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El enano

Rubem Fonseca ( )
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Un accidente de tránsito, un encuentro fortuito pero crucial, dos mujeres imborrables, el lujo
tropical de los cuerpos hambrientos y el estallido criminal en la vida monótona de un empleado
bancario desempleado, ese es el material del siguiente cuento inédito de Rubem Fonseca, parte
de sus Cuentos reunidos (Sâo Paulo, 1994), una nueva entrega del autor de Agosto.

No importa decir cómo fue que un empleado bancario como yo conoció a una mujer como
Paula, pero se los voy a contar. Ella me atropelló con su carrazo y me llevó al Miguel Couto y
me dijo en el camino que la culpa era suya yo estaba hablando en el teléfono celular y me
distraje mi esposo odia que maneje. Llegando al hospital le dije a toda la gente que la culpa
era mía. Ella dio un suspiro de alivio y dijo quedamente, muchas gracias. Me operaron la
pierna, le pusieron un montón de tornillos y me dejaron en una camilla en el pasillo porque el
hospital estaba lleno y no había lugar en los cuartos comunes.

Al día siguiente por la mañana ella vino a verme. Me preguntó si había pasado la noche en el
pasillo, aquello era un absurdo, y dijo que me iba a llevar a un hospital privado. Le expliqué
que estaba bien, no necesitaba preocuparse. Quería que ella se fuera pronto, me habían
puesto una bata que si me volteaba en la cama, digo, en la camilla, me quedaba de fuera el
trasero. Ella dejó una caja de chocolates que le di a la muchacha que me cuidaba, Sabrina,
creo que era sirvienta pero le gustaba fingir que era enfermera.

Unos días después, la mujer regresó con otra caja de chocolates. Ni siquiera pudo decir nada
porque Sabrina apareció y le preguntó, cómo fue que usted llegó aquí y ella le contestó que
tenía permiso del director y que se sentía quería que se fuera y le contesté que sí y ella se fue
y Sabrina me agarró la pierna y siempre que Sabrina me agarraba la pierna se me paraba,
porque ya me dolía menos. La caja de chocolates de esa ociosa fútil tú la tiras en el basurero,
¿eh?

Ese mismo día por la tarde Sabrina vino y me dijo que yo era un tipo con suerte o que era
amigo del alcalde porque iba a ser transferido a un cuarto común. Cuando Sabrina aparecía
mi corazón latía aceleradamente y cada día la veía más atractiva y se me paraba cuando ella
me tocaba, pero todas las noches soñaba con la mujer que me había atropellado, los cabellos
negros largos finos el cuerpo blanco como una hoja de papel. Y ese mismo día Sabrina me
dio un recorte de periódico con el retrato de la mujer, mira aquí está tu ricachona asesina.
Fue entonces que supe que su nombre era Paula. Seguro, idiota, que no sabías su nombre, a
poco te lo iba a dar para que pidieras una indemnización, la cosa que más les gusta a los ricos
es el dinero, entonces ella te regala chocolatitos que cuestan una miseria para que no hagas
nada en su contra, ya rompe esa foto.

Escondí la foto y continué soñando con Paula y quedándome con la verga parada cada vez
que Sabrina me agarraba la pierna y mirando la foto cuando Sabrina no estaba cerca. Cuando
me dieron de alta Sabrina preguntó si no quería que me llevara a la casa y le contesté que no
era necesario, yo me iba solo. Ella insistió y fui duro, no es necesario, y ella se quedó
desilusionada y me puse triste, Sabrina me había cuidado, me había enseñado a caminar con
muletas y yo la trataba de esa manera.
Subir las escaleras de mi casa en Catumbi me costó mucho trabajo, sufrí como perro. En la
tarde tocaron y una mujer de blanco entró y me dijo que era fisioterapeuta del Miguel Couto
y que había sido enviada para cuidarme. ¿Quien le mandó? ¿Sabrina? Sí, sí y la mujer jaló mi
pierna para allá y para acá y me dijo cómo eran los ejercicios que tendría que hacer y que
mañana regresaba.

Después de quince días de fisioterapia Sabrina apareció en mi casa con una cinta de Tim
Maia(1) de regalo. Le conté que una fisioterapeuta del hospital venía cada tercer día a darme
masaje en la pierna. Ella se quedó callada un rato y luego dijo ¿fisioterapeuta? El hospital no
mandó a ninguna fisioterapeuta no tenemos dinero para comprar gasa ¿a poco íbamos a
tener para mandar una fisioterapeuta a domicilio?, está lleno de charlatanes en ese medio
deja que yo misma te haga la fisioterapia y empezó a tocarme la pierna y vio mi verga y
preguntó ¿qué es eso?, agárrala y verás contesté, ella la agarró, siempre se te paraba cuando te
agarraba la pierna ¿crees que no me daba cuenta? no te muevas que me voy a subir encima
de ti, estáte quietecito, y se subió encima de mí y se la metió dentro y nos quedamos
cogiendo, una cosa muy buena.

(1) Tim Maia es un cantante y compositor brasileño ligado a la corriente funk.

Sabrina regresó al día siguiente un poco antes de que llegara la fisioterapeuta. Cuando la
mujer apareció Sabrina le preguntó ¿usted vino por orden del hospital? Sí, señora, el hospital
me envió. Sabrina apretó los dientes y se quedó mirando a la mujer que hacía los ejercicios
conmigo y después ya no se aguantó y dijo tú serás fisioterapeuta pero no eres del Miguel
Couto YO SOY del Miguel Couto y conozco a todos los fisioterapeutas del hospital, ¿quién te
mandó? No puedo decirle. Mira, es mejor que me digas. Un alma caritativa, contestó la mujer
bajando la mirada. Nadie hace caridades a un cajero desempleado, carajo, gritó Sabrina, fue
aquella riquita asquerosa que cree que el dinero lo compra todo, ve y dile que Zé no acepta
limosnas, ¿no es así mi amor? La mujer de blanco se defendió, me pagaron por adelantado
tengo que terminar mi trabajo todavía faltan… Se acabo, se acabó y aquí ya no entras, ¿no es
así mi amor? Haz lo que quieras con el dinero que aquella puta te dio pero aquí ya no entras,
anda Zé dile que aquí ya no entra. Intenté suavizar las cosas, dije mira Sabrina… Ya no entra,
carajo, si ella entra yo ya no vuelvo a poner mis pies en esta casa. La fisioterapeuta agarró su
maleta y salió enojada y un poco asustada y Sabrina se subió encima de mí y cogimos.
No fue porque Sabrina tenía los cabellos oxigenados que empezó a gustarme menos, es decir,
me gustaba coger con ella, nosotros los empleados bancarios somos muy cachondos, vivimos
con el pito parado, debe ser porque agarramos dinero todo el día, por lo menos era eso lo
que ocurría conmigo, me daban ganas de cogerme a cualquier mujer que aparecía en la caja,
es decir, las bonitas, pero no necesitaba ser muy bonita a veces hasta las feas me quería
comer, me quedaba perturbado y me equivocaba en el cambio y al fin de mes me lo
descontaban, el banco no perdonaba e hice tantas que me corrieron y hasta fue mejor
porque creí que si no agarraba tanto dinero aquella calentura loca se me iba a quitar y podría
vivir en paz. Pero me atropellaron al mero día siguiente de que me corrieron y entonces
empezaron a pasar todas estas cosas, Sabrina, Paula, el enano.

Cuando Sabrina se iba yo me acostaba y soñaba con Paula. Para que no se me olvidara cómo
era miraba su retrato todo el tiempo. Mi pierna fue mejorando y ya me podía subir encima
de Sabrina y podía rodar en la cama y salir a la calle y la primera cosa que hice fue enmicar el
retrato de Paula porque el papel del periódico se estaba deshaciendo. Cuando doña Alzira, mi
casera, que vive en la planta baja, me dijo que la renta ya estaba pagada pensé que había sido
Sabrina y fue entonces que me fregué. Habíamos acabado de coger y estaba todavía encima
de ella cuando le dije gracias por la renta pero te voy a pagar todo no me gusta deberle nada
a nadie y mucho menos a la mujer que es mi novia. Sabrina me empujó con fuerza, se quitó
de abajo de mí, me golpeó en la pierna que tenía los clavos de metal, gritó, fue aquella puta,
tú estabas con aquella puta el viernes cuando vine para acá y no estabas en ningún lado,
estabas cogiendo con aquella puta, si la vuelves a ver te voy a cortar la verga cuando estés
durmiendo, como hizo aquella americana con su marido, y la voy a poner en el molino de
carne, no va a haber médico en este mundo que te haga el reimplante. Le juré que no había
visto a Pa… a aquella mujer. Hijo de puta, ya ibas a decir su nombre, no se te olvidó su
nombre, y Sabrina me dio algunos puñetazos más en la pierna con clavos de metal. Intenté
bromear, si pones mi verga en el molino de carne ¿te la vas a comer como si fuera una
hamburguesa? Más puñetazos en la pierna con clavos.

No se puede vivir con una mujer así. Siempre que cogíamos, las veces que cogíamos todo el
día y me aventaba dos o tres sin sacar, no estoy presumiendo fue el maldito tiempo que me
pasé contando dinero en el banco, en esas ocasiones, cuando acabábamos de coger, Sabrina
me preguntaba, ¿con las otras fue así? ¿esta locura? Y yo que no soy tonto para nada le decía,
no, no, sólo contigo. ¿Me lo juras? Te lo juro, que se muera mi madre si alguna vez cogí así con
otra mujer. Tu madre ya se murió, hijo de puta. Te lo juro que reviva mi madre si no es verdad
que sólo cojo así contigo. Eso era para reírnos, dar unas carcajadas, es bueno reírse entre una
cogida y otra, pero Sabrina no se reía nunca, a ella sólo le gustaba coger. Si ella hubiera
agarrado tanto dinero nuevo y viejo durante tanto tiempo no sé como le hubiera ido. Sabrina
era terca, te acuerdas de todo su nombre desgraciado, anda, confiesa, un día de estos voy a
buscar a esa Paula y acabar con este asunto. Más juramentos míos, más puñetazos en la
pierna con clavos.

A quien Sabrina realmente buscó fue a doña Alzira. Mi casera le dijo que el dinero vino por
correo, una hoja a máquina en que estaba escrito para pago de la renta. Letra de
computadora, dijo Sabrina, la desgraciada tiene una computadora.

Sabrina no salía de mi casa. Trajo una maleta con cosas, ropas, discos de Tim Maia. Me
empecé a enojar con ella y con Tim Maia, pero aun así cogíamos cogíamos cogíamos, maldito
banco, malditos billetes nuevecitos salidos fresquecitos de la Casa de Moneda. Yo sabía a qué
hora llegaba Sabrina y antes de que llegara agarraba el retrato de Paula y me hacía dos
puñetas para que no se me parara en la cama y para que ella se decepcionara conmigo y no
continuara molestándome. Pero Sabrina sabía cómo hacer que se me parara y allá íbamos,
aquella locura. Y tenía que tomar vitaminas que Sabrina me empujaba por el gaznate, papilla
de avena, polvo de guaraná y otro brebaje de yerbas que preparaba en la cocina.

Si Sabrina supiera que algunas veces, cuando yo salía de casa, el coche que me atropelló
estaba estacionado en la esquina y mi corazón latía tan fuerte que hacía tintinear las
medallitas que cargo en un cordón y que me regaló mi mamá poco antes de morir, m’hijo no
te apartes jamás de tu pecho esas medallitas de Nuestra Señora, y yo miraba al coche de
vidrios oscuros sabiendo, ísí, lo sabía!, que Paula estaba ahí adentro con aquellos modales
finos, y las medallitas hacían tin tin y yo no quitaba los ojos del coche tin tin tin y el coche se
iba y me sentaba en la orilla de la banqueta con ganas de llorar, extrañando a Paula. Si Sabrina
se enterara mi verga iría a parar directamente al molino de carne.
Un día tenía que suceder. Tocaron la puerta. Abrí, era Paula. Nos quedamos mirando uno al
otro ella estaba todavía más blanca, a pesar de la peluca rubia, y yo debía tener su color, y sus
maneras eran finas pero la voz era firme, ¿hay algo aquí por lo que sientas especial afecto?

Puse una silla encima de la mesa y saqué su retrato del agujero del techo, Sabrina nunca iba a
pensar en aquel escondrijo. Especialmente después de que le dije que había visto un ratón
entrar en aquel agujero. Vámonos de aquí, dijo Paula. Cuando abrimos la puerta para salir
Sabrina estaba llegando y al verme con Paula parecía que se iba a desmayar. Paula la miró
como quien mira a la muchacha que ayuda con los paquetes en el supermercado y caminó
rumbo a la escalera llevándome por el brazo. Sabrina salió de su estupor y vino tras nosotros.
¿Te vas? Sí, me voy, que seas feliz. Ella se tiró al suelo y me agarró de la pierna con clavos, por
favor, perdóname, no me abandones, te amo. A cada paso que daba arrastraba a Sabrina por
el suelo y ella aullaba como un animal y en medio de los aullidos y gemidos suplicaba, déjelo
conmigo, usted es rica puede conseguirse al hombre que quiera, él es el único que tengo el
mundo, por amor de Dios haré lo que usted quiera, seré su esclava por el resto de mis días,
déjelo conmigo, y cuando llegamos a la escalera, le di un empujón para quitármela y Sabrina
rodó escalera abajo, quedó despatarrada junto a la puerta de la calle. Intenté reanimar a
Sabrina pero ya no respiraba. Paula le tomó el pulso, dijo la pobrecita ya está muerta es mejor
que nos vayamos no hay nada que podamos hacer.

Tomamos el coche y seguimos en silencio por las calles, en silencio entramos al túnel, hubo
un momento en que deseé la muerte de Sabrina y de Tim Maia, pero no era en serio y ahora
me moría de pesar. También lo lamento, dijo Paula, pero no fue tu culpa, no fue mi culpa, no
fue culpa de nadie.

Quiero regresar, le dije, no voy a dejarla allá muerta. Paula asintió, está bien tal vez así sea
mejor. El coche se detuvo en la esquina, mañana en la tarde vengo a verte, espérame, y Paula
se fue. Había una aglomeración en la puerta, curiosos, un policía que informó que ya venía la
ambulancia. Doña Alzira me recibió con una lluvia de palabras, íah! llegaste, tu amiga cayó de
la escalera, estaba viendo la televisión cuando oí un ruido y corrí, digo, primero me puse la
bata con este calor nadie se queda vestido en la casa y la puerta de la calle estaba abierta y la
señorita estaba tirada y de inmediato me di cuenta de que estaba muerta, sé cuando una
persona está muerta, mi hermana muerta tenía la misma cara de esta señorita y el hombre de
la policía quiere hablar contigo. El policía sólo dijo que yo tenía que ir a la delegación para
rendir mi declaración. Los curiosos se fueron, doña Alzira se fue a ver su telenovela y nos
quedamos el policía y yo y la pobre Sabrina cuyos cabellos parecían todavía más oxigenados,
esperando a los peritos y a la ambulancia.

En la delegación dije una bola de mentiras, había salido a comprar el periódico deportivo y a
medio camino noté que no traía dinero y regresé y encontré a mi novia tirada al pie de las
escaleras y doña Alzira dijo que oyó el ruido y vino inmediatamente después. No fue eso
exactamente lo que dijo doña Alzira, dijo el detective, ella dijo que se fue a vestir y se tardó
un tiempo, y otra cosa, ¿por qué la hoy occisa no cerró la puerta? La de arriba, ¿tenía prisa?
¿Salió corriendo? ¿A dónde iba? Expliqué, al ver que probablemente yo no traía la llave
Sabrina bajó a abrirme la puerta de la calle y se resbaló. ¿Y quién abrió la puerta de abajo?
Puede que ya estuviera abierta. ¿Ustedes tenían problemas? ¿Nosotros? Nunca, ella era una
santa, puede preguntarle a doña Alzira si alguna vez nos peleamos, me iba a casar con ella,
ella era una santa me cuidó cuando me rompí esta pierna llena de clavos de metal, me hizo
fisioterapia todos los días durante no sé cuántos días, ella era una santa. Mientras no se casan
con uno todas son unas santas, dijo el detective, y dijo que un día iba a querer oírme otra vez
pero que por ahora podía irme.

Al día siguiente, Paula apareció con una peluca rubia y lentes oscuros, dijo mira, te vas a hacer
estos exámenes no tengo confianza en los hospitales del gobierno y me dio una bola de
solicitudes de exámenes, había exámenes de excremento, de orina, de sangre, examen
eléctrico del corazón y de la cabeza, y dijo que el laboratorio ya había recibido instrucciones
para hacer los exámenes, que no me preocupara por el dinero y que regresaría en quince días.

Quince días después regresó aún con peluca y lentes pero pronto se quitó la peluca y me dijo
que los exámenes habían salido muy bien y se quitó los lentes y me agarró la pierna y me
preguntó si me estaba doliendo y se me paró el pito, aquellos billetes nuevecitos de la Casa
de Moneda. Le contesté que lo que me dolía era el corazón, que soñaba todas las noches con
ella. Nos quitamos la ropa, su cuerpo era todavía más blanco de lo que me podía imaginar y
sus cabellos más negros y cogimos cogimos cogimos.
Y cogimos cogimos cogimos al día siguiente toda la tarde y todos los días de la semana, toda
la tarde, y el viernes ella me dijo que sólo me iba a ver el lunes y me preguntó si yo era igual
con las otras mujeres. Yo no era tonto y le di mi palabra de honor de que no que jamás me
había pasado eso, que ella era la que hacía que eso pasara, que yo la quería, la amaba y estaba
enamorado de ella y que por eso me la cogí como un tigre se coge a una pantera. Y nos
reíamos en los intervalos y nos comíamos unas tortas de queso y tomábamos coca-cola y yo
no estaba mintiendo, con las otras mujeres era como un simple rebote de los billetes de la
Casa de Moneda, pero con Paula era pasión, dolía elevaba inspiraba sangraba. No le podemos
contar a nadie, me decía, y eso era lo último que haría en el mundo, sabía que ella estaba
casada con el dueño del banco donde había trabajado y ella sabía que yo lo sabía porque su
nombre estaba escrito al pie de la foto del periódico y antes me veía muerto que contando
todo esto.

Pero yo necesitaba desahogarme y le conté al enano. Salí un día el fin de semana pensando
en ella, extrañándola mucho porque los sábados y los domingos no nos veíamos, y entonces
vi al enano escarbando en el basurero de una cantina y él se disculpó por estar “buitreando”
en el basurero, a veces me encuentro una torta casi entera y la vida no está fácil. Le contesté
es cierto y le enseñé el recorte del periódico enmicado con el retrato de Paula. íQué
mamazota!, dijo. Más respeto, enano de mierda. Lo tomé del brazo lo sacudí y lo tiré contra
un coche que estaba estacionado y él hizo una cara tan triste que me dio lástima y le invité
un café. Le enseñé el retrato otra vez, estoy muy enamorado, pienso en ella noche y día, ella es
blanca como un lirio, y el enano oyó muy atento dando pequeños gruñidos como a los
enanos les gusta dar, por lo menos a aquel enano.

Paula inventaba cosas, trajo una enorme lona que puse encima del colchón y cada día traía
una cosa, aceite de olivo, puré tomate de ese que se pone a la pasta, miel, leche y me
ordenaba untar nuestros cuerpos desnudos y cogíamos revolcándonos en la cama
completamente untados. Y nos reíamos en el intervalo y cogíamos un poquito más en la
regadera y encima de la mesa, ella sentada en la orilla y yo de pie. Un día trajo una máquina
polaroid para sacar fotos a mi pito y yo le sacaba fotos a su panocha y a sus nalgas y a sus
pechos y a su rostro que era la parte de ella que más me excitaba y después rompíamos todas
las fotografías. Todas excepto una, la de ella desnuda sonriendo para mí, que no tuve valor de
romper.
Todos los sábados me encontraba con el enano y le pagaba la comida con el dinero de mi
indemnización y el enano gruñía mientras me oía contar que estaba muy enamorado, que
Paula era la mujer más bonita del mundo, que un día me eché nueve viniéndome y ella
también, y que ella se iba con las piernas adoloridas. Las mujeres tienen piernas fuertes, dijo el
enano, pero pienso que él no me creyó. Ese sábado fregué al enano todo el día y de noche
fuimos a cenar y nos pusimos una borrachera y lo llevé hasta donde vivía, no muy lejos de mi
casa, en una barraca por el rumbo de la ciudad nueva, cerca del Piranhao, que es la sede del
ayuntamiento, llamada así porque ahí estaba la colonia de las putas.(2) Cuando desperté los
retratos de Paula habían desaparecido, el del periódico y el de la polaroid y me entró la
desesperación y me fui al lugar a donde nos habíamos puesto la borrachera pero nadie había
encontrado las fotos y me fui a la barraca del enano y él no estaba y me pasé el resto del
domingo desesperado la noche entera sin dormir dándome de topes contra la pared.

(2) En Brasil, se acostumbra llamar piranhas a las prostitutas por la voracidad con que explotan
a los hombres. Piranhao es el aumentativo.

El lunes Paula llegó y no se quitó la peluca ni los lentes oscuros ni soltó la bolsa ni me dio un
beso y dijo un tipo llamado Haroldo llamó a mi casa hoy por la mañana diciendo que era tu
amigo y que tenía una foto mía desnuda y que quería dinero para devolverme la foto, ¿tú
conservaste alguna de aquellas fotos? Me puse de rodillas a sus pies y le pedí perdón y le besé
los zapatos y le dije que había sido aquel enano de mierda y le conté todo y le pedí perdón
una vez más y me acordé de Sabrina arrastrándose agarrada a mi pierna con clavos. ¿Y ahora?
¿qué vamos a hacer?, dijo Paula. Déjamelo a mí, le dije, y Paula se fue y cuando salió sin
haberse quitado la peluca sin haber soltado la bolsa sin haberse quitado los lentes y sin
haberme dado un beso me revolqué por el suelo como un perro rabioso insultando al hijo de
puta del enano.

Fui a buscar al enano en su lugar y cuando me vio intentó huir y le dije cálmate hijo, vine para
decirte que el negocio está hecho la doña te va a dar el dinero que pediste, o mejor te va a
dar el doble y la mitad es para mí, ¿trato hecho? ¿No estás enojado conmigo? ¿Seguro? Tú eres
mi hermano, mi amigo, lleva las fotos a mi casa hoy en la noche que la doña te va a dar el
dinero. Nos dimos un apretón de manos solemnemente como dos comerciantes y me fui y di
una vuelta por la calle de la Constitución y me compré una maleta vieja de cuero y llegué a la
casa y me revolque un poco más en el suelo echando espuma por la boca como epiléptico.

El enano llegó a las ocho de la noche y al verme solo en la sala preguntó ¿y la mujer? Le
enseñé la puerta cerrada del cuarto y le dije ella está allá adentro y no quiere hablar contigo,
dame las fotos para cambiarlas por el dinero, y él me dio las fotos, la del periódico y la de ella
desnuda linda riéndose para mí. Agarré al enano por el pescuezo y lo alcé en el aire y el se
sacudió y me hizo tambalear por la sala chocando contra los muebles hasta que caímos al
suelo y le puse las rodillas en el pecho y lo aprete hasta que me dolieron las manos y hasta
que vi que estaba muerto. Y después le apreté el pescuezo otra vez y puse mi oreja en su
pecho para ver si su corazón latía y lo apreté otra vez y otra vez y otra vez y me pasé el resto
de la noche apretándole el pescuezo. Cuando amaneció lo puse en la maleta y la cerré y abrí
la ventana y aspire el aire de la mañana con la avidez con la que sorbía el aire que salía de la
boca de Paula cuando cogíamos.

Al día siguiente Paula llegó y le di las fotos, la del periódico también, y dije el descubrió quién
eras por la foto del periódico, ya todo está arreglado, no te preocupes y ella rompió las dos
fotos en pedacitos y puso todo dentro de la bolsa y se quedó con la bolsa en la mano y los
lentes en el rostro y la peluca en la cabeza y no me dio ni un beso y dijo estoy embarazada de
mi esposo, de mi esposo, de mi esposo, mejor ya no nos vemos y vio la maleta y me miró y
salió corriendo.

Me quedé solo, sin la mujer que amaba locamente, sin Sabrina que estaba enterrada en el
Caju y sin el único amigo que tenía en el mundo que era el enano muerto dentro de la maleta
y la noche cayó y como ya no tenía el retrato de ella para verlo me quedé contemplando la
maleta hasta que amaneció y entonces tomé la maleta y me quedé dando vueltas en la sala
de un lado a otro.

Traducción: Regina Aída Crespo

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