya lo cagaron! ¿Qué hacemos, tú sabes más de estas cosas?
—Hay que llevarlo inmediatamente al médico legista del Palacio de Justicia, para deslindar
responsabilidades, estamos a tiempo, no ha pasado ni media hora desde que lo he recogido.
—Está bien sube, nos vamos en esta misma unidad.
— ¿Y el mayor, mi teniente? —pregunta el conductor.
—Que tome su taxi y venga, usted informa que ha estado en servicio conmigo y se acabó.
Primero está la institución. ¡Arranca!, vamos al poder judicial.
Raudos, pero en silencio, salen a la avenida Alfonso Ugarte. Porfirio echa un vistazo a su
alrededor, todo lo encuentra desconocido, es consciente que puede ser su última visión de esa
parte de Lima en mucho tiempo. La gente se desplaza por las calles como zombis, cada quien
preocupados en lo suyo. Pasan por un costado de la Torre de Lima, son más de las diez de la
mañana, el tránsito no es tan pesado, rodean el Palacio de Justicia y se estacionan por una de
las puertas laterales, mirando al hotel Sheraton.
Quienes están realizando trámites en el burocrático Poder Judicial realizan tortuosas colas que
impiden el normal tránsito peatonal en las oficinas respectivas. El agente se saca la casaca y la
coloca entre los brazos de Porfirio para que cubra las marrocas. Con dificultad caminan entre
la gente, el teniente adelante, Porfirio al centro y tras él el otro agente, llegan a la puerta que
tiene como letrero “médico legista”.
—Espérame —dice el teniente e ingresa sin respetar la cola.
— ¡Haga su cola, haga su cola! —protestan los que están esperando.
La chica que controla el ingreso, sorprendida lo mira pasar y lo sigue. Se identifica ante el
médico que ausculta a una persona, bajo la atenta mirada de sus familiares.
—Espéreme, termino con estos señores y lo atiendo.
Se dirige a la puerta y les hace una señal que deben esperar. Los minutos se vuelven una
eternidad, mira a su reloj cada cierto tiempo. Pasado más o menos veinte minutos salen los
que están adentro e inmediatamente los policías hacen ingresar a Porfirio. El médico que
atiende se toma todo el tiempo del mundo, sentado en una vieja silla, hace sus últimas
anotaciones sobre su amplio escritorio donde abundan las hojas desordenadas.
—Ahora sí señor policía, explíqueme el caso. —Se dirige al teniente.
—Vea esto doctor —Le tiende el documento de transferencia de jurisdicción del detenido—.
Vea la hora que lo hemos recogido... y si tiene duda pregúntele al detenido. Está muy
golpeado. Queremos que dé constancia del estado en que se encuentra.
—Bien —dice arreglándose los lentes que resbalan a la punta de la nariz–Desnúdese por favor.
—Sácale las esposas —ordena el teniente.
El agente le quita las esposas y da un vistazo al ambiente donde se encuentran, hay una
ventana alta, pero tiene barrotes, el único lugar de salida es la puerta por donde ingresaron,
retrocede unos pasos y desde lejos observa.
—Apúrese, no tenemos todo el día para atenderle a usted —le recrimina el doctor al
detenido—, señorita tome nota.
Porfirio iba a sacarse la chompa, pero el teniente le ordena otra cosa.
—Suéltate la correa —Porfirio obedece.
El teniente se coloca tras él y sube sus prendas hacia la cabeza descubriéndole el dorso. El
médico pestañea y se arregla los lentes, la secretaria abre sus ojotes y tuerce su cuello a un
costado. La espalda del detenido está surcada por hematomas rojos tendiendo a morado
oscuro, como surcos, rectos pero cruzados unos sobre otros.
—Hematomas, causado por extraño objeto contundente a lo largo y ancho de todo el dorso,
con coloración rojizo, por ser reciente. Bájese el pantalón.
Porfirio con dificultad se desabotona el pantalón, el teniente lo desliza hacia sus tobillos,
quedan al aire sus piernas delgadas y velludas.
—Hematomas rojizos en los miembros inferiores causados por golpes contundentes con
objeto desconocido— desde lejos el médico da una vuelta en torno al detenido— bájese el
calzoncillo.
Porfirio baja su trusa hasta los muslos.
—Levante el pene —ordena el médico, mientras observa— allí está bien. Vístase.
—En los brazos también me han golpeado —abre por fin su boca Porfirio.
—Hematomas similares en las extremidades superiores. —Dicta el médico sin constatar si es
verdad o no—. Vístase. Eso es todo. Esperen un momento.
El teniente le ayuda a acomodarse las ropas, Porfirio intenta valerse por sí mismo y lo hace
pero con mucho esfuerzo. El agente que conoce a Porfirio no baja la guardia, está atento a
cada uno de sus movimientos. Cuando lo ve ya arreglado, va hacia él y le coloca las marrocas.
Mientras tanto el médico sella y firma lo constatado. Desglosa una copia, le entrega al oficial.
—Están servidos.
Salen, el conductor del vehículo los espera impaciente. Sin mediar palabras suben al vehículo y
se enrumban a la Prefectura. El regreso, lo hacen en menos tiempo que la ida. Ingresan a la
cochera de la Prefectura y sin ningún apuro le ayudan a bajar.
— ¡Baja la cabeza, pega la quijada al pecho! —Le ordena a la vez que le pone una mano en la
nuca forzándolo a obedecer— Vamos.
Con una mano lo conduce agachado. Porfirio solo puede ver el piso y las paredes del estrecho
pasadizo por el que es conducido. Llegan al final del pasadizo, doblan a la derecha y luego a la
izquierda, suben una larga escalera de madera, llegan al segundo piso, la construcción es
antigua, de gruesas paredes de adobes, y altas, como solían construirse en los tiempos de la
colonia. Desde el final de la escalera se ve las puertas de ingreso de varias oficinas en donde se
escucha que hay ajetreo. Se dirigen a la más cercana e ingresan.
— ¡Hola! —Habla a manera de presentación.
— ¿Qué hay? —le responde una voz desde un rincón.
Detrás de un viejo escritorio se yergue como un fantasma un perezoso individuo.
—Aquí traigo un detenido, debe estar incomunicado. Que nadie lo toque, a este cojudo lo han
chancado feo en la comisaría.
—Somos nosotros los que vendremos a trabajarlo —dice el teniente desde más atrás.
—Dame una capucha para vendarlo —pide el agente.
El que cuida ese oscuro lugar de reclusión se agacha hacia la esquina recoge algo del suelo y le
entrega. El agente lo recibe y antes de colocarle se lo lleva a los ojos.
—Esta porquería no cubre, se trasluce todo. ¿Tienes algo para envolverle los ojos?
Nuevamente se inclina hacia el rincón de la esquina y le tiende una gruesa chalina de lana
sintética mugrosa. Con ella le envuelve la cabeza cubriéndole los ojos y dificultándole la
respiración. Luego sobre ella le cala la capucha negra.
—Cámbiale las esposas.
En silencio recoge del piso varias marrocas, separa una, el agente le saca las suyas y se
distancia. El custodio le pone las marrocas con fuerza.
—Están muy ajustadas —reclama Porfirio.
— ¡Aguanta, pues! —responde.
—Aflójale un poco, está molido ese cojudo. —Ordena el teniente.
En silencio obedece el agente. Se retiran.
—Por acá —dice el agente y lo conduce al centro del cuarto.
Coge un viejo colchón que está apoyado contra la pared, lo tiende al piso, y cogiéndolo de un
brazo lo presiona hacia abajo, Porfirio se sienta al borde del colchón.
El agente se retira. Desde cerca a la puerta observa a los dos detenidos que tiene que cuidar. El
nuevo detenido está atento a todo lo que sucede a su alrededor. Quedan en un sepulcral
silencio.
“Otra vez detenido, y yo que decía que solo muerto o herido de gravedad me iban a detener…
y ¿está vez qué sucedió? … Déjate de tonterías, no es momento de lamentaciones. Esta vez,
Porfirio, desde el primer momento… tienes que afrontar mejor este combate desigual”
Como diapositivas pasan recuerdos por su memoria.
Son segundos antes de las ocho de la noche, el fluido eléctrico titila. ¡Bummm! Se escucha una
potente explosión, y las calles de Lima se quedan en tinieblas, algunas personas corren, otras
se quedan paralizadas, en el cielo transitan los haces de luz que emiten los vehículos en su
recorrido. Lorenzo con un paquete en una mano y en el otro una caja de cerillos está apostado
en una esquina, atento a lo que sucede, una llama se prende y rápidamente se extiende
acompañada de varias explosiones que generan sucesivas ráfagas de viento que le azota en el
rostro; pasan dos jóvenes trotando delante suyo, le hacen una señal, él los sigue a la distancia,
caminan por las calles oscuras y se dirigen a la avenida Argentina donde piensan abordar un
colectivo. Dos nuevas explosiones se escuchan, pero esta vez las explosiones proceden del
lugar por donde pensaban ir, los que van delante se detienen junto a un teléfono público, él
hace lo propio, a lo lejos se escucha el ulular de varios patrulleros.
—Parece que por allá otros compañeros también han actuado. —Dice uno de ellos.
Lorenzo, saca de entre sus ropas dos paquetes, se distancia un poco, los deja caer en un jardín,
va donde ellos.
—Debemos dispersarnos. —Dice.
Por la vereda contraria, pasan corriendo un grupo de personas.
—Sí, es lo mejor. —Dice uno de ellos.
De la oscuridad aparecen corriendo tres individuos con sendas armas en la mano.
— ¡No se muevan! —dice uno de ellos, apuntándoles—. ¡Regístrenles el cuerpo!
— ¡Manos contra la pared! —Ordena otro.
Los tres intervenidos obedecen en silencio. Los registran minuciosamente.
—Nos acompañan. —Dice el que apunta—. Caminen adelante. Pérez indícales el camino.
El aludido empuja a uno de los detenidos y comienzan a caminar. Recorren varias calles y
llegan a una de las dependencias de la Policía de Investigaciones del Perú, son introducidos a
un amplio, sucio y frío calabozo. Los detenidos se comportan como extraños. Uno se queda
parado cerca de la reja, otro se para más adentro apoyado en la pared, Lorenzo pasa hasta el
centro de la celda desconcertado. Desde allí observa que cierran la puerta y se introducen
dentro de las oficinas. Al poco rato regresa uno de los agentes con un cuaderno y su lapicero.
—Tu nombre y tus apellidos. —Le dice al que está más cerca.
—Abelardo Requejo Fernández.
—Ocupación.
—Obrero albañil.
—Tú. —se dirige al que está contra la pared.
—Juan Antonio Quispe Huamán.
—Ocupación.
—Estudiante de Economía.
—Acércate —se dirige a Lorenzo—. Nombre y ocupación.
—Lorenzo Muñoz Abanto, soy obrero.
— ¿Dónde trabajas?
—Vendo gasolina en un grifo, en la urbanización Salamanca.
El policía ingresa a las oficinas y vuelve el silencio.
—Teniente aquí tiene los nombres de los detenidos. —Informa el agente a su superior que
está revisando papeles sobre su escritorio.
—Dámelo. Voy a preguntar por teléfono si tienen antecedentes policiales, si no tienen nada,
para botarlos a la calle hoy mismo. Ustedes dicen que no les han encontrado nada, ¿qué razón
hay para detenerlos?
Hace la llamada, da los nombres y prosiguen con sus actividades. Los detenidos quedan en la
incertidumbre.
Cuando ya son cerca de las diez de la noche, suena el teléfono, contesta el teniente.
— ¡Sargento Carmona! —llama.
—Diga mi teniente. —Responde desde un cuarto adyacente
—Que nadie vaya a su casa ni se meta a la cama. Vamos a ir a hacer registro domiciliario. Que
vengan en el acto.
El sargento Carmona ingresa a uno de los cuartos donde descansa el personal de servicio y
comunica la orden. Salen seis personas, todos están vestidos de civil.
—Señores, dos de los detenidos tienen antecedentes, debemos realizar su registro domiciliario
en el acto, antes que trascienda que están detenidos. Ustedes tres van al domicilio de Requejo,
y ustedes con Quispe. Ellos tienen antecedentes, con el personal que va entrar en la siguiente
guardia haré que registren la casa del otro detenido. Vayan, cualquier cosa piden refuerzos a la
dependencia policial más cercana.
Salen. Minutos más tarde llega el personal de relevo, ingresan, sacan a Lorenzo entre tres, lo
suben a un Volkswagen, le indican que se siente al centro, uno conduce y los otros dos se
colocan uno a cada lado. Toman la avenida Universitaria, cruzan el puente del río Rímac se
dirigen a la avenida Perú, y llegan al jirón San Martín, se estacionan donde les indica Lorenzo,
ya son más de las diez de la noche, con la llave de Lorenzo abren la puerta, los policías suben
corriendo por las escaleras al segundo piso.
—Lorenzo — llega una voz del primer piso— ¿Con quién estás?
Los policías se miran entre ellos y esperan que Lorenzo llegue al final de las escaleras.
—Me han detenido tía, la policía ha venido a registrar mi cuarto. Suba por favor.
Silencio. Abren el cuarto e ingresan, desde el dintel observan todo el cuarto, es chico, hay una
cama, un velador a su costado, una mesa y tres sillas, un mueble librero, y oculto en uno de los
rincones a dirección de la cabecera de la cama un espacio que sirve de cocina. Son dos los
policías que han subido, uno se ha quedado cuidándoles las espaldas y cuidando el carro
afuera. Uno cuida a Lorenzo mientras el otro registra las cosas que hay en el cuarto, sigue
atento los movimientos de su colega, a la vez que disimuladamente va revisando las cosas que
están a la mano.
Se escucha que suben por las escaleras, una señora baja de estatura, gordita y de cabellos
ondulados aparece y tras ella una niña de diez a once años.
— ¿Qué sucede? —Pregunta la señora.
—El joven ha sido detenido como sospechoso de los atentados ocurridos hace unas horas.
— ¿Qué ha estado haciendo? —pregunta la señora, mientras la niña abrazada a sus piernas
observa lo que sucede.
—Nada señora, le digo que ha sido detenido por sospechoso. Nada más, estamos haciendo un
registro domiciliario de rutina. Si no se le encuentra nada, lo ponemos en libertad, eso es todo.
—Parece que no hay nada —dice el que busca, en cuatro patas debajo de la cama.
—Veamos por acá —dice el otro policía acercándose al mueble de los libros, coge uno y mira el
título—. José Carlos Mariátegui, hummm.
Deja ése y agarra otro libro grueso y lo abre.
—La Biblia —Comenta. Pasando a otro que está al costado y lo abre— El Libro del Mormón —
dice en voz baja— Y por acá ¿qué hay? —comenta cogiendo las cosas que están sobre el
librero, encuentra un rollo de papel cubierto con papel periódico, lo descubre y lo comienza a
desenrollar, es papel de lustre rojo, lo desenrolla todo y al centro tiene una hoz y un martillo
de color amarillo— Y esto ¿qué es? —Hace una pausa— ¿No decías que estabas en nada?
Lorenzo se queda en silencio. Los dos policías se miran y reanudan la búsqueda pero con más
minuciosidad, buscan entre las ollas y el servicio de cocina, su ropa la desordenan todo, el que
encontró la bandera roja, revisa libro por libro, encuentra El Manifiesto del Partido Comunista,
de Carlos Marx. En el nivel inferior encuentran los cuadernos de estudios de Lorenzo, lo hojean
página por página, son de las diversas materias del último año de educación secundaria. En
uno de los cuadernos encuentra varios escritos tomados a vuela pluma, lo lee de parte en
parte.
—Estás cosas no las entiendo —comenta el agente— además, aquí hay nombres que no son
históricos. Lo llevamos.
—Claro, ya allá que lo estudien los especialistas —Comenta el otro agente.
—Lo tenemos que llevar, señora. Como usted verá, no es tan inocente que digamos.
La bandera, el libro y el cuaderno lo meten en una bolsa plástica y bajan, emprenden el
retorno dejando a la señora en la incertidumbre y la niña llorando.
Cuando llegan de regreso a la dependencia de la Policía de Investigaciones de la Unidad
Vecinal número tres ya los otros agentes han regresado de registrar las casas de los otros
detenidos.
— ¿Qué tal les fue? —pregunta un oficial a los que regresaron primero.
—Este cojudo nos ha llevado a la casa de su tía, pero allí lo niegan dicen que él no vive allí.
—Algo esta ocultando hay que tener en cuenta que Abelardo, recién ha salido del Frontón,
hace sólo cinco meses. Claro que él es un terrorista…y nos está ocultando algo.
— ¿Y cómo les fue con Muñoz? —Se dirige a los recién llegados.
—Él dice que no sabe nada, pero en su casa hemos encontrado una bandera roja con la hoz y
el martillo y un libro de marxismo.
—En algo está —comenta el oficial—, y del otro ¿qué fue?
—Él dice que vive en casa de sus padres en Comas. Sus padres también dicen que vive allí,
pero en el cuarto donde supuestamente vive, no hay nada que le pertenezca. Todo son cosas
de un niño menor que él.
—Así que se quieren pasear con nosotros —El oficial hace una señal y dos agentes conducen a
Antonio a un baño, a Abelardo otros dos y después se escucha forcejeo, golpes, resoplidos,
pero no hay gritos.
Después de más o menos quince minutos, cesa la golpiza. A Antonio lo han metido a la ducha y
de la cintura para arriba está mojado. Uno de los que golpeó a Antonio se acerca a Lorenzo.
—Dime tú, por las buenas, ¿Eres o no eres?
—Escucha Muñoz —interviene el oficial— Tú sí eres, pero ya perdiste. ¿Eres o no eres un
luchador social?
—Sí lo soy —Responde orgulloso Lorenzo—. Soy un revolucionario, que busco lo mejor para mi
pueblo.
— ¿Ellos son tus camaradas? —pregunta el agente bravucón.
—No, yo a ellos no los conozco.
— ¿No estas mintiendo? —dice el oficial.
—No tengo porqué hacerlo.
—Ellos también son, aunque tú no los conozcas, y es más, ellos ya han estado detenidos, uno
ha estado en El Frontón y el otro en Lurigancho.
—Métanlos al calabozo, mañana los pasaremos a Seguridad del Estado, a ver si con ellos se
pasean, allá les van a sacar la puta de su madre.
Los conducen de regreso al sucio calabozo, de uno en uno les sacan las esposas. Los tres se
miran como desconocidos. En las oficinas los agentes policiales redactan documentos en
ruidosas máquinas de escribir. Abelardo con disimulo está parado cerca de la puerta de
ingreso al calabozo. Tan luego se retiraron los policías Antonio se saca la chompa y la camisa,
las exprime y las pone a secar cerca de una ventana que da a la calle donde corre aire. Al ver
esto, Lorenzo sin mediar palabras le da su chompa, Antonio la recibe y se la coloca, luego en
silencio se pone a caminar en idas y venidas de un lugar a otro. Cuando ya no hay ruido
Antonio recoge las hojas de periódico sucios que hay en el suelo, Abelardo hace lo mismo,
Lorenzo se limita a mirar.
Un policía alarga su cuello y saca la cabeza por una puerta, mira a los detenidos y la cierra
ruidosamente.
Antonio los llama a un costado del calabozo, donde no los vieran los agentes y puedan
escuchar si vienen a husmear.
— ¿Qué pasó con usted? —Le increpa a Lorenzo—. Usted se ha comprometido a guardar la
Regla de Oro.
—Eso estoy haciendo, yo no los estoy comprometiendo a ustedes —responde presto Lorenzo.
— ¿Sabe usted, lo que implica guardar la Regla de Oro? —Interviene Abelardo.
—No comprometer a nadie —responde Lorenzo con seguridad.
—Eso es una parte —dice Antonio— pero no es sólo eso, implica no auto inculparse, porque
eso es auto delación.
—Además —interviene Abelardo— usted acepta ser revolucionario, y le van a preguntar
dónde está organizado, a qué organización pertenece, con quién se reúne, qué planean hacer,
etc., etc.
—Estoy haciendo lo que hizo Pavel, en La Madre.
Antonio intenta calmarse, con sus dedos golpea el piso, como si lo hiciera sobre una mesa, e
interviene.
—Las condiciones de los revolucionarios soviéticos han sido otras, distinta a las de nuestro
país. En ese entonces el socialismo no estaba tan difundido como hoy, por eso ellos usaban los
tribunales reaccionarios como tribuna de agitación. Pero eso no hacemos nosotros. Aquí
nosotros aplicamos el ser “ciegos, sordos y mudos”. Lo cual quiere decir que no hemos visto
nada, no hemos escuchada nada y por tanto nos comportamos como mudos, porque no
tenemos que darle ninguna explicación a los reaccionarios.
—Nosotros somos francos, sinceros y leales con nuestro Partido —interviene Abelardo— con
nuestros compañeros. Pero a la reacción no tenemos porqué decirle nada. Nos dicen que
somos “cínicos”, “mentirosos”. Pero eso está dentro de nuestra política, al enemigo no se le
dice nada. De ellos su papel es defender el viejo orden, y de nosotros transformarlo. Por tanto,
no tenemos porqué facilitarle su trabajo.
Lorenzo agachado reflexiona. “Debo de no haber prestado atención a esa parte de no auto
delatarse. Dos cosas: No he estado atento, o no me lo han explicado”.
— ¿Entonces qué debo hacer? —Pregunta.
—Negar todo —responde presto Abelardo.
—Claro que será difícil, porque lo van a golpear, le van a torturar —agrega Antonio— pero es
la única solución. Si no lo hace lo sentenciarán y pasará varios años en la cárcel. La obligación
de todo revolucionario es en primer lugar, mantener una alta clandestinidad, para no ser
detenidos y cuando sufre un accidente de trabajo, porque eso es una detención, guardar la
regla de oro, a fin de salir en libertad lo más pronto para seguir combatiendo. —Antonio se
detiene para ordenar sus ideas.
—Si nosotros negamos todo, aunque nos hayan, cogido con las manos en la masa, como se
dice, los jueces no tendrán elementos con qué juzgarnos. —Acota Abelardo.
—Acá, los policías que nos han detenido, elaborarán un parte y nos trasladarán a Seguridad del
Estado, allá en base a eso nos interrogarán, y no será con palabras suaves, nos amedrentarán,
nos golpearán, nos chantajearán y en base a lo que logren saber de nosotros harán un
atestado con el que nos remitirán al Poder Judicial. Si nosotros no decimos nada, no sabrán
nada. ¿En base a qué nos podrían sentenciar? Y no les quedará otra cosa que ponernos en
libertad. Salvo que uno de nosotros se quiebre, y nos sentencien en base a los elementos que
consigan de otra persona, pero en ese caso es la versión de él versus la tuya —hace una
pausa—. ¿Podrá negar lo que ha dicho?
—Claro que lo haré —responde presto.
—Pero no le será fácil —le recuerda Abelardo.
Antonio tiene abundante papel periódico, separa más o menos la mitad y le da a Lorenzo.
—En esto descansará, dormiremos separado, cada quien por su cuenta. Si dormimos juntos no
sentiríamos mucho frío, pero no es conveniente. Procure dormir boca arriba, para cuidar la
espalda. No se saque los zapatos. Eso es todo. ¡Ah!, y recuerde, cuando estemos en Seguridad
del Estado, buscarán hacernos caer en contradicciones, le dirán: ya los otros han hablado todo,
o, ya los sabemos todo, etc., etc. Nosotros no tenemos porqué creerles.
Se pone de pie, Abelardo de igual manera y Lorenzo los imita. Antonio y Abelardo se dirigen
cada uno al sitio que ya tenían pensado para improvisar su lecho. Lorenzo los observa, luego se
acerca a una de las paredes, tiende el periódico en el suelo y se acomoda boca arriba, con unas
cuantas hojas de papel periódico se cubre el pecho y se queda quieto.
Los tres están tendidos boca arriba, cada uno piensa en lo que tiene que afrontar. “Que rápido
me han vuelto a detener —piensa Antonio— es la primera tarea y me dejo atrapar... algo anda
mal... tengo que serenarme... no buscar culpables... mi problema hoy es cómo me escapo,
tengo que volver al campo de combate...”
“¿Flaqueará Lorenzo? —Piensa Abelardo— es nuevo, ¿cuánta convicción tendrá en la causa
comunista? Espero que no conozca mucho, porque si se quiebra golpeará el nuevo trabajo que
se ha comenzado a levantar. Sea como sea yo no diré nada. De mí no sacarán nada.” Se queda
quieto, al poco rato se queda dormido.
“Tengo que descansar, —se dice Lorenzo— ¿Qué vendrá mañana? Sea lo que sea habrá que
afrontarlo.”
El último en dormirse es Antonio y por la mañana el primero en levantarse. A las seis ya está
de pie, se dirige a su ropa y la palpa. Su bibidy es de algodón, aún está húmedo, su camisa es
de una tela ligera, ya está seca, su chompa está mojada, el agua se le ha escurrido a los
extremos. Se coloca su camisa y le devuelve su chompa a Lorenzo.
—Gracias —le dice.
Lorenzo la recibe en silencio y se la coloca. A eso de las seis y treinta asoma su cabeza un pip,
secándose la cabeza con una toalla, observa a los detenidos.
— ¿No tienen asco estar en una cochinada cómo ésa? —dice el agente.
—Deme una escoba y lo barro —dice presto Antonio.
—Espérame un momento.
Al rato sale llevando una escoba en la mano, se la alcanza a Antonio por entre los barrotes. En
silencio la recibe y se dirige al fondo, comienza a barrer, lo hace sin apuro. El agente se retira.
Barre toda la basura y se toma la molestia de recoger las hojas de periódico y amontonarlas en
un lugar donde no sea vistas a simple vista, Abelardo y Lorenzo lo miran con indiferencia.
Cuando termina de amontonar toda la basura, la recoge en periódicos viejos.
— ¿Dónde boto la basura? —grita.
Al poco rato aparece el agente con un llavero en la mano. En las oficinas se escucha la
presencia de otros agentes. Abre la reja.
—Saca la basura y métela en ese cilindro.
Antonio obedece bajo la atenta mirada del custodio.
— ¿Puedes barrer todo esto? —le señala la parte exterior del calabozo.
—Claro —responde, cogiendo la escoba y poniéndose a barrer desde el rincón más cercano.
El agente cierra el calabozo y se mete al interior de las oficinas. Antonio termina de barrer
todo, recoge la basura y sin decir palabra continúa entrando a las oficinas. Termina de barrer
una oficina e ingresa a otra, llega a la zona de los servicios higiénicos donde la noche anterior
lo han golpeado, desde allí puede ver la calle por la puerta de ingreso a la dependencia policial.
Son tres agentes los que están en la dependencia policial, solo uno está atento a lo que hace,
Antonio calcula cada uno de sus movimientos.
— ¿Dónde está el parte de ayer? —pregunta uno de los agentes.
—Por ahí estaba —responde el que observa a Antonio.
— ¿Puedes dármelo?
—Claro —responde y se da vuelta.
Antonio, escoba en mano, se dirige a la puerta y saca la cabeza. Toda la calle está vacía, sin
pensarlo dos veces sale a la calle y deja caer la escoba. El agente escucha el ruido y sale presto,
no ubica a Antonio.
— ¡Concha de su madre, se largó el detenido! —grita alarmando a sus colegas, y sale
caminando sin saber qué dirección tomar, pero hace disparos al aire para alertar a sus colegas.
Antonio corre doblando en cada esquina que encuentra. A cuatro cuadras de la comisaría, al
voltear la esquina, casi se estrella con un transeúnte, se detiene a centímetros. El transeúnte
que caminaba distraído lo mira a la cara y se reconocen; es el agente que en la noche lo ha
golpeado en la ducha. Antonio lo esquiva y acelera su velocidad. El agente, corre tras él a la vez
que desenfunda su arma de reglamento, se detiene y apunta, pero no sale el disparo, está con
seguro, mientras quita el seguro ya Antonio ha desaparecido de su vista. Antonio corre
desorientado, entra por una calle, cuando está por la mitad se percata que no tiene salida,
regresa sobre sus pasos y toma otra dirección. El agente que lo cuidaba corre desorientado y a
paso lento, en eso Antonio cruza como una saeta a una cuadra de donde está él, al verlo pasar
cobra ánimo y va tras el fugitivo, llega rápido a la esquina y desde allí le dispara al cuerpo.
Antonio corre en zigzag, al llegar a la esquina se encuentra con otro agente que ha salido de la
estación, ya Antonio está cansado. El agente le da alcance y le pone cabe, rueda al piso,
intenta levantarse y le cae un puntapié en las costillas, trata de incorporarse, llega el agente
que lo ha golpeado en la noche y de un manotazo lo vuelve a hacer caer. En el piso lo golpean
sin compasión, llega el que lo había sacado a barrer y lo sujeta contra el piso, le coloca las
esposas y lo hace ponerse de pie, allí lo rellena de golpes en el abdomen, el mismo que lo ha
golpeado en la noche. Dos agentes, sujetando de un brazo cada uno, lo conducen a la
dependencia policial. Abelardo y Lorenzo escuchan movimientos y se acercan a la reja.
— ¡Pónganse lejos de la reja! —ordena un agente mientras se acerca a abrir el calabozo. Los
que conducen a Antonio lo arrojan al interior con las esposas puestas.
— ¡Puta madre, te cagaste, ahí te quedas! —dice el agente que más lo ha golpeado.
—Lo saqué para que haga limpieza, y en un descuido mío me terció.
— ¡Carajo!, ese cojudo es un terruco, recién ha salido de Lurigancho y no quiere volver. Con
todos esos hay que tener cuidado, son peligrosos. Hay que pasarlos cuanto antes a Seguridad
del Estado.
Cierran la reja y desde lejos miran a los detenidos, ingresan a las oficinas.
— ¿Qué pasó? —inquiere Abelardo, ayudándole a ponerse de pie a Antonio, a quien lo han
dejado con las esposas puestas.
—Me volvieron a detener, ya me había ido, pero no conozco las calles de este lugar donde
estamos detenidos, y me metí a una calle sin salida.
—Tranquilo, lo principal es que lo has intentado —le responde el mismo.
Lorenzo observa. Ya de pie, Antonio con disimulo se frota las zonas de su cuerpo en que ha
sido golpeado. Pasan las horas. Cerca a las once la mañana llegan personal de Seguridad del
Estado a recoger a los detenidos. Los enmarrocan a cada uno de los detenidos con las manos
adelante y los suben a una camioneta cerrada. Son conducidos a la Prefectura, los ubican
separados, aislados unos de otros, y encapuchados. Lorenzo es ubicado en un cuarto donde ya
hay otros detenidos encapuchados y enmarrocados. Están sentados en el piso, algunos se
sientan sobre frazadas que les han llevado su familiares, otros en cartones sucios y viejos,
están incómodos, pues el lugar son oficinas que han sido improvisadas para aislar detenidos
bajo la atenta mirada de los policías que hacen sus cosas, y uno que está en vigilancia
exclusiva.
Cerca de las tres de la tarde uno de los agentes grita:
— ¡Llegó la paila! Van a salir en orden, de cinco en cinco, comen rápido para que salgan los
demás.
Lorenzo sigue quieto en la esquina, con disimulo levanta la capucha y trata de observar lo que
sucede a su alrededor. Al rato, regresan trayendo a los que almorzaron.
—Pónganse de pie todos los que faltan almorzar —los detenidos se paran— nadie se levante la
capucha, todos mirando al piso, hagan un trencito —coge a uno que está cerca a la puerta—.
Tú vas a ir adelante, los demás se van acomodando atrás.
Lorenzo, que está en el rincón más lejano es el último.
— ¿Todos están llevando su cacharro, no?
—Claro —responden todos, casi en coro.
— ¿El último, también?
— ¿Qué? —responde sorprendido, Lorenzo.
— ¿Tienes en qué comer?
—No.
— ¿Quién le presta uno?
—Yo tengo un taper vacío. —Ofrece uno de los detenidos.
—Dale pero sin levantarte la capucha —ordena el celador.
El detenido a tientas busca entre sus pocas cosas, que están en una bolsa plástica, saca un
recipiente y orientándose mirando al piso, va al final de la cola y le entrega a Lorenzo, éste le
recibe y dice:
—Gracias.
“Esa voz, la conozco” —piensa el que entrega el recipiente.
—Listo, arranca el tren. —Dice el gendarme mientras empuja de un hombro al que esta
adelante.
Sortean los pupitres, pasan de una oficina a otra, llegan a un pasadizo que comunica a varias
oficinas, y varias escaleras que descienden. En uno de los cuartos están ubicadas las ollas con
los alimentos, les sirven y a un costado, de pie, levantando ligeramente la capucha, ingieren los
alimentos. Lorenzo es el último del grupo que recibe su ración, se ubica a un costado de los
otros obstruyendo el tránsito del pasadizo.
—Venga por acá —dice el custodio, empujando a Lorenzo al costado de otro que come.
El que le prestó el recipiente está cerca, con disimulo se acerca a Lorenzo, quien no se percata
de lo que sucede a su alrededor, concentrado en comer. Le da un codazo para llamar su
atención, este gira hacia él poniéndose en guardia, se encuentran con la mirada.
—Ten cuidado, no te levantes mucho la capucha —le dice el detenido en voz baja, acercando
su boca cerca de su oído —hay personas que te conocen y están delatando.
En un acto reflejo, Lorenzo, con la mano que coge la cuchara se jala más la capucha y agacha
más la cerviz.
“¿Quién será este compañero? —Se pregunta Lorenzo frunciendo el entrecejo— Donde me
tienen hay voces que me son conocidas. Debo de hacer caso a su consejo.”
Al regresar a donde los tienen aislados, se coloca bien la capucha, y aguza su oído para saber
que sucede a su alrededor. Todos los incomunicados duermen de cualquier manera donde
están, algunos sentados apoyando la cabeza contra sus piernas, otros se apoyan en el que está
cerca de él, otros se estiran en toda su humanidad.
A la mañana del tercer día de incomunicación Lorenzo recibe alimentos y una frazada de parte
de su madre. A todos los detenidos les permiten devolver los recipientes que sus familiares
han dejado en un envío anterior.
Cada día disminuye el número de detenidos incomunicados, hasta que una noche un jalón
despierta a Lorenzo y lo hace ponerse de pie con violencia. Sonámbulo, en silencio casi a
rastras lo conducen a otro ambiente. Pasan por varios cuartos y llegan a un ambiente en donde
corre aire, de un empujón lo hacen sentar en una silla, siempre sin mediar palabras, le sueltan
la marroca de una mano y lo vuelven a enmarrocar pero con las manos hacia la espalda.
—Muy bien, Lorenzo —por fin habla con voz fúnebre una persona—. Tú eres un guerrillero,
pero ya te tocó perder. A veces se gana y a veces se pierde. Hoy te tocó perder. —Lorenzo
escucha sin responder nada.
—No van a poder tomar el Poder de esa manera, ése no es el camino —dice otra voz menos
agresiva— mientras le saca la capucha.
Lorenzo, abre sus ojos legañosos, un foco de 50 watts ilumina pobremente el ambiente, sin
mover la cabeza trata de observar dónde se encuentra, es un ambiente amplio, hay varios
muebles viejos, y algunas sillas. Sobre un escritorio se sienta uno, mientras que otro con la
capucha en la mano está cerca.
— ¿Puedes decirnos cómo es que te han convencido de que la lucha armada es el camino? —
Hace una pausa— ¿Quién te ha captado?
Lorenzo frunce el entrecejo, pone una cara de sorprendido y responde:
—Señor, no entiendo de qué me está hablando. —Mirando con cara de estúpido al que le
pregunto desde donde está sentado.
La respuesta sorprende a los interrogadores, que se miran unos a otros. El que está con la
capucha en la mano, levanta los hombros y achica los ojos. El que dirige lleva su mano hacia
atrás y sin mirar trata de coger algo, al no encontrarlo voltea el cuello y busca con la mirada, se
estira un poco y coge algunos papeles, los ojea moviendo la cabeza cuando pasa de un renglón
a otro.
— ¿Tú eres Lorenzo, no?
—Sí señor.
—Tú eres un revolucionario que busca lo mejor para su pueblo, ¿o ya lo has olvidado? —Le
dice, levantado la cabeza después de leer.
—La verdad, señor, no sé de qué me habla. —Responde mirándolo de frente.
—Eso es lo que tú has dicho allá donde te han detenido.
Lorenzo mueve su cabeza.
— ¿Revolucionario?, qué es eso señor. ¿De qué me habla?
—No te hagas el pendejo —advierte el que está con la capucha en la mano—. Aquí nadie se
pasea con nosotros.
“Qué pendejo ese concha de su madre. —Piensa el que tiene los papeles en la mano—. Seguro
que ya le han aconsejado. Yo pensé que con éste la cosa era fácil, pucha mare, ahora hay que
estudiar ese cuaderno que le han encontrado.”
— ¡Llévalo! —Ordena.
En silencio, pero bruscamente lo venda y le pone la capucha. De la misma forma en que fue
conducido es arrastrado hasta donde lo tienen incomunicado, como a cualquier cosa lo arroja
a una esquina donde no hay nadie.
“¿Qué vendrá?... Debo descansar.”
En el ambiente quedan él y un detenido más. Con su frazada se envuelve como mejor puede y
se queda dormido. Al día siguiente, por la noche, nuevamente a empellones es conducido al
mismo lugar de la noche anterior. Lo dejan solo, siente pasos apurados que ingresan al cuarto.
Corre un poco de aire. Un golpe en la boca del estómago lo hace doblarse.
— ¡Ahhhh!
— ¡Te crees pendejo concha tu madre! —vocifera uno.
Lorenzo está enmarrocado doblándose de dolor y tratando de inhalar aire.
—Así que no sabes nada, ¿no? —y le zampa una patada en el pecho.
El detenido cae de espalda golpeándose la cabeza contra una silla que estaba tras él. Lorenzo
en el piso respira mejor: Sin quererlo, el policía con el golpe en el pecho le ha ayudado a
recuperar el aire perdido. El ahogo le había hecho lagrimear copiosamente. Un agente lo coge
con las dos manos de las solapas, lo levanta y le hace sentar en la silla.
—Aquí no te vas a pasear con nosotros hijo de puta… En tu casa tenías una bandera
comunista, tenías un retrato de Mariátegui. Y pretendes negar que eres un comunista. Nos
crees cojudos, ¿o qué?
Silencio.
— ¿Me has escuchado, terruco de mierda?
Silencio.
—Respóndeme, ¿son tuyas esas cosa o no?
—El retrato de José Carlos Mariátegui sí es mío. Yo no tenía ninguna bandera.
—Ya comenzaste con la pendejada, entonces dime cómo conseguiste el retrato de Mariátegui.
¡Respóndeme!
—El retrato vino en el interior del periódico Unidad. Yo compré el periódico y allí estaba.
— ¿Dónde se encuentra ese periódico?
—En la Plaza Dos de mayo se lo encuentra en cualquier kiosco.
—Eres pendejo. Ese periódico solo lo compran los comunistas.
—Yo no sé qué es ser comunista.
— ¿Y por qué lo conservabas?
—Porque en el colegio me han enseñado que José Carlos Mariátegui ha estudiado la sociedad
peruana como ninguno.
—En el colegio, ¿no? Y ¿qué tiene que ver Mariátegui y la bandera roja?
—No le entiendo señor.
—Te haces el cojudo carajo. ¿Te pregunto por qué tenías la bandera y el retrato de
Mariátegui? Eso es lo que te pregunto.
—Ya le respondí señor. Yo no he tenido la bandera.
—Aquí en el acta de incautación que tú has firmado consta que tenías una bandera. —El
interrogador comienza a revisar las hojas que tiene en sus manos.
— ¿Firmado? Yo no he firmado nada.
“Carajo, esos huevones no han redactado ningún acta de incautación. A las justas han hecho
un simple atestado policial… a ver… veamos qué logramos sacar con lo que se tiene.”
Coge el cuaderno que está sobre el escritorio y va hacia Lorenzo, con una mano le levanta
levemente la capucha, con la otra le acerca el cuaderno a la cara.
—Y, ¿este cuaderno es tuyo o no? —dice dejando caer la tela oscura.
—Sí, es mi cuaderno.
— ¿Sabes lo que está escrito acá?
—Sí sé lo que yo he escrito en él.
—Aquí tienes escritos subversivos. Y está escrito de tu puño y letra, eso no lo vas a negar. Me
escuchaste. —pregunta en tono amenazante y amedrentador.
—Lo que he escrito en él son temas de historia.
—Me refiero a lo que has escrito en la parte final, eso que está todo garabateado porque lo
has escrito apurado.
— ¿Cuál? Todos son temas de historia.
—De historia son tus clases del colegio. Las páginas finales no son del colegio.
—Quiero verlo. —Dice enérgico.
El agente se acerca y le coloca el cuaderno encima de sus piernas, le levanta un poco la
capucha.
—Lo estás viendo. No me vas a decir que no es tuyo.
—Son notas que he tomado de mis clases en la academia pre universitaria. Recuerdo que trata
de Thomas Münzer y Martín Lutero. ¿Dónde está lo malo?, trata de los años 1520 y tantos.
“Esto es doctrina terrorista —piensa el interrogador— pero, cómo demostrarlo. También hay
nombres de personas. ¿Quiénes serán?...deben ser de los otros terroristas, pero, ¿de quién de
ellos?...puta mare.”
—Clases pre universitarias, ¿no? ¿En dónde te preparabas?
—En la academia AFUSM.
— ¿Dónde está su local?
—Dentro de San Marcos.
—Y los nombres que están en la parte final ¿de quiénes son?
— ¿Nombres?,… no recuerdo.
Un sopapo le remece la masa encefálica, y lo hace balancearse de izquierda a derecha. Lorenzo
sacude su cabeza para salir del aturdimiento.
—Ahora, ¿te acuerdas?
Silencio. Otra bofetada por el otro lado del rostro lo hace tambalear al otro lado.
—Si no te acuerdas nosotros haremos que lo recuerdes. No quieres por las buenas entonces
será por las malas.
—Lorenzo, sé razonable, ya has perdido. Así es la guerra, unos ganan otros pierden y tú, ya
perdiste. —Interviene el otro
—Y si no confiesas todas la pendejadas que has hecho y con quiénes, te sacaremos ¡la concha
de tu madre! —Dice el que le asestó los golpes— Ya escuchaste, ¿de quiénes son esos
nombres?
—Aquí dice además, “tareas”. Y no vengas a decir que no se trata de conspiraciones
terroristas. Solo que lo has escrito con símbolos. Anda recordando de qué se trata.
—Hoy nos vas a tener que decir de qué se trata… ¿estás escuchando? —No hay respuesta—
¿Escuchaste? ¡Responde carajo!
El detenido sigue quieto, pero atento a lo que pueda venir.
— ¡Oye concha de tu madre, me estás haciendo perder la paciencia! ¡Habla carajo!— Vocifera
el que está más lejos
—Pero, ¿qué quieren que les diga?, no sé de qué me hablan. —Responde con voz temblorosa.
— ¡Ah!, no sabes. —Dice el que está cerca.
Se dirige atrás de la silla, lo coge de los brazos enmarrocados y los levanta, Lorenzo se dobla
hacia delante, la silla cae.
— ¿Eres terrorista, si o no?
—No señor. De verdad, yo no soy nada. —Su voz es lastimera.
—Basura. —Dice el que lo sostiene de los brazos, Lorenzo está en puntillas, lo arroja de cara al
piso.
—Tienes toda la noche para que lo recuerdes. —Dice el que está lejos.
—Si no hablas por las buenas te colgaremos de las bolas, carajo —interviene el otro siempre
en afán amedrentador.
—Llévalo.
Lo regresan a la esquina en que lo tienen incomunicado. Ya no quedan otros detenidos en ese
ambiente. La noche es más fría y más larga.
Al día siguiente, alrededor de las once de la noche nuevamente es despertado abruptamente y
arrastrado por dos personas que lo sujetan de sus ropas y lo conducen en silencio haciendo
que arrastre la punta de los zapatos, llegan donde lo están interrogando, los policías se miran y
se sonríen por anticipado de la maldad que traman, los dos a la vez sueltan a Lorenzo que se
estrella contra el piso de cemento.
—Disculpa —dice uno de los agentes, y procede a levantarlo, lo hace sentar en una silla.
La boca de Lorenzo toma un sabor dulzón por la sangre que le brota de una de las paredes
bucales que se ha mordido al chocar su quijada contra el piso. Uno de los agentes se posesiona
detrás de la silla y comprueba que esté bien vendado, luego en silencio le suelta la marroca de
un brazo y se lo vuelve a colocar pero hacia la espalda.
El agente encargado de dirigir el interrogatorio, con una señal le pide a su subalterno que se
acerque, le va decir algo en voz baja, pero se percata que están cerca al detenido, cogiéndolo
de un brazo lo conduce a la esquina más lejana.
— ¿Qué hacemos?, no hay nada concreto contra este cojudo, con los otros dos tenemos al
menos sus antecedentes, pero de éste, nada.
—Tenemos el atestado con el que lo remitieron.
—No hay nada firmado por él. No hay acta de incautación, menos presencia del fiscal. He
estado leyendo su cuaderno, son notas de historia, claro que tiene contenido subversivo, pero
no se lo puede tomar como elemento de prueba.
—Hay un libro de Marx, creo.
—Verdad, ¿no?, veamos que podemos sacar de ello.
—Hay que trabajarlo a la psicología. De eso me encargo yo. Cúbrase la cara. —Dice mientras él
se coloca un pasa montañas que saca de su bolsillo posterior.
Da la vuelta y se enrumba al detenido subiéndose el pantalón acogiéndolo de los pasadores de
la correa. Con ambas manos coge al detenido de las ropas y lo hace ponerse de pie, luego se
posesiona tras él y lo empuja para que camine en la dirección que lo va empujando, el
detenido da dos pasos y tropieza con un desnivel del piso.
— ¡Fíjate por donde caminas! ¡Levanta el pie carajo!
Lorenzo a tientas levanta su pie poco a poco, hasta llegar a encontrar donde pisar. Lo conduce
al fondo de la habitación y le saca la capucha.
—Mira bien donde estás. Voltéate y mira todo lo que quieras.
Lorenzo, abre sus ojos, aunque la luz es débil, lo incomoda, poco a poco los abre bien, lo
primero que mira es al que lo sujeta, luego al que dirige el interrogatorio, que espera a la
distancia. Por la pared más cercana a él, llegan los débiles rayos del alumbrado eléctrico de la
calle, y más cerca divisa una oscuridad lóbrega.
— ¿Sabes qué lugar es ese? —Le dice mostrándole con la mano la parte más oscura.
Lorenzo no responde, mira de un lado a otro moviendo la cabeza.
—Ese lugar es El Sexto, ¿lo sabías? El Sexto es una cárcel en donde la vida no vale nada, allí casi
diario se mata la gente y nadie lo sabe. Mira bien, este lugar esta junto, ellos ya están
acostumbrados a escuchar balazos. Así que si acá, se dispara un tiro, es lo más normal. Si gritas
nadie te va a escuchar. ¿Has entendido lo que te quiero decir? —Mientras dice lo último le
vuelve a vendar los ojos y le pone encima la negra capucha.
Empujándolo de la espalda lo regresa a la silla, Lorenzo olvida el desnivel y se da un susto al
pisar en el vacío, adrede el policía lo suelta cuando lo ve trastabillar, pero no pierde el
equilibrio, y se queda de pie. El que ordena, con señales le dice que lo haga sentar en la silla.
—Vamos a hacer las cosas por las buenas, Lorenzo. ¿Me estás escuchando?
Silencio.
— ¡Te he preguntado si me has escuchado! –Levanta la voz.
—Sí.
Un sopapo contundente le cae en el la oreja izquierda.
— ¡Sí señor, se responde carajo! —Le dice el agente que lo golpeó— ¿Qué, no sabes modales?
Nuevamente el silencio. Y otro manotazo le cae per el otro lado.
—Sí, señor. —Responde de mala gana.
—Ya vez, ya estás aprendiendo —dice el que lo golpea.
—Te estaba diciendo, —interviene el otro— que queremos hacer las cosas en forma rápida y
sin tener que recurrir a la violencia. Eres joven, ¿para qué vas a buscar que se te maltrate? Lo
único que queremos saber es desde cuándo perteneces a Sendero y quién te capto.
—Señor, yo no sé a qué se refiere.
—Te lo diré en otras palabras, ¿desde cuando perteneces al movimiento? —interviene el que
está cerca y presto a golpear.
—Yo no sé nada señor.
—No te hagas el cojudo, te estoy preguntando desde cuándo perteneces al Partido Comunista.
—Yo no pertenezco a ningún partido señor.
El agente levanta la mano para golpearlo, pero el otro hace chasquear sus dedos para decirle
alto con las manos.
—Cómo que no eres comunista. Entonces, ¿por qué tenías el libro de Carlos Marx en tu poder?
O, ¿vas a negar que fuera tuyo?
—No señor, por qué lo voy a negar, es cierto que lo tenía, lo he comprado, por cultura general,
pero no he tenido tiempo de leerlo.
—Pero por qué ése, habiendo tantos libros.
—Por cultura general, señor, en mi cuarto también tengo la Biblia, el Libro del Mormón y otros
libros religiosos.
—Lorenzo, no seas necio, ya nosotros lo sabemos todo, tú te estás haciendo el difícil, pero tus
compañeros no piensan igual, ya cantaron todo.
“No lo creo.” —Se dice para sí Lorenzo.
—Ya sabemos quiénes son: Jaime, Luis, y Rubén. Por las puras estás negando todo.
“Qué negligencia la mía, haber escrito los nombres completos”, —Se recrimina Lorenzo.
—Por ejemplo, ya Rubén cantó todo. Con dos cachetadas soltó todo. Ya nos dijo cuántas
acciones ha hecho, con quiénes y en dónde se reunían. Con eso los empapelamos a los tres.
Los policías se miran guardando silencio atentos a la reacción de Lorenzo ante su contundente
afirmación.
Por dentro de la capucha Lorenzo sonríe.
“Imbéciles, Rubén, soy yo.” —Se dice mientras aprieta sus dientes con firmeza.
El silencio se prolonga por un momento. El que está más cerca mira a su jefe, y con gestos le
dice qué sigue. Con gestos le responde: métele golpe.
Da dos pasos y le impacta un gancho en el abdomen, Lorenzo se dobla.
—Bueno, no quieres por las buenas, entonces será como nosotros sabemos hacer que los
terrucos recuerden todo lo que saben y todo lo que han hecho.
No termina de recuperar el aire que perdió y una patada en el pecho lo derriba con silla y todo.
Lorenzo cae aparatosamente, golpeándose la cabeza contra la silla, queda aturdido, en el
mismo lugar lo continúa pateando, para cubrirse adopta la posición fetal en silencio, los golpes
le caen en las extremidades y algunas en las posaderas.
—Ya déjalo, —interviene el que manda. —Lorenzo, te dije que quiero hacer las cosas en forma
36 rápida, y así lo vamos a hacer… vamos a jugar a la ruleta rusa. ¿Qué te parece Lorenzo?
—Eso me gusta jefe. —Dice el servil.
Se lleva la mano a la sobaquera y saca su revólver, un Smith & Wesson cañón recortado, y le
extrae las balas. Le levanta un poco la capucha con una mano y con la otra le muestra las balas
en la palma de la mano.
—Una de éstas puede ser la que te atraviese los sesos. —Deja caer la capucha—muy bien,
ahora introducimos una, solo una bala —hace girar el tambor como si fuera una ruleta y cierra
el tambor ruidosamente— Corre la rueda de tu desgracia, no sé si la suerte esté de tu lado o
del otro lado, si don Sata te quiere llevar puede ser en la primera jalada del gatillo.
—Bien —interviene el otro—. No te expongas a medidas extremas, que estás jugando solo…
De pronto hace su ingreso una agente femenina, negra, de cabello prieto, contextura robusta,
pisa haciendo sonar sus tacos delgados. Se acerca al que dirige el interrogatorio.
— ¿Éste es el machito que no quiere colaborar?
La respuesta es un movimiento de cabeza que le confirma que sí.
Se acerca a Lorenzo, le levanta un poco la capucha a la vez que se agacha para poder verle el
rostro, Lorenzo está con los ojos cerrados esperando lo que venga.
—Es chibolo, y así sé da de machito. —mete una de sus exuberantes piernas por entre las de
Lorenzo y comienza restregarse contra el cuerpo del interrogado—. A ver veamos si es bien
machito. A ver papacito, demuéstrame que eres bien macho. —Con sus manos atrae la cabeza
del detenido a su cuerpo, lo manosea morbosamente, los otros observan en silencio. El ímpetu
y la virilidad juvenil no se hacen esperar. La torturadora cesa su manoseo.
—Veamos si es bien macho, —dice a la vez que lleva una de sus manos a los genitales de
Lorenzo—. ¡Ah, carajo! ya templó carpa. Está arrecho este terruco de mierda. —Anuncia
mientras saca su pierna y le da un golpe en el centro de piernas.
Lorenzo en acto reflejo junta sus piernas y lanza un resoplido en vez de un grito.
—Este pobre y triste infeliz, no tiene ni la menor idea de dónde se encuentra. Trabájenlo bien
y que sepa lo que le espera si es que no coopera.
Y así como entró, haciendo sonar sus tacos, sale del cuarto.
—Continuamos. —Dice el que dirige— El juego a la Ruleta Rusa, por lo general lo juegan dos,
pero hoy jugarás tú solo, tienes cinco oportunidades, o tal vez menos. 37
—Y no me hagas contar por las puras. —Dice el que está con el arma en la mano.
— ¿Vas a hablar, o no? —dice el que manda, y mueve la cabeza a su subalterno, indicándole
que es su turno.
El torturador acerca con fuerza el arma a la sien de Lorenzo y comienza a contar.
—Uno… dos… ¿hablas o no? —Silencio— ¡Tres!
Clic. Suena el gatillo al golpear al vacío.
—Has tenido suerte, —dice el que manda desde su puesto, sentado en el escritorio— ¿Por
cuánto tiempo?, ya que así lo quieres continuamos. Uno… —el mismo cuenta— Dos… y… tres.
Otra vez el percutor golpea en el vacío. El torturador que manipula el arma hace una mueca al
ver que el amenazado no se mueve, y quieto espera lo que suceda.
—Continuamos, ya es tarde, agilicemos esta cosa —habla el que ordena— corre la nueva
cuenta, si muere, muere por cojudo.
—Uno,… dos y tres. –Un nuevo golpe al vacío.
—De repente esta vez no tienes la misma suerte —interviene el que manda—. Esta es tu
cuarta oportunidad. Uno, dos… tres.
Con la misma celeridad pasan la quinta y llegan a la última.
—De ésta no te salvas. Ya que no quiere hablar hazle saltar los sesos —hace una pausa para
observar la reacción del interrogado, éste ni se mueve. Se pone de pie, va hacia él—. Dame el
arma, quiero darme el placer de ser yo el que le destape los sesos. Me estás escuchando,
¡carajo!, te voy a destapar el cráneo. —Le pone la boca del cañón en la frente, empujándolo
hacia atrás—. Uno, dos,… —De improviso le levanta la capucha, Lorenzo con los ojos cerrados,
está que sonríe.
La ira lo trastorna y le propina un puñetazo en el ojo derecho y soltando el arma le sigue
golpeando a puño limpio en el rostro cubierto, Lorenzo cae al piso.
—¡Concha de tu madre!, te crees pendejo, crees que te puedes burlar como si nada de
nosotros, sigue riéndote hijo de puta —vocifera mientras en el piso lo sigue pateando, el otro
agente recoge su arma y se queda como estúpido mirando cómo su superior desfoga su ira
contra su adversario—. Sigue riéndote —puntapié— ríete pues carajo —otra patada—. Ya te
jodiste concha de tu madre. Te voy a empapelar para que te pudras en la cárcel —y más
patadas. Cansado se queda mirándolo.
Se acomoda la ropa, se sacude el cuerpo como gato apaleado, mueve su cabeza de un lado a
otro, respira profundo y mueve la cabeza gesticulando, formando varios pliegues en la frente.
Se agacha coge 38 una de las piernas del tendido y tira de él.
—Ayúdame a llevar a esta basura adentro.
El subalterno en silencio coge la otra pierna y entre los dos lo arrastran hacia fuera y lo
conducen por el pasadizo donde acostumbran servir los alimentos a los aislados. La noche está
fría, en una esquina un agente está vigilante envuelto con una frazada y con arma en ristre.
— ¿Quién va? —pregunta con somnolencia.
—Hay que meter a está basura adentro.
—Muy tarde jefe —responde.
— ¿Qué hora es?
—Más de la una.
— ¿Tienes las llaves, no?
—Sí.
—Entonces abre la puerta y mételo a la primera cuadra, y punto. Que te ayude Lince. Dame tu
arma.
De mala gana le entrega su arma, coloca su cobertor sobre una silla que está en la oscuridad,
de su chaqueta extrae un puñado de llaves, abre una reja.
—Sácale las esposas. —Ordena el irritado oficial al subalterno que lo viene ayudando
Éste, hace parar a Lorenzo, le busca las marrocas en la oscuridad, y se las saca, lo empuja para
que entre por la puerta que abrieron, mientras tanto el vigilante, ya está abriendo otra reja.
Cuando está empujándolo al interior de la cuadra donde descansan otros detenidos le quita la
capucha, cierran la reja. Lorenzo queda de pie en la oscuridad. Mueve sus dedos y comienza a
soltar sus músculos.
—Ubícate por acá, hay un espacio —le dice alguien desde donde se encuentra acostado.
—Gracias, en un momento lo hago.
Se lleva las manos al rostro, se toca los brazos, los hombros, luego las piernas.
“Creo que ya paso lo peor.”
— ¡Se jodieron, carajo! —Entra vociferando un agente al cuarto de aislamiento—. ¿Me
escucharon, terrucos de mierda?
Lorenzo se sacude la cabeza y vuelve a la realidad.
—A ver cuenta ¿qué sucede? —pregunta el agente que está sentado tras su escritorio.
—Alan García, ya les sacó la mierda a los senderistas en Lurigancho. Dicen las noticias que los
habrían matado a todos. En El Frontón, La Marina les está sacando la puta de su madre.
Los detenidos aguzan sus sentidos, para saber lo que está sucediendo en el exterior.
—A cada rato están pasando imágenes por la televisión. —Dice el que trajo la noticia—. Lo
malo para nosotros es que a cada rato llaman diciendo que hay atentados terroristas, cuando
vamos, ya no hay nada. Son los familiares de los terrucos, están obstruyendo el tránsito por
todo lado.
— ¿Tú me vas a relevar?
—No, yo he venido trayendo detenidos, me he dado una escapadita, a fastidiarte, ¿Acaso no
estas enterado que hay orden de inamovilidad?
—A mi me ha tocado estar metido acá todo el día, tú al menos estás en la calle.
—La calle ahorita, está que quema, mejor estás aquí.
—Tal vez tengas razón, pero nadie ha venido a relevarme. Estoy sin almorzar. ¿Puedes
esperarme un momento para comer algo en la calle?
— ¿Cuánto te demoras?, estoy con el teniente, él está cumpliendo con las formalidades de la
entrega de los detenidos.
—Como algo y regreso.
—Anda, pero no te demores.
El agente se sienta en el pupitre, y contempla a los detenidos moviendo la cabeza.
Al rato se escuchan pasos, se acercan haciendo más ruido de lo usual. El agente sale a ver de
qué se trata. Es el agente que regresa, está trayendo un televisor.
—Dame paso, estoy trayendo un televisor para estar informado, en el restaurante, he estado
viendo televisión, han anunciado que estarán adelantando las noticias, para dar cobertura a lo
que está sucediendo en la capital.
—Me voy, de repente me mete la rata el teniente.
—No te preocupes, me encontré con él, le informe que me estabas dando una mano. Dijo que
te vendría a buscar.
—Así tiene que ser promo, a ver te ayudo a ponerlo.
Lo colocan encima del pupitre, conectan al tomacorriente y lo prenden, despliegan la antena y
comienzan a ver. Lo colocan para que puedan ver desde la puerta.40
“Estás son imágenes que hemos captado de lo que está sucediendo en la Isla penal El Frontón,
los ataques son constantes, lo único que podemos ver son el humo y el polvo que levanta el
ataque de la Marina de Guerra…
— ¡Escuchen terrucos de mierda!, les están sacando la mierda a sus compañeros. Tienen
suerte, si hubieran caído antes estarían allá, o tal vez ya los habrían matado.
Los detenidos ni respiran. Están sentados, atentos con todos sus sentidos.
—Mira qué buena toma, está cayendo, una pared.
—Oye, hagamos ver a estos cojudos, cómo están matando a sus compañeros —dice el agente
que está apoyando.
—Está bien, le voy a dar la vuelta a la tele, tú levántales la capucha, para que vean un ratito. —
Responde.
El otro, se acerca al que está al fondo, sin ponerlo de pie lo hace girar en dirección al televisor.
—Observa. —Lo deja mirar, por un instante, luego lo vuelve a la oscuridad. Se dirige al otro
que está más cerca.
—Gánate algo —le dice levantándole la capucha.
En la TV se ve navíos y el mar agitado, a la distancia humo o tal vez polvo que sale de entre los
escombros en la isla. No hay nitidez. Dejan caer la capucha.
— ¿Ven?, Sendero está acabado —dice el agente que les levantó la capucha.
“Como si el Partido estuviera en la prisión”, piensa Lorenzo.
—López, nos vamos, nos están llamando —grita alguien desde las escaleras.
—Nos vemos causa. —Se despide el agente.
—Chao, chao.
Sale dando grandes trancos. En la TV pasan comerciales, el agente baja el volumen, y queda
todo en suspenso.

SEGUNDO DÍA: viernes 20 de junio.

Para los agentes de la DIRCOTE el día comienza agitado, los reportes de intervenciones
policiales y detenciones se suceden continuamente, y son ellos los que tienen que ir a
recogerlos de las diversas dependencias para hacer su trabajo. A las siete de la mañana
comienzan a llegar, a las ocho de la mañana el ajetreo es intenso, unos suben otros bajan, en
las oficinas alrededor del medio día, las máquinas de escribir hacen un ruido infernal. Pese a
todo eso Lorenzo duerme hasta alrededor de las nueve de la mañana, despierta, se mueve y
siente nuevamente el dolor en todo su cuerpo, la necesidad de miccionar le urge y tiene que
sentarse, aguza sus sentidos para saber si hay alguien que los custodia. El agente que cuida lo
observa sin decir nada desde donde se encuentra. Lorenzo se sienta al borde del colchón de
espuma, levanta su cabeza tratando de divisar algo.
— ¿Qué pasa ahí! —dice para hacer notar su presencia el celador.
—Por favor, necesito ir al baño.
El policía sin decir palabra se pone de pie y en forma silenciosa, sin hacer sentir sus pisadas
llega donde Lorenzo, lo coge de un brazo y lo levanta, Lorenzo se levanta como impulsado por
un resorte porque siente que el brazo se le va a desgajar, el dolor lo hace transpirar, y resopla
para no lanzar un grito, el policía se percata de ello pero lo ignora, se para tras él y lo conduce
en las tinieblas, Lorenzo avanza despacio, temeroso de chocar o pisar en falso. Es conducido
por pasadizos, llegan a los servicios higiénicos, es amplio, pero sucio por donde se lo mire. El
agente se para detrás de Lorenzo, siempre en silencio, le saca las marrocas, luego la capucha y
le indica el escusado.
—En seguida te consigo papel. —Dice conciso
“Qué asco”, piensa Lorenzo, mirando los bordes de la taza del baño, y las eses acumuladas.
Pisa en los bordes y hace sus deposiciones, el policía estira su brazo y le entrega hojas de papel
periódico. Lorenzo los troza en pedazos y los usa para limpiarse el trasero. Guarda algunos
pedazos que le sobra para otro momento. Se arregla los pantalones y sale, busca un caño para
lavarse las manos, el agente se le acerca a colocarle las marrocas.42
—Por favor, necesito un poco de agua —dice conciso.
—Más tarde, no hay agua. No te miento, abre cualquier caño.
Lorenzo se acerca al caño más cercano y abre, no cae ni gota.
El agente le coloca las esposas, luego lo encapucha y retornan, lo vuelve a donde estaba.
Nuevamente el silencio del aislamiento y a escuchar el trajín que llega de los ambientes
contiguos.
“Así como están las cosas, debo evitar el desgaste de energías. Estoy sin beber agua todo un
día, ¿Me darán alimentos? Nada de meditaciones. Debo reposar.”
Se tiende boca arriba, se acomoda lo mejor que puede, cruza sus pies, se queda quieto, y al
poco rato se queda dormido. Cuando despierta hay poco ruido, aguza sus sentidos, abre sus
ojos dentro de la capucha, y se percata que la poca luz que se filtra a sus ojos es de alumbrado
eléctrico. “ya es de noche ¿cuánto habré dormido?”, cambia de posición, el dolor de sus
músculos nuevamente se hace presente. Se sienta, con sus manos se apoya para retroceder
hasta chocar con la pared. Al poco rato ingresa el agente trayendo al detenido que está en la
parte del fondo, cuando deja al detenido en su lugar pregunta.
—Y tú, ¿quieres ir al baño?
— Sí, gracias. —Responde Lorenzo.
Es conducido al baño.
“Ojalá haya agua”, piensa. Llegan, se dirige al urinario, orina unas cuantas gotas. Y se dirige al
caño, tampoco hay agua, destapa la taza del wáter, para ver si encuentra aunque sea un poco,
hay algo, mete su mano, pero la tiene tan sucia que enturbia el agua, se desanima de tomarla,
apenas puede lavarse las manos y mal. Con sus manos húmedas se restrega los ojos. Lo
regresa.
Luego de dejar en su sitio al detenido, el policía mira su reloj y se para en la puerta,
impaciente. Se despide de otros que salen.
— ¡Teniente! —pasa la voz a un oficial que conoce—. ¿Sabe quién me relevará?
—Ramírez. Ya no demora en llegar, ha ido a cambiarse a su casa. —El agente, entra al cuarto y
se sienta a esperar.
Más o menos media hora después llega su relevo. El agente está que dormita.
—Promo disculpa la demora —dice el agente al ingresar.
— ¿Qué pasó? — pregunta incomodo el aludido.
—Todo el día hemos estado de aquí para allá, nos llamaban constantemente, la Guardia Civil
está resguardando el centro de la ciudad cuidando a los invitados del presidente.43
—Verdad pues, los apristas tienen invitados.
—La Internacional Socialista, dicen, qué mierda serán, pero a ellos los están cuidando y no se
da abasto. Por eso nos ordenaban ir a donde detectaban a los terrucos, pero cuando
llegábamos ya no había ni rastros.
— ¿No hay detenidos?
—Sí, los familiares de los que estaban en El Frontón. Dicen que la Marina les ha sacado la
concha de su madre a todos, parece que a todos los han matado. En Lurigancho los han
matado a todos. Al menos eso es lo que dicen las noticias.
—Bueno ya me enteraré, me voy.
—Que te vaya bien.
—Voy a llegar a dormir nomás a mi casa.
—Si pues, seguimos con orden de inamovilidad.
El relevo se queda solo. Da una ligera mirada a los dos detenidos y se apoltrona en la silla.
“¡SOLO MUERTOS NOS SACARÁN!” Retumba en el recuerdo de Lorenzo. “Han cumplido su
compromiso”.
TERCER DÍA: sábado 21 de junio.

Lorenzo despierta, el silencio lo domina todo, escucha que el policía mueve sus pies, señal de
que no duerme. Le duele las posaderas, gira y se acomoda en posición fetal, trata de volver a
coger el sueño, pasan los minutos, y sigue despierto, recuerda que en los comics leía que para
conciliar el sueño contaban ovejitas, se pone a contar mentalmente, tratando de verlas pasar
por encima, pero nada, se da la vuelta y vuelve a repetir la cuenta. “Eso solo funciona para los
dibujos animados. Debo relajarme, lo malo es que ya mi cuerpo no soporta la cama…”, trata de
poner en blanco su mente, ya la luz del alba comienza hacer su aparición. …cuando vuelve a
abrir sus ojos ya hay intenso movimiento, “me he quedado dormido”. Se sienta, mueve sus
hombros despacio, sus dedos de las manos y finalmente su cabeza de un lado a otro. El policía
lo observa en silencio. Lorenzo retrocede para buscar el apoyo de la pared, allí se queda quieto
con la cabeza levantada como si mirara en lontananza.
— ¿Quieres ir al baño? —pregunta el vigilante.
—Sí, gracias. —Responde sin pensarlo dos veces.
“Ojalá que haya agua.”
Ya en el baño, sin esposas y sin capucha, se acerca al urinario intenta miccionar y después de
un tiempo de espera caen algunas gotas. Se dirige al lavatorio, abre el caño y no hay agua, hay
vestigios de que en algún momento han hecho limpieza, ya que no hay la suciedad del día
anterior. Lo regresan al lugar en que estaba.
Al medio día ingresa un agente silenciosamente al cuarto de aislamiento, conversa en voz baja
con el vigilante y luego se dirige a Lorenzo lo toma de un brazo y lo levanta, sin mediar palabra
lo conduce a un cuarto cercano donde hay varios escritorios y distintos estantes con
archivadores así como algunas máquinas de escribir. Dos personas lo están esperando.
A una señal, el agente que lo conduce le saca una de las marrocas.
—Sácate las zapatillas —ordena una voz autoritaria. Lorenzo obedece—, sácate el pantalón y
déjalo allí.
Con dificultad se lo saca, lo suelta a su costado y se queda de pie en calzoncillo.
—Ahora, camina hasta el fondo, levántate un poco la capucha para que veas por donde
caminas.
Obedece, llega cerca de la pared y se para.
—Date la vuelta y ven acá. —Obedece. Cuando está a unos metros de donde partió, la misma
voz dice —: Regresa —Lorenzo gira y despacio va al fondo—. Regresa caminando más rápido,
más rápido…, ¡regresa!…., más rápido…Continúa hasta que te diga que te detengas.
Lorenzo obedece, “qué querrán”, se pregunta.
— ¡Detente! —Se queda quieto.
El que está dando las órdenes se acerca al detenido, mirándole las piernas, le da una vuelta
completa, se pone en cuclillas y le jala la vellosidad de la pierna izquierda, luego pasa a la otra,
pero lo jala con más fuerza haciéndola que se estire.
— ¿Qué sucede? —Se atreve a plantear Lorenzo.
— ¿Quién te ha hecho la cirugía? —le pregunta a Lorenzo, éste no responde.
— ¿En cual de las piernas te cayó el balazo?
Lorenzo, no llega a entender las preguntas.
“¿De qué balazo hablará?”
Al no encontrar nada anormal en la pierna derecha, vuelve a la pierna izquierda, y comienza a
explorarla palmo a palmo jalando la piel con más fuerza.
—Han hecho un buen trabajo con la pierna de este cojudo —y dirigiéndose al detenido—.
¿Dónde y quién te ha operado?
—No sé de qué me habla… señor. —Lo último lo dice por formalidad.
— ¿Por qué has estado enyesado?
— ¿Enyesado?, ¿yo enyesado? No, nunca —lo dice con sorpresa.
“Ya voy entendiendo… alguien ha dicho que he estado enyesado… y creen que es por efecto de
un balazo… ¿Qué más sabrán?, o mejor dicho, qué otras elucubraciones habrá. Ya lo sabré.”
—Ya lo sabemos todo de ti Muñoz. Si no quieres colaborar es tu problema. Tú mataste a los
policías en las cinco esquinas, pero tuviste tu parte, te cayó un balazo, remataste a los policías
y te llevaste sus armas. Lo hicieron rápido. Pero ya caíste. Si nos facilitas recuperar esas armas,
se te puede ayudar en algo… Piénsalo.
— ¿Cuándo ocurrió esas cosas, señor?
—No te hagas el pendejo. Fue el año pasado, dos días después de ese hecho apareciste
enyesado, dándote de machito.
“Qué coincidencia, no había reparado en ello.”
—El año pasado no he estado en Lima. No conozco las cinco esquinas.
“Y es más, la verdad no sabía que en Lima hubiera algún lugar con cinco esquinas… o una calle
que se llame así.”
—Si no te acuerdas en esto momentos ya te lo haremos recordar. —Se pone de pie, y sale de
la oficina.
—Arréglate. —Le ordena el que lo condujo a ese recinto.
Se viste, lo regresa al mismo lugar donde estaba. Se sienta y de nuevo la tensa espera. El
detenido que está al fondo come y bebe algo.
“¿Qué vendrá? No lo sé. Pero de mí boca no saldrá nada. Eso es lo único de lo cual estoy
seguro.”
Se queda quieto y trata de no pensar. Poco a poco, se va adormeciendo. El cuello se le cae a un
costado. Pero no se queda allí sino que se estira y se acomoda en posición fetal, en varias
ocasiones cambia de posición entre sueños.
Por la noche, lo despiertan bruscamente, y arrastrándolo lo conducen por escaleras cuesta
abajo, llegan a un patio donde se escucha el ruido de vehículos en marcha.
—Lo entregas al Ejército, que ellos hagan su trabajo. —Dice alguien. Se escucha que ingresa un
vehículo ruidoso. Se detiene y bajan personas, trotando con paso firme llegan cerca de donde
tienen de pie a Lorenzo. Lorenzo alcanza a ver que los recién llegados calzan botas tipo
borceguís y sus pantalones son camuflados. Con un empujón lo entregan a uno de los recién
llegados. Entre dos sin decir palabras lo suben al camión del que descendieron. Suben, el
vehículo se desplaza, con unos cuantos retrocesos y avances da la vuelta y sale a la calle, se
desplaza raudamente, Son altas horas de la noche, hay poco desplazamiento de vehículos
particulares. Más o menos después de media hora llegan a un lugar donde ingresan. Lo bajan
en forma rápida y con violencia lo conducen por entre varios vehículos, dan varios requiebres,
lo introducen a una pequeña cabina de madera y comienza el interrogatorio.
—Si no quiere hablar por las buenas lo llevamos a trabajarlo a la playa. —Dice alguien.
— ¡Que playa ni que mierda! Aquí hoy le sacamos la puta de su madre y vas a ver cómo
canta más rápido que un loro.
Violentamente le da una patada en las canillas y un empujón hacia delante, Lorenzo se
desploma, por instinto pone sus brazos adelante, el impacto de sus codos con el piso lo hacen
gemir.
—Aquí grita todo lo que quieras que nadie te va a oír. No te reprimas —dice uno.
—Escucha bien —dice otra voz amenazante.
¡BUMM!, suena una estruendosa explosión. La luz titila pero no se corta. Los cachacos se
paralizan. Se miran uno a otro. Otra explosión más lejana se escucha. Empieza el ulular de los
patrulleros. La gente corre de un lugar a otro. Se comunican con walkie talkies. Cuando parece
que todo ha concluido llega otra explosión muy lejana.
— ¡Cuadros, Bermúdez!, a la unidad número cinco, salen a la avenida Arica. Ricalde y
Contreras a la unidad 6. En el acto.
— ¿Qué hacemos con este cojudo, jefe? —Responde uno de los militares.
—Yo lo miraré desde acá, ya llamé para que vengan a recogerlo.
Lo dejan tirado en el piso y se dirigen a una de las unidades que ya está saliendo.
En menos de cinco minutos llega una persona de civil, calzando zapatos mocasines. Lo coge de
la chompa y le hace parar, en silencio lo conduce pegado a una pared, suben por una estrecha
escalera de madera, recorren varios pasadizos, y es introducido en el cuarto de aislamiento
donde estaba. Con un pequeño empujón lo tira al colchón que ocupa. Se agacha y verifica que
estén bien puestas las esposas y se retira hacia la oscuridad. Desde allí, mira a los detenidos.
Un rato después, procurando hacer el menor ruido posible, apaga la luz y sale.
“Así que el cuartel era acá mismo, las botas, las vueltas y revueltas por las calles de Lima es
para confundir al interrogado”. Piensa Lorenzo, sobándose los brazos magullados. Se va
relajando hasta quedar dormido.

CUARTO DÍA: domingo 22 de junio

Cuando despierta, tiene la boca reseca, y con sabor amargo. Las legañas en los ojos le
incomodan, siente un leve ronquido que proviene del fondo, y de cerca a la puerta cada cierto
tiempo escucha movimiento de pies. En la oscuridad mete sus manos debajo de la capucha y
se limpia las legañas con cuidado. Pasan los minutos y espera con impaciencia el amanecer. Ve
ingresar poco a poco la claridad del nuevo día.
“¿Qué día es hoy? —Se pregunta, hace memoria— Hoy es domingo… ¿Sabrá mi madre que
estoy nuevamente detenido? Pobre mi madre, toda su vida es y será de sufrimiento, así es la
vida del pueblo en general. Mi madre no está exenta de ello.”
El día avanza, pasan las horas y no se escucha el ruido de otros días. El vigilante pone por un
costado el cobertor con el cual se abrigaba las piernas, se pone de pie, hace movimiento de sus
brazos y sus piernas, sale del cuarto echa un vistazo a los otros ambientes, están vacios,
despacio va a los servicios higiénicos y regresa.
El detenido que está al fondo pide que lo lleve a los servicios higiénicos, cuando regresa hace
lo mismo con Lorenzo.
—Señor, tengo sed, por favor consígame un poco de agua…son varios días que no bebo nada.
—Esta hora ¿de dónde te voy a sacar agua? Al que me releve le pides, de repente más tarde
haiga.
—Gracias de todas maneras.
— ¿Qué pendejada has hecho para que te tengan así?
—Nada.
—A nadie lo aíslan por nada.
Lorenzo prefiere callar, se limita a menear la cabeza, lo regresa al lugar que ocupa. La sed lo
martiriza cada vez más, pero no siente hambre, y eso lo sorprende. “No debo quedarme
pasivo, debo reclamar se me dé alimentos. Antes daban alimentos que traían de la
beneficencia pública, supongo que lo siguen haciendo, espero continúe. Al que está al fondo,
le están trayendo alimentos al menos una vez al día… pero lo que debo exigir, al menos, es
beber agua, o se malograra mi organismo. Debo ver el momento adecuado para protestar.”
Los policías se relevan. Lorenzo está atento a los movimientos de los agentes, cada cierto
tiempo se escucha los pasos de algunos que pasan en silencio.
Cuando es más del medio día y está por quedarse dormido, se escuchan pasos apurados que
suben por las escaleras y se aproximan, ingresan.
— ¿Quién está aquí? —pregunta alguien.
—Diga. —Responde el agente dejando su silla.
—Los terrucos de mierda están que joden todos los días. Ya no tenemos donde ponerlos a
tantos. Acá traemos una más para que la cuiden por acá.
—Está bien jefe.
Uno de los agentes que traslada le saca las esposas, y el vigilante le coloca una de las que están
en la esquina ocultas por el escritorio. La dejan y se retiran. El agente en silencio mueve al del
fondo cerca de una esquina y pone a la recién llegada en la otra. Luego vuelve a su lugar, se
sienta en una esquina del pupitre y contempla a la recién llegada, viste ropas juveniles y
zapatillas costosas.
—Cual es su nombre señorita. –pregunta el agente.
—Zulema Mendiola Silva. —responde con voz delicada pero nítida.
— ¿A qué se dedica?
—Estudio.
—En dónde.
—En la Universidad Particular Ricardo Palma.
— ¿Qué estudias?
—Idiomas.
—Idiomas. —Repite el policía y se queda callado.
Los detenidos están quietos pero atentos a todo lo que sucede a su alrededor. El día se vuelve
largo. Pasado el medio hace su ingreso uno de los que trajo a Zulema.
— ¡Zulema! —la llama desde la puerta.
—Diga. —Responde.
— ¿Por qué una persona pituca como tú tiene que ser terrorista? ¿Qué te falta?, tienes dinero,
eres joven y bonita.
—Yo no soy terrorista, señor.
—Y eres cínica como todos ellos, ¿qué hacías con esos volantes que te han encontrado?
—Señor, a mi dieron esos volantes yo los estaba leyendo.
— ¿Cuántos años tienes?
—Veinte.
— ¿Tienes enamorado?
—No señor.
—No me vas a decir que no has tenido nunca.
—Si he tenido señor, pero en estos momentos estoy sola.
— ¿Has hecho el amor alguna vez?
Silencio.
—Escucha, si no colaboras, aquí vas a saber lo que es bueno —Lanza su amenaza, mira a su
colega, le hace un guiño y sale.
El silencio ya no es el mismo. Zulema, solloza, y gime tratando de contenerse, pero el temor a
la amenaza descarada la ha turbado, cada cierto tiempo se suena la nariz y deja escapar
hondos suspiros. Hasta que finalmente se queda dormida encogida, apoyada contra la pared,
abraza sus piernas y hunde 51
su cabeza entre ellas. Cuando está oscureciendo haciendo sonar su paso vuelve a hacer su
ingreso el amenazador.
— Zulema, aquí vas a saber lo que es bueno. Que siempre me vas a recordar.
Nuevamente hace su mueca al guardián y se va.
“Malditos, ha comenzado la tortura con ella, y por extensión a todos los que estamos acá.”
Piensa Lorenzo.
Nuevamente se escuchan los sollozos, pero cada vez es más intenso e incontenible que
conmueve. El poco movimiento del día desaparece. Pasan las horas. Los policías se relevan. El
que recién ha ingresado saca su periódico y se pone a leer, Zulema cada cierto tiempo deja oír
sus gemidos muy quedos. Hasta que un hipo constante se apodera de su pecho. Media hora
después el policía mira su reloj, ya van a ser las once de la noche, apaga la luz y quedan en
tinieblas.
El olor de cigarrillo llega al cuarto, el policía lo percibe e inhala varias veces el aire, sale a ver de
dónde proviene, una de las oficinas está con la luz prendida, se dirige a ella y asoma la cabeza.
— ¡Hola promo! ¿Qué haces? —le pregunta al que fuma.
—Acá culminando un atestado. La chamba va estar fuerte esta semana y como he tenido una
palta con el jefe del Delta me va querer meter la rata, así que estoy terminando.
Alarga la mano hacia el cigarrillo para que le invite, el otro se lo cede, da una aspirada, luego
otra más y lo devuelve.

—Gracias, promo. Estos meses hace frío. Me ha tocado cuidar a los aislados, voy a darles una
mirada.

Vuelve al cuarto, da una mirada en la oscuridad, nadie se mueve, todos están echados, Zulema
sigue con sus gemidos. Regresa junto a su amigo caminando como felino, procurando no
hacerse sentir.

—La calle está movida, ¿no promo?


—Sí, y lo peor es que no sabemos quién es quién. Hasta a dos patrulleros los han atacado,
también a un carro porta tropa del Ejército. La cosa está bien movida.
El vigilante le hace una señal con ambas manos y regresa a dar una mirada, y regresa, Lorenzo
está atento, al escuchar que se vuelven a alejar los pasos, se rueda sobre el colchón y llega
cerca de Zulema. Acercando lo más que puede su cara a Zulema le dice:

—Escúcheme por favor, no diga nada. Lo que están haciendo con usted es
torturarla psicológicamente, quieren que se desespere. Yo no sé quién es usted, ni me interesa
saberlo, solo quiero que sepa que esos miserables son unos perros, les diga o no lo quieren
saber, la violarán, hable o no hable. Prepárese para lo peor, una violación no es hacer el amor,
y se lo debe enfrentar como una tortura más. Al llorar usted les está dando el gusto, eso es
precisamente lo que quieren. Sé que no es nada fácil pero debe ser fuerte. Los suyos la quieren
de vuelta en su casa, de usted misma depende que salga o no. Mientras no tengan elementos
para detenerla, no la podrán tener detenida por mucho tiempo, eso está en usted.

En la oscuridad Lorenzo la coge de un brazo, le da un ligero apretón afectivo, la suelta y así


como llegó vuelve a donde está. Se escuchan pasos, una cabeza se asoma, el agente está con
un cigarrillo en la mano.

De pronto el hipo de Zulema desaparece, respira profundo varias veces, se va aquietando, se


escucha el sonarse la nariz suave, se acomoda y trata de conciliar el sueño.

De madrugada Lorenzo despierta, su boca está reseca, áspera, trata de ensalivar, pero no se
produce humedad en su boca. Se pone al borde del colchón, abre su bragueta, con un poco de
esfuerzo orina en su mano se lleva el orín a la boca, pero está tan cargado de sales que en el
acto lo rechaza se limpia los labios contra sus hombros. Las manos se lo limpia en el borde del
colchón, se cierra como puede el cierre y espera el amanecer.

QUINTO DÍA: lunes 23 de junio

Aún en las tinieblas los detenidos son despertados por su reloj biológico. El cuerpo, una vez
que ha reposado lo suficiente para reparar energías ya no soporta la misma posición y con la
alborada del nuevo día los detenidos se incorporan y se sientan apoyándose contra la pared.
Sin embargo, Lorenzo que esperaba con ansias el amanecer, despierta recién a las nueve de la
mañana. El movimiento es intenso, se escucha pasos que se alejan, otros se acercan pero
ninguno entra al ambiente de aislamiento. Ya Lorenzo está sintiendo los estragos de la
inanición, siente desgano, y poca fuerza para levantarse. Cambia de posición y se aquieta.

“Hoy es lunes, tengo que al menos beber agua, o mi organismo sufrirá las consecuencias. —
Piensa manteniendo los ojos cerrados— `Quien no llora no mama´, dice la sabiduría popular. …
en qué momento… cómo lo hago.”
Cerca al medio día, se escucha que corren a tropel.
—Por acá, por acá. —Dice una voz.
Hacen su ingreso al ambiente para detenidos incomunicados. El vigilante se pone de pie al
instante. Dos agente traen en vilo a una detenida encapuchada, y esposada con los brazos a la
espalda.
— ¿Dónde la ponemos? —Le preguntan al vigilante.
Éste mira a los tres detenidos y responde:
—Al fondo al centro.
—Y estate atento, es sumamente peligrosa, la han detenido con una tartamuda(2) cuando se
ha quedado sin balas. Y porque sus compañeros la han abandonado. Está herida. Aquí te dejo
la medicina, vendrá una de las agentes a hacerle sus curaciones una vez al día. Por mí que se
muera, pero está bajo nuestra responsabilidad, nos la han entregado con presencia del fiscal, y
con todas las de ley. —Y con un tono más bajo agrega— Pero igual le sacaremos la concha de
su madre hasta que hable.
Sale, y tras él los que la cargaban.
“Eso es lo que creen” —Se dice la detenida que ha escuchado lo que dijo.
La recién llegada, aguza sus sentidos, se acomoda de costado, para cuidar su nalga herida, las
esposas aún la tiene puestas hacía la espalda.
El agente la deja y va a su lugar de vigilancia. Ve pasar a un conocido y lo llama.
—Promo. ¡Tú me relevas!, ¿Verdad?

(2) Jerga para referirse a una metralleta.

—En seguida vuelvo, estoy yendo a almorzar.


—No te demores, promo, que yo también estoy con un filo bravazo.
—Jefe —habla Lorenzo— ¿A qué hora traen la paila?, yo también tengo hambre.
El agente voltea la cabeza a ver quién habla.
— ¿Quién habló? —Pregunta con sorpresa.
—Yo jefe —responde moviendo su cuerpo.
—Aquí no hay paila. Si no te traen alimentos tus familiares, estás frito.
—Yo sé que sí traen paila, jefe. —Habla en un tono y lenguaje de lumpen.
—Estás mal informado.
—No jefe, yo soy canero, ya he estado acá pe’.
—Eso habrá sido antes, hoy ya no traen.
—Por favor jefe, hasta estos momentos no he ido al baño.
— ¡Carajo!, a la hora que se te ocurre orinar.
—Ya pues jefe, sino me orino acá.
—Pucha ma’re.
Se dirige a él, lo toma de un brazo, y lo ayuda a levantarse. Lo saca del ambiente, a un agente
que trabaja en la oficina del frente le pasa la voz con la mano y con señas le dice “le das una
mirada”.
— ¿Vas a cagar o solo vas a achicar?
—Bajar la bomba nomás jefe.
—Ven por acá, pero no te demores.
Lo conduce a otro ambiente de servicios higiénicos, más cerca, y con solo una taza y un
lavadero.
—Entra, pero no vayas a cagar allí, puta, porque la cagas.
—No jefe.
Lo deja adentro y sale dejando la puerta entreabierta. Lorenzo se acerca a la taza, como que va
a ocupar, pero lo primero que hace es abrir el caño, el agua sale con fuerza. Regula el paso del
agua, se lava las manos en forma rápida y haciendo pozo con ambas manos bebe haciendo
pausas, lo siente como la cosa más deliciosa. “Creo que no debo beber mucho”. Se echa agua
al rostro y se humedece el cabello sucio y tieso.
— ¿Ya? —pregunta el agente.
—Un ratito jefe.
Se enjuaga varias veces la boca, con el dedo remueve la suciedad de las encías y vuelve a botar
el agua. Bebe un par de sorbos más y sale.
—Gracias.
Le vuelve a colocar la capucha y las esposas, regresan.
“Quiere decir —va pensando Lorenzo—, que sí llega agua, pero no abren el paso para el otro
lugar. Tendré que ingeniármelas para no volver a estar tanto tiempo sin agua.”
Ya en su lugar se queda quieto y tranquilo. Los vigilantes se relevan. Al poco rato se rompe el
silencio del ambiente.
— ¡Mi paila!, ¡Quiero mi paila! —grita a todo pulmón Lorenzo.
— ¡Cállate carajo! —Dice el agente desde su silla.
— ¡Quiero mi paila! —. Grita con más fuerza.
— ¡Mi pailaaaaaaaaaa!
Alguien se acerca a grandes trancos.
— ¿Qué pasa ahí carajo!
Silencio.
— ¿Quién está gritando? —pregunta.
—Tengo hambre —. Responde con cólera.
— ¡Muérete!, terruco de mierda.
Lorenzo no responde.
—Si vuelve a gritar le sacas su mierda —dice y sale.
Todos los detenidos allí están atentos.
Al poco rato le traen alimentos al otro detenido que está en la esquina opuesta a Zulema, es
un taper pequeño y un vaso con líquido con tapa hermética. Bebe primero un poco de líquido
y después se sirve su comida.
A las tres de la tarde le traen alimentos y otras cosas en paquete aparte a Zulema. En el
momento que está revisando su paquete hace su ingreso un agente pisando fuerte para
hacerse notar.
— ¡Me gustan los coños pitos! —Grita.
Zulema se queda quieta, todo su cuerpo se pone en tensión. El torturador espera su reacción.
El agente que cuida, se limita a mirarlo.
— ¿Me has escuchado? Si no confiesas todo aquí sabrás lo que es bueno, conocerás hasta las
estrellas.
Silencio. Al ver que no se repite la escena anterior, agranda los ojos, mueve sus labios chuecos
y sale.
El vigilante observa que al sacar la fruta desvía su mirada a los otros detenidos, y rápido
deduce que está pensando en compartirla, y se anticipa.
—Por si acaso, las cosas que se les deja pasar es personal —. Piensa un instante y acota—. No
quiero verlos que se estén pasando cosas.
Zulema guarda en una bolsa una toalla pequeña para secarse las manos, jaboncillo, ropa
interior limpia y medias. Las coloca a su costado, en la parte superior coloca dos plátanos, dos
manzanas y dos naranjas. Como todo lo está haciendo a tientas, cuando se dispone a comer se
dirige al vigilante.
—Señor, ¿puedo levantarme un poco esto para comer? —dice cogiendo el borde de la
capucha.
—Sí, pero no mucho y no te olvides que te estoy vigilando.
Sin responder destapa el recipiente de sus alimentos, aún tibios, coge la cuchara de plástico y
come despacio, ingiere más de la mitad, luego introduce la cuchara dentro y lo pone a un
costado, y se queda quieta.
— ¿Por qué no comes todo? —pregunta el agente.
—Para mi cena, señor.
El agente no replica nada. Después de un rato saca la toallita que tiene, envuelve el recipiente
y lo mete a una bolsa. Las horas pasan, el agente se para, se mueve de un lugar a otro. Sale, se
le escucha que conversa con alguien y vuelve a mirar a los detenidos. En una de las salidas
Zulema coge dos frutas y las cubre en su regazo, el vigilante vuelve al rato, mira, todos están
en su sitio. Da algunos pasos de un lado a otro bajo el dintel de la puerta. Apoya su espalda
contra el marco de la puerta. Alguien le pasa la voz, da una mirada al interior y se dirige a
donde lo llaman.
—Piss, piss —susurra sin pensarlo dos veces para llamar la atención de Lorenzo, éste mueve la
cabeza y una manzana cae a su costado, rápido encoge su rodilla para cubrirla.
La recién detenida que también está atenta a todo, le dice en voz baja.
—No le des, es un común.57
Pero no le presta atención y le arroja otra fruta, esta vez una naranja. Lorenzo la recoge y la
hace desaparecer entre sus ropas. Se escuchan pasos. El agente asoma la cabeza y mira, todo
normal. Nuevamente se apoya contra el marco, allí se mantiene un rato, aburrido se sienta en
su lugar y se desparrama. Llega la noche, Cerca de las nueve de la noche viene una agente y
lleva una por una a las detenidas para que hagan sus necesidades. Después se queda cuidando
a los detenidos y el agente hace lo mismo con cada uno de los detenidos. A las diez se relevan,
el que se queda apaga la luz, se envuelve las piernas con una frazada y se sienta en la silla tras
el pupitre.
Aún hay movimiento en las oficinas adyacentes
“Creo que este es el momento para comer la fruta, más tarde el silencio será total y hasta
pueden quitármela”, Sentado con sus rodillas pegadas al pecho Lorenzo come primero la
manzana, después la naranja con cascara y todo, las pepas las guarda en su bolsillo para
deshacerse luego.
“¿Cuándo tendré ocasión de volver a comer algo? —Reflexiona Lorenzo— pero lo principal en
este momento es el agua, me las debo ingeniar para tomar con regularidad. Por hoy he tenido
suficiente. Debo economizar al máximo las energías, es decir, debo dormir más.”
Y sin volver a repetírselo, se resbala poco a poco hasta quedar boca arriba en cubito dorsal. El
frío de junio se hace sentir.

SEXTO DÍA: martes 24 de junio.

Para los detenidos aislados y en estado de incomunicación solo hay dos posibles formas de
permanecer: sentados o echados, ya sea en el día o por a noche. Por eso con los primeros
rayos del alba se despiertan y se sientan apoyados contra la pared.
— ¡Señor! —Llama Zulema—. Necesito ocupar los servicios higiénicos.
—Vas a tener que esperar que venga la agente para que las atienda, esas son las disposiciones
que tengo.
— ¿No me puede llevar usted?
—No, ya no demora en venir…. ¡Ah!, y ustedes los varones también tendrán que esperar que
venga ella o alguien para que se quede con ustedes. ¿Entendido?
Nadie está en posición de discutir, se quedan en silencio. El único que no escucha nada es
Lorenzo que sigue durmiendo.
A las ocho con veinte minutos ingresa una agente.
— ¿Quién es María Ccama? —pregunta.
—Yo. —Responde la detenida desde donde se encuentra.
—Primero lleva a la otra chica. Está esperando desde hace rato.
La policía la coge del brazo y la jala para que se pare, de inmediato se pone de pie, la agente
sin decir palabra la empuja a la salida.
—Para llevar mis útiles de aseo personal. —Dice quedándose quieta.
La agente mira al vigilante, haciendo con las manos la expresión de: ¿por qué esto?
—Influencias. —Responde.
La deja coger la bolsa con sus cosas de uso personal, la bolsa con recipientes de alimentos no
la toca.
Al rato regresan, la deja en su lugar y coge del brazo a María. Ésta deja escapar un leve
gemido.
—Con cuidado por favor. Voy a tener que apoyarme en usted. No tengo fuerza en una de mis
piernas.
La agente le ayuda.
—Para tu curación. ¿Dónde está tu medicina?
—El señor policía lo debe tener.
—Si por acá me dejaron una bolsita con cosas. Me dijeron que era de la que está herida.
Le entrega. Salen, demoran un buen rato. Cuando regresan recién la policía cura la herida
mientras el vigilante lleva a los varones para que hagan sus necesidades. En el baño hay una
persona que está haciendo limpieza, está cayendo agua por los caños. Beben y se refrescan la
cara. Esta vez Lorenzo ha tomado agua hasta donde su capacidad se lo permite.
De nuevo la quietud de las tinieblas y la incertidumbre de qué pasará. Al medio día
nuevamente se escuchan pasos apurados y en tropel que se detienen en la puerta.
—Por acá, por acá. —Dice alguien.
Hacen su ingreso seis agentes dejando ver sus sobaqueras donde guardan su arma de
reglamento. Traen a dos detenidos. Los arrojan al piso frente a Lorenzo.
—Ahí tienes dos basuras más para que cuides. Ponle las esposas que tienen por acá. —
Reclama uno de los agentes que conduce a los detenidos.
—Puta ma`re, ya no hay dónde meter a tanto terruco que se está deteniendo. —Dice otro,
mientras espera que le entreguen sus marrocas, las reciben y se retiran.
Los detenidos están sobre el piso. El agente los deja allí y se retira cerca de la puerta, desde allí
los observa.
—Tú, el más chato, ¿cómo te llamas? —Silencio—. A ti que recién llegaste te hablo.
— ¿Yo señor? —Responde
—Sí, tú. ¿Cómo te llamas?
—José Diego Otoya Cernaqué.
— ¿Por qué mierda estás acá?
—No sé señor, me han intervenido cuando iba a trabajar. Seguro ha de ser por ser del gremio
de los profesores.
— ¿Eres profesor?
—Sí.
—Y tú, grandulón. ¿Cuál es tu nombre?
—Wilson Sánchez Pérez.
— ¿Por qué estás aquí?
—No sé señor.
—Ah, terruco, regla de oro. Ya lo quebrarán, ya verás. ¿Están cómodos? —Silencio—. Se les va
a congelar el poto. Retrocedan un poco, allí tras de ustedes hay un colchón para cada uno, sin
levantarse la venda pónganlo en el piso para que se sienten.
A tientas lo hacen y se dejan caen encima. Se acomodan apoyados contra la pared.
“Esas voces las conozco —se dice Lorenzo—. Pero,… ellos no se conocían, ¡ah!, pero eso era
hasta hace unos días. Las cosas cambian, Lorenzo. —Se recrimina—. Pobre flaco. Con ese
cuerpo, lo van a desarmar. Pero ya veremos cuánta es su convicción en la causa comunista. El
profesor era medio dubitativo, pero la lucha de clases nos pone a prueba a todos. El problema
es cómo se comporta ahora, he ahí el problema.”
A su memoria se agolpan todos los combatientes y apoyos de que disponen en la zona,
primero pasan los miembros del grupo de célula, después los combatientes, luego los
milicianos, las escuelas populares de las barriadas, los impetuosos jóvenes de la universidad
que hay en la zona. Y finalmente todos los apoyos que conoce. Se sacude la cabeza como
queriéndolos olvidar.
“No tengo por qué quererlos olvidar, porque finalmente ellos son mi razón de ser, son mi
fuerza y no les fallaré… ¿qué puedo temer? A descansar y estar preparado para lo que vendrá.”
Y lo que vendría no se hizo esperar, por la noche cuando ya estaba dormido, abruptamente lo
cogen de los brazos entre dos y lo sacan de donde se encuentra, lo conducen a otro ambiente
cerrado. Lo hacen sentar en una silla. En el ambiente hay sogas esparcidas sin ordenar y una
gruesa y resistente que cuelga de una polea del techo, jebes y diversas tiras, y en una esquina,
sobre una silla una radio grabadora prendida a regular volumen.
Los agentes se miran, uno se frota las manos, el otro se saca la casaca y la arroja a una esquina.
—Empezamos el trabajo —dice uno.
Se acerca al detenido, con violencia coge la cadena de las esposas y lo levanta, le saca las
esposas y las arroja a un costado de la pared.
—Sácate toda la ropa —ordena.
El otro observa con las manos en la cintura. Lorenzo se saca la chompa la pone sobre sus
piernas y procede a desabotonarse la camisa. El agente la coge y sin mirar a donde ponerla la
tira al suelo.
—Párate y apúrate que no tenemos toda la noche, carajo.
Lorenzo queda en calzoncillo y con la capucha puesta. El que está mirando pregunta.
— ¿Qué edad tienes?
—22 años.
—Chibolo y metido en guevadas. —Dice el mismo.
Se acerca y le da un palmazo en el trasero. Con una mano lo coge del calzoncillo y con la otra le
empuja la cabeza al piso, Lorenzo cae boca abajo, como está sin esposas amortigua la caída
con la palma de sus manos, se agacha y le palpa las nalgas.
—Si no hablas te vamos a violar. —Amenaza el que lo tiro al piso. Le vuelve a palpar el trasero
y se para a mirarlo. —Ni cojudo, quien va a querer un culo flaco. Estás para el gato. Pero sí te
vamos a sacar la concha de tu madre.
Lo coge de los cabellos y lo pone de pie. Le saca la bufanda que está bajo la capucha de tela y
la arroja. Luego con violencia coge la muñeca de Lorenzo y se la dobla a la espalda, lo mismo
hace con el otro brazo.
—Pásame los jebes —ordena.
El otro con ambas manos coge tiras y las pone cerca del que le pidió, levanta la más ancha y le
entrega.
—Yo cojo, tú envuelve —ordena.
Le levanta los brazos y Lorenzo se dobla soportando la torsión. Los brazos se separan del
cuerpo, con los jebes le envuelven los dos brazas juntos, luego lo amarran con jebes más
delgados. Ya bien amarrado, coge la silla, la ubica bajo la polea, regresa donde Lorenzo y se lo
echa al hombro, lo para encima de la silla, tiende la mano y el otro le alcanza un cabo de la
soga que cuelga de la polea, con ella le amarra los brazos, el otro tensa la soga hasta que los
brazos de Lorenzo se dirigen al techo mientras se le dobla el cuerpo. Al que tensa la soga le
hace una seña para que se detenga.
— ¿Vas a colaborar?, estás a tiempo de ser razonable. ¿No te quieres?
Silencio, mira al que sostiene la soga. Éste coge con las dos manos y va jalando cada vez más,
el que está cerca al torturado patea la silla y Lorenzo queda abruptamente en suspenso con tal
movimiento de todo su cuerpo que cae la capucha. Lorenzo hace chirriar sus dientes para
soportar el dolor. Todo su cuerpo está en tensión. Abriendo los ojos busca con la mirada a sus
verdugos, pero solo logra ver al que está frente a él, al que pateó la silla, el otro está detrás
jalando la soga para que suba hasta cerca del techo.
—Mírame bien, no tengo problema con eso, soy yo el que te está sacando la mierda.
Se acerca, y le jala de una pierna hacia el piso.
— ¿Vas a hablar o no vas a hablar? —se para delante de Lorenzo.
Éste lo mira con el rostro desfigurado por el dolor, con disimulo junta su saliva en la boca y
como lo tiene cerca le lanza un escupitajo en pleno rostro. La reacción del torturador es
inmediata, se lleva la mano al rostro y se limpia con violencia haciendo una mueca de asco y se
abalanza al torturado. Le propina un izquierdazo, se limpia la mano en el pantalón y prosigue
golpeándolo como si fuera un costal de práctica de boxeo. Cuando se detiene Lorenzo está
colgado, flácido como una malagua, inconsciente.

SÉTIMO DÍA: miércoles 25 de junio


Cuando Lorenzo despierta está aún oscuro, tiene la ropa mal puesta, sin medias, esposado y
mojado la parte superior del cuerpo. Está nuevamente en el cuarto de aislamiento, le duele la
quijada y la cabeza. Hace frío y como no tiene ningún cobertor tirita de frío.

“Ha sido el comienzo, se desesperan rápido, pero no siempre será así, ¿qué más vendrá? —A
su memoria vienen los recuerdos de la investigación de la que fue parte en El Frontón, de las
torturas que habían pasado los prisioneros en los diversos escenarios en que habían actuado.
En la ciudad de Lima era de una forma, en las ciudades de provincia de otra, y con los
detenidos en el campo era otra forma, cuando los detenía el Ejército era diferente a cuando
los detenía la Marina.

… A mí, compañeros, me han detenido en la ciudad, pero, compañeros, yo he sido el único


sobreviviente de un pelotón de la guerrilla en el campo cuando estábamos en la campaña de
Batir para Avanzar hacia la Conquista de las Bases de apoyo, era el año 83, ya había ingresado
a combatirnos las Fuerzas Armadas. Hicimos un asalto, conquistamos armas y municiones, y
nos replegamos, pero el Poder local mandó a caballo a informar a una de las bases de la
Marina recién montada, se nos había dicho que teníamos que desplazarnos solo de noche,
pero por querer avanzar más el mando dispuso que nos siguiéramos desplazando de día, claro
que nosotros aprobamos eso y a eso de las nueve de la mañana aparecieron dos helicópteros,
nosotros estábamos en un cerro pelado, no había árboles solo algunas cuantas piedras, no
había lugares adecuados para escondernos y nos comenzaron a atacar, nos bombardearon,
nosotros teníamos pocas armas y eran escopetas, teníamos tres fusiles que habíamos
confiscado, solo un compañero y yo los sabíamos manejar, pero no teníamos mucha munición,
mataron a varios, de los nueve que éramos yo logré ocultarme en una pequeña hoyada entre
las rocas, yo me quede rezagado con un fusil, a uno lo detuvieron herido, a otro que lo vieron
que no tenía armas lo persiguieron hasta alcanzarlo, no tenía ninguna herida, allí mismo los
interrogaron, comenzaron con el herido, no dijo nada, y lo remataron, el que estaba sin
heridas, era nuestro mando político, lo comenzaron a interrogar, pero como no respondía
nada, le amarraron las manos con una soga, solo para que no pueda separarlas, con otra soga
resistente le amarraron de un tobillo y lo llevaron colgado de uno de los helicópteros, después
nos enteramos que lo dejaron muerto y desfigurado cerca al lugar que habíamos hecho la
acción. A todos los demás los mataron sin compasión, algunos se habían parado en señal de
rendición, pero eso no les importó. Yo juré ese día, que si sobrevivía trabajaría por hacer
realidad nuestros objetivos. Y aquí estoy.

…A mí me detuvo la Marina por dedo, yo era foráneo en el campo y el Poder local, me señaló.
Me han torturado en su cuartel, me han colgado, me han sacado algunas uñas, vean cómo
están mis manos, pero lo peor… lo peor, compañeros…ha sido lo último que me han hecho,…
la vara de la policía militar me lo han introducido por el ano esos cobardes miserables… pero
no les he dicho nada.

…A mí compañeros, la primera vez que me detuvieron fue en el campo, en una contra


emboscada que nos hicieron, nosotros la hicimos en un lugar, al enterarse el Ejército sale de
otro lugar en dos columnas y nos encontramos, éramos once, tres universitarios el resto eran
campesinos, entre ellos dos mujeres, todos teníamos algún tipo de arma y abundante
dinamita, hemos peleado bien, compañeros, claro que ellos tenían mejores armas, yo quedé
herido en varias partes del cuerpo, pero nada de gravedad, ya era tarde, el sol se estaba
poniendo, juntaron a todos los muertos, a los heridos los remataban, yo me 64
di cuenta de eso, venían con sus armas listas a disparar. ¡Yo estoy vivo!, les dije y me puse de
pie con mis heridas que sangraban poco, pero estaba teñida mi ropa, pero más era por la
sangre de un compañero al que había ayudado. Qué hacemos con esté le preguntaron a un
oficial, me miro y dijo, que se vaya. Estábamos en una planicie entre dos cerros no muy altos,
lejos había una pirca y detrás había pencas y tunas. Corre hacía allá, tienes tres minutos para
cruzar esa pirca, me dijo. Miré, estaba lejos, no me moví, corres o te matamos en este mismo
lugar. Comencé a caminar, primero despacio, intente trotar y pude hacerlo, escuché que
ordenó preparar armas, entonces aceleré, corría con todas mis fuerzas cuando ya estaba cerca
de la pirca ordenaron disparar, las balas sonaban, pero yo seguía corriendo, tomé un impulso y
salté hacia las pencas. Desperté al día siguiente, estaba amaneciendo, una bala me había
rozado la cabeza, había perdido sangre, ¡ah!, una cosa de no creerlo, mi pantalón estaba hecho
jirones, tenía rasguños, pero ninguna herida de gravedad en las piernas. No tenía fuerzas,
estaba entre el pasto, la pirca y las pencas, ellas me cubrían del aire que corría, al salir los
primeros rayos del sol escuché que un arriero fustigaba a su burro para que camine, con todas
mis fuerzas me puse de pie y salí hacia el camino, llamé la atención del campesino, di unos
pasos hacía él y perdí el conocimiento. He despertado varios días después dentro de una
chocita en las alturas de Ayacucho y Huancavelica en una casa bajita, hecha de piedras y barro,
me habían curado y me habían alimentado con leche de ovejas, pero estaba muy débil, el
campesino tenía tres hijos ya creciditos, que no iban al colegio por estar muy lejos, jugábamos
y les comencé a enseñar a leer. Les conté quién era, me dijeron que ellos habían escuchado las
explosiones del enfrentamiento pero que no sabían qué era. Meses después cuando ya estaba
restablecido pasó por allí una columna guerrillera y como uno de ellos me conocía me fui con
ellos.

…A mí me han arrojado en un costal al mar hasta que perdí el conocimiento…


Cuando toma consciencia de la realidad, es porque traen nuevos detenidos.
—Acá traemos dos más. —Grita alguien.
—Estamos haciendo cacería de senderistas. —Comenta otro de los agentes recién llegados.
Los colocan entre Zulema y Lorenzo, ya son ocho los detenidos incomunicados en ese lugar.
Los dejan y salen.
—Ya vuelvo por mis grilletes —dice uno mientras sale.
El vigilante en silencio les cambia las esposas. Les pone una capucha negra encima de la venda
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que tienen y se refugia en su lugar. Cerca de la una de tarde regresa el que dijo que volvería.
—Mis esposas. —Reclama. Trae un sobre manila en la mano.
—Acá las tiene, jefe. ¿Qué novedades? —responde el vigilante.
—Que hemos tenido un buen golpe de suerte. Hemos detenido a uno, no dice nada, nos lleva
a donde vive y todo en regla, pero en su documento figura otro domicilio, nos vamos a ese
también, es la casa de su esposa, la allanamos, revisamos todo y en el refrigerador
encontramos un sobre, lo revisamos, y a que no adivinas qué eran,… cartas de sujeción de
senderistas dirigidas a Gonzalo y al Comité Central.
— ¿Así jefe?, ¿y esas cartas dan pistas para detenerlos?
—Claro pues hombre. Por eso están detenidos estos dos cojudos. Y ya se está esperando a
otros tres más.
—Entonces está buena la cosecha jefe.
—Pero hay uno que se pasa de pendejo, no da ninguna pista.
—Pero al menos se tendrá su nombre, ¿no?
—Un nombre que no dice nada. Es su nombre dentro del Partido.
— ¿Cómo es eso?
Se sienta en una de las esquinas del pupitre y extrae del sobre manila varias hojas escritas,
algunas a máquina y otras a mano. Separa una de las escritas a mano.
— ¿Quieres escuchar?
—Claro.
—Fíjate cómo está escrita. Empieza así:
“Al Presidente Gonzalo, nuestra Jefatura.
Al Comité Central del Partido Comunista del Perú:
Partir en primer lugar por expresar mi saludo y sujeción incondicional al presidente Gonzalo,
nuestra Jefatura. Jefatura del Partido y la revolución en el Perú; mi saludo y sujeción a nuestra
ideología el marxismo-leninismo-maoísmo. Ideología todopoderosa porque es verdadera, y
aplicándola consecuentemente con ella se puede transformar el mundo, y en particular mi
saludo al pensamiento guía, que es la aplicación concreta de esa ideología a la revolución en
nuestro país; saludo y me sujeto, consciente y voluntariamente a nuestro heroico combatiente
el Partido Comunista del Perú, el Estado Mayor de la revolución, a todo su sistema de
dirección. Saludo al plan de nuestro Partido que hoy venimos aplicando: el Conquistar Bases.
Camaradas, hace ya varios meses que me encuentro en libertad, en aplicación de la justa y
correcta política de nuestro Partido, y mi disposición es de persistir en la revolución contra
viento y marea, convencido que solo la revolución es el camino para sacar de la miseria y el
atraso a nuestro pueblo y a todo nuestro país. Sé que no es un camino fácil, que hemos
avanzado, pero hay mucho por hacer, dificultades mil, pero para vencer esas dificultades
estamos los comunistas.
Mi disposición es de marchar a los campos más candentes de la revolución, allí donde el
Partido me necesite, allí iré.
Para ubicarme, creo que lo más conveniente es a través de la portadora de la presente.
Muchos éxitos.
Lima, junio de 1985.
Cc. Teódulo.

— ¿Quién chucha de su madre será este huevón? —termina el lector.


—Pero se tiene al menos su letra, con una prueba grafo técnica se puede saber de quién es.
—No está mala la idea Tigre, pero dónde mierda estará a estás alturas. Pero mira lo fanáticos
que son, dice, “sujeción incondicional al presidente Gonzalo”. ¿Qué te parece? Me voy, ahí
viene tu relevo. Nos vemos en la noche hay bastante chamba.
Sale, al poco rato lo relevan.
“Esas son negligencias, ¡qué necesidad tenían de guardar esas cartas! Se les facilita el trabajo
al enemigo.” —Maldice Lorenzo.
A las tres de la tarde cuando están entregando paquetes a algunos de los detenidos aislados
cogen de un brazo a Lorenzo y le hacen ponerse de pie para conducirlo a una oficina cercana
en el mismo piso. Lo sientan en una silla y le sacan la capucha.
La oficina es grande, hay varios pupitres con sus respectivas sillas, un estante de madera largo
y con varios compartimentos, los agentes entran y salen. De ese estante uno de los agentes
coge dos archivadores y los coloca sobre el escritorio cercano a Lorenzo.
—Ven, acércate —se dirige a Lorenzo.
Éste se para y se acerca.
—Siéntate —le dice acercándole una silla—. Vamos a mirar fotos, tú me vas a decir a quiénes
conoces, ¿okey?
Abre el archivador pasa las dos primeras hojas y aparece una primera fotografía.
— ¿Lo conoces?
Es la fotografía de Abimael Guzmán Reinoso, una de las varias que publicó la revista Caretas.
Lorenzo la observa y no responde.
—No me vas a decir que no lo conoces.
—Por los periódicos. —Responde.
—Entonces, sí lo conoces.
—Por los periódicos.
—Bien, continuamos —pasa la página, tiene un título “Comité Central”—, Tú me dices si
conoces a alguno.
Lorenzo observa cada una de las fotografías. Siente curiosidad por saber quienes según la
policía, son los miembros del Comité Central.
— ¿Conoces a alguien?
Mueve la cabeza en señal negativa. Pasa a la siguiente página, son fotografías de hombres y
mujeres de diversas edades, algunas individuales y otras grupales, en tamaño cuerpo completo
y tamaño carnet, el agente con paciencia pasa página a página, siempre vigilante de los gestos
del detenido. Terminan uno, lo cierra y pasan al otro. Lleva por título mandos regionales.
Siguen mirando, en cada una de las páginas la misma negativa, llegan a una parte que lleva por
titulo “Miembros del MRTA3*”, pasa la mirada, el agente espera la respuesta.
—No, a nadie. —Terminan el segundo archivo fotográfico.
El agente lo cierra, los lleva al estante y trae otro, menos voluminoso. Y continúan, ya Lorenzo
ha perdido interés, lo mira por cumplir, en eso mira con atención una foto, es él, junto a dos
chicas a quienes tiene abrazadas, frunce el entrecejo.
—Los conoces.
—Claro, soy yo.

3 * : Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.

—Y ellas, ¿quienes son?


—Amigas que practicaban danza.
— ¿Cómo se llaman?
—No las recuerdo.
— ¿Cómo que no las recuerdas?, si te estás ganando con ellas y no las recuerdas.
—Son compañeras del colegio, pero no las recuerdo.
Al costado de esa foto hay otra de tamaño carnet también de él. Pasa a la siguiente página y
una foto tamaño carnet llama poderosamente su atención, Lorenzo por un breve instante fija
su atención en ella, y continúa mirando las demás. Pero el agente se ha dado cuenta de ello y
dice.
— ¿La conoces? —señalando una fotografía de mujer.
—No. —Responde con indiferencia.
—No me digas que no la conoces, ella tenía esta foto tuya —le señala una foto tamaño carnet
donde está él con peinado raya al centro y terno negro, colocada casi al final de la página.
—Hasta a tu mujer la niegas. Puta ma’re. —Mueve la cabeza— Lo sabemos todo. Ella tenía tu
fotografía, pero también decía que no te conocía. Ustedes nos creen idiotas, ¿no? —y
dirigiéndose al agente que observa a la distancia— Llévalo.
El agente le coloca la capucha y tomándolo de un brazo lo regresa. Ingresa al cuarto de
aislamiento, el vigilante se pone de pie, los agentes se miran y sin mediar palabra dejando al
detenido en la entrada se retira, el vigilante lo empuja hacia donde estaba.
—Tengo sed, señor. —Le dice al agente.
—No hay agua. —Responde parco.
—Yo le puedo dar un poco. —Interviene Zulema desde donde se encuentra.
—Siéntate, yo te lo voy a pasar.
Lorenzo se sienta, el agente se dirige a donde está Zulema, ella en silencio, a tientas coge el
termo de su costado sirve una taza y la extiende para que el policía lo coja. Éste le entrega a
Lorenzo, quien se levanta un poco la capucha y lo bebe pausado, está tibio aún. Termina y
devuelve la taza al policía que espera.
—Gracias. —Dice para que lo pueda escuchar Zulema.
Después de devolver la taza el agente regresa a su lugar y quedan en mutis.
Llega la noche y un silencio lúgubre se cierne en el ambiente, la intensidad del movimiento
del día desaparece, para dar lugar a lo imprevisto y la incertidumbre.
Se escuchan pasos, una extraña maquinaria entra en movimiento.
—A trabajar. —Se escucha como única palabra clave.
Uno a uno cogen a los detenidos incomunicados y los conducen en silencio a otros ambientes,
no todos llegan al mismo lugar. Wilson es bajado por escaleras a un cuarto con piso de
cemento frío y húmedo, al rato traen a José Diego y lo colocan a su costado, después a Lorenzo
y lo dejan cerca. Nuevamente el silencio tétrico. Los detenidos sólo escuchan la respiración de
los demás. De pronto un grito rompe el silencio, es una voz desgarradora de mujer, el grito es
largo y prolongado que no tiene cuando acabar, y así como inició se corta, y nuevamente el
silencio. Cuando Lorenzo ya esta semi dormido es despertado abruptamente, entre sueños lo
hacen parar entre dos y lo van empujando en la oscuridad, reiteradas veces choca contra
diversas cosas. Primero contra una puerta, después contra una escalera, y finalmente con una
mesa, llega a su destino completamente despierto y adolorido.
Están en el mismo lugar de la noche anterior, sólo que ya se encuentra rastros de trabajos
anteriores, las sogas están mojadas, es piso salpicado de agua y en el ambiente un olor
desagradable, a la memoria de Lorenzo llega el olor de pasta básica de cocaína que fue lo que
lo apartó de las discotecas limeñas.
Nuevamente lo desvisten, le lían con jebes los brazos a la espalda, pero esta vez no lo hacen
parar sobre la silla, sino que el que lo empaqueta lo carga al hombro y lo levanta, mientras el
otro torturador tira de la soga que pasa por la polea, lo dejan suspendido en el aire. El mismo
que lo empaquetó, ya en suspenso, se acerca y le coge de la capucha sacándola con violencia
junto con un mechón de cabellos. Retrocede algunos pasos.
—Mírame bien concha de tu madre. No te tengo miedo. Yo te estoy sacando la concha de tu
madre. —Tiene los ojos achinados y abre las piernas para poder mantenerse en pie. Lo mira
con odio.
Lorenzo le devuelve la misma mirada desde donde se encuentra. Tiene todo su cuerpo tenso,
siente que los músculos se le van a reventar. Pega la quijada al pecho para soportar el dolor
mientras acumula saliva para lanzar un escupitajo, el torturador está atento, cuando levanta la
vista para lanzarla el policía lo espera y lo esquiva, coge una botella de licor que está cerca y le
muestra al torturado, luego se bebe dos grandes tragos ruidosos.
—Hoy de nada te servirán tus maniobras, hoy no te desmayarás.
Lo rodea vigilante y se le acerca, lo jala de las piernas hacia el piso, los dientes del
torturado rechinan pero no suelta un grito. El agente que sujeta la cuerda la amarra a una
ventana y se pone delante del detenido, tiene puesto un pasamontañas negro de lana, por
donde se le puede ver los ojos.
—Vas a implorarnos que te dejemos de torturar.
—Nos vas rogar, hijo de puta. —Complementa el otro.
Lorenzo no dice nada, pero su mirada es como una lanza punzante. Las venas que surcan por
su cuello se hinchan. Uno de los agentes coge una silla, la lleva a la entrada y se sienta.
—Estoy cansado —dice.
—Yo también, carajo. Y esto no tiene cuando acabar. —Dice el otro yendo con otra silla a
sentarse cerca.
“No puedo estar todo el tiempo resistiendo mi peso, si sigo así reventaré —reflexiona
Lorenzo—. Debo relajarme, debo relajarme. Relajarme…”
Todo su cuerpo transpira, comienza por relajar sus músculos faciales, es una intensa lucha
interna contra el dolor y el miedo, miedo a dislocarse los brazos y quedar lisiado. Abre la boca
y respira profundo, cerrando los ojos. Los torturadores de vez en cuando lo miran de reojo.
También ellos tienen su propia lucha interna, ya es de madrugada y el sueño los vence por
ratos.
Después de unos cuantos cabeceos, el de pasamontañas sacude su cabeza y observa al otro
que duerme con la cabeza tirada para atrás con la boca abierta, le da un palmazo en la pierna.

—Oye, vamos.

Se pone de pie, observa al detenido, bota los hombros hacia atrás, sus huesos suenan, mueve
su cuello, el otro agente hace esfuerzo para abrir bien los ojos.

—Puta ma’re. —Observan al detenido que pende de la soga como pulpo, sus extremidades
cuelgan cual tentáculos flácidos.

El de pasamontañas suelta la soga y lo hace bajar despacio.

“Ojalá no se nos haya pasado la mano.”

En el piso, el detenido se amontona como una porción de gelatina, pálida. Le desatan las
ligaduras, separan sus brazos y lo extienden boca arriba, el cuerpo está frío, pero hay signos de
vida. Colocan los brazos pegados al cuerpo, le dan cachetadas por ambos lados de la cara. El
otro le ejercita las piernas, le mueve los dedos de los pies, le golpea los muslos. El de
pasamontañas trae un balde con agua, con su mano le arroja agua al rostro, también le salpica
agua por el cuerpo, la respiración se hace más seguida, pero tarda en reanimarse. Le visten, y
le ponen sus zapatillas. El de pasamontañas lo carga entre sus brazos y lo lleva de regreso al
cuarto de aislamiento. No hay nadie aún. Hay humedad en el piso, y los colchones están
arrimados contra la pared, tienden uno donde han acostumbrado ver a Lorenzo, lo acuestan, y
como no está el vigilante cogen una banca que está cerca al lugar desde donde vigila el policía
y por una de las maderas de refuerzo pasan las marrocas y lo esposan, antes de retirarse le
colocan la capucha y salen.

OCTAVO DÍA: jueves 26 de junio.

Las sábanas blancas y frías acarician el cuerpo ardiente de Roxana mientras recorre piel a piel
el cuerpo desnudo de Lorenzo y con su boca húmeda y provocativa lame el pecho de Lorenzo
que no
puede moverse. Él, levanta la cabeza ansioso, se muerde los labios queriendo alcanzar los de
ella, ella levanta la cabeza, sus largos cabellos lacios se esparcen sobre sus hombros, lo mira
con una sonrisa sensual y prosigue acariciando la piel ansiosa, llega a su cuello, sube hacia su
oreja izquierda, le lame el lóbulo, él respira agitado entre su cabello, ella lo cabalga, él busca
sus labios, cuando está por rozarlos ella levanta su cabeza, sus cabellos chocan contra el rostro
ansioso, por entre ellos se miran, ella muerde sus provocadores labios, él suda frío, pero no
puede alcanzarla. Ella prosigue con su jugueteo.
— ¡Por favor! —Grita él—. No hagas eso, ¿no ves que no puedo retribuirte? ¡No abuses!
Ella con más frenesí prosigue su labor acariciadora, él mueve sus piernas, tensa sus brazos.
— ¡Nooooooo! —grita.
¡Pummm!, cae una banca contra el piso.
— ¿Qué pasa allí?, ¿qué pasa allí? —Grita el custodio poniéndose de pie—. Tranquilo,
tranquilízate.
Se aproxima hacia Lorenzo, que tiene gotas de sudor sobre la frente. En el cuarto de
aislamiento ya están los otros detenidos que se han despertado por el grito y el ruido causado
por la banca. Lorenzo está en el piso esposado contra la banca.
—Tranquilo, has tenido una pesadilla.
El policía saca de su bolsillo un manojo de llaves y le suelta un brazo, desengancha la cadena
de las esposas de la banca y vuelve a enmarrocar, levanta la banca y la lleva cerca de su
pupitre, vuelve a ocupar su silla. Los detenidos cambian de posición y buscan de nuevo
conciliar el sueño. Lorenzo mete sus dos manos bajo la capucha que sólo está puesta y se seca
el sudor. Luego se pone de costado en posición fetal, dando la espalda a la puerta, siente frío,
ya es más de las siete de la mañana.
“Qué momento más inoportuno para acordarme de ella, y es que:
Yo la quise, y ella a veces también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes y bellos ojos fijos.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido” (4°)

(4 °) Versos de Neruda.

“Realmente como no haber amado sus ojos chinitos.”


Suelta un hondo suspiro. Su mente va en busca del tiempo vivido.
Una radio suena a volumen moderado en un amplio cuarto que comunica a cuatro lugares, una
puerta lleva a un pasadizo que da a la calle; otra da acceso a la tienda que tiene
constantemente abierta su atención al público, otra puerta cercana a ella conduce al segundo
piso; otra a un pequeño corral. El olor a comida revolotea en todo el ambiente; una niña de
seis años juega con su muñeca, otro niño de siete años, con carritos, una jovencita de quince
años está sentada en una silla, y Lorenzo de pie le trenza sus largos cabellos; del corral llega el
ruido que produce alguien que muele ají en un batán.
—Mamá, ¿por qué no puedo tener el cabello largo como July? —dice la niña.
—Sí puedes tenerlo grande Barbarita —responde la madre, que muele el ají— Pero cuando tú
misma puedas peinarte. ¿Por qué quieres tenerlo grande?
—Por mona mamá —dice July—, para parecerse a Daniela Romo, que está de moda, porque
más antes me paraba molestando por mi cabello.
—Sí me gusta —dice la niña—, quiero que se vea como el de Daniela.
—Ya ves mamá, por mona.
—Ella no es mona —interviene el niño.
— ¡Cállate Chicho!, contigo no estamos hablando —ordena July.
—Yo no me llamo Chicho, ¡ya! —protesta el niño.
— ¿Acaso eres mujer para meterte en conversación de mujeres? —le dice July con afán de
molestarlo.
— ¡Muder eres tú! —grita el niño.
—Dime cómo te llamas para llamarte por tu nombre —sigue molestando July.
— ¡Frain! —responde el pequeño.
—Ya, July, por favor, ¡deja de molestar a los chicos! —interviene la madre, suspendiendo el
molido para dejarse escuchar y luego prosigue con su labor.
Lorenzo sigue trenzando mientras sonríe escuchando la discusión.
—Mamá Julia —interviene para cambiar de tema—, qué bien huele lo que estás
preparando.74
En eso se escucha que tocan a la puerta.
—Mamá, llaman por la puerta del pasadizo —comunica July.
—Anda, ve quién es —ordena la madre.
—Pero, mamá, me están peinando —protesta.
—Yo voy —dice Bárbara.
—No, Barbarita. Anda tú, July.
—Yo —se ofrece Efraín.
—No, los niños no es conveniente. Anda tú.
—Pero está en la mitad del trenzado, mamá.
—Espera un ratito, July —dice Lorenzo— te pongo el pili mili y vas.
Lorenzo le coloca las bolitas para sujetar cabello a la altura de donde ha llegado a trenzar.
—Ve —la empuja suavemente para que se ponga de pie.
La jovencita va hasta la entrada del callejón, los niños y Lorenzo la siguen con la mirada, ella
coloca su cabello sobre su hombro izquierdo y ensaya sus primeros coqueteos.
— ¡Mamá! —Habla Bárbara—. July está coqueteando.
—Ya, ¡por favor! — Dice la madre— déjenme terminar de moler este ají.
— ¡Mamá! —Regresa July y va hasta donde está ella— a quien buscan es a Lorenzo.
Lorenzo que se había sentado en la silla y hojeaba un libro, levanta la cabeza y se pone de pie,
adoptando un aire serio. Va donde está la madre.
— ¿Quién es?, ¿lo conoces? —pregunta la madre, poniéndose de pie. Sus manos están
embadurnadas con ají molido. Lorenzo llega donde están ellas.
—No, mamá, es un joven delgado.
— ¿No será la policía?
—No vieja —dice con cariño Lorenzo—, si fuera la policía ya estuviera adentro; la Policía, en
particular la PIP, no toca la puerta, ¡irrumpe!
—-Humm —piensa la madre— ¿Y cómo sabemos quién es?, ¿qué le has dicho, July?
—Que me espere un momentito.
—Está bien, voy a ver de qué se trata —plantea Lorenzo.
—Acompáñalo, July.75
Salen los dos, la puerta está entreabierta, Lorenzo la abre. Por la calle los vehículos circulan. El
visitante, que está recostado contra la pared mirando al frente, se da la vuelta.
—Buenas tardes —saluda Lorenzo, luego de mirar su reloj— ¿Sí?
—Hola, buenas tardes —responde el extraño—. ¿Es usted Lorenzo Muñoz Abanto?
—Sí, ¿de parte de quién?
July, que está al costado de Lorenzo, mira disimuladamente de pies a cabeza al extraño.
—Vengo de parte de Ernesto González Pérez
Lorenzo frunce el entrecejo extrañado.
—Disculpe, no lo conozco.
— ¿Seguro?, a ver, coja usted las iniciales de los tres nombres… ¿le dicen algo a usted?
Lorenzo mira al vacío, luego agacha la cabeza, “E.G.P., Ejército Guerrillero Popular”, se
estructura en su mente; luego esbozando una sonrisa mira al desconocido y responde:
—Sí, EGP, ¿viene usted por mí?
—Sí, vengo a recogerlo, traiga usted sus cosas.
— ¿Es compañero? —pregunta July en voz baja a Lorenzo.
Lorenzo mueve la cabeza afirmativamente.
—Que pase —invita July, hablando para que escuche el enlace.
—No, gracias —interviene—. Aquí lo espero, traiga sus cosas.
Lorenzo junta la puerta e ingresan en silencio. Ella adelanta el paso, va a la cocina.
—Mamá, dice el joven que viene a llevar a Lorenzo —La madre preocupada mira inquisitiva a
Lorenzo.
—Sí viejita, me han venido a recoger, me tengo que ir. Muchas gracias por todo, le das las
gracias al viejo, y a todos tus hijos.
—July, lo hubieras hecho pasar para que se vayan almorzando. Lorenzo dile al compañero que
pase para que almuercen, ya está listo.
—No quiso ingresar —explica la adolescente.
—No, viejita —Lorenzo se acerca la señora— creo que está apurado —la abraza—. Me voy a
perder la exquisitez que has preparado, tengo que irme.
—Está bien muchacho, anda baja tus cosas. Avísale a tu papá que ya se va Lorenzo. —Ordena a
76
July.
Lorenzo sube por las escaleras, July entra a la tienda, la madre se lava las manos en el lavatorio
y da los últimos toques al almuerzo. Al poco rato baja Lorenzo con un maletín, cambiado y
peinado. Al escuchar sus pasos por las escaleras, ingresan a la cocina July con su papá. Los
niños se han quedado quietos, en silencio, sin llegar a comprender el movimiento inusual.
—Cuídate muchacho loco —le dice la madre cariñosamente, mientras lo abraza.
—Que te vaya bien —dice el padre, estrechándole la mano.
—Cuando puedas regresa —dice tristemente July.
—Sí, cuando puedas nos visitas, nos avisas donde estás para comunicarle a tu mamá y no se
preocupe. —Recomienda la madre.
— ¿Dónde se va? —interrumpe Bárbara.
Lorenzo abraza a los niños, los besa en la mejilla, coge su maletín y sale por el pasadizo, lo
acompaña July. Los viejos al verlo marchar se juntan.
—Otro muchacho que marcha a poner su vida en riesgo —dice el padre.
—Por la tienda anda a mirar con quién se va —ordena la madre—. Voy a ver cómo está el
almuerzo, no vaya a ser que algo se queme.
Lorenzo sale con su maletín.
— ¿Eso es todo? —Pregunta el enlace—. ¿Tiene algo para ayudarle a llevar?
—No, esto es todo.
—Vamos.
—Chao, July, cuídate y saludos al Cholo.
—Chao —responde cogiéndose el cabello que queda sin terminar de trenzar.
Cuando ya están lejos Lorenzo vuelve la cabeza, July sigue parada en la puerta, se hacen una
señal de despedida con la mano. Caminan hasta la esquina, miran que no haya vehículos y
cruzan a la otra vereda. Los vehículos pasan con frecuencia. Llegan a un parque, el enlace se
detiene, Lorenzo hace lo mismo.
— ¿Lleva algo comprometedor con usted? —le pregunta a Lorenzo.
—Nada, sólo mi ropa personal.
—Está bien.
Suben a un micro, cruzan el centro de la ciudad de Lima. Bajan en Yerbateros y vuelven a
tomar otro bus. Bajan en el Trébol de Monterrico y cruzan caminando en dirección al
hipódromo. Llegan a una urbanización, toman la primera calle, avanzan una cuadra, cruzan una
intersección, se detienen al inicio de la segunda cuadra. No hay movimiento, todo es silencio.
El enlace saca su llavero, abre la primera puerta que encuentra, al frente hay un jardín y un
tendedero de ropa.
—Hola, Yolanda —se anuncia— ya llegamos.
—Pensé que ya no venías —responde desde la cocina—. ¿Te sirvo?
—Pase —invita a Lorenzo y tras él cierra la puerta— Sí. Sirve tengo que irme en seguida. Te
dije que iría a recoger al compañero, he venido con él.
Ingresan a un cuarto, que es la sala, está vacío, el piso es de tierra apisonada, todo lo demás es
de material noble; hacia la mano izquierda está la cocina, a la derecha el dormitorio que tiene
dos compartimientos. Con la mano el dueño de casa le indica que pase al dormitorio.
—Hola —saluda Yolanda, trayendo dos platos de comida, uno de sopa y otro de segundo.
—Buenas tardes —responde Lorenzo.
—Disculpe, compañero, voy a servirme, usted se quedará acá, en la tarde conversamos, tengo
que irme. Ella es mi esposa —y dirigiéndose a ella dice— Él es el compañero Lorenzo,
—Cuánto gusto compañero —responde Yolanda colocando los platos en la mesa—. En seguida
le sirvo —y se dirige a la cocina nuevamente.
El dueño de casa se sienta y comienza a ingerir sus alimentos. Lorenzo sin recibir ninguna
invitación coge otra silla y se sienta. Su maletín lo coloca debajo de la mesa. Al poco rato le
trae a Lorenzo un plato con sopa y su cubierto.
—Sírvase —invita Yolanda.
—Gracias.
—Sírvase despacio. Usted no tiene apuro —dice mientras arremete contra su segundo plato.
Lorenzo obedece y come despacio, Yolanda le sirve a su esposo un vaso de refresco. Éste, al
terminar de comer, se pone de pie y bebe todo el contenido.
—Gracias Yolanda. Compañero, me voy, mi nombre es Telmo. Siéntase como en su casa, en la
noche conversaremos. No salga de la casa. —Y levantando la voz para que le oiga Yolanda que
está en la cocina, dice—: me voy cariño.
Se dirige a la puerta de salida, Yolanda ingresa con el segundo plato para Lorenzo, se despide
de 78
su esposo.
—Acá tiene su segundo —lo coloca sobre la mesa—. ¿Cuál dijo Telmo que era su nombre?
—Me llamo Lorenzo. ¿Usted no se va a servir?
—Ya almorcé, tenía mucha hambre.
—Es comprensible, creo que está en cinta, ¿o me equivoco?
Yolanda, mujer joven que frisa los diecinueve años de edad, de cabellos lacios y negros, cejas
espesas, ojos negros y largas pestañas, nariz recta, boca mediana, cara delgada, trigueña, está
gestando, pero eso no le quita su andar con paso firme y rápido, propio de la juventud. Telmo
su esposo es un poco más alto que ella, de extracción campesina, tiene los rasgos
característicos del indio peruano, cabello lacio, ojos medianos, nariz curva, la denominada
nariz griega, color cobrizo, contextura delgada y de aproximadamente veintisiete años.
Yolanda se sienta donde estaba su esposo, pone los platos vacíos uno sobre otro.
—Sí, ya voy por los seis meses.
—Es por eso que tiene más apetito, tiene que alimentar dos vidas pues.
—Sí, pero Telmo se va al otro extremo y me hace comer mucho. —Sonríe—. Así me voy a
poner gorda.
—No crea, subirá un poco de peso, pero no engordan mucho las gestantes. Salvo raras
excepciones. Porque lo que ingieren va a nutrir esa nueva vida que llevan en sus entrañas.
—Y usted, ¿de qué está mal? Yo lo veo bien.
—En cuanto a mi salud, estoy bien. Veo que por esta casa entran y salen compañeros con
frecuencia.
— ¿Por qué cree eso?
—Pues, hay bastante confianza y rápido nos hacen sentir como en casa. Por eso deduzco que
con frecuencia tienen invitados.
—Ah, sí, aquí han estado varios compañeros, la mayoría heridos, o quienes vienen del campo a
hacerse tratar algún problema de salud. Por eso me extraña que usted diga que está bien.
— ¿Así? Bueno, mi caso es que yo recién he salido de prisión y quiero seguir combatiendo.
—Ah, ya entiendo. Nos han dicho que también tendremos que acoger a ex prisioneros hasta
que los organicen. Ojalá que se quede algún tiempo para que nos cuente cómo es la vida en
prisión. A nosotros nos está prohibido visitarlos, salvo que tengamos familiares directos. No
podemos visitar a los 79
conocidos.
—Yo creo que está bien, ¿no le parece? Porque por allí pueden comenzar los seguimientos.
¿Cuándo dará a luz?
—No lo sé aún, este viernes, pasado mañana, tengo que ir a mi control a la Maternidad de
Lima —hace una pausa—. Sabe yo tenía que ir a mi reunión hoy día, pero ya es tarde.
— ¿Del aparato donde usted está organizada?
—Sí.
— ¡Qué pena! … ¿No trabajan en el mismo organismo que su esposo?
—No, él es más avanzado. Yo recién desde que estamos viviendo juntos he comenzado a ir a
Escuela Popular, pero hace poco me han preguntado si puedo ser activista.
—Y, ¿sabe usted qué es ser activista?
—No.
— ¿Y, no ha preguntado?
—Tuve vergüenza —agacha la cabeza.
—Compañera, ¿vergüenza en nosotros? No está bien eso. Nosotros los combatientes del
Ejército Guerrillero Popular que dirige el Partido Comunista del Perú, asumimos consciente,
libre y voluntariamente, por convicción, y para ello debemos preguntarnos siempre el por qué
de las cosas. Lo que no se entiende hay que preguntarlo a los responsables, o investigarlo en
los libros ya sea de marxismo, de ciencia, o de historia, según sea el caso.
Ella lo mira, él está agachado, le falta poco para terminar de almorzar, espera que termine y
luego pregunta.
— ¿Y, qué es ser activista?
—Gracias, ha estado agradable su almuerzo —Y luego de limpiarse la boca con la servilleta
prosigue—. Ser activista es el equivalente a combatiente del Ejército Guerrillero Popular, y
generalmente se usa para denominar a compañeros que están ligados a organismos
generados, o del Frente que dirige el Partido. Los activistas son quienes pasan a asumir tareas
de mayor responsabilidad, que consiste en movilizar y politizar con la ideología y política del
Partido, y lógicamente cumplen diversas tareas militares. Eso es lo que puedo plantearle.
—Espere un momento —recoge los platos y los lleva a la cocina, regresa trayendo dos vasos
con refresco—. Sírvase. Pero, yo no voy a poder hacer eso, por ejemplo: dirigir una Escuela,
porque eso es 80
movilizar, ¿verdad?
— ¿Y, por qué no?
—Porque yo sé muy poco de política, y no sé dirigir.
Lorenzo mueve la cabeza y sonríe.
—Y, ¿quién ha nacido sabiendo todo y conociendo cómo se dirige? Nadie. A dirigir se aprende
dirigiendo, aprendiendo de la experiencia del Partido, además, para conocer hay que
investigar, hay que leer. Por lo demás, lo que usted enseñe cuando asuma alguna
responsabilidad será lo que el Partido disponga que usted retransmita, y su responsabilidad
será la de estudiarlo y comprenderlo, hacerlo suyo, manejar el tema para que pueda explicar a
otros, porque si usted no está convencida de lo que dice, si usted no es fuego, tampoco podrá
hacer que otros ardan. Entonces, lo que le corresponde es estar clara, convencida de que a lo
que está sirviendo es necesario, es justo hacerlo, si no, no acepte esa condición. Cuanta mayor
responsabilidad se tiene, mayores son las obligaciones. No es mi afán hacerla retroceder al
plantearle en estos términos, sino que sea consciente de la responsabilidad que va a asumir
para que después no le pese. ¿Sabe? Ser combatiente no es fácil, ser comunista es aún más
difícil. Y es que no se nos da ningún beneficio personal, y tenemos que entregar todo de
nosotros, la única satisfacción que se tiene es la de saber que se está sirviendo a la causa más
noble que existe sobre la tierra, a barrer el orden de opresión y explotación que pesa sobre
nuestro pueblo y toda la humanidad. Y eso es todo. ¿Por qué asumimos ser combatientes? —
pregunta, pero no da tiempo para que responda, y continúa—. Asumimos ser combatientes
quienes tenemos ojos para ver y corazón para sentir.
—Todos lo pobres —interviene ella.
—No, decir: “Todos los pobres son revolucionarios”, no es correcto, porque no sucede así en la
realidad. Hay pobres que tienen alma de esclavos, que son unos conformistas y defensores de
primera del orden actual de cosas; su lema es: “las cosas siempre han sido así, qué le vamos a
hacer”. Lo correcto es decir: “Los pobres son los más revolucionarios”. Y así lo confirman las
revoluciones habidas en Rusia, en China y en otros países, no sólo los pobres han participado,
sino también algunos elementos de la clases explotadoras que toman posición por los de
abajo, en particular la intelectualidad burguesa. Por eso, para ser revolucionario lo primero es:
¿Por quién late nuestro corazón?, ¿por los de arriba o por los de abajo?, sobre esa base se
desarrolla lo demás. Por eso repito: devienen en combatientes los que tienen ojos para ver y
corazón para sentir. Los ojos nos sirven para ver, y cualquiera puede darse cuenta con ellos de
que hay ingente y desafiante pobreza. Para comprobar ello, basta andar un día por Miraflores,
San Isidro, o por acá cerca, en Monterrico o las Casuarinas, y luego ir por Villa El Salvador,
Comas, 81
San Juan de Lurigancho, Huaycán, ¿qué se ve? Esa gran diferencia entre ricos y pobres.
Entonces, como tenemos corazón sentimos y nos decidimos a servir al pueblo de todo corazón,
dispuestos a dar la vida por cambiar este orden injusto. Si no se está dispuesto a dar la vida, no
se hace nada, porque estaremos cuidando el pellejo, y los ricos no se van a dejar quitar el
poder fácilmente, por eso nos persiguen, nos mandan a prisión o nos matan y, lógicamente,
nos prefieren muertos. Es guerra de clases, o los destruimos, o ellos nos destruyen a nosotros,
por eso es que debemos cuidar a nuestro Partido, a sus mandos, a su dirección principalmente.
Se calla, queda mirándola fijamente. Ella espera que continúe.
—Vamos a tener tiempo para conversar —dice ella al ver que no continúa. Se pone de pie— Ya
que no voy a poder asistir a mi reunión, voy a aprovechar para hacer otras cosas. Voy a lavar
ropa.
—Está bien. Yo puedo lavar el servicio.
—No, no es necesario, gracias.
—Pero algo tendré que hacer. ¿Tendrá algo para leer?
—Sí, tenemos libros.
—Y dígame, usted tiene sus informes, ¿verdad?, ¿me los puede prestar?
—Claro. Pero usted ya los debe conocer.
—No crea, no olvide que he salido de prisión, y allí los informes llegan después que a los
combatientes que están libres.
Ella recoge el servicio, lo lleva a la cocina. Él se queda en la mesa. Pasa un tiempo y ella regresa
trayendo unos cuadernos.
-Acá tiene, son los informes que me han bajado, ojalá que entienda mi letra.
-Gracias.
Yolanda va al dormitorio, coge una canasta con ropa sucia y va a la cocina, se pone a lavar.
Lorenzo hojea primero los cuadernos, luego coge uno de ellos y comienza a leer
detenidamente.
— ¡Hola! —se anuncia Telmo haciendo su ingreso.
— ¿Qué tal? Buenas tardes —responde Lorenzo dando la cara a la puerta de ingreso. Se pone
de pie—. ¿Cómo le ha ido?
—Bien, ¿Yolanda? —pregunta Telmo buscando con la mirada.
—Acá estoy —responde desde la cocina—, en seguida voy.
Telmo va a cocina, ella está enjuagando la ropa, tiene el cabello desordenado, las mangas
arremangadas.
—Te ayudo —se ofrece Telmo.
—Ya termino. Más bien ve si ya está por hervir el agua. ¿Puedes ir a comprar huevos?
Lorenzo desde la puerta del dormitorio escucha la conversación. Se siente incomodo, toda la
tarde ha estado concentrado en los documentos y se ha olvidado de apoyar en los quehaceres
de la casa. Mira su reloj, son las seis de la tarde con cincuenta minutos.
“Varios meses he estado sin informes políticos que no he sentido pasar el tiempo. ¡Iniciar el
Gran Salto! Es el plan actual del Partido. Estos informes debo estudiarlos bien.”
Telmo va a comprar a la tienda, Yolanda sale con una tina a tender la ropa y Lorenzo no tiene
otra opción que volver a sentarse. Recién en esos momentos, cuando se encuentra incómodo
al no saber qué hacer, se percata que la radio ha estado sonando toda la tarde, con volumen
regulado como para cortina de fondo, se recuesta contra la pared y se pone a escuchar la
música. Los dueños de casa hacen diversas cosas.
—Vamos a cenar —anuncia Telmo a la vez que él mismo limpia la mesa con un trapo húmedo.
Yolanda coloca sobre la mesa la cena, arroz con un huevo frito para cada uno y su respectiva
taza de café. Se sientan, Telmo al centro y Yolanda a la cabecera de la mesa.
—Sirvámonos —ordena Telmo a la vez que se sirve.
Luego de algunos bocados inicia la conversación.
—Lorenzo debe ser nombre real. ¿Cuál será su nombre para presentarlo a los que lleguen y a
los vecinos? —prosigue comiendo.
Lorenzo desocupa la boca y responde.
— ¿Puede ser Carlos? ¿O entre los compañeros que llegan por acá ya hay algún Carlos?
—Está bien —consciente Telmo.
No hay ningún otro comentario hasta que terminan los tres, casi al mismo tiempo.
—Usted no debe salir de aquí —dice Telmo—, nosotros nos encargamos de sus necesidades.
Nuestra tarea es ver por su seguridad mientras el partido le organice, cualquier cuestión que a
ustedes les suceda recaerá sobre nosotros. Por eso, compañero, cuando por alguna necesidad
requiera salir nos informará dónde va. ¿Está bien?
—De acuerdo compañero. En particular, no tengo necesidad urgente de salir…, salvo que este
83
domingo tengo una cita con una compañera, la he conocido en El Frontón, estamos iniciando
una relación de pareja, pero, si no debo salir, el mundo no se acabará por ello.
—El domingo, claro que puede ir. ¿Qué dices tú, Yolanda?
—Claro que sí —responde ella sonriendo.
—Procure no ir por el centro de Lima, que por allí hay muchos operativos, cuídese, y a las siete
de la noche debe estar acá, ¿le parece bien?
—Sí. Otra cosa, yo soy combatiente, y un combatiente cumple tres tareas: combatir, movilizar
y producir. Las dos primeros tareas las cumpliré cuando me organicen, pero en cuanto a
producir, puedo y debo cumplir algunas tareas de la casa, como la limpieza, cocinar, y hasta
puedo apoyarles en el lavado de la ropa y otras cosas que haya que hacer.
—No, no es necesario —interviene Yolanda.
Telmo no dice nada, pero dirige su mirada a Lorenzo esperando réplica.
—Compañera, usted me dijo que tiene sus reuniones, por tanto sus obligaciones y tareas,
mientras que yo voy a estar sin nada que hacer acá. Claro que una de mis actividades será
estudiar, pero no todo el día voy a estar con los libros, o esperando que usted llegue para que
cocine, algo debo hacer. No soy muy buen cocinero, pero sé preparar algunas cosas, y de esa
manera en algo les apoyaré, y como dice nuestro pueblo, estaré en alguna medida ganándome
los frijoles. Sino, por otro lado, me sentiré mal, no estoy acostumbrado a que me sirvan, y
ningún combatiente debe acostumbrarse a ello —termina dirigiéndose a Telmo con una
sonrisa.
—Yo creo que eso que usted dice está bien, pero ella es la que manda en la cocina.
Telmo sonríe, Yolanda está seria con la cabeza agachada.
—Ya veremos en qué apoya —dice ella, pero con tono de disconformidad.
Se levanta, recoge el servicio y va a la cocina. Telmo va a su cama, sentándose al borde se saca
los zapatos y las medias y se coloca sandalias, luego se pone a seleccionar las ropas limpias que
usará al día siguiente.
—Usted descansará en esa cama —le señala la cama que está en el mismo cuarto pegada a la
pared del fondo, separada por unos dos metros de la otra cama—, ya veremos luego si se
queda acá o va a otra casa… eso lo resolveremos más adelante. Venga, le muestro los servicios
higiénicos.
Salen, le enseña los baños y el lugar donde tienden la ropa. Hacen uso y regresan al cuarto que
hace de sala comedor y dormitorio. Le muestra los libros que tienen en casa y los pone a su
disposición. 84
Se acuestan, de cama a cama conversan, Yolanda le pide que les cuente la vida en la prisión, se
quedan dormidos pasada la media noche.
Temprano desayunan, Telmo va a su trabajo, Yolanda inicia sus quehaceres en la casa, Lorenzo
estudia. Yolanda le comunica que Telmo no vendrá a almorzar, almuerzan a los doce y media.
Ya al atardecer Yolanda recibe la visita de su responsable, conversan en la cocina y se retira. En
todo el día además de estudiar ha barrido la sala vacía y la cocina. Telmo llega minutos antes
de las diez de la noche. Yolanda tiene que calentar los alimentos.
Lorenzo se acuesta. La pareja se queda conversando en voz baja.
Al tercer día despiertan temprano.
— ¿Qué tal ha descansado? —pregunta Telmo luego de los buenos días.
—Bien, rendido de estar en la cama.
— ¿A esta hora qué hacen en El Frontón? —pregunta Yolanda.
—A esta hora, —responde Lorenzo sacando su brazo de entre las frazadas y mirando su reloj—
. Son las seis con cinco minutos. A esta hora se está dando lectura a una cita. A las seis en
punto se da los buenos días, lo hace el que está en vigilancia y luego se lee una cita, que puede
ser de Marx, Lenin, del Presidente Mao Tse Tung o del Presidente Gonzalo; luego se canta una
canción revolucionaria, después salen a hacer sus necesidades. A las seis y treinta se inician los
ejercicios físicos colectivos o adiestramiento militar, hasta las siete y treinta. Se asean y a las
siete y cuarenta y cinco se empieza a servir el desayuno, hasta las ocho. Luego ya cada aparato
pasa a cumplir sus diversas tareas con su plan específico. Eso es todo.
— ¿Y no extrañas los ejercicios? —pregunta Telmo.
—Un poco, más adelante veré cómo lo resuelvo.
—Cuando quieras hacer ejercicios, la puedes hacer en la sala que está vacía, y, ¿qué te parece
si un día domingo salimos a correr por la Vía de Evitamiento?
—Claro.
—Pero conmigo no cuente – dice Yolanda.
—No, tú tienes que cuidar esa barriguita —Telmo la acaricia por encima de las frazadas.
—Voy a preparar el desayuno —Yolanda sale de la cama.
Ellos hacen lo propio. Telmo va a la ducha, Lorenzo se queda haciendo la cama. Desayunan
juntos, conversan poco. Telmo va a trabajar, pide que lo esperen para almorzar juntos.
Después de lavar 85
el servicio, cuando Lorenzo está arreglando la mesa para estudiar, Yolanda se acerca.
—Compañero, ¿me puede acompañar a hacer las compras para que conozca dónde
compramos el pan y los víveres?
—Claro.
—Entonces vamos.
Salen, hay jardines por todos lados, llegan a la Vía de Evitamiento, la cruzan, llegan a un
mercadillo, hacen las compras y regresan. Se cruzan con los vecinos a los que saludan.
Mientras Yolanda cocina conversan. Al medio día los alimentos están listos.
—Tengo hambre —dice Yolanda.
—Te sugiero que, ya que vamos a esperar a Telmo, comas un poco. El bebe reclama comer a su
hora.
—Verdad, ¿no? —dice alegre y procede a servirse—. Te sirvo también a ti.
—No, en mi caso no es necesario, más bien voy a estudiar un poco, te dejo.
Va a la mesa, toma los cuadernos que dejó al ir a las compras, se sumerge en ellos. Telmo llega
a almorzar, pero llega apurado, ha tenido cosas que hacer antes de llegar a casa, así que
almuerza rápido y se retira dejando a Yolanda y Lorenzo aún almorzando.
—Casi siempre es así —comenta Yolanda— Hoy ha tenido que ir a ver a otro compañero que
tenemos asistiendo en otra casa, por la tarde irá a llevar medicinas a otro compañero, así que
regresará tarde, o posiblemente no venga.
—Así es la vida de los combatientes, agitada. Pero es bueno, ¿no te parece?
— ¿Por qué?
—Mire usted, compañera, en un hogar “normal”, ¿cómo es la vida?, ¿se ha puesto a pensar en
ello? —Hace una pausa para que ella pueda intervenir, pero como no dice nada continúa—.
Monótona, se levantan, desayunan, va al trabajo el marido, en algunos casos los dos trabajan,
pero en la mayoría de hogares la mujer solo se ocupa de cocinar, lavar la ropa, los calzoncillos
del marido, y tiene que atenderle cuando vuelve cansado del trabajo, complacerlo, y luego
dormir juntos, y se acabó. Todos los días es casi la misma rutina, la vida se convierte en algo
monótono. Pero en el caso de las relaciones de pareja de nuevo tipo es distinto, no hay esa
monotonía.
—Y cuando las parejas tienen más obligaciones, ¿Cómo harán para verse?
—Lógico que hasta para eso tienen que planificar su tiempo. El tiempo no nos maneja a
nosotros, 86
nosotros manejamos el tiempo.
—Compañero —Yolanda hace una pausa, no encuentra las palabras para plantear lo que tiene
que decir—, yo… mañana sábado tengo que salir temprano, y no sé si volveré a la hora del
almuerzo…, no sé si usted pueda hacer las compras y preparar el almuerzo.
—Claro que puedo —le responde alegre—, usted me indica lo que debo preparar y trataré de
hacerlo agradable, al menos algo puedo asegurar: el arroz no se me quemará, lo demás me
esforzaré para que salga agradable.
—Está bien, compañero.
Ella se pone de pie, recoge el servicio y lo lleva a la cocina, Lorenzo va a cepillarse la dentadura.
….
El día sábado Yolanda se levanta temprano, es la primera que va a la ducha, prepara el
desayuno, se arregla para salir. Todos frescos se sientan a la mesa. Luego de desayunar
Yolanda lava rápido el servicio y salen juntos con Telmo. Lorenzo se queda solo en la casa, lo
primero que hace es barrer, luego echando llave a la casa va a hacer compras, regresa pronto.
Enciende la radio y se pone a cocinar, lleva un libro a la cocina.
Telmo llega a las dos de la tarde, el día sábado trabaja hasta la una de la tarde. Por la noche un
vehículo se estaciona en la puerta de la casa, Telmo sale, hace pasar a los compañeros que
llegan con Yolanda. Carlos es presentado a los visitantes, luego de saludarse conversan
brevemente y se retiran.
—Ya van a ser las ocho, voy a calentar los alimentos para cenar —comunica Carlos.
—Está bien —aprueba Yolanda.
Carlos va a la cocina, Yolanda entra a la sala-comedor-dormitorio, lo primero que hace es
sacarse los zapatos y las medias y ponerse sandalias con las que se siente cómoda.
—Carlos ha preparado un almuerzo agradable —le comenta Telmo a su esposa—, arroz con
frijoles y pescado frito con ensalada. Me ha gustado.
— ¿Así? Pero yo le he dicho que prepare sopa de pollo con segundo de arroz con arveja
partida —y, cambiando de tema plantea—: me siento cansada.
Se acuesta sobre las frazadas. Telmo le da un beso y se acuesta a su costado acariciando su
abultado vientre. Al rato Carlos ingresa con los platos servidos.
—Ya pueden pasar a sentarse —anuncia—, generalmente los frijoles no se comen por las
noches, 87
pues hacen daño, así que estoy sirviendo poco, claro que a quien desee más no tengo
inconveniente en aumentarle.
—Humm, huele bien —comenta Yolanda.
—Tacu tacu —exclama Telmo al ver lo servido.
—Espero que les guste el tacu tacu con pescado frito. No he preparado café sino anís.
— ¿Cómo has hecho para preparar frijoles con pescado frito, si el dinero que te di no
alcanzaba para ello? Los frijoles cuestan caro.
—Me vas a disculpar Yolanda —habla de manera suave, en tono de disculpa—, no he
preparado sopa, porque pensé en algo más nutritivo, así que hice cálculos, comparé precios y
me alcanzaba para esto. Y me vas a disculpar que no te hayamos guardado ensalada, pues se
iba a malograr, así que la hemos asumido los dos y hemos asentado con limonada, por
supuesto, preparada con agua hervida.
—Ya he cobrado, así que para mañana domingo, prepararemos algo agradable, ¿Qué quisieras
comer, Yolanda? – pregunta Telmo.
—Me gustaría un arroz con pollo —responde rápidamente— Porque tenemos que ahorrar.
Este mes nos ha alcanzado a las justas el dinero.
—Sí, y eso que este mes es corto, marzo tiene más días. Ojalá que nos paguen el treinta.
“Pollo, como si fuera lo más nutritivo —piensa Carlos— son gustos y costumbres difíciles de
cambiar”. Pero no dice nada.
Prosiguen dialogando Yolanda y su esposo de las dificultadas del mes, de los posibles gastos
inesperados. Carlos escucha sin decir nada y por eso termina primero, cuando se lleva la última
cucharada a la boca, se percata que ha comido muy rápido y no le queda más que beber su
anís pausadamente. Cuando terminan todos, levanta el servicio.
—Déjalo, yo lo haré —, dice Yolanda.
—No, gracias, debo terminar mi jornada completa. Además debes de estar cansada.
Recoge todo y va a la cocina. Cuando Carlos termina de lavar la vajilla y barrer la cocina,
encuentra ya descansando a la pareja. Sin hacer ruido apaga la radio y la luz y se acuesta.
A partir de aquel día Carlos y Yolanda, con la aprobación de su esposo, acuerdan preparar los
alimentos un día cada uno. Así ella tendría más tiempo para sus otros quehaceres y para el
estudio. Cuando Carlos ya está dos semanas en esa casa llega una visita inesperada, temprano,
antes de que salga Telmo a trabajar.88
—Adelante, pasa —dice al abrir la puerta Yolanda—. ¿Cómo estas, compañero?
—Bien, ¿está Telmo? —pregunta ingresando.
—Sí.
— ¿Cómo estás Rolando? ¿A qué se debe tan temprana visita? —plantea Telmo que ya está de
pie en la sala-dormitorio-comedor.
— ¿Te acuerdas de los setenta mil documentos que incauto la Policía?
—Claro que me acuerdo ¿Qué sucede, alguno de los detenidos en la imprenta está delatando?
—No, no hay ningún indicio hasta hoy, además no tenían contacto, con el organismo donde
trabajamos, así que no se preocupen. Lo que pasa es que los cincuenta mil ejemplares que se
mandaron imprimir con urgencia, no los han hecho bien, los han hecho rápido por el dinero o
tal vez por el miedo, pues no eran compañeros, sino conocidos. Lo real es que están mal
impresos. El Presidente los ha criticado y ha dispuesto que se los queme.
— ¿Los cincuenta mil ejemplares? —pregunta Telmo.
Carlos escuchando la conversación ha salido de la cama y se está cambiando el pijama por su
ropa cotidiana.
—Sí, los cincuenta mil, pues, dice el Presidente Gonzalo que las cosas se deben hacer bien o no
hacerlas, más aún cuando están dirigidas a las masas.
—Bueno, ¿y? – pregunta Telmo.
—Quemarlo va a demorar por lo menos un día —y bajando la voz para que no escuche
Carlos— ¿Podrá hacerlo él? —Señala a Carlos— ¿Qué dices?
—Creo que sí, pero mejor hay que preguntarle.
—He pensado en él —siempre en voz baja—, teniendo en cuenta lo que me has comentado de
su comportamiento.
—Yo creo que sí. Compañero —dirigiéndose a Carlos—, acérquese por favor.
Carlos se acerca, ha perdido el hilo de la conversación.
—Diga, compañero —responde mientras se estrechan la mano con Rolando.
—Compañero, queremos consultarle si podrá asumir una tarea del Partido —Pregunta
Rolando.
—Naturalmente —responde de inmediato.
—No es complejo pero sí delicado, se trata de quemar algunas cosas de las cuales no debe
quedar nada. ¿Lo podrá hacer?89
—Claro que sí, compañeros.
—Entonces nos vamos —dice fuerte, con satisfacción.
—Un momento, por favor —grita Yolanda desde la cocina—, vamos a tomar desayuno.
Siéntense.
—Gracias —responde Rolando.
—En seguida regreso —dice Telmo, yendo a los servicios higiénicos con su cepillo dental y su
toalla.
Carlos va a la cocina y ayuda a servir el desayuno.
Luego de desayunar salen los tres combatientes, se queda Yolanda. En la avenida Javier Prado
Telmo toma su colectivo, y Rolando con Carlos otro. Cruzan el centro rumbo al Callao, se bajan
en la urbanización “Ciudad del Pescador”. Carlos acompaña en silencio a Rolando. Llegan a una
casa de dos pisos. Rolando saca su llavero y abre, con disimulo observa a todo lado antes de
ingresar, ingresan a una sala vacía, pasan a un cuarto donde todo el espacio está atiborrado de
cajas apiladas unas sobre otras. Una escalera conduce al segundo piso, siguen avanzando,
cruzan otra puerta y llegan a un jardín que está descuidado.
—Acá se hará la quema —le indica—. Las casas adyacentes son de un solo piso, así que no hay
mayor riesgo, pero siempre hay que estar atentos.
—Está bien, compañero.
—Hay que procurar no hacer mucho humo, porque puede llamar la atención de los vecinos y
hasta podrían llamar a los bomberos ¿entiende?
—Sí.
—Por eso, no se debe hacer más que una hoguera y no quemar muchos a la vez,
¿comprendido?
—Si, compañero.
—Entre la una y dos de la tarde, cuanto mucho, le traerán sus alimentos. Vendrá mi
compañera, usted no la conoce, es baja, gordita, pecosita y además vendrá acompañada de
mis dos hijas, esa es la clave para que usted la reconozca. Cuándo llamen a la puerta, observe
por la ventana previamente. Ella le dirá: “¿qué tal Carlos?”, y mi hija, la menor, le dirá a usted:
“tiempo que no te veo, tío”. Ah, creo que no le he dicho, mi esposa se presentará como Elena.
—Está bien.
—Cuando termine, si no llego hasta las cuatro de la tarde, se retira, ya nos veremos luego. Las
90
cajas o los periódicos que puedan servir los deja, podemos necesitarlos. Por lo demás, verifica
que no quede absolutamente nada. ¿Tiene fósforo?
—Sí tengo, le he entendido, así lo haré.
Rolando se retira, esta apurado. Carlos inspecciona todo, previamente verifica las casas
adyacentes subiendo al segundo piso, ninguna de las otras casa tiene vista al jardín salvo que
lo hagan por el techo. “Debo estar atento a los ruidos que puedan haber”, se dice y procede a
quemar. El documento que está quemando lleva por título “¡No votar: Sino Generalizar la
Guerra de Guerrillas para Conquistar el Poder para el Pueblo!” Y la firma “Comité Central del
Partido Comunista del Perú” – Febrero 1985”. Su problema es que la mayoría de páginas están
mal impresas, no tiene legibilidad, no tiene uniformidad en la tinta, algunas partes del color
rojo, que es la impronta de cómo presenta sus documentos el Partido Comunista del Perú, más
conocido como: “Sendero Luminoso” no se distingue bien, está borroso, algunas páginas se
pueden leer pero con dificultad. A la una de la tarde tocan la puerta. Para abrir deja de echar
hojas al fuego, espera que se apague, cubre lo que le queda y recién va a la ventana que da a al
calle. Son las personas indicadas, les abre, se saludan ingresan, conversan amenamente como
viejos conocidos en la confianza de estar unidos por un mismo ideal y una misma meta. Las
niñas escuchan atentas. La mayor debe tener ocho años y la menor seis años
aproximadamente, y ya comparten los secretos con sus padres y sus compañeros, a quienes
cariñosamente llaman “tíos”. Elena verifica lo avanzado, se ha quemado más de la mitad.
—Coma despacio, iré avanzando —dice ella— para que no se interrumpa.
—Está bien compañera, gracias.
—Yo te ayudo mamá —dice la menor.
—Está bien hija, tú Carla, acompaña al compañero.
—Está bien mamá, yo me quedo con el tío.
Elena con la niña van al jardín. Carla bombardea con preguntas a Carlos, éste le va
respondiendo con mucha gracia. Cuando termina de almorzar, se despiden, él lleva tres cajas
junto a la hoguera, ellas salen y cierran la puerta. Un poco más de las cinco de la tarde
concluye. Los ojos los tiene rojos, el humo los ha irritado. Verifica que no quede nada
comprometedor en toda la casa, principalmente en el primer piso, barre y se retira. Telmo y
Yolanda lo esperan.
—Mira —le dice Yolanda a Telmo—. Ha venido con la cara tiznada.
—No me he dado cuenta —interviene Carlos— con razón que las chicas me miraban en el 91
trayecto, yo pensé “qué piedra que soy” —dice bromeando.
Telmo se ríe de buena gana.
—Ustedes los hombres siempre pensando en eso.
…..
El día sábado de la segunda semana de marzo, por la noche llega Rolando, Telmo lo está
esperando. Carlos, todo el día ha estado estudiando.
— ¿Qué tal? —pregunta Rolando a Telmo.
—Bien, ya tengo listo el engrudo, ya está casi frío. ¿Y Saúl?
—Lo he estado esperando donde hemos quedado, tenía que llegar con uno o dos milicianos
bajo su responsabilidad, pero no ha llegado, lo he esperado media hora más de lo fijado y
nada. Ya cansado de esperar me vine. He traído los afiches. Todos los que nos quedan, son más
de dos cientos.
— ¿Cómo lo hacemos? Estamos sólo nosotros dos.
—Ayer, ¿qué pensaste cuando el patrullero se detuvo a mi lado? —, pregunta Rolando.
—Le dije a Saúl: “lo peor que puede hacer es correr”. Miré al otro compañero que iba a
pararse en la esquina delante de ti, él vio al patrullero y siguió caminando como si nada
sucediera y dobló la esquina. ¿Y tú qué sentiste?
—No recuerdo, pero al ver que un vehículo policial paraba a mi costado, no me quedó más que
poner mi mejor sonrisa y saludarles: “Buenas noches jefe, ¿en qué puedo servirlo?”. “hace
mucho frío hombre, ¿tendrás unos cigarrillos para que nos invites?” me dijo el que estaba
cerca de la puerta. Mi alegría creció. “Soy asmático, no fumo, pero acá tienen un sencillo,
compren en algún lugar”. Les di un billete de cinco mil soles que fue lo que salió de mi bolsillo,
“Gracias”, dijeron y pusieron en primera.
—Estuviste bien.
—Si me hubieran dicho, ¿qué llevas allí? … la situación cambiaba.
—Muy importante es la serenidad. ¿Y qué hacemos hoy? —pero antes de terminar hace un
movimiento de cabeza hacia Carlos, que en esos momentos ya no estudia, sino que sin
cambiar de posición escucha la conversación.
—Claro, ¿querrá? —dice en voz baja.
Los dos se acercan a la mesa. Lorenzo cierra el cuaderno de Yolanda.
—Qué tal compañero —dice Rolando— ¿Cómo va el estudio?
—Hay partes que la compañera no ha llegado a copiar, pero creo que ha cogido lo principal.92
—Ah, son los cuadernos de Yolanda —constata Telmo después de mirarlos.
—Sí, y si se estudia algo es para aplicarlo —dice Carlos, como adivinando lo que desean
proponerle.
— ¿Estará dispuesto a apoyarnos a cumplir una tarea?
— ¡Claro!, díganme de qué se trata. Soy combatiente ¿no? Y claro que puedo hacerlo. Dice sin
meditarlo,
—Vamos a realizar pegatinas, son estos afiches los que tenemos que pegar, cinco en cada
esquina —pone un paquete en la mesa y saca un afiche, lo desdobla y se lo muestra.
— ¡Qué hermoso afiche! Él es nuestro presidente —dice entusiasmado Carlos.
Es un afiche de cincuenta centímetros de ancho por ochenta centímetros de alto. Al centro
está el retrato del presidente Gonzalo que está con saco azul, camisa blanca y sin corbata,
porta un libro rojo en una mano a la altura del pecho, y en la otra una bandera roja con la hoz
y el martillo. En la parte inferior dentro de una explosión impreso con letra, grandes: “¡Viva
cinco años de guerra popular!” Y de fondo masas armadas con fusiles, dinamita, y hondas. Y
más abajo, en el borde inferior derecho “P.C.P” y debajo de ello “Mayo – 85.”
—Entonces, vamos a reunirnos para cohesionarnos y veremos cómo especificamos el plan. —
Dice Rolando.
—Está bien.
— ¡Yo sabía que aceptarías! —plantea Telmo golpeándole cariñosamente el hombro a Carlos.
Se sientan, Carlos sigue donde estaba. Antes de iniciar la reunión pide permiso para ir al baño.
Cuando regresa, Rolando inicia la reunión, después de aperturar la reunión con su saludo,
continúa:
—Lo que vamos a cumplir es una acción de agitación y propaganda armada, enmarcado dentro
de la preparación de la celebración del quinto aniversario de la guerra popular en el Perú,
dentro del plan de Conquistar Bases, que es el salto que debe dar el Partido y la guerra popular
que arde pujante y victoriosa, contando con el apoyo cada vez más creciente de las masas,
principalmente campesinas, y dentro de ellos principalmente con el apoyo de los campesinos
pobres. Guerra popular que no ha sido detenida pese a los genocidios que ha hecho la
reacción en el campo, arrasando pueblos y aplicando la política reaccionaria de quemar todo,
robar todo y matar a todos. Nada ha detenido al Partido Comunista del Perú, y debemos servir
a que el nuevo poder que llevamos en las mochilas se plasme en Bases de Apoyo en función de
la República Popular de Nueva democracia.93
Cuando termina, cada uno toma la palabras y da su compromiso de cumplir dicha tarea pase lo
que pase, dispuestos a dar el costo y que en caso de que caigan detenidos no decir nada, no
comprometer a nadie así los muelan a palos. Luego pasan a especificar el plan de cómo van a
realizarlos. Rolando hace la propuesta y lo discuten. Carlos pregunta cómo van a extender un
afiche tan grande y cómo es que lo hacen para no demorar. Telmo se encarga de explicarle. A
las once y cuarenta y cinco de la noche dejando todo listo, se acuestan con la misma ropa que
saldrán. Piden a Yolanda que en caso de que se queden dormidos los despierte, deben salir
antes de las cuatro de la mañana. Un cuarto para las cuatro ya están de pie. Cuando están
saliendo Rolando plantea:
—A partir de este momento, recuerden, ninguno nos conocemos y cada quien ya sabe qué
coartada decir. No nos importa que no nos crean, coartada es coartada.
Salen, Yolanda se queda inquieta, no puede volver a conciliar el sueño. Prende la radio. Antes
de las seis se pone a preparar el desayuno para cuatro personas. Constantemente se palpa el
vientre que cada día se hace más grande. A las seis con cinco minutos ingresan a la casa Telmo
y Carlos.
— ¿Y, Rolando? —Pregunta sobresalta.
—Está bien, ya se fue a su casa, para que no se preocupe Carmen, —explica Telmo— Todo ha
salido bien. ¿No Carlos?
—Cierto. No te preocupes —“Ése debe ser otro de los tantos nombres de la esposa de
Rolando”, piensa Carlos.
Yolanda va donde su esposo, lo abraza por la cintura, apoya su cabeza en su hombre en
silencio. Telmo la abraza, le da un beso en la frente y van a la sala-comedor -dormitorio. Carlos
con discreción va a la cocina.
Cinco días después de la tarea, por la noche, al volver de su trabajo y sus otras ocupaciones,
Telmo cenando le comenta a Carlos:
— ¿No sabes qué ha sucedido?
—Si no me lo cuenta no lo sabré
Yolanda escucha atenta, mientras mastica pausadamente.
—A la dirección del Partido se le informó de cómo, pese a la inasistencia del compañero Saúl y
los refuerzos que debía de traer, se ha sacado adelante la tarea —hace una pausa— Han
criticado inmediatamente de temeridad, por haber actuado sin seguridad o contención.
Entonces Rolando les ha detallado que lo hemos realizado con el apoyo del compañero que
está en la casa, y allí el problema se 94
ha complicado.
— ¿Así? ¿Y por qué? —pregunta Carlos.
—Porque nos han hecho recordar que nosotros estamos para cuidar y dar seguridad a los
compañeros y no para exponerlos. Le han pedido a nuestro mando que informe cuántas
personas tenemos bajo nuestra responsabilidad y cuál es su estado y su situación. Tenemos
tres compañeros enfermos, en proceso de recuperación y a usted ex prisionero, ¿no adivina
qué han dispuesto?
—Si debo saberlo, dígame.
—Que eso de hacerle cumplir tareas militares a usted no se repita mientras esté con nosotros.
Además, que tampoco nosotros a partir de la fecha iremos a realizar tareas militares, ¿no le
parece injusto? ¡Qué injusticia! Y uno que se esfuerza por cumplir las tareas.
Carlos agachando la cabeza escucha atento, Telmo se calla pero él no dice nada, está
reflexionando.
— ¿No le parece que es una injusticia? —insiste Telmo.
Carlos levanta la cabeza con seriedad inusitada y habla:
—En lo sucedido no ha sido sólo responsabilidad de ustedes dos, también tengo
responsabilidad, porque ustedes me consultaron y sin medir las consecuencias —se calla,
agacha la cabeza, traga saliva y continúa—, duele aceptar que hemos actuado mal; es más yo
me alegré de ir a la tarea, sin pensar en lo que ello implicaba…, actuando simplemente para
quedar bien con ustedes, cuando lo primero que debimos preguntarnos era: ¿corresponde eso
o no? Y, ¿qué problemas ocasionaríamos al Partido si nos sucede algo? En nada de eso pensé,
simplemente me dejé llevar por el deseo de estar nuevamente en acción, eso es contrario a
poner política al mando. Por eso rechazo y condeno mi impulsividad, y saco lección de ello
para en lo posterior actuar con cabeza fría, tengo tanta responsabilidad como ustedes, y la
asumo; a la vez deslindo con ustedes, y en particular con usted. Hemos actuado mal y estoy de
acuerdo con lo que ha dispuesto el Partido, porque, si lo dice el Partido, tiene razón y nos
debemos sujetar. ¿Se ha puesto usted a pensar que pasaría si al compañero Rolando y a usted
los detienen? ¿Qué va a pasar con los compañeros enfermos y que están bajo la
responsabilidad de ustedes? Tercero, el servicio a la revolución no solo se hace con hombres
que empuñan las armas y van a las acciones. La revolución necesita de hombres que cumplan
diversas funciones, digamos: hombres para la seguridad del Presidente Gonzalo; otros
hombres para la seguridad de la dirección central, hombres para logística; otros para enlaces
del sistema partidario; combatientes; otros que curen a los heridos, quiero decir médicos y
enfermeros, otros 95
que atiendan y alimenten a los heridos. Eso sin contar con otras necesidades que tiene una
guerra, y que en nuestro caso, recién en el mismo proceso de la guerra se viene montando y
estructurando. ¿Se han puesto a pensar en eso? En lugar de pensar en: “¿cómo me van a
criticar por querer hacer acciones?” y sentirse dolidos. Es buena la disposición que tiene, pero
deben entender, que lo que ustedes hacen no tiene nada que envidiar a otros combatientes de
fuerza principal o de destacamentos especiales, y los riesgos son similares. ¿Qué pasaría si
detienen por liberalismo a los compañeros heridos bajo responsabilidad de ustedes? Usted o
Rolando van a visitarlos para ver su estado de recuperación, pero la policía los espera, los
detendrán y los torturarán tan igual como a cualquier combatiente. Eso téngalo bien presente
y dimensionen su función.
Yolanda recoge el servicio y contenta se dirige a la cocina, ya es avanzada la noche, deja el
servicio para lavarlo el día siguiente. Se acuestan, Carlos se queda a estudiar hasta cerca de la
media noche.
Temprano, Yolanda, pese a que le toca a Carlos, ya está preparando el desayuno. Telmo se
levanta y va a asearse, Carlos aún descansa, al volver se encuentran en la sala vacía con
Yolanda.
— ¿Cómo estás de dinero para el día de hoy? —pregunta Telmo.
—Tengo a las justas para el desayuno y el almuerzo. Pensaba pedirte que me dejes dinero.
—Y yo pensaba pedirte a ti —le dice muy serio— No tengo más que para un pasaje. ¿Me
podrías dar lo que tengas? Y para el almuerzo le pides al primo que nos preste o a uno de los
vecinos.
Yolanda se queda pensativa, va a responder cuando desde la cama habla Carlos:
—Un momento por favor.
Con su pijama, en sandalias, va donde está la pareja. Se quedan mirándolo.
—Compañeros, qué falta de confianza, ¿por qué no me hacen conocer el problema par ser
parte de la solución?
— ¿Tienes dinero? —pregunta Telmo.
—Bueno, no mucho, solo para unos cuantos pasajes, pero puedo resolver, conozco apoyos por
acá cerca, pues no se olviden que soy combatiente, y conozco a quienes antes de que me
detengan nos apoyaban, no he ido a visitarlos porque ustedes me han dicho que no salga, y si
no hay necesidad no había apuro de visitarlos. Así que, sí puedo resolver lo del almuerzo, y
veré si puedo conseguir algo más.
—Sólo para el almuerzo, para lo demás ya resolveré a través de los apoyos. En la noche les 96
cuento en qué he gastado el dinero antes de medio mes.
—Si puedo conseguir más mejor —insiste Carlos.
—Está bien —aprueba Yolanda, dando el dinero que tiene a Telmo, queda preocupada.
Carlos se cambia, Telmo hace lo propio, Yolanda va a comprar pan. El desayuno lo toman en
silencio. Telmo sale a trabajar. Ya cambiado Carlos sale con rumbo desconocido. Yolanda
queda con las preocupaciones y sin dinero. A las diez con quince minutos, empuja la puerta
Carlos, trae una bolsa con cosas. Yolanda está sentada sin hacer nada.
— ¿Qué tal te fue? — pregunta sin pararse, Carlos coloca la bolsa sobre la mesa.
—He comprado fideos tallarín, ¿qué te parece si preparas tallarín con carne de res? He traído
medio kilo de carne, zanahoria, tomate, cebolla, hongos y laurel, papas, arroz dos kilos. Ah, y
plátanos de la isla una mano, y tres naranjas. Tú necesitas consumir frutas y alimentación
variada, para que se desarrolle bien ese futuro pionero o pionera.
—Gracias Carlos.
—Voy a volver a salir, te dejo —va a su cama y coge un paquete que se encuentra debajo de la
almohada.
—Tú también come fruta. —Le alcanza un plátano y una naranja.
Lorenzo, lo recibe y come el plátano.
—Esto lo comeré cuando vuelva.
Coloca la naranja en una esquina de la mesa, junto a los cuadernos que estudia.
—Chau, ya regreso.
— ¿Vendrás a almorzar?
—No creo, te sirves nomás, recuerdo que Telmo dijo que no vendrá a almorzar. Me guardas
tallarín para la cena. Ahora si, chau. —Se despide.
Abre la puerta y sale. Carlos coloca el paquete en la cintura, va a la avenida Circunvalación,
toma micro al centro de Lima.
En la noche a las siete y veinticinco minutos llega Telmo a su casa, cuando se está sacando los
zapatos para colocarse sus sandalias, ingresa Carlos, que hace lo mismo.
— ¿Cómo te ha ido? —pregunta Yolanda a su esposo, cerrando el cuaderno que estaba
estudiando, con la radio a bajo volumen, como es costumbre.
—Regular.97
—Me esperan, voy a calentar la cena, pensé que llegarían más tarde.
— ¿Cómo te fue? —pregunta a Carlos.
—Regular. —Voy a lavarme los pies, que deben estar oliendo mal, he caminado duro. Me falta
costumbre. Ya regreso-. Sale, Telmo va a la cocina.
Carlos demora en regresar, cuando vuelve lo están esperando con la cena servida.
— ¿Saben qué pasó? —Inicia Telmo— Después de lo que me comunicó Rolando que había
decidido el Partido, fui a ver a los compañeros en recuperación, uno de ellos estaba con
infección y tenía fuertes dolores. La casa en la que se encuentra alojado está cerca al
consultorio de un doctor que nos apoya, previa llamada telefónica, lo llevé. Las medicinas que
recetó son caras, y todo el dinero que tenía, que no recuerdo por que razón no lo había dejado
acá, a los justas me ha alcanzado. Y es que la verdad, con eso de estar pensando en las tareas,
haciendo reconocimiento, y tener que movilizar a los compañeros de milicias y de escuelas
para las acciones, no he ido a verlos cerca de un mes. Hoy he ido a ver a otro compañero, está
ya en rehabilitación. Y en cuanto al tercer compañero, hace poco me encontré con el
compañero que lo tiene bajo su responsabilidad, me dijo que ya está bien. Este último es un
compañerito campesino, jovencito, tiene recién catorce años, y eran serias las heridas que
tenia, es el más optimista y el que más pronto se ha curado. Así han sido las cosas. Ah, ya
tengo dinero, al menos para pasajes y los alimentos de una semana. Luego ya veremos como
resolveremos hasta fin de mes.
Se calla y comienza a comer los tallarines calentados. Yolanda y Carlos ya han avanzado
mientras él hablaba.
—Esto ha traído Carlos para preparar —Le informa Yolanda, señalando los tallarines con su
tenedor.
—En mi caso, cerca de acá, no muy cerca que digamos, en la avenida Circunvalación, hay un
taller de soldadura, el dueño apoya. Hace mucho tiempo que no lo veía, así que he tendido
que conversar buen rato con él. El no sabia que me habían detenido y que he estado preso,
cuando le dije se sorprendió. Los otros compañeros que llegaban a su casa, también han
dejado de visitarlo. Creo que algunos han sido detenidos; de uno de los compañeros con quien
íbamos a su casa sé que ha ofrendado su vida, hay dos personas de las que no sé nada, puede
que hayan capitulado; lo cierto es que nadie lo visitaba. Estaba ansioso por saber del avance
de la guerra. Luego de movilizarlo le planteé la necesidad que tenía, me apoyó
económicamente. Con eso he comprado los víveres para el almuerzo. —Se pone de pie, mete
la mano a su bolsillo derecho y saca dinero, le da a Telmo—. Aquí tienes el resto. Es todo lo
que he podido conseguir.98
— ¿Cómo? —dice Telmo luego de contarlo— esto es más de la mitad de mi sueldo, son
ochenta mil soles.
—Apoyo de varios compañeros —explica Carlos, mientras come va ordenado sus ideas—.
Conozco en el centro a varios ambulantes. Hay uno que es el más activo, pero que ha sido
detenido por delación dos veces, pero por guardar la Regla de oro, falta de pruebas y soborno
a los policías ha sido puesto en libertad. Cuando recién salí lo visité, pues estuvimos detenidos
juntos en Seguridad del Estado la primera vez que a él lo detuvieron. Él sabe que me han
torturado bastante y no he dicho nada. Cuando lo volví a ver ya tenía su esposa y no quería
volver a apoyar. Pero su caso es especial, es a través de él que yo he conocido al Partido, él es
quien me ha dado las primeras orientaciones de lo que es ser combatiente, de los dificultades
que atraviesa un revolucionario y otras cosas más, así que le encaré ello, y que no estaba de
acuerdo con su capitulación, al final de una larga discusión se comprometió a apoyarme
cuando estuviera nuevamente organizado. Le dije que estaba bien, y que mientras se preocupe
por mantener cohesionado a ese grupo de apoyo que él conoce, que esa era su tarea. Así que
hoy que he ido, lo primero que me ha preguntado es: “¿Cómo sé que estás trabajando para el
Partido?”. No le dije nada, sino que saque uno de los documentos que he llevado, pues me ha
quedado con cinco ejemplares de los que he quemado —ellos, mientras comen sonríen, él
prosigue—. “Aquí tienes”, le dije, “velo con calma, regreso a las dos de la tarde”. Me recibió,
yo me retiré. He ido a almorzar a la casa de donde me recogiste, para que de paso sepan cómo
me encuentro y no se preocupen, y para que en caso que venga mi madre, le digan que estoy
bien. Se han alegrado de verme. Allí he estado hasta cerca de las dos, luego he ido de nuevo al
puesto de trabajo del compañero, quien lo primero que me dijo fue: “Es un documento del
mes pasado. Es la primera vez que tengo un documento fresquito. Dime, ¿qué es lo que
requieres?”. Le expliqué la situación sin decirle que yo aún no estoy organizado. Le dije que
tenemos heridos y que tenemos que cuidarlos y alimentarlos, partiendo por comprarle sus
medicinas, y que requeríamos el apoyo de ellos. Hizo llamar a su esposa, me la presentó, y
luego de los protocolos, hemos idos a movilizar uno por uno a todo el grupo de apoyo. Él
quedo en hacer circular el documento, y gracias a tus informes, Yolanda, he podido hacerles
conocer la política del momento, lo cual les ha alegrado bastante. Claro que eso demora. De
todos, solo uno ha estado vacilante, que: “lo voy a pensar”, “no quiero que me suceda lo que a
ti”, le dijo al compañero, se refería a que lo puedan delatar. Ha sido la conversación más larga,
pero no se pierde nada, lo visitaré con más frecuencia, y ya no a pedirle apoyo, y si quiere
poyar, que parta de él. Bueno, en total recolectamos 75 mil soles, el compañero de acuerdo
con su esposa, lo completaron a 100 mil soles, ah, ella también ha sido combatiente. Me estoy
quedando con 20 mil, para 99
cualquier necesidad, si se requiere me piden.
—Está bien —Dice Telmo.
—Claro —apoya Yolanda.
—Si es que no hay ninguna otra necesidad urgente, con esto tenemos hasta fin de mes. —Dice
Telmo contento.
….
Al día siguiente Carlos se levanta temprano, prepara el desayuno. “Hoy prepararé un desayuno
—se dice para sí— como a mí me gusta”, a las seis y media los llama a sentarse a la mesa.
Yolanda va a la cocina a querer ayudarle.
—Por favor siéntate, es mi turno, yo les serviré a la mesa —le dice.
Ella sonríe y da media vuelta, obediente se coloca a la cabecera de la mesa. Telmo lo observa y
hace lo propio contento. Carlos le sirve a cada uno una taza de leche y pan untado con
mantequilla. Desayunan en silencio
— ¿Vendrás a almorzar? —pregunta Carlos a Telmo.
—Creo que sí.
—Entonces te esperamos. Hoy voy a preparar algo especial, Yolanda, ¿me dejas escoger el
menú de hoy?
—Claro, ¿porqué no? —Contesta.
Telmo va a trabajar, Yolanda se pone a estudiar, Carlos va a hacer compras y luego se dedica a
cocinar. Yolanda a las once de la mañana se siente cansada y cambia de actividad, se pone a
lavar ropa, escucha que Carlos canta canciones revolucionarias en voz baja; como la radio esta
prendida no lo permite escuchar bien, la apaga. Por ratos Carlos deja de cantar y solo se
escuchan ruidos de ollas, luego nuevamente reinicia su canto, entre las canciones
revolucionarias, canta otras, son canciones conocidas de los iracundos. De Nino Bravo, de
Janet y otros. Yolanda presta atención a la letra y las encuentra interesantes.
“Son bonitas canciones —piensa Yolanda—, pero a algunas les cambia parte de la letra. ¡Este
compañero!” Sonríe.
—Hola —dice Carlos desde la puerta de la cocina., ya son mas de las doce, ¿te sirvo un poco de
comida? Debes tener hambre, puede ser que Telmo demore.
—Está bien, sírveme.100
Al poco rato le trae un plato servido.
—Provecho —le dice poniéndole el plato y tenedor en sus manos en el mismo lugar donde
está lavando—. Te dejo, voy a darle los últimos toques a lo que estoy haciendo.
Vuelve a la cocina. Yolanda se pone a comer, cuando ya está por terminar, va a la cocina,
entrando se detiene en la puerta, observa, Carlos está moviendo con las manos, sin ningún
cubierto, el contenido de la fuente de ceviche.
No dice nada, pero para no incomodar a Carlos sale.
Terminando su comida lleva el plato a la mesa de la sala-comedor-dormitorio y continúa
lavando. Carlos, dejando todo listo se pone a estudiar.
— ¿Qué tal? —Se anuncia Telmo, cuando son cerca de la una de la tarde—. Hola Yolanda. ¿Ya
está el almuerzo?
—Hola —responde Yolanda.
—En seguida sirvo —dice Carlos.
—Procura no demorarte, por favor, que eso de salir el medio día y volver a las dos de la tarde
al trabajo no me gusta. Se gasta en pasajes.
—Carlos, ¿te ayudo a llevar los platos? —pregunta Yolanda.
—Está bien, gracias.
Carlos va sirviendo y Yolanda los va colocando a la mesa.
—Siéntense, vamos a servirnos la entrada. Las papas están allí para que se coja de acuerdo a la
capacidad de cada uno —en la mesa está servido un plato de ceviche para cada uno y en un
recipiente frutero hay papas peladas, cortadas en trozos, cocidas con sal a punto.
— ¿Y la sopa? —pregunta Yolanda.
Carlos que todavía está de pie, se queda quieto, sorprendido.
—Disculpen —dice mientras se sienta— veo que es costumbre preparar sopa. En particular no
soy muy afecto a ella. Solo he preparado ceviche, arroz con pollo y limonada.
—El arroz con pollo está rico —interviene Yolanda—, sírvelo de una vez.
—Está bien —obedece Carlos, parándose y yendo a la cocina.
— ¿Y, cómo sabes que está rico? —pregunta Telmo
—Ah, es que últimamente tengo hambre a eso del medio día, y Carlos sabe eso, y me ha
servido un poco.
—Ah, ya.
Carlos sirve el arroz con pollo y luego lleva una jarra de limonada con tres vasos, lo coloca al
centro de la mesa, al costado del recipiente con papas.
—Espero que les guste —dice sentándose.
Ya Telmo y Yolanda se están sirviendo, comen despacio. Carlos intuye que algo falta, no sabe
qué es, mira a todos lados.
— ¿Qué pasa? —pregunta Yolanda.
—Nada —Responde parándose.
Va al mueble que sostiene la radio grabadora y la enciende. Vuelve a sentarse y se acuerda de
algo más, va a al cocina, al momento regresa con un plato pequeño en la mano.
—Disculpen, al ceviche no le he echado mucho ají, porque no sé si les gustará el picante,
pensando en eso he preparado el ají aparte. Si les gusta más picante aquí tienen, agréguenle, si
no, se quedará para otro momento.
—Está agradable —dice Telmo con la boca llena—, pero esto no es pollo, esto es gallina.
— ¡Verdad!, no me había dado cuenta —dice por su parte Yolanda—. Esto cuesta más caro.
—Cierto, cuesta más, pero no se olviden que yo tengo algo de dinero y, ¿para qué lo quiero?
Dije que prepararía algo agradable. Las cosas agradables y nutritivas cuestan algo más, aunque
no todas, hay cosas que no son muy caras, pero son nutritivas.
— ¿Por ejemplo? —pregunta Yolanda.
—Los huevos, el pescado, claro que no hablo de los llamados “pescados finos” como corvina,
lenguado, chita y otros que ni sus nombres sé; pero el jurel, la caballa, las lornitas y el propio
machete, son baratos y nutritivos, y lo más importante se los puede preparar de distintas
formas.
—Qué rico está el ceviche —plantea Telmo—, pero le faltaba un poco más de ají, ¿verdad
Yolanda?
—Sí —responde luego de paladear bien.
—El ceviche, un buen ceviche tiene que ser picante. A nosotros nos gusta el rocoto —informa
Telmo.
—Pero no compro… por ahorrar —dice tristemente Yolanda.
—Siempre las dueñas de la cocina, buscando economizar —bromea Carlos—, y está bien,
ustedes tienen muchas necesidades que resolver, y lógicamente tienen que economizar. Esto
de hoy no será de 102
todos los días, pues no tenemos mucho dinero.
—Creo que no te gusta la sopa —plantea Yolanda.
— ¿Por qué?
—Porque el otro día que preparaste menestra, tampoco preparaste sopa.
—No se trata de gustos. Saben, hay alimentos que son poco nutritivos, que solo sirven para
engañar el estómago y perder tiempo al cocinar. Por eso en lugar de preparar sopa, una sopa
de papas con cuatro fideos y unas cuantas verduras con trocitos de carne de pollo, o hueso sin
carne, que lo único que hace es darle gusto, considero que se debe de preparar un buen
segundo, con pescado frito o huevos, ensalada de verduras y refresco. Abundante refresco,
pues ayuda a la digestión.
—Pero, las masas pobres comen así —Pone como argumento Telmo.
—Cierto, las masas pobres comen así porque tienen ciertos conceptos erróneos sobre lo que
es la nutrición, porque por ejemplo, se dice usualmente que: “en el caldo está la sustancia”, es
decir que en el caldo está lo más nutritivo, y no en la carne y la parte espesa de la sopa. Y eso
no es así. No se olviden que soy combatiente, y he comido lo que ellos comen en diversas
casas de masas pobres, gente que vive en Villa El Salvador, en Pamplona Alta y Baja, pues por
allí trabajaba antes de ser detenido, y siempre lo primero que me servían era sopa. ¿Pero en
qué consistía su sopa?, agua, sal, papa, fideos algunas verduras, a veces en lugar de fideos le
ponían trigo o cebada chancada, y para darle gusto le ponían huesos sin carne. Eso no es
nutritivo, cuando se hierve el hueso fresco de cualquier animal, lo que sale es grasa y un poco
de toxinas, que da la sensación de estar comiendo carne. Las proteínas están realmente en la
carne, en el consumo de la carne, que debe estar bien cocida, no quemada por su puesto, sino
cocida para que nuestro organismo le asimile con facilidad. Por eso, para un hogar pobre, que
no está a su alcance comer carne de res, de cordero, o de chancho, lo puede suplir con carne
de pescado, con huevos, con leche aunque sea en polvo, y cuando se pueda consumir carne de
res. ¿Saben cual es el problema?
— ¿Cuál? —Responde Yolanda.
—Que hay muchas costumbres de las masas que son erróneas y que es difícil de cambiarlas, y
solo las cambiaremos cuando tengamos el Poder, y lo peor, encontraremos resistencia, y
tendremos primero que educar a las masas e ir generando el cambio poco a poco, transformar
la sociedad no es fácil… pero, no se preocupen, otro día que me toque cocinar no dejare de
preparar sopa —dice sonriendo.
—Y, te puedo preguntar ¿por qué has preparado arroz con gallina y ceviche? —
Pregunta Telmo.
—El arroz con gallina, porque he observado que a Yolanda le agrada el arroz con pollo, y el
ceviche porque se combina bien con ello, y en particular porque es una de las cosas que me
gusta. Y me alegra que les haya gustado.
—A nosotros también nos gusta el ceviche, pero no me sale bien. —Aclara Yolanda.
—Cuando te toque cocinar un día domingo, puedes volver a preparar ceviche. Haremos un
esfuerzo por llegar con dinero par ese día —plantea Telmo.
—Claro. —Acepta Carlos.
—Me voy, me voy, ya se me esta haciendo tarde —Telmo se pone de pie, bebe su refresco y se
encamina a la puerta—. Nos vemos, regresaré tarde, no me esperen, no sé a qué hora volveré.
La vida continua, los días transcurren, Carlos no sale de la casa mas que a hacer compras, a
veces a jugar pelota con jóvenes que se reúnen un poco lejos de la urbanización donde está
viviendo, al otro lado de la Vía de Evitamiento, la mayoría jóvenes trabajadores, obreros y
estudiantes, hace deporte cuando no le toca cocinar. Su actividad principal es el estudio,
quedándose por lo general hasta las cero horas en que se acuesta. Yolanda sale con más
frecuencia y él tiene que hacer las tareas de la casas. A veces llega a la casa un combatiente
que habla poco, desayuna, almuerza o cena agradece y se retira. Carlos busca conversar con él,
pero no logra entablar una verdadera conversación, siempre se muestra muy apurado. Los
esposos vuelven a la casa cansados, siempre los alimentos están esperándolos.
Un día sábado, Yolanda sale temprano, anunciando que regresará al medio día. Carlos se pone
a preparar los alimentos temprano, casi siempre preparar lo que ella le indica con muy pocas
variaciones. Este día decide modificarlo agregando dinero que él tiene. Cuando es un poco más
del medio día Yolanda anuncia su ingreso.
—Hola Carlos, ya regresé. Vengo acompañada.
Carlos va a su encuentro, saluda a Yolanda y a la persona que la acompaña y regresa a la
cocina. Como es costumbre en él, mientras cocina por lo general canta en voz baja:
Iniciamos el Gran Salto(5∗)
Con Partido
El gran salto es ya victoria
Con Gonzalo
(5 ∗) El “Gran Salto”, para el Partido Comunista del Perú. era el: “Conquistar Bases de Apoyo”

Con Gonzalo en el mundo


Triunfaremos
Con Gonzalo en el mundo
Triunfaremos.
Así somos los guerrilleros
Bases de apoyo conquistamos,
A la reacción aniquilamos
Al comunismo llegaremos
Al comunismo llegaremos.
La melodía es prestada de una danza guerrera cuzqueña y se repite la letra. Cuando Carlos está
reiniciando el canto la persona recién llegada, una joven de ojos chinos, cabello largo y cuerpo
esbelto ingresa a la cocina.
—Oiga. ¿Dónde cree que está? Baje la voz, no estamos en una base de apoyo —Carlos se calla
sorprendido—. No se ha dado cuenta que estamos ubicados en el seno de la reacción. Esta es
una urbanización de burgueses, acá atrás —señala la espalda de la casa—, hay un colegio de
hijos de pitucos, el jardín da con la pared de la casa, esta casa todavía falta terminar de
construir y la voz sale, le pueden escuchar.
Carlos mueve la cabeza y piensa: “¿Quién será esta joven escandalosa?” y responde.
—Está bien, bajaré la voz.
—Si deja de cantar ese tipo de canciones será mejor.
Yolanda escucha desde el dormitorio pero no interviene. La chica sale y va donde esta Yolanda.
Al poco rato Yolanda ingresa a la cocina.
—Carlos, ¿te falta mucho? Tengo hambre
—Unos minutos más, estoy terminando de pelar las papas. Concluyo y sirvo.
— ¿Pelar las papas? Eso puede hacerlo cada uno.
—Sí, pero ya termino, en menos de cinco minutos sirvo. Más bien, por favor, ¿puedes limpiar
la mesa?
—Claro.105
—Gracias
Al poco rato Carlos comienza a servir, Yolanda le comunica que está lista la mesa.
—Yolanda, espero que hoy no me llames la atención por la falta de sopa, que no he preparado.
Hoy he cocinado algo que me ha apetecido comer, y espero que les guste. Anda llevando la
limonada.
—Está bien Carlos, tú cocinas rico. —Sale sonriendo llevando la jarra.
Carlos sirve y Yolanda lleva los platos a la mesa. Al final Carlos lleva un recipiente con papas
sancochadas y un plato de ají. Se sienta. Ellas lo están esperando para servirse juntos. Yolanda
espera la orden de servirse.
— ¿Nos servimos? Provecho —anuncia Carlos cogiendo su tenedor— He puesto junto al
tallarín una sola papa, pero allí en el recipiente hay más para que se sirvan de acuerdo a su
capacidad. Tenemos además crema de papa a la huancaína se sirven como mejor les parezca.
Él por su parte se sirve medio vaso de limonada, bebe y empieza a comer. Comen en silencio,
cuando están por la mitad del plato Yolanda interviene.
—Disculpen, no les he presentado, hace una pausa y se dirige a Carlos —ella es una
compañera que estará con nosotros. Telmo verá dónde ira, o dónde estarán cada uno de
ustedes, y dirigiéndose a ella—. El es el compañero Carlos, su situación es similar a la suya,
compañera. ¡Ah!, ella se llama Roxana.
—Cuanto gusto —contesta Carlos, haciendo una reverencia con la cabeza.
—El gusto es mío. Tiene usted una buena sazón.
—Gracias por el cumplido. ¿Qué te parece a ti Yolanda?
—Está rico, ¿sobrará para Telmo? A él los tallarines le encantan, pero no le gusta como los
preparo, justo esos dos platos que a ti te sale bien: tallarín y ceviche. ¿Me enseñarás a
prepararlos? ¿Cuándo me enseñas?
—Cualquier día que no sea mañana. No te olvides que tengo una cita. Sí sobrará para la cena,
no te preocupes.
—Sabes Carlos, me he puesto a pensar en nuestra última conversación que tuvimos sobre la
comida, ¿no te molestas si te digo lo que he venido pensando? —lo último lo dice mirando a
Roxana.
—No, que va, dímelo.
— ¿De verdad que no te vas a molestar?
—No, porque si fuera una crítica que has preparado para mí, bienvenida sea, servirá para ser
un 106
mejor combatiente.
— ¿Sabes? He pensado lo siguiente: “el compañero, siempre dice que es combatiente, habla
de fundirse con el pueblo, pero a él le gusta vestirse bien y comer bien. ¿Qué raro? —Me
digo— además dice que ha sido obrero. La verdad lo encuentro contradictorio lo que dices con
lo que haces.
—Querrás decir que no es compatible el vestir bien, comer bien, con ser combatiente y servir
al pueblo. ¿Eso quieres decir, verdad?
—Sí —dice agachando la cabeza.
—Bueno, veamos las causas del porque el pueblo come mal, viste mal, o anda con la ropa
parchada y hasta sucia. ¿Te has puesto a pensar en ello?
—Porque le pagan una miseria. —Responde.
—Claro. Así es. El pueblo come mal, viste mal porque lo que gana no le alcanza para
mantenerse, para educar a sus hijos, y por tanto tienen que economizar, dejar de comprar
algunas cosas, remendar su ropa porque no la puede renovar, y hasta medio sucios andan
porque por un lado no les alcanza el tiempo, porque tiene que trabajar en una y otra cosa, y
por otro lado hasta jabón y detergente tiene que ahorrar, y, ¿nosotros queremos que el
pueblo siga viviendo así?
—Claro que no, pues por eso luchamos. —Responde Yolanda airada.
Roxana come pausado y escucha la conversación en silencio. Carlos prosigue.
—Entonces, en nuestro caso, si está dentro de nuestras posibilidades, por qué no podemos
preparar algo especial, algo agradable y no es de todos los días. En cuanto a vestir, un
combatiente debe de vestir según el sitio donde se moviliza, si vivo acá en una urbanización
como ésta, debo vestir acorde a ello, por eso, cuando salgo me visto con la ropa que te ha
llamado la atención, pero acá en la casa me cambio y me pongo ropa modesta. Y cuando tenga
que ir a Villa El Salvador o a Comas, o a cualquier otra barriada, debo vestirme de acuerdo a
ese lugar, y si me desplazan al campo, tendré que vestir como viste el campesinado. ¿Qué
opina usted compañera? —Pregunta a Roxana.
—Creo que está bien lo que ha dicho el compañero. No sé si les puedo referir una anécdota.
—Claro, adelante —dice Yolanda.
—Escuchamos. —Agrega Carlos.
—Cuando se venía preparando el inicio de la Lucha Armada, el Presidente Gonzalo se había
reunido con algunos comunistas, hombres y mujeres, eran reuniones que servían a preparar el
Inicio. Luego de finalizado el evento, el Presidente Gonzalo les dice: “Muy bien camaradas, les
invito a comer a 107
un restaurante. ¿Qué quisieran comer? Ya muchos días hemos estado en esta casa, hoy iremos
a comer a un restaurante”. “Está bien”, dicen ellos, y salen en grupos para no llamar la
atención. Claro que en esos tiempos, no había problemas en andar en grupos numerosos, no
había aún guerra. “Iremos a Miraflores”, dijo el presidente. “¿A Miraflores?” dice alguien, “Por
acá nomás, en una carretilla”. “No se preocupen, yo estoy invitando, yo voy a cancelar. Vamos
a Miraflores”. Van ocupan varias mesas y piden potajes deliciosos de acuerdo al gusto de cada
uno. El que había querido comer en carretilla estaba sentado en la misma mesa con el
presidente y dice: “pero el proletariado, el campesinado no come así”. El presidente le
respondió de inmediato: “sí pues, el campesinado, el proletariado no come así, porque viven
en la pobreza, por el orden de explotación que lo condena a la miseria. Pero nosotros
iniciaremos la lucha armada para cambiar precisamente eso.” Es todo lo que quería contarles
—finaliza.
Yolanda mueve la cabeza. Prosiguen almorzando en silencio. Por la tarde llega Telmo.
Conversan con Yolanda en la cocina y después con los combatientes bajo su responsabilidad de
alojamiento.
—Carlos, compañera Roxana, por hoy descansaremos todos acá. Usted compañera ocupará la
cama del fondo. Carlos descansará en las sillas. Mañana iré a conseguir un sitio donde esté
Carlos. Usted compañero Carlos ira a otro lugar, porque no deben estar juntos, además, creo
que entre mujeres se entenderán mejor.
—Está bien —dice Carlos.
— ¿Pero no se caerá de las sillas? —Pregunta Roxana— Podemos dormir cruzados en la misma
cama.
—No se preocupe, ya Carlos ha dormido así, cuando ha venido mi madre a visitarnos, y se ha
quedado algunos días. No se caerá. Pero si desean pueden dormir juntos. —Dice con picardía.
—Si ya tiene costumbre, está bien —aprueba Roxana.
—Carlos, ¿Creo que vas a salir mañana? —pregunta Telmo.
—Sí.
—Solo una cosa, procura volver temprano, para llevarte a donde vas a estar alojado. ¿Podrás
estar acá a las cuatro de la tarde?
—Está bien, a esa hora estaré aquí.
Al día siguiente Telmo Sale temprano. A las nueve y media sale Carlos, en un maletín pequeño
lleva ropa playera. Se quedan en casa Yolanda y Roxana. Al medio día está de regreso Carlos.
— ¿Qué pasó? —Pregunta Yolanda—. ¿No llegó tu chica?108
Moviendo la cabeza, Carlos responde:
—Debe de haber tenido algún inconveniente. He comprado fruta para llevar a la playa, nos
serviremos nosotros, acá tiene ¡Provecho! —Coloca la bolsa con diversas frutas en la mesa.
Sin mayor comentario Carlos va a ducharse. A la una de la tarde almuerzan sin la presencia de
Telmo.
Como sobremesa conversan amenamente los tres. Yolanda pregunta a veces a Roxana, otras a
Carlos, es todo oídos, quiere saberlo todo, averiguarlo todo. Cerca a las tres de la tarde llega
Telmo, la mesa no ha sido recogida aún. Carlos da las explicaciones del caso, ruborizándose,
Telmo bromea un poco, pero como nadie le sigue la corriente, todo queda allí.
—Entonces —dice Telmo— de una vez vamos, te llevaré a donde vas a residir.
Carlos en silencio coge debajo la cama sus sandalias, la envuelve en una bolsa y las mete en su
maletín.
—Estoy listo — anuncia con el maletín en la mano.
Salen, van a la avenida Javier Prado, toman una combi y viajan adentrándose hacia el Este,
para Carlos es una zona desconocida, llegan a la urbanización Santa Patricia, descienden,
camina por calles donde las casas recién están siendo construidas. Cerca de un parque entran
a una de estas casas, un perro les da la bienvenida ladrando, sale una señora joven, robusta de
extracción campesina, lo siguen una niña y un niño, también de aspecto campesino, tanto por
sus facciones como por su forma de vestir, y detrás de ellos otra niña, pequeñita, muy graciosa
y con ropa muy distinta de los otros niños.
Luego de ser presentados entran a la casa en construcción. Carlos coloca sus cosas en un
rincón. Telmo se despide de todos, le recuerda a Carlos que no debe salir, que coordinen la
coartada con su primo cuando regrese de su trabajo, pues siendo domingo ha ido a hacer un
trabajo extra, ya que se le ha presentado la ocasión. La casa en que está alojado es de una
persona extraña, que ha contratado a un obrero para que cuide su casa en construcción. En la
zona son muy pocas las casas acabadas y ocupadas por sus dueños. La mayoría están en
proceso de construcción y cuidadas por los familiares de los obreros. Carlos dirá ser un familiar
del obrero. En esa casa se conversa poco y no hay ocupación, así que temprano se levanta,
hace ejercicios y luego se pone a estudiar hasta que lo llaman a la mesa. Poco a poco se acerca
a los niños a quienes les hace repasar lo que han aprendido en la escuela, pero los niños
prefieren jugar y tienen todas las calles para hacerlo. En el parque por las tardes se reúnen
obreros y jóvenes para jugar fulbito, Carlos se mezcla con ellos, nadie le pregunta nada, así que
pasa desapercibido.109
A mitad de la semana, antes de las siete de la mañana recibe la visita inesperada de Telmo,
Justo cuando termina de hacer sus ejercicios y se apresta a ducharse.
— ¡Hola! —dice Telmo desde la puerta de la casa en construcción—. Estoy apurado, he venido
a invitarte a que vayas a la casa. Roxana saldrá hoy a las nueve de la mañana y regresará tarde,
así que anda por la casa.
—Está bien —responde Carlos— a las nueve salgo para allá.
—Entonces nos vemos. Venía solo por eso —da media vuelta y desaparece.
Carlos se asea, ya desayunando se despide anunciando que regresará por la noche. Camina
con dirección a la casa de Telmo. Está lejos, pero como todavía es temprano camina en función
de conocer dónde se encuentra. Después de caminar algo de media hora ve que a una cuadra
delante de él se levanta imponente toda una inmensa construcción que abarca toda una
manzana, con picos que hienden los cielos y en el centro de la entrada a la mansión una
estatua de un ángel tocando una trompeta.
“Esta debe ser la sede central de los Mormones…. en el Perú. ¿Todo esto habrá sido construido
sólo con los diezmos?” —se pregunta.
Por esa calle pasan con frecuencia combis que anuncian que su ruta es: “toda la avenida Javier
Prado”. Sube a una de ellas.
— ¡Hola! —se anuncia tocando la puerta de la casa de Telmo.
—Pasa Carlos —responde Yolanda—. Empuja la puerta. Estoy terminando de planchar.
Carlos ingresa, mira a todos lados, las pocas cosas que hay en la casa, todas ocupan su lugar de
siempre. Hay algo que llama su atención.
—Y eso, ¿qué cosa es? —pregunta señalando a la esquina donde hay tablas de madera.
—Es una cuna, un compañero le ha obsequiado a Telmo. Se está preparando para ser papá,
dice que él mismo lo lijara y lo volverá a pintar, por lo demás está en buen estado.
—Qué bien, ¿ya han comenzado a hacer compras para el bebé?
—Todavía, es muy temprano —dice ella— y ni siquiera sabemos qué será, niño o niña.
— ¿Qué te gustaría que sea?
—Lo que sea. Carlos, hoy me vas a enseñar a preparar ceviche, he comprado todas las cosas,
he ido temprano al mercado, para comprar pescado en buen estado.
Carlos sonríe, hace un gesto con su cabeza y pregunta:
— ¿Ceviche?, y ¿qué más?110
—Arroz con pollo, pero arroz con pollo, no arroz con gallina.
—Y por supuesto sopa —agrega Carlos en son de broma, dándole un requiebre a su voz—,
prepararé una sopa que espero les agrade.
—Está bien, hay que hacer sopa. Cada día tengo más hambre —Mirando la ropa que le falta
planchar agrega—. Sabes, anda viendo todas las cosas que están en la cocina, ve si falta algo.
Tiene que quedar rico. Que sí, no inicies el preparado del ceviche sin mí, que quiero ver desde
un inicio como lo haces. Lo demás si ya puedes iniciar, ya va a ser las diez de la mañana.
Carlos sale de la sala y va a la cocina. Al poco rato se escucha movimiento de cosas y ruido de
ollas. Yolanda termina de planchar, guarda toda la ropa en su lugar y va a la cocina. En el
umbral de la puerta se para y observa. Carlos finge no verla y sigue con los quehaceres.
— ¿En que te ayudo? —pregunta.
—Por el momento en nada. Ya las tres hornillas están ocupadas. —Señala la cocina a
kerosén— En una hornilla está la olla para el arroz con pollo, en la otra estoy hirviendo agua
para el refresco y lo que haya que lavar del pescado para el ceviche. En la otra estoy
sancochando las papas, tan pronto hierva el agua, allí pondré la sopa. Más bien, trae una silla y
convérsame un poco mientras escojo el arroz.
Va a la sala, trae una silla y se ubica a un costado de la mesa de la cocina. Carlos vierte en la
mesa el arroz y en forma rápida va separando los arroces con cáscara. Ella en silencio coge las
papas para la sopa y se pone a pelar.
—Dejemos todo listo para el arroz y para la sopa y te pones a preparar el ceviche despacio —
dice ella haciendo las cosas.
—Está bien —aprueba Carlos.
El agua hierve al poco rato, Carlos lo vacía en un balde y lo pone en una esquina cubierto con
un mantel para que se enfríe.
—Ahora colocamos el agua para la sopa —dice volviendo a echar agua a la olla.
—Y, ¿no le vas a echar otra cosa? —pregunta al ver que Carlos tapa la olla sin echar otra cosa
que agua.
—Por el momento no. Que vaya hirviendo despacio- regula el combustible al mínimo—. Vamos
a iniciar el ceviche.
Yolanda de pie junto a su silla observa. Carlos tiene los pescados en una tina, sobre la mesa
hay una tabla de picar y algunos platos vacíos, una fuente cevichera, y junto a ella cebollas de
cabeza, apio, 111
ají mirasol, limones, ajos, rocotos, culantro y otros ingredientes. Una licuadora está ubicada al
centro de la mesa en el borde que choca contra la pared. Carlos saca los tres pescados y los
coloca al costado de la tabla, coge el cuchillo con la mano derecha, con la izquierda coge el
pescado de la cola y desde la base de la cola da un tajo largo hasta la cabeza cortando las
aletas dorsales, luego corta las aletas del abdomen, lo coloca sobre la tabla, mete sus dedos
por una de las agallas, y con un tirón fuerte, hacia la cola, saca toda la piel de un lado, luego de
forma similar procede con el otro lado. De un tajo corta la cabeza, saca las vísceras y las coloca
en una bolsa de plástico a un costado de la mesa, al pescado lo limpia con una esponja que
enjuaga repetidas veces hasta dejarlo limpio. Procede similar con los otros dos. En seguida
coge el primer pescado, con cuidado ubica el cuchillo en la vértebra del pescado a la altura de
las agallas y lo desliza hacia la cola, sale un filete sin huesos, repite la operación hasta dejar
tres espinas dorsales casi desnudas. Coge los tres espinazos y las tres cabezas sin agallas y las
mete en la olla para la sopa, aumenta el fuego, echa sal a la olla y prosigue con el preparado
del ceviche.
—Yolanda, ¿puedes apoyarme con el limón?
—Claro —responde poniéndose de pie, pues para observar se había sentado—, qué y cómo
debo de hacerlo.
—Primero, sóbalo por un rato contra la mesa de esta manera —coge un limón, coloca su
palma sobre él y lo frota contra la mesa—, hasta que se ponga suave, así haces con todos,
después los cortas y los exprimes.
— ¿Puedo usar el exprimidor?
—Lógico, pero no lo exprimas demasiado, para que no suelte el jugo de la cáscara. Estamos
haciendo eso porque el limón que has comprado no está maduro, sino, simplemente se lava,
se corta y se lo exprime.
El pescado fileteado lo coloca uno por uno en la tabla, lo corta primero en tiras y luego en
cubitos de aproximadamente dos centímetros cuadrados. Verifica que la fuente esté limpia y
va colocando allí lo trozado. Por su parte Yolanda hace lo suyo, sin dejar de observar lo que
hace Carlos. Al terminar de cortar el pescado, toma los limones frotados, lo coge con dos
dedos, entre el pulgar y el índice haciendo coincidir en un dedo el pezón del limón y el otro el
orificio en que se sujeta a la rama, mete la punta del cuchillo por entre sus dedos y da un corte
en el centro, luego coge el exprimidor y extrae el zumo. Cuela el jugo y lo va rociando sobre el
pescado trozado, inclina la fuente y deja allí el pescado en el jugo, luego en silencio coge dos
ajíes mirasol, luego de lavarlos les extrae las pepas y los troza, hace algo similar con un rocoto,
coge seis dientes de ajo, los pela y todo lo mete a la licuadora, agrega un poco de agua 112
hervida y pone en funcionamiento la licuadora, un olorcito que escuece la nariz sale del vaso,
cuando está espumoso la apaga y procede a verter toda esa crema sobre el pescado. Con su
sola mano, sin ningún utensilio limpia el vaso de la licuadora, ya vacío lo coloca en su lugar y
con ambas manos mezcla el pescado, el limón y la crema de ajíes y ajos.
—Ahora sí voy a requerir tu ayuda —le dice a Yolanda. Él tiene las manos untadas de todo ese
menjunje— Coge el comino, échalo, que yo mezclaré.
Ella obedece.
— ¿Todo? —pregunta rompiendo con los dientes el envase.
—Sí, todo lo de un sobre, luego echas la pimienta, pero solo la mitad.
Luego de rociar el comino, ella coge un sobre de pimienta picante molida y procede a rociarlo.
Él mezcla bien y lo deja quieto, siempre inclinada la fuente. Se lava las manos en la tina y todo
lo usado, bota el agua sucia y coloca otra limpia, coge dos ramas de apio y luego de lavarlo lo
pica en trocitos.
—Esto es para darle gusto, hay quienes le echan al kión ceviche, pero en particular a mí no me
agrada, —ella lo escucha atenta— a mí padre le gustaba con ají-no-moto, pero eso le cambia la
química, entonces toma sabor a carne y el ceviche debe mantener su sabor a pescado y debe
sentirse ese gustito especial —hace una pausa, quedan un rato en silencio. Luego prosigue— Si
algún día vas al norte no te sorprenda que al ceviche le echen tomate, es uso de la región, ah, y
lo hacen con pescado salado, por lo general caballa. Acá en Lima no es costumbre. El ceviche
que estamos preparando es el popular, un ceviche al alcance de las masas, por que la
burguesía le imprime su sello de clase. Los burgueses y clases acomodadas lo preparan de
pescados “finos” es decir caros; lenguado, corvina, cojinova y otros; además le agregan
mariscos, pulpo, etc., entonces deviene en ceviche mixto.
Coge el apio picado menudito y todo lo esparce sobre la fuente, agarra la sal yodada refinada
con la mano izquierda y vierte en su mano derecha una cantidad, con la vista calcula la
cantidad que debe usar, lo esparce y procede nuevamente a mover.
—Ya está. Eso es todo, allí que se quede macerando, lo moveremos cada cierto tiempo. Lo
único que falta es picar la cebolla en tiras delgaditas, darle su lavado y ponerlo encima sin
mezclar, Se le mezcla con la cebolla y el culantro picado minutos antes de servir. ¿Qué te
parece? Estaba olvidando algo, hay que aumentarle rocoto en cubitos, al gusto, algunos le
agregan el rocoto en rodajas, es problema de presentación.
—Está bien, ya vi cómo lo haces.113
—Ahora, para servirlo, puede ser con papas o con yucas sancochadas, con camote amarillo
sancochado, con choclo o con cancha, y hay quienes les gusta con arroz blanco, es ya problema
de gustos. A ti, ¿con qué te gusta?
—Con arroz con pollo —responde sonriendo.
—Ah, cuando se va a consumir a cevicherías por lo general lo preparan al momento. Ese estilo
tiene otro gusto. A mí me gusta el que está maceradito.
Ya el agua con las cabezas y columnas de pescado ha hervido, el vapor sale como humo, Carlos
coge la olla con un mantel y la baja, pide que Yolanda sostenga el colador y vierte el contenido
en una olla limpia, todos los huesos son separados y arrojados al balde de desperdicios, el agua
con las sustancia del pescado es vuelto a la olla, agrega todo lo que ya tenía listo para la sopa,
menos el fideo. Luego de poner al fuego la sopa y atender las otras ollas bajo la atenta mirada
de Yolanda, se pone a picar la cebolla.
—Y, ¿qué tal la compañera?
—No me gusta nada —Dice ella con timidez.
— ¿No? ¿Por qué? —Pregunta él con inquietud— ¿En qué aspecto no te gusta?
—No ayuda en nada, se despierta, se asea, deshace su trenza, que todas las noches se hace
para dormir, y luego se pone a estudiar.
— ¿Así?
—Y sabes, además es melindrosa, parece que es una pequeño burguesita, viene con gustitos...
Fíjate, tu sabes cómo economizamos para que el dinero nos alcance porqué tenemos gastos
imprevisibles, y ella, de la sopa, las verduras las pone por un costado del plato, los fideos por
otro ladito y lo único que come es el caldo. Estoy siguiendo tu consejo de consumir pescado, y
compro jurel o caballa, lo frío bien, ella el pellejo lo pone por un lado, las partes negritas que
tiene el pescado tampoco la come —Ya su tono es de indignación, y prosigue con su expresión
de agravios— El segundo, nunca termina el arroz, y se desperdicia, eso sí, de las ensaladas no
deja nada. Con decirte que en el desayuno le saca la miga al pan.
—Pero le hubieras preguntado si le gusta la sopa. ¿Le has dicho algo?
—No, no vaya a ser que se moleste. Con Telmo sí se entienden bien.
— ¿No estarás celosa? —Dice bromeando.
—Telmo bromea como nunca, y ella se sonríe feliz.114
—Creo que estás celosa —y poniéndose serio prosigue—. Pero, lo que veas mal en su
comportamiento debes plantearle, es una combatiente y no tiene porqué molestarse. Además,
ustedes hacen mal en no dar tareas a quienes vienen a vivir temporalmente con ustedes. Por
ejemplo, a mí al principio no me dejaban hacer nada. Eso está mal. Si van a estar con ustedes y
pueden hacer algo útil deben hacerlo, cosa diferente es con los enfermos, para ellos su tarea
es sanarse. Pero quienes vengan así como nosotros, que somos los primeros, denles tareas.
—Pero no debe ser así, ¿no crees? Debe partir de ella.
—Pero si no parte de ella, hay que darle tareas —Insiste.
—No, yo no lo haré, no vaya a ser que se moleste. Ojalá que no se demoren mucho tiempo en
organizarla, para que se vaya pronto.
—De repente demora. Yo ya estoy con ustedes dos meses.
En eso tocan la puerta. Yolanda se pone de pie y va a abrir, Carlos sigue preparando los
alimentos. Al poco rato regresa, y se acerca a donde le pueda oír Carlos sin levantar la voz.
—Es ella, ya volvió —se sienta—. Yo pensé que vendría tarde. Ella dijo que no sabía a qué hora
vendría.
—Y es cierto, dijo que no sabía a que hora vendría, pero ya se desocupó y está aquí —Carlos
sonríe, se frota las manos maléficamente y agrega— ¡Ajá!, yo he cocinado, yo serviré... y por
favor, —esto lo dice alargando las sílabas— no quiero tu ayuda. —Sus ojos chispean de alegría.
— ¿Qué piensas hacer? —dice Yolanda preocupada—. No nos vayas a hacer quedar mal.
—No te preocupes, haré una crítica a la compañera, nada más, y si se molesta, tendrá que
molestarse conmigo.
—Bueno, pero no nos hagas quedar mal....por favor.
—No te preocupes.
Ella se pone de pie y sale. Él continúa con los últimos toques a los alimentos. Un olor agradable
se respira en la cocina y sale a inundar los otros cuartos y la calle. Roxana hace su ingreso a la
cocina.
— ¡Qué bien huele lo que está preparando! —Dice desde la puerta.
—Espero que le agrade cuando lo pruebe, ya falta poco —responde con indiferencia, como
invitándola a retirarse.
Ella sale. Cuando son ya más de las doce del medio día, Carlos con discreción llama a Yolanda,
le sirve un poco de arroz con pollo. Cuando está todo listo esperan que llegue Telmo, a la una
con varios 115
minutos llega apurado, pero alegre.
—Ya llegué —dice desde la puerta—. Huele bien ese ceviche— Ingresa, se encuentra con la
mirada de Roxana. Al fondo en la cama Yolanda teje un ropón para bebé — ¿Qué pasó? ¿No
has salido?—. Dice preocupado.
—Sí. —Responde incómoda—. Fui a ver al médico, me atendió, me ha dado medicinas y he
regresado. He llegado hace un rato.
Carlos en silencio limpia la mesa.
—Por favor —se dirige a Roxana—, ¿puede recoger sus cosas? Voy a servir.
Ella coge sus cosas y las va a dejar sobre su cama. Carlos en la cocina sirve los alimentos, una
vez servido todo comienza a trasladar a la mesa.
—Por favor, siéntense —Invita a todos.
Telmo ocupa la silla de la cabecera de la mesa, a su costado Yolanda, luego Roxana y la silla
que queda frente a Telmo la dejan para Carlos, un lado de la mesa choca con la pared. Carlos
coloca una jarra de limonada y cuatro vasos, luego lleva la sopa, sirve un plato a cada uno,
menos a Roxana. Ella frunce el ceño extrañada.
—Espere un momentito, en seguida le sirvo a usted.
Va a la cocina, vuelve con dos platos, en uno ha servido arroz con pollo y en otro, mediano,
ceviche.
—Podemos servirnos —dice sentándose. Yolanda sonríe agachada, Telmo está serio— A usted
no le estoy sirviendo sopa porque los compañeros me han comentado que han observado que
no le gusta —y con indiferencia comienza a almorzar.
Roxana mira a la pareja de esposos, estos comen indiferentes, reprimiendo la risa.
—Sí me gusta compañero, por favor sírvame.
—Sabe compañera, —dice Carlos en tono solemne—, aquí en esta casa los compañeros son
combatientes, tienen muchas obligaciones y deberes, muchas bocas que alimentar, no solo
alimentarnos a nosotros dos, sino que tienen bajo su cuidado a compañeros enfermos a
quienes tienen que comprarles medicina y todo lo que necesitan para su pronta rehabilitación,
y para ello economizan al máximo, pero viene usted y bota las verduras de la sopa, el fideo
también, el arroz igual, incluso la miga del pan. Eso está mal, como maoístas que somos
debemos tener presente lo que el Presidente Mao nos enseña: que no debemos botar ni
desperdiciar, ni un grano de arroz, porque es esfuerzo y sudor de los campesinos. Aquí, 116
es el esfuerzo y sudor de estos compañeros y de las masas que trabajan con ellos. —Hace una
pausa, mira a Yolanda y prosigue—. Le pregunto a la compañera por qué no le critica esas
actitudes, y sale con que tiene temor que usted se moleste. Aquí estamos entre
revolucionarios y creo que toda actitud errónea que se vea en cualquiera de nosotros debe ser
criticada.
— ¡Compañero! —Interviene Roxana, está chaposa por el bochorno—. Está bien la crítica que
me hace. Reconozco que no he pensando en el esfuerzo que hacen los compañeros para
sustentarnos, solo he estado pensando en mis gustos pequeños burgueses que voy a corregir
sobre la marcha, por favor, ¡sírvame la sopa!
Carlos se pone de pie, va a la cocina, vuelve con el plato para ella, Telmo ya está terminando su
sopa, Carlos pasa a servir el segundo para todos, cuando todos ya tienen su arroz con pollo y
su ceviche se sienta y come en silencio.
—Está rico el ceviche —comenta Telmo—. ¿Ya lo podrás hacer igual? —Pregunta mirando a su
esposa.
—No sé porqué a él le sale rico, yo también lo preparo similar, pero no me sale igual. —Se
pone a pensar en silencio, esboza una sonrisa y alegre continúa— ¡Ya sé donde está el secreto!
— ¿Dónde? —Pregunta Telmo.
—Él lo hace sin usar cuchara, solo usa el cuchillo para picar y nada más, lo mezcla con las
manos, echa sal con la mano. Para nada usa la cuchara. Creo que ahí está el secreto. Ah, y no
lo mete al agua el pescado, sino que simplemente lo limpia bien con una esponja húmeda.
—Creo que sí —dice Carlos—, cuando mueves el ceviche con cuchara de metal sufre las
consecuencias del ácido del limón y eso varía el sabor. Por eso para la cocina se recomienda
tener para hacer los aderezos cuchara de madera. Por lo demás, te falta coger el punto de la
sal, clave es la sal, si se te pasa o falta no tiene buen sabor. Eso en cualquier tipo de alimentos.
Terminando de almorzar Telmo regresa a su trabajo, se quedan los tres, Carlos recoge el
servicio y le pide a Roxana que le ayude a lavar. Terminando se ponen a conversar hasta las
cuatro de la tarde, a esa hora Carlos se retira a la casa donde está alojado. El día domingo
Carlos pasa por la casa de Telmo, va a la cita con la chica que esta saliendo. Roxana no se
encuentra en esos momentos, Telmo tampoco.
—Roxana ha ido a hacer compras —le comenta Yolanda—, hoy le toca cocinar a ella.
—Qué bien que se hayan distribuido las tareas. Y, ¿qué tal sazón tiene?
—Cocina bien, pero creo que no le gusta cocinar.117
—Puede ser. Hay a quienes no les gusta. A mí tampoco me gusta, pero si no cocino cuando
estoy solo, ¿quién lo haría?
—Sí pues, y cuando se come en la calle cuesta caro y no me lleno. Bueno, a mí me sucede eso.
Y por otro lado, cuando cocino yo, se me quita el apetito —se queja Yolanda— Ah, Carlos, creo
que Roxana se ha fijado en ti.
—No seas loca Yolanda, —piensa un rato y agrega—, ella sabe que estoy saliendo con una
chica.
—Yo te digo lo que veo. ¿Dónde está tu chompa blanca que tanto te gusta? —Pregunta
mirándose las manos.
—Debo de tenerla en mi maletín..., supongo.
—No —dice divertida—. El día jueves la has traído y te has olvidado, ella la usa para dormir. A
que no sabes qué dice —hace silencio.
-No, ¿qué dice?
—Huele rico, eso dice antes de ponerse tu chompa.
—Eres mal pensada, Yolanda. No tendrá con qué dormir, préstenle algo...Sabes, yo creo que
como estás celosa, quieres que yo la corteje. Y, ¿quién sabe si no tiene su pareja? Bueno,
bueno, bueno, mejor me voy. Espero que esta vez esa jovencita venga a la cita y no me haga
esperar por las puras.
Sale, Carlos está vestido deportivamente, lleva una bolsa playera al hombro, camina por la
urbanización Salamanca, alegre mira los jardines donde las flores sonríen al sol dejando que
sus fragancias inunden las calles. Carlos espera frente al cine Salamanca, lugar de la cita con su
amiga. Ve pasar a dos enamorados contentos de tenerse uno a otro, ignorando lo que les
rodea, porque los enamorados en esta radiante mañana sólo son conscientes de ellos dos.
Mientras que para Carlos los minutos pasan en procesión, una hora se le ha hecho una
eternidad. Ya son las once de la mañana, se cansa de estar esperando, se introduce por calles,
sin rumbo, tiene en mente volver por si acaso en quince minutos, camina despacio por
distintas calles, a las once con quince minutos está nuevamente en el lugar de la cita. A un
costado del cine Salamanca está el paradero de la línea de micros, al ver que un bus sale e
inicia su recorrido, va y se pone a hacer su cola para esperar un poco más sin llamar la
atención, sabe que dentro de quince minutos saldrá otro. Pasado los quince minutos, antes de
que el ómnibus pase a recoger a los pasajeros, se retira. La gente que hace cola tras él lo ven
alejarse sin apuro.
Faltando minutos para el mediodía llega a la casa de Telmo118
— ¿Qué pasó? —Pregunta Yolanda— ¿Tampoco ha venido hoy?
—No llegó. Pero esta ha sido la última vez que la he ido a esperar. Esa jovencita no sabe
valorar los sentimientos de un combatiente. —Roxana desde la cocina escucha la conversación
esbozando una sonrisa.
—Pero, ¿por qué no vas a su casa, no conoces? —le pregunta Yolanda.
—Sí, conozco, pero no iré..., o tal vez lo haga, lo pensaré.
Hasta las cuatro de la tarde está allí, a esa hora coge sus cosas, incluida la chompa que había
olvidado y se marcha. El día miércoles temprano recibe la visita fugaz de Telmo que le invita a
ir a la casa porque Roxana saldrá, A las nueve de la mañana está llegando a la casa, en la
esquina se encuentran con Yolanda, que vuelve del mercado.
—Hola, ¿qué tal? —Pregunta contento, pidiéndole la bolsa con las cosas.
—Bien, ¿tú cómo estás? —responde entregándole la bolsa.
—También me encuentro bien, pero aburrido, allá no tengo nada que hacer, y para estudiar no
tengo buenas condiciones. Y ahora, ¿Dónde ha ido ella?
—A ver a su mamá. Su casa está “quemada” dice, pero se verán en otro lugar.
Yolanda prepara los alimentos, Carlos le ayuda, conversan amenamente. Siendo antes del
medio día tocan la puerta. Yolanda sale a abrir. Es Roxana que vuelve, sus ojos irradian tristeza.
— ¿Qué pasó? —Le pregunta Yolanda.
—Nada —responde.
— ¿Y tu mamá?
—Encontrarme con mi mamá es tener cólera, ella no aprueba lo que hago y siempre
terminamos discutiendo, así que me vine. —Termina sentándose a la mesa.
—Carlos está en la cocina —le comunica.
—Qué bien —responde sin alegría.
—Estoy cocinando —se disculpa y va a la cocina—. Está triste la compañera, por qué no
conversas un poco con ella —le sugiere a Carlos.
—Cuando uno tiene preocupaciones, a veces es bueno estar solo. En un rato iré a ver cómo se
encuentra. Hay que dejarla sola para que ordene sus ideas.
Sin embargo pasa largo rato y no va. A la una de la tarde Yolanda le comunica que Telmo no
vendrá, que limpie la mesa mientras ella sirve. Carlos obedece, va a la sala-dormitorio-
comedor, 119
encuentra a Roxana sentada, su rostro sereno, no sabe si ella estará escuchando la música que
suena en la radio o pensando en otra cosa. Se saludan, ella al contestarle se muestra solícita.
Se sirven los alimentos, conversan una que otra cosa. Terminando de almorzar, cuando se
están sirviendo el refresco, Yolanda recoge apurada el servicio y lo deja en la cocina. Bebe su
refresco de pie y anuncia:
—Tengo que ver mi novela, los dejo —y sale.
“¿Novela? ¡Qué raro!, no sabía que fuera novelera” —piensa Carlos.
Roxana y Carlos siguen conversando, unas veces ella pregunta y él responde, otras a la inversa.
Carlos consulta su reloj, son más de las tres de la tarde.
—Bueno, la conversación es larga y el día corto. Me tengo que ir, —dice Carlos.
—Quédese un rato más —dice ella— más bien cuénteme sobre los andenes que han hecho en
El Frontón, ¿Cómo lo han hecho? Me han dicho que son muy bonitos. ¿Usted ha estado allí
cuando lo construyeron?
Carlos, permanece en la silla y comienza a relatar sin mucho entusiasmo, que ése fue un
trabajo colectivo de meses y que movilizó muchos hombres, labor que le impresionó mucho,
pero trata de resumir. Cuando termina dice:
—Ahora sí me voy —se pone de pie.
—Lo acompaño a la puerta —dice ella, y caminan hacia la salida.
Ya en la puerta Roxana le hace otra pregunta. Carlos está afuera, ella se apoya en el marco de
la puerta y allí escucha la respuesta mientras lo mira a la cara, otras veces a los ojos. Los
minutos corren, Carlos vuelve a mirar su reloj, ya son más de las cuatro de la tarde.
—Para llegar al lugar donde estoy viviendo, hay una sola línea de micros, y por las tardes, por
esta zona ya no se detiene, va lleno y en ese caso hay que tomar combi, y cuesta más. Me
debo ir —explica.
Ella cambia de semblante, como si algo le quisiera arrebatar, se agacha, coge el lazo de su
vestido y juguetea con él. Carlos lo mira sin saber qué hacer.
—Lo acompaño a la esquina —susurra cerrando la puerta.
Se pone junto a él, dan unos cuantos pasos caminando muy juntos.
— ¡Un momento! —Dice Carlos elevando la voz, ella levanta la vista y clava su mirada en él
que esboza su mejor sonrisa— Despidámonos acá nomás —Dice Carlos alargando su cuello
para darle un beso en la mejilla.
Ella pega su cuerpo junto a él, y como es más baja tiene que levantar su cabeza, ella no pone la
120
mejilla sino su boca y con los brazos envuelve el cuello de Carlos, en respuesta él la coge de su
delgada cintura. Luego de un prolongado beso en medio de la calle, se miran a los ojos.
— ¡Volvamos! —Ordena Carlos en voz baja.
Ella se junta lo más que puede a él abrazándolo por la cintura, él coloca su brazo sobre sus
hombros y la atrae a su pecho, así abrazados, regresan los pocos pasos andados e ingresan al
interior de la casa. Cierran la puerta. En el cuarto vacío, entre la cocina y la sala-comedor-
dormitorio hay una silla, van hacia ella, Carlos se sienta Roxana se queda de pie entre sus
piernas. No hablan, se toman de las manos, se miran, él la atrae hacia sí, ella se sienta en sus
piernas, sus bocas se unen, se muerden uno a otro, él comienza a buscar sus partes
apetecidas, ella se estremece a cada contacto. Carlos se pone de pie, la carga con mucho
cuidado entre sus brazos, ella se coge de su cuello, la lleva a la sala-comedor-dormitorio, con
su pie cierra la puerta, pone seguro. La música suena, sus cuerpos arden en las llamas del
deseo.
Siendo más de las cinco de la tarde, Roxana se arregla el cabello, Carlos recoge sus cosas y
salen tomados de la mano. Yolanda aún no ha vuelto de ver su novela, en la puerta se
despiden con un beso y una tierna mirada.
La semana transcurre, llega el domingo y sin ninguna invitación Carlos va a la casa de Telmo,
llega cerca a las diez de la mañana.
— ¡Hola! —se anuncia tocando la puerta.
—Adelante —responde Roxana desde la cocina.
Carlos entra, da una ojeada al dormitorio, no hay nadie, va a la cocina, Roxana está sola. Se
queda de pie en el umbral de la puerta, se miran. Ella está picando verduras, él se acerca, se
saludan rozando sus labios.
— ¿Dónde están ellos? —Pregunta Carlos, sentándose en una silla junto a la mesa.
—Han salido, han ido a visitar a la madre de Telmo —explica—. Sabían que vendrías. Indicaron
que esperes hasta que vuelvan. Dijeron que no vendrán muy tarde.
—Y qué tal, cómo te encuentras. ¿Has conversado algo con ellos? ¿En qué te ayudo? —Dice
Carlos mirando las cosas que están sobre la mesa.
—En nada, déjame hacerlo sola —coge las papas que están cerca de Carlos y las coloca a
donde ella trabaja—. Más bien, ¿sabes?...Yolanda se ha percatado de lo nuestro, al parecer ha
vuelto cuando estábamos distraídos, y se lo ha comunicado a Telmo. Y si supieras la que se ha
armado.121
— ¿Así?, ¿qué ha pasado?
—Nada extraordinario, pero se han puesto a comentar que cómo es posible que ni bien nos
conocemos terminemos yéndonos a la cama, y cosas así por el estilo. “¿Así serán todos los
combatientes?”, me han preguntado. Y toda la semana han estado bromeando y con
indirectas.
Carlos esboza una sonrisa, ella al verlo se pone seria.
— ¿Y, qué le has dicho tú?
—Nada. Sólo he tenido que soportar sus bromas.
Carlos está sentado, ella de pie. Carlos apoya su cabeza en una de sus manos y lo mira de
costado.
—Bueno, ¿y qué opinas?, ¿qué has estado pensando de lo nuestro? —pregunta sin dejar de
mirarla.
—La verdad, yo siento por ti, y creo que eres un buen compañero —le responde mirándolo de
reojo.
—En mi caso, mi corazón ha comenzado a palpitar por ti. Por lo demás, ya hemos comenzado
—sonríe—. Ha sido un buen inicio. Hoy tenemos una alta responsabilidad, la de desarrollar y
construir ese sentimiento, partiendo de que tenemos un objetivo común, de que queremos lo
mismo. Y por lo demás, no debemos permitir que por nosotros se diga: “Así son todos los
combatientes.” En mi opinión, lo hecho no está mal, pues en nuestro caso, como
combatientes, tenemos poco tiempo, no estamos para largos galanteos. Que sí, debemos ser
responsables de nuestros actos. —Se pone de pie, va hacia ella, se coloca a su espalda, posa
sus manos en sus hombros mientras dice—: Esforcémonos por ser buenos combatientes, y una
buena pareja.
Ella se da vuelta dejando sobre la mesa lo que está haciendo, él la abraza y se besan, ella tiene
las manos sucias y las deja caer para no ensuciarlo, luego con un rápido movimiento se aparta
de él y levanta los brazos mostrándole sus manos sucias.
— ¿Y ahora? —pregunta ella.
—Termina lo que estás haciendo, no vaya a ser que vengan a almorzar. Cuando vuelvan le
plantearemos nuestra posición, y que informen al Partido. ¿Te parece bien?
Ella sonríe y asiente con la cabeza, él se ha vuelto a sentar, ella lo acaricia con su mirada, Se
quedan en silencio. Después de un largo rato, Carlos se para.
—Voy a barrer, no está muy limpia la casa. —Coge la escoba que está a la entrada de la cocina.
122
A la una de la tarde almuerzan en silencio. Cuando ya están terminando Roxana suelta una
pregunta.
— ¿Y tu amiga? —Le dice sonriendo.
— ¡Qué se vaya al diablo! —Responde enérgico, hace una pausa—, y me lo preguntas tú que
sabías que ella existe, y sabiendo que yo quería que ella ocupe el lugar que tú tienes hoy.
—Han salido de paseo algunas veces, ¿verdad?
—Sí.
— ¿Le has dado algo?
—Sí, un par de besos.
—No me refiero a eso, sino, si tiene alguna cosa tuya.
Piensa un rato.
—Sí, dos cosas: un buen casete de música de mi pueblo y una fotografía a colores en cuerpo
entero, que ella tomó cuando estábamos en mi cuarto.
— ¿En tu cuarto?
—Sí, en mi cuarto. Pero no ha pasado nada —aclara.
—Hay que pedirle esas cosas.
— ¿Estás loca?...Yo no pienso ir a buscarla para pedirle eso.
—Tú no, pero yo sí.
— ¿Así?, ¿y conoces su casa?
—Por lo que te he escuchado conversar con Yolanda, sí conozco la casa y la conozco a ella,
tiene un lunar, ¿verdad? —Se señala con el dedo un costado de la quijada.
El sonríe, afirmando con la cabeza.
—Eso ya es problema tuyo, yo no pienso buscarla.
—Yo iré, tengo que hablar con ella. Me interesa la fotografía.
—Roxana, tú sabes muchas cosas de mí, y supongo que a ellos les debes haber acosado con
preguntas sobre lo que saben de mí. Mientras que yo de ti, no sé casi nada. Vas a tener que
decirme tu nombre real, de dónde eres, y otras cosas que yo deba saber.
Ella le responde, las horas pasan, siendo un poco más de las cinco de la tarde, cuando están
terminando de secar el servicio que han usado, llegan los dueños de la casa.
—Y qué tal, ¿cómo están esos pichones? —Dice Telmo.123
Carlos sonríe, Roxana se seca las manos en el mandil que tiene puesto.
—Nosotros bien. ¿Cómo les ha ido a ustedes? —Responde Carlos.
—La familia se encuentra bien. Mi hermano y su familia, que te conocen, te envían saludos. Mi
madre está preocupada por el embarazo de Yola. Voy a sacarme los zapatos, ya no los soporto.
Por su parte Yolanda ya está con sus sandalias puestas.
—Carlos no te apures por irte —dice Telmo—. Hoy cenaremos juntos, y te quedas hasta
mañana, Hoy no vas a tener que dormir en las sillas. —Agrega bromeando.
Telmo habla desde el borde de su cama, mientras se coloca las sandalias. Carlos que está cerca
de la mesa coge una silla y se sienta frente a él.
—Justo de eso queremos conversar con ustedes —dice Carlos mirando a Roxana— ¿Puedes
llamar a Yolanda?
Roxana va a la cocina y vuelve con Yolanda, coge una silla y se sienta al costado de Carlos, por
su parte Yolanda va a sentarse en el catre junto a su esposo.
—Compañeros —inicia Carlos— sé que ya están enterados de lo nuestro —señala a Roxana—,
y me ha comunicado ella, que ustedes no ven con buenos ojos lo que ha sucedido entre
nosotros. Sobre ello, compañeros, en primer lugar: somos combatientes, y somos conscientes
y responsables de nuestros actos. En segundo lugar, no somos niños, ya somos grandecitos y
no estamos jugando, una relación de pareja es la más personal, directa y necesaria del ser
humano, como dijera Marx. Y nosotros estamos dispuestos a desarrollar esa relación que ya
hemos iniciado. Por otro lado les pedimos disculpas por los problemas que ya les hemos
ocasionados y los que podamos ocasionarles —concluye.
Los esposos se miran en silencio, piensan en qué responder, pero antes de que ellos hablen
Roxana agrega:
—Y les pedimos que informen al Partido que hemos decidido ser pareja. Al Partido no se le
debe ocultar nada, ni siquiera cuestiones como ésta. Sabemos que lo entenderán.
—Yo no tengo nada en contra —dice Telmo—, me parece que hacen una buena pareja.
—Yo les deseo lo mejor. Espero que se entiendan —agrega Yolanda— Voy a calentar la cena —
Se pone de pie y va a la cocina.
Esa noche Carlos se queda a descansar junto a Roxana.
Ambos amanecen rendidos, pero felices. El día lunes, después de desayunar Telmo va a su
trabajo y Carlos a su alojamiento. Los días transcurren tranquilos para Carlos en la monotonía
del ruido de las 124
casas nuevas que se levantaban en los alrededores. Por las mañanas en ropa de deporte sale a
trotar, inicia su trote a la altura de la Universidad Agraria con dirección a Dos Lagunas, otro
lugar selecto de la burguesía. Todas las casas cuentan con amplias zonas verdes, la mayoría de
las casas desocupadas, de vez en cuando sus dueños van a ver sus posesiones en lujosos carros
y con personal de seguridad fáciles de distinguir. Regresa a su alojamiento entre las nueve a
nueve y treinta de la mañana, después de desayunar se pone a estudiar el poco material que
tiene, a veces por la tarde juega fulbito.
El día viernes siendo las diez de la mañana, llega Telmo, preocupado.
—Hola, ¿qué ha pasado?, ¿no has ido a trabajar? —Pregunta inquieto Carlos.
Se estrechan las manos afectuosamente. Telmo saluda a sus familiares, luego se dirige a
Carlos.
—Salgamos, quiero conversar contigo.
Salen, van al parque que está al frente, que se encuentra vacío y aún falta ser arreglado para
que sea tal. Se sientan en una banca.
—Han detenido a nuestros responsables —dice Telmo.
— ¿Al compañero Rolando?
—No, a él no, con él trabajamos juntos, tiene responsabilidad sí, pero a él no lo han detenido,
han detenido a otros compañeros de mayor responsabilidad, compañeros que conocen todo el
trabajo nuestro. En el caso de los compañeros enfermos, ya los reubiqué en otras casas de
apoyos nuevos que tenemos, y que ellos no conocen. El problema es para ustedes dos.
— ¿Y si vamos a la casa de Pueblo Libre, donde hubo una fiesta a la que me invitaste?, esa
familia tiene muy buena actitud.
—Ellos están organizados y allí también conocen los detenidos. Solo queda un lugar posible.
Cerca de la casa estoy abordando recién a un obrero del Ministerio de Transportes y
Comunicaciones, él vive cuidando un taller de soldadura. Creo que puede aceptar, ya ha
asistido a una Escuela Popular.
—Necesitamos ganar tiempo, y allí vas a demorar en movilizarlo y está por ver si acepta. En mi
caso tengo donde ir.
— ¿Así?, ¿dónde?
—Tengo un cuarto alquilado, allí tengo todo lo necesario, menos alimentos, porque hace
mucho tiempo que no vivo allí, pero está disponible.
—Eso para ti, ¿y Roxana?
— ¿Has informado al Partido que somos pareja?
—Sí.
—Entonces, qué problema hay, allí nos vamos los dos.
— ¡Listo! —Responde alegre—. Resuelto todo, que sí, yo debo conocer esa casa.
—Está bien..., con una condición. En caso de que la policía por “A” o por “B” llegue a tu casa,
usted así lo muelan a palos o lo destrocen no debe decir nada.
— ¡Lógico compañero! ¡Palabra de combatiente!
—Entonces, conocerá.
—Vamos. Anda trae tus cosas, te espero en la esquina. No quiero dar ninguna explicación,
estos mis primos no tienen cosas del Partido, además ya saben de cómo comportarse en caso
de problemas.
Carlos recoge sus cosas, agradece por todo y se despide. Llegan a la casa de Telmo, apurados.
Yolanda y Roxana están cocinando en silencio, preocupadas.
— ¡Listo! —Anuncia Telmo—. Prepara tus cosas Roxana, se van.
— ¿A dónde? —pregunta.
—Se van de luna miel —responde bromeando.
— ¿Qué? —exclama extrañada Yolanda.
—Alégrense, dejen la preocupación. Carlos tiene su cuarto, allí irán —Roxana va y toma sus
cosas que están listas sobre la cama que ocupa—. Así que ya estás lista, pues vamos.
—Esperen para almorzar —cumple con invitar Yolanda.
—Gracias, Yola —Dice Carlos—, otro día cuando pase esta situación tensa almorzaremos
juntos. Volveremos, no te preocupes. Antes de irnos. ¿Tienen libros disponibles para que nos
presten? Allá donde he estado no había más que de escuela. En mi cuarto no hay nada.
—Todos los libros de marxismo y literatura comprometida ya los he guardado. Están seguros,
tengo algunas novelas a la mano —dice Telmo— Hay una que no la he iniciado, me han dicho
que es buena, llévala, de paso que me la comentas —va a su cama, debajo extrae una caja,
saca un libro y se lo da—. El tiempo apremia, y mientras continuemos acá corremos riesgo,
vamos. Ya vuelvo Yolanda.
Salen, Carlos es el que indica por dónde deben ir.
—Vamos a caminar un poco, ya estamos lejos de la casa. Tomaremos un solo micro que nos
lleve hasta allá. Es un poco lejos, en dirección del aeropuerto Jorge Chávez.
Luego de caminar varias cuadras por la avenida Circunvalación, llegan a una intersección, se
detienen, al poco rato aparece un micro rojo con franjas blancas, lleva pocos pasajeros, suben.
El vehículo 126
va llenándose poco a poco, luego de sucesivas detenciones donde suben y bajan pasajeros,
atraviesa la ciudad, quedando nuevamente pocos pasajeros, ellos bajan en el paradero final.
Caminan internándose por una calle en dirección al norte, pasan en silencio por una
mercadillo, donde aún hay algunos vendedores ofreciendo sus productos, pese a ser ya las dos
de la tarde. Carlos camina observando todo, ellos se limitan a compaginarse con él. Llegan a un
edificio de tres pisos, al centro de una calle, frente al cual hay un tanque de cemento para
depositar agua. Tiene dos puertas, una grande que da ingreso a una tienda, y otra de una sola
hoja que da a una escalera que conduce al segundo y tercer piso. El segundo piso tiene balcón.
—Espérenme aquí —dice, deteniéndose en dirección a la puerta pequeña.
Entra a la tienda, se demora un buen rato. Telmo y Roxana se miran intranquilos, en silencio
Telmo encoge sus hombros. Después de más de veinte minutos sale llevando dos llaves que las
está colocando en su llavero. Abre la puerta y con una señal les invita a subir. Pasan por una
amplia sala, ingresan a un pasadizo, donde hay cuartos a ambos lados. En la última puerta de
la mano izquierda se detienen. Carlos abre la puerta e ingresan, cierra la puerta.
—Para comenzar, acá soy Lorenzo Muñoz Abanto. Los dueños de casa son conocidos de mi
familia. Debemos hablar en voz baja. Los cuartos del frente están desocupados, justo en el del
frente vive un policía, es hermano del dueño de la casa —La puerta del centro da a los servicios
higiénicos. El del fondo es una especie de almacén. El único cuarto ocupado en estos
momentos es el que está a la entrada. El policía esta de viaje.
El cuarto es relativamente amplio, tiene una amplia ventana que da a un corral de aves en el
primer piso, lo cual hace que sea bien iluminado. Junto a la ventana, en la esquina opuesta a la
puerta se encuentran acumulados utensilios de cocina: dos baldes, una cocina de dos hornillas
a querosén, ollas, una sartén, una tabla de picar. A su costado una canasta donde se ve el
mango de un cuchillo y platos, En el otro extremo, un catre de madera de plaza y media con su
colchón, sus almohadas y cubrecama, que es lo que se puede ver, está cubierto con un plástico
transparente, al costado de la cama hay dos costales grandes, llenos, bien amarrados, y uno
que está por la mitad, y junto a ello dos sillas.
El polvo está acumulado por todas partes.
—Acá van a tener que poner orden a todo esto —indica Telmo—. Mientras hacen eso, iré a
conseguir víveres para dejarles. Tienen suerte, cerca de este lugar conozco a varios apoyos que
trabajan con nosotros. ¿Puedes desocupar esa canasta para traer allí las cosas? —Señala la
canasta con platos.127
—En seguida —responde Lorenzo.
La desocupa y le alcanza. Telmo antes de salir plantea:
—Cerraré la puerta de la entrada. Demoraré un poco, estén atentos para que me abran.
—Está bien. —Responde Roxana.
Telmo sale.
-¿Y ahora? —Pregunta Roxana.
—Ahora tenemos que comenzar por asear este cuarto y poner las cosas en el lugar que deben
ocupar, Hay polvo por todos lados, no te muevas mucho. Espera un momento, voy a traer agua
y luego de regar el piso comenzaremos a mover todo.
Deja su maletín sobre una silla, coge el balde y sale. Roxana se queda sola en medio del cuarto.
Con cuidado retira el plástico que cubre la cama y pone allí los dos maletines que tiene y se
sienta al borde. Al poco rato Lorenzo regresa con el agua. Las ollas están amontonadas en una
tina, con la tabla de picar tapa el balde, luego riega el piso con el agua que ha separado en la
tina. De debajo de la cama saca una escoba.
—Ahora sí, ¿por dónde empezamos? —Le pregunta a Roxana.
Ella se pone de pie, mira las ollas.
—Encárgate de las ollas y el servicio, por allí hay una esponja y una malla de refregar.
Lorenzo coge la cocina y la desempolva con un trapo húmedo, hace lo mismo con las sillas. El
agua se les ensucia.
— ¿Dónde botamos el agua sucia? —Pregunta Roxana.
—Ven te muestro, de paso voy a traer más agua. Acá en esta urbanización, nueva aún, no llega
agua potable por la cañería, hay que ir a traerla del parque.
Salen al pasadizo, abre la puerta que está casi al frente de su cuarto, Roxana entra a botar el
agua sucia, Lorenzo va por más agua, regresa al poco rato.
—Roxana, creo que estas sábanas y demás frazadas deben ser sacudidas y venteadas. Lo haré
en la azotea.
—Está bien.
Sale llevando todas las piezas que estaban tendidas en el colchón. Cuando regresa Roxana está
limpiando los costales.
Lorenzo sacude el plástico que cubría el catre, le pasa trapo húmedo y luego procede a barrer.
Ya 128
todo ha sido desempolvado. Se miran.
— ¿Puedo ver qué hay en estos sacos? —Pregunta Roxana.
—Lógicamente, desde hoy no es mi cuarto, es nuestro cuarto —Responde Lorenzo,
sentándose en el colchón desnudo.
Ella abre el costal que está por la mitad, desata los nudos y encuentra una radio a pilas con un
transformador para usarlo con fluido eléctrico.
— ¿Esto funciona?
—Claro, dámelo.
Se pone de pie, toma la radio de las manos de ella, cerca de la puerta hay un toma corriente,
coge una silla, la acerca y coloca en ella la radio, la prende, la música se deja escuchar.
Ella mientras tanto busca y observa todo lo que hay en la bolsa sin sacar nada.
—Aquí en esta bolsa hay todo lo que una mujer necesita para su aseo.
—Ah, claro, he olvidado decirles que este cuarto, era de mi madre. Ella ha estado viviendo aquí
mucho tiempo, cuando yo he estado detenido. Hoy ella está con mi hermano, pero vendrá a
visitarme y llegará acá. En uno de esos costales que están llenos, hay cosas de ella, como ropa
y otras cosas, y en caso de que sintamos frío en el otro costal hay frazadas.
—El piso todavía sigue sucio, en estos momentos está húmedo, pero cuando se seque se
notará el polvo —observa ella.
— ¿Lo baldeamos de una vez?
—Creo que sí.
—Bien, entones ayúdame a levantar todo del piso, pongámoslo sobre el colchón y de una vez
hagamos una buena limpieza.
Colocan todas las cosas sobre el colchón, menos las sillas y friegan el piso. Cuando están ya
secando, escuchan que tocan la puerta. Lorenzo sale y regresa con Telmo que trae la canasta
llena.
—Muy bien, veo que han hecho una limpieza profunda. Aquí tienen víveres, para por lo menos
quince días para ustedes dos. Otras cosas que necesiten lo compran, también les voy a dejar
economía, para las necesidades que tengan. —Tiende la canasta a Roxana, ella lo recibe
observando lo que hay dentro, pesa, tiene que sujetarla con ambas manos—. Muy bien, tengo
que irme. Procuren no salir mucho.
—Está bien. Recuerde que este lugar no debe de conocerlo nadie. Había olvidado aclararle que
129
este cuarto no es mío, es de mi madre.
—Correcto. Les comunicaré lo que pase o me vaya enterando de los compañeros detenidos. Ya
es tarde, ¿no tienen hambre?
—Vaya, verdad, no hemos almorzado, ¿qué hora es? —Pregunta Roxana.
—Ya van a ser las cinco —responde Telmo mirando su reloj—. Los dejo, que sean felices.
Sale, Lorenzo lo acompaña hasta las escaleras, Telmo baja solo y cierra la puerta de la calle.
Lorenzo sale al balcón y desde allí lo sigue con la mirada. Telmo camina pausado, sin volver la
vista atrás. Lorenzo regresa al cuarto, Roxana está prendiendo ya la cocina.
—Prepararé algo ligero, ¿te parece bien, arroz con huevo frito y café? Estoy cansada.
—Debe ser por la tensión que estamos rendidos. En tu caso la tensión ha sido más, puesto que
te has enterado primero.
—Desde ayer estuve enterada.
—Está bien arroz con huevo, con unas cuantas papas fritas, y leche.
—En lo que ha traído no hay papas, tampoco hay leche.
—Pero nos ha dejado economía, y cuando se termine eso, yo tengo algo, y ya conseguiremos
más dinero. Fíjate qué otra cosa necesitamos.
Roxana, saca todas las cosas al piso.
—Tenemos casi todo, por el momento necesitamos canela.
—Veo que nos ha traído café, té y avena. Te comunico algo, en particular no me gusta el café
ni el té. Pero, en las casas de las masas es diferente, con ellas consumo todo lo que consumen,
pero acá, en la medida de lo posible no lo haré. En mi familia tampoco hay costumbre de
consumir esos dos productos. Terminado esto que nos ha traído, no soy partidario de volver a
comprar. Pero, si a ti te agrada lo haremos, pero solo para ti.
—Y, ¿qué tomas en lugar de eso?
—De preferencia leche, aunque sea leche en polvo, pero cuando la economía está escasa, anís,
manzanilla, toronjil, hierba luisa, y sí pudiéramos conseguir menta u otras yerbas aromáticas a
buena hora.
—Vaya gustos —dice ella sonriendo.
—Hoy comenzaremos a vivir juntos, comenzaremos a conocernos y a tener que tolerarnos y
debemos bregar por hacer concordar nuestros gustos, y a corregir nuestros defectos que
podamos tener. 130
¿No te parece?
—Sí, así va a ser. Hasta la forma de aplastar un chisguete de crema dental, suele ser motivo de
disgusto en algunos hogares, Espero que eso no suceda entre nosotros.
—Bueno, pero en nuestro caso tenemos la lucha de dos líneas, la crítica y la autocrítica, la
aplicaremos para tratar nuestras diferencias y ajustarnos a lo correcto —Se calla, lo mira—,
creo que no nos cansaremos de hablar, voy a comprar las cosas, luego seguimos chachareando
—Termina bromeando, da media vuelta y sale.
Ella se queda en el cuarto sonriendo. Va a la cocina y coloca dos ollas con agua, la llama estaba
desperdiciándose. Luego procede a escoger y lavar el arroz. Él vuelve, trae papas, cebolla,
tomate, canela y leche en polvo. Está oscureciendo, prende la bombilla eléctrica.
Los dos se ponen a cocinar. Cuando ya falta poco para que la cena esté lista, la deja a ella que
termine y va a traer las cosas que ha dejado tendidas en la azotea, están en el tendedero
venteándose. Regresa y él mismo hace la cama. Ella lo mira de reojo.
— ¡Listo! —Anuncia ella—. Y ahora, ¿dónde comemos?
—Nos sentaremos uno en una silla y otro en el borde de la cama —dice él.
Ella sirve, él coloca la silla frente a la cama, luego cada uno coge su plato y su taza.
—Yo comeré en la cama, ¿está bien? —pregunta Roxana.
—Está bien.
Ella con cuidado coloca las cosas a un costado de la cama, luego se sienta cruzando las piernas,
coge su plato solemnemente y procede a servirse, él hace lo propio. Comen en silencio,
mirándose uno a otro.
— ¿Puedo disponer de algunas cosas de tu mamá?
—Claro, por favor cuídalas.
—Para comenzar usaré el bacín. Voy a arreglar mis cosas.
—Está bien, yo lavaré el servicio.
Cada quien hace lo suyo. Lorenzo abre uno de los costales y saca dos manteles para secar los
platos. Ella coge la silla desocupada y la usa para colocar algunas cosas que va ordenando. El
coge su maletín, saca una toalla grande, playera, color rojo entero, se la pone al cuello, luego
cambia los zapatos por sandalias, coloca sus zapatos bajo la cama y va a los servicios higiénicos
llevando agua en un balde.131
Cuando regresa al cuarto ella está trenzando su largo cabello de pie junto a la cama, pone sus
cosas en la silla donde está la radio, Lorenzo va a la cama, separa la sábana de arriba de la de
abajo, acomoda la almohada. Se sienta al borde de la cama. Observa cómo termina de
trenzarse. Cuando va a quitarse la blusa, se pone de pie va hacia ella, suavemente la coge del
brazo.
—No hagas eso, ése es un trabajo para mí.
Se toman de las manos, se miran, suavemente la atrae junto a él, ella reclina su cabeza en su
pecho, él huele su cabellera, con una mano le arregla la trenza a un costado, le besa su cuello
desnudo, ella levanta la cabeza y le ofrece sus labios, se besan saboreándose uno a otro, se
separan, se miran y vuelven a besarse, mientras tanto él va desabotonado la blusa y se la saca
poco a poco, brazo por brazo, ella hace lo mismo con la camisa de él.
—El pantalón que estoy usando —dice ella—, no me lo podrás sacar fácilmente, está muy
ceñido, lo haré yo.
Se suelta el botón, baja el cierre, él se agacha lleva sus labios a su ombligo y procede a
deslizarle el pantalón hacia los tobillo, mientras su respiración va acariciando sus blancas
piernas, le saca los zapatos, el pantalón queda tendido en el suelo, se abrazan ya está
semidesnuda, él aún tiene su pantalón y su polo puesto.
—Siento frío —dice ella—, desnúdate y metámonos a la cama.
En silencio se quita el pantalón, luego el polo. Ella ya está entre las sábanas observando cómo
se desnuda, queda en calzoncillo. Ingresa a la cama, sus cuerpos se rozan.
Lorenzo le acaricia la espalda, ella lo abraza, le muerde suavemente el cuello, mientras acaricia
su pecho. Él encuentra el seguro del brasier, lo desabrocha y se lo quita, luego va bajando su
mano, llega a su cintura y desliza la truza por las piernas, están cubiertos por una sábana y un
cubre cama, sus cuerpos comienzan a transpirar, ella siente que un petardo de dinamita la va
rozando por su cuerpo, él aún tiene puesto el calzoncillo, ella coge la tela pero no se atreve a
sacarle. El con una mano lo hace, mientras su respiración va rozando el monte de Venus, ella
,se estremece, se levanta y se dobla sobre él empujándolo a saborear la fruta apetecida, él se
desliza mucho más abajo la besa y lame los muslos y comienza a ascender pasando por sus
caderas, su vientre y llega a sus senos, ella mete sus dedos por entre el cabello de él, siente
que la bayoneta en ristre va rozando sus piernas, ella lo aplasta contra su pezón, luego lo hace
que lo suelte y lo besa con furia, sus cuerpos se juntan, sus piernas se acarician, mueve sus
caderas buscando encontrar eso que lo desafía desde hace rato, él sigue recorriendo su
cuerpo, la destrenza, su cabellera se esparce por su costado refrescándole la espalda a ella,
ambos sudan. La bayoneta dura y 132
cálida roza su cavidad ansiosa, cuando la siente cerca ella va a su encuentro pero él lo retira,
mientras su boca busca sus senos, ella está a punto, le muerde el cuello abrazándolo con
fuerza.
— ¡Penétrame! —clama.
Entonces él, se posesiona bien sobre ella, ella con su mano lo ubica, y el despacio, sin apuro va
adentrándose, recorriéndola palmo a palmo, ella acelera su respiración, clava sus uñas en él y
mueve sus caderas, luego con sus piernas envuelve la cintura atrayéndolo hacia ella, con todas
sus fuerzas se aferra a él y da un giro violento, ruedan, ella pasa a estar arriba, él la vuelve a
poner abajo y la penetra a profundidad, ella se menea aceleradamente, él igual, poco a poco
se van aquietando, ella se pega más a él y siente que algo choca en el fondo de sus entrañas
haciéndola estremecer.
— ¡Huy! —dice ella mordiéndole el brazo.
En seguida se quedan quietos ambos, sus cuerpos siguen abrazados pero sus músculos
comienzan a distensionarse, su respiración se va haciendo más lenta. Se quedan dormidos.
Lorenzo se despierta, es ya de madrugada, la luz está prendida, ella aún duerme. Se levanta, se
cubre con su camisa, apaga la radio y la luz y se vuelve a acostar, al acostarse ella cambia de
posición y sigue durmiendo, queda dándole la espalda. La abraza y la estrecha a su pecho, se
despierta, da la vuelta a su cabeza y busca sus labios. Él comienza nuevamente a recorrer su
cuerpo, ella siente que algo comienza a erguirse, se da la vuelta y se juntan pecho con busto.
Empieza otra lid, pero esta vez más calmados, hasta volver a quedarse dormidos.
Se despiertan, ya es de día.
—Abrázame —pide ella.
— ¡Señor! —Llama Wilson al custodio—, necesito ocupar el baño.
—Un momento —dice el policía y sale.
Lorenzo vuelve a la realidad, se sacude la cabeza, todos los detenidos están sentados, algunos
toman el desayuno que les han enviado sus familiares. Lorenzo es el único que sigue tendido.
Ya son las diez de la mañana, el policía regresa acompañado y comienza a llevar a los
detenidos al baño. Para las mujeres es la segunda vez que salen.
El policía se acerca a Lorenzo, lo mueve.
—Tú, ¿no quieres ir al baño?
—No —responde con voz apagada, apenas perceptible.
— ¿Te sientes mal?, ¿por qué no te sientas?
Sin responder nada Lorenzo se levanta con dificultad, y sin decir palabra se recuesta contra la
pared, junta sus piernas, hunde su cabeza entre sus piernas y se queda quieto.
— ¿Alguien puede invitarle algo a este detenido? —Pregunta el policía.
—Acá tengo algo en el termo. —Plantea solícita Zulema.
Coge su termo y sirve una taza de mate y le alcanza al policía con un pan, quién le entrega a
Lorenzo.
Lorenzo bebe con satisfacción el líquido y devuelve el envase, el pan lo mastica despacio, le
faltan fuerzas. El policía se retira a su pupitre, se sienta y observa a los detenidos.
Lorenzo sigue desmadejando sus recuerdos. Se ve en posición de cúbito dorsal sin almohada,
ella semidormida se acomoda sobre su pecho, para tener comodidad coloca la almohada bajo
su vientre y acomoda su cabeza cerca al cuello de Lorenzo. Se vuelve a quedar dormida.
Pasado un rato, Lorenzo con mucha cautela se aparta de ella. Acomodándola para que siga
durmiendo. Se viste y prepara el desayuno. Cuando ya está listo, no la despierta aún, sino, que
espera que se enfríe un poco, cuando ya está tibio va a la cama, le arregla el cabello, abre los
ojos.
—Pequeña, ¿qué tal? Buenos días —ella sonríe—, el desayuno te espera.
— ¿Puedes servirme acá?
—Claro..., por hoy. No te acostumbres. Otro día tendrás que levantarte.
—Está bien.
Lorenzo se dirige a servir, ella se pone su blusa y se acomoda contra la baranda del catre,
colocando una almohada. Después del desayuno ella sigue descansando. Él prepara el
almuerzo, luego sale dejando todo listo. A la una de la tarde, como está acostumbrado, vuelve
para almorzar. Ella ya está aseada y arreglada.
— ¿Nos serviremos? —Pregunta Lorenzo.
—Sí. Estoy con un hambre voraz. Huele bien lo que has preparado.
Se sirven, Lorenzo cuando come no habla, ella tampoco. Ya cuando están bebiendo el refresco
Lorenzo le comunica:
—Tengo que trabajar.
— ¿En qué?
—Como verás, no tenemos en qué guardar agua. Así que he hablado con los dueños de casa, y
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les he propuesto que, como ellos tienen un gran tanque de reservorio, yo lo llenaré y estaré
pendiente de que no falte allí agua, y así podremos usar también agua del tanque.
—Y, ¿qué han dicho?
—Que está bien.
— ¿De dónde hay que traer el agua?
—De algo de siete cuadras, de un parque que hay al otro lado de la avenida, Claro que por las
mañanas llega agua en una pila que hay en la esquina, pero la cola es tremenda. Yo prefiero
cargar del parque. Lo haré en una carretilla que tienen ellos.
—Yo te ayudaré con los baldes que tenemos.
—Me parece bien. Tenemos que iniciar hoy, pues hemos estado consumiendo el agua del
tanque y está casi vacío, y eso que la señora ha pagado para que le traigan algunos baldes.
Así inician una de sus tareas que cumplen dejando un día. Los vecinos miran primero con
extrañeza a los dos jóvenes, pero pronto se acostumbran a verlos, siempre contentos sin
nunca levantarse la voz.
Por tres días consecutivos Lorenzo es el que prepara los alimentos, al cuarto día prepara el
desayuno, luego se pone a estudiar, llega las once de la mañana y no interrumpe su estudio,
ella tampoco el suyo. Siendo las doce con treinta minutos Lorenzo anuncia:
—Estaré en el parque —coge un libro de historia y deja el libro de marxismo que estaba
estudiando.
— ¿Dónde vas?
—Voy a estudiar al parque, si deseas almorzar, puedes cocinar o si prefieres vas a comer a la
calle. Yo no soy tu muchacho.
Roxana se pone de pie, estaba estudiando sentada en la cama, camina varios pasos con los
pies descalzos, va a la cocina, regresa a la cama, se pone sus zapatillas. Comienza a caminar.
Lorenzo va al mercado, pide un plato de pescado frito y refresco, se ubica en un lugar donde
pueda ver a Roxana y ocultarse en caso de que vaya al mercado. Ella no llega. Terminando de
almorzar va al parque. En el parque uno que otro niño juega, colegialas y colegiales conversan,
Lorenzo no sabe cuánto tiempo están allí, pero observa que la mayoría se retiran, pues son
más de la una de la tarde, el parque se queda vacío, está él solo, y a lo lejos los guardianes y
encargados del mantenimiento que descansan a la sombra de la pared de la casa donde ellos
viven.135
Cuando faltan diez minutos para las dos de la tarde Roxana se para cerca de él.
—Hola, temí no encontrarte.
—Te dije que estaría acá.
—Vamos, ya está el almuerzo.
—Ya he almorzado, pero te acompañaré. Tú sabes que en la medida de la posible me gusta, o
mejor dicho, estoy acostumbrado a almorzar a la una —Se pone de pie, van a la casa.
— ¿A esa hora almorzaban en El Frontón? —Dice Roxana en afán de entablar conversación.
—Sí.
—Nosotras en el Callao a las dos de la tarde.
— ¡Seguro! —Es todo su comentario.
Caminan en silencio. Ya en el cuarto Roxana coge dos platos.
— ¡He dicho que ya almorcé! —Plantea Lorenzo, sin gritar, pero pausado y con energía—. Te
acompañaré con un vaso de refresco.
Sin responder nada Roxana sirve solo para ella, un plato más lleno de lo que usualmente come.
—Estás con un buen apetito —Comenta irónico Lorenzo.
—Sí, tengo hambre voraz —responde con voz cantarina—, ¿tú no?
—No acostumbro comer a cada rato.
Él está sentado en la cama, ella le da su vaso con refresco y trae su plato. Ubica su silla frente a
él. Comienza a comer con gusto, él la mira sonriendo, cuando ya ha avanzado la mitad del
plato se para y va a sentarse al lado de él.
— ¿Me ayudas? —le dice llevando la cuchara con alimentos a la boca de Lorenzo, a la vez que
lo mira a los ojos, con una tierna mirada impregnada de una disculpa. Él, condescendiente
sonríe y abre la boca. Ella también come, así terminan el plato intercalándose una cuchara
cada uno.
Por tres días consecutivos prepara los alimentos Roxana, al cuarto día, Lorenzo percibe el
malestar que hay en ella, pero se hace el indiferente queriendo conocer su reacción. Ella de
mala gana prepara el almuerzo, por cualquier cosa se nota que reniega, Lorenzo sonríe y
mueve la cabeza. A la una de la tarde almuerzan, ella está que explota, pero se reprime.
—Cuando termines el lavado del servicio, nos reuniremos —dice Lorenzo, clavándole una
mirada severa, que ella le devuelve con no menos seriedad—, tenemos cuestiones que tratar.
Roxana recoge el servicio, lava con premura, seca los platos y los acomoda, se seca las manos y
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en silencio va a pararse frente a él, terminando de secarse las manos en su vestido que tiene
puesto.
—Siéntese —invita Lorenzo, señalando la silla.
Roxana se sienta, Lorenzo toma la palabra.
—Bien compañera, esta es una reunión, no es una simple conversación. Como combatientes y
políticos que somos, nuestras dificultades las debemos tratar y resolver políticamente.
«Esta reunión será para planificar el cumplimiento de nuestras tareas. O, ¿tiene algo más que
considere que debemos tratar? —Lorenzo ha pasado del “tú”, al usted.
—No. —Responde.
—Bien, partir siempre por mi saludo y sujeción al Presidente Gonzalo, jefe de nuestro Partido y
garantía del triunfo de nuestra revolución, a quién me sujeto cabal e incondicionalmente; así
como mi saludo y sujeción a nuestra todopoderosa e invicta ideología, el marxismo-leninismo-
maoísmo, pensamiento guía que es la luz que nos alumbra y debe guiar toda nuestra práctica,
ya sea la guerra y hasta nuestra relación de pareja. Así también mi saludo y sujeción al heroico
combatiente el Partido Comunista del Perú y el plan que hoy viene aplicando, el Gran Plan de
Conquistar Bases.
« ¿Qué somos nosotros? Combatientes de la causa del proletariado, de la guerra
revolucionaria que viene llevando nuestro Partido, el Partido Comunista del Perú, con su jefe el
Presidente Gonzalo. En esas circunstancias es que nos hemos conocido y enlazado nuestras
vidas. Entonces surge una pregunta, ¿cuál es el motivo de nuestra unión? —Hace una pausa,
mira seriamente a Roxana—. Servir al Partido y a la revolución, allí donde el Partido lo
determine, pues somos instrumentos de la necesidad del Partido, y como tal, cumplimos
nuestra responsabilidad donde el Partido lo requiera, dispuestos a dar vida y a no apartarnos
del Partido mientras tengamos vida.
«Si ese es nuestro objetivo, debemos ver: ¿cómo surge una relación de pareja de nuevo tipo?
Primero comenzaremos por conocer a alguien del sexo opuesto en la brega, en el trabajo,
nuestro caso no escapa a ello, pues son las circunstancias de la guerra la que ha hecho que nos
conozcamos, en la circunstancia de estar esperando ser organizados para reincorporarnos al
trabajo de la revolución. Segundo, se siente atracción por ese alguien, es decir nos cae bien, o
en otros términos: nos gusta. Pero eso no es suficiente, sino que evaluamos sus cualidades y
valoramos su disposición de entrega a la causa de la revolución, y por tanto se lo respeta.
Entonces, una tercera condición es el respeto que se siente por ese alguien, es decir la
valoración por lo que es. Porque por ejemplo, yo no me enamoraría de una mujer por muy
dotada que sea, si por sus posiciones ella es reaccionaria, tampoco me fijaría en una policía
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femenina, por más belleza corporal que tenga.
«Entonces, conocemos a diversas personas dentro de los nuestros, pero una de ellas nos gusta,
nos cae bien, luego la valoramos y finalmente, en cuarto lugar, como producto del trato que
entablamos se nos hace entrañable, lo necesitamos, y a él o a ella nos entregamos. Hasta allí
es todo un proceso, pero luego viene otra etapa, que es la que estamos viviendo nosotros, la
de construir nuestra relación, nuestras vidas, nuestras tareas y obligaciones. Por otro lado,
debemos de fijar los puntos de nuestra separación, porque el amor es algo así como una
planta: nace, crece y se desarrolla y puede llegar a fructificar. También puede suceder que
poco a poco nuestra pasión de hoy se enfríe, nos volvamos apáticos uno a otro y finalmente
nos estorbemos y tendremos que tentar volver a ser felices con otra pareja. En nada nos
diferenciaríamos de una pareja normal y corriente. Pero nosotros somos lo nuevo, y nueva
tiene que ser la forma de desarrollar nuestro sentimiento. Entonces, surge una cuestión previa
a proseguir, ¿está usted dispuesta a desarrollar esta relación, que ya hemos entablado?
Se calla, lo mira seriamente y espera su respuesta. Ella mueve la cabeza afirmativamente.
—Muy bien —prosigue Lorenzo—. Entonces veamos los puntos de nuestra separación. En
primer lugar, nuestra relación debe basarse en el respeto mutuo. Eso está sobre entendido,
pero no está demás recordarlo. Porque si un día uno de nosotros ha dejado de sentir por el
otro, debe de plantearlo, y creo que el mundo no se acabará. En particular no soy partidario de
la infidelidad de la pareja, soy partidario del amor de clase firme y consecuente. Pero, si se ha
cambiado de sentimiento, reitero, debe ser planteado. Pero al margen de eso, hay otras cosas
que, en mi opinión, también son puntos de separación: Primero, por cuestiones de trabajo.
Explico: Si cuando a usted la organizan la mandan a Tacna, y a mí al Norte, digamos Tumbes,
no vamos a condicionar al Partido para que consideren nuestra relación, porque somos
instrumentos de la necesidad de Partido. En particular, desde hoy le digo, que yo iré allí donde
se me asigne. Segundo, por capitulación, es decir que la relación termina si uno de los dos
capitula y se aparta de la revolución. Y, ¿qué pasa si uno de los dos tuviera tintineos de
capitulación? —Hace una pausa—, ¿qué cree usted que se debe hacer?
Se calla, lo queda mirando a los ojos, ella interviene:
—Lógicamente ayudarle, combatiéndole, criticándole.
—Claro, es su deber y obligación del otro combatirlo y si finalmente, más pudiera su
individualismo y decidiera apartarse de la revolución: ¡Alas y buen viento!, que se largue, esa
relación termina. Y tercero, si uno de los dos cae detenido, como está ligado a cuestiones de
trabajo, y ninguno de los dos podemos visitar al otro, esa relación termina. Y una cuestión más,
si esa persona cae detenida, y se quiebra, esa 138
persona no se merece ni siquiera recordarla, debe ser borrada de la memoria.
«Para terminar, en cuanto a las tareas, tenemos experiencia de cómo se organiza la vida en las
trincheras. Por lo demás, somos combatientes, y las tareas las cumplimos con las manos, no
con otra cosa. En la revolución hombres y mujeres participamos en igualdad de condiciones,
así que las obligaciones de la casa las asumiremos rotativamente. Por el momento, no son
muchas nuestras tareas: barrer y cocinar, hacer la cama y una vez a la semana lavar la ropa. La
cocina la asumiremos un día cada uno, incluido el barrido. Hace la cama el que no está en
alimentos. Lavar la ropa, sugiero que sea el día miércoles, lavaría quien no prepara alimentos,
y se irá rotando, como la semana es impar, no se cruzarán las tareas... Eso es todo lo que
propongo.
«Por otro lado, no estoy de acuerdo con la actitud asumida por usted, la de ver que las cosas
no marchan bien, pero no tener valor para protestar. ¿Qué posición es ésa? Es una posición
conciliadora que no sirve a la unidad, si se ve algo mal, debe de plantearse para tratarlo.
Cualquiera que vea un problema debe de pedir una reunión y nos sentaremos como hoy y lo
trataremos. En cuanto a nuestro estudio, será como hasta hoy, individual. Cada uno tiene
cuestiones que estudiar para resolver limitaciones que debemos superar, o reforzar lo que ya
sabe, cada uno de acuerdo a su necesidad y nivel. En cuanto a ello, usted no sabe el mío, yo no
sé el suyo, y eso solo le interesa al Partido... Eso es todo lo que tengo que plantear... Tiene
usted la palabra.
Roxana pasa a intervenir, parte por su saludo, luego habla del Partido que es el que une a los
combatientes, de su ideología, su política y su meta.
—Estoy por desarrollar esta nuestra relación de pareja —dice—, porque sirve al Partido, sirve a
potenciar nuestro coraje y nuestra razón de ser. Yo cada día siento más por usted, compañero,
y espero, que su sentimiento de usted por mí sea real. Estoy de acuerdo con lo que usted ha
planteado, también con las causas de una eventual separación, que debemos de bregar
porque no suceda. También mi acuerdo con las dos últimas cuestiones, desde ya mi
compromiso es el de no capitular jamás, mi vida es para la revolución y lo he asumido
conscientemente, tampoco me quebraré, que los reaccionarios me maten antes que pisotear
lo que soy. Ya he pasado la prueba una vez y lo volveré a pasar cuantas veces sea necesario
hacerlo. Asumo la crítica que me hace de no plantear las cosas, lo cual es pasividad que
rechazo, condeno y aplasto con odio de clase y no volveré a expresar ello. Cosa que vea
erróneo o algo para mejorar nuestra vida colectiva, lo plantearé. Estoy de acuerdo con cumplir
las tareas en forma rotativa y hacerlas bien. Termino reiterando mi compromiso de dar la vida
por el Presidente Gonzalo, el Partido y por la revolución.139
Lorenzo sintetiza la reunión, con el compromiso de cumplir lo acordado, dan por concluido la
reunión. Ella concluirá la tarea de alimentos este día, el día siguiente le corresponderá a
Lorenzo y así rotará sucesivamente.
La tarde transcurre calmada, silenciosa. Cenan en silencio, mirándose uno a otro, con sonrisas,
como si recién se estuvieran conociendo, como buscando enamorarse, gustarse uno a otro.
Roxana levanta el servicio y procede a lavarlo, él vuelve a coger el documento partidario que
ha estado estudiando en el día. Ella termina sus quehaceres domésticos, dejando todo limpio y
ordenado para que asuma Lorenzo. Coge lo que ha estado estudiando en sus ratos libres. Están
juntos, pero es como si uno para el otro no existiera, cada uno estudia en silencio. No han
establecido horario, pero la costumbre carcelaria de pasar a descansar a las diez de la noche, la
tienen ambos, y faltando minutos para esa hora suspender su trabajo y se aprestan para
descansar, conversando entre ellos.
Él simplemente se desviste, coloca sus ropas en la silla, y en calzoncillo se mete dentro de las
sábanas. Ella se cambia de ropa, ha asignado para dormir una enagua y una blusa.
Lorenzo observa el inicio de lo que es una especie de ceremonia amorosa. Ella por costumbre
trenza sus cabellos, antes de acostarse apaga la luz y se mete dentro de la cama. Lorenzo está
apoyado en el respaldar de la cama sobre la almohada. Ella junta su cuerpo al de él, apoya su
cabeza sobre su hombro, la abraza y así permanecen en silencio largo rato, ella en silencio, en
la oscuridad, busca la boca de su hombre, él le acaricia el rostro, con un dedo juega con sus
labios, luego va a sus orejas, encuentra los aretes, con ambos manos y con cuidado se los
quita, estira su brazo y lo coloca sobre las cosas que hay en la silla, luego coge su cabello y
procede a destrenzarlo.
—Flaquito, ¿algún día dejarás de sacarme los aretes y deshacerme la trenza?
—Solo los días que no hagamos el amor. Los aretes me estorban y tu caballera me gusta que
me acaricie.
Luego le quita la blusa y el brasier. Se pega lo más que puede a él, en respuesta la abraza,
primero despacio, luego más fuerte, hasta que sus huesos suenan.
—Eres un loco —dice Roxana cogiéndolo de su cara y apretando sus labios a los de él—. Tú no
te sacas el reloj para dormir.
—Disculpa, desde hoy me lo sacaré todas las noches.
—No, no te saques, yo lo haré, ya que no tienes otra cosa qué sacarte.
— ¿Sabes Pequeña? —hace una pausa—, ¿no crees que hasta en la forma de hacer el amor se
140
expresa el machismo?
— ¿Por qué?
—Porque, por ejemplo, a lo más que llegas es a besarme, pero allí te quedas, yo tengo que
hacer todo lo demás. ¿Por qué no puede ser a la inversa? Esa forma de hacerlo tiene una
limitación, no sé qué zonas tuyas te causarán mayores sensaciones, un mayor placer, una
mayor satisfacción. ¿No te parece? —queda en silencio, ella no responde—. Hoy no haré nada,
todo te lo dejo a ti... Haré todo aquello que tú quieras que haga.
Están abrazados, ella ocupa su posición favorita, sobre el pecho de Lorenzo, con la cabeza
apoyada en su hombro. En esa posición permanecen largo rato. De pronto ella comienza a
juguetear con sus dedos por el cuerpo de Lorenzo.
La enagua la incomoda, monta sobre Lorenzo a la altura de su abdomen y sin apartar las
sábanas se la saca por los hombros, ella misma se quita la trusa y le quita el calzoncillo a
Lorenzo, nada impide el roce de la piel, Lorenzo le acaricia el rostro ardiente. Se desliza sobre
Lorenzo, pone sus senos en su cara, en respuesta él le acaricia la espalda, mientras coge con su
boca un pezón, ella coge una mano de él y le hace acariciarle el otro seno, mientras con su
cabello juega en la cara de Lorenzo. Ella se desliza hacia abajo, sus muslos se encuentran, le
recorre el pecho, sigue bajando, con sus manos lleva las de él por donde quiere sentirlo.
Transpiran, se posesiona sobre él como montando a caballo, el cincel esta templado y caliente,
listo para iniciar la exploración. Hace que la coja de las caderas, se menea despacio, él la hace
tocar fondo, ella vuelve a subir, la deja que haga lo que quiere, siempre sujetándola de las
caderas, llega un momento en que ella misma se incrusta y se aferra a él, se contorsionan y
quedan quietos.
—Te quiero —susurra ella— ¡Te quierooo!
Lo estruja. El sudor al ir secándose hace que sus cuerpos se peguen. Se quedan dormidos. La
luz de un nuevo día los despierta, Lorenzo va a levantarse, ella lo retiene.
—Aún no, quiero sentirte junto a mí —se queda callada un rato y prosigue—. ¿Esto también lo
haremos rotativamente? —sonríe.
—Depende de ti.
Permanecen juntos hasta bien entrado el día. Lorenzo estira el brazo y toma su reloj.
— ¿Qué hora es? —Pregunta Roxana.
—Las siete y veinte. Déjame, debo preparar el desayuno. ¿Qué quisieras almorzar hoy?141
—Ya tú ve, que sea algo rico... ¿Sabes? antes de ser detenida, había guardado algunas cosas
enterradas, quisiera ir a recogerlas, ¿qué opinas? —Él está vistiéndose.
— ¿Hay riesgo de que te detengan, dónde vas a ir?
—No.
— ¿Cómo sabes?
—Porque solo yo sé donde está.
—Entonces ve.
—También tengo libros.
— ¿Dónde?
—En otro lugar —responde con inseguridad.
—Y eso, ¿en casa de quién? —Ella está con la quijada pegada al pecho, no responde, él la
mira—. Mírame, ¿qué te pasa?
Roxana lo mira seria, sus labios se abren pero no habla.
— ¿Qué sucede? —pregunta con seriedad.
—Están en casa de alguien que un tiempo fue mi pareja —responde, lo mira esperando la
reacción de él.
—Si crees que debes ir, ve —responde con seriedad, yendo a la cocina.
— ¿No te molestarás?
— ¿Por qué me debo molestar? Eso es cuestión tuya, ya dije: si crees que debes ir, ve.
Lorenzo inicia la preparación del desayuno, Roxana se levanta y va a asearse, él lo hace cuando
ella regresa. Toma el desayuno, se abocan a sus tareas. Después del almuerzo Roxana sale.
Lorenzo con su libro va al balcón, son ya varias tardes que sale a leer a ese lugar, de allí
observa los encuentros de fulbito y vóley que los jóvenes de la vecindad organizan por las
tardes en plena calle.
Hay un niño que hace varios días se acerca a él, es hijo de la otra pareja que vive en el mismo
piso, cuando lo ve en el balcón se le acerca.
—Hola amigo, ¿podemos jugar? —dice el pequeño.
—Hola Raulito, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y tú? —Responde el niño mirándole a los ojos.
—También bien. Estoy estudiando.142
— ¿Jugamos? —insiste.
—En estos momentos estoy estudiando, ¿no tienes amiguitos con quién jugar?
—Mi mamá no me deja salir, a los otros chiquitos tampoco los dejan.
—Está bien, jugamos más tarde, ¿está bien a las cinco?
— ¡Ya! —Responde con alegría—. Vengo a las cinco.
El niño sale, Lorenzo queda solo en el balcón. El niño va al cuarto de sus padres.
—Mamá, ¿cuánto falta para las cinco?
—Más de dos horas, ¿por qué? —pregunta la madre, aún joven, de aproximadamente
veinticinco años.
—A las cinco voy a jugar con mi amigo —le comunica al niño.
Pasan las horas, antes de que sean las cinco el niño va al balcón, se acerca a Lorenzo, se apoya
en su rodilla.
— ¿Ya puedo traer mis juguetes?
—Claro, tráelos —responde enseguida.
El niño sale contento, al poco rato regresa con una caja llena de juguetes. Lorenzo le indica
para entrar a la sala. Cerca a la puerta del balcón ubican la caja y van sacando los juguetes. El
niño orgulloso de sus juguetes los va sacando y los va mostrando. Cuando son más de las seis
de la tarde, regresa Roxana, trae una bolsa bajo el brazo.
—Hola, ¿qué haces? —Le pregunta a Lorenzo que está con un carrito en la mano arrodillado
dando la espalda a la puerta, se pone de pie va a ella y se saludan con un beso en los labios. El
niño los mira.
—Estoy recordando mis tiempos de niño.
Raúl se acerca a Lorenzo y le pregunta:
— ¿Es tu chica?
—Sí, te presento a mi chica —y dirigiéndose a Roxana—, te presento un amiguito.
— ¡Hola! —responde Roxana cogiéndole la cabeza.
El niño le tiende la mano con seriedad, ella la estrecha.
—Junta tus juguetes —le sugiere Lorenzo.
El niño se dirige a sus juguetes, Lorenzo y Roxana tomados de la mano van a su cuarto. Cuando
143
Lorenzo está abriendo la puerta el niño se acerca corriendo.
— ¿Puedo ingresar, amigo? —Le dice mirándolo a la cara.
Antes de responder mira a Roxana, ella le dice que sí con la cabeza.
— ¡Claro!, pasa —le dice poniéndose a un costado e invitándolo con el brazo.
El niño entra, detrás Roxana y después Lorenzo que cierra la puerta. Roxana coloca sus cosas
sobre la cama y se sienta. El niño mira todo el cuarto con curiosidad, sin ningún disimulo.
— ¿Por qué no traes tus juguetes? —le pregunta Roxana.
— ¿Tú también serás mi amiga?
—Claro, si él es tu amigo, también lo eres de mí.
— ¿Verdad? —pregunta incrédulo.
— ¡Claro!
El niño abre la puerta y corriendo va a traer sus juguetes.
— ¿Qué tal te fue? —Pregunta Lorenzo.
—Bien, las cosas se han conservado en buen estado. ¿Quieres verlas?
—Luego, ya no demora en regresar Raúl.
— ¿Cómo se ha hecho tu amigo?
—De tanto salir al balcón.
El niño regresa, trae sus juguetes desordenados en la caja. Roxana tiende una
frazada en el piso y allí se ponen a jugar los tres.
—Flaquito —dice Roxana—, tengo sed, ¿hay algo de beber?
—Yo también —dice el niño.
—Hay agua hervida, ¿qué quieren que les prepare?
—Una limonada —dice ella.
— ¡Sí, una limonada! —grita el niño.
—Enseguida, espérenme un momento.
Lorenzo coge la jarra, limones, azúcar y procede a preparar. Roxana coge uno y otro juguete,
los observa y luego los prueba, el niño le indica cómo funcionan, tiene diversos diseños de
autos, soldados y animales. Lorenzo se acerca a ellos que siguen jugando.
—Sírvanse —invita, entregándoles una taza a cada uno y va por la suya.144
Se sientan en la cama los dos, el niño en la silla, frente a ellos.
— ¿Cómo se llama tu mamá? —Pregunta Roxana.
—Carmen Rosa.
—Y tu papá.
—Raúl.
— ¿Quieres a tus padres? —Sigue preguntando Roxana.
—Yo sí los quiero —responde el niño— pero ellos no me quieren a mí.
— ¿Por qué piensas que ellos no te quieren? —Pregunta Lorenzo.
—Porque no juegan conmigo.
— ¿Así?, ¿y en qué trabaja tu papá? —Continúa.
—Hace casas, llega sucio a la casa, con una lata sucia de cemento, se cambia y después se
pone a dormir.
—Y tu mamá, ¿qué hace? —pregunta Roxana.
—Ella cocina y teje chompas.
—Las chompas son para ti o para tu papá —pregunta Lorenzo.
—Para otras personas —responde molesto el niño.
— ¿Sabes Raulito? —dice Roxana—, tus papás te quieren bastante, ¿sabes por qué?
— ¿Por qué? —Pregunta el niño.
—Tu papá y tu mamá trabajan mucho pensando en ti. Los dos trabajan, a tu mamá le pagan
por las chompas. Tu papá llega rendido de trabajar. Si no te quisieran no tendrías todos estos
juguetes. Hay otros niños que no tienen juguetes.
—Yo tengo más que mis amiguitos. Dice con orgullo.
—Ya ves, ¿y te compran libros con dibujos?
—Sí. ¿Quieres verlos?
Y sin respuesta sale corriendo y al poco rato regresa con un libro y un silabario en cartón
grueso y resistente, con dibujos para cada letra del abecedario. Roxana le pregunta por cada
una de las letras, Lorenzo prepara la cena, sirve para los tres, el niño come contento. Cuando
son más de las ocho de la noche la madre del niño lo llama, le ayudan a juntar sus juguetes y
Roxana lo acompaña a la puerta. La señora los mira. Roxana se despide de Raulito con un beso
en la mejilla.145
Al día siguiente por la tarde Lorenzo va nuevamente al balcón, los jóvenes se juntan y
comienzan a formar sus equipos de fulbito, les falta un hombre para completar dos equipos. Se
miran entre ellos, uno de ellos va a cierta distancia del balcón y se dirige a Lorenzo.
— ¡Amigo! —Lorenzo levanta la mirada— ¿Juegas?
—Claro que juego, pero no muy bien.
— ¡Baja!, nos falta un hombre para completar dos equipos.
—Espérenme, iré a cambiarme.
Al poco rato baja con zapatillas, short y polo manga corta. Las chicas observan a los jugadores
en grupos de tres o cuatro. Cuando terminan el partido, las chicas sacan una red de voleibol, la
templan; Lorenzo es presentado a las chicas. Se forman dos equipos de vóley mixto, algunas
madres plantean que también desean jugar y se forma otro equipo.
De esta manera Lorenzo tiene una actividad más, no siempre juega, pero cada vez que falta
alguien para completar equipo, si no está en el balcón, tocan la puerta y lo invitan y va
gustoso, además, juegan con el niño casi todos los días, en algún momento del día.
Después de varios días Roxana le plantea:
—Flaquito, ese día que traje esas cosas, fui a la casa donde tengo guardado los libros, me
encontré con su hermana, él no estaba, quedé en regresar otro día. Ella me ha asegurado que
los días sábado con seguridad lo encuentro entre las cuatro a seis de la tarde. Estoy pensando
ir, ¿qué dices?
—Pequeña, ya te he dicho, lo que debas hacer, hazlo. Solo dime a qué hora llegarás para
esperarte con la cena.
—A las siete y media, espérame en el paradero de la línea 44. De allí hasta acá hay tramos
oscuros, mal alumbrados— ¿Me esperas?
—Claro, estaré allí desde un poco antes.
Se alista, a las tres de la tarde sale. Lorenzo juega su partido, se asea. A las siete va a la tienda
de los dueños de casa, llama a uno de sus amigos y va con él a esperar a Roxana. Compra
cigarros y van fumando. En el paradero están desde las siete y veinte, conversando pasan los
minutos, llegan las ocho y su amigo le dice que tiene cosas que hacer, regresan. Lorenzo sube a
su cuarto, está cansado, coge un libro y se pone a leer acostado, al poco rato se queda
dormido, el libro le vence sobre la cara.
Siente un ruido, levanta la cabeza.
—Hola Pequeña —dice poniendo el libro a un costado.146
Roxana está de pie en la puerta con una mirada desconocida, Lorenzo al ver ese semblante,
extrañado se sienta, soñoliento. Ella sale.
—Tenga señora, gracias —escucha que dice Roxana y deja caer algo por el tragaluz.
Roxana ingresa, Lorenzo ya está de pie cerca de la cocina, ella bota su bolso sobre una silla y se
arroja sobre la cama boca abajo.
— ¡Soy una estúpida! ¡Soy una estúpida! —Vocifera, golpeando la cama con sus puños.
Lorenzo, que ya ha prendido la cocina, deja lo que está haciendo y desde la cocina la mira,
solloza boca abajo, él se acerca, cruza sus brazos sobre el pecho y serio pregunta:
— ¿Qué pasa? —No responde— ¡Qué pasa, carajo!
Es la primera vez que ella lo escucha lanzar una interjección de este tipo, se da la vuelta y lo
encuentra serio. Lorenzo acerca una silla y se sienta, nuevamente cruza los brazos en el pecho.
—Muy bien, ¿qué sucede, a qué se debe este espectáculo? —Está furioso.
Ella que está cruzada en la cama, con el cuello vuelto hacia él, se levanta como un lagarto, se
seca las lágrimas con una mano, mientras que con la otra sostiene su cuerpo, se sienta
apoyando su espalda contra la pared que choca con la cama, deja caer sus brazos a los
costados.
— ¡Soy una estúpida! —dice, él no responde—. He llegado cerca a las nueve, quiero abrir la
puerta, está con seguro, toco, nadie responde. Pero la luz estaba encendida, y tú cuando sales
nunca dejas la luz prendida. Le pregunto a la vecina si te ha visto, me dice: “Lo he visto salir
con el hermano de la dueña de casa”.
«Bajo, pregunto a la señora por su hermano, me dice que está viendo televisión. Le pregunto si
sabe dónde has ido, me dice que no. Entonces, teniendo en cuenta que no he venido por el
paradero de la 44, voy allá, no te encuentro, regreso, vuelvo a tocar la puerta, pensando que
ya habías regresado, y nadie responde nuevamente, me he puesto a esperar. Ya era cerca de
las diez de la noche, me acerco a la puerta, y me pongo a escuchar con atención y pienso: “El
está adentro, pero no me quiere abrir. Le he dicho que voy a la casa del que fue mi pareja,
quedo en volver a una hora y no llego; para evitar tener que botarme, no me abre la puerta, no
es valiente de decirme lo que piensa.” Eso estaba pensando cuando la dueña de la casa me
llama por el tragaluz, me dice que si no has vuelto ella tiene la copia de la llave, le digo que me
la preste, me la arroja, abro la puerta…, y tú te despiertas con una mirada cariñosa diciéndome
“hola Pequeña” —se pone a llorar, él la mira con más cólera—. Discúlpame, no volveré a ir a
esa casa, lo he estado esperando, pero no ha llegado, he estado conversando con su mamá y
su hermana. No ha pasado 147
nada, verdad. ¿Me crees?
—Toda mi niñez me la he pasado viendo que mi padre celaba a mi madre, el viejo sí era
mañoso, él sí paraba tras las mujeres jóvenes, era mañoso y celoso. Yo decía para mí: “quien es
celoso es mañoso”. Y me dije que yo jamás celaría a mi mujer, que eso era además, darle la
idea de sacarme la vuelta o ponerme cachos —hace una pausa, habla casi gritando—. No soy
celoso, no se me ha cruzado por la cabeza nada en contra tuya, no he pensando que tú me
puedas fallar... ¡Pero si lo haces... Ese es tu problema! No creo en chismes, no aceptaré que
jamás alguien me diga: “tu mujer es así o asá”. Pero, el día que por mis propios ojos
compruebe que me has fallado. ¡Allí me vas a conocer! —Roxana llora copiosamente—, y
¿sabes qué haré?.... ¿Golpearte? No, jamás te pondré la mano, lo que haré será poner todas
tus cosas en la calle, y te lo aseguro ¡jamás!, escúchalo bien, ¡JAMÁS! Te dejaré pisar
nuevamente mi cuarto. Así que ya sabes.
Se pone de pie, va a la cocina, la hornilla arde sin nada, la apaga, regresa junto a la cama.
—Por favor, párate. —Le pide a Roxana.
En silencio obedece, se coloca cerca de la puerta, detrás de él, que sin darse vuelta se desnuda
mientras dice:
—Allí hay comida, si tienes hambre, caliéntala y sírvete. —En calzoncillo abre la cama, con un
movimiento rápido saca la sábana de arriba y se envuelve en ella desde los pies hasta el cuello,
se acuesta dejando espacio para ella—. Por favor, no quiero que me toques, al menos por esta
noche.
Lo ve acomodarse como es su costumbre, boca arriba y sin almohada, con los brazos cruzados
sobre el pecho, brazos que ella los ha abierto otras noches para acomodarse sobre su pecho,
hoy le están vetados. Les ha sido difícil acostumbrarse a compartir la cama, y hoy ve cerrarse
esos brazos sin ella. Pronto se queda dormido. Roxana apaga la luz, pero se vuelve a sentar en
la silla. “Pero, por qué tuve que dudar de él… Es extraño, hay cosas que desconozco de él...
Nunca pensé que tuviera un carácter tan fuerte... Hasta hoy solo había conocido un
comportamiento suave, apacible..., no pensé verlo tan enfurecido... Pero, realmente ¿Cuánto
me querrá? ¿Me amará realmente?... ¿Cómo saberlo?” —Cierra sus puños sobre sus piernas,
siente que se hace daño—. “Él es cuatro años menor que yo”. En ningún momento se han
preguntado por sus edades, ella, poniendo orden a las cosas de la madre de Lorenzo, luego de
coger lo que necesitaba, encontró una fotografía que la madre guardaba con un cariño
especial. En la foto él estaba con cabello relativamente largo y con raya al centro, vestido con
terno. Luego de mirarlo detenidamente le preguntó por la edad que tenía cuando se tomó esa
fotografía, luego de pedir que le muestre respondió que se la tomó para sacar su documento
de identidad, que allí tenía dieciocho 148
años. De allí viendo la fecha que había en el dorso dedujo las edades de ambos. “Nunca pensé
que fuera mi menor... Lo conocí tan maduro, tan responsable... Con razón que estaba
enamorado de Mónica” Y a su mente afluyen los primeros días de cuando se conocieron y
cómo poco a poco fue indagando por la chica con quien salía Lorenzo, hasta que por todos los
datos dedujo que era su prima de dieciocho años, la chica con quién él salía. “Pero por qué
tuve que portarme así..., la culpa es mía... Yo lo quiero, y cada día lo quiero más... ¿Por qué
tuve que decirle dónde iba?... Pero es mejor así, que me acepte con mi pasado... Y, ¿qué
pasaría si él me falla?... ¿Le importará mi edad?... y ¿por qué nunca me habla de su familia?
Solo tiene una idea fija: el Partido. Pero, ¿qué más tendrá en su cabeza?... ¿Mañana, cómo me
tratará?” Meditando se trenza el cabello y se queda quieta, cuando ya está dormitando se
mete bajo la frazada, procurando no toparlo, siente frío, piensa en buscar su calor, pero
desiste.
Cuando despierta la mañana ya está avanzada. Lorenzo no está, tampoco la ropa que en la
noche tenía puesto, mira a todos lados, no falta nada. Prende la radio y prepara el desayuno,
se asea, el agua que había en los baldes se le acaba, va por agua. Cuando está sacando el
primer balde del pozo, ve aparecer a Lorenzo por la esquina. Está trayendo agua, solo. Espera
que se acerque sin decirle nada.
— ¡Hola Pequeña!, ¿qué tal has descansado? —le dice con el cariño de siempre.
—Bien. Ya está el desayuno, ¿Subimos? Después continuaremos acarreando agua.
—Está bien. Ayúdame a vaciar esto al pozo.
Vacía el agua de un balde al pozo, luego con él trasega del bidón al pozo, lo último lo deja en el
balde. Las cosas del acarreo lo dejan junto a la puerta de la tienda. Suben llevando un balde
cada uno, desayunan, luego salen a seguir acarreando agua. La vida continúa.
Ya están viviendo más de veinte días juntos. Una tarde llega sudoroso de hacer deporte.
— ¿Qué tal Pequeña? ¿Cómo va el estudio?
—Bien, ¿y tú?... ¿Qué dicen los chicos?
—Si supieras lo que dicen.
— ¿Qué dicen? —pregunta con inquietud.
—Te han puesto el ojo —dice él con picardía.
— ¿Cómo? —pregunta extrañada.
—Los muchachos me han dicho: “invita a tu hermana que venga a jugar”, Yo les he
respondido: “No le gusta, además, no sabe jugar”, Pero, como ellos han tomado cierta
confianza conmigo me han respondido: “Lo que pasa es que eres celoso con tu hermana”.149
—Les hubieras dicho que soy tu esposa.
— ¿Para qué? ¡Si supieras!... Eso no es todo —se frota las manos con picardía—, a que no
adivinas... ¿Has visto a esa jovencita que vive de aquí a dos puertas, la morenita con cabello
ensortijado?
—Sí, la negra que siempre sale a su puerta cuando cargamos agua por las tardes.
—Ella misma, claro que no es tan negra, ¿verdad? Además no soy racista. Me extraña que tú te
expreses así. Ella me está insistiendo para salir a correr por las mañanas. ¿Qué te parece?
—Pero si es una mocosa —dice enfadada.
—No te molestes. No es una niña, ha de tener dieciséis o diecisiete años. Es una flor en
capullo, ansiosa por mostrarse al mundo.
— ¿Y por qué no les dices que somos pareja?
— ¿Para qué? He quedado en invitarte mañana, si vas te presentaré como mi esposa y
resuelto el problema. ¿Bajarás?
Ella sin vacilar responde:
— ¡Claro que iré! Que sepa esa jovencita que tienes dueño.
—Allá tú y tus criterios de propiedad. Eso sí, tendrás que ir a jugar, saldrás con tu buzo y
dispuesta a hacer un buen papel. ¿Está bien?
—Sí. —Se pone de pie y lo abraza, lo hace agacharse y lo besa largo rato—Te quiero, ¿me
escuchas? ¡Te quiero!— Apoya la cabeza en el pecho de su hombre.
Él la aparta, coge un balde con agua, su toalla, jaboncillo, champú y camino a la ducha le dice:
—Pequeña, alguien me dijo una vez que no es lo mismo querer, que amar. — Cierra la puerta.
Al día siguiente a las tres de la tarde bajan los dos en ropa deportiva, van tomados de la mano.
Los chicos miran a Roxana, las chicas los miran a ambos. Los muchachos van hacia ellos, los
rodean; las chicas con su orgullo de mujer no se mueven de donde están.
—Les presento a mi esposa —les dice en voz baja a sus amigos.
Sin comentarios le van estrechando la mano que ella les va tendiendo. Luego la lleva al grupo
de chicas que están atentas.
—Chicas, les presento... —hace una pausa adrede—…a mi esposa —dice para todos, con una
sonrisa en los labios.
Ella saluda a todas con un beso en la mejilla, al final saluda a la morenita.150
— ¡Hola!, ¿qué tal?, me llamo Roxana —Le dice especialmente a ella.
Nadie comenta nada en ese rato. Se arman los equipos y se inician los encuentros. Roxana es
el punto débil de su equipo. Terminados los encuentros Lorenzo y Roxana se retiran. Van a su
cuarto cogen sus implementos de aseo y van a ducharse a la azotea, allí hay una ducha en
construcción.
—Yo me baño primero —dice Roxana—, tú me echas agua, luego yo a ti.
—Bien —responde.
Roxana se queda en traje de Eva, cuelga sus ropas. Lorenzo le va echando el agua, ella se
jabona las piernas, los brazos y todo adelante, le da el jaboncillo, le jabona la espalda, luego
procede a lavarse el cabello, le echa el agua a pocos. Cuando está ya secando sus cabellos
Lorenzo se retira, se ubica en la puerta y la mira de los pies a la cabeza, sus cabellos caen
desordenados por sus hombros, cubriendo uno de sus senos, mientras seca con la toalla otra
parte de ellos.
— ¡Vaya! —Exclama Lorenzo, ella abre los ojos y lo mira—. ¡Habías sido bonita! —concluye.
Roxana con agilidad felina coge la toalla de Lorenzo que está junto a su ropa, se envuelve con
ella y sale corriendo llevando sus cosas desordenadas en una mano. Lorenzo encoge los
hombros y procede a bañarse, se coloca ropa limpia y un short. Baja llevando todas las cosas,
llega a la puerta intenta abrirla, está con seguro por dentro, toca, ella no abre ni responde.
Deja las cosas junto a la puerta y va al balcón, la calle donde hace un rato había jóvenes está
desierta. El manto de la noche comienza a envolver el ambiente, siente frío, va nuevamente a
la puerta, sigue con seguro.
—Por favor, abre, está haciendo frío, me resfriaré si sigo desabrigado —pero la puerta no se
abre— Si quieres seguir con tu berrinche, pásame mi ropa, ya veré donde paso la noche. —
Grita.
Siente pasos acercándose a la puerta, Roxana abre, la deja abierta y regresa a la cama. Él hace
ingresar todas las cosas, cierra la puerta, luego se viste y se abriga bien. Ya cambiado se para
cerca de ella que está echada boca abajo en la cama.
—Y ahora, ¿qué ha pasado? —Pregunta poniéndole gusto a sus palabras, pero ella no
responde—. No sé en qué puedo haberte ofendido, no encuentro razón a tu comportamiento.
Pero desde ya te pido disculpas. Discúlpame por favor, Pequeña, y dime en qué te he ofendido,
y prometo no volverlo a hacer.
Se sienta a su lado, pone su mano sobre sus cabellos, ella de un manotazo lo retira.
— ¡No me toques!, no quiero verte. —Agacha nuevamente la cabeza entre sus brazos—. Tú no
me has visto a mí como mujer.151
Lorenzo lanza una escandalosa carcajada con ganas, se acuesta a su lado y sigue riendo, luego
se pone de pie y va a la cocina y vuelve a reír agarrándose el estómago. Ella lo mira desde la
cama con ira.
—Eres un tonta... Realmente eres una boba, Pequeña. —le dice tratando de contener la
hilaridad.
Se para furiosa, como una fiera va hacia él y levanta su brazo para darle una cachetada, él con
rapidez detiene su brazo en el aire.
— ¡Jamás te atrevas a ponerme la mano!... Pequeña —La emplaza con seriedad—. Te he dicho
que jamás te pondré la mano encima para golpearte. Pero eso no te autoriza a que tú me
agredas a mí. Y, ¡nunca te lo consentiré! A mí no me vas a venir a arañar ni a jalar de los
cabellos, eso es una cosa que he olvidado decirte. —Le suelta el brazo empujándola con
suavidad lejos de él.
Roxana solloza y regresa a la cama.
—Sabes, eres una tontuela. Si yo no te hubiera visto como mujer, jamás hubiéramos
terminado en la cama, eso para comenzar. Que eres bonita, sí, lo noté desde el primer día que
te conocí, y por eso precisamente cuando Yolanda me dijo que tú te habías fijado en mí, no le
creí, porque pensé: “No creo que precisamente ella se fije en mi, habiendo tantos
compañeros”. Y se lo dije a ella, supongo que te dijo, si no te lo ha dicho, ya lo sabes. Solo que
hoy te he mirado en detalle. ¡Y qué! ¿Tú crees que yo me he juntado contigo por eso, y que te
voy a rendir culto por tus proporciones? —ya su tono no es la del inicio, está colérico—. ¡Te
equivocas! Me gustas más que nada porque eres mujer combatiente, por tu persistencia en la
revolución principalmente, por tu forma de ser. Por tus muestras de firmeza, eso es lo que
valoro en ti. Pero si me vas a salir con tu arrogancia de mujer bonita, estamos mal. Cualquier
rato aparecerá alguien que loe tus “encantos” y me dejarás. Yo no te rendiré culto por tu
belleza corporal.
« ¿Te has puesto a pensar qué sería de tantas mujeres que no son bonitas como tú? Sin
embargo llegan a tener su pareja. Algunas de ellas son de un alma muy bella, y para mí, eso es
principal, recuérdalo bien. Entre esas mujeres “feas” hay quienes tienen un carácter tan feo
como su rostro y en contraparte hay mujeres angelicales físicamente pero con un alma de
diablo. Así como hay mujeres bonitas por dentro y por fuera, creo que eso eres tú, puede que
me haya equivocado, recién nos estamos conociendo. —Ella que está tendida en la cama se
incorpora y lo mira. Él continúa—: y, dime tú, qué te ha gustado de mí, No tengo nada
llamativo, soy escuálido, algo jorobado y trinchudo. ¿Qué ha hecho que te fijes en mí?
Va hacia la cama, a la parte donde van los pies al estar acostados, allí el barandal es bajo, se
apoya 152
en la madera, estira su cuello hacia ella.
—Por favor, respóndeme, ¿qué ha hecho que te fijes en mí? ¿Por qué te has fijado en mí?
—No sé. —Responde con una voz casi imperceptible.
— ¡No sabes! —dice irónico—. ¡Qué triste será tu vida! Creo que he fallado al aceptarte.
Se da vuelta para ir a la cocina.
—Ven, siéntate —le dice, él vuelve la cabeza, ella le señala que se siente a su lado.
Regresa despacio, mirándola con extrañeza, y se sienta donde ella le indicó. Coloca su cabeza
sobre las piernas de Lorenzo y se extiende sobre la cama. En esa posición se queda quieta
pensando.
—Disculpa mi comportamiento —rompe el silencio— no sé qué me paso, pero me hirió el que
recién te fijaras en mí, me sentí herida en mi orgullo de mujer. Discúlpame —Con todas sus
fuerzas le abraza las piernas.
Él le acaricia el cabello.
—Tontuela, disculpa Pequeña, pero eres una tonta —le ayuda a darse la vuelta, tiene los ojos
rojos de haber llorado. Lorenzo le acaricia el rostro con el dorso de la mano, le limpia los
rastros de las lágrimas vertidas, luego le besa en los ojos—. Pero, aún no me has respondido,
qué te ha hecho fijarte en mí.
—Muchas cosas, lo que ellos me hablaban de ti, tu comportamiento en las pocas veces que
nos hemos visto, tu firmeza y tu convencimiento en las cosas que decías. El segundo día que
nos vimos, cuando saliste, yo fui tras de ti hasta la esquina, tu caminabas con paso seguro,
levantando bien los pies y no volviste la vista atrás; allí me dije: “No está mal”. Después vino
todo lo demás, y tú indiferente. Ah, ese día cuando tú no te querías dar cuenta que te comía
con los ojos, ya me estaba empezando a molestar contigo.
Se miran y se quedan en silencio largo rato, ella le coge una mano y la pone entre las suyas, él
con la otra le acaricia el rostro y juguetea con su cabello.
—Dime, ¿qué le ha pasado a tu toalla?, le falta una esquina, sin embargo está en buen estado.
¿Por qué no la emparejamos? La cortamos y queda como si no le hubiera pasado nada, es
bastante grande.
Lorenzo se queda pensativo.
—No es necesario —responde después de larga meditación—. Y por favor, no se te ocurra
hacerlo, así como está la quiero.
—Vaya, me resultaste fetichista —le plantea con ironía.153
—La esquina de esa toalla encierra una gran lección que no quiero, ni debo olvidar. Eso es
todo, no es por fetichismo.
— ¿Puedes compartir tu lección conmigo?
Sonríe, él con sus dos manos la coge del rostro, jala sus ojos haciéndolos que se achinen más
de lo que son, la besa entre los ojos y la nariz.
—Me gusta tu curiosidad. Bueno, primero, esa toalla la compré cuando comencé a sentirme
rojo, cuando comprendí que a través de todos los tiempos, quienes se han levantado en
rebelión enarbolaron banderas rojas. Pero no tendría mayor importancia si no fuera por lo que
le sucedió en El Frontón. El año ochenta y cuatro, más o menos a mediados del año, una
mañana, cojo la toalla y me percato que le falta una esquina. No te imaginas el escándalo que
armé: ¿Quién diablos ha cortado mi toalla!... ¡Miren lo que le han hecho a mi toalla!
Vociferaba mostrándola a todos lados, yo ocupaba el segundo piso de un camarote y todos
podían verme; buen rato estuve refunfuñando, cuando me tranquilicé escuche una voz.
—Compañero, ¿puede venir un momento?
Era el dirigente que encabezaba esa base partidaria quién me llamaba. Me bajé del camarote y
fui a él.
—Siéntese —me dijo, invitándome a pasar a donde trabajaba.
Tomé asiento y esperé que continuara.
—Usted es comunista, ¿Verdad? —fue lo primero que me dijo.
—Sí —fue mi respuesta concreta.
—Y entonces, ¿por qué hace tanto escándalo? —Su tono de voz pasó de apacible a enérgico—
¿Acaso no sabe cómo debe de comportarse un comunista? —yo no sabía qué responder. Él
prosiguió—: Cuando se da un hecho cualquiera, lo primero que hay que hacer es preguntarse
qué paso, quién pudo hacerlo; y cualquiera sea la respuesta se debe informar al Partido, para
que él investigue y tome las medidas pertinentes, pero usted en lugar de plantearlo
orgánicamente se pone a vociferar. He sido yo quién ha dispuesto que se tome un trozo de su
toalla, ¿sabe para qué? —Yo me mantenía en silencio—. Debe haber visto que se está
haciendo un tapiz que es un presente para nuestro jefe, Y para hacerlo se requiere variedad de
colores. Vimos su toalla, tratamos de ubicarlo a usted para plantearle la necesidad que había,
pero no se le encontró por ningún lado; teniendo en cuenta su condición dispuse se corte esa
esquina como muestra para ver si servía para ese trabajo.154
Se quedó callado esperando mi reacción.
Realmente, compañero, creo que primero debieron consultarme —atiné a decir.
—Usted como militante, libre y voluntariamente ha dado el compromiso de dar su vida por el
Partido y la revolución, ¿verdad?
—Sí, mi vida no me pertenece.
—Si su vida no le pertenece, con mayor razón sus cosas... Puede retirarse.
Eso fue todo lo que me dijo, y fue motivo de reflexión de buena parte de la noche antes de
quedarme dormido. La verdad en ese entonces mantenía más criterios y expresiones de
propiedad que hoy. Lógico, propio de la formación pequeña burguesa que recibí en casa.
—Y entonces —interviene ella— lo cuidarás toda tu vida.
—No seas extremista, Pequeña, la usaré como está el tiempo que dure.
Ella está por abrazarlo del cuello, al percatarse de su intención con delicadeza la sujeta de los
brazos, la levanta y la deja sobre la cama, se pone de pie.
—Tengo hambre, voy a calentar la cena.
Roxana se pone boca abajo mirando lo que él hace.
—Flaquito. —Dice con cariño—. Se pierde mucho tiempo cocinando.
—No mucho. No se lo siente si se hace con gusto, con cariño.
—Tú ya leíste la novela que te prestó Telmo, ¿verdad?
—Sí, ¿por qué?
— ¿No te gustaría volver a leerla?
—Tal vez, en otro momento.
—Te sugiero que la leamos los dos. Te digo cómo.
—Bien, te escucho.
—En el horario que cocinamos, al que no le toque cocinar lee, cuando se prepara el almuerzo,
sólo en esas horas, y así quien cocina a la vez va escuchando. ¿Qué dices?
—De acuerdo. ¿Cuándo empezamos?
— ¿Puede ser mañana?
—Claro.
Cenan, Lorenzo lava el servicio, se acuestan.155
La pareja amanece muy junta, sin nada que los separe. Roxana se levanta, se arregla y prepara
el desayuno. El día está radiante, Lorenzo sigue en la cama, cuando le anuncia que ya está el
desayuno se levanta y se asea. Luego de desayunar cada quién se aboca a lo suyo. A las diez de
la mañana ella suspende su estudio, verifica los víveres y sale a comprar lo necesario para
preparar los alimentos del día. A las once está de regreso.
—Flaquito —lo llama, Lorenzo levanta su mirada hacia ella—, ¿iniciamos la lectura? —Ella está
arreglando la canasta de víveres.
— ¡Por supuesto! —cierra su libro, se pone de pie, va a los servicios higiénicos, regresa y toma
el libro “La ciénaga”—. ¿Puedo iniciar?
— ¿Por qué no me comentas algo de él, primero?
—En todo caso te lo cuento, ¿qué te parece? —Dice en son de broma—. Es muy interesante,
para comenzar la autora es la chilena Matilde Ladrón de Guevara, trata del genocidio que ha
hecho Pinochet cuando derrocó al revisionista Allende. El personaje central es un tipo de esos
raros, un hippie que estudia teología y medicina y que luego se acerca al marxismo, con una
mejor visión política que los miristas, él entendía la necesidad de un Partido Comunista que
dirija la revolución. Pero, una cosa es que te cuente y otra que lo leas todo.
—Está bien, inicia, te escucho. Si algo no escuché te pediré que repitas, ¿está bien?
—Bueno, iniciamos.
Sentado sobre la cama con las piernas cruzadas, lee pausado. La radio funciona como de
costumbre casi todo el día. Transcurre cerca de una hora, detiene la lectura, cambia la
posición, se acuesta boca abajo y pone la almohada bajo su cintura, apoyado en los codos
sigue leyendo. Roxana frunce el entrecejo, Lorenzo ha interrumpido la lectura sin decir nada,
levanta la mirada, el libro está abierto sobre la cama y Lorenzo tiene la cabeza entre sus
brazos, ella se acerca a la cama con sus manos sucias.
— ¿Qué te sucede? —pregunta preocupada.
Lorenzo levanta su cabeza, sus ojos están anegados en lágrimas.
—Nada, Pequeña —responde con voz temblorosa, y vuelve a hundir su cabeza entre sus
manos.
Roxana se enjuaga rápido las manos en todo el balde de agua y secándose como sea sobre su
ropa vuelve donde él.
— ¿Qué ha pasado? —le dice sentándose a su lado.
—No es nada, Pequeña —responde mirándola con cariño—, en seguida se me pasa... Por
favor, 156
déjame un rato ¿quieres? —En sus palabras no hay enfado ni nada por el estilo.
Coge una silla y se sienta distante de él, lo mira preocupada.
“Y ahora ¿qué le pasa?... ¿Qué aspecto de su forma de ser conoceré ahora?... No está enojado,
debe de haberse acordado de algo”.
Lorenzo saca su pañuelo, se seca las lágrimas y se suena la nariz, luego se sienta al borde de la
cama y la mira a ella con su rostro descompuesto por el llanto, esta pálido, esboza una sonrisa.
Ella va junto a él, le acaricia la cabeza, él se junta a su cintura y en su falda se seca las últimas
lágrimas de su mejilla.
— ¿Qué te pasó?
—Nada, disculpa.
Roxana se sienta a su costado, pasa su brazo por su hombro y le fricciona el cuello.
—Algo ha pasado por tu cabeza, ¿qué ha sido? Dímelo, por favor —Él lo mira, sus caras están
cerca, sin responder le besa la frente.
—Nada, verdad, nada.
— ¿No confías en mí?
— ¿Has escuchado la radio?
—No, he estado escuchando lo que leías, ¿por qué?
—He estado leyendo, y en eso en la radio comenzó a sonar una canción de José Luis Perales,
“Un velero llamado libertad”, esa que dice: “Ayer se fue, tomó sus cosas y se puso a navegar”.
Y se me nubló la mente, una honda nostalgia se apoderó de mí y tuve ganas de llorar.
—Pero, ¿por qué? —Pregunta extrañada.
—Sabes, el día que salí en libertad, era lunes, nos estábamos preparando para asistir a una
reunión de intensificación de la lucha de dos líneas en el Partido, a mí me tocaba preparar el
local, en eso el delegado, un chaparro con el que frecuentemente bromeaba, me llamó por mi
nombre y mis apellidos y me anunció: “libertad”. Para eso, el día sábado en la visita, mi madre
me había comunicado que el juez del juzgado había denegado por tercera vez mi libertad y
estaba apenada, Por tanto cuando el delegado me comunicó eso lo tomé como una broma y
no le di importancia. Varias veces vino a decirme que me aliste, que tenía que salir, cansado de
su insistencia lo mandé a rodar, lógicamente que se fue a comunicar al compañero que dirige
la trinchera, entonces dicho compañero se paró y desde donde trabaja me dijo: “Compañero
alístese, sale usted en libertad”. Realmente fue una sorpresa, una sorpresa agradable, hablé
157
con mi responsable, entregué mis cosas al compañero que tenía que proseguir lo que yo hacía
y me alisté. Cogí todas mis cosas, comenzaron a convocar a formación a los compañeros para
despedirme, pero ya la policía venía a buscarme, tenía que salir, fui y me despedí del
compañero que dirige esa base partidaria con quién tenemos buena amistad y salí, no hubo
tiempo de despedirme de todos. Los compañeros cantaban la canción “Bandera roja”. Cuando
estuve saliendo escuché que uno de los compañeros le decía a otro en voz baja: “Mira, lleva
todas sus cosas, va a capitular”. ¿Por qué este comentario? Porque la mayoría que se iba en
libertad salía con una bolsita y algunos no llevaban nada. Pero en mi caso, no tenía dónde
caerme muerto, varias de esas cosas usamos acá. Esos compañeros subjetivos hablaban
disparates. Ya en la lancha iba sentado sin ser esposado, con mi bolsa llena de cosas sobre mis
piernas. Las gaviotas revoloteaban sobre mi cabeza, a lo lejos veía la consigna que estaba
pintada en el Pabellón Azul que decía “¡La rebelión se justifica!” y en el torreón pintado
imponente la hoz y el martillo. Todo lo veía muy hermoso y en la radio de bolsillo que tenía un
policía sonaba esa canción: “Ayer se fue, tomó sus cosas y se puso a navegar”, mis puños se
apretaron y mientras sonaba esa canción hacía el compromiso de nunca apartarme del
Partido, de seguir en la revolución por el comunismo la meta final hasta que me quede el
último hálito de vida. Los policías veían que por mis mejillas resbalaban mis lágrimas. Uno de
ellos me dijo: “¿Has sufrido mucho?”. “Sí” le respondí por cumplir, él ni se imaginaba que mis
lágrimas tenían otro significado —se calla, enjuga las lágrimas que le han vuelto a brotar y
prosigue—. Ya han pasado cerca de cinco meses que estoy en libertad y ¿qué hago? —Grita—
yo feliz, encamado con una compañera. ¡Eso es lo que me mortifica! ¡Te das cuenta! ¡No estoy
cumpliendo el compromiso que he hecho! —Se calla y le queda mirando a los ojos.
—Pero, por qué te martirizas por las puras, tú en ningún momento te has apartado del Partido.
El Partido sabe dónde estás y pronto te asignará dónde debes trabajar. No tienes porqué
preocuparte.
—Claro, de qué me debo preocupar, no me falta nada, hasta mujer tengo —dice
irónicamente—. Pero sabes, ya estoy cansado de esto, lo que quiero es trabajar, servir a mi
pueblo. ¿Me entiendes? —Su cólera y su ironía se han transformado en súplica.
—Tranquilízate, no ganamos nada desesperándonos, yo también ya quisiera estar organizada
nuevamente. Voy a apagar la radio.
—No, ahí nomás déjala.
—A ti te gusta escuchar esa música, ¿verdad?, las baladas.
—Sí, me agradan.
—A mí no, por mí solo la prendería para escuchar las noticias.158
—Gracias por tu comprensión.
—Todo lo que se escucha es música de viejo tipo, yo no sé cómo te puede gustar —. Se queda
mirándolo como esperando una respuesta.
Él tiene ya el semblante mejor, sonríe y contesta:
— ¿Qué tipo de música te gusta?
—Casi nada de lo que se escucha en la radio, porque toda es podre burguesa, no hay música
que llame al optimismo, a la rebelión del pueblo.
Su semblante es totalmente otro, la escucha atento y en su rostro se dibuja un estado de
ánimo listo para la contienda de ideas.
— ¿Así? Creo que eres unilateral y subjetiva en tu apreciación. ¿Has escuchado la canción de
Los Iracundos?, esa que dice:
“Bajo un monte lleno de dinero y ambiciones
Siempre debe de haber ese algo que no muere
y si al mirar la vida
lo hacemos con optimismo
veremos que en ella hay tantos amores”
Canturrea en voz modulada, se saltea la letra de la canción y prosigue:
“Muchos de luchar están cansados,
que no creen más en nada
de lo bueno de este mundo.
El mundo está cambiando....” Y tienen otras canciones también bonitas... ¿Has escuchado esa
que dice?:
“Yo soy rebelde porque el mundo me hizo así”
—Claro, de Janet —responde
—Aunque la canta en un tono medio llorón, pues tiene que ver con su voz y su estilo, que es
suave, apacible. Es una canción bonita, claro que se escucharía mejor si la cantara con voz
realmente rebelde, ¿no crees? ¿Qué opinas ahora?
—Pero son muy pocas —dice con displicencia.
—Te parecen muy pocas. ¿Qué te parecen las canciones de Roberto Carlos? Por ejemplo: “Un
159
millón de amigos”. —Comienza a cantar:
“Yo quiero crear la paz del futuro,
Yo quiero construir un hogar sin muro,
Quiero a mi hijo, pisando firme,
Cantando alto, sonriendo libre.
Quiero llevar este canto amigo,
A quien lo pudiera necesitar.
Yo quiero tener un millón de amigos
y así más fuerte poder cantar.
—Ya sé que con varias de sus canciones trafica la iglesia, y claro que tiene otras canciones
donde expresa claramente su religiosidad, pero eso no desmerece todas sus canciones. Un día
sería bueno que analices toda la letra de esta canción, hay mucho de nuestro sentir expresado
allí. Pero no solo en esa, tiene varias canciones muy buenas como: “Amigo” donde dice: “Tú
eres mi hermano del alma, realmente un amigo”, otra “Lady Laura”. ¿La has escuchado? —Ella
mueve la cabeza afirmativamente—. He escuchado otra canción hermosa en su contenido,
dice así:
“Solo te pido “a ti”
que el dolor no me sea indiferente,
que la resaca muerte, no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
Solo te pido a ti
Que lo injusto no me sea indiferente...” Claro que he cambiado el término “a Dios” por “a ti”.
Esta canción no se ni de quién será; pero me gusta. Y así como éstas, hay muchas más.
—A ver, otra por favor —pide medio en serio, medio en broma.
—Vuelvo a José Luis Perales, tiene un tema que dice:
“Dime
Por qué la gente no sonríe,
por qué las armas en las manos,
por qué los hombres mal heridos”. Claro que él dice allí: “Dímelo dios, quiero saber”. Pero a
160
mí qué me importa dios, lo que me importa es el resto del contenido:
por qué los niños maltratados,
por qué los viejos olvidados,
por qué los sueños no vividos.
«Si bien no llama a luchar, hace un llamado a preguntarse el porqué de las cosas. Sabes, en mi
caso, cuando recién me incorporé iba con los compañeros a hacer trabajo de masas llevando el
llamado a apoyar la lucha armada, tarareando esa canción. ¿Has escuchado la canción: “Un
beso y una flor”?
—De Nino Bravo, sí, es bonita.
—Con esa canción, según me han contado, Los Iniciadores, se despedían de su pareja cuando
marchaban al campo. Reitero, así como esas hay otras, con decirte que hasta Julio Iglesias
tiene algunos temas de buen contenido, como por ejemplo: “Me olvidé de vivir”. Y tiene una
muy hermosa, pero que muy poco la tocan, lógico porque hay a quienes no le gusta su
contenido, allí dice cosas como éstas: “Así nacemos, tú yo, éste y aquel, con las manos
cerradas, como para golpear lo duro que es la vida, con los ojos cerrados”, y no recuerdo qué
más. Tiene otro tema que dice: “Siempre hay por quién vivir, por quién luchar, siempre hay por
quién sufrir y a quién amar —hace una pausa, reflexiona y prosigue—. Al Presidente Gonzalo le
gusta la música clásica, pero no solo ésa, sino diversos géneros musicales. Has estudiado el
documento “La Bandera” ¿verdad? Allí el Presidente comenta la IX Sinfonía de Beethoven,
pero, ¿por qué a ti, o a mí, no nos atrae mucho la música clásica? Porque así como la cultura,
me refiero a los estudios, nos la tienen que enseñar, y poco a poco comenzamos a descubrir
cosas y adquirimos el hábito de la lectura y la investigación científica, y no olvidemos que el
marxismo es una ciencia. Lo que quiero decir es que el gusto por tal o cual manifestación
artística se educa. Eso está planteado ya por nuestro fundador José Carlos Mariátegui.
Musicalmente hablando, estamos mal educados, lo que se escucha es la música que tocan en
las estaciones radiales, con fuerte influencia foránea y se descuida lo nacional, lo nuestro, la
juventud está alienada, y lo digo por experiencia propia, teniendo raíces campesinas no me
gustaba el huayno, es recién cuando me identifiqué con los de abajo, al tomar conciencia de
clase que mis gustos comenzaron a variar. También existe música revolucionaria, hecho por
revolucionarios en nuestro país y en otros países, ¿Pero, quién la conoce? Se la difunde poco;
lo hecho en nuestro país es muy poco y pobre musicalmente hablando, porque se tiende a
plagiar; lo de otros países es poco difundido, hay música revolucionaria soviética, china,
española y debe haber la de revolucionarios de otros países. También existe música que trafica
con el sentimiento popular y lo único que hace es cantarle al pasado. El arte, la ciencia, la
cultura, es un patrimonio de toda la humanidad, y si 161
nosotros queremos hacer arte y debemos hacerlo, debemos estudiar el arte, su historia, su
proceso. Allá en El Frontón, había quienes escuchaban música y buena música. Si por mi parte
tuviera una grabadora y toca cintas, más bien dicho dinero, conseguiría cintas de música,
clásica y variada. Ah, y claro, también me gustan las canciones románticas, por ejemplo esa
que dice:
“Toda mi esperanza eres tú.
como lluvia fresca en mis manos
como fuerte brisa eres tú.”
« Es de Tormenta, ¿te gusta?
— ¡Hiuju! —Subvocaliza agachada sonriendo.
En eso en la radio comienza a sonar la canción “Chiquitita”, del grupo sueco ABBA. Lorenzo
para el oído, se pone de pie y se para delante de Roxana.
— ¿Bailamos, Pequeña? —y gentil le tiende la mano.
Ella levanta su cabeza, esboza una sonrisa y le da la mano, con suavidad la atrae hacia él, ella
reclina su frente en el pecho de su pareja, bailan en silencio. Cuando ya está terminando la
canción, Roxana siente un olor extraño, inhala varias veces mirando a Lorenzo.
—El arroz..., se está quemando —se aparta y corre a la cocina.
Parado en medio del cuarto cruza los brazos en el pecho, observa el ajetreo, sonríe.
— ¿Qué hago, se está quemando? —consulta cogiendo un trapo húmedo para bajar la olla.
Lorenzo se acerca despacio, coge una taza, la llena de agua y la arroja al piso cerca de la
cocina.
—Pon la olla allí, al menos se ablandará el “concolón” —dice sonriendo.
Ella coge de la canasta una cebolla de cabeza, con rapidez le corta los extremos y la pela, hace
un hueco en el centro del arroz y la entierra, tapa la olla.
— ¿Y ahora? —inquiere ella.
Sin dejar de sonreír él levanta los hombros en señal de despreocupación, ella besa su propio
dedo y lo acerca a sus labios de Lorenzo.
—Déjame sola, voy a arreglar esto. Descansa o has lo que quieras.
Al día siguiente temprano, cuando Lorenzo recién esta aseándose para iniciar las tareas, tocan
la puerta de la calle, la vecina, madre del niño le comunica que lo buscan. Sale, es Telmo que
está en la puerta.162
—Pasa. —Le dice desde lejos.
Se saludan afectuosamente.
— ¿Qué tal? ¿Cómo están por tu casa? ¿Cómo está Yolanda? —Lo bombardea de preguntas.
Ingresan al cuarto, tras ellos Roxana con los cabellos húmedos y la toalla al cuello, le extiende
la mano a Telmo.
— ¿Cómo estás?
—Muy bien, he madrugado para encontrarles.
—Nos has dejado la directiva de no salir —dice ella.
—Por si acaso madrugué. ¿Cómo están?
—Nosotros bien, ¿cómo están ustedes?, ¿Cómo está Yolanda? —Pregunta Roxana.
—Bien, ya pasó el peligro, los compañeros detenidos ya han sido puestos en libertad, claro que
hemos tomado precauciones contra los seguimientos y continuamos el trabajo. Todo está
bien. ¿Me invitan a desayunar? —Dice mirando la cocina donde no hay señales de fuego.
—Claro —responde Lorenzo— todavía no he prendido la cocina, pero hay un termo con agua
hervida. Toma asiento. —Le señala una silla—. En seguida vuelvo, voy a comprar el pan.
Sale, Telmo y Roxana se quedan conversando mientras ella trenza su cabello, al rato regresa y
prepara leche en una taza grande, unta pan con mantequilla y le sirve.
—Provecho, nosotros desayunaremos más tarde. Estás yendo a tu trabajo ¿verdad?
—Sí —responde con la boca llena.
—No me has respondido ¿cómo está Yolanda? —Insiste Roxana.
—Cada día con la barriga más grande, si la vieras, de verdad la tiene bien grande —sigue
comiendo.
Lorenzo prende la cocina y pone a hervir agua.
—Telmo, ¿quieres servirte un pescado frito, pero es de ayer?
—Claro, gracias.
Coge un plato, coloca medio pescado y un pan y le alcanza.
—Vayan a la casa, nos vemos allá, —come sin interrupción, ellos lo observan sin decir nada.
Luego de terminar plantea— Me esperan hasta que llegue... puede ser que no vaya a almorzar.
Sale. Ellos se miran contentos, toman el desayuno y se preparan para salir. Roxana coge su
bolso 163
y saca sus cosméticos para acicalarse, Lorenzo que está esperándola la mira y sonriendo dice:
—No me digas que te vas a tarrajear —
Roxana con su lápiz labial en la mano, da la vuelta y lo mira extrañada.
—Por favor, hoy saldremos juntos, no te pintarrajees. Te he conocido al natural, así me gustas,
no se qué necesidad tienes de coloretes.
—No seas exagerado, solo me voy a poner unas “chapitas” —con su lápiz labial unta sus dedos
y luego de esparcirlo entre sus yemas, viéndose en un espejo se colorea los pómulos, después
se pinta los labios.
—Vamos —dice Roxana.
Salen, Lorenzo cierra la puerta y mientras se dirigen a la calle plantea:
—Por favor, cuando estés con los labios pintados no me beses.
— ¿Por qué, no te gusta su sabor?
—Tengo una mala experiencia de los coloretes.
— ¿Qué te paso?
—Develaron mi primer romance.
—Cuéntame.
—No hay necesidad.
Pero a su mente fluye el recuerdo de los primeros besos recibidos a los dieciséis años y la
huella de los labios de quinceañera dejada en el cuello de su blanca camisa, razón por la cual al
día siguiente toda su familia se enteró que tenía enamorada.
En la avenida Angélica Gamarra toman el colectivo, atraviesan el centro de Lima y llegan a la
casa de Telmo siendo cerca del medio día. Yolanda los espera, está cocinando más de lo usual.
Tocan la puerta.
—Hola, ¿Cómo están? Los estoy esperando —dicen Yolanda invitándolos a pasar.
Se saludan con un efusivo apretón de manos.
— ¿Estás siguiendo tu control en La Maternidad? —Pregunta Roxana al ver el abultado vientre,
dirigiéndose al dormitorio-sala-comedor.
—Sí.
— ¿Ya sabes cuándo vendrá el bebé? —pregunta Lorenzo.164
—Sí, me han dicho que me prepare para el 19 de mayo.
—No. No puede ser —dice Lorenzo con afán de bromear.
Lo miran extrañadas.
— ¿Y por qué? —Pregunta Yolanda.
—Cómo pues, Yolanda, así no debe ser, ¿por qué el 19? Debe de ser el 17 de mayo, en el
aniversario del inicio de la lucha armada.
—Calla loco —le reprocha Roxana.
—Claro que debe ser el 17 de mayo —insiste— cosa que si es mujer les sugiero que le pongan
por nombre ILA, y si es varón no importa pues, ILO.
Yolanda tocando su vientre sonríe de mala gana. Van a la cocina y siguen conversando
mientras termina de preparar el almuerzo, como Telmo no llega se sirven los tres. Por la noche
llega Telmo, Yolanda lo primero que le cuenta es la broma de Lorenzo, lo que Telmo festeja.
—Lo malo es que no nacerá el 17. —Comenta.
—Sugiero que corra, salte, camine, para que dé a luz el 17 —Persiste en su broma Lorenzo.
— ¡Qué malo eres! —le reprocha Yolanda.
—Estoy bromeando —aclara con seriedad Lorenzo—, más bien debes cuidarte, ya te faltan
pocos días. Y a propósito, qué nombre le piensan poner.
—Si es mujer, él quiere ponerle el nombre de su mamá.
—Bueno, creo que en eso deben ponerse de acuerdo ustedes —dice Roxana cortando ese
tema y pasando a otro— ¿Les han comentado algo de nosotros, saben cuando nos
organizarán?
—No sé nada —responde Telmo—. Pero hemos pensando que para ahorrar sería conveniente
que Roxana este acá y tú que vayas a casa de uno de los apoyos. ¿Qué piensan ustedes?
—Yo estoy de acuerdo —Plantea Lorenzo.
—Yo también —responde Roxana.
—Claro que podrás venir los domingos para pasarlo juntos —dice Telmo—. Quedamos así.
¿Cuándo vendrán con sus cosas?
—Mañana, no —dice Roxana, tenemos que dejar las cosas ordenadas. Pasado mañana
estaremos acá antes del medio día. Eso pienso. ¿Qué dices tú, Lorenzo?
—Está bien —Aprueba la opinión de su pareja.165
—Entonces así quedamos —dice Telmo—. Y; ¿cómo lo han pasado?
La conversación prosigue entre bromas e indirectas. Telmo habla de sus proyectos como papá,
Yolanda interviene poco en la conversación.
Al día siguiente a las ocho de la mañana Lorenzo y Roxana regresan a su cuarto, toman la línea
44 que da vueltas y revueltas, ya cuando han salido del centro de Lima, estando en el distrito
de San Martín de Porres, a unas veinte cuadras de su domicilio, Roxana toma del brazo a
Lorenzo y lo hace bajar, él obedece sin ningún comentario, estando ya en la acera pregunta:
— ¿Y qué sucede?
—Quiero caminar, iremos a pie a la casa ¿no te vas a molestar, verdad?
—No, a mí también me gusta caminar, además debemos ir acostumbrándonos para cuando
volvamos al trabajo partidario.
—Claro, allí se camina bastante —Caminan por la vereda de la avenida Lima, rumbo al norte.
La avenida es amplia, aún sin pavimentar, cuando pasan los vehículos van levantando polvo.
Caminan en silencio tomados de la mano, sin apurarse.
—Estás caminando jorobado —observa Roxana—. Enderézate.
Lorenzo sonríe y saca pecho haciendo desaparecer por un rato la joroba, siguen caminando.
Por la vereda opuesta una joven camina en sentido contrario, Lorenzo la observa, cuando ya
ha cruzado la sigue con la mirada teniendo que girar su cabeza, al ver esto Roxana le pellizca el
muslo.
— ¡Qué te pasa? —Le increpa jalándolo del brazo.
Lorenzo se detiene, sonríe y responde.
— ¿Qué tiene de malo que la mire? Es una mujer bonita, ¿no te parece? —Ella la ve alejarse.
— ¡Qué descarado que eres!
—Te he preguntado si es que en tu opinión es bonita o no.
—Sí.
—Entonces, ¿qué tiene de raro que la observe? En el mundo hay muchas cosas bonitas, bellas,
hermosas. Pero no todo lo bello es para usarlo, la belleza en la mayoría de los casos es para
contemplarla. Y por favor, no te permito que me vuelvas a pellizcar. ¿Continuamos? —Le invita
a seguir caminando.
Molesta, en silencio camina a su costado, pero ya no van tomados de la mano.
—Veo que te has molestado.
—Sí. Y si yo hiciera algo similar cuando pasa un hombre ¿qué dirías tú?166
—Nada, no sería nada raro, habiendo tantos hombres mucho más atractivos que yo. ¿Qué de
raro habría en ello? Esa mujer que pasó es físicamente bonita, como para contemplarla, pero,
¿qué tendrá en la cabeza? Similar sucede con los hombres. Hay quienes se preocupan por
tener un cuerpo atlético; otros por vestir con elegancia, no importa el cuerpo que tengan;
otros centran dizque en nutrir su alma y se convierten en ratones de biblioteca, conocedores
de todo, teóricamente hablando, pero no lo aplican y solo hacen gala de ser grandes
conocedores. Ella sonríe de mala gana ¿te interesa que te comente algo más, o allí quedamos?
—Depende de lo que quieras decir.
—Un comentario de una amiga.
Lo mira a la cara con inquietud.
— ¿Era solo tu amiga? —pregunta incrédula, subrayando las palabras: “tu amiga”.
—Era algo más, era mi prometida.
— ¿Y qué edad tenían en ese entonces?
—Éramos muy jóvenes, yo tenía 17 años y ella 16. Ella razonaba de la siguiente manera:
“¿Quiénes son generalmente las mujeres que son violadas?” Y ella misma respondía: “Las
mujeres bonitas, las que se esfuerzan por resaltar o exhibir su belleza. Pienso que ellas son las
principales culpables”. Y cuando le pregunte el porqué me respondió: “Porque son
provocadoras, y no falta un enfermo por allí que las tome por la fuerza”.
—Seguro que ella no era bien parecida —dice con cierta presunción.
— ¿Por qué concluyes eso?
—Por su opinión.
—Te equivocas, Pequeña. Ella es una mujer hermosa por dentro y por fuera.
—Con esa idea seguro que ella vestía mal.
—Mal no, pero sí usaba ropas sueltas y sobrias.
—Entonces debe tener una cara bonita, pero no un cuerpo esbelto —Siguen caminando, ante
su silencio, agrega— ¿o me equivoco?
—Te equivocas, Pequeña. ¿Quieres que te cuente algo más de ella? —la mira esperando su
respuesta, cuando le dice que sí con la cabeza, continúa—. Es mi vecina. Sus padres son muy
buenos amigos de mi familia, viven frente a mi casa, con su padre a veces los fines de semana
bebíamos y jugábamos a las cartas. Fueron ellos quienes me insinuaban hacerme amigo de su
hija, ya que dicho 167
sea de paso, nosotros a las justas nos hablábamos y eso porque tenían una bodega y a veces
despachaba ella. Poco a poco nos hicimos amigos, gracias a las facilidades que me daban sus
padres y comenzamos a salir, pero nunca solos, siempre resguardados por sus hermanos
menores, pues ella es la mayor. Yo era un fiestero de primera, ella no. Yo seguía frecuentando
las fiestas con amigos y amigas. Todas las semanas religiosamente iba a la piscina,
generalmente con mi familia, a veces solo, un día fui con su hermano dos años menor que ella,
cuando se enteraron ella y sus padres, lógico por el comentario de su hermano, le compraron
su ropa de baño y fuimos a la piscina. Lógicamente yo hacia de su profesor de natación. Es así
como la he visto, y fue precisamente debido a un elogio a su belleza que ella me hizo el ya
mencionado comentario. Y colorín colorado...
—Y, ¿qué ha sido de ella?
—Qué ha sido de mí, dirás.
—Pero, ¿por qué?
—Porque yo me vine a Lima, comencé a participar activa y conscientemente en la lucha de
clases; fui detenido y mandado a prisión, luego salí y hoy estoy contigo, ella está allá.
En silencio prosiguen su rumbo. Lorenzo como es su costumbre ha vuelto a caminar jorobado,
con una mano en el pecho y otra en la espalda lo hace enderezarse.
— ¡Camina derecho! —Le ordena.
Lorenzo se detiene.
—Si te incomoda caminar conmigo —Le dice deteniéndose y cruzando los brazos en el
pecho— puedes ir adelante, me esperas en la casa. Anda ve —le indica con una mano, con
seriedad pero sin alterarse.
—Pero lo único que te pido es que andes derecho —le responde sin mirarlo.
—Has debido fijarte bien, antes de encamarte conmigo.
—No seas así, por favor. Eres muy hiriente.
—Soy como soy, y digo lo que siento. Tú quieres que ande de otra manera, y no te has puesto
siquiera a pensar por qué soy algo jorobado. Soy así porque desde pequeño he tenido que
doblar el espinazo para poder vivir, mi primer trabajo ha sido de soguero, cuando tenía menos
de seis años y desde los siete años he plantado arroz todos los años, hasta que me vine a Lima
a los dieciocho años.
Sin responder nada lo coge de un brazo, se pega a él y siguen caminando, llegan a su cuarto
cerca de la una de la tarde. A los pocos minutos la vecina, madre del pequeño con quien
juegan toca la puerta, 168
Roxana abre.
—Sírvanse, vecinos —le dice entregándole dos platos de comida.
Por un costado entra Raulito con una jarra de limonada en sus dos manitos, va hasta donde
está Lorenzo.
—Sírvete, amigo —le dice.
—Gracias, señora, gracias, Raulito —dice Lorenzo recibiendo la jarra.
—Muchas gracias —dice por su parte Roxana.
La señora se ha quedado en la puerta y se dirige a su hijo.
—Vamos Raulito, dejemos que almuercen los vecinos —Se retiran.
— ¡Vengo más tarde amigo! —grita el niño mientras va de la mano de su madre.
La pareja se miran, Roxana frunce el ceño y levanta los hombros en señal de desconcierto.
— ¿Nos servimos? —Consulta a Lorenzo.
—Lógicamente.
Le entrega un plato a Lorenzo, va donde guardan el servicio trae cucharas y tazas, se sirven.
—Pequeña, ¿cómo estás de dinero? —pregunta cuando ya están terminando.
—No tengo más que para algunos pasajes.
—Yo tampoco tengo mucho y siempre se requiere tener algo para situaciones imprevistas. Ya
hemos almorzado, voy a salir, voy al Centro, regresaré a las ocho más o menos.
—Está bien.
Sale, ella se queda en casa, comienza a ordenar las cosas como para dejarlas guardadas por
buen tiempo. Lorenzo regresa por la noche.
— ¿Qué tal, cómo te ha ido? —Le pregunta alegre.
—Bien, muy bien, las masas que apoyan al Partido están prestas y son muy generosas —le
muestra un fajo de dinero—, y tú ¿qué has hecho?
—Yo, he estado comadreando, casi toda la tarde —responde sonriendo.
—No te entiendo.
—Al poco rato que tú saliste, vino la vecina y hemos estado conversando toda la tarde.
— ¿Así? ¿Qué dice?
—Primero no sabía nuestros nombres y Raulito tampoco, cuando nos trajo el almuerzo, no
sabía 169
cómo llamarnos, le preguntó a Raulito y él le ha dicho: Fácil mamá, tocas la puerta y dices:
Pequeña ¿estás allí? Y ella te va a decir, adelante, pasa. Entonces le pregunta, y su esposo, tu
amigo ¿cómo se llama? Y él le responde: Flaquito... Nos hemos reído. Luego me ha preguntado
a qué nos dedicamos; le he dicho que somos estudiantes y que para mantenernos nos apoyan
nuestros padres. ¿Qué te parece? —El sonríe y mueve la cabeza con complacencia—. Luego
me ha preguntando cómo hacemos para cuidarnos y no tener hijos.
— ¿Y qué le has dicho?
—Le he explicado cómo me cuido y además le he explicado otros métodos para no concebir.
Continúa hablando, él toma una posición reflexiona, después de largo rato al notar que no le
escucha le dice:
— ¿En qué piensas?
—En nada —responde mirándola.
—Mientes, ¿en qué pensabas?
—En niños.
—Te gustan los niños, ¿verdad?
—Sí, bastante —responde, Roxana lo mira en silencio, después de largo rato de estar callado
agrega—: Me gustaría ser papá.
— ¿Cuántos hijos te gustaría tener?
—Tres —dice con indiferencia— claro que a mi madre, según dice ella, cuando niño le he
prometido nueve nietos.
—Y cómo harías para mantenerlos y educados.
—Creo que no hay problema, mis familiares pueden asumir su sustento y educación... E
incluso, si no tuviera familia, las masas lo harían con gusto.
El está sentado en la cama, ella a su costado. Roxana se pone de pie, coge una silla y se sienta
al frente.
—Debemos reunirnos, sobre eso hay que poner las cosas en claro. Siéntate compañero como
debe ser —plantea con seriedad.
La mira con inquietud, se acomoda al borde de la cama y apoya su quijada entre sus manos.
—Usted, compañero —inicia Roxana—, dice que quiere tener hijos. Esa idea suya tiene de
fondo: “el tener hijos para que lo venguen”, con lo cual yo no estoy de acuerdo. —Lorenzo
levanta la 170
cabeza, sonríe, se apoya en una sola mano y lo mira de reojo con curiosidad —Nosotros no
estamos en la revolución por un acto de venganza, y si caemos en ella, es el costo que damos
porque el mundo marche dentro de su perspectiva histórica, y nosotros no buscamos tener
hijos para que nos venguen, lo cual repudio, aplasto y barro. Usted debe de autocriticarse de
esa idea reaccionaria.
Se calla, su rostro es severo. Lorenzo se endereza, apoya sus manos en sus piernas, después de
larga reflexión responde.
—Y, ¿qué tengo yo que ver con esa idea? Eso no lo he planteado yo; esa no es la forma como
concibo el tener hijos. Si hay quién piense así como usted dice, que él responda.
Se calla, ella lo mira furiosa.
—Usted no tiene espíritu autocrítico, usted dice que esa idea no es suya. Pero, ¿para qué
quiere tener hijos?, ¿acaso las masas no tienen bastante, para tener que darle más nosotros?
Yo no tendré hijos, porque además eso resta energías para servir a la revolución. Repito, yo no
tendré hijos. —Le lanza una mirada desafiante.
“Hemos dicho que nuestra unión es en función de servir a la revolución —piensa Lorenzo—
realmente no creo que los hijos sean una traba para servir a la revolución. Pero ella es quién
lleva todo el peso del periodo de gestación., realmente será una dificultad en cierta medida
para cumplir su papel. Si esa es su decisión, debo respetar su derecho de tener o no tener
hijos. La compañera Luzmila tuvo su bebé y no por eso dejó de servir al Partido y la revolución.
¿A propósito, qué habrá sido de ella?”
— ¿Cuál es su opinión? —Le insiste Roxana.
—Compañera, es cierto que las masas tienen hijos, pero son sus hijos, y yo también quiero
tener el privilegio de aportar contingente para la revolución, con mis hijos, con mi sangre —
dice sonriendo—, además no se olvide que nuestro país, para la extensión de su territorio, es
un país despoblado. Además soy pobre, y por tanto mis hijos serán pobres y los pobres son un
potencial revolucionario... Usted dice que no quiere tener hijos, esa es su decisión y la respeto,
yo no puedo decidir por usted. Eso es todo lo que tengo que decir.
—Yo no estoy de acuerdo con lo que usted ha dicho —plantea furiosa—. Usted tiene que
autocriticarse de esa idea de: “Tener hijos para que lo venguen”. Eso es lo que en usted anida
realmente... ¡Usted tiene que autocriticarse! —Termina con energía.
—Yo no me autocriticaré de algo que no he dicho. Lo que sí puedo es comprometerme a no
tener hijos con usted, podemos llegar a ese acuerdo, el de no tener hijos. ¿Está usted de
acuerdo con ello?171
—Sí —responde sin dudar.
—Muy bien, entonces usted cumpla su parte, que por mi parte también seré vigilante. Sólo
espero que no lamente esta decisión. La breve reunión queda allí, a partir de entonces,
Lorenzo comenzó a observar el ciclo menstrual de Roxana, y a investigar sobre ese tema
desconocido para él: la prevención del embarazo, las pautas que se debe seguir, y todos los
detalles necesarios para cumplir su compromiso.
“No quiero tener hijos —piensa Roxana— primero porque la gestación me impedirá cumplir mi
papel de comunista. Segundo, si llego a tener hijos, ellos me robarán su cariño, él querrá más a
los niños que a mí. Yo no quiero perder su cariño.”
Al pensar así mezquinamente se expone a perderlo, porque él podría conocer a otra
compañera y concordar en ser combatientes y tener sus hijos como lo hace la mayoría. Sin
embargo, enamorado como está de ella, él no piensa así. Él tiene un centro: ser organizado y
marchar a cumplir su responsabilidad donde le asigne el Partido y en ese sentido está
satisfecho con la decisión tomada.
Al día siguiente después de desayunar cogen sus cosas con las que llegaron al cuarto y van a la
casa de Telmo. Por la tarde Lorenzo es conducido a la urbanización Las Viñas, donde será
alojado. “Las Viñas” es otro lugar escogido por la burguesía para residir lejos del aire
contaminado del centro de la capital, la mayoría de las residencias tienen piscina y están
rodeados de jardines. Los policías particulares que resguardan la urbanización están apostados
en lugares estratégicos o simulando ser jardineros.
El día quince de mayo en la casa de Telmo se encuentran Yolanda, Roxana y Lorenzo. Desde
temprano Yolanda siente ciertos dolores a los que no presta atención. Lorenzo y Roxana están
asumiendo la tarea de cocina y la limpieza, Yolanda lava en la cocina para poder conversar con
ellos. Cada cierto tiempo contrae su rostro de dolor y toca su redondo vientre. Roxana y
Lorenzo están atentos y vigilantes.
—Te ayudo a terminar —le propone Lorenzo, cuando son las diez de la mañana.
—Gracias, pero ya me falta poco.
— ¿No serán dolores de parto las que estás sintiendo? —pregunta Roxana.
—No creo, todavía faltan cuatro días.
—Pero, a veces se adelanta —insiste Roxana.
—Pero no muchos días. Además, me han dicho que los dolores son intensos, y los que tengo
no son muy fuertes.
Siendo primeriza en dar a luz ha investigado al respecto, le han dicho que el alumbramiento
172
demora, que es doloroso y se ha preparado para esa situación difícil. Como mujer combatiente
de la clase obrera, ha seguido cumpliendo sus tareas, y no ha dejado, pese a los llamados de
atención de su esposo, su andar enérgico y rápido. Al medio día cuando ha terminado de lavar
va a tender la ropa, al volver entra a la sala dando la espalda a Roxana y Lorenzo, Roxana clava
su mirada en sus piernas.
—Por favor, quédate acá y no salgas hasta que te llame —ordena Roxana—, creo que ya va a
dar a luz. Voy a examinarla.
Lo que Roxana ha visto es que por la pierna de Yolanda se deslizaba un líquido y ha deducido
que el líquido amniótico ha comenzado a salir y que por tanto ha empezado el proceso de
alumbramiento. Lorenzo está en la cocina sin saber qué hacer. Después de algunos minutos
van a la cocina las dos.
—Lorenzo, ve a traer un taxi —ordena Roxana—, hay que llevarla urgente a la Maternidad.
¿Tienes dinero?
— ¡Yo tengo! —dice rápido Yolanda— Pero no creo que sea tan pronto. Me han dicho que a
veces les dan de comer cuando ya están con dolores. Por favor Roxana, sírveme al menos mi
segundo, que tengo hambre.
Lorenzo está quieto.
—Esta bien, voy a servirte, pero no mucho, y Lorenzo, ¡ve a traer el taxi!
Roxana se acerca a las ollas, Yolanda se para junto a ella. Lorenzo sale a conseguir el taxi.
Cuando llega a la esquina un vehículo, se detiene, Lorenzo no repara en los ocupantes del
vehículo.
— ¡Oiga! ¿Dónde va? —lo llama una mujer sacando la cabeza del automóvil.
Lorenzo voltea y se dirige al auto, un hombre conduce, una señora de más de treinta años es
quien lo ha llamado. Es la responsable de Yolanda que llega, precisamente, a averiguar por su
salud.
— ¡Hola! Qué oportuna su presencia.
— ¿Qué pasa? —responde la mujer preocupada.
—Estaba yendo a buscar un taxi, Yolanda está con dolores y según Roxana falta muy poco para
que de a luz.
—Conduce el vehículo hasta la puerta —Ordena.
En otras ocasiones suelen dejar el vehículo a la vuelta de la esquina. Lorenzo regresa a casa. El
auto se pone en marcha, como no es mucha la distancia llegan casi juntos.
Roxana le explica la situación a la recién llegada y como dicha persona es madre de dos niños
sabe que ya ha llegado el momento, conversa con Yolanda y le pide que se apure, cogen una
sábana y 173
una frazada y la hacen subir al auto con mucho cuidado. Lorenzo y Roxana se quedan en casa.
Telmo llega a casa por la tarde, contento.
— ¡Hola, qué tal! —Se anuncia al ingresar.
Roxana y Lorenzo le miran serios.
— ¿Qué pasa?, ¿dónde está Yolanda?
—Tranquilo, compañero —habla Roxana—, ya debe haber dado a luz, estaba con dolores,
íbamos a tomar un taxi pero llegó la compañera que creo que es su responsable, venía con
movilidad y la llevó a La Maternidad.
Ni bien ha terminado de hablar Roxana, él dice:
— ¡Voy a verla!, me puede necesitar.
—Come algo antes —sugiere Roxana.
—Se me ha desaparecido el apetito, ya vuelvo.
Sale así como llegó. Roxana levanta los hombros esbozando una sonrisa al mirar a Lorenzo.
A las diez de la noche regresa Telmo.
—Se me parece —anuncia ingresando.
— ¿Así? —Pregunta Roxana— ¿Es varoncito?
—Mujercita, pero ha salido a mí, —plantea con orgullo.
— ¡Felicitaciones! —Dice Lorenzo— ¿A qué hora ha nacido?
—Más o menos una hora después que llegó a La Maternidad. Yolanda se encuentra bien y
contenta.
Al día siguiente por la tarde al volver de su trabajo Telmo anuncia:
—Te tengo buenas noticias, Roxana.
— ¿Así?, ¿cuáles son?
—Mira —le muestra una chompa— Ya te van a organizar, pasado mañana tendrás contacto
con un compañero de la dirección del Comité Metropolitano. No lo conozco, llevarás puesta
esta chompa, debes estar en el grifo México a las nueve de la mañana, con tu bolso debes de
cubrir esta etiqueta, cuando alguien se te acerque y te pregunte por la hora, le haces ver la
etiqueta y le das la hora, él te responderá: “Bienvenida al trabajo, compañera”. Eso es todo lo
que te tengo que comunicar.
—Disculpa —interviene Lorenzo— ¿y de mí, te han dicho algo?174
—Nada, pregunté, pero lo único que me dijeron es: “que siga esperando.”
El día dieciocho de mayo Roxana sale temprano, se despide de Lorenzo. Por la tarde a las cinco
Telmo y Yolanda llegan a la casa con su hija, se saludan efusivamente, Lorenzo pide cargar a la
bebé, Telmo se la entrega con cuidado, Yolanda la observa con cierto temor, la sostiene con
una mano entre el cuello y la espalda y con la otra de su potito, la mira detenidamente, la nena
mueve sus manitos con los ojos cerrados.
—Sabes cargar un bebé —le dice Yolanda.
—Son tres niños, hijos de mi hermano, que han botado su chanchito en mi hombro.
—Qué bien, porque Telmo recién está aprendiendo.
— ¿Y cuándo van a tener hijos ustedes? —Pregunta Telmo.
—Eso no depende de mí, depende de Roxana —responde meciendo con ternura a la bebé.
—Ya que Roxana no estará en casa —dice Telmo.
— ¿Por qué?— Pregunta Yolanda sin dejarlo terminar.
—… porque ya la van a organizar, hoy ha ido a contactarse con un nexo del Partido... Entonces,
vendrás a la casa, mañana irás a traer tus cosas y te despides de mis tíos. ¿Estás de acuerdo?
— ¡Claro! Ah, que sí, una cosa Yolanda... No te voy a permitir por lo menos unos quince días
hacer nada, así te enojes, incluye el lavado de ropa.
—Gracias, Carlos —responde alegre Yolanda— solo que no te permitiré que laves la ropa
interior mía y de Telmo, el resto está bien, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asiente Lorenzo, entregándole el bebé a Telmo—, permiso, voy a preparar la
cena.
Se dirige a la cocina, Telmo acuesta el bebé en la cama, Yolanda se siente rendida y se acuesta
a su costado, Telmo hace lo propio, el bebé queda entre los dos, Telmo observa a su hija.
— ¡Yolanda!, ¡ésta no es nuestra hija!— grita Telmo.
Al escuchar eso, Lorenzo deja lo que está haciendo y va al dormitorio-sala-comedor.
— ¿Por qué? —pregunta Yolanda.
Lorenzo está de pie en la puerta observando.
—Porque nuestra hija había sacado mi nariz, y este bebé tienen nariz recta.
—Sí es nuestra hija, lo que me pasa es que tu nariz es fea, curvada. He estado frotando
despacio la nariz de la Negrita y ahí tienes una nariz bonita, ñatita, sin cirugía —dice orgullosa
sin levantar la 175
mirada de su hija.
Lorenzo sonríe y regresa a la cocina.
—Qué loca eres —le reprocha Telmo—, y cómo a ti te gusta mi nariz.
—Tu nariz no me gusta, me gustas tú como persona, pero, ¿te imaginas una mujer con una
nariz como la tuya?
Al día siguiente después de preparar el almuerzo y hacer los quehaceres de la casa Lorenzo va
a recoger sus cosas de donde está alojado. Cuando regresa a la casa de Telmo se encuentra
con que la madre de Telmo al enterarse de que su nuera ha dado a luz se ha trasladado a
atenderla por unos días con sus cosas. Esa noche Lorenzo duerme en sillas. Temprano lo
despierta Telmo y lo lleva a la cocina a conversar.
—Puesto que mi mamá ha venido, creo que debes volver a donde estabas alojado —plantea.
—Y, ¿Podría estar en mi cuarto?
— ¡Ah! —dice con picardía—, claro que puedes estar allá, pero el problema es tu alimentación.
—No te preocupes, yo lo resolveré.
—Entonces está bien, ve allá, como Roxana ha de venir a recoger sus cosas le diremos que
estás en tu cuarto, y si tengo noticias para ti iré a avisarte.
—Está bien, gracias por todo.
Después de desayunar se despiden, Yolanda lo invita a que vuelva a visitarlos por lo menos los
domingos. Ya en su cuarto, vuelve a la rutina, solo que esta vez tiene que traer el agua desde el
parque solo. A veces la dueña de casa paga a algún joven para que lo ayude, ya que hay que
subir varias veredas y es dificultoso. Al tercer día de estar en su cuarto cuando son las siete de
la noche tocan la puerta, abre.
— ¡Hola! —dice con sorpresa al ver a Roxana.
Ella se abalanza a su cuello, lo besa y lo abraza, con ternura se apoya en su hombro. Lorenzo
cierra la puerta. Ella lo deja, coloca su bolso sobre la silla, lo mira soltando los brazos a los
costados, está cansada y con la ropa sucia.
—Flaquito, estoy agotada, voy a descansar.
Se acuesta como está sobre la cama, se pone de costado. La contempla con cariño, sin hacer
ruido se pone a cocinar, al poco rato se percata que duerme placenteramente.
La cena está lista en menos de una hora, Lorenzo se acerca a la cama, Roxana entre sueños
176
cambia de posición y sigue durmiendo, una sonrisa se dibuja en su rostro, con una chompa le
abriga los pies, coge una silla y un libro, se sienta a leer cerca de ella. Siendo las diez de la
noche sigue durmiendo, Lorenzo se acerca, la mueve con cuidado y la despierta. Ella abre sus
ojos, levanta su brazo y del cuello lo atrae a su rostro.
—Te he extrañado mucho —le susurra— ¿Y tú a mí?
—Bastante —le besa la mejilla—, levántate vamos a cenar.
Se sienta en la cama. Lorenzo sirve la comida ya fría.
—Estás cochinita —le dice cuando están terminando—, date un duchazo.
Ella sonriendo coqueta mueve la cabeza.
—No, solo me lavaré la boca y la cara. Me bañaré mañana temprano y me cambiaré de ropa —
Lorenzo menea la cabeza— Hay tanto trabajo por hacer y somos tan pocos. Los compañeros
son nuevos, les falta experiencia, y más pocos somos los que trabajamos a tiempo completo.
La escucha con atención, cuando se calla le pregunta.
— ¿En qué zona estás trabajando?
—En la Este, es bastante amplia, he comenzado a recorrer la zona y conocerla, de paso he
comenzado a movilizar a los apoyos. Voy a lavarme.
Lorenzo recoge el servicio, lo deja para lavar al día siguiente, Roxana regresa aseada, se ha
bañado pero sin humedecer su larga cabellera. Se acuestan.
Al amanecer del nuevo día Roxana se levanta temprano, se baña, se cambia de ropa y se
apresta a salir antes de las seis de la mañana.
—Te voy a dejar mi ropa sucia para que la laves. ¿No te vas a molestar verdad?
— ¡Que va!, algo debo hacer, y ya que tú estás trabajando haré lo que pueda por apoyarte. —
Hace una pausa, su semblante no es usual—, por favor, lleva mi carta para que por donde tú
trabajas la eleven a la dirección del Partido.
— ¡No seas apurado! ¡Ya te han de organizar! Si no lo hacen en un mes la llevaré. No te olvides
además, que eso es hacer relaciones horizontales.
—Está bien, esperaré cuatro semanas —responde levantando la cabeza con seriedad.
—No sé cuándo podré volver, pero Flaquito espérame siempre con alimentos. Cuando me
quede tiempo libre vendré. Me voy.
—Toma al menos una taza de leche.
—Tengo que irme, no puedo esperar.
—Un momento. Prepararé con el agua del termo, ayer la he cambiado, hay leche no me
demoraré en prepararla.
Coge la taza en la que él bebe, va al termo, en dos minutos le tiende la taza llena.
—Es mucho —protesta.
—Toma lo que puedas, dejas lo demás, yo la beberé.
De pie bebe la leche y le devuelve la taza con un poco de contenido, lo besa y sale.
—Cuida tu alimentación —es la recomendación que él le hace.
Así se inicia una nueva etapa para ellos, ella llega furtivamente en momentos inesperados,
comparten la cama, le deja ropa sucia y se lleva la limpia. Él estudia y siempre tiene alimentos
para preparar rápido. Una tarde llega Roxana sin ningún apuro, conversan poco, y juguetean
en la cama como niños. En la mañana Roxana se cambia y desayunan juntos.
— ¿Podrías hacerme un favor? —pregunta ella.
—Claro, ¿por qué no?
— ¿Puedes estar a la una de la tarde en el paradero de la línea 91 en Santa Anita?
—Tengo una idea vaga de dónde queda la Urbanización Santa Anita, pero no conozco
realmente, menos el paradero de la 91, ni sé cuál será la ruta de esa línea.
—Escucha, su paradero inicial está en Independencia, en la avenida Túpac Amaru, son unos
vehículos color celeste con franjas blancas, ¿los ubicas?
—Creo que sí, ¿van por la avenida Brasil?
—Sí, lo tomas en su paradero inicial a las diez de la mañana y te vas hasta su paradero final, si
lo tomas más tarde es posible que no llegues a tiempo. ¿Está bien?
-Claro, allí estaré.
—No te olvides que es una urbanización, te pones algunas de tus mejores ropas. Chao.
Como es su costumbre, le da un beso y sale.
Siendo las doce y media Lorenzo está en el lugar indicado en Santa Anita, siente hambre, se
acerca a una vendedora ambulante de comida y pide menú, luego de cancelar se queda
sentado en la banca esperando que pasen los minutos. Cuando faltan cinco minutos para la
una se pone de pie, va a la esquina de una amplia avenida, cuando está cerca de la esquina,
aparece Roxana, al verlo una sonrisa se dibuja en su rostro.178
—Hola —lo toma de la mano, cruzan la avenida. Ella además de su bolso tiene bajo su brazo
una bolsa con algo dentro; lo conduce hasta una esquina de donde se ve un edificio.
—Esa es la Universidad Particular San Martín de Porres —le señala desde la esquina donde
están parados.
Las calles no están asfaltadas, los vehículos al pasar levantan abundante polvo, pero a la
distancia se ve que calles cercanas a la Universidad sí lo están.
—Para regresar a la casa —indica ella— si quieres caminar, caminas en esa dirección y llegarás
a la Carretera Central, allí hay bastante movilidad, si no, vuelves a tomar la misma línea.
Por la calle de la Universidad los estudiantes salen en tropel, hombres y mujeres, un grupo de
tres estudiantes van en dirección de Roxana, ella le entrega la bolsa a Lorenzo, lo besa y lo
despide.
—Anda, lleva esto. Te veré en la casa. En la noche estaré allí, por favor ve por allí.
Le indica la calle que debe de tomar, suavemente lo empuja, desconcertado obedece. Ella va
hacia los estudiantes. Lorenzo camina largo rato por calles desconocidas. Ve venir un bus de la
línea que lo condujo hasta Santa Anita, lo hace parar y sube, ya en un asiento palpa la bolsa, la
abre es una de las chompas de Roxana.
Por la noche, a las nueve llega Roxana, él la espera con los alimentos listos,
— ¿Se puede saber el porqué me has citado en ese lugar? —Pregunta luego de saludarla.
—Claro —responde coqueteando —Allí en esa universidad tenemos algunos contactos que
están asistiendo a una Escuela Popular. No soy ingenua para no darme cuenta cuando alguien
me corteja. No queriendo dar ninguna explicación a uno de esos compañeros, he preferido que
con sus ojos vea que tengo mi pareja. ¿Está mal? —Ella lo ha tomado de las manos y lo mira a
los ojos.
—Está bien.
Se cuelga de su cuello, lo besa, lo muerde por diversos lugares, se prende de su cuello.
—Por favor, con cuidado —protesta— que no es necesario que dejes un chupete en mi cuello,
que no hay nadie que se ponga celosa por ello.
—Te quiero —le susurra al oído— ¡Te quiero! ¡No sabes cuánto te extraño!
—Tú no sabes cuánto quiero volver a estar organizado. Ya falta poco para el mes.
Pasando las cuatro semanas llega Roxana, pasan la noche, cuando se están despidiendo
Lorenzo le dice:
—Un momento, ha pasado un mes, aquí tienes mi carta, por favor, llévala —le tiende un
sobre.179
Sorprendida lo mira con seriedad.
—No puedo llevarla, eso es caer en relaciones horizontales. Espera quince días más, ten
paciencia.
—Esperaré solo una semana más.
—Está bien, una semana más.
Roxana suele llegar sorpresivamente y así como llega se va. Pasa la semana. Lorenzo ha
destruido la carta anterior y vuelve a hacer otra, pero esta vez no le ha puesto fecha ni la ha
lacrado. Ella llega una tarde, después de cenar le plantea.
—Pequeña, hoy sí tendrás que llevar mi carta, la tengo lista, he tenido que rehacerla para que
no vaya con borrones. No te olvides que es para el Presidente Gonzalo y el comité Central.
—Flaquito, mi amor, no me presiones, ¿no ves que no debo hacerlo? Ya llegará la orden para
que te organicen por intermedio de Telmo. ¡No la llevaré!
—Pequeña, no seas rígida, entiende, algo debe haber sucedido, ya son más de seis meses que
estoy esperando. En tu caso a los dos meses te han organizado, no puedo esperar
indefinidamente. Y no quiero ni puedo medrar de quienes me están apoyando y sosteniendo.
¿Entiendes? —Habla exasperado—. Hay compañeros que me están apoyando, ellos creen que
estoy trabajando activamente..., y no saben que lo único que hago es... trabajar en la cama.
— ¡No seas grosero! —protesta.
— ¡Qué grosero, ni nada!, ésa es la realidad y no puede seguir así indefinidamente. Piénsalo, te
doy una semana más para que pienses, si no llevas mi carta..., ya se me ocurrirá qué hacer.
No obtiene respuesta. En el transcurso de la semana ella vuelve en dos ocasiones, en la
primera lo encuentra apático, sin entusiasmo, la atiende formalmente, sin el ánimo que lo
caracteriza, ella trata de alentarlo, él ni siquiera responde a su conversación. En la segunda
oportunidad llega el día viernes, lo encuentra en la cama, las ollas están sin muestra de haber
sido usadas, la radio está apagada.
— ¿Qué te pasa, te sientes mal?
—No me pasa nada, me encuentro bien —responde desde la cama donde se encuentra con las
manos en la nuca.
— ¿Has almorzado?
—Sí.
—Pero no has cocinado.
—No tengo ganas de cocinar, he comido en la calle.
—Tengo hambre, ¿preparamos algo?
—Yo no haré nada, si quieres prepara tú, allí hay cosas, si no vamos a que cenes en un
restaurante. Yo no tengo hambre.
Pese a estar cansada se pone a cocinar; él se abriga y sale.
—Ya regreso.
Terminando de cocinar espera que regrese, pasa una hora, él no regresa, ella se sirve y come
sola. Se sienta a esperarlo, cuando ya está por acostarse llega.
— ¿Dónde has ido?
—A caminar.
— ¿Por dónde?
—No sé, he caminado sin rumbo, cuando me he sentido cansado he regresado.
—Siéntate, te voy a servir.
—Gracias.
Le sirve, ella también come junto a él. Se acuestan, ella ocupa su lugar preferido sobre su
pecho, pero él como si no lo sintiera, ella lo mira a los ojos en la oscuridad, los tiene cerrados,
se queda quieta sobre él. Al poco rato sin rudeza la aparta de su lado y se queda quieto boca
arriba, ella se acurruca a su costado pero sin tocarlo, al parecer duerme, ella trata de hacer lo
suyo, como está cansada se queda dormida. Se despierta entre las dos o tres de la madrugada,
Lorenzo está de costado, por la posición en que está deduce que no duerme.
—Lorenzo —lo llama.
— ¿Sí?
— ¿Qué te pasa?... ¿No puedes dormir?
— ¡No me pasa nada! —Responde áspero—, descansa tú, debes tener cosas que hacer.
Se queda mudo. Cambia de posición, ella trata de volver a dormir, pero no puede hacerlo.
“¿Qué le pasa?... parece tener un carácter fuerte, pero está abatido..., yo no puedo llevar esa
carta. Lo martiriza el no estar organizado, ha dejado hasta de estudiar..., debe estar luchando
en su cabeza, y no poder ayudarlo... ¿Qué estará pensando en este momento? Una cosa es
clara, yo no le importo nada en este momento.”
Cuando está ya por dormirse, siente que Lorenzo cambia de posición.181
“Debo ayudarlo a relajarse”
— ¿Quieres dormir?
—Sí, pero no puedo.
Se levanta con cuidado lo coge de ambos hombros.
—Ponte boca arriba —se extiende obediente—, ahora relájate... cierra los ojos. Vas a hacer lo
que te indico...cierra tus puños, tensa todo tu cuerpo... así, así está bien, pon más duro tu
abdomen— le golpea el vientre laxo— ahora tus piernas, contén la respiración, haz más fuerza.
Muy bien ahora relájate... suelta todos tus músculos. Respira profundo —le masajea los
músculos del cuello—. Nuevamente, ahora vamos a hacerlo por partes..., tensa los músculos
del cuello, muy bien, ahora los brazos,... así... así, ahora el abdomen, ¡más fuerte!, ahora las
piernas hasta los dedos, muy bien, ahora respira profundamente, contén la respiración y tensa
todo el cuerpo. ¡Pon más fuerza! Ajá. Ahora relájate..., así está bien. Vamos a repetirlo de
nuevo ¿listo?
Y comienza nuevamente a ordenar, él se limita a obedecer, comienza a transpirar, después de
la cuarta serie le ordena:
—Relájate, así. Enseguida dormirás.
Comienza a adormecerse, ella se junta a él, ambos se quedan dormidos; ella amanece con su
trenza sin haber sido tocada, se arregla y se retira, él sigue durmiendo.
El día lunes a las once de la mañana Roxana se hace presente en el cuarto, ya ha comenzado a
correr el mes de junio.
— ¡Hola!, ¿qué tal? —hace su ingreso alegre.
—Bien, ¿tú cómo estás? —Responde con energía.
De pie lo mira inquisitiva, él tiene un buen aspecto, solo que está serio, se aproxima a él y va a
besarlo, él esquiva sus labios y pone la mejilla.
—Si no venías hoy, mañana al medio día no me encontrabas.
—Qué loco eres, he venido de pasada, solo quería saber cómo estás, tengo que irme.
—Te he estado esperando. Si no llegabas hoy mañana pensaba viajar.
— ¿A dónde? —pregunta extrañada, su entusiasmo inicial desaparece de su rostro.
Mira a todos lados, las cosas están empaquetadas, similar a cuando llegaron Telmo, ella y
Lorenzo. Sobre una silla espera el maletín de Lorenzo, junto a la radio un sobre de carta sin
lacrar.
—Pero, dónde te vas a ir, ¿acaso piensas capitular?182
— ¡Jamás! A través de Telmo no me organizarán, he hablado con él, dice que le han dicho que
siga esperando, y tú no sé si habrás pensando seriamente en llevar mi carta.
— ¡No puedo! ¿No entiendes? ¡No puedo hacerlo!
—Está bien, no soy nadie para obligarte a hacer algo contra tu voluntad—. Se pone de pie,
coge el sobre— ¿No lo llevarás?
Ella lo mira seria, mueve la cabeza negativamente. Saca de su bolsillo un encendedor y le
prende fuego a la carta.
—Te agradezco por todo, gracias por los momentos que hemos compartido. Soy un
combatiente, es más, soy un comunista, voy a buscar mi sendero.
— ¿Y dónde piensas ir? —pregunta con impaciencia.
Se ha sentado en la silla donde estaba el maletín, al que lo ha puesto en el suelo. Sus manos
estrujan su vestido, él está de pie cerca a la cama.
—Me voy a Cajamarca, al lugar donde he nacido, es un lugar apartado donde hay mucha
miseria y pocas casas, dispersas. Aplicaré la experiencia de los compañeros del Norte Chico.
Tengo entendido que en Huacho algunos compañeros perdieron contacto por el año 82 u 83 y
ellos siguieron movilizando y organizado a las masas, a la vez que seguían cumpliendo tareas
militares, imitando las que se hacían en Lima. Al enterarse de eso el Partido vio que allí había
compañeros y buscaron la manera de contactarse. Algo similar haré. Me iré a mi pueblo,
organizaré a las masas y cuando pase por allí la guerrilla me incorporé y no lo haré solo,
seremos varios.
Esboza su sonrisa habitual con la firmeza que lo caracteriza. En su rostro no hay ni huellas de
los días de abatimiento que ha tenido.
—Estás loco —le dice, intentando sonreír—. Para hacer un viaje largo necesitas dinero.
—Cierto, acá tengo —mete sus manos a sus dos bolsillos y de ambos saca dinero—. Bien
compañera, puesto que me voy, puedes seguir usando el cuarto por un mes, aquí tienes la
llave —Coge su llavero, saca la llave y la pone en la silla, coge la radio y la mete en su maletín—
. Al mes entregas la llave, es posible que en ese tiempo venga mi madre y no puedas explicar
tu estadía acá. Hasta pronto.
Coge su maletín y con paso firme sale. Roxana se queda en la silla, sonríe, para ella todo esto
no es más que una escena, luego de unos instantes sale al balcón, a tiempo para ver que
Lorenzo dobla la esquina y desaparece.
Se pone sombría, corre al pasadizo de salida, baja corriendo las gradas, toma la calle, llega a la
183
esquina, dobla, Lorenzo no está, a dos cuadras ve la avenida Angélica Gamarra, corre hacia
ella. De la esquina ve a Lorenzo parado en la puerta del parque de donde solían trasladar agua;
una línea de micro que va a la avenida Panamericana aparece, Lorenzo levanta el brazo para
que pare, el bus se va deteniendo.
— ¡Lorenzo, espérame! —grita mientras corre con todas sus fuerzas. El vehículo se detiene —
¡Señor, que no suba, por favor! —grita y sin reparar si hay vehículos se mete a la avenida, un
automóvil casi la atropella teniendo que frenar bruscamente. Lorenzo escucha esto y le dice al
conductor del micro:
—Prosiga, señor, disculpe usted.
El micro sigue su marcha, Roxana se le aproxima cansada, lo toma de ambos brazos.
— ¿De verdad te vas?
—Yo no bromeo con cosas tan delicadas... Veo que no me conoces.
—Vamos al cuarto, quiero conversar contigo.
—No tiene sentido, me has venido engañando todo este tiempo, nunca pensaste realmente en
llevar mi carta para el Partido. ¡Vete!, por favor.
Lo mira severamente.
—Yo te quiero —le dice mirándolo suplicante a los ojos.
—Yo..., por sobre todas las cosas del mundo quiero al Partido, quiero a la revolución... si no
hubiera sido por él no te hubiera conocido. Por favor... ¡Vete!
—Está bien, la llevaré —le dice con los ojos anegados en lágrimas— Vamos a casa.
En silencio Lorenzo espera que la avenida esté despejada y cruza. Roxana va junto a él cogida
de su mano.
—Por favor, suéltame —le pide.
Caminan en silencio, llegan a la casa; Lorenzo pones su maletín en el suelo, saca de él un
cuaderno y un lapicero.
— ¿Lo llevarás? —Pregunta— no pienso perder el tiempo por gusto.
Sentada en la cama apoyando su cabeza en una de sus manos dice sí con un movimiento de
cabeza. Lorenzo se pone a redactar la carta, ella observa en silencio. Después de un largo rato
termina, coge el sobre que había estado en la silla, introduce en él la carta y lo lacra.
—Acá tienes —le dice con seriedad, entregándole.184
La recibe, mira el sobre con detenimiento, coge su bolso que está sobre la cama y lo guarda
allí. Mira su reloj de pulsera.
—Huy, ya van a ser las dos de la tarde. Tengo que irme. Invítame a comer, por favor.
—Vamos para que almuerces en el mercado.
Se ponen de pie, Roxana coge su bolso, salen. Lorenzo cierra la puerta, él no lleva nada. En el
mercado piden un plato de comida, Roxana come sola, Lorenzo cancela.
—Por favor, proporcióname dinero para pasajes.
—No puedo, el dinero que tengo tiene otra finalidad.
—Tengo solo para un pasaje, proporcióname para dos más... Por favor.
Saca un fajo de billetes, separa uno de cinco mil soles y le da.
—Anda, estaré en el cuarto. Esperaré un tiempo prudente.
Le da la espalda y la deja donde está, se enrumba a su cuarto, Roxana toma el camino para la
avenida.
Pasado un día, el día miércoles al medio día llega Roxana, la puerta está sin seguro, la abre,
Lorenzo desde la cama la mira con el rostro inexpresivo.
—Sonríe por favor, te traigo noticias buenas —sigue incrédulo en la cama.
—Te escucho.
—Ayer el Comité Metropolitano se ha reunido... Han abierto tu carta... Quieren verte.
Se sienta rápido al borde de la cama.
— ¿Cuándo? —pregunta con un fulgor de alegría en su rostro.
—Hoy día, a las dos de la tarde. No muy lejos de aquí, en la avenida Faucett, en la planta
eléctrica Santa Rosa, ¿conoces?
—No.
—Yo te acompañaré, ¿nos vamos?
Salen, está taciturno, cuando están pasando por el mercado plantea:
— ¿Nos alcanzará el tiempo para almorzar?
—Gracias, pensé que no ibas a acordarte que yo sí sé comer, aunque tú no.
—No creas que he dejado de comer, ningún día he estado con el estómago vacío, salía a
comprar comida cuando sentía hambre, es cierto que no tenía ánimo para cocinar, pero no he
dejado de comer.185
—Flaquito, la vida tiene sus dificultades y momentos muy difíciles, pero también tiene gratos
momentos, algunos muy intensos de felicidad o de dolor, pero por lo general solo nos
acordamos de las dificultades. Yo quiero la vida así como es. La vida no sería vida sin sus
sabores y sinsabores
—Estoy de acuerdo contigo, solo que tú me has puesto en un trance muy difícil —Se calla.
Luego de almorzar, en la avenida toman la línea número once, pasan por el aeropuerto Jorge
Chávez, cruzan el río Rímac. Roxana le indica que deben bajar. Faltan cinco minutos para las
dos de la tarde. Roxana mira a la vereda opuesta, a lo lejos divisa a una joven, delgada, de
mediana estatura, cabellos ondulados, van hacia ella, a cierta distancia le dice:
—Es con ella con quien hablarás —Sin decirle más se aparta de él.
Lorenzo va hacia la chica, mientras se acerca se miran, ambos esbozan una sonrisa y se
estrechan la mano.
—Lo sospeché —interviene ella—, sólo he conocido a uno con ese nombre raro, Teódulo, a
usted.
—Usted es la compañera... la compañera… —trata de hacer memoria.
—Noemí —plantea ella.
— ¡Claro! —dice alegre.
Roxana de lejos los observa, se dan un abrazo efusivo, luego se internan por una calle. Roxana
vuelve a la avenida Faucett y toma su colectivo.
— ¿Cuánto tiempo que no nos vemos? —Dice ella—, supe que había sido detenido, pero no
sabía que había salido en libertad.
—Hace más de seis meses que estoy en libertad, he estado esperando que me organicen, pero
pasaba el tiempo y ya estaba a punto de desesperarme.
—Y presionó a su compañera para que lleve su carta.
—Sí, tenía que hacerlo, no había otra posibilidad.
—Está bien, camarada. No sabe cuánto me alegra volverlo a ver. Ya sé con certeza de quién se
trata, informaremos al Presidente Gonzalo, y a través de su compañera le estaremos
informando lo que el Partido determine. ¿Sigue viviendo en el jirón San Martín?
—No, ni de broma.
—Claro, ese lugar está quemado. Hasta pronto.
Se despiden, con un fuerte apretón de manos. Lorenzo regresa a la avenida Faucett, despacio
con 186
paso lento cruza el puente del río Rímac, rumbo a su cuarto.
“Creo que debo ir a la casa de Telmo, debo informarle que ya me contacté... Claro que debo
hacerlo, pero no hoy. Debo descansar y ordenar mis ideas. He tenido días de tensión.”
Al día siguiente después del medio día va a la casa de Telmo, pensando encontrarlo por la
tarde, o en la noche. Yolanda lo recibe con alegría, él carga a la bebe mientras conversan.
Telmo llega a las siete de la noche.
— ¡Hola! —dice ingresando.
—Buenas noches —saluda Lorenzo— ¡Qué alegría verte!
— ¿Qué novedades nos traes?
—Que ya me organizarán pronto.
—Ya lo sabíamos desde ayer —dice tranquilo Telmo.
— ¿Cómo? —dice sorprendido.
—Roxana nos ha estado visitando con frecuencia, pero nos ha pedido que no te contemos.
Anoche ha estado acá.
— ¿Así?
—Si —interviene Yolanda— está preocupada, ha estado llorando.
— ¿Así?... ¿y por qué?
—Porque sabe que te van a mandar el campo, y teme perderte. Está muy enamorada de ti.
—Yo también lo estoy de ella.
—Pero ella dice que a ti solo te importa el Partido, y no piensas en ella —dice Yolanda.
—No es por nada, pero la compañera a veces se comporta como una boba.
— ¿Por qué dices eso? —pregunta Yolanda.
—Por varios hechos, por ejemplo: Si no hubiera sido por el Partido, ¿nos hubiéramos
conocido? Si yo no fuera combatiente, ¿qué tipo de persona sería? —se pone a pensar para
proseguir.
— ¿Cenamos? — interviene Telmo para cambiar de tema.
Se sientan a la mesa.
— ¿Te sirvo otra taza de té? —plantea Yolanda cuando terminan.
—Ya que insistes, gracias —es la respuesta que siempre da a este tipo de preguntas.
Yolanda va a la cocina y trae otra taza sólo para Lorenzo.187
—Roxana nos ha contado —dice Yolanda— cómo viven en tu cuarto.
— ¿Así?
—Ella dice —prosigue Yolanda—, el compañero come un montón, si vieran su taza, parece una
bacinica, toma todo eso y un poco más, y se queja de que la haces comer mucho.
—Lo primero es verdad, cuando hay como hasta saciarme, cuando hay poco, como lo que hay,
y si no hay, a trabajar se ha dicho. Lo segundo es falso, nunca le exijo comer más de lo que
puede comer. Que repudiable, anda haciéndome campaña negra.
—Todo lo dice bromeando —explica Yolanda en tono de defensa—, te quiere bastante.
—A mí no me parece así —protesta Lorenzo— el tiempo lo dirá.
— ¿Te quedarás a descansar? —pregunta Telmo.
—Por favor no vuelvas a preguntar a tus responsables nada respecto a mí, a ver cuándo te
dicen algo.
—Está bien —responde Telmo— Es probable que esta noche venga Roxana, si viene se
alegrará de encontrarte.
Lorenzo se queda esa noche con ellos, Roxana no llega. Temprano sale junto con Telmo.
Roxana llega por la noche al cuarto, se saludan. Se sienta en la cama y pone sus cosas a su
costado, Lorenzo se pone a calentar la cena.
—Te vas a ir al campo —comunica Roxana con una voz fúnebre.
Lorenzo deja lo que está haciendo y exclama.
— ¡Qué bien!
— ¿Y qué será de nosotros?
—Ya veremos cómo haremos para seguir comunicándonos —Es todo su comentario.
Al día siguiente como es costumbre, Roxana se marcha temprano. Dos días después irrumpe
en el cuarto gritando:
— ¡Te quedas! ¡Te quedas! —mientras mueve sus dos manos haciendo puño frente a él que
está leyendo recostado en el barandal de la cama.
— ¿Y qué pasó?, ¿a qué se debe tu algarabía? O, ¿qué has hecho para que me quede?
Se pone seria y se sienta a su costado.
—Lo que pasa es que un ¡repudiable! —Se expresa con otro tono—, por su negligencia ha sido
188
detenido, y una zona ha quedado descabezada... Tú vas a ocupar su lugar.
— ¿Qué más? —Pregunta ávido.
—Que mañana te debo llevar para que te encuentres con los miembros del Comité
Metropolitano. ¿Estás contento?
— ¡Sabes que sí!, no necesitas preguntármelo.
Al día siguiente por la mañana salen tomados de la mano, ambos van contentos. Llegan al
barrio El Agustino, en una esquina es presentado al responsable del Comité Metropolitano van
a una casa donde otros seis militantes del Partido Comunista del Perú están esperando. Es
incorporado a ese organismo que dirige el trabajo político y militar en la ciudad capital del
Perú. Le ponen al tanto de la situación del trabajo en su conjunto, las responsabilidades que le
compete a ese comité, le comunican que él asumirá la dirección zonal, los problemas que le
esperan en el zonal donde trabajará, que no asumirá de inmediato porque la dirección del
Partido ha dispuesto que antes de ir a asumir esa responsabilidad, cumplirá una tarea especial
con un contingente especial. Y finalmente le dicen que se prepare para viajar, que consiga
economía para solventar el viaje. Mientras tanto estará en calidad de observador e invitado en
la zona Este, donde trabaja Roxana, que asistirá a las reuniones de planificación de las tareas
militares que cumplirá dicha zona, podrá opinar, más no decidir y que terminantemente no irá
a las tareas.
Dos días después es convocado por la noche a un local del zonal Este, su compañera lo espera
en un paradero y lo conduce al local. En la casa donde es conducido hay cinco combatientes. Es
un cuarto amplio con una mesa, un armario, una cama, una banca y varias sillas, y cerca de la
puerta que da a la calle hay un baño.
Al ingresar a la puerta que da a la casa de la reunión, Roxana lo conduce a una esquina.
— ¿Qué nombre usarás acá? —Le pregunta.
Lorenzo piensa un rato y responde:
—Samuel. ¿Y a ti, con qué nombre te conocen?
—Mi nombre de combatiente es Silvia.
Se acercan a la mesa y lo presenta a los combatientes con quienes se saludan efusivamente
apretándose las manos. Los guerrilleros reunidos en torno a la mesa, conversan, mientras dos
de ellos en una esquina han ubicado una cocina y preparan engrudo en una lata.
El destacamento está conformado por siete combatientes, de los cuales solo dos son
militantes del Partido, el mando político, Roberto, que a la vez es miembro del comité
Metropolitano, y Silvia la 189
mando militar. El primero es estudiante universitario que no ha llegado a terminar el primer
ciclo de economía por asumir la responsabilidad a la que ha llegado pronto por las necesidades
de la guerra. Silvia o Roxana es obrera textil y estudiante universitaria de Economía, lo cual
abandonó en el segundo ciclo para dedicarse íntegramente al Partido. El que sigue, es un
estudiante también de economía del sexto ciclo, llamado Benito, que ya ha abandonado el
estudio para dedicar las veinticuatro horas del día a la revolución, es el primer combatiente: el
segundo combatiente se llama Juan, un obrero de aproximadamente cuarenta y cinco años,
viejo sindicalista; el tercer combatiente se llama Andrés, es obrero zapatero. Los otros dos son
vendedores ambulantes que dejan sus actividades con flexibilidad para cumplir lo que la
necesidad les demanda. Los tres primeros llevan sobre sus hombros la mayor parte del trabajo,
teniendo que multiplicarse para abarcar toda la vasta zona bajo su responsabilidad, por su
parte los combatientes después de terminar su jornada laboral van a cumplir las tareas de la
revolución hasta altas horas de la noche, con el lógico riesgo de ser detenidos o muertos en
cualquier tarea.
Tienen una radio-toca cintas que está funcionando.
— ¿Quién tiene el cassete de Perales? —Pregunta uno de ellos.
Nadie responde, pero disimuladamente Silvia se acerca a quien preguntó y conversa en voz
baja. No se vuelve a mencionar dicho cassete.
A las ocho de la noche con algunos minutos llega Roberto, el mando político, trayendo una
pesada caja, saluda a todos, llama a un costado a Silvia y Samuel.
—Hay que verificar todos los medios —dice dirigiéndose a Silvia—, que los revólveres estén en
buen estado, que las contenciones estén en buenas condiciones. ¿Ha traído el licor para la
cohesión?
—Sí —responde Silvia— En cuanto a los medios los verificaré con los compañeros Benito y
Juan. Usted con los otros compañeros prepare los afiches y el engrudo. Usted —se dirige a
Samuel—, puede observar o estudiar, tenemos algunos documentos y también algunos libros.
—Correcto —dice Roberto—, cuando todo esté listo nos reuniremos para la cohesión.
—Por mi parte observaré y apoyaré de ser necesario en algo —dice Samuel.
Se dividen en dos grupos y comienzan a trabajar, un combatiente hace vigilancia en la ventana,
cada cierto tiempo Samuel, con disimulo, va de un lugar a otro. Cerca de las diez de la noche
inician la reunión.
Silvia abre la reunión con su saludo y sujeción al presidente Gonzalo, a la ideología, al Partido y
al plan del Partido que están aplicando y luego de ello da la palabra al mando político. Roberto
190
inicia su intervención dando un saludo similar al de Silvia y pasa a exponer cómo se cumplirá la
tarea, comenzando por explicar que lo que harán es proseguir con las pegatinas de los afiches
por el quinto aniversario de la guerra popular. Explica que esta noche lo harán en el distrito de
La Victoria, asigna responsabilidades, dispone quién llevará tal o cual arma, quién echará
engrudo a la pared y quién irá pegando. Luego de recalcar la función que cumplirá cada uno
dice:
—La cohesión misma la haremos antes de salir. Eso es todo —concluye.
— ¿En qué consiste? —Pregunta Samuel.
—Brindaremos con el licor que tenemos. Dice Roberto señalando el armario donde hay una
botella de licor y dos vasos.
“Creo que ya van a cerrar la reunión” —piensa Samuel—, “veamos qué más hacen”. —Guarda
silencio.
— ¿Tienen alguna pregunta, o algo que quieran aportar antes de cerrar la reunión? —dice
Silvia.
Los combatientes se miran, uno de ellos está agachado. El obrero de más edad con la
confianza de los años dice:
—Esto se hace rápido, es una acción pequeña, ya la hemos hecho otras veces. Clave es la
contención en caso de que aparezca la policía. ¡Dinamita y bala con ellos!, y salen corriendo.
—La palabra compañera —interviene Porfirio— quiero opinar.
Todos dirigen su mirada a Samuel que es un extraño y que además según la distribución hecha
no irá a la acción.
—Tiene la palabra —responde Silvia.
Porfirio inicia como es la impronta de los militantes del Partido Comunista del Perú, con su
saludo, que poco o nada defiere del hecho por Silvia y Roberto.
—Compañeros —dice luego—. Esta noche vamos a ir a cumplir la tarea de pegar afiches... que
está comprendida dentro de una de las formas de lucha de la guerra popular, la agitación y
propaganda armada. ¿Qué sentido tiene hacerlo?... ¿Por qué lo hacemos? Y siendo una tarea
“pequeña” como ha dicho el compañero, ¿por qué vamos armados? —se detiene dejando
tiempo para que los combatientes reflexionen y prosigue— Nosotros somos combatientes y
estamos haciendo guerra popular dirigidos por el Partido comunista del Perú, jefaturados por
el Presidente Gonzalo, y en esta guerra hay muertos, heridos, y detenidos. Y los detenidos son
torturados y encarcelados, ah, y hay también desaparecidos. Si 191
vamos a las acciones, debemos estar claros en lo que hacemos y para qué lo hacemos.
Compañero, usted —se dirige al que estaba pensativo mientras hablaba Roberto— ¿Por qué
hacemos las pegatinas?, ¿qué sentido tiene?
El combatiente ha sido sorprendido por la pregunta, lo mira, luego dirige su mirada a Silvia y
después al vacío.
—Se lo voy a decir compañero —dice al ver que no responde— Estamos haciendo la guerra
popular, y nuestra guerra popular en el Perú es especificado por el Presidente Gonzalo a las
condiciones de nuestro país, no es calco ni copia de la revolución China, ni de la revolución
Rusa y tiene cuatro formas de lucha: Agitación y propaganda armada, combates guerrilleros,
sabotajes, y aniquilamientos selectivos. Las pegatinas están dentro de la primera, la agitación y
propaganda armada. Y no es una acción pequeña, en la guerra toda acción es importante y se
corre los mismos riesgos, y para que lo sepan, en estos cinco años de guerra, la mayor cantidad
de costos, al menos en la ciudad, han sido en este tipo de acciones, y es que subestiman la
tarea y creen que es una acción fácil y no es así. Estamos en julio, la campaña de celebración
del quinto aniversario se inició antes de mayo. En todo Lima el Partido ha pegado miles de
afiches, los reaccionarios han mandado a la policía y a la municipalidad a sacarlos, por nuestra
parte aún tenemos afiches y debemos rematar esta celebración volviendo a empapelar las
calles con estos afiches donde está nuestro jefe dirigiéndose a las masas. Es un afiche que no
tiene muchas letras pero la imagen dice mucho más que mil palabras; además parte de
nuestro pueblo no sabe leer pero pueden ver allí a su jefe, su bandera, la bandera de los
pobres y las armas en rebelión.
«Por otro lado compañeros, ¿qué pasa si la policía llega y nos interviene, por decir en estos
momentos, o cuando estén realizando la tarea? El compañero dice que con la dinamita salen
corriendo. ¿Así sucede siempre? —Se toma su tiempo y recorre la mirada por cada uno de los
presentes— No compañeros, no subestimar al enemigo, entre ellos hay quienes son
conscientes del papel que cumplen y se esfuerzan por cumplirlo bien, claro que hay quienes
están en la policía por un trabajo y a veces se hacen de la vista gorda, pero hay otros que
buscan hacer méritos para ascender y ganar más, y cuando están bajo mando directo de
oficiales con mayor razón, se envalentonan. Entonces, es erróneo pensar que no van a
responder. Además, ellos tienen mejores armas que nosotros. Solo los podemos enfrentar y
derrotar armados con nuestra ideología el marxismo-leninismo-maoísmo, pensamiento guía
del Presidente Gonzalo, con nuestra convicción de estar sirviendo a una causa justa. Pueden
ustedes estar pensando: “Claro que estamos convencidos de lo que haremos, que esta guerra
es una guerra justa, si no, ¿qué hacemos aquí?”192
«Muy bien compañeros, creo que eso es elemental. Pero si los detienen ¿saben qué van a
decir?... ¿Saben qué les va a suceder? —Hace una pausa adrede—, La policía no va a decir “han
estado cumpliendo una tarea pequeña”. La policía dirá: “Hemos detenido a terroristas”. “Se
jodieron estos asesinos, hoy les sacamos la mierda”, y soltarán todo su lenguaje grosero, les
golpearán bárbaramente, luego los pasarán a la DINCOTE, allí comienza la tortura
sistemáticamente, y si no estamos preparados para enfrentarlos terminaremos primero
inculpándonos, después comprometido a otros y eso es delación y en lugar de servir a la
revolución se la estará perjudicando. ¿Se han puesto a pensar en eso? Usted —señala a uno de
los que pegará los afiches— si le detienen en plena pegatina ¿qué dirá?
—Me han pagado, soy ambulante y no gano mucho, por eso acepté. —Es la respuesta.
— ¿Qué dice usted? ¿Está bien esa respuesta? —le pregunta al obrero de mayor edad.
—Creo que sí, yo respondí algo similar el 79 cuando preparábamos una huelga —dice.
—No está bien eso, compañeros, y les voy a decir porqué. En primer lugar, ¿ustedes saben lo
que es la Regla de Oro? —Todos mueven la cabeza afirmativamente— ¡Qué bien! La Regla de
Oro consiste en no delatar, no traicionar, no aceptar que uno es combatiente, es decir la Regla
de Oro implica también no auto delatarse. Hasta ahí estamos de acuerdo ¿verdad? Pero si
usted responde al estar detenido que lo ha hecho porque le han pagado, ¿no es eso un grado
de auto delación?... ¿Qué dice usted, es o no auto delación? —Se dirige al que respondió que
diría que le han pagado.
—Sí, es auto delatarse —responde con seguridad.
—Y si en lugar de ser detenido quien pega los afiches, lo es usted —se dirige al obrero que está
asignado para hacer contención directa con un revólver— la cosa es más difícil. Quien esté en
la contención debe ser un compañero dispuesto a dar la vida, dispuesto a batirse con el
enemigo, porque si quienes están en contención en lugar de cumplir su función la abandonan y
se echan a correr, detendrán a los otros compañeros. Pero como usted es un firme
combatiente, entiendo que por eso le han asignado esa función, al venir la policía los
enfrentará con la compañera que estará con usted, pero puede suceder que los policías en
lugar de huir los enfrenten , y el caso es que solo están llevando dos revólveres y dinamita,
ellos por lo general tienen armas de largo alcance y cacerinas de repuesto, a usted se le acaban
las balas y lo capturan herido, usted ni siquiera podrá decir “me han pagado”, porque no le
creerán. Entonces, ¿qué deberá hacer?... Guardar la Regla de Oro, claro, pero no es fácil, para
ello también hay que hacer plan y el plan requiere hacer reconocimiento, y reconocimiento
implica saber cómo actuará la policía.
«Si no muere en el enfrentamiento lo detienen ya sea herido o sano, lo conducen a la
comisaría, 193
allí lo golpearán y si no hay testigos puede que lo maten y lo desaparezcan. Quienes estamos
aquí estamos dispuestos a morir, es más la muerte no se siente, el balazo tampoco, y para
quienes nunca han recibido un balazo, cuando un balazo nos cae no causa dolor, si te cae en
parte vital te mata y ni siquiera lo sientes, si te cae en un brazo o pierna en el peor de los casos
te lo inutiliza, pero tampoco sentirás dolor en ese instante, se siente dolor cuando se enfría o
cuando ya te están curando, es intenso el dolor cuando es fractura del hueso. Pero volviendo a
lo que nos interesa, en la comisaría te molerá a palos, a golpes y patadas, etcétera, pero no
son especialistas en interrogar, y en caso de que alguien te interrogue lo mejor es callar,
aguantar la golpiza. De allí te pasan a la DIRCOTE, allí la cosa es distinta, ellos, los pips, su
especialidad es el interrogatorio sistemático, desde el chantaje hasta la tortura, para con ellos
hay que tener una coartada. ¿Qué es una coartada?... coartada es una mentira creíble. En la
DIRCOTE puedes hablar, pero no hablar disparates, sino lo que has preparado, tu coartada. Por
ejemplo puede decir: estaba pasando, escuché balacera y corrí, me cayó un balazo, no sé nada.
Ante ello te hacen pruebas específicas, puede ser la prueba de la parafina, para determinar si
has manejado o no algún arma o explosivos. Y cualquiera sea el resultado usted no sabe nada.
Negar todo. Y si se cae con las armas en la mano, igual, Regla de Oro.
«Puede incluso que sean detenidos dos, y uno no aguante la tortura y reconozca y le
complique al otro, eso tampoco es motivo para quebrarse, simplemente dice: “no lo conozco”,
claro que lo golpearán y torturarán más, pero si no reconoces nada puedes salir en libertad, si
no sales de la DIRCOTE porque el que se quebró te compromete mucho, ya en el juicio el que
habló puede corregir su declaración y saldrás, o la sentencia será baja, y podrás seguir
sirviendo a la revolución. Si te quiebras te mandan a la cárcel y será difícil que salgas en
libertad. Ah, está permitido hacer teatro, pero por nada se debe aceptar ser combatiente,
repito, así lo detengan a uno con las armas en la mano, te dirán: cínico, mentiroso, cobarde,
“por qué no aceptas lo que haces”. ¿Por qué tenemos que decirles la verdad a ellos? Ellos son
nuestros enemigos, no olvidarse jamás de eso. Con el Partido y las masas es diferente, con
ellos somos francos, sinceros, leales y activos. Entonces, siempre para cualquier tarea, incluso
para reunirse en un local hay que tener una coartada. Supongamos que en estos momentos
nos intervienen, ¿qué hacer? Primero, nadie se conoce; segundo, decir que lo han detenido
solo, en la calle. Esa es la forma como uno debe comportarse con la policía y frente a un
interrogatorio. O, ¿tienen otra idea mejor? —Nadie responde, a la vez que escuchan están
pensando en su coartada—. Bien compañeros, para finalizar y no cansarles, y porque ya es
tarde y debemos descansar. La cohesión es esta reunión, la cohesión no es beber licor o
brindar. No digo que nosotros no bebamos, digo que lo principal es la cohesión ideológica y
política y es 194
insoslayable Cuando salen pueden beber, les hará entrar en calor, pero eso no es la cohesión.
La cohesión se logra en lucha de dos líneas, criticando lo erróneo y auto criticándose de lo que
se hizo mal o se dejó de hacer, criticando el plan si está mal hecho, criticando la vacilación de
los compañeros, o la formalidad al preparar los medios, etcétera. Cada uno de ustedes debe
hacer uso de la palabra y plantear su opinión sobre el plan propuesto por el compañero, si
están de acuerdo o no con la distribución de fuerzas que se ha hecho, y finalmente su
compromiso, y les recuerdo, que en nosotros, los combatientes del Partido Comunista del
Perú, compromiso que damos es para cumplirlo, es decir: palabra dada, palabra empeñada. Y
lo cumplimos, así se nos vaya la vida. Entonces, cada uno debe pasar a intervenir. Eso es todo.
Todos han seguido atentos su intervención. Silvia que está sentada a un costado del mando
político, en voz baja le dice:
—Voy a intervenir y luego les daré el uso de la palabra para que ellos intervengan.
—Está bien —aprueba Roberto.
Silvia interviene, resalta la importancia de la tarea y su significado, termina dando su
compromiso de estar dispuesta a dar la vida en el puesto que le toca cumplir y que en caso de
problemas guardará la Regla de Oro. Luego de ella, pide la palabra Benito, luego el obrero de
más edad y cada uno de los guerrilleros.
Siendo más de las doce de la noche terminan de intervenir, todos con el rostro sereno y
resuelto a cumplir su tarea.
—Vamos a hacer vigilancia —dice Silvia— Vamos a rotarnos, iniciará el compañero Benito,
luego Andrés, después Manuel y luego yo. Saldremos de acá a las tres y treinta de la
madrugada.
—No es necesario —interrumpe Samuel, Yo asumiré todas las horas. Veo que están cansados,
supongo que son ya varias noches que están trabajando. Yo descansaré luego que ustedes
salgan.
Silvia mira a los combatientes, nadie dice nada.
—Está bien compañero —dice—, vayan a descansar.
Los combatientes bajan el colchón de la cama y lo arreglan en el suelo, a lo largo, junto al
colchón ponen algunas frazadas en el piso y se acuestan haciendo que sus espaldas vayan en el
colchón y sus piernas sobre las frazadas. En el centro del colchón dejan un espacio para una
persona, es el sitio asignado para que descanse su mando militar: Silvia. Todos se acuestan sin
demora.
—Júntense —ordena Silvia— por ahora dormiré a un costado.
Le hacen caso, ella misma acomoda el lugar donde va a descansar y luego va donde está
Samuel, 195
cerca de la ventana, apaga la luz. Busca el toca cintas y lo lleva a la ventana, baja el volumen,
coloca un casete.
—Ven —le dice a Samuel— escucha.
Pone a funcionar el toca cintas y la música de José Luis Perales comienza a sonar, es el tema
“Un velero llamado libertad”. Samuel la toma de las manos con cariño.
—Muchas gracias por el recibimiento —le dice en voz baja cuando termina la canción.
En silencio se pega a él, lo abraza por la cintura, juntan sus labios sin hacer ruido, así se
mantienen en silencio largo rato mientras escuchan las canciones de Perales. Se escucha un
leve ronquido.
—Ve a descansar, estaré atento y te despertaré a las tres y veinticinco, para que tú los
despiertes a las tres y media. ¿Te parece?
-Sí, gracias por tu apoyo... Realmente todos estamos cansados. ¿En la noche vas a estar en
casa?
—Sí.
—Estaré allí.
—Bien, anda descansa.
Ella lo besa suavemente y se retira. Porfirio se aproxima a la ventana, cierra un poco la cortina
que está semi abierta, antes observa, la calle está alumbrada ya ni un alma transita. Por ratos
se apoya en la ventana, en otros momentos camina para alejar el sueño, así lo pasa hasta que
en su reloj dan las tres y veinticinco. Despierta a Silvia y ella a los demás, uno por uno van al
baño y se lavan la cara, a las tres y cuarenta y cinco salen todos. Lorenzo queda solo, cuando
calcula que ya están lejos se moja la cara para disipar el sueño pesado que lo invade y sale
rumbo a su cuarto.
Por la noche llega Roxana al cuarto cuando son las ocho de la noche.
—Hola, ¿qué tal? — pregunta Lorenzo.
—Bien. Hemos terminado con la campaña por el quinto aniversario de la guerra popular. La
parte que a nosotros nos correspondía. Han sido días de intenso trabajo y ya tenemos nuevas
tareas. Hay que preparar la ofensiva de julio que será la transmisión de mando. La reacción
mundial sigue los acontecimientos políticos en nuestro país, el comunismo es su pesadilla, no
es casual que en mayo haya venido a nuestro país Carol Wojtyla- Juan Pablo II, el llamado Papa
Peregrino.
—Ha venido a dar su respaldo al viejo orden burgués. El Presidente Gonzalo al respecto dice: El
cernícalo de la paz ha venido al Perú a bendecir las armas genocidas de la reacción. A ése la
sangre del 196
pueblo le chorrea bajo la sotana.
—Cierto, por eso no es casual que haya ido a Ayacucho.
—Pero le hemos dado un buen recibimiento, tanto es Lima como en Ayacucho, con apagón y
otras acciones.
—Dime, Pequeña, ¿Así como han realizado la reunió anoche, la han venido realizando otras
veces?
—Sí —responde agachando la cabeza.
— ¿Y qué opinas tú, está bien eso?
—Creo que no, pero él es el que tiene mayor nivel.
El mueve su cabeza, lo mira con sarcasmo, todo el día le ha estado dando vuelta al asunto.
— ¡Claro que está mal! —Dice procurando contener su ira—. Cómo va a estar bien que el
camarada Roberto que es el mando político del destacamento, en lugar de cohesionar al
contingente con la ideología y la política para elevar la moral de los combatientes, usurpe la
función del mando militar. A él le corresponde movilizar y para ello puede y debe tomar citas
de los clásicos del marxismo, o los informes del Partido y aplicarlo a la situación concreta; y a ti
como mando militar la elaboración del plan militar, el cual deben de discutirlo en el grupo de
célula, y quien debe de exponerlo en el destacamento eres tú.
—Pero no somos un grupo de célula realmente, solo somos dos militantes —aclara como
justificación.
—Lo sé. El que no esté completo el grupo de célula no implica que ustedes dos no se puedan
reunir. Lo deben hacer. Es más viendo que el camarada tiene limitaciones, debiste de pedirle
reunirse y orientarlo. Es cierto que él tiene mayor jerarquía, por las condiciones específicas de
la guerra, pero no mayor nivel ideológico, eres tú quien tiene mayor nivel ideológico y político.
Tenemos un principio: que antigüedad no es clase, cierto; pero tú tienes experiencia que a él le
falta, y debes de ayudarle a cumplir su papel, orientarle, explicarle y combatirle lo que se deba
combatir. Creo que es un buen camarada, pero es joven, nuevo como militante del Partido y
desconoce cosas. Por mi parte le criticaré y lo apoyaré en lo que pueda, pues nos estaremos
viendo con frecuencia en las reuniones del Comité Metropolitano. Dicho sea de paso, allí
presentaré mi informe de cómo están marchando en esa zona. Una cosa que estoy observando
en ti es que te falta espíritu de ir contra la corriente. Quiero recordarte una cosa: nuestra
sujeción es a principios, no a personas ni a jerarquía por jerarquía. Si vemos que algo está mal
hay 197
que criticarlo y combatirlo, y lógico, por disciplina y en aplicación del centralismo democrático
nos sujetamos, pero planteando nuestra posición, pero si vemos que lo que se aprueba y
decide va contra principios o va a causar perdidas que no compense lo que se quiere conseguir
no corresponde sujetarse. Reitero, sujeción a principios, y sería muy bueno que estudies el
documento: Proposición de la Línea General al Movimiento Comunista Internacional, del
Partido Comunista de China, redactado por el Presidente Mao Tse Tung, conocido también
como “Carta China”, allí está planteado qué límite tienen las concesiones.
«Nosotros tenemos una jefatura, el Presidente Gonzalo y a él nos sujetamos consciente e
incondicionalmente, pero lo hacemos porque él representa los intereses de la clase obrera,
porque como continuador de Marx, Lenin y el Presidente Mao Tse Tung lo que plantea es justo
y correcto, como lo prueban estos cinco años de guerra popular victoriosa. Si usted, camarada,
no tiene espíritu intrépido para orientarse en la lucha de clases y hacer lo que la realidad y la
necesidad demanda. Terminará mal, muy mal. Espero que corrija esa deficiencia suya.
—Lo haré..., pero yo pensé que así se trabajaba ahora.
—Así se trabaja por desconocimiento, por inexperiencia, que en síntesis es derechismo y
debemos de trabajar por ajustarnos a lo proletario, a lo correcto y cuanto más se desarrolle la
guerra más se debe desarrollar lo ideológico y político.
Dos días después, siendo las dos de la tarde, en una calle de Lima confluyen Roxana y Lorenzo.
— ¡Hola! —saluda Lorenzo.
— ¿Qué haces aquí? —Dice Roxana con extrañeza.
—Tengo necesidad de verte, por eso es que he venido acá. Roberto no vendrá.
—Ya me parecía extraño encontrarnos, siendo Lima tan grande.
—Tengo dos cosas que decirte. La primera es de parte de Roberto: Que le hagas recordar a
Benito que mañana saldremos de viaje, debe esperarme a las seis y treinta de la mañana en
Yerbateros. Con Roberto te verás acá mismo mañana a las nueve de la mañana. Y el porqué he
venido a verme contigo es por lo siguiente: mi madre ha venido a visitarme. No sé si querrás
conocerla, eso depende de ti. Ella está en el cuarto. Como tú sabes yo salgo mañana de viaje, si
no vas hoy no te aparezcas por el cuarto hasta que nos volvamos a ver cuando regrese.
— ¿Y qué te hace pensar que no quiero conocerla? —dice con enojo.
—Te estoy comunicando para que tú decidas.198
— ¿Y tu mamá sabe que yo existo?
—Claro que lo sabe, lo primero que me ha preguntado es con quién vivo, puesto que ha
encontrado tus cosas en la casa. Le he dicho que con mi pareja y le he preguntado si desea
conocerte. Y ¿qué crees que me ha respondido? —Roxana en respuesta levanta los hombros—
, que sí desea conocerte, pero con una condición..., que después no salga llegando a la casa
con otra mujer.
Ella sonríe con complacencia.
—Iré de todas maneras esta noche, por favor espérame en el paradero de la línea 44 a las diez
de la noche.
—Está bien, estaré allí desde un poco antes hasta las diez y treinta, no más.
—Allí estaré —se despiden.
Lorenzo la espera hasta la hora fijada y al no llegar se retira. Su madre los espera con
impaciencia pero él llega solo.
— ¿Y qué pasó con tu compañera? —pregunta con seriedad.
—No ha venido mamá, la compañera tiene sus obligaciones, algo le debe haber impedido
venir. Sirvámonos, que debo descansar, tengo que madrugar.
—Está bien hijo. ¿No me has dicho hasta ahora a dónde vas a viajar?
—Madrecita, hay cosas que no te puedo decir, pero no me pasará nada, pierde cuidado, no
llevo nada que me comprometa. Lo único que te puedo decir es que estoy viajando a la sierra.
— ¿Cuándo volverás? —pregunta sirviendo la cena.
—Dentro de quince días.
—Yo he venido para estar contigo quince días, y no va a ser posible. ¡Qué pena!
—Pero ya nos hemos visto madrecita —dice abrazándola—, sabes que estoy bien. Aprovecha
para visitar a los conocidos, y luego te regresas con mi hermano, les das mis saludos a su
esposa y los chicos.
—Los muchachos te recuerdan mucho.
—Seguro, tantas cosas hemos vivido y compartido. Les dices que estudien para que sean útiles
al pueblo. Ah, por favor, te pedí que me prepararas cancha y huevos pasados para mi fiambre.
¿Lo has hecho madrecita?
—Sí hijo, y llevarás también un kilo de queso que te he traído.
—Gracias.199
Terminando de cenar se acuesta en un extremo de la cama, al poco rato se queda dormido.
Lorenzo entre sueños escucha que ríen, se sobrepone al sueño y levanta la cabeza. Roxana
está sentada en la cama cerca de sus pies con su plato de comida en la mano. Mira a Roxana,
luego a su madre y frunciendo el entrecejo dice:
—Veo que se conocen, ¿o me equivoco?
—Sí, nos conocemos hijo.
— ¿Por qué no me dijiste que ella era tu madre? —dice Roxana llena de alegría.
—Porque tú nunca me preguntaste —Responde.
Gira sobre sus posaderas y cambia de posición, su cabeza la apoya en su regazo de Roxana. Su
madre sonríe.
—Así que ahora ya no quieres mi milca6- dice en tono de broma la madre.
—Por ahora no madre, tal vez en otro momento. Pero díganme ¿cómo se han conocido?
— ¿Te acuerdas hijo, que me diste el nombre de una paisana nuestra para visitarla en la cárcel
del Callao?
—Sí, pero te di el nombre de Mery.
—Claro, pero ella ese día tuvo la visita de su madre, de su hermana y sus sobrinas, estaba muy
ocupada atendiéndolas y me presentó a Lizvet. Y desde ese entonces cada vez que he podido
la he estado visitando a ella sin saber ni imaginar que llegaría a ser mi nuera.
Lorenzo se queda callado.
— ¡Qué chico es el mundo! —exclama.
—Hija, ¿y qué tal se comporta mi hijo?
—Tu hijo es muy bueno, mamá... Pero un día me ha golpeado.
La madre que está sentada en la silla, abre grandes los ojos y mira para todos lados.
— ¡Pero, dónde hay un palo! —dice haciendo un ademán con las manos, al no encontrar un
palo a la vista se pone de pie con energía.
Al ver que su madre está furiosa, Lorenzo se sienta presto.
—Un momento mamá, no te acalores —y mirando a Lizvet con seriedad la recrimina— ¿cómo
es eso que te he golpeado? Mamá, por favor tranquilízate, siéntate, vamos a aclarar las cosas,
Sabes Liz, tu no conoces a mi madre, o si la conoces, conoces solo la faceta en que está alegre
y de buen humor...,
6 Milca: En Cajamarca, nombre que se le da al regazo.200
pero un día dale razón para que se amargue y conocerás su ira —y dirigiéndose a su madre que
sigue de pie— Sabes mamá, para esta jovencita no tengo más que cariño, si mis manos se han
posado sobre ella han sido para darle caricias. Jamás la golpearé, toda mi vida he tenido que
soportar que papá y tú vivan peleando como perro y gato. Yo si tengo una mujer no será para
vivir así. Ya con la compañera hemos tratado eso —se calla, mira seriamente a Roxana—. Muy
bien, explica cómo es eso que te he golpeado, ¿cuándo, cómo y por qué?
Está enojado, Lizvet lo mira con seriedad, luego a su suegra.
— ¿Te acuerdas ese día que estaba preparando el desayuno..., y que me doblaste sobre tus
piernas? —dice tímidamente, agachando la cabeza.
Lorenzo revienta en una carcajada, luego mueve su cabeza, se agacha y mirando a su madre se
ruboriza.
—Sabes madre..., no se por qué te tengo que contar lo que sucedió ese día..., cosas de
jóvenes..., ¿quieres que te cuenta realmente lo que pasó?
Ya su madre está sentada.
—Sí —responde con seriedad.
—Bueno, y tú ¿no tienes ningún inconveniente? —Lizvet está agachada, no responde—. Bien
lo haré, en fin madre, tú también has sido joven. No recuerdo cuándo ha sido, ya hace de ello
algunos meses, eran los primeros días que vivíamos juntos... Era una mañana, incluso nos
habíamos levantado un poco tarde. A ella le tocaba preparar el desayuno. Ah, y para que vayas
sabiendo mamá, con la compañera nos turnamos para hacer las tareas de la casa, y no es
porque sea saco largo o porque tal vez la quiero demasiado, no, no es nada de eso, es porque
somos combatientes, y tanto ella como yo tenemos nuestras obligaciones y derechos. En
nuestra revolución los hombres y mujeres participan en iguales condiciones. Y claro que
también la quiero, la quiero bastante... Pero volviendo a lo que te estaba contando. A ella le
tocaba cocinar, me aseé y me puse a trabajar, que dicho sea de paso nuestro trabajo en esos
días era solo estudiar. De pronto todo zalamera se acercaba y se ponía a coquetear, cuando le
retribuía a su afecto se retiraba y seguía cocinando, yo volvía a estudiar, ella venía y volvía a
interrumpir…
¿Me entiendes? —Pregunta mirando a su madre—. Si no me has entendido, te explico mejor:
Estaba con picazón. Bueno, pero no me molesta ello, además somos jóvenes, así que estaba
dispuesto a volver a la cama, pero ella se iba y volvía, no dejaba trabajar. Así que en eso que
ella se acercó, yo la agarré y despacio la doble sobre mis rodillas, le he levantado el vestido... Y
le he dado un palmazo en el trasero...
Eso es todo mamá, pero hasta ese palmazo ha sido con cariño —Y dirigiéndose a Lizvet— ¿Ha
sido así o estoy mintiendo? —Termina sonriendo.
Ella lo mira con vergüenza.
—Pero me dolió, ¡verdad!, me dolió bastante.
—Lo siento, Pequeña... Sabes mamá, más bien ella sí ha querido sobrepasarse, no recuerdo
por qué, un día se me vino encima como fiera a querer abofetearme... Y tú crees que me voy a
dejar. ¡Jamás! Pero no por ello le he respondido. Ese día hemos puesto las cosas en claro, y
hemos llegado a un acuerdo con ella; y es que, en concreto, no quiero tener una mujer para
estar peleando, la quiero para compartir penas y alegrías.
La madre satisfecha sonríe complacida.
—Hija, tengo dos hijos, los dos son muy nobles como personas, pero tienen su carácter y los
conozco bien, porque con ellos he ido de un lugar a otro y nunca han estado de acuerdo con el
comportamiento de su padre. El mayor es bajo y me parece demasiado noble, tanto que su
esposa se quiso sobrepasar, hasta que un día termino con un ojo negro y creo que desde
entonces están tranquilos. Este mi hijo, el menor, es más alto, pero flaco, parece debilucho,
pero ambos son unos peleadores tercos, hasta han estado en una academia para aprender
calato, calate. No sé como se llama eso para pelear.
—Karate querrá usted decir —aclara Lizvet.
—No sé hija, pero no le des razón para que te golpee, y si un día te pega sin ninguna razón o
borracho, porque a este mi hijo le gustaba beber licor. No se cómo será ahora en su partido,
me avisas para romperle a palos las costillas.
—No será necesario mamá, porque si no llegamos a entendernos nos separaremos... Me has
hecho renegar Pequeña. Voy a descansar, las dejo. Por favor mamá, tú que eres buena
madrugadora, si no me despierto me despiertas a las cinco de la mañana, pues tengo que
encontrarme lejos de acá con otro compañero que me esperará.
—Lorenzo, por favor ayúdame, la mamá me ha servido demasiado, no lo podré terminar —
dice ofreciéndole su cuchara con lo que está comiendo.
—Necesito descansar.
—Pero ayúdame a terminar, por favor —dice con cariño.
El acepta y ella misma le pone la cuchara en la boca. La madre contempla a su hijo y su nuera.
Terminan el plato, él se acuesta. La madre se pone a dejar listo el avío para el viaje de su hijo,
Lizvet la 202
ayuda mientras conversan.
Al día siguiente temprano Lorenzo se despide de ellas.
—Me voy madre, ya tú ve cuándo regresas con mi hermano. No te olvides de saludarlos a
todos por casa. Chao Pequeña. —Sale.
—Mira mamá, así es tu hijo, cuando sale a cumplir sus tareas nunca se despide de mí, o
cuando yo voy a tareas lo único que me dice es: ¡Éxitos! Pero ni siquiera me abraza.
—Eso ya es cuestión de él, es seguramente su forma de ser. Y de aquí, ¿cuándo lo verás?
—Cuando vuelva mamá, cuando vuelva. Y volverá. —Dice con preocupación, ella sí sabe a
dónde va y para qué.
— ¿Y se acostumbrarán a vivir así?
—Esa es nuestra vida, madre.
A fines del mes de julio el Partido Comunista del Perú desata una dura y contundente ofensiva,
militar contra el viejo Estado peruano, el mismo día veintiocho de julio aniversario de la
llamada emancipación del Perú de España y día del relevo presidencial que se hace cada cinco
años, según la Constitución peruana; ofensiva con acciones militares contra las fuerzas
militares reaccionarias causándole varias bajas; sabotajes a las propiedades de la gran
burguesía, al capital burocrático y comprador, así como a las propiedades imperialistas en el
país. Con apagón ocasionado por el derrumbamiento sistemático a las torres de alta tensión
que abastecen de fluido eléctrico a Lima. Cuando todo está en tinieblas a las ocho de la noche
generan incendios en grandes tiendas comerciales de la gran burguesía, una de ellas la tienda
Hogar que está frente al Palacio de Gobierno, y cuando todos están apagando el incendio, un
coche bomba estalla en la Plaza de Armas, vehículo confiscado al fiscal de la nación Elejalde,
simultáneamente a espaldas del Palacio de Gobierno, a unos mil quinientos metros en el cerro
San Cristóbal, aparece una gran iluminación con las iniciales del Partido Comunista del Perú y
el dibujo de la hoz y el martillo. Todo Lima se convulsiona, pues eso no es todo, otro coche
bomba explota cerca al Palacio de Justicia frente al hotel Sheraton, de cinco estrellas. Además
los guerrilleros siembran la zozobra contra varias dependencias policiales de varios distritos
limeños; aparte, otros sabotajes menores contra varias agencias bancarias. En contraparte los
guerrilleros pierden algunos hombres. En el interior del país también desenvuelven acciones
guerrilleras contra los cuarteles del Ejército del viejo Estado, golpes a la propiedad asociativa,
como cooperativas y también a las propiedades de grandes latifundistas y terratenientes.
Como repercusión de esta ofensiva las clases oprimidas ven crecer sus esperanzas de instaurar
203
un nuevo orden que los beneficie, principalmente la juventud busca contactarse con los
combatientes del Ejército Guerrillero Popular para enrolarse a sus filas. En el campo de las
clases explotadoras ven incierto su futuro. Nuevos y más altos combates entre las clases
sociales se avecinan y unos y otros se aprestan a futuros combates. Luego de esta ofensiva
militar, los combatientes del Ejército Guerrillero Popular que dirige el Partido Comunista del
Perú van a las fábricas, a los diversos barrios y barriadas a los diversos centros de trabajo, a las
universidades, a movilizar, politizar y organizar a los elementos avanzados.
Después de la ofensiva Lorenzo y Roxana se dan cita en su cuarto, Roxana llega primero, él
llega cojeando un poco y con las ropas sucias.
— ¿Qué te ha pasado? —pregunta preocupada luego de saludarse.
—No es nada, he recibido un ligero golpe, pero no es nada grave. ¿Tú cómo estás?
—Bien, muy bien, ha sido buena la ofensiva, ¿no te parece?
—Sí, muy buena, ya nos llegará el balance que haga el Partido.
— ¿Qué quieres cenar? ¿Has almorzado?
—Claro que he almorzado, yo no dejo de almorzar, tengo que estar muy ocupado para no
hacerlo.
—Entonces ¿qué te parece si cenamos algo sobrio, café con leche y pan con queso, estaría
bien?
— ¿Pan con queso?... Y a propósito del queso, ¿te has seguido viendo con mi mamá?
—Claro, casi todos los días he venido a casa, ha estado acá dos semanas —lo abraza con
ternura—. Tu madre es una preciosura, la quiero mucho... Nos entendemos muy bien. Ojalá mi
madre fuera así, pero creo que mi mamá no cambiará nunca. ¿Sabes Flaquito...?, quiero que
me cuentes algo de ti. ¿Por qué evitas hablar de ti? Con tu mamá he conversado algo, me ha
contado bastantes cosas, tus travesuras, cómo y por qué es que desde chico has trabajado,
que siendo pobre eras palangana, que desde niño te gustaba vestir bien, que no usabas ropa
parchada pese a que eras lustrador de zapatos y otras cosas. Ah, que un día la defendiste
cuando tu papá le pegaba y que tu papá te boto de la casa y se fueron los dos y que ella volvió
a vivir con su esposo y desde entonces tú has vivido lejos de ellos, me ha dicho que dos años
no los visitaste y que ella sufrió mucho por ti, que después, cuando te volvió a ver bebías licor
con frecuencia, según le dijo tu hermano, pero que ella nunca te vio borracho, y que pese a
que tenías dieciséis años eras un fumador empedernido... Yo no creo, porque hoy tú casi no
fumas, creo que yo 204
fumo más que tú. Dice tu madre que desde que viniste a Lima ya no sabe casi nada de ti. —Él
escucha en silencio—. Cuéntame ¿como conociste al Partido?
—Disculpa, hay cosas que no vale la pena hablar.
— ¿Por qué? ¿Has vivido momentos difíciles? ¿Qué ocultas?
—Pequeña, no oculto nada, tal vez algún día tenga necesidad de hacerlo y te lo contaré. ¿Está
bien?
Roxana se pone triste.
—Bueno, si ese es tu deseo, pero ¿puedes hablarme de tu mamá? Por favor, cuéntame desde
cuándo te apoya, o cómo es que ella llegó a tener tanto cariño por los compañeros.
—Eres cargosa, Pequeña, ya que tanto te interesa y la noche es joven te voy a contar, pero
espero que no te canses porque cuando empiezo a hablar no hay cuando termine. —Dice en
son de broma.
—Te escucho —, se acomoda bien en la silla, él está sentado en la cama.
—Soy un producto social, desde niño me lo he pasado viajando de la sierra a la costa y de la
costa a la sierra, y desde niño he trabajado. Mi madre siempre ha sido generosa, caritativa, por
ejemplo solía invitar a la gente lo que ella comía por muy poco que fuera y me decía: “Hijo, no
comas donde otros te vean, si te ven ellos también querrán y tendrás que invitarles, si no
quieres invitar come donde nadie te vea.” Otras veces me decía: “Somos pobres y como
pobres debemos ayudar a otros que son más pobres que nosotros.” Así fui creciendo, mis
padres nunca me permitieron decir una mentira, crecí aprendiendo a ser recto. Una vez
cuando niño, tendría unos siete años, fue cuando recién vivíamos en la costa, en el mercado
me gustó una pelota, el negociante se descuidó y la tomé, mi padre tampoco se dio cuenta. En
casa saqué la pelota contento y mi padre comenzó un interrogatorio, yo no tenía nada que
responder, mi tío que pasaba por la casa salió en mi defensa, mi padre lo mando al diablo,
destrozó la pelota y me dio una cueriza mientras decía: “Así se empieza a robar, yo no quiero
tener un ladrón en casa.”
«Y considero que hizo muy bien. Mi padre muy poco me castigaba, creo que mi mamá me ha
castigado más. Lo único que puedo reprocharle a mi padre es ser mujeriego y celoso, razón por
la cual hacía sufrir a mi mamá. Por otro lado, si bien nunca me dio propinas, nunca me
mezquinó comida, cuando estábamos en el mercado y quería comer, nunca me lo negó. No me
gustaba la cancha, tampoco la yuca y el camote, menos el trigo, él compraba lo que a mí me
gustaba, era mi madre quien quería que yo comiera todo lo que ella cocinaba, pero mi padre
abogaba por mí.
—Hártate, come todo lo que quieras —y a mi madre le decía— para mí cocina yuca, pero para
205
mi hijo papas. —pues me gusta mucho el arroz y las papas.
«Hay cosas que ya conoces, entonces te contaré lo que no sabes. La mentalidad que me fue
impregnando mi hermano mayor con quien yo vivía era él espíritu de la superación, el
sobresalir y llegar a ser profesional. Pensando en eso fui creciendo y todo estaba en función de
ello. Mi padre peleó en la guerra contra los ecuatorianos el cuarenta y uno, y hablaba muy
bien del Ejército. Mi hermano hizo su servicio obligatorio como avionero, y tenemos un tío,
hermano de mi padre, que ha sido jefe de comunicaciones de la Fuerza Aérea del Perú, y que
según mi hermano, este mi tío, tenía conocidos que podrían recomendarme para ser oficial de
aviación. Pensando en eso me inscribí en la Fuerza Aérea, desde Cajamarca viaje a Lima a
inscribirme. A fines del 80 vine a Lima a estudiar y trabajar, pensaba presentarme al servicio
militar y seguir estudiando y terminada mi secundaria postular para oficial. Estaba retrasado
en mis estudios por dos razones: por razones de viaje perdí un año y otro por estudiar en la
nocturna, donde se tiene que hacer un año más. Ya en Lima comencé a trabajar como obrero y
me volví sindicalista y con ello adiós al deseo de ser militar; el 81 salí seleccionado para servir,
pero hice arreglo, soborné y no serví, al enterarse mis padres se molestaron conmigo. Ya para
eso, a fines del ochenta y uno comencé a escuchar que se hablaba de lucha armada, se
hablaba de Edith Lagos, de la comandante Carla. Claro que en ese entonces no sabía que no
había grados en nuestro ejército.
«El ochenta y uno comencé a trabajar políticamente como dirigente estudiantil en el colegio
Guadalupe. Éramos un grupo de “izquierda”, todos eran mayores y tenían posición política
definida, yo y mi amigo Max, que éramos los que dirigíamos un grupo cultural, CAPG se
llamaba, quiere decir: Centro de Arte Popular Guadalupano, lo creamos a iniciativa de un
profesor izquierdoso, él nombró a sus próximos como dirigente, los que eran de su posición
revisionista de Patria Roja, pero en la práctica dirigíamos nosotros y una reunión de la parte
más activa así la reconoció. Pero luego surgió un problema:
—Ya pues, es tiempo de que planteen su posición política —dijo en una reunión el profesor.
«Y todos los demás miembros activos nos emplazaron a decir nuestra filiación política, había
revisionistas de toda laya: del Partido Comunista del Perú —Patria Roja, del Partido Comunista
Peruano, trotskistas, udepistas. Entonces comenzamos a investigar seriamente con Max
quiénes eran realmente los marxistas, fue así que investigamos cuántos partidos de izquierda
había en el Perú y qué significa ser revisionista. El profesor conocía cosas, así que un día previo
acuerdo con Max le pedimos que nos ayudara a conocer todos los partidos de izquierda, nos
fue mencionado uno a uno y sus posiciones centrales, contabilizamos dieciséis partidos de
“izquierda”.206
—Pero hay uno más —dijo el profesor.
— ¿Cuál? —preguntamos.
—Uno que dice seguir el luminoso sendero de José Carlos Mariátegui, pero es un grupúsculo,
son unos aventureros, bien intencionados, infantiles e inmaduros, están en contra de lo que
Engels ha dicho: que hay que acumular fuerzas antes de iniciar la revolución, y que para eso
hay que usar los espacios democráticos, usar el Parlamento como tribuna —nos dijo
recortando la cita de Engels donde dice: acumular fuerzas mientras no se descubran nuevas
formas de lucha y organización, principalmente militares.
— ¿Y quiénes son ellos, cómo se llaman? —dijo mi amigo.
—Se denominan Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso. Dicen que están haciendo
lucha armada y son clandestinos.
«Fue así como me enteré de nuestro partido, con mi amigo comenzamos a estudiar con más
ahínco El Manifiesto Comunista de Carlos Marx, el libro Citas y las cinco tesis filosóficas del
Presidente Mao, pero fue realmente estudiando El Manifiesto donde encontramos la clave: en
ese libro en la parte final dice: “Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y
propósitos y proclaman abiertamente que el viejo orden solo puede ser derribado a través de
la violencia; que tiemblen los burgueses ante una revolución comunista, los proletarios no
tienen nada que perder en ella, salvo sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar.
¡Proletarios de todos los países, uníos!”
«Entonces con mi amigo dijimos, realmente todos esos que se dicen ser de izquierda y tienen
sus locales públicos, son los revisionistas, ellos no son ningún peligro para el viejo orden, por
eso los toleran, los únicos marxistas verdaderos son los senderistas. Ya para eso nosotros
éramos admiradores de Edith Lagos y la “Comandante Carla”. Nunca les aclaramos nuestra
posición, pero éramos partidarios de quienes venían haciendo la lucha armada, y ellos lo
intuían. El problema era encontrar al Partido, estábamos atentos y escuchábamos todo rumor.
Entre nuestros amigos más cercanos nos decíamos revolucionarios.
«Un día un amigo, el que me recomendó para que trabajara de vendedor de combustible, me
dijo:
—Lorenzo, hay una chica que se ha fijado en ti... y no está mal..., tiene unas yucazas —
mientras con señas me mostraba el grosor de sus piernas—, es blanquiñosa, ¿quieres que te
presente?
— ¿De qué salón es? —le pregunte.207
—De mi aula, se sienta en la fila de la mano izquierda y no sale al recreo, se queda estudiando,
es bien chancona.
— ¿Cómo se llama?
—Genoveva —me respondió, e insistió— ¿Te la presento?
—No es necesario, gracias, si puedo iré hoy en el recreo, si no mañana. Déjalo por mi cuenta —
le respondí.
Esa misma noche fui, allí estaba ella, realmente bonita la chica, nos saludamos y comenzamos
a conversar.
—Sabes, quiero conversar contigo —me dijo de frente— ¿me esperas a la hora de la salida?
—Está bien, en la puerta nos encontramos.
«Yo tenía reunión del CAPG, hablé con Marx, le expliqué la situación, me deseó éxitos en mi
cita y fui a encontrarme con ella. Ella conocía algunas costumbres mías, sabía dónde tomaba el
bus a mi casa y dónde me bajaba, lo primero que me planteó fue:
—Así que ustedes dicen ser revolucionarios —hablaba en tono de burla—. Qué revolucionarios
van a ser tumbando puertas de un colegio. —Habíamos derribado una como protesta por no
dejarnos entrar a los que llegábamos tarde—. La revolución se hace en el campo, con las armas
en la mano, dirigiendo a los campesinos y las masas pobres.
«Eso era lo que quería escuchar y conocer a los que lo hacían, pero más pudo por un lado mi
orgullo y por otro lado mis convicciones sobre la clandestinidad y le dije:
—Yo soy de Izquierda Unida, y mis padres son apristas. ¡Para qué le dije eso! Se cerró como
puerta desde ese momento, me cambió de tema y no me volvió a hablar del asunto. Pasaron
varios meses y ella me esquivaba, hasta que averigüé dónde trabajaba, pero siempre que
pasaba por allí ella me veía primero y se escondía. Un día en mi trabajo mis amigos me jugaron
una pasada, escondieron mi ropa de calle y no la logré encontrar, no teniendo qué cambiarme
me fui a mi casa con mi mameluco. Ese día sin querer pasé por su puesto de trabajo, en eso
escuche:
— ¡Muñoz! —me di vuelta, no vi a nadie y continué.
— ¡Muñoz! —Me llamó nuevamente.
«Me di la vuelta, Genoveva me levantó la mano, fui hacia ella, me presentó a su compañero de
trabajo y comenzamos a conversar, esta persona con mucho tacto me comenzó a hacer
preguntas, por mi parte, yo que venía lamentando la respuesta que le di a Genoveva, hablé
franco y abiertamente. El 208
resultado fue que ese mismo día me dio el primer documento que he conocido del Partido
“Desarrollar la guerra de guerrillas” lo cual devoré con avidez.
«A partir de entonces cambió de actitud Genoveva para conmigo y pronto comenzamos a salir
como enamorados. Bueno, pero sucede que comencé a ligarme más al trabajo del Partido y
poco tiempo le dedicaba a ella, y además pese a que decía ser atea me dijo que quería casarse
de blanco, me reí de buena gana de eso y allí terminó todo. Ella me recriminaba en estos
términos:
—Tú prefieres más a tu partido.
«Primero comencé apoyando económicamente, luego a guardar cosas, además en mi cuarto
se reunían los compañeros, pero a mí no me llevaban a acciones ni a reuniones.
«Un día cansado de eso, con dos reuniones para escuela frustradas, cuando me pidieron
economía me negué a dar.
—No voy a dar más dinero —dije indignado, yo quiero ser combatiente, y ni siquiera a
reuniones me invitan, no doy más dinero.
«El compañero que me presentó Genoveva sonrió:
—Espera un momento —me dijo.
«Lo vi acercarse a una persona de baja estatura que tenía una Biblia en la mano, conversó con
él un rato y después volvió.
—Hay una fiesta —me dijo.
«Yo sabía que cuando me decían que iba a haber “fiesta” era que iba a haber acciones.
— ¿Quieres ir? —me preguntó.
— ¡Claro! —Respondí presto.
—Son dos fiestas, una inicia a la seis de la tarde y la otra a las once de la noche. ¿A cuál quieres
ir?
—A la mejor —fue mi respuesta.
—La mejor inicia a las once, yo también iré a esa. Nos vemos a las diez de la noche en la puerta
de ese cine —me señaló el cine que estaba cerca.
«Desde esa noche comencé a trabajar, era una huelga convocada por la Central General de
Trabajadores del Perú.
—La C.G.T.P. ha convocado a una huelga para mañana —dijo el mando en la reunión de
cohesión— la han convocado los revisionistas, pero allí estará el pueblo, las masas, los
obreros; y donde 209
están las masas oprimidas debe estar nuestro Partido, estaremos en su lucha con acciones
armadas.
«Fue así que inicié mi acción revolucionaria, fue una jornada dura, toda la noche hasta el día
siguiente a las dos de la tarde que dieron la orden de retirada. Pero, previo a ello me dieron un
punto para asistir, y desde ese día estuve organizado en destacamento, comencé a dirigir
escuelas bajo orientación de mis mandos y después pasé a destacamento especial, poco
después pedí la militancia.
«En esos primeros días de mi brega llegó mi madre a visitarme. He aquí la parte que te interesa
de ella. Yo trabajaba como obrero en un grifo hasta las dos de la tarde y de allí me iba a
cumplir mi tarea de combatiente hasta la hora que era necesario, a veces de allí mismo, sin
llegar a casa, me iba a mi trabajo.
«Cuando mi madre estaba en casa, comunicándole a mis mandos, iba a descansar a mi cuarto,
pero llegaba tarde, generalmente cerca de las doce de la noche. Mi madre se preocupaba. Mi
tía, dueña de la casa, me llamaba la atención.
—Estás haciendo sufrir a tú mamá, deja tus travesuras hasta que regrese a su tierra.
«Pero yo tenía que seguir con mis tareas, y así lo hice.
—Mamá estoy preparándome para la universidad —le decía para justificar mi tardanza. Claro
que un tiempo estuve preparándome, pero lo tuve que dejar para dedicarme al trabajo
partidario.
«Casi siempre me despertaba después de las seis de la mañana y salía corriendo a tomar taxi
para llegar a mi trabajo, mi madre más se preocupaba.
— ¿De dónde sacas dinero para taxi? —Me decía— ¿No será que estás robando?
«Mi tía le conversaba, le explicó que había estado sin trabajo buen tiempo y que les debía de
varios meses del alquiler del cuarto y que cuando conseguí mi trabajo les daba el sobre
cerrado, le mostró los sobres, pero como mi mamá no sabía leer no le creía. Entonces la lleve a
mi trabajo, le presenté al administrador, pero aún así no creía. Los días domingo salía con ella
a pasear, el primer domingo la llevé a Miraflores y San Isidro, caminábamos duro por diversos
lugares. El siguiente domingo la llevé a Villa El Salvador, y el tercer domingo nos quedamos en
casa, ya ella quería regresar a su tierra, le dije que no, que se quedara una semana más. Ese
domingo en casa mientras cocinábamos la abordé y le dije lo que hacía por las noches. Para
eso, por esos días hubo acciones y ella seguía atenta las noticias que pasaban por la radio. Le
dije:
—Madre, quiero que sepas que soy un combatiente, soy un soldado, pero del ejército del
pueblo, esa es la razón por la que ando hasta altas horas de la noche.210
«Me miró sorprendida, confundida, luego de pensar un rato me dijo:
—Pero hijo, a ellos los persiguen, los matan o los meten presos —me miró largo rato— ¿No
tienes miedo que te maten?
—Para morir hemos nacido, mamá, eso me has enseñado tú, si muero será por una causa
noble.
—Pero hijo, nuestra religión nos enseña que no se debe matar a nuestro prójimo —me dijo
como queriendo disuadirme.
—Mamá, no te olvides que hace tiempo que no creo en la existencia de ese señor al que
llaman dios. Además mamá, aquel que cree en dios estará pensando más en cómo llevar su
alma al cielo cuando muera que en vivir mejor acá en la tierra. Por eso, a los mormones —y le
plantee así porque mi hermano era mormón en ese entonces—, les preocupa más que los
hombres crean en dios, aunque no sea el dios que ellos invocan. La religión siembra
conformismo. No es casualidad que a los norteamericanos que no quieren ir a la guerra se los
exonere de ello a cambio de que prediquen en las naciones oprimidas, de allí que veamos
muchos “Elderes” gringos, jóvenes, pululando en nuestro país. ¿Cómo quieres madre que crea
en ese señor dios que permite tantas injusticias en el mundo?
—Y dime hijo, ¿Has matado? —me preguntó.
—Aún no madre. No quisiera matar a nadie, pero..., si tengo que hacerlo lo haré. No te olvides
que los explotadores matan miles de hijos del pueblo a diario y los matan por hambre,
haciendo sufrir a padres e hijos, al menos yo a ellos los mataré rápido, de un balazo.
«Estaba sentado en una silla y ella en otra. Se paró me cogió de mi cara con sus dos manos y
me cubrió de besos.
—Tu padre y yo pensábamos que eras un cobarde y que tenías miedo de morir y que por eso
no quisiste ir a servir al Ejército —me dijo con cariño.
—No madre, no he querido ir al Ejército porque ese no es el ejército del pueblo, ese ejército
manda a los hijos de los pobres a reprimir a su propio pueblo. Yo soy parte de otro ejército, del
ejército de los pobres.
«Todo el día me llenó de preguntas, y lo pasamos bonito, creo que incluso hasta fuimos al cine.
«Al día siguiente, el lunes llegué a casa cerca de la una de la madrugada, mi madre dormía
plácidamente, mi tía dormitaba en una silla cerca de la cama.
—Desgraciado ¿qué le has hecho a tú mamá? —Me dijo mi tía cuando me vio entrar.
—Nada ¿Por qué?211
—Otros días tu madre lloraba, no comía, ¿Qué será de mi hijo? Decía. Pero hoy ha estado muy
distinta. Desde que saliste a trabajar ella se ha puesto a hacer las cosas, ha lavado frazadas, ha
baldeado, ha cocinado silbando como joven, como cuando la he conocido en todas sus fuerzas.
¿Qué le has hecho, desgraciado? No me dirás que le has dicho que eres terruco.
—No tía, no le he dicho que soy terruco, le he dicho que soy un combatiente, un guerrillero. ¡Y
por favor tía, no te permito que me digas terruco!
— ¿Le has dicho?
—Sí.
—Qué mujer es ésta, su hijo le dice que es guerrillero, que todos los días se expone a la
muerte, y ella feliz; ¡No la entiendo!
— ¿Cómo que no la entiendes? Sí la entiendes, tú sabes que soy guerrillero, y no puedes negar
que lo que hago es justo. Ella que ha sufrido más que tú, ¿cómo no va a entender lo que hago?
«Mi tía se fue a descansar desconcertada. Por mi parte yo me acosté al costado de mi madre.
Desde entonces nunca más se preocupó por mis tardanzas.
—Haz las cosas bien. ¡No vayas a caer por tonto! —Era lo único que me decía.
«Y por esos llamados de atención, mi amor por ella aumentaba. Pero, dos meses después y
realmente por tonto me detuvieron y siempre ha estado conmigo. Ah, y lo gracioso fue lo
siguiente: cuando llegó a visitarme la primera vez a El Frontón ni bien nos sentamos me dijo:
— ¡¿No te dije que te cuides?! —Y me cogió de las dos orejas.
«Los compañeros que vieron eso de lejos, acudieron a ver que pasaba.
— ¿Qué pasa mamita? —le dijo uno de ellos.
—Nada compañero —le dijo— Este sonso no me ha hecho caso, le dije que salga de la casa
donde vivía porque allí vive un policía, su primo, pero no me ha hecho caso y hoy está
detenido.
«Y lo decía con tal cólera que los compañeros se sonrieron de contentos.
«Le explique que no me habían detenido por culpa de mi primo, pero ella dale con que él era
el responsable de mi detención, finalmente la pude convencer que no era así… Bien, querías
saber algo de mí y de mi mamá, eso es lo que te puedo decir.
—Gracias. Se ve que han sufrido mucho ustedes juntos... Voy por el queso, lo he encargado en
el frigider de la señora de la tienda.
—Un momento... Conociéndote como te conozco ¿Cómo has hecho alcanzar el queso hasta
hoy? 212
No creo que te haya dado más de un kilogramo la mamá.
—Ah, cierto, me ha dejado solo un kilo.
— ¿Así? —Frunce el entrecejo—. Sabes, no te creo...Conozco a mi madre, y te estoy
conociendo a ti..., pienso lo siguiente, si me equivoque me corriges. Mi madre ha dejado un
kilo para ti y otro para que lo lleves a compartirlo con los compañeros con quien tú trabajas,
pero tú has preferido guardarlo para compartirlo cuando nos volvamos a encontrar. ¿Ha sido
así o no? —Ella no dice nada, pero lo mira de frente a los ojos— No te olvides que sí me
mientes lo averiguaré con mi madre cuando vuelva.
Roxana piensa un rato y responde:
—Sí, la mamá me ha dejado un queso y un manjar blanco para compartirlo con los
compañeros, pero, ¿por qué sospechaste que me he quedado con el queso?
—Simple, conozco a mi madre y el cariño que siente por los compañeros —Y sonriendo—. Y te
estoy conociendo a ti, glotonita... Te voy a denunciar a los compañeros que te has quedado
con lo que les correspondía.
—No, por favor, el manjar blanco lo he llevado, sólo me he quedado con el queso.
—Está mal, muy mal, así estás deformando tu calidad de comunista. Eso no está bien Pequeña.
No les diré nada a mamá y a los compañeros, por esta vez, pero que no se repita. No encubriré
tus problemas, tampoco te pido ni quiero que tú lo hagas para conmigo. ¿Estamos de
acuerdo?
—Sí —dice ella, lo abraza y se deja caer a la cama arrastrándolo— Te quiero, te quiero... No
sabes cuánto te quiero.
—Por favor no digas nada más, no me elogies, no vaya a ser que me envanezca. Me contento
con que me demuestres tu cariño y que no dudes del mío —Él la besa y no la deja seguir
hablando.
Después de estar largo rato abrazados y quietos en la cama se aparta.
—Déjame, voy a preparar la cena. No te muevas de acá, quiero hacerlo bien para ti.
Le coloca la almohada bajo la cabeza, y le hace una señal que esté quieto. Baja a la tienda y
regresa con pan, queso, leche y huevos. La observa preparar la cena.
—Flaquito, mi familia me ha invitado a la fiesta de quince años de mi sobrina. ¿Me
acompañarás?
—Claro, ¿dónde es?
—En Comas.
—Creo que me has dicho que allí vive tu mamá, ¿estará ella también?213
—Sí, porque la fiesta será en la casa de mi hermana, allí vive mi madre. Yo ya conozco a tu
mamá, ¿tú por qué no vas a conocer a la mía?
—No es igual, creo que no las debemos de comparar, ¿No te parece?
— ¿No irás? —le pregunta parándose y poniéndose seria.
—Si tú quieres, iré,… pero te soy sincero, teniendo en cuenta lo que me has contado, preferiría
no conocerla.
—Está bien, iremos, será dentro de quince días. Planifica tu tiempo, debemos de llegar a la
casa a más tardar a las cinco de la tarde. Por eso, por favor, nos veremos el día viernes de la
próxima semana acá al medio día. ¿Está bien?
—De acuerdo.
Al día siguiente. Lorenzo va a la casa de Telmo, llega al medio día encuentra en la casa al
compañero Jaime.
—Qué alegría volver a verte Carlos —dice Yolanda— llegas a tiempo para almorzar, ya nos
íbamos a servir con el compañero.
— ¡Hola! —Dice Jaime— qué tal le ha ido. Me dicen que usted ya no llega por acá.
—Claro, ya no llego porque ya no debo de venir a esta casa, por eso, Yolanda, he venido a
despedirme.
— ¿Por qué? ¿Vas a viajar? —dice Yolanda.
—He estado de viaje, ya he vuelto, y no creo que tenga que volver a viajar, sino que tengo
cosas que hacer.
— ¿Vas a estar fuera de Lima?
—No, pero estaré lejos de esta zona.
—Tiene el rostro quemado por el frío —interviene Jaime— ¿Ha estado en la sierra?
—Sí, pero en la sierra de Lima, En Huanza, solo que he tenido que dormir a la intemperie, pues
no conocíamos a nadie.
—Pero allí hay apoyos, el Partido tiene contactos.
—Seguramente, pero los que hemos viajado no conocemos.
“Además, aparte de ti, ¿quién los conoce? —Piensa Lorenzo—“No sé por qué crecen mis dudas
respecto a este compañero, creo que debo averiguar si está o no organizado. Creo que está
medrando de la guerra popular”.
—En Huanza hay varios apoyos, por toda esa subida en diversos pueblos, En San Pedro de
Casta también —agrega Jaime para impresionar.
Terminan de almorzar, Jaime se despide.
—Me retiro compañera, gracias, debo irme, tengo cosas que hacer.
—Está bien, vuelva cuando pueda —invita Yolanda.
Jaime sale cerrando la puerta tras él. Lorenzo deja pasar dos minutos y sale, regresa al poco
rato.
—Se fue. Yolanda tengo una leve sospecha sobre este compañero, por favor quiero que tú y
Telmo a través de los mandos y todos los conocidos averigüen si está organizado o no, le
consultan también a Rolando, no te olvides. Por mi parte también averiguaré donde estoy
trabajando si alguien lo conoce.
—Está bien... Y dime ¿Ya te has visto con Roxana?
—Sí, ayer hemos estado juntos.
—Estos días ha estado viniendo a casa, estaba preocupada por ti, por lo que pueda pasarte, y
otras veces estaba contenta.
—Así y por qué contenta.
—Ella dice: Cómo no va a ser buen compañero si su madre es una madre como no he conocido
otra, quiere bastante al Partido y a los compañeros. Y no recuerdo cuántas cosas más dice de
tu mamá.
—Gracias por comunicarme eso, pero no le hagas caso, creo que la compañera esta realmente
enamorada, y eso le impide ver los defectos que tengo. Ya se le pasará... y a propósito, dime,
esos bolsos ¿no son los de Roxana? —Señala dos bolsos que sobresalen bajo la cama.
—Sí, a veces viene a lavar su ropa acá.
— ¡Qué mal!, ¡que mal! No está bien, he venido a despedirme y agradecerles por todo lo que
han hecho por mí, por su poyo mientras he estado con ustedes. Ya estoy organizado y no debo
de venir a esta casa.
—Pero Lorenzo, vengan nomás cuando puedan.
—No, las cosas no son así Yolanda. Ustedes ya han cumplido su responsabilidad para con
nosotros. Ni ella ni yo debemos venir.
—Pero ¿por qué? Yo les estimo mucho.
—Nosotros también, pero estamos en guerra, ustedes tienen sus deberes y nosotros los
nuestros. 215
Al ya no estar nosotros con ustedes, ustedes tienen otras tareas que cumplir, ¿o no?
—Sí, Telmo sale más seguido y regresa más tarde, yo también..., pero menos.
—Y en sus tareas pueden tener problemas con la policía, y nosotros puede que un día
vengamos cuando hay problemas y nos complicamos, o viceversa, puede ser que a nosotros
nos comiencen a seguir, no olvides que somos ex prisioneros y llegamos con la cola a esta casa
y por nuestra culpa los pueden detener a ustedes, y a través de ustedes a otros... ¿Te das
cuenta el daño que podríamos ocasionar al Partido?
—Sí —responde poniéndose triste.
—Ya cambiarán los tiempos, una guerra no es eterna. Por hoy debemos de sujetarnos a las
leyes de la clandestinidad. ¿Vendrá Telmo hoy?
—No es seguro.
—Por favor, le das las gracias de mi parte por todo, y dile que no pregunte sobre mi situación a
los mandos, cuando en algún momento pregunten, que allí recién informe que ya estoy
trabajando.
— ¿Ya no volverás?
—Hoy me encontraré con Roxana, hablaré con ella y vendremos a recoger sus cosas. ¿Te
parece bien?
—Qué malo eres —le reprocha mirándolo con seriedad.
— ¿Por qué?
—Vas a prohibir que venga Roxana.
—Pero es por el bien del Partido, de ustedes y de nosotros.
—Sí, lo entiendo. No te molestes conmigo Carlos, solo que..., ustedes han sido diferentes a
todos los que han estado en casa.
—Quiero pedirte un favor especial, ¿lo harás?
—Dime.
—Necesito encontrarme con Jaime de aquí a quince días, el próximo domingo... ¿Lo podrás
invitar a que venga ese día?
—Sí, ¿para qué quieres verlo?
—Ese día te enterarás.
—Está bien. ¿Vendrás ese día con seguridad?216
—Con seguridad.
Dos días después, siendo el medio día llegan a la casa, Lorenzo y Roxana. Yolanda está
cocinando, la bebe duerme.
—Qué bonita pareja —exclama Yolanda— ¿Andan ustedes siempre juntos?
Roxana la abraza, similar Lorenzo, entran a la sala-comedor-dormitorio.
—No —responde Roxana—. No trabajamos juntos, pero cuando queremos estar juntos vamos
a nuestro cuarto.
—Ah, tienen su nidito. Saben, he preparado poco almuerzo. Telmo vendrá a almorzar. Vengan
vamos a preparar más guiso.
Lorenzo reflexiona un rato y luego interviene:
—Yolanda, háblame con sinceridad, ¿has preparado poco, o están escasos de economía?
—No te preocupes, lo que pasó es que estaba inapetente y cociné poco. Ahora hago lo que
sugeriste, compro algunas cosas para toda la semana y solo voy al mercado por algunas
cositas. Así que hay papas, arroz, cebolla, zanahoria, huevos y otras cosas para toda la semana.
—Entonces déjame preparar a mí lo que falta.
—Está bien.
La bebe se despierta, su madre la carga y le da de lactar, Lorenzo se hace dueño de la cocina,
ve lo que ya está cocinado y prepara algo que se combine con lo preparado. Yolanda y Roxana
conversan. Un poco más de la una llega Telmo, se saludan, está apurado, almuerza rápido y se
despide, los tres comen despacio. Luego de conversar un rato, Lorenzo anuncia que tienen que
reiterarse.
—Los voy a extrañar —dice Yolanda con tristeza.
—Nosotros también —responde Roxana.
— ¿Están apurados? Quería hacerlos algunas preguntas..., claro que lo puedo hacer a los
mandos, pero a ustedes les tengo más confianza..., además ustedes cuando me explican algo
lo hacen con ejemplos, y si no entiendo algo les pregunto, en la reunión..., no es igual.
Lorenzo y Roxana se miran, ya tienen las cosas de Roxana en sus manos listas para partir.
—No estamos muy apurados —interviene Lorenzo— dinos de qué se trata. —Siguen de pie.
—Es sobre el revisionismo, hay cosas que no entiendo, en otras tengo dudas.
Lorenzo luego de meditar un poco pone el bolso bajo la mesa, Roxana lo imita y se sientan.
Yolanda sigue aún sentada con la bebe en brazos.217
—Para comenzar quiero que me expliquen por qué decimos que el MRTA es revisionista.
—Y qué piensas tú, ¿son o no son revisionistas? —dice Lorenzo.
—Eso es lo que quiero que me aclaren.
—Yolanda, tú misma has dicho que tienes dudas, quiere decir que sí tienes una opinión y eso
debes plantearlo, para saber si es correcto o no, si lo que piensas no es correcto te lo
aclaramos. ¿De acuerdo?
Yolanda pone su cara de disconformidad, después de pensarlo responde:
—En la reunión han dicho que el MRTA está en contra de la violencia revolucionaria, que están
en contra del Partido, pero yo veo que ellos sí usan las armas, quieren también hacer la
revolución y no entiendo por qué están contra el Partido —se queda callada.
—Ves que al plantearnos cómo concibes las cosas nos ayuda a saber dónde está tu problema,
ya con esas ideas podemos iniciar —dice Lorenzo— Pequeña, ¿Puedes explicarle tú?
—Hazlo tú —responde Roxana— Yo escucharé.
—Está bien, si algo planteo mal me corriges... Empezamos. Yolanda, tú dices que ellos también
están haciendo la revolución. Primero, ¿qué cosa es hacer la revolución? La revolución es un
cambio profundo que transforma con la violencia un orden social establecido, pero hay
diversos tipos de revolución: Revolución burguesa, la que le correspondió dirigir a la burguesía,
pero a la burguesía en nuestro país ya le pasó su momento. En su momento la burguesía
dirigió revoluciones contra la feudalidad. Pero hoy ya no, porque ha devenido reaccionaria.
Revolución Socialista, la dirigida por el proletariado que conduce a la socialización de los
medios de producción y conduce a la dictadura del proletariado a través de su Partido, el
Partido Comunista. La revolución socialista es el periodo de transición a la revolución
comunista, y existe la Revolución Democrática de nuevo tipo, la dirigida por el proletariado en
países como el nuestro, semi feudal y semi colonial donde se desenvuelve un capitalismo
burocrático sometido al dominio imperialista. Este tipo de revolución es para cumplir tareas
que no ha hecho la burguesía, para luego pasar a la revolución socialista. También puede
haber revoluciones dirigidas por la pequeña burguesía y dentro de esta última encaja lo que
hace el MRTA, y veamos por qué. Ellos dicen que están por la revolución, cierto, pero, ¿qué
más dicen? Ellos dicen: Nosotros no somos asesinos, nosotros no matamos a la gente,
nosotros destruimos las estructuras y propiedades de los explotadores. ¿Has escuchado esa
idea, que hasta la propia prensa reaccionaria la levanta? —Yolanda afirma con la cabeza que
sí—. Y, ¿qué te parece? —Ella lo mira pero no responde— ¿La guerra se hace contra las 218
cosas?... No, la guerra se hace entre los hombres de una determinada clase o nación. El
sabotaje es una parte de la guerra para privar a los hombres, de medios militares o
económicos, pero no es principal. Allí tienes su posición pequeño burguesa de concebir la
guerra.
«Una revolución de esta naturaleza llevaría a que suceda lo que pasó en Nicaragua, una
revolución inconclusa, a medias, para luego caer nuevamente en las manos del imperialismo.
«Segundo, dices que no entiendes por qué es que están contra el Partido. Veamos con un
ejemplo sencillo. Escucha, si ellos realmente quisieran la revolución para el proletariado, para
los campesinos y para el pueblo, ¿no te parece que deberían de buscar al Partido, apoyarle e
incorporarse a las fuerzas que éste dirige? —Se calla, ella mueve la cabeza afirmativamente—
Pero ellos no han hecho eso, sino que han creado su propio movimiento o frente, ¿Para qué?
Para confundir al pueblo, para desviar a las masas de su verdadero camino, allí está claro que
ellos están contra el Partido ¿o no?
«Nosotros luchamos por el poder para el Partido, para el proletariado y el pueblo. Pero ellos
no están por eso, ellos quieren el poder para su grupo, para su movimiento, no te olvides que
ellos no son un partido, su nombre lo dice: MRTA, que quiere decir: Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru. Y ¿quién fue Túpac Amaru? Un cacique que si bien estaba contra
la opresión, contra el sometimiento a los españoles, y era producto de la repercusión de la
emancipación de Estados Unidos y la revolución francesa, soñaba con volver al incanato.
«El presidente Gonzalo, el Partido, nos dice en forma correcta: “El pasado no puede ser
bandera del presente” Y no debemos olvidar que en el incanato había opresión.
«Otra cosa, revisionista es quién revisa los principios, quién diciéndose marxista no lo es en
realidad, porque castra al marxismo de su médula: la violencia revolucionaria. Eso es
repercusión del viejo revisionismo. Pero en la URSS y en China el nuevo revisionismo está por
la restauración del capitalismo y en contra de la dictadura del proletariado, y hasta por la
desaparición del Partido de la clase obrera. En síntesis, el revisionismo es un destacamento de
la burguesía infiltrado en el seno de la clase obrera. El revisionismo es una variedad de la
ideología burguesa.
«Por otro lado, nunca olvidemos que el marxismo es la ideología del proletariado, la última
clase de la historia: Los martacos dicen que son marxistas-leninistas y ridículamente hasta se
dicen “marxistas cristianos”, pero, marxista es quien es materialista dialéctico, por tanto no
pueden ser cristianos. Pero no debemos confundir y decir que en nuestra revolución no
participan los cristianos, eso es otra cosa. En nuestro ejército como combatientes pueden
haber y los hay, compañeros que tienen religiosidad porque el actual orden social les ha
impreso eso. Al ir transformando la sociedad se van transformando también 219
ellos. Pero, en el Partido nuestro no hay cristianos, te explico mejor, no puede ser militante del
Partido ningún religioso en cualquiera de sus variantes. ¿Comprendido? —Hace una pausa—.
Pero volvamos a lo que estábamos diciendo relacionado a los martacos, el marxismo no se ha
quedado en Lenin. Lenin vivió hasta los veinte de este siglo, pero la lucha de clases ha
proseguido y quien ha desarrollado el marxismo cogiendo y analizando la lucha de clases
posterior a los años veinte ha sido el Presidente Mao Tse – Tung, pero el MRTA niega lo hecho
por él.
— ¡Disculpa! —Interrumpe Yolanda, he dicho que haré preguntas, y ya que ustedes se van,
quiero despedirme aprendiendo algo más de ustedes —Lorenzo y Roxana sonríen— ¿Cuál es la
diferencia entre Partido y movimiento?
—Vamos por partes. Partido es una organización de una clase, con una ideología, una política y
un programa claro y definido que es aceptado por todos sus militantes y por el cual trabajan.
Nuestro Partido el Partido Comunista del Perú es el Partido de la clase obrera, cuya ideología
es el marxismo-leninismo-maoísmo, pensamiento guía del Presidente Gonzalo, y es así porque
el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción y cada Partido Comunista en
cualquier país tiene que especificar el marxismo a sus condiciones concretas y generar un
pensamiento que lo guíe, así fue en Rusia y en China y quien quiera dirigir un proceso
revolucionario en beneficio de los obreros y campesinos y de las masas oprimidas debe hacer
eso, especificar un pensamiento guía que lo dirija. Nuestro Partido tiene su Programa, su Línea
Política General a seguir y su objetivo inmediato es la conquista del poder para el Partido, el
proletariado y el pueblo y su meta final es el comunismo. Al comunismo entrarán todos los
pueblos de la Tierra o no entra nadie. No es como dijeron los revisionistas soviéticos que ellos
entrarán al comunismo el ochenta. Ahora veamos lo que es un frente.
—Pero estamos hablando del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru —protesta Yolanda.
—Claro, pero Movimiento Revolucionario Túpac Amaru es el nombre que le han dado a un
frente de diversas organizaciones. Debes saber que el MRTA ha sido conformado por
elementos de diversas organizaciones, está conformado por elementos de las siguientes
organizaciones: MIR- El Militante; MIR–IV Etapa; el Partido Socialista Revolucionario marxista,
leninista; el Partido Comunista Peruano -Mayoría. Este tipo de frente es una mixtura de
organizaciones, un conglomerado donde cada uno tiene su ideología y sus objetivos, y no sería
nada raro que dentro de poco se dividan o se peleen entre ellos. Como podrás ver hay una
gran diferencia entre un Partido y un movimiento o frente. Hay una gran diferencia entre ellos
y nosotros, y hay otros puntos más en que nos diferenciamos —Lorenzo se calla.220
Yolanda observa a su nena que ha comenzado a dormir con el pezón en la boca, despacio lo
retira y se acomoda el brasier.
— ¿Puedes decirme cuáles son esos puntos?
—Claro. Veamos, ¿Cuál es el carácter de la sociedad peruana? Eso te deben haber explicado en
tus reuniones. ¿Verdad?
—Semi feudal y semi colonial y donde se desenvuelve un capitalismo burocrático — responde
Yolanda.
— ¡Correcto! Pero, ¿qué sostiene el MRTA?, que la sociedad peruana es capitalista en
desarrollo. Y, ¿quién tiene la razón, ellos o nuestro Partido? Veamos: Hay censos y estudios
que han hecho los propios explotadores donde reconocen que el 70% de nuestro país son
masas que viven ligados al agro y al latifundio y sometido a servidumbre por parte del
gamonalismo o a la propiedad asociativa, me refiero a las cooperativas que están manejadas
por el Estado. Sus estadísticas dicen que el porcentaje de industrias en nuestro país es muy
poco y que básicamente la industria existente en el país es extractiva, es decir aquella que
extrae la materia prima de nuestro suelo y no la llega a convertir en una maquinaria o
cualquier otro producto acabado para el mercado, sino que suministra materia prima a los
grandes monopolios imperialistas.
«La poca industria existente, que es mínima, es en base a la chatarra de los países capitalistas
que envían a los países que oprimen, sus maquinarias ya en desuso. Entonces, el proletariado
en nuestro país es muy poco. Bueno, pero eso dicen las estadísticas, y tú propia experiencia, lo
que han visto tus ojos ¿qué te dicen? ¿Es así o no es así?
—Cierto —responde con prontitud—, así es. Del centro de nuestro país, he visto que traen en
el tren cantidad de mineral, pero todo eso lo embarcan directo en grandes barcos al
extranjero. Parecería que ni siquiera varillas de hierro se hiciera en el Perú.
—Sí hay una industria siderúrgica pero es muy incipiente, el acero que se hace en el Perú es
malo. También tenemos una industria textil y otras diversas, pero rezagadas, como yo lo dije
con maquinaria obsoleta.
«Continuemos con las diferencias entre nosotros y el MRTA. El MRTA derivado de ese análisis
incorrecto de la sociedad, de tipificar a la sociedad como capitalista en desarrollo, llega a la
conclusión lógica que el carácter de la revolución debe ser revolución socialista; y nosotros
derivado de tipificar a nuestra sociedad como semi feudal y semi colonial y de capitalismo
burocrático sometido al imperialismo 221
decimos que la revolución, que corresponde es Revolución Democrática de Nuevo Tipo, es
decir Revolución Democrática dirigida por el proletariado, para cumplir las tareas que en
nuestro país no ha cumplido la burguesía. A la burguesía le correspondía barrer la feudalidad
pero no la ha hecho.
«Entonces recapitulando, una primera cuestión que se debe definir para hacer una revolución
es: definir el carácter de una sociedad, de allí deriva el carácter de la revolución, por ejemplo,
en los países capitalistas corresponde revolución socialista, pero en los países como el nuestro,
como la mayoría de América del sur y de África, tendrá que ser Revolución Democrática.
Derivado de establecer el carácter de la revolución, se define los blancos de la revolución. Para
nuestro Partido, para nuestra revolución son tres blancos: El capitalismo burocrático, la semi
feudalidad y el imperialismo. Para el MRTA: La gran burguesía y el imperialismo. Teniendo ya
los blancos de la revolución se tiene que contar con los instrumentos para hacer la revolución,
como maoístas que somos sabemos que para hacer la revolución se requiere “las tres varitas
mágicas”, o los tres instrumentos de la revolución: Partido, Ejército de nuevo tipo y Frente.
Pero frente concebido diferente a como conciben los revisionistas, frente de clases, no frente
de organizaciones. Nuestro frente está conformado por los obreros, campesinos, la pequeña
burguesía, hasta la burguesía nacional.
«Otra cuestión que nos diferencia del MRTA es en cuanto a lo militar, es decir en cuanto a
estrategia y táctica. El MRTA es foquista y maneja la idea de que hay puntos inexpugnables.
—Esa es otra idea que no entiendo —interviene Yolanda— ¿Qué quiere decir foquista?
—Foquista quiere decir que son relumbrones, que hacen acciones espectaculares en un
determinado lugar y desaparecen para aparecer en otro lugar, pero sin ligarse a las masas ni
crear nuevo poder o bases de apoyo. En cuanto a puntos inexpugnables, ubican lugares que
por sus condiciones geográficas consideran inexpugnables, es decir un lugar donde no puede
llegar la reacción y allí establecen su campamento. Eso es erróneo porque por lógica de la más
simple allí donde llega un hombre, llega otro; por otro lado, la reacción al ubicarlos puede
tender un cerco y reducirlos por hambre. Por nuestra parte nosotros estamos haciendo guerra
popular, parte de la cual es la guerra de guerrillas, golpeamos en distintos puntos, nos
desplazamos de un lugar a otro, pero siempre fundidos con las masas y en función de crear
bases de apoyo. Lo medular de la guerra popular son las bases de apoyo, es decir el nuevo
Estado que vamos creando; allí en las bases de poyo vamos planificando, organizando y
dirigiendo la nueva vida de las masas.
«En cuanto a las armas, nosotros partimos que principal es el hombre y no las armas, las armas
son necesarias pero depende de quién las empuñe. Tenemos tres formas de conseguirlas: 222
primero, arrebatándole las armas al enemigo, aniquilando sus fuerzas, porque las armas que
usan han sido compradas con el dinero del pueblo, ésta es la forma principal; segundo,
compramos; tercero, las fabricamos. Los revisionistas del MRTA son militaristas, centran en las
armas que compran o reciben del social imperialismo soviético. Ellos dependen del social
imperialismo soviético, por tanto están por cambio de amo. Nosotros tenemos independencia
ideológica, política y económica, es el pueblo quien nos sustenta.
Lorenzo se calla.
—Pero eso no es todo —interviene Roxana—, ellos no confían en las masas, ellos creen en
salvadores, creen que unos cuantos van a salvar al pueblo. Nuestro Partido por el contrario
dice: Las masas hacen la historia, el Partido sólo las dirige. El Partido moviliza, politiza y
organiza a las masas para que ellas hagan la revolución con sus propias manos. Los martacos a
su contingente les pagan y así generan mercenarismo: En cambio nosotros lo damos todo por
el Partido y la revolución, eso creo que lo saben bien ustedes.
—Ahora sí ya lo entiendo —Plantea Yolanda con brillo en los ojos— Pero tengo otras
preguntas.
—Está bien, adelante —responde Lorenzo.
Se hace un silencio, Yolanda ordena sus ideas y plantea:
—Siempre he escuchado decir que Rusia es socialista, pero en el Partido se nos enseña que la
URSS es social imperialista y que allí el Partido Comunista es revisionista. Entonces digo, pero
¿cómo pueden estar seguros que son revisionistas? Y te digo a ti ¿Cómo puedes estar seguro
que es revisionista si tú no has estado allá? —Lorenzo y Roxana sonríen— ¿Creo que se están
burlando de mí?
—No, Yolanda —dice presta Roxana.
—Son interesantes tus preguntas, pero no solo basta hacerse preguntas, partiendo de lo que
dice el Partido uno mismo debe de investigar y buscar las respuestas, claro que preguntar
también es investigar, pero debes hacer esfuerzo por encontrar tú misma las respuestas.
Ustedes tienen buenos libros, pero no los leen. En el libro que nos prestaron, La Carta China,
allí está eso, te voy a responder eso, pero con el compromiso de que tú también leas luego ese
libro. ¿De acuerdo?
—Está bien, Carlos.
—Entonces, ¿qué pasó en la URSS?
—Un momento —interrumpe Yolanda— ¿Qué quiere decir URSS?
—Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Allá, en 1953 muere el camarada Stalin y en 1956
se produce un golpe de Estado contrarrevolucionario, es decir usurpa el poder el revisionismo
en la persona de Jruschov quien comienza la restauración capitalista. En el XX congreso del
PCUS, (PCUS quiere decir: Partido Comunista de la Unión Soviética), aprueban las tres pacíficas
y los dos todos Las tres pacíficas son: Transición pacífica, emulación pacífica y coexistencia
pacífica. Los dos todos: Partido de todo el pueblo y Estado de todo el pueblo.
—Eso lo he escuchado, pero no entiendo qué quiere decir, o por qué está mal eso.
—Entonces veamos punto por punto, ¿está bien?
—Claro, y si no entiendo te pregunto —insiste.
—Bien, ¿qué quieren decir con transición pacífica?, que habiendo ya un país, la URSS, que ha
conquistado el poder con violencia revolucionaria, ya no es necesario que otros lo hagan así,
sino que se puede pasar al socialismo por medios pacíficos, sin violencia, y allí encaja su
llamada “emulación pacífica”, los revisionistas soviéticos dicen que como Rusia ya es socialista
y han avanzado grandemente en todos los campos, en la industria, en la ciencia, en el
bienestar para las masas, etc., lo cual es cierto; entonces dicen, y eso es lo erróneo, que los
ricos al ver que el socialismo es mejor que el capitalismo, solitos se pasarán al socialismo como
fruto de la emulación pacífica, que por eso el paso del capitalismo al socialismo será pacífico.
Lo cual es una mentira grandísima porque los burgueses, los ricos jamás dejarán por sí solos de
explotar a las masas, al pueblo, porque la felicidad de ellos se sustenta en la infelicidad del
pueblo. En cuanto a la coexistencia pacífica, esto es un principio correcto planteado por el
Gran Lenin pero para la relación entre dos Estados con diferentes sistemas. Lo cual los
revisionistas lo quieren extender a las clases sociales y como línea general del Movimiento
Comunista Internacional, para decir que burgueses y proletarios, ricos y pobres deben coexistir
pacíficamente; es decir que los pobres, los oprimidos no deben levantarse en rebelión.
—Y ¿qué me dices de Estado de todo el pueblo y Partido de todo el pueblo?
—También son dos posiciones revisionistas contrarias a la lucha de clases. Veamos, ¿qué dices
tú del Partido Popular Cristiano, del señor Bedoya Reyes? ¿Ese partido representa tus
intereses?
—No, ése es de ricos.
—Claro de burgueses y ¿el Partido Acción Popular de Belaunde?
—Tampoco. El que defiende a los pobres es nuestro Partido.
—Correcto, y el Partido Comunista del Perú, ¿partido de quién es?
—De los pobres.
—No es exacto. El Partido Comunista del Perú es el Partido de la clase obrera del Perú. Es
partido del proletariado, pero tiene un amplio carácter de masas, es decir representa a las
masas populares.
—Carlos —interrumpe nuevamente Yolanda, la conversación es básicamente entre los dos —
¿No basta decir que representa a las masas?
—No. Veamos por qué. Todos los hombres que conforman la humanidad ¿Son o no son
masas?
—Sí.
—Entonces, la masa lo es todo, las masas se dividen en clases, y las clases generan sus
partidos, los partidos generan sus dirigentes. Los obreros, campesinos y pequeña burguesía
son las masas populares. Estaba diciendo, el Partido Comunista es el
Partido de la clase obrera, y representa y defiende los intereses de las masas, quiero decir de
las masas oprimidas.
—Pero entonces, ¿cómo se explica que algunos compañeros que son de la pequeña burguesía
y otros que son campesinos, sean miembros del Partido?
—El Partido es de la clase obrera, sin embargo hay militantes que por extracción y origen de
clase son de la pequeña burguesía, o de la burguesía, pero la condición para ser miembros del
Partido es que se proletaricen, es decir que asuman la ideología, la política y programan del
Partido, que estén organizados en uno de los organismos del mismo y coticen. Es decir que
trabajen por los intereses del proletariado. Te pongo un ejemplo, Marx, Lenin, el Presidente
Mao, no han sido obreros, pero tomaron firme y resuelta posición por el proletariado y por él
extinguieron sus vidas. Nuestro jefe el Presidente Gonzalo, tampoco es obrero, pero es quien
representa y trabaja por los intereses del proletariado y los oprimidos de todo el mundo.
Continúo con lo que te estoy explicando. Pasemos al siguiente punto, sobre “Estado de todo el
pueblo”. Veamos, ¿el Estado peruano actual, es de todo el pueblo?
—No.
— ¿Pero entiendes qué cosa es el Estado, y qué cosa es el gobierno?
— ¿Qué, no es lo mismo?
—No es lo mismo. Veamos, el Estado es la ubicación que tienen las clases en una sociedad.
Roxana, ¿tienes una hoja de papel en blanco, por favor?
Roxana abre su bolso y saca un cuaderno, rompe una hoja y le da a Lorenzo. En silencio dibuja
una figura y coloca iniciales.225
—Observa, el Estado actual lo podemos graficar así:

TBNOCPB(Falta un grafico)

«Gran burguesía y terratenientes en la parte superior, la burguesía nacional y la pequeña


burguesía como pilares, los obreros y campesinos en la base sosteniendo todo el peso. Pero
cuando el Partido tome el poder será a la inversa.
TOCBNPB(Falta un grafico)

«No te olvides que el Estado es dictadura de clase o clases sobre otras. En nuestro país es
dictadura de la gran burguesía en alianza con los terratenientes bajo el mando del
imperialismo. Nosotros 226
estamos por un Estado de dictadura del proletariado, y no olvidemos que el proletariado no es
explotador. Entonces, ¿Qué es el gobierno? Es la forma cómo las clases en el poder se
organizan para defender sus intereses.
«El gobierno con la burguesía puede ser: de democracia burguesa o “democracia
representativa”; puede ser también de monarquía constitucional, como en Inglaterra; de
dictaduras fascistas, como lo fue en nuestro país con Velasco, o en España con Franco. Hoy en
nuestro país es de “democracia representativa”, pero entre comillas, porque realmente es de
dictadura de la gran burguesía a través de sus representantes de turno, que los cambian como
a caballos cansados cuando ya no les sirven. En un Estado Socialista, el Estado es de dictadura
del proletariado, y, reitero, como el proletariado no es explotador beneficia a toda la sociedad.
¿Entendido?
—Y sobre China, qué me puedes decir, ¿cómo sabes que China es revisionista?
—Tú dices: “¿Cómo puedes saber que Rusia y China son revisionistas?” Ahora yo te pregunto
¿Conoces al Señor Bedoya Reyes, o al señor Belaunde? Creo que nunca los has conocido
personalmente, pero tú dices que son reaccionarios, ¿cómo lo sabes si no has tratado con
ellos?
—Cierto, no los conozco, pero en los periódicos y por la radio conozco lo que piensan.
—Ya ves, que es fácil. Estás diciendo que los conoces por sus posiciones, por lo que ellos
plantean: Así es como podemos decir que Rusia es revisionista y que China también lo es, por
sus posiciones, por lo que plantean. Veamos, ¿qué ha pasado en China? El Presidente Mao
muere el 76 y en seguida el revisionismo da un golpe de Estado contrarrevolucionario usando
el ejército, apresan a la camarada Chiang Ching esposa del Presidente Mao Tse- Tung y a otros
tres dirigentes de izquierda del Partido Comunista de China, que dirigieron la Gran Revolución
Cultural Proletaria. Hagamos un acápite. ¿Qué ha sido la Gran Revolución Cultural Proletaria?
La más grande movilización de masas vista en toda la historia de la humanidad, allí se
combatió a los revisionistas seguidores del camino capitalista, porque la Gran Revolución
Cultural es la prosecución de la revolución bajo dictadura del proletariado, con un objetivo:
cambiar la mente de los hombres, hacerlos que se proletaricen. Por eso los revisionistas y la
burguesía principalmente la atacan con odio. A los cuatro de Shangai los juzgaron y
sentenciaron como responsables de lo sucedido en la Gran Revolución Cultural Proletaria,
pero, ¿quién dirigió la Gran Revolución Cultural Proletaria? El Presidente Mao. Entonces al
juzgar a los cuatro de Shangai, o “la banda de los cuatro” como los llamaron los revisionistas,
han juzgado al Presidente Mao, han ido contra lo que él hizo.
—Pero ¿cómo han podido hacerlo tan pronto?227
—Veamos los antecedentes. En la Gran Revolución Cultural proletaria el Presidente Mao
combatió a los seguidores del camino capitalista, a los restauradores, que eran quienes
habrían hecho la revolución pero que se habían quedado en demócratas, y que
ideológicamente no habían dado el salto a socialistas. Un miembro del Comité Central, Teng
Siao- Ping le preguntó al Presidente Mao ¿Dónde está la burguesía? El presidente le respondió:
Aquí entre nosotros está, en el Comité Central estamos empollando burguesía. Y es que la
burguesía, las ideas burguesas se habían refugiado en las cabezas de los dirigentes del Partido
Comunista de China, en algunos de sus miembros como Liu Chao Chi, Teng Siao- Ping y Zhao
Ziyang.
«Teng Siao-Ping y Zhao Ziyang fueron expulsados del Comité Central. Pero dirás ¿qué ideas
tenían? Teng Siao Ping decía: No es mala la explotación, es buena, porque ustedes los
burgueses se enriquecen y nosotros ganamos. ¿Qué te parece esa idea?
Lorenzo se calla, Yolanda medita.
— ¿Puedes repetirlo? —dice.
—Teng decía: No es mala la explotación, es buena —habla pausado— porque ustedes los
burgueses se enriquecen y nosotros ganamos.
— ¿Eso decía? —Pregunta incrédula.
—Eso mismo. Además decía refiriéndose a los funcionarios del gobierno y a los dirigentes: “No
importa si el gato es negro o blanco con tal que cace ratones”. Es decir que no importa la
posición de clase, sino simplemente si es eficiente o no, olvidándose del carácter de clase en
todo.
— ¿Cómo puede pensar así un dirigente de un Partido Comunista?
— ¡Por esa razón es que fue combatido y expulsado! Pero, ¿Sabes qué pasó luego de la muerte
del Presidente Mao?
—No.
—La izquierda partidaria había quedado debilitada por la inevitable pérdida de algunos
probados y consecuentes dirigentes, antes del Presidente Mao murió Kang Sheng, quien fuera
un firme y consecuente luchador antirevisionista; también murió Cho En Lai y otros. Muerto el
Presidente Mao- Tse- Tung, Hua Ku Feng que era el subsecretario del P.C.Ch, pasa a asumir
como secretario, éste era un sinuoso, hábil para mantenerse a cubierto, un centrista, restituyó
a los expulsados en la Gran Revolución Cultural Proletaria, comenzando por Teng Siao Ping, a
quien lo rehabilita y vuelven a ocupar sus antiguos cargos, también a Zhao Ziyang quien ahora
es Primer Ministro.228
—Pero, entonces, ¿todo ese esfuerzo, todo lo que han sufrido los revolucionarios rusos y
chinos antes de la toma del poder, ha sido en vano?
—No Yolanda —interviene, Roxana—. No ha sido en vano. Antes de la revolución Rusa ese
pueblo era terriblemente explotado con jornadas de trabajo de más de doce horas, vivía en el
atraso y la ignorancia, pero después del triunfo de la revolución han desarrollado
grandemente, similar en China. China era una sociedad feudal muy rezagada, su pueblo
explotado y sumido en la ignorancia, la mujer puesta de lado cuya opinión no contaba para
nada, las condiciones de vida pésimas, pero con la revolución todo eso cambió. A lo largo de la
historia de la humanidad ha habido revoluciones, pero ninguna ha beneficiado tan
ampliamente a las masas como las revoluciones dirigidas por el proletariado a través de su
partido.
—Pero ¿qué va a pasar allí en Rusia y en China? —Pregunta Yolanda.
Lorenzo y Roxana se miran, como preguntándose quién interviene.
—Prosigue —dice Lorenzo.
—Ya el Presidente Mao dijo —plantea Roxana—: No está definido quién vencerá a quién, si el
capitalismo o el socialismo. Y lo dijo porque sabía que hierbas venenosas crecían junto a la
buena semilla, y la historia nos muestra que las clases que pierden el poder buscan
involucionar, y pueden retomar posiciones, pero no vuelve a ser igual. Así sucedió con la
burguesía, tomó el poder pero después los feudales retomaron algunas posiciones, no todas,
no se volvió a lo mismo, y luego la burguesía ha tenido que hacer nuevas revoluciones para
avanzar y consolidar lo conquistado.
—Y, ¿qué tendrán que hacer los comunistas consecuentes en esos países?
—Ya el Presidente Mao dijo en una carta a su esposa, la camarada Chiang Ching, que cuando él
ya no esté, ella tendría que coger la bandera y llevarla a la cumbre, es decir, que ella tenía que
continuar la revolución. Y si fracasas, le dijo, te despeñarás y habrá que iniciar de nuevo con
guerra de guerrillas.
«Como en Rusia y China están restaurando el capitalismo, llegará un momento en que
entrarán en una profunda crisis, y el pueblo nuevamente tendrá que hacer la revolución.
— ¿Nuevamente revolución, pero contra quiénes? —Pregunta Yolanda.
—En Rusia —interviene Lorenzo—, contra esa costra burguesa en que han devenido los
dirigente revisionistas que han usufructuado el poder, allí se ha generado nuevos elementos
burgueses que son los antiguos dirigentes revisionistas que gozan de grandes beneficios y
privilegios, protegiendo a sus familiares y próximos, mientras que el pueblo se hunde cada vez
más en la miseria y la desocupación, 229
hoy sabemos que males que habían sido erradicados como la prostitución, la delincuencia y la
mendicidad nuevamente campean. En China los revisionistas vienen usufructuando de todo lo
que hizo el pueblo, hoy está en manos del ejército. Pero ese Ejército ya no es el antiguo
Ejército Rojo que dirigía el Presidente Mao Tse Tung, sino un ejército dirigido por los
revisionistas para sus mezquinos fines de acaparar riquezas en beneficio personal; y así como
en Rusia donde hoy está cada vez más claro que están siguiendo el camino capitalista, los
revisionistas chinos se develarán cada vez más que son seguidores del capitalismo, y una forma
de saberlo es conocer lo que dicen los imperialistas. Hoy sabemos que Estados Unidos lo
elogia, si eso aumenta será porque el gobierno chino se ha entregado en cuerpo y alma al
capitalismo, al imperialismo, en perjuicio del pueblo chino.
«Pero lo que en China ha sembrado el Presidente Mao no se perderá, por buen tiempo la mala
hierba puede intentar matar la buena siembra, pero como la mala hierba no sustenta a las
masas, eso será desyerbado, lo tendrán que hacer los comunistas, y será una lucha dura, muy
dura, tendrán que comenzar por reconstituir su partido —Lorenzo hace una pausa para
ordenar lo que va a seguir hablando.
—Ya es tarde —dice Yolanda—, les he quitado su tiempo, gracias.
—Solo una cosa más —dice Lorenzo—. Cuando en los informes del Partido haya algo que no
entiendes, no partas por dudar de lo que allí se dice, que esos informes son hechos por el
Presidente Gonzalo, y él lo que dice lo hace con fundamento. Por tanto investiga y profundiza
eso. Espero te sirva lo que hemos conversado.
—Gracias Carlos, gracias Roxana —su rostro se torna sombrío—. Vuelvan cuando puedan.
—Está bien. Nos despides de Telmo —dice Roxana.
Cogen los maletines que están bajo la mesa, salen. Yolanda se queda sentada con su nena en
brazos. Lorenzo acompaña a Roxana hasta el cuarto que ha conseguido en la zona donde ella
trabaja.
El día viernes, según lo acordado, los dos se dan cita al medio día en el cuarto de Lorenzo.
Roxana ha llegado primero, está con el almuerzo casi listo. Lorenzo ingresa, se saludan, se
tiende en la cama a descansar, mientras ella termina de preparar el almuerzo, la radio les hace
fondo musical. Almuerzan, luego lavan el servicio distribuyéndose tareas. Roxana llena el
termo con agua hervida, es agua que casi nunca usan, salvo raras excepciones, pero que
renuevan con frecuencia. Cada uno pasa a asearse y a cambiarse de ropa, primero lo hace ella,
luego él. Lorenzo coge su maletín y coge la primera ropa que encuentra.
— ¡Lorenzo! —llama Roxana.230
— ¿Sí?, dime —responde con las ropas en la mano.
— ¿Eso te vas a poner?
—Claro, ¿por qué?—responde mirando sus ropas.
—Flaquito, ¿por qué no te preocupas un poco por tu arreglo personal?
Lorenzo sonríe un rato y responde.
—Creo que lo hago.
Roxana se pone de pie coge uno de los sacos que están en la esquina, lo abre y saca un
pantalón, una camisa manga larga y una chompa abierta. Lorenzo la observa sonriendo.
—He guardado esto para esta fecha, ¿no las has echado de menos?
—No. Estás similar a mi madre, a ella le pedí que me llevara toda mi ropa a prisión, pero
cuando salí, lo primero que me dio fue ese pantalón y esa chompa, las había guardado.
—Es que te asientan muy bien. ¿Cuándo has comprado esto?
—En el tiempo de “vacas gordas”, las dos prendas son mandadas a hacer a mi medida.
—Con razón.
Terminan de arreglarse y salen tomados de la mano. Abordan el colectivo, se bajan cerca de la
casa de la familia de Lizvet, lo presenta a su hermana y su cuñado. En la sala conversan los dos
hombres mientras ellas suben a dar los últimos toques a lo que preparan para atender a los
invitado a la fiesta.
Un poco más de las seis de la tarde baja la hermana de Lizvet.
—Subamos a servirnos algo, ya que los bocadillos para los invitados lo serviremos a las nueve y
media de la noche —dice desde la puerta.
Su esposo se para, Lorenzo lo imita.
—Por acá —dice el esposo.
Ingresan al pasadizo que conduce al interior, suben al segundo piso, se instalan alrededor de
una amplia mesa donde una jovencita y una señora de avanzada edad están poniendo
cubiertos. La hermana de Lizvet presenta a su madre y a su hija que cumple quince años,
Lorenzo saluda a cada una de ellas con atención y respeto. Lizvet aparece sonriendo con un
plato en la mano. Se ubican todos en sus respectivos lugares. Encabeza la mesa el dueño de la
casa, al frente está su hija, a su mano derecha su esposa y al costado de ella su madre, frente a
la madre está Lorenzo y a su costado Lizvet, la señora mira con atención a Lorenzo, él sonríe
con incomodidad.
—Así que usted es el terrorista que se ha juntado con mi hija, otra terrorista —, le dice de 231
sopetón.
Los padres de la joven homenajeada se miran, luego observan la reacción de Lorenzo, él se
pone serio y la escucha con atención, apoya sus brazos en el borde de la mesa y junta sus
manos.
—Tenían que ser dos terroristas, dos destructores, dos asesinos para que se entiendan —dice
con cólera la señora.
— ¡Señora! ¡Por favor cállese! —ordena el dueño de la casa.
— ¡Mamá!, por favor compórtate —dice la hermana de Lizvet.
—Abuela, por favor no malogres mi fiesta —suplica la joven.
Los ojos de Lorenzo se achican, su rostro se pone de piedra, Lizvet lo coge del brazo.
—Pido disculpas por haber cometido la imprudencia de haber venido a esta casa —restallan
sus palabras desde donde está sentado—. ¡Soy un luchador social!, no un terrorista, no
permito a nadie que me insulte de esa manera... Realmente me duele en el alma que alguien a
quien debo apreciar y respetar me trate de esa manera. Si alguien de mi familia consanguínea
me tratara de esta forma jamás pisaría la puerta de su casa —Se pone de pie—. Por favor, me
dan un permiso, que alguien me acompañe a la puerta, no ha sido mi intención venir a
incomodarlos ni a debatir sobre mis ideales. —Lizvet lo jala del brazo y lo mira a los ojos,
suplicante—. Tú, si deseas, te quedas, es tu madre y ésta es su casa. Permiso.
Con una mano se hace soltar el brazo y con la otra aparta la silla. Sin mirar a ningún lado toma
el camino por donde ha subido. A la señora la rodean su hija y su yerno recriminándole ambos
atropelladamente su actitud. Lizvet y su sobrina intercambian palabras.
Lorenzo solo, comienza a bajar las escaleras.
— ¡Espérame, por favor! —grita Lizvet mientras corre.
Lorenzo se detiene, Lizvet se pone delante de él un peldaño más abajo.
—No me hagas eso, por favor... Disculpa a mi madre —le pide con lágrimas en los ojos,
cogiéndolo de ambas manos.
—Déjame pasar, por favor —responde, intentando pasar por un costado.
—Tío, por favor, quédate. —Le dice la joven posando su mano sobre sus hombro, por sus
mejillas se deslizan gruesas lágrimas.
—Lo siento jovencita, no quiero malograr tu fiesta —responde mientras con cuidado coge su
mano para retirarla de su hombro.
A grandes trancos camina el padre de la joven.
— ¡Lorenzo!, sube por favor, quiero hablar de hombre a hombre contigo —le dice desde la
parte superior de la escalera.
Sin pensarlo Lorenzo obedece y sube, se colocan frente a frente, Lorenzo lo mira inquisitivo.
—Primero, ésta es mi casa, no es de la señora. Segundo, quien te ha invitado a venir soy yo y
mi esposa, que sabemos que Liz tiene su compromiso, hemos querido conocerte y compartir
contigo la alegría de presentar a nuestra hija a la sociedad —mientras habla, su esposa se
coloca a su costado—. Quédate, y como parte de mi familia comparte conmigo esta alegría
que no quiero que se convierta en un recuerdo amargo para mi hija.
—Quédese joven y no haga caso a mi mamá, le pido disculpas por lo sucedido —dice la esposa.
Lizvet lo coge de una mano, la quinceañera del otro brazo, Lorenzo mira primero a su pareja,
luego a la jovencita.
—Está bien, me quedo por las palabras de tus padres y porque lo pases bonito —dice
cambiando de expresión y esforzándose por sonreír.
—En silencio retornan a la mesa. La hermana de Lizvet se adelanta.
—Mamá, ven —le dice cogiéndola del brazo— termina de llorar acá. —la conduce a la cocina.
Se acerca a la mesa, coge el plato de su madre y lo lleva a la cocina. En la sala cenan en
silencio.
Terminando de cenar recogen el servicio, el dueño de casa y Lorenzo se retiran a ocupar sillas
que están ordenadas en los contornos de la sala, mientras Lizvet y su hermana ubican la mesa
a un costado de la sala y colocan en ella la torta de la homenajeada.
Siendo cerca de las ocho de la noche comienzan a llegar los amigos de la joven y demás
invitados, se pone música en un equipo de sonido, se sirve cóctel a la concurrencia, la mayoría
son adolescentes con ansias de vivir y divertirse, bailan en parejas y cuando la pieza termina
van a sus respectivos grupos que se han formado en tres esquinas de la sala, la jovencita va de
un lugar a otro, su padre y su madre hacen lo propio, y cada cierto tiempo se sirven bebidas
ligeras, Lizvet los apoya. Lorenzo y dos personas más están al margen de los grupos que se han
formado.
Los jóvenes se van soltando y van apareciendo botellas de ron, a las nueve de la noche bailan
con furor. La quinceañera se acerca a Lorenzo y lo saca a bailar, después de ellos lo presenta a
sus 233
amigos como su tío. Lorenzo no vuelve a bailar hasta que Lizvet lo encuentra sentado
contemplando a los bailarines, ella lo saca a bailar, Lorenzo no muestra un atisbo de
entusiasmo. A las nueve y media comienzan a servir ají de gallina y otros bocadillos a todos los
invitados, Lorenzo por iniciativa comienza a apoyar, su rostro sombrío desaparece y da paso a
un semblante apacible.
El baile es suspendido momentáneamente salvo una que otra pareja que no quiere perderse
piezas de su agrado. Cuando la mayoría ha terminado de comer se reinicia el baile en forma
masiva. Lorenzo al no ver por ningún lugar a Lizvet por buen rato, la hace llamar con su
sobrina.
—Hemos quedado en retirarnos a las diez —le recuerda.
—Quedémonos un rato más. ¿Qué dices?
—No te olvides que mañana tenemos tareas que cumplir. ¿Les has hecho presente a tu familia
la hora que nos retiraremos?
—Sí, pero quedémonos un poco más, por favor.
Lorenzo mira su reloj.
— ¿Está bien a las once?
— ¿Once y cuarto?
—Bien, no más tarde.
Lizvet vuelve a la cocina, su madre los ha estado observando. Lorenzo ya con cierta confianza
va recogiendo el servicio y llevando a la puerta de la cocina donde le recibe Lizvet, reparte
bebida, recoge vasos. A las once y veinte al no aparecer Lizvet la llama él mismo desde la
puerta de la cocina, ella sale.
— ¿Nos vamos? —le pregunta, ella tiene las manos húmedas.
—Quedémonos un poco más.
—Yo me voy, si deseas te quedas —le dice con resolución.
Lizvet va a responder algo pero su madre aparece y se pone a su costado.
—Hija, has venido con tu marido y con él te vas. Despídete de tu hermana y su familia. Hasta
luego joven —dice a Lorenzo bajando la cabeza sin atreverse a mirarlo— gracias por haber
venido.
Sin otra palabra se introduce a la cocina. Lizvet saca a Lorenzo al pasadizo, luego llama a su
familia para despedirse. Se retiran, caminan por la calle distanciados en silencio, en la avenida
principal un grupo de personas hacen parar a un colectivo y suben, ellos gritan al conductor
que los espere y corren para alcanzarlo, el conductor espera, cuando están cerca al bus, de la
casa donde se realiza la fiesta salen 234
varias personas corriendo y gritando.
— ¡Liz, esperen! —se escucha.
— ¡Tío, espera por favor! —se escucha la voz de la jovencita que corre adelante con algo entre
las manos.
—Señor, espere un momento —pide Lorenzo al conductor.
Lorenzo y Lizvet están en la escalera del bus.
Un grupo de jóvenes llega hasta el vehículo, a mitad de la cuadra se ha quedado la hermana de
Lizvet.
—Toma Tío —le entrega un paquete a Lorenzo—, chao, cuídense.
—Gracias. Sigan divirtiéndose.
Los jóvenes se despiden moviendo la mano, el conductor cierra la puerta y pone en marcha el
bus.
El vehículo lleva pocos pasajeros, hay asientos vacíos, se sientan. Lorenzo va junto a la
ventana, la abre un poco y siente la frescura del aire, pone su rostro a la corriente de aire por
un rato, luego cierra la ventana. Se da la vuelta y abraza con una mirada cariñosa a Lizvet, ella
se arrima a él y apoya su cabeza en su hombro.
— ¿Cómo te sientes? —pregunta ella.
—Mejor, me faltaba aire en tu casa.
Frente a ellos ocupa el asiento una joven de dieciocho o diecinueve años que los observa y
escucha con disimulo pero con curiosidad.
— ¿Qué te ha dado mi sobrina? —pregunta Lizvet mirando el paquete que Lorenzo tiene en
una de sus manos.
Lorenzo con cuidado desdobla el papel de la envoltura, dos trozos de deliciosa torta aparecen.
— ¿Nos servimos? —plantea ella.
—Claro..., pero —levanta la mirada hacia la joven que los mira tranquilamente—, te he dicho
que sí como algo y alguien me mira, no podré comer sin compartirlo.
—Pues le invitamos —dice presta.
—Hola amiga —dice Lorenzo a la joven— ¿Nos acepta compartir esta torta con usted?
— ¿Por qué no?, gracias —responde sonriendo.235
Lorenzo coge un pedazo del blanco papel con que ha estado envuelta la torta, separa la mitad
de una tajada y le tiende a la joven, luego le entrega a Lizvet una tajada completa, él se queda
con la mitad de la otra.
—Qué rara pareja son ustedes —dice la joven—, ¿son religiosos?
Lorenzo y Lizvet se miran y sonríen.
— ¿Religiosos nosotros? —Comenta Lorenzo— No, no somos religiosos, pero somos parte de
una nueva hornada de jóvenes solidarios que ha comenzado a poblar la Tierra, y en particular
nuestro país —habla metafóricamente.
— ¡Qué raro!... Nadie invita algo a nadie sin conocerlo —explica la joven.
—Ya le dije, somos parte de una nueva generación que concibe de una forma nueva el mundo,
no queremos un mundo donde cada persona solo piense en sí mismo, queremos un mundo
solidario, donde no haya hambre ni injusticias, un mundo donde no haya guerras.
La joven mira al exterior del vehículo.
— ¡Bajan en el paradero Candados! —Grita dirigiéndose al conductor— Tengo que bajar
amigos. Visítenme, les voy a dar mi dirección, tomen nota.
Lorenzo extrae rápidamente un lapicero de su bolsillo, ella dicta su dirección y baja. Lizvet
arquea sus cejas y sube sus hombros. Llegan a su destino.
Temprano se aprestan a partir cada uno a su lugar de trabajo.
— ¿Qué te pareció el juane? —pregunta Lizvet.
— ¿Cuál juane?
—Lo que comimos con mi familia... era algo envuelto en una hoja de bijao, es plato típico de la
selva.
—Si sirvieron algo agradable, no lo sé, para mí todo fue insípido en ese momento... Y quiero
pedirte un favor, no me vuelvas a insinuar que vuelva a esa casa.
El día domingo antes del medio día llega Lorenzo a la casa de Telmo, Yolanda prepara los
alimentos, Telmo ha salido a cumplir sus tareas. Conversan amenamente. La bebe despierta y
se pone a llorar, Lorenzo la carga y la mece. Cerca de la una llega Jaime y se saludan, Lorenzo
no da muestras de ningún interés, almuerzan conversando de cosas de la política actual.
Lorenzo como quien no quiere la cosa lanza algunas preguntas a Jaime sobre el gobierno
aprista, las respuestas son genéricas, lo cual no convence a Lorenzo. Yolanda no participa de la
conversación. Cuando los tres terminan de almorzar 236
Yolanda recoge el servicio y va a la cocina y se pone a fregar los platos haciendo ruido adrede.
Lorenzo y Jaime se quedan en la mesa.
—Qué bueno que nos hayamos encontrado —plantea Lorenzo— tengo necesidad de conversar
con usted.
— ¿Sí? ¿De qué se trata? —dice extrañado Jaime sacándose los lentes.
Lorenzo la clava la mirada a la cara, apoya sus dos brazos sobre la mesa.
—Usted ha sido combatiente, y remarco, lo ha sido, dígame con la verdad en la mano. ¿Desde
cuándo está desorganizado y por qué razón?
Jaime trata de mantenerse sereno, pero su rostro palidece, Lorenzo lo mira severo sin cambiar
de posición, Jaime por un rato le sostiene la mirada, luego se agacha.
—No es necesario que mienta compañero —habla Lorenzo— que la verdad es verdad, y es
como el embarazo, un tiempo se lo puede ocultar, pero de todas maneras sale a luz. Le voy a
decir por qué sé que usted no está organizado —hace una pausa y prosigue— En los días que
hemos conversado he notado que usted estaba desactualizado en cuanto a la política del
Partido, y le he venido haciendo preguntas porque quería saber a través de un compañero
organizado la política actual que seguimos, ya que en esos días, por razones que no le
competen a usted, estaba desorganizado, pero resulta que usted estaba y está desfasado,
repite cosas de los años ochenta, ochenta y uno, y planteaba en casi todo, generalidades.
Entonces averigüé si sabían con quién estaba organizado, la respuesta que me dieron acá, fue
que usted trabajaba como combatiente del Ejército Guerrillero Popular en otro organismo que
no tenía nada que ver con el trabajo de los compañeros en esta casa. Yo trabajo en el otro
organismo del Partido acá en Lima, así que para que sepa, he conversado con cada uno de los
mandos de los zonales, les he dado su nombre, su descripción, su forma de vestir, etc. La
respuesta es una: Nadie lo conoce. ¿Usted sabe lo que está haciendo?...Eso tiene un nombre,
se llama: medrar. ¿Usted, sabe lo que implica? Lo escucho —mueve su brazo invitándolo a
hablar— dígame usted la verdad de lo que ha pasado.
A Jaime se le hace un nudo en la garganta, trata de hablar pero las cuerdas vocales le
traicionan. Lorenzo lo mira atento sin decir nada.
—Es verdad que no estoy organizado —tartamudea— pero..., he estado organizado, he sido
combatiente —Se calla, Lorenzo ladea la cabeza para prestarle atención—. He sido mando
militar.
Lorenzo sigue callado, ante el silencio de Jaime habla.
—Muy interesante; y ¿qué pasó? ¿Cuándo se desligó usted del trabajo partidario?237
—He sido mando militar de la zona Este. El año ochenta y dos se hace el asalto al puesto
policial de Ñaña y después comienza una serie de caídas por delación, no se podía llegar a
ninguna casa, no teníamos muchos apoyos y me enfermé de tuberculosis, estaba muy mal y el
Partido dispuso que me tratara, eso fue a fines del ochenta y dos.
— ¿Y es desde entonces que no se ha vuelto a organizar?
—Sí —responde parco.
—Usted ya está repuesto, ¿por qué no se ha reincorporado? Hay quienes dicen: “Perdí
contacto, no encontraba al Partido”, para justificar su capitulación, pero ése no es su caso.
—La verdad compañero... —se calla, está con la cabeza agachada, después de largo silencio
plantea—, tengo miedo..., tengo miedo de que me vayan a herir o a matar..., o que me
detengan y me torturen... Esa es la verdad compañero... Tengo miedo.
—Compañero, la reacción, la prensa reaccionaria nos compara a nosotros con la mafia y dicen:
“quienes entran a las filas de Sendero Luminoso ya no pueden salir, si se apartan los matan”.
Le pregunto, ¿es cierto eso?
—No —responde mirándolo de frente pero con temor.
— ¡Claro que no es cierto! Los combatientes del Ejército Guerrillero Popular que dirige el
Partido Comunista del Perú, con su jefatura del Presidente Gonzalo, lo somos libre y
voluntariamente. Aquel que se cansa de combatir o le entra el miedo y temor a las
consecuencias de la guerra, es mejor que deje de ser combatiente, si desea puede apartarse y
ser un hombre de bien como es el pueblo. Lo que sí es condenable, es que traicione, que se
pase a servir a la reacción, o que se vuelva un contrarrevolucionario y en ese caso que se
atenga a las consecuencias. Otra cosa distinta es la de quienes usufructúan del nombre del
Partido, o los que usan el nombre del Partido para extorsionar. La extorsión no es política del
Partido. ¿Lo sabe usted, verdad?
—Sí, claro.
—Quienes extorsionan usando el nombre del Partido, nos hacen mucho daño.
—Yo no he extorsionado, compañero —plantea con expresión de desesperación.
—Le creo, pero ha estado medrando del Partido, y le digo el porque. Usted se presenta como
combatiente, los que lo conocen dicen: “es un buen compañero, sencillo, modesto”.
Confunden su silencio, que es por desconocimiento por estar desfasado, con modestia. Lo real
es que usted no es combatiente, eso es medrar de la revolución. ¿Es así, o no es así? Sino,
dígame usted, ¿qué cosa es?238
Se calla; Jaime lo mira desconcertado y responde:
—Sí, compañero, tiene usted razón... Eso es.
—Usted dice que tiene temor, que tiene miedo, así no se le puede pedir que sea combatiente,
entiendo que usted mismo debe de haber librado lucha en su cabeza y que se ha impuesto su
temor. Le aconsejo que desde hoy día no vaya usted a ninguna casa a nombre del Partido, que
se ponga usted a trabajar para vivir y haga su vida. Le comunico que conozco a varias familias
con las que usted se ha venido relacionando y le consideran combatiente, sepa que a todos
ellos les aclararé su situación, y que si me entero que a partir de hoy, fíjese bien la fecha, usted
ha ido a pedirles dinero o cualquier otra cosa a nombre del Partido, informaré al Partido, al
Presidente Gonzalo, y que el Partido vea qué sanción se merece usted. ¿Está claro?
—Sí, compañero.
—Una cuestión última, usted ha tenido responsabilidad, ha sido mando, por tanto conoce a
compañeros que han apoyado al Partido, me ha hablado de apoyos en San Pedro de Casta, en
Huanza, desgraciadamente están lejos y no dispongo de tiempo y dinero para viajar; y por otro
lado, no sé si usted tendrá disponibilidad para viajar, ya en algún momento se contactarán con
el Partido. Pero, si usted conoce a compañeros acá en Lima, y sabe que están prestos a apoyar,
antes de dedicarse a hacer su vida en pleno, presénteme. No es obligatorio que haga esto
último, si no lo hace eso no cambia su situación, haga usted su vida, no le pasará nada, pero le
repito, si llego a enterarme que usted sigue medrando del Partido..., aténganse a las
consecuencias.
Jaime está más tranquilo, ha vuelto a tomar su color.
—Sí conozco a compañeros que son apoyos muy buenos. ¿Cuándo quiere que se los presente?
Quedemos un día para ir a sus casas.
Lorenzo medita muy breve.
— ¿Por qué no hoy día?
—Ya, si desea... vamos.
—Espéreme un momento —se pone de pie y se dirige a la cocina. Jaime se queda
reflexionando.
—Yolanda, me voy —dice en voz baja.
Yolanda está sin hacer nada en la cocina sentada en una silla, tiene apoyada su cabeza en una
mano, no ha querido interrumpir.239
— ¿Cuándo vuelves?
—Cualquier momento, pero no es seguro, ya te hemos explicado el porqué. Una cosa, Jaime
no debe de volver a esta casa, él no es combatiente, él ha estado medrando del Partido, eso le
informas a Telmo.
—Parecía un buen compañero.
—No te olvides que el pueblo suele decir: “Caras se ven, menos corazones”. Juzga a las
personas por lo que dicen y principalmente por lo que hacen. Hasta pronto.
Le tiende la mano, ella la estrecha en silencio sale.
Jaime se pone de pie, coge su chompa y salen los dos. Cogen un colectivo, se dirigen al norte
de Lima, Jaime indica la ruta que deben de seguir, hacen trasbordo de colectivo, llegan a una
casa en una barriada, es una tienda, conversa con el dueño, le presenta a Lorenzo como
combatiente, luego sale y lo llama a la puerta.
—Compañero, lo dejo, converse usted con el compañero, movilícelo bien, hace tiempo que no
se le ha visitado. Mañana nos vemos para ir a otro lugar, ¿le parece bien?
“Qué más me queda” —piensa Lorenzo.
—Está bien, diga usted dónde nos encontramos.
— ¿Le parece bien en la Plaza de Acho, cerca al grifo, a las nueve de la mañana?
—Está bien, allí estaré puntual.
Al día siguiente Jaime no aparece en el lugar de la cita y no lo vuelve a encontrar desde ese día.
Roxana y Lorenzo se abocan a su trabajo, sus encuentros son esporádicos, son tiempos duros
en el trabajo partidario, la lucha es contra posiciones ajenas a los principios proletarios
marxista-leninista-maoístas, pensamiento guía. En lo ideológico, soslayamiento a armar a los
comunistas y combatientes con la ideología del Partido Comunista del Perú, el marxismo-
leninismo-maoísmo, pensamiento guía. En lo político, poner lo militar por encima de lo político
y mercenarismo, contrario al desinterés personal. En lo orgánico, buscan introducir formas
ajenas a los principios organizativos del Partido Comunista, promueven el compartimentalismo
y el amorfismo. En cuanto a Dirección, buscan asaltarla para cambiarla de carácter, cambiar su
carácter proletario por un carácter pequeño burgués, no se ligan a las masas, desconfían de
ellas, tienen la posición de que: “las masas son tan pobres que no pueden apoyar la
revolución” y que por el contrario es el Partido quién debe apoyarlas y que por eso se deben
hacer confiscaciones, posición contraria a que “las masas hacen y sostienen la revolución y que
el Partido solo 240
las dirige.” Por esos criterios alquilaban casas y hacían poco o nada de trabajo de masas. En
cuanto a la lucha de dos líneas, eran contrarios a la crítica y la autocrítica, por tanto a
corregirse.
En la mayoría de zonales del Comité Metropolitano se presentaban esas posiciones, en unas
zonas más, en otras menos. Todas esas posiciones, criterios e ideas y prácticas era repercusión
de las ideas del MRTA, que buscaba asaltar el Comité Metropolitano. El Presidente Gonzalo lo
develó y combatió como entrismo y fue erradicado en intensa lucha de dos líneas. En la
práctica se les demostró que lo determinante es lo ideológico y político, que con política al
mando se resuelve todo. Los combatientes ligados al entrismo se creían combatientes
experimentados e imprescindibles en las acciones militares, por lo cual al ser combatidas sus
posiciones se negaban a cumplir tareas militares. Por su parte quienes se sujetaban a lo
proletario luego de combatirlos prescindían de ellos y las cosas comenzaron a cambiar y a
reenrumbarse el trabajo de acuerdo a lo establecido por Presidente. Esta lucha duró cerca de
un año. Algunos de estos elementos murieron como delincuentes comunes al querer hacer sus
llamadas “confiscaciones” al margen del Partido.
Donde trabaja Roxana fuertes problemas de desconfianza en las masas, por lo cual varios de
los combatientes están tuberculosos. Donde trabaja Lorenzo, fuertes problemas de entrismo y
con un militante que asume como mando militar de quien se sospecha que ha devenido en
colaborador de la policía. En esas condiciones trabajan y desarrollan su relación de pareja.
Un día Lorenzo va al cuarto de Roxana con el objetivo de estudiar, pues Roxana tiene
documentos de interés para él. El cuarto lo encuentra con llave, pero él cuenta con un
duplicado. Entra, el cuarto está en desorden, sin aseo y un olor intenso a dinamita lo inunda
todo. Primero busca las cosas que necesita, al ubicarlos decide poner orden para poder
estudiar. Sale, compra bolsas nuevas, mete en ellas la dinamita y verifica que no tengan hueco
por donde pueda entrar o salir el aire, luego coge periódicos pasados y hace una hoguera para
erradicar el mal olor, hace una especie de tea y lo pasea por todos los rincones, abre la puerta
y ventea con una frazada, después barre, ordena las cosas y finalmente se pone a estudiar.
Cuando van a ser las seis de la tarde llega Roxana.
—Hola —dice, lo saluda de pasada—, no pensaba encontrarte, estoy apurada, he venido
únicamente a cambiarme.
—Y yo he venido porque necesito estudiar algunas cosas que tú tienes.
Sigue sentado en una vieja mesa, ella se cambia a su espalda.241
—Me voy —dice saliendo, colgándose el bolso al hombro—. Me esperas en Yerbateros a las
doce de la noche.
— ¡Estás loca! —grita él.
Yerbateros es un lugar peligroso, principalmente por las noches, por la cantidad de lúmpenes
que se dan cita para robar a toda persona foránea que cometa la imprudencia de andar por
allí.
— ¡Me esperas! —grita desapareciendo.
Lorenzo continúa estudiando, a las siete sale a hacer compras, regresa con leche, pan y
aceitunas, esa es su cena. Luego de cenar sigue estudiando, inconscientemente el dinero que
tiene le coloca en la mesa. Cuando son un cuarto para las doce sale, echa llave a la casa y va a
recoger a Roxana. El lugar donde Roxana ha conseguido su cuarto es un cerro donde
difícilmente suben los vehículos motorizados, los callejones y calles están mal alumbrados, es
un barrio que tiene la fama de ser peligroso por los lúmpenes que viven por allí y que asaltan a
los desconocidos, no obstante va al lugar señalado por ella. Ya en el lugar indicado, se ubica en
una esquina como suelen hacer los ladrones, pasan los minutos. Habiendo pasado más de
media hora se impacienta.
“¿No será que ya ha llegado y nos hemos cruzado, puede ser que haya ido por la casa de
Manuel, que está cerca de acá?” piensa. Deja pasar cinco minutos más y sin pensarlo mucho se
dirige a la casa donde cree que puede haber llegado Roxana. Cuando está por iniciar su
ascenso al cerro, en la primera escalera, faltando no más de veinte metros para llegar a la casa
le salen al paso cuatro sujetos, jóvenes, que lo rodean armados con picos de botellas de vidrio
rotas, con las cuales lo amenazan.
— ¿Qué sucede? Soy de acá del barrio —dice en su defensa.
Los asaltantes lo miran bien.
—Yo no te conozco —dice uno.
Los otros tampoco lo conocen.
—Ya, ya, te quieres pasar de vivo —dice otro— saca todo lo que tienes.
—He bajado a recoger a mi esposa, no he traído dinero.
— ¿Dónde vives?
—Arriba al pie del pozo, cerca al colegio.
—Yo vivo por allí —dice otro, y nunca te he visto.
—Sácate la chompa y el reloj —ordena el más fuerte.
— ¿Cómo me van a hacer eso? —protesta, los otros se lo arrebatan.242
—Hay que chuzarlo para que otra vez no ande sin plata —dice uno de ellos.
El más fuerte de los lúmpenes mete sus manos por sus bolsillos y va sacando y arrojando al
suelo las cosas sin valor que encuentra.
—Y ¿esto que es? —pregunta.
Desdobla un pliego de papel impreso con letras rojas. La silueta de una hoz y un martillo la
abarca todo, sobre la silueta está impreso como título: “Pronunciamiento conjunto del Partido
Comunista del Perú y del Partido Comunista de España”.
— ¡Soy un guerrillero! —plantea al ver el pronunciamiento— y vivo allí donde viven los pobres.
El que le ha sacado la chompa y el reloj está retirándose, los otros dos se aprestaban a cortarle
la cara.
— ¡Hey! Tráele sus cosas, este causa es un pata —dice el que manda.
Pero el que tiene las cosas echa a correr y dobla la esquina.
—Disculpa patita —dice el lumpen. Ten más cuidado. Ese huevón se fue con tus cosas, yo no
choco con ustedes, cumpa.
Lo deja, hace una señal a los otros y se alejan corriendo.
Lorenzo sube las escaleras y toca la puerta de la casa de Manuel, le abre la puerta, Lorenzo
explica lo sucedido y pregunta.
— ¿Ha venido Roxana hace un rato?
—No, no ha llegado ningún compañero.
— ¿Me puedes acompañar a Yerbateros?
—Claro, espérame, voy a arreglarme.
Salen, van por donde han asaltado a Lorenzo, va fijándose en el piso, encuentra su pañuelo, lo
recoge, siguen avanzando y recoge su Libreta Electoral. Llegan a Yerbateros, por la Carretera
Central circulan pocos vehículos, justo cuando llegan a la esquina un bus se detiene y baja
Roxana acompañada de tres varones, ella al divisar a Lorenzo y Manuel habla brevemente con
sus acompañantes que vuelven a subir al mismo vehículo. El bus continúa su marcha.
—Veo que estás caluroso —comenta con ironía al verlo en mangas de camisa.
— ¡Qué caluroso, ni que nada! Acaban de cuadrarme. Me han robado mi chompa y mi reloj.
—Disculpa —dice ella cambiando su actitud.243
—Las disculpas no resuelven nada.
Se quedan en silencio, nadie dice nada y comienzan a caminar. Manuel los acompaña hasta
cerca al cuarto de Roxana, faltando una cuadra lo despiden. Llegan al cuarto.
—Tengo que terminar lo que estoy estudiando —dice con apatía sentándose donde estaba
estudiando.
—Disculpa, yo estoy agotada, voy a descansar.
Se acuesta, él sigue estudiando. A las dos de la madrugada suspende el estudio y se acuesta
junto a ella, pronto se queda dormido. Roxana al despertar lo encuentra cerca y se posesiona
sobre él, lo acaricia y estimula, el cuerpo joven y varonil responde a sus estímulos, ella se sirve
de él. Amanece, ella reposa sobre Lorenzo.
— ¡Peligro! ¡Peligro! —le dice cantarina al verlo abrir los ojos.
—Eres abusiva, te has aprovechado de mí.
Ella lo premia con besos.
—Te quiero, te necesito, te he extrañado —dice juntando su rostro al de él.
—No está bien lo que has hecho. Me he percatado que has dejado de tomar tus
anticonceptivos.
—Y yo me he percatado que tú me esquivas, que has hecho tus cuadritos y borroneado el
almanaque de nuestro cuarto, que incluso un día que coincidimos en llegar al cuarto, tú
consultaste con tu cuadrito, y como era un día de riesgo te fuiste.
—Cierto, porque hemos quedado en que no tendremos hijos ¿Verdad? —plantea con firmeza.
—Pero ahora sí quiero tenerlos, quiero ser madre.
—Y yo no quiero tener hijos contigo. Sí quieres tener hijos, busca con quién, porque conmigo
no los tendrás.
Roxana que sigue sobre él se queda desconcertada.
—Pero, ¿por qué?
—Porque me has hecho dar un compromiso, el de no tener hijos contigo, y compromiso es
compromiso que se debe cumplir. No pienso incumplirlo.
—Es que en ese entonces no estaba segura de tu cariño.
— ¿Así? —Frunce el entrecejo— ¿Y por qué debo estar yo seguro del tuyo?
—Es que acaso no ves cuánto te quiero.244
—No, no lo veo.
Ella lo besa, lo acaricia, lo muerde, lo aprieta contra sí.
— ¡Abrázame! —le ordena.
Lorenzo con suavidad la pone a un costado.
—Esta cama es una porquería, no se como he podido dormir. Me duele todo el cuerpo—. Se
pone de costado, ella lo mira preocupada, él le comienza a acariciar el rostro con una mano. Se
queda mirándolo.
—Esta cama no sirve para hacer el amor... Y por favor, no vuelvas a aprovecharte de mí. Si
quieres tener un hijo, has debido plantearlo, pero tú has buscado sorprenderme, por no
querer asumir tu responsabilidad autocríticamente. Me debes una disculpa.
—Perdóname,... tú no sabes lo que le pasa a una mujer, a veces se aprovechan de una y
después la dejan sola con los hijos..., te estaba conociendo.
—Creo que por allí debiste haber empezado. Me has hecho daño en cierta medida, sabes
cuánto me gustan los niños. Me he molestado contigo cuando he visto que querías concebir
sorprendiéndome—, juguetea con sus manos en los labios de ella— No lo vuelvas a hacer,
quiero tener hijos, y quiero hacerlos bien —Y ya con otro tono de voz—, quiero dibujarlos bien
y que no salgan faltándoles algo —se sienta al borde de la cama—. Disculpa, esta cama me
está matando. El colchón está grumoso. No sé como puedes dormir acá.
—Ya me he acostumbrado.
—Este cuarto parecía un chiquero ¿cómo puedes vivir así? Ah, y aquí no solo llegan tú y
Roberto, sino que llega todo el que quiere ¿o me equivoco? ¿Cuántos conocen esta casa?
—Todo el destacamento.
— ¿Vendrán hoy día?
—No, tienen tareas y nos reuniremos en otro lugar.
—De todas maneras, no volveré a este lugar. Cuando una casa la conocen muchos aumenta el
riesgo.
— ¿Cuándo nos volveremos a ver?
—Depende de ti, tomémonos un día para nosotros. Di tú que día y dónde nos vemos.
—En nuestro cuarto —plantea alegre— ¿Te parece bien este fin de semana, el domingo?
—Claro.245
—Estaré allí a las nueve de la mañana, para estar juntos hasta el día lunes. ¿Te parece bien?
—Así quedamos —Lorenzo coge el brazo de Roxana y observa la hora—. Me tengo que ir.
...
El día miércoles de la siguiente semana Lorenzo se encuentra en una casa con el dirigente del
Metropolitano.
—Qué bravos son ustedes camarada... Ya pues, deje a la camarada que cumpla sus tareas —
dice el dirigente.
— ¿Qué me quiere decir usted camarada? —responde con seriedad.
—Su compañera no ha vuelto al trabajo desde el día sábado. Pidió permiso para todo el
domingo, dijo que se vería con usted, pero no ha llegado a la zona donde trabaja hasta hoy.
Lorenzo lo mira extrañado, frunce el entrecejo, agacha la cabeza, reflexiona y luego encara al
dirigente.
—El día domingo lo he esperado todo el día en mi cuarto. No ha llegado, pensé que el deber le
ha impedido asistir a nuestra cita. Desconozco su paradero.
— ¡Qué raro! —Dice sorprendido el dirigente— ¿No será que la han detenido?... ¿Conoce
usted la casa de algún familiar de ella?
—Sí.
—Investigue, por favor, qué le ha sucedido. Teníamos algunas cosas que tratar con usted pero
dejémoslo para otro momento. Vaya en estos momentos a donde le puedan dar razón de ella.
Van a ser las diez. ¿A qué hora podemos volvernos a ver?
— ¿Está bien a la una de la tarde?
—Claro, en esta misma casa.
...
A la una de la tarde Lorenzo está en la casa, el dirigente llega cinco minutos después.
— ¿Cómo le ha ido? —pregunta inquieto.
—La han detenido. El día sábado por la noche ha llegado a la casa de su madre, a la una de la
madrugada más o menos la policía ha rodeado la casa y la han sacado en pijama.
—Lo sospeché, han sido detenidos algunos compañeros de la zona donde ella trabaja y al
parecer están delatando.
—Las negligencias se pagan caro. —Es lo que atina a decir Lorenzo. Los puños los tiene
cerrados, 246
señal de que está irritado.
El dirigente piensa un rato en silencio.
—Camarada, hay cosas que tiene usted que hacer.
— ¿Así? ¿De qué se trata?
—Usted y su compañera son muy celosos con algunos contactos. Ella ha guardado armas en un
lugar que Roberto no conoce. Cuando se le dijo que era necesario que por lo menos dos
conozcan la casa, ella respondió que si algo le sucedía a ella, usted conoce la casa del cerro,
que allí las ha dejado. No dudo de la camarada, pero el Presidente Gonzalo nos ha advertido
que caiga quien caiga hay que tomar medidas. Por tanto, hay que sacar esas cosas de allí.
—Está bien, sí sé a que casa se refiere. Bueno, y ¿a dónde las llevo?
—En el cerro El Agustino hay una casa donde una vez nos hemos reunido todo el Metro. ¿La
recuerda? Allí lo lleva. Roberto lo esperará, de no estar él, simplemente lo deja. En estos
momentos iré a verme con el camarada Roberto, y de no verme con él de todas maneras iré a
advertir a los compañeros de la casa para que le reciban.
—Está bien. En estos momentos voy a sacar esas cosas.
—Correcto, nos volveremos a ver mañana temprano, en el lugar establecido para esta semana.
—Bien —extiende la mano, se despiden.
Lorenzo sale, coge un bus y se baja en Yerbateros. Sube hacia el cerro por una larga y
empinada escalera, transita por varios pasadizos, llega a una casa, toca la puerta, no le abren
pero escucha pasos que van de un lugar a otro. Una ventana es abierta y una jovencita da la
cara.
— ¡Hola! —Voltea hacia adentro— Es Carlos. Espera por favor un momento.
Cierra la ventana. Carlos espera con impaciencia. Después de tres minutos le abren la puerta.
—Pasa —indica la joven.
Ingresa, observa a todos lados, no hay nadie. Desde el corral llega a sus oídos los ladridos de
un perro. Una solitaria silla esta ubicada casi al centro de la sala, alejada de la mesa.
—Siéntate acá por favor —invita la joven sin mover la silla.
Él obedece.
— ¿Y ahora? —pregunta extrañado.
De pronto, la puerta que conduce al dormitorio y está frente a él se abre y sale una mujer
abriendo los brazos, Carlos se queda pasmado, ella lo abraza.247
— ¡Qué alegría verte Teódulo! —le dice.
La joven y su hermana, que salió tras la entusiasta mujer, los observan sonriendo.
—Hola —dice Carlos, cogiéndola de los hombros y apartándola para verla bien— Tú eres
Liudmila o Luzmila, no recuerdo bien. ¡Qué alegría verte! ¿Qué ha sido de ti?
—El nombre no importa, es uno de los nombres que uso. He estado detenida, recién he salido.
Me enteré que tú también habías estado detenido, pero no supe que hubieras salido. Acá
estas jovencita me han dicho que vienen a visitarlos dos compañeros, un hombre y una mujer.
Pero no sabía quienes.
Carlos sonríe, la deja y quedan frente a frente.
—Con razón que me han hecho sentar frente a la puerta.
—Sí, si no te conocía... bueno no salía.
— ¡A buena hora!, porque he venido a limpiar esta casa, la compañera ha sido detenida.
— ¡¿Qué?! —Dice sorprendida, su alegría desaparece.
Las jóvenes se miran entre ellas preocupadas.
—Tranquilas. No creo que ella delate, realmente no dudo de ella, pero hay que precaver, por
eso voy a llevar las cosas que ella ha dejado acá a otro lugar que ella no conoce —Y
dirigiéndose a las jóvenes — ¿pueden traer las cosas que les ha encargado?
Las jóvenes entran al dormitorio y desaparecen. Se quedan los dos combatientes.
—Tú debes de ir a otra casa —plantea Carlos—, ¿Tienes dónde ir?
—Sí. Pero dime quién es ella, ¿la conozco?
—No se si la conocerás —y bajando la voz para que la escuche solo ella— ¿Conoces a Lizvet?
—Sí, ¡qué linda pareja! Qué pena que la hayan vuelto a detener.
—Ya te imaginas la pena que siento yo. Tú tenías un niño, ¿cómo está?
—Está creciendo rápido. No sé qué habrá sido de su papá.
En eso entra una de las jóvenes con una caja.
— ¿Sabes qué contiene? —pregunta Carlos.
—Armas —dice con orgullo la joven— son dos cajas, ya trae la otra María.
María hace su ingreso con la otra caja y le entrega a Carlos.
—Teódulo —dice Luzmila— por favor, hazme ver.
—Pero hay necesidad de salir pronto.248
—Un ratito nomás, por favor.
Carlos mira a las jóvenes a modo de consulta.
—Hazla ver —dice María que es la mayor de las hermanas— ¿Qué dices tú, Lucy?
—Claro —responde— yo vigilo por si acaso —dice abriendo la ventana que deja ver la calle, y
se coloca de vigilante.
Carlos abre la caja que pesa más, saca las cosas con cuidado, abre una bolsa de plástico y va
sacando pieza por pieza un arma, en forma rápida la ensambla, es una ametralladora ligera.
—Oh, ¡qué linda! —exclama Luzmila extendiendo los brazos.
Carlos se queda con la cacerina llena de balas en la mano, le entrega el arma descargada. Ella
al cogerla la observa bien, luego la abraza.
— Cuando Iniciamos la Lucha Armada —plantea— lo hicimos con las manos desarmadas, solo
teníamos el arma todopoderosa de la ideología: el marxismo-leninismo-maoísmo,
pensamiento guía; después contábamos con dinamita y cuchillos, poco después revólveres,
pero pocos, hoy tenemos metralletas, algún día tendremos tanques, y también aviones de
guerra y finalmente tendremos el Poder —dice emocionada.
Carlos saca de la caja dos revólveres, verifica que estén descargados y le muestra.
— ¡Qué hermosos! —vuelve a exclamar.
Calos le pide la metralleta y le extiende un revolver. Luzmila mira a las jóvenes, que observan
sin ninguna sorpresa.
— ¿Y ellas sabían lo que hay en la caja? —dice con preocupación Luzmila.
—Claro, es mejor así, las masas que nos apoyan guardando cosas, deben saber lo que tienen,
así lo hacen con responsabilidad, sabiendo el riesgo que corren. Ellas son jóvenes, pero saben
que con las armas no se juega. Ahora sí, debo irme.
Desarma la metralleta y lo vuelve a guardar, igualmente las otras dos armas.
—Lucy, por favor sal a la calle y ve si está despejada para salir.
Ella obedece, va y se posesiona en la mitad de la calle y como jugando hace una señal con la
cabeza. Carlos sale. Camina con paso seguro con una caja en cada mano, pasa por estrechos
callejones por las faldas del cerro. Camina por quince minutos y llega a donde lo esperan, deja
las cosas y baja a la avenida Riva Agüero, toma un colectivo y va a su cuarto. Camina como
sonámbulo, abre la puerta, ingresa, prende la radio, cierra la puerta con seguro y se tiende
sobre la cama, en la posición que solía 249
hacerlo Roxana. La serenidad que mantenía hasta ese momento se convierte en tempestad y
gruesas lágrimas le empapan la cara.
“¡¿Por qué mierda tuvo que ir a su casa?!... Si ni siquiera la quieren.”
En la radio suena una canción:
¿Dónde están tus ojos negros?
Donde están que no los veo.
Quién me los robó mientras me dormí, se lo llevó lejos de aquí...
—Cómo están señores, cómo están chicas. Se deben sentir incómodos, pero qué puedo hacer,
mi trabajo es cuidarlos.
Habla un agente de la policía desde el viejo escritorio donde esta sentado. Son más de las dos
de la tarde, algunos detenidos ya han almorzado, otros aún comen bajo la atenta mirada del
policía, por su voz los detenidos saben que es el custodio que no permite que se comparta los
alimentos. Ya están acostumbrados al silencio sepulcral de este esbirro, pero hoy ha venido
diferente, los detenidos inmediatamente se ponen en guardia.
— ¿Alguien de ustedes conoce el colegio Domingo Sarmiento? —pregunta el agente.
Silencio, nadie responde nada.
— ¿Qué carro me puede llevar a Huachipa? —Vuelve a preguntar, nadie responde—. He
conocido a una chica que me ha dicho que estudia en el colegio Domingo Sarmiento, que la
puedo esperar en la farmacia que hay cerca al colegio, pero no sé que colectivo me puede
llevar allí. Por favor, ¿alguien me puede decir qué línea puedo tomar? —Se calla un momento,
luego prosigue su monólogo—. ¿Nadie de ustedes vive por allí?, ni siquiera por cortesía me
dicen nada —dirige su mirada a Lorenzo que hace un rato se ha deslizado en el colchón y se ha
acostado adoptando posición fetal para tratar de dormir al no sentirse cómodo ha cambiado
de posición—, y tú que acabas de voltear, ¿sabes que línea me puede llevar a Huachipa?
—No señor —responde Lorenzo.
“Huachipa, Huachipa; por qué preguntará por ese lugar”. —piensa Lorenzo.
Todo queda en silencio. A las tres de la tarde ingresa un oficial de policía.
— ¡Lorenzo Muñoz Abanto! —llama.
— ¿Señor? —responde débil.250
— ¿Cuál es tu domicilio?
—Vivo en la urbanización Santa Anita, pero no recuerdo el nombre de la calle.
—Te crees listo, tú no tienes domicilio y te quieres pasear con nosotros.
—Tengo mi cuarto alquilado, sino que recién lo he tomado y no me acuerdo la dirección, pero
los puedo llevar.
—Te crees listo, nos quieres llevar donde nos embosquen tus compañeros —Lorenzo no
responde—. ¿Crees que les tenemos miedo?, en seguida vamos a ir a tu cuarto y ya verás que
con nosotros no se juega, si es que nos haces perder el tiempo por las puras te vas a
arrepentir.
Varias veces le han preguntado por su domicilio y la respuesta ha sido la misma: “No recuerdo,
recién he llegado a Lima, hace poco he tomado el cuarto”. Hoy los policías han venido
preparados.
—Levántate, iremos a tu domicilio en estos momentos.
Se acerca un agente, lo coge de un brazo y lo levanta en vilo, Lorenzo sin quejarse trata de
mantenerse en pie, por el cambio brusco de posición siente mareos, se queda quieto
esperando que su flujo sanguíneo se estabilice. Lo conducen a un vehículo Land- Robert y
enrumban a la carretera Central, a Santa Anita, al llegar donde se inicia la urbanización le sacan
la capucha y le piden que él dirija el rumbo que deben de seguir. Los conduce por diversas
calles.
—En la mitad de esta calle, al centro, a la mano izquierda —indica. El vehículo se detiene en el
sitio que señala— esa puerta conduce a mi cuarto.
Dos policías bajan, tocan la puerta, sale un señor de avanzada edad.
— ¿Acá vive Lorenzo Muñoz? —pregunta el oficial.
—Sí, es un inquilino nuevo.
— ¿Cuánto tiempo esta viviendo acá?
—Algo de quince días.
—Queremos registrar su cuarto, ha sido detenido.
El policía muestra su placa de agente.
— ¿Por qué delito?
—Es un terrorista muy buscado.
—No puede ser, es un joven estudioso, tan acomedido, tan respetuoso. ¿Dónde está él? ¿Han
traído orden judicial? Yo conozco mis derechos.
—Anda, bájalo —ordena al subalterno.251
El agente va a la camioneta y lo hace descender. Lorenzo está esposado con los brazos hacia
delante y cubierto por la capucha.
— ¿Es él? —pregunta levantándole la capucha para que lo vea el anciano.
—Sí.
—Señor, buenas tardes, disculpe las molestias que le pueda ocasionar, todo es un mal
entendido que se aclarará pronto.
— ¿Puede mostrarnos su cuarto?
El dueño de casa mira a Lorenzo como preguntándole si debe acceder.
—No se preocupe señor, no tengo nada que ocultar.
El señor se pone a un costado, los policías ingresan, el dueño los conduce; el cuarto es poco
espacioso, en él hay una cama tendida, una mesa sobre la que hay dos cajas con libros, una
radio en una esquina de la mesa, a un costado de la cama una cocina a kerosén y a su costado
otra eléctrica, bajo la cama un maletín con ropa y una par de sandalias.
La policía registra todo, no encuentra nada comprometedor.
—Vamos a llevar los libros para determinar su contenido.
Lorenzo sabe que es un robo, pero no dice nada.
—Por favor señor, guarde todas mis cosas, mi madre vendrá a recogerlas —dice cuando están
en la puerta que da a la calle.
—Está bien joven. ¡Cuídese!
El oficial le baja la capucha y lo introduce a la camioneta, todos ocupan sus asientos.
—Jirón Quetzal número 1520 —dice un policía subalterno— En la otra calle a la misma altura
vivo yo. Este terruco vivía a la espalda de mi casa. ¡Te voy a matar! —y le lanza un zurdazo al
plexo.
Lo vuelven al cuarto de aislamiento, de sus libros nunca le volvieron a hacer mención.
A la media noche, cuando ya está dormido lo despiertan para su tercera sesión de tortura
intensiva. Es vuelto a conducir al mismo lugar de las noches anteriores. Las cosas para la
tortura son otras, dos caballetes y sobre ellos una tabla vieja y sucia pero resistente, una tina
grande y profunda llena de agua sucia y con diversas sustancias que Lorenzo ni se imagina, en
el piso esparcidos jebes y sogas.
— ¡Ahora sí, carajo! ¡A la tina!, los más machos no la aguantan, aquí todos hablan —dice uno
de los torturadores.
—Piénsalo muchacho, no seas cojudo, aquí te quedarás chaqueta, sé cuerdo, colabora por tu
252
bien.
—Ya perdiste, por las puras te vas a hacer maltratar —dice otro.
“Que venga lo que tiene que venir, yo no diré nada. Esta vida no es mi vida. Ya la vida no me
pertenece, le pertenece al Partido, al pueblo que me dio su fuerza. ¡No les fallaré!”, es su
reafirmación y no responde nada.
—No quieres colaborar, tú lo has querido, ¡desnúdate! —ordena el primero.
Lorenzo lo piensa un breve rato, se da valor y se comienza a desvestir; no le tiene miedo al
suplicio, se queda en calzoncillos. Los torturadores le ponen un costal de yute que le envuelve
todo el tronco, a empujones lo hacen acercarse a la tabla suspendida entre dos caballetes, sin
decir palabra lo hacen acostarse en la madera, su cabeza queda en un extremo de la tabla,
todo su cuerpo es envuelto con yute húmedo doble, desde los tobillos hasta el cuello, sobre
eso lo envuelven con el jebe y luego lo inmovilizan, con sogas, lo único que puede mover es el
cuello y los dedos de pies y manos.
—Es tu última oportunidad.
— ¿Vas a hablar o no, carajo?
Silencio, colocan una silla cerca de su cabeza, entre los dos torturadores suben a la silla la tina
con el agua que contiene diversos desechos, la ubican bajo su cabeza, uno de los torturadores
se ubica a los pies del torturado, el otro se queda cogiéndolo de los hombros con una mano y
con la otra sujeta la tina.
Lorenzo siente que le levantan las piernas y comienza a ser hundido en el agua. Un
estremecimiento le recorre todo el cuerpo.
— ¡No sé nadar, no sé nadar! —atina a gritar.
Los torturadores no le hacen caso y lo introducen en el agua que le llega hasta los hombros,
levanta el cuello con fuerza pero no logra sacar su nariz del agua, ésta se introduce por las
fosas nasales.
“Esta prueba es muy peligrosa, al agua le echan detergente, heces y qué otras sustancias
químicas le echarán. Lo cierto es que malogra los pulmones y si se la bebe, el estómago. Debo
de saber actuar”.
Reflexiona y actúa; con la respiración contenida tensa todo su cuerpo, se culebrea, se agita y
mueve su cabeza agitando el agua y botando un poco de aire que genera burbujas las cuales
son aumentados por el movimiento agitado de cabeza. Bajan la tabla y sale del agua.
— ¿Vas a hablar?
— ¡No tengo nada que decir, cobardes!253
El que está cogiéndolo de los hombros, levanta la cabeza y el que está cerca de sus pies
levanta la tabla, se inicia una nueva inmersión, Lorenzo ha llenado al tope sus pulmones, desde
el inicio se pone tenso, puja, se mueve, intenta patalear, pero lo único que logra mover es su
cabeza que no puede sacarla a flote. Los torturadores están atentos a todos sus movimientos,
Lorenzo luego de un rato de forcejeo comienza a botar el aire sin calmarse, tensa su cuerpo
como si fuera un esfuerzo supremo y comienza a ceder, se agita, suelta algunas burbujas
débiles, deja caer su cuello sin ninguna resistencia, todo su cuerpo queda flácido.
— ¡Se nos va!, ¡sácalo rápido! —ordena el que lo sostiene de los hombros.
El torturador suelta bruscamente la tabla, Lorenzo vuelve a inspirar, pero lo hace muy despacio
para fingir que esta desmayado; los torturadores están alarmados y no se percatan de ello
porque están soltando las sogas apurados. Ya libre de las sogas, aún con los jebes envueltos lo
comienzan a levantar y le hacen flexiones; Lorenzo tiene la boca con agua, que va botando
primero en un chorro y luego saliva hasta que se le seca la boca. Está pálido, respira con
dificultad, le van quitando todo lo que lo envuelve, lo mantienen sentado, sus brazos cuelgan
como tentáculos, su cabeza cae sobre su pecho sin fuerza.
“Para algo me ha servido aprender a bucear” —se felicita.
—Casi se nos va este huevón —dice uno de los torturadores.
Le buscan el pulso y no lo encuentran, lo cual hace que se preocupen más, lo tratan de ubicar
en todo su brazo y no lo encuentra, ellos desconocen que sus venas no tienen el recorrido
común, por fin lo ubican en su pierna, débil. Le levantan los brazos, le hacen masajes y
ejercicios que se deja hacer con soltura, sin ninguna resistencia.
Le ponen la ropa y le hacen más flexiones, lo ponen de pie, Lorenzo comienza a recobrar su
color.
—Este cojudo esta débil, ha tragado agua y no ha botado nada, ¿hasta ahora no le están dando
de comer?
— ¡Qué se joda, carajo!
“Así hubiera tragado agua realmente no tendría nada que botar, no he comido nada en varios
días.”
Le vuelven a poner la capucha y las esposas, lo arriman de cara contra una de las paredes del
cuarto y lo dejan de pie. El cuarto está húmedo, el agua ha salpicado por todos lados, los
torturadores se trasladan con las sillas al cuarto contiguo, uno se sienta en la silla, el otro
habiendo silla prefiere sentarse 254
sobre el pupitre destartalado.
— ¿Cómo es la vida, no huevón? —Dice uno de ellos.
— ¿A qué te refieres?
— ¿Quién iba a pensar que el mayor se encamotara con la negra María?
La negra María es un agente subalterno de la policía que trabaja en la DINCOTE, que se
complace torturando a los presos políticos.
—Y la ha empreñado, ya va a parir. Esa mujer es una jugadoraza.
—Una puta dirás, claro que ella escogía con quién encamarse.
—Pero el mayor la ha hecho su mujer, algo bueno le debe haber encontrado.
—Hay que ser un cojudo para meterse con una mujer como ésa.
—Yo ni cojudo para meterme con una colega para mi mujer, otra cosa es para pasar el rato,
eso con la que quiera, de pendejo a pendeja.
Se pone de pie, va a ver a Lorenzo, lo encuentra acurrucado en el piso.
—De pie, ¡carajo! — Vocifera.
Con ambos brazos lo coge y lo levanta, Lorenzo se apoya en la pared. El torturador lo deja en
esa posición y regresa a seguir conversando, después de diez minutos regresa, Lorenzo sigue
de pie apoyado contra la pared, el policía va de nuevo a la silla. Lorenzo se deja caer y se queda
dormido. Los policías después de conversar largo rato, van a ver a Lorenzo, lo encuentran
dormido. Lo ponen de pie y lo vuelven al cuarto de aislamiento.
NOVENO DÍA

Un nuevo día despierta, el custodio con la claridad va observando el cuadro que tiene delante,
desordenadas frazadas cubren a los torturados que agotados no han llegado a cubrirse bien,
algunos tienen la ropa puesta al revés, otros sin abrochar, las medias sobresalen mal puestas,
las capuchas tampoco están bien colocadas. Lorenzo y José Diego no tienen frazadas con qué
cubrirse, José Diego ha buscado calor arrimándose a Wilson quien le ha cubierto con una parte
de su frazada, Lorenzo tirita de frío, está lejos de los demás, al borde del colchón.
Antes de las siete de la mañana una policía femenina lleva a las mujeres en aislamiento a hacer
sus necesidades, después llevan a los varones, Lorenzo es el último en ser llevado, está
llegando agua por la cañería y aprovecha para humedecerse la cara, al volver al ambiente lo
cambian de ubicación, donde él ha estado han colocado a Wilson, y a él lo hacen sentar contra
la otra pared siempre al borde del colchón, se sienta, cruza los pies y se apoya contra la pared,
sus manos las tiene sobre sus rodillas, la cabeza como mirando al frente pero con la capucha
puesta, ha adoptado esta posición para hacer ejercicio de respiración y relajar su cuerpo débil.
Se escucha que caminan y se detienen en la puerta del cuarto de aislamiento. Son dos
oficiales, uno de ellos es alto y delgado tiene una postura pedante al pararse, se lleva las dos
manos a la cintura y observa el panorama; el que lo acompaña le señala el lugar que ocupa
Lorenzo; el oficial petulante bota su cabeza hacia atrás y lo mira detenidamente.
— ¡Porfirio! — llama luego de haberlo mirado.
Nadie responde.
— ¡Porfirio! —vuelve a llamar.
Nadie se mueve. Camina decidido hasta donde está Lorenzo y le da un puntapié un poco mas
arriba de las costillas flotantes.
— ¡Ah! —Lanza un grito— ¿Qué sucede, por qué me patea?
— ¡Pobre infeliz!, te crees muy listo —Vocifera el oficial petulante—, rata de mierda, ya lo
sabemos todo, tú eres Porfirio, El Instructor. — se calla desafiante.
Lorenzo instintivamente levanta la cara hacia el que le habla pero no puede verlo.
—Mi nombre es Lorenzo Muñoz —plantea con cólera.
— ¡Ya lo veremos, concha de tu madre!
Se agacha y le propina dos bofetadas por encima de la capucha, una por cada lado de la cara,
Lorenzo no dice nada. El oficial que está mirando se acerca al furibundo y le pone una mano en
el 256
hombro, lo mira con los ojos desorbitados a su colega, se para derecho, se limpia las manos
sobre el pantalón y salen.
—Pásamelo a ese hijo de perra, conmigo no se va a pasear ese concha de su madre. —se
escucha que plantea antes de desaparecer.
“¿Quién puede ser el delator?” se pregunta Lorenzo. “Alguien me ha reconocido, pero ¿quién
puede ser? Las preguntas sobre el colegio Domingo Sarmiento no han sido por las puras. Pero,
¿quién puede ser?”
En su cabeza baraja posibilidades. “No pueden ser Wilson, o José Diego, porque nunca he
estado con ellos por ese lugar”. Cuando se mueve para cambiar de posición escucha crujir su
costilla y siente un agudo dolor, se la han roto con el puntapié.
Wilson pide que lo lleven a los servicios higiénicos y como está recomendado por un oficial de
Ejército, familiar suyo, nunca le niegan, al volver se deja caer entre José Diego y Lorenzo, el
custodio no le dice nada y lo deja acomodarse allí, quedan en silencio. Al medio día Wilson es
el primero que recibe paquete con alimentos, al primer descuido del custodio le pasa a
Lorenzo un pan, una naranja y un plátano.
Son más de la una de la tarde y no llega el relevo, el custodio constantemente mira su reloj,
cansado de esperar y sintiendo hambre sale a buscar alguien que lo releve.
—Porfirio, no te había reconocido —habla en voz baja Wilson—, está cambiado el timbre de tu
voz.
—Mi nombre es Lorenzo. ¿Cómo y cuando los han detenido?
—Hace cuatro días, también estaba José, pero lo soltaron del puesto policial porque no le
encontraron nada.
— ¿Y qué hacían?
—Trasladábamos volantes denunciando el genocidio del 18 y 19 de junio y nos intervino la
policía. Yo he aceptado tener todos los paquetes para limpiar a los otros dos compañeros.
— ¿Por qué has hecho eso?
—Porque si no nos detenían a los tres. Espero que mi familia me apoye, tengo familiares que
son oficiales. Claro que no he dicho que soy combatiente, he dicho que las cosas que me han
decomisado las he encontrado y que las he recogido porque pensaba que eran libros, y es que
en la parte superior de las dos cajas que transportábamos pusimos libros.257
—Bueno..., pero no reconozcas ningún vínculo con el Partido, porque sino nadie te podrá
ayudar —Se calla.
Se escuchan pasos a la distancia.
—He escuchado que no te traen comida, estate atento que te pasaré.
— ¿Quién habla allí?, ¡carajo! —Vocifera un nuevo custodio.
—Yo señor —dice Wilson—. Ya estoy lleno y le preguntaba al que está a mi costado si quiere
un poco de comida en lugar de botarlo.
—Si quiere, dale..., y dejen de conversar.
Wilson le pasa un recipiente con comida a Lorenzo. Siguen llegando paquetes para los otros
detenidos, el custodio es flexible y permite que le inviten a José Diego que no recibe paquete,
nadie se queda sin comer, siempre bajo la atenta mirada del PIP que va pasando las cosas sin
comentarios. Lorenzo come moderadamente, como son varios días sin comer piensa que le
puede chocar. Los detenidos luego de comer hacen breves comunicaciones para sus familiares
pidiendo que le envíen algunas cosas. Luego todo queda en silencio, de rato en rato cambian
de posición los detenidos. En las afueras del lugar de aislamiento se escuchan pasos y ruido de
las máquinas de escribir.
—Por acá, por acá —se escucha y dos agentes pips aparecen en la puerta.
El custodio se pone de pie.
—Acá traemos otro terruco —dice uno de los recién llegados.
—Aquí está lleno —responde el custodio.
—No hay otro lugar, en todo lado está lleno. Aquí es donde hay menos.
El custodio mueve la cabeza desdeñosamente.
— ¿Quién es este huevón? —pregunta.
—Es un emerretista —responde uno de los que lo ha traído—, pasábamos por la calle donde
está la estación de radio El Sol y vimos movimientos extraños, detuvimos el vehículo y
observamos, comenzaron a ulular sirenas de los patrulleros y vimos que se desplazaban varios
con capuchas y con fierros largos —los detenidos escuchan atentos la explicación— en eso sale
este huevón y se dirige a donde estábamos nosotros, descendimos del vehículo y lo
encañonamos.
El detenido sigue de pie, está esposado y vendado con su propia chompa que te cubre parte de
la nariz, respira con dificultad, se lo nota nervioso.
—Está hecho este cojudo —dice el custodio.258
— ¿Cómo te llamas? —pregunta uno de sus captores.
—Alfredo Acosta Larrea —responde tembloroso.
— ¿Y tu nombre de combate? —sigue preguntando el mismo.
El detenido no responde.
— ¡Oye, concha de tu madre! —Vocifera el otro— qué te has creído, ¿no sabes dónde estás?
Estás en la DIRCOTE, ¡carajo! Si no colaboras horita te hago cagar a punta de patadas.
¡Responde la pregunta!
—Amador —responde amedrentado.
— ¿Amador, no? —continúa con sorna el amedrentador— te crees un galán, maricón de
mierda. De aquí huevón, vas a salir ñoco si no colaboras, ya no vas a ser Amador, vas a ser
amadora, y además te saco la concha de tu madre, ¡te advierto, carajo!, te dejamos chaqueta,
tuberculoso, deforme que nadie va querer culearte.
Como el detenido ha cedido al primer rigor aprovechan para ver cuánto pueden conseguir en
este momento de pánico.
— ¿Cuántos han tomado la emisora? —vuelve a preguntar el primero.
—Cinco.
— ¿Cómo se llaman?
—No sé sus nombres.
—O sea que te vas a hacer tu cagada y no sabes con quién mierda lo haces —dice el agente
grosero.
—Solo sé sus nombres de combate.
— ¿Cuáles son? —dice el primero.
—Jaime, Salvador, Johnny y Jan.
—Y de que mierda me sirve eso. —Interviene el grosero—. Como eso no me sirve para nada, tu
culo me lo va a pagar. Si no me dices donde mierda los encuentro hoy mismo, te rompo el pito.
El amedrentamiento ha cumplido su objetivo, al detenido le tiemblan las piernas, y comienza a
sollozar.
—A mí no me pidas clemencia, yo no soy bueno, yo ya tengo mi lugar en el infierno, me gustan
los ñocos ajustados, pitos, eso quiero yo —se acerca y le coge las nalgas morbosamente—, si
quieres tu culo llévame donde los encuentre, pero horita, sino será demasiado tarde.259
—Ya jefe..., los llevo a donde se van a reunir —dice con las palabras mal articuladas por el
miedo.
Los policías se miran satisfechos.
—Vamos, pero como nos estés engañando me sadiqueo contigo.
Lo sacan y desaparecen, se escuchan los pasos apurados al bajar las escaleras de madera. El
custodio se vuelve a sentar, el silencio reina en el ambiente. En menos de una hora comienzan
a ingresar otros detenidos, son los emerretistas que han sido detenidos por la cobardía de
Amador, los mantienen en pie y a todos les piden su nombre. De los cinco uno es reservado y
responde solo aquello que no lo comprometa más de lo que ya está.
—Maricones de mierda —increpa el agente grosero— se meten en cojudeces y no paran su
goma, para qué se meten a cojudeces si son unos maricones.
—Somos guerrilleros —plantea Jaime, que es el más reservado.
— ¡Guerrilleros!, van a ser ustedes. Ustedes son unos cobardes. ¿Saben por qué están
detenidos?... ¿No saben? Están detenidos por culpa de este maricón. Este su compañero que
dice que se llama Amador, éste los ha delatado. ¿Qué le harán?, éste es el cobarde que los ha
echado.
—El cuerpo tiene un límite —dice en su defensa Jaime.
— ¡Qué límite, ni que mierda, huevones! Son mariconadas, si ni una cachetada le hemos dado
a ese cobarde —se da la vuelta dirigiéndose a los otros detenidos—, se acerca a Jaime, se pone
detrás, le levanta la venda y lo hace mirar a los detenidos —mira, esos son detenidos de gente
de Sendero, hay hombres y mujeres, mira a esa gorda. —Le baja la venda— la han detenido
herida, con una metralleta y la pendeja no dice nada, todos ellos dicen que son inocentes, uno
de ellos ya ha estado detenido en El Frontón y hay quienes lo señalan que es el mando, pero el
pendejo se está paseando con nosotros. Ahora, ¿dónde mierda los pondremos a estos
huevones?
—Esperemos que venga el “técnico”, que él vea dónde los ponemos, —sugiere el otro—
Siéntense donde están, se van a cansar.
Los detenidos obedecen, se sientan sobre el piso. Los dos agentes salen haciéndole una señal
al custodio que los mire. Nuevamente el silencio, solo se escuchan los ruidos del exterior.
Al rato, cuando Lorenzo está por quedarse dormido siente que una mano lo toma del brazo y
lo jala para ponerlo de pie, obedece en silencio sin decir nada, lo sacan del cuarto y lo llevan a
otro, le sacan la capucha y lo ponen cerca a una puerta que tiene una ventanilla con huecos
pequeños, del otro lado de 260
la puerta dan tres toque, el que está detrás de Lorenzo aprieta el interruptor y una luz nítida le
alumbra la cara.
—Pégate más, pégate más —se escucha que susurran del otro lado.
Se percibe que alguien observa pegado a la ventanilla, el que cuida de Lorenzo cogiéndolo de
los hombros lo hace girar para que lo puedan ver de frente y de perfil por ambos lados, sacan
al que está al otro lado y hacen ingresar a otro, y luego a dos más.
“Lo que estos miserables buscan es que alguno de estos detenidos me reconozca; de seguro
son gente que se ha quebrado. ¿Cuántas cosas estarán delatando?”
Lo regresan nuevamente al cuarto de aislamiento. Los emerretistas siguen esperando lo que
ha de venir, los que están detenidos ya varios días dormitan, los emerretistas están tensos,
para ellos los minutos pasan lentamente y como están cerca de la puerta escuchan las pisadas
con más nitidez, parecería que van a ingresar pero pasan de frente, una y otra vez sus oídos y
su imaginación los hace mantenerse en vilo, cuando ya están pisando tierra y la inicial
incertidumbre está pasando ingresa un oficial y dos subalternos, el custodio lo saluda con una
simple venia. Todos los detenidos aguzan sus sentidos.
— ¿Quién es Erasmo Baca Rivas? —pregunta el oficial.
—Yo, señor —responde uno de los emerretistas.
— ¿Cuál es tu seudónimo?
—Salvador.
—Salvador, dime de dónde has sacado esos 36 dólares que tenías.
—Es mi propina.
— ¿Te lo envía tu padre?
—No, es lo que nos da el Partido para nuestras necesidades.
— ¡Ah!, o sea que les pagan para combatir. Y ¿quién es Ignacio Dávila Reyes?
—Yo, señor —responde otro.
—Y por que tú tenías 50 dólares.
—Es mi propina señor.
— ¿Cuánto es la propina que reciben?
—Depende, señor.
— ¿De qué depende?261
—De lo que hagamos y del grado que tengamos, no a todos nos dan la misma cantidad.
—Melitón Valderrama Luna, quién es y cuál es su seudónimo.
—Yo, señor, mi seudónimos es Jan.
—Y tú Jan, ¿Por qué tenías 160 dólares?
—Mis padres son pobres, estoy ahorrando para enviarles.
— ¿De cuántos meses es esto?
—De cuatro, señor.
—Entonces el que falta debe ser, Abel Acosta Toledo, Jaime, ¿no?
—Sí —responde parco.
—Tú no vives en la casa de tus padres, en tu cuarto hay muy pocas cosas tuyas; ¿qué me
puedes decir?
—Yo vivo allí.
—Está bien, si tú lo dices. Ya conversaremos contigo —el oficial mira a sus subordinados de
reojo y prosigue —: Ustedes tenían armas, pero cuando los hemos intervenido ya no tenían
ninguna, ¿qué fue de esas armas Johnny?
—No sé, señor.
El oficial le hace una señal al agente bravucón.
— ¡Cómo que no sabes carajo! ¿A quién le dieron? —grita.
—A Jaime —contesta.
—Y tú Jan —vuelve a intervenir el oficial —a quién le diste la tuya.
—También a Jaime, señor.
—Entonces Jaime, tú te llevaste las armas, ¿Dónde las dejaste?
Jaime no responde.
—Estoy hablando de buenas maneras, Jaime. ¿Me vas a responder o no? —dice el oficial
dirigiéndose a Abel Acosta.
—Las he devuelto al comando.
—Así, ¿dónde?
—En la calle, en el jirón Chancay, cerca de la casa donde nos detuvieron, me esperaban en una
camioneta, allí las he entregado.
— ¿A quién?
—A José.
— ¿Su nombre real?
—Solo lo conozco por José.
El oficial mirando a sus subalternos mueve la cabeza y esboza una sonrisa. En eso un agente
ingresa.
—Permiso, señor —dice al llegar.
—Hola Conrado —responde el oficial—, ¿qué deseas?
—Voy a sacar a un detenido.
—Adelante.
El agente coge de un brazo a Lorenzo y lo hace parar, lo saca, lo hace bajar por las escaleras,
siempre encapuchado, ingresan a un callejón donde hay varias puertas semi abiertas. Lo deja
cerca de una puerta e ingresa al cuarto, sale con una cámara fotográfica y un flash al brazo.
Empuja a Lorenzo y siguen avanzando por el pasadizo, toca a la puerta de un cuarto, aparece
una agente.
—Voy a tomar algunas fotos —le plantea el agente.
—Está bien, pasa, pero no te demores.
El agente hace ingresar a Lorenzo, el cuarto es amplio, no está bien iluminado, un solo foco
cerca de la puerta está prendido. Al fondo, sentadas en pequeños bultos hay varias mujeres,
pero no se las puede distinguir con claridad.
—En seguida vuelvo —dice la policía.
—No me demoraré mucho, regresa pronto.
El agente coloca contra la pared a Lorenzo. Ubica el trípode que sostiene la cámara, la
posesiona bien, mete la cabeza a la manga de la cámara y fija la toma. Las mujeres observan al
agente y al detenido. El pip va hacía Lorenzo y le saca la capucha, todas las mujeres fijan su
atención en ellos, Lorenzo se agacha porque la luz le hiere los ojos, los va abriendo poco a
poco, la costilla rota lo hace que esté más jorobado de lo que es. El agente le levanta la cabeza
y con sus manos trata de ordenarle los sucios cabellos, dos mujeres se paran y silenciosamente
se acercan, lo miran bien, hacen una señal, todas se paran siempre en silencio, Lorenzo ve la
multitud y todo en él se pone en tensión, se olvida que tiene la costilla rota y una fuerza
misteriosa interior lo hace acumular todas sus menguadas energías, poco a poco se yergue
bien, los puños se le cierran, saca pecho y trata de sonreír.263
—Miren. ¡Es Nino! —exclama una de las madres que se habían parado primero.
Se miran las dos atrevidas y corren hacia la puerta, la cierran y la sujetan con todo su cuerpo,
otras madres, las más ancianas, rodean al agente que está desconcertado. Dos madres se
acercan a Lorenzo.
—Mírenlo, qué flaquito está —dice una de las que sujeta la puerta—, no le están dando de
comer, esos miserables.
Todas las mujeres están en movimiento, algunos buscan entre las cosas que tienen, otras
rodean al agente sin atacarlo, otras lo examinan a Lorenzo.
— ¿Estás bien? —le pregunta una abuelita, besándole en la frente.
— ¿Qué te están haciendo?
— ¡Sé fuerte, Ninito!
— ¡Cobardes!, no le dan de comer.
—Miren sus labios, están resecos.
Se acerca otra y le pone una botella con leche en la boca, lo hace beber, un hilo de leche le
corre por un costado de la boca. Le retiran la botella, respira profundo y nuevamente le dan de
beber otros sorbos. Otra madre le pone un pan con carne en la boca.
—Ya pues, señoras —dice el policía, déjenme cumplir mi trabajo... yo solo tomo fotografías.
—Eso dices porque torturas a los muchachos encapuchado —dice una madre.
—Téngalo allí hasta que termine de comer al menos un sánguche.
Por sus pómulos de Lorenzo corren lágrimas de gratitud, mientras come las madres le ponen
galletas, frutas y otras cosas en sus bolsillo. Todas las mujeres que están allí son familiares de
los prisioneros políticos, algunas son madres, otras esposas, y naturalmente no faltan las
abuelas y hermanas. Varias de ellas lo conocen de cuando ha estado detenido en El Frontón.
—Han matado a nuestros hijos —le dice una de ellas— pero quedan ustedes, ahora tengo
mucho más hijos, tú eres uno de mis hijos. —le acaricia el rostro maternalmente.
Lorenzo pasa el último bocado con un nudo en la garganta.
— ¿Estás bien? —es la pregunta de todas.
No puede hablar, solo mueve su cabeza afirmativamente. La policía femenina ha vuelto y toca
la puerta, le sueltan y todas se ubican detrás de la cámara fotográfica, una de las madres con la
manga de su blusa le seca las lágrimas y va a ubicarse junto a las demás. EL policía se arregla la
ropa y luego el cabello, abre la puerta, después ubica bien a Lorenzo, le pone un número en el
pecho y dispara el flash. 264
Le vuelve a poner la capucha y salen, las madres lo siguen con la mirada, la policía no sabe lo
que ha sucedido. El policía lo regresa al cuarto de aislamiento, lo deja en el lugar donde estaba.
Lorenzo sigue conmocionado por el encuentro inesperado con las madres de los prisioneros,
se acuesta y por su mente desfilan los rostros de las madres y de sus hijos que conoció. Se
queda dormido y su mente vuelve al Frontón.
Los torturadores comienzan a sacar a los detenidos para las sesiones de tortura, Lorenzo es
conducido al mismo lugar donde lo torturaron las noches anteriores, lo ponen de cara contra
la pared, siempre encapuchado y enmarrocado y lo dejan allí; un sueño profundo lo invade, se
apoya contra la pared y se queda dormido, las piernas le vencen y se chorrea al piso. Pasado
largo rato, o tal vez una o dos horas regresan los torturadores y sin mediar palabra lo levantan,
uno de ellos lo conduce a la puerta de una ducha, abre la llave y deja acumular aguar, el
desfogue está clausurado con cemento, cuando el agua alcanza una altura de diez centímetros,
cierra la llave.
—Aquí te quedas —le dice empujándolo para que ingrese—, allí si quieres duerme.
Cierra la puerta, el agua le moja las zapatillas y las medias, también la basta del pantalón. La
ducha tiene estrechos bordes, sobre eso se acomoda abriendo las piernas para no estar en el
agua, allí permanece hasta el amanecer. Lo regresan al cuarto de aislamiento.

DÉCIMO DÍA

Los calabozos, los cuartos de aislamiento y las oficinas de los oficiales están abarrotados con
detenidos acusados de subversión, hombres y mujeres, de todas las edades, incluso niños y
adolescentes son detenidos por algunos días y luego entregados a sus familiares, excepto
algunos adolescentes detenidos in fraganti. Los torturadores no se abastecen para interrogar a
todos, algunos de los detenidos no son molestados en toda la noche.
La policía peruana no tenía experiencia en la lucha contra conspiradores, contra
revolucionarios profesionales, pero en su combate contra los subversivos encontraban
literatura diversa que analizaban y trataban de aprovecharla, es decir, así como los subversivos
se nutrían de la experiencia de los revolucionarios y comunistas del mundo; la policía peruana
también aprendía de la policía política de otros países.
Después de la rutina diaria de llevar a los servicios higiénicos a los detenidos, el agente
custodio busca conversar con los detenidos.
—Señores, espero que entiendan mi situación, yo también soy joven y veo cómo vive la gente
pobre, no crean que soy insensible, soy pobre —habla pausado en tono académico—. No
tengo nada contra ustedes, este es un trabajo; estoy aquí porque necesito trabajar, estoy
estudiando Derecho en la Universidad San Marcos, espero terminar pronto para dejar este
trabajo..., cualquier cosa que necesiten me pueden decir para comunicarle a sus familiares.
Se calla, nadie dice nada. Deja pasar un rato y reinicia su conversación.266
—María.
— ¿Sí? —responde la subversiva detenida.
—Yo te respeto y te admiro, eres valiente, yo pese a que veo cómo sufre el pueblo, no haría lo
que tú haces.
“¿Me crees estúpida?” piensa María.
—Me han herido cuando caminaba por la calle —plantea la subversiva, a quien no le han
logrado hacer reconocer nada pese a estar herida— Yo no tengo nada que ver con lo que me
imputan —termina con energía.
—Pero no te molestes —dice queriendo no distraerse de lo que está haciendo—, Lorenzo, tú
ya has estado en El Frontón, debe ser bonito estar allí, ¿no?
Lorenzo piensa antes de responder.
—Creo que para nadie es bonito estar preso.
—Pero allá ustedes viven en comunidad, comparten todo, llevan una vida dirigida por su
organización, según sé, nunca se pelean, viven en armonía.
—Sí, algunos viven así, pero no todos. Hay quienes hacen su vida.
—Y tú, que hacías.
—Yo no tengo nada que ver con la organización del Partido Comunista del Perú, yo allá vivía mi
vida.
—No creo, ellos piden que todos se sujeten a su disciplina, si no, no les permiten estar con
ellos.
—Eso es mentira, yo he estado con ellos más de un año, son respetuosos, mientras uno no se
meta con ellos, ellos no molestan a nadie, claro que hay cosas que se tienen que hacer, porque
ellos no te van a servir, por ejemplo, había días que me tocaba hacer limpieza, otros días me
tocaba ayudar a cocinar, en esas cosas lógicamente tenía que ayudar, pero otras cosas no.
—Entonces, ¿qué hacías allá?
—Trabajaba.
— ¿En qué trabajabas?
—Hacía canastas de junco y las mandaba a vender con mi madre que me visitaba, cuando me
cansaba, caminaba o jugaba fulbito, algunas horas leía y por las noches veía televisión, eso es
todo.
—Y entre tus lecturas, ¿has leído “Reportaje al pie del patíbulo”? —le plantea a boca de
jarro.267
—“Reportaje al pie del patíbulo”..., por el título creo que debe ser algún artículo de periódico,
¿qué periódico lo habrá publicado, de qué fecha habrá sido? La verdad no le he prestado
atención, sí leía periódicos..., al menos los titulares —plantea, pero no recuerdo haber leído
ese artículo o reportaje que supongo es.
Sin embargo a su memoria afluyen algunas frases: “Por la alegría vivo, por la alegría he ido al
combate, y por la alegría muero, que la tristeza jamás esté unida a mi nombre”... ”Cuando la
cabeza no quiere, ni culo ni boca hablan”. Y es que el libro de Julius Fucik es uno de sus
preferidos.
—Era un artículo interesante —dice el policía—, a ti no te traen alimentos, ¿verdad?
—No sé que razones le impedirá a mi familia visitarme, —le sigue la corriente— pero ya han de
venir.
Lorenzo se calla, el policía también, frunce el ceño, estira su cuello y se respinga la nariz, se
para, sale y hace una señal a uno de sus colegas, se acerca, intercambian palabras y se retira, el
custodio queda de pie cerca de la puerta, pasado diez minutos regresa el agente que conversó
con el custodio y ocupa el lugar de este.
El agente que conversaba con Lorenzo va a la oficina más cercana, un solo subalterno trabaja,
ingresa, ordena un pupitre, guarda las hojas sueltas en los cajones, la máquina de escribir la
coloca a un costado.
— ¿Vas a estar acá? —pregunta a su colega.
—Sí, tengo que ordenar papeles.
—Está bien, voy a necesitar que mires a un detenido, enseguida vuelvo.
Sale y va al cuarto de aislamiento, hace parar a Lorenzo y lo conduce a la oficina, le saca la
capucha.
—Siéntate —le dice mostrándole la silla.
Lorenzo obedece en silencio, con disimulo observa dónde se encuentra, el ambiente es más o
menos amplio y cuatro pupitres han sido acondicionados con sus respectivas sillas y máquina
de escribir, también hay un armario que funciona como archivo de expedientes, todo es viejo.
El policía se sienta tras el pupitre.
—Lorenzo, en El Frontón quieras o no quieras has vivido con los senderistas, ¿verdad? —
Lorenzo lo escucha con atención para comprender el fondo de sus preguntas— ¿Qué piensas
de ellos?
—Que saben lo que hacen.268
—Y veo que te han llegado a convencer, por eso cuando has salido los has comenzado a
apoyar.
—No —responde concreto.
—Pero si dices que saben lo que hacen, quiere decir que estás con ellos.
—Una cosa es respetarlos, tal vez hasta llegar a admirarlos, pero no es lo mismo que hacer lo
que ellos hacen.
—Qué cosa no harías de lo que hacen ellos.
—Mire, es cierto que he vivido con ellos y quiérase o no, he escuchado lo que conversaban,
entonces, por ejemplo, ellos dejan su trabajo para dedicarse las veinticuatro horas del día a la
revolución. Yo no soy capaz de hacer eso. Luego, ellos van a sus acciones, yo ni loco lo haría
sabiendo que allí me pueden matar, quien quiere matar corre el riesgo de ser muerto ¿no?
—Debes estar con hambre, te invito un café con un sánguche, ¿me aceptas?
—Gracias, pero en lugar de café, ¿puede ser manzanilla o anís?
— ¿Qué es lo que más te gusta?
—La leche —dice sonriendo—, pero con manzanilla me es suficiente.
—Observa a este pata —plantea dirigiéndose al agente que si bien está con papeles en la
mano, esta atento a la conversación.
—Está bien —responde.
El custodio sale, Lorenzo está sin capucha pero esposado.
“Así que este torturador está experimentado conmigo con la ‘charla de café’. Con razón que lo
primero que me ha preguntador es por el libro de Julius Fucik. Están usando las dos manos, la
mano dura, y la mano blanda. Si quieren invitarme a comer no les voy a decir que no, pero
conmigo, no les dará resultado ni su mano dura ni su mano blanda”.
Se pone a mirar, luego observa sus ropas que está sucias, sus zapatillas han comenzado a
romperse producto de haber sido arrastrado en varias ocasiones.
Al rato regresa el policía, trae un recipiente con leche y una bolsa de papel con un sánguche, lo
coloca en el pupitre, luego sin decirle nada le saca las esposas, Lorenzo se frota las muñecas
pero sin variar la expresión de su rostro.
—Sírvete —ordena el policía yendo a sentarse tras el pupitre.
Lorenzo bebe la mitad de la leche, luego coge el sánguche y mastica pausado.
—Yo quisiera ser tu amigo —habla el policía— considérame tu amigo y escucha mi consejo, lo
269
hago por tu bien... yo respeto tus ideas, no sé cuál ha sido tu papel en la organización,
realmente; pero hay quienes te han echado, han mencionado diversas acciones en las que has
participado, también dicen que eres mando. Te estás haciendo golpear por las puras, algunos
de estos mis colegas son unas bestias y si tú no reconoces al menos lo que ya saben, te van a
golpear hasta dejarte mal, yo no digo que eches a otros sino que hay cosas que estás negando
por las puras.
“Si reconozco la “A”, después tendré que reconocer la “B” y así después me harán decir todo el
abecedario aunque sea desordenado. Solo puede aceptar su consejo un necio, quien tenga
confianza en el enemigo. No es mi caso, yo sé a qué me he metido.”
—Sé razonable —continúa el agente— hay cosas que no puedes negar. Si tú por el contrario
voluntariamente colaboras eso amenguará tu responsabilidad, ya nadie te tocará. Aclara
aquello que tú hayas hecho y se acabó. No te estoy diciendo que eches a otros.
“Claro, quieres que reconozca lo que hice, luego querrás que diga con quién lo hice, dónde me
reuní... Bueno, sigue hablando, todavía no termino de desayunar”.
Continúa comiendo, mastica despacio acompañándolo con pequeños sorbos de leche.
—No pienses solo en ti —prosigue— tú puedes decir que el problema es solo tuyo, pero si
piensas así eres egoísta, tienes una madre, tienes tus hermanos y otros familiares que se
preocupan por ti, ellos van a sufrir, y si tú no reconoces es peor para ti, porque así estás
demostrando que encubres a otros y por tanto tu pena va a ser severa, pero si colaboras eso te
lo tomarán en cuenta cuando te juzguen. Tú eres inteligente, eso se nota a la vista, estás a
tiempo para rectificar los pasos que has dado en falso. Sí reconoces lo que has hecho te ponen
una pena benigna y sales pronto y sigues viviendo tu vida.
Lorenzo ya ha terminado, está escuchando con atención.
—Muchas gracias por el desayuno, lo necesitaba. También, muchas gracias por su consejo,
creo que bien intencionado. Usted me dice que reconozca lo que he hecho, y lo real es que lo
que he venido haciendo es vivir mi vida, y realmente por pensar solamente en mi vida y en mis
gustitos citadinos, es que he venido a Lima, yo sabía que la policía me buscaba, pero como soy
inocente dije: Viajo, me presento al juzgado, aclaro mi situación y sigo viviendo mi vida, pero
veo que va a ser muy difícil. Le agradezco su consejo. —“Pero no sé cómo si ves que soy
inteligente, crees que voy a caer en tu treta”. Piensa para sí y continúa hablando—. Cuando
rinda mi manifestación diré la verdad y solamente la verdad. Gracias por todo.
Se calla, el policía lo mira cambiando su expresión de buena gente a una severa, se queda 270
sorprendido por lo cortante de la respuesta, pero inmediatamente reacciona y vuelve a
sonreír.
— ¿Un cigarrito? —le ofrece.
—Gracias, no fumo.
Lo mira sin saber cómo continuar.
—Yo solo quería ayudarte.
—Y le agradezco su consejo.
El policía queda desarmado. Se pone de pie, coge la capucha y se la coloca, luego las esposas y
lo regresa al lugar donde estaba. El agente que lo ha relevado lo coge del brazo y salen,
conversan brevemente y se retira; el custodio vuelve a su lugar y no se le vuelve a escuchar
palabra alguna hasta que es relevado.
A los detenidos ya no les hacen problemas para hacer sus necesidades. Les entregan sus
alimentos y casi siempre les permiten compartirlo. A Wilson le llega una frazada nueva y le
obsequia a Lorenzo la que tenía. Zulema se ha percatado que Lorenzo ha perdido las medias y
le obsequia sus escarpines. Su cuerpo debilitado comienza a restablecerse, solo la suciedad lo
incomoda.
A las tres de la tarde sacan a Lorenzo y lo bajan a la primera planta, lo conducen a la oficina del
General Reyes Roca, jefe de la DIRCOTE.(7)
—Sáquele la capucha y retírese —ordena el general al agente.
El subalterno obedece y se retira, se coloca tras la puerta que está semi abierta atento para
intervenir de ser necesario.
— ¿Usted es Muñoz? —inicia la conversación el jefe de la DIRCOTE, señalándole la silla para
que se siente.
—Sí, señor —responde sin saber con quién conversa, se sienta y ubica con la vista el marbete
sobre el escritorio.
“Vaya, ¿y ahora qué me aguardará?”. Se dice desconcertado al saber frente a quién está.
—Ya sabe usted de todas las cosas de que se le acusa. ¿Qué tiene qué decir?
—Señor, nada de lo que se me acusa es cierto, cuando se han realizado los hechos que se me
imputa yo no estaba residiendo en Lima.
— ¿Dónde ha estado viviendo, usted?
(7) DIRCOTE: Dirección contra el terrorismo.

—En la selva —responde siguiendo la pauta general para responder a un interrogatorio: decir
lo menos posible.
— ¿En qué parte?
—En Bagua Chica.
— ¿Qué hacía?
—Trabajaba.
— ¿En qué?
—Sembrando arroz.
— ¿Cómo se llama el dueño del fundo donde trabajaba?
—Belisario Ríos —responde el nombre que ya tenía pensado.
El general está atento a cada uno de los movimientos del interrogado. Lorenzo esta pendiente
de la impresión que puedan causar sus respuestas. El general hace un gesto que devela que
está haciendo memoria, mueve ligeramente su quijada y sonríe levemente.
—Dígame, yendo de Chiclayo hacia adentro, ¿cuál pueblo esta primero, Bagua Chica o Bagua
Grande?
Lorenzo piensa un momento y responde inseguro:
—Bagua Chica.
El general mueve su cabeza ligeramente.
— ¿Cómo se llama el lugar donde se divide la carretera que va a Bagua Chica?
Lorenzo mira seriamente a Reyes Roca.
“Estoy tratando con un conocedor de esos lugares, no puedo esperar cometer un error para
cambiar mi versión. ‘Mente ágil para situaciones imprevistas’, se me ha enseñado en la guerra,
pero no solo en la guerra, sino para toda situación imprevista.”
—Sabe señor, ¿quiere usted saber la verdad?
—De eso se trata —responde con un brillo en los ojos.
—Va a tener usted que tener paciencia para escuchar mi historia.
El general inconscientemente se lleva la mano a la quijada, frunce el cejo.
—Lo escucho.
—El año ochenta y tres fui detenido e injustamente mandado a prisión, al año y medio salí en
272
libertad con cargo a presentarme a firmar cada mes al juzgado, hasta que se realice el juicio;
así lo he estado haciendo varios meses, pero me llegó un telegrama donde me comunicaban
que mi padre estaba enfermo y fui a atenderlo, eso fue en mayo del año pasado, la
enfermedad de mi padre se agravó y falleció, lo enterré y comencé a trabajar en la cooperativa
donde el había sido estable, pero por esos días apareció en el periódico Extra que se me
buscaba, y Guadalupe, que es el pueblo donde vivía, es chico, no podía seguir allí.
«Así qué, ¿dónde ir? Mi padre había sido un campesino pobre, que poco a poco fue
comprando terrenos y como sabrá usted, en la sierra la tenencia de tierras es lo que diferencia
a los hombres, fue así que mi padre llegó a tener una chacra - huerta en un valle donde crecen
árboles frutales diversos, puso además su tienda, la más grande de todo ese valle, y hasta
contrataba peones para que le trabajen la tierra, además tenía otros terrenos que los daba al
partir. Pero sucedió que el año 1970 se desataron lluvias torrenciales por varios días, en las
alturas se llenó una laguna y se desbordó, el río salió de su cauce arrasando todo a su paso,
entre las destrucciones que causó estaban las propiedades de mi padre, al enterarse de esto
mi padre que estaba en la costa regresó de inmediato, su huerta estaba destruida, llena de
grandes rocas, la tienda arruinada, el agua había ingresado y se había llevado todo lo que
pudo; la casa se mantenía en pie, pero se había arenado hasta el dintel, cuando llegó él, el
agua seguía fluyendo fuera de su curso natural del río, pero había bajado su nivel, no era
seguro estar en la casa, pues las lluvias seguían. Desde un cerro donde pasábamos las noches
vio sus propiedades, lloró hasta cansarse, el día domingo vendió un caballo y una yegua con
sus aperos, pagó sus deudas que no eran muchas y se embarcó conmigo a la costa: “No
regreso jamás”, dijo y cumplió. A la costa llegó con un costalillo donde llevaba sus ropas y las
mías, mi madre se negó a abandonar la sierra, pero dos meses después se reunió con nosotros.
Poco a poco comenzaron a acomodarse de nuevo, pero esta vez ya no tenía aspiraciones de
grandeza. Los terrenos quedaron abandonados, una de mis hermanas vive allá en la sierra, mi
padre había dispuesto que los use ella y que cuando él muera se haga la repartición, por eso,
cuando me enteré que me buscaban por hechos que yo desconocía, decidí ir a trabajar esas
tierras, además era un lugar aislado de la civilización y podía vivir tranquilo, para eso me
cambié de nombre, tomé el nombre de un primo muerto cuando era un bebé, y como la gente
del lugar no me habían visto muchos años no me conocían. Pero, yo había crecido en la ciudad
y la vida en el campo es monótona, un tiempo estuve tranquilo, pero luego me aburría
demasiado, fue por ello que comencé a pensar en cómo volver a vivir en la ciudad eso
implicaba tener que resolver mi situación jurídica. Por eso el primero de mayo salí de mi tierra
y viajé a Lima, portando siempre el documento falso para identificarme mientras se soluciona
273
mi situación, pero tenía otro problema, necesitaba trabajar, por eso luego de alquilar un
cuarto el día 19 de mayo salí a buscar trabajo, y es en esas circunstancias que me detienen.
Se queda callado, el general espera que continúe, se miran uno a otro.
— ¿Eso es todo?
—Sí señor, esa es toda la verdad.
El general pasea su mirada por toda la amplia sala de hito en hito.
—Entonces, ¿por qué me dijo usted que había estado en Bagua?
—Porque los únicos que sabían que yo estaba en la sierra era mi madre y mis dos hermanos,
para el resto de la familia y demás amigos yo era un primo que trabajaba la chacra de mi
hermano, y Lorenzo vivía en la selva, en Bagua Chica. Esa era la versión para familiares y
amistades.
“Éste es un terrorista convencido, está preparado para enfrentar los interrogatorios... no nos
va a decir nada”.
Se pone de pie, sale a la puerta, el agente está arrimado contra la pared, al ver al general se
para derecho.
—Llévalo, sáquenle la mierda, bien sacada. —Ordena y se retira.
El agente ingresa, le coloca la capucha y lo regresa al lugar de aislamiento.
Al poco rato que está sentado al borde del colchón cerca de los otros detenidos se escuchan
pasos apurados que se detienen en la puerta.
— ¡Porfirio!, ya llegué, ¡te voy a matar! —es la voz del agente que era su vecino.
Se acerca y lo coge con las dos manos del cuello, lo estrangula.
— ¡Te voy a matar! —le grita al oído, lo suelta y le da dos cachetadas, se retira.
Cuando el agente se está retirando se hacen presente dos oficiales jefes de diferentes Deltas,
uno de ellos es el oficial petulante que le ha roto la costilla, oficial que tiene entre los
detenidos bajo su responsabilidad a un subversivo que ha delatado a Lorenzo.
—Entrégamelo, pásamelo a mí —le dice a su colega mirando a Lorenzo con ganas— Yo lo hago
confesar todo— ingresa y se para cerca de Lorenzo— ¡Basura, cínico, cobarde de mierda! ¿Por
qué no eres valiente para reconocer las cagadas que has hecho?
Lorenzo no responde.
“Miserable, la valentía es de clase, yo no tengo nada que responder ante ti, si con otros te ha
dado resultado el amedrentamiento, el querer golpear la moral comunista diciendo que uno es
cobarde o 274
cínico, conmigo no te dará resultado, puedes desgañitarte vociferando.”
—Te estoy hablando, carajo, ¡respóndeme!
Lorenzo ni se mueve, sin embargo todo su cuerpo esta en tensión para amortiguar un posible
golpe, pero el oficial se retira vociferando sin golpearlo.
A las siete de la noche lo bajan a la primera planta, Lorenzo percibe que hay movimientos
inusitados, escucha que diversos detenidos son conducidos de un lugar a otro, los policías
corretean.
—Por acá, por acá —grita uno.
—Aquí que esperen —plantea otro.
Varios detenidos por subversión han sido concentrados a un costado de la sala de conferencias
de la DIRCOTE para ser presentados a la prensa, les quitan la capucha y los hacen ingresar.
Frente a Lorenzo han puesto a otro subversivo, dos agente coordinan en silencio, se miran
entre ellos y al unísono le sacan la capucha a ambos, los subversivos se miran como dos
extraños, pero se conocen, los agentes están atentos al menor movimiento de ambos, pero
ningún gesto los traiciona. No habiendo dado resultado su ardid los ubican en columna y los
hacen ingresar a donde los periodistas esperan la prensa televisiva, radial y escrita. El propio
general Reyes Roca hace la presentación uno por uno. Lorenzo pese a sentirse mal se para
derecho, saca pecho y procura desaparecer la joroba.
“Aquí mi mensaje” —piensa con la frente bien erguida.
La mayoría de los detenidos dan la cara de frente algunos pocos están con la cerviz doblada
señal de que han traicionado.
— ¡Soy inocente! —grita uno de los detenidos y como cada detenido está con un agente a su
costado, este lo hace callar.
Sacan a los detenidos, la conferencia de prensa continúa con otros y luego presentan las armas
y material de prensa incautado a los subversivos. Las armas presentadas son modestas, cuatro
revólveres, una pistola Browin tiro por tiro, pocas balas y abundante dinamita, también un
mortero o cañoncito casero.
Ha pasado ya el tiempo cuando la prensa y la propia reacción decía que los subversivos eran
extranjeros y que tenían armas modernas y sofisticadas, los hechos les mostraron que los
combatientes del Ejército Guerrillero Popular que dirige el Partido Comunista del Perú son
gente de pueblo, obreros, campesinos y demás trabajadores, siendo su principal arma la
humilde dinamita con la que aterran a sus enemigos.275
La mayoría de detenidos han sido sacados para la presentación a la prensa. Lorenzo es
regresado al cuarto de aislamiento. Wilson sigue en su lugar, a él no lo han movido, el agente
lo hace sentar a Lorenzo y sale.
—Lorenzo —dice Wilson acercándose—, ya no aguanto.
—Tienes que aguantar.
—Me están torturando demasiado, todos los días me están colgando, no me creen lo que digo.
—Escucha, el dolor pasa, pero si te quiebras tu cobardía la arrastrarás toda tu vida, el que no
te crean no es ningún problema, ésa es tu verdad y se acabó. Tú eres hijo único, ¿verdad?
—Sí.
—Y que diría o pensaría tu mamá si te mandan a la prisión.
— ¡Se muere!, ella no está enterada de lo que hago, además a ella le falla el corazón.
—La policía no sabe nada de ti, si llega a saber algo que justifique mandarte a prisión será por
tu boca. Si no dices nada, tu familia puede mover sus influencias y sacarte, aunque estés un
tiempo preso, pero si te autoinculpas eso no será posible. Eres tú quien decides. Me dijiste que
tu sentimiento por el pueblo era real. ¡Pruébalo!
Lorenzo se calla, Wilson no dice nada, no hay ningún policía, pueden seguir hablando, pero
ninguno dice nada. Al rato comienzan a traer a los otros detenidos.
—Lorenzo, mañana será tu instructiva —le comunica el oficial que está a cargo de su
interrogatorio.
—Si no está mi abogado, no declararé nada.
—Ya tu abogado también está notificado, no es nuestra culpa si no viene.
“Miserables, hasta hoy no han permitido que nos veamos con mi abogado, pero si no está
presente no haré ninguna declaración. Estos miserables pueden escudarse diciendo que le han
comunicado y no ha venido pero no aceptaré la instructiva sin su presencia, no sé cómo, pero
ellos tienen que traerlo.”
El oficial se retira, el silencio se apodera del ambiente, los detenidos permanecen en silencio,
uno a uno se van quedando dormidos. A varios los sacan a la tortura, entre ellos está Wilson.
Lorenzo duerme profundamente sin ser molestado toda la noche.

DÉCIMO PRIMER DÍA

Los prisioneros que no han sido torturados en la noche cansados de estar echados se sientan
cuando comienza a rayar el día. Los que han sido torturados permanecen acostados, algunos
dejan escapar leves quejidos cuando cambian de una posición a otra, Wilson está más
golpeado que otros días.
— ¡Ay..., ay..., ay! —se le escucha murmurar.
— ¡Malditos! —es la palabra que exclama María, cada vez que cambia de posición.
Zulema es una de las que no ha sido molestada en la noche y es la primera que pide ser llevada
a los servicios higiénicos, y después de ella todos los demás. Después de Lorenzo sale Wilson,
al volver lo colocan de nuevo a su lado. Cuando todos han hecho sus necesidades los dos
policías salen y se ponen a conversar cerca de la puerta.
— ¡No he dicho nada! —Le susurra Wilson a Lorenzo— ¡No les he dicho nada! ¡Y no diré nada!,
así me hagan lo que me hagan.
Wilson lo coge del brazo a Lorenzo y lo aprieta, Lorenzo le da sus manos que están esposadas y
se los estrechan con fuerza. Wilson solloza, pero se percibe que está satisfecho.
El desayuno comienza a llegar para la mayoría de detenidos, el cuerpo zarandeado por los
torturadores está resentido, pero la voluntad férrea de los guerrilleros se sobrepone y
comienzan a desayunar para reponer energías. Están aislados porque son considerados
peligrosos, para evitar contacto con otros subversivos y no se den ánimo unos a otros, aislados
e incomunicados es más fácil desorientarlos y quebrarlos, pero son pocos los frutos que tienen
los agentes del Estado.
José Diego y Lorenzo no reciben alimentos, como José Diego está entre dos detenidos le
invitan, a Lorenzo que está al borde lo ignoran.
—Invítenle a este detenido que está al borde, él también es un detenido como ustedes —dice
el policía.
—Aquí tengo pan —dicen varios.
En el ambiente están seis varones y dos mujeres, uno de ellos es del MRTA. A los emerretistas
los han dispersado para evitar que puedan coordinar entre ellos. El agente recoge lo que le
están invitando y le alcanza, a sus manos llegan seis panes.
—Mucho —dice al contar lo que le dan —me va a hacer daño.
—Guárdalo —dice el agente— ¿pueden darle una bolsita?
“Vaya, qué buena gente está hoy día.” Piensa Lorenzo, guardando los panes en una bolsa que
le da Wilson. Zulema es la única que le invita una taza de café; Wilson ha bebido todo el líquido
que le ha llegado, su cuerpo que ha sido maltratado se lo reclama. Después de muchos días
Lorenzo come tres panes en el desayuno, y no come más porque sabe que sentirá sed, no
obstante su cuerpo al poco tiempo le pide agua.
A la una de la tarde sacan a Lorenzo para su instructiva, lo conducen a la oficina que está
frente al cuarto de aislamiento, su abogado está sentado en una silla, se saludan, el abogado
observa lo demacrado que está su patrocinado, lo examina de pies a cabeza.
—Devuelve los recipientes a tu mamá —plantea el abogado.
Lorenzo que está de pie frente al oficial da la vuelta y lo mira con extrañeza.
—Doctor, ningún día me han informado que me ha llegado cosas.
—Trae las cosas del acusado —ordena el oficial al agente que ha trasladado a Lorenzo.
El agente sale y al poco rato regresa con dos bolsas llenas con taperes conteniendo alimentos
de varios días, pudriéndose. El abogado ojea rápidamente los bolsos.
— ¿Puedo traerle algo para que coma en estos momentos? Veo que se encuentra sumamente
débil.
— ¡Claro doctor! — el oficial responde con toda la cortesía del mundo.
El abogado sale, los torturadores se miran con una sonrisa cómplice. Al poco rato regresa con
una gaseosa y un recipiente con comida, Lorenzo lo primero que coge es la bebida y toma
despacio, luego se sirve la comida saboreándola bajo la atenta mirada de su defensor.
— ¿Podemos iniciar, Doctor? —plantea al oficial ni bien termina de comer Lorenzo.
El abogado mira a Lorenzo, éste mueve su cabeza afirmativamente mientras se limpia la boca
con 278
una servilleta.
Un agente PIP hace de secretario del oficial instructor.
—Llame usted a la señora fiscal que está en la oficina del fondo —ordena el oficial al agente
encargado del traslado de Lorenzo.
Ingresa la señora fiscal de turno, representante del Estado, le dan una silla y se ubica a un
costado del oficial instructor.
El que oficia de secretario registra el día y la hora que se inicia la instructiva, con la presencia
de la señora del Ministerio Público (fiscal) y en presencia del abogado del acusado, dirige la
instructiva el oficial XXX. Luego procede a preguntarle sus generales de ley al acusado,
comenzando por su nombre, el de sus padres, su edad, lugar de nacimiento y su estado civil.
—Para que diga el acusado —inicia acucioso el instructor— ¿por qué en el momento de su
detención portaba un documento con otro nombre distinto al que hoy ha dado?
—Portaba ese documento porque sabía que era buscado por la policía —responde concreto.
— ¿Y por qué usted ocultaba su verdadera identidad?
—Porque quería evitar ser detenido.
— ¿Desde cuando usa ese falso documento?
—No recuerdo con exactitud, pero ha sido poco tiempo después de que me enteré que se me
buscaba por hechos que no he cometido.
—Para que diga, ¿dónde ha estado en julio del año pasado?
—Atendiendo a mi padre que se encontraba enfermo en el departamento de La Libertad.
—Para que diga si milita en las filas del Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso.
—No señor.
— ¿Cómo explica que lo sindiquen como mando político e instructor de un aparato político-
militar de Sendero Luminoso?
—Nada de eso es verdad señor. Yo no participo en política.
—Pero el señor Fabián Chumpi, alias camarada Gustavo; el señor Carmelo Aguirre, alias
camarada Pancho, el señor Arturo Melgarejo, también Dolores Calcina dicen que usted
comandó las acciones terroristas de la zona Este en julio de 1985.
—Falso señor, no conozco a las personas mencionadas.
—También se lo acusa a usted de ser el autor intelectual y material del atentado armado
contra 279
el personal de la Policía Nacional del Perú destacados en la Atarjea, atentado que lo hicieron
con ametrallamiento indiscriminado a ese personal cuando llegaba a su destino y que luego
dinamitaron el vehículo.
Lorenzo hace un gesto de asombro.
—Disculpe señor, no sabía siquiera que esos hechos se hayan cometido.
—A usted se lo acusa de haber armado el coche bomba que fue puesto en la Plaza de Armas,
así como el coche bomba en el hotel Sheraton. ¿Qué tiene que decir al respecto?
—Nada, señor, desconozco cuándo se han producido esos hechos.
—Pero, ¿cree usted que quienes lo acusan son locos?
—Señor, no se nada de lo que ha ocurrido en Lima, puesto que yo no he radicado acá, yo he
estado viviendo lejos de la ciudad, aislado casi totalmente de la civilización.
— ¿Puede precisarnos dónde ha estado?
Lorenzo comienza a narrar lo dicho al general Reyes Roca, pero ya sin mencionar Bagua, sino
que de frente va al lugar donde conoce y puede ubicarse bien. Tanto la fiscal como su abogado
lo escuchan con atención, termina planteando la razón de su viaje a Lima y las circunstancias
de su detención.
Visiblemente alterado el instructor suspende la instructiva.
—Vuelva mañana —se dirige al abogado— va haber ampliación.
El abogado desconcertado mira primero a la fiscal, luego al oficial y finalmente a Lorenzo con
una mirada inquisitiva.
—Venga mañana, lo necesitaré —dice con firmeza. Lorenzo.
— ¿Pasa algo?
El abogado inmediatamente concluye que algo malo le espera a su defendido. Lorenzo sabe
que será nuevamente torturado, piensa un rato y responde:
—No pasa nada..., no pasará nada doctor —plantea mirando desafiante al oficial— pero por
favor, venga de todas maneras..., y pida verme.
—Está bien —responde inseguro el abogado.
—Eso es todo doctor, firme por favor.
El abogado recibe las hojas de la manifestación, lee lo actuado y luego de constatar que está
en lo fundamental registrando las respuestas de su defendido, estampa su firma; luego lo hace
la fiscal. El abogado coge las bolsas con los recipientes y sale.280
—Doctora, por favor quédese un momento —plantea el oficial al ver que va a salir—. Se va a
realizar un acta de reconocimiento.
La fiscal se queda de pie.
—Hazlo pasar —ordena el oficial.
El agente por una puerta lateral hace una señal y otro agente ingresa empujando a un
detenido que está esposado y sin capucha, tiene el cabello cano desordenado y la barba
crecida, se acercan donde están la fiscal y Lorenzo.
— ¿Conoce usted a este detenido? —pregunta el oficial al recién llegado.
Éste que venía con la vista baja levanta la cabeza y observa a Lorenzo.
—Sí señor, él es quien me dio el coche bomba para colocarlo en el hotel Sheraton.
— ¿Con qué nombre lo conoce y qué responsabilidad tiene?
—Como compañero Porfirio, mando político de la Zona Este.
Lorenzo lo mira con sorpresa.
—Pero señor,... yo no lo conozco a usted. ¿Por qué quiere hacerme daño?
— ¡Eso es todo, llévenlo! —ordena el oficial.
El técnico presto obedece y empuja hacia fuera al detenido acusador.
“Se las sabe todas este hijo de puta. —Piensa el oficial—. Este concha de su madre está
preparado para todo. Pensé que se iba a desorientar, otros cuando se ven delatados los
amenazan y les gritan: “la guerra popular te aplastará” o “el Partido te aniquilará”, y así se
develan solos, pero esta basura sale más fresco que una lechuga y se presenta de víctima, si se
lo deja más con ese cobarde es capaz de hacerlo variar su declaración.”
—Señora fiscal, firme acá por favor, eso es todo.
La fiscal firma y sale.
—Firma acá —le ordena a Lorenzo.
—No firmaré nada sin la presencia de mi abogado.
—Muy bien —dice cachacientamente el oficial— veremos si mañana no firmas. ¡Llévalo!
Lorenzo es vuelto al cuarto de aislamiento.
“Así que él era el delator, con razón que me preguntaron por el colegio Domingo Sarmiento.
Hice bien en dejarlo lejos de la casa donde guardábamos los materiales. En cuanto a los otros
delatores, me 281
han visto una sola vez y ha sido suficiente para que se graben mi imagen y me reconozcan en
el álbum fotográfico, no hay otra explicación, porque mi nombre nadie lo sabía. Pero no
reconoceré nada, y de nada les servirá la información que tienen”
Sin preocupación se queda dormido, satisfecho de tener el estómago lleno, y principalmente
de saber que su madre y su abogado están pendientes de él, está seguro que no lo mataran ni
lo desaparecerán.
Por la noche lo despiertan y lo conducen a donde lo han torturado otros días. Lo colocan
contra la pared y se ponen a conversar los dos torturadores mientras ordenan harapos, jebes,
sogas y un cable de corriente eléctrica.
—Es un cínico este concha de su madre —dice uno.
— ¿Qué le hacemos?, ¿lo volvemos a colgar?, ¿lo tineamos o le ponemos electricidad para que
se quede tarado?
Hay que ponerle corriente, ¡tráelo para acá!
El torturador va hacia Lorenzo y como a cualquier cosa lo hace girar.
— ¡Bájale el pantalón!
El que ordena coge un cable lo conecta al tomacorriente y con el otro extremo le hace
contacto en el pene, el torturado se estremece.
“Es un solo polo, no me matará, buscan asustar a la gente”
— ¡Miserables!, torturadores, cobardes. ¡Hagan conmigo lo que quieran!, ¡Pero sepan que de
mí no sacarán nada!
Los torturadores se miran.
— ¡Ah, concha de tu madre! —vocifera el que manda— te crees muy machito.
Y le propina una patada que lo hace doblarse, el otro lo suelta mientras le golpea a puñetazos,
en el piso lo patean a discreción, por donde le caiga. Lorenzo sigue consciente, se ovilla como
puede, pega su quijada a su pecho y se cubre con las manos la sien, lo dejan de golpear cuando
se cansan, para suerte de Lorenzo los torturadores están con zapatillas, si estuvieran con
zapatos de suela le hubieran ocasionado más daño. Lo regresan al cuarto de aislamiento y lo
dejan.
“Ya pasó todo —se dice mientras llora—. Por eso es que los matamos sin asco a esos
cobardes”.282
“No me maten, por favor no me maten, tengo hijos” —recuerda la suplica de un oficial.
“No me maten, no me maten. ¡Mamáááá!”
“Esos miserables, saben matar pero son cobardes para morir”
—Camarada, el día de mañana debe de concretarse un aniquilamiento selectivo, se trata de un
miserable infante de Marina, usted será el chofer para esa acción. Ubicará a los dos camaradas
y al compañero José y realizarán la tarea, acá en la zona tienen armas y creo que no les falta
nada, ¿verdad?
—En primer lugar, no sé que están haciendo los tres compañeros, usted me dijo que les de un
punto donde se encontrarían con el camarada responsable de acciones y que hasta que no se
desocupen no se les asigne tarea alguna. Desde hace dos semanas no me veo con ellos..., no se
dónde podrán estar.
— ¡Ubíquelos y hacen la tarea mañana!, ellos han estado haciendo ese reconocimiento, así
que no es una sorpresa para ellos.
El que recibe la orden sonríe.
—Son las nueve de la mañana, supongamos que hasta el medio día los encuentre, porque
conozco sus casas, y ese problema se resuelve; entonces surge un segundo problema, las
armas hay que concentrarlas no están en un solo lugar; tercer problema, ¿dónde confiscamos
el carro? No hemos hecho reconocimiento para eso; y finalmente, yo no conozco el objetivo,
no sé en que terreno tendré que conducir; y no se trata solo de matar como sea a un
reaccionario, sino de garantizar una buena retirada de tal manera que sea una tarea exitosa...
Así que,… ¡no haré esa tarea!
La conversación la están haciendo en la calle, caminan conversando atentos a los peatones que
caminan apurados. El que da la directiva lo mira sorprendido.
— ¿Por qué?
—Porque hacer esa tarea así como me lo está planteando nos puede causar problemas, se
puede perder todo el contingente que participe en esa acción, que dicho sea de paso no se
cuántos la realizarán.
—Lo harán solo cuatro, los tres compañeros que han hecho el reconocimiento y que actuarán
directamente y usted como chofer.
— ¿Quién será el mando de la acción?
—Usted, ¿quién más?
—No lo haré.283
—Usted se está rebelando contra el Partido —plantea colérico y como amenaza.
—Sí, cierto.
—Vea bien lo que está diciendo, las órdenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones.
— ¿Así? Eso es cierto, pero eso rige en el ejército reaccionario, nosotros somos parte del
Ejército Guerrillero Popular que dirige el Partido Comunista del Perú, y aquí nuestra sujeción es
consciente, un plan se debate y aprueba primero en el Partido, y debemos bregar por hacer el
mejor plan posible.
— ¡Claro!, el Partido ya lo ha debatido.
— ¿Así? ¡Qué bien! Que lo hagan quienes lo han debatido.
— ¡Usted está levantando al ejército contra el Partido!
—No sea usted ridículo, camarada, aquí estamos solos usted y yo, el contingente usted debe
de saber dónde está, ubíquelos y hagan la tarea.
—Usted sabe dónde están las armas, se aprovecha de la responsabilidad que tiene, le
recuerdo, ¡esas armas son del Partido! ¡No de usted!
—Cierto, vamos se las entrego para que las usen quienes tienen que usarlas. No estoy en
contra de hacer esa acción, lo que le estoy planteando es que no lo haré porque no se está
cumpliendo con hacer el plan como es impronta del Partido.
—A las once de la mañana debe estar en la avenida Brasil, cuadra doce, allí nos veremos.
—Allí estaré; pero antes vamos, le entrego las armas.
El dirigente entiende la ironía que hay en esas palabras, lo mira enfurecido y se retira.
Un cuarto para las once baja de un vehículo cerca al lugar de la cita, camina por los
alrededores, como es un lugar que solo conoce de pasada camina por esas calles para saber
qué terreno está pisando. Cuando faltan cinco minutos para la hora fijada se enrumba al
punto, dos cuadras antes se encuentra con el dirigente responsable de las acciones.
—Buenos días —lo saluda el dirigente— ¿está yendo a la cuadra doce?
—Buenos días —se estrechan las manos—. Sí.
—Entonces ya no hay necesidad —doblan la esquina una cuadra antes de la avenida Brasil y
continúan caminando— ¿Ya se ha contactado con los compañeros que van a realizar la tarea?
— ¿El camarada Javier no le ha comunicado cuál es mi posición respecto a esa tarea?
—No, aún no me he visto con él.
—Hoy a las nueve he estado con él, mi posición en concreto es que no participaré en esa 284
acción.
—Pero, ¿por qué camarada? Es la primera vez que lo escucho plantear algo así.
— ¿Por qué? Camarada Luciano, con usted venimos trabajando hace un tiempo considerable, y
siempre hemos bregado por hacer bien las cosas. Pero ahora viene el camarada Javier y me
dice que yo manejaré para la acción que se debe de realizar mañana, que yo dirigiré la tarea y
que debo ubicar a los combatientes, hacer con ellos la confiscación de un auto hoy en la
noche, y que mañana, no sé a que hora, debemos hacer la tarea. Así como me lo ha
planteado... no lo haré.
Continúan caminando en silencio, al rato el dirigente pregunta.
— ¿Sabe dónde ubicar a los compañeros que han estado haciendo este reglaje?
—Sí. Pero la cuestión más delicada es que siendo el que va a dirigir la acción no conozco el
objetivo, no sé dónde estará ubicado, ni qué condiciones presentan las calles, cuál es su
ubicación con respecto a las fuerzas de la reacción, etcétera.
—Está bien camarada, vamos a resolver las cosas por partes, desde ya fíjese bien por dónde
estamos caminando y el sentido del tránsito de las calles, —caminan despacio, doblan una
esquina—, fíjese bien por dónde estamos doblando, mire hacia delante allí hay una calle en
medio de la cuadra, en esa calle hay una casa de tres pisos que tiene un jardín, al frente, en las
mañanas estacionan un auto rojo. Ese auto lo maneja el que es nuestro blanco. Le voy a
mostrar el recorrido que hará para la retirada.
Caminan aparentemente distraídos, pasan cerca de un hospital. Cruzan una y otra calle y
llegan a la avenida Brasil.
—Entonces, como habrá visto, no hay mucho tránsito por esta zona, pueden dejar el vehículo
de la retirada una cuadra antes de esta avenida, se dispersan y toman colectivo en esta
avenida. A los compañeros que están haciendo el reconocimiento ya les he planteado mi
opinión, están de acuerdo con ello.
—Y a propósito de los compañeros, ya que usted se ha venido comunicando con ellos, ¿sabe
dónde los puedo ubicar?
—No, tendrá usted que localizarlos; antes se da una o dos vueltas por acá de tal manera que se
ubique y en caso de situaciones imprevistas sepa cómo maniobrar y garantice una buena
retirada.
— ¿Cuándo se debe realizar la tarea?
—Habíamos pensado que podría ser mañana.
—Dale con mañana, la razón por la que he planteado que no participaré en esa tarea es que
para 285
hacerla mañana habrá improvisación, y la improvisación lleva a que las cosas se hagan mal.
¿Qué hora tiene?
—Faltan quince minutos para el medio día.
—Debo de dar algunas vueltas por acá; ubicar a los compañeros, y está por verse si los ubicaré
hoy, confiscar un auto, cohesionarnos, preparar los medios. Todo eso no lo puedo hacer hasta
mañana.
—Está bien, háganlo pasado mañana, y si por A o B no se puede ese día, esperaremos para la
próxima semana. Nos vemos camarada —le estrecha la mano—. Éxitos en la tarea.
—Gracias.
El dirigente se retira, él sigue deambulando por la zona, luego coge un colectivo y va al Parque
Universitario, allí almuerza y a la vez consigue economía que solicita a varios apoyos por allí;
sin apuro sube a otro colectivo y va a la casa de uno de los combatientes que están encargados
de hacer el reconocimiento.
En las afueras de la ciudad se baja y se enrumba hacia la ribera del río Rímac donde hay
algunas casas dispersas, cuando está por introducirse por un camino rodeado de sarmientos ve
aparecer a una joven que va en dirección a él, se detiene, cuando la joven se acerca se sonríen
mutuamente.
— ¿Puedo preguntarle a dónde iba?
—Venía a buscarla —se saludan apretándose las manos y regresan por donde él venía— ¿Se
están viendo con Paúl y José?
—Claro, hemos organizado una rotación que nos permite conocer bien a nuestro objetivo,
usted sabe que nos gusta hacer bien las cosas. Ya tenemos la hora más indicada.
— ¿Cuál es?
— ¿Por qué tengo que decirle a usted? Que yo sepa usted no participará en esta tarea, y no se
olvide que se nos ha enseñado que hay cosas que deben de saber solo quienes deben de
saberlo.
La joven combatiente tiene un lunar en la mejilla que le da una belleza particular, le sonríe con
ironía.
—Qué bien que se acuerde y lo aplique, pero le informo que trabajaremos juntos en esa tarea.
— ¿Verdad?, ¿no me miente?
—Me está ofendiendo compañera, me está diciendo mentiroso —responde serio.
—Con usted no se puede ni bromear —le da dos palmazos cariñosos en la espalda —todo lo
toma a pecho.286
—No estoy de buen humor hoy día, tenemos que hacer la tarea mañana —plantea con
seriedad.
— ¿Mañana?
—Sí, mañana.
— ¿Ya hay carro para la retirada?, ¿Los medios ya están listos?, porque si hay que hacerlo el
horario indicado es a las ocho de la mañana.
—Nada, todo tenemos que resolverlo nosotros.
— ¿Y cómo piensa resolverlo? —dice con preocupación, su rostro alegre se ha transformado,
ahora es él quien sonríe—. Y ahora, ¿de qué sonríe? —protesta la guerrillera.
—Bueno, pues, me toca reír.
—Acepta hacerlo mañana y viene a reírse. ¿Está usted loco?
—Tranquila, no he aceptado hacerlo mañana, lo haremos pasado mañana. ¿A dónde va en
estos momentos?
—A relevar a José.
—Entonces, comuníqueles que se retiren por hoy a descansar que la tarea será pasado
mañana. Yo voy a preparar los medios esta noche y los transportaré a la casa de Dueñas, en
Reynoso, allí nos veremos mañana a las diez, ¿le parece bien?
— ¿No cree usted que debemos de ver mañana si todo sigue igual? Yo sugiero que uno de
nosotros vaya a seguir haciendo el reglaje de siete a nueve de la mañana, y a propósito, ¿ya
conoce usted el objetivo?
—Sí, ya conozco, yo seré el chofer. Estoy de acuerdo que se siga haciendo el reconocimiento, y
una cosa más, ¿han visto dónde podemos confiscar un vehículo?
La subversiva sonríe complacida al escuchar la pregunta.
—Sí hemos pensado en eso, podemos ir hoy con Paúl a verificar lo que ya hemos estado
viendo. No se engría con lo que le voy a decir, hacemos un buen equipo los cuatro, con usted
como chofer me siento segura.
— ¿Está segura que con cuatro es suficiente?
— ¡Claro!
—Tenemos que hacer bien las cosas, hay muchas cosas que esperan de ustedes. Con el
compañero Raúl no nos hemos dado abasto para cubrir el trabajo en toda la zona, se los
necesita a ustedes.
— ¿Ha ido usted a la Universidad San Martín?287
—Sí.
—Paúl también, ha sacado reunión con esa milicia, José ha estado yendo a cumplir su
responsabilidad con la Escuela Popular de La Parcela, y además ha abierto otra escuela. Yo
también he hecho lo mío en Ate.
—Qué bien. Entonces nos vemos mañana a las diez en Dueñas, allí veremos los pormenores
del plan.
Caminan juntos el trayecto que les falta para llegar a la Carretera Central, ella le hace algunas
bromas que él escucha sin comentarios, a veces sonríe. Ya en la avenida cada quien va a lo
suyo.
Al día siguiente se encuentran los cuatro, se saludan efusivamente, se reúnen en uno de los
modestos cuartos de un apoyo logístico y comienzan a intercambiar opiniones, los
combatientes que han hecho el reconocimiento explican los pormenores de su investigación,
informan lo que han realizado en el tiempo libre que les quedaba.
“Estos son mis camaradas, con camaradas como ellos uno puede estar seguro que el trabajo
revolucionario no se detendrá”. Piensa satisfecho. Los combatientes han pensado en todos los
detalles de la tarea. Luego de rendir informes pasan a cohesionarse, el mando expone las
circunstancias en que cumplirán la tarea y el porqué debe ser aniquilado el infante de Marina:
—Los marinos —plantea— son los más genocidas de toda la fuerza armada en nuestro país, y
lo son por su propio carácter de clase, elitista. Allí están los hijos de los grandes burgueses.
Para ser oficiales de esa institución los seleccionan minuciosamente a los postulantes, si no son
parte de las clases explotadoras no ingresan, por más capaces que sean, hasta por los apellidos
los seleccionan, allí no encontramos ningún Condori, ningún Huamán o algún Mamani, y ni
hablar del color. Allí todos son blanquitos, de allí que cuando nos combaten lo hacen con odio,
con saña; y por tanto nosotros no tenemos porqué tener un ápice de benignidad para con esos
asesinos de nuestro pueblo.
Luego pasan a ver los detalles de la tarea. José y Raquel estarán en irrupción, ellos saben
dónde ubicarse y cómo pasar desapercibidos. Paúl estará en contención con una pistola y
granadas para neutralizar a alguien que intervenga, el chofer estará a una cuadra de la acción y
cuando escuche los balazos se estacionará a la vuelta de la esquina donde los esperará, él
también llevará un revólver y algunas granadas, además en el vehículo llevará la bolsa en la
que concentrarán los medios luego de la acción, los cuales para no llamar la atención
transportará uno de ellos. En la noche confiscarán el vehículo y lo dejarán en una cochera no
muy lejos de la acción.288
Los cuatro se han vestido acorde con el lugar donde actuarán. Conforme a lo previsto, por la
noche confiscan el vehículo y dejan todo listo para la tarea. Al amanecer, temprano se
desplazan al objetivo, José y Raquel van juntos, el mando va con Paúl, a la hora establecida
cada uno está ubicado en su puesto de combate, los combatientes están serenos, José y
Raquel bromean en su puesto de combate, Paúl se amarra las zapatillas dejando sus cuadernos
en la vereda.
El chofer está dentro del vehículo escuchando música con el volumen bajo, aparentemente
distraído. En eso Raquel le da un palmazo a José y se van resueltos hacia el vehículo del infante
de Marina, se escuchan disparos, Paúl se mueve, mete sus cuadernos en su morral y mueve su
cabeza a todos lados, el chofer pone en marcha el vehículo, ni bien llega a la esquina
establecida aparecen corriendo José y Raquel, miran a todos lados, el ambiente está tranquilo,
sin apuro abren la puerta y se introducen al asiento posterior, Paúl se ubica junto al chofer y se
ponen en marcha, en silencio. El auto avanza una cuadra a gran velocidad y dobla la esquina,
disminuye la marcha y continúan a velocidad moderada.
— ¡Qué cobarde! —exclama Raquel.
— ¿Qué tal les fue? —pregunta el chofer.
—Bien, muy bien —responde José.
— ¿Y por qué te diste la vuelta por la otra puerta? —pregunta Paúl, que ha observado la
ejecución.
—Cuéntales tú —dice José a Raquel.
—Si hubieran visto al cobarde, cuando nos vio con las armas en la mano se metió de cabeza
bajo el timón, lo único que le quedaba al aire era su trasero y sus pies.
—Se estaba cuidando la cabeza el miserable —aclara José.
—Le hemos metido varios balazos en las posaderas.
—Pero así no iba a morir, por eso me di la vuelta, abrí la puerta, lo cogí de la cabeza, nunca he
visto tanto terror en una persona, le metí un balazo en la boca, y luego otro en la nuca.
— ¿Y a que no adivinan qué gritaba? —interviene Raquel.
— ¿Qué? —dice Paúl.
—“Mamá, mamááá, no me maten por favor. Mamá, mamacita, ayúdame”. —Termina Raquel.
Mientras hablaban han concentrado las armas, y baja Raquel quien lleva todo, avanzan una
cuadra más y bajan los otros dos, más allá estaciona el chofer el vehículo, cierra las puertas
con seguro 289
y desaparece. Ya lejos de los acontecimientos el chofer marca un teléfono y comunica muy
brevemente donde deben recoger su vehículo los dueños, que quedan desconcertados.
Al día siguiente aparece en los medios informativos: “Sendero Luminoso asesina al infante de
Marina de las Fuerzas Especiales conocido como “El Tigre”.
Reunido el Comité Metropolitano e informado de la cobardía del genocida comenta el
secretario:
—Vean camaradas, cómo son esos genocidas, son valientes para matar, pero son cobardes
para morir. Según lo que informa la prensa ese cobarde ha estado en el campo, en Ayacucho
donde las Fuerzas Armadas han hecho genocidio contra el pueblo, y siguen haciéndolo, pero
que sepan los genocidas lo que les espera. Bien muerto está.
En otra oportunidad evaluando el cumplimiento de una ofensiva el secretario del Comité
Metropolitano pregunta al responsable de la zona Centro:
—Camarada, todos han cumplido con sus objetivos, pero por lo que he podido ver en los
periódicos ustedes no han cumplido con el sabotaje contra la embajada de China, ¿nos puede
explicar qué paso?
—Camarada, no hemos llegado a concretar esa tarea. Pues les voy a contar lo que se me ha
informado. Para el sabotaje a la embajada de China se tenía que confiscar un carro para la
retirada, eso lo saben. Tres compañeros han ido a cumplir esa tarea, cuando se dirigían a la
urbanización donde habían hecho reconocimiento, pasaban por el Campo de Marte,
observaron un auto estacionado, tenía las llaves puestas y una pareja estaba planeando
adentro, sin preámbulos desenfundaron sus armas y abrieron la puerta, en un cerrar de ojos la
pareja estaba afuera.
— ¡Ustedes no saben con quién se están metiendo! —gritó amenazadora la mujer.
—Sí. Lo que están haciendo lo van a pagar caro —dijo el hombre armándose de valor, era un
hombre de edad avanzada.
Los combatientes se miraron, abrieron la puerta de atrás y los introdujeron, tanto el hombre
como la mujer quedaron al centro, un combatiente a cada lado de la puerta, el chofer tomó el
volante y comenzó a conducir retirándose del lugar.
—Muy bien —intervino el mando de la acción—, dígannos quiénes son y por qué vamos a
pagar caro esto —le registraron bien el cuerpo y también los zapatos.
—Soy un general del Ejército, soy miembro del Comando Conjunto, si me pasa algo lo pagará
290
muy caro, ¡eso les aseguro! Aquí tienen mis documentos.
—No se preocupen, no les pasará nada —interviene el mando—. Muy bien, usted ha hablado
claro, nosotros también lo vamos a hacer con claridad. Nosotros somos guerrilleros del Partido
Comunista del Perú, entonces, así ya saben con quiénes están. ¿Para qué necesitamos el
vehículo? Tenemos heridos —inventó el compañero con el objetivo de no develar el real
objetivo—, necesitamos trasladarlos de donde están a donde los atenderán nuestros médicos.
Les repito no les pasará nada, pero, cuidado con hacer alguna estupidez.
El compañero que conducía buscaba salir al Callao y quería coger la avenida Venezuela, pero
cuando iba a hacerlo la encontró en reparación, se internó por otras calles que no conocía
bien. Vio que estaba cerca de la avenida Alfonso Ugarte, pero como en esa avenida hay
constante desplazamiento de policías intentó evitarlo doblando hacia la izquierda, y lo que le
parecía que era una calle, resultó ser la playa de estacionamiento de los apristas. Habían
entrado al local de los apristas.
— ¡Tranquilo! —Planteó el mando— retrocede.
Salieron y no les quedó más que ir hacia la avenida Alfonso Ugarte.
—Vamos a pasar por la sexta Comisaría —habló el chofer— Usted, señor general, ya sabe
quiénes somos: guerrilleros, luchadores sociales, luchamos por una causa y si tenemos que
morir, moriremos; si usted hace una estupidez nosotros no vamos a vacilar en matarlo para
luego enfrentarnos con ellos.
—Cierto, siéntese tranquilo, mire hacia delante, y usted señorita manténgase callada, porque
si algo sucede morimos acá los cinco —intervino el tercer compañero.
Nuestros compañeros con mucha naturalidad pasaron hacia la plaza Bolognesi y cogieron la
avenida Arica y se enrumbaron al Callao, luego cogieron la avenida Faucett y pasaron frente al
aeropuerto. Ya en la avenida Angélica Gamarra, en la urbanización Santa Rosa dejaron a la
joven y se quedaron con el general. Lo han conducido fuera de la ciudad, al campo y lo han
aniquilado entre un maizal, la idea que los ha movido a los compañeros ha sido bien simple:
“Tenemos en nuestras manos a un planificador de genocidios, no se nos escapa.” Como
podrán comprender, camaradas, luego de ellos movilizarse con ese vehículo por el centro de la
ciudad era altamente riesgoso, han abandonado el carro y ya no han podido concretar esa
acción.
—Ah, con razón que esa noche por Santa Rosa a eso de las nueve de la noche ha habido una
redada policial inusitada, muy minuciosa. No me explicaba el porqué; bueno ahora ya está
claro —plantea uno de los miembros del Comité Metropolitano.291
Se agolpan los recuerdos:
En otra ocasión en una reunión del Metropolitano, evaluando otra ofensiva alguien plantea:
—El aniquilamiento del almirante Ponce Canessa ha sido bueno y contundente, los
reaccionarios se han horrorizado, por la forma cómo ha quedado su cuerpo, totalmente
destrozado, y ¿le han informado cuál fue su reacción del miserable cuando se concretaba la
tarea?
—Sí, camaradas. La acción, como ustedes saben, fue minuciosamente planificada, se tomó en
consideración el medio donde se iba a actuar, la hora y posibles circunstancias que se podrían
presentar, los compañeros estaban preparados para cualquier contingencia. Lo que han
informado es que al verse rodeado este miserable los ha querido enfrentar, tenía su pistola a
la mano e intentó defenderse, pero la sorpresa y la superioridad numérica de los compañeros
no le permitieron hacer nada.
—Eso ténganlo bien presente, camaradas. —Dice quien dirige el Comité Metropolitano— y
cohesionen al contingente en nunca subestimar al enemigo, porque hay algunos militares que
no son simples militares, que no están allí por tener un trabajo, sino porque son conscientes
del lugar que ocupan en esta sociedad, y no sólo entre los oficiales, también entre los
subalternos. Entonces, aquellos que son conscientes del orden que defienden nos van a
combatir a muerte; así como nosotros luchamos convencidos y conscientes de que el mejor
orden social es el comunismo; ellos son convencidos defensores del orden burgués, de la
llamada democracia, que como nosotros sabemos es democracia burguesa, dictadura contra
las masas populares, pero ellos están en contra de la dictadura del proletariado y la califican de
orden totalitario y defienden la dictadura burguesa, y lo hacen así porque lo consideran el
mejor orden social posible y por ese orden se desvelan, pensando en cómo destruirnos y
cuando nos encontramos con ellos así como no les tenemos clemencia, ellos tampoco lo
tendrán con nosotros. Además debemos tener presente que ellos tienen el criterio burgués de
que el individuo hace la historia, en eso son formados, y con esa concepción preparan a sus
comandos, y algunos se lo toman a pecho, se creen Rambos, y si no se está preparado hasta un
individuo puede generar problemas a dos o más compañeros que subestimen al enemigo. ¿Ya
han leído lo que ha dicho el comando de la Marina?
La mayoría de los asistentes afirma con la cabeza.
—“Sepan que han despertado al león” —interviene uno de ellos—. Es un desafío.
—Significa que tomarán represalia. Desde el año pasado no hemos tenido serios golpes a la
organización, estamos aplicando en lo fundamental bien nuestra ideología y política; por tanto
nuestros planes son exitosos, y el costo es mínimo. Pero buscarán hacer acciones de
represalia, ¿contra quiénes? Contra los que tienen en sus manos, contra los prisioneros de
guerra. Vean camaradas cómo han lanzado 292
el grito al cielo por uno de sus mandos, Ponce Canessa ha sido uno de sus cuadros. ¿Nosotros
por qué no vamos a potenciar nuestro odio de clase contra ellos? Antes, cuando no estábamos
en guerra mataban a nuestro pueblo a pausas, por hambre; hoy, en guerra, porque aún no
hemos cambiado este orden de explotación, al hambre se suma el genocidio que perpetran
contra nuestro pueblo, los matan en masa; lo han hecho y lo vienen haciendo en el campo,
también en la ciudad como lo hemos visto en la barriada donde era el fundo Garagay y
Bocanegra. Lo han hecho en la cárcel, el cuatro de octubre en el penal de Lurigancho; a
quienes lleguen a detener los molerán, los matarán y a algunos de nosotros nos
desaparecerán, sepan camaradas que la guerra se tornará más encarnizada y no tanto por
vengar a sus oficiales o amigos, sino porque estamos avanzando, somos una amenaza
creciente para su viejo orden. Los reaccionarios, los explotadores quieren dejar asegurado un
buen porvenir a sus hijos, a su clase; nosotros queremos que nuestro pueblo, y con él toda la
humanidad, no siga viviendo como hasta hoy, queremos que se plasme un mundo de auténtica
armonía y libertad, el comunismo. Pero nos demandará esfuerzo, ingente esfuerzo.
Su mente vuela por diversos escenarios.
—Compañeros, somos un contingente nuevo, no tenemos experiencia militar; los que tienen,
como ustedes saben, quieren chantajearnos, quieren que aceptemos sus posiciones y práctica
revisionista, y como no lo hemos aceptado están usando como método de presión el no
participar en las tareas militares, pero, ¿es eso principal? No compañeros, principal es lo que
estamos haciendo nosotros, ellos ni siquiera querían asistir a reuniones para estudiar nuestra
ideología, porque se creen grandes conocedores de marxismo, porque han leído algunos
cuantos libros de marxismo, pero, lo principal es la aplicación del marxismo a nuestras
condiciones reales, y eso está en los documentos de nuestro Partido, en lo que el Presidente
Gonzalo nos plantea para cada momento concreto de nuestra revolución. La revolución no se
hace cogiendo citas o frases fuera de contexto; y menos aún como ellos, que solo venían a
participar en acciones. Son renuentes a armarse con ideología y política del Partido, y menos
entienden la importancia del trabajo de masas. Nosotros ya hemos participado en algunas
acciones modestas, además abordamos y movilizamos a las masas a diario, hemos hecho
algunas pintas, algunos sabotajes, hemos hecho adiestramiento sobre manejo de explosivos y
manejo de armas, solo con revólveres. Ninguno de nosotros ha servido en el ejército
reaccionario, por tanto no tenemos experiencia con armas de largo alcance, no tenemos
experiencia en enfrentamientos y asaltos, menos en emboscadas, pero lo adquiriremos. ¡Sí,
compañeros! Algunas cosas ya lo sabemos, ya hemos adquirido algo de experiencia, pero
reitero, es poca, no sabemos aún lo que es aniquilar. —Se calla, mira a los tres combatientes
jóvenes que lo 293
escuchan—. Somos conscientes que tenemos que hacerlo, porque así es la guerra. ¿Por qué
planteo todo esto?... Porque ya se nos ha fijado la fecha para concretar la tarea de
aniquilamiento y confiscación de armas, será esta semana, lo haremos el día viernes.
Se hace un silencio, el mando militar, Paúl, un joven que recién ha cumplido diecisiete años
está apoyando los brazos sobre la mesa con mucha seriedad, otro combatiente, José, de
veintidós años está apoyando sus manos sobre su pantalón para que se le seque las palmas de
las manos que le han comenzado a transpirar, la tercera persona es una mujer combatiente,
Raquel, de veinticinco años, estudiante universitaria de economía.
— ¡Qué bien! —Dice ella con algarabía— ¿lo haremos nosotros solos?
— ¡Claro! —responde el mando político.
—Pero, ¿no sería mejor que como nosotros no tenemos experiencia vengan un par de
compañeros de otra zona a apoyarnos? —Comenta ella.
— ¿Qué dicen ustedes? —Se dirige el mando político a los otros— ¿podemos hacerlo o no
podemos hacerlo nosotros? — con el rostro sereno, esbozando una ligera sonrisa, los mira
inquisitivo.
—Yo creo que sí lo podemos hacer —interviene el mando militar—, lo hemos estado pensando
con José, creemos que no es cosa del otro mundo, lo principal es estar convencidos del porqué
lo hacemos, y lo demás es jalar el gatillo.
José no dice nada, pero mueve la cabeza afirmativamente.
—Cierto compañeros, el presidente Gonzalo nos plantea: “Puntería es odio de clase”, por lo
demás indispensable son los ensayos que se deben de hacer y ya lo hemos hecho, ya saben
cómo se empuña un arma y cómo se debe enfocar la línea de mira, haciendo coincidir el alza
con el guión y el objetivo o blanco. ¿Qué nos falta? Tomar la decisión de hacerlo, si no nos
atrevemos no lo haremos y ¿Cómo devendremos en experimentados? La compañera dice que
nos apoyen, ¿quiénes? No somos los únicos con estos problemas, en los otros zonales hay
problemas similares y lo saben bien los otros mandos, y lógicamente también lo saben los
entristas que dicen: “A ver que hagan aniquilamientos sin nosotros”. Y lógicamente si nos
apoyan de otra zona ellos se llegarán a enterar de que no lo hemos hecho solos y dirán: “No lo
han hecho ellos”. Demostrémosles, compañeros, que principal es lo ideológico y político, que
con política al mando podemos hacer todo. Yo estoy por hacerlo nosotros, con el solo apoyo
de un compañero de otra zona para chofer. Pero claro, también debemos apuntar a resolver la
falta de choferes en nuestra zona, pero eso en perspectiva. Bueno, compañeros, ¿qué dicen?
Tienen la palabra. 294
Hoy debo de informar nuestra decisión a la Dirección.
—Estoy convencido que podemos hacerlo nosotros —dice el mando militar con seguridad.
— ¡Yo también, compañero! Estoy seguro que lo haremos bien —dice José—. Esos dos policías
paran relajados.
—Está bien lo haremos solos —se decide ella.
—Compañeros, me alegra saber su decisión. Ustedes dirán ¿por qué no está acá Raúl? Creo
que aún no está preparado para una tarea de esta envergadura, lo veo inseguro. Pero, me
gustaría saber qué opinan ustedes.
—Para mí está bien, no inspira confianza ese compañero —plantea Raquel.
—Él es bueno para movilizar masas y algunas tareas —dice José que lo conoce más que los
demás— pero hay cosas para las que es temeroso, más adelante lo podemos ir fogueando.
—Creo que es acertado que no participe, por hoy —acota Paúl.
—Bien, compañeros, tenemos tres días para preparar la acción, contando el día de hoy.
Compañero José, vaya al kilómetro veintidós, traiga todos los materiales que allí tenemos,
pero antes vaya a conseguir economía para que se pueda movilizar varios días sin interrumpir
el trabajo, porque estaremos ocupados. Con ellos haremos otras cosas.
—Está bien, ¿me puedo retirar?
—Claro. Ustedes espérenme, regreso en un momento.
José sale, el mando político va a conversar con la dueña de casa, le consulta si puede invitarles
el almuerzo, pues ya es cerca del medio día, la familia es pobre y no tienen aún mucha
confianza, pues recién la han conocido. Le explica que necesitan reunirse unas horas más
porque están viendo algunas tareas que deben de cumplir. La señora le responde que sí, está
preparando alimentos para ellos, que le disculpen la pobreza que compartirán, le pregunta si
volverá a almorzar el joven que ha salido, le responde que no.
—Madrecita, ¿puedo quedarme un rato solo, necesito ordenar un rato mis ideas?
—Puede estar acá compañero.
Sale la señora, el combatiente se sienta en una cama rodeado de telas, el cuarto es dormitorio,
y a la vez allí han instalado una máquina remalladora en la que trabajan en el día.
“Debo llevar una propuesta de plan al Comité Metropolitano, puedo hacerlo solo, pero sería
unilateral, si bien Paúl y Raquel no son militantes, son los compañeros más activos, ellos serán
295
militantes en perspectiva, deben comenzar a llevar sobre sus hombros las responsabilidades
que ello le acarreará en el futuro, que desde ya sean parte y responsables de lo que hagamos,
que aprendan a asumir responsabilidades. Les haré una propuesta del plan y que opinen. No
es bueno que una persona decida sola. Con sus opiniones resolveré las limitaciones que tenga
mi forma de apreciar las cosas.
Repasa en su mente todo lo que ha venido pensando, le da varias vueltas y finalmente sale y
va donde lo esperan.
—Compañeros, ¿almuerzan antes de que continúen? —consulta la madre de casa.
—Claro, almorzaremos juntos, ¿verdad? —dice el mando político.
—Pero ya van a llegar los muchachos del colegio.
—No importa mamita —plantea Raquel— si llegan que se sienten acá también. ¿Te ayudo a
traer los platos?
Se para y juntas van a la cocina, se sirven, almuerzan conversando, le preguntan cómo viven,
en qué trabaja su esposo, cuántos hijos tienen, la conversación se torna amena; los niños
llegan, almuerzan junto a ellos. Cuando todos han terminado la madre ordena:
—Ya hijos, vamos, los compañeros están ocupados, dejémoslos trabajar, y por favor no se
acerquen al cuarto.
Los niños obedecen, son dos varones, una niña y una adolescente.
El mando inicia la reunión con su saludo con la impronta del Partido y luego prosigue:
—Compañeros, necesito llevar a la dirección del Partido una propuesta del plan para la acción
que realizaremos, quisiera escuchar sus opiniones de cómo lo podemos hacer, ¿han pensando
en ello? —Ésa no era la idea inicial que esbozó, pensó hacer él la propuesta, pero en último
minuto considero que mejor sería escucharlos primero—. Tiene usted la palabra —señala a
Paúl.
—Lo he venido pensando, —dice luego de su saludo, mientras extrae de su cuaderno una hoja
suelta con algunas anotaciones escritas a vuela pluma— haré la propuesta teniendo en cuenta
los cinco pasos para una acción específica. Creo que puede ser así:
«En cuanto al primer paso del plan operativo táctico: Definición de la acción: Aniquilamiento y
confiscación de armas y medios.
«Objetivo político: Servir al “Plan del Gran Salto”, parte del Gran Plan de Conquistar Bases, en
su segunda campaña cuya estrategia política es: “Contra la ascensión del nuevo gobierno
reaccionario”.
«Objetivo militar: Servir a “Desarrollar la guerra popular”, que es nuestra estrategia militar
para 296
esta segunda campaña.
«Objetivo específico: Servir a que el Comité Metropolitano cumpla su papel de tambor de
resonancia de la guerra popular, y a la vez servir a quitar la presión de la reacción a nuestras
fuerzas en el campo y así servir a Conquistar Bases.
«El conquistar armas y medios a la reacción es la forma principal de cómo se arma nuestro
Ejército Guerrillero Popular y necesidad específica para el trabajo en el Comité Metropolitano.
«Segundo paso: En cuanto a hombres y medios. Nosotros cuatro, el mando político, mando
militar, la compañera y el compañero José. Pienso que también puede participar el miliciano
Campa, que es un compañero con disposición para las acciones. No sé si debo de considerarlo
a usted que es el responsable de la zona para la tarea —Se calla, el mando político es todo
oídos— ¿Participará usted?
“El responsable de un zonal en algunos casos no debe de ir a una tarea —piensa el mando—,
nosotros somos contrarios al criterio de: “Dirección en los hechos”, pero acá en este zonal, que
debería de tener un grupo de célula del Partido dirigiendo este destacamento, solo hay un
militante con un contingente nuevo e inexperto, por tanto hay necesidad de abrir brecha y
ponerse a la cabeza, cuando tengamos combatientes experimentados tal vez ya no sea
necesario que esté en algunas tareas, pero hoy y por algún tiempo tendré que estar a la
cabeza.”
—Continúe con su propuesta..., considerándome —responde.
—Un problema que tenemos es la falta de chofer. Tengo dos ideas, una hacerlo con movilidad,
para eso necesitamos que nos apoyen de otra zona con un chofer. La otra posibilidad es
retirarnos a pie. En cuanto a armas —prosigue el mando militar—, tenemos un solo revólver,
necesitamos un mínimo de cuatro armas, por tanto nos faltan tres, de ser posible que nos den
cuatro, una para el chofer, cada uno de los revólveres con sus cinco balas de repuesto, y en
caso de que nos envíen pistolas, también con su cacerina de repuesto. En cuanto a dinamita
para hacer contenciones, tenemos lo necesario, considero que debemos de tener cuatro
cargas medianas y dos grandes y con esquirlas para de ser necesario hacer volar patrulleros.
Ah, y lógicamente, si contamos con chofer confiscaremos un auto de cuatro puertas.
«Paso a la tercera parte, —plantea luego de una pausa— Plan. Aquí iré especificando cada una
de sus partes.
«En cuanto al Reconocimiento: Considero que el mercado donde está ubicado nuestro objetivo
tiene condiciones favorables para nosotros, está alejado de avenidas principales, por tanto
circulan pocos patrulleros, además las comisarías están distantes. He reconocido la zona y no
hay policías en 297
muchas cuadras a la redonda, por tanto, esos dos policías que cuidan las dos agencias
bancarias en ese mercado, con una fuerza superior de dos a uno pueden ser aniquilados.
Debemos considerar que dentro del banco pueda haber seguridad que esté de civil, pero con
una acción de decisión rápida resolvemos ese problema. Pienso que la acción debe durar como
máximo dos minutos, mientras reaccionan ya nosotros nos hemos replegado.
«Preparación: Como usted ya mencionó hemos aprendido el manejo de explosivos y tenemos
cierta confianza en su uso. También hemos hecho ensayo de tiro con revólveres, José, Raquel y
quien habla, lo que habría que considerar es la verificación del estado de las armas y preparar
los explosivos para la contención.
«En cuanto a la distribución de fuerzas: Según la táctica guerrillera, debemos de contar con
superioridad de fuerzas, dos o tres veces la del enemigo, por tanto, teniendo en cuenta
nuestras fuerzas, considero que la distribución de fuerzas puede ser de la siguiente manera.
«Irrupción: Nosotros dos, para garantizar.
«Contención: Raquel y José
«De participar Campa estaría con nosotros, cerca, para apoyar de ser necesario, y Raquel y
José se encargaría de la contención contra cualquier elemento extraño y que quiera ser héroe.
«Cada uno llevará un arma, y en el caso de Raquel y José tendrían además contenciones. El
chofer esperaría afuera con el motor en marcha.
«Cuarta parte, Ejecución: Debemos hacerlo con odio de clase, con resolución y firmeza,
dispuestos a dar la vida, pero sin caer en la temeridad y bregando porque el costo sea el
mínimo.
«Quinto, Balance: luego de la acción debemos hacer el balance para sacar las lecciones
positivas y negativas que tengamos.
«Ahora, en cuanto a la otra posibilidad, a pie.
—Alto —Le interrumpe el mando político—. La dirección ha planteado que se nos apoyará con
un compañero chofer, porque eso es lo más conveniente.
“¡Qué bien!, creo que yo no lo hubiera expuesto mejor —reflexiona el mando político— está
aprendiendo rápido, y eso que no son muchas las tareas en las que ha participado. Ha cogido
los cinco pasos de un plan operativo táctico, que son los pasos a seguir en una acción
específica. Está en lo fundamental bien, salvo algunas cuestiones que deben de ser precisadas.
Se perfila como un buen mando”.298
—Ya hemos escuchado al compañero Paúl, se ve que ha venido pensando con seriedad en la
tarea. Ya hace un tiempo se le planteo que ésa era una de las tareas de un mando militar:
presentar planes para ser debatidos, aprobados y ejecutado con las observaciones, ajustes o
correcciones que sean necesarias. Bueno, ¿qué opina usted? — Se dirige a Raquel.
—Considero que lo propuesto está bien en lo general, falta precisar la hora en que es más
conveniente realizar la tarea, y dónde nos vamos a replegar para dejar las armas. Pienso que la
hora más indicada es entre las ocho y media a nueve de la mañana, a esa hora hay bastante
gente y es fácil de confundirse con la masa, además hay días que los policías en ese horario
van a tomar jugo a una de las juguerías del mercado. En cuanto a replegarse, creo que nos
debemos dirigir a Tahuantinsuyo, donde tenemos varios apoyos y es el lugar más cercano. Eso
es todo compañero.
— ¡Muy bien! También soy de la opinión que la propuesta de plan en lo fundamental es
correcta. En cuanto a la definición de la acción está bien planteada; en cuanto a hombres y
medios, no hay problema; en la tercera parte, sobre el plan, tengo algunas observaciones, no
digo que esté mal, sino que hay cosas que deben ser precisadas. En cuanto al Reconocimiento,
coincido con lo que el compañero ha planteado respeto a la situación específica del objetivo,
nos es favorable, sin embargo es cierto que tenemos una limitación, no tenemos información
si dentro de las oficinas bancarias hay personal de seguridad de civil, no es extraño eso en la
guerra, no siempre se conoce todos los aspectos, es un riesgo que tenemos pero lo
correremos, para neutralizarlos estarán lo compañeros de contención. En cuanto a la
preparación, no tengo nada que acotar, solo recordarles que tengan en cuenta las medidas de
precaución que se deben de tomar para trabajar con los explosivos y no sufrir accidentes, que
no solo perjudicarían a quienes están trabajando, sino que pondrían en riesgo a las masas que
nos apoyan. En cuanto a la distribución de fuerzas, en lo fundamental estoy de acuerdo,
excepto con la participación del compañero Campa, luego plantearé el porqué. En cuanto a
mis observaciones son las siguientes: 1-. En cuanto a ¿dónde debe de ubicarse el vehículo?
Considero que no es conveniente que esté en la puerta; al costado del mercado hay un parque
descampado; el chofer debe estacionar el auto un poco lejos, y puede estar limpiando el auto
atento a nosotros que estaremos fuera del mercado, y aquí mi segunda observación. Todos
nosotros no debemos ir de frente al lugar de la acción, es necesario previo a la acción verificar
y esperar el mejor momento para ejecutarlo y mientras tanto, ¿dónde nos ubicamos?, quiero
decir, ¿cómo pasamos desapercibidos? Pienso que podemos estar afuera del mercado en una
de las bancas que hay en el parque, me refiero a nosotros dos que irrumpimos, usted
compañera como mujer y agraciada que es —la combatiente se coge el rostro fingiendo que se
ruboriza, pero satisfecha por el elogio a su belleza— 299
verá las condiciones y nos indicará el momento de actuar, José puede estar en otra banca
leyendo un periódico, cuando las condiciones estén dadas nos indicará en forma muy breve
dónde están ubicados y pasamos a ejecutarlo; José debe ir atrás de nosotros, cerca, para
apoyar a quien por A o B pueda fallar, y por su parte usted está atenta a los posibles agentes
de seguridad interna en las oficinas; su arma principal será la dinamita, pero también llevará
un revólver; por nuestra parte, nosotros mismos desarmaremos y José debe estar atento con
el arma en la mano. Preciso, en cuanto a usted, compañera, de ser necesario actúa y si es así
se repliega con nosotros en el auto, pero si no actúa, usted se hace la sorprendida y se repliega
disimuladamente, no muy lejos del mercado tenemos apoyos, a uno de ellos llega usted y
guarda las cosas que usará, debe de preparar previamente en una de esas casas dónde dejar
las cosas, sin nada comprometedor se dirigirá a donde nos reuniremos todos. En cuanto al
chofer debe estar atento a nosotros, cuando nos vea desplazarnos debe estar listo para
recogernos: es decir, recién cuando actuamos se debe ubicar a un costado de la puerta de
salida, y no en dirección de la puerta para no dar flanco a un posible tiroteo. En cuanto al
repliegue, tener dos posibilidades, principal dirigirnos a Tahuantinsuyo, y en segundo lugar
puede ser al otro lado de la Panamericana, y dejar las cosas en la casa del profesor que nos
apoya. En cuanto a la hora estoy de acuerdo que lo hagamos entre ocho y media a nueve. En
cuanto al compañero Campa, no lo considero necesario, él no ha hecho reconocimiento y
puede poner objeciones, puede pedir postergar la fecha para que él haga su propio
reconocimiento, y no podemos posponerlo, además está ligado amicalmente con los entristas.
Considero que es mejor que se enteren de la tarea cuando esté consumada y que elucubren
todo lo que quieran. ¿Tienen alguna observación o sugerencia?
Se hace silencio, los combatientes ligeramente agachados piensan.
—Si no tienen nada más que agregar podemos quedar en esta parte, esta propuesta, la
expondré a la Dirección y allí se debatirá, puede que la Dirección haga observaciones o
modificaciones, si eso se da será en función de garantizar una buena ejecución y a eso nos
sujetaremos.
Nadie agrega más al respecto.
—Solo una cosa —plantea Raquel— que el chofer sea bueno.
Y mueve su cabeza graciosamente.
—Vendrá un chofer experimentado, no se preocupe. Tengamos presente qué importante es el
entusiasmo con que contagiemos al compañero que venga; si nos ve vacilantes, inseguros, por
muy bueno que sea no se desenvolverá bien, si por el contrario nos ve seguros de lo que
hacemos y con un estado optimista, ténganlo por seguro que haremos un buen equipo. Me
han hablado muy bien del 300
compañero, no lo conozco, pero compañeros de otras zonas dicen que es muy sereno. En esta
parte quedamos por hoy. No dejen de hacer las tareas que tienen para hoy, mañana a las dos
de la tarde nos veremos en este lugar. Hoy en la noche vayan a ubicar un sitio donde podamos
confiscar un vehículo el día de mañana. Debe ser por el centro, en uno de esos barrios pitucos.
Al día siguiente en la misma casa a las dos de la tarde están todos reunidos, incluido el chofer.
El mando político los llama a un lugar aparte a Paúl y Raquel.
—Siéntense —invita señalándoles las camas, están reunidos en el modesto cuarto de los
niños—, les traigo una buena noticia, la dirección ha aprobado nuestro plan propuesto sin
observaciones y nos desea éxitos en su aplicación. Teníamos solo un revólver, me han dado
tres armas más —coge un paquete y desenvuelve dos revólveres y una pistola—, también una
caja de balas y veintiséis balas nueve milímetros para la pistola, José ha traído el revólver que
teníamos, así que está completo. Pienso que al compañero que conduce también le debemos
dar un par de granadas para que las use de ser necesario, no sé que opinarán ustedes.
—Compañero, antes he tenido ocasión de ver armas pero nunca se me asignó usar una —
plantea emotiva Raquel— pues la usaban solo los expertos, no sé por qué esos compañeros
que se decían “experimentados” no me inspiraban confianza.
Paúl coge las armas y las examina una por una, con detenimiento.
—Debemos ir a reunirnos con los otros dos compañeros, les bajaremos el plan. Pero, tengan
presente que ya no es propuesta, es el plan aprobado por el Partido, y eso no quiere decir que
es inamovible, puede ser mejorado con las opiniones de los compañeros. Ah, ya le he
mostrado el terreno donde se desenvolverá nuestro compañero, el chofer, y dicho sea de paso
le he explicado cómo está aprobado el plan, le parece bien. Entonces usted como mando
militar abre la reunión con su saludo y luego me da el uso de la palabra, yo haré la remoción
política, que consiste en plantear el objetivo político de nuestra tarea, el contexto y otras
cuestiones relativas a levantar la moral y potenciar la combatividad; luego usted expone el
plan y distribuye las fuerzas y las armas; también sobre como confiscaremos el auto, que
también ya lo hemos tratado con usted, finalmente, toma posición usted sobre la marcha
abriendo brecha, luego que pasen a tomar posición indistintamente; póngale tónica y
convicción a lo que dice, igual usted compañera. ¿De acuerdo? —Los combatientes mueven su
cabeza afirmativamente con el rostro sereno y optimista—. Antes de pasar a reunirnos con
ellos dos cuestiones que usted como mando militar también debe de plantearlo, les pregunto
a ustedes y ¿qué pasa si mañana que vamos a ejecutar la tarea, los policías que estén allí no
son los que hemos venido reglando estos días, sino policías de 301
avanzada edad? —se calla y con severidad los mira a los dos.
— ¡Que me disculpen!, de igual manera los aniquilaremos, pueden ser muy buenos padres de
familia, muy buenos como personas, pero están en el campo contrario y son instrumentos de
opresión contra mi pueblo. —Dice con convicción Paúl.
—Bien, muy bien, así debe ser —plantea el mando político— y ahora para usted compañera
una lección negativa que en una ocasión casi echó a perder una tarea. Hace un tiempo no muy
lejano, fueron a aniquilar a dos policías seis compañeros, cuatro hombres y dos mujeres, las
compañeras eran jóvenes, no llegaban a los veinticinco años, los compañeros tenían que
irrumpir y aniquilar, las compañeras remataban y desarmaban, los otros pasaban a hacer
contención, aparte los otros dos combatientes estaban atentos ubicados en lugares
estratégicos listos para actuar contra aquellos que a veces se presentan y quieren ser héroes.
Ya en la acción los compañeros irrumpieron y los policías quedaron tendidos en el piso, las
compañeras pasaron a actuar, pero una de ellas al agacharse miró al rostro del policía y se
quedó pasmada, el policía no estaba muerto, aprovechó ese momento, desenfundó y le
disparó a la compañera, los otros actuaron de inmediato y lo remataron, se replegaron
llevándose dos metralletas y dos revólveres confiscados y a la compañera herida. La acción fue
un éxito, la herida que sufrió a la compañera no fue grave, pero por poco la mata. Ya después
cuando se estaba restableciendo, le preguntaron a la compañera: ¿Qué pasó, por qué se
paralizó?..., ¿Qué creen que respondió? —Ninguno responde— “Era joven y guapo, tenía cara
de ser buena gente”. ¿Qué les parece?
— ¡Es una estúpida! —explota furiosa Raquel, a mí no me vengan con sentimentalismo en la
guerra. Mi sentimiento y mi amor son para mi pueblo.
—Así es compañeros, el sentimiento, nuestro amor es de clase, así como amamos y damos
nuestra vida por nuestro pueblo, nuestra ira y odio es contra nuestros enemigos de clase. Y lo
último, cuando un individuo muere por un impacto de bala en la cabeza, su cuerpo cae por lo
general hacia atrás, eso ténganlo bien presente cuando disparen a la sien del enemigo. Cuando
se los hieren a esos que son de fuerzas especiales como las llamadas Águilas Negras, o
cualquier otro que sea de los que han llevado curso de comandos, inmediatamente ruedan al
piso y de allí disparan, si están muy heridos y no pueden disparar se aferran a su arma y la
protegen con todo su cuerpo, por tanto, si no está bien muerto es difícil quitarle el arma, y si
en el primer disparo no se lo llega a matar, en seguida dispárenle otros, hasta asegurarlo.
Se miran y se quedan callados, el mando político envuelve todas las armas y le entrega al
mando militar, se pone de pie y sale, tras él van los otros dos combatientes. Se sientan los
cinco guerrilleros a la 302
mesa y proceden a desenvolver la reunión.
Por la noche realizan la confiscación del vehículo sin dificultades y lo guardan en una cochera
cerca al objetivo, descansan tranquilos y por la mañana bien aseados desayunan en la calle y
van a cumplir su tarea, llegan a las ocho y media y toman sus emplazamientos. José compra un
periódico y se ubica en una banca a leer amenamente, los dos mandos conversan
aparentemente distraídos, el chofer limpia con una franela el auto, luego se ubica apoyado
contra el vehículo mirando a los subversivos. Raquel con su morral de donde sobresalen
algunos cuadernos se pasea por el mercado cerrado, ubica a los policías que conversan entre
ellos, las amas de casa con sus bolsas de mercado entran y salen por las puertas del mercado.
Raquel se sienta en una juguería, pide un jugo y un keke, desde allí observa a los policías, sale
hacia la calle donde está el conductor, verifica todo el paisaje y regresa al mercado. Los policías
comienzan a caminar por su delante, ella no los pasa, sino que adrede demora observando
cosas que no comprará, los policías van a uno de los quioscos donde venden comida y piden
dos platos de sopa, ella sale a paso ligero, se acerca a donde están los dos combatientes.
—Éste es el momento, están comiendo —pasa a donde está José.
Los subversivos se ponen de pie, se tantean la cintura ligeramente, comienzan a caminar, sus
rostros se ponen duros, respiran profundo y se miran, a unos metros van Raquel y José, el
conductor sacude su franela y enciende el motor, José se adelanta, Raquel se ubica mirando
hacia las agencias bancarias.
— ¿Listo? —pregunta el mando político a su acompañante.
— ¡Listo! —responde el mando militar.
Tienen a la vista a los policías, caminan tranquilos, Paúl con un rápido movimiento se sube las
mangas, los policías están con los platos delante; los dos hacen un manoteo y dos disparos casi
simultáneos se oyen, dos cuerpos caen hacia atrás y quedan rígidos. José se posesiona contra
la pared de un quiosco con el arma entre las dos manos, cada uno despoja de su arma a su
adversario, miran a todos lados y emprenden la retirada, José se acerca a uno de los tendidos y
le dispara en la frente, salen trotando entre la gente que les abre paso perplejos, al salir ven
pasar al auto, el conductor se estaciona, los subversivos llegan, abren las puertas y suben,
nadie los sigue, el vehículo parte raudo y dobla la esquina, llega al fin de la calle y dobla, luego
disminuye la marcha.
— ¿Qué tal les fue? —pregunta el conductor bajando el volumen de la radio.
—Bien, todo bien —responde el mando político.
—Excelente —acota Paúl.
Mientras conversan van guardando las armas, cruzan la avenida Túpac Amaru, avanzan
algunas cuadras y descienden, el conductor regresa a la avenida, a propósito estaciona mal el
vehículo para que la policía de tránsito lo recoja, y toma un colectivo.
Al medio día los cuatro combatientes están en la casa donde planificaron la acción.
— ¿Qué tal les ha ido, compañeros? —dice la madre al verlos contentos.
— ¡Muy bien madrecita, muy bien! —responde entusiasta Raquel.
—Compañera, ¿puede aumentar a su olla algo para que nos invite? Podemos comprar algo, si
se requiere —sonríe el mando político y continúa—, por hoy tenemos algo de economía.
—No se preocupen compañeros, sí hay para parar la olla, acá trabajamos mi esposo, mi hijo y
mi hija, y yo también hago cachuelos con la remalladora, guarden lo que tengan que lo
necesitarán, si no es hoy será mañana.
—Gracias compañera, economizamos todo lo que podemos, el dinero que tenemos es poco, es
lo que nos apoyan las masas, por eso tratamos de invertirlo bien. Estaremos ocupados,
compañera.
—Les interrumpiré para almorzar, en una hora más o menos.
—Está bien —dice Paúl.
Se quedan solos los cuatro subversivos, se miran satisfechos.
— ¿Qué tal les pareció el chofer? —pregunta el mando político.
—Sereno —dice Paúl—, buen compañero.
—Ya es canchero —interviene José— ayer ni bien confiscamos el vehículo, subió, prendió el
motor y se puso en marcha, y en seguida prendió la radio y comenzó a menear la cabeza.
—Ahora sí, compañeros, ya podemos decir que tenemos experiencia en aniquilamiento, ah,
pero que no se nos suban los humos —dice el mando político.
—Qué modesto es usted —interviene Raquel—, debería decir, ya tienen experiencia, porque
usted en cuántas otras tareas habrá participado, lo ha hecho bien.
—No compañera..., se equivoca, también para mí ha sido mi primera experiencia en este tipo
de tareas.
Raquel lo mira seria y se pone pálida.
— ¿Y por qué no nos lo dijo antes? —susurra.
— ¿Para qué, compañera?, ¿para generar incertidumbre? Y les voy a decir algo más, en nada
304
de lo que anteriormente hemos hecho había participado, casi todas las cosas las estamos
aprendiendo juntos, no se olviden que a guerrear se aprende guerreando, y a dirigir
dirigiendo...Y no se preocupen, haremos cosas mucho más altas..., de eso estoy seguro.
Los mira a los tres con serenidad esbozando una sonrisa.

DÉCIMO SEGUNDO DÍA

—Necesito ir al baño, por favor —plantea ni bien se despierta Lorenzo.


La luz del alba recién comienza a ingresar al cuarto de aislamiento, Lorenzo es el primero que
se ha despertado, los otros detenidos aún duermen. El custodio se pone de pie, en silencio lo
coge de un brazo y lo hace ponerse de pie, salen. Lorenzo hace esfuerzo por controlar su
organismo que tiene urgencia de evacuar. El policía advierte su situación y lo conduce al cuarto
de servicios higiénicos más cercano, “baño de oficiales” se lee sobre la puerta, ingresan, el
ambiente es pestilente.
—Usa el baño de los oficiales —dice el agente, haciéndolo ingresar— no te demores, en
seguida regreso —cierra la puerta.
— ¿Tiene papel, por favor?
—Aquí no, pero en un momento te traigo.
Lorenzo va a ocupar la taza del baño, pero está con heces acumuladas, se para sobre los
bordes de la taza y allí se pone de cuclillas, al evacuar siente una agradable satisfacción. El
policía regresa y por encima de la puerta le alcanza hojas de periódico pasado.305
“Estos baños están tan sucios como las almas de los oficiales.”
Abre los caños en busca de agua, pero de ninguno sale. Ubica el lugar para guardar jaboncillo y
junto un espejo empotrado, se observa, está demacrado y con los ojos negros por los golpes
recibidos, fuerza una sonrisa.
— ¿Ya? — pregunta desde la puerta el custodio.
—No hay agua para echar al baño.
—Déjalo, ya cuando llegue, alguien lo limpiará.
—Gracias —dice al acercarse a la puerta.
Le coloca las marrocas y la capucha.
“¿Qué cosa es más rico, comer o cagar?”—Recuerda una pregunta suspicaz que le hicieran en
la época de colegial— “Nunca he sentido tanto bienestar como hoy al evacuar; hasta en esto
se expresa la contradicción y que en determinadas condiciones un aspecto es principal.”
Vuelve a ocupar el lugar donde descansaba, los otros detenidos siguen acostados, solo María
está sentada. Lorenzo se ha sentado, trata de pensar en algo, pero como ha estado buena
parte de la noche evocando experiencias gratas y difíciles a la vez, poco a poco la modorra lo
va envolviendo y se queda dormido.
La rutina en el cuarto de aislamiento prosigue. Los oficiales y agentes van de un lugar a otro,
las máquinas de escribir no cesan de funcionar. Cuando se despierta es cerca del medio día. El
custodio está atento a los movimientos de los detenidos. Wilson le ha puesto cerca de él una
bolsa con un pan, una naranja y un plátano.
“Mientras no le falle al Partido y a mi pueblo, donde me encuentre nunca me faltará una mano
amiga” —piensa cogiendo la bolsa— “Cuando salí en libertad, pensé torpemente ¿cómo irá a
ser mi vida ahora que no pienso volver a trabajar asalariadamente? Y sin embargo en ningún
momento me faltó nada. Mi madre debe estar más tranquila con lo que le haya dicho el
abogado. Teniendo en cuenta cómo me han dejado esos cobardes, dudo que me saquen para
la ampliación..., pero ya veremos”.
El custodio se releva, a los detenidos los sacan para hacer sus necesidades. Cerca de las dos de
la tarde un agente entra, conversa con el custodio en voz baja, luego va y coge de un brazo a
Lorenzo.
—Párate —le dice en voz baja.
Se pone de pie, cogiéndolo de un brazo lo conduce al lugar donde se realizó la instructiva,
antes de entrar le saca la capucha.306
—Hola —le saluda su abogado— dice el oficial instructor de tu caso, que no hay instructiva. —
Se para y mira detenidamente a su defendido—. ¿Qué te pasó?
—Se ha caído por las escaleras —se adelanta a responder el agente que lo conducía.
En la oficina no está el oficial, un agente funge que ordena el estante donde guardan copias de
los atestados policiales.
—Si te han torturado denuncia, denuncia —le indica indignado el defensor—. Dime sin temor
si te han torturado para pedir que se haga presente un fiscal.
Los policías se miran. Lorenzo sonríe, mira a su abogado como diciéndole: “no te hagas el
cojudo”
—No ha pasado nada —responde con seguridad poniéndose serio.
“De qué mierda me va a servir denunciar en estos momentos, precisamente para eso es esta
institución. ¿Quién ignora que aquí se nos tortura? De todas maneras gracias por tu
insinuación a denunciar, pero pueden dejarme peor de lo que estoy en represalia.” Piensa para
sí Lorenzo, y pregunta:
— ¿Cómo está mi mamá?
—Está bien, te traigo esto —le enseña un balde de cuatro litros. Te envía tu madre, es
emoliente con bastante alfalfa, dice que eso a ti te gusta mucho.
—Sí, gracias.
—Ella siempre pensando en tu gustitos.
—Le da las gracias, por favor, y no lo haga que se preocupe más de lo que ya ha de estar.
—Ya lo vio, señor abogado —dice el oficial que ingresa en esos momentos— ¿puede
retirarse?, tenemos que hacer.
—Quiero ver que coma —replica el abogado.
—Adentro lo hará.
—Pero…—va a protestar el abogado.
—Está bien Doctor. —Le corta Lorenzo— No se preocupe, ya me están dando de comer.
El abogado lo mira, pasa un poco de saliva atragantándose, lo conmueve el estado en que se
encuentra Lorenzo y que pese a ello se mantiene tranquilo, y pide que no le comunique su
estado a su madre.
—Insistiré para que te pasen al Poder Judicial, varios juzgados te están pidiendo.
Lorenzo sonríe, mueve su cabeza, coge el balde, la bolsa con pan y un taper de alimentos, el
307
abogado sale, tras él van Lorenzo y el agente, el abogado vuelve la cabeza y se despide con la
mirada mientras baja las escaleras. A Lorenzo lo vuelven a colocar donde estaba, el agente se
retira luego de ponerle la capucha, el custodio sigue atento sus movimientos. Abre el balde,
una taza de plástico flota dentro, lo coge y bebe una taza llena.
—Señor suboficial, por favor, quisiera invitar emoliente a los detenidos, ya que han venido
compartiendo conmigo sus alimentos.
—Está bien, enseguida voy. ¿Me puedes invitar un poco? Tengo sed.
—Claro, sírvase, hay bastante.
El agente coge el balde, bebe una taza, luego va dando a cada uno de los detenidos. Lorenzo
come despacio, después ordena sus pocas cosas a un costado y se acomoda para descansar.
—Lorenzo Muñoz, alístese con todas sus cosas que será reubicado —dicen cuando está por
quedarse dormido.
“¿Dónde me llevarán?”
— ¿En este momento?— pregunta.
—En estos momentos —responde una voz extraña.
Se para, dobla la frazada, coge la bolsa con el taper y el balde, se queda quieto.
— ¿Eso es todo? —pregunta el agente.
—Sí, señor.
El agente se acerca, lo coge de un brazo y lo lleva a la puerta, allí le saca la capucha y le entrega
al custodio, Lorenzo sin mover la cabeza observa a todo lado con movimientos de sus ojos.
—Me traes las marrocas —dice el custodio a su colega.
—Está bien — responde—, vamos.
Lo empuja y bajan las escaleras, ingresan a un pasadizo estrecho pero alto, pasan por una
puerta que conduce a otro pasadizo, se observan varias celdas con puertas de barrotes, en tres
niveles, lo conduce hacia una escalera, antes de subir el agente le hace una seña a otro que
está sentado en una silla en un lugar poco visible.
Suben al tercer nivel, los detenidos que están en las primeras celdas al ver que es un detenido
extraño comentan para que lo escuchen los demás:
—Un nuevo.
—Un nuevo.308
Lo conducen hasta la última celda, la abren, lo hacen ingresar, cierran y se retiran, adentro hay
dos detenidos.
— ¡Hola! —dice desde la puerta esperando que sus ojos se adapten a la celda poco iluminada.
Uno de los detenidos está de pie con los brazos cruzados sobre el pecho, y parado en un solo
pie, la otra pierna lo tiene encogida apoyada contra la pared. El otro descansa tendido en una
frazada, lo mira apoyando su cabeza en uno de sus brazos.
— ¿De qué te acusan, causa? —pregunta el que está acostado.
—De subversión.
—No te entiendo.
—Estoy acusado por delito de terrorismo.
— ¿A qué partido perteneces? —pregunta el que está de pie.
—A ninguno, dicen que soy de Sendero, pero no es cierto. Ustedes, ¿por qué está detenidos?
—Yo por asalto a mano armada —dice el que está de pie.
—Yo también por asalto. –Dice el otro.
— ¡Ese que acaba de llegar y está al fondo! ¿Cómo te llamas? — llega a sus oídos.
Lorenzo voltea la cabeza ligeramente para escuchar mejor, luego mira a los otros detenidos.
“Esa voz me es conocida”. —Piensa Lorenzo.
— ¡Hola!, me llamo Lorenzo, ¿quién está allí?
—Soy, yo, Alberto, ¿te acuerdas?
—Sí, ¿Cómo estás?
“Cómo me voy a olvidar del famoso “Mecánico”. —piensa para sí.
—Estoy bien. ¿Cómo está tu salud? Tienes la voz cambiada.
—Estoy bien en todos los aspectos, un poco cansado nada más, voy a descansar.
—Está bien, ya nos vemos. Ah, no sabía dónde estabas, casi todos los días cantaban tu nombre
para entregarte tus alimentos. Descansa.
—Gracias.
“Miserables, traían aquí mis alimentos, sabiendo donde estoy no me los entregaban..., pero,
qué puedo esperar de los torturadores.”
Se ubica a pocos pasos de la puerta, los detenidos comunes le miran atentos.309
— ¿Tienes un pan para que me invites? —pregunta el que está de pie.
—Sí, —coge la bolsa, saca dos panes y le da uno a cada uno —sírvanse. Espero no tener
problemas con ustedes, soy un preso político, y no es la primera vez que estoy detenido.
Se calla, se sienta sobre la frazada doblada, al costado pone sus otras cosas, comienza a
inspeccionar visualmente toda la celda, el ancho es de aproximadamente tres metros por cinco
de largo, al fondo los detenidos tienen una frazada cada uno y algunas cosas, el piso ha sido
barrido de alguna manera y la basura amontonada a un costado de la puerta donde hay
bastantes hojas de periódico en mal estado.
“Necesitaré los periódicos para dormir, de seguro que en esos colchones hay pulgas y piojos;
prefiero el papel y un poco de frío a no poder dormir por las picaduras de esos bichos.”
Se pone de pie, se acerca a la puerta, está oscureciendo, observa el borde del techo que no
está muy alto. De las otras celdas llega el murmullo de las conversaciones de los detenidos, se
pone a caminar, cuando se cansa va al montón de basura y comienza a recoger y ordenar las
hojas de periódico, luego va a donde va a descansar y las tiende sobre el piso, encima coloca la
frazada y se tiende. El detenido que está de pie le comienza a conversar y con disimulo le va
haciendo algunas preguntas relacionadas a su detención, con naturalidad le responde en
forma concreta similar a lo que ha dicho a la policía.
“¿Cómo saber con quién se está?, pueden ser comunes o pueden ser provocadores pagados
por la policía para buscar sacarte la lengua y ampliar tu expediente. Puedo no responderles y
mandarlos al diablo, o puedo reafirmarme en mi coartada y se acabó. Estoy cansado, necesito
descansar”
Al poco rato comienzan a llamar a los detenidos y les llevan sus paquetes a la puerta de la
celda donde están.
Al detenido que está de pie le llega paquete, y devuelve otro con recipientes vacíos.
—No me han enviado mucho, pero sí alcanzará para tres, ¿nos servimos?
— ¿Por qué no esperamos un rato? Puede ser que me envíen algo —plantea Lorenzo.
—Está bien. —Dice el que invitó.
Al poco rato llaman a Lorenzo, Alberto responde por él y le indica al llamador dónde está, al
rato el caporal8 se acerca a la reja y le da su bolsa, Lorenzo devuelve las cosas recibidas al
medio día, todas las cosas tienen su nombre pegado en un lugar visible. El recipiente que le
llega con comida está lleno,
8 Caporal: Nombre que se le da en el Perú a cualquier detenido que ayuda a la policía abriendo
rejas y entregando paquetes, generalmente usan detenidos comunes para este papel. Los
presos políti¬cos por lo general no aceptan esta labor. 310
es como para dos personas, además varios panes y un recipiente con leche.
— ¿A ti te traen comida? —pregunta al que está tendido.
—A veces, amigo.
— ¿Tienes un recipiente?
—Sí.
—Pásame., yo le invitaré comida, ¿tú le puedes dar líquido? —plantea al que recibió paquete.
—Sí —responde.
Los detenidos comunes se acercan a donde está Lorenzo, recibe el recipiente vacío, le da casi
la mitad de su plato, pone un pan al costado y le tiende otro al que tiene entre sus manos su
recipiente con comida, que no es mucho.
— ¿Te invito un poco? —Le dice al que tiene su plato— No tengo mucho apetito, me han
tenido varios días sin comer que parece que mi estómago se ha reducido.
En silencio le tiende su recipiente, le da un poco, se queda con poco menos de la mitad.
—Sírvanse muchachos —invita.
Proceden a servirse, los otros hacen lo suyo, comen en silencio.
—Ustedes los políticos son bien callados —comenta uno de ellos al terminar.
—Pero entiendes porqué, ¿verdad?
—Sí cumpa, no te preocupes por mí, yo no me meto con ustedes.
—Yo tampoco. Esta es mi primera detención, estoy preocupado, mis padres están viejos,
deben estar sufriendo, son pobres, por eso me han enviado poco.
—Yo también soy pobre. Dice Lorenzo —mi madre debe estar haciendo esfuerzo para enviar
estas cosas, seguro que le están apoyando algunos familiares. ¿Cómo se hace para ir al baño?
—A las nueve abren para ir todos al baño, allí aprovecha para todo lo que quieras, porque de
allí no abren hasta mañana a las seis y media.
— ¿Y si en la noche quiero orinar?
—Te trepas a la reja y orinas hacia fuera.
—Gracias.
A las nueve comienzan a abrir las rejas celda por celda y los detenidos van a hacer uso de los
baños, cerca de las diez de la noche encierran a todos. Lorenzo se tiende boca arriba, se
envuelve con la 311
frazada y sin ninguna preocupación se queda dormido.

DÉCIMO TERCER DÍA


Las celdas donde tienen a los detenidos no tienen alumbrado interior, en el pasadizo hay un
foco a cada extremo que no llega a alumbrar el interior de las celdas. Está amaneciendo, a las
celdas del tercer nivel llega el trinar de algunas aves, y poco a poco la claridad invade las
tinieblas.
“Qué bien he descansado esta noche, no he sentido mucho frío, esos colchones de espuma
que hay arriba no son para mí.” —Siente escozor en algunas partes del cuerpo—. “Ahora que
ya no me preocupa la espera para la tortura, me está incomodando la suciedad, ni bien tenga
una ocasión me daré un baño. Estoy sintiendo la picazón de pulgas. Espero no llenarme de
bichos.”
Los otros detenidos siguen durmiendo. A las seis y media de la mañana se escuchan algunos
pasos y luego sonido de llaves. Tres agentes ingresan al primer nivel de celdas, abren la
primera celda y le entregan las llaves al caporal quien con los cabellos desordenados y los ojos
legañosos comienza a abrir las celdas.
—Se apuran en hacer sus necesidades, para que bajen los otros detenidos —grita un agente.
Los detenidos salen con sus útiles de aseo y van a los servicios higiénicos, hay un urinario,
varios baños y dos duchas de las que sale agua a chorro, es amplio pero húmedo. Las ratas que
por la noche buscaban desperdicios se esconden a la llegada de los detenidos; cuando la
mayoría ha vuelto a sus celdas, abren a los de las celdas del segundo nivel, y después de ellos a
los de la parte más alta, pero como aún faltan ingresar algunos del primer y segundo piso, no
les abren a todos sino por partes.
—Se apuran, se apuran, en veinte minutos tienen que estar todos adentro grita uno de los
agentes.
— ¡Ya escucharon!, se apuran —repica el caporal.
Alberto ya está de nuevo en la celda, se queda cerca de la puerta esperando que pase Lorenzo,
al rato le abren a Lorenzo y sale sin nada, solo lleva en sus bolsillos un poco de papel periódico
para limpiarse el trasero.
— ¡Hey! —lo llama Alberto.
Se acerca, se saludan con un apretón de manos por entre las rejas.
— ¿Cómo estás? —le dice Lorenzo.
—Bien, ¿Necesitas algo?
—Jabón para asearme, estoy cochino.
—Seguro te han tenido aislado.
—Sí, son bastantes los detenidos que están incomunicados. ¿Tienes jabón?
—Sí, espérame un momento —se retira y regresa con jabón y una toalla—, usa la toalla, me
devuelves cuando subes.
—Gracias.
Baja caminando despacio, llega a la primera planta y pasa frente a las celdas.
— ¡Hola!, ¿qué tal? — le grita una persona de una de las celdas moviendo la mano.
“¿Quién será?”— se dice sin responder.
— ¡Hola! —Le grita otra persona levantando la mano— ¿Te acuerdas de mí?
—No —responde parco.
“Su rostro me es conocido pero no recuerdo dónde lo he visto.”
Sigue avanzando hacia los baños, con la mirada encuentra otros conocidos, que también lo han
visto, pero no les dicen nada. En los servicios higiénicos ocupa el baño en primer lugar y luego
se da un duchazo, se jabona dos veces todo el cuerpo y la cabeza varias veces, después de
secarse se vuelve a poner la misma ropa, siente frío por haber estado mucho rato en el agua.
Cuando sale observa que los policías, están atentos a los movimientos de los detenidos,
camina rápido y pasa de frente sin fijarse en nadie.
Al pasar por la celda de Alberto le devuelve las cosas que le ha prestado. Los otros dos
detenidos ya están en la celda, uno de ellos camina, el otro está de pie cerca de la puerta, el
caporal que lo seguía de cerca abre la reja, ingresa, cierra, echa llave y se retira.
Lorenzo saluda a los otros, siente frío, se pone a trotar sobre su sitio, luego abre la bolsa de
alimentos, saca panes y le da uno a cada uno, se sienta y se pone a desayunar, tiene aún panes
y un poco de leche que ha guardado de la cena.
— ¡Lorenzo! —se escucha la voz de Alberto.
— ¿Sí? —responde.
— ¿Te acuerdas de Alí?
—No muy bien.
Sí lo recuerda, a su memoria viene el recuerdo de un combatiente de quince años, único
sobreviviente de una columna guerrillera en los departamentos de Cajamarca y La Libertad,
todo un pelotón fue exterminado y la policía lo dejó vivo a él por escrúpulos relativos a su
tierna edad.
—Está aquí, se ha estirado un montón, creo que no lo reconocerías.
—Me siento un poco mal, voy a descansar.
—Está bien, abrígate.
“¡Qué tal liberalismo!, quiere que conversemos de celda a celda para que todo el mundo nos
escuche, y todo lo que no he dicho a golpes que lo sepa la policía por figurar. Creen que solo
hay que guardar la Regla de Oro ante la tortura y se olvidan que aquí hay provocadores, hay
lúmpenes que son confidentes; eso sin tomar en cuenta que siempre hay un custodio, como
mínimo, no solo atentos para que uno no se fugue, sino atento a todo lo que puedan coger el
aire, atentos para ver con quién se relacionan, si se mandan notas o cualquier otro mensaje”.
Medita un poco, se da cuenta que lo último no siempre es así. “Claro que a veces es necesario
comunicarse, más cuando se está complicado en un mismo caso y hay que coordinar las
coartadas, o alguna otra necesidad, pero debe reducirse al mínimo, y éste no es nuestro caso,
en estos momentos.”
Ya son más de las nueve de la mañana y los paquetes con desayuno comienzan a llegar, el
caporal grita los nombres desde la puerta y los detenidos retransmiten los nombres para que
sea escuchado en los tres pisos, algunos detenidos de una celda a otra se llaman porque son
familiares o vecinos y coordinan qué cosas deben pedir; algunos detenidos comunes llaman a
otros similares con quienes se conocen, plantean que no se olviden de mandarles algo, la
barahúnda es tremenda.
Donde está Lorenzo a ninguno le llega paquete, Lorenzo ha estado sentado mienta los otros
caminaban, cuando ellos se sientan él se pone a caminar, cinco pasos cortos hacia la reja y
cinco hacia el fondo, va y viene despacio, los brazos los tiene a la espalda, con una manos coge
una de sus muñecas. En su mente desfilan cada uno de los combatientes que conoce y que
están afuera prosiguiendo en la brega.
— ¡Lorenzo Muñoz!, sale con todas sus cosas —grita el caporal mientras sube.
Lorenzo se detiene, frunce el entrecejo, los otros lo miran. Sus cosas están listas, una frazada y
una bolsa con dos recipientes es todo lo que tiene. El caporal abre, Lorenzo coge sus cosas y
sale, abajo lo espera un agente que le pone esposas y lo saca caminando delante suyo, suben
por las escaleras, a un costado de las escaleras, cerca al cuarto donde ha estado incomunicado
hay un pupitre con una máquina de escribir, una tabla y un rodillo de esparcir tinta.
—Vas a ser trasladado al Poder Judicial, él te tomará tus datos —señala al agente que está tras
el pupitre—. Enseguida regreso.
El agente con paso ligero va a la oficina donde le tomaron la instructiva a Lorenzo, el otro
prepara el acta de remisión, le pide sus datos generales, que antes de digitar verifica con la
instructiva y el atestado policial que tiene. Finalizando saca las hojas de la máquina firma y
estampa su sello.
—Firma en la parte baja donde está tu nombre le ordena entregándole las hojas que están en
triplicado.
Lorenzo le recibe, lee y esboza una sonrisa.
—No firmaré —dice colocando los papeles sobre el pupitre.
— ¿Por qué? Son solo tus datos generales.
—Yo no soy Porfirio, ni tampoco soy “El Instructor”. No tengo ningún alias.
— ¡Oye! ¿Dónde mierda crees que estás? Firma rápido y no me hagas enojar, el día esta
bonito, carajo.
Para darle fuerza a su bravuconada pone cara de malo, Lorenzo como aceptando el reto
también se pone serio, pero no responde nada.
— ¡Te he dicho que firmes! ¿Lo vas a hacer o no?
—He dicho que no. —No grita pero es enérgico.
El agente rodea el pupitre y le da dos cachetadas haciéndolo tambalear, Lorenzo sacude la
cabeza y lo mira con odio soltando sus cosas.
—Oye concha de tu madre, conmigo no te vas a poner sabroso, horita te hago cagar a punta
de patadas —amenaza el torturador cuadrándose en una posición de karate.
— ¿Qué sucede ahí? —plantea el agente que lo conducía, saliendo apurado de la oficina.
—Este cojudo se quiere pasear conmigo, no quiere firmar el acta de remisión.
—Si no quiere déjalo, no firmará, es más terco que una mula, le han sacado la mierda y no ha
dicho nada. Si no está su abogado no firma nada.
El agente no responde, coge todos los papeles que están sobre la mesa y le entrega al agente.
El agente encargado de trasladarlo con suavidad lo coge de un hombro.
—Tranquilo, cálmate, déjame ordenarte el pelo. —Con sus dedos trata de ordenarle los
rebeldes cabellos— Recoge tus cosas.
Lorenzo con sus dos manos recoge la frazada que se ha desordenado, sin arreglarla se la coloca
bajo el brazo y luego recoge la bolsa con recipientes.
—Vamos, baja —lo empuja suavemente y comienzan a descender la escalera.
“Que rápido me están trasladando al Palacio de Justicia. ¿Obra de quién? Allí está la mano de
mi abogado. Gracias. De aquí, ¿qué viene? Palacio de Justicia, la cárcel, el juicio... Un nuevo
combate...”

ESCRITO EN EL PENAL DE MÁXIMA SEGURIDAD

YANAMAYO, Puno- Perú. 1996-2000

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